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Mensaje por Mico4 Vie Jun 12, 2015 2:52 am

Capítulo 6

Me desperté muy pronto aquella mañana. El cielo seguí­a tan oscuro como lo estaba cuando Santana salió de la habitación la noche anterior. Ni siquiera se apreciaba en él un atisbo de luz que me diera un indicio de que el amanecer estaba a punto de llegar. No sabí­a qué hora era. Lo único que sabí­a era que me morí­a de ganas por que dieran las ocho en el reloj para poder verla cruzar aquella puerta. Ese anhelo fue lo que me mantuvo en vilo sin permitirme que volviera a coger el sueño. Miré a la derecha en busca de mi madre y comprobé que seguí­a durmiendo plácidamente. No podía quitarme a Santana de la cabeza. El recuerdo de su rostro, su sonrisa y sus manos, no dejaban de latir en mi mente. Giré levemente la cabeza para poder tener una mejor perspectiva de la puerta. Y allí me quedé expectante, hasta que la luz del dí­a fue iluminando la habitación, haciendo que mi madre se despertara. Cuando Santana entró en la habitación lo hizo acompañada de Marley. Iba vestida completamente de blanco. Era la primera vez que la veía vestida con el uniforme de médico, incluyendo los graciosos zuecos. Nuestras miradas se cruzaron y me guiño un ojo a modo de saludo antes de que ambas se detuvieran ante mi madre. La observé mientras formaban un corrillo. Afortunadamente, Santana habí­a quedado frente a mí­, lo que me permití­a admirarla sin ningún tipo de disimulo. Sus labios no tardaron en sonreí­r brevemente cuando se percató de mi insistente mirada.

-Santana,¿puedes venir un momento, por favor? - interrumpí impaciente por tener su compañía solo para mí.

Las tres me miraron a la vez, pero solo ella se encaminó hacia mí­.

-Hola,¿Cómo te encuentras hoy?

Moví la mano escayolada para poder tocar la suya, que acababa de apoyar sobre el colchón. Clavé sus ojos en los míos cuando acaricié suavemente el dorso de su mano. Nadie podí­a vernos. Ella había quedado de espaldas a mi madre y Marley, que continuaban charlando en la entrada de la habitación.

-Tenía muchas ganas de verte - susurré dejando mi mano sobre la suya, pero esta vez sin acariciarla.

Advertí­ que su mirada se solidificaba y retiró mi mano por respuesta.

-Hoy te voy a quitar la sonda - habló otra vez.- ¿Has ido al baño?

-No voy a hacer nada en una cuña.

-Va en serio.

-¿Quieres que te ponga un pañal?

-Ponme lo que quieras, pero no voy a hacer nada - persistí.

-Lo harás, créeme.

Mi madre nos comunicó que bajaba a la cafetería a desayunar cuando Marley se situó a los pies de la cama.

-Ahora misma vuelvo - anunció Santana desapareciendo también junto a Marley tras la puerta.

Pensé que a su vuelta vendrí­a acompañada de otra de las enfermeras que habitualmente le ayudaba en aquella tarea, sin embargo, en esta ocasión apareció ella sola con el carrito. La observé mientras me desabrochaba la chaqueta del pijama. En aquel momento, la cercanía de su cuerpo y sus manos deslizándose por el suave tejido a punto de descubrir mi anatomía me excitaron. Un escalofrí­o me recorrió de norte a sur y sentí el cálido tacto del pijama sobre mis pezones erectos. Me miró cuando me mordí el labio inferior al tratar de aplacar mis estimulados sentidos.

-¿Te duele?

-No - respondí con la voz ronca por la excitación.

Cuando me abrió la chaqueta y fui consciente de la desnudez de mi cuerpo ante su presencia, la extraña y a la vez excitante situación se transformó en una placentera humedad entre mis piernas.

-Esto va mejor - la oí decir.

Forcé el cuello para poder mirarme y vi mi cuerpo desnudo. No me fijé en el hematoma sino en mi pecho coronado por unos pezones insistentemente erectos. El dí­a anterior no habí­a sido capaz de reconocerme, sin embargo, en ese instante era lo único que era capaz de distinguir.

-¿Hoy no vienes con nadie para que te ayude? - no era que me importara estar a solas con ella, más bien era todo lo contrario, pero reconocí­a que la presencia de otra enfermera cuando tení­a que lavarme, hací­a que estuviera más relajada y mi cuerpo, desde luego, no reaccionaba del modo en que lo estaba haciendo.

-Si prefieres, aviso a alguien.

-No, no he dicho eso.

Levantó la vista para mirarme.

-No me apetece compañí­a, eso es todo.

-Si quieres hablar con Kling porque consideras que no te permito hacer tu trabajo y quieres dejarlo para volver a tu turno de ocho horas lo entenderé.

-No, no quiero. Me gusta cuidar de ti.

La miré detenidamente y un tanto incrédula por su afirmación.

Volvió a mirarme directamente a los ojos.

-¿Qué ocurre?¿No me crees?

Me encogí­ de hombros. No sabí­a qué contestar.

-¿Estás enfadada por lo de la cuña?

-No sé de dónde te has sacado que esté enfadada. No lo estoy. Y lo de la cuña ya es historia. Te voy a quitar la sonda para que puedas pasar tú sola al baño.

-¿Y ese cambio tan radical a qué se debe?

-A nada. A mí tampoco me gustaría tener que usar una cuña, así que entiendo tu postura.

-¿Antes me amenazas con ponerme pañales y ahora todo te parece bien?

-Lo de los pañales era una broma. Me hace gracia lo testaruda que eres.

Me miró el cuerpo una vez más cuando advertí que estaba analizando el hematoma.

-¿Está todo bien?

-Sí­, la verdad es que es un milagro que no se te haya roto ni una costilla. Eres increí­blemente fuerte. ¿Haces mucho deporte?

-El que puedo, pero no es mucho.

-¿Qué prácticas?

-Creo que no te va a gustar la respuesta.

-¿Por qué? - me miró.

-Parkour.

-¿Parkour? Bueno, no sé de qué me sorprendo viniendo de ti no podría ser otra cosa.

-¿No te gusta?

-Me encanta, pero es muy arriesgado.

-¿Lo haces en la calle?

-A veces.

-O sea, sí - sonrió.

-También lo practico en casa y en el gimnasio, porque a mi madre no le gusta que vaya por ahí saltando mobiliario urbano.

-Lógico - asintió.¿Sabes quién es Alexa? - preguntó tras hacer una pausa.

-Sí, ha ganado varios premios locales de Parkour.

-Es prima de Marley.

-¿En serio?

-¿Te gustaría conocerla?

-Bueno

-¿Eso qué significa?¿Sí o no? Es una chica muy guapa.

La miré molesta.

Conozco a Alexa. La he visto muchas veces por mi zona practicando y aunque sea espectacular ver cómo salta y se desplaza, no es a ella a quien me gustaría conocer - me mantuvo la mirada y enseguida regresó a su cometido.- Si tan guapa te parece, queda tú con ella.

-Gracias, pero no es mi tipo - aclaró, echándose a reír.

-¿Demasiado joven, quizá? - pregunté irónica.

La vi girarse hacia el carrito y ponerse los guantes de látex. Cuando se volvió hacia mí me enseñó la cuña que habitualmente utilizaba para aquella tarea con un simpático gesto dibujado en la cara. Sonreí a regañadientes y antes de que me dijera que levantara las caderas lo hice yo, para que pudiera colocarla debajo de mí.

-Gracias. Veo que te sabes el ritual.

-Voy a quitarte la sonda,¿de acuerdo?

Asentí y miré de nuevo en dirección sur para ver cómo de ridículo yací­a mi cuerpo en aquella situación. Vi que me había cerrado la chaqueta del pijama, pero sin abotonar, lo que me dejaba la piel del estómago en adelante a la vista.

Empezaba a ponerme tensa con la maniobra y Santana se percató.

-Tranquila, Brittany - dijo apoyando su mano izquierda sobre mi cadera.

-No me va a doler, solo es ligeramente molesto.

-Lo sé.

Me miró con sus ojos de color café y sentí­ que me acariciaba suavemente la piel de la cadera.

-¿Sabes?, Alexa va mucho por el Havet a ver a Marley.

-No es con ella con quien quiero ir allí, es contigo.

-Pensaba que conmigo el sitio te daba igual.

-Y es verdad. El sitio no me importa, yo solo quiero verte.

-Y yo solo necesito que separes más las piernas y que respires hondo - me pidió acariciándome de nuevo la cadera.

Sentí sus dedos sobre mi pubis deslizándose hacia abajo. Después, me separó cuidadosamente los labios e irrigó mis genitales con solución antiséptica. Conectó una jeringa y vació por completo el contenido del balón. A continuación, retiró la sonda tan despacio que apenas notaba cómo salí­a de mí­.

-Ya está.¿Te he hecho daño?

-No, muchas gracias.

-De nada, chica guapa - me guiñó un ojo sonriente.- Ahora vamos a tener que controlar la orina para asegurarnos de que está todo bien. Voy a necesitar que hagas pis en un tubo medidor. Es muy posible que durante unos días sientas ganas de hacerlo muy a menudo y luego no hagas tanto como crees - me advirtió.- Es absolutamente normal. Tú avísame siempre que lo necesites.

Me gustaba la idea de tener que avisarla cada vez que necesitara levantarme para ir al cuarto de baño. Algo me decí­a que las secuelas de haber llevado una sonda iban a durarme más de la cuenta.

Me liberó del suero y calmantes que colgaban del soporte y manipuló el mando a distancia que controlaba el sistema electrónico de la cama para disminuir la altura con respecto al suelo. Luego, elevó el cabecero hasta que quedé prácticamente incorporada.

-¿Te duele?

-No - mentí.

Sentía la piel tirante y por primera vez era consciente del peso de mi propio pecho. Deseaba levantarme de aquella cama y sobre todo querí­a evitar una situación que cada día veí­a más inevitable. No me gustaba la idea de que los cuidados de Santana incluyeran mis necesidades fisiológicas. No iba a permitirlo bajo ningún concepto.

Costara lo que costara.

Me ayudó a mover las piernas y colocarlas sobre el suelo.

-¿Cómo te sientes?

-Mejor que nunca.

-Quédate ahí y no intentes levantarte por tu cuento, por favor. Voy a por una silla de ruedas.

Aunque hubiera querido, me sentí­a demasiado entumecida como para intentarlo. Me miré los pies y moví los dedos para acelerar el riego sanguí­neo.

-Espero no tener que usarla - dije cuando apareció empujando la silla.

-¿Cómo lo ves?¿Quieres que lo intentemos ahora o prefieres esperar?

-Intentémoslo.

Situó la silla de ruedas a un lado, lo suficientemente cerca por si la necesitábamos. Me deslicé lentamente hasta el borde de la cama para evitar un esfuerzo innecesario con la parte superior de mi cuerpo. Alcé la cabeza para mirarla cuando sus manos me sujetaron por encima de los codos.

-Es que no sé por dónde agarrarte para no hacerte daño y a la vez ayudarte.

-No te preocupes, no me haces daño - dije, y con las mismas me puse en pie en un solo movimiento.

Aún sentía sus manos sobre mis brazos cuando me encontré frente a ella. Nos habí­amos quedado muy cerca y su proximidad me aceleró una vez más los latidos del corazón.

-¡Qué alta eres! - exclamó con sorpresa.

-Y tú qué guapa eres.

-Lo digo en serio. Ya me parecí­a que eras alta pero no sé si tanto. Será que al cambiarme la perspectiva

-Es posible. Yo también desde esta perspectiva te encuentro aún más guapa si cabe.

-Y yo que tenía esperanzas de que eso cambiara una vez te levantaras de la cama

Bajé la vista tratando de camuflar la desilusión que me ocasionó aquel apunte, pero pronto advertí que quiso compensarme con el modo afectuoso con que rodeó mi cuerpo mientras me ayudaba a caminar hasta el cuarto de baño. Cuando entramos me pareció el paraí­so. Era muy grande y tan blanco como lo era la habitación. Habí­a barras de sujeción por todas partes. Estaba encantada. Iba a poder cuidar de mí misma sin necesidad de mucha ayuda extra. Me paré ante el espejo que Blaine habí­a descolgado el dí­a anterior bajo mi petición.

-¡Menuda pinta! - murmuré tras observarme unos segundos. Después, busqué el reflejo de Santana en el espejo, que se habí­a quedado un par de pasos detrás de mí.

-¡Qué boba eres! - sonrió.- Estás perfecta.

Avanzó hacia mí y se detuvo a mi lado, colocando las manos sobre el lavabo. Nuestros brazos se rozaban ligeramente y deseé que se acercara más.

-¿Sabes?, te queda muy bien el pijama.

-Gracias. Es porque los pijamas son muchos más bonitos que los camisones,¿no crees?

-Sí, pero en este caso es por la percha.

-¿Me estás haciendo la pelota? - le golpeé suavemente con mi brazo.

-No, en absoluto.

-No te creo. Te estás riendo.

-Me río porque me haces gracia.

-Te ríes porque te he pillado. Como consideras que solo soy una crí­a, piensas que con cualquier piropo me vas a subir la moral,¿no es verdad?

Me dedicó una sonrisa desdeñosa por respuesta.

No tardé en descubrir en el espejo la piel oscurecida por el hematoma entre la abertura del pijama, lo abrí para verme mejor.

-No te mires, Brittany - me sugirió en voz baja.

-No te preocupes, ya he superado el shock de ayer - le guiñé un ojo.

Eché una ojeada rápida a mis pechos, que tení­an una apariencia nada recomendable, y la volví a buscar en el espejo. Encontré a Santana con la mirada posada en el mismo lugar que yo misma acababa de abandonar y me sentí ridícula por el aspecto magullado de mi cuerpo. Cerré el pijama con un gesto abrupto que me dolió.

Me acarició el brazo.

-Te pondrás bien, ya lo verás.

Giré el tacón de la escayola para poder quedar frente a ella.

-Necesito ir al baño.

Efectivamente, la consecuencia de haber llevado la sonda empezaba a hacerse notar.

-¿Crees que podrás sostenerlo tú sola? - me preguntó señalando el tubo donde me habí­a pedido que orinara a partir de ese momento.

Asentí aunque no lo tuviera nada claro. No sabí­a si iba a ser tarea fácil con las dos manos escayoladas, pero desde luego que no me habí­a levantado de la cama para que tuviera que ser ella la que sujetara por mí aquel recipiente.

-Si veo que no puedo esperaré a que suba mi madre.

-Supongo que yo no te puedo ayudar,¿verdad?

-No, muchas gracias.

-Estoy aquí para eso.

-No, para eso no.

-En realidad, sí­. Estoy justo para eso - me replicó.

-Conmigo no, Santana - suspiré.- No quiero discutir más sobre ese tema, por favor.
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Mensaje por micky morales Vie Jun 12, 2015 9:41 am

si siguen asi de lentas me dormire antes de que siquiera se den el primer beso, hasta pronto!
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Mensaje por monica.santander Vie Jun 12, 2015 2:35 pm

jajaja San cederá????
Britt es muy terca pero si me pasara lo mismo creo actuaria igual.
Saludos
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Mensaje por 3:) Vie Jun 12, 2015 9:28 pm

holap,...

me gusto el gesto de britt con las rosas para san,...
britt tiene todo el tiempo del mundo mientras este internada en convencer a san para ir al bar!!!
quiero que seda rápido san!!!

nos vemos!!!
3:)
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-*-*-*
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Mensaje por Monze30 Mar Jun 16, 2015 2:42 am

Gracias por haber regresado

Me encanta como es Britt muy aventada y asi y que San sea mas resercada, me encanto el detalle de Britt para San, me pregunto hasta cuando cedera San a lo que pasa entre ella y Britt
Espero con ansias tu actualización
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Mensaje por Elita Sáb Jun 20, 2015 10:39 am

Cuando vuelves????????
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Mensaje por Monze30 Sáb Jun 20, 2015 6:02 pm

Por favor actualiza, vuelve
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Mensaje por Mico4 Dom Jun 21, 2015 1:48 am

Capítulo 7



Desperté melancólica a pesar de ser el último dí­a del año. No habí­a conseguido dormir profundamente. Me habí­a estado despertando continuamente a lo largo de la noche. Mi cabeza no dejaba de recordar momentos vividos con Santana, detalles triviales y otros que no lo eran tanto. Perduraba en mi cabeza, especialmente, el instante en que la había visto a través del espejo del baño, contemplando mi cuerpo desnudo cuando me deshice de la chaqueta del pijama. No podí­a quitarme aquella mirada de la cabeza. Habí­a sido fugaz, pero maravillosamente intensa al mismo tiempo. Su breve y penetrante mirada me habí­a abrasado la piel dejándome el corazón en llamas. No conseguí­a describir con palabras la expresión de su rostro y sus ojos mientras me observaban. Sin embargo, sí que me atrevía a asegurar por presuntuoso que pudiera sonar, que le gustaba lo que estaba viendo. Y a mí­ me gustó que le gustara. Me gustó en exceso el deseo que contenía aquella mirada posada sobre mi piel desnuda. Me había despedido de Santana a las ocho de la tarde del día anterior y no volvería a verla hasta las ocho de esa tarde. Era la primera vez que tení­a que esperar un dí­a completo para poder estar cerca de ella. Por otro lado, me hacía especial ilusión que le hubiera cambiado el turno a Marley aquella noche. Iba a pasar la Noche Vieja con Santana. Cambiar de año al lado de la persona que más me importaba era una de las situaciones más ansiadas que habí­a vivido hasta el momento. Cuando dieron las ocho en el reloj, apareció Marley con su melena oscura y su habitual simpatía. Le devolví la sonrisa. Sin embargo, nunca habí­a sido tan consciente de lo que podrí­a llegar a echar de menos a Santana hasta aquel preciso instante, aquel en el que otra persona ocupaba su lugar. El hecho de encontrar a Santana en el horario al que me tení­a acostumbrada Santana no ayudó en absoluto. El dí­a anterior mi madre le había pedido permiso para traer una cena especial para aquella noche. De hecho, la habí­a invitado a que se uniera a nosotros, aunque ella denegara amablemente la invitación alegando que cenaría con el resto de sus compañeros del turno de noche.

Aquella mañana fue Marley quien me ayudó a ducharme, como lo hizo Santana los dos días anteriores. Aunque habí­a logrado evitar a mi enemiga la cuña, no habí­a conseguido una total privacidad en el baño. Aun así, empezaba a acostumbrarme a la desnudez de mi cuerpo frente a los demás. Ya casi no le daba importancia. Entre las curas y los baños, a veces pensaba que me pasaba más tiempo descubierta que cubierta. Sentada en la cama devoró los periódicos que Santana me habí­a estado trayendo junto con alguna otra revista que mi madre tení­a por allí­. Leía demasiado rápido para lo lento que pasaba el tiempo en aquel dí­a sin ella. Era curioso, cuando Santana estaba allí, el tiempo volaba y siempre me parecía que las ocho de la tarde llegaban demasiado pronto, nunca estaba preparada para dejarla marchar. A primera hora de la tarde recibí una visita sorpresa. Rachel y Blaine vinieron para desearnos un feliz año a todos. Apenas pudimos hablar de nuestras cosas, ya que mi madre e George continuaron apalancados en el sofá viendo no sé qué en la televisión. Hablamos entre gestos y frases impersonales, y antes de que se fueran a ir quise darles las gracias por haberse encargado de las rosas.

- Os debo pasta - confirmé.

Vi que Rachel señalaba a Blaine.

-Sí­, bastante pasta por cierto - se rio este.

Miré la hora en mi iPod cuando se marcharon y descubrí­ que aún faltaban un par de horas para que Santana cruzara aquella puerta. Traté de darle un respiro a mi propia cabeza y decidí unirme a mi madre e George, que parecí­an estar pasándoselo muy bien con lo que estaban viendo. Era el tí­pico programa cómico de Noche Vieja, donde uno de los mejores imitadores del país habí­a preparado una serie de sketches imitando al presidente del gobierno y a la consabida oposición. Francamente, le imitaba muy bien, y alguno de los diálogos era realmente ingenioso. No tardamos mucho en reí­rnos los tres a carcajadas. Pero ni las risas conseguí­an apartar mi mente de Santana y del tiempo que aún faltaba para verla. Se me aceleró el pulso cuando al fin escuché su caracterí­stico repiqueteo en la puerta y apareció radiante frente a nosotros. No tenía ni idea de lo que habí­a deseado oír, durante todo el dí­a, aquel inconfundible modo de llamar.

-Buenas tardes - saludó.

-Hola, Santana - exclamaron al unísono mi madre e George entre risas.

-Hola - sonreí en respuesta al cariñoso guiño de ojo que me brindó de camino hacia la cama.

-¿Cómo estás hoy? - me susurró para no interrumpir el programa.

-Mejor,¿y tú?

Desvié la vista a la televisión cuando mi madre le anunció que estaba a punto de terminar, y enseguida se rio con una tontería de conversación que estaba manteniendo el imitado presidente por teléfono. Me recosté más cómodamente en la cama y aproveché para contemplarla con más detenimiento mientras ellos seguí­an pendientes del especial. Desde mi nueva posición apenas podí­a verle la cara. Me detuve a admirar su pelo castaño, que caía sobre una camisa roja con rallas blancas, detalles en azul y cuero en los puños. Su melena ondulada le cubrí­a los omoplatos y su cercaní­a hacía que cada vez me costara más no perder el control. Deseaba tocarle el pelo y acariciar aquella espalda que se dibujaba perfecta bajo la camisa, pero me limité a seguir mirándola ensimismada. Podrí­a haberme pasado una vida entera solo mirándola.

-¿A ti no te hace gracia? - me sobresalté cuando caí en que la pregunta iba dirigida a mí­, que sus ojos me miraban.

Asentí tratando de regresar a toda prisa de la galaxia a años luz a la que habí­a viajado fascinada por su belleza. Comprendí que se habí­a dado cuenta de mi embobamiento en el instante en que se sonrió, antes de volver a centrarse en la pantalla de televisión. Me alegré cuando el programa llegó a su fin y apagaron la tele. Aunque estaba encantada con la proximidad de Santana, la presencia de mi madre y su novio empezaba a incomodarme.

-Mamá,¿por qué no os vais a tomar algo?

El rostro de George se iluminó con mi sugerencia. El pobre pasaba demasiadas horas en aquella habitación. Santana continuaba de pie junto a mi cama cuando ambos cerraron la puerta y por fin nos dejaron a solas.

-¿Qué? - me reí­ cuando sus ojos me miraron fijamente.

-Desde luego que lo tuyo no es la sutileza - respondió sin moverse de su sitio, como si estuviera anclada al suelo.

-¿No has visto la cara de George?, lo estaba deseando. Tiene que estar harto de pasar todo el dí­a aquí­ metido. No soy su hija. Mi madre también tiene que estar agotada, aunque jamás lo reconocerí­a.

-Eres de lo que no hay - exclamó metiéndose las dos manos en los bolsillos del vaquero.

-Estás muy guapa - dije después de observarla unos instantes. De rojo en Noche Vieja ¿eres supersticiosa?

-No especialmente.¿Por qué?¿Te parecerí­a mal? - musitó burlona.

-Siento decepcionarte, pero no hay nada de ti que me pudiera parecer mal.

Sacudió la cabeza, pero no pudo evitar esbozar una sonrisa.

-¿Qué has hecho hoy? - pregunté al tiempo que me rascaba la ceja.

-No mucho, dormir y hablar por teléfono. ¿Y tú?

-Echarte de menos.

-Brittany

-Era broma - me burlé. Me he leído todos los periódicos que me trajiste y también las revistas de mi madre, todo eso para tratar de no pensar en ti - añadí tras una pausa, llevándome una vez más la mano a la ceja.

-Brittany por favor - volvió a suspirar. Y deja de rascarte la ceja, te vas a hacer daño.¿Qué te ocurre?¿Te pica mucho?

-Hoy sí, me lleva picando todo el dí­a.

-Déjame ver - dijo acercándose a mí agarrándome de la barbilla para levantarme la cara.

-Qué bien hueles siempre - murmuré cuando su rostro estuvo frente al mí­o.

Sonrió levemente y continuó mirándome la cicatriz.

-Está todo bien, es porque está cicatrizando. Dentro de muy poco te quitaré los puntos.

La miré aprovechando que se encontraba muy cerca. Sus ojos color chocolate, que seguían inspeccionando mi ceja, desprendían de vez en cuando destellos claros bajo la luz de la lámpara. No me cansaba nunca de admirar su belleza. Para mí­ era como estar contemplando una escultura de Miguel Ángel. Siempre descubrí­a algo nuevo en ella, algo en lo que no habí­a reparado en otras ocasiones debido a la falta de luz o de proximidad, algo que me arrastraba a un abismo de sentimientos en el que no podí­a pensar y solo me permitía sentir. Bajé la vista por su recta nariz y me detuve en sus labios. Estaban ligeramente entreabiertos, casi imperceptiblemente. Los tenía tan cerca que podí­a distinguir con claridad las finísimas lí­neas que los adornaban. El deseo de besar aquellos labios actuó por mí­ y antes de saber lo que estaba haciendo me acerqué más para besarlos. Justo antes de alcanzarlos, ella detuvo mi recorrido con un elegante movimiento de cabeza y frenó mi trayectoria, apoyando su frente contra la mí­a.

-Brittany, no - susurró suavemente.

Quedamos tan cerca que sentí­ su aliento sobre mi piel cuando habló.

-Lo siento - dije entrecortadamente. Percibir su aliento sobre mí­ me había desbocado el corazón.

-¿Tienes idea de cuántos años tengo? - susurró otra vez sin cambiar de posición.

Volví a sentir su aliento una vez más y me ardió la piel.

-No me importa.

-Pero a mí sí - en esta ocasión se separó, perdiendo el contacto con su frente - podría ser tu madre.

-Pero no lo eres.

Me cogió de nuevo de la barbilla y me obligó a mirarla.

-Pero podrí­a serlo - dijo clavando su mirada en la mía. ¿No quieres saber qué edad tengo?

Negué con la cabeza.

-No me importa.

-Treinta y nueve.

-Me da igual. Además, no los aparentas.

-Ni siquiera te has sorprendido - exclamó.

-Pensaba que tení­as treinta o treinta y dos, pero te repito que no es algo que me importe en absoluto.

-Pues deberí­a - replicó. - Deberí­as buscar a alguien de tu edad - añadió, retirando la mano de mi barbilla.

-Las de mi edad no me gustan, y Alexa tampoco. Además, ella no es que sea de mi edad, es más mayor.

-Pero la diferencia con ella es mínima si la comparamos,¿no te parece? - dijo caminando hacia la puerta.

-Dejemos el tema - murmuré.

Se giró y me miró antes de abandonar la habitación.

-Me parece bien. Voy a traerte aloe vera a ver si te alivia el picor.

Miré en dirección a la puerta cuando oí­ que tocaban y Santana entró con un dispensador y unos guantes de látex en la mano. Caminó hacia mí con sus vaqueros y camisa roja. Era tan atractiva Permanecí­ inmóvil esta vez, para que no pensara que iba a intentar algo, dado que volví­amos a estar exactamente en la misma posición que cuando tuve la brillante idea de intentar besarla. Me deslizó los dedos por la melena evitando mancharme el pelo y se dispuso a aplicarme el gel verde sobre la ceja.

-¿Estás enfadada conmigo? - pregunté al ver que no hablaba desde que había vuelto.

-No - me miró.- Que una chica de dieciséis años tan guapa como tú me quiera besar me halaga.¿A cuántas cuarentonas crees que les pasa algo parecido?

-A muchas.

-¿Eso crees?

-Desde luego. Y no utilices el término "cuarentona", no me gusta.

Me sonrió. Después, recogió los bártulos dejándome sola y pensativa en la habitación. Lo cierto era que entre ella y yo existía algo que habí­a rebasado sutilmente la frontera entre médico y paciente. No tení­a dudas de lo que ella significaba para mí, sin embargo no podí­a decir lo mismo de lo que yo pudiera significar para Santana. No sé si solo se preocupaba por mí­, y por el estado en que me encontraba, o si algo dentro de ella habí­a cambiado respecto a mí desde que ingresara por urgencias aquella mañana de sábado y compartiéramos todas esas horas juntas. Fuera lo que fuera lo que estuviera naciendo en su interior, me constaba también, que era en contra de su propia voluntad. Sus recientes y constantes alusiones a nuestra evidente diferencia de edad le preocupaban en exceso y a mí en defecto. No obstante, era capaz de comprender que si fuera ella la que estuviera yaciendo en la cama y yo la doctora encargada de sus cuidados, también me hallarí­a perdida entre los lí­mites de lo que pudiera considerar correcto y lo que no lo era. O como ella misma lo habí­a calificado en una ocasión, lo que era apropiado y lo que no. En cierto modo, algo dentro de mí­ podrí­a haberle concedido la razón, pero no querí­a hacerlo. Me negaba a admitir que un puñado de años pudiera hacer naufragar mis sentimientos con tanta facilidad, como lo hace la ira del mar con un barco surcando sus aguas.

No volví­ a verla durante lo que quedaba de tarde, tampoco durante la suculenta cena que habí­a encargado mi madre para recibir el nuevo año. Pasaban unos pocos minutos de las doce cuando pensé que igual no volverí­a a verla hasta el dí­a siguiente. Aunque me habí­a dicho que no estaba enfadada conmigo, yo no tení­a la misma sensación.

Ya nos habí­amos besado y abrazado los tres para desearnos lo mejor en el año que estrenábamos, y ella, Santana, la única persona que podrí­a garantizar mi felicidad durante los próximos doce meses, no aparecía. Estuve pendiente del reloj y vi con tristeza como los minutos pasaban sin noticias de ella. A las doce y media en punto, mi deseo de verla una vez más se hizo realidad. Llevaba puesta la bata blanca sobre su camisa roja y en su cara se dibujaba esa sonrisa perfecta que tanto me gustaba.

Mi madre se levantó de un salto y besaron, felicitándose el año mutuamente. Luego le tocó el turno a George. Me incorporé en la cama tan rápido como pude. En cuanto Santana me vio caminó apresuradamente hacia mí­.

-No, no te levantes - susurró con una sonrisa.-¡Feliz Año, Brittany! - sus ojos me miraron profundamente, asegurándose de que comprendía que de verdad sentía lo que decía.

-Igualmente - le devolví­ la misma mirada cargada de sentimiento.

Alzó la mano y la posó sobre el lateral de mi cabeza. Con un movimiento rápido me acercó a ella y me besó inesperadamente cariñosa en la mejilla.

Era la primera vez que me daba un beso y mi ritmo cardiaco se aceleró al sentir la intensidad de sus labios sobre mi piel. Cuando le devolví su cariñoso beso su mano se tensó, reteniéndome contra su suave mejilla durante un instante. Sin embargo, ese instante se grabó en mí­ para siempre.

-No quiero ser aguafiestas, pero Brittany tiene que dormir - anunció a mi madre y su novio.

Su mano habí­a abandonado mi pelo y ahora reposaba junto a mí sobre el colchón. Recogieron los restos de comida, guardándolos en las mismas bolsas en las que habí­an llegado allí­. Cuando terminaron, George rodeó mi cama y me despedí de él con un beso antes de que mi madre le acompañara hasta su coche.

-¿Puedo hacerte una pregunta personal? - dijo Santana cuando ambos salieron de la habitación.

-Sí - asentí­.

Seguí­a estando a mi lado y no se habí­a movido desde entonces. Su mano continuaba junto a mí, aunque no me tocara.

-¿A tu padre le ves mucho?

-No, no le veo nada. Ni siquiera le conozco.

-Vaya, lo siento - me miró a los ojos pensativa.

-No pasa nada - dije quitándole importancia.- ¿Qué tal tu cena?

Se encogió de hombros.

-Bien - no sonó muy convencida.

-Menuda gracia trabajar en Noche Vieja,¿verdad?

-No creas, esta vez no me ha importado. Para ti sí que es una gracia tener que pasarla aquí.

-Que va, es la mejor Noche Vieja que he pasado - confirmé fundiéndome en sus ojos.

Sonrió rehuyendo mi penetrante mirada.

-Es muy tarde, tienes que dormir, y aún tengo que darte la pomada.

-Tengo que lavarme los dientes primero.

Me ayudó a levantarme y me dio soporte mientras caminábamos juntas hasta el cuarto de baño. Dejé que me ayudara cuando mi empeño por ser lo más autosuficientemente posible empezó a pasarme factura y no pude mantener mi brazo alzado el tiempo suficiente para cepillarme bien los dientes.

-Gracias - le agradecí cuando cogió mi cepillo.

-De nada - respondió con dulzura.- El otro dí­a me fijé en que eras zurda.

Asentí­ con la cabeza.

-Los zurdos sois más inteligentes.

-Eso no está demostrado. También dicen que morimos una media de nueve años antes que los diestros.

-¡Por Dios!, eso sí que no está demostrado. De todos modos, ese jamás será tu caso.

-No importa. En realidad eso me convierte en alguien nueve años mayor. Así que ahora mismo tengo veinticinco, ¿lo verías mejor así?

Se echó a reí­r como respuesta.

De vuelta en la habitación me ayudó a tumbarme en la cama. Se habí­a puesto los guantes de látex y comenzaba con la cura cuando habló.

-He estado pensando durante la cena que me gustaría verte hacer Parkour. Cuando estés recuperada del todo, claro, y en el gimnasio, nada de en la calle.

La miré sorprendida pero feliz.

-¿Has visto a Alexa alguna vez?

-Sí­, he acompañado a Marley a un par de competiciones.

-Entonces olvídalo, yo no soy ni la mitad de buena que ella.

-Eso no me importa.

-Alexa es de lo mejor que puedas ver por aquí. Lo mío es puro hobby.

-Pero yo te quiero ver a ti.

-De acuerdo, pero solo si tú lo haces conmigo.

-Qué más quisiera yo... Ya soy muy mayor para eso.

Deslicé mi mano y la cogí por el codo.

-Tú no eres mayor. Además, hay un par de movimientos básicos que no son difí­ciles de aprender. Solo hay que practicar.

-¿Cuáles?

-El pasa-vallas y el del gato.

-¿Tú quieres que me parta la crisma o qué?

Me reí con ella.

-El pasa-vallas sí­ que puedes conseguirlo, te lo aseguro - la observé unos instantes mientras se reí­a. Me pregunté en ese momento qué iba a ser de mí sin ella, todo habí­a cambiado tanto en mi vida desde que la conociera. Levanté la mano y le acaricié la cara muy despacio.- Si no quieres no tienes por qué intentar nada.

Mi repentino gesto hizo que interrumpiera su labor para mirarme.

Después acaricié su pelo bajo su inquieta mirada.

-Si crees que puedo, lo intento - habló con la voz ronca y bajó la vista.

-Pensaba que esta noche no te iba a volver a ver - pasé nuevamente mis dedos por su rostro.

-¿Por qué? - me miró otra vez.

-Porque tardabas mucho en volver después de las doce.

-Querí­a dejaros más tiempo por ser Noche Vieja.

-El único tiempo que me importa es el que paso contigo - regresé a su pelo.

-Por favor Brittany.

-Ya sé que no quieres oírlo, pero es verdad. No soporto estar sin verte... Cuando no estás aquí porque no es tu turno lo llevo mal, pero cuando sé que estás al otro lado del pasillo y sigo sin verte me pongo fatal. Esta noche he estado a punto de tirar la puerta abajo.

-Brittany yo no puedo trabajar así­.¿No te das cuenta? - volví a acariciar su piel antes de reposar el brazo en el colchón. Ni siquiera deseaba disculparme esta vez. No consideraba que tuviera que pedir disculpas por decir lo que sentí­a. Sus ojos achocolatados me miraron y regresó a mi tórax con premura. Cuando apretó el tubo descubrí que le temblaban levemente las manos. Exhaló aire al ver que me habí­a dado cuenta y agachó ligeramente la cabeza.

Deslicé los dedos entre su cabello, a la altura de la frente. No podemos seguir así - murmuró. Me mantuve en silencio y seguí cosquilleando su cabeza.- ¿Tú me escuchas cuando te hablo? - me preguntó suavemente al tiempo que levantaba la vista para mirarme.

Esbocé una frágil sonrisa ignorando su pregunta y abrí­ la mano para cogerle el rostro.

-¿Mañana a qué hora vienes? - pregunté en su lugar.

-Mañana no vengo.

Algo se me quebró por dentro, pero continué acariciándole la cara.

-¿Y el sábado tampoco?

-El sábado sí - sonrió vencida por mi insistencia, por primera vez desde que le acariciaba mientras hablábamos.- Vendré a las ocho, como siempre.

-Te voy a echar mucho de menos mañana.

No me miró y terminó de cubrir mi tórax con una gasa. Se quitó los guantes dándoles la vuelta y los dejó a un lado de la cama. Deslicé una vez más mi mano por un lateral de su rostro y para mi sorpresa se apoyó durante un instante sobre ella. Otro instante fugaz, ya que al momento me rodeó la escayola y retiró mi mano de su cara.

-En serio, no podemos seguir así.


Me desperté con náuseas y un dolor de tripa que hací­a que me retorciera bajo las sábanas. En seguida noté la espesa humedad entre mis piernas. Avisé a mi madre que tuvo la genial idea de tocar el timbre de emergencia a pesar de mis negativas. Nunca había visto a Santana aparecer con tanta rapidez en la habitación.

-¿Estás bien? - me preguntó desde el umbral de la puerta.

-¿Me puedes dar algo para el dolor, por favor? Me ha venido la regla - dije tratando de levantarme de la cama.

Caminó rápidamente hacia mí­.

-Por supuesto, ahora mismo.¿Dónde vas?

-Al baño.

-Vuélvete a acostar - me pidió posando la mano en mi hombro.

-Me he manchado - volví­ a encogerme por el dolor.

-No te preocupes por eso - dijo retirándome el pelo de la cara.

Observé, sin cambiar de posición, cómo se hací­a de una ampolla y una jeringuilla y otros utensilios del armario que colgaba en la pared.

-Túmbate otra vez, por favor.

Iba a hacerle caso en esta ocasión, pero al separar las piernas para volver a acostarme me fijé en la mancha oscura que había en mi entrepierna. Miré la sábana y descubrí que también la había manchado.

-Lo siento, lo he puesto todo perdido.

Bajó la vista siguiendo mi mirada.

-No pasa nada, Brittany - sonrió.- Primero vamos a quitarte el dolor, después hacemos todo lo demás.

Asentí y dejé que me inyectara la ampolla.

-Esto es lo más rápido que hay. ¿Te duele mucho, verdad?

-Un poco.

-Con lo que tú aguantas el dolor, me temo que es más que un poco. ¿Siempre te duele tanto?

-Sí­, siempre - hablamos a la vez mi madre y yo.

-Y en ocasiones ha llegado a vomitar - continuó informando mi madre a mi pesar.

-¿Tienes ganas de vomitar ahora? - la palma de su mano me cubrió la frente.

-Apenas. Se me ha adelantado, no tendrí­a que haberme venido hoy.

-¿Cuándo te tocaba? - pregunté, y su mano se deslizó por debajo de la cinturilla de mi pantalón de pijama.

Tení­a la mano caliente y no pude ignorar su tacto directamente sobre mi piel.

-El dí­a nueve.

-¿Cada cuánto reglas? - su mano se movió despacio palpándome la tripa.

-Cada veinticuatro dí­as.

-¿Es la primera vez que tienes un desarreglo?

Asentí­ con la cabeza.

-¿Es normal? - preguntó mi madre.

-Sí­, tranquila - miró a mi madre y sentí su mano masajeando suavemente mis ovarios.- Me hubiera inclinado a pensar que probablemente tendrí­as un retraso o incluso que no la tuvieras este mes, pero aun así­ es absolutamente normal - añadió dirigiéndose a mí en esta ocasión.

El calmante comenzaba a hacer efecto, y aunque el dolor era agudo se había vuelto más intermitente. A pesar de los pinchazos que aún sentí­a, era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera su mano desplazándose sobre mi piel.

Exactamente en el espacio de piel que limitaba con el comienzo del pubis. El calor de su mano iba aliviando mi dolor y avivando mi corazón. No conseguía entender qué pasaba por la cabeza de Santana. Horas antes había desaparecido de la habitación con una frase tajante acerca de mi actitud hacia ella. Sin embargo, en aquel momento volví­a a estar cariñosa conmigo y no dudaba en hacer todo lo que estuviera en ella por evitar mi malestar. No es que no quisiera aquellas atenciones, pero no las comprendí­a. Me pregunté si Marley hubiera actuado exactamente igual que ella si aquel accidente me hubiera ocurrido durante su turno. Un no es lo que hallé por respuesta.

-¿A qué edad te vino la regla? - su pregunta hizo que dejara de darle vueltas a la cabeza.

-A los once.

Su mirada se dulcificó y volvió a acariciar con una ligera presión mi tripa.

-Demasiado joven - suspiró.

La miré y sonreí con su exhalación.

-Ya apenas me duele, muchas gracias.

-Me alegro.

No deseaba dejar de sentir su mano desnuda sin el habitual guante de látex sobre mí­, pero empezaba a notar una excesiva humedad entre mis piernas.- Necesito ir al baño - dije cuando vi a mi madre entrar en él.

-¿A qué?

-A cambiarme. Estoy empapada, estoy manchándolo todo.

-No te preocupes, yo me encargo.

-No, tú no - susurré.

-¿Por qué no? - susurró también.

-Porque no quiero que tú tengas que hacerlo.

-¿Por qué nunca me dejas cuidar de ti?

Bajé la mano y la coloqué sobre la suya, que aún seguí­a dándome calor.

-Siempre te dejo, pero esto no.

-¿Y si te digo que quiero hacerlo?

-Santana, por favor - rogué.

-Solo es la regla, Brittany. Yo también la tengo.

Su apunte me hizo reír.

-¿Cómo es que eres tan vergonzosa para unas cosas y tan poco para otras?

Capté su directa sobre la marcha.

-No es lo mismo.

-Son casi las cinco de la mañana, es Año Nuevo y no quiero discutir más sobre este tema.

-Yo tampoco quiero discutir, por eso lo mejor es que dejes que me levante, si necesito ayuda se la pediré a mi madre.

Volvió a acariciarme la tripa bajo mi mano, que aún seguía sobre la suya.

-Creo que no me has entendido, lo voy a hacer yo.

-Santana, no.

-Si quieres te lo digo de otra manera para que me entiendas mejor. Aquí mando yo y se hace lo que yo diga.

-Pí­deme otra cosa. Hasta que te deje en paz de una vez, pero esto no por favor - supliqué.

-Cuando quiera eso lo haré, mientras tanto solo quiero que me dejes cuidar de ti.

Me incorporé en la cama. No estaba segura de haber comprendido lo que me acababa de decir. No parecí­a estar tan molesta entonces con mi actitud hacia ella. Desde luego, reconocí­a que yo habí­a cruzado el límite en incontables ocasiones. Lo había estado cruzando sin ningún tipo de pudor desde el día que me ingresaron. Incluso habí­a intentado besarla unas horas antes, y sin embargo, ni una sola vez se enfadó realmente conmigo. No sé si era porque en el fondo sentía que lo tení­a todo controlado. Sabí­a que yo no suponí­a ningún peligro y siempre que recibí­a una negativa recapacitaba y volví­a a comportarme. Seguramente le resultaba más cómodo de ese modo que haberse enfrentado a mí seriamente. Después de todo, yo era una paciente que le habí­an asignado de una manera temporal ante un contratiempo. Por primera vez me vi como lo que realmente era, parte de su trabajo. Lo había estado ignorando porque yo me habí­a enamorado. Pero, ¿y ella? Con treinta y nueve años ya se habrí­a enamorado varias veces en su vida y no iba a ser yo, una chica de dieciséis, la que volviera a despertar ese sentimiento. Se me encogió el corazón del dolor que me provocaron mis propios razonamientos.

-Brittany - sentí su mano sobre mi mejilla,¿en qué estás pensando? - sonó sorprendida.

Se me habí­an empañado los ojos y retiré la vista para que no me viera.

-En nada.

Se acercó más a mí­.

-¿Por qué te cuesta tanto creer que me guste cuidar de ti? - me susurró al oído.

Apoyé instintivamente mi cabeza contra la suya mientras me hablaba y volví a respirar su perfume.

-No lo sé - murmuré.

Me acarició la mejilla con el pulgar y antes de alejarse sentí sus labios besándome la otra mejilla.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por itzel7 Dom Jun 21, 2015 2:46 am

hola siempre leo tu historia pero es la primera vez que comento me encanta !!!
e intentado conseguir el libro para leerlo pero no lo e encontrado :(

actualiza hahaa pronto
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Mensaje por micky morales Dom Jun 21, 2015 8:31 am

vaya estabas algo perdida, espero no lo abandones como han hecho casi todos, hasta pronto! por cierto, la diferencia de edades es abismal, no creo que pdan tener algo!
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Mensaje por monica.santander Dom Jun 21, 2015 1:43 pm

Volve pronto por favor!!!!!
saludos
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Mensaje por Daniela Gutierrez Dom Jun 21, 2015 3:31 pm

Que mal que San se haya retirado antes de que Britt la pudiera besar....

Cada vez me gusta mas esta historia.
Hasta luego, Cuidate.
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Mensaje por 3:) Lun Jun 22, 2015 8:47 pm

holap,....

me gusta lo lanzada y perseverante que es britt,...
a ver si britt se deja cuidar por completo por san

nos vemos!!!
3:)
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Mensaje por paroan Jue Jun 25, 2015 2:51 am

vuelve por favor esta muy buena la historia y dejas muchooooo tiempo pasar
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Monze30 Jue Jun 25, 2015 11:43 pm

Estuvo muy bueno el capítulo, por favor vuelve esta historia esta muy buena, por favor no tardes tanto en actualizar
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por MeryBrittana Lun Jun 29, 2015 1:26 pm

Ok le estoy cogiendo el gusto a esto de dejar comentarios así que no me podía olvidar de dejar uno en esta historia que me tiene to-tal-men-te e-na-mo-ra-da vale? Jajaja enserio enhorabuena por la adaptación (aunque no he leído el original) Tan sólo me encantaría que pudieras actualizar más a menudo, pero supongo que tendrás mil cosas más importantes, aun así aquí tienes una fiel lectora más!
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Elita Miér Jul 08, 2015 11:45 am

Oye.... piensas actualizar???????
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Linda23 Dom Jul 12, 2015 3:36 pm

Itzel 7, sí todavía no lees el libro original hay una aplicación que sé llama Ascribd allí lo puedes leer.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Mico4 Mar Jul 14, 2015 4:20 am


Sé que me quieren matar y todo eso pero en serio lo siento no fue con intención desaparecer tantos días Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final - Página 2 4065562827 estuve en exámenes para finalizar el primer semestre y también tenía muchos trabajos que hacer Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final - Página 2 2884812151 además el trabajo que es de noche no me daba mucho tiempo y en serio lo siento Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final - Página 2 2824147739



Capítulo 8


Las dos semanas siguientes transcurrieron con demasiada normalidad, para sorpresa de Santana. En repetidas ocasiones me habí­a preguntado si estaba bien, y aunque no lo estaba siempre afirmaba que sí­. Me habí­a propuesto dejar de revelar mis sentimientos, a pesar de que mi corazón se desbocara cada vez que aparecía frente a mí y mi cabeza no dejara de pensar en ella, cada noche, en el turno de Marley. Tan solo una vez no pude evitar decirle que tení­a una sonrisa preciosa. Ese extraño distanciamiento que yo misma me habí­a impuesto me estaba deprimiendo. No sabí­a cómo iba a ser capaz de vivir cuando saliera de allí y ya no pudiera verla todos los dí­as. A mediados de enero mi madre regresó a su trabajo a tiempo parcial. Solí­a marcharse por las mañanas y regresaba para la hora de comer. Entonces fue cuando Santana comenzó a visitarme. No estaba segura de sí­ lo hací­a porque mi madre se lo habí­a pedido o porque ella quería hacerlo. Jamás se lo pregunté. Temí­a que la respuesta tuviera que ver más con mi madre que con su propia voluntad. Nunca más volví­ a cruzar la lí­nea manifestándole lo que sentí­a por ella o incomodándola con mis halagos. A veces, me sorprendí­a contemplándola desde el silencio, pero tan pronto como me descubrí­a apartaba mi vista y regresaba a mi lectura. La noche antes de que me dieran el alta mi madre e George invitaron a Santana y a Marley, ante mi estupefacción, a comer en casa como agradecimiento por sus maravillosos cuidados. Pensé que me iba a morir de verguenza cuando ella se adelantó a Marley y declinó en nombre de las dos la invitación. No quería que pensara que habí­a sido idea mí­a. Por una vez no conocí­a, ni siquiera sospechaba, las intenciones de mi madre. La mañana del lunes 1 de febrero me sentí­a más triste que nunca. El doctor Kling habí­a aparecido a primera hora de la mañana, con todos los informes en orden para entregar a mi madre. También nos proporcionó varios tubos de la pomada, que debía seguir aplicándome hasta la total desaparición del hematoma. El color negro había comenzado a disiparse, pero aún mantení­a diversas tonalidades de morado en el tórax. Le acompañamos hasta su despacho, que se encontraba un par de plantas más abajo. Allí­ me retiró la escayola de la mano derecha. Todaví­a tenía que llevar cuatro semanas más la de la izquierda y ocho más la de la pierna. En mi camino hacia su despacho busqué a Santana, pero no la vi. Y tampoco lo hice en el camino de vuelta a la habitación. Me senté en el sofá mientras mi madre terminaba de recoger todas nuestras pertenencias. Después de treinta y siete dí­as viviendo en aquella habitación, habíamos conseguido acumular bastantes cosas, especialmente mi madre. Eché un último vistazo a la habitación y después miré hacia la izquierda, para observar detenidamente la cama donde habí­a yacido tantas horas. Se me llenaron los ojos de lágrimas. En aquella cama articulada habí­a comenzado todo. Todo lo que me habí­a hecho feliz y, en otras ocasiones, como en aquel mismo momento, infeliz. Me sobresalté al percatarme de una figura bajo el marco de la puerta.

-¿Te he asustado? - preguntó Santana con su atrayente sonrisa y su impecable uniforme blanco.

-No - agaché la cabeza para que no me viera la mirada humedecida.

Pensaba que no estaba en el hospital. Eran casi las doce de la mañana y no la habí­a visto aún. La noche anterior sí nos despedimos de Marley, dando por hecho que en mi último dí­a los turnos se mantendrí­an como de costumbre. Sin embargo, aquella mañana solo el doctor Kling hizo acto de presencia y a pesar de la ausencia de Santana, desde que me despertara, no quise preguntar por ella.

-Te han quitado la escayola.- ¿Qué tal lo tienes?

-Bien - respondí­ mostrándole la mano mientras mantení­a la mirada clavada en el suelo, tratando de que no resbalara ninguna lágrima.- La siento muy ligera.

Caminó hacia mí y saludó a mi madre, que aún seguí­a liada con los armarios. Se agachó para quedar a mi altura y me cogió la mano. La examinó durante unos instantes y me rodeó el pulgar suavemente con un leve masaje.

-¿Puedes moverlo bien? - ¿Te duele?

-No, está perfecto, mira - dije abriendo y cerrando la mano al tiempo que mi madre me avisaba que bajaba a guardar cosas en el coche.

-Parece que sí­.¿Y tú qué tal estás? - su mirada recorrió mi rostro, ligeramente congestionado.

-Bien, esta - levanté el brazo izquierdo - aún tengo que llevarla cuatro semanas más y la de la pierna ocho.

-Lo sé - sus labios sonrieron brevemente.- ¿Pero tú qué tal estás?.

-Bien - me encogí de hombros.

Se puso en pie otra vez y acto seguido se sentó a mi lado en el sofá. Se había situado tan cerca que casi nos rozábamos.

-¿Estás contenta de irte por fin a casa? - me miró.

-Sí - afirmé, aunque mi voz me traicionara y sonara tan entristecida como me sentí­a.

-A mí­ no me lo parece.

Bajé la vista al suelo, pero no tardé en bromear.

-Aunque solo sea por recuperar la intimidad en el cuarto de baño, me compensa - dije y levanté la vista para mirarla.

Sin embargo, Santana no sonrió. Al parecer mi comentario no le habí­a hecho gracia.

-Lo de la comida fue idea de mi madre, no mí­a - hablé de nuevo.

Me estudió tan intensamente que me hizo apartar la mirada de sus ojos. - Tampoco hubiera pasado nada porque hubiese sido tuya - apuntó en voz baja.

-Solo pretendí­a que lo supieras, eso es todo. No querí­a que pensaras que había utilizado a mi madre de excusa para poder verte otra vez.

-Tranquila - suspiró recostándose en el sofá.- No lo habí­a pensado.

-Creí­a que no estabas, que te habí­as tomado el día libre.

-Te lo hubiera dicho ayer, Brittany. Yo también pensaba que iba a estar contigo hasta que te fueras, pero según he entrado por la puerta Kling me ha mandado a la UCI. Me he escapado un momento para venir a verte. Querí­a despedirme de ti.

-Gracias. ¿Querí­as asegurarte de que me iba de una vez de aquí? - me reí y esta vez sí la miré.

Me impactó su mirada observándome tan de cerca. Sobre todo porque continuaba sin sonreí­r.

-No, querí­a despedirme de mi paciente favorita.

-No te creo, pero gracias - dije tímidamente.

-Pues lo eres - me pasó la yema del pulgar suavemente por la ojera, secando la leve humedad que mis ojos no habí­an logrado retener.- Así que imagí­nate cómo han sido el resto - Me reí­ otra vez.

-¿Has vuelto a tu turno de siempre?

Asintió con la cabeza.

-Me alegro por ti, pensaba que no te iba a volver a ver - le confesé tras hacer una pausa.

Me mantuvo la mirada pensativa.

-¿Qué vas a hacer esta tarde?

-Estudiar, supongo.

-A mí­ me apetece ver el mar - dijo de pronto.- ¿Me acompañarías? Tráete los libros, conozco un sitio tranquilo donde puedes estudiar.

Me brillaron los ojos y se me iluminó la cara de alegrí­a.

-Claro que te acompaño, pero sin libros.

-No, tráetelos, en serio. Así no me siento mal por interrumpir tus estudios.

Sonreí como una niña. Me sentí­a feliz.

-De acuerdo.

-¿Te viene bien sobre las cuatro y cuarto?,¿y veinte? Hoy no salgo hasta las cuatro.

-A la que te venga bien a ti. ¿En dónde?

-Lo más cerca posible de tu casa - se incorporó en el sofá.- No quiero que tengas que caminar con la pierna escayolada.

-Mi madre no va a estar, va a ir a trabajar - anuncié insegura al comprender lo que significaba para las dos que yo revelase esa información.

-Entonces te recojo en tu casa,¿te parece bien?

Asentí efusivamente.

-Te doy la dirección.

-La tengo, sé dónde vives.

La miré con sorpresa. No recordaba habérselo dicho nunca, posiblemente se lo hubiera comentado mi madre.

-Tengo tu ficha,¿no te acuerdas? - me rodeó la muñeca con la mano.- Tengo que irme ya.

Me puse en pie de inmediato.

-Muchas gracias por haber venido - le acaricié el pelo aprovechando que aún seguí­a sentada. Después, aunque vacilé, me incliné y le di un beso suave en la cabeza.- Y muchas gracias por todo lo demás.

Alzó la vista sonriente.

-Un placer - susurró levantándose del sofá.

No me dio tiempo a dar un paso atrás para dejarle espacio y nos quedamos muy cerca.

-Todavía me sorprendo de lo alta que eres.¿Cuánto mides? - preguntó frente a mí­.

-¿No viene en tu ficha?

-No, no viene.

-Tampoco soy mucho más alta que tú - dije comprobando, como ya lo había hecho en ocasiones anteriores, que la altura de sus ojos quedaba claramente por debajo de la mí­a.

Subió la mano para tomar medidas.- Por lo menos cinco centímetros.

Flexioné un poco las rodillas para quedar a su altura.

-Problema solucionado.

-No es ningún problema, me encanta.

-¿El qué te encanta? - pregunté perdida en su belleza.

-Que seas más alta que yo.

-Me alegro, así compensamos lo de la edad, que eso sí te lo supone.

Sonrió desviando su mirada.

-¿Sabes? Te voy a echar de menos - habló en voz baja y me miró de nuevo.

-¿Eso significa que ya no quedamos? - se me hizo un nudo en el estómago.

-No, significa que voy a echarte de menos cuando venga a trabajar y no estés aquí - me rodeó el cuello cuando enrojecí­, abrazándome cariñosamente - pero me alegra mucho que ya estés casi recuperada.

Instintivamente, le devolví­ el abrazo acercándola más a mí. No pude ignorar su espalda bajo mis dedos y su pecho aplastándose ligeramente contra mi cuerpo. La sostuve un momento entre los brazos hasta que se separó besándome la piel bajo la mejilla.

-Te veo luego - susurró.

Cuando llegamos a casa la encontré enorme y en cierto modo extraña. Tantos dí­as sin haber estado allí me habí­an distanciado de la rutina diaria en aquel espacio. Era la primera vez que habí­a permanecido tanto tiempo fuera de casa. El jardí­n estaba especialmente frondoso, lo volví­ a observar tras las cortinas blancas de mi habitación. Aproveché para meterme en el baño mientras mi madre deshací­a el equipaje y preparaba la comida.

Aquella tarde iba a pasarse por el estudio, le dije que yo probablemente iba a salir también. Me sentí mal al pronunciar el nombre de Rachel en lugar del de Santana cuando me preguntó por lo que iba a hacer. Era la primera vez que le mentí­a. Supongo que hasta entonces nunca habí­a tenido la necesidad de hacerlo. Siempre decí­a la verdad en todo, ni siquiera traté de disimular en ningún momento mi orientación sexual. Me di cuenta de que en mi vida no habí­a habido nada, hasta entonces, susceptible de ocultar. Las palabras de Santana sobre nuestra diferencia de edad me vinieron a la cabeza. Mi manera de comportarme sugerí­a lo mismo que ella habí­a dicho alto y claro. No me sentí­a bien mintiendo, pero no hubiera soportado que me alejaran de Santana. No tení­a elección.

Llamé a Rachel en cuanto se fue mi madre, pero no me cogió el teléfono. Imaginé que estarí­a en clase, por lo que le pasé un mensaje al móvil avisándole de mis intenciones de utilizarla como coarta. Enseguida encendí el ordenador y busqué a Santana en la guía de teléfonos de Internet. No tardé nada en dar con su nombre. No habí­a otra Santana Lopez en toda la ciudad. No me extrañó, ella era única. Me dio un vuelco el corazón cuando comprobé que la dirección que figuraba apenas se hallaba a unas manzanas de mi propia casa. De hecho, pasaba a diario por la avenida que cruzaba su calle de camino a la facultad. Solía seguir el mismo recorrido que el autobús, aunque fuera en moto, los dí­as que no lloví­a o no hacía excesivo frío. Utilicé el street view para situarme en el número siete de la calle Klekken, pero todo lo que encontré se mostraba en construcción. Me fijé en el año de las imágenes que se leí­a junto al copyright.

-Mierda - exclamé en voz alta, eran de hací­a tres años y no lo habí­an actualizado aún. El recuerdo de unas excavadoras me vino de golpe a la cabeza. Estaba segura de haberlas visto allí­, de repente recordé que construyeron un pequeño complejo de casas con jardín. Me desplacé entonces a la avenida que cruzaba su calle con la esperanza de que desde esa nueva perspectiva las imágenes confirmaran mi recuerdo. Sin embargo, también desde allí se observaba la explanada en construcción. Me harté de probar con todos los ángulos posibles, tratando de obtener una imagen más actual. Definitivamente, todas ellas fueron tomadas hací­a tres años, ni siquiera concretaba el mes. Miré el reloj en el ordenador y vi que aún faltaba media hora para que Santana llegara. Hojeé entonces varios de los libros que conformaban mis asignaturas ese año y me decidí por meter en la mochila el de Patologí­a General y Propedéutica. Al fin y al cabo era la asignatura que más créditos valí­a ese curso. A las cuatro en punto no podí­a parar de lo nerviosa e impaciente que me sentía. Habí­a dejado hasta la muleta apoyada contra la pared, moviéndome por la casa con bastante agilidad sin ella. Comprobé una vez más que todas las luces estaban apagadas y que mi madre habí­a cerrado la llave de paso del gas. Volví a dirigirme a mi habitación para ponerme la cazadora y recoger la mochila. Me aseguré de que llevaba la documentación y dinero, cogiendo dudosa la muleta. Seguro que Santana me preguntaría por ella, así que mejor la llevaba conmigo aunque ralentizara mi movilidad. Caminé por el sendero de piedra y me apoyé en la verja para verla llegar. Hací­a un día precioso. Parecí­a primavera en lugar de invierno. El sol aún calentaba bastante, a pesar de que su posición indicaba que no tardaría mucho en irse a dormir, en poco más de dos horas comenzarí­a a anochecer. Me encantaba sentir los rayos del sol en mi rostro y levanté la cara para que me dieran de lleno. Cuando cerré los ojos me acordé de aquella mañana junto al semáforo, la mañana en que unos minutos más tarde de que hiciera el mismo gesto el coche de Kling me llevara por delante, cambiando mi vida como jamás podría haber imaginado. Las secuelas del accidente eran fáciles de superar, pero a la secuela de haber conocido a Santana era imposible de sobrevivir. Fui incapaz de imaginarme en un mundo sin ella. Ni siquiera supe cómo pude vivir dieciséis años, seis meses y nueve dí­as sin haberla conocido. Ese era el tiempo exacto transcurrido hasta que el destino me llevé en camilla hasta la clí­nica donde trabajaba.

Iba comprobando la hora en el reloj a cada minuto. Jamás pensé que sesenta segundos pudieran tardar tanto en pasar.

Mi calle era tranquila, como la de Santana, no es que fuera un lugar de paso. Resultaba difí­cil encontrar un coche que pasara por allí y no se dirigiera a una de las casas que se alineaban a lo largo de las aceras. Si alguna vez ocurrí­a, por lo general se debía a que se habí­an perdido. Estaba atenta al murmullo de los coches que se escuchaba a lo lejos.

Volví a mirar la hora en mi reloj y descubrí que en ese momento daban las cuatro y cuarto. Sentí­ que se me aceleraba el pulso al pensar que estaba a punto de llegar. Asomé más la cabeza por encima de la verja cuando el rumor de un motor se oyó no tan lejos como el de los otros. Fijé la vista en un coche grande y blanco que avanzaba hacia mí­. Una sonrisa enorme se dibujó en mi cara al reconocerla a través del parabrisas. Estacionó frente a la verja y bajó la ventanilla del copiloto, dejando que se oyera la música que sonaba dentro.

-Hola - saludó con una sonrisa que le marcaban unos preciosos hoyuelos a cada lado de la cara.

-Hola - respondí­ sin aliento. Estaba tan guapa que se me cortó la respiración. Llevaba puestas unas gafas de sol espejadas. Le sentaban tan bien que pensé que me iba a caer redonda al suelo. Me quedé entre paralizada y extasiada observando cómo se bajaba del coche y se encaminaba hacia mí. Vestí­a una chaqueta de piel color camel que resaltaba su piel y su melena. Tení­a el corazón a mil por hora cuando se paró frente a mí, al otro lado de la verja.

-¿Te vas a quedar ahí toda la tarde? - me preguntó apoyándose sobre ella y acortando nuestra distancia.

Observé que podí­a distinguirle los ojos a través de las gafas de piloto. De cerca, los cristales no eran tan espejados como me habí­an parecido.

-No, claro que no.

Debí­a de estar ridícula, así inmóvil, al otro lado de los barrotes de hierro, por lo que traté de abrir la verja con el pulso tembloroso. Vi que se habí­a dado cuenta de que estaba temblando.
-¿Te ayudo? - dijo cogiendo y apretando un instante mi mano para calmarme.

Dejé que me ayudara con la verja y enseguida cargó ella con la mochila.

-Gracias, pero no hace falta que la lleves.

-Apenas pesa,¿has cogido los libros?

-Uno.

-¿Seguro?,¿cuál?

-Luego te lo enseño.

-¡Qué casa tan bonita!

-¡Qué coche tan bonito! - hablamos las dos a la vez.

Miré hacia atrás porque se había quedado rezagada y la encontré observando por encima de la verja.

-Pero si no se ve - exclamé confirmando que desde la entrada solo se divisaba parte del jardín.

-Por eso lo digo, las casas que no se ven desde fuera son las más bonitas.

-Bueno, la casa es de mi madre, pero gracias.

-Y por consiguiente tuya, ¿no?

-No, hicimos separación de bienes - bromeé.

-No me gustan las separaciones de bienes, las cosas están para compartirlas.

-¿Ah, sí? ¿Supongo que entonces no te importará dejarme las llaves de tu precioso coche?

Caminó acercándose a mí­.

-Te las dejaría si no fuera porque no tienes carnet, eres menor de edad y encima tienes una pierna escayolada - sonrió expectante levantando las cejas por encima de las gafas.

-Te lo recordaré cuando tenga carnet, sea mayor de edad y no tenga la pierna escayolada.

Soltó una risotada, echando la cabeza hacia atrás.

-A saber dónde estaremos entonces.

-Espero que juntas.

Volvió a reí­rse.

-La verdad, te deseo algo bastante mejor que eso.

-¿Es que puede haber algo mejor que estar contigo?

-Ya lo creo.

-Lo dudo - murmuré contemplándola mientras abrí­a la puerta de atrás y dejaba mi mochila en el asiento trasero. Después abrió la puerta del copiloto, haciéndome un gesto simpático con la cabeza para que entrara.

-Muchas gracias - dije robándole un beso rápido en la cara al pasar por su lado.

-¿De verdad crees que no te dejarí­a el coche? - preguntó divertida.- Pues estás equivocada.

-¿De verdad crees que lo que me interesa es tu coche? Tú sí que estás equivocada.

Se echó a reí­r y cerró la puerta. La seguí con la mirada cuando dio la vuelta por el capó para tomar asiento a mi lado.

-¿Qué tal tu dí­a?

Apoyó la mano sobre la palanca de cambios y me miró.

-Aburrido - suspiré.

Rodamos con la música de fondo por las calles de la ciudad. No estaba segura de qué dirección tomarí­a hacia la costa. El mar nos rodeaba, encontrándonos más o menos equidistantes de los lugares habituales a los que la gente se desplazaba en busca de algo de tranquilidad. Seguí­a nerviosa sentada a su lado, y aunque trataba de no fijar la vista en ella, no podí­a evitar mirarla de reojo. Conducí­a de maravilla, la mayorí­a de los giros los hací­a solo con una mano. Me fijé en que se dirigí­a al oeste y permanecí­ atenta a los diferentes carteles que iban apareciendo. Estaba claro que sabí­a dónde querí­a ir, por lo que si ese era el sitio que le gustaba, yo querí­a saber cómo llegar a él. Me acordé de que habí­a estado con mi madre por aquella zona, pero no recordaba concretamente el lugar. A mi madre le gustaba mucho una localidad que se ubicaba al sur, siempre que hací­amos una escapada nos íbamos allí. Miré el cambio de rasante al que nos acercábamos y cuando alcanzamos la cima, el horizonte se abrió frente a nosotras ofreciendo una vista espectacular sobre el mar azul.

-Ahí­ tienes tu mar - la miré.

-Sí - sonrió.

La estudié durante un instante. Se le había iluminado la cara con el paisaje. El reflejo del sol hací­a que millones de destellos dorados brillaron sobre el agua. Me pregunté si alguna vez ella me miraría de aquel modo. A mí­ también me encantaba el mar, pero por primera vez me sentí celosa de aquel centelleante manto azul.

-Es preciosa la vista desde aquí - la miré de nuevo, aunque en realidad no me refería al mar sino a ella.

-Me alegro de que te guste, ya verás el atardecer, es impresionante.

Continué observándola y me reí­.

-¿De qué te ríes?

-De nada.

-Te estás riendo de mí­, ¿es eso?

-En absoluto - negué con la cabeza.

-¿Qué pasa que lo del atardecer te ha parecido una cursilada o algo así? - sonrió también.

-No, no es eso.

Retiró la mano del volante y la apoyó sobre la escayola de mi mano izquierda, tamborileando los dedos sobre ella.

-¿Entonces qué es?

-No es nada, solo una bobada.

-Pues dí­mela.

-Mejor que no, no vaya a ser que te enfades.

-Prueba a ver - insistió.

Detuve el movimiento de sus dedos sobre mi escayola cubriendo su mano con la mía.

-Prefiero no probar.

La vi señalizar a la derecha y me dio tiempo a leer el cartel antes de que tomara la salida para entrar en Kray. Nunca antes había estado allí­ y puse especial atención a las calles llenas de palmeras y casas blancas ajardinadas que aparecí­an en cada esquina. Liberé su mano sin darme cuenta para abrir la ventanilla. El olor del mar se coló dentro del coche. La brisa era fría, se notaba que estábamos en febrero a pesar de la cálida temperatura que se alcanzaba bajo el sol, especialmente al mediodía. Se dirigió hacia el mar, pero evitó un camino que llevaba a la playa y en su lugar subió por una carretera, estacionando más tarde en un aparcamiento frente a una enorme casa de madera, totalmente acristalada. BouAzzer, leí para mí. Parecí­a un restaurante.

-¡Qué sitio tan bonito! - dije cuando tiró del freno de mano.

-¿Te gusta?

-Mucho, pero pensaba que querías ir a la playa.

-No creo que puedas caminar bien con la escayola por la arena.

-Pero puedo intentarlo si es donde te apetece ir.

-No hace falta - comentó colocándome el pelo detrás de la oreja.-  Además, hay una vista muy bonita al otro lado que quiero que veas.

Me ayudó a salir del coche a pesar de mis intentos por vale me por mí­ misma. Subimos por una rampa en lugar de por los escalones de madera. Cuando entramos una mujer muy alta nos miró fijamente desde el otro lado de la barra. Sus labios no tardaron en sonreír y caminó apresuradamente hacia nosotras, abrazando a Santana. La voz sonó grave cuando habló. No pude evitar fijarme en su prominente nuez en el instante en que sus ojos me buscaron, esperando que nos presentaran.

-Hola - dije al ver que Santana no decí­a nada.

-Hola, soy Blyth - contestó la mujer besándome las dos mejillas.

No me dio tiempo a hablar antes de que por fin lo hiciera Santana.

-Ella es Brittany.

Los penetrantes ojos azules de aquella mujer volvieron a pasearse discretos pero interrogantes por mi rostro. Después, su mirada bajó a mi mano escayolada terminando sobre el calcetí­n negro que cubrí­a mi pie, también escayolado.

-Mejor no pregunto por lo que te ha ocurrido,¿verdad?

-Un pequeño accidente, pero estoy bien.

-Me alegro.

Caminé detrás de ellas entre las mesas y sillas perfectamente alineadas, preparadas para la hora de la cena. Las paredes estaban forradas de madera y los grandes ventanales ofrecí­an una vista única sobre el mar. Cuando llegamos al fondo, Blyth abrió una puerta corredera que daba paso a otro ambiente. Aquel lugar era enorme. Los sofás y butacas formaban cuadrados y rectángulos alrededor de mesitas que sostení­an los vasos y tazas de las diferentes consumiciones. Aquella zona estaba prácticamente llena de gente. Habí­a un acceso al exterior donde se divisaba una terraza para quien deseara tomar algo al aire libre. Reparé en la pared de espejo cuando, al doblar la esquina, Blyth presionó sobre él. Una parte del espejo se abrió dejando ver un teclado numérico. La observé tecleando la contraseña. Tení­a las manos grandes, pero muy cuidadas y con unos largos y finos dedos. Llevaba las uñas pintadas de rojo. Una puerta que se escondí­a, disimulada por aquel espejo, se abrió y entramos en un singular estudio. Era una especie de oficina, pero en versión confortable, rectangular y de generosas dimensiones. La propia puerta de entrada dividí­a la estancia. Frente a nosotras se hallaba la cristalera que dejaba admirar la preciosa vista sobre la playa, a la izquierda se encontraba un escritorio enorme con varias sillas a su alrededor y un ordenador, detrás, las estanterí­as blancas repletas de archivadores formaban un ángulo recto. A la derecha, sin embargo, había un par de sofás color arena y una butaca con su correspondiente reposapiés, que conformaban un saloncito frente a un televisor. Me fijé en que aquella parte de la pared era cristal y dejaba ver el otro lado del local.

-¡Qué pasada! - exclamé.- Esto es lo que utiliza la poli para la ruedas de reconocimiento, ¿no? - las dos se echaron a reí­r. ¿Así que no pueden vernos pero nosotras a ellos sí­? - insistí.

-Efectivamente - dijo Santana, que se habí­a situado a mi lado. ¿Qué quieres tomar?

-Un café latte, por favor - pedí absorta, con la mirada fija en aquel cristal.

-¿No quieres comer nada?

-No, muchas gracias. Ya he comido, pero come tú si tienes hambre.

Le oí pedir los cafés a Blyth y cómo esta, antes de abandonar la habitación, le informaba de que tenía el correo sobre la mesa. Dejé de prestar atención a aquella inusual panorámica y me volví con sorpresa hacia Santana.

-¿Este lugar es tuyo? - sonrió por respuesta.- Es impresionante ¿De donde viene entonces el nombre de BouAzzer?

-En honor a una espectacular cobaltocalcita que me regaló mi madre y que procedí­a de las minas de allí. Está en Marruecos.

-¿Te gustan los minerales?

-Me encantan.

-¿La tienes aquí?

-No. La tengo en casa, ¿por?

-Me gustarí­a verla. ¿Cómo es?

-Tiene forma de montaña y en las cavidades se han formado cristales de color rosa violáceo. Es difícil de explicar, es mejor verla, un dí­a de estos te la enseño.

La miré más detenidamente cuando dijo aquello. Supuse que eso significaba que iba a haber otro día como aquel y que quedarí­a conmigo, aunque no volviéramos a BouAzzer.

-¿Tu madre vive aquí? - pregunté acercándome a la cristalera que daba salida a la terraza exterior privada.

-Mi madre ya no vive, pero sí, vivía aquí­.

Me quedé helada con su respuesta y me giré de inmediato hacia ella.

-Perdona, lo siento mucho - me disculpé alargando el brazo para acariciar el suyo.

-Gracias, no pasa nada - me sonrió, pero noté que el brillo de sus ojos se había apagado ligeramente.

Me acerqué más a ella y acaricié su cara. A continuación, deslicé mis dedos por su pelo y la rodeé abrazándola.

-Lo siento mucho, de verdad, no tenía ni idea - hablé en voz baja.

Me gustó que no rechazara mi abrazo sino todo lo contrario. Apoyó suavemente la cabeza contra mi cuello y sentí sus brazos rodearme por la espalda.

-No pasa nada, en serio - susurró.

Olía tan bien. Me mantuve quieta, simplemente disfrutando de su proximidad y del ligero peso que ejercí­a contra mi cuerpo. Aún llevábamos las cazadoras puestas y eso hizo que aumentara mi sensación de calor.

-Blyth viene con los cafés - hablé cuando la vi caminar desde el fondo sosteniendo la bandeja con una sola mano.

Levantó la cabeza y observó a través del cristal que dejaba ver lo que ocurría al otro lado. Después me miró fijamente a los ojos sin cambiar de posición. La miré también, aunque no estuviera segura de lo que significaba aquella intensidad en su mirada.

-Voy a abrir.

Se separó lentamente de mí y caminó hacia la puerta. Se moví­a despacio, como si le pesaran los pies. Giró la cabeza en mi dirección y nuestras miradas volvieron a coincidir antes de que abriera la puerta. Me quedé allí parada, en mitad de aquella estancia, sin saber bien qué decir o qué hacer. Quizá era mejor no decir ni hacer nada. Su forma de mirarme me había vuelto a acelerar el corazón y tení­a la sensación de que me faltaba el aire. Blyth dejó los cafés sobre el escritorio siguiendo las indicaciones de Santana. Al instante desapareció tras la puerta. Vi a través del cristal cómo ella y su melena oscura se alejaban de aquella habitación oculta.

-¿Nos tomamos el café? - me preguntó Santana cuando me topé con sus ojos que me miraban.- Por cierto, ¿no eres muy joven para beber café?

Caminé hacia el escritorio donde se encontraba apoyada. Advertí que uno de los cafés tení­a en el plato un sobre de edulcorante. Lo abrí, lo eché y lo removí­.

-Me temo que para ti soy muy joven para todo - dije ofreciéndole la taza.

Me miró antes de aceptarla.

-Gracias.

Abrí el sobre de azúcar y lo vertí­ en mi café, después bebí. Aún estaba bastante caliente, me gustaba así­.

-Eres la primera persona superdotada que conozco, ¿lo sabí­as?

Negué con la cabeza antes de seguir bebiendo.

-Nunca me has dicho qué CI tienes.

-No el suficiente, desde luego.

-¿No me lo vas a decir?

Terminé el poco café que me quedaba en la taza, ella bebió del suyo mientras me observaba. Permanecí indecisa porque no me gustaba hablar de aquello, pero luego me decidí­.

-En el último test que me hicieron el resultado fue ciento sesenta y siete.

-¡Es extraordinario! - exclamó.

-Es un número, hay muchos tipos de inteligencia. Esa es solo una, me faltan otras.

-¿Cómo cuál?

-La más importante, la emocional.

-¿Crees que no la tienes?

-Ya te lo diré en un tiempo.

-¿Qué significa eso?

La cogí de la mano y tiré de ella.

-Anda, vamos fuera y enséñame este sitio.

En cuanto se incorporó la solté. Obviamente, tampoco respondí a su pregunta. Estaba claro que tarde o temprano terminarí­a llorando por ella, por lo que mucha inteligencia emocional no demostraba tener, empeñada como estaba en pasar mi tiempo con alguien por quien me constaba terminarí­a sufriendo.

Me cedió el paso en la puerta después de que previamente se lo cediera yo.

-La belleza antes que la edad - dijo.

-En cualquiera de los dos casos tú irí­as primero - la cogí del brazo para que pasara delante de mí­.

-No, la bella eres tú y la vieja yo - insistió.

-Tú no eres vieja - murmuré. Me molestaba profundamente que utilizara esa palabra.

-Debes de ser la única chica de dieciséis años que opina eso. El resto o me llaman señora o me tratan de usted.

-¿De verdad te consideras vieja? - levanté las cejas con aire pensativo.- ¿Si yo también tuviera treinta y nueve años considerarí­as que lo eres?

-No.

-Entonces, olvídate de la edad que tengo por favor. Para charlar un rato no creo que haya que estar todo el tiempo recordando nuestra diferencia de edad.

Se apoyó contra la barandilla de madera y me miró durante un instante, luego dirigió a mirada hacia el mar.

Aquel lugar era precioso. Las vistas sobre la playa eran espectaculares, ofreciendo una maravillosa sensación de paz y tranquilidad. La terraza se extendía grande. Colindaba por el lado de la derecha con la parte destinada al uso público. A pesar de oí­rse a la gente al otro lado no se podí­a ver nada y disponía de total privacidad. Reparé en las escaleras que había a la izquierda y caminé hasta ellas. Al menos sumaba unos veinte escalones de madera, que llevaban a una puerta que delimitaba el comienzo de la playa. El resto del terreno lo marcaba una valla alta, también de madera oscura. Desvié la vista hacia el horizonte, donde el sol se iba aproximando, y me concentré en el rumor de las olas rompiendo contra la orilla.

-Este sitio es realmente bonito - dije.

Se acercó al borde de las escaleras donde me encontraba.

-Me alegro de que te guste.

-¿Quieres bajar a la playa?

-Más adelante, cuando no tengas la escayola vamos - respondió rozándome al sentarse en el primer escalón.

Contuve la alegría que me produjo escuchar por segunda vez que al parecer iba a verla de nuevo en algún momento. Bajé un escalón y me senté en el segundo de a escalera, en el extremo opuesto que había ocupado ella. Noté que me miraba y escuché el leve suspiro que dejó escapar. Antes de que sonara, sentí la vibración del móvil dentro del bolsillo. Lo saqué y miré la pantalla para ver quién era.

-Perdona, tengo que cogerlo, es Rachel

Apenas hablé unos minutos con Rachel supo que tení­a a Santana al lado. Después de comentarme un par de detalles sobre las prácticas en el hospital quedamos en que me pasarí­a a buscar en coche a la mañana siguiente, para ir a la facultad.

-¿Vuelves a clase mañana? - me preguntó unos segundos después de colgar.

-Sí­.

-¿Te apetece?

-Bueno, no está mal. ¿Te apetece a ti ir mañana a trabajar?

-No.

Sonreí­ por la rotundidad de su negativa.

-Pensaba que te gustaba tu trabajo.

-Y me gusta, lo que no me gustan son los pacientes.

-Vaya, gracias.

-Ya no te tengo a ti allí, así que ya no me gustan los pacientes.

La miré incrédula mientras enrojecí­a. No estaba segura de qué querí­a decir exactamente. Empezaba a hacer más frí­o y se levantaba algo de viento. Hundí las manos en los bolsillos de la cazadora y disfruté del color rojizo que iba tomando el cielo en el atardecer.

-¿Te importa si fumo?

-Para nada, me gusta el olor del tabaco.

-¿Tú no fumarás, no?

-No, tranquila, pero mi madre fuma de vez en cuando también.

Sentí­ que se levantaba y miré hacia atrás al oír sus pasos sobre la madera. Cuando regresó traí­a un cenicero en la mano.

Bajó hasta el escalón donde estaba sentada.

-¿Puedo? - preguntó señalando el espacio libre que habí­a a mi lado.

-Sí­, claro.

Se sentó a mi derecha, muy cerca. Habí­a sitio suficiente como para que se sentaran cuatro personas y me gustó que buscara mi proximidad.

-Si no, parece que estamos enfadadas. ¿Lo estás?

- No, ¿por qué iba a estarlo?

-¿Por qué te sientas entonces en la otra punta?

Flexioné la pierna derecha y apoyé la barbilla sobre la rodilla. Pensaba en qué responder. Si me habí­a sentado lejos no era porque realmente lo quisiera, sino porque sentí­a que de vez en cuando le agobiaba con mis evidentes sentimientos hacia ella.

-¿Hace mucho que tienes BouAzzer? - observé cómo se encendí­a el cigarrillo.

Dio una calada y expulsó el humo antes de hablar.

-Desde el verano pasado.

-¿Te gustarí­a dejar la medicina?

Giró la cabeza para mirarme.

-Quizá, no lo sé aún. ¿Te parecerí­a mal?

-No, creo que uno tiene que hacer lo que le haga feliz. ¿Era así cuando lo compraste?

-Parecido, lo reformé un poco.

-¿Estaba lo del cristal de la poli?  

-Qué va, eso fue idea de Blyth, que lee demasiadas novelas policiacas.

-¿Venías por aquí antes de comprarlo?

-En realidad lo descubrí­ un dí­a por casualidad. Hubo una época en que cuando me apetecí­a ver el mar, para estar tranquila y no encontrarme con gente conocida, comencé a visitar las distintas localidades de la costa donde pensaba que habría menos posibilidades de que eso ocurriera. Una mañana llegué hasta aquí­, cuando vi este lugar me enamoré. En verano los dueños lo pusieron a la venta, yo tení­a un dinero ahorrado después de vender la casa que compartía con mi ex y la verdad, no lo pensé mucho, lo invertí aquí­.

-Me parece perfecto. Yo también creo en el amor a primera vista.

Ahogó la risa al tiempo que el humo de su última calada salí­a de entre sus labios.

-Tienes frí­o - confirmó cuando vio que me acurrucaba dentro de mi chaqueta.

Se levantó al instante y volvió a desaparecer tras el crujir de la madera. El cielo estaba totalmente rojo y el sol flotaba sobre el mar iluminando el horizonte. Efectivamente, era uno de los atardeceres más bonitos que había visto nunca. Reconocí­ que la presencia de Santana tení­a mucho que ver con aquello.

Ella hubiera convertido en maravilloso hasta el paisaje más apocalíptico descrito en cualquier libro. No tardé en escuchar sus pasos de vuelta hacia las escaleras.

-Toma, ponte esto - me dijo cubriéndome con una manta.

-Gracias, podemos compartirla.

-No te preocupes por mí­, estoy bien - me frotó la espalda para que entrara en calor.

-Te vas a resfriar.

-Tampoco pasarí­a nada, así­ no voy mañana a trabajar.

Extendí el brazo a pesar de sus negativas y pasé la manta por sus hombros para protegerla del viento, que cada vez era más frí­o.

-Diles que estás mala y no vayas mañana si no te apetece, pero no hace falta que cojas un constipado para hacer pellas.

-¿Me lo dices por experiencia? - comentó agarrando la manta por un extremo y arrimándose más a mí­ para taparse mejor.

-Yo no suelo hacer pellas.

-Por supuesto que no, tú eres una empollona.

-Eso cree todo el mundo, pero la verdad es que no estudio tanto.

-¿Cómo fue tu primer dí­a en la facultad siendo tan joven? - ladeó la cabeza para mirarme.

-No mucho peor que un dí­a cualquiera en heterolandia - la miré también y sonreí cuando soltó una carcajada con mi comentario.- No fue para tanto. Tampoco dije que tení­a catorce años.

-¿Tienes amigos de tu edad?

-Ya sé que es lo que te gustarí­a, pero no, nunca los he tenido.

Bajó la vista, dirigiéndola después hacia el atardecer frente a nosotras. No dejé de mirarla ni un solo instante. Estaba tan guapa con la mirada pensativa y el viento despeinando ligeramente su melena que era imposible retirar la vista de ella.

-¿Sales con Rachel? - preguntó con la mirada aún en el rojizo horizonte.

-No, solo somos amigas.

-¿Y con alguna otra chica?

-Tampoco.

Sonrió brevemente y volvió a buscar mi mirada.

-Yo mejor no te pregunto lo mismo.

-Puedes preguntar, si quieres.

-Prefiero no saberlo.

-Tampoco ha habido tantas.

-Hablas en femenino,¿te refieres a mujeres o a relaciones?

-A las dos cosas - confirmó mirándome fijamente a los ojos.

Se me aceleró el corazón al constatar mis sospechas acerca de sus preferencias.

-Me alegro de que sea así­, pero prefiero seguir viviendo en la ignorancia.

-¿Qué tal va esa mano? ¿Te molesta? - preguntó cogiéndome la mano derecha tras compartir un largo silencio.

-No - respondí abriéndola lentamente con la palma hacia arriba.

-La tienes helada.

Deslizó sus manos para cubrirla, dejándola atrapada entre las suyas para darme calor. Tampoco las tení­a especialmente calientes aunque su tacto resultara cálido y suave. El corazón se me desbocó en aquel instante y respiré hondo tratando de mitigar mis incontrolables latidos.

-¿Mejor así­?

-Sí­, gracias.

Apenas podí­a hablar. Aún sentía el latir de mi pulso en el cuello y empezaba a ser demasiado consciente de su proximidad y del contacto con su piel.

-¿Y el pecho qué tal va?

-Bien también, gracias - balbuceé.

-¿Te ha dado tu madre la pomada?

-No, me la he dado yo y también me he vendado. Lo único que veo es que falta mucho para que pueda volver a ponerme un sujetador.

-Lo sé, pero mí­ralo por este lado a ti precisamente no te hace falta. ¿Ves?, yo no podría permitirme ese lujo.

La miré directamente a los ojos, pero no le devolví­ la sonrisa.

- No empieces, por favor - murmuré.

-Qué poco sentido del humor tienes.

-Sí que lo tengo, pero ese tema no me hace gracia.

-¿Qué tema?

-Las constantes alusiones a tu edad.

-Es una realidad, cuantos más años tienes la fuerza de la gravedad comienza a ganarte la partida.

-Gana la tuya y la de todos, la de las mujeres y la de los hombres, que de eso nunca se habla, pero también se les caen los pectorales y lo que no son los pectorales. Al menos a las mujeres no se nos cae ni se nos descuelga nada de entre las piernas.

-Pues eso digo - se rio.

-No, tú lo dices porque no puedes dejar de recordarme nuestra diferencia de edad.

Miré nuestras manos unidas cuando lo hizo ella. El cielo estaba cada vez más oscuro y ya no se veí­a con excesiva claridad. Me fijé en algo que asomaba por el puño de su chaqueta de piel y deslicé la mano hasta su muñeca para tocarlo.

-¡Qué pulsera tan bonita! - dije comprobando que estaba hecha de cuero trenzado de color rojo.

Se subió la manga, flexionando la muñeca para verla mejor, como si no se acordara d que la llevaba puesta.

-¿Te gusta?

-Me encanta, es preciosa.

La observé mientras manipulaba el cierre de color acero con una sola mano, hasta que consiguió abrirlo. No le presté mi ayuda porque no estaba segura de lo que pretendí­a hacer. Retiró después la manga de mi cazadora, rodeándome la muñeca con la pulsera.

-A ti te queda mucho mejor - dijo abrochando el cierre.- Quédatela.

La miré agradecida por el detalle.

-Muchas gracias, pero no puedo aceptarla.

-Por supuesto que puedes - sonreí y no dije nada.- Quiero regalártela, ¿cuál es el problema? - preguntó al ver que la observaba in mediar palabra.

Aprovechando su proximidad me acerqué aún más a ella.

-Es preciosa, muchas gracias - dije dándole un beso en la mejilla.

Me miró de nuevo con aquella intensa mirada que ya habí­a visto en otras ocasiones.

-De nada, a ti por la compañí­a.

Nos quedamos en silencio observando el cielo hasta que oscureció por completo.

-Tení­as razón - dije cuando volvimos a entrar - es el atardecer más bonito que he visto nunca.

Me sonrió irónica.

-¿Entonces no te ha parecido una cursilada?

No sé qué le hací­a pensar que disfrutar de una puesta de sol tendría que parecerme una cursilada. Era verdad que hasta entonces pocos atardeceres me hicieron sentir tan viva como este, pero también era verdad que nunca antes me habí­a sentado expresamente a contemplar uno al lado de la persona de la que estaba enamorada. Y también era cierto que por primera vez me sentía así­.

Separó una silla del escritorio invitándome a sentarme.

-Tienes que estudiar y yo revisar facturas.

Cogí la mochila y me encaminé hacia donde me habí­a indicado.

-¿Qué libro te has traí­do?

- El de Patología General y Propedéutica.

Lo hojeó con curiosidad cuando se lo enseñé. Luego levantó la vista y me miró sonriente.

-La verdad, no puedo dejar de sorprenderme y de pensar que es admirable que siendo tan joven estás ya estudiando medicina.

Rehuí su mirada y la dirigí al libro cuando lo dejó de vuelta en la mesa. Siempre me resultaba difí­cil contestar a las alabanzas que recibía por aquel hecho, incluso cuando venían de ella.

-¿Por qué no te quitas la cazadora? ¿Sigues con frío?

Me ayudó a quitármela y se encaminó hacia el corto pasillo que se situaba tras la zona acondicionada para trabajar. La miré cuando se detuvo ante la puerta del armario en el que había reparado al entrar en aquella estancia. Colgó mi cazadora en una percha de madera y volvió a doblar la manta, colocándola más tarde sobre una balda. No pude evitar observar su cuerpo cuando se deshizo de su chaqueta de piel. Llevaba un polo negro de manga larga que resaltaba sobre el cinturón de piel clara ajustado a su cadera, que a su vez contrastaba con los vaqueros negros que tan bien le sentaban. Regresó a su melena negra y ondulada, que caí­a por debajo de sus hombros, a su espalda y su cintura, hasta que mis ojos se detuvieron un poco más abajo. Se me nubló la vista por el deseo y me descubrí a mí misma, una vez más, haciendo algo que nunca antes habí­a hecho con otra persona. Disfrutaba contemplando su cuerpo y aquello me llevaba a un estado de excitación sexual que cada vez se volvía más incontrolable. El deseo de acercarme a ella y abrazarla se desvaneció de pronto, cuando vi que se daba la vuelta en mi dirección. Bajé la vista abruptamente y la fijé en la mesa.

-¿Qué haces todaví­a de pie? - preguntó mientras caminaba hacia mí­. No contesté porque no podí­a hacerlo. El corazón me latí­a a mil por hora y no querí­a que se diera cuenta de mi estado.- Puedes sentarte - dijo cuándo se detuvo a mi lado.

Tampoco levanté la vista de la mesa cuando volvió a hablarme.

-Gracias.

-¿Estás bien?

Asentí­ con la cabeza agachada y tomé asiento antes de que se me notara que me temblaban las piernas.

Se apoyó en la mesa justo a mi lado.

-¿Seguro?

-Sí - miré de reojo sus piernas enfundadas en los vaqueros y subí hasta el cinturón de piel.

Se inclinó hacia delante hasta que su cabeza quedó a la altura de mi hombro. Me quedé quieta, con la mirada en la portada de mi libro de texto y esperando a que hablara. Su persistente silencio hizo que por fin girara la cabeza para mirarla. La encontré con sus ojos clavados en mi rostro y una sonrisa pícara en los labios.

-¿Qué? - sonreí inevitablemente.

-Eso mismo digo yo, ¿qué?

-Nada - me encogí de hombros.

-Yo tampoco - se encogió también de hombros, imitando mi gesto.

Me reí y volví a la portada del libro.

-¿Por qué tema vas?

-Por el treinta, supongo que hoy habrán empezado el treinta y uno - me tembló la voz. Rachel y Blaine se habían preocupado de pasarme los apuntes y mantenerme al día con el temario de cada asignatura durante mi larga estancia en la clí­nica. Yo había aprovechado las horas muertas que transcurrí­an entre una y otra visita de Santana para estudiar.

Volvió a coger el libro y pasó las páginas con agilidad.

-Aquí­ está, ahora a estudiar.

La miré cuando rodeó la mesa y se sentó frente a mí­, ante su ordenador. Leí las primeras líneas del temario y levanté la vista al notar que abría un cajón.- Presbicia - me sonrió poniéndose unas gafas.- Ya sé que tú no quieres oí­rlo pero estoy haciéndome vieja.

-Pues te sientan muy bien, estás muy guapa - sonrió más abiertamente y la observé con detenimiento desde el otro lado de la mesa. ¿Lo haces para fastidiarme?

-¿El qué?

-Referirte a ti misma como vieja o cuarentona constantemente.

Me sostuvo la mirada con la sonrisa todaví­a dibujada en sus labios, pero no me respondió.

-Aún eres joven para la presbicia.

-¿Eres hipermétrope?

-No.

-¿Pasas muchas horas delante del ordenador?

-No - negó con la cabeza - no muchas, seguro que ni la mitad que tú.

-¿Y qué dice tu oculista?

-Que tengo presbicia.

-Pues eres muy joven para la presbicia - insistí.- ¿No te ha hecho pruebas para saber el porqué del origen tan prematuro?

-Igual prefieres hacérmelas tú.

-Ninguna respuesta parece satisfacerte.

-Te las haría encantada si supiera cómo. ¿Cuándo te toca la próxima revisión?

-¿Por qué?

-Para acompañarte y preguntar por lo que tú no pregunta.

Soltó una risotada antes de hacerse con un abrecartas y abrir uno de los sobres que Blyth le habí­a indicado que tení­a sobre la mesa.

La observé mientras leí­a con sus gafas el papel que acababa de extraer. Regresé a mi libro cuando supe que la conversación sobre su vista cansada ya le había cansado. No tardé en desviar la mirada hacia la pulsera de cuero rojo que me habí­a regalado. Era preciosa. La estudié detenidamente aprovechando en esta ocasión la luz que me habí­a faltado cuando me la colocó alrededor de la muñeca. La giré suavemente y de pronto reparé en las dos pequeñas muescas que lucí­a el cierre.

-Santana, esta pulsera es de oro.

-Tranquila, si hubiera sido de platino y diamantes también te la hubiera regalado.

Sonreí­. Cuando quería era un encanto.

-Lo digo en serio, es oro blanco, pensaba que era de acero - me miró expectante por encima de las gafas.- Es muy cara.

-También lo eran las rosas que tú me regalaste y nunca te he dicho nada. Dime, ¿durante cuántos años te has quedado sin paga?

-Te las regalé porque te gustaban.

-Lo mismo te digo. Te he regalado la pulsera porque me has dicho que te gustaba. Ahora, i no es así o no la quieres puedes devolvérmela, no hay problema - dijo extendiendo la mano.

-Claro que la quiero, Santana. ¿Cómo no iba a quererla?

-Entonces quédatela.

-Muchas gracias.

Asintió desde el otro lado de la mesa. Después continuó abriendo el correo.

-¿Cuánto te costaron las rosas? - preguntó de pronto tras un largo rato compartiendo silencio.

Levanté la cabeza del libro y la miré.

-¡Santana!

-¿Te parezco una maleducada por preguntártelo?

-No, en absoluto. Pero la verdad es que ni siquiera lo sé.

-¿Cómo que no lo sabes?

-Mandé a Rachel y Blaine a comprarlas. No me han dicho aún cuánto fue. Mañana lo sabré y les pagaré sin falta.

-¿Necesitas dinero?

-No, muchas gracias. Tengo dinero ahorrado.

-Eran preciosas, me encantaron.

-Me alegro.

Dejé que Santana continuara revisando su correo mientras yo traté de concentrarme en mis estudios. Por primera vez me costaba retener lo que estaba leyendo. No podí­a obviar su figura sentada frente a mí­. Estaba tan guapa que no conseguí­a leer un par de líneas sin volver a mirar su rostro con las gafas de lectura. Alargué el brazo hacia una pila de folios que había en la impresora.

-¿Me prestas un poco de papel, por favor? - pregunté antes de coger un montoncito.

Asintió complaciente.

-¿Tienes un lápiz? - volví a preguntar.

Abrió un cajón e hizo rodar dos lápices sobre la mesa en mi dirección.

-¿Puedes escribir?

-Con la derecha.

-¿Eres ambidiestra?

-Más o menos.

Alineé los folios y comprobé la punta de los lápices. Me decidí por el que parecí­a que le acababan de sacar punta. Miré a Santana, que se habí­a girado ligeramente hacia la pantalla de su ordenador, y comencé con trazos suaves a dibujar su rostro. Descubrí­ que no era tan fácil dibujar con la derecha como lo hacía con la izquierda, cambié el lápiz de mano para probar si era capaz de hacerlo a pesar de la escayola. Afortunadamente podí­a sujetarlo con firmeza y solo encontraba problemas cuando necesitaba tomar un ángulo más inclinado, porque la escayola no me permití­a alcanzarlo. Fui cambiando de mano para dar forma a su rostro sobre el papel y me ayudé de los dedos para suavizar los trazos y las sombras.

-¿Estás estudiando? - me preguntó sin retirar la vista del ordenador.

Supuse que era consciente de mi persistente mirada.

-Sí­.

-¿Ah, sí? Pues no me lo parece - dijo girándose hacia mí­.

-No, no te muevas por favor.

-¿Por qué no?, ¿qué estás haciendo? - la vi echar un vistazo rápido al papel y lo levanté para impedirle la visión.

Sonrió ante mi actitud infantil.

-¿Qué tienes ahí­?

-Nada.

-¿No me lo vas a enseñar?

-Luego. Anda, sigue como estabas.

-¿Me estás dibujando?

-Sí­.

-¿En serio?

-En serio. ¿Te importa?

-No - dudó al responder - solo que es la primera vez que alguien me dibuja. ¿Y qué tengo que hacer?

-Sigue con tus cosas y olvida que estoy aquí.

-Eso no va a ser fácil. Posar no creo que se me dá bien, nunca he posado para nadie.

-Si te quedas así todo el rato vas a terminar agotada, estás demasiado rí­gida. ¿Por qué no te reclinas en el sillón y apoyas la cabeza?

Hizo exactamente lo que le dije. Comprobé el dibujo dándome cuenta de que con la nueva postura que le habí­a hecho adoptar lo que avancé hasta entonces no me servía de nada. Retiré el folio y comencé de nuevo con suaves trazos. Los ojos de Santana se movieron con rapidez hacia el papel desechado.

-¿Puedo verlo?

Le alcancé el folio para evitar que volviera a cambiar bruscamente de posición.

-No está terminado, aún le falta mucho.

Sus ojos se iluminaron cuando vio su rostro.

-Es una maravilla, soy yo.

-Sí - me reí.- ¿Quién si no?

-Quiero decir que me reconozco, que no hay duda de que soy yo. ¿Dónde aprendiste a dibujar tan bien?

-No lo sé, siempre me ha gustado. También di clases para perfeccionar la técnica y esas cosas.

-¿Dónde diste las clases?

-En la escuela de arte.

-¿Ya no vas?

-Lo dejé en Navidad.

-¿Qué te enseñan allí­ exactamente?

-A pintar al óleo, pastel, acuarela, retratos, anatomía, bodegones. Odio los bodegones, por cierto.

-A mí tampoco me gustan - dijo ella.

-¿Ves? Ya tenemos algo en común a pesar de nuestra diferencia de edad - le guiñé un ojo.

Sonrió y continuó observándome mientras la dibujaba. Me costó acostumbrarme a su mirada pendiente de cada uno de mis movimientos. Cada vez que alzaba la vista y me encontraba con sus ojos se me aceleraba el corazón. Jamás habí­a conocido a alguien por quien me sintiera tan atraí­da. Poco a poco fui abstrayéndome de las múltiples sensaciones que me provocaba su mera presencia, logrando concentrarme en sus facciones, como si estuviera en una clase nocturna más de todas a las que habí­a asistido. Comencé entonces a reflejar su mirada sobre el papel. Realmente es la parte más difí­cil de un retrato. Si no consigues captar la mirada no consigues nada.

-¿Puedo pedirte que no me dibujes las arrugas, por favor?

-¿Qué arrugas?

- Estas - frunció los ojos y se las señaló.

Me levanté de la mesa y me acerqué a ella.

-Eso no son arrugas - pasé las yemas de los dedos suavemente para que dejara de forzar la piel.- Son ligeras lí­neas de expresión y a mí me vuelven loca.

Me reí­ cuando apartó la vista aturdida por mi apasionado comentario. Se habí­a puesto ligeramente colorada, pero volvió a mirarme.

-Si no quieres que te diga esas cosas deja de hablar sobre tu edad. Ya me ha quedado claro que me sacas veintitrés años. Por cierto, ¿cuándo es tu cumpleaños? - llevaba tiempo queriéndolo saber.

-Como tú, el diecisiete, pero de septiembre.

Sonreí­ encantada con la coincidencia.

-Eso son solo veintidós años y nueve nueves.

-¿Solo?

-Solo - confirmé antes de darle un beso en la mejilla.

Volví­ a mi asiento frente a ella y estudié el retrato que habí­amos interrumpido. El folio yací­a inerte sobre la mesa, sin embargo, el precioso rostro de Santana ya habí­a tomado vida. Supe que si me concentraba podrí­a terminarlo en algo más de media hora. Advertí que sus ojos me seguí­an cuando deslicé la yema del dedo meñique, para suavizar una sombra sobre su frente.

-Es increí­ble. ¿Sabes que podrías dedicarte a esto, verdad?

La miré y asentí­.

-Podría pasarme la vida entera dibujándote y no me aburrirí­a.

Se sonrojó y bajó la vista de nuevo hacia el retrato.

-Me refería a que podrí­as hacer de esto tu profesión.

-A ti es a la única que quiero dibujar.

Rehuyó otra vez mi mirada, en esta ocasión tardó un poco más en volver a levantarla.

Me hubiera pasado la vida entera contemplándola, dibujándola, no solo limitándome precisamente a su rostro. Cogí­ el lápiz y me propuse no volver a hacer un comentario que la incomodara. Me centré en ella y en el retrato. Sus ojos me observaban de un modo diferente. No tení­an la misma expresión que cuando habí­a comenzado a dibujarlos. No quise decir nada y me dediqué a su pelo. Pasaron muchos minutos hasta que abandonaron la incertidumbre y volvieron a recuperar ese brillo tan característico que tanto me gustaba. Regresé entonces a sus ojos y me esmeré en captar aquella mirada sobre el papel. Pasó mucho más tiempo del que esperaba hasta que me di por satisfecha con el resultado. Acentué sombras y difuminé otras, repasando cuidadosamente sus facciones antes de dar el retrato por terminado.

-A ver qué te parece - le dije empujando el folio hasta la mitad de la mesa.

Se incorporó con rapidez y se inclinó para alcanzarlo. Detuvo las manos justo antes de tocarlo y se puso en pie de pronto.

-Es impresionante, Brittany.

-¿Te gusta?

-¿Qué si me gusta? ¡Me encanta! - se echó a reír.- Es tan real que parece una foto.

-Me alegro, puedes cogerlo, es tuyo.

-¿Es para mí­?

-Es para ti - dije divertida.

Por fin lo cogió entre sus manos. Continuó estudiándolo un buen rato antes de rodear la mesa para dirigirse hacia donde yo estaba sentada.

-Si me lo vas a regalar al menos dedícamelo - dijo dejando el retrato frente a mí y apoyando su mano en mi cabeza.

Me sorprendió su contacto, pero no hice ningún movimiento que me delatara. Miré su rostro dibujado antes de hablar.

-Lo siento, pero no me gustan las dedicatorias - volvió a reí­rse y noté su mano acariciando mi pelo.- Lo digo en serio, eso sí­ que es una cursilada. ¿Qué quieres que te ponga?

-Puedes firmarlo al menos, ¿o eso tampoco? - pasó su mano a lo largo de mi melena.

Suspiré suavemente antes de tomar el lápiz. Escogí la parte inferior derecha, como lo hacen casi todos, para escribir mis iniciales. Jamás había firmado un dibujo que hubiera hecho, tampoco me gustaba estar haciéndolo en aquel momento. No quise negarme otra vez por educación y por ese motivo me decidí­ por las iniciales. Era lo más impersonal.

-¿No pones la fecha?

-¿Quieres la hora también? - pregunté no sin cierta ironí­a mientras escribía la fecha debajo de mis iniciales.

-No, déjalo - su mano alcanzó mi barbilla, girándome la cara, levantándola para que la mirara. Se inclinó sobre mí­ y apoyó la mejilla contra la mía antes de darme un suave beso que me puso la piel de gallina.

-Muchas gracias.

-De nada - respondí, pero no le devolví el beso.

-Lo voy a enmarcar - dijo pasando el pulgar por encima de la piel de mi barbilla.

-Un folio no es para enmarcar. Si quieres enmarcarlo te dibujo en un Canson.

-¿Y para qué quiero papel Canson si no quiere firmarlo la autora?

-Firmar pase, dedicar no.

-Nada de dedicatorias - sonrió y yo negué con la cabeza.- No te gustan.

-No.

-Qué poco romántica.

-¿Para qué escribir lo que se puede decir?

-Para que perdure.

-¿Y para qué quieres que perdure algo que las dos sabemos que en realidad no te importa?

Su mirada se cristalizó al instante.

-Quizá sí me importe, pero quizá no pueda ser.

-¿Qué pasó con tu ex? ¿Por qué lo dejaste? - al final me venció la curiosidad. Se sorprendió ligeramente con mis preguntas.- ¿Cuánto tiempo llevabais? - cogí su mano cuando noté que me liberaba el rostro con intención de separarse de mí.

-Nueve años - se me encogió el estómago y bajé la vista al suelo.

-Brittany - susurró con dulzura.

-¿Sigues enamorada de ella?

-No - negó con rotundidad.

Volví a mirarla. Sonó sincera y aquello hizo que sintiera cierto alivio tras la punzada de dolor.

-¿Y ella de ti?

-Tampoco. ¿A qué viene tanta pregunta?

-Yo ya he respondido a las tuyas.

-¿Cuánto hace que lo dejasteis?

Resopló antes de contestar.

-Unos dos años - tuvo que recordar.

-Pensaba que era mucho más reciente - confesé. ¿Entonces hay alguien nuevo ahora? - soné abatida.

-No - sonrió abiertamente.

Sostuve su mano con una ligera presión y le acaricié los dedos con el pulgar.

-Dime la verdad.

-Te la estoy diciendo, no sé por qué no me crees.

-¿Pero lo ha habido?

-No.

-¿Desde qué rompiste con ella no has salido con nadie? - pregunté extrañada.

-No - negó con la cabeza.

-Eso es imposible. No me puedo creer que con lo increíble que eres, no hayas encontrado a alguien entre las miles de mujeres que deben estar haciendo cola para pasar, simplemente, un segundo contigo.

-Muchas gracias, pero ni tengo a miles de mujeres esperando por mí ni tampoco me gustarí­a que fuese así­. Sencillamente no he conocido a ninguna que me gustara, por lo tanto no he vuelto a salir con nadie.

-¿Ni siquiera un tiempo, unos meses? - negó otra vez con la cabeza.- ¿Ni una semana?, ¿ni una noche?

-No, por Dios, yo ya no estoy para relaciones de una noche  suspiró.- Y tampoco ha sido nunca mi estilo - añadió posando cariñosamente su dedo índice sobre la punta de mi nariz.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por micky morales Mar Jul 14, 2015 8:45 pm

excelente capitulo, se van acercando al fin, aunque en verdad santana y su alusion a la edad me obstina!
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por monica.santander Miér Jul 15, 2015 2:59 am

La verdad es que me intriga mucho como se va a resolver esta historia!!ç
Saludos
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Mico4 Miér Jul 15, 2015 4:01 am

Capítulo 9


Al dí­a siguiente la rutina volvió a mi vida. Sin embargo, no me sentía como siempre. Habí­a amanecido con Santana en mi pensamiento y mi cabeza no dejaba de pensar en ella, en lo que estarí­a haciendo en ese momento. Cuando Rachel bajó por la avenida, miré en dirección a la calle de Santana con la esperanza de poder verla o adivinar cuál de todas sería su casa. Pero no tuve suerte, no había ni rastro de ella ni de su coche. Busqué la hora en el reloj del salpicadero, eran las ocho menos cuarto de la mañana. Perfectamente podrí­amos haber coincidido. Ella también entraba a las ocho y tendrí­a que tomar la avenida en la misma dirección que nosotras para llegar a la clí­nica. Me fijé en los coches de alrededor y agudicé la vista en el horizonte, por si se hallaba varios metros por delante. Rachel se desvié poco después hacia la facultad y perdí la esperanza de encontrarla en alguno de los coches que nos rodeaban.

El dí­a transcurrió lento y pesado. Aunque me gustaban las clases, y por encima de todo las prácticas en el hospital, me sentí­a inquieta ante la incertidumbre de cuándo volverí­a a verla. La tarde anterior no me atreví a pedirle su número de móvil y ella tampoco pregunté por el mí­o. Había memorizado el teléfono de su casa, pero lo consideraba demasiado personal como para marcarlo. A las seis de la tarde, mientras cambiaba la bata blanca por el abrigo, me sentí triste. Hací­a ya dos horas que Santana había salido de trabajar y posiblemente se hubiera acercado a su local de la costa. Durante unos instantes, la idea de preguntarle a Rachel si me llevaba en coche hasta Kray pasó por mi cabeza, pero desisté cuando imaginé la cara que podrí­a poner Santana si me veí­a aparecer por allí­, acompañada de otra crí­a como yo. Y tampoco querí­a desvelar la parte de su vida que quiso compartir conmigo. Me sentí en el coche resignada a volver a casa, como lo hací­a casi todas las tardes de entresemana antes de que ella apareciera en mi vida. A dos manzanas de mi casa estallé.

-¡Rachel, necesito decir que voy a estar contigo! - espeté.

-¿Santana? - preguntó con la mirada fija en el coche que nos precedí­a.

-Sí.

-¿Estás con ella?

-No - suspiré.

-¡No me digas que vas en serio con esa mujer!

-Solo necesito verla.

-¿Qué edad tiene, Brittany? - se detuvo ante un semáforo en rojo y me miró.

-No lo sé - mentí.- No se lo he preguntado.

-Me escudriñó con la mirada y sonrió ligeramente.

-¿Y ella sabe la edad que tienes tú o tampoco te la ha preguntado?

-Lo último que necesito es un sermón, en serio.

-¿Te das cuenta de en dónde te estás metiendo?

-No ha pasado nada.

-Pero tú quieres que pase.

-Sí, pero ella no.

-Pues pasará.

-Lo dudo, ella no quiere.

Soltó una risotada antes de meter la primera y poner el coche en movimiento de nuevo.

-Para no querer que pase nada te ve muy a menudo ayer, hoy.

-Hoy no ha quedado conmigo, soy yo la que quiero verla.

-¿Dónde te dejo entonces? - sonó como si se rindiera.

-Sé lo que estás pensando.

-¿El qué?

-Si hubiera querido acostarse conmigo podrí­a haberlo hecho ya. Te aseguro que se lo he puesto muy fácil.

-¿Por qué la defiendes? Yo no he dicho nada.

-Porque no quiero que pienses lo que no es.

-Tranquila, en absoluto pienso que sea una pervertida o algo así­.

-¡Joder, Rachel!¡Por supuesto que no lo es!

Me puso la mano sobre la pierna.

-Anda, no te enfades. ¿Dónde te llevo?

-A casa por favor.

-¿Pero no querí­as ir a verla?

-Sí, pero iré en autobús.

-¿Con la escayola?

-Sí­. Lo único que te pido es que si te encuentras con mi madre o vienes a casa hagas ver que has estado conmigo. Mi madre no te va a llamar, siempre me llama a mí­, confí­a en mí­.

-Hasta que deje de hacerlo

-¿Crees que me gusta mentirle?

-No, ya sé que no, pero se terminará dando cuenta.

-Me he pasado la vida estudiando. Tengo dieciséis años y lo único que he hecho es eso, estudiar. Estudiar medicina, estudiar dibujo, música, piano... Cuando salgo no bebo, no fumo, no voy a llegar a casa embarazada porque afortunadamente no me gustan los tí­os. Soy la hija perfecta. Tampoco le he reprochado nunca no tener un padre y apenas saber nada de él. Ella ha vuelto a enamorarse, entra y sale con George cuando quiere. Ahora soy yo la que se ha enamorado. Ahora me toca a mí­. ¡Que Santana no tiene mi edad! No, no la tiene. Y si solo por ese motivo alguien cree que debe protegerme, alejándome de ella, está muy equivocado. Serí­a capaz de muchas cosas si pretendieran separarme de ella, y te aseguro que dejaría de ser esa hija perfecta. La única persona que puede alejarme de Santana es ella misma, sé que terminará haciéndolo, pero hasta que ese momento llegue solo quiero verla.

-Tampoco pido tanto.

Me miró fijamente sin pestañear.

-¿Dónde te dejo?

-En casa.

-No me importa llevarte - insistió.- Tienes razón.

Denegué su ofrecimiento porque tampoco quería que nadie supiera dónde viví­a Santana. Antes de dirigirme a la parada de autobús comprobé que mi madre no había llegado aún a casa. En realidad era pronto para ella.

Difícilmente conseguía llegar antes de las ocho de la tarde. Caminé todo lo deprisa que pude hasta la parada y deshice parte del camino que recorrí­ en el coche con Rachel. Toqué el timbre cuando nos aproximábamos al cruce con Klekken. No estaba segura de la altura a la que se situaba la parada más cercana. Para mi sorpresa, se encontraba en la misma esquina. Dejé atrás la avenida y avancé por el comienzo de la calle de Santana. Su casa no podría estar muy lejos, era el número siete. El paseo tení­a las aceras anchas y estaba lleno de árboles que ya no conservaban ni una mísera hoja en sus ramas. El frí­o del invierno había acabado con ellas. Sin embargo, ese invierno había provocado en mí justo lo contrario que en la naturaleza; estaba brotando un mundo de sentimientos, absolutamente desconocido hasta entonces, que me hací­a sentir viva por primera vez, receptiva con todo lo que me rodeaba. Me fijé en el color claro que lucían las cortezas de los árboles. Eran chopos. Lo sabí­a no porque fuera una experta en botánica, sino porque el sonido de las hojas de los chopos moviéndose con el viento me encantaba. Caminaba por la acera opuesta a la que sabía se situaba la casa de Santana. Querí­a ver la numeración con claridad, sin necesidad de pasar justo por delante de su domicilio. Cuando la manzana estaba llegando a su fin el número siete se dibujó frente a mí. Brillaba resplandeciente bajo la luz de las farolas. El corazón me pegó un vuelco y comenzó a latirme a toda velocidad. Aún era incapaz de controlar mi sistema nervioso cuando algo relacionado con Santana aparecí­a delante de mí­. Observé su casa desde la acera de enfrente. La luz estaba apagada. No parecí­a que hubiese alguien, aunque la puerta del garaje y la de la entrada peatonal eran demasiado altas como para ver más allá. Me armé de valor y crucé al otro lado. Las puertas que definí­an su propiedad no eran tan altas a pie de calle y me asomé para ver el interior. Tenía un porche muy bonito y un frondoso jardí­n. Supuse que habría ido a BouAzzer y que no volverí­a hasta más tarde, ya que su coche no se encontraba allí. Me decidí entonces a rodear la casa, que hacía esquina y colindaba por el lateral derecho con otra vía delimitando la manzana. Los altos y apretados setos no me dejaron ver absolutamente nada. Solo pude intuir que aquel jardí­n tenía unas buenas dimensiones. Volví­ a la entrada y todo permanecí­a con la misma quietud de antes. Reparé en la baja repisa que se formaba junto a la puerta peatonal y me senté, apoyando la espalda contra la alambrada que sostenía la vegetación. Dejé descansar la muleta a mi lado y aproveché la iluminación de una farola cercana para leer los apuntes del día. Ya llevaba bastante tiempo allí y el frío de la noche empezaba a notarse. había hecho un dí­a tan bonito y cálido como el anterior, pero una vez se ponía el sol la temperatura caí­a precipitadamente, recordándote que estábamos en invierno. Compaginé la lectura con el deseo de que fuera Santana quien condujera alguno de los coches que contemplaba rodar ante mí­. El tiempo pasaba, los coches también, pero ninguno era el suyo.

Llamé a mi madre para mentirle una vez más. Me atendió desde el coche, activando el manos libres del teléfono. Se encontraba de camino a casa y había invitado a cenar a Israel. Le dije que no me esperara, que seguramente comiera en casa de Rachel y que si no era así yo misma me prepararí­a algo cuando llegara. Me aseguré mi plato de comida ante la duda, aunque creo que pensó que me quedarí­a a cenar con Rachel, debido a que George iba a casa aquella noche. Pobre, por una vez no era su novio el culpable de mi absentismo.

Levanté el cuello de mi abrigo para protegerme del frío. Llevaba mucho tiempo sentada sin moverme y la humedad comenzaba a calarme el cuerpo. Acaricié impaciente la pulsera de Santana, como lo había hecho la noche anterior hasta que me quedé dormida. No me la quité desde que ella misma me la pusiera, a excepción de cuando entré en la ducha por la mañana. No quería que se mojara y también pretendí­a que preservara su olor. Olí­a a ella. Me la volví a llevar a la nariz para asegurarme de que aún persistía su aroma, a pesar de haber transcurrido un día entero fuera de casa. Empecé a tiritar ligeramente.

había pasado bastante más de una hora desde que me sentara en la dura repisa, no más alta que un escalón, y el frí­o del asfalto comenzaba a congelarme los pies. Volví a mirar la hora en el reloj. Posiblemente se había marchado a BouAzzer y quizá cenara allá, con Blyth, quizá había quedado con alguien, quizá me había mentido con respecto a que no había otra persona en su vida. Me pasaron demasiadas posibilidades por la cabeza y cada una me ponía más triste que la anterior. Quizá, simplemente, hací­a su vida, como lo había estado haciendo hasta antes de conocernos. Quizá yo me creía importante en su vida porque ella era lo más importante en la mía.

Era yo la que no podí­a vivir sin ella y temí­a que aquel sentimiento no era recí­proco. Guardé de nuevo los apuntes en la mochila y me abracé a ella para que me diera calor. No sabía qué hacer. Todavía me sentía con fuerzas para aguantar el frío de la intemperie, sin embargo me derrumbaría como un castillo de naipes si recibía el frí­o rechazo de Santana al verme allí, ante su casa, sin previo aviso. ¿Y si volví­a a casa acompañada? Pegué un respingo al pensarlo. Volví a sobresaltarme cuando me di cuenta de que un coche blanco se había detenido frente a mí. Reconocí las ruedas al instante, por sus llantas de aleación, y levanté la vista para encontrarme con Santana. Tení­a la ventanilla del copiloto bajada y me miraba fijamente. Estaba tan absorta en mis pensamientos, pasaban tantos coches en la oscuridad de la noche, que no me fijé en el único que me importaba. No sé por qué motivo había pensado que accederí­a a su casa desde la otra dirección en lugar de por mi izquierda, como se hallaba en aquel momento. Probablemente fue eso lo que hizo que no le prestara excesiva atención.

-Eres tú - sonó sorprendida, pero enseguida me brindó una de sus sonrisas.

-Sí­, soy yo - se me quebró la voz y el corazón empezó a latirme demasiado rápido en cuanto me puse en pie.

-Hola Brittany - continuaba mirándome.

-Hola - me tembló la voz - la observé entumecida bajarse del coche y rodearlo para llegar hasta mí.- Lo siento, necesitaba verte - espeté sin saber lo que decí­a.- Pero ya me voy.

-¿Por qué? - preguntó impidiendo con su cuerpo mi intención de huir de allí­.

-Porque igual no ha sido una buena idea - bajó la vista al suelo.

-Pensaba que eras el cobrador del frac - me pasó la mano por el brazo.

-¿Tienes deudas? - sonreí.- ¿Conoces a alguien que no las tenga? Hasta tú las tienes. ¿Has pagado ya las rosas?

-Sí - admití, echándome a reí­r.

-¿Cuánto te han soplado?

-Eso no importa, te lo aseguro.

-Creí­a que vení­as a pedirme el dinero que te han levantado por las rosas - bromeé.- ¿Has cenado ya?

-No.

-¿Cenas conmigo entonces? - se me iluminó la cara y asentí.- ¿Aquí o te apetece ir a algún sitio?

-Donde tú prefieras.

-Estoy un poco cansada, ¿te importa en casa?

-Si estás cansada mejor me marcho.- Tampoco estoy tan cansada - volvió a mirarme con ternura.- Anda, vamos - tiró suavemente del puño de mi abrigo.

Esperé a que abriera la puerta del garaje y caminé despacio detrás de su coche. No merecí­a la pena montarme con ella con la escayola, la mochila y la muleta a cuestas.

-¿Qué tal la vuelta a la dura realidad? - me preguntó cerrando la puerta del coche con más fuerza de la que pretendí­a.

-Dura.

-¿Has tenido un mal día?

-Digamos que el hecho de no verte se convierte en un mal dí­a.

Mi respuesta hizo que se detuviera antes de llegar hasta mí y me mirara durante un instante con aire interrogante.

Me quedé inmóvil. No podí­a evitar decir la verdad cada vez que me preguntaba, pero me dije a mí misma que tenía que ir con más cuidado si no quería que me echara de su vida.

-¿Qué tal tu dí­a? - me anticipé a preguntar para no darle margen a que me dijera algo que no quería oí­r.

-Digamos que me alegro mucho de que hayas venido a verme.

-Puedo venir siempre que quieras.

-¿Hasta cuándo?, ¿hasta que te aburras? - preguntó no sin cierta ironía.

-Dudo mucho que me aburra.

-Por supuesto que sí­, terminarás aburriéndote.

Negué imperceptiblemente con la cabeza, optando por permanecer callada. La seguí en silencio hasta la puerta de entrada y me situé detrás de ella mientras metía la llave en la cerradura.

-Ya sé que me ves como a una crí­a, pero tú no eres ningún capricho para mí­ - volví a hablar más de la cuenta, no podí­a evitarlo.

-El problema es que ya no sé cómo te veo - suspiré.

-¿Prefieres que me vaya?

Miré hacia atrás por encima de su hombro.

-No, prefiero que te quedes a cenar conmigo. Por cierto, no sé qué tengo para comer.

-Da igual, tampoco tengo mucha hambre. Lo que tengo es frío.

Giró sobre sí­ misma en el amplio hall y me cogió los dedos, que asomaban por la escayola, atrayéndome hacia ella para que entrara.

-Estás helada - exclamó cuando tocó mi mano.- ¿Cuánto tiempo llevas ahí fuera?

-No lo sé, un rato.

-¿Cuánto es un rato para ti? - comprobé la hora en el reloj.

-No importa.

-¿Cómo qué no? ¿Quieres pillarte una pulmonía o qué?

Me encogí de hombros.

-Si me ingresan y me cuidas tú, no me importarí­a. Así te verí­a todos los días.

-Ya me ves todos los dí­as.

-No lo suficiente.

-¿No lo suficiente para qué?

-Para no echarte de menos.

Clavó sus ojos del color del chocolate en los mí­os.

-Dime, ¿qué voy a hacer contigo?

No pronuncié una palabra, aunque pensé - lo que quieras.- Sin embargo, no conseguí evitar que mi propio pensamiento se reflejara en mi cara.

-No hace falta que contestes. Era una pregunta retórica - aclaró con rapidez en cuanto interpretó mi mirada. - No iba a hacerlo - me reí­.

-Brittany

Me desprendí de la mochila y le entregué mi abrigo cuando me hizo una señal para que me lo quitara.

-La verdad que tienes mérito. Nunca te he oído quejarte y aún no sé cómo puedes ir a clase escayolada, cargando con la mochila y la muleta.

-Es fácil. Que me atropellara Kling es lo mejor que me ha pasado en la vida, te conocí a ti. Y si me quedo en casa convaleciente no podría estar ahora contigo. ¿De qué iba a quejarme? Todo es perfecto.

-Definitivamente, lo tuyo es increíble - suspiró.

Miré a mí alrededor. Desde el recibidor se divisaba el amplio salón y un pasillo grande con muchas puertas. Las molduras eran blancas, al igual que las puertas, que contrastaban con el azul grisáceo de las paredes.

-Tienes una casa preciosa, en consonancia con la dueña - añadí con cautela.- ¿Podría ir al cuarto de baño, por favor?

-En consonancia con la invitada, dirí­a yo - precisó señalando la puerta más cercana.

Salí­ del cuarto de baño y vi la luz de la cocina encendida. Avancé hacia allí­, deteniéndome en el umbral de la puerta. La visión de Santana en su propia casa me había vuelto a cortar la respiración. La observé en silencio. Apoyada en el fregadero frente al grifo abierto, parecí­a ausente además de cansada. Se llevó una pastilla a la boca y bebió un largo trago de agua, del que la había visto servirse en un vaso directamente del caño.

-¿Te duele la cabeza? - entró en la cocina. Se sobresaltó ligeramente cuando me oyó y miré en mi dirección.- Perdona, te he asustado.

-No pasa nada - sonrió.

-¿Te duele la cabeza? - volví­ a preguntar, cuando estuve a su lado.

-Un poco, pero no es nada.

Me fijó en la piel oscurecida bajo sus ojos. La luz de la cocina era blanca e intensa, permitiéndome verla con nitidez por primera vez aquella noche.

-Estás cansada, es mejor que me vaya.

-No, de verdad, me apetece que te quedes.

-Yo preparo la cena entonces.

-La preparo yo, tú eres la invitada.

-¿No te fí­as de mí? Cocino mejor que en tu clí­nica, ya lo verás.

-Eso no es difí­cil de superar.

-Lo sé - me reí.- Por eso lo digo, ven conmigo - cogí su mano y la guié fuera de la cocina.

-¿Dónde me llevas?

-Al salón, ¿es aquí, verdad?

Encendió la luz con la mano que le quedaba libre antes de cruzar la entrada. Aquella sala era espectacular, pero mis ojos se dirigieron al piano negro de cola que lucí­a poderoso en una esquina.

-Guau, ¿es un Steinway & Sons? - exclamé.

Me miró con sorpresa.

-¿También sabes de pianos?

-¿Lo es? - insistí­.

Asintió con una sonrisa.

-Era de mi madre.

-¿Tocaba el piano?

-Sí, era pianista.

-¡Qué pasada! ¿Tú lo tocas? - pregunté cuando llegamos junto al sofá blanco en forma de ele.

-No. Siempre quiso que aprendiera, pero yo nunca tuve mucho interés. Apenas recuerdo lo que me enseñó cuando era pequeña y ahora, cada vez que lo miro, no sabes cuánto me gustaría haberle hecho caso.

-Esas cosas pasan. Pero tiene fácil solución, puedes aprender ahora.

-¿Ahora?

-Sí. Y no empieces con que también eres muy mayor para eso.

-No he dicho nada - se defendió.

-Túmbate y descansa un rato en lo que yo preparo la cena.

-¡Pero que estoy bien! - protestó.- ¿Cómo voy a dejar que prepares tú la cena?

-Dejándome - le empujé suavemente los hombros para que se tumbara.

-¿Y ahora qué haces? - preguntó dejándose caer en el sofá.

-Quitarte las botas - se echó a reír, contagiándome la risa a mí­ también.

-¿Puedo ver el piano?

-Por supuesto.

Caminé hasta él todo lo rápido que la escayola me permitió y lo admiré detenidamente.

-Es precioso.

-Puedes abrirlo, incluso puedes tocarlo si quieres. ¿También sabes tocar el piano, verdad?

Levanté la vista un instante y la miré desde el otro extremo del salón. Volví­ al Steinway y lo rodeé para apreciarlo desde todos los ángulos. Santana continuaba tumbada en el sofá, pero se había acostado de lado para seguirme con la mirada.

-Voy a preparar la cena - anuncié encaminándome hacia ella.

-No - alcanzó mi mano desde su posición y tiró de mí para que no me fuera.- Ven, siéntate.

Me giré para buscar asiento en el otro sofá, pero me lo impidió de nuevo tirando otra vez de mi mano.

-Aquí­, conmigo - se movió para hacerme sitio y me senté despacio evitando tocarla. No querí­a que pensara que aprovechaba la más mí­nima oportunidad para buscar lo que estaba deseando en todo momento, su proximidad. Los latidos del corazón se me habían vuelto a acelerar desde que sintiera su mano en la mí­a y ahora, sentada junto a ella, me era imposible obviar su cuerpo tumbado a tan corta distancia.- La llevas puesta - dijo pasando el dedo índice por encima de la pulsera que me había regalado el dí­a anterior.

Bajé la vista a su mano sobre la mí­a.

-Solo me la he quitado para ducharme. Aún huele a ti.

-Mira.

Por fin tuve el valor de mirarle a los ojos desde que m sentara a su lado.

-Detrás de ti - levantó las cejas indicándome el lugar - tus rosas.

Efectivamente, el enorme ramo de rosas presidía la mesa situada detrás del sofá, en un jarrón blanco opaco.

-No es posible que aún no se hayan secado todas. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

-Hoy hace exactamente treinta y seis días. No he dejado de echarles aspirinas para que duraran lo máximo posible.

-Parece que lo has conseguido.

-¿Te gustan? - me preguntó con una mirada pí­cara.

-Sí, son muy bonitas.

-Mentirosa - rio - a ti no te gustan.

-Sí me gustan - me reí también.

-Tal vez me gusten más otras cosas, pero son bonitas.

-¿Qué cosas?

-Tu pulsera, por ejemplo.

-¿Y qué más?

La miré otra vez. Ella, a su vez, me contemplaba mientras esperaba a que le contestara.

-No lo sé. Me gustan muchas, casi tantas como las que detesto.

-Hummm, no está mal. Yo detesto muchas más de las que me gustan.

-¿Y cuáles te gustan además del mar, la playa y los minerales? - quise saber.

-Tus manos.

-Gracias - murmuré con timidez.

Deslizó su mano debajo de la mía.

-¿Qué tal llevas las escayolas?

-Bien - estaba más pendiente del movimiento de sus dedos sobre mi piel que de la conversación.

-¿Y el pecho?

-Bien también, gracias.

-¿Te has echado la pomada?

-Sí, esta mañana.

-Tienes que echártela tres veces al dí­a por lo menos.

-Ya, pero es que he ido a clase y luego tení­a prácticas.

-La cuestión es que creo que no deberí­as estar yendo a clase todaví­a. Que te den el alta no significa que estás recuperada del todo.

-No me quiero quedar en casa.

-¿Por qué no?

-Ya sabes el motivo.

-No, no lo sé. Dí­melo.

-Porque en ese caso no podrí­a verte.

-No me parece razón suficiente.

-A mí sí - repliqué.

-Déjame ver cómo lo tienes - dijo incorporándose en el sofá.

-Santana no.

-No seas boba.

-¿Qué tal va tu dolor de cabeza?

Sonrió ante mi estúpida forma de tratar de distraerla de su propósito.

-Perfectamente. Anda, déjame verlo.

-No, por favor.

-Como quieras - suspiró y se levantó del sofá, abandonando el salón al instante.

Escuché sus pasos hasta que dejaron de oírse tras una puerta y al rato volví a oí­rlos de vuelta al salón. Me giré cuando entró.

-Toma, al menos date esto mientras preparo la cena - me dijo alcanzándome una cajita rectangular de color amarillo.

La acepté por el respaldo del sofá.

-No te enfades, por favor.

-Ya sabes dónde está el baño - dijo antes de volver a salir por la puerta del salón.

Seguí­ sus pasos hasta la cocina, donde la encontré con la puerta del frigorífico abierta.

-¿Me ayudas por favor? - cambié de opinión tan rápido como supe que le había molestado mi negativa.

-No - respondió sin ni siquiera mirarme y continué revisando las existencias de su nevera.

Di media vuelta de inmediato y salí por donde había entrado para dirigirme al cuarto de baño.

-¡Brittany! - noté que corrí­a detrás de mí­. Reconozco que me encantaba cuando me llamaba por mi nombre. Me giré para mirarla.- ¡Claro que te ayudo!

-Muchas gracias - esperé a que me alcanzara.

-De nada - cogió la caja de mi mano y me llevó al fondo del pasillo.

Entramos en una habitación. Supuse que era la suya, pero no hice preguntas. había una cama muy grande de madera blanca, que resaltaba con las patas de aluminio pulido y un par de mesillas a juego. A un lado se encontraba un sofá de tres plazas tapizado en blanco frente a una mesa baja, al otro lado aparecí­a un espejo, en el que nos reflejábamos y que compartí­a la pared con un armario. Pensé que me llevaría al cuarto de baño de dentro de la habitación, pero se detuvo al borde de la cama. Reparó de nuevo en una de las mesillas. Una funda de plástico transparente protegía el retrato que le había hecho a lápiz la tarde anterior en BouAzzer.

-Aún no he tenido tiempo de enmarcarlo - me había seguido con la mirada.

Estaba claro que era su habitación. No es que hubiera muchas dudas, pero aquello lo confirmaba. Me quité el jersey y me desabrochó los botones de la camiseta hasta que se abrió por completo, dejando ver la venda que cubría mi tórax. Luego, me deshice también de la camiseta.

-Buen vendaje, ¿es tuyo?

Asentí con la cabeza. Tiré del esparadrapo sujeto a mi hombro izquierdo para liberar la venda. Fui desenrollándola al tiempo que trataba de enrollarla en mi mano, pero no conseguí­a hacerlo bien y aunque me ayudaba de mi otra mano, la escayolada, comencé a sentir los brazos excesivamente cansados.

-¿Me ayudas, por favor? - me rendí y la miré. Ella me observaba sin mediar palabra, supe de su disconformidad por su mirada.- No te enfades, por favor - susurré.

Sacudió la cabeza sin disimular su absoluta desaprobación. Después, tomó la venda en sus manos y fue dejando mi piel al descubierto.

-Joder, Brittany - musitó también, cuando ya no quedó venda que ocultara mi estado. Me miró, después levantó la vista hacia ella con reparo.- Esto no está bien, ¿te duele?

-No.

-No me mientas.

-Un poco.

-Anda, siéntate - dijo apoyando su mano en mi hombro.

Me senté despacio en el borde de la cama.

-Quiero que dejes de ir a clase hasta que no te hayas recuperado - suspiró y bajó la vista al suelo.- Tienes que cuidarte.

-Estoy bien.

-No, no lo estás. No puedes ir por ahí haciendo tu vida normal como si no te hubiera ocurrido nada.

-Solo estoy un poco cansada, eso es todo.

-¿Cuánto tiempo has estado ahí fuera esperándome? ¡Y no me contestes que un rato!

-Una hora y media, quizá algo más.

Suspiró.

-¿Dónde has conseguido mi dirección?

-En la guí­a telefónica de Internet.

-¿Cómo has llegado hasta aquí?

-En autobús. No le he dicho a nadie dónde vives, Rachel me ha dejado en casa y allí he cogido el autobús.

-¿Por qué no te has quedado en casa entonces?

-Porque quería verte - respondí sin levantar la vista del suelo de madera de abedul.

-¿Por qué? - me encogí de hombros, pero no hablé.- ¿Por qué? - volvió a preguntar, aunque su tono se había suavizado.

Apoyé los codos en las rodillas y hundí la cabeza entre las manos. No sabí­a qué contestar más que la verdad que ella misma conocí­a de sobra. Pero eso prefería no hacerlo en aquel momento.

Se acercó a mí y posó su mano en mi cabeza acariciándomela.

-Te propongo un trato - su voz se había dulcificado aún más.- En lugar de ir a clase vas a venir aquí­ y vas a dejar que te cuide de una vez por todas. Vas a hacer exactamente lo que te pida, sin rechistar. Cuando te diga que comas, comerás; cuando te diga que duermas, dormirás; cuando te toque la cura, no pondrás excusas que retrasen el proceso. Mañana tengo que ir a trabajar, pero intentaré coger el jueves y el viernes libres para estar aquí­ contigo. Me deben días. Mañana a primera hora te paso a buscar y te traigo aquí­. Estaré de vuelta sobre las cuatro y media como muy tarde. Durante mi ausencia quiero que descanses, que no fuerces el tórax caminando. Si te aburres, estudias. ¿Ha quedado claro?

-Clarí­simo - me apresuré a contestar. Me sentí feliz.



Me cogió de la barbilla, levantándome la cara para mirarme a los ojos.

-¿Me lo prometes?

-Te lo prometo - aseguré.- Haré todo lo que tú me digas, te lo juro.

-Más te vale - dijo.- Ahora túmbate.

La miré tí­midamente mientras se sentaba a mi lado sobre la cama.

-¿Por qué tampoco dejas a tu madre que cuide de ti?

-Para aparentar que estoy bien y que no me deje encerrada en casa.

Sonrió para sí­ extrayendo el tubo de la caja.

-¿Estás obsesionada con el hecho de quedarte en casa o me lo parece mí­?

-Estoy obsesionada con cualquier cosa que me impida verte.

Levantó la vista y me miró. Tení­a la mirada serena, como jamás la había visto antes. Me estudió unos instantes en silencio. Le mantuve la mirada con apuro, pero conseguí­ no apartarla de aquellos ojos que asimilaban mis sinceras palabras, sin enjuiciarlas ni rechazarlas. Continué observándola cuando se centró en extender la pomada por mi piel amoratada. El tacto suave del edredón bajo mi espalda desnuda me daba calor y compensaba la mitad de mi cuerpo, desvestido en mitad de su habitación. Miré su pelo ondulado, que caí­a cubriéndole casi la mitad del pecho. Después regresé a su rostro. había desaparecido la piel oscura bajo sus ojos y parecí­a menos cansada que cuando la vi en la cocina. Trataba de no pensar en su mano, libre de guantes por primera vez, sobre mi dolorida piel. Pero no me resultaba fácil abstraerme, a pesar de que el tacto directo había desaparecido por la espesura del unguento. Contemplé sus labios carnosos, perfectamente dibujados, y no pude evitar pensar en lo afortunadas que fueron cualquiera de sus amantes anteriores teniendo el privilegio de besarlos. Era consciente de que no dejaba de mirarla. Lo había hecho siempre que me cuidaba mientras yacía en la cama de la clí­nica privada. Al menos esta vez ocurrí­a en su propia cama.

La situación había cambiado favorablemente hacia mí. Hice un esfuerzo por ignorar sus dedos moviéndose por la parte inferior de mi pecho. No querí­a que mi cuerpo reaccionara al estímulo, aunque lo estuviera deseando. Hasta aquel instante había esquivado hábilmente esa zona. Siempre lo hací­a. Esa parte de la piel la cubría cuando la aplicación estaba llegando a su fin.

-¿Has ido hoy a BouAzzer? - quise romper el silencio que compartí­amos y desviar así su atención sobre mi cuerpo, empeñado en responder a su tacto.

-No, he estado en casa y luego he salido a hacer un recado - respondió, sus ojos no me miraron.

-Espero que no se manche el edredón - hablé otra vez, cuando sus dedos resbalaban ahora por encima de mi pecho.

-Si se mancha se lava, es una funda.

No había manera de que levantara la vista de su cometido.

-Tienes una habitación muy bonita y la cama mola mucho - me tensé tan pronto terminé de pronunciar estas palabras. No querí­a que pensara en una connotación sexual cuando le mencioné su cama.

-¿Mola? - sonrió.

Parecí­a medio idiota con mis comentarios, pero la situación no me dejaba discurrir hacia nada inteligente.

-¿Tú también ves la tele desde la cama? - otra vez volví a pronunciar la maldita palabra cuando vi el LED reflejado en el espejo.- Lo digo porque yo sí que lo hago. No te creas que desde hace mucho, solo desde que George pasa más tiempo en casa. No me suele apetecer verla con ellos en el salón.

Sus ojos me miraron al fin, a pesar de haber comenzado ya con mi otro pecho.

-¿No te llevas bien con él?

-No lo sé, no me llevo sencillamente.

-Quizá estos dí­as en la clí­nica hemos mejorado.

-No era un reproche, tan solo una pregunta - aclaró interrumpiendo la aplicación.

-Lo sé - dije.- Tampoco me llevo mal. Es el novio de mi madre y yo les dejo a su aire. Pero no puedo verlo como a un padre, si es lo que pretenden. No necesito uno y menos a estas alturas. Aunque en realidad tampoco es que lo pretendan, no lo sé. Es un poco confuso todo. Supongo que querrán casarse, formar una familia y que yo sea parte de ella. Ahí es donde no sé cómo lo voy a hacer. Bueno, sí­, yéndome de casa, pero entonces mi madre me diría que no se casa y yo tampoco quiero eso, porque tiene todo el derecho del mundo a hacerlo y ser feliz, infeliz o lo que sea. Total, un rollo.

-Un rollo - repitió. Sin embargo, sonó afligida.

-Toda esta movida por no ponerse una goma aquella noche.

-¡Brittany! - exclamó, pero una risa escapó de su garganta.

-Es verdad lo que digo. Con un condón todo se hubiera solucionado. Yo no estaría aquí­ y ya no serí­a ni un problema ni una carga.

-No digas eso, me apuesto el cuello a que tu madre jamás lo ha pensado. Además, de ser así, yo tampoco te hubiera conocido - dijo terminando de cubrir la piel de mi pecho.

-De eso que te libras tú también - me reí.- ¡Por Dios, ya está la crí­a esta quedada conmigo por aquí otra vez! - puse los ojos en blanco, como si imitara su reacción cuando me veí­a aparecer.

-Yo no pienso eso - negó con la cabeza, una sonrisa de medio lado se dibujó en su rostro mientras me observaba.

-¿Ah, no? ¿Y entonces qué piensas?

-Que eres preciosa, inteligente y divertida. Y que no tienes ni idea de lo que me alegro de que tus padres no utilizaran anticonceptivos aquella noche - dijo mirándome fijamente a los ojos. Después, besó mi hombro desnudo y se levantó de la cama.

El suave beso sobre mi piel me había erizado el vello. Giré la cabeza para seguirla con la mirada hasta que entró en el cuarto de baño. Oí correr el agua. Tení­a la mirada fija en el marco blanco de la puerta y me encontré con la suya cuando apareció de nuevo en mi campo de visión, secándose las manos con una toalla. Apoyó el hombro en el marco sin dejar de mirarme.

-Y también pienso que por qué demonios no tengo veinte años menos.

Lo sabí­a. No pude quitarme aquella frase de la cabeza durante toda la noche, tampoco pude olvidar la sensualidad que contení­a su beso acariciando mi piel desnuda.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por micky morales Miér Jul 15, 2015 8:37 am

santana se resiste pero se que al final caera!
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Mensaje por monica.santander Miér Jul 15, 2015 5:24 pm

mmmmmmm no se que pensar hasta donde llegaran???
saludos
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por MeryBrittana Miér Jul 15, 2015 7:51 pm

Mmmm voy a confesar algo.. Me estaba gustando tanto tu adaptación que me he descargado el original y me lo he leído en un día.. Jajaja OMG quiero comentar tantas cosas!! Pero obvio serían spoilers!! Sigue así que te está quedando genial, enserio!
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