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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 6:08 am

“Me pregunte si el se daba cuenta que la forma en que me miraba era mucho mas intima de lo que jamás  podría ser si me tocara”.
Maggie Stiefvater, Shiver
 

SANTANA

 
Me plantaron. No hablé con Philip desde el día anterior, cuando volvimos a organizar la cita, pero pensé que seguía en pie.
Oh, cuánto me equivocaba.
 
Pero ya me encontraba aquí, así que me quedé y seguí buscándolo. No quería ser una perdedora lamentable e irme a casa sola, con el vestido más bonito y más sexy que tenía, para enfurruñarme en el sofá mientras comía bombones y veía repeticiones de mi único y verdadero amor, Damon en The Vampire Diaries. Quería que mi maldita cita apareciera.
 
Así que, vagué entre grupos de amigos de fiesta, sintiéndome sola y abandonada. Incómoda por hallarme rodeada de tantos universitarios, me pregunté por qué Philip eligió este lugar. ¿No quería descansar de la multitud?
 
Gracias a Dios, aún ninguno me reconoció como su profesora de inglés, pero ciertamente reconocí a algunos de ellos. O tal vez debería decir que nadie me reconoció hasta que finalmente me acerqué a la barra, después de buscar por el lugar a Philip durante los últimos cuarenta y cinco minutos.
 
Los ojos de una de mis estudiantes se abrieron en conmoción y pronunció—: ¿Dra. López? —Miré boquiabierta hacia la estrella de fútbol, decidiendo que Joseph Conrad fue un genio al escribir “El Corazón de las Tinieblas” y se inventara la frase: ¡El horror, el horror! Porque así fue como me sentí. Absolutamente horrorizada.
El mejor modo para hacer de mi noche un infierno: incluir a Brittany Pierce  en la mezcla cuando fui plantada en una cita.
 
Gemí soltando un poco de lloriqueo en voz baja, preguntándome que hice para que el karma me pateara en los pechos así. Si Philip aparecía ahora, no sería capaz de concentrarme en ella porque Brittany lucía increíble en esa camisa negra ajustada. Y sus pechos eran tan abultados...
 
¡Mmm, rico!
 
¿Por qué, de todos los lugares, tenía que trabajar aquí?
Aclarando mi garganta, enderecé los hombros y traté de pretender que era perfectamente normal para mí estar aquí, vestida con la ropa más reveladora que poseía, y disfrutando un poco de alcohol potente para aliviar mis nervios alterados.
 
—S-sí. T... tomaré una cerveza Bud Light Lime. —Ya está. Sonó bastante... bien. Mujer normal ordenando una bebida a una camarera normal... quien daba la casualidad era la protagonista en todos los sueños sucios que tuve la semana pasada.
 
 
Me miró boquiabierta un segundo de más, luego sacudió la cabeza y débilmente repitió—: Bud Light Lime. —Como si fuera una grabadora. Pero tan pronto como las palabras parecieron ser absorbidas por su cerebro, frunció el ceño y soltó un bufido—. ¿Una Bud Light Lime? ¿En serio?
 
—¿Qué? —Fruncí el ceño, curiosa por el veneno en su voz.
Se encogió de hombros. —No lo sé. Solo pensé que sería más del tipo que ordenaba champán rosado en una copa. —Pestañeó un par de veces para completar su burla.
Su desprecio me impactó. Hubiera pensado que me despreciaría mucho menos en este momento. Por fin le di una A. Le aseguré que guardaría su secreto. Incluso fingí no darme cuenta cuando casi me besó. Dolía darme cuenta que todavía pensaba en mí como la perra del siglo.
 
—Bueno, no lo soy —murmuré, tratando de ocultar el dolor—. ¿Puedo tener una Bud Light Lime o tengo que ir a otro lugar para una bebida?
 
—No, no hay necesidad de irse. Puedo traérsela. —Una sonrisa torció sus labios, y sus ojos se endurecieron—. Identificación, por favor.
 
Cuando estiró su brazo, quedé boquiabierta a su palma extendida.
 
 —¿Es broma?
 
Su expresión brillaba con malvado deleite mientras lentamente negó con la cabeza.
 
—No, señora. No bromeo. El que los menores de edad consuman alcohol es un asunto serio, y nosotros aquí, en Forbidden, no permitimos ese tipo de actividad.
Murmurando en voz baja, furiosa, abrí el broche de mi bolso y comencé a buscar en su interior.
 
—Te estás desquitando con esto, ¿no es así, Pierce? —Arranqué mi licencia de conducir y la empujé hacia ella.
 
—No tiene ni idea —murmuró mientras tomaba el plástico de mis dedos antes de bajar la mirada. Un segundo después, su frente se arrugó—.Santana, ¿eh?
Cruzando los brazos sobre mi pecho, fruncí el ceño.
 
—Es correcto. ¿Qué pasa con eso?
Brittany negó con la cabeza. —Nada. No sabía su nombre.
 
Apreté los dientes y le tendí la mano. —¿Ahora puedo recuperar mi identificación? ¿Brittany?
 
Ella la apartó de mí y sacudió la cabeza.
 —Un momento. Todavía tengo que comprobar su edad.
—Cuando su mirada parpadeó a mi fecha de nacimiento,
su mandíbula cayó abierta-
 
—. Santa mierda, ¿solo tiene veintitrés? —Levantó su rostro—. ¿Cómo demonios es que tiene un doctorado a los veintitrés?
 
Suspiré y quité impaciente un poco de cabello de mis ojos.
 
 —Vamos a ver. Me gradué de la escuela preparatoria a los quince, obtuve mi licenciatura a los dieciocho, mi maestría a los veinte, y recibí mi doctorado como una de las mejores de mi clase el año pasado. Suma todo, y eso me hace de... ya sabes, veintitrés.
 
Sacudiendo la cabeza lentamente hacia adelante y hacia atrás, se quedó boquiabierta.
 
 —Bueno, mierda. ¿Graduada en la escuela preparatoria a los quince? Joder, debí haber sabido que era una de esas extrañas niñas genio —dijo luego entre dientes con un bufido burlón.
 
—También estoy sedienta. —Me incliné hacia delante y tomé mi licencia de conducir de su mano—. ¿Qué hay de esa bebida?
 
—Por supuesto, profesora. —Su voz era despectiva mientras se giraba y se alejaba. Miré detrás de ella, molesta al darme cuenta que todo lo que pensé que compartimos ayer debió haber sido nada más que producto de mi imaginación. Y sin embargo, no me hallaba lo bastante molesta como para no comerme con los ojos su trasero apretado en esos pantalones vaqueros azules.
 
En serio. Guau.
 
Obligándome a mirar hacia otro lado, abrí mi bolso y fingí buscar algo, aunque ya tenía mi dinero listo para pagar antes de que siquiera viera quién se encontraba detrás del mostrador.
 
—Tome. —Su voz no era muy educada al colocar una botella abierta en la barra delante de mí.
 
—Gracias. —Le di un asentimiento regio y tomé un tentativo sorbo.
 
Después de que pagué permaneció frente a mí, viéndome beber. Su postura se cernía como si no pudiera esperar a que me fuera, pero sus ojos... Oh Dios, sus ojos.
 
Poniendo cálida bajo su mirada directa, miré a nuestro alrededor, esperando decir algo que al menos, la hiciera mirar hacia otro lado, porque su atención cautivada hizo que la parte interna de mis muslos cosquilleara. Un lento ardor se esparció desde la boca de mi estómago, hacia la punta de los dedos de mis pies.
 
—No sabía que trabajabas aquí.
 
—Eh. —Sus labios se torcieron con desprecio incluso aunque sus ojos siguieron devorándome—. Quiere decir que, ¿hubo algo que olvidé mencionar en mi ensayo?
 
Sonreí a pesar de su mirada. —Aparentemente. Aunque en realidad, dijiste que trabajabas en un bar para apoyar a tus hermanos. Solo que no diste ningún nombre.
—Cierto. —Asintió lentamente, y su mirada siguió todos mis movimientos mientras tomaba otro sorbo. Cuando siguió el rastro de la botella en mi mano a mi boca, mi estómago se enredó en nudos. Tragué saliva con nerviosismo, y juro que su mirada trató de seguir el líquido bajando por mi garganta. Lo aún más perspicaz, era que su atención volvió a mis labios cuando bajé la botella. Si sus ojos tuvieran lengua, ella  la habría pasado por mi boca y bajado hacia mi barbilla, sobre mi garganta hasta justo entre mis pechos... y de regreso.
 
—No puedo creer que solo sea dos años mayor que yo.
 
El comentario me sorprendió tanto, que derramé un poco de cerveza por mi barbilla en mi siguiente trago. Moviéndome rápidamente, me limpié con el dorso de la mano, a pesar de que ella vio todo el asunto, y me aclaré la garganta.
 
 —¿Por qué? ¿De cuántos años me veo?
 
Sus labios se inclinaron hacia arriba con diversión.
 
—Diecinueve. Pero ese no es el punto.
 
—Entonces, ¿cuál es el punto? —Aparté la mirada más allá, ansiosa por encontrarme atrapada bajo su lectura directa.
 
Inclinándose cerca, bajó la voz. —En clase te comportas más como si tuvieras cincuenta.
 
Me volví hacia ella para estudiarla. Ojos azul pálido brillaron con una emoción que no podía nombrar, pero solo se limitó a regresarme la mirada; el desafío allí me ordenó devolver el fuego y llegar a algún tipo de réplica.
 
—Guau —dije, encogiéndome internamente porque pude detectar un temblor en mi voz mientras traté de hacer que mi tono sonara seco y poco impresionado como el que tenía ella—. Debes encantar a todas las mujeres con ese tipo de halagos.
 
Solo se rió entre dientes. —Apuesto a que tengo más sexo que usted.
 
 —Y ahora incluso sus palabras me retaron a un duelo con ella.
Con un rodar de ojos, me reí y enderecé los hombros, poniendo más espacio entre nosotras.
 
 —No diría que eso es algo para presumir.
 
No podía creer que le contesté de esa manera. Debí sentirme ofendida y haberle gritado por estar fuera de lugar con ese comentario poco profesional a su profesora. De hecho, aún debería gritarle por eso. Sí. Sí, creo que lo haría.

Pero tan pronto como abrí la boca, lo llamó otro cliente. Siguió sosteniendo mi mirada mientras levantaba una mano hacia la otra persona. Luego sonrió ligeramente hacia mí. Después pasó una mirada rápida por mi cuerpo, se volvió y se fue a atender a alguien más, dejándome privada y caliente en todos los lugares incorrectos.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 6:26 am

“Espero que sea una ingenua, eso es lo mejor que una chica  puede ser  en este mundo, una hermosa pequeña ingenua”.
F. Scott Fitzgerald, El Gran Gatsby


SANTANA



Seguía regresando conmigo. Sabía que no debía, pero me gustaba cada pequeña visita. Me permití soñar que ella quería estar cerca de mí porque me encontraba irresistible y emocionante. Y con cada cerveza que bebía, ese sueño se filtraba en mi sistema hasta que me mareaba con ella. Me deseaba.
 
A pesar de que atendía a una chica que parecía tener una identificación falsa, y también pechos falsos, su mirada se dirigió a la mía al final de la barra. Aceptó su pago, apenas mirándola, a pesar de que era bastante obvio que se interesaba en ella. Entonces regresó… a mí. Observarla caminar más cerca era un ajetreo.
 
Este era el por qué permanecí aquí. Ansiaba cada vez que se alejaba de mí, solo así podía observarla volver.
—¿Necesita otra?
Sacudí la cabeza. —No. —Pero, tan pronto como las palabras salieron de mi boca, solté abruptamente—: Sí.
 
Brittany sonrió, y otra botella de cerveza apareció en su mano. Cuando quitó la tapa, y la dejó frente a mí, levanté la cabeza lo suficiente para hacer que mi cabello cayera sobre mi hombro.
 
—¿Cómo supiste que estaba aquí para una cita?
 
Apoyó sus codos en la barra para inclinarse hacia mí.
 
—Tal vez porque no necesito un doctorado para leer mentes como usted lo hace, profesora.
 
Un fundido, caliente y exquisito torbellino pasó por mi cuerpo cuando recordé la conversación que tuvimos en el campus hace una semana. Amaba cuando alguien recordaba algo que les dije anteriormente, y lo decía semanas después. Significaba que puso atención y había penetrado lo suficiente para llevarse una parte de mí con ella.
 
Resistiéndome a la urgencia de temblar, y balancearme hacia ella, sonreí.
 
—Eso, o tienes un increíble razonamiento deductivo.
 
Se rió. —O eso. —Enderezándose de la barra para tirar el trapo blanco sobre el hombro, tomó mi botella vacía, y la tiró a la basura. Le siguió el sonido del vidrio quebrándose, lo que me hizo estremecer—. Lleva más maquillaje del que usa en clases —dijo al final—. Su cabello está arreglado, bonito y tentador. Su vestido es coqueto y seductor. Huele lo suficientemente bien para devorar.
 
—Una vez más, se inclinó sobre la barra, de manera que pudo ver el otro lado de esta, y echarle un vistazo a mis pies. Después de mirarlos fijamente, alzó la vista otra vez, y nuestros ojos permanecían a unos centímetros de distancia—. Y está usando el más tentador par de tacones “fóllame” que creo nunca haber visto. Agrega eso, y deletrea cita.
 
Retrocedí aterrorizada, pero más aterrada por la manera en que mis pezones se tensaron ante sus palabras. —¿Tacones fóllame? —Ya escuché ese término una o dos veces. Pero nadie nunca me acusó de usar un par. Me hacía sentir viva. Cálida. Peligrosa.
Lasciva.
 
Cuando se deslizó hacia su lado de la barra, le di toda mi atención a la fuente de esos sentimientos desenfrenados y dije—: Y yo todo lo que quería provocar era un bésame y desordena un poco mi cabello.
 
Brittany sacudió la cabeza. —Créame. Desde  de mi  punto de vista, gritan un definitivo fóllame. Tal vez en el asiento trasero porque esperar hasta que vaya adentro para encontrar una cama tomaría mucho… tiempo.
 
La imagen que plantó debería aterrorizarme. En el asiento trasero con una cita era donde comenzaron mis más grandes pesadillas. Pero escuchar la descripción de Brittany, con su ardiente voz y cautivantes ojos azules puestos en mí, solo crecía más mi lujuria.
 
Guau. Pero en serio, guau. Eso es lo que mis tacones significaban ahora. Para ella.
¿Qué? No. Eso no es lo que significaban para Brittany Pierce. Para nada. Pero, guau, era algo así.
Dios, me tenía confundida.
¿Cuánto bebí?
 
Arreglándomelas para actuar menos despistada de lo que me sentía, alcé la barbilla y murmuré—: Hmm. Gracias por el aviso. Supongo que es algo bueno que él no haya venido. No creo haber querido ir tan rápido en la primera cita. —Luego, sin poder evitarlo, agregué—: Con él. —Y la manera que la miré dejaba claro que puede que no haya sido tan perspicaz en una primera cita con alguien en concreto.
 
—Maldición. —Sus labios se abrieron, y las mejillas comenzaron a enrojecer. Su pesada mirada me trazó, y me provocó ansias porque casi parecía… tentada.

Dios, permanecía en un profundo hoyo. Desafortunadamente, amaba la sensación de ahogarme en su presencia. No quería que se terminara este momento.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 6:35 am

“ Solo aquellos que intentan resistir a la tentación, Saben lo difícil que es”.
C.S Lewis
 

Brittany

 
Mi autocontrol se iba de las manos. Juro que intenté recordarme ser una dama, pero cosas inapropiadas seguían deslizándose de mi boca, y luego ella respondió con algo tan…
 
Maldición. Me sentí casi aliviada cuando me llamaron y me alejé, porque cualquier cosa que le dijera a la Dra. Santana López sería una proposición malintencionada y absolutamente inapropiada. Demonios, probablemente me hubiera arrodillado y rogado por un pedazo de ella.
 
Por suerte, el tiempo lejos mantuvo mi cordura. Pero seguía volviendo a ella tan pronto como me era posible.
 
Era casi la una y media, y cuánto más se acercaba el cierre, más inquieta me ponía. Una vez que el bar cerraba, tendría que irse, y nuestra noche estaría acabada. Temía eso.
 
—Creí que ustedes no ganaron el campeonato nacional este año —dijo un instante antes que sus ligeros dedos rozaran mi antebrazo.
 
Sentí un escalofrío cuando su caricia exploraba cada poro de mi ser. Apenas me tocó; apenas debí haberlo sentido. Pero lo sentí. Más que la vez que fui sacado de las eliminatorias y terminé en el hospital con una conmoción cerebral. Sus dedos dejaron salir una viva corriente eléctrica a través de cada nervio en mi interior, hasta que me encontré tan humeda, mi coño palpitaba en sincronización con mi latido.
 
Me di cuenta que nunca antes tuvimos contacto piel con piel. Y tenía que decirlo, la primera impresión de mi piel desnuda contra la suya era, mierda… intensa.
Esta mujer, justo aquí, era peligrosa.
 
Levantó la mirada mientras esperaba mi respuesta, recordándome qué había captado su atención: el estúpido tatuaje en mi antebrazo.
—Ese es el resultado de una celebración previa… al estilo ebrio —le dije, asintiendo al marcador.
 
Su mano y todas las preciosas uñas pintadas con un sexy rosado subieron por mi piel, justo sobre el tatuaje. Sacudiendo la cabeza, siguió acariciándolo.
 
—No entiendo.
Suspiré profundamente… por dos razones. Una: Bueno, mierda, me acariciaba. Se sentía tan bien concentrarse en nada más. Pero dos: odiaba confesar mi estupidez, y ese maldito tatuaje era una de las más grandes estupideces que he hecho.
 
—La noche antes del juego —dije, incapaz de quitar la mirada de los dedos que parecían encariñados a mi brazo—, algunas chicas con otros chicos del equipo nos emborrachamos bastante y todos tuvimos estos para celebrar nuestro triunfo.
Me miró un segundo antes de finalizar—: Y… al día siguiente, perdieron.
—Cuando rodé los ojos y asentí, echó hacia atrás la cabeza y rió.
Si no fuera por el hecho que se reía de mí, hubiera estado totalmente cautivada por ese honesto y abierto sonido de diversión. Oh, a la mierda. Observé, quiero poner mi boca en esa expuesta garganta.
Me tomó un segundo antes de poder chasquear mi lengua, y sacudir la cabeza.
 —Adelante. —Le hice un gesto con la mano como si estuviera enojada, a pesar de que comencé a reírme con ella—. Ríete. Pero el próximo año, cuando ganemos el título, planeo cambiar el último dígito del año, y este bebé será un recordatorio de nuestro logro… no nuestros fracasos.
Se inclinó, los ojos oscuros brillaban  resplandeciendo. —¿Y si pierden de nuevo?
Quería besarla tanto. Sus labios perfectos prácticamente me rogaban que los dominara. Pero respiré, y me concentré. Decidí contestar dulcemente en lugar de ser seria. Así que con una sonrisa, flexioné mi músculo bíceps que ella aún sostenía.
 
 —¿Qué? ¿Con este brazo lanzador de oro? Eso no es posible.
 
No rió como esperé que lo hiciera. No, la deliciosa y tentadora mujer contuvo el aliento, y su toque se volvió atrevido cuando deslizó su mano por el musculo tenso.
 
—Oh, Dios —suspiró—. Apuesto que las mujeres aman agarrar estas armas cuando te introduces en ellas.
 
Santa…
Mi mente quedó en blanco.
 
O más exactamente, no se blanqueó por completo. Simplemente perdió todo pensamiento razonable cuando imágenes de cada manera en que podría agarrar mis músculos bíceps cuando me introdujera en ella llenaron cada espacio en las sinapsis. Demonios, en una de las imágenes, ni siquiera tenía que tocar mis brazos. Solo tenía que gritar mientras la hacía venirse.
Después de follarla mentalmente de cada manera conocida por la humanidad, sacudí la cabeza y me aclaré la garganta. Tuve que alejar la mirada antes de intentar actuar impulsivamente. No es que ayudara mucho. Aún sabía que permanecía ahí. Aún sabía que quería agarrar mis brazos mientras yo… demonios, no debería ir ahí. Pero lo hice una y otra vez.
Así que mirar hacia otra parte no ayudaba a que mi coño se relajara, pero sí ayudó a darme cuenta… giré hacia ella.
 
—Mierda. Estás totalmente ebria, ¿no es así?
Sabía que bebió botella tras botella, pero no actuaba como una ebria risueña como la mayoría de las estudiantes que acostumbraba a ver. Lo que dijo, de algún modo, fue como nada que pudiera imaginar que me dijera la Dra. López… nunca. Ni siquiera ebria. Sin embargo, ya que lo hizo, tenía que estar completamente fuera de combate.
 
Y ahora que buscaba señales, sus ojos eran brillantes y vidriosos. Y su postura se mantenía un poco débil.
 
—Nunca he estado ebria en mi vida. —Intentó enderezar la columna en su estilo puritano de profesora, pero simplemente terminó volcándose a un lado. Dándose cuenta de lo que hacía, soltó mi brazo para apoyar una mano en la cima de la barra y recuperarse. Cuando las cejas se fruncieron con irritación, la alcancé y la ayudé a situarse bien. Ya extrañaba la falta de sus manos en mí. El cálido fantasma de ellas aun quemaba mi piel.
 
—¿Echaste algo fuerte en mi trago? —acusó, frunciéndome el ceño—. Porque de repente me siento un poco… mareada.
 
Resoplé. —¿Mareada? Cariño, pasaste de mareada a ebria al instante en que me preguntaste detalles de mi vida sexual.
 
Su espalda volvió a enderezarse con toda la superioridad moral. —¿Disculpa?
 
Estoy completamente segura que no… oh, mierda. —Su rostro se inundó de color cuando abrió la boca—. Acabo de preguntarte sobre tu vida sexual.
 
Observar sus labios diciendo mierda fue mi perdición.
 
Retrocedí, deseándola tanto que mis músculos vibraban por la tensión que usaban al retenerme.
 
—No te preocupes. —Sacudí una mano para excusar su comportamiento, para hacer como si no fuera tan caliente y sexy como era realmente—. Sé todas las metidas de patas que provoca el alcohol, ¿recuerdas? —Le enseñé mi antebrazo, y me alejé de inmediato, en una retirada petrificada.
 
No quería irme, pero necesitaba espacio antes de que hiciera algo imperdonable.
Le di un empujón a Finn en su dirección, quitando el trago de fresa de la mano. —Tienes que mantenerme lejos de ella —jadeé, tentada a tomarme el trago, en lugar de llevárselo a su propietario—. Si va a la parte trasera por cualquier razón, no me dejes seguirla. ¿Entiendes? Si trata de darme su número, no me dejes conservarlo. Y si ella… ¡Jesús! —La observé justo a tiempo para ver que un chico le golpeteaba el hombro, llamando su atención—. Y mantén a ese marica lejos de ella, ¿de acuerdo?
Finn parpadeó. —Eh…

—Gracias. —Me giré, dejándolo con su nuevo deber.
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Mensaje por 3:) Jue Ago 11, 2016 12:17 pm

Bueno... Britt descubrió que san no es tan mala como aparenta en si...
Ya le descubrió el nombre y la edad jajaja....
A ver como termina la noche san borracha y britt al borde de la cordura para no tirarse a san.... Jajaja
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Mensaje por micky morales Jue Ago 11, 2016 6:46 pm

Las apariencias engañan, nunca esa celebre frase valio tanto como en este momento!!!! a ver como termina la noche. [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo - Página 2 918367557 [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo - Página 2 918367557 [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo - Página 2 918367557 [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo - Página 2 918367557 [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo - Página 2 918367557
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 8:48 pm

CAPITULO 11



“Hay un encanto sobre lo prohibido que lo hace indeciblemente deseable”
Mark Twain.


BRITTANY

 
Finn hizo la mayor parte de su trabajo. Al hablar con ella toda la noche, debo haber estado manteniendo lejos a los merodeadores. Porque tan pronto como me sumergí en el trabajo, sirviendo bebidas, los hombres la inundaron, tratando de coquetear con ella. Finn no alejó exactamente a los perdedores, pero en realidad no tuvo que hacerlo ya que ella los alejaba por su cuenta. Dios la bendiga.
 
Me dije a mí misma que no significaba nada. Ella había recibido bien mi atención y prácticamente me preguntó cómo me gustaba tomar a mis mujeres, pero rechazaba a los otros. Eso no significaba… tal vez sí. Incluso borracha, me prefirió sobre los demás.
 
Cuando le preguntó a Finn donde se encontraba el baño y desapareció en la parte trasera, toda fibra de mi ser quería que la siguiera. Pero mi maldito y molesto compañero de trabajo me agarró del brazo.
 
—Me dijiste que no te dejara ir, rubia.
 
Tiré mi brazo de su agarre y le envié una mirada sucia, pero me quedé detrás de la barra como una buena chica. Pero cuando ella no regresó a los cinco minutos, me encontraba lista para morderme mi propio brazo.
 
—¿Y si alguien la atrapó allí atrás y la está acosando? —le gruñí a Finn, necesitando comprobar su seguridad, lo que malditamente me sorprendió. Aparte de mis hermanos y hermana, y bien, tal vez mis compañeros de equipo en el campo, oh, y posiblemente mis compañeros de trabajo, nunca me había sentido protectora por nadie. No por una chica que deseaba.
 
Veré como está —dijo Finn, levantando las cejas en ese modo paternal, diciéndome que retrocediera.
 
Lo fulminé con la mirada mientras prácticamente lo empujaba hacia el pasillo.
—Bueno, ve, entonces.
Se fue y volvió casi de inmediato. —Está bien —fue su única respuesta.
 
Abrí la boca para demandar más detalles. ¿Bien, cómo? ¿Con otro chico? ¿No vomitaba? ¿Dormía pacíficamente e intocable en la oficina trasera? Necesitaba saber más. Todo.
 
Pero llegó la última llamada, y el trabajo robó mi atención durante la siguiente media hora. Seguí buscándola, pero no volví a verla. Debió haberse deslizado entre la gente cuando yo no miraba. Lo que me irritó muchísimo. No pude ni siquiera darle un último vistazo en ese inolvidable vestido sin espalda.
 
Finn encontró un par de chicas borrachas y se ofreció a llevarlas a casa, dejándome para que limpiara detrás de la barra. Más personas se fueron, y las camareras se hallaban ocupadas barriendo y ordenando el área principal.
 
Limpiaba la barra cuando vi a alguien por la esquina de mi ojo yendo a los tropiezos por el pasillo que conducía a los baños. Ya que cerramos hace diez minutos y el lugar se hallaba vacío de clientes, eché un vistazo para decirle a quienquiera que fuese que debía irse.
 
Pero Santana López  se encontraba demasiado ocupada excavando en su bolso y sacando un set de llaves para notarme.
 
Mi boca se abrió. Aún no se había ido. La observé otra vez, tan ocupada con mi escrutinio que me tomó un segundo darme cuenta de lo que hacía.
Cristo, no iba a conducir en su condición, ¿o sí?
 
Rebuscando en el anillo lleno de metales hasta que encontró la llave que buscaba, tropezó con sus tacones, chocando contra el costado de una mesa, y luego enderezándose antes de dirigirse hacia la puerta.
 
Oh, diablos, no. —¡Oiga! —grité—. Dra. López.
 
No me escuchó, o simplemente me ignoró.
Cuando salió, maldije.
 —Vick.
 —Me giré hacia una camarera que sacaba cuentas y contaba en la caja registradora.
—. ¿Están bien aquí, chicas?
Ni siquiera detuvo su cuenta, sino que asintió y me hizo señas con su mano.
—Sí. Puedes irte.
 
—Gracias.
—No esperé a que cambiara de opinión. Poniendo una mano sobre el mostrador, salté sobre él y corrí hacia la puerta.
 
El aire fresco del viento atravesó mi camiseta tan pronto como salí y me recordó que dejé mi chaqueta dentro. Pero no me importó; la recogería más tarde.
 
Buscando a mi profesora y localizándola de inmediato, puse las manos alrededor de mi boca. —¡Santana!
Vaciló y giró, dejando caer sus llaves en medio de la calle. Un coche acababa de doblar, pero ella no pareció notar su aproximación mientras se agachaba para recoger su llavero, sorprendiéndome con una vista de cuán bien lucía su culo en ese vestidito corto. El pánico saltó en mis venas cuando me preocupé por el auto que estaba a punto de convertirla en un panqueque. Saltando de la acera, corrí hacia adelante, agarré su codo y la puse en posición vertical al tiempo que ella agarraba el manojo de llaves. El próximo auto desaceleró cuando nos atrapó con sus faros, pero la saqué del camino de todos modos.
Apartó mi mano tan pronto como llegamos a la zona de estacionamiento y el coche aceleró, pasándonos.
—¿Qué crees que estás haciendo? —demandó.
Puse las manos en mis caderas y me cerní sobre ella.
—Trato de averiguar que mierda crees qué haces.
Intentó mantenerse en pie, endureciendo los hombros, pero acabó tropezando un paso a la izquierda.
 —Yo… —Hizo una pausa para hipar.
Maldita sea, ¿por qué tenía que pensar que las chicas borrachas con hipos eran tan adorables?—
—. Voy a casa. El bar cerró. Mi… mi cita me plantó.
Una arruga se formó entre sus cejas cuando lo confesó. Lució confundida y dolida.
 
Suspiré. Mierda. Mierda, mierda, mierda.
—Pero no ibas a conducir a casa, ¿o sí?
Se giró para mirar su auto como si estuviera considerando su respuesta. Luego evadió descuidadamente.
—Bueno, seguramente no me llevará volando a mi casa.
 
—Querido Dios. —Froté mi frente—. ¿Cómo puedes tener un doctorado a los veintitrés y ser tan ingenua?
 
Con un suspiro, presionó la palma de su mano contra el pecho. —¿En qué estoy siendo ingenua?
 
—¿En qué crees? No puedes conducir a casa borracha. ¿Qué si tienes un accidente? ¿Qué si te detienen? Irías a la cárcel y perderías tu trabajo. Entonces nunca serías capaz de darle a una pobre idiota como yo otra D en tu vida.
 
—Tienes razón —admitió. Luego giró los ojos oscuros en mi dirección y pareció tan perdida que quise alejar todos sus problemas—. ¿Pero cómo se supone que vaya a casa? —Sus hombros cayeron—. Solo quiero ir a casa.
 
Suspiré. Maldita sea. Si tan solo no hubiera habido un temblor en su miserable y abatida voz.
 
—Te llamaré un taxi —ofrecí, ya hurgando en mi bolsillo. Después de trabajar en el bar por tantos meses como lo he hecho, tenía el servicio de taxi favorito enumerado en el marcador rápido.
 
—Pero no puedo dejar mi auto aquí. —Sonó horrorizada.
 
Hice una pausa, cerniendo mi pulgar sobre el botón de llamada.
 —Está bien. La gente lo hace todo el tiempo. Este es un estacionamiento bastante seguro. Puedes regresar y recogerlo en la mañana, no hay problema.
Mordiendo su labio inferior, miró su Sedan oscuro con preocupación.
 
—Maldita sea —murmuré bajo y guardé mi teléfono—. De acuerdo, bien. —Jesús, no podía creer que fuera a ofrecer esto.
—. Dame tus llaves, y te llevaré a casa.
 
Se giró hacia mí con esperanza en su expresión, incluso cuando dijo—: ¿Pero qué hay de tu auto? ¿Cómo irás a casa?
 
Sacudiendo la cabeza, traté de no estar encantada sobre el hecho de que todavía se encontraba bastante consciente para pensar en mí.
 —Me quedaré contigo.
—¿Qué? —Tropezó lateralmente mientras abría la boca.
Reí. —Es broma. Llamaré un taxi desde tu casa y haré que me traigan de vuelta.
 
Está bien, así que me encontraba demasiado avergonzada para decirle que no tenía un coche. Ya que solo vivía a ocho cuadras, planeé caminar a casa. Pero podía llamar a un taxi desde su casa si tenía que hacerlo.
 
Parpadeó, y el movimiento la hizo parecer un búho. El maldito búho más lindo que he visto. Mirando lejos porque ella aún me sostenía bajo el asilo de su encanto con su cara bonita y ropa sexy, solté un suspiro, medio esperanzada de que declinara y me dejara llamarle un taxi, pero a la vez de que pudiera pasar otros minutos en su compañía mientras se encontraba así.
 
—¿Harías eso por mí?
 —Las palabras arrastradas sonaron extrañas al salir de su perfecta boca porque su habla siempre era tan concisa en clases. Era como si ella fuera una persona completamente diferente. Una persona a la que estaba permitido desear.
 
—. ¿Por qué lo harías? —Me miró, perdida y confusa de nuevo—. Tú me odias.
 
—Yo no… —Cuando sacudí la cabeza, tuve que apartar mi cabello de mis ojos.
—. No te odio —dije, más suave está vez. Lejos, lejos de ello.
Sus labios se separaron y quise morderlos —especialmente el más lleno, el inferior— luego chuparlo dentro de mi boca y lamer para alejar el ardor.
 
En silencio, me tendió las llaves. Una oleada de conciencia se desató a través de mi sistema.
 
No debería hacer esto. Era peligroso. Tentador. Todavía tenía un lado de su cabello levantado, aunque después de las últimas horas en el calor del bar y en medio de la presión de tanta gente, había comenzado a ceder en algunos lugares. Todavía… lucía tentador, como si alguien hubiera tenido sus manos en él.
Si solo esas pudieran ser mis manos.

Cediendo a su atracción, tomé las llaves y contuve el aliento cuando sus dedos rozaron los míos. Dios, esto iba a ser malo. Ya podía decirlo.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 8:49 pm

CAPITULO 12



“Esos son los tiempos que ponen a prueba las almas de los hombres”
Thomas Paine
 

Brittany

 
—¿No te encanta cómo se reflejan a través del parabrisas las luces de la calle?
 —Santana se inclinó sobre el asiento del pasajero para acariciar el vidrio sobre el salpicadero de su auto. Pero su cinturón de seguridad se trabó antes de que pudiera apenas tocarlo, y volvió a caer en su asiento con un suspiro triste.
—. Es tan lindo —murmuró, admirando la vista con nostalgia.
Sacudí la cabeza, divertida mientras su sistema de navegación me decía que girara a la derecha en la esquina.
—Sí, sin duda bebiste demasiado —dije, más para mí misma, ya que ni siquiera me escuchaba, demasiado absorta en las lindas luces para notar mi presencia.
—Se ven como luces de feria. —Me miró de soslayo—. ¿Alguna vez has estado en una feria?
Parpadeé. —Umm… seguro. —¿Quién no había ido nunca a una feria?
 
Siempre que venían a mi ciudad se asentaban en el aparcamiento al aire libre que estaba cerca de nuestro parque de remolques. Solía escabullirme y llevar a Caroline, también a Brandt cuando tuvo edad suficiente para subirse a los juegos.
 
Sin embargo, no me quedé el tiempo suficiente para llevar a Colt, antes de irme a la universidad. Espero que Caroline haya hecho eso por mí. Algunos de mis recuerdos más felices eran al comprar dulces y boletos y ver a mis hermanos mientras subíamos a los juegos. Colt necesitaba un recuerdo así. Demonios, todo el mundo necesitaba esa clase de recuerdos.
 
—Nunca he ido a una feria —dijo Santana suavemente.
 
 Miré a través del silencioso interior de su auto para ver que su expresión se llenaba con más nostalgia—. Mis padres decían que las ferias eran tontas y una pérdida de tiempo.
 
Maldición. Sus padres parecían completos idiotas.
 
—¿Crees que si mi cita se hubiese presentado habría tenido suerte esta noche?  —Hizo una pausa y se mordió el labio—. Yo podría estar teniendo sexo en este momento. Vaya, ni siquiera puedo recordar cuando fue la última vez que tuve sexo.
 
Mierda. Mal tema.
 
Ella estuvo hablando sin parar desde que la puse en su coche, pasando de un tema a otro más rápido de lo que yo podía cambiar las velocidades. Pero no nos habíamos sumergido de nuevo en este territorio tabú desde que me apretó mi brazo en el bar.
 
—Pero sí recuerdo la última vez soñé con tener relaciones sexuales —continuó—.
 
Me lo estabas haciendo en el escritorio de mi trabajo y…
 
¿Qué? ¿Ella también había soñado eso? Irreal.
 
—… y me hallaba tumbada sobre mi espalda con todos estos trabajos calificados clavándose en mi espina mientras tú estabas de pie entre mis piernas para poder… ya sabes. Entonces golpeaste ese punto en mí… Oh, por Dios. Se sintió tan bien. De alguna forma pateé la pantalla del monitor de mi computadora. Pero tú solo continuaste, y creo que me iba a venir, pero entonces me desperté mojada y dolorida, y nunca descubrí cómo terminaba ese sueño.
 
Oh, yo sabía cómo terminaba ese sueño.
 
Pero maldición. Esto no era bueno. Escuchar cómo la había puesto toda mojada y dolorida rompió las cadenas alrededor de mi control como si fueran hojas de tijeras cortando un mechón de cabello.
 
—Tal vez no deberías estar hablándome de esto —le dije, con la voz ronca.
 
Me miró.
 —¿Por qué no? Has tenido sexo, ¿verdad?
 
—Entonces bufó y echó la cabeza hacia atrás para reírse abiertamente—. ¿Qué estoy diciendo? Eres Brittany Pierce. Probablemente has tenido sexo más veces en este mes que el que yo he tenido en mi vida entera.
 
Fruncí el ceño.
—De acuerdo, ahora me estás insultando.
—Seis —dijo.
Sacudí la cabeza, sin entenderla.
—¿Qué?
—He tenido sexo seis veces en mi vida. Tres chicos diferentes.
 
Quedé boquiabierta. Jesús. No necesitaba un recuento. Pero demonios, ahora que me dio uno, pensé que tal vez había tenido más sexo solo en este mes que el que ella tuvo en su vida entera. De acuerdo, no este mes ni el último exactamente. Pero sí durante un mes de la temporada de fútbol.
 
Inclinó la cabeza hacia un costado y frunció el ceño de modo pensativo.
 
—Espera. ¿Si no lo haces por tu propia voluntad, cuenta?
 
Enfocando mi atención en ella, casi me paso una luz roja. Apretando los frenos, exploté.
—: ¿Perdón?
—Dije…
 
—¡Te escuché! Jesucristo. Si no lo haces por tu propia voluntad, no creo que siquiera sea considerado sexo. Se llama violación.
 
No acababa de decirme que había sido… No. De ninguna manera.
Frunciendo el ceño pensativamente, murmuró,
 
—: No. No, mis padres me dijeron muy específicamente que no podía llamarlo así. Dijeron que no le podía decir a nadie, que no podía ir a la policía ni volver a hablar de ello jamás. No.
 —Sacudió la cabeza vigorosamente.
 
—. No fue una violación. Me lo merecía. Después de todo, acepté ir a una cita con él. Incluso me subí en ese asiento de atrás con él por mi propia voluntad. Ellos dijeron que debí haberlo esperado.
 
¿Haberlo esperado…?
Jesús. Pensé que tal vez vomitaría. Pero, ¿qué mierda?
 
Con mis dedos estrangulando el volante y pretendiendo que era el cuello de su violador, me las arreglé para preguntar.
 
—: ¿Hace cuánto tiempo fue?
 
—Nueve años. Tenía catorce. Fue mi primera vez. —Presionó un dedo contra sus labios pensativamente antes de agregar—: No creo que la primera vez de una chica deba ser así.
 
—No —asentí tranquilamente—, no debería.
 
 —Por alguna razón pensé en Caroline. Mierda, no había tenido ese baile esta noche, ¿verdad?
¿Y si ese chico Scotini esperaba más de ella de lo que estaba dispuesta a dar? ¿Y si aceptaba subirse a la parte trasera con él por algunos besos y luego se asustaba cuando él quisiera más e intentara frenarlo pero no la dejaba? Rompería cada hueso en su jodido cuerpo. Estaba tentado de sacar mi teléfono y ver cómo se encontraba, pero también quería estar aquí para Santana. Era obvio que pasaba por algo ahora, y me gustaba ser el que escuchara sus revelaciones borrachas.
 
—Alguna vez… —Lamí mis labios secos mientras giraba en su calle.
—. ¿Alguna vez le dijiste a alguien de esto, además de tus padres?
 
Rogaba que me dijera que había ido a la policía, a pesar de los deseos de mami y papi, y que el imbécil fue echado tras las rejas, donde había estado hasta que murió después de haber sido violado por otros veinte reclusos. Cuando no respondió inmediatamente, miré hacia ella tan pronto como llegué a su calle y estacioné.
 
Se había acurrucado en su asiento con las rodillas presionadas contra el pecho y los brazos envueltos protectoramente alrededor de sus piernas. Me daba un vistazo de sus sedosas bragas negras, pero en este momento estaba demasiado preocupada por ella como para comérmela con los ojos.
Viéndose una década más joven que veintitrés, me miró con los ojos abiertos de par en par.
 
—Por supuesto —dijo—, le dije a mi terapeuta. En el mundo de mis padres es muy elegante tener un terapeuta. Pero el mío me ayudó a superarlo. Quiero decir, el primer chico con el que estuve después que sucedió no cosechó ningún beneficio. Ni siquiera se quedó a terminar nuestro primer encuentro juntos de tanto que lo asusté. Se retiró tan pronto como comencé a llorar. Luego salió corriendo y nunca más me llamó. Pero el segundo chico atravesó más de un encuentro antes de dejar de devolver mis llamadas. Sin embargo, eso es algo, ¿verdad? Es un progreso.
 
Siseé una maldición debajo de mi aliento. Bastardos. Los tres. Podía decir que cada uno de sus compañeros anteriores la había lastimado, incluso si no fueron como el primer imbécil. Quería traerla a mi regazo y solo sostenerla. O incluso mostrarle cómo era el lado bueno de la pasión.
 
Pero me contuve.
 
Había estado mirando por la ventana de enfrente, probablemente a las luces de nuevo, cuando de repente, me miró.
 
—Leí tu trabajo.
 
Sus tranquilas palabras hicieron que mi estómago ya inestable rugiera con ansiedad.
 
 —Sí. Ya lo leíste y me lo devolviste, ¿recuerdas? Tuvimos toda una discusión en tu oficina sobre si merecía una A o no. Y cómo vas a guardar mi secretito sucio.
 
—Cierto —murmuró suavemente como si lo recordara de repente—. Sí, entonces, creo que te debía un secreto, ¿verdad?.
 —Sonrió pero no era muy alegre. Sus ojos oscuros se levantaron.
 
—. Estaba tan excitada todo el tiempo que me estuviste gritando, diciéndome que te quitara esa A si no la merecías. Si me hubieras besado ese día, te habría devuelto el beso. Y más.
 
Santa jodida mierda. Abrí la puerta del conductor y me lancé fuera del coche. El aire frío fue un sacudón bienvenido para mi excitación. Pero entonces ella abrió la puerta y también salió.
 
—Yo, uh, voy a llamar al taxi.
—Dios, eso sonó penoso, pero ella estaba ebria. No podía hacer nada sobre todas sus confesiones. No ahora.
 
Asintió, entonces se estremeció y se abrazó a sí misma antes de dirigirse a la acera, que llevaba a su pórtico delantero. Cuando se tropezó y casi cayó, maldije un poco fuerte y volví a arrojar mi teléfono en el bolsillo.
 
—Espera —grité, lanzándome tras ella y agarrando su brazo justo cuando se tropezaba de nuevo.
 
—. Déjame ayudarte.
 
Se balanceó hacia mi lado hasta que estuvo apoyándose completamente sobre mí. Tuve que deslizar mi brazo alrededor de su cintura para mantenerla de pie. Joder, ¿quién hubiera dicho que tenía una cintura tan pequeña?
 
Levantando la cabeza, sonrió cautivadoramente.
 
—Fue el mejor ensayo que he leído, sabes.
—Hmm. .
 
—Tragué saliva, negándome a responder, y la ayudé a subir los escalones de su pórtico. Cuando parecía no poder encontrar las llaves en su bolso, las sacudí para hacerle saber que todavía las tenía yo. Sonrió y dio un paso al costado, dejándome que me ocupe alegremente.
 
—Tu gramática aún era mala —continuó mientras yo abría la puerta—. Y probablemente perderías un examen de ortografía con una niña de primer grado, pero… oh por Dios. Me hizo llorar. Lo leí una y otra y otra vez. Incluso lo fotocopié como una horripilante acosadora, para poder seguir leyéndolo después de devolvértelo. Y cada vez que lo miro, no puedo parar de llorar. Por ti.
 
Levantando la mano, atrapó un mechón de mi cabello y lo corrió ociosamente sobre mi frente para quitarlo de encima de mis ojos. La sensación de sus manos sobre mí era como un shock eléctrico. Poderoso, sobrecogedor. Un completo ataque a mis hormonas y a mi corazón.
 
Mi madre me había abofeteado antes por decir algo fuera de lugar, o me empujaba por cruzarme en su camino. Las chicas con las que me acostaba me clavaban las uñas en el trasero cuando las hacía sentir bien. Mis hermanos se acurrucaban cerca de mí cuando se sentían asustados. Mis compañeros me palmeaban la espalda felicitándome. Pero nunca nadie me había tocado así, con afecto puro y honesto, como si quisieran cuidar de mí.
 
—Has pasado por mucho —murmuró; la simpatía dominaba su tono—. Tienes mucho con lo que lidiar. Quiero perseguir a tu madre y hacerle daño por lo que te hizo pasar.
 
Dejé escapar una sonrisa triste al mismo tiempo que sacaba la llave de la cerradura. Pero ya no tenía tanta prisa en que entrara… lejos de mí. Me forcé a regresar mi atención a la puerta de enfrente, pero quería seguir mirándola. Verla tal cual era —suave, dulce y un poco vulnerable— por el resto de mi vida.
 
Su mano cayó de mi cabello solo para bajar sobre mi brazo. Cálidos y suaves, sus dedos tentaban y seducían mientras trazaban lentamente un recorrido abrazador hacia mi codo.
 
—Lo siento —susurró—. Pensé que eras como él. Pero no lo eres. No te pareces en nada a él.
 
¿De qué habla? Pasé la mirada de sus dedos sobre mí hasta sus ojos.
 
 —¿Cómo quién?
 
No respondió. En vez de eso sorbió y se secó las mejillas con la palma de la mano; el movimiento la hacía lucir como una niña en vez de una realizada profesora de universidad.
 
 —Él me hizo odiar a los jugadores de fútbol. Sobre todo a los mariscales de campo. Me hizo… me hizo fría y solitaria. Vacía por dentro. Pero tú nunca harías eso. Nunca lastimarías a nadie de la forma en que él…
Cuando sus palabras se desvanecieron, una ardiente pizca de enojo se desató en mi estómago.
 
—¿Qué hizo? —la alenté a seguir suavemente. No respondió. Eso solo me enfureció y preocupó más.
 
 
—. ¿Santana? ¿Él es el que… el que te violó? —Mierda. No era de asombrarse que siempre me lo hiciera pasar tan mal. Yo le recordaba a eso.
Odiaba saber que yo le hacía eso.
 
Se giró hacia mí y me sonrió suavemente.
 
—No eres parecida a él. Eres… no lo sé. Eres algo asombrosa.
 
Ahogué una risa áspera y abrí su puerta con un empujón salvaje.
 
—Sí, muy asombrosa. Soy mugre rota, apenas estoy manteniendo mi beca de fútbol a flote y a punto de defraudar a las tres personas que más me importan si no puedo mantener mi mierda en orden. Y no olvidemos cómo llegué aquí con trampas… ni cómo te recuerdo al chico que te violó. No hay nada asombroso en eso.
 
—Ven aquí. —Santana tomó mi mano suavemente y me dirigió dentro de su oscura casa. Yo seguí. No tengo idea de por qué ni siquiera dudé, sino que fui a dondequiera que me llevaba.
 
Una vez dentro, estiré la mano, buscando a tientas hasta que encontré un interruptor de luz. Cuando una pálida luz iluminó la esquina de una ordenada sala de estar decorada en diferentes tonos de azul, la miré al mismo tiempo en que ella me miró.
 
Enmarcando mi rostro con sus manos, me miró a los ojos y dijo.
 
—: Eres asombrosa, Brittany Pierce. —Luego dejó salir una sonrisa borracha—. Jesús, habría pensado que la jugadora estrella del invicto equipo de fútbol de la universidad sería un poco más creída y confiada de sí misma.
 
Sacudí la cabeza.
 
—Uno crece como la pobre y tonta hija de la puta de la ciudad y tus compañeros te quitan la arrogancia a golpes cuando eres joven. Literalmente.
 
Se inclinó hacia adelante y apoyó la frente en mi hombro.
 
—Pero tienes todo el derecho de estar orgullosa de quién eres. Eres una sobreviviente.
 
La apretada bola en mi pecho me dificultaba respirar, y la forma en que sus dedos suaves se sentían en mi cuello mientras bajaban por mis mejillas y sobre mis hombros montaba un numerito con mi coño.
 
 —¿Por qué? —demandé, con voz un poco áspera—. ¿Por qué sé cómo lanzar un balón?
 
Alzó la mirada una vez más.
 
 —No. Porque no solo eres una cara bonita en una cáscara vacía. Amas. Temes. Sientes las cosas con tanta… tanta fuerza.
 
Cuando una mano cayó justo sobre mi corazón, respiré fuertemente.
Tomó todo lo que tenía mantener mis manos alejadas de ella.
 
 —Todo el mundo siente, Santana. Solo que algunos son mejores cubriéndolo.
 
—Pero tú sientes cosas buenas. Tal vez sean un poco toscas, pero tienes un buen corazón. Un corazón compasivo.
 
—Entonces besó mi pecho, a través de mi ropa y sobre mi corazón. Hubiera sido tan fácil enterrar los dedos en su cabello, inclinar mi cabeza hacia abajo e inhalar su esencia. Pero no lo hice, sin importar cuánto me matara contenerme.
 
—Santana, deberíamos…
 
Alzó la cabeza, sorprendiéndome mientras suspiraba complacida.
 
—Me encanta la forma en que dices mi nombre.
 
—Santana —murmuré, diciéndolo de nuevo porque simplemente no pude evitarlo.
 
Dios, ¿qué hacía?
Cerró los ojos y suspiró de nuevo.
 
 —Haces que me estremezca cada vez que te veo.
 
Maldición, si quería hablar sobre estremecerse… Se lamió los labios de forma inconsciente y mi coño se estremeció poniéndome mojada y dolorida.
 
—Creo que he estado perpetuamente mojada desde el primer momento en que te vi entrar en mi clase.
 
Jesús.
 
Un gruñido se escapó de mi garganta. Agarré su hombro, diciéndome a mí misma que debía alejarla, pero en vez de eso, la sostuve justo donde estaba.
 
—La primera vez que entraste a mi clase sentí esta chispa, como un sofoco, que me cubría de pies a cabeza. Recuerdo tartamudear cuando me presenté porque me sentía muy asombrada. Tú me asombraste. Nadie me asombra. Pero entonces me enteré que eras la preciada mariscal de campo de Ellamore y todo se aclaró.
 
 Él también era la estrella del fútbol, y yo tenía un flechazo tan grande. Creo que esa es mi maldición. Pero solo me prestó atención para hacerme creer que estaba interesado, y así humillarme… y luego me lastimó. Pensé que serías exactamente así. Quiero decir, tuve exactamente la misma impresión de ti que con él. Excepto que contigo, fue como… cincuenta veces más fuerte. Yo solo… me encanta mirarte. Me encanta el sonido de tu voz. La forma en que caminas. La forma en que sonríes y corres el cabello de tus ojos. Pero nunca superaré la forma en que amas a tu familia y cómo harás cualquier cosa para salvarlos. Yo solo… deseo que, algún día, alguien me ame de esa forma.
 
La mirada en sus ojos era obvia. Quería que yo la amara de esa forma. Extrañamente, la idea no aterrorizaba. Quiero decir, no había caído en ese instante ni nada. Pero después de escucharla confesar toda la mierda que me había confesado, quería que alguien la amara de esa manera casi tanto como ella.
 
Cuando me balanceé hacia adelante sin querer, ella levantó la cabeza. Pero me detuve y cerré los ojos, con mi barbilla abultándose mientras me tragaba la tentación de tomar codiciosamente. Tenía que dejar de pensar con mi coño, porque esto se puso demasiado personal y demasiado emocional. Y ella seguía demasiado…
 
—Estás borracha —le recordé.
 
Asintió, concordando.
 
—Muy borracha.
 
—No puedo besarte. Estaría tomando ventaja.
 
—Joder, ¿por qué había mencionado besarse? No habíamos estado hablando de eso.
 
Pero ella no pareció notar mi cambio de tema.
 
 —De acuerdo —dijo arrastrando las palabras—. Entonces… ¿qué tal si mejor te beso yo?
 
Sucedió así. No le dije no a tiempo así que se paró de puntillas y presionó su boca contra la mía. Cerré los ojos, tratando de resistirlo. Pero la palma con la que había estado acunando mi mejilla se deslizó hasta que capturó mi nuca. Cuando sus uñas rasparon la base de mi cráneo mientras peinaba mi cabello, me estremecí. Y sus labios, Cristo, sus labios eran suaves y flexibles. Sabía a Bud Light Lime y rayo de sol, y no pude contenerme. Abrí la boca para probar solo un poquito más.
Maulló un sonido hambriento, lo que me hizo acunar su rostro mientras metía mi lengua.
 
—Si no nos detenemos ahora seré una imbécil.
 
—No te preocupes. —Volvió a tirar de mí hacia ella—. Ya te consideraba una imbécil.
 
Me reí solo para que me besara otra vez. Un gruñido ahogó mi risa y me ahogué en sus labios hasta que pude alejarme… solo para maldecir y regresar por más. Ella era tan pequeña, que me cansaba de encorvarme para besarla, así que la alcé y enroscó sus piernas alrededor de mi cintura inmediatamente.
 
Aplastando su espalda contra la pared, la besé un poco más, alcanzando la cavidad dentro de su boca hasta que mi lengua se sintió tan cómoda allí como lo hacía dentro de la mía. Mis labios no querían alejarse de los suyos, pero había mucho más que quería probar.
 
Viviendo la fantasía que tuve en el bar cuando la vi por primera vez esta noche, enterré mis dedos en la parte de cabello que había dejado suelto y besé un camino hacia el costado de su garganta, y luego a su hombro.
 
No tenía idea de que ella fuera tan suave, ni oliera tan bien. Empañaba mi cabeza así que cuando deslicé la mano hacia abajo por su perfecta espina desnuda, solo seguí avanzando hasta que tomé su trasero y nos froté la una contra la otra.
 
En serio, no fue mi intención meter la mano bajo de falda, pero su vestido se las arregló para subirse naturalmente cuando ella levantó las piernas.
 
Cuando tuve su increíble culo en mis manos, me encontré palmeando sus bragas de seda negra en lugar de la falda. Dándome cuenta de que estaba allí, tuve que seguir explorando entre sus piernas hasta que encontré el material húmedo; empapado de excitación. Ella estaba lista para mí.
 
Desde ese momento, estuve bastante jodida.
 
 —¿Dónde se encuentra tu habitación? —jadeé, moviendo los dedos hasta que ella se retorcía contra mí, exigiendo más con su cuerpo.
 
—Hacia el salón. —Señaló descuidadamente por encima de mi hombro—. La primera puerta. Lado derecho.
 
Fusionando nuestras bocas nuevamente, la aparté de la pared y la llevé a través de la oscura sala, solo tropezando una vez, cuando me topé con una silla.
 
Se rió y enterró su cara en mi cuello, lo que me brindó un momento para centrarme en la dirección en que íbamos y disfrutar de la forma cálida, suave y perfecta en que ella se sentía envuelta alrededor de mí.
 
Cuando entré en su dormitorio, ella estiró el brazo para encender la otra luz. Su santuario se hallaba brillantemente coloreado y mucho menos ordenado que la sala. Las sabanas estaban apenas lanzadas sobre el colchón y la ropa, esparcida por el suelo mientras que los libros yacían apilados en cada rincón y grieta en la que podían caber.
 
Esta era ella. La verdadera, no una profesora aburrida y tensa frente a un salón de clases. Esta habitación representaba a la mujer en mis brazos, y tuve la sensación de que no mucha gente vio a la verdadera Santana López.
 
La llevé a la cama. Una vez que había sido colocada suavemente sobre su espalda, me sonrió y se quitó perezosamente los tacones “fóllame”. Cuando extendió los brazos, me sentí atraída. Sin pensar en las consecuencias, la moral o las reglas, me subí encima de ella y junté nuestras bocas otra vez.
 
A diferencia de casi todos las chicas que conocía, en mi caso, los besos no eran solo un pre-show para lograr el gran evento. Besar era importante. Me han conocido por hacer nada más que besar a una chica toda la noche, hasta que ella era la que pedía algo más. Yo podría hacerlo hasta que mis labios estuvieran entumecidos y era imposible decir qué lengua era de quién.
 
Encontrar a una chica que besaba a la perfección era como una mina de oro. Y Santana López  era la mina de oro de todas las minas de oro. Suspiró en mi boca; su cuerpo era caliente y flexible. Enterré los dedos en su pelo, arruinando la manera tentadora en que lo había arreglado.
 
No tengo ni idea de cuánto tiempo nos besamos, uniendo y forjando con nuestras bocas un vínculo que iba mucho más allá del mero comportamiento físico. Pero cuando encontró el dobladillo de mi camisa y pasó sus dedos hasta mi abdomen, yo estaba más que dispuesta a devolverle el favor.
 
—Estás tan excitada —murmuró; el asombro en su voz me mató.
—Y ni siquiera estás tocando la parte más excitada. —Sonreí al tiempo que mis labios encontraron su mandíbula, y luego fui hasta su garganta, mientras mis dedos exploraban debajo de su blusa.
 
—Se siente tan bien —murmuró, justo cuando su mano se relajó y se dejó caer sobre el colchón a su lado.
 
Mi lengua se detuvo en su pulso y mi mirada se lanzó a su mano caída.
—¿Santana? —La miré para encontrar sus ojos cerrados y sus labios entreabiertos, con el rostro inclinado a un lado.
 
La mujer se había desmayado conmigo. Mi cuerpo gritó en negación, mientras que una parte muy distante de mi cerebro trató de decirme que era algo bueno. Pero yo estaba más de acuerdo con mi pobre cuerpo palpitante. Esto era malo.
 
—Jesús. —Comenzando a temblar, me aparté de ella y aterricé sobre mi espalda. Frotándome la cara para refregar mi piel ardiente, solté un suspiro antes de contar hasta veinte en mi cabeza.
 
Entonces volteé mi cara para ver cómo se encontraba. Sip. Aún fuera de combate.
Esto tenía que ser un nuevo punto bajo para mí. Había tomado ventaja de una chica borracha hasta que ella se desmayó en mis brazos. Y no cualquier chica, sino que la más prohibida.
 
Mi coño mojoado apretada dolorosamente contra la parte posterior de mi cremallera. Después de acomodarme, miré hacia Santana para revisarla nuevamente.
 
Bueno, al menos ella se veía en paz. Aunque lo intentara, no podía lograr que mi cuerpo se calme. Mis hormonas seguían haciendo estragos, y no era de ayuda ver sus húmedos labios entreabiertos mientras ella respiraba.
 
Girando la cabeza hacia otro lado, inspeccioné su habitación en busca de algo que me distrajera, para poder combatir la lujuria de una vez por todas e irme. Uno de los libros de bolsillo en su mesita de noche me llamó la atención. En la portada, un tipo de pelo largo con el torso desnudo asomaba su cara en el escote de una chica con un vestido grande de volantes.
 
 El titulo era algo sobre rechazar a un escocés.
Una sonrisa separó mis labios. Apuesto a que no enseñaba sobre este tipo de novelas en sus clases. Lo alcancé y volteé la portada para estudiarlo un poco más a fondo. La mujer que yacía junto a mí era una adicta al romance. Qué extraño. No fui capaz de detectarlo en ninguna de sus clases. Parecía tan fría y profesional al enseñar, que yo nunca habría adivinado que tenía una soñadora en su interior.
 
Girándome, examiné su cara pasiva, al tiempo que mi pecho se llenaba de punzadas compasivas. Las cosas comenzaron a tener sentido. Sus padres imbéciles nunca la llevaron a un carnaval. No le dieron una infancia adecuada, pero probablemente le exigieron tanto en la escuela hasta que ella se adelantó los cursos y fue excelente en la educación. No podía imaginarla con un montón de amigos si siempre había sido la genio fenómeno. Y si el hijo de puta que la lastimó cuando ella tenía catorce años daba alguna pista de cómo había sido su vida, ella no se sentía muy querida ni protegida. Probablemente había estado muy sola.
Y sin embargo, leía novelas de amor, hasta que quedaban deshilachadas y desgastadas en las esquinas. Ella todavía tenía esperanzas de algún tipo de felices para siempre.
 
Era tan parecida a mí que era francamente extraño. Nos encontrábamos separadas entre dos mundos. Ella era la profesora desaliñada y genio, que ocultaba esperanzas románticas y sueños. Yo era la estrella de futbol mujeriega que trabajaba muy duro para salvar a mi pobre y rota familia. Vaya pareja hacíamos. Y qué imbécil me sentía.
 
 Ella no era solo un trozo de fruta que quería probar, porque se hallaba prohibida. Era mucho más profunda de lo que había imaginado.
 
Poco a poco, extendí la mano hasta que apenas toqué su mejilla. Suspiró en su sueño y se puso de lado hacia mí. Cuando encontró mi calor, se acurrucó estrechamente. La rodeé con los brazos, abrazándola contra mí, y terminó con la mejilla en mi pecho y su brazo alrededor de mi cintura.
 
Era dulce, cómodo y tan jodidamente angustioso tenderse así con ella que terminé quitándome los zapatos, acurrucándome, cerrando los ojos y enterrando mi cara en su cabello.

Nos quedamos dormidas envueltos en los brazos de la otra, y no podía recordar una noche en la que dormí tan profundamente.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 11, 2016 9:17 pm

CAPITULO 13



“La preocupación  nunca le robará  la melancolía al futuro, solo debilitará la fuerza del presente.”  A.J Cronin
 

SANTANA



Mi cabeza se sentía como si fuera a explotar.
Rodando hacia la fuente de calor que me mantuvo cómoda durante toda la noche, enrollé mis piernas, esperando encontrar algo sólido y tangible que irradiara calor y refugio. Pero todo lo que mis dedos encontraron fueron frías sábanas vacías.
 
Arrugando mi frente, hice una mueca cuando las pequeñas hachas en mi cabeza acuchillaban el interior de mis sienes. Con un gemido, enterré mi cara aún más en mi almohada para bloquear la luz que inundaba mi habitación.
 
Inhalando un nuevo olor, algo picante  respiré profundo, preguntándome en dónde se originó ese aroma encantador y qué hacía en mi almohada. Hasta que recordé...
Brittany Pierce. En mi coche. Trayéndome a casa. Luego, Brittany Pierce. En mi cama. Besándome. Con lengua. Su mano entre mis piernas.
 
Querido Dios, besé a Brittany Pierce y la traje directo a mi dormitorio. Me arqueé debajo de ella, rogándole que… Oh, Dios. Esto era malo.
 
Ya temiendo lo peor, me lancé en posición vertical, abriendo los ojos y mirando hacia el otro lado de mi cama, sabiendo que la encontraría allí. Pero cuando no encontré nada más que sábanas y una almohada aplastada, me sentí decepcionada y descorazonada.
 
Mi cabeza palpitaba, y me balanceaba vertiginosamente.
Fue entonces cuando me di cuenta del vaso lleno de agua en la mesita de noche al lado de una botella de aspirina con una hoja doblada de papel blanco apoyada contra ellos.
 
 
Gimiendo mientras mi dolor de cabeza rugía de nuevo a la vida, agarré la nota.
“No hay ningún pecado y no hay ninguna virtud. Solo hay cosas que hace la gente”
John Steinbeck , De las Uvas de la Ira.
 
Oye. Solo quería que supieras que no hiciste nada malo anoche, y no hay motivos para lamentar lo ocurrido... como sé que lo estás haciendo. Pero no te preocupes. Podríamos haber hecho mucho más. Sé que lo correcto, tal vez, sea disculparme por no pararte de inmediato cuando me besaste borracha. Pero no me arrepiento en absoluto. Fue... increíble. En serio, no te preocupes. Todo va a estar bien. Cuídate. Bebe todo el vaso de agua y no tomes más de tres píldoras. Si necesitas algo, llámame.
B-P
 
Me quedé mirando su número de teléfono, que garabateó en la parte inferior de la página, memorizándolo a pesar de que mandaba a mis ojos a mirar a otro lado.
 
Pero, oh guau, me dejó una dulce carta considerada. Y sus palabras en realidad funcionaron. El pánico que había estado experimentando una fracción de segundo después de despertarme fue involuntariamente drenado de mi sistema.
 
No habíamos hecho nada tan malo después de todo. ¿O lo hicimos y ella solo trataba de endulzarlo? Mierda, no podía recordar mucho de lo que había sucedido, pero Brittany parecía pensar que estábamos bien, por lo que me negaba a preocuparme.
 
Excepto que durante todo el día, pequeñas piezas del rompecabezas de mi memoria volvían, recordándome algunas de las cosas que le dije. De verdad no podía creer que le apretara el brazo en el bar y le preguntara si a las mujeres les gustaba tocar sus músculos mientras tenían relaciones sexuales con ella. No, debí haber soñado esa. No importa cuán acabada estuviera, yo nunca diría…
Oh, Dios. ¿Lo hice, verdad? Era tan horrible. ¿Cómo se suponía que volviera a mostrar mi cara en clase? ¿Cómo podría siquiera poner un pie en el campus?
Mientras el domingo avanzaba, seguía mordiéndome las uñas y mirando el teléfono, solo esperando que algún administrador de la universidad llamara y me despidiera.
 
Luego me atormentaron otros recuerdos, como aquel donde Brittany Pierce me levantaba, y yo enrollaba mis piernas alrededor de su cintura al tiempo que ella me besaba sin sentido contra una pared. O cuando se frotó a través de mis bragas. Mi estómago se calentó y mis muslos se volvieron débiles. Incluso aunque los recuerdos eran vagos y borrosos, tenían el poder de agitarme hasta que me volví un desastre caliente y desenfrenado.
 
Sabía que tenía que estar completamente avergonzada y escandalizada. Tiré por la ventana mi código de ética y moral, y escogí a una de las más grandes mujeriegas en el campus para hacerlo. Me sentía horrorizada de mí misma. Más o menos.
 
 Todos los halagos mantenían ahogados mis pensamientos honorables, porque me encontraba totalmente encantada de que Brittany Pierce, la chica que me encendía como nadie más, la chica que me encantó con su ensayo de literatura y me confió sus más grandes secretos, me quisiera. Podría tener a cualquier chica del campus, más guapa, más joven y más a la moda, con una personalidad mucho más animada que la mía.
 
Espera. Brittany Pierce podía tener a cualquier chica que quisiera. Así que ¿por qué me eligió a mí? Yo no era gran cosa.
 
Tragando temerosamente, presioné la mano contra mi pecho y traté de luchar contra la sensación de hundimiento cayendo pesadamente en mis entrañas. Esto no tenía nada que ver con ese ensayo que escribió, ¿verdad? Porque ahora tenía un seguro de que yo nunca contaría su secreto a la administración de la universidad.
 
Podrían despedirme con seguridad si alguien se enteraba de que estuve por ahí con una estudiante. No había tal regulación para los estudiantes. Solo para la facultad. Si llegara a pensar en decirle a alguien acerca de su falso promedio de notas de escuela secundaria, ella podría agitar esto frente a mi cara; lo que me llevaría a ser expulsada de Ellamore con tanta seguridad como si hubiera tenido sexo con ella.
 
Y la inteligente de Pierce, ni siquiera tuvo que rebajarse a estar por completo conmigo.
 
Dios, ¿era malo pensar eso? ¿Me sentía insultada porque no tomó ventaja de mí en mi estado de embriaguez? ¿Qué ocurría conmigo?
 
Probablemente esa nota. Ella no parecía una bastarda conspiradora que solo quería cubrir sus posibilidades. Era como si le importara. La nota fue dulce y preocupada, tratando de ayudarme en mi culpabilidad. Sabía exactamente cómo me sentía, y me encantaba eso.
 
Pero mierda, ¿cualquier chica o chico que quisiera un favor, no diría algo dulce y aparentaría estar preocupado de esa manera?
 
De acuerdo, tenía que dejar de pensar en esto. Me estaba volviendo loca. Y todo lo que tenía, eran especulaciones. No había hechos buenos y concretos para demostrar que cualquier parte de la noche anterior era genuina. O falsa.
 
Pero pensar en eso simplemente era un acto deprimente, porque las partes que recordaba fueron tan increíbles. Fui a ese bar con la esperanza de conectar con alguien, tener una conversación decente, y si mis estrellas se encontraban alineadas, a lo mejor tenía una decente sesión de besos. Y la tuve. Conseguí todo eso.
 
Solo que estuve con la chica equivocada.
Hablando de eso, Philip no llamó en todo el domingo. Ese idiota. Pero ni siquiera me perturbaba. De hecho, era un alivio. Me encontraba demasiado asustada preguntándome si todavía tendría un trabajo al día siguiente como para molestarme con lo que pasó anoche.
 
El universo debía de pensar que no tenía suficientes preocupaciones, porque recibí una llamada antes de que terminara el día. El ama de casa de mis padres, Rita, me llamó por teléfono. Ella sabía que mi madre no hablaba conmigo, así que atendía las llamadas las pocas veces que intentaba ponerme en contacto con cualquiera de mis padres. Así que tuvo mucho sentido cuando dijo—: Tal vez me despidan por llamar si alguien se entera, pero pensé que debías saberlo. Tu padre desarrolló un desagradable caso de neumonía. Su doctor lo ha ingresado en el hospital esta mañana.
 
Siempre había tenido un estómago de hierro, pero todo el alcohol que bebí anoche, de repente trataba de hacer una reaparición. Cuando sentí las náuseas, puse la mano sobre mi boca antes de bajarla para decir—: ¿Qué tan malo es? ¿En qué hospital está? Creo que puedo llegar allí por la noche. ¿Están dejando entrar visitantes?
 
—No, no. Por favor, no vengas. Si te presentas, sabrán que te he llamado.
Cerré los ojos y apreté los dientes. Mis instintos me gritaban que saltara a mi coche y viera a mi padre. Pero no quería que Rita perdiera su empleo. Siempre fue la madre que quise tener. Era amable, o al menos tan amable como podría ser sin arriesgar su propio cuello en el proceso. Me había deslizado comida cuando ellos me encerraban en mi habitación por mucho tiempo, pero eso fue lo más lejos que había ido. Era una viuda con tres hijos que cuidar. No podía poner demasiado esfuerzo en preocuparse por mí. Y entendía eso.
 
—Te haré saber si algo cambia. —La voz baja de Rita llenó mi oído antes de que la línea hiciera clic, terminando la llamada.
 
Asentí, pero no bajé mi teléfono mientras seguía de pie allí. ¿Y si mi padre moría antes de que lo volviera a ver otra vez? ¿Y si moría antes de decirme que me amaba?
 
¿Qué si no me amaba?
Aunque sabía que era un esfuerzo inútil, llamé al hospital. No podían decirme nada, salvo que Ricardo López se hallaba, en efecto, registrado como paciente. Debatí llamar a mi madre, pero probablemente se daría cuenta que lo sabía, y Rita se metería en problemas, así que dormí mal, revisando mi historial de llamadas cada hora para asegurarme de que no me perdía ningún mensaje entrante en medio de mi estrés acerca de cuánto tiempo tendría antes de que me despidieran de mi trabajo.
 
Cuando la alarma me despertó la mañana del lunes, me sentía peor de lo que me sentí con mi resaca la mañana anterior. Lo ocurrido con mi padre, mi incertidumbre laboral, y Brittany Pierce, iban a darme una úlcera, lo sabía.
 
Pero ni una sola arruga estropeó mi vestuario de trabajo. Mi chaqueta de traje era lo suficientemente floja como para esconder mi figura de chica, y mi falda era lo suficientemente larga para ser seria y profesional. Me veía de la misma forma que lo hacía todas las mañanas antes de irme a trabajar. Mi espejo no pudo detectar nada fuera de lo común. Incluso me sorprendí cubriendo satisfactoriamente las bolsas debajo de los ojos con maquillaje. Pero todavía tenía una sensación incómoda, mientras caminaba de mi coche al edificio de inglés, de que hacía la caminata de la vergüenza.
 
Todos los que me miraran sabrían exactamente donde tuve mi boca tan solo dos noches atrás. Mirarían mis ojos y verían mis manos deslizándose sobre los brazos y el cabello de Brittany. Abriría mi boca y mi voz reflejaría toda mi culpa y vergüenza. Había besado a una estudiante y la llevé a mi habitación, a mi cama.
 
El solo pensarlo, se sentía demasiado extraño e irreal. No era esa clase de persona. Nunca haría eso.
Sin embargo, lo hice.
Entendía por completo que toda la paranoia era simplemente eso; basura en mi cerebro que no podía sacar. Pero cuando el Dr. Frenetti asomó su cabeza en mi oficina a primera hora, antes de que siquiera tuviera mi primera clase, mi alarma chilló y casi me oriné encima mientras me ponía de pie de un salto.
 
—Acabo de comprobar las notas de Pierce en línea. Parece que ya lo está haciendo mejor.
 
El oír el nombre de Brittany de esa manera, no ayudó a mi ansiedad. Los latidos de mi corazón sonaban fuertes en mis oídos, y apenas pude oírme contestar después de aclararme la garganta.
 
—S-sí, ella... lo hizo muy bien en el trabajo que le dejé presentar.
 
El decano levantó una ceja. —¿Y realmente lo logró?
Parpadeé. ¿Qué clase de pregunta era esa? —Por supuesto.
Sonriendo con un poco de regodeo, Frenetti asintió en complicidad.
 —Eso es lo que pensé. Solo necesitaba un poco de tiempo para adaptarse al plan de estudio. Miré tu programa de estudio, y se ve bastante extenuante.
Volví mi atención a la computadora para evitar rodar los ojos.
—Sí, bueno... se necesitó una sesión muy intensa de uno a uno para por fin llegar a ella.
 
Mi cara se calentó tan pronto como las palabras salieron de mi boca. Dios ¿eso sonó como una insinuación sexual o qué? Todo lo que podía pensar era en la sesión intensiva que tuvimos la noche del sábado. En mi dormitorio. Pero mi supervisor no pareció darse cuenta de ningún significado travieso detrás de mis palabras. Asintió, complacido.
 
—Me alegra oír eso. —Y desapareció antes de que tuviera que seguir con un diálogo más mortificante.
 
Más allá de agradecer que no fuera martes, para no estar enseñando en su clase, hojeé mis lecciones para el día hasta que casi se me hizo tarde para la clase. Sin embargo, me sentí completamente expuesta cuando me detuve al frente del salón.
 
 Los ojos se volvieron hacia mí, y yo sabía, simplemente sabía, que veían todo. Que lo sabían todo. Cada vez que un par de estudiantes se inclinaban entre sí para susurrar de forma conspiradora, sabía que hablaban de lo que yo había hecho.
 
Cada ruido inesperado me sobresaltaba. Y cada chica de cabello rubio que veía tenía a mis entrañas sacudiéndose con un subidón de adrenalina al instante.
Lo odiaba. Esto era demasiado drama, y no era una buscadora de drama. Mis músculos se encontraban tan tensos para cuando terminé la lección del día, que tomé un puñado de analgésicos tan pronto como me retiré a mi refugio. Dejando la puerta de mi oficina abierta, me desplomé en la silla detrás de mi escritorio y cerré los ojos, aliviada de que todo hubiera terminado. Sobreviví un día, y nadie parecía saber nada.
 
—Jamás sería una espía —murmuré para mí misma.
 
Cubrir verdades y pretender que todo estaba perfecto era desgastante para mí. Como una muñeca floja e irregular, me quedé sentada allí, tratando de recuperar mis sentidos dispersos.
 
Y entonces alguien tocó el marco de mi puerta, provocándome una insuficiencia cardíaca.
 
Grité, con un vergonzoso grito de niña y salté.
 
—Lo siento. —Levantando las manos a modo de disculpa, Philip entró en mi oficina.
 
Sus ojos suplicaban perdón mientras se encogía—. Solo soy yo.
 
Me hundí en la silla, poniendo mi mano sobre mi corazón. Guau, ¿necesitaba relajarme o qué?
 
Sentándose al otro lado de mi escritorio, Philip respiró hondo antes de preguntar.
—: Entonces, ¿en cuántos problemas estoy, y qué puedo hacer para lograr que me perdones?
¿Eh? ¿Perdonarlo?
—¿Por qué? —pregunté tontamente, antes de darme cuenta. Oh, Señor. Lo olvidé. La cita, por supuesto.
—¿Por el sábado? —preguntó, mirándome inquieto. Luego soltó una risa nerviosa y se removió en la silla—. No tienes que fingir que no fue un gran problema. Sé que fui imperdonablemente grosero por no llamarte, pero surgió algo y me llamaron de la ciudad, y...
—Parecía estar lleno de excusas. La expresión indefensa permaneció mientras terminaba—. ¿Qué puedo hacer para compensarte?
 
Yo ya me encontraba sacudiendo la cabeza y agitando mi mano antes de empezar a hablar.
 —En serio, está bien.
 —Quiero decir, tenía mi propia carga de culpabilidad por el momento. ¿Quién era yo para reprocharle algo a alguien más?—. Estoy segura de que tu... uh, situación era inevitable.
 
Además, me sentía un poco mal porque ya había olvidado nuestra cita que nunca sucedió.
 
Él parpadeó y enderezó la espalda. —Entonces... ¿me perdonas? ¿Así de fácil? —Arqueó una ceja y me dio una mirada desconfiada—. ¿En serio?
 
Su perplejidad era adorable. Me eché a reír. —Si te hace sentir mejor, podría darte veinte latigazos, pero los látigos y las cadenas no son lo mío.
Cuando su mirada se calentó con interés, de repente me di cuenta del mal significado que tuvieron esas palabras. Dios, ¿por qué seguía diciendo cosas de mal gusto impulsivamente? Con la cabeza pesada por toda la sangre corriendo a mis mejillas, puse una mano sobre mi boca para amortiguar la exclamación—: Oh, Dios mío. Acabo de decir eso en voz alta, ¿no es así?
 
Riéndose con deleite, Philip me inspeccionó con un par de ojos marrones brillando con aprobación. —Yo no escuché nada, si no quieres que lo haga.
Aclarándome la garganta y aferrándome a la última pizca de dignidad, dejé caer mi mano y discretamente murmuré—: Gracias.
 
Asintió. —¿Esto significa que podemos tratar de tener otra cita... pronto?
 
Abrí la boca, sorprendida por la pregunta. —Uh... Yo... Bueno, no estoy segura. Tú me plantaste y no me contactaste en dos días.
Sin embargo, mi travieso comentario del látigo debió darle un poco de confianza, porque apenas hizo una mueca. —Entonces te voy a dar un poco de tiempo para pensarlo. Así que... llámame cuando cambies de opinión.
 
No le respondí. Me dio un saludo y se volvió, saliendo de mi oficina. Me quedé mirando el lugar vacío en mi puerta por donde había desaparecido, mordiendo mi labio, sin saber si debía darle una segunda oportunidad o no. El hombre era bastante agradable, con un buen sentido del humor y era fácil hablar con él.
Nunca fui buena en el mundo de las citas, así que sería una opción ideal con la que salir. Pero me plantó. Me abandonó en un lugar donde me sentía completamente incómoda, y terminé cometiendo el peor error de mi vida a causa de ello. Debería estar totalmente molesta con él. Nunca hubiera bebido tanto para aliviar mis nervios si me hubiese pedido encontrarnos en un buen restaurante o un aburrido bar de cócteles. Y no hubiera dejado que Brittany Pierce me llevara a casa si me hubiera encontrado sobria. Y ciertamente no habría pasado mi lengua por su garganta y no hubiera hecho esas cosas con ella en mi cama si no me hubiera llevado a casa.
 
Santa mierda, podía culpar de todo esto a Philip, ¿no? Perfecto. Salvo que no, no, no podía. Yo era una de esas personas masoquistas que tomaba toda la culpa de todo lo que pasaba en mi vida. Me había metido en este lío. Y no podía culpar a Philip Chaplain, sin importar lo bien que pudiera sentirme temporalmente. Idiota suertudo.
 
Pero en serio, la idea de ir a otra cita con él simplemente no... me emocionaba. Solo estuve ligeramente interesada en la primera cita. Y ahora, con toda la preocupación por mi padre y por mi trabajo, y por Brittany Pierce, de ninguna manera sería capaz de concentrarme en Philip si pasáramos más tiempo juntos.
 
—Por favor, no me digas que ese es el idiota que te plantó la noche del sábado. ¿El Dr. Chaplain? ¿En serio?
 
Parpadeé, dándome cuenta de que miraba a una figura borrosa de pie en mi puerta.
 
Su voz me golpeó primero. Sabía exactamente quién había venido a mi oficina antes de que mi mirada se aclarara lo suficiente como para enfocarla.
El verla de pie en el umbral de mi oficina enloqueció mis nervios. Tambaleándome sobre mis pies, miré frenéticamente detrás de ella, esperando ver a Frenetti cargando hacia mí para despedirme.
 
—¿Qué demonios está haciendo aquí? —susurré, en un tono demasiado culpable.
 
Entró y cerró la puerta, enviando mi corazón a chocar contra mis costillas en pánico, como un pájaro asustado y desesperado por escapar de su jaula. Hice un sonido de negación en la parte posterior de mi garganta, pero eso fue todo lo que pude manejar.
 
—He venido a hablar sobre lo que pasó...
 
Jadeé y aplasté mi mano sobre mi pecho agitado. No se atrevería. No aquí. No acerca de eso.
 
—Entre nosotras —continuó—, el sábado en la noche.
 
Bueno, se atrevió.
Pero la peor parte era cómo se veía cuando lo dijo. Yo me sentía confusa e inestable hasta mi núcleo. Y ella se veía absolutamente increíble. Su pelo rubio se mantenía a la moda, desordenado como si se hubiera peinado con los dedos antes de salir de casa. Sus ojos azules, con ese precioso toque de lavanda, eran brillantes y alertas, llenos de vivacidad. Y su cuerpo. Dulce misericordia; recordaba cómo se sentía contra el mío, presionándome contra mi cama mientras su boca me llenaba.
 
Sacudida por el aspecto físico de mi atracción y desquiciada por el hecho de que ella quería discutir la peor cosa que había hecho, en mi oficina, me quedé mirándola con ojos que se negaban a parpadear. Pero mi visión se volvió gris en los bordes. Dios, esperaba no desmayarme.
 
Espera, tal vez desmayarme ayudaría a evitar esta conversación. ¿Sería demasiado infantil contener la respiración en este momento?
 
—¿Cuáles son sus planes, señorita Pierce?
 —pregunté, horrorizada al darme cuenta de que no podía controlar la rapidez con la que mi respiración se aceleró
—. ¿Chantajearme? ¿Amenazarme con decirle a la administración que me lancé a usted en mi estado de ebriedad si no le doy una A?
 
Su boca se abrió. —Guau. —Soltó una carcajada breve y dura—. Pero... —
 
Pasándose los dedos por su cabello, soltó otro sonido cínico.
 
—. Guau. De verdad crees que soy una gran imbécil, ¿no? Solo vine aquí para asegurarme de que estuvieras bien.
 
Dándome cuenta de inmediato que me había equivocado por la forma en que sus ojos brillaron con
 
 —¿eso era dolor?—, me tragué mi vergüenza. De ninguna manera podría fingir esa emoción.
 
Bajando la mirada, contuve la respiración mientras la idea de hacerle daño me rasgaba. —Yo no... eso no es... usted no es...
 
—Respira —ordenó en voz baja.
 
Sorprendentemente, lo hice, inhalé un poco de aire, mi cuerpo seguía inconscientemente sus órdenes y aliviaba la tensión en los músculos que había estado allí todo el día. Cuando levanté la mirada, abrí la boca para disculparme por mis acusaciones, pero no salió nada.
 
—Así que, supongo que no estás —dijo, levantando las cejas— bien, eso es.
 
—¡Por supuesto que no! —exploté, con un áspero susurro antes de mirar hacia la puerta cerrada—. Estaba totalmente borracha y me metí con una de mis estudiantes. —Agitando las manos para mostrarle cuán mal me encontraba, susurré.
—: Estoy completamente aterrorizada en estos momentos.
 
Brittany hizo lo peor que posiblemente podía hacer. Esbozó una sonrisa.
 
—Dios, eres linda cuando estás en pánico.
 
—¡Brittany! —grité, escandalizada por lo bien que se tomaba esto. Su actitud displicente solo me inquietaba más.
 
—Correcto. —Volviéndose seria, asintió y se aclaró la garganta antes de dejar escapar un suspiro sin ganas.
 
—. Entonces, ¿qué vamos a hacer?
 
La forma en que dijo “vamos” suscitó una emoción que casi me hizo llorar. No creo que nadie nunca haya usado esa palabra conmigo. Ni un padre o amigo, ni... cualquier persona. Siempre había hecho todo por mi cuenta. Ser parte de un equipo, una pareja, Dios, era lo que siempre había querido. Pero ser parte de algo con ella era un error.
 
Parpadeando rápidamente, traté de controlar mi corazón acelerado al respirar profundo. Con determinación.
 
—Bueno —dije, y tomé otra respiración profunda—, lo correcto sería confesar. Por lo tanto, si quieres decirle al decano del departamento de inglés lo que te hice, para que no haya secretos ni mentiras, yo... lo entenderé. Puedo ir contigo en este momento, si lo deseas.
 
—Yo no… —Se puso delante de mí para bloquear mi camino a la puerta, como si temiera que me lanzara por encima de ella para ir a hablar con Frenetti sin su aprobación.
 
—. Es decir, vaya. Oye. —Soltó una risa nerviosa y levantó las manos. Me recordó a un animal insignificante tratando de calmar a una temerosa criatura acorralada-
 
—. No hay ninguna razón para hacer eso. Nadie nos vio. Nadie lo sabe. Y desde luego no tienes que hacer que te despidan por esto.
 
 —Entrecerró los ojos—. Y lo harían, ¿verdad?
Asentí.
—Sí.
 —Mi voz se quebró cuando traté de añadir
—: Yo sería...
 
—Despedida —completó con un asentimiento decisivo.
Cuando logré un rígido asentimiento, sus hombros cayeron.
 —Eso es lo que me temía.
 
 —Chupó su labio inferior entre los dientes en un gesto pensativo. Era una lástima que se viera tan deliciosa. Yo solo quería… ¡Dios! Tenía que dejar de pensar de esa manera.
 
—Así que, ¿qué opinas? —Encontré el valor para preguntar, ya que me gustaba pensar en esta colaborativo término de “nosotras”.
 
Levantó la mirada, con ojos sorprendidos.
 —¿Sobre qué?
Tragué saliva, sonrojándome.
—Sobre lo que debemos hacer.
—Oh. —Exhaló suavemente—. Uh... —Su mirada se deslizó sobre mí, calentándome mientras recordaba cómo mi piel se sentía bajo sus manos. La mirada que me envió, decía exactamente lo que quería hacer. El ardor que me atravesó cuando su mirada viajó por mi cuerpo hizo que mis pezones se levantaran, firmes y hormigueando.
 
—¿Estás loca? —jadeé, sin aliento de repente.
 
—Sí. —Suspiró con fuerza mientras daba un paso atrás.
—. Creo que tal vez lo estoy. Solo un poco. —Luego su mirada me recorrió otra vez—. O tal vez mucho. Jesús, puedo ver lo duros que están tus pezones a través de la blusa.
 
Golpeando mis brazos alrededor de mi pecho para cubrir a las chicas, la miré y susurré
 
—: No vamos a iniciar un romance ilícito, señorita Pierce.
 
—Claro que no —repitió, pero lo hizo más como una pregunta que una afirmación.
Me sonrojé.
 
 —¡No! Oh, Dios mío. Es... sería inmoral, peligroso, sórdido, y... y... y demás. Somos completamente incompatibles.
—¿Qué? —El último comentario la hizo parpadear de nuevo a la realidad y fruncirme el ceño.
—. ¿Crees que no? Y yo no puedo dejar de recordar lo muy bueno que somos juntas.
—¿Vas a detenerlo? —El calor me inundó de pies a cabeza, sabiendo exactamente lo que quería decir.
 
Inclinó la cabeza hacia un lado, luciendo confundido.
—¿Detener qué?
—Detener... detener el coqueteo y las referencias a lo que pasó. Vamos a olvidarnos de eso. ¿Recuerdas?
Pero ella sonrió.
 —Si se supone que debo olvidar, entonces, ¿cómo puedo recordarlo?
—Oh mi Dios, eres imposible.
—Si me dejas, terminaría aquí lo que empezamos. Ahora mismo. Ya no estás ebria, y eso era lo único que me retenía.
 —Una sonrisa curvó el lado derecho de su boca.
 
—. ¿No me dijiste que has soñado conmigo tomándote en este mismo escritorio?
El color se drenó de mi cara.
—No lo hice. —Pero Cristo, ¿lo hice? ¿Qué le había dicho?
—Oh, sí lo hiciste. Con muchos detalles.
 —Se veía muy feliz de informar mi horrible comportamiento, y yo quería darle una bofetada y luego darle un beso y luego probablemente derribarla en mi escritorio para que me tomara con ese detalles.
—No deberíamos estar hablando de esto. —Me alejé, enfrentando una pared de estanterías. Dios Santo, no había ningún lugar a dónde ir. Tendría que rodearla si quería escapar a través de la única puerta. Había una ventana, pero nos encontrábamos en la tercera planta.
 
Tal vez debía intentarlo de todos modos.
 
—Así que... supongo que eso significa que no vamos a hacer nada al respecto, ¿no?
 
—Tienes que irte, señorita Pierce. Esta conversación es... está mal.
 
—No veo cómo es peor que aceptar salir con un hombre que ya está comprometido para casarse.
 
¿Qué? —Giré el torso hacia ella.
 
Arqueó una ceja desafiante.
 
 —El Dr. Chaplain. ¿Me estás diciendo que no sabes que ya tiene una prometida?
Mi boca se abrió.
 
 —¿Discúlpame? No, ciertamente no la tiene.
Oh, Dios mío. ¿Tenía prometida? No, de ser así la habría llevado con él al partido. ¿Verdad? ¿O era una de esas mujeres que no les gustaba el deporte?
 
—Le propuso matrimonio en una de las clases que tomé con él el semestre pasado.
—La voz de Brittany me trajo de nuevo al presente.
 
La decepción me invadió. Y Philip había parecido tan prometedor. No me importaba que él no me interesara de la forma en la que lo hacía la estudiante irritante delante de mí, pero era... agradable, sencillo. Accesible. Bueno, aparte de toda la situación de abandonarme en un bar. Oh, mierda. Era un hijo de puta.
 
—Pero ¿por qué... por qué iba a invitarme a salir si está comprometido?
Brittany se encogió de hombros, algo parecido al arrepentimiento destelló en sus ojos, como si se sintiera mal por iluminarme con la verdad.
 
—Tal vez pensó que lo sabías. Y no te importaba.
 
—Oh, Dios, —Giré de nuevo. ¿Podría alguien tomarme como ese tipo de persona?
 
—En serio, ¿por qué sigues girando para enfrentar la estantería?
 
Mierda. Ahora Brittany sabía de mi locura.
 
—Porque estoy buscando un libro.
 
 —Improvisé en el último momento, sorprendida y orgullosa de mí misma por pensar en esa respuesta tan rápido. Y ya sabes, ahora que pensaba en ello, había un libro que tenía que comprobar. Era una de esas segundas copias, donde había hecho notas en los márgenes. Y si recordaba correctamente, eran muy, muy buenas notas. Salvo que, estaba casi segura de que se encontraba escondido en una caja... en el estante superior.
 
Oh, bueno. Había llegado hasta aquí. Bien podría seguir. Agarré la silla al otro lado de mi escritorio, ya que no tenía ruedas y podría mantenerse firme.
 
—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Brittany mientras me subía.
 
—Pensé que te había pedido que te fueras. —Levantando los brazos, usé la punta de los dedos para mover la caja y sacarla de la estantería.
 
—Por el amor de Dios. Déjame bajar eso antes de que te hagas daño.
 
—Lo puse aquí; creo que puedo bajarlo. Y se supone que debes irte... como te lo pedí.
 
—No lo pediste. Lo exigiste y, Jesús, Santana. —Su voz sonaba llena de advertencia—. No lo hagas. Vas a hacerte daño. Mido uno noventa. Puedo llegar allí mucho más fácil que tú.
 
—Bueno, yo mido uno sesenta. ¿Cuál es el punto? Puedo alcanzarlo... bien.
 
 —Mierda. Mis dedos apenas tocaban la superficie. Me levanté de puntillas y lo intenté de nuevo.
—No, no puedes. Déjame... ¡Santana!
—Deja de llamarme por mi nombre de pila. No es adecuado.
—Maldita sea, morena. ¡Bájate!
 

—Agarró mis caderas y me tiró hacia atrás justo mientras agarraba los bordes de la caja. Salió volando de los estantes con mi tirón repentino y se abrió, con todo su contenido lloviendo sobre nosotras dos.
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Mensaje por micky morales Vie Ago 12, 2016 9:07 am

jajajajajajajajajaja que situacion tan comica, pero nada como fingir que no hay consecuencias!!!! hasta pronto.
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Mensaje por 3:) Vie Ago 12, 2016 12:31 pm

Jajajaja a veces el alcohol es un buen amigo... Bueno a britt la jodió en la ultima hora,.... San se le durmió jajajaja
Ahora va a ser divertido lidiar en las clases para las dos... Y cuanto van a tardar en mantener er las manos alejadas de cada una???
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Mensaje por JVM Vie Ago 12, 2016 7:19 pm

Jajajajaja exacto esta vez el alcohol fue de mucha ayuda :P en primera porque quitaron las barreras que tenían y que se abrieron y compartieran cosas personales, y obviamente nadie va a olvidar lo que paso así que espero que Britt no se rinda con esa bella morena ;)
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Ago 16, 2016 5:30 am

CAPITULO 14



“Sospecho que es lo que más podemos esperar, y no es un poco de esperanza, sino que nunca nos demos por vencidos, que nunca dejemos de permitirnos tratar de amar y recibir amor”.
Elizabeth Strout.
 

BRITTANY

Golpeé mis dedos sobre mi rodilla mientras presionaba el teléfono a mi oído, esperando que alguien contestara. Finn se tomó su tiempo antes de dar un saludo somnoliento como si lo hubiera despertado de la cama a las cuatro y media de la tarde.
 —¿Sí?
—Oye, ¿puedes cubrir mi turno esta noche?
—Vete a la mierda, eliges el peor momento de todos, Pierce. ¿Por qué no puedes trabajar?
—Es una larga historia. —Miré a Santana tendida en la cama junto a mí, con los brazos descansando plácidamente a sus costados mientras sus pies se extendían hacia el final del colchón. Sospechaba que estaba despierta, aunque tenía los ojos cerrados—. Estoy en el hospital... con un amigo.
—¿Todo bien? —La preocupación en la voz de Finn me hizo sonreír. Podía actuar como un matón todo lo que quisiera, pero el corazón del hombre era tan blando como el de un gatito. Se habría cortado su propia pierna para ayudar a un amigo que lo necesitara.
 —Nada que no puedan arreglar un par de puntadas.
—Mi mirada halló el parche de gasa en la parte superior de su brazo casi hasta la curva de su hombro. Quince puntos de sutura para ser exactos.
 —Bueno, está bien. Pero me debes una.
 —Gracias. —Colgué y bajé el teléfono al mismo tiempo que las pestañas de Santana se abrieron.
El medicamento para el dolor que le habían dado debía  de estar haciendo efecto porque sus ojos oscuros parecían vidriosos e incoherentes.
—No tienes que quedarte. En serio. Estoy bien. Si tienes que ir a trabajar, ve. Probablemente me darán el alta muy pronto.
—Y vas a necesitar a alguien que te lleve a casa una vez que lo hagan — discutí en un tono suave y razonable. Me sentí como una mierda por haberla lastimado. Pero, ¿quién sabía que las esquinas de las cajas de cartón abiertas podrían causar tales profundos y desagradables cortes? Jesús, debí haberle dejado que tire de la maldita cosa ella misma. Habría estado, sin duda, ilesa ahora mismo. Y sabía que le había dolido, y mucho. Me dejó llevarla al hospital sin una palabra de resistencia.
 —Puedo conducir bien. Tengo un pequeño corte. No es que me cortaran todo el brazo.
 —Pero tan pronto como habló, el color se fue de su cara. Sus ojos se desdibujaron como si sus propias palabras hubieran provocado un recuerdo doloroso. Cerrando los ojos, dejó escapar un gemido de pesar.
—. No debí haber dicho eso. Eché la cabeza hacia un lado, confundida. —¿Por qué no? Parpadeó de nuevo, volviendo a enfocarse.
—Porque... —No contestó, solo me miró con los ojos muy abiertos—. Mi padre —añadió al final, pero eso fue todo lo que dijo. De su bolso, un teléfono comenzó a sonar. Porque estaba sobre una mesa junto a mí, y no quería que ella se moviera, lo alcancé sin pedir permiso y abrí la presilla superior. Su teléfono descansaba cerca de la parte superior. Mientras lo sacaba, vi que la llamada era de Padres.
—Toma. —Se lo di, pero solo me miró. Uno habría pensado que le daba una manzana envenenada o algo así. Así que traté de ser útil al decir—: Son tus padres.
—Oh, Dios. —Si antes había estado pálida, ahora era una hoja blanca.
—. Es el karma. Sonreí, feliz de saber que no era la única persona que le culpaba toda su mierda al karma.
—¿Por qué el karma utilizaría el teléfono de tus padres para llamar? Trataba de ser lo suficiente linda para hacerla sonreír. No funcionó. En todo caso, parecía sentirse peor.
—Si supieras. Por alguna razón, quise saber.
—Entonces dímelo. Santana se me quedó mirando con expresión sorprendida. El teléfono seguía sonando entre nosotras. Parpadeó y sacudió la cabeza antes de tomarlo con dedos temblorosos. 1
 —Ho... ¿hola? —Su voz sonaba tan joven y asustada. No me gustaba eso. Pensé que lo odiaba en clases cuando su tono se volvía de profesora. Pero en este momento, hubiera dado cualquier cosa por oír ese tono potente y seguro. Desde mi asiento, escuché la voz ahogada de una mujer decirle a Santana que su padre estaba en el hospital. Hmm. Qué casualidad. Debe darse en la familia el visitar un hospital hoy. Día Nacional de los López en el Hospital. Esperé a que le explicara que ella también estaba en uno. Pero no lo hizo.
—Eh... um, ¿cuánto tiempo lleva allí? —Asintió cuando una respuesta débil llegó a través del receptor—. ¿Y su pierna? —preguntó a continuación—. ¿Esto va a afectar eso? Todavía la tiene, ¿verdad? ¿No le han amputado nada todavía? Oh, así que por eso los chistes de perder extremidades eran tabú para ella. Era bueno saberlo. Cuando cerró los ojos y cruzó los dedos, experimenté esta necesidad ineludible de extender la mano y estrechar esa mano, o por lo menos cruzar mis dedos junto con los de ella. Se veía tan sola y pequeña en esa cama, cruzando los dedos con una esperanzadora ansiedad infantil. Me hizo sentir incómoda verla de esta manera, sobre todo porque no podía hacer nada para ayudarla, o más exactamente, porque no debería.
Pensando a la mierda, necesita esto, extendí el brazo y le tomé la mano. Sus dedos se sentían fríos y se sacudieron por la sorpresa debajo de mi agarre. No la solté. Sus ojos se abrieron para mirarme, pero solo asentí, haciéndole saber que me encontraba allí. Cuando sus dedos por fin apretaron a modo de respuesta, juro que sentí que el apretón se ajustaba alrededor de mi corazón en lugar de mi palma.
—Bien, eso es bueno —dijo al teléfono solo para luego hacer una mueca como si supiera que no tenía que decir eso. Pero no debió haber recibido la respuesta que temía porque un segundo después dejó escapar un suspiro de alivio.
—. Está bien, entonces. Gracias por llamar. Y eso fue todo. Eché un vistazo alrededor de la habitación antes de volverme hacia ella.
 —¿Eso es todo? —pregunté—. ¿Por qué no les dijiste que también estabas en el hospital? Se sonrojó y me devolvió el teléfono. Lamentablemente solté sus dedos para tomarlo.
 —Yo... —Sacudió la cabeza y agitó su brazo malo—. Esto no nada serio. Solo me habría ridiculizado por ser torpe.
—Pero no fuiste torpe. Fue mi culpa que te lastimaras.
—No... —Suspiró como si estuviera exhausta—. No fue tu culpa. Y aun así, ella habría encontrado alguna manera de echarme la culpa. Fruncí el ceño, lo que le causó apartar la mirada. Sus dedos jugueteaban con las mantas.
 De escuchar sus parloteos borrachos el sábado, ya creía que sus padres eran unos completos idiotas. Pero ahora, no me gustaban para nada. No me gustaba la forma en que le afectaban, haciéndole tartamudear y volviéndola nerviosa. Esta no era la mujer que había visto llevar una clase en los últimos meses. Y sin duda no era la mujer que sostuve entre mis brazos toda la noche del sábado.
—Después de todo lo que te han hecho, me sorprende que continúes hablando con ellos —solté antes de poder detenerme.
—¿Qué? —Su cara una vez más drenó de color—. ¿Cómo sabes… quiero decir, de qué hablas? No sabes nada acerca de mi relación con mis padres. La miré.
—Sí, y es obvio que no te acuerdas de todo lo que me dijiste el sábado.
 —Oh, Dios. —Sus ojos parecieron demasiado grandes para su cabeza y se quedó boquiabierta de horror—. ¿Qué te dije? Jamás podría repetir lo que me había dicho. Abrí la boca, pero no salió ninguna palabra.
—¿Brittany? Mi nombre en sus labios me mató. Me hizo desear cosas, como lastimar a sus padres o al otro futbolista imbécil que le hizo daño. Me dieron ganas de alcanzar su mano nuevamente o inclinarme y alejar todo el dolor en sus ojos al apoyar mis labios en su frente. Sí, sin duda me encantó cómo dijo mi nombre. Pero antes de que pudiera quedar como una tonta y reaccionar, la puerta se abrió, y una enfermera entró.
—Muy bien, señorita López. Es libre de irse.
 —Es doctora —dije antes que pudiera Santana; no es que ella luciera como si fuera a corregir a la enfermera. Ambas mujeres parpadearon hacia mí. —. Ella es una doctora, no una señorita. Es... —Mierda, ahora me sentía como una idiota pretenciosa por hacer un alboroto por su maldito título. Pero Santana merecía el respeto de tal magnitud. Había trabajado mucho para ganarlo—.Una profesora de literatura —terminé patéticamente. La enfermera se sonrojó.
 —Oh, yo... disculpe, Dra. López. —Se volvió hacia Santana en tono de disculpa, pero ésta le hizo un gesto con la mano antes de darme una mirada extraña.
 Me encogí de hombros, sin interesarme si sonaba cursi. Ahora mismo, quería que todos la adoraran y trataran como si fuera lo único que importaba. Pasaron unos minutos después de eso para que dejáramos el hospital. Cuando saqué de mi bolsillo las llaves de su coche, se concentró en ellas.
 —Puedo conducir.
 —¿En serio? —Mostrándole mi dedo medio, le pregunté. —: ¿Cuántos dedos ves? En vez de ofenderse y decirme que me comportara, entornó los ojos y se inclinó hacia mí, pero perdió el equilibrio y casi se me cayó encima. La agarré por la cintura, manteniéndola en posición vertical. —Respuesta equivocada. Voy a conducir. Además, vinimos aquí juntas. ¿Cómo esperas que llegue a casa? En vez de alejarse para caminar sola como si estuviera completamente coherente, se inclinó un poco más contra mí.
—Podría llevarte a la escuela para buscar tu auto. Ahí iba de nuevo, pensando que tenía mi propio coche. Suspiré.
 —Ni siquiera puedes ver a un metro delante de ti. Voy a conducir yo.
 —Cuando me frunció el ceño, simplemente le envié una sonrisa socarrona—. Lidia con ello, cariño. Suspiró, cediendo, y apoyó la cabeza en mi hombro mientras la llevaba el resto del camino a su auto. Se sentía bien, pero aun así tenía que mirar los alrededores para asegurarme de que nadie nos viera. Dudaba que pudieran despedirla porque se encontraba herida, y drogada, y no tenía idea de lo que hacía. Sabía que no debía correr el riesgo, pero se sentía demasiado bien en mis brazos como para dejarla ir.
—Aquí tienes. —Le entregué a Santana un vaso de agua.
 —Gracias —aceptó y se metió una pastilla en la boca antes de tragar el contenido.
Me senté en el borde de la cama a su lado, mi cadera peligrosamente cerca de la de ella, a pesar de que se hallaba cubierta por unas pocas capas de mantas. Aun así podía sentir su calor emanando a través de ellas. Después de dejar el vaso sobre la mesita, acomodé su almohada antes de que pudiera acostarse.
—¿Necesitas algo más? Retorció su torso para mirarme con una media sonrisa.
 —Brittany Pierce, niñera —bromeó. Le sonreí.
 —¿Qué? ¿No sabías que era una en mi otra vida secreta?
 —¿Cuántas otras vidas secretas tienes? —Se acostó, pero no en la almohada que acababa de prepararle. Se acurrucó sobre mí, envolviendo sus cálidos brazos alrededor de mi cintura antes de poner su mejilla en mi muslo. Luego cerró los ojos y suspiró con satisfacción.
 —Maldita sea, Santana —gemí, incapaz de detener mis propios brazos mientras se entrelazaban alrededor de ella. Levantándola ligeramente, me deslicé hacia abajo para poder estar a su lado y ofrecer mi hombro como su almohada. Presionando mis labios en su cabello, suspiré.
 —¿Por qué siempre te pones tan dulce y tierna cuando estás un poco fuera de sí?—¿Cuando no podía, con buena conciencia, hacer nada al respecto?
 —Siempre soy tierna —respondió, con voz gruesa y lenta—. Solo lo notas cuando estoy un poco fuera de sí. Me reí y puse las mantas hasta su barbilla. Con los ojos todavía cerrados, suspiró de nuevo y una sonrisa se dibujó en su rostro. De ninguna manera podía dejarla así. Además, estaba herida. Alguien debía velar por ella. Pero me dejé los zapatos puestos, dejando que mis pies colgaran al borde del colchón, pensando que de alguna manera hacía que esto no fuera tan tabú.
Enterrando mi nariz de nuevo en su cabello, cerré los ojos.
 —¿Quieres saber un secreto? —susurré, esperando que estuviera fuera sí por completo para confesarle todo a su subconsciente en lugar de a ella.
 —Hmm. ¿Qué es eso?
Sonreí con cariño a la forma en que arrastró las palabras. Me recordó mucho al sábado cuando estuvo borracha y nos habíamos besado. Y eso me ayudó a soltar mi confesión con más libertad.
—Quedé completamente loca por ti ese primer día de clases. Levantó la cara y me miró, sus pestañas parpadearon hasta revelar sus ojos empañados de drogas.
 —No puede ser.
Asentí.
—Sí, puede. Tenía la mirada gacha y hacía garabatos en un bloc de notas o algo así. Entonces oí tu voz, al presentarte, y tuve que alzar la vista. Parecías tan... no sé. Cautivara. Incluso usando uno de esos horribles trajes que te pones para clase, te deseaba. Sus labios se curvaron con placer.
 —¿En serio?
Asentí.
 —Por supuesto. Algunos chicos tienen debilidad por las piernas, o los traseros, o pechos. Pero yo sin duda soy una mujer de bocas. Y tu boca... —Extendí la mano para apenas presionar la yema de mi dedo índice en sus labios—. Cristo, Santana. Creo que tuve unas cincuenta visiones instantáneas de todo lo que quería hacer con tu boca. —Sacudiendo la cabeza, sonreí mientras ella continuaba mirándome con ojos perezosos y cansados, pero paralizados—.  Quería impresionarte con el primer trabajo que nos asignaste. Quería que me recordaras y pensaras en mí como una de tus alumnas favoritas. Pero odiaste mi trabajo. Creo que nunca había puesto tanto esfuerzo en una estúpida tarea de literatura, y obtuve una maldita C. Me voló la cabeza. Entonces, cuando contesté una pregunta que hiciste un día en clase y te enteraste de que estaba en el equipo de fútbol, me miraste como si fuera un completo desperdicio. Eso como que dolió, sabes.
—Lo siento —murmuró, apoyando la mejilla sobre la almohada con tristeza—. En realidad no era que no me gustaras. —Levantó una mano para tocarme, pero sus dedos cayeron lánguidamente como si pesaran demasiado para poder manejarlos. Así que tomé su muñeca y le alcé la mano, trayendo sus nudillos a mi boca para besarlos.
 —Lo sé. Ahora. Pero con cada C y D que me diste, dejabas de gustarme cada vez más hasta que te odiaba con una pasión ardiente. Me molestaba tanto sentirme tan atraída por ti, y que todo lo que veías en mí era una gran y tonta deportista.
 —No eres tonta, Brittany. Ni siquiera cerca. Negué y sonreí de forma burlona, siguiendo con mi propio tema.
—Sin importar lo que sintiera por ti, siempre fue intenso. Atracción u odio, todo era intenso. He sido muy consciente de ello desde el día en que llegaste a mi vida. Cada vez que nos asignabas algo, el impresionarte era como un reto personal para mí, pero mi nota seguía bajando. Me sentía tan estúpida. Yo solo... Tomé un mechón y lo aparté de su cara. —Quería que me miraras y vieras el éxito que yo quería ser. No el fracaso que sabía que era.
—Pero veo un éxito.
 —Ya que todavía sostenía su mano junto a mi boca, fue fácil para ella abrir los dedos sobre mi mejilla-
—. Has logrado tanto.
 —No. Solo desearía hacerlo. —Me incliné hacia delante para presionar mi frente contra la suya, añadiendo un par de metas más que sabía nunca alcanzaría en mi lista de deseos, y todos en relación con ella. Su caricia se deslizó por mi mandíbula hasta que los dedos suaves se cerraron alrededor de mi nuca y me instaron hacia abajo, inclinándome hasta que me encontré cara a cara con ella. Cuando trató besarme, me resistí.
—Santana —susurré a modo de advertencia, apretando los dientes—, no eres consciente de tus actos. No puedo aprovecharme así de ti dos veces seguidas.
—No voy a decirlo si tú no lo dices —susurró y tiró de mí con un poco más de fuerza.
 Resistirse a su boca no era algo posible para mí, así que le di un beso, suave. Pero, maldita sea. Su boca. Mis labios no podían tener suficiente. Se volvieron hambrientos y se movieron con un poco más de insistencia hasta que  la tuve abriendo la boca bajo mi insistencia. Mi lengua estuvo allí junto a la de ella, girando con la suya y enroscándose en el interior. Gemí, profundo y bajo, tratando de suavizar el beso para que pudiera separarme de forma segura. Pero sus manos recorrieron mi cuerpo, y acabé besándola con más fuerza. Mis dedos se morían de ganas de explorar. Mi corazón latía con fuerza, y mi cuerpo ansiaba cubrir el suyo. Antes de darme cuenta, la estaba rodando sobre su espalda y arrastrándome sobre ella.
 —Eres tan hermosa. —Tracé la delicada curva de su mandíbula antes de recorrer su garganta. Levantó la barbilla, dándome acceso, así que me incliné para besar su pulso. Con un dulce gemido de aceptación, enterró los dedos en mi cabello. Mi boca encontró su clavícula y mi lengua se adentró en el pequeño espacio. Tiré suavemente de su blusa con mis dientes para exponer más piel de su pecho. Y mientras mis labios creaban un camino al sur, mi mano pasó por su brazo hasta su hombro, solo para encontrarse con el montón de gasa, tapando los puntos de sutura en la parte superior de sus bíceps. Fue el golpe que necesitaba para volver a la realidad.
—Mierda — respiré contra su garganta y cerré los ojos mientras apartaba mi boca de ella.
 —¿Qué ocurre? —Su palma acunó mi mejilla. Permanecí  sobre ella un segundo más antes de levantar mis pestañas y encontrar su preocupada, pero todavía nublada mirada.
—Nada. — Sonreí.
—. Descansa ahora, ¿de acuerdo? Cuando intenté alejarme de ella, tomó un puñado de mi camisa y se aferró a él.
 —Quédate. Asintiendo, metí un mechón de cabello detrás de su oreja.
 —No te preocupes por nada. Yo cuidaré de ti. Su mano se relajó y su cuerpo se acomodó.
 —Gracias —murmuró una última vez antes de que estuviera completamente inconsciente.

Lo más inteligente hubiera sido irme. Pero no había otro lugar en el que quisiera estar. Y le prometí quedarme. Así que me senté a su lado, ignoré la enojada humedad en mis pantalones, y me acosté junto a Santana López por segunda vez. Y fue tan increíble como la primera noche que la había abrazado hasta el amanecer.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Ago 16, 2016 5:51 am

CAPITULO 15

“Generalmente  evito la tentación  a menos que no pueda resistirla”
Mae West.
 

SANTANA

—La ciencia se trata de hipótesis, teorías y códigos creados a partir de hechos que han sido probados con el tiempo. Las matemáticas están hechas de absolutos, donde solo hay una única respuesta correcta a cada pregunta. Pero con la música, el arte, la literatura, las posibilidades son infinitas. No hay un código específico ni una pregunta qué haga que una pieza de literatura sea denominada buena. Hay millones, literalmente. Y aquí está la sorpresa. Es todo completamente subjetivo. Una canción puede dar placer al oído de una persona, mientras que irrita completamente el oído de otra. Entonces, ¿eso la hace buena, mala o simplemente promedio? ¿Qué opinan? ¿Qué hace muy buena a la literatura buena? ¿Qué la hace superar la prueba del tiempo hasta que estamos aquí, años, décadas y siglos después, discutiéndolo en un salón de clases? Desde el fondo, una voz masculina supuso—: ¿Es por ser lo suficiente aburrida? Plegando mis manos en mi cintura, esperé pacientemente para que la risa muriera, luego asentí al estudiante, dejándole su respuesta.
—Puede ser aburrida para usted, señor Puckerman. Pero obviamente no es aburrida para alguien más, o no hubiese sido publicada, y republicada, y luego republicada de nuevo tantas veces, así que… inténtelo de nuevo. Él no tuvo otra respuesta ingeniosa, por lo que se encogió de hombros y se desplomó en su silla. Me encogí de hombros también, lo que tiró los puntos de sutura de mi brazo. Con un gesto de dolor, conseguí cubrirlo brevemente, desviando mi mirada no muy lejos de señor Puckerman, a donde se sentaba Brittany. Hace una semana desde que me dormí en sus brazos, los suficientemente drogada para decir cosas que sabía no debería pero lo suficientemente sobria para recordar todo lo que dije. Supe que también se quedó hasta la mañana  porque tomé algo a las tres debido a mi garganta sedienta y ella seguía ahí, junto a mí, manteniéndome caliente, protegiéndome. Pero se había ido para cuando mi alarma sonó, despertándome a las cinco y media. Y ahora, aquí nos encontrábamos, ocho días después, a cada lado del salón, mientras una línea de decencia nos separaba de estar juntos. Ella se sentó en su silla con sus largas piernas flexionadas y cruzadas en los talones al tiempo que golpeaba ligeramente su lápiz contra la libreta en su escritorio. Sin embargo, sus ojos estaban en mí. Y ellos se estrecharon cuando se lanzaron a mi mano cubriendo la herida. Dejé caer mis dedos y puse mi atención en la chica del frente levantando su brazo.
—¿Sí?
—Nos provoca emociones —respondió Tina Cohen Chawn. Con un asentimiento aprobatorio, le di una sonrisa brillante.
—Muy bien, señorita. —Volteándome a los otros, comencé a caminar hacia el otro lado del salón—. Las personas recurren al arte para encontrar una emoción. Vamos a ver una película de terror para tener miedo, o una comedia para reír. Con los libros pasa lo mismo, salvo por todos los efectos especiales en una pantalla. De hecho, tienen que usar su imaginación. —Di un golpecito a un costado de mi cabeza—. Y la mejor parte de usar la imaginación es que cada persona en este salón puede leer la misma línea en una página, y retratarán algo totalmente diferente en sus cabezas. Todos sentirán algo distinto al respecto, porque vienen de distintas partes del mundo, fueron criados bajo valores diferentes, influenciados por distintas personas, enseñados por diferentes antecesores. Dos personas son diferentes, por lo tanto dos opiniones tampoco pueden ser iguales, y por esa razón evalúo únicamente ensayos. Creo completamente que no hay respuesta equivocada a la opinión sobre una historia… siempre que se pueda tener suficiente razones para secundar una opinión. —Miré hacia el reloj en la pared—. Lo que me recuerda, llevo leyendo la mitad de los trabajos que me entregaron las semana pasada, por lo que debería entregárselos el próximo jueves. Extendiendo los brazos, le mostré al salón una larga sonrisa.
 —Y con eso, chicos, los veré el martes. Un suspiro colectivo se expandió sobre el salón. Por el modo en que ellos se lanzaron a recoger sus cosas e irse, podría pensarse que estaban excitados por escapar. Mmm. Sacudí la cabeza. Una multitud difícil. Oh, bien. Tina  parecía interesada en lo que había dicho. Una oyente era mejor que ninguna. Mis hombros se desplomaron, haciendo que el dolor en mi brazo lesionado palpitara incluso más. Masajeé el lugar sensible mientras el grupo de atletas de la parte trasera salía del área de asientos. No pude contenerme de mirar hacia Brittany, Puckerman le hablaba animadamente, pero ella debió haber sentido mi mirada porque me  echó un vistazo. Todo dentro de mí despertó a la vida. Era como si esta rubia sostuviera el interruptor de mis endorfinas de felicidad.
—Señorita Pierce —dije, asintiendo hacia ella con una mirada fría—, ¿puedo tener un momento, por favor? Ella se detuvo y pateó a su amigo cuando Puckerman le murmuró algo al oído. Pero se quedó detrás, sin moverse hasta que todos en su grupo habían llegado a la puerta. Entonces, y solo entonces, la preocupación llenó sus ojos mientras se acercaba a mí.
 —¿Estás bien? Estuviste frotándote el brazo. ¿Te duele? —Cuando trató de tocarlo, me aparté y miré detrás de ella, donde un par de rezagados seguían aquí.
Brittany apretó los dientes al tiempo que se volteó a ellos, luego de vuelta a mí, y bajó la voz.
 —No puedo creer que continúe molestándote después de una semana. Debes tener más cuidado para que se cure. Estás recordando tomar las pastillas para el dolor, ¿cierto? Fruncí el ceño. No la había llamado después de clase para que me dé un sermón. De hecho, tenía algo importante que decirle.
—No puedo tomarlas. Hacen que todo sea… confuso. Y necesito la mente despejada para enseñar. Se acercó, llegando casi al borde de mi espacio personal. Fue… lindo, pero este no era el momento ni el lugar.
—No debes sentir ningún dolor. No me gusta saber que sigues herida por algo que hice yo.
—Oh, por el amor de Dios. —Me encogí y eché un vistazo hacia los estudiantes que se hallaban a milímetros de salir por la puerta, sin prestarnos nada de atención. Más bajo, susurré—: Mi brazo está bien. Los puntos están sanando y todo estará bien. Esta no es la razón por la que necesitaba hablar contigo. Sus cejas se levantaron con interés. Brittany inclinó su postura de petulante arrogancia.
 —¿No es eso? Bien, entonces… ¿Qué pasa, profesora?
—Cruzando los brazos sobre el pecho, esperó a que continuara. Suspiré y tendí su ensayo que había leído anoche.
—No puedo aceptar este ensayo. Su mirada bajó antes de levantarla otra vez.
 —¿Por qué no? ¿No entendí el objetivo de la asignación esta vez?
 —Ya sabes porque no —susurré—. Te metes en un terreno peligroso. Arriesgas demasiado. Torció los labios como si todo esto lo divirtiera, como si no hubiera nada de qué preocuparse.
—Pero tú pediste un ensayo sobre ciertos eventos que cambian las metas de una persona. Y acabas de decir, hace dos minutos, que no había respuestas equivocadas. ¿No te di suficientes razones con respecto a la opinión y sentimientos que tengo?  No me gustó que usara mis propias palabras en mi contra, pero me gustó que ella hubiera estado escuchando y absorbiéndolas. Uy. Ese no es el punto.
 —No puedes escribir algo como eso. ¿Qué si alguien más pone su manos en esto y lo lee?
Se encogió de hombros.
—¿Entonces qué? No te nombré.
—Pero escribió sobre cómo alguien que estaba prohibida para ella, había entrado a su vida y cambiado algunas de sus prioridades. Alteró sus esperanzas y sueños. Era muy halagador saber que la hice cuestionarse lo que quería de su vida y lo único que la retenía de perseguir su nuevo sueño era mi seguridad. Pero ella anunció directamente que quería salir con una de sus profesoras, escribiendo esta línea: me mantengo alejada solo porque las consecuencias de fraternizar con una estudiante son demasiado grandes para ella.
 —De hecho escribiste la palabra fraternizar —acusé.
Me dio una amplia y orgullosa sonrisa.
—Lo sé. Hasta yo me sorprendí con esa. Buena frase, ¿no?
 —Brittany. —Sacudí la cabeza.
Ella era imposible. ¡Imposible!.
—. No puedo aceptar este ensayo.
 —De acuerdo, bien.
—Con un revoleo de ojos, resopló y sacó una pila de papeles grapados de su bolso de mensajero para ponerlos en mi escritorio.
—. ¿Qué hay de este, entonces?
Bajé la mirada, viendo lo que parecía ser otro ensayo.
—¿Qué…? —Eché un vistazo hacia ella, completamente confundida. Parpadeó.
—Tenía la sensación de que me pedirías otra versión. Así que, aquí está, sin una sola palabra de lo que me haces.
—Tú… ¿Escribiste dos versiones diferentes de tu ensayo? Cuando asintió, sacudí la cabeza, desconcertada.
—¿Por qué?
Sus azules ojos se llenaron con una intensa emoción que hizo que se me secara la garganta.
—Porque quería que supieras, quería que entendieras.
Mi corazón se retorció en mi pecho al tiempo que ella se giraba y salía de mi salón de clases.
 Está bien. Admito que el loco ensayo de Brittany Pierce me había afectado. También me afectó esa mirada honesta y suplicante cuando me dijo quería que entendiera. Ella  acababa de colocar la pelota firmemente en mi cancha. Y era muy tentador para no lanzarme hacia ella. Aquí me encontraba yo, haciendo algo indescriptiblemente loco.
Forbidden era un nombre adecuado para este club, decidí. Sabía que no debía estar aquí, pero un escalofrío de anticipación se deslizó sobre mi cuero cabelludo cuando abrí la puerta y entré. No podía creer que estuviera cediendo a esto tan fácilmente, viniendo aquí con la esperanza de quizá solo verla. Tal vez ella ni siquiera vino a trabajar está noche. Dios, esperaba que no. No necesitaba que nada más me hiciera caer en su hechizo. No me preocupó lo mucho que quería verla, incluso si era solo robando miraditas de anhelo desde el otro lado de una habitación sin que ella supiera de mi presencia. Necesitaba cortar esta fascinación de raíz. Era más fácil decirlo que hacerlo. Ella fue lo primero que vi. Al ser un martes en la noche, el lugar se hallaba mucho menos concurrido que la última vez que estuve aquí. Así que tenía una vista directa hacia la barra en el fondo. Luces azules fluorescentes iluminaban su cabello rubio, y la tela negra de su remera se veía especialmente bien al extenderse sobre sus  hombros. Un apretón en mi pecho me hizo contener el aliento. Ella se encontraba ocupada, absorta en su trabajo, colocando una hilera de tragos. Sus manos se veían fluidas y elegantes mientras volteaba cada vaso con velocidad experta y luego vertía el líquido. Todo sobre ella tan cautivante. Cuando se extendía en su asiento durante clases, garabateando en su cuaderno con trazos descuidados como si estuviera prestando atención a lo que enseñé. Cuando dirigía a su equipo en el campo, haciendo jugadas y señalando órdenes a sus compañeros. Y sin duda cuando hacía de Tom Cruse en Cocktail . Mis padres me repudiarían si supieran cuanto amo las películas de los ochentas. Pero no me preocupaba. Siempre tuvo algo por los barmans debido a esa película. Me gustaban casi tanto como me atraían los jugadores de futbol. Esto era malo; ella me atraía muy fácil. Debía irme. No me vio al entrar. Aún tenía una oportunidad de escapar antes de que ella se diera cuenta de que me había convertido en una pervertida. Pero nop, no me moví. Una camarera se me acercó y trató de tomar mi orden, pero la despedí con una sonrisa y una sacudida de mi cabeza. Y retorné a mi acecho.  
Brittany Pierce era un espectáculo para la vista. Mientras atendía a sus propios clientes, aún tenía tiempo de detenerse y ayudar a los otros camareros a mezclar sus tragos correctamente. Cuando disminuyó el flujo de tráfico en la barra, me acerqué más. Mordí la esquina de mi labio, diciéndome que me quedara atrás, pero sí, no funcionó tan bien. Seguí avanzando, pero otra mujer que pasaba por el otro lado del bar capturó la atención de Brittany. Ella le echó un vistazo brevemente para luego volver a mirarla. Los celos me dieron una bofetada en la cara. Era tan fácil para ella notar a otra mujer. Yo, obviamente, no significaba tanto para como lo hizo parecer en su ensayo. Pero luego estrechó sus ojos.
 —Oye, Jess —gritó, alzando la barbilla al tiempo que trataba de llamar su atención. Ella la ignoró y siguió caminando, entrando en un pasillo en la esquina y desapareciendo allí. Arrancando la toalla seca que colgaba sobre el hombro, la golpeó contra la barra y gruñó-—: Enseguida regreso. ¿Puedes encargarte del bar? El chico de cabello oscuro que trabajaba con ella levantó la cabeza con sorpresa.
—Umm…
—Gracias —dijo Brittany, sin siquiera mirar a su compañero mientras salía por la parte trasera del mostrador y se dirigía al pasillo en busca de la mujer.
¿Quién era? ¿Cuán bien la conocía? ¿Cuánto de su cuerpo desnudo ha visto ella? Esas preguntas se repetían en mi cabeza con una estúpida obsesión que no podía apagar a pesar de que no tenía derecho ni me incumbía. Dado que esta noche ya cedí a gran parte de mi acosadora interna, decidí que no podía hacer daño ceder un poco más. Me dirigí a la apertura del pasillo, tratando de parecer tan casual y despreocupada como era posible, y tuve la recompensa de saber que ella no había ido muy lejos. Abriendo de golpe la primera puerta a la izquierda, irrumpió en el interior de lo que parecía una oficina por la breve visión y el ángulo que vi de un archivador. Ella dejó la puerta bien abierta y se detuvo en el umbral, colocando las manos en su cadera en tanto sus hombros se veían tensos con enojo.
—Gusto en verte, Jessie —Entrecortada con sarcasmo, su voz me llegó perfectamente—. ¿Cuánto ha pasado? ¿Dos semanas? Sí, creo que ese es el tiempo desde que he trabajado aquí cada jodida noche y no te he visto.
 —¿Qué es esto? —La voz de la mujer se oía un poco más baja, pero aun así la podía oír lo bastante claro.
—. ¿La empleada le da sermones a su jefa? Se rió fuerte.
 —¿Jefa? Eso es gracioso. Porque por lo que puedo decir, no hemos tenido un maldito jefe desde que tu papá no ha estado aquí.
 —¿Estás tratando de cabrearme, Pierce? —Sabes que, déjame decirte que ha estado pasando aquí desde la última vez que decidiste honrarnos con tu presencia, ¿y tú dime cual de nosotros tiene razones para estar cabreado? La semana pasada, nos quedamos sin nuestra cerveza más popular, pero no te preocupes —alzó sus manos como si calmara su pánico—, reordené más. De nada. Pero nos enviaron el lote equivocado, por lo que tuve arreglar ese desastre. De nada. Luego, el jefe de bomberos se pasó por aquí. La inspección trimestral estaba vencida, así que todos tus empleados dedicados trabajaron duro para hacer segura que todo estuviera apto para la inspección que tuvimos ayer. Así que de nada… nuevamente. Además, Tansy tuvo un accidente de auto y se rompió la pierna. Ella es una de tus mejores camareras, por cierto, ya que seguro no tienes ni idea. Pero sí, no te preocupes por eso. Llamé a cada chica que trabaja en el piso y arreglamos las cosas hasta que los turnos de Tansy quedaron cubiertos para la próximas seis semanas, por lo que, oh sí, de nada también por eso. E hice una orden para todos los otros licores que se nos estaban acabando. Ella se detuvo antes de asentir y agregar un último, lento y burlón—: De nada.
En vez de disculparse o agradecerle por todo lo que había hecho, su jefa resopló.
 —Si vienes a decirme que todos esos problemas han sido tratados, ¿entonces de que demonios te quejas? Brittany apartó una mano de su cadera y golpeó la puerta.
 —No me pagan para ocuparme de tu trabajo y el mío. Tienes suerte de que no sea la temporada de futbol, o no te iría tan bien en este momento. No puedo seguir haciendo esto, Jess. Y por cierto, estás programando muy mal los turnos, Steffie solo tiene dos horas por semana, mientras que Gracie se mata trabajando con cincuenta.
—¿Y qué? No me gusta Steffie.
 —Bien, tú no contrataste a Steffie. Tu papá lo hizo. Y si no quieres que él te repudie después de su regreso y encuentre la mierda de trabajo que has hecho, será mejor que saques la cabeza de tu culo y trabajes de una vez.
—Estoy aquí ahora, ¿no?
—Solo… —Saliendo de la oficina, como si no pudiera soportar hablar con ella un momento más, Brittany masculló—: Arregla los malditos horarios, ¿sí? No puedo seguir trabajando así. Y contrata otro camarero mientras estás en ello. Necesito una noche libre, o algo de buen sueño, alguna vez en este año.
 —Yo diría que sí. Te has convertido en una jodida quejosa.
—Jess —gruñó en señal de advertencia.
—Jesús, si estás tan apresurada por tener un mejor horario y un nuevo barman, entonces ocúpate de eso. Parece que te has acostumbrado a manejar este lugar, de cualquier manera.
  Los músculos en su espalda se tensaron, pero se limitó a gruñir—: Bien. Lo haré.
 —Oh, y aquí tienes las jodidas notas que me dan todos, quejándose por todos los días que quieren libres.
Brittany entró solo para reaparecer un momento más tarde, apretando con la mano una bola de tozos de papeles.
 —Increíble —murmuró, yendo directo hacia mí. Pero parecía tan furiosa que ni siquiera me notó. Me hice a un lado justo cuando salía de sala y marchaba de regreso a la barra. Depositó la pila de notas sobre el mostrador, y comenzó a organizarlas.
 —¿Una fuzzy navel está hecha de jugo melocotón o naranja? —preguntó su compañero de trabajo un minuto después.
—Los dos —contestó Brittany sin mirarlo.—. Pon hielo, agrega un poquito de licor de melocotón y luego añade el jugo de naranja.
—Gracias. ¿Qué estás haciendo?
—Arreglando el maldito horario.
 —¿En serio? Oye, ¿puedes darme más de dieciseises horas a la semana? Brittany detuvo lo que hacía y levantó su rostro.
 —¿Qué demonios? ¿Ella te solo puso dieciséis horas por semana? Imagínate. —Volvió a trabajar—. Pero sí, lo tienes. —Luego hizo una pausa y levantó un trozo de papel desgarrado a sus ojos entrecerrados.
—Oye, Lowe —grito cuando su compañero comenzaba a irse—. ¿Qué dice esto? Regresó y tomó la hoja. Parpadeó y le dio la vuelta antes de devolverlo.
—No tengo idea. Brittany suspiró y frotó su cara. —Bien. —Brittany, la mesa ocho necesita recargas. Ella miró a la mesera que se había acercado.
 —Seguro. ¡Oh! Oye, Mandy, ¿puedes leer esto? La dejó leerlo mientras ponía una ronda de botellas de cervezas. Con una sonrisa de disculpa, ella sacudió la cabeza y le dio el papel.
— Lo siento, dulzura. Pero parece la letra de Julia si eso ayuda.
—Julia —murmuró, escaneando las mesas—. Ella no está trabajando esta noche, ¿cierto?
—Nop. —Mandy agarró las cervezas y se fue. Ella lucía tan derrotada mientras colocaba la nota en la barra y sacudía la cabeza, que no pude evitarlo. No podía soportar verla así. Ella trabajaba tanto, en todo. La chica necesitaba un respiro. O mejor aún, necesitaba mi ayuda.
 —Déjame ver —dije y me acerqué lo suficiente para deslizar el papel a través de la barra—. Estoy acostumbrada a tratar de comprender la escritura descuidada. Cuando ella alzó la mirada y parpadeó, le mostré una sonrisa nerviosa, rodando los ojos. Y por lo general es peor la caligrafía de otros profesores, no la de los estudiantes. Una respiración salió de sus pulmones.
—¿Qué haces aquí?
Ignoré la pregunta porque no podía lidiar con la respuesta y estudié el trozo de papel antes de levantar la mirada. Se veía tan estupefacta, que me asustó la alegría que palpitaba dentro de mí. Yo no debería entusiasmarme por complacerle, pero oh Dios, me sentía como un adicto. Tenía que hacer más para hacerlo sonreír.

—Dice “necesito libres todos los viernes por los partidos de mi hijo”. — Entonces aparté la mirada, incapaz de soportar la presión que sentía en mi pecho por la simple mirada en sus ojos azules.
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Mensaje por 3:) Mar Ago 16, 2016 9:30 am

Si que están cada vez mas serca...
Pero en serio la tercera tiene que sera vencida no???? Borracha, drogada no vale jajajaja
Por lo menos lo tiene. Claro que cada una afecta a la otra...
A ver como termina la noche!!!
3:)
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Mensaje por JVM Miér Ago 17, 2016 2:12 am

:o pensé que San caería en los abrazos de Britt, no que sufriría un accidente jajajajajajaj. Aunque este trajo algo bueno que durmieran juntas y que de nuevo hicieran confesiones :3
Cada vez se entienden mejor, y bueno haber ahora como les va en el bar :D
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Mensaje por micky morales Miér Ago 17, 2016 4:28 pm

Hola, la empatia que estan teniendo es magnifica y hasta santana se permite algo de una persona joven como es la de ir a pasar un rato en el bar y si es para estar cerca de Brittany, pues mucho mejor!!!!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 9:05 pm

CAPITULO 16



“Lo que arriesgas revela lo que vales”
Jeannette Winterson, Escrito en el Cuerpo

BRITTANY

—Has vuelto. —Las palabras resonaron en mi cabeza.

Regresó. Mierda. Santana había vuelto a Forbidden. Me devolvió la hoja de papel.
—Sí, yo… yo…
—¿Tienes ganas de tomar más Bud Light Lime? —sugerí, asegurándome de que mis dedos tocaran los suyos cuando recuperé la nota. Se ruborizó y me lanzó una mirada horrorizada.
—Dios, no.
 —Pero aún cuando negó con la cabeza, sus dedos parecieron deslizarse deliberadamente por la parte externa de mi pulgar cuando retiró su mano. Santo Dios. Me encogí por la obscena cantidad de placer que me causó.
—. No creo que pueda volver a beber ese veneno en un tiempo. Solo tomaré un refresco de cola. —Cuando se sentó, diciéndome que planeaba quedarse un rato, mi corazón casi se agrietó al golpear con tanta fuerza contra mi pecho. Asentí y lancé la nota de trabajo a un lado antes de poner mis manos en el mostrador entre nosotras.
 —Sabes que hacen un refresco de cola genial justo al cruzar la calle, en ese restaurant sin alcohol de ahí. También es más barato.
Asintió y se deslizó de su taburete, levantándose.
 —Tienes razón. No sé… no sé lo que hago aquí. Debería irme.
Oh, demonios, no. Atrapé su mano cuando tocó la barra para alejarse. Atrapado contra el mostrador, esperé hasta que levantó la vista, sorprendida.
—No te vayas. Lo siento. No debí haber bromeado. Solo quería escucharte admitir que te encontrabas aquí por mí.
 Sus ojos se entrecerraron.
 —¿Por qué? ¿Por qué te gusta torturarme?
—No. —Sacudí la cabeza, sintiéndome lo bastante torturada por ambas.
— . Porque eso me habría alegrado todo el día.  Alejó la mirada. Cuando se perdió completamente y buscó su celular en el bolso, la decepción casi me comió viva.
 Probablemente le decía a su cita que se apresurara porque no quería estar atrapada conmigo un segundo más de lo debido.
Si hubiera accedido a darle otra oportunidad al Dr. Chaplain, aún cuando él ya se encontraba comprometido, maldición, no sabía cómo lo tomaría. Creo que muy mal. Pero tan pronto como alejó su teléfono, mi trasero vibró. Confundida, lo saqué de mi bolsillo y fruncí el ceño ante el número desconocido. Curioso por ver quién me enviaba un mensaje, lo abrí y mi boca se desencajó cuando leí lo que estaba escrito. ESTOY aquí por ti.
—Oh. —El aire se liberó de mis pulmones. Mierda. El placer, el anhelo y la ansiedad que rugieron en mí eran mucho más intensos de lo que quería.
 La miré. Se mordió el labio y miró hacia atrás, y esa abrumadora sensación rugió a la vida dentro de mí. Dios, tenía que hacer eso, ¿no?
—Ya sabes, me encontraba totalmente preparada para dejarte en paz. Me convenciste de que era mala idea. No iba a arriesgar toda tu carrera solo por mi propio placer. Pero que vengas esta noche… —Exhalé y sacudí la cabeza—. Es demasiado tentador para resistirlo. Sus ojos se llenaron de pánico. Levantando su barbilla con elegancia, dijo
—: No hay nada malo en ir a un bar a tomar un trago.
 Me incliné hasta que pude sentir su aroma a lavanda. Luego ladeé la cabeza y sonreí.
—No, no hay nada de malo en ello, para nada. Se sentó lentamente, con la mirada desconfiada, como si sospechara de mis motivos ocultos. Le di una sonrisa inocente, pero simplemente estrechó más la mirada. Mujer paranoica. Amaba lo fácil que era hacerla sospechar.
 —Ya regreso con tu… refresco. Alejándome, tarareé para mí mismo mientras agarraba un vaso y abría el contenedor del hielo.
—Pensé que habías dicho que no te acostabas con tu profesora. Levanté la vista para encontrar a Lowe lanzándome una mirada curiosa al tiempo que metíamos hielo en los vasos. Alzó las cejas. —No es que sea de mi incumbencia ni que esté juzgando —añadió rápidamente—. Pero parecías muy inflexible la otra noche al decir que no lo hacías.
 —¿Qué te hace pensar que es mi profesora? —Lo evadí, curiosa por saber cómo llegó a tal conclusión.
Echando un vistazo sobre mi hombro, la miré. Con pantalones de mezclilla, suéter de cachemir y el cabello alzado en  una cola de caballo, parecía una universitaria. Ni una sola vibra de profesora la recorría.
Lowe simplemente sonrió. —Mi novia y yo tomamos obras maestras mundiales con la Dra. López. Y Puck dijo su nombre la primera noche que estuve aquí, así que…
—Me dejó entender solo el resto de su razonamiento. Bueno, mierda. Si un chico podía averiguarlo sin esfuerzo, entonces ¿qué tan fácil sería para alguien más? ¿Qué tan peligroso sería para su trabajo que siquiera le hablara? Sintiéndome fieramente protectora, le fruncí el ceño a Lowe.
—Creo que estás interpretando demasiado en algo que no está ahí. —La mirada en mis ojos y el tono en mi voz le dijeron que retrocediera de inmediato.
 —Oye, no tienes que preocuparte por mí. —Alzó las manos, intentando decirme que todo se encontraba bien entre nosotros—. Nunca diría nada, y además, solo te provocaba.
No. Puck me provocaba, al pensar que no me interesaba en ella. Noté que Lowe sabía que en realidad sí me interesaba. Miré en su dirección, y cada músculo de mi cuerpo se tensó. No quería causarle problemas. No quería que un chico que apenas conocía y en quién no podía confiar todavía la metiera en problemas. Pero luego dirigió su atención en nuestra dirección como si pudiera sentir mi mirada e hizo contacto visual. Cristo, pero tampoco podía mantenerme alejada de ella. La atracción que sentía hacia esta mujer era una locura, y sabía que debería luchar en su contra, pero seguía olvidando por qué. Cuando las puntas de sus mejillas se sonrojaron y alejó la mirada, moví mi codo hacia Lowe.
—No parece reconocerte de clases.
—Y entonces me di cuenta; Santana no lo reconoció. De hecho, ni siquiera parecía ser consciente de que él trabajaba a mi lado. Desde que el cabrón comenzó, cada mujer me ignoraba para mirarlo primero. Sin excepción. Todas salvo Santana. Ni siquiera se dio cuenta de que existía porque se encontraba ocupada robando otra mirada en mi dirección. El calor se apoderó de mí. Quería ir hacia ella, y agarrarla, y solo… reclamarla como mía. Tal bárbaras urgencias de  una cavernícola  nunca antes me habían afligido, pero ahora aparecieron. Ella me prefería antes que a Mason Lowe. Maldita sea. Me hizo querer preferirla sobre cualquier mujer que hubiera conocido. O tal vez en realidad no lo había visto.
Un ceño fruncido estropeó mi frente mientras la examinaba. No me gustaba la inseguridad que me causaban esas ideas. No había experimentado nada parecido desde que llegué aquí. En Ellamore, me trataban como la realeza. Los desconocidos me amaban por mis habilidades en el futbol. Las mujeres me amaban por mi apariencia. Y los chicos, por mi actitud genial, y por quererse acostar conmigo cosa que no pudieron lograr.
Nunca tuve que preguntarme quién pensaba que  era un pedazo de mierda, porque ellos me decían que era asombrosa. Hasta que llegó Santana López. Y ahora la incertidumbre encontró su camino bajo mi piel y exigía respuestas. Sus dedos golpeaban ociosamente el mostrador al ritmo de la música como si esperara algo. A mí. Pero no fui hacia ella.
 —Oye, encárgate de ella por un momento —le dije a Mason, tomando la bebida de su mano y dándole la mía para intercambiar lugares. Me miró sorprendido. No le di la oportunidad de negarse, porque ya me encontraba entregando la orden a su cliente. Apenas noté al tipo de mediana edad mientras veía cada movimiento que hacía Lowe. Se acercó a Santana y puso la soda en el mostrador. Se giró hacia él con una sonrisa, que titubeó cuando descubrió quién le servía. Luego miró en mi dirección y me apresuré a parecer ocupada.  Lowe se quedó cerca por unos minutos, diciendo algo que no podía escuchar desde mi esquina. Ella respondió con un asentimiento y una vaga sonrisa. La postura de él se volvió más coqueta de lo que nunca había visto, y tuve que fruncir el ceño, lista para patear su trasero. ¿Qué demonios pensaba que hacía? En lugar de pestañear un par de veces, o ruborizarse, o incluso
—Dios, ayúdame—
 sonreír, Santana deslizó su mirada hacia mí. Jesús, se encontraba sentada frente a Deseable Lowe y sus ojos seguían yendo en mi dirección. No sabía cómo lidiar con esto. El conocimiento me invadió y quería reclamar a mi mujer, tanto que puse mis manos en puños para pelear contra la urgencia. Dándole de nuevo su atención a él como si necesitara todo de sí para enfocarse en lo que decía, asintió y respondió a lo que le preguntó. Apoyé las manos en la barra para recuperar mi aliento. Se sintió como si acabara de correr kilómetro y medio. Y mi piel seguía viva con la sensación ultra sensitiva. Jesús, esperaba que no me dé urticaria. No era la sensación más cómoda. Era demasiado nuevo para ser acogedor, pero anhelaba más. Solo quería mirarla de nuevo para acumular más del ímpetu que me causaba.
 —Entonces, ¿pasó tu prueba? —preguntó Lowe cuando apareció a mi lado. Ni siquiera había notado que la probé hasta ese momento, pero diablos, pasó.
—Con honores —pronuncié. Jesús. Lo miré, necesitando ayuda. En serio
—. ¿Qué demonios se supone que haga ahora? No debo…  —¿Qué decía? No le podía confiar esto a Lowe. Entre menos gente lo supiera, mejor. Pero seguía furiosa, porque me encontraba tan condenadamente desconcertada. Necesitaba algún tipo de guía—. No podemos… Me palmeó la espalda melancólicamente.
 —Siempre es aquel al que uno no debería querer a quién termina queriendo más.
 Con una elevación de mis cejas, esperé que lo explicara. No lo hizo. Solo me lanzó una sonrisa de complicidad y se inclinó confidencialmente cerca.
— Pero si ella lo vale, nada más importa. Encontrarás la forma. Y sacrificarás lo que sea para llegar ahí. Consciente de que hablaba de él y su novia, lo miré pensativo mientras se alejaba y tomaba un par de vasos sucios de una cubeta para lavarlos. Juro que acababa de darme su bendición para acostarme con mi maldita profesora. Si ella lo vale, sus palabras resonaban en mi cabeza. Le di una mirada, y todo se fue de mi atención. Nadie nunca me había afectado de la forma en que lo hacía esta mujer. Me robaba el aliento de los pulmones con solo una mirada, y me hacía sentir más viva y consciente de cada sentido más que cualquiera que haya conocido. Incluso podía hacerme enojar más que nunca. Tenía un poder sobre mí que debería asustarme mucho, pero solo me atrajo con más fuerza.
—¿En serio te gusta estar solo con una chica? —Agarré el brazo de Lowe cuanto intentó pasarme—. La monogamia, las relaciones y toda esa mierda. ¿De verdad lo vale?
Hizo una pausa y elevó una ceja. Después de estudiarme pensativamente por un momento, sonrió. —Si es la chica, entonces, diablos sí.
—Soltándose de mi agarre, se fue por el pasillo hacia la cocina. Y comencé a dirigirme hacia Santana sin siquiera pensarlo. Me encontraba a medio camino antes de darme cuenta de lo que hacía. Iba tras ella, e iba a hacerla mía. Pero algo en la pantalla del televisor sobre la barra atrapó su atención. Ladeó la cabeza y entrecerró la mirada como si intentara oír lo que decían. Cuando sus ojos se abrieron y sus labios se separaron, supe que era malo.
—¿Qué? —demandé, deteniéndome frente a ella e intentando girar mi cuello para ver la televisión. Las palabras en la parte inferior de la pantalla hicieron que mi piel picara con temor. Escándalo Sexual en Ellamore.
Le di una mirada de reojo a Santana. Cuando encontró mi mirada, su cara se puso pálida, así que busqué el control remoto bajo el mostrador. Cuando lo encontré, presioné el botón de subtítulos. El asistente del entrenador de voleibol de la ESU, Vander Wilson, fue despedido esta tarde por tener relaciones ilícitas con la jugadora de voleibol de primer año, Allison Belfries. De acuerdo con las declaraciones, la aventura entre ellos comenzó a principios de la temporada y duró hasta esta semana cuando la esposa de Willson los encontró juntos. Pero cuando éste intentó terminar la relación, Belfries fue con el jefe de entrenadores para confesarlo todo. Los  oficiales de la Universidad lo despidieron inmediatamente y han rechazado hacer cualquier comentario hasta ahora. Más de eso después…
 —Debo irme —jadeó Santana, agarrando su bolso de la barra al tiempo que se levantaba del taburete—. No puedo… esto es… lo siento. ¿Puedo pagar mi cuenta ahora?
Me giré hacia ella, ya sabiendo lo que vería y temiéndolo. Ni siquiera me miraría. Sus mejillas se sonrojaron con culpa y su garganta se movía mientras tragaba compulsivamente.
—Santana —comencé, dispuesta a luchar por ella. ¿Pero qué demonios? Acababa de decidir que valía la pena; ¿por qué el universo nos fastidiaría todo así?
—No lo hagas —suplicó, con voz tensa y pestañas húmedas. Me derrumbó. Aquí, me hallaba completamente preparada para discutir nuestro caso. No éramos como ellos. Ninguna de nosotras estaba casada; no íbamos a ser infieles. Y si recordaba correctamente, el entrenador Willson tenía casi cuarenta. Probablemente era veinte años mayor que Allison Belfries. Pero el sombrío y preocupado brillo de culpa en los ojos caramelos de Santana me recordó que nuestra situación quizá sería peor. El voleibol no era ni de cerca tan importante en Ellamore como el fútbol. Y Santana era mi profesora, responsable de darme una calificación en literatura.
Los medios harían del asunto algo mucho más grande de lo que hicieron por una pareja entrenador / jugadora. Y todo recaería sobre ella. Tendría los problemas, se ensuciaría su nombre, arruinaría su futuro. Conseguiría todo mientras yo saldría impune. No importaba cuánto la quisiera, no importaba cuán sorprendente me hiciera sentir; no podía hacerle esto. Toda la parte del sacrificio era suyo, no mío.
Odiaba eso. Dando un paso atrás físicamente, asentí en entendimiento y renuncié a mi batalla por intentar mantenerla. Pero Dios, me partió en dos dejar que se fuera la esperanza.
—Aquí está su cuenta, Dra. López. —Lowe apareció detrás de mí, de regreso de su viaje a la cocina. Sabía que intentaba ser de ayuda porque había visto todo lo que acababa de pasar. Pero sus acciones me irritaron. No quería que nadie supiera lo que pasaba entre nosotras. Y todavía más, no quería que él notara cuanto me dolía.
Me molestaba mostrar mis vulnerabilidades. Quería darle un puñetazo a Lowe en la cara, de hecho, cualquier tipo de violencia para liberar esta sensación de mi pecho vendría bien. Y ya que él se hallaba cerca...  Parpadeando, Santana balbuceó y su cara se sonrojó.
—Sabes… ¿sabes quién soy? —Mi novia y yo tomamos obras maestras mundiales —explicó. Luego se encogió de hombros y le mostró una sonrisa tímida—. De hecho, usted es su profesora favorita. Ella palideció, pero asintió e intentó sonreírle mientras le entregaba veinte dólares. Lowe se giró hacia la caja registradora y al mismo tiempo, me echó un vistazo. Pero su mirada era ilegible, y me sentí abandonada cuando se alejó. Aunque Santana continuaba justo al otro lado de la barra, de repente era inalcanzable. No hablamos mientras esperábamos que Lowe regresara con su cambio. Y no nos miramos. La miré por la esquina de mi ojo y la vi abrazando el bolso contra su pecho. Doblé los brazos sobre mi pecho, frustrada porque no podía hacer nada para arreglar esto. Lowe regresó demasiado pronto. Santana se iría. Mi mente daba vueltas para llegar a la solución perfecta y así arreglar esto, pero no tenía nada. Después de dejar diez dólares en el jarro de propinas, se giró y salió rápidamente. Sin siquiera decir adiós. Apreté los dientes y miré a Lowe. Dejó salir un largo suspiro.
—Bueno… eso seguro fue horrible para ti. Con una carcajada, sacudí la cabeza.
—Sí. —Demonios. Todavía quería golpear algo—. Necesito un trago. —Agarrando la primera botella de whisky que encontré, alcancé un vaso y vertí una cantidad generosa. Después de tragarlo, siseé entre mis dientes, solo para descubrir que Jessie salió de su oficina y me miraba con una expresión desafiante mientras me servía otro. Señaló con su índice amenazadoramente.
 —Pagarás eso, Pierce. Después de que se giró y se fue por la noche, miré detrás de ella.
—No. No lo haré. —Luego tomé el siguiente trago.
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Mensaje por 3:) Jue Ago 18, 2016 9:52 pm

Espero que lowen no diga nada...
Si la chica lo vale.... Vale hacer todo por ella!
A ver como termina la noche de las dos??? Después de lo que vio san en la tele....
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Mensaje por micky morales Vie Ago 19, 2016 8:49 am

no sabria como opinar de la relacion que ellas estan empezando a llevar, esperare a ver como siguen las cosas para hacerlo!!!!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 3:52 pm

Gracias chicas por sus comentarios,  sea que los dejen aca o sea que me los envien a mi correo, Gracias, Saludos.
Hoy hare doble actualizacion aqui la primera
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX

CAPITULO 17



“Los sueños  se hacen realidad. Sin esa posibilidad, la naturaleza no nos incitaría a tenerlos”.
John Updike
 

SANTANA

Mi acogedora casa, de dos dormitorios y estilo bungaló se hallaba en medio de una calle con árboles en los patios delanteros y los juguetes de los niños en la parte trasera. La versión de la clase media del sueño americano. Este era el primer lugar en el que había vivido sola, el primer lugar en el que había vivido lejos de mis padres. Aquí gané mi libertad. En las primeras semanas de la mudanza, había estado un poco salvaje. Bueno, mi versión de salvaje, de todos modos. Pinté las paredes de colores locos como mandarina y turquesa. Compré toallas y cubiertos que no coincidían para nada. Incluso fui a comprar una botella de vino para celebrar. Si tan solo mis padres me hubiesen visto en ese entonces... Pero esa es exactamente la razón por la cual lo hice, porque sabía que lo desaprobarían. Bueno, eso y porque me encantaban esos colores y también mi colección de cosas incompatibles, además tenía muchas ganas de hacer algo conmemorativo para celebrar. Era una rebelión pequeña, pero lo bastante grande para mí. Al vivir sola, apreciaba cada cosita independiente que tenía que hacer. Entonces, ¿leer en la bañera? Oh, lo hacía en cada oportunidad que tenía. En los cuatro meses que residí en Ellamore, esto se había convertido en mi ritual de la mañana del sábado. Además, esta mañana necesitaba algo que me levantara el ánimo. Me sentía deprimida desde el martes, cuando me alejé de Forbidden —y Brittany— para siempre. Todas mis velas de aromaterapia con aroma a lavanda se encontraban alrededor del borde de la bañera e iluminaban, lanzando un ligero toque de calidez a través de las paredes de mi baño, mientras que la niebla del agua caliente empañaba mis espejos y provocaba que mis poros gotearan con la transpiración. Mis pies descansaban junto al desagüe, la espalda, contra el otro extremo, y la toalla que usé para envolver el pelo mojado también funcionaba como un buen amortiguador para mi nuca. Eché la mayor parte de las burbujas a mis pies porque habían estado metiéndose con mi libro de bolsillo —burbujas malas— pero ahora que me encontraba en una parte bastante intensa y tremendamente física de la historia, de repente me sentí muy consciente de mi pecho flotando justo por debajo de la superficie del agua. Deslicé mi muslo por encima del otro y me moví, mientras el calor húmedo lamía mi cuerpo al mismo tiempo que la lengua del héroe rodaba sobre la piel de la protagonista. Poniéndome cada vez más inquieta, giré una página, ansiosa por saber lo que iba a hacerle a continuación, ya que tenía que decir que el hombre era ingenioso con algunas de las cosas que le gustaba lamer. Me recordó a la lengua de Brittany Pierce y cómo la había deslizado al otro lado de la clavícula antes de que mordisqueara una peca con sus dientes. Tragué cuando mis pezones comenzaron a sentir un hormigueo, volví a mover las piernas y las froté para aliviar algo de la tensión que aumentaba entre ellas. Pero eso agravó la situación mucho más. En la novela, la mano del protagonista vagó por su estómago tenso y luego entre los muslos suaves, y tuve que apretar los míos en respuesta.
 —Ahora eres mía, Isabelle —gruñó en su oído, con voz áspera pero dedos tiernos.
Maldita sea, ¿por qué nadie podía decirme ese tipo de mierda cursi? Pero entonces, un eco de la voz de Brittany pasó por mi memoria: ¿Quieres saber un secreto? Quedé completamente loca por ti ese primer día de clases.
Un gemido salió de mis labios y cerré mi libro de golpe. La gran palabra con “m” llenó mi cabeza. Para recuperarme del trauma de mi primer encuentro sexual, mi terapeuta había sugerido el auto-placer para que yo pudiera aprender que el sexo también podría sentirse bien, no solo doloroso, aterrador y debilitante. Tenía quince años y me sentí totalmente mortificada por toda la conversación. Me tomó tres meses para mirarla a los ojos una vez más después de eso y luego otros tres años para considerar siquiera la idea. Las pocas veces que traté de darme placer, solo fueron incómodas y embarazosas. No me calentaba la idea del sexo en lo más mínimo. Lo único que funcionó había sido el tiempo y las novelas románticas. Pero esta vez, no me  detendría como había hecho antes. Mi cuerpo ya estaba receptivo a la idea. Dejando mi libro de bolsillo a un lado, decidí que un intento más no podía hacer daño. Así que cerré mis pestañas y un rostro con ojos azules y cabello rubio azotado por el viento llenó mi cabeza. Desde que me fui del bar el martes, solo la vi una vez en clase. Y nuestras miradas se enfrentaron dos veces durante esa hora. Siempre, las dos desviamos la mirada, como si incluso un simple vistazo fuera demasiada tentación. Me rompía el corazón ni siquiera ser capaz de mirarla, porque Brittany Pierce era arte, como si fuera la disculpa de Dios por todos las personas comunes en el mundo. Cuando mis dedos encontraron un lugar dulce, gemí y arqueé la espalda, alterando el agua junto con cada terminación nerviosa de mi cuerpo. Mientras que en mi mente, la vi, con la mejilla presionada contra mi almohada y ella acostada a mi lado, susurrándome sobre la forma en que la afecté la primera vez que me vio. Me vine en un jadeo, salpicando agua accidentalmente del lado de la bañera y arruinando todas las velas, así como empapando mi pobre libro. Pero valió la pena. Oh Dios, valió la pena. De acuerdo, nada valía la pena para dañar un libro sagrado, a pesar de que en este momento pensaba en: “Simplemente compraré otro”. Pero, en serio. Mi primer orgasmo. Se sentía bien. Increíble. Nunca me había relajado lo suficiente como para permitir que los dos chicos que no me forzaron me hicieran llegar al orgasmo, y siempre paraba antes de tiempo cuando lo intentaba yo misma. Pero con algo de estimulación de Brittany Pierce y la edición de bolsillo empapada a mi lado, la vida era buena. Debía celebrar. Con helado. Tal vez un poco de chocolate. Y vino. Ooh, sí. El vino sonaba bien en estos momentos. Sintiéndome energizada en lugar de relajada como me deberían haber dejado mis velas de lavanda, saqué el tapón del desagüe con mis dedos de los pies y me levanté. El agua se deslizaba de mí, haciéndome sentir fresca y sensual. Sexy. Mmm, me preguntaba si un buen orgasmo siempre hace sentir hermosa a una chica. Tarareando, sacudí la cabeza para aflojar la toalla envuelta alrededor de mi cabello y la usé para secarme. Y por una vez, no pensé en lo mucho que necesitaba endurecer el abdomen, o hacer algo por mis muslos flojos. Todos los pensamientos de autocrítica que por lo general aparecían cuando me veía desnuda se encontraban felizmente en silencio. Maldita sea, ¿por qué diablos había esperado tanto tiempo para hacer esto? Me reí en voz alta.
—Gracias, Brittany Pierce.
 En respuesta, el sonido sordo de mi puerta atravesó la partición cerrada de mi baño privado.
 —¡Mierda! —Se me cayó la toalla y me zambullí en busca de mi ropa, preguntándome quién diablos se encontraba al otro lado de mi puerta. Había encargado en línea unos zapatos nuevos, pero la información de seguimiento dijo que no llegarían hasta el lunes. Pero era el momento adecuado para que mi correo sea entregado. Y no era como si tuviera amigos ocasionales que se pasarían sin avisar. Podría ser un vendedor o los testigos de Jehová, pero pensé que era probable que fuera el hombre del correo. Sin esperar que quien sea que haya venido se quedara mucho tiempo, evité mi sujetador y me puse mis bragas de algodón antes de ponerme los pantalones cortos de color azul y una camisa de mangas largas y a rayas de color melocotón y crema que había dejado encima de mi ropa sucia. Con los pies desnudos y el pelo todavía mojado y despeinado, abrí la puerta del baño y corrí por toda la casa. Ni siquiera se me ocurrió comprobar la ventana antes de recibir a mi visitante. Simplemente desbloqueé todos los cerrojos y abrí la puerta, esperando la sonrisa de un repartidor. Cuando en su lugar vi a Brittany, jadeé con sorpresa y salté hacia atrás, cubriendo mis pechos sin sujetador con las dos manos. El resplandor de mi orgasmo que estoy segura todavía manchaba mis mejillas, desapareció para ser sustituido por la vergüenza horrorizada. Pero, oh, Dios mío, ¿haberme tocado mientras pensaba en ella de alguna manera la atrajo a mi casa?
¿Qué clase de mierda vudú había en esas velas?
Tenía que comprar más.
 —Yo... —comenzó, abriendo la boca como si estuviera lista para dar una larga explicación de por qué se encontraba allí. Pero luego su mirada se desplazó hacia abajo y quedó con la boca abierta. No salió ninguna palabra. La apreciación en su mirada mientras viajaban por mis piernas desnudas y regresaban arriba, agitó a todos los órganos de mi cuerpo. Ahora que mi cuerpo sabía lo liberador y sorprendente que era el orgasmo, estaba listo para experimentar otro. Y esta vez, olvídate del recuerdo, ahora tenía a la auténtica: un Brittany Pierce entregada a mi puerta principal. Lo cual estaba completa e increíblemente mal.
 —¿Qué demonios haces aquí? —exploté, apretando los brazos con más fuerza alrededor de mí porque a mis pezones no parecía importarles que la chica  frente a mí podría condenar toda mi carrera. Apretados y posicionados en puntos duros, lo único que querían era sumergirse en la Gran O, Número Dos. Las perras egoístas.
 —Yo... —intentó de nuevo, sin lograr mucho más en esta ocasión porque su mirada se congeló en mis brazos, donde la piel había empezado a ponerse  de gallina—. Oh, joder. No estás usando un sostén, ¿verdad? —Miró por encima de mi cara antes de palidecer—. Y también acabas de salir de la ducha.
Manteniendo a mis chicas seguramente cubiertas con un brazo, liberé el otro, para poder apartar el pelo mojado de mi cara.
—Baño de burbujas —le corregí.
Gimió, literalmente. Alzando una mano como si fuera a darme órdenes para que no hablara más, se volvió hacia un costado para no enfrentarme directamente y luego se cubrió la boca con un puño.
—Jesús, eres el mal. Ahora te imagino desnuda, cubierta de burbujas y rodeada de velas y esas cosas mientras lees un libro. Maldición, era bueno.
—No te olvides de lo increíblemente mojada que estaba —dije porque, diablos, siempre le decía cosas a esta chica que sabía que no debía. ¿Por qué parar ahora? Me calló con una mirada incrédula.
—Estás tratando de matarme, ¿no es así? Retrocediendo, se hundió en la silla de mimbre frente a mi puerta, donde me sentaba en las mañanas de domingo y bebía mi capuchino mientras leo. Por lo general, me tragaba entera. Pero al soportar la gran complexión de Brittany, parecía pequeña y ridículamente femenina.
 —¿Qué diablos hago aquí? —murmuró para sí mientras se cubría la cara con las manos.
Tragué saliva, sintiéndome cachonda y mal por lo que acababa de decirle y torturarla más de lo debido. Pero ella fue la que vino a mí; ella comenzó esto. Por mucho que quería despotricarla por alborotar el avispero de nuestra química, no podía dejar de pensar en cómo había estado conduciendo hasta aquí para verme mientras yo me corría con una imagen de ella en mi cabeza. La persona que había estado anhelando, también me quería. Todavía me quería. Fue emocionante y desgarrador y tan hermoso saberlo que me deslicé hacia abajo en la puerta abierta para sentarme y levanté las piernas hasta el pecho, abrazando mis rodillas mientras la veía luchar contra una batalla interna. Levantó la cara para mirarme y parecía desmoronarse.
—Dios, eres tan... —Negó con la cabeza. Un cálido resplandor enrojeció mi piel.
Nadie se mostró tan cautivada por mí. Era horrible que la primera persona en revelar una chispa tuviera que ser prohibida, pero de todas formas, me encantaba la sensación que provocó en mi ego.
 Me miró por un segundo antes de sacudir la cabeza y decir
—: Pasa el día conmigo.
 Quería sonreír y suspirar, incluso cuando mis hombros cayeron.
—Brittany, ya lo discutimos el martes.
 —No, en realidad, no discutimos nada. Simplemente te fuiste y...
 — Cuando abrí la boca para argumentar, levantó la mano.
—. Entiendo totalmente tus razones. Pero ha pasado algo desde entonces.
 —Está bien. —Asentí, esperando que hubiese ocurrido un milagro y Ellamore haya cambiado su política escolar para permitir las relaciones entre alumnos y maestros.
—. ¿Qué pasó? No respondió de inmediato. Con el ceño fruncido después de un largo momento de silencio, abrí la boca para preguntarle si se encontraba bien, cuando dijo.
—: Acabo de salir del entrenamiento con pesas... y vine directo desde allí.
 —De... acuerdo —dije lentamente. No lucía como si hubiera venido del entrenamiento. El otro día, había estado usando sus pantalones de chándal y tenía el pelo mojado. Hoy, vestía pantalones marrones oscuros y una camisa con mangas largas de color negro y gris a rayas, que moldeaba los contornos de sus pechos y le hacía lucir demasiado deliciosa para estar sentada en mi pórtico. Suspiró.
—El entrenador nos juntó a todos, y nos dio una pequeña charla.
—Por el tono ominoso de su voz, sabía que no me iba a gustar lo que había tenido que decirles su entrenador.
— Después del gran escándalo con el equipo de voleibol y la cantidad de atención de los medios que atrajo, decidió crear una nueva regla, en la que si alguien del equipo era atrapado con alguien del personal o miembro de la facultad en el campus de alguna manera inapropiada, seríamos expulsados inmediatamente del programa de fútbol. Y ya que tengo una beca de fútbol...
—Perderías tu financiación y tendrías que dejar Ellamore por completo —terminé por ella.
 —Así es —dijo con el más leve temblor en su voz. Cerré los ojos.
 —Bueno, te aseguro que no voy a ir a decirle a tu entrenador...
 —Lo sé —murmuró, claramente irritada.
—. No es por eso que estoy aquí. Parpadeando, fruncí el ceño, confusa.
—Entonces, ¿por qué has venido?
 —Porque... porque quería verte
—dijo las palabras con rapidez, como si de ese modo le daría el coraje de decirlas. Solté una sorprendida, nerviosa y confundida risa.
—Lo siento, pero... acabas de decirme que el riesgo para nosotras acaba de duplicarse. Ahora esto afectaría la vida de las dos, Brittany, por no hablar de lo que le haría a tus hermanos, que cuentan contigo.
—Lo sé.
—Gimió y rechinó los dientes.
—. Tenías que mencionarlos, ¿no?
 —Bueno, alguien tiene que hacerlo. Y como soy la que está en la posición de autoridad, debería ser yo la que asuma la responsabilidad y diga que no. Ya hemos ido demasiado lejos. Esto se termina aquí.
—No. Solo escúchame. Por favor.
—La desesperación en su voz me hizo pedazos. Odiaba saber que le causaba tristeza.
— El martes te dejé ir porque eras la única que pagarías las consecuencias si pasaba algo. No me gustaba eso. Pero ahora... ahora, las dos correríamos el mismo riesgo. Tengo tanto que perder como tú. Así que... estamos en las mismas condiciones.
 Con una risa nerviosa, negué con la cabeza.
—Lo que dices no tiene sentido. ¿Cómo puedes sugerir...? Es decir, ¿después de que acabas de precisar las consecuencias para las dos?
—Porque sé las consecuencias. Sé exactamente lo que pasaría si empezamos algo y nos atrapan. Pero ahora... ahora quiero saber las consecuencias si no hacemos nada.
 —Brittany —le susurré.
Debió haber escuchado el rechazo de mi voz porque se apresuró a cortarme.
—Me he estado volviendo loca, Santana. Mi hermana llama todos los días con un problema tras otro. Mi madre no ha estado en casa en semanas y me siento como una maldita culpable porque no estoy ahí para ellos. Mientras tanto, he estado matándome trabajando cada noche para hacer suficiente dinero para ayudarlos, mientras trato de mantener mis calificaciones y... y todo el mundo aquí tiene expectativas completamente diferentes de mí, pensando que soy una heroína despreocupada del fútbol que no tiene nada de qué preocuparse, salvo el próximo partido o mantenerme en forma, o a qué chica voy a llevar a casa esta noche. Tú eres la única persona que lo entiende todo, mis dos lados. Y... siento cosas por ti, como si tuviera una conexión contigo. Yo... joder, no sé cómo decir esto. Ya sabes lo mucho que me cuesta expresarme.
Me abracé con más fuerza las rodillas contra mi pecho porque sentía como si mi corazón quisiera explotar de mis costillas. Diciéndome a mí misma que me mantuviera tranquila, le dije
—: Estás haciendo un buen trabajo hasta ahora.
Me miró y sus ojos se arremolinaron por la emoción mientras sus labios se inclinaron con placer.
—No es solo físico —dijo—. Es decir, claro, la química es explosiva. Pero… me gusta estar cerca de ti. Me gusta que me... conozcas. Y me gusta aprender de ti. Es que... quiero saber cómo sería estar juntas, qué nos perderíamos si no hacemos nada. Quiero saber si tal vez hay... más. Y si... joder, no sé. ¿Y si vale la pena arriesgar todo para estar juntas?
No parecía posible que alguien quisiera considerar un riesgo por mí. Rita, a quien quería como a una madre, desde luego, no tenía sentimientos tan fuertes por mí. Nunca arriesgó su carrera o su familia por mí. Así que escuchar lo que acababa de decir Brittany, derritió por completo mis defensas. Indecisa, me mordí el labio y la miré. Y, maldita sea, sus ojos suplicaban.
 —He tenido un par de semanas de mierda —dijo—. Estoy cansada y estresada, y este es el primer día libre que he tenido en mucho tiempo. Pero todo lo que quiero hacer es pasarlo contigo. —Levantando las manos en señal de rendición, negó con la cabeza—. No es nada deshonesto, te lo juro. Ni siquiera voy a hablar de sexo. Solo quiero estar cerca de ti. Vamos a mantenerlo completamente platónico.
Me dije que tenía que ser la chica más estúpida del planeta justo antes de preguntarle
—: ¿Qué tienes en mente? Su cuerpo se desplomó como si el alivio la hubiese dominado. Pero luego sonrió.
—Hay un parque cerca de un río al que uno de mis compañeros de equipo me llevó durante mi primer año. Está a una hora de aquí. Nadie nos reconocería y estaríamos al aire libre, por lo que no estaría tentada a intentar nada... inapropiado.
—Levantó las cejas y me envió una sonrisa traviesa.
— . Entonces, ¿qué dices? ¿Me das solo un día?
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 3:53 pm

CAPITULO 18



“No hay nada mas intimo en la vida que simplemente ser compredido. Y comprender  a alguien más”. 
Brad Meltzer, The Inner Circle.


BRITTANY

 —Este lugar es increíble.
 La admiración en la voz de Santana me hizo sonreír desde el otro lado de la cabina de la camioneta de Puck cuando estacioné en el borde de los terrenos, en la zona de aparcamiento para visitantes.
—Tenía la sensación de que te gustaría. Una larga pendiente de césped se extendía delante de nosotras antes de descender abruptamente hacia la ribera del río. La hierba era corta y verde; en algunas áreas empezaba a crecer, con la promesa de una nueva vegetación. Un par de familias ya disfrutaban del día, tendidos en mantas de picnic, paseando a sus mascotas, o dejando que sus hijos se persigan unos a otros en el gran espacio abierto. Y más allá, se extendía una franja de pequeños kioscos y comerciantes, vendiendo sus mercancías a los lados de un camino adoquinado.
—¿Cómo descubriste este lugar?
—preguntó Santana, abriendo su puerta al tiempo que abrí la mía.
 —Mi compañero de cuarto, Puck, me trajo aquí una vez. Vive en la zona y quería uno de sus perritos de maíz que venden. Creo que me burlé de él todo el camino mientras me arrastraba aquí, hasta que llegamos. —Le sonreí—. Pero el maldito perrito de maíz no estaba nada mal, así que me tuve que callar.
Empezó a reír.
 —¿Así que me trajiste aquí porque se te antojaba comer una salchicha de carne mal procesada colocada en un palillo, freída con mucho aceite y rebozada en harina de maíz?
—Demonios, no. —Enganché el balón que tiré en el asiento trasero antes de dirigirme a su casa esta mañana, lo levanté y le di vueltas en mi dedo antes de capturarlo.
—. Tú, mi querida profesora, vas a aprender a jugar fútbol americano.
Santana arqueó una ceja, al parecer interesada en lugar de horrorizada.
— ¿En serio? ¿Qué te hace pensar que no sé cómo jugar?
Está bien, eso me tomó por sorpresa. Arqueé una ceja, sospechosa.
 — ¿Sabes?
 Sus labios se curvaron, y se veían tan sexys con ese cómplice tironcito. Tuve que volver a recordarme que hoy no iba a tocarla. No se trataba de nada sexual. Simplemente una unión amistosa. Para conocernos. Aunque al darme cuenta lo que significaba esa sonrisa, me quejé.
 — Demonios, sí sabes.
Todo su rostro se iluminó.
 —Estuve genial en Fútbol Fantasía el año pasado —confesó, sonando orgullosa de sí misma.
 Eché la cabeza hacia atrás y me reí.
 —Mierda. No tenía ni idea de que te gustara el juego. Quiero decir, por la forma en que actuabas en clases, pensé que odiabas todo lo que tenga que ver con el fútbol, pero...
 —Entonces caí en la cuenta. Su comportamiento no tuvo nada que ver con su opinión por el deporte en sí, sino por su historia con cierto jugador de ese deporte. Solté un suspiro.
—. Correcto. Bueno, guau. Si hubiera sabido que eras una fanática, te hubiera fastidiado para que vinieras al partido de práctica, que tuvimos hace un par de semanas.
—No te preocupes, fui.
 —¿Entonces me viste...? —Con las cejas elevadas, señalé a mi propio pecho. Asintió y yo tenía que saberlo—. Bueno, ¿qué pensaste? Sus ojos se iluminaron con coqueteo, mientras rodeaba la camioneta de Puck para reunirse conmigo al otro lado.
—Pensé que podrías ser el próximo Rodgers.
 —Mierda —dije, sacudiendo la cabeza.
—. No puede ser. Me sacó el balón de la mano, y la observé, francamente excitada por su interés en el mismo.
—Hmm.
—Lo sostuvo de diferentes formas a modo de práctica antes de mirarme.
—. Sabes, acabo de darme cuenta que nunca he tocado un balón. No podía creerlo, pero a pesar de todo lo hice. Sacudiendo la cabeza, lo tomé de regreso.
 —Bueno, esto amerita una lección, entonces.
—Alcanzando su mano, comencé a llevarnos hacia el césped.
—. Te voy a enseñar lo necesitas saber acerca de cómo lanzarlo. Durante los primeros cinco minutos, solo hablé y le demostré cómo tenía que posicionar los hombros y la cintura, donde mantener el codo, y cómo sostener la pelota en la mano. Cuando llegó el momento de mostrarle un tiro real, vi a un muchacho a unos dieciocho metros de distancia.
 —Oye, chico —grité—, atrápala. —Cuando asintió inmediatamente y se puso en posición, levanté el brazo y le envié un tiro lento. La atrapó sin esfuerzo alguno y la tiró de regreso.
Santana vitoreó y lo aplaudió, diciéndole que hizo un buen trabajo. Cuando se la entregué, empezó a lucir nerviosa.
—Me siento ridícula
—admitió cuando me puse de pie detrás de ella y, básicamente, la sostuve en la posición. Moví las cejas.
—Confía en mí. Te ves sexy.
 —Me alegraba de haberla dejado colocarse un par de zapatos y un sostén junto con lo que ya llevaba puesto antes de que la arrastrara de la casa esta mañana, porque su atuendo era informal, cómodo y perfecto tanto para nuestra práctica como para mi vista. El conjunto demostraba las mejores características de quién era ella en realidad. Con una sonrisa, me clavó el codo de nuevo en las entrañas.
—Seguro voy a lanzar como una chica.
—Eres una chica, así que, ¿a quién le importa?
—Satisfecha con la forma en que se acomodó, di un paso hacia atrás y la dejé lanzarle al chico. Él tuvo que correr y saltar para alcanzarlo, pero lo atrapó con un grito feliz.
—. No estuvo mal —le dije, asintiendo con aprobación.
Se giró para enviarme una mirada escéptica, pero le sonreí ampliamente. Sin dudas lanzó como una chica.
—¿Quieres jugar ahora? —pregunté. Nuestro receptor y un par de sus amigos se sumaron a un juego de tocar al otro en lugar de aplacar. Y no parecía importarles dejar que la “chica” entrara en la diversión. En realidad, creo que todos tuvieron un flechazo por ella dentro de los primeros cinco minutos. Se veía tan divertida con todo el asunto. Se rió de sus propios errores, y bromeó juguetonamente con sus adversarios cada vez que nos alineamos antes de un saque, diciéndoles que iba a derribarlos. Y joder, era adorable ver cuando llevaba el balón. Reía mientras esquivaba a alguien. Nunca antes en mi vida vi que alguien riera mientras jugaba al fútbol. Era un poco imposible de creer que era la misma mujer estricta, seria y mojigata, que enseñaba en mi clase de literatura. Pero cuando Santana López se relajaba, se relajaba. Al caer la tarde, los chicos tenían que irse y yo moría de hambre. También ella. Cubriéndose el estómago cuando se escapó un fuerte gruñido, dijo
—: ¿Dónde está ese negocio de perritos de maíz al que elogiabas?
Nuestros esfuerzos dejaron un brillo rosado en sus mejillas. Y sus ojos... maldita sea, sus ojos chocolate se hallaban vivos y brillantes. Creo que podría haberla mirado fijamente todo el día, justo así.
 —¿Qué?
—preguntó, enviándome una mirada extraña al tiempo que se quitaba la coleta en la que se había recogido el cabello cuando empezamos el juego. Mientras se peinaba el pelo con los dedos, dejando que se derramara  por la espalda, negué con la cabeza. ¿Quién era esta mujer, y cómo tuve la suerte de conseguirla por un día entero? Nadie me creería si intentara decirles que la Dra. López comía perritos de maíz, se peinaba con los dedos y coqueteaba con un montón de chicos preadolescentes antes de sacarles la lengua después de hacer un touchdown. Pero me alegré de que nunca lo imaginaran. Me alegré de tenerla toda para mí.
—Nada —murmuré, tomándole la mano.
—. Vamos a encontrar ese negocio. Después de comprar seis perritos entre las dos, encontramos un banco de picnic vacío y nos sentamos una frente a la otra mientras comíamos. Me gustaba ver su apetito. No parecía tímida acerca de comer delante de mí, o pedir dos salchichas. Y la forma en que sus labios se fruncieron cuando tomó un perrito entre los dientes, bueno, no podía observarlo demasiado. Mi cabeza ya se encontraba en un lugar al que no necesitaba ir. Pero incluso después de que aparté la mirada, todavía me encontraba excitada y ardiendo de deseos por tocarla.
 —Sabes
—dijo, pensativa, mientras terminaba su primer perro de maíz y comenzaba con el siguiente
— creo que no sé cuál es tu especialidad.
Le di una mirada.
 —Gestión de negocios. ¿Por qué?
Arqueó las cejas. Con la boca llena, amortiguó las palabras.
 —¿En serio?
 Me encogí de hombros y tiré uno mis palillos vacíos hacia un bote de basura cercano, metiéndolo. —Bueno, ya sabes, no soy buena en inglés. Y las matemáticas y ciencia tampoco son lo mío. Historia nunca me interesó, pero soy decente en situaciones sociales, y me gusta mucho dirigir al equipo en el campo. Me escuchan, y no sé, como que me admiran. Era una cosa que sé que puedo hacer, así que me quedé allí por si acaso, ya sabes, la NFL no me quiera.
 —Pero te encanta el fútbol, ¿no es así?
—dijo más como una afirmación que una pregunta, como si en ese momento estuviera dándose cuenta de la respuesta.
—Por supuesto. ¿Por qué jugaría si lo odiara?
 —No lo sé. —Alzó uno de los lados de sus hombros—. Es que... después de ese día en mi oficina cuando dijiste que se trataba de desesperación, no pensé que fuera lo que amabas más que a nada en el mundo.
—Es... —Joder, ¿cómo explicaba esto?—. No lo sé. Entrar en el fútbol en la escuela secundaria fue lo que finalmente me hizo ganar el respeto de algunos de mis compañeros de clase. Mi talento natural me dio esta adrenalina que era... adictiva. Me encanta el juego y anhelo esa fracción de segundo en la que tienes que pensar y reaccionar, elaborar estrategias de cuál es la mejor jugada para ese momento antes de que doscientos cincuenta kilos de línea defensiva te tacleen. Me gusta aprender más de los trucos del oficio desde que llegué a  Ellamore, pero... ahora hay mucha más presión. Hay mucho más en peligro. Ya no es solo diversión. Ahora, lo es todo, lo que le quita un poco de placer. Pero, sí, para responder a tu pregunta, me sigue gustando. Me encanta.
 Santana asintió, haciéndome saber que entendía.
 —Si pudieras hacer o ser cualquier cosa en el mundo, sin ninguna consecuencia o preocupación, ¿qué harías?
Lo primero que me vino a la mente fue ella. Estaría con ella. Pero sabía que se refería a una profesión. Me encogí de hombros.
—No lo sé. No puedo pensar en nada que me guste más que el fútbol.
 —¿Le enseñarías a otras personas si no pudieras jugar más? Hoy lo hiciste muy bien con esos chicos. Creo que serías una gran entrenadora.
—Ah. —No pensé en eso antes—. En realidad no es una mala idea.
Su espalda se enderezó mientras se limpiaba.
 —Lo sé. Pero en serio, eres lo bastante inteligente como para hacer lo que quieras. Solo quería asegurarme de que el fútbol era lo que más amabas.
Parpadeé y sacudí la cabeza.
 —¿Me acabas de llamar... inteligente?
—Me sorprendió. Frunció el ceño.
—Por supuesto que eres inteligente. Siempre supe eso. Se necesita una serie loca de neuronas para siempre decir en clase justo lo que sabes me hará enfadar más. Riendo, sacudí la cabeza y terminé mi cuarto perrito de maíz, pero aún me sentía internamente halagada porque me dijo que era inteligente.
Cuando vi a otro puesto de comida no muy lejos, me sacudí las migas de los dedos y volví mi atención hacia ella.
—Está bien. Basta de hablar de mí. Quiero saber más de ti. Su sonrisa era un poco incierta.
 —¿Yo? ¿Qué quieres saber de mí?
 Inclinándome un poco encima de la mesa, le envié una mirada, como si quisiera decirle que se preparara, porque se trataba de una pregunta seria. Con mi voz baja, le pregunté
—: ¿Cuál es tu sabor favorito de helado? Parpadeó y luego echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—No lo sé. ¿Vainilla?
Arrugando la nariz, exploté.
 —¿Vainilla? ¿Quién demonios prefiere vainilla sobre todos los otros sabores que existen?
 —¡Oye!
 —Me regañó, medio riendo y medio insultada.
—. No critiques mis gustos. ¿Cuál es tu favorito?
 —Fácil. Rocky Road.
—Interesante.
 —Haciendo un sonido en la parte posterior de la garganta, se tocó la barbilla con el dedo y me examinó.
— ¿Es algún tipo de simbolismo sobre la forma en que se ha desarrollado tu vida?
 Solté un bufido y rodé los ojos.
 —Muy bien, señorita Profesora de Literatura. Ya basta de esa mierda. No todo es una analogía de la vida. A veces, solo nos gusta la forma en que algo sabe.
 —Lamiendo mis labios, me balanceé hacia ella mientras mi atención se centraba en su boca.
— Cómo me gusta la forma en que sabes.
—No —advirtió al instante; toda sonrisa desapareció cuando se apartó y me lanzó una mirada nerviosa.
Joder, me olvidé que lo mantenía estrictamente platónico.
—Lo olvidé. —Levantando las manos, me eché atrás al instante—. Error mío, en serio. Lo siento. Pero ahora me hiciste antojar helado. Si no puedo tener lo otro que se me antoja en este momento, me debes un cono grande con dos cucharadas de Rocky Road. Poniéndome de pie, llegué a través de la mesa hasta su mano y tiré de ella detrás de mí.
Nunca fui una persona de sostenerme las manos antes de hoy, pero me gustó entrelazar los dedos con los de ella y presionar nuestras palmas juntas. Había algo sano e inocente y, sin embargo, absolutamente erótico en balancear los brazos en sintonía a medida que caminábamos al lado del otro.
—Mmm, esto es por lo que te arrastré aquí —dije después de que ambas teníamos conos llenos de helado—. No podía comprar un helado por mi cuenta. Santana me tentó más allá de la cordura con un vistazo de su lengua cuando lamió la vainilla cubierta de chocolate y M&Ms picados.
 —¿Por qué?
 Solté un bufido.
 —¿Qué tan malo es para una chica visitar un puesto de helados sola?
 Infiernos, incluso es malo para una chica tomar uno con otro chico. Solo es correcto cuando una chica te arrastra a regañadientes. Arrugando la nariz, chocó un hombro contra el mío.
 —Por lo tanto, ¿soy tu tapadera para helados?
—Exacto.
 —Ves, me comprendía totalmente.
Ni siquiera me importaba que toda la idea la hiciera reír de mi estupidez. Me encantaba su risa. Nos dirigimos a través de los puestos, tomadas de la mano y comiendo nuestros conos de helado, comprobando todas las porquerías extrañas que las personas tenían a la venta. Era joyería hecha en casa y pequeños adornos  extraños, que sobre todo, nos hicieron reír. Pero entonces Santana encontró un estante de libros usados. La observé recorrer los libros de bolsillo deshilachados, encantado por la fascinación en su cara. Se hallaba en su elemento y se veía bien allí. Cuando encontró una historia que supe captó su interés, le pagué al vendedor por el libro antes de que ella se diera cuenta de que lo hice.
—No tenías que hacer eso.
—Sus palabras decían una cosa, pero sus ojos decían otra mientras abrazaba con gratitud el libro contra su pecho.
Rodé los ojos.
—De nada —le dije, golpeando un hombro con el suyo.
— Ahora vamos a buscar un lugar en el césped y extendernos por un minuto para que puedas leer. Sus ojos se agrandaron.
—Tú... ¿acabas de ofrecer dejarme... leer?
Me encogí de hombros.
—Claro. ¿Por qué no? Es nuestro día de descanso para relajarnos y hacer lo que queramos. Y he visto tu dormitorio, ¿recuerdas? Sé lo mucho que te gusta leer.
—Pero... eres simplemente...
—Sacudió la cabeza, sin saber qué decir.
—. Seguramente eso es lo más dulce que alguien me ofreció alguna vez. No podía creer que estuviera tan conmovida por la sugerencia. No lo vi como algo tan importante. Tratando de restarle importancia, dije
—: En verdad, tengo un motivo egoísta. Pensaba que tomar una siesta bajo el sol parecía como el paraíso ahora mismo. Así que... si estuvieras leyendo…
—Espera, espera, espera. ¿Me trajiste a una cita para tomar una siesta?
Cuando arqueó las cejas, me reí y levanté las manos.
—Oye, espera. ¿Quién dijo que esto era una cita? Pensé que dejé muy claro que no iba a intentar ninguno de esos trucos que suceden en las citas. Solo quería estar con alguien con quién disfrutaba pasar el tiempo y hacer cosas que las dos quisiéramos hacer juntas. Y ya que puedo ver en tus ojos que te mueres por abrir ese libro, y yo mataría por una hora de descanso, las dos cosas irían bien juntas. Y al parecer eso fue toda la explicación que necesitaba.
—Está bien
—concordó antes de que tratara de continuar engatusándola. Así que eso es lo que sucedió. Nos estiramos juntas, lado a lado con las caras bañadas por el sol y la espalda apoyada en una enorme roca ornamental, y cerré los ojos mientras abría su libro. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando me desperté la oscuridad se acercaba. Me sentía más descansada de lo que me había sentido en mucho tiempo. Podría tener algo que ver con el hecho de que mi cara se apoyaba en su muslo o que ella pasaba sus dedos por mi pelo, pero maldita sea, se sentía bien. Me quedé allí durante un segundo, simplemente impregnándome de ello,  preguntándome cómo diablos mi cara llegó ahí y cómo podría tenerla de nuevo allí, sin ropa. Oí un cambio de página por encima de mí y decidí incorporarme, bostezando. La mano de Santana cayó de mi pelo, lo que fue una pena, pero me sonrió de una manera encantadora mientras bajaba el libro y preguntaba.
—: ¿Mejor?
—Mucho.
—Me estiré, dándome cuenta de que llegó a la mitad de su historia. Maldita sea.
—. ¿Qué hora es?
Antes de dormirme saqué el teléfono del bolsillo para estar más cómoda. Cuando lo vi cerca en la hierba, fui a tomarlo, pero Santana respondió
—: Es casi las siete.
—Joder.
 —Puck tal vez tuvo un ataque. Como si acabara de oír mis pensamientos, sonó mi celular.
 —Y, oh, sí —añadió Santana—. Alguien llamado Puck sigue llamando y preguntando dónde está su camioneta.
Gemí y le contesté a mi compañero, diciéndole que se mantuviera calmado. Santana leyó la respuesta por encima de mi hombro.
—¿Supongo que Puck es un amigo?
—Sí. —Guardé el teléfono—. Mi compañero de cuarto. Le dicen Puck. Toma literatura moderna conmigo, en realidad.  Noah Puckerman. Enarcó las cejas.
 —Oh.
 —La forma en que lo dijo me reveló que sabía quién era Puck.
—. Escribe artículos muy... interesantes.
Riendo, me apoyé en ella para oler su cabello. Olía exactamente como lo imaginé, a lavanda y sol cálido.
 —Apuesto a que sí. Lleno de palabras con J y comentarios groseros, ¿no?
Se puso tensa.
Alarmada por su reacción, me aparté.
 —¿Qué pasa?
—Entonces comprendí.
—. Mierda. Lo siento tanto. Sé que no debo preguntarte sobre los trabajos o calificaciones de nadie. Me dije que hoy ni siquiera mencionaría a la escuela.
—No, no pasa nada. No es por eso que enloquecí. Quiero decir, no es que estuviera...
 —Se aclaró la garganta y miró hacia otro lado; sus mejillas se volvieron rosa. Tomé su mano, preocupada por arruinar nuestro día perfecto. No pensó que yo le hubiese dicho a Puck lo que hacía con ella en su camioneta, ¿verdad? Abrí la boca para asegurarle que mi compañero no tenía idea de nada, cuando por fin levantó la mirada.
—¿Acabas... acabas de inclinarte y olerme?
 Mierda. Lo hice, ¿no? Otra cosa que me prometí no haría hoy. Pero ni siquiera lo pensé. Después de despertar relajada y descansada con mi cabeza en su muslo y sus dedos en mi pelo, se sintió como lo más natural del mundo.
—Tal vez —evadí solo para luego girar el enfoque en ella.—. ¿Acabo de despertar en tu regazo, contigo rascándome la cabeza? Ruborizándose locamente, se mordió el labio.
 —Tal vez.
Me incliné hacia ella. Quería robarle un beso. Tan desesperadamente. Pero mi teléfono sonó de nuevo, haciéndome saber que tenía otro mensaje. Con un gemido, lo levanté, y leímos el mensaje de Puck, queriendo saber cuándo le regresaría la camioneta. Santana frunció el ceño.
 —¿Por qué tienes su camioneta? ¿Qué pasa con la tuya?
—No tengo una camioneta —contesté mientras le respondía a Puck, para decirle que estaría en casa a la medianoche. Los ojos de Santana se agrandaron.
 —¿Medianoche? ¿Qué tienes planeado hacer conmigo hasta entonces?
 Me estremecí, pensando en todas las cosas que me gustaría hacer con ella hasta entonces, pero tuve que recordarme que prometí comportarme.
—Es una pregunta peligrosa —advertí.
 —¿Y por qué no tienes camioneta?
—Entonces rodó los ojos.
—. Oh, lo entiendo. Eres una chica de motocicletas, ¿no es así? Debí haberlo adivinado.
Sacudiendo la cabeza, solo sonreí.
 —Ya me gustaría.
Su sonrisa burlona desapareció.
 —¿Quieres decir que no…?
 — Atragantándose, se sonrojó con aire culpable.
—. Oh, Dios mío. Lo siento. Simplemente asumí...
 —Oye, no dijiste nada malo. No tengo un coche, eso es todo. Me sentiría, no sé... egoísta, supongo, si me comprara uno mientras mi familia estuviera...
— Bueno, no teníamos que ir allí.
—. Suelo enviar todo el dinero extra que tengo a casa, para que mi hermana se encargue de las cosas allí, por lo que no es como si pudiera pagarlo.
—Bueno, eso es solo... ya sabes, me sorprendes todo el tiempo, Brittany Pierce. Tan pronto como descubro algo bueno y altruista acerca de ti, vas y lo superas con algo aun mejor.
En lugar de halagarme, sus palabras solo alimentaron mi culpa. Porque traerla aquí hoy fue increíblemente egoísta e incorrecto, amenazando su futuro y el de Caroline, Colton y Brandt. Y aún peor, no me molestaba lo suficiente como para ya llevarla a casa. Ya nos encontrábamos aquí; ¿qué eran otro par de horas? Además, quería que experimentara la única cosa por la que la traje aquí.
 —Vamos.
—Le agarré la mano y nos ayudé a ponernos de pie.
—. Creo que ya es hora del evento principal.
 —¿El evento principal?
—Su sonrisa era curiosa con un rastro de emoción ansiosa-
—. ¿Cuál es el evento principal?
Señalé las luces detrás de nosotras al otro lado del mercado de proveedores. A lo lejos, se iluminó el contorno de una rueda de la fortuna girando lentamente. Sonriendo, bajé mi boca a su oído.
 —Está a punto de experimentar su primer carnaval, Dra. López. Sus hermosos labios se abrieron por el asombro. Las luces de colores brillantes del parque de atracciones se reflejaban en sus ojos deslumbrados. Girando hacia mí, balbuceó
—: Pero, ¿cómo sabías que nunca he...?
Maldición, no recuerda nada de la conversación borracha que tuvimos, lo que era demasiado condenadamente malo, porque yo no podía olvidar un solo detalle de la misma. Levantando sus dedos entrelazados con los míos a mi boca, le besé los nudillos levemente y le guiñé un ojo.
—Es un viejo truco de percepción extrasensorial que aprendí de mi profesora de literatura.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 4:12 pm

CAPITULO 19

“El amor  es como el viento, no puedes verlo pero puedes Sentirlo”.
Nicholas Sparks, Un Paseo para recordar.


BRITTANY

Le encantó. Santana no dijo nada en voz alta, pero todo lo que tenía que hacer era observar las expresiones que revoloteaban en su rostro para saber que la experiencia le fascinó.
—Oh, Dios mío. Mira. De verdad venden algodón de azúcar en los carnavales. Creí que eso podría ser solo un cliché de las películas.
 Cuando ella me jaló con la mano para salir corriendo, apresurada hacia el puesto de comida, me sentía como una paseadora de perros siendo arrastrada por todas partes por mi mascota sobreexcitada. Reí y me apuré para mantener el paso. Era tan malditamente adorable cuando dejaba libre a su niña interior. Mientras ordenó una gran bola rosada de algodón de azúcar, yo compré una Coca-Cola porque sabía que necesitaría un trago pronto.
—Oh, guau.
 —Apretó los labios después de la primera prueba y arrugó la nariz.
—. No me di cuenta de que se derretiría tan pronto como tocara mi lengua. Pero, guau, en serio es pura azúcar, batida en una bola esponjosa, ¿verdad?
—Toma.
—Le ofrecí el trago y me agradeció con amabilidad antes de arrebatármelo y tomar la mitad del contenido.
Comió del algodón de azúcar mucho más lento luego de eso, y juntas, subimos a las gradas del carnaval, mirando una corta función de marionetas antes de que otro vendedor nos llamara incitándonos a probar su tiro de pelota. Santana me golpeó en las costillas.
—Vamos, señorita Mariscal de Campo — provocó—. ¿Por qué no nos muestras lo que tienes?
—Oye, tú eres la campeona del tiro de pelota ahora; tuviste un día entero de práctica. ¿Por qué no tratas?
 —Ohh.
 —El vendedor nos miró con deleite.
—. Huelo un desafío. ¿Quieren ir una contra otra? Entonces, hicimos el tiro de pelota. Pateé su trasero, por supuesto, y me dijo que una mala ganadora. Me encogí de hombros y le dije que se lo pondría fácil cuando decidiera ponérmelo fácil calificando mis ensayos. Murmuró
—: Touché.
—Luego rodó los ojos, riendo.
Cuando el vendedor me felicitó y puso un conejito de peluche azul con orejas colgantes rosadas en mi pecho, lo miré como si hubiese perdido la cabeza. Santana se agarró el estómago y rió más fuerte.
—Ahhh. Lucen tan lindos juntas. Y mira, su pelaje es casi del mismo color que tus ojos. Creo que es una combinación hecha en el cielo.
 —De acuerdo, listilla. Mejor tomas esta cosa porque es seguro que no lo llevaré por todos lados. Cuando lo empujé hacia ella, lo miró como si tuviera la rabia.
—Pero... yo nunca he tenido un animal de peluche. Sus brazos se enredaron alrededor de él para evitar que se cayera.
—Nunca sé es demasiado viejo para comenzar —dije, sintiéndome engreída por haber podido darle el conejito sin ser cursi al respecto. Seguía luciendo completamente aturdida.
 —¿Pero qué hago con esto?
—Demonios, no sé. Ponlo en tu cama con todos los cojines que tienes.
—Bueno.
—Aún actuaba indecisa, pero podía ver el anhelo en sus ojos. La niña quería su peluche. Al final, cedió con un calmado y sincero
—: Gracias.
—Pestañeó, y lo juro por Dios, si dejaba caer una sola lágrima, iba a arrastrarla al primer tranquilo y oscuro rincón y la besaría sin sentido. Pero, en serio, ¿qué clase de padres no les compra animales de peluche a sus hijos? Incluso mi rara madre, un año para navidad, me lanzó un peluche de perro mutilado, con una oreja arrancada. Necesitando alejarnos de todo lo emocional, tiré de su mano.
—Eso es todo.  Es tiempo de llevarte a dar un paseo y ver cuán resistente es tu estómago.
—Oh, yo no... No, eso está bien.
—Con ojos bien abiertos y expresión cautelosa al instante, negó con la cabeza y se resistió a mí.
—¿Qué? No estás asustada, ¿verdad? No te preocupes. Comenzaremos con algo sencillo. ¿Qué te parece la rueda de la fortuna?
—¿La rueda de la fortuna? —Sus ojos se abrieron incluso más—. Pero esa es la cosa más grande y alta en todo el parque.
—Oh, vamos. Tienes que probarlo al menos una vez.
 Fue muy fácil convencerla para hacerlo; creo que secretamente quería subir pero le ponía nerviosa. Luego de comprar tickets, nos pusimos a la fila detrás de un puñado de niños. Éramos por lejos las personas más grandes esperando subir. Acercándose a mí, Santana murmuró
—: Esto es tonto. Vámonos.
—Nop. No te vas a escapar de mí.
—Apreté mi agarre en su mano, manteniéndola cerca mientras miraba a la rueda de la fortuna, que reducía la velocidad para dejar a unas niñas risueñas bajarse. Su espalda se tensó de inmediato, y vi que un poco de su yo-profesor brotaba en sus rasgos. Fue un poco sexy.
—No estoy escapándome. Estoy...
—Escapándote. —Sonreí con suficiencia, retándola a contradecirme,
—De acuerdo —espetó, volteándose a la atracción—. Vamos a la rueda de la fortuna.
 —Bien —dije—. Porque es nuestro turno.
—¿Qué?
—Sus dedos se apretaron alrededor de los míos y gimió.
—. Oh, Dios. Brittany, espera.
Tirando de ella, la ayudé a subir al asiento que el chico mantenía abierto para nosotras antes de saltar a su lado. Se veía tan nerviosa, con sus dedos apretados alrededor de la barra de seguridad hasta que los huesos de sus nudillos trataron de salir de su piel. Necesitando distraerla, choqué mi codo con el suyo.
 —¿Sabes? Mi primer beso fue en la cima de la rueda de la fortuna.
 Santana me miró con los ojos muy abiertos.
 —¿Cómo fue?
Hice un gesto como diciendo más o menos.
—Húmedo y descuidado. Las dos éramos bastante torpes, pero bueno, solo teníamos ocho años. —Hice una mueca—. Y sus padres vieron todo. La arrastraron lejos tan pronto como bajamos, castigándola por acercarse a la desagradable niña Pierce.
—Con un suspiro, me encogí de hombros.
—. Nunca más me habló en el colegio. Cuando noté la extraña mirada de Santana, pregunté
—: ¿Qué?
 Las esquinas de sus labios se elevaron con una sonrisa.
—Me refería a cómo fue el paseo en la rueda.
—Oh. Bueno...
—Nuestro carro se agitó con un movimiento y fuimos elevados en el aire. Alcancé su mano para cubrirla—. Tiempo de descubrirlo.
Ella contuvo el aliento y se inclinó hacia mí. Cuando la rueda se detuvo para dejar que subiera más gente, Santana tragó saliva audiblemente y se inclinó hacia delante para mirar todo lo podíamos ver desde esta altura.
—Guau.
—Lo sé. —No podía apartar los ojos de ella—. Bastante sorprendente, ¿no?
 —Creo... creo que... es la puesta de sol más hermosa que he visto en mi vida.
—Las lágrimas brillaron en sus ojos y no había manera de que pudiera hacer nada. Inclinándome, presioné un beso breve y cortés en su mejilla. Mientras me alejaba, Santana tocó su piel húmeda con dos dedos y me miró. Sintiéndome más consciente de mí misma luego de este pequeño besito que de todos los acalorados besos de boca abierta que compartimos antes, aclaré mi garganta y traté de encogerme de hombros.
—¿Qué? Es una tradición para mí. Y tus padres no están aquí para llevarte lejos luego, entonces... ¿por qué no? Sus labios se elevaron en una sonrisa, y dejé salir un respiro de alivio, encantada de que no estuviese enojada. Pasamos el resto del paseo en una alegría tranquila, mirando el reflejo de la puesta de sol en el agua del río.
—Está bien, eso fue divertido —admitió una vez que nuestros pies estuvieron en el suelo.
—¿No estás encantada de que te haya hecho intentarlo?
 Levantó la barbilla y apretó sus labios para contener una sonrisa, pero la vi de todos modos.
—Sí. Sí, lo estoy.
—¿Y ahora qué? ¿Autos chocones? ¿El Scrambler?
—Tengo una idea mejor.
—Agarrando mi mano, comenzó a caminar. La seguí, encantada por ese despreocupado y deseoso lado de ella. Cuando pasamos por una tienda de campaña, dobló a la derecha, llevándome al tranquilo y oscuro lugar al costado, apretado entre la lona y la cabaña del espectáculo de marionetas.
—¿Qué...? Se detuvo bruscamente y me miró.
Fue entonces cuando me di cuenta de... Oh, mierda. Mi piel vibraba con el zumbido de energía. Me rehusé a reacciones. Le prometí que no trataría nada malo. Pero jamás dije que ella no podía. Y obviamente, ella quería. Levantó su mano, y contuve mi aliento. Pero luego sus dedos apenas rozaron mi mejilla, y el aire salió silbando de mis pulmones, incapaz de estar más ahí. Salió a través de mis dientes hasta que mis fosas nasales se dilataron. No dijo ni una palabra; y yo tampoco. Girando su mano, pasó sus nudillos por mi mandíbula. Cuando peinó mi cabello, cerré los ojos e incliné mi cabeza para darle mejor acceso.
 —Santana.
 —Su nombre salió de mis labios. Mi cuerpo se hallaba tan encendido que sabía que vería chispas eléctricas sobre mi piel si abría mis pestañas.
—¿No me vas a tocar?
—Su voz era ronca; estaba tan encendida como yo.
 —¿Me lo estás pidiendo? Porque prometí que no lo haría. Su aliento calentó mis labios. Demonios, se encontraba justo ahí.
 —Brittany
—susurró.
 Abrí mis ojos mientras añadía
—: Tócame.
 Su boca encontró la mía, y lo sentí hasta el ultimo nervio de mi coño. Mientras me mojaba en mis vaqueros, sus labios se entreabrieron y su lengua caliente y húmeda se lanzó hacia delante con cautela. Jadeando, tomé su cara e incliné su barbilla hasta que quedó como la quería yo, apretando mis brazos y parándose sobre las puntas de sus pies para presionarse contra mí. Sabía a algodón de azúcar y Coca-Cola. Presionando mis caderas contra su suavidad, traté de aliviar un poco de las palpitaciones insistentes. Pero ella estaba tan cálida y flexible en estos momentos, que nada menos que la liberación calmaría mi deseo.
—Dios, sabes cómo besar.
—Estaba volviendo loca a mi boca con su tímida y curiosa exploración.
Se apartó para jadear contra mi garganta.
 —¿En serio?
Ya que parecía no creerme, tendría que mostrárselo.
 —¿Qué crees?
Volví mi boca a la de ella y llevé las cosas un poco más allá. Parecía ansiosa por ir adonde la llevara; sus manos revoloteaban por mis pechos, sobre mis brazos, en mi cabello...
—Jesús.
Paré para recuperar el aliento.  Mi respiración entrecortada alborotó su cabello. Se estremeció y me abrazó, así que envolví los brazos a su alrededor. Nos sostuvimos la una a la otra mientras la música de la rueda de la fortuna sonaba sobre nosotras y una brisa fría del sol poniente pasaba con suavidad. La esencia de palomitas de maíz y perritos calientes lo hacía casi surrealista, pero realmente nos encontrábamos aquí, haciendo esto, una jugadora de fútbol universitario y su profesora de literatura fraternizando. Descansé mi boca contra su sien y la besé ahí.
—Estoy dentro si tú lo estás, Santana. Sé que tenemos mucho que perder. Pero creo totalmente que tenemos más que ganar si comenzamos algo. Así que, depende completamente de ti. Tienes que decir la última palabra.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 6:58 pm

CAPITULO 20



“Las  personas  enojadas  no siempre son sabias”.
Jane Austen, Orgullo y Prejuicio.
Pero…..

“Hasta un tonto aprende algo una vez que lo ha sufrido”.
Homero, La Iliada

SANTANA

Yo no había visto, hablado, o escuchado de Brittany en tres días, no desde que condujo a casa desde el carnaval, me acompañó hasta la puerta, y me besó frente a mi pórtico. Supongo que hablaba en serio cuando dijo que el siguiente paso dependía completa y totalmente de mí, lo que me asustó mucho. Lo más inteligente era mantenerse alejada. Lo sabía y mi cabeza se hallaba de acuerdo. Pero mi cuerpo simplemente no lo entendía, y no creo que mi corazón lo hubiese captado tampoco. Estuve inquieta todo el domingo y el lunes. Seguí mirando mi teléfono para ver si me perdí una llamada. Seguí mirando por la ventada de mi sala de estar para ver si alguien pasaba por mi camino de entrada. En el trabajo, desvié mi atención cada vez que oí pasos en el pasillo. Pero ni Brittany, ni ningún estudiante o profesor, en tal caso, se detuvo en mi puerta. Hoy, sin embargo… Hoy la vería. En la clase. Sentía tantos nervios que relajarse era imposible. Todas mis clases tuvieron lugar en la sala Morella excepto una, un curso principiante de literatura que enseñaba a distancia a través de telenet a una universidad de la comunidad local. Tuve que cruzar la calle y caminar media cuadra hasta la biblioteca del campus, que tenía el sistema de difusión de video más cercano al departamento de inglés en el campus.  Tan pronto como terminara con eso, tenía diez minutos para volver a Morella para la clase de literatura moderna de América de Brittany. Nerviosa por verla, salí rápido de la biblioteca, casi galopando en mis tacones. Sabía que no podía decirle que quería empezar una relación, pero eso no significaba que no estaba sufriendo un grave síndrome de abstinencia.
 Necesitaba que Brittany lo solucione… pronto. Así que cuando la vi al acercarme a Morella, donde apoyó un hombro contra el edificio, de espaldas a mí y su teléfono celular presionado a la oreja, todo dentro de mí se animó. Me dirigí en su dirección para que me viera pasar… Hasta que escuché lo que decía.
—Shh, cariño. Cálmate, y dime ¿qué sucede?
La preocupación en su voz y el apodo afectuoso que usó me hicieron detenerme. Una capa espesa de celos sabía a ácido en mi lengua. ¿Quién era Cariño, y por qué parecía tan cercano a ella? Entonces dijo entre dientes
—: ¿Embarazada? ¿Estás embarazada? ¿Cómo puedes estar…? Jesucristo. Pero tú has dicho… Embarazada.
Mis oídos resonaron con un dolor para el que ni siquiera pude prepararme. Pero, ¿embarazó a una chica? No podía… esto era… No.
—Ahórratelo, está bien —gruñó salvajemente en el teléfono
—. Puedes pedir disculpas por mucho tiempo, pero eso no va a cambiar el hecho de que vas a ser… Jesús, ¿cómo vamos a mantener a un niño? Santa mierda.
 Ella llevó la mano a la parte posterior de la cabeza; sus dedos temblaban.
—Basta. Deja de llorar. Tú te metiste en esto. Y ahora las dos vamos a pagar. Mierda. No puedo… Simplemente no puedo…
—Suspiró cansada, y masajeó sus sienes mientras inclinaba la cabeza hacia atrás.
—. No puedo hablar de esto ahora. Tengo que ir a clase. No… No… ¡Maldita sea, no! Te llamaré más tarde.
Colgó y se metió el teléfono en el bolsillo. Echó un vistazo a su derecha, como para asegurarse de que nadie la hubiera oído por casualidad, pero no se molestó en mirar a la izquierda, o me habría visto a mí inmóvil, mirándola con el corazón roto. El dolor de saber que decidió embarazar a alguien más me destrozó hasta que surgió la ira. Fue muy grosera con esa pobre chica. Ella estuvo llorando y disculpándose, y tal vez totalmente asustada, y Brittany le gritó, la regañó y la hizo sentir como una mierda. Qué idiota.
 La decepción subió hasta mi garganta. No podía creer que me enamorara de esta chica, pensando que era noble y buena. Apreté las manos en puños, queriendo pegarle y hacerle daño del mismo modo en que me lastimó.
Diablos, del mismo modo en que su “cariño” me hizo daño. Pero por ahora, yo tenía que ir a clases. Tras caminar el resto del trayecto hasta mi salón, puse la cartera en mi escritorio lo bastante fuerte para que un estudiante de la primera fila que se encontraba acostado con la cabeza en su escritorio saltase y se sentara. Mierda, necesitaba calmarme antes de que hiciera algo estúpido. Era más fácil decirlo que hacerlo, porque Brittany entró en el salón un segundo después, despertando cada nervio en mi sistema.
Le eché un vistazo, y ella encontró mi mirada. Se veía muy solemne, y me pregunté si iba a confesarme todo. Pero entonces sus labios temblaron como si tratara de obligarlos a sonreír por mí, pero no consiguió hacerlo.
Al mismo tiempo, sus ojos permanecieron entrecerrados y preocupados. Al pasar, tiró una hoja de papel doblada hacia mí. Aterrizó perfectamente en mi maletín cerrado. Ni siquiera aminoró el paso mientras seguía en marcha, encontrando un lugar en el fondo del salón. Pensando que me iba a pedir un encuentro en algún lugar para decirme lo que acababa de suceder, cogí la nota con manos temblorosas y la desdoblé. Pero era solo otra cita para mi pizarra. Y una alegre y feliz cita. Fruncí el ceño, y la línea recta de mis labios mostraba que en efecto no todo estaba enderezado. ¿Cómo se atrevía? Después de lo que le acaba de hacerle a la otra chica, después de lo que acababa de enterarse… ¿Cómo mierda se atrevía a intentar algo conmigo? Bastarda horrible, malvada, despreciable e infiel. Abriendo mi maletín, saqué mi pila de notas. La sangre hervía por mis venas mientras los revisaba sin la menor idea de lo que miraba en realidad.
 Luego, con calma, me paré frente a la clase, con las notas en mis manos al tiempo que veía asiento tras asiento irse llenando hasta que pareció que todo el mundo estuvo presente. Brittany se sentó en su silla, con los ojos cerrados y el rostro entre las manos mientras apoyaba los codos sobre el escritorio. Era más que obvio que la  noticia de su maternidad le molestaba. Bueno, decidí que claramente no tenía suficiente de que preocuparse. Metiendo mis notas de nuevo en el maletín, lo cerré y apoyé mis manos en la parte superior.
—En la obra La Letra Escarlata de Nathaniel Hawthorne —comencé, con la barbilla en alto—, la protagonista, Hester Prynne, tiene que llevar la letra A de color rojo en su ropa para mostrar a todos que cometió adulterio y tuvo un hijo fuera del matrimonio. Se convirtió en una marginada para el resto de su vida. Mientras que su amante, que cometió el mismo acto, quedó ileso porque ella se negó a nombrarlo. Pero a pesar de que vivió con su buena reputación, acabó volviéndose loco y a morir a causa de la culpa.
Señorita Pierce —levanté la voz y le lancé una dura mirada—, ¿qué cree que es peor? Levantó la cabeza desde donde se encontraba, y obviamente, no prestó atención a nada de lo que acababa de decir. Con los ojos llenos de tormentos, dijo con voz ronca
—: ¿Qué? —Entonces miró a su alrededor, y se volvió hacia mí.
—. Lo siento, ¿Qué?
—La Letra Escarlata —le recordé—, Nathaniel Hawthorne. La mujer se acuesta con su ministro y queda embarazada. Es despreciada públicamente por tres horas, luego arrojada a la cárcel, y obligada a llevar la letra A para mostrar su vergüenza a todos por el resto de su vida. O a su amante. El ministro local que ella se negó a acusar. Él sale con una reputación intachable, pero no puede soportar toda la culpa. Así que… ¿a qué personaje cree usted que le fue peor? ¿Prefiere que todos sepan lo que hizo y lo odien por ello, pero terminar con la conciencia tranquila? ¿O prefiere ocultarlo y dejar que se pudra, pero siempre estará preocupado de que se sepa, y avergonzado de saber que alguien ha pagado por el mismo delito que usted ha cometido? Su rostro perdió todo el color cuando abrió la boca. Pero no tenía nada que decir. Se quedó mirándome fijo unos veinte segundos y el tormento llenó sus ojos, antes de que parpadeara rápidamente y sacudiera la cabeza.
—Yo… Yo pensé que hoy empezábamos con Tennessee Williams.
 A nuestro alrededor, la clase rió entre dientes, y mi cara se llenó de roja y caliente vergüenza. Querido Dios. ¿Qué demonios hacía? Esto tenía que ser la cosa más poco profesional e inmadura que jamás había intentado. Si estaba molesta con Brittany por algo, intentar desquitarme con ella en el salón de clases era lo peor posible. Sintiéndome mal del estómago con mi propia vergüenza, aparté la vista y llevé la palma de mi mano a la boca mientras trataba de recuperar mi dignidad. No funcionó. Respirando hondo, levanté mi cara, tratando de no gritar.
 — Muy bien, señorita Pierce —le dije, con la voz ronca por la emoción.
Asentí una vez
—. Supongo que prestaba atención, después de todo.
Aunque todos soltaron una risita divertida, Brittany seguía mirándome como si la hubiera traicionado.  Todavía demasiado inquieta para continuar la clase, agité mis manos.
— Espero que todos tengan El Zoo de Cristal terminado a finales de la próxima semana. Hoy les voy a dar el resto de la hora para que encuentren un rincón agradable y tranquilo para leer. Vamos a continuar nuestras discusiones en la clase del jueves. Por un instante, nadie se movió, como si pensaran que les tomaba el pelo. Yo no era uno de esos profesores que dejan la clase antes de tiempo, pero hoy, no había manera de que pudiera quedarme de pie aquí toda la hora. Sin molestarme en esperarlos, tiré de mi maletín y fui a la salida. Detrás de mí, oí por fin que empezaron a recoger sus cosas, pero no esperé como solía hacerlo. Como el ministro de Hawthorne, tenía que nutrir mi propia culpa.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 7:42 pm

CAPITULO 21


“Ellos  se deslizaron rápidamente en una intimidad  sexual de la cual nunca se liberaron”
F.Scott Fitzgerald. A este Lado del Paraiso.

BRITTANY

¿Qué demonios acababa de suceder? Ya tenía un humor de mierda. La llamada que recibí puso mi mundo patas arriba. Desperté esta mañana, planeando ser la estudiante perfecta en la clase de Santana y ser juguetona y linda para que dejara de resistirse a mí. Incluso encontré la frase perfecta para hacerla sonreír. Pero luego se desató todo el infierno, y se necesitó todo de mí para siquiera mirarla en toda su imponente gloria mientras sentía como si mis entrañas estuvieran siendo levantadas a tirones hacia mis amígdalas. Me nombró cuando yo deliberaba si debería ir a casa e intentar ayudar a arreglar algo del desastre que hizo mi hermana.
Pero Jesús, ¿cómo íbamos a criar a otro niño en ese lugar? Caroline tendría dieciocho pronto. Tal vez podría traerla a Ellamore conmigo. Pero la idea de dejar a Colton y Brandt solos me hacía encogerme. Luego Santana apareció. No tenía idea de qué había cambiado entre el sábado por la noche y esta mañana, pero esta no era la mujer de la que me despedí con un beso en el pórtico. Esa mujer era cálida, receptiva y ponerme de rodillas con solo su sonrisa. Pero esta mujer… maldita sea, no sé. Pero iba a descubrir cuál era su maldito problema.
Mientras ella salía apresuradamente del salón tan pronto como nos dio permiso para marcharnos, agarré mis cosas y la perseguí.
 —¡Oye! —grité.
 Pero todavía había demasiadas personas cerca. No podía asegurar si me ignoró por el bien del decoro o porque se encontraba muy enojada. Apretando la mandíbula, la seguí. Llegó a la escalera que dirigía al  siguiente piso donde se hallaban las oficinas. Dejamos a los estudiantes detrás y tan pronto como alcanzamos el descansillo, le agarré el brazo. Se dio la vuelta, fulminándome con la mirada. Entonces le devolví la mirada y abrí de un tirón la primera puerta que vi. Terminó siendo un armario de suministros. Perfecto. La empujé dentro.
 —¿Qué crees que estás haciendo? Deja de maltratarme.
Después de asegurarme que nos encontrábamos bien y bloquear la puerta, me moví lentamente.
—Vamos a hablar sobre esto.
—¡Dije que me quites las manos de encima! —dijo jadeando y retorció su codo para liberarlo de mi agarre. Apreté los dientes.
—Cristo, ¿qué está pasando contigo? ¿Por qué estás de repente tan enojada? El sábado por la noche…
—¡No! ¿Cómo te atreves a mencionar el sábado? Maldita sea.
Empujó mi pecho
—. Incluso la idea de que entres en mi clase con tu notita coqueta solo minutos después de escuchar que vas a ser madre me repugna.
—¿madre? —
Di un paso atrás y me topé con la puerta
—. ¿Qué dices?
—¡Sí! Madre.
 Sus ojos azules lanzaron dagas de odio antes de que se llenaran con dolor
—. Te escuché hablando con esa pobre chica por teléfono, gritándole. Jesús, Brittany. ¿Cómo pudiste tratarla de ese modo? Eres tan responsable por esto como ella, aun así no parecías tener ni un ápice de remordimiento o…
—De acuerdo, detente ahí.
Levanté las manos, mirándola con furia.
— Quizá deberías conocer todos los hechos antes de atacarme.
Solté una risa amarga
— Jesús. Tu fe en mi es increíble. Maldita sea, no puedo creer que pensaras automáticamente que era mi hijo.
—Bueno, sonabas bastante segura de que tendrías que hacerte cargo de eso, siguiendo sobre cuánto iba a complicar tu vida. ¿Por qué no pensaría que era tuyo?
—Bueno, lamento decepcionarte, pero no estoy metido en el incesto. Era mi hermana de diecisiete años, Caroline, y sí, me puse furiosa al enterarme de que quedó embarazada. También estoy segura de que el papi del bebé no va a estar allí para ella, así que tendré que ayudarla a hacerse cargo y esto hará nuestras vidas mucho más difíciles.
—Oh —
exhaló bruscamente. La disculpa se expuso en su mirada, pero no pidió perdón
—. Yo…
Cuando ella no podía siquiera decir que lo lamentaba, resoplé.
—Esto es genial.
Clavando las manos en mi cabello, me giré lejos, pero ni siquiera podía dar un paso lejos de ella; el armario era tan pequeño para que me escapara. Me dieron náuseas
—. No puedo creer que esté enamorándome tan profundamente de ti que estoy dispuesta a arriesgar la universidad, mi familia, mi futuro entero —todo— y todavía crees que soy capaz de jugar contigo y un niño. Maldita sea, incluso me encontraba dispuesta a intentar una relación monógama, comprometida y sin ningún reparo, lo cual nunca antes consideré.
La ira me consumía; me di la vuelta hacia ella y apunté un dedo en su pecho.
 —Puedo haber tenido sexo borracho con completas extrañas más veces de las que puedo contar, pero nunca, ni una vez, he olvidado que sea seguro casi usar protección, me examinan regularmente por ser parte del equipo de futboll. Soy una follada segura, ¿entiendes? Y si llegara  a querer a someterme a cualquier tipo de tratamiento para embarazar a una chica, ¡estoy segura que no terminaría diez minutos después enviándole notas de amor a mi maldita profesora de inglés! ¿Está perfectamente claro?
Sus ojos chocolates se veían tan grandes que podía ver cada pensamiento lleno de remordimientos dentro de ella.
—Sí —susurró.
Luego su expresión se desplomó.
—Lo lamento. Lo lamento tanto. ¿Por qué sigo juzgándote mal?
—Al diablo si sé.
Apreté los dientes y la miré con furia.
—. Me doy cuenta perfectamente que esto entre nosotras está condenado al fracaso, de acuerdo. Sé que nunca podremos…
Cerré los ojos y agaché la cabeza.
— Tal vez no tengamos una oportunidad, pero no puedo dejar de pensar en ti. No puedo dejar de anhelar esa conexión que compartimos. Es tan malditamente fuerte que he estado dispuesta a… Dios, haría cualquier cosa por partecitas de ti, Santana. Pero si tan fácilmente puedes asumir que soy… Cristo, si no sientes lo mismo por mí…
—Lo hago. Siento lo mismo.
—Entonces pruébalo, maldita sea. Muéstrame que estoy arriesgando todo por un motivo. Porque, justo ahora…
Labios cálidos se estrellaron contra los míos, interrumpiéndome. Santana agarró mi cara y se elevó de puntillas, presionándose contra mí y encajándonos juntas como dos mitades de un todo inseparable.
—Lo siento. Lo juro
dijo con voz áspera contra mi boca entre besos.
— Siento lo mismo. Exactamente lo mismo. Por favor. Por favor. Lo lamento. También siento lo mismo. Solo estoy asustada y…
—Yo también.
Literalmente temblaba de miedo, y algo de ira residual, mientras que también aumentaba la lujuria. Ganó la lujuria. Alzándola en mis brazos, encajé nuestras bocas firmemente juntas. Cada molécula de mi cuerpo entró en combustión. Tanto calor me consumió, mi cerebro se fundió y mi cuerpo se hizo cargo. O tal vez no se fundió por completo, pero definitivamente entré en modo tipa de las cavernas. Mía. Debía poseer. Mis palabras no lograron convencerla, así que me sentía obligada a simplemente mostrarle a Santana cuánto me afectaba.
 Cuán diferente era de  todas las otras mujeres. De algún modo tenía que consolidar lo que habíamos comenzado para que supiera que esto no era meramente un error. Mi boca atacó la suya, forzándola a abrirla y dejarme entrar, a aceptar cada parte de mí. Mis dedos aprisionaron su rostro, atrapándola en mi beso. Me convertí en alguna clase de loca, incapaz de conseguir suficiente. El hecho de que estuviera tan frenética por mí, solo alimentaba la bestia. La sangre bombeaba por mis venas como lava. Caliente y explosiva. Incapaz de controlar mis respiraciones entrecortadas, la hice retroceder en el pequeño espacio de pared al lado de la puerta cerrada. Pero eso no era suficiente para ninguna de nosotras. Ni cerca de suficiente. Subió encima de mí, aferrándose con sus piernas mientras las enrollaba alrededor de mi cintura. Puse las caderas entre sus muslos y me aplasté duro contra ella. La forma en que jadeó y se arqueó en mí, echando la cabeza hacia atrás y tensándose en mis brazos mientras se mordía el labio inferior, era tan malditamente caliente que casi me corrí en mis vaqueros. Hundiendo los dientes en la base de su cuello, embestí contra esa calidez en la que quería enterrarme. Sus dedos en mi cabello intentaron dejarme calva. El dolor resultante era tan malditamente caliente que gruñí y agarré su rodilla, abriéndola solo un poco más amplio. Antes de que supiera completamente lo que hacía, mi palma se deslizó arriba por su piel desnuda hasta que tenía una mano bajo su falda. Maldita sea, me encantaba esta falda. Y sin pantis que se interpongan, encontré mi camino dentro de la barrera de sus bragas tan pronto como me topé con algodón húmedo. Se hallaba mojada. Tan mojada. Por mí.
—Brittany —gimió,
 retorciéndose contra mí, agarrando puñados de mi camisa y presionándome más cerca. Metí un dedo en ella y ambas dejamos salir un sonido de abandono sorprendido.
 —Oh, mierda. Oh, mierda —dije en un suspiro. Era tan…
—. Mierda.
Empujé otro dedo y, maldición, era tan placentero. Tan malditamente placentero. Santana golpeó la coronilla de su cabeza contra la pared y cerró los ojos con fuerza. Sus labios se abrieron mientras aquellos jadeos rápidos y superficiales explotaron de ella; cada aliento exhalaba placer. Le besé el cuello y se veía tan hermosa. Mis dedos bombearon duro y rápido, haciendo que casi me corra cada vez que iba más profundo. Cuando mis labios acariciaron la concha de su oreja, pregunté
—: ¿Sientes eso? ¿Sientes lo que hacemos juntas? Eso no es normal, Santana. Somos una fuerza de la maldita naturaleza. ¿Cómo podemos seguir luchando contra esto? Cómo… Dios. Quiero estar dentro de ti tan desesperadamente.
 —Uhn…
Ese pareció ser su punto de inflexión. Se estremeció y los músculos que abrazaban mis dedos se contrajeron. Chillando, se vino tan duro y rápido que me dejó pasmada. La besé para amortiguar el sonido; mis dedos penetraron hasta que se empaparon y acalambraron. Me devolvió el beso, y siguió besándome hasta que quedé sin aliento y mareada. Tan pronto como su cuerpo comenzó a calmarse, saqué mi mano y luché con el botón superior de mis vaqueros. Perdida por la lujuria, no pensé en el siguiente paso. Solo sabía que tenía que seguir junto , cerca y dentro de ella tan pronto como fuera posible o me iba a correr en mis malditos vaqueros. Cuando se apresuró a ayudarme, tanteando mi cremallera y totalmente de acuerdo con mi idea, le dejé hacerse cargo de esa parte para poder acunar su culo en ambas manos y asegurarla un poco más arriba contra la pared. Sus piernas se abrieron, permitiéndome todo el acceso que necesitaba, y con su falda arrugada hasta la cintura, podía ver su entrepierna con las bragas todavía empujadas a un lado por mis dedos. Los rizos oscuros entre sus piernas se encontraban mojados y brillantes. Mi boca se hizo agua cuando capté un vistazo fugaz, y mi coño palpito  en su mano cuando me encontraba semi desnuda . Necesitaba esto tan desesperadamente. La necesitaba a ella. Sosteniéndome  me jalo para unir nuestros  sexos aun con mi mano entre nuestros cuerpos, podría sentir su calor y ella el mio, yo su humedad y ella la mia, uniendo nuestros fluidos,  guió mis dedos hacia su entrada. Nuestras mejillas se rozaron mientras las dos bajamos la mirada para ver nuestros cuerpos unirse. —Hazlo —
susurró, sonando tan ansiosa como yo me sentía. Empujé hacia adelante, empalándola. Se encontraba tan mojada. Y caliente. Y oh, mi Dios. Lo más estrecho que  he tomado con mis dedos. Cuando dejó salir un sonido agudo como si estuviera dolorida, levanté la cabeza de golpe para observarla morderse el labio y cerrar los ojos. Me pregunté si tal vez la herí, porque, Cristo, era tan ceñida que parecía como si yo pudiera romperla. En un sitio en mi cabeza, sabía que debía detenerme por algún motivo, retirarme, ir más lento… algo. Existían múltiples motivos para terminar esto y pensar bien las cosas. Pero no podía concentrarme en nada porque maldita sea, era tan… fui un poco más profundo, gruñendo ante la forma que se sujetaba y apretaba incluso más firme alrededor de mí.
—Está bien —
le dije, en lugar de preguntarle si se sentía bien. ¿Por qué no pregunté? No tenía idea. Luego le besé el cabello y acaricié el lado de su mejilla mientras la sostenía por el culo con un brazo y me retiraba solo lo suficiente para volver a entrar
—. Puedes tomarlo, bebé. De hecho, no me sentía segura de que ella pudiera hacerlo. Esto era… esto era… intenso. Pero me convencí de creerlo, porque, maldición, detenerlo no era una opción.  Cuando bombeé de nuevo, hizo otro sonido, el cual no podía saber con seguridad si era dolor o placer. Trataba de ir tan lento como fuera posible, aunque tuve que seguir moviéndome debido a que no podía no moverme.
—Brittany —
susurró, agarrándome la cabeza y volviendo su rostro hacia mi cuello. Su aliento en mi garganta me hizo hincharme en su interior.
—¿Qué ocurre, bebé? ¿Duele?
—No. Dios, no —
gimió y se estremeció
—. Se siente muy bien. Solo… necesito… necesito… —
La forma en que se aseguró a mi alrededor, a la vez que se contoneaba, como si demandara más con su cuerpo, me hizo gruñir y moverme un poco más rápido
—. Sí —
dijo en un suspiro; su suspiro fue un jadeo de agradecimiento
—. Más rápido. Más duro. —
Y luego me mordió. Maldición, me mordió, justo en la yugular. Desde ese momento en adelante, fui una mujer desahuciada. La follé contra la pared, salvaje y primitiva, sin ternura o compasión. Cada embestida que propinaba era plagada con una salvaje sed por más. Nos atacamos la una a la otra, tocando y besando, mordiendo y lamiendo. Acuné su seno en mi mano, y hundí los dientes en esa redondez, a través de su blusa porque no podía tomarme el tiempo para sacarle la ropa. Lo necesitaba todo, de inmediato. A pesar de mi urgencia, Santana atrapó mi cadera entre sus muslos y sus piernas se envolvieron a mi alrededor hasta que los extremos puntiagudos de sus tacones me apuñalaban en el culo cada vez que salía. Cuando se vino por segunda vez, me encontraba allí, inundándola con todo lo que tenía. Se sentía tan bien que me enterré tan profundo como pude. Tan pronto como terminé, casi perdí la conciencia. Hundiéndome contra ella, enterré la nariz en su cabello y dejé que la pared fuera nuestro apoyo mientras me tomaba un momento para recuperar un poco de mi fuerza. No me esperaba que fuera tan intenso.
 —Jesús —
susurré, tomándome unos segundos más para recuperar mi aliento. Sin energías, me acurruqué contra ella, insegura de si trataba de darle consuelo o tomarlo yo. Solo sabía que me encantó compartir este momento con ella, me encantó acunarme en su calidez e inhalar su aroma. Era tranquila y dócil, y tan suave en mis brazos, que creo que podría sostenerla así el resto de mi vida. Susurré su nombre porque necesitaba oírlo en voz alta. Entonces acuné su cara con una mano que no era del todo firme. Quería decirle... tanto. Pero no existían palabras para expresar lo que acababa de hacerme, lo que acabábamos de hacer juntas. Ni siquiera podía compararse con lo que siempre imaginé. Inclinando su cabeza hacia mí, Santana besó mi palma, entonces apreté mi boca en su garganta. Cuando pasó los dedos por mi pelo en mi nuca, levanté mi cara.
 —¿Estás bien?
Ahora pregunto. Si mi mente no hubiese ido al infierno y de regreso, podría haberme golpeado en la cabeza y disculpado por mi estupidez, pero Santana solo se rió. El sonido salió disparado a través de mí y mi  coño agotado pero dispuesto siempre para la acción, pulsó con una última réplica en su interior. Sus ojos vidriosos se abrieron, pero luego frotó su nariz con la mía e hizo un sonido satisfecha desde el fondo de su garganta.
—Estoy tan bien que creo podría vivir así para el resto de mi vida. —
Su voz era ronca y excitada. Provocó otra réplica de mi parte. Sonreímos tontas y felices, y nos besamos lenta y perezosamente, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Algo se aflojó en mi pecho. Todas las presiones, preocupaciones y desesperaciones en mi vida desaparecieron. Por primera vez en mucho tiempo, no me importaba nada más que este momento. Santana se lo llevó todo. Queriendo darle las gracias por eso, deslicé mi lengua entre sus labios y le acaricié el techo de la boca. Ella era todo. Todo lo que necesitaba. Y la forma en que se aferró a mí y me acarició, me hizo sentir querida y necesaria. Éramos perfectas la una para la otra. Suspiró mi nombre, y lo sabía.
Haría lo que fuera humanamente posible por esta mujer. No noté de inmediato cuando algo húmedo y caliente se deslizó por la parte interna de mi pierna. Me hallaba demasiado ocupada flotando en nuestra felicidad compartida, asombrada de que ella pareciera tan atontada como yo por nuestras acciones. Parpadeé un par de veces antes de darme cuenta..
 Y... volvió la maldita realidad, pegándome con un puñetazo de “que mierda acabas de hacer” en la cara.
—Mierda.
—Tiro de mis caderas  y de mi mano ubicada en su coño hacia atrás, saliendo de su interior. Jadeó por la separación repentina. Sus ojos seguían nublados de pasión, vidriosos y suaves, con una expresión llena de alegría y relajación. Entonces me miró. Frunció el ceño con confusión y acunó mi mejilla con una mano suave.
—¿Qué pasa?
Jesús. ¿Por dónde empezar?
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana: A mi profesora con Amor. epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 8:02 pm

SANTANA



Brittany se estremeció cuando la toqué. Eso mató una parte de mí. Después de lo que acabábamos de hacer, de compartir. Nunca había sentido algo así, con nadie, como si ya no fuéramos dos personas separadas, sino un conjunto. Desgarrada por su pequeño rechazo, comencé a retirar mi mano. Pero agarró mis dedos y los apretó con fuerza. Sus ojos se pusieron frenéticos, lanzándose por mi cara como si estuviera asustada... por mí.
—¿Estás bien?
 preguntó, y su respiración ya no era constante sino que salía en ráfagas cortas. Asentí, confundida. Acababa de preguntarme eso.
—Por... por supuesto. ¿Por qué? ¿Qué pasa? Había estado flotando, completamente eufórica. Nada podría superar las sensaciones vivas y abundantes dentro de mí. Brittany tenía razón; juntas éramos una fuerza de la naturaleza. Porque eso había sido... había sido mejor que cada palabra increíble en todo el diccionario. Ni siquiera podía describir... Pero todavía se veía aterrada. No tenía ningún sentido. ¿Cómo iba a tener miedo? No tenía nada que temer. La vida era maravillosa. Parpadeó, aliviando el miedo en sus ojos y luego soltó un suspiro, como si controlara a la fuerza sus emociones. Cuando se inclinó y me abrazó con ternura, mis músculos se relajaron.
—Te lo juro, Santana, no mentía cuando dije que nunca lo olvido. Digo, nunca lo olvidé. Pero esto fue... guau. Mierda. No era como nada que he hecho antes. Y debes admitir que fue totalmente espontáneo. Y no estábamos pensando racionalmente, y... si yo hubiera tenido el estado de ánimo adecuado para recordar, entonces... Jesús, tal vez no hubiéramos hecho nada. Me aparté y la miré, con el ceño fruncido. ¿Pero qué diablos decía? Se encogió como disculpándose.
 —Estoy limpio. No tienes que preocuparte. Se aseguran de eso, con frecuencia, mientras estás en el equipo de fútbol. Asentí.
—Está bien —dije. Todavía no lo entendía hasta que añadió—: Tú, por casualidad, te has revisado estas cuidándote .Por fin comprendí lo que quería decir, y cada músculo de mi cuerpo se tensó. Por un momento, me sentí como una completa idiota. No tenía mucha experiencia en esto, pero aun así... había visto suficientes películas, y... debí haberme dado cuenta de lo que hablaba. Tenía un doctorado, por amor de Dios. ¿Cuál es el problema con las chicas inteligentes que se volvían estúpidas cada vez que una chica sexy les sonreía? . Pero  que pasa aquí, nosotras no podemos embarazarnos, somos mujeres, no podemos quedar embarazadas si no fuese que recurriéramos a una clínica de inseminación artificial  o como sea que se llamen esos procedimeintos, estoy muy segura que no es tan simple para dos mujeres quedar embarazada, asi que a mi no me preocupaba tanto.  Sorprendida de que acabara de ponerme yo misma en esta situación, y que esto estuviera sucediéndome... empecé a alejarme, necesitando espacio para hacer frente a... todo.
Pero Brittany apretó sus brazos alrededor de mí. Ya no firme y reconfortante, su voz tembló un poco mientras susurraba—: ¿Santana? Me acarició el pelo con esas manos dignas de suspiros justo cuando algo golpeó contra la puerta del armario de suministros. Grité, y las personas al otro lado se rieron entre sí; sus voces apagadas llenaron nuestro pequeño espacio y me trajo de vuelta al presente con una venganza maliciosa, antes de que se pusieran en marcha de nuevo, obviamente sin darse cuenta de que nos encontrábamos dentro.
—Oh, Dios mío —susurré, absolutamente horrorizada. Abrí la boca. Traté de negar lo que sucedió, pero no pude. Mi falda continuaba subida hasta mi ombligo y algo húmedo se deslizaba por el interior de mis muslos.
—No te asustes —
ordenó con una voz suave de advertencia. Alargó la mano hacia mi brazo. Chillé y la empujé, entonces me quedé mirándola con absoluto horror. Pero... ¿que no me asuste? ¿Estaba loca?
—Acabamos de... Dejó escapar un largo suspiro y asintió.
—Sí. Lo sé.
—En la escuela —susurré, perdiendo por completo la calma.
—. Oh Dios, oh Dios, oh Dios. —
Agitando mis manos, caminé en círculos porque no tenía otro lugar al que ir en este armario estrecho, y desde luego no podía salir y correr el riesgo de que alguien viera mi aspecto de “acabo de tener el mejor sexo de mi vida”. Al notar el desorden de mi ropa, intenté acomodarla, bajando mi falda sobre mis piernas y moviéndola hasta que la cremallera se hallaba a donde pertenecía. Mi blusa era un desastre y no había forma de quitarle las arrugas, pero traté desesperadamente de alisarla con mis manos
—. No puedo creer que acabe de tener relaciones sexuales con una estudiante. Voy a ser despedida antes de volver a mi oficina.
 Oh, mierda. Maldita sea. Mis padres se van a enterar, y también todos los demás. —Con los ojos abiertos, la miré—. Oh, diablos. Eres Brittany Pierce. Esto, sin duda va a ser noticia. Va a ser incluso más grande que lo del entrenador con la jugadora de vóley. Oh... Dios mío. Voy a ser un escándalo. ¿Cómo es posible? Nunca he recibido una multa de aparcamiento. Conduzco al límite de velocidad y uso mi luz intermitente para cambiar de carril. Y una vez, la compañía telefónica me reembolsó demasiado dinero en mi cuenta de teléfono celular, pero descubrí el error y lo devolví. Lo. Devolví. Siempre hago lo correcto.
Nunca... Oh, Dios mío. Es lo peor que he hecho. Ni siquiera puedo...
 —Respira —ordenó Brittany, capturando mis hombros y presionándome la espalda contra la pared-.
— Cálmate, está bien.
 Respiré hondo, dándome cuenta de que no lo había hecho desde que comencé con mi ataque de pánico. Miré a los ojos de Brittany, en busca de consuelo. Ella aparentaba la calma suficiente para las dos, así que me reconforté con eso... por como un microsegundo. Pero al instante toda la realidad volvió a golpearme.
—Tu entrenador —jadeé—. Oh, Dios mío, Brittany. Tu entrenador dijo que echaría a cualquier jugador del equipo que fuera visto...
—Entonces no van a descubrirnos —dijo por encima de mis palabras; la determinación iluminaba su mirada al tiempo que ella apretaba los dientes.
 —Pero...
Me besó. Brusco y rápido, pero me calló eficazmente. Agarrando mi cara entre sus manos, me obligó a mirarla.
 —Lo que hicimos fue increíble —dijo dispuesta a hacerme creerlo tan ferozmente como ella con solo su mirada.
—. Fue solo entre tú y yo, y no es el maldito asunto de nadie más. Sé que no me vas a mostrar ningún favoritismo en la clase, y te aseguro que no voy a pedirte nada. Voy a esforzarme mucho para ganar cualquier calificación que tenga. Podemos mantener las dos cosas separadas; eso es todo lo que importa. Y somos adultos con consentimiento mutuo, que...
 —Que acaban de tener sexo en el armario como un par de adolescentes irresponsables y sin ningún tipo de protección. Oh, Dios mío. Se supone que debo ser una especie de modelo a seguir para todas las chicas jóvenes en la universidad. ¿Qué tipo de mensaje enviaría esto? Maldita sea, Brittany, sabes que está mal. Nunca puede volver a suceder, y no es que importe. Van a atraparnos tan pronto como abramos la puerta, y todo estará acabado.
 Sacudió la cabeza con insistencia. En ese momento, no podía asegurar si alguna vez conocí a una persona más terca.
—Mira, está bien, este arrebato de follar en un armario de limpieza no es como lo había imaginado como seria nuestra primera vez, pero entiende es algo que no podemos evitar, la naturaleza el destino como quieras llamarlo nos une, a las dos, para formar una sola.  Voy a admitir que lo fue. Ninguna de las dos pensaba. Las cosas sucedieron. Pero ocurrió, y no podemos deshacerlo. Así que... vamos a tratar con las consecuencias, si las hay. Y no van a atraparnos aquí. Vamos a esperar hasta que todos se dirijan a clases. Podemos salir después...
—Pero tengo otra clase.
—Oh Dios. Simplemente decir eso en voz alta hizo que esto sea mucho más real. Y horrible. Acababa de tener sexo duro y sucio, en la universidad, con una de mis alumnas, y tenía que dar clases en... mierda, veinte minutos. Mis manos comenzaron a temblar. Ahora era una de esas mujeres. No parecía real. Brittany reprimió un sonido de dolor y su expresión se derrumbó al tiempo que me agarraba la cara.
—Jesús, no llores. —
Cuando limpió la humedad de mi mejilla, me di cuenta de que ya lo hacía. Un sollozo subió hasta mi garganta, y me estremecí de miedo.
 —No. —Me atrajo hacia ella, por lo que mi frente chocó con fuerza contra su clavícula.
—. Lo siento.
Sus dedos se hundieron en mi cabello y frotó mi cuero cabelludo—.
 Me volví loca y antes de darme cuenta, ya estaba dentro de ti. Lo siento mucho, Santana. Voy a hacer esto bien. Te lo juro. Dejé que sus palabras me calmen. Incluso apoyé la mejilla en su pecho hasta que ella se mostró satisfecha de que estuviera bien. Luego le permití abrir un poquito la puerta para que pudiera mirar el pasillo. Tomó mi mano y me sacó del armario de suministros que ahora olía a nosotras. Pero tan pronto como nos encontrábamos afuera, aparté mis dedos de los suyos. Me miró como si quisiera discutir al respecto. Sabía que ella quería que fuéramos juntas a otro lugar. Pero esto tenía que parar aquí. Y debió haber visto algo en mi cara que le hizo saber que no me iba a ninguna parte con ella, porque apretó los dientes, pero asintió en silencio. Así, se dirigió hacia un pasillo, y yo, hacia otro, diciéndome a mí misma que esto nunca podría volver a ocurrir. No importaba lo increíble que había sido, no importaba lo mucho que me gustara estar con ella, no importaba lo bien que me sentía solo con mirarla, esto nunca podría... volver… a suceder.

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Espero que hayan disfrutado estos avances,  pueden comentar aca las que puedan y las chicas que estan leyendo y no lo pueden hacer aqui muy bien pueden hacerlo en mi correo, con toda confianza chicas, y gracias a los emails  que he estado recibiendo. gracias.  saludos a todas bonito fin de semana creo que hoy es viernes y seguiremos  aca actualizando, tengo preparada ya una historia llamada Dormirias conimgo es PG, la subire luego de unas horas de sueño espero la leen, la comenten la critiquen,  pero sobre todo espero que les guste.
bueno bye 
marthagr81@yahoo.es
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