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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 28, 2016 4:38 am

Capítulo 19

 
Puckerman no era un ángel enviado del infierno. Del cielo, más bien. Si no hubiese dado freno a la seducción, yo hubiese terminado en la cama, calentando las sábanas con la ternura de su voz.
 
“¡Por Dios, Santana! ¡Cualquiera diría que te acuestas con cada hombre que se cruza en el camino!”
 
Fui hacia la puerta y, ¡caramba!, recordé que no tenía llave, porque siempre usaba el garaje de entrada. El auto lejos y el control remoto en él, pensé que la tecnología es fabulosa, sí, pero cuando menos lo esperamos, nos fastidia la vida.
 
No me quedó de otra que ponerme de cuclillas para levantar la puerta del garaje y forzarla a que me diera acceso a la vivienda.
¡Sí que pesaba, la maldita! ¿Por qué no aparecía alguno de esos vecinos bochinchosos a ayudarme? Tuve que calarme la inoportuna puerta yo sola. Logré culminar con eficiencia la tarea. Era de noche. Con la poca luz que me regalaba la luna, llegué hasta el calentador de agua escondido en un armario y busqué la llave de emergencia que guardo detrás. Mis despistes son tantos que en varias ocasiones cierro la puerta con seguro y las llaves, en la casa.
Frente a la otra puerta de acceso, luché para introducir la repuesta en la cerradura. La embriaguez, la iluminación pobre y el sudor en las manos hicieron que la llave cayera al piso. “¿Será posible tanta mala suerte en un mismo día?”
 
Saqué del bolso el celular y, con la aplicación que lo convierte en una linterna, busqué y busqué. Había alguien más conmigo. Escuché la respiración entrecortada. Se me puso la piel de gallina. Un grito se me escapó.
Una mano se extendió por encima de mi hombro y del susto volví a gritar. Caí sentada en el suelo, buscando en mi bolso desesperada, pero lista para lo que fuera.
 
—¡Calma mujer que soy yo!
 
Apenas pude pronunciar el nombre.
 
—¿Brittany?
 
Su mano extendida me ofrecía ayuda. La ignoré.
Ya no había alcohol en la sangre. Así de efectiva es la adrenalina.
Ella sostenía la llave de repuesta. Abrió la puerta y me indicó que entrara.
Encendí las luces y noté cuánto disfrutaba Brittany el percance. La mirada presuntuosa me enfadó tanto que no concebí amabilidades.
 
—¿Qué haces aquí? —me quitaba un zapato.
 
—Me gustaría más que me dieras las gracias por la ayuda.
 
—¿Y desde cuándo te interesan los agradecimientos? —le lancé el segundo zapato a los pies—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres?
 
Fui a la nevera. Agarré una botella de agua. Bebí.
 
—¿Te digo algo? No es seguro que mantengas esa llave allí. Cualquiera podría descubrir el escondite. Cualquiera con malas intenciones, claro.
 
Solté una sonrisa que se convertiría en risa, pero boté agua por la boca y no me quedaron ganas de intentarlo.
 
—Gracias por el consejo, Pierce. Si no contestarás mis preguntas, puedes retirarte. No te necesito más —¿por qué me consumía un coraje incontrolable?
 
Brittany se había recostado de la encimera. Cruzado de manos y pies, me observaba con deseos de comprender el berrinche que le formaba.
 
“Respira, Santana. Inhala paz, exhala ansiedad...”, me repetía una y otra vez.
Mitigué el coraje. Plagié su pose. Me crucé de manos y pies, recosté mi peso en la
encimera frente suyo.
 
—¿Me vas a decir qué te trae por aquí? —esa ocasión, la amabilidad llegó, a hurtadillas.
 
—¿Ese era Puckerman? ¿El inspector que maneja el caso de Norman?
 
La miré perpleja. ¿Cómo sabía quién me había traído?
 
—¿Ya estabas aquí cuando llegué? —hubo una vibración en la comisura de su boca—. ¿Y no me ayudaste a subir la maldita puerta?
 
Su mirada se transformó en perversidad.
 
—Pensé hacerlo, hasta que recordé cierto beso que diste y mi cabeza se mantuvo ocupada tratando de descifrar el porqué.
Caí en cuenta. “¡El beso!”
 
—¡Eres una idiota!
 
—¿Eso es lo mejor que se te ocurre decirme, Santana? —callé—. Me han dado excusas peores. Anda, ¡sorpréndeme!, ¡contéstame!
 
Bajé el tono de voz.
 
—¿Cuál era la pregunta?
 
Se acercó. El calor de su cuerpo acarició el mío. Llevó los labios a mi oído.
 
—¿No fueron suficientes los besos que te di anoche?
 
La aparté. No le permitiría insultos.
 
—¿Sabes que existe un tipo de amnesia llamada amnesia roja?
 
Brittany me observó de arriba a abajo, preguntándose, a lo mejor, de qué carajos hablaba yo. Como no respondió, aclaré
 
—Amnesia roja es la amnesia temporera que le da a las mujeres como yo cuando ven a la  idiota que se han cogido toda la noche llegar a un almuerzo donde ambas estarían presentes acompañada de una pelirroja coqueta.
 
Un resplandor intermitente en sus ojos me advertía que desafiaba su límite una vez más.
 
—¿Coger, Santana? ¿Eso fue lo que hiciste toda la noche? ¿Coger?
 
—¡Vela tus palabras conmigo, Brittany Pierce!
—¿Yo? Tú vela tus palabras contigo. Pobre de aquella con la que cogiste toda la noche.
 
—¿Y qué hiciste tú anoche, Brittany? —alcé las cejas y sonreí.
 
Sus esmeraldas cayeron al suelo y pude notar cómo se le hundía el pecho. Yo, que tanto anhelaba una respuesta, recibí silencio.
 
—Esta es mi casa, Pierce, y si quieres permanecer un segundo más en ella, escupe alguna contestación.
Al mayor sarcasmo que añadía a mis palabras, más se llenaban de insidia sus ojos. Retrocedió sin apartar de mí su mirada de furia.
 
—Pensé que deberíamos aclarar algunas cosas —llevaba la voz pausada pero fría, como el agua que yo bebía. Le otorgué espacio para que continuara
 
— El almuerzo de hoy fue más que un desastre, Santana. Debí imaginar que algo así sucedería...
 
Me vi forzada a interrumpirla.
 
—Pero no lo imaginaste. ¿Por qué no me advertiste que irías acompañada? ¿Por qué no me anunciaste que salías con alguien? Yo lo menos que quiero son problemas de esa índole, Brittany. Yo no sé qué diablos hay entre nosotras, si es que hay algo, pero yo, en esos juegos, no me apunto.
 
Brittany se aproximó y puso el índice sobre mis labios.
 
—Yo no estoy aquí para darte explicaciones, Santana López. Estoy aquí para decirte mis reglas del juego.
 
¡Qué oportuna y hermosa! Yo hablando de “algo entre nosotras” y ella creyéndose árbitro de un “juego”.
“¡Qué conveniente!”
 
—¿De qué juego hablas, Pierce? ¿Del juego de coger?
Me tapó la boca con la mano.
 
—¡Deja de decir eso, Santana! Suenas como una vulgar mujerzuela.
 
Presionó más... Y se dio cuenta de que acababa de meter la pata hasta el fondo.
Alzó la mano y la pasó por su frente, como si así encontrara la manera de reparar la destrucción. Sin embargo, no encontró cómo remediar la falta de respeto y delicadeza. Brittany era, en definitiva, una mujer  incapaz de insuflar emociones que no fuesen egoísmo y prepotencia.
 
“¿Cómo llegaste a este punto, Santana? ¿Cómo has logrado sentir en la intimidad con ese témpano de hielo lo que nunca habías sentido con otra persona?”
 
—Debes irte, Pierce. No hay necesidad de que me postules tus reglas porque yo ya no juego más —traté de proyectar firmeza, y hubiera tenido éxito si las palabras no hubieran tenido efecto de búmeran y me hubieran atacado el pecho.
 
Acompañados de un suspiro cayeron sus hombros, señal clara de rendición. No arrastraron por el suelo porque sus músculos perfectos los sostuvieron en su debido lugar. Las lágrimas ya se alineaban en fila india, listas para hacer la majestuosa entrada. No lo permití.
 
Caminé hacia la puerta, con el índice señalé la salida. Aunque tenía esperanza de que no lo hiciera, Brittany hizo sonar sus pasos. Cruzó la puerta, se detuvo.
Dio un giro y quedamos frente a frente.
 
—¿Puedes mirarme a los ojos y no apartar la vista por un momento? Solo un minuto, Santana.
 
Golpeé un par de lágrimas con las pestañas. Alcé los ojos hasta encontrarme con sus esmeraldas. Podía mirar sus pupilas la vida entera, si me dejara.
 
—Santana... Tú eras la única persona en el mundo con quien menos quería una relación de cualquier tipo. Esto que nos ha sucedido no ha sido planificado. Al menos, no por mi parte. Si hay coraje en mis palabras es porque eso es lo que siento conmigo misma por haberme dejado llevar. Creo que tú tampoco planificaste este amasijo de emociones, y eso me da más coraje aún. Debimos ser más prudentes antes de... llegar a esto. Somos muy diferentes, López. Tu vida es simple. Ves todo a través de un cristal rosado. Mi vida no es nada simple, por más que parezca lo contrario. Cargo un bagaje muy pesado y cristales rotos de muchos, muchos colores.
 
La confesión me desgarró, pedazo a pedazo, el alma. ¿Por qué en un principio no pude darme cuenta de que me enamoraría de ella? ¿Por qué tenía que darme cuenta justo antes de que hiciera añicos mi corazón?
Brittany retomó el discurso.
 
—Mi vida es complicada, sí. Pero te juro, Santana López, que la pelirroja no ocupa espacio alguno en ella —el anuncio cosió uno de los pedazos de alma destrozados—. No sé reciprocar tu amabilidad, porque no crecí siendo amable. Desde Panamá me pregunto qué diablos ves en mí, si soy tu antónimo. Mi sarcasmo y mis exabruptos de ira te asustan al punto que sueñas con abofetearme. He tratado de encontrar una sola razón, ¡una nada más!, que me asegure que tener una relación contigo será lo mejor para ambas. Pero, ¡mierda! ¡López! Al sol de hoy no la encuentro. Y hace unas horas, en el almuerzo, cuando presencié la manera en que Isabel trataba de exponerte y hacerte pasar un mal
rato, sentí impotencia y no se supone que así sea. Se supone que yo sea la persona que te proteja, que te defienda.
 
Las palabras de la rubia  me llevaban en el primer carrito de una montaña rusa. Sube, Santana, sube. Ahora... Baja, Santana, baja. ¡Una voltereta!
Me limpié una lágrima imprudente.
 
—No he pedido que hagas alguna de esas cosas, Brittany.
 
Ella me limpió otra, que había caído sin avisos.
 
—Una cosa tienes que entender, Santana. Tu vida ya no será la misma. Mi presencia y la de Isabel cambiaron todo, y lo seguirán haciendo. Debes tener eso muy, muy claro.
 
Intentaba descifrar los códigos que encerraba en cada una de sus palabras que me asustaban y, a la vez, me alimentaban con migajas de esperanza.
 
Yo sabía cómo terminaría la conversación, si ya lo había vivido antes.
El adiós definitivo no era el último recuerdo que querría suyo.
Esta vez fui yo quien se acercó y osó ponerle las manos encima.
Coloqué un dedo sobre su labio inferior. Detuve cualquier otro deseo de continuar la charla.
 
—Si vas a terminar esto, Pierce, al menos hazlo tal y como empezó.
 
Brittany cerró los párpados, se acercó, depositó los labios en los míos, me abrazó fuerte por la cintura, y así, envolviéndome en besos y brazos, nos llevó hacia el interior de la casa y cerró la puerta tras nuestro.
 
En el pasillo que daba a mi habitación quedaron como evidencia nuestras prendas de ropa. Esa noche fue distinta. No más rudeza ni salvajismo, solo ternura y cariños. Me hizo vibrar más de la cuenta, por supuesto, pero no hacía más fácil la transición. El amor, hicimos. Desperté en plena madrugada y ella ya no estaba en la cama.
 
En la mesa de noche, la llave de mi auto estaba de vuelta con una nota breve.
 
“López, va en contra de la política corporativa dejar descuidados los activos de la empresa. ¿Sabe que hacer uso de la propiedad de Medika en estado de embriaguez es razón suficiente para sacarla a patadas?”
 
Quise reírme, y las lágrimas me traicionaron.
Desnuda, me enrosqué en la sábana, que apreté fuerte contra el pecho por donde se me colaba un invierno congelador.

Brittany puso el punto final con una despedida memorable.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 28, 2016 4:39 am

Capítulo 20

 
Me costó salir de la cama la mañana siguiente. No llamadas, no mensajes de texto, ni siquiera señales de humo. Y no es que me quejara, no. Estaba desilusionada, conmigo, y en bajas. Así de bueno fue el sabor de la dulce despedida. Los días transcurrieron sin son ni ton. Novedades, tampoco.
Aproveché las fiestas para visitar algunos conocidos y ejercitarme en las tardes. Correr me enfriaba las calenturas que me llegaban a la entrepierna cada vez que recordaba las noches con Brittany. En casa no hacía más que estar en cama. Gustaba mortificarme el juicio con ridículas novelas de amor. Un cliché lleno de sinsabores, lo sé. Al menos me ayudaba a entender mi situación, qué era
aquello que cargaba Brittany como bagaje y que tanto le pesaba. Entendía a la perfección qué significaba la presencia de su madre en mi vida. Pero, ¿cómo ella podría ser un riesgo para mí?
31 de diciembre. 8:45 de la mañana.
Sonó mi celular, alerta de que había recibido un mensaje de texto.
Soñolienta y a regañadientes, estiré el brazo y alcancé el aparato.
 
Nos vemos hoy en el aeropuerto. Una de la tarde. Área de vuelos privados. Brittany.
 
Releí el mensaje.
 “¿Estoy soñando?”
De un saltó me senté en la cama, riéndome sola, la esperanza agitando las mariposas que volvieron a merodearme el estómago. ¡Ah! ¡Qué mucho extrañaba esas mariposas hiperactivas!. Solo me permitieron llegar hasta el lavamanos. Allí vomité. Y vomité. La escena no fue agradable, tampoco sexy.
 
La escena fue un preludio para los escalofríos, para una gran preocupación.
El malestar se alivió rápido. Fui a la cocina y preparé café. Volví a la cama. ¿Debía responderle el mensaje? ¿Confirmar la asistencia? ¿Negarla? ¿Dejarlo en la expectativa?
 
Salí de la cama otra vez. Me dirigí al armario, que abrí de par en par. ¿Qué vestir? ¿Qué llevar? ¿Para cuántos días? ¿Semanas?
 
“No, no puede ser un viaje de semanas...”
 
El celular sonó de nuevo. Puse la taza a medias sobre la mesa de noche.
 
No te compliques, Santana. Viste jeans.
 
Reí. “¿Y cómo esta me conoce tan bien?” Preparé una maleta de mano con un par de jeans enrollados, artículos de aseo personal y varias chaquetas. Utilizaría los mismos zapatos. Terminado el equipaje, mi estómago comenzó a hacer ruidos extraños y mi cabeza a dar vueltas. Corrí al baño, esta vez, al inodoro.
Por segunda vez, mi estómago protestaba.
 
De pronto, una idea me cruzó la cabeza de un lado a otro, cual venado en plena avenida en una noche oscura.
 
“No, no, no. ¡Santana López! ¡No!”
 
Salí apresurada de la casa, a pies, confiada en que el aire fresco aliviaría el malestar. En la farmacia compré una prueba de embarazo. Corrí de vuelta a la casa, a pasos más ligeros. Antes de iniciar el proceso, leí exhaustivamente las instrucciones. Nunca había tenido que recurrir a semejante instrumento. Nunca antes me había dejado llevar por el momento, siempre me había protegido. Con Brittany, la historia es otra. Ninguna de las dos había hablado del tema, actitud
muy irresponsable de parte de ambas, no sabia si podía embarazarme, ademas no solo por el riesgo de un embarazo no deseado, sino también por el riesgo a nuestra salud.
 
Ella  no conocía nada de mi historial sexual, muchísimo menos yo el suyo.
“¿Y si la pelirroja coqueta está en su lista? Dios, ¡no! ¡Asco!”
 
Agilidad sobrenatural, hice lo indicado. Esperé los minutos requeridos, que me resultaron horas. ¡Cuán insólita es la vida! ¡Cómo la realidad se trastoca con la respuesta que aparezca en un palillo blanco de unas tres pulgadas de largo!
 
Tomé el “cambia futuro” en manos y sentí que volvía a nacer.
Cerré los párpados, los abrí.
Los cerré otra vez.
Los abrí.
Debía asegurarme de que, en efecto, solo había una línea en el palillo.
Una línea. No había dudas.
Volví a consultar las indicaciones en el empaque.
Una línea. “Not pregnant.”
Exhalé. Una preocupación menos. Bebí un remedio casero para el malestar y salí, maletas a cuestas, de la casa.
 
Llegaba al aeropuerto cuando recibí una llamada de Norman.
 
—Santana... —saludó, falto de ánimo.
 
—Hola, Norman. ¿Estás bien?
 
—Sí, sí. ¿Y tú? ¿Dónde andas?
“¿Y desde cuándo Norman hace tantas preguntas?”
 
—Estoy bien —tuve que pausar para inventar la siguiente respuesta—. Aprovecho el día para hacer unas cuantas diligencias. ¿Y tú? ¿Y por qué me haces estas preguntas?
—Quería asegurarme de que estuvieras bien. Ya sabes, eres mi consentida favorita. Y entiendo que el almuerzo de Navidad no fue lo que ambos esperábamos. Te pido disculpas.
 
—No te preocupes, estuvo bien... Yo estoy bien.
 
—¿Puedo hacerte una pregunta más?
 
—¿Otra? —chisté.
 
Norman hizo un sonido con el aire que se le escapó de la nariz. ¿Habrá sido una risa suprimida?
 
—¿Dónde recibirás el año nuevo?
 
—Pues... en... mi casa —mentí. ¿Acaso sospechaba algo de Brittany? —Y tú, ¿qué harás?
 
—También me quedaré en casa. Estoy muy viejo para las fiestas y el bullicio.
Inhalé hondo. ¡Qué estrés! ¿De veras Norman sospecharía?
 
—Me parece una buena idea. Después de todo, sigues en recuperación y te has tomado mucha confianza en los últimos días.
 
—Sí, sí, sí... Bueno, te dejo antes de que sigas con el sermón. ¿Alguna vez te han dicho que pareces una anciana?
 
—Sí, varias veces. Y si la mente no me falla, todas has sido tú. Para ser precisa, siempre me lo recuerdas justo cuando no quieres oír mis sermones.
 
—Santana, tienes treinta y dos primaveras. ¡Vive! ¡Feliz año nuevo! Un abrazo.
 
—¡Lo mismo te digo, Norman...!
 
Colgó sin darme la oportunidad de refutar su orden.
Durante el poco trayecto que quedaba, sus palabras retumbaron en las paredes de mi mente. “¡Vive!” Y, por otro lado, las de su hija. “Tu vida es simple.”
 
“¿Acaso los Pierce se ponen de acuerdo para darme mensajes? ¿Era hora de que mi vida se complicara? ¿Hora de vivir? ¿Cuánto más puedo complicar mi vida tan simple?”
 
Al llegar al terminal, ella ya estaba allí, en la sala de espera, observando a través de la enorme pared de cristal que daba hacia la pista. Postura usual: recostada de las escaleras que daban acceso al avión. Los pies cruzados, las manos cruzadas.
Quise correr hacia ella. Volver a respirar. Aguanté los impulsos.
Brittany se volteó. Al verme, enderezó la postura. Dio varios pasos y se detuvo cuando estuvimos cara a cara. Me regaló un gesto que simulaba una sonrisa. Con la mano me señaló el camino hacia el avión.
 
—Puntual, López. Felicitaciones —saludó.
 
—¿Sorprendida? —saludé.
 
El avión no era el jet de Medika, sino otro modelo un poco más antiguo, que acomodaba más personal, del mismo manufacturero, Gulfstrem. Los interiores eran en piel de color negro. La nave alojaba cuatro asientos que formaban parejas frente a un sofá para cuatro personas. Me instalé en uno de los asientos, Brittany a mi lado. Yo observaba cada detalle de la anomalía y, antes de preguntar, ya Brittany me daba una respuesta.
 
—De un amigo. No es un viaje oficial, así que no debíamos usar el corporativo.
Tenía la razón, pero...
 
—¿Cómo podemos categorizar este viaje?
 
Pensativa, hurgando su respuesta en los recovecos mentales, frunció el ceño. Las respuestas evaluadas, sin duda alguna, la incomodaban.
 
—¿Obra de caridad?
 
Golpeé sus costillas con el codo. Soltó un quejido.
Abundó en su explicación:
 
—Digamos que me conmoví con el deseo banal de una mujer aburrida.
 
—Así que evaluaste tus opciones...
 
Se inclinó hacia mí. La nave alzaba vuelo, por lo que el ruido impedía que la escuchara bien.
 
—Digamos que seguí tus consejos, López. Esa tarde, fui amable. Desde antes sabía cuál opción escoger —guiñó un ojo.
 
Regresó la espalda al asiento. Inclinó la cabeza hacia atrás y la dejó descansar en el acolchonado espaldar.
¿Por qué nunca encuentro cómo responderle los cumplidos?
Al silencio, dijo:
 
—¿Qué tamaño vistes?
 
—¿Disculpa?
 
Brittany se acercó de nuevo, pensando que no la escuchaba bien por el ruido.
 
—Necesitamos conseguirte más ropa o te vas a congelar.
 
—Mediano —respondí a prisas—. Solo necesito un abrigo.
 
Brittany se echó hacia atrás y sonrió. La reacción a mi confusión fue responder con otra cara de confusión.
 
—¿Qué te pasa, Santana?
 
—Es que esto es inusual.
 
—¿Que te regalen un viaje sorpresa?
 
—No, que no sea yo quien compre mi ropa.
 
Callé y desde ya noté que el comentario le había pegado fuerte. Su semblante se irguió.
 
—Así que acostumbras que te regalen viajes sorpresa —el sarcasmo le vestía las palabras.
 
—Solo he recibido dos sorpresas en mi simple vida, Brittany —hice hincapié en el adjetivo ‘simple’, para que no olvidara la cualidad primordial de mi vida—. Cuando tu padre. —noté que se incomodó al decir el rol de Norman en su vida, así que me corregí—, disculpa, cuando Norman me inscribió en el colegio y cuando me pagó la universidad.
 
Sopló una pelusa que llevaba en el pantalón y cruzó las piernas. Me miró.
 
—Entonces, señorita López, espero que este regalo cumpla con los requisitos
para quedar incluida en esa lista tan exclusiva.
Le lancé una sonrisa.
 
—Ciertamente va por buen camino. Te apellidas Pierce.
 
—Bien
 
Un aire de orgullo resplandeció su mirada, porque ya me conocía tan bien que había entendido el chiste. Del compartimiento bajo su asiento sacó una manta y una almohada
 
— ¿Por qué no te relajas y disfrutas el vuelo?
 
Tomé las cosas como mías.
 
—Invitación aceptada.
 
Puse la almohada en la parte posterior de la nuca, la manta sobre las piernas. Saqué la tableta del bolso, por si podía concentrarme con ella a mi lado y leer algo. A los minutos, retomé la conversación, más por duda que por nerviosismo.
 
—Brittany, ¿cuándo regresaremos?
 
—¿Aún no llegamos y ya quieres regresar? Sé que nunca me ganaría el reconocimiento de mejor compañía, pero, ¿tan malo es estar conmigo?
 
Quise responderle, “Si supieras que por mí no regresábamos nunca”, pero lo consideré poco prudente.
 
—¿Podemos llegar a un acuerdo? —tenía que hacer el intento de garantizar que las próximas horas, o los próximos días, fueran tolerables.
 
—Estamos a quince mil pies de altura rumbo a cumplir tu sueño y yo a realizar el acto caritativo más significativo de mi vida, ¿y tú quieres negociar? ¿No crees que es un poco tarde para ello?
 
—¿Será que por el tiempo que dure este acto caritativo tuyo puedes dejar de lado el sarcasmo?
 
Su sonrisa se desvaneció. Se mordió varias veces las mejillas y los labios. Por un momento, asomó a su rostro una expresión resuelta, sopesando las alternativas.
—¿Y qué obtendré a cambio, López?
 
A saber... ¿Qué podría ofrecerle yo? ¿Sexo, pasión, lujuria? ¿Coger? “¡Por Dios! ¿En qué me estoy convirtiendo!”
 
—Trataré de mirar la vida a través de algún cristal que no sea rosado.
 
“Ese color rosado que tanto detestas”, completé con el pensamiento. Hubiera querido expresar esas palabras en voz alta también, mas con ella era difícil saber hasta dónde llegar. Demasiado difícil resultaba mantenerse al otro lado de la línea que detonaba en ella las emociones más intensas.
 
Era como la marea, cambiaba constantemente. A unas horas en un lugar y a otras en otro. Pero había una diferencia crucial entre la marea y Brittany Pierce. La marea vive en un triángulo amoroso eterno entre la luna, el sol y ella misma. Brittany, todavía no lograba descifrar qué la controlaba, qué la movía, la hacía vivir.
 
—¿Y por qué diablos querrías hacer eso? — la rubia  me analizaba, como si así tratara de entender la naturaleza de mis palabras, o entender, quizás, adónde nos llevaría la conversación.
 
—Porque quiero complicar un poco mi vida.
Soltó una carcajada silenciosa.
 
—No sabes lo que dices, López. No tienes ni la más ínfima puta idea de cómo puede complicarse tu vida con el simple hecho de estar aquí, conmigo, en este instante.
 
Una alarma se activó en mi subconsciente, una alarma de sonidos chillones y tenebrosos que luchaba por dominarme. ¿Sería parte de su acto o realmente tenía la intención de que yo supiera esos detalles?
 
—Lamento informarle, señorita López, que en esta ocasión los términos de su propuesta no son los indicados como para llegar a un acuerdo que beneficie a ambas partes.
 
Con tales palabras trató de suavizar la advertencia que se le había escapado sin realmente entender las consecuencias. Un torbellino de preguntas se me formó en la cabeza. Juraría que mi rostro no mostraba expresión alguna.
 
—¡Ey! —gritó, de pronto.
 
Reaccioné a su llamado. Regresé a mis sentidos, la mente clara, de vuelta a la realidad, a ese avión que sobrevolaba aguas del Mar Caribe.
 
—¿Y cómo cuánto más se puede complicar mi vida? Digo, es para poder concebir la puta idea.
 
—Oh, por favor, Santana —llevó las manos a la cabeza—. No hagas esto. No ahora. No en este viaje.
 
—¿No crees que fue una expresión muy grosera? ¿Se escucha igual de grosera en mí?
 
Sus ojos hermosos tomaron la forma de los de un cachorro cuando es reprendido por romper el objeto más preciado de su dueño.
 
—Lo siento —extendió la mano, la colocó sobre mi pierna, y con voz baja, dijo
 
—.Lleguemos a otro acuerdo. Yo trataré de manejar mis sarcasmos y groserías. A cambio, tú te olvidas de lo demás.
 
Pensé un poco.
 
—Antes de responder a tu propuesta contéstame algo más. ¿Por qué, contigo aquí y ahora, se complicaría mi vida?
 
Mientras hablaba, le observaba los ojos sin tambalear. Quería validar la
respuesta, cualquiera que fuese.
 
—Vamos, Santana, no eres tan ingenua. Yo soy tu jefa, la que daría cualquier cosa por deshacerse de ti. ¿Recuerdas? Además, sabes que Isabel te detesta. ¡Ah! Y no dejemos fuera a la pelirroja. ¿Crees que tu querido Norman aprobaría esto?
 
No me pude aguantar y golpeé su brazo con el puño.
“¡Diablos! Eso sí que me dolió.”
 
—Me importa una mierda lo que piensen otros de mí —la voz se me entrecortaba entre los suspiros, porque intentaba hablar y suprimir el dolor en la mano
 
— Acuerdo aceptado.
Me tomó la mano afectada y la colocó entre las suyas. Acarició.
 
—Deberías conocer tus limitaciones —una mirada de reprensión me apareció en los ojos
 
—. Perdón, eso fue sardónico.
 
—Un poco.
 
Ambas reímos. Brittany plantó un beso en la palma de mi mano, recostó la cabeza en el espaldar de su asiento y así nos mantuvimos, en silencio, adormitadas, una al lado de la otra, manos haciendo contacto, hasta que aterrizamos en el aeropuerto MacArthur de Long Island.
 
Una limusina negra nos esperaba. Arribamos al Hotel W, en el corazón de Times Square. La sonrisa y las lágrimas de emoción que se me hacían en los ojos, pero nunca salieron, eran evidencia de la indescriptible sensación que me causaba estar en ese lugar, en ese momento.
Más aún, con Brittany.
 
El elevador fue en ascenso. Piso 30. Piso 40. Piso 50. Piso 57.
 
Una suite decorada con lujos se extendió ante nosotras. La circundaban paredes en vidrio que permitían apreciar Time Square. Brittany hacía lo propio con el equipaje. Yo... Yo solo contemplé de cerca la sorprendente vista.
 
Si no fuese por esa mujer arrogante y a veces egoísta, nunca hubiese podido siquiera imaginar algo así de real y fantástico.
 
Sentí su aliento en la parte posterior de mi cuello. Las manos que transitaron por mi cintura provocaron que se me erizara la piel.
 
—A lo mejor desde aquí puedas ser parte de la historia. Disculpa por querer evitar el bullicio que tanto te fascina, no creo que nos siente bien en una noche como esta.
 
Compartimos una sonrisa de complicidad.
Brittany hablaba de nosotras, de un plural, de las dos.
 
—Es perfecto, Pierce. ¡Perfecto!
 
Sin importarme las botas de tacón que traía puestas, trepé el sofá adyacente para quedar al nivel de su rostro, que acaricié con las manos, como si así pudiera transmitirle todo el cariño que tenía bien guardado dentro del pecho para ella. Besé sus labios delgados y rosados, disfrutando cada contacto de nuestras pieles, saciando la sed que sentía por el sabor peculiar de su boca.
 
Así fue como noté la anomalía. Brittany sabía a Brittany, y en ese sabor había una pizca de dulce que me encantó.
No había fumado. Sus manos descansaban en mis nalgas, convenientementes al mismo nivel. La vulnerabilidad que se reflejaba en sus ojos me estrujaba el corazón.
 
“¿Alguien habría tenido la oportunidad de mirar a los ojos de Brittany Pierce desde este horizonte?”
 
—Gracias —susurré.
 
Me trepó en su espalda como un saco y me lanzó sobre la cama. Se dio a la tarea de removerme las botas.
 
—Aunque luces muy tentadora, señorita López, sugiero que descansemos un rato y recarguemos energías para la noche. No nos queremos perder el espectáculo, ¿o sí?
 
Cuando quitó la segunda bota, hizo lo mismo con sus zapatos. Se acostó a mi lado. Tomó una almohada, me plantó un beso en la mejilla y colocó la almohada sobre el rostro.
 
—Si no puedes descansar, te recomiendo una ducha fría. Funciona —agarré mi almohada y se la lancé.
 
—¡López! Eso no fue un sarcasmo. Fue una aseveración directa.
 
Lanzó el brazo por encima de mi pecho. Me haló hasta sí, y no dejó espacio alguno entre nuestros cuerpos.
 

—Descansa —repitió el mandato.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 28, 2016 4:40 am

Capítulo 21

 
En la habitación se vestía una Brittany diferente, relajada, sonriente, ¿feliz? Eran las nueve de la noche. Habíamos decidido cenar en un restaurante del hotel. La comida prometía ser una delicia. El postre lo ordenaríamos para llevar, disfrutarlo quizás en el momento justo del espectáculo.
 
Acepto que al inicio de la noche no sabía cómo comportarme. ¿Era yo pareja? ¿Debía comportarme como tal? ¿O solo como su acompañante? Sin importar cualquiera de los adjetivos que me caracterizaran, no debía dejar pasar por
alto un tema de conversación de primera urgencia. No quería otro susto como el de la mañana, así que era hora de poner los puntos sobre las íes.
 
—Hemos sido muy irresponsables en... tú sabes... sin protección —solté en la mesa, luego de que el camarero trajera vinos y aperitivos.
 
Pensaba que la reacción sería otra, que a lo mejor escucharía un rechinar de tenedor sobre cerámica, y no fue así. A Brittany no le sorprendió el comentario.
 
—Ciertamente —argumentó.
 
Pausó, introdujo una de las manos en el bolsillo del pantalón, sacó un sobrecito con un preservativo, y lo colocó encima de la mesa, sin importar quién pudiera verlo. Si yo hubiese sido otra mujer, quizás la acción me hubiera llenado de rubor en las mejillas. No obstante, disfruté el momento. Brittany ni siquiera podía imaginarse el contraataque.
 
—¡Qué poco ambiciosa eres! ¿Solo uno?
 
Sonreí. Metí la mano en el bolso, saqué una  caja de preservativos y la coloqué al lado del sobre solitario
 
— Espero haber acertado en el tamaño.
 
No le quedó más remedio que soltar una carcajada. Tomó de vuelta lo que había
colocado en la mesa, y llevó consigo, también, la caja compañera.
 
—Creo que yo les puedo dar más y mejor uso, señorita López.
 
Ya que tomó la iniciativa en llevarme a cenar, y costear los gastos, decidí que yo tomaría las riendas durante la segunda parte de la noche, a menos que ella tuviera otro plan magistral, por supuesto. En un escape al baño durante la cena, hice que el hotel se encargara de todo.
 
Había ambientado la recámara con una luz tenue, cálida y seductora, que me permitiría perderme en los ojos hermosos de Brittany, pero no distinguir los trazos en su frente, que tanto me delataban pesadumbres de su vida, que tanto me afligían. El postre lo guardé en la nevera minúscula. Ordené que colocaran unas botellas de champaña y unas fresas sobre la mesa, en el centro de la sala, que ubicaba frente al ventanal desde donde presenciaríamos el fin de año al estilo
 
Nueva York, donde presenciaríamos cómo yo hacía realidad uno de mis sueños.
Eran las once y media. Tomé una de las botellas de champaña, la descorché y serví en dos copas. Entregué una a la compañía.
 
—Gracias, López —murmuró, la copa alzada.
 
—Está usted aprendiendo modales, señorita Pierce —
 
Guiñé un ojo
 
—. De nada.
 
—Es difícil tener modales frente a usted, señorita López.
 
—¿Cómo dice?
 
No respondió. Colocó su copa en la mesa, me quitó de las manos la mía. Con dos pasos al frente, ya estaba muy cerca de mí tan y tan cerca que, cuando respiraba, su aire me empañaba la visión.
El tono juguetón con el que habló me hizo cosquillas en el cuerpo entero.
 
—Dije... que resulta muy difícil... tener modales con usted —llevó las manos a mis senos y acarició.
 
Me mordí el labio inferior.
 
—¿Sabe que puedo interpretar ese comentario como grosero?
 
Me pellizcó uno de mis pechos.
 
—¿Y cómo interpretaría que me provoca lanzarla en ese sofá detrás suyo? ¿De un solo tirón desgarrarle la ropa interior y volcarme en usted hasta el año nuevo?
 
Me mordí la lengua, porque no encontraba qué más morder.
 
—Le diría que es una grosería de su parte. Y que no hay necesidad de desgarrarme la ropa interior……
 
Pausé para darle un respiro a las mariposas que aleteaban en mi vientre
 
— Porque no traigo…….
 
Noté cómo una sonrisa lúbrica dejó escapar el brillo de sus dientes alineados en perfecta formación. Comencé a despojarme de la ropa y la moral. Suéter, blusa, sostén, pantalones...
 
—Me mintió. Sí trae ropa interior —reclamó, un gesto de ofensa forzada en el rostro.
 
—No puede negar lo que le provocó imaginarme sin ella.
 
Poco esfuerzo necesité para quitar la única prenda que aún traía puesta y que hubiera querido fuese la primera en eliminar de mi cuerpo.
 
Tomé mi copa de champaña, le pegué un mordisco a una de las fresas. Me recosté en el sofá, una invitación directa a quien fuera mi acompañante esa noche.
 
En sus ojos había deseo, obscenidad.
 
—¿Y qué se supone que haga ahora una tipa tan grosera como yo? —intentaba controlar la voz entrecortada.
 
—Pudiera acompañarme y decirme al oído algunas de esas obscenidades que tiene en mente.
 
Brittany se llevó la mano a la entrepierna. Frotó varias veces el bulto que se le hacía en el pantalón. Se acercó, la mano todavía en gesto obsceno. Me habló al oído.
 
—¿Y si le digo que me gustaría contemplar lo que puede hacer sin mí?
 
El rubor sí hizo aparición esa ocasión. “¡Oh! ¿Acaso quiere ver cómo me hago cosas?” No, Brittany no es mujer de insinuaciones. Me lo pedía.
Se alejó con una sonrisa en labios, haló una silla próxima hasta frente el sofá y se sentó.  Volvió a colocar las manos en la entrepierna.
 
“¿Qué demonios hago? ¿Cómo empiezo? ¿En qué lío te has metido, Santana López?”
 
Brittany se enteró de que los nervios me dominaban y sonrió.
 
—¿Nerviosa? —no respondí—. Tranquila, Santana. Imagina que estás sola, aburrida luego de un día largo en la oficina.
 
Cerré los ojos. No se sentía igual.
Los abrí, necesitaba su rostro vivo a mis ojos. Necesitaba inspiración.
Volví a cerrar los párpados.
La imaginé acariciándome el busto con sus manos rudas, explorar mi parte más íntima con los labios.
Abrí los ojos otra vez. Me encontré con ella y su mueca de excitación, la mirada fija en las manos que frotaban desesperadas mi sexo en llamas. Permanecía sentada en la silla, una mano descansando sobre un muslo, la otra sujetando la copa de champán.
 
Agilicé el movimiento con el que se mecían mis dedos. Me concentré en las respiraciones. Sentí sus manos abrirse paso entre mis piernas. Esta vez no fantaseaba.
 
Brittany también me tocaba, el mismo desespero mío. Acarició e introdujo dedos, me ayudo a agilizar el ritmo, a abrirme a sensaciones vivas, descaradas.
Llegó el orgasmo. Los gemidos se apoderaron de la voz, los movimientos involuntarios del cuerpo entero. El cerebro aturdido, manejé las respiraciones otra vez hasta que el aire comenzó a aclarar el negro en que se habían convertido imaginación, pensamientos y sentidos.
 
Regresé en mí y allí estaba ella, sentada a mi lado, desnuda, protegida.
 
—Ha hecho usted un trabajo excelente, señorita López. Sería un honor continuar.
 
Esas palabras eran lo que necesitaba para perderme en la sensación que me provocaban sus labios al acariciar mi vientre, en la sensación más perenne de su lengua dibujando el camino hacia la dirección correcta.
 
El lamido se transformaba. De delicado a rudo, lograba desquiciarme en segundos, llevarme hasta ese lugar semioscuro tan lejos de la realidad.
No tuvo compasión de mí. No le importó que estuviese un poco agotada y recién satisfecha.
 
Me tomó por la cabellera y me llevó hasta el ventanal. Me obligó a permanecer de pies y me hizo acercarme, de espaldas, al cristal. Se acercó. Presionó mi espalda contra la abertura por donde se colaba luz del exterior. Me tomó la cintura, besó cuello, hombros, pechos. Cuando menos lo esperaba, se detuvo.
 
—No puedes perderte esto, Santana.
 
Me giró de manera tal que quedara frente a frente al ventanal que me alimentó las pupilas con una gran celebración. Brittany me acorraló desde atrás. Me sujetó por las caderas para que no me desvaneciera, porque todavía no recuperaba las fuerzas. Con los pies me separó las piernas. Entró en mí. Su cuerpo no tardó en acoplarse con el mío. Nos volvimos una. Sus movimientos me devolvieron las fuerzas perdidas. Y así, con movimientos dentro mío y fuegos artificiales enfrente, locura. Recibía el año nuevo en una suite en Times Square mientras la rubia  que me había robado el corazón me hacía suya. El sudor de nuestras manos deslustraba el vidrio. El aire que huía de mi boca empañaba el cristal. El rostro de Brittany se reflejaba. Sus ojos estaban perdidos, pero no en el horizonte, sino en mí.
 
Yo no quería dejar escapar ese momento en el que ella explotara.
Me volteé. La empujé hacia el sofá. Se dejó caer, disfrutando la agresividad súbita.
Escalé por sus piernas hasta llegar a su regazo. Volvimos a formar un solo cuerpo. Esa ocasión, mis caderas embestían las suyas. Mi vientre la recibía, reconociendo las vibraciones esporádicas que lograba crear.
 
La intensidad de su mirada, abrumadora y excitante. Predije que pronto alcanzaría el clímax cuando sus ojos se estrecharon, dejando solo un poco del color azul a la vista.
 
—Esto es lo que no me quiero perder
 
Susurré a su oído. Y ese susurro fue un detonante. Una de sus manos me aprisionó las caderas. La otra hacía lo propio en mis nalgas. Situó los
dedos en un lugar que nunca antes había explorado. Desató una cadena de sensaciones que provocó a mi vientre ahogar su sexo en mí.
Nos movimos con fuerza, entre jadeos fuertes y gemidos, en descontrol, sin delicadeza, presas de una fuerte corriente eléctrica.
 
“Dios, esto es la gloria. ¿Cómo y por qué he creado dependencia de esta mujer?”
 
Los cuerpos convulsionaron a la vez.
 
—Te quiero —susurré, la cabeza hundida en su cuello.
 
“¡Mierda! ¿Qué he dicho? ¡Se supone que confesiones así se queden en mi mente! ¡Mierda! ¡Mierda!” “¡Mierda!”
 
El peso de mis palabras no me permitía alejar el rostro de su cuello. Sus manos dirigieron mi cara a la suya.
 
—Lo siento, eso no debió salir de mi boca —murmuré demasiado pronto.
 
No era cierto, no lamentaba haberme expresado. La quería. Había aprendido a quererla. No podía negarlo. No quería vivir ni un segundo sin ella.
Y mi bocota había arruinado la velada. Mantuvo mi rostro entre sus manos, observándome los ojos, procesando cada una de mis palabras torpes. Mientras más parecía considerarlas, mayor parecía el estrago que ellas hacían en ella.
 
—Finjamos que no dije esas palabras —volví a susurrar.
 
Brittany acercó mi frente a sus labios. Besó.
 
—Feliz año nuevo —sonrió—. Ya eres parte de la historia.
 
Creí que debía suavizar aún más la tensión incómoda.
—Transcurrió como la había imaginado —pausé para mojarme los labios
 
— Aburridísima.
 
Me sacó de encima, sonrisa en labios. Me plantó una nalgada, se levantó un poco del sofá y se extendió hasta la mesa. Tomó las copas de champaña y el plato con fresas. El olor del sexo, la champaña y las fresas fueron nitroglicerina para un leve mareo.
Náuseas.
Me levanté del sofá y corrí al baño.
Cerré la puerta de un portazo.
Mi estómago, otra vez.
 
—¿Estás bien? —abrió la puerta, luego de escuchar que había halado la cadena.
 
Todavía estaba abrazada al inodoro.
 
—Sí —extendí la mano para que me pasara una toalla de las que colgaban en la pared.
 
—La próxima vez asegúrate de llevarme a un hotel que sirvan buena champaña.
 
Brittany lanzó una sonrisa, pero no hubo alegría en ella, sino preocupación.
 
—¿Segura que estás bien?
 
—Si no te acabas de vestir pronto, no lo estaré —no se mostró convencida.
 
— No te preocupes, Brittany, no es nada de lo que tengamos que preocuparnos
 
Usé una entonación clara. Esta vez sí se mostró convencida. Se levantó y extendió ambas manos. Me puso en pies.
 
—Ve a ducharte —me regaló una giñada.
 
—. ¡Apestas!
 
—Menuda forma de levantarme el ánimo
 
Traté de seducirla, que entrara a la ducha conmigo. Rechazó la invitación con un gesto sutil.
 

—Aún nos quedan veinticuatro horas...
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 28, 2016 4:40 am

Capítulo 22



Las manos en los bolsillos. Brittany caminaba de un lado a otro, a pasos
rápidos. Con tanto dinero a su apellido, y el servicio en el aeropuerto neoyorquino resultó de segunda. Quizás no fue culpa de inesperados fallos humanos, sino de las condiciones climatológicas. Apenas podía ver a través de los cristales empañados, por donde descendían inmensas gotas de agua. Una luz
borrosa en la distancia, y luego, nada. Solo lluvia y más lluvia. Y gris.
 
—¿A quién se le ocurre viajar con este tiempo?
 
Pregunté en voz baja, porque hablaba sola. Me acomodé el pelo hacia atrás y sonreí
 
—¿A quién más?
 
Giré el torso. Brittany ya no caminaba. Se había recostado contra un mural, el cuerpo en esa posición tan suya. Piernas cruzadas, brazos cruzados. Una mujer  llena de defensas. Le tocaba esperar.
 
Dos horas luego de la hora de salida y nuestro jet todavía no encontraba puerta de
embarque, quizás porque los vuelos de ida y venida estaban atrasados, y en la pista había una fila interminable de aviones en espera de despegue.
 
Mis tacones sonaron hasta a ella. Tenía que decirle. Quería que supiera. Había una necesidad de seguridad en ambas. Le toqué el hombro.
 
—Voy al baño —pasé la mano por su mentón, guiñé un ojo—. Tanta acción me provocó un adelanto.
 
Brittany asintió sin mediar palabras, solo una sonrisa a medias. A tres pasos, escuché que lanzó un suspiro.
 
Regresé y Brittany había dejado de asumir la postura que la reviste. Hablaba, serena, con un hombre alto de cabello marrón. A mis ojos, tendría la misma edad de Norman. Me acerqué. El hombre dejó la mirada fija en mi anatomía.
Se me erizó la piel. Brittany se percató de la distracción de su compañía. Se volteó. Su rostro se descompuso durante par de segundos. Sacó una sonrisa tímida. Se le movieron los labios inferiores, como si la boca misma lo
traicionara porque no le parecía que una sonrisa fuese el gesto adecuado.
Extendió la mano.
 
—Santana, él es un conocido, también del mundo de los negocios. Se llama Paul
 
Hizo una pausa, que a mi entender fue intencional.
El hombre alcanzó mi mano y la estrechó. Completó el nombre.
—L. Hopgood.
 
No alcancé a responderle. Un hombre de estatura mediana llegó a nosotros y nos informó que ya podíamos abordar, por la puerta de embarque a nuestra izquierda. Me despedí del señor Hopgood con un movimiento de cabeza.
Me aparté del trío. Escuché un susurro a mi distancia. No provino de la voz de Brittany. Giré la cabeza y noté el rostro de siempre de Brittany. No más tranquilidad ni esperanzas de contentura, solo molestia. Mucha molestia.
 
Tomé mi equipaje y el suyo. Me acerqué y la tomé del brazo, obligándola a despedirse de una conversación inconclusa que se formuló con miradas.
 
Mientras ella hablaba con los empleados de la puerta de embarque, miré las proximidades. El hombre misterioso continuaba donde mismo lo habíamos dejado, mirándonos. Brittany se echó a andar.
 
La tomé del brazo y, aunque enajenada del conflicto a puerta cerrada entre esos dos, exterioricé:
 
—No dejes que nada dañe las últimas cuarenta y ocho horas.
 
Brittany sonrió.
Abordamos y tan pronto estuvimos instaladas, me quité el abrigo y el jersey, escalé por sus piernas, me senté en su regazo, la besé.
 
“¿Y si así te quito los malos recuerdos, Brittany Pierce? ¿Y si así te quito los malhumores y los pesares?”
 
Brittany me apartó, una mezcla de ternura y rudeza.
 
—López, no creo que sea prudente que me bese así y ahora. Primero, usted no está en condiciones de satisfacer mis necesidades...
Fruncí el ceño y no le permití continuar.
 
—Tengo una boca maravillosa y dos manos que hacen milagros —volví a besarla, la mano en su entrepierna.
 
El sexo de Brittany no tardó en alistarse. Cuando sintió que estaba al borde de perder el juicio, y que me arrancaría la ropa, apartó un poco la boca de la mía. Sentí su aliento cálido acariciarme los labios.
 
—Permítame informarle, señorita López —continuó hablando, acariciándome los cabellos rebeldes que me adornaban la frente—, que abordamos un avión en el que, aunque no sea comercial, carecemos de privacidad y estaremos a la merced de muchísimos factores humanos, naturales y del destino.
 
Una sonrisa traviesa se hizo en ella. Arregló el tirante de mi blusa, que se había deslizado. Aprovechó la oportunidad para acariciarme hombro y cuello.
Escalofríos. Cerré los ojos y el cuerpo entero se rindió a un corto sismo tenue.
Brittany me besó cosquillas en el oído y, con voz baja, pidió:
 
—Si no te levantas en los próximos tres segundos, Santana, tendré que meterme al baño en pleno vuelo y fingir que necesito ayuda.
 
La rudeza de su lengua invadió mi boca. Grosera y sin vergüenzas, llevó una mano a un seno y lo apretó.
Entonces fui yo quien se alejó.
 
—Suena interesante, Pierce. La forma perfecta de clausurar esta aventura.
 
Se supone que mis palabras la excitarían. Y no sucedió.
El bulto bajo su pantalón perdió fuerzas. Se le desvaneció la sonrisa, retiró las manos de mí.
 
—¿Qué pasó? ¿Fue algo que dije?
 
—¡Coño, Santana! ¿Así consideras esto?
 
El tono bajó de intensidad, como si se desvaneciera en la bruma de un atardecer lluvioso.
 
—. ¿Una maldita aventura?
 
Así que esa había sido la palabra que le arrancó la sonrisa de los labios y la sexualidad del cuerpo. Quedé desconcertada. Si no era una aventura, ¿entonces qué? Aún más me intrigaba: “¿Por qué reacciona con tanto drama a un comentario inocente, y no sacó una reacción así de intensa, o positiva, por lo menos, cuando le dije que la quería?
 Esta mujer me va a desquiciar...”
Con ambas manos, me coloqué el pelo tras las orejas. Pasé la lengua por los labios.
 
—No dije el comentario con esa connotación, Brittany, pero ya que tocamos el tema, respóndeme. Si esto no es una aventura, ¿qué es?
 
El silencio apaciguó el ruido de los motores del Gulfstream, que se disponía a despegar. Brittany no me quitó la vista de encima.
Me expliqué mejor.
 
—Dijiste que viviéramos el momento. Eso es justo lo que hago, Pierce. Sigo tu consejo.
 
Se puso en pie de un sopetón, sin avisarme. Estuve a punto de caerme, y no sé cómo los reflejos fueron más rápidos que la razón. Me agarré de uno de los brazos del asiento y retomé el balance.
 
“¿Se habrá vuelto loca?”
 
Brittany me agarró del brazo. Me haló hacia sí, me volteó y me obligó a caminar hacia adelante, atropellando la alfombra. Llegamos al baño incómodo, me metió de un empujón, entró, corrió el cerrojo. No dejó de apretarme el brazo.
Mi corazón latía con tanto escándalo que ni el estruendo de los motores aviarios
silenciaron los sonidos. Tal era la sensación que creaba en mí cada vez que me tocaba de esa manera.
 
La incertidumbre de lo que sucediera luego me robaba el aliento.
Su respiración era fuerte y profunda; su mirada, fría.
Me dio otro leve empujón, una orden. Sin tiempo a pensar en lo que hacía, me senté sobre la tapa del retrete. Brittany se llevó a la cremallera del pantalón la mano con la que me había lastimado.
 
—¿Quieres saber cómo se lleva a cabo una aventura? —murmuró.
 
Bajó la cremallera. Enredó los dedos en mi cabello y dio un halón, acercándome a sí. Y tan pronto lo hizo, me dejó ir e impelió una palmada a la pared.
Nos miramos sin pestañeos. Ambas pupilas brillaban. La suya de furia, la mía de tristeza. Así no me había imaginado la escena. Se me escaparon dos lágrimas.
 
Brittany volvió en sí, se percató de la expresión de miedo, de decepción.
Subió la cremallera. No se disculpó. Imaginé el momento como una pincelada más en las artes que le adornan la espalda.
 
¿Habrá vivido escenas como las que me inundaron la mente? ¿Con otras mujeres? ¿Con cuántas? Abrí y cerré la boca, no para hablar.
“¡Qué de cosas habrá hecho esta mujer!”
 
Salí del estupor. Un picor me atacó los ojos. Me levanté.
 
—Apártate de la puerta, por favor —me pasé la mano por los cachetes. Los párpados pestañearon más de lo usual. El frío me encubría la voz, y no era por la altura que habíamos alcanzado en la nave.
 
Brittany no hizo más movimientos. Se mantuvo quieta. Congelada.
 
—Brittany, por favor. Deja de arruinar las mejores horas de mi vida —pedí.
 
Las paredes comenzaron a apretarme los hombros. Con cada pestañear, el espacio se hacía más y más estrecho. Salté cuando dio un puñetazo en el tope del lavamanos. Si no hubiera mantenido la boca cerrada, el corazón se me habría salido desde el pecho.
 
—¡Mierda! —gritó, y de pronto, la voz suave—. Lo siento, Santana. De veras lo siento.
 
Hablé de prisa, sin siquiera importarme mucho el valor de las palabras que Brittany exteriorizó.
 
—Sí, sí. Disculpa aceptada. Ahora, por favor, apártate de la maldita puerta.
 
No era momento de argumentar. Quería salir. Quería estar fuera de su alcance.
Se movió, pero no hacia afuera, sino abriéndose paso hacia el otro lado, hacia donde había estado yo. Se sentó sobre el inodoro, la cabeza hundida en las manos. Me dolió verla así. El alma hecha trizas, presa de frustración.
Pero no podía hacer nada por ella. No esa vez.
 
Tenía que apartarme y salir. Dejar de consumirme tanto en ella. Consolarme el alma. Descorrí el cerrojo, puse los pies fuera. Dejé la puerta entreabierta.
Me tumbé en el asiento más próximo. Entre lágrimas, el olor de la piel fina recién tapizada y frío en el pecho, me adormilé.
 
No supe cuánto tiempo Brittany permaneció en el baño.
Desperté y ella estaba a mi lado, en el asiento más próximo al otro lado del pasillo. Dormía, o al menos lo intentaba. Verla allí, con su cara aún retorcida por los demonios que la perseguían, me confundió. Me di cuenta de que con los respiros compartidos, Brittany se despojaba, poquito a poquito, de una vez y por todas, de todos esos demonios, mientras yo...
 
Yo no me había dado cuenta a tiempo de que todo ese peso se acumulaba, poquito a poquito, cada vez más y más, en mí. No tenía idea de qué podría suceder al tocar tierra. ¿Cómo actuar en Medika? ¿El día siguiente? ¿La semana que se aproximaba? ¿La vida entera? Quedó claro de que lo nuestro no era una aventura. No para mí, tampoco para ella. Y de todas maneras, debíamos mantener el secreto.
 
“¿Eso no es otra forma de decir aventura? No, Santana, ¡por Dios! Es sinónimo de pareja precavida.”
 
No sería propio que los empleados de Medika tuvieran de qué hablar. Pierce es la jefa; López, una empleada dispensable. Tampoco sería propio que Norman lo supiera. Pensar en él, en su hija, en mí y en este... secreto... me propició asco y un leve mareo. Podría decirse que tener sexo con Brittany era prácticamente un pecado. Norman nos contempla como hijas... ¡somos sus dos hijas!
Náuseas.
Ya él me lo había advertido. Siempre decía lo mismo. “Santana López, conquista el mundo si quieres. Solo procura recordar mi consejo: nunca orines donde comes.” Esa era su manera de aconsejarme no mezclar el trabajo con el placer, porque el trabajo y el placer, de hecho, no mezclan.
Uno es aceite; el otro, agua.
Y también está la mujer que lleva por nombre Isabel. No podía dejarla fuera del panorama.
“¿Qué haremos ahora?”
Me levanté y llegué hasta ella. Posé la mano sobre su cabeza, si así pudiera sorprenderme y descubrir lo que soñaba. Acaricié el cabello suave. Abrió los ojos a mi toque, me miró, me tomó una mano con delicadeza, no más apretones.
 
—No sabes cuánto me arrepiento.
 
Di un paso al frente, me incliné un poco, la abracé como pude, acariciándole la sien.
 

—Lo sé, lo sé.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por micky morales Dom Ago 28, 2016 10:54 am

amor y odio o demasiados secretos????? se que todavia es algo pronto, pero como quisiera saber que tanto esconde Brittany!!!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por 3:) Dom Ago 28, 2016 11:33 am

Mmmmm..... Le esta pesando mucho a san la "especie de relación",entre las dos...
Nada mejor que recibir el año nuevo así.... Pero bueno siempre termina así...
Que tanto esconde norman???... A ver como termina todo!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ago 29, 2016 1:58 am

Capítulo 23

 
—Gracias por la compañía —me susurró al oído.
 
—Gracias por la invitación —imité el susurro.
 
Brittany había colocado mi equipaje en la cajuela del auto. Me tomó las manos en las suyas y las reposó en sus caderas. Ninguna añoraba la despedida. Nueva York nos había transformado. Nos necesitábamos. Ella era mi lado oscuro; yo, su luz. ¿Cómo dos fuerzas tan opuestas logran complementarse tan bien?
Brittany Pierce era la piedra que caía en agua calma y desataba olas que despertaban mis demonios, aún dormidos.
 
—Conduce con cuidado —destruyó el silencio.
 
Abrió la puerta del conductor. Me acomodé en el asiento. Haló el cinturón de seguridad, lo sujetó, cerró la puerta. Entraba en la avenida cuando el celular sonó. Uno de sus mensajes de texto. Miré por el retrovisor. En la distancia, la vi parada, jugando con el celular.
 
¿Es posible que ya te extrañe, López?
 
La confesión me provocó una enorme sonrisa. Aproveché la luz roja en el semáforo.
Eso tiene solución, Pierce.
En segundos, otro mensaje.
 
Aunque me enloquece saber que también me extrañas, no escribas mensajes de texto mientras conduces. Va en contra de la política.
 
Solté una carcajada, y otro mensaje.
 
Peor todavía, no me perdonaría que te ocurriera algo mientras estás pensando en mí.
 
Otra sonrisa, esta vez de ternura. Brittany comenzaba a preocuparse por mí.
 
¿No crees que sería una manera romántica de morir?
¿Pensando en ti?
 
Cesaron los textos. El teléfono sonó con otro timbre.
 
—No te gusta seguir órdenes, ¿verdad? —su tono era de regaño y pícaro.
 
—Digamos que esto de jugar en el límite me está gustando y, además, no estoy
acostumbrada a que me den órdenes.
 
—No bromeo, López.
 
—Yo tampoco, Pierce.
 
—La quiero mañana a las siete de la mañana en mi oficina —enfatizó—: sana y salva.
 
—¿Un poco temprano, no cree?
 
—Sea puntual y no traiga café, por favor, no queremos accidentes.
 
Lancé un suspiro de fastidio.
Escucharla hablar en ese tono autoritario y juguetón me enloquecía. Provocó que mi cabeza diera vueltas pensando en lo que esa rubia pudiera traerse entre manos. ¿Tendrá algún plan para nosotras?
Me humedecí los labios.
 
—Bien, Pierce. Ahí estaré —colgué.
 
Me desperté antes del alba. Cólicos que me hacían retorcerme. Y como quiera, llegué a Medika poco antes de las siete de la mañana.
7:15
Nada.
7:30
“¿Y si le ha sucedido algo?”
8:00
“¿Debo llamarla? ¿Qué le digo? Margaret está ahí. ¿Le pido que la llame? No, mejor no...”
8:30
“A la mierda con la espera.”
 
—¿Hola?
 
—Buenos días —respondió al segundo timbrazo, la voz seca y cortante.
Silencio.
 
—¿Estás bien?
 
—Ocupada.
 
Mi rostro se retorció de confusión. ¿Ocupada? ¡¿Ocupada?!
 
—¡Ah! ¡Qué bien! O sea, que interrumpo. Y yo aquí tan preocupada...
 
Corté la llamada.
 
Brittany no llegó a Medika ese día. Tampoco llamó ni dejó mensajes. Mucho menos llegó a casa esa noche con un ramo de rosas en las manos. Como diría mi querido Sam: “Brittany Pierce, missing in action.”
 
Las ansiedades que me despertaban por culpa de Brittany no me agradaban. ¿En quién me había convertido? ¿Cuándo comencé a perder el control de mis emociones? ¿Cuándo, exactamente, fue que la razón dejó de gobernar en mí? ¿Por qué me había acostumbrado a ese abismo frío que se me cuela al pecho?
 
“Ni una puta, cabrona señal. Este me las va a pagar”, pensé justo antes de apagar la lámpara sobre la mesa de noche.
 
El día siguiente no fui a Medika. Llamé a Margaret, que ella se encargara de excusarme con las autoridades pertinentes. No fue un día de descanso o diversión, fue un día de vomitadas, dolores de cabeza, gastritis y malestar en la espalda. Pasé la mayoría de las horas en cama, con telenovelas baratas proyectándose en el televisor.
 
Hacía muchos años que no tenía el estómago tan descompuesto. La última vez que me ocurrió fue cuando comencé la aventura por Latinoamérica, por beber agua sin filtrar y comerme todo lo que me ponían en frente. “Tan deliciosa la comida latina” Con los años me volví inmune.
 
“¿Y si es una bacteria que atrapé en Nueva York?”
 
El pensamiento hizo que se me aguaran los ojos. No quería enfermarme. No quería estar sola.
 
“¿Por qué no tengo a alguien que cuide de mí en momentos como este?”
 
Lloré un poco. Tampoco quería enfrentarme a la noche sola.
 
“¿Por qué, de repente, me hace mucha falta el cariño humano, si nunca ha sido una constante en mi vida? ¿Y por qué solo pienso en Brittany?”
 
Si moría en casa, en ese mismo instante, nadie se enteraría, nadie se interesaría. Quizás en un par de días llegaría alguien a la casa, pero no para animarme, no.
Para ver por qué no cumplía con mis labores en la oficina. ¡Qué vida tan ingrata!
La noche fue eterna. Nada me ayudó a sentir mejor, ni siquiera husmear el álbum de recuerdos que Norman me regaló cuando cumplí los dieciocho años.
A saber qué me dolía más, si el alma o el cuerpo.
 
El miércoles tampoco llegué a la oficina. Ese día, Margaret insistió en enviar alguien a casa para que me acompañara al médico. Rechacé la oferta.
 
A la media hora, de todas formas, sonó el timbre de la casa. Allí estaba Sam, sopas chinas en mano, gafas en el rostro y sonrisa en labios. No pude contenerme.
—¡Sam!
Me tiré en sus brazos. Por poco le hago derramar la sopa.
 
—Te ves terrible —fue su saludo.
 
Le quité las gafas, miré sus ojos.
 
—No tienes idea de cuánto te he extrañado...
 
Me quitó las gafas, se las puso de nuevo.
 
—Sí, sí, sí... —le aventé un codazo y lo invité adentro.
 
Me di un duchazo luego de comerme la sopa caliente.
Sam me llevó al consultorio del Dr. Julio Gómez, mi médico de cabecera, el mismo al que asiste Norman regularmente. Era un señor agradable, pero su secretaria era otro cuento. Cada vez que me veía llegar hacía caras de molestia. Nunca me había tratado con amabilidad. A veces pienso que, secretamente, desea que el doctor me dé una mala noticia, de esas en las que la gente llora porque les
queda poco tiempo de vida.
 
La visita al médico transcurrió rápido. Por lo menos nos dio tiempo de ponernos al día con los últimos acontecimientos, excepto mis escapadas con Brittany, y de que me hiciera las pruebas de rigor rutinarias. Concluyó en que debía hacerme unas pruebas de sangre. Así eliminaba otras posibilidades y me haría una receta para la gastritis.
 
Sam también me sirvió de compañía en el laboratorio. Menos mal, porque las agujas no son mis utensilios favoritos. Terminada la sangrienta operación, pedí que enviaran los resultados al médico. No quería hacerme cargo de nada más.
De vuelta a casa, aproveché la oportunidad y el regreso de mi querido amigo. Indagué sobre los asuntos de Medika en los pasados días.
 
—¿Algún otro muerto por culpa de nuestra jefa?
 
Procuré mirar por la ventana los carros que transitaban en dirección contraria. Así Sam no sospecharía las necesidades reales de obtener información sobre cierta mujer insensible.
 
—No muchos. Sobrevivimos sin ti.
 
Giré la cabeza hacia él, la boca abierta.
 
—¿Qué pasa con el gran cacique?
 
—Mejor ni te cuento. Ha estado insoportable desde hace varios días. Debes reponerte y regresar. Así se desquita las frustraciones contigo y nos deja en paz.
 
—¿Tan malhumorada está?
 
Pregunté con la esperanza de que me dijera que sí, y que me dijera, de paso, que ese malhumor tendría que ver conmigo y mis ausencias. No sé por qué pensarlo me sacó una sonrisa.
 
—Deberías hacerle un favorcito
 
Guiñó un ojo e hizo un gesto vulgar con el puño que acercó a su boca abierta en una gran O—. Creo que eso es lo que le falta.
 
Reí, como lo hubiera hecho en otra ocasión, pero mi sonrisa no salió natural. Yo me di cuenta, y él también. Quizás por eso no se sacó la carcajada habitual que acompañan sus comentarios sexuales.
 
Al silencio incómodo: “Yo solo espero que Donovan no haya dicho nada... ”
Conozco tan bien a Sam que sé que habló de nuevo para evitar los pensamientos locos que se le colaban a la mente.
 
—Imagino que lo de la licitación de El Salvador la tiene preocupada —restringió la voz en un tono más realista y serio.
 
No me gustó el anuncio, mucho menos la forma en que habló. Algo malo sucedía desde mi ausencia. Algo que cambiaría el futuro de Medika. Algo importante. Y nadie me había informado.
 
—¿Qué pasó?
 
Sam sacó una mano del guía y se tocó el medio de las gafas con el índice. Esa es su señal de nerviosismo. También es el gesto que hace cuando se enoja consigo mismo por hablar de más.
 
—Así que todavía no te enteras...
 
—Fíjate que no, Sam —hice una pausa, me acomodé la blusa, que se había estrujado con el cinturón de seguridad—. ¿Por qué tengo el presentimiento de que se supone que yo no sepa?
 
Sam respondió de prisa. Esta vez era él quien miraba por el cristal los carros que
transitaban en la dirección contraria.
 
—Ella ordenó que no te dijéramos.
 
—¿Y quién es ella?
 
La contestación salió en un murmullo, como si no quisiera decirlo.
 
—¿Quién más, Santana? Nuestro maldito cacique sustituta, la gran Pierce hija.
 
Expresó lo último en compañía de mímicas y muecas feas. Reí un poco. Sam siempre encontraba la forma de hacer graciosas las situaciones incómodas.
 
—Nuevamente te pregunto, ¿y quién es ella? Permíteme recordarte que tu cacique inmediato soy yo, así que más vale que termines de contarme, con lujo de detalles, qué sucede.
 
Sam, cuando quiere, es un hombre de hablar poco y decir mucho.
 
—Impugnan la licitación y, a la vez, demandan a Medika.
 
Fue imposible que cerrara la boca.
Sam hablaba de una licitación de ochenta millones de dólares. Por primera vez, en veinte años, habíamos logrado sustituir al suplidor que la tenía y, que año tras año, se valía de tácticas no lícitas. O sea, era corrupto para mantenerse prevaleciente.
 
—Sabíamos que este día llegaría.
 
Mi tono calmado no logró generar la misma reacción de paz en él. Retorció la boca. Algo más le preocupaba
 
—A ver... ¿qué harías tú si meto la mano en tu bolsillo y tomo para mí los únicos ochenta dólares que tienes allí? Ten en mente que no tienes nada más.
Otro silencio, y al cabo de unos segundos:
 
—Me bajo los pantalones y hago que me los devuelvas.
 
Reímos a pulmón. El dolor de cabeza se intensificó. Me coloqué la mano en la frente en afán de aliviarlo.
 
—Estás bien jodida —se burló.
 
Expliqué mejor mi teoría.
 
—Sam, en estos momentos, ellos se están bajando los pantalones, ¡están rogando!, pero no por ochenta dólares, sino por ochenta millones. Y fíjate que no le ruegan a Medika, ¡no! Le ruegan a alguien más en el gobierno.
Sam se quedó pensativo hasta que encontró las palabras para darme su estrategia de comerciante precavido.
 
—Estoy recopilando la información que ha salido en los medios y mañana te actualizo, por si tenemos que tomar acción alguna.
 
—Me parece bien. Si tienes algo hoy, envíamelo. Necesito ponerme al día. Estos asuntos no deben tomar curso solos. Y tú, querido Sam, mejor que nadie lo sabes
 
Por la cara que puso, supe que no le agradó el regaño.
 
—. ¿Norman sabe esto?
 
Mi amigo se encogió de hombros. Frenó el auto frente a la casa.
Se quitó las gafas. Me miró a los ojos.
 
—Deja de preocuparte. Mañana será un buen día para eso.
 
Se acercó, me plantó un beso en la mejilla. Al olfato llegó ese olor a perfume ostentoso que siempre lleva y lo individualiza. Recordé, por un breve momento, esa noche loca que tuvimos en college.
 
 —Santana, bájate de mi auto y ve a descansar. Necesito ir a trabajar. No todos tenemos la suerte de estar enfermos.
 
Sonreí.
 
—Gracias, cariño.
 
No tardó en hacer el chiste.
 
—Espero que tomes esto en cuenta cuando redactes mi evaluación profesional al fin del año.
Tomé su mano y la besé.
 
—No fuiste tú quien concibió la estrategia de los pantalones.
 
Cerré la puerta y le hice gesto de que se marchara.

Sam condujo hacia la lejanía portando una sonrisa.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ago 29, 2016 1:59 am

Capítulo 24

 
La mañana siguiente tenía los ojos pesados y la cabeza a punto de estallar. No había logrado conciliar el sueño la noche anterior. Desperté con el timbre del celular bajo la almohada.
 
Acepté la llamada entrante sin siquiera verificar quién me llamaba a horas tan inadecuadas.
 
—Buenos días, ¿Santana?
De primera instancia no reconocí la voz.
 
—Ella habla.
 
—Santana, es Julio.
 
Se me quitó el sueño y la pesadez. Me alcé un poco del colchón.
Raspé la voz, que aún destilaba el tono casi una octava por lo bajo.
 
—¿Julio?
 
El médico no tenía tiempo para tontadas.
 
—¿Cómo te sientes? —la voz despedía preocupación, hablaba en murmullos, como si evitara que alguien escuchara.
 
—Peor que ayer.
 
No pareció importarle la respuesta.
 
—¿Puedes llegar a mi consultorio?
 
—¿Hoy?
 
No fue una pregunta, sino un chillido débil. Miré el reloj que colgaba en la pared de enfrente.
 
—. ¿Qué hora es?
 
La voz del hombre confirmó lo que decían las manecillas.
 
—Las nueve de la mañana, Santana. Ven cuanto antes, por favor.
 
El médico colgó y me dejó con, por lo menos, tres interrogantes en la punta de la lengua. Imaginé las posibilidades. “¿Hepatitis B? ¿Hepatitis A? ¿Virus del Nilo? ¿Fiebre Amarilla? Que no sea Sida, ¡por Dios! Ni sífilis. Ni gonorrea. ¿Y si es sífilis? ¿O gonorrea?”
 
Salí disparada de la cama al armario. Saqué blusa y pantalones, que tiré sobre el sillón.
 
“Yo solo espero que la maldita de Brittany Pierce no me haya contagiado algo...”
 
Tomé la ropa de un halón y me encerré en el baño. No hubo más preludios que soledad y frío en el cuarto de espera, sobre la camilla de plástico helado, mordiéndome las uñas.
 
Julio entró y cerró la puerta. Colocó la carpeta blanca que traía en manos sobre su
escritorio. No la abrió. Se puso el bolígrafo en el bolsillo. Se volteó.
 
—Santana, estás embarazada.
 
Mi corazón se detuvo. Y en esos segundos eternos no logré ni ver ni oír ni sentir nada.
 
—¿Qué?
 
Abrió la carpeta blanca y sacó un papel, que levantó a mis ojos. Era el resultado de las pruebas de sangre.
 
POSITIVO. Ese era el resumen.
 
“Que alguien traiga un desfibrilador, creo que mi corazón no latirá jamás...”
Reí. Y reí.
 
—No puede ser, Julio. ¡Estoy en periodo! Y, además, ya me había hecho una prueba casera y dio negativo.
 
Julio guardó el papel. Se sentó. Me tomó las manos.
 
—Eso me preocupa, Santana, y debería preocuparte a ti también. Quizás experimentas síntomas de aborto natural, quizás ya abortaste y no lo sabes.
Me quedé un rato sin decir nada. No podía decidir cuál noticia era peor.
 
—Ahora sí que la secretaria tendrá razones para enojarse conmigo —Julio no entendió el chiste, lanzó una mirada de confusión.
 
—. Es que no sé cómo pararme de esta camilla sin desplomarme,
y la sala de espera está desbordada.
Soltó una carcajada silenciosa.
 
—Este bebé no es planificado, ¿o me equivoco?
 
A buen entendedor, pocas palabras bastan. Y a buen observador, pocos detalles son suficientes. El cuerpo me temblaba, tenía los ojos enmarcados por lágrimas. Se me erizó la piel. Un frío estremecedor se apoderó de mi cuerpo y ninguna parte de él respondía a mis comandos.
 
—No te equivocas —bajé la cabeza, las lágrimas descendieron.
 
El doctor reposó una mano en mi espalda.
 
—Tranquila, Santana. Un paso a la vez. Primero, hagamos una segunda prueba de sangre, por eso de estar seguros. Si vuelve a dar positivo, entonces me encargo de averiguar cuán avanzado está el embarazo y cómo se desarrolla el bebé. Luego, te recomendaré un ginecólogo de confianza. ¿Te parece bien?
 
“No, no me parece bien. ¡Nada está bien! ¡Estoy embarazada! ¡Embarazada! ¡De una mujer con un pene y que además  apenas conozco!”
 
Sin poderlo evitar, hundí la cabeza en las manos y me eché a llorar.
La mañana siguiente, la misma historia. Insomnio. Llamada telefónica. Oficina médica. Los resultados indicaron que, en efecto, estaba embarazadísima, y que el bebé estaba bien. Los sangrados, pues, me convirtieron en una cifra más en la estadística del porcentaje de mujeres que sangran durante el primer trimestre de gestación sin explicación alguna. Descanso, mucho descanso. Dos semanas, como mínimo. Esa fue la prescripción.
 
“Ajá. ¿Y cómo explico yo eso? ¿Y por qué, de una vez, no aprovecho la ausencia, hago las maletas y desaparezco de la vida de los Pierce de una vez y por todas?”
 
Llegué al parque donde a veces solía correr. Me senté en el banco donde llegué a tener cantidad de citas conmigo misma. Me encanta salir a mirar gente durante los días tristes. Un pasatiempo y mucho más que eso: la única actividad que me ayuda a aclarar los pensamientos. Las caras de las personas cuentan historias. Algunas son caras de dolor, otras son de superación y otras...
otras son de gente que vive.
Que vive y nada más.
 
“¿Cómo debo vivir yo ahora?”
 
La vida se me había volcado patas arriba. “¡Cuán sola estoy! Necesito un hombro donde llorar, alguien que me abrace mientras me descompongo... Norman. Necesito a Norman...”
 
A mis treinta y pico me sentí adolescente. Esa adolescente inmadura que no fui y que comete estupideces de repercusiones terribles.
 
“Piensa, Santana López. Piensa que esto es un negocio. Piensa que tu libertad es esos ochenta millones de El Salvador. ¿Qué opciones tienes?”
 
Primera: Decirle a Brittany. Ella se arrepiente de haberme tratado mal. Se sincera conmigo. Somos felices por siempre. Fin de la historia. Índice de probabilidad: Bajo.
 
Segunda: Decirle a Brittany. Se aleja. Continúo la vida en compañía de un bebé. Muero sola, luego de una larga lista de amores fracasados. Índice de probabilidad: Medio.
 
Tercera: No decirle a Brittany. No decirle a nadie. No tener el bebé. No volver a tener sexo sin protección jamás en la vida. Índice de probabilidad: Ridículamente alto.
 
“Qué de tretas tiene la vida...”
 
Una semana de catorce días y alguien tocó el timbre. Me quedé acostada, mirando el techo, la misma acción que había hecho durante las pasadas cientos de horas, quizás porque había descubierto una grieta enorme, llena de caminos, que no había visto antes, o quizás porque era lo único que podía hacer sin perder la concentración en no pensar.
 
Un rechinar de llaves. La puerta de entrada abrió y cerró.
Norman, quien único tenía llaves de mi casa, quien único estaba registrado en la lista de visitantes registrados. “Le pedí que no viniera sin avisar. ¿Y si le pasó algo?”
 
Alcancé el camisón.
Abrí la puerta del cuarto, me amarré el camisón a la cintura. No me acomodé el cabello.
Avancé. La figura oscura recobró un rostro.
 
—¡¿Qué carajo haces aquí?!
 
Brittany se acercó, retomé los pasos que había dado.
 
—¿Se siente mejor, López?
 
Reí. ¿Así es como venía a pedirme sexo?
“¿Cómo se atreve? Más importante todavía...”
 
—¿Cómo entraste? ¿Norman te dio la llave? —subí el tono de voz —¡Dámela! ¡Vete!
No se atrevió a dar un paso más, observó el desastre de mujer que había creado.
 
—¡Sí que te ves mal!
 
Tomé un zapato mal acomodado en el piso del pasillo y se lo lancé al rostro.
 
—¿Viniste para dar testimonio? Estoy mal, muy mal. Ya lo confirmaste. Ahora, ¡vete de una vez!
 
Completó la ronda de reconocimiento. Recobró su sentido de seguridad.
Caminó. Y no solo caminó hasta mí. Caminó hasta mí y más allá. Caminó hasta llevarme a la cama. Caminó hasta que me senté en la cama. Caminó hasta sentarse a mi lado, al borde.
 
Estiró la mano. Reposó una llave sobre mi falda.
 
—Te dije que no la dejaras en la cochera. Así como entré yo, puede entrar cualquiera.
 
—¿Qué quieres, Pierce?
 
Aunque calmada, el tono reflejaba el enojo interior. Quería que se marchara cuanto antes.
 
No sabía por cuánto tiempo resistiría no caer presa del llanto incontrolable.
Brittany habló con templanza, libre de sarcasmos.
 
—Saber cómo estás, Santana
 
Noté cómo endurecía la quijada, quizás un intento de suprimir lástima.
 
—. ¿Puedo saber qué tienes?
 
—¿Y de cuándo acá te importa la mierda que tenga yo?
 
Ya sabía el cuento: le desagradaba que le hablara así. Había inflado el pecho. Tomaba respiraciones profundas, quería mantenerse en control. Se inclinó hacia el frente, recostando los codos en las rodillas.
Respiró y exhaló una soplada más profunda todavía.
 
—Sé que debes estar molesta... —comenzó, y la interrumpí:
 
—¿Que debo? ¡Que debo, no! ¡Que tengo todo el derecho de estar encabronadísima!
 
Brittany lanzó una mirada de disgusto y asombro.
Oh, si es que ella no había visto nunca a Santana López encabronadísima, con el estómago hirviendo, a punto de explotar.
Continué:
 
—¿Sabes? Hoy me siento creativa, a ver si con un cuento entiendes la situación
 
Me eché el pelo tras las orejas, sonreí—: Una mujer citó a otra mujer en determinado lugar a determinada hora.
 
Ella debía llegar a dicho lugar a la siete de la mañana. ¿Mencioné que debía llegar a las siete? ¿En punto? ¿De la mañana?
 
Brittany no encontró qué más hacer. Asintió con la cabeza. Me levanté de la cama, porque si no lo hacía le daría una bofetada, y ponerme agresiva con ella no era buena idea, ya no tanto por el sexo, sino por ese ser que crecía dentro de mí.
 
Brittany observó mis pies marcarse en un lado y otro de la alfombra tras el paso de mi caminar ligero.
 
—Entonces, la gran charlatana que la citó no llega. Nunca. ¡Nunca! ¿Puedes creerlo? ¡Ah! ¿Mencioné que la tal charlatán es su jefa con el que últimamente acostumbraba coger?
 
No respondió ni hizo movimientos.
 
—. ¿La mencioné?
 
El susurro con la voz quebrada:
 
—No.
 
—¿No lo mencioné? Pues ahora la menciono. La maldita charlatán es su jefa. ¡Su maldita jefa ! Por ende, como buena empleada, la estúpida mujer se preocupa. A la hora y media se ve en la obligación de llamarla. ¿Y sabes qué pasó luego?
 
Detuve los pasos, le sostuve la mirada.
 
—. Te daré tres intentos. ¡Sorpréndeme!
 
—Es suficiente, Santana.
 
El tono bajo con el que habló me hizo notar cuán alto hablaba yo.
 
—Respuesta equivocada, querida. Trata de nuevo — guiñé un ojo.
 
No dijo nada.
 
—¿Sabes, al menos, lo que contesta la tipa cuando ella le pregunta si está bien?
 
Brittany dirigió la mirada al piso.
 
Llegué hasta ella y le subí el mentón con la mano.
 
—La tipa contesta, “estoy ocupada”
 
Me alejé, continué la marcha de un rincón a otro.
 
--O sea, la charlatán no solo está bien, sino que también, ocupadísima. ¿Puedes creer desplante igual, Brittany Pierce?
 
pausé para retomar aire, porque la calentura me robaba oxígeno. Hablé en un tono más bajo, los ojos cristalinos.
 
—. ¿Quieres saber algo más? La charlatán ha estado ocupadísima por dos
cabronas, putas semanas. ¿Acaso habrá estado cogiendo las pasadas dos semanas?
 
Intentó agarrarme por el brazo. Yo fui más rápida. No le daría el privilegio del control. Moví el brazo, quedamos mirándonos a los ojos.
La tensión aumentaba en la habitación. El aire era denso, difícil de respirar. Despedía un fuerte olor a azufre. Las manos me temblaron, niña vulnerable. El control que sentía sobre mis pensamientos y palabras se desvaneció como cenizas al viento.
 
Brittany se mordió la mejilla y soltó un suspiro. ¿De culpa? ¿De frustración?
 
—Últimamente, las cosas no han salido como había planificado.
 
Sonreí. En la mente, dije: “¡Ah! Y me lo dices...”
 
Volvió a fijar la mirada en el suelo. Yo quería ver sus ojos cuando me hablara. Quería escrudiñar sus pupilas y atravesarlas al más mínimo descuido.
 
—Lamento el malentendido —añadió, y yo sentí cómo me sulfuraba otra vez.
 
—¿Mal entendido? —dejé escapar una bocanada de aire—. ¿Sabes qué es un mal entendido? Tú aquí. ¡Lárgate!
 
La tomé del brazo y la obligué a ponerse en pie. Traté de halarla hasta la puerta. Una escena de comedia. Era como mover una pared.
 
Entre dime y direte, logró aprisionarme en sus brazos. Sus manos se agitaban con el temblor de las mías.
 
—Santana, por favor, ¡basta! ¿Qué te pasa?
 
Comencé a sentir el efecto desarmador de su tacto. Esa ira mía se derretía, se convertía en lágrimas.
Lágrimas que rodaron por mis cachetes.
 
—Vete, por favor —pedí, el tono muy bajo—. Necesito estar sola —pausé, no sé si para retomar aire o fuerzas—. Quiero estar sola.
 
Brittany no siguió mis órdenes. Cuidadosa, deslizó los brazos cálidos sobre mis hombros.
 
Me besó la frente. Esperó una reacción.
No llegó.
 
—Santana, no puedo irme y dejarte así.
 
—Desapareciste por dos semanas, Pierce —intenté zafarme de su abrazo tibio—. No tienes ningún compromiso conmigo. Por favor, vete ya.
 
Me alzó el mentón. ¿Un acto de lástima o de consuelo?
 
—Ya te dije. Las cosas no han surgido como deberían.
 
—¿Y por qué no me dices de una vez cómo es que deberían estar las cosas?
 
Mis manos yacían inmóviles a los lados de mi cuerpo. Deseaba abrazarla. Sentirla, aunque no pudiera realmente. Que fuera una buena mentira, al menos.
No entendía su comportamiento y, por ende, no podía volverla a abrazar. No como antes.
 
Así, no. Y como quiera, fui capaz de escuchar los latidos de su corazón.
Brittany Pierce me necesitaba tanto como yo a ella. Pero no podía salvarla. No así, hecha un caos.
 
—No importa. De todas formas, las cosas no serán como deberían. Nunca
murmuré.
 
Al notar que yo no le correspondía el cariño, debilitó el abrazo.
 
—Me iré, López. Lo prometo. Pero solo si me dices qué tienes.
No tardé en contestar.
 
—Desgaste físico, Pierce. Necesito descanso. Mucho descanso —le miré las pupilas bonitas—. Y tranquilidad.
 
Cesó el abrazo. Se llevó las manos a la falda. Dejó de inclinarse hacia mí, se inclinó hacia el frente.
 
—Bien, entonces me voy para que descanses.
 
Otro defecto de Brittany. Se rinde muy rápido.
Se paró de la cama. Avanzó. Le tomé la mano.
 
—No, mejor no —se volteó, cara de mujer sufrida —. Prefiero que te quedes. Al menos esta noche —otra de mis pausas incómodas—. Por favor.
 
Volvió a la esquina que ocupó antes. Se sentó.
Recosté la cabeza en su regazo. Sus manos acariciaron mi cabellera, llevándose consigo los lastres que me traían fuera de sí.

Por fin, después de tantas noches, logré descansar.


Brittany

“¿Qué te pasa? No me juzgues, por favor. “
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por JVM Lun Ago 29, 2016 2:37 am

Pues si muchosssss secretos......
Empezando navidad perfectamente y acabándola terriblemente.
Y bueno aun falta saber muchas cosas de Britt para lograr entenderla, porque salta de un momento de tranquilidad a otro de locura o furia. No me gusta la forma en que a veces trata a San y que esta traté de entender o justificar todas sus acciones, pero cuando se esta enamorada es lo que se hace supongo. Y es que Britt hace cosas bonitas para San como el viaje y después salta a cosas como las del baño o lo de mujerzuela, no la entiendo de verdad. Aun falta saber tambien quien es la pelirroja esa en la vida de la rubia.
Y en que peligro se encuentra San aparte de Isabel????
Ahora haber como sigue su relación después de este viaje.
Esperó que San escuche y tome en cuenta las advertencias que le esta dando Britt no quiero que salga mas herida de lo que saldrá :/
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Mensaje por JVM Lun Ago 29, 2016 3:06 am

Me había quedado con la duda del embarazo y he ahí mi respuesta.
Y Britt si no puede ofrecerle a San algo serio por el motivo que sea, que la deje en paz, se la pasa ilusionandola y al siguiente minuto le arranca toda esperanza.
Quien sabe que habrá pasado para que Britt faltara a su cita y porque espero tanto para ir a buscarla y solucionar las cosas.
Ahora haber como maneja San su embarazo, no creo que por el momento le diga a la rubia, y aunque no lo esperaba y tiene miedo de lo que vendrá, me algra mucho que venga en camino un pequeñ@ Pierce-Lopez :D !!!!!!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por 3:) Lun Ago 29, 2016 5:09 am

Que tanto esconde britt ahora???....
Esto va de mal en peor, ahora san embarazada!!!....
A ver como se entera britt del bebe o se lo dice san????
A ver si el bebe no vuela todo por los aires???? A ver que pasa con el/la heredera del imperio medina???
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por micky morales Lun Ago 29, 2016 9:06 am

Ahora si las cosas se complicaron, que va a pasar cuando santana por fin diga que esta embarazada, en algun momento tiene que saberse, como lo tomara Brittany???? capas y digan que es del sr pierce, que complicado todo!!!!!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ago 29, 2016 4:47 pm

HOLA CHICAS PUES QUE CREEN COMIENZO DE SEMANA Y COMO ESTOY MEDIO DESOCUPADA ADELANTE UNOS CAPITULOS Y QUIERO SUBIRLOS HOY.

Que esconde Norman????
Hoy la Respuesta....

Que hara Santana con el bebe?????????????
Hoy la Respuesta.

Quienes son los padres de Santana y por que la dejaron en un orfanato?????????????
Aqui la Respuesta.

Espero comentarios......

Capítulo 25

 
6:45 de la mañana, Brittany ya no me hacía compañía. Yo, confinada en esa habitación de colchones, cojines, sopas frías, jugos pasados de fecha, reposo y soledad.
 
Antes de las ocho, recibí la llamada cotidiana de Sam, cuyo fin no era otro que cumplir con los protocolos que le exigía Margaret y verificar si, en efecto, yo continuaba con vida.
 
—Buenos días —saludó.
 
—La respuesta de hoy es no. Todavía no me muero.
 
—Y si estuvieses muerta, querida, estaría espantado en estos momentos, corriendo despavorido de un lado al otro...
 
No le permití continuar la broma. La mente la sentía muy nublada y distante para disfrutar de sus picardías.
 
—Sam, hoy no estoy para esto.
 
—Disculpa. Solo intento darte un poco de ánimo y convencerte de que, por fin, me digas la verdad.
 
—¿La verdad de qué?
 
—No juegues conmigo, Santana. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Tan serio es que no quieres compartirlo con el gran Sam? ¿Tu mejor amigo?
 
Dudé de mi convicción por unos instantes. Las palabras bonitas no siempre logran convencerme.
 
“A menos que vengan de Brittany. Y no siempre funciona.”
 
Redescubrí la treta de la insolencia.
 
—No me has enviado el reporte de comunicaciones y acciones respecto a la licitación de El Salvador.
 
Escuché, en el silencio que circundó la otra línea, un murmullo lejano, de esos que llevan palabras de insulto y malacrianza.
 
—Bien. Si quieres cambiar de tema, mensaje captado.
 
Insistí, no porque fuese impaciente.
 
—¿Dónde está el reporte de El Salvador?
 
Un suspiro se le atravesó en la garganta.
 
—Olvídate de El Salvador.
 
—¿Qué dices? ¿Cómo que lo olvide?
 
Otro suspiro.
 
—Pierce hija ordenó que nos retiráramos de la negociación.
 
Abandoné la posición fetal. Salí de la cama. Me puse en pie.
 
—Más vale que me des los porqués y el cuándo, Sam.
 
Imaginé cómo, en ese instante, llevaba la mirada hacia arriba, gesto que hace cuando no le gusta seguir alguna ordenanza.
 
—Hace un par de días Brittany así lo quiso. Quise decírtelo, pero tu estado anímico y salud no me han dado la oportunidad de hacerlo.
—No me vengas con ese cuento. ¿La hija de puta te amenazó? Te dijo que no me informaras, ¿verdad?
 
Ese era el modus operandi de Brittany, y la única razón válida por la cual Sam me ocultaría algo tan importante.
 
—Esto no está fácil aquí, Santana. Ha habido movimientos rarísimos. Se han tomado decisiones que no tienen sentido.
No quise saber más detalles.
 
—Hablamos luego, Sam.
 
Estuve a punto de apretar el botón rojo en la pantalla del teléfono. El grito que salió del auricular me lo impidió.
 
—¡No cuelgues todavía, Santana!
 
—Solo imagínatelo. Es hora de que alguien ponga en su lugar a la imbécil que tenemos por jefa.
 
No tenía un libreto en mente, solo una convicción y una pregunta.
 
“¿Por qué quiere hacerme daño?”
 
Llegué con la cara lavada, modelando un vestido maxi casual, unas sandalias de tacón y un abrigo largo de tela ligera por encima.
Margaret me indicó que Brittany se encontraba en la sala de juntas. No tuvo frutos la súplica que me gritó desde los ojos, que diera media vuelta y abandonara cualquier misión. Ni alcancé a escuchar con quién se encontraba. Caminé a pasos largos, apresurados. Abrí la puerta con poca delicadeza. A mis ojos llegaron Brittany e Isabel, ambas con caras de asombro.
 
Reí una carcajada suave. “Lo que me faltaba...”
 
—Pierce, necesito unos minutos.
La rubia  lanzó una mirada escurridiza a su madre.
 
—López, ¿no ve que estoy en medio de una reunión?
 
Caminé en su dirección. Alcé un poco la mano y hablé con un manerismo, el dedo índice alzado.
 
—Necesito unos minutos. Ahora.
 
Incluso con la amenaza implícita y el tono de voz estricto, Brittany logró soltar una sonrisa, invisible y leve, de esas que saca en secreto cuando se excita. Y de pronto, la ansiedad se le reflejó en la mirada.
Isabel se levantó de su silla.
 
—Buenos días, Santana
 
Respondí el saludo sarcástico con una mirada de desprecio. La mujer la respondió, y dio el golpe inicial para iniciar la batalla.
 
—. Puedes decir lo que sea en mi presencia. Soy la esposa del fundador, madre de la dueña y, por supuesto, tu superior.
 
Caminé hasta ella, le puse la mano sobre el hombro.
 
—Prefiero hablar a solas con mi jefa inmediato. Es mi derecho —respondí, sonrisa en labios. Alejé el toque.
 
Brittany tomó la palabra.
 
—Isabel tiene razón, señorita López. Además, es accionista de la empresa.
 
No nos conviene excluirla de los temas de Medika.
Enfoqué la vista en la rubia. “¡Fenomenal! ¡Dos contra uno!”
 
Le di la oportunidad de redimirse.
 
—Háblame de El Salvador.
 
Brittany se reclinó en su silla y cruzó una pierna sobre la otra.
 
—Al parecer, la fidelidad de su equipo es más fuerte que mis instrucciones.
 
—¿Por qué lo hiciste? —pregunté, cuando en realidad quería decir, “¿por qué me haces esto?”
 
Brittany miró a su madre, quien aprovechó el silencio para volver a sentarse, cruzar las piernas y desfilar una sonrisa de oreja a oreja.
 
La rubia me miró muy seria por unos segundos. Entonces, habló.
Jaque mate.
 
—No tengo que darle explicaciones a mis subordinados, muchos menos confiarles por qué tomo las decisiones que tomo por el bien de esta empresa.
 
Descubrí desprecio en sus palabras, ese mismo desprecio que sintió hacia mí el primer día que llegó. No tuve que mirar a Isabel para darme cuenta de cuán satisfecha estaba con la respuesta de su hija. El ambiente se había drenado con su maldad. Si hubiésemos estado solas, la historia sería otra.
 
Hubiésemos ahogado el conflicto en palabrotas, insultos y una sesión de lujuria incomprensible. Sin embargo, ese no era el caso. Y Brittany Pierce solo me provocaba ansiedad, tristeza y enojo. No había nada más que decir, nada más que hacer. Me di media vuelta y abandoné Medika a taconazos. Al cruzar la puerta, encontré la respuesta a mi problema.
 
Tomé la decisión que tanto trabajo me había costado aceptar.
Me apoyé en la papelera frente a las grandes puertas de cristal. Una sesión de náuseas, pero de ahí no pasó.
Asco. Eso me provocaba Brittany Pierce.
 
Vivir nueves meses en plena soledad, menospreciada, desvalorizada y odiada no valdría la pena. Muchos menos valdría la pena darle semejante madre  a un niño inocente.
 
“Lo que no conoces, no lo extrañas.” De pronto sus palabras, aquellas que habían hecho replantearme muchas de mis ideas, retumbaron en mi mente. Allí estaba, en el lugar más discreto que pude hallar. Ningún letrero de planificación familiar colgado en la pared. Había dos mujeres en la sala de espera. La más joven lucía relajada y coqueteaba con su teléfono inteligente. La mayor, de unos cuarenta y tantos, sosegada. Escondía el
rostro tras unas gafas grandes Christian Dior que enmarcaban a la perfección su porte de Vanity Fair. Crucé el umbral. Me senté al fondo de la sala, no fui al mostrador. Necesitaba más tiempo.
 
¿Y si se me pasaba el enojo y se iban, también, las ganas de llevar a cabo el acto? En medio del torbellino de emociones, recibí un mensaje de texto.
¿Qué haces?
 
Miré hacia la puerta ensombrecida. Nadie estaba allí. No respondí el mensaje. Llegó otro
.
¿Dónde estás?
 
Volví a mirar la puerta del consultorio. Seguía sin mostrar silueta alguna.
¡Respóndeme!
 
No miré más la puerta. El sentimiento de paranoia tenía que abandonarme.
Sal de allí o entraré a buscarte.
 
“¿Qué carajos?”
Alcé la vista. Tras la puerta, Norman, camuflado por el cristal ahumado que impedía la visibilidad al interior.
Tienes cinco segundos para cruzar la puerta.
 
“¿Pero quién te crees que eres? ¿Con qué autoridad me hablas así?”
Comencé a escribir una respuesta. Un sexto mensaje apareció en la pantalla.
 
Esto es serio, Santana. Si cruzo la puerta, mañana estaremos en
la portada de los periódicos nacionales. Mi rostro es célebre.
Y tú estás allí dentro. ¡Sal!
 
La puerta comenzó a abrirse. Entonces, reaccioné.
Afuera, no tuve las agallas de mirarle a la cara. Revolcándose en mi vientre, la mezcla de vergüenza y coraje.
 
Me llevó hasta la SUV que lo transportaba. Tenía puestas gafas oscuras. Ordenó a Donovan que saliera del auto.
 
—¿Cómo sabes dónde estaba? ¿Quién te dijo?
Habló con un tono de sosiego.
 
—Eso no importa. ¿Qué hacías allí?
 
—¿Qué hacen en ese lugar, Norman?
Alzó las manos y volvió a bajarlas.
 
—Intento hacer las preguntas correctas para evitar llegar a conclusiones falsas.
Me tiré contra la puerta del otro extremo.
 
—Esta conversación no tiene sentido.
Traté de abrir. Imposible. Quitar el seguro, también.
Miré a Norman. Molesta. Saqué un suspiro de fastidio. El viejo sonrió.
 
—A prueba de niños, ¿recuerdas?
 
Así que jugaríamos con las metáforas...
 
—Norman, no soy una niña. Puedo hacer lo que me plazca sin rendirle cuentas a nadie. Mucho menos, pedir permiso.
 
Me observó con detenimiento, una mirada tierna, una mirada llena de amor de padre. Derrumbó la muralla débil que había construido para defender mi privacidad. Mis párpados, en un intento de rescate, quisieron ocultar la vergüenza. Todavía, tan adulta como me creía, me volvía niña cada vez que lo defraudaba. En ese momento me convertí en adolescente tonta, otra vez, de esas que se embarazan del primer idiota al que le aflojan las piernas.
Llevé la cara hacia adelante, me abracé desde la barriga hasta la espalda, y lloré. Lloré y lloré.
 
Y lloré aún más cuando me arrulló en sus brazos.
Cuando creyó que era suficiente desborde de emoción, se quitó las gafas, despegó mi rostro de su brazo con un toque delicado.
Me perdí en su mirada. Tanto deseaba mi alma la compañía de Brittany en esos momentos que no pude evitar...
 
—¡Santana! ¿Qué haces?
 
Con ambas manos, Norman me sujetó los hombros y me apartó de sí, arrancando mis labios de los suyos.
 
Otra cascada abrumadora de vergüenza.
El cuerpo comenzó a temblarme. El llanto se reapoderó de mí.
Norman solo se dedicó a mirarme, si así descifrara el origen de mi demencia.
 
—Lo siento, lo siento, lo siento... —susurraba, sin pausas.
 
El buen padre me acobijó en otro abrazo, aún más fuerte y cálido que el anterior.
 
—Dime qué te sucede, Santana. ¡Ya lograste espantarme!
 
Norman nunca me había visto llorar de esa manera, solo soltar un llanto tonto, cuando me caí de la bicicleta y cuando un niño, que nunca más volví a ver, se burló de mí en el colegio por vivir en un orfanato.
 
—Necesito tu apoyo, Norman. No me hagas preguntas, solo dame tu compañía.
 
Colocó la mano en mi espalda. En esa ocasión fui consciente de que conmigo no estaba Brittany, sino su padre, quien también era mi padre.
Norman me abrazó. No llevamos cuenta del tiempo. Solo sé que afuera se hizo oscuro.
 
—¿Quién es el padre?
 
Me aparté un poco. Quería evitar caer en la tentación de confesarle la verdad.
 
—Eso sí que no importa...
 
—¿Tan mala es la situación entre ustedes?
 
—Dije que no importa.
Suspiró.
 
—¿Él sabe?
 
—¡Que no importa, Norman!
 
—¡No seas inmadura, por favor! —imitó mi tono de voz—. Trato de ayudarte.
 
—Nadie te ha pedido ayuda. Además, ya dejé de ser tu preocupación primordial. Te desconozco, Norman. Me duele, pero te desconozco. Hace tiempo dejamos de ser familia.
 
Silencio.
 
A los segundos, reformuló el planteamiento.
 
—No quiero que, en un momento de desesperación como este, hagas algo de lo que te arrepientas la vida entera, hija mía.
 
Se me escaparon más lágrimas.
 
—Dejemos el sermón para luego, Norman.
 
—Por todo lo que he hecho por ti, Santana López, exijo que me digas, por lo menos, quién es el padre.
 
—Eso no te importa, ¡ni a ti ni a nadie! Esta conversación no nos llevará a ninguna parte —volví a intentar abrir la puerta de la SUV—. Por favor, Norman. Debo irme.
 
Me agarró del brazo y un frío helado me corrió por las venas.
Su toque fue similar al de su hija. Rudo, grosero, irreverente.
 
—No vas a ningún lado hasta que no me digas lo que pasa —continuó sujetándome el brazo, tal y como acostumbra su hija.
 
La experiencia me confundió y enojó tanto que perdí el control.
 
—¡Brittany! ¡Suéltame!
 
No más presión en mi brazo.
 
—¿Brittany?
 
La voz le salió como un murmullo, la pregunta fue más una aseveración que un cuestionamiento.
A gritos, continué:
 
—¡Estoy harta de que los Pierce se crean dueños de mi vida! ¡A la mierda ustedes dos! Considera mi deuda pagada.
 
—¡Dios!
 
Norman se me echó encima, me abrazó con tanta fuerza que sentí explotar.
 
—Lo siento tanto, Santana...
 
Comenzó a decir. Le respondí con empujones y patadas. Me
aguantó los brazos, trató de eliminarme las lágrimas con la mirada penetrante.
 
—. Tranquilízate, por favor. Eso no te hace bien.
 
—En estos últimos meses te ha importado un comino lo que me hace bien y lo que no. ¿Por qué ese súbito sentimiento paternal te regresa? Solo has tenido tiempo y deseos de enmarañarte en no sé qué cosas con tu mujer. ¡Has tirado a la basura nuestra relación!
 
Mientras su voz se alzaba, yo continuaba en lucha con las lágrimas.
 
—Te he descuidado, lo sé. Ahora me doy cuenta de que he sido egoísta. Deposité demasiada responsabilidad en ti. Esa responsabilidad era mía y de nadie más —retomó el aire, dejó de sujetarme. Se echó hacia atrás.
—. ¿Brittany sabe?
 
—Tu hija es la persona más jodida que he conocido —esa no era la respuesta que esperaba, pero la única que tenía para él.
 
—¿Lo sabe? —repitió, los ojos cerrados.
 
Negué con la cabeza.
 
—No tiene por qué saberlo.
 
—Al menos dale la oportunidad de enterarse. Yo no voy a juzgar tu decisión. Solo... Solo te pido que no le robes el derecho.
 
—Las cosas no son tan sencillas, Norman. Tu hija no se ha ganado ese privilegio. ¡Tu hija es un desastre! ¿Lo sabías? Todavía hoy no me explico cómo caí en sus garras. ¿Imaginas cómo será mi vida si tengo un bebé suyo? ¿Si de casualidad me quedo al lado de Brittany Pierce?
 
Sin saberlo, había dicho las palabras clave para que iniciara otro de sus sermones.
 
Esta vez, me restregó las palabras en la cara.

Y con ellas, la historia que nunca antes me había contado.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ago 29, 2016 4:48 pm

Capítulo 26

 
Santana López, si no hubiera sido por la valentía de tu madre, hoy no estuvieras aquí. Sí, la conozco. Sí, sé quién es. El intento fallido de hallarlos cuando me lo pediste como regalo de tus quince años, fue todo una mentira, un montaje. Perdóname, por favor. Yo solo quería protegerte. Me juré nunca decirte nada porque no creo que conocer la verdad te ayudara en algo o te cambiara el destino.
» Permite que te cuente una historia, hija mía, la historia de tu vida cuando todavía no eras partícipe de ella. Así, quizás, puedas perdonarme, puedas entenderme, y puedas, quizás, repensar tu decisión, no volver a entrar a un consultorio como ese, darte cuenta de cuánto puede hacer el amor de
madre, porque tú, Santana, podrías convertirte en una madre excepcional. Tienes miedo, sí, pero no te hace falta nada. ¡Nada! Y mira de dónde te he tenido que sacar. Santana, tienes un trabajo envidiable, un buen sueldo, una vida trazada. ¿A qué le temes? Eres, por decirlo así, una mujer hecha y derecha, madura, con educación, conocedora del mundo. Hay otras que han sido más firmes y no han tenido ni una tercera parte de lo que tienes tú. Como dije, permíteme contarte una historia...
»Conocí a tu madre, Laura, en la universidad. Isabel y yo éramos novios, ellas eran amigas de escuela, yo era amigo de tu padre desde la infancia. Los cuatro vivíamos la vida de universitarios de primer año. Fiestas, alcohol, sexo desenfrenado donde quiera. Éramos espíritus libres. Ah, ¡qué
días! Estábamos llenos de energía, de amor. Así es como nuestras historias se entrelazan aún más. »Nos embriagamos tanto de libertad que Isabel se embarazó de Brittany. Cuando tuvo a nuestra hija, llegamos a un acuerdo: ella se iría a vivir a casa de sus padres, a cuidar de nuestra Brittany, mientras yo culminaba los estudios universitarios. Durante ese tiempo, que Brittany tenía apenas unos meses, le tocó el turno a Laura. »Tus padres llevaban una relación más armoniosa y estable que la mía con Isabel. Sin
embargo, tan pronto Laura se enteró de que te llevaba en el vientre, tu padre le dio la espalda. Cortó toda relación con ella. No dejó ni la más mínima atadura. Ella se armó de valor y optó por luchar por tu vida. Contra viento y marea forcejeó. No le dijo ni siquiera a sus padres, tanto miedo tenía de la reacción de tu abuelo, un hombre fuerte de convicciones y carácter. Yo no podía verla pelear contra el mundo tan sola. A veces no tenía ni para comer algo decente, incluso con la barriga enorme llegó a
trabajar dos turnos a tiempo completo. ¡Quería tanto para ti! ¡Soñaba con darte todo lo que necesitaras! Con el tiempo me di cuenta de que perdí la amistad de tu padre por convertirme en la roca y el confidente de Laura. Me dolió, sí, pero no importó tanto. No podía dejarla sola. No a ella, una
mujer tan luchadora. En las últimas semanas de gestación, emergieron los síntomas de preeclampsia.
 
Luego todo se complicó aún más. Murió durante la cesárea que le practicaron de emergencia los médicos, que no fue más que un intento para salvarlas a ambas. »Tus abuelos maternos se enteraron de la tragedia y la buena nueva porque las autoridades universitarias se vieron en la obligación de llamarlos. Muchos pensaron que yo era tu padre: la acompañaba al ginecólogo, a almorzar, hasta la llevaba al trabajo cuando se le hinchaban los pies. Me costó una prueba de paternidad confirmar la verdad, que no lo soy. Porque no, no soy tu padre biológico. Isabel sentía celos, por supuesto. Peleábamos casi a diario. No había forma de convencerla.
 
Su comentario sarcástico era una repetición que escuchaba en el cotidiano: “Esa mujer tonta es tu obra de caridad. De seguro ya te ganaste el cielo...” Ella no lograba entender, ¡nadie lograba entender! Por tu madre sentía admiración. Nunca vi a una mujer luchar con tanta valentía. Y sí, lo admito. Ella llenó el vacío y la soledad que había en mí por culpa de esa lejanía y ausencia de mi familia. Pienso, también, que yo llené un poco el abismo que provocó en ella aquel imbécil. Y pensar que te dio su apellido solo porque lo amenacé con decirle a su padre que se había convertido en abuelo y que su hijo ni siquiera pensaba en matrimonio.
 
Tu padre no ha sido más que un cobarde la vida entera. Tu abuelo
paterno, hombre estricto y de carácter fuerte también, le había advertido: “Si tienes hijos antes de acabar la carrera, no tendrás herencia.”
»Fueron tus abuelos maternos los que te trajeron de vuelta a San Juan. No supe nada más de ti hasta esa tarde en la que te vi en el auditorio nacional. Brittany y tú habían llegado a la ronda semifinal de las competencias de matemáticas. Ella, una niña de la clase privilegiada, acostumbrada al
estudio con los mejores maestros, los mejores libros, las mejores herramientas. Tú, una niña tímida de escuela pública, con uniforme de segunda mano, las medias sucias, el trasfondo oscuro. Cuando te vi
allí parada, tan indefensa y temible a la vez, recordé a tu madre. Tenías ese cabello, esas agallas, esa forma de desplazarte de un lado a otro. Entonces, escuché tu nombre y sentí que el mundo se me perdió de vista.
»En mi corazón lo supe. Tú eras la hija de mi querida amiga. Tú eras la niña por la que tanto ella había luchado.
 

»Me decepcioné cuando ganaste la medalla de primer lugar y no llegaron tus abuelos a felicitarte, sino dos monjas. Comprendí cuál había sido tu destino. Por eso me acerqué. Por eso juré protegerte. Por eso juré convertirme en el padre que nunca tuviste. »Laura valía eso y más. Tú, en definitiva, vales eso y más. 
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ago 29, 2016 4:48 pm

Capítulo 27

 
—Y mi padre, Norman, ¿quién es? ¿Vive?
 
Los hombros de Norman se encresparon. Tensó los ojos y la mandíbula, un contraste significativo con la reacción de dulzura que le provocaba mencionar el nombre de mi madre. En la mirada noté duda. No quería decirme, y cuando lo hizo, fue a regañadientes.
 
—Se llama Paul López.
¿Paul? El único Paul que conocía era el hombre que interceptó a Brittany durante nuestro viaje a Nueva York.
 
“Paul L. Hopgood.”
 
El aliento me abandonó. El nombre me retumbó como eco en la cabeza. La imagen de su anatomía, de su rostro, me llegó a los recovecos de la memoria. Y, de pronto, así como llegó el recuerdo suyo, llegó también esa sensación poco placentera que sentí ante su presencia.
Ella, Brittany, lo conocía. ¡Ellos se conocían!
 
“Pero... ¿qué tienen que ver esos dos? ¿Cómo se conocen? ¿Por qué?”
 
Se me aguó la mirada.
 
—Sé quién es, Norman. No usa su primer apellido.
 
Norman eliminó la reacción de asco, su rostro se iluminó con una de alarma, de espanto.
 
—¿Lo conoces? ¿Cómo? ¿De dónde? ¿Te ha intentado hacer algún daño?
 
Me sorprendieron sus preguntas, pero no quise darle más preocupaciones.
 
—Dónde y cómo lo conocí no importa. Hasta donde sé, no ha intentado hacerme daño. ¿Por qué lo haría? Y... ¿qué tiene que ver ese hombre con Brittany?
 
El rostro de Norman volvió a transformarse, esta vez a confusión máxima. Nunca me hubiera imaginado que fuese capaz de dibujar tantas emociones en él, porque también había aprendido de Quinn cómo esconder las verdades más íntimas.
 
—No sé cómo ni por qué se conocen mi hija y ese mal nacido, pero no me agrada que eso haya sucedido. De hecho, no hay razón alguna para que haya sucedido... Al menos no a estas alturas.
 
—¿No a estas alturas? ¿A qué te refieres, Norman?
 
Fijó la mirada en la mía. Un sumidero se formó en su pecho y se tragó lo poco que quedaba de la energía que apenas unos segundos quería transmitirme. Comenzó una segunda historia.
—Siempre te has preguntado porqué permití que Isabel se llevara a mi hija y cortara comunicación conmigo. Creo que es hora de que sepas la verdad
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ago 29, 2016 4:49 pm

Capítulo 28

 
Brittany tenía siete años. Yo vivía con ellas, y ya había fundado Medika, lo cual me consumía mucho tiempo. La relación entre Isabel y yo se enfrió, y acepto que fue por culpa mía. En varias ocasiones hablamos sobre el divorcio. Yo quería que ella fuera más feliz, con alguien que pudiera ocuparse de ella como merecía. Ella quería el dinero. Dijo que no se separaría de mí, que no permitiría que otra persona se quedara con lo que le pertenecía, que para los lujos había hecho planes toda la vida.
»Aunque no aceptaba el divorcio, y vivíamos juntos, apenas nos veíamos, pero de todas maneras me percaté de que había comenzado a descuidar a Brittany, quien tenía más conexión con su nana que con ella. De hecho, no recuerdo a Isabel arrullando a su hija, solo la nana.
 
»Ya nuestro amor había muerto, eso era claro. Sin embargo, mi orgullo de hombre, y de pareja, no me dejaba tranquilo. Comencé a imaginarla en otros brazos, frecuentando otros hombres. Pensé que si en eso se había convertido su vida, que entonces debíamos divorciarnos de una vez y por
todas.
 
»Contraté un investigador. A los pocos días regresó con fotos. Muchas, muchas fotos. »Jamás lo hubiera imaginado. Jamás me hubiera cruzado por la cabeza las escenas que aparecieron a mis ojos. »Mi esposa, la mujer que alguna vez había amado tanto, me era infiel con quien en otros días había sido mi mejor amigo.
 
»Isabel me era infiel con Paul López Hopgood.
»El hijo de puta se tardó, ¡oh, sí!, pero logró vengarse de mí tal y como había jurado. “Te va a pesar, Norman, esto te va a pesar...”, anunció tan pronto te dio el apellido. Esa fue la última vez que lo vi.
 
»Con fotos y estados de cuentas bancarias en mano llegué esa noche a la casa. Fui yo quien acostó a Brittany, y luego, cuando sabía que se había quedado profundamente dormida, le pedí a Isabel reunimos en el área de la biblioteca familiar.
 
»La discusión estuvo agitada. Ella gritó y defendió sus argumentos, yo solo exigí el divorcio. No me interesaba nada más. Ni siquiera recobrar el dinero que había gastado con Paul. No quería tener nada más con ella.
»Y de pronto, cuando vio que perdería, me contó más verdades, no sé si para hacerme más daño o porque las tenía tan en secreto que al escapársele una, se le escaparon todas. Isabel, envuelta en
chillidos y confesiones que me desgarraron el alma, se acercó a mí y me llenó de cachetadas. Que yo la había abandonado tal y como Paul había abandonado a su mujer. Que yo la había dejado de lado por consolar a otra. Que era culpa mía, que me detestaba, que me merecía sus desamores y su venganza.
 
Que quería verme caer, porque ella había caído, y merecía vivir una vida en oscuridad, similar a la que le tocó vivir cuando la envié lejos. »Confesó que Brittany sabía, que ella se la llevaba, que a veces la dejaba en el baño de la
habitación de hotel en la que se revolcaba con Paul. Que ella la escuchaba gemir, y nunca comentó nada.
 
»Nunca pensé que yo, Norman Pierce, fuese capaz de hacer lo que hice. Nunca pensé que yo me dejaría dominar por el enojo. Nunca pensé que, de un segundo a otro, yo me convertiría en una persona distinta, en una persona que, al día de hoy, detesto.
»Perdí el control.
»Perdí la mente.
»Respondí a sus golpes y sus maltratos. Desemboqué mi ira en ella. ¿Cómo pudo haberle hecho semejante atrocidad a nuestra hija inocente? ¿Cómo pudo? ¿Cómo?
»Y entonces, en medio de los golpes, me detuve a observar el cuerpo maltrecho de la mujer que había caído al piso. Así fue como me percaté de que mi pequeña Brittany estaba allí, en el umbral de la puerta, apretando contra el pecho su camión de peluche, llorando en silencio, mirando la escena que nunca, ¡nunca!, borraría de su mente.
 
»Todavía hoy no olvido el terror que despedazaba su carita de niña. Todavía hoy no olvido el horror y la decepción. Todavía hoy no olvido.
»Todavía hoy no me perdono.
»Todavía hoy me desprecio.
»Brittany está bien jodida, lo sé. Yo asesiné su bondad, yo la convertí en otra persona. Yo, quien era su dios más próximo, asesiné su inocencia, sus posibilidades.
 
»Isabel no me denunció. Ambos tendríamos mucho que perder. Llegamos a un acuerdo, más para su beneficio que para el mío. Ella se marcharía y se llevaría consigo a nuestra hija, que yo no tendría comunicación con ella, al menos hasta que este cumpliera la mayoría de edad. Eso sí, antes
de irse anunció que no vería más a Paul, de todas maneras era solo un juguete, y juguetes hay muchos en el mundo.
»Así fue cómo sacrifiqué la relación con mi hija por... ¡por una mierda de compañía y dinero en el bolsillo!
»No quiero que tú tomes la decisión equivocada. Cometerías mi error, y vivir con esta carga no es vida. Es el infierno. Te ruego, por favor, que me perdones por haber sido un monstruo, y te ruego, además, que hables con Brittany.
 
»Ella será todo lo que dices que es. Pero también, muy en el fondo, tiene un buen corazón. Lo poco que conozco de ella me confirma que será mucho mejor madre y pareja que yo. Y, si la relación entre ustedes evoluciona, una gran compañera.
 

»Confía en mí, que soy su padre, que soy tu padre, que te quiero con el alma...
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por 3:) Lun Ago 29, 2016 5:45 pm

Ufffffff...... Joder!!!
Al fin la verdad!!!.... La Concecuensias de ahora son un conjunto de malos entendidos y rencores del pasado y hasta ahora san es la que esta perdiendo a mi parecer...
Así que se invirtieron los papeles... Norman "el padre" de san y paul el de britt???...
Cuando san enfrente a britt por lo del bebe a ver que pasa???... Y si lo hace con su padre???....
Mmmmmmm se me cruzó!! Britt no querrá "destruir" a medios como especie de venganza a norman??? Por los movimientos que hace con los contratos!!!..
A ver que pasa???. Se va a poner bueno!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por JVM Mar Ago 30, 2016 1:21 am

Vaya que cosas.!
Primero que desgraciado el padre de San, el tal Paul, cuando realmente necesitaba apoyar y demostrarle su amor a la mamá de San la dejó.
Y la perra de Isabel a pesar de que era su amiga la madre de San no apoyo Norman brindándole su ayuda. Y lo mas asqueroso es lo que hizo que pasará Britt de pequeña, de ahí su coraje con la señora está.
Ahora si el plan para deshacerse de San de Medika, es a través de Paul seria muy mierda de Britt, porque a pesar de las ideas que tuviera antes de conocerla nadie merece que jueguen con ella.
Supongo que vienen una serie de verdades mas como que Britt se entere del embarazo y creo también su querida madre, que es de la que más miedo me da que se entere. :/
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Mensaje por micky morales Mar Ago 30, 2016 7:50 pm

me esta dando algo........ ya paso, en fin... increible esta verdad que por tanto tiempo ha estado oculta, ahora basta saber que hara santana, por otra parte me molesta muchisimo la forma en que brittany maltrata a santana y que ella lo permita pues peor, es tiempo de que san se de a respetar!!!! [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP  cap. 29,30, y 31 FINALIZADO - Página 3 3287304868 [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP  cap. 29,30, y 31 FINALIZADO - Página 3 3287304868 [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP  cap. 29,30, y 31 FINALIZADO - Página 3 3287304868
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Ago 31, 2016 1:33 am

3:) escribió:Ufffffff...... Joder!!!
Al fin la verdad!!!.... La Concecuensias de ahora son un conjunto de malos entendidos y rencores del pasado y hasta ahora san es la que esta perdiendo a mi parecer...
Así que se invirtieron los papeles... Norman "el padre" de san y paul el de britt???...
Cuando san enfrente a britt por lo del bebe a ver que pasa???... Y si lo hace con su padre???....
Mmmmmmm se me cruzó!! Britt no querrá "destruir" a medios como especie de venganza a norman??? Por los movimientos que hace con los contratos!!!..
A ver que pasa???. Se va a poner bueno!!!

creo que haz dado en el clavo en algunas cosas, pero el sentimiento de Brittany hacia Santana  ha cambiado los planes cosa que no hara gracia a Isabel.

He de comentar que ya subire los ultimos capitulos,  y el gran  FIN,  pero que creen hay segunda parte......... asi que continuaremos aqui. 
Saludos
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Ago 31, 2016 1:36 am

JVM escribió:Vaya que cosas.!
Primero que desgraciado el padre de San, el tal Paul, cuando realmente necesitaba apoyar y demostrarle su amor a la mamá de San la dejó.
Y la perra de Isabel a pesar de que era su amiga la madre de San no apoyo  Norman brindándole su ayuda. Y lo mas asqueroso es lo que hizo que pasará Britt de pequeña, de ahí su coraje con la señora está.
Ahora si el plan para deshacerse de San de Medika, es a través de Paul seria muy mierda de Britt, porque a pesar de las ideas que tuviera antes de conocerla nadie merece que jueguen con ella.
Supongo que vienen una serie de verdades mas como que Britt se entere del embarazo y creo también su querida madre, que es de la que más miedo me da que se entere.   :/


Asi es, como dice la cancion sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas...
Bueno creo que  Isabel es una perra creo que ella es la mente detras de todo esto, faltan algunas cosas no muy agradables para Santana.
Vamos a averiguar si  continua con el embarazo.
Si de alguna manera Brittany se da cuenta de que es Madre... y que piensa hacer al respecto los sucios secretos van a salir, aunque lo mas doloroso ya lo conocemos que fue la historia de santana y como termino en un orfanato.

Paul es amante de Isabel,  nunca lo dejo se ser, pero vamos a ver que papel juega.
Ya subo los ultimos capitulos y final de la primera parte de la historia.
Y les comento que hay una segunda parte... espero su votacion para ver si quieren saber mas de la historia....... comenten... .espero comentarios si quieren la segunda parte
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Ago 31, 2016 1:40 am

micky morales escribió:me esta dando algo........ ya paso, en fin... increible esta verdad que por tanto tiempo ha estado oculta, ahora basta saber que hara santana, por otra parte me molesta muchisimo la forma en que brittany maltrata a santana y que ella lo permita pues peor, es tiempo de que san se de a respetar!!!! [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP  cap. 29,30, y 31 FINALIZADO - Página 3 3287304868 [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP  cap. 29,30, y 31 FINALIZADO - Página 3 3287304868 [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP  cap. 29,30, y 31 FINALIZADO - Página 3 3287304868


No Micky no puede darte nada por que hay segunda parte,  asi que a aguantar se ha dicho.  la subire los ultimos capitulos, estan muy pero muy interesantes e inesperados.

Brittany  ya cambio ya encontro por primera vez  a alguien que la quisiera como es  que no la considerara un fenomeno  y que fue en lo que santana menos se fijo.

Ahora los conflictos del pasado  van a hacer presencia, espero que Norman meta mano para que no destruyan la recien conocida relacion de Brittana-------


Hay segunda parte ok, ustede mandan comenten
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Ago 31, 2016 12:10 pm

Capítulo 29

 
Encontraría a la creadora de mis desdichas en su oficina. Ese no era el lugar indicado para entablar la conversación; no obstante, en las últimas semanas no había lugar ideal para que habláramos, para que fuéramos nosotras.
 
Era tarde en la noche, solo estaba su auto en el estacionamiento. Entré sigilosa a la oficina. Aunque hubiese querido hacer ruidos, no tenía las fuerzas para abrir la puerta con la brusquedad que usualmente despedía. Llevaba el alma cargada. Desde la puerta, la observé revisar unos documentos y estrujarlos en la mano. Estaba de espaldas a mí, atendiendo una llamada en su celular.
 
—Eso no será problema, ya se los dije... No, no tiene ni puta idea... ¡No! ¡Ella no!... ¿Pero qué dicen? Ya no hay riesgos en cuanto a la parte de Norman. Tampoco sospecha... ¡Dije que no! ¡Llegamos a un acuerdo y lo cumpliremos! ¡He dicho!
 
Colgó, se volteó y lanzó papeles y teléfono al escritorio.
Di unos pasos al frente. Alzó la vista.
 
—¿De qué acuerdo hablas, querida Pierce?
 
El contorno de sus ojos se dilató, y con pronta rapidez controló la reacción.
“Vaya, si este además de pintora resultó actora. ”
 
—¿Qué haces aquí, Santana? —dirigió la mirada al reloj que le adornaba el brazo.
 
 Supe que, en realidad, quería saber qué había alcanzado a escuchar.
 
—Escuchando conversaciones ajenas, ¿qué más? — respondí, con ese tono irónico y absurdo que emulaba mi vida desde el día en el que tropecé con ella.
 
Relajó los hombros. Supuse que había encontrado la forma de manejar la situación.
 
—¿Qué te pasa, López?
 
—¿De qué acuerdo hablabas, Pierce? —llegué hasta su escritorio.
 
—Ninguno de importancia —se pasó las manos por la cabeza—. ¿Estás bien? ¿Te sientes mejor?
 
—Los protocolos sociales me obligarían a responder tus preguntas con un sí. Pero no, Brittany, no estoy bien, y ciertamente no me siento mejor.
 
Un brillo extraño le adornó las pupilas. Salió de su espacio tras el escritorio, llegó a mí. Puso las manos en mis hombros. El peso de sus demonios me hundió en su infierno. Moví los hombros, que alejara el toque, que no quería que me tocara.
Retiró las manos, un poco de confusión a la indiferencia.
 
—Si no me dices qué es lo que te tiene así, no te puedo ayudar.
 
Llevé el índice a su frente y presioné.
 
—Tú me tienes así, Brittany. No sé qué sucede contigo. Estoy harta de intentar descifrar tus pensamientos, estoy cansada de querer entenderte.
No le agradó la provocación. Si hubiera hecho esto el día en el que nos conocimos, de seguro ya tendría el brazo torcido y partido.
 
Tensó la quijada, emitió unos crujidos.
 
—¿Te das cuenta? Cada gesto tuyo me confirma que hay algo más detrás de ese rostro. Esto no empezó bien. Aún así, insisto en conocer la verdad. Estoy dispuesta a escuchar lo que tengas
que decir, los secretos que deberías exteriorizar —pausé un momento para asegurarme de que de veras quería decir lo que quería decir —. Estoy dispuesta, Pierce, a que manejemos y superemos aquello que nos divide.
 
Tomó mis manos en las suyas.
 
—Santana, no creo que sea el momento para...
 
—¡Maldita sea, Pierce! ¡Nunca es el momento! ¿Sabes qué? Nosotras. Eso no debió   pasar. Ese es el único momento incorrecto. ¡Nunca debió haber sido el puto momento! Si quieres, empiezo yo la explicación —se echó hacia atrás, movió de un lado a otro la mano derecha—. Santana
López, huérfana, con una vida impecable, viviendo en una mentira, estúpidamente enamorada de ti.
 
Brittany cerró los ojos. Le di un empujón. Quería que me mirara, quería que viera lo que había destruido.
 
—Santana López llevaba una vida perfecta y aburridamente feliz hasta que cometió el magno error de no saber respetar los límites.
 
La culpa la vistió, se le reflejó en el interior de las pupilas. Sentí, de pronto, el peso que ella cargaba, lo que no podía entender eran las causas reales.
Éramos dos adultas independientes, libres, ¿qué podría interponerse entre nosotras?
 
Quería darle la oportunidad de que liberara su alma y comenzáramos. Lienzo en blanco. Que pintáramos la historia de nuevo, de otra manera. Tenía que hacer que se abriera a mí. De esa manera podría ayudarla.
Solo así podría ayudarnos.
 
—Dime, Brittany, ¿quién eres tú? —su silencio me respondió—. Bien, al parecer soy yo quien tiene deseos de hablar hoy. ¿Te olvidarías de todo y de todos por mí?
 
Esa era la pregunta clave. Necesitaba la respuesta. Necesitaba saber hasta dónde llegaría por mí.
 
Sus ojos se cristalizaron. ¿Eso era señal de dolor? ¿Por qué no acababa de escupir lo que le ahogaba? ¿Por qué no decía nada?
La tierra se abrió, un gusto recibirme.
 
—¡Maldita sea, Brittany! ¡Es tan sencillo! Escoge entre dos palabras. ¡Son solo dos malditas palabras! Sí o no.
 
Brittany se echó hacia atrás. Se llevó las manos a la cabellera, luego se las pasó por el rostro.
 
—No es tan sencillo, Santana. Por favor, calla. Dejemos esto aquí. Hablemos mañana. Hoy no es el día. Este no es el momento. Confía en mí. Por favor.
 
Me acerqué. Volví a tocarle la frente con el dedo.
La voz se quebró al hablar.
 
—Ese es el problema. A menos que nos estemos revolcando en una cama, no puedo confiar en ti. No quiero confiar en ti, porque no sé quién eres.
 
Brittany quitó mi dedo de su frente. Aprovechó que me tocó para deslizarse en mí hasta atraparme en un abrazo.
 
—Lo sé, Santana, lo sé —me dio un beso en la frente—. Ve a casa. Toma una ducha. Ve una película. Tranquilízate. No pienses en mí. No pienses en nosotras.
 
Salí de su abrazo. Me limpié las lágrimas.
 
—Te di la oportunidad. Solo recuerda que fui yo quien te di esa oportunidad. Recuerda, siempre, que fui yo quien nos dio esa oportunidad. Mañana... Mañana será tarde.
 
Tomé la decisión ese mismo instante: dejar ir a las dos personas que más había querido en la vida. A Norman, el padre que no me abandonó, y a Brittany, que a saber qué rayos había hecho por mí.
 
Y no. No traería al mundo un niño que, a la larga, sería igual de infeliz que esos dos. Al fin y al cabo, Brittany estaría de acuerdo: ¿para qué traer más gente infeliz a esta vida?
 
Caminé hacia la puerta. La crucé y su voz me hizo detenerme.
 
—¿Así te vas? ¿Así dejas todo?
 
Me volteé y lancé un suspiro de despedida.
 
—Así me voy y así lo dejo. Tienes razón, es hora de llegar a casa. Ya sé lo que es estar en el infierno.
 
Las lágrimas dictaron el camino, no las luces ni las señales de tránsito.
 
“¿Cómo decirle que espero un hijo suyo?”
 
 No, esa decisión era mía y de nadie más. Cualquiera que fuera, sería por mí, solo por mí, y por el bien de ese... bebé. Abrí la puerta del garaje, estacioné el auto. La luz del techo que se enciende en automático
cuando llego no cumplió con su tarea. Dejé la puerta del garaje semiabierta, que entrara algo de claridad en lo que abría la puerta de entrada a la casa.
Un escalofrío. Escuché la respiración de alguien más.
 
En menos de un segundo, me imaginé a Brittany de rodillas, diciendo sí, fuerte y claro.
 
 Demasiada creatividad para un cuento de hadas tan oscuro.
Una mano me tapó la boca y otra me aprisionó las manos. Una sombra abrió la puerta y, de  repente, mi cuerpo entero se alzó a los aires. Alguien me lanzó dentro de la casa. Me crujió la cabeza al chocar contra el concreto. ¿Suelo o pared? La vista se ensombreció, un líquido espeso y caliente se deslizó por la frente.
Mareo. Náuseas.
Confusión.
“¿Qué es esto? ¿Qué pasa? Por favor, ¡que alguien me ayude!”
Los gritos me invadían los pensamientos, porque no lograba exteriorizar palabras. Tres hombres me atacaban a puños y patadas. Yo solo lograba protegerme el vientre en posición fetal. No sé por qué, en ese instante, esa era la única parte de mi cuerpo que me consternaba.
Las luces del alumbrado de la calle se filtraban entre las cortinas de las ventanas, mostrándome las siluetas de mis atacantes. Traían el rostro cubierto con máscaras negras. Uno de los hombres se lanzó sobre mí. Dejó caer su peso en mis caderas, inmovilizándome las piernas. El segundo atacante me sujetó las manos. Un tercero, el más grueso, me tapó la boca con una cinta adhesiva. Fue él quien, de un tirón, desgarró los botones de mi blusa y, con una cuchilla, rompió el sostén que llevaba puesto.
 
Las manos intrusas estrujaron mis pechos. Luego se dirigieron a mi pantalón.
El hombre no tuvo compasión de mí. Cuchillo al cuello, me obligó a abrir las piernas, que a patadas tuve que seguir la orden. Llevó las manos a mi entrepierna. Me lastimó. Me estrujó sin piedad. Un golpe me lanzó al otro lado de la sala. Caí boca abajo. Me mantuve quieta. Quería morir.
Hasta que tuve el momento de lucidez. Recordé el objeto preciado en mi habitación. Me puse en pie, corrí en dirección a la estancia, quité la cinta adhesiva de los labios.
“Si tan solo pudiera llegar...”
A mitad de recorrido, uno logró agarrarme por el pelo. Me acorralaron contra la pared. Me quitaron los pantalones, me desgarraron la prenda interior.
—¡Mátala! —ordenó impaciente el que me sujetaba.
—¡No, todavía no! —respondió otro.
A mis oídos llegó el sonido de una cremallera abriéndose.
“Dios, ayúdame. ¡Ayúdame o que me maten de una vez!”
—¡Mátala! ¡No seas cabrón y mátala!
—¡No! ¡Está muy buena para desperdiciarla!
El desgraciado rozó el asqueroso pene entre mis piernas, buscando la forma de abrirse paso.
—¡Estoy embarazada! Por favor, no me hagas esto.
El sabor enmohecido de la sangre que bajaba por mi frente y caía en mi boca me provocaba aún más náuseas. Metí los dedos hasta lo más profundo de mi garganta.
 
“Al menos no fueron en vano tantas clases de defensa personal.”
 
El vómito salió disparado. El hombre que me aprisionaba las manos me lanzó de un empujón al suelo. El observador se echó hacia atrás, que no le ensuciara los zapatos. El que quedaba, el que quería invadirme el cuerpo, me lanzó una patada al rostro. Caí de espaldas sobre algo abultado.
Me giré.
Era mi bolso.
 
—¡Te lo dije, cabrón! ¡Te lo dije! —repetía uno.
 
—¡Mátala ya! —pedía el otro.
 
—¡Déjenme y váyanse, pendejos, si no quieren de esto!
 
Aproveché la discusión para tratar de abrir el bolso. Las manos me temblaban. “Date prisa, Santana. Date prisa...”
 
La sombra de uno de los hombres se instaló sobre mí.
—¡Ven aquí, puta!
El sonido ensordecedor del disparo retorció la casa. El hombre malvado cayó al suelo. El otro hijo de puta me disparó en dos ocasiones. El tercero desapareció en las penumbras. El arma se me cayó de las manos.
Las respiraciones se volvieron cortas. Me arrastré por el suelo, explorando con las manos. Hallé el arma. Me puse de rodillas. Levanté la pistola, lista para matar una vez más, aunque las fuerzas se me estuvieran escapando del cuerpo.
 
En la casa reinó el silencio. Había una oscuridad brillante. Me pareció que transcurrió una eternidad...
 
—¡Santana! ¡Santana! ¡Santana!
 
Una luz fue encendida. Sangre. Sangre por todas partes.
Brittany corrió hacia donde me encontraba, quitó la pistola de las manos temblorosas. El hombre que yacía a mi lado no había muerto. Respiraba,   todavía. Y comenzó a alzarse. Brittanyse acercó a él, le apuntó con el arma.
Hizo dos disparos. Tiró el arma al suelo.
Me desplomé.
Brittany se echó a mi lado. Llevó las manos a mi espalda, me abrazó, me alzó.
 
—Santana... ¿Qué te han hecho? ¿Qué diablos te han hecho?
 
El poco aire que me quedaba no era suficiente para hablarle, para decirle.
Con una mano ensangrentada tomé la suya. La coloqué en mi vientre.
Tenía los ojos llenos de lágrimas.
 
—Lo sé, López, lo sé.
 
Sonreí... Y no hallé fuerzas para hacer más.
 
—¡No! ¡No hagas eso! ¡No te duermas! ¡Abre los ojos! ¡Mírame! ¡Maldita sea! ¡Mírame!
 
“No. No puedo verte. Hay demasiada oscuridad. Prende la luz...”
 

—¡Santana!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Ago 31, 2016 12:11 pm

Capítulo 30

 
Los rayos del sol se filtraban por entre las abultadas ramas de los árboles, formando figurillas abstractas en mis pies desnudos. Siempre me ha gustado el frío que se refugia en la madera durante las noches. En los últimos meses sentir ese frío en la planta de los pies era lo único que me
recordaba que continuaba con vida, sobre la tierra, y no seis pies bajo ella. El césped aún desplegaba el olor a la lluvia que lo castigó durante la noche. Un evento inusual, considerando que no era temporada de lluvia en Panamá. La brisa se paseaba fresca. Podía sentirla con cada suspiro que involuntariamente se me escapaba desde el pecho. Mis pulmones querían rendirse, le habían declarado la guerra al aire.
 
Ya no querían sus caricias, ya no querían esos regalos de vida que llegaban con cada respiro mío. El tamaño de un árbol me delataba el tiempo que llevaba en el exilio. Habían transcurrido unos dos o tres meses porque una de las pocas cosas que recordaba de la noche de mi llegada era ese
árbol. En aquel momento, lucía más chico, pero con más vida que la que yo llevaba en mi equipaje.
 
Las tres semanas en el hospital transcurrieron entre una cirugía para reparar el daño que había causado una de las balas a mi clavícula. El resto de los días los había pasado en observación.
Los médicos no querían dejar de monitorear el transcurso del primer trimestre de mi embarazo. Yo tampoco quería que así fuera.
Norman no se apartó ni un día de mi lado. Margaret me visitó cada tarde. Sam, se sentaba a  mi lado, respirando mi dolor.
Nadie más.
Nadie más llegó.
Y la presencia de mis padres adoptivos me sofocaba. Ninguno lograba espantar la oscuridad en la que los hombres sin alma me condenaron aquella nefasta noche. Sam no hacía preguntas, solo se sentaba a mi lado respirando mi dolor.
 
Puckerman  me debía el favor, por eso no pudo negarse cuando le rogué que me sacara de aquel hospital. Que nadie se enterara.
 
—¿No crees arriesgado salir del país? ¿Y si se complica tu salud a cien mil pies de altura?
 
—El médico lo autorizó. Necesito desaparecer. Además, no iré en un vuelo comercial.
 
Sam, con ayuda de Margaret, se encargó de preparar mi vuelo con una enfermera y un médico especialista. Sabía que eso los pondría en aprietos con Norman, pero la verdad era que ya no me importaba nada ni nadie.
Esa misma noche partimos.
—Santana, ten — Puckerman  extendió la mano en la cual sujetaba un sobre de color blanco
 
—. Me pidió que te lo entregara.
 
—¿Le dijiste?
 
—No, pero lo sabe.
 
“¿Dónde está? ¿Cómo esta? ¿Por qué no está conmigo? ¿Por qué no ha venido a verme ni una sola vez?”
 
Puckerman  debió entender mi silencio como aflicción. Trató de soplar las nubes en mi cara.
 
—No le va bien...
 
—No la excuses.
 
Aunque moría por saber de ella, no podría soportar el peso que añadiría a mi equipaje.
 
—Las cosas se han complicado.
 
—¡Basta! —Tomé el sobre—. Cuídate, Puckerman. Gracias por todo.
Sam me tomó del brazo, me eché a andar. Incluso aunque ya estaba de espaldas a él, Puckeman extendió la despedida.
 
—Igual tú, Santana López. Igual tú.
                                                 
Antes de montarme al avión, dejé caer el sobre blanco. No había lugar en la nave para nadie más. Unos pasos se acercaron con delicadeza. Era Rosa. Se detuvo a mi lado. Traía un vaso con zumo de naranja. Lo colocó en el piso de tablas en madera. Posó su mano consoladora en mi hombro,
tal y como lo había hecho cada atardecer desde que accedí a que pernoctara en la cabaña.
 
Rosa fue la única condición que Norman y Luis Bartolomé pusieron para dejarme en paz luego de enterarse de mi escape. Accedí, no por ellos, sino porque no tenía ganas ni de servirme agua.
 
Giré la cabeza y con una sonrisa débil, agradecí. Ni ella ni Norman ni Luis ni Puckerman ni Sam ni Margaret hacían preguntas. Mucho menos me ofrecían palabras alentadoras. Todos se habían dado por vencidos, me habían dejado sumergirme, sola, en amargura.
 
 Se dieron cuenta de que la única manera en la cual podrían apoyarme era, precisamente, apartados, en la distancia.
 
Tomé el vaso y apenas pude dar un sorbo. El ácido del zumo hizo que las heridas del alma me dolieran. Continué bebiendo, y no lo hacía por mí. Si esa hubiera sido la única razón, ya hubiera alcanzado un estado de inanición o hubiera tratado alguna de esas ideas locas que, a veces, tenían el valor de seducirme.
 
Rosa salió de la estancia y, a los minutos, escuché otros pasos acercarse. No quise voltearme, ni siquiera cuando sabía que la presencia no era la habitual. Esos eran pasos firmes, avanzaban con rapidez.
 
Yo conocía esos pasos. Los conocía muy bien.
Se detuvieron a mi lado.
La presencia se mantuvo estática.
 
No quería mirarla. Mantuve los ojos fijos en las figuras que dibujaba el sol en mi piel.
La brisa se encargó de confirmarme la identidad de la visitante.
Ese olor... Ese olor que no se olvida.
Cerré los párpados.
La imaginé sentarse en el suelo, a mi lado, porque las maderas crujieron de manera distinta.
 
—Santana...
 
Pronunció mi nombre como siempre hacía, con ese destello picante que solo traduce el placer de escucharla.
Yo sabía que ese día llegaría. No pronosticaba que fuese tan pronto. No estaba preparada. No todavía.
 
—Todo terminó, Santana —pausó para aclararse la voz—. En casa estamos muy preocupados por ustedes. Debes regresar. Atenderte. Buscar ayuda si es necesario... Por favor.
 
Su voz despedía los mismos tonos de siempre. Era la misma voz de hielo que hace unos meses lograba encender cada célula de mi cuerpo. ¿Será que esa  mujer no va a cambiar nunca?
—Quizás yo sea la última persona que quieras ver. Lo entiendo. Estás en todo el derecho y, aunque me niegue a aceptarlo, tienes toda la razón. Sin embargo, los demás no han tenido éxito en sus intentos, y no puedo quedarme de brazos cruzados.
 
No era capaz de reaccionar. Estaba hecha una roca. Ni los pechos crecidos lograban moverse con mis respiraciones.
Las lágrimas rodaron por las mejillas, lo cual me sorprendió, porque había llegado a pensar que nunca más sería capaz de volver a llorar, que ya no me quedaban más lágrimas en los ojos.
 
—¿Tú lo cuidarías? ¿Te harías cargo?
 
Traté de mantener firme la voz. Ese era el único plan que había podido formular. Que luego del nacimiento, Brittany me diera su palabra de cuidar de él.
Porque yo no lo haría.
No podría.
 
—No será necesario —pausó, inocente—. Nos tiene a los dos.
 
Saqué la primera carcajada en meses. Y no fue de alegría precisamente.
 
—¿No te das cuenta de cuán jodida estoy? Yo no quiero que tenga que vivir una vida de mierda con una madre jodida como la tuya.
 
La Rubia se acercó e intentó estrecharme en un abrazo que esquivé con un grito y una mirada de rabia, de espanto, de asco.
Brittany no se rindió.
Intentó el abrazo por segunda vez, haciendo uso de la fuerza que podía usar sin lastimarme.
 
—¡Suéltame! ¡Déjame en paz de una vez! —quería gritar, y solo me salían murmullos—. Si tan solo me hubieras abrazado así hace unos meses, Brittany. En tu oficina. Aquella noche. Aquellas muchas otras noches. Era tan sencillo, Brittany. Muy, muy sencillo.
 
Me apretó más.
 
—Lo sé, Santana, ¡lo sé! Pero entiende, por favor. Me conociste cuando era una mierda de persona, cuando todo era destrucción. Ojalá hubiera hecho muchas cosas diferentes. Ojalá hubiera podido protegerlos —se le quebró la voz—. Pero no fue así. Y vivo maldiciendo cada segundo en la que fui incapaz de tomar las decisiones correctas. Vivo maldiciendo ese momento en el que te dejé ir de mi oficina con tanto dolor reflejado en la mirada. ¿Recuerdas cuando el día de Navidad dije que mi vida el primero de enero sería igual que la del treinta y uno de diciembre?
 
Apartó mi rostro de su pecho, lo sostuvo entre sus manos temblorosas.
 
—. Santana, esa fue la más grande de mis equivocaciones. Mi vida cambió desde el instante en que dejaste escapar ese ‘te quiero’ de tu boca.
Mierda, ¿y cómo no, si pusiste mi mundo de cabezas? Nadie nunca me había dicho ‘te quiero’. Ni siquiera Isabel. ¿Tú entiendes eso? ¿Puedes imaginarlo, aunque sea? —suspiró—. Mi silencio, aquella noche, no fue producto de un rechazo amable. ¡No! Fue producto de la ignorancia. No sabía amar. No sabía cómo era sentirse amada. Y esa noche, ¡maldita sea!, sentí tantas cosas que pensé que me sofocaría en emociones. Lo que traía atravesado en el pecho no puedo ni describirlo hoy. No hay palabras suficientes. Nunca habrá palabras suficientes, Santana... Debí... Debí decirte cuánto te necesito, cuánto dolor siento cuando no estás a mi lado. Debí decirte...
 
Moví las manos. Una interrupción.
 
—No vale la pena que continúes el discurso, Pierce.
 
Me tomó las manos, como bien lo había hecho otras tantas muchas veces.
 
—Por favor, escucha lo que tengo que decir. Déjame contarte mi versión.
 
—No hace falta. Tengo mil versiones. Mil malditas versiones. Y ninguna la entiendo. Otra más no ayudará.
 
Puso un dedo sobre mis labios. Acercó su rostro al mío, esa cercanía peligrosa que me embriagaba de su olor.
Ese olor...
 
—Si no quieres hacerlo por mí, no lo hagas por mí.
 
Colocó una mano sobre mi vientre, y yo que tanto había fantaseado con ese momento, con el toque tierno de su rudeza, se desplegó en mí una sensación de calor que irradió el calor del sol en mis pies después de tanto tiempo en un invierno personal.
 
—Hazlo por la criatura.
Logró echar abajo mis murallas.
No me quedó de otra que escuchar. Después de todo, era lo menos que podía hacer por el bebé que me empeñaba en no cuidar, y era lo menos que podía hacer para alimentar mis curiosidades.
 
—Sé que Norman te contó la razón por la que nos fuimos
 
Asentí con la cabeza, ella buscó  las fuerzas para mencionar los nombres de las dos personas que, de una u otra manera, en momentos distintos de su vida, habían aportado un granito de arena para formar su personalidad fría.
 
—. Cuando Norman tuvo el accidente, Isabel vio la oportunidad de regresar, de obtener el dinero que le aguardaba si él moría. Quería estar presente para asegurarse de que nadie le quitara ni un maldito céntimo de lo
que, según ella, nos pertenecía. Norman no murió, pero ella ya había comenzado a tejer un plan: apoderarnos de la empresa y venderla. Yo estaba tan cegada por el odio y el coraje que tenía contra Norman
 
otra pausa interrumpió el relato..
 
—….. y contra ti, que accedí a ser la marioneta de Isabel. Tú me habías robado la atención, el tiempo y el amor de Norman. Tenía que sacarte del camino. Y yo era el talón de Aquiles de Norman, ¿qué no haría él por mí? ¿Qué no haría él, mi padre, por mí? “Mi padre”. Era la primera vez que la escuchaba mencionar esas palabras.
 
Deseé que Norman hubiese estado allí para escucharlas también.
 
—Yo no te robé nada, Brii...
Apretó un poco más el dedo sobre mis labios.
 
—Escúchame, solo escúchame... Con esa realidad fue que crecí. Esa era la historia que Isabel convirtió en mi realidad —se pasó las manos por la cabeza, tenía los ojos aguados—. Tú no sabes cómo fue crecer con ella, Santana. No tienes ni la más... mínima... idea. Mis pinturas no eran
más que un reflejo de mi crianza. En ellas plasmaba el dolor que Isabel me causaba. En la espalda llevo marcada mi pena. ¿Imaginas cómo es vivir así? ¿Es un recuerdo constante de lo mierda que puede ser la vida de una niña? Cada vez que se emborrachaba, que respiraba el polvo blanco que
esparcía en la misma mesa donde comíamos, repetía y repetía las mismas cantaletas. Repitió y repitió la misma historia. “Tu padre no te quiere, Brittany, quiere a otra niña. Por eso te abandonó. Porque no eres nada.” ¿Qué más puedes esperar de una niña que crece escuchando esas palabras? ¿Viendo eso? ¿Qué más puedes esperar de mí, Santana, si sigo siendo esa niña?
 
Por un breve momento, comprendí. Esa niña de la que hablaba se le había asomado en los ojos.
Y tenía miedo. Mucho miedo.
 
—No entendía por qué mi padre ya no estaba, por qué mi mundo había cambiado de un día al otro, por qué solo lo recordaba como un monstruo que estuvo a punto de matar a golpes a mi madre, y no como el hombre cariñoso que existió antes de esa terrible noche.
 
—Tuviste la oportunidad de acercarte a él nuevamente.
 
—Sí, pero ese no era mi interés. Quería verlo sufrir. Quería herirlo tal y como él había herido a Isabel, como me había herido a mí.
 
—Todos estos años te despedazabas a ti misma...
 
Otra vez, el dedo.
 
—Y no me daba cuenta —una lágrima descendió. Era la primera vez que Brittany dejaba al descubierto una emoción tan fuerte—. Hasta que llegaste tú. No hacía más que echarle la culpa al mundo de mi infelicidad. Estaba llena de nada y de nadie... Hasta que llegaste, Santana López, con tus
cristales rosados, inmune a mi sarcasmo, a mis insultos, a mis ofensas, a mi insensibilidad. Te atreviste a caminar descalza sobre los cristales rotos que rodean mi vida. Y como quiera, tuviste las agallas de decir que me quieres. Tuviste el valor de demostrarme cuán errada estaba contigo, con Norman, con Medika. Yo, quien pensaba destruir a mi padre al destruir esa compañía, que la tildaba de inaceptable, con el tiempo descubrí que su misión no podía estar mal. No está mal. Que yo era quien actuaba mal. Con el tiempo descubrí que Isabel se vale de artimañas, que Norman no es tan
malo como lo concibo. Fuiste tú quien me abrió los ojos, quien me maravilló con la posibilidad de una vida diferente. Armoniosa, quizás.
 
La naturaleza conspiraba con ella, pues la brisa se llevaba consigo cada palabra, abriendo camino para continuar.
 
—Supuse, pues, que al mando de Medika tendría control, que podría manejar la situación, controlar los impulsos de Isabel, hacerla desistir de su idea o, por lo menos, darle parte del dinero que le correspondía para que los dejara en paz. Entonces me topé con Paul en el aeropuerto. Ese día supe
que Isabel tramaba algo peor de lo que imaginaba.
 
—¿Qué te hizo pensar así? —pregunté, pero yo misma me respondí—. Ah, lo que te dijo en el aeropuerto, que alteró tu estado anímico.
 
Brittany asintió.
 
—Paul dijo, “buen trabajo”. No sabía a qué se refería, pero me levantó sospechas. Se suponía que el plan de Isabel era solo nuestro. Nosotras dos lo manejaríamos. Nadie más. Yo había conocido a Paul unos años antes. Isabel dijo que era un comerciante. Tenían reuniones en cafés, en
bares, en la casa. Nunca me quiso decir qué negocios hacía con el hombre. Tampoco pregunté mucho. La vida de Isabel me importaba poco. Cuando veníamos de regreso tú y yo, que me topé con Paul en ese lugar tan inesperado en Nueva York, quise validar alguna otra relación entre Paul e Isabel. Norman dijo que no sabía. No le creí. Elizabeth, su hermana, fue quien me contó la verdad. Esos días en los que desaparecí, y que tanto te enfureció, lo que hacía era buscando pruebas. Cuando las encontré,
confronté a Isabel. Nos citó, a Paul y a mí, en su apartamento. No les quedó más remedio, me contaron el plan que habían concebido. Paul quería eliminarte, tu vida pone en juego su herencia, incluso hoy, después de tantos años, porque puedes recibir parte. No podía creer lo que me decían, pero no se los demostré.  Juntos ideamos el plan perfecto.
—¿Juntos? ¿Ideamos?
—Sí... Les hice creer que apoyaría el plan; de hecho, les ofrecí sugerencia para hacerlo “mejor”. Acordamos fecha, lugar y modo. Como ya te imaginarás, todo salió mal. Isabel sospechaba que había dejado de odiarte. Al parecer, a mí tampoco me va lo de actriz. Y, por supuesto... Norman.
Norman cometió un gravísimo error —sus ojos contemplaron mi rostro con ternura, sus manos arreglaron unos mechones de pelo que se me escapaban de la cola que llevaba—. Le confesó que estabas embarazada, que yo era la otra madre. Cambiaron el plan, obviamente no me informaron. Actuaron a otra fecha, en el mismo lugar, de un modo más cruel, impersonal y rápido. Yo mantenía al tanto al Inspector Puckerman. Teníamos un plan de contraataque. Colectar la evidencia que pudiera, llegar al lugar de los hechos justo antes de que sucediera lo que querían que sucediera, enviarlos a la cárcel por intento de asesinato premeditado. No fui tan precavido, no debí confiarme tanto. Me la jugaron, Santana... Me la jugaron.
 
Sus puños encerraban tanta frustración que los nudillos blancuzcos querían reventarse. Coloqué las manos sobre esos puños, un intento por disminuir la tensión.
Funcionó.
Aún tenía ese poder sobre ella.
 
—Esa noche, cuando fuiste a la oficina buscando una contestación, no podía dártela. Eran tantas las cosas que yo te ocultaba, que no podía darte el sí. A mi silencio te marchaste. Y a los minutos, Norman me llamó para felicitarme, pensaba que me habías confesado el embarazo. Estaba
seguro de que luego de hablar contigo, cambiarías de parecer. No pude ni responderle el gesto cordial.
 
Colgué el teléfono y salí a buscarte. En la mente solo tenía grabados tus ojos llenos de dolor y frustración. Quería llegar adónde ti, decirte que estaría presente para ti, para ustedes. Que no iba a desaparecer. Que yo no era Paul López. Que yo... Que yo te quiero, Santana López —cerró y abrió los
párpados, tomó un poco de aire—. En la esquina de la cuadra de tu casa siempre había un auto negro. ¿Llegaste a notarlo? Puckerman y yo teníamos tu casa vigilada. Queríamos protegerte, costara lo que
costara, las 24 horas del día. Llegué a tu urbanización, detuve mi auto junto al del guardaespaldas contratado. Fue así como noté que miraba sin pestañear, y que un hilo de sangre le bajaba de los labios. Pensé lo peor. Rompí la ventana, tomé su arma. Fui a tu casa, el lugar de la escena dantesca. Creo que sabes el resto, y no hay porqué hacerte recordar... Estabas de camino al hospital cuando salí en busca de Isabel. Allí estaba, en su apartamento, bebiendo champán con Paul. Entré a hurtadillas, los
amenacé con el arma. Isabel gritó como siempre lo hace, como si fuera dueña del mundo. Hice disparos al techo, se echó de rodillas e imploró que no perdiera el juicio. Pero el juicio ya lo había perdido. Le golpeé el rostro con el arma. Quedó inconsciente, un borbotón de sangre empapando el
suelo. Fui donde Paul. Le di la paliza que nunca le había dado a nadie. Ahora debo presentarme a la corte cada tantas semanas, y me tocó asumir las consecuencias de mis actos por unos meses. Ellos están tras las rejas. Y pienso que no es castigo suficiente. Ella debería pudrirse en la cárcel, a él debí volarle la cabeza... Irónicamente fuiste tú y esa criatura que llevas dentro quienes lo salvaron. Pensé en ustedes. No los puedo dejar solos en este mundo, que está hecho mierda.
 

Me tocó el vientre de nuevo, y el bebé dio una patada. Una sonrisa se le hizo en los labios.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Ago 31, 2016 12:11 pm

Capítulo 31

—No soy la misma, Brittany. No puedes llegar con tus palabras hermosas y hacer que el recuerdo desaparezca.
 
—Por los pasados cinco días no he hecho más que observarte, porque no sabía cómo acercarme, cómo hablarte. A las 6:45 de la mañana te sientas en el tercer escalón de la escalera de esta terraza. Antes de las doce, ya te has levantado de allí unas cuatro o cinco veces, pero siempre llegas al
mismo lugar. Cuando cae la noche, te mueves al sillón. Todavía a la media noche estás despierta, lo sé por el cuadro de luz que resplandece desde esa habitación en la que te tuve por primera vez. Todavía te quedan esperanzas, todavía me quedan esperanzas. Ven conmigo, toma mi mano. Podemos intentarlo.
 
—No soy la misma persona.
 
—Eres Santana López de Internacional.
 
Un tono tímido y un intento de sonrisa adornaron esa última palabra.
 
—Ya no sé quién soy.
 
—Eres la mujer maravillosa que logró despertar en mí el deseo de cambiar.
 
—Alguien maravilloso no se mete a la cama cada noche pensando en las mil y una tretas que puede ingeniar para no volver a levantarse la mañana siguiente.
 
—Yo sé qué es tener miedo. No me debes explicaciones.
 
—No, no. Tú no entiendes. A una persona maravillosa no la sacan de una clínica de abortos. Una persona maravillosa no corre con la idea de provocarse un aborto.
 
—No somos perfectos, Santana. A veces no elegimos las opciones correctas.
 
—Estoy aterrada hasta de mi sombra. El sonido de mi respiración me desvela. ¿En qué me he convertido?
 
Un abrazo.
 
—Estoy aquí, López. Yo estoy aquí y no pienso marcharme. No sé cómo será mañana o pasado mañana o el día después. No tengo ni la más mínima puta idea, pero...
 
Mi Brittany había vuelto. Sonreí para mí.
 
—Lo siento, no debí...
 
Llevé mis dedos a sus labios.
 
—Tranquila, ya extrañaba tus expresiones.
 
Aprisionó mi mano con sus labios y un beso.
Tomé su rostro, le besé los labios. Y sentí que con ese beso, le devolví la vida al cuerpo. Devolví el brillo a esa mirada, esa mirada, esa mirada.
Si así, pegada a esos labios, es como se complica la puta vida, que no pueda retirarme nunca.
 
Porque quiero repetir una y otra y otra vez esos momentos en los que nada ni nadie más que nosotras existe. Que seamos ella y yo y nada más. Solo ella y sus sarcasmos y yo y mi corazón agitado y mis frustraciones al escucharla.
 
Quizás sea una mentira. Quizás sea otro acto en lo que baja el telón. Quizás una pausa en el tiempo para atrapar las respuestas que se burlan de mis preguntas. Quizás sea lo más hermoso que me espera.
 
Las pestañas ajenas de mi rubia aletearon en una ola de victoria. Brittany se dejó caer de espaldas al suelo de la terraza, mi refugio. Extendió las manos hacia mí.
 
—Santana López, ¿te acostarías conmigo?
 
 
Que el tiempo no te deja ver como es que siempre vuelve hacia el principio cada vez...
 

FIN
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