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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Feb 13, 2016 3:50 am

Micky Morales El Mar Feb 09, 2016 9:08 Am bien, es obvio que brittany esta enamoradisima de santana, ahora ella por momentos parece estarlo tambien pero sus huidas post-sexo son demasiado sospechosas, podria pensar que esta casada o tiene un hijo, que se yo, pero algo oculta y el no saberlo me esta torturando, asi que hasta pronto!!!!! escribió:

si el actuar de santana es molesto, espero tambien que de una vez mas se decida por lo que quiere.


Susii El Mar Feb 09, 2016 2:54 Pm Se nota de lejos que Brittany esta colgada por San, pero iguaaal no me gusta ese circulo vicioso que tienen>:c presiento que San oculta algo malo:s una novia en otra ciudad tal vez, una ex esposa que todavia no supera o una hija! O.o no se, yo ahora me estoy pasando cualquier rollo:s escribió:

Santana oculta algo no lo afirmo lo sospecho y al igual que ustedes espero pronto se descubra por que ese su actuar. si ama a britt que la tome si no que la deje en paz
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Feb 13, 2016 4:25 am

Santana para junto a la sala de reuniones y escucha muy concentrada a uno de los ejecutivos. Sólo aparta su vista de él cuando Blaine se acerca. Le da unas rápidas instrucciones que la secretaria asiente y apunta en un bloc justo antes de retirarse.
Santana echa un nada inocente vistazo a su alrededor y entonces me ve.
Supongo que la tonta sonrisa que tengo en la cara le hace devolvérmela.
Los ejecutivos siguen hablándole, pero por un momento toda su atención
está centrada en mí. Blaine vuelve con varias carpetas y un iPad,
interrumpiendo nuestras miradas. Ella dice algo que no logro entender y
todos los ejecutivos se dispersan obedientes.
Cuando está sola con su secretaria, le comenta algo y ambos miran en
mi dirección. Sin dejar de hablar, Santana sonríe al ver cómo rápidamente me bajo de la mesa y me coloco bien el vestido que, en realidad, ya
estaba bien colocado. De pronto me siento muy nerviosa.
Blaine comienza a caminar hacia mí a la vez que Santana se retira a su
despacho.

—Buenos días, Britt.
—Buenos días.
—La señorita Lopez necesita el borrador del artículo principal de este
número de Spaces.
Asiento intentando ocultar mi sonrisa. Me despido de Linda con un
gesto de mano y vuelvo a mi oficina. Quinn aún habla con Pessoa y
definitivamente no está contenta. Le interrumpo para pedirle el borrador
del artículo en cuestión y voy al despacho de la señorita Santana. Si no hubiera unas cincuenta personas en la redacción, lo haría corriendo. Me muero por verla. Nada más verme, Blaine me indica con una sonrisa que puedo pasar. No obstante, llamo a la puerta antes de abrir. Ya he interiorizado esa costumbre.
—Adelante —me da paso.
Abro la puerta, la cierro tras de mí y, cuando sólo he dado un paso
hacia el interior, Santana, que me esperaba junto a la puerta, tira de mi brazo, me empuja contra ella y comienza a besarme apremiante. Me quita la carpeta de la mano y la tira al suelo desparramando una decena de papeles a unos pasos de nosotras.
—En Londres sólo podía pensar en esto —susurra contra mis labios.
Yo sonrío como una idiota asimilando sus palabras y su boca bajando
hasta mi mandíbula, mi cuello. Me está derritiendo entre sus brazos.
Agarra mi trasero con las dos manos y me levanta con fuerza.
Suspiro hondo al sentirla tan salvaje. Adoro que sea así.
Me deja caer en el sofá sin separar un ápice nuestros cuerpos.
Acelerado, pasa sus manos al otro lado de mi vestido, subiéndolo en su
expedición hasta mis bragas, que sin dudarlo rompe de un tirón.
Gimo al notar cómo la tela cede entre mi piel y sus dedos.
Le desabrocho los pantalones y se los bajo, junto a las bragas, lo
suficiente para poder sentir su la calidez de su sexo.
Ella desliza su pulgar sobre mi clítoris. Jadeamos al unísono.
Esto es una locura. Nos besamos y nos tocamos con un deseo
abrasador como si estos cuatro días hubieran sido cuatro meses. La he
echado de menos de una manera absolutamente irracional y ahora mi
cuerpo encendido como nunca grita porque me bese, me toque, me muerda cada centímetro de piel.
Como si fuese capaz de escuchar mis suplicas mentales, me baja con
brusquedad un tirante lo suficiente para dejar al descubierto el sujetador.
Libera mis pechos y lleva su boca hasta mi pezón. Lo rodea con su boca y
lo chupa hábilmente hasta que lo yergue aún más. Lo siento de acero en sus labios. Alza la mirada y sonríe con malicia. Esos ojos planean algo.
Tira de mi pezón con los dientes y, cuando el dolor se difumina
fascinantemente con el placer, introduce dos de sus dedos en mi sexo.
Ahogo un grito desesperado en una nube de gemidos mientras me
arqueo contra su cuerpo con la cabeza echada hacia atrás y los ojos
cerrados.
Estoy extasiada.
Sonríe satisfecha contra mi piel justo antes de bajar aún más y
besarme el estómago por encima del vestido. Deja que su cálido aliento
impregne la tela y me abrase la piel. ¿Qué quiere? ¿Derretirme
literalmente? Porque creo que va a conseguirlo.
Mi cuerpo se tensa. Son demasiados puntos de placer: sus labios en mi
estómago, su mano en mi pecho y sus dedos en mi sexo.
—Dios… —susurro entre jadeos y gemidos.
Santana se incorpora y me observa desde arriba orgullosa de ver cómo
me está arrastrando a un espectacular orgasmo sin ni siquiera despeinarse.
Quiero más, le quiero dentro de mí. Como si volviese a oír las
peticiones anhelantes que no llego a pronunciar, se posiciona entre mis
muslos, y guía sus maravillosos dedos hasta mi interior.
La he echado demasiado de menos.
Sella mis labios con los suyos para acallar mis gritos cuando la noto
dentro y ella gruñe por mi placer y el suyo.
Entra y sale con fuerza. Cada vez más rápido, casi desesperada.
Recibo su brusquedad adorando cada embestida, levantando mis caderas
para recibirla una y otra vez mientras gimo descontrolada.
Sus estocadas me hunden en el mullido sofá. Por un momento temo
que vaya a partirlo en dos.
Siento calor, mucho calor.
La necesitaba y la necesitaba justamente así, salvaje sobre mí,
haciéndome sentir de verdad.
Apoya una mano a un lado de mi cabeza y me embiste con más
fuerza. No aguantaré mucho más. Noto cómo todo mi cuerpo se tensa y
exploto en un liberador orgasmo susurrando su nombre contra el hombro
de su traje, recordando milagrosamente que no debo gritar y excitándome
aún más por ello.
Ella continúa moviéndose. Entra y sale de mí dos veces más. Tan
salvaje que me hace volver a gritar, reactivando los rescoldos de mi
orgasmo, y nos corremos juntas, yo por fantástica segunda vez con los
dientes de Santana hincados en mi cuello para sofocar su propio grito.
Ha sido alucinante.
La habitación se inunda del caos de nuestras respiraciones. Siento
todo el peso de su cuerpo sobre el mío y sonrío extasiada. Mi pelo
desparramado por el sofá me acalora aún más, pero no me importa.
—Parece que me has echado de menos —bromeo.
Santana permanece unos segundos en silencio y se levanta de golpe,
sobresaltándome. Sentada en el sofá con la vista perdida en el fondo del
despacho, comienza a abrocharse los pantalones. Yo me incorporo en
silencio, mirándola, pensando qué ha podido molestarle tanto.
—Follamos cuando necesito distraerme. No creas que después me
paso las horas sonriendo como una idiota y pensando en ti.
No entiendo nada. La manera en la que ha pronunciado esas palabras
ha sido demasiado dura. Ni siquiera me ha mirado. Me siento como si
hubiera roto algo dentro de mí.
Sin decir nada, me levanto y comienzo a recoger los papales del suelo.
No quiero llorar. Intento darme prisa, pero las manos me tiemblan. De
pronto siento náuseas, como si todo mi cuerpo acabara de caer en una
profunda gripe. Quiero marcharme. No quiero llorar delante de ella. Ni una
sola lágrima, Pierce, me ordeno. No le des la satisfacción a alguien como
ella. Hoy menos que nunca.
Ella sigue sentanda en el sofá, observándome, contemplando su obra.
Recojo el último papel y salgo de su despacho.
Con una sonrisa que no me llega a los ojos, devuelvo la que Blaine me
ofrece como saludo. No puedo hablar. Si hablo, romperé a llorar.
Llego a mi despacho y comienzo a moverme nerviosa, a dar pequeños
paseos. Aún me tiemblan las manos. Quinn sale de su oficina. No quiero
que me vea así.
—¿Britt, qué te ha ocurrido? —pregunta alarmada justo antes de
que pueda alcanzar la puerta.
En un microsegundo se me pasan todas las posibles respuestas y al
mismo tiempo toda mi historia con Santana Lopez. ¿Qué me ha ocurrido? Lo que me ha ocurrido pasó el 8 de julio por culpa de una huelga de metro.
—Britt —me apremia en un susurro.
Y ya no puedo más. Comienzo a llorar desconsolada y con una tristeza
que atenaza mi corazón y lo aprieta hasta hacerme casi imposible respirar.
Quinn cierra rápidamente la puerta de la oficina, me toma con
delicadeza por los hombros y me guía hasta su despacho, del que también
cierra la puerta. Me obliga a sentarme en su silla y ella lo hace en la mesa,
frente a mí.
—Lo siento, Quinn
—le digo en un ininteligible murmuro inundado
de lágrimas.
Ella me sonríe llena de empatía y dulzura. No vuelve a preguntarme qué
me pasa, lo que me hace intuir que ya lo sabe y me siento aún más
avergonzada.
Oímos cómo se abre bruscamente la puerta exterior de la oficina. Sé
quién es. Siempre lo sé. Mi cuerpo se despierta con su proximidad, sólo
que ahora es un sentimiento que aborrezco.
—Espera aquí, ¿de acuerdo? —me pide Quinn.
A continuación se levanta y sale del despacho, cerrando la puerta tras
de sí.
Este sillón es probablemente el único punto que no puede verse desde
los cristales que comunican ambas oficinas, y ahora mismo me alegro
muchísimo. No quiero verla y tampoco quiero que ella me vea.
Están hablando. Sé que está al otro lado de la pared, pero no puedo
entender lo que dicen.
Me concentro en intentar dejar de llorar. Suspiro hondo y pienso que,
si ahora mismo entrara, me encontraría hecha un mar de lágrimas y eso no
lo puedo consentir. Sin embargo, creo que no sólo lloro por ella, también lo
hago por mí. Sentada sin bragas en el despacho de mi jefa después de haber llorado desconsolada delante de ella tras haberme tirado a la dueña de la empresa. Soy la viva imagen de todo lo que se supone que no hay que hacer en el lugar de trabajo. Nunca pensé que mi profesionalidad se vería manchada de esta manera. «Eres una chica lista, no pierdas eso.» Recuerdo la frase de Rachel y creo que no podría haberlo hecho peor. Vuelvo a suspirar hondo, cojo un papel de la mesa de Quinn y comienzo a escribir.
—Santana, déjala en paz.
La voz de Quinn me llega desde el otro lado de la puerta.
—Quiero verla.
Suena realmente furiosa.
—No, lleva llorando desde que volvió de tu despacho. ¿Qué le has
hecho, tía?
—No es asunto tuyo —masculla.
—No vas a pasar.
Termino de escribir, doblo la hoja y voy hasta la puerta. Odio la idea
de que discutan por mi culpa.
Al verme, las dos se quedan callados. Santana busca mi mirada con la
suya, pero yo la aparto rápidamente. Se le ve nerviosa, enfadada, frustrada, y lo que más me sorprende es que no está intentado ocultarlo. Esa idea me hace alzar la cabeza y sin remedio dejarme atrapar por sus ojos.
—Quinn, déjanos solas —dice Santana.
—Ni lo sueñes.
—Quinn, joder.
Al ver que mi jefa no se mueve, Santana la fulmina con la mirada.
—Estaré fuera, justo detrás de la puerta.
Pronuncia esa frase mirándome a mí, pero en realidad es una amenaza
velada a Santana que sencillamente la ignora. Cuando se aleja unos pasos, mi mente embotada y nerviosa recuerda el papel que tengo entre las manos.
—Quinn, espera —le pido.
Santana me mira confusa mientras me acerco a mi jefa y le entrego el
papel. —Quería darte esto y gracias por todo.
Intento que mi voz suene firme.
—¿Gracias por todo? ¿Pero qué es esto? —Quinn desdobla la hoja,
le echa un rápido vistazo y vuelve a mirarme alarmada—: ¿Una carta de
dimisión?
Asiento procurando por todos los medios no volver a llorar.
—¿Una carta de dimisión? —repite atónito Santana, que coge la carta
furiosa y la mira sin poder creer lo que está leyendo.
—Sal de aquí, Quinn. —Clava sus ojos en los míos. Su amiga
no se mueve—. Por favor —le pide intentando que su voz suene más suave, pero sigue siendo un tono intimidante y lleno de dureza.
Quinn sale del despacho no sin antes mascullar un «joder» entre
dientes.
—Britt, ¿por qué te marchas? —me pregunta en cuanto se cierra la
puerta. Río por dentro. ¿En serio tiene que preguntármelo? Me voy porque no puedo más, pero no pienso darle el gusto de oírmelo decir.
—Britt, ¿por qué te marchas? —repite.
Sigo callada, luchando por no llorar. Aunque sólo sea al final, le
demostraré que no soy tan débil como ella cree o, mejor dicho, como yo le
he dejado ver.
—¡Contéstame! —alza la voz exasperada.
—¿Y a ti que te importa, Santana? —casi grito—. Al fin al cabo, sólo
soy alguien a quien te follas cuando necesitas distraerte —replico
desengañada.
Cierra los ojos. Diría que a ella también le duele escuchar su propia
frase.
—Follamos y fui una estúpida, pero no pensaba nada de lo que dije.
Su voz sigue siendo dura, pero también suena desesperada, como si
quisiera borrar sus palabras.
—El problema no es ése, Santana. Si no me voy, esto nunca va a parar.
Me siento como el perro de Pávlov chocándome con un comportamiento
aprendido una y otra vez que me hace feliz un segundo y desgraciada el
resto del tiempo. Y sé que acabará conmigo. No sobreviviré. No soy tan
fuerte. Cojo mi móvil de la mesa y mi bolso del perchero. Voy a marcharme
y es lo más triste que he hecho en mi vida.
—Britt, no, espera.
Me giro y la observo mientras se pasa las manos por el pelo
intentando buscar una iluminación que le permita encontrar una solución.
—Y si prometo mantenerme alejada de ti.
—Santana…
No sé cómo continuar. ¿Por qué me ha dolido tantísimo que me
prometiera eso? ¿Acaso no es lo que necesito?
—Te prometo que no volveré a tocarte, pero no te vayas.
Sigo callada. No sé qué decir. Ella se revuelve y continúa caminando
nerviosa tal y como lo hice yo cuando llegué a este despacho unos minutos
atrás. Tiene las manos en la cabeza y no deja de mirarme. Es la primera
vez que veo miedo en sus ojos.
—Britt, por favor, no lo hagas por mí —dice deteniéndose frente a
mí, cerca, muy cerca, a la vez que baja los brazos e intenta volver a
recuperar el control sobre sí misma—. Hazlo por Quinn, por mi padre.
Suena desesperada y me abruma.
—Está bien, Santana, me quedaré.
Suspira aliviada sin dejar de mirarme.
—Está bien —susurra.
Y por un momento no sé si ese alivio porque me quede es por Quinn,
por su padre o por ella mismo. Supongo que la última opción es poco
probable. Si ya no puede follarme cuando necesite distraerse, no creo que
me necesite para nada. Una solitaria lágrima recorre mi mejilla al
recordarlo, pero me la seco bruscamente con los dedos.
—Adiós, Santana —me despido dejando que sus ojos atrapen los
míos una vez más.
—Adiós, Britt.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Feb 13, 2016 5:03 am

19


Salgo del despacho sin saber qué hacer. Quinn me espera inquieta
sentada en una de las mesas de redacción. Cruzamos nuestras miradas
durante un momento y comprende perfectamente que necesito salir de
aquí.
Voy hasta el ascensor, pero ni siquiera soy capaz de esperarlo, así que
me marcho por las escaleras. Bajo cada tramo más rápido que el anterior.
Acelerada. Creyendo absurdamente que así conseguiré huir de Santana,
de su promesa de no volver a tocarme, de lo estúpidamente ilusionada que
estaba esta mañana, de este horrible día.
Me paro en seco. Mis piernas ya no me responden. Me dejo caer sobre
la pared intentando recuperar el aliento, rogándome a mí misma por no
volver a romper a llorar, no en la octava planta de Lopez Enterprises
Group.Me concentro en mi respiración. «Sal de aquí, Pierce», me pido, casi
me suplico.
A punto de abrir la puerta de mi apartamento, me doy cuenta de que
no quiero estar sola. No quiero pasarme toda la noche pensando sin poder
dormir. Vuelvo a suspirar hondo y voy hasta casa de los  Berry .

Me despierto totalmente desorientada. Aún es de noche. Necesito
varios minutos para comprender que estoy en la habitación de Rachel. Ella
no está. Miro el reloj de su mesita de noche. Son las tres de la madrugada.
Me duele muchísimo la cabeza. Antes de que pueda pensar nada más,
recuerdo que Lucky está solo en mi apartamento.
Me levanto procurando no hacer ruido. Imagino que Rachel estará con
Brody. Camino de la puerta, mi pie descalzo choca con algo. Miro hacia abajo y es el cuenco del agua de Lucky. Joe debió traerlo pero ¿dónde está el perro? Con un rápido vistazo compruebo que está durmiendo en el sofá bocarriba y con pinta de haberse peleado con todos los cojines. La imagen me hace sonreír.

Me acurruco en el sofá y me digo a mí misma que esto se acabó. Es el
último día que lloro y la última noche que paso en vela haciéndome un
millón de preguntas.
A las seis me voy a mi apartamento, me ducho y me visto. Decido
ponerme mi falda de la suerte. Hoy la necesitaré.
. Cuando estoy a punto de cruzar las puertas de Lopez Group, pienso seriamente en darme la vuelta y fingir que estoy enferma, pero estoy luchando por recuperar a la Brittany profesional, así que no puedo permitirme ese lujo.
Al llegar a la oficina, me sorprende ver a Quinn sentada en mi mesa.
—Buenos días, Britt.
—Buenos días, Quinn. ¿Ocurre algo? —pregunto confusa.
—No —responde con una sonrisa dulce—, sólo quería preguntarte
cómo estabas.
—Estoy bien —me apresuro a responder colgando mi bolso en el
perchero.
—¿Seguro?
—Sí, claro —me reafirmo en mi respuesta asintiendo con la cabeza.
—Ayer hable con Santana cuando te marchaste y me lo contó todo.
Genial. Tenía la esperanza de que Quinn fuera la única ajena a todo
esto. No quiero que mi trabajo quede supeditado a ser la chica que se
acostó con la señorita Lopez.
—Lo que tuve con Santana no tuvo nada que ver con el trabajo.
Trato de que mis palabras suenen claras y concisas. Ahora mismo sólo
quiero que la tierra me trague. ¿Cómo he podido acabar en esta situación?
—Lo sé —me aclara con voz tranquilizadora—. Sólo quería decirte
que nunca había visto a Santana así.
No. Esto es lo último que necesito.
—Quinn —la interrumpo—, no quiero saberlo y preferiría que
olvidáramos todo esto. Estoy bien.
—Como quieras —contesta a la vez que se levanta de la mesa y se
dirige a su oficina—, pero, si alguna vez necesitas hablar, aquí me tienes.
—Gracias.
Quinn se detiene justo en el umbral de su puerta.
—Y nunca pienses que tu trabajo aquí va a quedar en entredicho por
nada.
—Gracias —repito.
Quinn asiente y finalmente entra en su despacho.
El día en la oficina pasa extraño y tedioso. No hay mucho trabajo.
Cada vez que suena el teléfono de mi mesa, el corazón me da un vuelco
pensando que puede ser Blaine. Sugar me manda una decena de mensajes. La mayoría de ellos son citas textuales de una amenaza que piensa enviarle por carta a Santana. En el último, me envía los teléfonos de los que me asegura son varios sicarios. Por el bien de las dos espero que bromee. En cualquier caso, consigue arrancarme una sonrisa y lo agradezco.

Salimos a almorzar y mientras le presto toda mi atención a Sugar, ocurre. La puerta del pequeño restaurante se abre y entra Santana seguida de de Quinn y otros dos hombres. Está guapísima, más que ningún otro día, y no entiendo por qué tiene que ser precisamente hoy.
—Qué hija de puta —masculla Sugar intentando ocultar su asombro
—. Tenía que venir así hoy.
Atraviesa la sala despertando a todas las mujeres del local. Lleva un
traje de corte italiano negro con algunos detalles marrones
Los cuatro llegan a la barra y al fin se quita las Ray-Ban. Por lo menos
algo a mi favor, aunque creo que no soy consciente de la estupidez que
acabo de pensar hasta que echa un vistazo al local y sus maravillosos ojos se cruzan con los míos.
«Respira, Pierce.»
Pero, más que aire, mi cuerpo necesita correr a tirarse en sus brazos.
Seguimos mirándonos. A pesar de la distancia, puedo ver en sus ojos
que quiere decirme muchas cosas y ese brillo que me deja hipnotizada
sigue estando ahí, da igual cuántas veces me haya repetido que se acabó.
Una luz de alarma se ilumina en el fondo de mi cerebro.
«Esto no es una buena idea, así que deja de mirarla.»
El camarero llega con nuestras bebidas y es la ayuda que necesito para
poder apartar mi mirada de la suya y concentrarla en mi agua sin gas.
Carraspeo al comprobar que Sugar aún la observa embobada.
—Chica, tienes que sentirte de los más desgraciada ahora mismo —
dice perdiendo su vista en la ensalada.
El comentario de Sugar, no sé por qué, me hace sonreír.
—Definitivamente no es mi día —comento.
—Britt, estoy muy orgullosa de ti.
Las palabras de mi amiga me reconfortan y me hacen mirarla de
nuevo.— Quinn  me contó lo que pasó ayer —continúa llena de ternura.
Asiento en silencio. Si ya sabe lo que pasó, no tengo nada más que
añadir.— También sé lo que le dijo Santana, cómo se siente, pero no sé si
quieres que te lo cuente.
—No quiero, Sugar —me apresuro a contestar.
Tanto tiempo intentado averiguar cómo se sentía y ahora tengo la
oportunidad de saberlo. Sin embargo, llega demasiado tarde y de la peor
manera posible.
Sugar asiente y ambas volvemos a centrarnos en nuestras ensaladas.
Intento comer, pero me resulta de lo más difícil. En mi mente aún flota la
frase de Quinn, «no había visto nunca a Santana así», y ahora tengo que
sumar la posibilidad de saberlo todo sólo con decir que, efectivamente,
quiero. Por si no fuera suficiente, Santana sigue a escasos pasos de mí. Me siento observada por ella, noto cómo otras mujeres la miran y, cuando la señorita Martin se levanta de su mesa y camina hacia ella colocándose el
pelo, creo que voy a volverme loca.
—No aguanto más. Tengo que irme —digo a punto de levantarme.
Sugar coloca rápidamente su mano sobre la mía.
—No te muevas —susurra intimidante—. Éste no es el momento de
irse, es el momento de echarle huevos, quedarse y ver qué pasa. ¿No
estabas cansada de sentirte confusa?
Asiento.
—Pues alguien debe quererte mucho ahí arriba, porque acaban de
ponerte en bandeja la posibilidad de comprobar si es la mayor gilipollas
del mundo o no.
Suspiro hondo y vuelvo a asentir. Le estoy diciendo sin palabras que
me quedaré. Ella me devuelve el gesto y retira su mano de la mía.
Quizá menos disimuladas de lo que pensamos, contemplamos cómo la
señorita Martin se acerca a los chicos. Saluda  Santana con la sonrisa
más grande que he visto en mi vida. Ella le devuelve un escueto «Buenas
tardes, señorita Martin», le hace un imperceptible gesto a Ryder y, sin ni
siquiera volver a mirarla, se coloca de nuevo sus gafas de sol y sale del
Marchisio’s. Cuando la veo atravesar la puerta y, sobre todo, cuando la
observo a ella regresar molesta e indignada a su mesa, dejo escapar todo el aire en un profundo suspiro. Sin darme cuenta había contenido la
respiración hasta averiguar qué pasaba.
Sugar me mira y alza las cejas con una leve sonrisa a la vez que
pincha un trozo de tomate y se lo lleva a la boca.
—No es la mayor gilipollas del mundo —musito—, pero eso no
significa nada.
Vuelvo a darle un trago a mi agua sin gas y lo observo cruzar la calle
a través de la ventana y entrar de nuevo en el edificio del Lopez Group.
En la oficina, aunque intento concentrarme en el trabajo, no soy
capaz. La frase de Quinn y la proposición de Sugar siguen planeando
sobre mí. Por un lado, me recuerdo que me he propuesto acabar con todo
esto, no pensar más en ella; pero, por otro, no puedo obviar las ganas casi
apabullantes que tengo de saber qué sintió Santana cuando me marché.
Después de una lucha interna de proporciones épicas, acabo sacando
el iPhone y mandándole un mensaje a Sugar para que nos reunamos en el
archivo.
Sólo llevo en la diminuta habitación dos minutos cuando Sugar
entra, se sube en los archivadores, abre la pequeña ventana y se enciende
un cigarrillo.
—La que está nerviosa soy yo —me quejo sardónica.
Ella me hace un mohín y exhala el humo de la calada que acaba de
dar.
—¿Estás segura?
Asiento.
—Sí, lo estoy.
—Santana está hecho polvo.
La primera frase cae como un jarro de agua fría sobre mí.
—Le contó a Quinn que se había comportado como una gilipollas y
que nunca se perdonaría el daño que te había hecho.
Sugar me mira esperando alguna reacción por mi parte mientras yo
me agarro temerosa al borde del cajón del archivador a mi espalda,
intentando no desmoronarme ante lo que acabo de escuchar.
—¿Tan malo fue? —pregunta en un susurro.
Yo me limito a asentir de nuevo.
—Creí que Quinn te lo había contado.
—Me contó cómo llegaste al despacho, cómo llegó Santana, la discusión
y que habías intentado dimitir.
Suspiro profundamente y me llevo las manos a la cara.
—Sugar, por Dios, no sé qué hacer. —Me siento exasperada—.
Quiero pensar que he tomado la mejor decisión, que no me he equivocado,
pero la echo tanto de menos, y es ridículo, porque sólo ha pasado un día,
pero creo que ya empecé a hacerlo cuando puse un pie fuera del edificio.
—Britt, aún hay más.
La mirada que me dedica, y sobre todo su tono de voz, me hacen
pensar que lo peor, lo que verdaderamente tenía que haberme planteado si
quería saber o no, viene ahora.
—Santana se arrepiente de lo que pasó, pero también cree que es lo
mejor para las dos. Piensa que la situación se le estaba yendo de las manos.
Clavo mi mirada en el suelo. Me siento pequeña, muy pequeña. Mi
pobre corazón, que ya estaba roto, ahora cae fulminado. Ella cree que es lo
mejor para las dos.
—Entonces supongo que no tengo nada que pensar. Esto se ha acabado
—murmuro.
—Eso parece —musita Sugar y sé que está sufriendo por ser ella la
que tiene que contarme todo esto.
—Probablemente tenga razón y sea lo mejor. No había ninguna
posibilidad de que saliera bien.
Sugar se baja de un salto y se acerca para intentar consolarme, pero
en estos momentos no puedo dejar que lo haga. Si me abraza, romperé a
llorar.— Tengo que volver al trabajo.

Ahora mismo soy como el marcador de rumbo de
un avión. Me siento desalineada, inclinada con respecto al horizonte
imaginario y necesito como sea recuperar la estabilidad.
Opto por enterrarme en el trabajo. Eso siempre me ha ayudado. Me
retiro de la puerta, me acerco a mi mesa y entonces, sin previo aviso,
volviendo a hacer trizas mi rumbo y mi corazón, veo sobre mi mesa una
pequeña bola de nieve del Big Ben.
Con el paso lleno de dudas, me siento en mi silla. Observo la bola
mientras alzo una mano temblorosa para tocarla. Es realmente preciosa.
Parece hecha a mano, con la base roja y un cartelito blanco en el que se
puede leer «Londres» escrito en letras negras.
Ahogo un sollozo sin dejar de mirarla. ¿Qué hago ahora? ¿Qué
demonios hago ahora? Mi pobre corazoncito levanta la mano dispuesto a
decir algo, pero no pienso permitirme el lujo de escucharlo. Ella cree que es
lo mejor para las dos. Quizá yo debería volver a ser la chica lista que un
día fui y empezar a pensar lo mismo.
Salgo de la oficina a las cinco en punto. No puedo permitirme estar en
este lugar un segundo más de lo necesario. Siento que me falta el aire.
Llego a mi apartamento y me dejo caer en el sofá.

Es todo tan confuso. De pronto todas las dudas y las preguntas sin respuesta vuelven a mi mente y una con más fuerza que las demás: ¿por qué quiso que me quedara en la revista? Prometió no volver a tocarme, así que ¿qué le importa la suerte que corra lejos de ella?
Dudando, como no lo había hecho en mi vida, cojo el iPhone. He
hablado sobre Santana  con todos los que me conocen, quizá ya va siendo hora de que algunas cosas las aclare con ella. Si quiero
pasar página de verdad y recuperar mi vida, no puedo pasármela dándole
vueltas a lo mismo una y otra vez.
Prácticamente temblando, deslizo el dedo sobre la tecla verde. Cuando
leo su nombre en la pantalla, tengo la sensación de que el mundo acaba de
dejar de girar. Estoy demasiado nerviosa y maldigo que la tecnología
dejara atrás los teléfonos en los que podías colgar antes de que la otra
persona respondiera sin que tu nombre apareciera en ninguna pantalla.
«Respira, Britt.»
—Hola.
Su voz a través del teléfono es igual fuerte y sensual.
—Hola —respondo en un susurro.
El silencio se abre paso entre nosotras. Es tan extraño sentirla tan
cerca y a la vez saber que está tan lejos, en todos los sentidos.
—Suenas cansada.
—Anoche no dormí bien.
—Yo tampoco.
Suspira profundamente. En estos momentos sólo quiero correr a
abrazarla.
—Gracias por la bola de nieve. Es preciosa.
—No tienes que dármelas. Estaba caminando por una calle del centro
de Londres, ni siquiera recuerdo cuál, y la vi. Pensé que te gustaría.
Ahora la que suspira soy yo. Así era exactamente como mi maltrecho
corazoncito se lo había imaginado.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—¿Qué quieres saber?
Allá vamos.
—¿Por qué querías que me quedara en la empresa?
Mi voz ha vuelto a transformarse en un susurro. La respuesta me da
muchísimo miedo.
—Porque necesitaba saber que por lo menos podría verte.
De todas las respuestas posibles, ésa era la única que me destrozaría
aún más el corazón y al mismo tiempo hincharía de esperanza los
diminutos pedazos.
—Santana —murmuro con la voz entrecortada a la vez que una lágrima
rueda libre por mi mejilla.
¿Por qué? ¿Por qué ha tenido que acabar así?
—Britt, es tarde. Deberías intentar descansar.
Asiento a pesar de que soy consciente de que ella no puede verme.
—Buenas noches, Santana.
Trato de que mi voz suene calmada.
—Buenas noches, Britt.
Cuelgo el teléfono y me dejo caer en la cama. Echo de menos mi
nórdico. Me gustaría poder meterme bajo capas de ropa y no salir jamás.
Cuando suena el despertador, llevo casi una hora despierta, mirando el
techo, recordando cada una de mis palabras, de las suyas. No conocía este
lado mío tan autodestructivo y lo detesto.


Me bajo de un salto y me meto en la ducha buscando cinco minutos
con la mente en blanco. No creo que eso sea pedir demasiado.
Al salir pongo música, algo animado que no me deje pensar, que sólo
tenga que gritar a pleno pulmón, que me evada. Elijo Burn, de Ellie
Goulding. Subo el volumen y comienzo a cantar. No me sé muy bien la
letra, pero no me importa. Lo único que quiero es gritar, dejarlo todo atrás,
los besos, su mano en mi cadera, mis dientes en su hombro, la bola de
nieve, la llamada. Sólo quiero estar bien, pero me temo que eso sí es pedir
demasiado.
Llego al trabajo antes de tiempo. Nunca imaginé que la ventaja que le
sacaría a mis noches de insomnio sería una notable mejora en mi
puntualidad. La reunión con el Lopez Group es a primera hora de la
mañana. Tengo que estar centrada.
Entro en el despacho y antes de que pueda colgar mi bolso oigo
farfullar a Quinn en su oficina.
—¿Todo bien? —pregunto acercándome a su puerta abierta.
—Todo mal, Britt —contesta sin paños calientes—. El inútil de
Pessoa no se ve capaz de entregar el artículo a tiempo. Lo que lleva hasta
ahora es una auténtica basura. Nunca debí dejarle escribir sobre un tema
tan delicado. ¡Joder!
—Y encima ahora tenemos que ir a esa estúpida reunión. —Echa un
vistazo a su reloj—. Vamos, está a punto de empezar.
Quinn mete todas las hojas en una carpeta, coge otros dos dosieres y
me sigue fuera del despacho. La puerta de la sala de reuniones vuelve a
estar abarrotada de ejecutivos y de sus asistentes. Cuando atravesamos esa nube de hombres y mujeres enchaquetados, oigo algún comentario sobre que  el mayor de los Lopez está aquí.
Al fin entramos en la sala de reuniones. Quinn se sienta a una silla
de la presidencia y me señala precisamente esa silla a su lado para que me
siente yo.
—Si vamos a tener que estar aquí dos horas, por lo menos vamos a
aprovechar el tiempo. Yo me siento y miro la silla al otro lado. Ni siquiera ha llegado y ya estoy nerviosa.
—Nuestro mayor problema es cómo sustituir ese artículo —me
recuerda.
—Todos los meses decenas de freelances nos envían artículos, ¿no
podemos usar ninguno?
—No hay ninguno lo suficientemente bueno para ser tema central.
Antes de que podamos seguir dándole más vueltas, todos los
ejecutivos entran en la sala y poco a poco van ocupando sus respectivos
asientos en la gran mesa. Saludo a Sugar, que se sienta junto a los otros
asistentes.
Apenas un minuto después entra Santana charlando con su padre y
su hermano Ryder. Viéndolos a los tres juntos, nadie podría negar cuánto
se parecen.


La reunión termina poco después y todos los ejecutivos comienzan a
salir. Quinn, los Lopez y yo seguimos sentados. Cuando se asegura de que
todos los enchaquetados y sus asistentes se han marchado, mi jefa al fin se levanta.
—Santana, tenemos un problema —comenta inquieta no sé si por el
problema en sí o por la más que plausible reacción de la dueña y ama del
mundo.
—¿Un problema? ¿Y por qué antes me has dicho «todo bien»? —
inquiere socarrón. Santana se levanta y comienza a colocarse bien los puños de la camisa blanca que le sobresalen elegantemente de su chaqueta color carbón.
—Esos ejecutivos ya me odian porque vengo a trabajar en vaqueros y
no corro a esconderme con el rabo entre las piernas cada vez que tú
pronuncias mi nombre, así que, como comprenderás, no iba a darles la
satisfacción de oírme decir que algo iba mal.
—Qué madura —le pincha su amiga con una sonrisa.
—Que te jodan.
La sonrisa de Santana se ensancha tanto como la desesperación de
Quinn.
—¿Y cuál es el problema?
—El artículo de Pessoa, se ha caído —contesta Quinn deteniéndose
en sus frenéticos paseos y colocando los brazos en jarra.
—¿Qué?
Con esa sola e intimidante palabra se puede notar cómo su voz se ha
endurecido y cualquier rastro de sonrisa ha desaparecido.
—El gilipollas no se ve capaz de terminarlo.
—Joder, Quinn. Te pregunté si estabas seguro de que podría con
algo así y me respondiste que sí.

Respiro hondo. Me aclaro la garganta.
—Yo tengo una idea —digo intentando que mi voz suene firme y
segura a la vez que me levanto.
Santana y Quinn  dejan de discutir y centran su mirada en mí. Mi jefa
me hace un gesto para que continúe.
—Este número intenta explicar la importancia de una arquitectura en
consonancia con la ciudad. Tenemos opiniones de expertos, de arquitectos
importantes, pero en ningún momento le hemos preguntado a los
neoyorquinos qué esperan de ella, de la arquitectura, quiero decir. —Estoy
muy nerviosa—. Así que había pensando que podíamos buscar a una
persona normal y corriente, por ejemplo una madre de Queens. Tiene
cuatro hijos, una casa que se le está quedando pequeña y en la que en
invierno se cuela el frío por culpa de la junta de la ventana del salón. Por
otro lado, buscamos a un arquitecto de fama mundial, alguien como Frank
Ghery, muy artístico y en cuyos trabajos el diseño es fundamental. Pues
bien, la idea es llevar a Ghery a la casa de esta madre de Queens y que
muestre cómo su ideal de arquitectura podría hacerle la vida más fácil. Por
supuesto, el  Lopez Group correría con todos los gastos que las mejoras de la casa supusieran. Y podría escribirlo Lewis o Linda.
Todos me miran en silencio y yo cada vez estoy más nerviosa. Por un
momento tengo la sensación de que acabo de decir la tontería más grande
de la historia.
—Es una idea fantástica —dice Quinn al fin— y para nada pienso
dejar que lo escriban Lewis o Linda, lo haré yo mismo.
Todos me sonríen y yo me siento en una nube laboral.
«Genial.»
—Lo mejor será que nos pongamos manos a la obra —continúa
Quinn eufórico—. Ryan, mándanos a alguien de Contabilidad que nos
ayude con los números y evalúe el gasto. Britt, tú encárgate de buscar a
la madre de Queens y yo me pondré en contacto con Ghery.
Asiento entusiasmada y comienzo a recoger todos los documentos que
mi jefa ha ido esparciendo por la mesa a lo largo de la reunión. Vuelvo a
sentir la mirada de Santana a escasos pasos de mí. Estoy tan contenta que no me importa caer por el precipicio que supone mirarla y lo hago. La sonrisa que me dedica me llena por dentro. Está feliz y orgullosa.
—Buen trabajo, señorita Pierce —me dice.


Última edición por marthagr81@yahoo.es el Sáb Feb 13, 2016 5:31 am, editado 1 vez
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Feb 13, 2016 5:10 am

Las reformas en la casa de esa mujer deberán estar listas en dos semanas.
—Yo me encargo —dice Santana, que me mira durante un segundo y
suspira justo antes de llevar su vista hacia Sugar—. Señorita Motta,
acompáñeme, por favor.
Hace sólo un par de días me habría pedido a mí que la acompañara y
habríamos pasado toda la tarde juntas en su despacho. Ahora me siento
decepcionada. Las observo alejarse y me descubro a punto de levantarme y pedirle que sea yo quien la acompañe. Soy plenamente consciente de que es un pensamiento absolutamente ridículo, pero duele demasiado.
. Con un mensaje de texto, aviso a mi amiga de que estaré en el Marchisio’s. Me pido una Coca-Cola y espero a Sugar sentada en nuestra mesa. Menos de cinco minutos después la veo entrar en el gastropub con un enfado monumental.
—Está insoportable —comenta sentándose bruscamente en la silla e
inmediatamente sé que habla de Santana—. Se ha pasado toda la mañana con un humor de perros. Me ha gritado una decena de veces y puedo sentirme afortunada —continúa sardónica mientras rebusca frenética en su bolso, imagino que los cigarrillos—. Ha ido a su despacho un tal Lifford, creo que de las inmobiliarias, y ha estado a punto de hacerlo llorar. ¿Qué coño le pasa?
Sonríe aún más irónica al caer ella misma en la respuesta y alza la
cabeza para mirarme a los ojos.
—Por el bien de la empresa y de los pobres mortales que trabajamos
en ella, vuelve a su oficina y échale un polvo.
Sonrío nerviosa porque temo que sea demasiado obvio que me muero
de ganas por hacerlo.
—Se acabaron los polvos con Santana Lopez. ¿Ya no te acuerdas? —le
replico intentando mostrarme mínimamente ofendida.
—Pues que Dios nos asista, porque no quiero ni imaginar cómo va a
estar dentro de una semana.
—Estará perfectamente. Ya habrá encontrado a otra con la que
distraerse y punto.
Sólo pensar en esa posibilidad hace que sienta ganas de vomitar.
—¿Cómo puede ser que a estas alturas aún no te hayas dado cuenta,
Britt? No le vale ninguna otra. Sólo le vales tú.
Su frase me deja hecha polvo en demasiados aspectos. Por un lado
creo que es mentira, que se equivoca, si no, ¿por qué se ha estado
comportando como una perfecta capulla conmigo? Por otro, hace que me
replantee todas las decisiones que he tomado hasta ahora. Y por último y
más doloroso, me hace recordar que, aunque quisiera, ella ya ha dejado claro que lo mejor para las dos es que esto se haya acabado.

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Feb 13, 2016 5:30 am

20


Por un momento creo que va a cruzar el despacho corriendo y a besarme
como sólo ella sabe hacerlo y yo me muero de ganas de que lo haga.
—Señorita Pierce —me llama en un ronco susurro impregnado de un
deseo y una sensualidad que me desarman—, le importaría dejarme sola.
Algo dentro de mí se desvanece. No eran las palabras que esperaba.
Mi cuerpo está soliviantado. Mi respiración acelerada. No podría desearla
más. Quererla más. Esto es una auténtica locura.
Asiento tímida y obligo a mis piernas a obedecerme y empezar a
caminar. Ni siquiera compruebo si llevo todos los documentos. Al pasar a
su lado justo antes de salir, puedo notar su olor y la tortura de tener que
alejarme de ella se multiplica por mil.
De vuelta en mi oficina, pierdo la cuenta de cuántas veces tengo que
respirar hondo para tranquilizarme.

Al fin lo consigo, hago las fotocopias y me encamino al despacho de
Ryder en la planta veintisiete. Aún me tiemblan las rodillas.
La voz del mayor de los Riley retumba en la desierta planta de
Recursos Humanos. El aire acondicionado debe estar puesto muy alto,
porque incluso hace algo de frío. La puerta de su despacho está abierta y se oye la risa de Quinn. Y me habla Ryder diciendo nada mas que
—Mi padre se quedó muy impresionado contigo —me comenta
Ryder mientras Quinn asiente encantada—. Quiere que vengas a comer
el domingo a casa. Nada especial, sólo una reunión de familia y amigos.
—Vaya, no sé qué decir. Me siento muy halagada.
—Esta cosa que tienes por jefa también irá —añade.
—No sé —respondo nerviosa.
No creo que pasarme el domingo rodeada de los Lopez, y sobre todo de
Una Lopez en particular, sea lo que necesito.
—¿Has probado a decirle alguna vez que no a mi padre? —me
pregunta Ryder perspicaz.
—No —contesto con una sonrisa.
—Pues lo dicho. En la casa familiar a eso de las doce.
Quinn me mira sonriente y yo me resigno. La idea me asusta y me
pone nerviosa a partes iguales.
Estamos charlando los tres, todavía en el despacho de Ryder, cuando
llega Santana.
—Aquí estás, hermanita —la saluda Ryder con una sonrisa.
—Joder, me encantaría veros trabajando alguna vez. Santana rodea la mesa de su hermano y comienza a buscar algo en su
ordenador.
Quinn se levanta y coge una pila inmensa de carpetas que había en
una esquina de la mesa de Ryder. Cuando apenas hemos dado un par de
pasos, se detiene y hace un torpe intento de rascarse la nariz con la carpeta superior, lo que provoca que varias de ellas acaben en el suelo.
Rápidamente me agacho a recogerlas.
—¿Qué mierda haces, Fabray? —grita Ryder al borde de la risa.
—Me pica muchísimo la nariz —se queja—. Es insoportable.
—Espera —le pido levantándome.
Vuelvo a colocar las carpetas sobre el montón y yo misma le rasco la
nariz con suavidad.
—¿Mejor?
—Mejor —responde sonriéndome.
—Ves como no te la mereces —sentencia Ryder a la vez que
ensancha su sonrisa.
Me giro para devolvérsela y también me permito observar a Santana.
Sigue enfadada, con la mirada clavada en la pantalla del Mac y los labios
convertidos en una fina línea. Definitivamente no está para bromas.
Sentada a mi mesa, confirmo todas las entrevistas para después del
almuerzo. La asistente social ha conseguido reducir las candidatas a cinco.
Reviso las horas asignadas y llamo a George para que tenga el coche listo a las tres en punto.
—Genial, Britt —comenta Quinn—. Cuéntale las novedades a
Santana y de paso pregúntale si querrá ir a las entrevistas.
Asiento y salgo de la oficina rezando para que Ryder también esté
en el despacho. Camino lenta, parece que los pies me pesaran cien kilos
cada uno. Después de cómo mi cuerpo traidor estuvo a punto de tirarse en
sus brazos, no quiero volver a verme en ese despacho donde han pasado
tantas cosas a solas con ella.
La puerta está entreabierta. Está sola, sentada a su mesa trabajando en
el ordenador. Llamo suavemente. Santana alza la mirada un segundo y hace un leve gesto con la cabeza dándome paso a la vez que vuelve la vista a la pantalla.
Camino nerviosa hasta colocarme frente a ella.
—Señorita Lopez, venía a informarle de que las entrevistas para
seleccionar a la madre de Queens ya están concertadas. Hay cinco
candidatas. Quinn quiere saber si querrá ir a las entrevistas.
—¿También necesitáis que me ocupe de eso? —inquiere brusca con el
tono endurecido, mirándome al fin.
—Pensó que estaría interesada —le disculpo nerviosa.
—Ya, bueno. Si no se dedicara a divertirse con mi hermano y con
usted, a lo mejor se daría cuenta de que tengo muchas más cosas que hacer antes que perder las horas con la revista.
Obviamente está enfadadísima, pero no entiendo a qué viene ese
comentario.
—¿Ocurre algo, señorita Lopez?
—No, ¿qué tendría que ocurrir? —pregunta a su vez irónica y
molesta, volviendo su vista a la pantalla del ordenador y dando la
conversación por terminada.
Pues por mí, perfecto. No tengo por qué soportar sus cambios de
humor y todo lo enfadada que esté por algo que ni siquiera quiere
contarme.
Giro sobre mis talones dispuesta a salir del despacho.
—Ocurre que no quiero que hagas eso —dice a mi espalda.
Se levanta, rodea su mesa y se apoya en ella.
—¿Qué? —inquiero confusa. No entiendo a qué se refiere.
—No quiero que trates así a mi hermano y a Quinn.
Mi «¿qué?» esta vez es mental de puro asombro y perplejidad.
—Sólo soy amable. Nada más.
—Hay una diferencia entre ser amable y tratar a Quinn como si
estuvierais de luna de miel.
Esa rabia mezclada con indignación y orgullo, esa que sólo ella sabe
sacar de mí, comienza a inundarme. ¿Cómo se atreve a decir algo así?
—Eso no es cierto.
—Sí lo es —sentencia—. Pero, de todas formas, ya da igual. A partir
de la semana que viene serás mi secretaria.
¿Qué? ¿Qué? ¡¿Qué?!
—Santana, al contrario de lo que pareces creer, yo no soy secretaria, soy
ayudante de la editora. Ése es mi trabajo. Creo que lo hago bien y me gusta.
Además, ¿ya te has olvidado de que tú ya tienes secretaria? —intento
razonar con ella.
—La reubicaré. La haré feliz, créeme.
Es tan arrogante, tan presuntuosa, que hace que me entren ganas de
gritar. —La respuesta es no.
Me muestro todo lo tajante que soy capaz.
—La respuesta es sí. A partir de mañana.
¡Ah! ¡Qué frustrante! Es como intentar razonar con una adolescente.
Pero de repente una luz se ilumina en mi mente.
—¿Todo esto es porque estás celosa de Quinn?
Ella ahoga una sonrisa exasperada en un brusco suspiro.
—No, todo esto es porque no quiero acabar teniendo un ataque la
próxima vez que vea cómo le rascas la nariz a Quinn mientras ella sonríe
encantada y mi hermano te mira el culo. Me paso cabreada todo el día
porque no puedo tocarte y, cuando por fin puedo verte, me enfado aún más.
Su mirada por un momento me embauca. Está llena de un deseo
apenas contenido, pero también de mucha rabia y frustración. Un reguero
de emociones que muestra cómo debe sentirse por dentro. Sin embargo, a
pesar de todo, aquí estamos hablando de mí y de mi futuro profesional y no
puedo perder todo lo que tengo.
—Si lo haces, me despediré.
No sé cómo he conseguido que mi voz suene fuerte y serena cuando
en absoluto me siento así.
—¿Estás hablando en serio? —pregunta, y ahora puedo ver cómo,
aparte de todo lo demás, se siente dolida.
—Sí.
No quiero hacerle daño por nada del mundo, pero tengo que
mantenerme firme en este asunto.
—Entonces, ¿no te importa cómo me sienta?
—¿Alguna vez te ha importado a ti cómo me he sentido yo?
—Eso es un golpe bajo.
—Pero no por eso deja de ser verdad.
El silencio se abre paso entre nosotras. Seguimos mirándonos hasta
que Santana sacude la cabeza un par de veces como si al fin cayese en la
cuenta de algo. Finalmente vuelve a unir su mirada a la mía, pero parece
diferente. Siento como si hubiera vuelto a levantar su escudo, como si
Santana hubiera desaparecido y ya sólo quedará la señorita Lopez pero con todo el dolor, la rabia y el deseo en sus ojos.
—Joder, quieres seguir trabajando para Quinn, mimándola, perfecto.
Lo cierto es que me parece hasta tierno. ¿Ya te has acostado con ella?
—¿Qué?
¿Cómo ha podido ser tan imbecil?
—Sí, porque tengo la sensación de que todo esto es porque te has dado
cuenta de que te resulta más práctico y laboralmente más provechoso
acostarte con ella en vez de conmigo.
Antes de que pueda pensarlo con claridad, le doy una bofetada. Estoy
demasiado dolida.
—Eres una imbecil que cree que me tiene calada pero que no me
conoce en absoluto.
Gira la cara lentamente pero no dice nada, sólo me mira de una
manera que me intimida, me atrae y me duele, todo a la vez. Suspiro hondo
y reúno las pocas fuerzas que esos ojos me dejan.
—Estoy cansada de ti, de esto —mi voz comienza a resquebrajarse—.
Jamás podría estar con otra persona que no fueras tú, ni siquiera ahora que no estamos juntas. ¿Estar juntas? —digo con una triste sonrisa en los labios al recapacitar sobre esas dos palabras—. Como si tú alguna vez nos hubieras permitido algo remotamente parecido.
Santana, que no ha separado sus ojos de mí un solo instante, permanece
en silencio. No quiero romper a llorar delante de ella, así que hago lo que
debí haber hecho antes y me dirijo hacia la puerta.
—Britt, ven aquí —me pide en un ronco susurro cuando ya rodeo el
pomo con mi mano. Y yo no podría ignorar esa voz aunque la vida me
fuera en ello. Está conectada a mí de un modo que ni siquiera entiendo.
—No, Santana —murmuro sin girarme, concentrándome en no llorar—.
Esta vez tus diez segundos encantadora no van a valerte de nada.
—Britt. Por favor, ven aquí —repite—. Prometí no tocarte y lo voy
a cumplir, pero al menos necesito saber que no me odias.
Suspiro profundamente. Me lo está poniendo demasiado difícil o
demasiado fácil, ¿quién sabe? Siendo perfectamente consciente de que
debería marcharme por esa puerta sin mirar atrás, me giro lentamente y
dejo que nuestras miradas se entrelacen una vez más.
—No te odio, Santana.
Nuestras miradas se quedan unidas unos segundos y la electricidad va
inundando todo el espacio vacío entre nosotras. ¿Por qué al final lo único
que cuenta es cuántas ganas tengo de sentirme entre sus brazos otra vez?
Mi respiración se acelera y noto cómo la suya también lo hace. Pero no
podemos permitirnos caer en esto de nuevo.
—Tengo que marcharme. Aún me queda mucho por hacer —comento
sacando la determinación no sé exactamente de dónde.
Santana asiente.
—Pues a qué está esperando, señorita Pierce.
Las dos sabemos perfectamente lo que hemos querido decirnos en
realidad. Yo le he pedido que me deje marchar, que por favor cumpla su
promesa, y ella ha aceptado.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Feb 13, 2016 5:54 am

Nerviosa y con el pulso todavía a mil, camino, casi corro, hasta mi
oficina. Lo mejor que he podido hacer ha sido marcharme de allí. Tengo
que aprender de una vez por todas que debo dejar de complicarme la vida
así.



Echo un vistazo al reloj. Quinn dijo que me recogería a las once, aún
faltan diez minutos. Lucky está con Rachel y yo no podría comer ni aunque
estuviera en el bufé de desayunos más suculento del mundo, así que sólo
me queda esperar.
Quinn me recoge puntual en la puerta de mi edificio. Lo hace en un
precioso Porsche 911 Club. Durante poco más de una hora recorremos la
interestatal dirección norte escuchando a Coldplay. Los Lopez viven en la
misma zona de los Berry. Me pregunto si se conocerán.
Al llegar a casa de los Lopez, tengo que recordarme cerrar la boca un
par de veces al descubrirme impresionada por la mansión que se levanta
ante nosotras.

Quinn rodea la casa y aparca el coche junto a un garaje doble, con
las puertas color crema a juego con el empedrado de la fachada beige y
terracota. Me bajo del coche y, mientras espero a que mi jefa lo haga, no puedo evitar perder mi vista en un fantástico Ferrari rojo. Debe de ser un clásico, porque no se parece en absoluto a los Ferrari de ahora. Está envuelto por un halo de elegante velocidad y clásico diseño italiano.
—¿Lista, Britt?
Asiento y camino hasta ella.
Rodeamos de nuevo la casa, esta vez por un bonito camino que surca
el jardín hasta llegar a las suntuosas escaleras, y entramos. El vestíbulo me
recuerda a la casa de los Berry, igual de majestuoso y elegante. Caigo
en la cuenta, como si no lo hubiera comprendido hasta ahora, de que estoy
en casa de los Lopez y comienzo a vislumbrar lo nerviosa que eso me pone.
—No te preocupes, los Lopez son encantadores. Además, le he
prometido a Sugar que no me separaría de tu lado.
Su último comentario me hace sonreír.
—Quinn, cielo.
Una suave voz hace que llevemos nuestras miradas hacia las puertas
acristaladas al fondo del enorme vestíbulo. Una mujer elegantísima, con
una media melena castaña y un precioso vestido color champagne se acerca a nosotros. El ligero tintineo de sus tacones al caminar sobre el mármol inunda toda la casa.
—Y tú debes ser Brittany S Pierce. Mi marido me ha hablado mucho de ti.
Cuando llega hasta nosotros, le da un abrazo a Quinn irradiando la
calidez que sólo puede crear una madre y ya no tengo ninguna duda de que es la señora Lopez.
—Encantada de conocerte —me dice con una amable sonrisa
tendiéndome la mano.
—Lo mismo digo, señora Lopez —contesto estrechándola a la vez que
le devuelvo el gesto.
—Llámame Maribel, por favor.
Asiento y vuelvo a sonreír todavía nerviosa.
—Vayamos al patio trasero. Los demás esperan allí.
Me muero por preguntar si los demás incluye a Santana, sobre todo para
saber si ya puedo caer en el colapso nervioso o no, pero me contengo.
El calor acuciante parece haber dado un respiro esta mañana.
Maribel camina hasta su esposo, sentado a la mesa. Una gran pérgola
de madera con lonas blancas y flores naranjas y jazmines entrelazados a las vigas le protege del calor.
— cariño, Quinn y Brittany están aquí.
Se levanta rápidamente y sale a nuestro encuentro.
—¿Qué tal, hija? —saluda con una enorme sonrisa a Quinn. Sin
duda parece una más.
—Muy bien, señor Lopez, aunque los Yankees perdieron anoche.
—Un tropiezo sin importancia.
Ambos sonríen.
—Gracias por venir, señorita Pierce.
—Brittany, por favor —le pido con una sonrisa.
—¿Se ha solucionado todo?

Seguimos charlando mientras bebemos limonada hasta que nos avisan
de que el almuerzo está listo. Thea la esposa de Ryder se lleva a su pequeño para que se lave las manos y regresa también con Olivia, una niña adorable disfrazada de princesa. No puedo evitar sonreír al verla. Creo que como todos.
La niña corre hasta la mesa y se sienta en una silla más alta que las
demás y de un destacable color rosa chicle. Algo perezosos, todos vamos
imitándola y ocupamos nuestros sitios en la mesa.
Maribel me reserva el sitio junto a Quinn. Sólo ella me separa de la
silla vacía de Santana que preside el extremo de la mesa opuesto al de su
padre. El servicio nos trae el primer plato: un delicioso arroz con langosta.
El marisco tiene una pinta tan fresca que por un momento tengo la
tentación de girarme en busca del tanque de langostas. Nos sirven un vino
blanco riquísimo, un Louis Latour Montrachet del 2009 me parece leer en
la etiqueta. Definitivamente, tengo que apuntarme a una escuela de
idiomas. Antes de que pueda llevarme el tenedor a la boca por primera vez, se oye la puerta principal cerrándose y la pequeña Olivia sale disparada hacia el interior de la casa. Unos segundos después veo a Santana entrar con la niña en brazos. La está llenando de besos mientras ella, feliz, no deja de reír.
—Mami, ha llegado la tía Tana —pronuncia la pequeña con cierta
dificultad entre cosquillas.
Yergo mi cuerpo en la silla a la vez que me meto un mechón de pelo
detrás de la oreja. Realmente estoy muy nerviosa.
—Qué bien que ya hayas llegado. Acabamos de sentarnos a la mesa —
le anuncia Maribel.
—He venido lo antes que he podido.
Santana deja a la niña en el suelo, que corre a su asiento. Ella se inclina y
le da un beso a su madre. Al incorporarse de nuevo echa un vistazo a la
mesa y entonces me ve. Sus ojos se clavan en los míos y nos quedamos
mirándonos unos segundos de más.
—Brittany —susurra de forma inaudible para cualquiera que no la
mirara embobada como hacía yo.
Aparta la vista de la mía a la vez que asiente las palabras de su madre.
Por su expresión obviamente no sabía que venía.
—Siéntate, cielo, en seguida te traerán un plato.
Santana camina algo inquieta hasta su silla. A pesar de que me concentro en comer, puedo notar cómo me mira perpleja. Aún no sé si alegra de verme aquí o no y eso me preocupa. Quizá
ahora mismo se esté preguntando qué demonios hago aquí, en su casa, un
domingo cualquiera, almorzando.
Suspiro profundamente e intento centrarme en la tarea que tengo
delante: mi delicioso plato de arroz con langosta, aunque es más
complicado de lo que parece. Desde que le he visto entrar, mi estómago se
ha cerrado a cal y canto.
—Brittany, ¿por qué no nos hablas un poco de ti? —me pide Maribel
—. ¿De dónde eres?
—De Carolina del Sur. De un pequeño pueblo llamado Santa Helena,
en el Sound.
Ella asiente a la vez que sonríe amable. Noto de nuevo la mirada de
Santana sobre mí. Parece que ahora que soy el centro de atención no tiene por qué disimular.
Comienzo a sentir mucho calor.
—¿Y a qué se dedican tus padres, cielo? —continúa la matriarca de
los Lopez.
—Mi padre es ingeniero civil y mi madre, ama de casa.
—Deben estar muy orgullosos de ti.
—Lo normal, supongo —contesto tímida.
Si no deja de mirarme, no sé qué voy a hacer. Ahora mismo me
tiemblan las rodillas.
—Britt estudió periodismo en la Universidad de Nueva York, como
tú, Thea —le comenta Ryder.
—¿Sí? —responde encantada dejando la servilleta que sostenía sobre
la mesa—. ¿Y tuviste al profesor Cohen?
—Sí, claro que sí.
—Ese hombre era un auténtico hueso. Todos ustedes —sigue Thea
imitando al viejo profesor de Teoría y estructura de la comunicación de
masas— son perfectos herederos del perro de Pávlov.
Susurro las últimas palabras a la vez que Thea las dice. Provocan la
risa general, a la que me uno con una sonrisa que no me llega a los ojos.
Casi involuntariamente mi mirada se cruza con la de Santana. Ella me observa con una media sonrisa apagada en su rostro. Sí, Santana, yo también recuerdo la última vez que pronuncié el nombre de ese pobre perro en tu presencia.
Rememoro esa conversación una y otra vez cada noche cuando pensar que prometiste no volver a tocarme es lo que ahora tampoco me deja dormir.
Thea ha seguido hablando y ha debido contar una anécdota
divertidísima, porque todos se echan a reír. Yo sonrío por inercia y
aprovecho el momento para escapar de esos ojos. Dios, ¿por qué
tiene que ser tan abrumadoramente guapa?
—¿Tienes hermanos? —vuelve a preguntar la madre de Santana.
—Déjala probar bocado, Maribel —se queja el señor Lopez divertido—.
Parece que la estés interrogando.
—No se preocupe, no me importa. —En realidad, casi lo agradezco.
No podría comer aunque quisiera—. Mi hermana vive en Boston y
trabaja como abogada. El mayor, es ebanista, hace muebles de
diseño en Charleston.
—¿Eres la pequeña? —pregunta entrelazando las dedos a la altura de
su barbilla.
Asiento.
—Sí señor, una bonita familia. A mí me hubiera gustado tener mas
hijas, pero tuve que conformarme con estos dos trastos. —Todos menos
Santana, que sigue recelosa y pensativa, sonreímos—. Afortunadamente
Spencer me trajo a Thea y algún día espero que Santana me traiga a una chica maravillosa.
—Mamá —se queja arisca.
—Hija, algún día tendrás que sentar la cabeza. Sé que ahora estás muy
ocupado siendo una mujeriega.
—Mamá, por Dios.
Se levanta exasperada y camina hacia una pequeña barra cerca de la
entrada y rodeada de mesas y sillas de metal y mimbre con grandes cojines
de plumón.
—Lo entiendo, lo entiendo, pero algún día conocerás a una chica que
te haga perder la cabeza y seré feliz.
Santana me observa por encima de su vaso con hielo y bourbon apoyado
en la barra del bar. Creo que, a pesar de todo, es la forma en que me mira la que me hace querer correr hasta ella y tirarme en sus brazos, pedirle que yo sea esa chica para que pueda follarme de esa manera tan increíble y
traerme aquí cada domingo.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Feb 13, 2016 6:08 am

Santana entonces decide regresar a la mesa. Pasa tras Ryder, Quinn y, cuando lo hace a mi espalda, a la vista de todo el mundo, posa inocente su mano en el respaldo de mi silla. Sólo yo noto la efímera caricia en mi nuca que activa todo mi cuerpo. Sus dedos índice y corazón tocan mi piel desnuda y, a pesar de lo fugaz que resulta el momento, significa tanto. Está lleno de un deseo sin límites como un pequeño cofre repleto de promesas que por desgracia no se pueden cumplir. Y eso lo tiñe todo de un exquisito y dulce dolor.
Al fin Santana se sienta. La observo llevarse la mano a la boca y suspirar
frustrada, ansiosa como ahora mismo me siento yo. Bebe un trago de
bourbon y hace ese gesto reflexivo que adoro, se pasa la mano por el pelo y después la deja en su nuca. Me mira y en sus ojos veo todo ese deseo, toda esa rabia. Parece odiar y anhelar esto a partes iguales. Finalmente las dos apartamos la mirada. No puede ser y mucho menos rodeados de la familia Lopez. Con la piel aún ardiéndome donde han estado sus dedos, por educación me obligo a comer. Thea sigue contando anécdotas de la
universidad y gracias a eso consigo relajarme mínimamente.
Nos sirven el segundo: lubina en una cama de verduras confitadas y
salsa de limón y nueces. Está riquísimo.

—Tengo mucha curiosidad por leer ese artículo —le comenta el señor Lopez a Quinn .
—Va a ser genial —asegura Quinn— y tenemos que agradecérselo a
Britt. Ella tuvo la idea.
—No fue nada. Sólo hice mi trabajo.
—Me gusta esta chica —continúa el señor Lopez encantado, haciendo que me ruborice de nuevo —. No busca que la feliciten, sólo quiere hacer su
trabajo. No estaba de acuerdo con la jefa de contratación por la que habías
apostado, Ryder, pero parece que tiene buen ojo.
—No la contrató Recursos Humanos, lo hizo Santana personalmente.
Todas las miradas se vuelven hacia Santana y yo no sé dónde meterme,
aunque lógicamente aguanto el tipo. Cualquier reacción por mi parte
confirmaría lo que apuesto a que más de uno está pensando ahora mismo
en esta mesa.
—No habría tenido que hacerle la entrevista si Ryder no contratara a
perros de presa como personal de Recursos Humanos —replica Santana
malhumorada, removiendo desganada la comida en su plato—. Llegó cinco
minutos tarde y le cerraron la puerta en la cara. Se quedó allí, hundida, sin
saber qué hacer. Parecía un perrito abandonado y me dio pena. Su teléfono no paraba de sonar. Seguro que su casero estaba a punto de ponerla en busca y captura.
Cuando Santana alza la cabeza, las miradas de su familia se reparten
entre la desaprobación y el enfado hacia ella y la compasión y la ternura
hacia mí. Yo clavo mi vista en el plato y en estos instantes sólo quiero que
la tierra me trague. ¿Cómo ha podido ser tan imbecil? Se ha superado
incluso tratándose de ella.
Suavemente deslizo la silla hacia atrás y me levanto.
—Si me perdonáis, tengo que ir un momento al baño.
Señalo torpemente la casa mientras las palabras salen prácticamente
en balbuceos de mis labios. Por lo menos no estoy llorando.
—Te acompaño —dice Thea a la vez que se levanta rápidamente.
Entro en la casa y ella me guía.
—Ven por aquí.
Atravesamos la cocina y salimos a un pequeño descansillo con varias
puertas. Thea abre una y accedemos a un gran cuarto de baño con los
azulejos blanco inmaculado y dos grandes lavabos incrustados en una pieza de mármol trabajada a mano, probablemente de Carrara.
—Gracias —susurro.
—De nada —contesta apoyándose sobre el mueble.
Entro en un pequeño apartado donde está el inodoro. Cierro la puerta
tras de mí y me dejo caer contra la pared a la vez que me tapo la cara con
las manos. No tendría que haber venido.
—No le hagas caso —me dice—. No está pasando un buen momento.
No es que normalmente sea el colmo de la amabilidad, pero tampoco es
así.
Oigo el metálico clic de un mechero encendiéndose.
—Tendrías que haberlo conocido hace unos años —prosigue—.
Aunque, si te soy sincera, es desde hace unas semanas que parece estar
enfadada todo el santo día.
¿Unas semanas? Básicamente desde que nos conocemos. Me pregunto
si yo tendré algo que ver. De todas formas las palabras de Thea me hacen
recordar otras que me dijo Santana el día de mi cumpleaños, cuando
compramos la pulsera en el bazar chino: «Ojalá te hubiera conocido hace
seis años.» A lo mejor es mi oportunidad para saber qué fue lo que pasó en
esa época.
Respiro hondo y salgo.
—Thea, ¿puedo preguntarte algo? —le inquiero cruzando mi mirada
con la suya en el espejo a la vez que me lavo las manos.
—Claro.
—¿Qué le paso a Santana hace seis años?
Thea primero me mira como si no entendiese mi pregunta y después
perspicaz por habérsela hecho.
—Déjame pensar. —Clava su vista al techo y permanece unos
segundos en silencio—. La verdad, no recuerdo nada en concreto. Hace seis años, en 2008, ella tenía veintitrés, no, veinticuatro —dice volviendo a
centrar su mirada en mí—. Santana terminó la universidad y comenzó a
trabajar con su padre. Justo un año después, en 2008, el señor lopez se jubiló y ella quedó al frente de la empresa.
Así que es eso. «Ojalá te hubiera conocido hace seis años» significa
ojalá te hubiera conocido antes de convertirme en la directora ejecutiva del
Lopez Enterprises Group, antes de que cuarenta y cinco mil personas
dependiesen de mí, antes de que haya noches que no duerma.
—¿Por qué querías saberlo? —pregunta y de nuevo la noto perspicaz.
—No, por nada en especial.
«Por favor, créeme. Por favor, créeme.»
Thea decide darme el beneficio de la duda y asiente con una sonrisa.
—¿Volvemos? —pregunto.
—Claro.
Regresamos al enorme patio. La mesa está recogida y sólo el señor Lopez y Maribel siguen sentados a ella.
—Os habéis perdido el postre —comenta Ryder acercándose a su
mujer—, crêpes de chocolate con nata.
Thea suspira como si esas crêpes fueran el postre más delicioso que
hubiera probado jamás.
—La señora Davis ha dicho que, si queréis, os ha guardado dos platos
en la cocina. —Ambas sonreímos como respuesta—. O podéis venir a la
barra y dejar que os prepare uno de mis maravillosos cócteles.
Nuestras sonrisas se ensanchan. Ambos me miran y yo asiento.
Mientras camino hacia la barra, miro de reojo buscando a Santana, aunque lo cierto es que sigo muy enfadada.
Tras unos pasos, Thea se separa de su marido y se dirige al jardín
Donde sus hijos la llaman a pleno pulmón.
Ryder toma posición tras la barra, busca su coctelera, revisa las
botellas a su espalda y mira que haya suficiente hielo. Finalmente apoya
las dos palmas de las manos en la barra y me mira fijamente.
—¿Qué te pongo? — Sólo le falta el «muñeca» y el palillo en los
dientes mientras seca un vaso para ser un auténtico camarero de antro.
Sonrío de nuevo.
—Toma Martini blanco con espumoso italiano y zumo de limón. Para
mi burbon, Jack Daniel’s, solo —contesta Santana a mi espalda.
Ryder la mira sorprendido mientras se pone a ello y yo vuelvo a no
tener la más remota idea de qué hacer. Me siento inmóvil, incapaz de dar
un paso en cualquier dirección. Algo muy útil sin duda alguna.
—He sido una imbecil —susurra tras de mí—. No tendría que
haberme comportado así.
—Mentiría si dijera que no me sorprende, pero no me sorprende.
Sigo muy enfadada.
—Me he disculpado —me espeta terca.
—Y yo he aceptado tus disculpas —le espeto de igual modo a la vez
que me giro y por fin le miro directamente a los ojos.
Sonrío a Ryder, que me tiende mi cóctel con mucho hielo, cojo la
copa y salgo disparada. Santana corre tras de mí. Cuando llega a mi altura,
mira a su alrededor disimulando lo atropellado de su llegada por si alguien
hubiera reparado en nosotras. Por suerte nadie lo ha hecho.
Me toma del codo y me conduce por las enormes puertas de cristal
hasta la cocina.
Sin soltarme, Santana sonríe impaciente a dos criadas hasta que salen de
la estancia. En cuanto las noto lo suficientemente lejos de nosotras, me
suelto de su brazo bruscamente y me separo unos pasos prudenciales de ella, colocando la isla de la cocina, todo metal y brillante mármol italiano, entre nosotras.
Nos quedamos en silencio, mirándonos como si el tiempo, el mundo
entero en realidad, se hubiese detenido. Puedo ver en sus ojos que
desea correr a besarme tanto como lo deseo yo, pero también veo toda esa
frustración, toda esa rabia.
Ella me dedica su media sonrisa a la vez que ladea la cabeza
increíblemente sexi.
—No entiendo cómo puedo echarte tanto de menos.
Sus palabras me colman por dentro, me dejan inmóvil, me hacen feliz,
me duelen.
—Yo también te echo de menos —susurro.
Una suave electricidad va tomando cada palmo de aire de la
habitación. Es un campo de fuerza dispuesto a invadirnos.
—Britt, será mejor que vuelvas al jardín.
—¿Otra vez estás decidiendo por mí?
—No hay nada que decidir. Hay cosas que simplemente no pueden
ser.
—¿Por qué?
Santana no contesta. Le da un trago a su Jack Daniel’s observándome por
encima del vaso y, sin más, sale de la cocina por la puerta opuesta a la que
entramos y sube unas majestuosas escaleras a unos pocos pasos.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Feb 13, 2016 6:36 am


21


Me quedo en mitad de la cocina mirando la puerta por la que acaba de
marcharse. Me siento vulnerable, prácticamente abandonada.
Sabía que no tendría que haber venido.
Salgo de nuevo al jardín notando cómo mis piernas aún flaquean. Al
verme aparecer, Quinn, que está en el césped con los demás se acerca a mí.
—¿Todo bien? —pregunta algo preocupada.
—Sí —contesto con una sonrisa fingida para intentar borrar cualquier
rastro de duda.
—Si quieres, podemos marcharnos.
—Quinn, no te preocupes. De verdad, estoy bien.
Finalmente me devuelve la sonrisa y yo suspiro aliviada cuando la
veo alejarse de nuevo hacia el césped. Le agradezco que se preocupe por
mí, pero lo que necesito ahora mismo es respirar hondo e intentar ordenar
este caos de pensamientos que me invaden y que tienen un único
protagonista: Santana. Aunque supongo que estoy en el sitio menos
indicado para hacerlo.

Cuando llevamos charlando poco menos de una hora, Santana aparece
por el camino que bordea la casa. Se ha cambiado de ropa. Ahora lleva
unos vaqueros, una camiseta roja y las Ray-Ban Wayfarer que le quedan
tan maravillosamente bien. Todos están felices y compenetrados.
—Britt, ¿te importa quedarte con Olivia? Tengo que entrar un
momento.
—Claro.
Thea articula sin voz un «gracias» y se dirige rápidamente al interior
de la casa. Yo cruzo los brazos sobre la mesa y me inclino para observar
cómo dibuja la pequeña.
—¿Quieres dibujar conmigo? —pregunta hablando de esa manera tan
encantadora en la que lo hacen los niños, con pausas entre las palabras
pensando cómo decir lo que quieren decir.
—Me encantaría —respondo con una sonrisa—. ¿Qué dibujamos?
La niña coge la cera rosa de su caja de crayons y me la entrega.
—Ponis —contesta muy convencida.
Sonrío otra vez y comienzo a dibujar un pequeño caballito en la parte
superior del folio.
—¡Tía Tana! —exclama la niña alzando la cabeza y bajando
atropellada de la silla.
Yo también alzo la mirada y la veo de pie a unos pasos de mí. Olivia
levanta los brazos y ella la coge inmediatamente. Se sienta con la pequeña en su regazo en la silla perpendicular a la mía, de nuevo a mi lado.
—¿Dónde estabas, tío Tana?
—Jugando. Dándole una paliza a tu padre —susurra con una
sonrisa inmensa.
Ella ríe encantada. Está claro que adora a su tía. Yo, que continúo
dibujando un caballito rosa, no puedo evitar sonreír.
—¿Y vosotras, que hacíais? —pregunta.
—Britt me estaba ayudando a dibujar ponis.
La niña coge el folio y se lo ensaña.
—Son preciosos.
—Tía Tana, son ponis-chica —protesta.
—Disculpa —continúa con una sonrisa—. Mi preferida es ésta.
—Ésa la he pintado yo —dice orgullosa—, pero la de Britt también
es muy bonita.
—Preciosa.
Contesta mirándome directamente a los ojos. Yo suspiro
profundamente, pero no aparto mi mirada de la suya.
—Es que, cuando Britt era pequeñita como tú, quería ser pintora —
le aclara su tía y, haciendo memoria, continúa— y diseñadora de moda,
cocinera, bailarina, cantante y princesa.
Sonrío como una idiota sin poder dejar de mirarla. ¿Cómo ha podido
acordarse de eso? Ella me devuelve la sonrisa y nos quedamos
contemplándonos, sin decir nada, sólo saboreando la reacción de la otra.
—Yo también quiero ser princesa. Tía Tana, como tú eres arqui...,
arqui... —la pequeña se traba con la palabra. Yo la miro y la pronuncio
lentamente, exagerando cada sílaba para que me imite—... ar-qui-tec-ta —
cuando al fin la dice, ambas sonreímos—, he pensado que podrías hacerme un castillo de princesas para que pueda vivir dentro.
Nuestras sonrisas se ensanchan.
—Claro —contesta Santana.
Coge una cera azul oscuro, le da la vuelta al folio de los ponis y, con
la niña aún en brazos, se dispone a dibujar.
—Tía Tana, tiene que ser rosa —se queja la niña.
Santana resopla tierna sin perder la sonrisa y coge la cera rosa.
Comienza dibujar un castillo enorme con torres y una gran puerta.
—Cuando hagas mi castillo, podrás vivir conmigo —comenta Olivia
—, y tú también, Britt.
—Vaya, gracias —contesto divertida.
La observo con su sobrina en brazos, haciéndole cosquillas, dibujando
un castillo para ella, y veo esa parte de sí misma que se empeña en ocultar.
—Listo —dice levantando el papel—. Ahora llévaselo a papá para que
lo vea y pregúntale dónde nos dejará construirlo. Necesitamos mucho
espacio.
Olivia asiente concentrada, coge el dibujo y sale corriendo hacia el
césped llamando a su padre, que charla animadamente con Quinn.
Las dos observamos a la niña unos segundos y finalmente volvemos a
esta pequeña porción de intimidad.
—Hola —susurra inclinándose sobre la mesa.
—Hola —respondo de igual forma.
—Probablemente tendría que habértelo dicho antes, me gusta que
hayas venido.
Sus maravillosos ojos seducen a los míos.
—¿Por qué? —musito.
—Siempre ansiosa por saber, señorita Pierce.
Sonrío tímida y clavo mi vista en el suelo. Santana coloca sus dedos en
mi barbilla y me obliga a alzar de nuevo la cabeza para que nuestras
miradas se reencuentren.
—Estás preciosa y eso seguro que tendría que habértelo dicho antes.
—No has contestado a mi pregunta. —Santana me dedica su media
sonrisa pero no dice nada—. Contigo no voy a ganar nunca, ¿verdad?
—Parece que no —contesta aún sonriendo de esa manera tan sexi.
Es frustrante que nunca quiera contarme cómo se siente. Quizá si lo
hiciera, todo esto sería menos complicado. Sin embargo, lo olvido cuando
Santana suavemente comienza a acariciar mi rodilla desnuda con el reverso de su mano. Una inocente caricia que significa demasiado para las dos.
Sonrío y dejo que su mirada vuelva a atrapar la mía. Ahora mismo lo único
que quiero es que me bese.
Britt, tenemos que marcharnos.
La voz de Quinn me saca de mi ensoñación y me levanto
rápidamente. Me pongo muy nerviosa al pensar que alguien podría
habernos visto. Santana no se incorpora, deja sus codos apoyados en las
piernas y entrelaza sus dedos.
—¿Lista? —pregunta al llegar hasta mí.
Asiento inquieta. Todavía puedo notar la mirada de Santana sobre mí.
—Nos vemos mañana —se despide Quinn.
Santana le sonríe por respuesta.
—Adiós, Santana —musito.
—Adiós, Britt —responde y nuevamente puedo sentir cómo sus
ojos me abrasan.
En el interior de la casa nos despedimos del resto de los Lopez y
rodeamos la extraordinaria mansión hasta el garaje. Ahora, junto al coche
de Quinn, está el fantástico BMW de Santana. Lo miro y automáticamente
recuerdo cuando me llevó a la ciudad desde la fiesta de los Berry,
cómo me hizo sentir sobre el capó de aquel Mercedes. Sacudo la cabeza e
intento dejar de lado todos los recuerdos.
«Olvídate de una vez de Santana y sigue con tu vida, Pierce.»
Pero hasta yo sé que, por lo menos hoy, va a ser imposible que lo
consiga.
De vuelta en mi apartamento lo primero que hago es quitarme los
zapatos y tirarme en el sofá. Estoy cansada a demasiados niveles y, para
colmo de males, mañana es lunes.
Me hago la firme promesa de no martirizarme repasando lo ocurrido
una y otra vez.
Afortunadamente estoy tan cansada que me quedo dormida
prácticamente al instante. Lo último en lo que recuerdo pensar es en su
mano en mi rodilla, la mejor caricia del mundo.
El despertador suena implacable a las siete en punto. Lo apago de un
manotazo y me revuelvo en la cama. Me niego a levantarme. Cuando por
fin lo hago, me doy cuenta de que, si no muevo el culo, llegaré
estrepitosamente tarde.


No he coincidido aún con Santana. Me aterroriza
que al fin haya decidido que lo nuestro de verdad debe acabarse. Suspiro
profundamente y muevo la cabeza. Odio haberme convertido en esta
especie de dramatismo andante. Me levanto llena de determinación, fuerza y dignidad a partes iguales y voy hasta la estantería roja. Comienzo a revisar y rebuscar entre todas las carpetas sin mucho ton ni son. Sólo lo hago para apoyar mi teoría de que lo
último que debo hacer es quedarme sentada, llorando por Santana.
Para cuando termino de arengarme, la estantería está hecha un
desastre y yo también. No puedo cambiar lo que siento por ella y la verdad es que la echo muchísimo de menos.
A las cinco en punto Quinn sale de su despacho y me pide que le
organice los artículos que ya han pasado su corrección de estilo y después
se los lleve a Max a maquetación. A cambio promete invitarme a un trozo
de tarta en el Marchisio’s. Yo sonrío, cojo los papeles que me tiende y me
dirijo hacia la puerta.
—De fresa y grosella —apunto girándome justo antes de salir.
Le llevo los artículos a Max y charlamos un poco.
Cuando las puertas del ascensor se abren de regreso a la plante veinte,
me encuentro con una redacción desierta. Le echo un rápido vistazo al reloj
y me doy cuenta de que me he entretenido más de lo que pensaba.
Al entrar en el despacho, Quinn está muy seria, apoyado en su mesa.
Antes de que pueda preguntar nada, se oye un fuerte portazo. A los pocos
segundos el señor Lopez cruza la planta como una exhalación, con el paso
firme e irradiando un enfado monumental. Detrás de él, más calmado pero
con la expresión tan endurecida como apesadumbrada, aparece Ryder.
Entonces comprendo que el portazo venía del despacho de Santana.
Quinn y yo nos miramos justo antes de que el mayor de los Lopez
entre en la oficina. Suspira bruscamente y se deja caer sobre la mesa al
lado de Quinn. Obviamente necesita hablar, así que decido dejarlos solas.
—Traeré unos cafés.
Quinn asiente y yo me dispongo a salir del despacho.
—Dios, ha sido un maldito infierno —oigo comentar a Ryder justo
antes de salir definitivamente de la oficina.
¿Qué habrá ocurrido? Un único pensamiento cruza mi mente: ¿cómo
estará Santana?
Me olvido de los cafés, al fin y al cabo sólo eran una excusa para
Dejarlos solos, y voy hasta el despacho de Santana. Blaine no está. Frente a su puerta, a punto de llamar, pienso que puede que no haya sido tan buena idea. Quizá no quiera ver a nadie y mucho menos a mí o quizá se sienta sola. Ese pensamiento me hace respirar hondo y llamar suavemente.
—Adelante.
Aunque sólo es una palabra, suena agotada, dolida.
Abro la puerta y la cierro tras de mí sin llegar a mirarla. Cuando al fin
alzo la cabeza, la veo recostada sobre el respaldo de su silla, de espaldas a los grandes ventanales. tiene la camisa blanca remangada hasta los antebrazos. Tiene un vaso de bourbon en la mano y lo hace bailar entre sus dedos. Lentamente camino hasta colocarme en el centro del enorme
despacho. —¿Estás bien? —susurro.
Sin llegar a mirarme, Santana dibuja con sus labios una fugaz pero
cargada de ironía sonrisa y da otro trago.
—He visto salir a tu padre y a Ryder y pensé que quizá necesitabas
hablar.Mi voz apenas es un hilo. Tengo miedo de su reacción, pero las ganas de consolarla pesan más.
—No necesito hablar.
No me mira pero tampoco necesito que lo haga para saber cómo de
dolida se siente ahora mismo, cómo de enfadada, de inquieta. Sólo quiero
ayudarla, hacer que se sienta mejor y esa idea se instala en mi estómago y
lo aprieta.
De nuevo camino lentamente, esta vez hasta colocarme frente a ella.
—Necesitas distraerte.
Aunque sigue siendo apenas un murmuro, las palabras salen llenas de
fuerza de mis labios. Ahora mismo es lo único que quiero.
Ella alza la cabeza y me mira con la expresión que ya sabría que
tendría. Sin embargo, aún más emociones están presentes en ella.
Alzo mi mano despacio y, dejándole claro lo que voy a hacer, la llevo
hasta su vaso, se lo quito y lo coloco sobre la mesa. El sonido seco del
vidrio contra la madera resuena en toda la habitación. Sin separar mi
mirada de la suya, doy un último paso y me coloco a horcajadas sobre ella.
Santana suspira profundamente cuando nota cómo nuestros cuerpos se
acoplan perfectamente.
—Creí que no querías esto —susurra ronca a escasos centímetros de
mis labios.
—A lo mejor estaba equivocada.
Levanta su mano y la lleva hasta mi rodilla, pero justo antes de
tocarme la cierra en un puño y la deja caer de nuevo.
—Britt, yo no puedo darte lo que tú quieres.
Sé que internamente está luchando por dejarme escapar, por pedirme
que me marche para no volver a hacerme daño, pero en este instante eso no importa.
—Ahora mismo lo único que quiero es hacer que te sientas mejor —
susurro.
La distancia entre nosotras es tan ínfima que puedo sentir su cálido
aliento. Despacio, me inclino un poco más y al fin la beso. Sus labios se
entreabren pero sigue inmóvil, luchando. La beso suavemente una vez más
y entonces noto cómo se rinde. Lleva su mano hasta mi nuca y me acerca
aún más a ella. Me devuelve los besos apremiante y salvaje. Su otra mano
alcanza mi rodilla y sigue subiendo por mi muslo, levantado mi vestido
con ella.
Gimo contra sus labios. Lo he echado tanto de menos.
Santana se levanta sosteniéndome en brazos y me deja sobre la mesa.
Nuestras respiraciones convulsas lo inundan todo.
Desabrocho sus pantalones acelerada. Ella me sube¡lo he echado ta el
vestido y, apremiante, recorre mis muslos hasta llegar a mis bragas, me las
quita y las deja caer en el suelo. Nos miramos directamente a los ojos
soliviantados y jadeantes, mientras él da el paso definitivo y, de un solo
movimiento, entra en mí.
Contengo un grito milagrosamente.
Me siento extasiada por el placer y por el gemido que ella gruñe desde
el fondo de su garganta.
Se deja caer sobre mí y me besa primaria mientras se mueve rápido y
duro, entrando y saliendo de mí, una y otra vez. Yo levanto mis piernas y le
rodeo por la cadera. Cada vez se mueve con más fuerza. Sus estocadas me empujan a través del elegante escritorio de Philippe Starck y tengo que
agarrarme con fuerza al borde para no salir despedida.
Gimo contra su boca con mis manos perdidas en su pelo, su espalda,
sintiendo cómo ella derrocha las suyas en mis pechos.
Me siento en el séptimo cielo del sexo salvaje.
Me embiste con fuerza y se queda dentro de mí. Comienza a mover
torturadora sus caderas. Voy a desmayarme de placer. Echo la cabeza hacia atrás pero Santana sube la mano hasta mi nuca y
me obliga a alzarla de nuevo, pegando su frente a la mía.
Baja su otra mano desde mi pecho hasta mi cadera acariciando con
veneración mi costado.
—Britt —susurra a la vez que hace los círculos más grandes pero
también más íntimos, más torturadores.
Gimo desesperada. Me está diluyendo en una nube de placer.
—Britt —repite como si quisiera saborear cada letra de mi nombre
y cada segundo de este momento.
Mi cuerpo se tensa. Estoy a punto de estallar. Entonces agarra mi
cadera hasta casi hacerme daño y me embiste llena de fuerza. Posee mi
boca con brusquedad para acallar mis gritos y continúa entrando y saliendo
rápida, tosca, llegando cada vez más profundo, inundándolo todo.
El placer se extiende dentro de mí hasta alcanzar cada terminación
nerviosa de mi piel y me libero en un atronador orgasmo.
Me embiste con fuerza dos veces más y se pierde en mí con su frente
aún apoyada en la mía y cerrando los ojos cuando al fin se siente liberada
de todo el dolor.
Despacio, se incorpora y sale de mí. Me estremezco cuando lo hace y
mi cuerpo se siente abandonado. Sentada sobre la mesa, noto cómo me
observa, pero después de la intensidad del momento no sé qué decir ni
tampoco qué dirá ella, así que despacio me bajo del escritorio.
Me sorprende el hecho de que no llevo zapatos. No sé cuándo me los
quitó, pero me gusta el tacto del parqué bajo mis pies descalzos.
Nos vestimos en silencio entre miradas furtivas. Cuando voy a darme
la vuelta para marcharme, Santana me lo impide tomándome suavemente por la muñeca.
—He discutido con mi padre.
Su frase me hace alzar la mirada y buscar sus ojos.
—¿Por la empresa?
—Por todo, en realidad.
Santana me dedica una sonrisa, pero no le llega a los ojos. Sin dejar de
mirarme, hunde su mano en mi pelo y me acerca más a ella.
—Britt, eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no sabes
cuánto me duele que todo tenga que ser así.
Está siendo sincera y eso hace que su frase duela demasiado.
—Lo sé —susurro antes de alzarme sobre la punta de mis pies aún
descalzos y darle un suave beso en los labios.
Y realmente lo sé, aunque no entienda cómo.
Sin decir nada más, salgo del despacho bajo su atenta mirada. Me
siento en la silla de Blaine y me pongo mis Oxford. No me arrepiento de lo
que acaba de ocurrir. Me necesitaba y, a pesar de las peleas y las lágrimas, hacer que se sintiera mejor, de la manera que fuera, era lo único que deseaba hacer.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Feb 13, 2016 6:48 am

Aún falta una hora para que la jornada laboral empiece
oficialmente. Me siento a mi mesa y comienzo a prepararlo todo. Lo
primero que hago es revisar la agenda y el correo de Quinn. Esta tarde
tiene una reunión con el arquitecto encargado de la restauración de un
edificio muy importante en el centro. Recuerdo que Quinn me pidió algún
material de archivo, así que voy a buscarlo para que pueda revisarlo en
cuanto llegue.
Paso las carpetas del enorme archivador y no puedo dejar de pensar en
mi padre. Lo imagino solo, yendo al cementerio, y ese dolor sordo y agudo
en mi estómago se hace más intenso. Cada vez paso las carpetas más
rápido, cada vez la impotencia es mayor, cada vez me siento más
abrumada, más enfada, más triste.
—¡Joder! —grito golpeando con furia las carpetas y empujando el
cajón.— Maddie —oigo desde la puerta—, ¿qué te ocurre?
Alzo la mirada y observo cómo Santana entra en la pequeña habitación y
cierra la puerta tras ella.
—¿Estás bien? —pregunta, y está realmente preocupada.
—Sí, es sólo que hoy es un día complicado para mí —musito sin
levantar la vista de las carpetas.
—¿Hoy? ¿Por qué?
—Por nada.
Resoplo y me dirijo hacia la puerta. Estoy muy enfadada conmigo
misma y con el mundo en general y no tengo ganas de empezar la mañana
con jueguecitos en un cuarto de dos metros cuadrados.
—Britt —me llama cogiéndome del brazo y alejándome de la
puerta.— Santana, no es nada, de verdad. —Sigo sin mirarla.
—Sé que te pasa algo y no vas a salir de aquí hasta que me lo cuentes.
La jefa exigente y controladora ha vuelto. Desde que entramos en esta
especie de tregua no había usado ese tono conmigo. Creo que en cierta
manera lo echaba de menos.
—Es mi padre —murmuro en un tono de voz casi inaudible.
—¿Tu padre? ¿Está enfermo?
—No. —Niego también con la cabeza, como si negara incluso la
posibilidad—. Hoy es el cumpleaños de mi madre.
Me mira confusa y yo decido soltarlo todo de un tirón.
—Mi madre murió. Hoy hubiese sido su cumpleaños. Este día siempre
ha sido, es —rectifico con amargura— muy difícil para mi padre, pero por
lo menos mis hermanos y yo habíamos estado con él. —Hago una pequeña
pausa—. Y este año estará solo.
—Creí que tu madre era ama de casa.
—Mi madre murió cuando yo era pequeña y años después mi padre se
volvió a casar. Es una buena mujer y todos la queremos. Para mí es como
una madre.
Santana asiente sin dejar de mirarme.
—Ayer me llamó —susurro con la voz entrecortada. Decido no seguir.
No quiero llorar. Aquí no. En lugar de eso, respiro hondo—. ¿Puedo irme
ya?
—Britt.
—Sí, lo sé, debería volver al trabajo —le interrumpo.
Ahora es ella quien suspira profundamente. Su mirada sigue en la mía.
—Coge tu bolso y espérame en el garaje.
Sin darme la oportunidad de contestar, sale de la pequeña habitación.
No entiendo nada pero, aun así, obedezco. Vuelvo a mi oficina, recojo
mi bolso y bajo hasta el parking. Sólo necesito dar unos pasos para ver a
George de pie frente al fabuloso Audi A8.
—Buenos días, Britt —me dice sonriente.
—Buenos días, George —le devuelvo la sonrisa pero la mía luce
apagada.
Supongo que se da cuenta de que no estoy en mi mejor día para
charlar del tiempo y cosas por el estilo, porque se queda en silencio a mi
lado. A los pocos minutos Santana se acerca a nosotros.
—Podemos irnos, George.
El chófer nos abre la puerta trasera y ambas subimos. Sin que
intercambien ni una sola palabra, George arranca y se incorpora al tráfico.
Sigo sin tener la más remota idea de adónde vamos. Imagino que quiere
ayudarme a que el día pase más rápido y me tendrá toda la mañana de
reunión en reunión. No es mala idea y se lo agradezco, pero nada podría
hacerme olvidar que donde quiero estar es en Carolina del Sur con mi
padre. Santana le hace un imperceptible gesto a George y la canción It’s time, de Imagine Dragons, comienza a sonar. Pierdo mi vista en la ventanilla. Observo cómo salimos de Manhattan y tomamos la interestatal 678 en dirección sur. Por un momento pienso que iremos a Astoria o a Woodside, a alguna compra de terrenos. Sin embargo, George pasa de largo esos barrios y asombrada, casi sin palabras, veo cómo el coche entra en la terminal privada del JFK.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Feb 13, 2016 7:20 am


22

La limusina se detiene a pocos metros de un impresionante jet. George me
abre la puerta y salgo por inercia. Estoy atónita. Santana se reúne conmigo y me observa mientras nuestro chófer vuelve a montarse en el coche y se
aleja.
—Santana…
No sé qué más decir. Las palabras se agolpan en mi garganta, pero no
soy capaz de formar una frase coherente con ellas. Va a llevarme a
Carolina del Sur. Sencillamente no puedo creerlo. No puedo creer que vaya
a hacer algo así por mí.
—Britt, déjame hacer esto por ti —susurra clavando sus ojos en los
míos.
Asiento mientras suspiro profundamente. Santana me coge de la mano y
la aprieta con fuerza a la vez que me dedica una dulce sonrisa que se
refleja en mis labios. Estoy completa y temerariamente enamorada de esta
mujer.
Tira suavemente de mí y caminamos hasta las escalerillas. Al pie de
ellas nos espera el capitán. Santana nos presenta, comentan algunos detalles técnicos y finalmente subimos al avión. No me ha soltado la mano en ningún momento y la sensación es mejor de lo que nunca imaginé.
Una azafata altísima y morenísima, con pinta de ferviente
multilingüe, nos espera con la sonrisa más solícita que he visto en mi vida.
—Bienvenidos a bordo —nos saluda.
—Maria, por favor, tráenos algo de desayunar.
—En seguida, señorita Lopez. ¿Desea también la prensa del día?
—El Times.
La auxiliar de vuelo asiente y se retira diligente. Santana me conduce a
través del avión hasta unos enormes asientos color crema. Parecen
comodísimos. Están distribuidos en pareja y entre ellos hay una mesa de
madera de cerezo y acero reluciente. Sin duda alguna, no tiene nada que
ver con la clase turista de un avión.
Santana me indica que me siente junto a la ventanilla y ella lo hace frente
a mí. La azafata se acerca de nuevo a nosotros. Trae un plato de cruasanes calientes y dos tazas de porcelana blanca en la que echa el café aún humeante de una moderna cafetera italiana. Le entrega el periódico a Santana y deja otros diarios y algunas revistas sobre la mesa. Ella asiente y la azafata se retira.
—Apuesto a que no has desayunado —dice empujando uno de los
cafés hacia mí.
Sonrío dándole la razón.
Todavía no me puedo creer que en un par de horas estaré en Carolina
del Sur.
—Muchas gracias, Santana.
—No tienes por qué dármelas.
Sonrío de nuevo y tomo mi taza. Soplo antes de dar el primer sorbo.
Mmm, está delicioso.
En mitad de la comodidad de un jet privado me doy cuenta de que me
dispongo a salir del estado y ni siquiera le he dicho a mi jefa que no iré a
trabajar.
—No he avisado a Quinn —comento algo alarmada.
—No te preocupes por Quinn, ya se lo he explicado. Ha protestado
un poco —comenta con una sonrisa—, pero se le pasará.
Me acomodo en mi asiento con la taza de café entre las manos. Santana
me observa durante unos segundos y finalmente toma la suya.
Unos minutos más tarde, la azafata nos pide que nos abrochemos los
cinturones y nos retira el desayuno. El avión despega poco después. El no haber dormido prácticamente en toda la noche me pasa factura y, no sé
exactamente cuándo, caigo presa del sueño.
Me despierta la voz de Santana al teléfono y el característico ruido del
pasar de las hojas del Times. Abro los ojos adormilada y la veo frente a mí
con la cabeza apoyada en la pared del avión y una de las piernas estiradas
sobre el otro asiento. Al verme despierta, me sonríe y vuelve a centrarse en la conversación por el móvil.
—Llama a Miller y arregla todo el asunto del alza de los contratos…
No debería haber problemas con eso… Mándamelos por correo
electrónico.
Cuelga el teléfono y me mira de nuevo. Yo sigo acurrucada en el
sillón, con la cabeza sumida en la almohada más cómoda del mundo y
tapada con una suave mantita.
—Estamos a punto de llegar.
Asiento entusiasmada. Santana me sonríe una vez más y devuelve su
mirada al periódico.
Menos de media hora después estamos bajando del fantástico jet. Me
lleva de nuevo de la mano y ese gesto hace que una embriagadora
sensación de protección me inunde.
Caminamos hasta un precioso Mercedes A45 plateado. Un hombre
con un aspecto tan serio como profesional nos espera junto al coche. Me
recuerda a Finn, sólo que no transmite la idea de que puedes confiarle tu
vida y él te mantendrá sano y salvo pase lo que pase. Le entrega las llaves
del Mercedes a Santana y un pequeño maletín, la funda de un portátil en
realidad.
—Espero que el coche sea de su agrado, señorita Lopez.
Santana asiente. La verdad es que es alucinante y parece recién salido de
fábrica.
Conforme vamos adentrándonos en el pueblo, la expresión de
asombro parece crecer más y más en el rostro de Santana. Yo sonrío
orgullosa. El Sound de Santa Helena tiene ese efecto para quienes lo ven
por primera vez. Las casas coloniales despertando entre frondosas
arboledas, los barcos pesqueros y, por encima de todo, el mar, enredado en el Sound primero y después abierto y cadencioso en la costa.
—Es precioso —musita sin poder dejar de contemplar el paisaje.
—Lo sé.
Guío a Santana por el entramado de calles hasta que detiene el fabuloso
Mercedes frente a la casa de mi padre. Por un momento me pierdo en ella.
Todo está exactamente igual que la última vez que la vi hace un año.
Santana, me abre la puerta y salgo de mi ensoñación. Me
alejo un par de pasos del coche. El viento traiciona su peinado y
revuelve su pelo, dejándolo caer sexy sobre el borde de sus Wayfarer.
—¿Quieres pasar? —pregunto.
—No, ahora tienes que estar con tu padre.
—Gracias, Santana.
Ella sonríe como respuesta y tengo serías dudas de que las piernas
vayan a responderme.
—Estaré en el Hilton.
Asiento nerviosa. Santana sonríe una vez más, se incorpora despacio y
por un momento pienso que va a acercarse a mí, quizá besarme, y esa
posibilidad hace que mi cuerpo, ya sobreestimulado por toda la situación,
se encienda. Pero definitivamente se aleja y comienza a caminar hacia su
asiento con una sonrisa en los labios. Me siento un poco tonta,
prácticamente he estado a punto de cerrar los ojos.
Cruzo la calle hasta la entrada de casa. Atravieso la valla blanca y me
giro una última vez. Santana, ya dentro del coche, me está observando. Me
despido con un torpe gesto de mano y ella arranca el vehículo y desaparece calle arriba.
—Cielo, es maravilloso que hayas venido —susurra embargada por la
emoción.
Le devuelvo el abrazo feliz. Evelyn me suelta a tiempo de poder ver
cómo mi padre, emocionadísimo y sorprendido como nunca lo había visto,
sale del salón con el periódico en una mano y quitándose las gafas con la
otra.
—Britt —murmura con un millón de sentimientos flotando en su
voz.
—Papá.
Sin dudarlo, corro hasta él, que parece haberse quedado petrificado, y
le doy el abrazo que llevo queriendo darle desde que me llamó mi primer
día de trabajo.
—Pequeñaja —pronuncia con la voz entrecortada.
Sonrío conmovida por su reacción.
—No podía dejarte solo.
—Pero ¿y tu trabajo?
—Podríamos decir que esto ha sido idea de mi jefa.
Mi padre me mira confuso y yo vuelvo a sonreír, esta vez pensando en
quién ha hecho posible todo esto.
—Papá —susurro a la vez que vuelvo a abrazarlo—, te he echado de
menos.—Y yo a ti.



—Aún no me has contado cómo has conseguido venir.
—Es una historia muy larga y no quiero aburrirte.
Mi padre me observa perspicaz y yo pierdo mi vista a mi alrededor,
eludiendo descaradamente su mirada y el tema en sí. No pienso contarle,
por nada del mundo, que me acuesto con una multimillonaria dueña de la
empresa en la que trabajo y que me ha traído hasta aquí en su jet privado.
Va a decir algo pero Evelyn lo interrumpe sentándose también a la
mesa.—Déjala, qué más da cómo haya venido, lo importante es que está
aquí.
Mi padre sonríe analizando las palabras que acaba de escuchar a la
vez que Evelyn me guiña un ojo cómplice y disimuladamente.
Pasamos la mañana charlando y, a la hora de almorzar, mi padre
insiste en llevarme al restaurante de Sam, su mejor amigo. Yo acepto
entusiasmada.
Comemos y volvemos a casa. En el camino, mi padre se muestra más
callado, más taciturno, y automáticamente sé qué es lo que va a pedirme.
Sin embargo, también sé que debo darle tiempo para que sea él quien
decida cuándo quiere ir.
Aprovecho para subir a mi antigua habitación. Todo está exactamente
como lo dejé cuando me marché hace seis años. Incluso siguen colgados
mis viejos pósters de Fall Out Boy y Kelly Clarkson.
Mientras estoy distraída mirando las fotos del corcho, llaman
suavemente a la puerta.
—Adelante —digo y sonrío al hacerlo. ¿De quién me habré acordado?
—Pequeñaja —musita mi padre—, si te parece bien, me gustaría que
nos fuéramos ya.
No necesita decirme adónde. Sé que se refiere a visitar la tumba de mi
madre. Asiento con la expresión renovada en mi rostro. Ya no quiero
sonreír. No me apetece.
Respiro hondo antes de bajar el último escalón, cruzar la cocina y
llegar al salón, donde me espera mi padre. Evelyn nunca nos acompaña.
Entiende que es un momento que mi padre necesita vivir solo.
—Estoy lista, papá.
—Bien.
Se aleja de la ventana desde donde contemplaba nuestra tranquila
calle y se reúne conmigo.
Aparca su viejo Jeep en el camino central flanqueado de cipreses.
Siempre he odiado esos árboles. Creo que porque la primera vez que vi uno fue aquí, en el entierro de mi madre.
No ha dicho nada en todo el viaje y ahora continuamos en silencio,
caminando despacio. La tristeza que me invade cada vez que estoy aquí es
indescriptible. Siento pena por mi madre, que murió cuando todavía le
quedaban tantas cosas por vivir. Siento pena por mí, por esa niña de siete
años que no comprendía qué le estaban diciendo con eso de «mamá está en un lugar mejor». Recuerdo que, cuando mi padre se arrodilló frente a mí y pronunció esas palabras, lo miré fijamente y respondí «y si está en un lugar mejor, ¿por qué estás llorando?» Pero, sobre todo, siento pena por mi
padre. Estaba tan enamorado de ella que diecisiete años después, y aunque ha rehecho su vida, se hunde sin remedio cada vez que llega su
cumpleaños.



—Britt, ¿te importaría dejarme un rato a solas? —susurra sereno,
sin llegar a mirarme.
Yo asiento con la vista perdida como él en el nombre grabado de mi
madre.—
Llévate el coche. Yo volveré dando un paseo.
—Claro —musito—. Feliz cumpleaños, mamá.

Despacio, regreso al coche. Me subo en el Jeep y, sin aumentar mucho la velocidad, salgo del cementerio.
Pienso en la imagen de mi padre de pie, triste, solo, con ese tipo de
soledad que seguirías sintiendo en medio de un estadio abarrotado de gente que vitoreara tu nombre.


Paso mi casa de largo y continúo conduciendo. No comprendo que lo
he hecho en dirección al Hilton hasta que me veo frente a él. Quiero verla.
Quiero sentirme un poco mejor.
La recepcionista me informa de que está en una de las suites, en la
habitación 5.932. Nerviosa, llego hasta su puerta y llamo suavemente.
Santana no tarda en abrir. Está al teléfono. De su habitación escapa una suave canción. Suena bajito pero lo inunda todo.
—Britt, no te esperaba tan pronto —murmura confusa tapando el
auricular del móvil.
Su frase activa algo en mi mente, que también se pregunta qué hago
aquí. Te ha traído a Carolina del Sur, es cierto, pero eso no significa que
sea tu novia o que esté dispuesta a verte cuando tú quieras.
—Sí, pero los números no son aceptables —continúa hablando por
teléfono sin despegar sus ojos de mí. Creo que intenta averiguar qué ha
ocurrido—, menos de cuatro millones sería algo demasiado insignificante.
¿Qué haces aquí, Britt?, vuelvo a preguntarme y me doy cuenta de
que lo mejor que puedo hacer es marcharme. Estoy demasiado triste y
abrumada. Sin decir ni una sola palabra, comienzo a caminar alejándome de la puerta, pero Santana se inclina, me coge del brazo y tira de mí para que entre en la habitación, cerrando la puerta tras mi paso.
—Llama a Miller, compara las cifras y mándame los resultados
finales.
Cuelga y se mete el teléfono en el bolsillo del pantalón.
—¿Qué pasa, Britt?
—No lo sé —murmuro—. En realidad no sé a qué he venido. Estaba
en el cementerio y mi padre me pidió que lo dejara solo. Mi madre murió
hace diecisiete años y aún no me acostumbro a verlo así.
Las palabras arden en mi garganta. Siento que tengo que deshacerme
de ellas o acabarán abrasándome por dentro.
Santana hace una mueca de dolor y ladea la cabeza sin dejar de mirarme.
—Es muy injusto. Todo. Mi madre murió con treinta y dos años y una
parte de mi padre murió con ella. Deberían haber podido ser felices. No es
justo. Estoy enfadada. Me siento impotente.
La tristeza atenaza mi estómago. El corazón me va a mil y sólo quiero
gritar de pura rabia y frustración.
Ella continúa observándome. Sus ojos se llenan de compasión y
dulce consuelo. Nunca hubiera pensado que lo único que haría que me
sintiese mejor sería esa mirada.
Me coloca un mechón de pelo tras la oreja y deja su mano en mi
mejilla.
—Lo siento —susurra.
Asiento nerviosa y un sollozo escapa de mis labios. Sin quererlo, las
primeras lágrimas comienzan a brotar.
—Britt —su voz suena ronca —, déjame hacer que te
sientas mejor.
Utiliza las mismas palabras que yo usé ayer con ella. Me enjuga las
lágrimas con el pulgar y ya estoy perdida. La necesito, hoy más que nunca.
—Sí —musito.
Lentamente alberga mis sienes con sus manos y yo cierro los ojos
entregada. La suave canción continúa sonando. Baja acariciándome
dulcemente hasta llegar a mi cuello. Un nuevo sollozo sale de mis labios.
Santana me chista casi en un suspiro mientras su cálido aliento inunda el mío y me besa suavemente, apenas un roce que repite otra vez intentando
llevarse con ella toda mi tristeza. Gimo al sentir sus labios las lágrimas
caen sin solución; sin embargo, de alguna manera que ni siquiera entiendo,
me siento liberada.
Estrecha su cuerpo contra el mío mientras sigue besándome, con sus
manos protegiendo mi cuello, protegiéndome a mí. Subo las mías hasta sus
antebrazos y deslizo mis dedos por ellos hasta esconderlos bajo las mangas remangadas de su camisa.
Seguimos besándonos, de pie en el centro de la habitación, sin correr
hacia la pared más próxima, sin desvestirnos atropellados como si el otro
fuera a desaparecer en cualquier momento. Nunca nos habíamos besado
así. Son besos desesperados pero también están llenos de necesidad, de
amor. Son besos que curan y apaciguan batallas, son besos que unen, que te entregan.
Santana se separa de mí y apoya su frente en la mía. Sus manos aún
sostienen mi cuello y las mías aún se esconden bajo su camisa.
—Lo único que me importa es verte sonreír —susurra con los ojos
cerrados.
Como si hubieran apretado el botón más íntimo de mi alma, sonrío y
ella abre los ojos en el instante preciso para poder verlo. Vuelve a besarme y yo vuelvo a perderme en ella y en este momento.
Acaricia mi pierna con suavidad desde la cadera hasta la parte de atrás
de la rodilla. La levanta a la vez que me alza en brazos, obligándome
suavemente a rodear su cintura con ella. Imito el movimiento con la otra
pierna y envuelvo su cuello con mis brazos, estrechándome aún más contra
ella. Me besa, la beso. Le quiero.
Me lleva hasta la cama y nos dejamos caer en ella. Sus besos recorren
mi mandíbula y se pierden en mi cuello. Toma el bajo de mi vestido y va
remangándolo despacio, guardándolo entre sus manos, dejando al
descubierto mis muslos, mis caderas. Entonces se separa de mí lo
suficiente para poder tirar del vestido y sacármelo por la cabeza.
Suspiro cuando me siento desnuda bajo él.
—Eres preciosa —susurra contemplándome.
Alzo las manos temblorosas y las llevo hasta su camisa. Intento
desabrocharle los botones, pero estoy tan abrumada que no soy capaz de
concentrarme en la sencilla tarea. Santana coloca su mano sobre las mías y comienza a guiarme en cada movimiento. Suspiro cuando pasamos el
último botón por el ojal y la camisa se abre ante mí. Santana libera mi mano y yo deslizo la tela a medida por sus perfectos hombros. La dejo caer al suelo sobre mi vestido. Las dos son blancos y por un momento parecen una maraña de una única prenda. Me gusta esa idea.
Santana vuelve a besarme y deja caer todo el peso de su cuerpo sobre el
mío. Gimo contra sus labios y todo su calor me inunda. Pasea sus manos
por mis pechos y solivianta mis pezones por encima del sujetador hasta
endurecerlos aún más. Cuando consigue su objetivo, lleva su mano por mi
costado hasta llegar a mi cadera y desliza dos de sus dedos bajo la cintura
de mis bragas. Las baja lo suficiente para ver la marca que dejó ayer en mi
piel y la acaricia con veneración.
Yo pierdo mis manos en su pelo y en su torso desnudo. Antes de que
el pensamiento se cristalice en mi mente, mis manos avanzan por cada uno
de sus abdominales y llegan hasta su cinturón. Lo desabrocho a la vez que
ella se deshace de mi ropa interior. Todo sin dejar de besarnos, sin romper el contacto de nuestros labios. Santana se desnuda completamente une nuestros sexos y comienza una friccion que me hace olvidar
Jadeante, le acaricio la mejilla y lentamente entra en mí.
Dejo escapar un grito ahogado Tengo la sensación de que nada más importa. No oigo la música. No siento las suaves sábanas debajo de mí. Sólo soy consciente de Santana, que continúa con su mirada entrelazada con la mía. Su respiración está acelerada y le noto temblar suavemente.
Sale de mí muy despacio y entra de nuevo lentamente, colmando hasta
la última fibra de mi ser. Seguimos mirándonos, contemplándonos. Mi
respiración es aún más convulsa. Vuelve a repetir el mismo movimiento y
tengo que luchar para que mi cabeza no caiga hacia atrás llena de un
condensado placer. Creo que quiere decir algo, pero su mente o sus labios
no parecen poder obedecerla y, en lugar de eso, vuelve a salir de mí y me
embiste con una fuerza atronadora.
Un grito rompe mi garganta y todos los sonidos, todas las sensaciones,
vuelven a mí. La suave canción inunda mis oídos, las sábanas acarician mi
piel mientras Santana me embiste con fuerza, casi con desesperación, con un puño hundido en el colchón sujetando su cuerpo y toda la fuerza con la
que entra en mí. Ella intensifica todo a mi alrededor y me hace delirar de
placer.
Sonrío, suspiro, gimo.
Gruñe de placer y yo me agarro con fuerza a su espalda. Nuestros
cuerpos perfectamente acoplados se deslizan sudorosos. Continúa
moviéndose a un ritmo delicioso. Su mano sigue en mi cadera, como si
reclamando ese trozo de mi cuerpo, en realidad, me reclamara entera. Y
ésa es la verdad, soy suya. Cada centímetro de mi cuerpo le pertenece. Ella era lo único capaz de hacerme sentir mejor, por eso conduje hasta aquí sin ni siquiera saberlo.
Levanto las caderas y las acompaso con sus movimientos,
recibiéndola y despidiéndola cada vez. Nuestras respiraciones
entrecortadas rompen nuestros besos. Nuestros gemidos se entremezclan y su cálido aliento roza mis labios.
Ella me colma una vez más y yo me agarro desesperada a sus hombros.
—Britt —susurra contra mis labios.
Y es todo lo que necesito para dejarme llevar por un orgasmo
catártico, liberador, sanador. Mi cuerpo estalla en millones de pedazos
llenos de luz y el placer se extiende por toda la habitación. Jamás me había
sentido así y mi corazón henchido de una euforia desbordante me da la
respuesta: porque nunca antes te había hecho el amor.
Ella sigue moviéndose. Aprieta con fuerza el puño sobre el colchón y,
con una última embestida profunda, se pierde en mí.
Con la respiración todavía jadeante, ambas sonreímos suavemente
justo antes de que se deje caer a mi lado.
Tras unos minutos con la mirada clavada en el techo, me preparo
mentalmente para marcharme, aunque sólo imaginar el momento de salir
por esa puerta me resulta demasiado duro. Me doy cuenta de que la música que suena siempre es la misma canción. Es desgarrada y está llena de amor. Habla de reproches, pero también de poner todo tu amor y tu vida en las manos de otra persona mientras no deja de repetir a palabra mía.
No sé qué hacer ni tampoco qué decir. Estoy demasiado confusa por
todo lo que acaba de pasar y, sobre todo, por cómo ha pasado. Pero Santana como si me hubiese leído el pensamiento, pasea su mano por la cama hasta encontrar la mía y, sin decir nada, las une.
Me giro para poder mirarla. Continúa con la vista fija en el techo
mientras aprieta con fuerza mi mano.
—¿Tienes frío? —pregunta.
Niego con la cabeza pero aun así se incorpora sin soltar nuestras
manos y tira de la fina colcha para taparnos.
—¿Estás mejor? —vuelve a inquirir colocándome un mechón de pelo
tras la oreja. Sé que no se refiere al frío. Sé que lo dice por el motivo que me trajo aquí.
—Sí —contesto sin dudar en un murmuro.
Santana me sonríe y, distraída, pierde sus ojos en nuestras manos
entrelazadas. Desliza la otra bajo la colcha hasta llegar a mi cadera y con el
pulgar comienza a dibujar suaves círculos, lentos, dulces. Sintiéndolos, me
relajo y sin quererlo me quedo dormida.
La habitación está prácticamente a oscuras. Sólo la luz que llega
desde el puerto y entra por la ventana ilumina algo la estancia. Santana, a mi espalda, me abraza y sonrío al comprobar que nuestras manos siguen
entrelazadas. Podría quedarme así toda la vida, pero necesito saber cómo
está mi padre.
Despacio, intentando no despertarla, me aparto de ella y desuno
nuestras manos. Santana da un pequeño suspiro y se mueve aún dormida.
Durante unos segundos sonrío como una boba mirándole dormir, hasta que
finalmente me alejo de la cama.
Me agacho, recojo mi ropa interior y me la pongo. También cojo mi
vestido del suelo, pero, cuando estoy a punto de ponérmelo, me doy cuenta
de que es su camisa. Huele como ella, a lavanda fresca, y no
puedo vencer la tentación de ponérmela.
Saco el iPhone del bolso y, procurando no hacer ruido, voy hasta la
otra estancia, un elegante salón con los muebles en tonos cálidos y una
gran alfombra hecha a mano cubriendo casi todo el suelo.
Marco el número de casa y, mientras espero a que respondan, camino
hasta la enorme ventana. Hay una vista preciosa del puerto desde aquí.
—¿Diga?
—Evelyn, soy Maddie. Llamaba pasar saber si papá había llegado.
—No, tesoro —su voz suena apagada—. Sam ha llamado. Están en el
restaurante.
Suspiro y apoyo mi frente en la ventana.
—Y tú, ¿cómo estás?
—Hoy yo no soy lo importante —susurra y lo hace llena de amor.
Nunca me cansaré de pensar que esta mujer es un regalo.
—Iré a buscarlo y lo llevaré a casa.
—No,Britt. Estar con Sam lo ayuda mucho.
—Está bien. —Resoplo y pierdo mi vista en el puerto—. Te llamaré
más tarde.
Cuelgo el teléfono y lo dejo sobre el escritorio. Hay un portátil y una
decena de carpetas repartidas por toda la madera. Recorro el borde de la
mesa con los dedos y sonrío levemente al imaginarla aquí sentada,
trabajando.
Finalmente vuelvo a la habitación.
—¿Todo bien? —me pregunta adormilada al verme entrar. Está
sentado al borde de la cama, aún desnuda.
—Sí o al menos eso creo. Mi padre está con Sam, su mejor amigo.
Santana asiente pasándose las manos por la cara un par de veces para
intentar despertarse del todo. Me observa un segundo y una chispa de deseo brota con fuerza en el fondo de sus ojos. Se estira, me coge de la
muñeca y me atrae hacia ella hasta colocarme entre sus piernas.
—Llevas mi camisa —comenta con una sonrisa.
Le devuelvo el gesto a la vez que miro mis dedos perderse en su pelo.
—Será mejor que me marche —pronuncio llena de dudas y de miedo
y demasiado confundida porque no entiendo qué estamos haciendo ni
cuánto va a durar.
—¿Quieres marcharte? —pregunta alzando la mirada y dejando que
sus preciosos ojos se entrelacen con los míos.
Niego con la cabeza.
—No.
—Entonces no lo hagas.
Suspiro al notar cómo Santana sube sus manos por la parte de atrás de
mis muslos y la curva de mi trasero hasta llegar al final de mi espalda.
—Santana…
Así es realmente difícil pensar.
—Britt, estoy cansada de luchar, de intentar no echarte de menos,
de pensar que podré olvidarme de ti cuando todo lo que quiero es tenerte
entre mis brazos. —El corazón me martillea con fuerza dentro del pecho
—. Tú consigues que me olvide del mundo.
Y otra vez eso es todo lo que necesito oír. Sonrío como una idiota y
me dejo caer sobre ella, que me recibe encantada y me tumba en la cama. Se inclina sobre mí posando su mirada en la mía, pero esta vez la frustración y la rabia, la batalla interna, han desaparecido y ya sólo queda el deseo en sus ojos
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por micky morales Sáb Feb 13, 2016 7:38 am

bueno, sigo sin entender, aparentemente no hay una esposa o un hijo viviendo en su mismo techo, entonces, cual es el misterio????????
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por Susii Sáb Feb 13, 2016 4:58 pm

La misma pregunta que arriba! Que es lo que esconde?! D:
Por lo menos ahora Santana se esta comportando como una persona normal con Britt, despues de acostarse con ella:s
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Feb 14, 2016 5:19 am

—Cuando estábamos en casa de tus padres y Thea me acompaño al
baño, me dijo que debía perdonarte y que tenía que haberte conocido antes, así que le pregunté.
Juego nerviosa con los puños de su camisa. Ni siquiera la he mirado
mientras le respondía.
—¿Y qué te contó? —susurra tratando de sonar tranquila, aunque
puedo notar su mirada inquieta sobre mí.
—Me dijo que hace seis años te convertiste en la directora ejecutiva
Del Lopez Enterprises Group.
—Así es. ¿Te dijo algo más?
Niego con la cabeza.
—Pero sé cuánto te preocupa que la vida de cuarenta y cinco mil
personas dependa de ti.
Santana suspira. Creo que lo que siente ahora mismo es una mezcla de
dolor y resignación. Se levanta y rápidamente se pone sus bragas y sosten. Temo que otra vez haya subido las murallas y me haya dejado fuera.
—San, no hagas eso —le pido abriéndome paso a través de la cama y
arrodillándome en el borde, justo frente a ella.
—Confía en mí —le suplico—. ¿Qué ocurre?
Santana vuelve a suspirar y se deja caer sobre la enorme cómoda junto a
la pared hasta casi sentarse en ella. Continuamos frente a frente, pero la
distancia entre nosotras ha crecido.
—Cuando terminé la universidad, puede que incluso antes, ya sabía
que sería la directora del Lopez Group. —Santana se cruza de brazos—. Si es así es porque mi padre sabía que soy como él, capaz de renunciar a todo por el bien de la empresa. Y hasta ahora no me había importado, es más, me gustaba, pero implica que hay cosas que no me puedo permitir.
—¿Como una relación? —pregunto.
—No, como una relación con una chica como tú —sentencia, y por un
momento me siento como si hubieran tirado de la alfombra bajo mis pies.
—Britt, yo no soy buena para ti —dice al fin resignada, pasándose
las manos por el pelo.
Su gigantesca batalla interna ha vuelto con más fuerza que nunca y
centellea en el fondo de sus ojos.
—¿Y por qué no?
—Porque no tengo nada de bueno. —Nerviosa, vuelve a incorporarse
y se pasea por la habitación—. Nada por lo que una chica inocente y
preciosa como tú pudiese quererme. —Resopla bruscamente—. Para
empezar, nunca debí dejar que nada de esto pasase.
Se está arrepintiendo otra vez. Una punzada de dolor cruza el centro
de mi corazón y todas las estúpidas ilusiones que me había hecho
desaparecen al instante.
—¿Te estás arrepintiendo? —musito.
Santana deja de pasearse y me mira directamente a los ojos.
—Jamás me arrepentiría de estar contigo, Britt. —Su seguridad es
aplastante—. Pero sé que piensas que aquí dentro —dice señalándose el
pecho— hay alguien mejor, y no es así.
—No te entiendo, San. Te conozco, puede que creas que no, pero es
la verdad, y sé —trato de demostrarle toda la seguridad que siento respecto
a estas palabras— que eres una chica buena y generosa.
Sonríe pero no le llega a los ojos. Aun así, lo que más me preocupa es
la manera en la que me mira. Está llena de una endulzada condescendencia y mucha compasión. No me gusta esa mirada. Siento como si quisiese decir que mis palabras no hacen sino confirmarle la impresión tan equivocada que tengo de ella. Detesto esa mirada.
—¿Por qué me miras así?
No dice nada. Atraviesa la habitación como una exhalación y me besa
con una pasión desmedida. Me coge en brazos obligándome otra vez a
enroscar mis piernas a su cintura y, sin que sus labios se separen un
segundo de los míos, me lleva hasta el baño.
Entra en la enorme ducha de diseño y abre el grifo. Al instante una
cascada de agua caliente cae sobre nosotras. Su camisa se empapa y se
adhiere a mi cuerpo como si fuese una segunda piel.
Mientras se quita el sosten y las bragas, continúa besándome hambrienta de mí y yo le recibo de igual forma. El agua se desliza por su increíble cuerpo. Sus hombros perfectamente definidos, sus brazos y esas manos tan que me sujetan sin aparente esfuerzo. Pero Santana vuelve a besarme
reclamando mi boca y toda mi atención.
Gimo contra sus labios cuando la siento estrecharse aún más contra
mi cuerpo. Se deshace de la camisa y la tira al suelo del baño. Entonces se
separa y estira su mano hasta uno de los albornoces junto a la ducha. No
entiendo qué quiere hacer. ¿Acaso ya ha terminado? Por Dios, que no haya terminado.
Mis ojos se abren como platos cuando le veo tirar del cinturón del
albornoz. Sonríe con esa mezcla de dureza y sensualidad capaz de
enloquecer a cualquier mujer y clava sus ojos rebosantes de deseo
en los míos.
—Une las muñecas por encima de la cabeza —me ordena en un ronco
susurro.
Hipnotizada por su mirada, hago lo que me dice y, despacio, subo mis
manos. Ella aprieta sus caderas aún más contra mi cuerpo, aprisionándome contra la pared de azulejos, y coge el cinturón del albornoz con las dos manos. Lo pasa por mis muñecas, las ata con fuerza y me obliga a estirar todavía más los brazos al anudar el otro extremo a un saliente decorativo de la pared.
Gimo extasiada cuando noto el peso de mis brazos pender del
cinturón.
Lentamente se separa de mí hasta que mis pies tocan el suelo. Me
observa y, aunque intento mantener su mirada, el deseo de sus ojos me
abrasa y envía punzadas de placer directamente a mi sexo.
Santana lleva su mano hasta mi cuello y me obliga a levantar la cabeza
con brusquedad para tomar mi boca. Nos besamos desenfrenadas. Quiero
tocarla y tiro de las ataduras para soltarme. Ella separa nuestros labios
apenas unos milímetros y alza sus impresionantes ojos hacia mis
muñecas atadas. Yo la observo en silencio, hechizada por su abrumadora
belleza. Santana desliza su mirada por mis brazos hasta llegar de nuevo a mis ojos.
—¿Vas a moverte? —inquiere en un tono de voz hecho de fantasía
erótica. Es suave pero a la vez lleno de dureza. El que usa quien tiene claro
que posee todo el poder y no necesita gritar para demostrarlo.
Yo niego con la cabeza.
—No —susurro al fin en un hilo de voz.
Estoy demasiado excitada y hambrienta de ella.
—¿Por qué? —pregunta con un deseo lujurioso casi febril dominando
su mirada.
Todo mi cuerpo conoce la respuesta por instinto y se apodera de mis
labios para poder contestar.
—Porque tú no quieres que lo haga.
La sonrisa de Santana, ésa tan dura y sexi, vuelve a aparecer en su rostro.
Mi sexo, como siempre, reacciona ante ella y palpita con fuerza. Se inclina
de nuevo sobre mí y, sin delicadeza, me obliga a abrir la boca con su
lengua y entra en ella, conquistándola.
Mis gemidos extasiados chocan con los suyos.
Lleva sus manos hasta mis pechos y los acaricia. Se concentra en mi
pezón, tomándolo entre los dedos, tirando de él, aumentando aún más mi
placer. Pronto sus labios se reúnen con sus dedos y comienza a torturarme
como sólo ella sabe hacerlo. Acaricia mis pezones, los chupa y tira de ellos
con los dientes. Cuando el dolor y el placer se entremezclan en su punto
más álgido, los libera y los lame con la lengua para apaciguarlos.
Grito una y otra vez. Siento calor, mucho calor, y no tiene nada que
ver con el agua caliente que cae sobre nosotras.
—San —susurro.
Estoy perdida en el más exquisito placer. Quiero sentirla dentro.
Necesito que alivie toda la excitación que está concentrando entre mis
muslos, pero por ahora parece no tener la más mínima intención de
hacerlo. Está disfrutando de mí.
Continúa bajando, me besa el estómago y se demora en mi ombligo.
De rodillas frente a mí, busca mi cadera con su mano y automáticamente le
sigue su maravillosa boca. Me besa la marca de sus dedos una y otra vez y, cada vez que siento su lengua pasar sobre ella, me excito más y más.
Entonces se desplaza hasta el vértice de mis muslos y me da un casto
beso justo en el centro. Suelto un largo y profundo gemido y Santana sonríe satisfecha contra mi piel. Desliza su dedo por todo mi sexo una sola vez y yo vuelvo a gemir, casi gritar. Esta deliciosa tortura va a acabar conmigo.
—San, por favor.
Noto cómo sonríe de nuevo.
Vuelve a besarme igual de efímero y casto, pero esta vez deja sus
labios apenas a unos milímetros y su cálido aliento me inunda. Me
tiemblan las rodillas. En realidad todo mi cuerpo está empezando a vibrar
suavemente. Santana pasea su dedo de nuevo y, cuando creo que va a
retirarlo, lo introduce dentro de mí a la vez que me da un largo y profundo
beso justo en el clítoris.
Grito y echo la cabeza hacia atrás. Mi espalada se arquea por
completo.
Santana no se detiene y comienza a penetrarme con los dedos mientras
su lengua y su boca acarician cada rincón de mi sexo. Quiero bajar las
manos desesperadamente, pero la mirada de Santana me domina a pesar de ser sólo un recuerdo.
Continúa torturadora y deliciosa cada vez con más fuerza. Con su mano
libre coloca mi pierna sobre su hombro y emerge sobre sus rodillas
levantándome del suelo. Rápidamente coloco mi otra pierna sobre su otro
hombro y el placer se intensifica grandiosamente cuando la gravedad hace
su trabajo y prácticamente me siento suspendida sobre su boca.
El calor, el placer, todo el deseo me desbordan y estallo en un
espectacular orgasmo apretando mi pelvis contra ella, que ralentiza sus
caricias consiguiendo que hasta el último destello de placer transformado
en gemido salga de mis labios.
Lentamente, deja otra vez mis pies sobre la loza húmeda y caliente y
se yergue de nuevo frente a mí. Tiene los restos de mi placer aún en sus
labios y yo no he visto nada más sensual en toda mi vida.
Me besa y yo me saboreo a mí misma a través de ella. Coge mis piernas
y me obliga una vez más a rodear sus caderas. No me concede treguas.
Tampoco las quiero. Y me penetra con una embestida fuerte y brusca.
Gimo contra sus labios a la vez que aprieto aún más mis piernas a su
alrededor. Entra y sale brutal y poderosa. Mi espalda se desliza por los azulejos húmedos una y otra vez. Inicia un ritmo casi delirante. Me embiste con fuerza hasta casi empujarme al abismo y, cuando mi cuerpo empieza a
tensarse, desacelera y me tortura con movimientos circulares casi
perversos que me hacen sentirla en todo su esplendor. Pero a ella también le afecta. Su respiración es un absoluto caos y su brazo apoyado firmemente en la pared, a la altura de mis ojos, cada vez está más tensa.
Me embiste con fuerza. Cierro los ojos extasiada. Mi cuerpo se
prepara para el orgasmo, pero vuelve a ralentizar el ritmo, rotando sus
caderas.
—San —gimoteo.
—Mírame —me ordena.
La dominante diosa del sexo ha regresado. Me maravilla que pueda
hacerme el amor lleno de ternura y después convertirse en un amante
exigente e increíble capaz de hacer que mi cuerpo se retuerza de placer
sólo con una mirada.
Vuelve a penetrarme con fuerza. Grito.
Hago un esfuerzo sobrehumano y abro los ojos.
—¿Me querrías si esto fuera lo único que pudiese ofrecerte?
La diosa dominante sigue ahí, pero su mirada por un único y escaso
segundo ha revelado algo de vulnerabilidad. Yo quiero decirle que ya le
quiero, pero las palabras se niegan a abandonar mi garganta.
—Sí —respondo llena de seguridad.
Da igual que no le haya dicho que le quiero. La respuesta siempre será
sí, porque, aunque sólo tenga sexo alucinante y enloquecedor para darme,
soy suya en cuerpo y alma.
No dice nada y me embiste todavía con más fuerza. Cuando mi cuerpo
se tensa, no se detiene y me empuja estocada a estocada hasta hacerme caer en un nuevo y espectacular orgasmo. su brazo se tensa contra mi y su otra mano me aprieta con fuerza el culo justo cuando se corre
violentamente cerca de mi. Hunde su cara en mi cuello y las dos luchamos por recuperar la preciada monotonía en nuestras respiraciones. Comienzo a temblar, pero no de frío. Es dicha postorgásmica en estado puro. Santana lo nota al instante y, presta, alarga sus brazos y deshace mis ataduras. Con cuidado, acompaña mis brazos en su descenso y me los acaricia rítmicamente para que recuperen su normal circulación.
Se gira sin separarse de mí y cierra el grifo.
—Deberíamos salir de aquí, estás temblando.
Asiento y dejo que tome mi mano y me guíe fuera de la ducha. Coge
el otro albornoz, el que aún tiene cinturón, me envuelve en él y hace lo
propio rodeando su cuerpo con una toalla. Me inspecciona con suavidad las
muñecas y los antebrazos para asegurarse de que no me ha hecho el más
mínimo daño.
—Te querría igual —repito, aunque en realidad lo que quería decirle
es que de hecho ya le quiero.
Al oír mis palabras, alza su mirada hasta encontrase con la mía.
—No soy tonta. Sé que hay muchos problemas. —No sé de dónde
estoy sacando la fuerza para sincerarme. Creo que el extraordinario polvo
bajo la ducha aún me nubla la mente—. Sé que eres mi jefa. Sé que piensas que sólo soy una cría de veinticuatro años —sonríe—, pero te querría igual. —De nuevo quería decirle que ya le quiero, pero de nuevo no soy capaz. —Lo sé.
Su seguridad me parece tan aplastante que me hace dudar de por qué
me preguntó si lo haría hace menos de cinco minutos. Sin embargo, no
tiene intención alguna de dejar que se lo pregunte y tira de mi mano para
que volvamos al dormitorio.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Feb 14, 2016 5:31 am

23


—Vamos a cenar algo. Me muero de hambre —dice aún tirando de mi
mano.— No puedo.
Mi negativa hace que se gire y me mire confusa. La verdad es que
hasta yo me he sorprendido de mis propias palabras.
—Tengo que ir buscar a mi padre —le aclaro— pero, si quieres,
puedes acompañarme. Está en el restaurante de Sam. Allí podremos comer algo.
Santana me mira pensativa unos segundos y finalmente sonríe.
—Acepto.
Le devuelvo la sonrisa y, aunque es lo último que quiero, me suelto de
su mano. Necesito encontrar mi ropa.
—Que quede claro que esta vez has sido tú quien ha dicho que no
podía quedarse —comenta Santana con una sonrisa juguetona en los labios.
—Ya veo que algunas cosas nunca cambian y sigue riéndose de mí,
Señorita Lopez —me quejo divertida mientras me agacho a coger mi vestido.
—¿Reírme de ti? Jamás me atrevería —contesta socarróna.
Santana camina hacia mí y me besa. Me mira llena de deseo y mi cuerpo
inmediatamente le responde. Es perturbador que necesite tan poco para que cada centímetro de mí se rinda a ella.
—No me mires así —digo entre risas para ocultar el hecho de que, si
ella quisiera, podría mantenerme en esta cama semanas enteras sólo con esa mirada—. No puedo quedarme. Tengo que ir a buscar a mi padre.
Santana me dedica su media sonrisa dejándome claro que es tan
consciente como yo de lo que podría hacer y da un paso atrás liberándome
de su campo de fuerza. Yo sacudo la cabeza aún sorprendida y un poco
frustrada por cómo en tan poco tiempo mi cuerpo no sólo ha aprendido a
obedecer al suyo, si no que lo espera relamiéndose.
Va a la estancia contigua y yo aprovecho para vestirme

—¿De dónde has sacado esa ropa? —pregunto curiosa.
En el avión no llevaba ninguna maleta.
—De un sitio llamado tienda, señorita —responde burlona sentándose a
mi lado en la cama.
Yo le respondo con un mohín al que ella devuelve una sonrisa a la vez
que apoya los codos en las piernas y entrelaza las manos.
—Antes de subir a la habitación me pasé por la boutique del hotel y
compré algo de ropa —me aclara.
Santana posa distraída el índice sobre mi rodilla y comienza a hacer
pequeños círculos sobre mi piel.
—Había un montón de esos vestiditos que te encanta ponerte para
torturarme.
—¿Torturarte? ¿No te gustan mis vestidos? —pregunto con una
sonrisa.
—Los odio todos —responde fingidamente resignada pero con una
inminente y sexy sonrisa en los labios. Su comentario hace que la mía se
ensanche—. Es muy difícil ser una jefa dura e implacable cuando la
empleada parece tan inocente pero tiene esas piernas increíbles.
—Claro, porque es mucho más fácil que tu jefa parezca salida de una
portada de revista —me quejo—. ¿Tienes un taller de confección ilegal en
el sótano de tu casa para que te hagan todos esos trajes italianos a medida?
—Efectivamente —contesta casi riendo por mis palabras—, así que
puedo pedirles que te hagan un par. ¿O en invierno también vas así
vestida?
—Sí, voy así y, lo que es peor para ti, uso medias con sexis ligueros
de presillas.
—Me parece que en invierno vamos a trabajar muy poco.
Con cada palabra que ha susurrado de una manera increíblemente
sensual ha ido subiendo su índice por debajo de mi vestido hasta llegar
prácticamente a mi ropa interior. En estos momentos no puedo dejar de
mirarla. Es como una encantadora de serpientes. Me dedica su media sonrisa, pero entonces aparta su dedo de un tirón. Como respuesta totalmente involuntaria, se me escapa un decepcionado suspiro.
—Tenemos que irnos.
Le dedico mi mejor mohín y me levanto. Lo ha hecho absolutamente a
propósito y su arrogante sonrisa es la mejor prueba de ello.


El móvil de Santana comienza a sonar. Lo saca del bolsillo de sus
jeans y desliza el pulgar por la pantalla.
—Santana… Sí, un momento.
Parece sorprendida y confusa al mismo tiempo. Finalmente me mira y
me tiende el teléfono.
—Es para ti.
—¿Para mí?
¿Quién puede saber que estoy con Santana? ¿Y quién, sabiéndolo, iba a
atreverse a llamarla para hablar conmigo? Antes de que pueda
gestionar todas estas preguntas, mi mente comienza a hacerse una ligera
idea del sospechoso número uno, o debería decir sospechosa.
—¿Diga?
—Brittany Susan Pierce, ¿dónde demonios estás? —Obviamente sólo
podía ser Sugar—. Siempre he querido decir eso —continúa riendo antes
de que pueda contestar—. La señorita irascible-sexo increíble tiene un jet
privado, ¿eh?
No sé por qué, ese comentario me ruboriza.
—Todo bien. Gracias por preguntar, queridísima amiga —digo llena
de sorna—. ¿Cómo se te ocurre llamarme aquí?
Con la última frase, yo misma recuerdo que Santana está a mi lado y me
alejo unos pasos de ella a la vez que bajo la voz. Me mira de una manera que me cuesta descifrar. No sé si la situación le está divirtiendo muchísimo o molestando muchísimo.
—Estaba preocupada —se queja—. No has aparecido en todo el día en
la oficina, no estabas en casa y no cogías el móvil. ¿Sabes cuánto tiempo
me ha costado que Quinn me diera el número de Santana?
—¿Mucho? —pregunto con la culpabilidad rondando mis palabras.
—No lo sé. Lo cierto es que he esperado a que se fuera al baño y se lo
he robado.
Su respuesta me hace reír.
—Siento haberte preocupado.
—No pasa nada. ¿Qué tal lo lleva tu padre?
—No lo sé. —Suspiro bruscamente—. Ahora voy a buscarlo al
restaurante de Sam. —Mi voz se ha apagado un poco.
Oigo a Sugar lanzar también un profundo suspiro.
—Debí liarme con el hijo de Sam cuando tuve la oportunidad. Ahora
tendría tarta de calabaza cada día.
Consigue hacerme sonreír otra vez y sé que ése era su objetivo. Miro
de reojo a Santana, que continúa atenta a nuestra conversación.
—Tengo que colgar.
—De acuerdo. Llama a Joe y dale a Santana un beso de mi parte o,
mejor, lámele esos abdominales esculturales que apuesto a que
esconde.
—¡Sugar! —exclamo alarmada y divertida.
—Tienes razón, mejor un bocado en…
—Adiós —la interrumpo entre risas y cuelgo el teléfono.
Tiene que dejar de leer trilogías de literatura erótica urgentemente.
Camino hasta Santana y le entrego su teléfono.
—¿Estás enfadada? —pregunto tímida, y no sé por qué me siento así,
como si la señorita Lopez hubiese vuelto.
—¿Debería?
—Estaba preocupada y debo haberme dejado mi móvil en tu hotel, por
eso ha llamado al tuyo.
Nos miramos durante unos segundos. Comienzo a ponerme realmente
nerviosa, pero entonces, como si no pudiera disimularla más, una sonrisa
comienza a dibujarse en sus labios.
—¿Crees que me importa lo más mínimo que alguien te llame a mi
móvil?

Sin embargo, la expresión de Santana vuelve a cambiar por completo y
la sonrisa en ella desaparece. Parece que ahora sí que me he pasado. No sé qué decir. Pero de nuevo, sin que pueda contenerla más, una sonrisa
preciosa poco a poco va a asomando en su rostro. ¡Hija de puta, ha vuelto a engañarme!
—¿Picas siempre?
—Ja, ja —contesto sardónica justo antes de comenzar a caminar con
el paso acelerado.
Me sigue rápidamente hasta abrazarme, estrechando mi espalda contra
su pecho.
—Eres adorable —susurra en mi oído.
Su voz hace que me derrita por dentro y, sin dudarlo, me giro y rodeo
su cuello con mis brazos.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Feb 14, 2016 5:35 am

Mientras charlamos animadamente, volvemos a oír la campanita.
Todos nos giramos para ver de quién se trata. Es mi padre, que sonríe al
verme, aunque no le llega a los ojos.
—Hola, pequeñaja —dice acercándose y besándome el pelo.
—Ésta es Santana, un amiga de Britt —se adelanta Sam a cualquier
presentación que yo pensara hacer.
Cuando lo asesino con la mirada, él me guiña un ojo a punto de
llevarse un nuevo trozo de tarta a la boca.
—Por si te faltaba valor —añade socarrón de forma que sólo yo puedo
oírlo.
Santana se levanta y se dan la mano.
—Encantado de conocerlo, señor Pierce.
Mi padre asiente desconfiado. Creo que es por la manera en la que
Sam ha pronunciado la palabra amiga.
.
Cuando estamos solos, siento que todo mi cuerpo se relaja. Diría que a
Santana le pasa lo mismo por la manera en la que suspira a la vez que sonríe.
—A tu padre no le he caído nada bien —afirma.
—No lo has conocido en un buen día —le defiendo—. Normalmente
es un encanto.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Feb 14, 2016 6:14 am

—Señor Pierce —saluda por última vez a mi padre.
—Santana —responde ella distante pero con un inequívoco trasfondo
amable. Santana posa sus ojos sobre los míos y me dedica una última
caricia furtiva sobre el dorso de la mano antes de comenzar a caminar de
vuelta al hotel.
La observo alejarse y mentalmente tengo una auténtica pataleta por no
marcharme con ella. No entiendo por qué me duele tanto ver cómo se va.
Sin embargo, soy plenamente consciente de que hay algo más, algo que resplandece en el fondo de mi corazón: estoy absoluta y
perdidamente enamorada de ella.


24



Veo a Santana al final de la calle, caminando con las manos en los bolsillos a punto de atravesar la intersección con la calle principal del pueblo.
—¡Eh, neoyorquina! —le grito.
Ella se gira sorprendida con la sonrisa preparada en los labios y se
detiene justo en el centro del cruce.
—¿Has traído a mis hermanos? —pregunto sin poder ocultar una
enorme sonrisa.
—¿Tú qué crees?
—Creo que has llamado a algún jefe de departamento de la empresa
para que comprara todos los muebles de mi hermano en la feria y creo que
te has cobrado algún que otro favor para que el cliente del jefe de mi
hermana retrasase sus planes empresariales.
Ella sonríe arrogante.
—En realidad no he necesitado cobrarme ningún favor. Algunas
personas están muy predispuestas a hacerme feliz.
Su comentario me hace poner los ojos en blanco, aunque sin que la
sonrisa me abandone.
—¿Por qué lo has hecho?
—Lo he hecho por ti, por tu padre, pero sobre todo por mí. —Una
mueca de confusión cruza mi rostro—. Soy una persona muy egoísta,
Britt, y pensé que, si tus hermanos estaban aquí, podría tenerte más
tiempo en mi cama.
Estoy a punto de dar saltitos y palmaditas mientras repito «sí» una y
otra vez, pero decido hacerme un poco la dura. Además, no sé qué le
parecería a mi padre que me marchara al hotel con Santana; en realidad, sí sé lo que le parecería, lo que estoy calibrando es si se enteraría o no.
Antes de que pueda decidirme, Santana comienza a andar en dirección al
hotel dejándome boquiabierta. ¿Por qué se marcha?
—Estoy aumentando la tensión dramática —comenta con una sonrisa
respondiendo la pregunta que no he llegado a hacerle.
Su comentario me hace sonreír. Me muero de ganas de irme con ella.
—¿Va a dejar pasar la oportunidad, señorita Pierce? —pregunta
girándose, caminando ahora de espaldas.
Me mira seduciéndome, desafiándome, tan presuntuosa y arrogante
como siempre, seguro de que diré que sí. Es esa parte de Santana que me
niego a admitir que me gusta, pero que, en realidad, no habría manera de
que resultara más sexi. En este juego sabe lo que tiene para ofrecer y no
podría ser una jugadora mejor.
Ella me sonríe una vez más. Ya no hay nada que hacer. Estoy perdida.
Corro hasta ella. Me besa, me estrecha entre sus brazos y me levanta.
Automáticamente mis piernas rodean su cintura.
—No te haces una idea de cómo lo vas a pasar —me provoca.
Sonrío contra sus labios antes de volver a sentir cómo su boca inunda
la mía.
Abre la puerta con dificultad mientras continúanos besándonos
acelerados, tocándonos como si lleváramos semanas sin hacerlo. Cuando al fin me deja sobre la cama, ya sólo llevamos puesta la ropa interior.

No hemos dejado de sonreír, casi reír, desde que
me besó en la calle y la sensación es deliciosa.
Santana hunde sus labios en mi cuello y comienza a besarme como sólo
ella sabe hacerlo, obligándome a cerrar los ojos presa de un placer que
comienza a crecer más y más. Gruñe cada vez que me oye gemir bajito,
absolutamente extasiada.
—Esto se te da demasiado bien. Debería ser ilegal —murmuro.
Noto cómo sonríe contra mi piel mientras sus manos comienzan a
bajar peligrosamente por mis costados.
Santana se deshace de mi sujetador al mismo tiempo que se deshace del suyo,, baja su boca hasta mi estómago, donde se demora besando cada
centímetro de lado a lado.
—Sugar tenía razón, ya no podré estar con ningúna otra mujer.
Estoy tan embriagada que las palabras salen de mis labios sin que sea
capaz de controlarlas. No es hasta que le oigo reír contra mi estómago que
caigo en la cuenta de lo que he dicho. Me ruborizo al instante y Santana
avanza por mi cuerpo hasta que quedamos frente a frente.
—Así que con ningúna otra mujer. Eso me gusta —comenta con una
sonrisa de lo más arrogante en los labios—. ¿Y la señorita Motta ha
dicho algo más a este respecto?
Me mira de una manera que hace que me sea imposible mentirle.
Además, la forma en la que su pulgar juguetea sobre la piel de mi cadera es su mejor suero de la verdad.
—Tiene un apodo para ti, pero no voy a decírtelo —le informo.
No pienso alimentar más ese ego.
—¿Cuál?
Ante mi silencio, Santana comienza a besarme el cuello de nuevo. Sus
labios consiguen que un delator gemido se me escape.
—¿Cuál? —vuelve a preguntar contra piel.
Yo me mantengo firme, pero Santana deja que su cálido aliento
impregne mi piel y después me da un delicioso mordisco. Una tortura
demasiado exquisita para resistirme.
—Señorita irascible-sexo increíble.
Vuelvo a notarla sonreír y yo también lo hago. No me podrá negar que
el mote le viene como anillo al dedo.
—Podría haber sido peor —sentencia sin dejar de sonreír, volviendo a
clavar sus ojos en los míos.

—Me gusta estar aquí contigo —susurro acariciándole suavemente la
mejilla.
—A mí también me gusta. Podríamos llevarnos esta cama y ponerla
en el centro de mi despacho.
Río ante la idea.
—¿Estás segura? ¿Eso no sería tomarnos una licencia enorme?
—Más bien saltarse todas las normas.
—Es la segunda vez que mencionas eso de las normas. Quiero saber
cuáles son. Su sonrisa se transforma en una más dura, está meditando si
contármelo o no.
—Tengo tres normas que hasta ahora siempre había cumplido —
comenta—, pero desde que llegaste a mi vida son una difusa línea borrosa
—sentencia con fingida resignación.
Yo le hago un mohín como respuesta y su sonrisa se ensancha.
—¿Y cuáles son?
—La primera es obvia: no contratar a alguien a quien quiera tirarme.
Rota aproximadamente a los diez segundos de conocerte.
Sonrío encantadísima.
—¿Ya querías acostarte conmigo a los diez segundos de conocerme?
—Probablemente incluso antes. Aunque, no disimules, te pesqué
mirándome embobada dos veces. ¿O ya no te acuerdas? —comenta con una ceja enarcada.
—En mi defensa diré que siempre que me quedo embobada mirándote
no te miro a ti, si no a tus trajes.
Santana finge una mueca de dolor.
—Le daré la enhorabuena a la jefa de mi taller ilegal.
—De mi parte. —Ambas sonreímos—. ¿La segunda? —Estoy llena de
curiosidad.
—No follarme a una empleada y mucho menos follármela en mi
despacho, en el de Quinn, en las escaleras o en todos los sitios donde he
tenido que controlarme lo indecible para no hacerlo.
—Me alegra no ser la única que sueña despierta en cada centímetro de
la oficina.
—He pensado que le daré un día libre a todo el personal y nos
encerraremos a cumplir fantasías.
—Me apunto a eso.
La sola idea es de lo más sugerente.
—¿Y la tercera? —pregunto al ver que no continúa.
Su mirada se oscurece por un segundo y la sonrisa desaparece de sus
labios.—No estar con alguien si no estoy completamente segura de lo que
siento por ella.
Mi respiración se acelera nerviosa. Esa electricidad que siempre nos
rodea se hace más intensa dejando claro que hemos terminado de jugar,
que esa frase significa mucho más para las dos.
—¿Y aún no estás segura de lo que sientes? —musito con la vista
clavada en su hombro. No me atrevo a mirarla.
—Estoy hecha un auténtico lío, pero no me movería de esta cama por
nada del mundo, Britt.
La intensidad de su mirada me envuelve y yo sonrío aliviada,
encantada, enamorada y un montón de adjetivos que estoy completamente
segura de que ella es capaz de ver justo antes de dejarse caer sobre mí y
besarme de nuevo.
Rodeo su cuello con mis brazos y hundo mis labios en los suyos. Poco
a poco vamos acelerándonos hasta que nuestros cuerpos toman el control
de la situación.


—Nunca he sido así con ninguna otra chica, Britt. Sólo contigo, y
ni siquiera sé por qué —se sincera con sus maravillosos ojos clavados en los míos. Yo tampoco entiendo cómo ella ha conseguido que cada pedacito de mí la ame y la necesite de esta forma, pero es la pura verdad. Parece un
instinto que ha estado dormido toda mi vida hasta que ella llegó y lo hizo
despertar. Asusta, pero es mil veces más intenso, satisfactorio y
emocionante que cualquiera de los sentimientos que hubiese
experimentado antes.

La madrugada continúa avanzando y seguimos enredadas en la cama.
Le escucho reír una y otra vez y no creo que exista un sonido mejor. Es una risa franca y sincera que hasta ahora había tenido muy pocas oportunidades de oír. Me escucha hablar de mi vida. Me pregunta por mi familia, por mi vida en Nueva York. Ella rehúye la mayoría de mis preguntas con una sonrisa. Nunca he conocido a una persona que odie más hablar de sí misma. A regañadientes me da algunos detalles sin importancia y sólo
consigo que se le ilumine la mirada y hable con ganas cuando saco el tema
de la arquitectura. Su mayor sueño es dejarlo todo y convertirse en
arquitecta. Tener un pequeño estudio y ganarse la vida diseñando.
Suspiro admirada por todo lo que eso significa, por su tesón y
determinación, pero, sobre todo, por su lealtad. Tiene su sueño al alcance
de la mano, pero jamás dejaría en la estacada a su padre.
También hablamos de nuestras aficiones: el cine y la música para mí;
los coches y el surf, que practica todo lo que puede, para Santana.
Me cuenta cosas de su abuelo y sus ojos brillan de admiración y
respeto cuando me explica todo lo que hizo y cómo lo hizo.


«Nueva York», las dos palabras que estaba evitando en mi mente
desesperadamente. No entiendo lo que hemos construido en esta
habitación, así que me da un miedo terrible pensar en lo que pasará cuando salgamos de ella.
—¿Qué ocurre? —pregunta Santana endulzando su tono de voz.
—Nada —musito.
Quita el plato de fruta de mi pierna y lo coloca sobre la mesa.
—Nena, ¿qué ocurre? —inquiere de nuevo, esta vez acariciándome
suavemente la mejilla.
Yo sonrío. Adoro que me llame nena.
—Me gusta que me llames nena.
Ahora quien sonríe es ella.
—No te preocupes, pienso seguir haciéndolo —replica sin dudar.
—¿También cuando regresemos a Nueva York?
—Claro que sí —contesta confusa por mi pregunta—.Britt, ¿qué
pasa?
—Santana, estoy asustada —me sincero—. ¿Qué ocurrirá cuando
volvamos a Nueva York? Ni siquiera podría explicar lo que ha pasado aquí
y me da un miedo terrible que simplemente se termine cuando salgamos de
esta habitación. No quiero que las cosas vuelvan a ser como antes.
—Eso no ocurrirá.
Sus palabras están repletas de seguridad.
—¿Por qué?
Involuntariamente mi pregunta se ha llenado de dolor.
—Porque ahora sé que lo único que quiero es estar contigo
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Feb 14, 2016 6:36 am

25


Sonrío totalmente incrédula ante lo que acabo de escuchar. Santana me
observa intentado descifrar mi mirada, buscar en ella una respuesta, pero
yo no soy capaz de reaccionar, me siento petrificada, felizmente
petrificada.
—Dime algo para que no me vuelva loca.
Comienzo a reír, una risa catártica y embriagadora, y sin dudarlo me
coloco a horcajadas sobre ella y pierdo mis manos en su pelo.
—¿Qué quiere que le diga, señorita lopez? Ahora mismo soy la chica
más feliz del mundo. Y te quiero más que a mi vida.
Santana sonríe y sus ojos brillan más negros que nunca.
—Nena, te prometo que todo va a salir bien.
Asiento encantadísima y algo nerviosa. Hundo mi cara en su cuello y
nos quedamos abrazadas una porción de tiempo indefinido, disfrutando de
este momento.
—Quiero verte despertar todos los días —susurra en mi oído sin dejar
de acariciarme rítmicamente las caderas. Yo sonrío pletórica contra su
hombro sin moverme. Acabo de encontrar mi lugar favorito en el mundo
—. Quiero ser quien te consuele, quien te folle para que te olvides de todo.
Quiero ser yo quien te traiga aquí cada 6 de agosto.
No contesto, simplemente me estrecho contra su cuerpo, y ella, que
sonríe contra mi pelo, lo entiende como el sí inmenso y maravillado que
es. No decimos nada más. Santana hace suaves círculos con los pulgares
sobre mis caderas y yo soy vagamente consciente de que le estoy
empapando la camiseta con el pelo, pero a ninguno de las dos parece
importarnos.

Pasamos todo el camino escuchando canciones de Eagle-Eye Cherry,
Bob Dylan y los Rolling Stones. La música favorita de Ryan.
Tardamos poco más de una hora. El mismo hombre que nos entregó el
coche nos espera solicito junto a las escalerillas del jet. Santana le entrega las llaves y, sin mediar palabra alguna, se marcha.
Maria, la asistente de vuelo, nos recibe en el avión. Se ocupa de
nuestro ínfimo equipaje y nos acompaña hasta los asientos.
—¿Desean algo de beber?
Santana me mira y yo niego con la cabeza.
—No, Maria.
Ella sonríe y se marcha hacia la cabina.
Esta vez nos sentamos juntas una al lado de la otra. Quiero estar cerca de
Santana. Con la cabeza apoyada en su pecho y su brazo rodeándome mientras observo cómo el avión se estabiliza en el aire, suspiro hondo. Vamos a volver a Nueva York y, aunque las palabras de Santana lo eclipsaron todo y me hicieron sentir en una nube, lo cierto es que no tengo la más remota idea de cómo vamos a hacerlo. Y, sobre todas las cosas, me preocupa una: la oficina.
—¿Cómo vamos a comportarnos en la oficina? —le pregunto
haciéndole partícipe de mis cavilaciones.
Suspira profundamente como respuesta. Está claro que ella tampoco
tiene la más mínima idea o quizá ni siquiera lo haya pensando hasta ahora.
—La verdad, no lo sé.
—No quiero que en la oficina piensen que soy la típica ayudante que
se tira a la jefa para medrar en su carrera.
Santana pone mala cara. No le ha gustado lo más mínimo el más que
posible escenario laboral que acabo de describirle.
—Nadie que te conozca pensaría eso de ti —replica.
—Pero no todos me conocen, Santana.
—Entonces tendremos que mantener el secreto —sentencia—. Tendré
que pedirte que me traigas todo tipo de informes para ver cómo te paseas
por mi despacho con esos vestiditos.
El tono de su voz se vuelve de lo más juguetón. Acaba de encontrarle
el lado bueno.
—Volveremos a ser la señorita Lopez y la señorita Pierce.
—Y tendremos que hacerlo en mi despacho, contra la pared —su voz
va agravándose, volviéndose más sensual—, con mis brazos sosteniéndote
por ese culo tan increíble y tu boca clavada en mi cuello para no gritar.
Uau.
—Nunca había tenido tantas ganas de ir a trabajar —susurro
entregada. Ríe.
—Lo mismo digo

.
Escuchándola al teléfono me quedo dormida. Estoy demasiado
cansada para mantener los ojos abiertos Me despierto aún en el avión. No sé cuánto tiempo ha pasado. Tengo la cabeza en el regazo de Santana. Ella apoya un brazo sobre mí mientras con la
otra mano sujeta unos documentos llenos de balances que lee
concentradísima. Frunce el ceño al centrarse en uno de los gráficos y
articula unas líneas en silencio, moviendo sólo sus perfectos labios. Podría
pasarme horas mirándola, pero entonces ella repara en que lo hago y me
dedica su maravillosa sonrisa.
—Hola, dormilona.
—Estaba muy cansada —me disculpo incorporándome y volviendo a
mi asiento—. Una desalmada me tuvo despierta toda la noche.
Sonríe orgullosa.
—Apuesto a que lo pasaste bien.
—No creas, se le daba francamente mal —contesto con una divertida
sonrisa en los labios.
Santana ahoga una risa en un suspiro y rápidamente me coge en brazos
para sentarme en su regazo.
—Señorita Pierce, alguien debería enseñarle modales. Es usted de lo
más insufrible.
—Bueno, he aprendido de la mejor.
Esconde su mano en mi pelo, llega hasta mi nuca y me atrae contra
sus labios.
Me encanta su sabor, su olor.
He de decir que hemos sabido transportar con maestría al avión el
pequeño mundo que construimos en la habitación del Hilton. Nos pasamos
besándonos y acariciándonos entre risas el resto del vuelo.
Está a punto de anochecer cuando aterrizamos en el JFK. Finn, el
hombre para todo de Santana, nos espera en la pista de aterrizaje junto al
Audi A8.
—¿Han tenido un buen vuelo, señorita Lopez? —le saluda cuando
llegamos hasta él.
—Fantástico, Finn.
Diligente, me abre la puerta del coche.
—Hola, Finn —le saludo.
—Brittany —responde con una amable sonrisa.
Me hace ilusión que haya recordado mi nombre.
Santana entra por la otra puerta y nos acomodamos en la parte trasera.
Finn arranca y rápidamente nos incorporamos al tráfico.
—Quédate en casa esta noche —me pide mirándome de esa manera
absolutamente irresistible—. Llevo un día entero teniéndote en mi cama y
ya me he malacostumbrado.
—No lo sé. Creo que debería hacerme un poco la dura —contesto con
una pícara sonrisa en los labios.
—Podrías intentarlo, pero no iba a valerte de nada —responde
arrogante—. Soy la señorita irascible-sexo increíble, ¿recuerdas? Lo tengo
todo controlado.
El hecho de que utilice su propio apodo me hace reír.
—Está bien, me quedaré —digo fingidamente displicente, aunque no
puedo mantener la pose mucho tiempo, ya que una sonrisa de pura
felicidad comienza a aparecer sin que pueda hacer nada por remediarlo.
Antes de ir a su flamante casa, pasamos por mi apartamento para que
pueda recoger algo de ropa para mañana.
Por algún motivo que no llego a entender del todo, conforme más nos
acercamos al barrio de Chelsea, y en concreto a la casa de Santana, más
nerviosa me siento. Es la primera vez que voy a ir con ella. La vez anterior
estaba enfadada. No hablamos, sólo discutimos y casi nos acostamos.
Ahora es completamente diferente.
El Audi entra en un garaje subterráneo y se detiene junto a una
moderna puerta blindada a la que se accede a través de unas escaleras de
acero amarillo. El contraste me sorprende, pero me gusta el resultado final.
Bajamos del coche y tomamos las escaleras. Santana marca un código y
la puerta se abre dando paso a un elegante pasillo con el suelo de mármol
abrillantado a conciencia. Caminamos hasta el ascensor. Santana me lleva de la mano mientras yo no pierdo detalle de lo que veo.
La verdad es que mentiría si dijera que sé dónde estamos.
—El garaje es común para toda la manzana —me explica Santana.
Me sorprende la habilidad que tiene para contestar preguntas que no
llego a pronunciar.
—¿El Mustang también lo guardas aquí? —pregunto curiosa mientras
entramos en el ascensor.
—El Mustang y un par más —responde haciéndose la interesante a la
vez que pulsa uno de los botones.
El ascensor se abre en una planta idéntica a la de abajo, sólo que ahora
hay varias puertas y, al menos, dos laberínticos pasillos. Santana se detiene en la más cercana a los ascensores, marca de nuevo un código en un discreto panel y la puerta se abre. Accedemos a un pequeño vestíbulo. Es muy sobrio y yo diría que únicamente funcional, pero entonces alzo la vista y me fijo en el precioso techo abovedado con un impecable ornamentado de cuadrados infinitos. Un «Uau» de puro asombro se me escapa y Santana responde con una sonrisa justo antes de tirar otra vez de mi mano.
Atravesamos una última puerta y llegamos a un vestíbulo que me
resulta familiar. Tras un par de segundos comprendo que es el de su casa,
sólo que hemos accedido por una de las puertas junto a la enorme cristalera del jardín trasero.
Caminamos hasta la cómoda vintage y Santana me suelta para poder
revisar algunas cartas y notas que están sobre ella.

—Subamos —dice ofreciéndome su mano.
La cojo encantada y vamos a la planta de arriba.
Es exactamente como recordaba. Santana me deja en el centro de la
enorme estancia y va hasta la cocina.
—¿Te apetece algo de beber?
Asiento y continúo con mi indagación. Pronto las fotos de encima de
la chimenea llaman mi atención. Santana se acerca a mí y me tiende una copa. No estoy acostumbrada a beber vino, pero no lo rechazo y, ante su atenta mirada, le doy un sorbo. Está delicioso.
—¿Te gusta? —pregunta
—Sí.
Sonríe satisfecha.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
La sonrisa de Santana sigue en sus labios, pero se transforma y por un
momento me hace perder el hilo porque no soy capaz de leer en ella. Creo
que ha intuido que es una pregunta personal y no quiere tener que
contestarla.
—¿Qué quieres saber? —inquiere al fin.
—¿Por qué en el centro cívico dijiste que no recordabas el camión de
bomberos? Ves esta foto todos los días —comento señalando su fotografía
con Quinn.
Su sonrisa cambia de nuevo. Le da un trago a su copa de vino y, sin
responderme, me toma de la mano y me lleva hacia las escaleras.
—¿No vas a responderme? —pregunto de nuevo subiendo los
primeros escalones.
—Obviamente, no —contesta dedicándome una sexy sonrisa, sin duda
alguna para distraerme. Funciona—. Eres muy curiosa, ¿te lo habían dicho
alguna vez?
Le hago un mohín y su sonrisa se ensancha. Quiero saberlo, pero sé
que si ha decidido no responderme tengo la batalla perdida antes de
empezar. Refunfuño, pero mi enfado se disipa antes de que alcancemos el
final de las escaleras. Está demasiado encantadora para resistirme mucho
tiempo.
Santana me lleva a su dormitorio y nos detenemos frente a su enorme
cama.— Señorita Pierce, ésta es mi cama y le comunico que no va a poder
salir de ella hasta nueva orden.
Sonrío nerviosa ante su comentario pero, antes de que pueda decidir si
habla en serio o no, su mirada se oscurece y da el paso que nos separa muy despacio.
Está cerca, muy cerca.
Todo mi cuerpo activado por su mirada me pide a gritos que me tire
en sus brazos y simplemente haga todo lo que me pida porque sé, incluso
ahora, antes de imaginarlo, que me llenará de placer.
Coloca su mano en mi costado y la baja despacio hasta llegar a mi
cadera. Me besa una vez con suavidad y me mira directamente a los ojos. A esta distancia tan corta siento cómo los suyos me dominan. Es una
sensación indescriptible que me hace fuerte y a la vez consigue que todo
mi cuerpo tiemble pensando en lo que llegará después. ¿Qué me has hecho, Santana Lopez

Santana se tumba a mi lado y tira de mí hasta apoyarme en su pecho.
—Sí señora, una gran inauguración de nuestra vuelta a Nueva York —
comenta rodeándome con su brazo.
Su voz suena jadeante pero satisfecha. Yo sonrío como respuesta y me
coloco bocabajo para poder mirarla.
—¿Por qué no te gusta hablar de ti?
Santana pone los ojos en blanco fingidamente exasperada.
—No me gusta y ya está.
—Pero no lo entiendo —insisto.
—¿Y no has pensado que contarte por qué no me gusta hablar de mí
sería hablar de mí? —me pregunta burlóna.
—Pero…
En un rápido movimiento, Santana vuelve a tumbarme de espadas a la
cama y queda suspendida sobre mí con sus manos sujetándome las
muñecas por encima de mi cabeza. Se inclina y sus impresionantes ojos
se posan sobre los míos. Dios, son tan negros.
—Se acabó la charla por hoy.
Lentamente va dejando caer el peso de su cuerpo sobre el mío y me
besa lleno de pasión, tomándose su tiempo. Está tratando de distraerme y
le está funcionando de maravilla. Su lengua experimentada seduce la mía,
deteniéndose de vez en cuando para darme un dulce beso en los labios. Ha hecho que olvide las decenas de preguntas que se paseaban por mi mente buscando respuesta. Esto de desviar el foco de atención se le da realmente bien.
Pasamos la noche enredadas en la parte más insaciable de la otra. No sé
en qué momento por fin nos permitimos dormir absolutamente exhaustas.
Tengo muchísimo sueño. Sólo puedo pensar en eso. Dormir. Dormir.
Dormir. Pero de pronto pienso que el despertador no ha sonado y quizá
lleguemos tarde al trabajo. Olvídate de todo y duérmete, farfullo
mentalmente, pero desoigo mis propios lamentos y, haciendo un esfuerzo
titánico, abro los ojos. Aún es de noche. Las luces de la ciudad dos pisos
más abajo inundan suavemente la habitación. Santana duerme a mi espalda. Mi cuello descansa en uno de sus brazos y tiene el otro sobre mi cintura.
Nuestras piernas están entrelazadas.
Nueva York se muere de calor pero gracias al aire acondicionado
centralizado la temperatura aquí es de lo más agradable.
Tiro del brazo de Santana hasta que, adormilada, me abraza por
completo. Sonrío como una idiota al notar su respiración a mi espalda.
Sigo sin tener ni idea de qué estamos haciendo, pero decido concederme
hasta mañana para empezar a darle vueltas. Ahora mismo en mi mente sólo hay espacio para la felicidad y el sueño.
Suena un despertador. Creo que no había vuelto a dormirme del todo.
Los parpados me pesan aún más que antes. Nunca había estado tan casada. ¿De quién será la culpa?
Vuelve a sonar, pero Santana lo apaga al instante. Hunde su nariz en mi
pelo y lentamente se separa de mí. Imagino que intentando no despertarme.
—No sé si es muy tarde o muy temprano —murmuro adormilada
girándome para estar más cerca de ella.
Santana sonríe y se inclina de nuevo sobre mí.
—Un poco de cada.
—Pues entonces quédate —le sugiero sin abrir los ojos todavía.
Estoy cansadísima y todo por su culpa.
—No puedo. Llevo dos días sin trabajar prácticamente nada. Tengo
mucho que hacer.
Noto cómo me contempla desnuda en su cama.
—Santana —susurro de nuevo intentando parecer al menos tan sensual
como adormilada.
Sonríe.
—¿Ha funcionado?
—Casi —responde divertida—. Duérmete —continúa dándome un
suave beso en la frente —. Vendré a buscarte para desayunar.
Asiento y caigo de nuevo en un profundo sueño.
Siento una dulce corriente recorriendo mi espalda desnuda. Abro los
ojos despacio a la vez que ronroneo encantada y una suave sonrisa inunda
mis labios. Santana está sentada a mi lado y son sus dedos sobre mi piel los que me provocan esa sensación.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Feb 14, 2016 7:02 am

26


Subo en el ascensor rodeada de ejecutivos y, cuando me bajo en la
planta veinte, la redacción es un auténtico bullicio. Faltan menos de dos
días para que llegue Frank Ghery y la expectación se siente en cada rincón.
—Buenos días, Quinn —la saludo asomándome a su oficina.
—Buenos días, Britt.
—¿Café?
—Sólo si vas a por uno para ti.
Asiento sonriente, dejo mi bolso en el perchero y voy hasta la sala de
descanso.
Pienso en ir a hacerle una visita rápida a Santana, pero dijo que la
reunión era muy importante y no quiero interrumpirla.
Mientras nos tomamos el café, Quinn me indica todo lo que necesita
que haga esta mañana. Y todo antes de la reunión de
redactores. Aunque, como siempre, lo primero es lo primero: comprobar la
agenda de Quinn y organizar su correo.
Estoy con los últimos correos electrónicos cuando noto cierto revuelo
fuera. Me incorporo ligeramente sin llegar a levantarme del todo y veo a
varios ejecutivos, uno de ellos riendo tan falsa como escandalosamente,
rodeando a una chica. Es rubia, alta y muy guapa. Su vestido azul oscuro le
confiere un aspecto muy sofisticado, sin olvidar unos vertiginosos tacones
firmados, de esos de mil seiscientos dólares el par.
La observo preguntándome quién será cuando veo a Santana llegar hasta
ella. Se saludan con un beso en la mejilla y charlan animadamente. No sé
qué dicen, a pesar de que he pasado de estar discretamente asomada a
peligrosamente inclinada sobre la mesa con tal de poder verlas u oírlas
mejor. Ella le indica su oficina y ella, sonriente, le sigue. Santana les hace un gesto a los ejecutivos, que se disponían a caminar tras ellos, para que se detengan y las dejen solas. Los observo hasta que se escapan de mi campo de visión camino de su despacho. ¿Quién es esa chica?
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Mensaje por micky morales Dom Feb 14, 2016 9:29 am

eso mismo quiesiera saber yo, quien es esa chica????? parece que sin hablar santana esta abriendo las compuertas para britt, vamos a ver como continuan las cosas entre ellas!!!!
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 15, 2016 8:48 am

Micky Morales Ayer A Las 8:29 Am eso mismo quiesiera saber yo, quien es esa chica????? parece que sin hablar santana esta abriendo las compuertas para britt, vamos a ver como continuan las cosas entre ellas!!!! escribió:

Ya sabremos que quiere Marisa, y recordemos que para santana primero estan los negocios y veremos hasta donde puede llegar o de lo que es capaz.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 15, 2016 9:45 am

28


Me siento de nuevo en mi silla e intento convencerme de que sólo es una
reunión como tiene decenas al día. Pero lo cierto es que rara vez sale a
recibir a los otros ejecutivos y tampoco le he visto nunca saludarlos tan
familiarmente. Quizá se conozcan. De todas maneras, me niego en redondo a sentirme celosa, aunque no voy a negar cuánto me ayudaría saber quién es.
Intento concentrarme en el trabajo. Tengo la tentación de preguntarle
a Quinn. Quizá Santana le ha comentado algo sobre con quién iba a reunirse.
Pero me contengo. No quiero que crea que estoy al borde de montar una
escena.
Por suerte, el trabajo que me encarga mi jefa me ocupa casi toda la
mañana. Al comenzar la reunión de redacción, ni Santana ni la chica rubia
han salido aún de su despacho.
Me paso toda la reunión distraída. La hacemos en mitad de la
redacción, por lo que, aunque pretendo concentrarme, no puedo evitar
mirar hacia el pasillo que conduce a la oficina de Santana cada tres minutos aproximadamente.
A la hora de comer, Quinn da por concluida la reunión.
Quinn se levanta de un salto y comienza a caminar hacia
nuestra oficina.
—Quinn —la llamo—, por casualidad... —Callo prudente y me
acerco hasta ella. No quiero que nadie pueda oírnos—... ¿Sabes quién es la chica con la que está reunida Santana?
Mi jefa hace memoria unos segundos.
—Me comentó algo sobre que esta mañana tenía que reunirse con
Marisa Borow. No sé si te refieres a ella.
—Gracias —musito—, será mejor que me marche o Sugar se
impacientará.


Sigo pensativa y Sugar no tarda en darse cuenta.
—¿Qué te pasa?
Santana lleva reunida toda la mañana con una chica muy alta, muy
guapa y muy rubia —respondo en un golpe de voz.
—Vaya.
El camarero llega para tomarnos nota. Pido una Coca-Cola, la cafeína
es buena para pensar, y ensalada de provolone y pavo. Lauren, como
siempre, se debate entre lo que le gustaría comer, cualquier cosa con queso fundido, y lo que quiere obligarse a comer, cualquier cosa con lechuga y brotes varios. Al final me copia la ensalada y pide agua con gas.
El camarero se marcha y, apenas a unos pasos de nosotras, está a
punto de chocarse con Lou, el encargado, que va hacia la puerta con varias
cajas de cartón con el logotipo del local y una bolsa.
—Cuidado —se queja visiblemente irritado—, es para la jefaza.
Al oír la palabra jefaza, Sugar y yo nos miramos y, en silencio,
observamos cómo Lou atraviesa la calle y entra en el edificio del Lopez
Group. —Va a comer con ella.
En teoría era una reflexión mental, pero los nervios que ahora mismo
me corroen hacen que involuntariamente pronuncie cada palabra en voz
alta.
—Eso parece. ¿Sabes quién es? —pregunta.
—Marisa Borow, al menos eso creo.
Sin decirme nada más, Sugar saca su móvil y comienza a teclear en
la pantalla. Menos de un minuto después, lo gira y me enseña un artículo
de una web.
—¿Es ésta? —inquiere de nuevo.
—Sí —musito.
Sugar desliza su dedo por la pantalla del terminal y comienza a leer:
—Marisa Borow es la hija de Eric Borow, propietario de Borow
Media, un gigante industrial de la costa Este. Parece que algún día lo
heredará todo —añade Sugar tras ojear el resto del artículo—. Aquí hay
algo interesante: aunque Marisa Borow está soltera y sin compromiso… —
frunzo el ceño. Una parte de mí se mantenía en calma con la idea de que
estuviera casada y con cuatro niños—… ha tenido importantes relaciones,
como con el músico John Mayer o el actor Josh Radnor. Sin embargo, son
muchas las voces que afirman que se está reservando para Santana Lopez.
Al llegar a su nombre, Sugar disminuye su voz hasta callarse por
completo.
—Sigue —le pido.
—Si todo acabara en boda, la ciudad de Nueva York viviría su propio
cuento de hadas, ya que hablamos de la auténtica realeza de la ciudad, la
crème de la crème, con casa en los Hamptons y jet privado. Claro que la
señorita Marisa Borow tendrá que ponerse las pilas si quiere cazar a la
guapísima multimillonaria, definitivamente no es la única.
Mi amiga deja el móvil bocabajo sobre la mesa y me mira llena de
empatía. Yo no termino de reaccionar. Me siento como si el artículo
hablase de otra Santana.
—No te preocupes, Britt. Es sólo una página de cotilleos de
Internet.
Asiento y me obligo a sonreír. Sugar tiene razón. Sólo es una web,
pero, entonces, ¿por qué estoy así?
Casi no como. Mi estómago se ha cerrado de golpe y lo único que
quiero es regresar a la oficina.
Mientras esperamos el ascensor, de vuelta en el edificio del Lopez
Group, Sugar se cuelga de mi brazo.
—No le des más vueltas, Brittany S. Pierce. —Me conoce muy bien—.
Probablemente ya se haya ido y lo que tienes que hacer es ir
inmediatamente al despacho de Santana y echar un buen polvo. —Sonrío— Créeme, es el mejor remedio.
Aguardamos a que una docena de ejecutivos salgan del ascensor y
entramos. Sugar pulsa el botón de la planta veinte y se vuelve para
mirarse en el espejo del fondo.
—¿Crees que estoy exagerando? —pregunto.
Una parte de mí comienza a pensar que me estoy dejando llevar por el
dramatismo.
—Creo que aún tienes que creértelo.
—¿El qué?
No tengo la más remota idea de a qué se refiere.
—Que Santana y tú estáis juntas. Todavía estás en ese momento en el
que no te puedes creer todo lo que está sucediendo, y debes hacerlo.
Sugar me toma por los hombros y me obliga a girarme hasta que
quedamos frente a frente.
—Repite conmigo —me pide— : soy Brittany.
Voy a sonreír, pero Lauren entorna los ojos haciéndome ver lo en
serio que habla y yo hago todo lo posible por disimular mi sonrisa.
—Soy Brittany —repito.
—La flamante novia de la sexi, guapísima, diosa del sexo,
multimillonaria Santana Lopez.
—La flamante novia de la sexi, guapísima, diosa del sexo,
Multimillonaria Santana Lopez.
Para cuando termino la frase no puedo, por mucho que lo intento,
dejar de sonreír, casi reír.
Las puertas del ascensor se abren en ese momento y, al margen de un
par de redactores que se nos quedan mirando extrañados porque Sugar aún tiene las manos sobre mis hombros, salgo de él y cruzo la redacción con las energías renovadas.
—Ve en busca de ese polvo, Pierce —me arenga Sugar en un susurro
cuando nos despedimos.
Yo le respondo con una sonrisa justo antes de tomar el pasillo hacia el
despacho de Santana.
—Hola, Blaine — saludo colocándome frente a el.
—Hola, Britt. ¿Qué te trae por aquí?
—¿Podría hablar con la señorita Lopez?
—Me temo que la señorita Lopez sigue reunida.
¿Qué? ¿Todavía?
—¿La misma reunión de esta mañana?
—Eso es.
Toda mi energía renovada acaba de esfumarse. Creo que necesito a
Sugar para que me dé otro de esos discursos motivacionales.
Le doy las gracias a Blaine y salgo del despacho. ¿Cuántas horas llevan
ahí?
Vuelvo a la oficina y me dejo caer sobre mi silla. Estoy de un humor
de perros y lo peor es que ni siquiera creo tener motivos. Al fin y al cabo,
sólo es una reunión de trabajo.
Suspiro absolutamente exasperada y activo el ordenador de mala gana
moviendo el ratón. Me obligo a centrarme en el trabajo. Apelo a mi mantra
de la profesionalidad y comienzo a gestionar todos los asuntos que va
encargándome Quinn.


Estoy furiosa.
Quinn se marcha. Me avisa de que mañana puedo venir a eso de las
diez, pero que probablemente tengamos que quedarnos gran parte de la
tarde. Justo lo que necesitaba oír ahora mismo, que pasaré el sábado en la
oficina. Aun así, le dedico mi mejor sonrisa porque le adoro y le advierto
de que no prometo nada sobre mi puntualidad, más aún cuanto todo parece
indicar que acabaré la noche emborrachándome con los Berry y
contándoles mis penas. Lógicamente estas intenciones me las guardo para
mí. A las ocho menos tres minutos ya no aguanto más. Tomo una carpeta
cualquiera de la estantería y, más enfadada de lo que recuerdo haber estado nunca, voy hasta el despacho de Santana.
Blaine no está, así que no tengo que inventarme ninguna excusa. Llamo
a la puerta y espero impaciente, notando cómo mi monumental enfado va
calando cada centímetro de mi piel.
—Adelante —le oigo decir al otro lado.
Tomo aire y abro la puerta. Entro como una exhalación y camino
hasta la mesa. Aunque ni siquiera quiero mirarla, me hago perfectamente
consciente de la situación: ella, sentada en su sillón de ejecutiva, ella, al otro lado de la mesa, sonriente y solícita como todas las mujeres cada vez que están en la órbita de Santana.
—Señorita Lopez, sólo venía a dejarle estos documentos.
La noto sorprendida, incluso algo confusa. Creo que esas sensaciones
se acentúan cuando no dejo que su mirada atrape la mía. Algo brusca,
aunque no lo suficiente para levantar sospechas en la señorita Borow, dejo
la carpeta sobre la mesa de Santana, giro sobre mis talones y me marcho tan rápido como entré.
Con la puerta cerrada a mi espalda, me detengo un segundo. ¿Para qué
demonios he entrado? ¿Qué esperaba que estuvieran haciendo? Ahora estoy todavía más enfadada. Necesito irme de aquí y sumergirme en una piscina de Martini Royale.
Oigo la voz de Santana al otro lado de la puerta. Viene hacia aquí. ¿Pues,
sabe qué, señorita Lopez? Ahora soy yo la que está muy ocupada. Soy
consciente de lo infantil de mi comportamiento, pero no puedo evitarlo.
Salgo a la redacción desierta pero, antes de poder cruzarla, oigo la voz
de Santana:
—Britt.
La ignoro. Exactamente como ella ha hecho conmigo durante todo el
día.
—Britt, espera.
Noto su mano en mi muñeca y suspiro exasperada renegando de mi
cuerpo traidor que ya ha despertado clamando por ella.
Me obliga a girarme y, aunque lo hago, rápidamente me zafo de su
mano. Le miro directamente a los ojos y me dejo envolver por ese azul que
de cerca parece aún más sorprendida y confusa.
—¿Qué pasa?
¿Cómo que qué pasa? No me puedo creer que no se haya dado cuenta.
Suspiro otra vez, sólo que más brusca y rápidamente. Si ni siquiera se
ha dado cuenta, no pienso molestarme en explicárselo.
—Nada, no pasa nada. —Mi tono y mis palabras no casan en absoluto
—. Me voy a casa.
Comienzo a caminar, pero ella me toma otra vez por la muñeca; yo me
giro de nuevo y de nuevo también me libero de su mano.
—¿Me esperarás en Chelsea? —pregunta.
—No lo creo. No quiero interrumpir tus planes.
Sé que sueno horriblemente impertinente pero no me arrepiento en
absoluto.
—¿Mis planes? Pero ¿de qué estás hablando?
Sigue confundida, pero, por la manera en la que su voz se está
endureciendo, sé que está empezando a enfadarse.
—No lo sé, de qué a lo mejor quieres continuar con tu reunión.
Ahora mismo sólo quiero gritar.
Ando hasta mi oficina sin escuchar su respuesta y, furiosa, empiezo a
despejar mi mesa. Unos segundos después está tras de mí.
—¿Todo esto es por Marisa? —pregunta a mi espalda y en su tono hay
algo de condescendencia, como si estuviera hablando con una niña.
—No, no lo digas así, como si de repente fuera una novia celosa.
—Yo no he dicho que fuera así.
Cojo mi bolso del perchero y voy hacia la puerta, pero Santana, de pie
justo en el umbral, me impide el paso.
—Quiero irme a casa.
—De eso nada —me espeta—. Entras en mi despacho revolucionada,
me dices todo esto y ahora piensas marcharte sin darme una explicación.
Las cosas no funcionan así.
—¿Y cómo funcionan, Santana? ¿Tú puedes pasarte todo el día
Encerrada en tu despacho con una rubia monumental y pasar de mí y yo
tengo que quedarme a verlo?
—Por Dios.
Se frota los ojos con las palmas de ambas manos.
—Britt, es trabajo. ¿Puedes entender eso?
—Claro que puedo —protesto. No soy ninguna estúpida.
—Pues no se nota. Ahora mismo tengo algo demasiado complicado
entre manos.
—¿El qué?
—Britt —me reprocha.
—¿Crees que soy idiota? Sé que hay algo que te preocupa. ¿Por qué
no me lo cuentas?
—Porque no serviría de nada.
—Tienes razón, es mucho mejor pasarte todo el día con esa mujer.
Ahora mismo estoy muy cansada y lo único que quiero es irme a casa,
así que vuelvo a intentar salir, pero Santana no se mueve un ápice.
—¿Crees que los días así son una diversión para mí?
—Dejémoslo en que no te aburres.
Al escuchar mis palabras, la mirada de Santana se endurece.
—Dime, Santana, ¿no te habías aburrido con ella antes?
Suspira bruscamente y cabecea un par de veces antes de clavar sus
ojos negros en los míos.
—Setecientas personas van a quedarse en la calle porque yo no soy
capaz de encontrar una puta solución y tú me estás montando una rabieta
porque no he tenido tiempo de mandarte un mensaje. Lo cierto es que no sé de qué me sorprendo, eres una cría de veinticuatro años, joder.
Está muy enfadada. Lo sé por su voz, que ha sonado suave, demasiado
suave, personificando la calma que precede a la tormenta.
Yo, por mi parte, no sé cómo reaccionar. Durante unos segundos el
silencio se hace paso entre nosotras. Me siento frívola y ridícula, pero lo
cierto es que sigo enfadada. Yo no sabía nada de esa pobre gente. Ella no me lo había contado y, ahora que por fin lo hace, lo usa para colocarme en esta posición. Parezco una malcriada y una novia celosa y es injusto porque yo no soy así.
—¿Puedo marcharme ya? —digo a la vez que me agarro con fuerza a
la correa de mi bolso y la retuerzo.
Santana me observa durante un segundo más y, finalmente, se aparta y
me deja el camino libre.
—Claro que puedes —susurra con la voz aún tan suave que sólo con
oírla se me hiela la piel.
Salgo del despacho y voy hasta el ascensor. Afortunadamente está en
planta, así que no tengo que esperar cuando pulso el botón.
Me despido de Noah y salgo al abrasador calor de Nueva York, más
concretamente a sus treinta y tres grados, y eso que son más de las ocho.
Suspiro una vez más. Tengo demasiadas cosas en la cabeza. Comienzo
a caminar en dirección a la parada de metro mientras intento poner un poco
de orden en mis pensamientos.
—Señorita Pierce —oigo que me llaman desde el final de la calle.
Me giro y veo a Finn caminando, casi corriendo, hacia mí.
— La señorita Santana me envía para llevarla a Chelsea.
¿Qué? Esto es el colmo. ¿Es que esta mujer no escucha?
—Muchas gracias, Finn, pero dígale a la señorita Lopez que me marcho a
mi apartamento.
Finn me mira contrariado. Imagino que no esperaba esa respuesta,
pero lo último que quiero es subirme por las paredes en Chelsea, en la casa de Santana; prefiero hacerlo en la intimidad de mi piso.
—Buenas noches —me despido antes de que intente convencerme de
alguna manera.
—Buenas noches —le oigo responder a mi espalda.
En el metro tengo mucho tiempo para pensar, pero no saco nada en
claro. Si hago memoria, me doy cuenta de que es nuestra primera pelea
desde que nos marchamos a Santa Helena. Comienzan a mezclarse muchos sentimientos, pero una pregunta se hace más fuerte que las demás: ¿por qué le cuesta tanto confiar en mí y hablar conmigo?
Cuando estoy a unos pasos de mi apartamento, veo el imponente Audi
A8 aparcado frente a mi puerta y a Finn junto a él. Suspiro con fuerza por
enésima vez en lo que va de día y, con el paso ralentizado y cansado, como si pretendiese evitar lo inevitable, me acerco hasta él.
—Hola otra vez, Finn. —El cansancio y también algo de ironía se
reflejan en mi voz.
—Buenas noches. La señorita Lopez me envía por si quiere ir a Chelsea
—responde cruzando las manos en una actitud que recuerda al «descansen»
militar.
—Puedes marcharte a casa. No pienso ir a Chelsea.
—En tal caso, esperaré.
Lo miro directamente a los ojos. Esa frase claramente es de la arrogante
Santana, el de no te daré otra opción. Finn sonríe confirmándome en silencio todo lo que acabo de pensar. Yo le devuelvo la sonrisa, pero la mía es fingida y de puro trámite, mientras subo los escalones hacia mi portal. Sigo enfadadísima y no pienso moverme de aquí.
Ya en mi piso me pongo más cómoda: unos pantalones cortos verde
hierba y una camiseta de tirantes blanca con lunares de colores. Me recojo
el pelo en una cola de caballo y busco mis chanclas por todo el piso hasta
que las encuentro bajo el sofá.


. Voy a marcharme de vuelta a mi apartamento para acostarme cuando recuerdo al pobre Finn ahí abajo, así que sirvo un plato de pollo con champiñones, cojo una botella de agua con gas del frigorífico de Joe y bajo al portal.
En la calle el calor no da tregua. Puede notarse incluso antes de poner
un pie fuera. Cuando empujo la pesada puerta de madera labrada, Lucky
sale corriendo, pero se detiene en el primer escalón. Joe debe haberle
enseñado.
Finn, que está apoyado levemente en el coche, se incorpora
rápidamente al verme y cuadra los hombros.
—Buenas noches, Brittany.
—Buenas noches.
Bajo los escalones con cuidado de no tropezar con el perro.
—Es tarde y pensé que tendrías hambre —le digo ofreciéndole el
plato de pollo y la botella de agua.
—Gracias.
Acepta el plato, pero creo que lo hace por compromiso. Me da la
sensación de que, cuando está de servicio, no hace paradas logísticas para
comer.
La verdad es que me siento muy mal por Finn ahora mismo. Por mi
culpa lleva horas de pie, sin cenar y muriéndose de calor en una calle
cualquiera del Village.
—Buenas noches, Finn —me despido regresando a las escaleras.
—Buenas noches.
Si no fuera increíblemente amable, creo que me sentiría menos mal.
—Siento que tengas que quedarte en mi puerta —le digo girándome
justo antes de subir el último escalón.
—No se preocupe —me responde con una sonrisa—. Es mi trabajo. —
Profesional hasta el final.
Regreso a mi apartamento y voy hasta el dormitorio. Enciendo el
viejo aire acondicionado y me tumbo en la cama con Lucky. La verdad es
que ha sido un día horrible y lo peor de todo es que no voy a dormir con
Santana. Sí, al final, da igual lo enfadadísima que esta, lo que peor me hace sentir es eso.
Me levanto a beber un poco de agua y vuelvo a asomarme a la
ventana. Me sorprende ver que Finn ya no está. Echo un rápido vistazo al
reloj y súbitamente lo comprendo. Son casi las once de la noche. Santana se habrá dado por vencida y le habrá ordenado volver. Definitivamente esta
noche no lo veré.
«¿Y la culpa de quién es, Pierce?»
Frunzo el ceño aún más malhumorada y vuelvo a la cama.
Aún no he podido conciliar el sueño cuando llaman a la puerta. Seguro
que es Rachel que acaba de volver y quiere saber todos los detalles de la
historia del chófer. Miro el reloj. No ha pasado ni media hora desde la
última vez que me levante.
Abro la puerta sin mirar por la mirilla ni preguntar, convencida de que
es Rachel. Sin embargo, en los dos segundos que tardo en averiguar quién es, una reflexión relámpago pasa por mi cabeza: debería tener más cuidado, al fin y al cabo esto es Nueva York.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 15, 2016 9:46 am

29


Al alzar la vista no puedo evitar que una fugaz sonrisa atraviese mi rostro.
Es Santana.
—Hola —me saluda.
Tiene una mano apoyada en el marco de la puerta y la otra en su
cadera. Se le ve más que cansada, agotada. Aun así, esta bella.
—Hola.
—¿Puedo pasar?
Asiento y abro la puerta del todo, moviéndome con ella para que
pueda entrar.
—Creí que estarías en Chelsea.
—¿Debería? —pregunta con la voz endurecida.
Niego con la cabeza.
—No —musito—. Me gusta que estés aquí.
Santana suspira bruscamente.
—Britt, ¿qué demonios ha ocurrido antes?
—Que has pasado de mí.
—Yo no he pasado de ti y esto está empezando a ser ridículo. Estaba
trabajando y no pienso disculparme por hacerlo.
Su voz tan calmada como dura y su metálica mirada consiguen volver
a intimidarme. Está enfadada, muy enfadada, y vuelvo a preguntarme si no
estaré exagerando con todo esto. Pero no pienso amedrentarme, ahora no.
—Pues yo tampoco pienso disculparme por querer pasar tiempo
contigo, aunque claramente tú no quieras lo mismo.
Decidida, camina hasta mí y me acorrala contra la pared con sus
brazos a ambos lados de mi cabeza.
—Te encerraría en mi habitación y no te dejaría salir en meses. Podría
alimentarme sólo de lo jodidamente bien que me siento estando dentro de
ti. No lo dudes nunca.
Sus palabras y su mirada llenas de un deseo apenas contenido me han
hipnotizado. Todo mi enfado, el hecho de que nos hayamos pasado todo el
día sin vernos, incluso nuestra pelea, se diluyen en las ganas que tengo de
que me bese ahora mismo.
—Tienes que hablar conmigo —susurro con la vista bailando de sus
ojos a sus labios.
No sé si el mejor momento para sacar este tema, probablemente no,
pero necesito que sea más comunicativa.
Ella se inclina aún más sobre mí.
—No se me da muy bien hablar.
—Pues tendrás que hacerlo. Necesito saber cómo te sientes. No
puedes sólo tocarme y besarme hasta que me olvide de todo.
Tengo la boca seca y me falta el aire. Ella se inclina un poco más y
dudo mucho de que mis piernas vayan a sostenerme. ¿Cómo es posible que su proximidad me afecte tanto?
—¿No quieres que te toque y que te bese? —Su media sonrisa
arrogante y sexy brilla en sus labios.
¡Sucia bastarda! Sabe perfectamente cuál es la respuesta a esa
pregunta.
—Claro que quiero, San —suplico con la cabeza hecha un verdadero
lío, resistiéndome a las ganas que tengo de besarla.
—¿Entonces? —me apremia.
Se inclina todavía más. Puedo notar su cálido aliento sobre mis labios.
No aguanto más. Alzo la cabeza e intento besarla, pero ella se aparta.
—¿Entonces? —repite.
La miro confusa y al instante comprendo lo que sus ojos me
piden. Quiere que me rinda, que le prometa que dejaré de intentarlo. Pero
no sé si puedo.
—Es como si me estuvieses pidiendo que no me preocupara por ti.
—No necesito que me cuiden, Britt.
—Pero quiero hacerlo, San, quiero hacerlo y no entiendo por qué tú
no me dejas.
Deseo decirle que necesito cuidarla porque la quiero, probablemente
sea el mejor momento para lanzar esta especie de bomba de relojería, pero
Santana sella mis labios con los suyos y me besa apremiante.
—Sólo puedo ofrecerte esto —susurra contra ellos.
Otra vez esa maldita frase, la misma que dijo en la ducha, pero mi piel
arde y tengo más claro que nunca que, más que cualquier otro cosa, la
necesito a ella, de la forma que sea.
—Acepto.
Santana gruñe desde el fondo de la garganta, me rodea con sus brazos y
me estrecha contra su cuerpo.
—Prométeme que no te enamorarás de mí.
—Te lo prometo.
Y miento porque lo cierto es que ya lo estoy, inconmensurablemente
enamorada de ella.
Sus besos se hacen todavía más pasionales, como si algo dentro de ella
se sintiese increíblemente aliviada con mi respuesta. Me levanta sin
esfuerzo y yo rodeo su cintura con mis piernas. Nos une y tira de nosotras
un deseo ensordecedor.
Me lleva hasta el dormitorio y cierra la puerta de una patada.

Me ha hecho suya otra vez, pero mi mente es una maraña de emociones y
preguntas sin respuesta. Otra vez ha vuelto a decirme que sólo puede
ofrecerme esto, pero no me ha explicado qué encierra para ella esa simple
palabra. ¿Qué tenemos? ¿Qué somos? ¿Cuánto va a durar? Me aterra que ella ya le haya puesto una fecha de caducidad a nuestra relación. Yo no estoy preparada para que se acabe. Creo que nunca lo estaré.
Todo esto sería mucho más sencillo si quisiese hablar. ¿Por qué tiene
que ser tan complicada? Suspiro mentalmente. «No necesito
que me cuiden.» Lo ha dejado bien claro. No quiere que cuide de ella, pero,
en cambio, ella sí lo hizo conmigo, las facturas, el trabajo, me llevo a
Carolina del Sur.
—Pero tú sí cuidas de mí —me quejo en voz alta, arrodillándome
frente a ella.
Santana me mira durante un segundo. Finalmente me toma de las caderas
y me coloca a horcajadas sobre ella. Sin ropa, su olor está más latente y se
mezcla con el de la vainilla que aún sobrevive en el ambiente.
—Eso es diferente —dice sin más—. Tengo que cuidarte. Y no lo
hago por ti, lo hago por mí. Ya te lo dije una vez, soy muy
egoísta.
¿Qué? Estoy totalmente perdida.
—No te entiendo —reconozco.
—Vamos a dormir, necesitas descansar.
Me da una suave palmada en el trasero y nos levanta sin el más
mínimo esfuerzo. Nos tumbamos en la cama y nos acomodamos. Estrecha
mi espalda contra sus pecho y me acaricia la nuca con la nariz.
Hace calor.
Su frase revolotea por mi cabeza mientras intento conciliar el sueño.
Necesita cuidar de mí pero en realidad lo hace por ella. Eso no tiene ningún
sentido.
Me despierta el monótono zumbido del viejo aparato de aire
acondicionado. Santana duerme profundamente a mi lado. Está bocabajo con una mano bajo la almohada y la otra sobre mi cintura, como si quisiera
asegurarse de que no iré a ninguna parte.
Me giro con cuidado y la observo. Podría pasarme horas así, pero el
despertador tiene otros planes para mí y suena estridente llenando toda la
estancia. Sólo que no es mi despertador, es el móvil de Santana en algún
punto del suelo de la habitación.
Antes de que pueda reaccionar, se levanta de un salto, coge los
pantalones y saca su iPhone del bolsillo.
—Santana —carraspea para aclarase la voz—. El veintiún por ciento. No
acepto menos. Han sido unos auténticos cabrones y van a pagar por ello.
Ha pasado de dormir placenteramente a plena actividad laboral en un
abrir y cerrar de ojos. Es extraordinaria la capacidad que tiene para tomar
el control de cualquier situación.

—Vístete —me apremia— y llévame a algún sitio a desayunar. Me
muero de hambre —concluye divertida.
Termina de ajustarse los puños de la camisa y sale de la habitación.
Hasta que no se marcha no soy capaz de reaccionar. Ese halo de pura
atracción que siempre la rodea hoy brilla con más fuerza que nunca.
Decido ponerme mi falda de la suerte. Hace semanas que no la llevo y
no nos vendrá mal contar con el azar de nuestra parte. Elijo una nadadora
azul y, para completar, mis sandalias de cuero y un fular en tonos azules
que me pongo holgado al cuello para que no me dé demasiado calor. Soy
plenamente consciente de que podría, simplemente, no ponérmelo, pero no
puedo resistirme a lo bien que queda el conjunto
.
Santana está sentada en el sofá jugando con Lucky. Parece tan
despreocupada, tan jovial. No tiene nada que ver con la directora ejecutiva
con la que discutí en la oficina. Me pregunto si ése es el motivo por el que
no quiere hablar de trabajo, para que no invada esta parte de su vida, para
poder poner un punto y aparte.
—Estás preciosa, nena —dice reparando en mí.
—Tú tampoco estás mal.
Se levanta, se acerca hasta mí y coloca sus manos en mis caderas.
—Como siempre, es el traje.
—¿Tu taller ilegal?
—Por supuesto —contesta con una sonrisa que me contagia—. Ahora
más vale que salgamos de aquí, porque esa falda es demasiado sugerente y se me están ocurriendo muchas cosas que hacer contigo.
Intento sonreír, pero su frase me ha excitado tanto que
involuntariamente un jadeo se escapa de mis labios. Santana me sonríe de esa forma tan dura y a la vez tan sexi. Sabe perfectamente lo que ha provocado en mí y está más que orgullosa. Finalmente tira de mi mano y salimos del apartamento

Cruzamos el local hasta una de las mesas del fondo. Tienen un sofá
corredizo de cuero rojo y la mesa de latón brillante imitando las de las
antiguas hamburgueserías. Nos sentamos la una frente a la otra y cogemos la carta de un pequeño soporte en un extremo de la mesa.
Estamos alejadas de la barra, así que el camarero tarda en reparar en
nuestra presencia.
—¿Te das cuenta de que es la primera vez que comemos solas en un
restaurante? —comento con una sonrisa.
—Es verdad. Afortunadamente para ti, la carta no está en francés —
replica.
—Ja, ja. Puede que no sepa francés, pero tengo mis recursos.
—Nunca lo he dudado.
No sé si es por la manera en que me mira o por cómo pronuncia esas
palabras, pero logra hacerme sentir calor, mucho calor.
—Aún te la tengo guardada —le advierto intentado recuperar la
compostura.
—¿El qué? —pregunta inocente.
—Lo mal que me lo hiciste pasar en la comida con la señorita Martin
—dejo que el retintín se apodere de mi voz al pronunciar su nombre.
—Eso fue culpa tuya —sentencia sin ningún tipo de remordimiento.
—¿Qué?
—Estuve intentado verte toda la mañana y tú te dedicaste a mandarme
a media empresa como mensajeros.
Blaine, el señor Greene, Sugar... la verdad es que tuve bastantes
cómplices, voluntarios o no, esa mañana.
—No quería verte —me defiendo.
—Porque creías que me había acostado con la chica de la fiesta.
¿Cómo pudiste pensar algo así?
—¿Y qué querías que pensara?
—Britt, no he estado con ninguna chica desde que nos conocimos.
¿Qué?
—¿Con ninguna? —pregunto, y no puedo evitar que una sonrisa vaya
apoderándose lentamente de mis labios.
—Con ninguna —sentencia—. Sólo podía pensar en ti, pero al mismo
tiempo no quería hacerlo. Nunca me había sentido así.
Sonríe, pero también hay cierto toque de frustración en su voz, como
si realmente se hubiese resistido todo lo que pudo.
—A mí también me hubiera gustado escapar de ti —confieso—. No te
haces una idea de cuántas veces me hice el propósito de ni siquiera
acercarme.
—Por suerte para nosotras, no tienes mucha fuerza de voluntad.
—Ya somos dos, señorita Lopez.
Santana me mira de esa manera tan sugerente haciéndome ver que, en
efecto, en lo referente a mí tiene poca voluntad, pero que, si quisiese, sólo
le bastarían un par de segundos para demostrar que, cuando se trata de ella, yo tengo aún menos.

Santana se detiene.
—A partir de esta calle eres la señorita Pierce. —Asiento divertida—.
Creo que me he ganado un beso de despedida —comenta.
Mi sonrisa se ensancha justo antes de que me estreche contra su
cuerpo y me dé un auténtico beso made in Hollywood. Después de eso, me
separo perezosa y comienzo a andar con desgana.
Antes de encaminarme definitivamente a la oficina, miro una vez más
hacia atrás. Santana me sonríe mientras me observa. Apenas unos segundos después, noto una palmada en el trasero que me hace dar un respingo. No necesito girarme para ver quién ha sido, ya que Santana pasa por mi lado con paso firme y decidido sin detenerse. Cuando ya me ha adelantado, a unos pasos de distancia, con las manos metidas en los bolsillos, se gira y sólo moviendo los labios dice «fantástico» a la vez que me hace una mueca divertida. Después se gira de nuevo y se aleja definitivamente.

Sugar y yo no encontramos en el archivo para evitar la carga laboral. Casi en el mismo instante, oímos a alguien carraspear a nuestra espalda. Ambas nos giramos y vemos a Santana en el umbral de la puerta. Sugar
automáticamente, tira el cigarrillo por la ventana y juraría que las dos
tragamos saliva a la vez. Es curioso cómo, a pesar de todo, sigue
intimidándome con una sola mirada.
—¿Se divierten?
—Estábamos buscando unos archivos —me disculpo.
Santana da un paso hacia delante y me dedica una mirada de absoluta
incredulidad justo antes de centrarse en Sugar.
—Señorita Motta, sería interesante verla alguna vez en su puesto de
trabajo.
—Ahora mismo, señorita Lopez.
Mi amiga sale corriendo del lugar del delito, abandonándome a mi
suerte sin ninguna compasión. ¡Y eso que venir aquí fue idea suya!
—En cuanto a usted, señorita Pierce —susurra provocativa y
amenazadora—. Tengo otros planes.
La boca se me hace agua.
—Blaine no está y necesito una secretaria.
En cualquier otra circunstancia hacer de secretaria me parecería de lo
más aburrido, pero tratándose de Santana sólo puedo pensar en lo que pasó la última vez que me pidió que cubriera ese puesto para ella. Siento una corriente eléctrica sacudiendo mi vientre y mi mente me regala el recuerdo de mi respiración entrecortada mientras intentaba mantener la compostura al teléfono, mi mano frenética apoyándose contra la madera de su elegante mesa de Philippe Starck, su voz susurrante, sus dedos dentro de mí.
Santana sonríe dura y sexi.
—Te espero en mi despacho en veinte minutos.
—Tengo que ayudar a Quinn con las correcciones —consigo
articular.
—Que le jodan a Quinn y que le jodan a las correcciones. Todo esto
es mío y tú también —susurra en mi oído, salvaje, —.Te quiero en mi despacho en veinte minutos y sin ropa interior.
Sin decir nada más, gira sobre sus tacones y sale de la diminuta
habitación. Yo me quedo petrificada, inmóvil por la excitación y el deseo.
Me muero porque pasen esos veinte minutos
.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 15, 2016 10:40 am

30



Voy al baño, me quito las bragas y las doblo varias veces hasta que puedo
llevarlas en la mano sin que se vean demasiado. Regreso a mi mesa y, con
disimulo, las meto en mi bolso colgado del perchero.
—Quinn —la llamo asomándome al umbral de su despacho con
impaciencia—, Santana me ha dicho que necesita que la ayude.
—Sí, ya sé que me roba la asistente —comenta resignada—, pero,
escúchame bien, es un préstamo temporal. No dejes que te engatuse.
—No te preocupes jefa, volveré.
—Más te vale.
Sonrío y salgo del despacho. Estoy más que excitada. Noto la brisa
que proporciona el aire acondicionado acariciarme bajo la falda y por un
momento imagino que son los dedos de Santana y las rodillas me tiemblan.
¿Será posible que haga que me corra a un pasillo de distancia sólo con la
expectación y el recuerdo de su voz ordenándome que no lleve ropa
interior?
Llamo y ansiosa espero a que me dé paso.
—Adelante.
Abro la puerta y la cierro tras de mí.
—Señorita Pierce —susurra sensual reclinándose sobre su silla.
Camino hasta colocarme en el centro del despacho. El corazón me late
desbocado.
—Creo que le di una orden muy concreta.
Me mira exigente. Yo tomo mi falda por el dobladillo y, despacio, voy
remangándomela, dejando que la piel de mis muslos vaya quedando al
descubierto.
Entreabre los labios cuando finalmente puede ver mi sexo.
—Estás preciosa, nena. Quédate así.
Santana me observa y su forma de mirarme cargada de un deseo
primario y extasiante hace que el mío casi rebose de mi propio cuerpo.
Me muerdo el labio y ella gruñe mientras repito la operación a la
inversa. Deslizo la falda por mis caderas, la curva de mi trasero y
finalmente mis muslos, mis piernas, mis tobillos. Doy un paso a la derecha
y salgo de la falda cuando ésta cae al suelo.
Santana se levanta y camina lentamente hasta mí. Irradia tanta seguridad
que es imposible escapar de ella en cualquier sentido.
—Junta las muñecas delante —me ordena.
Estoy nerviosa, emocionada, demasiado excitada por su proximidad y
por la situación en sí para poder pensar, pero al mismo tiempo una
sensación de que quiero hacer todo lo me que pida me invade hasta
eclipsarlo todo.
Sin levantar su mirada de mis ojos azules, tira de mi fular. Mis
pezones se endurecen aún más al notar la tela deslizarse sobre ellos.
Santana ata mis muñecas con el pañuelo.
—Nunca he sentido especial predilección por atar a ninguna chica,
pero contigo me siento como si sólo quisiese alargar el momento para
sentir que eres mía el máximo tiempo posible.
—Siempre seré tuya —digo sin dudar, y algo dentro de mí grita a
pleno pulmón que es verdad.
Santana suelta un rápido suspiro ahogado en su sonrisa más dura y sexi.
Puedo ver cómo sus ojos negros se han encendido aún más por mis
palabras. Sin decir nada más, camina a mi alrededor hasta colocarse a mi
espalda. Lleva su mano hasta mi nuca y la sube despacio. Al alcanzar mi
coleta, tira de ella con fuerza para tener mi boca a su disposición y me besa
con pasión.
Separa nuestros labios dejándome llena de su deseo. Me toma por el
tejido que anuda mis muñecas y me lleva hasta el sofá.
—Túmbate.
Lo hago. Ella se agacha y nuestros rostros quedan peligrosamente cerca.
Su delicioso olor a lavanda fresca invade todo el espacio
entre nosotras. La miro anhelante, expectante y excitada. Sube mis
muñecas por encima de mi cabeza y las apoya en el brazo del tresillo. Me
observa y yo gimo levemente al sentirme tan entregada.
No retira sus manos de las mías directamente, sino que desliza sus
dedos desde ellas por mis brazos, mis pechos, mi ombligo, hasta llegar a
mi sexo. Sin separar sus ojos de los míos, introduce dos dedos en mí. Gimo bajito y mi respiración se entrecorta al instante.
—Me pregunto si estarás siempre así de receptiva para mí.
Saca sus dedos y se los lleva hasta sus labios, saboreando los restos de
mi esencia. Yo asiento nerviosa incapaz de articular palabra ante esta
visión tan erótica y sensual.
Santana me dedica su media sonrisa y se levanta. Está claro que ella
también sabe que la respuesta a esa pregunta es un rotundo sí.
—No te muevas. Quiero disfrutar de ti —me ordena mientras vuelve a
sentarse a su mesa.
Ahora mismo soy su obra de arte particular. Le observo teclear en el
ordenador, incluso hablar por teléfono, pero siempre su mirada acaba
encontrándome y poco a poco voy emborrachándome de poder al sentir que sus ojos negros encendios están llenos de un deseo apenas contenido.
Después de un período de tiempo indefinido en el que me siento arder
en mi propio anhelo, Santana se levanta y camina de nuevo hasta mí. Se
queda de pie junto al sofá, observándome. Mi libido sonríe perversa y
lentamente me siento en el tresillo justo frente a ella. Alzo mi mirada pero
dejo que mis ojos se escondan bajo mis pestañas. Una perfecta
combinación de inocencia y sugerencia. Santana vuelve a lanzar un suspiro
brusco y profundo. Sé que estoy tocando una tecla muy íntima y muy
precisa en su interior que la llena de placer.
—Haz conmigo lo que desees —susurro sin apartar mi mirada.
—Joder, Britt.
Jamás había pronunciado estás palabras y, si no se tratara de Santana,
tampoco lo habría hecho. Pero con ella todo es diferente. No me da miedo
sentirme así de entregada, de expuesta, completamente en sus manos. Más bien es todo lo contrario, es justo ahí donde quiero estar y el hecho de
saber que ella también lo desea no hace sino aumentar mi excitación a unos niveles insospechados.
Santana me toma salvaje entre sus brazos levantándome hasta quedar de
pie en el sofá. Por primera vez soy más alta que ella. Cuando me besa
primaria, brusca, lleno de un anhelo infinito, la recibo maravillada,
entregada por completo.
Rodeo su cuello con mis muñecas atadas. Ella pone sus manos en mi
trasero y me levanta aún más y yo rápidamente coloco mis piernas
alrededor de su cintura.
Me lleva contra la pared y me aprisiona entre ella y su cuerpo. Se
desabrocha los pantalones.Tengo que recordarme dónde estoy para no gritar enloquecida de placer. Me embiste salvaje, haciéndome subir y bajar por la pared una y otra vez.
Me muerdo el labio intentando no gemir.
Una espiral de placer va arremolinándose en mi vientre y crece cada
vez que Santana lo colma todo dentro de mí.
Siento calor, mucho calor.
Siento un placer desbocado.
Mete la mano bajo mi camiseta y la sube acelerado por mi costado
hasta mis pechos. Se aferra a ellos y me retuerce un pezón entre sus dedos.
Dios, es increíble.
Arqueo la espalda y echo la cabeza hacia atrás, pero mis muñecas
atadas no me dejan estirar el cuerpo todo lo que necesito para que el placer me atraviese y, poco a poco, embestida a embestida, va acumulándose salvaje y delicioso en mi sexo.
Me aferro aún más a su cuerpo, apretando sus caderas entre mis
muslos. Necesito sentirlo todo lo cerca que pueda. Santana entiende mi
suplica silenciosa y me embate más fuerte, más despiadada, consiguiendo
que cada vez que entra en mí todo mi cuerpo se yerga y la reciba triunfal.
una mano sigue perdida en mis pechos, cubriéndolos de caricias.
Busco sus labios para que sofoquen mis inminentes gemidos, pero sus
dedos pellizcan mis pezones asombrosamente acompasados con sus
embestidas y sólo puedo apretar mi boca contra su mandíbula. Gruñe al
sentir mis jadeos acolchados contra su piel y me embate más fuerte, más
rápido, más lejos.
—San.
Susurro, jadeo, gimo, no lo sé, porque es lo último que mi mente
recuerda antes de que mi cuerpo se funda en un increíble orgasmo. Todo el
placer retenido me sobrepasa y explota dentro de mí presa de las
implacables embestidas de Santana, que continúan hasta que con fuerza se agarra a mi costado y, con todo el empuje de sus caderas, se pierde dentro de mí. Sigue sosteniéndome contra la pared unos minutos más mientras intentamos recuperar la respiración. Lleva una de sus manos hasta las mías, que aún rodean su cuello, y, tirando de uno de los extremos del pañuelo, el nudo se desata con facilidad. Cuando me siento liberada, alzo la cabeza y me encuentro con su mirada negra.
Me da un dulce beso en la punta de la nariz y me baja lentamente,
deslizándome por su cuerpo hasta que mis pies tocan el suelo. Sin
separarse de mí, toma mis muñecas y las examina y acaricia con atención
donde el fular las mantenía sujetas. Finalmente me da un suave beso en el
centro de cada una y me sonríe traviesa.
—Ha sido increíble —musito.
—Lo sé.
Se aleja unos pasos para poder arreglarse la ropa y darme espacio para
que yo haga lo mismo. Recojo mi falda del suelo y me la pongo.
—Ahora necesito que seas mi secretaria de verdad.
—Ah, ¿lo de antes no eran funciones propias de una secretaria? —
bromeo.
Santana me hace un mohín de lo más sexy a la vez que rodea su mesa y,
sin llegar a sentarse, teclea algo en su ordenador.
—Necesito que organices una reunión para dentro de una hora con los
principales ejecutivos de cada departamento.
La miro extrañada. Hoy es sábado, ni siquiera creo que estén en el
edificio.
—No te preocupes. Todos están aquí.
Siempre me sorprende la habilidad que tiene para contestar preguntas
que sólo me he hecho mentalmente.
—Prepara los dosieres y manda los correos electrónicos informativos.
Además, encargué al departamento de Contabilidad varias demos de
inversiones y sinergias empresariales y quiero que las presenten en la
reunión. ¿Entendido?
Asiento diligente a la sexy y exigente Santana Loopez, directora ejecutiva.
—Instálate en la mesa de Blaine.
Asiento una vez más. Me coloco el fular de nuevo al cuello y, con mi
mejor sonrisa, provocada en gran parte por la fantástica dicha poscoital en
la que estoy sumergida, salgo del despacho.
Desde el escritorio de Blaine llamo a todos los departamentos y en poco
menos de media hora tengo organizada la reunión. Además, como la
eficientísima secretaria dejó los correos electrónicos corporativos
redactados y los dosieres preparados, sólo tengo que enviar los primeros e
imprimir los segundos.
Mi última llamada la reservo para el departamento de Contabilidad o,
lo que es lo mismo, para la señorita Sugar Motta.
—Motta, departamento de Contabilidad —responde al otro lado
después de dos tonos.
—Señorita Motta, la llamo del departamento de Recursos Humanos
—respondo agravando la voz—. Por favor, pase por la planta veintisiete
para recoger su finiquito.
Mi amiga calla por un instante. Puedo notar su confusión y toda su
sorpresa al otro lado de la línea telefónica.
—La señorita Lopez quiere su culo fuera del edificio en veinte minutos.
Ya no aguanto más y estallo en risas.
—¡Hija de puta! —protesta—. Me has dado un susto de muerte.
—Ha sido divertido y lo necesitaba —me excuso—. Preparar
reuniones de ejecutivos es un rollo.
—¿Ahora eres la secretaria de Santana? ¿Una excusa para teneros más
cerca y tardar menos en meteros mano? —pregunta con ese toque lascivo
tan de Sugar Motta.
—Sólo por hoy —contesto con una sonrisa, aunque actualmente la
idea me parece fantástica—. ¿Has terminado las demos?
—Por supuesto, chica. Soy una profesional.
—Pues llévalas a la sala de conferencias. La reunión es en media hora
y tengo que preparar el refrigerio.
—Malditos ejecutivos —se queja Suar—. Cobran una pasta y no
tienen una idea brillante si no ven un racimo de uvas perfectamente
colocado en una mesita auxiliar.
—Uvas, tu especialidad —apunto con sorna.
—Santana debería despedirlos a todos.
—Y dejar la empresa en nuestras manos. La llenaríamos de chicos
guapos.
—E instauraríamos los miércoles en ropa interior —añade.
—Mejor los viernes, por si ligas.
—Bien dicho. —Ambas sonreímos—. Nos vemos en la sala de
conferencias.
—No tardes.
Cuelgo y me levanto dispuesta a marcharme, pero entonces recuerdo
que debo avisar a Santana. Casi al mismo tiempo, reparo en la presencia del intercomunicador digital. Lo miro pícara. Me gusta este jueguecito de la
jefa-secretaria, así que decido alargarlo un poco más.
—Señorita Lopez —la llamo divertida.
Unos segundos de silencio.
—¿Sí, señorita Pierce? —responde del mismo modo.
—Le informo de que voy a la sala de conferencias para terminar de
preparar la reunión.
—Muy bien, señorita Pierce. ¿Algo más?
—No lo sé. Quizá le interese saber que sigo sin ropa interior a la
espera de nuevas instrucciones.
Santana calla un momento y puedo imaginar su seductora sonrisa al otro
lado del intercomunicador.
—Definitivamente me interesa, y mucho. Hasta nuevo aviso, quiero
que siga así, señorita Pierce. Aún no he acabado con usted.
Trago saliva con el cuerpo encendido y la sangre ardiendo en mis
venas. «Aún no he acabado con usted.» Delicioso.
—Como ordene, señorita Lopez. Nos vemos en la reunión.
Sonrío traviesa y salgo del despacho.
A pocos pasos de la sala de reuniones, y a pesar de ir cargada con una
veintena de dosieres, puedo ver a Sugar a través de la pared de cristal
peleándose con la consola que controla los plasmas.
—¿Quién gana? —pregunto empujando la puerta con el trasero.
—La batalla está siendo dura, pero acabaré venciendo.
—Te ayudo.
Dejo la pila de dosieres en la mesa junto al iPad de Sugar y varias
tarjetas de memoria.


Aún faltan quince minutos para la reunión.
—¿En qué puedo ayudarla, señorita Martin? —intento sonar cordial y
debo hacer un verdadero esfuerzo para conseguirlo.
—¿Usted? En nada. ¿Dónde está Blaine? —responde sin ni siquiera
mirarme.
—Blaine no está. Si quiere consultar algo de la reunión, tendrá que
hacerlo conmigo. Hoy cubro su puesto como secretaria de la señorita Lopez.
La señorita Martin me mira entre sorprendida y excesivamente
perspicaz, como si delante de mí se hubiera levantado un muro enorme del
que cuelgan cientos de carteles de conspiraciones y soy protagonista de
todos y cada uno de ellos.
—¿Algún problema? —pregunto.
—No, sólo que me sorprende la prisa que te has dado.
Esta conversación está tomando un cariz que no me gusta lo más
mínimo. Sin quererlo, la tranquilidad tipo zen que me estaba esforzando en
mantener desaparece.
—¿A qué se refiere, señorita Martin? —Ni sueno cordial ni trato de
conseguirlo.
—El correo electrónico corporativo está mal —me espeta, de nuevo
sin mirarme e ignorando por completo mi pregunta.
—¿Y exactamente en qué está mal?
Aunque dudo mucho que lo esté. Lo preparó Blaine y ese hombre es la
eficiencia personificada.
—No tengo por qué explicártelo. No pienso hacer el trabajo de una
asistente —añade con desdén—. Además, si tanto te gusta ser la secretaria de la señorita Lopez, deberías preocuparte por hacerlo un poco mejor.
¿Pero quién se cree que es?
—Imagino que no me gusta ser su secretaria más de lo que le gustaría
serlo a usted.
En ese momento llega Sugar y asiste al cambio de expresión de la
señorita Martin, que pasa de ser de malicia a malicia y un monumental
enfado.
—Espero que no hayas dicho lo que creo que has dicho —me advierte.
—No lo sé —replico absolutamente inmune a su tono de voz—.
Supongo que eso depende de si todas las estúpidas insinuaciones que ha
hecho no han sido lo que creo que han sido.
—Por favor, ni siquiera entiendo qué ha visto en ti aparte de esos
estúpidos vestiditos.
¿Cómo se atreve? Abofetearla y tirarle de los pelos claramente me
parece la mejor opción. Voy a dar el paso definitivo hacia a ella, pero
Sugar, que parece leerme el pensamiento, me agarra por la muñeca y me
mantiene en el sitio.
—¿Por qué tú y tu pésimo gusto para la ropa no os largáis de aquí?
—Sugar Motta, ya estabas tardando en montar el numerito.
Ahora la que contiene a Sugar soy yo.
—No sé qué estás queriendo dar a entender, pero ya me he cansado.
—Me esfuerzo en no alzar la voz—. La reunión aún no ha empezado, así
que porque no te largas y te dedicas a darte cuenta de lo amargada y sola
que estás o lo que quiera que hagas en tu tiempo libre.
Me dedica una furibunda mirada y se encara hacia mí.
—No eres más que una asistentucha.
—Señorita asistentucha para ti. —No me amedrento.
—¿Qué está pasando aquí? —La voz de Santana inunda toda la sala.
Entra con la furia apenas contenida en la mirada, pero al mismo
tiempo demostrando una vez más su férreo autocontrol. Sin dejar de
observarnos, se acerca hasta nosotras. Sus palabras aún retumban en el
ambiente. Estoy muy inquieta, con la adrenalina saturando cada una de mis
venas. Me he quedado con muchas ganas de gritarle muchas cosas a la
señorita Martin. Además, el hecho de que Santana esté aquí me pone aún más nerviosa. No quiero por nada del mundo que sea precisamente ella quien se entere de que estamos juntas, aunque obviamente está muy bien informada. Si no, ¿a qué venía tanta insinuación?
«Sabes que lo sabe, Pierce.»
—No pasa nada, señorita Lopez —se apresura a decir con toda dulzura y
con la sonrisa más desmesurada del mundo—. Sólo intentaba explicarle a
Britt que el correo electrónico corporativo está mal redactado, pero ella
no quiere mi ayuda y, aunque es de lo más comprensible, debería dejarse
ayudar. Hacer el trabajo de Blaine no resulta nada fácil.
Esas palabras y, sobre todo, el modo en el que se ha colocado en esa
posición de chica buena y perfecta ante Santana me hacen estallar.
—¿Cómo puedes manipular la situación de esta manera?
La mano de Sugar no llega a tiempo de agarrar mi muñeca y las
palabras salen de mi boca antes siquiera de que pueda pensarlas con
claridad.
—Las cosas no han ocurrido así, Santana.
En ese instante puedo notar la mirada de mi amiga y la de la propia
Santana clavarse alarmadas sobre mí con los ojos como platos.
—Quiero decir, señorita Lopez.
¡Mierda! ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Acabo de llamar por su
nombre de pila a la irascible y malhumorada directora ejecutiva de la
empresa.
Por muy rápido que he intentado autocorregirme, la amarga sonrisita
de la señorita Martin me hace comprender que ha sido demasiado tarde y
acabo de confirmarle cualquier cosa que mínimamente sospechara.
—Señorita Martin, la veré en unos minutos —comenta Santana aún con
su endurecida mirada clavada sobre mí.
—Por supuesto, señorita Lopez.
Le sonríe una vez más y se marcha. Sabe, o por lo menos sospecha, en
la situación en la que acaba de dejarme y juraría que eso la hace
inmensamente feliz.
Santana le dedica una fulminante mirada a Sugar que, ignorándola
valientemente, me mira a mí. Yo asiento y ella se marcha. Santana la sigue
con la mirada hasta que la puerta de cristal de la sala de reuniones se cierra tras ella.
—¿Se puede saber qué demonios ha pasado? —pregunta colocando
sus brazos en jarras.
—Desde luego no lo que ella te ha contado. Maldita zorra mentirosa.
—Britt —me apremia o me reprocha, no lo sé.
Respiro hondo e intento tranquilizarme.
—Ha venido aquí quejándose de que el correo corporativo estaba mal
y, cuando le he preguntado qué ocurría con él, me ha dicho que no tenía por qué ayudarme y se ha puesto a lanzar todo de tipo de indirectas.
—Tiene razón.
—¿Qué?
¿Qué? ¿Qué? ¡¿Qué?!
—Britt, el correo corporativo está mal. Yo mismo venía a
decírtelo. Y por supuesto que ella no tiene por qué ayudarte, es una
ejecutiva, no una asistente.
—¿Se puede ser más estúpidamente clasista?
Santana me atraviesa con la mirada y yo, inmediatamente, me doy
cuenta de que no es un camino por el que me interese seguir.
—De todas formas, no sólo se trata de eso.
—¿Y de qué se trata, Britt? —pregunta y está comenzando a
cansarse.
—De todo lo que ha insinuado.
Santana suspira exasperada.
—Britt, tu trabajo se limita y suscribe a ayudar a Quinn. No es
cuestionar o leer entre líneas lo que otros ejecutivos digan.
Una vez más me ha hablado con ese tono condescendiente como si
fuera una niña caprichosa que no entiende que ha hecho algo más. Odio que me trate así.
—No soy ninguna cría, San, aunque te empeñes en creer lo contrario.
Sé perfectamente lo que ha pasado aquí y desde luego no ha sido lo que
ella te ha contado.
—Basta —me interrumpe alzando la voz—. Tengo una reunión
demasiado complicada como para ocuparme también de esto, así que haz
lo que te pidan cuando te lo pidan.
—Por supuesto, señorita Lopez.

Durante la reunión Santana coge su iPhone y comienza a trastear con él. Imagino que comprueba otras informaciones.
Mi móvil comienza a vibrar sobre las carpetas de mi regazo. Es un
mensaje de Santana.
He hecho lo que tenía que hacer y tú no deberías enfadarte. Aunque, por otra parte, estás
muy sexy cuando te enfadas.
No me lo puedo creer. ¿Por qué nunca es capaz de entender que estoy
enfadada? En esta ocasión, muy enfadada.
Creí que tenías una reunión muy complicada.
Me limito a repetir sus palabras. La respuesta no tarda en llegar.
Y lo es, pero las explicaciones de Miller son de parvulario. No necesito escucharlas. ¿Esta
estupidez de enfado va a durar mucho? Porque quiero follarte encima de la mesa de
reuniones.
La boca se me seca y trago saliva con dificultad. Afortunadamente mi
mente vuelve lo suficientemente rápido para recordarme mi monumental
enfado. ¿Quién se cree que es?
Vete a la mierda, Santana, y si tantas ganas tienes de follarte a alguien encima de la mesa de
reuniones, pregúntale a la señorita Martin, ya que te entiendes tan bien con ella.
Bruscamente dejo el móvil bocabajo sobre las carpetas. Apoyo el codo
en el brazo de la silla y la mejilla en el puño. Me siento como una niña
pequeña a la que obligan a ir a la iglesia.
En absoluto quiero que tenga el más mínimo contacto con ella. La
sola idea hace que me hierva aún más la sangre, pero estoy furiosa. Me
encantaría levantarme y gritarle ahora mismo todo lo que pienso de ella.
¡Qué frustrante!
El móvil de Santana vibra sobre la mesa. Mira la pantalla y frunce el
ceño. Al coger el móvil deja sus labios, hasta entonces cubiertos por sus
dedos, a la vista y no son más que una delegada línea. Sin duda no era el
mensaje que esperaba. Visiblemente molesta, guarda el teléfono en el
bolsillo interior de su chaqueta. Sospecho que, si no estuviera en mitad de
una reunión, lo habría lanzado contra la pared.
—Señor Miller —lo interrumpe—, creo que los gráficos están lo
suficientemente claros. Si alguien no los entiende, que salga de aquí.
El señor Miller se sienta conmocionado.
Santana sube el nivel de la reunión. Está enfadada, arisca. Es la bastarda
exigente multiplicada por mil y yo soy la única en esta sala que conoce el
motivo. Atiende cada una de las ideas que le proponen y no tarda más de
un segundo en descartarlas por motivos esenciales que a cualquiera de los
presentes se le habrían pasado, pero que para ella son obvios.
La reunión termina sin que se haya alcanzado una solución, lo que
incrementa aún más el enfado de Santana, que se queda sentada en el sillón con la vista clavada al frente, pensativa. Sé que tengo que recoger la sala, pero no quiero quedarme a solas con ella, así que me encamino hacia la puerta. Regresaré cuando se haya marchado.
—Señorita Pierce —oigo que me llama y automáticamente sé que
todos mis planes acaban de irse al traste—, espere.
Me detengo en seco pero no me giro. Le oigo levantarse. Las últimas
personas abandonan la sala. Estamos oficialmente solas.
—Sigues siendo mi secretaria —me advierte—. Y, otra cosa, si
vuelvo a veros a Sugar y a ti fumando y charlando en el archivo como si
fuera una terraza de cafetería, os despediré. No creas que va a temblarme el pulso lo más mínimo porque se trate de vosotras.
Su voz calmada con la ira apenas contenida y su mirada endurecida
me han robado la reacción. Santana me observa unos segundo más y sale de la sala de reuniones. Yo me quedo mirando a mi alrededor como una idiota.
No está siendo justa, nada justa.
Cuando me recupero, recojo y ordeno la sala y vuelvo a mi mesa,
quiero decir, a la de Blaine. Archivo unos cuantos documentos, guardo una
copia del dosier y despejo el escritorio.
marthagr81@yahoo.es
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 15, 2016 11:22 am

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Sugar me espera en el vestíbulo y, tal y como quedamos por teléfono,
seguimos punto por punto nuestro plan y a las ocho estamos atravesando
las puertas de The Vitamin, donde nos esperan los demás.
Por primera vez en semanas me pongo unos vaqueros. Son de Sugar,
algo viejos y de una tela muy clara, pero la verdad es que me sientan
bastante bien. También me ha prestado una bonita camiseta de seda de
manga corta color vainilla con pájaros estampados. Me he negado en
rotundo a ponerme unos tacones de infarto, así que he conservado mis
sandalias de cuero marrón.
Ella ha tirado la casa por la ventana y se ha enfundado en un
ajustadísimo traje negro que le queda de maravilla pero que no es
precisamente lo que se pondría para tomar algo en nuestro pub favorito.
Comienzo a sospechar; sin embargo, decido darle el beneficio de la duda.
Sólo espero que no tenga nada que ver con Joe. Sería un lío demasiado
enorme.
Espero sentirme mejor después de un Martini Royale helado, pero no
funciona. No puedo dejar de pensar en Santana y finalmente, mientras apuro mi segunda copa, saco el iPhone para llamarla.
—Ni se te ocurra —me advierte Sugar golpeándome la mano tan
rápido y tan fuerte que me hace tirar el teléfono.
—Ey —me quejo.
—No la llames, no claudiques.
—Sugar, la echo de menos, mucho —me lamento dejando caer mi
cabeza sobre la mugrienta mesa. Cosa de la que me arrepiento
instantáneamente.
—¿Pero qué pasa contigo, Pierce? ¿Ya no estás enfadada?
—Claro que sí —digo intentando sonar convencida.
—Dios, tiene que tener unos dedos fantásticos, porque ni piensas con
claridad —sentencia apurando su copa.
Pienso en rebatirla indignada para conservar mi reputación de señorita
decente intacta, pero a estas alturas me parece una estupidez intentar
mantener en alto un pabellón que para Sugar cayó hace mucho.

Llevo mi mirada hacia donde Sugar la ha clavado perpleja y el
corazón me da un vuelco cuando veo entrar a Quinn, su hermano y no se quien mas y por último Santana, condenadamente bella como cada vez que nos peleamos.
«Maldita sea.»
Los chicos se acomodan en la barra. Santana echa un vistazo a su
alrededor. Cuando nuestras miradas se cruzan, puedo ver su sonrisa
maliciosa antes de que aparte su mirada y se centre de nuevo en Ryder y
los chicos.
—Chicas, Santana y Quinn están en la barra —comenta Rachel cuando
regresa a la mesa.
—De todos los bares de Nueva York, ¿cómo es posible que supiesen que
estábamos aquí? —me lamento más que pregunto. Entonces lo veo claro y
así se lo hago ver a Sugar, fulminándola con la mirada.
—Quinn, me llamó —se disculpa con voz inocente—. La quiero, no
puedo mentirle.

Antes de que me dé cuenta, he apurado mi tercer Martini Royale y, la
verdad, no me veo capaz de seguir soportando la noche sin más cócteles,
así que voy a la barra a por otra ronda. Mientras espero a que el camarero
termine de preparar las copas, me esfuerzo en ignorar a Santana y a los chicos sólo a unos taburetes de mí.
—Britt —me llama Ryder.
¿Por qué soy tan ilusa de pensar que la táctica de si yo nos les veo,
ellos a mí tampoco, funciona?
—¿Sí? —Me giro.
—Necesito que me ayudes —me pide y me hace un gesto con la mano
para que me acerque.
Asiento ignorando que el corazón comienza a martillearme en el
pecho. Nerviosa, me meto las manos en los bolsillos de atrás y camino
hasta ellos. Santana me mira de arriba abajo sin ningún disimulo. Creo que sigue sorprendida de verme en vaqueros, pero algo me dice que también le gusta.
—¿En qué puedo ayudarte? —pregunto.
—Necesito consejo. Hoy me he peleado con Thea.
—Di mejor que ella se ha peleado contigo —concreta Quinn.
Ryder intenta contener la sonrisa.
—Está cabreadísima —continúa fingidamente compungido, lo que me
hace sonreír—. Estas idiotas dicen que no debo llamarla, pero yo creo que
sí. ¿Tú qué opinas?
—Llámala —contesto sin dudar pero también algo nerviosa; Santana no
ha levantado sus ojos negros de mí.
Todos me miran sorprendidos por la firmeza de mi respuesta.
—Espera un momento —protesta Quinn—. ¿No deberías saber por
lo menos que ha pasado?
—No lo necesito. Él quiere llamarla y si quiere hacerlo es porque no
está totalmente seguro de no tener la culpa o, por lo menos, una parte.
Me pregunto si no será exactamente eso lo que me pasa a mí.
—Llámala y haced las paces —concluyo.
—Lo sabía —sentencia enérgico Ryder— y casi me hacéis meter la
pata, capullas.
—¿Y por qué su opinión vale más que la de tus consagradísimos
amigos? —pregunta Max ceremonioso.
—Porque sois tres tíos solos en un bar un sábado por la noche —me
apresuro a responder—. Si ni siquiera sois capaces de mantener una chica a vuestro lado, ¿cómo de válidos son vuestros consejos?
Ryder rompe a reír sin ningún disimulo.
—Llama a Thea —sentencio y giro sobre mis talones.
—Señorita Pierce.
¿Por qué tiene que tener esa voz tan sugerente?
Me doy la vuelta de nuevo.
—¿Sí? —respondo fingidamente solicita.
—¿No ha pensado que a lo mejor no tenemos una chica a nuestro lado
porque no queremos?
—A veces no es cuestión de querer, señorita Lopez, si no de poder. Santana cabecea suavemente a la vez que sonríe sincera mientras los
demás no desperdician la oportunidad de lanzar «uuuhh» y risillas
malvadas. No voy a negar lo encantadísima que me siento conmigo misma
en este momento.
Regreso a la barra, donde me esperan nuestras copas. Pago con un
billete de cincuenta dólares que saco de manera absolutamente
intencionada del bolsillo de atrás de mis vaqueros. Incluso me pongo de
puntillas para insinuar más todo el movimiento, sabiendo perfectamente
que Santana me está mirando.
Cuando me guardo el cambio, repitiendo exactamente la misma
operación, me permito observar a Santana y la encuentro con la vista fija en mí y los labios curvados, sexis, ligeramente entreabiertos ante su vaso de Jack Daniel’s.
«Objetivo cumplido, Pierce.»
Regreso a la mesa con la autoestima por las nubes, tanto que no me
doy cuenta de que sólo traigo cuatro Martini Royale en lugar de cinco.
En la barra otra vez, pido la copa que me falta y espero. Miro de reojo
a los chicos. Ryder no está, así que imagino que ha seguido mi consejo y
está llamando a Thea. Sonrío satisfecha.
Noto la mirada de Santana sobre mí y, casi sin quererlo, me dejo
embaucar por ella. Me dedica su sonrisa más seductora y comienza a
caminar hacia mí. La premisa de que, si no fuera tan bella, todo sería
más fácil, se repite de nuevo en mi mente. Incluso estar enfadada con ella me resulta increíblemente complicado si ella se propone lo contrario.
—Parece que tu consejo ha tenido mucho éxito —comenta
colocándose a mi lado y perdiendo la vista, como lo he hecho yo, en las
hábiles manos del camarero que parte dos limones y los exprime en una
coctelera.
—Era un buen consejo.
—Y aun así no piensas seguirlo —afirma.
—Si lo sigo —respondo girándome para mirarla—, hay quien diría
que pienso que tengo algo de culpa.
Me dedica su espectacular sonrisa.
Dios, qué bellaza de morena.
—¿Y no es así? —pregunta divertida.
Claramente está jugando.
—Puede ser, ¿pero sabes qué es muy sospechoso? Obligar a Quinn a
que llame a Sugar para averiguar dónde pensábamos salir.
—Probablemente —contesta con la sonrisa más endiabladamente sexy
que he visto en mi vida—. Tienes un culo increíble con esos vaqueros.
—Probablemente —respondo devolviéndosela.
Recojo la copa, giro de nuevo sobre mis pies y me marcho. Noto cómo
.me observa. El corazón me va a mil.
¿Sigo enfadada? No lo sé. Creo que sí, pero el hecho de que esté a
unos pasos de mí con esa actitud traviesa y encantadora me hace perder el
hilo, y por un momento sólo quiero flirtear con ella y dejarme llevar. Sin
embargo, no debería olvidar tan fácilmente lo que pasó esta mañana. Todo
lo que pasó esta mañana en realidad.


Sentados todos, Santana que esta junto a mi hace un ligero movimiento y, antes de que pueda interpretarlo, noto su mano en mi rodilla. Ahogo un suspiro en una tos nerviosa y la miro directamente a los ojos. Un gran error, porque en seguida atrapan los míos.
Empieza a hacer suaves círculos sobre mis vaqueros. Su caricia
traspasa la tela y me abrasa la piel. Sonrió nerviosa sin poder apartar mis
ojos de los suyos mientras una sugerente atmósfera va inundando el aire
entre ambas.
Nadie nota nada porque desde fuera es imposible verla. Ella tiene la
espalda contra la pared, un brazo apoyado en el sillón y el otro
cómodamente perdido bajo la mesa. Nada fuera de lo común.
—Britt, ayúdame —me pide Sugar—. A ti también te gusta The
Police.—Don’t stand so close to me ’86 —respondo automática.
Todos ríen por mi espontaneidad, Santana deja de acariciarme y yo me
siento como si me hubieran sacado de una burbuja. Coge su vaso de
bourbon y por la forma en que sonríe acabo de comprender que ha
conseguido justo lo que quería.
—¿Te has comido una gramola, Pierce? —pregunta Joe jocoso.
Sonrío pero aún me siento nerviosa.
—Una de buena música —me defiende Sugar.
Con ese comentario la atención sobre mí se disipa y vuelve a centrarse
en la conversación. Santana deja el vaso de Jack Daniel’s en la mesa y vuelve a bajar el brazo. De repente me descubro excitada, siguiendo su mano con la mirada, deseando que me acaricie de nuevo.
El corazón me martillea en el pecho cuando vuelvo a notar sus dedos
en mi rodilla, pero esta vez suben por el interior de mis muslos para
dibujar los mismos sensuales círculos ahora a escasos centímetros de mi
sexo.
Alzo la mirada y la suya me está esperando. Sus ojos negros vuelven a
atraparme y sólo necesita sonreírme una vez más.
Me levanto torpe, con los latidos a mil y la adrenalina corriendo por
mis venas casi a la misma velocidad que un deseo sordo, intenso y animal
sacude todo mi cuerpo.
—Voy al baño —me disculpo.
Camino acelerada hasta los aseos y espero con la mirada clavada en la
puerta a que ella entre, a que calme todo lo que acaba de despertar en mí.
Han pasado un par de minutos pero es normal. Supongo que está
disimulando y se lo agradezco, si no, Rachel, Sugar, Joe , Quinn estarían
martirizándome durante meses. «¿Os acordáis de cuando Santana y Britt
no pudieron aguantar sin meterse mano ni dos horas?» Mejor no.
No lo he comprobado, pero diría que ya han pasado cinco minutos.
Ahora sí los he contado. Trescientos «mississippis» o, lo que es lo
mismo, cinco minutos, más los cinco de antes, diez. No va a venir.
Salgo del baño indignada, enfadada y, para qué negarlo, muy excitada.
Una gran combinación.
Vuelvo a la mesa y ocupo mi sitio.
Santana luce la sonrisa más arrogante e insolente que he visto en mi
vida. Discretamente se inclina sobre la mesa y ladea la cabeza para quedar
aún más cerca de mí.
—Parece que te has quedado esperando algo —susurra con una voz
ronca, inaudible para todos los demás.
¡Qué hija de puta! Lo ha hecho absolutamente a propósito.
—Ay, señorita Pierce. Aquí la que castiga soy yo.
Sin más, se incorpora triunfal y yo me quedo inmóvil. A estas alturas
ya tendría que haber aprendido que, en este tipo de jueguecitos, siempre
tengo las de perder.


—Chicas —me devuelve a la realidad—, he hablado
con mi madre esta tarde. Ya podemos pasarnos por casa para probarnos los vestidos para la fiesta de aniversario del Lopez Group, así que, ¿qué tal
mañana a eso de las doce?
—Genial —respondemos Sugar y yo al unísono.
El mío ha sonado un poco más vacío. Aún me siento conmocionada.
Pero esto no puede quedar así. Necesito un plan, aunque con ella y esos
malditos ojos negros tan cerca no puedo pensar.
—Voy al baño —me excuso de nuevo.
Dentro hay varias chicas retocándose el maquillaje, así que finjo hacer
lo mismo mientras intento poner mis ideas en orden. Yo también puedo
jugar, me animo. Sólo tengo que mantener la sangre fría y ponerla un poco
nerviosa, desafiar todo ese autocontrol.
Sin embargo, al salir me percato de que mi plan ha perdido toda su
estrategia. Santana está sola, sentada a la misma mesa, disfrutando de su Jack Daniel’s. Cuando se da cuenta de que la observo confundida, me dedica una vez más su sonrisa más arrogante y alza su copa antes de darle un trago. Sin duda alguna está disfrutando con todo esto.
—¿Dónde están todos? —pregunto al llegar hasta la mesa. Sueno
confusa y algo molesta. No voy a negarlo, lo estoy.
—Se han ido a un bar en la 43. Sólo tuve que mencionar que sabía que
Sting suele pasarse por allí y Sugar los ha arrastrado a todos.
Ahogo un suspiro en una risa nerviosa.
—También me pidió que te dijera que, si querías dormir en su
apartamento, la llamases.
La sonrisa de Santana brilla de nuevo. Tiene clarísimo que no lo haré.
Bastarda presuntuosa.
—San, has hecho que todos se marcharan —protesto indignada.
—Quería estar a solas contigo y yo siempre consigo lo que quiero —y
suena exactamente como lo que es, una perfecta amenaza.
Sacudo la cabeza exasperada.
—¿Y qué pasa si yo no quería estar a solas contigo?
—Sí que quieres. —Tiene razón, sí que quiero, pero no pienso
reconocerlo—. Además, sé que no estás enfadada. Cuando lo estás de
verdad, no puedes controlarlo. Me buscas y me gritas todo lo que piensas
de mí. No te vas donde sabes perfectamente que podré encontrarte.
—¿Ah, sí? ¿Y si quería que me encontraras porque llevo vaqueros y
no un vestido espectacular?
—Eso era parte de tu plan para castigarme y no sabes lo mal que te ha
salido, porque sólo puedo pensar en quitártelos.
Uau.
—A lo mejor ése es el castigo —pronuncio con voz temblorosa,
inclinándome también sobre la mesa—, porque te advierto que no vas a
poder.— ¿Segura? —pregunta con esa sonrisa tan sexy de vuelta en sus
labios.— Segura.
Reconozco que el peligro de tartamudeo ha sido casi fatal. Ella sonríe y
se recuesta sobre el sillón, relajando la intensidad eléctrica que se ha
creado entre nosotras. Soy consciente de que ha decidido concederme la
victoria por pura bondad. Ambas sabemos que sólo necesitaría unos
segundos para vencer mis defensas.
—Siempre estás deseando que hablemos. Pues hoy es tu gran
oportunidad.
La miro desconcertada. Su oferta me ha descolocado.
—¿Puedo preguntar lo que quiera y tú contestarás?
—Puedes preguntar lo que quieras —me aclara, pero aun así acepto.
¿Quién sabe si tendré una oportunidad mejor?
—¿Por qué antes te comportabas tan mal conmigo?
—¿No es obvio?
Su sonrisa se ha endurecido un poco.
—Para mí no lo es.
—¿Por qué te has enfadado tanto esta mañana? —inquiere cruzando
los brazos sobre la mesa e inclinándose de nuevo sobre ella.
—Creí que la que preguntaba era yo.
—Contéstame —me apremia.
Respiro hondo.
—Me ha dolido que no me creyeras.
—Te equivocas. Sí te creí.
Ahora sí que estoy confusa.
—Entonces, no entiendo nada.
—No soy estúpida, conozco a Stephanie Martin perfectamente, pero
en la oficina soy la jefa y una jefa jamás se pondría de parte de una
asistente.
Frunzo los labios. Tiene toda la razón.
—Y te recuerdo —continúa— que la que quiere que las cosas sean así
eres tú.
Permanecemos unos segundos en silencio.
—¿Por qué te has enfadado tú? —pregunto.
—Porque a veces siento que te me escapas entre los dedos, Britt.
Despiertas algo dentro de mí que me vuelve insaciable, como si nunca
tuviera suficiente de ti.
—¿Y no te gusta? —musito envuelta por toda su sensualidad.
—Nunca he dependido así de nadie.
—Para mí tampoco es fácil. A veces creo que podría aceptar cualquier
cosa que me pidieses y eso me asusta.
¿Acaso no lo he hecho ya? «No te enamores de mí, no te preocupes
por mí.» He aceptado una relación complicada con alguien aún más
complicada.
Santana se queda en silencio, observándome, y yo cada vez me siento
más tímida. Nuestros miedos están puestos de nuevo sobre la mesa.
—Britt, mi vida empieza y acaba contigo. Sencillamente ya no
puede ser de otra forma.
Sus palabras me derriten y tocan mi corazón como nunca antes nada
ni nadie lo había hecho. En sus ojos hay miedo y deseo. Es una mirada
vulnerable y sincera que me llena por dentro.
Con la sonrisa en los labios, me levanto, rodeo la mesa y me siento en
su regazo. Cojo sus brazos y le obligo a rodear mi cintura. Tomo su cara
entre mis manos y la beso. Ella me responde, me estrecha fuerte contra su
cuerpo y nos quedamos así, besándonos, abrazadas en una de las mesas del fondo de mi bar favorito, durante horas.
—Será mejor que nos vayamos —dice Santana cuando cortan la música
y encienden y apagan varias veces las luces del bar.
Asiento y me levanto. Santana hace lo mismo, toma mi mano y salimos
del local. Caminamos un par de manzanas hasta donde ha dejado aparcado su coche.
—No puedo quedarme en tu casa —comento mientras observo cómo
me abre la puerta del BMW.
Santana me mira extrañada. Pienso en hacerle sufrir un poco pero
finalmente me apiado de ella.
—Lucky está solo y no sé cuándo volverá Joe o siquiera si dormirá
en casa.
—Me olvidaba de esa bola de pelo —responde resignada.
—Pero si quieres puedes dormir en mi apartamento —le ofrezco
pícara metiéndome las manos en los bolsillos de atrás y atravesando la
ínfima distancia que nos separa.
—No está mal.
Ambas sonreímos y tácitamente decidimos no besarnos porque, si no,
es más que probable que acabemos haciendo el amor sobre el capó de su
coche en plena Park Avenue.
Tenemos suerte y Santana consigue aparcar justo en frente de mi portal.
Abro la puerta de mi apartamento y entramos. Lucky se levanta y me
observa desde el sillón donde dormía plácidamente. Ladea la cabeza y
pocos segundos después vuelve a tumbarse.
En seguida reparo en un paquete que hay sobre la isla de la cocina.


Santana se coloca a mi espalda, rodea mi cintura con sus brazos y me
besa con dulzura en la nuca. Comprendo al instante que este envío tiene
que ver con ella.
Paseo los dedos suavemente sobre el paquete. Está envuelto en papel
marrón de embalar y una fina cuerda anudada en el centro lo rodea. Tiro
suavemente de uno de los extremos del lazo y se deshace con delicadeza.
Rasgo el papel y aparece una caja de elegante piel negra. La observo
nerviosa y mi respiración se acelera al ver «Le Sensualité» escrito en letras
doradas en una de las esquinas inferiores.
—Ábrelo —me pide sensual.
Nerviosa, llevo mis manos hasta la caja y levanto la tapa despacio. Me
sorprendo muchísimo al ver un libro. Mi mente perversa ya había
imaginado todo tipo de juguetitos. Como la caja, tiene las tapas negras y la
misma serigrafía dorada. Lo saco y me giro para mirar a Santana. Ella me
sonríe sugerente y me lleva hasta el sofá.
Se sienta primero y tira de mí para que lo haga a su lado. No sé por
qué, conteniendo este libro entre mis manos, me siento emocionada,
excitada por adelantado. Lo abro, paso una elaborada hoja de papel de seda y sonrío nerviosa al entender lo que es, una especie de catálogo, pero no uno convencional. Cada pequeño juguetito se muestra en una fotografía
erótica en blanco y negro refinada y exquisita.
En la primera se ve a una guapísima mujer con el pelo y los ojos
oscuros y el rostro lleno de placer. Su vaporoso camisón parece cobrar vida
mientras su cuerpo se retuerce presa de todas las emociones que le provoca un pequeño virador. Es tan sensual y a la vez tan artístico que resulta evocador.
Con cada hoja que paso, un deseo hambriento va instalándose en mi
vientre. Bolas chinas, pinzas para los pezones, consoladores. Una
fotografía me llama la atención. Se ve a una chica completamente desnuda,
de espaldas. Tiene las manos esposadas justo por encima del trasero. Puedo sentir el frío acero sobre la piel de las muñecas. Pero eso no es lo que más me llama la atención. Una esfera brillante, como si estuviese hecha de diamantes, cubre el centro de su trasero.
Suspiro al contemplar la imagen y noto cómo Santana sonríe sensual
junto a mí.
—Es una joya anal —me explica—. Sirve para darte placer y te
prepara para que pueda ser yo quien te lo dé.
Se me seca la boca. La sola idea me excita muchísimo, pero al mismo
tiempo me asusta. Eso es algo que jamás pensé que aceptaría, pero los
límites a los que Santana me lleva son siempre nuevos e insospechados.
—No sé si estoy preparada —musito llena de un fascinante deseo.
—No hay ninguna prisa, pero te deseo demasiado como para renunciar
a una parte de ti.
Vuelvo a sonreír y, tímida, clavo otra vez mi vista en la fotografía.
Por un segundo me imagino a mí misma caminando descalza sobre el
perfecto parqué de la casa de Santana. La imagino mirándome desnuda,
contemplando mi trasero, la joya que ella mismo habría colocado ahí. La
imagino pensando, disfrutando mentalmente de todo lo que me hará
La imagino detrás de mí susurrando mi nombre. Me imagino gritando de
placer.
Santana apoya su mano en la mía, devolviéndome al aquí y ahora, y me
hace pasar la página. Me giro para poder mirarla y ella me sonríe provocadora como si quisiese decirme que, todo lo que acabo de pensar, llegará.
En la siguiente imagen veo a una mujer de nuevo de espaldas. Está
desnuda, pero su piel está cuidadosamente cubierta por cuerdas anudadas
entre sí. Está atada; sin embargo, todo parece formar parte de una estética
erótica y cuidada donde las cuerdas son el fin de la acción y no una parte
de ella.
Las siguientes fotografías juegan a lo mismo. Todas son sensuales
poses de mujeres con cuerdas anudadas sobre su cuerpo, rodeando sus
pechos, sus pezones, su vientre. Ahogo un suspiro cuando contemplo a una mujer tumbada en una cama, extasiada de placer, con una preciosa melena que le cae a su alrededor hasta llegarle prácticamente a las caderas. Varias cuerdas cubren su sexo y son claramente el motivo de su euforia.


¿Hay un segundo paquete?
Hago lo que me dice y, efectivamente, lo encuentro dentro de la caja.
También está envuelto en papel negro, pero al cogerlo me doy cuenta de
que no es rígido.
Voy hasta la habitación y coloco el paquete sobre la cómoda. Hay un
diminuto sobre enganchado entre las cuerdas que lo adornan. Es una tarjeta negra como el sobre, en la que solo está escrito «La Perla» en letras
blancas ligeramente hendidas en el papel. Trago saliva y rasgo el
envoltorio con cuidado.
Sonrío al ver un espectacular conjunto de ropa interior negro lleno de
deliciosos encajes y algún que otro diminuto lacito estratégicamente
colocado. También hay unas medias negras a juego con ligueros de encaje
al final de ellas.
La sangre bombea por mis venas descontrolada mientras el corazón se
me acelera. Rápidamente me desnudo y me pongo todo el conjunto. Si quiero que luzca aún más, debería ponerme unos tacones. Mentalmente hago un rápido inventario de mis zapatos y en seguida caigo en mis peep toes negros. No tardo nada en localizarlos en mi armario y me subo a ellos. Me suelto la melena y dejo que las ondas rubias caigan suavemente sobre mis hombros desnudos.
Me miro de arriba abajo, asegurándome de que todo esté perfecto.
Me estoy colocando bien uno de los ligueros cuando siento cómo se
abre la puerta. Alzo la mirada y veo a Santana observándome. Sus ojos arden de deseo. Me miran oscurecidos, enardecidos, como si ya estuviesen
poseyendo cada centímetro de mi piel.
—Hay una última bolsa —me susurra en una voz salvaje, con el deseo
acentuando cada sílaba.
Rompo el papel negro y, sobre él, en seguida resalta el rojo intenso de
una madeja de cuerda. Siento una punzada de anhelo en mi sexo que se
extiende por todo mi cuerpo. Clavo mis ojos en los de Santana, y ella es capaz de leer el placer anticipado que se desborda en ellos, en toda mi piel.
Se lleva las manos a la espalda y se quita la camiseta con un solo
movimiento fluido. Su perfecto pecho sube y baja enérgico,
inconmensurable. Su magnetismo animal centellea con fuerza en cada
centímetro de su piel. Es enloquecedor.
Extiende su mano y coge la cuerda. Saca el extremo y va deshaciendo
la madeja, enrollándola lenta pero firmemente en su mano mientras camina
hacia mi cama. Finalmente se detiene a los pies.
—Ponte de rodillas en la cama —me ordena.
Hago lo que me dice y me arrodillo justo frente a ella.
—Quítate el sujetador.
Deslizo los tirantes y dejo que caigan lentos y provocadores por mis
hombros. Lo desabrocho y lo tiro a sus pies.
Santana entreabre los labios y deja escapar un gruñido. Ella también está
muy excitada.
—No va a dolerte —dice clavando sus ojos en los míos, intentando
buscar en ellos alguna reacción que le diga que no debe continuar. Pero yo
no estoy asustada, sólo nerviosa, expectante—. Yo nunca te haría daño.
Y por un momento tengo la sensación de que esa frase no sólo se
refiere al aquí y ahora. Quiere decir más, mucho más.
—Lo sé.
Por muy extraño que suene, es justo ahora, al ponerme en sus manos
de esta manera, cuando realmente lo sé.
Santana sonríe y, en cuestión de segundos, su gesto va transformándose
en una sexy amenaza sensual. El juego va a comenzar
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Feb 15, 2016 11:45 am

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