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Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Dic 28, 2015 10:31 pm

MANHATTAN CRAZY LOVE ( adaptación)
Prologo


Brittany S. Pierce, estudiante universitaria, con 24 años de edad,  se encuentra en un momento dificil de su vida. Tras una perdida familiar se ve envuelta en mas deudas de las que se ve capaz de pagar. Tras querer ayudar a su amiga transgenero Lola A. Cruz  (Blaire Anderson)  se ve ante la tan inesperada entrevista de trabajo, para ocupar  el puesto como asistente de Santana Lopez, una joven exitosa que se desenvuelve en el mundo de los negocios empresariales, mundo del que Brittany no tiene ni idea como manejar.

Por su parte  Santana es una persona solitaria, no le interesa ningún tipo de relación, mucho menos quiere enamorarse ni querer a nadie, los sarcasmos son su mejor regalo o formas de expresión, es una persona prácticamente fría, pero algo de ella cambia al conocer a Brittany Pierce.

Podrá Brittany con su inocencia y empeño poder romper el hielo que rodea el corazón de Santana.

__________________________________________________________________
Observación: Este es mi primer intento de adaptar una historia  al Estilo Brittana,  a los que lean les pido comprensión y honestidad  al comentar. trátenme con cariño


Última edición por marthagr81@yahoo.es el Vie Ene 08, 2016 2:07 am, editado 21 veces
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Dic 28, 2015 10:35 pm

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Mensaje por micky morales Mar Dic 29, 2015 9:54 am

bienvenida y por la introduccion, vas por buen camino, hasta pronto!!!!!
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Mensaje por lana66 Mar Dic 29, 2015 11:56 am

Ya me tienes Intrigada,siguela porfavor!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Dic 29, 2015 1:05 pm

AQUI EL PRIMER CAPITULO

1
Genial, ¿por qué todo tiene que pasarme a mí? ¡Joder, joder, joder! La maldita puerta está atrancada y me ha dejado atrapada en un cuartucho inmundo. ¡Pensaba que era el acceso a las malditas escaleras! Pruebo a empujar la puerta con una mano, con dos, mano y pierna, las dos manos y la pierna, sólo pierna, patadas. ¡Joder! Me paso las manos por el pelo casi al borde de la desesperación. Quizá pueda llamar a alguien. Sí, eso es. Tal vez Blair pueda venir a sacarme. Al fin y al cabo, estoy aquí por su culpa. Si ella no hubiese cerrado su apartamento con las llaves dentro, yo no habría tenido que cruzar toda la isla de Manhattan y traerle las de repuesto. Pongo el bolso en el suelo y comienzo a buscar frenética. ¿Dónde está el maldito móvil? Cuando por fin lo encuentro, bajo dos chocolatinas y un paquete de clínex, marco el número de mi amiga. —No puede realizar llamadas. Su línea se ha desactivado temporalmente por falta de pago. Gimoteo y apoyo mi frente contra la ventana de cristal larga y delgada. Me han cortado el teléfono otra vez. Pensé que tendría línea hasta el lunes. Abro los ojos y creo que hubiese sido mejor que los hubiera dejado cerrados, porque sólo me sirve para comprobar cómo el autobús número cinco, el que debería estar cogiendo en estos mismos instantes, se marcha de la parada de la 56 Oeste con la Sexta sin mí. ¡Voy a llegar tarde al trabajo! —Mi vida es un asco —me quejo. Tiro el móvil de nuevo en el bolso y dirijo mi renovada rabia hacia la puerta. Vas a abrirte maldito trozo de acero. Tengo muchas cosas que hacer. Tiro con fuerza, le doy una última patada y, aunque me hago polvo el pie, parece funcionar porque oigo un chasquido y la puerta finalmente cede y se abre. Sí, sí, sí. Pego un saltito de alegría y me arrepiento de inmediato. ¡Qué daño! El tobillo me duele horrores. Suspiro hondo. Ahora no tengo tiempo. Recojo mi bolso y salgo de allí. Espero el ascensor, como debí haber hecho desde un principio, y subo a la planta sesenta del edificio. Está desierta. Nunca había estado en las oficinas de una gran empresa, y no me las imaginaba así. Esperaba ajetreo, cubículos, gente tomando café. Desde luego la tele te da una visión muy distorsionada de la realidad. —Buenos días —saludo a la chica de detrás del mostrador. Ella me mira de arriba abajo preguntándose qué hago aquí. No la culpo. Debo de tener un aspecto horrible. Me estiro el vestido y me coloco mejor el bolso. Cuando salí de casa hace una hora, pensé que sería algo rápido. Subiría, le dejaría las llaves a Lola y volvería a mi apartamento antes de irme a trabajar. Y ahora estoy delante de esta chica con mi vestido marrón de pequeños lunares blancos, mis botas de media caña y mi inmensa rebeca a juego con el vestido. Ni siquiera me he maquillado y llevo el pelo de cualquier manera, recogido en una cola de caballo que me he rehecho exasperada en plena batalla con la puerta. Vamos, que debo de estar hecha un auténtico desastre. —Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? Mi sonrisa le obliga a sonreír. Eso es, empatía, bendita cualidad. «La pena va más con esta situación.» —Estoy buscando a la señorita Lola Cruz, una de las secretarias de Michael Seseña. —Se ha equivocado de oficina —me responde amable—. Lola trabaja justo enfrente. Sonrío nerviosa. Soy estúpida. —Lo siento —me disculpo. —No se preocupe. Salgo de las oficinas y cruzo un ancho pasillo enmoquetado. Ya a unos pasos de la puerta de cristal, puedo ver a Lola sentada a su mesa. Suspiro aliviada y empujo la puerta. —Por fin llegas —se queja mi amiga al verme. —No sabes lo que me ha pasado... El teléfono de su mesa comienza a sonar. Ella me chista y me señala el sofá para que me siente. Intento protestar, tengo muchísima prisa, pero Lola frunce el ceño y vuelve a señalarme el tresillo. Yo pongo los ojos en blanco y finalmente me siento. Prisa. Prisa. Prisa. En el sofá ya hay dos chicas. Van impecablemente vestidas y se sonríen cómplices. Yo reviso mentalmente mi aspecto y me revuelvo incómoda mientras me paso con disimulo los dedos por mi pelo rubio. Tendría que habérmelo cortado. El flequillo casi me tapa los ojos y, teniendo en cuenta que son azules y grandes, los considero mi única arma. Lola sigue al teléfono. En ese momento oigo de nuevo la puerta y entra una chica con paso decidido, leyendo unas carpetas. —Lola, ¿has seleccionado ya a la chica? La verdad es que es guapísima. Debe de rondar los treinta.   Una Morena, delgada, pero con el cuerpo perfectamente musculado. Tiene el pelo castaño y unos ojos impresionantes, aunque no soy capaz de distinguir el color. Alza la mirada de las carpetas y la centra en Lola, que sumida en su conversación telefónica no le ha hecho el más mínimo caso. Ella suspira brusca, da un paso hacia la mesa y le cuelga el teléfono. Lola mira sorprendida el aparato y después a ella. —Sé que tiene que ser muy trabajoso contarle a todos tus amigos del barrio gay lo emocionado que estás por tener al fin vagina —comenta mordaz—, pero yo tengo cosas que hacer. Lola le dedica una furibunda mirada, ella una sonrisa, breve y falsa, y yo no puedo evitar sonreír y en realidad no sé por qué. No parece tener muy buen carácter. —Las chicas seleccionadas le están esperando —comenta Lola arisca señalando el tresillo. Sospecho que a mi amiga le gustaría lanzarle la grapadora a la cabeza, pero, por cómo se comporta, tan exigente e impaciente, debe de ser una de los jefes. La chica en cuestión se gira hacia el sofá. Ambas rubias le esperan con la sonrisa preparada en los labios y ella se la devuelve. Es una sonrisa sexy y dura. Da la impresión de saber exactamente lo que esa sonrisa provoca en las mujeres. Creo que las dos chicas están a punto de desmayarse y yo me siento claramente de más. Además, no quiero meter a Lola en un lío, así que me levanto dispuesta a marcharme. —Espera un momento, ¿tú quién eres? Alzo la cabeza y me encuentro con esos ojos oscuros de un color indefinido. Me mira de arriba abajo con descaro. Por algún extraño motivo consigue que resulte tan atractiva como impertinente. Finalmente sonríe de esa forma diseñada para fulminar lencería y me mira a los ojos. —¿También vienes a la entrevista? —me apremia. Pienso en una excusa que no comprometa a Lola. —Sí, señorita López -me interrumpe ella. Pero ¿qué demonios está haciendo? Aprovechando que ella se gira hacia ella, abro los ojos como platos y farfullo un «¿qué coño haces?» que mi amiga ignora por completo. —Además, se la recomiendo personalmente —añade con una sonrisa. —Ya, bueno, que tú me la recomiendes no sé si juega exactamente a su favor —replica volviendo su vista hacia mí. La sonrisa de Lola desaparece de golpe. Desde luego la señorita López es un encanto. —No puedo perder más el tiempo —continúa—. Vamos a mi despacho —me ordena. Gira sobre sus talones y comienza a caminar. Yo miro a Lola y ella me hace un gesto para que lo siga. ¿De qué va todo esto? Además, no puedo quedarme. Voy a llegar tarde a mi verdadero trabajo. Mi amiga entorna los ojos y yo suspiro bruscamente justo antes de comenzar a andar. Camina muy rápido. No es que corra, pero tiene unas largas piernas que le proporcionan unas grandes y elegantes zancadas. Es un andar muy femenino. No me puedo creer que me esté fijando en eso. «Elegante manera de decir que le estabas mirando el culo.» Cruza el pasillo y volvemos a la otra oficina, a la que entré por equivocación. Saludo a la recepcionista, aunque ella parece que ni siquiera la ve. Pasa varias puertas hasta que finalmente abre una y entra sin mirar atrás o preocuparse de si lo sigo. Cuando entro yo, ella ya está sentada a una exclusiva mesa de diseño de acero blanco y cristal templado. Toda la habitación trasmite ese aire de pura sofisticación y acento cosmopolita. Hay un enorme sofá blanco y, encima de él, un fantástico cuadro lleno de color y fuerza. No sé de qué artista es, pero parece de la escuela callejera del Nueva York de los ochenta. Junto a la mesa hay una estantería repleta de libros, revistas catalogadas y coches de colección. Hay al menos tres y no parecen de esos que vienen en fascículos de kiosco, más bien son de los que hizo un artesano en Centroeuropa y cincuenta años después se venden en una subasta en la televisión por cincuenta mil dólares. A su espalda se levanta un inmenso ventanal con unas vistas increíbles. Central Park, mi lugar favorito de toda la ciudad, se rinde a sus pies y, a su lado, los rascacielos más asombrosos. —Si ya ha dejado de admirar las vistas de mi ventana como si acabara de llegar del sur profundo y fuese la primera vez que ve un rascacielos, me gustaría empezar con la entrevista. No quiero perder más tiempo del necesario. Su comentario me hace clavar de nuevo la vista en ella. Observa unos papeles sin darle la mayor importancia a las palabras que acaba de decirme. Es una auténtica capullo. La miro y abro la boca dispuesta a llamarla de todo, pero entonces ella alza la vista y me observa fijamente. Tiene unos ojos impresionantes. Son de un marrón cambiante a negro. Creo que son los ojos más bonitos que he visto nunca. Hace un gesto exigente con las manos apremiándome a decir lo que quisiera que fuese a decir, pero yo estoy conmocionada. No entiendo qué demonios me está pasando. Sólo quiero mandarla al infierno y seguir con mi vida, pero mi cuerpo se niega a cooperar. —Desde luego no eres muy espabilada, Pecosa. ¿Qué? —¿Acaba de llamarme Pecosa? —pregunto con un tono de voz tan atónito como visiblemente molesto. —Tienes pecas, así que te llamo Pecosa —responde como si fuera obvio—. A cada uno se nos conoce por nuestro rasgo más distintivo. A mí puedes llamarme señorita increíblemente irresistible— sentencia de nuevo con esa maldita sonrisa. Río escandalizada y furiosa, muy furiosa. —Si te sientas y acabamos la entrevista, te dejo que te quedes en el sofá y me mires embobada desde allí mientras trabajo.
_________________________________________
Original de  Cristina Prada / agradeceria comentarios y espero disfruten la historia
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por lana66 Mar Dic 29, 2015 1:46 pm

Gracias por el capitulo,muy divertido por cierto,a ver que le rspera a Santana después de eso
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Dic 29, 2015 2:44 pm

CONTINUACION…..
—Es… Llaman a la puerta y otra vez vuelven a interrumpirme. Ahora mismo sólo quiero llamarlo de todo. Bastarda engreída y presuntuosa. Da paso y su sonrisa se ensancha como si supiese exactamente lo que me sucede. Lola abre la puerta, camina decidida y le entrega un papel. —El currículum de la señorita Pierce. Lo había traspapelado. La señorita López coge el papel sin dar las gracias y comienza a revisarlo. Yo miro a Lola inquieta en demasiados sentidos. Estoy nerviosa y quiero marcharme de aquí. Además, apostaría los veintiséis dólares que tengo en la cartera, y en mi vida en general, a que ese currículum acaba de escribirlo ahora mismo. Ella me mira y respira hondo, invitándome a hacer lo mismo. Al ver que no se marcha, la señorita Lopez alza la vista del documento y clava su mirada en ella hasta que Lola se da por aludida, se disculpa y se va. Cuando oigo la puerta cerrarse a mi espalda, estoy preparada para llamarle gilipollas y largarme. —Bueno, señorita Brittany S. Pierce —comenta ojeando mi hoja de vida—. ¿Nadie le ha dicho que los currículum sin foto no van a ninguna parte? Además, no es demasiado fea... hay quien la contrataría sólo por eso. Eso ya ha sido la gota que ha colmado el vaso. Estoy demasiado cabreada. Apoyo las palmas de las manos en la mesa y me levanto como un resorte. Ella alza la mirada. —¿Adónde cree que va? —pregunta arisca. —¿Sabe? Prefiero cortarme todos los dedos de las manos antes que trabajar para usted. Me giro concienciándome de que no puedo asesinarla en su despacho y camino hasta la puerta. Pero entonces le noto sonreír a mi espalda y definitivamente no entiendo nada. Sin saber ni siquiera por qué, y a pesar de no haberla visto, me doy cuenta de que es una sonrisa completamente diferente a las que le he presenciado hasta ahora. Suena sincera, como si realmente le divirtiese. —Cobrarás unos setecientos a la semana. Esas seis palabras me dejan clavada en el elegante parqué. Es casi el doble de lo que gano ahora y solucionaría todos mis problemas de un plumazo. Ah, pero no quiero trabajar para ella. Es odiosa y está como un tren, una combinación horrible. —Trabajarás para Dillon Colby. Bueno, imagino que Lola ya te lo habrá explicado. Por cierto, en el trabajo vístete un poco mejor, Pecosa; por ejemplo, con ropa que no parezca salida del armario de una universitaria con dificultades económicas. Si sustituimos «universitaria» por «ex universitaria porque no tuvo dinero para pagar la matrícula del siguiente semestre», ha dado en el clavo. Suspiro discretamente y me tomo un momento para analizar la situación. Si técnicamente no trabajaré para ella, sólo tengo que asentir, tragarme temporalmente mi orgullo y no volver a verla más. Lo pienso un segundo. Este trabajo me haría la vida infinitamente más fácil. No hay nada más que analizar. Vuelvo a suspirar, me giro, asiento y me encamino de nuevo hacia la puerta. —Y otra cosa —vuelve a intervenir. No sé por qué, me detengo de nuevo. Creo que es su voz. Es grave, muy autoritaria y sensual. Suelto el pomo que ya había agarrado y me giro una vez más. Ella deja los papeles sobre el escritorio, se levanta, rodea su mesa y se apoya hasta casi sentarse en ella. Tiene sus ojos posados en los míos. No me había dado cuenta hasta ahora de que tiene una pequeña cicatriz sobre la ceja derecha. —Lo de que te podías quedar a mirarme mientras trabajo, iba en serio. Después puedo llevarte a tomar algo. ¿Cómo se puede ser tan presuntuosa, tan arrogante, y además tener esa mirada que parece decir que encima debería sentirme afortunada? ¿A quién pretendo engañar? Es tan condenadamente atractiva que imagino que normalmente las chicas  y los chicos se le tiran a los pies y puede permitirse no tener que ser simpática. —Señorita Lopez, como voy a trabajar para el señor... —hago memoria rápidamente —... Colby y no para usted, puedo ser sincera y decirle que es un capullo engreída con el que no compartiría ni un vaso de agua en un desierto a cincuenta grados. —Qué específica. —Lo que se merecía. Qué relajada me he quedado. Ella sonríe arrogante, se incorpora de un elegante paso y da otro más para estar peligrosamente cerca de mí. —El señor Colby trabaja para mí. ¡Mierda! La señorita López se queda mirándome con esa maldita sonrisa y ahora mismo yo sólo quiero que la tierra me trague. ¿Por qué siempre tengo que tener la boca tan grande? —Empezará mañana y en esta oficina. No. No puede ser. Sin dejar de sonreír, vuelve a sentarse en su sillón de ejecutiva y yo salgo disparada de su despacho antes de que acabe diciendo otra estupidez. No me lo puedo creer. ¿Qué acaba de pasar? Es una imbécil y un capullo y no puedo creer que, sin ni siquiera entender todavía cómo, acabe de convertirse en mi jefa, ¡mi jefa! Esto es una auténtica locura. Desde el pasillo agito las manos hasta que Lola me ve. Con una sonrisa de oreja a oreja corre hasta mí. Me gustaría saber cómo lo hace subida a semejantes tacones. —¿Qué tal ha ido? —pregunta interrumpiendo mi inminente bronca. —Bien, tengo el trabajo, pero… —¡Tienes el trabajo! ¡Genial! —vuelve a interrumpirme abrazándome. —Lola, cálmate un segundo y explícame de qué va todo esto, porque no entiendo nada. Para empezar, ¿quién es esa? Lola frunce los labios y se alisa su interminable melena negra recogida en una perfecta cola. Claramente no le cae nada bien. —Es Santana Lopez una de los socios de Fabray, Hummel y López —dice señalando, como si fuera la azafata de la lotería, un discreto rótulo blanco sobre la puerta de cristal de la oficina de la que acabo de salir—. Tan increíblemente capullo como atractiva. Es una de los mejores en lo suyo. Eficacia germana garantizada. —¿Ella es alemán? —pregunto sorprendida. No le he notado el más mínimo acento. —Sí, pero lleva viviendo aquí desde cría. Es muy guapa, ¿verdad? —pregunta pícara. Asiento. La verdad es que sí y, sin quererlo, me concentro sólo en eso y se me olvida todo lo demás. —Parece que, al final, vas a tener que agradecerme más cosas aparte del trabajo —comenta perspicaz sacándome de mi ensoñación. Yo la fulmino con la mirada para ocultar que estoy a punto de ruborizarme. —No digas tonterías. Es odiosa —me defiendo. —No te preocupes —intenta calmarme—. Trabajarás para Dillon Colby en el edificio Pisano, a unas calles de distancia. —Me ha dicho que empezaré a trabajar mañana y que lo haré aquí —la corrijo. Lola me mira confusa. —No sé, a lo mejor quiere enviarte con los conceptos básicos aprendidos. —Pero ¿qué conceptos? —Estoy empezando a agobiarme un poco—. Ni siquiera sé cuál es el trabajo. —Serás el enlace entre Dillon Colby y estas oficinas. Él se encarga de supervisar ciertos negocios para Fabray, Hummel y Lopez, , y tú estarás entre las dos oficinas, asistiéndole. Mi amiga pronuncia cada palabra como si fuera el trabajo más sencillo del mundo, pero yo no lo veo así en absoluto. Mi agobio va en aumento. —¿Y cómo se supone que voy a hacerlo? —vuelvo a quejarme—. No he trabajado en una oficina en mi vida. —Es muy sencillo, Britt. Eres organizada y muy inteligente. Tú concéntrate en aprender rápido. Esta noche, cuando vuelvas del trabajo en la cafetería, busca en Google nociones básicas de contabilidad y listo —concluye con una voz fabricada a base de reposiciones de «La casa de la pradera» y pastillas de la felicidad. —Lola. Acaba de volverse completamente loca. ¿Nociones básicas de contabilidad en Google? —Vamos, Britt —me arenga—. El dinero te va a venir de miedo. Te servirá para pagar esas malditas facturas. Lola conoce perfectamente la situación por la que estoy pasando y sabe que esa premisa pesa más que cualquier otra, incluida la posibilidad de trabajar para alguien tan odioso como Santana Lopez. —Está bien, acepto, pero no sé cómo va a salir. —Saldrá genial —sentencia sin ningún tipo de dudas con una sonrisa. Me hago la enfurruñada, pero no puedo evitar acabar devolviéndosela. Si de verdad sale genial, sería el fin de todos mis problemas. Sin embargo, en ese preciso instante caigo en la cuenta de la hora que es. ¡Llegaré tardísimo al trabajo! —Toma tus llaves —digo sacando unas de mi bolso y tendiéndoselas. —Me salvas la vida. —No te preocupes, y ahora me voy o Sal me matará. Cruzo la ciudad en autobús, afortunadamente más rápido de lo que pensaba. Cuando entro en la cafetería, Will me mira con la pala de madera en la mano y refunfuña justo antes de meterse de nuevo en la cocina. —Lo siento, Will —gimoteo pasando al otro lado de la barra y anudándome el mandil que mi amiga Kitty me tiende. —No te preocupes. No se ha enfadado mucho —murmura con una sonrisa. Se la devuelvo a la vez que me recojo el pelo en un moño alto. La campanita suena, avisándonos de que entra un cliente, y las dos miramos hacia la puerta. Kitty me toca el brazo para indicarme que se ocupa ella. Este pequeño gastropub se ha puesto muy de moda entre los ejecutivos de los edificios colindantes. No me extraña en absoluto. La comida de Will es deliciosa y, tras la última reforma, el local ha quedado de miedo. Me aliso el mandil, guardo mi bolso bajo la barra y suspiro hondo. Lista para trabajar. A las cuatro todo está de lo más tranquilo. Will está en el despacho, enredado en facturas, y Kitty y yo nos dedicamos a secar y colocar los vasos. —¿Y ya le has dicho a Will que te marchas? —pregunta Kitty. —¿Por qué iba a marcharme? —inquiero a mi vez confusa. Kitty, embarazadísima de ocho meses, se lleva la mano a la espalda y hace una mueca de dolor. Yo dejo el vaso que secaba sobre la barra y la llevo hasta uno de los taburetes al otro lado. No deja de protestar en todo el camino. —Necesitas descansar —le recuerdo. Ella sonríe pero, cuando apenas me he girado, veo de reojo cómo ya está poniendo un pie en el suelo dispuesta a levantarse. Me vuelvo y la señalo amenazante a la vez que le hago un mohín de lo más absurdo. Una especie de mezcla entre el De Niro de las películas de mafiosos y Alec Baldwin en «Rockefeller Plaza». Al final las dos nos echamos a reír y ella deja su trapo encima de la barra en señal inequívoca de rendición. —Lo dicho —dice retomando la conversación—. Pensé que, ahora que Lola te había conseguido ese trabajo, te marcharías de aquí. —Kitty, no puedo dejar este trabajo. Con lo que gano aquí pago el alquiler y las facturas y con el otro trabajo podré devolver el dinero al banco. Asiente y me mira con empatía. Lo cierto es que mi vida no es precisamente como me la había imaginado. Creí que, con veinticuatro años, estaría recién licenciada, haciendo un máster o viajando por Europa... y no pensando en cómo compaginar dos trabajos y llena de deudas hasta las cejas. Mientras regreso a casa, pienso en la locura de día que he tenido y, lo que es peor aún, en el que me espera mañana. Afortunadamente, Lola parece haber escuchado los mensajes telepáticos que le he estado mandando toda la tarde y, cuando llego a su apartamento, tiene preparada una jarra de margaritas heladas y a Rachel, nuestra otra compañera de aventuras, sentada en el sofá. A la mañana siguiente, cuando suena el despertador, ya estoy nerviosa. En la ducha me arengo recordándome que he salido de situaciones peores, mucho peores en realidad. Sólo tengo que tener los ojos bien abiertos y pasar desapercibida los primeros días hasta que me haga con el trabajo. Delante del armario rememoro las palabras de la odiosa señorita López  y realmente no sé qué ponerme. Recuerdo la premisa de pasar desapercibida, así que elijo un vestido azul marino muy sencillo y mis botines marrones. Me hacen ganar unos centímetros y son muy cómodos. Sentada en el sofá donde Eve, la recepcionista, me ha indicado que debo esperar a la señorita López, estoy aún más inquieta. Lola no fue capaz de explicarme cuál sería mi trabajo más allá de repetir unas cuatrocientas veces la palabra asistir. Jugueteo nerviosa con la identificación que Eve me ha indicado que siempre debo llevar colgada. Debería marcharme, aún estoy a tiempo, pero en ese mismo instante oigo una puerta abrirse y a alguien caminar hacia el vestíbulo. Está guapísima. Exactamente como la recordaba y exactamente como llevo negándome a admitir desde ayer. Lleva un traje de corte italiano azul oscuro y una camisa blanca inmaculada, con los primeros botones desabrochados. Se para frente al mostrador de Eve y le da unos papeles. —Pecosa —dice reparando en mi presencia. Juraría que ha sonreído—, llegas tarde. Genial. Justo tan agradable como ayer. —Señorita López —lo saludo levantándome y esforzándome sobremanera en no llamarla capullo. —Veo que has decidido obviar lo que te dije sobre el vestuario. Inconscientemente llevo mi vista hacia mi vestido. No lo veo mal. De acuerdo que no es del tipo look oficinista, pero no tiene nada de inapropiado. —Ya tendrás tiempo de compadecerte en tu hora del almuerzo. A trabajar. Su comentario me hace alzar la vista de golpe. Maldita gilipollas. No le digo nada, pero la fulmino con la mirada. Ella ni se inmuta, gira sobre sus talones y regresa a su despacho. Interpreto que tengo que seguirla y así lo hago. Ya en su oficina, rodea su mesa y se sienta. Yo me quedo de pie frente a ella. —Quiero que revises las facturas de los dos últimos trimestres para que sepas lo que hacemos en el edificio Pisano. Asiento. Eso no parece muy difícil, sobre todo en cuanto sepa dónde guardan esas facturas. La señorita López se levanta, se dirige a la estantería y coge varias carpetas. —Hazme una comparativa de balance, beneficio y target con las dos principales competidoras de Colby. No quiero que se duerma en los laureles. Ese viejo gordo se está volviendo perezoso — continúa. Vale, balance, beneficio y target. Balance, beneficio y target. El truco está en recordar las palabras clave y preguntarle a Lola en cuanto tenga oportunidad. Vuelvo a asentir. —Cuando termines, revisa toda la información de la constructora de Nikon —comenta regresando a su mesa—. La última vez que le eché un vistazo, las solicitudes 326 y 328 estaban mal. No estoy contenta con las cuentas del asunto Moore. Repásalas y hazme una perspectiva de depósito a dos años en vez de a cuatro, pero variable, no fija, y aplica una tasa de interés del cinco por ciento. No me gustaría que nos quedáramos cortos. ¿Qué? ¿Y esto es la contabilidad básica que según mi queridísima amiga podría haber aprendido en Google en una noche? Creo que estoy empezando a tener sudores fríos. La señorita López  me mira. Tengo que decir algo. —¿Dónde está mi mesa? —pregunto indiferente. Sí, señora. Ha quedado muy profesional, como diciendo «ya quiero ponerme a trabajar y todo lo que me ha pedido no me supone el más mínimo problema». —Trabajaras aquí conmigo hasta que te enviemos definitivamente con Colby. Tienes la tablet en la mesa, junto al sofá. Suspiro hondo y me dirijo hacia el tresillo. Me siento y cojo el iPad que me espera en la elegante mesita de centro de Philippe Starck. —Dos, dos, siete, uno, cero. —¿Perdón? —La clave para desbloquear la tablet —me aclara alzando la vista. Asiento e involuntariamente sonrío. Ahora mismo estoy demasiado nerviosa. Ella se queda observándome y yo tengo que acabar apartando la mirada. ¿Qué demonios voy a hacer? ¿Y por qué es tan increíblemente guapa? Desde luego eso no va a ayudar a mi nivel de concentración. Me autocompadezco mentalmente un par de segundos, pero en seguida sacudo con discreción la cabeza y cojo el iPad con fuerza. He salido de situaciones peores. Además, las facturas son lo mío. Llego a fin de mes con el salario mínimo. Lo que hago es contabilidad de alto nivel. Trasteo en la tablet hasta que encuentro los archivos de Colby. Comienzo a revisarlos y, como me temía, a pesar de mis frases motivacionales, no entiendo una sola palabra. Suspiro discretamente. Esto no está saliendo como esperaba. —Pecosa, ven aquí. La señorita López se levanta y me hace un gesto para que me acerque. Dejo el iPad sobre el sofá y camino hasta colocarme a su lado. Sonrío y no sé por qué. Creo que es su proximidad. Huele muy bien, a ropa recién lavada, a suavizante caro y a gel aún más caro. Es suave y muy fresco. —Tienes que firmar esto —dice señalando unos papeles sobre su elegante escritorio. Asiento mirando los documentos. Ella no dice nada. Por un momento sólo me observa. Inconscientemente me muerdo el labio inferior y, otra vez sin saber por qué, alzo la mirada y dejo que la suya me atrape. —Es un acuerdo de confidencialidad para todo lo referente a la empresa. —Su voz se ha vuelto más ronca. Yo asiento de nuevo. Tiene unos ojos espectaculares. Ahora mismo me es imposible distinguir si marrones o negros. Finalmente suspira brusca y aparta su mirada de la mía. —Léelo, fírmalo y entrégaselo a Eve —me anuncia mecánica—. Tengo una reunión. Sin darme oportunidad a responder, tira un bolígrafo sobre los papeles y se dirige a la puerta del despacho. De pronto me siento como si me hubiesen sacado de una burbuja. —Pecosa, lo quiero todo listo para cuando vuelva. Después de comer tenemos una reunión. Tan pronto como la puerta se cierra tras ella, suspiro hondo. ¿Qué acaba de pasar? Decido hacer como si nada hubiese ocurrido y eso incluye que me prohíbo volver a pensar en lo bien que huele, en lo guapa que es o en los ojos tan increíblemente bonitos que tiene. Ahora necesito ser profesional, muy muy profesional. Sopeso mis opciones. Está claro que no voy a poder hacer todo esto sola. Una luz se enciende en el fondo de mi cerebro. Él está en una reunión y mi querida y eficientísima amiga Lola está a un par de pasillos de distancia. Sin dudarlo, cojo la tablet y cruzo la oficina como una exhalación mientras intento recordar todas las cosas que me ha pedido. Observo a Lola a través de la puerta de cristal y le hago un gesto para que salga. Ella me devuelve la misma seña diciéndome que entre. Imagino que está sola y, en realidad, prefiero que tratemos esto aquí. Tengo menos probabilidades de que me pillen siendo una total incompetente escondida en la oficina de enfrente. —Lola, tengo un problema —me quejo caminando hasta su mesa—. Lo que tú llamas contabilidad básica, me da la sensación de que es quinto de económicas. No entiendo nada. —No será para tanto. —Sí lo es. —Callo un segundo—. ¿Quedaría muy mal que le tirara algo a la cabeza cada vez que me llama Pecosa? Lola sonríe y oigo otra risa tras de mí. Me giro y me sorprendo al encontrar sentada en un escritorio, a mi espalda, el único que no se ve desde la puerta, a una chica más o menos de mi edad, cabello negro liso con rasgos asiáticos  y con unos enormes pendientes de aro. —Me apuesto un millón de dólares a que hablas de Santana López. Sonrío algo inquieta. ¿La conoce? Lola parece tranquila, así que supongo que no debo preocuparme. —Me llamo Tina —dice levantándose y tendiéndome la mano. —Tina fue recepcionista para los chicos —apunta Lola. —¿Los chicos? —pregunto estrechándosela—. ¿Fabray, Hummel y López? —Sí, fue hace unos meses. La verdad es que me gustaba trabajar para ellos —me explica con una sonrisa. No puedo creer el lío en el que mi enorme bocaza acaba de meterme. —Pero encontré este trabajo como secretaria de Michael Seseña y no lo dudé —continúa—. Me gustaría ser publicista, y trabajar en la empresa de Charlie Cunningham es el mejor paso. Sé a qué se refiere. Lola me ha contado muchísimas veces que el jefe de su jefe, Charlie Cunningham, es algo así como un mito en la publicidad y las relaciones públicas. Fue él quien convirtió Times Square en lo que es hoy, y también corre el rumor de que fue quien convenció a la familia Rockefeller de que no se deshiciera de la pista de patinaje sobre hielo en su complejo comercial.
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Estaré actualizando dos veces al día si me es posible. Denle una oportunidad a esta historia y verán lo increíble que es. Gracias por leer
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Dic 29, 2015 5:41 pm

—Algún día seré una ejecutiva de armas tomar —sentencia Tina. Ella y Lola  ríen y yo lo hago por inercia. Todavía no sé si acabo de ganarme un despido fulminante. Quizá todavía tenga relación con ellos o incluso sean amigos. —Yo soy Brittany —me apresuro a decir. Mejor caerle bien y volver a mostrarme profesional. —¿En que querías que te ayudase? —pregunta Lola. —En nada —me apresuro a responder. Mi amiga me observa perspicaz. — Tina es de confianza —me asegura. —Y opino que no, no quedaría nada mal que le tirases algo a la cabeza cada vez que te llama... — hace una pequeña pausa intentando recordar mi apodo—... ¿Pecosa? Sonríe.

Yo finalmente me relajo y hago lo mismo a la vez que asiento. —No me ha llamado por mi nombre ni una sola vez. —Santana es así, pero, en el fondo, muy en el fondo, casi cuando estás a punto de tirar la toalla, es una buena tía.  Las tres sonreímos. —¿Eres su nueva secretaria? —pregunta—. ¿Marley  ya se ha rendido? —No; trabajaré para Dillon Colby —le aclaro—, pero parece que aprenderé lo necesario aquí con ella. Ahora es Tina la que me mira perspicaz, como si no terminara de encajarle o le encajara demasiado bien, no lo sé. —El caso es que todo está siendo más complicado de lo que creía —confieso. —¿Qué te ha pedido que hagas? —inquiere Lola.

Intento hacer memoria y mi mente perversa me regala el perfecto recuerdo de su olor y esa espectacular sensación de tenerla tan cerca. Mala idea, mala idea. —Quiere que repase las facturas de los dos últimos trimestres de Dillon Colby y que estudie a su competencia directa —me obligo a explicar. Las dos asienten—. Además de algo de las constructoras de… —trato de hacer memoria—… ¿Nikon? Unas solicitudes estaban mal y algo de un tal Moore, pero ni siquiera recuerdo el qué. Oficialmente estoy agobiada. —¿Algo más? —pregunta Tina socarrona. —Tengo que tenerlo todo listo para la hora del almuerzo. Vuelven a sonreír, pero esta vez con cierta ironía. Lola incluso se permite agitar la mano. —Bueno, vamos por partes —comenta Tina—. Lo primero sería saber exactamente lo que tienes que hacer. —Creo que lo primero sería resaltar que Santana no ha firmado la abolición de la esclavitud —bromea Lola y por fin sonrío. —Este truco te va a salvar la vida y también te va a servir para torturar a Santana —continúa Marley quitándome el iPad de las manos.

¿Torturar a la señorita López? Acaba de conseguir toda mi atención. —  Santana es una obsesa del control. —Un rasgo muy característico al otro lado del pasillo —puntualiza Lola socarrona. Las dos vuelven a sonreír y se miran cómplices. Deben conocer un secreto de lo más jugoso. Parece que tengo que ponerme al día con según qué cotilleos. —El caso es que apunta en su tablet todo lo que quiere que se haga —reconduce Tina la conversación—, hasta el más mínimo detalle. Y todas las iPad están conectadas por la intranet, así que puedes ver su agenda y su plan de trabajo desde la tuya. Tina  toquetea mi tablet y accede a una lista casi interminable. Al verla, las chicas deciden apiadarse de mí y entre las tres conseguimos hacer todo el trabajo. Cuando terminamos los informes y los subimos a la intranet, bajamos a comer algo a un pequeño restaurante a unas manzanas de la oficina. —Era absolutamente imposible que pudieras hacerlo todo tú sola —comenta Tina —.Santana se va a llevar una sorpresa —sentencia. —Muchas gracias, chicas. Literalmente me han salvado.

—¿Qué sabes de gestión alternativa de patrimonios? —me pregunta mi nueva amiga clavando su tenedor en la ensalada. —Nada. —Según tu currículum, tienes un máster —apunta Lola como quien no quiere la cosa. —¿Qué? —La sensación de agobio vuelve como un ciclón—. Pero ¿qué escribiste en ese maldito papel? —inquiero alarmada. Ella sonríe intentando parecer despreocupada. No lo consigue y automáticamente eso me preocupa a mí. —Que estás licenciada en Económicas por Columbia y tienes un máster en Gestión alternativa de patrimonio y otro en Inversiones de riesgo capitalizadas. —¿Qué? —vuelvo a repetir atónita—. Lola, ¡por Dios! —Quería asegurarme de que te contratara —se disculpa—. Eres muy buena y, de haber tenido la oportunidad, habrías podido hacer todos esos másteres. Estoy segura. Cruzo los brazos sobre la mesa y hundo mi cabeza en ellos. Tengo que dejar este trabajo. —¿Hay algo en ese currículum que sea verdad? —inquiere Tina. —En el fondo todo puede ser verdad —se excusa Lola. —Dejé la universidad el segundo año —replico saliendo de mi nido de avestruz particular— y estudiaba para ser bióloga —añado exasperada, casi desesperada. —Ciencias —sentencia Lola como si esa palabra englobara cualquier cosa que no se estudie en latín. —Tengo que decir una cosa buena y otra mala —apunta Tina—. ¿Por cuál quieres que empiece? —me pregunta. Lo pienso un segundo. —La mala. —Santana es muy inteligente, y también muy lista y muy desconfiada. No es nada fácil engañarla. Genial. —¿Y la buena? —Que, precisamente por eso, si te contrató, es porque vio algo en ti. Recapacito sobre las palabras de Marley y curiosamente me siento un poco reconfortada. A lo mejor Santana ha encontrado algo en mí que ni siquiera yo he sido capaz de ver. Por un momento esa idea, la sensación de que ella sea capaz de leer en mí incluso mejor que yo misma, me gusta más de lo que me atrevería a reconocer. Sacudo la cabeza. No me interesa que Santana López me vea de ninguna manera.

De vuelta en la oficina, mientras espero a que mi jefa regrese, me doy cuenta de que lo que tengo que hacer es adelantarme a cada paso y así tener tiempo de prepararme. Miro en el iPad y la reunión será con un tal Ben Foster. No encuentro más información sobre él en la tablet, así que decido ir hasta recepción y preguntar a Eve dónde encontrar ese tipo de archivos. La encuentro charlando con una mujer muy simpática y con pinta de hablar por los codos. Resulta ser Marley, la secretaria de la señorita Lopez. Ella me ayuda a encontrar la información que necesito. En los cuarenta y tres minutos siguientes memorizo hasta el último detalle de ese hombre, su empresa y lo que Fabray, Hummel y López han hecho para él. Cuando la puerta del despacho se abre, me levanto como un resorte y cuadro los hombros. La señorita López  entra y, sin ni siquiera mirarme, se sienta a su mesa. Yo me quedo de pie esperando a que se levante y nos marchemos a la reunión. —Pecosa, sé que soy sexy —comenta sin alzar la vista de la pantalla de su reluciente Mac último modelo—, pero ¿qué tal si, aparte de mirarme embobada, terminas todo lo que te he pedido? Por el amor de Dios, ¿se puede ser más engreída? —Ya lo he terminado todo —respondo insolente. Ella me mira sorprendida y yo luzco mi sonrisa más arrogante. Sí, señora. Ahora entiendo a Tina. Esa cara vale millones. —Era lo que tenías que hacer —contesta recuperando el control de la situación y poniendo su expresión más displicente—. En la tablet tienes la agenda de mañana. Tenemos tres reuniones, prepáralas. Marley tiene la documentación. —¿Y qué pasa con la reunión de hoy con Ben Foster? —pregunto confusa. —Aplazada. Las reuniones de mañana —me apremia. Salgo del despacho y me permito dedicarle mi mejor mohín cuando me aseguro de que, ya de espaldas a su escritorio, no puede verme. Lola tenía razón. Es tan atractiva como gilipollas; quiero decir, tan gilipollas como atractiva. Maldita sea.

Marley me da todo lo que necesito y regreso al despacho. Es encantadora. Creo que me va a resultar muy fácil trabajar con ella. No sé exactamente lo que incluye preparar una reunión, pero imagino que se refiere a conocer toda la información y tener previsto cualquier problema que pueda surgir. Después de una hora sentada en el sofá, comienza a resultarme de lo más incómodo y me siento en el suelo. Santana me mira de reojo, sonríe pero no dice nada, así que doy por sentado que no le parece mal. Miro el reloj. Dentro de cuatro horas comienza mi turno en el restaurante. Espero acostumbrarme rápido a este ritmo o morir en el intento, pero, sea lo que sea, que ocurra pronto. Tengo sueño sólo con imaginar lo poco que podré dormir. La señorita López parece muy concentrada. Repasa papeles, responde emails, lee gráficos... Es muy eficiente y las palabras de Tina acuden a mi mente: muy inteligente y muy lista. Desde luego da esa impresión. Casa perfectamente con el ambiente sofisticado y elegante que se respira aquí. Se levanta sacándome de mi ensoñación. ¿Cuánto tiempo llevo mirándola? Espero que no haya sido mucho y que no se haya dado cuenta. Intento mantener mi vista centrada en el iPad, pero no me lo está poniendo fácil. Se ha quitado la chaqueta y se ha remangado la camisa hasta el antebrazo. Es una absoluta locura lo sexy que le caen los pantalones sobre las caderas. Va hasta la estantería, regresa a la mesa y vuelve a la estantería. ¿Así cómo voy a dejar de mirarla? Si no fuera completamente imposible, diría que lo hace a propósito. Concéntrate en las reuniones, Brittany S. Pierce. Sé profesional. Preparo todo lo que creo que podrá sernos útil mañana. Memorizo los perfiles de las personas con las que nos reuniremos. Repaso todo el material que hay sobre ellos e incluso pienso el itinerario más corto para llegar a cada una de las citas. Alzo la mirada para descansar los ojos de la tablet unos segundos y, sin quererlo, nuevamente vuelvo a quedarme hipnotizada por Santana López. Me pregunto de qué será esa pequeña cicatriz que tiene sobre la ceja derecha. ¿Una pelea en un bar, un accidente de coche? Me mira y automáticamente clavo mis ojos en el iPad. Ha sonreído. ¡Mierda! Eso sólo puede significar que me ha pillado contemplándola embobada. —Pecosa, ven aquí. Mentalmente me pongo los ojos en blanco. ¿Por qué no he podido mirar al techo? Mientras camino hacia su escritorio, se levanta, coge una carpeta y se inclina para teclear algo en el ordenador. —No has firmado el acuerdo de confidencialidad —me comenta apoyándose, casi sentándose, en la mesa y quedando frente a mí. Es cierto. Salí escopetada para pedirle ayuda a Lola y no lo hice. Sonrío y me inclino para firmarlo. —Léelos —me ordena suavemente y por algún extraño motivo me siento incapaz de desobedecerla. Cojo los papeles y comienzo a leerlos. Ella no se mueve y tampoco aparta esos increíbles ojos de mí. Otra vez, casi sin quererlo, levanto la mirada de los documentos y dejo que la suya me atrape. Con el sol de la tarde atravesando el enorme ventanal, parecen casi cafe. Pero rápidamente me obligo a apartar mi vista. No quiero volver a quedarme admirándola embobada. La noto sonreír; es un sonrisa arrogante pero increíblemente atractiva, muy muy sexy. —¿Qué tal el primer día de trabajo? —pregunta con su voz grave y femenina. —Bien, muy bien —musito volviendo a alzar imprudente la cabeza. Su mirada se clava de nuevo en la mía y, robándome cualquier tipo de reacción, se inclina sobre mí hasta que su cálido aliento acaricia mi mejilla. —Me alegro, porque no quiero que tengas que cortarte esos dedos. —Su voz se agrava aún más sensual y yo tengo que concentrarme en no suspirar—. Apuesto a que estuviste toda la noche pintándote las uñas para que te hicieran juego con ese vestidito.


CAPITULO 2

 No tengo la más remota idea de qué hacer o decir. Sus ojos me han hipnotizado. Me hacen imposible reaccionar en cualquier sentido. Ella vuelve a sonreír; sabe exactamente lo que ha hecho, y una luz se enciende en el fondo de mi cerebro: Reacciona, sal de aquí.

Te estás comportando exactamente como la niña tonta que ella ha dado por sentado que eres. Trago saliva, apoyo los papeles en la mesa y los firmo apresurada. —Mi jornada laboral ha terminado, señorita López. —O al menos eso creo; si no, acabo de subir un peldaño más en mi escala particular del ridículo—. Nos vemos mañana. Me separo de ella y todo mi cuerpo protesta. Es la situación más frustrante con la que me he encontrado nunca. Farfullando, regreso al sofá, recupero mi bolso y voy hasta la puerta. —Hasta mañana, Pecosa. Se despide sin ni siquiera mirarme, pero con ese tono tan presuntuoso. ¡Idiota! —Hasta mañana, señorita López. Cierro con un comedido portazo y cruzo la oficina como una exhalación. ¡Ah! ¡Me pone de los nervios! «Y más cosas.» Llego a casa con el tiempo justo para cambiarme de ropa. Mi turno en el restaurante empieza en menos de diez minutos. Afortunadamente, Will siempre ha sido bastante comprensivo con mi falta de puntualidad. Cuando suena el despertador, tengo ganas de tirarme por un precipicio sólo por los días que estaría de descanso obligado en un hospital. Apenas he dormido y todo el estrés del día de ayer la ha tomado con cada hueso y músculo de mi cuerpo. Por si fuera poco, la madera de las ventanas de mi apartamento se hinchó a principios de otoño y desde entonces no encajan bien. Hace un frío que pela y hoy me he levantado con ese mismo frío metido en el cuerpo. Me doy la ducha más larga del mundo y delante del armario pienso en qué ponerme. Al final opto por uno de mis vestidos. Soy plenamente consciente de que no cumple con lo que una oficinista se pondría, pero tengo veinticuatro años, en mi armario no hay esa clase de ropa. Es un vestido o unos vaqueros. En la parada del autobús queda un asiento libre y lo atrapo sin dudar. Estoy demasiado cansada para esperar de pie. Sin embargo, antes de poder saborear mi recién adquirida comodidad, una mujer empujando un carrito de bebé se acerca a la parada. A su lado corretea un niño pequeño jugando con un avión de plástico. El crío parece tener toda la energía que le han robado a ella. La miro y suspiro a la vez que me levanto farfullando mentalmente. La última vez que esta mujer durmió debió de ser en la inauguración de las olimpiadas de Pekín. Llego a la oficina puntual como un reloj. No quiero darle motivos al señorita López para que pueda volver a quejarse. No he avanzado un metro más allá del mostrador de Eve cuando oigo pasos a mi espada. —Pecosa, llegas tarde. ¿Qué? —Siento contradecirle, señorita López, pero son las ocho en punto. —Si yo ya estoy aquí, significa que tú llegas tarde. Le pongo los ojos en blanco consciente de que no puede verme y la sigo hasta su despacho. —Hoy la cosa va así. —Espere un segundo —la interrumpo. Ella me mira confusa; supongo que no está acostumbrada a que le hagan esperar muy a menudo, pero esta vez no quiero olvidar ni una sola coma. Meto las manos en mi bandolera y saco una pequeña libreta y un bolígrafo. —Qué mona —comenta sardónica—, pero ¿no le faltan unas pegatinas de estrellas, unicornios o algo parecido? Es demasiado temprano para soportar a la señorita odiosa, así que, sin pensármelo dos veces, y probablemente debería haberlo hecho, le dedico un mohín de lo más infantil. Ella me mira increíblemente sorprendida y finalmente sonríe, casi ríe, sincera. —Pero ¿qué demonios? —masculla divertida. —Lo que se merecía —sentencio interrumpiéndolo—. ¿Podemos seguir? —pregunto displicente pero con un trasfondo también divertido. —Esto es increíble —farfulla cabeceando—.
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Sigan comentando, espero les guste.
Historia Original de Cristina Prada


Última edición por marthagr81@yahoo.es el Mar Dic 29, 2015 11:22 pm, editado 1 vez
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Mensaje por lana66 Mar Dic 29, 2015 6:13 pm

Que risa me da Santana con el trato que le da a brittany,me gusta la historia

Saludos
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Dic 29, 2015 7:48 pm

Por Lana66 Hoy A Las 5:13 Pm Que risa me da Santana con el trato que le da a brittany,me gusta la historia Saludos escribió:

Hola gracias por comentar, y parece que estoy cumpliendo con que te guste la historia me siento mas que satisfecha mas al rato subo otra actualizacion
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Mensaje por micky morales Mar Dic 29, 2015 9:40 pm

me encanta como va todo, solo queria preguntar si todo esto es el primer capitulo, pq si van a ser asi de extensos pues que bien!!!!!
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Dic 29, 2015 9:57 pm

Por Micky Morales Hoy A Las 8:40 Pm me encanta como va todo, solo queria preguntar si todo esto es el primer capitulo, pq si van a ser asi de extensos pues que bien!!!!! escribió:

hola Micky, pues si los capitulos son extensos pero entretenidos y necesarios para entender toda la historia, los como, cuando y donde, asi como los porque, si te has fijado aun no termina el capitulo 1, pero tengo bastante material ya para subir . asi que creo que para avanzar estare actualizando muy seguido y por el momento tengo el tiempo para hacerlo. GRACIAS POR LEER LA ADAPTACION, ESPERO SIGAS COMENTANDO. saludos
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Dic 29, 2015 10:24 pm

Tenemos tres reuniones. Estarás en las tres. La primera no es hasta última hora de la mañana, así que tienes tiempo de sobra para preparar las previsiones de inversión de Butller y Summers. Nada que no reporte beneficios del catorce por ciento o más. Asiento concentrada. —Ah —continúa—, archiva toda la documentación de esta semana. Odio ver tanto papeleo por aquí —dice señalando vagamente su mesa—. Y prepara todo el material audiovisual para la reunión: gráficos, estadísticas. Marley te dará las tarjetas de memoria. ¿Algo más? Y todo para antes de la una.

Mi yo profesional acaba de desmayarse. La señorita Santana se sienta a su mesa y yo hago lo mismo en el sofá. Ni siquiera tengo un maldito escritorio, pero sí trabajo como para llenarlo. Cojo la tablet, la desbloqueo y pienso una solución. Hay que ser prácticos. Lo primero sería saber qué es y cómo se hace una previsión de inversión. Busco en Google; eso es, Google es como la enciclopedia británica y el empollón de la clase, todo en uno. Hago clic en el primer resultado y no es nada halagüeño. Demasiados números, entradas de Excel y, ¡por Dios!, hay hasta fórmulas matemáticas. No voy a ser capaz.

Estoy muerta de sueño y cada vez más convencida de que debería dejar este trabajo. Tengo que hablar con Lola. —Voy a pedirle las tarjetas de memoria a Marley —comento levantándome. —No tienes que anunciarme adónde vas. Hazlo y punto —replica sin mirarme. Vuelvo a ponerle los ojos en blanco. En realidad me gustaría llamarla gilipollas. Nunca había entendido a la gente que incendia el despacho de su jefe el día que deja el trabajo hasta que he conocido a la señorita López. Mientras avanzo por el pasillo, me doy cuenta de que no puedo seguir así. Tengo veinticuatro años. Soy una mujer adulta y puedo hacer cualquier trabajo. Si cada vez que se pone un poco complicado voy a ir a esconderme a la oficina de enfrente, lo mejor será que lo deje ya, y eso no pienso hacerlo.

No renunciaré. No voy a darle el gusto de ver cómo me rindo a la imbécil de la señorita López. Doy media vuelta y regreso a la mesa de Marley  con mi mejor sonrisa. Todo va a salir bien. —Marley, la señorita López  me ha dicho que tenías unas tarjetas de memoria para mí. Asiente mientras le da un sorbo a su café de Starbucks y abre uno de los cajones de su escritorio.

Me entrega tres tarjetas de memoria en sus respectivos estuches. —Aquí está todo, ¿verdad? Los gráficos, las estadísticas… —No —me interrumpe con ternura—, esas tarjetas están vacías. Tú debes guardar la información. Sonrío nerviosa. No voy a venirme abajo por esto. He dicho que no iba a rendirme y lo mantengo. Cojo las tarjetas y me encamino al despacho. Al entrar, me sorprende ver un MacBook Pro Air último modelo sobre la mesita. Está reluciente, como si acabaran de sacarlo de la caja. —¿Qué es eso? —pregunto perpleja. —Un ordenador, Pecosa. Soy consciente de que es alta tecnología para alguien que se sorprendió viendo un rascacielos, pero sé que al final serás capaz. Vale, se lo he puesto en bandeja, pero, aun así, ahora mismo se lo tiraría a la cara. Suspiro hondo para recuperar la calma y me siento en el sofá.

Lentamente voy sacando el trabajo adelante. Como no tengo ni idea de hacer previsiones y no voy a conseguirlo por mucho que mire fijamente la hoja de cálculo en la pantalla del ordenador, repaso otras viejas de los mismos clientes e intento modificarlas. En la parte álgida de mi concentración, La señorita López suspira y no puedo evitar alzar la mirada. Aunque no conseguiría que se lo dijese ni por un millón de dólares, es la mujer más guapa que he visto en toda mi vida. No sólo son sus ojos, también sus sensuales labios y su pelo negro perfectamente peinado y atusado con la mano. Todo, cicatriz incluida, le hacen terriblemente atractiva. Sacudo la cabeza y vuelvo a centrarme en el ordenador. No puedo perder el tiempo y mucho menos quedarme embobada con ella.

Miro el reloj. ¡Mierda! Ya han pasado casi dos horas y todavía lo tengo casi todo por hacer. Será mejor que me vaya a la sala de conferencias. Allí no me distraeré, llamaré a Lola para unas consultas técnicas y podré ordenar las carpetas e ir a guardarlas mientras las tarjetas de memoria se graban. En teoría, un gran plan. Me levanto como un resorte y me acerco a su mesa para recoger las carpetas. Empiezo con las que están prudentemente alejadas de ella, pero, dada su nula colaboración, llega un momento en que me veo obliga a rodear la mesa y colocarme a su lado para continuar apilando los dosieres. Con cuidado, me inclino para coger la última. —Veo que has decidido volver a ignorar lo que te dije sobre la ropa de trabajo. Usa un tono a caballo entre la pura sensualidad y una exigente distancia. Un tono que domina a la perfección y con el que parece querer demostrar la facilidad con la que puede hacer que una chica haga todo lo que ella desea. Me mira de arriba abajo llena de descaro, igual que cuando nos conocimos, y, como en aquel instante, en vez de resultarme violenta o incómodo, me parece atractiva. Más aún que la primera vez. ¿Pero qué me pasa? Santana se recuesta sobre su elegante sillón de ejecutivo, alza la mano y acaricia el bajo de mi vestido con los dedos. No llega a tocar mi piel y por un momento me siento decepcionada, como si todo mi cuerpo hubiese estado deseándola en secreto. —Creo que podría acostumbrarme a estos vestiditos. No aparta sus penetrantes ojos, ahora casi negros, de mí. Mi respiración se acelera y el corazón me late con fuerza en el pecho. Ni siquiera entiendo por qué me siento así. En ese momento la puerta del despacho de abre. Automáticamente la señorita López rompe el contacto entre nuestras miradas y presta toda su atención a quien sea que esté entrando. —Tía, no sabes la mañana que llevo hoy.

La chica entra con paso decidido y se deja caer en la silla al otro lado del escritorio. Santana toma la carpeta que yo pretendía alcanzar y, sin ni siquiera mirarme, me la tiende. La cojo y suspiro discretamente intentando recuperarme mientras me alejo de ella.

Necesito distanciarme de ella. —¿Dónde están mis modales? —dice la recién llegada reparando en mí a la vez que se levanta —. Soy Quinn Frabray —se presenta tendiéndome la mano. Otro de los socios. Debe de tener más o menos la misma edad que la señorita Santana. De mediana estatura, guapa y con unos preciosos ojos verdes. —Soy Brittany S. Pierce. —Sí, algo ha dicho Santana de que estabas por aquí, aunque no ha dado los detalles suficientes —me replica dedicándome una sonrisa de lo más pícara. Está claro que no le han dicho que no a muchas cosas con esa sonrisa, sobre todo mujeres. —Así que... Brittany —añade sin dejar de sonreír. Santana frunce el ceño imperceptiblemente, apenas un segundo, y se recuesta en su sillón con una expresión diferente, perspicaz, y, sobre todo, sin levantar la vista de su amiga. Parecen estar teniendo una conversación telepática. —Será el nuevo enlace con Colby —comenta Santana—. La estoy preparando. Al igual que con su expresión, no podría decir ella qué, algo ha sonado diferente. —Espero que aprendas mucho —comenta Quinn Fabray divertida centrando de nuevo su atención en mí. Me devuelve la sonrisa y yo aprovecho la oportunidad para salir del despacho. Si no fuera imposible, diría que el atractivo sin fin de la señorita Santana estaba marcando su territorio. Supongo que le viene bien tener una asistente extra y no quiere que otro se la quite. Me pongo los ojos en blanco cayendo en el mote que involuntariamente acabo de ponerle. ¡Prohibido pensar en lo guapísima que es, aunque sea de manera inconsciente!

Suspiro hondo e intento concentrarme. Alejo cualquier pensamiento mínimamente relacionado con Santana y con la manera en la que sus dedos han tocado mi vestido y dejo el portátil, la tablet y mi bolso sobre la mesa. Abro Skype en el ordenador y llamo a Lola. —Hola, cariño, ¿qué puedo hacer por ti? —Qué educada —bromeo. —La que más. Soy una señorita, maldita sea. Ambas sonreímos. —Necesito ayuda. —No te preocupes, pásate por aquí. Tengo un par de horas libres. —No, no quiero que me hagas el trabajo, quiero que me enseñes a hacerlo. —Vaya —pronuncia perspicaz—, así que nos hemos pasado al rollo «no le des un pez, enséñale a pescar». Yo vuelvo a sonreír. —Más o menos. Si voy a quedarme con este trabajo, no puedo esperar a que tú lo hagas por mí. Eso no tiene ningún sentido. Ella asiente dándome la razón. —¿Y qué es lo que tienes que hacer? —pregunta. —Previsiones de ventas. —Eso es fácil. Gracias a Dios, un golpe de suerte que celebro con el suspiro de alivio más largo del mundo. —Hay un programa —me explica—, el Atticus, que tiene unas plantillas. Tú sólo tienes que meter los datos y él solito se encarga de calcular las cifras. —Suena bien. —¿Algo más? —Gráficos y estadísticas —digo con voz de pena como si ella fuera la que inventa esa clase de programas e intentara convencerla para que creara uno para mí. —Por suerte para ti, mismo programa, diferente plantilla. —Gracias, gracias, gracias —respondo pletórica. Definitivamente ha sido un golpe de suerte en toda regla. —Cuelgo —me anuncia—, viene el señor Seseña. La comunicación se corta y con una sonrisa radiante en los labios cierro Skype y abro el programa que va a salvarme la vida.


Una hora más tarde tengo toda la documentación lista. Me siento increíblemente orgullosa de mí misma y creo que me he ganado un descanso. Voy a las máquinas expendedoras del fondo de la planta y regreso con una lata de Coca-Cola light y las energías renovadas. Hoy va a ser un buen día. Mientras se graban las tarjetas de memoria, comienzo a ordenar las carpetas. Tengo que echarles un vistazo una por una para saber cómo archivarlas. Voy abriéndolas y haciendo diferentes montones. Si la información no fuera tan densa o por lo menos estuviera más familiarizada con ella, iría más rápido, pero, con mis conocimientos actuales, prácticamente debo ir papel por papel y ya llevo al menos diez montones porque, como todo me suena a chino mandarín, no sé hasta qué punto qué carpeta podría ir con qué otra. Sin previo aviso, el portátil hace un sonido de lo más raro, de los que automáticamente hacen que se te suba el corazón a la garganta. Corro hasta él y miro la pantalla. —No. No puede ser. ¡No puede ser! La pantalla está completamente en negro con un mensaje de error en lenguaje binario justo en el centro. Eso no puede ser bueno. Tiro las carpetas que aún tengo en la mano sobre la mesa, pero deciden complicarme más el día y caen al suelo, abriéndose y desperdigándose por todo el parqué. ¿Qué más me puede pasar? Me agacho para recogerlas. Se han mezclado todos los papeles, lo que significa que no sólo tendré que ojear los documentos, tendré que leerlos para saber cuál va en cada carpeta. Genial, genial, genial. Al levantarme, me golpeo la cabeza con la mesa. Uf, qué daño. Me llevo la mano donde me he dado el topetazo y entonces oigo un característico sonido que justo en ese preciso instante me da auténtico pavor.

Alzo la cabeza y veo la lata de Coca-Cola light, esa que tan merecida me creía tener, tumbada y el refrescante líquido empapando por completo mi móvil. «Eso por preguntarte qué más podía pasar.» Me quedo sentada en el suelo, rodeada de carpetas y papeles y viendo cómo mi smartphone se da un baño de burbujas. Me niego a levantarme. En ese momento en el que estoy apreciando en todo su esplendor el chiste que es mi vida, la puerta se abre. Desde mi posición no veo quién es. Sólo oigo pasos acercarse. Unos segundos después observo a la señorita Santana rodear la mesa y detenerse frente a mí. —¿Qué haces ahí, Pecosa? —pregunta como si la situación fuese de lo más común. —He tenido un pequeño problema con el portátil. Asiente y desde su posición mira el ordenador y de paso todos los dosieres esparcidos por la mesa y el suelo. —¿Y todas esas carpetas? —No me dio tiempo a archivarlas y estaba intentando organizarlas aquí cuando tuve el pequeño problema. Vuelve a asentir. —¿Eso que hay sobre tu móvil es Coca-Cola? —Light —respondo en un golpe de voz. —Una mala mañana, entonces. Sonríe y me tiende la mano. Yo le devuelvo la sonrisa y la acepto. Por primera vez en tres días no me parece la mujer más odiosa del universo. —Bueno, lo primero es deshacernos de este móvil —comenta cogiendo mi viejo Sony Xperia y tirándolo a la basura. Yo la miro con los ojos como platos. Tenía esperanzas de resucitarlo de alguna manera. —Era mi móvil —me quejo. —Oh, perdona, ¿querías despedirte? —pregunta irónica y odiosa. Suspiro con fuerza.

La capullo presuntuosa ha vuelto. Ella me ignora por completo y se centra en el ordenador. Comienza a teclear algo y el mensaje binario cambia a uno con el mismo aspecto horrible pero por lo menos en lenguaje legible. —Encárgate de las carpetas, ya que parece que lo tienes todo tan bien... —hace una pequeña pausa fingiendo que busca la palabra adecuada—... organizado. Sigue sonando de lo más sardónica. Queda claro que está riéndose de mí. —Me alegra divertirle, señorita López. —Y yo también sueno irónica. —Para eso estás, Pecosa —responde sin asomo de duda.

Lo miro escandalizada y con los labios fruncidos, conteniéndome por no cerrar el ordenador de golpe y estampárselo en la cara. Ella me dedica una sonrisa fugaz, insolente y que parece decir «sé que soy odiosa, pero soy tan sexy que me lo puedo permitir», y todo mi cuerpo suspira como un idiota. ¡No me puedo creer que encima tenga razón! Malhumorada, cojo las carpetas y me las llevo al archivo. Allí termino de ordenar las dos que cayeron al suelo y las guardo todas. De vuelta en la sala de conferencias, descubro que la  señorita López ya ha resucitado el ordenador y se están grabando las tarjetas de memoria. Voy al baño a humedecer unos clínex para limpiar el estropicio del refresco y, cuando regreso, el portátil está cerrado y las tarjetas de memoria están perfectamente ordenadas sobre él. La  señorita López está de pie, hablando por teléfono, con la mirada perdida en el gran ventanal. Es tan guapa que por un momento olvido lo odiosa que también es. —No, creo que tendremos que empezar desde el principio… Está claro que no es la solución que pensamos que sería. Al reparar en mí, me mira durante unos segundos antes de volver sus ojos al skyline de Manhattan. —Después seguimos hablando… Sí, claro. Adiós. Santana se gira, se cruza de brazos y se apoya en el ventanal. Posa su mirada de nuevo en mí y por algún motivo comienzo a sentirme tímida y muy muy nerviosa. Es lo último que quiero, pero empiezo a sospechar que es por algo más que lo laboral. —¿Cómo conseguiste hacer todo el trabajo ayer? —pregunta con la voz tranquila pero algo dura.

Está claro que Tina tenía razón. Es muy lista. Además, algo en su mirada me dice que no debería mentirle. —Lola y Tina me ayudaron —confieso. Tengo que aprovechar la oportunidad para contarle toda la verdad y acabar con esto antes de que la mentira sea todavía más insostenible. Ella asiente, se incorpora con un movimiento fluido y coge las tarjetas de memoria. Soy consciente de que tengo que seguir hablando, explicarle que no quise mentirle, que todo fue un malentendido, pero las palabras se niegan a abandonar mi garganta. —Tienes el resto del día libre. —¿Por qué? —pregunto confusa y algo inquieta—. Creía que quería que estuviera con usted en esas reuniones. —Cambio de planes —responde lacónica y, sin más, sale de la sala.


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Observacion: la historia cuenta con 16 capitulos ampliamente escritos y no deseo mutilarlos ademas es pensado  para aquellos que les gustan las historias para nada cortas. Hay bastante material por lo que si alguien lee y comenta continuare actualizando, ese será mi motivación para actualizar tan pronto obtenga un comentario, ya que esos es lo que necesito para seguir.  Gracias por leer
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Dic 29, 2015 11:31 pm

El despertador suena y lo apago de un manotazo. Estoy tan cansada que cada músculo que muevo para darme la vuelta en la cama me supone un mundo. Finalmente me levanto, no me queda otra, y me arrastro hasta la cocina para tomarme un par de ibuprofenos.

Vuelvo a llegar a la oficina la primera. Preparo café y me sirvo uno para entrar en calor, la ducha hoy no ha surtido su efecto habitual, y voy al despacho del La señorita López. Mientras atravieso la oficina desierta, echo un orgulloso vistazo a mi vestido. No podría parecerse menos al de una ejecutiva agresiva. Es una declaración de principios. Me niego en rotundo a complacer a La señorita López en ningún sentido. Es el enemigo. Además, sólo me compré un vestido. Hasta que mi situación económica mejore, sólo podré ser profesional con respecto al vestuario una vez a la semana. Preparo todo el material para las reuniones de hoy, archivo el de ayer y adelanto casi todo el trabajo que el La señorita López tiene asignado para mí. Aprovechando que estoy sola en la oficina, me siento en el sillón de mi odiosa jefa, me pongo los cascos y busco algo de música en mi nuevo iPhone mientras reviso el dosier sobre inversiones en el Este de Europa.

Dejo caer la cabeza sobre el cómodo cuero y recojo mis piernas hasta sentarme sobre ellas. Vuelvo a sentirme muy cansada, así que subo el volumen de la música. No puedo permitirme quedarme dormida. Sin saber por qué, alzo la mirada y doy un respingo al ver a La señorita López apoyada en la puerta cerrada, con las manos metidas en los bolsillos, observándome, tremendamente sexy. Lleva un espectacular traje de corte italiano negro y una inmaculada camisa blanca con los primeros botones desabrochados. Soy consciente de que debería levantarme, decir algo, pero la manera en la que me mira me hace imposible moverme. No dice nada y mi respiración se acelera sin remedio a cada paso que se acerca a mí. Sin liberar mi mirada, se acuclilla frente a mí. El corazón me late tan de prisa que temo que en cualquier momento vaya a ser capaz de oírlo. La atmósfera se vuelve eléctrica y nos envuelve despacio. Con suavidad, relía sus largos dedos en el cable blanco de los cascos y tira ligeramente de él hasta que caen en mi regazo.
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por lana66 Miér Dic 30, 2015 12:43 am

No!!!,porque me dejas así, cada vez me intriga más la historia, ya no se que va a hacer Santana.

Saludos
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por monica.santander Miér Dic 30, 2015 12:53 am

Pobre Britt!!!
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Dic 30, 2015 1:48 am


Por Lana66 Ayer A Las 11:43 Pm No!!!,porque me dejas así, cada vez me intriga más la historia, ya no se que va a hacer Santana. escribió:

Hello, bueno santana hara muchas cosas pero depende de britt si permite que lo haga a continuacion el capitulo 3 ya esta listo
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Dic 30, 2015 2:35 am

CAPITULO 3

De repente, la voz de Taylor Swift cantando Style[1] inunda el espacio vacío entre las dos. No puedo apartar mis ojos de los suyos. —Otra vez llevas uno de esos vestiditos —susurra sensual pero a la vez salvaje, absolutamente indómita—. Eres la cosa más sexy que he visto en mi vida. Coloca su mano en mi rodilla y suavemente me acaricia con el pulgar. Mi cuerpo se enciende con esa efímera caricia y de pronto me vuelvo más consciente de cada pequeño detalle. Los rayos perezosos de sol se filtran entre las nubes y el inmenso ventanal e iluminan su rostro. —Ahora son negros —murmuro antes de pensar con claridad. —¿El qué? —pregunta con una sonrisa suave, serena, sexy. —Tus ojos —vuelvo a susurrar. Suspiro suavemente y su mano se desliza bajo mi vestido. —¿Por qué no me besaste ayer? —musito. No contesta. Durante unos segundos sólo me mira y sus ojos me dominan por completo. Finalmente sonríe y por inercia yo también lo hago. —Porque sólo estaba jugando —susurra—, como ahora. Su sonrisa se transforma en otra impertinente y endiabladamente sexy y aparta brusco la mano de debajo de mi vestido a la vez que se levanta. Yo la observo y me siento como si me hubiesen despertado de golpe de un sueño.

Ha vuelto a reírse de mí y yo he sido tan estúpida de volver a reaccionar exactamente como ella quería. Me levanto como un resorte y camino hasta el sofá. —Me alegra divertirle como siempre, señorita López —comento mostrando mi monumental enfado. Ella ahoga una sonrisa malhumorada en un breve suspiro y toda su expresión se endurece. —Ya te lo dije —me replica presuntuosa—. Para eso estás, Pecosa.

Le dedico una sonrisa fingida y fugaz. ¿Cómo he podido ser tan estúpida de pensar que lo que estaba pasando hace menos de dos minutos era real? Tiro el iPhone sobre el sofá y voy hasta la puerta. —¿Adónde vas? —me apremia con la voz endurecida. —A por su café —contesto arisca. Salgo del despacho sin darle oportunidad a responder. Es una gilipollas odiosa y yo, la estúpida más tonta, crédula y confiada sobre la faz de la tierra. Regreso a la oficina y me sorprendo al encontrar a otro hombre charlando con la señorita López —Te estaba esperando —me dice el desconocido nada más verme. Sonríe y yo lo hago por acto reflejo. Es muy muy guapo. Con el pelo castaño y unos ojos verdes que cortan la respiración. —¿En qué puedo ayudarlo? —pregunto profesional y, la verdad, algo confusa. La señorita López nos observa sentado en su sillón, pero yo me esfuerzo en fingir que en estos instantes ni siquiera compartimos continente.

Dejo su taza en la mesa, frente a ella, pero ni siquiera me molesto en mirarla. —Soy Kurt Hummel —se presenta. El socio que me quedaba por conocer. Me ofrece su mano y yo la estrecho. —¿Qué te parecería trabajar hoy conmigo? La señorita López va a decir algo, pero yo me adelanto. —Me encantaría —respondo con una sonrisa de oreja a oreja. Aunque no lo veo, sé que ahora mismo me está fulminando con la mirada. —Todo dicho, entonces —confirma el señor Hummel—. Estás al corriente de la cuenta Foster, ¿verdad? Asiento entusiasmada. —Pues espérame en la sala de conferencias. Asiento de nuevo, cojo mi bolso y mi tablet y salgo del despacho. Soy tan estúpida que, en cierta manera, me siento desilusionada al pensar que no pasaré el día con él. Soy patética. «Y necesitas desesperadamente una copa.» El señor Hummel no tarda en llegar a la sala de reuniones. Entra sonriente y me invita a sentarme en la silla frente a la suya a la vez que lo hace él. —¿Qué tal con Santana? —me pregunta jugueteando con una estilográfica de platino entre los dedos de la mano derecha. —Bien; lo normal, supongo. De pronto me siento increíblemente nerviosa. —Bien —repite el señor Hummel abriendo una de las carpetas que ha dejado sobre la mesa y centrando su mirada en ella. Frunzo el ceño y sonrío con la sensación de que está diciendo más de lo que parece a simple vista.

Tengo mucha curiosidad e incluso abro la boca dispuesta a preguntar, pero hasta yo, la más bocazas entre todas las bocazas, sabe que una no le puede preguntar esa clase de cosas a su jefe, aunque se muera de ganas. La mañana con Kurt Hummel resulta ser de lo más interesante. Es sencillamente brillante. Como me pasó ayer con la señorita López, creo que sólo con escucharlo ya he aprendido muchísimo. Repasamos todo lo que tengo sobre Foster, pero, como me explica el señor Hummel, resultan ser unas inversiones ligadas a otras que también debemos revisar.

Por lo tanto, mañana por la mañana también trabajaré con él. Como con Lola y con Mackenzie y, justo al salir del ascensor, recibo una llamada del señor Hummel ordenándome que vuelva lo antes posible, ya que tenemos una nueva reunión en la sala de conferencias. Acelero el paso y, cuando entro en la enorme estancia, la señorita Fabrey y el señor Hummel ya están allí, charlando animadamente con unos clientes. —Buenos tardes —saludo discretamente y tomo asiento. Mis jefes me sonríen amables y continúan hablando de fusiones estratégicas, me parece entender. La reunión empieza. Me sorprende que Santana López no esté. Aún no hemos pasado del primer punto cuando ella entra. Parece de un humor de perros. Echa un rápido vistazo a la sala y finalmente se sienta a mi lado. Yo la ignoro por completo. Es una capullo engreída y no se merece ni una pizca de mi atención.

Cuadro los hombros profesional y me centro en el señor Hummel, esforzándome en ignorarla a ella, sobre todo cuando noto que clava sin ningún disimulo sus ojos en mí. A pesar de mi enfado, no puedo evitar que me afecte. Enciende mi cuerpo absolutamente en contra de mi voluntad. —Espero que te divirtieras con Kurt —susurra malhumorada, ladeando la cabeza discretamente. Su voz está endurecida. Definitivamente está enfadada, y mucho, pero yo también. —Por supuesto —murmuro furiosa—. Mucho más de lo que me divierto contigo. —Pecosa, tú no sabes lo que es divertirse conmigo. Suena exigente y arrogante, aún más molesta que hace unos segundos. —Ni quiero —farfullo. —Claro que no —continúa irónica—, pero recuérdatelo la próxima vez que te quedes mirándome embobada. —Eres, eres… —Una gilipollas, una capullo, una bastarda engreída y presuntuosa que no podría ser más guapa, ¡joder! —¿Qué? —me apremia desafiante con esa mirada tan presuntuosa. —La reunión ha acabado —anuncio El señor Hummel—. Gracias por su tiempo. La voz de Kurt Hummel se abre paso en mi mente y decido agarrarme a ella como a un clavo ardiendo. Me levanto y salgo de la sala de conferencias como una exhalación. Con un poco de suerte, Fabray o Hummel tendrán algo que comentar con Santana y la entretendrán lo suficiente como para que yo pueda entrar en su despacho, coger mi bolso y largarme.

No he llegado al sofá cuando oigo pasos acelerados irrumpir en el despacho y cerrarse la puerta de un golpe tras de sí. —Pero ¿tú quién te crees que eres? —pregunta furiosa casi alzando la voz. —No, ¿quién te crees que eres tú? —replico girándome. ¡Estoy muy cabreada!—. Trabajo para ti, punto. Eso no te da derecho a reírte de mí, ni a comentar mi vestuario, ni a ponerme en situaciones en las que… Otra vez no sé cómo seguir. ¿Situaciones en las que queda completamente claro cuánto te deseo? Sí, esa sería la respuesta adecuada, pero muerta antes que admitirlo. —Situaciones en las que... ¿qué? —me apremia arisco y exigente. Dios, ¿por qué tiene que ser tan rematadamente atractiva y tan condenadamente odiosa? —Situaciones en las que nada —casi grito absolutamente exasperada. Suspiro con fuerza. Mi frustración parece divertirle, porque su expresión se relaja y me sonríe otra vez de esa manera que parece decir «nunca, jamás, me han dicho que no». ¿Cómo puede ser tan sexy? Consigue que me olvide de todo, incluso de lo enfadada que estoy.

Da un paso hacia mí y algo bajo mi piel me dice que ya estoy perdida. —Normalmente las chicas me lo ponen más fácil, ¿sabes? —susurra dando otro paso. —Imagino que mucho más fácil. Otra vez me siento tímida, sobrepasada, inquieta, nerviosa, acelerada… viva. —Sí —vuelve a murmurar tan cerca que casi puedo notar sus labios sobre los míos—, por eso aquí el control lo tengo yo, ¿entendido? —pregunta deliciosamente exigente. —Sí —musito con la voz llena de deseo. Va a besarme y yo no he deseado nada tanto en toda mi vida. —Bien —susurra sensual, pero entonces se separa bruscamente y todo mi cuerpo se queja soliviantado—, pues tenlo en cuenta la próxima vez que decidas huir de mí con el primero que te lo proponga. ¡¿Qué?! Lo observo boquiabierta recoger unas carpetas de su escritorio y dirigirse hacia la puerta como si nada acabase de suceder. Sale del despacho y yo vuelvo a quedarme como una tonta en el centro de su oficina excitada, enfadada y frustrada; menuda combinación.

No entiendo cómo puedo ignorar todo lo que pienso, todas las señales de alarma, sólo por tenerla cerca. Desde luego mi sentido común huye ante su proximidad. Ahora mismo sólo quiero gritar. Soy una estúpida y otra vez he dejado que se marche de este despacho pensando que me tiene exactamente donde quiere. «Porque te tiene exactamente donde quiere.» ¡Oh! ¡Cállate! Después de recuperar la compostura y que mi enfado se calme un poco, continúo con todo lo que aún tengo pendiente.

Afortunadamente, la señorita López no ha vuelto a aparecer por su despacho, así que he podido trabajar tranquila. Estoy peleándome con la impresora láser, tratando de cambiar el tóner, cuando llaman a la puerta. —Adelante —doy paso. No me pongo automáticamente en guardia porque sé que no es la señorita López. Ella no llamaría a la puerta en su propio despacho. —¿Cómo va? Es Tina. —Bien, la batalla con la impresora la voy ganando yo. Ambas sonreímos. Vuelvo a tirar del tóner y por fin sale, llenándome todos los dedos de tinta. Odio esta impresora y odio a su dueña. —Espera, que te ayudo —me propone acercándose. —Pásame el tóner nuevo, por favor. Tina asiente y me lo da. Entre las dos conseguimos engancharlo, aunque ella también acaba manchándose de tinta. —Lo siento —me disculpo observando cómo se mira los dedos salpicados de borrones azules. —No te preocupes. Vamos al baño de López —me propone socarrona—. Nos lavamos las manos y te invito a una copa. Tienes pinta de necesitarla. Sonrío. No podría tener más razón, sobre todo después de escuchar ese «aquí el control lo tengo yo». Lo cierto es que sólo con recordarla cerca de mí me tiemblan las rodillas. Soy ridícula. —¿Qué tal con Santana? —me pregunta mientras abre el grifo del lavabo. —Bien, pero... si le dejamos su impoluto baño lleno de tinta en cada rincón, mejor.

Volvemos a sonreír y en ese momento se oye la puerta. Entran varias personas y en seguida entendemos que son los chicos. Con rapidez, Tina entorna la puerta y me chista suavemente. —Será divertido —me anima en un susurro. Las dos nos acomodamos sigilosas junto a la madera. Se oyen risas al otro lado. —Genial. —Es la voz de Santana. Algo dentro de mí me dice que podría reconocerla en cualquier parte—. ¿Queréis torturarme con otra cena de negocios con esa pandilla de gilipollas ricos e inútiles? —¿Por qué no te traes a Brittany? —propone la señorita Fabray ¿A mí? Antes de que pueda evitarlo, una boba sonrisa se dibuja en mis labios. —¿A Pecosa? No, ni hablar —responde tajante. La estúpida sonrisa acaba de evaporarse. —Esa chica te gusta —sentencia la señorita Fabray y parece absolutamente convencida. —Que haya pensado puntualmente en follármela no significa que me guste. Me saca de quicio. Es insolente, incompetente, patosa y lo peor de todo es que se comporta como si fuera adorable. —Es adorable —replica su amiga. —Que rápido te convencen, Fabray. Tina me mira y yo sólo quiero desaparecer
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Dic 30, 2015 2:55 am

CONTINUACION CAP 3

Acaba de superarse a todos los niveles y yo no podría sentirme peor. No quiero alargar más la agonía y tampoco quiero estar aquí para escuchar cualquier otra lindeza que tenga pensado comentar, así que, armándome de valor y con la idea de dimitir para no volver a verle más flotando sobre mi cabeza, trago saliva y empujo la puerta. Ella es la primera en vernos salir del baño. La sonrisa se le borra de golpe, pero no dice nada. Tina me sigue y por un momento todas las miradas se centran en mí. —Bueno, ya nos vemos —me despido nerviosa. Cruzo la sala y recojo mi bolso del sofá. Nadie dice nada y toda la situación se vuelve aún más incómoda. —¿Nos tomamos esa copa? —intenta animarme Tina. —Mejor otro día.

Ella me sonríe llena de empatía y yo sólo quiero desaparecer. —Buenas tardes, señorita López. La llamo así a propósito, marcando una ridícula frontera que a estas alturas ya no vale de nada pero que por algún motivo mi maltrecha autoestima necesita poner. —Buenas tardes —susurra sin levantar sus ojos de mí. Salgo del despacho y prácticamente corro hasta la parada del bus número 5.

Como siempre, no tengo la suerte de que esté aguardándome como si fuera mi carroza y me toca sentarme a esperar. No pienso cederle mi asiento a nadie. Mi vida es un asco. Hoy me lo he ganado. Pero entonces llega una ancianita con pinta de abuelita de anuncio de galletas cargando una bolsa de la compra que probablemente pesa más que ella y acabo levantándome. «La vida siempre te tiene preparada una alegría más.» Sonrío irónica y me apoyo, casi me agarro, a la barra de la parada. A unos metros de mí veo detenerse el jaguar negro y poco después Fabray, Hummel y López salen del edificio y caminan hasta él. No sé por qué me siento tan mal. ¿Qué esperaba? ¿Escuchar que me procuraba amor eterno a través de la puerta del baño? Supongo que me hubiera conformado con que simplemente hubiese sido un poco amable, aunque tampoco entiendo por qué iba a serlo. No creo que ni siquiera sepa cómo. Los observo murmurar y discutir y finalmente Santana comienza a andar hacia mí. Probablemente le hayan obligado. —Hola —dice a unos pasos de mí. Yo finjo no oírle. Será mi jefa, pero no lo es fuera de la oficina y fuera del horario laboral. Por suerte veo el autobús girando desde la Sexta. Como el resto de las personas de la parada, doy un paso para acercarme al bordillo de la acera. —Vamos, Pecosa —se queja colocándose frente a mí —. No te pongas así. ¿Qué no me ponga así? Esto es el colmo. ¿Qué pretende? —Ha sido una tontería —continúa—. Es cierto que eres un poco incompetente, pero confío en que puedas aprender y la verdad es que no tendría ningún problema en echarte un polvo. Antes de que la idea sea un pensamiento claro en mi mente, la abofeteo. Es una engreída que encima ha vuelto a hablarme con ese tono tan presuntuoso, como si encima tuviera que darle las gracias. Ella se lleva los dedos a la mejilla y se la roza con suavidad, con la expresión sorprendida y la mirada tan endurecida como impertinente. —Eres tan mezquina que sería inútil tratar de explicarte todas las cosas que odio de ti, ni siquiera sabría por dónde empezar. Su rostro se mantiene imperturbable, pero algo en su mirada, un destello, me hace comprender que mis palabras le han afectado aunque sólo sea un poco. Me alegro. Las suyas a mí me han dolido mucho más, aunque no vaya a permitirme admitirlo ni una vez más.

Sin mirar atrás, me monto en el autobús que, gracias a Dios, arranca en cuanto entro. Tomo asiento y me concentro en no pensar en ella. Ahora mismo me siento como si tuviera a un grupo de música pop cantando una canción triste a mi espalda. No es divertido y lo peor de todo es que ni siquiera sé cómo he llegado al punto de que me importe lo que piense de mí. «¿Pudo ser la primera vez que te quedaste embobada mirándola, es decir, a los tres segundos de conocerla?» Suspiro brevemente y apoyo la cabeza con brusquedad en el asiento de enfrente. Mi voz de la conciencia es una hija de puta. Llego puntual al restaurante y me cambio rápidamente. Hoy no me apetece trabajar por demasiados motivos. Una de las veces que entro en la cocina a buscar un pedido, mi móvil suena avisándome de que tengo un mensaje entrante. Lo saco del bolsillo del mandil y miro la pantalla. Es Santana López.
“Todo lo que dije esta mañana es verdad”.
Suspiro como una idiota y me apoyo en la pared. ¿Qué significa eso? ¿Que le gusto? Esta mañana las dos dijimos muchas tonterías y creo que también tuvimos la misma mala idea. Pero, entonces, ¿por qué después se comportó como si lo hubiese fingido todo sólo para reírse de mí? Dios, este mensaje era lo último que necesitaba o lo único... Ahora mismo quién demonios lo sabe. —Brittany, no te duermas —me apremia Will sacándome de mi ensoñación. —Lo siento —respondo guardándome rápidamente el móvil en el mandil y poniéndome de nuevo en marcha.

Me hago el propósito de no darle más vueltas y casi al final del turno, mientras estoy recogiendo la barra con Kitty, me doy cuenta de que sólo he pensado en el mensaje unas doscientas veces. Soy un maldito desastre. Mi sentido común me dice que debería olvidarme de ella antes de que las cosas se compliquen más, pero entonces recuerdo la manera en que me mira, su cicatriz sobre la ceja derecha, y no tengo nada claro que quiera hacerlo. —¿Qué tal te van las cosas en tu curro nuevo? —me pregunta Kitty mientras rellena la taza de café del señor Cooper. —Bien. Miento para evitar el tema. No quiero hablar de lo mismo en lo que llevo pensando toda la tarde. —No sé cómo lo haces. Yo ya me habría quedado dormida en el autobús —comenta— o en la ducha —añade con una sonrisa. Yo imito su gesto. —Sólo tengo que pensar en la palabra factura cada vez que se me cierran los ojos y me espabilo de golpe —le explico burlona. —Facturas —se queja compungida—. La palabra motivacional de los pobres. —Gran verdad. Las dos nos echamos a reír. —Encanto —me llama uno de los clientes de la barra. Un ejecutivo treintañero que, hasta que ha decidido llamarme encanto, me había parecido de lo más simpático. —¿Sí? —pregunto acercándome a él. —¿A qué hora sales de trabajar esta noche? —inquiere sonriéndome. —Pues —apoyo las dos manos en la barra a la vez que me giro y miro el enorme reloj a mi espalda—, tratándose de ti —su sonrisa se ensancha—, en tres días —contesto divertida al tiempo que me incorporo y comienzo a caminar alejándome de él. Vuelve a sonreírme. No es la sonrisa más increíble que he visto hoy.

Cuando caigo en la cuenta de lo que acabo de pensar, sacudo la cabeza y acelero el paso. No me puedo creer que haya pensado eso. —Espera, no te vayas —dice siguiéndome al otro lado de la barra—. Esta noche doy una fiesta. Va a ser alucinante. Además, he oído que tienes problemas de pasta. Podría pagarte trescientos dólares. ¿Qué? Me paro en seco. Camino hasta él y, sin dudarlo, le doy una sonora bofetada. La segunda de hoy y las dos merecidísimas. —Pero... ¿qué coño haces? —pregunta llevándose la mano a la mejilla. —No, ¿qué coño haces tú? —pregunto furiosa—. No soy ninguna puta. ¿Pero quién se ha creído que soy? Reviso la barra en busca de algo que tirarle a la cabeza si no se larga ahora mismo. —Por Dios, relájate —intenta calmarme alzando ambas manos en señal de tregua. Yo, que ya había agarrado el asa de la jarra de agua como precaución, la suelto lentamente —. No me refería a eso.
Necesito que haya chicas guapas en la fiesta para crear ambiente. Serás como una especie de figurante. No te voy a pagar por sexo. ¡Joder, qué carácter! —se queja acariciándose la mejilla de nuevo. Yo lo miro desconfiada. —Si me tocas un pelo… —Nadie va a tocarte un pelo —se apresura a interrumpirme—, a no ser que quieras, eso ya es cosa tuya. Entonces, ¿aceptas? Miro de reojo a Kitty , que observa la escena casi sin pestañear. Trescientos dólares por pasearme por una fiesta no es un mal plan para un viernes por la noche. —Está bien. —Él asiente disimulando una sonrisa y se mete la mano en el bolsillo interior de su chaqueta. —Espera un momento —me corrijo rápidamente. Saco mi móvil del mandil y le hago una foto. —¿Qué haces? —pregunta tan confuso como sorprendido. —Te he sacado una foto y voy a enviársela a una de mis amigas por si acabo muerta en un callejón junto a un club de mala muerte.
Quiero que sepan a quién tienen que denunciar en comisaría. Él vuelve a sonreír y finalmente se saca una tarjeta del bolsillo y un bonito bolígrafo y escribe algo en ella. —La fiesta es a las once —dice tendiéndome el trozo de papel—. Por cierto, me llamo Sam Evans, por si quieres decírselo a tu amiga —añade divertido. Ahora la que sonríe soy yo. —Yo soy Brittany.
Nos estrechamos la mano. No parece un mal tío, pero una parte de mí no puede evitar pensar que voy a acabar en una fiesta de gente enmascarada como sacrificio humano. —Te pagaré allí, ¿de acuerdo? —De acuerdo. Deja unos billetes en la barra por la comida y se marcha. Lo observo a través del ventanal hasta que desaparece calle arriba. Frunzo los labios y miro la tarjeta. Es de un blanco casi inmaculado y sólo pone «Archetype» justo en el centro con letras también blancas en un grueso y elegante relieve. Sam ha escrito una dirección en el reverso. Nunca he oído hablar de ese club. No paro de darle vueltas el resto del turno y de camino a casa de Lola.

Conforme el tiempo va avanzado, me parece una locura cada vez mayor. —¿Vas a echarte atrás? —me pregunta Lola escandalizada tijeras en mano. —No lo sé. Es un poco extraño. ¿Tú no lo ves raro? Se pone frente a mí y me estira dos mechones de pelo para comprobar si están igualados. —Britt, es de lo más normal que un tío con pasta que da una fiesta quiera tener chicas guapas, y es muy común que se pague por ello.
Tengo amigos que viven de eso. Explicado así no parece algo por lo que tenga que preocuparme. —Lo que no entiendo es por qué yo —continúo argumentando—. Soy de lo más normal. —No es verdad —me replica tajante—. Tienes unos ojazos azules de escándalo que vamos a resaltar en cuanto te corte ese flequillo y te los pinte ahumados como Kate Moss en el desfile de Gucci de Londres en 1998. Sonrío.
Lola es única levantando ánimos. —Te vas a poner ese vestido negro que nunca te pones y que he ido a recoger a tu apartamento con unos botines peep toes de infarto, y vas a estar de cine. Me mira esperando que asienta y, fingidamente displicente, lo hago aunque no puedo disimular mucho y menos de un segundo después estoy sonriendo.

Termina de recortarme el flequillo, tira de mi mano para obligarme a levantarme y me lleva hasta el borde de su cama. Me da el vestido en cuestión y los zapatos y me manda al baño. Me miro en el escaparate del pequeño restaurante chino junto al edificio de Lola y la verdad es que no he quedado nada mal. Estoy sorprendida. El vestido es de tubo, ajustado y sin mangas, con la parte delantera llena de pequeñas lentejuelas formando anchas bandas gris marengo y negras y un precioso y favorecedor escote redondo. La altura de estos botines es cuanto menos peligrosa, pero hacen que mis piernas se estilicen. Giro sobre mí misma para verme por detrás y mi pelo se levanta. El corte que me ha hecho Lola es genial. Definitivamente esta chica sabe cómo subirme la autoestima.

Llego al club en taxi. Si no supiera que está ahí, sería imposible encontrarlo. De hecho, miro un par de veces la tarjeta que me entregó Sam para asegurarme de que no le he dado una dirección equivocada al taxista. Me bajo del coche. Todo es muy misterioso y discreto. Me siento como en una película de Bogart. Eso me gusta. Las pelis de detectives en blanco y negro son mis favoritas. Camino hasta la puerta. Hay un portero de unos dos metros de alto con pinta de pocos amigos flanqueándola. —Buenas noches —musito. Él no contesta. Algo intimidada, le enseño la tarjeta e inmediatamente me abre la puerta. —Buenas noches —responde cuando paso a su lado. Todo es muy clandestino, pero por ese mismo motivo también muy emocionante. El interior del local es sencillamente impresionante. Mucho más grande de lo que parece y todo exquisitamente decorado en distintos tonos grises y negros, usando el rojo para destacar algunos pequeños detalles.
Busco a Sam con la mirada, pero no lo veo, así que me acerco a una de las camareras que regresa de una de las mesas con la bandeja vacía. —He venido a una fiesta —le comento—, pero no veo al chico que la organiza. Ella sonríe y me señala con la mano a un grupo de hombres a unos metros de mí. No tardo en ver a Sam entre ellos y él me ve a mí. Nos sonreímos en la distancia y finalmente se acerca. —Estás espectacular —me dice regalándome otra bonita sonrisa—. Al final voy a arrepentirme de no haberte convencido para que salieses sólo conmigo.

Le devuelvo la sonrisa. No es un mal tío y es bastante guapo, pero no es mi tipo en absoluto. —No te lo voy a poner difícil —claudica divertido ante mi silencio—. La fiesta es en aquella sala —continúa señalando una puerta. —¿Cuánto tiempo tengo que quedarme? Vuelve a sonreír. —¿Por qué no pruebas primero a intentar divertirte? A lo mejor acabas siendo tú la que no quiere irse. Sonrío por segunda vez. Tiene razón. Ya que estoy aquí, lo mínimo que puedo hacer es intentar pasármelo bien. El día ha sido horrible. Bailar y tomarme un par de copas me sentará de maravilla. Me despido de Sam, respiro hondo y me encamino hacia la sala. La música suena sexy y cadenciosa. Hay más de una treintena de personas que flirtean abiertamente unas con otras. Todo parece muy relajado, como si la regla número uno en este sitio fuera dejarse llevar. Sin embargo, mi nueva actitud no tarda en desvanecerse. Me siento demasiado incómoda, como si el hecho de que me hubiesen pagado por estar aquí significase que no me está permitido divertirme. Un chico me sonríe. Yo le devuelvo el gesto, pero mi sonrisa es más forzada y de puro compromiso. No quiero ser antipática; además, imagino que tampoco puedo. Aun así, no deseo que se me acerque. El chico, que parece de lo más agradable, en seguida capta la indirecta y posa su atención en otra de las mujeres. Apuro mi segunda copa y la dejo sobre una de las mesas. Me siento tentada de pedir una tercera, pero no me parece buena idea. No quiero emborracharme en una fiesta así, aunque no tenga del todo claro que significa ese así. Camino desinteresada por la sala y finalmente me dejo caer sobre la pared del fondo.

En realidad, lo único que quiero es pasar desapercibida. Pero entonces, mi cuerpo se enciende como si tuviese luz propia y noto su mirada sexy y exigente dominarme desde el otro lado de la sala.


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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por Susii Miér Dic 30, 2015 7:53 am

Esta genial la historia! Ya quiero el siguiente cap! :D
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Mensaje por micky morales Miér Dic 30, 2015 9:23 am

de verdad que esta historia es adictiva, santana se porta de lo mas engreida y no me agrada que haga sentir a britt como m.... pero supongo que es parte de lo que va a ocurrir entre ellas y por supuesto, ya se sabe quien la observa desde lejos!!!!!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Dic 30, 2015 10:53 am

Susii Hoy A Las 6:53 Am Esta genial la historia! Ya quiero el siguiente cap! :D escribió:

si la historia es genial, y como tu mandes aqui el capitulo 4 con muchos momentos brittana muy importantes espero te guste, y sigue comentando


Micky Morales
Hoy A Las 8:23 Am de verdad que esta historia es adictiva, santana se porta de lo mas engreida y no me agrada que haga sentir a britt como m.... pero supongo que es parte de lo que va a ocurrir entre ellas y por supuesto, ya se sabe quien la observa desde lejos!!!!! escribió:

Santana se comporta asi por que usa su fisico y caracter para que nadie pueda herirla, es una coraza y el trato con britt bueno hay que ver hasta donde es culpa de ella.
Aqui ya el Cap 4, donde la historia toma intensidad entre ellas
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Dic 30, 2015 11:01 am

ESPERO QUE ESTE CAPITULO SEA DE SU AGRADO, UNOS CUANTOS MOMENTOS BRITTANA. GRACIAS POR LEER Y COMENTAR
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CAPITULO 4
Alzo la cabeza y veo a  Santana en el otro extremo de la habitación. Está sentada en uno de los elegantes sofás. Su traje negro luce aún más sofisticado aquí, como si fuera el decorado perfecto para alguien tan injustamente guapa. Tiene un vaso con whisky y hielo en una mano, haciéndolo jugar entre sus dedos. Su otro brazo reposa despreocupado sobre la espalda del tresillo. Se lleva la copa a los labios y me observa por encima del cristal. Sus ojos están hambrientos, llenos de un deseo que, a pesar de la distancia, incendia todo mi cuerpo y consigue que clame por ella

Entre nosotros se cruzan decenas de personas que flirtean, bailan, ríen, pero yo tengo la sensación de que estamos solos, rodeados por una suave atmósfera que se vuelve deliciosamente eléctrica en cuanto noto sus ojos dibujar con descaro cada centímetro de mi cuerpo justo antes de volver a dominar los míos. Santana me dedica esa sonrisa tan sexy, tan insolente, y que por primera vez voy a permitirme reconocer que me encanta porque me hace sentirme atractiva y deseada y, sobre todo, desearla a ella hasta un límite insospechado. Una mujer canta una suave canción; suena sexy y sensual como nosotros. Inconscientemente me muerdo el labio inferior.

Ahora mismo me muero por sentir sus manos sobre mi piel. Santana parece escuchar la petición que no llego a hacer en voz alta y se levanta. Atraviesa el salón sin levantar sus ojos de los míos. Primero son color caramelo, después negros. La luz de la sala los hace cambiar misteriosos de color y me hipnotizan aún más. Llega hasta mí y, sin decir una sola palabra, coge mi mano y tira de ella. Me guía hasta unas escaleras y accedemos a la planta de arriba, a un ancho pasillo con luces tenues y un ambiente increíblemente sugerente.

Abre una de las puertas y entramos en una habitación. El ambiente del pasillo se desborda en la estancia. Hay una enorme cama redonda en el centro, pero no parece sórdida en absoluto. Es moderna e incita a hacer cosas inimaginables.  Santana se gira y clava de nuevo sus ojos en los míos. Alza su mano y con la punta de los dedos acaricia suavemente mi vestido a la altura de mi ombligo. Sonríe. Sonrío. Sé perfectamente lo que ha pensado. Estamos demasiado cerca. Su calor y su olor me envuelven y yo no puedo evitar sentirme tímida y nerviosa por toda esta situación, por cómo despierta mi cuerpo. La penumbra de la habitación lo envuelve todo en un halo de deliciosa sensualidad. Santana se inclina sobre mí. Su frente está casi apoyada en la mía y nuestros alientos se estremezcan cálidos. —

Tú no me gustas —murmuro nerviosa y nunca había dicho una estupidez mayor.  Ella sonríe sexy y peligrosa. —Claro —responde en un susurro con su voz más ronca. —Y no quiero que me beses —me apresuro a añadir. —Por supuesto que no —replica haciendo que su voz suene tan salvaje pero a la vez tan carnal que es una auténtica locura. Yo suspiro con suavidad absolutamente entregada.

Ella toma mi cara entre sus manos y al fin me besa apremiante y lleno de deseo. Su boca exigente conquista la mía y me hace pensar que no hay una sensación mejor en el mundo. Me besa con fuerza y se separa dejándome ansiosa de más. Sonríe a escasos centímetros de mi boca y, con sus manos todavía en mis mejillas, vuelve a unir nuestros labios. Pero, no sé por qué, algo me dice que no debería estar aquí, no ahora y no así, no después de que me hayan pagado. Sam dejó muy claro que el dinero no era por esto, pero, viendo lo que he visto abajo, son más que evidentes las intenciones de la fiesta y del club Archetype en general.

No puedo. —Santana —susurro contra sus labios. Mi voz es un suave hilo inundado de deseo. —. Santana —repito y hago un pobre intento por apartarla. —¿Qué? —pregunta impaciente, mirándome directamente a los ojos. —Tengo que irme —musito. —No, de eso ni hablar. Me sonríe justo antes de volver a besarme y yo dejo que lo haga. ¡Sabe tan bien! Santana, por favor. Ella vuelve a separarse y suspira algo exasperado. Yo clavo mi vista en el suelo.

De pronto me siento tímida y, para qué negarlo, algo estúpida, como si fuera una cría que no sabe lo que quiere. —Brittany —susurra a la vez que me levanta la barbilla con el reverso de sus dedos. Es la primera vez que pronuncia mi nombre y algo dentro de mí sonríe feliz. —¿Quieres estar conmigo esta noche? —inquiere con sus ojos aún atrapando los míos y rodeado de ese inconmensurable atractivo que le da el conocer perfectamente la respuesta a esa pregunta. —Me has llamado por mi nombre. Santana vuelve a sonreír de esa manera suave, serena y sexy que tengo la sensación de que sólo reserva para mí. —Contesta a mi pregunta —me ordena dulcemente. Sólo puedo asentir nerviosa. Está demasiado cerca y esos ojos son demasiado bonitos. —Entonces, déjate llevar.

Vuelve a besarme y estoy a punto de olvidarlo todo y simplemente suspirar y quedarme aquí hasta que salga el sol, pero ¿cómo reaccionaría ella si dentro de una semana o un mes descubre que me pagaron por estar aquí? ¿Y si ya lo sabe? ¿Y si es algo que hace habitualmente y para él no supone ningún problema? Desde luego, para mí sí. —Lo siento, Santana. La aparto y salgo corriendo. Cruzo el pasillo como una exhalación y bajo aún más de prisa las escaleras. Al llegar a la sala principal, intento disimular lo atropellado de mi huida para no llamar la atención. Reconozco a algunas personas que antes estaban en la fiesta y que ahora se hacen arrumacos en las mesas en penumbra.

Alguien me toma por el brazo a unos metros de la puerta. Temo que sea Santana y ni siquiera quiero girarme. —Encanto. Suspiro aliviada. Es Sam —Lo siento, tengo que irme —lo interrumpo. —Britt, ¿estás bien? —pregunta sosteniéndome de nuevo por la muñeca. Cuando oigo mi nombre, suspiro suavemente y comprendo al instante que ya nunca me sonará igual. —Sí —me obligo a reaccionar—, sólo es que tengo que irme.

Él asiente y me suelta, pero, cuando estoy a punto de alcanzar la puerta, veo de reojo que hace un gesto, como si acabara de recordar algo, y vuelve a llamarme. —Espera —me pide caminando hasta mí—, aún no te he pagado. Saca su cartera del bolsillo interior de su chaqueta. —No, Sam —me apresuro a replicar negando también con la cabeza para reforzar mis palabras—. Por favor, no. —No seas tonta. Quedamos en trescientos, ¿verdad? Me tiende los billetes, pero yo doy un paso atrás. Ni quiero ni puedo aceptar su dinero. —De verdad, Sam, no puedo aceptarlo. Sólo quiero marcharme de aquí. —Brittany, ¿alguien ha intentado propasarse contigo? Suena realmente preocupado. Supongo que se siente responsable. —No, de verdad que no. —Vale, pues... no es que sea un gurú de las mujeres, pero es obvio que te pasa algo. Me encojo de hombros. No quiero hablar de esto. —Por lo menos déjame llevarte a casa. —No —contesto rápidamente. —Insisto. Es lo menos que puedo hacer. Acabas de ahorrarme trescientos pavos. Ambos sonreímos, pero a mí no me llega a los ojos. Sopeso las opciones. Confiaba en poder pagarme un taxi con el dinero de Sam. Desechada esa opción, sólo me queda el bus y lo cierto es que no es la mejor hora para montarse en uno. —Está bien. El asiente sonriente y estira su brazo cediéndome el paso. Su coche está aparcado en la misma manzana y lo agradezco. Hace muchísimo frío o por lo menos yo tengo esa impresión

. Definitivamente estoy incubando algo. Sam va muy concentrado en la carretera y yo me he tranquilizado mínimamente. No tengo ni la más remota idea de cómo manejar toda esta situación con Santana. Al menos mañana continuaré trabajando con el señor Hummel y no con ella.

Lo más inteligente sería fingir que no ha pasado nada, pero tampoco quiero eso. Santana, a pesar de todo, me gusta. Suspiro mentalmente. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué demonios voy a hacer? Además, por si fuera poco, no paro de hacerme preguntas sobre el club, sobre el tipo de fiestas que se hacen allí y, sobre todo, si Santana es o no un cliente habitual. Miro de reojo a Sam y por un momento me planteo hacerle todas esas preguntas. Suspiro de nuevo. Es una pésima idea. Apenas lo conozco y preguntarle sobre Santana implicaría dar explicaciones que ahora mismo ni siquiera quiero pronunciar en voz alta. Llego a casa con la cabeza hecha un auténtico lío, una maraña de pensamientos confusos sobre el Archetype y Santana.

Me alegro muchísimo de haber rechazado el dinero. No quiero pensar en cómo me sentiría si ahora tuviese esos trescientos dólares. Me tomo otro ibuprofeno y me meto bajo el nórdico. Hace un frío que pela. ¡Malditas ventanas! Mientras intento sin ningún éxito conciliar el sueño, aunque sé que es lo peor que podría hacer ahora mismo, no puedo evitar recordar cómo me sentí en el momento en el que me guiaba por el pasillo, mientras acariciaba mi vestido, cuando me besaba. Suspiro exasperada y me tapo la cara con la almohada. Brittany S. Pierce, de profesión, kamikaze sentimental.

El despertador suena infatigable pero no puedo decir lo mismo de mí. Estoy hecha polvo. Dormí con el vestido de ayer y ahora mismo siento un frío intenso en todo mi maltrecho cuerpo. Me meto en la ducha con la idea de entrar en calor, pero ni siquiera con el agua prácticamente hirviendo lo consigo. Me pongo mi falda marrón de lunares sólo porque hace conjunto con el jersey más tupido que tengo. Soy consciente de que no es mi mejor atuendo, pero tengo sueño, estoy exhausta y aún muerta de frío

. Sólo espero que el señor Hummel se apiade de mí y no tenga mucho trabajo. Llego a la oficina y paso discretamente, casi de puntillas, por delante del despacho de Santana. No estoy preparada para tenerlo cara a cara. Durante todo el viaje en bus he intentado concienciarme de que lo vería, incluso me he preparado un discurso bastante absurdo, pero ahora prefiero evitarlo.
Con un poco de suerte, cuando me marché, se cruzó con otra chica que le gustó y acabó divirtiéndose en la cama redonda. Hago una mueca. Esa idea no me ha gustado nada. —Buenos días, señor Hummel —digo entrando en su despacho y, sin que él diga nada, cerrando la puerta tras de mí. Hoy esta oficina tiene que ser mi búnker. —Buenos días, Brittany —responde de pie al otro lado de su mesa. Por un momento las vistas a su espalda me roban el aliento. Desde luego este edificio debe de ser el mejor emplazado de toda la ciudad. —¿Preparada? —Claro —respondo volviendo a la realidad. El señor Hummel teclea algo en su ordenador y, pensativo, observa unos segundos la pantalla. Finalmente sonríe satisfecho y muy arrogante. Sea lo que sea lo que ha visto, ha salido exactamente como esperaba. —Hoy tenemos  mucho que hacer —me informa—. Lo primero, ve al despacho de Santana y recoge los archivos de Foster y Blair, e imagino que necesitarás tu iPad. ¡Maldita sea, el iPad! ¿Por qué ayer no tuve la brillante idea de dejarlo en cualquier otro sitio?

No quiero ir a la boca del lobo todavía. Es demasiado temprano y, además, el lobo en cuestión tiene que estar enfadadísimo. —Claro —respondo resignada y, aunque es lo último que quiero, echo a andar. —Brittany , espera. —No sé qué ha adivinado Kurt en mi expresión, pero la suya parece haber cambiado—. Voy yo, tengo que hablar unas cosas con ella. Además, con el humor de perros que tiene esta mañana probablemente la pagaría contigo —sentencia divertido dirigiéndose hacia la puerta. Sonrío automáticamente relajada. —Empieza revisando las medias de Wall Street de esta semana —me ordena saliendo del despacho.

No he revisado ni dos páginas cuando la puerta se abre de golpe y Santana entra con paso firme. Tiene la mirada endurecida y la mandíbula tensa. Deja caer un par de carpetas sobre la mesa de Kurt  y apoya su mano en el respaldo de mi silla, inclinándose sobre mí. —Me importa bastante poco lo que hagas con tu vida —susurra amenazador y con una voz suave, demasiado suave, como si condensara toda la calma que precede a una tormenta—, pero aquí soy tu jefa.

La próxima vez que llegues tarde y no te molestes si quiera en pasarte por mi despacho, te despido. Sin más, sale del despacho cruzándose con la señorita Fabray en la puerta. Yo me quedo sentada, sin mover un solo músculo, intentando no tener la más mínima reacción delante de Kurt. No pensé que estuviera tan enfadada, aunque también ha sido un poco injusta. No creo que me merezca que me hable así. Durante toda la mañana trato de concentrarme en el trabajo, pero no puedo dejar de pensar en Santana. Me siento culpable y, al margen de cómo me haya hablado, creo que le debo una explicación.
Al fin y al cabo salí huyendo. Le pongo al señor Hummel una excusa bastante idiota y voy al despacho de Santana. Llamo suavemente y espero paciente a que me dé paso. Cuando lo hace, abro la puerta y cierro tras de mí. Está sentada a la mesa, tan injustamente guapa como siempre. Se ha quitado la chaqueta azul oscuro y se ha remangado la camisa hasta el antebrazo. Que esté sentado me da alguna posibilidad. Por lo menos sé que no voy a quedarme embobada viendo lo sexy que le caen los pantalones sobre las caderas. — Santana, ¿puedo hablar contigo? —pregunto. Pretendo que mi voz suene firme, pero no tengo del todo claro que lo haya conseguido. —¿Seguro? —inquiere a su vez irónico sin ni siquiera mirarme—. Lo mismo tienes pensado salir huyendo y no me apetece tener que volver a ver algo tan patético. —Tenía mis motivos —intento explicarme. —Pues ve a contárselos a quien le importe. Su tono de voz es arisco y presuntuoso. Está claro que no quiere tenerme aquí y no tiene la más mínima intención de disimularlo.
Cierra la carpeta en la que estaba trabajando y la deja caer sobre un montón de ellas apiladas en una esquina de su escritorio. Entonces me mira. Su expresión es imperturbable, como si se encargara de echar a chicas de su despacho todos los días. Lo peor es que probablemente pase más a menudo de lo que quiero pensar
. Ahogo una sonrisa nerviosa en un suspiro, giro sobre mis talones y salgo de su despacho. Con la puerta cerrada a mi espalda, tengo que volver a suspirar hondo para tratar de controlar el ciclón de emociones que me invaden por dentro. Esto es lo mejor que podía pasar.  Santana López  no me conviene en absoluto. «Ahora sólo hace falta que te lo creas.» Regreso al despacho del señor Hummel y continúo trabajando.

Agradezco que no me dé un respiro porque, cada vez que me descuido, acabo pensando en Santana, en el club y en sus besos, sobre todo en eso, aunque me temo que a ella no le pasa lo mismo. Después de una pequeña parada para almorzar, de vuelta en el despacho, comienzo a pensar que el termostato debe haberse estropeado porque hace muchísimo frío. Sin embargo, cuando empiezan a dolerme músculos que ni siquiera sabía que tenía, entiendo perfectamente lo que me pasa. No puedo creerme que haya cogido la gripe otra vez. —Brittany, ¿estás bien? —me pregunta el señor Hummel desde el otro lado de la mesa —. Estás temblando. —Tengo mucho frío. Hace frío. ¿Tú no tienes frío? —pregunto tratando de desviar la atención.
No creo que, pedirme una baja cuando sólo llevo cinco días trabajando en la empresa, sea muy profesional. —Estás enferma —sentencia descolgado el teléfono y marcando el botón de recepción—. Eve, el coche. —Señor Hummel, no hace falta. Sólo es un resfriado. Una pastilla y estaré como nueva —replico restándole importancia. —Te vas a casa —ordena sin asomo de duda. No sé si ha sido su voz o su mirada, pero algo me dice que no está acostumbrado a que le desobedezcan.
Ahora comienzo a entender el comentario que hizo Lola sobre que ser controlador era un rasgo muy característico por aquí. —El coche te está esperando —añade—. ¿Llegarás bien sola? —Sí, claro que sí... y gracias. No tengo fuerzas para discutir, así que opto por dejarme llevar. «Curiosa frase.» En el coche le pido al conductor que ponga la calefacción. A pesar de que no se queja ni una vez, estoy convencida de que le estoy dando el viaje. Aquí dentro la temperatura es nivel sauna e inexplicablemente sigo teniendo frío.

Lo primero que hago cuando llego a mi apartamento es tomarme dos ibuprofenos. Lo segundo, coger varias toallas y tapar los malditos huecos de las ventanas. Son los responsables de cada futuro golpe de tos. Maldita sea, de todas formas sigue haciendo un frío que pela. Creo que tengo fiebre. Me meto en la cama y me tapo hasta las orejas con la única compañía de mi iPhone. En mitad de mi estado febril, pienso en llamar a Santana. La gripe me está haciendo delirar. Sistemáticamente se me cierran los ojos. Estoy muy cansada. Me despierto. Está lloviendo. Estoy algo desorientada. Oigo la voz de Lola, pero no recuerdo cuándo ha llegado. Los párpados me pesan. Deben de ser las pastillas. Vuelvo a dormirme. Oigo a alguien gritar.

Me esfuerzo sobremanera y consigo abrir los ojos. Es Lola. Está al teléfono. Parece asustada, muy asustada. —No lo sé. Tiene mucha fiebre y no se despierta. Iba a llevarla al hospital, pero no para de llover y él taxi no llega… Sí, sí… Vale. Adiós. ¿Con quién está hablando? ¿Y de quién? Yo estoy bien. Sólo tengo sueño. Sigue lloviendo. Abro los ojos despacio y veo a Lola. Está sentada a mi lado y me pasa un trapo húmedo por la frente y el cuello. Está helado. Me quejo e intento apartarla, pero no tengo fuerzas. No consigo mantenerme despierta. Noto unos brazos alzarme de la cama. Me apoya contra su pecho y escondo la cabeza en su cuello. Reconozco su olor, a limpio, a suavizante caro y gel aún más caro. —Santana —pronuncio en un débil susurro. Salimos a la calle. Me estrecha contra su cuerpo para protegerme de la lluvia y mantener el calor.

Rápidamente entramos en la parte trasera de un coche. No me separa un ápice de ella y yo me dejo envolver por sus perfectos brazos. Me despierto. No sé dónde estoy. Intento incorporarme. Todo me da vueltas. —No te muevas, Pecosa —dice Santana acercándose a mi cama y empujándome sin mucho esfuerzo para que mi cabeza caiga de nuevo en la almohada. —¿Dónde estoy? —pregunto. —En el hospital. Me observa con sus preciosos ojos y me sonríe suavemente mientras me mete un mechón de pelo tras la oreja. —Creí que estabas enfadada conmigo —susurro. —Y lo estoy. Mucho —me aclara—. Pero alguien tenía que traerte al hospital. Me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

Las dos sabemos lo que acaba de hacer por mí. —Buenas noches. Inmediatamente llevamos nuestra mirada a la puerta y vemos entrar a un doctor con bata blanca y pijama azul de hospital. Tiene pinta de llevar aquí más horas de las que le gustaría. En seguida abre un sobre marrón enorme y saca unas radiografías. Las engancha a una pantalla luminosa y las observa con detenimiento. Asiente un par de veces y finalmente camina hasta mi cama. —En principio, has venido a tiempo —me dice—. Todo parece indicar que tienes neumonía. —¿Neumonía? —pregunta Santana como si no terminara de creerlo. —¿No fuiste al médico cuando pensaste que tenías gripe? —inquiere de nuevo el doctor. —No —confieso sintiéndome como una verdadera idiota—. Tome ibuprofeno, las mismas pastillas que me mandaron la última vez que tuve gripe. —Supongo que te dirían que te tomaras unos días de reposo, ¿lo hiciste? —No —musito. Santana gruñe—. No podía dejar de trabajar. El doctor asiente. —Brittany, ¿quién es tu médico? —pregunta. Dudo en contestar. Presiento que la respuesta no va a gustarle nada a Santana. —No tengo médico. Fui a la clínica gratuita. Santana suspira breve y brusco y se cruza de brazos, aunque inmediatamente se lleva el reverso de los dedos a la boca. No sé si está más furiosa o indignada. El médico se sienta en un taburete y lo desliza hasta quedar de nuevo junto a mí. —Brittany, ahora te sientes mejor por los calmantes que te hemos dado, pero... no te equivoques, lo que tienes es grave.

Llegaste aquí inconsciente por la fiebre y no te quepa duda de que necesitas descansar. —Descansará —sentencia Santana mirando al doctor. Tiene la mandíbula tensa y la mirada endurecida—. Yo me encargaré de ello. ¿Ella? ¿Cómo? Creo que todo me da vueltas otra vez. —Ahora necesito que me cuentes cómo te hiciste el corte del costado. Este doctor va a acabar metiéndome en un verdadero lío. —En el trabajo —musito. —No pudiste hacértelo en el trabajo —interviene Santana. —No en la oficina. —Suspiro. Nunca pensé que acabaría dando estas explicaciones y mucho menos en estas circunstancias—. Trabajo en un restaurante por las noches y hace unos días me corté con la puerta de la nevera. Santana asiente, pero yo no me siento para nada tranquila. Es más algo amenazador que conciliador. —Necesitas puntos. Tienes un principio de infección y probablemente sea responsable de parte de la fiebre.

En seguida te los doy. Primero necesito que me digas si tomas alguna medicación. Niego con la cabeza. —Sólo la minipíldora anticonceptiva. El facultativo apunta algo en mi historial y lo cierra, para luego dejarlo sobre la mesita metálica a mi lado. —Ahora te daremos esos puntos —me confirma guardándose el bolígrafo en el bolsillo de su bata. —Gracias, doctor... —Busco una placa con su nombre, pero no la veo. —Newman —me aclara. —Gracias, Michael —añade Santana. ¿Se conocen? —De nada pero, la próxima vez, tened los ataques febriles a las diez de la mañana. Estaba acabando la guardia. Ambos sonríen y el médico se levanta y camina hacia un armario metálico de donde empieza a sacar instrumental. Santana me mira y por un momento me siento como una cría de seis años; presiento que me espera la bronca de mi vida. Ella apoya una de sus manos en el cabecero de la cama, la otra sobre el colchón y se acerca peligrosamente a mí. —Tú y yo hablaremos luego. Otra vez esa voz tan increíblemente suave. Trago saliva inconscientemente y mis ojos se pierden en la suyos

. Creo que enfadada está todavía más guapa o quizá sean los analgésicos mezclados con el hecho de que una parte de mí ahora mismo lo ve como mi caballero andante. Me pongo los ojos en blanco mentalmente. ¿A quién pretendo engañar? Es mezquinamente guapa. El doctor regresa ajustándose los guantes de látex. Me pide que me gire para poder acceder mejor al corte. Cuando noto el pinchazo de la anestesia, suspiro y arrugo el rostro. Ha dolido. —Esa naricita —me dice Santana inclinándose de nuevo sobre mí y acariciándome la nariz dulcemente con el índice. Sonríe y, a pesar del dolor, yo hago lo mismo.

La anestesia poco a poco ha ido sustituyendo el dolor por una sensación de frío, como si el médico estuviera trabajando con hielo sobre mi herida. Santana no me quita ojo de encima y yo me siento extrañamente protegida. —Bueno, esto ya está —anuncia el doctor Newman. Vuelvo a acomodarme en la cama y observo cómo el médico deja el instrumental sobre una mesita auxiliar de la que coge un pequeño vasito de plástico. —Ahora te vas a tomar estas pastillas —dice tendiéndomelo—. Son unos antibióticos muy fuertes. Te dejarán algo adormilada las próximas horas. Me tomo las pastillas y cojo otro vaso que me ofrece más grande, de cristal y lleno de agua fresca. No tardo mucho en sentirme como si flotara.

Apenas puedo asentir cuando el médico se despide y Santana sale con él. Parecen viejos amigos. Casi sin darme cuenta, voy sonriendo intermitentemente. Ya no me importa la neumonía, mis dos trabajos, los ciento veintiséis mil trescientos cuarenta y tres dólares con ochenta centavos que debo, el Archetype, Santana. Sólo puedo pensar en dos palabras: dejarme llevar; en realidad, Santana, el Archetype y dejarme llevar. Eso son cuatro palabras... bueno, seis. ¿Las palabras pequeñitas cuentan? Nunca lo he tenido claro. Vuelvo a sonreír. Bendita prescripción médica.
Santana regresa y cierra la puerta tras de sí. —Pecosa, nos vamos. —¿Adónde? —pregunto con una boba sonrisa—. ¿A mi apartamento? —Sí, el lugar perfecto para recuperarse de una neumonía es donde la pillaste. Me observa divertido intentando incorporarme. No soy capaz y, presa de un nuevo ataque de risa, me caigo otra vez en la cama. —¿Vas a ser capaz de mantenerte en pie? —pregunta. —No lo sé, pero si me caigo y tu amigo tiene que volver, ¿me dará más pastillas? Me han sentado de maravilla. Me trabo pronunciando la última palabra y eso me hace volver a reír. Santana suspira fingiéndose exasperado aunque todo esto parece divertirle y, sin decir nada más, vuelve a cogerme en brazos. —Podría acostumbrarme a esto.

Se te da muy bien hacer de salvadora de chicas indefensas — comento alargando estúpidamente la última ese. —Cállate —me ordena con un trasfondo divertido. —Qué dominante. —No sabes cuánto —responde con una sonrisa llena de malicia asomando en sus labios. —Lola dice que Fabray, Hummel y tú sois tres obsesos del control. Tres obsesos del control que trabajan juntos y los tres sois guapísimos. No me negarás que es hasta un poco ridículo. —Comienzo a reír de nuevo—. Controladores y atractivos, ¿hicisteis una especie de casting o algo así para haceros amigos? No dice nada, sólo sonríe. Giro en la cama. Es grande y cómoda. Ya no siento nada de frío. Me desperezo rodeada de almohadas.

Esta cama es genial. Es genial y no es la mía. Abro los ojos de golpe. ¿Dónde estoy? Me incorporo y miro a mi alrededor. No reconozco la habitación. Intento hacer memoria y no sé cómo he acabado aquí. Lentamente comienzan a llegar a mi embotada mente imágenes del día de ayer. Recuerdo que Kurt me mandó a casa. Recuerdo que me metí en mi cama y también que estuve en el hospital… ¡Dios! ¡Estoy en casa de Santana!
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Mensaje por Susii Miér Dic 30, 2015 12:03 pm

Mm se deben una charla:s a ver como va eso:s
Susii
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Finalizado Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo

Mensaje por lana66 Miér Dic 30, 2015 12:04 pm

Que risa me da brittany drogada,me fascina tu historia,en espera del siguiente capitulo,gracias por las actualizaciones.

Saludos
lana66
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