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Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
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lovebrittana95
micky morales
marthagr81@yahoo.es
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
En menos de media hora llegamos al club en cuestión. Un local en la
calle 42 con una cola casi kilométrica en la puerta, pero James Hannigan
pone su encanto a funcionar. A veces me pregunto si será cierto ese farol
que siempre se tira de que conoce a cada uno de los relaciones públicas y
porteros de la ciudad de Nueva York. Objetivamente tengo que reconocer
que, yendo con él, jamás hemos hecho cola y que todos lo saludan como si
fuera su mejor amigo.
El club es espectacular
Tiene una pista de baile inmensa y varias
barras cubiertas de vinilos sobre los que se proyectan imágenes para que dé
la sensación de que son peceras gigantes. En la segunda planta abierta
pueden verse elegantes reservados con camas con dintel. Están albergadas
bajo decenas de sábanas color champagne colgadas del techo y que caen en
los lugares oportunos para impedir miradas indiscretas.
Al poco de entrar comienza a sonar Love me again, de John Newman.
Ya me han conquistado.
calle 42 con una cola casi kilométrica en la puerta, pero James Hannigan
pone su encanto a funcionar. A veces me pregunto si será cierto ese farol
que siempre se tira de que conoce a cada uno de los relaciones públicas y
porteros de la ciudad de Nueva York. Objetivamente tengo que reconocer
que, yendo con él, jamás hemos hecho cola y que todos lo saludan como si
fuera su mejor amigo.
El club es espectacular
Tiene una pista de baile inmensa y varias
barras cubiertas de vinilos sobre los que se proyectan imágenes para que dé
la sensación de que son peceras gigantes. En la segunda planta abierta
pueden verse elegantes reservados con camas con dintel. Están albergadas
bajo decenas de sábanas color champagne colgadas del techo y que caen en
los lugares oportunos para impedir miradas indiscretas.
Al poco de entrar comienza a sonar Love me again, de John Newman.
Ya me han conquistado.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Todos vamos moviéndonos lentamente, intentando cruzar la pista de
baile para llegar a la barra, pero es bastante difícil cuando cada dos
segundos nos paramos para cantar o bailar.
Finalmente lo conseguimos. Joe nos mira dispuesto a preguntar qué
beberemos, pero él mismo se da cuenta de que la respuesta es obvia y se
frena antes de llegar a decir nada.
—¡Dios, Britt! ¡Mira quién está ahí! —grita Rachel a punto de
tener un ataque. Miro hacia donde su mano señala torpemente y veo a Quienn sentada en la barra. Parece estar sola.
—¿Qué quieres hacer? —pregunto con una sonrisa, aunque sé de
sobra la respuesta.
—¿Tú qué crees? —inquiere a su vez exasperada—. Deseo acercarme,
pero no quiero parecer desesperada ni demostrarle nada.
—Hola, Quinn —digo con una sonrisa de oreja a oreja al llegar hasta
ella.
—Britt —me saluda sorprendida—, ¿qué hace una chica como tú
en un sitio como éste?
Sonrío de nuevo ante la pregunta de Quinn y, disimuladamente, miro
a Rachel para que se acerque más.
—Hola, Rachel.
—Hola.
Nunca había visto a Rachel así. Incluso por un momento se ha
ruborizado.
—Una chica de Marketing nos habló de este sitio —comento
intentando sacar un tema de conversación.
—Mercedes Jones —agrega Rachel.
—Debe ir a comisión, porque a nosotras también nos habló de este
local. ¿Nosotras? Una lucecita dentro de mi cerebro se enciende y, antes de que pueda convertirse en un pensamiento firme, Santana se acerca a
nosotras. Lleva un traje de corte italiano negro y una camisa negra. Está guapísima, qué novedad, aunque parece molesta, otra novedad.
No repara en nosotras. Se apoya en la barra y busca al camarero con la
mirada.
—No sé cómo he dejado que me convencieses para venir aquí —
masculla malhumorada.
—Santana, saluda. Que no se diga que no te he educado bien.
Santana vuelve la vista y al fin nos ve. Juraría que su mirada
cambia cuando sus ojos negros se cruzan con los míos.
—Señorita Berry, Señorita Pierce .
—Señorita Lopez —respondemos casi al unísono.
—Por el amor de Dios, Santana. No estamos en la oficina.
No dice nada. Sigue con la mirada fija en algún punto frente a ella. Yo
aún no sé muy bien cómo reaccionar. La verdad es que no me esperaba
verla aquí. Sigo siendo consciente de cómo me siento después de todo lo
que pasó, pero no puedo obviar cómo me afecta su proximidad.
—El local tiene una pinta estupenda —comenta Rachel.
—Sí. Creo que está muy de moda —responde Quinn.
Se miran sin saber muy bien cómo seguir. Hablar del local en un local
es el equivalente a charlar del tiempo.
—¿Y habéis venido solas? —pregunta Quinn.
—No, con unos amigos.
Al escuchar la respuesta de Rachel, Santana vuelve a prestarnos
atención. Por un momento me gustaría decir que nos acompaña un equipo
entero de fútbol, pero me contengo. A saber cómo reaccionaría.
—La música es genial.
—Sí, me encanta esta canción.
Suspiro exasperada pero divertida. Está claro que esta conversación
tan interesante que están manteniendo demuestra, uno, las nerviosas que se ponen mutuamente y, dos, que ninguno de las dos quiere que la otra se
vaya, aunque no sepa muy bien cómo conseguirlo.
Ser espectadora de todo esto es un poco aburrido, pero pensar cómo
martirizaré a Rachel después e incluso a Quinn, en cuanto tenga un poco
más de confianza con ella, lo hace más ameno.
Sin darme cuenta, vuelvo a dirigir mi mirada hacia Santana, que
habla con el camarero. Como me niego en rotundo a que me pille
mirándola embobada, comienzo a fijarme en los detalles de la barra, sobre
todo, en el vinilo sobre el que se proyecta la pecera. Lo toco curiosa y, al
hacerlo, la luz se refleja en mi mano dando la sensación de que también
está dentro del agua. Es asombroso.
Inconscientemente alzo la vista cuando veo cómo colocan frente a mí
un Martini Royale con mucho hielo. También de manera instintiva, miro a
Santana. Aunque su expresión es imperturbable, ya no parece tan
enfadada. Sus ojos negros están endurecidos, pero también tienen ese brillo que logra hipnotizarme.
Recuerda lo que bebo, me apunto, y ese ínfimo detalle me desarma.
—Gracias —musito y aparto mi mirada de la suya, si no, no sé cómo
acabará esto y no pienso volver a darle la oportunidad de reírse de mí.
Afortunadamente Rachel no ha visto nada de lo ocurrido.
—Bueno, será mejor que volvamos con los demás —dice mi amiga
girándose hacia mí.
—Claro. Supongo que ya nos veremos —responde Quinn.
baile para llegar a la barra, pero es bastante difícil cuando cada dos
segundos nos paramos para cantar o bailar.
Finalmente lo conseguimos. Joe nos mira dispuesto a preguntar qué
beberemos, pero él mismo se da cuenta de que la respuesta es obvia y se
frena antes de llegar a decir nada.
—¡Dios, Britt! ¡Mira quién está ahí! —grita Rachel a punto de
tener un ataque. Miro hacia donde su mano señala torpemente y veo a Quienn sentada en la barra. Parece estar sola.
—¿Qué quieres hacer? —pregunto con una sonrisa, aunque sé de
sobra la respuesta.
—¿Tú qué crees? —inquiere a su vez exasperada—. Deseo acercarme,
pero no quiero parecer desesperada ni demostrarle nada.
—Hola, Quinn —digo con una sonrisa de oreja a oreja al llegar hasta
ella.
—Britt —me saluda sorprendida—, ¿qué hace una chica como tú
en un sitio como éste?
Sonrío de nuevo ante la pregunta de Quinn y, disimuladamente, miro
a Rachel para que se acerque más.
—Hola, Rachel.
—Hola.
Nunca había visto a Rachel así. Incluso por un momento se ha
ruborizado.
—Una chica de Marketing nos habló de este sitio —comento
intentando sacar un tema de conversación.
—Mercedes Jones —agrega Rachel.
—Debe ir a comisión, porque a nosotras también nos habló de este
local. ¿Nosotras? Una lucecita dentro de mi cerebro se enciende y, antes de que pueda convertirse en un pensamiento firme, Santana se acerca a
nosotras. Lleva un traje de corte italiano negro y una camisa negra. Está guapísima, qué novedad, aunque parece molesta, otra novedad.
No repara en nosotras. Se apoya en la barra y busca al camarero con la
mirada.
—No sé cómo he dejado que me convencieses para venir aquí —
masculla malhumorada.
—Santana, saluda. Que no se diga que no te he educado bien.
Santana vuelve la vista y al fin nos ve. Juraría que su mirada
cambia cuando sus ojos negros se cruzan con los míos.
—Señorita Berry, Señorita Pierce .
—Señorita Lopez —respondemos casi al unísono.
—Por el amor de Dios, Santana. No estamos en la oficina.
No dice nada. Sigue con la mirada fija en algún punto frente a ella. Yo
aún no sé muy bien cómo reaccionar. La verdad es que no me esperaba
verla aquí. Sigo siendo consciente de cómo me siento después de todo lo
que pasó, pero no puedo obviar cómo me afecta su proximidad.
—El local tiene una pinta estupenda —comenta Rachel.
—Sí. Creo que está muy de moda —responde Quinn.
Se miran sin saber muy bien cómo seguir. Hablar del local en un local
es el equivalente a charlar del tiempo.
—¿Y habéis venido solas? —pregunta Quinn.
—No, con unos amigos.
Al escuchar la respuesta de Rachel, Santana vuelve a prestarnos
atención. Por un momento me gustaría decir que nos acompaña un equipo
entero de fútbol, pero me contengo. A saber cómo reaccionaría.
—La música es genial.
—Sí, me encanta esta canción.
Suspiro exasperada pero divertida. Está claro que esta conversación
tan interesante que están manteniendo demuestra, uno, las nerviosas que se ponen mutuamente y, dos, que ninguno de las dos quiere que la otra se
vaya, aunque no sepa muy bien cómo conseguirlo.
Ser espectadora de todo esto es un poco aburrido, pero pensar cómo
martirizaré a Rachel después e incluso a Quinn, en cuanto tenga un poco
más de confianza con ella, lo hace más ameno.
Sin darme cuenta, vuelvo a dirigir mi mirada hacia Santana, que
habla con el camarero. Como me niego en rotundo a que me pille
mirándola embobada, comienzo a fijarme en los detalles de la barra, sobre
todo, en el vinilo sobre el que se proyecta la pecera. Lo toco curiosa y, al
hacerlo, la luz se refleja en mi mano dando la sensación de que también
está dentro del agua. Es asombroso.
Inconscientemente alzo la vista cuando veo cómo colocan frente a mí
un Martini Royale con mucho hielo. También de manera instintiva, miro a
Santana. Aunque su expresión es imperturbable, ya no parece tan
enfadada. Sus ojos negros están endurecidos, pero también tienen ese brillo que logra hipnotizarme.
Recuerda lo que bebo, me apunto, y ese ínfimo detalle me desarma.
—Gracias —musito y aparto mi mirada de la suya, si no, no sé cómo
acabará esto y no pienso volver a darle la oportunidad de reírse de mí.
Afortunadamente Rachel no ha visto nada de lo ocurrido.
—Bueno, será mejor que volvamos con los demás —dice mi amiga
girándose hacia mí.
—Claro. Supongo que ya nos veremos —responde Quinn.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Cuando decepcionada llego de nuevo hasta los chicos, Lauren y Álex
no están. James me tiende una copa con una sonrisa cómplice.
—Iba a salir a fumar un cigarrillo y te he visto. ¿Todo bien?
—Todo bien —respondo automática. Lo último que necesito es hablar
de ello.
Imagino que James sabe que acabo de mentirle descaradamente, pero
aun así me da un poco de cuerda y decide aceptar mi respuesta.
En ese momento una música de lo más familiar comienza a sonar.
Antes de que pueda identificarla, Álex tira de mí hacia la pista de baile.
—¡Es nuestra canción! —grita entusiasma mientras me arrastra
esquivando a un montón de personas que lo dan todo en la pista de baile—.
Me ha costado media hora de flirteo con el discjoquey, pero lo he conseguido.
En el centro de la pista nos espera Sugar y, cuando nos reunimos,
comenzamos a bailar y a cantar a pleno pulmón el Mama Luba de Senebro.
Nuestro ruso deja mucho que desear, pero, tal y como ocurría en los viejos
tiempos, lo pasamos genial. Incluso consigo que por un instante lo que me
dijo Santana deje de tener importancia.
Antes de que pueda darme cuenta, un chico tira de mi muñeca y me
atrae hacia él.—¿Qué haces? —me quejo zafándome de su mano.
Es un chico de unos treinta años con pinta de ejecutivo pasado de
copas. —Venga, vamos a bailar.
Da un paso hacia mí y yo rápidamente reacciono empujándolo. Sugar, Rachel y joe se percatan de lo que ocurre y se colocan a mi lado.
—¿Por qué no te largas de una vez? —le pido.
—Vamos, baila conmigo —vuelve a decir intentando agarrarme de la
cintura.
—No pienso bailar contigo.
—Déjala en paz, tío —clama Joe.
El tipo vuelve a intentar cogerme y yo vuelvo a empujarlo.
—Lárgate, gilipollas —le digo.
—¿Y si no quiero? —me espeta con chulería.
—La señorita te ha pedido amablemente que te largues.
La voz de Santana se abre paso desde la espalda del chico. Es
curioso cómo ni siquiera ha necesitado gritar, la música se ha aliado con ella para resultar de lo más intimidatorio.
—Coño, Santana. ¿Qué haces aquí?
—Evitar que sigas haciendo el gilipollas —contesta como si fuera
obvio. —Que esta chica trabaje para ti no significan que sea tuya.
—No podrías estar más equivocado.
¿Qué?
—Y ahora lárgate —continúa—. No pienso repetirlo.
—¿Y si no quiero?
Santana dedica al infinito su media sonrisa un segundo antes de
darle al tipo un puñetazo y mandarlo al suelo. Todas las personas que
bailaban a nuestro alrededor se giran y se y se alejan alarmadas. Yo observo al chico tumbado en el suelo quejándose de su mandíbula y alzo mi mirada, que se entrelaza al instante con la de Santana Se está controlando, pero puedo sentir su monumental enfado desde aquí.
Sin decir nada, me coge de la mano y, tirando toscamente de mí, me
hace cruzar la pista de baile.
—¿Dónde vamos?
—Fuera —masculla.
—No quiero ir fuera —replico enfadada. Me hace caminar más rápido
de lo que mis tacones me permiten—. Vas a hacer que me caiga —me
quejo, pero no ralentiza su paso.
Cuando por fin salimos del local, Santana me suelta la mano y,
antes siquiera de que la idea se cristalice en mi mente, la abofeteo.
¡Estoy furiosa!
Ella se lleva lentamente la mano a la mejilla y me mira con los ojos
absolutamente endurecidos. Empiezo a arrepentirme de lo que he hecho.
—¿Me has abofeteado? —pregunta con sus ojos clavados en los míos
y con esa voz suave como el terciopelo pero tan dura, durísima.
—Sí —musito y no sé muy bien cómo me envalentono—, porque no
puedes hacer esto. No puedes comportarte como si estuvieras celosa,
besarme, pasar de mí y después aparecer de la nada y salvarme.
Ella da unos pasos hacia mí e instintivamente yo los doy hacia atrás.
—No voy a dejar que ningún imbécil te ponga las manos encima y no
puedes imaginar lo poco que me importa que te guste o no. No pienso
disculparme por ello.
—Claro que no. Tú jamás te disculparías por nada.
Su arrogancia y su enfado alimentan el mío.
—No tengo por qué hacerlo.
—Pues yo tampoco. Además, ningúna imbécil puede tocarme a mí pero
a ti sí puede susurrarte cosas la primera rubia estúpida que lo intente.
—¿Qué? —pregunta confusa.
—Te vi en la barra con esa chica.
Al caer en la cuenta de a quién me refiero, sonríe, pero apenas dura un
segundo en sus labios.
—Esa chica no era nadie. Por el amor de Dios, sólo fui amable. No le
hice el más mínimo caso.
—Por mí puedes revolcarte con medio club. Me da exactamente igual.
Pero deja de hacer esto, porque esta misma noche acabas de decirme que
no volverás a besarme nunca.
—Sé lo que he dicho —replica alzando la voz.
—Pues entonces…
—Entonces —me interrumpe—, está claro que estás volviéndome
loca.
Santana camina los pasos que nos separan, toma mi cara entre sus
manos y me besa. Vuelvo a sentir sus perfectos labios sobre los míos y le
respondo. Me besa sensual y salvaje, despertando todo mi cuerpo, haciendo que se llene de ansia por ella.
Se separa de mí, me coge brusca de la mano y me lleva hacia un
callejón apartado unos metros de la entrada del club. Me deja caer contra la
pared y me aprisiona entre ella y su cuerpo. Sigue besándome apremiante y yo sigo recibiéndola, llamándola. Nunca me había sentido así, rendida por
completo con un solo beso.
Suspiro contra sus labios cuando noto su mano subir desde mi rodilla,
por debajo de mi vestido, hasta mi muslo.
no están. James me tiende una copa con una sonrisa cómplice.
—Iba a salir a fumar un cigarrillo y te he visto. ¿Todo bien?
—Todo bien —respondo automática. Lo último que necesito es hablar
de ello.
Imagino que James sabe que acabo de mentirle descaradamente, pero
aun así me da un poco de cuerda y decide aceptar mi respuesta.
En ese momento una música de lo más familiar comienza a sonar.
Antes de que pueda identificarla, Álex tira de mí hacia la pista de baile.
—¡Es nuestra canción! —grita entusiasma mientras me arrastra
esquivando a un montón de personas que lo dan todo en la pista de baile—.
Me ha costado media hora de flirteo con el discjoquey, pero lo he conseguido.
En el centro de la pista nos espera Sugar y, cuando nos reunimos,
comenzamos a bailar y a cantar a pleno pulmón el Mama Luba de Senebro.
Nuestro ruso deja mucho que desear, pero, tal y como ocurría en los viejos
tiempos, lo pasamos genial. Incluso consigo que por un instante lo que me
dijo Santana deje de tener importancia.
Antes de que pueda darme cuenta, un chico tira de mi muñeca y me
atrae hacia él.—¿Qué haces? —me quejo zafándome de su mano.
Es un chico de unos treinta años con pinta de ejecutivo pasado de
copas. —Venga, vamos a bailar.
Da un paso hacia mí y yo rápidamente reacciono empujándolo. Sugar, Rachel y joe se percatan de lo que ocurre y se colocan a mi lado.
—¿Por qué no te largas de una vez? —le pido.
—Vamos, baila conmigo —vuelve a decir intentando agarrarme de la
cintura.
—No pienso bailar contigo.
—Déjala en paz, tío —clama Joe.
El tipo vuelve a intentar cogerme y yo vuelvo a empujarlo.
—Lárgate, gilipollas —le digo.
—¿Y si no quiero? —me espeta con chulería.
—La señorita te ha pedido amablemente que te largues.
La voz de Santana se abre paso desde la espalda del chico. Es
curioso cómo ni siquiera ha necesitado gritar, la música se ha aliado con ella para resultar de lo más intimidatorio.
—Coño, Santana. ¿Qué haces aquí?
—Evitar que sigas haciendo el gilipollas —contesta como si fuera
obvio. —Que esta chica trabaje para ti no significan que sea tuya.
—No podrías estar más equivocado.
¿Qué?
—Y ahora lárgate —continúa—. No pienso repetirlo.
—¿Y si no quiero?
Santana dedica al infinito su media sonrisa un segundo antes de
darle al tipo un puñetazo y mandarlo al suelo. Todas las personas que
bailaban a nuestro alrededor se giran y se y se alejan alarmadas. Yo observo al chico tumbado en el suelo quejándose de su mandíbula y alzo mi mirada, que se entrelaza al instante con la de Santana Se está controlando, pero puedo sentir su monumental enfado desde aquí.
Sin decir nada, me coge de la mano y, tirando toscamente de mí, me
hace cruzar la pista de baile.
—¿Dónde vamos?
—Fuera —masculla.
—No quiero ir fuera —replico enfadada. Me hace caminar más rápido
de lo que mis tacones me permiten—. Vas a hacer que me caiga —me
quejo, pero no ralentiza su paso.
Cuando por fin salimos del local, Santana me suelta la mano y,
antes siquiera de que la idea se cristalice en mi mente, la abofeteo.
¡Estoy furiosa!
Ella se lleva lentamente la mano a la mejilla y me mira con los ojos
absolutamente endurecidos. Empiezo a arrepentirme de lo que he hecho.
—¿Me has abofeteado? —pregunta con sus ojos clavados en los míos
y con esa voz suave como el terciopelo pero tan dura, durísima.
—Sí —musito y no sé muy bien cómo me envalentono—, porque no
puedes hacer esto. No puedes comportarte como si estuvieras celosa,
besarme, pasar de mí y después aparecer de la nada y salvarme.
Ella da unos pasos hacia mí e instintivamente yo los doy hacia atrás.
—No voy a dejar que ningún imbécil te ponga las manos encima y no
puedes imaginar lo poco que me importa que te guste o no. No pienso
disculparme por ello.
—Claro que no. Tú jamás te disculparías por nada.
Su arrogancia y su enfado alimentan el mío.
—No tengo por qué hacerlo.
—Pues yo tampoco. Además, ningúna imbécil puede tocarme a mí pero
a ti sí puede susurrarte cosas la primera rubia estúpida que lo intente.
—¿Qué? —pregunta confusa.
—Te vi en la barra con esa chica.
Al caer en la cuenta de a quién me refiero, sonríe, pero apenas dura un
segundo en sus labios.
—Esa chica no era nadie. Por el amor de Dios, sólo fui amable. No le
hice el más mínimo caso.
—Por mí puedes revolcarte con medio club. Me da exactamente igual.
Pero deja de hacer esto, porque esta misma noche acabas de decirme que
no volverás a besarme nunca.
—Sé lo que he dicho —replica alzando la voz.
—Pues entonces…
—Entonces —me interrumpe—, está claro que estás volviéndome
loca.
Santana camina los pasos que nos separan, toma mi cara entre sus
manos y me besa. Vuelvo a sentir sus perfectos labios sobre los míos y le
respondo. Me besa sensual y salvaje, despertando todo mi cuerpo, haciendo que se llene de ansia por ella.
Se separa de mí, me coge brusca de la mano y me lleva hacia un
callejón apartado unos metros de la entrada del club. Me deja caer contra la
pared y me aprisiona entre ella y su cuerpo. Sigue besándome apremiante y yo sigo recibiéndola, llamándola. Nunca me había sentido así, rendida por
completo con un solo beso.
Suspiro contra sus labios cuando noto su mano subir desde mi rodilla,
por debajo de mi vestido, hasta mi muslo.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Chapter 8
—Britt
La voz de Sugar es casi un susurro en el que se mezclan la alarma y
un reproche inusitado en ella. Santana y yo nos separamos al instante. Por un momento nos miramos directamente a los ojos antes de intentar recolocarnos la ropa todo lo rápido que podemos.
Su mirada está llena de deseo, como seguro que lo está la mía.
Santana se separa de mí, pero no se marcha. Yo estoy de pie sin
saber muy bien qué hacer. No me gusta cómo me mira Sugar. Nunca lo
había hecho de esa forma.
Tras unos segundos de lo más incómodos en los que ninguno de las
tres habla, Lauren balbucea una pobre excusa y regresa al club.
Solas de nuevo, quiero decir algo pero no se me ocurre el qué. La
observo. Está nerviosa y también enfadada, pero parece un enfado
diferente. Tiene las manos en la cintura y no ha vuelto a mirarme desde
que nos separamos.
—Vuelve dentro, Britt.
—No —protesto.
—Maldita sea. Vuelve dentro.
Por fin me mira. Sus ojos brillan y el deseo sigue allí, pero ahora
entremezclado con la frustración y la rabia apenas contenidas.
Asiento nerviosa, tímida, intimidada, pero sobre todo dolida por su
reacción. Rezo por oírla salir atropellada detrás de mí y tomarme por el
brazo para que no me marche, pero no lo hace.
Todo esto debería valerme para darme cuenta en el lío en el que me
estoy metiendo. Sin embargo, ahora mismo lo único en lo que puedo
pensar es en lo bien que me he sentido en sus brazos y las ganas que tengo de que vuelva a besarme de esa manera tan salvaje.
Entro en el local y, cuando apenas llevo unos pasos, alguien me toma
del brazo. Sé que es Sugar.
—Britt, siento mucho haberos arruinado —hace una pausa tratando
de encontrar la palabra adecuada— el momento.
—No has arruinado ningún momento, Sugar —murmuro.
—Vale. Entonces ya no me siento tan mal preguntándote esto: ¿qué
estás haciendo? Es Santana, una arrogante, irascible…
—Para, Sugar —la interrumpo—. Me sé la lista de memoria, créeme.
—Mujeriega —sentencia a pesar de mis palabras.
Nos quedamos unos segundos en silencio. Mientras, la voz de Emeli
Sandé cantando Heaven hace que centenares de personas en la pista de
baile agiten sus brazos en el aire cruzado por láseres de colores.
—No vas a decirme nada que no me haya dicho yo antes. Sé quién es,
Sugar.
—Pues, sí lo sabes, no entiendo a qué estás jugando. Va a hacerte
daño.
—Me gusta muchísimo.
Mis palabras la dejan boquiabierta. Al ver que no reacciona, alzo la
cabeza y suspiro exasperada. Realmente es lo último que necesito, que al
decirlo en voz alta parezca que haya violado la Convención de Ginebra.
—Lo siento, Britt. Me ha pillado por sorpresa —se disculpa
intentando mostrar un cambio de actitud—. ¿Cuánto tiempo hace que
estáis liadas?
—¿Qué? No estamos liadas.
—¿Y qué estabais haciendo en ese callejón tan pésimamente
iluminado? ¿Contaros historias de miedo?
—Sugar, sólo nos hemos besado dos veces. Ahora y ayer en su
despacho.
—¿Qué? —grita escandalizada—. ¿En su despacho? —pregunta con
una voz extremadamente baja para compensar el tono anterior.
—Me beso ella a mí.
—¿Y te gustó?
—Mucho.
—Te estás metiendo en un lío gordísimo —me dice con una débil
sonrisa llena de empatía.
—Lo sé —musito.
Realmente lo sé. Esto no tiene ninguna posibilidad de acabar bien para
mí. Sugar coloca su brazo en mi hombro y me obliga a caminar de nuevo
hacia la pista de baile donde cantan casi como si fuera un mantra Oh
heaven, oh heaven, I wake with good intentions. Me parece que en este club no soy la única que se deja arrastrar y hace lo que se muere de ganas por__ hacer aunque no deba.
—O a lo mejor no sale mal y eres lo que necesita para dejar de
devorar almas humanas —apunta absolutamente convencida y su
comentario me hace sonreír sinceramente.
El resto de la noche consigo desconectar Santana intermitentemente. Me río, me divierto, pero no puedo evitar pensar en cómo me pidió que me marchara. Tengo la sensación de que estaba arrepentida de lo que pasó, sobre todo si recuerdo lo claro que dijo que,
aunque se muriese de ganas, no volvería a suceder. Pero ¿por qué? Creo
que lo peor de todo es no ser capaz de entenderla.
Llego a mi apartamento a una hora totalmente indecente. Me meto en
la cama e intento relajarme y dejar de pensar. Sin embargo, me duermo
repasando todo lo que ha sucedido esta noche e involuntariamente
sonriendo como una idiota cuando he revivido el maravilloso beso de Santana. El domingo pone el punto y final a una semana horrible.
Cuando suena el despertador a las siete de la mañana, lo primero que
mi mente aún adormilada piensa es que es lunes y existe la más que
probable posibilidad de que vea a Santana en la oficina.
Delante del espejo, después de haberme cepillado los dientes,
recogido el pelo y maquillado, golpeo nerviosamente uno de mis Oxford
blancos contra el suelo. Me observo con mi vestido rosa con flores blancas
bordadas en la parte de abajo que suben hasta la cintura y con una
estratégica abertura para dejar el inocente tramo de espalda bajo mi nuca al descubierto. Y me doy cuenta de la estupidez que he hecho. He elegido esta ropa pensando en estar guapa para ella y es lo último que debería permitirme hacer en estos momentos. ¡Basta de Santana!
A pesar de mi propio sermón, no me cambio de ropa.
Puntual como un reloj. Para mi sorpresa,Quinn no está en la oficina. Dejo mi bolso en el perchero y me siento a mi mesa. Enciendo el ordenador y pocos segundos después tengo su agenda ante mí. No tiene ninguna reunión. Es extraño que se retrase, nunca lo hace, aunque en realidad tampoco creo que tenga importancia.
Ha pasado una hora y Quinn aún no ha llegado. Sopeso la idea de
llamarla para ver si está bien pero, al fin y al cabo, ella es la jefa. Si quiere
venir más tarde y no llamar, está en su perfecto derecho.
Ya son casi las doce y Quinn aún no ha dado señales de vida.
Comienzo a preocuparme seriamente. Cojo el móvil y vuelvo a sospesar la
posibilidad de llamarla. ¿Y si está tirada en el suelo, atrapada por una viga
en su apartamento en llamas, confiando en que su fiel asistente se dé
cuenta de su ausencia y lo rescate? De acuerdo que es poco probable, pero no imposible. Cuando estoy a punto de deslizar mi dedo pulgar sobre el botón de llamada, mi jefa entra en el despacho.
—Buenos días, Britt.
Interior y gafas de sol. Parece que la juerga para algunas continuó el
domingo.
—Buenos días, Quinn.
Se mete en su despacho y se deja caer sobre la silla absolutamente
destrozada. No puedo evitar sonreír. Nunca imaginé que trabajaría para
una de las mejores editoras del país y que lo vería de resaca en menos de
una semana.
—Britt, por favor, ve al archivo, encuentra las fotos que hizo Ross
del Maxwell Padafield y llévaselas a Max.
—No te preocupes.
—Dile también que quiero ver el artículo de Artie Abraham con los
cambios que le pedí antes de que lo envíe a rotativas. Déjale bien claro que
ese artículo no se imprimirá si no lleva mi firma o la de Santana.
—Entendido.
Antes de marcharme al archivo, voy hasta los ventanales del despacho
de mi jefa y echo las persianas. Me lo agradece con algo a medio camino
entre un suspiro y un gruñido, lo que me hace volver a sonreír.
—Britt
La voz de Sugar es casi un susurro en el que se mezclan la alarma y
un reproche inusitado en ella. Santana y yo nos separamos al instante. Por un momento nos miramos directamente a los ojos antes de intentar recolocarnos la ropa todo lo rápido que podemos.
Su mirada está llena de deseo, como seguro que lo está la mía.
Santana se separa de mí, pero no se marcha. Yo estoy de pie sin
saber muy bien qué hacer. No me gusta cómo me mira Sugar. Nunca lo
había hecho de esa forma.
Tras unos segundos de lo más incómodos en los que ninguno de las
tres habla, Lauren balbucea una pobre excusa y regresa al club.
Solas de nuevo, quiero decir algo pero no se me ocurre el qué. La
observo. Está nerviosa y también enfadada, pero parece un enfado
diferente. Tiene las manos en la cintura y no ha vuelto a mirarme desde
que nos separamos.
—Vuelve dentro, Britt.
—No —protesto.
—Maldita sea. Vuelve dentro.
Por fin me mira. Sus ojos brillan y el deseo sigue allí, pero ahora
entremezclado con la frustración y la rabia apenas contenidas.
Asiento nerviosa, tímida, intimidada, pero sobre todo dolida por su
reacción. Rezo por oírla salir atropellada detrás de mí y tomarme por el
brazo para que no me marche, pero no lo hace.
Todo esto debería valerme para darme cuenta en el lío en el que me
estoy metiendo. Sin embargo, ahora mismo lo único en lo que puedo
pensar es en lo bien que me he sentido en sus brazos y las ganas que tengo de que vuelva a besarme de esa manera tan salvaje.
Entro en el local y, cuando apenas llevo unos pasos, alguien me toma
del brazo. Sé que es Sugar.
—Britt, siento mucho haberos arruinado —hace una pausa tratando
de encontrar la palabra adecuada— el momento.
—No has arruinado ningún momento, Sugar —murmuro.
—Vale. Entonces ya no me siento tan mal preguntándote esto: ¿qué
estás haciendo? Es Santana, una arrogante, irascible…
—Para, Sugar —la interrumpo—. Me sé la lista de memoria, créeme.
—Mujeriega —sentencia a pesar de mis palabras.
Nos quedamos unos segundos en silencio. Mientras, la voz de Emeli
Sandé cantando Heaven hace que centenares de personas en la pista de
baile agiten sus brazos en el aire cruzado por láseres de colores.
—No vas a decirme nada que no me haya dicho yo antes. Sé quién es,
Sugar.
—Pues, sí lo sabes, no entiendo a qué estás jugando. Va a hacerte
daño.
—Me gusta muchísimo.
Mis palabras la dejan boquiabierta. Al ver que no reacciona, alzo la
cabeza y suspiro exasperada. Realmente es lo último que necesito, que al
decirlo en voz alta parezca que haya violado la Convención de Ginebra.
—Lo siento, Britt. Me ha pillado por sorpresa —se disculpa
intentando mostrar un cambio de actitud—. ¿Cuánto tiempo hace que
estáis liadas?
—¿Qué? No estamos liadas.
—¿Y qué estabais haciendo en ese callejón tan pésimamente
iluminado? ¿Contaros historias de miedo?
—Sugar, sólo nos hemos besado dos veces. Ahora y ayer en su
despacho.
—¿Qué? —grita escandalizada—. ¿En su despacho? —pregunta con
una voz extremadamente baja para compensar el tono anterior.
—Me beso ella a mí.
—¿Y te gustó?
—Mucho.
—Te estás metiendo en un lío gordísimo —me dice con una débil
sonrisa llena de empatía.
—Lo sé —musito.
Realmente lo sé. Esto no tiene ninguna posibilidad de acabar bien para
mí. Sugar coloca su brazo en mi hombro y me obliga a caminar de nuevo
hacia la pista de baile donde cantan casi como si fuera un mantra Oh
heaven, oh heaven, I wake with good intentions. Me parece que en este club no soy la única que se deja arrastrar y hace lo que se muere de ganas por__ hacer aunque no deba.
—O a lo mejor no sale mal y eres lo que necesita para dejar de
devorar almas humanas —apunta absolutamente convencida y su
comentario me hace sonreír sinceramente.
El resto de la noche consigo desconectar Santana intermitentemente. Me río, me divierto, pero no puedo evitar pensar en cómo me pidió que me marchara. Tengo la sensación de que estaba arrepentida de lo que pasó, sobre todo si recuerdo lo claro que dijo que,
aunque se muriese de ganas, no volvería a suceder. Pero ¿por qué? Creo
que lo peor de todo es no ser capaz de entenderla.
Llego a mi apartamento a una hora totalmente indecente. Me meto en
la cama e intento relajarme y dejar de pensar. Sin embargo, me duermo
repasando todo lo que ha sucedido esta noche e involuntariamente
sonriendo como una idiota cuando he revivido el maravilloso beso de Santana. El domingo pone el punto y final a una semana horrible.
Cuando suena el despertador a las siete de la mañana, lo primero que
mi mente aún adormilada piensa es que es lunes y existe la más que
probable posibilidad de que vea a Santana en la oficina.
Delante del espejo, después de haberme cepillado los dientes,
recogido el pelo y maquillado, golpeo nerviosamente uno de mis Oxford
blancos contra el suelo. Me observo con mi vestido rosa con flores blancas
bordadas en la parte de abajo que suben hasta la cintura y con una
estratégica abertura para dejar el inocente tramo de espalda bajo mi nuca al descubierto. Y me doy cuenta de la estupidez que he hecho. He elegido esta ropa pensando en estar guapa para ella y es lo último que debería permitirme hacer en estos momentos. ¡Basta de Santana!
A pesar de mi propio sermón, no me cambio de ropa.
Puntual como un reloj. Para mi sorpresa,Quinn no está en la oficina. Dejo mi bolso en el perchero y me siento a mi mesa. Enciendo el ordenador y pocos segundos después tengo su agenda ante mí. No tiene ninguna reunión. Es extraño que se retrase, nunca lo hace, aunque en realidad tampoco creo que tenga importancia.
Ha pasado una hora y Quinn aún no ha llegado. Sopeso la idea de
llamarla para ver si está bien pero, al fin y al cabo, ella es la jefa. Si quiere
venir más tarde y no llamar, está en su perfecto derecho.
Ya son casi las doce y Quinn aún no ha dado señales de vida.
Comienzo a preocuparme seriamente. Cojo el móvil y vuelvo a sospesar la
posibilidad de llamarla. ¿Y si está tirada en el suelo, atrapada por una viga
en su apartamento en llamas, confiando en que su fiel asistente se dé
cuenta de su ausencia y lo rescate? De acuerdo que es poco probable, pero no imposible. Cuando estoy a punto de deslizar mi dedo pulgar sobre el botón de llamada, mi jefa entra en el despacho.
—Buenos días, Britt.
Interior y gafas de sol. Parece que la juerga para algunas continuó el
domingo.
—Buenos días, Quinn.
Se mete en su despacho y se deja caer sobre la silla absolutamente
destrozada. No puedo evitar sonreír. Nunca imaginé que trabajaría para
una de las mejores editoras del país y que lo vería de resaca en menos de
una semana.
—Britt, por favor, ve al archivo, encuentra las fotos que hizo Ross
del Maxwell Padafield y llévaselas a Max.
—No te preocupes.
—Dile también que quiero ver el artículo de Artie Abraham con los
cambios que le pedí antes de que lo envíe a rotativas. Déjale bien claro que
ese artículo no se imprimirá si no lleva mi firma o la de Santana.
—Entendido.
Antes de marcharme al archivo, voy hasta los ventanales del despacho
de mi jefa y echo las persianas. Me lo agradece con algo a medio camino
entre un suspiro y un gruñido, lo que me hace volver a sonreír.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
—¿Te llamó?
—¿Quién?
No tengo ni idea de a quién se refiere.
—¿Quién va a ser? —me contesta con un mohín—. Santana
—Claro que no. ¿Por qué iba a llamarme?
—No lo sé, porque te echaba de menos —responde burlona.
Le lanzo lo que tengo más a mano: un dosier Le ha dolido. Ella se queja y yo suelto una risilla malvada como respuesta.
—Me encanta ver que continúan encontrando la manera de divertirse
en horario laboral.
Creo que al oír esa frase las dos hemos dejado de respirar al unísono.
Alzo la mirada y veo Santana en la puerta. Nos observa malhumorada con los brazos cruzados.
—Señorita Motta, ¿no debería estar en su departamento haciendo el
trabajo por el que le pago?
Sugar se baja de un salto de los archivadores, algo que tiene bastante
merito ya que lleva unos Louboutin de muchísimos centímetros, y sale
escopetada sin volver la vista atrás.
Yo bajo la mirada rápidamente y vuelvo a concentrarme en los
archivadores. Estoy muy nerviosa y se nota por la torpe manera en la que
paso las carpetas.
Puedo sentir cómo me sigue observando desde la puerta.
Tras unos segundos, suspira bruscamente y entra en la diminuta
habitación cerrando la puerta tras de sí. Está muy cerca, tanto que puedo
sentir la suave tela de su precioso traje carbón rozar mi hombro desnudo.
Esa electricidad tan familiar vuelve a rodearlo todo, a tirar de mí, a
despertar mi cuerpo. Siento su olor a lavanda fresca. Es delicioso.
Mi respiración se acelera presa de toda esta situación, de su
proximidad, y me alegro sobremanera al comprobar que a ella le pasa lo
mismo.
Santana se inclina sobre mí. Sin saber muy bien de dónde saco
el valor y me giro para que estemos frente a frente. Sus preciosos ojos
negros se posan en los míos. Creo que son los más maravillosos que he
visto nunca. Brillan de deseo y, el saberlo, enciende aún más mi piel.
Bésame, bésame por favor.
No dice nada, sólo me mira. Deja que el sonido de nuestras
respiraciones llene el ambiente, aislándonos del mundo que sigue girando a
unos pasos de nosotras.
Estira su mano y por un momento creo que va a tocar la mía. La idea
me coloca casi al borde del colapso, pero en el último segundo la desvía,
coge una carpeta y, suspirando bruscamente, se dirige de nuevo hacia la
puerta. Visiblemente molesta, se pasa una mano por el pelo justo antes de
salir de la habitación.
Con la respiración jadeante, observo la puerta sin comprender muy
bien todavía que es lo que ha pasado, pero con mi cuerpo pidiendo a gritos
que regrese.
Apoyo las dos palmas de las manos sobre los centenares de carpetas
del cajón aún abierto. Todavía puedo sentir su olor. Necesito unos minutos
para recuperarme. Mientras estoy en el ascensor bajando para ver a Max, me preocupa que resulte demasiado obvio lo alterada que estoy. Lo cierto es que lo único que quiero hacer es correr hasta su despacho y pedirle que me bese de nuevo. Sacudo la cabeza para hacer desaparecer esa idea. No pienso plantarme delante de ella, pedirle algo así y ver cómo, con casi toda
seguridad, se ríe de mí. Aunque no siempre aparezca, y a menudo en los
momentos más inoportunos, tengo dignidad.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
—Hola, George —lo saludo al encontrarnos en el garaje.
—¿En qué puedo ayudarte, Britt?
—Necesito que me lleves al parque de la plaza Washington y me
traigas de vuelta en unos quince minutos, ¿podrás?
—Sí, claro.
—Es una sorpresa para Quinn —aclaro.
George me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Me cayó bien al
instante y sé que el sentimiento fue mutuo.
—Si quieres que lleguemos al Village y volvamos en tan poco tiempo,
tendremos que ir en el A8 —me anuncia mientras nos acercamos a un
imponente coche negro.
—¿El A8?
—Sí, el Audi A8. Uno de los coches de la señorita Lopez
Nuestras sonrisas se vuelven traviesas como la de dos niños que están
comiendo galletas sin permiso.
Se trata de un flamante Audi A8 negro. Parece exactamente lo que es,
el espectacular coche del CEO de una de las empresas más importantes del país.
Me abre la puerta del copiloto y me monto encantada. Por dentro es
tan lujoso como por fuera. El interior es de distintos tonos de grises. Me
gusta que no sea color crema como casi todos los coches caros. Así tiene
más estilo.
—¿Podemos escuchar música? —le pregunto cuando ocupa su
asiento.
—Claro. Pero te advierto que toda la música que hay es del señor
Riley. Aprieto uno de los botones de la pantalla que sube desde el
salpicadero y comienza a sonar Ho Hey, de The Lumineers. Es una de mis
canciones favoritas. Nunca hubiera dicho que el señor Riley escuchara este
tipo de música. Sonrío como una idiota ante este detalle y tengo que
frenarme a mí misma para no imaginarnos en este mismo coche,
escuchando esta misma canción y quizá besándonos salvajemente sobre
esta misma tapicería. George atraviesa el tráfico de Nueva York y detiene el coche frente al puesto de Joe en la entrada del parque. Compro tres perritos completos y tres Coca-Colas heladas y regresamos a la oficina. Sólo tardamos diecisiete minutos. Sin duda debe ser un récord mundial o algo parecido.
Salimos del coche y le entrego uno de los perritos y uno de los
refrescos a George.
—Esto es para agradecerte el favor. El mejor de la ciudad —le grito
mientras corro parking a través.
Su «gracias, Britt» lo oigo de lejos justo antes de llegar al
ascensor.
Entro en la oficina y coloco la bandeja de cartón sobre la mesa de
Quinn. Ella me mira extrañada, o por lo menos eso creo, porque sigue con
las gafas de sol, y después de nuevo la comida.
—Es el mejor remedio contra la resaca. Eficacia garantizada.
—¿De dónde los has sacado?
—Una chica tiene sus trucos.
Ella sonríe y yo le respondo de igual forma.
—Y ahora come tranquila. Yo me encargo de todo.
Me giro para volver a mi mesa.
—No, Britt, espera. Come conmigo.
—¿Segura? —pregunto extrañada.
Quinn no contesta. Se limita a hacerme un gesto con la cabeza del
que después se arrepiente por el mareo que le provoca.
Me siento en la silla al otro lado de la mesa, reparto los perritos y
abro los refrescos. Tras el primer bocado, Quinn suspira encantada.
—Está buenísimo, Britt.
—Lo sé —contesto satisfecha por haber acertado—. Y ya verás cómo
tu resaca mejora milagrosamente.
Sonríe mientras continúa comiendo. Quinn es una tipa genial como
jefa y sospecho que como amiga.
—Con este almuerzo acabas de convertirte en la mejor ayudante que
he tenido.
—Gracias, aunque no te creo. Debes haber tenido un montón de
ayudantes.
Quinn me mira sonriente por la expectación que acaba de despertar
en mí. Deja la lata sobre la mesa y se incorpora.
—Desde que éramos niñas, Santana siempre quiso ser arquitecta. El
último año de instituto su padre le dijo que se olvidara de esa tontería, que
debía estudiar empresariales como habían hecho su hermano y él mismo.
Santana sabía que era inútil discutir, pero también tenía claro lo que quería,
así que se matriculó en empresariales y, a escondidas, en arquitectura.
Acabó licenciándose suma cum laude en las dos.
Uau. Ahora entiendo su admiración por Artie Abraham.
—¿Y qué dijo su padre?
—Estaba encantado. Nunca le he visto más orgulloso de que le
desobedecieran. Como regalo de graduación, le compró una revista de
arquitectura decadente y ruinosa y Santana la convirtió en lo que es hoy.
—Sabía que había sido ella, Lopez Group, pero nunca hubiera imaginado
que fue ella personalmente.
—Tendrías que haberla visto. Mejor que cualquier máster de gestión
de publicación. Fue espectacular. Así es Santana cuando quiere algo,
implacable.
Estoy anonadada. Santana es la responsable de una de las
conversiones más geniales de la historia de la prensa escrita actual.
—¿Y desde entonces eres editora jefe?
—Sí.
Su voz está llena de orgullo.
—Debe confiar mucho en ti.
—Igual que yo en ella. La lealtad es muy importante para las dos.
Sabía que Quinn podría darme otra imagen de Santana , pero
nunca pensé que sería la de un arquitecta idealista que se convirtió en lo
que quería a pesar de todo.
—No imaginaba que fuera así —susurro.
Quinn sonríe.
—Santana no es como se empeña en hacer creer que es. El problema es
que a veces incluso ella misma lo olvida.
Esa frase despierta aproximadamente un millón de preguntas en mí,
pero antes de que pueda hacer ninguna llaman suavemente a la puerta. Alzo la mirada y veo a un hombre de treinta y tantos entrar con paso firme y
rodear la mesa hasta colocarse frente a Quinn. Es alto, corpulento y
guapo, y no ha dejado de sonreír desde que ha entrado.
—¿Resaca, Fabray?
Quinn se señala las gafas de sol como única respuesta.
—Menuda juerga os corristeis anoche mi hermanita y tú.
Entonces el hombre perfectamente enchaquetado repara en mi
presencia.
—Disculpa mis modales. Soy Ryder Lopez —dice tendiéndome la
mano. Cuando mi mente racionaliza el nombre que acaba de oír, me levanto como un resorte.
—Señor Lopez.
¿Por qué todos los Lopez me pillan siempre con la guardia baja?
—Tranquila. Puedes sentarte. Yo no soy mi hermana.
Los dos miran y se sonríen cómplices. Parece que la sombra de la irascible señorita Lopez es alargada.
—Es Brittany Pierce, mi ayudante —me presenta Quinn.
—Encantado, señorita Piercer.
Ryder me tiende la mano y entonces caigo en la cuenta de que
antes no se la di.
«Con los Lopez siempre dando una buena impresión, Pierce.»
—Brittany, señor Lopez —contesto estrechándosela.
—Ryder —replica
En mitad de todo aquello y sin que ninguno de los tres nos demos
cuenta, Santana entra en el despacho. Está enfadada, sus ojos lo
demuestran. Centra su mirada en mí durante un segundo, que rápidamente
me levanto, y después la dirige a su hermano y a Quinn.
—¿Qué es esto? Joder, a veces tengo la sensación de que soy la única
que trabaja aquí.
—Hola a ti también, hermanita —lo saluda socarrón.
—¿Y a ti qué coño te pasa? Esto parece una cueva —le pregunta
malhumorado a Quinn, que no se molesta en contestarle.
Diligente, voy hasta los ventanales y subo las persianas. El cambio de
luz molesta a Quinn, que se revuelve en su silla y deja caer las gafas de
sol. Me agacho, las recojo, las limpio con suavidad en el bajo de mi vestido
y vuelvo a colocárselas.
—¿Mejor? — inquiero con dulzura.
—Mejor.
—Señorita Pierce, tres cafés.
—Ahora mismo, señorita Lopez —musito apartando mi mirada de la
suya y saliendo del despacho.
—Joder, Santana —oigo protestar a Quinn cuando me marcho.
Camino de la sala de descanso pienso de cuántas maneras diferentes
podría envenenar el café de Santana. Todavía no puedo creer que me
haya tratado así, aunque tampoco sé de qué me sorprendo. No es la primera vez que se comporta como una perfecta gilipollas y a estas alturas debería tener claro que no será la última. De cualquier forma, debo agradecerle que lo haya hecho. Todo el tiempo que me imagino asesinándola, al menos no lo hago besándola.
Regreso con una coqueta bandeja y tres cafés en ella. Con mi entrada
los tres se callan y, aunque intento obviarlo, noto su mirada clavada en mí,
siguiéndome por toda la habitación mientras dejo con cuidado los cafés de
Ryder y Quinn sobre la mesa.
—Gracias, Britt, eres un sol —se apresura a decirme Quinn.
—No hay de qué, es mi trabajo.
Con menos cuidado, aunque sin llegar a ser brusca, coloco el café de
Santana en la mesa.
—Su café, señorita Lopez.
Mi voz es fría y seca. Ahora mismo estoy muy cabreada con ella. Sin
ninguna duda de que fuera a pasar lo contrario, toma su café y no se
molesta en darme las gracias. Quinn la mira con cara de pocos amigos,
pero ella frunce el ceño como si no supiera cuál es el problema y comienza a beber.
—¿En qué puedo ayudarte, Britt?
—Necesito que me lleves al parque de la plaza Washington y me
traigas de vuelta en unos quince minutos, ¿podrás?
—Sí, claro.
—Es una sorpresa para Quinn —aclaro.
George me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Me cayó bien al
instante y sé que el sentimiento fue mutuo.
—Si quieres que lleguemos al Village y volvamos en tan poco tiempo,
tendremos que ir en el A8 —me anuncia mientras nos acercamos a un
imponente coche negro.
—¿El A8?
—Sí, el Audi A8. Uno de los coches de la señorita Lopez
Nuestras sonrisas se vuelven traviesas como la de dos niños que están
comiendo galletas sin permiso.
Se trata de un flamante Audi A8 negro. Parece exactamente lo que es,
el espectacular coche del CEO de una de las empresas más importantes del país.
Me abre la puerta del copiloto y me monto encantada. Por dentro es
tan lujoso como por fuera. El interior es de distintos tonos de grises. Me
gusta que no sea color crema como casi todos los coches caros. Así tiene
más estilo.
—¿Podemos escuchar música? —le pregunto cuando ocupa su
asiento.
—Claro. Pero te advierto que toda la música que hay es del señor
Riley. Aprieto uno de los botones de la pantalla que sube desde el
salpicadero y comienza a sonar Ho Hey, de The Lumineers. Es una de mis
canciones favoritas. Nunca hubiera dicho que el señor Riley escuchara este
tipo de música. Sonrío como una idiota ante este detalle y tengo que
frenarme a mí misma para no imaginarnos en este mismo coche,
escuchando esta misma canción y quizá besándonos salvajemente sobre
esta misma tapicería. George atraviesa el tráfico de Nueva York y detiene el coche frente al puesto de Joe en la entrada del parque. Compro tres perritos completos y tres Coca-Colas heladas y regresamos a la oficina. Sólo tardamos diecisiete minutos. Sin duda debe ser un récord mundial o algo parecido.
Salimos del coche y le entrego uno de los perritos y uno de los
refrescos a George.
—Esto es para agradecerte el favor. El mejor de la ciudad —le grito
mientras corro parking a través.
Su «gracias, Britt» lo oigo de lejos justo antes de llegar al
ascensor.
Entro en la oficina y coloco la bandeja de cartón sobre la mesa de
Quinn. Ella me mira extrañada, o por lo menos eso creo, porque sigue con
las gafas de sol, y después de nuevo la comida.
—Es el mejor remedio contra la resaca. Eficacia garantizada.
—¿De dónde los has sacado?
—Una chica tiene sus trucos.
Ella sonríe y yo le respondo de igual forma.
—Y ahora come tranquila. Yo me encargo de todo.
Me giro para volver a mi mesa.
—No, Britt, espera. Come conmigo.
—¿Segura? —pregunto extrañada.
Quinn no contesta. Se limita a hacerme un gesto con la cabeza del
que después se arrepiente por el mareo que le provoca.
Me siento en la silla al otro lado de la mesa, reparto los perritos y
abro los refrescos. Tras el primer bocado, Quinn suspira encantada.
—Está buenísimo, Britt.
—Lo sé —contesto satisfecha por haber acertado—. Y ya verás cómo
tu resaca mejora milagrosamente.
Sonríe mientras continúa comiendo. Quinn es una tipa genial como
jefa y sospecho que como amiga.
—Con este almuerzo acabas de convertirte en la mejor ayudante que
he tenido.
—Gracias, aunque no te creo. Debes haber tenido un montón de
ayudantes.
Quinn me mira sonriente por la expectación que acaba de despertar
en mí. Deja la lata sobre la mesa y se incorpora.
—Desde que éramos niñas, Santana siempre quiso ser arquitecta. El
último año de instituto su padre le dijo que se olvidara de esa tontería, que
debía estudiar empresariales como habían hecho su hermano y él mismo.
Santana sabía que era inútil discutir, pero también tenía claro lo que quería,
así que se matriculó en empresariales y, a escondidas, en arquitectura.
Acabó licenciándose suma cum laude en las dos.
Uau. Ahora entiendo su admiración por Artie Abraham.
—¿Y qué dijo su padre?
—Estaba encantado. Nunca le he visto más orgulloso de que le
desobedecieran. Como regalo de graduación, le compró una revista de
arquitectura decadente y ruinosa y Santana la convirtió en lo que es hoy.
—Sabía que había sido ella, Lopez Group, pero nunca hubiera imaginado
que fue ella personalmente.
—Tendrías que haberla visto. Mejor que cualquier máster de gestión
de publicación. Fue espectacular. Así es Santana cuando quiere algo,
implacable.
Estoy anonadada. Santana es la responsable de una de las
conversiones más geniales de la historia de la prensa escrita actual.
—¿Y desde entonces eres editora jefe?
—Sí.
Su voz está llena de orgullo.
—Debe confiar mucho en ti.
—Igual que yo en ella. La lealtad es muy importante para las dos.
Sabía que Quinn podría darme otra imagen de Santana , pero
nunca pensé que sería la de un arquitecta idealista que se convirtió en lo
que quería a pesar de todo.
—No imaginaba que fuera así —susurro.
Quinn sonríe.
—Santana no es como se empeña en hacer creer que es. El problema es
que a veces incluso ella misma lo olvida.
Esa frase despierta aproximadamente un millón de preguntas en mí,
pero antes de que pueda hacer ninguna llaman suavemente a la puerta. Alzo la mirada y veo a un hombre de treinta y tantos entrar con paso firme y
rodear la mesa hasta colocarse frente a Quinn. Es alto, corpulento y
guapo, y no ha dejado de sonreír desde que ha entrado.
—¿Resaca, Fabray?
Quinn se señala las gafas de sol como única respuesta.
—Menuda juerga os corristeis anoche mi hermanita y tú.
Entonces el hombre perfectamente enchaquetado repara en mi
presencia.
—Disculpa mis modales. Soy Ryder Lopez —dice tendiéndome la
mano. Cuando mi mente racionaliza el nombre que acaba de oír, me levanto como un resorte.
—Señor Lopez.
¿Por qué todos los Lopez me pillan siempre con la guardia baja?
—Tranquila. Puedes sentarte. Yo no soy mi hermana.
Los dos miran y se sonríen cómplices. Parece que la sombra de la irascible señorita Lopez es alargada.
—Es Brittany Pierce, mi ayudante —me presenta Quinn.
—Encantado, señorita Piercer.
Ryder me tiende la mano y entonces caigo en la cuenta de que
antes no se la di.
«Con los Lopez siempre dando una buena impresión, Pierce.»
—Brittany, señor Lopez —contesto estrechándosela.
—Ryder —replica
En mitad de todo aquello y sin que ninguno de los tres nos demos
cuenta, Santana entra en el despacho. Está enfadada, sus ojos lo
demuestran. Centra su mirada en mí durante un segundo, que rápidamente
me levanto, y después la dirige a su hermano y a Quinn.
—¿Qué es esto? Joder, a veces tengo la sensación de que soy la única
que trabaja aquí.
—Hola a ti también, hermanita —lo saluda socarrón.
—¿Y a ti qué coño te pasa? Esto parece una cueva —le pregunta
malhumorado a Quinn, que no se molesta en contestarle.
Diligente, voy hasta los ventanales y subo las persianas. El cambio de
luz molesta a Quinn, que se revuelve en su silla y deja caer las gafas de
sol. Me agacho, las recojo, las limpio con suavidad en el bajo de mi vestido
y vuelvo a colocárselas.
—¿Mejor? — inquiero con dulzura.
—Mejor.
—Señorita Pierce, tres cafés.
—Ahora mismo, señorita Lopez —musito apartando mi mirada de la
suya y saliendo del despacho.
—Joder, Santana —oigo protestar a Quinn cuando me marcho.
Camino de la sala de descanso pienso de cuántas maneras diferentes
podría envenenar el café de Santana. Todavía no puedo creer que me
haya tratado así, aunque tampoco sé de qué me sorprendo. No es la primera vez que se comporta como una perfecta gilipollas y a estas alturas debería tener claro que no será la última. De cualquier forma, debo agradecerle que lo haya hecho. Todo el tiempo que me imagino asesinándola, al menos no lo hago besándola.
Regreso con una coqueta bandeja y tres cafés en ella. Con mi entrada
los tres se callan y, aunque intento obviarlo, noto su mirada clavada en mí,
siguiéndome por toda la habitación mientras dejo con cuidado los cafés de
Ryder y Quinn sobre la mesa.
—Gracias, Britt, eres un sol —se apresura a decirme Quinn.
—No hay de qué, es mi trabajo.
Con menos cuidado, aunque sin llegar a ser brusca, coloco el café de
Santana en la mesa.
—Su café, señorita Lopez.
Mi voz es fría y seca. Ahora mismo estoy muy cabreada con ella. Sin
ninguna duda de que fuera a pasar lo contrario, toma su café y no se
molesta en darme las gracias. Quinn la mira con cara de pocos amigos,
pero ella frunce el ceño como si no supiera cuál es el problema y comienza a beber.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
—Señorita Pierce —me llama Santana —, vaya a mi despacho,
busque en mi ordenador el archivo 226 en la carpeta Ixium, imprímalo y
tráigalo.
—¿En su ordenador?
¿En su despacho? Pensé que ahí se guardaban todos los secretos de
Estado de esta empresa. Me sorprende que me dé libre acceso a él.
—Sí, mi ordenador, esa cosa blanca y brillante. Estoy seguro de que,
si lo busca con atención, lo encontrará.
Y nuevamente el premio a la gilipollas del año es para Santana
Giro sobre mis talones y salgo de la oficina farfullando y protestando
por haber sido tan estúpida de dejar que me besará dos veces. Alégrate,
Pierce —me animo—, odiarla es mucho mejor que desearla en secreto.
Aunque me temo que, en mi caso, son las dos caras de una misma moneda. Saludo a Blaine y le indico que Santana me ha pedido que
imprima una información de su ordenador. El me dedica una amable
sonrisa y me hace pasar.
Muevo el ratón y la pantalla se enciende instantáneamente. No voy a
sentarme en su silla. No quiero tomarme más licencias, me digo irónica
mientras pongo los ojos es blanco.
Busco la carpeta Ixium pero no la encuentro. Pruebo a mirar en
documentos recientes, quizá la haya abierto hace poco. Cuando la pestaña
se despliega, sorprendida veo un archivo fotográfico con el nombre
«Brittany», mi nombre. Sería demasiada casualidad que fuera de otra chica.
Sin embargo, con una mujeriega como se supone que es, supongo que esa
posibilidad deja de ser tan remota. Sé que no debería, pero la curiosidad
puede conmigo y pincho sobre el archivo JPG. Casi no puedo creerlo
cuando veo una foto mía en Santa Helena. Estoy sentada en la arena al
atardecer y llevo una enorme sudadera roja con capucha . Tengo
las piernas recogidas con mis propios brazos; el pelo, suelto, alborotado
por el viento; el rostro, bañado por los últimos rayos de sol, y sonrío feliz.
Es una de las fotografías que le mande desde mi móvil por error
pensando que era la documentación de Artie, pero ella me dijo que las
había borrado. De hecho, tras un rápido vistazo compruebo que de toda la
carpeta que envié sólo ha conservado ésta.
No sé qué pensar. Resulta de lo más agotador. la jefa arrogante,
presuntuosa e insufrible que de repente guarda una foto mía en su
ordenador. ¿Por qué se comporta así?
Lucho por reactivarme. Torpemente, por lo nerviosa y perpleja que
aún me siento, busco la carpeta Ixium e imprimo el documento 226. Con el
papel en las manos, me aseguro de cerrar todos los archivos y me dirijo
hacia la puerta del despacho. Cuando estoy a punto de alcanzar el pomo,
alguien la abre desde el otro lado. Alzo la mirada y, aunque debería
sorprenderme, no lo hago al darme cuenta de que es Santana.
Entra y sin ni siquiera mirarme camina hasta su mesa y comienza a
buscar entre las carpetas que tiene apiladas en una esquina de su escritorio.
Sigo sin entender por qué está tan enfadada y, lo que es peor, tengo la
sensación de que no hablándome me está castigando y eso ya me parece el colmo. —Señorita Lopez, ya he impreso el documento 226, así que regreso a mi mesa. —Sí, no vaya a ser que Quinn necesite que vuelvan a colocarle las gafas de sol y usted no esté allí para hacerlo.
Al oír sus palabras, me detengo en seco y me vuelvo hacia ella, que ni
siquiera se ha molestado en mirarme para decirme semejante lindeza.
—La próxima vez también podría pasarle la mano por el pelo, ya
sabe, para relajarla.
No tengo por qué soportar esto. Estoy muy cabreada desde que me
mandó a por los cafés. —A lo mejor el problema es que necesita que se la pasen a usted.
—No se preocupe. Yo tengo todas mis necesidades bien cubiertas.
Suena tan arrogante que resulta odiosa, pero por algún motivo
también increíblemente atractiva. Creo que es esa cara de perdonavidas.
Comienzo a sentir un calor inusitado mientras la sensación de que me
muero porque me toque a pesar de cuánto le odio en este momento va
creciendo más y más dentro de mí.
—Apuesto a que con alguna rubia estúpida.
—O con varias.
Se acabó. Tengo ganas de gritar y de llamarla gilipollas y de tirarle
cosas y de besarla y de quitarle el traje y de desnudarme para ella. ¡Qué
frustrante es todo esto!
—Es realmente odioso.
Giro sobre mis pies y camino hacia la puerta, pero ella sale corriendo
tras de mí. Cuando apenas la he abierto, la cierra de golpe a mi espalda con la palma de su mano y se queda detrás de mí, tan peligrosamente cerca.
Siento su acelerada respiración a mi espalda y otra vez todo vuelve a
empezar, otra vez toda esa electricidad envolviéndonos. Siento de nuevo su olor. Han pasado casi ocho horas y sigue oliendo deliciosamente bien. Es casi una tortura.
—Te advertí de que no podías tomarte estas licencias —susurra con la
voz más sensual que he oído en mi vida.
—¿Y qué hay de usted? —musito.
Se deja caer sobre mí. Hunde su nariz en mi pelo e inspira
suavemente. Al notar su cuerpo contra el mío, suspiro presa de un placer
anticipado que recorre mi piel, mis venas, cada terminación nerviosa de mi
cuerpo.
—Dios, Britt —murmura.
—Esto es una locura —contesto ahogando un nuevo suspiro en mis
palabras.
Siento su mano deslizarse hasta el centro de mi vientre y apretarme
contra ella. Suspiro otra vez, casi gimo.
—Lo sé —vuelve a murmurar—. Lo sé. —Y algo en su voz ha
cambiado.
Santana se separa de mí dejándome totalmente desamparada.
Apoya su frente sobre mi cabeza una vez más, apenas un segundo, y
finalmente se incorpora.
—Será mejor que vuelvas a tu mesa.
A la vez que pronuncia estas palabras, para mí las más tristes, retira
lenta, casi agónicamente, su mano de mi vientre.
busque en mi ordenador el archivo 226 en la carpeta Ixium, imprímalo y
tráigalo.
—¿En su ordenador?
¿En su despacho? Pensé que ahí se guardaban todos los secretos de
Estado de esta empresa. Me sorprende que me dé libre acceso a él.
—Sí, mi ordenador, esa cosa blanca y brillante. Estoy seguro de que,
si lo busca con atención, lo encontrará.
Y nuevamente el premio a la gilipollas del año es para Santana
Giro sobre mis talones y salgo de la oficina farfullando y protestando
por haber sido tan estúpida de dejar que me besará dos veces. Alégrate,
Pierce —me animo—, odiarla es mucho mejor que desearla en secreto.
Aunque me temo que, en mi caso, son las dos caras de una misma moneda. Saludo a Blaine y le indico que Santana me ha pedido que
imprima una información de su ordenador. El me dedica una amable
sonrisa y me hace pasar.
Muevo el ratón y la pantalla se enciende instantáneamente. No voy a
sentarme en su silla. No quiero tomarme más licencias, me digo irónica
mientras pongo los ojos es blanco.
Busco la carpeta Ixium pero no la encuentro. Pruebo a mirar en
documentos recientes, quizá la haya abierto hace poco. Cuando la pestaña
se despliega, sorprendida veo un archivo fotográfico con el nombre
«Brittany», mi nombre. Sería demasiada casualidad que fuera de otra chica.
Sin embargo, con una mujeriega como se supone que es, supongo que esa
posibilidad deja de ser tan remota. Sé que no debería, pero la curiosidad
puede conmigo y pincho sobre el archivo JPG. Casi no puedo creerlo
cuando veo una foto mía en Santa Helena. Estoy sentada en la arena al
atardecer y llevo una enorme sudadera roja con capucha . Tengo
las piernas recogidas con mis propios brazos; el pelo, suelto, alborotado
por el viento; el rostro, bañado por los últimos rayos de sol, y sonrío feliz.
Es una de las fotografías que le mande desde mi móvil por error
pensando que era la documentación de Artie, pero ella me dijo que las
había borrado. De hecho, tras un rápido vistazo compruebo que de toda la
carpeta que envié sólo ha conservado ésta.
No sé qué pensar. Resulta de lo más agotador. la jefa arrogante,
presuntuosa e insufrible que de repente guarda una foto mía en su
ordenador. ¿Por qué se comporta así?
Lucho por reactivarme. Torpemente, por lo nerviosa y perpleja que
aún me siento, busco la carpeta Ixium e imprimo el documento 226. Con el
papel en las manos, me aseguro de cerrar todos los archivos y me dirijo
hacia la puerta del despacho. Cuando estoy a punto de alcanzar el pomo,
alguien la abre desde el otro lado. Alzo la mirada y, aunque debería
sorprenderme, no lo hago al darme cuenta de que es Santana.
Entra y sin ni siquiera mirarme camina hasta su mesa y comienza a
buscar entre las carpetas que tiene apiladas en una esquina de su escritorio.
Sigo sin entender por qué está tan enfadada y, lo que es peor, tengo la
sensación de que no hablándome me está castigando y eso ya me parece el colmo. —Señorita Lopez, ya he impreso el documento 226, así que regreso a mi mesa. —Sí, no vaya a ser que Quinn necesite que vuelvan a colocarle las gafas de sol y usted no esté allí para hacerlo.
Al oír sus palabras, me detengo en seco y me vuelvo hacia ella, que ni
siquiera se ha molestado en mirarme para decirme semejante lindeza.
—La próxima vez también podría pasarle la mano por el pelo, ya
sabe, para relajarla.
No tengo por qué soportar esto. Estoy muy cabreada desde que me
mandó a por los cafés. —A lo mejor el problema es que necesita que se la pasen a usted.
—No se preocupe. Yo tengo todas mis necesidades bien cubiertas.
Suena tan arrogante que resulta odiosa, pero por algún motivo
también increíblemente atractiva. Creo que es esa cara de perdonavidas.
Comienzo a sentir un calor inusitado mientras la sensación de que me
muero porque me toque a pesar de cuánto le odio en este momento va
creciendo más y más dentro de mí.
—Apuesto a que con alguna rubia estúpida.
—O con varias.
Se acabó. Tengo ganas de gritar y de llamarla gilipollas y de tirarle
cosas y de besarla y de quitarle el traje y de desnudarme para ella. ¡Qué
frustrante es todo esto!
—Es realmente odioso.
Giro sobre mis pies y camino hacia la puerta, pero ella sale corriendo
tras de mí. Cuando apenas la he abierto, la cierra de golpe a mi espalda con la palma de su mano y se queda detrás de mí, tan peligrosamente cerca.
Siento su acelerada respiración a mi espalda y otra vez todo vuelve a
empezar, otra vez toda esa electricidad envolviéndonos. Siento de nuevo su olor. Han pasado casi ocho horas y sigue oliendo deliciosamente bien. Es casi una tortura.
—Te advertí de que no podías tomarte estas licencias —susurra con la
voz más sensual que he oído en mi vida.
—¿Y qué hay de usted? —musito.
Se deja caer sobre mí. Hunde su nariz en mi pelo e inspira
suavemente. Al notar su cuerpo contra el mío, suspiro presa de un placer
anticipado que recorre mi piel, mis venas, cada terminación nerviosa de mi
cuerpo.
—Dios, Britt —murmura.
—Esto es una locura —contesto ahogando un nuevo suspiro en mis
palabras.
Siento su mano deslizarse hasta el centro de mi vientre y apretarme
contra ella. Suspiro otra vez, casi gimo.
—Lo sé —vuelve a murmurar—. Lo sé. —Y algo en su voz ha
cambiado.
Santana se separa de mí dejándome totalmente desamparada.
Apoya su frente sobre mi cabeza una vez más, apenas un segundo, y
finalmente se incorpora.
—Será mejor que vuelvas a tu mesa.
A la vez que pronuncia estas palabras, para mí las más tristes, retira
lenta, casi agónicamente, su mano de mi vientre.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Chapter 9
Asiento y sin mirar atrás salgo del despacho. Tengo unas horribles ganas
de llorar. Me alegro de que Blaine no esté. Me pregunto si Santana le
habrá dicho que se marchara. No me gusta esa idea. No quiero acabar
siendo la comidilla de toda la empresa, aunque en el fondo sea verdad y lo
merezca.
Respiro hondo antes de salir a la redacción, pero no es suficiente.
Algunas lágrimas comienzan a rodar descontroladas por mis mejillas. Todo
esto es demasiado complicado e intenso para pretender que no me afecte.
Me apoyo contra la pared e intento recuperar la compostura, pero lo único
en lo que puedo pensar es en ella. Respiro hondo de nuevo temiendo que no pueda contener más el llanto. Me seco las lágrimas bruscamente con el
dorso de la mano y me envalentono para salir.
Sin embargo, acto seguido comprendo que no se trata de eso. Su
compasión la despierta la capulla que ha sido conmigo aquí y eso,
francamente, ya no sé si ni siquiera me importa.
Una parte de mí me dice que debería esperar a que regresara para
marcharme, pero lo cierto es que necesito salir de aquí, alejarme de ella,
tranquilizarme y pensar.
Lo primero que hago es quitarme el vestido y ponerme el pijama: desde que el mundo es mundo, el uniforme oficial de los deprimidos o de los que, como es mi caso, no tienen ni remota idea de qué hacer con sus vidas.
Blaine ya se ha marchado. Me acerco a la puerta del despacho de Santana que apenas está encajada, y me dispongo a llamar.
—Por el amor de Dios, Santana. Echa un polvo porque estás
insoportable. La grave voz de Ryder retumba por todo el despacho y mis nudillos se detienen a escasos centímetros de la puerta.
—Que te den, Ryder —le contesta su hermana malhumorada. —El problema es que Santana se nos ha vuelto un tanto exquisita y no le
vale cualquier chica —continúa Quinn.
No puedo negar cuánto interés acaba de despertar en mí esa frase.
—¿Qué? —inquiere Ryder sorprendido y sin ocultar ni un ápice la
diversión que la situación le provoca—. ¿Y quién es?
—No tengo ni la más remota idea —responde Quinn.
—Vamos, hermanita. ¿Es una de esas chicas con pinta de
supermodelo que te siguen como una perrita?
—No —responde tajante Quinn—. Si fuera una de ellas, no habría
ningún problema.
—¿Una chica de la oficina, entonces?
¿Qué?
Debo recordarme que estoy escuchando sin que me hayan invitado
porque la última pregunta de Ryder me hace casi gritar.
—Joder, dejarlo ya. —Está verdaderamente irritada—. No hay
ninguna chica. Ni necesito echar ningún polvo.
—Es cierto. Con ese carácter de mierda que te gastas últimamente
necesitarías por lo menos un maratón de una semana —responde Ryder
justo antes de que Quinn y él mismo se echen a reír.
—Largaos de aquí. ¿No tenéis trabajo que hacer?
—¿Torturarte no es un trabajo? —pregunta una jocosa Quinn.
Santana farfulla algo que no logro entender completamente exasperada.
Realmente está de un humor de perros.
—Vale, cálmate —le pide su amigo en tono de tregua—. Además,
quiero que hablemos de algo.
—¿El qué?
—Tienes que relajarte un poco con Brittany Pierce
¿Qué? ¡¿Qué?!
—No sé de qué estás hablando —se defiende.
—Sí lo sabes. Es una buena chica y tú, por algún motivo, te estás
comportando como una auténtica cabróna con ella.
—¿Qué pasa? ¿Quieres follártela? —pregunta molesta.
—No. —Puedo notar la sonrisa de Quinn aún sin verla—. ¿Y tú?
—Claro que no —responde sin dudar.
Siento una punzada de desilusión en el estómago. Reconozco que no
era la respuesta que esperaba.
Oigo a Quinn acercarse a la puerta y rápidamente llamo.
—Adelante —dice Santana dándome paso.
Empujo la puerta y entro en el despacho. El señor Riley me mira
apenas un segundo y después clava su vista de nuevo en el ordenador. Su
apariencia casa totalmente con lo que mostraba su tono de voz. Parece
cansado, exasperado y enfadado. Una gran combinación.
Asiento y sin mirar atrás salgo del despacho. Tengo unas horribles ganas
de llorar. Me alegro de que Blaine no esté. Me pregunto si Santana le
habrá dicho que se marchara. No me gusta esa idea. No quiero acabar
siendo la comidilla de toda la empresa, aunque en el fondo sea verdad y lo
merezca.
Respiro hondo antes de salir a la redacción, pero no es suficiente.
Algunas lágrimas comienzan a rodar descontroladas por mis mejillas. Todo
esto es demasiado complicado e intenso para pretender que no me afecte.
Me apoyo contra la pared e intento recuperar la compostura, pero lo único
en lo que puedo pensar es en ella. Respiro hondo de nuevo temiendo que no pueda contener más el llanto. Me seco las lágrimas bruscamente con el
dorso de la mano y me envalentono para salir.
Sin embargo, acto seguido comprendo que no se trata de eso. Su
compasión la despierta la capulla que ha sido conmigo aquí y eso,
francamente, ya no sé si ni siquiera me importa.
Una parte de mí me dice que debería esperar a que regresara para
marcharme, pero lo cierto es que necesito salir de aquí, alejarme de ella,
tranquilizarme y pensar.
Lo primero que hago es quitarme el vestido y ponerme el pijama: desde que el mundo es mundo, el uniforme oficial de los deprimidos o de los que, como es mi caso, no tienen ni remota idea de qué hacer con sus vidas.
Blaine ya se ha marchado. Me acerco a la puerta del despacho de Santana que apenas está encajada, y me dispongo a llamar.
—Por el amor de Dios, Santana. Echa un polvo porque estás
insoportable. La grave voz de Ryder retumba por todo el despacho y mis nudillos se detienen a escasos centímetros de la puerta.
—Que te den, Ryder —le contesta su hermana malhumorada. —El problema es que Santana se nos ha vuelto un tanto exquisita y no le
vale cualquier chica —continúa Quinn.
No puedo negar cuánto interés acaba de despertar en mí esa frase.
—¿Qué? —inquiere Ryder sorprendido y sin ocultar ni un ápice la
diversión que la situación le provoca—. ¿Y quién es?
—No tengo ni la más remota idea —responde Quinn.
—Vamos, hermanita. ¿Es una de esas chicas con pinta de
supermodelo que te siguen como una perrita?
—No —responde tajante Quinn—. Si fuera una de ellas, no habría
ningún problema.
—¿Una chica de la oficina, entonces?
¿Qué?
Debo recordarme que estoy escuchando sin que me hayan invitado
porque la última pregunta de Ryder me hace casi gritar.
—Joder, dejarlo ya. —Está verdaderamente irritada—. No hay
ninguna chica. Ni necesito echar ningún polvo.
—Es cierto. Con ese carácter de mierda que te gastas últimamente
necesitarías por lo menos un maratón de una semana —responde Ryder
justo antes de que Quinn y él mismo se echen a reír.
—Largaos de aquí. ¿No tenéis trabajo que hacer?
—¿Torturarte no es un trabajo? —pregunta una jocosa Quinn.
Santana farfulla algo que no logro entender completamente exasperada.
Realmente está de un humor de perros.
—Vale, cálmate —le pide su amigo en tono de tregua—. Además,
quiero que hablemos de algo.
—¿El qué?
—Tienes que relajarte un poco con Brittany Pierce
¿Qué? ¡¿Qué?!
—No sé de qué estás hablando —se defiende.
—Sí lo sabes. Es una buena chica y tú, por algún motivo, te estás
comportando como una auténtica cabróna con ella.
—¿Qué pasa? ¿Quieres follártela? —pregunta molesta.
—No. —Puedo notar la sonrisa de Quinn aún sin verla—. ¿Y tú?
—Claro que no —responde sin dudar.
Siento una punzada de desilusión en el estómago. Reconozco que no
era la respuesta que esperaba.
Oigo a Quinn acercarse a la puerta y rápidamente llamo.
—Adelante —dice Santana dándome paso.
Empujo la puerta y entro en el despacho. El señor Riley me mira
apenas un segundo y después clava su vista de nuevo en el ordenador. Su
apariencia casa totalmente con lo que mostraba su tono de voz. Parece
cansado, exasperado y enfadado. Una gran combinación.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Justo después de saludar a Noah, mi iPhone comienza a sonar. Tras un
vistazo a la pantalla, descuelgo rápidamente. Es Quinn.
—Britt, he tenido que salir a una reunión muy urgente en el West
Side. Parece ser que van a demoler el viejo hotel Alexander Maritiman. Me
suena a tirar la piedra y ver las hojas que mueve, pero nunca se sabe.
—No te preocupes. Comparado con el cierre de ayer, hoy va a ser un
día tranquilo. Si te parece bien, le diré a Lewis que te sustituya en la
reunión con los redactores.
—No, prefiero que la cambies a mañana.
—Está bien.
—Y lo más importante, probablemente llegue a tiempo pero, si no,
quiero que vayas tú a la reunión del Lopez Group. Ya hice que Santana la
cambiara de día, así que quiero que haya alguien en representación de la
revista.
Todo mi estado zen recuperado esta mañana se ha evaporado por arte
de magia.
—Pero, Quinn, esa reunión es muy importante y yo…
—Tú lo harás genial —me interrumpe—. Cuando llegue tu turno, te
harán un par de preguntas sobre producción y poco más. No hagas caso a
ninguna de las peticiones de Marketing y todo irá bien.
Lo último que quiero es ir sola a una reunión así. Además, mi primera
del grupo. Y, además, con Santana. Pero ¿qué puedo hacer?
—De acuerdo.
Suspiro nerviosa.
—Nos vemos después.
—Llega a tiempo.
Casi cuarenta minutos después en los que he mirado la puerta con la
esperanza de que Quinn apareciera en intervalos de dos minutos, llega el
turno de Spaces. Trago saliva, intento olvidar lo nerviosa que estoy y me
levanto.
—La señorita Fabray no ha podido venir. No pudo aplazar una
importante reunión. Santana asiente sin mirarme.
—Señorita Pierce, en el futuro le agradecería que no se apresurara a
dar respuestas que nadie le ha pedido.
No sé dónde meterme. Tengo la sensación de haber empequeñecido
hasta medir sólo dos centímetros.
Santana se gira lentamente hasta que sus negros se encuentran
con los míos.—Señorita Pierce, parece que no puede guardarse sus opiniones para sí, así que lo mejor será que se marche. Esta reunión es para ejecutivos y sus ayudantes y, puesto que la ejecutiva a la que usted asiste no se encuentra aquí, su presencia no tiene mucho sentido.
¿Qué? Me está echando. Me esperaba cualquier reacción menos ésa.
—¿No me ha oído? Márchese —repite sin alterar un ápice su tono de
voz, con la mirada perdida de nuevo en sus papeles.
Enfadada como me he sentido pocas veces en mi vida, giro sobre mis
talones y salgo de la sala. Cuando cierro la puerta, mis ojos se cruzan una
vez más con los suyos y apuesto a que puede ver en ellos cómo me siento,
porque durante un segundo hace un imperceptible gesto que la muestra
contrariada.
—Señorita Pierce, quisiera ver las fotografías del…
—Quinn —me permito interrumpirlo a pesar de cuánto me intimida
su mirada—, La señorita Lopez quiere hablar contigo. Me temo que, como soy una simple asistente, no podría atenderla adecuadamente.
Mi voz está llena de desdén. ¡Sigo muy enfadada!
Santana frunce el ceño y su mirada perpleja se mezcla con algo de
confusión. Antes de que pueda reaccionar, salgo del despacho. Noto cómo apenas un segundo después, me sigue atropellada. Cuando entro en el ascensor, me escabullo hasta el fondo y observo las puertas suplicando mentalmente para que se cierren antes de que llegue. Pero justo al creer que ya puedo respirar aliviada, un ejecutivo lo ve a unos pasos y bloquea el ascensor para mantener la puerta abierta. Maldito .Entra y me busca con la mirada. Camina hasta el fondo del ascensor y se coloca a mi lado, pero estoy tan enfadada que me niego en rotundo a mirarla.
El elevador comienza a bajar. Se detiene y arranca de nuevo en cada
planta. Sube más gente que baja y poco a poco va llenándose. Noto cómo
sus ojos negros están posados sobre mí. Sin que pueda hacer nada al
respecto, mi respiración va acelerándose. Cuerpo traidor, su sola presencia
le embauca. Cuando el ascensor se para en la planta quince, Santana aprovecha el movimiento de ejecutivos entrando y saliendo y, de un paso, se coloca tras de mí. Yo intento alejarme, pero pone su mano en mi cadera y vuelve a atraerme hacia ella.
Suspiro al sentir su cuerpo chocar contra el mío.
Santana se inclina sobre mí. Su cálido aliento incita mi cuello.
Sus labios casi rozan el lóbulo de mi oreja.
—Al ver cómo has defendido la revista, he querido abalanzarme sobre
ti y follarte en la mesa de reuniones, pero soy la jefa y no puedo dejar que
te comportes así, aunque eso me vuelva loca.
Sus palabras, pero sobre todo su voz, me estremecen. Todo mi cuerpo
se enciende al pensar en lo que quería hacerme.
Lentamente desliza su mano desde mi cadera hasta el centro de mi
vientre, electrificando mi piel a su paso.
—No quiero que te enfades conmigo.
Otra vez su voz, otra vez su espectacular y salvaje voz.
Su mano continúa su torturador viaje bajando por mi muslo hasta
alcanzar el bajo de mi vestido. Ahogo un suspiro en el dorso de mi mano
cuando lo remanga y toca mi piel. Con la misma lentitud vuelve a subir
acariciando mi pierna, esta vez hasta mi ropa interior.
El deseo me está consumiendo.
Al tocar mi sexo por encima de la tela de algodón, su respiración se
acelera. Tengo que taparme otra vez la boca con la palma de la mano para
ahogar un nuevo gemido.
Estoy nerviosa, excitada, abrumada, confusa. Cualquiera de las
personas de este ascensor sólo tendría que girarse para ver lo que me está
haciendo, lo que está provocando en mí.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Chapter 10
Santana desliza sus dedos bajo mis bragas y comienza a acariciar mi
sexo lenta y seductoramente. Intento controlar mi respiración, no gemir, pero cada vez es más difícil.
Esto es una locura.
Santana vuelve a inclinarse y me besa justo debajo de la oreja a la vez
que introduce dos de sus dedos en mi interior. La corriente eléctrica que
desata en mí me hace volver a gemir y apenas puedo disimularlo.
—Ssssh —me pide al oído—. Ellos no pueden oírte, sólo yo.
Esto no está bien, no está bien. Podrían vernos. Ella es la directora
ejecutiva de esta empresa, no puede perder la cabeza así. Pero al mismo
tiempo no quiero por nada del mundo que se detenga. Se está adueñando
del placer de mi cuerpo y yo deseo, necesito, que lo haga.
Vuelvo a ahogar un gemido.
Sus dedos continúan implacables, entrando y saliendo, moviéndose
dentro de mí. El placer comienza a enredarse en cada centímetro de mi
cuerpo. Me revuelvo contra el suyo pero Santana me sostiene por la cadera y me estrecha aún más contra ella. Entonces noto su caliente humedad
maravillosa contra mi trasero.
Posa el pulgar sobre mi clítoris añadiendo una nueva tortura. Lo
acaricia, perfectamente acompasado con sus otros dedos que me penetran
cada más rápido.
—Dios… —susurro en un tono de voz casi inaudible.
Cierro los ojos. Me siento completamente entregada.
El placer amenaza con desatarse dentro de mí. Vuelvo a revolverme
involuntariamente, acomodando mi trasero en su entrepierna. Alzo el culo y busco de nuevo la fricción contra ella.
Santana gruñe y acelera sus movimientos.
El ascensor se para en la segunda planta. Si nada lo remedia, alcanzaré
el orgasmo rodeada de personal del Lopez Enterprises Group.
Me agarro con una mano a su brazo lujurioso cuando todo mi cuerpo
se tensa. Me llevo la otra a la boca y la muerdo para ahogar los gemidos
que no consigo impedir pronunciar. Santana introduce sus dedos una vez más y hace un preciso círculo en mi interior con ellos. Deliro de placer y repito el mismo mantra en mi cabeza
«no puedo gritar, no puedo gritar».
Apoya toda la palma contra mi sexo, introduce un tercer dedo y, tras
varias estocadas, vuelve a repetir el mismo círculo, más largo, más
profundo, más intenso. Y antes de que pueda darme cuenta, estallo en mil
pedazos de placer. Un espectacular orgasmo recorre todo mi cuerpo y
yergue cada una de mis terminaciones nerviosas. Me aprieto contra su
cuerpo, y me agarro con fuerza a su antebrazo.
Quiero gritar a pleno pulmón, pero me contengo milagrosamente.
Tengo la sensación de que la temperatura en este ascensor ha subido a
cien grados centígrados. Santana saca sus dedos de mí y con ese gesto vuelve a activar mi cuerpo.
Ante mi atenta mirada, con una provocativa media sonrisa dibujada en sus
labios, se los lleva a la boca y los chupa, saboreando los restos de mi
placer. La imagen me abruma. Me parece lo más sensual que he visto en
mi vida.
Las puertas del ascensor se abren en la planta baja. Sin saber si mis
piernas serán capaces de hacerme caminar, doy un paso hacia adelante para disponerme a salir, pero Santana me toma del brazo y me atrae de nuevo hacia ella.
Mi respiración, que no había llegado a calmarse del todo, se vuelve
irregular otra vez.
Tímida, alzo mis ojos y entrelazo mi mirada con la suya, que brilla de
puro deseo. Sin separarnos un milímetro la una de la otra y sin dejar de mirarnos por un solo segundo, esperamos a que las puertas vuelvan a cerrarse y se abran en el parking. Cuando las pocas personas que aún quedan en el ascensor se bajan, Santana toma mi mano y me conduce por una puerta lateral hasta llegar a las desiertas escaleras.
Me empuja suavemente contra la pared. Ahora mismo sólo somos
deseo y respiraciones aceleradas que poco a poco van devorando el silencio del lugar. Se toma unos segundos para contemplarme justo antes de besarme de la manera más salvaje y apremiante en la que lo han hecho
nunca.
Vuelve a deslizar sus manos desde mis rodillas hasta mis caderas,
remangando mi vestido a su paso. De un acertado tirón, rompe mis bragas
y el sonido de la tela deshaciéndose me excita muchísimo. Torpemente,
ahogada por el deseo, le desabrocho el cinturón y los pantalones y se los
bajo lo suficiente .Me levanta tomándome por las caderas y con un único movimiento entra en mí. Inmediatamente toma mi boca para acallar el grito que sabía que daría al recibirla.
Su dedos lo llena todo, conquistando centímetros de mi interior inexplorados hasta entonces. Necesito un segundo pero no me
lo da. Comienza a moverse con fuerza, sin piedad y me arrastra con ella al
placer más increíble y espectacular. Lo está dominando todo hasta apagar
la parte racional de mi cuerpo.
Suspiro con fuerza. Gruñe y yo enrosco mis piernas a su cintura. Así llega aún más profundo.
—Joder, Britt —masculla contra mis labios.
Sus embestidas son cada vez más bruscas, más fuertes. Su mano
Anclada en mi culo me mantienen firme, mientras sus estocadas entran
profundas con un ritmo endiablado que no me deja asimilar todo el placer
que me está provocando.
Dios, es maravilloso. Trato de controlar mi respiración, mi cuerpo, pero es una empresa inútil. Cada vez que sus dedos se desliza en mi interior, pierdo la cordura y sólo puedo sentirla dentro de mí.
Mis caderas se activan y salen en su busca y la despiden impacientes.
—Britt —vuelve a gruñir.
Nunca la había sentido así, tan carnal, tan irracional.
Me besa el cuello, lamiendo con su cálida lengua el camino entre sus
besos y entonces me muerde. El placer y el dolor se funden y sólo puedo
agarrarme con fuerza a su espalda intentando no desvanecerme entre su
boca, sus dedos y todo mi placer.
Gimo aún más fuerte y echo la cabeza hacia atrás. Estoy perdida.
Sus movimientos se hacen todavía más implacables. Aún más fuerza,
aún más brusca, más profundo, más delicioso, más todo. ¡Dios!
Hunde sus manos en mis caderas.
No aguanto más. Todo mi cuerpo se tensa y un segundo orgasmo aún
más intenso que el anterior me invade y me sacude. Otra vez necesito
gritar, pero su boca posee la mía. Continúa moviéndose, alargando mi
clímax, haciendo que mi cuerpo se convulsione.
Su respiración es cada vez más acelerada. Sus brazos se tensan y su
mano se clava aún con más fuerza en mi cadera. Me embiste una vez
más haciéndome gritar contra sus labios y se pierde en mí susurrando mi
nombre. El sonido más maravilloso y abrumador que he oído en mi vida.
Volvemos a ser únicamente respiraciones exhaustas y entrecortadas.
Cierra los ojos y apoya su frente en la mía.
No sé cuánto tiempo estamos así, pero reconozco que no me
importaría que el momento durara horas. Ya no tiene valor cuánto me
enfadé o la indignación que me sentí hoy en la sala de reuniones, ni
siquiera lo imbécil que ha podido ser conmigo. Ahora no puedo sentir más
que su dulce aliento sobre mis labios, mi piel vulnerable por su contacto y
su olor. Creo que su olor es lo mejor de todo.
Cuando vuelve a abrir los ojos, la determinación ha vuelto a ellos y
con ella comprendo que lo ha hecho la señorita Lopez, mi jefa, no Santana, la que me ha acariciado bajo el vestido en el ascensor.
Se separa de mí y suavemente sale de mi interior. Con cuidado me
baja hasta que mis pies tocan el suelo.
Me gustaría decir algo, en realidad, preguntarle muchas cosas, pero no
soy capaz de articular palabra.
Se abrocha los pantalones y por fin vuelve a mirarme directamente a
los ojos. Los suyos encierran mucha confusión, pero siguen brillando de
deseo. Santana posa su mano en mi mejilla, alargando unos segundos de
más su caricia, y finalmente se marcha, dejándome sola y echa un
auténtico lío en las escaleras del parking del edificio del Lopez Enterprises
Group.Me aseguro de llevar bien el vestido y de que mi pelo no dé muestras demasiado evidentes de lo que ha pasado y me dispongo a salir cuando recuerdo que mi ropa interior está rota y tirada en el suelo. Avergonzada con la idea de que alguien pudiera haberla encontrado, me agacho rápidamente y la recojo.
Estoy conmocionada.
Santana desliza sus dedos bajo mis bragas y comienza a acariciar mi
sexo lenta y seductoramente. Intento controlar mi respiración, no gemir, pero cada vez es más difícil.
Esto es una locura.
Santana vuelve a inclinarse y me besa justo debajo de la oreja a la vez
que introduce dos de sus dedos en mi interior. La corriente eléctrica que
desata en mí me hace volver a gemir y apenas puedo disimularlo.
—Ssssh —me pide al oído—. Ellos no pueden oírte, sólo yo.
Esto no está bien, no está bien. Podrían vernos. Ella es la directora
ejecutiva de esta empresa, no puede perder la cabeza así. Pero al mismo
tiempo no quiero por nada del mundo que se detenga. Se está adueñando
del placer de mi cuerpo y yo deseo, necesito, que lo haga.
Vuelvo a ahogar un gemido.
Sus dedos continúan implacables, entrando y saliendo, moviéndose
dentro de mí. El placer comienza a enredarse en cada centímetro de mi
cuerpo. Me revuelvo contra el suyo pero Santana me sostiene por la cadera y me estrecha aún más contra ella. Entonces noto su caliente humedad
maravillosa contra mi trasero.
Posa el pulgar sobre mi clítoris añadiendo una nueva tortura. Lo
acaricia, perfectamente acompasado con sus otros dedos que me penetran
cada más rápido.
—Dios… —susurro en un tono de voz casi inaudible.
Cierro los ojos. Me siento completamente entregada.
El placer amenaza con desatarse dentro de mí. Vuelvo a revolverme
involuntariamente, acomodando mi trasero en su entrepierna. Alzo el culo y busco de nuevo la fricción contra ella.
Santana gruñe y acelera sus movimientos.
El ascensor se para en la segunda planta. Si nada lo remedia, alcanzaré
el orgasmo rodeada de personal del Lopez Enterprises Group.
Me agarro con una mano a su brazo lujurioso cuando todo mi cuerpo
se tensa. Me llevo la otra a la boca y la muerdo para ahogar los gemidos
que no consigo impedir pronunciar. Santana introduce sus dedos una vez más y hace un preciso círculo en mi interior con ellos. Deliro de placer y repito el mismo mantra en mi cabeza
«no puedo gritar, no puedo gritar».
Apoya toda la palma contra mi sexo, introduce un tercer dedo y, tras
varias estocadas, vuelve a repetir el mismo círculo, más largo, más
profundo, más intenso. Y antes de que pueda darme cuenta, estallo en mil
pedazos de placer. Un espectacular orgasmo recorre todo mi cuerpo y
yergue cada una de mis terminaciones nerviosas. Me aprieto contra su
cuerpo, y me agarro con fuerza a su antebrazo.
Quiero gritar a pleno pulmón, pero me contengo milagrosamente.
Tengo la sensación de que la temperatura en este ascensor ha subido a
cien grados centígrados. Santana saca sus dedos de mí y con ese gesto vuelve a activar mi cuerpo.
Ante mi atenta mirada, con una provocativa media sonrisa dibujada en sus
labios, se los lleva a la boca y los chupa, saboreando los restos de mi
placer. La imagen me abruma. Me parece lo más sensual que he visto en
mi vida.
Las puertas del ascensor se abren en la planta baja. Sin saber si mis
piernas serán capaces de hacerme caminar, doy un paso hacia adelante para disponerme a salir, pero Santana me toma del brazo y me atrae de nuevo hacia ella.
Mi respiración, que no había llegado a calmarse del todo, se vuelve
irregular otra vez.
Tímida, alzo mis ojos y entrelazo mi mirada con la suya, que brilla de
puro deseo. Sin separarnos un milímetro la una de la otra y sin dejar de mirarnos por un solo segundo, esperamos a que las puertas vuelvan a cerrarse y se abran en el parking. Cuando las pocas personas que aún quedan en el ascensor se bajan, Santana toma mi mano y me conduce por una puerta lateral hasta llegar a las desiertas escaleras.
Me empuja suavemente contra la pared. Ahora mismo sólo somos
deseo y respiraciones aceleradas que poco a poco van devorando el silencio del lugar. Se toma unos segundos para contemplarme justo antes de besarme de la manera más salvaje y apremiante en la que lo han hecho
nunca.
Vuelve a deslizar sus manos desde mis rodillas hasta mis caderas,
remangando mi vestido a su paso. De un acertado tirón, rompe mis bragas
y el sonido de la tela deshaciéndose me excita muchísimo. Torpemente,
ahogada por el deseo, le desabrocho el cinturón y los pantalones y se los
bajo lo suficiente .Me levanta tomándome por las caderas y con un único movimiento entra en mí. Inmediatamente toma mi boca para acallar el grito que sabía que daría al recibirla.
Su dedos lo llena todo, conquistando centímetros de mi interior inexplorados hasta entonces. Necesito un segundo pero no me
lo da. Comienza a moverse con fuerza, sin piedad y me arrastra con ella al
placer más increíble y espectacular. Lo está dominando todo hasta apagar
la parte racional de mi cuerpo.
Suspiro con fuerza. Gruñe y yo enrosco mis piernas a su cintura. Así llega aún más profundo.
—Joder, Britt —masculla contra mis labios.
Sus embestidas son cada vez más bruscas, más fuertes. Su mano
Anclada en mi culo me mantienen firme, mientras sus estocadas entran
profundas con un ritmo endiablado que no me deja asimilar todo el placer
que me está provocando.
Dios, es maravilloso. Trato de controlar mi respiración, mi cuerpo, pero es una empresa inútil. Cada vez que sus dedos se desliza en mi interior, pierdo la cordura y sólo puedo sentirla dentro de mí.
Mis caderas se activan y salen en su busca y la despiden impacientes.
—Britt —vuelve a gruñir.
Nunca la había sentido así, tan carnal, tan irracional.
Me besa el cuello, lamiendo con su cálida lengua el camino entre sus
besos y entonces me muerde. El placer y el dolor se funden y sólo puedo
agarrarme con fuerza a su espalda intentando no desvanecerme entre su
boca, sus dedos y todo mi placer.
Gimo aún más fuerte y echo la cabeza hacia atrás. Estoy perdida.
Sus movimientos se hacen todavía más implacables. Aún más fuerza,
aún más brusca, más profundo, más delicioso, más todo. ¡Dios!
Hunde sus manos en mis caderas.
No aguanto más. Todo mi cuerpo se tensa y un segundo orgasmo aún
más intenso que el anterior me invade y me sacude. Otra vez necesito
gritar, pero su boca posee la mía. Continúa moviéndose, alargando mi
clímax, haciendo que mi cuerpo se convulsione.
Su respiración es cada vez más acelerada. Sus brazos se tensan y su
mano se clava aún con más fuerza en mi cadera. Me embiste una vez
más haciéndome gritar contra sus labios y se pierde en mí susurrando mi
nombre. El sonido más maravilloso y abrumador que he oído en mi vida.
Volvemos a ser únicamente respiraciones exhaustas y entrecortadas.
Cierra los ojos y apoya su frente en la mía.
No sé cuánto tiempo estamos así, pero reconozco que no me
importaría que el momento durara horas. Ya no tiene valor cuánto me
enfadé o la indignación que me sentí hoy en la sala de reuniones, ni
siquiera lo imbécil que ha podido ser conmigo. Ahora no puedo sentir más
que su dulce aliento sobre mis labios, mi piel vulnerable por su contacto y
su olor. Creo que su olor es lo mejor de todo.
Cuando vuelve a abrir los ojos, la determinación ha vuelto a ellos y
con ella comprendo que lo ha hecho la señorita Lopez, mi jefa, no Santana, la que me ha acariciado bajo el vestido en el ascensor.
Se separa de mí y suavemente sale de mi interior. Con cuidado me
baja hasta que mis pies tocan el suelo.
Me gustaría decir algo, en realidad, preguntarle muchas cosas, pero no
soy capaz de articular palabra.
Se abrocha los pantalones y por fin vuelve a mirarme directamente a
los ojos. Los suyos encierran mucha confusión, pero siguen brillando de
deseo. Santana posa su mano en mi mejilla, alargando unos segundos de
más su caricia, y finalmente se marcha, dejándome sola y echa un
auténtico lío en las escaleras del parking del edificio del Lopez Enterprises
Group.Me aseguro de llevar bien el vestido y de que mi pelo no dé muestras demasiado evidentes de lo que ha pasado y me dispongo a salir cuando recuerdo que mi ropa interior está rota y tirada en el suelo. Avergonzada con la idea de que alguien pudiera haberla encontrado, me agacho rápidamente y la recojo.
Estoy conmocionada.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
M.Heya El Dom Ene 31, 2016 5:48 Pm Me gusta mucho tu historia espero con ansias la actualizacion saludos PD:ke pasa con santana escribió:
Gracias por comentar tomarte tiempo para leer y esto es muy alentador para mi.
Espero sigas leyendo la historia
y Paciencia con santana
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Susii Ayer A Las 8:39 Am :O !! No habia visto que habias publicado una historia!! Es que no aparece en la parte de en donde hay solo fics brittana u.u por eso no la habia visto u.u Yo estaba esperando que publiques una:c pense que no lo ibas hacer mas:c pero aqui estoy leyendola :D sigue actualizando♡♡ escribió:
Gracias por comentar, gracias gracia espero te agrada te guste la historia espero tus comentarios tan unicos , me alienta a seguir y dale un chance a esta historia.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
he leido los 10 capitulos de una vez, esta historia es sencillamente espectacular asi que hasta pronto!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Hola nueva lectora, esta historia me tiene atrapada, espero actualizes pronto.
Saludos
Saludos
lovebrittana95*** - Mensajes : 105
Fecha de inscripción : 17/07/2012
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Micky Morales Ayer A Las 2:51 Pm he leido los 10 capitulos de una vez, esta historia es sencillamente espectacular asi que hasta pronto!!!!! escribió:
Hola, gracias por leer y la actualizacion te la dedico por tu Cumple subire los capitulos que pueda.
[img][/img]
Lovebrittana95 Hoy A Las 12:13 Am Hola nueva lectora, esta historia me tiene atrapada, espero actualizes pronto. Saludos escribió:
hey, hola, gracias, espero que disfrutes la historia, y hoy estoy actualizando, hasta pronto, sigue leyendo y comentando. bye.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Voy hasta el vestíbulo, aunque no estoy muy segura de por qué. Ahora
mismo, por mucho que lo intente, no soy capaz de pensar con claridad.
Cuando las puertas del ascensor se abren, he de recordarme que tengo que salir. Pero apenas un par de pasos después vuelvo a quedarme inmóvil. La señorita Lopez está en el mostrador de seguridad hablando con Noah. Revisa unos papeles que el guardia le entrega. No se le ve alterada en absoluto.
Nadie diría que acaba de tirarse a una empleada en las escaleras.
Decido armarme de valor y acercarme a hablar con ella. Tengo muchas
preguntas. La primera y más importante: ¿por qué ha hecho esto?
Necesito una repuesta. No puede actuar como cuando me besó,
pretendiendo que lo olvide al instante y siga como si nada hubiese pasado.
Pero, cuando estoy a punto de dar el primer paso hacia ella, oigo que me
llaman desde algún punto del vestíbulo.
—Britt, por fin llegas.
Sugar camina hacia mí desde la puerta principal. Al llamarme
también despierta la atención de Santana Lopez, que repara en mi presencia.
Por un segundo nuestras miradas vuelven a entrelazarse. No soy capaz de
interpretar la suya. Decenas de emociones parecen querer abrirse paso en
ella. La noto frustrada, molesta, confusa. Es la misma manera en la que me
miró cuando nos besamos en el callejón junto al club.
—Llevo esperándote más de media hora. Estoy muerta de hambre.
Sugar tira de mi mano para que salgamos. La señorita Lopez frunce los
labios durante un segundo y vuelve a centrar su atención en los
documentos que tiene en la mano. Yo no sé qué hacer. Bueno, sí lo sé, pero no creo que a ella le hiciera mucha gracia.
—Espera, he olvidado el bolso. Tengo que volver arriba.
Me hace un mohín exasperada y comienza una retahíla de quejas
acerca del hambre que tiene y lo poco que parece importarme. Yo miro a Santana suplicándole internamente que me haga algún tipo de señal,
algo que me indique que no me estoy volviendo loca y que lo que ha
pasado hace menos de diez minutos ha sido real. Pero no lo hace. Se limita
a mirarme de nuevo un instante y finalmente volver a sus papeles.
—Te invito a comer pero, por favor, vámonos ya.
Asiento decepcionada y sigo a Sugar fuera del edificio.
En el Marchisio’s nos sentamos en una de las mesas junto a la
ventana. Creo que un par de almuerzos más y podremos decir oficialmente
que es nuestra mesa.
Sugar realmente debe estar hambrienta, porque por un día se olvida
de su dieta y pide la hamburguesa con queso por la que siempre suspira.
Yo, en cambio, no tengo hambre. Mi estómago se ha cerrado de golpe.
—¿Britt, estás bien? —pregunta al oírme pedir sólo una botella de
agua sin gas.
—Sí —digo con poco convencimiento.
—Britt.
Ya no aguanto más. Llevo días callándome o contando las cosas a
medias. Necesito desahogarme.
—Sugar, acabo de acostarme con Santana Lopez —le suelto de un tirón.
Me siento liberada.
—¿Qué?
Estoy segura de que Sugar hubiese querido gritar a pleno pulmón,
pero la sorpresa y la alarma le han robado la voz y han hecho que acabe
pronunciando un gritito agudo y casi ininteligible.
—¿Cuándo ha pasado?
—Después de la reunión.
—Britt, ¿estáis locas? En la oficina.
—No fue premeditado.
—Pero ¿por qué estás así? ¿No estuvo bien?
No necesito hacer memoria para contestar. Mi piel se estremece sólo
con escuchar su nombre.
—Sugar, fue alucinante. El mejor sexo que he tenido en mi vida.
No puedo evitar que una pletórica sonrisa se dibuje en mis labios
cuando respondo a su pregunta. Realmente lo ha sido.
—Tiene pinta de ser una diosa del sexo —responde como si fuera obvio.
El camarero nos interrumpe trayendo nuestras bebidas.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Pues que no sé por qué lo ha hecho ni lo que ha significado para ella.
Cuando terminamos, se marchó sin decir una palabra. Igual que las dos
veces que nos besamos.
—A lo mejor está un poco confundida.
—¿Confundida con qué? Fue ella quien empezó. ¿Sabes?, estoy cansada
de tener siempre esta sensación de no saber muy bien qué sentir o qué
esperar.
—A ti te gusta, te gusta muchísimo, está claro, y tú a ella también. No
quieras saber la suerte que corrió el pobre desgraciado que tuvo que
rendirle cuentas después de que te echara de la reunión. —Deja que sus
palabras hagan mella en mí—. Creo que deberíais hablar.
—Yo quiero hablar pero ella…
—Pero ella, nada —me interrumpe—. Cuando volvamos a la oficina, te
plantas en su despacho y le pides que se explique. Algo tipo: «Señorita Lopez, ¿después de follarme de esa manera tan perturbadora tiene usted pensado dedicarme unas palabras en algún momento?»
El diálogo tipo de Sugar nos hace reír.
—Supongo que tienes razón, aunque, si no te importa, voy a usar mis
propias palabras.
—Lo importante es el mensaje —sentencia sin que la sonrisa la
abandone.
Media hora después estamos de pie a unos metros de la puerta del
despacho del Santana.
—Ánimo, Britt —me arenga empujándome suavemente para que
empiece a caminar.
No sé por qué, estoy muerta de miedo.
A un último paso de la puerta, me giro y miro a Sugar. Ella sonríe y
me hace un gesto para que llame de una vez. Lo hago, entro y voy hasta la
mesa de Blaine.
—Buenas tardes, Britt.
—Hola, quería saber si sería posible hablar con la señorita Lopez.
—Me temo que no. La señorita Lopez está reunida con su padre y su
hermano y ha pedido expresamente que nadie la moleste.
El hincapié que ha hecho en la palabra nadie no me ha gustado nada,
como si en realidad fuera un mensaje cifrado para referirse a mí.
Sonrío como respuesta, giro sobre mis talones y salgo del despacho.
Sugar ya no está, así que me marcho a mi oficina. El lugar de donde
me largué sin decir nada y al que debería haber vuelto hace más de quince
minutos. Genial, justo lo que necesitaba, descuidar mi trabajo de esta
manera cuando no llevo ni dos semanas en el puesto.
—Lo siento, Quinn. Me he distraído —me disculpo en cuanto pongo
un pie en el despacho
—No te preocupes —dice levantándose de su mesa y acercándose a la
mía—. Quiero que archives todas estas cartas al director y después revises
la documentación del artículo de Graham Pessoa. No estoy convencido de
que pueda hacerse cargo de ese artículo, pero no quiero darle carpetazo sin asegurarme.
—Entendido.
—¿Estás bien? —pregunta entregándome un par de carpetas.
—Sí
Si obviamos el hecho de que me he acostado con tu mejor amiga.Quinn da un par de golpecitos con los dedos sobre mi mesa a la vez
que me mira perspicaz. Aunque obviamente no está muy convencida,
decide no seguir preguntando y vuelve a su despacho.
Estoy inmersa en el trabajo. Archivar las cartas al director es una
tarea mecánica que permite a mi mente volar libre y pensar y repensar todo
lo ocurrido, pero, sobre todo, me da la oportunidad de rememorar: sus
manos, sus labios, su voz. Su solo recuerdo sirve para que mi cuerpo se
encienda una vez más. Realmente nunca me había sentido así.
Me saca de mi ensoñación el móvil de Quinn recibiendo una llamada
entrante. Descuelga, habla unos segundos y sale de su despacho.
—Britt, voy un momento a la oficina de Santana. No tardaré.
Quinn se marcha y yo me quedo pensando en la idea de que, si Santana la ha llamado para que vaya, es por el más que probable hecho de
que ella no quiera venir y encontrarse conmigo.
¿Por qué?
Comienza a ser de lo más frustrante y molesto. Me llevo las manos a
la cabeza y me dejo caer contra la mesa. No sé qué hacer. No tengo ni la
más remota idea de qué hacer.
Quinn no tarda en volver pero, como es lógico, no me comenta qué
quería Santana.
Cuando dan las cinco, mi jefa me ofrece marcharme a casa pero, con
la excusa de terminar todo el trabajo que me pidió que hiciera, le digo que
me quedaré. En realidad, al igual que el día que me besó, lo que estoy
esperando es que la redacción se vacíe y así quizá poder hablar con ella.
Sugar me manda varios mensajes preguntándome si ya he podido
verla. Mi contestación estándar se limita a dos palabras: aún no.
Poco a poco los redactores, ejecutivos y demás empleados van
marchándose hasta que el edificio, o por lo menos nuestra planta, queda
totalmente desierta.
Haciendo de mi propia Sugar, me animo para ir a ver a Santana.
Quizá podamos hablar tranquilamente y pueda preguntarle todas las cosas
que necesito saber. Aprovecho que Quinn ha bajado y voy
hasta el despacho de Santana. La puerta está abierta. Respiro hondo, entro y, una vez más, camino hasta la mesa de Blaine.
—Britt, ¿aún por aquí? —inquiere con dulzura.
—Sí, verá, necesitaba hablar con la señorita Lopez y me preguntaba si ya
sería posible.
—Britt, la señorita Lopez se marchó hace horas.
¿Qué? ¿Sin ni siquiera intentar hablar conmigo?
—Hace horas —repito como una idiota.
—Sí.
Tengo que hacer un enorme esfuerzo para conseguir despedirme.
Estoy colapsada.
—Gracias, Blaine. Hasta mañana.
—Hasta mañana, Britt.
Salgo del despacho sin saber muy bien cómo. Todo mi cuerpo se
sostiene débilmente por mis temblorosas piernas.
Quería saber cómo se sentía, lo que había significado para ella, pues ya
lo sé: me folló en las escaleras del parking y más allá de eso le importo una
mierda.Una lágrima cae por mi mejilla, pero me la seco rápidamente. Se
acabó. Esta tontería se acabó y he tenido que llegar hasta este bochornoso
punto para saberlo, pero por lo menos ahora lo tengo claro. Esto es lo que
pasa cuando no pones límites con alguien tan arrogante y déspota como ella.
Es lo que pasa cuando te tomas licencias, maldita palabra. Es lo que pasa
cuando dejas que te pague las facturas y te bese en lugar de aceptar tu
cheque. Es exactamente eso.
Camino de mi oficina me encuentro a Sugar sentada en la mesa de
una de las redactoras.
—¿Qué haces aquí?
—Quería saber cómo te había ido.
—¿Y te has quedado trabajando hasta ahora? —pregunto extrañada.
—Tendrías que haber visto al señor Miller. Estaba alucinando de que
no hubiera salido disparada en cuanto dieron las cinco.
Sonríe levemente mientras me siento junto a ella.
—¿Qué tal ha ido? —inquiere de nuevo.
—No quiero hablar de eso.
—Ha ido mal —sentencia.
—Sugar, se ha marchado y ni siquiera se ha molestado en verme. No
quería una declaración de amor, pero por lo menos podría, no sé, haberse
dignado a decir algo.
—No te tortures.
—Todo es culpa mía.
—No digas tonterías.
—No lo son. —Dudo si continuar o no, pero necesito sincerarme—:
Dejé que me pagara una factura y supongo que eso le cree con derecho a
hacer esto.
Sugar me mira con la boca abierta y una expresión de lo más
escandalizada que intenta disimular sin mucho éxito.
—Vamos por partes —me pide perpleja—. ¿Qué es eso de que te pagó
una factura?
—Tuve que dejar el trabajo para estudiar para los exámenes del
máster y me retrasé con el alquiler. El día de la entrevista, el señor Schuester no paraba de llamar y yo le conté lo que me ocurría no con la intención de que se hiciera cargo; Dios, ni siquiera sabía que ella era ella. —Entiendo lo absurdo de mis palabras, pero son la pura verdad—. Yo sólo quería desahogarme.
—¿Y? —me incita a seguir.
—Y la semana pasada descubrí que había pagado todo lo que debía.
Intenté devolvérselo, pero se negó a aceptar mi cheque y acabó besándome.
—Por eso pediste el adelanto.
Asiento.
—Fui una estúpida, debí insistir en devolvérselo y ya no puedo porque
usé parte del dinero para pagar otras facturas y hacer la compra. Ya no me
queda ni la mitad.
Ahora es Sugar la que asiente. Las dos nos quedamos en silencio
unos minutos con la vista clavada al frente. —Vamos a ponerle solución ahora mismo —me dice bajándose de la mesa de un salto—. Nos vamos a tu apartamento. Coge tu bolso. Nos vemos abajo.
La miro confusa sin entender muy bien a qué se refiere. Ella me
devuelve la mirada apremiándome para que me levante.
Vuelvo a mi oficina, me despido de Quinn, recojo mi bolso y me
reúno con Sugar en el vestíbulo del edificio.
Estoy a punto de meter la llave en la puerta de mi apartamento cuando
Sugar me coge del brazo y tira de mí hasta que nos ponemos delante de la
puerta de los Berry. Entonces lo veo claro, quiere que le pida el dinero
a Rachel. Antes de que pueda decir nada, llama al timbre.
—Sugar, no pienso hacerlo.
—¿Quieres seguir sintiéndote así?
—No, claro que no.
—Pues ésta es tu única solución.
A los pocos segundos Rachel nos abre.
—¡Chicas! —exclama divertida por la sorpresa, pero, casi en el
mismo instante, al ver nuestras caras, su expresión cambia—. ¿Qué pasa?
Rachel se hace a un lado para dejarnos pasar. Joe está preparando la
cena, huele delicioso, pero mi estómago sigue cerrado a cal y canto.
—Hola —saluda Joe sin levantar su vista de la olla.
—¿Vais a contarme qué pasa?
Al oír a Rachel, su hermano se da la vuelta rápidamente y se acerca a
nosotras.
—¿Qué ocurre? —pregunta confuso.
Yo no sé por dónde empezar. Ahora mismo sólo puedo pensar en
cuánto van a enfadarse, porque les mentí con lo del dinero y no confié en
ellos.
—Cuéntaselo, Britt —me anima Sugar.
—Lo primero es que tenéis que prometerme que no os enfadaréis.
—No te lo prometo —me espeta Joe.
—Yo tampoco —continúa Rachel.
—Genial —concluyo exasperada.
Sugar me hace un gesto con la cabeza para que arranque de una vez.
—Me he acostado con Santana Lopez.
Joe sonríe y Rachel creo que no podría abrir más la boca.
—El problema es que no sé por qué pasó. Quiero decir que, cuando
terminamos, se marchó sin decir una palabra y tampoco es que habláramos
mucho antes. Intenté verla, pero se había largado.
—Necesitará un poco de espacio. Además, al contrario de lo que
pensáis, tal vez no le gusta hablar, dice Joe socarrón.
—Hay algo más —continúo sin saber muy bien cómo hacerlo.
Los Berry me miran realmente preocupados.
—Britt —sigue Sugar apiadándose de mi imposibilidad
momentánea para hablar— se siente fatal porque piensa que Santana Lopez se ha acostado con ella porque se cree con derecho a hacerlo.
—¿Y por qué iba a pensar eso? —La voz de Joe está rayando el
enfado, como si se estuviera preparando para cruzar la ciudad e ir a darle
una paliza.
—Porque dejé que me pagara una factura de setecientos dólares.
—¿Qué? —pregunta Rachel escandalizada.
—¡Joder, Britt! —exclama Joe y su voz ya no raya el enfado,
ahora está enfadado, mucho.
—Yo no quería que lo hiciera y no lo supe hasta días después. Con los
exámenes del máster no pude seguir trabajando y me retrasé con el señor
Schu. El día de la entrevista se lo conté y ella decidió hacerse cargo sin
decirme nada —repito poniendo énfasis en cada palabra—. Cuando lo
supe, quise devolverle el dinero, pero ella no lo aceptó y me besó.
—Britt, me mentiste.
Sé que Rachel no está enfadada, está dolida.
—En The Vitamin te pregunté si necesitabas dinero y me dijiste que
no.
—Rach, no quería que le pidieras dinero a tu padre o a tu hermano Sean. Podía apañármelas.
—Sí, ya veo cómo.
Rachel suspira bruscamente.
—Santana Lopez es muchas cosas —se apresura a continuar Sugar—.
Yo misma se las he recordado a Brit decenas de veces, pero no creo que
piense eso. Aun así, lo mejor sería que le devolviese el dinero.
—Sí —contesta Rachel.
Sugar y yo asentimos.
—Iré a ver papá —dice Joe dejando el trapo de cocina sobre la
encimera.
En estos momentos me siento miserable.
—Papá está en el barco con el tío Clint —le recuerda Rachel.
—Entonces iré a ver a Sean al hospital.
Joe se dirige hacia la puerta.
—Espera un momento —lo llamo—. No quiero que hagáis esto.
—Britt…
—Ya sé lo que vas a decirme, Rachel —la interrumpo—. Sé que vuestro
padre y vuestro hermano son muy ricos y que, para ellos, setecientos
dólares no suponen nada, pero no los quiero.
—¿Y qué prefieres? ¿Debérselos a ella? —me pregunta Rachel.
Ahora soy yo la que suspira bruscamente a la vez que me llevo las
manos a la cara. Sabía que todo podía complicarse, pero esto es demasiado.
—Britt, mírame —me pide Joe con dulzura apartándome las
manos de la cara—. Yo tampoco creo que Santana Lopez se crea con derecho sobre ti. Pienso que, sencillamente, vio que podía hacer algo y lo hizo sin darle más vueltas. Pero a ti te gusta mucho, es obvio, y, si no le devuelves ese dinero, la duda de por qué lo hizo siempre va a estar planeando sobre ti.
Sé que no te gusta que te prestemos dinero, pero si Rachel o yo o la
metomentodo de Sugar...
—¿Eh? —la oigo quejarse a mi espalda, lo que me hace sonreír
levemente.
—... tuviéramos un problema y estuviera en tu mano ayudarnos, ¿no
lo harías?
—Claro que sí —respondo sin dudar.
—¿Aunque fuera con dinero?
Asiento y él sonríe al ver que he comprendido su argumento.
—Además, siempre puedes devolvérnoslo con trabajos para la
comunidad, como ayudarme a torturar a Rachel.
—O ayudarme a torturar a Joe —apunta su hermana.
Vuelvo a sonreír.
—¿Puedo irme ya a por ese cheque, Pierce? —inquiere igualmente
dulce, inclinando la cabeza para poder encontrar mi mirada con la suya.
—Sí.
—Genial.
Joe me da un beso en la mejilla y sale del apartamento.
Las tres nos quedamos en silencio hasta que la puerta se cierra.Rachel
va al frigorífico y coge tres Budweiser. Gran idea. Ahora mismo realmente
necesito una cerveza.
Le da una a Sugar y, cuando me entrega a mí otra, me mira
intentando decirme que, a pesar de lo enfadada que está, me quiere
muchísimo. Sé de sobra que esa patentada mirada significa un automático
perdón y, la verdad, hace que me sienta un poco mejor.
Nos sentamos en el sofá. El inicio de la noche ha sido agotador; en
realidad, por un motivo o por otro, todo el día lo ha sido.
—Bueno, ¿y qué tal ha sido? —pregunta Rachel en clara referencia a mi
escarceo amoroso con Santana Lopez.
—Alucinante —respondo sin poder ocultar mi sonrisa—. Fue…
Intento buscar las palabras para definir lo que sentí, pero tengo la
sensación de que todas son insuficientes para dibujarlo a ella, a su forma de moverse, el placer que provocó en mí.
—Alucinante —concluyo al fin con la mente enredada en los
recuerdos de ese fantástico momento.
—Bueno, ¿y tú qué tal con Brody? —inquiere Sugar incorporándose
para poder ver la cara de Rachel ante su pregunta.
—No estuvo mal.
Perfectamente coordinadas, Sugar y yo asentimos lentamente y le
damos un trago a nuestras cervezas. Las dos sabemos de sobra que para
Rachel un «no estuvo mal» equivale a «me muero por decir que fue la cita de mi vida, pero no lo haré porque yo soy una mujer contenida y analítica con demasiado sentido común como para dejarme llevar así».
—¿Y cuándo os casáis? —pregunto socarrona justo antes de que
Sugar y yo nos echemos a reír.
—Ja, muy graciosas. Me casaré con Brody el día que Sugar se case
con tu jefa.
Un «uuuhhh» seguido de la risa que esta vez comparto con Rachel me
convierten en el blanco de la mirada asesina de Sugar
—Y yo me casaré con tu jefa el día que tú te cases con la jefa de tu
jefa.
—Espero haber entendido bien esa frase, pero en cualquier caso os
llevo un polvo de ventaja a todas —sentencio.
—A mí, no —comenta Rachel como quien no quiere la cosa.
—¿Qué?
Sugar y yo nos miramos fingidamente escandalizadas y los
«uuuhhh» vuelven a surgir.
—No le digas a Joe que te has acostado con Brody o le dará un
infarto —le sugiero aún sorprendida.
—¿Y qué tal fue? —pregunta Sugar.
—Maravilloso —responde ruborizándose.
Las tres volvemos a reír y sólo paramos para dedicarnos amables
comentarios o seguir charlando de nuestras vidas sentimentales.
Me siento mucho mejor que hace unas horas. Nunca me cansaré de
repetirme la suerte que tengo por contar con Joe y las chicas.
Un par de horas después, regreso a mi apartamento. Dejo a Sugar y a
Rachel con la quinta cerveza cantando una versión bastante peculiar del Papa don’t preach, de Madonna.
Ya en mi piso, me pongo el pijama y me preparo para dormir cuando
llaman a la puerta. Por un momento pienso que puede ser Santana y el
corazón me da un vuelco. Acto seguido me doy cuenta no sólo de lo
improbable que es eso, si no del flaco favor que me hago pensándolo.
Finalmente abro la puerta. Es Joe.
—Aquí tienes —dice sin más entregándome un cheque—. Mi
hermano Sean ha querido invitarme a cenar y después yo a él a tomarse
unas cervezas. Ese chico nunca se divierte.Su comentario me hace sonreír.
—Eso está mejor, Parker. No te preocupes, el megamillonario se dará
cuenta de la suerte que tiene de estar con alguien como tú.
Mi sonrisa se ensancha. —Muchas gracias por todo.
—Deja de darme las gracias, idiota —responde Joe caminando
hacia su apartamento. Cuando está a punto de meter la llave en la cerradura, la música y los alaridos que salen del interior le hacen pararse en seco.
—¿Madonna? —pregunta aterrado.
—Aún peor, Rachel y Sugar cantando Madonna.
—Pensé que cuando lo dejamos para que se largara a Chicago, me
había librado de esto.
Cierro la puerta y por fin me meto en la cama. Lo primero que pienso
es en la determinación que debo asumir: a partir de ahora en la oficina
debo recuperar a la Brittany profesional cuando esté con la señorita Lopez Se acabaron las sonrisitas o el quedarme embobada mirándola. Es mi jefa y por mi bien necesito convencerme de una maldita vez de que lo mejor es
que sea sólo eso. Suspiro bruscamente y me dejo caer sobre la mullida
almohada.
He dejado el cheque sobre la mesita de noche y, contemplándolo, no
puedo evitar pensar que mañana va a ser un día de lo más intenso.
El despertador suena a las siete. No he pegado ojo en toda la noche
intentando adivinar qué pasará hoy, cómo reaccionará cuando le dé el
cheque. Me doy la vuelta y clavo mi mirada en el techo. No tengo ni idea
de qué ocurrirá y, siendo sincera, tampoco me apetece descubrirlo. El
despertador vuelve a sonar. Son las siete y cinco. Decido que es demasiado pronto para lamentarse y me levanto.
Me doy una ducha rápida y me seco el pelo con la tolla. Dado que mi
estómago sigue como anoche, total y absolutamente cerrado, me salto el
desayuno y directamente me cepillo los dientes. Me pongo un vestido
verde hierba abotonado por delante. Elijo un cinturón marrón para darle
vida y unas sandalias planas de cuero también marrones. Me recojo el pelo
y me maquillo.
Cuando entro en el edificio de Lopez Group, saludo a Noah, pero la
sonrisa apenas me alcanza los ojos. Mis nervios están llegando a unos
límites insospechados.
Al salir del ascensor, voy directamente hasta a la oficina de Santana. Afortunadamente Blaine no está. La idea de tener que pedirle otra vez
hablar con ella, y que volviese a decirme que no, me resultaba de lo más
bochornosa.
La puerta de su despacho está cerrada. Con el poco valor que consigo
reunir llamo a la puerta y, con la lección bien aprendida, espero a que me
dé paso.
—Adelante —oigo decir desde el interior.
Abro la puerta y, pretendiendo que mi paso sea lo más firme posible,
entro en su despacho.
—Buenos días, señorita Lopez.
Está de pie, leyendo unos documentos apoyada en la ventana.
Obviamente está guapísima, con un traje de corte italiano negro, camisa
blanca . Al verme, alza la cabeza y me mira fijamente con esos preciosos ojos negros. Me atrevería a decir que ella tampoco ha dormido bien.
—Buenos días, señorita Pierce.
El tono de su voz ha cambiado. Se ha vuelto más grave, pero al mismo
tiempo más sensual. Siento cómo me observa. Una mirada que una vez más enciende mi cuerpo. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para recordarme a mí misma por qué estoy aquí y la decisión que tomé anoche. Cuando al fin lo consigo, camino hasta su mesa y dejo el cheque sobre ella.
—Señorita Lopez, vengo a devolverle esto.
Aún sin verlo, sabe perfectamente a qué me refiero.
—¿A qué viene esto?
—Viene a que necesito que lo acepte porque me siento como si fuera
una… «Puta». Sólo que no me atrevo a pronunciar esa palabra en voz alta.
—¿Es porque no hablamos ayer? —pregunta incorporándose.
—Nosotros no hablamos nunca —me apresuro a responder.
El silencio calla el ambiente de la habitación.
—Yo no soy así. No me siento bien dejando que crea que puede
disponer de mí cuando quiera sólo porque me pagó esa factura.
—¿Qué?
Suena tan sorprendida como molesta, pero yo debo aprovechar este
momentáneo ataque de valentía para decir todo lo que tengo que decir.
—Puede que me sienta obnubilada por usted, pero ya tengo claro lo
que es y lo que quiere de mí.
—Te estás equivocando. —Su tono de voz se ha endurecido.
Tengo la sensación de que su mirada, tan intimidatoria como siempre,
me abrasa, pero tengo que ser fuerte. Sólo un poco más.
—¿En qué exactamente me estoy equivocando? Es una déspota y una
aprovechada y, si quiere despedirme por tomarme esta licencia —
pronuncio la palabra llena de desdén—, lo entenderé, pero entonces será
aún más tirana. En cualquier caso, ahí tiene el cheque, porque no pienso
dejar que setecientos dólares le hagan creerse con derecho a acostarse
conmigo y después ni siquiera dignarse a mirarme.
La cara de Santana es un auténtico mar de emociones. Está
enfadada, muy enfadada, pero también parece librar una batalla consigo
misma enorme, compleja. Yo sigo en silencio, centrando todo mi valor en
no apartar mi mirada de la suya. Hoy más que nunca tengo que demostrarle mi determinación, por mucho que me tiemblen las rodillas.
—Señorita Lopez, su padre está aquí.
La voz de Blaine nos interrumpe una vez más. Casi en ese mismo
instante, la puerta se abre y el señor Carlos Lopez entra con paso decidido y seguro. Definitivamente algo que sus hijos han heredado de él.
—Hola, hija.
—Papá —responde incómoda.
—Tengo que regresar al trabajo —digo escuetamente girando sobre
mis talones.
—Señorita Pierce… Santana me llama a la vez que da unos pasos en mi dirección.
—¿Usted es la señorita Pierce? —inquiere Carlos Lopez.
La pregunta de su padre me frena en seco. Puedo permitirme ignorar
Al Lopez con la que me ha acostado, pero no a los dos.
—Quinn me ha hablado mucho de usted. Dice que debemos
agradecerle que el cierre de este número de Spaces se consiguiera.
—No fue para tanto. Sólo hice mi trabajo. Todo el merito es de
Quinn, señor Lopez.
—Me gusta esa actitud. Siempre he pensado que nunca tenemos que
esperar que se nos felicite por el trabajo que debemos hacer. Aun así,
enhorabuena.
—Gracias, señor Lopez. Ahora, si me disculpa, Quinn me está
esperando.
—Por supuesto. No la entretengo más.
Mi mirada se cruza una vez más con la de Santana, pero la aparto
rápidamente. Esos ojos negros conseguirían seducirme en cualquier
circunstancia, incluida ésta.
De vuelta a mi mesa, tengo que concentrarme para tranquilizarme,
aún estoy muy nerviosa. También sigo sintiéndome confundida, pero por lo
menos creo que he marcado un punto de inflexión al entregarle el cheque.
Estaba increíblemente sexi. Sin duda alguna, es la mujer más atractiva que he conocido jamás. Pero es algo más que eso. Me siento
atraída por ella de un modo que me supera, que se escapa por completo a mi control. Creo que ése es en parte el gran problema, sentir que, cuando estoy con ella, mi control sobre mí misma se evapora. Las ganas de que me bese, de que me haga todas y cada una de las cosas que me hizo en las escaleras,
me abruman y me dejan sin aliento, pero al mismo tiempo me
emborrachan de deseo y me descubro insaciable, siempre anhelante de
más. Ni siquiera creo que hoy, a pesar de todo lo que ha pasado, hubiese
podido resistirme si ella hubiera intentado besarme.
En lo referente al trabajo, el día transcurre tranquilo. Lo único
significativo es la reunión con los redactores. Quinn reparte los temas,
acepta algunas sugerencias y desecha otras, lo normal. Yo tomo notas
sentada junto a ella y voy pasándole los dosieres que va necesitando cuando los va necesitando. Algo muy mecánico. En cierta manera, justo lo que necesitaba. Hoy mi nivel de concentración deja mucho que desear.
A la hora de comer oigo unos tacones acelerados acercarse a la puerta
de mi oficina. Antes de verla, sé que es Sugar. Entra y mira a nuestro
alrededor con disimulo, comprobando si estamos solas.
—Quinn ya se ha marchado a comer —le aclaro.
—¿Cómo ha ido? —pregunta sentándose en mi mesa.
—Supongo que bien.
—¿Aceptó el cheque?
Asiento.
—¿Hablasteis?
Niego con la cabeza.
—Le dije cómo me sentía respecto al dinero y ya está. Su padre nos
interrumpió.
—Seguro que encontráis otro momento para hablar.
—No lo sé, Sugar . Quizá no quiere hablar. Creo que lo mejor sería
que esto se acabara aquí. Mira cómo estoy y sólo nos hemos acostado una
vez. ¿Qué futuro me espera?
—Santana Lopez tiene treinta años. Es la directora ejecutiva de una de las
empresas más importantes del país. No es una tía sensible ni amable. Es
implacable, dura y arrogante, y probablemente lo sea también en su vida
privada. Es obvio que le gustas, pero a lo mejor ya consiguió de ti todo lo
que quería.
Cruzo mis brazos sobre la mesa y hundo la cabeza en ellos. Tiene
razón, pero escucharlo en voz alta duele muchísimo porque, me esfuerce en negarlo o no, me gusta
—¿Comemos? —pregunta Sugar.
—Comemos —le confirmo, aunque mi estómago no esté muy por la
labor. Vuelvo de comer y continúo con el trabajo. Como sucedió con la
mañana, la tarde acontece de lo más calmada. Suele ser lo habitual después de la vorágine que supone el cierre de edición. Los primeros días del nuevo número son como la calma después de la tormenta.
Cuando falta poco menos de una hora para que den las cinco, Quinn
recibe una llamada del departamento de Recursos Humanos y debe subir a
la planta veintisiete. No sabe cuánto tardará, así que me dice que, cuando
termine con el poco trabajo que queda, puedo marcharme a casa.
Unos minutos después comienzo a despejar mi mesa. Cojo el dosier
que estaba repasando sobre las cartas al editor para este número y lo dejo
sobre la mesa de Quinn. Casi no puedo creerlo cuando, al darme la vuelta,
la veo allí, a Santana Lopez .
mismo, por mucho que lo intente, no soy capaz de pensar con claridad.
Cuando las puertas del ascensor se abren, he de recordarme que tengo que salir. Pero apenas un par de pasos después vuelvo a quedarme inmóvil. La señorita Lopez está en el mostrador de seguridad hablando con Noah. Revisa unos papeles que el guardia le entrega. No se le ve alterada en absoluto.
Nadie diría que acaba de tirarse a una empleada en las escaleras.
Decido armarme de valor y acercarme a hablar con ella. Tengo muchas
preguntas. La primera y más importante: ¿por qué ha hecho esto?
Necesito una repuesta. No puede actuar como cuando me besó,
pretendiendo que lo olvide al instante y siga como si nada hubiese pasado.
Pero, cuando estoy a punto de dar el primer paso hacia ella, oigo que me
llaman desde algún punto del vestíbulo.
—Britt, por fin llegas.
Sugar camina hacia mí desde la puerta principal. Al llamarme
también despierta la atención de Santana Lopez, que repara en mi presencia.
Por un segundo nuestras miradas vuelven a entrelazarse. No soy capaz de
interpretar la suya. Decenas de emociones parecen querer abrirse paso en
ella. La noto frustrada, molesta, confusa. Es la misma manera en la que me
miró cuando nos besamos en el callejón junto al club.
—Llevo esperándote más de media hora. Estoy muerta de hambre.
Sugar tira de mi mano para que salgamos. La señorita Lopez frunce los
labios durante un segundo y vuelve a centrar su atención en los
documentos que tiene en la mano. Yo no sé qué hacer. Bueno, sí lo sé, pero no creo que a ella le hiciera mucha gracia.
—Espera, he olvidado el bolso. Tengo que volver arriba.
Me hace un mohín exasperada y comienza una retahíla de quejas
acerca del hambre que tiene y lo poco que parece importarme. Yo miro a Santana suplicándole internamente que me haga algún tipo de señal,
algo que me indique que no me estoy volviendo loca y que lo que ha
pasado hace menos de diez minutos ha sido real. Pero no lo hace. Se limita
a mirarme de nuevo un instante y finalmente volver a sus papeles.
—Te invito a comer pero, por favor, vámonos ya.
Asiento decepcionada y sigo a Sugar fuera del edificio.
En el Marchisio’s nos sentamos en una de las mesas junto a la
ventana. Creo que un par de almuerzos más y podremos decir oficialmente
que es nuestra mesa.
Sugar realmente debe estar hambrienta, porque por un día se olvida
de su dieta y pide la hamburguesa con queso por la que siempre suspira.
Yo, en cambio, no tengo hambre. Mi estómago se ha cerrado de golpe.
—¿Britt, estás bien? —pregunta al oírme pedir sólo una botella de
agua sin gas.
—Sí —digo con poco convencimiento.
—Britt.
Ya no aguanto más. Llevo días callándome o contando las cosas a
medias. Necesito desahogarme.
—Sugar, acabo de acostarme con Santana Lopez —le suelto de un tirón.
Me siento liberada.
—¿Qué?
Estoy segura de que Sugar hubiese querido gritar a pleno pulmón,
pero la sorpresa y la alarma le han robado la voz y han hecho que acabe
pronunciando un gritito agudo y casi ininteligible.
—¿Cuándo ha pasado?
—Después de la reunión.
—Britt, ¿estáis locas? En la oficina.
—No fue premeditado.
—Pero ¿por qué estás así? ¿No estuvo bien?
No necesito hacer memoria para contestar. Mi piel se estremece sólo
con escuchar su nombre.
—Sugar, fue alucinante. El mejor sexo que he tenido en mi vida.
No puedo evitar que una pletórica sonrisa se dibuje en mis labios
cuando respondo a su pregunta. Realmente lo ha sido.
—Tiene pinta de ser una diosa del sexo —responde como si fuera obvio.
El camarero nos interrumpe trayendo nuestras bebidas.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Pues que no sé por qué lo ha hecho ni lo que ha significado para ella.
Cuando terminamos, se marchó sin decir una palabra. Igual que las dos
veces que nos besamos.
—A lo mejor está un poco confundida.
—¿Confundida con qué? Fue ella quien empezó. ¿Sabes?, estoy cansada
de tener siempre esta sensación de no saber muy bien qué sentir o qué
esperar.
—A ti te gusta, te gusta muchísimo, está claro, y tú a ella también. No
quieras saber la suerte que corrió el pobre desgraciado que tuvo que
rendirle cuentas después de que te echara de la reunión. —Deja que sus
palabras hagan mella en mí—. Creo que deberíais hablar.
—Yo quiero hablar pero ella…
—Pero ella, nada —me interrumpe—. Cuando volvamos a la oficina, te
plantas en su despacho y le pides que se explique. Algo tipo: «Señorita Lopez, ¿después de follarme de esa manera tan perturbadora tiene usted pensado dedicarme unas palabras en algún momento?»
El diálogo tipo de Sugar nos hace reír.
—Supongo que tienes razón, aunque, si no te importa, voy a usar mis
propias palabras.
—Lo importante es el mensaje —sentencia sin que la sonrisa la
abandone.
Media hora después estamos de pie a unos metros de la puerta del
despacho del Santana.
—Ánimo, Britt —me arenga empujándome suavemente para que
empiece a caminar.
No sé por qué, estoy muerta de miedo.
A un último paso de la puerta, me giro y miro a Sugar. Ella sonríe y
me hace un gesto para que llame de una vez. Lo hago, entro y voy hasta la
mesa de Blaine.
—Buenas tardes, Britt.
—Hola, quería saber si sería posible hablar con la señorita Lopez.
—Me temo que no. La señorita Lopez está reunida con su padre y su
hermano y ha pedido expresamente que nadie la moleste.
El hincapié que ha hecho en la palabra nadie no me ha gustado nada,
como si en realidad fuera un mensaje cifrado para referirse a mí.
Sonrío como respuesta, giro sobre mis talones y salgo del despacho.
Sugar ya no está, así que me marcho a mi oficina. El lugar de donde
me largué sin decir nada y al que debería haber vuelto hace más de quince
minutos. Genial, justo lo que necesitaba, descuidar mi trabajo de esta
manera cuando no llevo ni dos semanas en el puesto.
—Lo siento, Quinn. Me he distraído —me disculpo en cuanto pongo
un pie en el despacho
—No te preocupes —dice levantándose de su mesa y acercándose a la
mía—. Quiero que archives todas estas cartas al director y después revises
la documentación del artículo de Graham Pessoa. No estoy convencido de
que pueda hacerse cargo de ese artículo, pero no quiero darle carpetazo sin asegurarme.
—Entendido.
—¿Estás bien? —pregunta entregándome un par de carpetas.
—Sí
Si obviamos el hecho de que me he acostado con tu mejor amiga.Quinn da un par de golpecitos con los dedos sobre mi mesa a la vez
que me mira perspicaz. Aunque obviamente no está muy convencida,
decide no seguir preguntando y vuelve a su despacho.
Estoy inmersa en el trabajo. Archivar las cartas al director es una
tarea mecánica que permite a mi mente volar libre y pensar y repensar todo
lo ocurrido, pero, sobre todo, me da la oportunidad de rememorar: sus
manos, sus labios, su voz. Su solo recuerdo sirve para que mi cuerpo se
encienda una vez más. Realmente nunca me había sentido así.
Me saca de mi ensoñación el móvil de Quinn recibiendo una llamada
entrante. Descuelga, habla unos segundos y sale de su despacho.
—Britt, voy un momento a la oficina de Santana. No tardaré.
Quinn se marcha y yo me quedo pensando en la idea de que, si Santana la ha llamado para que vaya, es por el más que probable hecho de
que ella no quiera venir y encontrarse conmigo.
¿Por qué?
Comienza a ser de lo más frustrante y molesto. Me llevo las manos a
la cabeza y me dejo caer contra la mesa. No sé qué hacer. No tengo ni la
más remota idea de qué hacer.
Quinn no tarda en volver pero, como es lógico, no me comenta qué
quería Santana.
Cuando dan las cinco, mi jefa me ofrece marcharme a casa pero, con
la excusa de terminar todo el trabajo que me pidió que hiciera, le digo que
me quedaré. En realidad, al igual que el día que me besó, lo que estoy
esperando es que la redacción se vacíe y así quizá poder hablar con ella.
Sugar me manda varios mensajes preguntándome si ya he podido
verla. Mi contestación estándar se limita a dos palabras: aún no.
Poco a poco los redactores, ejecutivos y demás empleados van
marchándose hasta que el edificio, o por lo menos nuestra planta, queda
totalmente desierta.
Haciendo de mi propia Sugar, me animo para ir a ver a Santana.
Quizá podamos hablar tranquilamente y pueda preguntarle todas las cosas
que necesito saber. Aprovecho que Quinn ha bajado y voy
hasta el despacho de Santana. La puerta está abierta. Respiro hondo, entro y, una vez más, camino hasta la mesa de Blaine.
—Britt, ¿aún por aquí? —inquiere con dulzura.
—Sí, verá, necesitaba hablar con la señorita Lopez y me preguntaba si ya
sería posible.
—Britt, la señorita Lopez se marchó hace horas.
¿Qué? ¿Sin ni siquiera intentar hablar conmigo?
—Hace horas —repito como una idiota.
—Sí.
Tengo que hacer un enorme esfuerzo para conseguir despedirme.
Estoy colapsada.
—Gracias, Blaine. Hasta mañana.
—Hasta mañana, Britt.
Salgo del despacho sin saber muy bien cómo. Todo mi cuerpo se
sostiene débilmente por mis temblorosas piernas.
Quería saber cómo se sentía, lo que había significado para ella, pues ya
lo sé: me folló en las escaleras del parking y más allá de eso le importo una
mierda.Una lágrima cae por mi mejilla, pero me la seco rápidamente. Se
acabó. Esta tontería se acabó y he tenido que llegar hasta este bochornoso
punto para saberlo, pero por lo menos ahora lo tengo claro. Esto es lo que
pasa cuando no pones límites con alguien tan arrogante y déspota como ella.
Es lo que pasa cuando te tomas licencias, maldita palabra. Es lo que pasa
cuando dejas que te pague las facturas y te bese en lugar de aceptar tu
cheque. Es exactamente eso.
Camino de mi oficina me encuentro a Sugar sentada en la mesa de
una de las redactoras.
—¿Qué haces aquí?
—Quería saber cómo te había ido.
—¿Y te has quedado trabajando hasta ahora? —pregunto extrañada.
—Tendrías que haber visto al señor Miller. Estaba alucinando de que
no hubiera salido disparada en cuanto dieron las cinco.
Sonríe levemente mientras me siento junto a ella.
—¿Qué tal ha ido? —inquiere de nuevo.
—No quiero hablar de eso.
—Ha ido mal —sentencia.
—Sugar, se ha marchado y ni siquiera se ha molestado en verme. No
quería una declaración de amor, pero por lo menos podría, no sé, haberse
dignado a decir algo.
—No te tortures.
—Todo es culpa mía.
—No digas tonterías.
—No lo son. —Dudo si continuar o no, pero necesito sincerarme—:
Dejé que me pagara una factura y supongo que eso le cree con derecho a
hacer esto.
Sugar me mira con la boca abierta y una expresión de lo más
escandalizada que intenta disimular sin mucho éxito.
—Vamos por partes —me pide perpleja—. ¿Qué es eso de que te pagó
una factura?
—Tuve que dejar el trabajo para estudiar para los exámenes del
máster y me retrasé con el alquiler. El día de la entrevista, el señor Schuester no paraba de llamar y yo le conté lo que me ocurría no con la intención de que se hiciera cargo; Dios, ni siquiera sabía que ella era ella. —Entiendo lo absurdo de mis palabras, pero son la pura verdad—. Yo sólo quería desahogarme.
—¿Y? —me incita a seguir.
—Y la semana pasada descubrí que había pagado todo lo que debía.
Intenté devolvérselo, pero se negó a aceptar mi cheque y acabó besándome.
—Por eso pediste el adelanto.
Asiento.
—Fui una estúpida, debí insistir en devolvérselo y ya no puedo porque
usé parte del dinero para pagar otras facturas y hacer la compra. Ya no me
queda ni la mitad.
Ahora es Sugar la que asiente. Las dos nos quedamos en silencio
unos minutos con la vista clavada al frente. —Vamos a ponerle solución ahora mismo —me dice bajándose de la mesa de un salto—. Nos vamos a tu apartamento. Coge tu bolso. Nos vemos abajo.
La miro confusa sin entender muy bien a qué se refiere. Ella me
devuelve la mirada apremiándome para que me levante.
Vuelvo a mi oficina, me despido de Quinn, recojo mi bolso y me
reúno con Sugar en el vestíbulo del edificio.
Estoy a punto de meter la llave en la puerta de mi apartamento cuando
Sugar me coge del brazo y tira de mí hasta que nos ponemos delante de la
puerta de los Berry. Entonces lo veo claro, quiere que le pida el dinero
a Rachel. Antes de que pueda decir nada, llama al timbre.
—Sugar, no pienso hacerlo.
—¿Quieres seguir sintiéndote así?
—No, claro que no.
—Pues ésta es tu única solución.
A los pocos segundos Rachel nos abre.
—¡Chicas! —exclama divertida por la sorpresa, pero, casi en el
mismo instante, al ver nuestras caras, su expresión cambia—. ¿Qué pasa?
Rachel se hace a un lado para dejarnos pasar. Joe está preparando la
cena, huele delicioso, pero mi estómago sigue cerrado a cal y canto.
—Hola —saluda Joe sin levantar su vista de la olla.
—¿Vais a contarme qué pasa?
Al oír a Rachel, su hermano se da la vuelta rápidamente y se acerca a
nosotras.
—¿Qué ocurre? —pregunta confuso.
Yo no sé por dónde empezar. Ahora mismo sólo puedo pensar en
cuánto van a enfadarse, porque les mentí con lo del dinero y no confié en
ellos.
—Cuéntaselo, Britt —me anima Sugar.
—Lo primero es que tenéis que prometerme que no os enfadaréis.
—No te lo prometo —me espeta Joe.
—Yo tampoco —continúa Rachel.
—Genial —concluyo exasperada.
Sugar me hace un gesto con la cabeza para que arranque de una vez.
—Me he acostado con Santana Lopez.
Joe sonríe y Rachel creo que no podría abrir más la boca.
—El problema es que no sé por qué pasó. Quiero decir que, cuando
terminamos, se marchó sin decir una palabra y tampoco es que habláramos
mucho antes. Intenté verla, pero se había largado.
—Necesitará un poco de espacio. Además, al contrario de lo que
pensáis, tal vez no le gusta hablar, dice Joe socarrón.
—Hay algo más —continúo sin saber muy bien cómo hacerlo.
Los Berry me miran realmente preocupados.
—Britt —sigue Sugar apiadándose de mi imposibilidad
momentánea para hablar— se siente fatal porque piensa que Santana Lopez se ha acostado con ella porque se cree con derecho a hacerlo.
—¿Y por qué iba a pensar eso? —La voz de Joe está rayando el
enfado, como si se estuviera preparando para cruzar la ciudad e ir a darle
una paliza.
—Porque dejé que me pagara una factura de setecientos dólares.
—¿Qué? —pregunta Rachel escandalizada.
—¡Joder, Britt! —exclama Joe y su voz ya no raya el enfado,
ahora está enfadado, mucho.
—Yo no quería que lo hiciera y no lo supe hasta días después. Con los
exámenes del máster no pude seguir trabajando y me retrasé con el señor
Schu. El día de la entrevista se lo conté y ella decidió hacerse cargo sin
decirme nada —repito poniendo énfasis en cada palabra—. Cuando lo
supe, quise devolverle el dinero, pero ella no lo aceptó y me besó.
—Britt, me mentiste.
Sé que Rachel no está enfadada, está dolida.
—En The Vitamin te pregunté si necesitabas dinero y me dijiste que
no.
—Rach, no quería que le pidieras dinero a tu padre o a tu hermano Sean. Podía apañármelas.
—Sí, ya veo cómo.
Rachel suspira bruscamente.
—Santana Lopez es muchas cosas —se apresura a continuar Sugar—.
Yo misma se las he recordado a Brit decenas de veces, pero no creo que
piense eso. Aun así, lo mejor sería que le devolviese el dinero.
—Sí —contesta Rachel.
Sugar y yo asentimos.
—Iré a ver papá —dice Joe dejando el trapo de cocina sobre la
encimera.
En estos momentos me siento miserable.
—Papá está en el barco con el tío Clint —le recuerda Rachel.
—Entonces iré a ver a Sean al hospital.
Joe se dirige hacia la puerta.
—Espera un momento —lo llamo—. No quiero que hagáis esto.
—Britt…
—Ya sé lo que vas a decirme, Rachel —la interrumpo—. Sé que vuestro
padre y vuestro hermano son muy ricos y que, para ellos, setecientos
dólares no suponen nada, pero no los quiero.
—¿Y qué prefieres? ¿Debérselos a ella? —me pregunta Rachel.
Ahora soy yo la que suspira bruscamente a la vez que me llevo las
manos a la cara. Sabía que todo podía complicarse, pero esto es demasiado.
—Britt, mírame —me pide Joe con dulzura apartándome las
manos de la cara—. Yo tampoco creo que Santana Lopez se crea con derecho sobre ti. Pienso que, sencillamente, vio que podía hacer algo y lo hizo sin darle más vueltas. Pero a ti te gusta mucho, es obvio, y, si no le devuelves ese dinero, la duda de por qué lo hizo siempre va a estar planeando sobre ti.
Sé que no te gusta que te prestemos dinero, pero si Rachel o yo o la
metomentodo de Sugar...
—¿Eh? —la oigo quejarse a mi espalda, lo que me hace sonreír
levemente.
—... tuviéramos un problema y estuviera en tu mano ayudarnos, ¿no
lo harías?
—Claro que sí —respondo sin dudar.
—¿Aunque fuera con dinero?
Asiento y él sonríe al ver que he comprendido su argumento.
—Además, siempre puedes devolvérnoslo con trabajos para la
comunidad, como ayudarme a torturar a Rachel.
—O ayudarme a torturar a Joe —apunta su hermana.
Vuelvo a sonreír.
—¿Puedo irme ya a por ese cheque, Pierce? —inquiere igualmente
dulce, inclinando la cabeza para poder encontrar mi mirada con la suya.
—Sí.
—Genial.
Joe me da un beso en la mejilla y sale del apartamento.
Las tres nos quedamos en silencio hasta que la puerta se cierra.Rachel
va al frigorífico y coge tres Budweiser. Gran idea. Ahora mismo realmente
necesito una cerveza.
Le da una a Sugar y, cuando me entrega a mí otra, me mira
intentando decirme que, a pesar de lo enfadada que está, me quiere
muchísimo. Sé de sobra que esa patentada mirada significa un automático
perdón y, la verdad, hace que me sienta un poco mejor.
Nos sentamos en el sofá. El inicio de la noche ha sido agotador; en
realidad, por un motivo o por otro, todo el día lo ha sido.
—Bueno, ¿y qué tal ha sido? —pregunta Rachel en clara referencia a mi
escarceo amoroso con Santana Lopez.
—Alucinante —respondo sin poder ocultar mi sonrisa—. Fue…
Intento buscar las palabras para definir lo que sentí, pero tengo la
sensación de que todas son insuficientes para dibujarlo a ella, a su forma de moverse, el placer que provocó en mí.
—Alucinante —concluyo al fin con la mente enredada en los
recuerdos de ese fantástico momento.
—Bueno, ¿y tú qué tal con Brody? —inquiere Sugar incorporándose
para poder ver la cara de Rachel ante su pregunta.
—No estuvo mal.
Perfectamente coordinadas, Sugar y yo asentimos lentamente y le
damos un trago a nuestras cervezas. Las dos sabemos de sobra que para
Rachel un «no estuvo mal» equivale a «me muero por decir que fue la cita de mi vida, pero no lo haré porque yo soy una mujer contenida y analítica con demasiado sentido común como para dejarme llevar así».
—¿Y cuándo os casáis? —pregunto socarrona justo antes de que
Sugar y yo nos echemos a reír.
—Ja, muy graciosas. Me casaré con Brody el día que Sugar se case
con tu jefa.
Un «uuuhhh» seguido de la risa que esta vez comparto con Rachel me
convierten en el blanco de la mirada asesina de Sugar
—Y yo me casaré con tu jefa el día que tú te cases con la jefa de tu
jefa.
—Espero haber entendido bien esa frase, pero en cualquier caso os
llevo un polvo de ventaja a todas —sentencio.
—A mí, no —comenta Rachel como quien no quiere la cosa.
—¿Qué?
Sugar y yo nos miramos fingidamente escandalizadas y los
«uuuhhh» vuelven a surgir.
—No le digas a Joe que te has acostado con Brody o le dará un
infarto —le sugiero aún sorprendida.
—¿Y qué tal fue? —pregunta Sugar.
—Maravilloso —responde ruborizándose.
Las tres volvemos a reír y sólo paramos para dedicarnos amables
comentarios o seguir charlando de nuestras vidas sentimentales.
Me siento mucho mejor que hace unas horas. Nunca me cansaré de
repetirme la suerte que tengo por contar con Joe y las chicas.
Un par de horas después, regreso a mi apartamento. Dejo a Sugar y a
Rachel con la quinta cerveza cantando una versión bastante peculiar del Papa don’t preach, de Madonna.
Ya en mi piso, me pongo el pijama y me preparo para dormir cuando
llaman a la puerta. Por un momento pienso que puede ser Santana y el
corazón me da un vuelco. Acto seguido me doy cuenta no sólo de lo
improbable que es eso, si no del flaco favor que me hago pensándolo.
Finalmente abro la puerta. Es Joe.
—Aquí tienes —dice sin más entregándome un cheque—. Mi
hermano Sean ha querido invitarme a cenar y después yo a él a tomarse
unas cervezas. Ese chico nunca se divierte.Su comentario me hace sonreír.
—Eso está mejor, Parker. No te preocupes, el megamillonario se dará
cuenta de la suerte que tiene de estar con alguien como tú.
Mi sonrisa se ensancha. —Muchas gracias por todo.
—Deja de darme las gracias, idiota —responde Joe caminando
hacia su apartamento. Cuando está a punto de meter la llave en la cerradura, la música y los alaridos que salen del interior le hacen pararse en seco.
—¿Madonna? —pregunta aterrado.
—Aún peor, Rachel y Sugar cantando Madonna.
—Pensé que cuando lo dejamos para que se largara a Chicago, me
había librado de esto.
Cierro la puerta y por fin me meto en la cama. Lo primero que pienso
es en la determinación que debo asumir: a partir de ahora en la oficina
debo recuperar a la Brittany profesional cuando esté con la señorita Lopez Se acabaron las sonrisitas o el quedarme embobada mirándola. Es mi jefa y por mi bien necesito convencerme de una maldita vez de que lo mejor es
que sea sólo eso. Suspiro bruscamente y me dejo caer sobre la mullida
almohada.
He dejado el cheque sobre la mesita de noche y, contemplándolo, no
puedo evitar pensar que mañana va a ser un día de lo más intenso.
El despertador suena a las siete. No he pegado ojo en toda la noche
intentando adivinar qué pasará hoy, cómo reaccionará cuando le dé el
cheque. Me doy la vuelta y clavo mi mirada en el techo. No tengo ni idea
de qué ocurrirá y, siendo sincera, tampoco me apetece descubrirlo. El
despertador vuelve a sonar. Son las siete y cinco. Decido que es demasiado pronto para lamentarse y me levanto.
Me doy una ducha rápida y me seco el pelo con la tolla. Dado que mi
estómago sigue como anoche, total y absolutamente cerrado, me salto el
desayuno y directamente me cepillo los dientes. Me pongo un vestido
verde hierba abotonado por delante. Elijo un cinturón marrón para darle
vida y unas sandalias planas de cuero también marrones. Me recojo el pelo
y me maquillo.
Cuando entro en el edificio de Lopez Group, saludo a Noah, pero la
sonrisa apenas me alcanza los ojos. Mis nervios están llegando a unos
límites insospechados.
Al salir del ascensor, voy directamente hasta a la oficina de Santana. Afortunadamente Blaine no está. La idea de tener que pedirle otra vez
hablar con ella, y que volviese a decirme que no, me resultaba de lo más
bochornosa.
La puerta de su despacho está cerrada. Con el poco valor que consigo
reunir llamo a la puerta y, con la lección bien aprendida, espero a que me
dé paso.
—Adelante —oigo decir desde el interior.
Abro la puerta y, pretendiendo que mi paso sea lo más firme posible,
entro en su despacho.
—Buenos días, señorita Lopez.
Está de pie, leyendo unos documentos apoyada en la ventana.
Obviamente está guapísima, con un traje de corte italiano negro, camisa
blanca . Al verme, alza la cabeza y me mira fijamente con esos preciosos ojos negros. Me atrevería a decir que ella tampoco ha dormido bien.
—Buenos días, señorita Pierce.
El tono de su voz ha cambiado. Se ha vuelto más grave, pero al mismo
tiempo más sensual. Siento cómo me observa. Una mirada que una vez más enciende mi cuerpo. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para recordarme a mí misma por qué estoy aquí y la decisión que tomé anoche. Cuando al fin lo consigo, camino hasta su mesa y dejo el cheque sobre ella.
—Señorita Lopez, vengo a devolverle esto.
Aún sin verlo, sabe perfectamente a qué me refiero.
—¿A qué viene esto?
—Viene a que necesito que lo acepte porque me siento como si fuera
una… «Puta». Sólo que no me atrevo a pronunciar esa palabra en voz alta.
—¿Es porque no hablamos ayer? —pregunta incorporándose.
—Nosotros no hablamos nunca —me apresuro a responder.
El silencio calla el ambiente de la habitación.
—Yo no soy así. No me siento bien dejando que crea que puede
disponer de mí cuando quiera sólo porque me pagó esa factura.
—¿Qué?
Suena tan sorprendida como molesta, pero yo debo aprovechar este
momentáneo ataque de valentía para decir todo lo que tengo que decir.
—Puede que me sienta obnubilada por usted, pero ya tengo claro lo
que es y lo que quiere de mí.
—Te estás equivocando. —Su tono de voz se ha endurecido.
Tengo la sensación de que su mirada, tan intimidatoria como siempre,
me abrasa, pero tengo que ser fuerte. Sólo un poco más.
—¿En qué exactamente me estoy equivocando? Es una déspota y una
aprovechada y, si quiere despedirme por tomarme esta licencia —
pronuncio la palabra llena de desdén—, lo entenderé, pero entonces será
aún más tirana. En cualquier caso, ahí tiene el cheque, porque no pienso
dejar que setecientos dólares le hagan creerse con derecho a acostarse
conmigo y después ni siquiera dignarse a mirarme.
La cara de Santana es un auténtico mar de emociones. Está
enfadada, muy enfadada, pero también parece librar una batalla consigo
misma enorme, compleja. Yo sigo en silencio, centrando todo mi valor en
no apartar mi mirada de la suya. Hoy más que nunca tengo que demostrarle mi determinación, por mucho que me tiemblen las rodillas.
—Señorita Lopez, su padre está aquí.
La voz de Blaine nos interrumpe una vez más. Casi en ese mismo
instante, la puerta se abre y el señor Carlos Lopez entra con paso decidido y seguro. Definitivamente algo que sus hijos han heredado de él.
—Hola, hija.
—Papá —responde incómoda.
—Tengo que regresar al trabajo —digo escuetamente girando sobre
mis talones.
—Señorita Pierce… Santana me llama a la vez que da unos pasos en mi dirección.
—¿Usted es la señorita Pierce? —inquiere Carlos Lopez.
La pregunta de su padre me frena en seco. Puedo permitirme ignorar
Al Lopez con la que me ha acostado, pero no a los dos.
—Quinn me ha hablado mucho de usted. Dice que debemos
agradecerle que el cierre de este número de Spaces se consiguiera.
—No fue para tanto. Sólo hice mi trabajo. Todo el merito es de
Quinn, señor Lopez.
—Me gusta esa actitud. Siempre he pensado que nunca tenemos que
esperar que se nos felicite por el trabajo que debemos hacer. Aun así,
enhorabuena.
—Gracias, señor Lopez. Ahora, si me disculpa, Quinn me está
esperando.
—Por supuesto. No la entretengo más.
Mi mirada se cruza una vez más con la de Santana, pero la aparto
rápidamente. Esos ojos negros conseguirían seducirme en cualquier
circunstancia, incluida ésta.
De vuelta a mi mesa, tengo que concentrarme para tranquilizarme,
aún estoy muy nerviosa. También sigo sintiéndome confundida, pero por lo
menos creo que he marcado un punto de inflexión al entregarle el cheque.
Estaba increíblemente sexi. Sin duda alguna, es la mujer más atractiva que he conocido jamás. Pero es algo más que eso. Me siento
atraída por ella de un modo que me supera, que se escapa por completo a mi control. Creo que ése es en parte el gran problema, sentir que, cuando estoy con ella, mi control sobre mí misma se evapora. Las ganas de que me bese, de que me haga todas y cada una de las cosas que me hizo en las escaleras,
me abruman y me dejan sin aliento, pero al mismo tiempo me
emborrachan de deseo y me descubro insaciable, siempre anhelante de
más. Ni siquiera creo que hoy, a pesar de todo lo que ha pasado, hubiese
podido resistirme si ella hubiera intentado besarme.
En lo referente al trabajo, el día transcurre tranquilo. Lo único
significativo es la reunión con los redactores. Quinn reparte los temas,
acepta algunas sugerencias y desecha otras, lo normal. Yo tomo notas
sentada junto a ella y voy pasándole los dosieres que va necesitando cuando los va necesitando. Algo muy mecánico. En cierta manera, justo lo que necesitaba. Hoy mi nivel de concentración deja mucho que desear.
A la hora de comer oigo unos tacones acelerados acercarse a la puerta
de mi oficina. Antes de verla, sé que es Sugar. Entra y mira a nuestro
alrededor con disimulo, comprobando si estamos solas.
—Quinn ya se ha marchado a comer —le aclaro.
—¿Cómo ha ido? —pregunta sentándose en mi mesa.
—Supongo que bien.
—¿Aceptó el cheque?
Asiento.
—¿Hablasteis?
Niego con la cabeza.
—Le dije cómo me sentía respecto al dinero y ya está. Su padre nos
interrumpió.
—Seguro que encontráis otro momento para hablar.
—No lo sé, Sugar . Quizá no quiere hablar. Creo que lo mejor sería
que esto se acabara aquí. Mira cómo estoy y sólo nos hemos acostado una
vez. ¿Qué futuro me espera?
—Santana Lopez tiene treinta años. Es la directora ejecutiva de una de las
empresas más importantes del país. No es una tía sensible ni amable. Es
implacable, dura y arrogante, y probablemente lo sea también en su vida
privada. Es obvio que le gustas, pero a lo mejor ya consiguió de ti todo lo
que quería.
Cruzo mis brazos sobre la mesa y hundo la cabeza en ellos. Tiene
razón, pero escucharlo en voz alta duele muchísimo porque, me esfuerce en negarlo o no, me gusta
—¿Comemos? —pregunta Sugar.
—Comemos —le confirmo, aunque mi estómago no esté muy por la
labor. Vuelvo de comer y continúo con el trabajo. Como sucedió con la
mañana, la tarde acontece de lo más calmada. Suele ser lo habitual después de la vorágine que supone el cierre de edición. Los primeros días del nuevo número son como la calma después de la tormenta.
Cuando falta poco menos de una hora para que den las cinco, Quinn
recibe una llamada del departamento de Recursos Humanos y debe subir a
la planta veintisiete. No sabe cuánto tardará, así que me dice que, cuando
termine con el poco trabajo que queda, puedo marcharme a casa.
Unos minutos después comienzo a despejar mi mesa. Cojo el dosier
que estaba repasando sobre las cartas al editor para este número y lo dejo
sobre la mesa de Quinn. Casi no puedo creerlo cuando, al darme la vuelta,
la veo allí, a Santana Lopez .
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Chapter 11
—Britt —me saluda.
—Señorita Lopez —le contesto intentado mostrarme lo más fría posible.
—Tenemos que hablar.
—Claro, ¿en qué puedo ayudarla?
Suspira bruscamente sin dejar de mirarme. Sin duda, que me muestre
en esta actitud tan profesional y distante, no le gusta.
—Tenemos que hablar sobre lo que me dijiste en mi despacho.
—Señorita Lopez —la interrumpo—, sé que no he mantenido una actitud
muy profesional con usted desde que entré a trabajar aquí, pero creo que
empezar ahora, a pesar de todo lo que ha pasado, sería lo más conveniente.
—A la mierda lo más conveniente —alza la voz malhumorada—.
Crees que me acosté contigo porque te pagué una factura. No voy a dejar
que sigas pensando eso.
Esta conversación no es buena para mí.
—Señorita Lopez, estaré encantada de ayudarla con cualquier tema
relacionado con la revista.
—Joder, Britt —masculla pasándose la mano por el pelo—. Para
con este rollo de perfecta ayudante.
—Pero es que es lo que soy —alzo la voz. No puedo más. Me afecta
demasiado para mantenerme fría y calculada— y lo que estoy haciendo
ahora es lo que debí hacer desde que empecé a trabajar aquí, estoy
parándome a pensar quién es la jefa.
En sus ojos negros puedo ver que ella también recuerda el día que
pronunció esa frase y todo lo que ella implica. Las licencias puestas sobre
la mesa.
—¿Qué quiere de mí? —concluyo con la voz menos firme de lo que
me hubiera gustado.
—Quiero que entiendas que me acosté contigo porque quise hacerlo,
porque en realidad llevaba queriendo hacerlo desde que vi esa cabecita
apoyarse sobre el cristal de la puerta de Recursos Humanos, no porque crea que tengo derecho sobre ti.
—¿Y por qué no se molestó en hablar conmigo ayer?
—¿Y por qué no hablé contigo ayer das por hecho todo lo demás? —
pregunta irritada.
—No, lo doy porque en realidad nunca hablamos. Nos hemos besado,
discutido, acostado y nunca hemos hablado. Ni siquiera sé qué piensa de
mí.
—Pienso que eres preciosa. Santana camina los pocos pasos que nos separan y me besa tomando mi cara entre sus manos. Yo la recibo encantada. Nunca pensé que pudiera echar algo tanto de menos sin ni siquiera saberlo.
Me besa apremiante, despertando mi cuerpo, consiguiendo que la
electricidad que siempre nos rodea me traspase y me ate a ella.
Sin separarnos un ápice, me lleva hasta la pared. Sus manos bajan por
mis costados y llegan hasta mis caderas.
Comienza a besarme el cuello, a morderlo, dejando que su experta
lengua consuele mi piel donde me ha enseñado los dientes.
Suspiro con fuerza y echo la cabeza hacia atrás para darle mejor
acceso. Santana sonríe contra mi piel. Acabo de dejarle muy claro que me
encanta lo que me está haciendo.
Me estrecha contra su cuerpo y siento su cadera chocar contra
mi vientre. Apremiante, pasea sus manos de mis caderas a mi trasero.
Gimo cuando lo aprieta con fuerza a la vez que me muerde de nuevo.
—Esto es una locura —me recuerda mi mente y pronuncio las
palabras en voz alta.
—Lo sé —contesta ella.
Pero no se detiene y yo por nada del mundo quiero que lo haga.
Pasa sus manos por debajo de mi vestido y vuelve hasta mi trasero. Lo
aprieta con más fuerza con las dos manos y rápidamente lleva una hasta la
tela húmeda de mis bragas.
—Joder— gruñe al sentirla.
Ya sólo soy jadeos.
Mi mente pretende recordarme que aún hay muchas cosas que quiero
preguntarle, cosas que necesito que hablemos, pero poco a poco van
diluyéndose en mi deseo hasta dejar de importar por completo.
Desabrocha hábilmente los botones de mi vestido y deja mi sujetador
al descubierto. Suelto un largo gemido cuando me muerde el cuello una vez más antes de bajar sus labios hasta mis pechos, dejando una cálida y húmeda estela a su paso. Toscamente retira la copa del sujetador con la boca, toma mi pezón entre sus dientes y tira de él con fuerza.
Vuelvo a gemir y todo mi cuerpo se arquea contra la pared dejando mi
piel aún más expuesta a ella. Ha sido alucinante.
Sonríe sin separar un ápice sus labios de mí y continúa besándome,
mordiéndome, imitando los mismos gestos con sus dedos en el otro pezón.
Es una tortura exquisita y maravillosa.
Sonrío extasiada mientras mis dedos siguen perdidos en su pelo.
Cuando siento oleadas de placer a punto de desatarse en mí, ella alza la
cabeza y me mira directamente a los ojos con una mezcla de sensualidad y
perversión que resulta casi adictiva.
Me sonríe justo antes de volver a besarme y yo sólo puedo dejarme
llevar. Otra vez coloca sus manos en mis rodillas y, tal y como hizo en las
escaleras, las sube hasta mis caderas remangando mi vestido con ellas.
Gimo al imaginar lo que vendrá después.
Sube de nuevo hasta mis labios y toma mi boca con decisión mientras
relía sus dedos en mis bragas. Atrapa mi labio inferior entre los suyos y me
mira con sus ojos negros ávidos y exigentes justo antes de que la tela se
deshaga en sus manos.
No podría estar más excitada.
Con más seguridad que la primera vez, creo que por la mirada que me
ha dedicado, le desabrocho el cinturón y los pantalones para que caigan al suelo y libero su sexo. Me levanta por las caderas y se introduce en mí brusca, con un solo movimiento.
Cierro los ojos y ahogo un grito de puro placer en un gemido,
extasiada y colmada, saboreando lo profundo que llega.
Se queda dentro de mí sin moverse, como si ella también quisiera
disfrutar el momento.
—Abre los ojos —me ordena en un susurro.
Lo hago y su seductora mirada atrapa la mía. Sus ojos negros llenos de
deseo me retan y yo acepto el reto. Subo mis piernas y las enrosco a su
cintura. Ella sonríe sexy y duro a partes iguales y comienza a moverse. Sus
embestidas son bruscas, profundas.
Me agarro con fuerza a sus hombros y me dejo llevar mientras mi
espalda se desliza arriba y abajo por la pared presa de sus implacables
movimientos. Dios, nunca había sentido nada remotamente parecido a cómo me hace sentir ella.
Sorprendiéndome una vez más, Santana me mantiene con unan mano y
sin salir de mí me sienta en la mesa de Quinn. Dejo caer mis piernas. Ella me agarra del trasero, tira de mí hasta llevarme al borde y comienza a
moverse de nuevo. Su primera estocada es aún más fuerte que las anteriores. Por un momento temo que mi cuerpo ni siquiera sea capaz de asimilarla, pero ese pensamiento se sumerge en una nube de placer puro y absoluto. Gimo, casi grito.
Santana vuelve a besarme para acallar cualquier sonido y continúa
embistiéndome salvaje. Alzo las piernas y la rodeo otra vez, quiero que
llegue todo lo profundo que desee. Si me parte en dos, moriré feliz.
Con una de sus manos me quita las horquillas del pelo. Tintinean al
chocar contra la mesa y el suelo. Sonríe contra mis labios cuando mi
melena cae sobre mis hombros. Hunde su mano en mi pelo y me atrae aún
más contra ella, no hay un solo milímetro de aire entre nosotras.
—Por favor —suplico contra sus labios, aunque estoy tan extasiada
que ni siquiera sé qué pido exactamente. Que no pare. No quiero que pare
nunca. Quiero que nos pasemos días así, encerradas en esta habitación, sin comida ni agua, alimentándonos sólo de esto.
Acelera el ritmo aún más. Ancla una mano en mi cadera y una parte
de mí espera que sus dedos se queden marcados en mi piel.
Gimo descontrolada. Mi respiración jadeante no me permite otra cosa.
Mis caderas salen a su encuentro y el placer de sus embestidas se
multiplica para las dos. Se retira hasta casa salir y después me penetra con
fuerza, rápido.
Me dejo caer sobre la mesa, no aguantaré mucho más este ritmo
demencial.
Me muerdo el labio con fuerza. Sólo quiero gritar. Dios…
Un placer desmedido estalla en mi sexo y llena mi cuerpo,
traspasándolo, bañándolo, asolándolo por completo.
Ella continúa moviéndose y yo continúo recibiéndola, maravillada en la
euforia de mi orgasmo interminable. Comienza a moverse en círculos y yo
aprieto las caderas contra ella. Es una puta locura.
Me agarra con más fuerza las caderas y ese gesto me hace abrir los
ojos. Quiero ver cómo se pierde. Tiene la mandíbula apretada, intentando
contenerse para seguir con estos círculos enloquecedores. Cierra los ojos
con fuerza, puro y sexy autocontrol que me tiene en el paraíso. Pero
entonces alzo las caderas y me empotro en sus dedos y muy cerca de su sexo . Santana reacciona de inmediato. Abre los ojos y se humedece los labios al comprobar la sonrisa de puro placer que le dedico. Me sonríe sexy y perturbadora, me agarra aún con más fuerza y me embiste otra vez y otra, y otra, fuerte, tosca, salvaje, y sin remedio las dos caemos en un increíble orgasmo.
—Dios, Britt —susurra justo antes de dejarse caer exhausta sobre
mí. Siento su respiración pausándose lentamente. Es un sonido
maravilloso. Un sonido que ahoga cualquier duda, cualquier pregunta.
Tiene la cabeza apoyada en mi vientre y yo sólo quiero perder mis dedos
en su cabello, así que alzo mi mano y suavemente lo hago. Sin embargo,
sólo deja que la caricia dure unos segundos, ya que se levanta y comienza a vestirse.
Al verla, la misma sensación que tuve cuando me besó, de
encontrarme en la más absoluta vulnerabilidad, me envuelve. Me incorporo
sobre la mesa, me bajo y comienzo a vestirme intentando no hacer ruido,
menuda tontería después de lo que acaba de pasar. Ahora mismo sólo
puedo pensar en que el paraíso con Santana tiene el tiempo limitado.
Por algún extraño motivo que no logro comprender, ni siquiera me
atrevo a mirarla. No sé qué está pensando de ella, de mí, de esto. Tengo
miedo de que diga algo que, si después de nuestro primer beso pensé que
no soportaría, ni siquiera quiero imaginar cómo me haría sentir ahora.
—Esto no puedo volver a pasar —dice justo antes de girarse y
empezar a caminar hacia la puerta.
Algo como eso. Le oigo suspirar bruscamente y por fin me atrevo a mirarla. Lo hago para ver cómo se pasa la mano por el pelo y la deja en su nuca. Se detiene un escaso segundo justo antes de alcanzar la puerta y mi estúpido corazón se hincha de una esperanza que pronto le abandona. Santana sale sin mirar atrás.
Durante unos minutos me quedo inmóvil en el centro del despacho de
Quinn demasiada asustada de que la frase que acaba de pronunciar sea
verdad. He vuelto a tener el sexo más intenso, más delicioso, y también,
cuando todo ha acabado, he vuelto a sentirme confusa y abrumada. No
puede volver a pasar, pero yo sencillamente me muero porque suceda.
Sacudo la cabeza. Necesito salir de aquí. Necesito alejarme de ella. Si
fuera posible, desearía que ni siquiera compartiéramos continente.
Me abotono el vestido, me lo recoloco y busco las horquillas
repartidas por el suelo de todo el despacho. Me agacho, encuentro un par
de ellas y me hago un rápido recogido en el pelo.
Lo último que quiero es que toda la redacción me vea con pinta de acabar de echar un polvo.
Que me gusta y me siento atraída por ella, está claro, pero no sé si estoy preparada para que nos acostemos y después desaparezca como si hubiera cometido el mayor error de su vida. Aunque lo cierto es que no creo que tenga mucha elección.
Intenté asumir que no me convenía, después concentrarme en cuánto la
odiaba, incluso centrarme en ser profesional y olvidarme de todo lo demás,
pero nada funciona porque, en cuanto la siento cerca, sólo cuenta la manera tan salvaje en la que me atrae y todo lo que su proximidad despierta en mí.
—Hola dice Rachel.
—Hola —respondo.
—¿Tienes planes para el sábado? —pregunta abriendo mi frigorífico y
cogiendo un Sprite para ella y una Coca-Cola para mí.
Hago memoria. Más allá de pasarme horas desesperada intentando
entender a Santana , creo que estoy libre.
—No. Me quito el bolso y me siento en el sillón. Oigo las chapas de los
botellines de refresco caer sobre la encimera. Rachel camina hasta el sofá,
me entrega el mío y también se sienta.
—Mi madre organiza una fiesta benéfica en casa y había pensado que
quizá te apetecería venir.
Lo pienso unos segundos y ¿por qué no? Me vendrá muy bien
despejarme un poco.
—Sí, claro. Así cambiaré un poco de aires, lo necesito.
—¿Todo bien?
Asiento.
—No quiero hablar de ello. ¿Qué tal con Brody? —pregunto porque
de verdad me interesa, pero también con la idea de que no haya segundas
preguntas sobre ese «no quiero hablar de ello».
—Genial. Irá a la fiesta.
Ella sonríe y yo me contagió de su sonrisa.
—¿Y sabes quién más acudirá? Sean —se responde a sí misma
ceremoniosa.
—¿Sean? —pregunto fingiéndome perpleja. Ella asiente con una
sonrisa de oreja a oreja—. ¿Tu hermano? —vuelvo a preguntar exagerando
tanto esta vez que Rachel al fin comprende que bromeo.
—Muy graciosa. Sé que puede parecer obvio, pero, si he hecho la
puntualización de que vendrá, es porque él me ha preguntado si acudirás tú. Sean es el hermano mayor de Rachel. Tiene treinta y dos años y es
guapísimo, encantador e inteligente como todos los Berry. Aunque
nunca me ha pedido que salgamos ni nada por el estilo, desde los últimos
años de universidad siempre he sabido que le gustaba. La verdad, pensaba
que ya habría conocido a una doctora guapísima, encantadora e inteligente
como él y se habrían prometido o algo por el estilo.
—Rachel, sabes que adoro a Sean, pero lo que estás pensando no va a
pasar.—¿Por qué? ¿Por la gran Gatsby?
—¿Quién?
Aunque rápidamente entiendo a quién se refiere.
—No, no es por ella
«Desde hace exactamente diez días sí, sí es por ella.»
—¿Entonces?
—Entonces, ¿qué? Rachel, ya lo sabes, entre Sean y yo nunca habrá
nada.
—Está bien —claudica—. Tenía que intentarlo. Pero vendrás a la
fiesta, ¿verdad?
—Claro que sí.
—Perfecto. Saldremos a las siete.
Se levanta de un salto.
—¿Dónde vas? —inquiero extrañada.
—A ver a Brody —contesta feliz—. La verdad es que creí que me
llevaría más esfuerzos convencerte y pensé que no me daría tiempo a verlo, pero ha sido más fácil de lo que esperaba.
El despertador suena implacable, cumpliendo su misión, a la siete en
punto. Apenas he podido dormir y, como constato unos minutos después
frente al espejo, tengo un aspecto horrible.
Opto por darme una larga ducha. La necesito.
Envuelta en una toalla, y para no perder la costumbre empapando todo
el suelo, regreso a mi habitación. Lo primero que hago es conectar el iPod
a los altavoces. Quiero oír algo animado que me recargue las pilas. Eso
también lo necesito. Elijo a Calvin Harris. Música electrónica. Puro ritmo.
Voy hasta el armario para decidir qué ponerme. Me decanto por un
vestido de tirantes blanco con pequeños estampados negros. Frente al
espejo me veo algo sosa, así que busco mi camiseta de encaje azul marino
de manga corta y me la pongo encima. El conjunto ha quedado genial. Me
lleno el brazo de pulseras de madera y vuelvo a ponerme mis sandalias de
cuero.Me visto mientras Calvin Harris y Ellie Goulding cantan y, poco a
poco, casi sin darme cuenta, comienzo a prestarle más atención a la letra:
I’ve been a stranger ever since we fell apart.
I feel so helpless here.
Watch my eyes are filled with fear.
Tell me, do you feel the same?
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Hold me in your arms again.
Estoy devastada. Me siento exactamente así.
I need your love.
I need your time.
Me tumbo en la cama y clavo mi mirada en el techo mientras todos
los pensamientos sobre Santana y lo que pasó en el despacho de
Quinn, todos los que no me permití tener ayer y que me han mantenido
despierta toda la noche, me envuelven.
Lo que pasó fue sencillamente maravilloso. Su manera de besarme, de
tocarme, me hicieron sentir demasiadas cosas a demasiados niveles. Fue
salvaje, arrolladora, y me muero porque vuelva a pasar, por volver a
sentirme entre sus brazos.
Now I’m dreaming, will I ever find you now?
I walk in circles but I’ll never figure out.
What I mean to you, do I belong?
I try to fight this but I know I’m not that strong.
No podría describirme mejor. Esto es ridículo.
Debería olvidarme de todo. Fingir que no ha pasado. Pero no puedo. Y
es precisamente eso, ridículo. Toda esta situación lo es porque sólo hace
diez días que la conozco y, cuando le escuché decir que lo que había
pasado en el despacho de Quinn no podía volver a pasar, me sentí como si
me hubieran despojado de un pedazo de mí. Me sentí demasiado
vulnerable.
I need your love.
I need your time.
Definitivamente va a ser un día horrible.
Salgo de mi apartamento con la canción aún sonando en mi cabeza.
Camino hasta la estación de metro y espero paciente en el andén a que
llegue mi tren. Para intentar distraerme, me fijo en pequeños detalles a mi
alrededor, pero es inútil. Todos mis pensamientos tienen un único motivo y
dirección.
Estoy devastada. Me siento exactamente así.
I need your love.
I need your time.
Me tumbo en la cama y clavo mi mirada en el techo mientras todos
los pensamientos sobre Santana y lo que pasó en el despacho de
Quinn, todos los que no me permití tener ayer y que me han mantenido
despierta toda la noche, me envuelven.
Lo que pasó fue sencillamente maravilloso. Su manera de besarme, de
tocarme, me hicieron sentir demasiadas cosas a demasiados niveles. Fue
salvaje, arrolladora, y me muero porque vuelva a pasar, por volver a
sentirme entre sus brazos.
Now I’m dreaming, will I ever find you now?
I walk in circles but I’ll never figure out.
What I mean to you, do I belong?
I try to fight this but I know I’m not that strong.
No podría describirme mejor. Esto es ridículo.
Debería olvidarme de todo. Fingir que no ha pasado. Pero no puedo. Y
es precisamente eso, ridículo. Toda esta situación lo es porque sólo hace
diez días que la conozco y, cuando le escuché decir que lo que había
pasado en el despacho de Quinn no podía volver a pasar, me sentí como si
me hubieran despojado de un pedazo de mí. Me sentí demasiado
vulnerable.
I need your love.
I need your time.
Definitivamente va a ser un día horrible.
Salgo de mi apartamento con la canción aún sonando en mi cabeza.
Camino hasta la estación de metro y espero paciente en el andén a que
llegue mi tren. Para intentar distraerme, me fijo en pequeños detalles a mi
alrededor, pero es inútil. Todos mis pensamientos tienen un único motivo y
dirección.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Brittany se lo deja demasiado facil!!!>:c y Santana es bien idiota>:c
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Edad : 26
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
—Buenos días, ayudante —me saluda Quinn de pie frente a mi mesa ojeando el correo que le entrego.
—Buenos días, jefa.
Ambas sonreímos y ella entra en su despacho. Parece de muy buen
humor. El resto de la mañana acontece sin mayor novedad. Me tomo un café con Linda y otras redactoras en la sala de descanso y, como siempre, quedo para comer con Sugar quien curiosamente también parece muy feliz. Mmm, me pregunto dónde llegaría si me diera por atar cabos esta mañana. De vuelta en el despacho, antes de que llegue a mi mesa, Quinn me llama.— Britt , lleva esta documentación a Ryder. Necesitamos que la
Biblioteca de Nueva York nos ceda material gráfico. Tiene que tramitarlo
lo antes posible, es para un artículo del próximo número y, si no nos van a
dejar usar esas fotos, debo saberlo ya.
Asiento diligente y cojo la carpeta que me tiende.
—Planta veintisiete. No vuelvas sin una respuesta.
Vuelvo a asentir y salgo de la oficina.
Después de lo que parece una eternidad en el ascensor para subir sólo
siete plantas, cruzo todo el departamento de Recursos Humanos. No puedo
evitar quedarme mirando como una boba la puerta de cristal y los dos
escritorios donde Santana y yo hablamos por primera vez, pero
rápidamente vuelvo al modo profesional y continúo con el trabajo.
—Buenos días.
—Buenos días —me responde la secretaria de Ryder, una mujer
afroamericana de unos cincuenta años sentada tras una elegante mesa
gemela a la de Blaine.
—Me envía la señorita Fabray con documentación para la señorita Lopez
La secretaria habla con Ryder por el intercomunicador y finalmente
me da paso con una amplia sonrisa.
—Buenos días, Britt —comenta sonriente al verme.
—Buenos días, Ryder —respondo caminando hasta su mesa.
—¿Qué me traes?
—Quinn te envía los papeles para la cesión de material gráfico por
parte de la Biblioteca de Nueva York. Es muy muy urgente.
Ryder sonríe de nuevo.
—Cuándo no lo es.
Le devuelvo la sonrisa y le tiendo la carpeta que coge y abre. Aunque
apenas lo conozco, me cae genial. Es una persona muy cálida y amable.
Trasmite un halo de protección como los superhéroes en esas películas en
las que se les ve de viejos.
En ese momento la puerta se abre y entra Santana Lopez . Lo hace
concentrada en unos papeles. Está guapísima con su traje gris marengo, y una impoluta camisa blanca. Apuesto a que huele increíblemente bien como siempre.
—Quiero que te encargues de revisar el contrato con Dimes. La
propuesta que nos han mandado es inaceptable.
Cuando sin dejar de caminar al fin alza la cabeza y me ve, sus ojos
negros se quedan durante unos perturbadores segundos posados en mí. No me esperaba y la lógica sorpresa se refleja en ellos. Todo mi cuerpo arde bajo su mirada. Absolutamente en contra de mi voluntad, sonrío con
disimulo y creo que es por el simple hecho de verla. Ella, en cambio, no hace un solo gesto y desvía la mirada hacia su hermano. Está claro que mi
presencia no le afecta en lo más mínimo.
—Tienes que hablar con el departamento Jurídico y desmontar punto
por punto esta propuesta. Habla con Wallace —continúa con esa
maravillosa voz.
Se para frente a la mesa de su hermano, apenas a un paso de mí.
—Señorita Pierce —me saluda.
—Señorita Lopez —musito profesional.
Tal y como hizo conmigo, Ryder toma los papeles que le tiende y
los revisa.
—¿Qué quieres exactamente que haga? —pregunta con la mirada
perdida en la documentación.
—Quiero que ajustes sus exigencias al mínimo y las nuestras al
máximo —responde Santana apoyando los puños en la mesa e
inclinándose sobre ella—. Ese cabrón piensa que puede pedirnos lo que
quiera y nosotros aceptaremos. Si cree que dirá «salta» y yo preguntaré
«cómo de alto», no me conoce en absoluto.
Su voz, su expresión corporal, su mirada vuelven a encumbrarlo
exactamente como lo que es, la implacable directora general de una de las
empresas más importantes del país, capaz de doblegar a cualquier
adversario y que jamás dejará que le digan lo que tiene que hacer sólo
porque sea mucho más joven que cualquiera de los que ocupan un puesto
mínimamente parecido al suyo.
La erótica del poder echa persona.
Nunca pensé que este tipo de cosas me afectarían, pero lo cierto es
que ahora me parece aún más sexi, aún más sensual, aún más todo. Un
oscuro sentimiento de que me ordene a mí de igual modo y de cualquier
otro toma todo mi cuerpo. Otra cosa que nunca pensé que iría conmigo; sin
embargo, ahora lo que deseo es que me mande de esa manera tan exigente y yo obedezca. Cuando literalmente estoy a punto de relamerme, sacudo discretamente la cabeza y vuelvo al presente, donde Santana y es mi jefa y yo no acabo de descubrirme al otro lado de la frontera del BDSM.
—Me pondré con ello ahora mismo —responde Ryder—. Sólo dame
unos minutos para solucionar este tema —dice señalando la carpeta que le
entregué— para la señorita Pierce.
—Yo me encargo de la señorita Pierce —se apresura a replicar Santana y a la vez que coge la carpeta del escritorio. Por un momento sus
palabras han conseguido que todo me dé vueltas—. Dimes es la prioridad
—concluye. Ryder lo mira sorprendido, pero su hermana no le da posibilidad de responder al dirigirse hacia la puerta. Cuando va a salir, la mantiene abierta y tras unos segundos clava su mirada en mí.
—¿No piensa acompañarme, señorita Pierce?
Asiento y camino deprisa hacia la puerta. Tengo que esforzarme en
ocultar la nueva sonrisa que amenaza con asaltar mis labios. Aunque lo
cierto es que no entiendo muy bien por qué lo ha hecho. Quizá quiera pasar
tiempo conmigo. Esta nueva sonrisa soy incapaz de ocultarla.
Salimos de la oficina de Ryder y cruzamos el departamento de
Recursos Humanos en silencio. La señorita Lopez observa la documentación de la carpeta y finalmente saca su móvil, marca un número y espera a que descuelguen al otro lado.
—Baker… Necesito que gestiones la cesión de material fotográfico
con la Biblioteca de Nueva York… Para Spaces.
Pulsa el botón de llamada del ascensor.
—Sí, sólo material gráfico… Para el número de este mes.
Entramos en el ascensor, que por primera vez desde que comencé a
trabajar aquí está desierto.
—De acuerdo. Llámame en diez minutos.
Santana cuelga el teléfono, lo mete en el bolsillo interno de su
chaqueta y me entrega la carpeta.
Aunque claramente ninguno de las dos quiere intensificar el
momento, la situación en sí comienza a volverse en nuestra contra. El
campo de fuerza que siempre nos rodea poco a poco va creciendo a nuestro alrededor. Siento su respiración, su olor, y estoy segura de que ella puede sentir los míos. Me juré a mí misma intentar ser más profesional, huir de este tipo de situaciones pero ¿cómo lo haces en un ascensor? Ahora mismo me siento atraída por ella hasta el punto de no poder pensar en otra cosa.
Cometo el gran error de observarla y tiene la vista clavada al frente.
Parece imperturbable. Pero entonces se pasa una mano por el pelo y puedo ver que, aunque sólo sea un poco, esta situación también le afecta.
Caigo en la cuenta de lo cerca que involuntariamente están nuestras
manos. Sólo tendría que extender mis dedos y tocaría los suyos, los
mismos que hicieron que me corriera en este ascensor.
Su respiración se vuelve irregular como la mía y me permito el lujo
de imaginar que piensa en nuestras manos, como yo.
Comienzo a debatirme sobre hasta qué punto sería una locura que lo
hiciera, que levantara el dedo índice y simplemente rozara sus nudillos.
Todo mi cuerpo desea ese ínfimo contacto. Quiero hacerlo, quiero que ella lo haga. Sus dedos, sus sensuales dedos, sus maravillosos dedos que han
estado dentro de mí.
Entonces, rompiéndolo todo, suena su móvil.
Prácticamente en un segundo recupera la compostura y saca el iPhone
del bolsillo interno de su chaqueta. Cualquier rastro de estar mínimamente
afectado por la situación desaparece.
—Santana… sí… sí… ¿En serio? ¿Qué estamos, en la Edad de Piedra?
El ascensor llega a la planta veinte, las puertas se abren y yo
comienzo a caminar para salir, pero entonces Santana me toma de la
muñeca y vuelve a llevarme dentro. Las puertas se cierran y el ascensor
arranca de nuevo. Sigue al teléfono, ni siquiera me mira, pero ahora mismo
soy pura felicidad. Continúa agarrando mi muñeca y yo, por fin, tengo ese
contacto por el que suspiraba.
Parece darse cuenta de que aún no me ha soltado porque al fin me
mira, directamente a los ojos con los suyos negros.
—Claro… un problema informático —responde automáticamente.
Toda su atención está puesta en mí y en nuestras manos.
No puedo dejar de mirarla, no quiero.
—Está bien… sí, está bien. Santana cuelga el teléfono y deja que el momento se haga aún más intenso. Nuestras miradas continúan entrelazadas y puedo ver cómo sus ojos se van oscureciendo, llenándose de deseo. Mi respiración, que nunca llegó a calmarse del todo, se acelera sin remedio. El pitido del ascensor nos anuncia que las puertas van a abrirse y ambas sabemos que el momento se ha acabado. Santana suelta mi muñeca pero su dedo índice, rezagado de los demás, me acaricia por última vez el dorso de la mano hasta retirarse del todo. Cuando finalmente las puertas se abren, la señorita Lopez suspira bruscamente y sale de nuevo como si nada hubiese ocurrido, guardándose su iPhone en el bolsillo interno de su chaqueta. Yo sigo conmocionada y necesito un par de segundos, pero al fin logro recuperarme y también salgo.
Camino diligente tras ella hasta el mostrador de Noah.
—Avisa a George —le dice sin más al guardia de seguridad.
Santana se dirige hacia las enormes puertas de salida y las
atraviesa sin mirar atrás. Yo le sigo, aunque no sé si debo hacerlo. Cuando
apenas llevamos unos pasos, el imponente Audi A8 conducido por George
aparece desde un extremo de la calle y se detiene elegantemente frente a
nosotros.
El chófer se baja, nos saluda sonriente y presto abre la puerta de atrás
del coche, pero Santana le hace un gesto imperceptible y éste cierra la
puerta y le entrega las llaves.
—Señorita Lopez —me apresuro a llamarla antes de que se monte en el
coche.
—¿Sí, señorita Pierce? —contesta girándose.
La verdad es que ahora no sé qué decir más allá de un «no te vayas o
por lo menos no sin mí». Odio esta sensación de estar confundida y
apremiada por un deseo al que, en realidad, ni siquiera debería escuchar.
Ella me observa impaciente. Lo hace directamente a los ojos y yo
vuelvo a quedarme inmóvil casi hipnotizada por la manera en que me mira.
—¿Qué debo decirle a Quinn sobre la Biblioteca?
Opto por la profesionalidad. Esa cualidad que su proximidad siempre
parece hacerme olvidar. —Dígale que me estoy ocupando personalmente. La Biblioteca ha sufrido un fallo informático a gran escala y hay que presentar todas las instancias en persona.
—Quinn me pidió que no regresara hasta haberlo solucionado.
En realidad lo que te estoy pidiendo es que me lleves contigo aunque
sólo sea a la Biblioteca a unas manzanas de aquí.
—Puedo solucionarlo sola.
Tengo la sensación de que acaba de decirme que no a otras muchas
cosas, no sólo a acompañarla. Supongo que será porque yo también le he
preguntado muchas cosas más.
—Será mejor que vuelvas a la oficina.
Su voz suena más cálida, como si intentara reconfortarme, y eso me
reafirma más en la idea de en cuántos sentidos acaba de rechazarme.
—Claro —musito.
—Buenos días, jefa.
Ambas sonreímos y ella entra en su despacho. Parece de muy buen
humor. El resto de la mañana acontece sin mayor novedad. Me tomo un café con Linda y otras redactoras en la sala de descanso y, como siempre, quedo para comer con Sugar quien curiosamente también parece muy feliz. Mmm, me pregunto dónde llegaría si me diera por atar cabos esta mañana. De vuelta en el despacho, antes de que llegue a mi mesa, Quinn me llama.— Britt , lleva esta documentación a Ryder. Necesitamos que la
Biblioteca de Nueva York nos ceda material gráfico. Tiene que tramitarlo
lo antes posible, es para un artículo del próximo número y, si no nos van a
dejar usar esas fotos, debo saberlo ya.
Asiento diligente y cojo la carpeta que me tiende.
—Planta veintisiete. No vuelvas sin una respuesta.
Vuelvo a asentir y salgo de la oficina.
Después de lo que parece una eternidad en el ascensor para subir sólo
siete plantas, cruzo todo el departamento de Recursos Humanos. No puedo
evitar quedarme mirando como una boba la puerta de cristal y los dos
escritorios donde Santana y yo hablamos por primera vez, pero
rápidamente vuelvo al modo profesional y continúo con el trabajo.
—Buenos días.
—Buenos días —me responde la secretaria de Ryder, una mujer
afroamericana de unos cincuenta años sentada tras una elegante mesa
gemela a la de Blaine.
—Me envía la señorita Fabray con documentación para la señorita Lopez
La secretaria habla con Ryder por el intercomunicador y finalmente
me da paso con una amplia sonrisa.
—Buenos días, Britt —comenta sonriente al verme.
—Buenos días, Ryder —respondo caminando hasta su mesa.
—¿Qué me traes?
—Quinn te envía los papeles para la cesión de material gráfico por
parte de la Biblioteca de Nueva York. Es muy muy urgente.
Ryder sonríe de nuevo.
—Cuándo no lo es.
Le devuelvo la sonrisa y le tiendo la carpeta que coge y abre. Aunque
apenas lo conozco, me cae genial. Es una persona muy cálida y amable.
Trasmite un halo de protección como los superhéroes en esas películas en
las que se les ve de viejos.
En ese momento la puerta se abre y entra Santana Lopez . Lo hace
concentrada en unos papeles. Está guapísima con su traje gris marengo, y una impoluta camisa blanca. Apuesto a que huele increíblemente bien como siempre.
—Quiero que te encargues de revisar el contrato con Dimes. La
propuesta que nos han mandado es inaceptable.
Cuando sin dejar de caminar al fin alza la cabeza y me ve, sus ojos
negros se quedan durante unos perturbadores segundos posados en mí. No me esperaba y la lógica sorpresa se refleja en ellos. Todo mi cuerpo arde bajo su mirada. Absolutamente en contra de mi voluntad, sonrío con
disimulo y creo que es por el simple hecho de verla. Ella, en cambio, no hace un solo gesto y desvía la mirada hacia su hermano. Está claro que mi
presencia no le afecta en lo más mínimo.
—Tienes que hablar con el departamento Jurídico y desmontar punto
por punto esta propuesta. Habla con Wallace —continúa con esa
maravillosa voz.
Se para frente a la mesa de su hermano, apenas a un paso de mí.
—Señorita Pierce —me saluda.
—Señorita Lopez —musito profesional.
Tal y como hizo conmigo, Ryder toma los papeles que le tiende y
los revisa.
—¿Qué quieres exactamente que haga? —pregunta con la mirada
perdida en la documentación.
—Quiero que ajustes sus exigencias al mínimo y las nuestras al
máximo —responde Santana apoyando los puños en la mesa e
inclinándose sobre ella—. Ese cabrón piensa que puede pedirnos lo que
quiera y nosotros aceptaremos. Si cree que dirá «salta» y yo preguntaré
«cómo de alto», no me conoce en absoluto.
Su voz, su expresión corporal, su mirada vuelven a encumbrarlo
exactamente como lo que es, la implacable directora general de una de las
empresas más importantes del país, capaz de doblegar a cualquier
adversario y que jamás dejará que le digan lo que tiene que hacer sólo
porque sea mucho más joven que cualquiera de los que ocupan un puesto
mínimamente parecido al suyo.
La erótica del poder echa persona.
Nunca pensé que este tipo de cosas me afectarían, pero lo cierto es
que ahora me parece aún más sexi, aún más sensual, aún más todo. Un
oscuro sentimiento de que me ordene a mí de igual modo y de cualquier
otro toma todo mi cuerpo. Otra cosa que nunca pensé que iría conmigo; sin
embargo, ahora lo que deseo es que me mande de esa manera tan exigente y yo obedezca. Cuando literalmente estoy a punto de relamerme, sacudo discretamente la cabeza y vuelvo al presente, donde Santana y es mi jefa y yo no acabo de descubrirme al otro lado de la frontera del BDSM.
—Me pondré con ello ahora mismo —responde Ryder—. Sólo dame
unos minutos para solucionar este tema —dice señalando la carpeta que le
entregué— para la señorita Pierce.
—Yo me encargo de la señorita Pierce —se apresura a replicar Santana y a la vez que coge la carpeta del escritorio. Por un momento sus
palabras han conseguido que todo me dé vueltas—. Dimes es la prioridad
—concluye. Ryder lo mira sorprendido, pero su hermana no le da posibilidad de responder al dirigirse hacia la puerta. Cuando va a salir, la mantiene abierta y tras unos segundos clava su mirada en mí.
—¿No piensa acompañarme, señorita Pierce?
Asiento y camino deprisa hacia la puerta. Tengo que esforzarme en
ocultar la nueva sonrisa que amenaza con asaltar mis labios. Aunque lo
cierto es que no entiendo muy bien por qué lo ha hecho. Quizá quiera pasar
tiempo conmigo. Esta nueva sonrisa soy incapaz de ocultarla.
Salimos de la oficina de Ryder y cruzamos el departamento de
Recursos Humanos en silencio. La señorita Lopez observa la documentación de la carpeta y finalmente saca su móvil, marca un número y espera a que descuelguen al otro lado.
—Baker… Necesito que gestiones la cesión de material fotográfico
con la Biblioteca de Nueva York… Para Spaces.
Pulsa el botón de llamada del ascensor.
—Sí, sólo material gráfico… Para el número de este mes.
Entramos en el ascensor, que por primera vez desde que comencé a
trabajar aquí está desierto.
—De acuerdo. Llámame en diez minutos.
Santana cuelga el teléfono, lo mete en el bolsillo interno de su
chaqueta y me entrega la carpeta.
Aunque claramente ninguno de las dos quiere intensificar el
momento, la situación en sí comienza a volverse en nuestra contra. El
campo de fuerza que siempre nos rodea poco a poco va creciendo a nuestro alrededor. Siento su respiración, su olor, y estoy segura de que ella puede sentir los míos. Me juré a mí misma intentar ser más profesional, huir de este tipo de situaciones pero ¿cómo lo haces en un ascensor? Ahora mismo me siento atraída por ella hasta el punto de no poder pensar en otra cosa.
Cometo el gran error de observarla y tiene la vista clavada al frente.
Parece imperturbable. Pero entonces se pasa una mano por el pelo y puedo ver que, aunque sólo sea un poco, esta situación también le afecta.
Caigo en la cuenta de lo cerca que involuntariamente están nuestras
manos. Sólo tendría que extender mis dedos y tocaría los suyos, los
mismos que hicieron que me corriera en este ascensor.
Su respiración se vuelve irregular como la mía y me permito el lujo
de imaginar que piensa en nuestras manos, como yo.
Comienzo a debatirme sobre hasta qué punto sería una locura que lo
hiciera, que levantara el dedo índice y simplemente rozara sus nudillos.
Todo mi cuerpo desea ese ínfimo contacto. Quiero hacerlo, quiero que ella lo haga. Sus dedos, sus sensuales dedos, sus maravillosos dedos que han
estado dentro de mí.
Entonces, rompiéndolo todo, suena su móvil.
Prácticamente en un segundo recupera la compostura y saca el iPhone
del bolsillo interno de su chaqueta. Cualquier rastro de estar mínimamente
afectado por la situación desaparece.
—Santana… sí… sí… ¿En serio? ¿Qué estamos, en la Edad de Piedra?
El ascensor llega a la planta veinte, las puertas se abren y yo
comienzo a caminar para salir, pero entonces Santana me toma de la
muñeca y vuelve a llevarme dentro. Las puertas se cierran y el ascensor
arranca de nuevo. Sigue al teléfono, ni siquiera me mira, pero ahora mismo
soy pura felicidad. Continúa agarrando mi muñeca y yo, por fin, tengo ese
contacto por el que suspiraba.
Parece darse cuenta de que aún no me ha soltado porque al fin me
mira, directamente a los ojos con los suyos negros.
—Claro… un problema informático —responde automáticamente.
Toda su atención está puesta en mí y en nuestras manos.
No puedo dejar de mirarla, no quiero.
—Está bien… sí, está bien. Santana cuelga el teléfono y deja que el momento se haga aún más intenso. Nuestras miradas continúan entrelazadas y puedo ver cómo sus ojos se van oscureciendo, llenándose de deseo. Mi respiración, que nunca llegó a calmarse del todo, se acelera sin remedio. El pitido del ascensor nos anuncia que las puertas van a abrirse y ambas sabemos que el momento se ha acabado. Santana suelta mi muñeca pero su dedo índice, rezagado de los demás, me acaricia por última vez el dorso de la mano hasta retirarse del todo. Cuando finalmente las puertas se abren, la señorita Lopez suspira bruscamente y sale de nuevo como si nada hubiese ocurrido, guardándose su iPhone en el bolsillo interno de su chaqueta. Yo sigo conmocionada y necesito un par de segundos, pero al fin logro recuperarme y también salgo.
Camino diligente tras ella hasta el mostrador de Noah.
—Avisa a George —le dice sin más al guardia de seguridad.
Santana se dirige hacia las enormes puertas de salida y las
atraviesa sin mirar atrás. Yo le sigo, aunque no sé si debo hacerlo. Cuando
apenas llevamos unos pasos, el imponente Audi A8 conducido por George
aparece desde un extremo de la calle y se detiene elegantemente frente a
nosotros.
El chófer se baja, nos saluda sonriente y presto abre la puerta de atrás
del coche, pero Santana le hace un gesto imperceptible y éste cierra la
puerta y le entrega las llaves.
—Señorita Lopez —me apresuro a llamarla antes de que se monte en el
coche.
—¿Sí, señorita Pierce? —contesta girándose.
La verdad es que ahora no sé qué decir más allá de un «no te vayas o
por lo menos no sin mí». Odio esta sensación de estar confundida y
apremiada por un deseo al que, en realidad, ni siquiera debería escuchar.
Ella me observa impaciente. Lo hace directamente a los ojos y yo
vuelvo a quedarme inmóvil casi hipnotizada por la manera en que me mira.
—¿Qué debo decirle a Quinn sobre la Biblioteca?
Opto por la profesionalidad. Esa cualidad que su proximidad siempre
parece hacerme olvidar. —Dígale que me estoy ocupando personalmente. La Biblioteca ha sufrido un fallo informático a gran escala y hay que presentar todas las instancias en persona.
—Quinn me pidió que no regresara hasta haberlo solucionado.
En realidad lo que te estoy pidiendo es que me lleves contigo aunque
sólo sea a la Biblioteca a unas manzanas de aquí.
—Puedo solucionarlo sola.
Tengo la sensación de que acaba de decirme que no a otras muchas
cosas, no sólo a acompañarla. Supongo que será porque yo también le he
preguntado muchas cosas más.
—Será mejor que vuelvas a la oficina.
Su voz suena más cálida, como si intentara reconfortarme, y eso me
reafirma más en la idea de en cuántos sentidos acaba de rechazarme.
—Claro —musito.
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
COMENTARIO : ESTOY TODA ESTA NOCHE ACTUALIZANDO, NO QUIERO CAPITULOS CORTOS PORQUE NO QUIERO MUTILAR LA HISTORIA , Y SI SANTANA ES UNA CABRONA, ODIENLA PERO ES JODIDAMENTE SEXY Y POR ESO BRITT CAE, SIGO ACTUALIZANDO: DIGANME SI LES MOLESTA QUE LOS CAPITULOS SEAN LARGOS PARA ASI APLICARME A SUS GUSTOS. BYE
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