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Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24  Y EPILOGO  Primer15
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:16 am

descargo de responsabilidad : ni los personajes ni la historia me pertenecen ( o sea no me pertenece nada)
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX________________________________________________________________
Esta historia se divide en 3 libros solo adaptare dos libros,  Primer libro cuenta con 36 capitulos, y un breve relato desde la vision de Santana Lopez y el Segundo LIbro Todas las Canciones de Amor que aun suenan en la radio 27 capitulos y epilogo y tercer libro  Todas las canciones  de amor que siempre sonaran en la Radio.

Espero les guste, lo lean y comenten



TODAS LAS CANCIONES DE AMOR QUE SUENAN EN LA RADIO

Cuando una huelga de metro hace que Brittany S. Pierce llegue tarde a su entrevista de trabajo, no imagina cuántas cosas están a punto de cambiar. Entre ellas, conoce a la atractiva, arrogante y exigente Santana Lopez, una empresaria de éxito que le ofrece un empleo imposible de rechazar.
Santana siempre ha controlado todos los aspectos de su vida, pero ahora se siente irresistiblemente atraída por la sexy, inocente e inteligente criatura que, rompiendo todas sus reglas, ha decidido contratar. ¿Cuánto tiempo podrá contenerse?
Entre peleas y reproches, tanto en la oficina como fuera de ella, acabarán cayendo sin remedio en una relación salvaje, descarada y adictiva que hará que Brittany descubra sus propios límites y todo lo que Santana significa para ella.
Bajo el increíble y sofisticado telón de fondo de la ciudad de Nueva York, Briittany y Santana  vivirán una intensa aventura de amor donde el odio, el deseo y el placer les conducen a una pasión desenfrenada.


Si quieren conocer esta historia en tu totalidad les pido paciencia  por la forma en que actuaran  tanto Santana como Brittany. Es un amor complejo y un tanto enfermizo.
Gracias, Espero lo lean


Última edición por marthagr81@yahoo.es el Lun Mayo 09, 2016 1:49 am, editado 58 veces
marthagr81@yahoo.es
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:19 am

Chapter 1

Me calzo mis botas color camel de media caña sin tacón y con tachas, y me
levanto de un salto de la cama. Voy hasta el baño y lucho frente al espejo
para domesticar mi indomable melena rubia, pero es una batalla perdida
y al final opto por hacerme una cola de caballo. Vaya, así se me ven aún
más las ojeras. Quedarse estudiando toda la noche tiene sus consecuencias. Debería maquillarme un poco.


Salgo al salón ajustándome la camiseta nadadora blanca y el jersey
azul marino de punto con escote muy ancho que deja uno de mis hombros
al descubierto. Ya estamos en julio, pero no te puedes fiar del tiempo en
Nueva York en esta época del año. Llevo mi falda azul con lunares blancos.
Tiene algo de vuelo y me queda por encima de las rodillas. Me encanta esta falda. Además, me trae suerte y la necesitaré para mi examen, ya que, para colmo de males, es con el señor Figgins.
Rachel, mi mejor amiga, está sentada en el borde de mi sofá,
mordiéndose las uñas compulsivamente. Me alegra comprobar que no soy
la única que está sufriendo un ataque de nervios interno por este examen.
¡El último!
—¿Estás lista, Britt? —me pregunta levantándose enérgicamente.
Voy a responder, pero Rachel me lo impide haciéndome un gesto con la
mano a la vez que se lleva su BlackBerry al oído. Yo aprovecho para
buscar mi bolso, escondido en algún punto del salón.
—Bajamos en un segundo… lo sé… lo sé —responde mecánicamente
—. Hasta ahora.
Guarda su móvil en el bolso.
—Joe nos espera abajo. Está muy nervioso y muy pesado —dice
poniendo los ojos en blanco. Es una de sus más arraigadas costumbres,
sobre todo si habla de su hermano Joe.
Yo sonrío y por un momento me distrae de los nervios que siento.
—Será mejor que no le hagamos esperar.

Bajamos desde mi cuarto piso sin ascensor en la 10 Oeste con la calle
Bleecker. Vivir en el West Village es caro. Vivir en un cuarto sin ascensor
en un diminuto apartamento, es menos caro.
—¿Cuándo dejaremos todo esto y nos mudaremos a Martha’s
Vineyard? —protesta Rachel mientras entra en el viejo Chevrolet Camaro
convertible de su hermano. —No te quejes —le replico—. Te encanta esto. No sobrevivirías ni quince minutos sin ver un taxi amarillo.
Me siento en la parte de atrás y busco en mi bolso el brillo de labios.
Mientras me lo doy mirándome en el espejo retrovisor central, mi mirada
se cruza con la de Joe.
—Señorita Pierce —me saluda con fingida cortesía profesional.
—Señor Berry —le respondo de igual modo y ambos sonreímos.
Pone el coche en marcha. En el equipo de música suena The lazy song,
de Bruno Mars. Cómo me gustaría estar haciendo ahora mismo todo lo que
dice la letra de ese tema, sobre todo eso de tumbarme en la cama jurando
que hoy no pienso hacer absolutamente nada. Sonrío ante esa posibilidad
justo antes de que toda mi atención vuelva a concentrarse en los nervios
que atenazan mi estómago.


Los tres tenemos esta mañana nuestro último examen del Máster
en gestión de publicación impresa que hacemos en la Universidad de
Nueva York. No puedo creerme que sea el último. Hace exactamente un
año estábamos licenciándonos en Periodismo en Columbia y este día
parecía lejanísimo.

—Bueno, chicos, hagamos este examen y pasemos tres días quemando

Tengo que respirar hondo cuando veo al profesor Figgins atravesar la
puerta del aula 7B. Señala a uno de los alumnos de la primera fila y éste se
levanta diligente y comienza a repartir bocabajo los exámenes.
Estoy muy nerviosa, más de lo que creí que estaría. Tengo que pensar
en algo para relajarme, por ejemplo, en lo que haremos cuando salgamos
de aquí. Iremos a tomar Martinis Royale a The Vitamin. Bueno, yo sólo
uno. Tengo una entrevista de trabajo en el centro para el puesto de
ayudante de editor en la revista de arquitectura Spaces. Es mi puesto
soñado, aunque no en mi revista soñada. Aun así, necesito el trabajo. Dejé
mi empleo en la tienda del señor Tanaka hace tres semanas para poder
estudiar los exámenes finales, por lo que debo a mi casero exactamente
tres semanas de alquiler. Está teniendo mucha paciencia. Es un buen
hombre, y su mujer y él siempre me han tratado muy bien, pero no puedo
evitar preocuparme cada vez que regreso a casa por si me encuentro una
nota de desahucio clavada en mi puerta.

Exactamente a las diez en punto el profesor nos autoriza a darle
la vuelta a los exámenes. Sonrío casi al borde del colapso al comprobar mi
tema por desarrollar: «La influencia del Pop Art en las ediciones
estadounidenses durante la década de los sesenta. Comparen las figuras de Andy Warhol, Briton Hadden y Henry Luce.» No podría haberme ido
mejor. Es mi tema estrella. Definitivamente, mi falda de la suerte nunca
falla. Una hora y cuarenta y dos minutos después, volvemos a encontramos
en el hall del edificio y, absolutamente eufóricos, nos encaminamos a The
Vitamin.

Un Martini Royale después, estoy en el andén de la estación de metro
de la 42 con Bryant Park, esperando el tren que me llevará hasta el edificio
del Riley Enterprises Group, el conglomerado empresarial al que pertenece
la revista Spaces. Un tren llega extrañamente tarde. Miro mi reloj y me doy
cuenta de que llevo casi quince minutos esperando. ¿Qué estará
ocurriendo? Echo un vistazo a mi alrededor intentando comprobar si hay
algo fuera de lo común, pero todo parece normal. Entonces dos mujeres de
mediana edad se colocan tras de mí y comienzan a comentar lo injustas y
poco profesionales que son las huelgas de metro. ¿Huelgas de metro? Mi
cerebro, creo que a causa de la falta de sueño, tarda un segundo de más en procesar lo que eso significa. ¡Llegaré tarde a la entrevista!
Salgo dispara de la estación y corro las catorce manzanas de trayecto
hasta el edificio del Lopez Enterprises Group, en la 58 Oeste. Cuando por
fin lo veo al otro lado de la calle, por un momento, olvido toda la urgencia
que me ha llevado hasta aquí y sólo puedo pensar en lo majestuoso que es.
Construido en ladrillo visto oscurecido y con el nombre corporativo en
elegantes y discretas letras color vino tinto. De repente vuelvo a la realidad
y cruzo la calle obviando el peligroso tráfico.
El vestíbulo está presidido por un enorme mostrador de madera clara
con dos guardias de seguridad perfectamente uniformados.
—¿Puedo ayudarla en algo? —me pregunta uno de ellos
amablemente.
Me inclino un segundo apoyando las manos en mis rodillas para
recuperar el aliento. El guardia, un hombre afroamericano de unos
cincuenta años, me mira paciente esperando mi respuesta.
—Sí —digo finalmente tras incorporarme—, tengo una entrevista de
trabajo en la revista Spaces.
—¿Su nombre, por favor?
—Brittany S. Pierce.
El guardia comprueba una lista sujeta a una carpeta de metal y
asiente, imagino que al encontrar mi nombre. Ahora la que lo mira
impaciente soy yo.
—Planta veintisiete. Ascensor del fondo. —Me tiende una tarjeta
identificativa con mi nombre rotulado—. Lleve la identificación visible en
todo momento.
Asiento y corro hacia los ascensores.

Veo a una mujer al fondo de la prácticamente diáfana planta saliendo
de una sala acristalada y me acerco hasta ella.
—Hola.
—Hola —responde secamente.
—¿Podría ayudarme? Tengo una entrevista de trabajo para la revista
Spaces, pero aquí no hay nadie y no sé si me han indicado la planta
correcta.
La chica me dedica una media sonrisa de lo más arisca y rígida y
comienza a caminar.
—No se han equivocado. Las entrevistas son en esta planta.
Sonrío y decido seguir su perfecto moño de ejecutiva. Parece ser que
aún estoy a tiempo. La mujer se detiene frente a otra puerta de cristal a
través de la que se extiende una sala de la mitad del tamaño de la actual,
llena de decenas de cubículos idénticos dispuestos en perfecta fila.
—Como le decía —continúa girándose hacia mí—, las entrevistas son
en esta planta, pero finalizaron hace quince minutos.
—Lo sé —intento explicarme—, pero había una huelga de metro.
—Señorita —me interrumpe y baja su fría mirada para leer mi tarjeta
identificativa— Pierce, comprendo sus circunstancias, pero para nosotros
cada minuto cuenta.

Sin darme siquiera tiempo a reaccionar, cruza la puerta de cristal y la
cierra tras de sí. Intento llamarla, pero miss cada minuto cuenta se marcha
sorteando cubículos y desaparece sin mirar atrás.
Dejo caer mi frente sobre el cristal. No sé si me siento más triste o
más desesperada. Mi móvil comienza a sonar. Lo saco del bolso y miro la
pantalla. Es el señor Schuester, mi casero. Rechazo la llamada y vuelo a
guardar el teléfono. Ahora no se me ocurre ninguna excusa.
Dios, voy a quedarme sin casa.
Camino unos pasos y me siento, exasperada, sobre uno de los
escritorios. Resignada, me quito la identificación de un tirón. ¿Qué voy a
hacer? No tengo ni la más remota idea. No me gustaría preocupar a mis
padres, pero tampoco quiero tener que volver a Carolina del Sur con ellos.
En mitad de esta acuciante reflexión vital, oigo pasos al otro lado de
la sala. Alzo la mirada y observo a dos mujeres que caminan desde el
pasillo del fondo. Están hablando. Una de ellos debe de rondar los treinta
años. Tiene el pelo castaño oscuro y unos preciosos ojos negros. Lleva un
traje de corte italiano gris marengo con camisa blanca. Es muy guapa, probablemente la chica más guapa que he visto en mi vida. No
sé qué es, pero tiene algo que me impide apartar la mirada de ella.
De pronto pierde su vista en la sala y repara en mí. Yo me ruborizo al
instante y aparto mi mirada de la suya. Espero que no se haya dado cuenta
de cómo la observaba.
Es realmente atractiva, me recuerdo, como si me hubiese sido posible
olvidarla. Muy muy atractiva, me reitero y, antes de que pueda darme
cuenta, vuelvo a mirarla de una manera mucho menos sutil de lo que
pretendo. Ella sigue conversando, así que me tomo la licencia de contemplarla.
Me fijo en pequeños detalles, como la manera en la que se pasa la mano
por el pelo y después la deja en su nuca en un gesto reflexivo o cómo,
mientras presta atención a su interlocutor, se coloca los dedos índice y
corazón sobre los labios. Mmm... sus labios parecen muy sensuales.
Pero ¿qué me pasa?, me digo obligándome a volver a la realidad y a
dejar de contemplarla. ¿Por qué no puedo parar de observarla?
Sin embargo, antes de que pueda contestar mi propia pregunta, vuelvo
a hacerlo y ella me pilla otra vez, mirándola completamente embobada.
Aparto la vista aún más rápido que la primera vez y me ruborizo de nuevo.
Esto es ridículo. De reojo, veo cómo se despide de la otra chica. Tierra trágame, está viniendo hacia aquí. Avergonzadísima y calibrando si podría alcanzar el ascensor antes de que ella llegara, clavo mi vista en la impoluta pared de enfrente.
—¿Puedo ayudarla en algo?
Estoy perdida. De cerca es aún más guapa. Tiene unos ojos
indescriptiblemente bonitos y negros muy negros.
—No, muchas gracias.
Creo que el que sea tan atractiva me pone demasiado nerviosa.
—¿Está segura? Por la manera en la que se dejaba caer sobre el cristal
hace un segundo, parecía necesitar ayuda.
—Tenía una entrevista de trabajo, pero he llegado tarde por culpa de
la huelga de metro.
Me asombra haber sido capaz de decir la frase sin titubear.
—Parece muy contrariada. ¿Le hacía mucha ilusión trabajar aquí?
Se apoya en la mesa frente a la mía a la vez que cruza los brazos. Se le
ve realmente interesada.
—No, no especialmente, pero necesitaba el trabajo.
Mi móvil comienza a sonar. Sin mirarlo, ya sé quién es. El señor
Schuester insiste, pero yo sigo sin tener una respuesta para él. Rechazo de
nuevo la llamada y guardo el teléfono otra vez en el bolso. Todo bajo su
atenta mirada.
—¿Para qué puesto era la entrevista?
—Ayudante del editor.
—¿Quiere ser editora?
—Algún día, sí.
—¿Y qué tal se le da la arquitectura?
—Si le soy sincera, no sé mucho de arquitectura.
Frunce el ceño. Parece que mi respuesta no le ha gustado.
—He estudiado periodismo en Columbia y tengo un máster en gestión
de publicación impresa por la Universidad de Nueva York. Aprendo rápido
y, aunque no sé mucho de arquitectura, sí del mundo de las revistas.
Ella me mira, espera que satisfecha por mi respuesta, y yo me descubro
embargada por el deseo de complacerla. ¿Cómo puede ser posible? No la
conozco. Su opinión no debería importarme.
—¿Así que la Universidad de Nueva York?
—Sí, hoy he hecho mi último examen.
—Enhorabuena.
—Gracias —musito.
Acompaña su comentario con una sonrisa y, por un segundo, temo
desmayarme.
«¡Tranquilízate, Pierce!»
Creo que es la sonrisa más maravillosa que he visto nunca, capaz de
desarmar a la mujer más escéptica.
Mi iPhone suena otra vez. El señor Schuester comienza a impacientarse.
Rechazo la llamada.
—Parece que hay alguien muy interesado en contactar con usted.
—Es mi casero.
Me freno antes de contarle toda la historia. Ni siquiera sé su nombre.
Sin embargo, ella me mira esperando a que continúe. Sus ojos parecen
hipnotizarme y, por un momento, pierdo el hilo. Tengo que esforzarme
para poder recordar de qué estábamos hablando.
—Le debo tres semanas de alquiler. Si no le pago, me quedaré sin
casa. —Hago una pequeña pausa—. No sé por qué le estoy contando esto.
Supongo que debe estar preguntándose lo mismo.
—No, me gusta escucharla.
—Gracias.
Siento que las mejillas me arden. No entiendo por qué estoy
reaccionando así. No suele ser mi comportamiento habitual. Normalmente
soy una persona extrovertida, al menos lo suficiente como para poder
pronunciar más de dos frases sin que el rubor tome mis mejillas.
—¿Ha probado a hablar con la directora ejecutiva de la empresa?
Quizá si le explica lo ocurrido...
—No creo que a alguien como Santana Lopez le interese mi situación.
—Dicen que es una tipa bastante corriente.
—Corriente no creo que sea la palabra que mejor la defina —contesto
con una leve sonrisa en los labios.
—¿Y cuál sería? —me pregunta imitando mi gesto.
—No lo sé, pero, si tuviera que imaginármela, diría que es una
multimillonaria presuntuosa que mira el mundo desde su castillo en la
parte más alta del barrio de Chelsea, rodeado de mujeres guapísimas que
pronuncian su nombre en diversos idiomas.
Su sonrisa se ensancha.
—Pero me gusta lo que hace con su empresa. Dedica mucho dinero a
fundaciones benéficas, ayuda a mucha gente y lleva a cabo todos esos
programas de reconversión ecológica. Me gusta que intente cambiar el
mundo. —Recapacito sobre mis propias palabras—. Supongo que, al final,
es una buena tía.
—¿Ah sí?
—Sí, pero lo del harén multicultural seguro que también es verdad.
Me sonríe de nuevo y en su mirada veo algo diferente. Sus ojos negros
se llenan de ternura, pero también de algo que no logro identificar.
En ese momento, la misma chica con la que hablaba antes se acerca
a nosotras.
—El coche le espera, señorita López.
¿Qué? ¿Qué? ¡¿Qué?!
Me levanto de un salto. Ella me sonríe una vez más mientras se
incorpora grácilmente.
—En seguida voy.
La chica se retira ante mi atónita mirada. No puedo creer lo que está
sucediendo.
—Marley —la llama de nuevo—, avisa a Quinn Fabray y dile que la
señorita...
Me mira invitándome a decir mi nombre.
—Brittany, Brittany Susan Pierce —susurro aún demasiado perpleja.
—Brittany Susan Pierce es su nueva ayudante. Empezará mañana. Yo
misma le he hecho la entrevista.
La chica asiente. Estoy tan alucinada que no soy capaz de articular palabra. ¡Es Santana Lopez Sólo puedo pensar en la cantidad de tonterías que he dicho sobre ella.
Afortunadamente también he dicho algo bueno.
Su ayudante o su asistente o lo que sea se marcha y nos quedamos en
silencio. Santana Lopez me observa. Creo que está intentando sopesar mi
reacción, pero la verdad es que ni siquiera yo me he planteado todavía
cómo me siento.
—Señorita Pierce, ¿se encuentra bien?
—Sí, sí, claro.
Casi tartamudeo. Estoy demasiado nerviosa.
Ella vuelve a sonreír. Parece que esta situación la divierte y entonces lo
veo claro: se está riendo de mí. Todas las preguntas que me ha hecho han
sido con ese propósito. Me siento furiosa y ofendida, y esos sentimientos
por fin me dan el impulso necesario para reaccionar.
—Espero que se haya divertido a mi costa, señorita Lopez.
Me mira con los ojos como platos, sorprendidísima de mi comentario.
Yo giro sobre mis talones y comienzo a caminar tan deprisa como puedo
sin llegar a correr. Ella reacciona y me toma por el brazo, obligándome
suavemente a darme la vuelta. Por un momento ese contacto me embriaga
y me paraliza como si todo mi cuerpo estuviese deseándolo.
—Espere un momento. Creo que me ha malinterpretado.
Me suelta y entonces vuelvo a recordar lo enfadada que estoy.
—¿Qué había que malinterpretar? Me ha mentido y ha dejado que
diga todas esas tonterías sobre usted.
—Lo de cambiar el mundo ha estado bien —replica con una sonrisa
arrogante en su rostro.
—No sabía que usted era Santana Lopez —me defiendo aún más ofendida
si cabe.


—Yo no la engañé. No tengo la culpa si se muestra tan receptiva con
los desconocidos.
—¿Qué?
¿Cómo se atreve?
—Y si se tranquiliza, podemos ir a tomar un café y podrá seguir
contándome todas sus penas.
No puedo evitar que una carcajada escandalizada escape de mis
labios. ¿Cómo se puede ser tan capulla?
—Por supuesto que no. Ahora mismo no me cae nada bien, ¿sabe?
—Nunca me habían dicho eso —responde y parece realmente
sorprendida.
—Para todo hay una primera vez, señorita Lopez —replico con sorna.
—¿Aceptará el trabajo?
¡El trabajo!, por un momento lo había olvidado. Necesito ese puesto,
pero me niego en rotundo a deberle nada.
—No lo sé, no lo creo.
—¿Cómo que no lo sabe?
Suena impaciente y molesta. Cualquier amago de sonrisa que mi
enfado le despertara ha desaparecido.
—No parece que su casero sea un hombre muy paciente y no creo que
aguantase mucho viviendo en la calle.
Definitivamente, ésta ha sido la gota que ha colmado el vaso. Pero
más que las propias palabras, ha sido el tono tan prepotente que ha usado al pronunciarlas.
—Me gustaría marcharme.
Gracias a Dios mi voz ha sonado lo suficientemente segura y firme,
sobre todo teniendo en cuenta el nudo que se ha formado en mi garganta y
que apenas me deja respirar. Nunca me había sentido así.
Santana Lopez no se aparta y yo, que como precaución había clavado mi
mirada en el suelo, trago saliva y alzo la cabeza, entrelazando nuestras
miradas.
—Por favor.
Mis palabras tienen un eco en sus ojos negros que me miran intentado
leer los míos. Finalmente se aparta y consigo llegar hasta los ascensores.
Pulso el botón y espero. Puedo notar cómo ella sigue a mi espalda, separada de mí apenas unos pasos, observándome.
Un quedo pitido anuncia que las puertas de acero van a abrirse.
—Adiós, Brittany.
Se despide con su voz grave y comprendo que, más que sus ojos o su
sonrisa, lo que más trabajo me costará sacar de mi cabeza será su voz
salvaje y sensual.
—Adiós, señorita Lopez.
No me giro. Doy el paso definitivo que me hace entrar en el ascensor
y rezo porque las puertas se cierren. No quiero tener la posibilidad de
volver a mirarla ni tampoco quiero sentir cómo ella lo hace.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:26 am

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:28 am

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:30 am

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:31 am

Chapter 2

Entro en mi apartamento y lanzo con fuerza mi bolso contra el sillón.
Estoy furiosa. ¿Cómo ha podido reírse así de mí? Me dejo caer en el sofá y
pierdo mi mirada en el techo. He quedado como una tonta de la manera
más estrepitosa. Le he contado todos mis problemas. ¡Si hasta le hablé de
mi casero! Seguro que ahora debe estar en su castillo de Chelsea riéndose
de todas las idioteces que dije sobre ella. «Me gusta que intente cambiar el
mundo.» Dios, qué ridícula puedo llegar a ser. Y ella, qué capulla.
Llaman al timbre y por un momento pienso que es Santana Lopez.
Automáticamente me tengo que recordar que eso es totalmente imposible.
Pero ¿acaso quiero que sea ella? Me levanto y sacudo la cabeza. Claro que no quiero que sea ella. Santana Lopez ha pasado a ser mi enemiga número uno.
Finalmente abro la puerta. Es Rachel.
—Uf, qué cara. Imagino que la entrevista no te ha ido muy bien.
Le hago un mohín y vuelvo al sofá. No sé si quiero hablar de lo
ocurrido, pero Rachel me conoce demasiado bien y ya se ha dado cuenta de que algo me ronda la mente.
—¿Qué ha pasado? —pregunta a la vez que se sienta en el sillón
atrapando una de sus piernas bajo ella—.Britt... —me apremia ante mi
silencio.
—Llegué tarde por culpa de una huelga de metro. Cuando por fin lo
hice, una ejecutiva horrible me dijo que ya no me hacía la entrevista y
entonces… No sé si continuar. Contárselo a otra persona me hace sentir aún más ridícula.
—¿Y? —vuelve a apremiarme. La paciencia nunca ha sido su punto
fuerte.— Apareció una chica guapísima —me veo obligada a reconocer— y
empezamos a charlar.
Parezco estar interrumpiendo la historia tantas veces a propósito para
darle más emoción. No es mi intención, pero desde luego, si así fuera, lo
habría conseguido plenamente porque la cara de Rachel ahora mismo es toda curiosidad e intriga.
—Y resultó ser la mismísima Santana Lopez. Me engañó, se rio de mí y acabó ofreciéndome un trabajo como ayudante de la editora —concluyo de un tirón casi sin respirar.
—¿Qué? —exclama perpleja moviendo la cabeza en un intento de
asimilar toda la información que acabo de darle.
Me levanto y voy hasta la cocina.
—Lo que has oído.
Cojo un par de botellines de refrescos, de Coca-Cola para mí y de
Sprite para Rachel. Es una de las pocas personas en el universo a las que no les gusta la Coca-Cola.
—Para que me aclare... —toma el botellín y espera a que vuelva a
sentarme para continuar—... conociste a Santana Lopez. ¿Cómo es?
—No está mal.
En mi mente traidora se ha encendido un neón gigantesco en el que no
para de parpadear la palabra mentirosa. Y, para ponerme las cosas aún más difíciles, me recuerda su pelo azabache, sus maravillosos ojos negros,
su sonrisa y, como guinda del pastel, su voz. El neón cambia a la palabra
espectacular y yo sonrío para mí completamente rendida a la evidencia.
—¿Y por qué se rio de ti?
Al prepararme para contestar esta pregunta en concreto, mi
monumental enfado regresa.
—Porque no me contó quién era y dejó que dijera un montón de
tonterías de cómo creía que era la gran Santana Lopez .
Mi mejor amiga sonríe, aunque intenta disimularlo cuando la asesino
con la mirada.
—Dije que la imaginaba viviendo en un castillo en la parte más alta
del barrio de Chelsea rodeado de mujeres.
—¿En serio? —pregunta al borde de la risa mal disimulada.
—«Harén multicultural» creo que fue la expresión exacta que use.
Me dejo caer contra el respaldo del sofá y me tapo los ojos con el
antebrazo. Rachel vuelve a ahogar una carcajada en un carraspeo y se mueve hasta el borde del sillón para estar más cerca de mí.
—¿Y qué? Probablemente sea verdad. No es para tanto —me
consuela.
—Sí, sí lo es, porque después dije algo así como que me gustaba que
intentara cambiar el mundo.
—Vaya, eso suena un poco peor.
—Rachel —digo incorporándome—, he hecho el ridículo más
espantoso.
—¿Por qué? Es un poco cursi, como de aleteo de pestañas, pero no ha
sido tan horrible. Además, a pesar de todo te ofreció el trabajo, ¿no?
—Ayudante del editor de Spaces —aclaro.
—¡Britt, eso es genial!
—No lo es —me apresuro a rebatirle—. Me ofreció el trabajo como
una obra de caridad por los problemas que le conté.
—¿Problemas? ¿Qué problemas?
Lo que me faltaba, que Rachel se acabara enterando de mi crisis
económica personal.
—Pues los problemas que tenemos todos: recién licenciada, sin
trabajo, sin ahorros.
Ella asiente con empatía y yo suspiro aliviada.
—Aun así, deberías aceptarlo. Como tú misma dijiste, es una gran
oportunidad.
—Lo sé, pero no quiero deberle nada.
—Te entiendo, pero eres brillante, profesional y con un don innato
para saber lo que es noticia. Si aceptas el trabajo, pronto se dará cuenta de
que el más beneficiado es ella.


Sonrío agradeciendo sus palabras. Cenamos y vemos Un cadáver a los postres en la televisión. Una hora y treinta y cuatro minutos después, mientras los créditos
avanzan por la pantalla, nos levantamos aún sonrientes y recogemos los
platos y demás restos de la cena. Rachel se despide y después de cerrarse la puerta, ya en mi habitación me pongo el pijama y me meto en la cama con el portátil. Decido que, si voy a pasarme la noche devanándome los sesos sobre si aceptar el trabajo o no, lo justo sería tener toda la información.
En la página web del Lopez Enterprises Group leo toda su historia
corporativa.


Cierro el portátil, lo dejo en el suelo y me tumbo en la cama. Con la
luz apagada pierdo una vez más la vista en el techo. He indagado sobre Lopez Group, sobre Spaces y sobre Quinn Fabray, pero sobre lo único
que no he investigado es, en realidad, lo más determinante para mí. Suspiro hondo, vuelvo a incorporarme y cojo otra vez el ordenador. Introduzco Santana Lopez en la página de inicio de Google y pulso la tecla «Enter».
Inmediatamente la pantalla se llena de fotos de la mujer guapísima que
conocí esta tarde. Fotos de ella en galas benéficas y en presentaciones de
empresa. Es tan guapa como recordaba, aunque no sé qué esperaba. Los
pies de las fotografías la describen como una joven brillante, determinada,
líder de una nueva generación de empresarios americanos. La ensalzan,
pero también le acusan de ser una mujeriega empedernida.

Deslizo el dedo índice por el ratón táctil del portátil y veo imágenes
de ella en un yate. Lleva bañador y camiseta, gafas de sol negras Ray-Ban
Wayfarer y el pelo revuelto por la brisa. Parece más joven, más
despreocupada. Tuerzo el gesto al ver que comparte fotografía con varias
chicas y una de ellas es ¡Emily Blunt!
Cierro el portátil de un golpe, lo dejo de nuevo en el suelo y,
enfadada, me deslizo bajo la colcha. Mujeriega empedernida, yate, Bar
Emily... ahora son conceptos que sobrevuelan mi mente. No debí mirar
esa maldita foto.


El capitán me saluda con amabilidad mientras me acompaña a
cubierta. La madera clara reluce ante los rayos de sol y todo se mece dulce
y evocadoramente. El olor me seduce. Podría pasarme horas respirando
este aroma.
—Señorita Pierce, está preciosa con ese bañador.
Santana se acerca a mí y, tras dedicarme su espectacular sonrisa,
me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja y deja su mano en mi
mejilla. Su solo contacto me estremece y me llena por dentro. Ella se da
cuenta de mi reacción y su sonrisa se ensancha.
Se oyen risas y decenas de chicas salen del interior del yate y se
lanzan al agua. Entonces una voz susurrante llama a Santana con un
perfecto acento. Ambas alzamos la cabeza hasta el mástil más alto y desde
allí salta Bar Emily. Su cuerpo estilizado entra en el agua sin salpicar una
sola gota.

Tengo la respiración acelerada y me siento
confusa y triste. Definitivamente no debí mirar esa fotografía.
A las siete de la mañana suena mi despertador. Lo apago y suspiro
profundamente. No he podido volver a dormir desde que me despertó ese
extraño sueño. Miro el reloj: son las siete y media. Si pienso aceptar el trabajo, éste es mi particular punto de inflexión. Me muerdo el labio inferior a la espera de una postrera inspiración que me ayude a tomar la decisión
correcta.

Suspiro profundamente una vez más haciendo acopio de toda mi
determinación, cojo mi bolso y salgo de mi apartamento en dirección al
Lopez Group.
A las ocho menos diez estoy delante del guardia de seguridad que me
recibió el día anterior. Me sonríe amable. Creo que recuerda perfectamente
la última vez que nos vimos.
—Buenos días, hoy es mi primer día de trabajo en la revista Spaces.
—¿Su nombre, por favor?
—Brittany S Pierce.
Comprueba la lista y vuelve a sonreír. Definitivamente me recuerda.
—Señorita Pierce, la señorita Fabray la está esperando. Planta veinte.
Tome el ascensor de la derecha.
—Muchas gracias.

Al abrirse el ascensor en la planta veinte, la redacción de la revista
Spaces se extiende ante mí. Hay decenas de personas en sus mesas y otras tantas corriendo de acá para allá. Cada una con una clara misión, estoy segura, pero conjugando entre todas el clásico aspecto de caos absoluto de una redacción.
Me sorprende lo jóvenes que son todos. La media de edad de este
lugar no debe superar los treinta y cinco años .
A mi derecha veo una sala de reuniones y, al fondo de la redacción,
una puerta de madera clara en la que puede leerse sobre una placa de metal Quinn Fabray editora jefe».
Me encamino hacia allí con paso decidido. Suspiro exhalando todo el
aire que los nervios habían retenido en mis pulmones y golpeo suavemente
la puerta con los nudillos.
—Adelante —oigo decir desde el interior.
Abro la puerta y entro.
—Adelante —repite sin levantar su vista de la mesa.
Doy un paso al frente y me quedo bajo el umbral de la puerta que
comunica ambas estancias. Curiosamente, el despacho principal es algo
más pequeño pero con espacio suficiente para albergar un escritorio, un
archivador y un sofá un poco viejo pero con una pinta comodísima, además
de la susodicha mesa de arquitecto.
—¿Señorita Fabray? —pregunto.
—Sí —contesta girándose en su taburete y mirándome al fin—, tú
debes ser Brittany S Pierce.
Es una rubia con los ojos verdes y una mirada que inmediatamente
despierta simpatía.
—Llámame Britt, por favor.
—Y tú, a mí, Quinn.
Asiento sonriendo.
—Santana me dijo que te hizo la entrevista, pero no sé si hablasteis del
puesto en concreto.
Por un momento temo que piense que he conseguido este trabajo en la
cama. La sola idea hace que se me revuelva el estómago.
—Respecto a eso señorita Fabrary, Quinn —rectifico—, no sé qué te
habrán dicho pero…
—Britt —me interrumpe—, no tienes que preocuparte. Sé que
estabas en la lista de entrevistas, que llegaste tarde y que Santana acabó
haciéndote unas preguntas por pura casualidad.
Sonrío ruborizada al recordar lo ocurrido, pero me alegra que a
grandes rasgos sepa lo que pasó.
—Verás lo que espero de ti. —Al oír estas palabras, cuadro los
hombros y tomo mi actitud más profesional—: Básicamente, es que sigas
mi ritmo. Me gusta controlarlo todo hasta el más mínimo detalle. No me
malinterpretes. Doy libertad creativa a mis redactores, pero la revista tiene
una línea y para mí lo más importante es mantenerla. Al fin y al cabo, es lo
que nos define.

Te encargarás de mi agenda, el teléfono, me acompañarás
a todas las reuniones y, como te he dicho, sígueme el ritmo. Soy más de
manos derechas que de asistentes, ¿entendido? —concluye con una sonrisa.
Asiento diligente una última vez.
—¿Con qué quieres que empiece? —pregunto.
—Lo primero es que subas a Recursos Humanos, planta veintisiete, y
firmes el contrato. No te retrases. En media hora tenemos la reunión de
redactores.
—Entendido.
En el ascensor, mientras espero a llegar a mi planta rodeada de
ejecutivos que van subiendo y bajando en los pisos intermedios, me
pregunto si me encontraré con Santana Lopez en algún momento. Tengo que recordarme que no quiero verla y reafirmarme con un enérgico
asentimiento que incluso sobresalta a uno de los enchaquetados que está a
mi lado.
Firmo mi contrato, me entregan mi identificación y, al fin,
maldiciendo por todo el tiempo que me han hecho perder, regreso a la
planta veinte. Cruzo la redacción y entro de nuevo en el despacho.
—Señorita Fabray, Quinn —rectifico una vez más.
Coloco mi bolso sobre la mesa, saco mi bloc y comienzo a rebuscar
tratando de encontrar un lápiz.
—Mientras venía hacía aquí —le explico—, he pensado que, si te
parece bien, podríamos usar el iCloud para las agendas y el correo interno.
¿Tienes iPhone?
Por fin encuentro mi lápiz y, apenas a un paso de la puerta de su
despacho, alzo la vista, y entonces la veo, a Santana Lopez, apoyada en la
mesa de arquitecto. Lleva un traje de corte italiano gris con una camisa
blanca y una delgada pero femenina corbata también gris. Está guapísima y me mira con su espectacular sonrisa colgada del rostro, maravillosa y abrumadora como en mi sueño. No hay rastro de Quinn. Por un momento su proximidad y el hecho de que estemos solas me hacen sentir algo tímida y muy muy nerviosa. No quiero hablar porque, francamente, temo tartamudear y considero que ya he hecho bastante el ridículo en su presencia. Además, estoy enfadada con ella. No sé por qué siempre tengo que recordármelo.
—Buenos días, señorita Pierce.
Su voz, había olvidado su sensual y salvaje voz.
—Buenos días, señorita Lopez
Hago todo lo posible por sonar firme.
—Me alegro de que decidiera aceptar el trabajo.
—Es un buen trabajo —me defiendo.
—Además, piénselo, trabajando conmigo podrá ayudarme a cambiar
el mundo —responde luciendo una vez más su maravillosa sonrisa.
¿Qué? No me lo puedo creer. ¿Cuánto ha tardado en reírse de mí otra
vez? ¿Quince segundos? Le lanzo una furibunda mirada que sólo hace
ensanchar su sonrisa. Parece como si disfrutase haciéndome enfadar.
En ese momento entra Quinn y cualquier rastro de sonrisa en ella
desaparece. Con esa gracia natural que ya descubrí en nuestro primer
encuentro, se incorpora y se abotona la chaqueta.
—Britt, ya estás aquí, genial. ¿Santana? —comenta algo sorprendida
por encontrarla en el despacho.
—Venía a preguntarte si comíamos juntas.
—Claro, ¿en Marchisio’s?
—Sí, por qué no. Pasaré a buscarte.
Quinn rodea su escritorio y comienza a teclear algo en su ordenador. La señorita Lopez se encamina hacia la puerta pero, justo al pasar junto a mí,
se inclina discretamente.
—Señorita Pierce, Marchisio’s a la una y media. Apúntelo en su
iPhone —me susurra.
Santana Lopez sale del despacho y yo me quedo allí como una idiota,
petrificada por su voz salvaje y sensual. Pero, en cuanto mi parte racional
vuelve, me apunta que ha vuelto a reírse de mí, dos veces para ser más
exactos.


Mientras estoy revisando la lista de freelances con la que solemos
trabajar, llaman a la puerta.
—Adelante —digo sin mirar.
—¡No puede ser! Brittany S Pierce, mi compañera de Martinis Royale,
trabaja aquí.
Alzo la cabeza y no creo lo que veo: Sugar Motta, una de mis
mejores amigas en la universidad, está de pie frente a mí. Sin dudarlo, me
levanto y nos damos un efusivo abrazo.
—¿Desde cuándo trabajas aquí? —me pregunta sorprendidísima.
—Hoy es mi primer día.
—¡Britt, es genial! Escucha, ahora tengo que volver, mi jefe
necesita unos papales, pero a la una y media nos vemos en la cafetería de
en frente, Marchisio’s.
Frunzo el ceño un segundo. Es el mismo sitio donde Quinn y Santana han quedado para comer.
—¿Qué ocurre? ¿No te gusta?
—No, no pasa nada. Nos veremos allí —respondo con una sonrisa.
—Perfecto.
Ella me devuelve la sonrisa y yo regreso a mi mesa para darle los
papeles que necesita. Me encanta la idea de que trabaje aquí. Rachel, ella y yo éramos inseparables en la universidad; además, Joe y ella eran
novios. Pero, cuando nos graduamos, Sugar ganó una beca para la escuela de económicas de la Northwestern en Chicago y le perdimos la pista.

Ya me estoy imaginando a Joe. Va a dar saltos de alegría cuando se lo
cuente.

De hecho, voy a darle una sorpresa a ambas y le diré a Rachel que
venga a comer. A la una y cuarto le mando un mensaje a Rachel dándole la dirección del Marchisio’s y, como ella mismo me pidió, le recuerdo a Quinn su cita para comer.

Sin embargo, mientras me arengo mentalmente, Quinn recibe una
llamada y me avisa de que se marcha. No sé por qué, me siento un poco
decepcionada.


Última edición por marthagr81@yahoo.es el Vie Ene 29, 2016 10:46 pm, editado 2 veces

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Activo Re: Brittana: Todas las canciones de Amor que suenan en la radio cap. 8
Mensaje Por Marthagr81@Yahoo.Es El Sáb Ene 23, 2016 5:03 Pm
---Sugar me espera en la puerta de Marchisio’s. Se trata de un gastropub fantástico. Estos pequeños restaurantes con la cocina siempre abierta son el último grito entre los ejecutivos de Manhattan.

Todo el local tiene un aspecto sofisticado en acero y madera de haya,
con grandes techos y fotografías en blanco y negro por toda la pared.
Involuntariamente, lo primero que hago cuando entro es buscar a
Santana Lopez, pero no la encuentro y, de haberlo hecho, ni siquiera sé cómo habría reaccionado. Odio sentirme tan confusa y, sobre todo, tan abrumada sólo por la posibilidad de poder verla.
—Sentémonos ahí —dice Sugar indicando el fondo del restaurante
—. Mi amiga Marley nos espera. Te caerá genial.
Caminamos hasta la mesa.
—Marley, ella es…
—Ya nos conocemos —la interrumpimos al unísono.
—Quinn nos ha presentado esta mañana —le aclaro.
Marley es redactora y estuvimos juntas en la reunión.
En ese momento suena mi móvil: una llamada perdida de Rachel que me
indica que está en la puerta.
—No os mováis de aquí.
Sonrío ante la mirada confusa de Sugar y me dirijo a la puerta del
local. Justo cuando voy a empujarla para salir, alguien tira de ella para
entrar y, en menos de un segundo, Santana Lopez seguido de Quinn aparecen frente a mí. Nuestras miradas se entrelazan y, casi sin quererlo, por un único instante, nos quedamos así, contemplándonos.
—Hola, Brittany, ¿ya te marchas? —pregunta Quinn extrañada.
—No —musito.
Tardo un segundo más de lo necesario en apartar mi mirada de la señorita Lopez y llevarla hasta Quinn.
—He quedado. Me están esperando fuera.
—Este sitio te va a encantar. Lo mejor, los ravioli de ricotta al pesto
—me comenta Quinn con una sonrisa.
—Muchas gracias.
Me siento nerviosísima. Aunque no me guste admitirlo, está claro que
la proximidad de Quinn y Santana tiene ese efecto en mí.
—Será mejor que salga.
Pongo un pie en la acera y suspiro al sentirme libre de su mirada. Si
no fuera tan guapa, me digo. Definitivamente, si no fuera tan guapa, las
cosas serían mucho más fáciles.
—Aquí estás —se queja Rachel por mi retraso.
—Tengo una sorpresa para ti.
Y al recordar por qué le he pedido que viniera, vuelvo a sentirme
divertida, sacudiéndome toda la confusión y la timidez de hace unos
segundos.
—Sí, ¿cuál? —pregunta contagiándose de mi renovado estado de
ánimo.
—Entra y lo verás.
Volvemos al gastropub y, al hacerlo, me doy cuenta de que la señorita Lopez tenía la vista fija en la puerta. Supongo que espera a algún otro
ejecutivo o cliente, pero por un momento he pensado que podría ser por mí
y un montón de mariposas han despertado en mi estómago.
«Odias a Santana Lopez, no te gusta», me repite una vez más mi
autocontrol exasperado.

Rachel protesta mientras cruzamos el local pero no me molesto en darle
la más mínima explicación. Sin pistas, así es más emocionante. Cuando al
fin ve a Sugar, comienza a chillar y ella tarda aproximadamente un
microsegundo en responderle igual al tiempo que se abrazan
encantadísimas del reencuentro. Después de los clásicos «cómo es posible» y «no me puedo creer que estés aquí», nos sentamos y comenzamos a
ponernos al día.
—¿Qué tal te está yendo tu primer día? —me pregunta Marley.
Es una chica castaña, aún más que Sugar, de nuestra edad y, por lo que
parece, divertida y algo introvertida. Aunque al lado de Sugar hasta la
mismísima Madonna parecería tímida.
—Hasta ahora, muy bien. Quinn parece una tipa genial.
—Lo es —afirma Marley—. la mejor jefa del mundo.


Apenas unos minutos después ya somos todo risas, Martinis Royale y
ensaladas mediterráneas con pollo crujiente y salsa César. Nos divertimos
tanto recordando viejos tiempos que comenzamos a resultar algo
escandalosas, pero no nos importa.
—Sugar, no te lo creerás porque acabas de conocer a estas individuas
—dice Marley en referencia a Rachel y a mí. La miramos durante un segundo y después lo hacemos entre nosotras con fingida indignación a la vez que repetimos la palabra en cuestión—, pero en la universidad eran terribles —
continúa—. No había lío en el que no estuvieran metidas.
—Claro, porque tú sólo nos mirabas sentada inocente en un rincón —
le reprocho, y todas volvemos a reír.
La hora de la comida pasa volando y, antes de que podamos darnos
cuenta, estamos despidiéndonos de Rachel en la puerta y prometiendo
firmemente quedar la noche del viernes para quemar la ciudad.
Cuando regreso a la oficina, Quinn ya está allí. Está sentada en su
mesa de arquitecta, jugando con un rotulador rojo entre los dedos mientras
corrige lo que supongo es un artículo.
—Hola, Quinn.
Dejo mi bolso en el perchero y me siento a mi mesa.
—Hola. Parece que lo has pasado bien en el almuerzo —comenta
socarróna en clara referencia a nuestro reencuentro universitario.
—Muy bien, de hecho —respondo con una sonrisa inmensa que ella me
devuelve.
Enciendo el ordenador y tomo una de las carpetas con material para
repasar y archivar que Quinn ha dejado sobre mi mesa.

El teléfono de mi escritorio comienza a sonar. Rápidamente pienso
cómo debo contestar y descuelgo.
—Despacho de la señorita Fabray, editora jefe de Spaces. ¿En qué puedo
ayudarle?
Ella sonríe. Creo que he sido un pelín ceremoniosa.
—La señorita Lopez quiere los informes de previsiones de temática y la
portada del número de este mes.
Sin darme tiempo a responder, cuelgan. Me repito mentalmente lo que
me han pedido, me levanto y voy hasta la mesa de mi jefa.
—Quinn, han llamado del despacho de la señorita Santana pidiendo la
previsión de temática y la portada.
Me mira extrañada.
—¿Quién te lo ha pedido?
—No me ha dicho quién era, pero imagino que sería la secretaria de la
Señorita Lopez.
La expresión de Quinn parece aún más confusa.
—Está bien —dice al fin—. Los archivos están en mi ordenador.
Imprímelos y llévalos a su despacho.
Ahora la que lo mira confusa soy yo. ¿Dónde está su despacho?
—Perdona, olvidaba que es tu primer día —responde con una sonrisa
a modo de disculpa—. El despacho de Santana está en esta planta, pasando la sala de reuniones, el pasillo de la izquierda.
Asiento. Busco los archivos en su ordenador, los imprimo y preparo
un dosier con toda la documentación. Cruzo toda la planta hasta llegar a la
oficina de Santana. En la antesala de su despacho hay una mujer de
mediana edad con el pelo recogido en un elegante moño italiano, sentada en un escritorio decorado con varias fotos familiares en marcos de plata. No es la secretaria que imaginé que tendría.
—Buenas tardes, me envía la señorita Fabray con la información que
nos habían solicitado.
Pensaba dejar los documentos con la secretaria y marcharme, pero
ella me sonríe con dulzura y pulsa un botón del intercomunicador digital
de su mesa.
—Señorita Lopez, la señorita Pierce está aquí con la documentación.
—Que pase —contesta secamente desde el otro lado.
¿Está enfadada?
Llamo suavemente a la puerta doble de caoba y la abro. Santana Lopez
está sentada a su enorme mesa de diseño exclusivo. No quiero quedarme
mirándola embobada, así que me giro, cierro la puerta y aprovecho para
inspirar hondo.
«Tranquilízate, Pierce.»
Cuadro lo hombros y camino hasta colocarme frente a ella.
—Señorita Lopez, traigo…
—Señorita Pierce —me interrumpe sin ni siquiera mirarme—, la
próxima vez que llame a la puerta tenga la delicadeza de esperar a que le
den paso.
¡Se puede ser más capulla! Ya lo había hecho por el
intercomunicador. Quiero gritarle todo lo que pienso de ella, pero entonces
clava sus ojos negros en los míos y me hipnotiza a pesar de la distancia,
robándome cualquier tipo de reacción.
—¿Va a darme la documentación o sólo ha venido a que la contemple
de pie en el centro de mi despacho toda la tarde?
¿Qué demonios le pasa? ¿Y qué demonios me pasa a mí? ¡Reacciona,
Brittany Susan Pierce!
Al fin consigo mandar el ansiado impulso eléctrico a mis piernas para
que caminen hasta su mesa. Le entrego los papeles y me dispongo a salir
—Puede retirarse.
—No soy el servicio, señorita Lopez —respondo molesta, girando sobre
mis pies.
—Lo sé. Usted es la atracción principal del Marchisio’s —contesta
recostándose sobre su sillón.
Me siento como si hubieran tirado de la alfombra bajo mis pies.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:31 am

Ha sido muy interesante ver cómo todos los ejecutivos del bar
estaban más pendientes de ustedes que de sus almuerzos.
Mi indignación y mi enfado suben a un ritmo vertiginoso. ¿Cómo se
atreve a hablarme así?
—Y supongo que entre ellos no estaba usted.
—Claro que no. A mí los numeritos de crías universitarias no me van.
Su tono es de lo más arrogante y presuntuoso. Y se ha permitido
llamarme cría. Tengo veintitrés años. Soy una adulta competente y
profesional.
—Pues mejor para las dos.
Claramente una respuesta muy madura, que, sin embargo, parece
sacarla de sus casillas. Se levanta enérgica y camina hasta colocarse frente a mí. Me alegra que esté tan enfadada como yo. Sus ojos negros están endurecidos y la manera en que me mira consigue hacerme sentir
intimidada.
—Señorita Pierce, no se olvide de que, durante su jornada laboral,
aunque sea la hora de la comida, representa al Lopez Enterprises Group, así que compórtese.
En su mirada puedo notar un brillo de rabia pero también ¿de deseo?
Sin quererlo, vuelvo a sentirme abrumada. Quiero odiarla, abofetearla,
marcharme... pero siento como si mi cuerpo pretendiese impedírmelo. Mi
respiración se acelera y a nuestro alrededor se genera un campo de fuerza,
una electricidad que se alía con mi cuerpo y me impide dar un paso en
cualquier dirección, alejarme de ella de cualquier modo.
—Ahora vuelva al trabajo —susurra, pero tarda unos segundos más de
lo necesario en apartarse. Cuando lo hace, me doy la vuelta y me marcho
en silencio, incapaz de decir una sola palabra. Me siento conmocionada.
Mientras cierro la puerta tras de mí, me permito observarla una
última vez. Está de pie, de espaldas a la puerta, inclinada sobre la mesa
apoyando ambas manos en ella.
Lo cierto es que no sé cómo reaccionar y ver cómo lo está haciendo ella
me confunde aún más.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:32 am

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:33 am

Chapter 3

Vuelvo a la oficina y me alegra comprobar que Quinn no está. Me dejo
caer en mi silla y me llevo las manos a la cara mientras suspiro. Santana Lopez es mi jefa. Es demasiado guapa, demasiado rica, demasiado
arrogante y cualquiera de esos demasiado me complicará la vida.
Tomo una determinación: sumergirme en el trabajo y bloquear
cualquier pensamiento mínimamente relacionado con la señorita Santana Lopez . Quizá así salve el día de hoy.
«Y sólo ha sido el primero.»
Estoy concentradísima asimilando el sistema Cuando me doy cuenta de que son más de las cinco, despejo mi mesa y, mientras se actualiza mi iPhone con el iCloud, me levanto y cojo y cuadro la pila de ejemplares, uno de cada número de Spaces del último año, para llevármelos a casa. Quiero ponerme al día con la revista.
—Britt, ya son más de las cinco, puedes marcharte —dice Fabray
saliendo de su despacho—. Mañana nos veremos a las ocho. Quiero que te
lleves los números del último año para que comprendas mejor el estilo de
la revista.
Mi sonrisa se ensancha.
—¿Qué ocurre? —pregunta divertida.
—Había pensado lo mismo —contesto mostrando las revistas que
sujeto entre mi antebrazo derecho y el pecho.
—Chica lista.
Ambos sonreímos.
—Y ahora vete a casa. Ha sido un primer día muy completo.





Mi móvil suena y me devuelve a la realidad. Saco mi iPhone, no sin
cierta dificultad, pues llevo doce revistas de ciento veinticuatro páginas, y
sin dejar de caminar miro la pantalla. Es mi padre.
—Hola, papá.
—Hola, pequeñaja.
Tengo veintitrés años y mi padre me sigue saludando igual que
cuando me recogía de preescolar.
—¿Qué tal va todo? —me pregunta.
—Bien. Acabo de terminar mi primer día de trabajo —contesto con
una sonrisa inmensa.
—¡Eso es fantástico! Te llamaba para ver cómo te había ido el último
examen y me das esta noticia.
—No te he contado nada antes porque todo surgió muy rápido. Tuve la
entrevista después del último examen.
Soy consciente de que esta reducida versión omite muchos detalles,
pero es mejor así.
—¿Y dónde trabajas?
—De ayudante del editor de la revista Spaces.
—¿Spaces?
—Una publicación de arquitectura.
Puedo notar la cara de incredulidad de mi padre al otro lado de la
línea telefónica.
—Sé que nunca he mostrado especial interés por la arquitectura, pero
me gusta el trabajo. Además, Sugar también trabaja aquí.
Mi padre, y en realidad toda mi familia, adoran a Sugar y a los
Berry.
—¿Y tú cómo estás?
Me paro junto a la boca de metro. Sé que el tema que se avecina es el
motivo real de su llamada.
—Sabes que estas fechas son algo duras para mí, pero estoy bien.
Suspiro llena de ternura. Lo cierto es que siempre me sorprende
escuchar esas palabras de mi padre. Mi madre murió hace diecinueve años
y lleva unos doce casado con Evelyn, una mujer estupenda a la que tanto
mis hermanos como yo queremos con locura y, sin embargo, cada vez que
se acerca el cumpleaños de mi madre, la misma tristeza atenaza su
corazón.

—Papá —murmuro porque no sé qué decir que consiga consolarlo.
Lo único que querría es poder estar con él y abrazarlo, por lo menos,
hasta una semana después del día en cuestión.
—Lo sé, pequeñaja.
—Te quiero muchísimo.
—Y yo a ti. —Hace una pequeña pausa y lo oigo suspirar al otro lado
—. Tengo que dejarte. Sam y los chicos me esperan para ir a ver el partido.
—Hablamos esta semana, ¿de acuerdo?
—Claro, pequeñaja.


Cuelgo el teléfono y lo conservo en mi mano, observándolo. Hasta
ahora siempre me las había arreglado para pasar estas fechas con mi padre, pero este año, faltando tan poco tiempo, no creo que lo
consiga. Todo pasaría por pedir vacaciones y no puedo permitirme ese lujo
llevando sólo un día en la empresa.


Veinte minutos después estoy subiendo las de mi apartamento. Justo
cuando me paro delante de mi puerta, suena el pitido de mi móvil
avisándome de que tengo un nuevo mensaje. «Ven directamente a nuestro apartamento. Rachel.»
Miro hacia la puerta de mis vecinos y sonrío.
Sin dudarlo, voy hasta allí y llamo.
—Está abierta —oigo decir desde el interior.
Vuelvo a sonreír. ¿Qué estarán planeando? Muerta de curiosidad,
entro. —¡Feliz primer día de trabajo! —gritan Rachel y Joe en el centro del
salón. Por Dios, incluso han hecho una pancarta.
Me echo a reír y francamente lo necesitaba.
—¿Qué estáis haciendo? —pregunto divertida.
—Yo, por mi parte —dice Rachel—, devolverte la sorpresa que me diste
en el almuerzo y festejar que no has muerto de aburrimiento en tu primera
jornada laboral en una revista de arquitectura.
—Yo finjo que me sigues cayendo bien después de que no me
llamaras para el reencuentro universitario —se queja Joe enfadado,
dejándose caer sobre el sillón.


Dejo la pila de revistas sobre la barra de la cocina y me acerco hasta
él. Apoyo mi cabeza en la espalda de su asiento, colocándola a la misma
Unas cinco canciones después, estoy sentada a la mesa de Ikea de los
Berry cenando lo que la propia Rachel confiesa que empezó siendo pollo
al horno y ha terminado siendo enchiladas. Por un momento agradezco que
sean tan picantes, así se disimula el sabor que pretendió darle a este pollo.
Después de dos bocados, cuando Rachel se levanta y nos retira los platos,
todos nos echamos a reír y finalmente Joe se apiada de nosotras, se
levanta y nos prepara algo decente de cenar.



Cuando llego a mi apartamento, prácticamente me muero de sueño,
aunque ha merecido la pena. Me he reído muchísimo, en realidad como
siempre que estoy con esos dos.
Me pongo el pijama y me meto bajo la colcha. Envuelta en ella me
doy cuenta de que comienza a hacer calor, pero es una sensación
demasiado agradable. Opto por quitarme el pijama y dormir únicamente
con las bragas y la nadadora antes destaparme.
Ojeo, o por lo menos lo intento, las revistas, pero menos de cinco
minutos después tengo la mirada clavada en el techo y me sorprendo de
nuevo inmersa en un montón de pensamientos sobre Santana. Recuerdo
nuestra conversación, lo molesta que parecía porque llamáramos la
atención en el bar a la hora del almuerzo. «Es la atracción principal del
Marchisio’s.» Suspiro bruscamente. Es una capullo arrogante y presuntuosa y pienso concentrarme únicamente en eso porque, si no, corro el riesgo de preguntarme por enésima vez por qué me miró como me miró justo antes de decirme que volviera al trabajo. Me llevo la almohada a la cara y suspiro con fuerza otra vez. No tengo ni la más remota idea de qué pensar sobre ella.

El despertador suena implacable a las siete menos cuarto de la
mañana. Agradecida por no haber soñado con Santana, yates y Emily, me levanto de mucho mejor humor.
Me doy una ducha y delante de mi armario, envuelta en una mullida
toalla y con mi pelo mojando todo el suelo de la habitación, elijo mi
vestuario para hoy: un vestido rosa y vino tino sin mangas y mis botas de
media caña camel sin tacón y con tachas.
Enciendo el iPod conectado a sus propios altavoces y comienza a
sonar If we ever meet again, de Timbaland y Katy Perry. La canción es tan
animada que casi sin darme cuenta comienzo a cantar:
. A las ocho menos diez saludo a Noah, el guardia de seguridad, y voy hasta los ascensores. Cruzo la redacción y, puntual como un reloj, entro en la oficina. Me gusta ser puntual pero, la verdad, es algo que rara vez ocurre.
Por ese motivo, cuando lo consigo, me siento orgullosísima.
—Buenos días, Quinn.
—Buenos días, Brittany. ¿Preparada para un segundo asalto?
—Por supuesto —respondo sentándome a mi mesa y encendiendo el
Mac.
La agenda de Quinn se abre a doble página frente a mí. Tiene toda la
mañana ocupada con una reunión con Marketing, otra con Maquetación y
la revisión del material fotográfico de este número. Mientras espero a que
se abra el directorio de las fotografías, me llega un mensaje al móvil. Es de
Sugar.
¿Marchisio’s a la una y media? Acabo de entrar y ya estoy pensando en la hora del
almuerzo.
Sonrío y trato de encontrar una respuesta inteligente, pero es
demasiado temprano.
Cuenta conmigo. Aunque, como yo tengo una jefa fantástica (del que estás enamorada), el
día no se me hará tan largo.
Una risita maliciosa se me escapa. Algo que no le pasa desapercibido
a Quinn.
—¿Todo bien, Brittany?
Su tono suena divertido.
—Sí, no es nada. Sugar me ha mandado un mensaje para quedar para
comer.— ¿A las ocho y cuarto de la mañana? —pregunta, ahora sorprendida, a la vez que mira el reloj.
—Es que el día se le está haciendo muy largo —contesto socarrona.
Qué interesante. Parece que la señorita Fabray tiene cierto interés en Sugar. Harían una pareja fantástica. Ya los imagino haciéndose arrumacos. Tengo que idear mejor un plan. Creo que voy a necesitar la ayuda de Rachel.
Mi iPhone vuelve a sonar. No necesito mirarlo para saber que es otro
mensaje de Marley:
No empieces una guerra que no puedes ganar. La señorita Lopez acaba de entrar en el
despacho de mi jefe y, cuando lo veas, te vas a desmayar.
Saber que un día más está guapísima no ayuda nada, pero, siendo
sinceros, tampoco me sorprende. Lo que definitivamente no juega a mi
favor es el hecho de que ahora mismo me muera de ganas por verla.
Sacudo la cabeza intentando quitarme esa idea de la cabeza. No quiero
verla, me autoconvenzo, y soy consciente de que rozo el autoengaño.

. Unos suaves golpecitos sobre la puerta abierta me distraen.
«Deseo concedido, Pierce.»
—Buenos días, señorita Pierce.
—Buenos días, señorita Lopez.
Agradezco a Dios haber podido pronunciar cada palabra, porque he
estado en serio peligro de tartamudear. Sugar tenía razón. Está guapísima.
Lleva un traje de corte italiano azul marino, una inmaculada camisa blanca
. Decir espectacular sería quedarse corta, demasiado corta. Santana Lopez atraviesa mi despacho y se asoma al de Fabray.
—¿Santana, no nos hemos visto hace diez minutos? Creo que te aburres
demasiado en ese salón de congresos que tienes por despacho —le dice
jocosa.— Necesitaba saber si se había concretado —responde ignorándola.
No ha entrado en su despacho, sigue apoyado en el marco.
—No, aún no. Espero la llamada.
—Házmelo saber en cuanto te digan algo.
—No te preocupes.
La señorita Lopez gira sobre sus pasos y se encamina de nuevo hacia la
puerta exterior de la oficina.
—Señorita Pierce —se despide.
—Señorita Lopez —musito.
Cielo santo, ¿por qué tiene que ser tan atractiva?
Suena el teléfono de mi mesa y me saca de mis lamentos. Le paso la
llamada a Quinn y continúo con mi trabajo.

Quinn dice: Tengo un nuevo encargo para ti: busca
toda la información que puedas sobre Artie Abrahams. Mañana tenemos un almuerzo con él. Será la portada de este número.
—Genial —contesto sonriendo. Mi primera reunión fuera de la
empresa.
—Genial —y se contagia de mi sonrisa.
Vuelvo a mi mesa y comienzo a recabar toda la información sobre
Artie Abrahams. Concentrada e intrigada por los titulares de los artículos que estoy recopilando, el tiempo pasa volando y antes de que me dé cuenta son la una y media y Quinn se acerca.
—Brittany, me voy a comer. Estaré en Marchisio’s.
Mi jefa sale de la oficina. Yo guardo toda la información en mi
iPhone. Esta noche la repasaré con tranquilidad. Me levanto, cojo mi bolso
y bajo al vestíbulo. Sugar ya está allí. Apuesto a que salió despedida en
cuanto dieron la una y media.
A unos pasos de distancia, veo cómo abre su bolso y saca una cajetilla
de Marlboro Light. Me acerco sigilosa y, justo cuando va a llevarse el
cigarrillo a los labios, doy un salto hasta colocarme a su espalda.
—No irá a fumar aquí, señorita Motta —digo agravando mi voz todo
lo que puedo.
Sugar se sobresalta y deja caer el pitillo al suelo.
—Voy a matarte, Britt.
Se agacha para recogerlo, lo sopla y le da unos toquecitos.
—¿Sabes cuánto cuestan?
—Hace mucho que no fumo, pero, si tuviera que apostar, diría que
más o menos como los derechos de las canciones de los Beatles.
Ambas sonreímos y finalmente salimos. Cruzamos la calle y entramos
en Marchisio’s. Como me pasó ayer, lo primero que hago es buscar con la
mirada a Santana. Veo a Quinn en una de las mesas del fondo con
otros ejecutivos, pero ella no está.


Mi móvil comienza a sonar. Me limpio las manos y lo saco del bolso.
Miro la pantalla pero no sé quién es, no tengo el número registrado.
—¿Diga?
—Señorita Pierce, soy Blaine Anderson, secretario de la señorita Lopez.
—¿En qué puedo ayudarla? —pregunto solicita y a la vez curiosa.
—La señorita Lopez necesita lo antes posible todos los artículos y
editoriales relacionados con Artie Abrahams. Además de un estudio exhaustivo del seguimiento realizado por la revista de la aplicación de las energías renovables en el proceso de reconversión ecológica en la arquitectura actual.
Trago saliva. Eso no ha sonado como algo que una encuentra en un
archivo en el escritorio de un ordenador, es más bien el proyecto de fin de
carrera de un alumno de arquitectura.
—¿Y para cuándo quiere la señorita Lopez esa documentación?
Puedo sentir su compasión al otro lado de la línea.
—Señorita Pierce, la señorita Lopez no es una mujer paciente.
—Me pondré inmediatamente a ello.
Sugar me mira como si acabara de declararme profeta de una nueva
religión. Yo sonrío con desgana mientras cuelgo y saco mi cartera para
pagar el almuerzo que no me voy a poder terminar.
—¿Te marchas?
—Sí, La señorita Lopez quiere un montón de documentación y no es una mujer paciente —repito las últimas palabras cargada de ironía.
—Podría dejarte almorzar, que ella se alimente de rabia y
autosuficiencia no significa que los demás no necesiten comer.
El comentario de Sugar me hace reír.
—Te veo luego.
—Claro.

Salgo del gastropub y regreso a la oficina. En el ascensor todavía me
pregunto si realmente le es tan urgente toda esa documentación o sólo
quiere fastidiarme. La idea de que me odia y vive para torturarme cada vez
cobra más peso.


Más de dos horas después, tengo una decena de carpetas apiladas
sobre mi escritorio. Me muero de hambre y la imagen de un sándwich de
pavo se pasea por mi mente. Es tal mi desesperación que incluso podría
comerme algo que hubiera cocinado Rachel. Entonces recuerdo que he visto unas máquinas expendedoras en alguna parte. Dejo la impresora láser terminando con los últimos documentos y, haciendo uso de mi malísima orientación, llego hasta el pasillo junto a los ascensores, el que acaba en las escaleras de emergencia, y compro un par de chocolatinas Hershey’s y una paquete de Skittles. Un almuerzo de lo más nutritivo.
Al volver a mi oficina, la impresora ya ha terminado. Meto las
chocolatinas y el paquete de caramelos en mi bolso y cojo toda la
documentación. Pesa exactamente todo lo que parece pesar.
Llego hasta la antesala del despacho de la señorita Lopez y me paro frente
a la mesa de Blaine Anderson.
—Traigo la documentación que pidió la señorita Lopez.
—Pase, señorita Pierce
—Brittany —la interrumpo.
Ella sonríe con dulzura.
—Brittany, puedes pasar. La señorita Lopez te está esperando.
Golpeo suavemente la puerta y, recordando perfectamente lo que me
dijo ayer, espero a que me dé paso.
—Adelante.
Juraría que la he oído reír antes de decirlo.
Abro la puerta y la cierro tras de mí. Santana está de pie junto a
la ventana hablando por teléfono. Me mira durante unos segundos y
después vuelve a perder su vista en el cielo de Manhattan.
Procurando no hacer ruido, camino hasta el centro del despacho y, con
cuidado, dejo la pila de documentos y carpetas sobre su mesa. La miro de
reojo. Está concentrada, con una de sus manos en la nuca. Los rayos de sol juegan a esconderse y aparecer redibujando su bello rostro. Bajo esta luz, su pelo azabache. Se le ve determinada y muy sexi.


Cuelga, se gira y se guarda el móvil en el bolsillo del pantalón que le
queda endiabladamente sexi, más ahora que no lleva la chaqueta.
—Hola, señorita Pierce —me saluda apoyándose contra la ventana.
—Hola, señorita Lopez. —Siento la boca seca—. Le traigo la
documentación que pidió.
—Gracias —susurra con una media sonrisa dibujada en su perfecto
rostro.
Su sonrisa hace que me quede contemplándola unos segundos más de
lo estrictamente necesario. Cuando me doy cuenta, la única reacción que se me ocurre es clavar la mirada en el suelo e incluso ruborizarme levemente.
Dios, qué estupidez.
Pero, por muy consciente que sea de lo ridículo de mi comportamiento, al notar sus maravillosos ojos negros sobre mí, la
sensación de que no soy capaz de moverme va abriéndose paso y poco a
poco la atmósfera va cargándose de una suave electricidad.
—Si no me necesita para nada más —musito y no sé por qué lo digo,
en el fondo no quiero irme.
Mi frase parece descolocarla y hace que se incorpore rápidamente.
—De hecho, sí la necesito, señorita Pierce.
Hace una pausa dejando que sus palabras calen en el ambiente.
—Esa documentación parece muy amplia. Preferiría que la organizara
mejor. No puede hablar en serio. Claro que es amplia, es más, es amplísima.
Yo lo sé porque la he recopilado y él debería saberlo porque me mandó
hacerlo. No puedo creerme que vaya a tener que volver a mirar cada
estúpido papel otra vez.
—Me la llevaré y la traeré organizada, mejor.
No puedo evitar pronunciar la última palabra con algo de desdén.
—Puede hacerlo aquí.
La miro algo atónita. De entre todas las respuestas posibles, ésa era la
última que me esperaba
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:34 am

-Chapter 4
—Siéntese —me pide señalando la silla al otro lado de su mesa a la vez
que ella ocupa la suya.
La verdad es que no sé qué hacer. Santana Lopez me observa impaciente
y yo me doy cuenta de que, más allá de lo que mi hiperactiva imaginación
quiera elucubrar, no es más que una jefa pidiéndole a una empleada una
tarea. Con esa idea en la cabeza, me siento y comienzo a revisar la primera carpeta.

En este despacho hace calor, o por lo menos quiero pensar que
realmente hace calor y no que mi cuerpo traidor está revolucionado ante la
presencia de Santana. Me quito la chaqueta y la cuelgo del respaldo
junto a mi bolso. Estamos en el más absoluto silencio. Sólo se oye su
tecleo ocasional y mi pasar de hojas.

Entonces alzo discretamente la cabeza y me atrevo a mirarla. Parece
concentrada, como antes al teléfono, pero también muy cansada. Empiezo
a sentirme mal por haber pensado que me torturaba deliberadamente al
hacer que me saltara el almuerzo. Seguramente ella tampoco haya comido.
—Señorita Lopez —lo llamo casi en un susurro.
—¿Sí? —contesta llevando su mirada hacia mí.
Necesito unos segundos. Sus increíbles ojos negros me han hecho
perder por completo el hilo.
—No le vi en Marchisio’s a la hora del almuerzo y tiene aspecto de no
haber comido.
Cojo mi bolso y saco de ella las dos chocolatinas y el paquete de
Skittles.
—Y bueno, había comprado esto en la máquina expendedora —
concluyo tendiéndoselos.
Santana me mira con una expresión inescrutable y yo me siento
más ridícula a cada instante que pasa. Finalmente, como si ya no pudiera
disimularlo más, una incipiente sonrisa va apareciendo en sus labios.
—Sabe que hay más restaurantes aparte del Marchisio’s, ¿verdad,
señorita Pierce? Pero no, no he comido.
Toma el paquete de caramelos y yo sonrío al ver que no he vuelto a
caer en el bochorno más absoluto. Con mi sonrisa, la suya se ensancha.
—Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que comí uno de
estos —comenta aún sonriente y toda su expresión parece relajarse un
poco.
Yo dejo una de las chocolatinas en su lado de la mesa y abro la otra.
—Si los comparto con usted, es porque me siento culpable —aclaro.
—¿Por qué? —pregunta confusa.
—Cuando su secretario me llamó, estaba a punto de almorzar y pensé
que había elegido justo ese momento sólo para torturarme. Al caer en la
cuenta de que usted tampoco ha podido comer, me he sentido mal por todas las cosas que le he llamado camino de su despacho.
Ríe sorprendida.
—¿Sabe? No estoy acostumbrada a que me traigan chocolate y
caramelos y después me confiesen que me han llamado cosas.
—Podrían no ser todas cosas malas.
—Permítame dudarlo, ya me dijo una vez que no le caía bien.
—Se lo merecía —sentencio sin más.
Santana vuelve a dedicarme su fabulosa sonrisa.
—¿Y ahora?
—¿Ahora qué?
—¿Sigo cayéndole mal?
—Aún no lo sé.
Nuestras miradas permanecen entrelazadas. La electricidad se hace
más latente y por primera vez me pregunto qué pasaría si este carísimo
escritorio de diseño no estuviera entre nosotras.
—Será mejor que volvamos al trabajo. Nos queda mucho por hacer.
Asiento algo nerviosa y llevo mi vista de nuevo a las carpetas. ¿Por
qué no puede ser siempre así de encantadora? Ahora mismo la palabra
odiosa y todas las demás que utilizó Sugar para describirla parecen muy
lejanas.


Santana vuelve a mirarme y su sonrisa aparece otra vez en su sensual boca. Se está riendo de nuevo de mí, me apunto.
—Me encanta divertirle como siempre, señorita Lopez —comento algo
molesta.
—No entiendo a qué se refiere, señorita Pierce.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:34 am

descargo de responsabilidad : ni los personajes ni la historia me pertenecen
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

—A lo mucho que le gusta reírse de mí. A eso me refiero.
La indignación comienza a sacudirme y hace que vuelva a sentarme
correctamente y cuadre los hombros, adoptando una perfecta actitud
profesional. Parece que mi reacción le hace aún más gracia.
—Nunca me reiría de usted —replica—, al menos no como piensa.
Su sonrisa no lo abandona y en su mirada vuelve a estar ese brillo que
no sé leer pero que me hipnotiza.
—Será mejor que volvamos al trabajo.
Esta vez soy yo quien lo dice, sobre todo para obligarme a apartar mis
ojos de los suyos.

Son más de las seis. Si no fuera por lo tedioso de la
información, habría dicho que no llevo aquí más de unos minutos.
—¿Tiene lo que le pedí sobre Artie Abrahams? —me pregunta.
—Sí, claro.
Conecto mi iPhone con su Mac y le paso los archivos directamente a
su ordenador. Ella asiente satisfecha y comienza a examinarlos.
—Señorita Pierce —me llama.
—¿Sí?
—Quizá me equivoque, pero apostaría a que esta foto no tiene nada
que ver con Artie Abrahams.
No entiendo nada, pero entonces gira la pantalla y veo una foto de
Rachel, Joe y yo en la playa, en Santa Helena, el último verano de
facultad.

—Lo siento, señorita Lopez. Me he equivocado de archivos.
—Una playa realmente bonita —comenta ignorando mis disculpas—.
¿Dónde es? —pregunta curiosa.
—Santa Helena, en Carolina del Sur —musito.
—¿Vacaciones?
—Sí, pero en realidad soy de allí.
—Parece un lugar precioso.
—Lo es.
Un agudo pitido nos interrumpe al otro lado del intercomunicador.
—Señorita Lopez, una chica llamada Danielle —pronuncia el
nombre con dificultad— desea hablar con usted.
No puedo evitar sonreír, casi reír, al recordar mi frase del harén
multicultural. Diría que ella también la recuerda, porque por una milésima
de segundo la noto algo incómoda.
—Coja el recado.
—De acuerdo, señorita Lopez. Si no necesita nada más, me marcho.
—Muy bien, Blaine. Hasta mañana.
—Hasta mañana, señorita Lopez
.
—Le he enviado la información correcta sobre Artie Abrahams a su Mac.
Le agradecería que borrara las fotos que le mandé por equivocación. Son
privadas.
Visiblemente irritada, se incorpora sobre su silla, teclea algo en su
ordenador y suena un ronroneante pitido.
—Hecho —me espeta en un golpe de voz a la vez que vuelve a dejarse
caer en su sillón de ejecutiva.
Me levanto y llevo los distintos montones de carpetas en los que he
dividido la información hasta un elegante archivador de madera que no
levanta más de un metro del suelo y que se extiende a lo largo de toda la
pared opuesta a la de las ventanas.
—La documentación ya está ordenada. La última carpeta no la he
mirado —me adelanto a cualquier cosa que fuera a decirme— porque sé
que contiene una declaración de objetivos del arquitecto jefe que proyectó
el rascacielos al norte del Bronx.

Recojo mi bolso y mi chaqueta y giro sobre mis talones para salir del
despacho. Mi enfado prácticamente esta descontrolado y, si lo pienso
fríamente, ni siquiera sé por qué.
—¿Por qué está tan enfadada?
—No estoy enfadada —me apresuro a responder.
—Pues no lo parece.
—¿Y qué si lo estoy? Es asunto mío.
—Entonces, lo está.
—Eso no le concierne —mascullo.
—Definitivamente lo está —replica presuntuosa.
—Señorita Lopez, es usted una imbécil exasperante.
Y sin dudarlo salgo del despacho dando un portazo. Me alegra que
Blaine no esté.
Sólo necesito dar un paso más allá de la puerta de su oficina para
darme cuenta de la estupidez que acabo de hacer. ¿La he llamado imbécil?
Me detengo en medio de la redacción desierta. La he llamado imbécil, me
confirmo a la vez que me llevo la mano a la frente.
—Genial, Pierce —me reprocho.
Pienso en volver a su despacho, pero una dignidad y un orgullo salidos
no sé muy bien de dónde me lo impiden. Perfecto, actualmente cuento con
dignidad y orgullo, pero probablemente no con trabajo.

En mitad de esta reflexión oigo unos pasos acelerados llegar a mi encuentro. No necesito girarme para saber quién es. Aún así lo hago no me queda otra.
—¿Acabas de llamarme imbécil? —pregunta en un tono calmado,
demasiado calmado, lleno de una rabia apenas contenida que resulta de lo
más intimidante. Definitivamente mil veces peor que un grito.
—Sí —musito y mi voz es un finísimo hilo.
El orgullo y la dignidad acaban de salir huyendo sin mirar atrás.
—¿Alguna vez te paras a pensar en que soy tu jefa? ¿Lo piensas
cuando me dices que no sabes si te caigo bien, me ofreces chocolatinas o
me llamas imbécil? Contéstame, ¿lo piensas?
—No lo pienso. Me sale sin más.
—¿Por qué te has enfadado?
—No lo sé.
Cierra los ojos y suspira exasperada a la vez que se pasa las manos
por el pelo.
—Soy tu jefa. El hecho de que te permita algunas licencias no cambia
que lo soy, y lo que está claro que no puedes hacer es enfadarte así,
llamarme imbécil y marcharte de mi despacho dando un portazo.
Asiento.
—¿Sigo teniendo trabajo? —pregunto en un golpe de voz sin
atreverme a mirarla.
—Sigues teniendo trabajo y ahora vete a casa.
Se da la vuelta y vuelve a su despacho. Yo me quedo unos segundos
de pie, inmóvil. Creo que lo único que me impide caer de bruces contra el
suelo es la adrenalina fluyendo por mis venas. Mi cuerpo está desbocado,
ansioso, anhelante, y es la prueba más incuestionable de que debería poner punto y final a todo lo que tenga que ver con ella, porque, aunque
sólo vaya a permitirme admitirlo una vez, me he enfadado tanto porque
hay una mujer francesa de nombre impronunciable esperándola para cenar
y, sobre todo, porque cuando me dijo que la vería esta noche me moría de
ganas de que las carpetas se multiplicarán por mil y pasar con ella toda la
noche en su despacho.

Llego al apartamento y lo primero que hago es conectar mi iPod a los
altavoces. Busco y rebusco y ahí está mi canción, la que me animaría
aunque un huracán hubiera asolado todas mis pertenencias: Stronger, de
Kelly Clarkson.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:35 am

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:36 am

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:37 am

Mientras Kelly Clarkson canta what doesn’t kill you makes you
stronger. Stand a little taller. Doesn’t mean I’m lonely when I’m alone.
What doesn’t kill you makes a fighter. Footsteps even lighter, algo dentro
de mí me dice que, aunque me niego a creerlo, sé de quién es esa bolsa.
Cuando la abro y aparto el papel de seda rosa que cubre el interior, me doy
la razón. Sencillamente no puedo creerlo. La bolsa está repleta de
chocolatinas Hershey’s y paquetes de Skittles. Toda la confusión de la que
me había liberado con mi catártico grito vuelve a mí y no sé por qué lo
único que se me ocurre es echarme a reír, una risa nerviosa y descontrolada pero risa al fin y al cabo.

Vuelven a llamar a la puerta. Mi cuerpo se tensa de inmediato y dejo
de reír. Sin embargo, cuando llaman de nuevo y esta vez lo hacen al ritmo
de la música, no tengo ninguna duda de que son Rachel y Joe.
Miro por última vez la bolsa y la dejo sobre la encimera de la cocina.
Una bolsa llena de chucherías acaba de trastocarme por completo. Creo que da igual lo complicado e inadecuado que me repita que es todo, estoy
metida hasta el fondo.
A la mañana siguiente me despierta la alarma del reloj, pero me saca
de la cama el timbre de la puerta. A pesar de que las mariposas de mi
estómago estén empeñadas en creer, sé que no son más chocolatinas. Debe de ser Rachel en busca de desayuno.
Aun así, no puedo evitar soltarme la coleta y colocarme bien un
mechón de pelo justo antes de abrir la puerta.
—Eres ridícula, Pierce —me reprocho al caer en la cuenta de lo que


Me doy una ducha, me cepillo los dientes y vuelvo a mi habitación
para vestirme. Hoy es la reunión con Artie Abrahams, así que decido que es hora de sacar mis galas más profesionales. Me pongo un traje de falda y
chaqueta azul marino con los ribetes deshilachados y mezclados con un
tono champagne. La falda me llega por encima de las rodillas y tiene cierto
vuelo. Me gusta mucho, pero no es un auténtico look de ejecutiva como
veo en otras mujeres de la oficina.



Me asomo a la ventana para comprobar el tiempo y parece que va a
llover. ¡El clima está loco! El tener que escoger abrigo me complica las
cosas, pero el reloj manda, así que cojo mi única gabardina también en
color crema y también por encima de las rodillas.
No me da tiempo a secarme el pelo ni a maquillarme. Quería parecer
profesional y a saber cómo llego a la oficina.

Al cruzar las enormes puertas del Lopez Group, Noah me hace un
discreto gesto con la mano para que me acerque.
—Brittany, la señorita Fabray me ha pedido que te diga que te espera
directamente en el garaje. Al parecer la reunión se ha adelantado.
¡Mierda! Tenía que ser justo el día que llego quince minutos tarde.
—Gracias, Noah.
Salgo disparada hacia los ascensores y me coloco al fondo para poder
mirarme en el espejo. Genial, me digo siendo toda ironía, parece que sales
de una discoteca que ya ha empezado a pinchar los grandes éxitos de Tony Bennett.

Antes de que pueda decidir cómo ponerle remedio, el agudo pitido del
ascensor me indica que las puertas están a punto de abrirse.
El parking es grande, muy grande, pero por suerte no tardo en ver a
Quinn. Está de pie frente a una fabulosa limusina negra. Conforme me
acerco y el resto de coches aparcados no me obstaculizan la visión, puedo
ver al Santana apoyada en la carrocería con los brazos cruzados,
charlando con mi jefa. Lleva un fantástico traje negro de corte italiano,
camisa blanca impecable y una corbata delgada y negra. Está espectacular.
Nunca había conocido a una mujer a la que los trajes le sentarán tan bien.
—Buenos días. Siento el retraso —digo casi sin aliento al llegar junto
a ellos. Caminar, casi correr con estos tacones y tantísimas carpetas en la
mano, no es nada fácil.
Al verme, santana se incorpora rápidamente.
—No te preocupes, Brittany —me consuela Quinn—. La secretaria
del señor Abraham llamó para decir que debíamos adelantar la reunión.
Intento prestarle toda mi atención a Quinn, que continúa hablando
sobre otros compromisos del prestigioso arquitecto y demás, pero no puedo
evitar notar la mirada de Santana sobre mí. Siento sus negros
escrutando cada centímetro de mi anatomía. El corazón me late cada vez
más deprisa. Sonrío nerviosa sin dejar de mirar a Quinn y y asiento solicita.
—Y él es George, nuestro chófer —continúa presentándome al
hombre que esperaba a unos pasos de ellos—. George, la señorita Pierce.
—Brittany —digo estrechándole la mano que me tiende.
—Encantado, Brittany.
—Lo mismo digo.
Santana carraspea y George inmediatamente se acerca a la
puerta trasera del coche y la abre. Los tres se quedan de pie y tardo unos
segundos en darme cuenta de que esperan a que me suba. Aunque en un
primer momento me alegra que Quinn sea quien se siente a mi lado, me
doy cuenta de que no había calibrado lo perturbador que podría ser tener
frente a mí a Santana en un lugar tan pequeño durante veinte minutos.
La limusina se pone en marcha y rápidamente se incorpora al tráfico.
—He traído unas carpetas con cosas que quiero que revisemos. No me
gustaría que diéramos toda la mañana por perdida —me avisa mi jefa.
—Claro.
En ese momento mi mirada se cruza con la de Santana y rápidamente la aparto. Intento concentrarme en cualquier otra cosa y
recuerdo entonces mi desastroso aspecto.
«Por eso te mira tanto, idiota.»


—Fabray, ¿encontraste lo que querías en la información sobre Artie que
pediste a la revista? —le pregunta Quinn y a Santana me sorprende
que no le llame precisamente así, señorita Fabray Aunque, ahora que lo
pienso, no es la primera vez que lo hace.
—Sí.
—No entiendo por qué necesitabas tanta documentación sobre Artie,
prácticamente lo sabes todo sobre él.
La respuesta de Quinn me llama la atención aún más. ¿Por qué
estará Santana interesada en alguien como Artie? Y, puestos a
dilucidar, ¿por qué ha venido a esta reunión?
—¿Y tú, Brittany, pudiste indagar sobre Artie? —pregunta mi jefa
sacándome de mis reflexiones.
—Sí.
—¿Y bien?
—Me parece un hombre extraordinario. Todo eso de esforzarse en
armonizar los edificios con las ciudades y no permitir sinsentidos de
cientos de plantas, me impresionó. Además, ¿sabías que fue él quien
impidió que se demoliera el viejo hotel Maxwell Padafield?
—Sí, lo sabía.
Me ruborizo al comprobar que santana y Quinn me miran con
una sonrisa en los labios, sin duda alguna por la efusividad que he
mostrado.
—Me sorprendió —musito un poco avergonzada.
—Artie es como una estrella del rock de la arquitectura. Si te
ve así de entusiasmada, va a concedernos una entrevista por número —
comenta Quinn.
Sonrío pero la sensación de timidez aún me acompaña, sobre todo por
lo que he sentido cuando mi mirada se ha cruzado con los
indescriptiblemente bonitos ojos negros de Santana .


Quinn y Santana caminan delante de mí. A unos pocos pasos
de los ascensores, mi jefa recibe una llamada y se aleja de nosotras. Yo
sigo embobada, con la vista perdida en cada detalle, y sólo paro de andar
por inercia al notar que Santana también lo hace.
—Me encanta cómo miras este lugar —me susurra inclinándose sobre
mí, con su boca a escasos, escasísimos centímetros del lóbulo de mi oreja
—, quizá algún día me mire a mí de ese modo.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:38 am

Chapter 5


Alzo la mirada y ella me dedica su encantadora sonrisa. Claramente es juego sucio y me roba la reacción. Francamente comienzo a preguntarme
seriamente si esta mujer. O quizá se está permitiendo una de
sus pregonadas licencias. Yo continúo mirándola, apremiando a mi cerebro
para que las palabras se ordenen y salgan de mis labios. Quiero decirle
tantas cosas...
—¿Por qué hace esto?
Es lo único que alcanzo a preguntar y, aunque no ha sido la frase más
elocuente de mi vida, resume bastante bien cómo me siento ahora mismo.
Sin embargo, antes de obtener cualquier respuesta, Quinn regresa. Como
pasó en la oficina, en cuanto se une a nosotros, Santana cesa en su
sonrisa y da la conversación por finalizada. Me siento frustrada.
—Brittany Debe llamarme Quinn para sacarme de mis pensamientos cuando las
puertas del ascensor se abren.
—Perdona, estaba distraída.
Entro en el ascensor y ellas me siguen.
Caminamos por un largo pasillo hasta una de las suites del hotel. De
nuevo ellos van delante. Quinn llama a la puerta y, mientras esperamos a
que nos abran, observo un gesto en Santana uno casi imperceptible,
pero que sin duda muestra que está nerviosa: ha cuadrado los hombros.
—Relájate o tu ídolo se dará cuenta de que lo es y será de lo más
humillante —le susurra jocosa Quinn.
Santana la asesina con la mirada. Incluso yo me he sentido
intimidada, pero Quinn sonríe y vuelve su vista al frente. Deben
conocerse muy bien y desde hace mucho, lo que también explica que nunca lo llame señorita o jefa. Otra pregunta que acaba de quedar contestada es por qué se ha molestado en venir a esta reunión. Nunca habría dicho que Artie es su ídolo. Lo imaginaba admirando a hombres como Henry Ford o John D. Rockefeller.

Una mujer de unos treinta años nos abre la puerta. Mira a mi jefa y a la
jefa de mi jefa y automáticamente centra toda su atención Santana, a la que le dedica una espontánea sonrisa. Me alegro de estar detrás de
ella y que no pueda ver cómo frunzo el ceño. Sé que le serviría para reírse
aún más de mí.
— El señor Abrahams los está esperando.
Les hace un gesto invitándolos a pasar y ellas entran. La que asumo
secretaria del famoso arquitecto ni siquiera me saluda. Parece que al lado
de Santana me he convertido en invisible.
La seguimos a través de un pasillo dejando atrás el coqueto hall.

Al pasar a la sala principal, diviso un espejo a unos pasos de mí.
Disimuladamente me echo un vistazo y, si bien mi pelo no está del todo
mal, quiero que la tierra me trague cuando veo el color de labios que llevo:
un rojo intenso, casi fuego, muy al estilo pin-up y del todo inadecuado, una
versión de la palabrita en cuestión, para esta reunión. Acelero mi paso y
vuelvo a colocarme detrás de Quinn.
«Definitivamente va a ser un gran día.»
—¿Y usted es?
La pregunta la formula Artie Abraham posando toda su atención en mí e
incluso acercándose unos pasos.
—Soy la señorita Pierce, Brittany S. Pierce —aclaro.
Él sonríe y asiente. Parece que las presentaciones se hicieron mientras
yo me compadecía de mi vestuario.
—Siéntense —nos propone Artie señalando los mullidos sofás color
crema.

—En primer lugar, queríamos agradecerle que nos concediera esta
entrevista —dice Quinn.
—No les mentiré. Si he aceptado esta entrevista es porque Lopez
Group ha despertado mi curiosidad, sobre todo usted, Santana.
—Muchas gracias.
Y en su voz puede leerse un deje de orgullo.
—Damas si les parece, podrían explicarme qué es lo que quieren
de mí para esta entrevista —inquiere Artie perspicaz.
Con esta pregunta como verdadero pistoletazo de salida, la reunión
comienza. Hablan durante más de dos horas acerca de las teorías y
preceptos de Artie sobre lo que debería ser la arquitectura urbana. Sin
embargo, el que verdaderamente brilla es Santana Sus acertados
comentarios e incluso sus teorías y dogmas propios impresionan a Artie.
Los observo empapándome de todo ese conocimiento y siendo mudo
testigo de cómo la entrevista se convierte en una auténtica mesa redonda
sobre el mundo de la arquitectura.

Artie me observa durante apenas un segundo.
—¿Y usted qué opina, señorita Pierce?
La pregunta me pilla por sorpresa, no porque estuviera distraída, sino
porque no pensé que mi opinión fuera a resultar relevante.
—Me temo que mi opinión no estaría a la altura.
Artie Abraham sonríe ante mi respuesta.
—Permítame una pregunta: ¿cuál de las dos es su jefa directo?
¿A dónde pretende llegar con todo esto?
—La señorita Fabray, soy su ayudante.
—¿Y qué opina de ella?
—¿Qué?
No entiendo el giro que ha tomado esta entrevista. Quinn me sonríe
animándome a contestar. —Es una excelente editora, probablemente una de los mejores del país. Tengo mucha suerte de trabajar para ella.
—Buena respuesta. —Asiente satisfecho con mi contestación—. Y
¿qué opina de la señorita Lopez?
Mi «¿qué?» es ahora mental, porque, de haberlo pronunciado, lo
habría hecho con una voz de lo más aguda.
—La señorita Lopez inteligente y determinada.
—¿Diría que es una buena ejecutiva?
—Por supuesto —asiento acompañando mi respuesta.
—¿Y una buena arquitecta?
Dudo.
—No lo sé.
—Ése es el problema —le espeta a Santana obviándome por
completo—. Al final da igual cómo de brillantes sean sus ideas sobre la
arquitectura actual, siempre quedarán supeditas a su deber y a su
importancia como ejecutivo de una gran empresa.
—Un par de comentarios no me definen, señor Abraham.
La noto molesta y no sé si es por la insinuación del señor Abraham o por
el par de comentarios.
—Pero actos como que el Lopez Group construyera un enorme
rascacielos en el norte del Bronx, sí. No entiendo el sentido de esas
construcciones y su idea de arquitectura.
—Todo tiene sentido al final.
Las palabras salen de mis labios incontroladas antes de que pueda
pensarlas con claridad. Los tres me observan sorprendidos por mi
interrupción. Llegados a este punto, más vale que tenga algo importante
que decir.
—Lopez Enterprises Group compra manzanas enteras en zonas
deprimidas de Brooklyn o Queens —prosigo—. Los convierte en prósperos
ecológicamente, haciendo que sus inquilinos rebajen los gastos en luz y
agua y mejoren su calidad de vida. Y eso se subvenciona con los
rascacielos. Puede que no concuerde exactamente con sus teorías, pero, si
sigue el principio de que la arquitectura debe estar al servicio de las
personas y no al revés —hago una pequeña pausa—, así es cómo todo tiene sentido al final. Ésa es la manera de cambiar el mundo.
La vehemencia con la que he defendido mis argumentos y a Lopez Enterprises Group por un momento les deja sin habla. Me temo que parte
de esta pasión por defender la empresa la ha provocado el querer defender
a Santana en realidad, pero no voy a permitirme pensar en eso ahora,
no cuando ninguno de los tres ha dicho nada todavía.
—Lo siento —me disculpo. Tengo la sensación de haber metido la
pata hasta el fondo.
—No se disculpe —me corrige Artie—. Si todos los empleados de su
empresa la defienden con esa pasión e idealismo, es usted una tipa
afortunada, Lopez.
—Sí, lo soy —responde sin dudar.
Nuestras miradas se cruzan durante un instante. Sus ojos negros
vuelven a brillar, pero una vez más no sé leer el porqué. Nuestro contacto
se rompe demasiado pronto.


—Muchas gracias por concedernos su tiempo —se despide Quinn.
—Ha sido un verdadero placer atenderlas.
La secretaria se coloca junto a la puerta y comienza a andar cuando
nos encaminamos hacia su dirección.
—Señorita Pierce —me llama Artie.
Me detengo y me reúno de nuevo con él.
—¿Sí, señor Abraham?
Santana también se detiene. No se gira directamente, pero sé que
está atenta.
—Tome.
Me entrega una tarjeta de visita con lo que parece su teléfono personal
escrito a mano.
—Por si le apetece seguir hablando de arquitectura —añade.
—Me temo que le aburriría. Creo que ya he hecho uso de todos mis
conocimientos esta mañana.
—No parece que sea el tipo de chica con la que uno pueda aburrirse.
Sonrío amablemente. La verdad es que me siento halagada.
—Señorita Pierce —me llama Santana .
Me giro para mirarlo, pero no me muevo del lado del Artie.
—¿Si, señorita Lopez?
—Deberíamos marcharnos. Tenemos trabajo que hacer.
Asiento y dirijo mi mirada de nuevo a Artie.
—Parece que ya tiene a alguien dispuesto a hablar de arquitectura con
usted —murmura sonriendo.
Me ruborizo y aparto mi mirada de la suya.
—Señorita Pierce —me reclama Santana de nuevo y su voz
tiene un toque de impaciencia.
—Debo marcharme —comento.
—Por supuesto —responde Artie cómplice sin que la sonrisa lo
abandone.
Comienzo a andar en dirección a la puerta. Santana me observa
y, cuando paso junto a ella, tira de mi gabardina y la sujeta para que pueda
ponérmela. Yo tardo unos segundos en reaccionar. No me lo esperaba, pero sobra decir que dejo que lo haga. Cuando me la pone, no retira sus manos inmediatamente y durante un instante sus dedos rozan mi nuca con el contacto de una caricia furtiva pero totalmente intencionada que logra
estremecer mi piel.


—Por fin —se queja Quinn y al vernos.
Nos despedimos del asistente y vamos hasta el ascensor.
—Ha sido muy interesante —continúa mi jefa mientras esperamos—.
Definitivamente es el John Lennon de la arquitectura, y te hacía ojitos —
me dice socarróna.
Yo vuelvo a ruborizarme y miro de reojo a Santana que se limita a
fingir una sonrisa con desgana, sin ocultar su irritación y sin apartar la
mirada de las puertas de acero.
—¿Dónde comemos? —pregunta Quinn.
—¿Marchisio’s? —replica Santana automáticamente.
Las puertas se abren y una docena de ejecutivos japoneses salen del
ascensor.—Es temprano, ¿por qué no vamos a Of Course? —inquiere de nuevo Quinn —. Tienes un reservado permanente allí, ¿no? Además, si no daría igual, serían capaces de construirte uno al instante.
—Como quieras —contesta malhumorada,



Ya junto a la mesa, Santana , tomándome de nuevo por sorpresa,
termina de bajarme la gabardina por los hombros y retira mi silla para que
me siente. Lo hago y vuelve a arrimarme, pero no hay dulzura en su gesto,
simplemente arraigados modales y el hecho, sospecho, de que no lo haga
un mesero. Ella se sienta frente a mí y Quin entre las dos. Mientras la maître nos entrega las cartas, el móvil de mi jefa comienza a sonar. Rápidamente desliza su dedo por la pantalla táctil y lo deja sobre la mesa.
Todo en la carta tiene un aspecto delicioso, aunque no negaré que no
entiendo la mitad de los platos que están en un perfecto francés. Mientras
trato de hacerme una idea de lo que será el pigeon aux amandes, el sonido
del iPhone de Quinn vuelve a distraerme. Lo mira durante un segundo y
finalmente se levanta.
—Perdonad, chicas. Es importante. Empezad sin mí. Intentaré tardar
lo menos posible.

Sale del reservado. Su voz, ya al teléfono, se va apagando en la
distancia y, en escala opuesta, mis nervios por estar a solas con Santana
van creciendo, sobre todo si pienso que estoy a solas con Santana
malhumorada.
—¿Han decidido qué tomarán las señoritas? —pregunta el camarero.
—Vino —responde—: Château Ausone del 2012.
Asiente y se retira.
—Señorita Lopez, tengo que volver al trabajo, preferiría agua.
Al oírme, el camarero regresa en espera de nuevas instrucciones.
—Es cierto —contesta molesta—. Olvidaba que a la hora del
almuerzo sólo toma Martini Royale.
la capulla insoportable ha vuelto. Pienso seriamente en levantarme y
marcharme, pero hay algo en la manera en que me mira que me hace
imposible moverme.
—Agua —musito reafirmándome, aunque lo hago en un patético hilo
de voz sin ni siquiera poder mantenerle la mirada. Cuando adopta esta
actitud, me intimida demasiado.
—Château Ausone —repite al camarero, pero noto que clava sus ojos
negros en mí— y agua, San Pellegrino sin gas, para las dos —concluye en
un tono más relajado.
—Gracias —susurro alzando mi mirada y entrelazándola directamente
con la suya.

Nos quedamos así, en silencio, pero ella aparta su mirada y la concentra
de nuevo en la carta. Aunque por un segundo ha parecido relajarse, vuelve
a parecer molesta e irritada como si no estuviera de buena gana aquí.
Recordando que ella ni siquiera propuso venir, comienzo a pensar que le
enfada tener que comer con alguien a quien apenas conoce ahora que
Quinn no está.
—Señorita lopez, como la señorita Fabray no está, si quiere, podemos
olvidar la comida.
—¿Por qué? Es la hora del almuerzo.
—No parece que le apetezca mucho estar aquí.
—Créame, señorita Pierce, si no quisiera estar aquí, no estaría —
responde sin levantar su vista de la carta.
En ese instante decido que callada estoy mucho más guapa.
¿Dónde se habrá metido Quinn? Discretamente miro la puerta
rezando para que aparezca.
—A lo mejor la que no quiere estar aquí es usted —comenta
malhumorada.
—No se trata de eso.
Y es la verdad. Algo dentro de mí se quedaría a vivir con ella en este
reservado. Pero, al mismo tiempo, cuando se comporta así, me siento
demasiado nerviosa e intimidada, como si estuviera tocando el fuego y
pretendiese no quemarme.
—Yo también estoy donde quiero estar —sentencio.
La determinación de mis palabras le hace alzar la cabeza y mirarme
con esa versión propia de negro en sus ojos.
Una vez más nos miramos sin decir una sola palabra y siento cómo
entre nosotros va generándose pura electricidad, un campo de fuerza que va llenándolo todo. Su mirada me abruma y me desarma por dentro, pero me gusta, despierta mi cuerpo y lo incita.
El camarero se acerca a nuestra mesa con las bebidas y rompe el
momento. Cuando vuelvo a ser consciente de dónde estamos, me doy
cuenta de que mi respiración se ha acelerado. Tengo que suspirar y
concentrarme muchísimo para relajarme de nuevo.
—¿Han decidido qué desean para comer?
—Steak avec légumes du chef et sauce aux figues douces.
—¿Y la señorita?
—Morue —pronuncio con dificultad— aux champignons sauvages
et…
—La señorita tomará surlonge avec des herbes et ratatouille tarte —
me interrumpe santana.
¿Qué? A la señorita le gustaría decidir lo que quiere comer, gracias.
Sin esperar más respuesta por mi parte, el camarero se retira.
—¿Por qué ha hecho eso?
Francamente estoy muy molesta. Ella da un trago a su copa de vino.
—Porque sabía que lo que iba a pedir no le gustaría.
—Por supuesto, después de compartir una chocolatina conmigo
conoce perfectamente mis gustos culinarios —comento con tanto desdén
como ironía, lo que claramente le enfada hasta el punto de bajar su tono de
voz, llenándola de una tensa e intimidante serenidad en oposición radical a
cómo debe gritarme en su mente.
—El morue aux champignons sauvages et noix de pin —pronuncia en
un perfecto y sensual francés que por un momento me hace perder el hilo
— tiene un sabor demasiado ácido y demasiado fuerte. No es un plato
apropiado para alguien que ni siquiera sabía lo que pedía.
—Podría haberlo dicho y ya está, no elegir por mí como si tuviera
diez años o como si… —me freno a mí misma porque me siento
demasiado furiosa y ofendida y no quiero decir algo de lo que me
arrepienta.
—¿Como si qué, señorita Pierce?
Vuelve a usar ese tono presuntuoso y exigente de jefa tirana que hace
que me hierva la sangre.
—Como si fuera una de sus estúpidos ligues que probablemente
necesiten que le indiquen la diferencia entre cuchillo y tenedor.
Me dejo caer en la silla y levanto la carta que no sé por qué aún
conservo si ya la tengo a ella para que me diga lo que debo comer. Estoy
furiosa. Entonces veo sus dedos posarse en la parte superior de
mi carta y tirar de ella hacia abajo. Al mismo ritmo, me incorporo y lo
descubro mirándome con una media sonrisa en el rostro y sin rastro de
enfado.
—Señorita Pierce —susurra con un tono que mezcla a la perfección la
dulzura y las ganas de jugar—, ahora no me negará que está enfadada.
Sonrío exasperada por este cambio de humor y porque muy en el
fondo con esa sonrisa me tiene ganada.
—El ratatouille le encantará.
—No lo dudo.
Nuestras sonrisas se ensanchan y parecemos haber firmado una
tregua. —Menos mal. Por un momento pensé que tendría que salir corriendo

—¿Por qué lo hizo? ¿Por qué dejó la bolsa en mi puerta?
—Porque sabía que estaba enfadada conmigo y no me gustaba esa
idea.
Me siento algo tímida por su confesión.
—Podría haber esperado a que hubiese abierto —musito.
Me mira escrutándome, intentando leer en mis ojos mientras sopesa
su respuesta.
—Eso no habría sido una buena idea. Además, tenía una cita, ¿no lo
recuerda?
La última frase la pronuncia con esa media sonrisa tan sexy en sus
labios. Sin duda alguna, sabe perfectamente lo que ha dicho y lo ha hecho
con el único fin de hacerme rabiar.

—Artie Abrahams me pareció un tipo muy interesante. Todo lo que leí
sobre él era verdad.
Su expresión cambia por completo. Su mirada vuelve a endurecerse y
la sonrisa desaparece de sus labios.
—Supongo —contesta displicente.
—Todo eso de las teorías arquitectónicas sobre ciudades mejores en
mundos mejores, me cautivó.
No dice nada. Se limita a fijar la atención en su copa de vino y beber
un largo trago de ella.
—Y no voy a negar que me sentí halagada cuando me dio su número.
—¿Piensa llamar a Artie? —me pregunta interrumpiéndome.
Su fingido desinterés se ha transformado en un cristalino enfado.
—No lo sé, supongo que no.
El fuego acaba de quemarme.
—¿Sólo lo supone? —inquiere impaciente.
—No —contesto en un golpe de voz.
Pero ¿quién se cree que es? Esta situación es de lo más ridícula.
—Artie no es más que otro gilipollas que pierde la cabeza por unas bonitas bragas universitarias.
Con esa frase acaba de llegar a mi límite. Se ha pasado de la raya. Me
levanto llena de furia y dignidad a partes iguales y me encamino hacia la
puerta.— Joder —le oigo farfullar mientras se levanta atropellada y me
agarra del brazo para que me detenga.
—Eres una gilipollas —le digo girándome.
Al oír el cariñoso adjetivo que le dedico, sus ojos negros se oscurecen
aún más. Sé que le ha enfurecido pero no dice nada.
—Llamaré a Artie si quiero, y si pierde, ha perdido o perderá la
cabeza por mis bonitas bragas universitarias, es asunto mío y de Artie,
pero no suyo.
—Entonces no me haga perder el tiempo en la suite de un hotel
esperando a que se concreten sus planes.
Sigo sintiéndome intimidada por su mirada, pero la furia me ayuda a
sobreponerme aunque me tiemblen las rodillas.
—Era libre de marcharse.
—Y perderme cómo Artie intentaba parecerle interesante a una cría
de veintitrés años.
—No necesitaba intentarlo. Fue muy agradable charlar con él.
—Es cierto, se me olvidaba lo receptiva que se muestra con los
desconocidos.
¿Qué? ¿Cómo puede ser tan capulla? No quiero estar ni un segundo
más en la misma habitación que ella. Salgo del reservado caminando tan
rápido como mis tacones me permiten. Siento que me sigue, pero no pienso detenerme.
Ya en la calle, respiro hondo y miro a mi alrededor pensando qué
hacer. ¿Vuelvo a la oficina? ¿Finjo estar enferma y regreso a casa? Y a
todo esto, ¿dónde demonios se ha metido Quinn?
Sabía que no iba a acabar bien, pero su proximidad me impide pensar
con claridad y lo único de lo que soy consciente es de cuántas ganas tengo
de estar cerca de ella. Incluso ahora, la odio con cada fibra de mi ser pero me muero porque vuelva a tocarme aunque sea rápido y por sorpresa como cuando me puso la gabardina.
—Señorita Pierce —me llama a mi espalda.
Dentro de su enfado suena más tranquilo.
—¿Quién se está tomando las licencias ahora, señorita Lopez? —
pregunto sin girarme, cruzándome de brazos para protegerme del viento
cada vez más frío y amenazante de lluvia.
—¿Me lo pregunta la que me ha llamado gilipollas?
Me doy la vuelta y lo contemplo un segundo.
—Señorita Lopez, hablo en serio. Tiene que dejar de hacer esto, de
comportarse como si… — ¿estuviera celosa? Me freno en seco a mí
misma. Es imposible que sienta algo por mí—. ¿Por qué me odia tanto? —
pregunto al fin.
Me siento tan cansada, como si llevara batallando cien años. La Santana
combativa tiene ese efecto en mí. Además, llegados a este punto, es
mejor ser sinceras. Si la respuesta es sí, quiero saberlo ya para olvidarme
de todo esto de una vez por todas.
—Yo no te odio, Britt. A veces creo que es todo lo contrario.
Su frase, pronunciada con una dulzura que no había escuchado antes
en ella, se queda entre nosotras y nos silencia a las dos. Seguimos
mirándonos, sintiendo cómo todo a nuestro alrededor desaparece al mismo
tiempo que esa atmósfera eléctrica se expande una vez más, dominándolo
todo. De repente caigo en la cuenta de que me ha llamado Britt y, al
recordarlo, no puedo evitar sonreír como una tonta.
—Será mejor que vuelvas a la oficina —susurra ronco, salvaje.
No, no, no. No quiero irme pero cuando veo cómo mira a George
indicándole que se acerque, me doy cuenta de que la discusión está perdida incluso antes de empezarla.
—George, lleva a la señorita Pierce de vuelta a la oficina.
—En seguida, señorita Lopez.


—Adiós, señorita Pierce —susurra.
Y sin ni siquiera esperar mi respuesta, gira sobre sus pasos y, con su
habitual elegancia, regresa al restaurante.—Adiós, señorita Lopez —musito, pero lo hago para mí contemplando cómo atraviesa las puertas de cristal ahumado y desaparece.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:39 am

Chapter 6
Abatida como pocas veces me he sentido en mi vida, camino hasta la
limusina y entro en ella.

Me siento superada por las discusiones, porque sea mi jefa, por todo lo que la odio y, al mismo tiempo, las ganas que tengo de que me bese.
—Brittany, ¿te apetece que ponga algo de música? —pregunta George
animado, y agradezco que no repare en el lamentable estado en el que me
encuentro.
—Claro —contesto fingiéndome alegre.
Un par de segundos después, la limusina se inunda de la voz de Justin
Timberlake cantando Mirrors y yo sólo quiero tirarme del coche en
marcha. Definitivamente hoy no es mi día. No me queda otra que reír
absolutamente exasperada por la situación: yo luchando por no pensar en
Santana y una canción que habla de almas gemelas saturando cada
átomo de aire a mi alrededor.


Cuando entramos en el parking del Riley Group, suspiro
mínimamente aliviada, por lo menos no tendré que escuchar más canciones de amor.

Ya en casa y con Joe
—Te has llevado la peor parte —le digo a Joe cerrando la puerta.
—Como siempre —contesta sonriendo, volviendo a los fogones donde
está cocinando algo que, como siempre, huele delicioso.
Me siento en uno de los taburetes de la isla de la cocina y observo a
Joe. Nos conocemos desde hace más de cinco años. Nos hemos visto en
todo tipo de situaciones: gloriosas, bochornosas y muy bochornosas. Él me
acompañó a pedir la píldora del día después a una clínica de Brooklyn
porque me aterraba ir sola. Y yo fui la primera persona a la que fue a ver
cuando rompió con Sugar hace más de un año. La única vez que le he
visto llorar. Sé que puedo confiar en él, así que por mi cerebro cruza la idea de que quizá pueda explicarme por qué Santana se comporta así y, sobre todo, por qué se ha comportado así hoy.


. El caso es que, desde que empecé a trabajar para ella, han pasado cosas que me han hecho pensar
cosas. Sí, señor. Toda mi capacidad argumentativa puesta sobre la mesa.
—Espera, espera. Define cosas y cosas —me pide perspicaz.
—Mejor contéstame algo.
Prefiero un cambio de estrategia antes de tener que enfrentarme en
voz alta a las cosas y las cosas.
—¿Alguna vez has odiado a una chica y al mismo tiempo la has
deseado?
—Pierce, millones de veces —contesta casi en un grito—. Es la
atracción más vieja del mundo. Odias a alguien, te desespera, te vuelve
loco, pero al mismo te la follarías contra la primera pared que vieses. Para
los tíos es muy común. No os entendemos la mayor parte del tiempo y es frustrante, pero al mismo tiempo nos atraéis y eso es aún más frustrante. Sin embargo, como somos tíos, no le damos más vueltas y buscamos la pared.
—Joe —me quejo divertida.
—Es la verdad, Britt—responde riendo.
Yo también río, pero las dudas que provoca en mí esta nueva teoría no
tardan en silenciarme y dejarme pensativa. Joe me observa durante unos
segundos —Lo que te voy a decir ahora también es verdad: los tíos buscamos la pared, las chicas a veces también, pero en ocasiones pensáis que después de la pared vendrán otras cosas y no siempre es así.
Asiento e interiorizo su último comentario. ¿Y si Santana está en
ese punto conmigo?
«Di más bien que te gustaría que estuviese en ese punto contigo.»
Suspiro bruscamente. El montón de dudas sigue ahí, en el fondo de mi
estómago.
—¿Y cómo sabes si un tío está en ese punto?
—Somos básicos,Britt —contesta de espaldas a mí removiendo la
salsa—. Cuando una chica nos vuelve locos, por mucho que a veces
queramos estrangularla, no nos gusta que nadie más la toque. Los chicos no comporten sus juguetes.
Vaya, este sabio apunte sí parece haber aclarado un poco más mis
pensamientos. Quizá el enfado por Artie fue precisamente eso. De
pronto la pesada carga de mi estómago se ha convertido en un millón de
mariposas desbocadas y me descubro a mí misma sonriendo como una
idiota.
«Cuanto más subas, peor será la caída.»
Pero ahora mismo la sola idea de gustarle a Santana lo eclipsa todo.


Camino de mi apartamento me doy cuenta de que al final parece que
el día no ha sido tan extraordinariamente horrible.
Justo al girar la cerradura, mi móvil, al otro lado de la puerta,
comienza a sonar. Corro hasta la habitación, busco el bolso y por fin lo
encuentro, pero llego demasiado tarde, ya han colgado.
Miro la pantalla del iPhone y tengo varias llamadas perdidas. Una de
mi hermana Lexi y tres del señor Schuester, mi casero. La que he estado a
punto de coger era de él. Automáticamente recuerdo que no lo he llamado
todavía para decirle que ya tengo trabajo y que podré ponerme al día con el
alquiler en un par de semanas.
Echo un vistazo al reloj. Es algo tarde pero obviamente está despierto,
así que decido devolverle la llamada. En ese momento el móvil suena de
nuevo sobresaltándome. Es mi casero una vez más.
—Señor Schuester.
Pongo sobre la mesa mi mejor voz de niña buena, la misma que me
servía para que mi padre me levantara los castigos.
—Britt, cariño, llevo intentando contactar contigo durante días.
Ahora mismo me siento fatal. El señor Schuester y su mujer siempre me
han tratado de maravilla. Debí haber estado más atenta y llamarlos en
cuanto conseguí el trabajo.
—Lo sé, señor Schuester y lo siento. He estado un poco liada. Acabo de
encontrar un nuevo trabajo.
—Lo imaginé cuando recibí tu cheque.
—¿Mi cheque? —pregunto extrañada.
Debe haber sido mi padre pero ¿cómo? No le conté que estuviera mal
de dinero. Nadie lo sabía. Nadie excepto él. La sangre me empieza a hervir
y el corazón me martillea aceleradísimo en el pecho.
—Sí. Tu jefa, la señorita Lopez, me llamó y fue muy simpática. Me
explicó que habías pedido que me enviaran directamente el dinero en vez
de cobrarlo tú y así hacerlo todo más rápido. La verdad es que te lo
agradezco, cariño. No habría podido aguantar mucho más.
¡Dios! ¿Cómo ha sido capaz? ¿Cómo demonios ha sido capaz? Estoy
más que enfadada, más que indignada. Comienzo a dar pequeños e
inconexos paseos por mi dormitorio. ¿Cómo ha podido atreverse a hacer

algo así?
—Siento que haya tenido que esperar, señor Schuester .
Tengo que luchar para que mis palabras atraviesen mi garganta. La
exasperación y la rabia prácticamente me están ahogando.
—No te preocupes, cariño. Lo importante es que hayas encontrado un
trabajo y estés bien.


Me concentro muchísimo en sonar despreocupada.
—Rachel acaba de regresar y dice que nos perdona si jugamos con ella
una partida a la Wii.
—Ahora no, James. Estoy muy cansada.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:40 am

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:41 am

Entro en mi apartamento. Tras unos segundos caminando de un lugar a otro sin mucho sentido ni orden, me doy cuenta de que ahora mismo lo único que podría hacerme sentir mejor sería plantarme en casa de Santana y gritarle todo lo que pienso de ella y de su dinero, pero me veo obligada a desechar la idea. No sé dónde vive.

Tras el primer descarte, decido pensar un plan para devolverle el
dinero mañana mismo. A primera hora iré a Contabilidad y pediré un
adelanto. Probablemente tenga que pasarme tres semanas comiendo sopa
de bote y galletitas saladas, pero en estos momentos la indignación es mi
mejor alimento. Es una capullo arrogante y presuntuosa que se ha atrevido a hacer algo así sin ni siquiera consultarme.
Me meto en la cama pero soy incapaz de conciliar el sueño. Repaso
una y otra vez lo que diré a los de Contabilidad para pedir un adelanto el
cuarto día de trabajo. Va a ser ridículamente bochornoso. Estoy empezando a cansarme de sentirme avergonzada. Francamente pensé que había tocado techo cualquiera de los días anteriores. Cuando me dijo que era la atracción principal del Marchisio’s, cuando me marché dando un portazo o con todo lo que ha ocurrido hoy, pintalabios rojo incluido. Pero parece ser que aún puedo llegar un poco más alto.
A pesar de todo, creo que lo que más me molesta es que, al margen de
lo enfadada, enfadadísima que estoy, no puedo evitar que el estómago me
dé un vuelco al recordar todo lo sucedido.
Cojo la almohada y me tapo la cara con ella. He pasado de exasperada
a desesperada. Nunca hubiera creído que mi existencia se complicaría tanto la última semana. Cuando desperté el lunes, toda mi preocupación era hacer bien un examen. Comparado con esto, «Teoría del discurso editorial»parece un juego de niños. me quedo dormida.


Me despierto sobresaltada con el corazón latiéndome acelerado.
Tengo la boca seca y el caos por respiración. Me levanto, voy hasta el
frigorífico y cojo una botellita de agua. Miro el reloj de la cocina. Son las
tres y cuarto de la madrugada. Doy un salto y me siento en la encimera.
Abro la botella y comienzo a beber. No puedo creerme que haya vuelto a
soñar con su estúpido yate.


Vuelvo a la cama pero, como ya imaginé, no soy capaz de dormir.
El despertador suena a las siete de la mañana. Lo apago de un golpe y
me levanto. Opto por poner algo de música para evitar sumergirme otra
vez en toda esa vorágine de pensamientos que siempre parece
acompañarme desde que pisé el edificio de Lopez Group. Pero nada de
canciones de amor. Quiero algo que me cargue las pilas. Necesito a los
Rolling Stones. Necesito You can’t always get what you want.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:42 am

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:43 am

Me meto en la ducha e intento relajarme y encontrar, debajo de todas
las capas de enfado, de indignación, de mariposas, de confusión, a Brittany S Pierce, la chica que soy en realidad. Gracias a la voz de Mick Jagger cantando que no siempre se puede alcanzar lo que se quiere, pero que, si alguna vez lo intentas, simplemente te puedes encontrar con que alcanzas lo que necesitas, creo que lo consigo.
Envuelta en una toalla recorro mi habitación sintiéndome un poco
mejor. El sol brilla radiante y decido ponerme uno de mis vestidos
favoritos. El primer paso para que el día vaya como espero. Se trata de un
vestido blanco de tirantes por encima de la rodilla, bastante vaporoso y con
estampados muy pequeños rojos con tonos rosa fucsia. Me pongo un viejo
chaleco vaquero y mis botas de media caña sin tacón marrón oscuro. Me
encanta el conjunto.
Me cepillo los dientes, me maquillo y me seco el pelo. Me queda
ondulado y algo salvaje, así que decido dejármelo suelto. Busco mi bolso
bandolera también marrón oscuro y salgo de la habitación.
No desayuno. Quiero llegar al trabajo lo antes posible. Necesito
solucionar el tema del dinero ya.
En Contabilidad suelto el discurso ensayado y perfeccionado en mis
horas de insomnio y parece surtir efecto porque, a pesar de la mala cara
que me pone el señor Woods, me concede el adelanto de setecientos
dólares que le pido.
A unos pasos del despacho de Santana, todos mis nervios se
concentran en mi estómago. La idea de su proximidad hace que todas esas
sensaciones que me abruman vuelvan a mí, pero, al mismo tiempo, sólo
necesito una mirada al cheque que sostengo entre las manos para recordar
todo el enfado y la indignación que sentí ayer cuando hable con el señor
Schuester.
—Vamos, Pierce. No te eches atrás ahora —me animo.
Llego hasta la puerta de su oficina y, con la mano en el pomo, respiro
hondo una vez más y finalmente lo giro. Blaine está muy concentrado en
unos documentos, pero alza su mirada inmediatamente al oír cómo me
acerco a su mesa. Me sorprende que la puerta del despacho de Santana
esté abierta.
—Buenos días, Blaine
—Buenos días, Britt —contesta con una afable sonrisa.
Sólo le he visto tres veces, pero parece una mujer muy amable y
serena. Justo lo que la arrogante e irascible Santana precisa.
—Necesito ver a la señorita Lopez.
—Me temo que no va a ser posible.
—Está bien, Blaine —la interrumpe Santana desde su mesa.
Hubiera apostado a que ni siquiera había reparado en mi presencia.
—Puedes pasar, Brittany —me indica el secretario, que me sonríe una
vez más y vuelve su mirada y su atención a los papales sobre su escritorio.
Recorro la pequeña distancia entre la mesa de Blaine y la puerta de Santana , pero me detengo en el umbral. Por mucho que haya pensado
en este momento, a pesar incluso de todo lo que creí que su proximidad me
provocaría, al verla frente a mí parece engrandecerla todo.
Tiene un codo apoyado en la mesa y los dedos índice y central sobre
sus perfectos labios. Está muy concentrada en la pantalla de su Mac último
modelo. No puedo evitar recordarme una vez más que, si no fuera
increíblemente guapa, todo esto sería mucho más fácil.
No soy consciente del tiempo que paso observándola y lo hago hasta
que ella posa sus maravillosos ojos negros en mí.
—¿Qué quería, señorita Pierce?
Ahora mismo a ti. Mi automática y, gracias a Dios, mental respuesta
es culpa de su irresistible aspecto y de ese magnetismo animal que
desprende, pero también de su voz. Una voz salvaje y sensual que
definitivamente no mejora mucho las cosas para mí.
Entonces vuelvo a verla: el cheque entre mis dedos, y por algún
asombroso milagro mi determinación regresa.
—Quería devolverle esto.
Antes de que la convicción vuelva a abandonarme, camino hacia el
centro de su despacho.
—Cierre la puerta —me interrumpe en mi paso firme.
Algo desconcertada, vuelvo hacia la puerta, la cierro y, al girarme,
observo cómo se ha levantado y rodea su mesa. Se apoya en el escritorio
sin llegar a sentarse y lleva sus manos hasta el borde de la madera,
agarrándose a ella, haciendo que los músculos se marquen en sus
antebrazos descubiertos por las mangas de su camisa perfectamente
remangadas. Es una preciosa camisa blanca, como siempre, que contrasta
con sus pantalones de traje gris marengo. lleva los primeros botones desabrochados. A pesar de que apenas son las siete y media de la mañana, parece cansada. Creo que su día empezó
hace horas .
—¿Qué es lo que quiere devolverme?
Su voz me saca de la fotografía mental que le estaba realizando. Clavo
mi vista en el suelo. Necesito un segundo sin perderme en ella para reordenar mis ideas.
—Esto es suyo.
Le ofrezco el cheque. Ella se inclina curiosa y observa el trozo de papel
que sostengo. Apenas un segundo después, comprende de lo que se trata y una media sonrisa algo dura pero increíblemente sexy se dibuja en sus
labios.
—No pienso aceptarlo —dice sin más.
—¿Cómo que no piensa aceptarlo? —Es el colmo—. Además, soy yo
quien no lo acepta. No debió pagar la deuda con mi casero. Eso forma parte de mi vida privada, Santana .
—Debería agradecérmelo. Su casero no parecía estar muy dispuesto a
esperar. Su tono de voz es tan condescendiente que me hace recordar
exactamente por qué toda esta situación me enfada tantísimo. No sólo se
trata de deberle un favor de este calibre a alguien a quien apenas conozco,
se trata de debérselo a una estúpida arrogante como ella.
—No es asunto suyo.
—No lo entiendo. ¿Preferiría estar debajo de un puente? Porque es
donde habría acabado de no ser por mí.
—¿Qué? ¿Cómo puede hablar así? El señor Schuester nunca me habría
dejado en la calle y, de todas formas, ésa no es la cuestión. Gilipollas.
—¿Y cuál es?
—No debió hacerlo, ésa es. Y ahora acepte el cheque.
—No.
—¿Acaso cree que dejo que todos los multimillonarios que conozco
paguen mis facturas?
—Doy por sentado que soy la única.
Mi pregunta parece haberle molestado muchísimo, como si la
posibilidad de que no fuera así le enfadará sobremanera.
—Yo… —No sé qué decir. Su contestación, su reacción me han
desarmado— … no quiero su dinero.
Me reafirmo estirando de nuevo nerviosamente la mano con el cheque
doblado en ella, intentando recuperar la compostura, pero el hecho es que
otra vez me siento desconcertada. Más aún cuando veo una arrogante
sonrisa aparecer en su rostro. Parece que mi reacción acabe de confirmarle
lo que ya sabe, que, efectivamente, es el único, en muchos sentidos.
—¿Sabe cuánto dinero tengo?
—No lo sé. Supongo que una cantidad ridículamente desorbitada.
Su sonrisa se ensancha sincera y yo no puedo ver más allá de ella.
—Entonces entenderá que setecientos dólares no son nada para mí.
—Pero lo son para mí.
Me observa durante unos segundos intentando leer en mi mirada.
Finalmente se lleva las manos a la cara y se frota los ojos con fuerza.
—Señorita Pierce, es usted exasperante.
Suena realmente así, exasperada, y también molesta, y ya es
demasiado. Si alguien tiene derecho a sentirse así aquí, soy yo.
—¿Yo? ¿Y qué hay de usted?
—Explíqueme cómo piensa vivir habiendo pedido la nómina de las
próximas dos semanas por adelantado.
—Lo tengo todo controlado.
Tengo ganas de gritarle que se meta en sus asuntos.
—¿Tan controlado como lo tenía con su casero? ¿Piensa vivir de
adelantos? Además, no sé si es consciente de que, al final, ese adelanto
también se lo he dado yo.
Tiene razón, pero yo la tengo en que es una bastarda insufrible. Eso
también me gustaría gritárselo a la cara. ¡Qué frustrante!
—Acepte el maldito cheque. —Ahora soy yo la que suena exasperada.
—¿Por qué te molesta tanto que pagara esa factura?
De repente hemos dejado de ser la señorita Lopez y la Señorita Pierce
. Su mirada se oscurece y la sensación de pura electricidad vuelve a rodearnos,a envolvernos.
—Porque no quiero deberte nada —susurro. La intensidad de sus ojos
negros me hacen clavar la mirada en el suelo. Nunca me había sentido tan
tímida y nerviosa en toda mi vida—. No sé qué pensar de ti. Haces que me
sienta confusa y tímida y abrumada.
Santana lleva su mano a mi cadera y me atrae hacia ella. Vuelvo a
alzar la mirada, pero lo cierto es que su contacto no me sorprende. Creo
que todo mi cuerpo lo deseaba.
—¿Hago todo eso? —susurra ronca y salvaje con una media sonrisa
tan dura como tremendamente sexy y yo me derrito por dentro. Mi
respiración se acelera y sólo soy capaz de asentir nerviosa.
—Por favor, acepta el cheque —musito.
Lentamente sube su otra mano por mi espalda hasta mi nuca,
incendiando mi piel a su paso.
—Ni hablar —murmura a escasos centímetros de mi boca.
Y entonces me besa apremiante y lleno de deseo. Sus labios son
suaves y dulces y conquistan los míos. La manera en la que me besa, en la
que sigue reteniéndome por la cadera y la nuca con sus dedos bajo mi pelo, es exigente y primaria y despierta un deseo en mí que nunca había sentido.
Santana me estrecha contra su cuerpo y yo me dejo envolver por ella.
Gimo contra sus labios y la noto sonreír contra los míos. Sin dejar de
besarme, desliza su mano desde mi cadera hasta mi rodilla para volver a
subirla, esta vez bajo mi vestido. Vuelvo a gemir cuando siento sus dedos
contra mi piel.
Todo mi cuerpo arde por ella.
Pero de pronto un pitido chirriante y agudo dando paso a la voz de Blaine al otro lado del intercomunicador nos sobresalta.
—Señorita Lopez —le llama.
Nos separamos y al instante una maraña de pensamientos satura hasta
el último rincón de mi cerebro. Santana me mira y en sus ojos veo la
confusión y la vulnerabilidad que estoy segura que reflejan los míos. ¿Qué
hemos hecho? Ha sido un error. Ha sido un terrible error.
—Señorita Lopez —repite.
Se pasa las manos por el pelo, rodea de nuevo la mesa y pulsa el botón
del intercomunicador digital
—¿Sí, Blaine?
—Le esperan en la sala de juntas de la planta veintiuno para la
reunión con el departamento Inmobiliario.
—De acuerdo, Blaine
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:43 am

Chapter 7

me encierro en el baño. ¿Qué ha pasado? ¿Qué demonios ha ocurrido? Mi respiración aún acelerada resuena contra los brillantes azulejos. Abro el grifo y meto las manos bajo el agua helada. Necesito refrescarme. Me siento apabullada por todos los pensamientos que me inundan: es mi jefa, es arrogante, es presuntuosa, es irascible y ni siquiera tengo claro que no me odie. Además, está la multimencionada colección de demasiados: demasiado guapa,demasiado atractiva y demasiada rica. Ninguno de esos demasiado me conviene, me repito por enésima vez. Y, sobre todo, lo que más me asusta es que algo dentro de mí me está gritando a pleno pulmón que acabará haciéndome daño.


. Necesito poner la mente en blanco aunque sólo sea un minuto. Sin embargo, cuando lo consigo, es mi perdición. Casi sin darme cuenta me llevo los dedos a los labios y ese contacto automáticamente me hace recordar el extraordinario beso que Santana acaba de darme. Ha sido maravilloso. El mejor que me han dado en toda mi vida. Sentir su deseo ha encendido el mío como nunca me había sucedido. Aún ahora todo mi cuerpo sigue revolucionado por ella.
Aparto lo dedos rápidamente como si mis labios ardiesen y respiro
hondo otra vez.

No puedo pasarme toda la mañana encerrada en este baño. Sólo ha sido un beso; de acuerdo, un beso espectacular, probablemente el mejor que me han dado, pero se acabó el recrearme.
Me retoco el maquillaje y el pelo y salgo del baño.


Quinn sale de su despacho y camina hasta mi mesa.
—Britt, misión urgente. Ve al despacho de Santana —¡¿Qué?!
¡¿Qué?! ¡¿Qué?!— y dile que hay que reorganizar la reunión del miércoles
con el Lopez Group si quiere que esté presente.
—Claro —murmuro.
Espero a que Quinn regrese a su despacho, porque mis rodillas ya
tiemblan sólo con pensar que en apenas unos segundos veré a Santana.
Cruzo la redacción hecha un manojo de nervios sin saber siquiera
cómo comportarme cuando lo vea. Al llegar a la mesa de Blaine, necesito
toser para aclararme la voz, porque hasta esa parte de mi cuerpo parece
estar desconcertada.
—Buenos días, Blaine.
— La señorita Fabray me envía para coordinar una reunión con la señorita Lopez. Blaine me sonríe de nuevo y avisa a su jefa por el intercomunicador. Su voz al otro lado del aparato altera todo mi cuerpo. ¿Cómo es posible? Todo esto se me está yendo de las manos.
—Puedes pasar —me indica Blaine.
Le devuelvo la sonrisa y, con paso lento, casi titubeante, cubro la
distancia hasta la puerta de su despacho. Llamo suavemente con la mano
temblorosa y espero a que me dé paso. Cuando lo hace, entro y me giro
para cerrarla tras de mí.
Me quedo un instante con la vista clavada en la puerta, prácticamente
inclinada sobre ella. Siento la sangre y la adrenalina fluyendo desbocadas
por mis venas. Necesito tranquilizarme. Suspiro suavemente y hago acopio
de todas mis fuerzas para soltar el pomo y darme la vuelta.
Santana está trabajando en su ordenador. Me da la sensación de
que ni siquiera ha reparado en mi presencia.
Camino lentamente hasta colocarme frente a ella. Ahora mismo me
gustaría tomarme una de esas licencias y acomodarme en su regazo.
Sacudo la cabeza discretamente porque esa línea de pensamientos no
me ayuda y espero a que diga algo, pero no lo hace, ni siquiera me mira.
—señorita Santana —la llamo al fin y me siento ridícula por llamar señorita
a quien hace más o menos cuatro horas me estrechaba entre sus perfectos
brazos—, Quinn me envía para reorganizar la reunión del
miércoles. Tiene un compromiso muy importante y, si quiere que asista,
tendrá que cambiarla de hora.
—Cualquier horario de la mañana estará bien —contesta sin levantar
su vista de la pantalla.
—De acuerdo —musito.
No sé por qué no me marcho y debería hacerlo. Está claro que el beso
no ha significado en absoluto lo mismo para las dos. Pero por algún motivo
sigo allí, inmóvil, con mis ojos posados en ella. Mírame, le suplico, mírame
porque ahora mismo me siento la persona más insignificante de la tierra.
—Señorita Lopez —vuelvo a llamarla.
—¿Sí, señorita Pierce?
Haciendo caso de la petición que no llego a pronunciar, Santana
alza la mirada y sus preciosos ojos negros se posan en los míos.
Dios. Me he convertido en una de esas chicas que la siguen rendidas a
sus encantos y que están desesperadas porque ella les preste atención. ¡Estoy esperando la galletita!
—Déjelo, era algo sin importancia —me disculpo.
Doy media vuelta y me dirijo hacia la puerta. No me reconozco.
—Señorita Pierce.
—¿Sí?
Mi voz ha sonado bochornosamente esperanzada. Doy pena.
—La reunión me vendría bien a las once.
—Claro —susurro.
Esta vez es la decepción la que inunda mi voz y todos y cada uno de
los centímetros de mi piel.
Salgo del despacho de santana con una sonrisa fingida en
respuesta a la que Blaine me ofrece. La verdad es que me siento aún peor que cuando huí de aquí esta mañana. Me siento estúpida como esas crías que se enamoran de su profesora y creen que cada gesto que hace es para ellas. Qué ridícula puedo llegar a ser.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:44 am

No imaginé que me sentiría tan mal. Quizá ha sido lo mejor. Si me ha
afectado tanto cuando sólo nos hemos dado un beso, cómo sería si nos
acostáramos o mantuviésemos una relación. El después sería terrible.
Esperando a que las puertas del ascensor se abran, me freno a mí
misma antes de empezar con el consabido repaso de todo lo ocurrido hoy.
Me niego a martirizarme más de lo que ya estoy.
Un agudo pitido avisa de que las puertas van a abrirse. Noto unos
pasos acercándose y finalmente deteniéndose tras de mí. Tal y como pasó
unos días atrás, no necesito girarme para saber que es ella. No sé qué hacer. De repente tengo la revelación de que no debería ponerle las cosas tan fáciles y, sin mirarla, doy un paso y entro en el desierto ascensor. Santana me sigue y se coloca a mi lado.
Las puertas se cierran. Mi respiración se acelera.
Despacio, una suave electricidad va inundando hasta el último rincón
del ascensor. Puedo notar su mirada sobre mí. Siento sus increíbles ojos
negros despertando mi cuerpo, haciéndolo suyo sin ni siquiera llegar a
tocarme. Mi respiración se vuelve aún más irregular, pero también noto la
suya desordenada, lo que significa que esta situación también la afecta.
No me atrevo a mirarla. Temo que, si lo hago, descubra cómo me hace
sentir y no quiero darle esa satisfacción.
Observo en la pequeña pantalla cómo el número de los pisos va
decreciendo y, conforme esta particular cuenta atrás va llegando a su final,
más incapaz me siento de decir nada.
¿Por qué me beso? ¿Por qué no dijo nada cuando volví a su despacho?
¿Por qué no lo hace ahora? Las preguntas se forman en mi mente, pero se
diluyen en mi garganta antes de que pueda pronunciarlas. Me siento
nerviosa y abrumada, pero todo eso desparece cuando pienso en cuánto
deseo que vuelva a besarme.
Un nuevo pitido se hace eco entre nosotros. Las puertas van a abrirse
en la planta baja. En apenas unos segundos mi suerte estará echada y las
mariposas de mi estómago dan buena cuenta de ello. A estas alturas sobra
decir que sólo le bastaría una palabra para que no saliera nunca de este
ascensor.
Finalmente el ascensor se abre y, como una estúpida, incluso me
quedo unos segundos esperando algo que está claro que no va a llegar. Me siento dolida pero al mismo tiempo noto cómo una renacida dignidad en
compañía de un renacido orgullo me embargan y con paso firme salgo del
ascensor sin mirar atrás, sin comprobar si me sigue, aunque sé que no lo
hará.
—Hasta mañana, Noah —me despido al pasar junto al enorme
mostrador de seguridad.
—Hasta mañana, Britt —responde.
Salgo a la calle y, aunque el aire fresco de las noches de principios de
julio me toma por sorpresa, no me detengo y prácticamente corro hasta el
metro.
Sentada en un vagón atestado de gente, siento unas inmensas ganas de
llorar, pero es un sentimiento lleno de rabia, de impotencia. ¿Por qué me
beso? ¿Por qué no pudo dejar las cosas como estaban? No eran en absoluto perfectas, pero por lo menos no tenía que lidiar con la dolorosa idea de resultarle tan insignificante.
«Por enésima vez, eres estúpida, Pierce.»
Una estúpida porque, muy en el fondo, cuando he salido corriendo de
su despacho esta mañana, una sensación maravillosa, casi pletórica, una
sensación que no me permití siquiera contemplar se había instalado dentro
de mí.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:44 am

«Se acabó el autocompadecerse, Pierce.»
Con esta energía renovada, me levanto, llevo el tazón de cereales al
fregadero y voy hasta mi habitación. Enciendo los altavoces del iPod y
elijo Cheating. La voz de John Newman no tarda en hacerse presente en
cada rincón de mi apartamento. Subo el volumen.
Nunca he sido una persona que se centre sólo en lo negativo y no
pienso empezar ahora. Muchas cosas buenas han pasado esta semana: me he reencontrado con Sugar, tengo un nuevo trabajo que me encanta y
Quinn es una tipa genial. Dado que hoy es sábado, pienso salir a celebrar
todas esas cosas.
Me doy una ducha cantando a pleno pulmón. Cuando salgo, añado el
baile y así me pongo mis vaqueros favoritos y una camiseta verde hierba.
No necesito a Santana para nada.
Me inclino para que mi melena caiga ante mí y poder secármela.
No necesito a una mujer malhumorada, arrogante y todas las cosas
que Rachel sabiamente dijo. Suena el timbre con bastante insistencia. Después de varios «ya voy, ya voy» que no hacen que quien esté llamando deje de hacerlo, finalmente alcanzo la puerta. Rachel y Joe me esperan al otro lado de la puerta mirándome con cara de pocos amigos y con decenas de bolsas y lo que parece un secador profesional de pie.
—Vas a venir —me espeta Rachel.
—Voy a ir.
Mi respuesta frena en seco la charla que estaba dispuesta a darme para
convencerme de que fuese. Eso, unido a mi incipiente sonrisa, les hace
lucir expresiones de lo más confusas.
—¿Vas a venir? —pregunta Rachel. Asiento—. Pues sí que ha sido
fácil. Debes tener una especie de don —le dice a Sugar a la vez que entra en mi apartamento.
Diez minutos después hay decenas de vestidos esparcidos por mi
pequeño salón y la música de Icona Pop, All night para ser más exactos,
suena mientras nos pintamos las uñas de los pies.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:45 am

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 02, 2016 4:46 am

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