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[Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
micky morales escribió:Insisto, me mae muy mal Brittany, ya quiero que se convenza de que Santana no es ninguna p......!!!!!
Hola Micky, si Britt se porta muy muy mal, hay muchos mal entendidos, pero creo que piensa muy seriamente que Santana es cualquier fulana.... vamos a ver como Santana le da su leccion.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
JVM escribió:Pues si Britt muy mal .... Aun falta saber porque es así, pero eso no justifica la forma en que trata a San :/
Espero que Norman se entere y ponga un alto y que San sea fuerte porque le toca aguantar muchas cosas con Britt parece.
hola, muy muy mal lo que hace Britt, no se justifica su actuacion pero ya habra explicacion para eso. Creo que Norman dejara que ellas resuelvan sus asuntos, ohhh y esa morena siempre tiene un haz bajo la manga ya veras...
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 8
Visitar a Norman en el centro de rehabilitación no me llenaba de tanta tristeza como cuando lo visitaba en el hospital. En el ambiente del centro se respiraba un aire de carga positiva. Quienes allí arribaban habían sobrevivido algún accidente que los había puesto al borde de la muerte. Muchos necesitaban terapia para que alguna parte del cuerpo volviera a funcionar. A diferencia del hospital, era una institución privada. Los alrededores estaban bien cuidados, los espacios lucían muy organizados y la estética en general era aceptable. El diseño de las habitaciones brindaba mayor privacidad a los pacientes y sus huéspedes. La comodidad era tanta que hasta las habitaciones contaban con una pequeña sala.
La puerta de la recámara de Norman estaba entreabierta cuando llegué. Encontré al hombre sentado en una silla de ruedas que hacía juego con el conjunto de muebles que decoraban la pequeña sala. Su semblante expiraba mejoría. Todavía no podía caminar, por lo que se mantenía sentado la mayor parte del día. Las terapias intensivas a diario prometían que, poco a poco, recuperaría la
movilidad.
Norman me regaló una sonrisa al verme, esa sonrisa a la que yo estaba acostumbrada, esa que, aunque con contornos seductivos, era lo más cercano que tenía a la sonrisa de un padre. Y aunque lo respetaba tal y como cualquier hija respeta y ama a su padre, admito que, en ocasiones, se me hacía difícil borrarme de la mente cuán atractivo en realidad era. De hecho, aunque no hubiesen lazos de sangre entre nosotros, los últimos años los había pasado peleando con el cajón donde tenía guardado esos pensamientos lujuriosos y casi incestuosos.
Con las manos extendidas hacia mí me ordenaba que me acercara. Nos confundimos en un abrazo. Un respiro profundo se me escapó sin darme cuenta.
—¿Y eso? —su mirada me curioseaba.
—¿Qué?
Me acomodé en el sofá de dos plazas adyacente a su sillón de ruedas.
—El suspiro que acabas de soltar. Por poco me aniquila el peso que llevaba —Norman me conocía muy bien.
—¿Crees que los demás están de compras mientras tú disfrutas de unas muy merecidas pero forzadas vacaciones? —en el pensamiento, añadí: “Mejor cambiemos la conversación o te digo que tu hija es la demente más malvada de la historia y que me está desquiciando la vida.”
—Alguien debe sacrificarse y trabajar.
Una sonrisa más plástica que los “tupperware4" enmascaraba su curiosidad. No se tragaba el cuento, pero de todas formas retiró la guardia.
—Veo que tu recuperación sigue en progreso. Me alegro mucho. En serio, mucho.
Volvió a regalarme esa sonrisa.
—Lo sé, Santana.
—Te confieso que la noche del accidente mis esperanzas eran casi nulas —llevé la mirada al suelo—. ¡Te veías tan estropeado! ¡Tan mal! Pensé que te perdería.
Un sentimiento agudo, doloroso y sofocante, me dominó por un instante.
Si cruzábamos miradas, de seguro me echaría a llorar. Mi familia se constituía de una sola persona: Norman.
Puso la mano cálida sobre la mía, que reposaba tranquila en mi rodilla, y me regaló una caricia de consuelo.
—Yerba mala nunca muere. Y si muere, por donde menos te lo esperas, vuelve a nacer.
La broma me hizo levantar la mirada. La maldita lágrima me traicionó. Norman acercó un poco más su sillón y, con un gesto muy delicado, secó lo que quedaba de la traidora.
Brittany no pudo haber sido más oportuna. Vestía un jean oscuro y una playera color gris. Se veía más joven. Más normal. No como una ogra.
—¿Interrumpo? —preguntó como siempre: en su tono sarcástico.
Mi corazón empezó a latir con tanta fuerza que si abría la boca saldría a brincar por todo el cuarto. “¿Qué pasa Santana? Aún el espectáculo no comienza.”
Saludé de la misma manera con la que se saluda un extraño en un ascensor, porque no sabes si la compañía es un enfermo sexual, un asesino o un tipo de lo más buena gente.
—Buenas noches.
Norman, por el contrario, giró el sillón, le regaló una mirada contempladora y una sonrisa.
Una de mis sonrisas.
—Hola, Brittany. Un placer recibirte esta noche.
Hasta ese momento no me había percatado de que esa era la primera vez en tantos años que padre e hija se veían la cara y hablaban. Se supone que el encuentro fuera más íntimo.
“¿Qué diablos hago yo aquí?”
—Norman, me retiro —Norman me sujetó la mano al notar que me levantaba del love seat.
—No, Santana. Quédate, por favor.
En un principio, no entendí la insistencia. Luego pensé en que, tal vez, necesitaba mi apoyo. Tal vez se sentía más cómodo conmigo. Tal vez tenía miedo de que la hija demente lo agrediera. O a lo mejor, tal vez, mi presencia serviría de amortiguador a las palabras que se dirían de parte y parte.
Miré a Brittany en busca de su aprobación, pero ni se inmutó en responder.
—Gracias por venir, Brittany. Ven, siéntate. Ponte cómoda.
Norman le indicó dónde sentarse. La hija dudó por unos segundos si quedarse o marcharse, vi la duda reflejada en sus ojos. De seguro, no le hacía ilusión estar en una misma habitación conmigo, mucho menos respirar el aire que exhalaba yo, la intrusa que usurpó su lugar. Pudo haberse marchado, nada se lo impedía. Sin embargo, se quedó.
Había dos asientos disponibles, el otro espacio del love seat y un sillón apartado de mí. No tengo que mencionar cuál escogió.
La densidad del aire dificultaba respirar. Escuchaba el tic tac de la bomba de tiempo.
—Te ves muy bien —comentó Norman, casual, a Brittany.
—No puedo decir lo mismo de ti.
El desprecio se enaltecía a través de su mirada.
Norman sonrió de medio lado.
—Cierto. Debiste haberme visto hace un par de meses —soltó una carcajada de burla hacia sí mismo—. Entonces sí que hubieras pensado así.
Tuve que contener la risa. Un pequeño chillido se me escapó y ambos se voltearon hacia mí, a la misma vez.
La vergüenza me invadió.
—Lo siento.
Norman trató de usar el momento para seguir rompiendo el hielo.
—¿No es verdad, Santana? Dile a Brittany cómo lucía hace unos meses.
—Terrible —seguí el juego—. A decir verdad, horrible.
—Vamos a ahorrarnos las habladurías. Es muy evidente tu intención de que ambas estuviéramos aquí a la misma hora. ¿Qué quieres?
Abrí los ojos como múcaro.
Norman dejó las sonrisas y proyectó un manejo total de la situación.
—Bueno, hija, la conversación estaba poniéndose entretenida, pero ya que parece que estás de prisa, vayamos al grano.
Sin haberme dado cuenta, la confesión me enfureció.
—Sé que han tenido ciertas diferencias en los pasados días —comenzó a decir.
Brittany extendió su mirada rabiosa hacia mí, cual si yo hubiese sido la chismosa.
Norman entendió esa mirada y explicó. Dejó de lado las bromas.
—No le reclames a Santana, ella no me ha dicho nada —colocó una mano sobre la mía.
Con un gesto delicado, la aparté. Brittany no dejó de mirarme mal. Norman suspiró.
—. Ustedes son las dos personas de mayor jerarquía en la empresa. No pueden andar peleándose como niñas. Con esas actitudes ponen a Medika en riesgo, y crean un ambiente de trabajo hostil. Además, los empleados les perderán el respeto.
A sus palabras, pensé: “Para que los empleados le pierdan el respeto a Brittany primero tiene que ganárselos. Al paso que va, dudo que lo logre.”
Volví a la realidad. Otra oleada de sangre me calentó el rostro. ¡Cuánto hubiese dado por una pastilla de chiquitolina! “¡Qué vergüenza! ¡Me regaña como nunca hizo las veces que debió hacerlo!”
Las líneas de expresión en la frente de Brittany se acentuaban cada vez más mientras mordía su labio inferior. Ya ese gesto me lo conocía. Era cuestión de tiempo y ¡boom!
—¿Terminaste? —preguntó y se levantó, para marcharse.
—Aún no —su voz se hizo más profunda. No se dirigió a ambas, sino a Brittany—. Puedo entender cualquier coraje que sientas hacia mí. Es algo a lo que ciertamente podemos, y debemos, dedicarle otra conversación. Lo que no entiendo, ni voy a permitir, son tus faltas de respeto hacia Santana o cualquier otra persona en la oficina. Te recomiendo que dejes los malhumores en casa y no
los lleves a Medika.
Giró la silla y cambió su objetivo.
—Santana, Brittany es ahora la autoridad en Medika, tu jefa. Aunque conoces la compañía mejor que nadie, debes respetar a mi hija y seguir sus instrucciones al pie de la letra. Si no, serías una insubordinada y le darías la razón que tanto necesita para sacarte a patadas de la empresa que con tanto esfuerzo me has ayudado a levantar.
Ninguno de las dos hizo gesto alguno por defenderse. Con nuestro silencio admitimos nuestras culpas. Ya la función había terminado para Norman.
—Bueno, misión cumplida. Si desean quedarse y hacerme compañía, son más que bienvenidas.
En lo que me levantaba del sofá, ya Brittany había desaparecido de la habitación sin decir ni una sola palabra.
Aproveché la oportunidad para confesarme.
—¿Qué razón hay para quedarme en Medika, Norman? Te han actualizado sobre los altercados entre tu hija y yo. Por si no te habías dado cuenta, ella no cambiará solo porque tú se lo ordenas luego de haber desaparecido por dos décadas. Y yo no permitiré que me trate como lastre.
Norman retomó el discurso anterior.
—Van a tener que modificar su comportamiento.
—¡Vamos a terminar matándonos! ¡Eso es lo que pasará!
Bajó la cabeza.
—Tú das más que eso, Santana. Por eso te necesito.
Le tomé el mentón y lo obligué a subir la vista.
—¿No era más fácil que me dejaras al mando?
Soltó un suspiro igual al que me había criticado hacía un rato.
—Esa parte no era negociable —torció la boca, afirmación de que, en efecto, no tenía otra opción. Se le quebró la voz—. Fue lo que tuve que sacrificar para que Brittany regresara.
—¿Y por qué quieres que me quede? Sabes que no tengo problemas con irme a trabajar a otro lado, sin remordimientos. Yo entiendo tu situación.
—Aunque pienses que entiendes mi situación, no es así. Es más complicada que un intento de paz entre padre e hija. Yo te necesito, Santana. Tú eres quien debió ser ella.
—Me sentí ofendida y no lo pude ocultar: me mordí los cachetes y se me aguaron los ojos.
— No me malinterpretes, Santana. Me refiero a quién eres. Tú tienes un corazón noble, eres compasiva, entiendes cuál es el propósito de Medika. En cambio, Brittany... —cerró los ojos, gesto para intentar alejarse de la realidad—. Ella es
egoísta, altanera, prepotente, soberbia.
Me sorprendí al escuchar que describió a su hija con los mismos adjetivos que yo la describía.
—No sé qué hacer, Norman. De veras, no lo sé. Esto es demasiado.
Norman se acercó y me acarició el pelo que se me asomaba a la frente. Me pinchó el cachete.
—Solo di que puedo contar contigo.
No me quedó de otras que decirle la verdad completa.
—¿Sabes que tu hija piensa que yo soy tu amante? — Norman dejó caer la cabeza hacía atrás y soltó una carcajada de burla. Yo también reí—. Bueno, ese es el término decente para lo que piensa de mí.
—No le des importancia. Ella está muy dolida. Y, si no me equivoco, también debe tener celos de ti. No la culpo. Hasta yo sentiría celos.
Me pareció escuchar a Margaret hablando con su voz.
—¿También la justificas?
—No precisamente, pero es mi hija biológico, Santana, y la tengo de vuelta después de tantos años.
Sentí cuán difícil era para Norman ponerme en esta situación. Aunque me disgustara, podía entender. Creo.
Repitió:
—Solo di que cuento contigo, por favor.
—¿Y cómo negarme?
Dejé que las lágrimas me corrieran la mejilla.
—Pero acaba tus vacaciones pronto, por favor. Necesitas manejar tus asuntos. No te duraré toda la vida —le regalé una sonrisa traviesa—. Recuerda las palabras de Margaret: “Un día llegará ese príncipe azul que me robará el corazón y me hará volar.”
—Sí, sí, sí. Y te olvidarás de este viejo —sonrió y musitó—: Pero acá entre nosotros, se te hace tarde.
—Por favor —se me calentó un poco el rostro.
—¡Disfruta la vida! ¡Sal! ¡Enamórate! ¡Vive de una vez, por favor!
—Los golpes, definitivamente, te han afectado la cabeza —fue mi despedida.
Tomé el bolso y caminé hacia fuera.
—¡Gracias, nena!
Sus palabras lograron alcanzarme en el pasillo fuera de la habitación.
“¿Qué más quieres que viva? Mi vida, después de todo, es un cuento de hadas. Nunca me ha faltado nada. Gracias a ti”
Brittany
“¡Déjala! ¡Para! ¡Suéltala! Por favor... Papi...”
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 9
—No te detengas —ordenaba la voz.Me encendía ver sus ojos oscurecerse con el embate de mis caderas. Ese era mi mas y yo me sentía diosa en su trono. ¡Ah! ¡Qué delicioso experimentar esas manos! Esas manos que me recorrían desde los hombros hasta la parte prohibida de la espalda. Esas manos que me maltrataban los pechos con pasión y furia.
En medio del éxtasis, un pensamiento esporádico: “¡Es imposible que las manos de alguien recorran dos partes de mi cuerpo a la vez!”
Las manos intrusas se apoderaron de mi pelo y me obligaron a rendir reverencia al dios erecto que tenía en frente, dejando caer, milagrosamente, el cuerpo sobre mi espalda, invadiéndome.
¡Oh! El olor de esa piel condensaba el aire.
¡Ah! ¡Oh!
—¿Así es cómo nos deseas, mujerzuela? —interrumpió una segunda voz.
¿Qué carajo?
Esa mañana Brittany citó una reunión extraordinaria. Los directores de Medika dieron acto de presencia. Yo fui la última en entrar al salón de conferencias, no porque hubiera llegado tarde, sino porque fui la última en recibir notificación.
“¿Cómo podré mirarla a los ojos después de la tontería que soñé anoche?”
La susodicha todavía no hacía su entrada espectacular al aula. Según me acercaba a mi lugar en la mesa, varios compañeros me preguntaban con la mirada si yo sabía de qué trataba la junta.
Les daba la misma respuesta silente a todos: “Ni idea”, encogiéndome de hombros.
Brittany llegó como llegan los tornados: caminando rápido, con la chaqueta moviéndose hacia atrás, haciendo ruido con los tacones en sus zapatos, con aires de peligro, muerte y destrucción. Se instaló en la parte frontal de la mesa de conferencia, que tenía once espacios más.
No dio los buenos días.
—Los he convocado para hacerles partícipe de varios anuncios relacionados a cambios en la organización.
Alcé la cabeza, la miré con esa mirada que a veces le lanzaba a Norman cuando tenía miedo de algo.
“¡Cambios! ¿Qué cambios?”
—He decidido que la plantilla de empleados debe reducirse para alcanzar mayores eficiencias operacionales. Tienen quince días para presentar las propuestas de sus respectivos departamentos y convencerme de que tengan más sentido que las mías.
Todos los presentes voltearon las cabezas hacia mí. Me miraban sorprendidos, como si yo tuviera algo que ver; estaban atónitos con las palabras que escuchaban. Yo no encontraba qué decirles con miradas furtivas, si Medika no tenía deficiencias. La empresa estaba en condiciones financieras óptimas. “¿Con qué criterios esta maldita se atreve a realizar estos cambios, si apenas lleva una
semana al mando y no sabe ni cómo hacer bien su trabajo?”
—A ver, Brittany, antes que nada, ¿cuándo conoceremos tus propuestas?
Los demás volvieron a girar el cuello y miraron a la jefa sin corazón ni razonamiento.
Brittany dejó de mirar la pared que tenía en frente y giró el rostro hacia el mío. Con la mirada me dijo que sabía muy bien cuál era mi intención con esa pregunta.
—Si me permite, Internacional, a continuación se las presentaré.
Los presentes me miraron de nuevo, llevaban las mismas caras de asombro.
—Santana, o si te hace sentir más cómoda, López.
—Sí, mis excusas por haberla incomodado. De todos modos, ¿no maneja usted esa división?
Los cinco segundos de silencio sepulcral que inundaron el salón parecieron una eternidad.
Esa había sido su declaración de guerra. Mientras el conflicto fuera privado, podría manejarlo. Pero ella lo hizo público en ese momento.
—Entonces, continúo...
Comenzó el desfile de propuestas, enfocadas, por supuesto, en reducir la plantilla.
No puedo decir que eran propuestas locas, porque no lo eran. Solo que no era el momento de implementarlas. Las propuestas de Brittany eran para efectuarse a largo plazo, si fuese necesario, en compañías con problemas económicos, y ese no era el caso de Medika. Teníamos más de doscientos cincuenta millones de flujo de caja y, en los últimos diez años, el negocio crecía a doble dígito. En
esos momentos, las medidas eran innecesarias.
Vi como a cada uno de los directores se les iba desfigurando el rostro cuando escuchaban el impacto de las propuestas en sus respectivas áreas de trabajo. Después de que Brittany mostraba cada propuesta, los futuros afectados buscaban mi rostro, reclamaban auxilio en mí, que los ayudara, que
por amor a Dios dijera algo.
Pero yo no era la persona en la cual debían buscar refugio en esa tempestad. Cuando escuché lo que haría Brittany con mi división, no encontré a quién lanzarle una mirada de auxilio.
—Brittany... —interrumpí.
—Sí, López —respondió, y al parecer me sabía predecir, porque dijo la respuesta antes de haber yo terminado de mencionar su nombre.
—Me parece que las propuestas serían relevantes si estuviéramos en una situación financiera difícil. Ese no es el caso. Tenemos doscientos cincuenta millones en flujo de caja.
—Doscientos cuarenta y nueve para hablar con exactitud —sorprendente, tan pronto y tenía las cifras claras en su mente.
—Entonces, ¿cuál es la intención de estos cambios?
—Como mencioné hace unos minutos, eficiencias. ¿No prestó atención?
Si pensó que lo haría, estaba equivocada. No me pondría en ridículo frente a mis
compañeros.
—Creo que para hablar de cambios y eficiencias, primero debes conocer más a fondo sus posibles impactos. Y aún más importante, conocer lo que hacemos.
—No es necesario. Conozco lo suficiente para tomar estas decisiones. Además, ¿para qué están ustedes? Es responsabilidad de cada uno de los directores aquí presentes adaptar su división a la nueva realidad.
Cierto. Era nuestra responsabilidad ajustar nuestra división y asegurarnos que siguiéramos cumpliendo con los compromisos y los resultados. Aún así, Brittany estaba desconectada con la realidad, con la misión de la empresa, con su verdadera razón de ser.
—Digamos que la primera acción en mi plan de adaptación es extenderle una invitación a mi jefa a conocer la realidad de mi división. Salimos en dos días —advertí, una sonrisa en los labios.
La atención de los presentes se enfocó, por completo, en el rostro de Brittany. Por más que ella quisiera, y por más que yo también quisiera, no podía decir que no a la invitación. De pronto, la idea de estar acompañada por ella una semana me revolcó el estómago.
“¿Cómo pude hacer semejante locura?” Por poco hundo la cabeza en los papeles sobre la gran mesa.
Su mirada desmembraba la mía, su quijada se torcía, estaba a punto de perder el control.
Tic tac, tic tac, tic tac.
Superó el malhumor repentino. Dejó de apretar la quijada, los músculos de su rostro se relajaron.
—Invitación aceptada. Esta junta ha concluido.
Los demás salieron del salón lo más rápido que la edad les permitió. Yo me quedé hasta el final. Pasé frente suyo, sin percatarme que había cometido un error: bajar la guardia.
Brittany me agarró por el brazo izquierdo logrando detener mi paso. Apretó fuerte hasta que le hice saber con la mirada que me dolía.
—¿Qué pretende, mujerzuela? —preguntó con voz baja, pero cubierta de rabia.
Le presté poca atención. Fijé la vista en su mano, que lastimaba cada vez más mi brazo.
Cuando alcé la vista, me liberó poco a poco del dolor.
—Pretendo tomar decisiones correctas con la realidad del presente —alcé la mano del brazo dolido. Estuve a punto de darle una bofetada. Le ofrecí, en cambio, una advertencia cordial
—No vuelvas a lastimarme, Brittany, o tendrás líos grandes. Y jamás vuelvas a tocarme. Mucho menos así.
Mis palabras la hicieron entrar en razón. Fijó la mirada en la piel de mi brazo, rojiza y con la marca de sus dedos.
Su expresión cambió. Entendió que la seguía cagando, y que pronto le llegaría a casa una denuncia por agresión y acoso laboral.
El coraje que le había causado mi reto la había cegado. Ya conocía su debilidad. Sonreí para mis adentros. “Qué fácil es hacerte perder el control y explotar, Brittany querida.”
—Hablaré con Margaret para que revise tu agenda y coordine los detalles. Imagino que no volarás en una aerolínea comercial. ¿O me equivoco? —la ironía se me escapó con la pregunta.
—No hay necesidad de jugar a la persona común. Mucho menos en los países que imagino visitaremos —su boca se torció de desprecio al culminar de hablar.
Me quedé perdida en sus pupilas por unos segundos.
—¡Qué lástima que solo el color de ojos y el apellido es lo único que tienes de Norman!
No se esperaba ese comentario, pero soltó una corta carcajada oscura que culminó mordiendo la esquina de su labio inferior. Observó mi brazo, seguramente para verificar que la evidencia de su ira se desvanecía.
—¿Se cree muy capaz, verdad?
—¿A qué te refieres?
—A llevar esto hasta el límite —presumí que se refería a la guerra declarada.
—No sabía que tenía límites —pasé la mano por mi brazo, que aún dolía.
Brittany volvió a observarme el brazo.
—Hágase un favor, López. Dese por vencida.
—¿Debo considerar esto una amenaza?
—No, porque en ese caso le daría una muy buena razón para joderme. Debería agradecerme el consejo, López. No es algo que hago muy a menudo —sonrió, y su sonrisa fue irónica y ¿bonita? No pude creer que fuese suya.
—Eso lo tengo claro. Aconsejar no es algo que acostumbras hacer. Igual que no
acostumbras ser amable, respetuosa, gentil...
Se cansó de escuchar antónimos y me interrumpió.
—¿Por qué tendría que serlo con usted?
—No me refería a mí. Me importa poco cómo te dirijas a mí. Me importan los demás. Ya que estás tan dadivosa en estos momentos, te pido que esta mierda que traes en mi contra, la dejes entre nosotras. No involucres a nadie más. No le jodas la vida a nadie más.
—O sea que le estoy jodiendo la vida —la maldad se manifestó en la oscuridad profunda de sus ojos azules—. Esto no va a terminar bien, López.
—Te garantizo que no, Pierce.
Repasaba los acontecimientos de la mañana en la oficina. El saludo peculiar de Brittany, queriendo despedir a todos, nuestra confrontación, la invitación, sus dedos apretándome la piel, el sueño que tuve justo antes de despertarme en la mañana.
Esa mujer era demasiado... ¿vehemente? ¡Me drenaba! ¡Tenía que seleccionar con cuidado las palabras que usaba con ella! El gesto agresivo de tomarme por la fuerza y apretarme el brazo me hizo sentir... amenazada... y también... preguntarme: “¿Cómo es que alguien con unos ojos así, y una sonrisa así, y una piel así, puede tener un corazón tan frío?”
Su perfume, que aún permanecía en mi brazo, me obligaba a sentir que todavía se
encontraba conmigo, cerca. Un aroma que se imponía.
Me perdí en pensamientos inoportunos. “Y si... y si... ¿quizás?”
—¡Ey! ¿Dónde andas?
Para no perder la costumbre, Quinn había entrado en mi oficina sin avisar, se había sentado en una de las sillas y se había dado cuenta de que yo no estaba en este planeta, sino en otro.
Qué bueno que no se enteró de que el planeta era hostil, quería desaparecerme y llevaba por nombre Brittany.
—¿Qué diablos fue ese espectáculo?
—¿Antes o después?
Quinn se echó hacia adelante, se acomodó las mangas y esperó el resto de la historia. Como se dio cuenta de que reinaba el mutismo, cuestionó:
—¿Pasó algo más después?
La puerta se abrió y Margaret entró. Cargaba una bolsa pequeña en las manos.
—Disculpen la interrupción —se acercó a mi escritorio—. Aquí tienes un poco de hielo para el brazo.
Miré a Quinn y a Margaret, a Quinn y a Margaret. No podía creer lo que sucedía. No podía creer que la demente le había contado a Margaret.
—Brittany me dijo que te habías lastimado con la puerta y que necesitarías un poco de hielo.
Traté de disimular la reacción de incredulidad. La tipa, además de agresora, era una mentirosa.
Quinn, mujer de vivencias, no se tragó el cuento. Margaret se retiró y aprovechó para montar su inquisición. Me sujetó el brazo y analizó con detenimiento las marcas que todavía estaban recientes y dolían.
—Imagino que a eso te referías.
Retiré el brazo de su mano.
—No es lo que crees, no pasó nada. Me tropecé y me di con el borde de la mesa del salón.
—Pensé que había sido con la puerta.
—Sí, con la puerta, y con la mesa también, antes de darme con la puerta.
Quinn lanzó una carcajada de esas que dan miedo porque están llenas de cólera.
—No me digas que la tipa te hizo esto, Santana —me miró a los ojos, y cuando Quinn me mira así, a veces no soy capaz de mentir.
—. ¿Qué carajos pasó, Santana? —mantuvo el tono bajo para disimular el enojo y aminorar la gravedad de la situación.
Me sorprendí con la tranquilidad con la cual mentí.
—Ya te dije, no pasó nada. Si me permites, tengo que hacer una llamada. A solas.
Le lancé una mirada de molestia a ver si se iba. Descolgué el teléfono sobre el escritorio.
Quinn tomó el teléfono de mala gana y volvió a ponerlo en la base. Se cruzó de brazos y se echó hacia el espaldar de la silla.
—No me iré hasta que confieses la verdad. Si no lo haces, iré yo misma donde la señorita Pierce y le pregunto qué puñeta te hizo.
Por unos segundos, dudé en persuadirla.
Traté de calmarla. Toqué sus manos cruzadas con las mías. En los labios hizo una mueca de disgusto.
No quería que las cosas fueran de mal en peor. Tenía que mentir.
—Quinn, agradezco que te preocupes, pero déjame a mí manejar esto... —traté de calmarla.
—No me importa lo que quieras ni si puedes o no manejar el lío. Esa tipa no te puede hacer eso. Es agresión. Yo misma la denunciaré si no me dices.
Cesé las caricias, alcé el tono de voz.
—No me amenaces, Quinn. Ya te dije que nada pasó. Estoy manejando la situación. Punto final.
Se quedó pensativa, inhalando y exhalando fuerte, costumbre que tiene para calmar enojos.
—Me quedaré en silencio y tranquila. Pero solo esta vez, ¿entiendes? Si vuelvo a ver la más mínima señal de un abuso absurdo como este, seré yo quien, levante, el teléfono para llamar a Norman y a la policía.
—Eso no será necesario, Quinn. Deja de lado la desconfianza. Fue un accidente, tropecé y me golpeé con la mesa, después me tropecé con los pies y me di con la puerta. Brittany estaba allí y me ayudó.
Exterioricé la mentira sin siquiera darme cuenta.
“¿Por qué demonios defiendo yo a esta patán? Esta es mi gran oportunidad para sacarla de aquí tal y como quiere ella que yo salga de aquí: a patadas y con un boleta de ida, sin retorno.”
Me coloqué la bolsa de hielo en el brazo, que sentí paralizarse con el toque frío. El color rojo en las marcas se tornaba de un tono morado. Mi piel blanca no ayudaba a que las marcas se vieran menos.
Hice la llamada que le debía a un cliente molesto y no recuerdo ni lo que hablamos ni el acuerdo al que llegamos. Solo tenía en mente la manera en que Brittany intentó encubrir el percance.
Cuando la vi pasar frente a mi oficina en dirección a la suya, la seguí.
Entré, cerré la puerta, puse una mano en la perilla. Me volteé.
“¿Qué rayos haces, Santana López? Si en plena sala de juntas se atrevió a agredirte, imagina lo que podría hacerte aquí.”
Le sorprendió mi presencia. ¿O habrá sido que manoseaba la perilla de la puerta con insistencia, con nerviosismo?
—¿Qué quiere, Internacional?
¿Cómo contestarle, si ni yo sabía qué quería, ni sabía por qué estaba allí, tocando tanto la perilla, poseída de ira?
Caminé hacia donde se encontraba en pie, frente a su escritorio. Quedamos cara a cara.
Mejor dicho, mi cara al nivel de su pecho, porque ni con tacones igualaba su estatura. Me acerqué aún más, tanto así que sentí mi cuerpo atropellar el suyo.
—Óyeme bien, imbécil, porque esta va a ser la única vez que lo diré —estrellaba el dedo índice de forma amenazante contra su pecho—. Jamás en la vida vuelvas a ponerme una mano encima. Por esta vez tapé tu mierda para evitarle un mal rato a tu padre, para evitarle una decepción aún mayor.
Mi respiración era más rápida que la fluidez de mis pensamientos. Brittany me miraba fijamente. De los ojos se le escapaban residuos de vergüenza.
De pronto, la historia pareció repetirse con una escena similar. Su mano sujetaba la mía, pero en esa ocasión, aunque agresiva al inicio, su toque fue delicado.
Mi reacción involuntaria fue empujarla para defenderme. Me soltó los brazos y, con la misma fuerza que la empujé, se me desbalancearon las piernas y caí.
Brittany entreabrió la boca y se agachó. Me ofreció su ayuda, que rechacé.
No le importó el rechazo. Me sujetó por los brazos y me puso en pie.
Su voz se escuchó débil, su rostro carecía de expresión.
—Eso no debió pasar —su voz continuaba débil.
Alejé mi piel de su tacto—. No debí sujetarte así.
No encontré cómo más mirarla. La furia estaba muy en mí.
—¿Tanto te cuesta pedir disculpas?
Ella continuó hablando bajito, bajito.
—¿Realmente no sabes identificar un límite cuando lo ves?
—Disculpa aceptada —me dirigí hacia la puerta—. ¿Ves cuán fácil es?
Juro que, detrás de tanta seriedad en su rostro, se le dibujaba una sonrisa invisible.
—Esto no cambia nada, López.
—Esto lo cambia todo, Pierce.
—Scheiße —murmuró. Disfrutó ver mi cara de confusión porque no sabía qué diablos significaba lo que había dicho, ni conocía en qué idioma se había expresado.
—Cobarde...—respondí con una sonrisa invisible bajo el rostro embriagado en seriedad.
Antes de irme, un razonamiento. “Y esta puerta, ¿por qué tiene el seguro puesto? ¿Quién...?”
Una pausa. Dolor de cabeza.
“Se lo pusiste tú misma, Santana López.”
Brittany
“Déjamela, yo me encargaré de ella.”
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 10
La travesía comenzó en Guatemala. El viaje de ida fue incómodo, había exceso de equipaje en la cabina principal. Brittany había traído consigo a sus demonios lo que dio una razón más para detestar el avión corporativo. La mayoría de las palabras que intercambiamos eran mudas. Una mirada aquí, otra allá. En realidad, así hablamos, o mejor dicho, no hablamos, durante los dos días sucesivos
al desliz con mi brazo. Ella limitaba las conversaciones e interacciones entre ambas. A mí, por supuesto, no me molestaba ni el silencio ni la distancia. Sentía que tenía un poco de espacio para respirar, para pensar. Se mantuvo leyendo durante el vuelo; yo, verificando la agenda una y otra y otra vez.
Nada podía fallar, mucho menos con ella de compañía.
En Guatemala almorzamos con el Ministro de Salud. La plática se centró en los recursos que el país necesitaba para cuidar la salud de su población. Al inicio, Brittany mantuvo el acostumbrado silencio. Se dedicó a comer y parecía prestar poca o ninguna atención a lo que yo hablaba con el Ministro.
Comida en el estómago, desfilaron las preguntas.
Yo me quedé rezagada. Estaba atónita, primero porque no podía creer que realmente la mujer disfrutara de la conversación que había entablado, y segundo, porque sus preguntas eran tan válidas, creativas e interesantes que apenas pude decir unas cortas oraciones para hacer constar que, aunque callada, en efecto, yo continuaba allí. Tras el almuerzo, visitamos varias instituciones hospitalarias del sistema de salud público. En Guatemala, al igual que en la mayoría de los países de Latinoamérica, el gobierno es el principal proveedor de servicios de salud. Estos gobiernos son gobiernos con recursos limitados, por lo que el
enfoque primordial es hacer más con menos, sin aparente importancia a comprometer la seguridad o calidad de servicio al paciente.
Arribamos primero al hospital de una de las zonas más concurridas en la ciudad. A
insistencias de Brittany y de acuerdo al protocolo formal de la empresa, disfrutamos de chofer y guardaespaldas. Nos abandonaron en la entrada del hospital, junto a unas escalinatas que las personas habían convertido en asientos ante las largas horas de espera y que, en realidad, servían de preámbulo
a las puertas principales. Nos abrimos paso entre la multitud.
De las seis puertas, solo dos estaban abiertas. Una fungía de entrada; la otra, de salida. Dos guardias con rifles custodiaban el paso.
Nos adentramos al pasillo de la muerte. Desde tan pronto se extendían filas y filas de personas para ser atendidas y muchas más filas de personas en camillas, al borde de la muerte por heridas, infecciones no tratadas o enfermedades que en un principio recibieron poca atención. Algunos llevaban los pies descalzos. Otros, por su apariencia, parecían no haberse bañado por quién sabe cuántos días.
Los niños desnutridos, con semblantes tristes y un aura de muerte segura, fueron quienes me provocaron el nudo en la garganta.
Miré a Brittany, porque cualquier humano tendría el alma hecha añicos ante la horrible escena. Me sorprendí. La mujer mantenía las emociones lejos del rostro. No había señal de empatía, pena, o desaprobación ante la realidad que veía.
Sentí que las palabras se convertirían en un tren sin freno, que saldrían así de rápido por la boca. Me las tragué. Me las tragué y no dije nada. ¿Y si el prejuicio contra Brittany era tal que no me permitía ver más allá?
En ruta al hotel, recordé que el Ministro mencionó la necesidad actual del país de ayudar a los damnificados de un terremoto que había ocurrido hacía unos días. Atención especial merecían quienes se encontraban en la frontera con Belize.
—¿De cuánto autorizas la donación, Brittany?
Esa era una pregunta que siempre le hacía a Norman, quien sin titubear otorgaba una cifra tan alta que yo me veía en la obligación de disminuir.
Brittany, por otro lado, apartó la vista del celular e hizo un gesto que traduje como “¿De qué carajos me hablas?”
—¿Que le donemos qué a quién y por qué?
—A la Cruz Roja de Guatemala.
—¿Y por qué tenemos que regalarles dinero? No somos un banco.
La indiferencia me sorprendió y no me sorprendió. Una cosa era detestarme y pelearse con la humanidad, pero hasta el ser humano menos insensible de este universo se conmovería con las escenas que habíamos visto, con la pena colectiva que vivía el país, según describió el Ministro.
—Déjame ponerte en perspectiva, Brittany. Medika, la empresa que por pura casualidad ahora diriges, tiene una misión social y apoya tanto causas filantrópicas como benéficas. Con esto en mente, ¿cuánto dinero donarás para ayudar a las víctimas del sismo?
—Nada —volvió su atención al iPhone, que sacó del maletín—. No donaré nada.
Solté una carcajada histérica.
—¿Bromeas?
Me entregó su atención otra vez. El rostro, rígido y firme, poco amistoso, no mostraba ni rastros de las sonrisas invisibles que le había descubierto en otras ocasiones.
—¿Por qué lo haría con algo así?
El conductor dio un frenazo. Mi rostro quedó estrellado en el espaldar del asiento enfrente. Brittany me hizo una señal con los dedos para que me ajustara el cinturón de seguridad. Obedecí con una letanía de profanaciones en la mente. Se le dibujó en la comisura de los labios una curvatura que amenazaba carcajada de burla.
Que se preocupara me dio curiosidad. Yo no le hubiera recordado el cinturón, a ver si así se estrellaba aún peor y desapareciera de una vez y por todas.
—Esa gente no cuenta con los recursos para cubrir sus necesidades básicas, Brittany. Necesitan ropa, comida, agua, medicina, un techo, una cama... —los sustantivos me llevaban al umbral de la histeria.
Brittany hizo otro gesto con las manos, esa vez para que guardara silencio.
—Lo sé, Internacional, pero regalarles dinero no resolverá sus problemas.
Guardé el silencio que tanto me pidió, hasta que logré calmarme para no llenarla de groserías.
—Esto tiene que ser un chiste...
—¿Alguna vez he hecho chistes con usted?
La maldita sí que hablaba en serio.
—¿Nunca has pasado necesidades, verdad? —buscaba la serenidad al hablar con un tono de voz apacible. Demasiado apacible para la situación, diría yo.
Brittany no respondió. Se entretuvo manoseando el celular.
—¿Sabes por qué ocurren tantas desgracias en países pobres? Para que la gente que tiene mucho dinero como tú, que ni siquiera saben qué más hacer con él, se diviertan repartiéndolo a quienes más lo necesitan.
Logré atraer su atención.
Colocó el teléfono en la falda y volteó la cabeza en mi dirección.
—Yo tengo otra teoría, pero le advierto que no le va a gustar.
—Sorpréndeme.
La conversación se ponía interesante. Era la primera vez que hablábamos de algo
ligeramente desviado de los temas laborales. Brittany se recostó de medio lado, entre el espaldar y la parte interior de la puerta de la camioneta.
—Digamos que Dios está tirando la cadena del retrete.
“¿Qué cara... jo?”
Mi mandíbula se desmayó, la boca quedó abierta en una inmensa O.
En definitiva, lo único que Brittany compartía con Norman era su apellido.
Y los ojos. Y los pómulos. Y el pelo.
“¿Pero con qué bestia tan contradictoria me he topado?”
—Cierre la boca y no diga que no le advertí —curveó las cejas, disfrutaba sus palabras y mi reacción.
Le obsequié una advertencia.
—Deberías cuidar más dónde haces ese tipo de comentarios. Los medios podrían
aniquilarte.
—¿Y cree que me importa?
Niña malcriada, con los hombros hizo una señal de despreocupación.
Aunque pensándolo bien, una niña no hubiese sido capaz de formular semejante teoría. Mi materia gris, aún aturdida, hacía que mi cabeza se moviera inconscientemente de lado a lado, un reflejo de la negación a creer lo oído.
—Dígame qué piensa, López.
—¿De?
Sonrió. Dibujó esa sonrisa que no le hace juego a su personalidad.
—De lo que le acabo de decir.
—¿De la teoría de Dios y el retrete? —me mordía los labios, tratando de no devolverle ni la insensibilidad ni la sonrisa—. ¿En realidad quieres escuchar lo que pienso?
—Por algo pregunto, ¿no cree?
—Después no digas que no te advertí, Pierce —me acomodé mejor en el asiento. Imité su postura, preparándome para lanzar una granada—. Con todo el respeto que según Norman te debo, aunque yo no piense así, opino que tu teoría es insensible y, además, repugnante por demás.
—Interesante, López, muy interesante —sus dedos acariciaron su cara—. Entonces, según usted y sus palabras, soy alguien insensible y repugnante.
No respondí. “Ni aunque se lo quieras escupir directo a la cara, no puedes decirle eso a tu jefa, Santana.”
Brittany soltó una risa ahogada y continuó la charla.
—Usted es muy fácil de descifrar, Santana. No tiene que decirme que piensa así. Yo lo sé. Pero antes de que muera pensando de esa manera, permítame comunicarle los planteamientos que apoyan mi teoría.
Lancé el susurro entre dientes.
—Soy toda oídos.
—¿Qué tiene un pobre, López? —preguntó y dudé en responder, porque intentaba descifrar el camino por el que me quería llevar.
—¿Cómo que qué tiene un pobre? Usualmente, los pobres no tienen nada.
—Se equivoca, López. Hay un refrán que dice: “De la esperanza vive el pobre.”
Me crucé de brazos.
—Bien, digamos entonces que un pobre tiene esperanza.
Se echó hacia adelante, pero no hacia el asiento de enfrente, sino hacia mí, con esa sonrisa particular en los labios, muy interesada, de repente, en hablar conmigo.
—Si un pobre solo tiene su esperanza, que de facto es algo abstracto, pues al final no tiene nada —pausó, se echó hacia adelante, tomó un vaso del portavasos, y bebió el líquido que alguien había vertido dentro. Ese acto tan ordinario le otorgó un aire de vulnerabilidad ante mí—. Un pobre solo tiene la suerte, o la mala suerte en este caso, de estar vivo. La vida, eso es lo único que le pueden quitar. Un rico, en cambio, lo tiene todo. Si le quitaran la puta vida, pues se la quitan y ya. Nace otro rico —me miró a los ojos, y aunque el vocablo “puta” me hacía eco en la mente, a ella pareció no apenarle decir la palabrota innecesaria—. Los ricos son castigados de otra manera —concluyó.
Tenía que estar bromeando. Y aun así, había algo en sus palabras que tenían algo de sentido.
—¿Qué piensa, López?
—Que de igual manera no debes hacer ese tipo de expresiones.
—¿Y de mi teoría?
Suspiré.
—Acepto que es otro lado de la moneda que no había visto antes —en el interior, una pelea conmigo misma: “¿Cómo es que le das crédito por semejante barbaridad?”
—¿Se da cuenta, López? Poco a poco nos vamos entendiendo —sonrió de nuevo su sonrisa de victoria.
Yo solté una carcajada. Imposible que nos llegáramos a entender.
—Según tu teoría, Pierce, ¿de qué maneras más dolorosas son castigados los ricos?
Se mantuvo pensativa antes de responder, perdido en el negro de la piel del asiento frente suyo.
—A los ricos nos tiran al retrete, pero no bajan la cadena. Nos dejan revolcándonos en la...
—Scheiße? —completé la oración.
Sus ojos dieron un salto imprevisto, acción que me hizo entender cuánto la había
sorprendido.
—Así es, López, en la Scheiße. Allí nos quedamos. Ahora dígame, ¿con quién se porta mejor Dios?
No le di más palabras. Me mantuve estacionada en la perdición de su mirada hasta que se mostró incómoda y recordó sus instrumentos tecnológicos. Fue del iPhone al iPad sin parar, y sin volver a mirarme.
Para mi sorpresa, esa misma noche me invitó a cenar. No fue una invitación formal, claro, sino una necesaria para revisar unos documentos de licitación muy importantes en la que participaríamos en El Salvador y, de casualidad, nos tocó reunimos a la hora de la comida.
Fuimos al restaurante italiano dentro del hotel. Ella ordenó un filete de carne Angus con ensalada. Yo opté por un buen plato de carbohidratos, que me ayudarían a manejar la ansiedad de estar tanto tiempo cerca de ese ser tan despreciable.
—¿Estás de acuerdo con lo que revisamos? —pregunté, porque necesitaba su aval para finalizar la oferta.
—¿Qué le hace pensar que logrará ese negocio?
¡Cuánto odiaba que me contestara con preguntas!
—Hemos trabajado durante años en esto y. —Brittany me interrumpió.
—Eso no garantiza nada, López.
—Hemos creado las relaciones adecuadas y llevado el mensaje adecuado en el momento preciso —me defendí mientras mordía un pedazo de pan.
—¿Cómo se sentirá si gana esos ochenta millones?
La miré perpleja. “¿Y desde cuándo a esta le importaba cómo yo me siento?”
Estudié sus ojos, analicé sus gestos. “Vamos a ver quién baja la guardia esta vez.”
Fue ella.
—¿Qué le pasa, López? —preguntó, sin sutileza. Aunque como quiera, sería difícil para ella intentar siquiera sonar delicada. Su voz resulta demasiado ronca y abrasiva.
—¿Qué te traes, Pierce? —el vino empezaba a liberarme en palabras.
—¿Qué me traigo con qué? —llevó a la boca un pedazo del trozo de carne, que soltaba líquidos al plato cada vez sufría una cortadura. Ese sencillo gesto de llevarse la comida a la boca se repitió en mi mente una y otra vez. A saber porqué.
—¿Siempre contestas con preguntas o solo cuando te sientes amenazada?
Por supuesto, despuntó otra pregunta.
—¿Le han dicho que es bastante irritante, incordia, inoportuna, “López-ass6”.
—No, esta es la primera vez —pausé—. Nadie había tenido la capacidad de irritarme. Ni de volverme incordia. Mucho menos, inoportuna o un “López-ass”—hizo énfasis en esa última palabra.
Dirigí la atención a la pasta. “¡Dios! ¡Qué deliciosa!”
Y entonces...
—¡Oh! ¿Qué fue eso?
Dejé caer el tenedor sobre el plato y las personas en las mesas contiguas se voltearon cuando escucharon el sonido de mal gusto.
No me importó. Mi dedo apuntaba su rostro. Frunció el ceño y examinó su torso, como si quisiera entender a qué me refería, por qué me había sorprendido tanto.
—¿Qué? —su torso se movió de forma extraña y me pareció que se ponía en guardia.
—¿Acaso eso fue una sonrisa para un chiste mío?
Sí, eso había sido una sonrisa para mí, no en mi contra, y acababa de hacer otra aparición. Relajó la postura. La manera en que sus ojos se iluminaron a medida que se le dividía la cara en dos me hizo sentir incómoda. “¿Por qué celebro las sonrisas de Brittany?” Sabía que no era correcto, y como quiera comenté:
—La malhumorada insensible y tacaña tiene sonrisas que no son de burla. ¡Y las comparte!
Brittany tomó un sorbo de vino.
—López, ¿usted me acaba de llamar tacaña?
—Y malhumorada e insensible.
Sonrió de nuevo, y esa sonrisa sí que no pude descifrar.
—Más vale que traiga su tarjeta de crédito, López.
Y fue justo con ese comentario que llegó, por fin, el momento tan esperado con el que ambas bajamos las armas.
“Con gusto pagaría la vida entera, si tan solo nunca borraras esa sonrisa tan hermosa de tu rostro, si tan solo nunca tuviera que volver a esos primeros días en los que nuestros encuentros eran encontronazos.”
La aguja medidora de la tensión incesante entre nosotras había disminuido.
Pagué, sí, pero ella ordenó otra botella de vino, la cual costó quinientos dólares.
Al menos era ella quien aprobaría ese reporte de gastos.
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 11
La seguridad era un tema muy delicado para Brittany, aunque en Panamá me sentía bastante confiada. En contra de la voluntad de Brittany, renté un auto y manejé a las reuniones que quedaban. No sé de qué se quejaba, si había llegado sana y salva a cada destino. “¿Qué vida habría llevado en Europa?”
Las reuniones citadas contaron con la presencia del Ministro de Salud, los directores del Seguro Social y mi gran amigo el doctor Luis Bartolomé, a quien había conocido personalmente gracias a mi puesto en Medika, mas contrario a otras personas de influencia, Luis se ganó mis respetos y mi admiración desde el principio.
Curar y ayudar a los demás era su vocación, lo que le corría por las venas. La pasión por la medicina, su norte. Uno de los mejores médicos emergenciólogos de su país, dedicaba sus servicios al sector público. Hace unos años me presentó un proyecto social para llevar servicios de salud a comunidades necesitadas en las lejanías de la ciudad. Recuerdo que cuando me habló de la propuesta,
llegué a pensar que mentía. Consistía en establecer unos centros de cuidado primario en pueblos remotos seleccionados en donde no había facilidades de carreteras o transporte y la tasa de defunción era altísima. ¿La razón? La imposibilidad de cruzar el río y llegar a un hospital. Todavía no me explicaba cómo sucedían cosas así en pleno siglo veintiuno. Sin pensarlo dos veces me uní a él en ese camino, enfoqué mi norte en su norte. Con el tiempo, nuestra amistad floreció tanto que, en varias ocasiones, durante la época de carnavales, pernocté con él y su familia en un rancho en las afueras de la ciudad.
La visita a Panamá también tenía otro objetivo: asistir al carnaval. En Latinoamérica, estos carnavales no son más que tributos a los santos que devotan. Paralizan los países, pueden durar hasta cinco días y asiste gente de todas las clases sociales, se mezclan, se hacen uno, se vuelven indistinguibles.
Ese año, aparte de la promesa que le había hecho a mi amigo en meses anteriores, debía asistir porque también había prometido presentarme un compañero médico que, según él, era el hombre perfecto para mí. Yo había aceptado la invitación, pero no por el prospecto, sino por mi amigo y su encantadora familia, con quienes siempre me sentía en casa, como cuando estaba con Norman.
—¿Llegas al pueblo o necesitas un aventón? —preguntó Luis, quien estaba en el asiento trasero.
Brittany, ajena a mis planes y a las preguntas de Luis, me miró con el rabo del ojo y alzó las cejas.
—Tranquilo, yo llego al pueblo —respondí. Miré a Brittany, quien alzó todavía más las cejas.
—Hoy en la noche comienza el carnaval. Todo un evento —cuando le lancé una mirada escurridiza, sonrió, una sonrisa de desaprobación y enfado.
—Nos honraría su presencia, señorita Pierce —me pareció que además, de extender una invitación cordial, Luis quería arruinarme los planes.
—Gracias, pero tenemos un vuelo que tomar.
El plural denotó que Brittany se había tomado el atrevimiento de decidir y hablar por mí.
—Yo iré —corregí, mirando por el retrovisor. Volví la mirada a Brittany—. Luego regreso en un vuelo comercial, si es que mi jefa me aprueba un par de días de vacaciones.
—Ya veremos —susurró con una sonrisa de ironía. Sabía que yo había tenido la intención de ponerla en evidencia.
—¡Perfecto, Santana! Entonces te espero. No creo que la señorita Pierce quiera que te pierdas el carnaval. No se da todos los días, ni en todos los países.
No le quedó más remedio que apostar por la cordialidad. Quizás por eso Brittany nos regaló la sonrisa más sarcástica e hipócrita que he visto en la vida.
Luis fuera del auto, sentí en el ambiente esa carga peculiar de palabras que se acumulan unas encima de las otras. Si no hubiese sido porque tuve la osadía de mirarla a los ojos mientras esperaba por un cambio de luz, no se hubiera atrevido a hablar.
—Así que se va a quedar por el carnaval —miraba a través de su cristal los autos que transitaban en dirección contraria.
—¡Exacto! —el tono fue alto, pero el entusiasmo no fue intencional.
—¿No cree que pudo haberlo mencionado antes?
—Lo hice. ¿Margaret no lo anotó en la agenda? Ah, es que era mi agenda, no la tuya. Era el último punto y no tiene relación directa con Medika —mentí y me miró con aires de altanería.
— Pierce, mis planes no afectan tu agenda.
—Tiene toda la razón, López —exteriorizó. Pensé, “no hay quién la entienda”, y de mis labios salió:
—Te extendieron la invitación —dudé por un momento seguir hablando. Otra vez, mis labios me traicionaron—. ¿Nunca has ido a un carnaval?
—No he tenido la necesidad —y debía ser verdad, porque no se mostraba interesada.
—¿Por qué no vienes?
Un silencio sepulcral reinó. Mi sexto sentido me hizo entender que ambas nos hicimos la misma pregunta: “¿Qué haces, Santana López?”
Brittany se levantó un poco del asiento, se arregló el pantalón y se echó el celular en el bolsillo. Miró hacia el frente.
—Eso no está en mis planes. Regresaré hoy. El jet está listo.
Me incomodó que no agradeciera el gesto de cortesía. No soy persona que extiende invitaciones así como así, mucho menos a jefes dementes que bien pudieron ser ogros en otra vida.
—Que regreses bien entonces —mascullé.
—Sin duda alguna, así será —replicó, esa sonrisa peculiar en labios.
Terminó la conversación.
En mi cabeza, lo hice yo: “Tan idiota que eres, Brittany...”
Tres horas luego la puerta del elevador se abrió y allí estaba ella, justo en frente, con unos jeans azul oscuro y una camisa deportiva azul cielo. Abandoné el elevador y, sin más remedio, la saludé con un pequeño gesto. No me detuve.
A los segundos descubrí que caminaba a mi lado, cual si me escoltara.
—¿Qué? ¿Necesitas un aventón al aeropuerto?
—No —pausó, se sacudió algo de la pierna, explicó—, no me voy.
Empezaba a creer que nunca en la vida entendería al ser humano que lleva por nombre Brittany Pierce.
—¿A dónde vas, pues? —terminé preguntando, tras un suspiro de incomodidad.
—Al carnaval, ¿a dónde más? ¿O acaso la invitación tenía fecha de expiración?
Me volteé y la miré con la boca abierta, la respiración saliendo de todos los orificios faciales. “¿Al carnaval? ¿Hoy? ¿Esta noche? ¿Por qué? ¿Por qué te empeñas en hacerme la vida de cuadritos? ¿De veras quieres jugar este juego de odio toda la noche?”
No podía imaginarme a Brittany en ese mar de gente que con música y alcohol se ponía insoportable.
—¿Estás segura de que quieres venir? —detuvo el paso y yo también.
—. Debo advertirte que habrá mucha, mucha gente. Sentirás calor y asfixia. Tu cuerpo rozará otros cuerpos, sudados y con aromas no muy agradables. El olor a alcohol será nauseabundo, y puedes, incluso, correr peligro si se forma una trifulca.
Brittany hizo el intento de sonreír, no sé si por sarcasmo o por la sorpresa que le di con tan acertada descripción.
—¿Qué le hace pensar que no podré soportar un carnaval abarrotado de gente maloliente, sudada y ebria?
Usó su tono usual de desafío. Tenía que desarmarla antes de que me insultara.
—Tranquila, Brittany. Yo nunca te he subestimado —sonreí.
—Entonces, no pierda más tiempo y vamos.
Obedecí a regañadientes.
El camino me pareció más largo de lo que recordaba, quizás la compañía de Brittany tenía algo que ver. No encontrábamos de qué conversar. Sin importar el tema que escogiera para hablar, ella prestaba poca atención o no respondía ninguna de mis preguntas, hasta que formulé aquella que sí
quería oír.
—¿Por qué decidiste venir?
Se mordió la mejilla, gesto que hacía cuando estaba a punto de perder la compostura, gesto que hacía cuando mis palabras la fastidiaban.
—¿Va a seguir con el tema? —su rostro permaneció fijo en el camino.
—Lo siento, Pierce, pero es que no pareces del tipo de personas que asisten a estos eventos.
Frunció el ceño.
—A ver, López. ¿Qué respuesta quiere que le dé para satisfacer su curiosidad y pueda volver a enfocarse en el camino? Hace una semana alguien me dijo que antes de tomar decisiones, debía conocer y vivir la realidad de Medika, porque cualquier decisión afectaría la compañía —hizo una de esas pausas suyas tan extrañas—. Aquí me tiene, López, viviendo la experiencia completa —Abrió los
ojos enfatizando la última palabra—. ¿Me emociona la idea de estar entre un jolgorio de gente desconocida en un país que no conozco? No. No me agrada la idea. Sin embargo, aquí estoy. ¿Podemos darle fin a esta conversación? ¿Puede conducir concentrada en la calle y no en mi toma de decisiones?
Comenzó a provocarme la capacidad que tenía para desquiciarla. Estaba claro que lo hacía solo para probar su punto, para que en la próxima junta yo no pudiera argumentar ninguna de sus decisiones respecto a mi división.
“¿Por cuál otra razón estaría aquí, conmigo, ahora?”
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
grrrrrrrrr!!!!!! solo quiero gritar por esta insoportable mujer, que se cree???? hasta violenta es la condenada!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Del amor al odio ahí un paso y del odio al amor esta el otro... Así empezaron a caminar las relaciones....
No me gusto para nada el agarrón!!! No hagas lo que te hicieron????...
A ver como termina la noche del carnaval??? Y si britt cambia de idea con respecto a todo???
No me gusto para nada el agarrón!!! No hagas lo que te hicieron????...
A ver como termina la noche del carnaval??? Y si britt cambia de idea con respecto a todo???
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 12
La sangre había manchado el azul cielo de la camisa de Brittany en el área la espalda, a la altura del hombro izquierdo.
—Quítatela, así podré ver cuán profunda es la herida.
—No es necesario, López. Me daré una ducha
Se levantó y, sin dejarme contestar, se metió en el baño.
Fui a la cocina. Quizás en los gabinetes todavía sobrevivían al tiempo ungüentos y
medicinas caseras para este tipo de accidentes. Tras la trifulca que formaron dos hombres a nuestro lado, las fiestas cesaron y Brittany terminó con una cortadura que le provocó una botella rota que lanzó alguno de los dos hombres malhumorados.
Las calles estaban inundadas de gente. No había por dónde pasar. Regresar a la ciudad no era una opción. Luis nos ofreció su casa, Brittany declinó la oferta. Así fue como opté por ir a mi rincón favorito en Panamá: un lugar despejado del agite y el bullicio, una cabaña en un área montañosa. Mi cabaña.
En un principio, constaba de dos habitaciones, pero había pedido echar abajo la pared que las dividía, convirtiendo el espacio en una habitación inmensa. La pequeña sala y la cocina eran encantadoras, estaban adornadas con enormes vigas de madera que daban un toque rústico, mas era la terraza mi estancia favorita. Allí podía pasar horas, ¡días!, en completa soledad, disfrutando del verdor del campo y la manera en que el sol manoseaba los árboles cuando no era época de lluvia. Ese era mi refugio, mi único espacio privado.
Solo dos personas sabían del mismo: Norman y Luis.
Uno más para la lista: Brittany Pierce, mi persona favorita en el mundo entero.
Encontré alcohol, triple antibiótico y gazas. Cuando regresé a la recámara, la puerta del
baño continuaba cerrada. Escuché el agua de la ducha caer. Esperé al borde de la cama.
“Ya lleva mucho tiempo allí dentro. ¿Y si le pasó algo? ¿Y si se desangró?”
De un saltó llegué a la puerta. Toqué.
—Brittany.
No respondió. Volví a tocar.
—¡Brittany!
Justo cuando empezaba a girar la perilla, la puerta se abrió y quedé, halada por la furia del tirón, dentro del baño. Salí tan rápido como entré.
—¿Qué sucede? —el baño no había ayudado a calmarle el mal humor.
—Quería saber si estabas bien. Llevabas mucho tiempo y... —tratar de explicarle me
confundía más. “¿Qué quieres demostrar, Santana?” —. Olvídalo.
—No tiene tanta suerte, López. Sigo viva
La sonrisa sarcástica se le plantó en los labios. La ignoré.
—La ducha sigue abierta, Pierce —advertí.
Se le borró la sonrisa del rostro. Se apartó. La cerró.
Los músculos del antebrazo se movieron mientras realizaba la operación.
—¡Tenga! —me lanzó sus jeans, que logré capturarlos en el aire. Entonces me percaté de
que tenía el torso desnudo y la toalla le cubría las partes nobles.
— Lo menos que puede hacer es lavarme los pantalones.
—¿Cómo dices? —pausé y pensé: “A esta hay que enseñarle modales.” —¡Ah! Querrás decir que, por favor, tenga la amabilidad de lavarte los pantalones. Eso fue lo que quisiste decir, ¿verdad?
Esperé una respuesta con palabras abruptas y sin filtros, de esas que solo ella puede usar.
Nunca llegó.
Nunca llegó porque le leí en los ojos cuánto le incomodaba mi presencia. Puse los jeans
encima de la silla junto al armario, y recordé que en algún lugar había visto un par de pantalones que le podrían servir.
—Creo que te deben quedar —se los lancé como ella había hecho con los suyos y los capturó como bien había hecho yo.
De pronto, un razonamiento me obligó a cerrar los párpados. “¿Qué haces, Santana?”
Los analizó por unos instantes.
—Solo espero que el dueño no tenga una botella rota en manos cuando regrese a
reclamarlos.
El tono y el gesto sardónico me forzaron a emitir una aclaración.
—Son de tu padre —apartó los pantalones y los colocó sobre la cama como si el tocarlos le fuera a contagiar la peste bubónica—. Él suele venir cuando quiere desconectarse de todo.
—No tiene que darme detalles, López. Déjeme a mí que formule mis propias conclusiones.
Fue un momento ilegible. Entre las muchas explicaciones que se conjuraban en mi mente
para hacerle entender el porqué tenía en mi cabaña los pantalones de su padre y la expresión de su mirada al escuchar de quién era la prenda de ropa, me aturdí.
—Siéntate. Voy a revisar la herida —ordené con autoridad.
Me analizó por varios segundos. Alcé las gazas y mostré el recipiente que guardaba alcohol—. Deja que esto también se sume a la paga de tu acto heroico.
La manera en la que irguió el torso delató que su ego no había sufrido daño alguno por la
herida. Continué la charla, porque tanto silencio en un sitio tan apartado y con ella de compañía me ponía los nervios de punta.
—Aunque no me agrade aceptarlo, si no fuera por ti, yo hubiera recibido esa herida.
Su mirada cedió cuando se sentó al borde de la cama. Tuve que mirar el panel del aire
acondicionado y asegurarme de que estaba encendido. La temperatura de la habitación se sentía caliente, demasiado caliente.
—Gracias —concluí.
La blancura de su piel irradiaba luz. El sol no la había acariciado en mucho tiempo. Brittany no era una mujer robusta o rellenita, pero tenía la silueta muy bien definida. Una comezón se apoderó de la punta de mis dedos, provocándome desplazarlos entre las brechas de sus músculos para aliviarlos. Al moverme hacia su espalda, me quedé petrificada. No podía creer aquello que mis pupilas contemplaban.
Cada una de las imágenes de los cuadros de Norman yacían plasmados, en versión
miniatura, sobre la piel de la espalda de su hija.
El silencio ahogó el momento. Brittany me otorgó el tiempo suficiente para observar las
imágenes. Sabía que la confusión me dominaba.
—Solo una, López. Solo puede hacerme una pregunta —dijo, finalmente.
—¿Por qué llevas esos cuadros tatuados? ¿Cuál es la relación? Si también te gustan, ¿por qué aquella vez perdiste la cabeza?
Antes de que lograra formular otra pregunta, alzó la mano. “Calla, López.”
—Dije que solo puede hacerme una pregunta —advirtió.
—¿Qué tienes que ver tú con esas pinturas? —elevé el tono de voz, pero eso no provocó
que Brittany alterara el control que ejercía sobre el suyo.
Lanzó un suspiro de fatiga.
—Yo los pinté cuando estaba en la secundaria. No tengo idea de cómo carajo llegaron a sus manos, mucho menos a sus paredes. ¿Satisfecha?
¿Satisfecha? ¿Cómo podía quedarme satisfecha? Esa respuesta tan corta me provocaba aún más preguntas que se acumulaban como tierra de hormiguero en mis neuronas.
“Quizás, luego de curarla, se sienta más en confianza y tenga más ganas de hablar del tema.”
Dirigí la atención a la herida, la profundidad era significativa, pero solo en un área
pequeña. Nada que no se pudiera manejar con puntos de mariposa. El resto era superficial.
—Esto va a arder —advertí mientras vertía alcohol desde el envase.
—¡Mierda!
Me agarró la muñeca de la mano izquierda con su derecha. Apretó tan fuerte y lo hizo con
tal agresividad que me haló hacia sí y quedé frente suyo, muy cerca. El frasco de alcohol cayó al suelo. Se perdió lo que quedaba. Me congelé a su tacto y al olor del alcohol. Los nervios me traicionaron.
Nuestras miradas se quedaron fijas. Ella con su rabia presente, yo con mi miedo.
Trasladé la mirada a la mano que me sujetaba la muñeca y, poco a poco, Brittany fue
liberándola. Volví a fijar los ojos en los suyos. Sin advertencias, vi como la mano que me había liberado se posaba en su frente.
Su piel estaba caliente, con el dedo índice tracé las líneas de expresión. Reparé en que esas líneas eran los recuerdos de una vida que había vivido lejos, una vida de la cual yo no sabía nada, y que nadie en realidad sabía qué experiencias había tenido en ella.
Miré sus pupilas y descubrí que me miraban con cierto asombro, cierta confusión también.
—Imagino que estas dolieron más.
Las palabras se me escaparon sin poderlas evitar. Me preparé para que Brittany me lanzara al otro lado de la habitación por haber invadido su espacio personal y haber emitido semejante comentario.
No fue así.
Calmé la ansiedad en los dedos trazando cada línea.
Brittany dejó caer los párpados. Tensó la quijada, emitió un chillido intimidante con los
dientes.
Volvió a sujetarme con agresividad la mano que paseaba por su frente. Volví a congelarme con su toque brusco. Se abrieron sus párpados.
Lucían pintados con un azul distinto, uno que nunca antes había visto en ella.
Sin saber cómo había llegado a ese punto, me perdí en ellas.
Su pecho se alzaba con cada respiro acelerado.
—Santana —hizo una pausa, me miró a los ojos—. Apártese.
Hice caso omiso. Me incliné y le planté un beso en la frente.
Su piel se erizó al sentir mis labios. Callaron las palabras. Las sensaciones dictaron rumbo y acciones.
Se paró del borde de la cama, colocó mi rostro entre sus manos, me besó.
Me besó y se abrió paso entre mis labios con su lengua desesperada.
Me acercó al pecho y sentí su corazón emitir cientos de latidos por segundo.
Yo no cerré los ojos, quizás así podría perderme en los suyos... atravesarlos y ver más allá de ellos; si tenía suerte, esa pila de recuerdos y vivencias que la caracterizaban. Tal vez, si continuaba viendo ese azul hermoso, podría descubrir, también, la razón por la cual mi cuerpo se sentía tan en confianza y a la merced del suyo. O descubrir por qué permitía ese beso, si no confiaba en ella.
Retiró los labios de los míos, mantuvo la mirada clavada en la mía. Esperaba una respuesta, una cachetada quizás.
Las hormonas me traicionaban. No quería abofetearla, tampoco pedirle que se apartara.
Quería quedarme allí, en esos ojos, entre esos brazos. Cada átomo de mi cuerpo la deseaba. Y no entendía por qué. Brittany Pierce, a todas luces, seguía siendo la persona que más detestaba en la vida. Y, además, la que más deseaba en esos momentos.
Las líneas de su frente se relajaron, la respiración no. Pasé las manos por su torso, llegué
hasta las caderas, hasta donde tenía amarrada la toalla que …. Que Brittany, no tenia partes de chica, sino que tenia un pene en vez de vagina, y la toalla cubría su erección. Me asombre, pero no me asuste, no me pareció ningún fenómeno, sino la cosa mas hermosa que haya visto, la lujuria y algo mas se apodero de mi y solté el nudo que la sostenía en su sitio. Cerré los ojos.
Brittany volvió a besarme, mucho más fuerte y con más agresividad que la vez anterior.
Me agarró las nalgas con las manos, me alzó hasta colocar mi entrepierna en su
entrepierna. Me aferré a su cuerpo con brazos y labios. Nos echó en la cama, colocó el cuerpo sobre el mío.
Ella, en desnudez plena, sin vergüenzas, mostraba clara seña de cuánto deseaba mi cuerpo, mis toques, mi sexo.
De un jalón me bajó, a la vez, los pantalones y la ropa interior. Un botón voló hacia alguna
esquina de la habitación. Su respiración agitada se alocaba cada vez más, me provocaba dejar de observarla y tratar de controlar la mía, que iba ascendiendo en jadeos. Me quitó la blusa, no con la dulzura de un amante, sino con el desespero de quien lleva tiempo esperando este momento. Destrozó ojales y costuras. No me importó. Sin blusa sobre el torso, la ayudé con el sostén.
Desnuda frente suyo, Brittany enmudecía mientras su respiración agitada la dominaba. Me miró a los ojos y por unos segundos pensé que la razón le había vuelto a la cabeza, pensé que a lo mejor la maldita también había vuelto a mí, que pronto el odio que sentíamos nos dominaría las ganas. Nada de eso sucedió.
Brittany trazó los contornos de mi silueta con la mirada. Me tomó un poco de la cabellera
entrelazando sus dedos y haló de ella, echándome hacia atrás el cuello.
Besó, besó.
Volvió a mis labios. Besé, besé.
Era mi turno. Tomé su rostro entre las manos y pasé la lengua por su cuello, por sus
pechos firmes. Brittany me haló el cabello una vez más, me obligó a curvear el torso. Mis pechos endurecidos quedaron al nivel de sus ojos. Los besó a bocanadas, con calma y un poco de furia, sintiendo cómo ardían por ella. Clavé las uñas en su espalda, hundiéndome en el dolor insoportable que cargaba en ella.
Solté un quejido. Entró en mí. Su boca entreabierta dejó escapar la entrecortada respiración. El ritmo de sus caderas armonizaban con el ondular de las mías.
Moviéndose y extendiéndose, anhelando estar cada vez más en la profundidad de mi
intimidad, no dejó de presionarse en mí, de enredar los dedos en mi pelo, de besarme la piel del cuello, la que cubre la clavícula, los labios de la mujer que tanto criticaba. Yo no dejé de acariciarle la espalda cubierta de las emociones que sus cuadros despertaban día tras día.
Entregarme a Brittany no estaba bien, el pensamiento me rondaba la cabeza cuando
intentaba llenarme los pulmones del aire que me faltaba. Cuando lograba inhalar, era su aliento el que me regalaba el aire que tanto le faltaba a mi mente para entender lo que estaba sucediendo. “¿Así sentirá un drogadicto cuando cae, seducido, por su adicción?” Quizás por ello, el placer que despertaba en mí sobrepasaba cualquier otro que había experimentado en el pasado.
Brittany, manteniendo el ritmo intenso dentro de mi vientre, volvió a explorarme los pechos con su lengua curiosa. Por lapsos, fijaba la mirada en la mía, me regalaba ese rostro que se contraía de placeres, esos ojos que también se desbordaban en mí. Verla satisfacer sus necesidades con mi cuerpo me causaba perder el aliento, jadear más fuerte, descarrilarme en gemidos.
Aumentó la rapidez con la que se movían sus caderas. Mis respiraciones se volvían cada
vez más aceleradas, tanto así que tuve que dejar de respirar para evitar que el corazón se saliera del pecho. Mi vientre se estiraba y se estiraba, acariciando su sexo y recibiendo todo. No pude aguantar el placer mayor, que llegó sin avisar. De todas formas no hubiese podido preverme al placer inigualable que sentí cuando me explotó el cuerpo. Brittany, al escuchar las primeras notas de mi grito extendido y ahogado, me agarró el rostro con ambas manos y, en medio de mi clímax, logró aumentar aún más los movimientos bruscos, agitados y fuertes que acariciaban, a su manera, todo dentro de mi ser. No apartó la mirada de la mía, que iba y volvía a la realidad cual si fuese una oda intermitente que se mecía al vaivén de su penetración. Las gotas de sudor le acariciaban
la frente y aterrizaban en mis pechos.
Todavía experimentando los últimos compases del larguísimo clímax, logré sentir que era
ella quién estaba lista para dejarse ir. Para perderse en mí. El aroma que expedían sus poros se hizo más dulce. Las palpitaciones que sentía desde el interior de mi cuerpo hasta las piernas, hasta el torso que se curveaba involuntariamente, me hacían sentir viva.
Brittany controló la respiración. Descansó los párpados y hundió la cabeza en mi pecho,
espacio perfecto para enmudecer el sonido que emitió su garganta.
Se apartó demasiado pronto, rompiendo la conexión entre los cuerpos.
Nos dedicamos a respirar. A respirar el pesado aire que inundaba la habitación y nada más. Un azote a la puerta y una voz grave se alzaron en las cimas del silencio.
—¡Abran la puerta!
Ambos corazones se agitaron, esta vez sin deseo carnal que provocara la agitación.
Nuestras miradas se encontraron en el camino del asombro.
Brittany se levantó de un salto de la cama y buscó la toalla. Justo en ese instante, la puerta principal de la cabaña, que quedaba frente a la cama si no se cerraba la puerta de la habitación, quedó abierta de par en par. Al otro extremo del umbral, dos hombres vestidos de negro, con pistolas en mano, apuntándonos.
Brittany se amarró la toalla a su alrededor, yo agarré la sábana y me cubrí el
cuerpo húmedo.
—¿Qué diablos haces, Donovan? —vociferó Brittany.
Donovan, el jefe de seguridad de Medika. “¡Trágame tierra!”
Silencio en la cabaña. Afuera, el cantar de la noche, el viento jugueteando con hojas y
flores, un río enroscándose en peñones.
—Lo siento, señorita. ¿Está usted bien? Disculpe
Donovan no sabía cómo esconder la vergüenza o deshacer el error que acababa de cometer
— Les perdimos el rastro en el carnaval y pensamos que les había sucedido algo. El GPS de su celular la rastreaba hasta aquí. ¿La señorita López está con usted?
Saqué la mano por debajo de la sábana, diciendo presente con un movimiento de lado a
lado. Gracias a la vida no tuve que mostrar el rostro, que se había convertido en una hornilla encendida a su máxima potencia.
—¡Salgan de aquí! —ordenó Brittany mientras les cerraba la puerta en la cara. Cuando
recobró el aliento, lanzó otro grito—. ¡Y preparen el jet!
Brittany regresó. Se sentó al borde de la cama, se restregó la cara con las manos.
—Debemos irnos, López.
Quité las sábanas de mi rostro. La voz me tembló al hablar.
—¿A dónde?
—De regreso —anunció, firme—. Y por Donovan no hay que preocuparse. De él me
encargo yo.
“Si supieras que Donovan es lo menos que me preocupa”, pensé.
Lo más que me preocupaba era ella, Brittany Pierce. Y no era precisamente lo que había
sucedido entre las dos, sino lo que había sentido.
“¿Es posible sentirse así por alguien a quien se detesta tanto?
¿Ingerí alguna droga de esas que echan en las cervezas?”
Y aunque quería que eso último fuera cierto, porque me libraría de un gran sentimiento de
culpa, me estremecí con el recuerdo del veneno dulce de su saliva en mi boca, sobre mis pechos.
La había cagado. “¿Por qué, por esta vez, no pude recordar las instrucciones de Norman?”
—No sabía que la seguridad nos acompañaría en Panamá también —reclamé, la voz de
vuelta a la normalidad.
—¿Creyó que jugaría con sus reglas? —me lanzó su mirada de siempre.
Estaba enojada.
Decidí no darle más pie al asunto. Me envolví el cuerpo en la sábana y fui a darme una
ducha. El agua tibia me ayudaría a esclarecer los pensamientos, entender qué había pasado, limpiar los rastros de su cuerpo en el mío.
Si hubiera podido desaparecer por el drenaje de la tina, con suma alegría lo habría hecho.
Tuve la sensación de que desde ese momento en adelante, las cosas irían de mal en peor.
Había servido en bandeja de oro mi más íntimo tesoro a quien quería ser mi verduga.
—Podemos olvidar esto —propuse al regresar, tan pronto me asomé a la habitación.
Las líneas que le adornaban la frente expidieron su profundidad habitual.
—¿De qué habla, Santana?
—De lo que acaba de suceder.
Se mantuvo callada cualquier cantidad de segundos. Extendió la mano y alcanzó su celular.
Encendió la pantalla. Volvió a mirarme.
—Aquí no ha pasado nada, López —levantó una ceja, buscando afirmación de mi parte.
—Cierto. Nada —confirmé, las manos temblorosas.
Caminé hacia la cama y descubrí que había doblado mi ropa y la había organizado una
prenda sobre la otra, de forma tal que tomara primero la ropa interior y, luego, el resto de las prendas.
Volví los ojos a ella y ya se había ido la Brittany que por unos minutos había conocido. La mujer permanecía sentada al otro extremo de la cama, ignorando mi presencia semidesnuda, revisando el iPhone. Llevaba puestos los pantalones de su padre.
Sentí un cosquilleo en los ojos y un dolor leve en la garganta.
Tomé la ropa de mala gana y entré al baño.
—¿Ya podemos irnos? —preguntó cuando salí, la Brittany de siempre.
Asentí con la cabeza, incluso cuando no estaba lista para lo que me aguardaba en el futuro próximo. El vuelo de regreso a San Juan no era muy largo, pero no sería nada agradable. La SUV esperaba en la entrada de la cabaña. Donovan, parado al lado de las puertas traseras, abrió las entradas a la SUV. Yo abordé primero. En los portavasos había botellas de agua. Tomé una y la acabé de un trago.
Reinó un silencio incómodo durante el trayecto. Nadie dijo ni una monosílaba.
Me coloqué los audífonos, busqué una de mis canciones preferidas, The Ballad of Love and Hate de The Avett Brothers.
¡Qué canción tan oportuna!
No había manera de poner en orden mis pensamientos. En la mente solo había cabida para la imagen desnuda de Brittany.
Me pregunté qué pensaba ella.
A juzgar por su rostro, no pensaba en nada. Al menos, no en lo que había sucedido.
Para ella, en definitiva, nada había pasado.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 13
Y pensar que todavía nos quedaba el viaje más largo: Asia.
Me dolía la cabeza de tanto recordar los eventos inesperados de tan inoportuna noche. No había razón lógica para explicar aquello que había sucedido entre nosotras.
Bueno, al menos sí había una respuesta para mi comportamiento: falta de sexo. Ya Sam me lo venía advirtiendo desde hacía tiempo:
“Si permites que se acumulen las ganas, al final te irás con el primero que se te cruce
enfrente y te arrepentirás.”
No se lo había confesado a mi amigo, pero las invitaciones para tener sexo me surgían con frecuencia, pero yo prefería una vida sexual menos activa, porque me afanaba en correr dentro de las líneas que delimitan lo correcto.
Aunque no me lo decían de frente, yo sabía que muchos en la compañía vivían esperando el momento en que “la pobre niña recogida de Norman” cometiera un error, así que me conformaba con fantasear sola. Es una buena táctica. Puedo darme placer donde quiera, cuando quiera. Con la vida saltando de lugar en lugar es más seguro intimar conmigo que con un pretendiente en cada país. Eso no era una opción. Ni para mí como mujer, ni para mí como profesional, ni para mí como representante principal de Medika.
¿Cómo volvería a mirar a Brittany a los ojos y proyectarle seguridad y confianza? ¿Por qué había tenido sexo con ella que ni me respetaba? Ella pudo detenerme.
“Una depredadora nunca detiene a una mujer, Santana”,
Esa hubiera sido la respuesta de Sam ante mi planteamiento. Sin embargo, no entendía un pequeño detalle. ¿Por qué también me siguió el juego, si es obvio que le causo
repugnancia? A lo mejor también necesitaba sexo. Con una personalidad tan poco atractiva, dudo mucho que las mujeres sientan atracción súbita por ella. Quizás, Brittany se acostaba con mujeres luego de que ellas la conocieran a fondo, si es que eso llegara a suceder, porque ella es muy reservada, y se dieran cuenta de cuánto dinero posee a su nombre.
Aunque, pensándolo mejor, ella no es una mujer ostentosa. No va por cada esquina haciendo alarde de sus posesiones. El dinero solo le daba comodidad, y precisamente en esa comodidad es que vivía. No daba más indicios.
Era domingo. Con tal de disminuir los pensamientos, salí a correr. El aire fresco me haría
bien.
En la pista, después de unos quince minutos de jogging, alguien corría a mi lado, imitando
mi paso. No era la primera vez que un casanova intentaba conquistarme en plena pista, pero ese no era ni el momento ni el día.
Reduje el paso. La persona a mi lado también lo hizo.
Aceleré el paso. Las otras piernas me alcanzaron.
¡Uh! Paré de golpe.
Me quité los audífonos y miré a la persona que tanto me acosaba.
“Debí haber pensado tanto en ella que la atraje...”
—¿Qué? —pregunté en un tono de malacrianza.
—No se detenga así, López. Se puede marear
La advertencia llegó tarde. Ya estaba mareada, y no por el detenimiento repentino, sino por la compañía indeseada. Brittany corría en círculos a mi alrededor, a paso lento.
— No miento, puede hacerle daño. En especial a su corazón.
Me di a la tarea de movilizarme de nuevo, apartándome.
Brittany me alcanzó.
—¿Qué quieres, Pierce?
—¿Qué puedo querer yo en un sitio como este?
A decir verdad, no tenía respuestas para ella, pero si continuaba observándome como lo
hacía, fácilmente le hubiera compartido algunas de las ideas que yo sí tenía en la cabeza.
—López, quiero que hablemos.
—¿No puedes esperar? Mañana hablaremos en la oficina, si...
Dejó de correr. Me sorprendió que yo también lo hiciera al darme cuenta de que no estaba a mi lado. Caminé hacia ella.
—Si quisiera hablar con usted sobre algo relacionado a Medika, López, créame que hubiera esperado.
Me eché a reír. Lo sé, soy una niña malcriada. Quizá a consecuencia de crecer bajo las alas de Norman.
—Pierce, tú y yo no tenemos nada que nos relacione, mucho menos temas de
conversación en común. ¿De qué quieres hablarme un domingo en la mañana?
su presencia me debilitó la garganta.
Entrecerró los ojos. No pude descifrar si trataba de manejar frustración, coraje o decepción.
—Vaya, sí que sabe jugar el juego. ¿Aquí no ha pasado nada? ¡Por favor, Santana!
—No sé de qué hablas, Brittany.
Se mordió el labio inferior, otra acción que no logré descifrar.
—Creo que me equivoqué de persona. No es contigo con quien quiero hablar.
Me acerqué a su torso, busqué su rostro hasta que conseguí su mirada en la mía. Hablé con pausas.
—Dejemos algo claro, Pierce. No sé qué pasó. Llevo treinta horas tratando de entender
cómo llegué a aquella cama contigo. Eso no debió ocurrir jamás. ¿Entiendes? ¡Jamás! Contigo, ¡nunca! —la seguridad quedó expuesta en el tono firme, una artimaña que escondía la realidad: mi cuerpo, ¡mi cuerpo tan lleno de emociones!, no pensaba igual—. No puedo cancelar lo que sucedió entre las dos, pero sí puedo decirte que no cambia nada. Permíteme advertirte algo...
Brittany me interrumpió.
—¿Otra advertencia más para la lista? Qué pena que no traigo con qué anotar. Son tantas que no las podré memorizar —sonrió su sonrisa a medias, tan llena de misterios y malicia.
Hablé con el índice en alto.
— No te atrevas a usar esto en mi contra.
Brittany me miró confundida. De la sonrisa que no le brotó en los labios se le escapó un
resoplido.
—No lo había pensado. ¿De veras me crees tan cruel, Santana? Acostarme contigo no fue una trampa para despedirte... aunque... ya que lo mencionas, podría ser útil...
—Digamos que estamos a mano —aclaré antes de que llevara el pensamiento más allá y
concibiera el plan maquiavélico para destruirme.
Me pasé la mano por el antebrazo, ese que había herido días atrás.
Brittany se mantuvo pensativa. Percibí enojo en su rostro. Otra vez, perdía el control. La
había llevado hasta donde quería y ella misma me había ayudado.
—Estamos a mano, Internacional.
Se volteó y corrió hacia la dirección opuesta.
No me quedaron más ganas de correr. Caminando hacia la casa, reflexioné en mis
reacciones y palabras. Puede que no debí refugiarme en mi malcriadez. Debí darle la oportunidad de hablar, que era la razón por la cual había llegado hasta mí. Quizás venía acompañada de una disculpa. Quizás quería reconfortarme, decirme que no me preocupara, que era una dama , y las damas no pregonan su intimidad.
¡Cielos! Si Norman se enteraba, moriría de desilusión. Siempre me lo advertía:
“Santana,trabajo y placer son como el agua y el aceite: no mezclan.”
Si a la ecuación se le suma Brittany, de seguro habría la receta química perfecta para una
bomba atómica.
A las tres de la tarde llegué al centro de rehabilitación. Ver a Norman ese día fue como
presentarme ante un extraño. Hacía una semana que no lo veía, y con las vueltas que da la vida, sabía que desde entonces él dejaría de ser quién había sido. No más Norman confidente, amigo, padre. No más consejos valiosos para mí, una damisela con la mente llena de problemas, un posible despido en las cercanías y enredada con la peor de las mujeres. Debía crecer y aprender a afrontar el futuro sin él y sin su ayuda.
Cuando llegué, Norman salía de su habitación. Una enfermera empujaba la silla de ruedas.
“Hora de terapia”, susurró ella al verme. Norman se alejó de la norma de la cordialidad.
—¡Nena! —gritó; su cara expresaba la alegría de verme—. Por favor, no te vayas. Regreso en unos cuarenta y cinco minutos. No tienes idea de la clase de cosas que me hacen allá dentro...
La broma hizo sonreír a la enfermera, quien le dio una palmada leve sobre el hombro. Yo
también sonreí.
—Vivo esperándote —dejé que la sonrisa se quedara hasta que ambos desaparecieron a
través de la puerta del final del pasillo.
Me recosté hacia el marco de la puerta de su habitación, la mente ida con otros
pensamientos que me apretaban el pecho.
“Ay, Norman, ¿qué he hecho? ¿Qué he hecho?”
Una voz pronunció mi nombre. Los poros de los brazos se me erizaron.
Me volteé.
—¿Isabel? —La miré tal como ella me miraba, como si con los ojos pudiera manifestar
hipocresía y hacerme creer que estaba feliz de que nos encontráramos.
—. Buenas tardes.
—Seguro que lo son —posó la mano en mi hombro, me acercó hacia ella.—. Imagino que
buscas a Norman. Acaba de salir.
—Coincidimos en el pasillo —aclaré y puse en duda la idea de esperar a Norman.
Isabel lanzó una sonrisa idéntica a las de su hija.
—Ven, te invito un café.
Dudé otra vez. ¿Sería sincera esa invitación? Nada en esa mujer parecía serlo.
—Gracias, pero... ya me voy.
Apreté los amarres de mi bolso e incliné la cabeza para despedirme.
Isabel volvió a tocarme el hombro.
—No, no tienes que irte. ¿Quieres agua fría? ¿Un jugo para el calentón? —insistió y se me aceleró el corazón.
“¿Y si sabía que me había acostado con su hija? ¿Por qué mencionó el “calentón” que en
realidad trato de apaciguar desde que tuve a su hija en mi cama? ¿O esto no es más que una mala jugada del destino y las coincidencias?”
Opté por darle una oportunidad. Una vez Norman me enseñó que no debemos dejarnos
llevar por los prejuicios y nada más. Quién sabe, a lo mejor Isabel es una mujer cariñosa y la mejor de las amigas.
—Agua me parece bien.
Isabel volvió a sonreír, la sonrisa de Brittany.
En la cafetería, donde algunos niños corrían entre sillas y mesas, la mujer eligió dónde
sentarnos y me señaló la silla donde quería que yo me instalara.
Titubeé un poco. Eso no era buena señal. Al final, por no crear malos entendidos, obedecí
sus deseos.
—¿Qué me cuentas de tu vida, Santana?
Abrí los ojos. “¿Esta mujer está loca o será la bruja que aparenta?”
Me rozó la mano con la suya.
—Ya, entiendo. ¿Cómo vas a convertirme en tu confidente si la impresión que te llevaste
de mí no es la correcta? Te ofrezco mis excusas, querida.
—No es necesario —dije, porque, después de todo, no lo era. Ella llevaba el título de
esposa, así que solo cumplía con el debido protocolo.
Abrí la botella y tomé un trago. Por poco me ahogo cuando a mis oídos llegó la insistencia.
—Bien, ¿ya puedes contarme algo de ti?
Cerré la botella, tragué despacio, me eché hacia adelante. La conversación despuntaba
guerra.
—¿Qué es lo más que te interesa saber?
Volvió a mostrarme la implacable dentadura. La cordialidad que expedía me alarmaba.
—Cómo te ha ido en estos días, qué has hecho, por ejemplo.
—He tenido mucho trabajo —resumí.
—Sí, eso me ha comentado Norman. De hecho, dice que no paras de trabajar. ¿Sabes? Una mujer joven como tú debería de sacar tiempo para salir, divertirse. Hay un refrán que dice, “lo que no se exhibe, no se vende”. ¿Lo habías oído?
Tanta amabilidad y tan acertado consejo no podían ser indicios de algo bueno. Doblé en
cuadritos la servilleta que abrazaba la botella plástica.
—Prefiero el que dice, “mejor sola que mal acompañada”.
—En eso tienes mucha razón —otra vez, la sonrisa escalofriante—. Cuéntame ahora,
¿cómo le va a Brittany?
—Eso deberías preguntárselo a ella.
La sonrisa plástica se le derritió y su voz tomó un tono de rudeza.
—Te estoy preguntando a ti, Santana —volvió a componerse, suavizó su voz—. ¿Podrías
regalarme tu opinión?
—Brittany es mi jefa. No creo prudente opinar.
Su tono de voz cambió del cielo a la tierra y el color rojo del lápiz labial que llevaba en los
labios se intensificó, llamas en busca de destrucción.
—¿Por qué no te vas?
Antes de abrir la boca en señal de sorpresa, tomé mi bolso y me levanté de la silla. Isabel
me agarró la mano y me hizo marcas con las uñas. Me senté. Escuché el retumbar de los latidos de mi corazón.
—Dejemos los jueguitos y las cordialidades, Santana. Lárgate. Lárgate de Medika —soltó,
y comprendí qué buscaba.
Debí haber confiado en mi instinto.
—Ayúdame a encontrar una razón por la cual deba irme de Medika.
Isabel se mantuvo callada unos instantes, mirándome con rabia. Al reparar en ella desde
una distancia tan cercana, noté que sus ojos lucían cristalizados y desgastados. El maquillaje y el botox no habían tenido éxito en esconder cuán horrible realmente era.
—¿Eres tan ingenua como dicen? ¿O le haces honor a tu apellido, López?
—Hago honor a mi apellido —sonreí.
De la misma manera que ella lo hacía, esa que yo también había aprendido con su hija.
—En ese caso, López, seré muy clara para no dejar dudas entre nosotras. Por más de veinte años viviste al lado de Norman. Imagino que debes sentirte muy agradecida de que te haya salvado de la vida que te aguardaba.
Hizo una pausa y bebió de su café. El detenimiento breve me llevó a darme cuenta de que
la mujer era peor de lo imaginado. A Isabel, también, me la tendría que jugar yo sola. No me quedaron dudas de dónde Brittany había sacado tantos malos genes. Si había alguien en el mundo más detestable que ella, ese alguien era su madre, la reina de la actuación. “Norman no es ni ingenuo ni estúpido. En algún momento debió darse cuenta de con qué mujer cometió el error de casarse.”
—Tu tiempo se acabó, Santana.
Usé palabras de su hija para contestarle.
—No sabía que tenía fecha de expiración. Norman nunca la mencionó.
Isabel rió a todo pulmón.
—De ingenua no tienes nada, querida.
—Lo sé. Y, por cierto, deberías validar tus fuentes de información.
Me levanté de nuevo, bolso y botella de agua en manos. Isabel, desde la silla, se despidió.
—No te me cruces en el camino, niña tonta.
Me acerqué y le vertí el agua en la taza de café.
—Yo no fui quien se cruzó en el camino de la otra.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 14
Un mensaje de texto fue la única comunicación que sostuve con Brittany:
Nos vemos en la recepción del hotel a las 7:00 pm.
Brittany no respondió el mensaje, me pareció que estábamos, precisamente y por fin, a
mano. Nos surgían excusas (algunas inventadas) para evitar la presencia de la otra, y ninguna de las dos se incomodaba con el distanciamiento.
Tras el choque con Isabel, lo menos que deseaba era un vuelo de diecisiete horas en
compañía de su adorada hija, razón por la cual viajaba en primera clase de un avión comercial, la cual a su vez era la razón por la cual me dolía el trasero y la espalda. No había primera clase que se comparara con la comodidad del jet privado. Y aún así, mi mente cansada de tanto pensar me agradecía el pequeño desarreglo. Sin gente de Medika a mi alrededor, sino extraños, una paz interna me invadía. Sentía irme en un sueño profundo donde yo era una persona distinta, y donde Medika no existía.
Aterricé en Beijing, luego de sumarle ocho mil cuatrocientas millas de vuelo a mi trasero.
Pedí un taxi al hotel. En el recibidor me entregaron dos tarjetas de entrada a mi habitación. No hicieron muchas preguntas. Abrí el bolso para ofrecer mi tarjeta de crédito y el hombre al otro lado del mostrador sonrió tanto que se le alargaron aún más los ojos:
“Oh, no, no. Your boss already arranged everything for you, Miss López. Enjoy your stay!”
Me despedí con una sonrisa tímida y una inclinación leve de cabeza. Mientras cruzaba el
vestíbulo que me llevaba a los ascensores, Brittany se me apareció enfrente. Impidió que caminara más y me analizó el atuendo de pies a cabeza.
Mostró la sonrisa habitual de burla.
—¡Bienvenida a China, López!
—¡Gracias, Pierce! —imité su entusiasmo con una sonrisa que se esfumó en menos de un segundo.
Mi jefa se veía descansada y, por el olor a jabón que expedía su cuerpo, deduje que se
acababa de dar una ducha.
“A veces te odio más que otras veces...”
Me deslicé hacia un lado para abrirme paso hacia los ascensores. Volvió a cruzarse en mi
camino.
—¿Para dónde cree que va, López?
Un bostezo ordinario se me escapó.
—Todavía no son las siete, Pierce. ¿Hacia dónde crees que voy? —columpié en la mano
las tarjetas que acababa de recibir—. Nos vemos luego.
Levantó una ceja e hizo una mueca. Alzó el cartapacio que llevaba en una mano.
—No. Revisaremos ahora los documentos que Margaret me pidió firmar.
Dejé caer los hombros.
—Pierce, eso puede esperar. Estoy cansada. Necesito recargar energías.
—¿No sabe atenerse a las consecuencias de sus decisiones, López?
Ahí estaba: mi castigo por haber viajado en un avión comercial.
Traté de esquivarla por segunda ocasión. No me permitió ni hacer el intento de caminar.
—Santana López, necesito que revisemos los documentos. ¡Ahora!
—Brittany Pierce —me agradó el temblor que provocaron mis labios cuando pronuncié su
nombre—, no bromeo. Si no tomo una siesta, me dormiré. Y tú no quieres que me duerma mientras hablamos temas importantes, ¿o sí?
Agitó el cartapacio, señal de que ese no era su problema.
Suspiré. Había tomado una decisión y tenía que asumir las consecuencias. Recordaría este momento la próxima vez que deba viajar a China con ella y opte por un vuelo comercial.
“Respira, Santana, ella es tu jefa”.
—¿Puedes esperar? Necesito dejar el equipaje en la habitación.
Sonrió.
—Solo si lo hace muy, muy rápido.
¡Ah! ¿Por qué no podía decir sí y ya? ¿Por qué pintaba sus palabras con sarcasmos o frases de doble sentido?
Alcé las aletas de la nariz. Cómo me hubiera gustado darle una cachetada en ese momento.
—¿Sabes qué? Cambio de planes, Pierce. Revisemos los documentos ahora.
—¡Perfecto! Sígame, le encantará el café de este hotel.
Rodé los ojos. “Como si nunca hubiera estado aquí...”
Pasadas las seis de la tarde, entre preguntas, documentos, bostezos y tazas de café tras tazas de café, me quedé dormida en la silla reclinable.
—¿Me escucha, López?
La pregunta llegó tras el rechinar de tazas y platillos. Brittany había lanzado un puño a la
mesa.
—Sí, sí —dije, los ojos abiertos, el corazón a punto de salirse del pecho—. Lo siento.
¿Cuál fue la pregunta?
Brittany bebió café y reformuló el cuestionamiento, no sin antes lanzarme una mirada de
molestia.
—Tenemos demasiado dinero en este país. ¿No cree que es riesgoso?
—Precisamente por eso estamos haciendo esta inversión. Es muy costoso repatriar dinero.
Se trata de un treinta a un treinta y cinco por ciento de intereses.
—Al menos deberíamos repatriar la inversión inicial.
—Las leyes en este país establecen que los fondos de capital no pueden ser repatriados a menos que se liquide la entidad. Esto es conocimiento básico, Brittany. Primer año de estudios en negocios internacionales. Deberías tomar un curso corto, al menos.
Tenía esperanzas de ofenderla con el comentario, hacerla perder el control.
Su celular sonó. El rostro le cambió al echarle un vistazo a la pantalla. Me lanzó una
mirada de duda y se excusó. Salió del café a atender la llamada. Me moría de curiosidad por saber con quién hablaba. Caminaba de un lado a otro, moviendo las manos cuando no las escondía en el bolsillo, haciendo que por segundos su mirada se encontrara con la mía.
—¡López! ¡Mierda!
Otro golpe a la mesa. Di un brinco en la silla.
Brittany me miraba tan mal que si la blancura de sus ojos se tornaba roja, no me parecería una anomalía.
—Váyase a dormir. A las ocho es la cena. Sea puntual.
Con el aturdimiento y el susto no pude decir nada. Levanté la mano y la llevé hasta la
frente. Hice el saludo de un soldado a su oficial superior.
—¡Sí, señora!
No hizo gesto alguno de que me ayudaría con mis cosas. De espaldas a ella, mientras
acomodaba entre los dedos el bolso, el maletín del ordenador y la maleta, descubrí en el reflejo del cristal de la mesa que tanto había golpeado, la sonrisa pícara y burlona de Brittany.
La Rubia disfrutaba torturarme.
“¿Será posible?”
La cena, más que casual, era decisiva. Llegaríamos a un acuerdo para cerrar colaboraciones entre una empresa China y Medika. Nosotros pondríamos el capital, ellos el conocimiento y la infraestructura. Y aunque fuese una cena de negocios como tantas otras a las que había asistido, algo dentro de mí me decía que esa tendría un toque distintivo. En la habitación le prestaba atención a detalles que otrora no me preocupaban, como el ajuste del vestido negro, las ondas poco vivas de mi cabellera, el lápiz labial adecuado que resaltara el maquillaje tenue en mis párpados. Además, fui fiel a la puntualidad. Esa vez no sería yo quien llegara con retraso.
Ver a Brittany a través del cristal ahumado desde el interior del auto me hizo volver a
reparar en el vestido de coctel, las ondas en mi pelo, el lápiz labial. Ella llevaba puesto un traje de corte fino que reforzaba el lustre de su ego. Las puertas corredizas que servían de entrada al hotel se abrieron a la imponente presencia frente a ellas. Las cruzó, miró a un lado y a otro. El chofer le hizo una seña y abrió la otra puerta trasera. La invitó a abordar.
—Hola, Pierce.
No entró hasta reconfirmar que era yo quien hablaba. Sonrió porque no pudo ocultar la
sorpresa (des)agradable que se llevó.
—López —me lanzó una mirada de aprobación—. Hoy fue puntual.
El olor de su perfume suavizó la densidad del aire. Me abstuve de hablar mucho. Solo le
expliqué quiénes eran las personas que nos acompañarían durante la velada.
Brittany me prestó atención. No dejó de mirarme ni siquiera cuando cesaron las palabras.
La noche transcurrió según pronosticada. La cena duró un par de horas, los chinos se fueron complacidos, abundaron las reverencias de respeto, el acuerdo se firmó para beneficio de ambas partes.
En el hotel me despedí de Brittany con un apretón de manos. Ella se mostró satisfecha con la nueva inversión y el curso que Medika emprendía conmigo. Cuando entró al ascensor y desapareció de mi vista, me sentí libre.
Fui hasta la cantina y ordené una cerveza de barril.
“Felicitaciones, Santana. Te luciste esta noche”, brindé por mí y bebí.
—Enhorabuena, López.
Desconocía que mi estómago proyectara la habilidad de pegárseme a la espalda. Escuché la voz de mi jefa desalmada y sucedió. No me volteé a verla, ni siquiera le extendí las gracias. Ella, en cambio, se acercó y haló la silla adyacente. Ordenó lo mismo que yo.
Aparté la mirada de ella, me fijé en el ambiente del lugar. Aparte de las parejas y los amigos que se besuqueaban o festejaban, no había nadie más que pudiera salvarme de la incomodidad. El hombre al otro extremo de la barra no me brindaba confianza, expedía en la mirada sus dotes de depredador. Brittany también notó la presencia e intención del hombre. Reacomodó la silla de forma tal que impedía las miradas entre el desconocido y yo.
—¿Qué más esperaba encontrar aquí, López? ¿Al futuro padre de sus hijos? —tomó un
sorbo.
Me volteé a ella.
—¿Viniste a celebrar, a darme una lección o a lo mismo que ese pobre diablo?
Brittany sonrió y se mordió la esquina del labio inferior.
—Qué difícil me hace la vida, López. ¿Escojo una de las alternativas, todas o ninguna?
Había abandonado el lazo de etiqueta. La camisa un poco mas desarreglada más relajada. No respondí. Solo podía pensar en cuán atractiva lucía allí sentada, con el look de ejecutiva afterhours, cerveza en mano, desafiándome.
—¿No sabes qué responder, Pierce?
Brittany se acercó, susurró cerca de mi oreja.
—Hágalo por mí.
Saqué una risa corta.
—Esa va por mí, Pierce. Que tengas linda noche.
Dejé mi cerveza y unos dólares de moneda local sobre la encimera.
A la media hora, tocaba a mi puerta. Si no fue porque se bebió ambos vasos de cerveza,
entonces le tomó tiempo darse cuenta (o creer) que había dejado, con toda intención, una de las tarjetas de entrada a mi habitación bajo el dinero sobre la encimera.
—¿Te puedo ayudar?
Guardó silencio, se mojó los labios con la lengua. No esperaba que la recibiera en un
camisón estilo kimono color crema. Se le alargaron los ojos.
—Olvidó esto, López —extendió la mano con la tarjeta llave en ella.
—¿Qué te hace pensar que es mía?
—No parecías interesada por el tipo en el bar —sonrió y aclaró—. La otra persona en el bar. La idea de ir de cuarto en cuarto para descubrir cuál puerta abriría sonaba interesante, pero... había un altísimo nivel de riesgo de encontrarme a alguien... así vestida.
Imité el gesto de mojar los labios, me acerqué, le arreglé el borde del cuello de la camisa.
—¿Eres conservadora, Pierce?
Sus pechos se alzaron como si quisiera retener el aire dentro y no tener que volver a respirar tan fuerte.
—Precavida.
—¿Ah, sí?
Delineé la forma de sus hombros con los dedos.
“¡Agárrala! Secuéstrala en tu cuarto y no la dejes en libertad hasta que te lo suplique, Santana.”
Analizaba las posibles consecuencias de mis ideas locas cuando la rubia entró el torso en la habitación y lanzó la tarjeta encima de la mesa de noche. Me colocó una mano en la cintura y me miró de pies a cabeza antes de retirarse.
—Le queda mejor el negro, López.
“¿Eso fue un cumplido o un insulto?”, reí para mis adentros.
Sacó del bolsillo de su chaqueta otra tarjeta de entrada y caminó hacia la habitación
contigua.
Decepcionada con el plan ridículo de revolcarme una vez más con ella, tomé la tarjeta que
trajo y la lancé contra la pared. Fue realizando tan malcriado gesto que noté que había dos tarjetas y, además, que mi habitación y alguna otra, ¿la suya?, conectaban por medio de una puerta compartida.
Las palabras que en la mañana me dijo el empleado del recibidor brillaron en mi mente como letrero en neón: “Your boss already arranged everything for you.”
Brittany Pierce era muy precavida, no me quedaron más dudas. Quería que siguiera sus
reglas del juego. Ocurriera lo que ocurriera, sería en su habitación, no en la mía.
Me detuve allí, frente a la puerta, ¿entrada a la gloria o al infierno?
“Santana, esto no se puede pensar mucho. Haz lo que quieras, pero ¡hazlo ya!”
Quité el seguro de mi puerta y lentamente torcí la perilla. Tal como lo imaginé, su puerta
estaba abierta. Allí estaba la mujer precavida, esperándome. Se quitaba los zapatos al borde de la cama, la vista hacia la puerta, una sonrisa leve plasmada en sus labios.
—Olvidaste esto.
Me incliné y puse la tarjeta en la línea divisoria que rotulaba el límite entre ambas puertas,
un lugar neutral.
Brittany soltó una risa ahogada. Se había desabotonado la camisa y no llevaba los
pantalones. Observé su entrepierna y se me escapó una mueca de placer. Sam tenía razón. Necesitaba sexo más seguido.
—¿No pudo dejarla bajo la puerta, López?
—He preferido dejarla en la puerta, Pierce.
Terminó de quitarse las medias y caminó hacia mí. Llegó hasta la línea fronteriza. Me
observó con cautela.
—¿Qué nivel de riesgo quieres tomar esta noche, Brittany?
Se pasó una mano por la cabellera y dijo por lo bajo:
—El que luego no puedas usar en mi contra.
Si ella tampoco estaba dispuesta a correr riesgos, ¿por qué yo los correría?
Estábamos a mano. Me tomó por la cintura y me aprisionó contra el marco que compartían las dos puertas. En la frontera, allí nos quería Brittany la precavida. Nuestros pechos chocaban al latido de los corazones agitados. Dejó caer su pesada mirada en mis ojos, si así encontrara la respuesta a la pregunta evidente: ¿tienes idea de lo que estamos haciendo?
No, no tenía idea. Y, al parecer, ella tampoco.
—Le dije que debió dejarla bajo la puerta —se humedeció los labios.
—¿Todavía no captas que no me agrada seguir tus instrucciones?
—con el pensamiento, completé la oración: “A menos que me ordenes rendirme a tus pies...”
Torció la cabeza. Quería descubrir el significado entre líneas de mis palabras.
Acercó el rostro a mi oído y soltó un resoplido.
—Insisto que el negro le sienta mejor.
—El problema se resuelve fácil.
Deshice el lazo con el que se sujetaba el kimono y los pliegues de este se deslizaron hasta exhibir mi ropa interior, de color negro. La excitación que se apoderó del rostro de Brittany jamás podré olvidarla. Paseó las manos por mi cuerpo y las llenó de mi busto. Acarició sin delicadeza.
—Pensándolo mejor, tampoco me gusta cómo le luce el negro...
Antes de que el desaire me invadiera, apartó los pliegos del kimono que colgaban de mis
hombros. Saboreó las sedas que guardaban el botín que había descubierto. Se deshizo de mi sostén y me bajó los pantis.
Quise desvestirla también, despojarla de la camisa, de los bóxer especiales que usaba y que marcaban tan descaradamente su erección firme. Jugar en la frontera era sinónimo de equidad, mas ella no la permitió.
Me aprisionó las manos, las alzó sobre mi cabeza, me forzó todavía más contra la pared. El frío del metal del umbral se desvaneció con el calor de mi piel.
No tuvo que esforzarse para encontrar el espacio entre mis piernas. Entre ráfagas de
sensaciones, me dediqué a observarla, a estudiarla. Su seriedad me confundía. Por algunos momentos parecía disfrutar el placer, por otros su rostro se transformaba, como si se enojara con ella misma por disfrutar lo que hacía. Sus labios acariciaban con delicadeza mi sexo; su lengua me castigaba con furia. Tímida, traté de controlar los gemidos. Algo imposible con el placer inigualable que me provocaban las maniobras de Brittany. Mi cuerpo se inundaba en una sobredosis de esa rubia.
“¿Con esto te libro de tus demonios, Pierce?”
—Me gusta cómo se escucha su voz cuando gime.
Pausó mientras se deshacía de su única pieza de ropa íntima. Era el momento perfecto para escapar, y no lo hice. Perpetré el momento. Era la primera vez que aceptaba que le gustaba algo de mí. Recorrió en besos y caricias mi cuerpo, que se movía como un puente colgante, de lado a lado. Por más que deseara tomar el control de la situación, no era posible. Brittany estaba al mando de mis sensaciones, de mis gemidos, de mis estremecimientos.
Trepó mis piernas en sus caderas y volvió a llevarme las manos sobre la cabeza.
Me penetró sin aviso previo, rápido y con furia, sin detenerse, cada vez más dentro, más
fuerte.
—Indefensa —susurró en medio de los movimientos.
No hubo compasión en su ataque; no tuvo piedad.
Yo tampoco hubiera querido lo contrario.
Cuando la cordura decidió entrar en las habitaciones, ya era demasiado tarde: solo
quedaban rastros de aquello que habíamos hecho sin cruzar la línea fronteriza. Nos encontró en el suelo, cada una en su lado, con una almohada para cada una, compartiendo el edredón de su cama, extenuadas, tendidas en la alfombra del deseo, hablándonos con miradas mudas, viendo cómo dejábamos que el arrepentimiento se acostara entre nosotras, justo sobre la línea fronteriza.
Amanecí en mi cama, arropada.
La puerta que daba hacia la habitación de Brittany estaba cerrada.
Brittany
“Cayó en tu juego. ¿O acaso caíste tú en el suyo? Dummkopf!”
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Desgraciada de Brittany, lo hizo para vengarse, para lastimar a santana, estoy segura!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Nunca digas nunca.... Por que es mas que nunca!!!
Quien cae en el juego de quien no se.... Pero que no se van a separar no se van a serapar aunque se maten....
Enserio Isabel haciendo lo pocible para tambien joder a san... Tanto odio le pueden llegar a tener!!!...
Que tanto tiene ese "pasado" que jode a todos ahora???
A ver como termina la noche o el dichoso viaje....
Quien cae en el juego de quien no se.... Pero que no se van a separar no se van a serapar aunque se maten....
Enserio Isabel haciendo lo pocible para tambien joder a san... Tanto odio le pueden llegar a tener!!!...
Que tanto tiene ese "pasado" que jode a todos ahora???
A ver como termina la noche o el dichoso viaje....
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
micky morales escribió:Desgraciada de Brittany, lo hizo para vengarse, para lastimar a santana, estoy segura!!!!!
Segura???????? hay muchos secretos aun.....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
3:) escribió:Nunca digas nunca.... Por que es mas que nunca!!!
Quien cae en el juego de quien no se.... Pero que no se van a separar no se van a serapar aunque se maten....
Enserio Isabel haciendo lo pocible para tambien joder a san... Tanto odio le pueden llegar a tener!!!...
Que tanto tiene ese "pasado" que jode a todos ahora???
A ver como termina la noche o el dichoso viaje....
Ohh muy bien dicho jamas ni nunca son palabras muy peligrosas......
Igual quien esta cayendo en el jueo de quien.... Isabel es una mujer desalmada, hay ya casi hago spoiler jajajajaj, a veces me traiciona la inspiracion al contestar los comentarios.
continuemos....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 15
Los aires cálidos de la víspera de Nochebuena embriagaban Medika y la ciudad. Muchos se habían despedido el día anterior, otros tenían la suerte de estar de vacaciones desde hacía una semana, unos pocos trabajaron hasta media tarde. Yo no pertenecía a ningún grupo. Eran las siete de la noche y todavía no veía fin a la lista de correos que debía enviar antes de tomarme unos días libres. No quería dejar pendientes sin atender.
Alejé los ojos del monitor para descansar un poco la vista y me percaté de un círculo de luz que iluminaba las afueras de mi oficina. Por la posición del alumbrado, deduje que había alguien en la oficina de Brittany.
Olvidé los correos y fui hacia allá, caminando de puntillas para no hacer ruidos.
La encontré en su escritorio, leyendo documentos y reportes de quién sabe qué otras
compañías. Lucía cansada. Llevaba la camisa desabotonada hasta mitad del cuello y las mangas enrolladas, al descubierto los antebrazos.
La memoria hizo de las suyas y, de un chispazo, recordé cómo esos antebrazos me habían sujetado las caderas y evitaron que cruzara la línea fronteriza de un hotel en China.
Giré para volver a mi oficina y su voz se dirigió a mí. Cerré los ojos.
—Hola, López. ¿Qué planes tiene mañana? Algo especial, imagino
Me volteé y Brittany dejó los papeles; me miró. Tardé unos segundos en digerir la pregunta y responder.
—Nada.
Se encogió de hombros.
—Que disfrute haciendo nada.
Sonrió y retomó bolígrafo y papeles. Estuve a punto de cometer un error, invitarla a
cualquier algarabía, o a que fuera parte de mi rutina en Nochebuena, y sobreviví el impulso, porque ese era uno de esos pequeños instantes casi insignificantes en el que cualquier decisión cambia el rumbo que lleva la vida. Mi suerte se fundó en la contestación suya. Una respuesta así no merecía atención más allá de la debida.
Regresé a terminar mis quehaceres.
Desde que tengo uso de consciencia, la época navideña me ha resultado sinónimo de
tristeza. Había un sentimiento involuntario de envidia en mi corazón, el cual no me enorgullecía. Sabía que debía alegrarme por aquellos quienes pueden celebrar en grande, rodeados de familia y amigos. Fuese como fuese la norma, mi corazón protestaba año tras año. Mi círculo familiar era reducido y estaba compuesto de extraños, prácticamente: Norman, Margaret, ¿Sam? Quizás por mi eterno sentimiento de soledad era que hacía las cosas que hacía durante la Nochebuena y el día de Navidad: buscarle un nuevo significado a esas fechas, que siempre las pasaba sola en casa luego de terminada la cena de Nochebuena con quien me invitara y el almuerzo de
Navidad con Norman.
La idea de que Brittany fuera mi acompañante en mis tareas navideñas estuvo presente
durante la noche. Casi no pude dormir. ¡Qué insistencia! Era la candidata perfecta para el puesto de “compañía indicada”. Entre nosotras no había nada, a menos no mientras vivíamos en el mundo real. Ya fuera de este, solas y apartadas de nuestra realidad cotidiana, nos convertíamos en otras personas. Y no es que ella fuese una mujer distinta, pero sí hacía un gran esfuerzo por callar sus demonios, sus traumas, el hambre de serle infiel a la terrible soledad que la perseguía desde hacía tantas lunas.
A las nueve de la mañana tomé el celular, busqué su número en el directorio y reuní el
valor para tocar la pantalla e iniciar la llamada.
—Santana.
—Pierce —saludé, extendiendo el saludo y tomándome el tiempo necesario para
reproducir en mi cerebro el sonido de su voz mencionando mi nombre. Cuando volví a hablar, el tono me salió agudo
—. ¡Buenos días!
La retroalimentación de Brittany me hizo imaginar que había instalado cámaras escondidas en mi habitación y en mi ser.
—Muy buenos días, ¿tanto le costó llamar?
No podía permitir que creyera que tenía razón, que yo había estado pensando en ella durante tantas horas, así que mi respuesta fue expedita y clara, aunque no muy convincente.
—No, no. Saqué mi teléfono del bolso y sin querer marqué tu número. No es de persona
educada colgar una llamada sin ni siquiera haber dado los buenos días.
—¿Esa es la mejor excusa que tiene, López? Permítame informarle que la creatividad no le sienta nada bien.
Inhalé fuerte y, por el sonido leve y extraño que escuché al otro lado de la línea, imaginé
que Brittany portaba una sonrisa.
Me quité las armaduras.
—¿Quisieras acompañarme a un lugar?
—¿Y qué le hace pensar que podría interesarme acompañarla a cualquier lugar?
Sonreí y me mordí el labio.
—El hecho de que aún no cuelgas la llamada.
Brittany rió.
—Y... ¿debo llevar puestos los pantalones?
Esa vez fui yo quien le dio rienda suelta a la carcajada.
—Si te hace sentir más cómoda, sí.
El resoplido mudo de su risa ahogada me llegó hasta el tímpano.
—¿Nos meteremos en problemas, señorita López?
Con el pensamiento, aclaré: “Más de lo que ya estamos, difícil.” Con la voz, expresé:
—¿Preocupada, Pierce?
—En lo absoluto. ¿Hora y vestimenta?
—Paso por ti en 60 minutos —estuve a punto de colgar cuando recordé un detalle
adicional. Grité para que me escuchara y no apretara el bendito botón rojo—. ¡Pierce!
—No me he ido, Santana —su voz fue serena.
—Puede que no sea conveniente que lleves los pantalones de otra forma que no sean
puestos. Y ajustados. Con correa.
Apreté el botón para finalizar la llamada antes de escuchar la risa o el comentario con el
cual declinaría la invitación. Abandoné la cama y, mientras me duchaba y ponía coloretes, fantaseaba con los posibles escenarios del día. Todos, absolutamente todos, me llevaban a dos versiones: o el día terminaba muy bien, casi perfecto, o muy mal, una tragedia. Así de simple. Con Brittany cerca existía una norma: cada evento que nos involucrara comenzaba mal y terminaba mal, “usualmente en la cama, Santana López”.
Era Nochebuena, por los cielos. Una anomalía sería muy agradecida.
Me vestí con mis jeans favoritos y una blusa de tonos rosados que no había estrenado aún. Frente al imponente edificio donde ubicaba el apartamento de Brittany, marqué su número. Sonó tres veces y alguien tocó el cristal adyacente al asiento del pasajero.
Se me aceleró el corazón, una taquicardia molestosa. Brittany movía el iPhone de lado a lado; la letra, “S” y nada más, reflejado en la pantalla como llamada entrante. Sonreí y finalicé los timbrazos. “Así que S. Así me etiquetaba en su celular. Al menos no era Internacional”.
Justo cuando abriría la puerta, Brittany cambió la cara, no más sonrisa. Se volteó y caminó hacia la acera. Una mujer estaba allí parada, esperándola.
Hablaron en la distancia unos momentos, luego ella se acercó y parecieron amenizar una
discusión poco respetuosa. Al inicio, hablaban a la vez, luego ella mantuvo el silencio y escuchó. Mientras la mujer hablaba y hablaba, ella me lanzaba miradas escurridizas. Me pareció que sus ojos me decían que la situación la había tomado por sorpresa. Se cansó a los minutos. Dejó a la mujer con la palabra y abandonó la conversación incompleta. Caminó a trote hasta mi carro, saqué el seguro de la puerta, la abrió y se sentó. Jugueteó con los botones laterales del celular, lo guardó en el bolsillo, suspiró y se volteó hacia mí, la misma sonrisa de antes.
—Hola, Santana. ¿Adónde nos dirigimos? —frotó las manos entre sí, traducción de
entusiasmo ante la incertidumbre.
Extendí la vista y miré los alrededores del exterior. La mujer había desaparecido.
Me volví a los ojos azules de Brittany y me pareció que, si no explicaba nada al respecto, no había de qué preocuparse.
Moví la palanca de los cambios, no quité el pie del freno.
—Es sorpresa.
—¿No tenía mejor compañía?
Con la cabeza, moví el pelo que me caía sobre los hombros hacia la espalda. Le lancé una mirada de coquetería.
—Mis opciones uno y dos no aceptaron. No estaban disponibles.
La sonrisa que había acompañado sus preguntas insinuantes se desvaneció.
—Así que soy la número tres —afirmó con la voz parca, saboreando el sentimiento de no
ser la primera opción—. ¿Sabe? Para la próxima invítenos a los tres, de antemano. Algo que nos involucre a cuatro promete ser interesante.
Le seguí el juego.
—Lo tomaré en consideración.
Me siguió el juego.
—Así que planifica una próxima invitación.
—Eso dependerá de cómo te comportes hoy, Pierce.
—Esperaré esa invitación, López —llevaba esa mirada malévola que me hacía transportar a los encuentros en los cuales no existían inhibiciones entre nosotras.
Quité el pie del freno. La distancia a nuestro destino no era muy larga; equivalía a unos diez o quince minutos en automóvil, si había tráfico. Nos detuvimos frente al portón que custodiaba la entrada a la estructura y, en un dos por tres, recibimos acceso.
El automóvil se acercaba lento a la gran casa reforzada con verjas y juguetes en el patio
delantero. A los lados había columpios y castillos de plástico, enormes, donde los niños se creían caballeros y princesas.
Brittany no sacó sonrisas ni palabras. Observaba y observaba sin concebir una reacción.
—Bienvenido al Hogar Santa María, señorita Pierce.
Brittany dio una última mirada al entorno y bajó la cabeza.
—¿Creció aquí? —preguntó con voz cuidadosa, algo intimidada.
—¡Bingo!
Hubo confusión en su rostro, no sé si por el grito que lancé o la alegría que proyectaba.
Quise hacerle entender porqué habíamos llegado hasta allí.
—Hago esto cada año, Pierce. Hay que traerles a estos niños una pequeña fiesta de
Navidad, alegría. Me gusta compartir con ellos.
—¿No crees que si yo, una total extraña, tuviera la necesidad de compartir con niños, una
visita al parque sería suficiente?
Antes de que pudiera contestarle, salió del auto y tiró la puerta.
“Esto va a ser difícil”, dije para mí.
Salí y le pedí que me ayudara con las cajas que había en el maletero.
Cuando llegó hasta mí, planté los ojos en los suyos.
—Escúchame bien, Pierce. Aquí no importan tus necesidades, solo las de ellos. Si quieres
irte, adelante — tomé dos cajas, di media vuelta y caminé hacia la entrada del hogar—. Pero tendrás que buscar tus propios medios porque yo apenas llego.
No dejaría que sus palabras estúpidas arruinaran ni mi día ni mi emoción.
¿Por qué siempre me hacía la vida aún más compleja? ¿Y por qué se empeñaba en hacerlo con tanta frecuencia?
—Si quisiera, López, no sería difícil encontrar cómo irme —susurró a mi lado, cuatro cajas
en manos.
Nos recibió Don José, quien desde que recuerdo trabaja como handyman en el hogar. Era, por definición, un hombre manitas de los oficios de plomería, carpintería, ebanistería y construcción. Los años ya habían maltratado a Don José. A sus setenta y tantos, su caminar era más pausado, sus manos se habían vuelto temblorosas, pero su mente y memoria parecían capacitarse mejor. Con mucha estima le llamábamos “abuelo José”. Era la única figura masculina a la que teníamos exposición en el núcleo familiar de nuestro hogar, porque eso era Santa María para los niños que allí crecíamos:
familia y hogar. Abuelo José me abrazó y me apretó las mejillas, gesto de cariño que tenía conmigo y con todos los demás niños que había visto crecer.
—¡Vaya, amor mío! ¡Estás guapísimo! —coqueteé.
—Cada día me veo más joven. ¿No es así?
Nos confundimos en otro abrazo de alegría.
—Abuelo, te presento a mi amiga Brittany.
No había por qué darle detalles. El abuelo miró con intensidad a quien presentaba como
amiga. Sabía que le hacía un perfil instantáneo. Entrecerró los párpados.
—¿Brittany hija de????? Moises o algún nombre Biblico.
—Sí, pero esta Brittany es la hija de Norman —ofrecí el detalle. En la mente, un chiste que no era tan gracioso: “Y para lidiar con esta sí que necesito ayuda de Dios...”
—¡Ah! Esta está más guapa que la última persona que trajiste —dijo con una sonrisa, satisfecho de su comentario.
No pude evitar pensar, “¡Trágame tierra! ¿Cómo se te ocurre decir algo así?”
—¡Abuelo, por favor!
No le cayó bien el anuncio indiscreto de Don José, pero Brittany supo disimular. Cuando
habló, lo hizo con tacto y gentileza.
—Don José, un placer —se estrecharon la mano —. Qué bueno saber que los gustos de la señorita López van en mejoría —me lanzó una mirada escurridiza—. Y muchas gracias por el dato. Donde menos esperamos, aprendemos algo.
Ellos se envolvieron en unas carcajadas tímidas que eliminaron la tensión incómoda.
Al apartarse, el abuelo se ajustó los tirantes del mameluco.
—Bueno, no más formalidades. Pasen, pasen. Los niños las esperan.
Los encontramos en la sala de juegos. Decenas de ellos, más de los que había cuando yo era hija de ese espacio. Algunos, los más grandes, corrieron hacia mí al verme. Me llenaron de besos y abrazos, se empujaban y se echaban cada vez más adelante. Cada uno quería su momento conmigo. Brittany por poco lanza un grito de espanto cuando los más pequeños se le enroscaron en las piernas. No sabía qué hacer. Me lanzó una mirada de auxilio y salí a su rescate.
—Bueno, niños, les traje una amiguita nueva. Ella es Brittany y viene con muchas ganas de jugar y disfrutar con nosotros hoy. Trátenla bien porque es un poco gruñona.
Expedí una mueca de coraje y los niños rieron a carcajadas. Llegaron hasta Brittany y,
tirando de sus manos, la llevaron hasta la piscina de bolas. Allí la empujaron y se le echaron encima, a los lados, unos sobre otros. Escuché una risa entre las más finas, por lo que deduje que estaría bien.
El abuelo, una de las monjas y yo nos dedicamos a colocar los regalos bajo el árbol de
Navidad. Luego, preparamos la mesa con los dulces. La sala de juegos no había cambiado en composición, aunque sí había algunos juegos más acorde con la tecnología actual. Fue inevitable no trasladarme a mi infancia, hacia esos años en los
que yo era uno de esos niños que esperaba ansiosa la visita de extraños que nos trajeran regalos. Una de esas Navidades fue cuando conocí a Norman.
Pensé que no volvería más, como hacen muchos, y si lo hacía, que no lo volvería a ver
hasta las fiestas del año entrante. No fue así. Allí estuvo día tras día. Me llevaba a la escuela, me buscaba al salir. Algunas tardes pedía permiso para llevarme a su oficina, uno que otro fin de semana lograba inventar paseos, excursiones, salidas al cine... “Inevitable pensar ¿por qué nunca oficializó mi adopción?”
—¡Sani! ¡Hija!
Era Sor Aurora, la monja que llevaba 40 años en la dirección del orfanatorio.
—¿Cómo estás? Te he echado tanto de menos... —me abrazó y sentí cómo se me
humedeció la camisa.
No pensé que verme allí le diera tanto sentimiento, no recordaba haberla visto así antes. De pronto, me preocupé. ¿Y si sucedía algo que yo no sabía? Sor Aurora era de esas mujeres extremistas: o muy cariñosa o muy fría, no había términos medios en ella. Porque era muy estricta, de niña y adolescente intenté jugarle varias bromas. Nunca tuve éxito. Su maña era de tal grado que siempre se me volteaba la tortilla. Cada complot quedaba hecho añicos, así de imponente era la monja.
—Estoy bien, Sor Aurora. Con mucho trabajo, como siempre —quise regalarle mi mejor
sonrisa. Pienso que se me salió una de esas que se me salen cuando estoy muy cansada. Ella no pareció notarla y comentó con picardía:
—Veo que trajiste compañía.
—Es la hija de Norman, Brittany —susurré, cubriéndome la boca.
Los enormes ojos de Sor Aurora se hicieron más enormes aún.
—¡Oh! ¿Cómo lograste traerla?
—Es una historia tan larga que merece un buen café — traté de que no se me escapara
ningún indicio ni con el tono ni con la mirada. Nunca sabré si lo logré.
—Entonces, tenemos la cita pendiente. Esa historia sí que me interesa —guiñó un ojo.
Reímos y alcé la vista. Vi a Brittany casi ahogándose en la piscina de bolas.
Me excusé con Sor Aurora y fui a su rescate.
—¿Cuánto les has pagado a estos niños para que se deshagan de mí por ti?
—¡Si fuera así de sencillo!
Me lancé en la piscina y comenzamos una guerra ferviente, lanzando bolas.
Cada vez que se avecinaba un respiro, un ataque resurgía. Cuando tuve un segundo de paz, le lancé una mirada a Brittany. Quería percibir su estado anímico. Deduje que no la pasaba tan mal. Las líneas de su frente estaban relajadas. Eso solo sucedía las veces que me tenía en sus brazos. Acabada la guerra en la piscina de bolas, llegó el momento de leer cuentos. A insistencia de los más conocedores, Brittany se vio obligada a leer Lorax de Dr. Seuss.
Nunca había disfrutado tanto esa historia. Su voz, aunque trataba de suavizarla, seguía
ronca e indomable a las entonaciones y emociones que exigía un cuento para niños.
En algún momento, una de las citas la hizo apartar la mirada de la tinta y consignarla en la
mía por un momento breve, que pasó desapercibido por la inocencia que llenaba el salón.
—“No se trata de lo que es, sino de lo que puede ser.”
Terminó la lectura y uno de los más grandes, Rafael, me pidió que me inventara un cuento y lo contara.
—¡Pol favol, Santana! —rogaba el niño.
Lo peor que hago es contar historias, pero no podía negarme, no a ellos.
Conté el único cuento que me sabía en esos días.
—De acuerdo, de acuerdo. A ver... Había una vez una niña que no tuvo la oportunidad de
crecer rodeada de amor. Como no conocía el amor, y tampoco sabía qué se sentía amar y ser amada, no sabía amar. Vivía en soledad, culpando a otros por sus sentimientos de infelicidad, por estar siempre tan sola.
Una de las niñas más pequeñas, debía tener unos seis años, interrumpió.
—¿Esa niña se convirtió en un Shrek Mujer? ¿En una ogra de verdad?
—Pues... digamos que sí. Sin embargo, esta niña, en vez de tener la piel de color verde,
tenía los ojos de color azul, a veces verde.
Lancé una mirada leve a Brittany solo para percatarme de que ya la suya estaba clavada en mí.
—¿Y cuando creció se puso vieja y fea porque no tenía amor? —preguntó otra de las niñas.
—Podría decirse. La niña creció e hizo mucho en la vida, aunque nunca fue feliz ni
encontró el amor. Tuvo dinero, casas y prendas bonitas. Pero su corazón era cien años más vieja que ella.
Los niños abrieron la boca y dejaron escapar un suspiro de sorpresa.
Fue uno de los sentados a mi lado quien preguntó:
—¿El corazón era feo y arrugao’?
—Sí, mi niño, feo y arrugao’.
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 16
Alcé la mirada y busqué a la Shrek real en el salón, pero Brittany ya no nos hacía compañía. Desde la puerta, el abuelo me hizo señal de que la susodicha había salido. Me despedí de los niños y llegué hasta donde se encontraban las monjas y el anciano. Abracé a cada uno. Afuera, Brittany fumaba. Nunca antes la había visto fumar. Se encontraba recostada sobre el maletero. Cuando escuchó los ruidos de mis zapatos mover las piedrillas del camino en tierra, la mirada de Brittany se cruzó con la mía. Dio una última calada y lanzó el resto del cigarrillo al suelo.Lo apagó con un pisotón, caminó hacia la puerta del pasajero y abordó el auto.
El silencio incómodo que reinó entre las dos me confirmó que había cruzado la raya. La velada había resultado un desastre. Mea culpa.
A unas pocas cuadras de su casa, rompí el silencio.
—Perdona si la historia te hizo sentir incómoda. Esta mañana dijiste algo muy cierto: la creatividad me traiciona.
—¿Por qué habría de incomodarme? —dijo tras un chasquido.
Soy una mujer de negocios, conozco los tonos de voz de las personas. El suyo denotaba inconformidad y mentira.
—Entonces espero que hayas tenido un día agradable —lancé una sonrisa hacia adelante.
—Desagradable no fue.
Mis ojos tomaron vida propia y las pupilas, malcriadas, rodaron. “¿Por qué? ¿Por qué nunca puede contestar con respuestas sencillas?”
Detuve el coche con un frenazo, frente a su apartamento. Volví a sacar mi sonrisa, que dirigí hacia ella.
—Gracias por acompañarme, Brittany. Espero que tengas una Navidad hermosa.
La mujer no me respondió. Se quedó pensativa, la mirada fija en el cristal delantero. Afuera, el mundo transcurría agitado, como siempre, con los autos despavoridos de un lado a otro, las luces relampagueantes en las calles, la gente transeúnte, la llovizna delicada que dejaba gotas como adorno aquí y allá. Dentro del auto había paz, o al menos, una tranquilidad extraña que contrastaba con
la ciudad. Respiré hondo. Me embriagué con el peculiar olor que emanaba la piel de Brittany. Sentí que mi corazón dejaría de latir si no inhalaba otra vez.
—¿Quiere acompañarme a un lugar, López?
Ajá. Esa historia, con ese mismo libreto, ya la conocía.
—¿Debo llevar puestos los pantalones?
La malicia se apoderó de su sonrisa a medias, y no fue suficiente para ocultar su
nerviosismo latente. Frotaba a través de sus muslos las palmas de las manos.
Me miró a los ojos.
—Los pantalones son opcionales, Santana.
El calor que me subió por el cuello y se me plantó en las mejillas imposibilitó que
produjera palabras. Brittany quiso ayudarme a encontrarlas.
—No hemos ingerido comida —pausó, sonrió, aclaró— de adultos, en las pasadas seis horas.
—¿Me estás invitando a cenar, Pierce?
—No infle sus expectativas, López. Solo la invito aprobar los mejores emparedados que hay en esta ciudad.
—Siempre tan modesta —moví la palanca de cambios—. ¿Hacia dónde me dirijo?
Brittany señaló con el dedo nuestra extrema derecha.
—Hacia donde está el letrero de visitantes.
—¿Caminaremos?
Brittany rió.
—¿Se le ocurre una mejor manera de llegar al piso diecisiete, López?
Quedé con la boca semiabierta, pero no hubo más que decir. Entramos al estacionamiento y desde allí tomamos un ascensor que nos llevó, directo, a la puerta de su apartamento. Mejor dicho, penthouse.
Cruzar la puerta me erizó la piel. Ya conocía, también, esa historia.
Adentrarnos solas a una estancia, cualquier estancia, siempre provocaba que la razón se fuese a huelga y que fueran los deseos los dictadores de nuestros actos.
El recibidor del espacio de Brittany era ostentoso: interior simplista, con dos armazones de sillas blancas sin colchones, amplio, bien iluminado, los pisos en mármol blanco. Más adelante, se abría la sala con su sofá negro, loveseat gris y lienzos blancos, sin pintar. Sin duda, un ambiente de solitud y masculinidad.
Quería encontrar más color, y la cocina lucía espeluznantemente similar. La encimera de los gabinetes, una obra de arte de la ebanistería en sí, era en granito negro, los gabinetes, negros como el ónix. Los bordes del mueble, así como las perillas, en cuarzo blanco. Unas luces LED escondidas bajo los bordes daban un poco más de alegría al penthouse que bien podría servir de funeraria.
Me senté en uno de los taburetes blancos. Brittany abrió la nevera (blanca) y sobre la encimera colocó los ingredientes que, poco a poco y con sumo cuidado, seleccionaba.
—¿Cómo le gustan los emparedados, López? —exhibía la gama de ingredientes que auguraban cualquier combinación posible.
—Como tú desees, pero sin cebollas ni pepinos —detestaba los pepinos, y las cebollas no eran aptas para el momento.
—Entonces no es como yo deseo, López —disfrutó la mirada de resignación que le otorgué. Sonrió
— Perfecto, un emparedado como yo desee, sin cebollas ni pepinos.
Sacó de los empaques verduras, quesos y cortes fríos.
—Sé que ya lo mencioné, pero quiero volver a hacerlo. Gracias por acompañarme hoy. Fue una tarde encantadora.
Cesó de cortar el pan. Admiré cómo sus ojos buscaron y esquivaron los míos. Lanzó un suspiro y continuó cortando el pan y los demás ingredientes.
Pensé que la conversación quedaría allí. A los segundos, expresó su sentir con una ráfaga de palabras enfurecidas.
—Quiere jugar con mi mente, Santana, y me doy cuenta. ¿Cree que exponerme a esos niños es un tipo de “tratamiento” para mi enfermedad? Mejor dicho, “mi insensibilidad”, como le dice usted. ¿Sabe por qué salí antes de que acabara la narración? —apartó el cuchillo del pan que cortaba con más fuerza de la necesaria—. ¿No tiene idea? Permítame iluminarla —habló muy despacio—.
Porque no quería que se me quedara grabada en la memoria las caras de esos niños cuando nos despidiéramos.
Retomó la tarea de cortar el pan.
De pronto, sentí que no debía estar allí, sino escondida bajo una roca, lejos suyo. Tal fue la vergüenza. Puse la mano sobre la suya.
—No tenía la intención de hacerte sentir incómoda. Solo quise compartir contigo algo que me hace feliz y me recarga las energías.
Alejó, con una sacudida, su mano de la mía.
La dirigió al tomate. Comenzó a picar.
—Somos muy diferentes, López. Usted piensa que le hace bien a esos niños, cuando la verdadera razón es hacerse bien a usted misma
No pude pestañear más, quizás porque quedé aturdida con su respuesta. ¿Por qué me atacaba sin razón?
—. Yo pienso que la gente utiliza el trabajo social, comunitario y de servicio al prójimo como un tipo de cuota a cumplir para sentirse mejores respecto a
otros. Dígame la verdad, López, ¿de veras cree que a las personas, o a esos niños, les cambia la vida luego de que hayamos hecho lo que hicimos hoy? No. Para mí es pura hipocresía —se llevó un trozo de tomate a la boca.
Aunque me molestara su manera de pensar, en el fondo sabía que tenía algo de razón. Yo había estado en el otro lado de la moneda, había sido uno de esos niños, y vi cómo gente que jamás habíamos conocido llegaban, de repente, con regalos, y pasaban con nosotros unas cuantas horas. Al final del día, tras el siempre difícil momento del adiós, nada había cambiado. Nuestras vidas seguían
iguales. Las de ellos, ni idea. Muchos no regresaban más. A otros les importaba, tal vez, un poco más, y regresaban cada año.
—No lo había pensado de esa manera. Pero hipocresía o no, no puedes negar que los niños la pasaron bien, que les llevamos un rato de felicidad, de distracción.
Brittany rió de nuevo.
—¿Y para qué llevarles felicidad? Lo que no conoces, no lo extrañas.
Me quedé sin pensamientos claros, mirándola, observándola, analizándola, tratando de entender el porqué me empeñaba en pretender que ella podía cambiar, que podía humanizarse.
—¿Prefieres que los niños crezcan sin conocer la felicidad porque así nunca la van a extrañar?
—¿Tiene sentido? ¿O no?
El coraje me consumió. ¿Cómo Brittany Pierce podía simplificar la experiencia con los niños en una frase tan fría: “lo que no conoces, no extrañas”?
La decepción ordenó que me marchara. Me decía que no valía la pena contra argumentar. Brittany era una obra de arte perdida que me empeñaba en restaurar, pero no por la obligación que sentía en saldar la deuda con Norman, sino porque muy dentro la quería restaurada, pero para mí, y para aliviar el peso que depositaba cada imagen grabada en su espalda.
No pensar en ella, o en esas imágenes, no era posible. Ya era tarde. La había conocido. Demasiado.
Dejé el manjar con solo un bocado.
—Debo irme.
Brittany se llevó la servilleta a la boca. Se limpió y se tapó un poco al hablar.
—¿No le gustó el emparedado? No tiene cebollas. Ni pepinos.
Quise, mas fue imposible sonreír.
—El emparedado estaba bien, gracias —tomé mi bolso.
Me agarró del brazo.
—¿Entonces fue la chef?
Con una sacudida, tal y como había hecho ella antes, me liberé de su toque.
—Digamos que los métodos —murmuré.
—¿Tiene algún compromiso? —mordió su emparedado por segunda vez. ¿Se sentía victoriosa? ¿O quería desafiarme?
—No... ¡Digo! Sí. Sí, tengo un compromiso. Importante... Lo había olvidado.
Brittany sonrió. Con ella, las técnicas de Quinn no funcionaban. No sabía mentir. Dejó el emparedado en la encimera y caminó hacia mí. Otra vez se apoderó de mi brazo. Lo sujetó con fuerza, ese gesto suyo tan impulsivo que detesto.
“Algunas veces”, me recordé, en la mente.
—Quédate —cerró los ojos y expiró un golpe de aire—. Quédate... por favor.
Me liberó el brazo. El silencio inundó la cocina.
En esos momentos había una sola razón por la cual sentía que debía quedarme, y no era necesariamente para que tuviéramos otra de esas conversaciones con las que fácilmente ponía patas arriba mis pensamientos, mis creencias y mi moral.
—¿De qué vale, Brittany? Si es que no podemos siquiera mantener una conversación donde coincidamos en lo más mínimo. Y no solo eso me molesta de ti, de esto. Me molesta todavía más que me obligues a pensar distinto, a reanalizar mis ideas y filosofías. Siento que contigo, me pierdo.
La confesión hizo que sus párpados inferiores se relajaran.
—Santana López, si tanto detesta tantas cosas de mí, ¿por qué malgasta tantos minutos de su vida con mi compañía?
Alcé los hombros.
—Porque me gusta autoflagelarme —y no dije más.
Nos miramos a los ojos. Sonreí. Sonrió. Se mordió el labio inferior.
—Sabe que pintar esa imagen en la mente es algo tentador...
No lo pensé dos veces. Si ella podía decir y hacer lo que quisiera, entones yo también. Me acerqué, la piel ardiendo.
Brittany dio dos pasos atrás, evitó el choque entre los cuerpos. Desde su distancia próxima, volvió a repetirse.
—Todavía espero una respuesta, señorita López —se mojó y acarició los labios con la lengua.
Desde entonces, procuró hablar más despacio, con un tono de voz más ronco, seductor—. Si me detesta, ¿por qué malgasta un minuto de su valiosa vida conmigo?
Volvió a acercarse.
Fue mi perdición.
Transité la mirada por su pecho tentador, que se alzaba impetuosamente con cada respiro agitado, hasta recordar sus ojos hermosos y dedicarme a observarla.
Me acerqué.
Fue su perdición.
El deseo la tenía dominada.
Nos tenía comiendo de la palma de sus manos.
Sin apartar esas encantadoras y lujuriosas esmeraldas de mi vista, extendí la mano hacia al frente y le bajé la cremallera de su pantalón. Metí la mano sintiéndome algo intrusa, dentro del hueco que se hizo y comencé a acariciar el instrumento de pasión que escondía. Evidencié que la mujer disfrutaba nuestra conversación sin palabras. Utilizaba una estrategia diferente: provocar a la presa
para que salga de su escondite y, cuando ya estuviese expuesta, atacar.
Mientras yo llevaba a cabo la afanosa operación de proveer caricias, los ojos de Brittany se transformaron de poco en poco. El color azul peculiar de sus ojos fue desapareciendo hasta que predominó un tono diamante. Ella sabía que el día culminaría de esta manera. Yo también lo sospechaba, pero ninguna de las dos imaginó que ese final comenzara de esta forma.
Saqué su pene órgano que no debería tener, del pantalón sintiéndome dueña. Sostuve fuerte su miembro, que me sintiera. Lo llevé a mi boca, le propicié cariños con mi lengua. Me tomó del pelo, ella quería dictar mis movimientos. Cada vez que la llevaba muy adentro de mi boca, enroscaba aún más sus dedos en
mi cabellera, soltaba quejidos, gemidos y hasta maldiciones casi imperceptibles de lujuria.
Ocasionarle tanto placer a una persona nunca me había excitado tanto como esa noche. Sentía desquiciarme, solo con leves caricias. Brittany se apartó de mí. Con los puños todavía enredados en mi cabello, me alzó hasta su rostro. Buscó mis labios. Me besó con pasión, con descuido, sin fronteras. Me quería arrancar los
labios con los dientes, me raspaba la piel alrededor de la boca.
Volvió a apartarse de mí y, del cabello, me llevó hasta el sofá negro de la sala. Me quitó pantalones y ropa interior. Llevó el rostro a mi entrepierna para atender el incendio que había creado. Su lengua y dedos fueron la combinación que me hacía perder más juicio y moral. Desde abajo, me miraba fijamente, con intensidad, con esa rabia dulce que le adorna las pupilas. Cuando ya no pude más con la insistencia de sus toques y miradas, cerré los ojos y permití que el cuerpo estuviera a su merced completa, que tomara el rumbo que ella dictaminara.
Tras el sismo, recobré el aliento y a mirarla, volví. Ahí estaba, en la misma posición, contemplando lo que era capaz de hacer en mí.
Con las manos y un gesto brusco, me tomó por las caderas y me sentó sobre sus muslos. Columpió la cintura hasta sentirse dentro de mí. Pactamos por el silencio. La unión resultaba tan perfecta, tan única y necesaria, que ninguna quiso arruinarlo con cualquier palabra torpe de esas que se nos salían en las conversaciones.
Sus dedos ardientes se me incrustaban en la piel, sus manos me mecían en un vaivén de océano furioso, en tempestad. Los quejidos de placer, ensordecedores.
Una vez más, sentí elevarme al cielo. Esa vez, al bajar, supe que estaba enamorada.
Brittany se movió un poco hasta tumbarse sobre el sofá. Yo me tendí encima suyo, con ella aún en mi interior, nuestros corazones en latidos a la par. El sudor de nuestros cuerpos era lo único que se interponía entre nuestras pieles. Su mano derecha, ya delicada, me acariciaba el cabello. Con la otra, me tomó la barbilla. Me giró el rostro, que quedara frente al suyo. Violó el pacto de silencio.
—Me vuelves loca.
No tenía idea de que mi corazón pudiera latir más rápido de lo que ya lo hacía, y en ese momento descubrí cuán errada estaba.
Suspiré.
¿Debía decir algo? ¿Qué? No había palabra que quisiera alinearse en la voz. Nunca imaginé que algo así sucediera. Me helé en su mirada cada vez más extraña.
—Desde ese maldito momento en el que, gracias a tu torpeza, arruinaste mi camisa con tu café —continuó. Se alzó un poco, yo con ella. Apoyó un codo en el brazo del sofá. Con los dedos de la mano libre, eliminó un flequillo que me caía en la frente sudada.
— Lo sabes, Santana. Sabes que me desquicias y lo disfrutas.
Aún no era capaz de formular expresiones. Dibujaba cada respuesta posible en el poco lienzo que quedaba en blanco sobre la piel de su espalda.
De pronto, la situación me pareció más confusa.
—¿No dices nada, Santana? Aquí estoy yo, tratando de descifrar mis pensamientos, y tú no tienes nada que decir.
Bajé el rostro. Hablé por lo bajo.
—No es que no tenga nada que decir, Brittany. Es que no sé qué decir. De tanto que diría, no sé qué escoger... —dirigí la mirada hacia su pecho, la sinceridad me tomó por rea—. No sé cómo reaccionar ni qué pensar.
Brittany volvió a adueñarse de mi barbilla. Dirigió mis labios a los suyos. El beso fue apresurado, pero salvador. Me miró a los ojos. Quería vestirse con más de mis verdades. No quise defraudarla.
—Detesto muchísimas cosas de ti, Pierce. Para mencionar algunas: tu arrogancia,
prepotencia, insensibilidad... ¡fumas! Y, honestamente, estos meses no he hecho más que preguntarme cómo carajos no puedo dejar de pensar en la única persona que tiene la facilidad de irritarme tan seguido y cuando lo desea, con la más mínima provocación, incluso con una mirada.
Una sonrisa a medias se le hizo en los labios. Irónica y absurda, esa era la reacción que aguardaba. Era la confirmación de que sus sentimientos, cualesquiera que fueran, eran correspondidos. Volvió a acercar mi rostro al suyo. Mientras se le escapaba un suspiro, me besó la frente. Esta vez la sentí agradecida.
El momento se hizo nada con la interrupción a destiempo de su celular. El timbre quebró. Brittany me sostuvo la mirada. Insistencia. El celular sonó otra vez.
Brittany se levantó y llegó a la cocina. Regresó a la sala dando pasitos cortos, con una nube gris sobre la cabeza y una atmósfera de gritos y maldiciones circundándole.
—¡Que no quiero visitas! ¡Mierda! ¿Por qué la dejaste pasar?
Y sin esperar respuesta, colgó. Su cara se había transformado. No más dulzura, solo rabia.
—¿Sucede algo? —pregunté mientras recogía mi ropa del suelo y me vestía, preocupada por la visita inesperada.
—Isabel. Está en el elevador —comenzó a subirse los calzones.
—¡Oh, Dios! —fue lo único que pude concebir.
Esa mujer sí que no debía verme allí. Si desde un principio me ha visto como una intrusa, ni imaginar lo que pensaría si se enteraba de que me revolcaba con su hija.
—Tranquila —Brittany percibió mi ansiedad—. ¿Por qué no vas a mi recámara y te duchas mientras yo la despacho?
No se me hubiera ocurrido una idea mejor. Terminamos de vestirnos.
—¿Hacia dónde voy?
—Segunda puerta a la izquierda.
Antes de que me dirigiera a su cuarto, me plantó un beso en la boca y me dio una palmada en el trasero.
La habitación era muy amplia, más amplia que la sala, y más perturbadora que el resto de la casa. Todo era blanco: el piso, las paredes, la alfombra, el armazón de la cama, las sábanas, los lienzos, la silla al borde de la ventana...
¡No había ni perfumes ni envases sobre el gavetero blanco! ¡Era como para volverse loco! ¡Nada que no fuese blanco! ¡Nada más con color, aparte de dos cojines rojos que descansaban sobre la cama!
Tampoco había desorden. Cada objeto que componía el espacio había sido colocado en el lugar correcto. ¿Brittany padecía de trastorno obsesivo compulsivo?
El baño privado era igual de blanco. Anexada a la pared de fondo, una ducha cuadrada enmarcada en cristales transparentes que permitían la vista desde cualquier lado. Abrí el grifo y llegaron a mis oídos las voces del exterior. No pude contenerme. Envuelta en una toalla (¡blanca!), me acerqué a la puerta del cuarto, que abrí un poquito hasta divisar.
—¿Qué quieres, Isabel?
—Eres mi hija. Quise venir a desearte una feliz Navidad.
—No es buen momento.
—¿Te sucede algo? —preguntó Isabel.
Brittany respondió antes de que ella terminara la pregunta.
—Tengo compañía.
—¡Oh! No quiero ser indiscreta, pero... ¿la conozco?
—No creo que sea de tu incumbencia saber con quién me acuesto.
La forma en que Brittany hablaba a su madre me dio a entender que no sentía respeto por ella, a duras penas algún tipo de cariño. No me pareció que fuera del todo malcriada, pero no había rastros de la admiración que usualmente los hijos sienten hacia los padres. Admiración que yo sentía por Norman.
—Tienes razón y no quiero interrumpirte. Me retiro —se escucharon sus tacones al andar, se detuvo—. Eso sí, Brittany, asegúrate de que este tipo de encuentros no echen a perder los planes.
—Feliz Navidad, Isabel —concluyó con un tono sarcástico y cerró la puerta del penthouse.
Corrí a la ducha y me eché con agilidad jabón por todo el cuerpo, que pareciera que no había husmeado. La silueta de Brittany se ensombreció en los cristales transparentes. No llevaba pantalones.
—¿Puedo acompañarla, señorita López?
—Por supuesto, señorita Pierce, como si estuviéramos en su casa y esta fuera su ducha y su agua y su jabón.
Tan pronto entró en la ducha, comenzó a acariciarme la espalda. Acercó los labios a mi cuello.
—¿Qué voy hacer contigo? —preguntó.
“¿Pero y a esta qué le habrá sucedido? Ya no me vocea.”
Algo en la psiquis de Brittany había cambiado, podía notarlo a leguas. Lucía relajada y ya no se sentía incómoda en mi presencia.
Di media vuelta y la abracé, acariciando su espalda, cada una de las emociones que llevaba grabadas. En ese instante supe que cada segundo que pasara junto a Brittany no sería suficiente para salvarla, para salvarme, para calmar el hambre que me daba de estar con ella.
—Por el momento. —me mordí los labios, perdida en su desnudez, experimentando cortocircuitos en las entrañas del cuerpo—, ¿qué tal si repetimos lo que acabamos de terminar?
Esa sonrisa tan suya que se le hace cuando se excita le invadió los labios.
Me aprisionó en sus brazos a tal punto que me dolieron los pechos.
Así transcurrió el resto de la Noche Buena. Y así recibimos la Navidad.
Vino, emparedados, pocas horas de sueño y mucho, mucho sexo.
Ninguna de las dos se cuestionó nada. Ninguna quiso resolver el enigma de lo que ocurría.
“Mañana será otro día...”
Brittany
“¿Qué haces?”
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Bueno, ya no estoy tan segura!!!!! en fin.... a esta paso acabaran mas que enamoradas, aunque obvio santana ya lo esta, cual sera ese objetivo que tienen en mente madre e hija?????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
No importa quien caiga en el juego de quien.... Pero espero que san no sea la que termine sufriendo por la "venganza"? A normandos!!
No se van a separar.... Si empiezan así!!! Entre las peleas la reconciliación es lo bueno!!!
No se van a separar.... Si empiezan así!!! Entre las peleas la reconciliación es lo bueno!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Que feo que San sea parte de un plan :/
Pero creo que para Britt ya no es solo eso, solo esperó que que reaccione.
Y bueno las dos siendo complicadas encajan perfectamente, espero que las cosas sigan igual de perfectas que esta noche !
Pero creo que para Britt ya no es solo eso, solo esperó que que reaccione.
Y bueno las dos siendo complicadas encajan perfectamente, espero que las cosas sigan igual de perfectas que esta noche !
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
micky morales escribió:Bueno, ya no estoy tan segura!!!!! en fin.... a esta paso acabaran mas que enamoradas, aunque obvio santana ya lo esta, cual sera ese objetivo que tienen en mente madre e hija?????
Creo que enamorada estan las dos.....
y creo que ahora el objetivo belico y maligno solo esta en Isabel, ya no mas en Brittany.
Y en cuanto al objetivo ese es el meollo de esta historia.....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
3:) escribió:No importa quien caiga en el juego de quien.... Pero espero que san no sea la que termine sufriendo por la "venganza"? A normandos!!
No se van a separar.... Si empiezan así!!! Entre las peleas la reconciliación es lo bueno!!!
Exacto no importa quien caiga primero, porque para mi las dos cayeron ya y por propia voluntad.
Bueno pero las peleas son por razones laborales no por la relacion, ahi abria que madurar un poco mas aca les traigo mas cap. para ver como va madurando esto....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
JVM escribió:Que feo que San sea parte de un plan :/
Pero creo que para Britt ya no es solo eso, solo esperó que que reaccione.
Y bueno las dos siendo complicadas encajan perfectamente, espero que las cosas sigan igual de perfectas que esta noche !
San es el objetivo del plan, bueno por lo menos para Isabel lo sigue siendo pero parece que Brittany lo esta considerando....
Espero que tengan una noche perfecta...... aca mas cap....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 17
Amanecimos en su cama, las almas despojadas de cualquier diferencia. Miré el reloj. Eran las diez de la mañana. Y Brittany Pierce dormía.
En sueño profundo lucía tan indefensa, tan en paz. Me tomó varios minutos entender esa nueva realidad. Nosotras. No sabía si era cierta o si las horas de sexo nos la había prestado por unos momentos o si esto era, efectivamente, el comienzo de algo menos esporádico, de algo con sentido, al menos, porque
yo no encontraba nada de lógica a las chispas de pasión que se encendían en ambas.
El comentario de su madre, “no arruines los planes”, y la discusión con la mujer en plena calle dieron vueltas en mi cabeza. ¿Qué planes había, si apenas podía estar con ella un minuto? No me sentí con autoridad de cuestionar. Tampoco quería arruinar el momento. Tan pronto coloqué un pie en el suelo, despertó.
—¿A dónde crees que vas? —me tomó del brazo, la voz ronca.
—Trataba de huir.
—Lo imaginé —se volteó y le echó un vistazo al reloj sobre la mesita de noche. El tono matutino subió de volumen—. ¿Ya son las diez?
—¿Sorprendida, Pierce?
—Bastante —se rascó la cabeza—. No recuerdo haber dormido hasta las diez de la mañana. Nunca.
Pensé que bromeaba.
—¿Nunca?
No respondió. Mi celular sonó. Era Norman. Dudé en responder, hasta que recordé el día que había amanecido. No podía escabullirme de esa llamada. Almorzábamos juntos en los días de Navidad. Esa era nuestra tradición familiar. Pensaba que este año romperíamos la regla. Los eventos de los pasados
meses me hacían sentir que, quizás, yo ya no era una de sus prioridades.
—¡Buenos días, Norman! Feliz Navidad.
Él sonó más animado que yo.
—¡Feliz Navidad, querida Santana!
El celular de Brittany sonó también, en ese instante. Miró el objeto y me miró, confundida por la simultaneidad de ambas llamadas.
—¿Dónde andas metida?
—En mi casa.
—¿Sí? Acabo de tocar el timbre y no respondiste.
No podía mentirle, tampoco decirle la verdad, así que encontrar un punto medio era lo adecuado.
—Acabo de despertarme.
Norman hizo silencio. Me conocía demasiado bien. Escuché un suspiro.
—¿Vamos a almorzar hoy?
—A decir verdad, pensé que este año no habría almuerzo. Ya sabes, después de...
—Te equivocas, señorita. La comida estará servida a la una de la tarde.
Sonreí.
—A la una nos veremos.
Colgué. Brittany ya no hablaba por su celular. Tenía su mirada muda plantada en mi pecho desnudo.
—Déjame adivinar. El almuerzo es en su casa. A la una de la tarde.
—Adivinaste. ¿Tú también vas?
—Era Isabel —hizo un gesto con la mano que sujetaba el celular—. Algo se trae entre manos. Yo también fui invitada.
—¿Irás? —pregunté mientras me ponía el sostén.
—No creo que tenga opción.
—En realidad, sí.
Me enfurecía que Isabel tuviera cierto control sobre Brittany. Y no entendía el porqué decidir no ir le resultaba complicado y le trajera alguna consecuencia nefasta.
—Ya veremos qué hago. Te enterarás a la una.
Alcé los hombros. Me levanté de la cama, entré en los pantalones que se supone no me hubiera quitado.
—Debo irme. Necesito ir a casa, ducharme, cambiarme la ropa.
La miré a los ojos. Había llegado ese momento. “¿Y ahora qué?” Tenía que armarme de valor y estar dispuesta a escuchar la respuesta de Brittany, aunque no fuera la que yo quisiera. Caminó conmigo hasta la sala.
—¿Y ahora qué? —exterioricé.
Una bruma grisácea se esparció por los ojos azules. Me trazó los labios con los dedos. Tuve que controlar el cuerpo.
—Ya veremos... Ya veremos...
Abrió la puerta.
Llegué al auto, mi celular avisó la entrada de un mensaje de texto.
“Disfrutemos el momento”
No supe cómo interpretar la oración, solo decidí seguir el consejo. Al menos ese día. Llegué a casa de Norman y lo primero que vi fue el GTR blanco estacionado en la enorme entrada. Brittany había tomado la decisión de llegar, también.
Imaginé que entre nosotras no había pasado nada, otra vez, pero que como quiera el trato entre ambas sería, por lo menos, de suma cordialidad.
Me recibió una empleada de servicio nueva. “Cómo han cambiado las cosas”, pensé. La mujer me acompañó hasta la sala, donde ya estaban reunidas varias personas. Este no era el almuerzo tradicional y familiar con Norman al que estaba acostumbrada. Por vez primera, Medika hacía acto de presencia. Me quedé sin reacciones y aturdida unos segundos. Frente mío aparecían siluetas con
rostros y nombres: Norman, Isabel, Quinn y su esposa, Brittany y... ¿esa quién era?
“¡No me lo creo! ¡La mujer con quien discutió ayer!”
Tan pronto Norman se percató de mi presencia, se levantó con la ayuda de un bastón. Isabel se alzó al segundo. Le tomó por una mano y la espalda, un apoyo para que no se tambaleara y cayera. El gesto no me pareció sincero. El momento se volvió extraño. Hasta Quinn, en su sorpresa, me lanzó una mirada de desconcierto. De repente, así como Quinn me miró, el resto de la audiencia volvió la vista hacia mí. Me convertí en el centro de atención.
Norman se acercó. Me acarició el rostro, desde la mejilla hasta la barbilla. Sonrió mientras trasladaba la mano hacia la mía para sujetarla fuerte.
—Siempre me alegra que vengas —dijo y sonreí.
—Y cómo no hacerlo, Norman —respondí, mirándole los ojos, llenos de una mezcla de alegría, esperanza y unos trazos de alguna emoción que nunca lo había visto experimentar y que no podía describir.
Aunque mi mente todavía trataba de descifrar los sentimientos de Norman, la mirada logró burlarme y escapar unos metros más atrás, hacia donde se encontraba Brittany observando con detenimiento nuestra interacción. En el momento en el que los ojos azules, que todavía estaban grabados como protectores de pantalla en mi memoria, se encontraron con los míos, se dirigieron al suelo, porque fueron interrumpidos por lo que al parecer era un discurso de su acompañante. No pude escucharlo, solo notar que Brittany le prestó atención.
Uno de los sirvientes de la cocina llegó hasta Isabel y se le acercó al oído. Acto seguido, la mujer anunció que la mesa estaba lista. Norman todavía me sostenía la mano. El grupo comenzó el andar, yo sirviéndole de apoyo a Norman esa vez. Isabel se detuvo en la división entre el recibidor y el comedor. Llegamos hasta ella y sonrió, pero su mirada no era amigable. “No debiste venir”, traduje.
—Gracias, Santana. Yo lo ayudo desde aquí —quitó la mano de Norman de la mía.
En el comedor, a insistencias del dueño de la casa, me senté al lado de Norman. Alcé la mirada y advertí la identidad de mis comensales más cercanos: Brittany y la fémina que la acompañaba. Isabel se instaló adyacente a su hija.
La escena me pareció obra surreal Dalí. Por más de veinte años, el almuerzo era solo mío y de Norman, nadie más, a esa misma hora, en ese mismo lugar. No me parecía que fuese cierto. Esa tarde la casa me parecía atiborrada de personas, demasiadas, y me costaba entender el propósito de la presencia de cada cual.
—Santana, no tuvimos la oportunidad de presentarte —Isabel llevaba un tono de voz de cortesía disfrazada.
—. Ella es Vanessa, mi amiga y, más que eso, muy buena amiga de Brittany.
Sonreí, pero no de cordialidad, sino para suprimir el enojo repentino que me inundó el ser. Por lo menos ya no tendría que llamar a la anónima como “la mujer de la discusión”, sino “Vanessa”. Traté de no darle mucho color al sarcasmo que enmarcaba cada palabra de Isabel, pero hubo tres palabras que no podía restarle importancia: muy buena amiga. Ciertamente, la definición de muy buena amiga puede tener diferentes connotaciones. En este caso, parecía que a Isabel se le habían olvidado dos palabras, con privilegios.
Vanessa no cesaba de hablarle a Brittany. Seguía cada uno de los movimientos de ella. Si la mano de Brittany sujetaba una copa para llevarla a sus labios,
esos mismos que hacía unas horas habían estado sumergidos en los rincones más íntimos de mí, ella, con la mirada, la escoltaba. Ella, en cambio, proyectaba una actitud más sosegada. Yo sabía que tan tranquila no estaba. Algo le incomodaba, quizás alguna de las presencias: la de Vanessa, su madre, su
padre, ¿la mía? Las posibilidades, muchas. Y yo, en mi eterno complejo, esperanzada de que el incomodo tuviera relación conmigo. Por lo menos así pensaría en mí, aunque escuchara las palabras de otra.
Con un sorbo de vino tinto forcé el nudo que se me formaba en el esófago, desde donde desfilaban las filas de preguntas sin respuestas. ¿Por qué demonios, desde que avisté a la pelirroja dentro del perímetro que marca la zona de confort de Brittany, sentía coraje? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me siento tan inadecuada? ¿Tan mal? ¿Por qué este almuerzo carga un ambiente tan pesado? ¿Por
qué siento que esto, las relaciones entre los Pierce y yo, no se sienten como antes? Norman, por el contrario, silbaba y daba señales faciales de alegría y agradecimiento. Sin embargo, sabía que esa felicidad que mostraba no era auténtica. La reconciliación familiar no era más que un montaje, una farsa, un circo. Sí, era difícil descifrar quiénes eran parte del elenco y quiénes no.
Norman volvió a sujetarme la mano, que yacía sobre la mesa luego de colocar la copa de vino.
—Cuéntame, Santana, ¿fuiste al hogar ayer?
Su nivel de voz fue suficiente para que las personas sentadas cerca se interesaran en la conversación. La respuesta fue sencilla. A lo mejor, quizás, así entendería el mensaje y dejaría de hacerme preguntas.
—Sí.
—¡Qué bien! ¿Y a quién sedujiste este año para que te acompañara?
Hubiera jurado que él sabía la respuesta a esa pregunta. Me la había puesto muy fácil, y era el momento que estaba esperando desde que llegué para lanzar mi ataque.
—Nadie de importancia. De hecho, la tercera opción en la lista.
Las palabras no pudieron alinearse mejor en mi boca. Con ellas sentí que se abría la válvula de escape de una olla de presión. Norman soltó una carcajada y mi vista se reescapó hacia Brittany, enfrente. Disfruté cómo cada una de las líneas de su frente se acentuaron mientras clavaba la mirada en la mía. A los segundos, cuando ya estaba de retirada, y justo antes de tomar un sorbo de su copa,
atacó.
—Ha de tener usted muy mala suerte, López —tomó un sorbo de vino, que de seguro ayudó a poner más ácida su boca para las palabras que planificaba soltar tras mi contestación.
—Tal vez —respondí. La sonrisa a medias, sarcástica.
—Dicen que las personas atraen lo que más desean.
Oh, pensé que lo dejaríamos ahí. Que hiciera caso omiso a su soberbia y aceptara mi comentario. Ese no era el lugar para hacer un melodrama. No con todas esas personas de público.
—Ciertamente, Pierce. Tal vez esa deba ser una de mis resoluciones para el nuevo año.
Levantó su copa y, con esa mirada que tanto me irritaba, brindó.
—¡Por su resolución de nuevo año!
No me quedó más remedio que responder el brindis con un gesto de copa en mano. Volví a ser el centro de atención.
—Santana, dime más acerca de ese tal hogar. ¿Es dónde creciste?
No sabía si el interés de Isabel era genuino. O siniestro.
—Sí, allí crecí —contesté, cándida e inocente.
—Entonces fue de donde Norman te rescató.
En ese comentario no había ni un poco de interés en conocer más acerca del hogar, sino interés en joderme y ridiculizarme.
Tuve que repensar antes de dejar salir las palabras de la boca. Las primeras opciones no eran ni decentes ni aptas para el lugar. Ya me acostumbraba a ser el centro de atención, pero igual se sentía bastante desagradable.
—No me rescató de allí, sino del futuro con pocas oportunidades que me aguardaba. Ese lugar es mi hogar. Es donde crecí. Es donde recibí amor y siempre estaremos agradecidos de la ayuda que Norman y otros corazones nobles nos han brindado.
El corazón me latía a millón por segundo, y aunque mis palabras frenaron el ataque que Isabel estaba gestando contra mí, el cese duró unos breves segundos.
—Y dime, querida, ¿nunca conociste a tus padres? ¿No sabes nada de tu pasado?
Cualquier otro se podía creer el papelito que ella se jugaba, pero quienes la conocíamos, no. Puedo asegurar que sus malas vibras tenían la capacidad de penetrarme en la piel y obligarme a recordar el día en el que la curiosidad por saber de mis padres fue tan fuerte que no la pude contener.
Pronto cumpliría los quince años. Norman llevaba meses preguntándome qué quería de regalo. Yo no sabía qué pedir, hasta el día en que pregunté:
—¿Puedo pedir lo que sea?
—Excepto un carro, una casa, o permiso para casarte —respondió la pregunta con un tono jocoso pero sin apartar la atención del computador.
—Quiero saber quiénes son mis padres —sus dedos dejaron de teclear. Su mirada se quedó fija en el monitor, combatió con un suspiro el súbito desconcierto que lo invadió al escuchar mi pedido.
—Si eso es lo que deseas...
Brittany estornudó y volví a la realidad. Miré a los demás. Todos los ojos estaban puestos en mí.
—No.. .y no —le respondí a Isabel.
—¿Disculpa, querida? —no entendió mis respuestas cortas.
—Las contestaciones a tus dos preguntas son: No, no conocí a mis padres y no, no es necesario entender mi pasado pues siempre viví en el hogar, así que ese es mi pasado. Justo cuando ella se aventuraría a lanzar otra pregunta, Brittany la interrumpió. Por un momento, pensé que saldría en mi auxilio.
—¿Alguien quiere compartir sus planes para recibir el año nuevo? —cuestionó, a lo que yo me pregunté: “¿Y desde cuándo esta egoísta se interesa tanto por lo que hagan los demás?”
—Nosotros iremos a Colorado —respondió Quinn.
—Es un buen lugar para la ocasión —completó su esposa.
Brittany hizo un gesto de aprobación y me miró. Ya lo veía venir...
—Y usted, López ¿dónde se aburrirá el 31 de diciembre?
Resolví seguirle el juego.
—Pues... realmente... me encantaría aburrirme en Nueva York, y no es que me entusiasmen las fiestas y el bullicio, porque tienden a complicarme la vida... —empecé a decir. Ella sabía a lo que me refería y pude notar cómo una sonrisa mínima hizo el esfuerzo por escapar de la rendija de sus labios, sin éxito, cuando la ahogó con otro sorbo de vino.
—¿Y qué es lo que le entusiasma para desear ir allá? —interrumpió.
—Ser parte de un evento icónico. Ser parte de la historia.
Isabel no dejó ir la oportunidad de integrarse en la conversación.
—Interesante.
Una voz que no conocía habló.
—Y tú, Brittany, ¿qué planes tienes?
La pelirroja abrió los ojos como una niña a la cual le ofrecen una golosina. Percibí el gesto como evidencia de que entre esas dos había algo más que una “muy buena amistad”.
—Ninguno. Ese es un día como cualquier otro. Mi vida a las doce y un segundo de la madrugada del 1 de enero seguirá siendo la misma que a las once y cincuenta y nueve del 31 de diciembre.
Para el resto, esas eran las palabras típicas de la arrogante y engreída Brittany. Para mí, no. Yo sentí cada trazo de dolor e infelicidad que servía como lienzo para lo que expresaba.
—Colorado promete ser un lugar demasiado interesante como para que tu vida siga igual. ¿No crees?
La pelirroja le había lanzado una invitación en público. La velada se hacía cada vez más interesante. Creyéndome que la conocía más que los otros, traté de imaginarme las posibles respuestas de afirmación y aceptación que Brittany podría darle.
“¡Pero qué idiota! Tener sexo como un animal no te llevará a conocer realmente a
alguien...”
—Tal vez. Evaluaré las tres opciones. Y si apareciera una cuarta, también.
El vino salpicó la cara y la ropa de las dos tórtolas, pero, afortunadamente, la copa que se cayó de mis manos a la mesa no hirió a nadie. Me hubiera metido en un problema peor.
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Re: [Resuelto]Brittana: Te acostarias Conmigo GP cap. 29,30, y 31 FINALIZADO
Capítulo 18
Brittany me lanzó una mirada de esas que matan. Agarró la servilleta más próxima y se la pasó por el rostro. Por lo menos se tragó los insultos. La pelirroja, no. Isabel se levantó de la silla, la ayudó a limpiarse y le hizo compañía en los alaridos descorteses.
Yo no dije nada, sino que me perdí en pensamientos sin lógica.
La voz de Norman me trajo de vuelta a la realidad. Mi subconsciente, además, me ordenaba que lo hiciera. Mi razón, algunas veces, prevalecía, aunque en realidad no fuese así en los últimos días, siempre que hubiera una cama y la presencia de Brittany en una misma estancia. Norman debió haberse dado cuenta de los tonos sarcásticos y los juegos de palabras. El resto del almuerzo llevó la voz cantante, dirigiendo los temas de conversación, marginando las intervenciones de Isabel.
Para entonces, desesperaba por salir corriendo de tan horrible cita. Me provocaba náuseas ver a la pelirroja como perrito faldero de Brittany, siguiéndole cada paso. Odiaba aún más las miradas de rabia que me lanzaba. Cuando Quinn y su esposa se despedían, aproveché la salida e hice lo mismo.
Abordé mi auto. En vez de ir a casa, fui a un restaurante barra. Contrario a la expectativa, el lugar estaba casi vacío. Me senté en un taburete y ordené una cerveza artesanal tras otra. A veces, después del trabajo, iba allí. Y no solo porque tenían una buena selección de cervezas artesanales, que tanto me encantan por sus sabores distintivos que despiertan sentidos, sino también porque el chico
del bar creció conmigo en el hogar, por lo que siempre teníamos un tema de conversación ameno. Esa tarde hablábamos intermitentemente sobre un partido de baloncesto que proyectaban en los monitores.
Poco antes del anochecer, cuando ya me había hecho amiga de otro camarero y algunos hombres que se habían sentado a mi lado, escuché a alguien pronunciar mi nombre. No, no había sido la voz que deseaba oír, así que no me volteé.
La voz repitió mi nombre. Dirigí los ojos hacia la dirección desde dónde provenía.
No fui capaz de contener la risa.
—¿Sería muy inoportuno preguntarte qué te causa tanta gracia?
—Hola, oficial.
No quedaban dudas. En definitiva, el infierno se había encargado de enviarme un ángel de tentación en un momento muy vulnerable: el inspector Noah Puckerman. Volvió a hablar, esa vez con el tono más serio:
—¿Cuántas de esas has tomado, Santana?
—Las suficientes como para no poder parar de reírme.
Tomó la silla vacía a mi lado y se acomodó. No mostraba en el semblante ni el más mínimo rastro de contagio de risa. Puckerman lucía tan serio que tomé una bocanada de aire con el propósito de intentar diluir el alcohol en la sangre. Exhalé e intensificaron las ganas de reír.
—¿En algún momento me dirás qué te causa tanta gracia? —sus ojos se suavizaron. Ya entraba en confianza.
—Yo, tú, aquí, este lugar, lo que me trajo hasta aquí. ¡Todo es muy cómico! Pero
olvidemos lo que me causa risa —quise dirigir la conversación hacia otro tema, lejos del que pudiera llevarme a contarle mis desamores con Brittany o, peor aún, que me obligara a revolcarme con él en afán de que fuese, realmente, Brittany
— ¿Cómo está, inspector?
Soltó una sonrisa.
—Muy bien, Santana —seguía mi juego—. ¿Y tú?
—Perfectamente bien, gracias. ¿Me acompañas?
Analizó las posibilidades antes de responder.
—Claro, pero solo para asegurarme de que llegarás bien a casa.
Oh, ahora había que negociar. “Por Dios, Santana, ¿cómo has bebido tanto? Era solo una cerveza...” No me gustaba que me pusieran condiciones. Crecer junto a Norman me había expuesto a estar en el poder, disfrutarlo, a ser quien establecía las reglas y condiciones. Unas cuantas cervezas no trastocarían mi orgullo.
—¡Genial! Entonces, ¿qué deseas tomar?
—Lo que tomes tú estará bien.
Mi amigo, el cantinero nos sirvió las cervezas y las colocó en la encimera frente a nosotros. Tomé mi vaso y, con un gesto, incité a Puckerman que tomara la suya.
—Brindo por las casualidades —fue la mejor producción de mi boca intoxicada.
—Brindo por la gente que cree en casualidades.
“Eso fue lindo...”
Una hora después seguíamos en el lugar, con tres cervezas más a cuestas. La afinidad se lucía. Él también compartía la afición al baloncesto, y no podía creer que tuviera una conversación así, tan amena y compleja, con una fémina.
De pronto, sacó el celular del bolsillo trasero. El pantalón ajustado, por cierto, le quedaba muy, muy bien. Miró la pantalla y sacó un gesto de fastidio.
—Debo irme. Había olvidado que tengo un compromiso —se levantó de la silla.
—En ese caso, gusto en platicar contigo y gracias por compartir unas cervezas conmigo.
—No tan rápido, Santana. ¿Olvidaste que tenemos un trato?
A decir verdad, sí lo había olvidado. No quise que lo supiera.
—No te preocupes, Noah. No es necesario.
Volvió a poner serio el semblante.
—Un trato es un trato, López.
—Puedo ir sola. Tranquilo, que no estoy ebria.
Puckerman se plantó delante mío como integrante del equipo SWAT. Fijó los ojos en mis pupilas. El tono de voz fue bajo y firme.
—Sé que eres una buena persona y que te costaría mucho hacerle mal a alguien.
“¿A dónde quiere llevarme este? ¿De qué habla?”
Continuó.
—Soy un agente de orden público y cae en mí la responsabilidad de proteger y velar por la seguridad de los demás. Si doy media vuelta y abandono este lugar, incumpliré mi deber y estaría en problemas —torció ligeramente la cabeza—. Tú no quieres causarme problemas, ¿verdad?
Noah Puckerman no tenía ni la más mínima idea de qué tipo de problemas me tentaba causarle.
Sonreí.
—¿Te han dicho que tienes un poder de convencimiento y negociación admirable? —fruncí el ceño mientras buscaba en el bolso la llave del auto.
—De eso vivo, querida Santana —la mirada, dulce.
—Si algún día te quedas sin trabajo o deseas cambiar de ambiente, déjame saber.
Serías de mucha utilidad en mi equipo.
La sonrisa que se le dibujó en los labios dejó al descubierto el hoyuelo que se le formaba en la mejilla derecha.
Llamé a mi amigo al otro lado de la barra y le entregué la llave de mi auto.
—Vendrán por él en un rato.
Asintió con la cabeza y me regaló una sonrisa que devolví.
Alcé un brazo hacia Noah.
—Usted ordena, señor oficial. ¿Vamos?
Caminamos en silencio total. La situación resultó un tanto incómoda, pero divertida. Nos acercamos a una camioneta todo terreno y Puckerman, en un gesto de caballerosidad, abrió la puerta del pasajero.
—¿Hacia dónde me dirijo, Santana? —dijo al entrar.
—¿Realmente tengo que decirte? —Me miró como si quisiera entender la pregunta —. ¿No se supone que sepas dónde vivo? ¿No es parte de tu trabajo?
Rió. Tenía una risa atractiva, muy contagiosa.
—No has contestado mi pregunta —dejé de reírme. Aceptó con cierto grado de
culpabilidad—. Entonces, en sus manos quedo.
“¿Qué carajos acabo de decir? ¿Que estoy en sus manos? ¿De cuántas maneras puede interpretar esas palabras? A ver... que confío en él, que le agradezco el gesto de asegurarse de que yo no deje mis treinta y dos años de vida colgados de un árbol o en el fondo de un barranco... o tal vez que sí estaba en sus manos, literalmente, y que podría hacer conmigo lo que quisiera. Todo lo que
quisiera...”
Me llevé las manos a la cabeza.
“¡Mierda! ¡Otro evento más para mi lista de momentos vergonzosos!”
Puckerman descifró mis pensamientos y el color rojo que me pintaba el rostro, porque definitivamente el ardor que me subía era de vergüenza.
Rió, una risa más suave que las anteriores. Imitó mis palabras de confortación.
—Tranquila, Santana. No es mi primera vez. Ya soy experto en llevar a casa personas pasadas de tragos.
¡Qué habilidad tenía para suavizar la tensión en momentos asfixiantes!
Unos quince minutos y estábamos frente a casa. Si el hombre no querría pasar la noche conmigo, al menos tenía la excusa de tenerlo conmigo unos minutos más.
—¿Tienes alguna novedad en el caso de Norman Pierce?
No le aparaté los ojos de encima, para así analizar su reacción.
—El caso está cerrado.
Cuando habló, lo hizo con un tono controlado. En sus ojos noté fastidio.
No me convenció, porque además desvió la mirada al guía.
—¿Por qué ya no hay interés por saber qué causó el accidente? —porras para mí, sí que lo agarré desprevenido.
Algo lo incomodaba. Desde que lo conocí aquella madrugada en la sala de trauma, me inquietaban los recorridos que hacía con la mirada al perímetro. Ese constante estado de alerta podía entenderlo por la naturaleza de su trabajo y la cantidad de enemigos que imagino le habían regalado los años. Quizás era el alcohol, quizás no. La realidad era que, en ese instante, noté un aumento
significativo en la frecuencia de esos recorridos.
—Lo lamento, Santana, pero no puedo darte información al respecto —todavía no me miraba a los ojos.
—Sí descubriste la verdad —me eché hacia adelante, un esfuerzo por tropezar nuevamente con su mirada.
“¿Por qué será que en el silencio es cuando mejor escucha el alma las palabras?”
—No creo que decirme vaya a hacerle daño a alguien.
—¿Pierce es muy importante para ti? —preguntó, cuidadoso. Esa vez, procuró tener la mirada firme y fija en la mía.
—¿Te refieres a Norman?
Sin pensarlo antes, solté ese comentario que resultaba más esclarecedor y revelador para mí que para él. Ya no había un Pierce en mi vida, sino dos. Y ambos, de alguna u otra manera, en distintas dimensiones, eran importantes. Concluí con una respuesta vaga:
—Sí, Pierce es muy importante.
—No puedo darte detalles —pausó, dudó continuar—, pero sí decirte que tú también lo eres para él. ¿Por qué no le preguntas en persona?
No hubo más que decir. Norman sabía la causa de su accidente y no me había contado. Un desaire me invadió el corazón. Ya no era tan importante para él. ¿Por qué profesaba lo contrario?
Puckerman estaba en una mala situación. No quería que se arriesgara por mí, tampoco quería quedarme con tantas dudas. Mucho menos, ponerlo en una situación más incómoda. Pero, ¿cómo despedirme? En realidad no quería hacerlo, y precisamente eso no estaba bien.
Porque tenía en la mente a los dos Pierce.
—Gracias por traerme —logré decir, por fin.
El calor en sus labios me quemó antes de que pudiera tocarlos con los míos. Fue un beso breve, de esos que se sienten bien... hasta que la razón entra por los huecos de la consciencia.
—¡Ay! ¡Ay! ¡Perdón! —chillé.
El pecho y el rostro, calientes de tanta vergüenza. Puckerman no me quitó la mirada de encima. Se mantuvo saboreando la sensación que dejaron mis labios en los suyos.
—Santana —suspiró—, eres una mujer hermosa y tienes un corazón de oro...
Me eché hacia atrás. Esa introducción era un rechazo evidente.
—Me hubiese encantando conocerte en otro momento de mi vida, pero hoy estoy
comprometido a una mujer maravillosa. No puedo responderte.
El remordimiento hizo su entrada triunfal y campante. “¡Qué perra eres, Santana! ¿Cómo se te ocurre tentar a un hombre tan decente?”
—Lo... lo siento tanto —en un gesto de desesperación agarré la mano del hombre bueno. Su mano, aunque lucía áspera, era de piel delicada y tierna. Me llevé un sobresalto.
— Discúlpame, por favor —en el pensamiento, me regañaba:
“¿Pero qué haces, idiota? ¡Continúas provocándolo!”.
Le solté la mano.
— Debo ir a casa ya.
Extendí la mano para sujetar la suya en un saludo normal. Él hizo lo propio.
—Traerme ha sido un gesto amable. Me siento apenada por la indiscreción.
El hoyuelo volvió a hacerle aparición en la mejilla.
—Ha sido un placer asegurarme de que llegaras en una sola pieza. Te pido que también me disculpes por la parte que me corresponde.
Dejé de mirarlo y estrecharle la mano. Salí a toda prisa del auto.
—¡Santana! —giré el torso.
—¿Sí?
Sus ojos me hablaron antes que sus labios. La forma en que controló con intención el ritmo y la fonética de las palabras me obligó a descifrarlas con detenimiento.
—Cuídate mucho.
Eso no era parte de ningún protocolo. Era una advertencia.
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