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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Feb 04, 2016 1:56 am

La señorita Lopez se monta en el coche y desaparece calle arriba.
Sabía que sería un día horrible.

A la vuelta del almuerzo, me entierro de nuevo en una montaña de
trabajo para evitar pensar en Santana y en su velado rechazo.
Una parte de mí está deseando verla aparecer por mi puerta, aunque sea
para hablar con Quinn. La otra, repite la misma cantinela de todos los
días: no te conviene, no te conviene, no te conviene. Desde que la conozco, estoy hecha un lío, ¿por qué hoy iba a ser diferente?
A eso de las tres Sugar vuelve a tocar mi puerta. Por su expresión
puede adivinarse que está aburridísima.
—¿Qué te pasa?
—Aburrimiento total y absoluto —dice haciendo grande y pesada
cada palabra.
—Los números —respondo con sorna.
Ella hace un mohín y se sienta en mi mesa.
—¿Tienes planes para este fin de semana? —pregunta jugueteando
con los bolígrafos de mi lapicero.
—La fiesta de los Berry. Tú también vienes, ¿no?
—No puedo, tengo otros planes.
—¿Qué otros planes?
Pero antes de que pueda responder mi pregunta, Lauren se levanta
como un resorte y automáticamente sé quién está a punto de entrar.
—Buenas tardes, señorita Lopez.
—Señorita Motta.
Santana entra en mi oficina y me dedica una mirada de apenas un
segundo antes de dirigirse al despacho de Quinn.
Cuando las oye hablar y ya se siente a salvo de su atención, mi amiga
rodea mi mesa discretamente y me obliga a levantarme.
—¿Qué haces? —me quejo.
—Calla y levanta. He tenido una idea brillante.
¿Una idea brillante? Ya estoy temblando.
Tira de mí hasta que nos colocamos en el umbral del despacho de mi
jefa.
—Quinn —la interrumpe llamando la atención de ambas—,
¿Britt podría salir hoy antes del trabajo?
¿Qué?
—Es que, verás, mañana tiene una cita —añade.
¡Sugar!
Sonrío ruborizada, pero en el fondo lo que quiero es asesinarla.
La expresión de Santana cambia por completo. En su mirada
reconozco su síntoma de enfado más claro: los ojos negros endurecidos
hasta parecer casi metálicos. Rápidamente aparto mi mirada, porque siento
como si pudiese traspasarme con ella.
—No es una cita —aclaro en un susurro—. Sólo es una fiesta.
—Una fiesta espectacular —se apresura a continuar Sugar— y
necesita comprarse un vestido nuevo.
—No, en realidad no hace falta —aclaro de nuevo intentando que mi
voz suene más firme esta vez.
—Sí, sí hace falta.
Sugar me mira directamente a los ojos y con un discreto gesto me
señala a Santana. ¡No me lo puedo creer! Lo está haciendo a propósito.
Ahora sí que tengo ganas de asesinarla.
—Claro —responde Quinn sacándonos de nuestro particular duelo
de miradas—. Has trabajado mucho estos días y te mereces una
compensación. Divertíos.
Mi amiga, que en breve dejará de serlo, sonríe encantada e incluso da
unas palmitas. Yo miro por última vez a Santana, que parece realmente
molesta aunque, como siempre, dentro de un control de sí misma que
nunca lo abandona.
Recojo mi mesa en silencio ante una encantada consigo misma
Sugar. La miro mal un par de veces y a todas ellas responde con un mohín
de lo más infantil. No quiero pedirme el resto del día libre para comprar
ropa, soy una profesional, pero, sobre todo, no quiero que Santana
piense que tengo una cita. Además, ni siquiera es verdad.
En cuanto las puertas del ascensor se cierran, golpeo a Sugar en el
hombro.
—¿Por qué has hecho eso? —casi le grito.
—Relájate. Lo he hecho para matar una serie de pájaros de un solo
tiro.
—Explícate.
—Nos vamos de compras. No quería seguir trabajando, por el amor de
Dios, es viernes. Y lo más importante: Santana Lopez se estaba subiendo por las paredes. Estaba celosa —comenta satisfecha.
—¿Y no has pensado que a lo mejor yo no quiero ponerla celosa?
En realidad me siento extrañamente halagada.
—A otro perro con ese hueso. Estás encantada.
—Sugar, tú no la conoces, debe de estar cabreadísima.
—Pues que le sirva de lección. Britt, estás dejando que ella tenga
todo el poder.
—¿Qué?
¿En qué punto esta conversación se ha convertido en un análisis de mi
relación con Santana?
—Lo que oyes. Ella aparece, Ella te besa, Ella te pide que te vayas, Ella te
folla. Ya va siendo hora de que se entere de que tú también tienes algo que
decir aquí.
—¿Mintiéndole sobre que tengo una cita? —pregunto irónica.
—Casi. Demostrándole que tienes una vida, una parte de ti que ella no
puede controlar porque sucede fuera de estas cuatro paredes.
Aunque esté enfadada con ella por no haberme avisado, lo cierto es
que tiene razón.
—Está bien —claudico—, pero la próxima vez avísame.
—Te he avisado. Te he dicho que tenía una idea brillante —comenta
como si fuera obvio.
—Es cierto. Tenías la misma mirada que cuando intentaste
convencerme para que emborracháramos al profesor de Literatura Creativa
y le presentáramos a tu tía Dina, para que después nos aprobara a cambio
de convencerla de que él había muerto y así quitársela de encima. Mis
planes nunca fueron mucho mejores, pero por lo menos no incluían a tu tía
Dina.
Ambas sonreímos.
—¿Sabes que se casó?
—¿Quién? ¿Tu tía Dina?
—No, el profesor de Literatura Creativa. Mi tía Dina se está
preparando para entrar en el próximo reality de la NBC.
Y esta vez reímos a carcajadas.

Vuelvo a mi apartamento sesenta y cuatro dólares con cincuenta más
pobre pero con un precioso vestido palabra de honor verde con grandes
flores vintage verdes y moradas, por encima de la rodilla y con un
fantástico cinturón negro. Lauren me ha prestado sus Jimmy Choo,
también negros. Unas sandalias espectaculares y que de ningún modo me
podría permitir. Así que ya tengo todo el conjunto para la fiesta.
Aunque pensé en irme pronto a la cama, me recuerdo a mí misma que
es viernes noche y que después de todo lo que ha pasado esta semana me
merezco un descanso y dejar de martirizarme por Santana. Así que
llamo a Rachel, Joe, Sugar y nos vamos todos a The Vitamin a tomar
Martinis Royale mientras escuchamos buena música hasta que el dueño y
prácticamente el sol nos echan de allí.
A la mañana siguiente casi no puedo moverme, algo lógico por otra
parte. La cabeza va a estallarme y los recuerdos de chistes malos y buena
música, siempre con un Martini Royale en la mano, inundan mi embotada
mente.Me arrastro hasta la ducha y creo que paso allí horas. La purificadora agua caliente hace que mi dolor de cabeza mejore un poco. Me pongo el pijama que no me puse ayer, ya que dormí con la ropa puesta, y voy hasta la cocina.
Sobrevivo gracias a un tazón de Capitán Crunch, a falta de las tortitas
con bacón de Joe, mi mejor aliado para pasar la resaca, y un maratón de
«30 Rock». En los anuncios entre episodios veo el avance del esperado
nuevo reality de la NBC y entonces creo recordar que llamamos a la tía
Dina en algún momento, aunque no estoy del todo segura.
A eso de las dos llamo a Sugar para asegurarme de que está bien y
también a Rachel y Joe. Ellos tuvieron que levantarse temprano e irse a
casa de sus padres. Sus padres quería tenerlos pronto allí para asegurarse de que no se perdían la fiesta e iban adecuadamente vestidos. Y es que los
señores Berry es así,
Mientras estoy preparando mi ropa para la fiesta, llaman a la puerta.
Imagino que será Rachel que habrá huido de la mansión. Con una sonrisa y un comentario pensado, abro la puerta, pero no podría estar más equivocada.
marthagr81@yahoo.es
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Feb 04, 2016 2:18 am

Chapter 12



No puedo creer que haya venido. Estoy de pie sujetando la puerta pero
realmente estoy paralizada, congelada. Está aquí. Santana está aquí. He
imaginado muchas veces cómo sería esta situación, pero ahora que por fin
está ocurriendo ni siquiera sé qué hacer.
—Hola.
—Hola —susurro.
Está guapísima. Lleva unos vaqueros oscuros y una camiseta azul
grisáceo de botones en el cuello con los primeros desabrochados. Debe
estar refrescando, porque tiene puesta una chaqueta vaquera azul marino.
Es un modelo clásico de Levi’s, al igual que los vaqueros. Aunque
impolutos, ambos se ven gastados, como si fueran sus prendas favoritas
desde hace años.
No puedo dejar de mirarla. No puedo creerlo. Está aquí, Santana está aquí.
—¿Puedo pasar?
Asiento porque ahora mismo no soy capaz de articular palabra.
La señorita Lopez pasa y se detiene en el centro del salón. Yo cierro la
puerta y respiro hondo intentando tranquilizarme. Al hacerlo, reparo en mi
aspecto. Un viejo pantalón de pijama y una camiseta de tirantes blanca.
Podría ser peor.
Titubeante, camino hasta ella.
—Lo imaginaba diferente —comenta mirando a su alrededor.
—¿El qué? —pregunto confusa.
—Tu apartamento. Cuando le envié el cheque al señor Schuester, no
imaginé tu casa así.
—¿Y cómo pensaste que era? —inquiero curiosa.
—No lo sé. Diferente.
Me mira directamente a los ojos y yo me siento paralizada otra vez.
Su mirada me abruma y al mismo tiempo enciende mi cuerpo. Ni siquiera
sé a qué ha venido y el deseo ya comienza a inundarlo todo.
—¿Quieres algo de beber? —pregunto a la vez que camino hasta la
cocina para escapar de su mirada.
Cojo dos vasos del armario y, nerviosa, los pongo sobre la encimera.
Me vuelvo y tomo hielo del congelador. Aún más nerviosa, intento sacarlo
de la cubitera sin ningún éxito. La cuadrícula de plástico repiquetea una y
otra vez contra la encimera con cada uno de mis intentos.
Santana, que no ha dejado de observarme, finalmente camina hacia
mí.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —pregunta a mi lado, muy cerca.
—Porque aún no sé qué haces aquí —respondo en un golpe de voz.
Siento su olor, su delicioso olor a lavanda fresca.
¿Cómo es posible que una persona huela tan bien?
—¿Y por eso estás tan nerviosa?
Su cálido aliento acaricia el lóbulo de mi oreja.
—Señorita Lopez, ¿a qué ha venido?
—No lo sé —susurra inclinándose sobre mí.
Su proximidad me hace suspirar y acelera mi ya desordenada
respiración, más aún cuando lentamente lleva su mano sobre la mía y me
hace soltar la cubitera. Con más lentitud, como si quisiera que el momento
fuese casi agónico, sube su mano hasta mi mejilla y me obliga a girarme.
Frente a frente, con mi cara entre sus manos, vuelve a mirarme
directamente a los ojos y entonces me besa calmando todo el deseo que ella misma ha despertado. Me aferro a sus brazos y dejo que me estreche contra su cuerpo.
—¿Dónde está tu habitación? —pregunta separándose apenas unos
centímetros de mis labios.
—Al fondo —musito.
Santana me dedica su media sonrisa justo antes de separarse de mí,
tomarme de la mano y llevarme hasta el dormitorio.
Se detiene en el centro de mi habitación y tira de mi mano para
atraerme hasta ella. Volvemos a mirarnos a los ojos pero, antes de que pueda pronunciar cualquiera de las preguntas que embotan mi mente, me estrecha contra su cuerpo y me besa lleno de pasión, de esa forma tan salvaje y primaria que hace que me sienta deseada y me envuelve de una excitación casi desesperada.
Se separa de mí, toma mi camiseta por el bajo y me la saca por la
cabeza dejando mi bonito sujetador de algodón de rayas rosas, blancas y
grises al descubierto. Ella sonríe al verlo y yo me ruborizo. Ahora mismo me gustaría llevar el que había preparado para la fiesta, algo negro y de encaje.
Sin embargo, cuando alzo la cabeza y nuestras miradas se entrelazan, creo
adivinar que le gusta lo que ve. Me siento aún más deseada y excitada.
Pero no puedo mantener su mirada mucho tiempo, por algún motivo
también me hace sentir tímida.
Levanta su mano y con la punta de los dedos va siguiendo lentamente
el contorno de mi sujetador.
Cuando detiene su mano en el centro y comienza a bajar hasta mi
vientre, suspiro bajito y ella sonríe de esa manera tan dura y sexy a la vez.
Sabe perfectamente lo que está haciendo.
Se quita la chaqueta, la deja caer al suelo y se sienta al borde de la
cama. Suavemente tira del cordón de mi pantalón de pijama para que me
acerque. Observo, llena de un deseo que poco a poco va ahogando todo lo
demás, cómo acerca sus labios a mi vientre.
Suspiro más intensamente. Siento calor, mucho calor.
Santana impregna mi piel con su cálido aliento y después la recorre con
su lengua y sus sensuales labios. Se desliza por todo mi vientre de cadera a cadera. Enseñando los dientes, lamiéndome después.
Mete dos de sus dedos bajo la cintura de mis pantalones y los baja
lentamente. Cuando llegan hasta el suelo, muevo los pies y salgo de ellos.
Santana se recuesta apoyándose en sus codos y me observa en ropa interior , escrutando cada centímetro de mi anatomía.
—No sabes cuánto tiempo llevaba queriendo verte así —susurra con
la voz ronca y los ojos brillantes de deseo.
Tras unos segundos, se incorpora de nuevo y, sentada en el borde de
mi cama, vuelve a inclinarse sobre mí. Me besa el vientre pero no se
detiene, llega hasta mis bragas y hunde su boca en mi sexo por encima de
la tela.
Suspiro, casi gimo.
Como hizo con mis pantalones, mete el índice y el corazón bajo el
elástico y se deshace de mi lencería.
El deseo me ahoga. Sus manos recorren mis piernas y se anclan en mi trasero. Alza la mirada y clava sus ojos negros en los míos. Sin previo aviso, me da un azote en el culo. No ha sido suave, pero el filo hilo de dolor que me ha provocado se ha difuminado en una ola de placer. Doy un respingo y gimo, pero no me aparto ni un centímetro.
Ella sonríe satisfecha. Era la reacción que esperaba. Me acaricia con la
palma abierta y me azota de nuevo, un poco más fuerte. Cierro los ojos y
gimo otra vez. El dolor ha sido más intenso, pero el placer también.
Cuando consigo calmarme mínimamente, abro los ojos. Los suyos
continúan clavados en los míos, esperándome. Me contemplan lujuriosos y
ardientes con un deseo sordo y desesperado bailando en sus iris negros.
Mi respiración se acelera sin remedio. Estoy expectante, excitada y
muy abrumada por sentirme así.
Desplaza una de sus manos y la ancla en mi cadera. Con la otra me
aprieta la nalga con fuerza y me azota otra vez. Mucho más fuerte. Pero,
antes de que pueda reaccionar, desliza dos de sus dedos en mi interior y me penetra con fuerza.
Cierro los ojos, gimo desbocada y me agarro a sus hombros. Enredo
mis dedos en su camiseta mientras digiero la invasión y todo el placer que
me provoca.
—Joder, Britt, eres increíble —susurra, y hay cierto toque de
veneración en su voz.
Santana me sostiene por la cadera impidiendo que me caiga mientras
entra y sale acelerado una y otra vez.
El calor aumenta más y más. Se inclina sobre mí y me besa en el centro de mi sexo. La humedad de su lengua se mezcla con la mía y comienza a trazar sugerentes círculos.
Sus labios son la calma mientras que sus dedos son la tormenta. Un
doble estímulo absolutamente irresistible.
Toma mi clítoris entre sus labios y tira de él. Provocativa, muestra sus
dientes con suavidad y todo mi cuerpo se arquea contra su boca a la vez
que lanzo un largo y profundo gemido.
Me aferro con más fuerza a sus hombros. Temo que mis piernas no
me sostengan. Pero Santana me agarra por la cintura y, tomándome por
sorpresa, me tumba en la cama. Sin darme tiempo a reaccionar, avanza
sobre mi cuerpo hasta quedar suspendida sobre mí.
Con sus manos sujeta mis muñecas contra el colchón a ambos lados
de mi cabeza. Sus intensos ojos negros me observan desde lo alto. Estoy
extasiada, excitada. Tengo la respiración desbocada y mi cuerpo se
retuerce de deseo bajo el suyo, pero ella no se mueve, sólo me contempla.
Siento que me estoy derritiendo bajo su mirada.
Brusca, coloca mis muñecas por encima de mi cabeza y me obliga a
estirar los brazos. Gimo por el movimiento y Santana vuelve a clavar su
mirada en la mía. Estira su brazo y coge algo de la cama, pero no puedo
verlo. No comprendo que se trata de mi camiseta hasta que noto la tela
rozar mis muñecas. Me está atando.
Gimo de nuevo y Santana deja de prestar atención al nudo y vuelve a
centrarla en mis ojos. Involuntariamente, me humedezco los labios. ¿Por
qué me está excitando tanto todo esto? Mi mente abrumada no sabe qué
pensar, pero el deseo líquido que inunda mi vientre lo tiene absolutamente
claro.—¿Confías en mí? —pregunta dejando que la sensualidad desbordante de sus ojos negros me atrape aún más.
—Sí —respondo sin dudar.
Sonríe satisfecha y tensa el nudo.
Mi respiración ya acelerada se transforma en suaves jadeos.
Se inclina sobre mí y toma mi boca con fuerza. Su lengua busca la
mía y juega perversamente con ella. Atrapa mi labio inferior entre sus
dientes y tira de él. Gimo y alzo la cabeza buscando de nuevo sus besos
más intensos, pero ella se retira sin dejar que nuestros labios se rocen otra
vez. Gimoteo suplicante y Santana sonríe antes de volver a unir nuestras
bocas con fuerza y empujar mi cabeza de nuevo contra el colchón.
Quiero tocarla y hago el ademán de mover las manos, pero ella alza la
mirada y clava sus salvajes ojos negros en los míos.
—No te muevas —ordena.
Asiento jadeante y poso de nuevo las muñecas atadas en el cama.
Santana baja por mi mandíbula y mi cuello hasta llegar a mis pechos.
Chupa mis pezones soliviantándolos, lamiéndolos una y otra vez. Cubre
uno de ellos con sus labios, coge el otro entre sus dedos y tira.
Mi espalda se arquea.
Gimo alto, enardecida.
Espera a que me calme para volver a rodear mi pezón con sus labios.
Baja su mano libre por mi costado y la desliza en mi sexo. Estoy
maravillada, sobreestimulada.
Siento la tentación de volver a mover las muñecas. Ella parece
adivinarlo, porque alza sus ojos sin separarse apenas de mi piel y niega
suavemente, dejando que su mirada exigente y salvaje se adueñe de la mía.
Obedezco sin pensar y, como recompensa, sin dejar de mirarme introduce
dos de sus dedos en mí mientras me acaricia el clítoris con el pulgar.
Gimo pero no separo nuestras miradas. Es lo mejor de todo.
Sus movimientos se acompasan perfectamente a su boca y su otra
mano que retuercen y muerden mis pezones.
Mis caderas se mecen contra sus dedos, haciendo círculos
involuntarios, buscándolos.
—Dios, Dios, Dios —mi voz cada vez es un susurro más apagado,
ahogado entre jadeos que no puedo controlar.
No aguantaré mucho más.
Mi cuerpo se tensa bajo ella.
Santana añade un tercer dedo a la tortura y me muerde con fuerza.
Grito.
—Córrete, Britt —susurra salvaje contra mi piel—. Quiero oírlo.
Su exigencia es lo último que necesito y todo mi cuerpo se sumerge
de lleno en un extraordinario orgasmo. Mis terminaciones nerviosas se
yerguen y mi sexo se sacude contra su mano, palpitando, húmedo, lleno de
placer.
Gimo con los ojos cerrados, intentando recomponerme. Pasa su pulgar
una vez más por mi clítoris y saca los dedos. Suspiro y le noto sonreír.
Abro los ojos y la veo avanzar por mi cuerpo.
Tira de uno de los extremos de mi camiseta y el nudo se deshace
alrededor de mis muñecas. Bajo las manos despacio y me las llevo a los
labios para calmar la piel rozada.
Con nuestras miradas aún entrelazadas, acerca su boca a mi muñeca.
Todo esto es tan íntimo y sensual que se escapa de mi control. Nuestros
labios se rozan furtivos una y otra vez mientras nuestras respiraciones se
aceleran. Ese simple sonido me enciende de nuevo y sé que ella también lo
está. Sus ojos están hambrientos, oscurecidos por el deseo hasta parecer
casi negros.
—Fóllame —susurro sin apartar mi mirada de la suya.
Mi voz ha sonado mucho más dulce y sensual de lo que imaginaba y
tiene un eco directo en Santana, que se abalanza sobre mí. Se quita la
camiseta acelerada. Me besa salvaje como si fuera a desaparecer en
cualquier momento mientras se deshace de los pantalones y las bragas y
brusca, de un solo movimiento atronador y primario, entra en mí con sus maravillosos dedos y junta nuestros sexos humedos.
Grito extasiada aferrándome a su espalda a la vez que ella se mueve con
fuerza, de verdad, como si yo fuera lo único que hay en este universo,
como si follarme le diera la esperanza, el deseo, la vida.
Grito de nuevo. Esto es enloquecedor.
Santana clava los puños con rabia en el colchón y acelera aún más este
vertiginoso ritmo. Hundo mi cara en su cuello y le muerdo con fuerza cada
vez que siento que el placer me desborda.
—Joder, sí —gruñe y yo me derrito aún más entre sus manos.
No está siendo delicada, se mueve implacable, embistiéndome cada
vez más profundo. Nunca había creído que me gustara el sexo así, que me
follaran, pero el modo en el que se mueve es irresistible. Me descubre un
placer inusitado que cada vez se hace más grande, más fuerte,
consiguiendo que los otros besos, los otros chicos, incluso todo lo que nos
rodea, deje de tener valor para mí. Ahora mismo sólo está ella.
Sale de mí y hábilmente me gira en sus brazos. Vuelve a dejarse caer
sobre mi cuerpo y tira de mi cadera para que quedemos ligeramente de
lado.
Me penetra con fuerza, casi con rabia, y todo mi cuerpo se arquea.
Los gemidos, el calor, la euforia se apoderan de mí.
Entra y sale brusca, dura, llegando donde nunca antes habían llegado.
—Quiero que cuando estés en esa fiesta, sólo puedas pensar en esto —
susurra salvaje en mi oído.
Yo gimo por sus movimientos pero también por sus palabras. Son
exigentes y están llenas de rabia, pero tocan una tecla íntima y profunda de
mí que ni siquiera entiendo y me sumergen aún más en su cuerpo y en todo mi placer. Grito desbocada.
Arqueo mi espalda y echo la cabeza hacia atrás apoyándola en su
hombro.
Dios, esto es casi torturador.
No sé cuánto tiempo podré aguantar. Mi cuerpo se tensa por todo el
placer que recibe y, cuando vuelve a embestirme con fuerza, estallo
alrededor de sus dedos, que no se detiene y consigue que mi cuerpo se convulsione entre sus manos.
Estira su última estocada y se corre junto a mi sexo, gruñendo,
suspirando, jadeando en mi oído.
Estoy en el paraíso en este momento.
No sé cuánto tiempo nos quedamos así, intentando recuperar la
monotonía en nuestras respiraciones. Siento su pecho subir y bajar ansiosa
a mi espalda y no puedo evitar que una sonrisa de pura felicidad se dibuje
en mis labios. Pero el sentimiento es breve. Apenas un instante después,
noto cómo se levanta y, sentada al borde de mi cama, se pone los vaqueros.
Yo tiro de mi colcha de Ikea, me tapo con ella y me incorporo. Estoy
sentada a su espalda y vuelvo a sentirme tímida.
—Estoy Limpia —musito avergonzada, y no debería. Esta
conversación tendríamos que haberla mantenido antes de acostarnos por
primera vez— pero me preocupan las enfermedades de trasmisión sexual.
No sé cómo seguir.
—Estoy limpia —contesta secamente poniéndose la camiseta con
rapidez— e imagino que tú también.
Parece que ha dado el tema por concluido. Durante unos segundos un
incómodo silencio se abre paso entre nosotras.
—Podrías no irte —le pido con dulzura.
Aunque en realidad la frase más apropiada habría sido «no quiero que
te vayas».
—Podríamos hablar —continúo.
—¿Qué quieres saber? —pregunta levantando una rodilla para atarse
los cordones de sus convers. No se gira.
—No lo sé. Nada en concreto. Sólo pensé que podríamos charlar.
—¿Charlar de qué, Britt?
Su tono se ha ido endureciendo. Vuelve a parecer molesta y
exasperada, pero por primera vez no tengo la sensación de que sea
conmigo. Me atrevería a decir que es consigo misma.
—Charlar en general para conocernos mejor, por ejemplo, ¿cuál es tu
canción favorita?
—Britt, tengo que irme —dice levantándose. Aún no me ha
mirado.
—Claro —susurro.
Mientras ella se agacha y recoge su chaqueta del suelo, yo salgo de la
cama y me visto rápidamente. De pronto no quiero que me vea desnuda, ya
no.
Caminamos en silencio hasta la puerta. Justo al abrirla tengo una
revelación. Si hiciéramos algo juntos aparte de trabajar y acostarnos, quizá
se relajaría y tomaría otra actitud.
Puede funcionar, me arengo.
—La fiesta de esta noche va a ser divertida, quizá te gustaría venir —
comento.
—Mejor, no.
—No te preocupes, era una estupidez.
¿Realmente lo era? Ya no sé qué pensar, Santana Lopez tiene ese efecto
en mí. De nuevo nos quedamos unos incómodos segundos en silencio. No
quiero que se vaya pero tampoco puedo rogarle que se quede o que me
acompañe a la fiesta, aunque lo esté deseando.
Ella va a decir algo pero parece arrepentirse y, de espaldas, camina los
primeros pasos, alejándose de mí.
—Adiós, Britt.
—Adiós, señorita Lopez.
Hace una mueca de disgusto y anda de nuevo hasta colocarse frente a
mí.
—Por el amor de Dios, Britt. He venido hasta aquí y acabamos de
acostarnos, podrías llamarme por mi nombre.
—Claro —vuelvo a susurrar.
Otra vez me siento confundida y abrumada. Tengo ganas de gritarle
que no sé lo que quiere de mí, que no le entiendo pero que me atrae tanto
que quisiera que nos encerráramos en mi habitación ahora mismo y no
saliéramos hasta el lunes.
—Adiós, Britt —repite.
—Adiós, Santana.
Esas dos simples palabras le hacen clavar de nuevo su mirada en la
mía. Sus ojos vuelven a dejarme ver ese sentimiento que se me escapa, que no logro entender, pero a la vez puedo notar que se siente frustrada,
enfadada, un reguero de emociones que centellean sin tregua en el negro de su mirada. Finalmente comienza a caminar de nuevo y, cuando apenas ha avanzado un par de metros, deja caer su puño contra la pared.
Definitivamente está molesta y no sé si es porque se marcha o porque, una
vez calmado el deseo, se arrepiente de haber venido.
Yo cierro la puerta y me apoyo contra ella unos minutos. Necesito un
momento. Necesito un momento y una copa. Hemos vuelto a acostarnos,
pero, tal y como pasó las otras dos veces, no hemos hablado, no me explicó por qué había venido, qué quería. No soy estúpida. Sé que la respuesta es obvia pero quería oírselo decir, saber qué siente por mí. Aunque sea sólo sexo, necesito saberlo.
Sentada en el taburete, vestida, maquillada y peinada, espero a que
den las siete. Cuando Santana se fue, fui incapaz de concentrarme en
cualquier otra cosa, así que empecé a arreglarme y el resultado es que llevo casi cuarenta y cinco minutos mirando el reloj, esperando y, cómo no,
pensando. Ha venido hasta aquí para asegurarse de que pienso en ella en mi supuesta cita. Sugar pondría el grito en el cielo si se enterase y Rachel , creo que Rachel le hubiera dado una paliza. Pero yo he dejado que lo haga, es más, creo que a una parte de mí incluso le ha gustado. Esto está comenzando a ser enfermizo.
Cuando estoy a punto dejar caer mi cabeza contra mis brazos cruzados
en la encimera, absolutamente exasperada, suena el timbre. Son las siete en punto. Debe de ser Joe.
Cojo mi clutch y voy hasta la puerta. Al abrirla, veo a mi amigo
impecablemente vestido con un elegante esmoquin. A pesar de que está
guapísimo, no puedo evitar sonreír. No es su estilo en absoluto.
—Ni una palabra, Pierce. —Se adelanta a cualquier comentario que
pensara hacerle—. Ha sido una encerrona de mi madre.
—Estás muy guapo —le digo sin que la sonrisa me abandone.
—Tú también. Muchas gracias —contesta fingidamente formal—,
pero para ya con esa sonrisita.
—Está bien. —Finjo hacer un gran esfuerzo por ocultar mi sonrisa—.
¿Nos vamos? Llevo una hora muriéndome por una copa.
—Ya somos dos —dice ofreciéndome su brazo.
Comenzamos a caminar.
—¿Una hora? —pregunta repasando mis palabras.
—No preguntes —de verdad no me apetece hablar de esto— o te haré
una foto y la subiré a Facebook.
Tardamos más de lo que esperábamos en llegar a la mansión de los
Berry
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Feb 04, 2016 2:51 am

Un aparcacoches contratado para la ocasión me abre la puerta y Joe
vuelve a tenderme el brazo. En seguida nos vemos contagiados por el
ambiente y comenzamos a repartir sonrisas y elegantes saludos al resto de
los invitados. Mira Berry nos ve y extiende sus brazos sonriente. Yo le devuelvo la sonrisa y me suelto de Joe para caminar hasta ella, que me toma por los hombros y me observa de arriba a abajo.
—Estás preciosa, querida —dice a la vez que me da un beso en cada
mejilla.
—Gracias, señor Berry.
—Hola, Brittany S. Pierce.
Nunca deja de hacerme sonreír que el señor Berry me llame
siempre por mi nombre completo.
—¿Qué tal está tu padre? —me pregunta.
—Muy bien, señor Berry.

Le devuelvo la sonrisa mientras Joe, desesperado, tira de mí para
que entremos.
—Mi copa —me susurra.
—Y la mía.
—Sácala a bailar, hijo —comenta el señor Berry alzando la voz
desde la puerta.
—No es a este hijo al que tienes que animar para que la saque a bailar
—responde Joe con sorna.
Ambos sonreímos de nuevo y nos dirigimos hacia la barra atravesando
el inmenso salón repleto de la jet set neoyorquina. La verdad es que todo
está precioso. Las luces, la decoración, todo es evocador y muy romántico.
Suena una suave canción italiana. Creo que de Ornella Vanoni,
L’appuntamento si no me falla la memoria. Y no es en absoluto una
casualidad. El señor Berry es un enamorado de la música italiana de los
cincuenta y sesenta y no hay fiesta en la que falte.

Sin embargo, lo que Santana pretendió lo ha conseguido de sobra. A pesar de las risas y el maravilloso ambiente, sólo puedo pensar en ella, en la manera en la que estuvimos juntas en mi apartamento esta tarde. Es frustrante que sea con ella con quien esté teniendo el mejor sexo de mi vida, porque lo complica todo muchísimo más.
—¿Qué tal estás, Pierce? —me pregunta Joe aprovechando que nos
hemos quedado solos. Rachel y Brody se han ido, poniendo una excusa
verdaderamente mala, a hacerse arrumacos al jardín.
—Estoy bien.
—Entonces no vas a contarme qué te ha sucedido esta tarde.
—No me ha pasado nada esta tarde.
Estoy comenzando a cansarme de mentir. Nunca le había mentido a
Joe antes y no me gusta, pero ¿qué puedo hacer?, ¿contarle que Santana Lopez se ha presentado en mi casa, nos hemos acostado y se ha largado sin ni siquiera mirarme? La verdad no nos deja bien a ninguno de las dos y
enfurecería a Joe. Lo sé porque, si fuera al revés, a mí me enfadaría que
una chica lo tratara así y él fuera tan estúpido de permitirlo.


Por ningún motivo en especial, llevo mi vista hacia la entrada y la veo, a Santana Lopez , extraordinariamente vestida con un elegante Vestido hecho a medida por supuesto corte Italiano de color negro que tan bien contrasta con su piel chocolate. Está guapísima, como lo está la rubia de piernas kilométricas que lo acompaña.
No sé qué hacer. No sé qué decir. Sólo quiero salir corriendo de aquí
antes de que ella me vea, pero no tengo esa suerte. Santana mira hacia el fondo de la sala, imagino que buscando la barra, y me ve. A pesar de la distancia, nuestras miradas se cruzan. Primero sus ojos se llenan de sorpresa y después frunce el ceño contrariada. Supongo que no esperaba encontrarme aquí. Finalmente sale de su asombro, le comenta algo a su acompañante y comienza a caminar en mi dirección.
—Joe, vámonos —susurro.
—¿Qué? —pregunta confuso.
—Por favor, vámonos, salgamos de aquí —le apremio.

Me toma de la mano y salimos por una de las puertas laterales. Tira de
mí, que camino con dificultad subida a estos tacones infinitos. Siento un
inmediato déjà vu de la noche que Santana me sacó de la discoteca, sólo que no es su mano la que tira de mí y no me espera un apasionado beso en mitad de una acera cualquiera de Manhattan.
Alcanzamos la puerta trasera y salimos a la enorme terraza
acristalada. Joe continúa caminando hasta que llegamos a una escalera
de piedra escrupulosamente cuidada que da acceso a los jardines.
Al notarme a salvo, me dejo caer hasta sentarme en uno de los
escalones y suspiro profundamente.
No quiero llorar. Por favor, no quiero llorar.
—Britt, cuéntame ahora mismo qué está pasando.
La voz de Joe suena acorde a su expresión.
—Era Santana Lopez.
—¿Y? —me apremia.
—Le pedí que me acompañara a la fiesta, me dijo que no y se ha
presentado con otra chica.
—Britt, deja de contarme las cosas a medias —me espeta enfadado
—, porque es obvio que hay algo más.
—Si una mujer ha buscado la pared y la ha encontrado, ¿volverá a
buscarla? —pregunto ignorando por completo su comentario.
—Acabáramos.
Joe se deja caer a mi lado. Su rostro parece más relajado, como si
por fin las piezas del puzle comenzaran a encajar.
—¿Me estás diciendo que te has acostado con Santana Lopez y quieres
saber si volverá a pasar?
—Sí.
—Ya te lo dije, Britt. A veces eso no ocurre.
—¿Y si ya ha ocurrido? ¿Y si nos hemos acostado varias veces?
La confusión vuelve a la mirada de Joe, que se afloja la pajarita.
—Esta tarde ha venido a casa y nos hemos acostado.
—¿Habéis hablado de lo que está pasando?
Niego con la cabeza. Sólo con recordar cómo ni siquiera me miró
mientras me decía que tenía que marcharse, hace que se forme un nudo en mi garganta que me provocará el llanto si articulo la más mínima palabra.
—¿Britt, estás bien? —pregunta lleno de dulzura.
Vuelvo a negar con la cabeza y me inclino sobre Joe para ocultar el
más que inminente llanto. Ella me acoge entre sus brazos.
—Qué estupidez de pregunta. Es obvio que no estás bien.
Joe me consuela y durante unos minutos yo me dejo consolar.
Al sentirme menos nerviosa, vuelvo a pensar en todas las dudas y las
preguntas que no logro responderme.

—A veces tengo la sensación de que ella sólo me… —mi voz suena
entrecortada y creo que mi mente se siente igual, porque soy incapaz de
encontrar la palabra adecuada.
—¿Utiliza? —me ayuda Joe.
—Sí —digo separándome de él—. Y entonces pienso que no dejaré
que vuelva a tocarme, pero, cuando la veo, sólo puedo pensar en cuánto me gusta. —Britt, esto no va acabar bien para ti.
—Lo sé.
—Pues para —replica impaciente.
—James, no puedo.
—Pues pídele a ella que pare. Si le importas, aunque sólo sea un poco,
lo hará.


En ese momento la puerta de la cristalera se abre sobresaltándonos.
Por un instante pienso que es Santana, pero rápidamente me recuerdo a
mí misma que tiene otra acompañante con la que sí puede ir a fiestas, así
que por qué iba a tener el más mínimo interés en buscarme a mí.
—¿Dónde os habías metido?
Es Sean, el hermano de Joe.
—Hermanito, estábamos charlando y fumando —comenta irreverente.
Sean le dedica una mirada reprobatoria.
—No deberíais fumar.
—¿Has visto el traje que me han obligado a ponerme? —se queja
Joe—. Me merezco un respiro.
El mayor de los Berry sonríe exasperado.
—Pues esto te va a encantar: mamá te está buscando cámara de fotos
en mano.
Joe refunfuña y la sonrisa de Sean se hace más amplia. Resignado,
el pequeño de los Berry se levanta y me tiende una mano que miro con
recelo.— Si piensas que te vas a librar de salir en esas fotografías, estás muy equivocada.
Compartiendo su resignación, volver al salón me aterra, tomo su
mano y me levanto.
—Estás preciosa —comenta Sean cuando dejo que mi vestido se vea
en toda su plenitud.
—Gracias —respondo en un susurro y, para qué negarlo, algo
incómoda.
Cuando regresamos al salón, miro a mi alrededor en intervalos de
quince segundos por si tengo que volver a salir corriendo. Pero entonces
caigo en la cuenta de que salir corriendo no dice mucho en mi favor. Me
coloca exactamente en la posición más débil, la de tonta enamorada que se
siente dolida y traicionada, y no pienso darle esa satisfacción. Respiro
hondo y me agarro con fuerza al brazo de Joe, que mirándome de reojo
sonríe ante mi recuperada determinación.
Justo antes de que Mira Berry llegue hasta nosotros, obligo a
Joe a girarse y le coloco bien la pajarita. Él me hace un mohín y me
guiña un ojo cuando me ve sonreír.
—Ahora sí que estás preciosa, Pierce.
—Gracias, Berry.
Mira nos obliga a hacernos en torno a unas cien fotos. Según ella, son
pocas las ocasiones en las que Joe le concede el deseo de vestirse así y
tiene que aprovechar. Yo me mantengo en un discreto segundo plano


—Voy a por una copa —le digo a Joe en la distancia, sin voz,
moviendo los labios y ayudándome de la mímica.
—Para mí también —responde de igual modo mientras, desesperado,
impaciente y más calificativos similares, posa por enésima vez para su
madre. Camino hasta la barra atravesando de nuevo la sala. Creo que me
cruzo con un congresista, pero no podría asegurarlo.
—Dos Martini Royale, por favor.
El camarero asiente y comienza a prepararlos.
—Jack Daniel’s con hielo —oigo a mi espalada.
Creo que podría reconocer esa voz en cualquier parte. Es Santana.
No me giro, tampoco digo nada. Pienso esperar mis copas y
marcharme con toda la elegancia que sea capaz de esgrimir.
—Brittany —susurra acercándose más a mí.
Sólo oír cómo ha pronunciado mi nombre ha hecho que me tiemblen
las rodillas, pero debo mantenerme fuerte.
—Britt, no soporto que estés enfadada conmigo.
Está aún más cerca de mí. Temo que en cualquier momento vaya a
tocarme y las pocas defensas que aún logro mantener se derrumben a sus
pies. Nerviosa, miro al camarero apremiándolo para que termine esos
cócteles.
—Esa chica no es nadie. No me interesa en absoluto.
Al fin el camarero, que debió sacar sobresaliente en su curso de
coctelería, me entrega las copas. Con ellas en las manos trago saliva, reúno las fuerzas que su proximidad no ha logrado robarme y giro sobre mis Jimmy Choo prestados.
—Señorita Lopez, le están esperando y a mí también —le digo con toda
la frialdad de la que soy capaz.
Ella me mira con un enfado más que creciente y alza la mano para
cogerme del brazo.
—Si me toca, gritaré.
Yo también estoy enfadada.
Sus ojos se llenan de confusión y sorpresa. Supongo que ésa era la
última respuesta que esperaba, pero estoy demasiada dolida para permitir
que vuelva hacer lo que quiera. Santana mira a su alrededor sopesando la
posibilidad de llevarme a la fuerza y montar una escena, pero sabe que no
sería buena idea hacerlo aquí, así que deja caer su mano.
Por un momento su mirada me abruma. Parece triste como si se
sintiese despojada y entonces siento ganas de caer entre sus brazos. Pero
no tardo en volver a recordar lo dolida que me he sentido al verlo aparecer
con otra chica y consigo recuperar la determinación justo a tiempo para
huir de ella.
Cuando vuelvo a reunirme con Joe y le entrego su copa, llevo la
vista otra vez hacia la barra, pero ella ya no está. Mejor así.
La fiesta continúa. Hemos cenado un exquisito bufé frío preparado por
el mejor catering de Nueva York y hemos mantenido unas diez insulsas
charlas con diez insulsos aunque riquísimos invitados.
Ya han pasado un par de horas desde que me encontré con Santana
en la barra y no he vuelto a verla. Sé que no debería, pero no puedo parar
de pensar en ella, en cómo me miró cuando le dije que no me tocara.
Demonios, toda esta situación es desesperante. Me mira así porque me
niego a que me toque pero, cuando dejo que lo haga, pasa de mí. No logro
entender qué es lo que quiere y mientras una parte de mí no quiere
detenerse hasta averiguarlo, la otra comienza a pensar que su hermetismo
quizá nunca me deje descubrirlo.
—¿Quieres bailar, Britt? —me pregunta Sean.
Joe sonríe y disimuladamente da un paso alejándose de mí. Yo le
devuelvo la sonrisa, aunque en el fondo tengo ganas de asesinarlo porque
seguro que ha sido él quien ha incitado a su hermano a que me saque a
bailar.Miro a Sean y asiento. Suena Let her go, de Passenger, una canción
preciosa.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Feb 04, 2016 2:52 am

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Feb 04, 2016 2:54 am


Caminamos hasta el centro de la pista mezclándonos con otras parejas
que ya bailan. Sean abre sus brazos y yo doy el paso definitivo para quedar
entre ellos. No sé por qué me siento tan incómoda. Sean es un chico
amable, honesto y guapísimo. Cualquier chica mataría por estar en mi
posición, pero yo sólo puedo pensar en Santana.
Bailamos al ritmo de la dulce melodía. De vez en cuando alzo la
cabeza y mi mirada se encuentra con la suya, que ya me esperaba. Nos
sonreímos pero todo es muy mecánico, sin chispa.
De pronto las otras parejas que nos rodean parecen moverse
orquestadamente, como si de una coreografía se tratara, y me permiten ver
a Santana Lopez al fondo de la pista, bailando con esa chica pero mirándome a mí.
Son los brazos de Sean los que me obligan a moverme y es su mano la
que noto al final de mi espalda, pero para mí ahora sólo existe Santana. Por un instante mi mente juega a mezclarlo todo y siento como si fuera con ella con quien bailo.
Sean me dice algo pero no lo escucho. Tengo que obligarme a mirarlo
y volver a la acuciante realidad.
—Britt, ¿te encuentras bien? —me pregunta de nuevo.
—Sí.
Asiento levemente acompañando mi respuesta y le dedico una sonrisa
que no me llega a los ojos. ¿Pero qué estoy haciendo? Yo no soy así. No
soy así. No bailo con un chico deseando que sea otro. Sean no se lo merece.
Me siento miserable y vuelvo a estar demasiado enfadada, demasiado
dolida. Quiso traer a esa chica a la fiesta en vez de venir conmigo, pues que baile con ella, que me deje en paz. Siento que me ahogo. No puedo respirar.
—Sean, necesito salir a tomar el aire. En seguida vuelvo.
Salgo del salón sin ni siquiera darle tiempo a responder. Al girarme,
la veo de pie en el centro de la pista sola y confundida y me siento aún más
miserable, pero de verdad necesito salir de aquí.
Cruzo el gran vestíbulo y llego hasta la puerta principal. Estoy a unos
metros de ella cuando noto unos pasos acelerados que me siguen. Una vez
más no necesito darme la vuelta para saber quién es.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Feb 04, 2016 3:06 am

chapter 13



—Britt —me llama.
Pero yo no quiero verla. Estoy furiosa con ella, conmigo misma por
haber llegado a esta situación.
Salgo corriendo, obviando lo peligroso de mi huida con semejantes
tacones. Ella me sigue. Atravieso casi todo el jardín delantero y llego a los
últimos coches aparcados. Mis piernas ya no resisten más.
—Britt.
—¿Qué quieres de mí? —le pregunto casi en un grito volviéndome
hacia ella. Mis palabras la detienen en seco. Me mira fijamente con el rostro endurecido pero también confuso y sorprendida.
—Santana, yo no soy así. No salgo corriendo de bailes, no dejo a un
chico plantado en mitad de la pista y, sobre todo, no juego con él, no le
miro imaginando que sea otro. Así que, ¿qué quieres de mí? ¿Qué quieres
de mí? Porque ya no puedo más.
Santana no contesta, recorre los pasos que nos separan y, estrechándome
contra ella, me besa. Y sencillamente ocurre que era exactamente eso por lo que mi cuerpo, sin ni siquiera saberlo, clamaba. Por un instante me dejo
llevar por la fuerza de sus labios sobre los míos, por su anhelo, pero mi
mente se encarga de recordarme lo enfadada que estoy y rápidamente me
separo de ella.
—Deja de hacer esto —protesto exasperada.
Doy un paso hacia atrás y ella lo da hacia adelante. Sus ojos me abrasan
y despiertan mi cuerpo traidor. ¿Por qué me siento así cuando está cerca?
Como si nada más importara. Poco a poco un deseo sordo y líquido lo va
inundando todo. Mi respiración jadeante se mezcla con la música y el
murmullo de voces felices que salen de la casa.
Se acerca de nuevo y, sin separar su mirada de la mía, dejándome
claro que no me dejará escapar otra vez, vuelve a besarme. Yo intento
resistirme con las pocas fuerzas que me quedan, pero Santana reacciona
estrechándome aún más contra ella y todo mi cuerpo se rinde a este deseo tan apremiante, casi febril, que nubla mi mente y todo a mi alrededor.
Nuestros besos se vuelven más incontrolables y salvajes. Me sienta
sobre el capó de uno de los coches aparcados y con sus manos aún en mi
trasero me empuja contra él capo.
Nuestras respiraciones jadeantes, entrecortadas, se superponen contra
la boca de la otra, obligándonos a separar nuestros labios.
Pero todos mis sentimientos siguen ahí. Ha venido con otra chica, no
puedo dejar de repetírmelo, y me siento furiosa, celosa, dolida.
Demasiadas emociones que mi abrumada mente no puede dirigir.
—¿Y qué va a pasar después? —murmuro contra sus labios—. ¿Vas a
marcharte?
—Britt —susurra.
Se ha detenido en sus besos pero no se ha separado de mí. No sé cómo
interpretar ese «Britt», así que la miro directamente a los ojos. Ella me
está contemplando y con su mirada lo entiendo todo. Ese «Britt»
significa que sí, que se marchará, aunque también me parece ver, sólo por
un segundo, que no quiere tener que hacerlo.
Odio que todo sea así.
—Déjame en paz, Santana.
La empujo y, sin dejar que me ayude, me bajo del capó del coche. Ella
se aparta de mala gana pero concediéndome la huida. Las dos sabemos que si hubiera querido no le hubiera costado mucho esfuerzo mantenerme aquí o quizá sí, estoy demasiado cansada de todo esto.
Sin volver a mirar atrás, comienzo a caminar hasta la enorme cancela
de hierro forjado.
—Britt, ¿adónde vas?
No usa un tono amable. Está malhumorada y por primera vez no me
importa ser la causa o enfadarla aún más.
—A casa —respondo intentando mostrarme indiferente.
—Te llevaré. Estamos a una hora de Nueva York.
—Llamaré a un taxi. —No cambio un ápice mi tono.
—¿Por qué eres tan testaruda? —inquiere tan molesta como
exasperada.
¡Es el colmo!
—Te están esperando —respondo furiosa pero con mi voz
entrecortándose por momentos.
Después de lo que ha pasado, todos mis sentimientos se han
multiplicado. Me siento más dolida, más ruin.
Santana me toma por el brazo y me obliga a girarme.
—Sé que he venido con otra chica y sé que me está esperando. No
necesito que tú me lo recuerdes. Pero no pienso dejar que salgas sola en
mitad de la noche a esperar un taxi. Puedes volver a la mansión o puedes
dejar que te lleve, tú eliges, pero no voy a seguir discutiéndolo.
Su voz calmada y dura a partes iguales y su mirada casi metálica
consiguen volver a intimidarme. Está enfadada, muy enfadada, y por
primera vez me pregunto si todo esto le supera como me sucede a mí.
—Quiero irme a casa —susurro apartando mi mirada.
—Espérame aquí.
Sin decir nada más, se da la vuelta y camina hasta la entrada principal.
Lo observo entregarle un tiqué a uno de los aparcacoches, que sale
corriendo, y hablar con el otro que asiente varias veces y entra en la
mansión. Imagino que le ha mandado algún recado a la rubia de piernas
kilométricas y eso me enfurece muchísimo, incluso valoro la posibilidad
de marcharme. Pero antes de que el primer aparcacoches regrese, el
segundo vuelve de la mansión y le entrega algo a Santana. Tardo unos
segundos en comprender que se trata de mi bolso. ¡Mi bolso! Ni siquiera
me había dado cuenta de que no lo llevaba.
Un par de minutos después, Santana, conduciendo un fantástico BMW
serie 4 Coupé gris oscuro, se detiene a mi lado. Me mira con la expresión
aún endurecida y yo, fingiendo una desgana que no sé si realmente siento,
me monto en el coche. Antes de arrancar me entrega mi bolso.
—Gracias —musito.
Santana pone el coche en marcha y atravesamos el enorme vallado.
Suena una canción de Eagle-Eye Cherry, creo que Alone, pero en una
versión acústica que no había oído antes.




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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Feb 04, 2016 3:50 am


Santana va a quitarla pero la detengo poniendo mi mano sobre la suya.
—Me gusta esta canción.
No sé si es la música tan suave y deliciosa, mis palabras o mi mano
sobre la suya, pero el rostro de Santana cambia. Ya no parece estar tan
enfadada y creo que yo tampoco. Alzo mi mano y justo cuando voy a
separarla definitivamente de la suya, ella levanta dos de sus dedos
acariciándome suavemente la palma con ellos. Por un instante creo que ese simple contacto podría hacer que le perdonara todo, pero nuevamente me recuerdo que debo ser fuerte.
Atravesamos la I-495 dirección sur en el más absoluto silencio. Al
fondo del paisaje en penumbra puede verse Nueva York completamente
iluminada. El primero que dijo que es la ciudad que nunca duerme no podía
haberla descrito mejor. Eagle-Eye sigue cantando y yo continúo pensando
y pensando. Ni siquiera soy capaz de explicar con claridad cómo me siento.
Estoy enfadada, dolida y al mismo tiempo encantada. Encantada de que
dejara a esa chica para acompañarme a casa. Encantada de que no soporte que esté enfadada con ella. Encantada de haber sentido sus manos sobre mi cuerpo otra vez. Pero ¿qué sentido tiene todo esto si ella no siente nada ni remotamente parecido?
Santana detiene su flamante coche frente a mi puerta. Se quita el
cinturón de seguridad pero no se baja. Yo le imito. Lo cierto es que no
quiero bajarme porque no quiero que vuelva a la fiesta con ella. Me
permito el lujo de observarla y tiene la vista clavada al frente. Parece
pensativa, abstraída.
—Britt —susurra con la voz ronca—, las cosas no tendrían que
haber sucedido así esta noche.
—¿Vas a volver a la fiesta?
Por favor, di que no. Por favor, di que no.
—Sí.
Su respuesta fría y breve deja claro que da igual todo lo que yo me
empeñe en pensar o creer, al final Santana siempre será Santana, la arrogante, presuntuosa, irascible y mujeriega, sobre todo mujeriega, y yo la tonta que piensa que tres polvos van a cambiarla.
—Que te diviertas —replico tratando de sonar indiferente, pero soy
perfectamente consciente de que no lo he conseguido.
Me bajo del coche tan deprisa como puedo y voy hasta mi portal.
Meto la llave, la giro y empujo la enorme puerta de madera. Antes de
entrar miro atrás una última vez.
¿Por qué no puede ser más fácil todo esto?
Santana también me mira y por un momento creo que va a bajarse del
coche y correr hacia mí, pero obviamente no lo hace. En su lugar arranca y
desaparece a toda velocidad por la calle Bleecker.
Subo a mi apartamento y saco el iPhone de mi clutch de fiesta. Rachel, Joe, y el pobre Sean deben estar preocupados. Al fin y al cabo dije que
salía a tomar un poco el aire y hace más de una hora de eso. Le mando un
mensaje a Rachel diciéndole que no me sentía muy bien y que he vuelto a
casa. Suena a burda mentira, pero mi estado de ánimo no da para más.
Me arrastro hasta mi habitación y me tiro en la cama. El lugar donde
siempre he llorado mis penas. Pero ahora su olor se ha impregnado en la
colcha y no me deja respirar sin que cada bocanada sea un castigo. Sin
dudarlo y dispuesta a no martirizarme más, me levanto y quito la colcha,
las sábanas, la funda de las almohadas, todo. La furia ha reemplazado la
tristeza.
Llevo toda la ropa al cesto de la colada en el baño y cojo sábanas
limpias. Pago mi ira contra el colchón y la ropa, que sacudo y estiro más de
la cuenta intentando desahogarme.
Soy estúpida, soy verdaderamente estúpida. Ahora debe estar bailando
y riendo con esa otra chica o quizá acostándose con ella.
Esa idea me hace más daño del que pensé que me haría y acabo
tumbándome otra vez y, casi sin quererlo, llorando, llorando por ella, por la
situación pero, sobre todo, llorando por mí.
Me despierta el insistente sonido del timbre. ¿Quién demonios será?
Me levanto algo desorientada. No sé qué hora es y tampoco recuerdo
cuándo me dormí. Miro a mi alrededor y observo la cama a medio hacer y
a mí con el vestido de anoche aún puesto.
El timbre continúa sonando.
Camino hasta la puerta. Me duele muchísimo la cabeza.
—¡Voy! —grito para que dejen de llamar.
Abro la puerta y una desesperada Sugar entra como una exhalación.
—¿Sabes cuánto tiempo llevo llamando? —me pregunta exasperada.
—¿Mucho?
Me doy cuenta de que he sonado de lo más irónica, aunque no era mi
intención.
—Sí, mucho. ¿Y para qué demonios tienes un móvil, Brittany Susan Pierce?
Mira a su alrededor y frunce los labios cuando lo ve sobre la encimera
de la cocina.
—Déjalo, acabo de contestarme.
—¿Qué pasa, Sugar? —susurro con la esperanza de que asemeje su
tono de voz al mío.
—Joe me ha sacado de la cama para que viniera a verte. Rachel y él
están muy preocupados. No han podido venir porque tienen una comida
familiar.
Cojo dos botellitas de agua del frigo, le doy una a Sugar y me siento
en el sofá.
—Me han dicho que desapareciste de la fiesta. ¿Qué te pasó? —
pregunta dejándose caer a mi lado.
—Santana Lopez estaba allí.
—¿Qué?
—Por la tarde estuvo aquí. No sé a qué vino, pero acabamos
acostándonos. Le pedí que me acompañara a la fiesta, me dijo que no y se
presentó con otra. —Me sorprende lo resignado que suena el tono de mi
voz—. Y lo peor de todo es que estuvimos a punto de acostarnos en el
jardín de la casa de los Berry sobre el capó de uno de los Mercedes que
estaban aparcados, pero acabamos discutiendo, me trajo a casa y regresó a la fiesta con esa chica, que por cierto tenía pinta de supermodelo y llevaba un traje más caro que todo mi apartamento.
Sugar no sabe qué decir. Sus ojos abiertos como platos son fiel
reflejo de cómo intenta asimilar toda la información que acabo de darle.
Yo me siento cansada, muy cansada, como si necesitara dormir días
enteros.


Dúchate. Te espero aquí.
Asiento y voy hasta el baño. Me doy una ducha rápida y me pongo lo
primero que cojo del armario: unos vaqueros y una camiseta pañuelo con
estampados rosas y grises. Me seco el pelo con la toalla y me lo recojo.
Después de cepillarme los dientes estoy lista para regresar al salón.
Sugar se levanta del sofá al verme y me toma de la mano para que
salgamos del apartamento. Creo que piensa que, si me da el tiempo
suficiente, me arrepentiré y me quedaré en casa.
Vamos al Soho. Nos pasamos la mañana de tiendas, mirando y
probándonos ropa que en ningún caso nos podemos permitir. Pero, a pesar
del interés que muestra Lauren, no me apetece comprar nada ni siquiera
con su celebrado método.

A la hora de comer vamos a uno de nuestros restaurantes favoritos,
muy cerca de mi apartamento, el Saturday Sally.
El camarero, un chico italiano guapísimo, moreno con los ojos verdes,
no para de dedicarle miraditas a Lauren. Sin embargo, ella no le presta
mucha atención.
—¿Estás mejor? —pregunta tras darle un largo trago a su soda con
mucho hielo y limón.
—Sí, no tenéis que preocuparos. Es sólo que la situación a veces me
supera un poco.
—¿Qué piensas hacer mañana? En la oficina, quiero decir.
Frunzo el ceño. La verdad es que no lo había pensado.
—Supongo que evitar verlo —respondo al fin.
Sugar asiente.
El camarero regresa con nuestras ensaladas César. Vuelve a ponerle
ojitos y ella vuelve a fingir no darse cuenta. El guapo italiano nos sonríe
amablemente y se retira.
—Le gustas al camarero.
Ella hace un gesto indiferente sin levantar los ojos del plato.
—No es mi tipo —dice tras unos segundos.


—Buenos días, Quinn.
—Buenos días, Britt.
Antes de que pueda sentarme, suena el teléfono de mi mesa.
—Despacho de Quinn Fabray —contesto.
—Britt, soy Blaine. La señorita Lopez quiere ver el informe de previsión
de ventas de este número.
Suspiro profundamente. Es demasiado temprano para lidiar con esto.
—Lo tendrá allí en seguida.
Cuelgo el teléfono y voy hasta el despacho de Quinn.
—La señorita Lopez quiere el informe de previsión de ventas de este
número.
Mi jefa asiente con una sonrisa que quiere decir mucho más de lo que
parece mientras rebusca en una pila de dosieres en una esquina de su mesa.
Me pregunto si Santana le habrá contado algo de lo que está pasando.
—Toma —dice entregándome una carpeta roja.
Me encamino hacia el despacho de la señorita Lopez más malhumorada a
cada paso que doy. No quiero verla y ella se aprovecha de que es la jefa
todopoderoso para obligarme a hacerlo. Estoy furiosa. Son las ocho y
cuarto de un lunes y ya estoy furiosa. Decido que no tengo por qué hacer
siempre lo que ella quiera. Recuerdo las palabras de Sugar en el ascensor:
«ella aparece, ella te besa, ella te pide que te vayas, ella te folla.» Pues esta mañana va a haber un punto de inflexión, señorita Lopez.
Cuando llego a su oficina, llamo a la puerta entreabierta y camino
hasta colocarme frente a la mesa de Blaine.
—Buenos días, Britt —me saluda.
—Buenos días. Aquí tiene la documentación —le digo dejando la
carpeta roja sobre su mesa.
—Avisaré a la señorita Santana.
—No —contesto rápidamente antes de que pulse el botón del
intercomunicador—. La señorita Lopez necesita que haga algunas
gestiones muy urgentes. ¿Podría hacerme el favor de entregársela usted?
—Claro —responde.
—Muchas gracias —contesto con una sonrisa a la vez que salgo del
despacho.
Este asalto lo he ganado yo.
Antes de que pueda disfrutar de mi triunfo, cuando apenas llevo un
minuto sentada a mi mesa, vuelve a sonar el teléfono.
—Despacho de Quinn Fabray.
—Britt, soy Blaine.
Suspiro bruscamente. No piensa ponérmelo fácil.
—La señorita Lopez tiene algunas dudas sobre la documentación que le
has traído y necesita que se las resuelvas.
—Ahora mismo.
Cuelgo con un mohín de lo más infantil en los labios. Pero cuando
estoy a punto de levantarme, tengo otra brillante idea. Descuelgo el
teléfono y marco el número del departamento de Marketing. Si tiene dudas
sobre una proyección de ventas, lo mejor será que se las resuelva un
entendido en la materia.
No puedo evitar soltar una risilla perversa cuando veo al director del
departamento, el señor Greene, pasar por delante de mi oficina camino del
despacho de la señorita Lopez
Sugar y Marley vienen a mi mesa y nos tomamos un café con Quinn,
lógicamente encantada de tener a mi amiga por aquí.
El teléfono tarda exactamente en sonar media hora desde que vi pasar
al señor Greene.
—Despacho de Quinn Fabray.
—Britt, soy Blaine.
Su tono de voz no parece tan amable como en las llamadas anteriores.
Supongo que Santana Lopez debe de estar furiosa y lo ha pagado con ella. Me da pena. Es mi primera víctima colateral.
—¿En qué puedo ayudarlo?
—La señorita Lopez quiere el estudio de la temática de este número. Es
urgente.
—En seguida.
Cuelgo y me levanto. Parece que esta vez no tendré más remedio que
verlo.— Quinn…
—¿Qué quiere Santana ahora? —me interrumpe.
Su pregunta me sorprende, sobre todo por lo directa que ha sido.
—La previsión de temática.
Quinn resopla y entra en su despacho a buscarla. Sugar y yo nos
miramos. Sabe perfectamente lo que estoy pensando, así que sin dudarlo se levanta y sale al encuentro de mi jefa, que camina hacia nosotras con un
par de carpetas.
—Yo tengo que ir al despacho de la señorita Lopez. Si te parece, se la llevo
yo. Quinn asiente y yo sonrío de oreja de oreja. Ésa es mi chica.
Sugar se marcha y los demás regresamos a nuestras respectivas
mesas para continuar trabajando. Unos minutos después mi amiga pasa por delante de mi puerta y me sonríe a la vez que agita la mano con disimulo.
Sí, definitivamente debe estar enfadadísima.
Suena el teléfono de mi jefa. Yo estoy concentrada en su agenda,
intentando cuadrar todas sus reuniones de esta semana. En cuanto cuelga,
Quinn sale enérgica de su despacho y se coloca frente a mi mesa.
—Deja lo que estés haciendo, Britt. Tenemos reunión en el centro.
Me levanto como un resorte. Es justo lo que necesito, salir fuera de la
oficina lejos de la señorita Lopez. Cojo mi bolso camel a juego con mis botas de tachas y sigo a Quinn hasta el ascensor. Nos bajamos en el parking y cruzamos todo el garaje, supongo que buscando a George.
—¿Con quién es la reunión? —pregunto.
—Santana quiere que hagamos un editorial explicando por qué es
necesario que más empresas del mundo de la construcción compren
edificios en las zonas deprimidas y los restauren. Para que podamos
entender mejor cómo funciona, quiere que estemos presentes en la reunión
con una inmobiliaria del Bronx y una importante constructora.
Y lo que he estado evitando toda la mañana ocurre sin que ni siquiera
lo haya visto venir. La señorita Lopez, todavía más guapa que en la fiesta, con un traje de corte italiano negro, camisa blanca, camina junto a George, que tras un último comentario acelera el paso para traer el coche.
—Santana —la llama Quinn.
No sé dónde esconderme.
—Buenas días, señorita Pierce
Está realmente enfadada. Lo noto en su tono de voz educada pero con
ese punto de ironía y dureza.
Ahora más que nunca hay que echarle valor.
—Buenos días, señorita Lopez.
Intento sonar firme y desinteresada, mi propio tono de displicencia, y
creo que lo consigo.
Al oírme, Santana clava sus ojos en los míos. No sé si intenta
intimidarme a propósito, pero lo consigue, aunque hago un monumental
esfuerzo por ocultárselo reuniendo valor e intentando mostrar todo mi
enfado en mi mirada.
—¿Nos vamos? —pregunta Quinn, como siempre, ajeno a todo lo
que pasa.
—Aún no. Falta alguien.
Pronuncia ese «falta alguien» con una media sonrisa en los labios y
por un momento me temo lo peor. ¿Quién podrá ser? Antes de que pueda
seguir elucubrando, oigo unos tacones acelerados a mi espalda y, al
girarme, obtengo mi respuesta. ¡No puede ser! Es la odiosa ejecutiva de
Marketing que quería llenar Spaces de publicidad. No paraba de hacerle
ojitos a la señorita Lopez y por su culpa me echaron de la reunión. No puedo creer que la haya invitado.
—Siento el retraso —se disculpa.
—No se preocupe, señorita Martin —contesta amable Santana.
George llega con la limusina, la misma que usamos para ir a la
entrevista con Artie Abrahams. Caballerosamente, Santana le abre la
puerta a la señorita Martin, que sonríe como una tonta. Estoy muy
enfadada ahora mismo. Tras ella me dispongo a subir yo. Cuando paso
junto a Santana, que aún sostiene la puerta, aprovecha que Quinn está
distraída para inclinarse discretamente sobre mí.
—Parece que ha estado muy ocupada esta mañana, señorita Pierce —
me susurra al oído—. Espero que aprenda mucho de esta reunión.
Sus últimas palabras han sonado como lo que son, una amenaza. Me
gustaría salir corriendo y esconderme entre dos coches, pero no pienso
echarme atrás, hoy no, así que alzo la mirada y dejo que sus ojos negros se claven en los míos.
—Por supuesto, Señorita Lopez Siempre lo hago.
Sin darle oportunidad a responder, la verdad no sé si sería capaz de
soportarlo, me meto en el coche y me siento frente a la odiosa ejecutiva
que, por supuesto, me dedica una mirada de pocos amigos. La ignoro por
completo. Santana entra y se sienta junto a ella, lo imaginaba, y Quinn lo hace a mi lado.Por fin arrancamos

—¿Le apetece escuchar algo de música? —pregunta Santana a la
señorita Martin.
Ella asiente a punto de descoyuntarse encantada por la atención que ella
le presta.
—George, pon algo de música.
—En seguida, señorita Lopez.
A los pocos segundos comienza a sonar Eagle-Eye Cherry. Debe ser
uno de los cantantes favoritos de Santana.
—¿Le gusta? —vuelve a preguntar y ella vuelve a asentir
frenéticamente.
Sin quererlo, suspiro con brusquedad y pierdo mi mirada en la
ventanilla. De reojo puedo ver una sonrisa de lo más arrogante en los
labios de Santana. Sabe perfectamente lo que está haciendo y yo estoy
dándole el placer de ver cuánto me afecta.
«Contrólate, Pierce»
Asiento mentalmente dispuesta a que no suceda una sola vez más. Y
se me hace harto complicado, ya que el resto del viaje hasta el West Bronx
tengo que pasarlo soportando comentarios absurdos y sonrisitas de lo más
tontas.


La reunión se realiza en un centro comunitario del barrio, elegido con
tal propósito para sensibilizar aún más a los posibles inversores.
El responsable del centro nos espera en la puerta y nos conduce por el
edificio hasta una sala habilitada para la reunión. Deben usarla como taller
infantil o algo parecido, porque una de las paredes está repleta de dibujos
de niños y hay una pequeña estantería llena de juguetes.
—Cuando era un crío tenía uno exactamente igual que éste —dice
Quinn maravillada cogiendo un camión de bomberos viejo y algo roto—.
¿Lo recuerdas? —le pregunta a Santana.
Santana le echa un rápido vistazo sin prestarle mucha atención
y continúa revisando unos papeles con la estúpida señorita Martin, quien ni
siquiera ahora puede dejar de sonreír como una idiota.
¡No la soporto!
—No, no lo recuerdo —contesta con la mirada perdida en la
documentación.
—Me encantaba —continúa Quinn nostálgica.
—¿Querías ser bombero de pequeña, jefa? —pregunto divertida
acercándome a ella.
—No, quería ser astronauta… y ninja.
—Gran combinación.
Quinn me sonríe por respuesta.
—¿Te acuerdas de lo que querías ser tú, Santana? —le inquiere.
—No —contesta de nuevo sin prestarle atención.
La señorita Martin, a su lado, más que una ejecutiva de marketing
actualmente parece un perrito estrenando marca de galletas.
—Quería ser bombero, policía y piloto de carreras.
Mi sonrisa se ensancha y observo a Santana que mira de reojo a
Quinn.
—Su idea era atrapar a los malos que provocaran fuegos durante el día
y montar en coche por las tardes. Lo tenía todo controlado.
Río con ternura y durante unos segundos nuestras miradas se
encuentran. Tal y como nos pasó mientras regresábamos de la fiesta, he
tenido la sensación de que por un momento nuestro enfado se ha diluido en
la electricidad que nuestras miradas crean. La observo revisar contratos y
papeles y no puedo evitar imaginarme a dos crías guapísimas, como lo son
ahora, jugando en un enorme y cuidado jardín, queriendo ser policías,
bomberos, pilotos de carreras, astronautas y ninjas.
—¿Y tú, que querías ser? —me pregunta mi jefa sacándome de mi
ensoñación.
Hago memoria y sonrío al recordarlo.
—Quería ser diseñadora de moda, cocinera, bailarina, cantante,
pintora y princesa.
—Sí señor, Britt —responde Quinn divertida—. Me gusta que
incluyeses princesa como un trabajo.
—Las veía en televisión siempre en actos, recibiendo a personalidades
y nunca salían en pijama, así que di por hecho que era un trabajo.
Quinn rompe a reír e involuntariamente miro a Santana buscando una
respuesta en ella. Algo dentro de mí se ilumina al ver cómo, aunque sigue
con la vista clavada en la documentación, una sincera sonrisa está dibujada
en sus labios.
Finalmente vamos hasta la mesa y nos sentamos. Santana le pasa algunos
documentos a Quinn y ésta a mí. Un par de minutos después llegan los
representantes de la inmobiliaria, la otra constructora y una agente social
del barrio que, como informa la señorita Lopez antes de empezar, ha venido para dar una visión de la situación real y de cómo afectaría un cambio en la zona. Santana, en las casi tres horas que dura la reunión, se muestra brillante, dejando claro por qué es la mejor haciendo lo que hace. Consigue que la constructora se comprometa a comprar dos edificios prácticamente ruinosos en el centro del barrio y que la inmobiliaria prometa realojar a las familias mientras dure la remodelación. Lopez Group se quedará con dos manzanas enteras cerca de la calle White Plains.
Los representantes de las otras empresas sonríen encantados cuando
Santana les explica que llevar a cabo este plan de reconversión y mejora de edificios les será también un negocio de lo más rentable.
Cuando acaba la reunión, todos lo felicitan.


—Tendríamos que ir a celebrarlo —propone Quinn.
—Es trabajo —responde Santana, pero se nota que está de buen humor.
—Bueno, pues tengamos un almuerzo de trabajo en Of Course, por
ejemplo —le replica.
Los ojos negros de Santana vuelven a buscarme. Alzo la cabeza y dejo
que me envuelvan. Lo que ha logrado en esta reunión es maravilloso y eso
parece eclipsar todo lo demás. Realmente trata de cambiar el mundo.
Sé que ella siente lo mismo, porque su sonrisa ya no es arrogante; ahora
simplemente es preciosa y sincera.
Mi móvil comienza a sonar rompiendo el momento para las dos. Lo
saco del bolso y suspiro al leer en la pantalla el nombre de Sean. No es el
mejor momento, pero soy consciente de que le debo una explicación.
—Me disculpáis un segundo —digo señalando el móvil.
Quinn asiente y yo me alejo unos pasos.
—¿Diga?
—Britt, soy Sean.
—Hola, Sean. Tenía pensado llamarte esta tarde —me anticipo con
una mentira piadosa.
—No te preocupes. Sólo quería saber si estabas bien.
—Sí, estoy bien.
—Me alegro. Aunque, en realidad, quería disculparme por si hice algo
en la fiesta que te molestó.
—Sean, no digas tonterías. Lo pasé muy bien contigo.
Observo a Santana charlar con Quinn. Estar hablando con Sean ha
provocado que, inmediatamente, recuerde todo lo que pasó en la fiesta.
—Ahora sí que me alegro. —Le oigo suspirar al otro lado del teléfono
y vuelvo a sentirme mezquina. Aunque sea ridículo, me siento como si lo
estuviese engañando.
—Gracias por llamarme.
—No hay de qué.
Un silencio algo incómodo se abre paso.
—Sean, tengo que colgar. Mi jefa me está esperando.
—Claro. Ya hablamos.
—Por supuesto. Adiós, Sean.
—Adiós.
Cuelgo el teléfono y respiro hondo antes de volver. No es el mejor
momento para recordar cada preciso segundo de la fiesta.
—Siento la espera —me disculpo cuando llego hasta ellos.
—No ha sido nada y, además, así he podido convencer a Santana para
que nos lleve al Of Course. Aguantar toda una comida con la señorita sonrisitas; no, gracias.
—Quinn, si no te importa, prefiero no ir.
—Mmm... la llamada —comenta cayendo en la cuenta de algo—.
¿Una cita para comer, ayudante? —pregunta socarróna.
Yo sonrío nerviosa no porque tenga razón, sino por cómo reaccionará
Santana , que inmediatamente clava sus ojos en mí.
—Apuesto a que era el chico de la fiesta —añade mi jefa.
—No, bueno, sí, era el chico de la fiesta, pero no era una cita para
comer.—Pues entonces no sé a qué estamos esperando —comenta Santana visiblemente irritada—. Señorita Martin —continúa volviendo a su
tono más amable a la vez que le hace un gesto para que pase primero.
Este estúpido jueguecito acaba de reanudarse. No quiero estar aquí
pero, si piensa que voy a dejarle ver cuánto me molesta, está muy
equivocada.
—Es cierto. Además, Quinn, me debes una comida. La última vez te
marchaste y no lo pasé nada bien.
La última parte la susurro fingiendo que sólo quiero que ella la oiga,
pero he usado un tono lo suficientemente alto como para que santana
también lo haga.
Quinn sonríe. Santana suspira lenta y toscamente dedicándome
una furibunda mirada.
A este juego podemos jugar las dos, señorita Lopez.
El camino hasta el restaurante es una auténtica tortura. No para de
hacerle comentarios estúpidos a la señorita Martin, que ella sonríe
encantada. Valoro seriamente la posibilidad de tirarme del coche en
marcha, pero esa risa es tan estridente y nerviosa que podría oírla desde mi apartamento.
Por si no hubiera tenido suficiente, en el Of Course nos espera la
maître que vendería su riñón derecho y parte del izquierdo a la mafia rusa
con tal de pasar una noche con Santana. Sin embargo, no contaba con
el juego de miraditas asesinas que se dedicarían la señorita Martin y ella.
Son de lo más patético que he visto en mi vida. Y a kilómetros puede verse
cuánto incomoda este comportamiento a Santana.
marthagr81@yahoo.es
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El mundo de Brittany

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Feb 04, 2016 4:03 am

—Esas chicas están a punto de pedir barro y nombrarte árbitro.
Deberías poner un poco de orden —le susurra irónica Quinn.
No puedo evitar que se me escape una risilla de lo más maliciosa ante
toda la situación.
—Quizá me las lleve a las dos a casa y deje que se peleen allí por mí.
El comentario me corta la risa y la respiración de golpe.
Gilipollas.
Quinn sonríe mientras me aparta la silla y yo me siento
malhumorada. Me coloco la carta delante para no tener que verle la cara a Santana , quien, como no faltaba más, ha decidido sentarse frente a mí.
El camarero se acerca y nos pregunta qué deseamos beber.
—Vino. Un Château Cos d’Estournel del 2009. —Hace una ligerísima
pausa con su mirada posada en mí— Y una botella de San Pellegrino sin
gas para la señorita.
Aunque me halague que me haya pedido agua, ahora mismo estoy
demasiado enfadada.
—No, yo también tomaré vino, gracias —le digo al camarero justo
antes de que se retire—. Quiero que brindéis conmigo por lo bien que lo
pasé con mi cita en la fiesta.
La última frase la pronuncio mirando a Santana con una sonrisa
fingida que no me llega a los ojos.
—Por supuesto —se apresura a responder Quinn.
La mirada endurecida de Santana me abrasa por dentro y, como siempre,
logra intimidarme. Sin embargo, estoy decidida a no salir perdiendo en
este estúpido juego al que me ha obligado a jugar.
El camarero regresa con las bebidas. Abre el vino ceremonioso y se lo
da a probar a Santana. Ésta asiente y el camarero llena nuestras copas.
Mientras lo hace, ella se inclina y le susurra algo al oído a la señorita Martin, quien, por supuesto, responde con una sonrisa. Más rápido de lo que probablemente la elegancia de un lugar así determinaría, tomo mi copa y le doy un largo trago. Lo necesito.
—Ha olvidado el brindis, señorita Pierce —me recuerda Santana con una media sonrisa.
Ha vuelto a conseguir lo que quería y yo he vuelto a ser tan estúpida
de dejárselo ver.
—Gracias por recordármelo, señorita Lopez. Para mí es muy importante
celebrar lo bien que lo pasé con mi acompañante. —Alzo mi copa—.
Porque lleguen las segundas citas.
—Porque lleguen las primeras —responde ella imitando mi gesto y creo
que la pelirroja absurda está a punto de desmayarse.
Mientras bebemos, nuestras miradas se entrelazan por encima de las
copas llenas con este carísimo vino francés. A pesar de todo, siguen siendo
los ojos más increíbles que he visto en mi vida. Ni lo mucho que lo odio en
este momento podría cambiar eso.
El camarero regresa para tomar nota de nuestra comanda. La carta
sigue en un francés impronunciable para mí. Por suerte, se me ocurre un
plan infalible: pediré lo mismo que pida Quinn.
—Todo tiene una pinta deliciosa —anuncia la señorita Martin—.
Tomaré merlu avec sauce d’orange et citrón.
—Tiene un acento francés perfecto —comenta Santana—. Me
alegro de que no sea una de esas crías que en un restaurante así ni siquiera sabe lo que pide.
Capulla insoportable. Tengo que contenerme para no saltar la mesa y
lazarme sobre ella. Es odiosa. Sobra decir que ella roza de nuevo el
desmayo. Podría hacerlo de una vez y dejarme comer tranquila.
—Yo tomaré riz avec legumes du chef et crabe —pide Quinn.
—Suena de lo más rico —digo con una sonrisa—. Yo tomaré lo
mismo.
Santana me mira con una media sonrisa. Sabe exactamente por qué
lo he hecho, pero no me importa. No pensaba dejarle en bandeja la
posibilidad de volver a reírse de mí.
—Para mí, pigeon avec blanc courgette, endive et sauce de patates
douces.
Suena tan sensual con ese acento francés que por un momento creo
que la que va a desmayarse soy yo.
Mientras esperamos a que traigan nuestra comida, mi móvil vuelve a
sonar. Es un mensaje de James, pero automáticamente decido que para los presentes en esta mesa no va a ser de ella. Sonrío absolutamente a propósito para llamar la atención de Quinn, que sé que no podrá resistirse y me preguntará. Sin embargo, me sorprende que Santana se le adelante.
—El mensaje parece haberle puesto de muy buen humor.
—Sí, debe ser que brindar por las cosas funciona. Ya tengo mi
segunda cita.
—Genial.
—Eso creo.
Nuestras palabras no casan con nuestras expresiones. Su mirada
endurecida se recrudece aún más mientras toma otro trago de vino.
Me llega un nuevo mensaje de James, que yo recibo otra vez con la
mayor de las sonrisas, aunque no puedo negar que me tiemblan las rodillas
por la mirada que Santana me lanza. No sé por qué, es justo en este
instante cuando comienzo a pensar que no voy a salir bien parada de todo
esto. El resto de la comida es más tranquila de lo que esperaba. Ella parece más concentrada en su plato que en la señorita Martin, así que no tengo que soportar ni más comentarios ni más sonrisitas. Ninguno pide postre y, después de que Santana pague la cuenta con su American Express negra, salimos del local.
En la puerta del restaurante esperamos a que George regrese con la
limusina. Cuando ya lo veo por la Quinta Avenida, tengo que soportar una
nueva risita. Al llevar mi vista hacia ellos, observo cómo la señorita
Martin la mira encantadísima mientras la señorita Lopez se acerca a Quinn y a mí.
—Regresad a la oficina sin nosotros. La señorita Martin y yo nos
vamos a tomar el postre.
¿Qué? Me quedo paralizada frente a Quinn, que sonríe a su amiga.
Tengo que recordarme que no puedo dejar que me vea tan afectada, que ése no era el plan, pero lo cierto es que estoy a punto de suplicarle que no se marche con ella.
—No te preocupes, volveremos en taxi —responde Quinn.
Yo sonrío a su lado. Una sonrisa fingida y sin valor con la que intento
disimular que casi no puedo respirar.
Quinn ve un taxi y corre hasta la carretera para llamarlo. La señorita Lopez y yo nos quedamos separadas apenas unos pasos.
Por favor, no te vayas con ella. Por favor, no te vayas con ella. No
puedo pensar en otra cosa.
—Adiós, señorita Pierce —dice mientras se da la vuelta y se aleja de
mí.
No puedo creer que sea tan gilipollas de largarse con ella. Estoy
demasiado enfadada, más que eso, me siento traicionada.
—Que se divierta, señorita Lopez —Mi voz ha sonado cargada de desdén.
Un reflejo involuntario para frenar las lágrimas que están a punto de rodar
por mis mejillas.
Al oírme, se gira y camina de nuevo hacia mí hasta quedar aún más
cerca de lo que estaba antes.
—Lo haré. Parece que al final brindar por las cosas realmente
funciona.
Ambas nos sonreímos fingidamente y sin alargar más esta agonía
camino, casi corro, hasta el taxi que ha parado Quinn. No voy a darle la
satisfacción de verme llorar por ella y mucho menos delante de esa arpía.
—Britt, ¿estás bien? —me pregunta Quinn mientras el taxi toma
la Sexta Avenida dirección norte.
—Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo?
¿Por qué la chica que me vuelve loca está «tomando el postre» con
otra chica? ¿Por todas las risitas que llevo soportando hoy? ¿O por todo lo
que soporté el sábado? Definitivamente estoy bien, no podría estar mejor y,
cómo no, soy toda sorna.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Feb 04, 2016 4:15 am

Chapter 14


Hago un esfuerzo titánico por no llorar. No lloro en el taxi ni en el
vestíbulo mientras esperamos el ascensor rodeados de ejecutivos que
regresan del Marchisio’s. Tampoco lo hago mientras subimos las veinte
plantas. Pero, cuando tras comprobar que no hay nadie más en el baño,
cierro la puerta con llave y rompo a llorar desconsoladamente. Lloro como
no había llorado antes, sintiéndome hundida y demasiado triste para poder
parar. Encima es culpa mía. Si hubiera ido a verla esta mañana o si
simplemente no hubiera entrado en este juego absurdo del gato y el ratón,
ella no habría llegado tan lejos. Ahora deben de estar en su apartamento,
revolcándose en su cama. La estará tocando con sus manos. No soporto
imaginarlo y, en lugar de eso, continúo llorando apoyada en la pared de
azulejos relucientes.


No sé cuánto tiempo paso en el baño. Imagino que mi aspecto, aunque
haya intentado disimularlo, y precisamente todo ese tiempo indefinido
hacen demasiado obvio para Quinn que me ocurre algo. Me sonríe con
ternura cuando vuelvo a la oficina y me señala una taza de té que me ha
preparado y me espera encima de mi mesa. Le devuelvo la sonrisa y me
esfuerzo por beber el té. Ninguno de los dos dice nada. Mejor así.
El resto del día pasa tranquilo. Intento concentrarme en el trabajo,
pero me descubro sobresaltada cada vez que alguien se acerca a la oficina y suspirando porque no es Santana cuando se marcha.
«Que te sirva para aprender, Pierce.»
Y es que, en mitad de la pena más absoluta, caigo en la cuenta de
algo: si ella sintiera lo más mínimo por mí, nunca se habría marchado con
otra chica en mis narices. Debería estar enfadada, muy enfadada, no triste.
Mi actitud correcta era la de esta mañana. No fue la que me metió en esta
situación, es la que me ayudado a saber cómo es Santana en realidad y
lo que verdaderamente quiere de mí.
Asiento enérgica mi monólogo interno. Las cartas ya están sobre la
mesa y yo paso de esta partida.
A las cinco menos cuarto estoy despejando mi escritorio y
comprobando que todos los redactores han realizado los pedidos de
material de archivo necesarios para sus artículos cuando suena el teléfono.
—Despacho de Quinn Fabray.
—Britt, soy Blaine.
No puede ser.
—¿En qué puedo ayudarla?
—La señorita Lopez quiere que le traiga el informe con la publicidad que
contendrá este número de la revista, la media del año anterior y la
previsión del siguiente.
¿Está aquí? Ésa es la primera pregunta que cruza mi mente. ¿Cuánto
lleva aquí? ¿Significa que no se fue con ella? Me reprocho a mí misma la
sonrisa que acaba de dibujarse en mis labios, porque puede que lleve aquí
diez minutos o que se la follara en el asiento de atrás de la limusina.
—¿La señorita Lopez comprende que son casi las cinco y que tendría que
preparar el dosier con toda la documentación?
—Sí —contesta Blaine. este calla un segundo, como si no le
pareciera bien lo que está a punto de decirme—. Y la señorita Lopez me ha pedido que le diga que no tiene ninguna prisa, puede esperar esa
información toda la tarde.
Hasta dejando recados es un gilipollas.
—Está bien. Me pondré a ello.
Cuelgo y comienzo a recopilar la información. Cuando dan las cinco,
Quinn se ofrece a terminar ella mismo el trabajo y llevárselo a Santana para
que pueda marcharme a casa y descansar. Un ofrecimiento sin duda alguna motivado por el estado en el que regresé del baño. Amablemente declino su oferta. Soy una profesional y Santana no va a poder arrebatarme eso.
A las ocho menos tres minutos, con la redacción desierta, por fin
imprimo el último documento. Lo meto todo en la primera carpeta vacía
que encuentro y voy hasta el despacho de la señorita Lopez . Sigo sin querer verla, así que repetiré la operación de dejarle la documentación a Blaine. Sin embargo, como era de esperar por otro lado, éste ya se ha marchado a casa. Me acerco hasta la puerta de la señorita Lopez y alzo la mano para llamar.
Por un momento temo encontrármelo con la señorita Martin. La sola idea
hace que se me revuelva el estómago, pero no puedo permitirme salir
corriendo, así que finalmente golpeo la puerta.
—Adelante —le oigo decir al otro lado.
Giro el pomo, empujo la puerta y la abro. Está sola, sentada tras su
enorme mesa de directora ejecutiva, y yo no me había sentido tan aliviada
en toda mi vida. Ya no lleva la chaqueta, se ha remangado las mangas de la camisa . Puedo ver los gemelos brillar encima de la mesa junto a un vaso con lo que parece bourbon y mucho hielo.
Recuerdo su sensual voz tras de mí en la barra, en la fiesta de los
Berry. Pidió Jack Daniel’s. No podría ser más sexi.
Entro y me doy cuenta de que había contenido el aire
involuntariamente. Camino hasta su mesa y, sin permitir que su mirada
atrape la mía, dejo la carpeta sobre el escritorio.
—La información que me pidió, señorita Lopez.
—Me gustaría que me explicase esta documentación —dice sin ni
siquiera abrir el dosier.
Esto es el colmo. ¿Hasta cuándo piensa seguir torturándome? No
quiero verte, ¿no es obvio?
—Yo no he elaborado esos informes, sólo los he recopilado y
ordenado. Pídaselo a la señorita Martin, es su departamento. ¿Puedo
marcharme?
—¿De verdad eso es lo único que quieres preguntarme? —inquiere
echándose hacia delante.
—Sí. Es tarde y me gustaría irme a casa —respondo intentando
mostrarme indiferente.
—Claro —contesta imperturbable—. Puedes irte.
—Fantástico. —Mi voz suena llena de desdén.
Giro sobre mis pasos y me dirijo a la puerta.
—Joder —le oigo mascullar a la vez que se levanta atropellada y
camina acelerada tras de mí. Britt—me llama pero no me detengo.
Da un paso más, me agarra por el brazo y me obliga a girarme—. Maldita
sea, no es lo que piensas —me espeta molesta.
Me zafo de su brazo con rabia.
—¿Y qué es lo que tendría que pensar? —pregunto intentando seguir
sonando indiferente, aunque ahora me es mucho más difícil. Está
demasiado cerca—. Has estado martirizándome todo el día con esa chica y
al final te has largado con ella.
—¿Y qué hay de ti y de tus citas?
—¡Era todo mentira!
Mis palabras hacen que su expresión cambie. Sigue furiosa, pero
ahora también parece confusa y, en cierta manera, arrepentida.
—Nunca tuve una cita, tampoco el día de la fiesta. —Mi voz
comienza a entrecortarse, pero sigo muy enfadada—. Sólo lo dije porque
no aguantaba ni un segundo más viéndote con esa chica. ¿Ya estás
contenta? ¿Eso era lo que querías oír? Tú ganas.
—¿Crees que para mí esto es un juego? ¿Que me divierte escucharte
brindar por la posibilidad de quedar con otro? —Su mandíbula se tensa aún
más, como si el simple hecho de recordarlo la torturara—. Estaba
volviéndome loca.
—¿Y cómo crees que me sentí yo? Hoy, el día de la fiesta. Me dejaste
en casa y te fuiste con otra chica. Me follaste y pasaste de mí como haces
siempre, por no hablar de que te presentaste en la fiesta a la que no querías acompañarme con otra.
—Britt —me llama intentando tranquilizarme.
—En resumidas cuentas es eso, ¿no?
—Britt.
—No, a lo mejor me he perdido algo.
—Joder, Britt. Sí, eso fue lo que pasó —me responde alzando la
voz—. Pero yo no sabía que estarías allí. No quise hacerte daño.
—Pero el caso es que me lo hiciste. Igual que me lo has hecho hoy. De
todas formas, no te preocupes, no estoy enfadada contigo, lo estoy conmigo por ser tan idiota de no haber comprendido todavía lo único que te interesa de mí. Para ti sólo soy alguien a quien te follas y ya está. Dios, qué ridícula debo parecerte ahora mismo, pero, bueno, siempre ha sido así, ¿no? Por qué demonios iba a cambiar ahora.
Nos quedamos en silencio, mirándonos directamente a los ojos. No
puedo creerme que ni siquiera ahora tenga nada que decirme. El hecho de
que no lo haga es precisamente la confirmación perfecta a todo lo que
acabo de decir yo.
Ahogo una risa de pura rabia en un suspiro y salgo de su despacho.
Mientras cruzo la redacción, me doy cuenta de que tengo exactamente lo
que me merezco por ser tan estúpida de no haber querido entender que esto acabaría exactamente así.
Entonces oigo unos pasos a mi espalda. Santana me toma del brazo
una vez más y me obliga a girarme para estrecharme contra su cuerpo y
besarme llena de pasión. Yo me rindo por completo a ese beso. Si es el
último que va a darme, quiero disfrutarlo con todo mi ser. Siento su
perfecta lengua buscar la mía, encontrarla, conquistarla. Me besa
desesperada, deseosa de más, exactamente como me siento ahora mismo.
Santana se separa de mí pero deja su frente apoyada en la mía.
—No me acosté con la chica de la fiesta y no me he acostado con la
señorita Martin. No quiero que vuelvas a pensar que sólo eres alguien a
quien me follo, porque no es verdad. Sé que te lo pongo demasiado
complicado y que no merezco que me creas, pero no es verdad.
Miro sus ojos negros y sé que está siendo sincera. Todos mis
sentimientos vuelven a removerse como si un huracán los arrasará.
—Deberías marcharte a casa.
Su voz suena ronca de deseo. Yo no quiero irme, no después del día
que hemos pasado. Ahora mismo sólo me gustaría perderme en sus brazos.
Sin embargo, no me da opción. Suspira bruscamente, cierra los ojos un
momento y, cuando vuelve a abrirlos, ha recuperado la determinación. Gira
sobre sus pasos y la veo alejarse de vuelta a su oficina.
Yo me quedo allí, de pie, con un sentimiento de lo más familiar:
totalmente abrumada, totalmente confusa, totalmente entregada.
De nuevo en mi apartamento, no sé qué hacer. El día de hoy ha sido
demasiado intenso. No quiero estar sola, así que me pongo el pijama, ya de pantalón corto, y me voy a casa de los Berry
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Mensaje por Susii Jue Feb 04, 2016 10:29 am

Agh! No soporto a ninguna de las dos ksjd xd Brittany llega a ser TONTA! asi con mayusculas y todo>:c Santana la besa y ups listo ya se le paso el enojo y despues vueeeelve a sufrir:/ y Santana...Agh>:c
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Mensaje por micky morales Vie Feb 05, 2016 10:28 pm

santana me tiene harta, que le pasa, que le impide tener un sentimiento por britt y sobre todo demostrarlo??????
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 08, 2016 8:52 pm

Susii El Jue Feb 04, 2016 9:29 Am Agh! No soporto a ninguna de las dos ksjd xd Brittany llega a ser TONTA! asi con mayusculas y todo>:c Santana la besa y ups listo ya se le paso el enojo y despues vueeeelve a sufrir:/ y Santana...Agh>:c escribió:

Parecen polos totalmente opuestos, bueno britt hace todo lo que hace por que esta enamorada y locamente como una cabra, sus enojos duran menos que un parpadeo. Tenle paciencia a esta historia. porque parece circulo vicioso



Micky Morales El Vie Feb 05, 2016 9:28 Pm santana me tiene harta, que le pasa, que le impide tener un sentimiento por britt y sobre todo demostrarlo?????? escribió:

Bueno santana se lo impide ella misma y es como si pusiera a britt a prueba.

Gracias por COmentar y leer en breve estare subiendo las actualizaciones .
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 08, 2016 10:09 pm

No me hacen muchas preguntas, lo que me hace pensar que Sugar ha
hablado con ellos. Joe nos prepara la cena: pastel de carne y patatas con especias al horno. Vemos la serie del prime time en la CBS y nos reímos primero con Leno y después con Fallon.
Cuando regreso a casa, son más de las doce. En teoría debería dormir
y lo intento, pero, cuando cierro los ojos en el silencio de mi habitación,
sólo puedo pensar en todo lo ocurrido hoy y, sobre todo, en lo último que
me dijo, como si necesitara que yo realmente supiera que no pasó nada con esas chicas.
No consigo dormir. La última vez que miro el reloj, desesperada, son
más de las cuatro de la madrugada. Apenas he dormido dos horas cuando suena el despertador. Llevo dando vueltas en la cama desde las seis. He oído el camión de la basura a eso de las seis y cuarto. El rumor de coches aumentando sobre las seis y media. Y hace unos diez minutos la monumental pelea de mi vecina Sandy con su novio Clifford. Si no he entendido mal, él le ha puesto los cuernos con una compañera de trabajo.
Finalmente me levanto y me doy la ducha más larga de la historia.
Me seco el pelo con el secador y me lo dejo suelto cayendo ondulado
y un poco salvaje sobre los hombros.
Al salir, antes de escoger mi ropa, decido poner algo de música. No
quiero tener que elegir, así que conecto directamente la radio. Después de
un par de jingles publicitarios, comienza a sonar la canción que Shakira
canta con Rihanna, Can’t remember to forget you.
Me pongo un vestido azul con pequeños estampados blancos y rojos
palabra de honor con una delgada cinta también roja que se ata al cuello.
Tarareo la melodía. Sólo he escuchado la canción un par de veces y no
conozco muy bien la letra.
I go back again.
Fall of the train.
Land in his bed.
Repeat yesterday’s mistakes.
What I’m trying to say is not to forget.
You see only the good, selective memory.
The way he makes me feel like.
The way he makes me feel.
I never seemed to act so stupid.
Oh here we go.
He’s a part of me now.
So where he goes I follow, follow, follow.
Me quedo mirando la radio petrificada por lo surrealista del momento.
Acaso el compositor me ha estado siguiendo con una cámara oculta,
porque no podría haber descrito mejor mi vida en las últimas semanas.
Sonrío amargamente y decido seguir buscando mis sandalias. No me
voy a dejar amedrentar por la canción de moda.
I can’t remenber to forget you.
Oh, oh, oooh, oh.
I keep forgetting I should let you go.
But when you look at me the only memory is us kissing in the
moonlight.









Literalmente huyo de la habitación y de mi apartamento después de
apagar de un manotazo la radio. Definitivamente la música pop de la 100.3
me odia, me odia con desidia.
En mitad de la calle prácticamente una hora antes de lo normal,
decido darme un capricho por el día tan horrible de ayer y voy a desayunar
tarta de calabaza al Saturday Sally. La tarta de calabaza es el último
remedio para asegurarme un buen día. Me recuerda a mi padre y a Santa
Helena. Aunque no era la idea y a pesar de que he desayunado perezosa y sin prisas, llego antes de tiempo al trabajo. Saludo a Noah y sonrío
amablemente al ejecutivo que me aguanta la puerta del ascensor.
Cuando llego a la oficina, Quinn está al teléfono.
—Buenos días —digo en un susurro pero asegurándome de que me ve.
Ella  me sonríe y me saluda con la mano.
Voy hasta la sala de descanso y traigo café. Dejo la taza sobre su
mesa, le devuelvo la sonrisa que me brinda, me siento a la mía y enciendo
el ordenador. Poco después Quinn sale de su despacho café en mano.
—Britt, tengo una reunión muy importante en el Lower Manhattan.
Necesito que te quedes aquí controlando el fuerte.
Yo asiento y tomo mi bloc de notas. Ya lo conozco y sé que tiene en
mente una lista de cosas por hacer.
—Asegúrate de que el departamento de Producción lo tiene todo
preparado para el viaje de Martínez. Comprueba que Pessoa no se está
durmiendo con el artículo. Es un tema delicado y quiero que se entregue al
doscientos por cien. Y prepara la reunión de mañana con los redactores.
Cuando esté todo, si no ha surgido nada y no te he llamado para que me
rescates, puedes marcharte a casa, ¿de acuerdo?
—Rescatarte —repito en voz alta fingiendo escribir la última parte. Quinn sonríe, deja su taza de café sobre mi mesa y recoge su
bandolera de la percha.
—Nos veremos mañana, ayudante.
—Hasta mañana, jefa.
Quinn se marcha y yo me pongo manos a la obra.
A eso de la una, viendo que mi jefa no me ha llamado para que la
rescate, despejo mi mesa y le mando un mensaje a Sugar.
Utiliza una de tus excusas de trabajadora poco productiva y vámonos a comer. Te espero
en el Marchisio’s.
Mientras espero el ascensor, no puedo evitar perder mi vista en el
pasillo que conduce al despacho de Santana. Tengo muchas ganas de
verla. Por un instante pienso en ir a su oficina con la más tonta de las
excusas, pero prácticamente en el último segundo me recuerdo que no sería una buena idea y finalmente me autoconvenzo de que lo mejor es entrar en el ascensor y marcharme.
En el Marchisio’s espero a Sugar en nuestra mesa de siempre. En
menos de cinco minutos está sentada frente a mí. Me pregunta sobre la
reunión de ayer. Obviamente no le digo nada sobre el jueguecito con  Santana y mientras nos tomamos nuestros sándwiches de pavo y un plato
compartido de bolitas de queso y patata, veo cómo el BMW de Santana aparca frente a la entrada del edificio de Lopez Group. George sale
rápidamente del coche y le entrega las llaves a una Santana que ha salido
a su encuentro malhumorada e impaciente. Se monta en el coche y se
marcha a toda velocidad por la Sexta Avenida.
No le digo nada a Sugar. No quiero dar pie a ninguna conversación
sobre Santana. Una hora después convenzo a mi amiga de que vuelva a la oficina advirtiéndole de que, si la despiden, no sé cuánto tiempo podríamos vivir de mi sueldo.
Tengo el resto de la tarde libre, así que decido regresar a casa dando
un paseo. Son más de cuarenta manzanas, pero no tengo nada que hacer y la ciudad está preciosa en esta época del año.
Me desvío y cojo la Quinta Avenida para poder suspirar delante de
escaparates llenos de ropa que no me puedo permitir. Sin embargo, cuando en la vitrina de Tommy Hilfiger veo un precioso vestido celeste con un estampado de estrellas blancas y bajo él un minúsculo cartel que avisa del sesenta por ciento de descuento, no puedo resistirme y entro.
Me paseo por la lujosa tienda con la boca abierta cada dos pasos por la
ropa tan maravillosa que hay y acabo cogiendo tres vestidos, no me parecía prudente probarme toda la tienda. Camino hacia uno de los enormes espejos repartidos por toda la sala y voy poniéndome delante cada vestido para comprobar cómo me quedaría. Cuando cojo el del escaparate y me veo con él, sonrío. Es un vestido precioso, pero ahora viene la parte difícil. Giro la etiqueta. ¡Doscientos dólares! No me lo puedo permitir. Me muerdo el labio buscando una solución. Seguro que cuando me vea con él puesto se me ocurre, me autoengaño, así que cojo todos los vestidos y voy hasta el probador.
Me extraña no ver a ninguna dependienta flanqueando el probador.
Supongo que en las tiendas como ésta no temen que alguien se ponga
cuatro camisetas bajo la suya y se las lleve sin pagar.
Entro en uno de las coquetos probadores, coloco los vestidos en la
percha y cierro la puerta. Me quito el bolso y también lo cuelgo. Para ser
un probador es bastante amplio. Nada que ver con los de los grandes
almacenes en los que ni siquiera puedes estirar los brazos. Aquí hay hasta
un  pequeño silloncito y un reposapiés tapizados en azul oscuro.
Me parece oír la puerta abriéndose. Qué extraño. Me doy la vuelta y
no puedo creer que esté aquí. Que Santana esta aquí. Siento el impulso de gritar, pero rápidamente me tapa la boca con la palma de la mano. Soy
consciente de que debería sentirme mínimamente inquieta con que ella haya seguido hasta el probador y ahora haya impedido que grite, pero con ella no. Con ella toda esta situación se convierte en algo
deseado, intenso, algo que todo mi cuerpo pedía a gritos incluso antes de
que sucediera.
Sus ojos negros rebosantes de deseo están clavados en los míos. Puedo
leer en ellos que está abrumada, superada por todo esto, como si algo le
hubiera arrastrado hasta aquí. Me mira intentando averiguar si saldré
huyendo, si estoy asustada, pero no lo estoy. Quiero que esté aquí y es algo irracional, porque soy consciente de que es una auténtica locura, pero no me importa.
Nuestras respiraciones aceleradas ahogan cualquier otro sonido.
Lentamente y sin dejar de mirarme, separa su mano de mi boca y la lleva
hasta mi mejilla.
—¿Qué haces aquí? —murmuro.
—No lo sé.
—Deberías marcharte.
Sin embargo, no soy capaz de separarme un ápice de ella.
—¿Quieres que lo haga? —inquiere y en el trasfondo de su voz está
ese toque de arrogancia que nunca le abandona y que me hace desearla de una manera casi temeraria.
—Sí —musito, pero en realidad sólo quiero sentir su cuerpo contra el
mío.
—Pues yo creo que no.
Arrogante, presuntuosa, sexi.
Sin darme tiempo a reaccionar, me besa y yo le respondo rodeando su
cuello con mis brazos. Volvemos a ser sólo suspiros y besos, bocas
encontradas que sólo saben, entienden y desean a la otra.
Santana me lleva contra la pared y me aprisiona entre el papel pintado y
su cuerpo.
—Así que de aquí es de donde sacas todos esos vestidos con los que
me torturas —dice contra mis labios sin poder evitar una sonrisa.
—Eres una acosadora —susurro con otra sin separarme ni un centímetro
de ella.
—Probablemente, pero te encanta volverme así de loca.
Tiene razón.
Gimo cuando sus manos apremiantes suben la tela de mi vestido y
tocan mis piernas, mis muslos.
Continuamos besándonos, cada vez más salvajes. Acelerada, tiro de
las solapas de su chaqueta azul marino y se la bajo por lo hombros
mientras ella hunde su boca en mi cuello, me lame y me muerde. Yo le desabrocho la camisa atropellada y por fin pierdo mis manos en sus perfectos senos . Santana  desata el cordón del vestido en mi cuello y tira de él para que caiga hasta mi cintura, dejando mi sujetador al descubierto.
Puedo verla sonreír justo antes de que baje su boca hasta mi pecho.
Con tosquedad, aparta las copas y toma mi pezón entre sus labios.
Cierro los ojos y me dejo transportar entre suspiros hasta donde ella
quiera llevarme. Retuerce  mis pezones entre sus dedos y tira de ellos.
Gimo. Aumenta el ritmo al mismo tiempo que los cubre de besos. Es
delicioso. Sacándome de esta nube de placer, se separa de mí, toma mi mano y tira de ella. Me lleva hasta el sillón y me deja caer en él.
Santana se queda de pie y se quita la camisa. Por primera vez puedo
admirar su tonificado torso. La caída de sus pantalones me deja ver el
provocador y perfectamente esculpido músculo que sube hasta su cadera.
Siento como si estuviera delante de una diosa griego y ahora mismo es todo para mí. Sonrío avariciosa e involuntariamente me muerdo el labio
inferior. Creo que se da cuenta, porque me devuelve una media sonrisa
arrogante y provocativa que le hace aún más sexi.
Se inclina sobre mí. Sin despegar sus ojos de los míos, haciendo que
el deseo me consuma por dentro, mete de nuevo sus manos por debajo de
mi vestido y las sube arañando suavemente mi piel hasta llegar a mis
bragas.
Suspiro con fuerza y ella tira de ellas para quitármelas.
Guiada por el deseo, me echo hacia delante y le obligo a incorporarse.
Esta vez soy yo la que no separa mis ojos de los suyos mientras alzo las
manos y le desabrocho el cinturón y los pantalones. Toco su centro placer  e, imitándole, le sonrío sensual antes de darle un corto y húmedo beso justo en el centro. Ella suspira y mi sonrisa se ensancha.
aún con mis ojos clavados en los suyos, deslizo mi lengua lentamente por toda su coño, volviendo a darle un beso en el mismo punto cuando termino.
Sus ojos negros me devoran y yo me siento inexplicablemente sexy y
confiada. Vuelvo a lamerla, pero esta vez, cuando llego a su clítoris  lo
rodeo con mis labios y dejo que entre en mi boca.
—Joder, sí —gruñe Santana cerrando los ojos.
Continúo subiendo y bajando. Mi mano sigue la estela húmeda de mis
labios. Santana entre abre los labios y deja escapar un largo suspiro. Baja sus manos hasta mi cabeza y las enreda en mi pelo, acompañando mis
movimientos. Le aprieto más fuerte y acelero el ritmo. Cuando la oigo gemir, aprieto un poco más y la penetro profundamente con mi lengua.
—Joder —ahoga en un gemido.
La hago salir lentamente y lamo, pasando la lengua por la
pequeña hendidura. Mi mano se desliza  pliegues su abertura donde la acaricio con suavidad. Sonrío y le acaricio un punto
placentero y estratégico,. Sus músculos se tensan al instante.
—Dios, Britt —susurra.
Vuelvo a darle placer con mis labios y me muevo de nuevo, apretando
cada vez más su cuerpo con mis manos.
Ella sigue el movimiento con sus caderas.
Acelero de nuevo el ritmo para después dejarla  tensa cuando la estoy penetrando profundamente con mi lengua tanto como  soy capaz. Sus manos se enredan aún con más fuerza en mi pelo y
lanza un largo gemido desde el fondo de la garganta.
Mientras me retiro, la saboreo, sintiéndome sexy y absolutamente
excitada por el hecho de estar haciéndolo disfrutar.
La acojo otra vez en mi boca y, al salir, le acaricio con los dientes,
suavemente, y ella vuelve a gruñir ante mi sonrisa triunfal.
No quiero parar, pero Santana me toma por lo hombros, me levanta y me
da la vuelta en sus brazos para estrecharme contra su cuerpo.

Coloca su mano en mi cuello y me echa la cabeza hacia atrás. Su
cálido aliento abrasa mi mejilla y suspiro bruscamente cuando sus manos
bajan hasta mis pechos y después hasta mi vientre, mis caderas y por
último mi sexo.
Me acaricia furtivamente.
Vuelvo a suspirar.
Está torturándome y me encanta.
—Me vuelve loca que estés tan entregada —gruñe salvaje mientras
desliza su mano por el vértice de mis muslos.
Nos hace dar un paso a la derecha y quedamos justo frente al espejo.
Gimo excitada al ver nuestro reflejo. Tiene una mano en mi cuello y otra
en mi sexo, acariciándome.
—¿Qué quieres que te haga, Britt? —pregunta chupándome el
cuello, mordiéndolo suavemente.
—Lo que desees —gimo.
Respondo sin pensar. Hace mucho que mi cuerpo y mi libido han
tomado las riendas de la situación.
Al oírme, alza sus increíbles ojos negros y los clava en los míos a
través del espejo. Siento como si mis palabras hubieran oscurecido aún
más su mirada, la hubiera vuelto más salvaje.
Me da la vuelta y vuelve a besarme. Su boca exigente toma la mía y la
llena de una pasión apremiante.
Se deshace de mi vestido y de mi sujetador. Me lleva hasta el sillón y
hace que me siente otra vez. Me mira con su media sonrisa dura y sexy y
un deseo perturbador en sus ojos.
—Pon las piernas sobre el sillón —me ordena.
Hago lo que me dice y quedo totalmente expuesta a ella, que se deja
caer sobre mí y me penetra lentamente con dos dedos, haciéndome sentir placer en cada centímetro de mi interior que conquista.
Cierro los ojos y suspiro con fuerza, recordando en la última milésima
de segundo que no debo gritar.
Santana sale igual de despacio y cuando está fuera casi por completo,
entra rápido, tosca.
Tengo que morderme el labio para ahogar mis gritos.
—Dios… —jadeo extasiada.
Se agarra a la espalda del sillón, dejando sus  brazos a
cada lado de mi cabeza. Los observo tensarse con cada embestida. Es lo
más sexy que he visto en mi vida.
Gimo. No quiero hacer ruido, pero no soy capaz de controlarme. Santana
me besa con fuerza y absorbe los sonidos que escapan de mis labios
mientras sigue embistiéndome salvaje.
Se recoloca para tomar mejor impulso y su siguiente estocada me
hace alzar el culo del sillón.
—Santana —susurro contra sus labios—. Santana —repito inconexa,
rendida a su cuerpo de diosa griega sobre el mío y al placer.
Pero otra vez no piensa permitir que me deje llevar todavía. Sale de
mí, se sienta en el reposapiés y me mira anhelante e impaciente. Yo me
levanto, camino los pasos que nos separan y me siento a horcajadas sobre
ella uniendo nuestros sexos húmedos y calientes  y hambrientos de mas.
Me levanta por la cadera y suavemente me deja caer sobre sus dos dedos nuevamente .Gimo cuando la siento dentro,  y tan profundo. Nunca lo
habíamos hecho así y la sensación es delirante.
Mueve sus caderas obligándome a mover las mías. Empiezo a subir y
a bajar, pero son sus manos en mi cintura las que controlan el ritmo.
Gimo aún más fuerte.
Poso mi frente en la suya y me rindo a la maravillosa sensación del
placer acumulándose en el fondo de mi vientre. Cierro los ojos y noto su
sonrisa cuando mi pelo le cae sobre la cara.
Nos movemos cada vez más fuerte y más rápido. Me muerde el labio
inferior cuando estoy a punto de gritar y eso no hace sino incrementar mi
placer.
Santana rodea mi cintura con las dos manos estrechándome con fuerza,
deteniéndome, y entonces se mueve muy rápido,colmándome de una manera maravillosa.
—Dios… joder… Santana.
Hundo mi cara en su hombro y esta vez soy yo quien le muerde
cuando el placer se hace más y más intenso como si no tuviese fin y acabo
estallando en un ensordecedor orgasmo que me arrasa por dentro.
Santana ralentiza el ritmo pero no se detiene. Sube la mano por mi
costado y, cuando empiezo a relajarme mínimamente, retuerce mi pezón y
me embiste con fuerza. Una y otra vez hasta que reaviva las brasas de mi
orgasmo, hasta ponerlas al rojo vivo, hasta hacerlas arder de nuevo. Y
exploto en un poderoso segundo clímax aún más intenso y que se alarga
más y más cuando noto cómo ella también se corre con todos sus músculos tensos bajo los míos y su cara hundida en el hueco de mi clavícula.
Delicioso.
Durante unos minutos nos quedamos así abrazadas, con sus manos
rodeando mi cuerpo y mis labios sobre su hombro. Poco a poco nuestras
respiraciones van normalizándose y dejan que los sonidos del exterior
inunden de nuevo el elegante probador.
Alzo la cabeza y me doy cuenta de la marca que le he dejado en el
hombro. La acaricio suavemente con los dedos y me levanto rápidamente.
Mi mente ha vuelto en mitad de mi dicha poscoital para recordarme dónde
estamos.
Busco mi ropa interior y me visto tan deprisa como puedo. No
entiendo por qué, después de lo que ha pasado, ahora me siento tan tímida. Santana  también recoge su ropa y se viste. Lo hacemos en el más absoluto silencio sin ni siquiera rozarnos en nuestros movimientos.
Mientras intento atarme al cuello el cordón del vestido frente al
espejo, siento su mirada sobre mí. Estoy demasiado nerviosa por lo que
acaba de pasar, por ella, por mí, y se traduce en lo difícil que me está
resultando una tarea tan sencilla.
Santana se acerca, con dulzura aparta mis manos y ata el cordón. Cuando
lo hace, nuestras miradas vuelven a encontrarse a través del espejo y mi
cuerpo se rinde otra vez a esos ojos negros, lo más maravillosos que he
visto en mi vida. Pero sin decir nada más, da media vuelta y sale del
probador.
Yo me siento en la silla y miro a mi alrededor intentando comprender
qué estoy haciendo, tratando de reaccionar ante todo esto, pero lo cierto es
que lo único que deseo es que vuelva a pasar.
Salgo del probador con los tres vestidos que ni siquiera he llegado a
probarme en la mano. Al pasar junto a uno de los mostradores, veo que una dependienta de lo más sonriente no deja de mirarme. ¿Nos habrá oído?
Ahora mismo sólo quiero que la tierra me trague.
—Señorita —me llama toda amabilidad.
—¿Sí? —respondo extrañada.
—¿Me permite ayudarla con esos vestidos?
Se comporta tan solicita que comienzo a pensar que se ha equivocado
de persona. Se acerca hasta mí, me coge los vestidos y se los entrega a otra dependienta que también me sonríe y se dirige al mostrador. La primera se queda de pie junto a mí. No sé a qué está esperando.
—Iba a colocarlos en su sitio —le aclaro.
—¿No le gustan? —inquiere preocupada.
—Sí, claro que sí.
Ella suspira aliviada y yo la miro totalmente confusa.
—Me alegro de que le gusten. ¿Se llevará algo más?
—¿Cómo?
—La señorita Lopez  ha dado orden de que cualquier cosa que quiera
comprar sea cargada en su tarjeta. Además de los tres vestidos que ya se ha probado, naturalmente.
Sonrío nerviosa pero es pura fachada. No puedo sentirme más
avergonzada. ¿Quién demonios se cree que es? ¿Por qué hace esto? ¿Por
qué demonios hace esto? Miro a la dependienta y sólo quiero desaparecer.
Acabo de convertirme en una especie de prostituta que folla en probadores
a cambio de vestidos de Tommy Hilfiger. Siento la bilis subiendo a mi
garganta.
«Tienes exactamente lo que te mereces, Pierce, por no haber parado
esta situación hace mucho.»
—No me llevaré nada, gracias.
—Señorita, ya está pagado. Tendrá que llevárselo.
La dependienta me mira como si fuera una horrible desagradecida y
yo no sé si echarme a llorar o a reír, desde luego está situación bien lo
merece. Quiero, necesito, salir de aquí. Me doy cuenta de que la manera
más rápida es aceptar la maldita ropa, así que asiento, cojo de mala gana la bolsa que la segunda dependienta me trae y salgo prácticamente corriendo de la tienda.
En plena Quinta Avenida suspiro enfadadísima. Estoy tan furiosa que
no puedo pensar. ¿Cómo ha podido hacerlo? ¿Cómo ha podido hacerlo
después de la discusión que tuvimos por el cheque de setecientos dólares?
En realidad, de las dos discusiones por el cheque. Además, ha vuelto a
hacerlo sin consultarme. No quiero su dinero. ¿Cuándo va a entenderlo?
Estoy muy enfadada.
Definitivamente no quiero irme a casa y guardarme esto hasta
mañana. Quiero coger estos vestidos y tirárselos a la cara ahora mismo. Sin pensarlo ni un segundo más, cojo el teléfono y llamo a Sugar. Necesito la dirección de Santana y seguro que ella pueda encontrar esa información
en la oficina.
marthagr81@yahoo.es
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 08, 2016 10:27 pm

Dos tonos después, mi amiga descuelga al otro lado.
—Britt —me saluda divertida.
—Sugar, necesito saber algo pero no puedes hacerme un millón de
preguntas.
—Está bien.
Su tono de voz rápidamente ha cambiado. Por el mío ha entendido al
instante lo enfadada que estoy.
—Necesito la dirección de Santana.
—Britt, puedo decírtela ahora mismo, pero tú tampoco puedes
hacerme un millón de preguntas.
¿Qué ocurre?
—Está bien.
Mi tono de voz se calma. De repente me preocupa estar tan sumida en
la vorágine Santana y que a Sugar  le haya ocurrido algo terrible y no
haya podido contármelo.
—Santana vive en el barrio de Chelsea, en el 324 de la 29 Oeste.


—Adiós, Lauren.
—Adiós, Maddie.
Cuelgo el teléfono y llamo un taxi. Apenas diez minutos después,
estoy frente a la puerta de su lujosa casa en el centro del barrio de Chelsea.
marthagr81@yahoo.es
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 08, 2016 10:55 pm

chapter 15

Llamo al timbre y repaso mentalmente todas las cosas que quiero decirle
mientras espero a que me abran.
—¿En qué puedo ayudarla? —me preguntan desde el portero
automático.
—Buenas tardes, estoy buscando a la señorita Lopez.
—¿Puede decirme quién le busca?
—Soy Brittany S. Pierce.
—Espere un segundo, señorita Pierce.
Unos minutos después, un chirriante y sordo sonido me indica que la
puerta se ha abierto. La empujo con suavidad y accedo a un precioso
vestíbulo. Todo el suelo es de un parqué muy cuidado, incluso recién
acuchillado me atrevería a decir. Frente a mí se levanta una elegante
escalera de acero y cristal templado. En cada escalón hay un pequeño haz
de luz encerrado en un cubo de cristal, formando entre todos una preciosa
monocromía. Al otro lado hay una cómoda vintage muy bonita y tras ella
sigue la estancia con una puerta a cada lado y, al fondo, un enorme
ventanal que da a lo que imagino es el jardín trasero. Hay un cuadro
realmente impresionante sobre la cómoda. Por un segundo me pierdo
observándolo.
—Señorita Pierce —me llaman desde lo alto de la escalera.
Alzo la vista y reconozco al hombre que me reclama. Es el mismo que
estaba con Santana el día que nos conocimos.
—La señorita Lopez la recibirá en el salón —concluye.
Al oír su nombre, vuelvo a situarme en mi enfado y en lo que hago
aquí.
Subo decidida las escaleras y el hombre estira su brazo indicándome
que pase. Al cruzar la puerta de madera, un enorme salón se abre paso ante mí. Es sencillamente espectacular. Sigue teniendo el suelo de un perfecto parqué y las paredes blanco impoluto. Sin embargo, lo que me llama la atención, a mí y a cualquiera que los vea, son los enormes ventanales que van del suelo al techo en la pared principal. A pesar de que es sólo un primero, las vistas son magníficas. Ventajas de un emplazamiento privilegiado. Delante de los ventanales hay un sofá gigantesco gris oscuro con pinta de ser verdaderamente cómodo.
Camino hasta el centro del salón algo intimidada por la estancia y me
fijo en más detalles, como la chimenea de hierro pulido y las dos fotos en
blanco y negro que hay sobre ella.
Al otro lado hay una moderna cocina. Es muy grande, con una isla
gigantesca y varios taburetes. Al fondo veo una mesa de comedor y una
escalera gemela a la del vestíbulo.
La casa, aún sin haberla visto entera, es maravillosa.
—¿Desea algo de beber?
—No, gracias.
No quiero distracciones. Pero entonces, la mayor de todas hace su
entrada en el salón. Debe haber acabado de ducharse, porque se está
secando el cabello con una toalla. Lleva unos vaqueros y una camiseta blanca.
Está descalza y guapísima. Deja la toalla sobre el sofá y me fijo en su pelo
húmedo cayéndole desordenado sobre sus hombros. Se lo echa hacia atrás con la mano y mi cuerpo traidor se enciende de nuevo. ¿Cómo puede ser tan endiabladamente atractiva?
—Finn, puedes retirarte.
El hombre asiente y sale del salón. Estamos solas. Ella tan sexi, yo tan
enfadada.
—¿Qué querías, Britt?
—No puedes hacer esto —digo furiosa, tirándole la bolsa con los
vestidos.
—Por el amor de Dios, Britt, sólo es ropa —responde exasperada,
dejando caer la bolsa en el sofá.
—Para mí es más que eso.
—¿Sabes? Estoy cansada de que me veas como alguien acostumbrada
a pagar por sexo. No lo he hecho en mi vida y no pienso empezar contigo.
Follamos y quise hacerte un regalo. No lo pensé. Puedes aceptarlo o
quemarlo, francamente me importa una mierda, pero no vuelvas a insinuar
que te veo como una puta. Vales mucho más que eso y yo también.
—Y si valgo más que eso, ¿por qué siempre te largas?
—¿Y qué querías que hiciera?
—Quería que te quedaras.
—Sabes que eso no puede ser.
Su tono de voz ha cambiado. Sigue enfadada, pero por un breve
instante me ha dado la sensación de que todo esto también le duele.
—No, no lo sé porque tú nunca te has molestado en explicarme nada.
Dios, esto es ridículo.
Y realmente lo pienso. Estoy total y absolutamente exasperada. No
tiene sentido que siga aquí. ¿Para qué? No quiero discutir con ella otra vez,
es agotador y está claro que nunca voy a ganar.
Suspiro bruscamente y giro sobre mis pasos.
—¿Adónde vas?
—A mi casa —contesto intentando contener mi enfado.
—Joder.
Camina hasta mí, me obliga a girarme y me besa apasionadamente
cogiéndome en brazos.
—Santana, no —me quejo e incluso forcejeo, pero en realidad una parte
de mí no quiere que me suelte por nada del mundo.
—Querías que estuviera contigo, pues aquí estoy —replica contra mis
labios. Sigo en sus brazos, sigue besándome mientras cruza su sofisticado
salón y sube las escaleras.
Dios, su olor, recién duchada, es aún más intenso, casi adictivo.
Me deja caer sobre una cama inmensa. ¿Estamos en su dormitorio?
Santana me besa desmedida y yo la recibo encantada. Con decisión, su lengua busca la mía y la seduce por completo.
Me quita las sandalias y las tira al suelo. El sonido sordo contra el
parqué me hace volver a la realidad, sólo un segundo, pero tengo que
aferrarme a ella, a esta lucidez momentánea. Tengo que salir de aquí. Si le
dejo que haga conmigo lo que quiera otra vez, las cosas nunca cambiarán.
No tiene ningún sentido que me martirice después si en el momento de
mantenerme firme dejo que me bese hasta olvidarme de todo.
—Tengo que irme —murmuro contra sus labios. que haga conmigo lo
que quiera
Mi fuerza de voluntad es mínima, casi ridícula.
—Ni hablar —susurra contra la piel de mi cuello. Me muerde con
fuerza y yo gimo. Estoy a punto de rendirme—. No vas a moverte de aquí.
—Tengo que irme —repito aún con menos convicción que antes.
Mi mente está a punto de evaporarse. Esto se le da demasiado bien.
—Santana, necesito irme, por favor —suplico.
Santana se detiene y alza la cabeza. Sus increíbles ojos negros  se clavan
en los míos. Su mirada es ardiente, abrasadora, llena de un deseo infinito
que por un momento hace que me lo replantee todo.
—No quiero que te vayas —susurra con su voz cálida y sensual.
Echo la cabeza hacia atrás con fuerza. Estoy hecha un auténtico lío.
—Tengo que irme. Cuando estoy cerca de ti, no puedo pensar y eso no
es bueno para mí.
Por fin me atrevo a mirarla a los ojos. Siguen oscurecidos, llenos de
deseo, pero también hay algo más en ellos, algo que no soy capaz de leer.
Sin decir nada, se echa a un lado. Yo me incorporo rápidamente,
recojo mis zapatos y salgo de la habitación. No me atrevo a mirarla. Si lo
hago, algo me dice que no seré capaz de irme.
Bajo las escaleras con una extraña sensación tirando de mi estómago.
No quiero irme pero sé que es lo que debo hacer.
Al pasar junto a la chimenea, no puedo evitar fijarme en las dos
fotografías en blanco y negro que hay sobre ella. Una  es de una pareja de chicos  uno rubio y la otra morena ambos muy guapos, sentados en una enorme silla de ejecutivo mientras un hombre sonriente y orgulloso los observa al otro lado de la mesa. Sólo necesito fijarme un poco más para darme cuenta de que uno de los niños es Santana, el otro debe de ser Spencer e imagino que, quien los mira, es Santiago Lopez su abuelo.
Sonrío al fijarme en la otra foto. Son Santana y Quinn, con unos siete
años, en un jardín. Abrazadas. Están sucias, con la cara llena de barro. Santana tiene puesto un mono de carreras y Quinn un traje de astronauta con la escafandra en la mano. Hay un montón de juguetes a su alrededor, .
¿Cómo pudo decir en el centro comunitario que no se acordaba? Ve estas
fotos cada día. Entonces recuerdo lo que me dijo Quinn: «Santana no es
como se empeña en hacer creer que es.» Y estoy delante de la mejor prueba de ello.
Son dos fotografías preciosas.
Oigo pasos a mi espalda e inmediatamente sé que es ella. No la mires,
no la mires, no la mires, me suplico, porque sé de sobra lo que me
encontraré: a la mujer más guapo del mundo, la que hace que me tiemblen
las rodillas. Aun así, el deseo puede más y me vuelvo. Se ha parado a los
pies de la escalera y me observa. Tiene el pelo revuelto y sigue descalza.
El vaquero gastado le cae sensual sobre las caderas. Y los puños cerrados
con fuerza a los costados hacen que sus antebrazos se marquen sexis y
tonificados.
«No debiste mirar.»
Sólo quiero correr y lanzarme entre sus brazos, pedirle que me lleve a
su cama otra vez, pero sé que no es bueno para mí. ¿Por qué la situación
tiene que ser tan complicada? ¿Por qué ella tiene que ser tan complicada?
Suspiro bruscamente.
Santana camina hacia mí y coloca su mano en mi mejilla. Al sentirla no
puedo evitar ladear la cabeza hacia ella y prolongar su caricia.
—No te has marchado —susurra con la voz más salvaje y sensual que
he oído en mi vida mientras pasa su pulgar por mi labio inferior—. ¿Por
qué?
—No lo sé —musito.
—Sí lo sabes. Dímelo.
—Santana…
Baja su mano por mi mandíbula, mi clavícula y la desliza por mi
costado hasta llegar a mi cadera. Vuelvo a suspirar. Le deseo tanto.
—Porque quiero estar contigo.
Santana aprieta su mano en mi cadera y me atrae hacia ella. Sin apartar sus ojos negros de mí, se inclina despacio hasta que su cálido aliento se
entremezcla con el mío.
—Pero quiero que te quedes —añado.
—Britt —me reprende a escasos centímetros de mis labios y de
sobra sé que ese «Britt» de nuevo es un no.
—Entonces, me marcho.
Santana permanece inmóvil, observándome. Yo ya he tomado mi
decisión y, si quiero que tenga algún valor, no puedo echarme atrás ahora.
Alzo mis pies descalzos y de puntillas le doy un suave beso en la mejilla,
probablemente más largo de lo que las circunstancias dictarían, pero no
quiero irme, ésa es la verdad.
Con el primer paso que me aleja de ella, sus dedos se deslizan por mi
cadera hasta que el contacto se rompe. De pronto me siento
desesperanzada.
Salgo de la casa sin mirar atrás, otra vez sin ni siquiera pararme a
ponerme los zapatos.
En la calle el aire fresco, mi inseparable aliado, no me calma. Me
siento frustrada, enfadada, triste. ¿Por qué me he marchado? Ahora mismo
podría estar besándome, haciéndome sentir en el paraíso otra vez. Pero
después, ¿qué? He hecho lo correcto. Creo. No lo sé. Desde luego no he
hecho lo que me moría de ganas por hacer y, dadas las buenas decisiones
que he estado tomando últimamente, sobre todo en lo que tiene que ver con Santana, imagino que eso se traduce en que he hecho lo mejor para mí.
Me dejo caer sobre uno de los bancos de la calle 29 Oeste y me pongo
las sandalias. Un enfado vertiginoso va adueñándose de todo mi cuerpo. Ni siquiera en su casa estaba dispuesta a quedarse. Definitivamente he tomado la decisión correcta marchándome, porque no quiero ni imaginar cómo me hubiese sentido si, después de todo lo que ha ocurrido hoy, me hubiese levantado sola en su propia casa.
Por mucho que me guste, no puedo permitir que me trate así. Sin
embargo, la sola idea de no volver a verla hace que mi estómago se cierre
de golpe. ¿Qué opción me queda? Una lágrima solitaria cae por mi mejilla.
Me la seco rápidamente. Desde luego, llorar no.
Camino hasta la boca de metro y espero paciente en el andén a que
llegue mi tren. He hecho lo que debía, me reafirmo, en algún momento
tenía que plantarle y dejarle las cosas claras. Tengo dignidad y algo de
autoestima, aunque a veces sean las primeras en quitarse las bragas.
«Una analogía muy acertada de tu vida estos últimos días, Pierce.»
Necesito mantenerme alejada de ella. Tengo que ser fuerte. No sé cómo,
pero tengo que serlo. Al menos lo suficiente como para conseguir que no
me afecte de esta manera, que no quiera caer en sus brazos cada vez que
me mira.
Subo las escaleras hasta mi apartamento con los pies pesándome
como si fueran losas de cien kilos. Cuando por fin llego a casa, me quito el
bolso, lo tiro en el sofá y me voy directamente a la cama. No quiero ver a
nadie. No quiero hacer nada. Sólo quiero que sea mañana.
Son las seis y dos minutos. Ya no soy capaz de dormir más.
Afortunadamente no tardé en hacerlo cuando me metí en la cama y pude
descansar. Siendo sincera, me temía otra noche en blanco.
Me levanto y me doy una ducha larguísima, casi infinita. Me seco el
pelo con la toalla y voy hasta el armario. Decido ponerme un vestido
vaquero con corte baby doll y mis viejas botas negras de apariencia militar.
Me recojo el pelo y voy hasta la cocina. Con todo el tiempo que tengo,
puedo permitirme un desayuno completo, así que me preparo tortitas con
bacón, fresas troceadas y café.
Sentada en la encimera de la cocina, con las noticias en la televisión,
en vez de disfrutar de mi suculento desayuno, tengo que obligarme a
comerlo. No estoy en mi mejor momento.
A pesar de la parsimonia con la que he caminado hasta el metro y el
rato que he pasado charlando con Ben en el vestíbulo, llego tempranísimo a mi oficina. La redacción aún está vacía, ni siquiera Quinn ha llegado.
Me siento a mi mesa y enciendo el ordenador. Mientras espero a que
se cargue la agenda de Quinn, oigo a alguien acercarse. El primer
redactor. Apuesto a que es Lewis, ese hombre es la eficiencia
personificada, pero, como siempre, no podría estar más equivocada.
—Britt.
Esa voz. Me temo que podría reconocerla en cualquier lugar.
—Buenos días, señorita Lopez.
Aunque sólo me permito mirarla de reojo, ya la veo guapísima con un
traje gris marengo, y camisa blanca.
—¿Qué haces aquí? —inquiere sorprendida—. Es tempranísimo.
—Podría preguntarle lo mismo —replico intentando mostrarme
indiferente.
—Yo ya llevo aquí un par de horas.
¿Un par de horas? ¿Acaso no duerme? Sea lo que sea, no me interesa,
me recuerdo.
—¿En qué puedo ayudarlo, señorita Lopez?
Me repito mi mantra de hoy una y otra vez: «Ser profesional y
mantenerme alejada de ella. Ser profesional y mantenerme alejada de ella.»
—En realidad sólo quería ver si Quinn había llegado.
—No se preocupe, vuelva a su despacho. Haré que le llame en cuanto
llegue.— ¿Me estás echando? —pregunta divertida.
—En absoluto —respondo mecánica y profesional—, pero no quiero
que pierda el tiempo.
—No lo estoy perdiendo.
Al oír sus palabras no puedo evitar alzar la mirada y allí están,
esperándome, esos maravillosos ojos. Tengo que hacer un esfuerzo
sobrehumano para poder desenlazar mi mirada de la suya y volver a mis
papeles.
—¿Estás enfadada?
—¿Por qué tendría que estarlo?
Continúo con mi tono displicente, pero en realidad dudo que lo esté
consiguiendo. Ella sabe perfectamente lo que provoca en mí.
—Por todo lo que ocurrió ayer.
—Ya he asumido que algunas cosas son como son.
«Magnifico Pierce, el toque justo de desdén.»
—¿Y ya no te molesta?
Me sorprende lo habladora que está hoy, aunque creo que lo único que
busca es despertar algún tipo de reacción en mí.
—Es inútil enfrentarse a algo que nunca va a cambiar. Es más fácil…
—¿Dejar de intentarlo? —pregunta robándome la frase.
—Sí, dejar de intentarlo.
—¿Eso es lo que quieres?
—Sí.
Me hubiera gustado haber sido capaz de mirarla directamente a los
ojos cuando he pronunciado ese «sí», pero me temo que habría podido leer
en mi mirada con demasiada facilidad que lo único que quiero es estar con
ella. Durante unos segundos nos quedamos en silencio. En todo ese tiempo no despega su vista ni un momento de mí.
—Britt, lo que pasó en la tienda me superó un poco. Yo no soy así.
No pierdo el control de esa manera.
—De verdad, no tiene que darme más explicaciones —la interrumpo
—. Y le agradecería que en la oficina siguiéramos siendo la señorita Pierce
y  la señorita Lopez .
—Claro —musita.
Necesito que se vaya porque mantener esta actitud tan fría con ella me
está doliendo demasiado y temo romper a llorar en cualquier momento.
Siento como si le estuviese alejando y eso, a pesar del enfado, de la fiesta,
de todas las veces que se ha marchado, me llena de una tristeza que no
puedo controlar.
Santana  coloca su mano en la mesa a escasos centímetros de la
mía. Paro de cuadrar papeles y graparlos sin mucho sentido y sólo miro su
mano. Mi cuerpo, mi corazón, gritan porque tome la mía, porque sus dedos
acaricien los míos aunque sólo sea algo furtivo.
Su mirada también está posada sobre nuestras manos. La atmósfera se
carga una vez más de suave electricidad. Tócame, por favor. Pero no lo
hace. Da unos suaves golpecitos sobre la madera, levanta la mano y camina hacia la puerta.
—Dígale a Quinn que me llame cuando llegue.
—Por supuesto —susurro.
Santana sale de la oficina y yo ya no puedo más. Verla marchar
ha sido la gota que ha colmado el vaso. Cruzo la redacción como una
exhalación y me encierro en el archivo. Esperaba que Sugar estuviera aquí
fumando, pero es demasiado temprano, probablemente aún esté en la cama.
Suspiro hondo e intento tranquilizarme. Debería estar muy orgullosa
de mí en este instante, no a punto del colapso nervioso. Lo he conseguido,
he conseguido mantenerme fría y alejada de ella a pesar de lo guapísima que estaba y de lo bien que olía. ¿Cómo puede oler siempre tan bien? ¡La odio  por oler siempre tan bien!
Repaso la conversación. Ha estado más comunicativa que otros días.
Ha admitido que lo de la tienda le supero un poco. A mí también me
supero. Creo que a cualquiera en su sano juicio le habría superado. ¿Y si lo
que le pasa es eso? ¿Qué se siente superada, abrumada por todo esto como me pasa a mí? La verdad es que sería un alivio saber que se siente igual.
Niego con la cabeza un par de veces y vuelvo a suspirar todo lo hondo
que puedo. Ni siquiera son las ocho de la mañana y ya estoy encerrada en
el archivador devanándome los sesos por Santana.
Tengo que ponerle solución. Cuadro los hombros, trago saliva y salgo
del diminuto cuarto con paso firme. Ahora toca trabajar, me recuerdo, y ser
muy profesional, añado.
Al cruzar la redacción de vuelta a la oficina, veo que ya han llegado
los primeros redactores.
En el despacho sigue sin haber rastro de Quinn, así que me siento a
mi mesa y comienzo a desgrapar y a ordenar verdaderamente los
documentos que mezclé sin ton ni son fingiendo que trabajaba delante de Santana.
Poco antes de las nueve llega Quin. Parece contentísima y yo,
prudentemente, me callo el hecho de que sé el motivo de su reciente
felicidad.
La mañana pasa tranquila. No vuelvo a ver a Santana y lo
agradezco, aunque tenga que recordármelo, ya que el noventa y nueve por
ciento de las veces que pienso en ella me gustaría correr a su despacho y
decirle que lo único que quiero es que me bese. Afortunadamente ese uno
por ciento sigue ahí resistiendo.
A las doce vamos a la sala de conferencias. La reunión de redacción
está a punto de comenzar. Quinn se sienta a la cabecera de la mesa y
entre los dos desplegamos todas las carpetas que quiere examinar en la
reunión.
—Britt, necesito toda la documentación del artículo del Empire
State y las fotografías del reportaje de Ross.
—¿Las de archivo o las del fotógrafo?
Quinn se toma un instante para pensarlo.
—Las dos —contesta finalmente.
—Ahora mismo.
Salgo de la sala de conferencias y corro hasta la oficina. La reunión
está a punto de empezar. Entro en el despacho de Quinn, busco en el
segundo cajón del archivador, saco todas las fotografías e imprimo la
carpeta del Empire State. Concentrada, me llevo el bolígrafo a la boca
mientras repaso toda la documentación. Es una información muy densa.
Cuando me aseguro de que todo está correcto, giro sobre mis talones y
me dispongo a salir del despacho, pero al alzar la vista la veo allí,
observándome.
—Señorita Lopez —musito sorprendida.
—Pensé que estaría en la reunión.
—Quinn necesitaba alguna documentación.
Da un paso hacia mí y todo mi cuerpo traidor se rinde ante ella. Mi
respiración se acelera y me tiemblan las rodillas. Santana  se inclina sobre mí y puedo notar su suave aliento en mi mejilla.
—Sé que ayer no debí comportarme así y es cierto que probablemente
las cosas nunca cambien, pero no quiero que dejes de intentarlo, Britt.
He estado a punto de desmayarme cuando ha pronunciado mi nombre
con toda esa sensualidad implícita. La electricidad entre nosotras es aún
más fuerte. Sin moverse un ápice, alza su mano y la posa sobre las carpetas que sostengo entre mi antebrazo y el pecho. Noto cómo deja algo sobre ellas, pero no puedo mirar qué, sigo petrificada por sentirla tan cerca.
Finalmente se incorpora, me dedica su espectacular sonrisa y se
marcha. Yo la observo hasta que desaparece entre la nube de redactores
que esperan para entrar en la sala de reuniones. Suspiro hondo, bajo la vista a las carpetas y veo una chocolatina Hershey’s sobre ellas. Vuelvo a
suspirar y no puedo evitar que una enorme sonrisa se dibuje en mis labios.
No quiere que deje de intentarlo, me repito. Su frase y su ofrenda de
paz acaban de colocarme en una nube, aunque no entienda exactamente por qué lo ha hecho.
Sin poder disimular cómo me siento ahora mismo, vuelvo a la reunión
y obviamente me paso la hora y media que dura pensando en lo ocurrido.
A la hora de comer me encuentro con Sugar en el Marchisio’s.


Última edición por marthagr81@yahoo.es el Lun Feb 08, 2016 11:07 pm, editado 1 vez
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por micky morales Lun Feb 08, 2016 10:56 pm

esto sigue siendo todo parte del capitulo 14????? que ira a pasar en esa casa????
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 08, 2016 11:06 pm

—¿La has visto hoy? —pregunta Sugar.
Asiento y doy un trago a mi refresco.
—Sí.
—¿Y qué tal? ¿Qué tal ayer en su casa?
—No lo sé. Estoy hecha un lío.
—Qué novedad —comenta con una sonrisa.
Yo le dedico un mohín pero también acabo sonriendo.
—Ayer nos acostamos.
—Otra novedad —vuelve a comentar mientras se lleva el tenedor a la
boca.
Decido ignorarla y continúo relatando mis penas.
—En los probadores de Tommy Hilfiger. —Sugar me mira con los
ojos como platos, pero yo continúo rápidamente sin darle tiempo a
interrumpirme—. Dejamos algunas cosas pendientes. Estaba muy enfadada y por eso quise ir a su casa. Allí estuvimos a punto de acostarnos otra vez, pero le dije que quería que se quedara y ella no estaba dispuesta a hacerlo. —Hago una pequeña pausa intentando olvidar ese amargo detalle—. Me compró unos vestidos carísimos y yo me enfadé como nunca lo había hecho. Sólo quería tirárselos a la cara. Tendría que haberlo pensado mejor,escribirle una amenaza anónima y dejárselos con el servicio.
—¿Con Finn?
—Sí —respondo sorprendida porque lo conozca.
—Es su hombre para todo —me aclara.
—Y apuesto a que también para acompañar a la puerta a las chicas
con las que se acuesta.
—Qué trabajo más ingrato. Imagínate, es la cara que devuelve a la
realidad a todas esas chicas que ya se veían veraneando en los Hamptons
con la familia Lopez. Deben de ser miles —concluye casi riendo.
Sugar alza su mirada y su sonrisa desaparece. Mi cara es un poema,
pero no puedo disimular mucho tiempo y rompo a reír. Al cabo de unos
segundos ella también lo hace.
—Me habías asustado —se queja.
Continuamos comiendo en silencio un par de minutos aún con la
sonrisa en los labios.
—Pero hay una cosa que no entiendo —comenta—. Me has dicho que
estabas hecha un lío. ¿Con qué? Pareces tenerlo muy claro.
—Y lo tenía, pero esta mañana me encontré con ella. Intente ser fría,
asumir que las cosas eran como eran y ya está. —Sugar asiente
haciéndome ver que hice lo correcto—. Y entonces ella me dijo que lo que
ocurrió en la tienda le superó, que ella no es así, que no pierde el control de
esa manera. Más tarde volvió a buscarme para pedirme que, aunque
probablemente las cosas nunca cambiarían, no dejara de intentar que
fueran diferentes.
—Britt, está clarísimo, le gustas y mucho.
La miro esperando que continúe.
—Y me gustaría tener un elaborado discurso que respalde mi teoría,
pero sólo puedo decirte que me parece obvio por cómo te mira, cómo te
busca. Si sólo quisiera sexo, tiene a otras chicas que literalmente se tiran a
sus pies.
Suspiro totalmente ofuscada.
—Dejemos de hablar de Santana, por favor. Ya me paso pensando
en ella las veinticuatro horas del día para acabar hecha un lío como siempre.
—Qué romántico —dice con toda sorna.
Cuando camino hacia el ascensor, pienso en lo intenso que ha sido el día de hoy y en la frase de Santana: «no quiero que dejes de intentarlo.» No lo haré, pero ella también tendrá que poner de su parte. Llego a mi apartamento y me encuentro a Joe esperándome, sentado en mi sofá. Se queja de que Rachel y Brody se están besuqueando en el suyo y ya no aguanta más. Le sonrío con ternura mientras le paso una
Budweiser helada. Preparamos la cena y vemos «Colgados en Filadelfia».
Siguiendo las buenas costumbres, después cambiamos de canal y vemos
primero a Leno y más tarde a Fallon.
Al ver que comienzo a acurrucarme sobre su hombro y los ojos se me
cierran sistemáticamente, Joe anuncia que ha llegado el momento de
irse a casa. Sonrío y asiento no sin cierta dificultad: me encuentro en un
lamentable estado de presueño. Ya estoy en la cama cuando oigo la puerta
cerrarse. Me despiertan voces susurrando y caminando despacio por mi
habitación. Abro los ojos adormilada lo justo para ver cómo Joe, Rachel y Sugar saltan sobre mi cama con una decena de globos y una gran tarta.
—¡Feliz cumpleaños! —gritan al unísono.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por micky morales Lun Feb 08, 2016 11:07 pm

disculpa ya vi el capitulo 15 es que no se pq no aparecia en mi ordenador, de verdad solo quiero saber el pq ese tira y encoge de la señorita lopez, me tiene hasta las pelotas que no tengo!!!!!
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 08, 2016 11:10 pm

Hey lo que ocurrio en la casa esta en el cap 15 y estoy subiendo el ultimo capitulo de hoy el 16
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 09, 2016 1:15 am

Chapter 16

Me incorporo con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Es mi cumpleaños! ¿Cómo
puedo haberlo olvidado?
—Sopla las velas —me pide Rachel sosteniendo la tarta.
—¿Veinticuatro velas? —pregunto con una sonrisa.
—Ni una más ni una menos, Pierce —contesta Joe.
Las soplo y todos aplauden a la vez que comienzan a cantar el
Cumpleaños feliz. Sonrío encantada y me uno al aplauso cuando terminan.
—Muchas gracias, chicos.
—No hay de qué y ahora vamos a tomarnos el desayuno. Joe ha
hecho tortitas —comenta su hermana saboreándolas en la distancia.
Todos nos levantamos y vamos hacia el salón.
Nada más sentarnos alrededor de la pequeña mesa de centro, Joe
alza su vaso de zumo.
—Por la chica del cumpleaños.
Todas nos disponemos a alzar las copas, pero Joe nos mira con la
intención de seguir hablando.
—Y por el chico que acaba de encontrar trabajo.
—¿Qué? —gritamos las tres.
—E n Time Out. Sólo voy a ser redactor júnior, pero por algo se
empieza, ¿no?
—Eso es genial, Joe —me apresuro a decir.
Lo agobiamos a felicitaciones y besos hasta prácticamente hacerlo
caer.
—Chicas, chicas —se queja encantado—, el brindis.
Sonrientes, volvemos a nuestros asientos y alzamos las copas
repitiendo la frase de James:
—¡Por la chica del cumpleaños y por el chico que acaba de encontrar
trabajo! Desayunamos las exquisitas tortitas con bacón de Joe y un trozo de tarta de chocolate. Entre risas, me doy cuenta de que tengo que darme prisa o llegaré tarde a trabajar. Me ducho todo lo rápido que puedo, me seco el pelo con la toalla y me cepillo los dientes.
Delante del armario elijo un vestido de tirantes abotonado hasta el
corte de la cadera. Tiene los colores amarillo, naranja y azul oscuro
difuminados sobre un fondo de cuadros blancos.
Me pongo mis Converse amarillas y vuelvo rápidamente al cuarto de
baño. Me recojo el pelo en una cola de caballo y me maquillo.
Sugar va diciéndole a cada persona que ve que hoy es mi cumpleaños.- Cuando llegamos al edificio de Lopez Group, evidentemente, no se
detiene. En el vestíbulo informa a Noah, que me felicita con una sonrisa, y
en el ascensor, a unos veinte ejecutivos. La mayoría de ellos me felicita
por pura cortesía algo incómodos y, sobre todo, incomodándome a mí.
—Sugar, para ya —me quejo.
—¿Por qué? Este juego tan divertido lo inventaste tú —me dice con
sorna y, para qué negarlo, cierto rencor acumulado.
—Lo inventó Joe, pero tú te enfadaste tanto cuando aquel
vagabundo se empeñó en darte un abrazo que me echó la culpa.
—Ese hombre dejó de ducharse, como él mismo alardeó, en 1982.
Tenía derecho a enfadarme.
Río al recodarlo y Sugar me asesina con la mirada. Intento disimular,
pero no soy capaz.

Al fin llegamos a la planta veinte.
—Vamos al archivo. Necesito un cigarrillo.
—Acabamos de llegar.
—Por eso lo necesito —responde como si fuera obvio—. Me quedan
ocho interminables horas aquí.
—Por lo menos deja que le diga a mi jefa que estaré en el archivo.
Sugar me hace un mohín de lo más infantil al que respondo
lanzándole un sonoro beso.
Cuando entro en la oficina, Quinn no está. Parece que aún no ha
llegado. Cuelgo mi bolso en el perchero, saco mi móvil y le dejo una nota
sobre el teclado del ordenador diciéndole dónde estoy y que regresaré en
seguida.
En cuanto entramos en el archivo, mientras cierro la puerta, Sugar da
un elegante salto y se sienta encima de uno de los archivadores, se inclina
cual artista de circo y abre la diminuta ventana.
—Tienes que enseñarme a hacer eso llevando unos tacones así.
—Practica —contesta sin darle importancia.
Sonrío y abro un cajón cualquiera de uno de los archivadores.
—¿Qué haces? —pregunta extrañada.
—Lo dejo abierto para fingir que busco algo, por si entra alguien.
En ese momento oímos unos pasos que se acercan al archivo. Sugar
tira el cigarrillo por la ventana y yo finjo revisar los papales del
archivador. Mi amiga se baja de un salto y se coloca a mi lado.
Finalmente la puerta se abre y me sorprendo al ver a Santana.
Está guapísima y, la verdad, eso debería dejar de asombrarme, siempre lo
está.
—Buenos días.
—Buenos días —respondemos casi al unísono.
—Vuelvo al trabajo, Britt. Suerte encontrando esos archivos —
comenta Sugar encaminándose hacia la puerta.
No te vayas, le suplico mentalmente. No quiero quedarme a solas con
Santana en el cuarto más pequeño de toda la planta.
—Por cierto —dice con una media sonrisa en los labios justo antes de
salir—, señorita Lopez, ¿sabe que hoy es el cumpleaños de Britt?
La asesino con la mirada mientras se marcha encantadísima, cerrando
la puerta tras ella.
—¿De verdad es tu cumpleaños? —pregunta.
Asiento nerviosa con la mirada clavada en el mueble que hay tras ella.
No quiero mirarla a los ojos. No quiero mirarle en general.
Me siento tímida cuando noto cómo la electricidad entre nosotras se
hace más latente. Además, el hecho de que sus increíbles ojos sigan
posados en mí claramente no ayuda.
—¿Cuántos cumples? —me pregunta con una sonrisa, cruzándose de
brazos y apoyándose en los archivadores a su espalda.
—Veinticuatro.
—Es realmente pequeña, señorita Pierce. —Su comentario me arranca
una sonrisa—. Y tienes una sonrisa preciosa. No sé por qué me sorprendo
cada vez que la veo.
Ese comentario me ruboriza, pero por algún motivo también me hace
alzar la mirada y dejar que sus ojos seduzcan los míos. Es realmente la mujer mas sexy y guapa que he visto en mi vida y que mi sonrisa le parezca preciosa me llena por dentro.
—Debería volver al trabajo —musito.
No quiero marcharme, pero prefiero ser yo quien lo diga, así, cuando
me pase las próximas ocho horas martirizándome, tendré un clavo al que
agarrarme.
Ella sonríe y asiente.
Paso junto a Santana para intentar llegar a la puerta. Procuro alejarme lo
máximo posible para hacerlo, pero la diminuta habitación tiene las
dimensiones que tiene y el cajón que he dejado abierto no ayuda mucho.
Así que, sin quererlo, acabo a escasos centímetros de ese torso perfecto que no podría olvidar aunque quisiera. Me pongo tan nerviosa que estoy a
punto de caerme. Ella, que no se ha movido ni un ápice, observándome
divertida se inclina sobre mí. Mi corazón martillea desbocado bajo mis
costillas y mi respiración está descontrolada. ¿Podría tener los ojos más
negros? Ya no soy capaz de concentrarme en nada que no sea eso, bueno sí, en esa sensual media sonrisa que ahora tengo a escasos centímetros de mis labios. Santana estira el brazo y creo que va a tocarme pero, en lugar de eso, empuja el cajón del archivador para cerrarlo, dejándome el camino libre.
—Feliz cumpleaños, Britt —susurra sensual justo antes de
incorporarse, y su sonrisa se hace más amplia al ver que me ha dejado al
borde del desmayo.
—Gracias —musito—. Voy a mi mesa —concluyo nerviosa,
señalando torpemente la puerta.
Me marcho pensando que caerme de bruces contra el suelo sería lo
único que me faltaría.
En mi mesa me entierro prudentemente en una montaña de trabajo.
¿Quién sabe cómo acabaría si me encuentro otra vez con Santana?
Mientras estoy ordenando las cartas al director de este número, oigo
la increíble voz del cantante de OneRepublic salir del despacho de Quinn.
Suena Counting Stars.
—¿Y eso, jefa? —pregunto divertida desde mi mesa.
Quinn hace deslizar su silla hasta quedar bajo el umbral de la puerta
que comunica ambas oficinas.
—Un pajarito me ha dicho que es tu cumpleaños y quería animar un
poco la oficina para la ocasión.
—Gran elección musical, he de decir. —Me encanta esta canción.
—Feliz cumpleaños —me felicita con una sonrisa.
—Gracias —respondo imitando su gesto.
Canto bajito mientras coloco cada carpeta en su correspondiente
hueco en la estantería roja. Oigo pasos tras de mí.
—Buenos días, Britt —Es la grave voz de Ryder. Si no hubiese
sido alto ejecutivo, podría haber sido leñador. Desde luego le sobra
torrente para gritar eso de «árbol va».
—Buenos días, Ryder.
Cuando me giro, veo que no está solo. El otro lopez, la que me hace
soñar con yates y Bar Refaeli, lo acompaña.
—Señorita Pierce —me saluda.
—Señorita Lopez.
Nuestras miradas se cruzan apenas un segundo y todo mi cuerpo se
enciende. Como siempre que no estamos solas, su expresión es
imperturbable. Me cuesta creer que sea la misma mujer que a primera
hora de la mañana pronunciaba la felicitación de cumpleaños más sensual
que me han dedicado jamás.
Los dos entran en el despacho de Quinn y yo vuelvo a mis
quehaceres intentando no concentrarme en la idea de que Santana está a
escasos metros de mí.
Llevan aproximadamente una hora charlando sobre un tal Julian
Dimes. Por primera vez veo a Santana algo más relajada; charla
animadamente y hace bromas. Cuando la oigo reír, creo que estoy a punto
de caerme de la silla. Es el sonido más bonito que he escuchado nunca. Una risa franca y sincera. También por primera vez se me antoja una chica de su edad, sin preocupaciones. Y entonces caigo en la cuenta de lo duro que tiene que ser cargar con la responsabilidad de una empresa de la que
dependen cuarenta y cinco mil personas.
Ryder se levanta, hace un último comentario que provoca que
Quinn y Santana lo vitoreen y sale del despacho.
—Hasta luego, Britt —se despide al pasar junto a mi mesa.
—Hasta luego, Ryder.
Sigo a Ryder con la mirada hasta que sale del despacho y de reojo
me parece ver una nube de colores atravesar la redacción. Me acerco a la
puerta y me ruborizo por adelantado, como si mis mejillas ya supieran
exactamente lo que me espera. Rachel, Sugar, y Joe con una docena de
globos de helio gigantes y una gran caja con un lazo aún más grande de
color rojo, se acercan a mi oficina. ¡Qué vergüenza! Aunque no puedo
negar que estoy más que encantada. Justo después de atravesar la puerta me dedican un sonoro «¡Feliz cumpleaños!» Los gritos hacen salir de su despacho a Quinn y Santana supongo que preguntándose qué huracán acaba de arrasar la oficina.
—¡Ábrelo! —grita Rachel indicándole a Joe que deje el enorme
regalo en mi mesa.
Nerviosa, me acerco a la caja. ¿Qué demonios es? Es gigantesca.
Sugar y Rachel parecen todavía más emocionadas que yo. Quito el lazo,
levanto la tapa y sonrío totalmente sorprendida al ver una pequeña cabecita
peluda asomar por encima de la caja. ¡Me han regalado un perro! Un
precioso cachorrito de labrador de pelo claro y del que acabo de
enamorarme.
—¡Es un perro! —exclamo feliz.
—Qué observadora —bromea Joe.
—Muchas gracias, chicos —digo cogiéndolo en brazos.
Es suave como un peluche recién sacado de la secadora.
Impulsivamente me giro hacia Santana para enseñárselo, pero casi al mismo tiempo me doy cuenta de que hay otras cuatro personas en esta habitación y rápidamente cambio mi gesto hacia Quinn, que está a su lado. En cualquier caso, las dos sonríen. Me gusta esa sonrisa.
—¿Cómo vas a llamarlo? —pregunta Rachel.
—No lo sé —contesto sin poder despegar la mirada de esta bolita
peluda.—Un perro necesita un nombre con carácter como Thunder —apunta Joe.—Es un perro, no un superhéroe de la Marvel. —Sugar lo acaricia y se inclina sobre él para darle un beso en la cabecita—. Le pega un nombre adorable, porque es adorable —continúa con una voz de lo más infantil—,como Calcetines.
—Eres una cursi —protesta Joe
Yo sonrío y comienzo a pensar cómo llamarlo.
—Y aún falta lo mejor —anuncia Rachel.
—¿Lo mejor? —pregunto intrigada.
—Tu fiesta de cumpleaños. Esta noche.
—¿Esta noche? Es jueves. Mañana tengo, tenemos —rectifico
mirando a Joe con una sonrisa que me devuelve— que trabajar.
—Sí, tienes una fiesta el jueves; la mejor manera de asegurarte un
salvoconducto —dice Sugar deliberadamente alto— es ésta.
Se acerca a Quinn y Santana y le dedica su sonrisa de anuncio. Yo,
conociéndola, ya me temo lo peor.
—¿Os apuntáis a la fiesta? Esta noche a las diez.
Ambas sonríen y yo no sé qué hacer. De pronto el hecho de compartir
mi fiesta de cumpleaños con Santana me aterra y me encanta a partes
iguales. Siendo sincera, estoy más encantada que aterrada.
—Si la jefa llega tarde y borracha, que la empleada llegue tarde y
borracha se nota menos —aclara Sugar.
—Me encantaría —responde Quinn.
—¿Ves? Todo arreglado —sentencia Sugar.
—Pues a las diez en The Vitamin. Feliz cumpleaños, Pierce —se
despide Joe ya saliendo de mi oficina.
—Gracias, Berry. Adiós chicos.
Los Berry salen de la oficina. Sugar y yo, hipnotizadas por el
cachorrito, seguimos acariciándolo.
—Señoritas, deberían volver al trabajo. —La inconfundible voz de
Santana llena el ambiente. Tosca pero más amable de lo que suele ser la
señorita irascible—. Y, señorita Pierce, por favor, asegúrese de que ese
chucho no se pasa el día correteando por aquí.
Podría haber sido peor.
Sugar asiente y, tras dedicarme una última sonrisa, sale de la oficina.
Disimuladamente, aunque no lo suficiente,.
Santana se acerca hacia mí y acaricia al perro una sola vez.
—Debería llamarse Lucky. Va a ser afortunado de pasar todos los días
contigo.
Sonrío como una idiota. ¿Acaba de decir lo que creo que ha dicho? Santana me sonríe una vez más y se dispone a salir de la oficina.
—¿Vendrás a la fiesta?
—¿Quieres que vaya?
—Sí —contesto sin dudar.
Vuelve a sonreírme pero esta vez es su media sonrisa, algo dura y
muy muy sexi, y se marcha sin darme una contestación. Podría seguirla y
preguntarle, pero no sé si después de que me haya sonreído de esa maneramis piernas responderían.
El resto del día me lo paso flotando. Miro a mi cachorrito dormir
plácidamente en su caja junto a mi mesa y sonrío como una tonta. Pienso
en que quizá pueda compartir la noche con Santana y mi sonrisa se
ensancha hasta límites insospechados. Sé que es de lo más imprudente
hacerse este tipo de ilusiones, pero es mi cumpleaños y me merezco un
respiro.


Última edición por marthagr81@yahoo.es el Mar Feb 09, 2016 2:20 am, editado 1 vez
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 09, 2016 2:19 am


Mi padre me llama a las cinco en punto para felicitarme. Charlamos
un rato. Se esfuerza en sonar animado y yo decido creerme que lo está. A
veces él también necesita un poco de cuerda.
De vuelta al apartamento, paro en la tienda de mascotas de la 12 Oeste
y compro una camita, un tazón para la comida, otro para el agua y pienso
para cachorros lleno de vitaminas. También le compro un hueso de mentira
y una caja de galletitas. Lo sé, hace menos de un día que lo tengo y sólo
pienso en mimarlo.

Nada más entrar en mi apartamento, Álex llama a mi puerta. Ponemos
algo de música, Get Lucky, de Daft Punk y Pharrell Williams, para ser más
exactos, y comenzamos a arreglarnos. Mientras me ducho, prepara dos
Martini Royale y con uno de ellos en la mano elijo qué ponerme para la
fiesta: un vestido por encima de las rodillas, rojo de gasa, que se sujeta al
cuello donde queda rematado con un labrado de media luna con cuentas
negras. No enseña nada pero la manera en la que la gasa cae es de lo más
sugerente. Añado unas sandalias negras de vértigo y un pequeño clutch
vintage, una adquisición del mercadillo de Brooklyn de la que me siento
muy orgullosa.
Me recojo el pelo en un moño griego fingidamente casual, dejando
que algunos mechones caigan desinteresadamente y me maquillo de
manera muy nude, nada estridente, pero, como el pintalabios rojo pin-up,
aquel de la entrevista de Harry Mills, me tienta, lo hecho en el bolso, por si
acaso.A las ocho menos veinte estamos saliendo del apartamento. Joe y Rachel nos esperan allí. Una carrera de taxi después estamos en las puertas de The Vitamin dispuestas a vivir una gran noche.
El local ha quedado genial. Como me repito cada vez que me veo en
una situación como ésta, es una suerte ser amiga del señor Joe
Berry. Siempre conoce a la persona adecuada en el lugar adecuado para
crear unas fiestas alucinantes. Ha elegido The Vitamin porque es nuestro
bar favorito, desde el primer día de universidad. Si fuera el cumpleaños de cualquier otro, estaríamos en el club de moda, pero para nosotros éste es nuestro sitio.
Al fondo de la barra divisamos a Joe, quien corre al verme, me
coge en brazos y comienza a dar vueltas.
—Feliz cumpleaños, Pierce
Yo río mientras giramos.
—Muchas gracias, Berry.
Finalmente me baja y me suelta sin advertir que mis piernas se
tambalean un poco. Estoy algo mareada por el efusivo recibimiento.
—¿Qué te parece? —inquiere mirando a su alrededor.
La verdad es que todo está fantástico. Han decorado el local con
multitud de farolillos chinos de colores y han bajado las luces principales.
Suena buena música, The Killers si no me equivoco. Y hay una enorme
pancarta felicitándome el cumpleaños en la pared del fondo.
—Me encanta. Muchas gracias, Berry.
Sin que pueda terminar la frase, oigo un «¡Uau!» venir desde la
puerta. Lo exclama Lauren justo antes de correr hacia nosotros.
—El local ha quedado fantástico. Se me había olvidado la mano que
tenías organizando fiestas en antros.
La noche avanza. Los chicos han conseguido que vengan
prácticamente todos mis amigos de la ciudad y alrededores. Joe le ha
indicado a un camarero llamado Anthony que, como soy la chica del
cumpleaños, mi copa nunca puede estar vacía y está siendo muy riguroso
en el cumplimiento de su misión.
Las chicas y yo estamos en el centro del local riendo, bailando y
cantando a pleno pulmón el I don’t care, I love it de Icona Pop cuando veo
a Quinn entrar por la puerta y tras ella a una espectacular Santana Lopez. Decir que está guapa con ese traje de corte italiano negro,sería quedarme demasiado corta. Está arrebatadora. Su pelo azabache peinado de esa
manera tan casual y a la vez tan perfecta resalta sus preciosos ojos.
Es la pura atracción personificada.
Nuestras miradas se encuentran en la distancia y, a pesar de las
decenas de personas que nos separan y de la música atronadora, puedo
sentir sus ojos sobre los míos. Enciende mi cuerpo como si conociese un
interruptor mágico que pulsa a su antojo. Ahora mismo le deseo sin
medida.
—Creí que llamar a alguien doctor macizo era un mito de la
televisión, pero ahora mismo concedería ese título a Santana Lopez sin
dudarlo y eso que ella ni siquiera es médico.
El comentario de Sugar me hace sonreír y, ruborizada por la sonrisa
que ella me devuelve, aparto la mirada un segundo. Absolutamente seducida, le doy un sorbo a mi copa e intento tranquilizarme.
La canción sigue sonando. Decido hacerme la interesante y continúo
cantando y bailando con las chicas. Miro de reojo por encima de mi
hombro en su dirección y sonrío cuando compruebo que está
observándome con los ojos oscurecidos, llenos de deseo, y una sonrisa sexy y divertida en los labios. El saber que me presta toda esa atención me hace sentir deseada y a la vez incrementa mi anhelo por ella y lo concentra en mi vientre. Sugar delata que Quinn está aquí. Me giro y efectivamente está tras de mí y a su espalda mi guapísima morena objeto de deseo.
—Feliz cumpleaños —me dice Quinn sonriente y me da un beso en
la mejilla.
—Gracias.
—Esto es para ti.
Me entrega un paquetito perfectamente envuelto. Lo abro nerviosa y
rompiendo el papel como marcan las tradiciones. ¡Es una caja colección de
cedés de Franz Ferdinand! Me encanta.
—Muchas gracias. Es genial.
Todos parecen aliados involuntariamente para dejarnos a solas a Santana y a mí.
—Feliz cumpleaños.
Se inclina sobre mí y me besa en la mejilla, prácticamente en la
comisura de los labios, y lo prolonga apenas un segundo más de lo
necesario. Algo imperceptible para cualquiera que nos observe, pero
demoledor para mí. Noto cómo mi corazón se acelera y vuelven a
temblarme las rodillas. ¿Cómo puede afectarme así?
—Yo también tengo un regalo para ti —susurra justo antes de
separarse de mí.
Sugar vuelve a acercarse y el rostro de Santana ya es de pura
normalidad. Nunca dejará de asombrarme esa capacidad para no dar ni una sola pista de cómo se siente.
Aprovechando el bullicio que genera la llegada de una nueva ronda,
me hace un minimalista gesto con la cabeza señalado la calle y yo asiento
discreta.
—Si me perdonáis —se disculpa—, tengo que hacer una llamada.Santana sale del bar y yo espero un par de minutos por aquello del
disimulo, pero lo cierto es que habría salido corriendo tras ella.
Necesitas una excusa, me recuerda mi autocontrol, últimamente en
paradero desconocido, así que me acerco a la barra, recupero mi bolso y
saco mi iPhone.
—Chicos, mi padre me está llamando.
Todos asienten y yo me escabullo feliz hacia la salida.
Dos portales calle arriba, apoyado en el escaparate de un bazar chino,
me espera Santana y me espera a mí, me digo encantadísima. Tiene las manos en los bolsillos y la vista perdida en los coches que suben la 42. Podría pasarme mirándola toda la noche, toda la vida.
Cuando me ve, sonríe. Creo que es un efecto reflejo a la sonrisa que se
dibuja en mi cara de oreja a oreja.
—Estás preciosa —dice separándose de la pared y dando un paso en
mi dirección.
—Tú tampoco estás mal.
—¿Un halago, señorita Pierce? —pregunta divertida.
—Puede ser —contesto sin dejar de sonreír—. Estás tan encantadora
que te mereces un cumplido.
—Es tu cumpleaños. Pensé que podría saltarme las normas.
—¿Las normas? —inquiero confusa.
Ella ignora mi pregunta, saca un paquete del bolsillo interno de su
chaqueta y me lo tiende. La sonrisa vuelve a mis labios y automáticamente
olvido la pregunta que no ha querido contestarme.
Cojo la caja rectangular y plana y me doy cuenta de lo nerviosísima
que estoy, más que con ningún otro regalo que me hayan hecho en mi vida.
Ella me observa contagiada de mi emoción, que se vuelve casi infinita
cuando, tras el papel, descubro que se esconde un estuche rojo con la
palabra Cartier en dorado grabado sobre él. Sonrío a punto de la risa
nerviosa y abro el estuche. Es una pulsera de pequeñas orquídeas de oro
blanco y diamantes. La pulsera más bonita que he visto nunca. Debe
haberle costado una pequeña fortuna.
—¿Te gusta?
—Me encanta —me apresuro a contestar—, pero no puedo aceptarla.
—¿Qué? —pregunta sin ocultar que su tono de voz se endurece y
sorprende a partes iguales—. ¿Por qué?
—Porque debe haberte costado muchísimo dinero.
—¿Y qué?
—Pues que no puedo aceptarlo —sentencio cerrando el estuche de un
golpe entre mis manos y tendiéndoselo.
Va a decir algo, pero yo me adelanto.
—Ya sé que vas a decirme que tienes mucho dinero y que para ti no es
nada, pero ésa no es la cuestión.
—¿Entonces todos pueden hacerte regalos menos yo?
Está empezando a enfadarse.
—Esto no es un cedé o un libro. Es una pulsera de diamantes.
—Quiero regalarte una pulsera. ¿Cuál es el problema?
—¿Quieres regalarme una pulsera? —pregunto perdiendo mi vista en
el bazar a su espalda.
—Sí —contesta algo confusa.
Sin explicarle nada, le tomo de la mano y la llevo hasta el interior del
bazar. Suspiro internamente porque me haya permitido el impulsivo
contacto. No quiero soltarla, pero ahora mismo soy una mujer con una
misión.
Me acerco al mostrador y saludo con una sonrisa al dependiente, un
asiático de mediana edad y el pelo frondoso color azabache.
—¿Podría enseñarnos esas pulseras de ahí? —pregunto señalando en
la vitrina que hace de mostrador un tubo de fieltro negro sobre el que hay
al menos una decena de pulseras.
—¡Por el amor de Dios! —refunfuña Santana.
.
—¿Cuál te gusta? —le pregunto a Santana.
—La que ya te he comprado —responde terca.
—Nos llevaremos ésta —digo indicando una bonita pulsera plateada
con florecitas también plateadas.
—Britt, sólo vale seis dólares —se queja mientras el dependiente
la saca del tubo.
—Si tienes problemas para pagarla, puedo hablar con Sugar para que
el departamento de Contabilidad te dé un adelanto —comento socarrona.
Ella me dedica una sonrisa entremezclada con un mohín y le paga al
dependiente con un billete de diez.
—¿Llevas billetes tan pequeños en la cartera?
—Muy graciosilla.
—¿Me la pones? —inquiero mirándola directamente a los ojos sin
que la sonrisa me abandone.
Ella asiente con otra. Coge la pulsera con una mano y me sostiene la
mía con la otra. Cuando termina, deja su pulgar perezoso en el interior de
mi muñeca y suavemente lo desliza hasta que también queda bajo la
pulsera.
—Cualquier persona diría que estás loca por rechazar una pulsera de
treinta mil dólares —susurra sin separar sus ojos de los míos.
—Para mí la pulsera que tengo ahora mismo vale un millón.
Bajo mi vista hacia su mano entrelazada con la mía y su pulgar
estirado sobre mi muñeca. Noto que ella también lo hace y sonríe.
—Ojalá te hubiera conocido hace seis años.
Sonrío con ternura. Sus palabras suenan dulces pero también algo
desesperadas. Sin embargo, cuando me tomo un segundo para analizarlas,
mi sonrisa se apaga. Me doy cuenta de que quiere decir mucho más,
aunque no comprendo el qué. De pronto sus ojos parecen tristes y a la vez
llenos de rabia.
—¿A qué te refieres? —pregunto en un murmuro.
Pero no contesta. Cierra los ojos un instante, sacude la cabeza y,
cuando vuelve a abrirlos, su determinación de directora ejecutiva ha vuelto
y sé que las murallas se han levantado de nuevo. No responderá a mi
pregunta.
—Será mejor que volvamos a la fiesta. Eres la chica del cumpleaños.
Salimos de la tienda y volvemos a The Vitamin. Camino hacia los
chicos, que continúan en el mismo sitio de la barra, pero antes de llegar
hasta ellos me doy cuenta de que Santana ya no me sigue. Imagino que no
querría que nos vieran entrar juntas.
A unos pasos de la barra noto cómo unas manos me toman por la
cintura y me levantan haciéndome girar.
—Feliz cumpleaños, Britt.
Es Sean, extrañamente expresivo. Supongo que Joe lo habrá
convencido para tomar un par de cócteles mientras he estado fuera.
—Gracias.
Vuelve a dejarme en el suelo y yo me tambaleo. Vaya con los chicos
Berry y su manía de levantarme en volandas.
—Tengo un regalo para ti.
Sonrío y Sean me entrega un paquete. Lo desenvuelvo nerviosa y
sonrío perpleja ante lo que tengo entre mis manos. Es un libro de estilo del
New York Times. ¡Una primera edición!
—Sean, esto es alucinante. —Estoy sorprendidísima—. Muchas
gracias —digo abrazándolo de nuevo.
Quinn, Joe y Rachel se acercan para contemplar mi espectacular
regalo. Una joya para cualquiera que sepa algo de periodismo.
—¿Dónde lo has conseguido? —pregunto sin poder creerlo del todo.
—El padre de un paciente. No quiero aburrirte con los detalles.
En su voz se nota un deje de orgullo y satisfacción.
Después de mirarlo y remirarlo, se lo dejo a Joe, a quien sólo le
falta aullar cuando lo tiene entre las manos.
—Voy al baño —me excuso con Sugar, que es la única que me está
haciendo caso a mí en vez de al libro.
Camino de los aseos miro mi pulsera tintinear en mi muñeca. El libro
de estilo ha sido un regalo alucinante, pero nada es comparable con esta
pulsera.
Sonrío al oír los primeros acordes de I need your love, de Calvin
Harris y Ellie Goulding. Esta vez me siento completamente diferente a
cuando la escuche aquella mañana en mi apartamento, pero aún así sigo
pensando que sólo el título ya me describe de maravilla.
El baño está vacío. Creo que es la primera vez que veo algo así un
jueves por la noche en The Vitamin o en cualquier pub. Me acerco al
espejo y observo mi aspecto. Me encanta este vestido. En el momento en el que me estoy girando para ver cómo me queda por detrás, la puerta se abre.
Nunca me había sentido tan viva sólo con ver a alguien. Santana cierra la
puerta tras de sí, echa el cerrojo y, con paso lento y cadencioso, camina
hasta el centro del baño. Nos miramos a los ojos. Mi respiración se
entrecorta. Una electricidad atronadora inunda toda la estancia y sin
dejarnos otra opción tira de nosotras. Santana cubre la distancia que nos
separa y me besa tomando mi cara entre sus manos. Adoro cuando hace
eso. Sentirla salvaje casi desesperada me hace pensar que su deseo por mí lo arrasa todo dentro de ella.
Lleva sus manos a mis costados y las desliza hasta llegar a mis
caderas. Continuamos besándonos con una intensidad desmedida. Me hace caminar sin despegarse un ápice de mí y, cuando estamos junto al lavabo, me obliga a girarme.
Gimo cuando me mueve bruscamente.
A través del espejo la contemplo sensual a mi espalda, mordiéndome
el cuello, la nuca, dejando que sus manos alcancen el bajo de mi vestido y
lo remanguen para descubrir mi piel. Verle hacerme todo lo que me está
haciendo es abrumador, pero por nada del mundo dejaría de mirar. Me
siento una voyeur de mí misma. Una observadora llena de una pasión
desatada.
—Inclínate —me ordena en un susurro.
Obedezco y pongo las palmas de las manos sobre el mármol del
lavabo. Santana se deja caer sobre mí y suspira bruscamente cuando sus
intrépidas manos llegan hasta mis bragas. Disfruta del encaje entre sus
dedos unos segundos antes de agacharse lentamente y deslizarlas por mis
piernas hasta quitármelas.
Pone su mano en mi tobillo y cuando se levanta, recorre toda mi
pierna hasta colocarla de nuevo en mi cadera.
Mi respiración ya es sólo jadeos entrecortados y solapados.
Ágil, se desabrocha los pantalones, quita su camisa y queda solo en sosten y bragas, mueve sus dedos rápidamente a mi abertura y entra en mí con un solo movimiento brusco y delicioso a la vez.
Gimo con fuerza.
Comienza a moverse rápido, despiadada, y yo tengo que recordarme
dónde estamos para no gritar enloquecida de placer.
Sigo observándonos en el espejo. Es adictivo ver sus labios
entreabiertos y el placer en sus ojos cada vez que entra en mí.
Sin dejar de moverse, coloca sus dedos en mi nuca y lentamente los
baja por mi columna vertebral, despertando cada terminación nerviosa de
mi cuerpo y arqueando mi espalda rendida a ella y a su torturadora caricia.
—Santana —susurro.
Me agarro con tanta fuerza al mármol que comienzan a dolerme los
dedos, pero no me importa.
Clava sus manos en mis caderas y se hunde aún con más fuerza,
aunque de una manera deliberadamente lenta.
Vuelvo a gemir y me muerdo el labio hasta casi sangrar. Necesito
gritar.Me embiste una y otra vez, salvaje.
Me inclino aún más sobre el lavabo y Santana lo hace sobre mí. Coloco
una de mis manos sobre la suya en una súplica de que por nada del mundo
se detenga. Me está llenando de placer y soy una completa adicta, aunque
muy en el fondo sepa que no es bueno para mí.
Ella clava sus ojos en los míos a través del espejo y sé que ha
entendido perfectamente todo lo que he querido decirle.
Aprieta la mandíbula, buscando el ansiado autocontrol y ralentiza el
ritmo. Desliza su otra mano por mi cintura y llega hasta mi sexo. Sus
dedos acarician mi clítoris suavemente y se pierden en mi parte más suave.
Cuando nota que me estremezco contra su mano, cambia el ritmo por
completo y me atraviesa con una brutal embestida rebosante de placer.
Aprieto aún más los dientes contra la carnosa piel de mi labio inferior.
Quiero seguir mirándonos, pero no soy capaz de mantener los ojos
abiertos. Echo la cabeza hacia atrás y la apoyo en su hombro.
Sube su mano libre por mi espada y la enreda en mi pelo. Tira con
fuerza y toma mi boca con la suya. Su cálido aliento era lo último que
necesitaba y, gimiendo contra sus labios, dejo que mi cuerpo
sobreestimulado, soliviantado de placer, se libere y se sumerja en un
clímax intenso y húmedo, sugerente y temerario, un orgasmo delicioso. Santana se detiene y sale de mí. Sus ojos abrasadores se cruzan con los
míos en el espejo mientras gira mi lánguido cuerpo sumido en la dicha
postorgásmica y me sienta sobre el frío mármol del lavabo. Entonces
enfoco mi nueva posición y encuentro su maravillosa mirada frente a mí.
Se acerca hasta colocarse entre mis piernas y me besa otra vez tan
primaria que querría que estuviésemos así horas, saboreándonos.
Pierdo las manos en su pelo y ella coloca las suyas en mi trasero,
atrayéndome contra su cuerpo, contra su maravilloso sexo
Ahogo un gemido en una sonrisa cuando noto que nuestros sexos están unidos, húmedos y calientes. Estoy aún más excitada que cuando la vi
atravesar la puerta del baño y todo con un solo beso. A veces pienso que
podría seducirme de la manera que deseara.
Coloco mi mano entre las dos y y la penetro con mis dedos, ella imita mi acción y comenzamos nuestro camino al extasis. Suspiro, gimo, casi grito.
Santana gruñe contra mis labios y yo no creo que exista un sonido mejor.
Sin dejar de besarnos, empieza a moverse de nuevo, aún más duro que
antes. Dominante, sexy y sensual. Su boca se llena de mis gemidos y sus
manos vuelven a mi posición preferida, a mis caderas.
—Eres mía —murmura contra mis labios.
Asiento débilmente embargada de placer, pero ella se detiene, lo que me
hace abrir los ojos de golpe. Los suyos negros están muy cerca,
aguardándome. Los siento llenos de deseo y de rabia a partes iguales.
—Tú eres mía, Britt —repite recalcando cada palabra.
—Soy tuya.
Las palabras salen de mis labios y soy plenamente consciente de cada
sílaba que pronuncio. Nunca he estado tan segura de nada en toda mi vida.
Sus ojos me abrasan, me envuelven, y lentamente, sin que nuestras
miradas se separen un solo instante, se mueve de nuevo. Yo levanto mis
piernas enroscándolas por encima de sus caderas, acercándola aún más a
mí y al mismo tiempo haciéndola entrar más profundo. Saca sus dedos de mi y solo choca su sexo con el mio, coloca sus manos sobre las mías, que están apoyadas en el mármol, y entrelaza nuestros dedos.
Aumenta su brusquedad, su fuerza.
Gimo de nuevo. Gimo otra vez largo y profundo y en mi mente grito
desbocada.
Ya no puedo más. Mi cuerpo incendiado por dentro salta al vacío y
explota en un espectacular orgasmo. Me agarro de sus hombros y
tiro con fuerza, disfrutando de la sensación de cada uno de mis músculos
sacudiéndose contra ella.
Sube su mano hasta mi nuca y posa su frente contra la mía. Entra y
sale de mí y sus jadeos se solapan. Me acaricia el labio inferior con el
pulgar y se lleva un pequeño rastro de sangre de él. Yo no dejo que retire
su dedo y lo atrapo, chupándolo con fuerza. Santana gruñe, tensa la
mandíbula, está a punto de estallar. Aprieto mis muslos contra su cintura y
ella hace su última embestida larga y profunda.
—Britt —susurra.
Su cuerpo se tensa y, con un prolongado gemido que escapa del fondo
de su garganta, se pierde en mí.
Nos quedamos así unos minutos, con nuestros alientos
entremezclándose en los labios del otro hasta que nuestras respiraciones
van tranquilizándose. Ella se separa lentamente. Retira su mano de mi
mejilla con suavidad, sin apartar los ojos de mí. Antes de alejarse unos
pasos, me ayuda a bajar del mármol tomándome otra vez por las caderas.
—Tengo que marcharme.
Sus palabras caen como un jarro de agua fría sobre mí. No puedo
creerme que vaya a hacerlo otra vez. No después de ese «no quiero que
dejes de intentarlo», no después de todo lo que ha pasado hoy, de querer
regalarme una pulsera de treinta mil dólares, de decirme que soy suya.
—¿De verdad vas a irte? —Mi voz suena decepcionada.
—Tengo que hacerlo, Britt.
La decepción pero también la desesperación y la furia invaden mi
conmocionada mente.
—Por supuesto —contesto agachándome para recoger mi ropa interior
—. Ya me has echado un polvo, ¿qué sentido tiene quedarse? —Sueno tan
enfadada y herida como me siento—. Soy una imbécil.
Me subo las bragas de encaje negro de La Perla y me coloco bien el
vestido mirándome en el espejo, esforzándome por ignorarla.
—Britt
Intenta cogerme del brazo, pero yo me aparto antes. Automáticamente
sus ojos negros se llenan de esa expresión de desahucio, de despojo y de
toda esa rabia.
—No se te ocurra tocarme.
Mi voz se entrecorta y nuestras miradas se recrudecen. Aunque no
quiera, la mía también está llena de dolor.
—Esta vez voy a ponerte las cosas más fáciles. Me marcho yo.
Ella no dice nada y yo sé que ahora debo ser fuerte. No se merece una
sola lágrima. Camino hasta la puerta y abro.
—Que soy tuya lo sé hace mucho tiempo pero, ¿sabes qué?, no he
odiado nada tanto en toda mi vida.
Sin dudarlo y sin dejar de mirarla, me arranco la pulsera y la tiro
contra el suelo del baño. Resuena contra las losas y se rompe en pedazos.
Santana no dice nada, se limita a mantener sus ojos sobre los míos y ya
no puedo más. Salgo del baño y cierro con un sonoro portazo.
Me paro a unos pasos de la puerta recuperando los sonidos del mundo
a mi alrededor. Necesito tomar aire, pensar.
marthagr81@yahoo.es
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El mundo de Brittany

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 09, 2016 2:58 am

Entonces lo veo claro. Corro hacia el armario me pongo mi minifalda
vaquera y una camisa denim de mangas cortas y de un tono más claro que
la falda. Me siento en la cama y me pongo los zapatos que encuentro más a mano, mis sandalias de cuero marrones. Me seco el pelo con la toalla,
apenas un par de segundos, me cepillo los dientes y salgo disparada de mi
apartamento, con el serio propósito de recuperar mi pulsera y el único que puede ayudarme es Joe.
Salimos del edificio y vamos en taxi hasta The Vitamin.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunta Joe al darse cuenta de dónde
estamos.
—Perdí algo en el baño y necesito encontrarlo. Sabía que estaría
cerrado y no me dejarían entrar, pero a ti seguro que te hacen el favor.
—Espero que lo que perdiste sea muy importante.
—Mucho —contesto con mi mejor sonrisa.
Joe suspira absolutamente exasperado intentando ocultar una
incipiente sonrisa antes de conducirme hasta la entrada trasera, la que
utiliza el personal. Llama con fuerza y, tras una corta espera, un hombre
negro de unos doscientos kilos y diría que dos metros de alto y con un
tatuaje enorme de una pin-up en el brazo izquierdo la abre. Al ver a James,
ambos estiran los brazos y chocan las manos como los pandilleros en las
películas de Spike Lee.
—¿Qué pasa Berry?
«¿J. Berry?» Sonrío divertida. Debe de ser su nombre de guerra.
—Andaba por el vecindario.
—¿A estas horas? ¿Y después de la que montasteis ayer? No lo creo
—replica sonriente.
—Me has pillado. Mi amiga perdió algo en el baño y nos
preguntábamos_si le dejarías echar un vistazo.
—Claro, pasad.
Entro en el baño y me parece mentira que ayer estuviera aquí con
Santana. El recuerdo me embarga y por un momento vuelvo a rememorar
todo el placer que provocó en mí y suspiro hondo totalmente entregada a
todo lo que sentí.
Me toma unos segundos recordar qué hago aquí. La pulsera, tengo que
encontrar la pulsera.
Después de estar buscándola casi una hora, me rindo y vuelvo a la
sala.
—¿Ha habido suerte? —pregunta Joe al verme aparecer.
Niego con la cabeza y mi amigo me hace un gesto con la suya para
que me siente a su lado.
—¿Qué habías perdido? —pregunta el hombre.
—Una pulsera. Por cierto, soy Britt —respondo ofreciéndole mi
mano.—
Dalton. —Al estrechármela, la situación parece casi absurda. Su
mano es aproximadamente tres veces la mía—. Preguntaré a la chica de la
limpieza. Quizá ella la encontró.
—La pulsera era un regalo de la gran Gatsby, ¿verdad?
Asiento.
Joe no dice nada más. Creo que automáticamente ha comprendido
cómo me siento ahora mismo.
Dalton regresa y me dice que, sintiéndolo mucho, nadie encontró nada
en el baño. Algo decepcionada, le agradezco las molestias que se ha
tomado y salgo del local por la puerta de atrás seguida de Joe.


Como imaginé, Quinn aún no ha dado señales de vida. Sugar tenía
razón. Invitarlo a la fiesta fue el mejor salvoconducto posible.
Un par de horas después he terminado con todo lo que dejamos a
medias ayer y le he mandado un correo electrónico a mi jefa con la
situación actual de su despacho y su revista.
Llega aproximadamente quince minutos después. No lleva las gafas
de sol y está duchada.
—Buenos días, ayudante —dice pasando junto a mi mesa.
—Buenos días, jefa.
—¿Qué tal la mañana?
—Poco emocionante.
Es la verdad, sobre todo porque no he visto a Santana en toda la
mañana. Me río para mis adentros con sorna y amargura. Estoy
enfadadísima con ella y la mañana me parece horrible porque no la he visto. Soy una contradicción con piernas y unas bonitas sandalias.


De regreso a mi Departamento camino exhausta, incluso resoplo un par de veces. La resaca, el madrugón me han robado toda la energía. Entonces alzo la cabeza y la veo, a Santana, apoyada en la pared junto a mi puerta, con las manos entrelazadas a la espalda. Está guapísima con esos vaqueros gastados, una camiseta gris
de mangas cortas y las mismas deportivas viejas que trajo la última vez
que estuvo aquí. Me encantan esas deportivas.
Al oír que nos acercamos, se incorpora y se aleja unos pasos de la
pared. Siento un déjà vu de sus movimientos. Es lo mismo que hizo ayer
cuando me esperaba a la salida del bar para darme el regalo.
—¿Qué haces aquí? —Mi voz es menos firme de lo que pretendía. Al
fin y al cabo, sigue siendo ella.
Durante unos segundos no dice nada, sólo clava sus ojos en los
míos.
—Tenemos que hablar.
Creo que ella mismo ha valorado la importancia de esas palabras antes
de decirlas. Llevo queriendo escuchar esa frase días y días, probablemente
desde el momento en que la conocí, y ahora por fin me ofrece esa
posibilidad en bandeja.
Joe saluda a Santana con un gesto de mano que ella le devuelve y sigue
hasta su apartamento. Ya en su puerta, me dedica una sonrisa y finalmente
entra. Yo busco las llaves. Estoy demasiado nerviosa. Santana tiene la vista perdida en el rellano, así que aprovecho para respirar hondo
disimuladamente e intentar calmarme. Al fin consigo encontrarlas.
Abro y entro. Santana se queda en la puerta. ¿Va a marcharse? No
entiendo nada. Pero entonces comprendo que está esperando a que la invite a pasar.
—Pasa —musito.
—Gracias.
Dejo el bolso sobre la encimera de la cocina y espero a que entre.
Noto cómo me tiemblan las rodillas. Santana camina hasta quedarse a mi
espalda. Entonces me recuerdo que, si de verdad quiero obtener algo de
información, lo primero que debo hacer es colocarme a una distancia
prudencial.
—¿Qué querías decirme? —pregunto mientras ando hasta el centro
del salón.
Parece darse cuenta de que en estos momentos no quiero estar cerca
de ella, porque no me sigue.
—Quería disculparme por lo que pasó en tu fiesta de cumpleaños. No
debí comportarme así.
—¿A qué te refieres? ¿A que no debiste follarme en los lavabos? ¿O a
que no debiste marcharte? —comento indiferente.
—Britt, lo que pasó…
—Lo sé, Santana —la interrumpo—. No va a volver a pasar.
Mi voz es el perfecto reflejo de cómo me siento, dolida y cansada.
Santana suspira bruscamente.
—¿Crees que lo planeé? ¿El perseguirte hasta el baño, acostarme
contigo y largarme?
Su tono se ha endurecido y, a pesar de que no puedo evitar sentirme
intimidada, mi enfado pesa más, mucho más.
—Me dijiste que era tuya —alzo la voz exasperada.
—Y, si no recuerdo mal, tú contestaste que lo odiabas.
Las dos estamos a punto de gritar.
—Mentí, ¿vale? No lo odio. Estar contigo me hace feliz, pero después
me miras como si fuera el mayor error de tu vida y ya no sé qué hacer.
—Britt.
Su voz se suaviza mientras avanza hasta mí. Creo que intenta
consolarme porque alza la mano pero yo retrocedo a tiempo, caminando
hasta la puerta del salón que da al pasillo. Ella acaba dejando caer su brazo hasta el costado y cerrando el puño con fuerza. Otra vez esa mirada
despojada y llena de rabia inunda sus ojos.
—Odio cuando no me dejas tocarte.
—Y yo a veces odio cuando te dejo hacerlo.
El silencio se abre paso entre nosotras. Vuelvo a sentirme agotada
como cada vez que discuto con ella, sólo que ahora tengo la sensación de que este cansancio es por todas y cada una de las veces que hemos discutido.
—¿Por qué has venido, Santana? ¿Por qué me buscas? ¿Por qué no te vas con alguna de esas mujeres guapísimas que se tiran a tus pies?
La sola idea hace que un sudor frío me recorra de la cabeza a los pies.
—Porque no las deseo a ellas como te deseo a ti —responde
caminando con paso firme hacia mí—, porque no hacen que me vuelva
loca pensar que otro pueda acariciarlas.
Santana se inclina sobre mí. Soy consciente de mi enfado, de lo dolida
que me siento, pero todo eso va diluyéndose poco a poco en sus increíbles
ojos .
—Porque a ellas no necesito tocarlas cada vez que las veo como si
mis manos abrasasen.
Pronuncia estas palabras sobre mis labios con su voz sensual y
primaria justo antes de besarme. Y, cuando lo hace, definitivamente nada
más importa.
Me empuja contra la pared y yo me pierdo en sus brazos. La siento
aún más anhelante, más salvaje, casi desesperada, y algo se activa dentro
de mi mente. Exactamente así es como me siento yo, así es como llevo
sintiéndome desde ayer pensando que esta historia podría acabar mal para
mí o simplemente acabar. Ya no me importa que termine amistosamente o
llamándonos de todo en mitad de la calle. Sólo quiero algo, un indicio, un
detalle por mínimo que sea de que ésta no será la última vez que estemos
juntas.
Santana gira el pomo a mi espalda y, sin dejar de besarme, me conduce
por el pasillo hasta el dormitorio.
Tomándose su tiempo para que la situación se vuelva aún más
sugerente, desabotona mi camisa y la pasea por mis hombros hasta dejarla
caer al suelo. Lleva una de sus manos a mi cuello y la desliza por todo mi
cuerpo hasta llegar al bajo de mi falda, pasa al preciado contacto, y sube
hasta mi trasero, apretándolo con fuerza.
Suspiro bajito, condensando el placer que comienza a extenderse por
mi torrente sanguíneo.
Imitando su gesto, meto las manos por debajo de su camiseta. Noto sus perfectos pechos bajo mis dedos. Desciendo por sus costados y finalmente llego a sus caderas y al cinturón de sus pantalones. El clic de la hebilla al desabrocharse entre mis manos resuena en toda la habitación y nos hace sonreír contra los labios de la otra.
Termino de desabotonarle los pantalones y, justo cuando estoy a punto
de bajárselos, ella me sorprende cogiéndome en brazos. Mi cuerpo reacciona y enrosco mis piernas a su cintura.
Santana nos deja caer sobre la cama y el peso de su cuerpo lo hace sobre
el mío. Me besa el cuello, demorándose torturadoramente en cada
centímetro de mi piel bajo sus labios. Me lame, me muerde y mi espalda se
arquea. Es demoledora y sensual. Derrite mi cuerpo con sus expertas
caricias.
Antes de continuar bajando, se incorpora lo suficiente para tirar de mi
falda y arrastrarla por mis piernas. Vuelvo a estar prácticamente desnuda
debajo de ella, que sigue vestida, y me encanta.
Justo antes de inclinarse de nuevo sobre mí, sonríe al ver mi ropa
interior de algodón azul marino. Algo ruborizada, me llevo las manos
titubeantes hacia mis bragas. No es el conjunto de encaje sensual que me
gustaría llevar puesto. Pero entonces me mira directamente a los ojos y
vuelve su sonrisa aún más arrebatadora, como si hubiese encontrado
exactamente lo que quería.
Automáticamente me relajo y le dejo hacer. Ella continúa su sendero de
besos desde mi cuello hasta mi pecho y con los dientes retira la copa del
sujetador.
Gimo cuando siento el efímero contacto de sus dientes en mi piel.
Rodea mi pezón con los labios y tira suavemente de él. Sus manos van
a su encuentro y me acarician. Arqueo mi espalda contra su boca buscando
más placer. Ella sonríe pero continúa sin aumentar el ritmo.
Alza su mirada y sus ojos llenos de una provocación sin límites
se posan en los míos.
—¿Más? —susurra.
Lo hace sexy y arrogante. La atracción personificada.
—Más —respondo sin apartar mi mirada de la suya.
Ella vuelve a sonreír y rodea de nuevo mi pezón entre sus labios, pero
esta vez tira de él con sus dientes, más fuerte, a la vez que sus dedos imitan su gesto en el otro pezón.
Gimo y me revuelvo bajo ella.
—¿Más? —pregunta sensual sobre mi piel.
—Más —respondo en un susurro casi inaudible.
Santana lleva su mano hasta el vértice de mis muslos y, casi sin rozarme,
la desliza bajo mi ropa interior. Me acaricia suave, efímero.
Gimo otra vez.
—¿Más? —pregunta torturadora.
—Más —musito jadeante.
Rodea mi pezón con los dientes, pero esta vez, cuando tira de él,
introduce al mismo tiempo dos dedos en mi interior, brusca.
Gimo alto, a punto de gritar.
Santana se detiene, dejando sus dedos dentro de mí.
—¿Más? —inquiere otra vez sabiendo perfectamente que jamás
podría negarme. Lo hace demasiado bien.
Asiento. No puedo articular palabra.
Retira sus dedos definitivamente y se incorpora. Lo observo quitarse
la camiseta, los pantalones, el sosten y las bragas- Es la primera vez que la veo completamente desnuda y quiero disfrutar de la magnífica visión que eso supone. Parece hecho de divino mármol. Tengo que concentrarme en no levantarme y lamer cada milímetro de su piel. Si me contengo es porque
me muero por saber qué habrá detrás de ese «más».
Se coloca de rodillas entre mis piernas y tira de mis bragas hasta
quitármelas. Me apoyo sobre los codos para seguir observándola.
Mi respiración está convulsa y tengo la boca seca de pura expectación.
Toma una de mis piernas y comienza a besarme desde el tobillo hasta
el muslo. Cuando está a punto de llegar a mi sexo, salta a la otra pierna y
baja de nuevo hasta el tobillo, donde me muerde suavemente.
El delicioso mordisco ha tenido un eco inmediato en el centro de mi
sexo. Y con un largo «mmm» en los labios cierro los ojos y echo la cabeza
hacia atrás.
—¿Más?
—Sí, más —murmuro.
La noto sonreír antes de inclinarse y comenzar a besarme el vientre.
Como hizo con mi cuello, se demora hasta el extremo en cada beso,
dejando que su cálido aliento electrifique mi piel.
Baja hasta mis caderas y ve las marcas que me dejó ayer. Alza la
mirada y la entrelaza con la mía. Yo sonrío y paso mis dedos sobre ellas.
Ella me devuelve la sonrisa y sin dejarme escapar de sus ojos las lame
con dulzura y un deje de sexy y arrogante orgullo.
Me muerdo el labio llena de deseo. No podría ser más sensual.
Se mueve de nuevo, pasea su nariz por mi ombligo y continúa
bajando. Su aliento ya me inunda. Suspiro presa de un placer anticipado y
ella comienza a besarme despacio. Gimo acompañando cada uno de sus movimientos.
Empieza lentamente pero poco a poco va aumentando el ritmo. Rodea
mi húmedo clítoris con sus labios y tira de él.
Todo mi cuerpo se revoluciona. Grito.
Sus besos cada vez son más intensos y entonces vuelve a introducir
dos de sus dedos dentro de mí mientras que con el otro brazo me
inmoviliza las caderas.
Gimo y jadeo con la respiración descontrolada. Ella continúa
besándome, moviéndose.
—¿Más? —pregunta.
Me concentro para asentir porque el placer toma cada una de mis
palabras. Santana vuelve a incorporarse y con un solo movimiento fluido entra dentro de mí.
Grito otra vez y me llevo el dorso de la mano a los labios.
Se mueve despacio pero muy profundo, haciendo que todo mi interior
sea consciente de su llegada. Coloca sus manos debajo de mis rodillas y las levanta para poder entrar aún más adentro.
Gimo envuelta en sudor y jadeos.
Se deja caer sobre mí hasta que sus labios están cerca, muy cerca de
los míos.
—¿Más? —susurra.
Hago un esfuerzo sobrehumano por abrir los ojos y allí están los
suyos, y salvajes, hambrientos de mí, esperando una respuesta.
—Más —gimo.
Santana me dedica esa sonrisa tan dura y sexy llena de excitantes
promesas y comienza a moverse de verdad como sólo ella sabe hacerlo. Sus embestidas se vuelven exigentes, implacables, deliciosas.
Ya no soy capaz de controlar mis gemidos, que inundan toda la
habitación.
Con ella el sexo adquiere otro nivel, uno húmedo y maravilloso que me
hace sentir como nunca antes me había sentido.
Cada movimiento es más duro que el anterior, más rápido, más
brusco. Me agarro a sus fuertes brazos por temor a desintegrarme bajo ella
en esta nube de placer.
Deja caer mis piernas y me gira levemente tomándome por la cadera,
sólo un poco pero lo suficiente para que coja mejor impulso y llegue aún más adentro.
—Joder, esto es una puta locura —farfulla.
Yo no digo nada, no soy capaz, no puedo. Mi mente flota en un limbo
de placer y mi cuerpo, sudoroso y lleno de euforia hasta casi explotar, le
pertenece por completo.
Rodeo su cuello con mis brazos y alzo las caderas. Como si tuvieran
vida propia, comienzan a moverse en círculos, rotando para salir a su
encuentro.
—Dios —gimo llena de placer, de ella.
Santana se frota contra mi sexo y luego se vuelven en embestida como respuesta y todo se vuelve demencial.
Mi cuerpo se tensa bajo ella y juntas alcanzamos un espectacular
orgasmo que nos sacude por dentro y por fuera hasta hacerme vibrar en
todos los sentidos.
Nos quedamos tumbadas en la cama intentando recuperarnos. Todos
los sonidos de la ciudad a cuatro plantas bajo nosotros se reavivan. Me
siento embargada por una felicidad que ni siquiera comprendo del todo.
Nuestras miradas se encuentran.
—¿Vas a quedarte a dormir? —inquiero llena de miedo por la
respuesta pero a la vez demasiada esperanzada de escuchar un sí como para resistirme a preguntar.
—No puedo.
No aparta sus ojos de los míos para contestar.
Me levanto como un resorte y comienzo a recoger mi ropa. Todo ese
enfado, toda esa indignación, todo ese dolor vuelven a mí.
—¡No puedo no, no quieres! —le espeto llena de rabia—.
Enhorabuena, señorita Lopez, lo has conseguido otra vez. Has logrado que me creyese que te importaba aunque sólo fuera un poco, cuando en realidad lo único que querías era echar un polvo.
Pago mi enfado con cada prenda que me pongo.
—Britt —me llama y suena cansada de esta situación.
—Déjame en paz.
Sin ni siquiera llegar a cerrarme la camiseta, me meto en el baño. No
tengo fuerzas para verla y al mismo tiempo estoy demasiado enfadada. Me
alegro de haber podido decirle lo que pienso antes de que se marche.
Oigo cómo camina por la habitación recogiendo sus cosas y, sin
quererlo, las lágrimas comienzan a correr por mis mejillas. No quiero que
se vaya. Al final eso es lo que más me duele. Más que el enfado o lo
indignada que pueda sentirme, lo peor es que se marchará.
Oigo cómo se detiene al otro lado de la puerta y llama suavemente.
—Britt…
—¡Márchate! —la interrumpo—. Eso es lo que estás deseando, ¿no?
—Mi voz suena entrecortada, clara muestra de las lágrimas que dejo que se escapen en silencio.
Ella no dice nada más e imagino que se ha ido. Intento tranquilizarme
pero lo único que quiero ahora mismo es meterme bajo las sábanas y no
salir en dos días.
Abro la puerta del baño y, al alzar la cabeza, la veo sentada a los pies
de mi cama. Tiene los codos apoyados en las piernas y las manos
entrelazadas. Ya se ha vestido.
—¿No te has marchado? —musito.
Santana asiente ahogando una irónica sonrisa en un breve suspiro lleno
de rabia. Gira la cabeza y me mira directamente a los ojos.
—¿Tan cabróna crees que soy como para dejarte llorando en el baño?
No sé qué contestar a eso. Nunca he creído que fuera un mala persona,
aunque sí he pensado cosas malas sobre ella. Ahora parece dolerle que la vea así, pero a veces no me da otra opción.
—Túmbate —dice levantándose y rodeando la cama—. Es tarde y
deberías dormir.
Camino con poca decisión hasta la cama. Santana se quita los zapatos y
siento algo brillar con tanta fuerza dentro de mí que podría iluminar todo
Manhattan. Va a quedarse a dormir.
Nos tumbamos en la cama vestidas. De pronto me siento tímida y no
sé cómo comportarme. Meto las manos bajo la almohada y me coloco de
lado. Santana me atrae hacia ella estrechando mi espalda contra su pecho y hunde la nariz en mi pelo. Sonrío como una idiota sintiéndome envuelta
por ella
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Feb 09, 2016 3:12 am

Odio verte llorar —susurra.
Sus palabras me llenan por dentro y una vez más siento que nada más
importa. Coloco mis manos sobre sus brazos que me rodean y, feliz, me
quedo dormida.

CHAPTER 18

Me despiertan los rayos de luz entrando por la ventana. Anoche no
echamos las cortinas y ahora el sol de primera hora de la mañana despierta
Nueva York y a mí. Tenemos las piernas enredadas y aún me abraza. No
quiero despertarla, pero no puedo evitar girarme para mirarla. Con una
sonrisa en los labios, le aparto el pelo de la frente. Contengo la respiración
cuando mueve la cabeza aún dormida como si fuese una niña tocando lo
que no debe.
Esta guapísima. Parece relajada y serena. El sol baña su rostro y la
llena de una luz dorada. Podría pasarme horas mirándola, pero tengo una
brillante idea: voy a preparar un desayuno delicioso.
Me levanto con cuidado de no despertarla y me meto en el baño. Me
doy una ducha rapidísima, me cepillo los dientes y me pongo mi vestido
blanco.
Voy hasta la cocina con el pelo goteando por todo el parqué. Esta
mañana hace mucho calor y ésta es una manera muy útil de refrescarme.
Estoy muy animada y me siento con las energías renovadas. Enciendo la
televisión y busco algún canal de música. Perfecto, un vídeo de Franz
Ferdinand en la VH1.
Rodeo la encimera de la cocina y comienzo a preparar el desayuno.
Como no sé qué le gusta, preparo un clásico: tortitas con fruta, nata y
sirope de chocolate, zumo de naranja y café. Cargo mi vieja cafetera
italiana mientras preparo la masa para tortitas, receta de Joe. Corto
fresas, manzanas y plátanos. Exprimo las naranjas y todo listo.
Lucky también se ha despertado. Camina perezoso hasta donde estoy y
juguetea entre mis piernas. Debe tener hambre. Cojo la bolsa de pienso
para cachorros y me arrodillo para rellenar su cuenco. Da un ladrido
encantado y sumerge su pequeña cabecita en la comida. Sonrío y lo
acaricio.
Cuando me incorporo, Santana está al otro lado de la encimera.
—Buenos días —digo sin poder ocultar una tonta sonrisa en mis
labios.—Buenos días.
Nos quedamos mirándonos unos segundos en silencio.
—He preparado el desayuno —me apresuro a decir algo nerviosa—.
Tortitas. Espero que te guste.
—Seguro que sí —contesta en un golpe de voz—. ¿Café?
—Claro.
Me giro y lleno una taza.
—Gracias —musita pero no sonríe.
Comemos en silencio. El programa continúa y ahora empieza a sonar
algo de Avicii, aunque no reconozco la canción. Ella echa un rápido vistazo a su reloj y se levanta del taburete.
—Tengo que irme. Tengo que coger un avión en un par de horas.
—¿Un avión? —pregunto confusa.
—Me voy a Londres unos días. Viaje de trabajo.
—Vaya —musito.
Asiento pero no quiero que se vaya. Tampoco puedo pedirle que no lo
haga, aunque me muera de ganas.
Sin decir nada más, comenzamos a caminar hacia la puerta.
—Adiós, Britt —dice al otro lado del umbral, pero no hace ademán
de marcharse.
La despedida está siendo algo incómoda. Creo que ninguno de las dos
sabe cómo tiene que comportarse.
Imagino que por oír la puerta, Lucky viene corriendo. Como aún es
muy pequeño, no controla muy bien su propia velocidad y acaba chocando
con las piernas de Santana. Ambas sonreímos. Santana me mira directamente a los ojos y con la sonrisa aún en los labios da el único paso que nos separa y me besa con una pasión desbordada, empujándome contra la puerta.
Sin duda alguna el mejor beso de despedida que me han dado jamás.
—Tengo que irme —susurra contra mis labios con los ojos cerrados,
su frente apoyada sobre la mía y sus manos aún en mis mejillas.
Yo sólo puedo asentir, no soy capaz de decir nada.
Me da un último beso, corto y dulce, y se marcha sin mirar atrás.
Cojo a Lucky y, con la sonrisa más grandiosa que nadie ha podido ver
desde los felices años veinte, cierro la puerta.
Vuelvo a la cocina y me termino el desayuno. No son más que las diez
de la mañana y me siento con energía como para escalar una montaña.
Pienso en llamar a los chicos, pero siendo sábado probablemente estarán
durmiendo. Decido entonces llevar a Lucky a su primera visita al parque.
Le dejo un mensaje a los Berry y a Sugar cojo a mi precioso cachorrito y salgo de mi apartamento.
La primera en aparecer es Sugar. Debió salir anoche, porque tiene
una pinta horrible. No dice nada, sólo me saluda y se deja caer sobre el
banco mientras me suplica que vaya a comprarle una botellita de agua con
gas. Cuando regreso del puesto de Joe, los Berry y Brody ya han
llegado.




El miércoles me levanto pletórica. Santana regresa hoy de Londres.
Me doy una ducha y me paso más de media hora decidiendo qué
ponerme. Al final escojo uno de mis vestidos favoritos. El blanco por
encima de las rodillas con estampados rosas y rojos. Lo acompaño con mi
chaleco vaquero vintage y mis botas marrones de media caña. No me doy
cuenta de que es el mismo vestido que llevaba la primera vez que me besó
hasta que me veo delante del espejo.

Desde que cruzo las enormes puertas de entrada doy por hecho que me
la encontraré en cualquier momento, aunque lo cierto es que ni siquiera sé
a qué hora regresa. Quizá lo haga esta noche y no venga a la oficina hasta
mañana. Esa idea me deprime un poco. Estoy deseando verla.
Llego a mi oficina y entro en el despacho de Quinn para darle los
buenos días. Está hablando por teléfono. Me dedica una sonrisa y me pasa
varias carpetas para archivar. Después de hacerlo, me siento a mi mesa,
enciendo el Mac y comienzo a preparar el día de trabajo: agenda, correo,
esas cosas.
Un par de horas más tarde Quinn me pide que busque a Graham
Pessoa y le diga que vaya a su despacho. Está muy seria. Me preocupa que Graham no haya cumplido con lo que prometió y el artículo no vaya bien.
El escritorio de Graham está junto al de Linda, así que me quedo
cotilleando un poco con ella. Estoy sentada en su mesa hablando sobre
Lucky cuando las puertas del ascensor se abren y de él sale una nube de
ejecutivos. Entre ellos está Santana. La veo atravesar la redacción con
un perfecto traje negro, una camisa blanca impoluta. Su ropa se ajusta a ella como un guante. Está arrebatadora y lo sabe.
Se
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por micky morales Mar Feb 09, 2016 10:08 am

bien, es obvio que brittany esta enamoradisima de santana, ahora ella por momentos parece estarlo tambien pero sus huidas post-sexo son demasiado sospechosas, podria pensar que esta casada o tiene un hijo, que se yo, pero algo oculta y el no saberlo me esta torturando, asi que hasta pronto!!!!!
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por Susii Mar Feb 09, 2016 3:54 pm

Se nota de lejos que Brittany esta colgada por San, pero iguaaal no me gusta ese circulo vicioso que tienen>:c presiento que San oculta algo malo:s una novia en otra ciudad tal vez, una ex esposa que todavia no supera o una hija! O.o no se, yo ahora me estoy pasando cualquier rollo:s
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

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