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[Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo Primer15
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[Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 05, 2016 11:35 pm

A MI PROFESORA CON AMOR….


Tercer año en la universidad. Atleta estrella. La constante atención de ambos sexos. En este campus, soy adorada. Mientras que a mil kilómetros de distancia, en mi ciudad natal, sigo siendo la basura que vivía en un remolque, la hija de la zorra de la ciudad, y la hermana mayor de tres niños que cuentan con que mantenga mi mierda en orden, para así poder llevarlos lejos de la misma jodida vida en la que crecí. Estos dos lados opuestos de mí misma nunca se mezclan hasta que una persona vislumbra a la verdadera yo.
Nunca esperé conectar con alguien así o querer más allá de una noche. Esto podría ser algo real. El problema es que la Dra. Santana López es mi profesora de literatura.
Si empiezo algo con una maestra y nos descubren, bien podría despedirme de todo mi futuro, el de mi familia, y en especial el de la Dra. López. Excepto que a veces vale la pena arriesgar todo por el amor. O por lo menos, más vale que lo valga porque no puedo resistir tanto.
Brittany S. Pierce 


Última edición por marthagr81@yahoo.es el Dom Sep 04, 2016 3:30 am, editado 18 veces
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Mensaje por micky morales Sáb Ago 06, 2016 9:26 am

Bastante interesante!!!! [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo 4061796348 [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo 4061796348 [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo 4061796348 [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo 4061796348 [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo 4061796348
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Mensaje por 3:) Sáb Ago 06, 2016 9:59 am

Vale lo prohibido... Y es muy interesante!!
A ver el primer cap!!
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Mensaje por JVM Sáb Ago 06, 2016 2:50 pm

Vaya pues Britt apostara todo por amor, su futuro y el de su familia. Ojala que todo salga bien!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 06, 2016 6:47 pm

CAPITULO 1


“-Comienza por el Principio- Dijo el Rey muy seriamente, - y continua hasta que llegues al final: entonces detente.”
Lewis Carroll, Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas.
 

BRITTANY

 
Las náuseas se arremolinaron a través de mí mientras miraba al papel en mi mano de repente húmeda.
Ella me dio otra D. Yo realmente lo había intentado. Planté mi trasero en una silla, concentré toda mi atención en la tarea y escribí las cinco páginas de mierda que eran requeridas. Tampoco hubo ni una sola línea plagiada en todo el ensayo.
¿Y todo fue por una jodida D?
—Increíble —dije en voz baja.
—¿Dijo algo, señorita  Pierce?
Levanté mi rostro de la gran D roja en mi ensayo para encontrar un par de cejas oscuras arqueadas con petulante supremacía. Una mirada oscura aguda me penetró, desafiándome a cuestionar mi calificación.
Con la mandíbula apretada, negué con la cabeza; mi cuello tan rígido por la mentira que apenas podía moverlo. 
—Nop —dije, mi voz lo suficiente baja que era apenas audible—. No dije nada. 
Ni una maldita cosa.
La Dra. López me miró por un segundo más, con expresión maliciosa. Sabía que mis ojos estrechos y dientes apretados solo alimentaban su ego, pero no podía evitarlo. Tampoco podía evitar la manera en la que mis estúpidos ojos de mujeriega traidora buscaron su trasero cuando se dio la vuelta y continuó por entre la fila de escritorios para entregar el resto de los ensayos calificados. Afortunadamente, el dobladillo de su chaqueta desaliñada bajaba para cubrir la parte trasera de su falda, ocultando las curvas femeninas que podría tener, porque no estoy segura de que apreciaría un buen trasero en ese momento. Pero ser negada de la vista solo me enojaba más. Era obvio que ella le daría a un estudiante una mala calificación y luego le negaría el placer de mirar algo bien redondeado y apretado. No importaba que tan ridícula se viera con esa vestimenta —como una niña invadiendo el armario de sus abuelos para jugar a disfrazarse— un trasero era un trasero, y yo quería un vistazo. Culpen a  mis hormonas.
Observando sus enormes hombreras y sus mangas enrolladas hasta sus codos, estuve tentada a decirle que llamaron los ochentas, y querían recuperar su chaqueta. Eso probablemente ganaría unas risas burlonas de la clase. Tal vez lograría que se ruborizara o alguna mierda, que de seguro me haría sentir mejor por la manera en que me humilló. Ojo por ojo y todo eso. Pero mi mandíbula se negaba a aflojarse lo suficiente para formar palabras reales.
En serio, ¿cómo se atreve a darme otra D después de todo el trabajo que hice en su estúpida tarea? ¿Se daba cuenta de lo mucho que me esforcé, de cuánto necesitaba una calificación decente?
—Psst. Oye, Britt. —Noah Puckerman, mi receptor de primera línea favorito y compañero de habitación, se inclinó a través del pasillo para atraer mi atención.
— ¿Cómo te fue?
Rodé los ojos con el símbolo universal de irritación de no preguntes
—¿A ti?
—Otra C. Juro que López le tiene miedo a dar una A.
—Yo obtuve una A. — Tina Cohen Chawn, la mascota de la profesora, se dio vuelta en el asiento para sacudir alegremente su ensayo en nuestras caras.
Mientras la letra escarlata en la parte superior del ensayo brillaba, noté que un signo más se hallaba a su lado. No hubo un signo positivo al lado de mi D.
Puckerman se rió. 
—Eso es porque tienes tetas, cariño. Lo juro por Dios, López debe ser lesbiana. No le da una A a ninguno que tenga pene, sobre todo si está en el equipo de fútbol.
Me estremecí ante su réplica ofensiva, preguntándome qué tanto faltará antes de que uno de sus estúpidos comentarios lo meta en problemas, incluso cuando silenciosamente me encontré de acuerdo en lo que dijo sobre la parte del fútbol. López me trató como a una deportista tonta desde el momento en que descubrió que era la mariscal de campo de la universidad. Estaba completamente fuera de cuestión que era una deportista y no muy hábil  académicamente. Pero lo intentaba, maldita sea. No era como si dejara de lado el trabajo por cosas mejores; puse mucho esfuerzo en lograr una mejor calificación.
¿Tenía que restregar mis defectos tan alegremente en mi rostro?
—Si alguien tiene preguntas sobre sus calificaciones, siéntanse libre de verme después de clases. —Su voz se alzó sobre las conversaciones silenciosas que hacían eco alrededor de la habitación, lo que me hizo rodar los ojos.
Sí, claro. Apuesto a que podría verla por mi calificación. Si le cuestionaba su santa opinión, ella seguro convertiría mi D en una F.
Pero Jesucristo, ¿qué demonios se supone que haga ahora?
Frotando el centro de mi frente cuando empezó un dolor de cabeza, traté de calmarme porque este no era el fin del mundo. Apenas era marzo. Aún tenía tiempo para arreglar mi calificación, pero maldito infierno. Con cada ensayo que escribí en esta clase, me esforcé al doble, solo para obtener la mitad de la calificación. Perdería mi beca si no lograba al menos una C en literatura americana moderna. Y necesitaba esta beca. Más que cualquier otra cosa.
—Dado que hemos terminado con El Gran Gatsby, iniciaremos Las uvas de la Ira de Steinbeck. Quiero que todos lean las primeras cien hojas y cuenten cómo el tema de cambiar sus sueños es importante en el texto. Discutiremos sus descubrimientos la próxima vez que nos veamos.
Mientras ella hablaba sobre simbolismo y otra mierda escrita que no entendía, abrí el libro en la parte de atrás donde se hallaban las biografías para poder escanear los detalles de Steinbeck. Cuando me di cuenta que el buen y viejo John había nacido en 1902, me reí. ¿Qué parte de más de un siglo de antigüedad hacía de esto literatura moderna? ¡Jesús!
—…y con eso, espero que todos tengan un genial fin de semana —dijo la voz alegre de la Dra. López contra mis sienes ya retumbantes—. Nos vemos el próximo jueves.
¡Oh! Seguramente ella tendría un gran fin de semana. Estaba a punto de arruinar la vida de su estudiante menos favorito. Solo había rosas en su extremo del espectro.
Mientras las personas a mi alrededor tomaban sus cosas, metí mi ensayo sin valor en las profundidades de mi mochila junto con mi libro de inglés, preguntándome por qué me molestaba en intentarlo. ¿A quién engañaba? No me hallaba hecha para graduarme de la universidad. Ya desafiaba al destino llegando hasta este punto.
No eres nadie. Las voces de mis profesores de primaria y secundaria hicieron eco dentro de mí. Nunca ascenderás a nada, justo como la puta del parque basura de remolques de tu mamá.
—Hola, Brittany, cariño. —La suave voz femenina que me sacó de mi pánico creciente me hizo sacudir la cabeza mientras me acercaba a la salida.
No puedo decir que me sentía decepcionado de encontrar a un par de fans del fútbol acercándose a mí, aunque, mmm, no me di cuenta que compartía esta clase con estas dos señoritas. De hecho, me pregunté si incluso tomaban la clase de literatura americana moderna, o si se encontraban ahí simplemente para verme. No sería la primera vez que chicas al azar me siguieran a una clase que no tomaban. Eso como que venía con mi imagen.
—Te ves deprimida. —Tianna Moore pasó su mano suavemente por mi brazo mientras se presionaba contra mi costado.
—. ¿Qué pasa, guapa?
Tianna era una fan experimentada, y me había enredado con ella un par de veces. Inclinándome contra ella, le di la bienvenida a toda la compasión que podía conseguir.
—No logré la calificación que esperaba con mi ensayo.
—Oh, pobre cosita. —Sus dedos cosquilleaban mi codo, luego mi hombro. Cuando llegaron a la base de mi cuello donde tomó la parte trasera de mi cabeza, se balanceó más cerca.
—. ¿Quieres que mejore todo para ti con un beso?
Exhalando un suspiro triste, me encogí de hombros.
—Supongo que podrías intentarlo.
Tocó mis labios con los suyos, y la dejé. Me encanta la sensación húmeda y cálida de todo lo que es femenino. Cuando abrió la boca y presionó su lengua dentro de la mía, amablemente la enredé con mi lengua.
 
Mi coño temblo agradable y tomé un lado de su rostro para continuar el contacto antes de que otro par de manos me tomaran y tiraran de mí.
—También quiero mejorar todo con un beso, Brittany.
No soy de las que decepcionan a una señorita que pide besarme, así que me aparté de Tianna para mirar a la segunda chica. Conocía su rostro pero no podía recordar su nombre. Una imagen borrosa en una celebración salvaje después de un partido me dijo que pude haberme enredado también con ella, pero no me encontraba segura.
Curiosa de si recordaba su beso, ya que era una especie de conocedora de besos y siempre podía recordar una boca notable, me incliné hacia la pelirroja y la dejé envolver los brazos alrededor de mi cuello antes de que metiera su lengua.
No aparecieron recuerdos agradables, pero ella era más entusiasta de lo que había sido Tianna, haciéndome pensar que tal vez todavía no me la había follado, pero ella quería que lo hiciera, de ahí la razón de que resumiera tan ávidamente sus logros orales.
Y ella no recibiría una D.
Un fuerte carraspeo disparó un rayo de  sensaciones agradables a mi coño, haciendo que cada terminal nerviosa que poseía crujiera como un alambre de electricidad viva. Me alejé de la sexy número dos, parpadeando de vuelta a la realidad, curiosa por descubrir la fuente de ese extraño y excitante sonido… hasta que miré hacia el podio del instructor.
La Dra. López nos miraba a las tres besándonos en su salón con los ojos entrecerrados y la boca fruncida con total desaprobación. La vista debió encoger mi excitación como una cubeta de agua fría justo en mi coño, pero larmantemente, verla mirándome succionando las lenguas de otras chicas solo me alimentaba más.
No por primera vez, me pregunté cuántos años tenía. El vinagre y la orina debían conservar realmente un cuerpo, porque no había forma de que ella pudiera ser más joven de lo que se veía. Definitivamente la abordaría si fuera una extraña que hubiera ido al bar en el que trabajaba. Sin una arruga a la vista, sus labios tenían la apariencia fresca e inexperta, haciéndolos ver jóvenes e increíblemente besables.
Lo que era un pensamiento inesperado e inquietante que quería borrar de mi cerebro con ácido y un cepillo de alambre. ¿Qué fenómeno pensaba así sobre su más detestable profesora? Aun así, esa boca carecía de las líneas de expresión que tendría una mujer mayor. Ella tenía que estar en sus veintes, a pesar de que eso no podía ser posible.
—Discúlpenos. —Sonreí mientras enrollaba ambos brazos alrededor de Tianna y su amiga, y las escolté fuera de la sala de conferencias.
López podía ser como cualquier otro educador en mi vida que me dijo que era una mierda, pero aquí, en este mundo, yo era la reina, y necesitaba a mis fans para ayudarme a recordar eso. Las chicas rieron y se acurrucaron contra mí, más que dispuestas a complacer.
—¿Quieres venir a almorzar con nosotras, Brittany? —preguntó Tianna, frotando mi espalda, mientras su amiga pasaba su palma sobre mi pecho.
—. Tenemos algo especialmente sabroso para ti en nuestra habitación.
Su compañera se rió disimuladamente debido al significado de doble sentido no tan disimulado.
—Te gustan… los sándwiches… ¿no?
Oh, maldita sea. Un trío. Me encontraba tentada. Quiero decir, ¿qué chica no lo estaría? Un par de horas bajo las sábanas con un par de bellezas sin ningún compromiso calmaría mis nervios, demasiado, pero…
Hice una mueca.
—No debería. Tengo otra clase que no debo perder.
 —No podía permitirme reprobar un curso, menos dos.
—¿Estás segura? —preguntó la pelirroja, ahora trazando un camino hacia abajo con sus dedos—. Haríamos que valga la pena tu tiempo.
Tomé su mano para que no pudiera tentarme a cambiar de parecer justo cuando mi celular vibró en el bolsillo de mis vaqueros. Le ofrecí otra mueca de disculpa y me encogí de hombros.
—Lo siento, cariño, pero… ¿otro día? 
Por favor.
Su amplia sonrisa fue instantánea.
 —Por supuesto.
—Bien, entonces. Lo esperaré. —Sonriendo, le di una palmada en el culo, moviéndola hacia adelante. Tianna entrelazó su brazo con el de la pelirroja y las dos chicas se fueron.
Con un suspiro nostálgico, robé un momento para disfrutar sus firmes traseros enfundados en pantalones ajustados mientras ciegamente sacaba mi teléfono. Contesté, incapaz de apartar mi mirada del sándwich que tuve que rechazar.
—¿Qué pasa? —Incluso mientras hablaba, mis ojos seguían esas caderas meneándose. Tal vez pueda encontrarme con ellas hoy más tarde porque en serio… un trío.
—¿Brittany? —La chica en el otro extremo de la línea se sorbió la nariz—. Colton está enfermo. No come ni sale de la cama. No sé qué hacer.
La alarma, gruesa e instantánea, rugió dentro de mí, arrancando mis pensamientos del sexo de inmediato.
—¿Qué sucede?
Coloqué un dedo en mi oído y di la espalda al campus para alejarme de la acera. La sombra de un árbol pequeño que crecía a un lado de una hilera de pequeños setos perfectamente recortados no proporcionaba la privacidad que me habría gustado, pero tendría que hacerlo.
—No lo sé. Tiene fiebre de cuarenta y dice que le duele la garganta.
Cerré los ojos y me froté la cara. Mierda. —¿Has llamado al doctor? ¿Ha bebido suficientes líquidos? ¿Dónde está mamá?
No lo sé. —Caroline explotó en una ronda de sollozos—. No ha venido a casa en toda la semana. Colton me rogó no ir a la escuela ayer y como aún no ha perdido este año, pensé que estaría bien. Pero hoy está peor y...
—De acuerdo, de acuerdo.
—Por costumbre, levanté mi mano para detenerla, a pesar de que sabía que no podía verme.
—. Va a estar bien. Solo cálmate. Probablemente tiene faringitis o algo así. Mira si puedes hacer que tome algo de Tylenol y agua. Baja esa fiebre. Contactaré a la oficina del doctor y averiguaré si pueden verlo hoy. Te llamo en un momento.
Le colgué a mi hermana antes de que pudiera apilar más mierda sobre mí. Caroline fue obligada a asumir una gran responsabilidad después de que me fui de casa, pero me hallaba haciendo todo en la universidad y buscando ser seleccionada por un equipo de la NFL por ellos, así podría cuidarla a ella y a nuestros dos hermanos menores.
Porque a nuestra madre seguro que le importaba una mierda.
Aliviado de haber guardado el número del pediatra de Colton en mi teléfono después del año pasado cuando se contagió de varicela, le marqué a la recepcionista y me alegró que pudieran anotarlo para una revisión en la tarde.
Cuando llamé a mi hermana, sonaba más tranquila. —Gracias, Brittany. Lamento haber enloquecido contigo. Yo solo...
—Oye, nada de disculpas. Sé cómo es eso, ¿recuerdas? Y para eso estoy aquí. Solo hazme saber lo que dice el doctor. Oh, y espera, ¿tienes dinero para la cita o para la medicina que le prescribirán? Suspiró.
—Sí. Tengo… un poco guardado.
Hice una mueca. Por su tono reticente, supe que ella tendría que sacar de su escondite privado que seguramente ocultó de mamá. Eso era lo que siempre tuvo que hacer.
—¿Para qué ahorrabas?
—Para nada —murmuró.
—Caroline. —La advertencia en mi voz la hizo suspirar de nuevo.
—Yo solo… hay un baile en la escuela. Y Sander Scotini me pidió que fuera. Esperaba poder comprar un nuevo vestido...
—Espera, espera, espera. —Negué con la cabeza para detenerla—. Un momento. ¿Sander qué? ¿Conozco a este chico? ¿Por qué nunca antes había escuchado sobre él? ¿Es tu novio o solo una cita para el baile?
—Brittany. —Prácticamente podía escucharla rodando los ojos, pero no me importó. Me enojaba que esta fuera la primera vez que escuchaba de ella y un chico. No me gustaba la idea de ningún pene excitado olfateando alrededor de mi pura e inocente hermanita.
—¿Y dijiste Scotini? ¿Cómo en Terrance Scotini, el rey de los neumáticos?
 —Una imagen de un comercial que vi en la televisión cuando crecía pasó por mi cabeza. A Terrance Scotini le gustaba pasear a través de su tienda, usando una tonta capa y corona, diciéndole a la audiencia que compraran en su tienda todas sus necesidades automotrices.
—Su hijo —admitió Caroline en voz baja.
Los vellos en mi nuca se levantaron con preocupación. Sabía que mi hermana tenía casi dieciocho y era casi legalmente una adulta, pero aún era mi hermanita. Siempre lo sería. No quería que el hijo de un idiota rico pensara que ella ofrecía cosas gratis solo porque era la hija de Daisy Pierce.
—¿Él es…?
—Está bien —recalcó—. Y le gusto. Sé lo que estás pensando.
—¿Qué? ¿Que ningún odioso de mierda nunca será lo suficientemente bueno para mi hermanita?
Se echó a reír. —Sí. Algo por el estilo.
—¿Qué hay de sus padres? —insistí, todavía sin gustarme la idea en lo más mínimo—. ¿Están de acuerdo con todo esto? —Porque si la trataban con nada menos que respeto, explotaría. Simplemente... explotaría.
Después de una pausa tranquila, Caroline admitió—: No creo que lo sepan.
Gemí.
 —Car… —Su situación ya tenía escrito “problemas” por todas partes.
—No lo hagas —suplicó—. Por favor. Es solo un baile. Él es agradable, y divertido, y sé que pasaríamos un buen rato. Eso es todo.
Eso no estaba ni siquiera cerca de ser “todo”. Yo no nací ayer. Sabía que si algún imbécil de la escuela secundaria desafiaba a sus padres para llevar al baile a la pobre chica del parque de remolques, tenía que haber mucho más en juego. Estaba dispuesta a pedir prestado la camioneta de mi compañero de cuarto y conducir las once horas y media hasta casa para patearle el trasero a algún rico Scotini.
Pero no quería que mi hermana estuviera triste. Quería que tuviera tanta diversión en su sometida y desesperanzada vida como fuera posible. Prohibirle asistir a un baile no pondría una sonrisa en su rostro. Además, probablemente iría igual, y como me encontraba a más de mil kilómetros de distancia, no podía detenerla.
Frotando un lado de las sienes doloridas, me obligué a calmarme. Era mejor comportarme como amiga antes que la imbécil hermana mayor; de esa manera, recurriría a mí si se metía en problemas.
—Está bien. Está bien. Pero me harás saber si pasa algo, ¿verdad? —Maldita sea, era una blandengue.
—Por supuesto. —Me di cuenta que ella sonreía, lo que ayudó a aflojar el nudo en mi pecho.
Asentí y me volví hacia el campus, sin estar preparada para hacer frente a los obstáculos en mi propia vida, pero decidida a hacerlo de todos modos.
 —También hazme saber cuánto tienes que gastar. Me aseguraré de que estés reembolsada antes del baile. ¿De acuerdo?
—Está bien. Gracias. Eres la mejor hermana mayor, Brittany.
Riéndome, me acerqué a la acera.
—Y no lo olvides. Cuida de Colton por mí.
Sonreí mientras colgaba, a pesar de que un dolor pesado atravesó mi pecho. Hablar con uno de mis hermanos siempre me hacía echar de menos a casa.
Está bien, no echaba de menos al hueco en el piso del remolque en el que solía dormir cada noche, siempre preocupada por los tipos de problemas que mi madre podría traer a casa —si es que se molestaba en volver— pero claro que extrañaba a los tres niños menores de edad que seguían atrapados allí. Mi sonrisa vaciló.
Empujando hacia abajo la culpa consumiente y la sensación reiterada de que los había abandonado, me di cuenta que olvidé preguntar por Brandt. En su anterior llamada telefónica de “¿qué tengo que hacer?”, Caroline estaba asustada por un par de rufianes de unos trece años que andaban merodeando. Lo último que necesitaba era que nuestro hermano mediano quedara atrapado en las drogas o una pandilla. O las dos cosas. ¡Jesús! Esa sería mi suerte.
—Oye, Pierce. Espera.
Ante el grito, me estremecí, preguntándome qué catástrofe iba a atacar ahora. Mi horrible mal karma generalmente venía de tres en tres, y ya que necesitaba algo más para igualar la marca, me preparé para que el último elemento se pusiera en línea con mi D en el ensayo y hermanos preocupantes.
Sin embargo, cuando me volví, lo único que encontré fue a Steven Hamilton, un ala cerrada de primer año, corriendo para alcanzarme. Me relajé.
 —Oye, hombre. ¿Qué pasa?
—Me preguntaba si ibas a la sesión de entrenamiento de esta noche o en la mañana.
Durante la temporada baja, el equipo de fútbol tenía sesiones obligatorias para entrenar en el gimnasio. Como trabajaba todas las noches en las que estaba disponible, por lo general optaba por los entrenamientos de la mañana antes de la clase. Solo me daba tres o cuatro horas de sueño en las noches en las que trabajaba, pero para mantener mi beca deportiva, el sueño se hallaba sobrevalorado. Tenía tres personas muy especiales que confiaban en que mantuviera todo en orden.
—Soy una pájarita madrugadora, ¿no lo sabías? —Cuando mentí, le golpeé el hombro juguetonamente. Nunca fui madrugadora. Odiaba las mañanas. Dormiría todos los días si pudiera.
—Genial. Yo también. —Steven se rascó la nuca y miró hacia otro lado, dejándome saber que tenía algo más importante que preguntar.
—. Y esperaba que pudieras, si quieres, eh, mostrarme unas cuantas técnicas de lanzamiento.
Levanté las cejas. Mierda. ¿Este era el mal karma número tres?
—¿Qué? ¿Buscas robar mi posición?
A pesar de que una fisurita de temor y pánico me pilló desprevenida, sonreí y llevé mi brazo alrededor del hombro de Steven  para hacerle saber que bromeaba, aunque, sinceramente, no quería competencia. Ya tenía un segundo y un no tan buen tercer mariscal de campo babeando por mi lugar. Lo que era peor, Hamilton era jodidamente talentoso, y lo veía siendo un mejor mariscal de campo que la posición que ocupaba ahora. Él no encajaba completamente como un ala cerrada.
Mientras no sea mejor que yo, podía manejar esto.
Steven se ruborizó y agachó la cabeza.
 —He jugado de mariscal en la escuela secundaria —admitió.
—Oye, está bien. —Le apreté el hombro para tranquilizarlo—. Tienes que hacer lo que sea mejor para ti. ¿Quién sabe? Si la Dra. López tiene algo que decir al respecto, estoy en camino a ser despedido académicamente. Sin duda necesitaremos otro mariscal entonces.
El estudiante de primer año parpadeó hasta que se dio cuenta de que bromeaba... o, al menos, un poco. Luego sonrió.
 —¿También tienes una clase con López?  Oh Dios, ella es severa.
—Sí —concordé con entusiasmo—, una perra rabiosa. —No es que en realidad la considerara una perra. Era dura y se mantenía firme en el aula, lo cual respetaba. Pero era mucho más fácil echarle la culpa por mis notas horribles que admitir que simplemente no era lo suficientemente inteligente. Así que, sí. Vamos a llamarla perra.
De cerca, alguien dejó escapar una tos sorprendida y discontinua.
Mierda. Por alguna razón, sabía que no iba a necesitar tres intentos para averiguar quién me había oído. Introduzca el karma número tres. Ya temiendo lo que iba a descubrir, miré a mi alrededor para centrarme en López, que caminaba por el sendero justo detrás de nosotros. 
De hecho, podía ver a mi D bajando a una F mientras su mirada de ojos caramelos se dirigía hacia mí.

Bueno, mierda. Sin importar lo que pasara después, me negaba a dejarle ver lo mal que me sentía por hacer que oyera lo que acababa de decir.


Última edición por marthagr81@yahoo.es el Sáb Ago 06, 2016 8:12 pm, editado 1 vez
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por 3:) Sáb Ago 06, 2016 7:18 pm

Si que tiene un mal karma britt y son tres a falta de uno jajaja
Amm san es severa en su materia jajaja
Si que tiene una vida dirá mas con la vida que tiene con la madre...
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por JVM Dom Ago 07, 2016 1:59 am

Pues Britt la tiene difícil, la escuela, la beca, sus hermanos, estar al pendiente de ellos.....
Y la Dra. Lopez no parece ponérselo fácil, y ahora haber como le va después que escuchó como le decía jajajajaja.
Y los consuelos de Britt lo máximo jajajaja
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 07, 2016 3:31 am

capitulo 2

 
“Ella mira a un lindo  hombre joven  como si pueda oler su estupidez¨
Flannery  O´connor, Good Country People.
 

SANTANA



 
No puedo decir que me sorprendió oír a Brittany Pierce llamarme perra rabiosa. Hubiera estado muy sorprendida si me hubiera defendido.
“No, en serio, es una profesora increíble; he aprendido mucho de ella. Me siento como si su impacto en mi vida hubiera ayudado a mejorar la calidad de lo que soy como persona”.


Sí, eso nunca iba a suceder.
Sin embargo. Su insulto —incluso esperado— me aturdió. El sonido que hice no fue planeado. Es solo algo que atravesó mi pecho y salió de mi garganta en un dolor estrangulador.
Cuando Pierce y su pequeño discípulo se dieron la vuelta, me sentí sorprendida en el acto, a pesar de que no había hecho nada malo. Un calor bochornoso inundó mis miembros. Queriendo morir antes de dejar que me viera dolida, acomodé mis facciones todo lo posible, conteniendo mi expresión cuando arqueé una ceja en silencio.
—Déjeme adivinar —murmuré con frialdad, o al menos en un tono que esperaba sonara glacialmente helado, como si no me importara su opinión, porque lo último que quería era que pensara que me importaba... ella.
—. Usted está un poco molesta por la calificación que recibió en su ensayo.
Sus ojos azules, casi violeta, se estrecharon duramente.
—Usted sabe, es como si pudiera leer mi mente, Dra. López.
No parecía arrepentida por haber sido sorprendida atacándome. Ni avergonzada. Ni siquiera fingía sentir un ápice de remordimiento. Simplemente me miró enojada. Me preguntaba si había sabido todo el tiempo que había estado caminando detrás de ella y quería que escuchara su insulto. Junto a ella, el jugador de fútbol que tenía introducción a la literatura conmigo se alejó un paso, disociándose a sí mismo de su amada mariscal de campo. Chico listo.
Fingí una sonrisa amable y asentí a mi némesis.
—Bueno, tal vez cuando reciba su doctorado, también aprenderá el arte de la telepatía, señorita Estrella Mariscal de Campo.


Sus ojos azules brillaban con odio al tiempo que movía la mandíbula y apretó los dientes. Las dos sabíamos que sus logros académicos nunca subirían tanto; no se encontraba aquí más que por el fútbol. De hecho, apuesto a que si comprobaba sus registros, iba a encontrar algo parecido a bordado como su carrera. Pero Pierce era una luchadora. Se negaba a recostarse y aceptar mis golpes verbales.


—Si recibir un doctorado me convierte en una perra rabiosa que reprueba sin razón alguna a los estudiantes que no se lo merecen, entonces prefiero pasar. Gracias.


Manteniendo la barbilla alta, frunzo el ceño enseguida.


—Como he dicho en clase, si tiene alguna pregunta acerca de su puntuación, siempre puede hablar conmigo al respecto. Estoy en mi oficina todos los días de tres a cinco, disponible para hablar con cualquier estudiante serio.


Por el disgusto en su mirada, sabía que nunca iría a cualquier lugar cerca de mi oficina. Gracias a Dios. Estar encerrada a solas con ella en mi pequeño espacio de trabajo, me haría entrar en pánico, literalmente; un ataque de pánico a gran escala que me cortaría la respiración y necesitaría una bolsa de papel para respirar. Me recordaba demasiado a Zach.


Lo peor, era que incluso me afectaba de la misma manera que lo hacía Zach inicialmente. Odiaba la forma en que sus hermosos ojos hacían que mi cuerpo se calentara con todo tipo de respuestas inapropiadas, y también la forma en que la curva de sus labios me hacía querer tocarlos con mi propia boca, preguntándome cómo se sentirían al estar presionados. Por encima de todo, detestaba nunca haber superado mi obsesión de la secundaria de fijarme en el deportista líder.
Debe ser algo de la selección natural e interna que no podía controlar. La supervivencia del más apto me llevaba hacia el hombre más fuerte, saludable y atractivo que parecía más apropiado para la reproducción de la especie.
 
Después de ver a esas dos putas a su alrededor hace unos minutos, sabía que tenía que ser buena para algunas actividades reproductivas.


—Tal vez lo haga —murmuró.
Y ¡Dios mío! Hasta su voz me afectaba. Hizo que algo bajo en mi abdomen se apretara y luego zumbara. Como la vibración silenciosa de un timbre. Ding dong, ¿hay alguien en casa? ¿Quieres venir a jugar? Dios, ¿por qué mi cuerpo querría jugar con esta idiota en cualquier lugar, manera o forma? ¿Acaso mi primer desastre con una estrella del fútbol durante mi último año de escuela secundaria no me enseñó nada? Era exactamente el tipo de persona del que necesitaba mantenerme lo más lejos posible.
Y ¿por qué me atraía una alumna? ¡Una estudiante!
No importaba que fuéramos prácticamente de la misma edad, ella seguía siendo una estudiante universitaria. Toda la atracción era totalmente inmoral. Y yo siempre había sido ética. Profesional. Diablos, había salido del vientre en calma, sensible y ordenada. Seguí todas las reglas y políticas a la perfección. Nadie, y lo digo en serio, torcía mi mundo como lo hacían esos malditos chicos guapos del fútbol.
Por esto exactamente me molestaban los chicos que descontrolaban todo en mi interior. Mucho.
—Entonces supongo que más tarde la veré en mi oficina —desafié y de inmediato fui a la acera para alejarme de ella. Iba en la dirección equivocada, pero no me importaba. Tenía que escapar.
Un burlón resoplido de Pierce me siguió, diciéndome que sabía que yo corría asustada. La idiota arrogante pensaba que todo era solo por ser una atleta, una estrella de fútbol. Bien, todos en la universidad la trataban de esa manera, desde estudiantes a profesores e incluso el presidente de la universidad. Para ellos, Brittany Pierce no podía equivocarse. Para mí, ella todavía no podía escribir un ensayo de inglés decente ni aunque su vida dependiera de ello.
Pero ya no quería pensar más en ella. Bloqueando los ojos azules y cretinos de mi cerebro, me marché. Después de crecer con mis padres, dominé el pequeño talento de apartar los pensamientos inquietantes. Y me sentía muy agradecida por la técnica.
Pensando en el libro que había comenzado esta mañana, me centré en el lugar al que iba. Ya que me dirigía en dirección al centro estudiantil y tenía una hora libre antes de mi siguiente clase, decidí no salir a mi coche para ir a buscar mi chaqueta como planeé originalmente porque había estado helada en el aula, donde parecía estar de pie directamente bajo las ventilaciones de aire. Me metí en el centro, compré un sándwich y un capuchino en la sala de comidas.
Era un día inusualmente soleado, así que comí sentada en un banco, para calentarme bajo un roble al que el aire primaveral le ayudó a brotar una gran cantidad de pimpollos verdes entre sus ramas. Me gustaba cómo los rayos de sol se filtraban a través de las ramas y echaban charcos cálidos de color en la hierba a mi alrededor.
Cómoda junto al acogedor paraguas de la sombra y luz, saqué mi Kindle y retomé la lectura de la historia que había empezado antes de venir hoy al trabajo. Como una romántica empedernida, actualmente devoraba todo lo que escribía Jennifer L. Armentrout.
Dos capítulos, y medio sándwich de jamón y queso más tarde, justo cuando decidí que Alex tenía que estar pronto con Aiden, mi celular sonó desde el maletín que usaba como una mesa improvisada. Me demoré unos segundos en sacar la comida, migas y lector de libros electrónicos antes de que pudiera abrirlo y comprobar mi identificador de llamadas. Al ver los nombres de mis padres en la pantalla, se me tensó el estómago.
Me aclaré la garganta y respiré hondo antes de contestar. Podía hacer esto. Podía hacer esto. Podía hacer esto.
—¿Hola?
—Hola, Santana.
—Solo escuchar la voz de mi madre, frígida y profesional como siempre, hizo que mi corazón retumbara con fuerza en mi pecho con una combinación de esperanza e intimidación.
— Como sabes, tu padre tuvo su último tratamiento esta mañana.
Tragando el trozo de pan repentinamente seco que estaba masticando, asentí. 
—Sí, yo... iba a llamar después de mi última clase. ¿Cómo fue?
En los últimos dos años, a mi padre tuvieron que amputarle tres dedos de los pies. Su diabetes había progresado tanto que acababa de terminar una temporada de seis semanas de terapia de oxígeno, visitando una cámara hiperbárica dos veces al día, para recuperarse de una herida desagradable que tuvo en la pantorrilla. Si no se curaba después de su último tratamiento de esta mañana, el médico quería quitarle la pierna, a partir de la articulación de la rodilla hacia abajo.
Contuve el aliento y esperé tensamente a que mi madre me contara el pronóstico.
—Quieren extender su terapia otras dos semanas.
Exhalé una bocanada de aire.
—Bueno, eso es... eso es bueno. 
¿Cierto? Al menos todavía no estaban dispuestos a empezar a cortar las extremidades.
—¿En serio? —El tono de mi madre sugirió que tenía el ceño fruncido con su expresión habitual.
Oh, mierda. Tal vez eso no era tan bueno.
—¿Y cómo es esto bueno, Santana? La salud de tu padre sigue en riesgo, y tú estás... ¿alegre?
Me sonrojé. Incluso a los veintitrés, viviendo a más de mil kilómetros de casa y dando clases en una universidad de primera categoría, todavía le daba el poder para convertirme en una idiota llorona con una sola pregunta.
—Yo... —Tanteando ciegamente, usé la servilleta libre de migas para limpiarme la cara. Mis palmas comenzaron a sudar, así que las froté para que se sequen pronto—. Yo solo quería decir…
—Deja de ser graciosa. Tu intento de humor es completamente grosero e irrespetuoso. Esto no es algo para bromear.
—Pero no quise decir... —Me mordí el labio y bajé la cabeza, deseando que mi pelo cayera para que ocultara las lágrimas brillando en mis ojos. Dios,  ¿por qué las palabras para defenderme siempre me fallaban cuando atacaba la Dra. Maria L. López?
—Sí, tienes razón —murmuré—. Pido disculpas.
Ella resopló con irritación. Lejos de ser un indulto.
—Sabía que estudiar esa basura de literatura te convertiría en una especie de idiota vulgar. Debiste habernos escuchado cuando tratamos de dirigirte hacia la física teórica. Algo razonable y que vale la pena.
Estudiar literatura había sido mi única gran rebelión, y mis padres nunca me perdonaron por ello. En pocas palabras, estuve tentada a apaciguarlos al entrar en las ciencias, pero nunca había sido capaz de traicionar mi devoción por la escritura. Y la única cosa a la que no me sometí los llevó a su desprecio eterno.
Si dependiera de mí, habría estado satisfecha con una licenciatura en inglés. Habría estado bien con compartir mi amor por las historias con niños de primer grado. Pero hice un programa de doctorado para apaciguar a Ricardo  y a María.
Sin embargo, no parecía importar lo que haga. Mis padres nunca habían estado “orgullosos” de mis logros. Nunca mostraron su aprobación. Siempre exigían algo más grande y mejor.
Pero su desaprobación constante se hacía agobiante. Por una vez, ojalá pudiera ser simplemente lo bastante buena ante sus ojos.
Lamentablemente, hoy no iba a ser ese día.
—Uno pensaría que con tu carrera, serías capaz de dominar las palabras que salen de tu boca con un poco más de respeto y decoro.
—Una vez más, lo siento. Yo…
—Las disculpas son para los imperfectos, Santana. Deja de destacar tus imperfecciones. —Dejó escapar un suspiro de disgusto—. Te voy a poner al día con el pronóstico de tu padre cuando lo considere necesario.
Desconectó la línea antes de que pudiera decir una palabra más.
—Mierda —murmuré. Quién sabía cuánto tiempo pasaría antes de que volviera a llamarme. Yo sabía que no contestaría si intentaba llamar de nuevo para darle una disculpa elocuente que no sonara como la disculpa de una hija “imperfecta e idiota”.
Yo solo esperaba que fuera lo bastante misericordiosa para mantenerme actualizada acerca de mi padre.
Esta vez, cuando levanté la servilleta, me limpie la base de las pestañas en lugar de mi boca. Tenía que dar otra clase en quince minutos; no quería aparecer con los ojos hinchados y húmedos o con moqueo nasal. Si mis padres me habían enseñado algo, era que una imagen digna significaba todo. Pero, maldita sea, me gustaría saber por qué siempre permito que me afecten las palabras de mi madre. A estas alturas, debería esperar su trato frío, impersonal y condescendiente. Sin embargo, todavía me dolía no tener un poco de afecto por parte de mis padres. El noventa por ciento de todo lo que hacía era para ganar su amor. Pero no podía dejar de hacerlo. Porque, sinceramente, si una chica no podía conseguir que su propia familia se preocupara por ella, ¿quién lo haría?
Después de guardar mi celular y E-reader, cierro mi maletín y sacudo las migas de mi regazo. Actuando como si nada me estuviera molestando, tiro el resto de mi almuerzo y regreso al departamento de inglés para terminar mis últimas dos clases del día.
La tarde pasaba lentamente, y más de una vez, tuve que morderme el interior de mi labio para no pensar en la conversación que había tenido con mi madre. Las buenas noticias eran que eso desvió mi mente de una cierta cretina de ojos azules que quería odiar.
Pero debí haber sabido que ella iba a encontrar una manera de entrar de nuevo en mi día. Después de todo, las cretinas de ojos azules tenían el talento de hacer eso.


A eso de las tres, entré en el santuario de mi oficina. Hice una pausa en el umbral y aspiré el aroma de los viejos libros que cubren las paredes, ayudando de inmediato a aflojar mis músculos tensos. Deslice cuidadosamente mi maletín en el hueco entre el escritorio y la pared donde siempre lo guardo, y apoyé mi trasero en el cojín de la silla. Entonces y únicamente solté un pequeño gemido de placer.
Hogar.


Algunos podrían considerar triste y patético que uno de los dos lugares en los que me sentía como en casa fuera cuando estaba escondida en mi oficina pequeña en la universidad, pero no me importaba. Al menos, por fin tenía un lugar que se sentía acogedor. Así que me aferraba a él.
Encendiendo mi computadora, me mordía una uña mientras esperaba a que apareciera mi pantalla de bienvenida y pidiera mi contraseña.


Al mismo tiempo que la pidió, alguien golpeó a la puerta abierta de mi oficina. Por un breve instante, mi corazón saltó en mi garganta. Pero querido dios, si Brittany Pierce en realidad había aceptado mi invitación para hablar de su ensayo esta tarde, yo iba a tener una insuficiencia cardíaca. No podía invadir mi refugio. Mi casa. Simplemente no podía.
Casi me desmayé de alivio cuando vi al decano del departamento de inglés parado en la puerta. Gracias a Dios.


—Dr. Frenetti. —Me puse de pie, apartando el flequillo de los ojos—. Por favor, entre. Entró en la habitación.
—Dra. López —saludó con un movimiento de cabeza antes de ir directamente a su punto.
—. ¿He oído que estás siendo dura con Brittany Pierce?
Oh, Dios mío, tenía que ser una broma.
No estoy segura de qué era peor; que Brittany Pierce visitara mi oficina, o que lo hiciera alguien preocupado por Brittany Pierce. Solo quería escapar de todo lo relacionado a ella.
Sacudiendo la cabeza, le ofrecí al Dr. Frenetti una sonrisa confundida y tensa.
 —¿Dónde ha oído eso?
—Su entrenador se contactó conmigo hoy.
Apreté los dientes. ¿Quién lo hubiera dicho?; la arrogante se quejó con alguien acerca de mí. ¿Por qué no me sorprendía?
La cara del Dr. Frenetti mostraba desaprobación, y por desgracia, él ya tenía una de esas caras que parecían condenar sin ninguna ayuda. Con una nariz grande y plana, las arrugas del entrecejo permanentes y una papada carnosa que caía con una desaprobación rotunda; cuando él fruncía el ceño se veía completamente acusador.


Haciendo caso omiso de la necesidad de volver a mi asiento y empezar a pedir disculpas por mis errores, me obligué a dar un rígido asentimiento. Esto era por las deficiencias de Brittany Pierce, no las mías. Aun así, se sentía como si estuviera confesando un pecado cuando le contesté
—: Ella no lo está haciendo bien, no.


Sin esperar mi invitación, el Dr. Frenetti se sentó en la silla frente a la mía y me dejó inquieta delante de él. Me moví un paso, sin saber si debía sentarme también. Fue algo bueno que al final lo hiciera porque lo que dijo luego, dejó muy débil mis rodillas para permanecer en posición vertical.
—Tenía mis dudas cuando el consejo te contrató, Santana. Alguien tan joven e inexperta... —Sacudió la cabeza y suspiró—. Sabía que iba a causar problemas. Pero la referencia que nos dio tu antigua profesora fue impecable. Ella habló tan bien de ti que yo esperaba que todo fuera a salir bien. Pero no estoy seguro de que entiendas muy bien la gravedad que tendría el reprobar a esta estudiante. Estábamos invictos esta temporada hasta las eliminatorias. Y es posible que todavía no lo veas, pero el fútbol es la columna vertebral de esta universidad.
Oh, lo veía bien. Simplemente no entendía cómo eso debía afectar mi calificación.
—Cuanto antes todos en el departamento de inglés se den cuenta de ello, es lo mejor. Si el equipo consigue el campeonato divisional el próximo año, nuestro poder de reclutamiento se iría hasta el techo, lo que significa que si más estudiantes toman cursos de inglés y entra más dinero, por lo tanto, es una mejor oportunidad para aumentos de sueldo... bonificaciones. En esencia, si ayudas a esta chica, te ayudas a ti misma y a todo el mundo en el campus. Ella es la clave para una mejor universidad, Santana. Sus buenas calificaciones son lo único que la mantiene aquí. Ella no puede perder su beca.
Tuve que pellizcarme la pierna para abstenerme de rodar los ojos. Pero ¿en serio? Una chica —que escribió un ensayo desastroso— ¿era la clave de todo? ¿Muy dramático, viejo?
Discurso dramático o no, mis pobres oídos resonaban de conmoción. Me di cuenta desde el primer día aquí, que los deportes en el campus dominaban todo lo demás, pero me decepcionó oír al Decano del departamento de inglés hablar al respecto con tanta franqueza. ¿Qué hay de una calificación honesta? ¿La integridad? ¿Educación?
En silencio, conté hasta diez antes de hablar.
 —Entonces, ¿me dice que la apruebe, sin importar que esté fallando?
—Por supuesto que no. —Con un bufido irritado, frunció el ceño y apretó sus flácidos labios. Parecían dos panqueques rosas, uno apilado encima del otro.
—. Pero estoy seguro de que hay algo que puedes hacer para que no falle. Eres maestra. Por el amor de Dios, enséñele a la chica.
Oh, no lo hizo. Nadie cuestionaba mis habilidades de enseñanza. —¡Lo hago! Dr. Frenetti, yo…
—Bueno, es obvio que no lo estás haciendo lo bastante bien si ella no está mejorando. Tu clase es la única que está fallando. ¿Por qué es eso?
Quizá porque todos los profesores la aprobaban, sin importar lo mal que lo hiciera en realidad. Puede que ya hayan recibido el mismo sermón que yo ahora.
—Yo... —Negué con la cabeza, y mi cara se calentó a un nivel abrasador.
¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a culparme por esto? Ni siquiera podía defenderme. Al ser el miembro más nuevo de la universidad, no podía ir a quejarme con nadie acerca de ella, sin poner en riesgo mi trabajo. Además, ¿a quién diablos conocía yo para quejarme por no compartir sus opiniones sesgadas?
Dios, odiaba nunca poder defenderme contra nadie.
—Santana, estoy preocupada por ti.
Quería darle una bofetada. El idiota no se preocupaba por mí. Y no me gustaba su falsa táctica para hacerme entender. Me había cabreado bastante el hecho de que cuestionara mis habilidades como maestra.
Cruzando las manos, se inclinó hacia delante. 


—No quiero que nadie te guarde rencor si es tu culpa que Pierce pierda su beca y tenga que abandonar los estudios. Después de unos años aquí, cuando trates de conseguir ser titular —algo que sé que quieres ya que me lo has mencionado— necesitarás que los otros miembros de la facultad voten por ti. Ellos no lo harán si tú sola arruinas nuestra primera oportunidad en veinte años para ganar un campeonato de fútbol.
El hielo corría por mis venas. Y aquí venían las tácticas amenazadoras. Vaya, no iba a lanzar un solo golpe, ¿verdad?
Frotándome la frente, asentí en conforme humildad.
 —Entiendo.
—Bien. Esperaba que lo hicieras. Ahora me gustaría que tú…
Nos interrumpió un golpe en la puerta.
Genial. Me preguntaba quién podría ser ahora. Mi suposición era que la Parca venía a llevarse mi maldita alma. Cuando miré hacia la puerta, sin embargo, deseé que hubiese sido la Parca, porque al menos ella podría haberme sacado de mi desdicha.
La presencia de Brittany Pierce solo se añadía a la misma.
—Bueno. —Pareciendo sorprendida, Frenetti se puso de pie y sonrió con encanto a la recién llegada.
—. Hola, Brittany. ¡Qué agradable sorpresa!
Puse los ojos en blanco y, al instante me sonrojé cuando Brittany me miró y atrapó mi respuesta inmadura al saludo lameculos de Frenetti.
—Me gustó mucho ese último enfrentamiento contra el South Central —le decía Frenetti.
—. El pase que tiraste al final y que ganó el juego fue increíble. Juraba que iban a echarte.
Brittany miró al hombre mayor durante un segundo. Luego me dirigió un vistazo rápido antes de volverse hacia el decano.
—Bueno... me sacaron tan pronto como el balón abandonó mi mano.
—Pero aun así lograste meterlo a la zona de anotación y en las manos de tu receptor. Eso es todo lo que importaba. ¿Y qué fue eso? ¿Un pase de treinta yardas?
—Cuarenta y dos.
Frenetti silbó. —Qué gran brazo tienes, hija.
Brittany asintió respetuosamente.
—Gracias, señor. 
—Me miró de nuevo.
—. ¿Es un mal momento?
—No, no —respondió Frenetti “el idiota” por mí.
—. Vamos, entra. Estoy seguro de que tú y la Dra. López tienen mucho de qué hablar. Así que las dejo.
Espera, ¿qué? ¿Tenemos de que hablar?
El decano me lanzó una mirada directa antes de encerrarme dentro de mi oficina... a solas... con Brittany Pierce. Las paredes al instante nos cercaron y mi pecho hizo lo mismo, apretando en torno a mis pulmones hasta que estaba segura de que me asfixiaría en cualquier momento. Casi podía sentir las manos  fantasmales sujetándome y tapándome la boca mientas un cuerpo fuerte me inmovilizaba en asiento trasero de su coche.
—¿Quién era ese tipo? —preguntó Brittany, alejándose de la puerta cerrada y enviándome una mirada perpleja.
Ella no actuó para nada como si estuviera a punto de atacar, así que me forcé a pasar el oxígeno entre mis dientes apretados, calmando mis nervios. Entonces entrecerré los ojos, preguntándome si de verdad no tenía idea de quién era Frenetti o si trataba de jugar conmigo. Finalmente, me encogí de hombros, pensando que no importaba si actuaba, o si de verdad vino aquí por sus propios medios. De cualquier manera, iba a tener que “trabajar con ella” como había añadido Frenetti.
—Ese era el Dr. Frenetti —le dije—. Es el decano del departamento de inglés. —Cuando Brittany solo parpadeó, sin mostrar entendimiento, suspiré con impaciencia.
—. Es mi jefe.
—Oh. Entonces, ¿cómo sabía quién era yo?
Creo que fue la furia dentro de mí lo que me impedía explotar en una bola de pánico porque de repente, ya no me importaba estar sola en una pequeña habitación con esta chica. Y ya no me preocupaba por cómo iba a tomar mi próximo aliento. Solo me preguntaba qué tan difícil sería sacar un cadáver de aquí y deshacerse de ella para siempre.
—¿Quién no sabe quién es usted, señorita Pierce?
Sus fosas nasales se dilataron mientras respiraba. Podía verla frenar su temperamento al tiempo que movía la mandíbula y se centró en el teclado de mi escritorio. 
Su proceso calmante debió de haber funcionado, porque lo único que me dijo fue—: De acuerdo. —Entonces miró la silla que había abandonado Frenetti, pero no se sentó.
—. Así que... he venido a hablar con usted acerca de mi último ensayo, si tiene un minuto. —Me sonrió—. Como dijo que yo debía hacer.
Asentí, sin hacer contacto visual.
—Bueno, al parecer, debo hacerme tiempo para usted ya que mi jefe acaba de amenazar mi trabajo si no saca las notas mínimas por mi culpa.
—¿En serio? —Brittany parecía genuinamente sorprendida cuando echó un vistazo hacia la puerta donde había estado de pie el Dr. Frenetti. Confundida, se volvió.
—. ¿Por qué haría eso?
Cerré los ojos por un instante. 
—¿Por qué cree usted que lo haría, señorita Cuarenta y Dos Yardas?
Se sonrojó. Era difícil saber si el color vino de la ira, el shock, la humillación, la culpa, la vergüenza, o de qué. Apretando los dientes, espetó.
—: Yo no fui a quejarme a nadie, si eso es lo que está insinuando.
No importaba si lo hizo o no. De todas formas, fui advertida. Ahora debía comportarme según las estúpidas reglas injustas del Hombre. Pero nadie dijo que no podía desquitar mi enfado con la estudiante a la que me obligaban a aprobar.
—Sabe, me parece irónico que usted sea la que escribe las mediocres tareas de escritura y yo sea la regañada por ello.
Si Brittany Pierce tuviera plumas, juro que se habrían erizado. Parecía tan ofendida que yo quería animar mi capacidad para hacerla enfadar.
 —Mire, no le pido un trato especial solo porque a su jefe parece gustarle la manera en que juego a la pelota.
—Y sin embargo, a pesar de nuestros deseos, va a recibir ese trato.
—¿Sabe qué? Que la jodan. Usted me dijo que viniera aquí si necesitaba ayuda. Y aquí estoy. Pero es obvio que no quiere ayudarme Así que, muchas gracias por su tiempo para nada.  Cuando se dio la vuelta, entré en pánico. Cabrear al decano durante mi primer semestre como profesora no sería un buen augurio para mi futuro. Tenía que calmar las erizadas plumas de Brittany Pierce. Ahora.
Apretando los dientes, me puse de pie y murmuré.
—: Pierce, siéntese.
—Ni lo sueñe. —Sin detenerse, abrió la puerta y levantó una mano para mostrarme por encima del hombro el dedo del medio a modo de despedida—. Perdón por molestarla, profesora.
Maldita sea, ella y yo estaríamos jodidas si atravesaba la puerta.
—¿Quiere aprobar mi clase o no?
Por último, se detuvo y miró hacia atrás. Cuando atrapé el destello de vulnerabilidad y orgullo terco en su expresión tensa, me derretí. Mierda, ¿por qué tiene que hacer algo así de humano? Las personas fuertes y obstinadas que muestran una debilidad siempre me derretían como el azúcar en el agua caliente.
—Siéntese —murmuré en voz baja, con tono de disculpa. Señalando a la silla, más tranquilamente añadí—: Por favor.
Con su mandíbula tensa, cerró los ojos y murmuró algo ininteligible antes de volver a cerrar la puerta y sentarse con una mirada petulante. Al tiempo que tamborileaba los dedos con impaciencia en su rodilla vestida con vaqueros, levantó una ceja, diciendo en silencio: ¿Y bien? Enséñeme ya.

No tenía idea de cómo iba a lograrlo, pero estaba decidida a hacer que Brittany Pierce se ganara el aprobado que me obligaban a darle.
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Mensaje por 3:) Dom Ago 07, 2016 9:59 am

Ahi dios esto va a ser divertido...
no me imaginaba que san era la autentica rata de biblioteca...
Las dos si que tienen una vida atros son sus madres....
Por lo menos san ya esta inpregnada con britt jajaja a ver conato dardan en que pase algo en ese despacho jajaja
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Mensaje por micky morales Dom Ago 07, 2016 10:06 am

vaya, se odian en verdad, va a ser muy interesante el ver como la profesora lopez hace que su alumna apruebe su materia!!!!!
micky morales
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por JVM Lun Ago 08, 2016 2:18 am

Me cayo mal el decano, culpando a San de lo malo que sería di Britt dejara de jugar. Y para acabarla la forma de ser de sus padres :/ haciéndola sentir mal todo el tiempo. Pero Britt no tuvo la culpa tampoco, ojala que en esta ayuda obligada de conozcan mejor.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ago 08, 2016 8:01 pm

CAPITULO 3

“Todos son unos genios, pero si juzgas al pez por su habilidad de trepar un árbol, se creerá estúpido toda su vida.”

Albert Einstein.
 

Brittany

Con la garganta seca mientras el ácido en mi estómago hacía saltos mortales, miré a través de los ojos entrecerrados al otro lado de un escritorio sorprendentemente limpio a mi maestra de inglés y su deliciosa boca, la cual me había vuelto loca desde el primer día de clase cuando ella tomó su lugar detrás de la mesa de instructor.
 
Eso me asqueaba más que cualquier cosa. Nada sobre la Dra. López era mi tipo. Yo prefería a las rubias con hermoso cabello largo y suelto. Mi profesora de literatura mantenía su oscura cabellera hacia atrás y oculta en un apretado moño asegurado en la base de su cuello.
 
Yo era una amante de cuerpos largos y esbeltos que les gustaban mostrar sus curvas impresionantes con reveladoras ropas modernas. López era pequeña, y quizá muy redondeada para mi gusto. O al menos me imaginaba que ella tenía rollitos que quería ocultar. ¿Por qué más querría usar ropa tres tallas más grandes para ella?
 
Y me gustaba la sensualidad confiada en una mujer, alguien que sabía lo que tenía y se movía como si quisiera que cada chico en ochenta kilómetros a la redonda dejara lo que estuviera haciendo para mirarla boquiabierto cada vez que pasaba. López no tenía un solo paso coqueto en su repertorio. Ella tenía la sensualidad de una monja, y no parecía gustarle los chicos en absoluto. No es que pensara que fuera una lesbiana como sugirió Puckerman. Solo la veía como un ser anti-sexual. Sin género. Al menos, quería que fuera así.
La cual era otra razón por la que odiaba estar tan al pendiente de ella cada vez que se encontraba cerca. Mientras me imaginaba cómo se sentirían sus dulces labios alrededor de mi parte favorita del cuerpo, sabía que ella no tenía nada más que la maldita literatura en el cerebro.
—En realidad traté, sabe —dije, intentando enfocarme en sus ojos caramelos y no en su boca—. Esa era seguramente la mejor maldita tarea que he escrito. Y no hice trampa como estoy segura que hizo la mitad de la clase. Leí el libro, las notas de ayuda, los ensayos de muestra. Incluso vi la extraña película. Hice todo el jodido trabajo.
Sentándose en silencio en la silla opuesta a mí, la Dra. López me dio una sonrisa tensa.
—Y aun así se perdió el propósito de la tarea.
Bueno, mierda, ¿Eso cree? Sacudí las manos en el aire.
 —Tal vez porque no entendí el maldito propósito. Es decir, ¿qué demonios quería que dijera?
Sabía que debía bajar el tono del lenguaje, pero ella me desesperaba. Y solo había estado en su oficina por dos minutos. Cómo es que esta persona pequeña pudo haberme indignado tan rápido, no lo sabía. Pero aquí estaba, enojada, encendida, avergonzada, alarmada y francamente perturbada por mi atracción, mientras estaba igual de cabreada con ella por saber lo mucho que no merecía poner un pie en este campus porque era tan jodidamente estúpida.
Y, joder, ¿se había puesto brillo labial o algo desde que la vi esta mañana en clase? Su boca se veía más brillante que nunca. Me atrapé a mi misma mirándolos otra vez y aparté la mirada de golpe. Maldición, las maestras maliciosas no deberían tener labios como esos.
 
Suspiró y entrelazó las manos antes de apoyarlas sobre su escritorio.
 —No era lo que yo quería que dijera; sino lo que usted necesitaba decir.
Y ahí se fue toda mi compostura. Otra vez.
—¿Qué necesitaba decir? —Me paré y jalé mi cabello al tiempo que comencé a pasearme por el metro y medio de espacio que tenía en su estrecha oficina.
—. ¿Qué necesitaba decir? ¿Qué jodidos siquiera quiere decir eso?
La Dra. López permaneció tranquila y serena, maldita sea, sentada en su silla mientras me observaba con calma convertirme en una pila de ansiedad.
—Eso quiere decir que no hizo lo que se le pidió. Quería que hiciera una correlación entre un personaje en la historia y usted. No hizo tal conexión. De hecho, no habló de usted en absoluto.
Resoplé.
—Tal vez no sentí una conexión con un puñado de idiotas ricos de los veintes, lloriqueando sobre el amor perdido mientras ellos extendían el adulterio como si fuera un tipo de caramelo. ¿Cómo debía correlacionar algo cuando no hay nada para correlacionar?
Ella se dejó caer en su silla y me miró frustrada con el ceño fruncido.
—Señorita Pierce… —Con otro suspiro, sacudió la cabeza y pasó las manos con cansancio sobre su cara, lo cual desafortunadamente me hizo enfocarme en sus labios.
 
Maldita sea, esa boca no debería ser legal. Podía imaginarla fruncida tan perfectamente alrededor de mi coño, que casi podía sentir el deslizamiento húmedo de su boca pasando por toda mi longitud arriba, abajo, lamiendo , mordiendo, dejando besos húmedos y volviendo a comerme entera.
Mierda, ahora estaba excitada,  y loca como una cabra.
 
Por suerte, ajena a mis crudos pensamientos indeseados, ella tensó sus hombros, se sentó hacia adelante otra vez y me miró directamente a los ojos.
 
 —La literatura verdaderamente talentosa es de esa manera por alguna razón. Ésta siempre —siempre— encuentra un camino hacia cada persona que la lee. Toma un tema sobre la condición humana y la convierte en su pequeña perra.
 
Mis cejas se dispararon hasta la línea de mi cabello. ¿Qué demonios? Sacudí la cabeza, parpadeando.
 
—¿Acaba de decir…?
 
—Sí —espetó—. Lo hice. Porque es verdad. Tome una palabra sobre los sentimientos o emociones y será capaz de encontrar el tema para él en El Gran Gatsby. Se lo prometo.
 
—Cuando no hice más que mirarla boquiabierta, ella arqueó una curiosa ceja.
 
—. Tiene emociones, ¿no es cierto?
 
—Estoy teniendo algunas justo ahora. —Y ellas me estaban asustando totalmente, pero joder, me gustaba ver su perfecta y muy pura boca formando palabras sucias. Era como alguna enfermedad fea y humillante. Quería que lo hiciera otra vez.
Di perra otra vez. Por favor. Solo una vez más.
Pero no lo hizo.
 
—Bien. —Su mirada era directa. Conocedora.
 
—. Déjeme suponer. Está sintiendo frustración. Ira. Odio.
 
—Uh… —Levanté una ceja. Cerca, pero no tanto.
 
—Eso está perfectamente bien. Puede usarlas. Hágala relacionarse con alguien en ese libro y dígame todo al respecto.
 
Al asentarse las palabras, fruncí el ceño. Algo caliente e interesado se derritió dentro de mí. Derrota.
 
—¿Cómo? —pregunté en voz baja, sintiéndome como una completo idiota que todavía no entendía, y quizá nunca entendería.
Parpadeó.
 
 —¿Qué quiere decir? Si está frustrada, enojada y llena de odio por mí, escriba sobre eso, explique por qué, luego explique donde alguien en la historia comparte esos mismos sentimientos y por qué los experimentó. Haga los dos en uno. Golpéeme todo lo que quieras en papel, pero muéstreme esa correlación que quiero ver y le daré una mejor calificación.
 
Resoplé y sacudí la cabeza. De ninguna manera. De ninguna jodida manera.
 
 —No comprendo ¿por qué tengo que escribir sobre mis jodidos sentimientos?
Dejó salir un gruñido frustrado, lo cual solo me encendió más.
 
—Así sé que usted entiende la historia y lo que pasó.
—Bueno, no entendí la historia. Maldición. Se lo dije. No tengo nada en común con…
 
—¡Sí, lo tiene! —espetó, golpeando las palmas sobre la superficie de su escritorio antes de ponerse de pie y fulminarme con la mirada.
 
—. Todos en el planeta tienen al menos una cosa en común con al menos uno de los personajes en esa historia. ¡Ahora vaya y pruébelo!
Furiosa, solo la fulminé con la mirada.
Ella cerró los ojos y se frotó en el centro de su cabeza.
 
—De acuerdo —murmuró como si se hubiera dado por vencida con la pelea.
 
Cuando chupó sus labios, casi enloquecí. Cristo, esto se estaba poniendo vergonzoso. Su boca iba a ser mi perdición. Si ella me lo pedía, probablemente la tomaría en su agradable y limpio escritorio ahí y ahora. Podía tan claramente verme lanzándola, juntar hacia arriba su falda desaliñada, meterme entre sus muslos y dejar claro mi punto.
 
También quería envolver su garganta con las manos y estrangularla por hacerme sentir tan idiota.
 
Tal vez no era sano tener dos emociones tan drásticas en el mismo momento, pero ahí estaban. Absolutamente rugiendo.
 
La buena profesora se hundió de nuevo en su silla.
 
 —¿Qué hay de esto? Haré su trabajo tan fácil como sea posible para usted.
Sí, solo atiende a la idiota. Aparté la mirada, apretando mi mandíbula con rebelión.
 
—No necesito… —Maldición. Sí, lo necesitaba. Por eso estaba aquí, porque necesitaba ayuda.
 
—Le daré un tema para que use. Así que… escoja un tema. Cualquiera.
 
—Abrió los ojos y las líneas en su piel alrededor de ellos se profundizaron más que antes—. ¿Codicia? ¿Poder? —Levantó las manos mientras se encogía de hombros
 
—. No lo sé. ¿Cómo se siente cada vez que juegas al fútbol?
 
Mi cara se calentó con ira.
 
—Oh, muchas gracias. Me gusta que mencione mi fútbol después de decir codicia y poder. —Inclinándome ominosamente sobre el escritorio para mirarla, me golpeé con el dedo índice en mi propio pecho.
 
—. ¿Usted piensa que todas las razones para estar en este campus es solo un viaje codicioso de egoísmo y poder? Bueno no sabe una mierda, señorita. No me conoce en absoluto.
 
Se fue hacia atrás en su silla, con sus ojos oscuros  enormes mientras parpadeaban rápidamente. Finalmente, apartó la mirada y su lengua salió para humedecerse los labios.
Sí, sí, el movimiento hizo que mi coño pulsara con glotona necesidad, pero me encontraba muy cabreada para importarme. En ese momento, odiaba más lo que le hacía a mi ego.
En una voz mucho más calmada, murmuró—: Lo siento si lo ofendí.
 
—Lo cual totalmente me conmocionó y me hizo retroceder un paso para hundirme en mi silla y mirarla asombrada.
 
—. Pero sinceramente no tengo idea de lo que el fútbol es para usted, así que, ¿por qué no me lo cuenta? Una palabra. ¿Qué es el fútbol… para usted?
Mi aliento se volvió dificultoso mientras bajaba la mirada hacia mi mano empuñada en mi regazo.
 
—Desesperación —dije sin querer.
Mierda. ¿Por qué dije eso? Era la verdad cien por ciento. ¿Pero por qué le confesaría eso? ¿A ella?
 
Cuando me atreví a levantar la mirada, me sorprendí de encontrar que ella se veía igual de sorprendida. Quedó boquiabierta.
 
—Yo… —Parpadeó, sus ojos amplios del shock.
 
—. No esperaba que dijera eso.
 
Apartando mi mirada, pasé de golpe la mano por mi cabello y maldije silenciosamente.
 
—Sí, bueno, no quería hacerlo.
 
Diversión llenaba su voz.
 
—Sin embargo tengo la sensación de que es lo más honesto que ha dicho desde que entró en mi oficina.
Mi mirada furiosa regresó a ella, pero simplemente levantó esa maldita ceja desafiante, retándome a contradecirla.
Siseando, me desplomé más en mi silla.
 
—Entonces, ¿qué hago con el tema de desesperación?
Aparentemente entusiasta de repente, la Dra. López se inclinó hacia adelante, sus ojos iluminados con un brillo de entusiasmo.
—Bueno, ahora es la parte fácil. Encuentre un momento de la historia donde alguien se sienta desesperado, al borde, como si nada estuviera bajo el control de él o ella. Explique por qué, entonces dígame cómo entiende esta emoción y cómo puede relacionarla al escuchar todas las razones por las que se siente o se ha sentido desesperada, al borde, y como que nada está bajo su control.
 
Eso debería ser fácil. Me sentía de esa manera casi todos los días. Con todo. Demonios, me estaba sintiendo así justo ahora, por ella. Pero aun así…
Cerrando los ojos, susurré
 
—: Cristo. —La mujer podría también pedirme que le desnude mi alma. Abriendo las pestañas, le disparé un fruncimiento de ceño.
 
—. ¿Y no tiene ninguna aprensión sobre el hecho de que esta tarea es totalmente intrusiva e infringe en la privacidad de una persona?
Sonrió.
 
—Ninguna en absoluto.
 
 —Su sonrisa brillante me atrapó fuera de guardia. Era… encantadora.
Mmm. Qué extraño. La Dra. López tenía una sonrisa encantadora. Eso me dejó sin aliento y tambaleante. No quería que pasara, pero mis labios se curvaron en admiración reacia.
 
—Es un poco mala, profesora.
 
Eso pareció complacerla. Enderezó su espalda y se pavoneó.
 
—Oye, apuesto que acabo de impulsarla a escribir el mejor jodido trabajo que jamás ha escrito.
 
Maldición, amaba la manera en que ella maldecía.
Esta vez, me reí entre dientes. Me gustaba mucho cómo hoy seguía sorprendiéndome. Actuaba tan puritana y seria en clase, como si una maldición nunca hubiera dejado sus labios santos.
 
—Tal vez —murmuré, mirándola bajo una nueva luz—. Ya veremos. ¿Qué tan pronto lo necesita?
 
—Tan pronto como sea posible.
 
Rodé los ojos.
 
—Sin presión. —Con un suspiro, me puse de pie—. De acuerdo, Dra. López. Tendré el mejor maldito trabajo que jamás he escrito en sus manos tan pronto como sea posible.
 
—Excelente. —También se puso de pie—. Eso es todo lo que pido.
Jesús. Ella era una cosita sarcástica. No quería que me gustara eso. Pero totalmente me gustaba.
 
Titubeé, y un silencio incómodo pasó entre nosotras. Si ella fuera un hombre, seguramente habría extendido mi mano y se la habría estrechado, agradeciéndole por la segunda oportunidad que me acababa de dar. Diablos, si fuera una mujer mayor, o tal vez otra mujer, podría haber hecho lo mismo. Pero con ella, justo entonces, se sentía… prohibido. Travieso.
Profesora dura y puritana o no, había algo sobre la suave curva de su rostro de porcelana pálida con unos casi invisibles hoyuelos en  sus mejillas y  su nariz que iban con sus suculentos labios que me provocaban. Sabía instintivamente que nunca debería tocarla.
Debió haber sentido mi nerviosismo porque se removió y aclaró su garganta, sin hacer contacto visual.
 
 —Bueno, asumo que eso es todo lo que necesita.
 
—Sí. —Con un simple bamboleo de la cabeza, murmuré—: Gracias. —Me giré, pero justo antes de dejar la pequeña habitación apiñada con estantes de libros, me detuve y miré hacia atrás—. Y estoy, usted sabe, arrepentida… por llamarla perra más temprano.
 
Esta vez sus dos depiladas cejas oscuras se levantaron. Presionó una mano contra el centro de su pecho.
 
—¿Qué? ¿Está rescindiendo de lo que podría ser el más lindo cumplido que he recibido de una estudiante en todo el semestre?
 
Resoplé una risa pero asentí.
 
—Sí, lo estoy. Fue grosero e inmerecido. Y me disculpo.
 
En respuesta pestañeó mucho contra la parte superior de sus mejillas. Cuando una humedad brilló como un fino lustre sobre sus ojos caramelo, entré en pánico. Mierda, no quería hacerla llorar.
Pero guau. ¿Quién sabía que podía en realidad hacer llorar a la dura e inexpresiva Dra. López? No debía ser ni de cerca tan dura como hacía creer allá fuera. Me hacía preguntarme cuan suave podía ponerse.
Lo cual estaba mal. Mal, mal, mal.
Se sobrepuso, gracias a Dios, y asintió.
 
—Disculpa aceptada —murmuró mientras hacía una señal hacia la puerta para hacerme saber que me hallaba excusada.
 
Dudando otro segundo, estudié sus delicados rasgos, aún maravillada de que fuera lo suficientemente mayor para ser profesora de universidad. Si no actuara tan arrogante y usara ropa tan desaliñada, probablemente la habría confundido con una estudiante novata y ya habría coqueteado con ella para este momento. No me habría detenido de perseguirla tampoco, no hasta que se diera por vencida y me dejara tener un parte de ella, porque mi tipo o no, había algo que me atraía.
 
—¿Cuántos años tiene? —solté antes de poder detenerme.
Mierda. ¿Por qué había preguntado eso? No hacía ninguna diferencia la edad que tuviera mi maestra.
Levantando sus cejas con lo que era irritación o diversión, no podía saberlo bien, murmuró.
 
—: No es de su incumbencia —en una lenta voz envuelta con caliente sensualidad.
Provocó cada hormona dentro de mí, aunque sabía que ella no quería hacerlo.
Me libré de la lujuria generándose y murmuré
—: Claro. —Era momento de salir de aquí. Ahora.
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Mensaje por 3:) Lun Ago 08, 2016 8:41 pm

Interesante....
Bueno ya le encontraron la vuelta al bendito trabajo...
Le esta encontrando el lado pocitivo britt o torturarse con san mas de lo que ya puede estar... igual san jajaja
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Mensaje por micky morales Mar Ago 09, 2016 8:54 pm

Vaya al fin santana provoco algunas reacciones en brittany y eso es un buen comienzo!!! hasta pronto.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Ago 10, 2016 12:04 am

¨Citas Citables son monedas frotadas  suavemente por circulación¨
Louis Menand.
 

SANTANA

 
Brittany  Pierce apartó la mirada y estaba cerca de la puerta de mi oficina cuando se detuvo y miró mi tablero de citas. Un alfiletero de corcho para todas mis tachuelas que sujetaban las notas adheribles y trozos de papel; mi tablero de citas estaba lleno de frases de libros que había coleccionado en los años.
Dejando de caminar, estudió algunas de las citas que había acumulado.
—¿Qué es esto?
Nadie jamás me preguntó eso.
Agaché mi caliente rostro, sintiéndome repentinamente tímida. Pero se sentía como si ella estuviera escaneando un pedazo de mi alma. Todavía inquieta por cómo me preguntó por mi edad, murmuré
—: No es nada. Solo un tablero de citas.
Miró hacia atrás, y la curiosidad en sus ojos azules chisporrotearon mis entrañas.
Me aclaré la garganta.
—Cuando leo una frase de una historia que me gusta, la clavo ahí.—Era como lo mío.
—Mmm.
 —Levantó su mano para deslizar a un lado una de las citas más nuevas para leer una de las más antiguas oculta detrás de ella. Cuando soltó una lenta risa, mis hormonas se tensaron en un inmediato conocimiento. Dios, su risa me estaba provocando
—: Esa es una buena.
Ya que no tenía idea de a cual se refería, no respondí. Por otro lado, consideraba buenas a todos ya que me había tomado el tiempo de ponerlas ahí, así que probablemente no podía evitar estar de acuerdo.
Miró hacia atrás.
 —“Algunas preguntas son complicadas pero las respuestas, simples”
Eso tenía que ser lo más profundo que alguien me ha dicho. ¿Pero qué quería decir con eso? ¿Se refería a mi tarea? ¿Pensaba que lo había hecho muy complicado? ¿Debería trabajar en mis métodos de enseñanza?
Aclaré mi garganta.
—¿Discúlpame?
Se sonrojó ligeramente y se volvió hacia la cita para dar un toque con su dedo en la nota adherible.
—Es del Dr. Seuss. Otra cita que podría agregar.
—O-oh. Gracias. Esa… esa es de hecho una excelente. —Y lo era. Realmente. Qué extraño.
Brittany me recompensó con un indicio de una sonrisa. Entonces agachó su cabeza y salió de la habitación.

Una vez que se fue, me sentí despojada. Colocando mi mano sobre mi corazón, me hundí en mi silla y solté una larga y temblorosa respiración. Bueno, así que mi enamoramiento por una estudiante acababa de crecer a épicas proporciones. Me pregunté qué tendría que decir mi perfecta y crítica madre sobre eso.
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Mensaje por JVM Miér Ago 10, 2016 2:02 am

Un punto para Britt jajajaja, para que vea la Dra. San que tiene mas en común con la jugadora de lo que pensaba :D
Y bueno lo que pensarían sus padres, no seria nada bueno, ojala dejara de preocuparse por su opinión y ser feliz
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Mensaje por 3:) Miér Ago 10, 2016 4:16 am

Todo en la vida a veces es fácil más de lo que aparenta jajaja
Buuuuueeeeennnnnoooo no es tan malo como aparenta la literatura jajaja a ver como le van las cosas a britt ahora...
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Mensaje por micky morales Miér Ago 10, 2016 7:41 am

Santana deberia dejar de pensar en su horrible madre y vivir un poco mas, o no????
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 4:30 am

CAPITULO 4


“Cuando estas en la cárcel un buen amigo, tratara de pagar la fianza. Un mejor amigo estará contigo en la celda junto a ti diciendo: “Maldición, eso fue divertido””!!!!
Grouncho Marx

BRITTANY


 Puckerman holgazaneaba en la cocina cuando entré por la puerta principal de nuestro apartamento. Mientras la cerraba de una patada tras de mí, apareció en la abertura junto al desayunador, con los pies descalzos y sin camisa, y sus pantalones colgando en sus caderas. Solo tuvo que ver mi cara para saber que pasaba algo. Una petulante mirada lasciva se extendió por sus rasgos.

—Así que… ¿cómo estuvo tu reunión con López?

 Le di mi mejor mirada de jódete y dejé caer mi mochila pesadamente en el suelo antes de desplomarme de espaldas en el sofá.

—Es como si acabara de tener una sesión de una hora con una psiquiatra. Lo juro por Dios, ¿quién diría que la literatura era sobre sentimientos y emociones? Maldición.

 Puckerman se rió disimuladamente.

—Entonces, ¿va a dejarte reescribir un nuevo trabajo o qué?

 —De hecho, sí. Es raro, ¿eh? Pero solo porque su jefe tiene una erección por mí o algo y la forzó a darme una segunda oportunidad.

—¿De verdad? ¿Tuviste que darle sexo oral para que eso pasara?

—Se apoyó en la pared y movió las cejas sugestivamente.

—¿Qué?

 —Deslizando un cojín que descansaba 
bajo mi cabeza, lo lancé hacia él tan fuerte como pude

—. Jesús, Puck. Eres un imbécil tan vulgar, que me irritas completamente. Atrapó el cojín en su pecho y rió disimuladamente.

—Maldición, también te amo, bebé. Oye, apuesto que si te ofrecieras a enseñarle a la lesbiana a  batear para el equipo correcto, cambiaría tu calificación a una A sin que tengas que preocuparte por escribir otro trabajo por el resto del semestre.

 Suspiré y decidí ignorarlo, o se pondría peor. Pero el idiota había tocado una fibra sensible. Si alguna vez se diera cuenta de que en realidad pensaba en ella de esa forma, nunca dejaría de recordármelo. 

Vaya humillación. Enfocando mi atención en el techo, noté una nueva mancha de humedad creciendo en la esquina. Genial. 

La peor parte era que no podía mencionarle la fuga a nuestro casero o aumentaría nuestra renta de nuevo, como lo hizo este invierno cuando le pedimos que arreglara el sistema de calefacción. Las reparaciones no son gratis, había dicho.

 —Oye, deja de fantasear con follar a tu maestra, idiota.

—Puck pateó mis pies del extremo del sofá al tiempo que pasaba, dirigiéndose hacia el corredor que llevaba a nuestras habitaciones separadas.

—. Es noche de chicas. tenemos trabajo que hacer. Pido ser la primero en la ducha.

Gemí, habiendo olvidado completamente qué día era. Cada jueves era noche de chicas en Forbidden, el bar donde Puck y yo trabajábamos. Eso significaba que solo los empleados varones  y las empleadas mas apetecibles  por la clientela Puckían que ir a trabajar, y ya que entre los cinco chicos y chicas éramos barman, algunos de nosotros teníamos que cambiar y hacer de mesera por esa noche. Mis propinas se elevaban cuando atendía mesas en las noches de chicas, pero maldición, las mujeres ebrias podrían ser jodidamente inquietas. No es que no me molestara un pequeño agarrón de trasero de alumnas lindas. Pero después de un par de horas de eso, mi trasero empezaba a irritarse. Y eso era solo de las mujeres que iban por la puerta de atrás.  Puck se vio forzado a usar un suspensorio un par de meses atrás debido a todas las manos hambrientas que agarraban sus genitales. Sí, era así de loco. Una hora después, estaba siguiendo a Puck hacia afuera, ataviado con una entallada camiseta negra y vaqueros, lo que era el uniforme reglamentario de los que trabajábamos  en Forbidden. Ya que no poseo mi propio auto, me subí al asiento del pasajero de la camioneta de Puck al mismo tiempo que él se deslizaba detrás del volante. Cinco minutos después, nos estacionamos frente al club nocturno y tomamos un minuto para ver el silencioso edificio antes de salir de la camioneta.

 En una hora, el lugar estaría a reventar, y desaparecería la paz que teníamos ahora. Pero… también pagaba las cuentas y me ayudaba a enviar a casa algo de fondos extras a Caroline, de modo que pudiera pagar aquellas cuentas.

—¿Estás lista para esto? —pregunté, abriendo la puerta. Puck rió.

 —Nací listo, hija de puta.

—Mientras me seguía a la puerta principal, sacudí la cabeza, preguntándome si siquiera era capaz de no salir  con una respuesta políticamente incorrecta a cualquier pregunta que alguna persona le hiciera.

Después de abrir la puerta y deslizarnos dentro, busqué con la mirada en el interior a los otros tres chicos que se suponía trabajaban esta noche.

 —¿Dónde están todos?

—Con Puck, raramente éramos los primeros en llegar, y ni siquiera habíamos llegado temprano.

—Bueno, Finn siempre llega tarde —dijo Puck, bajando una silla de la primera mesa que vio y poniéndola verticalmente

—. Y las gemelas están…

— Vio el lugar y se rascó la cabeza..

—. ¿Dónde demonios están las gemelas? Como respondiendo a su pregunta, la puerta de la oficina del gerente se abrió, y la hija mayor del dueño de Forbidden, Jessie, salió lentamente seguida de un extraño, un chico de cabello oscuro, asiático,  de mi edad, más o menos la misma altura y talla… lo que solo podría significar una cosa. Nuevo empleado. Uno de mis compañeros debió haber renunciado.

—Mierda —gruñó Puck, reflejando mis pensamientos, antes de levantar la voz y gritar a través del bar vacío.

—. Oye, Jess. ¿Dónde están Harley y Louie?

— En realidad las gemelas se llamaban Heath y Lynda, pero Puck tendía a asignar a cada quien su propio apodo. Jess nunca había sido una fan de Noah Puckerman, así que le entrecerró una dura mirada amenazadora.

—¿Dónde crees? Renunciaron. Tal vez ya no querían trabajar con tu inútil trasero. Aquí está su reemplazo. Que alguien le enseñe lo que debe hacer. Con eso, dio media vuelta y empezó a caminar de regreso a su oficina.

 —Oye —gritó Puck detrás de ella.

—. ¿Y qué hay del otro? Jesse se detuvo y miró hacia atrás para arquear una intimidante ceja.

— ¿El otro qué?

—Este lugar va a estar lleno dentro de una hora, mujer. Necesitamos al menos cinco personas trabajando esta noche, no tres y un despistado novato. ¿En serio vas a reemplazar ambas gemelas con este único imbécil? El despistado y novato imbécil en cuestión le dedicó una mirada de reojo que parecía más entretenida que insultada por su comentario al tiempo que Jess siseó con exasperación.

 —Sí, lo voy a hacer. Así que enséñale qué hacer.

 —Con eso, volvió a su oficina cerrando de un portazo, dejándonos a los tres solos en el bar.

—Definitivamente me desea.
—Puck aspiró intencionadamente hacia la puerta cerrada, mientras yo suspiraba y ponía las manos en mis caderas, haciendo entrar al chico nuevo. Dios, no podía esperar a que el papá de Jess regresara a trabajar.
 
 Él tuvo una operación a corazón abierto recientemente, y ella había tomado el control  mientras tanto. Pero si él no apuraba su trasero y se recobraba pronto, su bebé preciosa arruinaría completamente este club. Inclinando mi cabeza en un saludo, dije-

—: Hola. ¿Cuál es tu nombre?
El chico nuevo metió las manos en sus bolsillos traseros y desvió su atención de Puck para mirar en mi dirección.

—Mason —dijo—. Mason Lowe. Asentí.

—Gusto en conocerte. ¿Has trabajado de barman antes? Cuando Lowe sacudió la cabeza, Puck resopló y me golpeó en el estómago.

—Todo tuyo, bebé. —Apartándose de nosotros, regresó a su trabajo de bajar las sillas de las mesas.

—Bien —grité—, entonces nosotros atendemos la barra; tú atiendes las mesas.

—Qué mierda. Haz que el nuevo atienda 
las mesas.

 —Mierda, ¿quieres que renuncie en su primera noche? Puck se detuvo para estudiar a Lowe de pies a cabeza. Luego asintió.

—Sí, con una cara bonita como la suya, serías acosado más allá de todo arreglo dentro de los primeros cinco minutos. Me ocuparé de las mesas. Pero solo por esta noche.
 —Apuntó amenazadoramente a Lowe—.
¿Entendiste, novato? Lowe empezaba a parecer un poco alarmado.
 —¿De qué está hablando? Pensé que este era un bar normal. Ajá. No había nada regular en Forbidden. 

Pero para tranquilizarlo, dije— : Lo es. —Con una palmada amistosa en su espalda, me encogí de hombros.

—. No le hagas caso a Puck. Simplemente está irritado porque anoche su vagina fue montada muy duro.

—Hija de puta —gritó Puck desde el otro lado de la habitación. Lo ignoré, concentrándome en Lowe.

—Pero todos los jueves es noche de chicas, así que tal vez se ponga un poco loco. Las bebidas tienen un descuento del cincuenta por ciento para todas las mujeres que vengan, lo que significa que un montón de chicas ebrias y manoseadoras van a tratar de tener un pedazo de ti… toda la noche. Un matiz verde inmediatamente cubrió la cara de Lowe.

—Grandioso — murmuró en voz baja. Con una risa, le di un codazo en el brazo.

—Confía en mí. Lo es. Tus propinas se triplicarán. Pero en serio, querrás proteger a los chicos. Te recomiendo usar un suspensorio cada jueves de hoy en adelante.

 —Seguro. —Tragando saliva y mirando hacia la salida, Lowe asintió.

—Tu acento es diferente —señalé mientras lo guiaba hacia la barra-—. ¿De dónde eres?

—De Florida. Acabo de mudarme aquí hace algunos meses.

 —Amigo. —Apareciendo de la nada, Puck se dejó caer en un banquillo y puso los codos en la barra mientras le fruncía el ceño a Lowe-

—. ¿Por qué diablos dejarías Florida por el jodido Ellamore, Illinois? Mason se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.

 —Mi novia es de aquí. Ella quería venir a casa. Puck resopló.

 —Espera, espera, espera. ¿Viajaste desde casi el otro lado del país por un coño? Maldición, eso es estúpido.
Pensé que Lowe iba a saltar a través de la barra y estrangular a mi lamentable compañero de cuarto, así que me adelanté.

 —Ignóralo —dije, estirando la mano para golpear a Puck en un lado de su cabeza-
—. Como dije, vagina irritada. Mirándome, Puck resopló.

 —Al menos no me estoy follando a mi maestra por una buena calificación. Oh, eso era todo.

—Lárgate. —Apunté a su cara y le di una mirada mortal hasta que rodó los ojos y se alejó tranquilamente. Una vez que había dado media vuelta, no pude evitar dirigir una mirada preocupada hacia Lowe-

—. No estoy… Levantó las manos e hizo un gesto para tranquilizarme, diciéndome que no tenía que explicarme.

—Oye, las mujeres mayores no son lo mío. Pero si tú…

—Ella no es mayor —siseé a la defensiva antes de poder detenerme-

—. Quiero decir… mierda. —Clavé los dedos entre mi cabello, mientras mi mente daba vueltas para encontrar la forma de salir de esto porque eso sonó como si me estuviera follando a mi maestra.

—. Bien, no me estoy acostando con ninguna de mis maestras. El lameculos solo está hostigándome porque de alguna forma milagrosa convencí a mi estricta profesora de inglés para que me permitiera reescribir un trabajo. Es todo. Demonios, soné muy a la defensiva, ¿verdad?

 —López y Pierce sentadas en un árbol —cantó Puck, la niña de cinco años atrapada en un cachondo cuerpo de veintiún años, desde el otro lado del cuarto—. B.E.S.Á.N.D.O.S.E.
 Lo callé al tomar un balón de fútbol americano de un estante detrás de la barra y mover mi brazo hacia atrás para apuntarlo. Cuando lo golpeé justo en la espalda, gruñó y cayó despatarrado en el suelo. Lowe silbó, claramente impresionado por mi habilidad.

—Tiro de suerte.

—¿Suerte? —Giré la cabeza para mirar boquiabierto al chico nuevo-

—. Obviamente no tienes idea de quién soy.

 —Uh… —Sus cejas se arrugaron al tiempo que sacudía la cabeza-

—. No. ¿Quién eres?

 —Hijo, estás en presencia de una leyenda local.

—Con una reverencia extensa, me presenté—: Brittany Pierce, amada quarterback del equipo de fútbol americano de la universidad.

—Oh, sí. —Lowe asintió con reconocimiento brillando en su mirada—. No me transferí hasta este semestre, pero escuché lo bien que lo hizo el equipo este año. Y estoy bastante seguro de que he escuchado tu nombre por todo el campus. Con una carcajada orgullosa, grité hacia mi compañero de cuarto.

 — ¿Escuchaste eso, Puck? Incluso el novato ha escuchado de mí. Puck resopló.

 —Solo eres popular porque te hacemos lucir bien. Reí y me volví de nuevo a Lowe.

 —Ése es Idiota, también conocido como Noah Puckerman. Pero la mayoría lo llama Puck . Sin embargo, si me preguntas, es más como un Cero. Es un receptor de segunda del equipo.

 —De segunda mi trasero. Jugué más que tú esta temporada. Es cierto, pero no lo admitiría en voz alta.
Ignorándolo, le pregunté a Lowe—: ¿Cuánto sabes de mezclar tragos? La triste sonrisa y el levantamiento de sus cejas me dijo que no sabía nada. Suspiré, ya lista para que la noche terminara.

—Impresionante. Entonces empecemos a aprender, ¿de acuerdo? Le explicaba lo más sencillo, mostrándole cómo mezclar las más básicas de las bebidas y manejar la caja registradora cuando Finn entró justo antes de abrir, molestándome con su usual retraso. Por su personalidad, el chico era mi compañero favorito, pero maldición, a veces no llegaba sino hasta después de que abríamos.

—Es bueno de tu parte que por fin te nos unas —grité, arrojándole un delantal de forma que lo golpeó justo en la cara-

—. Tú atiendes el piso con Puck esta noche. Las gemelas renunciaron. Este es el nuevo chico, Mason Lowe. Ahora empieza a trabajar. Mi abrupto y corto discurso, para ponerlo al día, solo lo hizo sonreír. Los piercings de plata en su ceja se movieron.

—Maldición, tu mandona boquita nunca deja de excitarme, Pierce. Resoplé porque Finn Hudson era más mujeriego que Puck y yo juntos. Supongo que las mujeres iban por la imagen del chico malo tatuado y con perforaciones en la cara. Pero si me preguntan, diría que él era lo más alejado de un verdadero chico malo como era posible para cualquier tipo.

Él se desgastaba con dos trabajos para mantenerse, además respetaba a las mujeres más que cualquiera que conocía. Siempre era el primero en saltar y 1 Juego de palabras: Puck = Diez. 42 patear traseros si algún idiota ebrio molestaba a una mujer, y sabía qué decir para hacerlas felices. Simplemente amaba todo sobre las mujeres, y ellas amaban todo sobre él.

—¡Finn! ¡Mi hombre! —Puck saltó hacia adelante, prácticamente tacleando al recién llegado-

—. Gracias a Dios que no renunciaste también. Parece que tenemos el piso esta noche, hijo de puta. ¿Te pusiste tu suspensorio? Cuando cerró su mano en un puño y fue a golpear a Finn en el paquete, éste le golpeó la mano.

—Oye, eso no es un juguete, princesa. Una suertuda señorita podría necesitar usarlo luego. Puck resopló.

—Lo que sea, imbécil. Sabes que te estás reservando para mí.

 —Él realmente atacó al otro chico entonces, frotándole la pierna.

—Esta noche no, cariño.

 —Con voz tranquila, Finn lo empujó hacia atrás por la frente—. tengo dolor de cabeza.

 —Qué demonios. Definitivamente me deseas. Mientras ellos se alejaban aun bromeando de un lado a otro para abrir las puertas principales, Mason miró en mi dirección.

—No bromeabas sobre lo del suspensorio, ¿verdad? Reí y sacudí la cabeza.
 —No. No era broma. Él palideció.
—Eso era lo que me temía. Media hora después, ya nos encontrábamos abarrotados con chicas que sorbían sus bebidas elegantes a mitad de precio, y penes calientes esperando cosechar los beneficios. Vi al nuevo chico vender algo, sonriendo con inquietud a una chica que le dio su número de teléfono junto con su pago en efectivo. Una vez que ella se dio la vuelta, él arrojó el pedazo de papel discretamente en el bote de basura.

 Me acerqué lentamente a él cuando estiró la mano para tomar la boquilla equivocada para hacerle un Tom Collins a la próxima chica que era incapaz de apartar sus ojos de él, y lo corregí en silencio, tomando su mano para que alcanzara la palanca correcta.

 —Jesús, eres popular esta noche. Se supone que yo soy la genial aquí, pero cada mujer que viene al bar me ignora para mirarte a ti.

—Debe ser un asunto de carne fresca.  Rodando los ojos, murmuró-

—: Ve por ellas, no estoy interesado. Resoplé.

—Sí, pude notarlo. Cuando estuve a punto de informarle que podía mandármelas la próxima vez que una chica quisiera darle su número, atisbé una cara familiar acercándose a la barra. Aliviada de saber que alguien estaba ahí para verme, y no a Lowe, salté hacia adelante con una sonrisa lista.

 —Ahí está mi fan favorita. —Me estiré a través de la barra para atrapar a Tianna por su nuca y arrastrarla a medio camino para un rápido pero delicioso y sucio beso; luego le sonreí agradecida.

 —Hola, cariño —dijo distraída, alejándose de inmediato de forma que pudiera estirar la cabeza y asomarse detrás de mí para darle un vistazo a Lowe-

—. ¿Quién es el chico nuevo? Cuando sus ojos brillaron con lujuria pura, rechiné los dientes y quemé a Lowe con una mirada letal. Él simplemente sonrió como si estuviera divertido con mis celos. Su leve encogida de hombros parecía decir: Oye, ¿qué quieres que haga al respecto? De ninguna forma iba a dejar ir a mi fan de fútbol favorita. Así que me volví a Tianna y mentí entre dientes-

—: Ese es Milo. Acaba de salir de la cárcel. Es casado con tres hijos. Pero la mentira no pareció desalentarla en lo más mínimo. Siguió mirándolo e incluso revolvió su cabello antes de mover los dedos hacia él en un empalagoso saludo antes de presentarse. Mierda.

No pensaba que el chico era tan guapo, pero aparentemente era alguna maldita clase de afrodisíaco para las mujeres. El bastardo. Sin embargo, la acosadora mirada de Tianna pareció disgustarlo, porque añadió amablemente—: Cuatro niños. tenemos a otro en camino.
Sonreí, decidiendo que podría ser bueno después de todo.

—¿Dónde está tu amiga esta noche? —le pregunté a Tianna, tomando su mano para jugar con sus dedos y traer su atención de vuelta a mí-

—. ¿Sigue en pie lo de ese trío que me ofreciste? Tianna finalmente apartó la mirada de Lowe.

—Oh, lo siento. Marci tenia clases de baile esta noche. Así que tendremos que hacerlo en otro momento. Pero sí, no te preocupes. Aún está de acuerdo con ello. Juro que las bragas de esa chica han estado mojadas por ti durante meses. Desde que las presenté en esa fiesta después del último partido de fútbol, no deja de hablar de ti. Es muy molesto.

 —Habla de mí, ¿eh? —Una sonrisa se extendió por mi cara, alimentando un poco mi ego, al saber que alguien todavía me prefería antes que al maldito Mason Lowe. Y su nombre era Marci. Lindo.

 —Bueno, odio hacer sufrir a una chica. ¿Qué dices si conectamos en algún momento? Pronto.

—Seguro. —Su mirada volvió a Lowe mientras seguía hablando—: ¿Vas a esa fiesta de fraternidad el próximo fin de semana?

—¿El próximo fin de semana? —gemí—. Me estás matando, Tianna. Necesito algo antes del próximo fin de semana. Dejó escapar un enojado suspiro y me frunció el ceño.

 —Muy bien, bien. Veré lo que puedo hacer.

—Eres la mejor. —La acerqué para otro beso rápido-

—. Gracias.

—Sí, sí. Solo asegúrate de llevar también a tu nuevo amigo a la fiesta, y te lo devolveré… en un gran momento.

—Pasó una uña por mi mejilla al tiempo que su rostro se iluminó con una sonrisa astuta. Iba a decirle que no intentara nada con Lowe, ya que él parecía unido a su novia, pero Puck apareció por detrás de ella.

 —¡Tianna! —Le dio una fuerte palmada en el culo—. ¿Ya estás lista para darme otro paseo? Resoplando, Tianna se giró para cruzar los brazos sobre el pecho y lo fulminó con la mirada.

—Todavía no he perdido la razón, así que… demonios no. Tócame otra vez, y patearé tus pelotas hasta la garganta. Mientras se alejaba, dejé escapar un bajo silbido y una mueca de dolor por solo pensar en ello. Puck tenia algún tipo de talento. Era el único hombre que conocía que podía molestar a la reina del sexo casual. Tianna nunca se enojaba con ningún tipo, por nada. Me hizo preguntarme qué demonios le había hecho para ofenderla.

 Por otra parte, era Puck. Las posibilidades eran infinitas. Después de verla alejarse, él se giró para sonreírme.

—Ella me desea. Estaba preguntando por mí, ¿no? Me reí.

—Entre besarme, mirar a Lowe, y engancharme con una de sus amigas, no, tu nombre no salió ni una vez.

 —Engancharte, ¿eh? ¿Quién es su amiga? ¿La doctora López? Entrecerrando los ojos, lo apunté amenazadoramente.

—Lo juro por Dios, si no te callas, yo patearé tus pelotas hasta la garganta.

 —Lo que sea, rubia. Sabes que deseas a tu profesora.

 —Entonces fue a tomar el lugar de Mason y comenzó a coquetear con un par de señoritas sentadas en la barra. Lo triste era que Puck solo se burlaba porque estaba seguro de que yo no la quería, mientras que, incluso la mención de ella agitaba algo dentro de mí. Debí haberle pedido a Tianna el número de Marci. Necesitaba algo, cualquier cosa, para eliminar los pensamientos de cierta profesora desaliñada  de mi cabeza. Porque si esto continuaba, sin duda me encontraría en un tazón de mierda lleno de problemas. Cuando llegó la hora de cerrar, puse a Lowe en el turno de limpieza. Mientras limpiaba la mesa, sonó su teléfono. Lo sacó del bolsillo y, lo juro, tan pronto como vio el identificador de llamadas en la pantalla, su cara se iluminó como un niño en la mañana de navidad.

 —Oye, Sweet Pea —respondió, poniendo su voz toda ronca y privada, haciéndome saber que debe estar hablando con su chica. Metiendo el teléfono entre el hombro y la oreja para continuar su trabajo, se rió en respuesta a algo que le dijo ella-

—. Ha sido… interesante. Te contaré todo cuando llegue a casa. ¿Ah, sí? —Levantó las cejas, y solo podía imaginar lo que su chica le sugería hacer cuando llegara a casa, porque todo se encendió en su rostro. Sin embargo, no era capaz de apartar la mirada cuando lo veía hablar con ella. Era tan… extraño. Los chicos del equipo de fútbol que tenian novias estables nunca parecían felices cuando sus mujeres los llamaban para saber de ellos. Rara vez eran fieles a sus chicas y siempre tenían aventuras de una sola noche cada vez que jugábamos fuera de la ciudad. Me hacía preguntarme por qué siquiera se molestaban en tener una relación. Ahora que lo pensaba, en mi vida no había crecido cerca de ninguna pareja monógama. Mi mamá rara vez llevó a casa al mismo tipo más de dos veces, y todos los matrimonios en nuestro barrio terminaron en divorcio o viudos. Así que, bien, era raro para mí ver a un chico hablando con su novia como si no quisiera hablar con nadie más en el mundo. Y también se veía tan malditamente feliz por eso. Era un poco… dulce. Cuando colgó, aún sonriendo, Lowe guardó el teléfono y volvió a su trabajo, luciendo como si acabara de ganar el campeonato nacional o algo así.

—¿Quién demonios era esa? —quiso saber Puck cuando se acercó a la barra con un puñado de vasos que debían ser limpiados-

—. ¿Acabas de ganar la lotería, novato?
 
—¿Hmm? —Lowe se giró y lo miró—. Oh. Mi novia. Ella solo quería saber cómo iba mi primera noche.  Otra vez con la dulzura. Era un poco entrañable ver esa pura emoción iluminar su rostro cuando hablaba de ella. De repente me sentí muy curiosa por las novias y la monogamia. Tal vez no era tan horrible como algunos de los chicos del equipo lo hacían parecer. Tal vez no sería el fin del mundo establecerse con una persona. Quiero decir, nunca nadie me había llamado para ver cómo iba mi día. A nadie le había importado. Sabía que mis hermanos y hermana me amaban, pero nunca se me comunicaron conmigo solo para tranquilizarme cuando me sentía nerviosa antes de un partido, o una gran prueba, o incluso preguntarme cómo había salido algo. No es que yo los molestara con ese tipo de mierda; tenían sus propios problemas por los que preocuparse. Pero tal vez, no lo sé, tal vez sería agradable si…

—Dios, novato, eres tan dominado. —Puck resopló y se retiró de nuevo, yendo a limpiar mesas mientras Finn barría el piso. Me di la vuelta y terminé de contar la caja registradora, ligeramente mortificada por mis propios pensamientos. No tenía ningún problema para conseguir compañía femenina en esta ciudad. La mayoría de mis compañeros se quejaban de cuán afortunada era. ¿Por qué demonios fantaseaba con algo más? Otro rápido vistazo a Lowe, quien tatareaba alegremente (sí, tarareaba) en voz baja, me dijo exactamente el por qué.

Él tenia algo bueno y confiable, algo que lo hacía feliz y alegraba todo su día. No tenia que conocer a una nueva chica cada noche y tratar de aprender de ella en un par de minutos así sabría cómo encantarla en una cama. Ya tenía a alguien que probablemente conocía por dentro y por fuera, y que sin duda lo comprendía también a él. No tenía que fingir que le gustaban sus historias solo para sacarle la camiseta o actuar como un rudo mariscal de campo para mantener una fachada. Simplemente podía ser él mismo con ella, y disfrutar la vida.


Por primera vez en mi vida, me puse celosa de alguien en una relación comprometida. Me sentía muy incómoda, pero no era capaz de evitarlo. Lowe se veía tan malditamente contento. Y yo quería algo así para mí.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 4:32 am

CAPITULO 5


“Todo lo que siempre quise fue extender  un brazo y tocar otro ser humano, no solo con mis manos, sino con mi corazón.

Tahereh Mafi, Shatter Me. …
 

SANTANA

 
Me encantaba el olor de las palomitas de maíz. Era el aroma prohibido de una juventud que nunca me permitían saborear. Sodas gasificadas también fueron un tabú en mi casa durante mi niñez.
 
Tan pronto como pagué mi combinación de Pepsi y palomitas de maíz en el puesto, tuve que tomar un rápido sorbido de mi pajita y alzar un puñado de delicia mantecosa directo de la cima del cubo. Un par de palomitas cayeron por los lados demasiado llenos, y aterrizaron en el piso de concreto para mezclarse con las caídas de todas las compras anteriores. Me encantó. Era tan desastroso y despreocupado, algo que les habría dado un infarto a mis padres.
 
—Gracias —le dije en apreciación a la chica que acababa de entregarme mi refrigerio.
 
Mis padres me habrían regañado por charlar con la boca llena, pero aquí, a nadie le importaba. Disfrutando de mi zorrería vergonzosa, me volví y casi me estrellé con dos chicas que esperaban en la fila detrás de mí.
 
—tengo una clase de álgebra con ella, y oh, dios mío, está tan buena —decía una de ellas, sin siquiera darse cuenta que yo necesitaba pasar.
 
—Cierto. —La segunda chica se abanicó—. tendría los bebés de Brittany Pierce sin pensarlo.
 
Oh, hermana. Rodando los ojos, murmuré un severo
—: Permiso. —Y me giré de lado para deslizarme entre ellas. Pero esto estaba mal. Me desvivía por la misma chica que un par de zorras quinceañeras y cabezas huecas. ¿Qué demonios pasaba conmigo? ¿Y por qué demonios empeoraba mi obsesión al asistir al partido de práctica primaveral... dónde ella, obviamente, estaría jugando?  
 
Tal vez, debido a que yo en realidad amaba el fútbol, a pesar de lo mucho que todos los otros profesores con los que trabajé pensaban de forma absurda que debería anteponerse a una buena educación. O quizás, solo quería ver a Brittany Pierce en pantalones ajustados arrojando un balón por todas partes durante todo la tarde.
 
Me estremecí por el pensamiento y entré al estadio por la primera entrada que encontré. Mi asiento se ubicaba dos secciones por arriba, pero no me importaba la caminata. Ayudó a despejar mi cabeza para lo que vería.
 
Un par de jugadores se encontraban en el campo, calentando, pero no sabía quiénes eran por sus números o cascos puestos, así que me concentré en encontrar mi asiento. Fue usado por un par de ocupantes ilegales, pero los eché a correr con una mirada intencionada a mi boleto antes de enviarles mi mirada de maestra de ceja arqueada.
 
Una vez instalada con las palomitas de maíz en el regazo, me bajé más la gorra en mi cabeza, esperando que me hubiera ocultado lo suficientemente bien. Ir de incógnito era también parte de la diversión. Ya que nunca me atreví a hacer nada que mis padres no hubieran aprobado cuando viví en casa, nunca tuve la emoción de escabullirme.
 
Aquí, me sentía perfectamente bien por asistir a un partido que horrorizaría a María y Ricardo López . En realidad, no tenia que esconderme. Pero era divertido fingir. Además, ahora no quería ser reconocida como la Dra. López. Los estudiantes siempre se aproximaban con alguna clase de pregunta de una tarea, y en este momento, solo quería ser Santana, la espectadora de chicos y chicas sexys en pantalones ajustados… eh, quise decir, de fútbol. Las personas no tendían a reconocerme cuando usaba pantalones vaqueros y una camiseta de mangas largas con la mascota del campus de un Vikingo. Así que fui con ello.
 
Levantando la cadera solo lo suficiente para jalar la lista que adquirí, y sacándola de mi bolsillo trasero, la desdoblé y de inmediato comprobé el nombre de quién-tú-sabes. Ella era el número doce.
 
El doce se convirtió en mi nuevo número favorito.
 
Al ser único juego fuera de temporada, este partido de práctica era una exhibición. Y me preparé para un espectáculo. Ahondando en las palomitas, comí puñados de una vez y tomé mi bebida, sintiéndome sorpresivamente joven y alegre. Mmm, reconfortante.
 
Criada por dos profesores universitarios, que me tuvieron en sus cuarenta y tantos, algunas veces me sentía como si nunca se me hubiera permitido tener una infancia. Esperaron que superara al resto; y habitualmente lo hacía. Cuando había comenzado la escuela, de inmediato me pusieron en clases superdotadas. Siempre fui más joven que todos mis compañeros y aun así, se esperaba que actuara tan madura como ellos, si no más madura debido a mi coeficiente intelectual. Y ya que nunca nadie quiso relacionarse con la chica fenómeno y genio, jamás tuve ningún amigo que podría haberme enseñado cómo ser una niña normal.
 
Hoy parecía como si pudiera ser uno de esos días donde podía sentirme tan alegre como quisiera.
 
Este extremo del estadio se protegía perfectamente del sol de la tarde, así que cuando un viento suave sopló en mi rostro, sentí un poco de frío. Me acurruqué más profundo en mi camiseta, curvando los hombros hacia adelante para mantener tanto calor corporal como fuera posible, solo para saltar cuando un grupo escandaloso de chicos en la sección siguiente soltaron carcajadas entre ellos.
 
Eché un vistazo en su dirección y sonreí ante cuanta diversión tenían. Las dinámicas desconcertantes de amistad siempre me habían eludido, pero en una forma curiosa. Solo porque nunca nadie hizo amistad conmigo, no significaba que no observaba los círculos sociales durante los años, ni anhelaba ser bienvenida en uno. Miré, me asombré y lo envidié.
 
Pero mientras los miraba, el brillo en mi euforia se atenuó y dejé caer los hombros bruscamente mientras que la soledad surgió poco a poco. El grupo escandaloso se volvió más ruidoso al tiempo que los chicos se empujaron e intercambiaron insultos amistosos, estableciendo una jerarquía de clases. Sinceramente, ¿cómo podrían los amigos ser tan malvados y decirse esos insultos, que yo no acusaría ni a mi peor enemigo, solo para sonreír y reír como si se hubieran dado el mejor cumplido?
 
Dios, quería que alguien me llame por un nombre sucio y luego cuelgue un brazo alrededor de mí, apretándome con genuino compañerismo.
 
Ya en la próxima mirada hacia los chicos ruidosos, fruncí el ceño con irritación envidiosa. ¿tenían que restregar su felicidad así? Sabía muy bien que me encontraba sola por aquí, sin un solo…
 
—Te están molestando a ti también, ¿no? —me preguntó el hombre a mi lado, mientras echaba un vistazo y observaba mi expresión.
 
Parpadeé y volví mi atención a él, sobresaltada de encontrarlo sonriéndome. Parecía estar en sus treinta y pocos, cabello castaño claro y ojos color té para combinar. Usando pantalones vaqueros sueltos y una camiseta apoyando a la universidad, podría ser cualquiera.
 
Rodando los ojos con exageración, señaló con la cabeza hacia la pandilla alborotadora.
 
—Parece que esta es siempre mi suerte; quedó atascado en el grupo más revoltoso de idiotas inmaduros en el estadio entero.
 
 —Justo cuando dijo eso, cada chico en el grupo escandaloso se puso de pie, mientras pasaban un trío de chicas lindas. Silbando y gritándoles, se levantaron las camisas para mostrarles sus vientres pintados, los cuales deletreaban la palabra “Vikingo” con cada letra en un pecho diferente. Las chicas impresionadas se rieron y gritaron cumplidos, pero siguieron caminando.
 
—¿Ves a lo que me refiero?
 
—Mi compañero colocó el codo en la parte posterior del asiento vacío entre nosotros, que lo hizo parecer de repente muy cerca
 
—. Idiotas.
 
Le envié una pequeña sonrisa, ni cerca de confesar que estuve ansiando ser una idiota junto con ellos.
 
—Al menos sobresalen en el espíritu escolar —contesté educadamente.
Echando la cabeza atrás para revelar un cuello fuerte y moreno, el hombre se rió.
 
—Esa es probablemente lo único en lo que sobresalen. Juro que he reprobado al menos a la mitad de esa pandilla.
 
Enderezándome más, me espabilé para prestarle atención.
 
—¿Eres profesor en Ellamore?
 
Con un regio asentimiento, ofreció una mano.
 
—Philip Chaplain. Soy profesor en el departamento de historia.
 
—Entonces somos vecinos. —Animándome, le estreché la mano. Sabía que el edificio del departamento de historia se localizaba al lado de Morella Hall, mi edificio, pero nunca conocí a nadie del cuerpo docente de allí.
 
—. Acabo de comenzar este semestre, enseñando literatura.
La sorpresa reinó en sus rasgos antes de darme una sonrisa vacilante
 
. —¿Eres una asistente licenciada?
 
Negué con la cabeza.
 
—No. Estoy en el cuerpo docente. Como tú.
 
Habitualmente me molestaba cuando alguien me confundía con una estudiante o una simple asistente de profesor. Pero Philip estaba siendo tan agradable, que lo perdoné sin dudarlo.
 
Otra vez, pareció sorprendido y confundido antes de que cambiara su expresión.
 
Oh. —Arrastró la palabra cuando el reconocimiento iluminó sus ojos-
 
—. Tú eres la… —La mirada viajó sobre mi rostro y por mi cuerpo hasta que sus ojos se detuvieron en mi pecho, y asintió-
 
—. Sí, por supuesto que eres tú.
Aquellas cinco palabras murmuradas me confundieron. Por supuesto que yo era, ¿qué? ¿Hasta él escuchó que era la única profesora en el campus dispuesta a reprobar a Brittany Pierce? Quizás Frenetti tenia razón; iba a tener una mala reputación si no…
 
—Su reputación la precede, Dra. López. —Philip interrumpió mis pensamientos sonriendo con genuina cordialidad—. Todos hemos escuchado sobre el miembro más joven del cuerpo docente que enseñó en Ellamore, pero ninguno de mi departamento la ha conocido aún. Estábamos comenzando a pensar que eras un mito que creó la gente inglesa, porque ya sabes, les gusta la ficción.
Me abstuve de rodar los ojos ante su juego de palabras trillado.
 
 —Sí, nos gusta. Pero puedo asegurarte que soy completamente real. Por favor, llámame Santana.
 
—Santana —repitió; sus ojos adquirieron una clase de brillo intenso y bajó la voz—. Un bello nombre para una bella mujer.
 
Me sonrojé de la cabeza a los pies, insegura de cómo tomar tal cumplido. Un poco me gustó, pero no me encontraba segura si se me permitía que me guste.
Antes de que pudiera trastabillar con algún desganado agradecimiento, el presentador del juego interrumpió a través del altavoz, dando inicio a los acontecimientos del día
.
Philip y yo regresamos nuestra atención al final del área donde posaba una Jumbotron gigante. Una serie de avances de dos segundos de varios jugadores fueron exhibidos por la pantalla, creando un monólogo estimulante del equipo como un todo. Cuando mostraron a Brittany usando una camiseta del equipo con el número doce y un balón acunado en sus manos, mi interior saltó con energía agitada.
 
—Se trata de ese momento en que todo se reduce a nada más que la unidad y determinación para tener éxito —dijo a la multitud, antes de que la cara de un nuevo jugador iluminara toda la pantalla.
 
Aún imaginando al número doce, fruncí los labios, recordando la otra palabra con “D” que él utilizó para describir este juego. No era motivación ni determinación, sino desesperación.
 
Todavía me preguntaba por qué dijo eso y lo que quiso decir. Pasaron dos días desde nuestra reunión en mi oficina y aún no entregó su trabajo, pero tenía curiosidad por saber por qué eligió esa palabra.
 
—Entonces, te gusta el fútbol, ¿no? —La voz de Philip interrumpió mis pensamientos y yo, salté literalmente, haciéndolo reír y poner una mano en mi hombro, para estabilizarme—. Lo siento.
 
Moví la mano, perdonándolo al instante.
 
 —No, está bien. Me... distraje. Pero, sí, siempre he disfrutado viéndolo. Es casi como un tablero de ajedrez, pero más... físico.
 
—Poniendo los ojos en blanco, porque seguro sonaba como una idiota, le mostré una sonrisa tímida—. No hay mucho contacto en mi vocación, así que siempre he tenido curiosidad y estímulo por ello.
 
Al levantar la mirada para captar su reacción, decidí abruptamente que físico, contacto y estimulo, podrían no haber sido la elección ideal de palabras. Volvió esa luz tenue en sus ojos que vi cuando dijo mi nombre.
 
Sus labios se torcieron con una sonrisa divertida.
 
 —Me encanta cuando una mujer es estimulada por el fútbol. —Fue todo lo que dijo antes de que las personas en la multitud a nuestro alrededor volaran fuera de sus asientos y comenzaran a aplaudir. Aparté mi atención de Philip y miré al campo para ver a todos los jugadores hacer su gran entrada. Inmediatamente, me puse de pie con todos los demás.
 
No necesité mucho tiempo para encontrar a la jugadora número doce. Corrió cerca de la parte delantera de la línea, llevando un suéter marrón, mientras que la mitad del equipo vestía de blanco. Con su casco y almohadillas haciendo sus hombros increíblemente amplios, personificaba a la estrella de fútbol perfecto. Contuve el aliento y llevé mis nudillos a la boca, poniéndome en puntillas para poder mantener una visual constante de ella.
 
—Con Pierce en su último año, creo que vamos a tener campeonatos nacionales, sin ningún problema —dijo Philip, inclinándose hacia mí.
 
Salté, olvidando que se encontraba allí. ¿Pero en serio? ¿Cómo supo mencionarla justo cuando pensaba en ella? Ugh, probablemente porque siempre pensaba en Brittany Pierce.
 
Le envié al profesor de historia una débil sonrisa.
 
 —Por lo tanto, ¿es tan buena?
La sonrisa de Philip era deliberada y un poco coqueta.
 
—Solo mira. Es la mejor mariscal de campo que probablemente hemos tenido.
 
—Mmm. —Traté de no parecer demasiado intrigada. Pero no había manera de ocultar mi anticipación veinte minutos más tarde cuando el equipo de Brittany tomó la ofensiva y ella corrió por la cancha. En su primera jugada, movió el brazo hacia atrás tan pronto como el central lanzó la pelota en sus manos. Con perfecta precisión, la llevó hacia otro jugador que corría por el campo. Su receptor no tuvo que frenar ni acelerar. Ni siquiera tuvo que estirarse para atraparla. Simplemente ahuecó los dedos y la pelota aterrizó en la cuna enguantada que eran sus palmas.
—Oh, Dios mío —murmuré asombrada—. Podría ser el próximo Aaron Rodgers.
 
A mi lado, Philip gimió y luego se echó a reír mientras colocaba su mano sobre su corazón, haciendo una mueca.
 
—Dios, por favor no me digas que eres fan de los Pakers.
Arqueando las cejas, me volví hacia él, dispuesta a defender a mi equipo con lealtad.
 
—Obvio. ¿Por qué, qué equipo apoyas?
 
—Hola. Estamos en Illinois. Al Bears, por supuesto. —Arrugué la nariz, pero se apresuró a decir—: Pero mi mariscal favorito en la liga es Tom Brady.
Asentí, concediéndole esa. Brady no estaba mal. Para nada. Pero...
 
—Soy muy aficionada a Alex Smith.
 
Esta vez, fue el turno de Philip para asentir como si me permitiera esa concesión, antes de añadir—: Por lo menos no dijiste Manning.
Sonreí
 
. —¿Cuál?
 
Me señaló, con una gran sonrisa en su cara.
 
 —Diablos, sabes de tus mariscales. Muy bonito, Dra. López. —Nunca me dijo si hablaba de Eli o Peyton, pero parecía tan impresionado por mi conocimiento del deporte, que creo que no importaba.
 
Encantada de haber sido capaz de impresionarlo, le devolví la sonrisa y recordé—: Es solo Santana.
 
—Cierto. Santana. —Cuando su mirada se calentó de ese modo masculino interesado, me mordí el interior del labio, sin saber qué hacer con toda su atención
.
A nuestro alrededor, el estadio se volvió loco. Puse mi atención en el campo, justo a tiempo para ver a la número doce esquivar a un defensor corpulento y saltar a la zona final, anotando.
 
—Oye, ¿qué haces el próximo sábado? —preguntó Philip, distrayéndome otra vez, y sorprendiéndome mucho—. Porque me encantaría salir contigo.
 
Abrí la boca.
 —Emmm... —No podía creerlo. Vine aquí para comerme con los ojos a otra  mujer que resulta ser mi alumna, y acabé siendo invitada a salir por un compañero de trabajo.
 
Sacudiendo la cabeza, porque todavía me sentía confundida por el hecho de que esto sucedió, farfullé—: ¿La administración no menosprecia ese tipo de cosas? Compañeros de trabajo... ¿socializando?
 
Philip se encogió de hombros. —No somos exactamente compañeros de trabajo. Trabajamos en departamentos diferentes. Además, hay un par de miembros de la facultad en el campus, que están casados entre sí. La única política que estoy seguro que tienen sobre socializar es entre profesores y alumnos.
 
Miré hacia la número doce en el campo, que actualmente era atacada por sus compañeros de equipo, para felicitarla.
 
 La punzada en mi pecho me dijo que me sentía decepcionada al oír en voz alta la política profesor-alumno, a pesar de que ya sabía que existía. Aún más atontada por mi reacción porque incluso si hubiéramos sido libres para salir, apostaría que Brittany nunca me daría la hora del día, y lo último que necesitaba era una mujeriega como ella.
 
 ¿Entonces por qué me sentía triste?
Volviéndome a Philip, tomé una respiración profunda. Mi corazón dio un vuelco rápido en mi pecho, incapaz de creer que en realidad iba a hacer esto.
 
—Está bien —dije—. Sí. Creo que me gustaría.
 
Me devolvió la sonrisa.
 
—¿En serio? —Cuando asentí, respiró hondo y me envió una enorme sonrisa de alivio-
 
—. Genial. Es una cita entonces.
 
Vaya. Una cita.
 
Una aclamación de la multitud llevó mi atención hacia el campo, cuando la defensa interceptó la pelota y la ofensiva de Pierce trotó de vuelta al campo.
Sacudí la cabeza con desconcierto. No podía dejar de preguntarme qué es lo que haría la número doce si supiera que me había ayudado a organizar mi primera en cita dieciocho meses. Ya que me odiaba, estoy segura que lo haría

molestar, así que sonreí aún más. Bien. Se necesitó al hombre adecuado para hacerme pensar en ella tan inapropiadamente como lo hice.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 4:42 am

CAPITULO 6


“El hombre llega mucho más lejos para evitar lo que teme que para alcanzar  lo que desea”
Dan Brown, El Código de Da vinci
 

BRITTANY

 
El martes por la mañana, entré en la clase de literatura irascible y nerviosa. Después de venir directamente desde el laboratorio de impresión más cercano donde había impreso un documento rehecho de ocho páginas para la Dra. López, me sentía abierta en dos y en carne viva.
 
Ella había exigido que hablara de mis sentimientos. Así que hablé. Puse mi alma en la estúpida tarea. Había cavado dentro de mí y lo puse todo en el papel, descubriendo cosas que no me di cuenta incluso de haberlas sentido.
 
Sin decir una palabra a la mujer ya sentada detrás del escritorio mientras rebuscaba dentro de un maletín abierto, dejé las páginas grapadas en un lugar vacío, bocabajo.
 
Alzó la cabeza de golpe, sus grandes ojos oscuros le daban un aspecto muy joven para tener un doctorado. Estrechando la mirada, pasé un segundo observándola antes de darme la vuelta y buscar un sitio para sentarme.
 
Después de acomodarme en mi silla, miré en su dirección para verla observando el ensayo con curiosidad. Luego, sin darle la vuelta para leerlo, lo deslizó con cautela por la mesa y lo guardó en el bolsillo de malla dentro de la tapa de su maletín. Después cerró el pestillo, levantó su atención y comenzó la clase... como si nada aplastante en la tierra hubiese acabado de suceder.
 
Dejé escapar un suspiro. Se terminó. Acabado. No tenía que volver a insistir con esa cosa estúpida y ridícula.
 
Aunque un par de mis dedos estaban vendados porque les había dado un golpe en un partido de entrenamiento de este fin de semana, los tamborileé sin cesar en mi muslo. No podía quitar mis ojos de ese maletín cerrado. Con la
 
 
sangre corriendo por mis venas como un exceso de velocidad de un tren, no podía librarme de este loco e inquieto sentimiento de pánico.
 
A mitad de la clase, de repente me di cuenta de lo que había hecho. Dejé entrar a una mujer que me disgustaba a mis pensamientos más íntimos. Jesús, confesé todo para ella, todos mis miedos e inseguridades, mis deseos y sueños más profundos, mi infancia jodida y todos los problemas de mis hermanos. Y el mayor de mis secretos.
 
Ahora ella sabría cuántas veces tuve que quedarme en casa para cuidar a los niños cuando mi madre nos dejaba para emborracharse y drogarse antes de llegar a casa para follarse a un desconocido en nuestro sofá. Sabría cuantas veces me había metido en problemas en la escuela por ser  miembro de la familia Pierce. Sabría exactamente lo mal que pensaba de mí todo el mundo en mi ciudad natal. Sabría... Ella lo sabría...
 
Mierda, ella podría romperme con todo el forraje que yo había juntado cuidadosamente y entregado en mano. ¿Qué demonios había hecho? ¿Qué pensé al escribir toda esa mierda? Tan pronto como comencé, sin embargo, perdí el control y escribí mis pensamientos y sentimientos y la vida familiar; simplemente seguí, incapaz de detenerme. Las palabras salieron de mí.
 
Pero ahora... ahora…
 
Un sudor frío se filtró por el centro de mi espalda. No oí ni una sola palabra de la conversación que me rodeaba. Solo podía mirar con sombría fatalidad a ese maletín negro.
 
Tan pronto como acabó la clase una hora y media más tarde, me levanté de mi asiento, decidida a rectificar esta situación. Corriendo a toda velocidad, pasé a otros estudiantes para atraparla antes de que se fuera y me la encontré aún en su escritorio. Cuando la alcancé apenas había reabierto su maletín para meter sus notas en el interior.
 
—¿Dra. López? —Totalmente sin aliento, mi voz la sobresaltó. Alzó la vista y tendí la mano con impaciencia—. Acabo de recordar algo que me olvidé de poner en ese trabajo. ¿Puedo recuperarlo?
 
Con una elevación de sus cejas, bufó. —No lo sé. ¿Puede?
 
Apenas me contuve de poner los ojos en blanco. Sin saberlo, la mujer tenía el poder para aplastarme, esperando inofensivamente en su maletín, ¿y ella quería corregir mi puta gramática? Era de esperarse.
 
¿Puedo? —dije entre dientes, amablemente. Le seguiría la corriente, siempre y cuando recuperara el trabajo.
 
—Lo siento, pero no. —Enviándome una sonrisa tensa, cerró su maletín; el sonido hizo eco en mi pecho y endureció mis músculos con miedo.
¿No? ¿Qué quiso decir con no?
 
Cuando agarró el asa y levantó el maletín de su escritorio para salir de la habitación, la seguí. Pero ella no pareció darse cuenta, por lo que la esquivé para bloquear la salida.
 
—Pero me olvidé de corregirlo. Deme un par de horas y se lo devolveré. Se lo juro.
 
Negó con la cabeza. —Es demasiado tarde, señorita Pierce. Ya le di más oportunidad que nadie en la clase de mejorar la nota. Esta es la última vez que voy a aceptar nada para esta tarea. —Comenzó a rodearme.
 
—Entonces me quedo con la primera D —estallé, más que frenética. Mierda, ¿qué decía? No podía aceptar la D inicial. Pero eso era mejor que dejar que ella leyera mi artículo.
 
La Dra. López se detuvo. Cuando levantó la cabeza para arquear su maldita ceja otra vez, cedí, lista para arrodillarme, suplicando.
 
—Estaba enfadada, está bien.
 
 —El carraspeo en mi voz reveló mi desesperación, y lo odié. Pero seguí suplicando, necesitando recuperar mi trabajo más de lo que necesitaba mi próximo aliento—. Usted me provocó y respondí en un acto reflejo. No era mi intención escribir toda esa mierda. Así que... —Le tendí la mano con cautela, como si me acercara a un animal salvaje acorralado y herido—. Déjeme hacerlo de nuevo. Una última vez. Por favor.
 
Ella me miró boquiabierta, sus ojos oscuros muy abiertos por la sorpresa. Echando un vistazo a mi interesada palma, dijo—: Ahora sí que me siento obligada a conservar este ensayo, solo para ver lo que ha escrito.
 
—Maldita sea —gruñí—. Devuélvame el maldito trabajo. ¡Es mío!
Sin pensarlo, traté de agarrar su maletín. Ella saltó lejos, saliendo de mi alcance.
 
¡Señorita Pierce! ¿Qué cree que está haciendo?
Al darme cuenta de lo que acababa de hacer, me retiré, solo para poner mis temblorosos dedos en la boca y apretar los labios, manteniendo el impulso instintivo de pedir disculpas.
 
Pero, Jesús. ¿En qué demonios pensaba? ¿Enfrentándola a las afueras de un salón de clases, mientras que pasaban cientos de estudiantes —testigos— a raudales?
 
Sacudí la cabeza y cerré los ojos, intentando recuperar mi sensatez. Cálmate, Pierce.
 
Cuando alcé mis pestañas, seguía mirándome con anchos ojos recelosos. Se veía una pizca de miedo en esas profundidades oscuras, y experimenté un profundo pesar que ni siquiera podía nombrar. Abrí la boca para disculparme, pero una vez más, me detuve.
 
—Como quiera —murmuré, deslizándome un paso lejos.
Eran solo palabras. Las palabras no eran nada. Si ella trataba de hacer algo de esto, me gustaría simplemente encogerme de hombros y decir que me lo inventé. Solo palos y piedras pueden romperme, ¿verdad? No dejaría que su respuesta sin sentido a mis palabras me molestara.
 

Pero un miedo innato ya me había empapado. Me di la vuelta antes de que pudiera avergonzarme más. Pero mierda, esto probablemente me iba a romper. No solo le di el poder de aplastar mi espíritu a un nivel personal, sino que también le entregué una razón muy válida para que me echaran de la universidad de forma permanente.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 4:45 am

“Nunca se entiende a un persona  hasta que consideras  las cosas desde su punto de vista, hasta que te metes en su piel y caminas con ella”.

Harper Lee, Matar a un ruiseñor..
 

SANTANA

 
Metí la pata.
Abrí el ensayo de Brittany  Pierce en el trabajo y lo leí en mi oficina.
Simplemente no pude evitarlo. La forma en que me había enfrentado para recuperarlo, para que no viera lo que escribió, me puso curiosa y me dejó un poco demasiado agitada. Por un breve instante, pensé que iba a luchar hasta el fin para recuperarlo. Parecía lo bastante desesperada.
 
Entonces su expresión se había despejado, y pareció tan conmocionada y horrorizada por sus acciones, que me preocupó que se echara a llorar. Lo peor, era que si lo hubiera hecho, yo habría hecho algo igualmente horrible, como abrazarla. O darle su ensayo.
 
Gracias a Dios que no había hecho nada de eso.
Porque una vez que empecé a leer su ensayo, no pude parar. Leer cada frase conmovedora y observar el desarrollo de su horrible vida era como ser testigo de un accidente de auto.
 
Mi pecho dolía cuando terminé la última línea del ensayo. Maldita sea. No se suponía que Brittany Pierce fuese así. No debía tener una infancia tan dura, o poseer cualidades rescatables, ni hacerme sentir ningún tipo de compasión por ella.
 
 No debía llegar a mi alma y agarrar mi corazón ni provocarme estos sentimientos, exactamente como acababa de hacer. Nadie debería ser capaz de hacer eso en ocho páginas.
 
Pero ella lo había hecho.
Mis mejillas seguían húmedas por las lágrimas que cayeron al leer su estúpido, increíble y bien escrito ensayo.
 
Es posible que pudiera haber mentido. Podría haber inventado todo para hacer el trabajo. Pero teniendo en cuenta la forma en que reaccionó después de la clase, sabía que no fue así. Estos eran sus verdaderos pensamientos. Sus verdaderos sentimientos. Sus verdaderos actos.
Ella había roto las reglas, cosas por las que normalmente yo habría estado horrorizada, pero lo hizo por la más noble, dulce e increíble razón. Su amor desesperado por sus hermanos le dio la determinación para llegar a donde hoy se encontraba.
 
Me estremecí, abrazando su ensayo contra mi pecho mientras secaba en mi cara la última de las lágrimas. Ojalá alguien me hubiera amado de la forma en que ella amaba a sus hermanos y hermana.
 
Bueno, una cosa era cierta. Brittany Pierce había logrado lo imposible: Logró cambiar completamente mi punto de vista de ella.

Oh, diablos.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 5:07 am

CAPITULO 7


“Tus  emociones  son esclavas de tus pensamientos, y tu eres el esclavo  de tus emociones”
                         Elizabeth Gilbert, Eat, Pray, Love.

BRITTANY

 
—Entonces, ¿qué crees que debo hacer?
 
Gimiendo, cerré los ojos y dejé que la parte trasera de mi cabeza chocara contra la superficie del banco del aparato para levantar pesas que se hallaba debajo de mí. Por encima, la barra que acababa de levantar, quedó apoyada sólidamente en los montantes cromados.
 
—No sé, Caroline. —Era demasiado pronto para esto. Anoche trabajé hasta tarde, y hoy había otra noche de mujeres pero éramos únicamente cuatro personas  para todo el bar y yo era la única chica—. ¿Qué tan malo es el moretón?
 
—¿A qué te refieres? —gritó mi hermana a través del teléfono—. Es un maldito moretón... alrededor de su ojo. Ya sabes que esa pandilla de matones lo golpeó.
 
Solté un suspiro agotado. Realmente necesitábamos un quinto persona en Forbidden. Inmediatamente. Me encantaba el dinero que me traía el tiempo extra de trabajo, pero esto iba a matarme. —Sí, probablemente —le dije sin entusiasmo, y luego bostecé.
 
—Oh, Dios mío —reprendió Caroline—. No pretendo que te preocupes por nosotros, ni nada. Nuestro hermano mediano fue agredido por una pandilla. Pero la pobre Brittany está cansada así que...
 
—¡Cristo! —Me senté, con el ceño fruncido en la sala de entrenamiento al tiempo que interrumpía a mi hermana—. Lamento si no estoy completamente centrada. He estado trabajando mucho para poder ayudarte, lo sabes. Lo que me recuerda, ¿recibiste el cheque que envié el lunes? —¿O nuestra madre lo interceptó y compró drogas?
—Sí, llegó ayer, pero eso no ayuda…
—¿Qué esperas que haga? ¿Que conduzca doce horas hasta casa para que les patee el culo a los pequeños vándalos? Ni siquiera tengo coche.
Quería que hablaras con él.
—De acuerdo. —Me froté las sienes doloridas—. Ponlo al teléfono.
—Está durmiendo ahora.
Con un suspiro, cerré los ojos. —Está bien. Voy a llamar esta tarde después de clases y antes de ir a trabajar. Ahora, ¿qué pasa con Colt? ¿Se está sintiendo mejor?
 
La fiebre había persistido durante algunos días después de su episodio con faringitis estreptocócica. Caroline me llamó llorando el sábado, justo antes de mi gran partido, para preguntar si alguna vez él mejoraría, pero entonces ayer, por fin me informó que había regresado a la escuela.
 
—Oh, se encuentra bien. Ni siquiera se notaría que estuvo enfermo. No estoy segura de por qué me preocupé tanto.
 
Sonreí con cariño. —Porque eres aprensiva de nacimiento. Seguro estás preocupada por el baile que tienes este fin de semana.
 
—No es cierto —argumentó, pero podía oír la sonrisa en su voz.
 
Me reí entre dientes, solo para ponerme seria cuando pregunté—: ¿Mamá aún no vuelve a casa?
 
Era una pregunta que rara vez me molestaba en hacer, pero mi hermana parecía más estresada de lo habitual. Necesitaba un poco de alivio. Y aunque mi madre era horrible, su presencia tenía que ser mejor que nada.
 
—Estuvo un par de horas la noche del martes. Se comió la mitad de los comestibles de la nevera, y luego se dio una ducha y volvió a irse.
Rodé los ojos.
 
—Parece normal. —Por lo menos en esta ocasión no había traído a un perdedor con ella para acosar a mis hermanos.
 
Cuando un suspiro llegó a través del otro extremo de la línea, sentí la necesidad de hacer sonreír a Caroline. Ella no sonreía lo suficiente. Me di cuenta al escuchar el sonido de su voz.
 
—¿Ya conseguiste ese nuevo vestido para el baile? —le pregunté, para nada interesada en los vestidos, pero amaba a mi hermana sin condiciones.
 
—Sí. El martes después de la escuela fuimos de compras con mis amigas.
Asentí. —¿De qué color es? —Cuando un tacle derecho que entrenaba a un par de metros de distancia se detuvo para enviarme una mirada extraña por hacer esa pregunta, me di la vuelta. Podía pensar lo que quisieran de mí. Yo sabía que hablar de vestidos animaba a Caroline.
 
Y así lo pareció. —Azul —respondió, con la voz notablemente animada—. Bueno, verde azulado, técnicamente.
No tenía ni idea de qué color era verde azulado, pero eso no importaba. Caroline seguía divagando, describiendo su largo y el tipo de tela y la cantidad de volantes.
—Sander incluso vino de visita anoche para poder verlo y encontrar un ramillete que combine.
 
Alcé las cejas. —De visita, ¿eh?
 
—Oh, Dios mío. No ocurrió nada. Te lo juro, eres la hermana más sobre-protectora de todas.
 Colton estuvo aquí todo el tiempo. Y él siguió a Sander a donde quiera que fuera.
—¿Solo Colt? ¿Dónde estaba Brandt?
—Te lo dije, se encontraba fuera recibiendo una paliza por esa maldita pandilla.
—Ah, claro. Lo olvidé. —Preguntándome que era exactamente lo que iba a decirle a Brandt para ayudarlo a mantenerse fuera de problemas, volví a bostezar. Maldita sea, necesitaba dormir más. Mi cerebro se puso confuso. Cerrando los ojos, me imaginé en mi colchón en mi apartamento y me pregunté cuando tiempo pasaría antes de que pudiese apoyar mi cabeza en la almohada de nuevo, acurrucada bajo las sábanas, y sola...
 
Inesperadamente, una imagen de mi profesora de literatura me vino a la mente. Con el cabello libre de su moño y la chaqueta arrojada a los pies de mi cama. Cuando sus manos fantasmas se deslizaron suavemente por mis senos desnudos, salté y abrí los ojos.
 
Jesús, sin duda ha pasado mucho tiempo desde que estuve con una chica.
Aún sudorosa  levantando pesas en la sala de formación de la universidad, me di cuenta que Quinn Fabray se acercaba, tal vez queriendo más concejos para lanzar. Solté un suspiro interno.
—Debo colgar, Care. Pero me pondré en contacto con Brandt más tarde y averiguaré lo que está pasando con él. ¿De acuerdo?
 
Ella masculló algo que no entendí, pero al final accedió y me dijo que me amaba antes de colgar.
La siguiente media hora pasó con ejercicio más extenuante, repasando diferentes jugadas y escenarios con Hamilton, enseñándole cómo ser un mejor jugador de lo que era. Dios, esperaba que no resulte ser mejor que yo. Todo esto no valía la pena si terminaba perdiendo mi lugar en el equipo y ni siquiera atraía la atención de los cazatalentos de la NFL.
Algunos días, solo quería darme por vencida y dormir, o faltar al trabajo, o simplemente saltarme el pesado entrenamiento y ni siquiera asistir a clases. Pero tenía una sensación de hundimiento de que si fallaba, aunque sea una vez, volvería a atormentarme.
 
Así que seguí adelante, trabajando con todo de mi y esperando que todo saliera bien.
 
Pero, Dios, estaba tan cansada. Sentía que había un peso de veinte kilos en mi pecho. Si tan solo pudiera descargar toda mi mierda con otra persona, hablar con alguien...
 
Caroline podía contar conmigo para escuchar sus problemas, pero yo no le decía a nadie acerca de todas mis inquietudes y preocupaciones. Ni siquiera a Puck. Él no tenía idea de lo que era mi vida fuera de Ellamore.
 
Todavía medio fuera de sí después de mi noche de insomnio, irrumpí en clase. Estaba tan perdida que me olvidé por completo la terrible tarea que le entregué el martes a López.
 
 No pensaba en nada de eso cuando entré en piloto automático a la habitación... hasta que dijo mi nombre.
 
Maldita sea, pero su voz siempre me provocaba algo.
 
Me detuve, con el pie levantado para subir el primer escalón hacia la parte posterior de la clase donde vi descansar a Puck. Volteando la mirada, eché un vistazo hacia ella, pero no me miraba.
 
Con su atención en un documento que examinaba en el escritorio, estiró el brazo y levantó otra pila de hojas grapadas de la parte superior de su maletín y me lo ofreció para que yo me acercara.
 
Mi estómago cayó hasta mis rodillas. Mierda. ¿Ya lo había leído?
Quedé inmóvil, sin poder moverme ni un centímetro. Continuó leyendo la hoja en su escritorio durante otros diez segundos antes de que al fin levantara la cara y me lanzara una mirada mordaz. Cuando movió el ensayo a modo de invitación para que fuese ahí, me quedé mirándola, mientras toda mi vida destellaba ante mis ojos.
 
Leyó mi artículo, y ahora lo sabía. Y, eh, supongo que había descargado todos mis problemas con alguien, después de todo, ¿cierto? Mierda, ¿por qué tenía que ser ella? Estudié su rostro con cautela, temiendo lo peor. Pero no me mostró nada, excepto una expresión medio molesta porque no me movía.
Ella tenía que ser una de esas personas que eran capaces de poner una buena cara de póquer, ¿verdad? No pude descifrar nada de lo que pensaba.
 
Ahora me sentía más preocupada por lo que debe de pensar de mí, que por mi nota; di un paso a ella, solo para hacer una pausa. Dios, no quería recibirlo.
 
Debía estar cubierto de rojo, diciéndome exactamente lo que iba a hacer con todo lo nuevo que conocía de mí.
 
Bajé la mirada a mi ensayo en su mano, caminé los últimos pasos y lo tomé, solo para enrollarlo y no poder ver la calificación o todos sus comentarios en los márgenes.
 
Mi corazón golpeaba con fuerza en mi pecho mientras caminaba sin ver a mi escritorio. Ella había leído. Lo sabía. Entonces, ¿qué diablos pensaba de mí ahora? Y ¿qué iba a hacer con toda la información?
 
—¿Cuál es la calificación? —exigió Puck tan pronto como me senté. Eché un vistazo hacia él, pero no lo miré. El miedo y la ansiedad nublaban por completo mi visión; solo pude sentir la falta del ensayo cuando él lo arrancó de mi mano.
 
—¡Oye! Idiota. —Lo cogí de nuevo antes de que pudiera desenrollarlo—. Aparta tus manos, imbécil.
 
—Bueno, ¿a qué esperas? ¿Que venga el hada mágica y lo transforme en una A?
Apreté la mandíbula y lo miré. Cuando él apenas me miró, esperando, suspiré y rodé los ojos. Tratando de actuar como si esto no fuese el fin del mundo, desenrollé lentamente las páginas, rogándole a Dios que no se diera cuenta del leve temblor en mi mano.
 
Cuando vi una A, quedé boquiabierta. Parpadeé, pensando que mis ojos seguían jodidos. Pero la A no desapareció.
 
—Santa mierda.
 
—¿Qué? —Puck arrancó el papel de mi mano, pero estaba demasiado impresionada para recuperarlo—. Santa mierda —repitió. Su boca se abrió también mientras levantaba las cejas en mi dirección. Luego sonrió—. Y dijiste que no te la follaste, jodida mentirosa.
 
—¿Disculpa? —Instantáneamente irritada, tiré del papel y lo presioné contra mi pecho—. Me gané esta nota, muchas gracias.
 
Levantó las manos. —Oye, apoyo totalmente lo de arreglar tu nota con un nuevo trabajo. Pero, ¿de una D a una A? —Miró alrededor antes de inclinarse más cerca—. rubia, eso es sospechoso. ¿Qué tuviste que hacer para lograr eso?
—Nada —gruñí, frunciéndole el ceño—. Tuve que re-escribir el artículo.
Puck alzó las cejas con incredulidad. —¿De verdad? ¿Eso es todo?
—Sí. —Con ojos furiosos, lo miré de mala manera hasta que levantó las manos nuevamente y retrocedió.
 
-Está bien, rubia —dijo, pero sonreía como si creyera que no era así—. Si tú lo dices... mascota de la profesora.
 
—Lo digo, maldita sea.
 
Cuando la Dra. López se puso de pie y comenzó la clase, Puck se giró para mirar al frente, pero yo seguí mirando duramente la parte trasera de su cabeza. Quería seguir discutiendo con él, diciéndole lo mucho que me esforcé para ganar esta nota. La había ganado malditamente bien.
 
Pero como él, también lo encontraba imposible de creer.
En el frente, mi profesora actuaba tan fría y contenida como siempre, como si ella no supiese todos mis secretos. Aunque trataba de mantenerme discreta, la miré, esperando el momento en que mirase en mi dirección y revelara lo que pensaba de mí ahora y qué iba a hacer sobre mis infamias. Pero durante toda la hora, ni siquiera echó un vistazo en mi dirección.
 
No quería admitirlo, pero eso como que me hizo sentir mal. Compartí algo personal con ella, y ni siquiera pareció impactarle. Nada sobre ella había cambiado. Apretando los dientes, miré la cima de mi escritorio, decepcionada de que no pareciera tan completamente alterada como yo me sentía.
 
Después de clases, salí con todos los demás, refrenándome para no mirar en su dirección. Esperé hasta que tuve un momento sola, lejos de las personas, antes de entrar en el baño y encerrarme en un cubículo. Solo para asegurarme de que aún tenía una A, saqué de nuevo mi artículo del bolso. No tenía un signo de más a su lado tal como el ensayo de Tina Cohen Chan, pero aun así tenía esta hermosa letra escarlata marcada en la parte de arriba.
 
Bajé la mirada para asegurarme que era el mismo artículo que entregué, y al final vi las pequeñas marcas de gramática que había hecho, corrigiendo comas y palabras mal deletreadas. No había notas escritas en los márgenes hasta que pasé hasta la última página. Después de mi último párrafo, ella había escrito: Mucho mejor. Sabía que podrías comprender el concepto de esta asignación.
 
Parpadeé. ¿Eso era todo? Le detallé sobre esa vez en que uno de los hombres de mi madre me había golpeado fuertemente cuando se drogó en nuestra sala. Sobre los lugares para escondernos que había encontrado para mis hermanos y hermana cada vez que mi madre tomaba demasiado y estaba molesta. Pero lo más grande de todo, le conté como había ahorrado todo mi dinero y le pagué a un nerd de la escuela para que arreglara mi promedio en el sistema informático, pues así tendría una mejor oportunidad de recibir una beca.
Era una farsa y una mentirosa que no pertenecía a aquí. Y ahora ella lo sabía. Si quisiera, podría hacer que todos lo demás también lo supieran. Podría arruinarme.
 
No tenía idea de por qué me incriminé a mí misma de esa manera. Ella podía haber ido a la administración y denunciarme. Pero mis transgresiones me recordaron inquietamente al jodido personaje de Gatsby en su libro y como él había engañado y mentido para conseguir todo por la mujer que amaba. Hice lo mismo, solo que por las tres personas que más amaba en el mundo.
 
¿Y todo lo que López tenía que decir sobre esto era mucho mejor?
Jesús. ¿Qué significaba eso? ¿Iba a mantener mi secreto? ¿Iba a usarlo como chantaje en mi contra? ¿Iba siquiera a mencionármelo?
Volví a la primera página y miré la nota que me dio. tenía la sensación de que no habría escrito una A sí tuviese la idea de sacarme de Ellamore. Podría haberle llevado el artículo directo a su amargado jefe. Pero me había dado una A. Y me había devuelto la evidencia.
 
Exhalé, y por fin, los músculos en mi estómago se relajaron.
Mierda. Me estaba dando otra oportunidad. Me hallaba de vuelta en el juego y en realidad me sentía bien por primera vez en todo el semestre sobre la posibilidad de que podría tener éxito en todo esto.
 
A la mañana siguiente aún flotaba por la emoción de esa maravillosa nota, cuando vi al entrenador Jacobi en el salón de entrenamiento.
 
—¡Oye, Pierce! —gritó en su vibrante voz de entrenador—. ¿Cómo te fue en ese en el artículo de recuperación que escribiste para tu clase de literatura?
 
Me detuve e incliné hacia un lado mi cabeza. ¿Cómo diablos sabía que hablé con López para que me dejara rehacer un artículo?
 
—Obtuve una A —murmuré, curiosamente—. ¿Cómo sabe sobre eso? —Oh, diablos. A lo mejor López fue con él después de todo y le dijo que había hecho trampa en mi promedio de la escuela.
 
Mi entrenador apenas sonrió. —¿Qué? ¿Crees que no mantengo un ojo puesto en mis jugadores estrellas? Jesús, Pierce, he estado viendo todo el semestre que tus notas bajaban en esa clase. Consideré que era hora de hablar con Frenetti, el decano del Departamento de Literatura. Me alegra ver que al fin vuelven a hacer lo que corresponde.
Mi boca se abrió. No podía jodidamente creerlo. Sabía que López fue forzada a darme otra oportunidad por su decano, pero no había sabido... Joder, ¿por mi propio entrenador? ¿Et tu, Jacobi?
 
Y aquí, yo pensaba que en verdad me gané esa A. Que di lo suficiente de mí para merecer una A. Pero...
 
A lo mejor ella trató de decirle a alguien como había hecho trampa para obtener mi beca. A lo mejor nadie la había escuchado. Quizás...
Sintiéndome de repente mal, realicé incompetentemente el resto de mis levantamientos. Si ella había sido forzada a darme una buena nota, ¿entonces que me merecía realmente en mi ensayo? ¿Había sido solo otra D?
 

Desde que pisé este campus, hice las cosas correctamente. Había trabajado duro para ser una buena jugadora, una estudiante honesta y buena, y una buena empleada en Forbidden. Pero si los demás mentían y hacían trampa por mí, ¿eso significaba que era incapaz de mejorar, condenada a ser un fraude por el resto de mi vida? Era aún una gran buena para nada que solo resultaba tener un buen brazo lanzador
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 5:34 am

CAPITULO 8


” Se quien eres y di lo que sientes, porque aquellos a los que les molesta  no son importantes, y aquellos, que si son importantes, no les molesta”.
Bernard M. Baruch.
 

SANTANA


 
El viernes por la mañana, llegué temprano al trabajo. Me gustaba leer en mi oficina antes de clases. Tranquilizaba mis nervios más que cualquier otra cosa.
Mi gran cita con Philip era mañana, lo cual me ponía jodidamente ansiosa, así que me quebré e intenté llamar a mi madre por la mañana. Se rehusó a contestar el teléfono, así que no tenía ni idea de cuál era el pronóstico de mi padre, si aún tenía las dos piernas, o qué.
 
Luego de darle un vistazo al currículo que quería utilizar en cada clase, dejé salir un pequeño suspiro de alivio y abrí mi lector electrónico, ansiosa de escapar en algo de jugosa ficción. Pero un golpecito en la puerta me hizo apretar los dientes.
 
Necesito algo de tiempo a solas aquí, gente. ¿Por qué…?
 
Todo pensamiento se congeló en mi cabeza cuando vi a Brittany Pierce.
 
—¿Qué…?
—No sabía qué decir. Simplemente abrí la boca. Su cabello se encontraba mojado y su rostro brillaba como si acabase de salir de la ducha o hubiese estado sudando profundamente. Echando una ojeada por su atlético cuerpo, noté que usaba pantalones de algodón grises, zapatos deportivos sin medias, y una camisa marrón arrugada que abrazaba sus definidos pechos.
 
Entró a mi oficina, con la mandíbula tensa y la mirada llena de ira.
 —Oiga, no quiero que me dé una nota que no me merezco. Luché por una A, maldición. Y quiero habérmela ganado.
 
Mi boca se abrió de par en par.
 
—¿Qué…? —dije de nuevo, luego sacudí la cabeza. Decoro, Santana. Luego de un profundo respiro, lo intenté de nuevo—: ¿Qué le hace pensar que no se la ganó?
 
—Porque acabo de venir de levantar pesas y mi entrenador me dijo que se quejó con su decano. Y recuerdo que ese tipo estaba en su oficina cuando vine a hablar con usted la semana pasada. Creí haberle dicho que no quería ningún tratamiento especial simplemente porque…
 
—Y no la traté diferente. —Fruncí el ceño al caer en cuenta de lo que me decía. Por supuesto, vino a discutir conmigo por una A. Solo Brittany Pierce haría algo así—. Lo lamento, señorita Pierce, pero en todo caso, fui aun más severa en la evaluación debido a eso. Créame, se ganó la nota.
 
Dejó salir una amarga risotada y se giró para introducir una mano por los mechones de su cabello. —¿Por qué me cuesta tanto creer eso?
 
—No tengo idea. —Me levanté y apoyé las manos sobre mis caderas, fulminándola con la mirada—.
 
 Tal vez sea porque es una individua terca, desconfiada y despiadada. —Se giró de nuevo para mirarme con sorpresa.
 
Arqueé una ceja. —Y para su información, no disfruté para nada que mi jefe me llamara la atención por las notas justas que doy. Me hizo querer darle una aún peor que la anterior. Pero entonces escribió eso, y de repente, ya no tuve que preocuparme por lo que me dijo Frenetti, ya que simplemente pude haber llevado su ensayo a la junta y hacer que la expulsaran permanentemente.
 
 No había ninguna razón para darle una A, excepto que me sorprendió por completo cuando escribió un ensayo decente. Me demostró lo mucho que está dispuesta a hacer para lograr sus metas, y decidí no quitarle eso. Así que simplemente tendrá que aceptar el hecho de que soy una profesora tan asombrosa e increíble que pude atravesar su cráneo en la única reunión que tuvimos, y que milagrosamente le enseñó el significado del análisis de la literatura. ¿Entendido?
 
Parpadeó. Cuando no cambié mi expresión, parpadeó un par de veces más hasta que su rostro se suavizó. Luego de soltar un suspiro, sacudió la cabeza y se echó para atrás. Con la mirada llena de preguntas, murmuró—: En serio cree que me enseñó así de bien, ¿eh?
 
Levanté la barbilla, obstinada. —Oh, que lo hice.
 
Una sonrisa apareció en sus labios. Luego soltó un bufido divertido. —Bueno, está bien entonces. Si dice que fue una A verdadera, no lo discutiré.
 
—¿Quiere decir, como lo estuvo haciendo durante los últimos cinco minutos?
 
—Sí. —Esta vez, su sonrisa fue un destello brillante.
 
Me hizo cosas que estaría completamente mortificada de admitir en voz alta. Pero mi cuerpo continuó respondiendo, sin importar cuánto le ordenara que se calmara.
 
—De acuerdo, entonces. —Asintió y se giró para marcharse.
 
Sorprendida de que se fuese a desvanecer tan abruptamente como había aparecido, entré en pánico. No quería que ya se fuera. Mi cerebro se revolvió en busca de algún motivo para que se quedara. Había muchísimas cosas que sabía que debía decir, pero en vez de eso, solté—: Y para futura referencia, puede que quiera investigar lo que significa demasiada información.
 
Cuando se giró, me encogí un poco. No esperaba que eso la detuviese en seco, pero estuve perversamente satisfecha cuando lo hizo.
 
—Si lo recuerda bien —murmuró, acercándose hasta mi escritorio y poniendo las manos encima para así poder inclinarse y mirarme directo a los ojos—, intenté que me lo devolviera.
 
Con un pequeño asentimiento, logré encontrar su mirada con lo que esperaba fuese una expresión indiferente. —Y debí haberlo devuelto. Pero me alegra no haberlo hecho.
 
Me hundí en el asiento, intentando poner mi atención en el salvapantallas de la computadora. Pero en todo lo que podía enfocarme era en mi alumna  al otro lado de mi escritorio.
 
Me sorprendió cuando se sentó en la silla frente a mí, con la mirada alerta y llena de curiosidad. Me senté derecha, mirando de la silla hasta su rostro.
 
 —¿Eso qué significa? —demandó.
 
Mierda, me había expuesto demasiado al decir eso, ¿cierto? —Yo… yo… nada. Siento haber dicho eso. No debí hacerlo.
—Pero lo hizo. Ahora dígame. —Su puño se deslizó de la mesa, y luego lo llevó hasta su boca. Por encima de sus nudillos blancos, me miró con… ¿preocupación?
No. No podría preocuparle mi opinión. Seguramente no. Ya le dije que no lo iba a delatar.
 
—Se lo aseguro, no hay nada que decir. —Mi voz era suave, como queriendo reconfortarla. Pero no quería reconfortarla. ¿Cierto?
 
Su garganta se movió al tragar. Luego bajó la mano, y su lengua mojó nerviosamente sus labios.
 
—Usted… —Se detuvo y bajó la mirada a sus manos, que se flexionaban y relajaban sobre sus piernas. Con una suave y nerviosa risa, levantó su rostro solo para retirar la mirada hacia uno de mis libreros—. ¿En verdad no va a delatarme? Eso es simplemente… —Volvió a mirarme, con una expresión confusa y a la vez llena de esperanza—. Pudo haberse deshecho de mí para siempre.
—Sí —dije—. Pero no lo hice.
Se inclinó hacia mí, con la mirada llena de curiosidad. —¿Por qué no?
 
—Se… se lo acabo de decir.
Sus cejas se fruncieron. —¿Porque le impresionó lo bien que hice mi ensayo? ¿Eso es todo?
 
Aclarándome la garganta con discreción, retiré la mirada, deseando no sentirme como un insecto debajo del lente de un microscopio.
 
—Bueno… en su mayoría —contesté evasivamente.
 
—Entonces, ¿por qué otra razón? —Su voz era irresistible. Tenía que devolverle la jugada antes de que soltara algo embarazoso.
 
—¿Por qué me dijo algo así? —pregunté, pero podía ver en su rostro la respuesta.
 
Había leído suficientes libros de asesinos seriales como para saber que a veces las personas simplemente necesitaban confesar lo que hicieron, quitarse ese peso de los hombros.
 
Pero, ¿por qué Brittany Pierce me contó sus secretos a ?
 
Sacudiendo la cabeza, me lanzó una mirada que me hizo saber que no estaba demasiado segura de por qué me eligió a mí.
 
 —No… —Cerró los ojos—. Me desafió. Me dijo que encontrara algo que tuviese en común con alguien en el libro. Y lo hice.
 
Asentí, con la mente abrumada por lo que ocurría aquí, entre nosotras.
 —Sí, definitivamente lo hizo. Y me tendió pruebas escritas de que entró a esta universidad con puros engaños.
—Y usted me devolvió esas pruebas —contrarrestó, con la voz baja, y sus ojos azules llenos de alerta.
 
Era cierto. Se las devolví sin decirle a un alma lo que había escrito. —¿Cuánto alteró el promedio?
 
Suspiró. —Cuatro décimas de un porcentaje. Solo lo suficiente para obtener la beca.
 
Le creí. Había revisado sus expedientes y pude ver que tenía el promedio mínimo para obtener la beca. Pudo haberse colocado una nota máxima, pero lo mantuvo humildemente bajo. Para ser una estafadora, se mantuvo sorpresivamente honesta.
 
Esa fue otra pequeña pero insignificante razón por la que no le dije nada a nadie.
Sus ojos azules me miraban, recordándome la otra razón, la más grande, por la que había guardado silencio.
 
Sacudió la cabeza.
—No he… se lo juro, no he hecho nada como eso desde que entré aquí. En Ellamore, todo lo que he obtenido ha sido mío. Al cien por ciento.
—Su sonrisa era auto-burlona—. Incluso esos ensayos en los que obtuve D.
 
Descansé las manos sobre mis piernas, ya que habían comenzado a temblar. Querían volar hasta ella y calmarla, asegurarle que nunca haría nada que perjudicara su educación aquí. Nunca podría lastimarla. Al igual que ella, quería que fuese exitosa.
 
Quería que fuese capaz de escapar de su antigua vida, y ayudarla a sacar a sus hermanos de allí también.
—Le creo —dije—. Por eso es que no he dicho nada.
 
Dejó salir un suspiro. —Gracias. No tiene idea de lo que esto significa para mí. No soy… no estoy acostumbrada a obtener segundas oportunidades.
 
—Lo sé. Leí su ensayo, ¿recuerda? —Quise hacer una broma, pero hizo una mueca.
 
—Sí, lo leyó, ¿no es cierto? Jesús, probablemente ahora piensa que soy un pedazo de mierda estúpida y pobre.
 
Aliviada de que no estuviese mirándome, parpadeé repetitivamente ante la amenaza de las lágrimas que ardían en mis ojos. Dios, quería abrazarla con tanta fuerza. ¿Qué había pasado con la estrella de fútbol americano con el ego inflado que siempre veía en ella? Además de que mantuviese la boca cerrada con respecto a su engaño, ¿por qué le preocupaba tanto lo que yo pensara de ella como persona? Aparte de ser su odiosa profesora de literatura, no era nadie para ella.
Obviamente no dejaba que muchas personas supieran estas cosas. La forma tan insistente en que intentó quitarme su ensayo, incluso antes de poder leerlo, era prueba de ello. Y aun así, me permitió entrar a mí. Me enseñó a la verdadera Brittany Pierce, algo que no le mostraba a cualquiera.
 
Halagada de haber recibido semejante regalo y a la vez aterrorizada de poder manejar la fragilidad detrás de todo, respiré profundo antes de murmurar—: Eso es lo último que pensé. De hecho, ni siquiera entró en la lista de todo lo que pensé.
 
Su mirada me examinó, y me sentí electrocutada. Santo Dios, pero la esperanza brillando en sus ojos me introdujo en una burbuja donde no existía nada más que ella y yo.
 
—Entonces, ¿qué pensó?
 
Mis mejillas se sonrojaron. No había forma de que le dijera lo que en verdad había pensado. Sin importar qué, no podía enterarse del enorme enamoramiento que tenía por ella.
 
Así que solté algo aún peor—: Pensé en lo idiota que fui.
Brittany parpadeó.
 
—¿Ah?
 
Maldición. Ahora tenía que mirar hacia otro lado y estudiar mis libreros mientras renuentemente, admitía—: La juzgué demasiado rápido al comenzar el semestre y preconcebí opiniones que no debí haber hecho, basadas en mi propio pasado. Al leer su ensayo me di cuenta de lo totalmente equivocada que estaba. No la culpo para nada de lo que tuvo que hacer para salvarse a usted, a sus hermanos. Todo este tiempo, la miré como la tipa indiferente, arrogante, egocéntrica, que creía que el mundo debía revolverse a su alrededor. Creí que sería fanfarróna, presumida y… y cruel.
 
Ladeó la cabeza. —¿Cruel?
 
Rascándome detrás de la oreja, sin siquiera tocarla, y al mismo tiempo pensando en la mariscal de campo cruel de mis años de secundaria, aclaré mi garganta.
 
 —El punto es que me sorprendió completamente. Tiene la valentía de arriesgar todo por las personas que ama. Proviene de una increíblemente difícil… niñez, y al mismo tiempo tomó la responsabilidad de sus hermanos menores, y aun así, pudo lograr tantas cosas. Todo el ensayo fue totalmente desgarrador e inspirador. Fue brillante, y necesité toda una caja de pañuelos al leerlo.
 
Coloqué las manos sobre el escritorio, esperando poder detener de alguna forma todo el vómito de palabras que salían de mi boca. Para mi completo horror, siguieron saliendo.
 
—No pude dejar de pensar en ello, con la esperanza de que esa chica tan increíble de la que leí lograra cumplir todas sus metas y encontrara satisfacción en su vida. Además, en verdad espero que pueda sacar a su familia de ese lugar tan horrible. Y en serio necesito callarme ya porque esto es completamente vergonzoso, y nunca en mi vida le he dicho nada tan poco profesional a una estudiante. Y si sabe lo que le conviene, se levantará y…
 
Brittany estiró una mano y la colocó sobre el mesón junto a la mía. Ni siquiera me tocó —había un buen centímetro entre nosotras— pero se sintió como si acabase de cubrir mis dedos con los suyos, transmitiéndome vida.
 
Efectivamente detuvo el flujo de palabras.
 
—Gracias —dijo. Eso fue todo. Un simple gracias y casi me pongo a llorar. Mis pestañas se movían como locas y todo mi rostro se encontraba encendido; me sorprendía no haber activado los detectores de humo.
 
Cuando se inclinó hacia mí, me mecí hacia adelante hasta que ambas estuvimos lo suficientemente cerca para encontrarnos en el medio.
 
Se detuvo a menos de treinta centímetros. —¿Qué estoy haciendo? —murmuró en voz alta para sí misma.
 
Me encontraba haciéndome la misma pregunta. ¿Por qué me acerqué tanto?
 
 Contestándole de la misma manera, dije—: No lo sé. ¿Qué está haciendo?
 
Se echó hacia atrás, quitando la mano del escritorio. Empuñó los dedos y los llevó de nuevo hasta su boca, con la expresión llena de sorpresa y pavor mientras me miraba intensamente. Luego parpadeó, sacudió la cabeza y dijo rápidamente—: Lo lamento.
 
Ya que me hallaba en completa negación ante el hecho de que siquiera haya contemplado la idea de besarme, arqueé las cejas. —¿Por qué?
 
—Por nada —dijo de inmediato. Apretó los costados de su silla, todavía mirándome fijamente—. Ya tengo que irme.
Levantándose rápidamente, se giró y salió corriendo. Pero entonces se detuvo en mi pizarrón de citas. Luego de rebuscar en sus bolsillos, sacó un pedazo doblado de papel. Sin abrirlo, sacó una tachuela del corcho y pegó su nota en el centro. Luego se fue, y la entrada por la que había desaparecido ahora lucía extremadamente vacía.
Un nanosegundo después, miré estupefacta las palabras que escribió en una letra oscura y despreocupada.
 
“Los mejores Alumnos usualmente no son las personas mas sabias”. Geoffrey Chaucer


Un segundo después, sacudí la cabeza y sonreí. —Touché, señorita  Pierce. Touché.

Alumna de literatura o no, acababa de cometer un error enorme; le había demostrado a Brittany Pierce lo mucho que me afectaba.

 

Aún me encontraba un poco afectada para el momento en que volví a mi silla. Miré mi lector pero no pude hacer que mi mano abriera de nuevo la historia que había estado leyendo. En todo lo que podía pensar era en…

 

Mi teléfono de oficina sonó.

Contesté sin prestar atención a lo que hacía.

—Hola. —Una alegre voz masculina entró por mis oídos—. ¿Todavía saldremos mañana por la noche?

 

—¿Qué? —Sacudí la cabeza—. ¿Quién es?

 

—Es, uh… Philip. Philip Chaplain… del…

 

—Oh, por Dios. Lo lamento. Por supuesto. —¿Quién más podría ser? No era como si tuviese una vida social muy activa—. No estaba pensando. Por favor, discúlpame. Tengo puesto el cerebro del viernes.

Me dio una risa insegura. —Está bien. Ha sido una larga semana.

Ni que lo diga. —Sí, es cierto.

 

—Oye, sobre mañana… —Cuando se detuvo, supe que me iba a cancelar. Maldición. Esto tenía que ser un récord; alejé a mi cita incluso antes de salir.

 

—Surgió algo… —Síp, lo sabía. Algo sucedió… es inevitable… quizá algún otro día… bla, bla, bla. Aún podemos ser amigos. No me llames, yo te llamaré—. Así que, ¿crees que podríamos encontrarnos allí, digamos a las siete treinta? Me tomó un momento darme cuenta de lo que me preguntaba. Había estado esperando la cancelación usual. El que “nos encontremos allí” me tomó por completo de sorpresa.

—¡Oh! Uh… seguro. Espera, ¿dónde nos encontraremos exactamente?

—El Club Nocturno Forbidden. Está en la segunda entre Grand y Admiral. Es un lugar enorme. Tienen bebidas increíbles. Creo que te gustará.
Nunca antes estuve allí, ni siquiera había escuchado de ese lugar, y los clubes sin duda no eran lo mío. Pero dije que sí porque ya había comprado un vestido para la ocasión, y quería —no, necesitaba— una razón para sacar de mi mente a cierta estudiante. —Eso suena genial. Te veré allí
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 5:55 am

CAPITULO 9


“Pocas personas se atreven hoy en dia a decir que dos seres  se han enamorado  porque se han mirado  el uno al otro. Sin embargo, es de esta manera que comienza el amor, y de esta manera solamente…”
Victor Hugo, Los Miserables.
 

BRITTANY

 
El club se encontraba más lleno de lo habitual. Con una toalla blanca sequé el sudor de mi frente mientras miraba el enjambre de cuerpos que inundaban el otro lado de la barra.
 
Cuando una camarera apareció con una bandeja redonda llena de botellas vacías, levanté mi barbilla a modo de saludo. —¿Alguna buena propina esta noche?
 
—Oh, sí. —Movió las cejas antes de tirar los envases vacíos en el cercano contenedor de basura.
 
El familiar tintineo y el quiebre de cristales casi me consoló porque había llegado a ser tan común. Pero ése era el único consuelo que sentí esta noche.
 
Debía tener la noche libre, sin embargo en los últimos nueve días desde que renunciaron las gemelas, había estado atrapada detrás de la barra del Forbidden todos esos putos días. Planeé reunirme con Tianna y su amiga Marci en la fiesta de la fraternidad de esta noche, para un esperado trío. Pasaron casi seis semanas desde que estuve con una chica. Ese fue un gran período de sequía para mí.
Tal vez fue lo que me hizo pensar en cosas sucias sobre mi profesora de inglés. Últimamente, he pensado en ella justo antes de irme a dormir. Cuando mi cabeza se encontraba recostada en la almohada y mis ojos acababan de cerrarse, era cuando ella llegaba vacilante a mi subconsciente hasta que tenía oficialmente más de un sueño húmedo sobre ella.
 
Seguía sin poder creer que casi la besé en su oficina ayer por la mañana. Tenía que ser lo más vergonzoso y horripilante que jamás había hecho.
 
Era imposible decir si ella se hizo la tonta después, o si honestamente no tenía ni idea de lo cerca que estuve de inclinarme y devorar su boca. Agradecía que no hiciera un problema de eso.
 
Pero añadía una razón más por la que realmente necesitaba encontrar una chica para una agradable y satisfactoria liberación. Y pronto. Excepto que, Jessie, maldita sea, justo tuvo que llamarme para venir a trabajar. Con Puck fuera de la ciudad visitando a su familia y el chico nuevo, Lowe, haciendo una cosa u otra con su novia, nos dejaba con Finn trabajando involuntariamente en nuestra noche libre.
—¿Qué te daremos, cariño? —preguntó Finn a la camarera cuando ella apoyó los codos contra la barra y tomó una respiración profunda y vigorizante como si también necesitara un día libre.
 
—Necesito un ron doble con cola y dos botellas de cerveza Coors. Y tomaré valium si tienes uno.
 
—Ah, no puede ser tan malo. —Finn se inclinó sobre el mostrador para masajear las sienes de la camarera mientras cogía un vaso para preparar su pedido.
Me reí entre dientes.
 
—Sí, deberías trabajar en la noche de mujeres por nosotros alguna vez. Entonces te escucharé hablar acerca de un mal turno.
 
Me lanzó una mirada sucia solo para cerrar los ojos y gemir cuando Finn tocó una zona sensible. Sacudiendo mi cabeza por la forma en que sin esfuerzo él siempre hacía suspirar a las chicas, puse el ron con cola en una servilleta de cóctel y cogí las cervezas de la nevera.
 
Sosteniendo el cuello de las dos botellas en una mano mientras quitaba las tapas con un abridor, miré hacia Finn y la camarera justo cuando una mujer cruzó mi línea de visión entre las personas detrás de ellos. Apenas alcancé a ver su perfil, pero fue suficiente para estirar el cuello un poco más y tratar de verla de nuevo.
 
Ella usaba un vestido oscuro, sin espalda, cuya falda se ensanchaba desde su diminuta cintura y terminaba justo por encima de las rodillas. Sus delgados y delicados hombros eran color caramelo y atractivos. Y su pelo... guau, su pelo era oscuro, pero no negro. Tal vez un profundo caoba con toques de marrón. Lo había peinado con raya a un lado y lo juntó en un rizo suelto, mientras que el otro lado lo dejó cayendo por su espalda.
Me encantaba cuando las mujeres hacían eso, dejando un lado todo misterioso y escondido bajo una recompensa de ricos rizos, mientras que la otra mitad me tentó con una vista abierta de carne desnuda. Siempre quise hacerlos a un lado e inclinar la cabeza para besar el hombro descubierto mientras sumergía mis dedos por la parte que fluía libre para acariciar lo que se ocultaba debajo. Lo mejor de ambos mundos.
Y con esta dama que llevaba un vestido sin espalda, mi mente ya desenterraba visiones de cómo podría simplemente seguir besando, haciendo un camino hacia abajo, hasta esos hoyuelos gemelos en la parte superior de su trasero.
Me estremecí por la humedad en mis pantalones y puse a ciegas las dos botellas en la bandeja en espera al lado de Finn
.
—Gracias, Brittany —gritó la camarera mientras me alejaba. Ni siquiera le respondí cuando me incliné un poco más sobre la barra para escudriñar en la multitud.
 
Maldita sea. ¿Dónde había ido?
 
—Oye, ¿podemos conseguir un screaming orgasm por aquí?
 
Rechinando los dientes, me giré hacia tres chicas que me hacían señas. Todas se hallaban escasamente vestidas y sexys, pero seguía tentado a buscar a la mujer con el vestido negro.
 
Controlándome, sacudí la cabeza para liberarla de pequeños vestidos negros y regresar a mis deberes. Sonriendo amablemente a las tres, bajé el timbre de mi voz. —Claro que sí. ¿Quién quiere gritar primero?
 
Rieron y se inclinaron más cerca, apoyándose en la barra para dejarme ver por debajo de las tres blusas. Una de ellas no usaba sostén. Grandioso.
Senos-libres rió. —Nos referíamos a la bebida.
 
—Oh, oh. —Apoyé la mano en mi frente, fingiendo vergüenza—. Tonta de mi parte. Por supuesto que se referían a eso. Bueno, también pueden tener algunos de esos. —Le guiñé un ojo—. Ya vuelvo.
 
Finn se acercó furtivamente a mi lado mientras preparaba la primera mezcla para ellas. —¿Segura que puedes manejar a esas tres encantadoras dulzuras, compañera? —preguntó, insinuando el doble sentido cuando movió sus cejas, haciendo que el arete de plata destellara bajo las tenues luces del techo.
Bufé. —Confía en mí. Puedo con esto.
 
Se rió entre dientes, pero dio un paso atrás para ayudar a un tipo que se acercó para ordenar. Regresé con las chicas y les pasé sus bebidas. Pagaron en efectivo, y cuando metieron un par de billetes extra en mi tarro de propina, mi sonrisa se hizo un poco más ancha. —Gracias.
 
—Oye, ¿acaso no eres Brittany Pierce, la mariscal de campo de ESU? —La más alta del grupo finalmente tuvo el coraje de preguntar.
 
—Sip. Esa soy yo. —Siempre encantada cuando alguien reconocía mi cara por algo bueno, apoyé los codos sobre la barra mientras me inclinaba hacia ellas—. ¿Me han visto jugar, señoritas?
 
Dos negaron con la cabeza, mientras que la tercera, no muy en voz baja, dijo—: Me encantaría verte jugar.
 
La sonrisa que le envié prácticamente decía: en cualquier momento, cariño; aunque, sinceramente, mi mente todavía se hallaba en “vestido negro”. Pero flirtear me daba más dinero, así que seguí flirteando.
 
—¿Cuándo sales de trabajar? —preguntó otra.
 
Abrí la boca para responder con otra respuesta pícara que esperaba pudiera traerme más dinero cuando vi a alguien acercarse a la barra y sentarse en un taburete al otro extremo. Miré por encima y casi tragué mi lengua cuando la vi. Su pelo oscuro magnífico caía sobre un hombro, y ese vestido negro brillaba ligeramente con las luces del techo.
 
—Discúlpenme —murmuré y abandoné a las tres chicas universitarias para acercarme a mi dama misteriosa. Nada me impediría que al menos obtuviera su número.
 
Pero Finn se me adelantó yendo hacia ella. Agarré su brazo y tiré hacia atrás, haciéndole perder el equilibrio.
 
—¿Qué demonios? —dijo, tropezando contra mí.
 
—He cambiado de opinión. Puedes quedarte con las tres. La quiero a ella.
 
Se rió y volvió a mirar a la mujer que se hallaba ocupada con la cabeza inclinada, buscando algo en su bolso de mano a juego con la tela de su vestido. Cuando él volvió a mirar hacia las chicas coquetas, una lenta sonrisa se extendió por su cara.
 
—Bueno, diablos, Pierce. Creo que es la primera vez que has preferido la calidad sobre la cantidad. Estoy impresionado.
 
—Solo ve a ocuparte de las cabezas huecas. —Lo empujé hacia las tres que se seguían esperando en el bar.
 
Se rió de mi fijación obvia con la mujer sola, pero obedeció, caminando lentamente hacia el trío.
 
Tomé una respiración profunda, un poco ansiosa por la primera impresión que le daría, y caminé hacia ella. No notó mi aproximación, lo cual me dio un momento para planear mi estrategia.
Al final, me decidí por lo simple.
 
—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunté, poniendo mis manos en el borde de la barra y flexioné mis brazos porque sabía muy bien que al hacer eso, mis pechos se abultaban a través de mi camisa. Dejé que mi sonrisa comenzara a extenderse mientras ella levantaba su rostro. Las chicas siempre afirmaron que mi sonrisa les gustaba tanto como lo hacían mis pechos.
 
Ella levantó la vista, y contuve la respiración, esperando el momento en que nuestros ojos conectaran. Una sacudida pasó a través de mí. Esperé una cara bonita, y joder, no me decepcionó. Pero la emoción desolada que vi en un par de ojos oscuros penetrantes me tomó por sorpresa.
 
Se hallaban muy abiertos y delineados con algo de maquillaje oscuro que la hacía lucir totalmente sexy y apetecible. Pero muy, muy triste. Mis instintos protectores se pusieron en marcha, listos para destrozar a quien la había herido.
Entonces miré su boca. Sus labios maduros, comestibles y con forma divina, al igual que... espera un segundo. Conocía esos labios. Eran demasiado familiares, incluso cuando se separaron por la sorpresa.
 
—Santa mierda. —Me aparté, fijando mi mirada de nuevo en sus ojos y luego, a su cara para obtener toda la imagen.
 
La maldita mujer ardiente era mi maldita profesora de inglés ardiente.
Boquiabierta, no podría haber contenido mi sorpresa ni aunque lo intentara.
 
—¿Dra. López?
 
¿Qué. Diablos? Esto no podía estar pasando. No podía estar pasando, en absoluto. Había anhelado a una mujer que me ayudara a sacar de mi mente a mi maestra. ¿Y el universo me la envía usando un ardiente vestido negro? Increíble.
Me hallaba cabreada de inmediato por dos razones. Esto no me ayudaba a superar mi obsesión.
Y la misteriosa mujer que podría haberme ayudado a hacerlo, resultó ser tan prohibida como lo era ella, porque eran la misma. Entrecerré los ojos y apreté los dientes. Bueno, esto era simplemente genial.
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