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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Mar 29, 2016 11:54 pm

Capitulo 13


Esta vez el desahucio en su mirada oscura es tan grande que ahoga cualquier rastro de arrogancia. Santana retira despacio sus manos de mis mejillas y, cuando nuestros cuerpos se separan por completo, siento cómo un vacío sordo e inmenso se instala
en mi estómago y lo aprieta tan fuerte que casi no me deja respirar.
Le estoy diciendo adiós a Santana y da igual lo traicionada que me sienta, lo destrozada, todo el dolor se ha multiplicado por mil.
Obligo a mis pies a que me saquen de la habitación y bajo todo lo de prisa que soy capaz. A cada paso que doy hacia la puerta principal, el dolor es mayor, más duro, más cortante. Me estoy alejando de ella.
Intento no pensarlo y acelero el paso. Salgo a la acera y llego al viejo Camaro de Joe. Sugar se despide de Quinn y silba a Lucky para que suba al asiento de atrás.
Santana aparece con el paso lento pero muy seguro y se detiene bajo el umbral. No sé cómo lo ha conseguido, pero está aún más bella que hace cinco malditos minutos. La ropa le sienta mejor. Sus ojos son más oscuros. Todo su magnetismo me desborda y mi mundo se desmorona un poco más porque no le estoy diciendo adiós a cualquier mujer, se lo estoy diciendo a ella, a la odiosa, arrogante, malhumorada y mujeriega Santana Lopez. Me estoy despidiendo del amor de mi vida.Me monto en el coche y clavo mi vista en el salpicadero. Sugar arranca y rápidamente nos incorporamos al tráfico. Ni siquiera hemos abandonado la 29 cuando tengo que suspira hondo un par de veces para no llorar.
—Si quieres ponerte a llorar como una magdalena —dice Sugar colocándose el bolso en el regazo y dejando de mirar la calzada en intervalos de un segundo para buscar los cigarrillos en su bolso—, hazlo. Estás en todo tu derecho.
—No quiero llorar.
Sugar saca al fin su paquete de Marlboro light y coge un pitillo.
—Deberías empezar a fumar —comenta muy convencida.
Yo me vuelvo hacia ella y la miro confusa.
—No va a valerte de nada —continúa rotunda—, pero por lo menos va a hacer que te sientas un poco como Lauren Bacall, y eso siempre ayuda.
Aunque sigue siendo lo último que quiero, otra vez vuelvo a sonreír. Sugar tiene ese efecto.
A unos metros de mi viejo apartamento, puedo ver a Joe y Rachel sentados en  las escaleras del edificio, esperándonos.
—¿Les has contado algo?
Sugar niega con la cabeza.
—No, sólo les dije que querías marcharte.
Asiento. Aunque, en realidad, no sé para qué lo he preguntado. De habérselo contado, tampoco me habría importado.
Cuando el vehículo se detiene frente a mi edificio, los Berry se levantan con la vista fija en el Camaro. Rachel comienza a caminar y, cuando pongo un pie en la acera, ya está frente a mí. Sólo necesita mirarme un segundo a los ojos para saber
que no estoy bien y, sin dudarlo, me abraza con fuerza. Yo me noto rodeada por sus brazos y por primera vez desde que estaba bajo el pequeño toldo de aquel kiosco me siento un poco mejor. Sugar rodea el coche y se une a nuestro abrazo. Abro los ojos e inmediatamente me encuentro con los de Joe. Está furioso, lo sé, pero también sé que no es conmigo. Con el paso decidido, camina hasta nosotras y también se une al abrazo.
Sigo estando dolida, triste, destrozada, pero ya no estoy sola.
Sacamos del coche lo poco que he traído y subimos a mi apartamento. Aunque sea el único lugar donde quiero estar ahora mismo, no tengo muy claro que vaya a quedarme aquí. Sigue siendo de Santana, no mío.
Dejamos las cosas sobre la cama y nos acomodamos en los sofás. Joe va a su piso y regresa un par de minutos después con cuatro Budweiser heladas y un cigarrillo en los labios. Miro la cerveza pensativa; probablemente no sea buena idea que beba y la mezcle con los calmantes, pero justo en este preciso instante me doy
cuenta de que, exactamente como me pasó la noche que acabé en casa de Sugar, he olvidado mis pastillas en Chelsea. Resoplo. No voy a martirizarme. Además, acabo de eliminar mi único motivo para no beber.
—Sé que es lo más estúpido que podría decir... —comenta Rachel—... pero...¿estás bien? —me pregunta.
Asiento. Una parte de no martirizarse es no lamentarse.
—¿Vas a volver al trabajo?
—Sí —respondo justo antes de darle un trago a mi cerveza.
No voy a esconderme como si fuera una cría asustada. Ya he dejado que piense eso demasiadas veces.
Sugar me mira y asiente indulgente, pero a cada movimiento de cabeza va ganando énfasis como si sopesara la idea.
—Me parece genial —sentencia al fin—. Tú no has hecho nada. la cabrona ha sido ella.
—¿Pero qué es lo que ha hecho? —inquiere Rachel sin poder entender mi cambio de actitud.
—Me engañó —digo en un golpe de voz.
Los Berry me miran boquiabiertos y yo asiento de nuevo a la vez que sonrío fugaz y nerviosa.
—Y yo estaba embarazada —continúo con la voz entrecortada—. Era un embarazo de riesgo y perdí el bebé.
Los ojos se me llenan de lágrimas pero no pienso derramar ninguna.
Rachel intenta decir algo pero no acierta a encontrar las palabras. Está conmocionada. Joe comienza a mover la pierna nervioso, dando pisadas breves, inquietas y aceleradas con la punta de sus zapatillas de Le Coq Sportif. Ahora mismo la rabia lo está consumiendo. No le culpo. Yo me sentiría exactamente igual
si una chica le hubiera hecho algo parecido a él.
Sugar observa su botellín un par de segundos y finalmente lo pone sobre la mesa dando un golpe seco que nos sobresalta a todos.
—Levanta —me dice muy seria—. Tú y yo nos vamos a dar una vuelta ahora mismo —prácticamente me ordena
—. No voy a consentir que te quedes
lamentándote en este sofá ni un segundo más.
Yo la miro con el ceño fruncido y abro la boca dispuesta a poner alguna excusa, pero rápidamente la cierro. Tiene razón. Quedarme aquí recordando cada minuto de la vida que pasé con Santana es lo último que necesito.
Me levanto y ella asiente satisfecha, incluso un poco sorprendida.
—Ha sido más fácil de lo que pensaba, Brittany S. Pierce. Estoy muy orgullosa de ti —comenta con una sonrisa—. Y vosotros dos —continúa refiriéndose a los Berry—, a trabajar. Nos veremos aquí para cenar y emborracharnos cuando salgáis.
Los tres obedecemos sin rechistar y Sugar y yo somos las primeras en salir de mi apartamento.
—¿Puedes caminar?
—Eso tendrías que habérmelo preguntado antes, ¿no te parece? —comento socarrona.
—Tu sentido del humor ha vuelto —replica burlona—. No sé si reír o llorar.
Le hago un mohín y ella me devuelve otro. Si quiero volver a estar bien, estar con Sugar, Rachel y Joe es lo mejor que puedo hacer.
Damos una vuelta por la calle Perry y la tarde se nos va entre escaparates y un trozo de tarta de calabaza que compartimos en el Saturday Sally. De vuelta al apartamento, tengo que descansar un par de veces antes de subir al cuarto piso, pero consigo llegar entera.
—¡Eres una sádica! —grita Joe.
Sugar y yo nos detenemos en el mismo microsegundo y a la vez llevamos nuestras miradas hacia la puerta abierta del apartamento de los Berry.
—No sé si quiero o no que le esté dando al BDSM con la puerta abierta —comenta Sugar mientras avanzamos sigilosas hacia su apartamento. Yo sonrío a la vez que pongo los ojos en blanco. ¿A quién pretende engañar? Está deseando que esté pasando exactamente eso.
—Si no dejas de moverte, no podré curarte la herida. Eres un gallina. La frase de Rachel hace que volvamos a mirarnos atónitas y, de nuevo a la vez, dejemos de andar como dos ladronas de guante blanco y comencemos a hacerlo con el paso decidido. ¿Qué está pasando? Entramos en el apartamento y nos encontramos a Joe sentado en uno de los taburetes junto a la barra de la cocina. Tiene una ceja partida, un pómulo amoratado y dos algodones en la nariz. Rachel le está curando el labio, que también tiene pinta de
estar roto. En resumidas cuentas, acaban de darle una buena paliza.
—¿Qué demonios ha pasado? —pregunto acercándome a él.
—El novio de Sandy, Dylan —responde escueto Joe justo antes de gritar un sonoro «¡au!» cuando Rachel vuelve a acercarle el algodón al labio.
Mira por dónde, por fin me he enterado de cómo se llama.
—¿Y por qué te ha pegado? —pregunta Sugar adelantándose un paso y cruzándose de brazos.
La conozco. Está celosa.
—Cree que Sandy y yo estamos liados.
—¿Y estáis liados? —inquiere mi amiga a la velocidad del rayo.
—Claro que no —responde indignado—. ¿Qué coño te pasa?
Sugar frunce los labios, pero no puede evitar que una sonrisilla llena de malicia se le escape cuando Joe vuelve a gritar.
—Me rindo —se queja exasperada Rachel y le tiende el algodón a Sugar—.Seguro que contigo se hace el valiente.
Ella acepta gustosa el algodón. Va a torturarlo. Rachel se sacude las manos, pero no se queda satisfecha y va a lavárselas al baño. Yo camino hasta el congelador, saco un paquete de guisantes, me acerco a la barra y con cuidado se lo pongo a Joe sobre el pómulo.
—Joder, está frío —se queja.
—¿Sandy es la chica rubia? —pregunta Sugar haciendo memoria.
Joe asiente. Sugar vuelve a fruncir los labios y aprieta el algodón con más fuerza de la necesaria sobre la herida.
—Joder —vuelve a quejarse.
—¡Esa chica está buenísima! —protesta ella.
—Me importa una mierda —replica él.
Sugar lo mira y suspira encantadísima con la efusividad que acaba de demostrar Joe para explicar lo poco que le interesa Sandy, una chica que, por lo que he oído, es algo así como una mezcla de las reencarnaciones de Marilyn Monroe y Cleopatra.
—Vosotros dos estáis liados —comento como quien no quiere la cosa, poniéndole los guisantes de nuevo en el pómulo.
—No, no lo estamos —responde Sugar.
—Claro que no lo estamos —añade Joe.
Parece que la seguridad de su contestación vuelve a molestar a Sugar, que entreabre los labios indignada.
—Te estaría tocando la lotería —se queja.
Y llena de esa maldad que sólo sabe despertar en ella Joe, le aprieta el algodón contra el labio.
—Duele —la regaña.
—Pues ve a pedirle a Sandy que te cure.
—Muchas gracias, Pierce —protesta Joe intentando desviar su atención hacia mí.
Yo pongo los ojos en blanco divertida y dejo los guisantes congelados sobre su cara, concretamente sobre su pómulo y ojo, lo que le hace volver a quejarse.
—No quiero quedarme a ver una pelea de enamorados —comento
dirigiéndome al sofá.
Rachel regresa, observa durante unos segundos a esos dos discutir  y definitivamente se sienta a mi lado. Abre la bolsa de plástico que está en la pequeña mesita de centro y saca un pack de seis cervezas heladas.
—Venid aquí —les llama tendiéndome una.
Sugar le pone una tirita en el corte de la ceja y los dos se acercan. Ella coge su cerveza y se sienta, pero Joe toma la suya y se queda de pie. Lo miramos curiosas y él nos observa a todas para que sigamos su ejemplo y nos levantemos.
Sugar refunfuña un poco, pero, una segunda mirada, más significativa, por parte de Joe, la convence. Berry alza la botella y carraspea esperando a que alguien se anime a lanzar un brindis.
—Por los regresos triunfales —dice Rachel alzando también su botellín.
Yo la miro boquiabierta pero, por alguna inexplicable razón, también a punto de echarme a reír.
—Porque, si no te ves obligada a salir huyendo con tus trapos metidos en bolsas de supermercado, no has vivido intensamente —añade Sugar.
Yo me giro hacia mi otra amiga y la miro igualmente divertida y ofendida. Son unos cabronazos. Pero antes de que pueda protestar, rompo a reír y, tras unos segundos, también alzo mi botellín.
—Por los amigos, el mejor tesoro que uno puede tener —digo.
—Por las chicas increíblemente cursis de Carolina del Sur —se apresura a añadir Joe —. ¡Por Brittany S. Pierce!
—¡Por Joe Berry! —respondemos las tres al unísono.
No hay que perder las viejas costumbres.
Pasamos el resto de la tarde y parte de la noche en casa de los Berry. Joe prepara la cena. No me apetece comer, pero entre los tres me convencen y acabo tomando la mitad de mi hamburguesa casera con queso y bacón. Vemos La pantera rosa, de Peter Sellers. Normalmente Sugar y Rachel  se habrían puesto a protestar
sólo con ver los créditos, pero saben que es una de mis pelis preferidas y las dos fingen estar encantadas.
Sugar insiste en quedarse a dormir y a eso de las once nos vamos a mi apartamento.
—¿Qué tal te encuentras? —me pregunta mientras atravesamos el rellano.
—No voy a negar que me vendrían bien un par de calmantes.
—Pues tómatelos —responde como si fuera obvio.
No la culpo. Lo es.
—Los olvidé en casa de Santana —digo encogiéndome de hombros.
Ella frunce los labios.
—Si quieres, puedo ir a buscarlos —se ofrece.
Niego con la cabeza. No quiero que vuelva a discutir con Santana.
—Puedo aguantar.
Entramos en mi apartamento y buscamos en las bolsas algo que ponernos para dormir. Me resulta extraño verlo tan vacío. Aunque quizá sea lo mejor. No tengo claro que sea buena idea que vuelva a encariñarme con él. Aún no he decidido si me quedaré aquí o no.
Estoy lavándome los dientes cuando llaman a la puerta. Será Joe huyendo de Rachel o  Rachel huyendo de Joe.
—Ya voy yo —me anuncia Sugar.
Termino de cepillarme y me seco con una toalla prestada de los Berry. Oigo a Sugar hablar apenas un minuto, aunque no logro distinguir lo que dice, y luego la puerta cerrarse. Mi amiga regresa con una expresión treinta por ciento confusa, setenta por ciento atónita.
—¿Qué pasa? —pregunto acercándome a ella. Parece que haya visto un fantasma.
—Era Santana.
Sólo con oír su nombre mi cuerpo se tensa al instante.
—¿Está aquí? —inquiero de nuevo con la voz temblorosa.
—No —se apresura a responderme.
Aunque esa idea debería haberme relajado, no sé por qué, mi cuerpo entra en una doble tensión. Todo es tan extraño que ni siquiera sé cómo debo reaccionar.
—Ha dicho que mejor no te avisara, aunque, la verdad, no lo habría hecho —continúa muy digna—. Quería traerte esto.
Sugar me tiende el bote de calmantes y cada diminuto trocito de mi
destrozado corazón da un vuelco. Cojo el bote y, girándolo entre mis manos, voy hasta la ventana de mi habitación. Me asomo y veo a Santana saliendo de mi portal y abriendo la puerta de su
BMW. Justo antes de montarse, alza la cabeza y nuestras miradas se encuentran.
Cuatro plantas nos separan y aún así puedo ver toda la intensidad de sus ojos. Finalmente desata nuestras miradas y se mete en el coche. El poderoso motor alemán ruge y desparece a toda velocidad por la 10 Oeste. ¿Cómo es posible que esté tan enamorada de ella y me sienta tan dolida y destrozada al mismo tiempo? Corro la cortina y me quedo con la vista perdida en ella.
—Métete en la cama y deja de pensar —dice Sugar—. Es demasiado bella y después de mirarla por la ventana a lo Romeo y Julieta no ibas a sacar nada bueno en claro.
Sopeso sus palabras. Tiene razón. Giro sobre mis pies y me meto en la cama. Sugar apaga la luz y se tumba a mi lado. Ya comienza a hacer frío, así que nos tapamos con el nórdico que, afortunadamente, Finn o quien quiera que hizo mi
mudanza dejó en el armario. Intento conciliar el sueño pero no soy capaz. Tengo demasiadas cosas en la cabeza en las que me niego a pensar, más que en ninguna, en Santana. Si no quería
verme, ¿por qué no ha mandado a Finn a traerme las pastillas? Resoplo y me revuelvo en la cama. ¡Todo es tan confuso!
—¿Estás dormida? —le pregunto a Sugar.
—Si te digo que sí, ¿te callarás?
Le pongo mi pie helado sobre el suyo y ella me devuelve una patada de la que me quejo frotándome en el lugar del ataque.
—No puedo dormir —confieso.
—Tomate un par de calmantes. Cuando el efecto se una al de las dos cervezas que has bebido, caerás redonda.
Y por la mañana querré que me hagan una lobotomía para combatir la resaca.
—Mejor cuéntame que te traes con Quinn y Joe —le propongo.
—No me traigo nada con Quinn y Joe —responde muy resuelta.
—Y se turnaban para cuidarte por…
Dejo la frase en el aire invitándola a continuar.
—Porque soy increíblemente atractiva y los hombres  y mujeres que prueban mi amor nunca me olvidan —contesta total y absolutamente convencida.
Yo suelto una risilla y ella vuelve a darme una patada. Esta vez ha sido en la espinilla. Ha dolido.
—Sólo somos amigos —comenta cuando dejo de quejarme.
—¿Los tres? —pregunto incrédula.
—Más o menos —responde misteriosa—. Digamos que los dos son amigos míos. Enarco una ceja. Eso suena a callar para no tener que mentir.
—¿Te estás acostando con Joe? —pregunto.
—No.
—¿Te estás acostando con Quinn?
—No.
Ahora frunzo los labios. Si no están teniendo sexo, ¿qué demonios están haciendo?
—¿Vas a contarme lo que está pasando? —pregunto exasperada.
—No hay nada que contar. —Más que una respuesta parece una protesta—. Duérmete.
Decido fingir que me creo ese «no hay nada que contar» y dejo de preguntar, pero es obvio que estos tres se traen algo entre manos.
Tardo en dormirme una eternidad. La última vez que miro el despertador son casi las dos. En lo último que pienso es en una cría guapísima, castaña con los ojos oscuros, al que tengo que decirle adiós. El despertador suena a las siete en punto. Creo que no he llegado a coger el sueño profundo porque, al primer bip, abro los ojos. Zarandeo a Sugar hasta que se despierta. Adormilada y malhumorada, se ofrece a preparar café mientras me
ducho. Quiero poner música para animarme, pero no tengo ni la más remota idea de dónde están mi iPod y sus altavoces. Echo un rápido vistazo por las bolsas y la mochila y comprendo que me lo he dejado en casa de Santana. Resoplo. Necesito música. Va a ser un día duro. Ya lo tengo claro y no son más de las siete de la mañana.
«¡Qué deprimente!» Me llevo la mano a la barbilla buscando una solución a la vez que miro a mi alrededor. Entonces recuerdo mi vieja radio que, si la memoria no me falla, desterré a algún cajón de mi cómoda.
Me arrodillo frente a ella y voy mirando en cada cajón hasta que finalmente, en el penúltimo, la encuentro. Al comprar los altavoces para el iPod, dejé de utilizarla, pero me dio pena tirarla. La traje desde Santa Helena. Me costó una semana de súplicas y dos días de propinas que Sam me dejara llevármela de su bar.
La enchufo y, tras una miniplegaria, giro el botón del volumen. La radio se enciende con un chirrido y yo sonrío feliz. Muevo el dial hasta que localizo el 100.3. Está sonando Changing,[19] de Sigma y Paloma Faith. Corro hasta la ducha y abro el grifo. El agua cae helada y doy un respingo, pero rápidamente se templa. Sugar me grita que no tengo café, que va a robarle a los Berry, a lo que respondo que no espíe a Joe mientras duerme porque es
demasiado cursi. Creo que como respuesta me llama perra, pero no estoy segura.
No me entusiasma la idea de tomar café, pero no pienso darle más vueltas. Me concentro en la canción. Habla de cómo podemos pretender que pasen cosas nuevas si seguimos jugando de la misma manera. De que, si en la vida no está sucediendo lo que quieres que suceda, no te conformes. No podría describirme
mejor. Esta canción ha sido la patada en el culo que necesito. Tomé la decisión correcta y no martirizarme ha sido la segunda decisión correcta. Puedo volver a estar bien.
Salgo de la ducha con las energías renovadas. Pretendo vestirme, pero la ropa que metimos en las bolsas no da para dos conjuntos de trabajo, más hoy que la temperatura parece haber bajado un puñado de grados, así que, después de beberme mi taza de café, soy yo la que va a casa de los  Berry, esta vez a robarle algo de
ropa Rachel. Afortunadamente el café y yo hemos hecho las paces.
Las dos acabamos bastante contentas con el resultado. Sugar, con un sobrio traje azul marino de falda lápiz y una chaqueta gris marengo, y yo, con una falda marrón por las rodillas, con medias tupidas del mismo color y un bonito jersey crema con el dibujo de un búho. Además, Rachel me ha prestado un precioso fular en
los mismos tonos que su madre le trajo de un viaje a Londres.
Llegamos a la oficina bastante pronto y Sugar propone que, antes de entrar, desayunemos en el Marchisio’s. Acepto encantada aunque no como nada. Sólo me pido una botellita de agua y me tomo los calmantes. No quiero que el dolor me juegue una mala pasada en mitad de la jornada. A las ocho menos tres minutos entro en el vestíbulo del Lopez Group y, a las ochos menos tres minutos exactamente, me enfrento a un montón de sentimientos
encontrados. El espíritu de la canción pervive en mí y me siento fuerte, pero no puedo evitar que las piernas me flaqueen con la posibilidad de que acabe encontrándomela. Creo que incluso toda la atmósfera aquí me condiciona un poco. Es imposible no pensar en ella en este lugar. Cada centímetro cuadrado de perfecto
diseño elegante y funcional grita su nombre. «Ánimo, Pierce. Tú puedes.» En mi despacho me siento un poco más segura. Sin embargo, apenas he dejado mi bolso en el perchero cuando el teléfono de mi mesa comienza a sonar. Instantáneamente me preocupa que haya dado orden a seguridad de que le avisaran
en cuanto me vieran llegar y quiera verme. El teléfono sigue sonando. Me obligo a reaccionar. Descuelgo despacio, como si al hacerlo pudiera hacer estallar una bomba de hidrógeno, y temblorosa me llevo el auricular al oído.
—Despacho de Quinn Fabray.
En los siguientes cinco segundos nadie contesta.
—¿Britt? —oigo al fin preguntar con el tono sorprendido.
Es un Lopez, pero no la que me temía.
—Sí, Ryder, soy yo. He vuelto al trabajo.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Mar 29, 2016 11:55 pm

Otros cinco segundos de confusión se apoderan de él.
—Me alegro —responde sincero—. Llamaba para decirle a Fabray que la reunión se ha adelantado a primera hora. ¿Está por ahí?
Sin soltar el auricular, doy un paso hacia el despacho de Quinn. La puerta está abierta y no hay rastro de ella.
—No, aún no ha llegado
—¿Podrías llamarla a su móvil hasta que la localices? —me pide—. Yo ya lo he intentado varias veces. Necesito que esté en esta reunión. Van a discutirse cosas con el departamento de Producción que le conciernen directamente —sentencia.
—Pierde cuidado, allí estará.
Me despido de Ryder y marco el número de Quinn. Mientras espero a que responda, rodeo mi mesa, me siento en la silla y enciendo el ordenador. Salta el contestador. Vuelvo a intentarlo. Vuelve a saltar el contestador. Al cuarto intento, por fin descuelga.
—¿Qué? —contesta adormilada.
—Quinn soy Brittany.
—¿Brittany? ¿Estás bien? —pregunta.
Juraría que tiene los ojos cerrados y se está dando la vuelta en la cama a la vez que se lleva el nórdico a las orejas.
—Yo sí, pero creo que tú te has quedado dormida —respondo socarrona.
No dice nada y de pronto oigo un estruendo al otro lado de la línea.
—¡Joder! —se queja.
Sonrío y le oigo seguir protestando, imagino que mientras se levanta y busca su ropa.
—Estaré allí en una hora.
Tuerzo los labios.
—La reunión con Ryder se ha adelantado a primera hora y dice que tienes que estar.
Quinn resopla.
—No tengo que estar —replica convencida—. Ese hombre es un alarmista.
Déjame hablar con él y volveré a llamarte para decirte con qué quiero que empieces esta mañana.
De pronto se detiene y parece recapacitar sobre sus propias palabras.
—¿Has vuelto? —pregunta sorprendida.
—Sí. No necesito descansar más.
—Perfecto —responde.
Aunque no la veo, sé que está sonriendo.
Colgamos y comienzo a revisar su agenda y el correo. No han pasado ni dos minutos cuando el teléfono vuelve a sonar.
—Despacho de Quinn Fabray.
—Tengo que estar —comenta malhumorada.
Sonrío. Parece que Ryder ha sido inflexible.
—Va a ser casi imposible que llegue a tiempo, dado que la reunión ya ha empezado, así que necesito que vayas tú.
De pronto se me encoge el estómago. ¿Y si Santana está en esa reunión?
—Es una reunión interdepartamental con Producción y Contabilidad —me explica como si sólo hacerlo ya le aburriese soberanamente—. Querrán recortarnos gastos y apretarnos con que somos muy poco productivos. Lo de siempre. Tú niégate a todo y listo.
—De acuerdo —contesto con muy poca seguridad.
—Britt —me llama—. Es una reunión pequeña. Dirección no estará.
Mentalmente suspiro aliviada. Necesito un poco más de tiempo antes de enfrentarme a ella en esta oficina.
—Gracias, Quinn.
Le agradezco que me haya avisado pero, sobre todo, le agradezco que lo haya hecho con un comentario profesional y no directamente con un «Santana no estará».
Sé que es una absoluta estupidez a estas alturas, pero quiero y necesito recuperar algunas fronteras profesionales.
Cuelgo, cojo mi móvil del bolso y subo a la planta veintisiete. La secretaria de Ryder me explica que la reunión es en la sala de juntas de esta misma planta.
Cuando entro, Cohen, el subdirector de Contabilidad, está explicando la necesidad de acometer más sinergias entre los distintos departamentos de la empresa. Alega que gastamos mucho y compartimos poco.
Al verme, Ryder frunce el ceño preguntándose dónde se ha metido Quinn y me señala con la cabeza el asiento libre junto a él, que preside la mesa.
—Los gastos de Spaces son altos —continúa—, pero gran parte es
responsabilidad de Producción al no saber fragmentar y administrar mejor sus recursos.
Un hombre con el pelo canoso tira suavemente sobre su carpeta la pluma que llevaba en los dedos y sonríe arisco.
—No estoy en absoluto de acuerdo —protesta—. Todo esto se resolvería si Fabray no tuviera carta blanca.
Ryder tuerce el gesto y se cruza de brazos.
—Una defensa un poco pobre, ¿no te parece, Stan? —replica Ryder y el hombre parece relajarse un poco—. Que Fabray tenga o no carta blanca no es lo que hemos venido a discutir aquí. Por Dios, decidme que no hemos organizado esta reunión a las ocho de la mañana de un sábado para que os echéis mierda unos a otros. Los dos niegan con la cabeza.
—Perfecto —añade—. Pues, entonces, ¿qué os parece si vamos punto por punto? Brittany —me llama—, en la carpeta tienes una relación de gastos que nos gustaría que nos explicaras.
Asiento. Ryder tiene un estilo completamente diferente al de Santana. Parece un pacificador.
Abro la carpeta y echo un rápido vistazo.
—Los tres primeros son los gastos de los redactores a los que enviamos a cubrir la feria de arquitectura de Shanghái. Los dos siguientes…
El ruido de la puerta abriéndose me distrae. Pretendo seguir hablando, pero mi cuerpo se niega a apartar la mirada de la entrada y, cuando la veo, entiendo exactamente por qué. Está bella. Lleva un precioso traje de corte italiano gris marengo, una camisa blanca. Así vestida, sus ojos resaltan aún más. Su pelo perfectamente peinado y su cara de perdonavidas hacen el resto.
Camina con el paso decido pero, cuando me ve, algo en su mirada se transforma. Está claro que no me esperaba, pero también está claro que su autocontrol no va a dejar que nadie se dé cuenta de lo que está sintiendo ahora mismo, ni siquiera yo.
Se humedece los labios discreta y fugaz y llega hasta su hermano.
Me niego a seguir mirándola, pero unos cortes en su mano derecha y una casi imperceptible herida en su pómulo llaman mi atención. Automáticamente todas las piezas encajan en el puzle. Joe no se peleó con el novio de Sandy, se peleó con Santana. Pestañeo incrédula y me obligo a apartar, de verdad, mi mirada de ella. Eso no significa que no sienta la suya abrasadora clavada en mí. Apoya su mano en la mesa y se inclina sobre Ryder para comentarle algo. El movimiento hace que la chaqueta se ciña sobre su espalda y sus perfectos hombros y eso no es nada bueno para mí.
—Los dos siguientes —continúo para recuperar el hilo— son gastos comunes de los redactores que se mueven por Nueva York.
Cohen me interrumpe para explicarme que no le parece sensato la cantidad de gastos que tienen nuestros redactores incluso sin salir de la ciudad. Sin embargo, no tengo oportunidad de contestarle. Su último apunte es que no entiende cómo Producción puede aceptarlo y es Stan Matel quien se encarga de replicarle.
Santana asiente a lo que le contesta su hermano y se incorpora. Mi cuerpo y mi corazón son plenamente conscientes de que sigue mirándome, pero mi sentido común se mantiene en sus trece. No voy a mirarla. Mirarla siempre es un error.
Además, estoy furiosa con ella. No puedo creerme que le pegara a Joe. Santana es el motivo por el que no fui capaz de coger el sueño y, cuando lo hice a las tantas de la madrugada, ni siquiera llegó a ser profundo. Aunque también sé que no ha sido por ninguna de las cosas horribles que han pasado. No podía dormir porque ella no lo estaba haciendo a mi lado. Así de estúpida puedo llegar a ser.
Pienso en la canción. Intento recuperar mi convicción, pero con ella delante es mucho más difícil. Finalmente le oigo resoplar y se marcha de la sala.
Ya ni siquiera sé en qué punto de la conversación estamos, pero como nadie me mira esperando a que hable, doy por hecho que Cohen y Matel siguen enzarzados en la misma discusión.
La reunión no se alarga más de media hora. Como me encargó Quinn, he dicho que no a todo lo que se ha propuesto, incluyendo que los redactores no acudan a acontecimientos fuera del estado. De todas formas, no ha sido algo muy peliagudo. Supongo que es difícil echar balones fuera de tu tejado cuando tu única salida es tirarlos a la de la mejor amiga de la jefa, representado por la mujer de la jefa.
De vuelta a mi despacho, lo primero que hago es comprobar si Quinn ha llegado. Al ver que no, me encierro en su oficina para obtener un poco más de intimidad y llamo a Joe. Necesito saber qué es lo que pasó con Santana. No me lo coge.
Me llevo el móvil a los labios y valoro la situación. No tengo ni idea de por qué se han peleado, pero me preocupa que haya sido por mí. Si es así, tengo que parar esta situación cuanto antes y tengo que pararla con la que probablemente la empezara, y ésa es Santana. Así que, dudándolo, pero con la firme idea de que no
puedo permitir que le pegue una paliza a mi mejor amigo, respiro hondo y me encamino a su despacho.
Blaine no está. Mejor así. No quiero tener que fingir que todo está bien. Torpemente llamo a la puerta y de inmediato me obligo a volver a respirar hondo y recuperar algo de seguridad.
—Adelante —le oigo darme paso al otro lado.
Giro el pomo y empujo la puerta suavemente. De pronto, el hecho de saber que estoy a punto de ver a Santana hace que todo mi cuerpo se encienda. Me pregunto cuánto tiempo tendré que estar separada de ella para que este deseo inconsciente se
apague.
Santana está de pie al otro lado de su escritorio revisando unos papeles. Mis pasos llaman su atención y alza la cabeza. Por un momento sus ojos me recorren entera antes de posarse en los míos. Ninguno de las dos dice nada y simplemente
nos quedamos así, mirándonos en silencio. De golpe nos hemos trasladado al principio de nuestra historia, como si ella volviera a ser la jefa arisca y distante y yo la chica que no tiene claro cómo comportarse ni todos los sentimientos que hay entre las dos.
«¿Alguna vez dejó de ser así?»
—¿Qué quieres, Brittany?
Su voz suena tensa, algo dura, imperturbable.
Yo asiento con suavidad mientras lucho por ordenar las palabras en mi cabeza y hacerlas salir. ¿Por qué verla es tan increíblemente difícil? —No vuelvas a tocar a Joe —me armo de valor para decir.
Santana se humedece el labio inferior discreta y fugaz. Su mandíbula se tensa al instante.
— Berry se presentó en Chelsea exigiéndome que te dejara en paz.
Odia que le digan lo que tienen que hacer y algo me dice que, si se trata de mí y el que lo hace es un Berry, lo soporta mucho menos.
De todas formas, eso no es excusa.
—Casi le partes la nariz —le recrimino—. No tenías ningún derecho.
—¿Y él sí lo tenía? —me interrumpe furiosa—. Ese tío está enamorado de ti. Quiere lo que es mío.
—Yo ya no soy nada tuyo, Santana.
Mis propias palabras me llenan de tristeza, pero no me permito demostrarlo. El café de los ojos de Ryan se llena de algo que no soy capaz de descifrar. Rompe nuestras miradas y pierde la suya en el cielo de Manhattan. Cuando volvemos a encontrarnos, sus ojos brillan más intensos, más presuntuosos y comprendo que la directora ejecutiva ha vuelto y con ella toda su arrogancia.
—Creí que nunca, jamás, elegirías a los Berry por encima de mí.
Utiliza las mismas palabras que yo le dije en su estudio. No me puedo creer que haya sido tan mezquina. De pronto toda esa rabia e indignación que sólo ella sabe sacar de mí me sublevan aún más.
—Y yo creí que tú nunca, jamás, elegirías a otra mujer por encima de mí.
En un solo segundo el dolor más sincero cruza la mirada de Santana, aunque su escudo se recompone rápido. Automáticamente me arrepiento de lo que he dicho. Es injusta. Ella nunca eligió a Savannah por encima de mí.
—¿Quieres algo más? —pregunta.
Su enfado ha cambiado. Parece más serena pero más profundo, como si la herida fuera mayor.
—No.
Niego también con la cabeza y, avergonzada, clavo la mirada en mis manos.
—Es mi amigo. Sólo intenta protegerme —trato de hacerle entender justo antes de girar sobre mis pasos y encaminarme hacia la puerta.
Santana no dice nada y yo salgo del despacho.
Ya a solas junto a la mesa de Blaine, me obligo a respirar hondo y a tratar de frenar el aluvión de lágrimas que amenaza con inundarlo todo. La cabeza me va a mil kilómetros por hora. Desde luego las cosas no han salido como esperaba.
Regreso a mi oficina y Quinn aún no ha llegado. Me resulta extraño que no esté. Ya han pasado casi dos horas desde que hablamos por teléfono. Cuando consigo localizarla, me dice que ha tenido que ir al médico. Esquiva todas mis preguntas y no me da muchas explicaciones. Sólo insiste en que es una tontería y que llegara en seguida. Me pide que me encargue de algunos asuntos y me
agradece que haya decidido volver justo hoy.
El resto de la mañana es bastante tranquila. Me la paso archivando documentos y ordenando el correo y la mesa de Quinn. No vuelvo a ver a Santana y creo que es lo mejor. Aunque debería entender cuanto antes que, si voy a seguir trabajando aquí, y
para su mejor amiga, lo más seguro es que me la encuentre a cada momento. Quedo para comer con Sugar. Sigo sin hambre, así que mi plan es pedirme una Coca-Cola light y sonsacarle información sobre su truculenta vida sentimental. Sin embargo, cuando estoy despejando mi mesa para bajar al Marchisio’s, unos golpes en la puerta de mi despacho me distraen.
—Adelante. —Doy un paso sin mirar siquiera quién es.
El elegante y pausado sonido de los tacones al chocar contra el suelo llama inmediatamente mi atención. Es Maribel Lopez.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Mar 30, 2016 4:14 am

Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24  Y EPILOGO  - Página 11 11jvucy

Recuerdan el Fanfic de Hold Me Close HMC. yo se que si muchas de ustedes lo comentaron, porque he tuiteado a Flor, pidiendole que regrese, porque subio una foto donde me movio el piso, la pueden encontrar en twitter y tal vez me ayudan con la causa. Porque no estoy segura pero otra irreverente monto la historia en wattpad, pero se que no fue ella. yo tengo ya tres años de leer la historia y siempre la leo la leo y quiero la termine.
En la foto es Hemo con una leyenda que dice, que es Brittany S. Pierce miembro de la generacion Dorada, la directora honorable de la Academia, Que es la esposa de la Lider Santana Lopez, portador de TU esperanza.

Tal vez me ayudan con eso, please........
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Mensaje por micky morales Miér Mar 30, 2016 8:50 am

entiendo a brittany pero dejar a santana ha sido mucho con demasiado, es muy injusto y ese joe es un metiche!!!! espero que algo obligue a brittany a preocuparse por santana!!!!!
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Mensaje por monica.santander Miér Mar 30, 2016 11:09 am

huuuuuuuu y ahora?????
Saludos
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Mensaje por 3:) Miér Mar 30, 2016 1:08 pm

hola mar,..

es difícil para las dos,.. pero de cierta forma mas para britt por todo lo que llevaba tener la relación con san y sus silencios y omisiones mucho mas,..
a ver como va a ser la relación en la oficina,..
a ver que pasa con la visita de Maribel y que le dice??

nos vemos!!
3:)
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Mar 30, 2016 8:51 pm

Micky Morales Hoy A Las 7:50 Am entiendo a brittany pero dejar a santana ha sido mucho con demasiado, es muy injusto y ese joe es un metiche!!!! espero que algo obligue a brittany a preocuparse por santana!!!!! escribió:

Me gusta tu expresion mucho con demasiado, y que acertado tu comentario, estamos en sintonia, sip brittany sufre pero tambien Santana y tienes toda toda la razon. aqui otro cap.

Monica.Santander Hoy A Las 10:09 Am huuuuuuuu y ahora????? Saludos escribió:

pues ahora lo que sigue, saludos igual.....
aqui mas....

3:) Hoy A Las 12:08 Pm hola mar,.. es difícil para las dos,.. pero de cierta forma mas para britt por todo lo que llevaba tener la relación con san y sus silencios y omisiones mucho mas,.. a ver como va a ser la relación en la oficina,.. a ver que pasa con la visita de Maribel y que le dice?? nos vemos!! escribió:

Hola a ti tambien, pues bueno sip, el pasado de santana la sigue persiguiendo, y bueno que te puedo decir, Maribel actua defendiendo a su hija por q sabe lo que santana adora a britt, y lo bien que le hace a su hija, asi que ella estara metiendose aca.


Paso rapido y les dejo el cap. a sido un dia de locos.



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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Mar 30, 2016 8:53 pm

Capitulo  14


—Buenos días, Brittany  —me saluda con una amable sonrisa.
—Buenos días, señora Lopez —casi tartamudeo.
¿Qué está haciendo aquí?
—Me gustaría que aceptaras comer conmigo.
Mi estómago se cierra de golpe. Maribel es una mujer muy amable, pero lo último que quiero es comer con ella, con cualquier Lopez en realidad. Me recuerdan demasiado a la Lopez con la que ya no puedo estar.
—Señora Lopez —la llamo a la vez que me levanto—, Quinn no está, así que no puedo permitirme perder mucho tiempo a la hora de la comida.
—Pero, aun así, pensabas comer, ¿no?
En realidad no.
—El Plaza está sólo a dos manzanas de aquí y el coche nos espera abajo. Parece que no está dispuesta a aceptar un no.
—Está bien —musito.
Recojo mi bolso mientras ella sale del despacho y acelero el paso para alcanzarla. Mientras atravesamos las majestuosas puertas del Plaza, no puedo evitar sentirme un poco intimidada. De reojo veo el impecable vestido cereza de Maribel y me doy cuenta de que el búho de mi jersey y yo estamos totalmente fuera de lugar.
El maître nos sienta en una preciosa mesa. Estamos en el mismo salón de la vez anterior y todo es igual de elegante. Incluso juraría que la chica que está tocando el arpa es la misma.
—¿Qué tomarán? —pregunta antes de retirarse.
—Vino blanco. Gran reserva. Uva californiana —responde llena de elegancia.
—Agua sin gas, por favor —añado.
Definitivamente no podría sentirme más incómoda.
Recuerdo que Sugar debe estar esperándome y rápidamente saco mi móvil del bolso y le escribo un mensaje.
—Había quedado con una amiga para comer —le explico.
—Parece, entonces, que sí esperabas invertir algo de tiempo en el almuerzo. Culpable, clavo la mirada en la pantalla de mi Smartphone, aunque el mensaje ya se ha enviado hace unos segundos. Ha sido una suave regañina, pero regañina al
fin y al cabo.
—Lo siento —me disculpo alzando la cabeza de nuevo—. Es sólo que…
—No te disculpes, cielo —me interrumpe colocando su mano sobre la mía—. Tienes todo el derecho a no querer comer conmigo después de lo que ha pasado. Te agradezco que hayas aceptado.
Instantáneamente me pongo aún más nerviosa. ¿Lo sabe todo?
—Santana, ¿se lo contó? —pregunto incrédula con la voz evaporada.
—Santana nunca cuenta lo que le ocurre.
Sonrío llena de tristeza. Es la pura verdad.
—Pero una madre tiene sus propios medios para enterarse de lo que pasa en la vida de sus hijos.
Asiento e instintivamente trago saliva. No quiero hablar de nada de lo que ha pasado y mucho menos con ella.
—Lo siento muchísimo, cielo.
Aprieta mi mano con la suya y ese simple gesto acaba con parte de las defensas que tanto me he esforzado en levantar.
—No quiero hablar de eso, señora Lopez.
—Santana se ha equivocado —continúa ignorando mis palabras— y sé que crees que no vas a ser capaz de perdonarla, pero podrás, Brittany.
Me zafo de su mano con la excusa de guardar mi teléfono en el bolso. Entiendo que quiera defender a Santana, al fin y al cabo es su hija, pero no puede hablarme así, como si sólo estuviera teniendo una rabieta por algo sin importancia.
—Todos cometemos errores —sentencia.
Ya no puedo más.
—Sé que la vida de Santana es muy dura y muy complicada —replico tratando de no parecer una chica débil y asustadiza—, pero no tenía ningún derecho a hacer lo que hizo. Yo siempre se lo he puesto fácil. La he querido a pesar de su carácter, del trabajo, de lo difícil que ella sí me lo ha puesto a mí. Ella sólo tenía que quererme y no lo ha hecho.
Veo al camarero acercarse, pero comer es lo último en lo que puedo pensar. Necesito salir de aquí.
—Señora Lopez —comento levantándome—, no quiero ser maleducada, pero tengo que volver a la oficina.
Maribel se levanta y me observa coger mi bolso y mi pañuelo acelerada.

—Me gustaría comer contigo cualquier otro día que no estés tan ocupada —me pide.
—Lo intentaré —respondo, porque no quiero sonar como una desagradecida, pero no creo que vuelva a almorzar con ella.
Sonrío aunque no me llega a los ojos. Doy el primer paso dispuesta a marcharme, pero Maribel me toma suavemente por los hombros y me obliga a detenerme.
—Cielo, Santana te quiere más que a su propia vida. Eso no lo dudes nunca.
Sonrío otra vez, pero es un gesto demasiado triste. No tendría que haber venido.
Me despido de Maribel y camino todo lo de prisa que puedo hasta la calle. No echo a correr. Llamaría demasiado la atención en el Plaza.
Cuando noto el viento fresco golpearme, al fin consigo volver a respirar. Involuntariamente mi cuerpo había retenido todo el aire desde que salí del elegante salón. No necesito que me diga que Santana está destrozada. Yo también lo estoy. La diferencia es que yo no he provocado nada de esto. Regreso al Lopez Group caminando. No son más de dos manzanas y necesito
relajarme un poco, obligarme a dejar de pensar e intentar volver a sentirme como esta mañana mientras escuchaba música en la ducha. Aunque ahora me parece demasiado complicado.
Nada más poner un pie en mi oficina, oigo un ruido seco y un juramento ininteligible. Doy un pequeño respingo y frunzo el ceño con la vista clavada en la puerta entreabierta de mi jefa. Automáticamente comprendo que es precisamente mi
jefa, que ya ha regresado, quien está armando tanto alboroto.
Me acerco a la puerta pero no tengo tiempo de llamar cuando se abre de golpe y Quinn sale de su despacho. Tiene un moratón enorme en el mentón, la ceja partida, un ojo ligeramente hinchado y una mano vendada.
—¿Qué te ha pasado? —pregunto perpleja.
¿Es que ayer fue el día de las peleas al estilo billares?
—Me he peleado —contesta malhumorada.
Yo la miro y tengo que esforzarme muchísimo en disimular una sonrisilla de lo más impertinente. Es más que obvio que se ha peleado y, por el aspecto que tiene, parece que no ganó la contienda.
—El muy gilipollas… —farfulla furiosa—. Casi me rompo la mano. Joe Berry es un capullo. La frase de Quinn se queda sobrevolando mi cabeza como si mi mente se negara a procesarla. ¡Soy una idiota! Maldita sea, Santana no se peleó con Joe, fue Quinn.
Ahora mismo me siento todavía más culpable que cuando estuve en su despacho. ¿Por qué no me dijo la verdad? Sacudo la cabeza e intento no darle importancia. Si ella no me dijo la verdad, fue una decisión suya. No pienso seguir dándole vueltas.
«Eso no te lo has creído ni tú.» Intento concentrarme en el trabajo el resto de la tarde pero no lo consigo. No puedo dejar de pensar en la conversación que mantuve con Santana en su despacho y
en la que tuve con Maribel en el almuerzo fallido. No entiendo por qué me mintió. ¿Qué saca ella dejándome creer que le dio una paliza a Joe? A las cinco en punto Sugar me manda un mensaje avisándome de que me espera en el vestíbulo. El día que haga una hora extra, Miller, su jefe de departamento, morirá de un infarto por la sorpresa. Despejo mi mesa, me despido de Quinn y cruzo la redacción con el paso lento. Sigo muy pensativa. Pulso el botón del ascensor y espero paciente a que las puertas se abran. Apenas han pasado unos segundos cuando noto unos pies detenerse a mi espalda. No necesito girarme para saber quién es. Algunas cosas
nunca cambian y que mi cuerpo reconocería el suyo en cualquier circunstancia, aunque ahora sea algo que odie, es una de ellas.
Las puertas se abren y entro con paso decidido. Hay un par de personas en el ascensor y las dos cuadran los hombros y saludan al instante cuando Santana entra. Yo me escabullo al fondo y pienso cuánto me gustaría tener la habilidad de hacerme invisible. Por lo menos no estamos solas.
Santana se deja caer contra el inmenso espejo a mi lado. No dice nada, ni siquiera me mira. Tiene el pelo revuelto como si hubiese pasado las manos por él una docena de veces. Parece cansada.
El ascensor se detiene en la planta diecisiete. Yo miro a los dos ejecutivos y les suplico mentalmente que no se vayan, pero no funciona y ambos abandonan el elevador. Observo las puertas cerrarse y mi corazón se acelera a cada centímetro
que avanzan. No quiero quedarme a solas con ella. Es la peor idea del mundo. Comenzamos a bajar. Santana sigue en silencio y yo me siento cada vez más nerviosa. Ni siquiera sé qué hacer con mis manos.
—Ya sé que fue Quinn quien se peleó con Joe.
Santana se humedece los labios breve y fugaz y continúa con la vista clavada al frente.
Tengo la sensación de que está enfadada conmigo y, aunque no debería importarme, no puedo evitar sentirme culpable.
—Siento todo lo que dije en tu despacho —me disculpo—, pero no entiendo por qué no me contaste la verdad.
Santana continúa en silencio. Yo me muerdo el labio inferior nerviosa y clavo mi mirada inquieta en mis dedos, que retuercen la correa de mi bolso. Yo ya he dicho todo lo que tenía que decir y está claro que ella no piensa molestarse en contestarme.
El pitido del ascensor anunciando que las puertas van a abrirse me reactiva. Doy un paso al frente y salgo de él en cuanto me es posible.
—Brittany —me llama.
Su voz masculina e indomable me detiene en seco y hace que me gire. Ella sigue con la espalda apoyada en el espejo y las manos en los bolsillos. Es el magnetismo personificado. Sus espectaculares ojos vuelven a atrapar los míos y mi corazón se acelera aún más.
—Es mejor que algunas cosas vuelvan a ser como siempre tendrían que haber sido.
Sus palabras me dejan inmovilizada. No sé qué decir. La sensación que tuve esta mañana de que hemos vuelto a ser la señorita Lopez y la señorita Pierce se intensifica. Otra vez me siento abrumada, tímida y, ahora, extrañamente, también perdida.
Sólo cuando las puertas se cierran pierdo el contacto con sus maravillosos ojos. Tengo claro que no puedo estar con ella. Sólo me gustaría que mi cuerpo y mi aniquilado corazón lo entendiesen de una maldita vez. Suspiro hondo y al fin logro caminar hacia el vestíbulo. Sugar me espera al otro lado de las puertas de cristal fumando un cigarrillo.
—¿Qué tal el día? —me pregunta mientras comenzamos a caminar en dirección a la parada de metro de Columbus Circus—. ¿Y puedes decirme ya por qué me has dado plantón para comer?
Suspiro de nuevo a la vez que decido ignorar la primera pregunta y me centro directamente en la segunda. No es que sea fácil de responder, pero por lo menos no es horriblemente difícil.
—Maribel Lopez ha venido a buscarme a la oficina para comer.
Sugar me mira boquiabierta y a los segundos sonríe perpleja.
—Debe de haber sido una comida de lo más interesante.
Le hago un mohín y ella me lo devuelve mientras se apoya en una farola, levanta uno de sus carísimos Louboutin, apaga su cigarro en la suela y tira la colilla en la papelera.
—Ahora me va eso del medioambiente —me dice sin más.
Se sacude las manos y me mira impaciente esperando a que continúe.
—No pasó nada emocionante —comento, y suena como una disculpa. No quiero hablar de la seguridad con la que me dijo que acabaría perdonando a Santana.
Bajamos las escaleras de la boca de metro y, como un centenar de
neoyorquinos más, esperamos el tren.
—¿Has visto a la señorita irascible? —me pregunta Sugar torciendo el gesto. Sé que no me lo pregunta por simple cotilleo. Está preocupada.
—Sí —musito y pierdo mi vista en el andén al otro lado de las vías— y he metido la pata.
—¿Cómo? —inquiere confusa.
—Di por hecho que había sido ella quien se había peleado con Joe.
—El novio de Sandy se peleó con Joe —replica aún más confusa.
—Quinn se peleó con Joe.
Me giro para ver su reacción y es exactamente la que esperaba. Está alucinando.
—¿Qué? —acierta a preguntar.
Asiento a modo de respuesta.
—Son dos gilipollas.
—¿Sabes? Es muy curioso que, para ser sólo tres amigos, se hayan partido la cara —comento socarrona.
—Yo ahora mismo quiero partírtela a ti y somos amigas.
—Qué violenta —protesto burlona.
Sugar comienza a farfullar que no puede creerse que esos dos se hayan peleado. Los llama insensibles, imbéciles y capullos mientras frenéticamente busca el paquete de Marlboro light en su bolso.
—¿Quién ganó? —demanda malhumorada llevándose el cigarrillo a los labios.
—¿No irá a encenderse el cigarrillo aquí? —pregunta un hombre alarmado a la espada de Sugar.
Mi amiga se gira y lo fulmina con la mirada. El pobre tipo no ha elegido el día.
—¿Me ha visto encendérmelo? —inquiere molesta—. Cuando lo haga, quéjese, amigo, porque a simple vista yo podría decir que usted va a colocarse detrás de alguna veinteañera y esperará a que el vagón de un frenazo para tocarle el culo, pero, hasta que no lo vea, no le llamaré pervertido. El hombre la mira indignadísimo, recoge su maletín del suelo y se pierde entre la nube de personas andén adelante.
Yo no puedo evitar que una sonrisilla se me escape, pero rápidamente la disimulo. No quiero echar más leña al fuego.
—¿Quién ganó? —vuelve a preguntarme.
Me encojo de hombros. No tengo ni idea. No estaba allí.
—Vamos a ver —me dice armándose de paciencia—, tú los has visto a los dos.
El que tuviera mejor pinta claramente ganó.
Hago memoria. Los dos tenían la nariz casi rota, cortes en el pómulo, moratones.
—Por poco, creo que ganó Joe.
Sugar asiente pero no dice nada más. Claramente está en pie de guerra. No entramos en mi apartamento, sino que vamos directamente a casa de los Berry. Tengo la sensación de que Sugar sólo quiere asegurarse de que Rachel está y puede hacerme compañía, porque no llevamos más de un par de minutos en
su casa cuando nos dice que tiene que marcharse pero que regresará para dormir. Apostaría el poco dinero que tengo a que se ha ido a ver a Quinn o a esperar a Joe a la salida del trabajo.
Rachel y yo vamos a dar una vuelta con Lucky al parque del mercado Jefferson.
Compramos comida china de regreso a casa y nos la comemos, yo más bien hago el intento, viendo «The Bing Bang Theory».
Sugar no vuelve hasta casi las once y, qué casualidad, lo hace con Joe. Ninguno de los dos dice nada, pero es obvio que, sea de donde sea, vienen juntos. Rachel y yo nos miramos cómplices.
—Me da igual lo que sea, no quiero saberlo —dice socarrona levantándose y alzando las manos a la vez que se va a su habitación.
—Yo sí quiero —comento burlona.
—Nos hemos encontrado en el portal. Fin del telegrama —me replica Sugar.
—¿A que ya no hace diecisiete días? —le pregunto divertida con los ojos entrecerrados. Ahora mismo soy Colombo dando el nombre del asesino al final del capítulo.
Todavía recuerdo lo indignada que estaba mientras reconocía el tiempo que llevaba sin sexo.
Ella me hace un mohín y mi sonrisa se ensancha.
—Vamos a dormir —me apremia.
Decidido no torturarla más con la clara intención de hacerlo cuando estemos en mi piso.
—Pierce, eres una chivata —se queja Joe cuando paso junto a él camino de la puerta.
Sonrío de nuevo y me encojo de hombros. Él también sonríe pero es su media sonrisa, esa que siempre significa que me la va a devolver en cuanto pueda.
—El novio de Sandy te envía recuerdos —comento socarrona.
Él me hace un mohín y yo me echo a reír.
En mi apartamento volvemos a ponernos el pijama y nos metemos en la cama con Fallon en el pequeño televisor de mi habitación y Lucky tumbado a nuestros pies.
—Así debe de ser la vida de una pareja lesbiana de setenta años —comenta Sugar cruzándose de brazos.
—Sólo nos falta colgado en la pared un gran marco con un collage de todas las manifestaciones proderechos a las que habremos acudido. Las dos sonreímos.
—Cuando te has marchado, has ido a verlos a los dos, ¿verdad?
Sugar sopesa mis palabras. Creo que en realidad está decidiendo si me cuenta la verdad o vuelve a mentirme a la cara descaradamente.
—Sí, primero a Quinn y después a Joe. Has sido muy poco objetiva —añade cambiando el tono de voz—. No creo que ganase Joe. Más bien ha sido un empate técnico.
Sonrío de nuevo. Ella no es nada imparcial.
—¿Y qué fue lo que pasó? —pregunto.
—¿Seguro que quieres que te lo cuente?
Sé que me hace esa pregunta porque la historia tiene algo que ver con Santana. Ya lo imagino y, aun así, quiero saberlo.
—Sí —respondo sin más.
—Joe se presentó en casa de Santana hecho una furia por lo que te había hecho. No entiendo cómo Santana no le dio la paliza de su vida.
La verdad es que yo tampoco.
—Discutieron —continúa—. Quinn estaba allí. Entró en la discusión a defender a Santana y al final acabaron ellos dos peleándose. Santana los separó.
Asiento. Eso explica la mínima herida que tenía en el pómulo.
—Cuando estaba saliendo de la oficina, me encontré con Santana en el ascensor y me dijo que era mejor que algunas cosas volviesen a ser como siempre tendrían que haber sido. Mi voz suena triste, exactamente como me siento.
—¿Y tú qué crees?
Me quedo callada. No sé qué responder. Estoy hecha un verdadero lío. Jimmy Fallon, con gorro de marinero incluido, anuncia una guerra de Hundir la flota con Steve Carell y no puedo evitar sonreír fugaz.
—No lo sé —respondo al fin—, pero no podría volver con ella.
Tengo demasiado miedo. Sugar asiente.
—Lo único que importa es que tú estés bien —sentencia.
Suspiro y presto toda mi atención a la tele. Es lo único que quiero, estar bien…sin Santana. Eso actualmente me parece un imposible.
El despertador suena infatigable a las siete de la mañana. No sé por qué, hoy no quiero salir de la cama; en realidad, sí lo sé, pero me niego a empezar a martirizarme incluso antes de abrir los ojos. Además, es domingo. Es inhumano que nos hagan trabajar en domingo. Sugar se levanta. Yo suspiro y me envuelvo aún con más fuerza en el nórdico. Me parece una brillante idea que haya decidido ducharse primero. La oigo trastear en su pequeña maleta y la puerta del baño. Tengo diez minutos más. Pero entonces una canción comienza a sonar a todo volumen. Abro los ojos dispuesta a llamarla perra sin sentimientos, pero me interrumpe subiéndose de un salto a mi cama y comenzando a cantar:
—Dime, cariño, ¿qué piensas hacer? Te lo pondré fácil, hay mucho que perder.
Mira el sol brillar. Abre la ventana, déjalo pasar.
—Pero ¿qué haces? —me quejo divertida.
Ella no me contesta. Toma el nórdico por un extremo y me destapa sin piedad mientras sigue cantando el I will never let you down,[20] de Rita Ora.
—¡Sugar!
—¡Ven a cantar! —dice voz en grito absolutamente despeinada.
Yo rompo a reír. No me resisto más y me pongo de pie sobre el colchón.
—Cuando dices que has tenido suficiente y estás a punto de rendirte — cantamos al unísono—. Oh, oh. Yo nunca dejaré que te vengas abajo. El ritmo cambia y, lo que empieza siendo un tímido baile, se convierte en saltos sobre la cama como si tuviéramos cinco años.
—¡Ey! —gritamos con palmada incluida—. Oh, oh. Yo nunca dejaré que te vengas abajo.
Las dos vociferamos moviendo la cabeza y alzando los brazos. Parece que estamos en un concierto en el Madison Square Garden.
—¡Ey! Oh, oh. Yo nunca dejaré que te vengas abajo.
Estallamos en risas de nuevo y, cuando nuestras carcajadas se calman, Sugar se baja de un salto.
—Espero que hayas captado el mensaje, chica —me dice fingidamente seria antes de entrar en el baño.
Yo me echo a reír una vez más y continúo cantando. El mensaje está clarísimo. Sugar ha traído de su apartamento una mochila con algo de ropa. Con eso y lo que trajimos de casa de Santana, deberíamos poder aguantar un par de días. Aun así,
empieza a ser urgente que vaya a por el resto de mis cosas. No tiene ningún sentido que alargue más la agonía. Tengo que pensar cuál es la mejor manera de hacerlo. Al final acabo poniéndome mi falda de la suerte, con medias claro está, una nadadora azul y mis botas color camel sin tacón y con tachas. Para combatir el frío,
tomo prestado de la ropa de Sugar un jersey blanco de punto bastante ancho que deja un hombro al descubierto. Yo tengo uno muy parecido, pero está con el resto de mis cosas.
Llegamos al Lopez Group puntuales como un reloj. Sugar va a entrar conmigo en mi oficina, pero a unos pasos se arrepiente y se marcha a su departamento. Yo la observo alejarse con el ceño fruncido. Voy a tener que ponerme en serio a investigar sobre esta especie de trío sentimental.
—Buenos días, jefa —saludo a Quinn a la vez que cuelgo mi bolso en el perchero—. ¿Qué tal esa mano?
—Buenos días. Podría estar peor —se lamenta resignada—. Agenda, correo y esas cosas, para empezar. Después quiero que vayas a recoger la maqueta en blanco al agujero de Max. Hoy tenemos reunión de redactores. No estoy nada contenta con
algunas cosas.
Asiento. Parece que no está de muy buen humor.
Durante las siguientes horas me convierto en la eficiencia personalizada. Como no quiero tener tiempo para pensar, agradezco muchísimo estar tan ocupada. La reunión de redactores se lleva el resto de la mañana. Quinn les pone las
pilas, advirtiéndoles de que no se relajen, que si piensan que, al recibir tantos premios y elogios por el artículo de Frank Gehry y la madre de Queens, todo está hecho, están muy equivocados. Ahora es cuando tenemos que demostrar que no ha sido un golpe de suerte.
Bajo a comer con Sugar al Marchisio’s. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para comerme media ensalada de pavo. Mi estómago está en pie de guerra y hace que cada bocado me suponga un mundo. A media tarde todo está más tranquilo. Estoy revisando algunos documentos cuando oigo pasos acercarse a mi puerta y a los pocos segundos Santana entra en la
oficina. Al verla, no puedo evitar quedarme embobada y milagrosamente consigo contener un suspiro. Está bella. Lleva un traje azul marino, una de sus camisas blancas. Llamarla diosa griego sería quedarse corta, demasiado
corta. Ella me mira y tengo la sensación de que quiere decir algo, pero, tras unos segundos, continúa su marcha hasta el despacho de Quinn. Cuando me siento libre de su mirada, respiro hondo intentando tranquilizarme. Sabía que esto podía pasar. Es más, creo que ha estado evitando que pase.
Decido concentrarme en todo lo que tengo que hacer y fingir que ella no está aquí, pero cada vez que oigo su voz todo mi cuerpo tiembla, echándola de menos de una manera casi temeraria.
Resuelta, me levanto casi de un salto y cojo las carpetas de Administración, las más aburridas con diferencia, y comienzo a trabajar. Necesito estar concentrada y olvidarme de ella. Santana Lopez no está en la habitación contigua. Santana Lopez no está en
la habitación contigua.
—Brittany —me llama.
El universo debe odiarme muchísimo.
Por un momento sopeso si puedo fingir que no le he oído, pero, si quiero mantener una actitud profesional, no me puedo permitir ignorar a la dueña de todo esto.
A regañadientes, me levanto y camino hasta colocarme bajo el umbral del despacho de Quinn.
—¿En qué puedo ayudarte? —respondo tratando de sonar precisamente eso, profesional.
Decido obviar lo de «señorita Lopez». No quiero que lo considere una provocación de las suyas y la verdad es que me siento un poco estúpida llamando así a la que todavía es mi mujer.
—Necesito que me traigas las carpetas de las inversiones Foster. Blaine no está
—me aclara—. Las encontrarás sobre mi escritorio.
Suena fría, imperturbable. No está jugando. Y por un momento creo que eso me hace sentir todavía peor.
Asiento y salgo en dirección a su despacho. La última vez que rompimos, ella se las ingenió para ponerme contra las cuerdas una y otra vez. Ahora no lo está haciendo. Parece tener clarísimo que se ha acabado. Suspiro frustrada y cabeceo. ¿Y acaso no es lo que quiero? ¿Lo mejor para mí? Odio no saber cómo sentirme. Si
ahora mismo me llamara cría, tendría toda la razón.
Como me dijo, Blaine no está. Me acerco hasta la puerta y la empujo con suavidad. Creo que dejo de respirar en ese preciso instante. Esto tiene que ser una maldita broma
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por 3:) Miér Mar 30, 2016 9:34 pm

hola mar...

todo como tiene que ser???,...todo desde cero,..
ahora que paso??? o quien a parce???
que hace san, no creo que deje a britt tan fácil!!???

nos vemos!!!
3:)
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por micky morales Miér Mar 30, 2016 10:48 pm

a mi si me parece bien que santana adopte esa actitud, a mi parecer brittany esta siendo algo extremista y si quiere dejar a su esposa no veo pq esta tenga que andarle rogando!!!!!
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Mensaje por monica.santander Miér Mar 30, 2016 11:51 pm

Para mi es la tal Savanna o Marisa!!
Saludos
Espero puedas publicar otro mas!!1
monica.santander
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Abr 01, 2016 1:33 am

3:) El Miér Mar 30, 2016 8:34 Pm hola mar... todo como tiene que ser???,...todo desde cero,.. ahora que paso??? o quien a parce??? que hace san, no creo que deje a britt tan fácil!!??? nos vemos!!! escribió:

Hola a ti tambien, pues creo que lo mejor es comenzar de cero po con reglasd e parte de britt, para dominar a santana

Monica.Santander El Miér Mar 30, 2016 10:51 Pm Para mi es la tal Savanna o Marisa!! Saludos Espero puedas publicar otro mas!!1 escribió:

sip es una de esas dos desgraciadas que no entienden que lo que no es no.
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Finalizado Brittana:Todas las Canciones de Amor que AUN suenan en la Radio cap 15 y 16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Abr 01, 2016 1:35 am

Capitulo 15



El estómago se me cierra de golpe y un nudo de nervios y rabia se forma en mi garganta. Ella me ve e inmediatamente gira sobre sus carísimos tacones y da un paso hacia mí.
—Hola, Brittany —me saluda con la sonrisa más taimada y malévolamente satisfecha que he visto en mi vida.
Yo no digo nada. No tengo por qué hacerlo. No quiero hacerlo.
Me doy la vuelta y salgo a toda velocidad del despacho. Cuando paso junto a la mesa de Blaine, Santana entra. El corazón me da un vuelco y todo mi cuerpo entra en un doloroso letargo al imaginarlas juntas.
—Brittany, también quiero el informe…
No me detengo, ni siquiera la miro. Estoy a punto de romper a llorar y no quiero hacerlo delante de ninguno de las dos.
—¿Qué pasa? —me pregunta Santana tomándome del brazo y obligándome a frenar. Busca mi mirada con la suya e inmediatamente su expresión se endurece—.¿Qué ocurre, Britt? —inquiere de nuevo.
Sigo sin hablar, aunque tampoco hace falta que lo haga. Oigo los mismos pasos acercándose y la rabia me inunda por dentro. Lo prefiero. La rabia es mucho mejor que la tristeza. No voy llorar.
Cuando Santana la ve, todo su cuerpo se tensa.
—¿Qué haces aquí, Savannah? —demanda con la voz amenazadoramente suave.
— Sólo quería saludarte, que charláramos un rato —responde ella encantada.
—Lárgate —ruge.
—Como quieras.
Su voz es solicita, entregada, y yo decido que ya he tenido suficiente. Si quieren montar aquí un espectáculo ama-sumisa, me parece genial, pero no pienso quedarme a verlo.
—Maldita sea, no estoy jugando —replica Santana.
Me zafo de su brazo y avanzo hacia la puerta.
—Brittany, joder. —Se gira hacia mí y me detiene de nuevo.
Vuelvo a deshacerme de su agarre y me alejo unos pasos de ella. Mi mirada se anega de rabia. No quiero verla. No quiero estar aquí. Cada vez que me acerco a ella sólo consigue hacerme daño.
La arrogancia y la furia se hacen a un lado y sus ojos  se llenan de dolor. Sabe perfectamente cómo me siento ahora mismo. Alza la mano pero, antes de que pueda alcanzar mi mejilla, doy un nuevo paso atrás. Su mirada se recrudece y un desahucio tan cristalino que puedo sentirlo en mi propio corazón inunda todo el
espacio vacío entre las dos.
—Deja que se marche, Santana, ella nunca va a entender lo que tú necesitas.
—¡Cállate, Savannah! —brama.
Está furiosa, a punto de estallar, y ella sonríe como si estuviese consiguiendo exactamente lo que quiere. Su expresión está llena de alevosía. No entiendo qué jueguecito pervertido es éste o qué espera conseguir, pero no voy a quedarme a averiguarlo.
Salgo disparada del despacho. Cruzo la redacción como una exhalación y llego a las escaleras. Ni siquiera espero el ascensor. Apenas he bajado un par de tramos cuando oigo la puerta abrirse atropellada a mi espalda y unas pisadas aceleradas
bajar tras de mí.
—¡Brittany! —me llama—. ¡Brittany!
No quiero verla. No quiero que me siga. No quiero que esté aquí.
Sus pasos suenan más cerca. Apenas he puesto un pie en la planta diecisiete cuando noto su brazo agarrarme con fuerza.
—Brittany, no sé qué coño hace aquí.
No digo nada, ni siquiera dejo que atrape mi mirada. Sólo quiero que me deje marcharme y llorar.
—Britt, escúchame.
Eso es algo que no pienso volver a hacer nunca más.
—Estuviste con ella en Luxemburgo, ¿verdad?
—No —responde sin asomo de duda.
—¡No me mientas! —grito desesperada, soltando lágrimas llenas de rabia, demasiado herida para poder contenerlas.
—No te estoy mintiendo.
Niego con la cabeza aún más nerviosa. No quiero creerle. No quiero ser esa estúpida llena de ilusiones nunca más.
—Britt, joder. ¡Escúchame!
—¡No tengo nada que escucharte! —estallo zafándome de su brazo una vez más.
—¡Yo sólo te quiero a ti!
Ella tampoco puede más, pero ahora mismo todo en lo que puedo pensar es en Savannah Sandford en su despacho, en la terraza de Chelsea.
—Deja de decir eso. No es verdad. Si me quisieras, habrías hablado conmigo, podrías haber confiado en mí. Tú no me quieres porque piensas de verdad todo lo que dijiste borracha. —Una punzada de dolor atraviesa su mirada
—. Porque, a pesar de todo lo que ha pasado, me sigues viendo como la cría de veintitrés años a la que tuviste que pagarle las facturas para que no se quedara en la calle…
Porque mataste a nuestro bebé.
Mis últimas cinco palabras nos silencian a las dos. Todo el aire se ha cargado de dolor.
—Lo sé —responde con su voz entrecortada por primera vez.
Santana mantiene su mirada sobre la mía y da un paso hacia mí para abrazarme. Yo niego con la cabeza pero no me muevo. Sin embargo, en cuanto siento sus brazos rodeándome, toda la rabia se recrudece y comienzo a golpear su pecho con mis puños. Santana  no se aparta, aguanta cada tiro, cada sollozo, a la vez que me
abraza con más fuerza intentando consolarme. Y entonces rompo a llorar. Lo hago de verdad, como no me permití hacerlo en el hospital ni todos los días que han venido después. Lloro triste, furiosa, dolida; lloro herida, lloro por todo lo que he
perdido. Lloro por ella y por mí.
Santana me mueve con suavidad y nos sienta en el suelo. Me acomoda en su pecho y ella lo hace contra la pared. No deja de acariciarme el pelo, de besármelo suavemente mientras, paciente, espera a que deje de llorar. Poco a poco voy tranquilizándome y, casi sin darme cuenta, las lágrimas paran.
Aun así, ninguno de las dos nos movemos. Todo está siendo triste, íntimo, y al mismo tiempo por fin siento que me he despedido de nuestro bebé.
—¿Te encuentras mejor? —inquiere en un susurro.
Yo asiento suavemente a la vez que apoyo las manos en su pecho y me separo despacio de ella.
—Sí —murmuro.
Mi voz se ve inundada por nuevos sollozos. Santana alza la mano y, con dulzura, la coloca sobre mi mejilla secando con suavidad mis lágrimas con la punta de sus dedos.
—¿Quieres que te lleve a tu apartamento? —susurra de nuevo—. Hablaré con  Quinn.
Niego con la cabeza.
—No —murmuro.
No quiero desaparecer en mitad de la jornada. Me importa mi trabajo y no me gustaría descuidarlo más de lo que ya lo he hecho. Además, tampoco quiero irme a  casa y pasarme horas pensando en todo esto.
—Entonces será mejor que vayas al baño y te refresques un poco.
Asiento. Ni siquiera quiero imaginar el aspecto que debo tener, con la nariz y los ojos rojos y la cara cubierta de lágrimas.
Santana se levanta y me toma de las manos para incorporarme. Mira la placa de la planta en la que estamos y después pierde su vista escaleras abajo.
—Las obras están ahora en la planta doce. Como es domingo, no habrá nadie. Allí podrás arreglarte tranquila.
Asiento de nuevo y dejo que me coja de la mano y me guíe hasta el piso doce y después dentro de él. Está desierto. Sólo hay material de obra y escombros. Santana nos lleva hasta el fondo de la planta y entramos en los servicios. Mira a su alrededor hasta que parece encontrar lo está buscando. Se sube ágil al mármol de los lavabos y, estirando su perfecto cuerpo, alcanza la llave de paso del agua. Se baja de un salto y aparta el grueso plástico, dejando al fin los lavabos al descubierto.
—Esperaré fuera —comenta dirigiéndose hacia la puerta.
—Gracias —respondo.
Mi única palabra detiene en seco a Santana, que se gira despacio. Ese sentimiento que no sé identificar vuelve a su mirada y el oscuro de sus ojos brilla con fuerza.
—Después de todo lo que ha pasado, ¿todavía me das las gracias?
Otra vez vuelvo a sentirme tímida, abrumada, nerviosa. No sé qué contestar a eso. Puede que lo nuestro no terminara bien, pero no puedo borrar de un plumazo todo lo que despierta en mí o la mujer maravillosa que sé que esconde bajo su traje de ejecutivo. Yo la sigo viendo, aunque ya no pueda estar con ella.
—Supongo que sigo creyendo en ti —murmuro y al fin me atrevo a levantar la mirada y unirla a la suya.
Santana exhala todo el aire de sus pulmones, brusca, sin desunir nuestras miradas.
De nuevo creo que va a decir algo, pero finalmente gira sobre sus pasos y se marcha. Ya sola, suspiro con fuerza y me acerco al lavabo. La verdad es que me gustaría odiarla con todo mi corazón, ser capaz de borrarlo de mi vida, pero creo que nunca lo conseguiré. Cabeceo intentando dejar de pensar. No voy a sacar nada en claro y es lo último que necesito.
Abro el grifo de agua helada y coloco las manos bajo el chorro. Durante unos segundos me quedo mirándola chocar contras mis anillos pero, sobre todo, mis ojos se pierden en el extremo de la cinta roja que asoma tímido bajo el de compromiso. Lo daría todo por volver a aquella habitación de hotel.
«Basta ya, Pierce.»
Me obligo a volver a la realidad. Me refresco la cara y después me froto con las palmas de las manos para eliminar cualquier rastro de maquillaje. Me recojo el pelo en una coleta y, cuando termino, suspiro una vez más delante del espejo.
—Ánimo, Pierce —me arengo—. Puedes enfrentarte a esto y a cualquier otra Cosa .
Santana me espera apoyada, casi sentada, en una de las mesas de trabajo. Agarra el borde de la madera con fuerza y su camisa blanca se tensa sobre su armónico pecho. Está pensativa, con la mirada perdida en el suelo. La mente parece trabajarle a mil kilómetros por hora.
Doy un paso al frente y ella repara en mí. Alza la cabeza y sus espectaculares ojos  me toman por sorpresa. El corazón comienza a latirme con fuerza y por un momento temo que pueda oírlo en mitad de esta planta vacía. Santana se levanta con un grácil movimiento y camina hasta mí. Yo suspiro y me mentalizo tratando de evitar que su delicioso olor, su calidez o simplemente esa mirada me afecten demasiado. «Una batalla completamente perdida.»
Se detiene a unos pasos de mí y, despacio, alza la mano. Creo que va tocar mi cadera y, aunque sé que es algo que no debería sentir, todo mi cuerpo se tensa y se enciende preparado para recibirla. Mi respiración se acelera aún más nerviosa y caótica. Querer esto, desear esto, no me hará ningún bien. Pero todo se diluye cuando Santana vuelve a resoplar brusca y toma mi mano, obligándome a andar. Ni siquiera sé cómo me siento ahora mismo.
Las puertas del ascensor se abren. Entro y, al girarme, me doy cuenta de que ella no me sigue.
—¿No subes? —le pregunto.
—Mejor no, Brittany —responde sin apartar su mirada increíblemente oscura de la mía.
Asiento con una sonrisa que no me llega a los ojos. Ha vuelto a decidir por las dos, pero en esta ocasión no me importa. Yo también creo que es lo mejor. Necesito creerlo.
Mientras cruzo la redacción, la maraña de pensamientos que tengo en la cabeza se hace más intensa. Tengo la sensación de que todo lo que siento por ella tira de mí en dos direcciones a la vez. Es agotador y frustrante. Sólo quiero poder olvidarla.
Me siento a mi mesa y continúo trabajando. Quinn no me hace ninguna pregunta y yo se lo agradezco. Sé que la situación para ella es más complicada que para Sugar. A las cinco en punto despejo mi mesa y corro al vestíbulo a reunirme con
Sugar.
En el ascensor, rodeada de ejecutivos, intento mantener todos mis
pensamientos a raya, pero antes de que me dé cuenta estoy jugueteando con mis anillos y todos vuelven como un ciclón. Por suerte el trayecto dura poco y, en cuanto pongo un pie en la planta baja, recupero la cordura y dejo de martirizarme.
Sugar me avisa de que no vamos a casa. Ha llamado a los Berry y a
Brody y cenaremos todos en el Saturday Sally.
Apenas como, pero me río muchísimo. Joe ha decidido volver a inventarse sus propios chistes y son malísimos.
Aunque insiste en que no le importa, libero a Sugar de su promesa de amiga para que pueda ir a dormir a su apartamento. Me cuesta convencerla, pero al final lo consigo. Sí le pido que me deje su ropa un par de días más. Sigo sin tener qué ponerme.
Mientras atravesamos el cruce con la Séptima camino del Village, me descubro jugando con mis anillos de nuevo; en realidad llevo haciéndolo toda la noche. Es duro pero comprendo que, si quiero volver a comportarme como la chica lista que solía ser y no volver a cometer los mismos errores, hay algo que debo hacer. Hoy
he estado a punto de olvidarme de todos mis miedos y concentrarme sólo en lo bien que me siento cuando estamos cerca. Eso no puede repetirse.
—¿La última, Pierce? —pregunta Joe abriendo la puerta del portal y
sacándome de mis acuciantes pensamientos. Le miro confusa. No le estaba prestando atención. Joe me pone los ojos en
blanco y con una sonrisa me repite la pregunta.
—No, gracias —respondo—, pero tengo algo que hablar contigo, Brody.
Los Berry y el propio Brody me miran con el ceño fruncido.
—Una consulta legal —aclaro.
Brody asiente.
—Claro —responde convencido.
Subimos al piso de los Berry y, mientras ellos se sientan en el sofá y
encienden la tele, Brody me señala uno de los taburetes de la isla de la cocina y él la rodea hasta quedar frente a mí.
—Pasa a mi despacho —me dice divertido.
Yo sonrío, pero no soy capaz de disimular lo nerviosa que estoy.
—¿En qué puedo ayudarte? —me pregunta profesional.
Por un segundo me quedo callada. Ni siquiera sé cómo plantearlo.
—Quiero divorciarme —suelto en un golpe de voz.
Brody enarca las cejas y frunce los labios. No se lo esperaba. Finalmente carraspea al tiempo que da unos golpecitos con las yemas de los dedos sobre la encimera.
—¿Firmasteis un acuerdo prematrimonial? —me pregunta recuperando al abogado implacable.
—Yo llegué a firmarlo, pero Santana no quiso hacerlo, así que supongo que no tiene valor. De todas formas —interrumpo cualquier cosa que fuera a decirme—, no me importa. No quiero nada de ella.
—Brittany, te engañó. ¿Sabes lo que eso significa? Podrías sacarle muchísimo dinero, tener tu vida resuelta para siempre.
Brody no es ningún buitre. Sé que lo hace con la mejor de sus intenciones, pero nunca estuve con Santana por su dinero y eso tampoco va a cambiar en nuestro divorcio.
—Lo sé, pero no quiero nada —me reafirmo—. Sólo me gustaría conservar mi apartamento, pagar un alquiler por él.
—¿Estás segura? —inquiere una vez más. Yo asiento—. Es tu decisión — sentencia—. Si no quieres nada, va a ser una demanda sencilla. Mañana la tendré lista.
Hablamos de algunos detalles más. Sobre todo, de cómo quiero que queden las cosas respecto a mi apartamento. Brody me explica que es más que posible que nos pidan que firmemos algunos acuerdos de confidencialidad sobre por qué terminó el matrimonio y los acuerdos que hemos alcanzado en el divorcio. No me importa
tener que hacerlo.
—Pues creo que ya está todo —me anuncia cerrando la agenda de su Smartphone.
Me bajo del taburete dispuesta abandonar el «despacho» de Brody
cuando caigo en la cuenta de algo. Los acaricio en mi anular un segundo y finalmente me los quito.
—Los anillos de compromiso y de pedida quiero devolvérselos —le digo poniéndolos sobre la encimera.
Brody los mira un segundo, después me mira a mí y finalmente rodea la isla y se sienta en un taburete, obligándome a que yo lo haga a su lado.
—Brittany, ¿de verdad es esto lo que quieres? Sé que estás enfadada, no te culpo, pero son tus recuerdos. Nadie pensaría que eres una aprovechada por quedártelos.
Sonrío pero no me llega a los ojos.
—No los devuelvo por eso —me sincero—; quiero pasar página y, viéndolos en mi dedo cada día, no puedo.
—Como quieras —repite—. Los llevaré a un tasador para incluirlos en la demanda.
—También está esto.
Cojo con cuidado el extremo de la pequeña tira roja y deshago el nudo. Me muerdo el labio inferior y por un segundo la acaricio entre mis dedos. Me va a costar más separarme de la pequeña cinta que de los dos anillos de platino y diamantes.
—Quiero que la incluyas —continúo diciendo mientras la dejo junto a los anillos—. Obviamente no tendrás que llevarla al tasador.
Vuelvo a sonreír pero otra vez no me llega a los ojos. Brody imita mi gesto lleno de empatía.
—También una pulsera. No tiene ningún valor. Sólo costó seis dólares. Brody asiente y coge su mochila para guardar los anillos. Como si entendiera exactamente el valor de cada pieza, es la cinta roja la que trata con más cariño. Lo observo abrir la bolsa y cerrarla después. Imaginar mi cinta roja en el fondo de la desvencijada mochila de Brody significa que definitivamente se acabó.
Giro sobre mis pasos y me dirijo a la puerta. Los chicos intentan convencerme
para que vea una peli y después el programa de Fallon, pero sólo quiero meterme en la cama y dormir siete días seguidos.
Mi vida es un asco. El despertador suena pero lo apago de un manotazo y me quedo en la cama con la vista clavada en el techo. No puedo creer cómo se ha complicado todo estos días.
Me llevo las palmas de las manos a los ojos, pero acabo suspirando desilusionada al no encontrarme con mi anillo de compromiso ni con el de boda. Aunque, como ya vislumbre que pasaría, lo que más echo de menos es la cinta roja de la chocolatina. Suspiro de nuevo y miro mi dedo anular. Ojalá pudiera decir que esa cinta es lo único que echo de menos.
Mientras me estoy compadeciendo, oigo un portazo en el piso de arriba y a mi vecina Sandy gritar como una loca. Está cansada de que su novio no respete la integridad artística de su trabajo, a lo que él responde que, aunque no le guste, eso fue lo primero que le atrajo de ella. No entiendo la frase y comienzo a tener
verdadera curiosidad por saber a qué se dedica Sandy.
En mitad de la discusión, oigo un golpe seco, como si un mueble hubiese caído al suelo. Me incorporo y agudizo el oído, preparada por si tengo que llamar a la policía, pero apenas un segundo después todo son gemidos y el rítmico golpeteo del cabecero de la cama contra la pared mientras ella no para de gritar que le
quiere. —Gracias, Sandy —digo señalando el techo con el índice al tiempo que guiño un ojo y chasco los labios—, acabas de recordarme eso que no echo de menos en absoluto.
Pura ironía y frustración sexual a las siete de la mañana. Eso no puede ser bueno.
Me levanto y desganada me meto en la ducha. Ni siquiera pongo la radio. Con mi suerte, acabará sonando una canción increíblemente romántica, de esas de gente que encuentra su alma a los dieciséis y, cuando mueren, se transforman en dos estrellas fugaces que surcan para siempre el universo. Yo necesito una que hable de
cambios a mejor, de cosas nuevas o, en su defecto, a alguien que cante que entiende que estoy tan deprimida que quiero pasarme todo el día en el sofá en pijama comiendo cereales. Me pregunto si Leonard Cohen tendrá una canción sobre eso. En la mochila de Sugar encuentro un vestido vaquero abotonado en la parte
delantera. Lo complemento con unas medias negras y mis botines también negros. Me recojo en pelo en un moño de bailarina y, aunque no pensaba maquillarme, tras una noche prácticamente en vela no puedo permitirme ir con la cara lavada. No
desayuno pero me bebo una taza tamaño XXL de café.
Cojo un pañuelo y mi abrigo y me llevo a Lucky a dar una vuelta. Paseando y observando a la gente ir de un lado a otro, me siento mejor, incluso me animo a comer algo y me compro un pretzel en el puesto al final de mi calle. Me entretengo más de la cuenta y, después de dejar a Lucky en mi apartamento,
tengo que salir disparada a la parada de metro. Afortunadamente no llego demasiado tarde y Quinn no parece darse ni siquiera cuenta.
Enciendo el ordenador y, cuando la agenda se carga, verifico las reuniones del día. Resoplo al comprobar que la reunión de grupo se ha trasladado a esta mañana. Definitivamente debo de haber sido una persona horrible en otra vida. Estoy entre el que inventó la música disco o el que puso de moda las hombreras.
Me levanto de un salto y voy hasta la estantería roja. Lo mejor que puedo hacer es mantenerme ocupada. No me queda otra que ir a esa reunión. Lo último que necesito es estar martirizándome toda la mañana. Consigo mantener el tipo hasta las once menos cinco, pero cuando veo a  Quinn  salir con un par de carpetas en la mano dispuesta a que nos vayamos a la reunión; mi convicción flaquea.
-Brittany, no tienes que venir si no quieres —me dice con una suave sonrisa llena de empatía.
Yo asiento y le devuelvo el gesto, aunque el mío es más nervioso. Sé que lo dice por mí, pero la idea de recuperar mi vida profesional sigue en pie y eso incluye las reuniones de grupo.
—Estoy bien —respondo—. Sólo espero que no sea muy aburrida —añado resuelta.
La sonrisa de Quinn se ensancha y salimos las dos del despacho. Llegamos a la sala de conferencias con la reunión a punto de empezar. Sin embargo, es obvio que Santana aún no ha hecho acto de presencia porque todos los ejecutivos están todavía charlando en corrillos en la entrada. Quinn y yo los esquivamos y nos
acercamos a la mesa. Mentalmente suplico para que no me pida que me siente a su lado y, si lo hace, que no me reserve la silla entre ella y Santana.
Los ejecutivos se apresuran a entrar y todo mi cuerpo se tensa. Santana está aquí.
Quinn señala el extremo de la mesa. Parece que la conexión telepática ha funcionado a medias porque, aunque tengo que sentarme con ella, es mi jefa quien lo hace junto a la presidencia.
Aliviada, ocupo mi silla y, eficiente, cojo la carpeta que me tiende.
—Este artículo ya está corregido —me anuncia—, pero quiero una segunda opinión de los tres últimos párrafos. No me convence la manera en la que expone las conclusiones de las jornadas y creo que debería mencionar a Sheldon Memphis mucho antes.
Asiento varias veces y comienzo a examinar el artículo. Que alguien como Quinn  me pida a mí una segunda opinión, me halaga muchísimo. Además, estar ocupada me viene de cine.
Todos los ejecutivos y los ayudantes están sentados cuando unos rápidos tacones atraviesan el ambiente de la habitación. Unos segundos después, Sugar entra casi derrapando en la sala de conferencias y deja frente al sillón de Santana un iPad y varias carpetas.
Suspira aliviada llevándose las manos a las caderas cuando lo tiene todo listo.
Nuestras miradas se cruzan y pronuncia un «cabrona» sin emitir sonido alguno al tiempo que agita la mano. Después le hace un mohín a la silla, como si se lo hiciera a Santana. Está claro que la señorita irascible está en plena forma.
No puedo evitar sonreír, casi reír, pero la risa se me corta de golpe cuando la veo entrar. Está más que bella, guapísima. Lleva un increíble traje gris marengo que se ajusta a su perfecto cuerpo y sus tacones gris a juego.
Su pelo castaño luce en un peinado casual, delicioso, espectacular y, por algún extraño fenómeno de la naturaleza, sus ojos brillan aún más. Camina hasta su sillón dejando embobados a hombres y mujeres por igual, aunque obviamente por motivos diferentes. El magnetismo que desprende, esa actitud de que está dominando por completo la sala, dejando claro quién tiene el control aquí.
—Motta, no quiero perder el tiempo —le dice a Sugar mientras toma
asiento.
Ella asiente convertida en perfecta eficiencia y toma un pequeño mando de un extremo de la mesa. Al pulsar un botón, las pantallas se llenan de gráficos y ella empieza un discurso muy elaborado sobre números, opciones de ventas y productividad.
—Pero esos números dan por hecho que el Lopez Enterprises Group crecerá a un ritmo del veintiséis por ciento —la interrumpe alarmado Moore, un director de departamento, aunque no sé de cuál—. Ninguna empresa del país es capaz de crecer
a esa velocidad. Debería hacer mejor sus deberes.
Sugar por un momento no sabe qué decir y Moore parece vanagloriarse de ello. Yo no entiendo mucho de números, pero me parecen unas ideas muy competitivas, quizá arriesgadas, pero en ningún caso estúpidas.
—Márchese.
La voz de Santana, que ni siquiera ha levantado la vista de los documentos que revisa, atraviesa la sala.
Sugar traga saliva y se dispone a dejar el mando en la mesa ante la sonrisa triunfal y satisfecha del imbécil de Moore. Yo quiero defenderla, pero no sé cómo.
Santana deja caer su estilográfica Montblanc de platino de cuarenta mil dólares sobre los documentos y alza lentamente la cabeza.
—Señor Moore, ¿no me ha oído? —dice clavando su mirada en él

—.Márchese.
Todos los ejecutivos se quedan boquiabiertos.
—El Lopez Group crecerá al veintiséis por ciento porque tiene el potencial suficiente para hacerlo. Le aconsejo que vaya preparando su currículum para entrar a trabajar en cualquiera de esas empresas que no pueden llevar este ritmo.
Santana no necesita gritar, ni siquiera levantarse. Su simple expresión y todo ese poder que irradia le son suficientes. Vuelve a sus documentos sin inmutarse. Ahora mismo es la fotografía perfecta de la tenacidad, la brillantez, el éxito; es Nueva
York. —Motta, continúe.
Mi amiga, con una sonrisa de oreja a oreja, gira el pequeño mando entre sus dedos y sigue con su explicación mientras Moore abandona la sala.
Aunque no era el plan, no puedo evitar contemplarla. Ha nacido para ocupar esa silla. Es tan brillante, tan capaz, una auténtica líder. En ese preciso instante, Santana alza la cabeza y nuestras miradas se encuentran. La mía llena de admiración, la suya derrochando todo ese atractivo, todo ese control.
Ahora mismo el corazón me late ridículamente de prisa y eso es todo lo que necesito para darme cuenta de la estupidez que estoy haciendo. Quedarme contemplándola embobada y después dejar que su mirada atrape la mía no es algo bueno para mí.
Finalmente me obligo a apartar la vista y la concentro en el bolígrafo que tengo entre las manos. Suspiro bajito intentando controlarme, pero todavía puedo sentir sus ojos sobre mí.
—Motta, creo que ha quedado perfectamente claro —la interrumpe Santana liberándome de su mirada.
Ella asiente y se sienta en la fila de sillas junto al resto de los asistentes.
—Señor Morgan —le llama Santana—, los astilleros.
La reunión acaba relativamente rápido. En cuanto la da por terminada, me levanto de mi silla y salgo de la sala mezclándome con el resto de ejecutivos. No quiero darnos la oportunidad de quedarnos solas.
Lo que queda de día, me las arreglo para no parar un solo instante. El trabajo se ha convertido en mi mejor medicina. Incluso pierdo la noción del tiempo.
Cuando salgo a llevar unos papeles a uno de los redactores y me doy cuenta de que apenas quedan un par, comprendo que es hora de marcharse a casa. Son más de las seis y media.
Me despido de Noah con una sonrisa y salgo del Lopez Group. La temperatura ha bajado un par de grados. Me abrocho hasta el último botón del abrigo y acelero el paso hacia la parada de metro.
Mientras espero en el semáforo de Broadway con Columbus Circus, mi móvil comienza a sonar. Miro la pantalla y suspiro cuando veo el nombre de Brody parpadear en ella. No creo que me llame para invitarme al cine.
—Hola, Brody.
—Hola, Brittany. ¿Te pillo en mal momento?
Inconscientemente miro a mi alrededor buscando una excusa. No quiero hablar de esto pero tampoco puedo huir de mi propio divorcio.
—No, cuéntame —respondo al fin algo enfurruñada.
A veces parezco una cría.
«¿Quién estaría muy de acuerdo con eso?»
—He hablado con Wyatt Lawson, el abogado de Santana.
Hace una pequeña pausa y yo tengo una ligera sospecha de lo que va a decirme.
—Se niega a firmar los papeles —sentencia.
Me muerdo el labio inferior sin saber qué decir, aunque en realidad algo dentro de mí ya sabía que no me lo pondría fácil.
—Si sigue así, tendremos que ir ante el juez.
Asiento sin ser consciente de que no puede verme. Un divorcio en los tribunales que se convierta en una batalla campal es lo último que quiero.
—Se acabará arreglando —trata de animarme ante mi silencio.
—Lo sé —respondo automática, pero tengo mis dudas. No creo que Santana dé su brazo a torcer.
—¿Ya habéis acabado? —oigo a Rachel preguntar de fondo.
Miro el disco del semáforo. Sigue en rojo. Oigo un leve rumor al otro lado de la línea. El teléfono está cambiando de manos.
—Vámonos al cine. —Es Rachel.
Me equivocaba. Al final he conseguido una invitación al cine.
—No me apetece salir —me disculpo.
—Te vas a aburrir sola. Joe ha quedado con la que se supone que no queda —comenta socarrona y automáticamente sé que se refiere a Sugar.
—No, gracias.
—No te lo estaba preguntando —me asegura.
Su vehemencia me hace sonreír.
—Ya lo sé, pero paso de ver cómo os metéis mano en cuanto se apaguen las luces. —Me confundes con la que no ha quedado con Joe —replica y yo sonrío.
¿Qué se traerán esos dos (tres) entre manos?—. Yo no hago esas cosas.
Mi sonrisa se ensancha. El disco cambia de color y comienzo a caminar.
—Nos divertiremos —intenta animarme.
—Os lo agradezco, pero no.
—¡Brittany! —protesta.
—Rachel, voy a entrar en el metro, la co… nicación se p… erde —respondo burlona fingiendo interferencias.
—No te atrevas a colgarme —me replica muy seria, pero sé que está a punto de romper a reír.
—Se cor…ta lo si… to —continúo al borde de la risa.
Lo último que oigo antes de colgar es cómo me llama, ofendidísima, por mi nombre completo.
Camino de mi apartamento me paro en la tienda del señor Ahmedani y compro pan de molde y algún que otro alimento básico. Apenas tardo diez minutos, aunque de todas formas no tengo prisa. Joe tampoco está, así que hoy me espera una noche de lo más tranquila.
Enciendo la tele al entrar. No quiero ver nada en particular, pero así estaré distraída. Me meto en mi habitación y me pongo un pijama; nada del otro mundo, pantalones verdes y una camiseta blanca ancha y cómoda. Es invierno pero sigue gustándome demasiado andar descalza, así que no me preocupo en buscar las zapatillas. Cuando regreso al salón, están entrevistando a unos de los cuidadores del zoo de Central Park, quien asegura que uno de los
monos bajo su cuidado es capaz de tocar en un piano de juguete una pieza de Vivaldi.
Es un mono a las cuatro estaciones.
Por Dios, tengo que dejar de pasar tiempo con Joe. Se me está pegando su humor.
Con la sonrisa en los labios, voy hasta la cocina. Abro la bolsa de papel y comienzo a sacar lo que he comprado. Guardo los Capitán Crunch en el armario y, cuando me giro para hacer lo mismo con algo de verdura en el frigorífico, me encuentro de cara con el pequeño dibujo del rascacielos de White Plains que Santana
hizo para mí. Lo acaricio despacio. ¿Cómo es posible que no lo haya visto antes? Frunzo el ceño al comprobar que no lleva el imán de I love NYC con el que lo tenía sujeto. Miro hacia el suelo y lo diviso entre la nevera y la pared. Probablemente el
dibujo se cayó, Joe o las chicas lo encontraron y volvieron a colgarlo sin saber quién lo hizo. Suspiro con el imán en la mano. Debería tirar el dibujo. No he tenido nada más claro en toda mi vida. Pero, en lugar de eso, cambio el imán y vuelvo a ponerle el del logo de la ciudad. No estoy preparada para deshacerme de este recuerdo. Significa todos los sueños de Santana , cómo es en realidad. No puedo tirarlo a la basura sin más.
Decidida, guardo las verduras en una balda cualquiera y me giro otra vez hacia la isla.
«Nada de martirizarse, Pierce.»
No tengo hambre, pero me empieza a preocupar que nunca la tenga. Además de ser muy irresponsable, Sean dijo que debía comer para recuperarme del todo.
Abro de nuevo la bolsa de papel y saco el paquete de pan blanco, la mermelada de arándanos y la mantequilla de cacahuete. No es lo más saludable, pero apuesto a que la mermelada tiene muchas vitaminas.
Acabo de dejar mi sándwich recién hecho en uno de mis platos azules de Ikea cuando llaman a la puerta. Imagino que serán Joe o Sugar o Joe con Rachel, en cuyo caso tendrán que explicarme de dónde vienen juntos. Me froto las manos con una sonrisilla malvada. No pienso volver a conformarme con la pobre excusa
de que se encontraron en el portal.
—Voy —respondo a unos pasos de la puerta.
Abro con la sonrisa preparada, pero se me borra de golpe en el mismo instante en que mi devastado corazón se acelera sin remedio.
—Hola —me saluda con sus ojos  atrapando por completo los míos.
—Hola —musito.
Lleva la misma ropa que en la reunión. Parece cansada, una novedad, pero, sobre todo, parece malhumorada, otra novedad.
—¿Puedo pasar? —me pregunta.
La primera respuesta que se me viene a los labios es que no tiene por qué preguntar, dado que la casa es suya, pero me contengo. No sé qué hace aquí ni tampoco el motivo de lo furiosa que está, así que no quiero echar leña a un fuego que todavía no puedo ver por completo. Finalmente asiento y me hago a un lado moviendo la puerta conmigo. Santana entra con el paso lento, no porque dude, sino porque es obvio que está en guardia. De pronto me descubro increíblemente nerviosa y esa sensación de que volvemos al principio me atrapa por completo. No tengo ni la más remota idea de
en qué está pensando ahora mismo.
—¿Quieres beber algo? —le pregunto, aunque no estoy segura de tener Jack Daniel’s. Supongo que podría ir a buscarlo a casa de los Berry.
—¿Ya te has instalado aquí? —inquiere mirando a su alrededor.
No sé qué contestar a eso. No me he instalado todavía aquí porque no sé si va a aceptar el divorcio y que le pague un alquiler. Conociéndola, seguramente la respuesta sea no y eso significa que deberé buscarme otro apartamento.
—Aún lo estoy pensando —contesto tímida.
Santana asiente. Clava su vista en un sobre blanco y alargado que tiene entre sus manos al tiempo que se humedece el labio inferior breve y fugaz.
—No voy a firmarlo, Brittany —afirma dejando caer el sobre en mi mesita de centro.
Son los papeles del divorcio.
—Te agradecería que lo hicieras —murmuro.
La mirada de Santana se recrudece y, acelerada, se pasa la mano por el pelo.
—Sé que me equivoqué, pero no puedes pedirme que firme los papeles del divorcio y me olvide de ti.
Sus palabras salen con tanta fuerza de sus labios que me desarman. Eso es lo último que quiero, pero también sé que es lo que más me conviene.
—Santana, tenemos que seguir adelante con nuestras vidas.
Tengo la sensación de que se lo estoy suplicando.
—Brittany, no pienso perderte —sentencia furiosa.
Su voz suena, casi desgarradora, y sus ojos brillan.
Ahora mismo estoy más confusa que nunca. Fue ella la que vino y ni siquiera intentó verme, la que dejó que pensara que le había pegado una paliza a mi mejor amigo.
No quiere perderme pero tampoco hace nada por recuperarme. Ella no es la única que está enfadada.
—¿Y por qué me dijiste que era mejor que algunas cosas volviesen a ser como siempre tendrían que haber sido? —replico llena de rabia.
Creo que no podría olvidar esa frase aunque quisiera.
Santana no dice nada. Se lleva las manos a las caderas y sus endurecidos ojos  se clavan en los míos. Está muy enfadada, frustrada, con la batalla interna a flor de piel.
—Porque es lo mejor —contesta exasperada.
Cabeceo nerviosa. No voy a volver a pasar por esto. No quiero.
—Te das cuenta de que has venido aquí a decirme que no vas a perderme, pero ni siquiera ahora eres capaz de hablar conmigo
—replico con la voz entrecortada.
Santana resopla arisca. Está al límite.
—Sólo quiero protegerte —responde casi en un grito.
—Pues yo no quiero que lo hagas —contesto en el mismo tono.
No dice una palabra pero sus ojos parecen decirlas todas. Ese
sentimiento que no sé identificar vuelve y por un segundo parece vulnerable. Eso me desarma. Sin embargo, como tantas veces, la arrogancia vuelve a ganar la partida y brilla intensa en su mirada. No va a hablar conmigo.
Harta de que todo sea así, giro sobre mis pies y me dirijo al pasillo. No quiero verla. No quiero seguir con esta agonía que no nos llevará a ninguna parte.
—Ya has sufrido bastante, Brittany —susurra con su voz más ronca.
Su única frase me detiene en seco y una lágrima cae por mi mejilla. Me giro despacio al tiempo que me la seco rápida y brusca con el dorso de la mano. Ella sigue en el centro de mi salón, injustamente bella, mirándome, consiguiendo que sólo quiera correr a sus brazos.
—Acabé haciéndote daño —continúa—, ¿no lo entiendes? Pasó exactamente lo que siempre supe que pasaría. Así que me he jurado a mí misma que me mantendré alejada de ti.
Bajo todo su autocontrol sus palabras están llenas de rabia y de dolor. Mis ojos se inundan de lágrimas. No quiero oírle decir que luchará por no estar a mi lado.
—Pues vete —murmuro con la voz entrecortada por el llanto y la rabia.
—¿Crees que no sé que eso es lo que tendría que hacer? —replica arisca.
—¡Hazlo de una maldita vez! —grito.
Estoy cansada de todo esto.
—¡No puedo! —contesta absolutamente exasperada. Calla unos segundos, tratando de encontrar la manera de calmarse, de no sonar casi desesperada—. Joder, no puedo y no sabes cómo me odio por ello, pero es que ya no sé vivir sin tocarte.
Sus palabras nos silencian a las dos. La dueña del mundo no puede vivir sin la pobre chica de Carolina de Sur. Mi corazón revive con esa frase, pero vuelve a caer fulminado porque nos deja otra vez en la casilla de salida. No puede vivir sin tocarme, pero se ha jurado no volver a hacerlo. ¿En qué posición me deja eso?
—Santana, no sé qué hacer —me sincero.
Ahora mismo estoy sobrepasada por todo lo que sentimos.
—¿De verdad quieres que firme esos papeles? —me pregunta y algo en su voz ha cambiado.
—Santana —la llamo clavando mi mirada en el suelo.
Ni siquiera sé qué le estoy pidiendo.
—¿Es lo que quieres?
No contesto. No sé qué decir. No puedo estar con ella, pero no he dejado de quererla ni un solo segundo desde la primera vez que lo vi.—¡Contéstame! —me apremia con su voz de jefa tirana y exigente.
—¡No lo sé! —respondo furiosa, alzando la cabeza y dejando que al fin su mirada atrape mis ojos vidriosos—. No lo sé —repito en un murmuro.
—Brittany —susurra salvaje, sensual.
Cruza la distancia que nos separa y, como ha hecho tantas veces, toma mi cara entre sus manos y me besa. Sin embargo, esta vez no puedo dejar que lo haga. No sé lo que quiero, pero tengo demasiado miedo. Estoy inmovilizada, asustada,
demasiado enfadada y triste.
Sin que pueda evitarlo, una lágrima cae por mi mejilla y vuelvo a agachar la cabeza. No quiero que me vea llorar, pero Santana no me da opción y me obliga suavemente a alzarla de nuevo. Su mirada se llena de un dolor frío y sordo al encontrarse con la mía.
Une nuestras frentes. Mi respiración se acelera. La suya se agita despacio. La quiero, pero no puedo estar con ella.
Finalmente me besa en la frente y se aleja de mí.
—Santana, por favor —la llamo.
Pero no me escucha y, sin mirar atrás, sale de mi apartamento.
Yo me quedo de pie en el centro de mi salón. Me siento aún más vacía. Nunca podré querer a nadie. Nunca podré olvidarme de ella. No quiero olvidarme de ella.
Suspiro hondo y me seco las lágrimas con rabia. Odio toda esta maldita situación.
Cojo el móvil de la isla de la cocina y tiro el sándwich. Ya no podría comer aunque quisiera. Apago la luz de un manotazo y camino a oscuras hasta mi habitación. Estoy a unos pasos de mi cama cuando mi iPhone se ilumina. Miro la pantalla. Es un correo electrónico de Brody.

De: Brody Saxs
Enviado el: 06/10/2014 19.47
Para: Brittany S. Pierce
Asunto: Reunión
¡Hola!
Acaba de ponerse en contacto conmigo el abogado de Santana Lopez. Ha accedido
a la firma del divorcio. El acto de conciliación será el próximo viernes a las diez de
la mañana en el departamento jurídico del Lopez Group.
Nos vemos mañana.
Brody.

Me quedo mirando la pantalla como una idiota y, antes de que me dé cuenta, estoy llorando de nuevo. Me meto en la cama y me tapo hasta las orejas. Nunca la he echado tanto de menos como en el momento en el que la he visto marcharse. Me muerdo el labio para contener nuevas lágrimas. No quiero llorar. Ha debido dar la
orden de la firma cuando acababa de salir de aquí. Sollozo. Todo se ha acabado. Me muerdo el labio aún más fuerte. El sabor metálico de la sangre se mezcla con mi saliva. Suspiro hondo y me acurruco contra la almohada. Todo se ha acabado de
verdad.
Cuando suena el despertador, creo que no he dormido más de media hora seguida. Lo apago de un manotazo y, exhausta, ruedo por la cama hasta hundir la cara en la otra almohada. Me arrepiento al instante. Está helada pero, sobre todo, no huele a  lavanda fresca. ¡Joder! ¡Mierda! ¡Maldita sea!
Resoplo con fuerza y comienzo a patalear con furia contra el colchón. Yo no soy así. Quiero dejar de llorar. Quiero dejar de estar triste. Me levanto de un salto y enciendo la vieja radio suplicando por una canción que sea como un terremoto de buen rollo. Me lo merezco.
—Vamos, vamos —gimoteo impaciente moviendo el dial.
Y entonces oigo los primeros acordes de Not giving in,[21] de Rudimental, John Newman y Alex Clare.
—¡Sí! —grito alzando los brazos.
Esta canción es justo lo que necesito.
Me desvisto de prisa y me meto en la ducha. El agua tarda en ponerse caliente pero no me importa.
No voy a rendirme. Puede que haya sido una semana dura, pero hoy nada ni nadie va a robarme la sonrisa de la cara, da igual cuántos trajes italianos a medida tenga. Salgo de la ducha envuelta en una toalla y abro la mochila de Sugar. Sin embargo, antes siquiera de revisarla, la cierro de golpe. Cojo las bolsas de tela del
supermercado que todavía contienen mi ropa y las vacío sobre la cama. Quiero ponerme uno de mis vestidos. No quiero llevar nada prestado. Quiero ser yo sin resquicio de duda.
Me pongo mi vestido color vino tinto con pequeños estampados rosas y blancos y me anudo mis Converse también blancas. No las que Santana me compró cuando estuve en el hospital, las mías, las que vinieron en mi maleta desde Santa Helena.
Me seco el pelo con secador y me lo dejo suelto. Me maquillo un poco y me pinto los labios. Necesito un look divertido. Me pongo mi cazadora vaquera y saco a Lucky. Algo rápido. No puedo llegar tarde. Después, como una neoyorquina más, corro hasta el metro y llego al Lopez Group puntual como un reloj.
La mañana se me pasa volando. Eficiente y profesional, hago todo lo que Quinn y me manda e incluso tengo un rato para charlar con Marley en su mesa. Esto de no pasarme las horas mirando las musarañas, conteniendo el llanto o martirizándome, me ha dado mucho tiempo extra.
A la una en punto soy yo quien llama a Sugar para ir a comer. Sigo sin hambre, pero me he propuesto recuperar la normalidad y pienso hacerlo en todos los sentidos. En el Marchisio’s sé que Sugar  ha notado mi cambio de actitud. No me ha dicho nada, pero me ha frenado cuando iba a pedir una ensalada de pavo y ha
ordenado hamburguesas con queso y Coca-Cola light para las dos. Tirar la dieta por la ventana es su manera de decirme que el día va a ser genial. Me siento tan motivada que le pido a Sugar  que no haga planes y me acompañe a buscar el resto de mis cosas a Chelsea. Ella asiente entusiasmada. Iremos en cuanto salgamos de trabajar. Santana nunca se marcha a las cinco. Eso hace
poco probable que coincidamos allí.
No la he visto en todo el día y lo prefiero. Se acabó el llorar y se acabó el pensar en ella.
A las cinco en punto salgo disparada de la oficina. Si quiero seguir adelante con mi plan, no puedo permitirme perder un minuto.
Al reencontrarnos en el vestíbulo, Sugar me sonríe encantada y agita unas llaves de coche.
—Tenemos las llaves de un Camaro —comenta fingiéndose peligrosa—.
Somos unas chicas duras.
Sonrío y la sigo hasta el parking, donde en seguida distingo el vehículo de Joe. La única condición que ha puesto para prestárnoslo es que no podemos tocar la radio. Sin embargo, aún no hemos salido del garaje cuando Sugar resopla al oír
el inicio de una canción electrónica alternativa y mueve el dial sin ningún remordimiento hasta que empieza a sonar Come get it bae,[22] de Pharrell Williams y Miley Cyrus.
Esta vez somos más previsoras y paramos en el mercado de Chelsea a pedir unas cuantas cajas de cartón.
Al entrar en la calle de Santana, he de admitir que me pongo un poco nerviosa, pero, recordándome todo lo que me dije esta mañana, me obligo a sonreír. Sugar me mira de reojo.
—Yo, Brittany S. Pierce… —dice en voz alta con la vista clavada en la calzada. Yo, la auténtica Brittany S. Pierce, la miro confusa. Ella me devuelve la mirada incitándome a repetir.
—Yo, Brittany S. Pierce…
—… prometo solemnemente…
—… prometo solemnemente…
—… seguir comportándome como si tuviera clarísimo lo que quiero…
Le dedico mi mejor mohín indignadísima por sus palabras, pero, como tiene razón, las acabo repitiendo.
—… seguir comportándome como si tuviera clarísimo lo que quiero…
—… porque, al final, sabré lo que quiero.
No puedo evitar sonreír. Ella también lo hace, pero, tras un instante, me mira instándome a repetir.
—… porque al final sabré lo que quiero.
—Y entonces nos emborracharemos como si nos acabáramos de escapar de una reunión de Alcohólicos Anónimos —añade a la vez que detiene el coche y echa el freno de mano—. Brittany S.Pierce, la esencia del sabor está en las burbujas — sentencia.
Yo frunzo el ceño y la miro aún más confusa que antes.
—Se te están acabando las frases buenas. Ésa ni siquiera tiene sentido —me quejo bajándome del coche.
—Tienes que pensarla —me replica haciendo lo mismo— y encontrar el significado, pequeño saltamontes. La sabiduría tiene que ser conquistada, no expuesta —añade muy espiritual.
—Sting estaría orgulloso de ti —comento socarrona rodeando el coche y acercándome a ella.
—Lo sé —responde muy satisfecha, cogiendo las cajas de la parte de atrás y repartiéndoselas conmigo.
No puedo evitarlo y acabo sonriendo.
Sin embargo, en cuanto doy un paso y las escaleras de Santana entran en mi campo de visión, me amilano un poco.
—No lo pienses —me aconseja Sugar adelantándome y comenzando a subir las escaleras.
Suspiro y la sigo. Una vez más, tiene razón.
Sugar llama y a los pocos segundos Finn abre. La sorpresa invade la expresión del hombre para todo de Santana, pero en seguida se recompone.
—Buenas tardes —nos saluda profesional—. ¿En qué puedo ayudarlas?
Yo quiero hablar, pero mi voz parece haberse evaporado. Sugar me mira un instante y se gira de nuevo hacia Finn.
—Venimos a recoger las cosas de la señorita Pierce.
El chófer aprieta los labios hasta convertirlos en una fina línea. Está claro que no quiere tener que dejarnos entrar con ese fin. Probablemente a Santana no le hará ninguna gracia.
—Por supuesto —comenta echándose a un lado.
Sugar cruza el umbral con el paso enérgico y yo la sigo otra vez. Al pasar junto a Finn, le sonrío fugaz y algo triste y él me devuelve el gesto.
—Hola, Finn.
—Hola, Brittany.
Me obligo a sonreír de verdad y entro definitivamente. Esto va a ser duro. No puedo bajar las defensas tan pronto. Sin embargo, apenas he dado un par de pasos cuando no puedo evitar que el corazón se me encoja un poco. La canción Mi amor, [23] de Vanessa Paradis, parece estar sonando a todo volumen en el piso de arriba.
Sugar me mira extrañada y yo miro a Finn, que mantiene la expresión imperturbable. Sea lo que sea lo que está ocurriendo, tengo perfectamente claro que no va a contármelo.
Las dos avanzamos hasta el piso superior. Cuando abrimos la puerta del salón, el sonido se hace ensordecedor. Dejamos las cajas en el primer escalón y entramos con el paso tímido. Sugar tropieza con algo tirado en el suelo e inmediatamente da
un paso atrás. La canción suena muy alta, pero se ha oído claramente unas botellas tintinear contra otras. Al bajar la vista, descubrimos con qué ha chocado. Es un caja llena de botellas de Jack Daniel’s que han abierto con prisas y de la que faltan al
menos dos. La canción termina y automáticamente comienza a sonar de nuevo. Avanzamos hasta la cocina y vemos a Santana junto a los inmensos ventanales.



CAPITULO 16


Lleva el traje con el que imagino que fue a la oficina, sólo que se ha quitado la chaqueta. Se ha remangado las mangas y se ha quedado descalza. Tiene una botella de bourbon en la mano en la que apenas queda un par de dedos. Está borrachísima. El corazón se me encoge aún más y me preocupo al instante.
Santana se da la vuelta en ese preciso momento y por un instante nuestras miradas se encuentran. Está destrozada, triste, hundida.
—Nena —susurra con una voz enronquecida apenas audible.
Ha sonado con adoración, como una súplica, como si fuera lo único en lo que puede pensar. Mis ojos se llenan de lágrimas y, como una idiota, alzo la mano suavemente tratando, a pesar de la distancia, de llegar a tocarla.
Oímos unos pasos acelerados y dejo caer la mano. Pestañeo y una lágrima baña mi mejilla, aunque me la seco antes de que nadie pueda verla. Inmediatamente Ryder y Quinn pasan a nuestro lado.
—Otra vez esa puta canción —se queja exasperado Ryder caminando hacia Santana—. Te juro que voy a quemar el maldito disco y todo el sistema de música. Su hermano llega hasta ella y sólo necesita darle un toquecito en el pecho para que Santana se desplome sobre su hombro. La botella que sostenía cae y estalla en
pedazos contra el suelo. El ruido resuena por toda la casa mezclado con la música, pero no me sobresalto. Estoy conmocionada. Observo cómo Ryder la lleva escaleras arriba, cargada sobre su hombro, absolutamente inmóvil, y un escalofrío helado e intenso me recorre todo el cuerpo. Nunca pensé que vería a la dueña del
mundo así. Ahora mismo no parece arrogante, ni malhumorada, ni odiosa, ni mujeriega. Ahora sólo parece estar destrozada.
Quinn masculla un juramento ininteligible que me saca de mi ensoñación.
Coge el pequeño mando del sistema de música y lo apaga con rabia. De pronto el silencio se hace casi insoportable.
—Todos los putos días lo mismo —farfulla muy enfadada, pero también desesperada, como si no soportara ver a su amiga así y no supiera qué hacer para ayudarla—. Todos los días venimos aquí, apagamos la maldita canción, la metemos en la cama al borde del coma etílico y tiramos el bourbon.
Quinn deja la caja sobre el mármol sin ningún cuidado, coge una botella y empieza a vaciarla en el fregadero.
Está realmente preocupada.
—Pero al día siguiente siempre hay una maldita caja esperándole en la puerta.
Hemos intentando que no le sirvan, pero lógicamente nadie se atreve a decirle que no a Santana Lopez. No come, no duerme, ¡sólo bebe, joder! Va a acabar en un maldito hospital.
Un nudo de auténtica inquietud me atrapa la garganta y no soy capaz de respirar. No puede ser verdad. La mirada de Santana cuando ha pronunciado ese «nena» se mezcla con todos los recuerdos de París, con la canción de Vanesa Paradis, con todo el dolor. No puedo permitir que siga así. No voy a dejar que se
acabe matando. Sin pronunciar una palabra pero llena de seguridad, camino hasta Quinn, cojo una botella y comienzo a verterla en el fregadero. Sugar  y el propio Quinn  me miran, pero ellos tampoco dicen nada. Apenas un segundo después, Sugar  también
se acerca, rebusca en la cocina hasta encontrar una escoba y recoge la botella rota. Todavía estamos deshaciéndonos del bourbon cuando baja Ryder. Tiene el semblante apesadumbrado. No le culpo.
—Lo he llevado al cuarto de invitados —me informa el mayor de los Lopez—, así podrás recoger tus cosas sin problemas.
Yo asiento, aunque recoger mis cosas es lo que menos me importa ahora mismo. Suspiro hondo y, nuevamente sin decir palabra, abro el frigorífico y comienzo a sacar verduras. Voy a los muebles y cojo una tabla de cortar y un cuchillo. Me da igual que le haya pedido el divorcio hace un par de días, me da igual que ya no podamos estar juntas. Me necesita y eso pesa más que todo lo demás.
Comienzo a lavar las verduras ante la atenta y confusa mirada de los tres.
—Voy a hacer ratatouille —les explico sin levantar la mirada de mis manos, que limpian un tomate rojo intenso—. Es el plato preferido de Santana.
Sugar asiente y se acerca a mí con el paso decidido, remangándose las mangas.
—Espero que tengas clara la receta, porque no he preparado comida francesa en la vida —comenta para intentar hacerme reír.
Lo hago pero no me llega a los ojos. Sugar me quita el tomate de las manos para contarlo y me da un beso en la mejilla.
—La cocina que no es francesa tampoco es que se te dé muy bien —comenta Quinn socarróna mientras se acerca a nosotras y comienza a abrir los armarios de la cocina en busca de una sartén.
Ella le hace un mohín de lo más infantil y ella sonríe encantado.
—¿En qué puedo ayudar? —pregunta Ryder.
—Hay que cortar todas esas verduras —respondo.
Ryder asiente, se quita la chaqueta, que deja con cuidado sobre uno de los taburetes, y rodea la cocina hasta llegar a nosotros.
Una hora después ya lo tenemos todo listo. Sólo falta que la salsa de tomate con cebolla caramelizada termine de cocerse para poder meterlo todo en el horno. Dejamos a Ryder a cargo de la salsa ante la incrédula mirada de Quinn , que se queja indignadísima de que no le pongamos al mando, y subimos para empezar a recoger mis cosas.
Justo antes de entrar en la habitación, no puedo evitar quedarme mirando la puerta del cuarto de invitados. Pienso en entrar, en acurrucarme junto a ella, pero rápidamente sacudo la cabeza y sigo a Sugar al dormitorio.
Ésa sería una mala idea.
«Pero que muy mala.»
—¿Estás bien? —pregunta mientras llenamos la primera caja.
—Sí —miento con poca convicción.
—Te dije una vez que tenías que aprender a mentir —comenta socarrona doblando mi vestido vaquero y metiéndolo en la caja.
Sonrío fugaz y abro el cajón de mi ropa interior. Voy levantando las prendas con cuidado hasta quedarme exclusivamente con las que compré yo. Todas las que se quedan en el cajón son de La Perla. Tomo el extremo de un sujetador y por un momento disfruto del tacto de la seda entre mis dedos. No puedo evitar recordar
cuando la cerró para nosotras. Resoplo, cierro el cajón de un golpe y me obligo a volver a la realidad


Última edición por marthagr81@yahoo.es el Vie Abr 01, 2016 1:39 am, editado 3 veces
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Abr 01, 2016 1:36 am

Me arrodillo para tener mejor acceso a los cajones siguientes. Aunque debería, no soy capaz de esquivar el que sé que sólo contiene la postal de Robert Doisneau y el disco de Vanessa Paradis y, armándome de valor, acabo abriéndolo. Sin embargo,
compruebo sorprendida que no hay nada. Está vacío. Reviso frenética los cajones que me quedan y no hay rastro de ninguna de las dos cosas. Apesadumbrada, me apoyo sobre mis talones y suspiro. No quería llevarme esas cosas. No debería importarme qué ha sido de ellas, pero soy tan estúpida y sigo tan enamorada que lo
cierto es que sí, me importa. Igual que me importa Santana. Por eso me he quedado preparando ratatouille cuando tendría que haber cogido mis cuatro trapos y Salir huyendo sin mirar atrás.
Quinn viene a buscarnos para avisarnos de que la salsa está lista. Le indico cómo debe meterlo en el horno y nosotras aceleramos el ritmo. Por suerte no tardamos mucho más y los chicos se encargan de llevar todas las cajas al Camaro. Sugar ayuda a Ryder a poner la mesa mientras Quinn saca el ratatouille del horno y yo coloco los platos sobre la rejilla para que vayan calentándose.
Estamos sirviendo cuando unos pasos nos distraen. A los pocos segundos, Santana se detiene en mitad de las escaleras. Se ha duchado, se ha puesto sus vaqueros gastados y un polo azul marino. Está descalza y con el pelo aún húmedo que
claramente se ha echado hacia atrás con la mano.
Me sorprende la capacidad que tiene para recuperarse. Cualquier otra persona, después de beberse una botella de bourbon, necesitaría dos día en la cama y otros dos de resaca. Ella, en cambio, después de sólo un par de horas de sueño y una ducha,
está tan increíble como siempre.
—¿Qué estáis haciendo? —le pregunta con el ceño fruncido a Ryder.
—La cena —respondo como si no tuviera importancia mientras dejo un plato en la mesa —. Ratatouille.
Santana me mira pero no dice nada. Ese sentimiento que no sé identificar vuelve a sus ojos y su mirada brilla increíblemente intensa. Exhala despacio todo el aire de sus pulmones y baja hasta reunirse con nosotros, que ya nos estamos acomodando en las sillas.
—Siéntate —le apremia Quinn señalando con la cabeza la silla a su lado, frente a mí.
Por un momento Santana me observa aún de pie. Yo intento fingir que sentir sus ojos no me están removiendo por dentro, pero, cuando alzo la cabeza y nuestras miradas se encuentran, algo intenso y maravilloso prende una mecha dentro de mí. Santana sonríe fujaz pero es su sonrisa más sincera y, antes de que me dé
cuenta, estoy devolviéndosela. Da igual todo lo que haya pasado, nunca dejaré de quererle.
Finalmente toma asiento y el aire vacío entre las dos se llena
irremediablemente de una suave electricidad.
—Brittany —me llama Quinn rompiendo el momento—, ayúdame a
convencer a Sugar para que me acompañe a una comida el jueves.
—No pienso ir —sentencia Sugar.
Sonrío algo nerviosa y me obligo apartar la mirada de Santana.
—¿Y dónde es ese almuerzo? —pregunto intentando fingir que les prestaba atención.
—En casa de mis padres —interviene Ryder—. Cada 9 de octubre toda la familia se reúne para comer. Celebramos que ese día mi abuelo volvió de la guerra en 1945.
Sonrío. Me parece un motivo precioso que celebrar.
—Fabray quiere llevar a Motta —continúa— y Ryder, que claramente es más lista que ella, no quiere acompañarla.
Quinn bufa indignadísima y los cuatro sonreímos.
Después de lo que nos ha contado Quinn, me alegra ver a Santana comer y creo que a los chicos también porque, aunque no dicen nada, parecen mucho más aliviados.
Yo no puedo evitar quedarme embobada con Santana más veces de las que me gustaría admitir, pero es que parece relajada, mínimamente feliz, y es en lo único en lo que puedo pensar. También noto su mirada sobre mí y mi corazón, todo mi
cuerpo en realidad, se acelera.
Terminamos de cenar y algo perezosos recogemos entre todos la mesa.
Cuando llevamos el último plato a la pila, Sugar me hace una discreta señal indicándome que deberíamos marcharnos ya. Yo asiento, también discreta, y las dos nos encaminamos a la puerta.
—Nosotras nos vamos ya —anuncia Sugar.
Los chicos, que charlaban junto a la barra de la cocina, dejan de hacerlo. Santana da un paso hacia nosotras.
—Es tarde. Finn os llevará —nos dice a las dos, pero sólo me mira a mí.
—No es necesario —respondo algo nerviosa—. Hemos venido en coche. Está aparcado fuera.
Santana asiente al tiempo que aprieta sus labios hasta convertirlos en una fina
línea. Sé que no le hace ninguna gracia que ande a estas horas por la calle.
—Tendremos cuidado —añado.
No quiero que tenga más cosas en las que pensar.
Ella asiente y yo también lo hago. Otra vez nuestras miradas se entrelazan como si estuviesen conectadas de una manera que ninguno de las dos entiende, y otra vez me siento tímida, nerviosa, como cada vez que la tengo cerca. —Vamos —murmura Sugar reanudando la marcha.
Vuelvo a asentir y la sigo. Le agradezco que me haya recordado que teníamos que irnos. Hoy han pasado demasiadas cosas, está demasiado bella y yo he estado demasiado cerca de sencillamente olvidarme de todo.
Bajo los siete escalones hasta la acera con la mirada concentrada en cada paso y así camino hasta el coche, pero, justo antes de montarme, no puedo evitar alzar la cabeza y mirar la preciosa fachada frente a nosotras. Me encantaría no tener un
intenso momento que recordar con cada centímetro cuadrado de ella. Me encantaría no echarlo de menos.
Sugar arranca y es mi particular llamada a la realidad. Me monto en el vehículo y ella se incorpora al tráfico. Suena Habits (stay high),[24] de Tove Lo y Hippie Sabotage.
—Eres la mejor persona que conozco —me dice Sugar con la mirada fija en la calzada.
—Ella lo habría hecho por mí —respondo encogiéndome de hombros.
Ella no dice nada más y yo tampoco. Las dos sabemos que tengo razón y por eso todo esto es aún más triste y complicado.
Subimos las cajas y las apilo en mi habitación. No voy a ponerme a
desempaquetar justo ahora, pero sí rebusco en las cajas hasta encontrar la pequeña cajita de madera donde guardo mis pulseras. Afortunadamente no tardo mucho en dar con ella. Necesito coger la que me regaló Santana y llevarla a la oficina. Tomé la
decisión de devolvérsela junto a los anillos y la cinta roja, y tengo la sensación de que, si no lo hago ahora, acabaré echándome atrás.
Por un momento sólo la observo entre mis dedos. Recuerdo perfectamente el día que me la regaló, cómo me sentí. Es muchísimo más que una simple baratija de seis dólares. Por eso regresé a la mañana siguiente a buscarla, por eso Santana se la
llevó cuando la tiré llena de rabia, y por eso también tengo que devolvérsela.
Sin darme más oportunidades de seguir pensándolo, cruzo el rellano y llamo a la puerta de los Berry. Como imaginaba, Brody está allí. Le doy la pulsera y, aunque insisten en que me quede y veamos un poco la tele, prefiero marcharme. De vuelta a mi apartamento, en mi habitación, metida en mi cama, estiro los
brazos y las piernas y formando una equis gigante clavo mi mirada en el techo.
Recuerdo cómo Santana pronunció ese «nena» y el corazón vuelve a darme un vuelco. Ella también está sufriendo con todo esto y la estúpida enamorada y kamikaze sólo puede pensar en correr a consolarla.
La alarma suena y otra vez estoy despierta antes de que lo haga. Tengo que empezar a resignarme. Nunca voy a volver a dormir como en uno de esos anuncios de colchones.
Me doy una ducha y me arreglo tomándome mi tiempo. Sentada en el borde de la cama, me anudo mis Oxford azules. Cuando termino, camino hasta el espejo y observo cómo quedan con mi vestido también azul con pájaros blancos estampados.
Me aliso la falda a la vez que me muerdo el labio inferior. No puedo dejar de pensar. Todo lo que pasó ayer en casa de Santana sobrevuela en mi mente desde que puse un pie fuera de Chelsea.
En la oficina todo es bastante monótono y aburrido y, después del descanso para comer, lo es aún más.
No dejo de pensar un solo segundo en Santana. Me preocupa que, cuando salga de aquí, haga lo mismo que lleva haciendo todos estos días. ¿Y si Quinn o Ryder esta vez no llegan a tiempo? ¿Y si acaba en un hospital? Cabeceo y lanzo un profundo suspiro a la vez que miro a mi alrededor. Que no pueda estar con ella no significa que no me importe lo que le pase. Me levanto como un resorte y con una pobre excusa salgo de mi oficina en dirección a su despacho. Sé que no es una buena idea, pero las palabras de Quinn
me taladran la mente: «No come, no duerme, sólo bebe».
No sé donde se ha metido la chica lista. Otra absolutamente kamikaze la ha sustituido.
Saludo a Blaine con un gesto de mano y una sonrisa nerviosa e inquieta y llamo a las enormes puertas dobles de caoba. Suspiro hondo y, cuando oigo cómo me da paso, agarro el pomo con fuerza y entro dejando mi sentido común sentado en la sala de espera.
Con el primer paso, alzo la cabeza y me detengo en seco, conteniéndome por no lanzar un suspiro. Santana está de pie junto al enorme ventanal de su despacho y la luz dibuja su rostro y su perfecto cuerpo hasta hacer brillar sus preciosos zapatos. Se alisa con la punta de sus hábiles dedos la camisa seda negra a lo
largo de su armónico pecho y se coloca bien los puños de la camisa blanca que le sobresalen elegantemente de su chaqueta negra. Por un solo instante puedo ver su precioso reloj de acero adornar su muñeca sofisticadoa y sobria. Toma las solapas de su chaqueta y de un tirón termina de ajustársela. Está rodeado de un aura de
atractivo realmente espectacular. Es imposible escapar de ella o ignorarla de algún modo. Desde luego, Sugar tenía razón cuando dijo que podría protagonizar su propio anuncio de colonia. Sería una de esas caras con el nombre de un diseñador italiano de renombre en el frasco.
Al fin ella también alza la mirada y me ve. Su mirada cambia imperceptiblemente por un solo segundo y acto seguido recupera toda su impenetrabilidad.
—Hola —me saluda con esa voz tan increíblemente seductora.
Definitivamente no ha sido buena idea venir aquí.
—Hola —musito.
Santana me observa y yo me doy cuenta de que tengo que decir algo, explicarle por qué he venido, pero las palabras se niegan a abandonar mi garganta.
—¿En qué puedo ayudarte? —pregunta amable pero también fría. La misma pregunta que le haría a cualquier persona.
Odio cuando me habla así. Pestañeo y vuelvo a la realidad. Sigo sin saber qué decir y, por mucho que apremio a mi cerebro, no se me ocurre cómo explicarle que casi no puedo respirar
cada vez que pienso que puede acabar en un hospital.
—¿Por qué cambiaste de opinión con lo del divorcio? —pregunto muy resuelta, tratando de sonar mínimamente segura.
Otra vez su mirada cambia. Se llena de todo ese sentimiento que no sé identificar, pero es lo único que muestra y apenas dura unos segundos. Su autocontrol ha hecho acto de presencia, tomando las riendas por completo.
—Ya te lo dije en tu apartamento. Quiero que dejes de sufrir, Brittany —responde con sus ojos infinitamente oscuros sobre los míos—, y si lo que tengo que hacer es alejarme de ti, lo haré.
No hay un resquicio de duda en su voz y eso me destroza en más sentidos de los que ni siquiera soy capaz de entender.
—¿Y emborracharte cada noche? —replico.
No lo hago enfadada. Estoy triste.
Santana exhala todo el aire de sus pulmones despacio, sin desatar su mirada de la mía.
—Cada uno sobrelleva el dolor como puede —contesta.
Aunque sé que no ha sido su intención, su respuesta me hace sentir pequeña. Ella también está sufriendo con todo esto, aunque yo a veces me empeñe en pensar que no es así.
—Santana —la llamo en un susurro entrecortado.
Me siento sobrecogida otra vez.
—Señorita Lopez, le esperan en la sala de juntas. —La voz de Blaine al otro lado del intercomunicador nos distrae a las dos.
Santana me observa en silencio. Me gustaría que las cosas fuesen diferentes, dejar de sentirme dolida, dejar de tener miedo, encontrar la solución perfecta que lo arreglara todo, pero no puedo. Es demasiado complicado. Finalmente aparta su mirada de mí, recoge una carpeta de la mesa y se dirige hacia la puerta.
—Santana —la llamo de nuevo cuando está a punto de cruzar el umbral.
Ella se detiene y se gira. Nuestras miradas se encuentran y simplemente vuelvo a entender que pertenezco a esos ojos. Eso no podrá cambiar jamás. Pero otra vez no soy capaz de decir nada y Santana, entendiendo perfectamente cómo me siento,
hace lo mejor para mí, lo que yo parezco no ser capaz de hacer, y se marcha.
Me quedo en su despacho como si mis pies estuvieran unidos con cemento al suelo. No quiero volver con ella, la simple idea me asusta demasiado, pero el que no vaya a volver a acercarse a mí me asusta todavía más.
¡Todo es tan frustrante!
Cuando reúno las fuerzas suficientes, regreso a mi oficina y me entierro hasta las orejas en trabajo. Quizá debería marcharme de la revista, de la ciudad o mejor aún del país. Mudarme a Brasil y empezar una nueva vida. No hablo portugués, pero
eso son pequeños detalles comparados con lo que me espera aquí cada día. Me obligo a dejar de martirizarme. Si acabo vendiendo cocos en la playa de Ipanema, lo haré con una sonrisa, pero ahora estoy en Nueva York y tengo que empezar a vivir mi vida. Sin embargo, por muy elocuente que sea mi discurso, no
puedo dejar de pensar que en ningún momento Santana ha dicho que vaya a dejar de beber. La idea de que pueda ocurrirle algo me taladra la mente sin descanso. ¿Por qué simplemente no puedo entender que pensar en Santana, estar mínimamente cerca de ella, no me conviene en absoluto?
Mientras cojo mi bolso del perchero y meto mi móvil dentro, trato de
autoconvencerme de que, en realidad, lo que soy es una buena samaritana. Guardo los archivos administrativos que revisaba para terminarlos en casa y me acerco al despacho de Quinn. No me pone ningún impedimento y, aunque apenas son las
cuatro, deja que me marche.
Tal y como me pasó ayer, conforme más cerca estoy de Chelsea, más nerviosa
me pongo. Además, el trayecto desde la parada de metro hasta su casa está lleno de recuerdos a cada cual más complicado de pasar por alto. Cuando cruzo una esquina cualquiera, y la pequeña pastelería donde me llevó a desayunar y después me folló
en las escaleras aparece frente a mí, tengo que suspirar un par de veces para poner en orden mi caótica respiración.
Por un momento, ser una buena samaritana ya no me parece una idea tan buena.
Delante de su puerta tengo un último ataque de dudas, pero finalmente llamo.
Otra vez dejo mi sentido común en la sala de espera. Un día de éstos va a buscarse otra chica que le haga un poco más de caso.
—Buenas tardes, Brittany —me saluda serio como de costumbre, pero con la sombra de una sonrisa en sus labios.
—Hola, Finn, ¿puedo pasar?
El chófer asiente y se hace a un lado. Sospecho que lo único que le ha impedido poner los ojos en blanco por mi pregunta ha sido su inquebrantable profesionalidad.
Sólo necesito dar un paso sobre este parqué, que siempre parece salido de una revista de decoración, para que los recuerdos me sacudan aún más intensos, pero me mantengo firme. Sería una estupidez deleitarme en lo feliz que fui aquí, porque
acabaría recordando que también fui muy desgraciada y no estoy aquí por ninguno de esos dos motivos.
—La señorita Lopez aún no ha llegado de la oficina —me informa.
—Lo sé —respondo con una sonrisa, esperando que evite futuras preguntas. No quiero tener que explicar el motivo de mi visita.
—La esperaré en el salón —añado resuelta, subiendo los primeros escalones.
—Si me necesita, sólo tiene que llamarme —me recuerda.
—Muchas gracias, Finn —contesto ya alcanzando la puerta del salón.
Entro y con lo primero que me encuentro es con una caja de Jack Daniel’s.
Todo mi cuerpo se tensa al instante. Es la confirmación perfecta de que he hecho bien en presentarme aquí.
Sin dudarlo, giro sobre mis pasos y desde lo alto de la escalera me asomo al piso de abajo.
—Finn —lo llamo.
Unos segundos después aparece desde una de las puertas junto a la inmensa cristalera del patio.
—¿En qué puedo ayudarla, Brittany?
—Sube, por favor —respondo con total convencimiento—. Necesito que te lleves algo.
Sin esperar respuesta, vuelvo al salón y comienzo a empujar la caja. Tiene doce botellas, así que pesa bastante, además de que no me encuentro en mi mejor estado físico.
«Será que ya no tienes a nadie que se encargue de que hagas ejercicio.»
Finn se frena en seco al verme y yo me incorporo.
—Quiero que te deshagas de esto —le informo señalando la caja.
El chófer me mira con cierto resquemor. No le culpo. A Santana no va a hacerle ninguna gracia, pero no me importa lo más mínimo. Creo que él parece adivinarlo en mi mirada porque, disimulando una incipiente sonrisa, se acuclilla y coge la caja.
—Será un placer ayudarla, Brittany.
Le devuelvo la sonrisa, también discreta, y observo cómo se marcha. Me pregunto si Santana tendrá idea de cuánto le aprecian la señora Aldrin y Finn. Suspiro y me llevo las manos a las caderas. ¿Qué hago ahora? No deben de ser siquiera las cinco. Antes de que lo decida, mis pies se hacen cargo de la situación y
comienzo a andar por la casa. Aunque todo está limpio y ordenado, tengo la sensación de que lo está de una manera diferente.
Subo a la planta de arriba y despacio camino por el pasillo hasta detenerme frente a la habitación de invitados. Alzo la mano y acaricio la madera con la punta de los dedos. Santana la tiro abajo por mí. Mis ojos se pierden en el suave color crema. No hay un solo rastro de aquella noche salvo nosotras.
Suspiro hondo y me alejo un par de pasos.
Lo mejor será que vaya a algún lugar neutral, como la biblioteca, y esperar allí. Al pasar junto a la habitación, no puedo evitar fijarme en que la cama está sin hacer. Lo primero que pienso es que la señora Aldrin está enferma, pero casi inmediatamente comprendo que no se trata de eso. Lo más probable es que Santana haya dado orden de que no suba. Observo la estancia con más detenimiento y me doy cuenta de que hay más de una decena de fotografías esparcidas sobre la cama desecha. Curiosa, me acerco,
pero boquiabierta me detengo a unos pasos al ver que son las fotos que nos hicimos en la suite del Carlyle con mi móvil.
Me arrodillo en la cama sin poder ocultar mi sorpresa y cojo una. Las recuerdo perfectamente. Están todas. Mis dedos junto a mi ombligo. Su mano sobre mi pecho sintiendo mi respiración. En mi cadera. Gimo bajito aún más sorprendida al encontrar, entre todas, la foto que una vez le mandé por error cuando apenas nos
conocíamos. Ésa en la que salgo en la playa de Santa Helena.
Suspiro de nuevo y observo la foto sin saber qué hacer ni qué decir. Está destrozada como lo estoy yo y eso rompe un poco más mi ya maltrecho corazón.
Ninguno de las dos se merece estar así.
Me levanto de un salto y con cuidado recojo todas las fotos, intentando no deleitarme en ninguna. Sin embargo, cuando tomo del colchón la que muestra su cabeza de pelo oscuro entre mis piernas, mi cuerpo brilla de puro placer. Son demasiados recuerdos esparcidos por esta cama y éste en particular es demasiado
intenso. Extasiada, alzo la mano y la paso por la fotografía, como si eso significara acariciarla a ella, a ese momento.
Resoplo absolutamente exasperada conmigo misma y me obligo a dejar las fotos sobre la mesita. Hago la cama sin perder un solo segundo y salgo de la habitación.
Cuando mis Oxford azules tocan de nuevo el parqué del salón, echo un vistazo a la escalera y exhalo todo el aire de mis pulmones. Sin darme cuenta, había contenido la respiración hasta llegar a lugar seguro. Aunque no sé si es muy acertado llamar a este salón lugar seguro.
Me pongo los ojos en blanco y abandono la estancia. Decido que lo mejor es esperarlo en las escaleras. No es territorio precisamente neutral, pero por lo menos aquí no me ha follado salvajemente contra la pared.
Vuelvo a ponerme los ojos en blanco por estar a punto de imaginarme exactamente eso y me siento a mitad de escalera. Miro la hora en mi móvil. Son casi las cinco.
Aprovechando que tengo que ocupar algo de tiempo, saco los documentos que me llevé de la revista y comienzo a revisarlos. Son el aburrimiento hecho papel. Sin embargo, apenas llevo unos minutos cuando mi cuerpo se enciende y alzo
la cabeza sin ni siquiera saber por qué.

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por 3:) Vie Abr 01, 2016 1:04 pm

holap,..

ahora que britt juegue a la buena samaritana,.. termine acercando a san,..
no me gusta el doble juego que tiene ahora,... o la deja o la deja!!
y que san lleve su dolor,.."matando se" sola con el alcohol,..
a ver que pasa cuando llegue san,..

nos vemos!!!
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por micky morales Vie Abr 01, 2016 7:20 pm

que pdo decir, no tengo palabras, DIVORCIO por el primer problema que se presenta???? que buena esposa resulto brittany un happy-ending!!!!!
micky morales
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por micky morales Lun Abr 04, 2016 9:09 am

tengo una duda, cada cuanto tiempo actualizas, me paso todos los dias y nada!!!!!!
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Abr 05, 2016 10:28 pm

3:) El Vie Abr 01, 2016 12:04 Pm holap,.. ahora que britt juegue a la buena samaritana,.. termine acercando a san,.. no me gusta el doble juego que tiene ahora,... o la deja o la deja!! y que san lleve su dolor,.."matando se" sola con el alcohol,.. a ver que pasa cuando llegue san,.. nos vemos!!! escribió:

este amor es enfermo, sabes que tiene que dejarlo pero no lo haces, creo que ese es el pensamiento de brittany. saludos

Micky Morales El Vie Abr 01, 2016 6:20 Pm que pdo decir, no tengo palabras, DIVORCIO por el primer problema que se presenta???? que buena esposa resulto brittany un happy-ending!!!!! escribió:

creo que la perdida de ambas el engaño de santana la llevo a todo eso, ahora ella actuara e intentara salvar lo que tenian pero desde cero creo yo, y si espero un happy ending se lo merecen, por que lo sentimientos no han muerto, aun se aman, que sentimental me salio todo eso


Micky Morales Ayer A Las 8:09 Am tengo una duda, cada cuanto tiempo actualizas, me paso todos los dias y nada!!!!!! escribió:

bueno por mi actualizaria diario pero si no comentan no me da animos de actualizar mas, pero normalmente lo hago dia de por medio, estos ultimos dias no lo hice por que estoy bajo medicacion por depresion, pero la tengo que dejar por que estoy aplicancdo para un trabajo, hoy fue mi primera entrevista me vieron con buenos ojos y mañana hare la otra prueba que esa no estoy segura que pasare, pero lo queria compartir con todas ustedes por que son parte de mi aunque no lo crean.

Aqui les dejo otro cap. por favor mandenme energias positivas para poder quedar necesito tanto este trabajo necesito recuperar mi vida.
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El mundo de Brittany

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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Abr 05, 2016 10:30 pm


Capitulo 17


Santana está al pie de las escaleras, observándome. Sus ojos se llenan de todo ese sentimiento que no sé describir y por un segundo sencillamente disfruto de su mirada sobre mí.
Sin decir nada, comienza a subir las escaleras. Su magnetismo me arrolla. Es como una encantadora de serpientes que me tiene por completo atrapada en su red. Al llegar a mi altura, se detiene y me tiende la mano. Tampoco necesita decir nada ahora. Le pertenezco y sus ojos son los encargados de recordármelo.
Levanto la mano despacio y ella saborea un momento el tacto de nuestros dedos entrelazados antes de alzarme sin esfuerzo. Nos quedamos cerca, muy cerca, y todo a nuestro alrededor se desvanece. Santana continúa subiendo y tira de mí para que lo siga. Cruzamos el umbral del salón y de pronto la estancia deja de parecerme diferente, como si su presencia en una habitación fuera todo lo que necesito para que sea exactamente lo que tiene que
ser.
Se gira para que quedemos frente a frente, posa la mirada en nuestras manos y despacio las separa. Mi cuerpo traidor lanza un sollozo que suena casi inaudible pero que retumba en mi interior.
Alza la cabeza y sus ojos y castigadores atrapan de inmediato los míos.
Otra vez me siento tímida y abrumada. Puede llegar a parecer tan inalcanzable. Ese halo de puro misterio y magnetismo, sensualidad masculina pura, sin endulzar, me atrapa y hace que mi cuerpo arda.
La buena samaritana se ha esfumado y sólo queda el deseo.
—¿Qué haces aquí? —susurra con su voz ronca y salvaje.
Mi mente está evaporada en su mirada, en la manera de dominarme sin ni siquiera tocarme. Suspiro de nuevo y trato de recuperar algo de lucidez.
—He venido para decirte que, si vas a beber, quiero que lo hagas delante de mí —trato de sonar todo lo segura que soy capaz.
La mirada de Santana se llena de todo ese sentimiento que no sé identificar y da un peligroso paso hacia mí, el último que nos separaba.
—Si bebo es porque, cada vez que miro a mi alrededor y tú no estás, me cuesta trabajo respirar.
Sus palabras me rompen por dentro. Están llenas de dolor pero también de amor. —Sólo quiero saber que estás bien, que no bebes tanto, que duermes.
Necesito saber que no va a ocurrirle nada malo.
—Si quieres que duerma, tendrás que hacerlo conmigo —pierde su mirada en su mano, que avanza por el aire vacío hasta anclarse en mi cadera y suavemente tira de mí—. No puedo dormir sin ti.
Yo también observo los dedos sobre la tela de mi vestido en ese punto exacto de mi cuerpo. Despacio, muevo mi mano hasta colocarla sobre la suya. Entrelazo nuestros dedos y, como ella hizo en las escaleras, saboreo el tacto de nuestras manos
juntas. Cuando se acoplan a la perfección, alzo la mirada y dejo que la suya, que seguía mis movimientos como lo hacía yo, me atrape.
Por un instante sólo me mira. Entiende perfectamente que le estoy diciendo que sí, que, si la que necesita es que duerma con ella, lo haré.
Santana tira de mí y nos lleva hasta las escaleras. Cada peldaño que subimos nos sumerge en esta especie de neblina llena de tregua y calma donde no parece importar ninguno de los problemas que nos han separado. No hay fotos del Times, ni nuestros padres, ni mi ropa manchada de sangre. Sólo estamos nosotras,
necesitándonos y curándonos. Cuando entramos en la habitación, una pequeña mueca de sorpresa atraviesa su
rostro al ver la cama hecha y las fotos sobre la mesilla.
—Yo también te echo de menos —susurro.
La mirada de Santana brilla más que nunca y en un rápido movimiento tira de mí hasta que mi cuerpo choca con el suyo y, ágil, me levanta obligándome a rodear su cintura con mis piernas. Sin ni siquiera pensarlo, hago lo mismo con mis brazos en su cuello y nos quedamos increíblemente cerca. Suspiro al sentirme
perfectamente acoplada a ella, al entender el grito ensordecedor de mi cuerpo que me dice que estoy en el único lugar donde quiero estar. No sé cuánto tiempo nos quedamos así. Ninguna de las dos se mueve. Ninguna de las dos dice nada.
Despacio, Santana nos tumba en la cama de lado, asegurándose de que mis piernas siguen enredadas en su cintura.
Vuelve a colocar su mano en mi cadera, aunque lentamente la desliza hasta llegar a mi vientre. Involuntariamente contengo la respiración.
—¿Alguna vez llegaste a sentirlo dando una patada? —me pregunta con la voz grave, triste.
Sus palabras me toman por sorpresa y mi corazón pierde un latido. Sin embargo, casi en ese mismo instante me doy cuenta de que quien más necesita la respuesta a esa pregunta es ella.
—No —musito.
—Mejor así —responde con la mirada perdida en su mano, que aún me acaricia suavemente por encima del vestido.
Alzo la mía y le acaricio lentamente, casi efímera, su desordenado flequillo. Al notar el contacto, Santana cierra los ojos con fuerza y comprendo que no soy la única que necesita dejar de pensar.
Sin dudarlo, escondo la cabeza en su cuello y me acurruco contra ella. Todo su cuerpo se tensa pero inexplicablemente también se relaja. Me rodea con sus brazos y me estrecha aún más contra ella. Siento cómo exhala todo el aire que contenían sus pulmones, como si al fin pudiera estar tranquila un solo segundo.
Me quedo dormida en cuestión de segundos y no tengo ninguna duda de que a ella le pasa lo mismo.
Una plácida y serena sonrisa llena mis labios. El suave olor a lavanda fresca inunda mi nariz. No quiero estar en ningún otro lugar. Abro los ojos despacio y me encuentro con el maravilloso rostro que ha marcado cada uno de mis días desde que los obreros de la cooperativa de transportes de Nueva York decidieron ponerse en huelga.
Está profundamente dormida y eso me hace feliz.
Alzo la mano, sumerjo mis dedos en su flequillo y se lo parto suavemente.
Adoro hacer eso. Bajo despacio y le acaricio la sien, la quijada. Es demasiado bella. Siempre supe que eso me traería problemas. Sonrío fugaz. ¿Por qué le estoy dando tantas vueltas a todo? ¿Por qué simplemente no le perdono y me quedo aquí
en esta cama toda la vida? Pero en ese preciso instante la única idea que me hace feliz se mezcla con una punzada de dolor que me parte en dos. Nunca saldría bien y yo no estoy preparada para pasarlo mal otra vez.
Lentamente me separo de ella. Santana gruñe dormida y gira la cabeza. Yo la observo un momento para asegurarme de que no se ha despertado y con el paso sigiloso rodeo la cama.
Estoy a punto de marcharme cuando reparo en las fotos sobre la mesita. Me atraen como el imán más potente del mundo. Las acaricio delicadamente y las desperdigo despacio hasta que aparece la de su mano en mi cadera. Me encanta esa
fotografía. Antes de que pueda decidir si es una buena idea o no, me la guardo en el bolsillo de mi vestido y salgo de la habitación.
El enorme ventanal del salón roba mi atención. Ya es de noche, aunque no tengo la más remota idea de qué hora es exactamente.
Llego a las escaleras y recojo mi bolso y las carpetas de uno de los peldaños.
Miro el teléfono móvil y compruebo que tengo varias llamadas perdidas de Sugar y Rachel. Son más de las diez. Sonrío sorprendida. Yo también he sido capaz de dormir profundamente.
Con cuidado, abro la puerta principal, como si el hecho de hacerlo
bruscamente pudiera despertar a Santana dos plantas más arriba.
—Brittany —me llama Finn cuando estoy a punto de salir.
Doy un respingo. No esperaba a nadie.
—¿Si, Finn? —pregunto con la respiración acelerada.
Me ha dado un susto de muerte.
—¿Me permite llevarla a su apartamento?
Tuerzo el gesto.
—Cogeré el metro, Finn, pero gracias.
Ahora el que tuerce el gesto es él. Sé que sólo se está preocupando por mí, y por Santana, pero no necesito un guardaespaldas y mucho menos ahora que todo se ha acabado. Trago saliva. Odio esa palabra.
—Permítame el atrevimiento, pero no creo que a la señorita Lopez le guste. Probablemente no, pero ella ya tampoco tiene que preocuparse por mí.
—Pues entonces es una suerte que ya no sea nada de la señorita Lopez.
La expresión de Finn cambia por completo en un solo instante, pero no es la única. No sé por qué he dicho eso, pero soy plenamente consciente del dolor que he sentido al pronunciar cada palabra.
Me despido del chófer y prácticamente corro hasta la parada de metro.
Mientras cruzo mi calle, le mando un mensaje a Sugar diciéndole que estoy bien y a punto de meterme en la cama. Decido no contarle que he estado en casa de Santana. Ya están lo suficientemente preocupados por mí. Además, seguro que no me
creerían cuando les dijese que sólo quería asegurarme de que no bebiese.
Su respuesta no se hace esperar. Me pregunta que en qué clase de neoyorquina me he convertido si pienso irme a dormir tan temprano un miércoles por la noche.
Yo le respondo que una con mucha clase y Sugar me replica que no juegue esa carta porque toda la clase se la llevó ella. Después de unos diez mensajes en menos en dos manzanas, acabó claudicando, girando sobre mis pasos y volviendo al metro
para reunirme con ella y los demás en The Vitamin.
Vamos por la segunda ronda de Martini Royale cuando el tono de llamada entrante de mi móvil, Roar,[25] de Katy Perry, se mezcla con Stolen dance,[26] de Milky Chance, que suena en el local. Doy un nuevo trago y estoy a punto de espurrearlo sobre la mesa cuando miro la pantalla de mi iPhone y veo el nombre de
Maribel Lopez escrito en ella.
—¿Y esa cara? —pregunta Rachel.
—Es Maribel, la madre de Santana —respondo agitando suavemente el teléfono en mi mano.
Los Berry, Brody y Sugar me miran sorprendidos y confusos al mismo tiempo. Supongo que es una versión light de la expresión que debo de estar luciendo yo.
—¿No vas a cogerlo? —pregunta Joe.
Niego con la cabeza. No quiero hacerlo. Aunque lo único que ganaría sería comportarme como la cría inmadura que me empeño en gritar que no soy. Los adultos son capaces de mantener conversaciones telefónicas.
—Claro que sí —respondo muy segura.
Cojo el iPhone a la vez que me levanto y deslizo el pulgar por la pantalla mientras me encamino a la puerta del local.
—Buenas noches, señora Lopez.
—Buenas noches, Brittany —contesta amable—. Disculpa que te llame a estas horas, ¿puedo robarte unos minutos?
Empujo la puerta y salgo a la calle. Me giro echando de menos mi abrigo, pero, cuando me alejo unos pasos, me doy cuenta de que apenas hace frío.
—Claro. ¿En qué puedo ayudarla?
Me esfuerzo mucho para que mi tono de voz no refleje lo nerviosa e incómoda que me siento. Sólo espero que no quiera volver a hablar de lo que ha pasado con Santana. —Verás... mañana es un día muy importante para la familia. Celebramos el aniversario del regreso del frente del padre de mi esposo, Elliott.
Asiento. Recuerdo cuando Ryder lo mencionó en la cena.
—Me gustaría mucho que asistieras —añade.
Trago saliva instintivamente. ¿Me está pidiendo que vaya a almorzar a Glen Cove? —Señora Lopez…
—Brittany —me recuerda.
—Maribel —rectifico nerviosa—, le agradezco mucho su invitación, pero tengo que rechazarla.
No quiero ser maleducada, pero no puedo sentarme a comer con ellos como si nada hubiera pasado.
—Entiendo tus reticencias —comenta.
En realidad creo que no las entiende. Si lo hiciese, no me invitaría.
—Me alegra que lo haga y por eso comprenderá que no acepte —me reafirmo.
—Brittany, todavía eres una Lopez —replica llena de una elegante seguridad que no ofrece posibilidad de dudas— y los Lopez pasamos este día en familia.
Sus palabras me silencian de golpe. Ha borrado de un plumazo cualquier excusa que pudiese darle.
—Allí estaré, señora Lopez —musito.
—Me alegra oír eso, cielo. Te esperamos en Glen Cove a las doce.
Cuelgo y suspiro hondo mirando mi iPhone como si fuera mi mayor enemigo.
No me puedo creer que mañana vaya a almorzar con Santana y su familia. Me llevo el teléfono a la frente y cabeceo exasperada. Desde ahora soy plenamente consciente de que va a ser un absoluto desastre. Regreso al bar y, tras soportar una decena de chistes y burlas sobre la comida de mañana en particular y mi vida en general, pedirle el Mini prestado a Rachel para llegar a Glen Cove y beberme otro Martini Royale, me marcho a casa. Lo último
que necesito mañana es tener resaca.
Ya en mi cama, con la mirada clavada en el techo, no puedo dejar de darle vueltas a todo lo que ha pasado hoy y, por supuesto, a mi plan para mañana. Lucky camina perezoso, se sube al colchón y se tumba a mi lado. A veces creo que él también echa de menos a Santana.
«Y hoy has dejado claro que no es el único.»
Después de una hora de reloj con los ojos como platos, decido levantarme y hacer algo de utilidad. Lucky alza la cabeza, me mira durante un segundo y vuelve a acomodarla sobre sus patas. Parece que él no tiene ninguna intención de moverse.
Abro el armario de golpe con la idea de revisar mi ropa y buscar qué ponerme mañana para ir a casa de los Lopez. Sin embargo, el armario está vacío. Todo sigue aún en las cajas. Me dejo caer sobre la puerta del mueble y apoyo la frente contra la madera. Ni siquiera debería ir.
—¡Eres imbécil! —la voz de Sandy suena cristalina a través del techo—. ¡Es mi trabajo! ¡No soy yo!
Miro hacia arriba y tuerzo los labios. Sandy y yo deberíamos poner a medias el puesto de cocos en Ipanema.
Resignada, llevo mi vista hacia las cajas y comienzo a abrirlas. Es un momento tan bueno como cualquier otro. En la primera encuentro mi vestido gris. Es uno de mis preferidos. Muy sencillo, cortado a la cintura y con un precioso encaje en la parte superior. Quedará de cine con mis salones nude con un poco de plataforma,
probablemente los zapatos más elegantes que tengo.
Miro el reloj. Es más de la una, pero sigo sin una pizca de sueño. Muy resuelta, voy hasta el baño, cojo mi esmalte Rouge Cinema y me siento en el centro de la cama. Es un momento ideal para pintarme las uñas. Sin embargo, estoy soplando la
pintura sobre el segundo dedo de mi pie derecho cuando caigo en la cuenta de que, si me pinto las uñas de los pies de rojo, tendré que pintarme las de las manos y, si me pinto las de las manos, tendré que pintarme los labios. Resoplo malhumorada. Por nada del mundo pienso pintarme los labios de rojo. Ese color está vetado. Sólo
me ha traído problemas. Vuelvo al baño enfadadísima, cojo el quitaesmalte y la laca de uñas más neutra del mundo, rosa claro, y regreso a la cama. Cuando al fin me obligo a tumbarme, cerrar los ojos e intentar dormir son más del las tres.
Abro los ojos y me incorporo como un resorte pensando que me he quedado dormida, pero apenas son las seis. Respiro hondo y me dejo caer de nuevo sobre la cama. Ya que estoy despierta, decido darme una ducha relajante y tomarme un tazón de cereales con sirope de arce, aunque lo cierto es que no tengo hambre. Intento
recordar la última vez que comí de verdad, no dos bocados con desgana de una ensalada de pavo, y creo que fue el ratatouille en casa de Santana. Frunzo el ceño. No es algo de lo que me sienta orgullosa. Estoy siendo muy irresponsable. Me levanto de un salto y voy hasta la cocina. Preparo café en mi vieja cafetera
italiana y saco varias piezas de fruta. Me tomo mi tiempo en lavarlas, pelarlas y cortarlas. Sigo sin hambre, pero no puedo continuar así y me obligo a comer hasta el último trozo.
Me ducho y me preparo con calma. Me seco el pelo con el secador y me ordeno las ondas con los dedos. Cada vez estoy más nerviosa. Lucky entra en el baño mientras me maquillo y se pasea entre mis piernas. Me pinto los labios prestándole atención a mi cachorro en vez de al espejo. Seguramente quiere salir a
jugar. Cierro el carmín, lo dejo sobre el mueble y me agacho a acariciarlo. El domingo convenceré a Joe para que lo llevemos a jugar al frisbee a Central Park. Cuando me incorporo, me miro al espejo y frunzo el ceño al comprobar que mi subconsciente, o simplemente el universo, que sé yo, me han jugado una mala
pasada y sin darme cuenta me he pintado los labios de rojo. Enfadada, me los limpio y, aún más molesta, cojo el carmín y lo guardo en uno de mis bolsos. Con un poco de suerte olvidaré en cuál. Termino de maquillarme, me subo a mis tacones y salgo de mi apartamento. Nada más poner un pie en la acera, miro al cielo sorprendida. Hace un sol de justicia. Una sorpresa de lo más agradable teniendo en cuenta que ya estamos en
octubre. Me quito el abrigo y me lo cuelgo del brazo. Está claro que no voy a necesitarlo.
Voy hasta el Lopez Group en el Mini de Rachel. Así podré salir directamente hacia Glen Cove desde la oficina.
Quinn y yo nos damos bastante prisa para sacar adelante el trabajo de todo el día en estas cuatro horas escasas. Estamos a punto de conseguirlo y apenas dejamos por hacer un par de cosas. Hemos sido de lo más eficientes.
Bajamos juntos al parking. Quinn me recuerda que puede llevarme, pero rechazo su ofrecimiento. Prefiero ir en mi propio coche por si me veo obligada a salir huyendo despavorida.
«Es lo que comúnmente se conoce como una vía de escape.»
No he arrancado todavía cuando recibo un mensaje de Sugar. Es un enlace a una lista de Spotify que ha titulado «Para que sigas con las bragas puestas». No puedo evitar sonreír, sobre todo cuando veo Like a virgin,[27] de Madonna. Sugar Motta es única enviando mensajes subliminales.
Con la sonrisa en los labios, conecto el iPhone al sistema de sonido del coche
y me paso todo el camino a Glen Cove cantando los grandes éxitos de Bonnie Tyler a pleno pulmón. Estoy muy nerviosa, así que cantar como si se fuera a acabar el mundo me ayuda mucho.
Sin embargo, cuando tomo el sendero que lleva a la propiedad de los Lopez, ni siquiera el Girls just want to have fun,[28] de Cyndi Lauper, que suena a todo volumen, me ayuda. Respiro hondo y me detengo frente a la enorme cancela. No debería estar aquí. Me agarro al volante y dejo caer la cabeza sobre él. Esto es un
error de manual.
«Del manual de la tonta enamorada que no comprende que, estar cerca de la chica guapísima, complicada y atractiva como si no hubiera un mañana, no le conviene; para ser exactos.»
Podría salir huyendo. Alzo la mirada y la pierdo al frente hasta divisar la preciosa mansión. Si lo hiciera, sólo estaría aceptando que soy la cría que me empeño en demostrar que no soy. Me incorporo y, antes de que pierda el poco valor que he conseguido reunir, meto primera y atravieso la cancela.
«Ánimo, Pierce. Tú puedes.»
Meto segunda y acelero suavemente. Claro que puedo. Sólo tengo que creérmelo.
Aparco el coche junto a las enormes puertas color crema del garaje. No es hasta que me bajo, aún tarareando la canción para combatir lo nerviosa que estoy, que me doy cuenta de que el BMW de Santana está a unos pasos de mí. Ella ya está aquí.
Dejo de cantar de golpe. Ahora sí que estoy nerviosa.
Rodeo la casa por el camino de piedra y subo las majestuosas escaleras intentando volver a infundirme valor, pero no soy capaz. Todo lo que pasó ayer fue demasiado intenso en todos los sentidos. Ni siquiera sé exactamente cómo me siento y estoy completamente segura de que verla aquí, en el mismo jardín donde nos
casamos, no va a ayudar.
—Me marcho —susurro para mí.
Giro sobre mis pasos y regreso a las escaleras. He pedido el divorcio, técnicamente ya no soy una Lopez. Apenas he alcanzado el primer escalón cuando Quinn aparece por el camino de piedra y me dedica una sonrisa.
—¿Te has perdido? —me pregunta.
Yo me obligo a sonreír.
«Te ha pillado en plena fuga, Pierce. Hay que ver qué patética eres.»
—Sí —respondo a punto de reír nerviosa—. Esta casa es tan grande que es muy fácil despistarse.
—No te preocupes —responde llegando hasta mí—. Me la conozco como la palma de mi mano.
Me hace un gesto para que pase primero y yo asiento. A regañadientes vuelvo a dirigirme al vestíbulo. Ahora mismo Quinn no es mi persona favorita en este universo.
No hemos puesto más que un pie en la casa cuando oigo pasos venir en nuestra dirección.
—Cielo —me llama una suave voz y automáticamente sé que es Maribel Lopez. Suspiro hondo por última vez y me aliso inquieta la falda del vestido.
—Estás preciosa —comenta a un par de metros de mí.
—¿Y yo no lo estoy? —pregunta Quinn socarróna—. Son mis vaqueros más elegantes.
Maribel ladea la cabeza y la regaña divertida con la mirada.
—Los chicos están en el jardín —le informa.
Es decir, que Santana está en el jardín. Las burbujas en la boca de mi estómago acaban de multiplicarse por mil.
Quinn me guiña un ojo cómplice y se dirige al jardín con paso ligero. Al pasar junto a Maribel, se detiene y le da un beso en la mejilla. Está claro que en esta casa es una hija más.
—Gracias por venir —me dice dándome un delicado abrazo.
—Gracias a usted por invitarme —musito.
Me gustaría ser una de esas mujeres que son toda seguridad en cualquier circunstancia, porque en estos momentos me tiemblan demasiado las rodillas.
—Acompáñame al jardín —me anima haciéndome un gesto con la mano para que camine con ella—. Hemos decidido aprovechar el excelente día que hace y comer fuera.
A cada paso que doy, me recuerdo una y otra vez que no tengo por qué estar tan nerviosa. Soy una mujer adulta, maldita sea. Además, los Lopez ya no son nada mío. Odio esta última idea, pero es la verdad. Mentalizada, avanzo los últimos metros y atravieso la preciosa puerta de cristal y madera hasta el jardín. Unas chicas del servicio riendo y charlando entre ellas con varios manteles de lino perfectamente doblados entre las manos entran en la casa en
ese momento. Sus animadas risas me distraen y, cuando devuelvo mi mirada al patio, una tenue brisa levanta el extremo de un mantel idéntico ya colocado en la mesa. Un suave olor a azahar lo inunda todo y se entremezcla con los rayos de sol que la pérgola deja avanzar arbitrariamente. Por un segundo creo que me he
trasportado a la campiña de algún país del sur de Europa. Esta casa es como un sueño.
Involuntariamente, una sonrisa se dibuja en mis labios, pero cuando alzo la mirada y la veo, sin quererlo, se ensancha aún más. Está caminando por el cuidado césped, charlando con su padre, Ryder y Quinn, algo lejos de la pérgola pero no lo suficiente como para evitar que sus ojos hagan que mi corazón se dispare en cuanto nuestras miradas se encuentran. Exhala el aire de sus pulmones despacio
sin levantar la vista de mí y, otra vez, por un solo segundo, tengo la sensación de que todo a nuestro alrededor se relativiza y ahora Santana forma parte de mi sueño de manteles de lino y brisas tenues con olor a azahar. Finalmente pestañea y aparta su mirada de mí. Tengo la sensación de que su batalla interna ha vuelto, pero por unos motivos completamente diferentes a los que
nos mantuvieron separados al principio de nuestra historia.
—Hola, Brittany. —La voz de Thea me devuelve a la realidad.
—Hola —respondo obligándome a sonreír y, sobre todo, obligándome a dejar de mirar a Santana
—¿Te apetece venir conmigo a la cocina? —pregunta risueña—. Estamos preparando el postre.
Asiento y la sigo al interior de la casa. Alejarme de ella me parece una idea genial.
Thea me guía hasta la cocina mientras me cuenta que están preparando crème brûlée y que no puedo perder de vista a Olivia porque está intentando echarle smarties. En ese momento mi móvil comienza a sonar. Miro la pantalla. Es Sugar.
Le hago un gesto a Thea para decirle que necesito cogerlo. Ella sonríe.
—No te preocupes —me disculpa—. Allí está la cocina —me indica señalando una puerta a la derecha del pasillo a la vez que comienza a andar hacia ella.
Asiento y, llevándome el teléfono a la oreja, me alejo en dirección contraria.
—¿Cómo va el almuerzo? —pregunta curiosa—. Espero que aún lleves las bragas puestas —continúa amenazante.
—Sí, no te preocupes, con la cuarta canción de Bananarama capté el mensaje —replico socarrona.
Miro a mi alrededor buscando algún sitio un poco más privado para poder hablar. Sé que vamos a acabar haciéndolo de Santana y no me hace ninguna gracia que alguien pueda oírme. Camino un par de metros y vuelvo a echar un vistazo a ambos lados. Esta casa es enorme. No tengo ni la más remota idea de dónde estoy. Ni
siquiera creo que pudiera volver al jardín sola desde aquí. Al fin accedo a un bonito salón y al fondo hay un inmenso ventanal. Acelero el paso y salgo a la terraza. Ya estoy a salvo.
—¿Sigues ahí? —pregunta Sugar.
—Sí —respondo escueta.
—¿Y bien? ¿No tienes nada que contarme?
—¿Qué quieres que te cuente?
—¿La has visto? —inquiere exasperada.
—Claro que la he visto —respondo, poniéndome más nerviosa por segundos.
—¿Y?
—¿Y qué?
Por Dios, esta conversación es absurda.
—Brittany —se queja al fin.
—No tengo nada que contar.
—¿Como tampoco tenías nada que contar ayer? —me suelta de repente—.
Hablamos por teléfono, hablamos en el bar... y en ningún momento se te ocurrió contarme que fuiste a ver a Santana.
¡Mierda! ¿Cómo consiguen enterarse siempre de todo?
—No fui a su casa para lo que tú piensas —me defiendo.
—Es que creo que sí fuiste a verla para lo que yo pienso —replica—. Brittany
—continúa tras una mínima pausa—, si hubieses ido a echarle un polvo, podría incluso entenderlo, pero tú fuiste a consolarla, a impedir que bebiera, y eso es mucho más peligroso para ti.
—No estoy de acuerdo.
Mis palabras salen veloces. No puede pedirme que me siente tranquilamente a ver cómo acaba en un hospital.
—Pues deberías —sentencia—. Lo que estás haciendo es lo que hace una chica enamorada y tú lo estás de la chica equivocada.
Trago saliva. Tiene razón, pero ahora mismo esto es lo último que necesito.
—Sugar, ¿tenías que llamarme justo ahora para decirme esto?
—He pensado que necesitarías que te lo recordaran.
Resoplo.
—No voy a volver con Santana —sentencio—, pero eso no quita que esté hecha un verdadero lío —me sincero.
Ahora la que resopla es ella.
—Es normal tener dudas —me anima.
—¿Tú las tienes?
—Todo el tiempo —contesta exagerando cada letra.
—Respóndeme a una pregunta: ¿las dudas las tienes con Joe, con Quinn o con las dos? —inquiero burlona.
—Ja, ja —se apresura a replicar sardónica—. ¿Sabes? Tengo que colgar. Tú respira hondo y sé la nuera perfecta. Demuéstrale a su padre lo que se ha perdido.
Su última frase me hace sonreír pero, cuando pienso en todas las demás, el gesto se apaga. Tiene razón. Tengo que dejar de hacer cosas tan estúpidas como ir a Chelsea. Eso se acabó.
Siguiendo las instrucciones de Sugar, respiro hondo y contemplo las
increíbles vistas desde esta terraza. Estos jardines son kilométricos y realmente preciosos. Debería dejar de darle tantas vueltas a todo. Las cosas acabaran calmándose y mejorarán. Van a mejorar. Tienen que mejorar. Me lleno de este aire puro del sur del estado y con una sonrisa, mitad obligada, mitad sincera, giro sobre
mis pasos dispuesta a encontrar la cocina y aprender a preparar crème brûlée. Sin embargo, nada en absoluto, ni las vistas, ni todo el optimismo y el valor autoinfundido, ni siquiera una charla de horas con Sugar, podrían prepararme para enfrentarme a ella.
Está de pie, frente a mí. Con sus espectaculares ojos posados en los míos azules y nerviosos. Su camisa blanca se adhiere perfectamente a su cuerpo, lo armoniza, lo realza y me tortura. Tiene los primeros botones desabrochados y las mangas remangadas exactamente como en el jardín y, también como en el jardín, sus pantalones de traje le caen seductoramente sexies sobre las caderas. Es el atractivo, el deseo, la sensualidad, el cielo y el pecado, fundidos en una sola mujer y eso no es justo, nada justo.
—¿Qué haces aquí, Brittany? —pregunta con su voz tan increíblemente ronca y femenina.
—No lo sé —musito.
Y es la verdad, porque mi sentido común no para de gritarme que debería salir corriendo sin mirar atrás.
Santana ladea la cabeza sin apartar su mirada de la mía, como si esa respuesta fuese exactamente la que deseaba escuchar y al mismo tiempo la que odia haber escuchado.
Yo me giro abrumada por todo lo que me está haciendo sentir, por tenerla tan cerca, por querer correr a tirarme a sus brazos y a la vez tener que hacer un esfuerzo titánico para frenar mi cuerpo sublevado. No se trata de no querer, sino de no poder.
Santana cubre la distancia que nos separa y se detiene a mi espalda, tan peligrosamente cerca que puedo notar la calidez de su cuerpo traspasar su ropa y la mía y calentar mi piel.
—Quiero mantenerme alejada de ti —susurra con la voz rota de deseo. Su mano avanza desde mi costado hasta el centro de mi vientre y me atrae hacia ella—.¿Cómo crees que me siento cuando te veo en esta maldita terraza con ese vestido?
Sus dedos se hacen más posesivos sobre mi piel y yo gimo bajito.
—Vas a volverme loca —sentencia hundiendo su nariz en mi pelo.
Sus palabras retumban dentro de mí y hacen que mi corazón lata desbocado.
—Santana—susurro.
Mis labios pronuncian su nombre como la plegaria que es. Podría pasarme toda la vida llamándola. Pero, entonces, la que parece recuperar el sentido común es ella. Desliza su mano por mi cuerpo hasta separarnos suavemente y da un paso atrás.
—Thea te está esperando en la cocina.
Su cuerpo ya no toca el mío y me descubro vacía, triste y, como siempre, demasiado abrumada por sentirme así. Es el efecto Santana Lopez sobre la pobre Brittany S. Pierce. El del viento haciendo volar la hoja.
Asiento y giro sobre mis pies para marcharme, aunque francamente ni siquiera
tengo claro que mis piernas vayan a sostenerme.
marthagr81@yahoo.es
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Abr 05, 2016 10:45 pm

Al mismo tiempo que doy un paso hacia el interior, Santana lo hace hacia el exterior y de reojo veo cómo se pasa la mano por el pelo. Antes de marcharme definitivamente, cometo el peor error de todos y me vuelvo para mirarla. La visión me sobrecoge un poco más. Tiene las manos en los bolsillos, todo su cuerpo
armónicamente tenso, como el de una leona, y en sus ojos la batalla interna reluce con tanta fuerza que nos ciega a las dos. A su espalda se extiende el maravilloso jardín y me doy cuenta de que es el mejor escenario posible para la mejor mujer posible, y todo para mí es sencillamente inalcanzable.
Tratando de reanimar mi corazón, regreso a la cocina. Sorprendentemente no tardo en encontrarla, pero, en cuanto lo hago, Thea me explica con una sonrisa que
ya nos esperan en la mesa. Aturdida todavía por lo que acaba de pasar, sigo su animado paso hasta el patio. Necesito un momento, pero obviamente no lo tengo.
Cuando llegamos, los Lopez ya están sentados a la mesa. El señor Lopez , presidiéndola, y Santana, en la otra cabecera. Suspiro aliviada al ver que me han reservado el sitio al lado de Quinny. No puedo permitirme pasar toda una comida junto a Santana.
Sin embargo, su presencia es lo suficientemente embriagadora como para que casi me cueste trabajo respirar. Venir aquí ha sido una locura y el momento que hemos vivido hace apenas unos minutos lo ha sido aún más. Intento concentrarme
en cosas pequeñas, como mi copa llena de un perfecto vino francés o el protocolo distendido pero conciso con el que las chicas sirven el fricassée de cordero con trufas.
Quiero relajarme, pero, cuando kamikaze llevo mi vista hacia ella y su mirada ya me espera para atrapar la mía, siento de nuevo los latidos de mi corazón húmedos y calientes luchar contra mi pecho. Parece enfadada, arisca, como si una parte de ella siguiese en esa terraza y hubiese inventando un final diferente que, al no poder vivir, le enfurece. Me obligo a apartar la mirada y bebo de mi copa de vino. Me gustaría apurarla hasta el final, pero me contengo. Puede que no pare de hacer estupideces, pero todavía tengo conciencia de dónde estoy.
—Y, cuéntanos, Brittany... —me pide Maribel tras hacerle un pequeño gesto a las chicas para que se retiren después de servir el último plato—, ¿te gustó París ? Sonrío nerviosa. Hablar de mi luna de miel es lo último que necesito.
—Sí. Es precioso —musito y le doy un nuevo sorbo a mi copa de vino. No quiero parecer nerviosa, pero soy plenamente consciente de que estoy fracasando.
—París me encantó —interviene Thea y se lo agradezco muchísimo.
—¿Has estado allí? —inquiero tratando de que la atención se centre en ella y no en mí.
—Sí —responde feliz —. Ryder me llevó. Fue nuestro primer viaje
romántico. Dios, fue hace una eternidad —recuerda con cariño—. Ni siquiera estábamos casados.
Todos menos Santana, que sigue pensativa y distante, sonreímos.
—Quizá... Brittany también habría preferido conocer París así —interviene el señor Lopez.
Lo miro con el ceño fruncido. ¿A qué se refiere? Pero entonces me doy cuenta de que no está hablando conmigo, sino con Santana.
—No en una luna de miel precipitada —sentencia.
—Déjalo estar —replica Santana.
De pronto el ambiente se vuelve increíblemente tenso. Los ruidos de los tenedores contra los carísimos platos poco a poco van deteniéndose hasta casi desaparecer. Yo cuadro los hombros, pero al mismo tiempo me siento extraordinariamente pequeña. Es obvio que esta conversación no acaba de empezar aquí. Las miradas endurecidas de padre e hija hacen más que patente que ya han
discutido este tema antes.
—Te advertí que pasaría esto —continúa el señor Lopez visiblemente molesto.
—Déjanos en paz, joder —responde Santana con la furia apenas contenida en su voz—. ¿Por qué no podéis dejarnos todos en paz de una maldita vez?
Está a punto de estallar. Nunca la había visto tan furiosa, tan dolida, tan al límite. —Porque tú nunca escuchas a nadie —añade su padre sin dudar— y esa pobre chica es la mejor prueba de ello.
Trago saliva dispuesta a intervenir. Me niego a que me utilice como arma arrojadiza para hacerle daño. Ella también tiene mucha culpa de lo que pasó, pero Santana, levantándose y dominando por completo la situación, me distrae.
—No te atrevas a hablar de ella —masculla con la voz increíblemente segura, exigente y a la vez serena porque sabe que tiene el control. Una leona que vuelve a rugir para defender lo que es suyo—. Es lo mejor que me ha pasado en la vida.
—¿Y te has preguntado alguna vez si tú has sido lo mejor que le ha pasado a ella?
La voz del señor Lopez está teñida del cansancio y la compasión del que sabe cómo iban a acabar las cosas y aún así se siente triste por ello.
La mirada de Santana cambia por completo y el dolor, aún más intenso, vuelve a inundar sus ojos. No puede más y yo tampoco.
—Lo es —respondo levantándome, intentando acariciar aunque sea un poco de la seguridad que ella ha demostrado. Creo que lo consigo. Defender lo que tuvimos, aunque acabara destrozándome, tiene ese efecto—. Aunque ya no podamos estar juntas, siempre voy a querer a Santana y siempre voy a estar tan enamorada de ella que me cueste trabajo respirar. No podemos volver porque han pasado demasiadas cosas y lo realmente triste es que la mayoría de ellas ni siquiera han sido culpa nuestra. Pero eso no cambia lo que siento, lo que sentimos. Una lágrima se escapa por mi mejilla y me obligo a sonreír para disimularla.
—Tengo que irme —musito moviendo la silla y recuperando mi bolso prácticamente a la vez.
No quiero romper a llorar delante de todos los Lopez, que parecen haber enmudecido por mis palabras.
Salgo corriendo hacia el interior de la casa y en ese mismo instante oigo otra silla moverse ruidosa contra las impolutas losas del patio.
—Brittany —me llama Santana, pero no puedo detenerme. Ahora no. Cruzo la casa como una exhalación.
—¡Brittany!
Alcanzo el camino de piedra andando tan rápido como puedo y al fin llego al coche. Abro la puerta pero la palma de Santana contra la ventanilla vuelve a cerrarla. Suspiro derrotada, conmocionada de nuevo.
—Brittany —vuelve a llamarme a la vez que me obliga a girarme y toma mi cara entre sus manos—. Brittany —pronuncia mi nombre una vez más, llamándome pero también calmándome, encendiéndome, haciendo que no me arrepienta de una
sola de las palabras que acabo de decir, queriendo que me bese a pesar de lo asustada y herida que me siento, haciendo que vuelva a recordar que es Santana, mi Santana, el amor de mi vida.
¿Por qué tengo la sensación de estar perdida sin ella?
Sus ojos se vuelven aún más oscuros y brillan todavía más intensos. Nuestras respiraciones se aceleran inconexas. No debería estar aquí. No he tenido nada más claro en toda mi vida. Sus dedos avanzan por mi mejilla hasta esconderse en mi pelo. Todo su cuerpo es muestra de la lucha que siente por dentro. Es tan intensa que apostaría que incluso la puede notar físicamente.
—No tendrías que haber venido —susurra.
Y las dos sabemos que por mucho que queramos buscar una salida diferente no la hay.
—Lo sé.
Me separo suavemente y entro en el coche. Santana no dice nada, sólo me observa con la expresión endurecida, luchando por no salir corriendo tras de mí como ha hecho tantas veces, en realidad como acaba de hacer. La gravilla retumba bajo las ruedas. La música suena. Miro a Santana una última vez y por un instante sólo la
observa, olvidando todo a nuestro alrededor. Mis manos parecen moverse por voluntad propia y apago el motor del vehículo. Tengo tan claro lo que quiero hacer y también lo poco que me conviene hacerlo. Seguimos mirándonos. Todo esto es una locura. Me bajo del coche y me quedo junto a la puerta abierta. Sus ojos siguen sobre los míos y todo mi cuerpo se enciende y me grita exactamente dónde quiero estar. Creo que he dejado de respirar.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Abr 05, 2016 11:23 pm

Capitulo 18


Voy a dar el primer paso hacia Santana, pero ella desune nuestras miradas, pierde la suya al fondo del jardín por un instante y finalmente, sin decir nada, dejándome totalmente perdida, confusa y sobrepasada, gira sobre sus pasos y se dirige de nuevo a la casa.
Yo suspiro hondo y sin quererlo una nueva lágrima cae por mi mejilla. Sé que se marcha por mí, para cumplir su promesa y mantenerse alejada de mí, y eso hace que todo duela todavía más.
Vuelvo a meterme en el coche y rápidamente salgo de la propiedad de los Lopez y me incorporo a la carretera. Las lágrimas no me dejan ver nada y tengo que detener el vehículo en el primer camino de servicio que encuentro. Apago la música de un manotazo y suspiro con fuerza intentando controlar el llanto. No quiero
llorar. Estoy harta de llorar. «Se acabó, Pierce.»
Me seco las lágrimas con el reverso de la mano y doy una bocanada de aire dispuesta a tranquilizarme de una maldita vez. He estado a punto de cometer la mayor estupidez de todas. Me tiro a los brazos de Santana y después, ¿qué? No puedo volver con ella. No es sólo lo que pasó, es todo a lo que tendríamos que enfrentarnos
de nuevo: nuestros padres, la prensa, las peleas. Cada vez que he dicho que le quiero ha sido verdad, pero también lo ha sido cuando he dicho que no podemos estar juntos.
Respiro hondo otra vez. Ya estoy más calmada. Miro a mi alrededor y, aunque en un primer momento no me di cuenta, ahora comprendo que estoy en el mismo camino de servicio donde Santana y yo follamos sobre el capo de su BMW.
—Joder —murmuro y dejo caer mi cabeza sobre el volante.
Mi vida es un auténtico asco.
Cuando consigo salir de mi nido de avestruz, me pongo de nuevo en marcha y regreso a Nueva York.
Ya en mi apartamento, me quito los zapatos camino de la habitación y me meto en la cama. Soy plenamente consciente de que ni siquiera son las dos, pero no quiero hacer nada ni quiero ver a nadie. Mi cama es mi fortín. Enciendo la pequeña televisión y, tras un rápido zapping, dejo una de esas pelis en blanco y negro sobre
amores imposibles. Me viene como anillo al dedo.
No llevo ni cinco minutos lamentándome de mis desgracias cuando llaman a la puerta. No pienso abrir, me da igual que sea el mismísimo presidente, pero unos segundos después oigo la cerradura y al instante un murmullo que es muy familiar.
—¡Llave de repuesto, Pierce! —canturrea Joe.
Un instante después, los Berry y Sugar entran en mi habitación. Traen Martini Royale y platos de espaguetis boloñesa. Desoyendo mis quejas y, mientras continúan charlando de sus cosas, se meten en mi cama. Sugar me pasa un plato de pasta y Rachel , a mi otro lado, levanta un cóctel hasta que se asegura de que lo veo y
después lo deja sobre la mesita, indicándome que ése es el mío.
—¿Qué estás viendo? —pregunta Joe robándome el mando.
—Pon la ABC, están poniendo Tootsie —le pide Sugar.
—No, mejor la CBS —interviene Rachel—. Echan un maratón de «Cómo conocí a vuestra madre».
Yo protesto pero nadie me escucha y Cary Grant desaparece de la pantalla para dar paso a Barney, Ted y Marshall sentados en el McLaren. Al final no me queda más remedio que sonreír y empezar a comer espagueti. —¿Te has acostado con Santana? —me pregunta Sugar.
—No —respondo y omito el «porque ella no ha querido».
Sugar, con una sonrisa, alza las manos para darme un abrazo, pero en el último instante se frena a sí misma.
—¿Sexo oral? —inquiere muy seria.
No tengo más remedio que echarme a reír.
—No —respondo.
La sonrisa vuelve a sus labios y finalmente me abraza.
—Estoy muy orgullosa de ti —sentencia.
Nos pasamos el resto del día en mi fortín con mi pequeña tele de fondo.
Jugamos a las cartas, a Operación, bebemos los suficientes Martinis Royale como para tener resaca y en un alarde decorativo acabamos haciendo guirnaldas de palomitas.
Cuando el despertador suena a las siete de la mañana, siento como si, en vez de una simple alarma, hubiese un obrero picando con una taladradora neumática en el suelo de mi habitación. Vuelvo a cerrar los ojos un segundo, o por lo menos yo creo que lo es, porque cuando vuelvo a abrirlos son las ocho menos cinco.
Rachel y Sugar están durmiendo conmigo y toda la cama está llena de palomitas amén de las guirnaldas que Rachel lleva colgadas y el intento de falda hawaiana de Sugar. Me levanto de un salto e intento despertarlas, pero no es hasta que pronuncio las palabras «ocho de la mañana» que mueven el culo de mi cama.
Me meto en la ducha y me arreglo en un santiamén. Es tan tarde que ni siquiera puedo preocuparme del dolor de cabeza que tengo o de que todas mis pertenencias sigan en cajas como si viviera sumida en una mudanza permanente.
Las tres salimos disparadas hacia el metro y Sugar y yo llegamos
bochornosamente tarde a la oficina.
Quinn me recibe con una sonrisa llena de empatía que no entiendo demasiado bien. Son las nueve menos cuarto, debería estar echando chispas. No es hasta que me siento a mi mesa y abro la agenda para comenzar a trabajar que me doy cuenta de que es viernes. Hoy a las diez voy a firmar mi divorcio con Santana. El mundo se me viene encima en un solo segundo. Ése era el motivo de la actitud comprensiva de Quinn.
De pronto siento que me falta el aire y salgo disparada hacia el baño. Me aseguro de que no hay nadie y echo el pestillo. Respiro hondo una docena de veces y acabo abriendo el grifo y colocando mis manos bajo el agua. Esto es lo que debo hacer. Asusta, pero es lo mejor. El primer paso para volver a estar bien. Asiento y me muerdo el labio inferior.
«Hoy más que nunca tienes que echarle valor, Pierce.»
Regreso a mi mesa y trabajo, o por lo menos lo intento. A eso de las diez menos diez me levanto con poco convencimiento y cruzo la redacción camino del ascensor. Mientras lo espero, valoro seriamente la posibilidad de decirle a Brodry que no puedo ir y darle plena potestad para que firme cualquier papel en mi nombre, pero casi en el mismo instante me doy cuenta de que lo que tuvimos,
independientemente de cómo acabara, fue precioso y se merece que dé la cara hasta el final.
No tardo en ver a Brody, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón de traje, de pie en la pequeña sala de espera junto a la de reuniones del departamento jurídico. Sonrío fugaz. Siempre me sorprende verlo con traje teniendo en cuenta que hace menos de un año aseguraba que su prenda de ropa más elegante era su camiseta de Black Sabbath.
—Hola, Brittany
—Abogado —bromeo con una sonrisa en los labios que no me llega a los ojos. Necesito reírme o voy a empezar a llorar.
Brody me devuelve la sonrisa.
—Ya está todo listo —me comunica.
Suspiro hondo.
—Es la última vez que voy a preguntártelo —continúa muy serio—: ¿Segura de que esto es lo que quieres?
¿Querer? No, pero sí tengo claro que divorciarme es lo que debo hacer.
—Sí —respondo a la vez que suspiro hondo por enésima vez.
Brody asiente, se inclina para coger el maletín que había dejado sobre uno de los mullidos silloncitos y comenzamos a caminar.
Abre la puerta de la sala de juntas y me hace un gesto para que pase primero.
Inmediatamente veo a Santana sentada a uno de los lados de la mesa. Se me hace raro no verla en la cabecera. Tiene un codo apoyado en la madera y los dedos índice y corazón sobre los labios. Está malhumorada y arisca y esta vez no tengo que preguntarme por qué.
Cuando me ve, su mirada se recrudece pero no dice nada y algo dentro de mí se deshace decepcionada. Creo que en lo más profundo de mi interior se había anclado la esperanza de que ella haría o diría algo y me convencería de que he tenido la peor idea del mundo y esto es un tremendo error.
Me siento donde Brody me indica sin dejar de sentir la mirada de Santana sobre mí. Es tan oscura y tiene tanta fuerza que podría mantenerme en esta habitación durante horas sin ni siquiera decir una palabra.
—Si les parece, podríamos comenzar —propone Brody sacando una carpeta de su maletín y dejándola sobre la mesa.
—Señor Saxs, creo que será muy rápido —comenta Wyatt Lawson, el abogado de Santana.
Recuerdo cuando estuvo en Chelsea para que firmara el cambio de titularidad de mi apartamento y acabé firmando el acuerdo prematrimonial.
—La señorita Lopez está dispuesto a darle a la señorita Pierce todo lo que pida —añade.
Brody sonríe profesional y creo que también sorprendido.
—Pues me temo que sí, será muy rápido —responde mi abogado—. La señora Lopez no quiere nada.
Santana se incorpora y puedo notar cómo, bajo todo su autocontrol, su cuerpo ya tenso se acelera aún más. Sabía que no le gustaría, pero tiene que entenderlo. Nunca me interesó su dinero.
—¿La señora Lopez sabe que, de hacer efectivo el acuerdo prematrimonial que ella misma firmó y, dadas las causas que provocan este divorcio, le corresponden once millones de dólares más una pensión mensual de quince mil? —contraataca
Lawson.
Parece que estoy marcando un hito en la historia de los divorcios. Supongo que no se rechazan once millones de dólares todos los días.
—La señora Lopez está al corriente del mismo modo que yo lo estoy del hecho de que la señorita Lopez nunca llegó a firmar ese acuerdo, así que no tiene validez alguna.
Santana aprieta los labios en una fina línea y yo resoplo exasperada mentalmente.
¿Cómo pudo pensar que aceptaría todo ese dinero?
—Lo único que la señora Lopez pide —continúa Brody— es el apartamento sito en el 222 de la calle 10 Oeste, en el Village.
Lawson mira a Santana y ésta asiente imperceptiblemente.
—Por supuesto. De hecho podemos dejar firmados los papeles del cambio de titularidad del apartamento.
Brody alza la mano con la que sostiene el bolígrafo entre el índice y el corazón.
—La señora Lopez no quiere la propiedad del inmueble. Quiere pagar un alquiler por él similar al que le pagaba al señor Stabros, el anterior propietario. Así mismo, desea que el apartamento pase a formar partes de las inmobiliarias del Lopez Enterprises Group y sea con ellos con quien tenga que tratar todos los asuntos derivados del contrato de arrendamiento.
Lawson vuelve a mirar a Santana, que esta vez se humedece el labio inferior breve y fugaz antes de asentir. No le está gustando nada de lo que está ocurriendo.
Yo, por mi parte, soy plenamente consciente de que, aunque el piso pase a formar
parte de las inmobiliarias, podría pasarme quince años sin pagar el alquiler que ni siquiera llamarían para recordármelo, pero por lo menos no tendré que enfrentarme a Santana una vez a la semana para conseguir que acepte mi cheque.
—Por supuesto —claudica Lawson.
—Así mismo, la señora Lopez desea devolverle a la señorita Lopez, y que así se haga constar en los acuerdos de divorcio, los anillos de compromiso y boda —comenta Brody inclinándose sobre su maletín, trasteando unos segundos en él y sacando finalmente una pequeña bolsita de papel que deja sobre la elegante mesa—.
Están valorados en 381.000 y 524.000 dólares, respectivamente.
Cuando oigo lo que valen, he de admitir que me mareo un poco. No tenía ni idea. Me encantaban porque me los regaló Santana, por lo que significaban y porque eran sencillos y preciosos. Ahora me siento un poco estúpida por haberme estado paseando con casi un millón de pavos en el dedo sin ni siquiera saberlo.
—Además de una cinta roja y una pulsera de bisutería sin valor nominal pero que, insisto, la señora Lopez desea devolver.
Santana busca inmediatamente mi mirada con la suya. Sus ojos están llenos de rabia y también de dolor. Podemos poner sobre la mesa apartamentos o anillos de diamantes, pero nada significa tanto como esa pulsera y, sobre todo, como esa
pequeña tira roja. Ella siente lo mismo, por eso es tan difícil.
Brody y Lawson continúan hablando de aspectos legales y documentos mientras sus ojos increíblemente oscuros siguen atrapando los míos. Le quiero. Ésa es la verdad. Creo que voy a hacerlo siempre. Pero la chica lista que un día fui ha vuelto y está poniendo orden en mi vida. Estar con ella era la sensación más
maravillosa del mundo, pero también era demasiado complicado e intenso. Ahora estoy haciendo lo mejor para mí.
Brody coloca un dosier frente a mí y me saca de mi ensoñación. Aturdida, desuno nuestras miradas y presto atención a los documentos que me tiende. Es el acuerdo de divorcio. Sólo tengo que firmarlo.
Me ofrece un bolígrafo y lo cojo. Tengo la sensación de que todo está pasando a cámara lenta. Mi mano es incapaz de sostener el bolígrafo con la suficiente fuerza como para poder firmar. Parece que mi cuerpo se niega a hacer lo que mi sentido común le ordena porque eso significa alejarse de Santana.
Finalmente firmo y soy plenamente consciente de cada rasgo que la punta del bolígrafo araña en el papel. Cuando termino, observo cómo Brody recoge el documento, se lo entrega a Lawson y éste a Santana. Yo sigo las hojas con la mirada y quiero gritar a pleno pulmón que me las devuelvan, que las rompan y que después
quemen en un cenicero los restos. Quiero gritarle a Santana que no firme, que soy una idiota, que le quiero, pero parece que mi sentido común también se niega a hacer lo que mi cuerpo le pide.
Santana firma los documentos y prácticamente en el mismo instante que la estilográfica cae sobre ellos, se levanta y sale del despacho como un ciclón, sin mirar atrás.
Brody observa lleno de empatía cómo tengo la mirada perdida en la puerta que aún no ha vuelto a cerrarse. Se ha acabado. Definitivamente se ha acabado y, aunque he hecho lo que debía, me siento demasiado vacía. Los abogados se levantan y por inercia yo también lo hago. Se estrechan la mano profesionales y salimos de la sala. Acompaño a Brody hasta el vestíbulo. No
deja de decir que todo ha ido de fábula y que puedo estar muy contenta. Sé que sólo lo hace para animarme, pero aún así preferiría que no lo dijera. Me ofrece tomar un
café, pero no me apetece y pongo como excusa el trabajo para rechazar su invitación. Vuelvo al ascensor dispuesta a regresar a mi mesa y hundirme en una montaña de trabajo para olvidar el sabor amargo que tengo en la boca, pero entonces recuerdo que hoy hace ocho días que me dieron el alta en el hospital y tengo que
volver para la revisión con la doctora Jones. Quinn no pone ningún tipo de reticencia y, tras coger mi abrigo y mi bolso,
salgo del Lopez Group y tomo un taxi en dirección al Hospital Presbiteriano Universitario. Los primeros minutos todo va bien, pero poco a poco una sensación de tristeza absoluta va inundándome por dentro. Ya no habrá más risas, más besos, ya no me
despertaré en una cama que huela a ella, ya no podré apartar su flequillo desordenado de su frente, no la veré trabajar pensativa en su estudio, vestirse para conquistar el mundo, soñar despierta con la arquitectura, ya no la sentiré más. Todo se ha acabado definitivamente y ese definitivamente es sólo culpa mía.
Sin quererlo, comienzo a llorar y otra vez vuelvo a sentir que me falta el aire.
Echo la cabeza hacia atrás hasta hacerla chocar con la tapicería y respiro hondo tratando de tranquilizarme.
«Es lo mejor, Pierce. Tienes que olvidarte de ella.»
Por suerte la revisión con la doctora Jones es bastante rápida. Me hace varias preguntas acerca de cómo me he sentido estos últimos días y me realiza un par de pruebas. Se alegra de que ya no esté tomando los calmantes y, tras una exploración ginecológica, me anuncia que ya puedo mantener relaciones sexuales con
normalidad, aunque mi sistema reproductivo no volverá a funcionar con regularidad hasta dentro de dos meses. Me explica que eso significa que no podré quedarme embarazada hasta entonces. Yo asiento y me obligo a sonreír. No entra en mis planes volver a tener sexo nunca más y mucho menos quedarme embarazada,
por lo que dos meses no me suponen ningún problema.
Para la hora del almuerzo estoy de vuelta en el Lopez Group. Sin embargo, no bajo a comer a pesar de la insistencia de Sugar. Soy plenamente consciente de que prometí ser más responsable con la comida, pero hoy estoy en mi derecho a saltarme esa promesa y no sentirme culpable.
Vuelvo a mi plan original de enterrarme en una montaña de trabajo. Teniendo en cuenta que los archivos administrativos siguen dando vueltas de la mesa de Quinn a la mía sin que ninguno de las dos se decidida a acabar con ellos, no me cuesta mucho trabajo encontrar algo largo y tedioso que hacer.
A las cinco en punto Quinn sale de su oficina y me manda a casa. Yo le agradezco el ofrecimiento, pero le digo que quiero quedarme para compensar las horas que he perdido entre abogados y médicos esta mañana. Ella frunce el ceño y me da cinco minutos para despejar mi mesa o atenerme a las consecuencias. No
imagino cuáles podrían ser esas consecuencias, pero, teniendo en cuenta que ha sido novia de Sugar y que todo lo malo se pega, prefiero no arriesgarme y obedezco sin rechistar.
No he vuelto a ver a Santana desde que salió de la sala de juntas del departamento jurídico. Mejor así. Me despido de Noah y, con el primer pie que pongo en la acera, las gotas comienzan a caer. Pongo los ojos en blanco y miro hacia arriba. No puedo tener tan
mala suerte. «¿Seguro?»
Un relámpago cruza el cielo de Manhattan, suena un trueno y de pronto las inofensivas gotas se convierten en una auténtica tormenta que, para cuando consigo alcanzar la puerta de mi apartamento totalmente empapada, ha adquirido la
categoría de casi diluvio.
Camino de mi habitación me quito los zapatos y sin dudarlo me tiro en la cama. Todavía está llena de palomitas. Con los brazos extendidos y la mirada clavada en el techo, me pregunto si todos los días a partir de ahora serán así de insulsos. Vuelvo a ponerme los ojos en blanco. Me niego en rotundo a martirizarme, maldita sea.
Me levanto de un salto, me quito la ropa mojada y rápidamente me pongo un pijama seco y me recojo el pelo. Saco un pack de seis Budweiser heladas de la nevera y atravieso el rellano descalza. Ya a unos metros de la puerta puedo oír como suena Fancy,[29] de Iggy Azalea y Charli XCX. Llamo y a los segundos me abre Joe con un cigarrillo en los labios. Me observa intentado descubrir qué vengo a decirle o, por lo menos, jugando a adivinar si estoy más triste o enfadada. Yo alzo el pack de cervezas y él me hace un gesto para que entre. Cuando paso a su lado, me da un sonoro y baboso beso en la mejilla e involuntariamente rompo a reír. Así me doy cuenta de que estoy donde tengo que estar, porque es la primera vez que me río de verdad en todo el día. No regreso a casa hasta que tengo tanto sueño que apenas puedo mantener los ojos abiertos.
Cuando suena la alarma ya llevo un par de horas despierta. Sandy lleva llorando más de una. Su novio se marchó dando un portazo y no ha vuelto. No sé si es simple empatía o el sentirme exactamente igual que ella, pero, cada vez que la oigo sollozar como si fuera a acabarse el mundo, se me encoge un poco el corazón.
Decido hacer algo por las dos. Busco el iPod entre las cajas que aún sigo sin desembalar y, tras conectar los altavoces, pogo Stronger,[30] de Kelly Clarkson. Está claro que ella necesita tanto como yo mi canción liberadora. Canto a pleno pulmón esperando que mi vecina coja la indirecta. Somos chicas fuertes. Lo superaremos. Elijo mi vestido azul y lo combino con mis botas favoritas. Como voy algo desabrigada, me pongo una camisa celeste casi gris y encima una rebeca blanca, además de un fular también azul.
Me dejo el pelo suelto y apenas me maquillo, sólo un toque de color en los pómulos y los labios. Salgo de mi casa con una manzana en la mano, pero tengo que acelerar el paso para llegar a tiempo al metro y acabo guardándomela en el bolso. Consigo entrar casi puntual. Cuando cruzo el umbral de mi oficina, me sorprende ver a Quinn en la suya hablando por teléfono malhumorada, con una
montaña de dosieres en un extremo de la mesa y una chica, que nunca había visto antes, sentada al otro lado de su escritorio. Mi jefa firma una docena de papeles y se los entrega. Ella los cuadra, los mete en una carpeta y se levanta diligente. Al darse
la vuelta, nos encontramos cara a cara y sonríe. Parece simpática.
—Estela, Producción —se presenta tendiéndome la mano—. Soy la nueva ayudante del señor Matel.
Se la estrecho y le devuelvo la sonrisa.
—Soy Brittany, la ayudante de esa gruñona —continúo socarrona—, que normalmente no lo es.
—No te preocupes —responde divertida—. No se ha portado demasiado mal.
Ambas sonreímos y la chica se marcha. ¿Me pregunto qué habrá pasado con su antiguo ayudante? Seguro que Matel lo tiró a un volcán como parte de un sacrificio hawaiano para conseguir que le cuadren los números. Cuelgo mi bolso en el perchero y espero paciente en la puerta a que Quinn cuelgue. Cuando lo hace, suspira brusca y profunda y se frota los ojos con las palmas de las manos casi desesperada.
—¿Todo bien, jefa?
—No —responde sincera dejándose caer sobre su silla—. Tenemos
muchísimo trabajo.
Cuadro los hombros profesional e internamente encantada. Necesito estar distraída y que el tiempo pase volando.
—Resulta que Matel quiere que nos reunamos otra vez —se queja exasperada —. Hay que revisar todos los gastos de este número. Además, tengo que preparar el editorial y estoy pendiente de una llamada de la Concejalía de Urbanismo para uno de los artículos principales.
La mañana promete ser interesante.
—¿Con qué quieres que empiece? ¿Tu agenda y correo?
—No, primero llama a Max y dile textualmente que, si no quiere que le dispare, que se comporte y haga mejor su trabajo.
—Oído, jefa —respondo girando sobre mis botas y ocultando una incipiente sonrisa.
Me siento a mi escritorio y, mientras espero a que el ordenador se encienda, llamo a Max. Resulta que él también asegura tener motivos para disparar a Quinn y me pide que le pase con ella.
Llevan más o menos diez minutos discutiendo cuando suena el teléfono de mi despacho. Es la llamada de Urbanismo que Quinn esperaba.
—Quinn —la llamo tapando el auricular con la mano—, son los de
Urbanismo. Mi jefa asiente. Rellama a Max con su móvil y coge la llamada de Urbanismo por el teléfono fijo de su mesa. Justo cuando dejo el auricular sobre el aparato, vuelve a sonar. Descuelgo y resulta ser Matel, aún más enfadado que la última vez
que lo vi. El sacrificio hawaiano no debe de haberle funcionado. No acepta que le ponga en espera y me veo obligada a volver a llamar a Quinn.
—Jefa, es Matel. Está muy cabreado.
Quinn pone los ojos en blanco y se levanta de un salto. Tras pedirle al hombre de Urbanismo que espere, pulsa un botón de su teléfono y su expresión se endurece automáticamente.
—¿Qué quieres?... Más bien me importa poco… Joder, Matel, no es mi problema. Además, estos gastos están aprobados personalmente por Lopez. No tienes nada que decir.
Resopla absolutamente exasperado. Le pide a Max que espere y, antes de escuchar una respuesta por su parte, deja su Samsung Galaxy Note sobre la mesa y tapa el auricular del teléfono fijo con la mano que le queda libre. Ahora mismo está agobiadísima.
—Britt —susurra. Obviamente va a decirme algo que no quiere que Matel oiga—, por favor, necesito que lleves estos informes de gastos a Santana para que los firme. Mi expresión cambia por completo. No quiero verla. Quinn se da cuenta y abre la boca dispuesto a disculparse, pero yo cojo las carpetas interrumpiendo cualquier cosa que pensara decir. Tengo veinticuatros años.
Soy una profesional. En estos momentos Quinn necesita que le resuelva problemas, no que le cree otros nuevos.
—Cuenta con ello —respondo rebosando fingida seguridad.
Giro sobre mis pies y ya de espaldas a Quinn suspiro con fuerza. La verdad es que no esperaba tener que verla.
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Abr 05, 2016 11:58 pm


Camino hasta su despacho con el paso inseguro aunque tratando de disimularlo. Blaine me recibe con una sonrisa y me sigue con la mirada hasta que me coloco frente a ella.
—Buenos días, Britt —me saluda amablemente.
—Buenos días, Blaine. ¿Podría ver a la señorita LOpez?
Ella asiente y yo, dispuesta a hacer esto lo más rápido y aséptico posible, avanzo hasta la puerta de su despacho y llamo suavemente. Cuando me da paso, agarro el pomo con fuerza y suspiro una última vez antes de hacerlo girar. Va a salir bien. Sólo tengo que ser fuerte, profesional y, por muy bella que esté, no
quedarme mirándola embobada. Eso nunca me ayuda.
Entro en su despacho y con el primer paso ya soy consciente de que está sentada a su elegante mesa de Philippe Starck, concentrada en la pantalla de su ordenador. Sin embargo, en el mismo instante me recuerdo mi plan y aparto mi mirada de ella.
—Buenos días, Santana.
No pronuncio ningún «señorita Lopez». Los «señor Lopez» siempre me meten en líos.
Santana alza la mirada apenas un segundo. Sus ojos me recorren de arriba abajo y finalmente vuelven a posarse en lo que quiera que esté haciendo en su ordenador. No dice nada y eso hace que la situación se vuelva aún más tensa.
Yo suspiro bajito y discreta. Es obvio que está enfadada y, aunque es lo último que quiero, no puedo evitar que su actitud me intimide, así que, más nerviosa de lo que me gustaría, fijo mi mirada en la carpeta que llevo en la mano y doy un paso más hacia ella.
—Quinn necesita que firmes estos informes de gastos.
Me envalentono, doy un paso más y los dejo en la mesa bajo su fría mirada. Cuando alzo mis ojos, los suyos han viajado de los papeles a los míos y la intensidad e impenetrabilidad que siento a partes iguales en su mirada me derrite por dentro.
Sigue sin decir nada y yo no sé qué hacer. Tengo la sensación de que ni siquiera quiere tenerme cerca. Poco a poco, esa indignación y ese orgullo que sólo ella sabe provocarme me llenan por dentro. Si está enfadada, yo tengo más motivos para estarlo. En ningún caso tengo por qué aguantar que ni siquiera quiera dirigirme la palabra.
Giro sobre mis pasos y me encamino hacia la puerta. El corazón se me parte al pensar que todo esté acabando así, pero obviamente no depende sólo de mí.
Estoy a punto de alcanzar la puerta cuando oigo su carísimo sillón arrastrarse por el aún más carísimo suelo.
—¿Pasearte por mi despacho fingiendo que no ha pasado nada también lo haces para castigarme?
Suena malhumorada, arisca, furiosa.
Siento como si hubieran tirado de la alfombra bajo mis pies.
—¿Qué? —pregunto con la confusión inundando mi voz—. Yo nunca he querido castigarte —me defiendo.
Santana sonríe fugaz e irónica y acto seguido la arrogancia y la rabia más puras vuelven a relucir con fuerza en sus ojos .
—Por el amor de Dios, Brittany —protesta—. Ni siquiera pudiste aceptar el maldito apartamento.
Cabeceo nerviosa. ¿Acaso nunca va a entenderlo? No quise hacerle daño, pero no quiero su dinero.
—Joder, lo compré para ti —sentencia.
—Y yo te dije que no lo quería —replico exasperada—. No quería tu dinero cuando estábamos casadas y muchos menos pienso aceptarlo ahora.
No me puedo creer que estemos teniendo esta conversación otra vez. Estoy muy cabreada. No quiero su dinero ni las cosas que pueda comprarme con él y tiene que entenderlo de una maldita vez.
—Vas a comportarte como una cría hasta el final, ¿verdad?
¿Qué?
Es una gilipollas.
—Tú eres la que ni siquiera me ha mirado —me quejo casi alzando la voz.
—Porque no quería hacerlo —responde ella de igual forma.
Por un segundo nos miramos a los ojos, pero yo acabo clavando los míos en mis manos a la vez que me muerdo el labio inferior con fuerza. Sospechaba que no quería tenerme cerca. Ahora lo tengo claro.
—Perfecto —musito.
Despacio, me encamino de nuevo hacia la puerta.
La oigo farfullar un furioso «joder» y de una zancada me toma del brazo y me obliga a girarme.
—No quiero que te vayas —sentencia.
—Santana, déjame —intento zafarme.
No quiero escucharle.
Santana me suelta malhumorada y se pasa las manos por el pelo.
—¿Te haces una idea de cómo me siento? —me pregunta furiosa.
No me puedo creer que se haya atrevido a decirme eso.
—No, no lo sé —protesto casi en un grito—. Tú jamás te has molestado en contarme nada.
Estoy furiosa, indignada, dolida.
—¿Y de qué hubiese valido? —replica lleno de rabia—. Brittany, esto ha acabado como tenía que acabar.
No soy capaz de mantenerle la mirada. No necesito que me diga que fui una estúpida por pensar que teníamos una oportunidad.
—Y nunca voy a perdonarme el daño que te he hecho —añade y mi corazón destrozado se hace añicos aún más pequeños.
Santana suspira hondo y toma mi cara entre sus manos. Yo mantengo mi mirada en el suelo. No soy capaz de alzarla. No puedo.
—Brittany —me llama tratando de que su voz suene más serena, llenándola de compasión y ternura—, te voy a querer toda la vida, pero no voy a permitir que nada te haga daño y eso me incluye a mí.
Su mirada está llena de dolor pero también de convencimiento. Va a
protegerme de todo y de todos y, que esa promesa le incluya a ella, me duele más de lo que nada me ha dolido en toda mi vida. Yo sólo quiero ser feliz con ella. Sólo podré ser feliz con ella.
—Es mejor que te vayas —susurra, pero no se mueve ni un ápice.
Yo tampoco quiero hacerlo.
Finalmente baja sus manos despacio y da un paso atrás, liberándome de su hechizo. Regresa a su mesa, firma los papeles sin ni siquiera leerlos y me los tiende.
Yo me siento como si me hubieran sacado de una burbuja. Quiero obligar a mis manos a coger la carpeta y a mis piernas a caminar, a salir de aquí. La chica lista vuelve justo a tiempo y me dice a gritos que éste es uno de esos momentos en los que tengo que demostrarle que soy más fuerte de lo que parezco.
Cojo la carpeta, giro sobre mis pies y finalmente salgo de su despacho con el paso acelerado, sintiendo cómo su mirada indomable no se ha separado de mí un solo instante.
Cuando salgo, descubro que Blaine no está. Debe de haber ido a por un café a la sala de descanso. Mejor así. Siempre que salgo de este despacho tengo la sensación de que ha oído todo lo que hemos hablado y la idea me avergüenza bastante.
Estoy a punto de reanudar la marcha y salir, pero un fuerte golpe en el despacho de Santana hace que mi cuerpo se tense al instante. No necesito más que un segundo para adivinar que debe de haber tirado algo contra la pared. Santana está rota como yo y lo peor de todo es que ninguno de las dos va a conseguir sentirse mejor.
Me obligo a salir de su despacho y cruzo la redacción como una exhalación hasta llegar a mi mesa. No tendría que haber ido a su oficina. A veces creo que ni siquiera debería seguir trabajando aquí. Resoplo con fuerza y, apoyada en el borde de mi mesa, me llevo las palmas de las manos a los ojos. Todo esto es un sinsentido.
Oigo la puerta de Quinn a punto de abrirse e inmediatamente me incorporo y cuadro los hombros. No quiero que me vea así. Estoy cansada de que todos me dediquen una sonrisa compasiva como si acabara de perder mi casa en un huracán.
Quinn sale concentrada en su teléfono y farfullando un juramento
ininteligible sobre quemar el despacho de Matel. Cuando alza la cabeza, al encontrarme frente a ella, da un respingo sorprendida y yo no puedo evitar sonreír.
Voy a tener que dedicarme a asustarla más a menudo.
A eso de las dos, Quinn me pide que vaya a buscar un par de sándwiches para que almorcemos en la oficina. Todo el asunto de Urbanismo, más los problemas de Max y Matel, le traen de cabeza. Sé que no debería, pero sólo compro uno para ella.
Desde que estuve en el despacho de Santana tengo el estómago cerrado a cal y canto.
Estoy esperando a que el disco del semáforo cambie de color rodeada de una nube de ejecutivos que acaban de salir del Marchisio’s y se disponen a volver a sus respectivos despachos. Estoy repasando todo lo que me queda por hacer al llegar a
la oficina cuando oigo una voz de lo más familiar llamarme. Me giro pero no veo ninguna cara conocida entre la docena de enchaquetados.
—Brittany —repite.
Curiosa, vuelvo a mirar a ambos lados y al fin lo veo. Es Sean Berry.
—Hola —me saluda cuando nos encontramos.
—Hola, Sean.
¿Qué hace aquí?
Sonríe y yo le devuelvo el gesto por inercia. Ninguno de los dos dice nada y la situación va volviéndose más incómoda por segundos.
—¿Cómo tú por aquí? —me animo a preguntar.
—He comido con Sugar y con Joe en un restaurante a un par de manzanas.
Asiento y me obligo a volver a sonreír. Sean comienza a hablarme de que le sorprendió que Joe se llevara a Sugar al almuerzo, que le gustaría que volverían, que Lauren es una chica genial. Mientras, yo no puedo dejar de pensar en lo que pasó con Santana en su despacho. Nunca vamos a dejar de hacernos daño.
Necesito algo que nos aleje definitivamente, que me obligue a seguir adelante con mi vida.
—Ya sé que es un poco precipitado, pero creo que te vendría bien salir, así que había pensado que quizá te apetecería cenar conmigo mañana.
—Sí —respondo antes de que la idea haya cristalizado en mi mente.
¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? ¡¿Qué he hecho?!
Sean me mira sorprendido y yo sólo quiero que la tierra me trague.
—Genial —acierta a responder al fin. Mira su reloj algo nervioso—. Tengo que irme. Mi turno comienza en media hora, pero te llamaré mañana, ¿de acuerdo? Asiento de nuevo y Sean se marcha pletórico calle arriba. ¿Qué demonios he hecho? El disco del semáforo cambia de color y la nube de ejecutivos se mueve
haciendo que yo me mueva con ellos. Es prácticamente imposible estar al borde de un paso de cebra en Nueva York y no cruzarlo cuando cambia el disco.
En el ascensor respiro hondo tratando de ordenar mis ideas. He aceptado una cita con Sean sólo para convencerme de que tengo que seguir adelante. ¿Qué clase de motivo es ése? No quiero tener citas. Para ser sinceros, todavía tengo que convencerme de eso de seguir adelante.
«Eres patética, Pierce.»
Ya en mi oficina le doy su sándwich y su refresco a Quinn, que me mira extrañada al no ver el mío. Le suelto una mentirijilla piadosa sobre que me lo comí mientras esperaba a que prepararan el suyo. Mi jefa me observa perspicaz un segundo, pero decide creerme y, la verdad, se lo agradezco. Ahora mismo tengo problemas mucho más graves. Tengo una cita con Sean. ¡Joder! Le mando un mensaje a Sugar y le pido que nos veamos en el archivo. No llevo más de un par de minutos allí cuando oigo unos tacones acelerados llegar
hasta la puerta. Nada más entrar, mi amiga se quita los zapatos y los deja sobre el mueble en el que se apoya.
—Son nuevos —me explica monosilábica ante mi confusa mirada —. ¿Qué ha pasado?
Suspiro hondo. Ni siquiera quiero decirlo en voz alta.
—Me he encontrado con Sean, me ha invitado a salir y le he dicho que sí —suelto de un tirón.
Sugar sonríe de oreja a oreja y comienza a dar palmaditas.
—Genial —comenta feliz.
—No es genial —replico—. Sugar, no tendría que haber aceptado —gimoteo antes de dejar caer mi cabeza contra el mueble.
Odio mi vida.
«Deberías empezar a preguntarte si tu vida te odia a ti.»
—¿Verdad o Roger H. Prick? —me pregunta Sugar.
—Verdad.
—Has hecho lo que tenías que hacer —dice sin más.
Yo me lamento y Sugar me da una patada.
—Au —me lamento de nuevo, esta vez con motivos, al tiempo que me llevo la mano a la espinilla y alzo la cabeza.
—¿Cuántos años tienes?
—Lo sabes de sobra. Los mismos que tú —contesto de mala gana.
¿A qué viene esto?
—Quieres hacer le favor de colaborar. Voy a darte el discurso de tu vida.
—Veinticuatro —respondo a regañadientes.
—¿Y con veinticuatros años ya quieres renunciar a todo?
Creo que esa pregunta es demasiado profunda.
—Te has divorciado y las has pasado putas y, sí, la bastarda de Santana es tan bella que resulta casi injusto, pero tienes que seguir adelante. Incluso Meryl Streep siguió adelante con su vida en esa película de los puentes y eso que era mayor, vivía
en una granja y sólo se ponía esos vestidos de mujer de anuncio de trigo tan deprimentes.
—Creo que no entendiste la película —respondo socarrona.
Ella me hace un mohín.
—Vas a tener esa cita y vas a divertirte muchísimo. Sean es guapo y médico. Puede que no sea el hombre más atractivo que conozcas, pero salva vidas. Sólo por eso se merece una oportunidad.
No puedo evitar sonreír por la defensa que hace de Sean.
—¿Qué me dices, Brittany S. Pierce?
Suspiro a la vez que me encojo de hombros.
—Supongo que tienes razón —claudico.
Ella sonríe y recupera sus zapatos del mueble.
—Menos mal, porque fui yo la que le convenció para que te invitara a salir —comenta mitad satisfecha, mitad aliviada, mientras se pone sus Jimmy Choo.
—¡Sugar! —protesto divertida.
Maldita rubia entrometida.
—No te quejes —me replica—. Me ha costado un almuerzo con los hermanos Berry fingiéndome la cuñada perfecta.
—No te quejes tú —replico burlona—. Te encanta vivir rodeada de Berry.
Le hago un mohín para reafirmar cada una de mis palabras y mis protestas por ser la mujer que mueve los hilos en mi vida sentimental y ella me lo devuelve. Al final, como no podía ser de otro modo, las dos nos echamos a reír. De vuelta a mi mesa, me hago el firme propósito de no pensar en nada de lo
que ha ocurrido hoy: ni en citas, ni en despachos elegantes y sofisticados, ni en ojos que me vuelven loca, sobre todo en esto último, y mi mejor opción para conseguirlo es llenarme
de trabajo. Algo que, por otra parte, Quinn ya tenía en mente. Además, sospecho que necesitará que me quede un par de horas después de las cinco y venga mañana a pesar de ser domingo.
Sugar se pasa por mi mesa antes de marcharse a casa. Me propone que realmente quememos el despacho de Matel y después nos vayamos de copas a The Vitamin. Le agradezco la idea y prometo pensármelo. Después de habérselo comido literalmente con la mirada durante tres minutos, mi queridísima amiga se despide de
Quinn con un gesto de mano que ella le devuelve encantada. Yo pongo los ojos en blanco y me entran ganas de decirles que les pago un hotel y que mando a Joe en taxi hasta allí, pero me contengo. Estoy realmente intrigada por saber que se traen
estos dos (tres) entre manos.
Poco después, la redacción ya está prácticamente desierta. Estoy repasando las últimas peticiones a Producción de los redactores cuando oigo pasos acercarse a mi oficina. Será algún rezagado. Muerdo el lápiz que tengo en la mano y paso la hoja
muy concentrada. Sin embargo, no sé por qué, alzo la cabeza y lo hago justo a tiempo de ver a Santana entrar en la oficina. Por un instante la sorpresa cruza su mirada; sin duda alguna no esperaba que estuviese aquí tan tarde, y yo tengo que contenerme para no suspirar. Empieza a parecerme mezquino lo bella que es.
Aunque no sé a quién pretendo engañar. No sólo es lo bella que es, también lo atractiva, creo que incluso la forma de andar tan femenina que tiene, como si se estuviera preparado para ganar una pelea de bar en cualquier momento.
Santana desune rápidamente nuestras miradas y con paso decidido entra en el despacho de Quinn y deja una carpeta sobre su mesa. Comentan algo que no logro entender y Santana sale del despacho. No quiero que me pille mirándola y rápidamente
bajo la cabeza y finjo leer cualquiera de los papeles que tengo delante. De reojo puedo ver cómo ella sí me observa un segundo mientras sale de la oficina con el paso seguro, decidida y atractiva con el que entró. Me pregunto si siempre va a ser así. La idea de buscarme otro trabajo tiene cada vez más sentido. Tengo que aprender cómo se dice en portugués «aquí tiene su
coco, gracias». Me concentro en el trabajo que tengo delante y le mando un mensaje a Sugar para que deje lo que esté haciendo, secuestre a los Berry y me esperen todos en
The Vitamin. Está claro que voy a necesitar una copa.
A las ocho y media creo que Bentley y yo somos los únicos pringados que quedamos en todo el edificio. Incluso Noah se ha marchado y ha llegado Stuart, el guardia de seguridad nocturno, que nos saluda mientras pasa por la redacción haciendo la ronda.
Cuando se marcha haciendo girar la linterna entre sus dedos, miro a Quinn con cara de pena. Seguir en el trabajo después del cambio de turno de seguridad es muy deprimente. Mi jefa me sonríe mordiendo su rotulador rojo, deja la diapositiva que observa sobre la mesa y se levanta de un salto.
—Hemos acabado por hoy —comenta enérgica.
Sonrío encantada y me levanto. Me muero por un Martini Royale.
Mientras esperamos el ascensor, Quinn recibe una llamada. Mira la pantalla y descuelga. No sé qué le dice su interlocutor, pero resopla y, tras despedirse de mí con la mano y una sonrisa, camina hacia las escaleras. Yo miro las puertas de acero y suspiro hondo. Ha sido un día larguísimo en todos los sentidos. Estoy a punto de empezar a nadar en mi autocompasión, pero me freno en seco. Eso se acabó. Por lo menos hasta que no me haya bebido un par de copas. Me cuelgo mi bolso cruzado y reviso que lo llevo todo cuando oigo un ruido.
En el instante en el que lo hago, como siempre pasa en estas situaciones, comprendo que estoy sola e inquieta me giro buscando qué ha provocado el sonido. Entonces noto que algo me toca en el hombro por el otro lado y doy un respingo con el corazón a punto de escapárseme del pecho. Sólo recupero el aire cuando me doy
cuenta de que ha sido Stuart.
—Me has dado un susto de muerte —me quejo.
Él sonríe satisfecho con su cara redonda y su frondosa barba castaña y yo no tengo más remedio que hacer lo mismo.
—Ya es hora de que se vaya a casa. Hay que descansar —me dice con la expresión afable —. Debería decirle a la señorita Lopez que haga lo mismo.
Asiento y sonrío, pero la verdad es que hago las dos cosas por inercia. ¿Sigue aquí? Aunque por otro lado no sé de qué me sorprendo, seguro que no es la primera vez que se queda trabajando hasta tarde estos días.
Stuart me dice algo más y se marcha para seguir con su ronda.
Lo observo alejarse y tras unos segundos miro en dirección al despacho de Santana. Necesita descansar. ¿Acaso nunca va a entenderlo? Resoplo y me llevo el pulgar a los dientes. Ni siquiera debería pensar en lo que estoy pensado. Las puertas del ascensor se abren. Tiene que desconectar y dormir. Un estridente pitido me
anuncia que van a volver a cerrarse. Finalmente me pongo los ojos en blanco y comienzo a caminar hacia su oficina. Soy rematadamente imbécil. Tendría que estar montada en ese ascensor. Pero algo dentro de mí, todo mi cuerpo en realidad, no
para de gritarme que me necesita y, como si nada hubiese pasado, es lo único que tengo que saber para que mis pies cobren vida y vayan hasta ella.
Obviamente Blaine no está y la puerta del despacho de Santana está entreabierta.
Cuando sólo me separan unos pasos, le oigo hablar por teléfono. Es justo el final de la conversación y no es una despedida amable. Un sonido seco y metalizado me hace comprender que ha tirado su Smartphone sobre la mesa no de muy buenas maneras.
Doy un paso más y me asomo con cautela. Santana tiene las dos manos apoyadas en su escritorio, echado hacia delante, tensa, arisca, malhumorada. Imagino que ha tenido otra discusión con su padre. Otro día complicado. Recuerdo las palabras de
Ryder: «Él hace que parezca fácil, pero no lo es».
Todo su atractivo se hace aún mayor rodeado de toda esa exigencia. Es la leona salvaje que nunca permitirá que la domen.
Suspiro bajito y todo lo que siento por ella se multiplica hasta hacer que me cueste trabajo respirar. Me envalentono, otra vez sin saber cómo ni por qué, y entro en su despacho. El rechinar del parqué bajo mis pies resuena por toda la estancia y al mismo tiempo hace que todo se vuelva más íntimo. Me detengo a su espalda. Santana alza su mirada y la clava al frente. Sabe que soy yo. Muevo la mano lentamente y aún más despacio la llevo hasta ella. No puedo evitar
temblar suavemente. No sé cómo reaccionará y eso me asusta.
Cuando al fin toco su espalda, noto cómo su cuerpo se relaja y se tensa a la vez. Sigue luchando, una batalla interna que traspasa cada centímetro de su piel y arde entre las dos. Me acerco un poco más y coloco mi otra mano junto a la primera. Sólo quiero consolarla, hacer que se sienta mejor y al mismo tiempo
consolarme a mí.
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Mensaje por micky morales Miér Abr 06, 2016 9:01 am

Bueno finalmente la estupidez de Brittany alcanzo l limites insospechados, ahora hasta una cita, si sera desgraciada!!!!! como se sentiria ella si fuese alreves, en fin.... muero por esta historia aunque me cabree hasta los tuetanos, que pensara santana de esa cita?, algo asi como " vaya, ayer firmamos el divorcio y ya me reeplazaste, bien por ti" en cuanto a tu entrevista, ten animo y positividad y si no es asi levantate de nuevo, se que es facil decirlo, pero creeme, hay cosas peores y otros las han superado y pq tu no podrias????? animo y suerte!!!!!
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por 3:) Miér Abr 06, 2016 10:04 pm

holap mar....

no jodas ya es complicado buscar un sinónimo para britt,.. idiotez estupidez!!!
ahora que san la quiere dejar libre,.. britt vuelve,.. esto es un yo-yo
a ver como termina la noche... siempre están al limite!!!

nos vemos!!
3:)
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Finalizado Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Abr 07, 2016 12:07 am

Micky Morales Hoy A Las 8:01 Am Bueno finalmente la estupidez de Brittany alcanzo l limites insospechados, ahora hasta una cita, si sera desgraciada!!!!! como se sentiria ella si fuese alreves, en fin.... muero por esta historia aunque me cabree hasta los tuetanos, que pensara santana de esa cita?, algo asi como " vaya, ayer firmamos el divorcio y ya me reeplazaste, bien por ti" en cuanto a tu entrevista, ten animo y positividad y si no es asi levantate de nuevo, se que es facil decirlo, pero creeme, hay cosas peores y otros las han superado y pq tu no podrias????? animo y suerte!!!!! escribió:

De que otra manera puedo darte la razon, Brittany no dejo ni siquiera que se secara la tinta en la que firmo los papeles y ya una cita y con un hombre, un hombre al que santana odia, gracias por tu consejo, te lo agradezco y siempre tienes las palabras justas.. y por eso te hare caso. jajajaj vamos a ver que pasa ahora con esta historia tormentosa


3:) Hoy A Las 9:04 Pm holap mar.... no jodas ya es complicado buscar un sinónimo para britt,.. idiotez estupidez!!! ahora que san la quiere dejar libre,.. britt vuelve,.. esto es un yo-yo a ver como termina la noche... siempre están al limite!!! nos vemos!! escribió:

hola a ti, dime tu nombre para no tener que saludarte asi, y tienes razon Brittany no dejo pasar ni el luto de su divorcio y ya inicio con lo que cree es su nueva vida y como espero que le salga el tiro por la culata ella ya tiene dueña veremos si este capitulo que sigue no da una probadita de lo que le va a pasar
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