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[Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
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[Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Te acostarías Conmigo?
Resumen
Tras el inesperado accidente que deja a Norman Pierce al borde de la muerte, Santana López se ve obligada a tomar las riendas de Medika y proteger todo lo que él había construido con mucho sacrificio. Inesperadamente, Brittany S. Pierce ocupa el lugar de Norman, su padre, con visión y objetivos muy diferentes a la de Santana.
Los mundos de las antagonistas colisionan desde el primer segundo en el que el destino se enmaraña con ellas.
Cada una mira la vida a través de un cristal de diferente color. Brittany, decidido a dar rienda suelta a su prepotencia, soberbia y obscuridad. Ella, decidida pagar su deuda con Norman, pero a su manera.
Esta novela es una historia romántica y sensual llena de intrigas donde, aunque pareciera que el destino está escrito cuando nacemos, no es así. ¿Será el amor capaz de transformar las heridas más desgarradoras?¿Será correcto afirmar que no existe una fórmula perfecta para amar? ¿Que no siempre se ama lo que nos agrada? ¿Que, a veces, solo se ama?
Última edición por marthagr81@yahoo.es el Miér Ago 31, 2016 12:13 pm, editado 18 veces
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
MIS ADAPTACIONES ANTERIORES
·LA JEFA
https://gleelatino.forosactivos.net/t22696-brittana-adaptacion#556676
AAFTER (ADAPTACION 1ERA PARTE)
https://gleelatino.forosactivos.net/t22672-after-brittana-cap-92-93-y-94-95-96-97fin
EN MIL PEDAZOS (ADAPTACION AFTER 2)
https://gleelatino.forosactivos.net/t22683-en-mil-pedazos-after-2-brittana#555524
ALMAS PERDIDAS (ADAPTACION AFTER 3)
https://gleelatino.forosactivos.net/t22697p175-brittana-almas-perdidas-actualizado-19-08-16#557249
·
CAIDA DEMASIADO LEJOS (parte 1)
https://gleelatino.forosactivos.net/t22690-brittany-caida-demasiado-lejos-gp-cap-26-y-27-bonus-1-2-y-3
·
NUNCA TAN LEJOS (Parte 2)
https://gleelatino.forosactivos.net/t22693-resueltobrittana-nunca-tan-lejos-2da-parte-ultimos-capitulos-y-final-3-cap-de-bonus
·
El AIRE QUE ELLA RESPIRA
https://gleelatino.forosactivos.net/t22686-brittana-el-aire-que-ella-respira-cap-42-43-44-45-y-epilogo
·
EL AMOR DE BRITTANY
https://gleelatino.forosactivos.net/t22685-brittana-el-amor-de-brittany-gp-cap-21-22-y-23-fin
·
LA ENTRENADORA LOPEZ
https://gleelatino.forosactivos.net/t22684-resueltola-entrenadora-lopez-brittana-gp-cap-8-y-epilogo-fin
·
UGLY LOVE
https://gleelatino.forosactivos.net/t22662-brittana-ugly-love-final-y-epilogo
·
TODAS LAS CANCIONES QUE SUENAN EN LA RADIO.
· TODAS LAS CANCIONES QUE AUN SUENAN EN LA RADIO.
· TODAS LAS CANCIONES QUE SIEMPRE SONARAN EN LA RADIO.
https://gleelatino.forosactivos.net/t22649-brittanatodas-las-canciones-de-amor-que-siempre-suenan-en-la-radio-cap-23-y-24-y-epilogo
·
FILTHY BEATIFUL LOVE (parte 2)
https://gleelatino.forosactivos.net/t22650-brittana-filthy-beautiful-love-parteii-epilogo
NI LO SUEÑES
https://gleelatino.forosactivos.net/t22643-brittanani-lo-suenes-adaptacion-cap-29-30-31-mas-el-epilogo
MANHATHAN CRAZY LOVE
https://gleelatino.forosactivos.net/t22637-fanfic-brittana-manhattan-crazy-love-adaptacion-epilogo
·
ALGO CONTIGO
https://gleelatino.forosactivos.net/t22639-brittana-algo-contigo-adaptacion-cap-3334-y-35-fin?highlight=ALGO+CONTIGO
A MI PROFESORA CON AMOR
https://gleelatino.forosactivos.net/t22698-resueltobrittana-a-mi-profesora-con-amor-actualizado-19-08-16
DESEOS (PLACERES PROHIBIDOS)
https://gleelatino.forosactivos.net/t22691-brittana-deseos-placeres-prohibidos-cap-6-y-7?highlight=DESEOS
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Se ve interesante tu nueva adap!!!
Hasta donde pueden llegar las dos!!!.
Hasta donde pueden llegar las dos!!!.
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Que bien!!!! a ver como van las cosas.
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Interesante , de ve que las cosas estarán complicadas, haber como se dan las cosas!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Te Acostarias Conmigo?????
Capítulo 1
Me excitaba cómo se reflejaba en su piel la tenue luz de la lámpara junto a la cama. La hacía ver cálida, ardiente, deseable. Sus manos, delicadas y torpes, me recorrían las piernas. Cada vez se atrevían a explorar un poco más mi cuerpo. No podía evitarlo, los dedos de mis pies se torcían, rindiendo pleitesía a su tacto.
“Ah, mmm. Esta debe ser guapa. Un cuerpo así tiene que anteceder solo un rostro, el de una diosa.”
Su silueta comenzaba a descansar sobre la mía, me obligaba a sentir el peso de su deseo. La tenue luz delató, poco a poco, su identidad.
¡Norman!
“¿Norman?”
Juro que antes de terminar de formular la pregunta en la mente, mis ojos estaban abiertos y retumbaban al ritmo de mi corazón agitado. Aún no amanecía. El celular sonaba desquiciado y un tanto celoso. No sabía si molestarme o agradecerle por haberme traído de vuelta a la realidad, por haberme salvado de cometer un pecado. Aunque, pensándolo bien, un sueño no puede ser un pecado, sino algo incontrolable. Como dice el refrán: los sueños, sueños son.
“¿Dónde te dejé, maldito?” La luz de la pantalla iluminada me revelaba su ubicación. Allí estaba, encima de la mesa junto a la cama, al lado de la lámpara del pecado. El frío de las sábanas se me pegó a la piel al extenderme por el lado vacío de la cama para alcanzar el celular.
Los ojos, cegados por la brillante luz verde de los números en el celular, a duras penas vieron que eran las 2:47 de la madrugada. “¿Quién rayos llama a esta hora?” Por unos segundos dudé en contestar.
—¿Diga?
—¿Santana López? —a juzgar por la seriedad del tono de la voz al otro lado de la línea, se trataba de algo importante.
—¿Quién habla?
—Disculpe la molestia —vaya, al menos se disculpaba—. Le habla el inspector Puckerman de la Unidad de Investigaciones del Departamento de la Policía. ¿Es usted Santana López?
—Sí —hasta entonces todavía seguía siendo yo.
—¿Conoce usted a Norman Pierce?
—Sí —hablé en un murmullo apenas audible. La preocupación se hizo evidente. De repente, la temperatura de la habitación se sintió descender.
—Bien. Llamo para informarle que el señor Pierce ha sufrido un accidente de tránsito y recibe atención médica en la sala de Trauma del hospital de área. Es imperativo que llegue cuanto antes.
—Okey —se cortó la llamada.
“¿Okey? ¿Eso es lo que dije?” No me había percatado de cuánto me temblaban las manos. “¿Esto es parte del sueño?”
Unos hilos de luz que se colaban por debajo de la puerta alumbraban el piso de la
habitación en penumbras. Mis piernas temblaban tanto que casi caigo al suelo cuando salí con un sobresalto de la cama. Mi cerebro todavía no procesaba si esa era la realidad u otro sueño, una pesadilla. Dirigí la vista hacia el celular. No, no soñaba. Debía darme prisa.
No recuerdo haberme cambiado la ropa de dormir por jeans o haber conducido el auto hasta el hospital. Solo recuerdo que allí estaba, frente a unas puertas corredizas enormes que, cuando se abrían, dejaban escapar una bocanada impresionante de aire helado cuyo hedor a limpiador industrial comercial de seguro era cargado por las almas de quienes entraban vivos y salían... de otra manera. Seguí los letreros que me dirigían al mostrador que llevaba de anuncio “Información”. El guardia de seguridad sentado detrás de la encimera me recibió.
—Buenos días. ¿La puedo ayudar? —me regaló una sonrisa.
—Busco a Norman Pierce. Creo que lo admitieron hace unas horas. Me llamó un
inspector de la policía. Dijo que estaba aquí —pronuncié las palabras en un solo respiro. Se me hizo imposible atenuar el desespero que se apoderaba cada vez más de mí.
El hombre levantó el teléfono que se encontraba frente suyo y preguntó a quien se
encontraba al otro lado de la línea:
—¿Norman Pierce?
Reinó el silencio por unos segundos. El hombre esperó, haciendo un ruido extraño y a tiempo con la punta de sus zapatos. Sin decir nada más, colgó.
—Señorita, me indican que debe dirigirse a la sala de espera. En un rato le darán más información.
—¿A la sala de espera? —cuestioné para asegurarme que entendí lo que me había dicho.
—Sí. Siga el pasillo a mano izquierda y la encontrará al final.
“Pasillo, izquierda, pasillo, izquierda, pasillo, final, pasillo, final...”, repetía una y otra vez en la cabeza, mientras corría. Al acercarme a la entrada reduje el paso acelerado. No llegué a entrar. A través de la puerta de vidrio, múltiples escenas con protagonistas diferentes y el mismo libreto.
La gente en espera llevaba la misma expresión que delataba angustia y desespero. No había ningún asiento disponible. Permanecí justo allí, adonde me había detenido. Me apoyé contra la pared, metí la mano temblorosa en mi bolso, hurgando para encontrar el celular. Como siempre, parecía que la maldita cartera se lo había tragado. Aparato en manos, marqué el número del inspector.
—Inspector Puckerman —aclaré la voz
—. Hola, es Santana López.
—¿Quién? —
Me sorprendió que el hombre no se acordaba de mí luego de haber
interrumpido semejante sueño y haber llamado en una hora tan inusual. Hice una leve pausa antes de contestar.
—Usted telefoneó hace un rato para informarme acerca de Norman Pierce.
—Ah, sí, claro —al otro lado de la línea abundaba el ruido.
—Ya llegué, estoy frente a la sala de espera.
—Perfecto. Ahí estaré en diez minutos.
Los diez minutos en realidad fueron unos quince minutos que me resultaron eternos. No encontraba dónde fijar la mirada sin tropezar con el rostro de alguien angustiado. Miraba el suelo cuando escuché una voz gritar con autoridad mi nombre.
—¡Santana López!
Definitivamente era una orden: “Santana López, aquí, ahora.” No había otra manera de interpretarlo. Cuando levanté la mirada, me encontré con un par de ojos que me observaban, esperando mi respuesta.
El hombre conocía de antemano el físico de quien buscaba. Avancé dos pasos en dirección del inspector, él imitó el acto. Extendió la mano, respondí el gesto. Una vez más, el palabrerío salió atropellado.
—Hola. ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Cómo está? Nadie me ha dicho nada.
Mientras lo bombardeaba con preguntas, Puckerman hizo una seña para que nos
dirigiéramos a un espacio más apartado, pero que de todas maneras alcanzáramos a ver los doctores que entraban y salían de la sala para dar noticias.
—Gracias por llegar pronto
comenzó a decir, yo pensé: “Olvídese de las gracias y vaya al grano, que todavía tiene como quince preguntas que contestarme.”
—¿Cómo está él? —solté, sin más.
Torció una de las esquinas de su boca.
—Lo siento, no tengo autorización para darle información sobre el estado del señor Pierce.
¡Perfecto! ¿Me había pedido llegar allí para no darme información?
—¿Y qué me puede decir? —
pregunté con un tono de ironía. El inspector lo detectó de inmediato.
—Puedo decirle que el señor Pierce sufrió un aparente accidente de tránsito. Muy serio, de hecho —
me miraba fijamente los ojos, sin parpadear.
—Pero, ¿cómo? ¿Dónde? —
parecía que mis interrogantes no le incomodaban tanto como el no poder darme respuestas.
—Aún estamos investigando. Varios agentes fueron movilizados al área donde se encontró al señor Pierce en su auto —
la tranquilidad con la que le salían las palabras me desesperaba más y más.
—¿Cómo que ‘se encontró’? ¿Estaba solo, acompañado?
me provocaba pegarlo contra la pared y hacerlo escupir todas las verdades de una vez. “¿Qué te pasa, Santana? ¡Tú no pierdes la calma con facilidad!”
—Encontramos al señor Pierce porque recibimos una llamada anónima de un ciudadano alertando sobre una aparente colisión de varios autos —
poco a poco y de forma consciente reducía el tono de voz.
—. Cuando llegamos al lugar de los hechos, encontramos el auto del señor Pierce y a él, dentro, en muy mal estado. El auto lucía irreconocible.
—Espere, deténgase. No entiendo. ¿Un solo auto? ¿Y los demás?
Mis dudas no se aclaraban, mientras más información me ofrecía el inspector, mayor resultaba mi confusión.
—Aún no podemos establecer qué fue lo que sucedió.
El par de ojos desvió la atención de mí. El inspector giró el cuerpo hacia su lado derecho. Una mujer se dirigía hacia nosotros. Ella, de estatura promedio, vestía la ropa que utilizan los cirujanos en las salas de operaciones.
—Doctora —saludó el hombre.
—Inspector —respondió ella. Se estrecharon la mano.
—Ella es Santana López, el contacto de emergencia del señor Pierce.
La doctora extendió la mano para saludar. Aproveché la ocasión para preguntar sin rodeos.
—¿Cómo está Norman? —le estreché la mano.
—Hola, soy la doctora Martínez, atiendo al señor Pierce.
Me refugié en la treta de la insistencia.
—¿Cómo está? —me refería a Norman.
—Llegó en estado crítico. Presentó fracturas a nivel del fémur en ambas piernas.
Tendremos que repararlas quirúrgicamente. Lo más que nos preocupa en estos momentos es el sangrado intracraneal que no hemos podido controlar y que está causando niveles de presión peligrosos en su cerebro. Su prognosis aún es muy reservada. Lo hemos colocado en la unidad de cuidados intensivos y lo mantendremos en coma inducido hasta que veamos cómo evoluciona el sangrado. Una vez logremos sobrepasar esa parte, hablaremos de las cirugías para corregir las fracturas de los fémures. En resumidas, Norman estaba muy mal.
—¿Hay algo que yo pueda hacer? —
pregunté, las lágrimas asomadas en las pestañas. Yo de médico no tenía nada. Llevaba años trabajando en la industria de la salud, pero no de ese lado. El comentario ingenuo, al parecer, causó un poco de gracia en la doctora, quien lanzó una sonrisa a medias.
—Por el momento, rezar mucho. Lo necesita.
—¿Puedo verlo? —mi rostro hizo eco a la súplica en las palabras. Necesitaba verlo.
—No es posible en estos momentos, pero si todo transcurre bien, quizás durante el horario de visitas de la mañana
—la mirada de la doctora se escapó hacia el reloj que llevaba en su mano
Izquierda.
— O sea, en unas cuatro horas podrá verlo. Aunque, como ya le expliqué, no espere mucho de la visita. Él continuará sedado hasta que entendamos que sea conveniente.
—Gracias —y no comenté más.
Esto sí que era serio. Norman estaba en una situación muy delicada. “¿Cómo te metiste en esto, Norman?”
La doctora se esfumó, en un pestañear ya no estaba frente mío. Una vez más, los ojos me observaban con cierta autoridad.
—¿Va a permanecer aquí?
—No tengo otra opción hasta que pueda verlo —
al hombre no parecían molestarle los cambios repentinos de entonación en mis respuestas.
—¿Me acompaña a un café? Me gustaría hablar con usted. Tal vez tenga alguna
información que nos pueda ayudar a entender qué realmente sucedió.
“¿Qué puedo saber yo acerca de Norman que pueda ayudar a esclarecer el caso?” Lo único que yo sabía de él estaba relacionado a nosotros y a Medika, su empresa. Fuera de ese entorno, era desconocido para mí.
—¿Existe la posibilidad de meterme en problemas por hablar con usted?
La seriedad en sus ojos se transformó en una amplia sonrisa que logró tranquilizar mi ansiedad.
—No. Por el momento no es necesario que llame a un abogado
señaló con una mano el camino, gesto que consideré muy cortés.
—En ese caso, le acompaño
pestañeé, dirigí las miradas a las losas que marcaban el camino a seguir.
“¿De veras coqueteas con este señor?” Sí, lo hacía, pero inconscientemente. Desde hacía un tiempo, mis hormonas padecían insomnio y se empeñaban en invadir mis sueños. Todavía quedaban rastros del festín que habían creado antes de que el inspector me despertara. Caminamos por el mismo pasillo que me había llevado hasta la sala de espera. En esa ocasión, en vez de doblar a la derecha y dirigirnos a la salida, hacia donde se encontraba el guardia con su teléfono y su silla, continuamos el trayecto hasta llegar a la cafetería.
—¿Con leche? —su voz se escuchaba más amigable.
—¿Qué dice? —de pronto, la pregunta de Puckerman no tuvo sentido. Me quedé, a todas luces, en otro planeta.
—¿Cómo quiere el café? —
el inspector, acostumbrado a tratar gente, se dio cuenta de que yo no estaba en mis sentidos, allí, aunque mi cuerpo lo estuviera. Mostré una sonrisa tímida, que ni sentí formarse en la cara, una reacción quizás involuntaria para pedir disculpas por el impropio despiste.
—¡Ah! Sí, con leche y dos sobres de azúcar — confundida todavía, no hice ni gesto de pagar.
Puckerman se encargó de la cuenta y nos dirigimos hacia una mesa que quedaba apartada, en una esquina de la cafetería. Como en cualquier otro hospital, incluso ese espacio era un lugar propicio para la hipotermia. La reacción de mi cuerpo se hizo notar demasiado pronto. Se me erizaron los pelos de los brazos. Temblé un poco. El inspector vertía el azúcar en mi café. Observaba cada detalle, cada movimiento que yo hiciera.
—¿Por qué le sorprendió que el señor Pierce la estime como persona de contacto en caso de emergencia?
Hasta ese momento no me había percatado de que mi tono de voz y reacción al recibir la llamada telefónica habían sido minuciosamente estudiados. Pensaba que había pasado inadvertida. Revisé en segundos cada uno de los archivos personales en mi mente antes de responder. No hallé nada que pudiera darle sentido a lo que sucedía. Miré al inspector a los ojos. Fui honesta.
—Realmente no lo sé.
—¿No lo sabe?
preguntó, y me di cuenta de que no hacía más que pensar en él. En Norman, regalándome una de sus acostumbradas sonrisas. Eso era todo lo que tenía en la mente.
—Es que aún no logro entender
esos ojos innatos de policía no reflejaban emoción.
—Déjeme ver si la puedo ayudar a pensar. ¿De dónde conoce usted al señor Pierce?
La historia de nuestras vidas me pasó por la mente con la velocidad con la que un rayo ilumina la noche. Un suspiro abrió paso a mi respuesta.
—Es el dueño de la empresa donde trabajo.
—¿Su jefe?
tomó un sorbo y apartó la taza de la boca con un movimiento brusco. Su rostro se contrajo, un evidente gesto de dolor. El café estaba caliente.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, sí —confirmó.
Se pasó una servilleta por los labios.
—. Siempre me pasa lo mismo.
Adoro tanto esto que siempre olvido que lo sirven tan caliente como para pelar gallinas. Acepto que su honestidad me causó simpatía. Una sonrisa muda me permitió relajarme por varios segundos. Al hombre le agradó mi reacción, pero no quiso tomarse el riesgo de que nos desviáramos de la conversación.
—Me decía que el señor Pierce es su jefe —con la mirada me ordenaba que continuara el relato.
—Sí —me limité a contestar, aunque completara la aseveración con un pensamiento.
—¿Y cuál es su relación con él? —movía las manos de forma pausada, en un gesto sutil de interrogación.
El interrogatorio me empezó a incomodar.
—Ya le dije, es mi jefe —otra contestación a medias. “Nos conocemos hace veinte años o más.”
—¿Y dónde trabaja usted?
—Medika —ahogué el nombre en un sorbo de café.
Apartó, de manera abrupta, la taza de la boca, pero esa vez no porque se hubiera quemado.
—¿Medika? ¿La empresa farmacéutica? —las preguntas se le escaparon en un tartamudeo leve—. ¿Ese es el Norman Pierce, el dueño de Medika? —la forma en que pronunció el pronombre “él” me hizo entender que, hasta ese preciso momento, Puckerman no tenía idea de quién exactamente era la víctima de su caso.
—Sí, sí y sí
Noté que el inspector estaba igual de sorprendido que de decepcionado por no haberse dado cuenta antes de cuál Norman Pierce era el que se encontraba en tan mal estado. Pude leerle los pensamientos. “¿Cómo se me había escapado un detalle así?” Inclinó el torso hacia adelante. Acercó su rostro al mío. Si la mesa no hubiera estado entre nosotros, mi espacio personal hubiera sido invadido.
—¿Y cuál es su puesto en Medika?
—Soy la Directora de la División de Negocios Internacionales —respondí de manera automática, sin siquiera reparar en la responsabilidad que eso conllevaba.
Puckerman torció de medio lado la cabeza. Entrecerró los párpados y forzó aún más la mirada en la mía. Me pareció que expedía un aire de asombro.
—Ha de ser una posición con mucha responsabilidad para alguien que luce tan joven... — comentó con la intención de darme alas para continuar hablando. No sé cómo se atrevió a realizar tal observación en voz alta, si él también lucía demasiado joven para ser un inspector.
—Nunca me he aburrido con mi trabajo. Y por lo de joven, pues...gracias por el cumplido. Digamos que los años no me han maltratado
Si las preguntas del hombre me resultaban incomodísimas, sus ojos escudriñadores resultaban peores; cruzaban las líneas que delimitaban lo que por ética laboral le permitían hablar y preguntar
— Creo que las preguntas relacionadas a mí no van a esclarecer qué fue lo que sucedió con Norman —me atreví a hablarle así con el fin de desviar su
atención de mí.
“Tan idiota yo. ¿Cómo se me ocurre hacer eso?” Claramente, había sido una incitación para él. No se esperaba el comentario. Lo supe tan pronto frunció el ceño.
—Creo que tiene razón, Santana —respiró y volvió a hablar—. Santana, ¿verdad?
—Así es —se me cruzó un pensamiento en el cerebro: “No puede ser que haya
funcionado.”
—Debería hablar con algún familiar. ¿Tiene usted el contacto de alguno?
—No —y pensé: “Soy todo lo que él tiene y él es todo lo que yo tengo.”
—¿Tiene, al menos, idea de dónde puedo conseguir a alguien? —se recostó del espaldar de la silla—. ¿Esposa, hijos?
—No. Norman sigue casado, pero nunca he conocido a su esposa, mucho menos a su hija
Tomé otro sorbo de café.
— Me parece que la hija vive en Europa.
Dejé de hablar porque se me ocurrió cómo el inspector podría contactar a la mujer que todavía era su esposa.
—¿Tiene dónde anotar?
Puckerman sacó una libreta pequeña y un bolígrafo de su chaqueta. Los colocó sobre la mesa. Extendí la mano. Con la mirada, pedí permiso para tocarlos. No fue hasta que accedió con la cabeza que los acerqué a mí. Escribí con mi mejor letra un nombre y un número.
—Esta es la abogada de Norman. Puede que lo ayude a contactar a su familia
El hombre extendió la mano para alcanzar las herramientas. En medio de la operación, me rozó la mano.
“Dios, estas hormonas me traen loca.”
—Muchas gracias. Espero que no le moleste que vuelva a contactarla, si fuese necesario.
Otro pensamiento inoportuno. “¿Por qué me incomodaría que un hombre tan apuesto me contacte?”
—Para nada. Con gusto ayudaré en lo que sea
Me aseguré de que entendiera muy bien que yo estaba a su entera disposición, “para lo que necesitara.”
Nuevamente extendió la mano, en señal de despedida. Hice lo mismo y, por unos segundos, me pareció que el telón de sus ojos se abrió y, justo cuando pensé que podría ver a través de ellos, se volvió a cerrar. Era como si él se hubiera percatado de su desliz. Entonces, me sentí culpable de pensar en lo atractivo que me parecía el inspector Puckerman con su piel bronceada, cuando el verdadero motivo para encontrarme allí, con él, me traía de vuelta a la realidad.
Norman.
Pensé en llamar a alguien. A alguien más de la oficina, claro, porque alguien más debía saber lo que sucedía. Recordé que una llamada a esa hora alteraría a cualquiera, así que decidí no hacerlo. Dejé un mensaje en el correo de voz de la oficina de Quinn Fabray, la abogada corporativa de Medika y, además, la abogada de Norman. Caminé hacia la sala de espera. Ya había asientos disponibles.
Entré. Me senté.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Te Acostarias Conmigo?????
Capítulo 2
El timbre del celular me despertó. Con el bostezo y el nerviosismo, el móvil, que tenía en las manos, cayó al suelo. Saludé con la voz ronca, quebrada.
—Santana López, diga.
Reconocí la voz de Quinn al instante.
—¿Qué diablos pasa? —la delicadeza nunca había sido una de sus fortalezas—. ¿Dónde rayos estás?
Me olvidé del tono de voz de ejecutiva y utilicé uno más familiar y sereno.
—En la sala de espera del hospital —me froté los ojos en un intento por sentir las
reacciones de mi cuerpo y asegurarme que aún estaba allí. Todavía quedaban esperanzas de despertar de un mal sueño.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
—Sí, yo sí. Es Norman. Tuvo un accidente hace unas horas —la voz se me cortó desde que pronuncié accidente.
—¡Dios! ¿Qué le pasó? ¿Cómo está? ¿Cómo está Norman?
Mi silencio agravó el usual desespero que caracterizaba a Quinn. Volvió a preguntarme cómo estaba nuestro amigo. Expliqué en un resumen, sin adornar la situación.
—Mal.
En ese instante, el silencio provino del otro lado de la línea.
Al rato:
—Voy de camino y me explicas en persona —terminó la llamada.
Apenas se apagó la luz en la pantalla del celular y escuché una voz masculina sobre todas las demás.
—¡Familiar de Norman Pierce!
Sentí que me llamaron, que esa persona era yo, aunque no lo fuera.
Levanté la mirada. Vi un enfermero en ropas azules, parado bajo el fino marco de una puerta que no se puede cruzar sin autorización. El hombre me miró y, al notar mi cara de angustia al escuchar el nombre de Norman, supo que era a mí a quien buscaba. Hizo un gesto con los papeles que tenía en las manos, una orden muda de que me acercara. Abrió la puerta un poco más y me señaló el camino con la mano libre.
—Ya puede ver al señor Pierce.
Seguí al enfermero a través de otras puertas adornadas con un letrero que leía “Unidad de Cuidados Intensivos”. Tres cubículos y llegamos al de Norman. Me pareció que no había equipo de hospital que no estuviese conectado a su cuerpo. Lo observé con detenimiento. El rostro había sufrido bastante, llevaba los pómulos inflamados y morados. El ojo derecho, una inflamación peor. La impresión fue tal que me quedé parada al pide de su cama, sin pestañear, con un nudo en la garganta, el estómago revuelto y la respiración entrecortada.
Cuando trabajas en la industria hospitalaria, llega el día en el que eres casi igual que los cirujanos: has visto tantos enfermos y tantos accidentes que muy pocas situaciones te sorprenden. En esta industria, de una u otra manera, nos volvemos inmunes ante el dolor humano. Un mecanismo de autodefensa.
Pero cuando quién está al otro lado no es un desconocido, la historia es distinta.
—Puede quedarse por unos minutos. La doctora Martínez vendrá pronto a hablar con usted.
No hizo más que el enfermero cruzar pie fuera del umbral y me acerqué a Norman. Con cada paso que daba, me parecía sentir el dolor de sus heridas en mi propia carne. Mis piernas no aguantaron tanto y caí de rodillas, al lado de su cama. Tomé su dedo meñique entre las manos. Empecé a hablarle como siempre él me hablaba a mí.
—No tengo tiempo para esto, Norman. Más vale que te levantes de aquí rápido. No es momento de tomar vacaciones. Eso se lo dejas a los demás
Apenas podía contener las lágrimas. Fue inevitable pensar en nuestra última conversación, hacía menos de veinticuatro horas. Norman llevaba una campaña contra mí. Se había empeñado en que me dedicara a vivir. Decía que dedicaba demasiado tiempo a estudiar y trabajar, que a los treinta y dos años era tiempo de
hacer algo más con mi vida.
“¿Acaso presentía que algo le pasaría?”
Sentí una mirada en la espalda, no logré levantar la cabeza. El peso de la tristeza profunda que me causaba verlo así era demasiado.
Desde la puerta, la mujer habló. Me pareció que no quería ver mi rostro destruirse ante las malas noticias. Como en toda profesión, debió aprender que esa era la mejor manera de dar noticias poco favorables: sin mirar la gente a la cara.
—No le voy a mentir. La situación del señor Pierce es muy delicada. Las próximas
cuarenta y ocho horas serán muy importantes para poder hacer una prognosis.
Entonces, la doctora Martínez se acercó. Me extendió la mano, me ayudó a levantarme del suelo. Sequé las lágrimas con las manos, me volteé hacia ella. El murmullo me salió bajito, muy bajito.
—¿Qué es lo que debería pasar en esas cuarenta y ocho horas?
—Su cuerpo debe iniciar el proceso de sanación, el sangrado intracraneal debe detenerse y la presión en las paredes del cerebro tiene que disminuir. Si todo eso sucede, tendremos buenas señales.
Hice una pausa corta en la conversación.
—¿Qué es lo peor que puede ocurrir? —pregunté, sin querer saber en realidad.
—Que el sangrado no se detenga o aumente, y que entonces cree daño cerebral permanente o, peor aún, que el cuerpo del señor Pierce entre en estado de shock y sufra un paro cardiaco.
El resumen que tejí en la cabeza me pareció más apropiado: “Dicho en palabras más sencillas, que se muera en cualquier momento.”
—¿Hay algo que pueda hacer, además de rezar?
De más está describir cuán impotente me sentía con tan solo esperar y quedarme sin hacer nada, a merced de que su cuerpo decidiera qué hacer.
—Sí, puede hacer algo más —me invadió un aire de esperanza—. Ayudarnos a contactar algún familiar directo, esposa, quizás hijos, alguien que de autorización para llevar a cabo las cirugías para reparar los huesos rotos.
El aire de esperanza se disipó.
—¿Y si no aparece nadie? —pregunté sin analizar lo que tal vez pudiera ella pensar.
Me miró un poco confundida.
—En el caso de que no se pueda conseguir a ningún familiar cercano, podemos proceder con el tratamiento necesario para garantizar la salud del señor Pierce, pero es debido documentar que se realizaron los esfuerzos por contactarlos. Estoy segura de que el inspector Puckerman se encargará de eso
Se acercó a Norman y comenzó a inspeccionar los medicamentos intravenosos que le administraban
—. ¿Qué relación tiene usted con el paciente? —preguntó, moviéndose con lentitud hacia los monitores que le mostraban cada rastro de vida que aún quedaba en Norman.
—El señor Pierce es un buen amigo...—un suspiro se me atravesó en el medio del pecho, interrumpiendo las palabras. “¿Por qué le doy detalles a esta persona?”, me pregunté. Como quiera, añadí—. Y mi jefe.
Al escuchar la explicación, la doctora me lanzó una sonrisa a medias. Con esas últimas tres palabras había formulado su propia respuesta. Imagino que con tantos años de práctica en la medicina ha escuchado tantas y tantas historias que una más no le sorprendía. Yo diría que la disfrutaba, más bien. Era como vivir en carne propia una novela. No pude quedarme mucho más junto a Norman.
Al salir me encontré a Quinn. No fueron necesarios los protocolos.
—Está jodido, ¿verdad?
Asentí con la cabeza mientras buscaba apoyo contra la pared. Necesitaba compartir con algo el peso que sentía dentro.
Quinn volvió a hablar.
—¿Bien jodido, poco jodido o demasiado jodido?
La personalidad de Quinn obligaba a que la gente diera por cierto que nunca tomaba las cosas en serio aunque no fuera cierto. Si yo hubiese sido una persona ajena, hubiera pensado lo mismo en ese momento.
—Bien jodido, Quinn. Bien jodido.
Comencé a llorar, esa vez con el alivio de poder hacerlo en un hombro conocido. Me abrazó con un brazo; Me abrazó sin fuerzas. Nunca había sido una persona empática.
—¿Qué carajos pasó?
Me apartó de su hombro. Había cumplido su cuota de consuelo. Dije que no tenía todo claro. Repetí la misma historia que me hizo el inspector. Que hubiese otro auto involucrado y que el conductor no se hubiera dignado a ayudar a Norman me llenó de una rabia increíble. De seguro los cachetes los llevaba rojos de la furia. Reparé en la mirada de Quinn cuando mencioné la posibilidad de que el otro auto se había ido a la fuga.
“Ni lo encontrarán”, fue lo que me pareció oír en la mirada de Quinn.
Pregunté.
—¿Qué pasa, Quinn?
Tan pronto se percató de que yo había percibido que no era sorpresa para ella parte de lo que le contaba, se refugió en su máscara de abogada, en su cara de poker. Esa yo me la conocía muy bien. Se habían cumplido diez años de conocerla y trabajar juntas a diario. Sabía que algo en mi recuento no le había sorprendido, pero no podía descifrar qué. Un frío impropio me transcurrió desde la espina dorsal hasta el cuello. Ha de ser lo que se siente cuando se quiebra la confianza en alguien. Una sensación muy desagradable, por demás. Me quedé mirándola fijamente a los ojos. De repente, entramos en una batalla de quién resistía más con la mirada sin parpadeo, quién quebraba su posición. Para mí no era novedad saber que Quinn prevalecería. Había sido adiestrada para ello. Le corría por las venas. Generaciones de abogados, fiscales litigantes en su familia... Acepté la derrota.
—Debes contactar a su familia.
—¿Por qué? —cuestionó, el tono desafiante.
—Los doctores necesitan permiso para llevarlo a cirugía.
—Ellos pueden proceder sin la autorización —soltó sin antes yo haber concluido de hablar.
Era muy cierto. Tenía razón. Pero, ¿por qué no contactar a la familia? Si alguien podía conseguirlos era ella, y su interés era nulo.
—¿Qué pasa, Quinn? —ya su actitud me irritaba.
Crucé los brazos.
—¿Qué pasa de qué, Santana? —y cometió un error.
Escondió las manos dentro de los bolsillos del pantalón, costumbre que usa para ocultar el movimiento que involuntariamente hacen sus dedos cuando miente o esconde algo. Se le olvidó que en algún momento me había confesado esa única debilidad.
—¿Por qué no quieres contactar a su familia? —insistí, porque parece que se le olvidaba que yo había sido su alumna, que me había enseñado varios trucos y algunas mañas de esas que ella dominaba.
Dio varios pasos atrás.
—Probablemente no sea lo que Norman quiera que hagamos —se encogió de hombros.
—¿Qué te hace pensar eso? —la tensión se sentía entre el vacío que creaban las pausas de nuestras palabras.
Quinn dejó escapar una buena cantidad de aire, hizo una mueca. Pareció que se le desinflaba el pecho.
—Santana, en todos estos años, ¿cuántas veces ha mencionado a su esposa o a su hija?
No quería admitirlo, pero Quinn tenía un buen punto. Permití a mi mente escaparse al pasado. En dos ocasiones había escuchado a Norman mencionar el nombre de su esposa, pero el de su hija, jamás.
“Brittany”, así se llamaba la muchacha. De tanto insistir, la asistente de Norman, Margaret, me lo dijo un día, no sin antes hacerme jurar que nunca se lo diría a nadie.
Quinn colocó su rostro frente al mío, lo acercó tanto que me sentí incómoda.
—En eso tienes razón, pero nosotras no podemos atribuirnos algo que no nos corresponde.
Aunque estaba muy sorprendida por su comportamiento, no se lo demostré. Tampoco retrocedí. Permanecí en posición de desafío. La cara de poker.
—Por eso. No nos corresponde a nosotros. Deja que la policía haga su trabajo.
Una tercera voz interrumpió la conversación, un deseo hecho realidad.
—Seguro, ese es nuestro trabajo.
Puckerman se había acercado a espaldas de Quinn, alcanzando a escuchar nuestros desafíos torpes. Quinn se volteó hacia Puckerman, antes me lanzó otra mirada habladora: “¿Por qué carajos no me advertiste?”
El inspector, quien debió trabajar toda la madrugada, llevaba el semblante fresco. Estiró una mano.
—Inspector Puckerman.
Quinn sacó la mano derecha de su escondite, correspondió el gesto.
—Licenciada Fabray.
Puckerman sacó del bolsillo derecho del pantalón el papel donde yo le había escrito la información de la abogada de Norman. Desdobló el papel, lo observó por una fracción de segundo y una sonrisa se le dibujó en los labios. Unos labios muy deseables, de hecho.
—¿Ha dicho usted Fabray? —preguntó a Quinn, regalándome una mirada de
agradecimiento.
—Sí —Quinn respondió.
—Entonces, creo que voy a hacer mi trabajo. ¿Usted es la abogada del señor Norman Pierce? —Puckerman lucía relajado, se disfrutaba el momento.
Quinn me lanzó otra mirada de hastío, seguramente preguntando en su estilo particular: “¿Cómo rayos sabe eso?” Buena alumna al fin, no dejé que se me escapara la cara de poker.
—Soy la abogada corporativa de Medika, la empresa del señor Pierce —hizo énfasis en “corporativo”. Mujer de pocas palabras. Esa era otra de sus mañas distintivas.
—Licenciada, vamos a ahorrarnos los tecnicismos. Necesitamos contactar a la familia del señor Pierce. ¿Usted puede hacerlo o facilitarnos la gestión?
Quinn era astuta. Sabía que no le convenía levantar sospechas o echarse de enemigo al inspector.
—No tengo contacto con ellos. Tampoco números de teléfono. Hace años Norman me facilitó una dirección. No sé si sea la actual.
El inspector sonrió.
—¡Perfecto! Por algún lado hay que empezar. La veo luego del almuerzo en su oficina.
Quinn sacó la otra mano del bolsillo e hizo un movimiento en el aire.
—No es necesario, inspector. Se la puedo enviar por correo electrónico, si me facilita los datos.
Este clásico encuentro entre abogada y policía me pareció entretenido. Quinn, bravucona que se creía, sabía escoger cuáles batallas pelear. Ciertamente, con el policía no podría anotar siquiera un punto a su favor.
—No se moleste, licenciada. Como quiera tengo que ir a Medika.
Eso no le gustó a Quinn. Dejó que las manos volvieran a su escondite. Puckerman, por otra parte, se mostraba satisfecho con lo que había logrado.
—Si me disculpan, me despido por ahora —movió la cabeza, excusándose, y caminó con ese andar apresurado con el que se mueven sus piernas.
Antes de que pudiera irse, mi garganta dejó escapar su nombre. Detuvo el paso, se volteó hacia mí.
—Sí, señora López.
—¿Alguna novedad sobre el accidente?
Olfateó mi ansiedad. Negó con la cabeza.
—Espero poder tener más noticias pronto —la información no me reconfortó, por supuesto.
Aún así, di las gracias, por cortesía
— No tiene qué agradecer. Es nuestro trabajo —miró a Quinn
—.¿No es así, licenciada?
Definitivamente, el inspector sí había elegido a Quinn como una de sus batallas a ganar.
—Sí, sí —respondió la abogada, sin apartar ni un instante la mirada de la de Puckerman, quien luego de escuchar la respuesta, dio media vuelta y continuó el andar.
Tan pronto el policía cruzó la puerta, Quinn se me acercó y me apretó el brazo.
—¡Gracias, Santana!
—¿Gracias por qué? —traté de sonar como una niña ingenua.
—Porque ahora tengo al sabueso ese encima.
Quinn sí que estaba molesta conmigo. Quité su mano hostil de mi brazo y retrocedí un poco. Tenerla tan cerca me incomodaba como nunca antes me había incomodado una cercanía.
—¿Y yo qué culpa tengo? ¿Dónde rayos está escrito que en caso de que Norman sufra un accidente que lo deje en coma inducido no puedo ayudar a la policía y darle el nombre de su abogada?
Volvió a acercarse tanto que pude sentir el calor de su aliento mientras hablaba.
—¡Eso se llama tener sentido común, Santana!
—¡Vete al infierno, Quinn!
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 3
Dejé a Quinn con las palabras en la boca. Salí del hospital con lágrimas enredadas en los párpados y el mismo paso apresurado que Puckerman.
Abrí la puerta del auto, me metí dentro. Lancé un grito y un golpe al guía. Me puse el cinturón y arreglé el retrovisor. Saliendo del hospital, en dirección a casa, sonó el celular. Me estacioné al lado de la carretera. Busqué al maldito, que se había perdido otra vez, en la cartera. Esa vez me fijé que el nombre de Quinn apareció en la pantalla.
—¿Qué quieres?
—Santana López, como abogada corporativa de Medika, te ordeno a limitar la
comunicación con la policía y a no emitir declaraciones a la prensa. Yo seré quien se encargue de emitir las declaraciones y la información que considere prudente a quienes considere necesario.
La sonrisa que se me escapó y que ella no vio emitió un chasquido.
—¡No me jodas, Quinn! —eso tenía que ser una broma.
—Es una orden, López. Si no sigue mis instrucciones, usted se atendrá a las consecuencias —tragó y tomó un respiro—. Usted sabe a lo que se expone. ¿Entendido?
Quinn hablaba en serio, y aunque me molestara el tono tan pedante con el que se dirigía a mí, entendí que solo cumplía con su trabajo. Las palabras se escucharon en un susurro.
—Entendido.
—Bien —la línea se cortó y hubo silencio.
Llegué a casa y me olvidé del baño que tanto quería darme. Me acosté, rendida, en la cama, a recargar energías, deseando que todo fuera un sueño. Un sueño horrible y nada más.
“No lo es, Santana, es una realidad desagradable.” Con ese pensamiento en la cabeza fue que me dormí, a saber cómo.
Poco después del medio día arribé a las oficinas de Medika. Entré por la parte posterior, que solo los miembros de la directiva tienen acceso. Quería pasar desapercibida. No estaba en ánimos de dar explicaciones ni contestar las preguntas que, de seguro, querían hacerme. Vamos, que tampoco tenía las respuestas.
A punto de entrar sigilosa a mi oficina, una voz, de la cual no me podía escapar, gritó mi nombre. Se trataba de Sam, mi asistente y el encargado de las comunicaciones corporativas. Si había alguien con quién debía compartir lo sucedido, ese alguien era él. Aún así, me pesaba volver a repetir lo poco que sabía.
—¿Estás bien? —noté preocupación sincera en su rostro. Retiró de mis manos mi bolso y el bulto de la computadora portátil. Siempre hacía lo mismo.
—Sí —mentí.
Se acercó y disminuyó el tono de voz, evitando que alguien más escuchara.
—¿Es cierto lo de las noticias?
—No sé de qué hablas —dije, porque me sorprendió que los rumores se esparcieran como pólvora en los medios de comunicación del país. Si los periodistas se habían enterado, lo próximo era buscar las reacciones de Medika.
—De Norman —dijo, todavía más bajo.
No sería bueno ocultarle la verdad. No a él. Nos habíamos conocido en la universidad. En un principio, su acercamiento hacia mí se debió a una extraña atracción sexual. Debo confesar que yo tampoco tenía otras intenciones con él. Siempre ha sido un hombre atractivo pero siempre pensé que es 100% gay. Nos conocimos porque estudiamos en la misma universidad de los Estados Unidos continentales. Eramos irresistibles. Al menos, eso es lo que siempre presumía Sam. ¿La realidad? Para mí nunca fue ventaja.
Él tenía la piel bronceada por el sol y, para ese entonces, llevaba el cabello largo, lo suficiente como para que se le hicieran los rizos. Volvía locas a todas, hasta a las profesoras, de seguro. Se delataban con las miradas furtivas que le lanzaban, en las babas que por poco se les caían cuando él interactuaba con alguna. Sam portaba ese look de surfer eterno. Y sí, nos revolcamos. Pero solo una vez, jamás volvió a ocurrir. No porque no se sintiera bien, sino porque no estuvo bien. En
solo unos meses la atracción había quedado en un segundo plano, nuestros lazos de amistad se habían hecho fuertes. Que fuéramos amigos, de pronto, tuvo más valor que el sexo. Cuando comencé a trabajar en Medika, Sam ya gozaba de mi confianza. Norman me dio la oportunidad de contratar a mi equipo de trabajo. Al primero que traje fue a Sam.
—No sé qué dicen los medios —comencé a decir, bajito como lo hacía él—. Estuve horas en el hospital. Ven, hablemos en mi oficina.
Sam cerró la puerta y se sentó en una de las sillas negras frente a mi escritorio. Me sorprendió que no prefiriera sentarse en el sofá elegante, que era su mueble favorito en todo el edificio. A veces le permitía trepar los zapatos, siempre y cuando estuvieran bastante limpios. Ante la anomalía, yo tampoco me senté en mi silla, sino en la que estaba a su lado. Descansé los codos en la madera.
—Norman tuvo un accidente.
—Eso ya lo sé. ¿Cómo está? ¿Qué le pasará? —la desesperación se apoderaba tanto de él como de mí. Yo también quería saber cómo estaba, si lograría sobrevivir esto.
—No muy bien —aparté la mirada y la fijé en el suelo—. Está mal. Muy mal. Ya que la noticia es conocimiento público, necesitaré tu ayuda —a mirarlo, volví—. Hay que enviar un memorándum en el que comuniquemos de forma escueta lo ocurrido. Debemos enfatizar, además, que cualquier solicitud de información que hagan los medios debe ser canalizada a través de ti.
Sam asintió con la cabeza.
No había tiempo para lamentos, solo para trabajar. “The show must go on.1” Así hubiera ordenado Norman.
Retomé la palabra.
—Asegúrate de no pasar ninguna comunicación a los medios sin que Quinn y yo la hayamos aprobado primero. Si la policía visita Medika, Quinn debe canalizar su presencia.
Sam no dijo nada. Me miró como si no entendiera las instrucciones, como si esperara que dijera algo más, que explicara mejor.
—Eso es todo —concluí.
Sam no es fácil de engañar. Es mi único amigo, quien único llena los requisitos para llevar ese título. Sabía que estaba ansiosa, y cuando me pongo así, a veces no actúo con normalidad. Pero también es un buen comunicador, sabía que escondía algo entre tantas instrucciones.
—¿Qué pasa, Santana? —me miraba con esos ojitos de súplica que siempre me hacían bajar la guardia.
Me costó trabajo hablar.
—No sé. Realmente no lo sé, Sam. Y hasta que no lo sepa, es mejor seguir instrucciones. Algo no está bien, pero no sé qué es aún.
Con eso le bastó. Se levantó de la silla y caminó hasta la puerta.
—Iré a escribir el memorándum para los empleados —anunció.
Volvió a entrar casi tan rápido como salió. Yo todavía estaba sentada en la silla que no era la mía, con la cara hundida en las manos.
—El inspector Puckerman está en recepción. Pregunta por ti.
—¿Por mí? —le pregunté a él, como si supiera la respuesta.
Si no mal había entendido, Puckerman vendría a buscar los datos que Quinn le facilitaría. ¿Por qué vendría a verme a mí también?
—Sí, pregunta por ti. ¿Quieres que llame a Quinn?
Esas eran las instrucciones precisas de la abogada. Que la llamaran a ella. Que esa sería la única manera correcta de manejar la situación.
—Dile que iré en unos minutos. Yo me encargo de Quinn.
Levanté el teléfono para avisarle a Quinn sobre la presencia policíaca en las facilidades de Medika. El coraje que sentía hacia Quinn me hizo desobedecer sus instrucciones. Además, quería saber más sobre el caso.
Sam, quien todavía no se había ido de la oficina, vio que colgué el teléfono y soltó su sonrisa de complicidad.
—Así me gusta, que seas una niña buena y sigas instrucciones.
Medio escondida tras una gran columna, observaba a Puckerman. Llevaba el cabello de color oscuro medio despeinado, así lucía desde la madrugada, un aditivo al aire interesante que se le salía por los poros. La chaqueta crema que llevaba puesta mostraba un ligero desgaste en el área de los codos, que delataba que era su acompañante fiel en horas de trabajo. Incluso con los tacones que yo
llevaba puestos, Puckerman era más alto que yo. Tenía un lunar en la mejilla derecha. De cuando en vez obtenía más mi atención ese lunar que sus impactantes ojazos de color caoba.
El inspector jugaba con unas llaves en la mano, a veces se le escapa el peculiar tic de hacer ruidos con los zapatos. Cuando se aburría de mirar la pared o el techo, alargaba el cuello con la intención de ver más allá, quizás con la esperanza de verme entre tantos empleados.
De pronto se me ocurrió que a lo mejor con la actuación de tipo nervioso lo que hacía era fotografiar en sus ojos cada detalle que pudiera sobre nuestras facilidades.
—Buenas tardes, inspector —nos estrechamos las manos.
—Buenas tardes, señora López.
—Señorita —corregí su error.
Una vez, descuido cualquiera; dos veces, idea dada por cierta. Sus ojos soltaron una chispa y la comisura de sus labios se curveó.
— ¿En qué lo puedo ayudar?
Insistió en que le gustaría que fuéramos a un sitio donde pudiéramos hablar con más privacidad. “Claro, si existen muchos sitios aquí donde podemos hablar y hacer lo que usted quiera con privacidad”, fue la respuesta que le di en la mente. ¿De dónde salían pensamientos tan llenos de lujuria hacia él?
—Podemos hablar en mi oficina.
Sin pedírselo, la recepcionista me tenía listo un membrete de “visitante”. Se lo entregué a Puckerman y pedí que se lo adhiriera a la chaqueta.
Mi oficina se encontraba al lado de la de Norman, al final de un largo corredor decorado con obras abstractas pintadas al óleo. El inspector caminaba a paso lento, sin apuro, observando cada obra en detalle.
—Son muy impresionantes. ¿De quién son?
Pasé la vista por algunas de ellas antes de contestar.
—Del señor Pierce.
El hombre me lanzó una mirada de desaprobación. Admitió que no tenía porqué usar formalidades con él.
—De Norman —corregí. Entonces, él también corrigió.
—Quise decir, ¿quién es el pintor?
Retrocedió unos pasos para ganar distancia y apreciar mejor los cuadros.
—¡Ah! No lo sé. A mi entender, son de un artista anónimo —lo acompañé en la
contemplación. Hacía eso cada tarde antes de ir a casa.
—. Norman tiene una ligera obsesión con ellos.
Son grandiosos, sí, pero por alguna razón me hacen sentir... incómoda.
Resolví mantener el pico cerrado. ¿Por qué le contaba cómo me alteraban el ánimo unos cuantos cuadros abstractos? No perdió oportunidad para lanzar unas cuantas preguntas.
—¿Sí? ¿Y eso por qué?
—No sé... ¿porque me hacen sentir triste, quizás? A veces imagino que el artista debe ser una persona muy solitaria y melancólica —no quise añadir la verdad que continuaba: que en ellas me veía reflejada de una manera u otra. No siempre entendía la razón, pero allí estaba yo. Cada vez. Sola.
Conocía a muchas personas, y solo unas pocas eran parte de mi vida, de mi entorno íntimo.
Pero eso no quería decir que yo fuera una persona triste. ¿Verdad? No, no era una persona triste. La tristeza no tenía cabida en mi vida.
Al menos, no hasta el momento en el que observaba esas pinturas.
—¿Realmente quiere saber por qué me hacen sentir así? —Me detuve frente al cuadro que colgaba de cara a la puerta de la oficina de Norman—. Esta obra transmite dolor, furia de la que se siente cuando alguien te traiciona.
Puckerman alzó la frente.
—Creo que algún día podría solicitar sus servicios en alguna investigación. Me parece que su interpretación ha sido muy acertada. Estoy asombrado.
Una carcajada se me escapó y provocó una risotada aún más fuerte en el inspector. Entre risas, llegamos a mi oficina. Se sentó en la misma silla en la que Sam se había sentado minutos antes. Volví a sentarme en la silla adyacente.
—Vine hasta aquí porque quería saber cómo estaba usted, señorita López. Sé que todo esto la ha abrumado bastante.
—Estoy un tanto cansada, pero bien. ¿En qué lo puedo ayudar? —volví a insistir.
—Los forenses e investigadores culminaron la búsqueda de pruebas en el área donde hayamos al señor Pierce.
El silencio no fue cómodo. Tragué fuerte. El corazón me latía con fuerza.
—Y ¿qué noticias trae? ¿Qué fue lo que sucedió?
Puckerman lanzó un suspiro.
—Esta no es una versión oficial, porque estas cosas no funcionan así de rápido, pero sí le puedo adelantar que esto no aparenta haber sido un accidente de tránsito... con otros autos.
De pronto me pareció que el inspector había dejado de hablar español, que hablaba francés, o chino, quizás jeringoza.
—¿Qué le hace pensar eso? —logré formular.
—No hay pruebas que indiquen que el auto perdió el control antes de impactar las vallas.
Me quedé con la mente en blanco, otra vez sin entender la lengua en la que el hombre me hablaba. A lo mejor así se sienten algunas personas cuando le dicen que han ganado la lotería. Pero yo no había ganado la lotería. La perdía. Y era como si, de cantazo me quitaran todo, hasta el aire del pecho.
De poco en poco me llegó el análisis. Si no había sido un choque entre vehículos, entonces, ¿qué opciones quedaban? No me atreví a preguntar, por miedo a lo que podría escuchar. Me causó cierta curiosidad darme cuenta de que él compartía esos detalles conmigo. Como usualmente suele suceder, la boca reaccionó primero que la razón.
—¿Por qué me dice esto? —sus ojos se convirtieron en signos de interrogación.
—¿Por qué le digo qué? —preguntó, sabiendo la respuesta y tratando de disimular las muy indecentes ganas de reír.
—¡Estos detalles! ¿No se supone que se los callen hasta que tengan todo esclarecido?
Su rostro se limitó a bajar la guardia.
—Santana —habló con un tono apacible, todo ternura—. ¿La puedo llamar Santana?
—Ese es mi nombre —enfaticé.
No quedaron señales de alerta en su rostro.
—Santana, creo que has visto demasiadas películas y series de televisión —no pudo suprimir los deseos de reír. La risa se manifestó a coro. Cuando logramos calmarnos, añadió en un tono más real—: Pienso que hay algo más detrás del accidente de Pierce.
¡Qué capacidad tenía ese hombre para cambiar de conversación en segundos! Claro, pura estrategia para causar confusión e identificar mentiras. Iba a comentar algo, y alguien tocó a la puerta. A través de la pared de cristal divisé a Quinn. Tuvo que haberle costado muchísimo no interrumpir sin autorización, como siempre hacía. De seguro quiso demostrar los modales que en realidad escatima. Sin esperar invitación, abrió la puerta y entró.
—Inspector Puckerman, buenas tardes. Disculpe el retraso —me lanzó una mirada que no aparentaba tener significado alguno, pero yo sí sabía lo que significaba.
En ese entonces refresqué la memoria del porqué Puckerman estaba autorizado en Medika.
—No se disculpe, licenciada, si he aprovechado para dialogar con Santana
—Quinn lo disimulaba a la perfección, pero yo, que la conozco desde hace tanto tiempo, sabía que estaba a punto de ebullición.
Yo había desobedecido sus instrucciones. “Y qué bien se siente.”
—Acompáñeme a mi despacho y con gusto le facilito la información que quedó pendiente. Puckerman se levantó.
—Santana, que tengas linda tarde. Nos mantendremos en contacto.
Ya el saludo y la despedida con las manos era costumbre, una costumbre que me hacía sentir muy bien. Su mano era delicada, tan delicada que me era imposible imaginarlo disparando un arma con ella.
—Igual para ti —respondí, tuteándolo a propósito para acabar de desquiciar a Quinn.
Avancé a enviar unos correos electrónicos. Quería irme de la oficina antes de que Quinn terminara con el inspector, pero esperando para revisar la comunicación a los empleados que preparaba Sam, no logré salir a tiempo. Quinn regresó a mi oficina antes de mi ansiado escape. Se quedó parada en la entrada, la puerta cerrada a sus espaldas. No tenía escapatoria de lo que me esperaba.
—¿Y entonces, Santana?
—¿Ya se fue Puckerman?
Alzó el tono de voz.
—¿Por qué no seguiste mis órdenes?
Del interior se me salió una risita ahogada. “Así que no eran instrucciones, sino órdenes.”
Realmente me molestaba muchísimo la actitud de Quinn. Era momento de aclarar roles en esta nueva realidad que se presentaba.
Me levanté del asiento y bordeé el escritorio, deteniéndome justo frente a ella, quien observó cada paso que daba para acortar nuestras distancia.
—Creo que debo recordarte varias cositas, Quinn. La segunda persona al mando de esta compañía, soy yo. Por tal razón, yo decido cómo se manejan los asuntos mientras Norman se recupera —nunca hubiera querido llegar a semejante grosería, porque esa no era yo, quien siempre me he caracterizado por lo pacífica y tranquila, pero no me quedó más remedio.
—Santana, ¡coño!, tienes que entender. Por eso mismo es que quiero protegerte —su tono bajó decibeles—. No debes asociarte con lo que le sucedió a Norman. No le conviene a la empresa.
—¿Qué dices? —aunque hablábamos casi a la vez, mi voz se escuchaba por encima de la suya.
—. ¿Qué sabes tú que no me quieres decir? ¿Y cómo es que también sabes lo que me conviene y lo que no?
—¡Qué de preguntas haces! —ahora era yo la que invadía su espacio y eso no le gustaba.
—.No sé nada de nada, Santana
dio un paso atrás, llevó la mano derecha a la frente. Conocía al dedillo ese gesto. Hilvanaba su historia, la historia que quería venderme. Con voz más calmada, comenzó el acto
—. Santana, mi trabajo es velar por los intereses de la compañía. Tú mejor que nadie sabes todo lo que le ha costado a Norman lograr esto. Él no querría que Medika se viera afectada por su situación personal.
Relajé los hombros y la quijada, me aparté unas cuantas pulgadas.
—Sí, sí, sí, Quinn. Lo que digas. A mí no me vas a convencer con esa historia. Tú sabes, o al menos sospechas, qué le pasó a Norman. ¿En qué líos andan metidos ustedes?
Su tono volvió a subir.
—¡Aquí no hay líos! Ya te dije, no sé nada. Solo hago el trabajo que me corresponde: velar por los mejores intereses de esta compañía. Te recomiendo que bajes la guardia conmigo, Santana. No olvides que soy tu aliada. ¡Siempre! No busco hacerte ningún mal.
Hice un irrespetuoso acto de reverencia.
—Como usted diga, aliada —una mirada de enojo acompañó el breve silencio.
—.Agradeceré que revise el memorándum a los empleados que redactó Sam. Si está de acuerdo, autorice la distribución.
Se atrevió a cuestionarme cuando vio que tomaba el bolso y el celular.
—¿A dónde vas?
Me detuve, a punto de abrir la puerta. Me volteé y respondí, porque responderle debía estar incluido en sus “instrucciones”.
—A la mierda —abrí la puerta.
—¡Que te vaya bien!
El estruendo a mis espaldas enmudeció sus palabras.
Brittany
“¿Por qué creen que me importa que se esté muriendo? Si supieran que es lo que he deseado casi toda mi vida...”
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Un sin fin de cabos sueltos y mucho misterio rodea al sr pierce, su familia y su empresa, me imagine que Brittany lo odiaba, ahora a esperar que lleguen las herederas!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Pues si un misterio la relación de Pierce con su familia, supongo que algo malo para que Britt deseé eso :/
Y bueno San sufriendo por no entender nada de lo que pasa, y Quinn sin facilitarle las cosas, pero si es como le dijo que lo hace para protegerla, ni modo aunque no le guste como van las cosas.
Y esperó que no pase nada entre ella y el inspector jajaja
Y bueno San sufriendo por no entender nada de lo que pasa, y Quinn sin facilitarle las cosas, pero si es como le dijo que lo hace para protegerla, ni modo aunque no le guste como van las cosas.
Y esperó que no pase nada entre ella y el inspector jajaja
JVM- - Mensajes : 1170
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Que tanto esconde medika quinn y sobretodo norman????
Que quinn sea la abogada no tiene derecho a tratar así a san....
Que hizo norman para que britt quiera su muerte???
Que quinn sea la abogada no tiene derecho a tratar así a san....
Que hizo norman para que britt quiera su muerte???
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
micky morales escribió:Un sin fin de cabos sueltos y mucho misterio rodea al sr pierce, su familia y su empresa, me imagine que Brittany lo odiaba, ahora a esperar que lleguen las herederas!!!!!
si hay muchos cabos sueltos la historia al comienzo es confusa pero despues todo encaja, y si Brittany lo odia ya veras cuanto y porque.
Bueno puedo decirte que la heredera es unicamente Brittany, Isabel que es su madre no es heredera, solo se esta aprovechando de norman por estar enfermo.
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
JVM escribió:Pues si un misterio la relación de Pierce con su familia, supongo que algo malo para que Britt deseé eso :/
Y bueno San sufriendo por no entender nada de lo que pasa, y Quinn sin facilitarle las cosas, pero si es como le dijo que lo hace para protegerla, ni modo aunque no le guste como van las cosas.
Y esperó que no pase nada entre ella y el inspector jajaja
Si todo un misterio que ya van a ver como es tan torcido, no quiero hacerme spoiler yo misma sigan leyendo please.
Aca Quinn no es tan amiga de Santana, aunque no deja de protegerla.
Puck y Santana, jamas en mis historias, jajajajja
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
3:) escribió:Que tanto esconde medika quinn y sobretodo norman????
Que quinn sea la abogada no tiene derecho a tratar así a san....
Que hizo norman para que britt quiera su muerte???
Lo que Norman esconde es muy importante y valioso y no deja de ser doloroso tambien, hay cierta culpabilidad, pero no quiero adelantar nada, ya me hecho mucho spoiler, ando bien suelta el dia de hoy.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 4
Una semana después del accidente y Norman no me daba señales de mejoría. Me registré en la ventanilla de la unidad de cuidados intensivos. Esa tarde, una enfermera que no había visto antes se encargó de la autorización.
—¿Nombre del paciente?
—Norman Pierce —dirigió la mirada a la lista eterna de pacientes. Una sonrisa amigable se le dibujó en el rostro.
— Ahora sí pueden verlo.
No fue hasta después de firmar unos papeles que extendía hacia mí que repensé las palabras dichas.
—¿Cómo que ahora sí? Conozco las horas de visita. ¿Alguien más ha venido?
Yo era la única persona autorizada a verlo.
—Hace un rato, sí, una joven preguntaba por él.
—¿Una joven? ¿Quién?
Mi rostro no debió reflejar simpatía.
—Se fue sin decirme nombre —se sonrojó—. Era muy guapa, y tenía los ojos claros azules creo.
La respuesta que me dio no me pareció muy profesional. Me quedé con la duda en la mente. “¿Quién habrá sido?”
—Gracias —crucé la puerta hacia el área de habitaciones.
En la de Norman, el sonido de los aparatos médicos formaba una sinfonía aterradora. “Una joven guapa estuvo preguntando por ti”, no podía dejar de pensar en eso mientras observaba el rostro hinchado y herido. “¿Habrá sido Puckerman?” pero ella dijo una joven.
Halé el único asiento que había en la habitación y me senté junto a la cama. Tenía
demasiadas preguntas, y quién único podía darme respuestas estaba temporeramente callado.
—¿Qué has hecho, Norman? ¿En qué estás metido? ¿Qué pasó? ¿Cuándo despertarás? Te toca arreglar tu oficina, despedir algunos empleados vagos, arreglar tu vida y tus cosas...
El sermón no terminaría. Una voz me interrumpió.
—Es bueno que hagas eso. Necesita una voz conocida y amistosa, aunque me temo que por el momento no despertará —verificó la línea del suero—. Aún continúa sedado.
Me sequé las lágrimas.
—Su progreso es muy lento, pero fíjate: la buena noticia es que está progresando.
No pude aguantar la alegría que esas palabras causaron en mí. Miré el rostro de Norman y sonreí. Unas lágrimas nuevas rodaron por mis mejillas. La doctora continuó la charla, mirándome con cierta distancia. Con tal de que me diera noticias sobre Norman, soportaría todas esas miradas y los dramas diarios que de seguro se imaginaba.
—El sangrado se detuvo, señal de que su cuerpo está reaccionando. Es muy prematuro para una prognosis, pero sin duda alguna es buena señal. De seguir así, y si la inflamación de su cerebro continúa mejorando, podremos proceder con las operaciones para repararle los huesos.
Bajé la cabeza, una reverencia en agradecimiento.
La doctora se marchó y volví a mirar a Norman, a peinarle un poco el pelo que lo tenía desaliñado. Siempre le ha gustado verse presentable. Sin cambio de rutina transcurrieron dos semanas. El progreso de Norman era lento, muy lento. Al principio, el personal de enfermería me sacaba casi a patadas cuando terminaban las horas de visitas. Después de unas semanas se volvieron mis amigos. Les llevaba donas, café, charlaba con ellos. Podía entrar y quedarme el tiempo que se me antojara. De seguro pensaban que era la novia, o la amante. ¿Por qué más alguien estaría al lado de su jefe día y noche? Me preguntaba qué rumores corrían de boca en boca, las conclusiones debían ser incontables. Nadie sabía la verdad, nadie conocía nuestro pasado. La doctora Martínez llevaba las preguntas de chismosa reflejada en la mirada. Nunca quise otorgarle más datos de los que ya tenía. Nunca me dieron ganas de explicarle. Aunque Norman era un hombre muy exitoso que había acumulado una gran fortuna por su extraordinaria capacidad de hacer negocios, nunca había perdido su norte: contribuir a mejorar las condiciones de vida de aquél que se le cruzara en el camino. Por su cualidad de negociante, los enemigos le llegaban en decenas. Sin embargo, según Norman, los únicos enemigos que realmente existen son la pobreza y la corrupción.
“Y hay algo más que me ata a este hombre, pero no sabría cómo describirlo...”
Las noches en vela en el hospital me pasaban factura. El cansancio me acompañaba durante el día y ni una tonelada de maquillaje disimulaba la oscuridad que se me colaba bajo los ojos. Por suerte, al inspector no lo vi más, sacando aparte las dos veces que nos saludamos y me actualizaba sobre las gestiones que llevaba a cabo para contactar a la familia de Norman. En
resumidas, no había tenido éxito. En ese tiempo, Quinn y Sam lograron calmar a los medios, que no hacían más que intentar obtener datos sobre la salud de Norman, a ver si una exclusiva subía el rating2periodístico. A los días, los medios de comunicación dejaron de interesarse. Otros acontecimientos del ámbito político
ocuparon las primeras planas del país. Nunca pensé que tuviera algo que agradecerles a los políticos.
Los proyectos de Medika seguían su rumbo. Las decisiones que generalmente tomaba Norman me tocaban a mí. Debo confesarme: antes de hacerlo, iba a su cuarto y le contaba sobre propuestas, anuncios y demandas. Le consultaba primero, aunque no pudiera responderme. Su espacio en el hospital se había convertido en mi espacio de paz, de filosofar, de tomar, precisamente,
decisiones.
Cuando llegaron las buenas noticias de que la inflamación en su cerebro había disminuido lo suficiente como para retirarle el medicamento que lo mantenía sedado, me invadió una incomparable alegría y agradecí a Dios mil y una veces.
Una tarde de esas, al tercer día de haberle retirado los medicamentos, sucedió algo que no me esperaba.
Tenía su cama cubierta de papeles esparcidos. Buscaba la manera de ampliar la
distribución de nuestros servicios y productos.
—¿Crees que debemos hacer negocios con el distribuidor de El Salvador? Yo creo que...
Una tos leve, un susurro.
—No, ni de mier...da.
La emoción fue tan grande que el brinco me hizo tropezar con el carrito del suero. Por poco le saco las agujas de sitio. Le besé la mano, le besé las mejillas. Las lágrimas le empapaban el rostro.
—Tranquila —la tos lo interrumpió, no cesé de abrazarlo—. Por Dios, Santana, esto es acoso.
Reímos.
Mi queridísimo Norman había vuelto a la vida. Pulsé el botón de llamada a enfermería y la habitación se llenó de gente en menos de un minuto. Tuve que salir en lo que tanto médicos como enfermeros hacían las evaluaciones de rigor. Mi emoción era tanta que quería compartirla con alguien. Pensé en llamar a Quinn, desistí. Una vez que alguien pierde mi confianza, es casi imposible que la recupere. Llamé a quien menos debía llamar.
—Inspector Puckerman —saludó.
El sonido de sirenas lo acompañaba, un ruido irracional.
—Hola —fue lo único que se me ocurrió decir.
—¿Santana? —¿había reconocido mi voz o había visto mi número reflejado en la pantalla de su celular?
—Sí. Disculpa es que... —dudé si continuar la llamada.
—Santana, ¿está todo bien? —el tono de voz reflejaba consternación y asombro.
—Sí, Norman acaba de despertar.
Un silencio de voces, solo las sirenas en el auricular.
Cuando reaccionó, su voz sonó más relajada.
—Eso es muy alentador, Santana.
—Sí... —repetí y me encontré sin más palabras—. Los médicos le hacen una
Evaluación rutinaria. Debo colgar. Solo necesitaba compartir con alguien esta gran noticia. Gracias.
Debió haberse imaginado que sonreía.
—No, no. ¡Gracias a ti por compartirla conmigo! Nos veremos luego en el hospital.
Todavía debo entrevistar al señor Pierce.
Cuando colgó, un pensamiento me invadió la cabeza y no me dejó en paz el resto de la tarde. “¿Habré hecho bien en llamar a Puckerman?”
Los días pasaban y la mejoría de Norman iba a paso cada vez más lento. En varias ocasiones tuve que informarle a Puckerman que todavía mi amigo no estaba listo para la entrevista, que la doctora Martínez tampoco lo aprobaba.
—Yo no quiero importunar, Santana, pero tengo un deber que cumplir.
Con facilidad, la voz dulce que empleaba me convencería si no mantenía la guardia. “Si me dijeras que me baje los pantalones o me suba la falda, no lo pensaría dos veces.”
—Lo entiendo, pero... —pausé—, entiéndeme. Mi deber es velar por la salud de Norman.
—¿Y por qué es tu deber?
Ansiaba una respuesta verdadera. Puckerman era otro más en la lista de los que no entendían qué era lo que me unía a Norman. Una relación íntima, por supuesto, y no de ese tipo. No fue fácil mantener la mirada fija en sus ojos. Tampoco confesar la verdad.
—Porque ese hombre es lo único que conozco por familia. Ha cuidado de mí, ha sido mi mentor, mi amigo, casi mi padre... durante más de veinte años —sus ojos aún buscaban otra respuesta
—. ¡Y no! ¡No soy su novia ni su amante ni su...! —no dije la otra palabra que pensaba. Aunque esa era la respuesta que esperaba, le sorprendió. Sentí en nosotros algunos ojos curiosos. No miré a nadie. Bajé el tono de voz
—.¿Complacido?
La expresión en su rostro valió oro. Las palabras se le atragantaron.
—No tienes porqué mirarme así. Esa es la gran pregunta que todos aquí se hacen. ¡Felicidades! Tienes la primicia. Ahora, si me permites, debo regresar donde el señor Pierce.
Sin darle tiempo a que lograra sacar las palabras de la garganta, me alejé. Espero que haya entendido que ese señor que estaba a punto de pasar a mejor vida era una de las dos personas en quien confiaba a plenitud, quien, a mi entender, detrás de todas esas máquinas tenía el corazón más noble del planeta, quien había creído en mí siempre y me había dado oportunidades otrora imposibles si él
no hubiera estado ahí.
Norman pasaba más tiempo despierto que sedado. Las cirugías fueron un éxito, pero las barras de titanio en cada pierna le propiciaban tanto dolor que, a veces, debían administrarle medicamentos fuertes.
—¿Cómo van las cosas en la oficina? —tras la pregunta, un quejido.
—¿Qué importa la oficina, Norman? Todo está bajo control.
Rió.
—Sé que debes tener todo bajo control, es que no dejo de preocuparme. Debes ir a descansar, ¿sabes? ¡Mira la hora!
Afloraba el tono autoritario. En definitiva, se ponía cada vez mejor.
—Estoy bien —pero el bostezo me delató.
Volvió a reírse.
—¿Viste tus ojeras?
—Gracias por el cumplido, Norman. No sé ni porqué prefiero hacerte compañía, si
Ya volviste a ser el mismo insoportable de antes.
Las quejas fueron silenciadas por una tos y otra queja todavía más irritante.
—Santana, vete a descansar.
—¿Ves? ¡Ni siquiera puedes hablar tanto! Quédate tranquilo. Quien tiene que descansar eres tú. Acomódate, ¿quieres que busque más cobijas? Traje un libro para leerte.
Esta vez, no se rió.
—¡Perfecto! Ahora me volví niño —él tenía las de perder y nada sacaría con discutir.
No podía ir a ningún otro lado.
Acomodándome en la silla que se había hecho mi amiga, elevé los pies y los coloqué sobre el borde de la cama.
—Mira, dice Margaret, que son de tus favoritos —le mostré la portada del libro, que me había prestado Margaret.
Recordé que en varias ocasiones había mencionado que lo que más le gustaba hacer en su poco tiempo libre era disfrutar de un buen vino y leer poesía.
—¡Oh, buen gusto! —una sonrisa a medias se le asomó en el rostro, que aún conservaba rastros del maltrato que había recibido.
—Un buen gusto se obtiene de un buen maestro —me encogí de hombros, aunque la poesía era algo que, en realidad, transcurría por vías totalmente ajenas a mi vida.
Comencé la lectura, Amar sin motivos de De Lorenzo Román.
No tengo motivos para amar;
amo porque amo,
sin una razón para guardar
la pasión que doy y no reclamo.
Amar por algo, por una razón,
no es amar con el alma,
ni poner los sentidos ni la oración
donde se construye la calma.
Si me preguntas por qué
no lo sabré responder,
porque no sé de dónde viene
tanto y tanto querer...
Al levantar la mirada ahogada en pudor involuntario, me topé con un hombre perdido y acurrucado en aquellas palabras.
De tal manera transcurrieron siete noches mientras la poesía y Norman me adentraban a otro mundo, ese mundo donde los sentimientos se convertían en versos.
Una noche, luego de salir de la oficina muerta de cansada, me detuve en el hospital para leerle un poco a Norman. Lo que había iniciado como una terapia para él se había convertido en una para mí. El cansancio estaba acabando conmigo. Ni Mac ni Sephora hacían el milagro de ocultarlo. A insistencias de Norman, me recosté a su lado. El nivel de incomodad creció y me incomodó hasta que me di cuenta de que un vacío en mí se llenaba con la proximidad.
De repente, con voz pausada, Norman pronunció su nombre.
—Isabel.
Allí estaba ella, su esposa. Una mujer muy elegante de cabello oscuro, cuyas ondas advertían un buen linaje. Su piel parecía porcelana Lladró; su silueta no reflejaba la edad que debía tener, unos cincuenta y cinco años. Y la tenía justo en frente, parada en la entrada del cuarto contemplando la escena: su esposo compartiendo la cama de un hospital con una extraña.
Mi corazón latió tan rápido que si hubiese portado los monitores que tenía Norman
conectados al principio de su estadía en el hospital, las alarmas alborotarían al personal de enfermería.
No sabía qué hacer; por segundos, dudé.
Me levanté, pero me quedé en la cama, sentada.
—Vaya, Norman, si es que estás mucho mejor
—¡Oh! Su tono lo decía todo.
“¿Pero con qué derecho llega hasta aquí, luego de tantos años?”
Miré a Norman, buscando anticipar su reacción, la cual me sorprendió más que el saludo de la mujer.
—Isabel, ella es Santana.
—¿Santana López? ¿La Directora de Negocios Internacionales? —preguntó, frunciendo el ceño, aunque ninguna arruga le apareciera en la frente.
“¿Habrá sido el Botox?”
—Y una muy buena amiga —enfatizó Norman.
Extendí la mano para saludarla, ella la miró e ignoró la cordialidad.
Definitivamente ese era uno de los momentos que tenía que añadir al listado “momentos más incómodos de mi vida”, un listado que secretamente mantenía porque me inspiraba a sobrevivir cualquier evento futuro.
“Qué tonta que soy”, me regañé, “tratar de ser amable con la señora...”
Así mismo como extendí la mano, la recogí. Tomé mi bolso.
—Se ha hecho tarde. Buenas noches.
Sin importarme lo que pensara su esposa, le besé la mejilla.
Desde el umbral, al voltearme para dar una última ojeada a la habitación y los que la ocupaban, percibí el enojo en el rostro apacible de Norman.
—Buenas noches para ti, Santana. Descansa. Te hace falta —sonrió, y empeoró las cosas
—. Y por favor, mis disculpas por la falta de modales de Isabel.
No dije nada. Ni siquiera miré a la mujer antes de irme.
Mientras me dirigía a la salida de hospital, mi mente traicionera generaba distintas
maneras en las que debí reaccionar. “Claro, ahora piensas con claridad porque no estás en la situación.”
Y pasó que justo en medio de tales pensamientos, saboreé el piso húmedo y frío.
Había tropezado con uno de esos letreros amarillos que advierten caminar con cuidado, porque el piso está mojado. Como quien no quiere la cosa, me levanté y seguí el andar. Alguien me sujetó por el brazo. Era una mano brusca, nada delicada.
—Olvidó su libro —anunció la dueña de aquella piel.
Allí estaba Pablo Neruda, en la palma de la mano ruda.
—Se cayó con usted —insistió, una sonrisa invisible.
La voz era ronca, grave, atractiva. Alcé la mirada para ponerle rostro.
Me encontré con una mirada oscura, enmarcada en los ojos azules más hermosos que había visto en la vida. Las facciones, de una joven fuerte de carácter.
Tenía en frente al tipo de mujer de esas que con la mirada intimidan y nadie reprocha ni sus acciones ni lo que dicen. La sensación que suscitó en mí me resultó familiar.
—Gracias —fue la oración que pude concebir.
En otras circunstancias, quizás me hubiera quedado para coquetear con ella, para leerle, tal vez, alguna poesía. La oportunidad y el prospecto lo ameritaban.
“Pero no hoy. Esta noche, no.”
Brittany
“No sé qué demonios hago aquí. Con su maldita insistencia siempre me arrastra adonde no quiero estar. ”
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 5
El celular no dejaba de sonar. Algo había sucedido. Lo apagué, volví hacia mí la ventana por donde salía el aire acondicionado. Las azafatas daban las instrucciones de preparación para el vuelo. Apagué el aparato cuando volvió la insistencia. Era Quinn. No me importaba lo que tuviera que recriminarme y contarme. A Medika le había tomado meses lograr esa reunión y no podía echarla a perder. El viaje era importante. Tan importante que, si lográbamos los acuerdos pronosticados, Medika tendría el negocio más grande a nivel internacional. Y más que un negocio, lograríamos mejorar el acceso a servicios de salud a seres humanos que no tienen las mismas oportunidades que nosotros. Sí, en este lado del mapa donde equivocadamente damos por sentado tantas cosas.
No todos los días uno se reúne con el Ministro de Salud de una República.
En los aires, la película que escogí resultó latosa. Quizás porque lo único que hacía era pensar en que no había tenido la oportunidad de hablar con Norman sobre la visita de su esposa.
Tampoco me sentía con la confianza para hacerlo. Pero, ¿por qué había regresado la mujer? ¿Dónde había estado tanto tiempo? ¿Los pasados dos meses? ¿Los pasados veinte años? ¿De verdad creía que había algo más allá de una relación laboral y de amistad entre Norman y yo? ¿Qué pensará de mí? ¿De Norman?
Segundo día en la república latinoamericana. Al terminar la reunión, marqué el número de Quinn. Descolgó. No me habló enseguida, sino que se disculpó con quienes tenía una reunión, menos importante que la mía, por supuesto.
—¡Ah, hasta que apareces! —sonreí, porque ni en la distancia abandona ese tono
sarcástico.
—¿Qué pasa, Quinn? Estaba con el Ministro... —me interrumpió.
—No me importa, Santana. ¡Debes regresar de inmediato! —definitivamente, algo
importante sucedía, y no era la reunión que tenía convocada, que vuelvo y repito, no tenía tanta importancia como la mía.
—¿Y eso por qué? ¿Norman empeoró?
—¡Norman se ha vuelto loco! ¿Eso cuenta? —detuvo el hablar para pensar, para
explicarme como mejor le permitía el estrés-
—. Santana, ¡Medika sufre una especie de golpe de estado!
Por unos segundos la confusión me dominó el pensamiento.
—¿Qué dices, Quinn?
—¡Tu queridísimo Norman ha nombrado a su hija Brittany Presidenta de la compañía! ¡La bastarda desconocida es nuestro jefe! —anunció, por fin, y como notó que no pude reaccionar, volvió a hablar.
—. El jet va en camino a buscarte. Asegúrate de estar a las seis de la tarde en el aeropuerto. Por favor, Santana, sé puntual.
En soledad, los pensamientos me atacaron. “Pero ¿qué puedes hacer tú, Santana? Ella es su hija, y además, Norman es el accionista principal de la compañía. Puede nombrar a quien quiera para el puesto que quiera, aunque se ponga en tela de juicio su capacidad mental.”
Llamé a Norman.
Descolgó en el primer timbre.
—Hola, Santana. ¿Cómo estás?
—Yo estoy bien, Norman —mentí—. ¿Cómo estás tú?
Noté alivio en el tono.
—Mucho mejor, gracias. Mañana me dan de alta. Me transferirán al centro de
rehabilitación para comenzar las terapias.
—Entonces, paso en la mañana para ayudarte —no era una pregunta, era una confirmación.
—No, Santana, no te preocupes. Isabel me ayudará.
“¿Isabel? ¿Su esposa?” Me tomó varios segundo continuar la conversación. Debo admitir que me costaba trabajo acostumbrarme a escucharlo pronunciar ese nombre. Isabel.
—No se diga más. Avísame si me necesitas.
—Como siempre hago, Santana. Gracias. Muchas gracias.
Me sorprendió que colgara tan rápido. Norman no es de esas personas que aprietan el botón de “Finalizar llamada” mientras se despiden. Le gusta tomarse unos segundos, aunque sea, por cortesía.
No me hizo la pregunta de rigor, una manía que en realidad era su saludo personal conmigo.
No me preguntó por cuál país andaba. No me dijo esas palabras que siempre lograban sentirme en casa. “Hola, viajera, ¿por qué parte del mundo te encuentras hoy?” Los eventos me parecían cada vez más confusos. Mucho más confusos.
El vuelo de vuelta, tan pronto, apenas el día siguiente de mi llegada, terminada la jornada de reuniones, fue como un sueño. Todo me parecía distante, borroso. Hacía meses que no usaba el jet privado de Medika. Los vuelos comerciales me parecen más placenteros y seguros, pero no podía negar la comodidad del Gulfstream G650. No es que fuera una experta en eso de los modelos de
aviones, pero Norman me había obligado a memorizarme el modelo de este para que, siempre que la incomodidad me agobiara en un vuelo comercial, recordara la comodidad que rechazaba. Era un jet hermoso, con interiores en piel de color blanco, capacidad máxima de ocho pasajeros y cuatro miembros de tripulación. Mi preferencia por los vuelos comerciales era mantener un perfil más anónimo.
Norman, por otro lado, a veces se enfadaba conmigo por preferir las líneas comerciales.
“Este juguete me ha costado sesenta millones de dólares y tú prefieres la incomodidad”, solía decirme.
No pude vencer el cansancio que se había vuelto mi acompañante fiel en los últimos dos meses. Quedé en los brazos de Morfeo hasta el aterrizaje.
Desperté con un sobresalto por la imprudente turbulencia, el avión tocando la pista. No hice más que descender por las pequeñas escaleras en metal y me metí en mi auto. Una dirección fija en la mente: el hospital.
Quería ver a Norman y, además, darle otra oportunidad para que me confesara lo que estaba sucediendo.
Llegué a su habitación y leía un libro al borde de la cama. Al escuchar mi saludo, lo apartó.
—¿Santana...?
¡Era tan extraño! Cada vez que pronunciaba mi nombre, me hacía sentir bien, incluso cuando el propósito de mencionarlo no era uno agradable.
—Hola, Norman.
La calma en su voz me confirmaba que se sentía en paz. Muy en paz. Demasiado en paz. Y eso me asustaba.
—Ven, siéntate —señaló un espacio junto a él en su cama.
—¿Seguro? No quiero importunar a nadie.
—Tranquila. Si lo dices por Isabel, no te preocupes. ¡Ven!
Dudé, y al final lo hice.
—¿No estabas en El Salvador? —preguntó, colocando la mano en uno de mis hombros.
“¿Quién le habría dicho dónde estaba?”
—Acabo de aterrizar —tomé el libro que tenía en manos. No me iré sin decirte a dónde voy de Laurent Gounelle—. ¿Qué tal la lectura?
—Inspiradora —un suspiro acompañó la respuesta—. ¿Y qué tal las juntas? ¿Cómo está el Ministro?
—Las juntas, muy bien, productivas. Estamos a punto de caramelo. El Ministro está bien. Te envía saludos y deseos de pronta recuperación. Dijo, por cierto, que aún le debes la visita al rancho. ¿Puedes creer que se atrevió a decir que le gustaría presentarme a uno de sus hijos?
Norman rió.
—Ese hombre no cambia. Cuidado con esas aventuras, que sabes cómo pueden terminar.
Esa advertencia era un “¡Ni se te ocurra, Santana López!”. La verdad es que no era la primera vez que me hacían un ofrecimiento de esa clase en el ambiente de los negocios. Norman me había enseñado a tomarlos como cumplidos. Por eso, así mismo quedaban.
—Tú sabes que yo no juego con fuego.
—¿No se supone que regresabas el viernes? —fijó los ojos en los míos. Quería capturar mi reacción física y verbal, la respuesta completa.
—Sí. Surgieron unos imprevistos y me tuve que adelantar —traté de mantener la cara de poker, tan Quinn.
—¿Imprevistos en Medika?
—No. Algo mío.
No me quedó de otra que mentir. No podía decirle que el retorno expedito estaba
relacionado con el nombramiento de Brittany.
—¿Te puedo ayudar en algo? —esa pregunta me pareció más una aseveración de que él sabía que mi regreso venía de la mano con su decisión repentina.
—No te preocupes. Tengo todo bajo control...
No despegué la mirada de la suya; conociéndolo, eso le confirmaría la sospecha.
—Me comentaron que tengo nueva jefa —solté.
Tuve que decirlo porque, si no lo hacía, la curiosidad acabaría conmigo. Traté de no sonar irónica. Él me conocía muy bien. Sus ojos se iluminaron.
—De hecho, sí. Brittany, mi hija.
Fue un momento extraño. Quizás, después de todo, no me esperaba la respuesta. Era la primera vez que escuchaba a Norman pronunciar el nombre de su hija. Nunca me había abierto la puerta para conocer ese lado tan misterioso de él. La curiosidad me había llevado a que, al menos una vez al año, le preguntara por su vida íntima. Siempre recibía la misma respuesta: “Hablemos mejor de
nuestro presente.”
—¿Y no pensabas decirme? —se me hacía difícil ocultar el disgusto.
—Te lo estoy diciendo ahora.
No había nada que cuestionar. Ya Norman había tomado una decisión, de la cual yo no tenía ni la más mínima idea por qué. Lo que sí sabía era que no había marcha atrás. Mis cejas se alzaron, una reacción involuntaria de rechazo a la contestación, a la falta de consideración.
—Ven, recuéstate y descansa un rato.
“Ajá, mírame, Norman, cómo me recuesto a tu lado.” Eso no me aliviaría el bagaje que llevaba encima, ni el cansancio, y de seguro tendría repercusiones terribles si su esposa se asomaba sigilosa a la puerta. Si algo él me había enseñado, era aprender de mis errores.
Lancé un suspiro.
—Me tengo que ir, Norman. Tengo varias cosas que hacer. Te veo mañana en la tarde.
Tomé mi bolso y comencé a caminar hacia la puerta formulando la próxima pregunta sin importarme cuál fuera su respuesta.
—Seguro, Santana. Te espero mañana.
Realmente quería mi compañía. De todos modos, yo había sido la única compañía que había tenido en años. Antes de cruzar la puerta, me volteé.
—Solo una cosa más, Norman. ¿Cómo es Brittany? Me parece que al menos me debes una referencia.
El hombre sentado en la cama de hospital sonrió.
—Fíjate que no sé. Creo que con el tiempo tendrás que responderme tú a mí.
Su respuesta me enmudeció. Con esas palabras me había confirmado que no tenía idea de lo que estaba haciendo. “¿Cómo carajos le sueltas las riendas del trabajo de toda tu vida a una extraña?” Aunque fuera su hija, Norman no conocía a Brittany.
¡No sabía nada de nada de esa mujer que llevaba su sangre!
¿Qué estaba pasando? Las razones de la decisión, por más que lo intentara, no me llegaban. Otra vez me acerqué a Norman. No le quité la mirada de encima. Quería analizar cada pista que pudieran darme sus gestos.
—¿Qué sucede, Norman? —pregunté en tono sosegado y empático.
—No pasa nada, Santana. Es una decisión que he tomado y punto.
Su rostro no arrojó ni la más mínima señal de arrepentimiento o duda. ¿Otro buen discípulo de Quinn?
—Norman, perdóname, pero no entiendo. Trato de buscarle lógica a tus acciones, y no puedo. Disculpa mi indiscreción, es que me preocupa que tomes decisiones en un momento tan susceptible.
Hizo un movimiento en el aire con las manos, señal de que guardara silencio.
—Las respuestas a tus preguntas son sencillas. Estuve a punto de morir. Mi hija reaparece en mi vida, quiero que pueda tener lo que construí para ella. ¿Es la mejor decisión? No lo sé, pero no puedo correr el riesgo de no hacerlo mientras vivo esta segunda oportunidad.
—Entiendo —y no dije más.
Bajé la mirada para que no pudiera escuchar lo que mis ojos le gritaban: “Cuán equivocado estás, Norman. Qué error tan craso cometes. ¿Por qué no me has nombrado a mí?”
—Por eso te necesito ahí —continuó explicando—. Tú me has acompañado por tantos años. Conoces, mejor que nadie, cuál es la esencia de lo que queremos hacer con Medika, cuál es nuestra misión, nuestra filosofía, qué es lo que buscamos aparte de generar dinero.
Suspiré mientras la mirada se me torcía.
—Necesito que confíes en mí, Santana.
Otra vez, los ojos gritones: “¿Cómo confiar en ti, Norman?” De los labios me salió una mentira. Piadosa, tal vez.
—Sabes que tienes mi confianza, Norman —la pausa que me llevó a confesarle parte de la verdad—. Aunque no puedo dejar de pensar que ese accidente te ha afectado la cabeza.
—Soy muy consciente de las decisiones que he tomado. Soy consciente de los pros y los contras. Ven, siéntate de nuevo.
Me acerqué y, bajo protesta, me senté. Me sentía como una chiquilla al que su padre le trataba de explicar el porqué le había regalado su juguete preferido a uno de sus hermanos.
Tomó mi mentón con la mano derecha y, con delicadeza, me levantó el rostro, dirigiéndolo hacia el suyo. Pude sentir cómo mi corazón latió más fuerte y una alarma se encendió en mí. Algo en la escena no estaba bien. Aunque para mí Norman no fuera más que un padre, la diferencia de veintidós años, en ese momento, no resultó muy notable o significativa. Él era un hombre elegante de
tez blanca. Las líneas de expresión marcadas en su frente acentuaban su mirada firme y decidida. Los destellos plateados en su cabello pintaban una armadura que parecía hacerlo invencible. A menudo me abrumaba el sentido de culpa cuando mis hormonas daban indicios de alterarse por él.
Mi yo sabio me justificaba, diciéndome que era normal, porque al final no nos unía ningún lazo de sangre.
—Te necesito, Santana.
No era justo. Sabía que yo no podía, que no tendría las agallas de darle una negativa a un “te necesito” de su parte.
—Sabes que siempre estaré para ti.
Retiró la mano de mi rostro y la colocó en las mías.
—Váyase a descansar que mañana le espera un nuevo día.
De pronto, eso de que no sabía cómo era su hija me lo dejé de creer. Él sabía muy bien a lo que me estaba lanzando, y con el tiempo logré descifrar su lucha con el remordimiento que llevaba en la mirada.
Me levanté de la cama.
—Cuenta conmigo —me repetí, por si acaso lograba convencerme de que ambos hacíamos lo correcto—. Como siempre, cuenta conmigo. Hablamos mañana. Que descanses.
Una sonrisa se le dibujó en los labios. La correspondí con otra, a medias.
Brittany
“Hagamos esto rápido. No quiero estar en ese lugar ni un día más de lo necesario.”
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 6
—Ya era hora de que contestaras —regañó Sam.
—¿Qué te pasa? No soy tu esposa, la que tiene que responder al primer timbrazo.
—¿Te acabas de levantar? Llevo llamándote desde las diez de la noche de ayer y son las ocho de la mañana —me tuve que esforzar para entender su murmullo.
—¿Sucede algo? ¿Por qué hablas así?
—Si leyeras tus benditos mensajes, te hubieras dado cuenta de que la nueva jefa citó a la junta para reunión hoy a las ocho de la mañana.
Despegué el teléfono de la oreja para confirmar la hora en la pantalla.
—¿Las ocho? ¡Contra, Sam! Estaré allí en media hora. Di que voy de camino, que hay tráfico. ¡Invéntate lo que quieras!
Revisé el celular y tenía, efectivamente, varias llamadas perdidas suyas y unos cuantos mensajes de texto avisándome la reunión citada. Esta me iba a costar. De seguro Sam me la cobraría obligándome a invitarlo a un happy hour3. Desde que era un hombre casado, Mercedes, su esposa, solo lo dejaba salir conmigo y tenía que llegar temprano, así que no desaprovechaba la oportunidad en la que
hiciera algo extra por mí para cobrármela. Si no hubiera sido por mi eterno salvador, Sam, probablemente hubiera dormido varios días seguidos. “A mal tiempo buena cara”, esa sería mi mantra del día. Me metí en la ducha y creo que rompí el récord Guinness en salir y vestirme.
Cuando llegué a Medika, Sam me esperaba en el estacionamiento, frente a las puertas de la entrada principal. Estaba solo, por lo que deduje que los demás estaban en el salón de conferencias.
—Hola, Sa...
—¡Por fin llegas! —advirtió Sam en un interrumpido cuchicheado.
No pude aguantar la risa. Él abrió los ojos.
—¿De qué te ríes?
—De tu voz —imité sus murmullos, como si desde el auto los demás pudieran escucharme.
—Si vieras la cara de la tipa, te tragarías la burla.
—¿Están todos? —tenía la esperanza de que yo no fuera la única en llegar tarde—. Me compro un café y entro. Ve y pregúntale si quiere un café.
Abrió los ojos todavía más.
—¿A quién?
—A la jefa, ¿a quién más?
La mañana era demasiado hermosa como para dañarme el día desde tan temprano. No sería ni la primera vez ni la última que alguien llegara tarde a una junta. Además, ese alguien no era cualquier alguien.
—¿Estás loca? No creo que comprar café sea buena idea. ¡Date prisa!
—Quiero causar una buena impresión. Recuerda que esto de los jefes nuevos es una novedad para mí.
Si llegaría tarde, debía tener suficiente cafeína en el cuerpo para aguantar el día que me esperaba. Pensé en los posibles escenarios que enmarcaban mi entrada tardía triunfal; sin embargo, al ver las caras de desespero de la gente atorada en el tráfico, me di cuenta de que no valía la pena preocuparse. No pondría en mi sistema ni una pizca del estrés que he sufrido en los pasados meses por
treinta minutos más de retraso.
La novedad en el estacionamiento de Medika llamó mi atención. La hija de Norman no tenía malos gustos: conducía un GTR blanco. Me distraje con las letras en la parte trasera del auto perlado. Coloqué mi bolso en el hombro derecho, con la mano izquierda arrastraba el maletín de la computadora y con la otra sujetaba la taza de café. Entré a toda prisa, como siempre lo hacía, por la
puerta de atrás. El celular sonó y yo sin una tercera mano para hurgar en el bolso. Despliegue de malabares circenses: cargar café, maletín, bolso, llaves, contestar el teléfono, llegar a la junta.
—Mierda, mierda, mierda, ¡mierda!
Tropecé con algo enfrente y me eché el café encima. Me ardían las manos y el pecho.
Levanté la mirada y descubrí que no había chocado contra una pared, a menos que la pared tuviera el cabello rubio, piel blanca como la nieve, un gesto de enojo en el rostro y no dejara de repetir la palabra mierda.
“De seguro esta es Brittany. Pero... ¿y esos ojos? ¿y esa mirada?”
—¡Maldita sea! ¡Mire lo que ha hecho! —se sacudía el café que le chorreaba de las manos y la chaqueta.
—¡Ay! ¡Lo siento! —me disculpé mientras buscaba en el bolso servilletas húmedas para ayudarla a limpiarse. “Con esto lo resolveré y me agradecerá. ¿Quién no vende el alma por una de estas en momentos de apuro?”
—. Permíteme limpiarte.
Acerqué una de las servilletas a su chaqueta, pero ella levantó las manos, señal de alto, de que no deseaba que la ayudara, mucho menos que la tocara. Me quedé pasmada y no insistí.
Llevé la servilleta a la otra mano y volví a extender la otra, todavía húmeda y pegajosa por el café. La mujer la observó y arrebató de mala gana la servilleta en la que no estaba extendida.
—Realmente lo lamento —volví a disculparme—. ¿Eres la hijo de Norman? —pregunté para minimizar la tensión que había generado mi torpeza.
—Brittany Pierce, Presidenta.
Sentí que más que un saludo, sus palabras fueron un regaño. Oh, ¡eso no pintaba bien!
Media hora con un título y ya trazaba líneas jerárquicas.
—¿Y usted es? —preguntó con aparente intención de deleitarse con la respuesta que le daría. Pondría el nombre en una lista negra personal.
—Santana López —le miré a los ojos y volví a extender la mano para consumar el
momento glorioso de conocerla.
Mi nombre logró atraer su atención, pero no fue suficiente para evitar que dejara mi mano extendida e ignorada, colgando en el aire. Continuó limpiándose la chaqueta.
—¿Internacional? —un tono despectivo circundó la pregunta.
“¿Cómo debo tomar eso?”
—Correcto. Me puedes llamar Internacional, Santana, Directora de Internacional o como gustes —utilicé el tuteo con toda la intención de que entendiera que eso de la jerarquía y de llamar a la gente de usted a mi me valía poco.
—Voy al baño, a ver si logro arreglar este desastre. La quiero en mi oficina en quince minutos.
—¿En la de Norman? —detuvo el paso y me lanzó contra la pared solo con mirarme.
—Mi oficina —aclaró y repitió.
Brittany emprendió su camino hacia la oficina de Norman que, como toda oficina
presidencial, tenía un baño privado. Yo me volteé y me dirigí a la mía.
Sam me esperaba en la puerta. Deposité en sus manos mi bolso y lo que quedaba del vaso con capuchino. Las carcajadas peleaban por salir de su boca.
—La cagaste, ¿verdad?
—¿Viste lo que pasó? —Sam asintió con la cabeza.
— Sí, Sam. La cagué bien cagada.
Traté de remover, sin éxito, los residuos de café en mi blusa y chaqueta. Me quité los zapatos para limpiarlos y limpiarme los pies, porque hasta allá habían llegado las gotas de café.
Estaba hecha un desastre. Sam trataba de ayudarme. El desespero y el nerviosismo eran evidentes, nuestras manos se golpeaban.
—¡Bien! ¡Entonces no te ayudo! —levantó las manos, dándose por vencido.
Suspiré. Bajé la guardia.
—Perdón, es que me da mucho coraje que esa sea la primera impresión que se lleve de mí. De torpe...
—Conmigo no es con quien debes disculparte. Llegas tarde el primer día con nueva jefa y pasa eso. A ver cómo haces ahora...—la respuesta no me hizo sentir mejor.
Hice una mueca.
—Al sol de hoy todavía me pregunto por qué sigues trabajando conmigo...
—Porque me adoras —sonrió—. Y porque te saco de cada lío.
Eso era muy cierto. Era imposible ser impredecible con él. Siempre tenía todo “fríamente calculado”, como el Chapulín Colorado.
—¿Y qué fue lo que te pasó? ¿No la viste? La tipa está bastante alta, Santana. Es
imposible que no la hayas visto desde el estacionamiento.
Reventamos en risas.
Brittany era, en efecto, una mujer alta, más aún comparado con mi tamaño de cinco pies, cuatro pulgadas. Mal tasado, la nueva jefa debía medir unos seis pies. ¿Cómo es que pudo pasar desapercibida?
Me di por vencida con la blusa. Los manchones marrones y el olor a café me acompañarían durante el día. Pero de pronto recordé que, en el auto, traía un vestido negro largo.
—Todavía tengo el equipaje del viaje en el baúl. ¿Crees que puedas traérmelo?
Le dio trabajo encontrar las llaves en mi bolso. Desde la puerta, se quejó.
—Una cartera tan pesada y apuesto a que lo que aporta el noventa por ciento del peso que llevas en ella no lo usarás nunca.
—¡Lárgate! ¡Eso no te incumbe!
Abandonó la oficina con las manos en alto.
Vestida con un traje negro, sin el aroma a café y con una libreta de notas en mano, me dirigí a la oficina de Norman o, mejor dicho, de Brittany. Los nervios me advertían una posible traición en cualquier momento. No me parecía posible que un simple café provocara tanta hostilidad en un ser humano. Me detuve y, antes de tocar a la puerta, respiré hondo.
“A mal tiempo buena cara, Santana.”
—Pase —me ordenó la mujer al escuchar los toques en la puerta.
Su voz era similar a la de su padre, pero más intensa. Abrí despacio la puerta y allí estaba ella, con ese rostro de incomodidad y enojo.
Se había cambiado la camisa por una más casual, que dejaba al descubierto los antebrazos. Me instalé en la mesa de juntas que tenía Norman en su oficina. Haciendo un gesto con las manos, me ordenó que me sentara en las sillas frente a su escritorio. No tenía la delicadeza de atenderme en la mesa de juntas. En la etiqueta de negocios, uno no se sienta a hablar con alguien detrás de un escritorio, y menos si es la primera vez que conversan. El escritorio es una barrera que dificulta crear empatía con la otra persona y mantiene cierta distancia. “A menos que, ese sea el mensaje que quiera enviar”, pensé.
Me acomodé en una de las sillas. Sin advertirlo, me disculpé por tercera ocasión.
—Realmente lamento lo sucedido —tal vez las palabras de sumisión me ayudarían a romper el hielo—. No te vi.
—Ciertamente, no lo hizo. Ha de ser porque iba muy de prisa —inclinó el torso hacia el frente, un gesto que me pareció inquisitivo.
—De hecho, sí —presumo que esperaba una explicación acerca de la tardanza.
“La verdad no escuché el despertador. Me acosté tarde y el cansancio... Si quieres me levanto aquí mismo la falda para que me des unas nalgadas.”
¡Ya era suficiente! Le había dado lo que quería: aceptar la tardanza.
—Imagino que la razón de su tardanza debe ser una prioridad para usted.
“¿Y esta fulana qué se cree? Idiota, lo que me mantuvo y me ha mantenido estos últimos meses al borde de un desgaste físico se llama Norman Pierce y Medika.”
Quise decirle todo eso, obviamente no era la respuesta correcta para el momento. Percibí que Brittany me probaba y no la dejaría llevarme al punto que buscaba.
—Sí, muy importante —respondí sin dar más detalles—. ¿Qué me perdí?
Brittany enderezó el torso y sus ojos no pudieron ocultar la sorpresa que le causó mi pregunta y el tono despreocupado. Levantó las cejas en señal de que no entendía a qué me refería.
Observándola allí sentada podía ver lo grande que le quedaba la silla de Norman. Ella no era su padre y, gracias a Dios, su padre no era ella.
—En la reunión, ¿de qué hablaron? —aclaré.
—Acordamos que mañana a las ocho de la mañana usted me presentará un estatus de los negocios de la división internacional —disfrutaba cada palabra, se las saboreaba.
—Con gusto comparto la información que solicitas, pero será complicado tenerla lista para mañana. Acabo de llegar de viaje y aún tengo algunos pendientes de carácter prioritario que atender —era la verdad, no me inventaba esas tareas.
—¿Se da cuenta? ¡Precisamente eso se perdió! —pausó, se mordió el labio inferior y los colmillos me miraban amenazantes.
— La oportunidad de negociar.
Sus labios se torcieron, una burla hacia mí. Noté que su rostro dibujaba rastros de algunos gestos de Norman, mas la soberbia que le salía por los poros no era de él.
—Que sea mañana a las ocho de la mañana entonces.
El tipo no me dañaría el día. “¿A quién quiero engañar? Ya lo logró, arruinarme el día.”
No sabía cómo lo haría, cómo presentarle a tiempo la información que me solicitaba. No estaba dispuesta a entrar en su juego. Era obvio que, como perro, meaba el territorio, dejando claro quién estaba al mando ahora.
—¿Algo más? —pregunté, levantándome del asiento.
No valía la pena quedarse un segundo más en su presencia. Imaginaba que no tendríamos ni una sola palabra en común.
—No. Por el momento es todo.
No me miró ni cuando me respondió ni cuando me volteé para retirarme. Estaba muy ocupada revisando su iPhone.
Imaginé que volaba por encima del escritorio y adornaba su cara con una bofetada. Muy pronto volví a la realidad.
—Estoy a las órdenes para lo que necesites —anuncié desde el umbral.
Jamás, jamás, nadie me había tratado tan mal. Esa mujer era la antítesis de su padre: prepotente, arrogante, calculadora, idiota. Una verdadera pendeja.
En mi oficina, el celular no se cansaba de timbrar.
Era Norman.
—Hola, nena —estaba de buen humor, así me llamaba cuando lo estaba—. ¿Cómo va todo en la oficina?
—En resumidas, anoche caí rendida en la cama, esta mañana por poco no despierto. Gracias a Sam me desperté a las ocho. Llegué tarde a la oficina, no alcancé a asistir a la junta que citó Brittany y, para cerrar con broche de oro, derramé mi capuchino en la ropa de mi nueva jefa. ¿Qué crees?
—¡Que eres un desastre! —de inmediato, la carcajada—. ¿Sabes qué pienso? Que debes irte a casa, descansar y reintegrarte al mundo en la mañana, cuando ya no seas una amenaza para nadie.
Sí, definitivamente estaba de buen humor.
—¿Sabes qué pienso yo? Que estoy de acuerdo contigo.
Debía pretender que este día no había existido, porque no era un día para yo pasearme en él.
—¿Qué tal Brittany? —el ánimo de sus palabras varió. La tensión de mis dientes sirvió como filtros para las quejas que quería darle.
—Fíjate, a pesar del incidente del café, todo bien —me pregunté si Norman ya había tenido contacto con ella, si ya sabía a quién había puesto al mando. Tenía que preguntarle—. ¿Has hablado con ella ?
—No —respondió, vagamente.
—O sea, ¿antes de que tomara el puesto? —reformulé.
—No, aún no cruzo palabras con mi hija.
“¿Pero entonces cómo se te ocurre la idea de que ocupara el puesto en Medika?” Norman me interrumpió el pensamiento. Me despachó pronto porque sabía que yo continuaría la insistencia con las preguntas sobre Brittany.
—Anda, vete a casa, desconéctate y descansa, que falta que te hace.
—Sí...—un gran bostezo se me escapó de la boca—, necesito recargar baterías. Solo una cosa más...
—Dime —protestó.
—Mañana tengo que presentarle a Brittany una revisión de negocios. ¿Cuánto quieres que le diga?
—No entiendo la pregunta, Santana.
—¿Cuánta información quieres que comparta con ella? ¿Confías tanto en ella como para compartirle todo lo relacionado a Medika?
Se tardó en contestar.
—Santana, Brittany es la nueva presidenta de Medika, la líder de la compañía, y como tal, debe tener acceso a cuanta información requiera y sea necesaria para facilitar y nutrir la toma de decisiones en la empresa.
—Entiendo —aunque él no pudiera verme, bajé la cabeza.
—Y sí, confío en ella.
Me sorprendió y no me gustó escucharlo, pero sus palabras reflejaban seguridad.
—Disculpa, yo solo...es que...Olvídalo. Entiendo, Medika para Brittany debe ser un libro abierto.
—Exacto. Ahora, vete y descansa —usó con la ordenanza ese tono paternal que siempre me confortaba.
Recordé que ese día lo transferían y, también, que Isabel lo acompañaría.
Colgué.
De primeras pensé en informarle a Brittany que no estaría el resto del día en la oficina. Luego me di cuenta de que no quería hacerlo. Después de semejante trato cruel, ¡ni loca! Escribí una nota que dejé sobre el escritorio y tomé mis cosas.
La nota iba dirigida a Sam: Cariño, estaré desconectada el resto de la tarde...
Brittany
“Esta camisa no tiene remedio. Y esto se supone que fuera más fácil. Sin embargo, es más difícil de lo que había pensado. Aquí no ha transcurrido el tiempo, pareciera como si el tiempo se hubiera detenido en esta empresa, en esta oficina, donde cada cosa está en el mismo lugar. En el mismo maldito lugar que recuerdo.”
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Apareció la familia de norman....
Ammmm productivo el primer encuentro entre san y britt?..
A ver como van las cosas entre ellas en el manejo de la empresa??,...
Que tanto hizo o la jodió norman con britt???
Ammmm productivo el primer encuentro entre san y britt?..
A ver como van las cosas entre ellas en el manejo de la empresa??,...
Que tanto hizo o la jodió norman con britt???
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Pues quien sabe que paso para que Norman haya tomado esa decisión de tener tanto a Britt como a su esposa cerca de él....
Y pobre San aceptando decisiones que no entiende y a una nueva jefa con la que no empezó bien :/
Y pobre San aceptando decisiones que no entiende y a una nueva jefa con la que no empezó bien :/
JVM- - Mensajes : 1170
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Vaya que injusticia, el tal norman ya me cae mal, san ayudandolo, cuidandolo y apoyandolo siempre y el tratandola como una empleaducha, a cuenta de que la injusticia????? bueno, a ver como sigue todo!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 7
Un nuevo día y mis baterías recargadas al cien por ciento. Dormí dieciséis horas. Sin teléfonos ni mensajes de textos, solo mi cama y yo. Era una mañana brillante, aunque había un tráfico terrible, que se movía a cuentagotas. El corto positivismo duró apenas minutos, hasta cuando recordé con quién tendría la primera reunión del día. Encendí el celular, el cual también había tenido un merecido descanso. De golpe me llegaron unos veintiséis mensajes. Diez eran de Sam (advirtiéndome sobre la actitud de Brittany y la información que estaba solicitando acerca de los estados financieros de la división Internacional).
Había otros de los miembros de mi equipo y algunos clientes.Uno era de Brittany. López, me informan que está indispuesta. Devuelva la llamada.
¡Qué falta de modales! ¿Quién se cree esta tipa, con esa actitud altanera?
Pero no me iba a dejar caer, nada ni nadie me iba a dañar el día o drenarme las energías.
Llegué antes de las siete. Quería estar lista para la reunión. No tenía mucho que preparar, tenía las palabras en la mente. Nueve años al mando de la división debían servirme de algo. No había otro auto en el estacionamiento. Ni Brittany ni ninguno de los miembros de la directiva había llegado. Cuando entré, desactivé la alarma, la confirmación de que era la primera en arribar. Caminando hacia mi oficina noté algo extraño en el aire, en el ambiente, en las paredes de
Medika.
“¡Los cuadros!”
Ya no estaban. ¡Los cuadros que Norman tanto atesoraba ya no estaban! ¡Los cuadros que me despedían cada tarde ya no estaban!
Un frío aterrador me inmovilizó las manos. “¿Y si alguien se los robó? Pero, ¿cuándo? Ayer en la mañana estaban allí colgados. ¿Habrá sido en la tarde? ¿En la noche? ¡Imposible! La alarma de la oficina estaba encendida cuando llegué. ¿Quién se atrevería a hacer algo así?” Di un brinco cuando escuché a alguien acercarse.
—¡Margaret!
—Buenos días, Santana —siempre con ese tono sosegado, incluso luego de tantos años dedicados a Norman, a Medika, a mí.
Margaret era una mujer de temple calmado pero con la autoridad suficiente para llevar el rol que ocupaba. Ella me había visto crecer desde que Norman había decidido ocuparse de mí. Siempre me decía lo orgullosa que se sentía. Era ella quien había tocado temas de mujeres conmigo. Las versiones reales, por supuesto, porque las moralistas me las contaban las monjas en el hogar. Se la
pasaba regañando a Norman porque lo culpaba de mi escasez de vida social. “Le das tanto trabajo que no la has dejado nunca vivir la vida de alguien de su edad”, solía decir. Yo le tenía mucho cariño y vivía agradecida de ella. Mientras estaba en el colegio, al salir de clases, Norman, o ella, me buscaba y me traía a las oficinas de Medika. Ella se encargaba de ayudarme con las tareas y estudiar. Aunque
Norman le pagaba un salario aparte por ello, sé que como quiera lo hubiera hecho sin compensación alguna.
—Santana, ¿estás bien?
La sorpresa se me escapó en gritos.
—¡Los cuadros, Margaret! ¿Qué pasó con los cuadros de Norman?
—Pues, los cuadros... —su rostro decía “lo siento”—. Ayer Brittany ordenó que los quitara —por el modo en que tuteó su nombre, pude entender que sus años de experiencia no la dejarían intimidarse ante él. Sin embargo, había quitado los cuadros. ¿Acaso eso no era intimidación?
Estoy segura de que Margaret tuvo que darle una gran batalla a Brittany cuando ésta le ordenó remover los cuadros. Ella llevaba al dedillo cada cosa relacionada a Norman, tanto en su vida profesional como personal. No había dudas de su lealtad a Norman o Medika. A cada rato Quinn la llamaba “la tumba”, porque nunca hablaba más de lo debido ni soltaba los secretos de nadie.
—¿Qué? ¿Por qué? —mi tono era inquisitivo, muy inquisitivo, demasiado inquisitivo.
¿Qué razón tendría la usurpadora para quitar esos cuadros en su primer día de trabajo?
—Créeme que yo traté de hacerla entrar en razón, que entendiera lo que significaban esos cuadros para Norman. No le importó —se encogió de hombros, un gesto de impotencia. En ese caso, lo menos que yo podía hacer era asegurarme de que estuvieran bien guardados.
—¿Dónde están?
—En la oficina vacía del área de contabilidad.
—¿Me haces un favor? —hice una pausa para pensar, ella esperó las instrucciones—: Ordena que los coloquen, ¡todos!, en mi oficina.
Margaret sonrió una sonrisa de confusión.
—¿Quieres que guarden los cuadros en tu oficina?
—No. Quiero que los cuelguen en las paredes —dibujé con las manos la forma de la pared en el aire.
—A ver si entiendo, Santana. Quieres... todos los cuadros... colgando en tu oficina. ¿Los diez? —validaba las instrucciones con un tono incrédulo.
—Sí, los diez —confirmé.
Margaret no habló más. Se dio la espalda y caminó hacia la oficina de contabilidad.
Pronuncié su nombre y se volteó. Pude leerle en el rostro que esperaba que me hubiera arrepentido. Ella nunca fue mujer de conflictos o rebeldía.
—¿Sí?
Me lanzó esa mirada de consternación que me advertía cuán nefastas serían las
consecuencias de mi atrevimiento.
—Gracias.
Brittany no tenía ni la menor idea de lo que significaban esos cuadros para su padre. A decir verdad, yo tampoco. Una de las muchas veces que le pregunté a Norman por el origen de los cuadros y su significado, me dijo que eran una especie de brújula que lo mantenía recordándole su norte, pero no el que debía seguir, sino al que no debía ir.
Los cuadros también tenían cierto valor para mí. Si hubiera nacido con el arte de plasmar mis emociones en un lienzo, esos mismos habría pintado. Los colores oscuros, los trazos en torbellinos y las formas abstractas solían reflejar mis sentimientos y estados de ánimo la mayoría de las ocasiones. Cada pintura me traducía un sentimiento específico, incluso hasta eventos similares que
encajaban en un mismo sentimiento: decepción, pasión, furia, tristeza, soledad, melancolía, derrota...
¡El panorama de mi vida profesional se mostraba cada vez más difícil! Contrario a lo que pensé en un principio, cuando Norman decidió nombrarla, pensé que el paso de Brittany por Medika sería transitorio, sin relevancia. Otra más de mis equivocaciones. Desde el primer día, la rubia esa dejó clarísimo que ella era la nueva Pierce al mando, que las cosas iban a cambiar, y que se harían a su
manera.
Ya casi a las ocho de la mañana el salón de conferencias estaba listo. Margaret se asomó por el cristal de la puerta que permitía ver hacia el interior y me hizo un gesto para avisarme que la gran Brittany había llegado. Me preparé mentalmente y pedí a Dios que la reunión fluyera de manera cordial. Le debía esto a Norman, y era mi intención poder saldar mi deuda, o dicho de una manera más sutil, cumplir mi promesa.
Estaba concentrada con un correo que se mostraba en la pantalla del computador cuando se me erizaron los pelos de los brazos. Algo me dijo que Brittany estaba frente a la puerta. No levanté la mirada hasta sentir que ya estaba dentro del salón, con la puerta cerrada detrás de ella. Tenía la chaqueta puesta, lo que me indicaba que no se había detenido en su oficina. El rostro lucía con más confianza,
ya se sentía de vuelta en casa.
—Internacional.
Por segunda vez nuestro encuentro no comenzó con el pie derecho. Pude notar el desprecio en sus palabras.
—Buenos días, hija de... Norman —poco me faltó para equivocarme en la última parte del saludo.
Yo jamás me quedaría golpeada por ella. Saldaría mi deuda con Norman, sí, pero a mi manera y bajo mis reglas.
Brittany no se esperaba que le respondiera así. La sonrisa a medias que había escoltado su saludo despectivo se desvaneció. Se sentó en la silla frente a la mía.
—Escuché que ayer en la tarde estaba indispuesta. ¿Mucho café? —preguntó, señalando mi taza—. Veo que no aprende rápido.
—Nada de importancia—respondí, tratando de desviarme de la ruta por la que ella quería llevarme.
—Para haberse ido de la oficina y no contestar llamadas debió ser algo importante —se resistía a cambiar de tema.
Exhalé. Con esta mujer no tenía armas.
—De hecho, sí. Fue algo de importancia, para mí —puse punto final a la conversación dejando claro que no tenía la menor intención de darle explicaciones—. ¿Será que puedo comenzar con la presentación?
—Tiene toda mi atención —revisó su reloj—. Por ahora.Comencé mostrándole el trasfondo del mercado internacional y los roles que yo había asumido en Medika. Por unos diez minutos escuchó sin interrumpir. No obstante, no parecía impresionada, sino que más bien analizaba mis palabras, fiera que vigila su presa, grabando en la memoria cada movimiento y esperando la más mínima señal de debilidad para atacar.
—¿Hace cuánto conoce a Norman? —preguntó de improviso, tomándome por sorpresa.
Titubeé y no pude recuperar el hilo de lo que hablaba.
De seguro era una treta para que perdiera la concentración y diera un paso en falso. Respondí como mejor pude.
—Hace veintidós o veintitrés años —la miré a los ojos, y de pronto me confundí.
Parecía que miraba a Norman, no a su hija. Brittany sostuvo su mirada en la mía. Ninguna de las dos se rendiría a la merced de la otra. Alguien tenía que ceder. Lo hice yo.
—¿Tienes alguna pregunta relacionada a lo que te he presentado hasta el momento?
—Sí. Tengo varias. A ver, ¿por dónde comienzo? — rascó su quijada, un gesto pensativo y calculador—. ¿Por qué invertimos más en el negocio internacional que en el doméstico si el doméstico es el de mayor rentabilidad?
Hasta yo misma me sorprendí al considerar su pregunta válida.
—Porque trabajamos en proyectos que traerán sostenibilidad a otros países y a la empresa a mediano y largo plazo.
—¿Y por qué debería yo seguir apostando mi dinero en esa estrategia cuando, sin duda alguna, el mercado doméstico todavía tiene mucho espacio para crecer, es menos complejo y tiene mayor rentabilidad para mí? —sus ojos volvieron a estacionarse, sin señal de retroceso, en los míos.
—Porque tenemos compromiso social con los países menos desarrollados.
—El compromiso social no me genera ganancias —el azul de sus ojos se intensificaban igual que lo hacían los de Norman cuando argumentábamos.
—El compromiso social define quiénes somos.
—¿Y quiénes somos, López?
La conversación tuvo un giro a lo personal. Debí haberlo visto venir. Una vez más había logrado desviarme.
—¡Contésteme, López! ¿Quién demonios es usted?
“¿Acaso debo contestar? ¿Por qué le permito dirigirse a mí de esa forma tan grosera?”
—Soy Santana López, directora de la división internacional. Si no te es suficiente, ve y pregunta al primero que se te cruce en el camino. Con certeza, cualquiera te podrá decir quién soy yo. ¿Quién eres tú, Brittany?
Se mordió el interior de los cachetes. Le inquietaba el reto.
—Las preguntas las hago yo.
Un nudo me estrujó la garganta, un vacío se me formó en el estómago. Me costó trabajo respirar. No sabía cómo responder. No podía demostrarle ninguna debilidad, porque me aniquilaría.
—Entonces, Brittany, dime tú quién soy yo —puse la bola en su lado de la cancha sin saber que esa no era la mejor jugada.
—¿Realmente quiere que le diga quién es? ¿De veras tiene tantos cojones como para escuchar de mí lo que pienso que es?
No bajaba mi guardia, pero el asombro de la violencia que comenzaba a condensarse en sus palabras me aturdía. Interpretó mi silencio como un sí.
—No es más que la mujerzuela de Norman.
—¡¿Qué?!
—Es la tonta mujerzuela que recogió y ha usado todo este tiempo para pagar su sentencia autoimpuesta.
El nudo en la garganta se tensaba cada vez más. Los insultos venían sin remordimientos. Se me aguaron los ojos. ¿Sentencia de qué?
Era hora de poner a Brittany en su lugar.
—Veo que te han hablado mucho de mí. Te confieso que eso me halaga, me hace sentir importante. Sin embargo, a mí nadie nunca me ha hablado de ti. ¿De verdad crees que me importa lo que pienses de mí? Si te hace feliz pensar que yo soy la puta de tu padre, piensa que soy la puta de tu padre. Me importa poco —respiré lo poco que pude, el aire se sintió caliente en mi boca—. ¿Crees que no tengo ganas de darte una cachetada de cuello vuelto en estos momentos? ¿Crees que tengo razón para aguantar tus insultos? Te equivocas, Brittany Pierce, no voy a jugar tu estúpido juego.
Soltó una carcajada breve, oscura y fría.
—Si está aquí, Santana López, tiene que jugar; de lo contrario, se larga. En este juego solo hay unas reglas, las mías —se levantó de su asiento y se acercó—. Escúcheme bien, mujerzuela. Si por mí fuera, no estaría aquí. Le hubiera echado incluso antes de pisar esta oficina.
Se detuvo frente a pocas pulgadas de mi rostro. Sentía el calor que irradiaba su cuerpo, el coraje y la rabia que la poseían. Tuve que levantar mi cara para poder seguir mirándola a los ojos y ver cómo el azul de sus pupilas se oscurecía con cada palabra que parecía escupirme.
—Y si eres tan dueña del circo, ¿por qué no me echas?
Pasó las manos por su frente.
—Debe ser muy buena en lo que sea que le hace a Norman. ¿Sabe? El viejo me dio la libertad de hacer lo que me pareciera con la compañía, menos una sola cosa: deshacerme de usted. Esa es la única regla que no controlo. Por el momento.
Pensó que sí, pero no me intimidaba.
—Tus groserías no me insultan, Brittany. Se nota que en realidad no sabes nada de mí. Si sigo aquí escuchándote decir toda esa sarta de idioteces, es solo por una cosa: tu padre. Así que esto podemos hacerlo de dos maneras, a la tuya o a la mía. Mi manera, civilizada y con respeto, sin bajas en el camino, o a tu manera, de troglodita, arrogante y soberbia. Si me lo propongo, puedo ser una buena cabrona, arrogante y soberbia. Créeme, no me costaría mucho. Pero eso me haría igual a ti. Y si de algo me he podido asegurar en las pocas horas que te conozco, es que en nada me parezco a ti. Lo único que tenemos en común es tu padre. O pensándolo mejor, ni eso. Se me olvida que yo sí tuve el privilegio de estar junto a él los pasados veintitantos años, porque a él yo lo respeto, admiro y agradezco —pausé—. ¿Y tú, qué tienes en común con tu padre? ¿Qué sientes por él?
Dije varias mentiras. Yo no podía ser como ella. Algunas de las palabras que exterioricé me dolieron en el alma. Sus ojos continuaban fijados en los míos, pero no era a mí a quien observaban. Se habían perdido en un viaje interno.
El sonido de su celular la trajo de vuelta a la habitación. Lo sacó del bolsillo de su pantalón y observó la pantalla. Definitivamente usó el evento como pretexto.
“¡Cobarde!”, se me antojó gritarle, y no lo hice.
—Esta conversación no ha terminado, López —recorrió mi cuerpo con la mirada. En esa ocasión, no lo hizo como una depredadora, sino como una guerrera que mira con desafío a su enemigo.
No sé si el gesto fugaz me hizo sentir bien o mal.
—Con gusto la retomamos justo donde la hemos dejado, Brittany.
Tan pronto salió del salón, se me desplomaron las piernas y caí sentada en la silla. ¿Qué demonios había sucedido? ¿Cómo llegamos a eso? ¿Debía decirle a Norman o tratar de manejar la situación? Lo menos que Norman necesitaba eran problemas. Pero ¿quién más le abriría los ojos y le confesaría lo que hacía la imbécil de su hija?
Media hora después, los insultos de Brittany seguían rechinando en mi cabeza. Con los cuadros de Norman en las cuatro paredes a mi alrededor, me sentía hundida en cada uno de los sentimientos que plasmaban, ahogada en ese mar de tormentos. Yo, quien estaba moldeada para soportar cualquier cosa en el mundo de los negocios, de pronto me sentí... distinta. Esa sobrecapa que me ayudaba a no tomar ningún comentario personal se había debilitado en menos de cinco minutos.
Brittany realmente pensaba que yo era la amante de su padre. Me había tratado peor que tal. Y eso, eso era personal, me dolía.
El corazón dio un brinco en el pecho con el sonido abrupto de la puerta que se abría. Tenía la cabeza sobre el escritorio, hundida entre los brazos.
—¿Qué carajo hacen estos cuadros aquí?
Ay, no, tan pronto no.
Alcé la cabeza.
—Decorando, Brittany, eso hacen —no se me ocurrió mejor contestación—. ¿Por qué irrumpes así en mi oficina? ¿De donde vienes no te enseñaron modales?
Me puse en pie, posición de guerra.
Ella ignoró mi respuesta y volvió a vociferar.
—¿Qué demonios hacen esos cuadros aquí? ¡Margaret, Margaret!
Escuché el sonido de sus tacones contra el suelo. La mujer se apareció frente a la puerta.
Llevaba el rostro pálido. Ella, quien siempre lucía rubor en las mejillas, cargaba el rostro de un muerto.
—¿Sí, Brittany?
A ella le habló amable, con calma, el tono a un nivel armonioso.
—Margaret, disculpa la molestia, pero ¿qué hacen los cuadros aquí?
Yo no permitiría que Margaret cargara con la culpa de mis instrucciones.
Caminé. Interrumpí la conversación entre las dos.
—Margaret, puedes retirarte. Yo me encargo.
Hice ademán para que se alejara y cerré la puerta. Quedamos las dos enemigas solas.
Brittany estaba encolerizada, tenía el rostro enrojecido de tanta furia.
Hablé con un tono amable. Alguno tenía que llevar la fiesta en paz.
—Yo le ordené a Margaret que colocara los cuadros.
—¡Quiero que los saque de aquí! —se acercó demasiado, movió las manos en el aire.
Sentí amenaza.
—¿Y eso por qué? —pregunté.
El enojo era tal que le impidió contestar.
—¡Quiero los malditos cuadros fuera de aquí!
Me crucé de brazos.
—¿Y eso por qué?
—¡Porque yo lo ordeno! —gritó.
¡La imbécil me gritó!
—¿Sabes lo que significan esos cuadros para Norman? —fui yo quien se acercó,
invadiendo su espacio y seguridad.
—No me interesa lo que signifiquen las mierdas de cuadros. No los quiero aquí
—volvió a mover las manos. En cualquier momento, perdería la razón y me golpearía. Intenté tocar su lado humano.
—He sido testigo de cómo Norman ha ido coleccionándolos. Los atesora. Ha pasado horas frente a esos cuadros, contemplándolos, y no dejaré que tú, por capricho, los saques de aquí. ¿Qué es lo que tienen esos cuadros que tanto te molestan?
Me empujó, apartándome de su camino con el brazo. Empezó a tirar los cuadros al suelo. Tomó uno en las manos y le destrozó el lienzo.
No pude con el dolor. Llegué a tiempo antes de que destruyera el segundo cuadro. Le hice frente. Tomé el cuadro por el otro lado. Parecíamos dos niñas en guerra por un juguete. Cuando sintió mi resistencia, se paralizó. Sentí que la razón decidió volver a ella.
Su respiración se calmó, la sangre acumulada en su rostro se desplazó, quizás, a su mente. Tenía el alma hecha añicos. No me importó mostrarle debilidad. Una lágrima me rodó por la mejilla.
—De seguro hay gente observando y escuchando. Te pido, por favor, que nos calmemos.
Cedió. Sus manos liberaron el cuadro. Me dejé tumbar al suelo, sostuve la pintura con fuerza en las manos. Brittany me sostuvo la mirada, esperando y deseando que me desbordara en llanto.
Se me escapó otra lágrima. Hablé con voz apenas perceptible.
—Si el problema es que no quieres los cuadros en Medika, yo me encargaré de que no estén más aquí.
Solté el cuadro salvado y tomé el roto en las manos, jugando con el lienzo, como si así tratara de componerlo. No sé por cuánto tiempo más Brittany permaneció en mi oficina. Cuando me di cuenta de que se alejaba, en los aires sentí esa tensión de victoria que dejó con su paso.
Cuando la puerta se cerró, exploté. Me desbordé en lágrimas, la respiración entrecortada, el dolor fuerte en el pecho.
A los segundos, la puerta volvió a abrirse.
—Santana... —era la voz de Margaret—. ¿Estás bien?
—¿Qué crees?
Margaret me ayudó a levantar del suelo. Ese no era lugar para mí, jamás lo había sido y no lo sería por culpa de la llegada de esa maldita mujer.
—¿Qué fue todo eso?
—No lo sé, pero una de las dos tendrá que irse o terminaremos matándonos.
—¡Muchacha, no digas una cosa así!
—Esa mujer es un asco de persona, ¡una animal! Es el antónimo viviente de su padre. ¡Me detesta!
—No, no. Tienes que darle tiempo...
Me sorprendió la clemencia que Margaret exteriorizaba hacia ella. Hice una mueca. Se me salieron más lágrimas.
—Dijo que soy la mujerzuela de Norman.
—¡Dios! ¿Qué dices? ¡No puede ser!
Tuvo que sentarse para asimilar mi anuncio.
—Entonces, Margaret, ¿qué hago? ¿Le doy más tiempo para que encuentre otra
oportunidad y me insulte de nuevo? ¿O haga algo peor? Conocí a esta tipa ayer y ya hoy me llama puta. Para colmo, me informa que si fuera por ella, me hubiera despedido antes de poner un pie aquí.
Margaret no eliminó la expresión de incredulidad y asombro. Ella conocía a Brittany, y por la tristeza que reflejaban sus ojos, pude asegurar que describía una mujer extraña para ella.
Los segundos de silencio sirvieron para que formulara un alivio temporero al dolor.
—¿Por qué no te vas de viaje unos días? Así, con la distancia, se calman las cosas, y le das espacio para que recapacite, vuelva en sí y se establezca.
De mi boca salió un chasquido.
—¿Ahora soy yo quien debe desaparecer?
—Santana...
Su tono fue maternal, amistoso. Intenté sonreír.
—Ya veré qué hago antes de ir presa.
Durante la tarde, Brittany y yo nos cruzamos varias veces. Me costaba lazarle miradas de pura cortesía; ella actuaba como si no hubiera sucedido nada. Se paseaba con seguridad en sí misma. Me recordaba el dragón de Komodo, tan tóxica, en espera de poder encajar los colmillos en sus víctimas para luego observar cómo la muerte hace su trabajo.
Margaret pensaría que fue por seguir sus consejos, pero no. Esa misma tarde tuve que confirmar un vuelo a Panamá para la mañana siguiente. Debía firmar un contrato en persona con el gobierno.
En Panamá, Norman me llamó. Me pidió que tan pronto regresara, lo visitara. Al colgar, pensamientos tontos: “¿Qué noticias traerá ahora? ¿A quién más se le antojaría nombrar en la empresa? ¿A su esposa, mi nueva asistente personal?”
Reí.
Brittany
“Sí que tiene cojones la mujerzuela esa. Ya veremos quién los tiene más grandes.”
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Es van a matar y va a ser literal!!
Si que tienen cojones las dos.... A ver quien aguanta mas de las dos!!!
Si que tienen cojones las dos.... A ver quien aguanta mas de las dos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Insisto, me mae muy mal Brittany, ya quiero que se convenza de que Santana no es ninguna p......!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Pues si Britt muy mal .... Aun falta saber porque es así, pero eso no justifica la forma en que trata a San :/
Espero que Norman se entere y ponga un alto y que San sea fuerte porque le toca aguantar muchas cosas con Britt parece.
Espero que Norman se entere y ponga un alto y que San sea fuerte porque le toca aguantar muchas cosas con Britt parece.
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
3:) escribió:Es van a matar y va a ser literal!!
Si que tienen cojones las dos.... A ver quien aguanta mas de las dos!!!
jajaja hola Lu, si creo que las dos se odian primeramente, y pues si tiene cojones pero literalmente quien los tiene es Brittany.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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