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Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
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lovebrittana95
micky morales
marthagr81@yahoo.es
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
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marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
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marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
32
—Espérame en Chelsea cuando termines con las chicas. Pasaremos la
tarde juntas y puedes traerte al perro.
—Qué previsora —comento socarrona.
Santana se inclina hasta que nuestros labios casi se rozan.
—No quiero dejarte ninguna excusa para que puedas salir de mi cama.
Pienso follarte hasta que vuelva a salir el sol.
Mis ojos acaban de abrirse como platos y me cuesta respirar. Santana me
besa y tengo ganas de decirle que, por mí, podría empezar ya y acabar la
semana que viene.
—Hasta esta tarde, nena —se despide contra mis labios.
—Hasta esta tarde —musito automática, sumida de lleno en toda su
sensualidad.
Santana sonríe, me da un último beso y finalmente se marcha.
Ruedo por la cama hasta llegar a la otra mesita de noche, donde está el
iPod conectado a los altavoces. Me siento radiante y quiero celebrarlo con
buena música.
Pongo Can’t hold us y me levanto de un salto. Me meto en la ducha y
canto a pleno pulmón el gran éxito de Macklemore y Ryan Lewis. Sigo
cantando mientras me seco el pelo y elijo qué ponerme. Me decanto por un
vestido de tela vaquera de corte baby doll con unos bordados simétricos
gris marengo en la parte de arriba. Me calzo unas sandalias de cuero negro
agarradas al tobillo. Y por último me recojo el pelo en una cola de caballo
para mantener a raya el calor.
—¿A qué estáis esperando, chicas? —nos arenga.
Cruzamos felices el umbral del salón y comenzamos a revisarlo todo.
Los vestidos son espectaculares, con un estilo pin-up fantástico. Me muero
por ponérmelos todos. Además, cada uno de ellos tiene todo lo necesario a
juego, incluidas delicadas medias con la costura en la parte de atrás.
Mira nos anima a probárnoslos y, un par de horas después, nos hemos
subido a todos los tacones y comprobado cómo nos quedan todos los
vestidos y demás complementos. Aunque es una tarea difícil, conseguimos
decirnos y elegimos lo que nos pondremos para la fiesta.
Estamos recogiéndolo todo cuando llaman a la puerta. Las tres
tenemos el mismo gesto reflejo de mirar a las otras dos para comprobar
que están decentemente vestidas, lo que hace que acabamos sonriendo.
Finalmente Rachel da paso.
Resulta ser su hermano Sean.
—Hola, hermanito —dice ella saliendo a su encuentro.
Sugar me ayuda a meter el vestido que sostengo entre las manos en
su funda a la vez que no pierde oportunidad de dedicarme una miradita de
lo más socarrona.
—Hola, chicas.
Yo le devuelvo la mirada, advirtiéndole mentalmente que pare. Sé
exactamente lo que está maquinando. Ella se limita a sonreírme, girarse y
acercarse también a Sean.
—Hola, Sean —lo saluda.
Al fin termino de cerrar el guardatraje y también me acerco.
—Hola, Sean.
—Hola, Britt.
Clava sus ojos en los míos y yo me siento algo incómoda. Me
encantaría que Sean encontrarse una novia fantástica y maravillosa. Se lo
merece y de paso volveríamos a una sana relación de joven triunfador
treintañero-amiga de su hermana pequeña.
—Mamá me ha contado que vais a ir a la fiesta de aniversario del
Lopez Group.
Las tres asentimos.
—¿Tú vendrás? —pregunta Sugar.
Rachel comienza a hacer todo tipo de mohines acaparando la atención
de su hermano, intentando convencerlo de que venga. Yo aprovecho para,
discretamente, darle un codazo a Sugar. Ella se queja y yo le miro
entornando los ojos y frunciendo los labios hasta hacerlos una fina línea.
—Para —le advierto. Está vez explícitamente.
—Vale —claudica.
Ambas sonreímos fingidamente, disimulando cuando la atención se
centra de nuevo en nosotras.
—No puedo ir —nos aclara finalmente Sean y yo lanzo un suspiro
mental de alivio—. Tengo turno en el hospital. —Hace una pequeña pausa
—. Además, en realidad ya me iba. Sólo quería saludaros.
Camino de casa de Santana veo un pequeño puesto en la 21 Oeste. Están
vaciando un viejo local que antes era un videoclub y han decidido montar
un pequeño tenderete con los devedés y VHS que han ido encontrando.
Curioseo un poco y sonrío como una niña cuando encuentro
California Suite. Yo ya la tengo, pero me parece un regalo perfecto para
Santana. Podríamos verla juntas. La pago al increíble precio de un dólar y
continúo mi camino.
Ya en Chelsea, Finn se ocupa diligente de mi mochila a pesar de
cuánto le insisto en que no hace falta. Miro a Lucky. Parece sediento. Y
entonces me doy cuenta de que he olvidado traer sus cosas: su cuenco, su
cama, ¡su comida!
—Soy un desastre, Lucky —digo mirándolo divertida. Él ladea la
cabeza como si entendiese lo que le digo—. Si sigo así, acabaran dándole
tu custodia a Joe.
Miro a mi alrededor y decido ir a la cocina en busca de algún bol
pequeño o plato para darle de beber al perro.
—¿Puedo ayudarla, Britt? ¿Necesita que avise a la señora Aldrin?
—pregunta Finn al otro lado de la isla de la cocina.
—No —contesto rápidamente—. Sólo necesitaba un cuenco o algo
parecido para darle de beber al perro.
—No hará falta. La señorita Lopez me pidió que comprara todo lo
necesario para su mascota.
—¿En serio? —pregunto con una sonrisa.
Finn no contesta, va hacia el mueble de la entrada y regresa con varias
bolsas de una tienda de animales.
Las abro entusiasmada y hay un saco de pienso enriquecido con todo
tipo de vitaminas, galletitas, champú, juguetes. Ha comprado un par de
cuencos e incluso ha hecho que graben su nombre en ellos. Además, hay
una cama con un aspecto realmente cómodo.
—Espero no haber olvidado nada.
—Claro que no —respondo con una sonrisa—. Muchas gracias, Finn.
—Yo sólo me he limitado a hacer el encargo —contesta profesional.
Me acerco a las cajas del fondo de la habitación.
La mayoría de ellas contienen archivadores llenos de papeles. Hay muchos
tubos portaplanos. Sólo necesito mirar un poco más para comprender que
son las pertenencias del estudio de una arquitecta. De hecho, la caja más
grande es una mesa de arquitecto desmontada y embalada. ¿Acaso todo
esto es de Santana?
Abro uno de los tubos para salir de dudas y desenrollo los planos. No
sé mucho de arquitectura, pero gracias a Quinn y a la revista estoy
aprendiendo algunos conocimientos básicos. Son los planos del diseño de
una casa. Si no me equivoco, de esta casa o por lo menos de una muy
parecida. Busco la firma del arquitecto y suspiro sorprendida. Es un diseño
de Santana.
Asombradísima, enrollo de nuevo los planos y lo dejo todo tal como
estaba. Sé que Santana siempre ha querido ser arquitecta, pero nunca pensé que ya hubiera hecho algo y que, además, tuviera semejante talento.
Salgo de la habitación y vuelvo al salón. Aún me siento de lo más
perpleja. Busco mi mochila, saco la película y un pequeño lazo de papel
brillante que compré en una tienda de regalos. Pego el adorno en la
caratula y dejo el devedé sobre la enorme mesa del salón.
Ya son más de las siete. Estoy aburridísima. Santana aún no ha llegado.
No quiero llamarla para demostrarle que entiendo que tiene que trabajar,
pero me gustaría que ya estuviese aquí.
—Britt —me llama la señora Aldrin.
Ni siquiera la había visto llegar.
—Ya tengo la cena lista, ratatouille. —Sonrío al escuchar esa palabra
—. ¿Quiere comer ya? La señorita Lopez me dijo que estaba deseando
probarlo. Es la receta de mi madre.
—No —respondo con una sonrisa—, esperaré a Santana.
La señora Aldrin asiente y regresa a la cocina.
Le doy de comer a Lucky y me voy a la sala de la enorme televisión.
Viendo cualquier programa se me pasará el tiempo más rápido. Santana tiene el cable, así que puedo disfrutar de la HBO en esta tele gigantesca.
Me despierto en brazos de Santana. Abro los ojos adormilada. Justo un
segundo. Lo suficiente para ver que me lleva escaleras arriba. Todo está a
oscuras y en silencio.
—¿Qué hora es? —susurro y mi voz es casi inaudible porque,
mientras hablo, hundo mi cara en su hombro.
—Muy tarde, nena.
—Puedo caminar —protesto.
—Ya veo —contesta Santana y la noto sonreír, supongo que ante mi nula
intención de moverme.
Me deja sobre la cama, pero no se separa inmediatamente de mí. Casi
sin ser consciente de ello, yo tampoco retiro mis manos de su cuello y abro
los ojos despacio pero dejando perfectamente claro que espero que los
suyos me atrapen en cuanto lo haga.
Su sonrisa va volviéndose más dura y provocadora y poco a poco va
dejando caer el peso de su cuerpo sobre el mío.
—¿No estás cansada? —pregunto, suplicando mentalmente para que
la respuesta sea no.
—De ti, nunca.
Me besa y yo me pierdo en ella. Le desabrocho la camisa y la deslizo
por sus morenos hombros. La habitación está en penumbra. Sólo la luz
de la ciudad nos ilumina y hace que todo se sumerja en una sugerente
atmósfera.
Siento cómo nos acoplamos a la perfección. Santana levanta mi rodilla y
se hunde en mí, haciéndome su calor a través de mi lencería de algodón.
—Te he echado de menos. Mucho —susurra con voz ronca contra mis
labios. Gimo y sonrío.
Yo también lo he echado muchísimo de menos.
Me besa el cuello y todo mi cuerpo se arquea.
Me obliga a incorporarme lo justo para quitarme el vestido. Ya vuelvo
a estar prácticamente desnuda para ella, en su cama, y es una sensación que me llena a niveles que ni siquiera sospechaba que existían.
Se deshace de mis bragas y me da un dulce beso en el vello púbico.
Vuelvo a gemir soliviantada. Nunca entenderé cómo puede hacerme
sentir así tan rápido.
Sonríe y me besa agónicamente lento hasta llegar al centro de mi
sexo. Sopla con suavidad y una brisa cálida me hace estremecer. Antes de
que el placer se disipe, hunde su lengua en mi clítoris.
Gimo de nuevo. Santana desliza su lengua por todo mi sexo, acariciando cada una de mis terminaciones nerviosas. Toma mi clítoris entre sus labios y tira suavemente de él. Cielo santo, es increíble.
Mi cuerpo se arquea contra el suyo una vez más y mi pelvis se levanta
contra su boca.
—San —susurro.
Pierdo mis manos en su pelo tirando de ella con fuerza cada vez que su
experta lengua me hace casi temblar.
Vuelve a tirar de mi clítoris.
Estiro los brazos por el colchón intentando sin éxito buscar algo
donde agarrarme. Cuando mis dedos encuentran las sábanas, se lían en ella y tiro con fuerza.
Haciendo el juego aún más endiabladamente exquisito, sin dejar de
besarme introduce dos de sus dedos dentro de mí.
Grito por la deliciosa invasión. Santana pasea su brazo por mi cintura y
ancla mis caderas a la cama, inmovilizándome.
Continúa moviéndose, besándome, deslizando su lengua una y otra
vez. Saboreándome. Mi sexo palpita y todo mi cuerpo se retuerce,
retorciendo con el las sábanas.
Aumenta el ritmo e incluso muestra delicadamente los dientes. Estoy
en el paraíso. Noto el sudor bañando mi cuerpo, mis muslos tensándose y
mis caderas bajo su brazo vibrando hasta casi enloquecer.
Santana deja sus dedos dentro, los gira para extender su increíble poder a
cada rincón de mi sexo y yo exploto en torno a ellos. Grito y cierro los ojos
disfrutando de sus caricias, que no se detienen ni un segundo para sacar de mí hasta la última gota de placer.
Mis caderas se convulsionan cada vez que su lengua vuelve a pasar
por mi clítoris.
—San —la llamo con una sonrisa satisfecha y feliz.
Pero ella no se detiene, parece divertirle hacer y deshacer así con mi
cuerpo. Le tiro del pelo y, como respuesta, su mirada se encuentra con la
mía. Es tan sexy y provocativa que me deja sin respiración al instante.
Me da un último y dulce beso y comienza a avanzar sobre mí hasta
que sus ojos negros miran desde arriba los míos azules. Sus labios brillan
con los restos de mi placer y todo mi cuerpo se enciende de nuevo cuando
desliza su lengua por ellos, saboreando mi esencia, y me dedica una vez
más esa sonrisa que parece decirme «¿te has divertido?, pues ahora viene
lo mejor».
Entra en mí de un solo movimiento fluido. Mi cuerpo sobreestimulado
se arquea y todo el placer vuelve de golpe.
Grito.
Santana no se mueve, esperando a que mi cuerpo deje de temblar.
—Mírame —me ordena.
Abro los ojos porque no podría negarme a nada que esa voz me
pidiese. Cuando nuestras miradas se entrelazan, me quedo absolutamente
prendada. Sus ojos están llenos de deseo, de fuerza, y me miran como si
fuera lo único sobre la faz de la tierra, como si fuese algo extraño y
precioso que hay que mimar. Me confirman que soy su oscuro objeto de
deseo como ella es el mío.
—¿Qué me has hecho, Britt? —susurra mirándome a los ojos, a
escasos centímetros de mis labios—. Has cambiado todo mi mundo.
Sonrío. No soy capaz de articular palabra y me aferro aún con más
fuerza a su cuerpo. Quiero sentirla todo lo cerca que pueda.
Santana entiende a la perfección mi suplica silenciosa y aumenta el
ritmo. Pasea sus manos hasta llegar a mi trasero y ancla sus dedos con
fuerza en él, levantándome para hacerme sentirlo aún más profundo.
Mis caderas salen a su encuentro.
Gimo más rápido.
Grito más fuerte.
Mi cuerpo comienza a tensarse y, antes de que el placer cristalice en
el fondo de mi vientre, estalla en cada pedazo de mí y me sume en una
maravillosa euforia donde mi piel sólo existe si Santana la toca.
Sus dedos me aprietan con más fuerza. Noto sus caderas volverse más
rudas y con sus dientes en mi cuello ahoga un grito mientras llega al
clímax .
Grito de dolor, de placer, no lo sé, no me importa. Me está dando el
mejor sexo de toda mi vida.
Santana sale de mí y se deja caer a mi lado. Sin embargo, apenas unos
segundos después se levanta y deprisa se pone los sus bragas y sus sosten y busca unos pantalones de algodon.
—Tengo que trabajar —me aclara.
Otra vez parece cansada, muy cansada, y es algo más allá del esfuerzo
físico que acaba de hacer o del trabajo. Me pregunto cuántas veces le he
visto así y me doy cuenta de que son demasiadas.
También me incorporo y de la cama recupero mis bragas y su camisa.
Me la abotono en silencio. No quiero presionarle para que me cuente qué le
pasa, aunque es obvio que algo hay.
Santana se pasa la mano por el pelo y la deja en la nuca a la vez que
pierde la mirada en la ventana.
—¿Qué ocurre? —pregunto llena de dulzura, levantándome para estar
frente a ella.
Santana me observa unos segundos y ágilmente me tumba de espaldas y
se queda de lado junto a mí. Deja su mano en mi costado y continúa
mirándome en silencio. Sus ojos están clavados en los míos. ¿Qué te
preocupa, Lopez?
—San —susurro alzando la mano y acariciándole la mejilla—,
¿estás bien?
—Sí.
Sé que me está mintiendo.
—San…
—Me muero de hambre —me interrumpe. Una vez más no quiere
hablar—. La señora Aldrin me ha dicho que tú tampoco has cenado.
Me debato entre seguirle el juego o intentar sacarle la verdad. Lo
cierto es que la segunda opción siempre ha acabado en pelea y
probablemente lo que más necesite ahora es que le ayude a evadirse de los problemas, no crearle más.
—Te estaba esperando —digo al fin con una tenue sonrisa.
—Pues aquí me tienes —responde levantándose y tirando de mí para
que haga lo mismo.
—¿Quieres cenar ratatouille a las —hecho un rápido vistazo al reloj
de la mesilla— dos de la madrugada?
No sé si estoy más sorprendida o alarmada.
—No. —Me estrecha con fuerza entre sus brazos —. Quiero cenar
ratatouille contigo a las dos de la madrugada mientras me imagino cómo
de alto vas a gritar cuando te folle sobre la encimera de mi cocina.
Uau.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
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—Vamos —concluye con una provocadora sonrisa mientras toma mi mano
y me saca de la habitación.
Me sorprende que, después de oír lo que he oído, haya sido capaz de
echar a andar.
Una vez recuperada de la conmoción, aunque no de la excitación de
semejante promesa, bajamos a la cocina entre risas. Principalmente por la
hora, pero también porque Santana se ha ofrecido a recalentar la comida en el microondas.
—¿No confías en mis capacidades culinarias? —pregunta .
Llegamos hasta la isla de la cocina y me hace un gesto para que me
siente en el taburete. Mientras, ella saca del frigorífico una bandeja redonda
de cristal cubierta con papel de aluminio y la pone sobre la encimera.
—El microondas me parece alta tecnología para alguien que no sabía
dónde estaba el rayador de queso —apunto.
—Son conceptos diferentes.
Ayudándose de una pala de madera, comienza a servir dos platos. La
pinta deliciosa de la comida ha hecho que mi estómago se despierte con un
rugido. Llevo la mano hasta la fuente para coger sólo una de esas
verduritas exquisitamente cortadas pero, antes de que pueda alcanzarla,
Santana me da en la mano con la pala.
Suelto un «ay» y me llevo la mano a la boca. Sin embargo, mis ojos se
han quedado hipnotizados por los de Santana. Involuntariamente me muerdo el labio y ella deja escapar un levísimo suspiro.
—Es una pervertida, señorita Pierce.
—He aprendido de la mejor, señorita Lopez.
Y efectivamente en menudo lío nos estamos metiendo. Acaba de
excitarnos que me golpeara con una pala de cocina.
Finalmente Santana decide salvarnos a las dos, se da la vuelta y mete los
platos en el microondas. Oigo cómo ahoga una risa nerviosa en un jadeo y,
sin poder evitarlo, hago lo mismo.
—¿Has tenido algo que ver con que la señora Aldrin cocinara este
plato en particular? —pregunto para cambiar de tema.
—Ya te dije que creo que te gustará y como en el restaurante no
tuviste oportunidad de probarlo...
Me guiña un ojo y yo frunzo los labios. No tuve oportunidad de
probarlo porque cierta directora ejecutiva irascible y malhumorada se puso
celosa y acabamos discutiendo.
—¿Y quién tuvo la culpa?
—Una morena de increíble encanto, sin duda —responde .
Justo en ese instante se quema con el plato que está sacando del
microondas y lo suelta contra la encimera.
—Y con mucha mano en la cocina —replico sonriendo.
Ahora es ella quien frunce los labios y, la verdad, no podría ser más
sexi.
Coge los cubiertos y, con la precaución de ayudarse de un trapo, pone
los dos platos humeantes sobre la isla.
—Muchas gracias.
—¿Vino? —pregunta.
—¿Por qué no? Ya que cenamos a las dos de la mañana, hagámoslo
bien.
—Te has manchado el reloj —le indico.
Santana lo mira, se lo quita y lo limpia con cuidado. Mientras lo
contemplo distraída, veo que tiene una marca en el interior de la muñeca.
—¿Tienes un tatuaje? —pregunto sorprendidísima.
Parece una fecha.
Santana sonríe y extiende la mano para mostrármelo. Sí, es una fecha:
«02/05/2000».
—¿Qué significa?
—Es el día que murió el padre de Quinn.
Su rostro se endurece por un segundo.
—¿El padre de Quinn?
Creo que era la última respuesta que me esperaba.
Santana suspira hondo. Nunca he conocido a una persona que deteste
más hablar sobre sí misma. Finalmente me mira y su expresión se relaja.
—Su padre murió cuando teníamos diecisiete años. Ella estaba hundida.
Yo no sabía qué decirle, pero tampoco podía verla tan mal, así que compré
dos carnés falsos, le robé el coche a mi padre y lo llevé a Atlantic City.
Nos emborrachamos, perdimos un montón de dinero y, cuando estábamos
al borde del coma etílico y sin blanca, nos metimos en un salón de tatuajes
de mala muerte, lo miré muy seriamente y le dije «vamos a tatuarnos este
día, porque quiero que sepas que tú eres mi hermana y tu dolor es mi
dolor».
Ambas sonreímos.
—Fui un poco dramática —se disculpa divertida—. Nunca se me ha
dado muy bien eso de decir cómo me siento —me mira de reojo y sonríe
—, pero quería que supiera que estaba ahí para ella.
Eres la mujer más maravillosa del mundo, Santana Lopez.
—Es precioso —le digo llena de ternura y ella vuelve a sonreír mientras
rodea la isla y se sienta a mi lado—. ¿Y tu padre qué dijo?
—Me alegra que hayas afrontado el problema como una mujer de carácter y una buena juerga, pero la próxima vez que me robes el coche haré que te
metan en una prisión federal.
Volvemos a sonreír hasta casi reír.
—Nunca hubiera imaginado que tuvieras un tatuaje, y menos por ese
motivo.
Regreso hasta él algo tímida con el dvd entre las manos. Después de
descubrir la colección que tiene, imagino que esto le parecerá una
estupidez.
—Que quede claro que te lo compré antes de ver la inmensa colección
que tienes ahí —aclaro señalando vagamente en dirección a la pequeña
salita. —¿Colección? —pregunta confusa.
Le entrego la película y sonríe al entender a qué me refiero.
—Dijiste que sólo la habías visto de pasada en televisión. La encontré
por casualidad y pensé que podríamos verla juntas.
¿Por qué estoy dando tantas explicaciones?
—Me encanta —me interrumpe tirando de mis caderas para que quede
entre sus piernas.
Clava sus ojos en mí y por algún motivo me ruboriza. ¿Cómo puede
seguir teniendo ese efecto sobre mí después de todo lo que hemos hecho?
—Genial —musito.
—Así que has estado explorando la casa.
—Sólo un poco —me defiendo— y con buena intención.
Santana sonríe.
—¿Por qué hay una habitación vacía en el piso de arriba? Sólo hay
cosas de arquitecto embaladas. —Entonces recuerdo mi descubrimiento
principal —. ¿Y por qué no me dijiste que tú habías diseñado esta casa? —
pregunto retomando la sorpresa que sentí cuando vi los planos—. Es
sencillamente increíble.
—¿He de entender que te gusta la casa, entonces? —pregunta
divertida.
—Muchísimo —respondo sin dudar—, pero me gustaría más que
alguna vez contestaras a mis preguntas.
—Alguna vez —responde sonriéndome .
Tengo sueño. Mucho sueño. Una voz.
—Britt... —Mmm, Brittany soy yo—. Britt —el sonido es más
fuerte—, Brittany.
Abro los ojos. Están llamando a la puerta. Estoy sola en la habitación.
¿Dónde está Santana? Vuelvo a reparar en la puerta. Siguen llamando con
insistencia y reconozco la voz de la señora Aldrin.
—Un segundo —le pido.
Me levanto y me observo. Sólo llevo las bragas. Miro a mi alrededor y
deprisa cojo la camisa de Santana. Abro la puerta y asomo la cabeza
manteniendo la camisa cerrada hasta el cuello con una mano e intentando
que no vea que no llevo pantalones.
—¿Sí, señora Aldrin?
—Son las siete. La Señorita Lopez me pidió que la llamase. Dice que hoy
es un día muy importante en la oficina.
—Muchas gracias.
La señora Aldrin sonríe y gira sobre sus talones para marcharse.
—Señora Aldrin —la llamo—, ¿Santana no está?
—No, se marchó hace horas, ma petite.
Asiento como respuesta mientras me devano los sesos preguntándome
a qué hora se habrá ido y por qué no me ha despertado para despedirse.
Cierro la puerta. No era así como esperaba empezar la mañana, la
verdad.
Resignada, me meto en la ducha. Estoy bajo el agua exactamente
nueve minutos. Después me seco el pelo con la toalla y corro hasta el
vestidor. Elijo mi vestido blanco con la mariposa bordada en la espalda y
de nuevo mis sandalias marrones.
En la cocina me espera sonriente la señora Aldrin. Me anuncia que ha
hecho macaroons y me pregunta si me gustó la cena de anoche. Sonrío y
me ruborizo al recordar la cena y, sobre todo, al comprobar cuánto me ha
excitado posar las manos sobre la misma encimera donde ayer estuvo todo
mi cuerpo.
Tras desayunar, rápidamente vuelvo al dormitorio, me cepillo los
dientes y me retoco el pelo con los dedos. Decido dejármelo suelto. Me
maquillo pero sólo un poco, muy sencillo, lo único que destaca es el brillo
de labios.
Mientras busco a Lucky por toda la casa, Finn me encuentra a mí.
—Britt —me llama educadamente—, si no salimos ya, va a llegar
tarde.— ¿Vas a llevarme? —pregunto sorprendida y, la verdad, algo
inquieta.
—Sí, y no se preocupe: la señorita Lopez me ha indicado que las
instrucciones de la última vez se mantienen y debo dejarla a una manzana
de la oficina.
—Gracias —musito.
Me siento como una idiota. Quizá lo mejor sería contarlo todo de una
vez.
—Sólo dame un minuto. Tengo que encontrar a Lucky —le pido
mirando una vez más a mi alrededor.
—Pierda cuidado. Lo saqué esta mañana temprano y ahora debe estar
correteando por el patio.
—Muchas gracias, Finn. Supongo que ya podemos irnos.
Finn asiente y se echa a un lado cortésmente para dejarme paso. Lo
cierto es que no sé si podré llegar a acostumbrarme a esto.
Camino de la oficina repaso en mi iPhone algunos datos más sobre
Frank Ghery.
Cuando las puertas del ascensor se abren, me encuentro cara a cara con
Quinn que lo esperaba para bajar.
—Britt, genial que ya hayas llegado. —Entra en el ascensor
esquivando a todos los que salen y pulsa el botón de la planta baja—.
¿Preparada?
—Para todo —respondo con una sonrisa.
—Pues la cosa es así: en cinco minutos Santana y yo salimos hacia el
aeropuerto para recoger a Frank Ghery. Iremos directamente a Queens.
Necesito que dirijas la reunión de redactores. Habla con Max y dile que no
se duerma con la maquetación. Quiero la prueba de color mañana. Ya he
revisado mi dirección de correo electrónico y te he reenviado dos correos
bastante importantes que quiero que imprimas y lleves a Ryder. Y, por
último, un enorme favor personal.
Se detiene esperando algún gesto que le indique que no lo mandaré al
cuerno.
—¿Dé que se trata? —pregunto solicita.
—Te adoro. —Ambos sonreímos—. No tengo traje para mañana.
Necesito algo,
—No te preocupes, daré en el clavo. ¿Talla?
La puerta del ascensor se abre y Quinn sale escopetada.
—Pregúntale a Sugar —grita justo antes de desaparecer de mi campo
de visión.
Pulso otra vez el botón de la planta veinte y suspiro profundamente.
Parece que no podré ver a Santana en toda la mañana.
Afortunadamente las horas pasan rápido. Hago todo lo que me encarga
Quinn y pierdo un poco el tiempo con Sugar en la sala de descanso con
la excusa de pedirle la talla de ropa y zapatos de mi jefa.
Mi móvil comienza a sonar. La cara se me ilumina cuando leo «Santana» en la pantalla.
—Hola.
—Hola, nena.
—¿Qué tal la mañana?
—Intensa —responde en un golpe de voz—. ¿Y por la oficina?
—Genial. Como la jefa no está, no hemos parado de beber margaritas
y bailar en ropa interior.
La escucho sonreír al otro lado.
—¿Qué voy a hacer contigo? —protesta.
—Lo que quieras —respondo sin pensar.
Mi libido está sobrealimentada.
—Nena —me reprende en un susurro ronco.
Parece que no es la única.
—¿Me has llamado para algo en concreto? —pregunto fingidamente
impertinente entrando en mi oficina.
—Llamaba para llevarte a comer a Of Course, pero ahora mis
intenciones han cambiado ligeramente.
—Diría que son planes complementarios.
—Me alegra que lo pienses, porque Finn te está esperando en el
garaje.—Puedo ir en metro, ¿sabes?
—El metro está lleno de pirados —replica tan divertida como
presuntuosa.
Río escandalizada.
—Móntate en el puto coche y ven ya —continúa en el mismo tono de
voz—. Siento que ardo sólo de escucharte.
—Santana, eres una pervertida —finjo quejarme.
—Y eso te encanta.
Sin decir nada más, cuelga y yo me quedo mirando el teléfono con la
sonrisa más estúpidamente grande colgada del rostro.
Sobra decir que bajo y me monto en el coche encantadísima.
Finn me deja en la puerta del restaurante. Imagino que Santana me
espera dentro y entro. La maître me asesina con la mirada cuando le
pregunto por la señorita Lopez. Todo lo agriamente que puede sin llegar a ser descortés, me explica que Santana ha llamado para decir que llegará en unos minutos y que, por favor, le espere en su reservado.
Sonrío satisfecha y en clara defensa de mi territorio. Aunque debería
no darle importancia, porque sino acabaré en guerra declarada con medio
estado de Nueva York.
La maître llama a un camarero que me sonríe solicito y me pide que
lo siga. Asiento y comenzamos a caminar atravesando el local.
—Brittany S Pierce —oigo que me llaman desde algún punto de la
barra.Me giro y veo acercarse a un chico, un ejecutivo con un traje
demasiado caro que no sabe llevar. Su cara me es familiar, pero tardo en
reconocerlo. Es Matthew Newman, un compañero de facultad. Nunca
fuimos amigos, así que no entiendo esta efusividad.
—Hola, Matthew.
Me abraza y ciertamente me incomoda. No compartimos más de diez
frases en cuatro años.
—¿Qué tal estás? —inquiere.
—Bien, muy bien.
Un incómodo silencio se abre paso entre nosotros.
—¿Y tú qué tal? —pregunto por total compromiso.
—Genial.
—Me alegro. Tengo que marcharme —digo señalando al camarero.
Él asiente y yo comienzo a caminar.
—Brittany —vuelve a llamarme.
Suspiro levemente y me giro otra vez.
—Tal vez podríamos quedar para tomarnos algo.
—Te lo agradezco, pero no.
—¿Segura?
—Lo cierto es que salgo con alguien.
Espero que mi sinceridad sirva para cortar esto de raíz.
—Está bien. —Alza las manos en señal de rendición y da un paso
hacia atrás—. Me ha gustado verte.
—Gracias. Disfruta del almuerzo.
Camino deprisa pero noto que me toman del brazo. ¿Se puede ser más
pesado? Me giro dispuesta a abandonar mi tono amable y poner en práctica todo lo que he aprendido de Rachel estos años cuando veo que se trata de Santana.—Santanan —le saludo feliz.
—¿Quién era ese tío? —pregunta extrañada mirando a Matthew, que
ha vuelto a la barra.
—No es nadie —comento desenfada—. Sólo un compañero de
facultad.
He omitido el hecho de que me ha invitado a salir. No creo que le
hiciera mucha gracia a la señorita irascible.
—¿Comemos? Estoy muerta de hambre —le apremio.
Santana asiente desconfiada, como si algo no terminara de cuadrarle.
Finalmente le hace un imperceptible gesto al camarero y se inclina para
besarme.
Toma mi mano y me lleva con paso decidido hasta el reservado.
Suspiro mentalmente porque haya dejado pasar el tema Matthew. Tenemos
poco tiempo para pasar juntas y no quiero hacerlo discutiendo.
Santana retira la coqueta silla morada para que me siente. El camarero se
acerca diligente, espera a que Santana tome asiento y nos entrega la carta.
En realidad, no sé qué hago aquí todavía. No quiero estar en este
reservado ni un segundo más.
—¿No piensas comer? —pregunta tosca.
—No.
—Genial. —Tira la servilleta con fuerza contra la mesa—. La cuenta
—le pide al camarero.
No dejo que me aparte la silla ni que me abra la puerta del reservado o
del restaurante. Me anticipo cada vez y sé que eso le molesta muchísimo,
como si atacase directamente a sus modales.
Santana camina con paso decidido hacia el coche. Finn abre la puerta al
vernos. Yo me detengo en seco a unos pasos. No pienso ir con ella. Al darse cuenta de que no ando a su lado, Santana se detiene y se gira.
—Brittany —me reprende exasperada.
—Me voy a la oficina en metro. Nos veremos allí.
Si realmente quiero hacerlo, debería comenzar a caminar, pero su
manera de mirarme, toda su postura en realidad, con las manos apoyadas
en las caderas y la chaqueta abierta, me mantienen clavada al suelo.
—Métete en el coche.
—Me estoy cansado de esto, Santana. Lo único que hacemos es follar y
discutir. Ni siquiera somos capaces de comer en un maldito restaurante.
Santana continúa mirándome. Sus ojos reflejan la misma rabia, la misma
frustración de hace unos segundos; sin embargo, tengo la sensación de que ahora los motivos son diferentes.
—Métete en el coche —repite y en su voz también hay algo diferente.
Sé que debería decirle que no, quedarme aquí hasta que habláramos,
hasta que me dijera cómo se siente, pero por algún extraño motivo me da
miedo que hablar signifique que nos demos cuenta de que no hay futuro
para nosotras. Lo cierto es que mi pobre corazoncito prefiere mil veces
esto a estar sin ella.
Comienzo a caminar hasta el coche. Sigo estando furiosa y sigo
mostrándoselo en mi mirada, pero al final me subo.
El camino es triste e incómodo. No soporto el hecho de que estemos
tan cerca y no podamos tocarnos. No es como al principio, cuando creía
que ella no pensaba en mí, ahora sé que el sentimiento es mutuo, que ella
también quiere tocarme, y eso hace que todo sea aún más amargo.
Finn se detiene a una manzana de la oficina. Miro a Santana y me
devuelve la mirada, pero no dice nada. Suspiro y abro la puerta del coche.
Voy a moverme para salir, pero Santana tira de mí, me sienta en su regazo y me besa con pasión hundiendo las manos en mi pelo, atrayéndome hacia ella.
—Follamos y discutimos, ¿y a quien coño le importa si nuestra
relación funciona así? Te deseo cada minuto de cada día y cada minuto de
cada día me desesperas y me vuelves completamente loca, pero no
cambiaría ni uno solo de los momentos que he pasado contigo por una vida
tranquila con cualquier otra mujer.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
ATENCION: FALTAN TRES CAPITULOS, PARA TERMINAR LA HISTORIA, PERO DEPENDE DE USTEDES SI DESEAN QUE LA CONTINUE O LA DEJE EN SU PRIMER FINAL.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Sonrío sin poder desentrelazar mi mirada de la suya, porque yo
tampoco cambiaría ni un solo segundo de mi vida con ella.
—Yo tampoco te cambiaría absolutamente por nadie.
—Aunque suene un poco ridículo teniendo en cuenta lo que ha pasado
hoy, lo sé. Ordené que me avisaran si Sean Berry preguntaba por ti la
misma noche de tu cumpleaños.
—¿Qué? —pregunto sorprendida.
Santana asiente.
—Pero eso no significa que ahora me guste que venga a verte.
—Lo sé, pero es mi amigo y el hermano de Rachel y Joe. No puedo
echarlo de mi vida sin más.
—Supongo que al final tendré que echarte un polvo donde pueda
vernos. —Ambas sonreímos—. Trabaja en un hospital, ¿verdad?
—San —le reprendo golpeándole en el hombro, pero ella sencillamente vuelve a besarme.
Nuestros arrumacos se ven interrumpidos diez minutos después por el
móvil de Santana. Tess le recuerda su reunión en el Meatpacking District, así que nos damos un último beso y salgo del coche.
De vuelta al edificio del Lopez Group, saludo a Noah y espero paciente
al ascensor. Estoy a punto de entrar en él cuando el guardia de seguridad
me llama. Al girarme, veo al mayor de los Berry al otro lado del
mostrador.
—Sean —le saludo con una sonrisa acercándome a él.
—Brittany —me responde de igual modo saliendo a mi encuentro.
—¿Qué haces aquí?
—Mi madre te envía esto —dice entregándome un paquete.
Lo abro curiosa, apoyándolo en el mostrador, y resultan ser unos
preciosos zapatos. Los reconozco de la muestra de moda pin-up que Mira
organizó para nosotras.
—Me dijo que confundiste las cajas.
—Muchas gracias por traérmelos.
—No tiene importancia.
Le sonrío por respuesta.
—También venía a invitarte a comer, pero Sugar me dijo que ya te
habías ido.
—Sí, tenía planes.
Ambos sonreímos nerviosos y el silencio se abre paso entre nosotros.
Incómoda, pierdo la mirada a mi alrededor y me doy cuenta de que el
vestíbulo se ha quedado desierto. Ni siquiera Noah está. Los ascensores
parecen haberse quedado bloqueados porque nadie baja de ellos ni tampoco los espera. ¿Qué está pasando aquí?
Contengo involuntariamente la respiración cuando veo a Santana entrar
en la oficina y caminar con paso decidido hacia mí. Coloca su mano en mi
cintura, me estrecha contra ella y me besa tomándome por sorpresa. Me
siento como en una película de Hollywood. Al separarse, aún me tiemblan
las rodillas. Ha sido un beso maravilloso.
—Había olvidado dejarte unos papales, nena —comenta aún cerca de
mí.
Santana sonríe provocadora. No se ha molestado en buscarse una excusa
decente. ¡Ni siquiera trae papeles!
—Vaya, esto parece un poco vacío —comenta con cierto aire travieso.
Y de repente lo comprendo todo. Ha sido ella quien ha mandado
desalojar el vestíbulo para poder venir y hacer lo que ha hecho sin que se
descubra nuestro secreto.
Carraspeo nerviosa y miro de reojo a Sean. No puede ocultar que está
decepcionado y yo me siento fatal. Tendría que habérselo contado antes.
—Santana, él es Sean Berry.
—Sean, ella es Santana Lopez.
Se dan un seco apretón de manos.
—En realidad ya la conocía —comenta Sean—. Cualquiera que lea el
Times lo hace.
Santana sonríe, pero es su sonría fría de directora ejecutiva. Está
marcando su territorio. Al verle hacer lo mismo que yo hice con la maître
hace unas horas, me sorprendo muchísimo porque siempre pensé que Santana daba por hecho que me tenía en la palma de la mano.
—Bueno, ya me voy —se despide Sean—. Quiero pasar a ver a Joe.
No sé nada de él desde hace semanas. Aunque supongo que, si espero un
poco, acabará apareciendo para pedirme otros setecientos dólares.
No sé qué decir. Sonrío incómoda y nerviosa. Los setecientos dólares
eran para mí, no para Joe, pero no creo que a Santana le hiciera ninguna
gracia saber que fue él quien me los prestó, aunque fuese indirectamente.
Sean se despide de nosotros y sale de la oficina. Santana y yo lo
observamos alejarse calle abajo. No tengo claro que me haya gustado lo
que acaba de pasar aquí. Hubiera preferido explicarle a Sean que salía con
alguien con un poco más de tacto. Santana me mira. En sus ojos sigue
brillando esa chispa pícara que se acentúa cuando se muerde el labio
inferior. ¿En qué está pensando? Pero, antes de que pueda preguntárselo,
me da un rápido beso en los labios y comienza a caminar hacia la puerta.
—Tengo que marcharme a la reunión.
Me veo en mitad del desierto vestíbulo y me siento como si hubiera
pasado un huracán.
La actividad se reanuda. La gente vuelve a entrar por la puerta
principal, Noah regresa a su puesto de trabajo y el pitido de los ascensores
se intercala con el murmullo que provoca el trasiego de personas. Distintos
ejecutivos se quejan de que el elevador se haya quedado parado de repente y otros de que las puertas de las escaleras estuvieran bloqueadas.
Definitivamente ha pasado un huracán, un huracán llamado Santana Lopez
.
—Quinn, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Claro —contesta al otro lado de la puerta de su despacho.
—¿Santana siempre ha sido celosa? Con las chicas, quiero decir.
Soy consciente de que no es la mejor manera, que lo ideal sería
hablarlo con ella, pero sé que eso no va a funcionar y yo necesito algunas
respuestas. Oigo reír a Quinn.
—La verdad es que no. Santana ha estado con muchas chicas, pero con
ninguna de ellas la he visto comportarse como se comporta contigo. —
Hace una pequeña pausa—. ¿Por qué me lo preguntas? ¿Hace que te sientas incómoda? —inquiere algo preocupada.
Me ruborizo al instante. La respuesta es más que obvia.
—No —musito tímida, aunque sin poder ocultar una sonrisa.
—Lo que imaginaba —se queja—. Vaya par de locas.
—Hoy me he encontrado con un compañero de facultad y me ha
invitado a salir. Por suerte Santana ha llegado después, pero nos ha visto
despidiéndonos y, cuando me ha preguntado quién era, le he contado la
verdad —aclaro rápidamente—, pero he omitido la parte importante. Sé
que ha sido una estupidez y una chiquillada. No quería que se enfadase,
pero tampoco me gusta haberle mentido.
—Bueno, tal y como yo lo veo, no ha sido precisamente una mentira,
¿no?
Quinn abre la puerta y camina hasta mí. El Vestido le sienta de
escándalo y, por supuesto, cumple con todas las especificaciones de
Sugar.
—¿Qué tal estoy? —pregunta aunque me da la sensación de que la
muy engreída ya sabe la respuesta.
—Estás genial, jefa.
—Y otra vez gracias a ti. Te debo una, ayudante. —Ambas sonreímos
—. Y con respecto a Santana, no le des más vueltas. Últimamente está muy presionado con temas del trabajo y por su padre. Lo mejor que has podido hacer es quitarle un problema de la cabeza.
Santana aun no regresado de su reunión, así que decido darle una sorpresa y esperarla directamente en Chelsea. Camino hasta la parada dispuesta a coger el metro, pero no tengo oportunidad. Finn y el magnífico Audi A8 negro me esperan allí.
Estoy jugando con Lucky en el enorme salón de la casa de Santana
cuando suena mi teléfono. Es Joe.
—¡Berry! —lo saludo animada.
—Pierce ¿o debería decir Lopez Pierce? —Suena algo molesto—. Lo digo
básicamente por el cheque de setecientos dólares que la gran Gatsby acaba de hacerme llegar.
¿Qué?
—No me malinterpretes, no me quejo, pero creía que nuestros asuntos
personales eran entre tú y yo. No entre ella, tú y yo.
—Y lo son —me apresuro a responder—. Yo no le he pedido que
hiciera nada.
¿Cómo ha podido atreverse?
—Pues peor me lo pones.
—Joe, lo siento de verdad.
Ahora mismo estoy demasiado nerviosa. Sólo quiero que Santana regrese
y tirarle algo a la cabeza.
—No te preocupes —continúa con el tono más relajado—. Está todo
bien. Hablamos mañana, ¿de acuerdo?
—Claro.
Cuelgo el teléfono. Estoy furiosa. ¿Cuándo va entender que no quiero
su dinero? No creo que sea tan difícil de comprender, ¡pero es tan
testaruda! Ahora mismo tengo ganas de gritar; sin embargo, me concentro,
suspiro hondo e intento calmarme. No pienso desperdiciar ni una pizca de
esta ira porque, cuando llegue, vamos a hablar y necesito seguir muy
enfadada para que no me despiste con el sexo.
tampoco cambiaría ni un solo segundo de mi vida con ella.
—Yo tampoco te cambiaría absolutamente por nadie.
—Aunque suene un poco ridículo teniendo en cuenta lo que ha pasado
hoy, lo sé. Ordené que me avisaran si Sean Berry preguntaba por ti la
misma noche de tu cumpleaños.
—¿Qué? —pregunto sorprendida.
Santana asiente.
—Pero eso no significa que ahora me guste que venga a verte.
—Lo sé, pero es mi amigo y el hermano de Rachel y Joe. No puedo
echarlo de mi vida sin más.
—Supongo que al final tendré que echarte un polvo donde pueda
vernos. —Ambas sonreímos—. Trabaja en un hospital, ¿verdad?
—San —le reprendo golpeándole en el hombro, pero ella sencillamente vuelve a besarme.
Nuestros arrumacos se ven interrumpidos diez minutos después por el
móvil de Santana. Tess le recuerda su reunión en el Meatpacking District, así que nos damos un último beso y salgo del coche.
De vuelta al edificio del Lopez Group, saludo a Noah y espero paciente
al ascensor. Estoy a punto de entrar en él cuando el guardia de seguridad
me llama. Al girarme, veo al mayor de los Berry al otro lado del
mostrador.
—Sean —le saludo con una sonrisa acercándome a él.
—Brittany —me responde de igual modo saliendo a mi encuentro.
—¿Qué haces aquí?
—Mi madre te envía esto —dice entregándome un paquete.
Lo abro curiosa, apoyándolo en el mostrador, y resultan ser unos
preciosos zapatos. Los reconozco de la muestra de moda pin-up que Mira
organizó para nosotras.
—Me dijo que confundiste las cajas.
—Muchas gracias por traérmelos.
—No tiene importancia.
Le sonrío por respuesta.
—También venía a invitarte a comer, pero Sugar me dijo que ya te
habías ido.
—Sí, tenía planes.
Ambos sonreímos nerviosos y el silencio se abre paso entre nosotros.
Incómoda, pierdo la mirada a mi alrededor y me doy cuenta de que el
vestíbulo se ha quedado desierto. Ni siquiera Noah está. Los ascensores
parecen haberse quedado bloqueados porque nadie baja de ellos ni tampoco los espera. ¿Qué está pasando aquí?
Contengo involuntariamente la respiración cuando veo a Santana entrar
en la oficina y caminar con paso decidido hacia mí. Coloca su mano en mi
cintura, me estrecha contra ella y me besa tomándome por sorpresa. Me
siento como en una película de Hollywood. Al separarse, aún me tiemblan
las rodillas. Ha sido un beso maravilloso.
—Había olvidado dejarte unos papales, nena —comenta aún cerca de
mí.
Santana sonríe provocadora. No se ha molestado en buscarse una excusa
decente. ¡Ni siquiera trae papeles!
—Vaya, esto parece un poco vacío —comenta con cierto aire travieso.
Y de repente lo comprendo todo. Ha sido ella quien ha mandado
desalojar el vestíbulo para poder venir y hacer lo que ha hecho sin que se
descubra nuestro secreto.
Carraspeo nerviosa y miro de reojo a Sean. No puede ocultar que está
decepcionado y yo me siento fatal. Tendría que habérselo contado antes.
—Santana, él es Sean Berry.
—Sean, ella es Santana Lopez.
Se dan un seco apretón de manos.
—En realidad ya la conocía —comenta Sean—. Cualquiera que lea el
Times lo hace.
Santana sonríe, pero es su sonría fría de directora ejecutiva. Está
marcando su territorio. Al verle hacer lo mismo que yo hice con la maître
hace unas horas, me sorprendo muchísimo porque siempre pensé que Santana daba por hecho que me tenía en la palma de la mano.
—Bueno, ya me voy —se despide Sean—. Quiero pasar a ver a Joe.
No sé nada de él desde hace semanas. Aunque supongo que, si espero un
poco, acabará apareciendo para pedirme otros setecientos dólares.
No sé qué decir. Sonrío incómoda y nerviosa. Los setecientos dólares
eran para mí, no para Joe, pero no creo que a Santana le hiciera ninguna
gracia saber que fue él quien me los prestó, aunque fuese indirectamente.
Sean se despide de nosotros y sale de la oficina. Santana y yo lo
observamos alejarse calle abajo. No tengo claro que me haya gustado lo
que acaba de pasar aquí. Hubiera preferido explicarle a Sean que salía con
alguien con un poco más de tacto. Santana me mira. En sus ojos sigue
brillando esa chispa pícara que se acentúa cuando se muerde el labio
inferior. ¿En qué está pensando? Pero, antes de que pueda preguntárselo,
me da un rápido beso en los labios y comienza a caminar hacia la puerta.
—Tengo que marcharme a la reunión.
Me veo en mitad del desierto vestíbulo y me siento como si hubiera
pasado un huracán.
La actividad se reanuda. La gente vuelve a entrar por la puerta
principal, Noah regresa a su puesto de trabajo y el pitido de los ascensores
se intercala con el murmullo que provoca el trasiego de personas. Distintos
ejecutivos se quejan de que el elevador se haya quedado parado de repente y otros de que las puertas de las escaleras estuvieran bloqueadas.
Definitivamente ha pasado un huracán, un huracán llamado Santana Lopez
.
—Quinn, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Claro —contesta al otro lado de la puerta de su despacho.
—¿Santana siempre ha sido celosa? Con las chicas, quiero decir.
Soy consciente de que no es la mejor manera, que lo ideal sería
hablarlo con ella, pero sé que eso no va a funcionar y yo necesito algunas
respuestas. Oigo reír a Quinn.
—La verdad es que no. Santana ha estado con muchas chicas, pero con
ninguna de ellas la he visto comportarse como se comporta contigo. —
Hace una pequeña pausa—. ¿Por qué me lo preguntas? ¿Hace que te sientas incómoda? —inquiere algo preocupada.
Me ruborizo al instante. La respuesta es más que obvia.
—No —musito tímida, aunque sin poder ocultar una sonrisa.
—Lo que imaginaba —se queja—. Vaya par de locas.
—Hoy me he encontrado con un compañero de facultad y me ha
invitado a salir. Por suerte Santana ha llegado después, pero nos ha visto
despidiéndonos y, cuando me ha preguntado quién era, le he contado la
verdad —aclaro rápidamente—, pero he omitido la parte importante. Sé
que ha sido una estupidez y una chiquillada. No quería que se enfadase,
pero tampoco me gusta haberle mentido.
—Bueno, tal y como yo lo veo, no ha sido precisamente una mentira,
¿no?
Quinn abre la puerta y camina hasta mí. El Vestido le sienta de
escándalo y, por supuesto, cumple con todas las especificaciones de
Sugar.
—¿Qué tal estoy? —pregunta aunque me da la sensación de que la
muy engreída ya sabe la respuesta.
—Estás genial, jefa.
—Y otra vez gracias a ti. Te debo una, ayudante. —Ambas sonreímos
—. Y con respecto a Santana, no le des más vueltas. Últimamente está muy presionado con temas del trabajo y por su padre. Lo mejor que has podido hacer es quitarle un problema de la cabeza.
Santana aun no regresado de su reunión, así que decido darle una sorpresa y esperarla directamente en Chelsea. Camino hasta la parada dispuesta a coger el metro, pero no tengo oportunidad. Finn y el magnífico Audi A8 negro me esperan allí.
Estoy jugando con Lucky en el enorme salón de la casa de Santana
cuando suena mi teléfono. Es Joe.
—¡Berry! —lo saludo animada.
—Pierce ¿o debería decir Lopez Pierce? —Suena algo molesto—. Lo digo
básicamente por el cheque de setecientos dólares que la gran Gatsby acaba de hacerme llegar.
¿Qué?
—No me malinterpretes, no me quejo, pero creía que nuestros asuntos
personales eran entre tú y yo. No entre ella, tú y yo.
—Y lo son —me apresuro a responder—. Yo no le he pedido que
hiciera nada.
¿Cómo ha podido atreverse?
—Pues peor me lo pones.
—Joe, lo siento de verdad.
Ahora mismo estoy demasiado nerviosa. Sólo quiero que Santana regrese
y tirarle algo a la cabeza.
—No te preocupes —continúa con el tono más relajado—. Está todo
bien. Hablamos mañana, ¿de acuerdo?
—Claro.
Cuelgo el teléfono. Estoy furiosa. ¿Cuándo va entender que no quiero
su dinero? No creo que sea tan difícil de comprender, ¡pero es tan
testaruda! Ahora mismo tengo ganas de gritar; sin embargo, me concentro,
suspiro hondo e intento calmarme. No pienso desperdiciar ni una pizca de
esta ira porque, cuando llegue, vamos a hablar y necesito seguir muy
enfadada para que no me despiste con el sexo.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
34
Tarda más de dos horas en regresar y, cuando finalmente oigo abrirse la
puerta principal, mi ira está en su punto álgido. Al verme en el centro del
salón, se acerca a mí con una sonrisa.
—Preciosa…
—¿Cómo has podido atreverte? —la interrumpo furibunda.
—¿Qué pasa? —me pregunta confusa pero claramente poniéndose en
guardia.
—Joe me ha llamado. Le has mandado un cheque. ¿Qué derecho
tenías a hacerlo? Te lo he dicho un millón de veces —mi enfado va in
crescendo—: ¡No quiero tu maldito dinero!
—¿Estás de broma? —pregunta ya claramente enfadada—. ¿Y por
qué demonios puedes aceptar el dinero de Sean Berry y no el mío?
—Porque yo no me acuesto con Sean —respondo como si fuera obvio.
—A él le encantaría.
—A lo mejor no quiero que tú me cuides porque no lo haces por mí, lo
haces por ti, y ni siquiera lo entiendo.
—Me vuelve loca pensar que algo malo pueda ocurrirte —alza la voz
exasperada—. ¿Lo entiendes ahora? Por eso te cuido, por eso prefiero
discutir contigo por ser posesiva o irracional antes de pensar que puedas
estar en peligro. Su confesión me deja sin palabras. Por eso dijo que lo hacía por ella. Dios, y si le ocurre eso, ¿no significa que siente algo más profundo por mí? Cada vez que hablamos tengo la sensación de que consigo una respuesta y nacen diez preguntas nuevas.
—Britt —continúa intentando sonar más calmada—, estás siendo
muy injusta. Dejas que los Berry cuiden de ti pero te molesta si soy yo
quien lo hace.
—Y qué tal si yo me encargo de mí misma.
—Britt, por el amor de Dios —dice lanzando una breve sonrisa
irónica—, eres incapaz de cuidar de ti misma. Desde que te conozco no has tomado una buena decisión.
—Y la peor de todas ha sido acostarme contigo.
Sé que mi frase le ha dolido, pero ahora mismo no me importa porque
la suya me ha dolido mucho más.
Ninguno de las dos dice nada. Nos dedicamos a mirarnos separadas
por unos metros. Las dos furiosas, dolidas, tristes.
Finalmente giro sobre mis pasos y subo todo lo deprisa que puedo las
escaleras. Voy hasta el dormitorio y me tiro en la cama. Odio discutir con
ella, pero hay cosas que no puedo permitir y que se comporte como si fuera
una de sus empresas, saneando mis cuentas, es una de ellas.
Me duermo triste, echando de menos la habitación 5.932 del hotel
Hilton en Santa Helena. Últimamente sólo sabemos discutir.
Me despierta mi teléfono. Adormilada, me arrastro por la cama hasta
la mesilla y cojo mi iPhone. Es Sugar.
—Hola —tengo la voz ronca por el sueño.
—El eficiente Finn no me deja subir a despertarte porque la señorita irascible ha dado orden de que no se te moleste, así que baja.
Sugar cuelga sin darme oportunidad de responder. Yo me quedo
mirando la pantalla del teléfono aturdida. ¿Qué hora es? Observo el reloj
del móvil. Son las diez y media. Miro a mi alrededor. Santana debió quitarme los zapatos y meterme bajo las sábanas; sin embargo, no hay rastro alguno de que ella haya dormido aquí. ¿Dónde ha pasado la noche? Necesita descansar. Francamente me preocupa el ritmo que lleva. Aunque quizá estaba tan enfadada que no quiso dormir en la misma habitación que yo. La casa es grande, tuvo donde escoger. Suspiro profundamente. Vaya manera más horrible de empezar el día.
Me recojo el pelo en un moño alto y, todavía descalza, bajo al salón.
Sugar me espera sentada en el impresionante sofá.
—Por fin bajas, bella durmiente —se queja.
—¿Habíamos quedado? —pregunto. Si es así, lo cierto es que no lo
recuerdo.
—No —dice levantándose—, y me ofende que consideres la
posibilidad de haber olvidado que has quedado conmigo.
Ambas sonreímos.
—¿Me invitas a desayunar? —pregunta.
—Claro.
Observo a la señora Aldrin trabajar en la cocina mientras canturrea
algo muy bajito en francés. No sé si quiero dar el paso que estoy pensando
dar, pero necesito saber dónde ha pasado la noche Santana.
—Señora Aldrin, ¿puedo hacerle una pregunta?
—Por supuesto.
La cocinera camina hasta colarse frente a mí. Aprovecha para secarse
las manos con un paño de cocina blanco y grueso.
—¿Sabe si Santana ha dormido en uno de los cuartos de invitados? —
pregunto intentando que mi voz suene firme y que, sobre todo, no se note
lo avergonzada que me siento ahora mismo.
Sugar me mira boquiabierta y la señora Aldrin, con una ternura que
me hace pensar que siente cierta empatía por mí, como si estuviera
metiéndome en algo que de antemano sabe que va a acabar mal para mí.
No es la primera vez que lo noto. Ocurrió lo mismo cuando me llamó ma
petite. —Santana pasó toda la noche en su estudio. No quiso cenar. Esta
mañana, cuando desperté, ya se había marchado a trabajar.
—Gracias —musito.
La señora Aldrin vuelve a sus quehaceres y yo suspiro profundamente.
—Britt, ¿qué ocurre? —me pregunta Sugar preocupada.
—Ayer discutimos. Mucho. Primero por Sean y después porque tuvo
la brillante idea de mandarle un cheque a Joe por los setecientos dólares
que me prestó.
Cuando salimos a la calle en busca de un taxi, me enorgullece poder
decir que acaparamos varias miradas. Estamos espectaculares.
El taxista nos deja en la puerta del Radio City Music Hall, alquilado
para la ocasión por el Lopez Group. Sonriente, se niega a cobrarnos la
carrera porque dice que le hemos recordado tiempos mejores. Las tres le
dedicamos nuestra mejor sonrisa y salimos del coche con el ánimo y la
autoestima por las nubes.
En la puerta vemos a algunos compañeros de trabajo.
Joe esta guapísimo con un traje oscuro de doble abotonadura y una
gorra como la que Robert Redford lucia en El golpe. Las chicas de
Contabilidad cuchichean y lo miran encantadas. Él sonríe al vernos y se
acerca a nosotras.
—Aquí hay dos muñecas preciosas y yo tengo dos brazos. ¿Hacemos
cuentas? —comenta fingidamente seductor, como si de repente se hubiera
—Muy bien Berry, muy años cuarenta —le respondo rodeando su
brazo con el mío.
—A mí me has seducido —replica Sugar rodeando el otro.
Los tres atravesamos la puerta del teatro más importante de la ciudad
y lo que nos espera al otro lado es sencillamente increíble. El salón está
lleno de pequeñas lucecitas blancas. Hay portavelas en cada una de las
mesas redondas de metal brocado con cuatro sillas a juego que rodean la
pista de baile, y una tarima de impecable madera clara. Un grupo de tres
chicas acompañadas de una orquesta de al menos veinte músicos, cada uno encuadrado en un atril blanco adornado con una nota musical negra, canta grandes éxitos de los años cuarenta.
—Qué os dije —comenta Rachel a nuestra espalda cuando comienza a
sonar In the mood, de The Andrews Sisters—. Tengo el espíritu de una
organizadora de galas benéficas en mi interior.
Todos sonreímos y decidimos acercarnos a la barra a por algo de
beber. Mientras cruzamos el salón, miramos divertidos a nuestro alrededor.
Todo el mundo ha seguido al pie de la letra la única indicación sobre el
vestuario y el salón principal del Radio City Music Hall parece haber dado
marcha atrás en el tiempo.
Ahora que Santana y yo estamos juntas no puedo evitar sentirme algo intimidada por su madre. Sin embargo, nada puedo hacer cuando ella repara en mí.
—Brittany, querida, ¿qué tal estás?
—Muy bien, señora Lopez —respondo con una sonrisa.
Ella asiente con dulzura y continúa hablando con las chicas.
Mi cuerpo se enciende antes siquiera de que pueda verla. Lleva un
impresionante traje con chaleco a juego gris marengo, camisa blanca. Una versión 1940 del día que la conocí. Su pelo muy estilisado a la epoca
Juguetea con un sombrero entre sus manos. Se acerca hasta nosotros y
saluda a su madre.
—Hola, tesoro —dice ella colocando la mano en la mejilla de su hijo
cuando ella la besa.
—Señores Berry —saluda educadamente.
Ambos sonríen.
Santana lleva entonces su vista hacia nosotros. Primero Sugar, después
Rachel, Brody, Joe y finalmente yo. Nos miramos durante poco más de
unos segundos. Quiero correr hacía ella, abrazarla y no soltarla jamás, pero
una parte de mí aún está demasiado furiosa.
—La fiesta ha quedado genial —le felicitan.
El cumplido nos saca de nuestra ensoñación. Santana sonríe y se centra
en el señor Berry, haciendo gala de su perfecto autocontrol.
—En realidad yo no he hecho nada. Todo el merito es del
departamento de Relaciones Públicas.
Miles sonríe de nuevo.
—Si me perdonáis —continúa Santana—, me esperan en la barra.
Automáticamente me giro hacia el bar. ¿Quién le espera?
Mentalmente suspiro aliviada cuando veo a Ryder y Quinn y
automáticamente también veo la arrogante sonrisa de Santana mientras
camina hacia ellos. Una vez más, le he dado exactamente lo que quería.
—¿Una copa? —pregunta Joe.
Asiento pero, durante un instante, continúo mirando a Santana. Esto es
agotador, casi tanto como discutir con ella. Quiero tirarme en sus brazos
pero al mismo tiempo estoy furiosa por todo lo que me dijo. Es frustrante.
Santana comenta algo con Quinn y comienza a caminar en nuestra
dirección. Es demasiado pronto para un segundo asalto con la morena mas bella del mundo. Comienzan a cantar Sing, sing, sing y tengo una
inspiración.
—Berry —lo llamo muy convencida—, sácame a bailar.
Joe me mira confuso pero, al comprender que hablo completamente
en serio, le da un trago a su copa y me tiende su brazo, sonriente.
—Será un placer.
Acepto su brazo y vamos hasta la pista de baile. Me sorprende lo bien
que se mueve. Todo un experto en bailar boogies, me atrevería a decir.
—¡Berry! —exclamo cuando me hace girar sobre mí misma—.
Me tienes impresionada.
—Si eres el hijo de Berry, sabes cómo moverte en un salón
de baile, créeme.
Aunque ésa no era la idea cuando el ritmo de la canción se relaja y
Joe me balancea entre sus brazos, no pueda evitar mirar de reojo a Santana charla Quinn, pero me está mirando a mí. Y yo la miro a ella. Y
entones me doy cuenta de que, al final, entre nosotras todo se reduce a ese magnetismo animal que desprende y me atrapa.
Recuerdo las palabras de Sugar esta mañana y vuelvo a pensar que
quizá estoy siendo injusta con ella. Ahora mismo todo parece relativizarse,
diluirse cuando siento cuánto me desea.
Noto que Joe ha dejado de moverme. Lo miro y tiene una sonrisa
indulgente en los labios. Sin duda se ha dado cuenta de a quién observaba.
—Lo siento, Joe —me disculpo.
—No te preocupes, ve con ella.
Asiento e, intentando que mi ansiedad no gane a mi disimulo, camino
hacia Santana.
Me detengo a unos metros de ella. Ha contemplado cómo daba cada
paso. Sus ojos están oscurecidos, conteniendo un deseo desbocado. Sin
decir nada, comienzo a caminar de nuevo, llego hasta las escaleras y me
paro en mitad de ellas para asegurarme de que me sigue. Cuando
discretamente la veo subir el primer escalón, yo continúo haciéndolo.
Toda esta situación está teñida de un halo de sensualidad. Camino por
el prácticamente desierto segundo piso del Radio City Music Hall y cada
paso suyo que oigo a mi espalda enciende mi piel.
Veo a un grupo de chicas de las inmobiliarias venir hacia nosotros.
Sonrío por adelantado y todo mi cuerpo entra en tensión. Las saludo sin
detenerme y oigo cómo todas, nerviosas y tímidas, dicen un casi unísono
«buenas noches, señorita Lopez».
Ahora mismo la adrenalina atraviesa mi cuerpo como un ciclón, casi
no puedo pensar. Estoy nerviosa, excitada. Alguien podría vernos. En ese
momento Santana me agarra del brazo y tira de mí hacia una de las puertas que rompen la monotonía de las paredes color crema del pasillo. La miro y por un instante el deseo se hace tan atronador que todo a nuestro alrededor se difumina.
La habitación en la que entramos está completamente vacía. Es un
salón de ensayos o algo parecido, partido por decenas de columnas y con
un inmenso ventanal que ocupa todo el largo de la pared frontal y baña de
una suave luz la estancia.
Santana me suelta y en silencio gira sobre sus pasos para cerrar la puerta.
Al mirarme de nuevo, puedo sentir toda esa electricidad dominando el
ambiente, a nosotras separadas sólo por unos pasos en una habitación
prácticamente en penumbra.
—Tenemos que hablar. —Intento sonar firme y decidida, pero es muy
complicado.
Santana camina sensual y amenazante hacia mí.
—Estás preciosa —susurra salvaje.
Un tirón familiar sacude mi vientre. ¿Cómo puede estar su voz
conectada con todo mi cuerpo de semejante forma?
—Lo estoy diciendo muy en serio —me reafirmo, pero mi voz
comienza a tambalearse presa de su proximidad—. Si no hablamos, yo…
Está a un único e ínfimo paso de mí. Su olor me embriaga y toda la
calidez de su cuerpo, la idea de que no hay un lugar mejor en el mundo que
sus brazos, me invade.
—Tú, ¿qué?
—Me marcharé. —Tengo que hacer un enorme esfuerzo porque mi
voz suene mínimamente segura.
—Hazlo —me desafía sin levantar sus ojos de los míos.
Pero sabe que no lo haré, sabe que no podría marcharme aunque fuese
lo que realmente quisiese. Clavo mi mirada en el suelo y suspiro hondo.
Santana también lo hace. Levanta su mano y pasea el pulgar por mi labio
inferior. Gimo cuando noto su contacto y alzo la cabeza. Mis ojos
inevitablemente se pierden en el negro de los suyos, que me miran con ese
deseo desgarrador y salvaje. Ya sólo puedo rendirme a ella.
Se inclina sobre mí y se detiene justo antes de besarme, dejando que
su cálido aliento me abrase. Todo el deseo, toda la excitación, todo el amor
que me hace sentir me atraviesan por dentro. Ya no sé cómo me siento al
margen de ella y, aunque me asusta muchísimo, también me llena de una
manera que nunca pensé que sería posible. Me hace sentir viva.
Por fin me besa y todo se vuelve eléctrico.
Siento sus manos en mi piel. Su boca sobre la mía. La siento a ella. A
todo mi cuerpo aturdido buscando más, como si necesitara del suyo para
respirar. Me lleva hasta una de las columnas y me estrecha contra ella. Sus
enérgicos movimientos hacen que la luz aparezca y desaparezca de ella.
Podría entrar cualquiera, pero la penumbra se vuelve nuestro cómplice
y me libera.
Levanta mi vestido y sigue el curso de una de mis medias con los
dedos. Se detiene cuando llega a una de las presillas de mi liguero y sonríe
sexi.
—Llevas un liguero de presillas? ¿Es que quieres matarme?
Sonrío encantada porque, a pesar de estar enfadada con ella, cuando me
lo puse esta tarde lo hice pensando única y exclusivamente en su reacción.
Continuamos besándonos primarios. Santana toma una de las presillas,
tira de ella y la suelta contra la piel de mi muslo.
El chasquido y mi gemido resuenan en toda la estancia.
Llevo mis manos hasta su pantalón e intento desabrocharlo, pero no
soy capaz. Santana une sus manos a las mías y quita su pantalón junto con su braga .
La agarro con fuerza y ella gruñe. Es mi instrumento de placer y pecado.
Quiero seguir besándola, pero mi respiración entrecortada me hace
separar mis labios de los suyos. La deseo.
Santana pone sus manos en mi trasero y me levanta. Su sexo choca contra mi ropa interior.
Gimo.
Atropellada, bajo mi mano, la coloco entre ambas y aparto la tela de
mis bragas para que nuestros sexos se unan y dejarla manejarme a su antojo, en un rítmico vaivén, friccion, calor, que me envuelve y nos vuelve locas. Estoy a punto de gritar, pero mi mente reacciona a tiempo y me lo impide; aun así, la intensidad del momento me supera. Todo mi cuerpo se arquea, echo la cabeza hacia atrás y, sin
quererlo, me golpeo con la pared.
La noto sonreír y yo también lo hago, nerviosa y vencida por todo el
anhelo que siento ahora mismo. Nos miramos directamente a los ojos y
empieza a moverse.
Levanta mi pierna y me embiste con fuerza. La siento en lo mas profundo.
Tengo que cerrar los ojos y concentrarme muchísimo en no gritar.
Santana gruñe desde el fondo de la garganta y me estrecha aún más
contra su cuerpo.
—Joder, nena —murmura salvaje.
Intento controlar mi respiración, pero es una batalla perdida.
La puerta suena y las dos nos paramos en seco. Se oyen dos pares de
pies caminar y a alguien reír. Santana me mira a los ojos. Yo me siento
inquieta y al mismo tiempo extrañamente protegida por la penumbra. Los
desconocidos comienzan a charlar de forma animada. Se trata claramente
de un hombre y una mujer.
Santanan continúa mirándome. En sus ojos veo una chispa juguetona y
sugerente y, antes de que pueda decir nada para impedirlo, vuelve a
embestirme.
Me muerdo el labio con fuerza para no hacer ningún sonido.
Ella sonríe provocadora, satisfecha. Espera que mi cuerpo se calme y
vuelve a entrar con fuerza dentro de mí.
Me estiro contra la columna en un acto reflejo, intentando que el grito
que me abrasa la garganta suba por mis brazos y salga de mí.
La pareja continúa charlando ajena a todo. Santana los observa un
segundo para asegurarse de que no han reparado en nuestra presencia y
vuelve a centrarse en mí.
—Vas a tener que portarte muy bien y no hacer ningún ruido, nena —
susurra.
Quiero decirle que pare, que no lo haga, pero esa parte de mi cuerpo
que siempre me sorprende, la que está dispuesta a dejarse atar, a
masturbarse para ella, a usar todo tipo de juguetitos cada vez brilla con más fuerza.
Clava sus dedos en mis caderas y comienza a moverse.
Hundo mi cara en su cuello e intento controlar mi respiración, mis
gemidos, mi placer, pero todo es inútil.
Santana mece sus caderas y mi cuerpo comienza a tensarse.
Siento mucho calor.
Se mueve implacable. Son embestidas sordas y profundas que
cortocircuitan mi mente y me llenan de placer. Clavo mis uñas en su
espalda, tratando de aferrarme a algo que me mantenga en esta realidad.
El calor aumenta y con ella una sensación de vértigo, como si estuviera
al borde de un precipicio.
Santana se mueve una vez más y yo salto al placer. Un orgasmo estalla
dentro de mí y recorre mi columna vertebral, mis piernas, mis brazos, la
punta de cada uno de mis dedos. Y el hecho de no poder verbalizarlo lo
hace mucho más intenso, casi desgarrador.
Ella continúa moviéndose hasta que los músculos de sus hombros se
tensan bajo mis manos. Me embiste con una dureza inusitada que hace que casi vuelva a correrme, y se pierde en mí.
Lee perfectamente en mi cuerpo cómo me ha hecho sentir ese último
movimiento desliza sus dedos sobre mi clítoris.
Yo misma me tapo la boca para no gritar y clavo los ojos en los suyos,
tan negros. Me mira excitada, divertida, satisfecha, provocando una mezcla
demasiado perfecta.
Tira de mi clítoris con sus dedos y tengo que cerrar los ojos para
controlarme y no gritar soliviantada.
Mis músculos más íntimos se tensan y un segundo orgasmo, igual de intenso que el anterior, me devora por dentro hasta que sólo soy una nube de placer y respiración desordenada.
Santana sonríe, retira sus dedos de mi interior y se los lleva a la boca
ante mi mirada. Como siempre que hace eso, tengo la sensación de estar
ante la sensualidad personificada.
Rápidamente alza la cabeza y observa a las dos personas. La puerta
vuelve a sonar y se oye una tercera voz. Temo que enciendan las luces en
cualquier momento y nos descubran contra la columna de cemento, pero
afortunadamente, después de una breve charla, los tres se marchan.
Santana se separa de mí despacio y todo mi cuerpo se estremece ante su
perdida. Me sostiene con cuidado hasta que mis pies tocan el suelo.
—Ha estado bien —se jacta abrochándose los pantalones.
—Ha sido una locura —replico.
Aunque intento parecer mínimamente enfadada, la sonrisa
indisimulable de plena dicha postorgásmica me delata.
Me arreglo la ropa e intento hacer lo mismo con mi pelo. Santana alza
las manos y me coloca bien la flor. En ese instante aprovecha para mirarme
de arriba abajo a mí y a mi espectacular vestido rojo y negro.
—Por vestidos como éste ganamos la segunda guerra mundial. —
Sonrío encantada—. ¿Y sabes lo que iría muy bien con él? Esto.
Saca del bolsillo interior de su chaqueta una pequeña cajita y me la
entrega. La abro curiosa y mi cara se ilumina cuando veo la pulsera que me
regaló por mi cumpleaños, la que me compró en el bazar chino.
—San —murmuro sorprendidísima—, fui a buscarla al día siguiente
y no la encontré. Creí que la había perdido.
No sé cómo expresar lo sorprendida, encantada y emocionada que me
siento ahora mismo.
—Cuando te marchaste, la recogí. En la joyería casi les da un ataque
por llevarles una baratija hecha añicos, pero conseguí que la arreglaran.
—Gracias, muchas gracias —digo abrazándolo con fuerza—. Es
perfecta.
Al separarme de ella, la miro con la sonrisa más grande del mundo.
—¿Me la pones? —pregunto extendiendo mi muñeca, feliz.
Me pone la pulsera y, como pasó la primera vez, deja sus dedos sobre
mi piel un poco más.
—Tenías razón —digo sin más.
santana me mira con el ceño fruncido, confundida.
—Cuando dijiste que estaba dejando que los Berry cuidaran de mí
y tú no —continúo.
Su expresión se relaja antes de descubrir una incipiente sonrisa.
—Pero eso no significa que vaya aceptar tu dinero. Te lo devolveré. Y
la próxima vez, por favor, consúltame.
—Britt, no voy a consultarte y no pienso aceptar tu dinero. Es así
de simple. Ni ahora ni nunca. Podemos discutirlo durante horas —me reta
divertida—, pero no cambiaría nada.
Pongo los ojos en blanco, exasperada.
—Santana Lopez, te soporto porque me das más orgasmos que
problemas, pero la distancia no es muy larga.
—Bueno —replica con total naturalidad—, empezaré a preocuparme
cuando sea muy corta.
Río escandalizada y Santana aprovecha para besarme de nuevo.
Salimos de la estancia y caminamos de vuelta al salón. A unos
escalones de volver definitivamente a la realidad, Santana aprovecha que
nadie repara en nosotros y acelera el paso hasta colocarse a mi lado.
—¿Me concede este baile, señorita Pierce?
—¿Qué? —pregunto sorprendida. Aquí, ¡delante de todo el grupo
empresarial!
—Quiero bailar contigo —dice sin más poniéndose el sombrero. Lo
echa hacia atrás desenfadada dejando que su cabello negro se asome
casual. Se quita la chaqueta y la cuelga de la barandilla.
—Pero nos verán.
—No voy a follarte en mitad de la pista, Britt. Sólo vamos a bailar.
A mi cuerpo traidor la sola idea le ha sobreestimulado.
—¿No has tenido suficiente? —pregunta peligrosamente cerca.
—Parece que yo tampoco tengo nunca suficiente de ti.
—No sabes cómo me alegra oír eso —responde arrogante y sugerente
—. A bailar. —Y ahora sí lo ordena, pero rodeándose de toda esa
provocación.
Me tiende la mano y la acepto.
Caminamos hasta la pista y comenzamos a movernos al ritmo de
Boogie woogie bugle boy of Company B. Al principio pasamos
inadvertidos, pero la gente no tarda en reparar en que la dueña del mundo
está bailando con la ayudante de la editora.
Trato de ignorarlo todo a mi alrededor y sólo me concentro en lo bien
que me siento entre sus brazos. Es divertido comportarnos como una pareja normal. Además, a Santana no se le da nada mal. Parece que las clases de bailes de salón están atestadas de los hijos de los ricos de este estado. Pero, a pesar de mis intentos, no puedo evitar ruborizarme. Estamos siendo el centro de atención.
—No te preocupes —susurra divertida—. Si no bajo la mano de aquí
—la mueve suavemente en mi cintura—, nadie sospechará.
Sonrío y dejo que me siga llevando por la pista.
La canción está a punto de acabarse. La orquesta toca los últimos
acordes cuando Santana me hace girar sobre mí misma y, después, me inclina sobre su brazo.
—Sería interesante ver cómo reaccionarían si te besara ahora.
Río nerviosa y sus labios se curvan en una sonrisa. Otra vez he
reaccionado exactamente como esperaba.
Santana me incorpora de nuevo.
—Gracias por el baile, señorita Pierce —se despide
—De nada, señorita Lopez
Nos alejamos mientras comienza a sonar una nueva canción.
Decido que necesito ir a refrescarme un poco. Camino del baño puedo
ver en la barra a una Sugar sonriente, casi exultante, que alza su copa
discretamente brindando por mi baile público.
Hay otras dos chicas en el baño. Las conozco de vista de la oficina,
creo que del departamento de I+D. Nos saludamos con una sonrisa. Me
miro en el espejo y comienzo a retocarme el maquillaje. El peinado de
Rachel está aguantando bastante bien, la verdad.
Al marcharse las chicas, se cruzan con otras dos que entran. No
conozco de nada a una, pero la otra me resulta familiar. Ella parece no
conocerme de nada a mí. Empiezan a charlar y yo vuelvo a concentrarme
en mi aspecto.
Tardo en comprender que se trata de Marisa Borow. Decido no darle
importancia y me meto en uno de los aseos individuales para colocarme
bien las presillas del liguero. Ellas continúan charlando.
—Y ahora que estamos solas, dime la verdad: ¿cómo fue todo? —le
pregunta la desconocida.
—¿Qué pasa? ¿Acaso quieres saber todos los detalles? —responde
Marisa. Por su tono de voz parece estar contentísima.
—Por supuesto que quiero, Marisa. Va a ser el acontecimiento del
año, qué digo del año, del siglo.
—Va a ser maravilloso —sentencia.
—Ni que lo digas. ¡Vas a casarte con Santana Lopez ¡Por fin
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Que les parece esta bomba, esta descubierto el secreto de santana en una baño de damas'???????
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Que?!?!?!? Pero Que?!?!??! Oh por dios que desgraciada es Santana! Joder que imbesil! D: que sea mentira por favor! D:
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
bueno solo si van a quedar juntas aceptaria una segunda parte pero si la muy desgraciada de santana va a casarse y destrozar la vida de brittany, que lo haga ahora y aqui acaba todo, hasta luego!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Susii Ayer A Las 12:29 Pm Que?!?!?!? Pero Que?!?!??! Oh por dios que desgraciada es Santana! Joder que imbesil! D: que sea mentira por favor! D: escribió:
Calma ya veremos por que paso eso, o si es cierto lo que marisa esta diciendo.
Micky Morales Ayer A Las 6:51 Pm bueno solo si van a quedar juntas aceptaria una segunda parte pero si la muy desgraciada de santana va a casarse y destrozar la vida de brittany, que lo haga ahora y aqui acaba todo, hasta luego!!!!! escribió:
Bueno no tiene chiste si en los comentarios le digo a a la brevedad la historia verdad????. dejemos que fluya santana aprendera la leccion. no se preocupen a quie en la historia todo se paga
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
35
¿Qué? No puede ser ¿Ha dicho Santana Lopez? No puede ser. Siento como si me ahogase. Estoy paralizada con la mirada clavada en la puerta. Marisa y su amiga siguen charlando, pero la conversación deja de tener sentido para mí.
Todo se impregna de una densa neblina.
Las oigo salir entre risas y automáticamente lo hago yo.
Las piernas me tiemblan. Tengo la boca seca. Abro el grifo con la
mano temblorosa y escucho el agua correr. La siento lejana. Alzo las
manos y, despacio, las llevo hasta el agua.
El frío me despierta, la neblina se dispersa.
Salgo decidida del baño. Esta situación se acabó. Se acabó con
mayúsculas. No quiero hablar con ella. No quiero explicaciones. No quiero
un último beso. Cierro los ojos un segundo. Eso si lo quiero.
«Esta vez no hay medias tintas, Pierce. Se acabó.»
Abro los ojos y recupero el paso firme.
«Y una última cosa, Pierce: no llores.»
Regreso al salón principal y lo cruzo como una exhalación. Mis pies
van rápido, muy rápido, y yo sólo me concentro en ellos, en hacer que uno
siga al otro.
Sé que me ha visto cruzar el salón. Todo mi cuerpo se ha erizado bajo
su mirada.
Abro la puerta con fuerza, con rabia más bien. Ya estoy en la calle y
puedo sentir el aire fresco, siempre ha sido mi aliado. Recuerdo todas las
veces que lo he necesitado, todas las veces que he sentido que Santana me superaba. Sin embargo, esta vez es diferente, esta vez se ha acabado.
—Britt.
Santana me toma del brazo y me detiene. Yo me giro y clavo mi mirada
en la suya un segundo. Mis ojos están embargados por la rabia que siento,
por todo el dolor. Me zafo de su mano con un movimiento brusco. Ella, confusa, me deja hacerlo.
Continúo caminando sin mirar atrás. Hay varias personas de la oficina
hablando por el móvil o fumando, pero ya no me importa que nos vean.
Ahora debe preocuparle a ella. Al fin y al cabo, es quien va a casarse.
Siento ganas de vomitar.
—Britt —vuelve a llamarme—. ¡Brittany! —Alza la voz y todos
reparan en nosotras. Yo los miro a ellos y después a ella furiosa, dolida, y
emprendo de nuevo el paso sin decir una palabra—. ¿Sabes? Me estoy
cansado de correr siempre detrás de ti.
—¡Pues no lo hagas!
Estallo.
Atrapa mi mirada con sus ojos. Su rostro se tensa y tiene la
mandíbula apretada. Parece no creer lo que acabo de pedirle y, aunque su
mirada se endurece, puedo ver la tristeza que hay en ella.
—¿Qué demonios ha pasado?
—Pasa que lo sé todo, Santana.
—¿Qué sabes?
—¡Qué vas a casarte con ella!
En décimas de segundo su expresión cambia.
—No es lo que piensas —me advierte con la voz suave, como si fuera
una cervatilla al que intentan tranquilizar para sacar de un cepo.
—Santana la escuché mientras hablaba con una amiga en el baño.
Aunque es lo último que quiero, estoy a punto de romper a llorar.
—Britt —me interrumpe—, necesito que mi padre convenza a Eric
Borow de comprar Maverick Incorporated cuando se reúnan el próximo
lunes. Así que le he prometido que, si lo hace, me casaré con Marisa.
Ahora la expresión que cambia en milésimas de segundos es la mía.
Una parte de mí se negaba a creerlo, pero ahora, Dios, ¡es todo cierto!
—Pero obviamente no voy a hacerlo —aclara con un convencimiento
absoluto—. Sólo se lo he dicho para ganar tiempo.
Eso resulta igual de horrendo. Es mezquino.
—Santana, nunca, jamás, a pesar de todo lo que ha ocurrido, he dudado
de que fueras una buena persona, pero ahora veo que estaba equivocada.
Esa chica está ilusionadísima. Vas a romperle el corazón y ni siquiera te
importa.
—Ella no tenía que saberlo.
—Eso no es excusa.
—Hice lo que tenía que hacer —me espeta.
Ni siquiera ahora se arrepiente.
—¿Y qué pasa conmigo? ¿Te has preguntado cómo me he sentido
oyéndola hablar? ¿Cómo me siento ahora?
—Esto no tiene nada que ver contigo, Britt.
¿Qué? No puedo creerme que sea incapaz de entenderlo.
—Acabamos de acostarnos. Hemos follado en el piso de arriba
mientras esa chica planeaba su boda contigo en la planta baja.
Siento náuseas.
—Britt…
—Si yo no estuviera, ¿te casarías con ella?
Duda. No quiere darme la contestación que sabe que en el fondo no
quiero escuchar.
—¡Contéstame!
—¡Sí, probablemente sí, joder! —Tengo la sensación de que me han
robado todo el oxígeno a mi alrededor—. Pero no por los motivos que tú
crees.—
Y has tenido una relación con ella, ¿verdad? Tuvisteis que ser
novias en algún momento porque, si no, no tiene ningún sentido. Tu padre
no entendería que te casaras con ella si nunca hubiese habido nada entre
vosotras.
—Fue hace mucho tiempo, B.
—Me mentiste. Te pegunté si habías tenido algo con ella y me dijiste
que no.— ¿Y qué querías que hiciera? Lo que hubo entre nosotras fue hace años y ahora necesitaba estar en contacto con ella para que me ayudara a convencer a su padre.
—Podrías haber encontrado otra solución. No esta horrible mentira.
—Suspiro hondo. De pronto me siento demasiado cansada. Sólo quiero
irme a casa—. Parece que al final tenías razón. Debajo de ese cuerpo no
hay un buena mujer ni siquiera mejor.
La mirada de Santana se ha endurecido hasta parecer casi metálica, pero
en el fondo de esos ojos la tristeza y la más absoluta sensación de
pérdida comienzan a abrirse paso. Algo dentro de mí me dice que no es
porque me marcho, si no porque de alguna manera he dejado de creer en ella.
Camino tan rápido como mis tacones me permiten pero no es
suficiente. Necesito alejarme de ella. Aún puedo sentir su olor, su
proximidad. Puedo imaginarla tocándome. Me inclino, me quito los
tacones y salgo corriendo.
Por fin escapo de Santana Lopez.
Llego a mi apartamento, cierro con un fuerte portazo y por inercia
camino hasta el centro del salón. Miro a mi alrededor y suspiro
profundamente. Repito la misma operación al menos una docena de veces.
¿Qué hago ahora? ¿Qué demonios hago ahora si ni siquiera en mi propia
casa me siento lejos de ella? En esa cocina desayunamos juntas por primera vez. Me besó contra esa puerta diciendo que no deseaba a ninguna mujer como me deseaba a mí. Y en el sofá vimos juntas el catálogo de Le Sensualité, uno de los momentos más eróticos de mi vida.
Tengo que salir de aquí.
Abro la puerta del pasillo y camino deprisa hasta el dormitorio.
Cuando me encierro en él, aún apoyada contra la puerta, alzo la cabeza y
me doy cuenta de que he saltado de la sartén para caer en las brasas. Aquí
cada centímetro de aire lleva su nombre.
Me meto en la cama y me tapo hasta las orejas con mi fina colcha de
patchwork. Cuando la saqué del armario, a pesar del calor que hacía, no fue por mera decoración como pretendí autoconvencerme. Creo que
inconscientemente sabía que, más tarde o más temprano, acabaría
necesitándola.
Me despierta el sonido insistente del timbre. No sé qué hora es.
Tampoco me importa. Como tampoco lo hace el hecho de que llevo la ropa
de ayer y de que debo tener un aspecto horrible. Sea quien sea pienso
mandarlo bien lejos. Hoy no estoy de humor para nadie.
Abro la puerta y Sugar entra decidida y sin pronunciar palabra. Creo
que es la primera vez que eso ocurre.
—Dúchate y ponte guapa. Nos vamos a trabajar.
—Yo no voy a ninguna parte.
Ni siquiera me molesto en dar excusa alguna. No pienso moverme de
aquí.
—Sí que vas. Tenemos que trabajar.
—Suggar, no quiero salir. No estoy de humor.
—Britt, escúchame. Eres una profesional. A pesar de todo lo que te
ha pasado, siempre lo has sido, y vengo a ocuparme de que no pierdas eso
porque, si no, te arrepentirás.
—Suggar —refunfuño.
—Britt —responde de igual modo cruzándose de brazos.
Nos pasamos unos segundos desafiándonos en silencio.
—Joder —claudico malhumorada.
Ella sonríe débil aunque victoriosamente.
Treinta y cinco minutos después, me lo he tomado con calma, regreso
lista al salón.
.—Ya estoy lista —anuncio—, pero te advierto que no quiero ver a Santana.— Teniendo en cuenta que es la dueña de la empresa, no prometo nada.
—Me vuelvo a la cama —contesto girando sobre mis talones y
caminando de nuevo hacia el dormitorio.
—Britt, Santana no está —me aclara apiadándose de mí.
—¿No está?
La pregunta escapa de mis labios más rápido de lo que me hubiera
gustado y también suena más desesperanzada. ¿No está, ha ido a una
reunión? ¿No está, ha cogido su jet privado y ahora está haciendo surf en
Hawái? ¿O, simplemente, no está porque está en casa y no quiere saber
nada de la asistentucha digna y dramática que tiene por novia? ¿Tiene o
tenía? La cabeza me da vueltas.
No hablé con San en toda la noche. Ella tampoco me llamó. Aun así,
no quiero que esto se acabe. Es la primera vez que me permito ese
pensamiento desde que me marché de la fiesta, y me abruma.
Llegamos a la oficina, saludamos a Noah como de costumbre y
subimos a la planta veinte. Estoy nerviosa. No quiero estar aquí. Cuando el
ascensor anuncia que las puertas se abrirán, involuntariamente me llevo la
mano a la boca, jugando con la posibilidad de morderme las uñas. Hacía
años que no lo hacía.
—Vamos al archivo —propone Suggar—. Unos minutos de paz antes
del tedio absoluto.
Asiento. El archivo me parece el lugar ideal donde esconderme el
resto del día.
Como siempre, me sorprende la habilidad de Suggar para subirse en
los archivos y abrir la minúscula ventana.
—Sé cosas —me suelta sin más enciendo su Marlboro Light.
—¿Qué cosas? —pregunto, aunque en realidad me faltan ganas para
ser parte amena de una conversación.
—Cosas que sabe una chica cuando la mejor amigar de su chica sabe y que ha soltado a las cuatro de la mañana.
Me mira esperando mi reacción, pero no llega, no la dejo salir. Me
niego a hablar de Santana, aunque... ¿las cuatro de la mañana?
—No es un poco tarde... —comento intentando sonar indiferente.
—Sí, un poco tarde —me responde dedicándome una expresión entre
perspicaz y al borde de la risa.
No va a ponérmelo fácil.
—¿Te dijo algo? —pregunto al fin.
—Venía de casa de su padre, de explicarle que no se casaría con
Marisa, y también de hablar con ella. Sentía que le debía una explicación.
Aunque sienta una punzada de celos al imaginarlas juntas, soy la
primera en reconocer que se merecía que le contasen la verdad y que fuera
ella quien lo hiciera.
—¿Está bien?
—Se pasaron bebiendo bourbon hasta más de las seis.
Una respuesta bastante ilustrativa.
—¿Habéis roto?
—No —me apresuro a responder—. ¿Ella te dijo que habíamos roto?
En la milésima de segundo que Suggar tarda en contestar, el miedo
domina mi cuerpo.
—No.
Suspiro aliviada. Un gesto que mi amiga descifra sin ninguna
dificultad.
—Britt, no lo entiendo. Es obvio que Santana no ha hecho las cosas
bien, pero castigándola así también te estás castigando a ti. Te mueres de
ganas de verla.
—Es más complicado.
Sugar no pronuncia una palabra más, sólo continúa observándome, y
yo empiezo a preguntarme si realmente es más complicado.
—Supongo que tenemos que hablar.
—Me alegra que digas eso —dice bajándose de un salto—, porque
Santana está aquí.
¿Qué?
—Me dijiste que estaba en una reunión en el centro —mascullo
enfadada.
—Lo hice para que vinieras —se disculpa—. No voy a dejar que te
pases el día entero llorando y viendo películas malas por la tele cuando la
solución es más sencilla.
Tiene razón, pero, aun así, sigo furiosa. Estoy cansada de que decidan
por mí. —¿Estás muy cabreada? —me pregunta.
—Mucho, pero se me pasará —digo relajando el tono de voz.
Sugar sonríe aliviada.
—Y ahora, si me perdonas —le pido—, tengo que irme a trabajar.
—Valor —me arenga.
Salgo del pequeño archivo, cruzo la redacción y entro en mi oficina.
—Buenos días, ayudante.
—Buenos días —respondo colgando mi bolso en el pechero—.
Disculpa la hora, sé que llego tardísimo. ¿Con qué quieres que me ponga
primero?
—Empieza por un clásico: agenda, correo y preparar dos reuniones.
Asiento y me siento a mi mesa.
Estoy sumida de lleno en esas tareas, pero la conversación de hace
unos minutos con Sugar revolotea sobre mí. Habló con su padre, habló
con Marisa. Tal vez ahora nos toque el turno a nosotras. Sigo enfadada,
muy enfadada, pero también tengo que reconocer que el instante en que
pensé que habíamos roto fue uno de los peores de mi vida.
Me levanto decidida, le doy una pobre excusa a Quinn y cruzo la
redacción hasta el despacho de Santana. Me preocupaba que la gente que nos vio discutir en la puerta del Radio City Music Hall hubiera extendido el
rumor como la pólvora, pero la verdad es que todo parece exactamente
igual. No he oído ni un solo comentario y nadie me ha mirado de una
manera diferente.
En su puerta tengo un último ataque de dudas. Me paseo nerviosa de
un lado a otro para intentar aclarar una vez más mis ideas. Una misión
demasiado complicada. Pero finalmente me dedico dos o tres frases
motivacionales de anuncio de refresco, entro decidida y camino hasta
colocarme frente a la mesa de Blaine.
Antes de que pueda decir nada. La puerta del despacho de Santana se
abre y salen Marisa y la propia Santana. La sangre me hierve. Nunca me
había sentido así de posesiva. ¿Qué hace aquí? Se supone que hablaron
anoche. ¿Y si Santana se ha dado cuenta de que Maverick le importa más que yo y decide seguir adelante con la boda? Dios, esto es horrible. Tengo el estómago atenazado y me cuesta respirar.
Reúno el poco valor que me queda y alzo mi mirada para encontrarla
con la de Santana. Ella me observa con cautela. Está nerviosa e impaciente.
Acelera la despedida, aunque sin llegar a ser descortés. Ella le da un beso
en la mejilla y yo siento ganas de golpearle en la cara con algo metálico.
Finalmente se atusa su larga y rubia melena y pasa junto a mí en dirección
a la puerta. No repara en mi presencia. Yo tampoco lo haría.
—Señorita Pierce, entre en mi despacho —me pide Santana.
No me atrevo a mirar a Blaine. Creo que es demasiado evidente cómo
me siento y, si le doy la oportunidad de mirarme a los ojos, lo descubrirá.
Santana cierra la puerta tras de mí y me observa a una distancia
prudencial. Yo también lo hago y es el peor error que puedo cometer. Está
más que bella mi linda morena. Su mejor traje, su mejor camis. Todo se
ajusta a su espectacular cuerpo como un guante.
Le quiero y le echo de menos. Me estoy muriendo de celos y mi mente
está embotada por las preguntas que siempre se niega a responder, por el
miedo que tengo a perderla.
Sus ojos negros me encuentran una vez más. Le quiero.
Sin mediar palabra, Santana corre hacia mí y, tomando mi cara entre sus
manos, me besa desmedida. Gimo contra sus labios y sumerjo mis manos
en su pelo. No tengo ni idea de lo que va a pasar, pero necesito estar con ella una vez más.
Nos tumba sobre el suelo de parqué. Le obligo a girarse hasta que
quedo encima. Quiero estar aún más cerca de ella a pesar de que no hay un milímetro de aire libre entre nosotras, y me asusta porque es un
sentimiento irracional y ridículo, pero después de prometerle que nunca me
enamoraría de ella, de todo lo que pasó ayer, de ver cómo ella salía de este despacho, me atemoriza pensar que ella haya decido que es mucho más fácil alejarse de mí. La cabeza me da vueltas. No quiero pensar. No quiero pensar. Sólo quiero sentirla.
La beso con más ansia. Santana me responde pero, sin quererlo, sollozo.
—Britt, amor
No quiero llorar. No ahora. No delante de ella.
Intento esconder mi cara en su cuello, pero Santana se mueve y
ágilmente vuelve a tumbarme de espaldas, sujetándome las muñecas a
ambos lado de mi cabeza. Las lágrimas ya corren libremente, pero mi pelo
indómito me cubre los ojos.
—cariño, ¿qué pasa?
Está realmente preocupada.
—Nada —musito.
Me suelta las manos y, con suavidad, me aparta el pelo de la cara.
Llevo mis manos rápidamente contra las suyas para que no me despoje de
mi última defensa, pero no llego a tiempo y me limito a colocarlas sobre
las de ella.
—Nena, ¿qué ocurre? —pregunta llena de compasión.
—Nada.
Prefiero decir nada porque no sé cómo explicarle todo lo que siento
ahora mismo, que me siento enfermizamente celosa de cada chica que se le acerca, que he prometido hacer algo que estoy lejos, lejísimos, de poder
cumplir o que quiero que me quiera desesperadamente como yo le quiero a
ella. Sin condiciones, sin tratos, sin promesas. Prefiero decir nada.
—Estoy bien.
Coloca su mano en mi mejilla y me seca una lágrima con el pulgar
mientras me observa con la expresión endurecida.
—Voy a perderte, ¿verdad?
Quiero decirle que no, pero lo cierto es que no lo sé. No puedo seguir
así. Sin saber a qué atenerme. Follando como locas y discutiendo como
locas. Me estoy rompiendo por dentro.
—Santana, no puedo seguir así.
Sus ojos se llenan de un miedo atroz. Me mira de la misma manera
que cuando prometió no volver a tocarme.
—Quiero irme.
No sueno muy convencida, porque en el fondo no quiero hacerlo, pero
sé que es lo mejor. Ella no me suelta, no se mueve ni un ápice, no me libera de su mirada.
—Por favor, San, deja que me vaya.
—Brit, escúchame.
Siento la sal de mis lágrimas bajar ardientes por mis mejillas.
Cabeceo y forcejeo mínimamente. No debería escucharla. No será bueno
para mí, me robará la poca determinación que siento.
—Marisa no es nadie. Son sólo negocios. Necesito salvar esa empresa.
Hasta ahora no había sonado desesperada. Necesita que crea que no
siente nada por Marisa y lo hago, pero al final ése no es el verdadero
problema.
—Odio sentirme así. Siento que todo esto me está consumiendo poco
a poco.
No me refiero sólo a los últimos acontecimientos. Sé que ella lo ha
entendido.
—Por eso quería mantenerme alejada de ti, Britt, y ahora ya no soy
capaz de hacerlo.
Otro mensaje cifrado. Otra verdad a medias. Necesito que sea sincera.
—San, tienes que hablar conmigo, por favor —le suplico entre
lágrimas—. ¿Qué temes que nos pase?
Sus ojos se tiñen de compasión y dolor.
—Sólo quiero protegerte.
—¿Protegerme de qué?
—¡De mí!
¿Qué? No entiendo nada. De pronto el corazón me ha dejado de latir o
late tan deprisa que ya no lo siento. Quiere protegerme de ella, ¿por qué?
—Sé que acabaré haciéndote daño. —Está frustrada, furiosa—.
Britt, ¿no lo entiendes? Volvería a hacer lo que hice porque tengo que
salvar esa empresa. La mujer implacable, dura, insensible a todo, ésa soy
yo, no hay más.
Pronuncia cada palabra llena de dolor.
—Los negocios son los primero, ¿no? —comento con cierta amargura
—. Eso es sobre lo que quisiste advertirme en Santa Helena. No te referías
a que pasaría mucho tiempo sola. Hablabas de esto, de que acabaría viendo esta cara de ti.
San asiente.
—Lo que no imaginaba cuando hablamos en la habitación del hotel es
que me dolería tanto darme cuenta de que te había decepcionado.
La miro confusa, conmocionada.
—Te avisé a ti pero nadie me avisó a mí —continúa—. Antes de
conocerte jamás me habría planteado si lo que hice para tratar de mantener
Maverick abierta estaba bien o mal. Pero tú me miraste de una manera que
hizo que me lo replantease todo.
Las piezas del puzle comienzan a encajar.
—¿Por eso me hiciste prometer que no me enamoraría de ti?
—B, eres tan dulce. Todavía tienes fe en el mundo y en las
personas. Por Dios, si hasta la tenías en mí —masculla con amargura—. Si
esto se acaba, tengo que saber que no te arrebaté eso, no me lo perdonaría.
La miro directamente a los ojos y me doy cuenta de que no podría
quererla más de lo que lo hago en este momento. No quería que sufriera,
no quería que me desencantara del mundo por su culpa.
Ella tampoco despega sus ojos de mí.
—Pero, dicho todo esto, Britt, yo soy así. No quiero volver a
decepcionarte pero hay determinadas cosas que simplemente tengo que
hacer. Así que tienes que decidir si te compensa o no.
Y ésa es la auténtica pregunta, la que nos mantiene tumbadas en el
suelo.—Me compensa —contesto rápida, decidida, sin atisbo de duda.
—Vas a tener que renunciar a muchas cosas.
Sé que esas «muchas cosas» se refieren a ella. Aceptar todas las veces
que me despertaré sola, que me dormiré sola. Su hermetismo. Al final son
sus condiciones otra vez, pero no me importa. Pensé que la había perdido y el dolor fue indecible. La quiero y, si esto es lo que me puede ofrecer, lo
acepto. Ya lo hice una vez, sólo que ahora entiendo lo que hay detrás de
cada cláusula.
—No me importa.
—¿Todavía estás enfadada? —pregunta a escasos centímetros de mis
labios. Yo me limito a asentir nerviosa. No tengo fuerzas para otra cosa. Mi
cuerpo y mi mente acaban de entrar en un profundo alivio.
Santana me dedica su espectacular sonrisa y acaricia mi nariz con la
suya.
—A ver qué se me ocurre para solucionarlo.
Estoy completamente rendida a ella. Está demasiado cerca para que
pudiera ser de otra forma. Noto su aliento sobre mis labios, todo su cuerpo
llamando al mío, pero, justo antes del ansiado beso, se incorpora
rápidamente y me levanta con ella.
—Dile a Quinn que te vienes a una reunión conmigo y espérame en
el garaje —ordena separándose.
No entiendo nada. Santana, sonriente, da la vuelta al escritorio y coge
algunas carpetas.
—¿Me has oído, Cariño? —pregunta con cierto aire burlón.
—Sí.
Doy la vuelta y salgo del despacho. ¿Qué ha pasado? ¿Y mi beso?
Quinn no pone muchas pegas porque el número de la revista está
muy bien encarrilado.
Finn me espera en el garaje. Me abre profesional la puerta de atrás del
Audi A8 y yo me siento a aguardar a Santana, que llega a los pocos minutos.
Nos ponemos en marcha y, apenas diez minutos después, el elegante
coche se detiene delante de la puerta del hotel Carlyle.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunto con una atónita sonrisa en los
labios.—Es un hotel de lujo, señorita Pierce. Aquí se pueden hacer muchas
locuras —me responde pícara justo antes de bajarse del coche.
Finn me abre la puerta y también bajo. El hotel se levanta imponente
sólo a unos pasos. Santanan me toma de la mano y tira de mí, sacándome de mi ensoñación.
No nos paramos en recepción, atravesamos el lujoso vestíbulo hasta
los ascensores del fondo. Al vernos, un hombre impecablemente
enchaquetado se acerca a nosotras.
—Señorita Lopez, tiene la suite del ático, como pidió.San asiente. El hombre le entrega una llave junto a una tarjeta y se
retira. Las puertas del ascensor se abren automáticamente. Entramos y Santana pasa la tarjeta por la consola del ascensor. Éste se cierra y, sin parar en ninguna otra planta, alcanza la última.
Estoy emocionadísima. Santana me conduce por el pasillo hasta una
enorme puerta de madera maciza lacada en blanco. Introduce la llave en la
rendija del pomo y se abre ante nosotras.
—No es la habitación 5.932 del Hilton de Santa Helena en Carolina
del Sur, pero servirá.
Entro y observo el interior de la suite fascinada, más aún con las
palabras de Santana flotando en el ambiente.
La habitación es espectacular.
—San, ¿qué hacemos aquí? —vuelvo a preguntar casi por inercia;
todavía estoy perpleja.
—Perdernos de todo aunque sólo sea un día. Ayer no podía dejar de
pensar en lo felices que éramos en aquella habitación de hotel.
Conseguimos olvidarnos de todo.
—¿Y qué pretendes? —digo acercándome a ella—. ¿Qué nos quedemos
a vivir aquí?
—De momento.Santana me estrecha entre sus brazos y me besa. Yo le respondo encantada y, antes de que me dé cuenta, estamos tumbadas en la cama.
Pongo los ojos en blanco, sonrío y vuelvo a girarme dándome por
vencida. No va a contármelo. Santana me estrecha contra su cuerpo y se
inclina hasta que sus labios rozan el lóbulo de mi oreja.
—Y he encontrado la manera de salvar Maverick.
Al oír sus palabras, boquiabierta, me giro una vez más. Ella me observa
con esa espectacular sonrisa.
—¿De verdad? —pregunto sorprendida.
—Voy a hacer una oferta por una empresa llamada Bloomfield
Industries. Rediseñaré su plan de producción y, con los beneficios y las
subcontratas, salvaré Maverick.
—San, eso es fantástico. Estoy muy orgullosa de ti.
—Lo sé.
No dice más y, con una sonrisa serena e inconmensurable, me besa.
Yo sonrío contra sus labios y rodeo su cuello con mis brazos. Ni siquiera sé
por qué me he sorprendido. Es persistente y brillante, sólo era cuestión de
tiempo que diera con la solución adecuada.
Santana se inclina sobre mí y me besa. Todavía sabe a champagne.
Pasamos los minutos tratando de recuperar la monotonía de nuestras
respiraciones. La observo en silencio. Mi morena esta bella con la mirada
perdida en el techo y el pelo revuelto.
—¿Qué dijo Marisa cuando le contaste la verdad?
No quiero estropear el momento, pero una parte de mí necesita
saberlo.
San frunce el ceño y su mandíbula se tensa al instante. Aun así,
intenta aparentar toda la normalidad que es capaz.
—Lo entendió —responde sin más.
No comprendo por qué sigo torturándome con este tema.
—Britt —sigue con la vista clavada al frente—, hay cosas que han
cambiado y ni siquiera soy capaz de entenderlo, pero mi madre tuvo que
esperar veinte años para poder ser feliz con mi padre y no quiero que eso te pase a ti.
—Si esos veinte años son a tu lado, merecerán la pena.
San gira la cabeza y me mira directamente a los ojos. Los suyos
son un reguero de emociones que los cruzan demasiado rápido. Se
adueña del silencio como si fuera a decir algo, pero en lugar de eso me
besa apremiante y desbocada, comenzando el camino para llenarnos de
pasión y placer una vez más.
Ya es de noche. Me despierto algo aturdida. No sé qué hora es. Santana
no está. La temperatura de la habitación es perfecta, pero aun así me
envuelvo en la sábana al levantarme. Me apetece sentir su suave tacto
sobre mi piel.
Camino por la habitación esperando ver a Santana, pero no la encuentro.
Cuando paso a la segunda estancia, me sorprendo al encontrar sobre la
pequeña mesita una especia de corsé negro. Tiene una tira de cuero que
rodea el cuello y de ella salen otras tres. Una entre los pechos y las otras
dos van hasta la espalda, donde las tiras se unen con una nueva correa. La
cinta que pasa por el centro baja hasta un entramado de otras más finas que
cubre hasta el ombligo. A partir de ahí cuelgan de un extremo otras cuatro
tiras doradas. Las toco con cuidado y expectación y me doy cuenta de que
en la última tira pone Cartier. ¡No son doradas, son de oro! También hay
unas delicadas medias de seda negra y unos tacones de infarto del mismo
color. Escondida entre las tiras de cuero hay una caja roja. La giro entre mis
dedos y ahogo un suspiro impresionada cuando leo de nuevo Cartier en
letras doradas sobre ella. La abro con delicadeza y veo tres preciosas
pulseras de oro, anchas, y una de ellas sinuosamente labrada. Sin duda
alguna el complemento perfecto.
Junto al corsé, hay una nota de San:
«He tenido que volver a la oficina. Estaré de vuelta sobre las nueve.
Cuando regrese, quiero verte sólo con esto.»
¿Qué? No puede ser ¿Ha dicho Santana Lopez? No puede ser. Siento como si me ahogase. Estoy paralizada con la mirada clavada en la puerta. Marisa y su amiga siguen charlando, pero la conversación deja de tener sentido para mí.
Todo se impregna de una densa neblina.
Las oigo salir entre risas y automáticamente lo hago yo.
Las piernas me tiemblan. Tengo la boca seca. Abro el grifo con la
mano temblorosa y escucho el agua correr. La siento lejana. Alzo las
manos y, despacio, las llevo hasta el agua.
El frío me despierta, la neblina se dispersa.
Salgo decidida del baño. Esta situación se acabó. Se acabó con
mayúsculas. No quiero hablar con ella. No quiero explicaciones. No quiero
un último beso. Cierro los ojos un segundo. Eso si lo quiero.
«Esta vez no hay medias tintas, Pierce. Se acabó.»
Abro los ojos y recupero el paso firme.
«Y una última cosa, Pierce: no llores.»
Regreso al salón principal y lo cruzo como una exhalación. Mis pies
van rápido, muy rápido, y yo sólo me concentro en ellos, en hacer que uno
siga al otro.
Sé que me ha visto cruzar el salón. Todo mi cuerpo se ha erizado bajo
su mirada.
Abro la puerta con fuerza, con rabia más bien. Ya estoy en la calle y
puedo sentir el aire fresco, siempre ha sido mi aliado. Recuerdo todas las
veces que lo he necesitado, todas las veces que he sentido que Santana me superaba. Sin embargo, esta vez es diferente, esta vez se ha acabado.
—Britt.
Santana me toma del brazo y me detiene. Yo me giro y clavo mi mirada
en la suya un segundo. Mis ojos están embargados por la rabia que siento,
por todo el dolor. Me zafo de su mano con un movimiento brusco. Ella, confusa, me deja hacerlo.
Continúo caminando sin mirar atrás. Hay varias personas de la oficina
hablando por el móvil o fumando, pero ya no me importa que nos vean.
Ahora debe preocuparle a ella. Al fin y al cabo, es quien va a casarse.
Siento ganas de vomitar.
—Britt —vuelve a llamarme—. ¡Brittany! —Alza la voz y todos
reparan en nosotras. Yo los miro a ellos y después a ella furiosa, dolida, y
emprendo de nuevo el paso sin decir una palabra—. ¿Sabes? Me estoy
cansado de correr siempre detrás de ti.
—¡Pues no lo hagas!
Estallo.
Atrapa mi mirada con sus ojos. Su rostro se tensa y tiene la
mandíbula apretada. Parece no creer lo que acabo de pedirle y, aunque su
mirada se endurece, puedo ver la tristeza que hay en ella.
—¿Qué demonios ha pasado?
—Pasa que lo sé todo, Santana.
—¿Qué sabes?
—¡Qué vas a casarte con ella!
En décimas de segundo su expresión cambia.
—No es lo que piensas —me advierte con la voz suave, como si fuera
una cervatilla al que intentan tranquilizar para sacar de un cepo.
—Santana la escuché mientras hablaba con una amiga en el baño.
Aunque es lo último que quiero, estoy a punto de romper a llorar.
—Britt —me interrumpe—, necesito que mi padre convenza a Eric
Borow de comprar Maverick Incorporated cuando se reúnan el próximo
lunes. Así que le he prometido que, si lo hace, me casaré con Marisa.
Ahora la expresión que cambia en milésimas de segundos es la mía.
Una parte de mí se negaba a creerlo, pero ahora, Dios, ¡es todo cierto!
—Pero obviamente no voy a hacerlo —aclara con un convencimiento
absoluto—. Sólo se lo he dicho para ganar tiempo.
Eso resulta igual de horrendo. Es mezquino.
—Santana, nunca, jamás, a pesar de todo lo que ha ocurrido, he dudado
de que fueras una buena persona, pero ahora veo que estaba equivocada.
Esa chica está ilusionadísima. Vas a romperle el corazón y ni siquiera te
importa.
—Ella no tenía que saberlo.
—Eso no es excusa.
—Hice lo que tenía que hacer —me espeta.
Ni siquiera ahora se arrepiente.
—¿Y qué pasa conmigo? ¿Te has preguntado cómo me he sentido
oyéndola hablar? ¿Cómo me siento ahora?
—Esto no tiene nada que ver contigo, Britt.
¿Qué? No puedo creerme que sea incapaz de entenderlo.
—Acabamos de acostarnos. Hemos follado en el piso de arriba
mientras esa chica planeaba su boda contigo en la planta baja.
Siento náuseas.
—Britt…
—Si yo no estuviera, ¿te casarías con ella?
Duda. No quiere darme la contestación que sabe que en el fondo no
quiero escuchar.
—¡Contéstame!
—¡Sí, probablemente sí, joder! —Tengo la sensación de que me han
robado todo el oxígeno a mi alrededor—. Pero no por los motivos que tú
crees.—
Y has tenido una relación con ella, ¿verdad? Tuvisteis que ser
novias en algún momento porque, si no, no tiene ningún sentido. Tu padre
no entendería que te casaras con ella si nunca hubiese habido nada entre
vosotras.
—Fue hace mucho tiempo, B.
—Me mentiste. Te pegunté si habías tenido algo con ella y me dijiste
que no.— ¿Y qué querías que hiciera? Lo que hubo entre nosotras fue hace años y ahora necesitaba estar en contacto con ella para que me ayudara a convencer a su padre.
—Podrías haber encontrado otra solución. No esta horrible mentira.
—Suspiro hondo. De pronto me siento demasiado cansada. Sólo quiero
irme a casa—. Parece que al final tenías razón. Debajo de ese cuerpo no
hay un buena mujer ni siquiera mejor.
La mirada de Santana se ha endurecido hasta parecer casi metálica, pero
en el fondo de esos ojos la tristeza y la más absoluta sensación de
pérdida comienzan a abrirse paso. Algo dentro de mí me dice que no es
porque me marcho, si no porque de alguna manera he dejado de creer en ella.
Camino tan rápido como mis tacones me permiten pero no es
suficiente. Necesito alejarme de ella. Aún puedo sentir su olor, su
proximidad. Puedo imaginarla tocándome. Me inclino, me quito los
tacones y salgo corriendo.
Por fin escapo de Santana Lopez.
Llego a mi apartamento, cierro con un fuerte portazo y por inercia
camino hasta el centro del salón. Miro a mi alrededor y suspiro
profundamente. Repito la misma operación al menos una docena de veces.
¿Qué hago ahora? ¿Qué demonios hago ahora si ni siquiera en mi propia
casa me siento lejos de ella? En esa cocina desayunamos juntas por primera vez. Me besó contra esa puerta diciendo que no deseaba a ninguna mujer como me deseaba a mí. Y en el sofá vimos juntas el catálogo de Le Sensualité, uno de los momentos más eróticos de mi vida.
Tengo que salir de aquí.
Abro la puerta del pasillo y camino deprisa hasta el dormitorio.
Cuando me encierro en él, aún apoyada contra la puerta, alzo la cabeza y
me doy cuenta de que he saltado de la sartén para caer en las brasas. Aquí
cada centímetro de aire lleva su nombre.
Me meto en la cama y me tapo hasta las orejas con mi fina colcha de
patchwork. Cuando la saqué del armario, a pesar del calor que hacía, no fue por mera decoración como pretendí autoconvencerme. Creo que
inconscientemente sabía que, más tarde o más temprano, acabaría
necesitándola.
Me despierta el sonido insistente del timbre. No sé qué hora es.
Tampoco me importa. Como tampoco lo hace el hecho de que llevo la ropa
de ayer y de que debo tener un aspecto horrible. Sea quien sea pienso
mandarlo bien lejos. Hoy no estoy de humor para nadie.
Abro la puerta y Sugar entra decidida y sin pronunciar palabra. Creo
que es la primera vez que eso ocurre.
—Dúchate y ponte guapa. Nos vamos a trabajar.
—Yo no voy a ninguna parte.
Ni siquiera me molesto en dar excusa alguna. No pienso moverme de
aquí.
—Sí que vas. Tenemos que trabajar.
—Suggar, no quiero salir. No estoy de humor.
—Britt, escúchame. Eres una profesional. A pesar de todo lo que te
ha pasado, siempre lo has sido, y vengo a ocuparme de que no pierdas eso
porque, si no, te arrepentirás.
—Suggar —refunfuño.
—Britt —responde de igual modo cruzándose de brazos.
Nos pasamos unos segundos desafiándonos en silencio.
—Joder —claudico malhumorada.
Ella sonríe débil aunque victoriosamente.
Treinta y cinco minutos después, me lo he tomado con calma, regreso
lista al salón.
.—Ya estoy lista —anuncio—, pero te advierto que no quiero ver a Santana.— Teniendo en cuenta que es la dueña de la empresa, no prometo nada.
—Me vuelvo a la cama —contesto girando sobre mis talones y
caminando de nuevo hacia el dormitorio.
—Britt, Santana no está —me aclara apiadándose de mí.
—¿No está?
La pregunta escapa de mis labios más rápido de lo que me hubiera
gustado y también suena más desesperanzada. ¿No está, ha ido a una
reunión? ¿No está, ha cogido su jet privado y ahora está haciendo surf en
Hawái? ¿O, simplemente, no está porque está en casa y no quiere saber
nada de la asistentucha digna y dramática que tiene por novia? ¿Tiene o
tenía? La cabeza me da vueltas.
No hablé con San en toda la noche. Ella tampoco me llamó. Aun así,
no quiero que esto se acabe. Es la primera vez que me permito ese
pensamiento desde que me marché de la fiesta, y me abruma.
Llegamos a la oficina, saludamos a Noah como de costumbre y
subimos a la planta veinte. Estoy nerviosa. No quiero estar aquí. Cuando el
ascensor anuncia que las puertas se abrirán, involuntariamente me llevo la
mano a la boca, jugando con la posibilidad de morderme las uñas. Hacía
años que no lo hacía.
—Vamos al archivo —propone Suggar—. Unos minutos de paz antes
del tedio absoluto.
Asiento. El archivo me parece el lugar ideal donde esconderme el
resto del día.
Como siempre, me sorprende la habilidad de Suggar para subirse en
los archivos y abrir la minúscula ventana.
—Sé cosas —me suelta sin más enciendo su Marlboro Light.
—¿Qué cosas? —pregunto, aunque en realidad me faltan ganas para
ser parte amena de una conversación.
—Cosas que sabe una chica cuando la mejor amigar de su chica sabe y que ha soltado a las cuatro de la mañana.
Me mira esperando mi reacción, pero no llega, no la dejo salir. Me
niego a hablar de Santana, aunque... ¿las cuatro de la mañana?
—No es un poco tarde... —comento intentando sonar indiferente.
—Sí, un poco tarde —me responde dedicándome una expresión entre
perspicaz y al borde de la risa.
No va a ponérmelo fácil.
—¿Te dijo algo? —pregunto al fin.
—Venía de casa de su padre, de explicarle que no se casaría con
Marisa, y también de hablar con ella. Sentía que le debía una explicación.
Aunque sienta una punzada de celos al imaginarlas juntas, soy la
primera en reconocer que se merecía que le contasen la verdad y que fuera
ella quien lo hiciera.
—¿Está bien?
—Se pasaron bebiendo bourbon hasta más de las seis.
Una respuesta bastante ilustrativa.
—¿Habéis roto?
—No —me apresuro a responder—. ¿Ella te dijo que habíamos roto?
En la milésima de segundo que Suggar tarda en contestar, el miedo
domina mi cuerpo.
—No.
Suspiro aliviada. Un gesto que mi amiga descifra sin ninguna
dificultad.
—Britt, no lo entiendo. Es obvio que Santana no ha hecho las cosas
bien, pero castigándola así también te estás castigando a ti. Te mueres de
ganas de verla.
—Es más complicado.
Sugar no pronuncia una palabra más, sólo continúa observándome, y
yo empiezo a preguntarme si realmente es más complicado.
—Supongo que tenemos que hablar.
—Me alegra que digas eso —dice bajándose de un salto—, porque
Santana está aquí.
¿Qué?
—Me dijiste que estaba en una reunión en el centro —mascullo
enfadada.
—Lo hice para que vinieras —se disculpa—. No voy a dejar que te
pases el día entero llorando y viendo películas malas por la tele cuando la
solución es más sencilla.
Tiene razón, pero, aun así, sigo furiosa. Estoy cansada de que decidan
por mí. —¿Estás muy cabreada? —me pregunta.
—Mucho, pero se me pasará —digo relajando el tono de voz.
Sugar sonríe aliviada.
—Y ahora, si me perdonas —le pido—, tengo que irme a trabajar.
—Valor —me arenga.
Salgo del pequeño archivo, cruzo la redacción y entro en mi oficina.
—Buenos días, ayudante.
—Buenos días —respondo colgando mi bolso en el pechero—.
Disculpa la hora, sé que llego tardísimo. ¿Con qué quieres que me ponga
primero?
—Empieza por un clásico: agenda, correo y preparar dos reuniones.
Asiento y me siento a mi mesa.
Estoy sumida de lleno en esas tareas, pero la conversación de hace
unos minutos con Sugar revolotea sobre mí. Habló con su padre, habló
con Marisa. Tal vez ahora nos toque el turno a nosotras. Sigo enfadada,
muy enfadada, pero también tengo que reconocer que el instante en que
pensé que habíamos roto fue uno de los peores de mi vida.
Me levanto decidida, le doy una pobre excusa a Quinn y cruzo la
redacción hasta el despacho de Santana. Me preocupaba que la gente que nos vio discutir en la puerta del Radio City Music Hall hubiera extendido el
rumor como la pólvora, pero la verdad es que todo parece exactamente
igual. No he oído ni un solo comentario y nadie me ha mirado de una
manera diferente.
En su puerta tengo un último ataque de dudas. Me paseo nerviosa de
un lado a otro para intentar aclarar una vez más mis ideas. Una misión
demasiado complicada. Pero finalmente me dedico dos o tres frases
motivacionales de anuncio de refresco, entro decidida y camino hasta
colocarme frente a la mesa de Blaine.
Antes de que pueda decir nada. La puerta del despacho de Santana se
abre y salen Marisa y la propia Santana. La sangre me hierve. Nunca me
había sentido así de posesiva. ¿Qué hace aquí? Se supone que hablaron
anoche. ¿Y si Santana se ha dado cuenta de que Maverick le importa más que yo y decide seguir adelante con la boda? Dios, esto es horrible. Tengo el estómago atenazado y me cuesta respirar.
Reúno el poco valor que me queda y alzo mi mirada para encontrarla
con la de Santana. Ella me observa con cautela. Está nerviosa e impaciente.
Acelera la despedida, aunque sin llegar a ser descortés. Ella le da un beso
en la mejilla y yo siento ganas de golpearle en la cara con algo metálico.
Finalmente se atusa su larga y rubia melena y pasa junto a mí en dirección
a la puerta. No repara en mi presencia. Yo tampoco lo haría.
—Señorita Pierce, entre en mi despacho —me pide Santana.
No me atrevo a mirar a Blaine. Creo que es demasiado evidente cómo
me siento y, si le doy la oportunidad de mirarme a los ojos, lo descubrirá.
Santana cierra la puerta tras de mí y me observa a una distancia
prudencial. Yo también lo hago y es el peor error que puedo cometer. Está
más que bella mi linda morena. Su mejor traje, su mejor camis. Todo se
ajusta a su espectacular cuerpo como un guante.
Le quiero y le echo de menos. Me estoy muriendo de celos y mi mente
está embotada por las preguntas que siempre se niega a responder, por el
miedo que tengo a perderla.
Sus ojos negros me encuentran una vez más. Le quiero.
Sin mediar palabra, Santana corre hacia mí y, tomando mi cara entre sus
manos, me besa desmedida. Gimo contra sus labios y sumerjo mis manos
en su pelo. No tengo ni idea de lo que va a pasar, pero necesito estar con ella una vez más.
Nos tumba sobre el suelo de parqué. Le obligo a girarse hasta que
quedo encima. Quiero estar aún más cerca de ella a pesar de que no hay un milímetro de aire libre entre nosotras, y me asusta porque es un
sentimiento irracional y ridículo, pero después de prometerle que nunca me
enamoraría de ella, de todo lo que pasó ayer, de ver cómo ella salía de este despacho, me atemoriza pensar que ella haya decido que es mucho más fácil alejarse de mí. La cabeza me da vueltas. No quiero pensar. No quiero pensar. Sólo quiero sentirla.
La beso con más ansia. Santana me responde pero, sin quererlo, sollozo.
—Britt, amor
No quiero llorar. No ahora. No delante de ella.
Intento esconder mi cara en su cuello, pero Santana se mueve y
ágilmente vuelve a tumbarme de espaldas, sujetándome las muñecas a
ambos lado de mi cabeza. Las lágrimas ya corren libremente, pero mi pelo
indómito me cubre los ojos.
—cariño, ¿qué pasa?
Está realmente preocupada.
—Nada —musito.
Me suelta las manos y, con suavidad, me aparta el pelo de la cara.
Llevo mis manos rápidamente contra las suyas para que no me despoje de
mi última defensa, pero no llego a tiempo y me limito a colocarlas sobre
las de ella.
—Nena, ¿qué ocurre? —pregunta llena de compasión.
—Nada.
Prefiero decir nada porque no sé cómo explicarle todo lo que siento
ahora mismo, que me siento enfermizamente celosa de cada chica que se le acerca, que he prometido hacer algo que estoy lejos, lejísimos, de poder
cumplir o que quiero que me quiera desesperadamente como yo le quiero a
ella. Sin condiciones, sin tratos, sin promesas. Prefiero decir nada.
—Estoy bien.
Coloca su mano en mi mejilla y me seca una lágrima con el pulgar
mientras me observa con la expresión endurecida.
—Voy a perderte, ¿verdad?
Quiero decirle que no, pero lo cierto es que no lo sé. No puedo seguir
así. Sin saber a qué atenerme. Follando como locas y discutiendo como
locas. Me estoy rompiendo por dentro.
—Santana, no puedo seguir así.
Sus ojos se llenan de un miedo atroz. Me mira de la misma manera
que cuando prometió no volver a tocarme.
—Quiero irme.
No sueno muy convencida, porque en el fondo no quiero hacerlo, pero
sé que es lo mejor. Ella no me suelta, no se mueve ni un ápice, no me libera de su mirada.
—Por favor, San, deja que me vaya.
—Brit, escúchame.
Siento la sal de mis lágrimas bajar ardientes por mis mejillas.
Cabeceo y forcejeo mínimamente. No debería escucharla. No será bueno
para mí, me robará la poca determinación que siento.
—Marisa no es nadie. Son sólo negocios. Necesito salvar esa empresa.
Hasta ahora no había sonado desesperada. Necesita que crea que no
siente nada por Marisa y lo hago, pero al final ése no es el verdadero
problema.
—Odio sentirme así. Siento que todo esto me está consumiendo poco
a poco.
No me refiero sólo a los últimos acontecimientos. Sé que ella lo ha
entendido.
—Por eso quería mantenerme alejada de ti, Britt, y ahora ya no soy
capaz de hacerlo.
Otro mensaje cifrado. Otra verdad a medias. Necesito que sea sincera.
—San, tienes que hablar conmigo, por favor —le suplico entre
lágrimas—. ¿Qué temes que nos pase?
Sus ojos se tiñen de compasión y dolor.
—Sólo quiero protegerte.
—¿Protegerme de qué?
—¡De mí!
¿Qué? No entiendo nada. De pronto el corazón me ha dejado de latir o
late tan deprisa que ya no lo siento. Quiere protegerme de ella, ¿por qué?
—Sé que acabaré haciéndote daño. —Está frustrada, furiosa—.
Britt, ¿no lo entiendes? Volvería a hacer lo que hice porque tengo que
salvar esa empresa. La mujer implacable, dura, insensible a todo, ésa soy
yo, no hay más.
Pronuncia cada palabra llena de dolor.
—Los negocios son los primero, ¿no? —comento con cierta amargura
—. Eso es sobre lo que quisiste advertirme en Santa Helena. No te referías
a que pasaría mucho tiempo sola. Hablabas de esto, de que acabaría viendo esta cara de ti.
San asiente.
—Lo que no imaginaba cuando hablamos en la habitación del hotel es
que me dolería tanto darme cuenta de que te había decepcionado.
La miro confusa, conmocionada.
—Te avisé a ti pero nadie me avisó a mí —continúa—. Antes de
conocerte jamás me habría planteado si lo que hice para tratar de mantener
Maverick abierta estaba bien o mal. Pero tú me miraste de una manera que
hizo que me lo replantease todo.
Las piezas del puzle comienzan a encajar.
—¿Por eso me hiciste prometer que no me enamoraría de ti?
—B, eres tan dulce. Todavía tienes fe en el mundo y en las
personas. Por Dios, si hasta la tenías en mí —masculla con amargura—. Si
esto se acaba, tengo que saber que no te arrebaté eso, no me lo perdonaría.
La miro directamente a los ojos y me doy cuenta de que no podría
quererla más de lo que lo hago en este momento. No quería que sufriera,
no quería que me desencantara del mundo por su culpa.
Ella tampoco despega sus ojos de mí.
—Pero, dicho todo esto, Britt, yo soy así. No quiero volver a
decepcionarte pero hay determinadas cosas que simplemente tengo que
hacer. Así que tienes que decidir si te compensa o no.
Y ésa es la auténtica pregunta, la que nos mantiene tumbadas en el
suelo.—Me compensa —contesto rápida, decidida, sin atisbo de duda.
—Vas a tener que renunciar a muchas cosas.
Sé que esas «muchas cosas» se refieren a ella. Aceptar todas las veces
que me despertaré sola, que me dormiré sola. Su hermetismo. Al final son
sus condiciones otra vez, pero no me importa. Pensé que la había perdido y el dolor fue indecible. La quiero y, si esto es lo que me puede ofrecer, lo
acepto. Ya lo hice una vez, sólo que ahora entiendo lo que hay detrás de
cada cláusula.
—No me importa.
—¿Todavía estás enfadada? —pregunta a escasos centímetros de mis
labios. Yo me limito a asentir nerviosa. No tengo fuerzas para otra cosa. Mi
cuerpo y mi mente acaban de entrar en un profundo alivio.
Santana me dedica su espectacular sonrisa y acaricia mi nariz con la
suya.
—A ver qué se me ocurre para solucionarlo.
Estoy completamente rendida a ella. Está demasiado cerca para que
pudiera ser de otra forma. Noto su aliento sobre mis labios, todo su cuerpo
llamando al mío, pero, justo antes del ansiado beso, se incorpora
rápidamente y me levanta con ella.
—Dile a Quinn que te vienes a una reunión conmigo y espérame en
el garaje —ordena separándose.
No entiendo nada. Santana, sonriente, da la vuelta al escritorio y coge
algunas carpetas.
—¿Me has oído, Cariño? —pregunta con cierto aire burlón.
—Sí.
Doy la vuelta y salgo del despacho. ¿Qué ha pasado? ¿Y mi beso?
Quinn no pone muchas pegas porque el número de la revista está
muy bien encarrilado.
Finn me espera en el garaje. Me abre profesional la puerta de atrás del
Audi A8 y yo me siento a aguardar a Santana, que llega a los pocos minutos.
Nos ponemos en marcha y, apenas diez minutos después, el elegante
coche se detiene delante de la puerta del hotel Carlyle.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunto con una atónita sonrisa en los
labios.—Es un hotel de lujo, señorita Pierce. Aquí se pueden hacer muchas
locuras —me responde pícara justo antes de bajarse del coche.
Finn me abre la puerta y también bajo. El hotel se levanta imponente
sólo a unos pasos. Santanan me toma de la mano y tira de mí, sacándome de mi ensoñación.
No nos paramos en recepción, atravesamos el lujoso vestíbulo hasta
los ascensores del fondo. Al vernos, un hombre impecablemente
enchaquetado se acerca a nosotras.
—Señorita Lopez, tiene la suite del ático, como pidió.San asiente. El hombre le entrega una llave junto a una tarjeta y se
retira. Las puertas del ascensor se abren automáticamente. Entramos y Santana pasa la tarjeta por la consola del ascensor. Éste se cierra y, sin parar en ninguna otra planta, alcanza la última.
Estoy emocionadísima. Santana me conduce por el pasillo hasta una
enorme puerta de madera maciza lacada en blanco. Introduce la llave en la
rendija del pomo y se abre ante nosotras.
—No es la habitación 5.932 del Hilton de Santa Helena en Carolina
del Sur, pero servirá.
Entro y observo el interior de la suite fascinada, más aún con las
palabras de Santana flotando en el ambiente.
La habitación es espectacular.
—San, ¿qué hacemos aquí? —vuelvo a preguntar casi por inercia;
todavía estoy perpleja.
—Perdernos de todo aunque sólo sea un día. Ayer no podía dejar de
pensar en lo felices que éramos en aquella habitación de hotel.
Conseguimos olvidarnos de todo.
—¿Y qué pretendes? —digo acercándome a ella—. ¿Qué nos quedemos
a vivir aquí?
—De momento.Santana me estrecha entre sus brazos y me besa. Yo le respondo encantada y, antes de que me dé cuenta, estamos tumbadas en la cama.
Pongo los ojos en blanco, sonrío y vuelvo a girarme dándome por
vencida. No va a contármelo. Santana me estrecha contra su cuerpo y se
inclina hasta que sus labios rozan el lóbulo de mi oreja.
—Y he encontrado la manera de salvar Maverick.
Al oír sus palabras, boquiabierta, me giro una vez más. Ella me observa
con esa espectacular sonrisa.
—¿De verdad? —pregunto sorprendida.
—Voy a hacer una oferta por una empresa llamada Bloomfield
Industries. Rediseñaré su plan de producción y, con los beneficios y las
subcontratas, salvaré Maverick.
—San, eso es fantástico. Estoy muy orgullosa de ti.
—Lo sé.
No dice más y, con una sonrisa serena e inconmensurable, me besa.
Yo sonrío contra sus labios y rodeo su cuello con mis brazos. Ni siquiera sé
por qué me he sorprendido. Es persistente y brillante, sólo era cuestión de
tiempo que diera con la solución adecuada.
Santana se inclina sobre mí y me besa. Todavía sabe a champagne.
Pasamos los minutos tratando de recuperar la monotonía de nuestras
respiraciones. La observo en silencio. Mi morena esta bella con la mirada
perdida en el techo y el pelo revuelto.
—¿Qué dijo Marisa cuando le contaste la verdad?
No quiero estropear el momento, pero una parte de mí necesita
saberlo.
San frunce el ceño y su mandíbula se tensa al instante. Aun así,
intenta aparentar toda la normalidad que es capaz.
—Lo entendió —responde sin más.
No comprendo por qué sigo torturándome con este tema.
—Britt —sigue con la vista clavada al frente—, hay cosas que han
cambiado y ni siquiera soy capaz de entenderlo, pero mi madre tuvo que
esperar veinte años para poder ser feliz con mi padre y no quiero que eso te pase a ti.
—Si esos veinte años son a tu lado, merecerán la pena.
San gira la cabeza y me mira directamente a los ojos. Los suyos
son un reguero de emociones que los cruzan demasiado rápido. Se
adueña del silencio como si fuera a decir algo, pero en lugar de eso me
besa apremiante y desbocada, comenzando el camino para llenarnos de
pasión y placer una vez más.
Ya es de noche. Me despierto algo aturdida. No sé qué hora es. Santana
no está. La temperatura de la habitación es perfecta, pero aun así me
envuelvo en la sábana al levantarme. Me apetece sentir su suave tacto
sobre mi piel.
Camino por la habitación esperando ver a Santana, pero no la encuentro.
Cuando paso a la segunda estancia, me sorprendo al encontrar sobre la
pequeña mesita una especia de corsé negro. Tiene una tira de cuero que
rodea el cuello y de ella salen otras tres. Una entre los pechos y las otras
dos van hasta la espalda, donde las tiras se unen con una nueva correa. La
cinta que pasa por el centro baja hasta un entramado de otras más finas que
cubre hasta el ombligo. A partir de ahí cuelgan de un extremo otras cuatro
tiras doradas. Las toco con cuidado y expectación y me doy cuenta de que
en la última tira pone Cartier. ¡No son doradas, son de oro! También hay
unas delicadas medias de seda negra y unos tacones de infarto del mismo
color. Escondida entre las tiras de cuero hay una caja roja. La giro entre mis
dedos y ahogo un suspiro impresionada cuando leo de nuevo Cartier en
letras doradas sobre ella. La abro con delicadeza y veo tres preciosas
pulseras de oro, anchas, y una de ellas sinuosamente labrada. Sin duda
alguna el complemento perfecto.
Junto al corsé, hay una nota de San:
«He tenido que volver a la oficina. Estaré de vuelta sobre las nueve.
Cuando regrese, quiero verte sólo con esto.»
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Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
36
Rápidamente regreso a la habitación, cojo el teléfono y llamo al
servicio de habitaciones.
—Servicio de habitaciones —responden al otro lado.
—Hola. Llamo de la suite del ático.
—¿En qué puedo ayudarla, señorita Pierce? —Su tono de voz se
vuelve más que solicito.
—Quería saber si era posible que me subieran algo de maquillaje.
Sueno nerviosa. Lo estoy. No sé hasta qué punto maquillaje es una
petición común, aunque por otra parte seguro que no es la más rara que les
han hecho.
—Por supuesto. ¿Qué desearía?
—Un poco de todo y también horquillas —recuerdo.
—En seguida, señorita Pierce.
—Muchas gracias.
Cuelgo y regreso al baño. Me doy una ducha rápida y me envuelvo en
un mullido albornoz.
Mientras me estoy secando el pelo, llaman a la puerta. Corro a abrir y
un botones me espera al otro lado. Sonriente, me entrega un maletín como
los que usan los maquilladores profesionales. Le doy las gracias y me giro
en busca de mi bolso. Le entrego mis únicos diez dólares de propina.
Supongo que esperaba algo más, pero aun así vuelve a sonreírme.
El maletín parece fantástico. Lo apoyo también sobre el mármol del
lavabo y lo abro con cuidado. Es mucho mejor de lo que esperaba. Hay
gloss y pintalabios de todos los colores, diferentes máscaras de pestañas,
coloretes, sombras de ojos y más. Todo de Chanel. También hay horquillas
y otros adornos para el pelo, e incluso un pequeño muestrario de diferentes
marcas de colonias. Las huelo todas y me decanto por Miss Dior.
Doy palmaditas feliz y comienzo a arreglarme.
A las nueve menos diez oigo la puerta abrirse. Suspiro hondo y me
retoco el pintalabios suavemente con los dedos. Salgo del baño y con paso
lento y cadencioso camino hasta colocarme bajo el umbral de la puerta del
dormitorio.
Santana suspira al verme. Está descalza y sin chaqueta,
. Me mira de arriba abajo y yo me emborracho de
poder al verme sexy a través de sus ojos.
Una sonrisa incipiente, provocativa y salvaje va creciendo en sus
labios. Camina hasta colocarse bajo el umbral de la puerta del salón y se
apoya en el marco. Estamos frente a frente, separadas únicamente por la
segunda estancia.
Sin levantar sus ojos de mí, se quita los gemelos y los guarda en el
bolsillo de los pantalones.
—Estás perfecta. Aún mejor de lo que llevo imaginando toda la tarde.
Sus palabras suenan tan roncas, tan primarias, que toda mi piel arde
por ellas.
Santana anda la pequeña distancia que nos separa y se detiene frente a
mí. Alza su mano y la sumerge en mi pelo hasta llegar a mi nuca. Me atrae
con deliciosa brusquedad hasta ella y me besa. Sus labios me devoran y me rindo sin condiciones una vez más. Baja su otra mano por mi costado
pasando por cada cuerda hasta que finalmente llega a las cadenas de oro
que se mecen y contonean por su contacto.
Despues de una alusinante sesión de sexo, y dormirme cansada por tanto place, amancece y escucho a mi morena decir
—A desayunar —me ordena sensual, volviendo a coger el periódico
con esa sonrisa provocadora en el rostro.
Mmm, acaba de salirme el tiro de la culata. Debería aprender que no
puedo jugar con ella.
—¿Has descansado? —pregunta dejando finalmente el periódico
sobre la mesa. Asiento.
—¿Y tú? —pregunto mientras cojo una tostada y la unto con
mermelada de arándanos.
—Mucho. Más de lo que debería, pero no era capaz de levantarme y
dejarte en la cama. Ronroneabas como un gatito.
—Yo no ronroneo —me quejo.
—Sí lo haces y me encanta —sentencia y me roba la tostada.
—Ey —me quejo y le dedico mi mejor mohín, lo que le hace sonreír.
Le da el primer bocado cuando suena un mensaje en su móvil. Santana
desliza el dedo sobre la pantalla del iPhone y lee con atención.
—¿Todo bien? —pregunto.
Asiente y me hace un gesto para que me siente en su regazo. Lo hago
inmediatamente y Ella rodea mi cintura con su brazo.
—Vamos a tener que volver al trabajo —comenta—. Quinn va a
matarme si te sigo acaparando.
—Eso creo.
Pero ninguno de los dos hace el más mínimo ademán de moverse.
—¿Tenemos tiempo para una ducha? —pregunto fingidamente
inocente.
Lo noto sonreír a mi espalda.
—Tenemos —responde sensual.
Nos levantamos y vamos hasta el baño.
Salimos casi una hora después con la felicidad renovada en todos los
sentidos.
Yo vuelvo al baño. Me cepillo los dientes, me seco el pelo y me
maquillo. Cuando regreso al salón, San me espera ya vestida, observando
por la ventana.
—Voy a echar de menos esta habitación —comento mientras
esperamos el ascensor—. Eres increíblemente rica, podrías comprarla.
Santana sonríe.
—Lo tendré en cuenta para tu próximo cumpleaños.
Le devuelvo la sonrisa y ella me observa juguetóna mientras me cede el
paso para entrar en el ascensor.
Finn nos espera en la puerta del hotel junto al Audi A8. En el camino,
Ryan no para de recibir llamadas, así que el trayecto se me hace algo
aburrido. Afortunadamente no es muy largo y suena la canción de Of
Monsters and Men, Little Talks . Canturreo mientras observo Manhattan
por la ventanilla tintada.
A una manzana del edificio del Lopez Group, Finn detiene el coche.
Santana aún continúa al teléfono pero, al ver que nos hemos detenido y el
chófer me abre la puerta, se deshace de la última llamada y cuelga.
—Su parada, señorita —comenta guardando el iPhone en el interior de
su chaqueta.
—Eso es.
—Si te portas bien, te llevaré a comer.
—Si tú te portas bien, a lo mejor te dejo que me lleves.
De reojo veo a Finn disimular una incipiente sonrisa provocada por mi
comentario. Santana también intenta ocultar la suya a la vez que cabecea
divertida.
—¿Qué voy hacer contigo? —pregunta fingidamente exasperada.
—Ya sabes que lo que quieras —respondo justo antes de bajarme del
coche. Ya de pie, le lanzo un beso, giro sobre mis talones metidos en mis
geniales sandalias de cuero y comienzo a caminar.
Los ascensores se abren en la planta veinte mostrando en la redacción
el mismo bullicio de siempre. Camino relajada hasta mi oficina, dejo el
bolso en el perchero y me asomo para saludar a Quinn.
Me levanto dispuesta a salir en busca de las correcciones cuando
suena el teléfono de mi mesa.
—Despacho de Quinn…
—Ven a mi despacho —me interrumpe Santana.
—Claro.
Sin decir nada más, cuelga. Me preocupo automáticamente. Sonaba
demasiado seria, nada que ver con la Santana que dejé en el coche.
Cruzo la redacción y llego hasta su oficina. Antes de que diga nada,
Blaine me indica que pase. Aun así, llamo. Toda la situación parece
extrañamente tensa.
Después de escuchar un frío «adelante» entro y cierro la puerta tras de
mí. Santana está de pie, ligeramente apoyada en el lateral de la mesa. Tiene los brazos cruzados y la mirada perdida en el skyline de Manhattan. Ya no lleva chaqueta y remangado la camisa. ¿Qué ha
podido ocurrir en tan poco tiempo?
—¿Querías verme? —susurro.
Me siento algo intimidada ahora mismo.
—¿Quién es Matthew Newman? —pregunta haciendo caso omiso de
mis palabras.
Durante un segundo entorno los ojos confusa. La última tarde en el Of
Course se proyecta en mi mente. No puede ser que esté tan enfadada por
eso.
—Es un compañero de facultad.
—El chico con el que te vi hablando en el restaurante —afirma y lo
hace en un susurro como si estuviese hablando para sí.
—San, ¿qué está pasando?
Comienzo a ponerme nerviosa. Ni siquiera me ha mirado desde que
entré. —Eso tendría que preguntártelo yo a ti, ¿no crees?
—San, no entiendo nada.
Mi comentario parece enfadarla, porque al fin se gira y me mira
directamente a los ojos. Está más que furiosa.
—No se te ocurra hacerte la inocente, Brittany —me advierte con esa
voz tan suave y a la vez tan intimidatoria que hace que suene peor que un
grito—. Eso se acabo.
Diablos, ¿a qué se refiere? Esto es ridículo.
—No me estoy haciendo la inocente. De verdad, no sé de qué estás
hablando.
—Borow Media ha comprado Bloomfield Industries —me interrumpe
alzando la voz— y qué casualidad que lo hace un día antes de lo que yo
tenía pensando, con la misma idea de rediseño y subcontratas y menos de
una semana después de que te encontraras con ese tío que, casualmente, es la mano derecha de Marisa.
¿Qué? ¿Cómo puede pensar algo así de mí?
—Te estás equivocando —intento que mi voz no se quiebre—. No te
dije nada de Matthew Newman porque me invitó a salir, pensé que te
enfadarías y no quería que discutiésemos más. ¿Cómo puedes creer que yo te traicionaría así?
San me observa, pero es obvio, por la manera en la que lo hace, que
no está creyendo una sola de mis palabras.
—Sólo lo sabíais mi padre y tú. No confié en nadie más —me espeta
furiosa.
Cabecea con el gesto temerario, endurecida. Está terriblemente
dolida.—No sé cómo no pude darme cuenta antes —vuelve a comentar para sí mismo.
—San, por Dios, tienes que creerme. Yo no le dije nada a nadie.
—Llamaron del Carlyle. Olvidaste tu móvil en la habitación. —San
saca mi iPhone del bolsillo del pantalón y lo tira sobre la mesa—. Hay
siete llamadas perdidas de Newman. Supongo que está deseando que le
cuentes cómo ha ido todo.
—San, no sé de qué estás hablando. No veía a Matthew Newman
desde la facultad. Jamás me había llamado antes. Por Dios, ni siquiera
sabía que trabajaba en Borow Media.
—¡He hablado con Marisa! ¡Lo sé todo!
Ya no puede controlar más su enfado.
¡Esto es ridículo! Y por supuesto esa mujer está detrás de todo.
—No sé qué es lo que crees que sabes, pero yo no le he contado nada a
nadie. Nunca te traicionaría así.
Pero no me mira. Creo que ni siquiera me escucha. Rodea su mesa
ignorándome por completo y centra su atención en los papales esparcidos
sobre ella.
—San —la llamo pero no obtengo respuesta—, Santana —me acerco
para llamar su atención—, ¡Santana Lopez! —grito frente a ella.
Al fin alza la mirada y clava sus ojos en los míos. Nunca los
había sentido tan fríos. Ya no hay nada en ellos, nada de lo que antes veía.
Me dejan sin palabras. Se acabó, realmente se acabó.
—Sal de aquí. De la empresa y de mi vida. No quiero volver a verte
nunca. No hay ni una sola gota de compasión en su voz.
Doy un paso atrás y asiento. Aunque es lo último que quiero, las
primeras lágrimas comienzan a caer por mis mejillas. Me siento rota por
dentro. Dolida, sola, triste, muy triste, demasiado triste.
En silencio, sin volver a mirarla, me giro y camino hacia la puerta de
su despacho. Me seco las lágrimas con el dorso de la mano y salgo. La
puerta se cierra a mi espalda y el dolor parece hacerse aún mayor.
Es la última vez que veré a Santana.
Con el paso acelerado, voy hasta mi despacho. Cojo mi bolso, lo
suelto sobre la mesa y la rodeo. Abro los cajones con fuerza buscando las
pocas pertenencias que he acumulado en ellos. La tristeza se instala en el
fondo de mi estómago y tira de él, pero poco a poco mi enfado también
crece. Mi dignidad y mi orgullo reaparecen a tiempo de hacerme ver que
no ha dudado ni un solo segundo que yo le hubiera traicionado de esa
manera. ¿Ésa era toda la confianza que tenía en mí?
—Britt, ¿qué ocurre?
La voz de Quinn me saca de mi ensoñación.
—No ocurre nada —me apresuro a responder con la respiración
agitada por el llanto.
Meto todo en mi bolso y camino hacia la puerta.
—Ha sido genial trabajar contigo —me despido.
Salgo y no miro atrás, desoyendo las llamadas de Quinn. De reojo lo
observo salir corriendo, pero no lo hace tras de mí, si no en dirección al
despacho de Santana.
Hago un esfuerzo titánico para no derramar una sola lágrima en mitad
de la redacción. Al fin, las puertas del ascensor se abren y por suerte está
vacío. Entro, pulso el botón de la planta baja y me dejo caer contra la
pared.Me dejo invadir por toda la tristeza y la impotencia que siento y mis
ojos y mis mejillas se llenan al instante de lágrimas. El ascensor se detiene
en la planta diecisiete y entra un grupo de ejecutivos. Me limpio
bruscamente con el dorso de la mano e intento controlar mi respiración.
Uno de ellos repara en mí, aunque no más de un segundo. Supongo que una cara llena de lágrimas en el fondo de un ascensor no invita a muchas
preguntas.
Ya en la calle, me acerco a la carretera en busca de un taxi. No quiero
caminar y me parece una excelente manera de celebrar mi nueva condición
de desempleada. Mucho mejor que llorando delante de una decena de
desconocidos en un vagón de metro.
Como no podía ser de otra manera, no aparece un solo taxi libre. Me
paso al menos cinco minutos al pie del bordillo de la acera hasta que, por
fin, girando por la Séptima Avenida, veo uno. Alzo la mano y se para junto
a mí.
—¡Brittany! —la oigo llamarme justo cuando abro la puerta y mi
corazón da un vuelco. Late deprisa, desbocado.
Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no girarme. Esta vez
ya he tenido suficiente. Mi corazón está destrozado de demasiadas
maneras.
Sus pasos apresurados suenan cada vez más cerca.
—Britt, amor —vuelve a llamarme y esta vez me toma del brazo para
obligarme a girarme.
—¿Qué quieres?
No estoy enfadada. No alzo la voz. Es un sentimiento más profundo.
Estoy decepcionada, desencantada.
Me zafo de su mano y doy un paso atrás.
—cariño, tienes que escucharme.
Está nerviosa, acelerada.
—¿Cómo me has escuchado tú?
Hace una mueca de puro dolor y me mira intentado leer en mis ojos si
todo está perdido o no. Yo ahora mismo sólo puedo recordar la expresión
tan fría que vi en los suyos hace un momento.
—No debí dudar de ti. Mi padre acaba de confesarme que fue él quien
habló con Eric Borow.
Sonrío llena de tristeza y pierdo mi vista en la bulliciosa ciudad.
—Britt, me sentí tan dolida que creí que iba a volverme loca.
Confío en ti. Sólo fue un maldito segundo.
Y ese maldito segundo ha destrozado mi vida.
—¿Y cómo sé que no volverá a pasar?
—Porque no volverá a pasar —me dice sin dudar, haciendo énfasis en
cada palabra.
Me gustaría poder creerlo. Cerrar los ojos, asentir y volver a ser feliz,
pero sencillamente no puedo.
—Santana, tú no confías en mí. Nunca lo has hecho. Yo quise
convencerme de que era tu forma de ser, pero no es cierto.
—Britt…
—Si tu padre no te hubiera contado la verdad, seguirías pensando que
te vendí.
Mis palabras caen entre las dos como la horrible verdad que son.
—Entonces, ¿se acabó?
Asiento temerosa y titubeante. Es lo mejor. Es lo mejor para las dos
pero, sobre todo, es lo mejor para mí. Santana no me conviene. Ella, todos en realidad, intentaron advertírmelo, incluso yo misma, pero le quiero
demasiado hasta no querer entender el peligro que corría mi pobre corazón.
Me giro para meterme en el coche, pero Santana me toma por el brazo y
me obliga a girarme una vez más.
—No quiero perderte.
Apoya su frente en la mía y yo cierro los ojos y vuelvo a sentirme
invadida por todo lo que me hace sentir, por su olor, por su tacto, por su
cálido aliento.
—No puedo perderte —vuelve a susurrar.
Y sé que, si me quedo un segundo más, no seré capaz de irme.
—Santana, no —musito con la voz rota de dolor.
Me separo llena de dudas y de todo el amor que siento por ella. En mi
mente comienza a cristalizarse la idea de que me estoy despidiendo para
siempre de ella, de Santana Lopez, del amor de mi vida. Despacio, apoyo las manos en su pecho, me pongo de puntillas y le beso en la mejilla.
Involuntariamente alargo mi beso unos segundos de más porque mi
destrozado corazón y mi cuerpo se niegan a alejarse de ella. Dios, todo esto duele demasiado.
—Te quiero —susurro contra su piel.
Cuando me separo, sus ojos clavados en los míos centellean
confusos y sorprendidos.
—Lo siento —musito con la sonrisa más triste del mundo—. No pude
cumplir mi promesa.
Necesitaba decirlo aunque sólo fuera una vez antes de recobrar mi
malogrado sentido común e intentar reconstruir mi corazón hecho pedazos
lejos de la única mujer que he amado.
—Adiós, Santana —me despido metiéndome en el coche.
Ella me observa a través del cristal y apoya la punta de sus dedos en la
ventanilla. Yo quiero decirle al taxista que arranque, que nos marchemos
de aquí, pero tengo mucho miedo, tanto que me inmoviliza. Suspiro
bruscamente. Tengo que ser fuerte. Esta relación estaba avocada al fracaso,
¿por qué alargar más la agonía?
—Arranque —musito.
El chófer asiente y nos alejamos del edificio del Lopez Group, de
Santana. Rompo a llorar desconsolada antes de que el coche tome la primera esquina. Cuando finalmente se detiene frente a la puerta de mi apartamento y abro la cartera para pagar, me doy cuenta de que no llevo dinero. Justo en ese momento recuerdo dónde gaste mis últimos diez dólares: la propina al botones. Entonces esperaba a Santana en el hotel, feliz. Lloro aún más.
El pobre taxista decide aceptar mis casi ininteligibles explicaciones y
me perdona los ocho dólares. Apuesto a que soy la chica que más ha
llorado hoy en su taxi.
Por la tarde Rachel y Sugar llegan a la mansión de los Berry. Las conozco y sé que han venido todo el camino discutiendo si contarme o no lo que pasó en la oficina después de que me marchara.
—Hemos traído comida china —anuncia Rachel enseñando un par de
bolsas del Tang Pavillion.
—También dos docenas de cervezas heladas y una botella de tequila
—añade Sugar
—Tú sí que sabes —certifica Joe.
Yo los observo pero no digo nada.
—¿Por qué no me ayudas a prepararlo todo? —le pide Rachel a su
hermano.
Éste asiente y salen de la salita.
Sugar saca dos botellines de cerveza de la bolsa, los abre y me
entrega uno. Le doy un largo trago. Realmente está helada y realmente la
necesitaba.
—¿Qué tal estás?
—Preferiría que no le contaras a Quinn dónde estoy —le pido
obviando su pregunta.
—No te preocupes —responde tajante—. Estás a salvo.
Asiento mientras clavo mi vista en el botellín con el que jugueteo
nerviosa. Dudo si hacer la pregunta que quiero hacer, pero una parte de mí
necesita saberlo.
—¿Qué pasó cuando me marché? —musito.
—¿Quieres decir con Santana? —noto cómo duda si pronunciar o no su
nombre.
Yo me limito a asentir.
—Subió hecha una verdadera furia y se encerró con Ryder en su
despacho. Los ejecutivos y directores de departamento entraban y salían.
Había mucha actividad.
—Probablemente intenta buscar una solución para salvar Maverick
Incorporated. El plazo se acaba en tres días.
—Creo que no. A lo mejor me equivoco, pero, por lo poco que he
oído, creo que Santana está intentado hacer algo contra Borow Media.
Involuntariamente sonrío con cierta malicia.
—Marisa fue quien le dijo a Santana que yo había hablado con Matthew
Newman.
—Menuda zorra.
Sugar le da un trago a su cerveza.
—¿Quinn te ha contado algo más?
No sé por qué me estoy torturando de esta manera. Saber todo tipo de
detalles acerca de la reacción de Santana no me va a ayudar. Sin embargo el hecho de que Sugar esté dudando en contestar me preocupa.
—Sugar, ¿qué pasa? —la premio.
—Britt , Quinn y Santana se han peleado. Los gritos se oyeron en
toda la redacción. Ahora no se hablan.
Echo la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en el sofá y suspiro
bruscamente. Eso era lo último que quería.
—Es horrible. Quinn y Santana son amigas desde niñas y se han
peleado por mi culpa.
Odio la simple idea.
—Britt, no ha sido por tu culpa. Y no te preocupes, son como
hermanas, lo solucionarán. —Sugar hace una pequeña pausa—. Además,
tengo otra cosa que decirte: Santana envió a Ryder a hablar conmigo.
Vuelvo a suspirar, esta vez para prepararme mentalmente. No quiero
volver a romper a llorar.
—Santana quiere que sepas que ha dado orden a Recursos Humanos de
que puedes recuperar tu trabajo cuando quieras.
—No voy a volver —contesto tajante.
—También imaginó que dirías eso, así que le dio el cheque por tu
finiquito para que te lo hiciera llegar.
Lauren mete la mano en su bolso y con dedos casi temblorosos saca
un trozo de papel doblado y me lo entrega. Dejo la cerveza sobre la
pequeña mesa de centro, lo desdoblo con cuidado y me quedo
completamente paralizada cuando veo que se trata de un cheque a mi
nombre por valor de diez mil dólares.
—Son diez mil dólares —balbuceo.
—Lo sé.
De pronto el cheque me quema entre los dedos.
—No lo quiero —digo devolviéndoselo.
Sugar alza las manos en señal de que no piensa cogerlo. Frunzo los
labios y lo dejo sobre la mesa.
—Puedes devolvérselo a Santana, porque no pienso aceptarlo.
Comienzo a enfadarme. Ni siquiera ahora que hemos roto va a
entender que no quiero su maldito dinero.
—Pues deberías hacerlo. Después de cómo te lo ha hecho pasar, que te
costee unas vacaciones en Cabo.
—No lo entiendo —me levanto como un resorte, enfadadísima—.
¿Cómo puede seguir comportándose así?
—Santana es Santana, Britt, y siempre va a serlo.
Las palabras de Sugar son breves pero dolorosamente certeras.
—¿Qué ocurre, Britt? —me pregunta Rachel perspicaz.
Conozco esa voz y conozco esa mirada. No sobreviviré a uno de sus
interrogatorios.
—Llevo toda la mañana intentando convencer a Joe de que nos vayamos a
la playa y no ha habido manera.
Las dos dejan de mirarme a mí para mirarlo a él. Suena demasiado
raro que Joe me dijera que no a la playa. Yo clavo mis ojos en los suyos.
Estoy aterrorizada. Necesito alejarme de ella. Sin voz articulo el «por favor»
más triste y asustado del mundo y la mirada de Joe se tiñe de una
compasión absoluta.
—Sí, es el trabajo. No puedo faltar tantos días.
—¿El trabajo? Di más bien esa chica que te trae loco —apunta su
hermana.
Joe sonríe pero no le llega a los ojos.
—Algún día tendrás que decirnos quién es —se queja Sugar
.
Una hora después hemos recogido todo lo necesario y estamos
montadas en el Mini Cooper vainilla de Rachel.
Estoy sentada en el asiento trasero con la mirada perdida en la
ventanilla.
Todo está siendo demasiado complicado. Mientras, el único
sentimiento que sobrevive a todo, duro y sordo en el fondo de mi
estómago, es cuánto echo de menos a Santana.
Sugar ha encendido la radio. Suena Say Something, de A Great Big
Love, y yo me siento exactamente así; en realidad, como todas las
canciones de amor que suenan en la radio. Me siento devastada.
Rápidamente regreso a la habitación, cojo el teléfono y llamo al
servicio de habitaciones.
—Servicio de habitaciones —responden al otro lado.
—Hola. Llamo de la suite del ático.
—¿En qué puedo ayudarla, señorita Pierce? —Su tono de voz se
vuelve más que solicito.
—Quería saber si era posible que me subieran algo de maquillaje.
Sueno nerviosa. Lo estoy. No sé hasta qué punto maquillaje es una
petición común, aunque por otra parte seguro que no es la más rara que les
han hecho.
—Por supuesto. ¿Qué desearía?
—Un poco de todo y también horquillas —recuerdo.
—En seguida, señorita Pierce.
—Muchas gracias.
Cuelgo y regreso al baño. Me doy una ducha rápida y me envuelvo en
un mullido albornoz.
Mientras me estoy secando el pelo, llaman a la puerta. Corro a abrir y
un botones me espera al otro lado. Sonriente, me entrega un maletín como
los que usan los maquilladores profesionales. Le doy las gracias y me giro
en busca de mi bolso. Le entrego mis únicos diez dólares de propina.
Supongo que esperaba algo más, pero aun así vuelve a sonreírme.
El maletín parece fantástico. Lo apoyo también sobre el mármol del
lavabo y lo abro con cuidado. Es mucho mejor de lo que esperaba. Hay
gloss y pintalabios de todos los colores, diferentes máscaras de pestañas,
coloretes, sombras de ojos y más. Todo de Chanel. También hay horquillas
y otros adornos para el pelo, e incluso un pequeño muestrario de diferentes
marcas de colonias. Las huelo todas y me decanto por Miss Dior.
Doy palmaditas feliz y comienzo a arreglarme.
A las nueve menos diez oigo la puerta abrirse. Suspiro hondo y me
retoco el pintalabios suavemente con los dedos. Salgo del baño y con paso
lento y cadencioso camino hasta colocarme bajo el umbral de la puerta del
dormitorio.
Santana suspira al verme. Está descalza y sin chaqueta,
. Me mira de arriba abajo y yo me emborracho de
poder al verme sexy a través de sus ojos.
Una sonrisa incipiente, provocativa y salvaje va creciendo en sus
labios. Camina hasta colocarse bajo el umbral de la puerta del salón y se
apoya en el marco. Estamos frente a frente, separadas únicamente por la
segunda estancia.
Sin levantar sus ojos de mí, se quita los gemelos y los guarda en el
bolsillo de los pantalones.
—Estás perfecta. Aún mejor de lo que llevo imaginando toda la tarde.
Sus palabras suenan tan roncas, tan primarias, que toda mi piel arde
por ellas.
Santana anda la pequeña distancia que nos separa y se detiene frente a
mí. Alza su mano y la sumerge en mi pelo hasta llegar a mi nuca. Me atrae
con deliciosa brusquedad hasta ella y me besa. Sus labios me devoran y me rindo sin condiciones una vez más. Baja su otra mano por mi costado
pasando por cada cuerda hasta que finalmente llega a las cadenas de oro
que se mecen y contonean por su contacto.
Despues de una alusinante sesión de sexo, y dormirme cansada por tanto place, amancece y escucho a mi morena decir
—A desayunar —me ordena sensual, volviendo a coger el periódico
con esa sonrisa provocadora en el rostro.
Mmm, acaba de salirme el tiro de la culata. Debería aprender que no
puedo jugar con ella.
—¿Has descansado? —pregunta dejando finalmente el periódico
sobre la mesa. Asiento.
—¿Y tú? —pregunto mientras cojo una tostada y la unto con
mermelada de arándanos.
—Mucho. Más de lo que debería, pero no era capaz de levantarme y
dejarte en la cama. Ronroneabas como un gatito.
—Yo no ronroneo —me quejo.
—Sí lo haces y me encanta —sentencia y me roba la tostada.
—Ey —me quejo y le dedico mi mejor mohín, lo que le hace sonreír.
Le da el primer bocado cuando suena un mensaje en su móvil. Santana
desliza el dedo sobre la pantalla del iPhone y lee con atención.
—¿Todo bien? —pregunto.
Asiente y me hace un gesto para que me siente en su regazo. Lo hago
inmediatamente y Ella rodea mi cintura con su brazo.
—Vamos a tener que volver al trabajo —comenta—. Quinn va a
matarme si te sigo acaparando.
—Eso creo.
Pero ninguno de los dos hace el más mínimo ademán de moverse.
—¿Tenemos tiempo para una ducha? —pregunto fingidamente
inocente.
Lo noto sonreír a mi espalda.
—Tenemos —responde sensual.
Nos levantamos y vamos hasta el baño.
Salimos casi una hora después con la felicidad renovada en todos los
sentidos.
Yo vuelvo al baño. Me cepillo los dientes, me seco el pelo y me
maquillo. Cuando regreso al salón, San me espera ya vestida, observando
por la ventana.
—Voy a echar de menos esta habitación —comento mientras
esperamos el ascensor—. Eres increíblemente rica, podrías comprarla.
Santana sonríe.
—Lo tendré en cuenta para tu próximo cumpleaños.
Le devuelvo la sonrisa y ella me observa juguetóna mientras me cede el
paso para entrar en el ascensor.
Finn nos espera en la puerta del hotel junto al Audi A8. En el camino,
Ryan no para de recibir llamadas, así que el trayecto se me hace algo
aburrido. Afortunadamente no es muy largo y suena la canción de Of
Monsters and Men, Little Talks . Canturreo mientras observo Manhattan
por la ventanilla tintada.
A una manzana del edificio del Lopez Group, Finn detiene el coche.
Santana aún continúa al teléfono pero, al ver que nos hemos detenido y el
chófer me abre la puerta, se deshace de la última llamada y cuelga.
—Su parada, señorita —comenta guardando el iPhone en el interior de
su chaqueta.
—Eso es.
—Si te portas bien, te llevaré a comer.
—Si tú te portas bien, a lo mejor te dejo que me lleves.
De reojo veo a Finn disimular una incipiente sonrisa provocada por mi
comentario. Santana también intenta ocultar la suya a la vez que cabecea
divertida.
—¿Qué voy hacer contigo? —pregunta fingidamente exasperada.
—Ya sabes que lo que quieras —respondo justo antes de bajarme del
coche. Ya de pie, le lanzo un beso, giro sobre mis talones metidos en mis
geniales sandalias de cuero y comienzo a caminar.
Los ascensores se abren en la planta veinte mostrando en la redacción
el mismo bullicio de siempre. Camino relajada hasta mi oficina, dejo el
bolso en el perchero y me asomo para saludar a Quinn.
Me levanto dispuesta a salir en busca de las correcciones cuando
suena el teléfono de mi mesa.
—Despacho de Quinn…
—Ven a mi despacho —me interrumpe Santana.
—Claro.
Sin decir nada más, cuelga. Me preocupo automáticamente. Sonaba
demasiado seria, nada que ver con la Santana que dejé en el coche.
Cruzo la redacción y llego hasta su oficina. Antes de que diga nada,
Blaine me indica que pase. Aun así, llamo. Toda la situación parece
extrañamente tensa.
Después de escuchar un frío «adelante» entro y cierro la puerta tras de
mí. Santana está de pie, ligeramente apoyada en el lateral de la mesa. Tiene los brazos cruzados y la mirada perdida en el skyline de Manhattan. Ya no lleva chaqueta y remangado la camisa. ¿Qué ha
podido ocurrir en tan poco tiempo?
—¿Querías verme? —susurro.
Me siento algo intimidada ahora mismo.
—¿Quién es Matthew Newman? —pregunta haciendo caso omiso de
mis palabras.
Durante un segundo entorno los ojos confusa. La última tarde en el Of
Course se proyecta en mi mente. No puede ser que esté tan enfadada por
eso.
—Es un compañero de facultad.
—El chico con el que te vi hablando en el restaurante —afirma y lo
hace en un susurro como si estuviese hablando para sí.
—San, ¿qué está pasando?
Comienzo a ponerme nerviosa. Ni siquiera me ha mirado desde que
entré. —Eso tendría que preguntártelo yo a ti, ¿no crees?
—San, no entiendo nada.
Mi comentario parece enfadarla, porque al fin se gira y me mira
directamente a los ojos. Está más que furiosa.
—No se te ocurra hacerte la inocente, Brittany —me advierte con esa
voz tan suave y a la vez tan intimidatoria que hace que suene peor que un
grito—. Eso se acabo.
Diablos, ¿a qué se refiere? Esto es ridículo.
—No me estoy haciendo la inocente. De verdad, no sé de qué estás
hablando.
—Borow Media ha comprado Bloomfield Industries —me interrumpe
alzando la voz— y qué casualidad que lo hace un día antes de lo que yo
tenía pensando, con la misma idea de rediseño y subcontratas y menos de
una semana después de que te encontraras con ese tío que, casualmente, es la mano derecha de Marisa.
¿Qué? ¿Cómo puede pensar algo así de mí?
—Te estás equivocando —intento que mi voz no se quiebre—. No te
dije nada de Matthew Newman porque me invitó a salir, pensé que te
enfadarías y no quería que discutiésemos más. ¿Cómo puedes creer que yo te traicionaría así?
San me observa, pero es obvio, por la manera en la que lo hace, que
no está creyendo una sola de mis palabras.
—Sólo lo sabíais mi padre y tú. No confié en nadie más —me espeta
furiosa.
Cabecea con el gesto temerario, endurecida. Está terriblemente
dolida.—No sé cómo no pude darme cuenta antes —vuelve a comentar para sí mismo.
—San, por Dios, tienes que creerme. Yo no le dije nada a nadie.
—Llamaron del Carlyle. Olvidaste tu móvil en la habitación. —San
saca mi iPhone del bolsillo del pantalón y lo tira sobre la mesa—. Hay
siete llamadas perdidas de Newman. Supongo que está deseando que le
cuentes cómo ha ido todo.
—San, no sé de qué estás hablando. No veía a Matthew Newman
desde la facultad. Jamás me había llamado antes. Por Dios, ni siquiera
sabía que trabajaba en Borow Media.
—¡He hablado con Marisa! ¡Lo sé todo!
Ya no puede controlar más su enfado.
¡Esto es ridículo! Y por supuesto esa mujer está detrás de todo.
—No sé qué es lo que crees que sabes, pero yo no le he contado nada a
nadie. Nunca te traicionaría así.
Pero no me mira. Creo que ni siquiera me escucha. Rodea su mesa
ignorándome por completo y centra su atención en los papales esparcidos
sobre ella.
—San —la llamo pero no obtengo respuesta—, Santana —me acerco
para llamar su atención—, ¡Santana Lopez! —grito frente a ella.
Al fin alza la mirada y clava sus ojos en los míos. Nunca los
había sentido tan fríos. Ya no hay nada en ellos, nada de lo que antes veía.
Me dejan sin palabras. Se acabó, realmente se acabó.
—Sal de aquí. De la empresa y de mi vida. No quiero volver a verte
nunca. No hay ni una sola gota de compasión en su voz.
Doy un paso atrás y asiento. Aunque es lo último que quiero, las
primeras lágrimas comienzan a caer por mis mejillas. Me siento rota por
dentro. Dolida, sola, triste, muy triste, demasiado triste.
En silencio, sin volver a mirarla, me giro y camino hacia la puerta de
su despacho. Me seco las lágrimas con el dorso de la mano y salgo. La
puerta se cierra a mi espalda y el dolor parece hacerse aún mayor.
Es la última vez que veré a Santana.
Con el paso acelerado, voy hasta mi despacho. Cojo mi bolso, lo
suelto sobre la mesa y la rodeo. Abro los cajones con fuerza buscando las
pocas pertenencias que he acumulado en ellos. La tristeza se instala en el
fondo de mi estómago y tira de él, pero poco a poco mi enfado también
crece. Mi dignidad y mi orgullo reaparecen a tiempo de hacerme ver que
no ha dudado ni un solo segundo que yo le hubiera traicionado de esa
manera. ¿Ésa era toda la confianza que tenía en mí?
—Britt, ¿qué ocurre?
La voz de Quinn me saca de mi ensoñación.
—No ocurre nada —me apresuro a responder con la respiración
agitada por el llanto.
Meto todo en mi bolso y camino hacia la puerta.
—Ha sido genial trabajar contigo —me despido.
Salgo y no miro atrás, desoyendo las llamadas de Quinn. De reojo lo
observo salir corriendo, pero no lo hace tras de mí, si no en dirección al
despacho de Santana.
Hago un esfuerzo titánico para no derramar una sola lágrima en mitad
de la redacción. Al fin, las puertas del ascensor se abren y por suerte está
vacío. Entro, pulso el botón de la planta baja y me dejo caer contra la
pared.Me dejo invadir por toda la tristeza y la impotencia que siento y mis
ojos y mis mejillas se llenan al instante de lágrimas. El ascensor se detiene
en la planta diecisiete y entra un grupo de ejecutivos. Me limpio
bruscamente con el dorso de la mano e intento controlar mi respiración.
Uno de ellos repara en mí, aunque no más de un segundo. Supongo que una cara llena de lágrimas en el fondo de un ascensor no invita a muchas
preguntas.
Ya en la calle, me acerco a la carretera en busca de un taxi. No quiero
caminar y me parece una excelente manera de celebrar mi nueva condición
de desempleada. Mucho mejor que llorando delante de una decena de
desconocidos en un vagón de metro.
Como no podía ser de otra manera, no aparece un solo taxi libre. Me
paso al menos cinco minutos al pie del bordillo de la acera hasta que, por
fin, girando por la Séptima Avenida, veo uno. Alzo la mano y se para junto
a mí.
—¡Brittany! —la oigo llamarme justo cuando abro la puerta y mi
corazón da un vuelco. Late deprisa, desbocado.
Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no girarme. Esta vez
ya he tenido suficiente. Mi corazón está destrozado de demasiadas
maneras.
Sus pasos apresurados suenan cada vez más cerca.
—Britt, amor —vuelve a llamarme y esta vez me toma del brazo para
obligarme a girarme.
—¿Qué quieres?
No estoy enfadada. No alzo la voz. Es un sentimiento más profundo.
Estoy decepcionada, desencantada.
Me zafo de su mano y doy un paso atrás.
—cariño, tienes que escucharme.
Está nerviosa, acelerada.
—¿Cómo me has escuchado tú?
Hace una mueca de puro dolor y me mira intentado leer en mis ojos si
todo está perdido o no. Yo ahora mismo sólo puedo recordar la expresión
tan fría que vi en los suyos hace un momento.
—No debí dudar de ti. Mi padre acaba de confesarme que fue él quien
habló con Eric Borow.
Sonrío llena de tristeza y pierdo mi vista en la bulliciosa ciudad.
—Britt, me sentí tan dolida que creí que iba a volverme loca.
Confío en ti. Sólo fue un maldito segundo.
Y ese maldito segundo ha destrozado mi vida.
—¿Y cómo sé que no volverá a pasar?
—Porque no volverá a pasar —me dice sin dudar, haciendo énfasis en
cada palabra.
Me gustaría poder creerlo. Cerrar los ojos, asentir y volver a ser feliz,
pero sencillamente no puedo.
—Santana, tú no confías en mí. Nunca lo has hecho. Yo quise
convencerme de que era tu forma de ser, pero no es cierto.
—Britt…
—Si tu padre no te hubiera contado la verdad, seguirías pensando que
te vendí.
Mis palabras caen entre las dos como la horrible verdad que son.
—Entonces, ¿se acabó?
Asiento temerosa y titubeante. Es lo mejor. Es lo mejor para las dos
pero, sobre todo, es lo mejor para mí. Santana no me conviene. Ella, todos en realidad, intentaron advertírmelo, incluso yo misma, pero le quiero
demasiado hasta no querer entender el peligro que corría mi pobre corazón.
Me giro para meterme en el coche, pero Santana me toma por el brazo y
me obliga a girarme una vez más.
—No quiero perderte.
Apoya su frente en la mía y yo cierro los ojos y vuelvo a sentirme
invadida por todo lo que me hace sentir, por su olor, por su tacto, por su
cálido aliento.
—No puedo perderte —vuelve a susurrar.
Y sé que, si me quedo un segundo más, no seré capaz de irme.
—Santana, no —musito con la voz rota de dolor.
Me separo llena de dudas y de todo el amor que siento por ella. En mi
mente comienza a cristalizarse la idea de que me estoy despidiendo para
siempre de ella, de Santana Lopez, del amor de mi vida. Despacio, apoyo las manos en su pecho, me pongo de puntillas y le beso en la mejilla.
Involuntariamente alargo mi beso unos segundos de más porque mi
destrozado corazón y mi cuerpo se niegan a alejarse de ella. Dios, todo esto duele demasiado.
—Te quiero —susurro contra su piel.
Cuando me separo, sus ojos clavados en los míos centellean
confusos y sorprendidos.
—Lo siento —musito con la sonrisa más triste del mundo—. No pude
cumplir mi promesa.
Necesitaba decirlo aunque sólo fuera una vez antes de recobrar mi
malogrado sentido común e intentar reconstruir mi corazón hecho pedazos
lejos de la única mujer que he amado.
—Adiós, Santana —me despido metiéndome en el coche.
Ella me observa a través del cristal y apoya la punta de sus dedos en la
ventanilla. Yo quiero decirle al taxista que arranque, que nos marchemos
de aquí, pero tengo mucho miedo, tanto que me inmoviliza. Suspiro
bruscamente. Tengo que ser fuerte. Esta relación estaba avocada al fracaso,
¿por qué alargar más la agonía?
—Arranque —musito.
El chófer asiente y nos alejamos del edificio del Lopez Group, de
Santana. Rompo a llorar desconsolada antes de que el coche tome la primera esquina. Cuando finalmente se detiene frente a la puerta de mi apartamento y abro la cartera para pagar, me doy cuenta de que no llevo dinero. Justo en ese momento recuerdo dónde gaste mis últimos diez dólares: la propina al botones. Entonces esperaba a Santana en el hotel, feliz. Lloro aún más.
El pobre taxista decide aceptar mis casi ininteligibles explicaciones y
me perdona los ocho dólares. Apuesto a que soy la chica que más ha
llorado hoy en su taxi.
Por la tarde Rachel y Sugar llegan a la mansión de los Berry. Las conozco y sé que han venido todo el camino discutiendo si contarme o no lo que pasó en la oficina después de que me marchara.
—Hemos traído comida china —anuncia Rachel enseñando un par de
bolsas del Tang Pavillion.
—También dos docenas de cervezas heladas y una botella de tequila
—añade Sugar
—Tú sí que sabes —certifica Joe.
Yo los observo pero no digo nada.
—¿Por qué no me ayudas a prepararlo todo? —le pide Rachel a su
hermano.
Éste asiente y salen de la salita.
Sugar saca dos botellines de cerveza de la bolsa, los abre y me
entrega uno. Le doy un largo trago. Realmente está helada y realmente la
necesitaba.
—¿Qué tal estás?
—Preferiría que no le contaras a Quinn dónde estoy —le pido
obviando su pregunta.
—No te preocupes —responde tajante—. Estás a salvo.
Asiento mientras clavo mi vista en el botellín con el que jugueteo
nerviosa. Dudo si hacer la pregunta que quiero hacer, pero una parte de mí
necesita saberlo.
—¿Qué pasó cuando me marché? —musito.
—¿Quieres decir con Santana? —noto cómo duda si pronunciar o no su
nombre.
Yo me limito a asentir.
—Subió hecha una verdadera furia y se encerró con Ryder en su
despacho. Los ejecutivos y directores de departamento entraban y salían.
Había mucha actividad.
—Probablemente intenta buscar una solución para salvar Maverick
Incorporated. El plazo se acaba en tres días.
—Creo que no. A lo mejor me equivoco, pero, por lo poco que he
oído, creo que Santana está intentado hacer algo contra Borow Media.
Involuntariamente sonrío con cierta malicia.
—Marisa fue quien le dijo a Santana que yo había hablado con Matthew
Newman.
—Menuda zorra.
Sugar le da un trago a su cerveza.
—¿Quinn te ha contado algo más?
No sé por qué me estoy torturando de esta manera. Saber todo tipo de
detalles acerca de la reacción de Santana no me va a ayudar. Sin embargo el hecho de que Sugar esté dudando en contestar me preocupa.
—Sugar, ¿qué pasa? —la premio.
—Britt , Quinn y Santana se han peleado. Los gritos se oyeron en
toda la redacción. Ahora no se hablan.
Echo la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en el sofá y suspiro
bruscamente. Eso era lo último que quería.
—Es horrible. Quinn y Santana son amigas desde niñas y se han
peleado por mi culpa.
Odio la simple idea.
—Britt, no ha sido por tu culpa. Y no te preocupes, son como
hermanas, lo solucionarán. —Sugar hace una pequeña pausa—. Además,
tengo otra cosa que decirte: Santana envió a Ryder a hablar conmigo.
Vuelvo a suspirar, esta vez para prepararme mentalmente. No quiero
volver a romper a llorar.
—Santana quiere que sepas que ha dado orden a Recursos Humanos de
que puedes recuperar tu trabajo cuando quieras.
—No voy a volver —contesto tajante.
—También imaginó que dirías eso, así que le dio el cheque por tu
finiquito para que te lo hiciera llegar.
Lauren mete la mano en su bolso y con dedos casi temblorosos saca
un trozo de papel doblado y me lo entrega. Dejo la cerveza sobre la
pequeña mesa de centro, lo desdoblo con cuidado y me quedo
completamente paralizada cuando veo que se trata de un cheque a mi
nombre por valor de diez mil dólares.
—Son diez mil dólares —balbuceo.
—Lo sé.
De pronto el cheque me quema entre los dedos.
—No lo quiero —digo devolviéndoselo.
Sugar alza las manos en señal de que no piensa cogerlo. Frunzo los
labios y lo dejo sobre la mesa.
—Puedes devolvérselo a Santana, porque no pienso aceptarlo.
Comienzo a enfadarme. Ni siquiera ahora que hemos roto va a
entender que no quiero su maldito dinero.
—Pues deberías hacerlo. Después de cómo te lo ha hecho pasar, que te
costee unas vacaciones en Cabo.
—No lo entiendo —me levanto como un resorte, enfadadísima—.
¿Cómo puede seguir comportándose así?
—Santana es Santana, Britt, y siempre va a serlo.
Las palabras de Sugar son breves pero dolorosamente certeras.
—¿Qué ocurre, Britt? —me pregunta Rachel perspicaz.
Conozco esa voz y conozco esa mirada. No sobreviviré a uno de sus
interrogatorios.
—Llevo toda la mañana intentando convencer a Joe de que nos vayamos a
la playa y no ha habido manera.
Las dos dejan de mirarme a mí para mirarlo a él. Suena demasiado
raro que Joe me dijera que no a la playa. Yo clavo mis ojos en los suyos.
Estoy aterrorizada. Necesito alejarme de ella. Sin voz articulo el «por favor»
más triste y asustado del mundo y la mirada de Joe se tiñe de una
compasión absoluta.
—Sí, es el trabajo. No puedo faltar tantos días.
—¿El trabajo? Di más bien esa chica que te trae loco —apunta su
hermana.
Joe sonríe pero no le llega a los ojos.
—Algún día tendrás que decirnos quién es —se queja Sugar
.
Una hora después hemos recogido todo lo necesario y estamos
montadas en el Mini Cooper vainilla de Rachel.
Estoy sentada en el asiento trasero con la mirada perdida en la
ventanilla.
Todo está siendo demasiado complicado. Mientras, el único
sentimiento que sobrevive a todo, duro y sordo en el fondo de mi
estómago, es cuánto echo de menos a Santana.
Sugar ha encendido la radio. Suena Say Something, de A Great Big
Love, y yo me siento exactamente así; en realidad, como todas las
canciones de amor que suenan en la radio. Me siento devastada.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Epílogo
La vida básicamente pasa a mi lado, me saluda con sorna y sigue su
camino. Me paso el día en la cama o, en su defecto, en el sofá bebiendo
burbon. Mi padre ha dejado varios mensajes en el contestador. En el
primero me pide amablemente que vaya a casa a comer por mi
cumpleaños. En el segundo, casi me lo exige, y en el tercero, me lo ordena.
Después ha llamado mi madre diciéndome que no haga caso de mi padre y
que, por favor, vaya a casa. No voy a ir. No quiero ir.
Lucky se ha contagiado de mi estado de ánimo y se pasa el día
tumbado en el suelo junto a mí. No creo que a Britt le gustara mucho.
No sé por qué no se lo llevó con ella. Creo que es una manera de
torturarme.
Cada vez que lo veo recuerdo el día que se lo regalaron, la recuerdo
sonreír. Cuando estaba arrodillada echándole de comer la mañana después de nuestra primera noche juntas.
Ahora pienso con amargura cómo lloró porque yo fui tan gilipollas
como para decirle que no podía quedarme. ¿Por qué siempre tuve que
comportarme así, fingiendo que no me importaba? Esa noche me dormí
feliz teniéndola en mis brazos, aunque fui tan estúpida de no entenderlo.
Cuando me desperté en mitad de la noche, me pasé casi una hora
mirándola dormir. Acariciándole suavemente la nariz para verla arrugarla.
La besé dulcemente como no me permitía besarla despierta. Dios, qué
estúpida era.
Me duermo llamándome gilipollas, y lo merezco.
Ryder me llama una docena de veces. Al final me amenaza con
dejar a la pequeña Olivia en la puerta, tocar el timbre y salir corriendo.
Escucho la voz de Thea advirtiendo a lo lejos de que, si va a torturarme,
que lo haga bien y lleve también a Chase y el Bop it!, el horrible juguete
que les regalé por Navidad.
Les he dado vacaciones a Finn y a la señora Aldrin, así me aseguro de
que nadie intentará convencerme de que coma o que deje de beber.
En las noticias han anunciado la adquisición de Borow Media por el
Lopez Enterprises Group. No han mencionado una palabra del despido de
Marisa. Me gustaría llamar a Britt y contárselo. Por nada del mundo
quiero que piense que hay algo entre Marisa Borow y yo, pero es inútil, no
me coge el teléfono.
Lo peor, sin duda alguna, es no saber dónde está. Su apartamento lleva
días cerrado a cal y canto, y tampoco parece haber mucho movimiento en
el de los Berry ni en el de Sugar. Sí, mi nivel de acosadora ya ha
ascendido a modo experto.
Seguramente los Berry la habrán escondido. Odio a los Berry.
Odio a Sean Berry. En este momento debe estar con ella, haciéndole
carantoñas y buscando la oportunidad de besarla o abrazarla. Tengo que
parar esta línea de pensamientos, porque lo siguiente que me imagino es
asesinándolo. Si le toca un solo pelo, yo… Dios. Burbon, necesito burbon.
El día de mi cumpleaños me lo paso en el sofá viendo California
Suite, otra vez. No me gusta, pero me recuerda a Britt sentada a
horcajadas sobre mí en aquel hotel de Santa Helena, murmurando los
diálogos. Su pelo húmedo empapaba mi camiseta, pero no me importaba lo
más mínimo. Era feliz.
Imagino que toda mi familia me llamará para que vaya a comer, así
que apago el iPhone y desconecto el teléfono.
Por la tarde llaman a la puerta. No pienso abrir pero la insistencia me
hace gritar un sonoro «qué te den». Oigo la cerradura y, unos pocos
segundos después,Quinn se planta frente a mí. Nos miramos y se deja
caer a mi lado en el sofá. Aún recuerdo cómo me miró cuando me dijo que
había sido tan estúpida de perder a la única chica que me había importado,
pero que en el fondo se alegraba por ella porque había estado destrozándole la vida y ella estaba tan enamorada de mí que había estado
permitiéndomelo. Me abrió los ojos de golpe y también me hizo ver lo
cabreada que estaba conmigo.
—Te traigo estofado de ternera de parte de tu madre y una botella de
Jack Daniel’s Sinatra de tu padre.
—Quinn…
No sé cómo seguir.
—Cállate —continúa por mí—. Que eres una gilipollas está claro, pero
no debí decírtelo.
—Yo creo que sí.
—Yo también, pero quería ser amable.
Ambas sonreímos.
—Joder, tienes una pinta horrible —se queja mirándome de reojo
mientras abre la botella que me ha enviado mi padre y le da un trago.
—¿Sabes algo de ella?
Quinn niega con la cabeza.
—No sé nada.
—¿Dónde está, Quinn?
He sonado absolutamente desesperada pero me importa una mierda.
—Te juro que no lo sé. Sugar no suelta prenda —Quinn hace una
pequeña pausa—. Eric Borow estuvo en las oficinas y tu padre lo echó.
¿Qué?
—¿En serio?
Estoy sorprendida. No me lo esperaba.
—Se mostró educado, pero le dijo que su relación laboral y personal
acababa en ese punto y apoyó tu OPA hostil sin resquicio de duda.
—Bien —musito pensativa.
Nunca imaginé que mi padre reaccionaría así. Cuando le pedí a
Ryder que me ayudara con esto, no lo dudó, pero durante todos estos días
he pensado que mi padre buscaba el momento adecuado para echarme un
sermón sobre tomar decisiones laborales por motivos personales y cosas
por el estilo.
Quinn se levanta de un salto y me saca de mi ensoñación. Va hasta la
cocina, coge una caja y mete las botellas que encuentra todavía con algo de alcohol.
—Tómate ese estofado, dúchate y ven a mi casa. El bourbon y yo te
esperaremos allí.
Frunzo el ceño y protesto con la mirada, pero QUinn no atiende a
ninguna de mis quejas y, sin más, se dirige hacia la puerta.
—Y, por Dios, dale de comer —dice en referencia a Lucky—. No le
mates al perro.
Quinn se marcha y yo sopeso la situación. El olor a estofado es
sugerente pero no tengo hambre. Finalmente se lo doy a Lucky y me meto
en la ducha. No quiero ver a nadie pero se ha llevado el burbon. ¿Qué
puedo hacer?
Cojo al perro y salgo de casa. La snob reconvertida de mi mejor amiga
no ha renunciado a su apartamento en el Upper East Side, así que cojo el
coche, el Mustang, el preferido de Britt.
Cuando Quinn abre la puerta, dejo en el suelo a Lucky, que entra
corriendo, y le doy un trago a la botella que he comprado en la licorería.
—Le he dado el estofado al perro y me he comprado otra botella.
—Entiendo entonces que has venido por la compañía
La vida básicamente pasa a mi lado, me saluda con sorna y sigue su
camino. Me paso el día en la cama o, en su defecto, en el sofá bebiendo
burbon. Mi padre ha dejado varios mensajes en el contestador. En el
primero me pide amablemente que vaya a casa a comer por mi
cumpleaños. En el segundo, casi me lo exige, y en el tercero, me lo ordena.
Después ha llamado mi madre diciéndome que no haga caso de mi padre y
que, por favor, vaya a casa. No voy a ir. No quiero ir.
Lucky se ha contagiado de mi estado de ánimo y se pasa el día
tumbado en el suelo junto a mí. No creo que a Britt le gustara mucho.
No sé por qué no se lo llevó con ella. Creo que es una manera de
torturarme.
Cada vez que lo veo recuerdo el día que se lo regalaron, la recuerdo
sonreír. Cuando estaba arrodillada echándole de comer la mañana después de nuestra primera noche juntas.
Ahora pienso con amargura cómo lloró porque yo fui tan gilipollas
como para decirle que no podía quedarme. ¿Por qué siempre tuve que
comportarme así, fingiendo que no me importaba? Esa noche me dormí
feliz teniéndola en mis brazos, aunque fui tan estúpida de no entenderlo.
Cuando me desperté en mitad de la noche, me pasé casi una hora
mirándola dormir. Acariciándole suavemente la nariz para verla arrugarla.
La besé dulcemente como no me permitía besarla despierta. Dios, qué
estúpida era.
Me duermo llamándome gilipollas, y lo merezco.
Ryder me llama una docena de veces. Al final me amenaza con
dejar a la pequeña Olivia en la puerta, tocar el timbre y salir corriendo.
Escucho la voz de Thea advirtiendo a lo lejos de que, si va a torturarme,
que lo haga bien y lleve también a Chase y el Bop it!, el horrible juguete
que les regalé por Navidad.
Les he dado vacaciones a Finn y a la señora Aldrin, así me aseguro de
que nadie intentará convencerme de que coma o que deje de beber.
En las noticias han anunciado la adquisición de Borow Media por el
Lopez Enterprises Group. No han mencionado una palabra del despido de
Marisa. Me gustaría llamar a Britt y contárselo. Por nada del mundo
quiero que piense que hay algo entre Marisa Borow y yo, pero es inútil, no
me coge el teléfono.
Lo peor, sin duda alguna, es no saber dónde está. Su apartamento lleva
días cerrado a cal y canto, y tampoco parece haber mucho movimiento en
el de los Berry ni en el de Sugar. Sí, mi nivel de acosadora ya ha
ascendido a modo experto.
Seguramente los Berry la habrán escondido. Odio a los Berry.
Odio a Sean Berry. En este momento debe estar con ella, haciéndole
carantoñas y buscando la oportunidad de besarla o abrazarla. Tengo que
parar esta línea de pensamientos, porque lo siguiente que me imagino es
asesinándolo. Si le toca un solo pelo, yo… Dios. Burbon, necesito burbon.
El día de mi cumpleaños me lo paso en el sofá viendo California
Suite, otra vez. No me gusta, pero me recuerda a Britt sentada a
horcajadas sobre mí en aquel hotel de Santa Helena, murmurando los
diálogos. Su pelo húmedo empapaba mi camiseta, pero no me importaba lo
más mínimo. Era feliz.
Imagino que toda mi familia me llamará para que vaya a comer, así
que apago el iPhone y desconecto el teléfono.
Por la tarde llaman a la puerta. No pienso abrir pero la insistencia me
hace gritar un sonoro «qué te den». Oigo la cerradura y, unos pocos
segundos después,Quinn se planta frente a mí. Nos miramos y se deja
caer a mi lado en el sofá. Aún recuerdo cómo me miró cuando me dijo que
había sido tan estúpida de perder a la única chica que me había importado,
pero que en el fondo se alegraba por ella porque había estado destrozándole la vida y ella estaba tan enamorada de mí que había estado
permitiéndomelo. Me abrió los ojos de golpe y también me hizo ver lo
cabreada que estaba conmigo.
—Te traigo estofado de ternera de parte de tu madre y una botella de
Jack Daniel’s Sinatra de tu padre.
—Quinn…
No sé cómo seguir.
—Cállate —continúa por mí—. Que eres una gilipollas está claro, pero
no debí decírtelo.
—Yo creo que sí.
—Yo también, pero quería ser amable.
Ambas sonreímos.
—Joder, tienes una pinta horrible —se queja mirándome de reojo
mientras abre la botella que me ha enviado mi padre y le da un trago.
—¿Sabes algo de ella?
Quinn niega con la cabeza.
—No sé nada.
—¿Dónde está, Quinn?
He sonado absolutamente desesperada pero me importa una mierda.
—Te juro que no lo sé. Sugar no suelta prenda —Quinn hace una
pequeña pausa—. Eric Borow estuvo en las oficinas y tu padre lo echó.
¿Qué?
—¿En serio?
Estoy sorprendida. No me lo esperaba.
—Se mostró educado, pero le dijo que su relación laboral y personal
acababa en ese punto y apoyó tu OPA hostil sin resquicio de duda.
—Bien —musito pensativa.
Nunca imaginé que mi padre reaccionaría así. Cuando le pedí a
Ryder que me ayudara con esto, no lo dudó, pero durante todos estos días
he pensado que mi padre buscaba el momento adecuado para echarme un
sermón sobre tomar decisiones laborales por motivos personales y cosas
por el estilo.
Quinn se levanta de un salto y me saca de mi ensoñación. Va hasta la
cocina, coge una caja y mete las botellas que encuentra todavía con algo de alcohol.
—Tómate ese estofado, dúchate y ven a mi casa. El bourbon y yo te
esperaremos allí.
Frunzo el ceño y protesto con la mirada, pero QUinn no atiende a
ninguna de mis quejas y, sin más, se dirige hacia la puerta.
—Y, por Dios, dale de comer —dice en referencia a Lucky—. No le
mates al perro.
Quinn se marcha y yo sopeso la situación. El olor a estofado es
sugerente pero no tengo hambre. Finalmente se lo doy a Lucky y me meto
en la ducha. No quiero ver a nadie pero se ha llevado el burbon. ¿Qué
puedo hacer?
Cojo al perro y salgo de casa. La snob reconvertida de mi mejor amiga
no ha renunciado a su apartamento en el Upper East Side, así que cojo el
coche, el Mustang, el preferido de Britt.
Cuando Quinn abre la puerta, dejo en el suelo a Lucky, que entra
corriendo, y le doy un trago a la botella que he comprado en la licorería.
—Le he dado el estofado al perro y me he comprado otra botella.
—Entiendo entonces que has venido por la compañía
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
DESDE LA MIRADA DE SANTANA
Le doy un par de billetes al botones y se retira con una sonrisa. Camino de
vuelta a la estancia intermedia. Sonrío y me humedezco el labio inferior
fugazmente. Desde que hablé hace poco menos de una hora con los de Le
Sensualité, no he parado de imaginar cómo le quedaría.
Paso los dedos entre las cadenas de oro que cuelgan del corsé e
inmediatamente pienso en la piel de Britt, en las cadenas contoneándose
sobre sus caderas. Joder, no puedo imaginarlo, me vuelvo loca.
La oigo moverse y me asomo a la habitación. Sigue profundamente
dormida. Camino hasta la cama y me siento en el borde. Le aparto
suavemente el pelo de la cara y ella ronronea y medio habla en sueños. No
puedo evitar sonreír. Ahora mismo soy la gilipollas más feliz del mundo
mirándola dormir.
Nunca había pensando que me sentiría así por alguien. Es agotador. La
mitad del tiempo estoy preocupada pensando que algo pueda pasarle. La
otra mitad estoy tan feliz que casi sin darme cuenta me pongo a sonreír
como una idiota. Y siempre, siempre tengo ganas de tocarla, de sentirla de
algún modo. Muchas veces me siento abrumada y no sé cómo gestionarlo,
pero entonces hace alguna tontería, como uno de esos mohines, o
simplemente sonríe, y todo se esfuma. Bueno, todo no. Las ganas de
tocarla se multiplican. Joder, esas nunca se apagan. Nunca me había
sentido así.
El móvil vibra en el bolsillo interior de mi chaqueta. Miro la pantalla.
Es Mackenzie. Tengo esa maldita reunión. Lo único que querría hacer
ahora mismo es meterme en la cama con ella y no salir en tres días.
Vuelvo a la estancia, le escribo una pequeña nota diciéndole que
volveré sobre las nueve y la dejo junto al corsé.
Me monto en el coche y le hago un leve gesto a Finn para que
arranque. Ahora mismo estoy de un humor de perros. No quiero salir del
maldito hotel, aunque, por otra parte, creo que también me vendrá bien. A
veces me siento como una puta yonqui. No soy capaz de mantenerme
alejado de ella, de tener una actitud fría, y eso me preocupa. No estoy
acostumbrada a que alguien me remueva de esa manera y no me gusta.
Pero cuando ayer discutimos y, sobre todo, cuando esta mañana se
derrumbó en el suelo de mi despacho, una sensación extraña me llenó los
pulmones. Estaba enfadada, frustrada pero, sobre todo, estaba muerta de
miedo. Estaba aterrada, joder, pensando que podía perderla. Odié esa
sensación, incluso creo que la odié un poco a ella. Hizo que me sintiera
vulnerable.
Después todo se arregló y todas las sensaciones se transformaron.
Otra vez una puta montaña rusa. De cero a cien en un segundo. El corazón
me martilleaba con fuerza contra las cotillas y la sangre me recorría el
cuerpo tan caliente que mi respiración se aceleró. Todo eso es demasiado
nuevo para mí.
En la reunión llevo un ritmo de locura, pero es que quiero terminar
cuando antes. Miro el reloj en intervalos de dos minutos y no dejo que
ninguno de los directores de departamento diga una palabra. Normalmente
me aburren soberanamente, pero hoy me están molestando. El tiempo que
estoy aquí con ellos no estoy en el Carlyle con Britt y ahora mismo sólo
puedo pensar en esa habitación de hotel.
—Señorita Lopez —comenta Miller—, pero el juego de acciones caerá
un catorce por ciento con la revalorización.
Y entonces lo miro preguntándome seriamente por qué sigo pagando a
este gilipollas.
—Señor Miller —respondo armándome de paciencia—, la
revalorización nos hará perder dinero del capital imponible, no del
comercializado. El catorce por ciento no es nada si las sinergias nos
aportan en torno a un veinte más todos los beneficios de renta variable del
acuerdo directo.
Lo miro mal, él asiente y vuelve su vista a los papeles. No tendría por
qué explicarle esto. No lo despido porque tengo prisa, joder.
—¿Alguna estupidez más? —pregunto.
Ya lo he dicho. Estoy de un humor de perros.
—La reunión se ha acabado.
Me levanto y todos lo hacen. Me pongo los ojos en blanco
mentalmente. Son como putos perritos. Todos empiezan a salir y me doy
cuenta de que Sugar sigue sentada en su silla. ¿Por qué no se larga?
Normalmente sale disparada en cuanto puede, como si el maldito edificio
estuviese en llamas.
Reviso los papales de la compraventa mientras noto cómo me
observa.
—¿Quiere algo, señorita Motta? —pregunto sin mirarla.
Ella espera a que salga el último ejecutivo, se levanta y camina hasta
colocarse frente a mí. Se cruza de brazos. Yo alzo la cabeza. Está enfadada y quiere demostrármelo. Me aguanta la mirada pero, tras un par de segundos, flaquea y traga saliva. Aun así, no se amilana. Me gusta esta
chica, sabe echarle valor. Llegará lejos.
—Ayer se pasó muchísimo —me dice sin más.
—¿A qué se refiere?
Sé de sobra a qué se refiere, pero quiero saber si es capaz de
decírmelo.
—A la fiesta, a Britt.
Cierro la carpeta de golpe y la miro dejándole claro que se está
metiendo en terreno pantanoso.
—Señorita Motta, eso no es asunto suyo.
Me armo de paciencia porque es la mejor amiga de Britt, y muy en el fondo me cae bien.
—Sabe que le ha tocado la lotería con ella, ¿verdad?
—Y usted sabe que esta tentando a la suerte, ¿verdad?
Ella asiente, da media vuelta y sale de la sala de conferencias con el
paso seguro.
Yo resoplo y no puedo evitar sonreír sincera. Debería despedir a
Miller y poner el departamento de Contabilidad en manos de Sugar,
desde luego es mucho más inteligente que él y acaba de demostrarme que
se amilana menos. Resoplo de nuevo. Seguro que acabaría proponiéndome que los viernes los empleados vinieran a trabajar en ropa interior o algo por el estilo.
De camino al hotel me revuelvo en el asiento un par de veces. Estoy
incomoda. Joder, estoy incomoda de la hostia. El trayecto es ínfimo pero
se me está haciendo eterno. Quiero verla, tocarla, follármela.
«Eres una yonqui, Lopez, eres una puta yonqui.»
A las nueve menos cuarto cruzo el vestíbulo del Carlyle intentando
contener el paso para no salir corriendo. Abro la puerta de la suite. Me
descalzo a toda prisa y me quito la chaqueta mientras la busco con la
mirada. Otra vez todo mi cuerpo ruge como si estuviera hecho de
adrenalina pura y sangre caliente.
Suena la puerta del baño. Me desabrocho los
primeros botones de la camisa y entonces la veo. Joder, es un puto sueño.
Suspiro brusca intentando controlarme para no abalanzarme sobre
ella.
Lleva el corsé y las cadenas caen sobre su piel, las hace brillar, porque
si algo resplandece y da luz a lo demás es ella. Las medias, los tacones, las pulseras. Está preciosa.
Sé exactamente lo que quiero hacer con ella y sé que ella me va a
dejar hacerlo. Por eso funcionamos tan bien cuando estamos juntas, es
como si mi cuerpo estuviera muerto de sed y el suyo estuviera hecho de
agua fresca.
Sonrío y mi gesto tiene un eco directo en ella. Camino hasta
colocarme bajo el umbral de la puerta del salón y me apoyo en el marco.
Estamos frente a frente, separadas únicamente por la segunda estancia.
Me quito los gemelos y me los guardo en el bolsillo de los pantalones.
—Estás perfecta. Aún mejor de lo que llevo imaginando toda la tarde.
Cubro la pequeña distancia que nos separa y me detengo frente a ella.
Alzo la mano y la sumerjo en su pelo sedoso hasta llegar a su nuca. Ella
gime bajito y en sus ojos azules puedo ver las ganas que tiene de esto, de
mí. Esa sensación me llena de poder y me vuelve loca al mismo tiempo. Es
mía. Es sólo mía.
Se aprieta contra mí. ¡Joder!
—Ryan —grita—, ¡Dios, Ryan!
Y se corre gimiendo mi nombre, estrechando su sexo alrededor de mi
sexp, haciendo que mi deseo crezca más porque ahora mismo, para mí,
sólo existe ella en todo el maldito universo.
Me aferro a sus caderas. Aumento el ritmo. La miro. Joder, la
contemplo. Es preciosa, perfecta, única, mía. Y el placer estalla, me
recorre la columna vertebral, me llena los pulmones y me corro gruñendo su nombre.
Joder, joder, joder.
Le desato las muñecas y me dejo caer a su lado. Observo sus manos
para asegurarme de que no le he hecho daño y le acaricio la piel.
Ella me observa, sonríe feliz y, cansadísima, cierra los ojos. Yo la
miro y también sonrío. Está preciosa y yo estoy loca por ella, debería
empezar a asumirlo. Suspiro. No he estado más asustada en toda mi vida
Le doy un par de billetes al botones y se retira con una sonrisa. Camino de
vuelta a la estancia intermedia. Sonrío y me humedezco el labio inferior
fugazmente. Desde que hablé hace poco menos de una hora con los de Le
Sensualité, no he parado de imaginar cómo le quedaría.
Paso los dedos entre las cadenas de oro que cuelgan del corsé e
inmediatamente pienso en la piel de Britt, en las cadenas contoneándose
sobre sus caderas. Joder, no puedo imaginarlo, me vuelvo loca.
La oigo moverse y me asomo a la habitación. Sigue profundamente
dormida. Camino hasta la cama y me siento en el borde. Le aparto
suavemente el pelo de la cara y ella ronronea y medio habla en sueños. No
puedo evitar sonreír. Ahora mismo soy la gilipollas más feliz del mundo
mirándola dormir.
Nunca había pensando que me sentiría así por alguien. Es agotador. La
mitad del tiempo estoy preocupada pensando que algo pueda pasarle. La
otra mitad estoy tan feliz que casi sin darme cuenta me pongo a sonreír
como una idiota. Y siempre, siempre tengo ganas de tocarla, de sentirla de
algún modo. Muchas veces me siento abrumada y no sé cómo gestionarlo,
pero entonces hace alguna tontería, como uno de esos mohines, o
simplemente sonríe, y todo se esfuma. Bueno, todo no. Las ganas de
tocarla se multiplican. Joder, esas nunca se apagan. Nunca me había
sentido así.
El móvil vibra en el bolsillo interior de mi chaqueta. Miro la pantalla.
Es Mackenzie. Tengo esa maldita reunión. Lo único que querría hacer
ahora mismo es meterme en la cama con ella y no salir en tres días.
Vuelvo a la estancia, le escribo una pequeña nota diciéndole que
volveré sobre las nueve y la dejo junto al corsé.
Me monto en el coche y le hago un leve gesto a Finn para que
arranque. Ahora mismo estoy de un humor de perros. No quiero salir del
maldito hotel, aunque, por otra parte, creo que también me vendrá bien. A
veces me siento como una puta yonqui. No soy capaz de mantenerme
alejado de ella, de tener una actitud fría, y eso me preocupa. No estoy
acostumbrada a que alguien me remueva de esa manera y no me gusta.
Pero cuando ayer discutimos y, sobre todo, cuando esta mañana se
derrumbó en el suelo de mi despacho, una sensación extraña me llenó los
pulmones. Estaba enfadada, frustrada pero, sobre todo, estaba muerta de
miedo. Estaba aterrada, joder, pensando que podía perderla. Odié esa
sensación, incluso creo que la odié un poco a ella. Hizo que me sintiera
vulnerable.
Después todo se arregló y todas las sensaciones se transformaron.
Otra vez una puta montaña rusa. De cero a cien en un segundo. El corazón
me martilleaba con fuerza contra las cotillas y la sangre me recorría el
cuerpo tan caliente que mi respiración se aceleró. Todo eso es demasiado
nuevo para mí.
En la reunión llevo un ritmo de locura, pero es que quiero terminar
cuando antes. Miro el reloj en intervalos de dos minutos y no dejo que
ninguno de los directores de departamento diga una palabra. Normalmente
me aburren soberanamente, pero hoy me están molestando. El tiempo que
estoy aquí con ellos no estoy en el Carlyle con Britt y ahora mismo sólo
puedo pensar en esa habitación de hotel.
—Señorita Lopez —comenta Miller—, pero el juego de acciones caerá
un catorce por ciento con la revalorización.
Y entonces lo miro preguntándome seriamente por qué sigo pagando a
este gilipollas.
—Señor Miller —respondo armándome de paciencia—, la
revalorización nos hará perder dinero del capital imponible, no del
comercializado. El catorce por ciento no es nada si las sinergias nos
aportan en torno a un veinte más todos los beneficios de renta variable del
acuerdo directo.
Lo miro mal, él asiente y vuelve su vista a los papeles. No tendría por
qué explicarle esto. No lo despido porque tengo prisa, joder.
—¿Alguna estupidez más? —pregunto.
Ya lo he dicho. Estoy de un humor de perros.
—La reunión se ha acabado.
Me levanto y todos lo hacen. Me pongo los ojos en blanco
mentalmente. Son como putos perritos. Todos empiezan a salir y me doy
cuenta de que Sugar sigue sentada en su silla. ¿Por qué no se larga?
Normalmente sale disparada en cuanto puede, como si el maldito edificio
estuviese en llamas.
Reviso los papales de la compraventa mientras noto cómo me
observa.
—¿Quiere algo, señorita Motta? —pregunto sin mirarla.
Ella espera a que salga el último ejecutivo, se levanta y camina hasta
colocarse frente a mí. Se cruza de brazos. Yo alzo la cabeza. Está enfadada y quiere demostrármelo. Me aguanta la mirada pero, tras un par de segundos, flaquea y traga saliva. Aun así, no se amilana. Me gusta esta
chica, sabe echarle valor. Llegará lejos.
—Ayer se pasó muchísimo —me dice sin más.
—¿A qué se refiere?
Sé de sobra a qué se refiere, pero quiero saber si es capaz de
decírmelo.
—A la fiesta, a Britt.
Cierro la carpeta de golpe y la miro dejándole claro que se está
metiendo en terreno pantanoso.
—Señorita Motta, eso no es asunto suyo.
Me armo de paciencia porque es la mejor amiga de Britt, y muy en el fondo me cae bien.
—Sabe que le ha tocado la lotería con ella, ¿verdad?
—Y usted sabe que esta tentando a la suerte, ¿verdad?
Ella asiente, da media vuelta y sale de la sala de conferencias con el
paso seguro.
Yo resoplo y no puedo evitar sonreír sincera. Debería despedir a
Miller y poner el departamento de Contabilidad en manos de Sugar,
desde luego es mucho más inteligente que él y acaba de demostrarme que
se amilana menos. Resoplo de nuevo. Seguro que acabaría proponiéndome que los viernes los empleados vinieran a trabajar en ropa interior o algo por el estilo.
De camino al hotel me revuelvo en el asiento un par de veces. Estoy
incomoda. Joder, estoy incomoda de la hostia. El trayecto es ínfimo pero
se me está haciendo eterno. Quiero verla, tocarla, follármela.
«Eres una yonqui, Lopez, eres una puta yonqui.»
A las nueve menos cuarto cruzo el vestíbulo del Carlyle intentando
contener el paso para no salir corriendo. Abro la puerta de la suite. Me
descalzo a toda prisa y me quito la chaqueta mientras la busco con la
mirada. Otra vez todo mi cuerpo ruge como si estuviera hecho de
adrenalina pura y sangre caliente.
Suena la puerta del baño. Me desabrocho los
primeros botones de la camisa y entonces la veo. Joder, es un puto sueño.
Suspiro brusca intentando controlarme para no abalanzarme sobre
ella.
Lleva el corsé y las cadenas caen sobre su piel, las hace brillar, porque
si algo resplandece y da luz a lo demás es ella. Las medias, los tacones, las pulseras. Está preciosa.
Sé exactamente lo que quiero hacer con ella y sé que ella me va a
dejar hacerlo. Por eso funcionamos tan bien cuando estamos juntas, es
como si mi cuerpo estuviera muerto de sed y el suyo estuviera hecho de
agua fresca.
Sonrío y mi gesto tiene un eco directo en ella. Camino hasta
colocarme bajo el umbral de la puerta del salón y me apoyo en el marco.
Estamos frente a frente, separadas únicamente por la segunda estancia.
Me quito los gemelos y me los guardo en el bolsillo de los pantalones.
—Estás perfecta. Aún mejor de lo que llevo imaginando toda la tarde.
Cubro la pequeña distancia que nos separa y me detengo frente a ella.
Alzo la mano y la sumerjo en su pelo sedoso hasta llegar a su nuca. Ella
gime bajito y en sus ojos azules puedo ver las ganas que tiene de esto, de
mí. Esa sensación me llena de poder y me vuelve loca al mismo tiempo. Es
mía. Es sólo mía.
Se aprieta contra mí. ¡Joder!
—Ryan —grita—, ¡Dios, Ryan!
Y se corre gimiendo mi nombre, estrechando su sexo alrededor de mi
sexp, haciendo que mi deseo crezca más porque ahora mismo, para mí,
sólo existe ella en todo el maldito universo.
Me aferro a sus caderas. Aumento el ritmo. La miro. Joder, la
contemplo. Es preciosa, perfecta, única, mía. Y el placer estalla, me
recorre la columna vertebral, me llena los pulmones y me corro gruñendo su nombre.
Joder, joder, joder.
Le desato las muñecas y me dejo caer a su lado. Observo sus manos
para asegurarme de que no le he hecho daño y le acaricio la piel.
Ella me observa, sonríe feliz y, cansadísima, cierra los ojos. Yo la
miro y también sonrío. Está preciosa y yo estoy loca por ella, debería
empezar a asumirlo. Suspiro. No he estado más asustada en toda mi vida
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
La segunda parte plis
Heya Morrivera********- - Mensajes : 633
Fecha de inscripción : 07/05/2014
Edad : 35
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Santana es jodidamente idiota>:c
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
bueno resulto mejor de lo que esperaba, se que brittany ama tanto a santana que no correra por una nva relacion pero tiene razon, que garantias le ofrece santana????? ninguna, hasta pronto!!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Heya Morrivera Ayer A Las 9:29 Am La segunda parte plis escribió:
jajajajaj, claro que si, Hola, que bueno que hayas leido la historia, siempre es grato un comentario. y por supuesto ya actualizo dentro de poco.
Susii Ayer A Las 9:38 Am Santana es jodidamente idiota>:c escribió:
Santana comete muchos errores, pero ahora estos errores pueden volverse contra ella.
Micky Morales Ayer A Las 7:30 Pm bueno resulto mejor de lo que esperaba, se que brittany ama tanto a santana que no correra por una nva relacion pero tiene razon, que garantias le ofrece santana????? ninguna, hasta pronto!!!!!!! escribió:
Jamas podria ser un final flojo, ya veremos si santana es capaz de resolver lo que destruyo. y espero que no lo pretenda hacer con sexo
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
TODAS LAS CANCIONES QUE AUN SUENAN EN LA RADIO
SINOPSIS
Por fin Brittany ha tomado la decisión que su sentido común le pedía a gritos y ha dejado a la sexy y arrogante Santana Lopez. Lo que nunca imaginó es que sería en ese preciso instante cuando comprendería que estaba renunciando al amor de su vida.
Lejos de aceptar la decisión de Brittany- Santana no dejará de provocarla una y otra vez para hacerle entender que tienen que estar juntas. Ella se resistirá, tratará de mantenerse alejada de ella, pero Santana le demostrará quién sigue teniendo el control.
Para salvar su salvaje y adictiva relación tendrán que enfrentarse a una interminable lista de obstáculos que les pondrá realmente complicado que Nueva York vea su felices para siempre.
1
Estoy tumbada en un colchón kingsize tirado en el suelo, entre Rachel y Sugar . Hemos dejado la puerta del balcón abierta y el ruido del mar llega con más fuerza. El calor es insoportable. En la penumbra que las estrellas no dejan que sea oscuridad total, no puedo dejar de pensar que me siento exactamente así. Soy como una bolsa de plástico movida por el viento esperando su turno para empezar de nuevo, sin Santana. No quiero empezar sin Santana. No quiero amar sin Santana. Me cuesta respirar sin Santana. Hace exactamente cinco días desde que vi su maravilloso rostro mirarme a través de la ventanilla
del taxi. La chica que lloraba en el coche me parece muy lejana y en cierta absurda manera la detesto.
Ella fue la que se montó en el taxi, la que dijo arranque.
Lo cierto es que no creo que vaya a superarlo nunca ni siquiera sé si quiero. Durante el día mientras estamos en la playa o charlando, finjo estar bien, finjo ser la misma chica despreocupada pero Rachel y Sugar saben que no es verdad. Si no fuera así, cada una estaríamos durmiendo en una habitación y no las tres en este gigantesco colchón. Creo que temen que haga una locura como conducir en plena noche hasta Nueva York. La idea me taladra la mente cada noche hasta que consigo
dormirme. Ir a Nueva York, ir a Chelsea, tirarme en sus brazos y no volver a salir de su cama.
Ya no puedo más.
Me levanto con cuidado y voy hasta el salón. Me pongo unos vaqueros y me dejo la misma
camiseta con la que intentaba dormir. Me recojo el pelo y cojo las llaves del mini de Rachel. Valoro la posibilidad de dejarles una nota pero prefiero que no sepan dónde encontrarme.
Justo cuando voy a agarrar el pomo de la puerta, me detengo. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué demonios estoy haciendo? Me presento en Chelsea y ¿qué? Santana no va a cambiar. Sigue siendo la misma mujer irascible, malhumorada, arrogante y ya está porque ya no es un mujeriego ¿o sí? Yo me la imagino sufriendo como en las novelas de las hermanas Brontë, dispuesta a acogerme de nuevo entre sus brazos y quién sabe si ya una o varias rubias calentándole la cama. Un sudor frío recorre mi
cuerpo desde la coronilla hasta la punta de los dedos de los pies. ¿Por qué me martirizo así? No confía en mí. Es hermética, arrogante y controladora. No va a cambiar y yo debería empezar a asumir que estar así no es bueno para mí.
“Supéralo, Pierce”
Me doy la vuelta enfadadísima, dejo con rabia las llaves sobre la mesita de la entrada y me quito los vaqueros prácticamente peleándome con ellos. La luz se enciende y doy un brinco en bragas y conteniendo el aliento.
- Joder – mascullo de alivio cuando veo a Sugar de pie junto al interruptor de la cocina.
- ¿Una copa? – murmura adormilada caminando hacia uno de los armarios.
Yo recupero mis pantalones cortos, me los pongo y me siento en uno de los taburetes.
En silencio Sugar sirve dos copas de vodka. En efecto, ante la imposibilidad de encontrar o fabricar nuestros propios Martinis Royale, como rudas mujeres ricas de playa y campo, llevamos
casi una semana emborrachándonos con sórdidos chupitos del vodka Grey Goose de la bodega personal del padre de Rachel.
- ¿Cuántas veces van ya? – pregunta como quien no quiere la cosa, dejando su vaso vacío sobre la encimera.
El vodka triplemente destilado me abrasa la garganta cuando baja pero ya me siento mejor. ¿Me estaré convirtiendo en una alcohólica? La idea me preocupa pero la deshecho rápidamente. Aunque la respuesta fuera sí, actualmente sería el menor de mis problemas.
- Siete – respondo con la voz evaporada por el ardor del alcohol, dejando mi vaso junto al suyo.
Sugar desenrosca la botella. Se toma su tiempo para hacerlo y para continuar hablando.
- Siete veces en cinco días que te vistes, le robas el coche a una de tus mejores amigas y te dispones a largarte a Nueva York en mitad de la noche.
Asiento y me bebo a la vez que ella el segundo chupito de un trago. Siete veces. Creo que lo más deprimente es que he llevado la cuenta.
Sugar se dispone a llenar de nuevo los chupitos pero farfulla algo ininteligible, se levanta de mala gana, saca dos tazas de de porcelana china de uno de los armarios y vuelve a sentarse.
- Mejor así – concluye llenándolas -. Ya solo nos falta llevarlo en la botella de deporte para parecer dos adolescentes descarriadas de telefilme de sobremesa.
Sonrío.
- No te preocupes, al final una de la adolescente siempre se salva.
- Sí, pero la otra tendrá que morir en un fatal accidente de tráfico provocado por el alcohol para que la superviviente reaccione.
- Hoy te toca a ti – digo tras dar un trago -. Ayer moría yo en una habitación de motel por acceder borracha a irme con un tío que conocía en una discoteca.
- Cierto – contesta sosteniendo la taza entre las dos manos.
Me observa mientras me llevo de nuevo la fina porcelana a mis labios.
- Levanta el meñique, por Dios - me riñe -. Estamos en un sitio con clase.
Ya no podemos más y ambas nos echamos a reír. Las charlas más absurdas de nuestras vidas las estamos manteniendo estos días en esta cocina a horas similares.
- Y si tantas ganas tienes de verla, ¿por qué no lo haces?
- No puedo, Sugar.
Mi amiga pone los ojos en blanco.
- ¿Por qué?
- Porque Santana sigue siendo Santana. No va a cambiar ni siquiera creo que quiera y no sé si podría volver a estar al lado de alguien que se lo calla todo y que controla la situación y la
manipula para obtener siempre lo que quiere. Es arrogante, irascible, complicada…
- Y estás enamoradísima de ella – me interrumpe.
La miro mal, exasperada y ella se queda irónicamente boquiabierta fingiendo que le sorprende lo que acaba de decir.
- No puedo volver con ella – sentencio.
- Está bien. No lo hagas.
Su cambio de punto de vista me pilla por sorpresa.
- ¿Qué?
- Lo que has oído, no lo hagas. Quédate aquí, lámete las heridas y recupérate. Algún día sucederá. De repente una noche no te levantarás a las tres de la madrugada – mira el reloj
para confirmar que no se ha equivocado – con la necesidad imperiosa de correr a sus brazos y pensarás que eres feliz, pero entonces tendrás que regresar a Nueva York y un día la verás
y ella estará jodidamente guapa como siempre y te mirará con esos ojos negros y te sonreirá de esa manera que hace que todas las chicas tenga la necesidad de rendirle sus bragas como
ofrenda y tú volverás a caer. Santana siempre va a ser Santana pero tú, queridísima Brittany Pierce, siempre vas a ser Brittany Pierce y estás loca por ella
Vaya.
- Bonitas palabras – le respondo cogiendo de nuevo mi vodka.
- Y ciertas – me mira desafiante por encima de su taza.
- No la veré nunca más.
- Te buscará.
- Me mudaré.
- Te encontrará.
- Me iré de la ciudad.
- Dudo que eso le frene.
- Del país – replico absolutamente exasperada.
- Tiene un jet privado.
- No lo entiendo – digo al fin –. Tú no deberías estar maldiciendo su nombre por todo el daño que me ha hecho.
- Y lo hago, en privado, como buena amiga, pero quiero que seas feliz.
- Ese es el problema con ella soy más feliz que nunca y también demasiado desgraciada y no sé si me compensa.
- Tendrás que averiguarlo. Tómate tu tiempo. Me gusta vivir en los Hamptons.
- ¿Cuántas botellas de vodka nos quedan?
- Semana y media.
Ambas sonreímos.
- No me compensa pero la quiero – digo después de lo que parece una eternidad sin hablar.
- Pues estás bien jodida – concluye.
- Esas sí que son palabras muy ciertas.
- Lo sé y lo siento.
Vuelvo a sonreír y hundo mi cabeza en mis brazos cruzados sobre la encimera. Odio mi vida ahora mismo.
Nos levantamos cuando el sol se hace insoportablemente presente en la habitación. La boca aún me sabe a vodka. Esto no puede ser sano.
Me doy una ducha rapidísima y me cepillo los dientes. Vuelvo a ser persona o casi.
Cuando llego a la cocina, Sugar está viendo las noticias. Está enfurruñada y con el mismo intento de recogido griego que trató de hacerse anoche antes de acostarse cuando su coordinación me sostengo la horquilla entre los dientes, recupero la horquilla de entre los dientes no era muy buena.
Sin duda alguna por culpa del Grey Goose.
- Voy a hacerte una foto y subirla a facebook.
Sin ni siquiera mirarme me manda a callar llevándose el mando a distancia a los labios. Yo pongo los ojos en blanco y vuelvo a ocupar mi taburete de borracheras nocturnas. Rachel me sonríe al
otro lado de la cocina mientras pasa desganada las páginas de la única revista de cotilleos que tenemos en casa. La hemos leído una decena de veces cada una.
- En otro orden de cosas. Pasemos a las noticias económicas – anuncia la presentadora de la CNN.
No me puedo creer que tenga ánimos para escuchar las noticias. Yo tengo aún la cabeza embotada, sumergida en una bruma de porcelana china. Prácticamente no puedo pensar.
Me levanto de un salto, del que me arrepiento al instante, y voy a preparar café.
- La noticia ha sorprendido a todos. – Hasta la presentadora parece estarlo -. Nadie esperaba que Lionell Mackenzie, el jefe de prensa del Lopez Enterprises Group, anunciara esta mañana la opa hostil que el grupo empresarial ha lanzado sobre Borow Media, su competidor pero siempre supuesto amigo.
La bruma se disipa por completo o aumenta hasta cegarlo todo, no lo sé. Dejo la taza de café sobre la encimera y corro hasta colocarme junto a Sugar.
- Todo parece indicar que la adquisición de una pequeña pero prometedora empresa, Bloomfield Industries, podría haber sido el detonante de lo ocurrido.
Bloomfield Industries no, el detonante he sido yo.
- En cualquier caso la brillantísima Santana Lopez acaba de conseguir que su grupo empresarial se convierta en uno de los más importantes de todo el país.
La presentadora continúa con otra noticia. Sugar apaga el televisor y deja caer el mando sobre el sofá.
- Esa zorra tiene lo que se merecía – sentencia.
No voy a negar que se lo mereciera pero no me parece bien. Santana ha actuado por venganza. No ha tomado la decisión pensando en la empresa. Ella no es así y puede que acabe arrepintiéndose.
- Santana no ha debido hacerlo – protesto.
- ¿Por qué? – se queja Rachel.
- Porque no lo ha hecho por algo profesional. Esa opa no ha sido negocios para ella.
- Tú no tienes que pensar en eso ahora – me recuerda Sugar -. Ha sido su decisión y ella lo ha pedido a gritos – añade llena de desdén. Inevitablemente su último comentario me hace sonreír.
Aprovechando nuestro silencio, el sonido de una canción a lo lejos se cuela por las puertas del salón que dan acceso a la playa. No reconozco la música.
Rachel va a hacer un comentario pero Sugar la chista con rotundidad.
- Escuchad.
Aún sin hacerlo Rachel y yo ya sabemos a qué se refiere. Nos miramos y suspiramos tan divertidas como exasperadas.
- Otra vez la misma canción. Every breath you take. Os lo digo, he investigado un poco. Sting tiene una casa en la zona. Seguro que la pone a todo volumen cuando se siente nostálgico.
Rachel y yo la miramos como si nos estuviera contando que Santa Claus, el Grinch y Scrooge existen y todos se han ido de copas con ella.
Sugar pone los ojos en blanco, tira de mi mano y con brusquedad salimos a la terraza.
- Si seguimos el ruido de la música, encontraremos su casa.
Tal y como escucho el plan, desde luego al más puro estilo Sugar Motta, tiro de la mano de Rachel y la arrastro con nosotras. De acuerdo que estamos exiliadas en los Hamptons por mi culpa
pero no va a librarse de esta singular caza al hombre.
Mientras atravesamos la calle principal de los Hamptons, no puedo evitar quedarme mirando los lujosos vallados y las grandiosas entradas que la flanquean a ambos lados. Es alucinante, como un país propio. Los Hamptons son el exceso hecho verano y resulta increíble.
De nuestras pintas, sin embargo, no puede decirse lo mismo. Las tres con pantalones cortos de colores y camisetas de tirantes. El pelo recogido de cualquier manera y chanclas. Quiero auto
convencerme de que el glamour se lleva dentro, no es la ropa que vistes, pero quien dijo esa frase claramente no se ha topado con nosotras esta mañana.
La canción deja de sonar justo cuando Sugar dobla la esquina que conduce a la calle que alberga la primera línea de playa. En esta zona las casas son más modestas. Son las primeras que se
construyeron cuando los Hamptons simplemente eran una zona de costa como tantas otras.
Sin embargo para mí son las más bonitas. No porque tengan salida directa a la playa sino porque su intención es completamente diferente. Estas casas viven para el mar, para contemplarlo, para disfrutar de él. Entre la gente que habita las grandes mansiones es habitual escuchar que ni siquiera
pisan la playa. Vienen aquí por el ambiente, las fiestas, una idea completamente diferente.
Sugar se para en mitad de la calle escuchando atentamente, esperando a que The Police vuelva a sonar, pero nada.
- ¿Podemos irnos ya a casa, loca desquiciada? – se queja Rachel mientras se gira y comienza a caminar de vuelta.
Sugar se encoje de hombros y desilusionada suspira profundamente.
Mientras regresamos, Rachel se agarra de mi abrazo
- ¿Y tú qué tal lo llevas? – me pregunta.
- Bien.
- Necesitamos algo más concreto – comenta Sugar -. Del uno al diez, ¿cómo estás?
Tienes que saber que el uno es Rose cuando acaba de descubrir que Jack ha muerto congelado entre los restos del Titanic con su mano fría e inerte agarrada a la suya.
Sugar se lleva la mano al corazón y finge la mueca de tristeza más grande del mundo lo que nos hace sonreír.
- ¿Y el diez? – pregunta Rachel.
- El diez es Scarlett Johansson cuando Ryan Reynolds la dejó. Estás triste pero sabes que encontrarás a alguien mejor.
Volvemos a sonreír.
- ¿Y? – me apremia.
Lo pienso unos segundos.
- Soy un tres.
Las dos me miran pero ninguna dice nada. Yo suspiro. ¿A quién pretendo engañar? Soy un total y absoluto uno. Aún intento despertar a Jack.
Justo cuando estamos a punto de abandonar la calle, escuchamos una canción que inmediatamente nos es familiar a las tres. El corazón me da un vuelco solo con recordar la última vez que la oí.
- ¿Esa no es una de las canciones que tanto le gustan a tu padre? – le pregunta Sugar a Rachel.
- Sí, la he escuchado un millón de veces pero nunca recuerdo cómo se llama.
- Il tempo de moriré – respondo en un susurro.
Mis ojos se llenan de lágrimas a la vez que mi mente cruel se recrea en la voz de Santana cantándola suavemente mientras sus brazos rodeaban mi cintura, en su estudio, en su casa, en
Chelsea, en un tiempo en el que era feliz.
Antes de que pueda reaccionar la puerta de un garaje se abre y un perro sale disparado hacia nosotras. Todo mi cuerpo, mi corazón se anticipan a lo que de alguna extraña manera ya saben que va a pasar.
Se escuchan pasos acelerados salir tras el perro y una voz que lo llama:
- ¡Lucky! – su voz, cómo pude pensar si quiera que podría llegar a olvidarla.
Santana sale del mismo garaje, corre unos pasos más y entonces se detiene en seco. Nuestras miradas se cruzan por un instante. Por Dios.
Tengo que dejar de mirarle. El momento me está envolviendo y todo lo que le he echado de menos, todo el amor que siento por ella están concentrándose en mi garganta y casi me impiden
respirar. Me arrodillo y recibo a mi cachorro encantada. Ha crecido muchísimo. Sonrío mientras lo acaricio una y otra vez pero no me llega a los ojos. No quiero romper a llorar y tengo la esperanza de que si no dejo de reír, mis propias emociones pillaran la indirecta.
Sugar y Rachel se quedan petrificadas. La miran a ella y me miran a mí, tratando por todos los medios de fingir que esta situación no es real, que Santana no está a unos pasos de mí.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
todo se comfabula para que vuelvan a estar juntas!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Se encontraron sin querer en el mismo lugar sjdhj y Brittany se queria ir a Nueva York jshdj pff-.-'
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Más más más
Heya Morrivera********- - Mensajes : 633
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Micky Morales Hoy A Las 6:36 Am todo se comfabula para que vuelvan a estar juntas!!!!!! escribió:
Cuando estan destinadas a ser nada ni nada puede interponerse a este amor enfermizo, lo digo por esta historia en particular
Susii Hoy A Las 9:08 Am Se encontraron sin querer en el mismo lugar sjdhj y Brittany se queria ir a Nueva York jshdj pff-.-' escribió:
Casualidad suerte tu juzga, pero algo hace que siempre se atraigan en el mismo lugar en que todo inicio
Heya Morrivera Hoy A Las 12:40 Pm Más más más escribió:
chica de pocas palabras pero directo al grano, claro que abra mas mucho mas de esta peculiar historia.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
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Sigo acariciando al perro. Sonriendo. Sí, la sonrisa es mi mejor arma. Estoy demasiado nerviosa. El corazón me late deprisa y mi respiración es un autentico caos. De reojo puedo ver como
Santana se acerca lentamente, como si fuera una leona acorralando una gacela. ¿A quién pretendo engañar? Una gacela ante una leona tendría más posibilidades que yo.
“Ni que lo digas”. Me incorporo lentamente y sin moverme un centímetro cometo la mayor estupidez de todas. Alzo
la mirada y dejo que esos maravillosos ojos me atrapen. Está bella y yo no puedo dejar de pensar que la vida es sumamente injusta.
- Hola – susurra deteniéndose a unos pasos de mí.
- Hola – musito.
Hola, Nueva York. Hola, Chelsea. Hola, Santana.
Ninguno de las dos dice nada más. Solo dejamos que nuestras miradas permanezcan entrelazadas.
La he echado tanto de menos.
La situación parece reactivar a Rachel y Sugar que nerviosas se acercan a mí.
- Britt, nosotras regresamos a casa – me avisa Rachel –. Creo que con las prisas ni siquiera la dejamos bien cerrada.
Su comentario me hace apartar la mirada de Santana.
- Sí, será mejor que nos vayamos – musito con una sonrisa nerviosa.
Las dos me miran con los ojos como platos. Sin duda que me marchara era la última de sus intenciones.
- Britt.
Mi cuerpo interpreta esa simple palabra como la seductora orden que ha sido en realidad y como si estos cinco días no hubieran sucedido, dejo de nuevo que sus ojos me atrapen y algo dentro de mí
se rinde por completo a ella y a su voz.
Asiento aún más nerviosa y las chicas, conmocionadas también por el magnetismo que ha conseguido desprender con una sola palabra, se marchan.
- Tenemos que hablar – me dice y su voz suena endurecida. No está usando un tono amable.
Aún así me es imposible negarme.
Vuelvo a asentir. Ella cruza la distancia que nos separa y toma mi mano. Suspiro discretamente porque ese pequeño contacto me desarma, pero no puedo resultar siempre tan transparente, me
recuerdo, así que me armo de valor e intento no darle importancia a que su mano esté tocando la mía.
Además estoy completamente convencida de que para ella ha sido algo mecánico.
Me guía hasta la casa. Aún tiene la puerta del garaje abierta y puede verse su flamante BMW flanqueado por al menos una decena de tablas de surf. Santana camina decidida. No hay atisbo de duda
en ella. En cambio a mí me tiemblan las rodillas. Siempre he envidiado eso de ella, ese férreo autocontrol. Ahora mismo me vendría de maravilla. Se saca las llaves de su bañador de una popular marca de surf y abre la puerta. Suspiro al contemplar la casa por dentro. Es exactamente como la imaginaba. Sencilla, con pocos muebles pero
muy elegantes. Todos son de madera clara y hay un inmenso sofá color chocolate bajo las ventanas.
Algo meramente funcional para quien pasa las horas en la playa, en el mar.
Santana me deja en el centro del salón, se asegura de que Lucky entra y cierra la puerta. Ese sonido me hace despertar de esta especie de burbuja y volver a caer en la cuenta de que estoy a solas con ella.
¿Qué voy a hacer?
Noto sus pasos hasta que se detiene a mi espalda. Ni por un instante su proximidad ha dejado de tener el mismo efecto en mí.
- Britt – me llama en un salvaje susurro -, mírame – de nuevo ese tono exigente y demasiado sensual al que no puedo negarme.
Lentamente me giro. La penumbra de la habitación se vuelve su aliada y la electricidad que siempre nos rodeaba lo hace una vez más. Sigo siendo la gacela solo que ahora he entrado temeraria en la guarida del león.
- Te he echado de menos – susurra.
Debería salir huyendo. Nunca he sido más consciente de nada en toda mi vida. Aparto la mirada ruboriza, tímida y abrumada. Por un momento me siento de nuevo en su despacho. ¿Por qué tengo la
sensación de que con ella no ha pasado un solo minuto desde que me besó por primera vez?
Su mano está a punto de acariciar mi cadera.
- Creí que querías hablar – musito con la respiración acelerada.
Sus dedos tocan mi piel y no puedo evitar lanzar un pequeño suspiro. La he echado de menos, le he echado muchísimo de menos.
- Sabes que no sé me da muy bien hablar – responde atrayéndome suavemente hacia ella.
Se inclina sobre mí sin desatar nuestras miradas. Sus labios están perturbadoramente cerca de los míos.
- San – murmuro.
Una lucecita se enciende en el fondo de mi cerebro. Nada ha cambiado y está es la mejor prueba de ello. Va a despistarme con el sexo, a fingir que nada ha pasado y a pretender que yo haga lo
mismo antes de tener que hablar.
- San – repito con una tibia insistencia -, no puedo.
No se mueve.
Sacando fuerzas no sé muy bien de dónde me aparto y me dirijo hacia la puerta. Santana suspira exasperada y se pasa las manos por el pelo. Abro atropellada y salgo de nuevo a la calle.
- Britt, maldita sea – masculla saliendo en mi busca acelerada -. ¿Dónde vas?
- Santana, me voy. Es lo mejor.
- ¿Lo mejor para quién? – inquiere furiosa.
- Lo mejor para mí, para protegerme.
Santana me mira analizando cada una de mis palabras. No han sido arbitrarias aunque tampoco era plenamente consciente de dónde quería llegar al pronunciarlas. Son las mismas que ella uso en el
despacho para explicarme porque intentaba mantenerse alejada de mí.
Ahora me doy cuenta de que es lo peor que podría haberle dicho y lo mejor si lo que realmente quiero es que me deje marchar.
Santana se queda inmóvil a unos pasos de la entrada de su casa y a unos pasos de mí. Su mirada está salpicada por un reguero de emociones. Está furiosa, frustrada, dolida pero tengo la
sensación de que no conmigo sino consigo misma.
Suspiro para tratar de controlar el apabullante aluvión de lágrimas que amenaza con inundarlo todo y finjo una sonrisa que no me llega a los ojos.
- Lo siento – musito justo antes de echar a andar.
Desaparezco por la primera calle que me da la oportunidad. Pierdo la cuenta de cuantas veces tengo que suspirar para tranquilizarme. Odio mi vida ahora mismo.
Debería sentirme orgullosa de mí por haber sido fuerte pero, maldita sea, es Santana Lopez y le quiero con todo mi corazón. Ya lo
acepté una vez siendo la mujer más complicada sobre la faz de la tierra, ¿por qué no hacerlo otra?
“Porque se trata de superar los errores, no de cometerlos otra vez”.
Me pongo los ojos en blanco a mi misma y me siento en el último escalón. Una verdad cristalina se instala en mi mente: no puedo seguir aquí. Ya basta de este exilio autoimpuesto que tiene aún
menos sentido con Santana a unas casas de distancia.
Me levanto decidida y entro en la casa. Las chicas deben haberse marchado a la playa. No hay rastro de ellas. Recojo mis cosas y les dejo una nota explicándoles que vuelvo a la ciudad y
pidiéndoles que en cuanto ellas lo hagan, me llamen.
Sugar escondió mi iphone con el suyo dentro de uno de los jarrones de porcelana de la dinastía Ming de la madre de Rachel. El exilio dentro del exilio. Recupero el mío pero no lo enciendo. Llevo
sin hacerlo cinco días.
Mientras espero el autobús, me mentalizo para pasar tres horas y medias en él. No puedo evitar pensar en Santana.
.
Subo a mi apartamento, tiro la mochila en el sillón y yo lo hago en sofá. Lo mejor sería meterme ya en la cama para poner punto y final a este día. Me levanto con esa intención pero entonces me doy
cuenta de que yo no soy así. No me dejo vencer. De acuerdo que estos últimos cinco días no he sido precisamente el optimismo hecho mujer pero se acabó y lo primero es lo primero. Cojo mi mochila y
saco el iphone. Se terminó estar incomunicada con el mundo.
Pulso el botón de encendido y la pantalla se ilumina. Tras unos segundos aparece la foto de Lucky. Casi al instante el icono de los mensajes tiembla. Deslizo el pulgar por la pantalla y sin
darme cuenta contengo la respiración hasta que la lista se abre frente ante mis ojos. La mayoría son llamadas perdidas: Quinn, mi hermana, mi hermano, y casi al final un nombre: Santana . Por un momento me quedo como una idiota mirando cada letra y siento unas inmensas y
kamikazes ganas de llamarla. Sin embargo rápidamente sacudo la cabeza y deshecho esa idea. Le mando un mensaje a Sugar diciéndole que he llegado sana y salva, recupero mi mochila del sillón al tiempo que dejo el teléfono sobre la isla de la cocina, vuelvo a mi habitación y cierro la puerta. La tentación cuanto más lejos, mejor.
Deshago la mochila con desgana. Estoy colgando mis vestido cuando me doy cuenta que por error me he traído uno de Sugar. Es increíblemente ajustado e increíblemente corto. Se lo llevo por
si algún multimillonario nos invitaba a su mansión en la playa en cuyo caso tenía que ponérmelo para ligármelo y empezar a aplicar la máxima de que un clavo saca a otro clavo. Por suerte no pasó. Me
parece imposible que alguien pueda ponérselo y no acabe enseñando las bragas.
Me meto en la cama y enciendo la pequeña televisión de mi habitación. Hago zapping hasta que encuentro algo decente que resulta ser Mom en la CBS. Mejor evitar cualquier posibilidad de acabar pensando en quien no debo pensar. Mañana me levantaré a primera hora, me pondré mi falda de la
suerte y saldré a las duras calles de Nueva York a buscar un empleo.
El despertador suena a las siete en punto. Me levanto de un salto y me meto en la ducha.
Automáticamente decido bloquear cualquier pensamiento mínimamente relacionado con el sueño que he tenido, de hecho con soñar en general. No puedo permitirme sentirme confusa y echar de menos a Santana desde las siete de la mañana.
Al salir de la ducha mientras camino envuelta en mi toalla más mullida, enciendo el ipod, lo conecto a los altavoces y busco Here comes the sun. Anoche la escuché en el taxi y sé que es la canción adecuada si lo que pretendo es empezar el día llena de optimismo.
Little darling, it’s been a long cold lonely winter. Little darling, it feels like years since it’s been
here. Here comes the sun. Here comes the sun, and I say it’s all right.
Sonrío mientras George Harrison canta. Justo la canción que necesitaba.
Cojo mi falda de la suerte aún colgada de la percha y la observo. Las cosas siempre me han ido bien con esta falda. Con ella conocí a Santana, me recuerda inoportunamente mi mente. Suspiro
profundamente. A pesar de todo no lo cambiaría por nada.
Here comes the sun, and I say it’s all right.
Sonrío pero no me llega a los ojos y finalmente me la pongo. Añado mi nadadora azul y unas sandalias de cuero. Me seco el pelo con la toalla y me lo recojo en una cola de caballo.
Necesito encontrar trabajo lo antes posible. Es fundamental para estar ocupada y, por supuesto, para pagarme las facturas.
No tengo mucha suerte con las cuatro primeras entrevistas. Buscan asistentes con más experiencia y no consigo siquiera pasar del mostrador de recepción. Me desanimo un poco pero
George Harrison y su Here comes the sun hoy son mi mantra y rápidamente me lleno de optimismo otra vez.
La quinta es en pleno centro de Manhattan, en la Tercera Avenida. Un estudio de arquitectos busca asistente. Cuando llego allí, un guardia de seguridad muy simpático me pide que espere y poco
después una chica llamada Sara me recoge en el vestíbulo y tras subir a la planta nueve me guía por un laberíntico pasillo hasta unas pequeñas oficinas. En la puerta de entrada puede leerse en letras
enormes Roy Maritiman, Arquitecto.
- El estudio es pequeño – me informa con una sonrisa. Parece realmente amable – pero tiene más trabajo del que parece.
Le devuelvo la sonrisa a la vez que esquivo a un mensajero que sale con varios paquetes y sobre
ellos un casco de bici.
- Serás la secretaria del señor Maritiman.
Al oír la palabra secretaria no puedo evitar sonreír. Me recuerdo a mí misma diciéndole a Santana que yo no era la secretaria de nadie. También recuerdo perfectamente lo furiosa que estaba. Me dolía
como se comportaba conmigo y ahora una parte de mí lo daría todo por volver a ese punto.
“¿Solo una parte?”.
Sacudo la cabeza. Esta línea de pensamientos no me beneficia en nada.
- Empezarás mañana a las ocho – continúa sacándome de mis pensamientos.
- ¿Mañana? – pregunto confundida -. ¿Y la entrevista?
- El señor Maritiman vio tu curriculum y le ha impresionado mucho que hayas trabajado como asistente de Quinn Fabray y en definitiva para Santana Lopez.
Al pronunciar su nombre no puede evitar que una boba sonrisita le inunde los labios. Está claro que la conoce bien y todo parece indicar que vamos a ser compañeras de trabajo.
- El puesto es tuyo – me confirma –, si te interesa, claro.
¡Genial!
- Sí, sí, claro que me interesa – prácticamente tartamudeo emocionada -. Me interesa muchísimo.
Estoy contentísima. Tengo trabajo. ¡Tengo trabajo!
- Nos veremos mañana – me recuerda con una sonrisa contagiada de mi entusiasmo -.
¿Sabrás salir sola?
- Sí, no te preocupes.
- A las ocho – dice una vez más alejándose camino de los despachos del fondo.
Sonrío de nuevo y me marcho pletórica. Mi falda de la suerte nunca falla.
En mitad de la calle saco mi iphone del bolso dispuesta a llamar a las chicas para contarle las buenas noticias, pero justo cuando estoy a punto de deslizar mi pulgar sobre el botón verde, el teléfono comienza a sonar y el nombre de Santana se ilumina en la pantalla. Mi sonrisa se apaga pero no me siento triste. Santana sigue siendo la primera persona a la que querría contarle algo así, cualquier
cosa en realidad. Sigue sonando. ¿Y si lo cogiera? Podría simplemente decir hola y escuchar qué
tiene que decir. Mi sentido común, mi parte racional, mi dignidad y mi orgullo comienzan a llamarme a coro kamikaze, pero mi corazoncito de repente se ha henchido de esperanza. Vuelvo a suspirar. Sigue sonando. Dudo. Dudo de verdad. Deslizo el pulgar. Suspiro. Y finalmente rechazo la llamada.
Cuando el iphone deja de sonar, tengo la sensación de encontrarme en el lugar más silencioso del mundo pero entonces un taxista le grita a otro que él es un europeo refinado y que se meta sus
modales por el culo y súbitamente vuelvo a la realidad. Esto es Nueva York.
Suspiro hondo y decido que también puedo con esto. Una llamada no va a acabar conmigo.
Convencida vuelvo a centrarme en la pantalla del iphone y de prisa marco el número de Sugar. Si no me pareciera un poco patético, me reiría por lo rápido que he marcado para evitar que el teléfono
volviese a sonar.
- Mira quien llama – contesta Sugar al otro lado –: la escapista. Rachel cancela las partidas de búsqueda, la tengo al teléfono – continúa socarrona.
- Muy graciosa, pero dejaros tiradas en una preciosa playa rodeadas de hombres ricos y alcohol ha tenido su fruto.
- ¿Has encontrado hombres aún más ricos y más alcohol?
Lo ha preguntado tan sería y sincera que no puedo evitar echarme a reír.
- Mejor – respondo aún con la sonrisa en los labios -. Tengo trabajo.
- ¿De qué? – pregunta entusiasmada.
- En un estudio de arquitectura. Seré la secretaria del arquitecto jefe.
- ¿Un estudio de arquitectos? Para ti será como dejar las drogas duras con metadona – comenta burlona -. Me gusta.
Le hago un mohín que está claro que ella no ve.
- Ya lo tengo superado – digo muy convencida.
Tengo la nueva teoría de que si yo me lo creo, por inercia todo el mundo acabará haciéndolo y al final se hará realidad.
- Si es así, te reto a que te plantes en Chelsea ahora mismo. Con bragas – me aclara -, no le pongas las cosas tan fáciles.
- Yo siempre llevo bragas – me quejo.
Ahora los taxistas me miran a mí.
- Y yo no soy alcohólica – replica impertinente -. Verdades a medias, chica, verdades a media.
- Eres la peor amiga del mundo – le riño divertida.
- Probablemente pero soy la mejor que tienes.
- Yo soy su mejor amiga – oigo a Rachel protestar por detrás.
- No te preocupes – la calma Sugar –. Somos como la divina trinidad.
Vuelvo a echarme a reír y cuelgo. Tanto sol y el Grey Goose del padre de Rachel están haciendo verdaderos estragos.
A la hora de almorzar regreso a mi apartamento. Abro la nevera y cojo una Budweiser helada dispuesta a celebrar mi nuevo trabajo cuando me doy cuenta de que hay algo que tengo que arreglar.
No puedo concentrarme en volver a ser todo risas y optimismo sin atar ese cabo.
Muy decidida salgo de mi apartamento, cruzo el rellano y llamo con insistencia. No tengo ni idea de lo que voy a decir, pero si con un regalo lo que importa es la intención, cuando una se planta
delante en la puerta de alguien dispuesta a pedir disculpas, esa premisa debería funcionar igual.
Mantener vivos los rescoldos de mi optimismo. He hecho las paces con Joe, he encontrado trabajo, las chicas han regresado; pero a oscuras, sola en mi habitación, tumbada en la cama y con la vista
clavada en el techo solo puedo pensar en Santana. Volvería con ella ahora mismo sin dudarlo pero, ¿para qué? ¿cuánto duraríamos esta vez? Ella nunca va a cambiar. Me llevo la almohada a la cara y suspiro
con fuerza. Basta de pensar en Santana Lopez, Pierce. Es lo más temerario y estúpido que podrías hacer.
Bajo el chorro de agua caliente canto a pleno pulmón el
gran éxito de Pharrell Williams Happy. Toda la música que escucho últimamente tiene un mensaje muy claro. Miro mi armario buscando qué ponerme y finalmente opto por mi vestido azul marino con
pequeños pájaros blancos estampados y mis oxford azules.
Exactamente ocho horas y treinta y siete minutos después entro en mi apartamento dando un sonoro un portazo. Conecto el ipod y pongo Stronger de Kelly Clarkson a todo volumen. Mi canción
salvavidas. Antes de llegar al estribillo están llamando a mi puerta y no me sorprendo en absoluto cuando al abrir veo a Rachel al otro lado. Esta canción es como la batseñal.
- ¿Tal mal ha ido? – pregunta siguiéndome al interior de mi apartamento.
- Trabajar para Roy Maritiman es un infierno – mascullo abriendo el frigorífico y cogiendo dos cervezas -. Solo he necesitado una jornada laboral para darme cuenta de que es presuntuoso, desdeñoso y mucho menos inteligente de lo que él se cree. – Abro las cervezas y le tiendo una a Rachel que ya se ha acomodado en el sofá -. Echo de menos a
Quinn – gimoteo dejándome caer en el sofá.
Ella sonríe.
- Echo de menos a Santana – continúo –, laboralmente hablando – le aclaro -. Ver trabajar a Santana era sencillamente increíble. Tan brillante, tan determinada. Roy no le duraría ni dos segundos. Además no solo es eso – sigo lamentándome –. Echo de menos las charlas con
Sugar, comer juntas en el Marchisio’s – el sexo desenfrenado con Santana en el despacho, los encuentros casuales. Podría verla todos los días. Suspiro bruscamente y me llevo la mano libre a la cara -. Dios, estoy bien jodida. El motivo por el que regresaría corriendo al Lopez Group sin mirar atrás es el mismo por el que no puedo volver. No puedo permitirme el lujo de ver a Santana todos los días.
Está claro que esta última frase no ha sido un mero comentario. Necesito recordármelo y en voz alta.
- Un buen día entonces – comenta Rachel antes de darle un trago a su cerveza.
La miro mal y ella hace todo lo posible por ocultar una incipiente sonrisa.
En el metro intento buscarle las ventajas a mi nuevo trabajo. Los compañeros parecen simpáticos. Sarah, la chica de la entrevista, también es arquitecta y la mano derecha de Roy. Su secretaria, Wendy, también parece muy agradable y ayer me estuvo ayudando a entender el sistema de trabajo de la oficina. A parte de ellas no conocí a nadie más. Se supone que hay dos estudiantes de arquitectura que tienen una especie de beca de prácticas y trabajan algunas horas en el estudio pero ayer no los vi.
Nada más entrar dejo el bolso en mi mesa y saludo a Wendy que habla por teléfono en la suya.
La oficina no es muy grande. Nuestros escritorios están uno frente al otro pero separados por varios
metros. Muy cerca se encuentra la segunda parte de la oficina donde están los despachos de Roy y Sarah. La separación de espacios la marcan unos cuantos escalones. A parte de estas dos estancias
solo hay una sala de descanso y una pequeña habitación donde trabajan los becarios.
Antes si quiera de encender el ordenador voy a prepararle el café a Roy. Resoplo y refunfuño como una niña pequeña mientras cargo la cafetera. Ayer me dejó bien claro que mi primera tarea en
cuanto entre en la oficina es prepararle su café. Usa azúcar moreno, no azúcar blanco, Susan.
Odio que me llame Susan. Todo él es odioso.
Camino hasta su despacho con la taza en la mano. Llamo a la puerta y espero a que me dé paso.
“Bonita costumbre”.
Maldita sea.
- Su café, señor Maritiman” – digo yendo hasta su mesa.
- Susan, organiza la agenda y prepara todo lo necesario para hoy. Tengo que diseñar.
- Por supuesto, señor Maritiman.
Le da un sorbo a su café y se recuesta sobre su enorme sillón. Tengo que diseñar es el equivalente de Roy a quiero quedarme toda la mañana contemplando las vistas de mi despacho. Si no
fuera el nieto del genial arquitecto Alexander Maritiman, nadie le prestaría un solo segundo de atención.
Regreso a mi mesa. Al fin enciendo el ordenador y comienzo a organizar su jornada de trabajo de tal manera que cualquier mínimo esfuerzo por su parte esté programado para después del almuerzo.
Estoy intentando cuadrarlo todo cuando escucho pasos acercarse a mí. No sé porque todo mi cuerpo me pide que levante la mirada. Al hacerlo suspiro sorprendida. Más que eso, estoy
conmocionada. Si no fuera por la cara de idiota con la que lo mira Wendy, diría que estoy sufriendo alucinaciones. ¿Qué hace aquí? ¿Qué hace Santana aquí?
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
3
- Santana – susurro nerviosa casi en estado de shock.
- Buenos días, señorita Pierce.
Esta morena esta mas bella cada vez. Más aún que cada día que pase con ella. ¿Cómo es posible? Lleva un traje gris marengo, una impoluta camisa blanca. No puede ser. Mi mente se niega a creerlo. Lleva la misma ropa que el día que nos conocimos, solo que por algún extraño
fenómeno de la naturaleza le queda todavía mejor.
La puerta del despacho de Roy se abre y éste sale ajustándose la corbata atropelladamente.
- Señorita Lopez – le llama solicito pero ella sigue con sus impresionantes ojos negros posados en mí -, acaban de avisarme de que vendría.
- Señor Maritiman.
Finalmente se gira hacía él, ya a penas a un paso de mi mesa, y yo me obligo a levantarme haciendo el mayor esfuerzo de toda mi vida. Mis piernas, todo mi cuerpo, yo misma seguimos en estado conmocionados.
- ¿En qué puedo ayudarle? – Roy está pletórico -. ¿O solo ha venido a visitar a una vieja empleada? – pregunta con una sonrisa intentando parecer gracioso. No lo consigue.
- ¿Una vieja empleada? – inquiere despreocupada.
- Susan – continua Roy señalándome como si fuera un objeto propiedad de su estudio
–, trabajaba para usted.
Si me quedaba alguna duda de por qué conseguí este empleo, acabo de respondérmela.
- ¿Trabajaba para mí? - inquiere con una sonrisa de lo más impertinente -. ¿Contabilidad?
- Era la ayudante de la señorita Fabray – replico con una sonrisa fingidamente solicita.
¿Por qué estoy entrando en su juego? ¿Y no se supone que estaba en Holanda?
Suspiro exasperada mentalmente y me esfuerzo en no estrangularle mientras finge intentar recordarme.
- Ah, sí – comenta al fin -. Ahora tiene otra – añade sin más.
Roy sonríe y a regañadientes le presta atención a Wendy que se acerca con unos papeles. Santana aprovecha para mirarme de arriba abajo con total descaro y se inclina discretamente sobre mí.
- Pero no tiene esas piernas tan increíbles – susurra cerca, muy cerca.
Huele maravillosamente bien, a lavanda fresca, y por un momento simplemente me deleito. Nunca pensé que se podría echar de menos un olor.
Ahogo una sonrisa nerviosa en un gemido e intento fingir por todos los medios que el sentir su voz salvaje y sensual no acaba de afectarme todo lo que me ha afectado. La asesino con la mirada y su sonrisa se ensancha. La bastarda presuntuosa está disfrutando con esto.
Roy vuelve a prestarnos atención y mientras a mí me tiemblas las piernas, Santana no da una sola muestra de estar mínimamente afectada. Algunas cosas nunca cambian.
- Será mejor que me acompañe a mi despacho – le dice Roy -. Susan, por favor, cancela todas mis citas para esta mañana.
Le miro y asiento mordiéndome la lengua. Toda esta situación es un chiste enorme.
“Como tu vida en general”.
Roy le indica a Santana que le siga y ambos se encaminan a su despacho, pero cuando está a punto de subir el primer escalón, Santana se detiene como si acabara de recordar algo y se vuelve hacía mí.
- Señorita Pierce – me llama acercándose otra vez a mi mesa -, dijiste que me querías – sus espectaculares ojos negros me atrapan – no pienso rendirme.
Sus palabras son un susurro inaudible para todos excepto para mí, que no puedo apartar mi mirada de ella ni siquiera cuando gira sobre sus pasos y vuelve con Roy, que le espera en las
escaleras.
¿Ha sido una amenaza? ¿Una declaración de amor? No tengo ni la más remota idea pero no podría ser más consciente de lo abrumada, nerviosa y feliz que me siento ahora mismo.
La puerta del despacho se cierra y yo suspiro bruscamente al tiempo que me llevo las manos a la cara. Todos mis planes de olvidarle y seguir adelante con optimismo y una sonrisa acaban de irse al
traste. ¿Por qué tiene que ser tan increíblemente bella?
Mientras estoy compadeciéndome de mi suerte, suena el intercomunicador de mi mesa. Cómo no,
Roy me pide que vaya a su despacho. Intento pensar en alguna excusa pero mi mente ahora mismo está sumida en la visión de Santana y ha decido recrearse en vez de ayudarme.
Me levanto y voy hasta la puerta. Llamo y estoy a punto de esperar a que me den paso pero antes de que Roy lo haga, entro y cierro la puerta tras de mí. Ya es hora de acabar con las viejas
costumbres.
Avanzo unos pasos y espero a que mi jefe termine el discurso con el que intenta, sin ningún éxito, impresionar a Santana que está sentada al otro lado de su mesa elegante y sofisticada hasta decir basta.
El despacho parece extrañamente pequeño con ella aquí.
Debería salir huyendo, estar ya a tres manzanas de aquí en vez de mirarla embobada. Seguro que se ha puesto ese maldito traje a propósito. ¿Qué vestido me pondría yo si quisiera torturarla? Lo
pienso un instante. El blanco sin duda alguna. Todavía recuerdo cuando me dijo que con él parecía el pecado original.
¿Pero qué estoy haciendo? Me riño en un grito mental. No debería estar pensando en torturarle.
No debería estar pensando en ella y punto. Suspiro discretamente. Mi vida es un asco.
- Susan – me llama Roy sacándome de mis pensamientos.
Llevo la mirada hasta él y por su expresión comprendo que no era a primera vez que me llamaba mientras yo estaba embobada mirando a Santana. Por si no tuviera bastante, ella sonríe arrogante
dejándome claro que también se ha dado cuenta. ¡Mierda!
“No se te ocurra ruborizarte”.
Solo me faltaba eso. Carraspeo y cuadro los hombros. Actitud profesional, Pierce.
- ¿En qué puedo ayudarle, señor Maritiman?
- Trae mi portafolio. Quiero que la señorita Lopez le eche un vistazo a nuestros últimos proyectos.
Asiento y voy hasta el pequeño mueble junto a la puerta. Me agacho y comienzo a buscar los documentos que me ha pedido.
- Como le decía, quiero que se encargue del rediseño de uno de los edificios de White Plains – comenta Santana.
Aunque no es mi intención, al oír el nombre de esa calle centro mi atención en la conversación.
Esos son los edificios que el Lopez Group se comprometió a restauran en el sur del Bronx. ¿En serio Santana piensa que Roy es el arquitecto adecuado?
- Sin duda ha tomado la decisión acertada. Nuestro estudio realizará un trabajo impecable.
Entonces supongo que no lo hará ella, pienso y no puedo evitar que una sonrisilla llena de malicia se me escape. De reojo veo una incipiente en los labios de Santana. ¿Cómo puede saber lo que estaba
pensando?
- Mañana podemos reunirnos en sus oficinas para que me dé las especificaciones y detalles del proyecto.
Sin duda alguna hoy está siendo el mejor día en la vida de Roy Maritiman.
- De hecho no es necesario – responde Santana -. No quiero que pierda el tiempo con algo que claramente no está a su altura.
Roy sonríe mostrando su perfecta y carísima dentadura. Ya está bailando al son que marca Santana y ni siquiera se ha dado cuenta.
- Podría enviar a su secretaria – continúa Santana -. ¿Susan? – me llama como si no recordara mi nombre, volviéndose hacia mí otra vez con esa impertinente sonrisa.
- Brittany – le corrijo con los ojos entornados y unan fingida sonrisa.
- Ella podría ir al edificios – sigue prestándole de nuevo su atención a Roy -. Yo mandaré a alguien de mi oficina. Pondrían la información en común y recopilarían todas las especificaciones que fuesen necesarias.
Mi jefe sonríe encantado. Santana ha hecho que sienta importante y ese sentimiento le nubla la mente.
- Brittany – me llama Roy.
Yo me incorporo y él me hace un gesto para que me acerque a la mesa. Le odio.
- Vas a encargarte del proyecto del Lopez Group – me informa -. Solo de la primera fase naturalmente.
Sonríe henchido de mi sí mismo y Santana le devuelve una fingida sonrisa. Le conozco y sé que lo detesta pero ahora le sirve a sus propósitos y lo manipulará hasta obtener lo que quiere.
- ¿Cuándo quiere la primera reunión? –le pregunta.
- ¿Qué tal mañana mismo? – responde Santana –. Este proyecto me tiene algo impaciente.
¿Acabo de convertirme en un proyecto? Una parte de ella está disfrutando con todo esto y el tono travieso de su voz es la mejor prueba de ello.
- Brittany, cancela todo lo que tengas para mañana – me informa Roy -. A primera hora tendrás que estar en el trescientos veinte uno de la calle White Plains.
Concierta la cita a primera hora porque es domingo y no me necesita aquí para prepararle el café. Si hubiese sido un lunes, no me habría mandando al Bronx hasta las once.
Asiento y sonrío maldiciendo para mis adentros.
- Perfecto, entonces – dice Santana golpeándose suavemente los muslos a la que su vez que se levanta.
Roy le tiende la mano y Santana se la estrecha.
Dado que la reunión ha concluido me escabullo y vuelvo a mi mesa. No voy a estar con ella un segundo más de lo estrictamente necesario.
Roy acompaña a Santana hasta la puerta. Mi jefe se deshace en sonrisas y halagos prematuros a un trabajo que está claro que le queda demasiado grande. Es un pusilánime.
Noto la mirada de Santana sobre mí. Hace que me arda la piel. Alzo la mirada imprudente y dejo que la suya me atrape. Ya me siento hipnotizada. No debería haberla mirado. ¿Cuándo aprenderé que
no puedo luchar contra esos ojos negros?
Ella me dedica su espectacular sonrisa y ahora sí que estoy perdida. Sin embargo deja de prestarme atención para asentir a cualquiera de las estupideces que está diciendo Roy y de pronto me
descubro desamparada.
“Joder”.
Justo antes de salir del estudio, Santana se gira y da unos pasos en mi dirección.
- Señorita Pierce – me llama –, he pensado que la primera reunión mejor la llevaremos a cabo en la setenta y seis este, en el numero treinta y cinco. Le miro confusa. ¿Qué hay en esa dirección?
- Es el hotel Carlyle – comenta aún con ese tono travieso -. ¿Ha estado alguna vez?
Sucia Bastarda.
¿Qué pretende que conteste? Su sonrisa se ensancha y se vuelve aún más arrogante. Quería exactamente dejarme sin palabras.
- No, no he estado – respondo a regañadientes.
- Le encantará. Se lo aseguro.
Inmediata e involuntariamente rememoro el fantástico corsé con cadenas de oro de Cartier. El simple recuerdo me produce una punzada de placer en el vientre.
- Señorita Pierce – llama de nuevo mi atención. Al verme volver de mi ensoñación, sonríe otra vez. Sí, definitivamente ha conseguido lo que quería -, ¿recordará la dirección?
- Hotel Carlyle, a las once – digo mecánica, desganada y displicente.
- Eso es – responde mientras golpea rítmicamente la madera de mi mesa con sus largos dedos.
Finalmente me sonríe para asegurarse de que me derrita y se marcha contenta. La visita laboral le ha ido como la seda.
Roy vuelve a su despacho y yo me quedo sentada en mi mesa, sintiéndome como si acabara de chocar con un tren de mercancías. Wendy suspira con la mirada perdida en la puerta y yo, sin ni
siquiera saber por qué, rompo a reír, una risa nerviosa y descontrolada pero risa al fin y al cabo. La mañana no ha podido ser más surrealista.
Paso lo que queda de día intentando no martirizarme demasiado con lo que ha pasado y sobre todo, intentando no darle demasiadas vueltas a lo que pasará mañana. Lo peor de todo es que una
parte de mí, esa que solo Santana sabe despertar y que llevaba dormida desde que me marché a los Hampton, se ha levantado triunfal, relamiéndose y sintiéndose muy muy halagada. ¿Cómo pude ser tan ilusa de pensar que lo dejaría pasar? Siempre consigo lo que quiero, sus palabras sobrevuelan mi mente, y ahora lo que quiere soy yo.
“Y no finjas que no te encanta la idea”.
Ya en mi apartamento me pongo el pijama y me tiro en el sofá con la mirada clavada en el techo.
Normalmente esperaría a estar tumbada en la cama para empezar a devanarme los sesos pero hoy ha sido un día demasiado complicado. ¿Qué demonios voy a hacer mañana? La reunión va a ser un
problema y que sea precisamente en ese hotel va ser uno aún mayor.
Suspiro con fuerza. Me niego a pensar en esto en lo que queda de noche. Mañana llamaré al trabajo y diré que estoy enferma. Al cuerno la profesionalidad. Si voy a ese hotel, tendré las bragas
bajadas antes de cruzar el vestíbulo. Es una cuestión de supervivencia.
El despertador suena a la siete pero en realidad llevo despierta desde las cuatro de la madrugada.
Al principio pensando una excusa que darle a Roy y librarme de la reunión. Después convenciéndome a mi misma de que si iba, era solo por pura profesionalidad. Y más tarde cuando empezaba a amanecer, intentando controlar las mariposas de mi estómago despiertas solo con la posibilidad de ver a Santana. Es la historia de mi vida. Mi sentido común rozando el autoengaño y mi cuerpo despierto, encendido, deseando a Santana.
Antes de meterme en la ducha conecto el ipod y busco una canción ensordecedora que me impida pensar. Necesito la artillería pesada. Selecciono Get Lost de Icona Pop.
Let’s get lost. Dive all night. Leave this whole fucked up world behind.
Sí, es exactamente lo que necesito. Algo que me convenza de que soy una chica fuerte y valiente y puedo enfrentarme a cualquier cosa.
Pero el efecto de la canción dura poco y delante del armario nunca he tenido tantas dudas sobre qué ponerme. Elijo mi vestido rosa con pequeños bordados grises en los bajos y en los gruesos
tirantes y me convenzo de que me lo habría puesto aunque no fuese a ver a Santana.
En la puerta del hotel más bonito de toda la ciudad me sorprendo quitándome la coleta y dejando
que las ondas rubias me caigan sobre los hombros. No quiero preguntarme por qué lo hago.
“Mejor así. No te gustaría la respuesta”.
Cruzo el vestíbulo con paso titubeante. La adrenalina y la sangre caliente fluyen por mis venas a toda velocidad.
Llego al mostrador de recepción e inquieta comienza a dar rítmicos golpecitos con la punta de mis dedos sobre el elegante mármol. Una recepcionista se acerca con la sonrisa de rigor preparada.
La mía es tímida e inquieta, exactamente como me siento ahora mismo.
- ¿En qué puedo ayudarla? – pregunta.
- La señorita Lopez me espera para una reunión.
Al escuchar el apellido Lopez su sonrisa se vuelve increíblemente solícita.
- La señorita Lopez la espera en la suite del ático.
Cómo no.
Le sonrío aún más nerviosa a la vez que asiento. La bastarda no piensa dejar un solo cabo suelto.
Un botones me acompaña hasta el ascensor y pasa una tarjeta para que el elevador me lleve directamente a la última planta. Cuando las puertas se abren, trago saliva y doy un paso al frente.
Tengo la sensación de que ese pequeño gesto ha sido la decisión más temeraria que he tomado en toda mi vida.
Delante de la puerta trato de convencerme, o mejor dicho autoengañarme, de que es solo trabajo una última vez. Después respiro hondo. He perdido la cuenta de cuantas veces he realizado esta misma operación desde que salí de mi casa esta mañana.
Finalmente llamo a la puerta.
- Adelante – le escucho darme paso desde el otro lado.
Entro despacio y cierro tras de mí. Estoy aterrada.
Recorro el pequeño hall y contemplo nerviosa la suite. El corazón me martillea con fuerza en el pecho con cada centímetro de la estancia que observo. Santana no está. Miro a mi alrededor confusa y
me dirijo a la pequeña habitación que separaba los dos grandes espacios de la suite. Quizás esté sentada contemplando las vistas. Apoyada en umbral compruebo que no está e involuntariamente
llevo mi mirada al otro lado, al inmenso dormitorio y, sobre todo, a la inmensa cama. El mejor sexo de mi vida lo tuve en esta habitación. Se nos daban realmente bien los hoteles.
“No sigas por ahí. Eso sí que es una cuestión de supervivencia”.
Escucho un ruido y a los pocos segundos la puerta de la terraza se abre y Santana entra en el dormitorio. Sus ojos se posan en lo míos desde el primer instante y todo mi cuerpo se enciende. Está para comérsela. La luz del sol y su traje.
Tengo que hacer un serio esfuerzo por no suspirar y me obligo a apartar la mirada de ella. De reojo puedo verla sonreír mientras camina hasta el umbral de la puerta del dormitorio y se detiene bajo él.
Estamos separadas únicamente por la pequeña estancia y todo su magnetismo animal traspasa la habitación y me atrapa. Es tan sexy que resulta casi perturbador.
- Estás preciosa.
Estoy a punto de ruborizarme. Esto no está yendo en absoluto como quería.
- Tú tampoco estás mal – respondo intentando sonar indiferente.
Santana disimula una incipiente sonrisa. Sabe perfectamente cómo está y el hecho de que tenga tan claro como me afecta me enfada muchísimo. Si cree que porque los trajes le queden tan ridículamente
bien y tener esa sonrisa pienso olvidar lo enfadada que estoy con ella, está muy equivocada.
- Creí que estábamos aquí para trabajar – comento volviendo a alzar la mirada y uniéndola en la suya.
Demuéstrale que no eres ninguna cría insegura, Pierce.
- Y yo creí que tú no eras secretaria – replica insolente
¿A que ha venido eso?
- Necesito comer, pagar facturas. No todos somos arrogantes multimillonarias como usted,Señorita Lopez.
- ¿Señorita Lopez? – repite con sexy media sonrisa en los labios -. ¿Me estás provocando?
- ¿Qué? – pregunto escandalizada a la vez que intento contener una risa nerviosa -. Sí, te estoy provocando - bromeo contagiada de su humor. Santana da un peligroso paso hacia mí.
- Pues deberías tener cuidado – me advierte sensual.
- ¿Por? Santana da otro paso. Ya noto su olor. Tengo la tentación de inclinarme y aspirar directamente de su cuello.
- Porque ahora mismo todo en lo que puedo pensar es en meterme en esa cama y no dejarte salir en una semana. Lo último que necesito es que me provoques, señorita Pierce.
Uau.
Sus palabras me dejan sin respiración y sin reacción.
- Será mejor que vayamos al salón y comencemos con la reunión – musito con un hilo de voz.
Saco fuerzas no sé exactamente de dónde y me vuelvo para alejarme de ella, pero Santana me toma del brazo y me obliga a girarme dejándome al borde del abismo otra vez, a escasos centímetros de
sus labios.
- San – susurro -, tenemos mucho que hacer y nada en un dormitorio.
Ella sonríe. Joder, el presidente del país debería sacar un decreto por el que le prohibieran sonreír. No creo que nadie sea capaz de decirle que no a nada con esa sonrisa.
- ¿Estás nerviosa? – susurra.
- No, ¿por qué tendría que estarlo? – casi tartamudeo -. Estoy muy segura de lo que quiero.
Eso es, Pierce.
- Te creería si no te estuvieran temblando las rodillas – responde presuntuosa.
Yo sonrío irónica y nerviosa. Maldita capullo arrogante.
- Me da igual si me crees o no. Tú opinión dejó de importarme hace mucho.
Estoy dispuesta a girarme una vez más para salir del dormitorio pero Santana tira de mi brazo de nuevo y otra vez me deja demasiado cerca de sus labios, de su cuerpo, de ella.
- San, por favor – suplico y no sé exactamente por qué lo hago.
Creo que le estoy pidiendo que me deje marchar porque hemos llegado a un punto en que mi fuerza de voluntad simplemente se está evaporando.
- ¿Qué?
Alza una de sus manos y acaricia mi mejilla. Yo suspiro, casi gimo.
- Tengo que irme – mi voz apenas es un murmuro.
- No voy a dejar que te me escapes otra vez – susurra salvaje y sensual. Está tan cerca que puedo notar su cálido aliento inundando mis labios. Va besarme y yo voy a rendirme porque está demasiado cerca y le echo demasiado de menos.
No puedo pensar. No quiero pensar.
Su móvil comienza a sonar en el bolsillo interior de su chaqueta. El ruido me sobresalta y me devuelve a la realidad. Me alejo unos pasos y escapo de su campo de fuerza. Ella me observa con la
mirada oscurecida. Está llena de deseo pero también de frustración, de enfado. Sin desunir nuestras miradas saca el iphone que aún suena en su chaqueta, lo apaga sin comprobar quién llama y lo lanza
al fondo de la habitación. No es un gesto furioso. Simplemente ahora mismo el teléfono y sea quien sea quien le estuviese llamando no le importan lo más mínimo.
Da un paso hacia mí e inmediatamente yo lo doy hacia atrás. Suspira brusca y profundo y la expresión de su rostro se tensa. Soy plenamente consciente de lo enfadada que está pero no puedo
dejar que se acerque. Si lo hace, sucumbiré. Ni siquiera entiendo cómo he sido capaz de resistirme hasta ahora.
Sin embargo al mismo tiempo su mirada me mantiene clavada en esta habitación. Es algo instintivo que se escapa de mi control.
El móvil vuelve a sonar en algún punto del dormitorio.
- Será una llamada de trabajo. Deberías contestar – intento convencerle.
- Britt, me importa bastante poco quien sea.
Es su voz de jefa exigente y tirana. Algo dentro de mí reacciona a ese tono, como ha sucedió desde el día en que le conocí, y brilla con fuerza.
- San, voy a marcharme.
- No se te ocurra hacerlo.
- No puedes impedírmelo.
Me mira arqueando una ceja y una media sonrisa de lo más arrogante comienza a dibujarse en sus labios. Claro que podría. Es más, ni siquiera creo que le costara mucho.
- No quiero que me lo impidas – cambio la frase y su sonrisa desaparece.
Nuestras miradas siguen atadas. Sus ojos ahora mismo dicen muchas cosas: que me desea, que está furiosa, inquieta.
Llaman a la puerta y Santana farfulla frustrada por la nueva interrupción.
- Un desayuno cortesía del hotel, señorita Lopez – nos anuncia a través de la puerta.
Está es mi oportunidad.
- Me tomaría un café – comento intentando sonar conciliadora.
Santana me mira confusa. Es demasiado lista.
- Te prometo que no me marcharé – miento.
Me observa unos segundos más y al fin, desconfiada, pasa a mi lado y se dirige hacia la puerta.
El botones entra empujando un elegante carrito hacia el centro de la suite y deja la puerta abierta.
Doy unos pasos hacia el salón y aprovechando que Santana está entretenida dándole una propina al empleado salgo corriendo como una exhalación.
Le escucho mascullar algo que no logro entender y sale disparada tras de mí.
Llamo al ascensor. Se abre. Entro y comienzo a pulsar desesperada el botón de la planta baja.
Santana está a punto de llegar. Las puertas comienzan a cerrarse.
- Vamos – suplico.
Santana llega acelerada justo para ver las puertas terminar de cerrarse. No puedo evitar que una sonrisa malcriada y triunfal se escape de mis labios. Me he librado. Santana debe estar hecha una
auténtica furia ahora mismo.
“La sonrisa te va a durar poco”.
Nerviosa miro como los números del ascensor van descendiendo. Las puertas se abren en el vestíbulo y sin pensarlo salgo corriendo.
- ¡Britt! – le escucho llamarme a lo lejos mientras atravieso las majestuosas puertas del hotel.
Me giro por inercia y lo veo acercarse a toda velocidad desde la puerta que da a las escaleras.Joder, sí que está en buena forma.
De prisa salgo a la calle y me quedo petrificada al ver a Finn frente a mí. ¿Va a detenerme? Le miro un instante. Él me devuelve la mirada confuso y automáticamente comprendo que no sabe nada y
sin dudarlo echo a correr de nuevo.
- ¡Britt! – escucho gritar a Santana.
Finjo no oír nada y continúo esquivando neoyorkinos y turistas. Afortunadamente esto es Manhattan. Aquí todos han visto de todo y los que no piensan que es lo más habitual en la Gran
Manzana. En cualquier caso nadie se sorprende.
Cruzo la calle sin ni siquiera mirar y un taxi tiene que dar un frenazo para no atropellarme. Aún así llego a la otra acera. Sin embargo ya tengo un motivo más para que me tiemblen las rodillas.
- ¡Joder! ¡Britt! – grita de nuevo.
Soy consciente de lo infantil de mi comportamiento. Tarde o temprano acabará alcanzándome y en cualquier caso no puedo pasarme la vida corriendo, pero no puedo volver a ese maldito hotel.
Estoy a punto de cruzar la siguiente calle pero un claxon me hace detenerme en seco con un pie ya en la carretera.
Genial, Pierce. Solo te falta morir atropillada y encima por un Priust.
“Eso ni siquiera es un coche de verdad”.
Me quedo paralizada, observando al conductor que me asesina con la mirada antes de continuar su camino. En ese mismo instante noto la mano de Santana agarrarme por el brazo y obligarme a girarme
sin ninguna delicadeza.
- Britt, ¿te has vuelto loca? – me reprende con la respiración acelerada –. Como vuelvas a ponerte en peligro de esa manera, te juro por Dios que no respondo.
Su tono está endurecido y la rabia apenas contenida en su mirada pero maldita sea, ¡todo esto ha sido por su culpa!
- Sube al coche – me ordena exigente.
El Audi A8 acaba de detenerse a unos pasos de nosotros.
Santana se pasa las manos por el pelo e intenta controlar su respiración. Desde luego se ha dado una buena carrera. Yo le miro sin moverme un centímetro. El Priust tendría que volver y
atropellarme de verdad porque solo muerta subiría a ese coche. ¡Yo también estoy furiosa!
Me mira con los ojos entornados. Quiere que me suba y quiere que lo haga ya.
- Sube – masculla furiosa.
- Ni hablar – replico impertinente.Santana da un paso hacia mí. Ahora mismo su metálica mirada podría atravesarme, aún así no me
amedranto y no aparto mis ojos azules de los suyos negros.
- Sube al maldito coche, Britt.
Otra vez esa voz tan amenazadoramente suave que hace que se me hiele la piel. No voy a negar cuánto me intimida.
- Joder – claudico malhumorada.
Entro en el coche ante su atenta mirada. Desde la ventanilla observo como pierde la vista en la bulliciosa ciudad. Puedo notar como la mente le va a mil kilómetros por hora. Tras unos segundos
baja la mirada y cabecea. Finalmente se sube al Audi e inmediatamente Finn se incorpora a tráfico.
Por suerte para mí este coche es lo suficientemente amplio como para poder quedarme en un extremo con los brazos cruzados sin tener el más mínimo contacto con Santana.
- No me puedo creer que hayas sido tan irresponsable de cruzar la calle así – gruñe.
¿Qué? ¿Cómo se atreve a reñirme por eso? Esto es el colmo.
- No es asunto tuyo – replico.
- ¡Han estado a punto de atropellarte!
- ¡No quería estar contigo!
Todo esto es ridículo. Ella es la culpable de todo. Me ha preparado una encerrona y encima se queja porque salgo huyendo.
- Me has mentido – protesta malhumorada
- Eso ha sido culpa tuya – me defiendo.
Santana me asesina con la mirada pero yo no me amilano. Estoy muy cabreada y lo cierto es que no entiendo por qué sigo aquí. Me voy a mi casa y no pienso permitir que me lleve.
Prohibido acercarte a cien metros del Village, Lopez.
- Para el coche. Quiero bajar.
- Ni hablar – responde sin ni siquiera mirarme.
- Para el coche – repito intentando no abalanzarme sobre ella para lanzarla del vehículo en marcha.
Santana me ignora por completo y continúa con la vista al frente. Yo la asesino con la mirada y me dejo caer con rabia contra el asiento. Dios, ¿cómo puede ser tan frustrante?
- Finn – digo mirando al chófer y usando mi tono más amable -, para el coche, por favor.
- No – se adelanta Santana terca a cualquier respuesta que pensara darme.
- ¡Para el maldito coche! – grito.
Estoy al límite de mi paciencia.
Santana entorna una vez más los ojos y resopla malhumorada. Le hace un imperceptible gesto a Finn y éste para el coche. En cuanto el Audi ralentiza la velocidad lo suficiente, abro la puerta y me bajo.
Santana lo hace tras de mí.
- ¿Se puedes saber por qué estás tan cabreada? – masculla furiosa a mi espalda.
- ¿Qué? – ¿Cómo puede atreverse a preguntarme algo así? -. Por tu culpa – respondo absolutamente enfadada, herida, furiosa -. Me dejaste. Me echaste de tu vida sin ni si quiera pestañear y ahora te comportas como si nada hubiera pasado, como si hubiese sido una
discusión sin importancia. Mis palabras tienen un eco directo en ella porque su expresión se suaviza y un sentimiento puro y sin endulzar lleno de arrepiento y dolor se apodera de sus ojos.
- He pasado los días más horribles de mi vida – concluyo con la voz entrecortada pero no es un llanto de dolor sino de rabia.
- Britt – me llama.
Su voz está llena de compasión y eso es lo último que quiero, la última persona que quiero que me compadezca.
- Déjame en paz, Santana.
- Britt – vuelve a llamarme acercándose a mí.
Una lágrima se escapa por mi mejilla. Santana alza la mano para intentar secármela pero yo detengo su mano con la mía y rápidamente me limpio la cara con el reverso de la otra.
Resopla pero no se queja.
- Lo destrozaste – susurro mirándole directamente a los ojos con los míos vidriosos.
- Lo sé – responde sin dudar.
Su mirada se endurece y el dolor se hace aún más patente en ella.
- Siento haberte mentido – susurro en tono conciliador.
Santana me dedica una sonrisa fugaz que no le llega a los ojos.
Nos miramos durante unos segundos y las dos decidimos tácitamente concedernos una tregua.
- Tenemos trabajo que hacer.
- En terreno neutral – aclaro.
Su sonrisa se ensancha y al verla no puedo evitar imitarla. A pesar de todo sigue siendo la sonrisa más maravillosa que he visto nunca.
Santana mira a su alrededor y tras unos segundos centra su atención de nuevo en mí.
- ¿Qué le parece esa cafetería, señorita Pierce? – pregunta señalando un pequeño local al otro lado de la calle.
Asiento. Parece un sitio delo más agradable.
- Finn – le llama girándose hacia él -, he olvidado mi móvil en el hotel. - Santana me mira de reojo y no puedo evitar que se me escape una sonrisilla de lo más impertinente -. Puede que no funcione.
Ahora es Finn el que asiente.
Mi sonrisa se hace más evidente. Santana resopla divertida y tomándome por sorpresa me coge de la mano y cruzamos la calle. Pienso en protestar pero el tacto de sus dedos contra los míos es
demasiado delicioso.
Me guía por la pequeña cafetería hasta una de las mesas junto a los ventanales. Es un local pequeño, muy acogedor. Parece una de esas pâtisserie de las postales de Paris.
- ¿Qué quieres tomar? – pregunta Santana.
- Un refresco.
- Creí que te apetecía café – comenta .
Yo sonrío tímidamente y aparto mi mirada para tomar un poco de distancia de esos ojos. Necesitaba un plan de huida, ¿qué puedo decir?
Santana regresa a los pocos minutos seguido de una camarera que nos sirve dos vasos de soda con hielo y limón y una cupcake de nata adornada con una fresa perfecta y brillante. Sonrío al
contemplarla. Parece dibujada.
La chica se retira rápidamente y desaparece en la trastienda. No hay más clientes en el local así que casi sin darme cuenta vuelvo a estar exactamente como no quería, a solas con ella.
Le doy un trago a mi soda fingiendo que la situación no me pone nerviosa y comienzo rebuscar en mi bolso mi libreta y un lápiz. Santana apoya los brazos en la mesa y se inclina ligeramente hacia
delante. Sus ojos están posados en mí, escrutando cada movimiento que hago y eso claramente no ayuda a que dejen de temblarme las rodillas.
- ¿Qué especificaciones quieres que le haga llegar a Roy?
Sí, lo mejor es centrarse en el trabajo. Ser profesional.
Santana resopla a la vez que se yergue sobre su silla. No sé si es porque he sacado el tema del trabajo o por lo que le inspira Roy.
- Que el edificio se mantenga en pie – replica sardónica.
Definitivamente es por Roy.
- Es tan mal arquitecto que dudo que lo consiga – sentencia.
Apenas puedo disimular la sonrisa que amenaza con inundar mis labios. Las dos pensamos exactamente lo mismo de Roy. Lo cierto es que por un momento temí que se hubiese vuelto loca y
creyera que realmente era el arquitecto adecuado para el trabajo.
- Entonces, ¿por qué le has contratado? – pregunto con cierto aire pícaro en la voz.
Ahora soy yo la que cruza los brazos sobre la mesa y se inclina hacia delante.
- Tiene un personal interesante, ¿qué puedo decir?
- Tú deberías diseñar esos edificios.
Mis palabras se han escapado de mis labios sin que haya podido contenerlas y han sonado más admiradas de lo que me hubiese gustado.
Santana sonríe.
- Así que si monto un estudio de mala muerte en el centro de Manhattan y obligo a unos becarios a que trabajen gratis, ¿serás mi secretaria? – pregunta .
- Tú no eres el nieto de Alexander Maritiman.
- Creí que te ponía que fuera una Lopez – responde divertida, plenamente convencida de cada presuntuosa palabra que ha pronunciado.
Yo río escandalizada y le miro. Por un momento me dejo envolver por sus ojos y por la electricidad que ha ido creciendo entre nosotras a cada palabra. Me muero de ganas de irme con ella,
esa es la pura verdad. Por eso antes de que mi sentido común se diluya tengo que marcharme de aquí.
- Gracias por el refresco, San – digo levantándome.
Ella suspira y se deja caer sobre la silla.
- Vas a ponérmelo difícil, ¿verdad?
Yo finjo que no he oído nada mientras guardo el cuaderno y el lápiz de nuevo en mi bolso. Santana se levanta y se ajusta los puños de la camisa que le sobresalen elegantemente de la chaqueta azul
marino. Me observa unos segundos y finalmente se inclina hacia mí
- El problema para ti es que cuanto más difíciles me ponen las cosas, más las deseo.
- Santana – susurro nerviosa casi en estado de shock.
- Buenos días, señorita Pierce.
Esta morena esta mas bella cada vez. Más aún que cada día que pase con ella. ¿Cómo es posible? Lleva un traje gris marengo, una impoluta camisa blanca. No puede ser. Mi mente se niega a creerlo. Lleva la misma ropa que el día que nos conocimos, solo que por algún extraño
fenómeno de la naturaleza le queda todavía mejor.
La puerta del despacho de Roy se abre y éste sale ajustándose la corbata atropelladamente.
- Señorita Lopez – le llama solicito pero ella sigue con sus impresionantes ojos negros posados en mí -, acaban de avisarme de que vendría.
- Señor Maritiman.
Finalmente se gira hacía él, ya a penas a un paso de mi mesa, y yo me obligo a levantarme haciendo el mayor esfuerzo de toda mi vida. Mis piernas, todo mi cuerpo, yo misma seguimos en estado conmocionados.
- ¿En qué puedo ayudarle? – Roy está pletórico -. ¿O solo ha venido a visitar a una vieja empleada? – pregunta con una sonrisa intentando parecer gracioso. No lo consigue.
- ¿Una vieja empleada? – inquiere despreocupada.
- Susan – continua Roy señalándome como si fuera un objeto propiedad de su estudio
–, trabajaba para usted.
Si me quedaba alguna duda de por qué conseguí este empleo, acabo de respondérmela.
- ¿Trabajaba para mí? - inquiere con una sonrisa de lo más impertinente -. ¿Contabilidad?
- Era la ayudante de la señorita Fabray – replico con una sonrisa fingidamente solicita.
¿Por qué estoy entrando en su juego? ¿Y no se supone que estaba en Holanda?
Suspiro exasperada mentalmente y me esfuerzo en no estrangularle mientras finge intentar recordarme.
- Ah, sí – comenta al fin -. Ahora tiene otra – añade sin más.
Roy sonríe y a regañadientes le presta atención a Wendy que se acerca con unos papeles. Santana aprovecha para mirarme de arriba abajo con total descaro y se inclina discretamente sobre mí.
- Pero no tiene esas piernas tan increíbles – susurra cerca, muy cerca.
Huele maravillosamente bien, a lavanda fresca, y por un momento simplemente me deleito. Nunca pensé que se podría echar de menos un olor.
Ahogo una sonrisa nerviosa en un gemido e intento fingir por todos los medios que el sentir su voz salvaje y sensual no acaba de afectarme todo lo que me ha afectado. La asesino con la mirada y su sonrisa se ensancha. La bastarda presuntuosa está disfrutando con esto.
Roy vuelve a prestarnos atención y mientras a mí me tiemblas las piernas, Santana no da una sola muestra de estar mínimamente afectada. Algunas cosas nunca cambian.
- Será mejor que me acompañe a mi despacho – le dice Roy -. Susan, por favor, cancela todas mis citas para esta mañana.
Le miro y asiento mordiéndome la lengua. Toda esta situación es un chiste enorme.
“Como tu vida en general”.
Roy le indica a Santana que le siga y ambos se encaminan a su despacho, pero cuando está a punto de subir el primer escalón, Santana se detiene como si acabara de recordar algo y se vuelve hacía mí.
- Señorita Pierce – me llama acercándose otra vez a mi mesa -, dijiste que me querías – sus espectaculares ojos negros me atrapan – no pienso rendirme.
Sus palabras son un susurro inaudible para todos excepto para mí, que no puedo apartar mi mirada de ella ni siquiera cuando gira sobre sus pasos y vuelve con Roy, que le espera en las
escaleras.
¿Ha sido una amenaza? ¿Una declaración de amor? No tengo ni la más remota idea pero no podría ser más consciente de lo abrumada, nerviosa y feliz que me siento ahora mismo.
La puerta del despacho se cierra y yo suspiro bruscamente al tiempo que me llevo las manos a la cara. Todos mis planes de olvidarle y seguir adelante con optimismo y una sonrisa acaban de irse al
traste. ¿Por qué tiene que ser tan increíblemente bella?
Mientras estoy compadeciéndome de mi suerte, suena el intercomunicador de mi mesa. Cómo no,
Roy me pide que vaya a su despacho. Intento pensar en alguna excusa pero mi mente ahora mismo está sumida en la visión de Santana y ha decido recrearse en vez de ayudarme.
Me levanto y voy hasta la puerta. Llamo y estoy a punto de esperar a que me den paso pero antes de que Roy lo haga, entro y cierro la puerta tras de mí. Ya es hora de acabar con las viejas
costumbres.
Avanzo unos pasos y espero a que mi jefe termine el discurso con el que intenta, sin ningún éxito, impresionar a Santana que está sentada al otro lado de su mesa elegante y sofisticada hasta decir basta.
El despacho parece extrañamente pequeño con ella aquí.
Debería salir huyendo, estar ya a tres manzanas de aquí en vez de mirarla embobada. Seguro que se ha puesto ese maldito traje a propósito. ¿Qué vestido me pondría yo si quisiera torturarla? Lo
pienso un instante. El blanco sin duda alguna. Todavía recuerdo cuando me dijo que con él parecía el pecado original.
¿Pero qué estoy haciendo? Me riño en un grito mental. No debería estar pensando en torturarle.
No debería estar pensando en ella y punto. Suspiro discretamente. Mi vida es un asco.
- Susan – me llama Roy sacándome de mis pensamientos.
Llevo la mirada hasta él y por su expresión comprendo que no era a primera vez que me llamaba mientras yo estaba embobada mirando a Santana. Por si no tuviera bastante, ella sonríe arrogante
dejándome claro que también se ha dado cuenta. ¡Mierda!
“No se te ocurra ruborizarte”.
Solo me faltaba eso. Carraspeo y cuadro los hombros. Actitud profesional, Pierce.
- ¿En qué puedo ayudarle, señor Maritiman?
- Trae mi portafolio. Quiero que la señorita Lopez le eche un vistazo a nuestros últimos proyectos.
Asiento y voy hasta el pequeño mueble junto a la puerta. Me agacho y comienzo a buscar los documentos que me ha pedido.
- Como le decía, quiero que se encargue del rediseño de uno de los edificios de White Plains – comenta Santana.
Aunque no es mi intención, al oír el nombre de esa calle centro mi atención en la conversación.
Esos son los edificios que el Lopez Group se comprometió a restauran en el sur del Bronx. ¿En serio Santana piensa que Roy es el arquitecto adecuado?
- Sin duda ha tomado la decisión acertada. Nuestro estudio realizará un trabajo impecable.
Entonces supongo que no lo hará ella, pienso y no puedo evitar que una sonrisilla llena de malicia se me escape. De reojo veo una incipiente en los labios de Santana. ¿Cómo puede saber lo que estaba
pensando?
- Mañana podemos reunirnos en sus oficinas para que me dé las especificaciones y detalles del proyecto.
Sin duda alguna hoy está siendo el mejor día en la vida de Roy Maritiman.
- De hecho no es necesario – responde Santana -. No quiero que pierda el tiempo con algo que claramente no está a su altura.
Roy sonríe mostrando su perfecta y carísima dentadura. Ya está bailando al son que marca Santana y ni siquiera se ha dado cuenta.
- Podría enviar a su secretaria – continúa Santana -. ¿Susan? – me llama como si no recordara mi nombre, volviéndose hacia mí otra vez con esa impertinente sonrisa.
- Brittany – le corrijo con los ojos entornados y unan fingida sonrisa.
- Ella podría ir al edificios – sigue prestándole de nuevo su atención a Roy -. Yo mandaré a alguien de mi oficina. Pondrían la información en común y recopilarían todas las especificaciones que fuesen necesarias.
Mi jefe sonríe encantado. Santana ha hecho que sienta importante y ese sentimiento le nubla la mente.
- Brittany – me llama Roy.
Yo me incorporo y él me hace un gesto para que me acerque a la mesa. Le odio.
- Vas a encargarte del proyecto del Lopez Group – me informa -. Solo de la primera fase naturalmente.
Sonríe henchido de mi sí mismo y Santana le devuelve una fingida sonrisa. Le conozco y sé que lo detesta pero ahora le sirve a sus propósitos y lo manipulará hasta obtener lo que quiere.
- ¿Cuándo quiere la primera reunión? –le pregunta.
- ¿Qué tal mañana mismo? – responde Santana –. Este proyecto me tiene algo impaciente.
¿Acabo de convertirme en un proyecto? Una parte de ella está disfrutando con todo esto y el tono travieso de su voz es la mejor prueba de ello.
- Brittany, cancela todo lo que tengas para mañana – me informa Roy -. A primera hora tendrás que estar en el trescientos veinte uno de la calle White Plains.
Concierta la cita a primera hora porque es domingo y no me necesita aquí para prepararle el café. Si hubiese sido un lunes, no me habría mandando al Bronx hasta las once.
Asiento y sonrío maldiciendo para mis adentros.
- Perfecto, entonces – dice Santana golpeándose suavemente los muslos a la que su vez que se levanta.
Roy le tiende la mano y Santana se la estrecha.
Dado que la reunión ha concluido me escabullo y vuelvo a mi mesa. No voy a estar con ella un segundo más de lo estrictamente necesario.
Roy acompaña a Santana hasta la puerta. Mi jefe se deshace en sonrisas y halagos prematuros a un trabajo que está claro que le queda demasiado grande. Es un pusilánime.
Noto la mirada de Santana sobre mí. Hace que me arda la piel. Alzo la mirada imprudente y dejo que la suya me atrape. Ya me siento hipnotizada. No debería haberla mirado. ¿Cuándo aprenderé que
no puedo luchar contra esos ojos negros?
Ella me dedica su espectacular sonrisa y ahora sí que estoy perdida. Sin embargo deja de prestarme atención para asentir a cualquiera de las estupideces que está diciendo Roy y de pronto me
descubro desamparada.
“Joder”.
Justo antes de salir del estudio, Santana se gira y da unos pasos en mi dirección.
- Señorita Pierce – me llama –, he pensado que la primera reunión mejor la llevaremos a cabo en la setenta y seis este, en el numero treinta y cinco. Le miro confusa. ¿Qué hay en esa dirección?
- Es el hotel Carlyle – comenta aún con ese tono travieso -. ¿Ha estado alguna vez?
Sucia Bastarda.
¿Qué pretende que conteste? Su sonrisa se ensancha y se vuelve aún más arrogante. Quería exactamente dejarme sin palabras.
- No, no he estado – respondo a regañadientes.
- Le encantará. Se lo aseguro.
Inmediata e involuntariamente rememoro el fantástico corsé con cadenas de oro de Cartier. El simple recuerdo me produce una punzada de placer en el vientre.
- Señorita Pierce – llama de nuevo mi atención. Al verme volver de mi ensoñación, sonríe otra vez. Sí, definitivamente ha conseguido lo que quería -, ¿recordará la dirección?
- Hotel Carlyle, a las once – digo mecánica, desganada y displicente.
- Eso es – responde mientras golpea rítmicamente la madera de mi mesa con sus largos dedos.
Finalmente me sonríe para asegurarse de que me derrita y se marcha contenta. La visita laboral le ha ido como la seda.
Roy vuelve a su despacho y yo me quedo sentada en mi mesa, sintiéndome como si acabara de chocar con un tren de mercancías. Wendy suspira con la mirada perdida en la puerta y yo, sin ni
siquiera saber por qué, rompo a reír, una risa nerviosa y descontrolada pero risa al fin y al cabo. La mañana no ha podido ser más surrealista.
Paso lo que queda de día intentando no martirizarme demasiado con lo que ha pasado y sobre todo, intentando no darle demasiadas vueltas a lo que pasará mañana. Lo peor de todo es que una
parte de mí, esa que solo Santana sabe despertar y que llevaba dormida desde que me marché a los Hampton, se ha levantado triunfal, relamiéndose y sintiéndose muy muy halagada. ¿Cómo pude ser tan ilusa de pensar que lo dejaría pasar? Siempre consigo lo que quiero, sus palabras sobrevuelan mi mente, y ahora lo que quiere soy yo.
“Y no finjas que no te encanta la idea”.
Ya en mi apartamento me pongo el pijama y me tiro en el sofá con la mirada clavada en el techo.
Normalmente esperaría a estar tumbada en la cama para empezar a devanarme los sesos pero hoy ha sido un día demasiado complicado. ¿Qué demonios voy a hacer mañana? La reunión va a ser un
problema y que sea precisamente en ese hotel va ser uno aún mayor.
Suspiro con fuerza. Me niego a pensar en esto en lo que queda de noche. Mañana llamaré al trabajo y diré que estoy enferma. Al cuerno la profesionalidad. Si voy a ese hotel, tendré las bragas
bajadas antes de cruzar el vestíbulo. Es una cuestión de supervivencia.
El despertador suena a la siete pero en realidad llevo despierta desde las cuatro de la madrugada.
Al principio pensando una excusa que darle a Roy y librarme de la reunión. Después convenciéndome a mi misma de que si iba, era solo por pura profesionalidad. Y más tarde cuando empezaba a amanecer, intentando controlar las mariposas de mi estómago despiertas solo con la posibilidad de ver a Santana. Es la historia de mi vida. Mi sentido común rozando el autoengaño y mi cuerpo despierto, encendido, deseando a Santana.
Antes de meterme en la ducha conecto el ipod y busco una canción ensordecedora que me impida pensar. Necesito la artillería pesada. Selecciono Get Lost de Icona Pop.
Let’s get lost. Dive all night. Leave this whole fucked up world behind.
Sí, es exactamente lo que necesito. Algo que me convenza de que soy una chica fuerte y valiente y puedo enfrentarme a cualquier cosa.
Pero el efecto de la canción dura poco y delante del armario nunca he tenido tantas dudas sobre qué ponerme. Elijo mi vestido rosa con pequeños bordados grises en los bajos y en los gruesos
tirantes y me convenzo de que me lo habría puesto aunque no fuese a ver a Santana.
En la puerta del hotel más bonito de toda la ciudad me sorprendo quitándome la coleta y dejando
que las ondas rubias me caigan sobre los hombros. No quiero preguntarme por qué lo hago.
“Mejor así. No te gustaría la respuesta”.
Cruzo el vestíbulo con paso titubeante. La adrenalina y la sangre caliente fluyen por mis venas a toda velocidad.
Llego al mostrador de recepción e inquieta comienza a dar rítmicos golpecitos con la punta de mis dedos sobre el elegante mármol. Una recepcionista se acerca con la sonrisa de rigor preparada.
La mía es tímida e inquieta, exactamente como me siento ahora mismo.
- ¿En qué puedo ayudarla? – pregunta.
- La señorita Lopez me espera para una reunión.
Al escuchar el apellido Lopez su sonrisa se vuelve increíblemente solícita.
- La señorita Lopez la espera en la suite del ático.
Cómo no.
Le sonrío aún más nerviosa a la vez que asiento. La bastarda no piensa dejar un solo cabo suelto.
Un botones me acompaña hasta el ascensor y pasa una tarjeta para que el elevador me lleve directamente a la última planta. Cuando las puertas se abren, trago saliva y doy un paso al frente.
Tengo la sensación de que ese pequeño gesto ha sido la decisión más temeraria que he tomado en toda mi vida.
Delante de la puerta trato de convencerme, o mejor dicho autoengañarme, de que es solo trabajo una última vez. Después respiro hondo. He perdido la cuenta de cuantas veces he realizado esta misma operación desde que salí de mi casa esta mañana.
Finalmente llamo a la puerta.
- Adelante – le escucho darme paso desde el otro lado.
Entro despacio y cierro tras de mí. Estoy aterrada.
Recorro el pequeño hall y contemplo nerviosa la suite. El corazón me martillea con fuerza en el pecho con cada centímetro de la estancia que observo. Santana no está. Miro a mi alrededor confusa y
me dirijo a la pequeña habitación que separaba los dos grandes espacios de la suite. Quizás esté sentada contemplando las vistas. Apoyada en umbral compruebo que no está e involuntariamente
llevo mi mirada al otro lado, al inmenso dormitorio y, sobre todo, a la inmensa cama. El mejor sexo de mi vida lo tuve en esta habitación. Se nos daban realmente bien los hoteles.
“No sigas por ahí. Eso sí que es una cuestión de supervivencia”.
Escucho un ruido y a los pocos segundos la puerta de la terraza se abre y Santana entra en el dormitorio. Sus ojos se posan en lo míos desde el primer instante y todo mi cuerpo se enciende. Está para comérsela. La luz del sol y su traje.
Tengo que hacer un serio esfuerzo por no suspirar y me obligo a apartar la mirada de ella. De reojo puedo verla sonreír mientras camina hasta el umbral de la puerta del dormitorio y se detiene bajo él.
Estamos separadas únicamente por la pequeña estancia y todo su magnetismo animal traspasa la habitación y me atrapa. Es tan sexy que resulta casi perturbador.
- Estás preciosa.
Estoy a punto de ruborizarme. Esto no está yendo en absoluto como quería.
- Tú tampoco estás mal – respondo intentando sonar indiferente.
Santana disimula una incipiente sonrisa. Sabe perfectamente cómo está y el hecho de que tenga tan claro como me afecta me enfada muchísimo. Si cree que porque los trajes le queden tan ridículamente
bien y tener esa sonrisa pienso olvidar lo enfadada que estoy con ella, está muy equivocada.
- Creí que estábamos aquí para trabajar – comento volviendo a alzar la mirada y uniéndola en la suya.
Demuéstrale que no eres ninguna cría insegura, Pierce.
- Y yo creí que tú no eras secretaria – replica insolente
¿A que ha venido eso?
- Necesito comer, pagar facturas. No todos somos arrogantes multimillonarias como usted,Señorita Lopez.
- ¿Señorita Lopez? – repite con sexy media sonrisa en los labios -. ¿Me estás provocando?
- ¿Qué? – pregunto escandalizada a la vez que intento contener una risa nerviosa -. Sí, te estoy provocando - bromeo contagiada de su humor. Santana da un peligroso paso hacia mí.
- Pues deberías tener cuidado – me advierte sensual.
- ¿Por? Santana da otro paso. Ya noto su olor. Tengo la tentación de inclinarme y aspirar directamente de su cuello.
- Porque ahora mismo todo en lo que puedo pensar es en meterme en esa cama y no dejarte salir en una semana. Lo último que necesito es que me provoques, señorita Pierce.
Uau.
Sus palabras me dejan sin respiración y sin reacción.
- Será mejor que vayamos al salón y comencemos con la reunión – musito con un hilo de voz.
Saco fuerzas no sé exactamente de dónde y me vuelvo para alejarme de ella, pero Santana me toma del brazo y me obliga a girarme dejándome al borde del abismo otra vez, a escasos centímetros de
sus labios.
- San – susurro -, tenemos mucho que hacer y nada en un dormitorio.
Ella sonríe. Joder, el presidente del país debería sacar un decreto por el que le prohibieran sonreír. No creo que nadie sea capaz de decirle que no a nada con esa sonrisa.
- ¿Estás nerviosa? – susurra.
- No, ¿por qué tendría que estarlo? – casi tartamudeo -. Estoy muy segura de lo que quiero.
Eso es, Pierce.
- Te creería si no te estuvieran temblando las rodillas – responde presuntuosa.
Yo sonrío irónica y nerviosa. Maldita capullo arrogante.
- Me da igual si me crees o no. Tú opinión dejó de importarme hace mucho.
Estoy dispuesta a girarme una vez más para salir del dormitorio pero Santana tira de mi brazo de nuevo y otra vez me deja demasiado cerca de sus labios, de su cuerpo, de ella.
- San, por favor – suplico y no sé exactamente por qué lo hago.
Creo que le estoy pidiendo que me deje marchar porque hemos llegado a un punto en que mi fuerza de voluntad simplemente se está evaporando.
- ¿Qué?
Alza una de sus manos y acaricia mi mejilla. Yo suspiro, casi gimo.
- Tengo que irme – mi voz apenas es un murmuro.
- No voy a dejar que te me escapes otra vez – susurra salvaje y sensual. Está tan cerca que puedo notar su cálido aliento inundando mis labios. Va besarme y yo voy a rendirme porque está demasiado cerca y le echo demasiado de menos.
No puedo pensar. No quiero pensar.
Su móvil comienza a sonar en el bolsillo interior de su chaqueta. El ruido me sobresalta y me devuelve a la realidad. Me alejo unos pasos y escapo de su campo de fuerza. Ella me observa con la
mirada oscurecida. Está llena de deseo pero también de frustración, de enfado. Sin desunir nuestras miradas saca el iphone que aún suena en su chaqueta, lo apaga sin comprobar quién llama y lo lanza
al fondo de la habitación. No es un gesto furioso. Simplemente ahora mismo el teléfono y sea quien sea quien le estuviese llamando no le importan lo más mínimo.
Da un paso hacia mí e inmediatamente yo lo doy hacia atrás. Suspira brusca y profundo y la expresión de su rostro se tensa. Soy plenamente consciente de lo enfadada que está pero no puedo
dejar que se acerque. Si lo hace, sucumbiré. Ni siquiera entiendo cómo he sido capaz de resistirme hasta ahora.
Sin embargo al mismo tiempo su mirada me mantiene clavada en esta habitación. Es algo instintivo que se escapa de mi control.
El móvil vuelve a sonar en algún punto del dormitorio.
- Será una llamada de trabajo. Deberías contestar – intento convencerle.
- Britt, me importa bastante poco quien sea.
Es su voz de jefa exigente y tirana. Algo dentro de mí reacciona a ese tono, como ha sucedió desde el día en que le conocí, y brilla con fuerza.
- San, voy a marcharme.
- No se te ocurra hacerlo.
- No puedes impedírmelo.
Me mira arqueando una ceja y una media sonrisa de lo más arrogante comienza a dibujarse en sus labios. Claro que podría. Es más, ni siquiera creo que le costara mucho.
- No quiero que me lo impidas – cambio la frase y su sonrisa desaparece.
Nuestras miradas siguen atadas. Sus ojos ahora mismo dicen muchas cosas: que me desea, que está furiosa, inquieta.
Llaman a la puerta y Santana farfulla frustrada por la nueva interrupción.
- Un desayuno cortesía del hotel, señorita Lopez – nos anuncia a través de la puerta.
Está es mi oportunidad.
- Me tomaría un café – comento intentando sonar conciliadora.
Santana me mira confusa. Es demasiado lista.
- Te prometo que no me marcharé – miento.
Me observa unos segundos más y al fin, desconfiada, pasa a mi lado y se dirige hacia la puerta.
El botones entra empujando un elegante carrito hacia el centro de la suite y deja la puerta abierta.
Doy unos pasos hacia el salón y aprovechando que Santana está entretenida dándole una propina al empleado salgo corriendo como una exhalación.
Le escucho mascullar algo que no logro entender y sale disparada tras de mí.
Llamo al ascensor. Se abre. Entro y comienzo a pulsar desesperada el botón de la planta baja.
Santana está a punto de llegar. Las puertas comienzan a cerrarse.
- Vamos – suplico.
Santana llega acelerada justo para ver las puertas terminar de cerrarse. No puedo evitar que una sonrisa malcriada y triunfal se escape de mis labios. Me he librado. Santana debe estar hecha una
auténtica furia ahora mismo.
“La sonrisa te va a durar poco”.
Nerviosa miro como los números del ascensor van descendiendo. Las puertas se abren en el vestíbulo y sin pensarlo salgo corriendo.
- ¡Britt! – le escucho llamarme a lo lejos mientras atravieso las majestuosas puertas del hotel.
Me giro por inercia y lo veo acercarse a toda velocidad desde la puerta que da a las escaleras.Joder, sí que está en buena forma.
De prisa salgo a la calle y me quedo petrificada al ver a Finn frente a mí. ¿Va a detenerme? Le miro un instante. Él me devuelve la mirada confuso y automáticamente comprendo que no sabe nada y
sin dudarlo echo a correr de nuevo.
- ¡Britt! – escucho gritar a Santana.
Finjo no oír nada y continúo esquivando neoyorkinos y turistas. Afortunadamente esto es Manhattan. Aquí todos han visto de todo y los que no piensan que es lo más habitual en la Gran
Manzana. En cualquier caso nadie se sorprende.
Cruzo la calle sin ni siquiera mirar y un taxi tiene que dar un frenazo para no atropellarme. Aún así llego a la otra acera. Sin embargo ya tengo un motivo más para que me tiemblen las rodillas.
- ¡Joder! ¡Britt! – grita de nuevo.
Soy consciente de lo infantil de mi comportamiento. Tarde o temprano acabará alcanzándome y en cualquier caso no puedo pasarme la vida corriendo, pero no puedo volver a ese maldito hotel.
Estoy a punto de cruzar la siguiente calle pero un claxon me hace detenerme en seco con un pie ya en la carretera.
Genial, Pierce. Solo te falta morir atropillada y encima por un Priust.
“Eso ni siquiera es un coche de verdad”.
Me quedo paralizada, observando al conductor que me asesina con la mirada antes de continuar su camino. En ese mismo instante noto la mano de Santana agarrarme por el brazo y obligarme a girarme
sin ninguna delicadeza.
- Britt, ¿te has vuelto loca? – me reprende con la respiración acelerada –. Como vuelvas a ponerte en peligro de esa manera, te juro por Dios que no respondo.
Su tono está endurecido y la rabia apenas contenida en su mirada pero maldita sea, ¡todo esto ha sido por su culpa!
- Sube al coche – me ordena exigente.
El Audi A8 acaba de detenerse a unos pasos de nosotros.
Santana se pasa las manos por el pelo e intenta controlar su respiración. Desde luego se ha dado una buena carrera. Yo le miro sin moverme un centímetro. El Priust tendría que volver y
atropellarme de verdad porque solo muerta subiría a ese coche. ¡Yo también estoy furiosa!
Me mira con los ojos entornados. Quiere que me suba y quiere que lo haga ya.
- Sube – masculla furiosa.
- Ni hablar – replico impertinente.Santana da un paso hacia mí. Ahora mismo su metálica mirada podría atravesarme, aún así no me
amedranto y no aparto mis ojos azules de los suyos negros.
- Sube al maldito coche, Britt.
Otra vez esa voz tan amenazadoramente suave que hace que se me hiele la piel. No voy a negar cuánto me intimida.
- Joder – claudico malhumorada.
Entro en el coche ante su atenta mirada. Desde la ventanilla observo como pierde la vista en la bulliciosa ciudad. Puedo notar como la mente le va a mil kilómetros por hora. Tras unos segundos
baja la mirada y cabecea. Finalmente se sube al Audi e inmediatamente Finn se incorpora a tráfico.
Por suerte para mí este coche es lo suficientemente amplio como para poder quedarme en un extremo con los brazos cruzados sin tener el más mínimo contacto con Santana.
- No me puedo creer que hayas sido tan irresponsable de cruzar la calle así – gruñe.
¿Qué? ¿Cómo se atreve a reñirme por eso? Esto es el colmo.
- No es asunto tuyo – replico.
- ¡Han estado a punto de atropellarte!
- ¡No quería estar contigo!
Todo esto es ridículo. Ella es la culpable de todo. Me ha preparado una encerrona y encima se queja porque salgo huyendo.
- Me has mentido – protesta malhumorada
- Eso ha sido culpa tuya – me defiendo.
Santana me asesina con la mirada pero yo no me amilano. Estoy muy cabreada y lo cierto es que no entiendo por qué sigo aquí. Me voy a mi casa y no pienso permitir que me lleve.
Prohibido acercarte a cien metros del Village, Lopez.
- Para el coche. Quiero bajar.
- Ni hablar – responde sin ni siquiera mirarme.
- Para el coche – repito intentando no abalanzarme sobre ella para lanzarla del vehículo en marcha.
Santana me ignora por completo y continúa con la vista al frente. Yo la asesino con la mirada y me dejo caer con rabia contra el asiento. Dios, ¿cómo puede ser tan frustrante?
- Finn – digo mirando al chófer y usando mi tono más amable -, para el coche, por favor.
- No – se adelanta Santana terca a cualquier respuesta que pensara darme.
- ¡Para el maldito coche! – grito.
Estoy al límite de mi paciencia.
Santana entorna una vez más los ojos y resopla malhumorada. Le hace un imperceptible gesto a Finn y éste para el coche. En cuanto el Audi ralentiza la velocidad lo suficiente, abro la puerta y me bajo.
Santana lo hace tras de mí.
- ¿Se puedes saber por qué estás tan cabreada? – masculla furiosa a mi espalda.
- ¿Qué? – ¿Cómo puede atreverse a preguntarme algo así? -. Por tu culpa – respondo absolutamente enfadada, herida, furiosa -. Me dejaste. Me echaste de tu vida sin ni si quiera pestañear y ahora te comportas como si nada hubiera pasado, como si hubiese sido una
discusión sin importancia. Mis palabras tienen un eco directo en ella porque su expresión se suaviza y un sentimiento puro y sin endulzar lleno de arrepiento y dolor se apodera de sus ojos.
- He pasado los días más horribles de mi vida – concluyo con la voz entrecortada pero no es un llanto de dolor sino de rabia.
- Britt – me llama.
Su voz está llena de compasión y eso es lo último que quiero, la última persona que quiero que me compadezca.
- Déjame en paz, Santana.
- Britt – vuelve a llamarme acercándose a mí.
Una lágrima se escapa por mi mejilla. Santana alza la mano para intentar secármela pero yo detengo su mano con la mía y rápidamente me limpio la cara con el reverso de la otra.
Resopla pero no se queja.
- Lo destrozaste – susurro mirándole directamente a los ojos con los míos vidriosos.
- Lo sé – responde sin dudar.
Su mirada se endurece y el dolor se hace aún más patente en ella.
- Siento haberte mentido – susurro en tono conciliador.
Santana me dedica una sonrisa fugaz que no le llega a los ojos.
Nos miramos durante unos segundos y las dos decidimos tácitamente concedernos una tregua.
- Tenemos trabajo que hacer.
- En terreno neutral – aclaro.
Su sonrisa se ensancha y al verla no puedo evitar imitarla. A pesar de todo sigue siendo la sonrisa más maravillosa que he visto nunca.
Santana mira a su alrededor y tras unos segundos centra su atención de nuevo en mí.
- ¿Qué le parece esa cafetería, señorita Pierce? – pregunta señalando un pequeño local al otro lado de la calle.
Asiento. Parece un sitio delo más agradable.
- Finn – le llama girándose hacia él -, he olvidado mi móvil en el hotel. - Santana me mira de reojo y no puedo evitar que se me escape una sonrisilla de lo más impertinente -. Puede que no funcione.
Ahora es Finn el que asiente.
Mi sonrisa se hace más evidente. Santana resopla divertida y tomándome por sorpresa me coge de la mano y cruzamos la calle. Pienso en protestar pero el tacto de sus dedos contra los míos es
demasiado delicioso.
Me guía por la pequeña cafetería hasta una de las mesas junto a los ventanales. Es un local pequeño, muy acogedor. Parece una de esas pâtisserie de las postales de Paris.
- ¿Qué quieres tomar? – pregunta Santana.
- Un refresco.
- Creí que te apetecía café – comenta .
Yo sonrío tímidamente y aparto mi mirada para tomar un poco de distancia de esos ojos. Necesitaba un plan de huida, ¿qué puedo decir?
Santana regresa a los pocos minutos seguido de una camarera que nos sirve dos vasos de soda con hielo y limón y una cupcake de nata adornada con una fresa perfecta y brillante. Sonrío al
contemplarla. Parece dibujada.
La chica se retira rápidamente y desaparece en la trastienda. No hay más clientes en el local así que casi sin darme cuenta vuelvo a estar exactamente como no quería, a solas con ella.
Le doy un trago a mi soda fingiendo que la situación no me pone nerviosa y comienzo rebuscar en mi bolso mi libreta y un lápiz. Santana apoya los brazos en la mesa y se inclina ligeramente hacia
delante. Sus ojos están posados en mí, escrutando cada movimiento que hago y eso claramente no ayuda a que dejen de temblarme las rodillas.
- ¿Qué especificaciones quieres que le haga llegar a Roy?
Sí, lo mejor es centrarse en el trabajo. Ser profesional.
Santana resopla a la vez que se yergue sobre su silla. No sé si es porque he sacado el tema del trabajo o por lo que le inspira Roy.
- Que el edificio se mantenga en pie – replica sardónica.
Definitivamente es por Roy.
- Es tan mal arquitecto que dudo que lo consiga – sentencia.
Apenas puedo disimular la sonrisa que amenaza con inundar mis labios. Las dos pensamos exactamente lo mismo de Roy. Lo cierto es que por un momento temí que se hubiese vuelto loca y
creyera que realmente era el arquitecto adecuado para el trabajo.
- Entonces, ¿por qué le has contratado? – pregunto con cierto aire pícaro en la voz.
Ahora soy yo la que cruza los brazos sobre la mesa y se inclina hacia delante.
- Tiene un personal interesante, ¿qué puedo decir?
- Tú deberías diseñar esos edificios.
Mis palabras se han escapado de mis labios sin que haya podido contenerlas y han sonado más admiradas de lo que me hubiese gustado.
Santana sonríe.
- Así que si monto un estudio de mala muerte en el centro de Manhattan y obligo a unos becarios a que trabajen gratis, ¿serás mi secretaria? – pregunta .
- Tú no eres el nieto de Alexander Maritiman.
- Creí que te ponía que fuera una Lopez – responde divertida, plenamente convencida de cada presuntuosa palabra que ha pronunciado.
Yo río escandalizada y le miro. Por un momento me dejo envolver por sus ojos y por la electricidad que ha ido creciendo entre nosotras a cada palabra. Me muero de ganas de irme con ella,
esa es la pura verdad. Por eso antes de que mi sentido común se diluya tengo que marcharme de aquí.
- Gracias por el refresco, San – digo levantándome.
Ella suspira y se deja caer sobre la silla.
- Vas a ponérmelo difícil, ¿verdad?
Yo finjo que no he oído nada mientras guardo el cuaderno y el lápiz de nuevo en mi bolso. Santana se levanta y se ajusta los puños de la camisa que le sobresalen elegantemente de la chaqueta azul
marino. Me observa unos segundos y finalmente se inclina hacia mí
- El problema para ti es que cuanto más difíciles me ponen las cosas, más las deseo.
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