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Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
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_Claudia_100%fanGLEE_Bol
lana66
marthagr81@yahoo.es
7 participantes
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Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
mis manos, me alejo unos pasos bajo su atenta mirada. Cuando ya estoy lo suficientemente lejos, dejo de cantar y sonrío.
—... follarte —añade imprimiendo sensualidad en cada letra.
Yo pongo los ojos en blanco divertida y miro la pantalla. Cierta incomodidad y cierto sentimiento de culpa se instalan en mi estómago cuando leo el nombre de Sam.
Siento cómo reaccioné. Déjame compensarte.
Apuesto a que aún estás hasta arriba de carpetas.
¿Te recojo y nos vamos a cenar?
Miro el mensaje fijamente un par de segundos. Soy plenamente consciente de todo lo que me ha dicho Santana, pero no soy idiota. Es evidente que le molesta que pase tiempo con Sam. No estoy buscando que me jure amor eterno. Sólo quiero que lo admita para que entienda cómo que me he sentido yo esta mañana. Quizá este mensaje sea una buena oportunidad para conseguirlo.
—¿Todo bien, Pecosa? —pregunta al ver que sigo mirando el teléfono mientras lleva una carpeta a uno de los archivadores.
—Es Sam. —En cuanto pronuncio su nombre, su expresión cambia—. Quiere llevarme a cenar.
—¿Y tú quieres ir?
De pronto el ambiente se vuelve muy tenso. Las dos estamos siendo mucho más civilizadas de cómo nos sentimos por dentro.
—Santana, dime que no quieres que vayas, que estás celosa, y no iré.
Ella tuerce el gesto y cierra el cajón del archivador de golpe.
—No voy a tener otra vez la misma conversación, Pecosa —me advierte.
Yo ahogo una sonrisa nerviosa en un suspiro y me encojo de hombros. ¿Por qué no puede admitirlo?
Le mando un mensaje pidiéndole que me recoja en quince minutos y acelero el ritmo para acabar con las últimas carpetas que quedan.
Ninguna de las dos vuelve a decir una palabra.
Exactamente diez minutos después, ya hemos terminado. Me estoy poniendo el abrigo cuando mi móvil vuelve a sonar. Es Sam avisándome de que ya está abajo. Miro tímida a Santana, pero ella parece haberse olvidado de que existo. Está enfadada, mucho, es más que obvio, pero no puedo
retirar mi farol ahora. No voy a hacer nada con Sam. No quiero hacer nada con Sam. Pero no sé cómo me sentiría si volviese a ver a otra chica saliendo de la habitación de Santana.
—Me marcho —musito.
Giro despacio sobre mis pies, dándole unos segundos más para decir algo, pero no lo hace.
Agarro el pomo dispuesta a salir, pero, cuando apenas he separado la puerta del marco unos centímetros, Santana aparece como una exhalación, coloca la palma de su mano contra la madera y la cierra de golpe.
—... follarte —añade imprimiendo sensualidad en cada letra.
Yo pongo los ojos en blanco divertida y miro la pantalla. Cierta incomodidad y cierto sentimiento de culpa se instalan en mi estómago cuando leo el nombre de Sam.
Siento cómo reaccioné. Déjame compensarte.
Apuesto a que aún estás hasta arriba de carpetas.
¿Te recojo y nos vamos a cenar?
Miro el mensaje fijamente un par de segundos. Soy plenamente consciente de todo lo que me ha dicho Santana, pero no soy idiota. Es evidente que le molesta que pase tiempo con Sam. No estoy buscando que me jure amor eterno. Sólo quiero que lo admita para que entienda cómo que me he sentido yo esta mañana. Quizá este mensaje sea una buena oportunidad para conseguirlo.
—¿Todo bien, Pecosa? —pregunta al ver que sigo mirando el teléfono mientras lleva una carpeta a uno de los archivadores.
—Es Sam. —En cuanto pronuncio su nombre, su expresión cambia—. Quiere llevarme a cenar.
—¿Y tú quieres ir?
De pronto el ambiente se vuelve muy tenso. Las dos estamos siendo mucho más civilizadas de cómo nos sentimos por dentro.
—Santana, dime que no quieres que vayas, que estás celosa, y no iré.
Ella tuerce el gesto y cierra el cajón del archivador de golpe.
—No voy a tener otra vez la misma conversación, Pecosa —me advierte.
Yo ahogo una sonrisa nerviosa en un suspiro y me encojo de hombros. ¿Por qué no puede admitirlo?
Le mando un mensaje pidiéndole que me recoja en quince minutos y acelero el ritmo para acabar con las últimas carpetas que quedan.
Ninguna de las dos vuelve a decir una palabra.
Exactamente diez minutos después, ya hemos terminado. Me estoy poniendo el abrigo cuando mi móvil vuelve a sonar. Es Sam avisándome de que ya está abajo. Miro tímida a Santana, pero ella parece haberse olvidado de que existo. Está enfadada, mucho, es más que obvio, pero no puedo
retirar mi farol ahora. No voy a hacer nada con Sam. No quiero hacer nada con Sam. Pero no sé cómo me sentiría si volviese a ver a otra chica saliendo de la habitación de Santana.
—Me marcho —musito.
Giro despacio sobre mis pies, dándole unos segundos más para decir algo, pero no lo hace.
Agarro el pomo dispuesta a salir, pero, cuando apenas he separado la puerta del marco unos centímetros, Santana aparece como una exhalación, coloca la palma de su mano contra la madera y la cierra de golpe.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
vaya.......esta historia me tiene atrapada y en consecuencia desesperada por una nueva actualizacion jejejeje
_Claudia_100%fanGLEE_Bol-* - Mensajes : 1976
Fecha de inscripción : 26/06/2012
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
CAPITULO 12
—Tienes cinco minutos para bajar y decirle que no vas ir a cenar —me ordena en un susurro ronco e indomable con su voz derrochando sensualidad en cada letra.
Está de pie, a mi espalda, sin llegar a tocarme pero asegurándose de que todo mi cuerpo se hace plenamente consciente del suyo.
—¿Por qué? —prácticamente tartamudeo.
Necesito que lo reconozca.
—Hazlo.
Esa única palabra hace que me tiemblen las rodillas. ¿Y si estoy siendo una auténtica estúpida?
¿Y si le pierdo por empeñarme en que reconozca algo que quizá no sienta?
Santana separa la mano de la madera y yo, con todo mi cuerpo convertido en gelatina, salgo despacio. Ahora mismo estoy hecha un completo lío. Mi cabeza, mi orgullo y esa parte de mí que siempre cree que los planes de Lola son buena idea, me dicen que no me achante, pero tengo demasiado miedo a perderla.
Llego a la salida y mi mente está aún más enmarañada. Independientemente de Santana, si ahora me marcho con Sam, sólo le estaría utilizando y probablemente dándole esperanzas para algo que nunca va a suceder.
Saludo al guardia de seguridad de noche, cruzo la enorme puerta de cristal y me detengo a unos pasos. Creo que sólo con verme ya sabe que vengo a ponerle una excusa. Observo cómo se marcha en el taxi y respiro hondo. Ya he hecho lo que tenía que hacer con Sam y ahora tengo que hacer lo mismo con Santana. No puedo volver ahí dentro y simplemente dejarme llevar, por muchas ganas que tenga. Le estaría dejando creer que puede salirse con la suya cómo y cuándo quiere y, aunque soy consciente de que la mayoría de las veces pasa exactamente eso,no puedo permitirlo ahora. La consecuencia sería otra chica de piernas infinitas y mechas californianas saliendo de su habitación. No creo que pudiese con eso.¿En qué clase de lío me he metido? Y todo porque la loca de mi mejor amiga cerró la puerta de su apartamento con las llaves dentro.
Alzo la mano para parar un taxi. Le doy la dirección del ático y suspiro un par de veces antes de sacar el iPhone de mi bolso y llamarla. —¿Qué? —responde al segundo tono.
Hay algo más aparte de su habitual falta de amabilidad. Está furiosa, frustrada, cansada.
—Sólo te llamaba para decirte que no me he ido con Sam, pero tampoco voy a volver a la oficina contigo —suelto de un tirón—. Estoy en un taxi, regresando al ático. Antes de que pueda decir algo que me haga cambiar de opinión y consiga hacerme regresar, decido colgar. No me he ido con Sam. Yo ya he hecho mi parte.
Sin embargo, sigo nerviosa y sigo sintiéndome increíblemente mal. Ya no sólo por Sam. Tengo un miedo irracional a perder a Santana y es algo completamente estúpido. Hoy más que nunca ha dejado claro que no es nada mío. «Yo no estoy enamorada de ti, Pecosa, y no lo estoy
porque no me interesa querer a nadie, y si alguna vez lo hiciese, no sería a una chica como tú.» No sé qué espero que diga o haga que cambie eso.
Pago el taxi con un billete de veinte y me bajo algo alicaída. Estoy a punto de entrar en el edificio cuando unos inconfundibles tacones y un chistar aún más inconfundible suenan a mi espalda.
—¿Te puedes creer que no se creen que conozca el picadero de Santana López? —comenta Lola indignadísima.
Al girarme, compruebo, aunque ya tenía una ligera sospecha, que esas que no se lo creen son Rachel y Tina.
—¿Es verdad que hay muescas en el cabecero de su cama? —pregunta Tina interesadísima.
Lola se encoge de hombros con una sonrisa que deja que la curiosidad de Tina vuele completamente libre.
—No tiene muescas en el cabecero de su cama —les aclaro luchando porque mis labios no se curven en una sonrisa.
—Tú eres una muesca —replica Rachel—. Tu opinión no cuenta. No eres objetiva. Las dos miran a Lola obviando por completo mis palabras y esperando las de la recién nombrada técnica especialista en picaderos por la revista Muy Interesante.
—No pude ver su cama —se lamenta.
Las tres asienten consternadas y yo me cruzo de brazos disimulando una vez más una sonrisa.
—He oído que, si la miras fijamente, su cama —especifica Rachel—, entras en una especie de trance y sólo puedes pensar en bajarte las bragas.
—Eso debería confirmártelo la muesca —replica Lola en clara referencia a mí. Y las tres se echan a reír a mi costa.
—Perras —me quejo divertida y, sin quererlo, yo también rompo a reír.
—Hablando de cosas más importantes —continúa Tina cuando nuestras carcajadas se calman—. ¿Es cierto que Lola le dio una bofetada?
—Con esta delicada manita —se adelanta Lola a mi respuesta mostrando orgullosa su mano. Asiento varias veces.
—Pues la próxima me la pido yo —sentencia Tina sin asomo de duda—. Ayer me dijo y, cito textualmente, «por mucho que mires esos documentos, no va a aparecer una foto de ninguno de nosotros desnudo para alegrarte el día, así que suma, de prisa». Sonrío. Desde luego la frase es muy de Santana . —¿Cenamos en el hotel Chantelle y unas copas en The Hustle? ¿Quizá un baile? —pregunta Lola moviendo las caderas y cambiando diametralmente de tema. Yo tuerzo el gesto divertida. Me apetece muchísimo estar con estos tres elementos, pero no quiero salir.
—¿Y si subimos? —propongo señalando el edificio a mi espalda—. Podemos pedir comida china y bebernos el alcohol de Santana.
—¿Glenlivet? —pregunta Tina. Asiento—. Me apunto a eso.
Las chicas sonríen, incluso dan alguna palmadita.
—Me lo tomaré como un sí —comento socarrona.
Giro sobre mis pasos y empujo la enorme puerta de cristal. Saludo al portero con una sonrisa y bajo su atenta mirada caminamos hasta el ascensor.
—Nada de mirar la cama fijamente —nos recuerda Lola mientras esperamos a que las puertas se cierren—. No quiero líos.
Y otra vez las tres rompemos a reír.
Nos acomodamos en el sofá y, como propuse, pedimos comida china que no tarda más de diez minutos en llegar. Con la cena tomamos la primera ronda de cervezas y una hora después ya vamos por la tercera.
—La casa es una pasada —comenta Rachel admirada, casi hundida en el comodísimo sofá y con los pies descalzos subidos a la mesita de centro—. Seguro que se tiró a su decoradora.
Lola asiente mirando la pared como si los estuviera viendo follar en este mismo instante.
—Seguro que hasta los carpinteros eran mujeres y se las tiró a todas —sentencia Tina.
Lola vuelve a asentir convencidísima y apenas un segundo después todas lo hacemos. Juraría que acabamos de imaginarnos la misma escena llena de piernas, melenas rubias y cascos amarillos de obra.
—Eso es lo que pasa cuando formas parte de esa clase de mujeres —comenta Lola perdiendo la vista en una panorámica del ático.
Tina, Rachel y yo nos miramos confusas entre nosotras y después de nuevo a ella.
—¿Qué clase? —pregunto divertida.
—De las que, antes de follarte, ponen cara de que saben que van a hacerte el favor de tu vida. Las tres nos miramos boquiabiertas y a los pocos segundos todas nos echamos a reír. En ese preciso instante las puertas del ascensor se abren y Santana entra con paso decidido.
Rachel levanta los pies de la mesita en cuanto repara en su presencia y creo que Tina incluso cuadra los hombros. Sólo Lola lo observa imperturbable, disfrutando del hecho de que ha entrado en su castillo por la puerta grande. Yo, por mi parte, trago saliva y aparto mi mirada de ella. Parece
enfadada y no le culpo, pero no podía regresar al archivo. Santana continúa observándome. Sus ojos son un reguero de emociones, pero es toda esa rabia contenida y toda esa arrogancia las que dominan su mirada. Ha sido así desde el día en que la conocí. Me pregunto si en algún momento dudó de que fuera a obedecerle pidiéndole a Sam que se marchase. Me pongo los ojos en blanco mentalmente. Seguro que no. Creo que tiene clarísimo lo que
siento por ella. Por eso era tan importante que no regresase al archivo. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que han pasado más de dos horas desde que me marché. Puede haber hecho muchas cosas en
ese tiempo; por ejemplo, ir al club.
—No sabía que el aquelarre se reunía aquí esta noche —comenta arisca cruzando el salón en dirección a la cocina y cogiendo una cerveza del frigorífico.
No digo nada. Sigo dándole vueltas a la idea de que haya ido al club. Odio esa idea.
—Pecosa, señoritas, Blaine —nos saluda antes de dejarse caer en el sillón junto al sofá. Lola le hace un mohín que él finge no ver mientras le da un trago a su Budweiser.
—Brittany, como te decía —comenta Lola impertinente—, creo que deberías aceptar la invitación a cenar de Sam. Frunzo el ceño. No entiendo nada. Sí, es cierto que les he comentado algún detalle sobre él, pero no ha sido mucho y desde luego no es de lo que estábamos hablando justo antes de que entrara Santana . Pero entonces ella me abre exageradamente los ojos y en seguida comprendo que lo que quiere es fastidiarla. Le hago un mohín. No quiero hacer esto. Por hoy ya he tenido suficientes tiras y aflojas con
Santana López.
—Es guapo, simpático, gana una pasta y resulta más que obvio que está loco por ti. ¿Qué más quieres?
Está claro que mi queridísima amiga no va a rendirse.
—No lo sé —se apresura a responder Rachel—, pero, si no se lo queda ella, me lo quedo yo.
Las cuatro nos echamos a reír por su efusividad y Santana se levanta malhumorada. La seguimos con la mirada y puedo ver un brillo perverso y satisfecho en los ojos de Lola. Esto es lo que pasa cuando la llamas Eduardo.
—Pecosa —me llama desde la habitación.
—No vayas —me ordena Lola con la voz muy baja pero gesticulando como si fuera un drag queen recogiendo un Oscar para compensar.
—Lola —la reprendo.
—Brittany —replica muy seria.
Yo resoplo y me levanto.
—No quiero hablar con ella —me explico malhumorada precisamente por tener que explicarme
—, pero tampoco tengo seis años. Me parece ridículo ignorarla como si no estuviera aquí.
Lola pone los ojos en blanco mientras yo rodeo el sofá y avanzo hasta la habitación. Ella se gira y se arrodilla en el tresillo para volver a tenerme en su campo de visión.
—Ay, lo estás haciendo todo mal —replica de nuevo casi en un susurro pero seguro que gritándome mentalmente
—. Pendeja.
Yo la asesino con la mirada. Nunca he sabido qué significa exactamente pendeja, pero, cada vez que me lo llama con un marcado acento mexicano, sé que se está metiendo conmigo.
Entro en la habitación con paso lento pero tratando de que sea lo más seguro posible. No pienso demostrarle que esto me afecta.
Santana está apoyada, casi sentada, sobre la sofisticada cómoda. Le da un trago a su cerveza y me observa de arriba abajo mientras camino por la habitación. Su halo de atractivo resplandece con más fuerza que nunca y no tengo ni idea de cómo consigue que eso suceda cada vez que quiero
esforzarme en odiarla o, por lo menos, estar enfadada con ella.
—¿Qué quieres? —pregunto deteniéndome en el centro de la estancia.
Mejor guardar una distancia de seguridad.
—Diles que se vayan. Tenemos que hablar.
Resoplo. Otra rabieta. Simplemente quiere el juguete con el que le han dicho que ahora no puede jugar
.—¿Hablar de qué?
—De algo que sólo nos incumbe a ti y a mí, Pecosa.
Con cada palabra se ha ido acercando un paso más a mí, asegurándose de que ese perfecto atractivo que desprende me vaya envolviendo.
Otra vez se queda muy cerca, demasiado cerca, pero no me toca. Creo que ésa es su manera de castigarme, de hacer que toda mi atención se centre en ella y absolutamente nada pueda distraerme.
—Creí que iba a volverme loca cuando pensé que te habías ido con ese gilipollas.
Alza su mano y despacio acaricia mi vestido a la altura de mi estómago. No puedo evitar suspirar, casi gemir, por el contacto. Santana me atrae contra ella y deja caer su frente sobre la mía.
—Brittany —susurra y el hechizo se vuelve aún más fuerte.
Asiento y Santana se separa de mí. Sacando fuerzas no sé exactamente de dónde, comienzo a caminar. Ahora tengo más claro que nunca que debería marcharme al rincón más alejado del país y esconderme hasta volverme inmune a Santana López.
—Lo pensaré —musito justo antes de abrir la puerta y salir.
Lo último que veo son esos preciosos ojos observando cómo me alejo.
Vuelvo al salón y a mi sitio en el sofá. Las chicas me preguntan, pero finjo no oírlas y cambio de conversación. No quiero echarlas. No quiero hacerlo, son mis amigas y ella sólo está jugando. Sólo quiere que se vayan porque está enfadada porque no regresé a la oficina. Sin embargo, una parte de mí no para de repetirme que, quizá, quiere hablar de verdad, reconocer cómo se siente con Sam y dejar que yo reconozca cómo me siento con las otras chicas; pero es la misma parte que está convencida de que Santana y yo tenemos un futuro. Es la que se alimenta de novelas románticas y helado de chocolate y tiene un póster gigante de Jamie Dornan al que besa antes de irse a dormir. ¿Cómo de sensato es escucharla? Suspiro mentalmente, un suspiro de pura extenuación.
—Brittany S. Pierce, ¿qué te ha dicho esa cabronaza? —pregunta Lola sacándome de mi ensimismamiento.
Me conoce lo suficiente como para saber que sigo anclada en esa conversación y en esa habitación. Además, el hecho de que no haya dicho más de tres palabras seguidas es una pista bastante clara.
—Quiere que hablemos —me sincero.
—¿Y tú quieres que habléis?
Me humedezco el labio inferior y alzo la mirada para encontrarla con la de mi amiga. La genuina comprensión que encuentro en sus grandes ojos castaños me da el empuje necesario.
—Sí —respondo encogiéndome de hombros.
Lola sonríe llena de empatía.
—Chicas, vámonos a The Hustle. Si no empezamos ya con los cócteles, no vamos a conseguir una resaca decente para mañana. Tina se levanta de un salto y, divertida, tira de Rachel para que haga lo mismo. Las cuatro
caminamos despacio hasta el ascensor. Lola lo llama y las puertas se abren casi de inmediato.
—¿Estarás bien? —inquiere Rachel.
Asiento.
—Mándala al cuerno y vente con nosotras —me pide Tina entre risas
—. Te buscaremos a otra. No será tan guapa y probablemente no haya leyendas urbanas acerca de lo bien que folla y…
Tina resopla pensativa. Acaba de darse cuenta de que es complicado encontrar una alternativa mejor o, por lo menos, con la que la diferencia no sea tan abismal.
—No lo intentes —le aconseja Lola—. Habrá mirado la cama fijamente.
Yo trato de disimular una sonrisa por su comentario, pero no soy capaz de hacerlo más de un par de segundos.
—No dejes que te convenza demasiado rápido —me pide Lola ya desde el ascensor—. Se merece sufrir un poco.
Y eso que ni siquiera sabe todo lo que ha pasado.
Asiento una vez más y las observo hasta que las puertas del elevador se cierran. Resoplo, creo que no había resoplado tanto en todos los días de mi vida, y giro sobre mis pasos. Me espera una conversación demasiado complicada.
Estoy sólo a un par de metros de la habitación cuando la puerta se abre sobresaltándome. Tengo que contener un suspiro al ver a Santana. Se ha cambiado de ropa y ahora lleva un perfecto traje de corte italiano negro con la camisa también negra con los primeros botones desabrochados. Decir que
está espectacular sería quedarse increíblemente corta, está más, mucho más de lo que una simple palabra pueda describir.
Sin ni siquiera mirarme, avanza hasta el ascensor colocándose bien los carísimos gemelos de platino en su aún más carísima camisa. Yo la observo boquiabierta. En un principio por lo guapísima que está, pero inmediatamente después porque va a marcharse. Reacciona, idiota.
—¿Adónde vas? —pregunto atónita.
—Al club —responde sin más—. Me has hecho esperar demasiado y he cambiado de opinión.
Recuérdalo la próxima vez.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
La broca que tengo es terrible!!!!
He leído muchas historias brittana pero esta es la que mas estupida presenta a Britt, una cosa es estar enamorada y otra muuuuyyyy distita es ser arrastrada.!!!! No me gusta!!!
Saludos
He leído muchas historias brittana pero esta es la que mas estupida presenta a Britt, una cosa es estar enamorada y otra muuuuyyyy distita es ser arrastrada.!!!! No me gusta!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
si brittany acepto a santana asi desde el principio y esta le advirtio que no se enamorara ahora que se la aguante!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Monica.Santander Hoy A Las 8:43 Pm La broca que tengo es terrible!!!! He leído muchas historias brittana pero esta es la que mas estupida presenta a Britt, una cosa es estar enamorada y otra muuuuyyyy distita es ser arrastrada.!!!! No me gusta!!! Saludos escribió:
No creo que britt sea una estupida, britt esta enomorada partiendo del contexto de que tiene solo 24 años, poco experiencia en el amor, con semejante tiburon que es santana. Santana si es la estupida por quererse engañar con el estilo de vida que tiene. pero la inocencia de britt esta haciendo mella en santana lo veras en los proximos capitulos.
Micky Morales Hoy A Las 8:49 Pm si brittany acepto a santana asi desde el principio y esta le advirtio que no se enamorara ahora que se la aguante!!!!! escribió:
asi mismo es, incluso su amiga lola le advirtio que santana no era material para nada serio.y britt esta consiente de eso.
Gracias por comentar
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Quiere sonar indiferente, pero su cristalino enfado reluce con fuerza.
No me lo puedo creer. Sencillamente no me lo puedo creer. Es una bastarda miserable. Camina hasta el ascensor, lo llama y, cuando las puertas se abren, entra en él destilando toda esa seguridad, dejándome claro a cada paso que ha dado que he sido una verdadera estúpida por pensar
que de algún modo estaba dispuesto a que las cosas cambiaran entre nosotras. Alza la cabeza y me mira fría, exigente, indomable, justo antes de que las puertas se cierren, Santana López en estado puro. Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano porque nada de lo que siento
ahora mismo salga a la luz, le mantengo la mirada. Estoy dolida, triste, furiosa, pero no pienso permitirme demostrarlo. No con ella y no ahora.
No sé qué hacer. Se ha marchado y yo debería hacer lo mismo. Habrá más chicas. Eso a estas alturas está claro como también lo está que, si me quedo a verla, acabará conmigo. Estoy demasiado
colada por ella. Pero entonces caigo en la cuenta de que la solución es mucho más sencilla. Convencida, salgo disparada. Cojo mi bolso, mi abrigo y llamo al ascensor al tiempo que saco mi móvil y abro el WhatsApp. Quince minutos después estoy en la puerta del edificio de Lola, helándome de frío, esperando a que ella llegue.
— Rachel y Tina han ligado con unos brokers de bolsa y se han quedado en el pub
—me informa a unos pasos.
Tuerzo el gesto. Me sentía más cómoda con tres cómplices.
—¿Vas a decirme de una vez adónde vamos? —inquiere al llegar hasta mí.
La observo a la vez que frunzo los labios sopesando opciones. Espero que no le parezca un plan absurdo y ridículo y se niegue a acompañarme.
—Vamos al Archetype —digo en un golpe de voz.
Lola conecta nuestras miradas tratando de leer en la mía.
—Santana está allí, ¿verdad?
—Sí y, antes de que digas nada —me apresuro a interrumpirla—, no estoy buscando ir allí para montarle una escena de celos ni nada parecido. Tengo un plan, pero no quiero presentarme sola ni tampoco así —añado tirando de mi sencillo vestido. Lola se queda pensativa y, tras lo que me parece una eternidad, al fin sonríe.
—Cara Delevingne —dice suspirando—, desfile de Sarah Burton para Alexander McQueen, semana de la moda de Nueva York 2012.
Sonrío sincera. Sé que siempre puedo contar con ella.
—Si quieres que te acompañe al Archetype, lo haré con mi mejor look, pero creo que es algo que sólo os incumbe a Santana y a ti.
Asiento. Tiene razón. No voy a negar que preferiría que viniese para sentirme más respaldada, pero también entiendo que es algo que tengo que hacer yo sola. Antes de ir a casa de Lola, pasamos por mi apartamento. Rebuscamos en mi armario hasta encontrar un vestido verde que ni siquiera recordaba que tenía y mis salones negros de plataforma.
Según Lola, cualquier ayuda para ganar unos centímetros será bienvenida.
Me miro frente al espejo. El maquillaje es perfecto y el vestido, una pasada, ajustado con un elegante escote, corto pero no vulgar. Giro sobre mis tacones para verme por detrás. Sonrío y giro de nuevo. Me siento sexy y rockera. Justo lo que necesito. Giro una vez más. Todo da vueltas y estoy
a punto de chocarme contra el espejo. Tengo que dejar de ser tan patosa urgentemente. Cuando el taxi se detiene frente al Archetype, tengo un nuevo ataque de dudas. Creo que voy a alimentar un fuego que no tengo claro que vaya a ser capaz de controlar. Respiro hondo. Para bien o para mal, este plan me dará respuestas y eso es lo que necesito. Asiento infundiéndome valor. Puedo hacerlo. El portero me abre la puerta y me saluda con un profesional «buenas noches» al que respondo con una sonrisa. Prefiero no hablar. Si no hablo, no hay posibilidades de tartamudear.
Antes de acceder a la sala principal, repaso el plan. Sólo tengo que fingir que tengo la suficiente seguridad en mí misma como para que llevar esta ropa y venir a este club sea algo completamente normal para mí. Si lo consigo, lo demás vendrá solo. Cree y creerán.
Me acerco a la barra y, mientras espero a que una de las camareras vestidas de pin-up me atienda, echo un vistazo a la sala. Santana no está. Trago saliva. Un fogonazo en mi mente hace que inmediatamente piense que está en una de las habitaciones con una mujer. Tengo el impulso de
marcharme antes de verla aparecer seguido de una chica con pinta de haber pasado el mejor rato de su vida, pero me contengo. Llegados a este punto tengo que ser valiente.
—¿Qué desea tomar?
Lo pienso un instante.
—Glenlivet con hielo.
La camarera me mira sorprendida un segundo pero en seguida me sirve la copa. No la culpo. El personal de este local es siempre el mismo, supongo que para evitar indiscreciones, y ninguna de las camareras me ha visto nunca pedirme una copa para mí. Normalmente le robo algunos sorbos a
Santana. Lo hacemos como parte del juego y de esa intimidad tan dulce que siempre se crea entre nosotras cada vez que estamos aquí.
Apenas he dado el primer trago cuando me doy cuenta de que un grupo de mujeres a unos taburetes de mí me miran sin mucho disimulo. No sé por qué me observan, pero lo comprendo en seguida cuando su mirada se pierde en el fondo de la sala y el brillo de sus ojos cambia.
Santana está aquí. Durante un primer instante me niego a volverme. No quiero. Me da un miedo atroz encontrarla con otra mujer. Pero en el siguiente segundo mi curiosidad y esa parte de mí que se quedaría mirándola aunque estuviésemos en mitad de un huracán ganan la partida y, despacio, me giro.
Al verlo junto a Fabray y otro hombre que no reconozco, suelto una bocanada de aire. Sin darme cuenta había contenido la respiración.
Por las expresiones de los tres, es obvio que están hablando de negocios.
Cuando me ve, toda su expresión cambia y por un momento no sé si está aliviada o enfadada de encontrarme aquí. Sus ojos me recorren con descaro sin dejar un centímetro de mi piel sin cubrir. Se humedece el labio inferior y sé que el vestido ha surtido el efecto deseado. Santana cierra el puño
con fuerza como si estuviera conteniendo todos sus instintos que le gritan que venga hacia mí, que me cargue sobre su hombro, que me folle hasta que no exista cielo ni infierno.
Nos miramos por una porción de tiempo indefinida, deseándonos. Exactamente como la primera noche que nos encontramos aquí, creando nuestra propia burbuja a pesar de los metros de distancia, de las mujeres que se la comen con los ojos, de que ni siquiera podamos tocarnos.
Le pertenezco. Santana murmura algo a Quinn y al otro hombre sin ni siquiera mirarlos y comienza a caminar hacia mí. Si quiero poner mi plan en marcha, tengo que reaccionar y tengo que hacerlo ya.
Tomo mi copa con dedos perezosos y echo a andar hacia la puerta que lleva al piso superior. Miro tímida por encima de mi hombro con lo que espero sea una dulce y sensual sonrisa en los labios y me aseguro de que me sigue.
Accedo a los serpenteantes pasillos, despacio esquivo a otras personas, otras puertas. Cada vez siento sus pasos más cerca, más acelerados. Su mano rodea mi muñeca con fuerza. Me obliga a girarme. Me lleva contra la pared.
—¿Qué haces aquí? —susurra con la voz rota de deseo abriéndose paso entre mis piernas, estrechándome entre la pared y su cuerpo.
—Enterrar el hacha de guerra.
Santana me mira directamente a los ojos. Nuestras respiraciones aceleradas inundan todo el espacio entre las dos y su olor a suavizante caro y gel aún más caro se entremezcla con el de mi colonia de Dior.
Quiere besarme. Lo desea tanto como lo deseo yo. Pero puedo ver en su mirada cómo su sentido común y su autocontrol se alían perspicaces. Tina tenía razón. Es muy inteligente y muy lista.
—Por favor —murmuro con esa dulzura y esa sumisión que reflejaban mi sonrisa, apelando a esa parte que sólo quiere que quiera complacerle.
Santana no dice nada. Se abalanza sobre mí y me besa con fuerza, desmedida, desbocada, salvaje... haciendo que la idea que me ha traído hasta aquí sencillamente esté a punto de esfumarse.
—Quiero jugar —musito contra sus labios.
Santana sonríe sexy y me muerde el labio inferior, fuerte, hasta hacerme gemir.
—¿Con quién? ¿Con Erika?
Niego con la cabeza y acepto entregada otro espectacular beso.
—Con un hombre —respondo en un golpe de voz.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Santana se queda inmóvil. Su mirada se oscurece y el juego de luces del pasillo sensualmente iluminado hace que sus ojos cambien de marrones a negros.
—Tú dijiste que algún día lo probaríamos —musito pero consiguiendo que mi voz suene segura
—y, después de todo lo que ha pasado hoy, has dejado claro que verme con otro hombre no es algo que te moleste.
Alza la mirada y la clava directamente en la mía. Sabe que acabo de ponerla entre la espada en la pared. Sin decir nada, se separa y me toma de la mano obligándome a caminar. Pasamos un número indefinido de puertas hasta que abre una. Las risas y los murmullos propios de una fiesta nos reciben.
La sala es sofisticada y elegante como todas en este club. Hay al menos diez hombres repartidos por ella. Charlan cómodamente en los sofás, se sirven unas copas o simplemente están de pie en el centro de la estancia. Hay tres chicas. Una de ellas, Erika. Suena una música suave y todos parecen
estar pasando un rato de lo más agradable.
Santana me suelta y se dirige hacia el pequeño bar. Se sirve una copa e inmediatamente se pasa las manos por el pelo. Es obvio que no quiere estar aquí. Siento una punzada de culpabilidad, pero la aparto rápidamente. Si quiere acabar con esto, sólo tiene que decirlo. Erika me ve, sonríe y me hace un gesto con la mano para que me acerque. Yo me obligo a poner
mi mejor sonrisa y caminar hasta ella. Me presenta a las otras dos chicas y comenzamos a charlar.
Desde fuera no es más que una simple fiesta como todas en este club.
Discretamente miro a los hombres, algunos ya nos observaban a nosotras. Sólo espero que Santana frene todo esto antes de que tenga que hacerlo yo. No quiero estar con ninguno de ellos, sólo con ella, pero necesito que me entienda, que comprenda cómo me siento, y ésta es la única manera
en la que puede ponerse en mi piel. Uno de los hombres se acerca a nosotras. Se coloca a la espalda de una de las chicas, no recuerdo cómo se llama, y le susurra algo al oído. Ella sonríe, gira sobre sus tacones de diseño y lo sigue encantada fuera de la habitación. Yo suspiro discretamente. No quiero que nadie, y en especial Santana, se dé cuenta de lo nerviosa que estoy. Se sienta en el sofá. Creo que va por la tercera copa desde que entramos aquí. Un par de hombres se acercan. Se presentan y comenzamos a charlar. Parecen simpáticos. La música cambia. Suena Pyro, de los Kings of Leon.[4] La otra chica, de la que tampoco recuerdo su nombre, nos sonríe a todos como despedida y camina hacia Santana. Discretamente, o por lo menos eso espero, la sigo con la mirada. Aún les separan varios pasos cuando Santana la mira fría e intimidante y, con un simple gesto de cabeza, le hace entender que no se acerque. Yo saco todo el aire de mis pulmones. De nuevo, sin darme cuenta, había contenido la respiración hasta saber cómo reaccionaría. Es la segunda vez que me pasa esta noche. Nuestras miradas se encuentran. La culpabilidad vuelve, pero no puedo rendirme.
Uno de los hombres le dice a Erika algo al oído y ella sonríe y asiente con esa mezcla de timidez y picardía que siempre funciona. Me coge de la mano y, divertida, me señala al hombre. Involuntariamente miro a Santana. Ella también me mira a mí. Sé lo que tengo que hacer, pero en el fondo no quiero hacerlo. Éste es el plan para bien y para mal y, si ella no me para, al menos servirá para que pueda tener claro lo que realmente siente por mí.
Asiento despacio, llena de dudas, aunque no me permito mostrarlas. Erika y el hombre sonríen y comenzamos a caminar hacia la puerta. No sé cuántos pasos llego a dar. La canción sigue sonando y creo que lo hace con más fuerza. Santana se levanta, cubre lleno de seguridad la distancia que lo
separa de mí y, tomando mi cara entre sus manos, me besa con fuerza, con toda la rabia que lleva sintiendo desde que llegamos a esta habitación.
—Tú dijiste que algún día lo probaríamos —musito pero consiguiendo que mi voz suene segura
—y, después de todo lo que ha pasado hoy, has dejado claro que verme con otro hombre no es algo que te moleste.
Alza la mirada y la clava directamente en la mía. Sabe que acabo de ponerla entre la espada en la pared. Sin decir nada, se separa y me toma de la mano obligándome a caminar. Pasamos un número indefinido de puertas hasta que abre una. Las risas y los murmullos propios de una fiesta nos reciben.
La sala es sofisticada y elegante como todas en este club. Hay al menos diez hombres repartidos por ella. Charlan cómodamente en los sofás, se sirven unas copas o simplemente están de pie en el centro de la estancia. Hay tres chicas. Una de ellas, Erika. Suena una música suave y todos parecen
estar pasando un rato de lo más agradable.
Santana me suelta y se dirige hacia el pequeño bar. Se sirve una copa e inmediatamente se pasa las manos por el pelo. Es obvio que no quiere estar aquí. Siento una punzada de culpabilidad, pero la aparto rápidamente. Si quiere acabar con esto, sólo tiene que decirlo. Erika me ve, sonríe y me hace un gesto con la mano para que me acerque. Yo me obligo a poner
mi mejor sonrisa y caminar hasta ella. Me presenta a las otras dos chicas y comenzamos a charlar.
Desde fuera no es más que una simple fiesta como todas en este club.
Discretamente miro a los hombres, algunos ya nos observaban a nosotras. Sólo espero que Santana frene todo esto antes de que tenga que hacerlo yo. No quiero estar con ninguno de ellos, sólo con ella, pero necesito que me entienda, que comprenda cómo me siento, y ésta es la única manera
en la que puede ponerse en mi piel. Uno de los hombres se acerca a nosotras. Se coloca a la espalda de una de las chicas, no recuerdo cómo se llama, y le susurra algo al oído. Ella sonríe, gira sobre sus tacones de diseño y lo sigue encantada fuera de la habitación. Yo suspiro discretamente. No quiero que nadie, y en especial Santana, se dé cuenta de lo nerviosa que estoy. Se sienta en el sofá. Creo que va por la tercera copa desde que entramos aquí. Un par de hombres se acercan. Se presentan y comenzamos a charlar. Parecen simpáticos. La música cambia. Suena Pyro, de los Kings of Leon.[4] La otra chica, de la que tampoco recuerdo su nombre, nos sonríe a todos como despedida y camina hacia Santana. Discretamente, o por lo menos eso espero, la sigo con la mirada. Aún les separan varios pasos cuando Santana la mira fría e intimidante y, con un simple gesto de cabeza, le hace entender que no se acerque. Yo saco todo el aire de mis pulmones. De nuevo, sin darme cuenta, había contenido la respiración hasta saber cómo reaccionaría. Es la segunda vez que me pasa esta noche. Nuestras miradas se encuentran. La culpabilidad vuelve, pero no puedo rendirme.
Uno de los hombres le dice a Erika algo al oído y ella sonríe y asiente con esa mezcla de timidez y picardía que siempre funciona. Me coge de la mano y, divertida, me señala al hombre. Involuntariamente miro a Santana. Ella también me mira a mí. Sé lo que tengo que hacer, pero en el fondo no quiero hacerlo. Éste es el plan para bien y para mal y, si ella no me para, al menos servirá para que pueda tener claro lo que realmente siente por mí.
Asiento despacio, llena de dudas, aunque no me permito mostrarlas. Erika y el hombre sonríen y comenzamos a caminar hacia la puerta. No sé cuántos pasos llego a dar. La canción sigue sonando y creo que lo hace con más fuerza. Santana se levanta, cubre lleno de seguridad la distancia que lo
separa de mí y, tomando mi cara entre sus manos, me besa con fuerza, con toda la rabia que lleva sintiendo desde que llegamos a esta habitación.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Santana tiene que sufrir un rato! Brittany se lo deja demasiado facil:l
A ver como sale el plan de esta chica:$
A ver como sale el plan de esta chica:$
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
—Déjame llevarte a casa —me pide, me ordena, contra mis labios.
—¿Por qué? —musito llena de todo lo que me hace sentir.
Necesito una respuesta.
—Porque estoy muerta de celos, porque no quiero que ningún otro tío te toque, porque eres mía, Britt. Eres mía —dice haciendo hincapié en cada letra. No es una declaración de amor. Ni siquiera han sido unas palabras fáciles para ella, pero, precisamente por eso, por toda la rabia que hay en ellas, toda la frustración, todo el deseo contenido, por la batalla consigo mismo, no podrían ser más sinceras. —¿No habrá más mujeres? —murmuro con la respiración entrecortada, disfrutando del calor de sus manos acunando mi cara, de su frente apoyada en la mía. —Joder, no habrá nadie más —se apresura a replicar—, nunca. Sonrío como una idiota y saboreo el suave sonido de su perfecta sonrisa cuando es ella quien lo hace justo antes de besarme.
Prácticamente sin separarnos un solo centímetro, salimos de la habitación y del club. El jaguar nos espera en la puerta. Nos metemos en el coche e inmediatamente Santana me acomoda a horcajadas sobre ella. Nuestras bocas se encuentran al instante y nuestras manos vuelan descontroladas
en busca de la otra. Santana entrelaza nuestros dedos con fuerza y lleva mis manos a mi espalda.
—No sé si voy a ser capaz de aguantar hasta que lleguemos a casa —murmura con una sexy sonrisa contra mis labios.
Libera una de sus manos y, acariciando mi pierna, la pierde bajo mi vestido. Sólo necesita acariciar una sola vez la tela húmeda de mis bragas para que las dos perdamos la poca cordura que nos queda. Me suelta las manos para darse toda la prisa del mundo. Baja sus Pantalones. Aparta la tela de mis bragas y, guiando su magníficos dedos, entra en mí, calmándonos a las dos un mísero segundo e incendiando nuestros cuerpos como si lleváramos meses sin tocarnos.
—Si la miras una sola vez, te despido —le advierte al conductor.
¡El chófer! ¡Por Dios! Quiero protestar, bajarme de su regazo, pero Santana empieza a moverse y todo lo demás deja de existir.
Ruedo por la inmensa cama. Aún no he abierto los ojos y ya tengo una gigantesca sonrisa en los labios. Sin embargo, no tarda mucho en apagarse y automáticamente frunzo el ceño. ¿Dónde está Santana?
Me levanto despacio, me pongo su camisa y salgo al salón. El corazón se me encoge al volver a encontrarla sentada en el suelo con una vaso de Glenlivet y hielo en la mano. Vuelve a hacer el mismo ritual. Se toca el costado derecho, el brazo izquierdo por dos sitios, el hombro y, por último,
la cicatriz sobre la ceja. Con cada gesto, un susurro en alemán. La rodea una atmósfera tan triste que unas ganas casi asfixiantes por correr y consolarla cierran mi estómago de golpe.
—Santana —murmuro avanzando un paso hacia ella.
Mi única palabra no lo sobresalta. Santana se termina la copa de un trago y se levanta ágil.—¿Estás bien? —pregunto.
Pero ella no contesta. Camina decido hacia mí, me carga sobre su hombro y me lleva de vuelta al dormitorio.
Me despiertan los rayos de sol entrando por la ventana. Perezosa, me giro buscando la oscuridad y me acurruco junto al costado de Santana. Ella gruñe adormilada y se gira para que estemos frente a frente. Nuestras piernas se encuentran e instintivamente se enredan. Su olor me envuelve. Sonrío. Alza
la mano y la pierde bajo la sábana buscando posesiva mi cadera. La suave tela se levanta a su paso e inconscientemente mi cuerpo sale a su encuentro. Aún adormilada, me acomodo en su pecho. Santana agacha la cabeza y, despacio, explorando, busca la mía hasta que nuestros labios se quedan muy cerca. No he abierto los ojos y sé que ella tampoco lo ha hecho. Ni siquiera tengo claro si estamos despiertos del todo. Sólo nos estamos saboreando, disfrutando de que la otra esté ahí, en esta inmensa
cama. Mueve sus labios y nuestras bocas se encuentran. Nos fundimos en un beso largo, perezoso,somnoliento. Instintivamente las dos nos movemos a la vez y poco a poco mi cuerpo va quedando bajo el suyo. Sus caderas se pierden entre las mías y nuestras piernas vuelven a enredarse. Acaricio su
abdomen y mis dedos se recrean en el músculo que nace en su cadera y se aventura hacia abajo. Santana entrelaza su mano con una de las mías y las desliza por la cama hasta acomodarlas por encima de mi cabeza.
Seguimos besándonos. Sus labios saben tan bien. Su otra mano sube despacio por mi costado, acariciándome con la punta de los dedos. Se pierde
en mi pecho. Gimo. Sus besos se hacen más intensos. Me aferro a sus hombros. Su mano aprieta con fuerza la mía. Y entra en mí. Me deja sin respiración y me devuelve el preciado oxígeno con sus besos. Me
embiste despacio, profundo, delicioso. Por primera vez no hay nada entre nosotras y todas las sensaciones se multiplican.
Los armónicos músculos de su espalda se tensan bajo mi mano. Nuestros cuerpos se bañan de un dulce sudor. Todo es deliciosamente lento, cadenciosa, indomable, como algo que se deshace despacio, a su
propio ritmo. Dos cuerpos simplemente disfrutando del calor del otro.
Gimo más fuerte. Santana gruñe. Me pierdo en su espalda, en sus besos. Se mueve más rápido. Nuestras respiraciones se entremezclan. Mis caderas salen a su encuentro. Nuestros dedos se entrelazan con más fuerza.
—Britt —susurra.
Su voz. Su voz es lo mejor de todo.Gimo. Gruñe. Grito. Y me deshago en la perfecta manera en la que se mueve, en cómo su boca conquista la mía, en la suave sensación de estar mecida entre sus caderas mientras mi cuerpo se rinde al suyo y a todo el placer multiplicado por mil de cada beso, de cada caricia, de cada embestida en esta mañana perfecta en la que no hemos follado hasta caer rendidos, sino en la que, por primera vez, hemos hecho el amor. Santana sigue moviéndose intensa, ágil, perfecta. Sus besos se desatan. Rodeo sus caderas con mis piernas. Su cuerpo se tensa y se pierde en el mío con mi nombre en sus labios.
El sonido de nuestras respiraciones entremezcladas llena la habitación mientras seguimos con los ojos cerrados, disfrutando de esta sensación perfecta.
—Nunca había practicado sexo somnoliento.
Sus palabras me hacen abrir los ojos, los suyos ya me están esperando. La luz filtrada por las finas cortinas los hace parecer casi marrones .
—No ha estado mal —añade satisfecha.
—No ha estado mal —repito, y pretendo fingirme indiferente, pero no puedo disimularlo por Mucho más tiempo y una sonrisa inmensa acaba dibujándose en mis labios. El iPhone de Santana comienza a sonar.
—Mientes muy mal, Pecosa —sentencia dedicándome una media sonrisa.
Me da un sonoro beso, se levanta de un salto y sale de la habitación en busca de su teléfono. Tumbada todavía en la cama, soy incapaz de dejar de sonreír. Puede que haya sido una locura, pero sé que Santana jamás se ha acostado con ninguna mujer de esta manera. Es demasiado obsesiva y controladora para correr el más mínimo riesgo. Recapacito un segundo sobre
mis propias palabras y mi sonrisa se ensancha hasta límites insospechados. Acabo de compartir una primera vez con la diosa del sexo. No es que esté montada en un unicornio, es que estoy haciendo piruetas sobre él mientras sobrevolamos un arco iris custodiado por osos amorosos.
—Pecosa —me baja Santana de la nube entrando en la habitación—, tengo que marcharme ya a la oficina.
Asiento y me incorporo rápidamente.
—Estaré lista en seguida —digo caminando hasta mi maleta.
—No. Estaré todo el día reunido con Fabray y Kurt. Sólo estorbarías.
Tan encantadora como siempre. Le dedico mi peor mohín y ella finge no verlo.
—Quédate aquí —añade— y, por ejemplo, guarda tu ropa de una maldita vez en el vestidor. Por si no te has dado cuenta, no vives en un campamento de refugiados. Entra en el baño dejándome con la palabra en la boca. Yo me quedo con la mirada clavada en la puerta. Por mucho que quiera, hoy no soy capaz de enfadarme con ella. Le robo uno de sus boxes suizos y me pongo una de sus camisetas. Podría coger uno de mis pijamas, pero prefiero incordiarla un poco y usar su ropa. Estoy preparando café cuando Santana sale perfectamente vestido. Debería empezar a acostumbrarme a que sea tan injustamente atractiva. Desayunamos en silencio. Ella leyendo el Times y yo ojeando mi libro de macroeconomía. Mientras se pone el abrigo y se prepara para marcharse, yo llevo las tazas al fregadero. —Me marcho —comenta con su habitual tono displicente—. No le abras la puerta a los
desconocidos y haz algo productivo. No te pases toda la mañana oliendo mis camisas, aunque la tentación sea grande. Yo la golpeo en el hombro a la vez que protesto.
—Eres una gilipollas.
Y soy plenamente consciente de lo estúpida que suena mi voz. En realidad, lo que quiero hacer es darle un beso, pero no sé cómo reaccionaría. Tengo clarísimo que puedo abalanzarme sobre él con la idea de echar un polvo siempre que quiera, pero no sé si le gustaría que la besara. La idea es un poco rocambolesca, pero también la pura verdad.
—Diviértete en el cole —le digo impertinente haciendo uso de las palabras que ella siempre me dedica a mí.
Santana me observa al tiempo que frunce el ceño imperceptiblemente. No soy capaz de mantenerle la mirada y acabo apartándola. ¿Qué me pasa? ¿Vuelvo a tener quince años? Voy a abrir la boca dispuesta a decir cualquier estupidez que no me haga quedar como una tonta embelesada, pero
Santana me interrumpe cogiéndome de la muñeca y llevándome contra su cuerpo al tiempo que pone los ojos en blanco y sonríe displicente. Me besa con fuerza, intensa, deliciosa. Cuando se separa, la mirada de tonta enamorada es imposible de disimular. Ella sonríe arrogante y se inclina
despacio sobre mí. —Me resultas transparente, Pecosa.
Me da un beso más corto a modo de despedida y se marcha.
Está claro que no me equivoqué cuando dije que era capaz de leer en mí.
Me paso la mañana estudiando. La verdad es que consigo avanzar bastante. Mientras almuerzo, no paro de darle vueltas a la idea de deshacer por fin la maleta y colgar la ropa en las perchas.
Después de todo lo que pasó ayer y, en cierta forma, tras lo que ha ocurrido esta mañana, creo que ha llegado el momento de confiar en lo que sea que haya entre Santana y yo. Mi parte más romántica le da un apasionado beso en los labios al póster de Jamie Dornan mientras suena música de Cyndi
Lauper. ¡Es una locura! Dentro del inmenso vestidor, no puedo evitar fijarme en la ropa de Santana. La eficiencia alemana marca de la casa también es patente aquí y todo está perfectamente ordenado. Sonrío, casi río, cuando veo la hilera de camisas blancas y, antes de que me dé cuenta, estoy sucumbiendo a la tentación y oliendo una.
Mi iPhone suena en ese preciso instante, sobresaltándome. Miro la pantalla. Es Santana. Seguro que tiene cámaras instaladas por aquí para grabar sus encuentros sexuales y ahora va a estar riéndose de mí durante meses.
—¿Diga? —respondo temiéndome lo peor.
—¿Tienes un vestido bonito?
Su pregunta me pilla fuera de juego, pero, como no es una burla por lo de oler sus camisas, automáticamente me relajo.
—No —respondo impertinente—. Todos son horribles.
—Pues entonces ponte uno con el que pueda meterte mano. Tengo una cena con Fabray y Kurt. y seguro que me aburro muchísimo —continúa fingidamente displicente. Adora estar con esos dos. —¿Me estás invitando? —pregunto con una estúpida sonrisa en la cara.
—Las coges al vuelo, Pecosa —se ríe de mí—. A las ocho en el Malavita. No llegues tarde.
Cuelga y mi estúpida sonrisa se ensancha hasta límites insospechados.
Estoy vaciando mi maleta cuando el teléfono fijo comienza a sonar. Resoplo y echo a andar en dirección al salón. Ni siquiera sé por qué me molesto en cogerlo. No van a responder.
—¿Diga? —Espero un par de segundos—. ¿Diga? —repito estirando las vocales.
Me encojo de hombros y me separo el teléfono de la oreja dispuesta a colgar. —Me gustaría hablar con Santana.
Abro los ojos como platos y por un momento me quedo paralizada. Es una voz de hombre. Eso rompe todas mis teorías sobre exnovias chifladas o acosadoras celosas. —Le pregunto si es posible hablar con Santana —repite. ¡Di algo, idiota!
—Sí... bueno, no —rectifico—. Ahora no está en casa —me explico—. ¿Quién le llama?
Sé que podría ser más educada, pero él tampoco se ha tomado muchas molestias para serlo llamando y colgando sin decir una palabra.
—¿Hola? —llamo su atención al ver que no responde.
Tras unos segundos me doy cuenta de que ha colgado. Me llevo el teléfono a los labios, pensativa. Miro el identificador de llamadas, pero aparece como número privado. Dejo el aparato en su soporte y vuelvo a la habitación aún dándole vueltas. Es un hombre. Desde luego eso no me lo esperaba.
A las seis ya me estoy duchando y decidiendo qué ponerme. Me empiezo a arreglar tan ridículamente pronto que a las siete ya estoy mano sobre mano haciendo tiempo. Cada vez que veo el teléfono, recuerdo la llamada. Estoy muy intrigada. A las siete y media ya no aguanto más y, aunque sé que es algo temprano, me pongo el abrigo y salgo del ático. Quince minutos después estoy en la puerta del Malavita, así que me queda otro cuarto de hora por esperar. Hace un frío que pela, pero me quedo fuera. No sé a nombre de quién está la reserva. Sin embargo, a las ocho y diez sigo todavía en la puerta contra todo pronóstico. Los chicos son muy puntuales. Extrañada, llamo a Santana, pero no me coge el teléfono. Lo intento con Quinn y Kurt, pero tampoco obtengo respuesta. Frunzo el ceño. Es muy raro. ¿Habrán llegado antes que yo y, quizá, ya están dentro?
Entro en el restaurante, me acerco a la maître y la saludo con una sonrisa.
—Verá, he quedado para cenar y tal vez las personas a las que espero ya estén dentro. Ella asiente. —¿Tenían reserva? —me pregunta profesional.
—Sí, imagino que sí.
La mujer me mira como si me hubiese caído de lo alto de un guindo sólo por imaginar que alguien podría haber conseguido mesa aquí sin reserva, pero, entonces, ¿por qué pregunta?
—¿A nombre de quién?
Resoplo. Vayamos por riguroso orden de nombre de empresa.
—¿Fabray?
La mujer asiente de nuevo y repasa la lista.
—No tenemos ninguna reserva con ese nombre.
—¿Podría probar con Hummel?
Por lo menos sólo tengo tres posibilidades. La maître repasa la lista con su pluma dorada y alza
la cabeza con gesto un tanto molesto.
—No tenemos ninguna reserva con ese nombre —repite.
—¿López? —replico nerviosa.
Ella resopla. Creo que, si tampoco está a nombre de Santana, va a echarme del restaurante. Eso sí, muy amablemente.
—López, mesa para cuatro. Aún no han llegado. ¿Desea pasar y esperarlos? —inquiere dándome paso con la mano.
Niego con la cabeza.
—Se lo agradezco, pero esperaré fuera. Qué extraño. Ya son casi y media. En la acera del restaurante, en plena 25 Oeste, vuelvo a llamarlos, pero ninguno de los tres coge el teléfono. A las nueve estoy oficialmente preocupada. Más aún cuando llamo a las oficinas y el guardia de
noche me informa cordialmente de que los tres salieron hace más de una hora. ¿Dónde están? A las nueva y media me doy por vencida. Estoy helada. Paro el primer taxi que veo y regreso al ático. Sigo llamando, pero nada. Antes de subir le pregunto al portero si Santana ha pasado por aquí, pero me dice que no la ha visto, aunque también me comenta que su turno empezó hace poco más de una hora. No soporto estar simplemente esperando. Estoy muy preocupada. Ha debido ocurrir algo. Estoy planteándome seriamente ir a la oficina a buscar algún teléfono donde poder localizar a Fabray o a
Kurt cuando oigo las puertas del ascensor abrirse. Miro el reloj. Son más de las diez. Santana entra con paso acelerado. Tiene la expresión endurecida. Está furiosa, nerviosa.—Santana —la llamo caminando hacia ella.
Al verme, se detiene y, aturdido, da un paso hacia atrás. Mi preocupación aumenta hasta límites insospechados.
—¿Qué ha pasado? —inquiero en un hilo de voz.
Santana niega con la cabeza y no sé si lo hace a mi pregunta o a lo que quiera que haya sucedido. Está agotada y no me refiero a algo físico. Se pasa las manos por el pelo y, al hacerlo, me doy cuenta de que tiene los nudillos ensangrentados.
—Santana, ¿qué ha pasado? —repito más nerviosa—. ¿Te has peleado con alguien?
Mis palabras parecen sacarla de una especie de ensoñación. Doy un paso más y nuestras miradas al fin se encuentran. Lo que veo en sus ojos ahoga mi corazón y casi me deja sin aliento. Está destrozada. Alzo la mano y le acaricio la mejilla. Sólo quiero consolarla de algún modo. El contacto parece
reconfortarla; cierra los ojos y respira hondo, como si mi piel contra la suya fuese lo único que necesitara, pero apenas un segundo después se aparta brusca.
—Santana —murmuro. Por Dios, ¿qué le ha pasado?
Se queda de pie, frente a mí, pero no me mira.
—Santana…
—Te he reservado una habitación en el Saint Regis —me interrumpe apartándose de mí y caminando hasta el centro del salón—. Márchate.
—¿Por qué? —musito llena de todo lo que me hace sentir.
Necesito una respuesta.
—Porque estoy muerta de celos, porque no quiero que ningún otro tío te toque, porque eres mía, Britt. Eres mía —dice haciendo hincapié en cada letra. No es una declaración de amor. Ni siquiera han sido unas palabras fáciles para ella, pero, precisamente por eso, por toda la rabia que hay en ellas, toda la frustración, todo el deseo contenido, por la batalla consigo mismo, no podrían ser más sinceras. —¿No habrá más mujeres? —murmuro con la respiración entrecortada, disfrutando del calor de sus manos acunando mi cara, de su frente apoyada en la mía. —Joder, no habrá nadie más —se apresura a replicar—, nunca. Sonrío como una idiota y saboreo el suave sonido de su perfecta sonrisa cuando es ella quien lo hace justo antes de besarme.
Prácticamente sin separarnos un solo centímetro, salimos de la habitación y del club. El jaguar nos espera en la puerta. Nos metemos en el coche e inmediatamente Santana me acomoda a horcajadas sobre ella. Nuestras bocas se encuentran al instante y nuestras manos vuelan descontroladas
en busca de la otra. Santana entrelaza nuestros dedos con fuerza y lleva mis manos a mi espalda.
—No sé si voy a ser capaz de aguantar hasta que lleguemos a casa —murmura con una sexy sonrisa contra mis labios.
Libera una de sus manos y, acariciando mi pierna, la pierde bajo mi vestido. Sólo necesita acariciar una sola vez la tela húmeda de mis bragas para que las dos perdamos la poca cordura que nos queda. Me suelta las manos para darse toda la prisa del mundo. Baja sus Pantalones. Aparta la tela de mis bragas y, guiando su magníficos dedos, entra en mí, calmándonos a las dos un mísero segundo e incendiando nuestros cuerpos como si lleváramos meses sin tocarnos.
—Si la miras una sola vez, te despido —le advierte al conductor.
¡El chófer! ¡Por Dios! Quiero protestar, bajarme de su regazo, pero Santana empieza a moverse y todo lo demás deja de existir.
Ruedo por la inmensa cama. Aún no he abierto los ojos y ya tengo una gigantesca sonrisa en los labios. Sin embargo, no tarda mucho en apagarse y automáticamente frunzo el ceño. ¿Dónde está Santana?
Me levanto despacio, me pongo su camisa y salgo al salón. El corazón se me encoge al volver a encontrarla sentada en el suelo con una vaso de Glenlivet y hielo en la mano. Vuelve a hacer el mismo ritual. Se toca el costado derecho, el brazo izquierdo por dos sitios, el hombro y, por último,
la cicatriz sobre la ceja. Con cada gesto, un susurro en alemán. La rodea una atmósfera tan triste que unas ganas casi asfixiantes por correr y consolarla cierran mi estómago de golpe.
—Santana —murmuro avanzando un paso hacia ella.
Mi única palabra no lo sobresalta. Santana se termina la copa de un trago y se levanta ágil.—¿Estás bien? —pregunto.
Pero ella no contesta. Camina decido hacia mí, me carga sobre su hombro y me lleva de vuelta al dormitorio.
Me despiertan los rayos de sol entrando por la ventana. Perezosa, me giro buscando la oscuridad y me acurruco junto al costado de Santana. Ella gruñe adormilada y se gira para que estemos frente a frente. Nuestras piernas se encuentran e instintivamente se enredan. Su olor me envuelve. Sonrío. Alza
la mano y la pierde bajo la sábana buscando posesiva mi cadera. La suave tela se levanta a su paso e inconscientemente mi cuerpo sale a su encuentro. Aún adormilada, me acomodo en su pecho. Santana agacha la cabeza y, despacio, explorando, busca la mía hasta que nuestros labios se quedan muy cerca. No he abierto los ojos y sé que ella tampoco lo ha hecho. Ni siquiera tengo claro si estamos despiertos del todo. Sólo nos estamos saboreando, disfrutando de que la otra esté ahí, en esta inmensa
cama. Mueve sus labios y nuestras bocas se encuentran. Nos fundimos en un beso largo, perezoso,somnoliento. Instintivamente las dos nos movemos a la vez y poco a poco mi cuerpo va quedando bajo el suyo. Sus caderas se pierden entre las mías y nuestras piernas vuelven a enredarse. Acaricio su
abdomen y mis dedos se recrean en el músculo que nace en su cadera y se aventura hacia abajo. Santana entrelaza su mano con una de las mías y las desliza por la cama hasta acomodarlas por encima de mi cabeza.
Seguimos besándonos. Sus labios saben tan bien. Su otra mano sube despacio por mi costado, acariciándome con la punta de los dedos. Se pierde
en mi pecho. Gimo. Sus besos se hacen más intensos. Me aferro a sus hombros. Su mano aprieta con fuerza la mía. Y entra en mí. Me deja sin respiración y me devuelve el preciado oxígeno con sus besos. Me
embiste despacio, profundo, delicioso. Por primera vez no hay nada entre nosotras y todas las sensaciones se multiplican.
Los armónicos músculos de su espalda se tensan bajo mi mano. Nuestros cuerpos se bañan de un dulce sudor. Todo es deliciosamente lento, cadenciosa, indomable, como algo que se deshace despacio, a su
propio ritmo. Dos cuerpos simplemente disfrutando del calor del otro.
Gimo más fuerte. Santana gruñe. Me pierdo en su espalda, en sus besos. Se mueve más rápido. Nuestras respiraciones se entremezclan. Mis caderas salen a su encuentro. Nuestros dedos se entrelazan con más fuerza.
—Britt —susurra.
Su voz. Su voz es lo mejor de todo.Gimo. Gruñe. Grito. Y me deshago en la perfecta manera en la que se mueve, en cómo su boca conquista la mía, en la suave sensación de estar mecida entre sus caderas mientras mi cuerpo se rinde al suyo y a todo el placer multiplicado por mil de cada beso, de cada caricia, de cada embestida en esta mañana perfecta en la que no hemos follado hasta caer rendidos, sino en la que, por primera vez, hemos hecho el amor. Santana sigue moviéndose intensa, ágil, perfecta. Sus besos se desatan. Rodeo sus caderas con mis piernas. Su cuerpo se tensa y se pierde en el mío con mi nombre en sus labios.
El sonido de nuestras respiraciones entremezcladas llena la habitación mientras seguimos con los ojos cerrados, disfrutando de esta sensación perfecta.
—Nunca había practicado sexo somnoliento.
Sus palabras me hacen abrir los ojos, los suyos ya me están esperando. La luz filtrada por las finas cortinas los hace parecer casi marrones .
—No ha estado mal —añade satisfecha.
—No ha estado mal —repito, y pretendo fingirme indiferente, pero no puedo disimularlo por Mucho más tiempo y una sonrisa inmensa acaba dibujándose en mis labios. El iPhone de Santana comienza a sonar.
—Mientes muy mal, Pecosa —sentencia dedicándome una media sonrisa.
Me da un sonoro beso, se levanta de un salto y sale de la habitación en busca de su teléfono. Tumbada todavía en la cama, soy incapaz de dejar de sonreír. Puede que haya sido una locura, pero sé que Santana jamás se ha acostado con ninguna mujer de esta manera. Es demasiado obsesiva y controladora para correr el más mínimo riesgo. Recapacito un segundo sobre
mis propias palabras y mi sonrisa se ensancha hasta límites insospechados. Acabo de compartir una primera vez con la diosa del sexo. No es que esté montada en un unicornio, es que estoy haciendo piruetas sobre él mientras sobrevolamos un arco iris custodiado por osos amorosos.
—Pecosa —me baja Santana de la nube entrando en la habitación—, tengo que marcharme ya a la oficina.
Asiento y me incorporo rápidamente.
—Estaré lista en seguida —digo caminando hasta mi maleta.
—No. Estaré todo el día reunido con Fabray y Kurt. Sólo estorbarías.
Tan encantadora como siempre. Le dedico mi peor mohín y ella finge no verlo.
—Quédate aquí —añade— y, por ejemplo, guarda tu ropa de una maldita vez en el vestidor. Por si no te has dado cuenta, no vives en un campamento de refugiados. Entra en el baño dejándome con la palabra en la boca. Yo me quedo con la mirada clavada en la puerta. Por mucho que quiera, hoy no soy capaz de enfadarme con ella. Le robo uno de sus boxes suizos y me pongo una de sus camisetas. Podría coger uno de mis pijamas, pero prefiero incordiarla un poco y usar su ropa. Estoy preparando café cuando Santana sale perfectamente vestido. Debería empezar a acostumbrarme a que sea tan injustamente atractiva. Desayunamos en silencio. Ella leyendo el Times y yo ojeando mi libro de macroeconomía. Mientras se pone el abrigo y se prepara para marcharse, yo llevo las tazas al fregadero. —Me marcho —comenta con su habitual tono displicente—. No le abras la puerta a los
desconocidos y haz algo productivo. No te pases toda la mañana oliendo mis camisas, aunque la tentación sea grande. Yo la golpeo en el hombro a la vez que protesto.
—Eres una gilipollas.
Y soy plenamente consciente de lo estúpida que suena mi voz. En realidad, lo que quiero hacer es darle un beso, pero no sé cómo reaccionaría. Tengo clarísimo que puedo abalanzarme sobre él con la idea de echar un polvo siempre que quiera, pero no sé si le gustaría que la besara. La idea es un poco rocambolesca, pero también la pura verdad.
—Diviértete en el cole —le digo impertinente haciendo uso de las palabras que ella siempre me dedica a mí.
Santana me observa al tiempo que frunce el ceño imperceptiblemente. No soy capaz de mantenerle la mirada y acabo apartándola. ¿Qué me pasa? ¿Vuelvo a tener quince años? Voy a abrir la boca dispuesta a decir cualquier estupidez que no me haga quedar como una tonta embelesada, pero
Santana me interrumpe cogiéndome de la muñeca y llevándome contra su cuerpo al tiempo que pone los ojos en blanco y sonríe displicente. Me besa con fuerza, intensa, deliciosa. Cuando se separa, la mirada de tonta enamorada es imposible de disimular. Ella sonríe arrogante y se inclina
despacio sobre mí. —Me resultas transparente, Pecosa.
Me da un beso más corto a modo de despedida y se marcha.
Está claro que no me equivoqué cuando dije que era capaz de leer en mí.
Me paso la mañana estudiando. La verdad es que consigo avanzar bastante. Mientras almuerzo, no paro de darle vueltas a la idea de deshacer por fin la maleta y colgar la ropa en las perchas.
Después de todo lo que pasó ayer y, en cierta forma, tras lo que ha ocurrido esta mañana, creo que ha llegado el momento de confiar en lo que sea que haya entre Santana y yo. Mi parte más romántica le da un apasionado beso en los labios al póster de Jamie Dornan mientras suena música de Cyndi
Lauper. ¡Es una locura! Dentro del inmenso vestidor, no puedo evitar fijarme en la ropa de Santana. La eficiencia alemana marca de la casa también es patente aquí y todo está perfectamente ordenado. Sonrío, casi río, cuando veo la hilera de camisas blancas y, antes de que me dé cuenta, estoy sucumbiendo a la tentación y oliendo una.
Mi iPhone suena en ese preciso instante, sobresaltándome. Miro la pantalla. Es Santana. Seguro que tiene cámaras instaladas por aquí para grabar sus encuentros sexuales y ahora va a estar riéndose de mí durante meses.
—¿Diga? —respondo temiéndome lo peor.
—¿Tienes un vestido bonito?
Su pregunta me pilla fuera de juego, pero, como no es una burla por lo de oler sus camisas, automáticamente me relajo.
—No —respondo impertinente—. Todos son horribles.
—Pues entonces ponte uno con el que pueda meterte mano. Tengo una cena con Fabray y Kurt. y seguro que me aburro muchísimo —continúa fingidamente displicente. Adora estar con esos dos. —¿Me estás invitando? —pregunto con una estúpida sonrisa en la cara.
—Las coges al vuelo, Pecosa —se ríe de mí—. A las ocho en el Malavita. No llegues tarde.
Cuelga y mi estúpida sonrisa se ensancha hasta límites insospechados.
Estoy vaciando mi maleta cuando el teléfono fijo comienza a sonar. Resoplo y echo a andar en dirección al salón. Ni siquiera sé por qué me molesto en cogerlo. No van a responder.
—¿Diga? —Espero un par de segundos—. ¿Diga? —repito estirando las vocales.
Me encojo de hombros y me separo el teléfono de la oreja dispuesta a colgar. —Me gustaría hablar con Santana.
Abro los ojos como platos y por un momento me quedo paralizada. Es una voz de hombre. Eso rompe todas mis teorías sobre exnovias chifladas o acosadoras celosas. —Le pregunto si es posible hablar con Santana —repite. ¡Di algo, idiota!
—Sí... bueno, no —rectifico—. Ahora no está en casa —me explico—. ¿Quién le llama?
Sé que podría ser más educada, pero él tampoco se ha tomado muchas molestias para serlo llamando y colgando sin decir una palabra.
—¿Hola? —llamo su atención al ver que no responde.
Tras unos segundos me doy cuenta de que ha colgado. Me llevo el teléfono a los labios, pensativa. Miro el identificador de llamadas, pero aparece como número privado. Dejo el aparato en su soporte y vuelvo a la habitación aún dándole vueltas. Es un hombre. Desde luego eso no me lo esperaba.
A las seis ya me estoy duchando y decidiendo qué ponerme. Me empiezo a arreglar tan ridículamente pronto que a las siete ya estoy mano sobre mano haciendo tiempo. Cada vez que veo el teléfono, recuerdo la llamada. Estoy muy intrigada. A las siete y media ya no aguanto más y, aunque sé que es algo temprano, me pongo el abrigo y salgo del ático. Quince minutos después estoy en la puerta del Malavita, así que me queda otro cuarto de hora por esperar. Hace un frío que pela, pero me quedo fuera. No sé a nombre de quién está la reserva. Sin embargo, a las ocho y diez sigo todavía en la puerta contra todo pronóstico. Los chicos son muy puntuales. Extrañada, llamo a Santana, pero no me coge el teléfono. Lo intento con Quinn y Kurt, pero tampoco obtengo respuesta. Frunzo el ceño. Es muy raro. ¿Habrán llegado antes que yo y, quizá, ya están dentro?
Entro en el restaurante, me acerco a la maître y la saludo con una sonrisa.
—Verá, he quedado para cenar y tal vez las personas a las que espero ya estén dentro. Ella asiente. —¿Tenían reserva? —me pregunta profesional.
—Sí, imagino que sí.
La mujer me mira como si me hubiese caído de lo alto de un guindo sólo por imaginar que alguien podría haber conseguido mesa aquí sin reserva, pero, entonces, ¿por qué pregunta?
—¿A nombre de quién?
Resoplo. Vayamos por riguroso orden de nombre de empresa.
—¿Fabray?
La mujer asiente de nuevo y repasa la lista.
—No tenemos ninguna reserva con ese nombre.
—¿Podría probar con Hummel?
Por lo menos sólo tengo tres posibilidades. La maître repasa la lista con su pluma dorada y alza
la cabeza con gesto un tanto molesto.
—No tenemos ninguna reserva con ese nombre —repite.
—¿López? —replico nerviosa.
Ella resopla. Creo que, si tampoco está a nombre de Santana, va a echarme del restaurante. Eso sí, muy amablemente.
—López, mesa para cuatro. Aún no han llegado. ¿Desea pasar y esperarlos? —inquiere dándome paso con la mano.
Niego con la cabeza.
—Se lo agradezco, pero esperaré fuera. Qué extraño. Ya son casi y media. En la acera del restaurante, en plena 25 Oeste, vuelvo a llamarlos, pero ninguno de los tres coge el teléfono. A las nueve estoy oficialmente preocupada. Más aún cuando llamo a las oficinas y el guardia de
noche me informa cordialmente de que los tres salieron hace más de una hora. ¿Dónde están? A las nueva y media me doy por vencida. Estoy helada. Paro el primer taxi que veo y regreso al ático. Sigo llamando, pero nada. Antes de subir le pregunto al portero si Santana ha pasado por aquí, pero me dice que no la ha visto, aunque también me comenta que su turno empezó hace poco más de una hora. No soporto estar simplemente esperando. Estoy muy preocupada. Ha debido ocurrir algo. Estoy planteándome seriamente ir a la oficina a buscar algún teléfono donde poder localizar a Fabray o a
Kurt cuando oigo las puertas del ascensor abrirse. Miro el reloj. Son más de las diez. Santana entra con paso acelerado. Tiene la expresión endurecida. Está furiosa, nerviosa.—Santana —la llamo caminando hacia ella.
Al verme, se detiene y, aturdido, da un paso hacia atrás. Mi preocupación aumenta hasta límites insospechados.
—¿Qué ha pasado? —inquiero en un hilo de voz.
Santana niega con la cabeza y no sé si lo hace a mi pregunta o a lo que quiera que haya sucedido. Está agotada y no me refiero a algo físico. Se pasa las manos por el pelo y, al hacerlo, me doy cuenta de que tiene los nudillos ensangrentados.
—Santana, ¿qué ha pasado? —repito más nerviosa—. ¿Te has peleado con alguien?
Mis palabras parecen sacarla de una especie de ensoñación. Doy un paso más y nuestras miradas al fin se encuentran. Lo que veo en sus ojos ahoga mi corazón y casi me deja sin aliento. Está destrozada. Alzo la mano y le acaricio la mejilla. Sólo quiero consolarla de algún modo. El contacto parece
reconfortarla; cierra los ojos y respira hondo, como si mi piel contra la suya fuese lo único que necesitara, pero apenas un segundo después se aparta brusca.
—Santana —murmuro. Por Dios, ¿qué le ha pasado?
Se queda de pie, frente a mí, pero no me mira.
—Santana…
—Te he reservado una habitación en el Saint Regis —me interrumpe apartándose de mí y caminando hasta el centro del salón—. Márchate.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Edad : 43
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Ooooh pero que paso?!?! D:
Quien es el de la llamada misteriosa?:s
Quien es el de la llamada misteriosa?:s
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Edad : 26
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Al fin me mira y sus ojos están inundados del dolor y la rabia más cristalinos que he visto jamás
Capitulo 13
Me humedezco el labio inferior tratando de contener mis lágrimas. No sé de qué me sorprendo. Se lo he visto hacer con varias chicas. Puede que yo me vaya con una reserva para una habitación en uno de los mejores hoteles de la ciudad y no mientras se toma un café recién levantada, pero el resultado es el mismo. Me está alejando de ella.
Sin embargo, no puedo marcharme sin más. Es obvio que le ha pasado algo. Debo de ser la más estúpida entre las estúpidas, pero creo que me necesita.
—No voy a irme sin saber qué te ha pasado.
—Britt —me reprende.
—Tienes la mano ensangrentada. Es obvio que te has peleado con alguien.
—Britt —repite.
Está llegando al límite.
—¿Qué ha ocurrido?
—¡Basta ya! —Su voz está endurecida, demasiado intimidante, demasiado exigente.
Mis protestas se callan de golpe.
—Quiero que te vayas —sentencia—. Me comporto como un auténtica cabrona contigo y tú sigues ahí tan entregada y tan enamorada. Te traje aquí porque quería echarte un polvo, nada más, y eso se acabó.
Yo asiento y otra vez lucho por contener las lágrimas. Una parte de mí sencillamente se niega a creerlo. No después de todo lo que vivimos ayer y de la manera tan dulce en la que me hizo el amor esta mañana.
—¿Cómo puedes decir que sólo querías sexo después de lo que ha pasado esta mañana?
—Lo de esta mañana ha sido una estupidez. Yo no te quiero, Britt. Nunca voy a quererte.
No hay un solo atisbo de duda en su voz, únicamente rabia y dolor. Clavo mi mirada en el suelo y resoplo obligándome a no llorar, pero no puedo evitar que una primera lágrima caiga por mi mejilla.
Corro hasta la habitación, abro la maleta que hoy mismo guardé en el vestidor y, sin poder dejar de llorar, meto lo más de prisa que puedo toda mi ropa en ella. Esto me pasa por confiar en quien no debo, por pensar que la vida es como una novela romántica, por no ser honesta, ni lista, ni leal conmigo misma. Ahora estoy enamorada de Santana López y ella acaba de echarme de su casa.
Me sorbo los mocos, cierro la maleta de golpe y salgo del vestidor. Veo uno de sus coches de colección, el Alfa Romeo Giulia Spider negro de 1963 y, antes de que la idea cristalice en mi mente, lo cojo con manos temblorosas y lo guardo en mi maleta. Cuando salgo al salón, a pesar de que es lo último que quiero, me hago plenamente consciente de Santana. Está nerviosa, inquieto. Es obvio que le ha pasado algo, pero también está claro que no
quiere contármelo, que ni siquiera me quiere cerca. Contengo un nuevo sollozo. Lo de no llorar delante de ella sigue en pie. Santana ni siquiera me mira. Su vista está perdida en el inmenso ventanal.
El unicornio se ha desbocado, me ha tirado al suelo y se ha largado riéndose de mí.
—No voy a quedarme en el Saint Regis —digo dejando la identificación del trabajo y mi iPhone sobre la isla de la cocina—. No quiero nada de ti, Santana. Mis palabras le hacen volverse. Observa lo que he dejado sobre la barra, pero su gesto permanece imperturbable. ¿Ni siquiera le duele un poco? Llamo al ascensor. Está en planta, así que las puertas se abren inmediatamente.
—Adiós —murmuro.
Pero ella no contesta. Ni siquiera va a regalarme esa última palabra. Las puertas se cierran y, antes de que pueda controlarlo, rompo a llorar otra vez. No he querido hacerlo delante de ella por un estúpido ataque de orgullo, pero ya no hay ninguna mujer guapísima de ojos marrones mirándome. Puedo dejar de fingir que soy fuerte y que estar alejándome de ella no me está destrozando por dentro.
Cuando Lola abre la puerta y me encuentra al otro lado llorando como una Magdalena con la nariz y los ojos rojos y sosteniendo mi maleta, suspira y me abraza con fuerza.—Te dije que no te enamoraras de ella —me recuerda.
La combinación perfecta de palabras para que llore todavía más desconsoladamente. Me recuerdan que soy una idiota por no comprender que era obvio que las cosas terminarían así y una idiota todavía mayor por, aún comprendiéndolo, haberme colado de esta manera por ella. Esa noche duermo, más que mal, fatal. La paso entera llorando en el sofá de Lola. Me ha ofrecido su cama, pero yo he preferido la relativa intimidad del salón. Sin embargo, en mitad de la noche, en un ataque de perversa memoria, me he recordado a mí misma que estoy en un tresillo y durante un microsegundo suicida he pensado que Santana vendría a buscarme. Ha sido en ese
instante en el que no sigues dormido pero aún no te has despertado del todo y, cuando lo he hecho, me he querido morir. Santana no está y no va a volver.
Me despierta la lluvia contra la ventana del salón. Ayer hacia sol y hoy parece que estamos a dos nubes del diluvio universal. Una buena metáfora de mi penosa vida. Resoplo a la vez que giro en el pequeño sofá. Era prácticamente imposible que esta historia terminara bien. Estamos en el mundo real, no en un cuento de hadas, aunque se estuviese pareciendo bastante. Sólo teníamos que cambiar el caballo blanco por un jaguar, el castillo por un ático en Park Avenue y al príncipe por una diosa del
sexo presuntuosa, engreída e incapaz de albergar ningún sentimiento. Sacudo la cabeza. Ni siquiera después de que me echara de su casa de esa manera puedo pensar que sea incapaz de sentir algo. Sé que todo lo que ocurrió con Sam significó algo para ella y, sobre todo, sé que aquella mañana de sexo somnoliento significó algo para ella. Fue demasiado intenso, demasiado especial.
Vuelvo a girarme exasperada a la vez que clavo mi mirada en el techo. Acabo de llegar a dos conclusiones. La primera, Santana es una bastarda con todas las letras. Una verdad simple y sencilla que tengo que asumir de una maldita vez. Soy rematadamente estúpida. No tengo ni un mínimo
instinto de supervivencia sentimental. Si mi vida fuera una película, me enamoraría de Bogart en Casablanca, de Daniel Cleaver en Bridget Jones, del vampiro que aún no ha superado su sed de sangre humana en Crepúsculo. Así que la segunda conclusión es que, por mi bien, tengo que aprender a ser más lista y entender que lo que quiero no es siempre, o mejor dicho, casi nunca, lo que me conviene.
Lola se levanta poco después. Prepara un desayuno con el que podrían alimentarse cuatro estibadores de puerto y nos lo comemos viendo una reposición de la famosa telenovela «The Young and The Restless». Ella intenta hacerme hablar, pero no me apetece. Prefiero que nos concentremos
en los problemas de las vidas ajenas, como en los de la protagonista del culebrón, Lauren Fenmore-Baldwin; sólo con esos apellidos ya suena a vida sentimental convulsa.
No deben de ser más de las diez cuando llaman a la puerta. Lola va a abrir. La oigo cuchichear en la entrada y a los pocos minutos regresa con expresión seria. Lo primero que pienso es que se trata de Santana, pero automáticamente descarto la idea. Si se hubiese atrevido a venir, cosa poco
probable, los gritos de Lola se hubiesen oído en todo el Lower East Side.
—Britt, Quinn Fabray está aquí. Quiere hablar contigo. ¿Lo dejo pasar?
Miro a Lola y lo pienso un instante. Ya he tomado la decisión de dejar la empresa y ella es una de las mejores amigas de Santana. No entiendo a qué ha venido. Sin embargo, no voy a negar que sigo preocupada por cómo regresó Santana a su apartamento. Es obvio que se peleó con alguien.
Resoplo. Maldita curiosidad y maldito sentimiento católico de culpa de familia irlandesa de clase media. ¡No os necesito!
—Dile que pase —murmuro levantándome con mi taza de café en la mano.
Quinn entra en el pequeño salón de Lola con paso lento pero muy seguro. Creo que nunca he visto a ninguno de los tres caminar con paso dubitativo. Me observa y me sonríe con ternura.
Supongo que el viejo chándal de Lola que llevo, la camiseta enorme y la rebeca aún más grande, le han dado la pista definitiva de que, en efecto, estoy hecha polvo.
«Brittany S. Pierce desfilando por el salón de su amiga transexual demostrando una vez más ante una mujer guapa y rica el chiste continuo que es su vida.»
—¿Cómo estás? —me pregunta.
Sé que de verdad está interesada. No es una pregunta de puro trámite.
—Bien —respondo encogiéndome de hombros—. ¿Nos sentamos? —inquiero señalando la mesa. Quinn asiente y despacio caminamos hasta la mesa cuadrada de madera. Es pequeña, pero tiene espacio para cuatro comensales. Me siento en una de las sillas, atrapando mi pierna bajo mi trasero. Quinn lo hace junto a mí. Lola entra en la cocina y sale unos segundos después con una taza de café para ella, que se lo agradece educadamente justo antes de que mi amiga se marche de nuevo para dejarnos algo de intimidad.
Quinn debe de ser de una de esas familias de Glen Cove que siempre han sido ricas. Se le nota en esos modales tan educados intrínsecos en ella y, sobre todo, en la manera en que está un escalón por encima de todo. Su arrogancia es aún más instintiva en ella. Es su manera de ver el mundo.
—Me alegra que estés bien. —Otra vez sus perfectos modales.
—Me gusta estar aquí con Lola.
Ella asiente y le da un sorbo a su café. Yo tengo la taza cogida, pero no bebo. Creo que sólo lo hago para tener algo caliente entre las manos. Estoy muy nerviosa y esa sensación me calma o, por lo menos, me calmaba.
—Brittany, si he venido aquí es porque Santana nos ha dicho que has renunciado al trabajo.
Asiento nerviosa.
—Es lo mejor —me reafirmo—. Además, ni siquiera estaba preparada para el puesto que Santana me había dado. Es mejor dejar las cosas así —me parafraseo.
—Es cierto que probablemente no estás preparada para ser ejecutiva júnior —los dos sonreímos pero a ninguna nos llega a los ojos: es más que obvio—, pero los tres estamos muy contentos con el trabajo que has estado haciendo. Has aprendido rápido y mucho. Kurt y yo —hace una pequeña
pausa— y también Santana —sentencia como si le pareciese una estupidez ocultarlo— queremos que te lo replantees.
Abro la boca dispuesta a decir de nuevo que no, pero Quinn alza suavemente la mano, interrumpiéndome.
—Puedes empezar como asistente de oficina. Nos ayudarás a los tres —hace un suave hincapié en el número. Una manera de decirme que no tendré que vérmelas a solas con Santana—. Y seguirás
aprendiendo. Además, podrás continuar estudiando.
—No voy a continuar estudiando —me sincero.
No puedo permitir que Santana me siga pagando la universidad.
—La empresa se haría cargo de tus gastos universitarios —replica comprendiendo perfectamente cuáles son mis reticencias—. Sería un crédito. En tu nomina de cada semana te descontaríamos una pequeña cantidad.
Niego con la cabeza. No quiero sonar desagradecida, pero, al final, sería lo mismo que si Santana continuara haciéndose cargo.
—No te lo tomes como caridad —añade Quinn y sé que ha usado esa palabra de una manera completamente deliberada. Es plenamente consciente de cómo me siento—. Entiéndelo como lo que
es. Hemos encontrado una buena asistente que el día de mañana será un valioso activo para nuestra compañía y queremos asegurarnos de que llegue a ese punto lo más rápido posible y con la mejor formación.
Me humedezco el labio inferior y pierdo mi vista primero en un simple recorrido por el pequeño salón y después en la ventana. Tenía las ideas muy claras, pero está consiguiendo que dude. —Brittany —me llama devolviéndome al aquí y ahora—, Santana te ha hecho daño y entiendo que
no quieras volver a verla, pero con todo esto la que más va a sufrir es ella misma, aunque sea tan jodidamente testaruda de no entenderlo.
Esa frase significa demasiadas cosas que ahora mismo no quiero pensar.
—¿La has visto? —pregunto en un hilo de voz.
—Sí.
De pronto la taza es sólo un trozo de cerámica. Sólo habría algo o, mejor dicho, alguien que conseguiría que dejara de estar así de nerviosa.
—¿Y cómo está?
—Mal —responde sin paños calientes.
Quinn Fabray es sincera hasta las últimas consecuencias, para bien o para mal. Me muerdo el labio inferior con fuerza, tratando de contener las lágrimas.
—Ayer…
—Lo que Santana vivió ayer no debería vivirlo nadie —me interrumpe—, pero no me corresponde a mí contártelo.
Asiento. Sé que tiene razón.
—Puedes tomarte unos días de vacaciones. Sólo prométeme que te lo pensarás.
Respiro hondo. Sé por qué no quiero volver, pero no puedo obviar que es la mejor oportunidad laboral que tendré nunca y que desperdiciarla sería simplemente de idiotas.
Sólo tengo que mentalizarme y asimilar de una vez por todas lo que ya me he dicho sobre Santana.
—Está bien. Volveré. Y no necesito un par de días, mañana estaré en la oficina. Quinn sonríe y hay cierto alivio en su mirada.
—Has tomado la mejor decisión —sentencia a la vez que se levanta—. Gracias por el café, Lola.
Mi amiga se asoma desde la cocina y le dedica su mejor sonrisa. Yo también me levanto y acompaño a Quinn hasta la puerta.
—Gracias por venir—digo abriéndola.
Quinn se gira con la sonrisa aún en los labios.
—Brittany, ya eres una de los nuestros, para lo bueno y para lo malo.
—¿Seremos Fabray, Hummel, Lopez y Pierce? —bromeo.
—Un poco largo, ¿no crees? —replica contagiada de mi humor y las dos sonreímos. Esta vez de verdad—. Quería asegurarme de que estabas bien, pero, sobre todo, he venido hasta aquí por Santana. Quiero a esa gilipollas como si fuera mi hermana y se está equivocando —calla un
segundo— y sé que va a arrepentirse muchísimo.
Capitulo 13
Me humedezco el labio inferior tratando de contener mis lágrimas. No sé de qué me sorprendo. Se lo he visto hacer con varias chicas. Puede que yo me vaya con una reserva para una habitación en uno de los mejores hoteles de la ciudad y no mientras se toma un café recién levantada, pero el resultado es el mismo. Me está alejando de ella.
Sin embargo, no puedo marcharme sin más. Es obvio que le ha pasado algo. Debo de ser la más estúpida entre las estúpidas, pero creo que me necesita.
—No voy a irme sin saber qué te ha pasado.
—Britt —me reprende.
—Tienes la mano ensangrentada. Es obvio que te has peleado con alguien.
—Britt —repite.
Está llegando al límite.
—¿Qué ha ocurrido?
—¡Basta ya! —Su voz está endurecida, demasiado intimidante, demasiado exigente.
Mis protestas se callan de golpe.
—Quiero que te vayas —sentencia—. Me comporto como un auténtica cabrona contigo y tú sigues ahí tan entregada y tan enamorada. Te traje aquí porque quería echarte un polvo, nada más, y eso se acabó.
Yo asiento y otra vez lucho por contener las lágrimas. Una parte de mí sencillamente se niega a creerlo. No después de todo lo que vivimos ayer y de la manera tan dulce en la que me hizo el amor esta mañana.
—¿Cómo puedes decir que sólo querías sexo después de lo que ha pasado esta mañana?
—Lo de esta mañana ha sido una estupidez. Yo no te quiero, Britt. Nunca voy a quererte.
No hay un solo atisbo de duda en su voz, únicamente rabia y dolor. Clavo mi mirada en el suelo y resoplo obligándome a no llorar, pero no puedo evitar que una primera lágrima caiga por mi mejilla.
Corro hasta la habitación, abro la maleta que hoy mismo guardé en el vestidor y, sin poder dejar de llorar, meto lo más de prisa que puedo toda mi ropa en ella. Esto me pasa por confiar en quien no debo, por pensar que la vida es como una novela romántica, por no ser honesta, ni lista, ni leal conmigo misma. Ahora estoy enamorada de Santana López y ella acaba de echarme de su casa.
Me sorbo los mocos, cierro la maleta de golpe y salgo del vestidor. Veo uno de sus coches de colección, el Alfa Romeo Giulia Spider negro de 1963 y, antes de que la idea cristalice en mi mente, lo cojo con manos temblorosas y lo guardo en mi maleta. Cuando salgo al salón, a pesar de que es lo último que quiero, me hago plenamente consciente de Santana. Está nerviosa, inquieto. Es obvio que le ha pasado algo, pero también está claro que no
quiere contármelo, que ni siquiera me quiere cerca. Contengo un nuevo sollozo. Lo de no llorar delante de ella sigue en pie. Santana ni siquiera me mira. Su vista está perdida en el inmenso ventanal.
El unicornio se ha desbocado, me ha tirado al suelo y se ha largado riéndose de mí.
—No voy a quedarme en el Saint Regis —digo dejando la identificación del trabajo y mi iPhone sobre la isla de la cocina—. No quiero nada de ti, Santana. Mis palabras le hacen volverse. Observa lo que he dejado sobre la barra, pero su gesto permanece imperturbable. ¿Ni siquiera le duele un poco? Llamo al ascensor. Está en planta, así que las puertas se abren inmediatamente.
—Adiós —murmuro.
Pero ella no contesta. Ni siquiera va a regalarme esa última palabra. Las puertas se cierran y, antes de que pueda controlarlo, rompo a llorar otra vez. No he querido hacerlo delante de ella por un estúpido ataque de orgullo, pero ya no hay ninguna mujer guapísima de ojos marrones mirándome. Puedo dejar de fingir que soy fuerte y que estar alejándome de ella no me está destrozando por dentro.
Cuando Lola abre la puerta y me encuentra al otro lado llorando como una Magdalena con la nariz y los ojos rojos y sosteniendo mi maleta, suspira y me abraza con fuerza.—Te dije que no te enamoraras de ella —me recuerda.
La combinación perfecta de palabras para que llore todavía más desconsoladamente. Me recuerdan que soy una idiota por no comprender que era obvio que las cosas terminarían así y una idiota todavía mayor por, aún comprendiéndolo, haberme colado de esta manera por ella. Esa noche duermo, más que mal, fatal. La paso entera llorando en el sofá de Lola. Me ha ofrecido su cama, pero yo he preferido la relativa intimidad del salón. Sin embargo, en mitad de la noche, en un ataque de perversa memoria, me he recordado a mí misma que estoy en un tresillo y durante un microsegundo suicida he pensado que Santana vendría a buscarme. Ha sido en ese
instante en el que no sigues dormido pero aún no te has despertado del todo y, cuando lo he hecho, me he querido morir. Santana no está y no va a volver.
Me despierta la lluvia contra la ventana del salón. Ayer hacia sol y hoy parece que estamos a dos nubes del diluvio universal. Una buena metáfora de mi penosa vida. Resoplo a la vez que giro en el pequeño sofá. Era prácticamente imposible que esta historia terminara bien. Estamos en el mundo real, no en un cuento de hadas, aunque se estuviese pareciendo bastante. Sólo teníamos que cambiar el caballo blanco por un jaguar, el castillo por un ático en Park Avenue y al príncipe por una diosa del
sexo presuntuosa, engreída e incapaz de albergar ningún sentimiento. Sacudo la cabeza. Ni siquiera después de que me echara de su casa de esa manera puedo pensar que sea incapaz de sentir algo. Sé que todo lo que ocurrió con Sam significó algo para ella y, sobre todo, sé que aquella mañana de sexo somnoliento significó algo para ella. Fue demasiado intenso, demasiado especial.
Vuelvo a girarme exasperada a la vez que clavo mi mirada en el techo. Acabo de llegar a dos conclusiones. La primera, Santana es una bastarda con todas las letras. Una verdad simple y sencilla que tengo que asumir de una maldita vez. Soy rematadamente estúpida. No tengo ni un mínimo
instinto de supervivencia sentimental. Si mi vida fuera una película, me enamoraría de Bogart en Casablanca, de Daniel Cleaver en Bridget Jones, del vampiro que aún no ha superado su sed de sangre humana en Crepúsculo. Así que la segunda conclusión es que, por mi bien, tengo que aprender a ser más lista y entender que lo que quiero no es siempre, o mejor dicho, casi nunca, lo que me conviene.
Lola se levanta poco después. Prepara un desayuno con el que podrían alimentarse cuatro estibadores de puerto y nos lo comemos viendo una reposición de la famosa telenovela «The Young and The Restless». Ella intenta hacerme hablar, pero no me apetece. Prefiero que nos concentremos
en los problemas de las vidas ajenas, como en los de la protagonista del culebrón, Lauren Fenmore-Baldwin; sólo con esos apellidos ya suena a vida sentimental convulsa.
No deben de ser más de las diez cuando llaman a la puerta. Lola va a abrir. La oigo cuchichear en la entrada y a los pocos minutos regresa con expresión seria. Lo primero que pienso es que se trata de Santana, pero automáticamente descarto la idea. Si se hubiese atrevido a venir, cosa poco
probable, los gritos de Lola se hubiesen oído en todo el Lower East Side.
—Britt, Quinn Fabray está aquí. Quiere hablar contigo. ¿Lo dejo pasar?
Miro a Lola y lo pienso un instante. Ya he tomado la decisión de dejar la empresa y ella es una de las mejores amigas de Santana. No entiendo a qué ha venido. Sin embargo, no voy a negar que sigo preocupada por cómo regresó Santana a su apartamento. Es obvio que se peleó con alguien.
Resoplo. Maldita curiosidad y maldito sentimiento católico de culpa de familia irlandesa de clase media. ¡No os necesito!
—Dile que pase —murmuro levantándome con mi taza de café en la mano.
Quinn entra en el pequeño salón de Lola con paso lento pero muy seguro. Creo que nunca he visto a ninguno de los tres caminar con paso dubitativo. Me observa y me sonríe con ternura.
Supongo que el viejo chándal de Lola que llevo, la camiseta enorme y la rebeca aún más grande, le han dado la pista definitiva de que, en efecto, estoy hecha polvo.
«Brittany S. Pierce desfilando por el salón de su amiga transexual demostrando una vez más ante una mujer guapa y rica el chiste continuo que es su vida.»
—¿Cómo estás? —me pregunta.
Sé que de verdad está interesada. No es una pregunta de puro trámite.
—Bien —respondo encogiéndome de hombros—. ¿Nos sentamos? —inquiero señalando la mesa. Quinn asiente y despacio caminamos hasta la mesa cuadrada de madera. Es pequeña, pero tiene espacio para cuatro comensales. Me siento en una de las sillas, atrapando mi pierna bajo mi trasero. Quinn lo hace junto a mí. Lola entra en la cocina y sale unos segundos después con una taza de café para ella, que se lo agradece educadamente justo antes de que mi amiga se marche de nuevo para dejarnos algo de intimidad.
Quinn debe de ser de una de esas familias de Glen Cove que siempre han sido ricas. Se le nota en esos modales tan educados intrínsecos en ella y, sobre todo, en la manera en que está un escalón por encima de todo. Su arrogancia es aún más instintiva en ella. Es su manera de ver el mundo.
—Me alegra que estés bien. —Otra vez sus perfectos modales.
—Me gusta estar aquí con Lola.
Ella asiente y le da un sorbo a su café. Yo tengo la taza cogida, pero no bebo. Creo que sólo lo hago para tener algo caliente entre las manos. Estoy muy nerviosa y esa sensación me calma o, por lo menos, me calmaba.
—Brittany, si he venido aquí es porque Santana nos ha dicho que has renunciado al trabajo.
Asiento nerviosa.
—Es lo mejor —me reafirmo—. Además, ni siquiera estaba preparada para el puesto que Santana me había dado. Es mejor dejar las cosas así —me parafraseo.
—Es cierto que probablemente no estás preparada para ser ejecutiva júnior —los dos sonreímos pero a ninguna nos llega a los ojos: es más que obvio—, pero los tres estamos muy contentos con el trabajo que has estado haciendo. Has aprendido rápido y mucho. Kurt y yo —hace una pequeña
pausa— y también Santana —sentencia como si le pareciese una estupidez ocultarlo— queremos que te lo replantees.
Abro la boca dispuesta a decir de nuevo que no, pero Quinn alza suavemente la mano, interrumpiéndome.
—Puedes empezar como asistente de oficina. Nos ayudarás a los tres —hace un suave hincapié en el número. Una manera de decirme que no tendré que vérmelas a solas con Santana—. Y seguirás
aprendiendo. Además, podrás continuar estudiando.
—No voy a continuar estudiando —me sincero.
No puedo permitir que Santana me siga pagando la universidad.
—La empresa se haría cargo de tus gastos universitarios —replica comprendiendo perfectamente cuáles son mis reticencias—. Sería un crédito. En tu nomina de cada semana te descontaríamos una pequeña cantidad.
Niego con la cabeza. No quiero sonar desagradecida, pero, al final, sería lo mismo que si Santana continuara haciéndose cargo.
—No te lo tomes como caridad —añade Quinn y sé que ha usado esa palabra de una manera completamente deliberada. Es plenamente consciente de cómo me siento—. Entiéndelo como lo que
es. Hemos encontrado una buena asistente que el día de mañana será un valioso activo para nuestra compañía y queremos asegurarnos de que llegue a ese punto lo más rápido posible y con la mejor formación.
Me humedezco el labio inferior y pierdo mi vista primero en un simple recorrido por el pequeño salón y después en la ventana. Tenía las ideas muy claras, pero está consiguiendo que dude. —Brittany —me llama devolviéndome al aquí y ahora—, Santana te ha hecho daño y entiendo que
no quieras volver a verla, pero con todo esto la que más va a sufrir es ella misma, aunque sea tan jodidamente testaruda de no entenderlo.
Esa frase significa demasiadas cosas que ahora mismo no quiero pensar.
—¿La has visto? —pregunto en un hilo de voz.
—Sí.
De pronto la taza es sólo un trozo de cerámica. Sólo habría algo o, mejor dicho, alguien que conseguiría que dejara de estar así de nerviosa.
—¿Y cómo está?
—Mal —responde sin paños calientes.
Quinn Fabray es sincera hasta las últimas consecuencias, para bien o para mal. Me muerdo el labio inferior con fuerza, tratando de contener las lágrimas.
—Ayer…
—Lo que Santana vivió ayer no debería vivirlo nadie —me interrumpe—, pero no me corresponde a mí contártelo.
Asiento. Sé que tiene razón.
—Puedes tomarte unos días de vacaciones. Sólo prométeme que te lo pensarás.
Respiro hondo. Sé por qué no quiero volver, pero no puedo obviar que es la mejor oportunidad laboral que tendré nunca y que desperdiciarla sería simplemente de idiotas.
Sólo tengo que mentalizarme y asimilar de una vez por todas lo que ya me he dicho sobre Santana.
—Está bien. Volveré. Y no necesito un par de días, mañana estaré en la oficina. Quinn sonríe y hay cierto alivio en su mirada.
—Has tomado la mejor decisión —sentencia a la vez que se levanta—. Gracias por el café, Lola.
Mi amiga se asoma desde la cocina y le dedica su mejor sonrisa. Yo también me levanto y acompaño a Quinn hasta la puerta.
—Gracias por venir—digo abriéndola.
Quinn se gira con la sonrisa aún en los labios.
—Brittany, ya eres una de los nuestros, para lo bueno y para lo malo.
—¿Seremos Fabray, Hummel, Lopez y Pierce? —bromeo.
—Un poco largo, ¿no crees? —replica contagiada de mi humor y las dos sonreímos. Esta vez de verdad—. Quería asegurarme de que estabas bien, pero, sobre todo, he venido hasta aquí por Santana. Quiero a esa gilipollas como si fuera mi hermana y se está equivocando —calla un
segundo— y sé que va a arrepentirse muchísimo.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Que misterio es San!!
Veremos como sigue todo!!
Saludos
Veremos como sigue todo!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
ya mi paciencia se agoto, cual es el p..... misterio que esconde santana, las noches hablando en aleman y tocando sus heridas, sus cambios de humor y sobre todo las llamadas misteriosas, ya es tiempo de saber que tanto esconde!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Monica.Santander Hoy A Las 11:29 Am Que misterio es San!! Veremos como sigue todo!! Saludos escribió:
Si es un misterio que ni sus propios amigos saben, Ni Quinn, hay que darle el beneficio de la duda a Santana, ya lo sabremos.
Micky Morales Hoy A Las 2:08 Pm ya mi paciencia se agoto, cual es el p..... misterio que esconde santana, las noches hablando en aleman y tocando sus heridas, sus cambios de humor y sobre todo las llamadas misteriosas, ya es tiempo de saber que tanto esconde!!!!!! escribió:
jajajaja ten un poco mas de paciencia, ya pronto descubriremos por que todo eso, incluso por que echo a britt del atico
Aqui la continuacion capitulo 13
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Sin quererlo, mi expresión vuelve a cambiar, pero me esfuerzo en disimularlo.
—Nos vemos mañana, Brittany —se despide.
Asiento una vez más saliendo de mi ensoñación.
—Hasta mañana.
Cierro la puerta y no puedo evitar quedarme pensando con la mirada perdida en la madera. Las palabras de Quinn sólo han servido para que, esa parte de mí empeñada en que no me rinda con Santana porque me necesita, resurja con más fuerza. Cierro los ojos. Esa parte me da un miedo
terrible.
Yo también quiero a esa gilipollas y no puedo evitar pensar que, sea lo que sea lo que ha pasado, lo que necesita es ayuda, no que me aleje de ella. Resoplo y dejo caer mi frente sobre la madera. De todas las malas ideas que he tenido, y he tenido muchas, ésta sin duda alguna se lleva la medalla de
oro. Le quieres, ¿y ahora qué?
—Ahora estoy bien jodida —murmuro para mí sin moverme un ápice.
—¿Y después dicen que los transexuales somos dramáticos? —oigo a Lola a mi espalda—. Quien dijo eso no vio a una heterosexual recordando el polvo de su vida contra una puerta.
Y, aunque no quiero, sonrío.
—Córtame el pelo —digo enérgica, separándome de la madera y colocándome frente a ella.
Lola me mira con el ceño fruncido. Ha sido una de esas ideas que pasan fugaces por tu mente y las atrapas al vuelo.
—Etapa nueva, corte de pelo nuevo —explico—. Es de primer capítulo del libro de autoayuda. No pienso quedarme llorando. No quiero hacerlo.
—Y nos compramos ropa —añade dando una palmada.
—Y una botella de preparado de margarita.
—De eso nada —me replica muy seria—. Compramos los ingredientes y lo hacemos aquí. Soy latina. En esta casa se cocina. Las dos nos echamos a reír. No pienso discutirle eso. Me paso la mano por el pelo y dejo que los mechones se cuelen entre mis dedos. La sensación es agradable, pero se acaba en seguida. Tengo el pelo muy corto. Apenas me llega al hombro. El suelo a mi alrededor está lleno de mechones rubios, casi castaños.
—¿Te gusta? —pregunta Lola inquieta.
Vuelvo a mirarme. Me siento rara. Nunca he llevado el pelo tan corto pero… me gusta, me gusta mucho. Sólo tengo que acostumbrarme.
—Me encanta —digo al fin.
—¿Segura?
—Sí —sentencio con una sonrisa.
Es moderno y divertido. Soy Bonnie sosteniendo una ametralladora de disco, montada en uno de esos coches de principios del siglo xx con Clyde.
—Genial —replica Lola—. Recojamos todo esto y vayámonos de compras.
Nos pasamos el resto de la mañana de tiendas y almorzamos en NoLita para que Lola pueda ver a Nerón. No tengo mucho dinero, pero, dado que conservaré el trabajo, puedo permitirme un vestido muy bonito en TopShop.
En casa tomamos un número, que se pone un poco borroso después del tres, de margaritas y nos vamos a dormir. El alcohol, la tarde de compras y todo el cansancio acumulado hacen que en seguida los ojos comiencen a cerrárseme sistemáticamente, pero otra vez, en este instante en el que no sabes si estás despierto o dormido, vuelvo a pensar en Santana y en el sexo somnoliento, el peor invento del mundo.
Lola tiene que acompañar a su jefe a una reunión en el Meatpacking District, así que tendré que pillar el bus para ir a la oficina.
Cuando llego a la parada, atrapo el último sitio y sonrío satisfecha a un skater que tenía las mismas intenciones que yo y ahora me mira malhumorado. He sido más rápida que tú, chico del patinete.
No llevo ni dos segundos sentada cuando aparece un señor que ya debía de ser viejo cuando los autobuses fueron la revolución del transporte público. Hago el ademán de levantarme, pero él alza la mano diciéndome que no es necesario. Lo miro y sonrío. Es obvio que sí es necesario. Me levanto y
le señalo el asiento para que pueda sentarse. Él me devuelve la sonrisa y me lo señala a mí. Y entre señalar y señalar, el skater se sienta y deja caer el patinete a sus pies.
—¿En serio? —pregunto levantándome el gorro de lana que llevo puesto para poder mirarlo sin asomo de duda a los ojos.
—En serio —sentencia sin ningún remordimiento—. Hay que ser más rápida, Pecosa. ¿Pecosa? ¿De verdad? El chico se encoge de hombros y yo tengo ganas de subirme a lo alto del techo de la parada y gritar que estoy empezando a cansarme del absurdo chiste que tengo por vida. El universo tiene que pasárselo en grande a mi costa. Le dedico la peor mirada que soy capaz de esgrimir, giro sobre mis pies y me adelanto unos pasos para esperar el autobús en el borde de la acera. Qué gilipollas. Entro en el elegante edificio de oficinas suplicando que se haya marchado a una reunión de negocios a la otra punta del país o, mejor aún, haya decidido quedarse en su casa llorando y bebiendo. Esta última opción me proporciona un poco de placer, pero soy plenamente consciente de que es la menos probable. Posiblemente ayer se tomó un Glenlivet, se puso su mejor traje y se fue al
Archetype y ahora mismo esté tomándose un café intentando recordar si se acostó con dos suecas y una finlandesa o bien con dos finlandesas y una sueca. Al final, reduciría el pensamiento a algo así como «todas de diseño escandinavo y todas me la chuparon». Sería un comentario muy de ella.
Esa idea me enfada sobremanera y mi súplica en las sesenta plantas de ascensor cambia ligeramente. Espero que un incendio haya fulminado su apartamento de Park Avenue y se haya chamuscado el noventa por ciento del cuerpo, de manera que ahora sea una momia muy poco atractiva. Resoplo. No quiero que ella ni su ático se quemen, sólo su dormitorio con todos sus malditos trajes, las servilletas con nombres de chicas con corazoncitos y sus coches de colección. Me alegro de haberme quedado con el Alfa Romeo, aunque aún no sé muy bien qué hacer con él.
Al atravesar la puerta, sigo suplicando bajito que por lo menos esté en una reunión y no la vea en todo el día, pero, cuando alzo la cabeza, me doy cuenta de que no va a concederme una tregua ni siquiera hoy. Está hablando con Marley. Le da unos papeles y, antes de marcharse de vuelta a su
despacho, alza la mirada y me ve. Está aún más guapa y yo sólo quiero gritar y abofetearla y besarla... porque, a pesar de todo, le quiero y ninguna quema de coches de colección va a poder acabar con eso.
«Pero ayudaría.»Necesito un minuto, pero no me lo concedo. Tengo que acostumbrarme a que, a partir de ahora, las cosas serán así. Ella, injustamente guapa, y yo, injustamente colada por ella. Santana me mira de
arriba abajo con la expresión tensa, malhumorada, furiosa, y durante un momento nos quedamos así la una frente a la otra, separados por un puñado de metros, hasta que ella decide que las dos hemos tenido suficiente y entra en su despacho cerrando de un sonoro portazo.
Estoy completamente convencida de que me quedan muchos de esos por escuchar. Miro a mi alrededor sin saber qué hacer. Normalmente trabajaría con Santana en su oficina, pero obviamente eso no voy a hacerlo. Decido ir a hablar con Quinn para decirle que ya estoy aquí y que, si no le parece mal, me instalaré en la sala de juntas. Sin embargo, apenas he dado unos pasos
en dirección a su despacho cuando Quinn y Kurt aparecen desde el pasillo.
—Hola, Brittany —me saluda Quinn con esa sonrisa destinada a eliminar la reticencia de cualquier chica. Seguro que tiene clarísimo lo que consigue con ella.
—Hola —añade Kurt también sonriendo.
Yo les devuelvo el gesto y levanto suavemente la mano.
—Llegas pronto —me riñe Quinn— y eso significa que voy a ganarme una buena bronca. Estira la mano para que pase delante y cogemos el pasillo que lleva al despacho de Quinn y al archivo. Es el opuesto a donde están la sala de juntas, el de Quinn y la de Santana.
—Aquí soy la único que trabajo —susurra divertida.
Yo vuelvo a sonreír y Kurt pone los ojos en blanco.
—Menos club y más dejarte los cuernos aquí —le reprende su socio.
—¿Menos club? Tendrás valor —protesta indignadísima—. Cada vez que llego, tú ya estás allí y, cuando me marcho, tú sigues allí.
—Eso es porque, evidentemente —replica socarrón—, yo tengo mucho más que hacer allí que tú.
No puedo evitar echarme a reír y Quinn resopla aún más indignada que antes.
—En fin —dice deteniéndose frente a una puerta—, fingiré que no te he oído por el bien de nuestra amistad, gilipollas.
Quinn lo mira tan amenazadora como divertida desde su pedestal y se cruza de brazos junto a la puerta.
—¿Preparada? —me pregunta Quinn.
Yo frunzo el ceño y miro hacia la puerta. Es de cristal, como la pared frontal y la que da al vestíbulo. No puede verse el interior porque ambas han sido cuidadosamente cubiertas por papel de embalar.
—Sí, supongo —respondo con una sonrisa curiosa.
Kurt abre la puerta, enciende la luz y mi sonrisa se ensancha hasta límites insospechados con el primer paso que doy. La estancia es pequeña y los muebles, sencillos pero muy bonitos. Hay una mesa de madera clara justo en el centro con un iMac reluciente. A un lado hay una estantería con las
dos primeras baldas llenas de libros y, junto a ella, una pequeña mesita y dos sillones de esqueleto de metal y mullidos cojines blancos a juego con los de la sala de espera. Es un despacho. ¡Mi despacho!
Sonrío de nuevo, pero toda mi expresión se llena del más genuino asombro cuando veo el enorme ventanal tras la mesa. ¿Cómo no he podido darme cuenta antes? ¡Es increíble! Doy un paso hacia él y sonrío como una idiota al ver el Rockefeller Center levantarse frente a mí; un poco más atrás, el edificio Chrysler, y, en la otra dirección, majestuoso y sereno, Central Park. Mi sonrisa se vuelve un poco más triste pero mucho más sincera al comprobar que tengo un pedacito de las vistas de Santana en mi propio ventanal.
—Santana, después de pasarse todo el día protestando —me explica Quinn—, gruñó algo parecido a que te encantaban las vistas de Nueva York, así que nos dimos cuenta de que éste era el despacho ideal para ti.
Sonrío de nuevo y sin quererlo recuerdo cómo se rio de mí porque me quedé admirada contemplando los rascacielos.
—Pero, como ves, aún faltan algunas cosas —me devuelve Quinn a la realidad—. No tienes ni un mísero lápiz.
Ahora es Kurt el que pone los ojos en blanco.
—Ahora mismo mandaré a Marley con todo el material de oficina —refunfuña. Yo asiento y sonrío. Estoy encantada. Los chicos me devuelven el gesto y se dirigen a la puerta.
—Tenemos una reunión en dos horas —me informa Quinn—. Repasa todas las cuentas del asunto Foster.
—Por supuesto —respondo eficiente, pero mi indisimulable sonrisa sigue ahí.
Los chicos se marchan; espero hasta que la puerta se cierra, para no caerme de la escala profesional, y comienzo a dar saltitos e incluso alguna palmadita. ¡Tengo un despacho! Lo primero que hago es retirar todo el papel de embalar. Puedo ver el vestíbulo y la recepción desde aquí, incluso una esquinita del mostrador de Eve. También veo la puerta de Santana, pero
prefiero no pensar en eso.
Marley no tarda en llegar con una caja de cartón con todo lo necesario para llenar la bonita cajonera gris marengo junto a mi mesa. Poco después es Eve la que llama a mi puerta acompañada de uno de los chicos de mantenimiento del edificio para instalarme un teléfono y una ultramoderna impresora multifunción que, por el bien de todos, espero saber usar.
Voy a buscar a Lola para contarle las buenas noticias, pero Tina me explica que aún no ha llegado. En principio decido esperar. Quiero ver la cara que pone cuando le cuente que ya tengo despacho, pero no soy capaz de aguantar ni tres minutos y acabo llamándola por teléfono.
Dejo de pasearme de un lado a otro y de quedarme admirada con las vistas y me pongo a trabajar. La reunión es en menos de una hora y necesito repasar todos los informes de Foster. Camino del archivo tengo la tentación de pasar por el despacho de Santana y ver cómo está, pero me contengo. No sería una buena idea. Soy la primera en llegar a la sala de conferencias. Mientras espero a los chicos, me pongo más nerviosa a cada segundo que pasa. Estoy jugueteando inquieta con el lápiz contra los balances de la
empresa del multimillonario Benjamin Foster cuando oigo pasos acercarse a la puerta y apenas unos segundos después los chicos entran. Primero Quinn, después Kurt y, por último, Santana. No suena Sympathy for the devil[5] porque Mick Jagger y Keith Richards están sentados a mi lado embobados como yo. ¿Cómo puede ser posible que esté aún más guapa que esta mañana? Creo que es otra de sus formas de torturarme. «Vamos a ver cuánto tarda Pecosa en perder las bragas.» La respuesta escandalizaría al mismísimo Thomas Hardy.
Ella me observa apenas un momento y toma asiento al otro lado de la mesa. Es algo que siempre me ha sorprendido de las reuniones en Fabray, Hummel y López. Nunca, ninguno de ellos se sienta en la cabecera, un recordatorio más de las bases de su relación de igual a igual absolutamente en
todos los niveles. Es la amistad elevada a la enésima potencia.
—Bueno, todos tenemos cosas que hacer, así que vamos a intentar terminar lo antes posible — nos anuncia Quinn—. Brittany , las cuentas.
Asiento y comienzo a explicar lo que he preparado en mi despacho, ¡mi despacho!, justo antes de venir aquí.
Más o menos una hora después, la reunión ya casi ha acabado. Los chicos acuerdan una nueva tanda de inversiones y tanto Quinn como Kurt me encargan revisiones de otros proyectos.
Santana no me dirige la palabra ni una sola vez, pero, cada vez que posa sus ojos sobre mí, mi corazón se detiene un segundo y durante el siguiente late desbocado. Tengo la kamikaze sensación de que con su mirada trata de decirme todo lo que no se permite hacer con palabras. Inmediatamente
tengo que recordarme que eso es una estupidez muy propia de las novelas románticas, que por otra parte creo seriamente que debería dejar de leer. Sin embargo, algo dentro de mí vuelve a gritarme que no me quede sólo con lo que él quiere que vea, que siga mi intuición.
—Antes de irnos, explícanos cómo va lo de Holland Avenue —me pide Quinn.
Hago memoria un segundo. No veo esos expedientes desde hace varios días, aunque no tardo en recordarlos.
—Van exactamente como…
Unos golpes en la puerta me distraen. Se abre despacio y Marley entra con cara de susto.
—Señorita López —lo llama nerviosa.
Automáticamente frunzo el ceño. Todos en esta habitación, su pobre secretaria incluida, sabemos que no se le puede interrumpir cuando está reunido.
Santana, arisca y malhumorada, lleva su vista hacia ella y le hace un imperceptible gesto con la cabeza para que hable.
—Le esperan en su despacho.
Ella enarca las cejas sardónica dedicándole un implícito «¿quién?» y recordándole de paso lo poco que le gusta que le den los mensajes a medias.
—Su novia —le aclara.
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Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
CAPITULO 14
¿Novia? ¿Tiene novia? No estoy en el segundo en el que mi corazón se ha detenido, creo sencillamente que ha caído fulminado. ¿Cuándo ha pasado? ¿Cómo? Hace dos días vivíamos juntos.
Quinn me mira llena de empatía, aunque es obvio que está furiosa. Suspira profundo e inmediatamente mira a Kurt. Él cabecea con la mirada fija en los documentos que tiene delante. A ninguno de los dos les parece justo lo que acaba de pasar. A mí tampoco. ¿Cómo ha podido hacerme esto?
Observo a Santana y ella me mantiene la mirada. Quiero hablar, preguntar. He perdido la cuenta de cuántas veces, de una manera u otra, le he oído decir que a ella no le interesaban las novias.
—Dígale que aún me quedan unos minutos.
Marley asiente y se marcha.
La puerta, al cerrarse, me devuelve al mundo real. Sus ojos se oscurecen y, si no fuera imposible, diría que se llenan de dolor. Yo cabeceo y desato nuestras miradas. Noto cómo las lágrimas me queman detrás de los ojos. No me merezco esto. Aprieto el lápiz con fuerza y apremio a mi cerebro para que recupere lo que fuese a decir de Holland Avenue. Tengo que salir de aquí.
—Las cosas con Holland Avenue van exactamente como queréis. Si el euríbor no baja de los setecientos puntos y el índice Nikkei se mantiene en unas variaciones de doscientos enteros, habrá beneficios a finales de este trimestre.
Lo digo todo de forma mecánica, apresurada, casi sin respirar, porque sé que una bocanada de más sería un sollozo y lo último que quiero es llorar delante de ella.
—Muchas gracias, Brittany —me dice Quinn con voz serena, esforzándose en usar un tono que me reconforte
—. La reunión ha acabado.
Asiento y salgo disparada. No recojo las carpetas. Regresaré después a por ellas. Cruzo el vestíbulo como una exhalación y a unos pasos de mi despacho me detengo en seco. Las paredes son de cristal. No puedo lamentarme en una pecera. Ni siquiera tengo un maldito sitio donde llorar y, visto lo visto, está claro que voy a necesitar uno.
Antes de que pueda evitarlo, sollozo y las primeras lágrimas comienzan a caer por mis mejillas.
Me tapo la boca con la palma de la mano y mi pecho sube arriba y abajo con el siguiente sollozo que no me permito pronunciar. No quiero quedarme aquí en mitad del vestíbulo. No quiero que nadie me
vea. Pero soy incapaz de salir corriendo. Estoy bloqueada. En ese preciso instante noto una mano que me agarra del brazo. Sé quién es. Todo mi cuerpo lo sabe. Y ni siquiera quiero hacerlo.
Santana me guía hasta el archivo, cierra la puerta tras nuestro paso y con suavidad me lleva hasta la mesa de consultas. Yo quiero dejar de llorar, pero no puedo.
—Respira hondo —susurra amable sin una pizca de enfado, de exigencia, de burla, simplemente entendiendo por lo que estoy pasando.
En contra de mi voluntad, su voz ronca entra en mi cuerpo y lo calma.
Me sorbo los mocos de una manera muy poco elegante y levanto la cabeza. Pestañeo un par de veces y trato de enfocarla mejor, pero tengo los ojos llenos de lágrimas y la tarea se complica un poco. Santana exhala todo el aire de sus pulmones, alza la mano y despacio, dulce, me aparta el pelo de la cara y me lo coloca tras la oreja.
—Te has cortado el pelo —murmura con una sonrisa que no le llega a los ojos, jugando con un mechón entre sus dedos—. Estás preciosa, Pecosa.
Su voz se evapora al final de su propia frase y me doy cuenta de que, aunque sea con los ojos en el club yo la que está llorando, esta situación le duele tanto como a mí. Por eso está claro que esto no
nos hace bien a ninguno de las dos. Ella ya ha encontrado a la chica con la que estar, con la que querer estar. No tiene ningún sentido alargar la agonía. La empujo suavemente y ella, de mala gana, da un paso atrás. Salgo del archivo sin volver a mirarla, limpiándome los ojos con el dorso de la mano. Camino de prisa hasta el baño y me lavo la cara con agua helada. Cojo una de las toallas perfectamente dobladas de la cestita sobre el mármol del lavabo y me seco la cara.
—Nada de venirse abajo, Brittany S. Pierce —me digo mirando mi reflejo en el espejo, bajando la toalla hasta apoyarla en el lavabo
—. Sólo tienes que empezar a ser honesta, lista y leal contigo
misma. Al pronunciar esas palabras, aprieto la toalla con fuerza. Nunca había estado tan triste.
Otra vez necesito un minuto, pero otra vez no me lo concedo. Se acabó la autocompasión. Salgo del baño y camino despacio por el suelo de parqué perfectamente acuchillado. Estoy a unos pasos de
la recepción cuando las veo. Debería haberme concedido ese minuto. Ella le ayuda a ponerse el abrigo y amable le sujeta la puerta para que pase. He visto salir a chicas de la habitación de Santana, he sido
testigo de cómo se lo comían con los ojos en el club y nada me ha dolido tanto como esto. Está siendo atenta con ella.
A pesar de que con el primer segundo decido que ya he tenido suficiente, no soy capaz de obligar a mis piernas a que me saquen de allí y contemplo toda la escena hasta que los pierdo de vista camino de los ascensores. Creo que mi sentido común ha ordenado a mi cuerpo que no se moviese ni un ápice para que entienda de una vez cómo son las cosas.
Regreso a mi despacho con la idea de trabajar, pero soy incapaz de enlazar dos ideas mínimamente inteligentes seguidas. Me la imagino en el club con ella y siento un sabor amargo en el fondo de la garganta. Es guapísima, altísima y un montón de «ísimas» más. Seguro que ella siempre lleva las bragas y el sujetador combinados y seguro que siempre son de La Perla. Me dejo caer sobre mi recién estrenada silla y resoplo con rabia. Por eso Santana tenía clarísimo que no podía
enamorarse de mí. No es cuestión de bragas, que también, es que ellos son dos deportivos de lujo y yo, un Mini. Soy divertida y conmigo se puede atracar un banco a lo teleserie italiana pero, a la hora
de la verdad, te quedas con el que tiene todos los extras y los asientos de piel.
Me pongo los ojos en blanco y me obligo a seguir trabajado. ¿Acabo de compararme con un deportivo?
«No sólo te has comparado, si no que has perdido.»
Necesito salir de aquí. Tomar un poco el aire. Alejarme cinco minutos de esta atmósfera donde todo me recuerda a Santana y en concreto a Santana con su novia.
Me pongo mi gorrito de lana y mi abrigo y me encamino hacia la recepción. Por inercia me meto la mano en el bolsillo y me encuentro con una hebra de hilo. Tiro de ella, pero no consigo
arrancarla. Lo intento por segunda vez, pero nada. Resoplo. Cualquier otro día me hubiese dado igual, pero hoy es diferente. No más cosas inútiles en mi vida. Y de pronto acabar con ese hilo
implica que mi vida milagrosamente se arreglará, se llenará de arco iris y bomberos desnudos bailando a mi alrededor, y Christian Grey aparecerá para montarme en un caballo blanco mientras
suena una canción de John Newman con coros de James Arthur. Es una fantasía muy elaborada, lo reconozco.
Estoy tan concentrada en la hebra que no miro por dónde piso y trastabillo. Unos brazos me sujetan e impiden que mi flequillo rubio recién cortado y yo nos demos de bruces contra el suelo
.—Veo que he hecho bien en pasarme por aquí —comenta divertido—. Está claro que me necesitas. Es Sam.
—Hola —lo saludo colocándome bien el gorro y, la verdad, un poco avergonzada. Es la segunda vez que me salva de dar con mi culo en el parqué—. ¿Qué haces aquí? —añado con una sonrisa.
—Asuntos con Fitzgerald —responde devolviéndome el gesto a la vez que se encoge de hombros—. No sabía que aún estabas por aquí. Pensé que ya te habrían mandado al edificio Pisano.
Niego con la cabeza.
—Al final me quedo aquí como asistente de oficina —le aclaro—. Esa pecera —digo señalándola muy orgullosa— es mi despacho.
—Uau, Pierce —replica ofreciéndome la mano para chocar divertido
—. Sabía que podías.
Se la choco y no puedo evitar sonreír de nuevo.
—Déjame invitarte a comer para celebrarlo —propone.
Miro a mi alrededor e inconscientemente acabo haciéndolo hacia la puerta de Santana. Resoplo mentalmente. Brittany Pierce, eres un asco. Santana está fuera de tu vida.
—Claro —respondo asintiendo con entusiasmo.
El entusiasmo es opcional, pero decido ponerlo porque voy a obligarme a reírme, a divertirme y a pasármelo realmente bien. Así le demostraré, quiero decir, me demostraré que el centro de mi universo no es de origen alemán.
Sam me lleva a comer a un gastropub a unas manzanas de la oficina llamado Marchisio’s. Está realmente bien y lo más gracioso es que, en mitad de la comida, una chica rubia muy guapa ha empezado a gritar algo sobre que el universo la está castigando por haberse comprado tantos zapatos, pero que la culpa no es suya, sino de Manolo Blahnik por hacerlos tan bonitos. Una joven también muy guapa, aunque de una manera completamente diferente, y embarazada le ha contestado
que ésa ha sido su elección de vida y que ahora no puede echarse atrás mientras trataba de no romper a reír. Entonces, uno de los hombres más guapos que he visto en todos los días de mi vida se ha acercado a la mesa y le ha dado un beso de película a la chica embarazada. La rubia les ha exigido que se vayan a un hotel y después ha rectificado y ha añadido que mejor que no, que no quiere perder de vista a su amiga durante tres días.
De vuelta en la oficina, cruzo la recepción más animada. Sam me ha hecho reír.
Apenas he dado un par de pasos cuando noto su mano rodear con rabia mi muñeca y atraerme hacia ella. Otra vez sé que es Santana y otra vez saberlo es lo último que quiero.
Nos encierra en su despacho de un portazo y sin ninguna delicadeza me lleva contra la puerta hasta que me aprisiona entre la madera y su cuerpo.
—¿Cuánto tiempo has tardado en dejar que Sam vuelva a tontear contigo? ¿Cinco putos minutos? —pregunta con la voz endurecida y la mandíbula increíblemente tensa.
Está más que furiosa.
—¿De qué estás hablando? —me quejo liberando mi muñeca con rabia, pero Santana la atrapa de nuevo sin ningún esfuerzo y la lleva otra vez contra la madera, todavía más brusca
—. Sólo me ha invitado a comer. Nos hemos encontrado por casualidad. Me he chocado con él cuando salía de mi oficina. Santana sonríe arisca.
—Si no fueras tan increíblemente patosa, no te creería.
Está enfadada. Cuando lo está, siempre dice cosas que me molestan.
—Y si tú no fueras tan capulla, incluso me sorprendería de que me estuvieses montando una escena después de que me dijeras que no me quieres y que nunca vas a quererme justo antes de echarme de tu casa. Tienes novia, Santana. No era el plan, pero mis palabras, involuntariamente, se llenan de todo el dolor y la rabia que
siento. Santana suspira brusca y algo en su mirada cambia. De pronto tengo la sensación de que hemos vuelto al archivo, que sigo llorando y que Santana me pide que me calme.
—Te he visto con ella. Le ponías el abrigo y le abrías la puerta. Estabas siendo amable —me sincero porque cada palabra me está quemando por dentro. Estoy a punto de volver a llorar, pero me contengo. No quiero convertirme en una de esas exnovias que no pueden dejar de llorar cada vez que ven a la mujer que les partió el corazón.
—¿Te hubiese dolido menos si la hubieses visto saliendo de mi habitación? Dudo sobre qué contestar, pero a estas alturas de la película me parece una estupidez mentir para salvar el orgullo. Ella también tiene clarísima la respuesta a esa pregunta. Si no, ni siquiera la habría formulado.
—Sí —murmuro fingiendo una sonrisa para no parecer una patética enamorada—. ¿No es una locura?
Santana me acaricia suavemente la mejilla con la punta de los dedos, despacio. En su mirada, bajo toda esa rabia y soberbia, comienza a dibujarse un dolor frío y cortante.
—No, no lo es —susurra con su ronca voz—. Sólo significa que me conoces demasiado bien.
Su olor me envuelve. Estoy perdida.
—¿Por qué con ella si puedes tener una relación y conmigo no?
Soy plenamente consciente de lo patética que sueno, pero necesito una respuesta.
—No lo sé, Pecosa —murmura.
Mueve despacio su mano hasta que sus hábiles dedos se acomodan en mi cuello. Involuntariamente mi respiración se acelera y un suspiro bajito pero lleno de significado sale de mis labios.—
No podemos seguir así —me advierte.
Su voz se ha vuelto aún más ronca, llenándose de deseo.
—Por Dios, Britt, márchate —me pide separándose brusca, como si temiese no ser capaz de contenerse si sigue cerca de mí.
Yo me separo un paso de la puerta y por un momento la observo apoyar las dos palmas de las manos sobre su mesa. Resopla llena de rabia al mismo tiempo que su espalda se tensa. En este momento recuerdo las palabras de Quinn y las mías propias y no puedo evitar pensar que hay algo que no sé y que eso es lo que la atormenta, lo que la separa de mí.
—A partir de ahora sólo hablaremos de trabajo —sentencia sin ni siquiera volverse. Quiero decirle que se está equivocando, que hablemos, pero, por mucho que una parte de mí tenga dudas, la situación es la que es. Ella tiene novia y yo debo alejarme para volver a estar bien.
Asiento aunque sé que ella no puede verme y, torpe, con los ojos llenos de las lágrimas que no me permito llorar, salgo escopetada.
Encerrada en mi pecera respiro hondo y me obligo a mí misma a imponerme una serie de reglas, pero no como cuando me mudé a casa de Santana. Reglas de verdad, de estricto cumplimiento bajo pena muy horrible, como correr todas las mañanas o dejar de ver las reposiciones
de «The Young and The Restless». La primera es obvia: lo único que me une a Santana López es una relación laboral, nada más. La segunda es más obvia aún: no dejarle que vuelva a ponerme en situaciones en las que queda claro cuánto le deseo, aunque para mi desgracia ahora debería decir cuánto le quiero. Resoplo. Si vuelve a cogerme de la muñeca y acorralarme contra una pared, seré impasible. Resoplo más fuerte, ¿a quién pretendo engañar?
«Como siempre, a ti. Eres la única que se cree tus mentiras.»
Cabeceo y me concentro en lo realmente importante. Tercera regla: se acabó pensar que Santana está sufriendo y que, en el fondo, me necesita. No voy a cometer ese error. No me traerá nada bueno. Pecosa ha salido por la puerta de atrás de su vida y, probablemente, con la cabeza no demasiado alta, pero ha salido.
Lola llega justo antes de que acabe oficialmente mi primera jornada laboral como asistente de oficina. Después de perder la cuenta de cuántos achuchones me da, me informa de que no tengo
opción y nos vamos con Rachel primero de cena al hotel Chantelle y después a tomar copas a The Hustle.
—¿Y cómo te ha ido? —me pregunta Lola justo antes de darle su primer trago a su segundo margarita.
—No ha ido mal.
—Mentirosa —se queja Rachel, que ya se ha puesto una sombrillita de cóctel tras la oreja.
—Gracias —replico sardónica.
—Para eso están las amigas —contesta divertida sin ningún tipo de remordimiento mientras me coloca también a mí una sombrillita tras la oreja. Me giro y la fulmino con la mirada. Ella me observa y sonríe exageradamente, enseñando todos los dientes, para incitarme a hacer lo mismo. Al final, no tengo más remedio y acabo sonriendo.
Suena This summer’s gonna hurt like a motherfucker de Maroon 5.[6]
—Tiene novia —confieso con la mirada clavada en mi cóctel—. No es que creyese que iba a guardarme una especie de luto —me defiendo—, pero... una novia, tan pronto.
—Qué cabronaza —se queja Rachel.
Lola me observa un segundo y se inclina sobre la mesa.
—A lo mejor ella tiene una enfermedad terminal —dice muy seria— y Santana es su deseo a lo fundación Make-A-Wish.
La miro boquiabierta y, antes de que pueda decir nada, las tres nos echamos a reír. Me conoce demasiado bien. Sabe que, para reconfortarme, aunque sea a través de chistes realmente malos, no
necesito oír que Santana es gilipollas, sino que debe de haber algún motivo por el que ha ocurrido todo esto. Por eso es mi mejor amiga.
—Lo que tienes que hacer —comenta Rachel— es pensar en tu situación feliz favorita. Lola abre la boca encantadísima dispuesta a decir algo.
—Nada de hombres desnudos —se apresura a interrumpirla Rachel alzando las manos unos centímetros de la mesa.
Lola tuerce el gesto fingidamente resignada y guarda silencio.
Sonrío observándolas.
—Anímate —me apremia Rachel.
—No sé —respondo sonriendo de nuevo a la vez que me encojo de hombros—. No se me ocurre nada.
—Sería en Central Park, seguro —comenta Lola—. Te encanta ese sitio.
Asiento.
—La celebración del año nuevo chino en Central Park —replico—. Eso sería increíble.
—Y todo muy neoyorquino, muy sofisticado, como en ese anuncio de colonia con el que siempre te quedas embobada cada vez que sale por la tele —añade Rachel—, ese de Dolce&Gabbana que protagonizan Scarlett Johansson y Matthew McConaughey. —Chasquea los dedos tratando de
recordar el nombre del perfume.
—¿Light Blue? —propone Lola.
—Trato de recordar el preferido de Britt, no el tuyo —repica Rachel sardónica.
—Un hombre guapo hasta decir basta en bañador y en el agua paradisiaca de Capri. Perdona por tener buen gusto.
—The One —las interrumpo a punto de echarme a reír otra vez.
—¡Ése! —dice Rachel—. Pues lo que os decía —continúa ceremoniosa—: imagínate que estás en Central Park. Todo es elegante, seductor. De pronto una decena de fuegos artificiales irrumpen en el cielo y un montón de chinos aparecen dando volteretas.
—¿Matthew McConaughey también da volteretas? —la interrumpe Lola.
—Cállate —se queja Rachel al borde de la risa—. Central Park —reconduce la conversación—, el año nuevo chino, un ambiente de anuncio.
—Y mi película favorita —añado encantada con la posibilidad de tener todas las cosas que me gustan en un solo día— y buena música.
—¿Qué canción? —pregunta Lola.
Lo pienso un instante.
—XO, de Beyoncé[7] —respondo y las tres asentimos.
—Esa canción es una pasada —añade Lola.
Yo vuelvo a asentir.
—¿A que ya te sientes mejor? —inquiere Rachel.
—La verdad es que sí —contesto dándole un trago a mi margarita.
—Pues ahora añade un hombre guapo y desnudo y te sentirás de escándalo —sentencia Lola.
Y las tres nos echamos a reír.
Ese lunes marca el inicio de una semana en la que todos los días se parecen bastante. Me paso las mañanas en la oficina, las tardes en la universidad y las noches con Lola. Mi Lolita, ¿qué sería de mí
sin ella? Hemos instaurado un nuevo ritual. Cuando llegamos de la oficina, ella sirve tres chupitos de tequila sobre la mesa en unos vasos adornados con un salero y un limonero, el lagarto y un mexicano
con un sombrero enorme como en los dibujos de Lucky Luke. Si el día no ha estado mal, caen el salero y el limonero. Si ha sido malo, añadimos el lagarto. Si ha sido horrible, también el mexicano.
Normalmente, han sido buenos, malos o peores en función de cuántas veces me he cruzado con Santana. Desde que me marché de su despacho, no hemos vuelto a hablar de nada que no sea
estrictamente profesional. Mentalmente me hago una docena de preguntas cada vez que la tengo delante. La mayoría de ellas son muy de telenovela, como ¿qué tiene ella que no tenga yo? En mi
cabeza ella siempre contesta que nada, porque soy perfecta y maravillosa y ella una cabronaza que no ha
sabido darse cuenta de que ya tenía lo que quería. Dependiendo de cómo se haya portado ese día, la perdono o la abandono marchándome con Christian Grey en el Charlie Tango.
Sí, sigo pensado que tengo que dejar de leer novelas románticas.
No he vuelto a ver a la supermodelo de su novia y mi salud mental lo agradece. Ya tengo suficiente con imaginarlas juntas.
Por su parte, Santana cada día está más irascible y malhumorada. Ha llegado a tal punto que ayer, Marley, su secretaria, le lanzó a sus pies la carpeta que llevaba y le llamo alemán malnacido.
Acto seguido le pidió perdón por lo de alemán, alegando que no quería ser racista.
Al marcharse, Santana levantó la mirada y, no sé si consciente o inconscientemente, buscó la mía a través de la inmensa sala. Cuando sus ojos marrones se encontraron con los míos azules, sonrío mientras agitaba suavemente la mano y yo, sorprendida y divertida, le devolví la sonrisa.
Santana López es de esa clase de mujeres a quien le gustan las chicas con carácter que le ponen las cosas difíciles y eso incluye a su secretaria.
A finales de semana está a punto de estallar. Las cosas con el asunto McCallister no terminan de arreglarse. Sin embargo, tengo más claro que nunca que hay algo más. Está furiosa con el mundo y, siendo Santana López, lógicamente, la paga con el mundo.
El lunes siguiente, y por lo tanto la semana, parece que empieza mejor. Estoy cantando bajo la ducha los grandes éxitos de Icona Pop y, cuando llega el turno de We got the world,[8] tengo hasta
coros, ya que Lola está en el baño embadurnándose de pies a cabeza con crema hidratante con olor a cerezas.
Entro en la oficina peleándome con la misma hebra de hilo. Esto ya es algo personal. Se trata de ella o yo. Sin embargo, en la parte más cruenta de la batalla, Beatrice, la secretaria de Quinn, me llama desde el pasillo. Quiere verme. Es urgente. El asunto McCallister sigue sin solucionarse. Parece que las cosas no están saliendo como
quieren en el edificio Pisano. Todos están muy cabreados. Quinn planea hacer un control de daños y necesita que revise una cantidad de carpetas casi indiabladas. Me pide perdón por adelantado y me
promete que, si lo tengo listo a tiempo, se pensará lo de añadir Pierce al nombre de la empresa. Visto lo visto, esta mañana me quedo sin ir a la universidad. A eso de las dos decido tomarme un descanso. Estoy muerta de hambre. Me pongo mi gorrito de lana y mi abrigo rojo de doble abotonadura y salgo de mi pecera. Además, parece que todos se han marchado ya a comer.
—¡Pecosa! —grita desde su despacho.
Parece ser que no todos.
—¿Qué quieres? —le pregunto desde el vestíbulo.
Llevo toda la mañana mirando papeles. Me merezco cinco minutos y un refresco con una cantidad casi ridícula de azúcar.
Durante unos segundos, no obtengo respuesta, pero entonces oigo unos pasos lentos y seguros y Santana se asoma a la puerta de su oficina. Se detiene bajo el umbral y apoya una de sus manos en el
marco, mirándome de arriba abajo. Está enfadada y guapísima, aunque hago todo lo posible por no sorprenderme. La ecuación no podría ser más mezquina: cuanto más furiosa, más atractiva y, con todo el tema de Dillon Colby y el edificio Pisano, está llegando a unos niveles de locura absoluta. No me extrañaría que más de una pobre e inocente transeúnte le hubiese lanzado las bragas cuando ha visto bajarse a semejante diosa griega del jaguar esta mañana.
—¿En qué momento has tenido la brillante idea de que tengo por qué darte algún tipo de explicación? —Genial, está de un humor maravilloso—. A mi despacho, ya —ruge regresando a su
oficina.
Yo alzo la mirada al cielo a la vez que resoplo y me quito mi gorro. Me he quedado sin descanso.
Entro en el despacho de Santana desabotonándome el abrigo. Lo dejo con cuidado sobre el sofá y encima tiro mi gorrito. Me revuelvo el pelo para darle un poco de forma y cierro la puerta.
Después giro sobre mis talones y finalmente camino hasta colocarme frente a su mesa. Todo bajo su atenta mirada.
—¿Algo más? —pregunta arisca.
Entonces decido que sí. Me inclino, sólo un poco, y finjo quitar una mota de polvo de una de mis medias. Después me aliso la falda de mi vestido con bonitos motivos marineros estampados. Y, para
terminar, me meto un mechón de pelo tras la oreja. Todo de nuevo bajo su atenta mirada. No sé por qué me gusta provocarla así. Un día va a estallar y vamos a acabar como los protagonistas de Los
inmortales, sólo va a haber sitio en este planeta para una de los dos, pero es que puede ser tan gilipollas que simplemente se lo merece.
—Lista —le comunico con una impertinente sonrisa.
—Pecosa —me reprende.
—¿Qué quieres? —repito cruzándome de brazos porque, por mucho que no quiera, ese tono sigue intimidándome y continúa resultándome demasiado sexy al mismo tiempo. Por una décima de segundo sonríe con algo de malicia. Tiene perfectamente claro hasta qué punto me afecta todavía.
—¿Me puedes explicar qué es esto? —inquiere sosteniendo una carpeta en alto. La observo unos segundos. No necesito más para reconocerla.
—Es mi balance de las subcontratas de Nikon para Murray y Salas.
Santana sonríe displicente.
—Habla con propiedad, Pecosa —replica arisca—. Es exactamente todo lo que no hay que hacer en un balance de subcontratas. No sé si lo sabes, pero la psicología inversa no se refiere a eso. Rehazlo.
Cojo la carpeta de mala gana y giro sobre mis pasos. No sólo acabo de perder mi descanso, sino que encima voy a tener que pasarlo rehaciendo cuentas.
—¿Dónde te crees que vas? —gruñe.
—A rehacer el informe —contesto como si fuera obvio.
—De eso nada —me corrige sin levantar su vista de los documentos que revisa—. Lo rehaces aquí, donde pueda controlarte y evitar que se te vaya el santo al cielo pensando en lo que sea que pienses para ser tan increíblemente torpe.
La miro conteniéndome por no coger el teclado y lanzárselo a la cabeza. Dudo que se pueda ser más odiosa, aunque cada vez que dice este tipo de cosas creo que se supera.
A regañadientes, me siento en el sofá y comienzo a trabajar en el balance. No he avanzado mucho cuando, involuntariamente, alzo la mirada y me encuentro con Santana. Está muy concentrada revisando unos papeles. Se pasa la mano por el pelo sin apartar la vista del documento y por un momento la luz juega a que sus ojos sean grises. Y yo de pronto me siento como si no hubiesen pasado ya diez días desde que estuve sentada en este mismo sofá por última vez. Al darse cuenta de que la observo, Santana alza la cabeza y nuestras miradas se encuentran.
—¿Qué? —pregunta con una suave sonrisa, absolutamente sincera y preciosa.
—Nada —respondo apartando mi mirada de la suya y centrándola de nuevo en los balances.
¿Por qué tiene que ser tan guapa? Ése es el principio de todas mis desgracias.
Trato de centrarme en mi balance y me prohíbo mentalmente volver a mirarla. Me cuesta un mundo pero poco a poco voy concentrándome en los números y consigo mantener mi libido, y esa parte de mí que siempre va vestida con pijamas de Hello Kitty, a raya.
Casi he terminado cuando me topo con un gráfico que soy incapaz de descifrar. El logaritmo con el que está escrito me parece chino mandarín y, por más vueltas que le doy, no puedo resolverlo, aplicarlo y, por lo tanto, saber si está o no bien configurado.
—Santana —la llamo con la vista aún puesta en los papeles, mordiendo la parte de atrás de mi lápiz—, tengo un problema con este logaritmo.
Al fin alzo la cabeza y encuentro su mirada lista para atrapar la mía. Es indomable, salvaje, es la mirada más espectacular que he visto en mi vida. Por un momento nos quedamos observándonos, pero casi en ese mismo instante me doy cuenta de la mala idea que es, supongo que como ella, porque las dos apartamos la vista y volvemos a concentrarnos en nuestros respectivos documentos.
—Ya te pago la universidad. No pienso darte clases particulares. Si tienes dudas, resuélvelas y sigue con tu trabajo.
Frunzo los labios. Quiero gritarle que ella no me paga nada, que es un préstamo que me ha hecho la empresa, pero incluso yo soy consciente de que eso es una estupidez.
Me levanto resoplando para demostrarle lo enfadada que estoy y me encamino hacia la puerta.
—¿Adónde coño vas? —pregunta arisca.
—A resolver mis dudas —le aclaro displicente.
Santana se deja caer sobre el sillón a la vez que resopla brusca. Parece que ella también quiere demostrarme lo enfadada que está.
—No vas a salir de aquí.
Y a cada palabra, su voz se ha vuelto más grave, más sensual.
—Santana —le reprendo en un murmuro.
No entiendo a qué ha venido ese comentario.
—¿Qué? —replica veloz sólo para no dejarme pensar.
Yo trago saliva y, nerviosa, clavo mi mirada en mis propias manos.
—Sólo trabajo, ¿recuerdas? —le digo haciendo referencia a las mismas palabras que ella pronunció en este despacho hace más una semana.
La expresión de Santana cambia de nuevo. Se vuelve más fría, incluso intimidante, al mismo tiempo que un millón de emociones atraviesan su mirada.
—Eso no lo dudes —sentencia con la voz imperturbable— y de paso recuérdatelo la próxima vez que te quedes mirándome embobada.
—Eres una gilipollas —siseo herida.
¿Por qué tiene que comportarse así?
—Puede ser, pero no vuelvas a recordarme lo que hay entre nosotros. Lo tengo clarísimo.
—No volverá a pasar, señorita López.
Ese «señorita López» le ha dolido, pero no me importa.
Recojo los documentos y las carpetas de la pequeña mesa de centro y voy hasta la puerta. Puede exigirme que sea profesional, pero tenerme en su despacho simplemente porque le dé la gana no lo
es y no se lo pienso consentir. No después de lo que me ha dicho.
—Estaré en mi despacho —murmuro y, sin esperar respuesta por su parte, salgo de su oficina.
Camino de prisa porque no sé si voy a romper a llorar o no. No quiero hacerlo, pero a veces creo que ni siquiera depende de mí. En un primer momento siempre pienso que es un maldita capullo que me hace subir lo más alto posible para después disfrutar con mi caída, pero acabo
arrepintiéndome de esa idea. Algo dentro de mí, por muy enfadada que esté, no para de gritarme que, sea lo que sea lo que le pasó la noche que me fui de su casa, le está comiendo por dentro. Santana
está sufriendo. No sé cómo lo sé, pero lo sé.
Resoplo y me siento a mi mesa. Lo mejor será que termine con este balance.No sé cuánto tiempo ha pasado. No mucho, porque Quinn y Kurt aún no han regresado del almuerzo. Todo está muy tranquilo, en perfecto silencio, cuando oigo gritos al otro lado del pasillo e
inmediatamente adivino que es Santana. Me levanto despacio, acercándome a una de las paredes de cristal de mi pecera. En ese instante ella sale de su despacho rugiendo por su iPhone y se queda a unos pasos de la puerta. Sea quien sea quien esté al otro lado, le están echando la bronca de su vida.
—… No, el problema aquí es que yo no tengo por qué cargar con ningún gilipollas que no sabe hacer su trabajo. Te quedas fuera y voy a asegurarme de que no consigas trabajo en esta ciudad ni en
una puta recepción. No te confundas, no es por el dinero. Me has hecho perder mi tiempo y eso me lo vas a pagar.
Cuelga y en el mismo momento lanza el teléfono contra la pared. A pesar de estar viéndola, el sonido me sobresalta. Su iPhone de última generación se hace añicos y se esparce por todo el suelo
del pasillo. —¡Joder! —masculla furiosa, frustrada, a la vez que se pasa las dos manos por el pelo.
Aún tiene los dedos enredados en su maravilloso cabello negro cuando alza su mirada y otra vez se encuentra con la mía. A veces tengo la sensación de que es la propia gravedad la que nos atrae
irremediablemente la uno hacia la otra. Sin dejar de mirarme, Santana n baja los brazos y los deja caer hacia sus costados, como si estuviese cansada de luchar, de echarme de menos, de ese «sólo trabajo» que, aunque es lo mejor para las dos, no es lo que ninguno quiere.
Se humedece los labios y pronuncia sin emitir sonido alguno un «lo siento» que traspasa todo el aire entre las dos y llega hasta mí, claro, sincero, pero sobre todo muy triste. ¿Qué fue lo que pasó
aquella noche? Santana desata nuestras miradas y con paso lento regresa a su oficina.
Yo me quedo de pie, inmóvil, observando el teléfono destrozado sobre el parqué y de pronto sé lo que tengo que hacer. Rodeo mi mesa, abro el último cajón del coqueto mueble gris marengo y saco algo de él.
Con paso decidido, salgo de mi despacho y voy hasta el de Santana. Golpeo la puerta suavemente pero, antes de que pueda darme paso, entro escondiendo las manos a mi espalda para
ocultar lo que llevo en ellas. Al verme, Santana exhala brusca todo el aire de sus pulmones y clava su mirada en mí, observándome hasta que me coloco al otro lado de su mesa, frente a ella.
Yo respiro hondo, reuniendo un poco de valor; no tengo muy claro cómo va a tomárselo y, con cuidado, dejo su Alfa Romeo de colección sobre la mesa. Santana me mira con los ojos como platos y, despacio, se recuesta en su elegante sillón. Está sopesando qué hacer conmigo. Será mejor que diga lo que tengo que decir antes de que lo decida.
—Pensaba enviártelo pieza por pieza con notas de esas anónimas con letras recortadas de revistas —me sincero—, pero después pensé que, con lo obsesiva y controladora que eres, mandarías
la nota a analizar al FBI y, con lo patosa que soy yo, habría ADN mío mezclado con pegamento por todas partes y, al final, me descubrirías igual. Así que es mejor así.
Santana me mira durante lo que me parece una eternidad hasta que, como si no fuese capaz de disimularlo más, sus labios se curvan en una incipiente sonrisa.
—Supongo que puedo prescindir de los federales —bromea.
Yo asiento fingidamente sería, tratando de ocultar una divertida sonrisa.
—Como justo castigo, estoy dispuesta a arreglarte un poco este desastre de escritorio —digo comenzando a recoger papeles y carpetas.
Me observa sin decir una palabra.
—¿Sabes? Para ser alguien que odia ver su mesa llena de papeles… —dejo socarrona la frase en el aire mientras continúo recogiendo.
Santana se levanta, me quita las carpetas de las manos y las lleva a la estantería.
—¿Me estás ayudando? —bromeo—. Estoy casi sorprendida.
Sigue sin decir nada, pero puedo notar cómo me observa a mi espalda. De pronto mis movimientos se hacen más lentos. Sus ojos incendian mi piel donde se posan, haciéndome increíblemente consciente de que está ahí, justo detrás de mí. De un paso elimina la distancia que nos
separa. Sus labios suspiran suavemente contra mi pelo y su mano vuela hasta posarse abierta y posesiva sobre mi estómago.
—¿Por qué no te rindes? —susurra a mi espalda con esa voz tan endiabladamente ronca y sensual.
Mi respiración se acelera de inmediato y todo mi cuerpo se tensa, se carga de adrenalina, de pura electricidad, de deseo, de amor.
—Ríndete, por favor —me ordena y me suplica al mismo tiempo—. Dame por imposible, Pecosa, porque ya no puedo más.
No sé si soy yo la que se gira entre sus brazos o es ella quien me gira en un fluido movimiento que hace que sus manos se deslicen despacio por mi cuerpo hasta quedarse ancladas en mis caderas, dejándonos frente a frente, aún más cerca en todos los sentidos.
Santana apoya su frente en la mía. Su respiración también es un caos y todo el calor que desprende su cuerpo atraviesa su ropa y la mía y me calienta, grabando a fuego en mi piel que le pertenezco, que le perteneceré siempre.
Inclina la cabeza, busca mi boca con la suya y me besa. Un beso corto, suave, un leve roce que me recuerda todos y cada uno de los besos que me ha dado, todo lo que he sentido con cada uno de
ellos. Suspiro bajito y el sonido se entremezcla con un gruñido sexy y sensual que atraviesa su garganta. Ése parece ser el pistoletazo de salida para Santana y me besa con fuerza, traduciendo su
suplica más desesperada, dejándome claro que me necesita tanto como yo la necesito a ella. ¿Que me quiere tanto como yo la quiero a ella?
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Que Santana diga lo que oculta de una vez! Me pone nerviosa esa mujer :s
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
Susii Hoy A Las 9:39 Pm
Que Santana diga lo que oculta de una vez! Me pone nerviosa esa mujer :s escribió:
jajaj me has hecho reir, pero por que nerviosa?? jajaj actualizare cuando pueda asi se ira resolviendo el misterio
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Fanfic Brittana: Manhattan Crazy Love (adaptación) Epilogo
uuuffff mucho misterio !!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
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