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Mensaje por Mico4 Jue Jul 16, 2015 7:50 pm

Capí­tulo 10


Me instalé en el salón a pesar de que Santana me dijera que me moviera con libertad, que podía utilizar cualquiera de las habitaciones, incluida la suya. No quise hacerlo. No querí­a abusar de su hospitalidad ni que tuviera que preocuparse por alguien merodeando por la casa y sus cosas mientras ella trabajaba. El salón me parecí­a el territorio más impersonal, al fin y al cabo en esa estancia se recibí­a a las visitas. Algo parecido a eso era yo. Una visita dispuesta a quedarse el resto de mi vida si ella me lo pedí­a, pero una visita a fin de cuentas. Me dispuso un almohadón y una manta, dejando también el teléfono inalámbrico en la mesa, frente al sofá, junto a un juego de llaves de la casa.

-Supongo que no hace falta que te diga que no abras la puerta a nadie. Sea quien sea, te cuenten lo que te cuenten.

-Tranquila, no lo haría - contesté sonriente.

-Bien - dijo pensativa.- Al cartero tampoco, no espero nada, así que tampoco le abras. Si viniera con algo no importa, siempre se puede ir luego a recogerlo a la oficina de correos.

Me recordé a mi madre, solo que con ella ya tení­a superada esa fase de advertencias cuando me quedaba sola en casa.

-No te preocupes, no le abriré la puerta a nadie, ni a la ancianita más desvalida ni a una mujer dando a luz en la mismísima puerta de tu casa. De ser así llamo a la policí­a, a la ambulancia en este último caso y luego a ti - bromeé.

Se echó a reí­r y me agarró del moflete.

-Efectivamente, pero llámame también si simplemente necesitas algo. Tienes mi móvil apuntado en una libreta en la mesa del salón.

-Lo sé - ya me lo habí­a aprendido de memoria.- Vas a llegar tarde a trabajar.

Salió corriendo cuando supo que tenía poco más de diez minutos para llegar a la clínica. La observé mientras se montaba en el coche y abría la puerta automática. Cuando su coche giró a la derecha esperé a que la puerta volviera a cerrarse antes de que yo cerrara la de casa. Cuando lo hice, sentí de golpe el vacío que dejaba con su marcha.

Volví al salón y me senté en el sofá donde Santana habí­a estado tumbada la tarde anterior. Acaricié la tela suavemente, como si fuera su piel la que estuviera bajo mis dedos. Cogí­ mi móvil y la llamé, necesitaba oí­r su voz, acababa de irse y ya la echaba de menos.

-Hola, soy yo - dije cuando descolgó el teléfono, nada más sonar la primera señal.

-Hola, ¿estás bien? - se oyó el habitual eco del manos libres.

-Sí, solo quería darte las gracias otra vez por dejar que me quede aquí­.

-No hay por qué darlas.

Me quedé callada un instante. Era la primera vez que hablaba con ella por teléfono y el mero hecho de escuchar su voz me habí­a vuelto a desbocar el corazón.

-¿Hay mucho tráfico?

-No, estoy a mitad de camino. Si no se me cierra ningún semáforo lo consigo.

-Entonces te dejo para no distraerte. Que tengas un buen dí­a.

-Brittany.

-Dime.

-Gracias por llamarme.

-De nada - sonreí­.

No eran ni las ocho de la mañana y ya me morí­a de ganas por que dieran las cuatro en el reloj, para que pudiera regresar de donde aún no habí­a llegado. Me sentí celosa de los pacientes que tendrían la oportunidad de verla en pocos minutos. No le volví­ a preguntar si seguí­a destinada en la UCI. No es que no me interesara, sino que trataba de hacer las menos preguntas posibles sobre su vida cotidiana. Ya le había frito a preguntas personales el primer dí­a y ahora trataba de compensar aquella acosadora actitud. Ni siquiera me atreví a preguntar qué le ocurrió a su madre, si era muy mayor, si tuvo un accidente o contrajo alguna enfermedad. Busqué en Internet la noche anterior, después que Santana me dejara en casa, pero por el apellido Lopez no figuraba nadie. Seguramente usara un pseudónimo. Tampoco conocía su nombre de pila, lo que dificultaba aún más la búsqueda. Revisé noticias del fallecimiento de pianistas, pero lo poco que encontré no parecí­a encajar con la posibilidad de que alguna de ellas fuera su madre. Nunca hablaba de su familia, así­ que desconocí­a si tení­a padre o hermanos. Miré el Steinway y me levanté para admirarlo de cerca una vez más. Era espectacular. Me dieron ganas de acariciarlo por la belleza de su diseño. No lo hice. Tení­a los pedales dorados, a juego con las ruedas. El bastidor lucía también detalles en oro, como las bisagras que sujetaban el atril. El emblema de Steinway & Sons estaba grabado en el mismo color también en el frontal y el lateral de aquel escultural piano de cola, que rebasaba los dos metros setenta centímetros de longitud. Nunca tuve la oportunidad de ver aquel modelo en persona. Si su madre tocaba ese piano debí­a de ser muy buen pianista. Era un modelo para profesionales, carí­simo. Caminé hacia las cortinas blancas, que dejaban ver el jardí­n. La noche anterior la oscuridad no me había permitido verlo, y aunque tuve la tentación de abrir la puerta que daba acceso a aquel verde y frondoso jardí­n, tampoco lo hice. No querí­a tocar nada. Preferí­a que todo permaneciera exactamente igual a como lo había dejado Santana antes de irse a la clínica. Miré la piscina, que se encontraba cubierta por una lona, como lo estaban casi todas en aquella estación del año. Tenía escaleras romanas en los dos extremos y mediría unos quince metros de largo. La mitad de esos metros, aproximadamente, configuraban el ancho. Lo cierto es que tení­a una casa preciosa. había algo en ella que me gustaba especialmente, y es que no la había compartido con su ex, precisamente justo lo contrario, la había comprado después de deshacer su vida con aquella mujer, aún sin nombre para mí. Me giró y volví­ a contemplar el diseño escandinavo de los muebles del salón. Todo parecía muy nuevo. Recordé su habitación y me vino la misma sensación. Sonreí para mí misma. Si estaba en lo cierto y Santana no conservaba nada de su vida anterior, decorando aquella casa después de su adquisición y, lo más importante de todo, no me había mentido con respecto a no haber tenido ninguna relación tras su ruptura, la cama donde me había tumbado solo había sido ocupada por ella. Se me seguía encogiendo el corazón cada vez que pensaba que otra persona pudiera besarla, tocarla o probarla. Cosa que ya había ocurrido en demasiadas ocasiones y que yo llevaba francamente mal. No sabí­a qué me pasaba. Del mismo modo que Santana había despertado en mí­ el amor, la compresión, la lealtad, la fidelidad y el deseo de convertirme en alguien mejor, también se había despertado en mí unos celos irracionales. La otra cara de la moneda era que me estaba convirtiendo en una persona injustificadamente posesiva. Llegué a sentir celos de sus propias manos cuando se retiraba el pelo porque le molestaba o porque las descansaba en sus muslos o en las caderas. Sentí­a celos del vaso que envolví­a, de las migas de pan sobre el mantel, con las que había jugueteado durante la cena la noche anterior y del cigarrillo que se llevé a los labios después de la misma. Deseaba convertirme en todo lo que ella tocaba. Quería ser su pelo, su cuerpo, el vaso, el cigarrillo y el humo que expulsaba. Y aquello no podí­a ser. Yo no podí­a seguir así­. Al menos era consciente de que estaba a punto de caer enferma. Cualquier psicólogo hubiera dicho que era un buen comienzo para la rehabilitación. Existí­an centros de rehabilitación para muchos problemas, como el alcohol, las drogas, la anorexia... Hasta los putos violadores contaban con un centro donde pretender que se rehabilitaban. ¿Pero, y yo? ¿Qué les iba a responder cuando me preguntaran por mi dolencia? Que estaba enferma de amor era posiblemente la respuesta más acertada. Caminé de vuelta al sofá y me tumbé. Me cubrí con la manta y al apoyar la cabeza sobre el almohadón el olor de Santana impregnó el aire. Hundí­ la cara en él y cerré los ojos, respirando aquel perfume que me volví­a loca.

Me sobresalté cuando sonó mi móvil. Me había quedado dormida. Fijé la vista en la pantalla que vibraba sobre la mesa y leí­ aturdida el número que aparecí­a. Era ella.

-Hola - contesté tan rápido como pude.

-Hola, ¿cómo estás?

-Muy bien, ¿y tú?

-Bien, en el descanso, por eso te llamo.

-¿Qué hora es?

-Las doce, ¿estabas durmiendo?

-No - mentí­, porque no querí­a que pensara que había interrumpido mi sueño.

-¡Sí­!, te he despertado, lo siento.

-No, que va, me encanta.

-¿El qué, que te despierten?

-Que me llames - confesé.

-Si quieres te dejo para que sigas durmiendo.

-No, no quiero. ¿Tienes que irte ya?

-No, tengo tiempo hasta las doce y media.

-Entonces quédate conmigo al teléfono, por favor.

-De acuerdo - su voz se había vuelto más dulce.

-¿Has llegado bien al final?

-Sí, aunque tampoco hubiera pasado nada por llegar tarde. Sería la primera vez en mi vida, tení­a un buen motivo.

Sentí un cosquilleo en el estómago.

-¿Vas a poder coger mañana y pasado libres?

-¿No prefieres quedarte por tu cuenta? - dijo con voz amable.

-No, ya sabes que no.

-Pensaba que sí. Estarí­as sin nadie que te diga lo que tienes que hacer, cuándo lo tienes que hacer, tendrí­as la casa para ti sola.

-Eso nunca me ha importado. Tu casa me encanta, pero me gusta mucho más contigo dentro.

-Entonces tendré que cogerlos.

-¿Pero puedes o no?

-Sí­, claro que puedo.

-¿Y para qué me cuentas toda esa pelí­cula? Luego te quejarás de que no dejo de decirte cosas y querrás deshacerte de mí­. Lo haces a propósito.

-Tal vez - se rio.

-Te gusta provocarme.

-Es posible.

-¿Y por qué?

-Porque me gustan tus respuestas. Siempre dices lo que sientes.

-Eso no es verdad. Ni te gustan todas mis respuestas ni nunca te he dicho todo lo que siento. Si lo hiciera saldrí­as corriendo, y eso es lo último que quiero que hagas.

Hubo un instante de silencio hasta que volví­ a oí­r su voz.

-¿Por qué no pruebas?

Su voz sonó tan sensual como el beso que me dio en el hombro desnudo provocando un escalofrí­o que me recorrió la piel.

-¿Por qué quieres oí­rlo?, lo sabes de sobra.

-Porque quizá me guste oí­r las cosas que me dices.

-¿Quizá o te gusta?

-Me gusta - admitió para mi sorpresa.

-Pero a la vez piensas que no deberí­a gustarte, ¿no es verdad? - le rebatí.

-Sí­.

-Entonces te contaré todo lo que siento cuando cambies de opinión sobre ese tema, mientras tanto puedo esperar. Yo no tengo prisa y así­ te demostraré que no eres el antojo pasajero de una adolescente ví­ctima de los cambios hormonales, que es más o menos lo que llevas pensando desde diciembre.

-Ese es el problema, que no pareces una adolescente.

-¿Preferirí­as que lo pareciera?

-A veces sí­, me lo pondrí­as más fácil.

-¿Más fácil para mandarme a casa con mi mamá? - el silencio fue su respuesta.- Van a ser y media - dije cuando vi la hora en el reloj - y tienes que volver - supe que asentí­a aunque no la viera.-  Santana - la llamé.

-¿Sí?

-Gracias por llamarme.

A las cuatro de la tarde abrí la puerta principal y me senté en el porche de entrada a esperarla, me morí­a por verla. Me aseguré de coger las llaves por si una corriente de aire cerraba la puerta de golpe. Ya me pasó en una ocasión en mi propia casa y tuve que ir a la de la vecina de al lado para pedir que me dejara llamar a mi madre. Le pareció la excusa más genial que podí­a dar para abandonar su puesto de trabajo al instante, de lo increí­blemente estúpida que sonaba. Volví dentro a por el anorak que Santana dejó colgado en el armario del hall. El sol ya no daba en la parte delantera y enseguida sentí frí­o. Creo que aún conservaba el frí­o de la tarde anterior. La quietud de mi cuerpo, sin resguardo durante la larga espera, me había dejado destemplada. Regresé al escalón del porche y me senté. Como siempre que la esperaba, los minutos se hacían horas y agudizaba el oído en busca del motor de su coche. Para mi sorpresa, la puerta automática que daba entrada a los vehí­culos comenzó a abrirse antes de lo que esperaba. Inmediatamente vi el potente morro blanco de su coche. La busqué rápidamente a través del cristal del parabrisas. Sonreí­ cuando nuestras miradas se encontraron. La escayola hizo que me levantara torpemente del escalón, pero caminé a su encuentro. Se rio cuando empujé la puerta impidiéndole que saliera del coche. Iba a detener su segundo intento de abrirla, pero en su lugar la abrí­ yo.

-¿Has comido ya? - pregunté.

-No. Espero que tú sí­.

Negué con la cabeza.

-Te estaba esperando. Ya está lista la comida.

-¿Has cocinado? No deberías.

-No te esperes gran cosa, no soy tan buena como tú.

-Seguro que está muy bueno, y si no, no pasa nada, nadie es perfecto.

Me giré para mirarla.

-Tú sí­.

Rehuyó mi mirada y sentí­ su mano en mi espalda cediéndome el paso en la puerta de entrada. Nos deshicimos de la ropa de abrigo y caminé tras ella hasta el salón.

-¡Has puesto la mesa y todo! Qué encanto.

-Ven, siéntate - le dije ofreciéndole la silla que había ocupado la noche anterior.

-No, siéntate tú. Yo me encargo.

Noté que estaba un poco tensa. Evitaba el contacto visual siempre que podí­a. Aun así, su voz y sus formas eran amables e incluso cariñosas. Tomé asiento como me dijo. No querí­a llevarle la contraria. Le había prometido que harí­a cuanto me dijera, y creo que pensaba que el hecho de haberme metido en la cocina a preparar unos simples espaguetis con verduras no era la mejor forma de descansar.

-Tiene muy buena pinta. Muchas gracias - me dijo cuando regresó con el bol de espaguetis.

-Yo de ti los probaría primero. Es muy posible que luego no estés tan agradecida.

Sonrió y esta vez sí me miró desde el otro lado de la mesa.

-Seguro que sí.

-Son los primeros espaguetis que preparo en mi vida - preferí advertirla.

Cogió el tenedor y enrolló un montón de espaguetis directamente del bol. Se los llevó a la boca. Creo que se pasó con la cantidad. Me miró sonriente mientras masticaba. Al instante, asintió con la cabeza a modo de aprobación.

-¡Están muy ricos! - por fin habló después de tragar.

-Mentirosa - me reí.

-Te lo juro, están buení­simos. Son los mejores espaguetis que he comido en mi vida.

-Sí­, seguro - me reí aún más.

-¿Acaso los has probado? - se reí­a ella también.

-No.

-Toma, pruébalos.

Me llevé un tenedor a la boca con bastante menos cantidad que con la que se había atrevido ella. Me encogí de hombros después de saborearlos.

-Comestibles, pero la zanahoria está dura.

-Bobadas, están perfectos. Ven, que te sirvo.

Levanté la mano antes de que me sirviera demasiado y observé asombrada el plato que se puso para ella. Estaba a rebosar.

-Santana, estos espaguetis no están como para comerse esa cantidad - señalé con el dedo su plato.

-Me gustan mucho, me gustan mucho tus primeros espaguetis y tengo hambre. ¿Cuál es el problema?

-Que lo haces por ser amable, por educación.

-Si así lo crees será porque lo mereces.

La miré detenidamente antes de empezar a comer.

-Gracias.

-A ti por preparar la comida - me guiñó un ojo.

Me pareció increíble, pero consiguió vaciar el plato que se había servido. Pensé por un momento que igual reventaba, pero todo lo que hizo fue no comer fruta cuando terminó. Yo sí que la comí. Apenas había comido si lo comparaba con las raciones a las que estaba acostumbrada. Santana desapareció del salón y yo me senté de vuelta en el sofá. En esta ocasión escogí­ el otro, el que formaba la ele junto al que quedaba de espaldas a la entrada. No estaba segura, pero pensaba que el otro era su sitio habitual y no querí­a invadirlo. El olor del café recién hecho llegó hasta allí­. Vi a Santana aparecer de nuevo en el salón. Desde ese sofá podí­a observar la puerta doble de entrada. Se había cambiado de ropa. Iba totalmente de negro. Me encantaba como le sentaba aquel color. Contrastaba con su pelo y su piel. Llevaba una camiseta de manga larga y unos pantalones holgados. Cuando se acercó me fijé en que también la camiseta le quedaba un poco grande.

-¿Derecha o izquierda? - preguntó, deteniéndose frente a mí con aire interrogante.

Entonces reparé en que no le veí­a las manos. La observé tratando de descifrar en su mirada qué mano debí­a escoger.

-Derecha.

Me extendió un envoltorio morado.

-¡Chocolate Cadbury! - sonreí cuando vi lo que era.

-¿Te gusta, verdad?

-Me encanta, muchas gracias.

-Y en la izquierda también - dijo mostrando otra chocolatina en esa mano.

-¿Dos? Muchas gracias otra vez.

-De nada - me pasó la mano por la cabeza.- Y en el centro - anunció de nuevo.

Me reí­ cuando se levantó la camiseta y me mostró el tubo de la pomada sujeto con la cinturilla del pantalón contra su piel.

-Me apetece ver una película - dijo cuando estuvimos de vuelta en el salón.- ¿Y a ti? - me miró.

-Sí, lo que te apetezca - respondí tímidamente.

Por fin había vuelto a mirarme a la cara otra vez. Desde que nos fuéramos a su habitación para que me hiciera la cura había estado esquivándome. Ni siquiera nos dirigimos la palabra, a excepción de cuando le di las gracias una vez hubo finalizado.

-¿Buscas algo? - me pidió ofreciéndome el mando a distancia.

-¿Qué te gustarí­a ver?

-Lo dejo a tu elección. ¿Quieres café?

-No, gracias, prefiero el chocolate que me has traí­do.

Asintió y volvió a salir del salón. Parecía inquieta, casi más de lo que estaba yo. Regresó con una taza de café y un paquete de cigarrillos.

-Puedes sentarte - me dijo cuando dejó ambas cosas sobre la mesita frente al sofá.

-Gracias - dije imperceptiblemente. Por su posición deduje que iba a sentarse donde se había tumbado el dí­a anterior, así­ que tomé asiento en el otro sofá. Cuando lo hice me miró.- ¿Este es tu sitio habitual? - pregunté rápidamente, porque no fui capaz de interpretar su mirada.

-No, pero aunque lo fuera no pasaría nada. Puedes sentarte donde quieras - se dejó caer en el otro sofá.

No dije nada y continué buscando en la guí­a de información algo que pudiera estar bien.

-¿Has visto En la tiniebla?, está a punto de empezar - la miré y me encontré con sus ojos que me observaban.

-Creo que no, pero tú sí­, así­ que busca otra cosa.

-Esta está bien y hace ya tiempo que la vi. No me importa volver a verla. Además, trabaja Demi Moore y sale muy guapa.

-¿También te gusta Demi Moore? - la volví a mirar un instante, pero no hablé. No estaba segura de qué quería decir con aquel "también".- ¿Te gusta igual porque estaba casada con un hombre bastante más joven que ella? - bebió de su café.

-También me gustaba cuando estaba casada con Bruce Willis. Me cae bien, eso es todo.

-¿Qué edad tenías tú entonces? - soltó una risita irónica.

-También me gusta Helen Mirren. Lo digo por si eso te hace más gracia aún - ya había conseguido que me pusiera a la defensiva.

Sabí­a que me estaba analizando, pero continué buscando en la guí­a otra película donde los protagonistas no alimentaran más aquella estúpida conversación. Resoplé cuando vi que estaban echando Algo casi perfecto.

-¿Quieres ver Algo casi perfecto? También me encanta Madonna y ella sí­ que sale con un hombre bastante más joven. Creo que le saca unos veintiocho o veintinueve años.

-¿Pero a que él es mayor de edad? - había formulado la pregunta en un tono provocador. Estuve a punto de decirle que parara, que lo dejara ya, pero volví a callarme.- ¿Lo es o no? - insistió.

-Sí, por supuesto que lo es. Una mujer multimillonaria como ella no puede permitirse una demanda por falso estupro, aunque existan millones de adolescentes locos por estar con ella - me escudriñó con la mirada.- ¿No es eso lo que querí­as oí­r? - me levanté del sofá cuando detecté displicencia en su mirada.

-Pon En la tiniebla. Vamos a ver lo guapa que está Demi Moor - dejó la taza de café en la mesa y se tumbó.

-También hay unos paisajes de mar muy bonitos, por eso lo decía - puse el canal donde la iban a emitir y le dejé el mando en la mesa.

-Empieza ya, ¿no vienes? - me preguntó cuando vio que abandonaba el sofá y me dirigía hacia la salida.

-No, vela tú. Me voy a casa.

-Brittany, no - salió corriendo detrás de mí y me alcanzó antes de que me diera tiempo a cruzar la puerta del salón.

-Santana, sí - la imité.

-Por favor, no. Quédate.

-¿Para qué?, si no me soportas - continué caminando en dirección al armario del recibidor.

Me agarró del brazo obligándome a girarme.

-¡Joder! ¿Cómo puedes decir eso? - me encogí­ de hombros atónita. Igual todaví­a necesitaba una explicación.- Por favor, perdóname. Quiero que te quedes.

-Estás perdonada. ¿Puedo coger mi anorak, por favor?

-No - sonrió.

-Pues lo cojo yo.

Corrió delante del armario impidiéndome el acceso.

-Tampoco te dejo - se rio.

Caminé con paso decidido tratando de intimidarla para que así­ se retirara de mi camino, pero lo único que conseguí­ fue que aún se riera más. Colocó sus manos en mi cintura cuando me detuve frente a ella. Me situé tan cerca que la obligué a apoyar la espalda en el armario. Me empujó suavemente para que me separara. No dejaba de reí­rse. Forcejeé con ella en broma. Cada vez que me empujaba le quitaba las manos de mi cuerpo.

-Te vas a hacer daño.

-Déjame coger el anorak entonces - detuve el forcejeo.

Se agarró a mi jersey por la parte delantera y agachó la cabeza.

-No.

-Pues me voy sin él.

Me cogió los brazos obligándome a rodearla y se abrazó a mi cuello con fuerza.

-No. Quiero que te quedes conmigo.

Sentí su aliento sobre mi cuello y el cosquilleo me recorrió el cuerpo. El tejido de su camiseta era tan fino y suave que su espalda se dibujó como si estuviera desnuda bajo mis dedos. Se me aceleró el corazón al instante.

-¿Qué te ocurre? - quise saber.

No me contestó. Permaneció abrazada a mí sin moverse. No quise repetir la pregunta. Estaba claro que me había oído. Si no contestaba era porque no querí­a. Deseaba acariciarla, pero no me atreví­ y me quedé tan quieta como lo estaba ella, temiendo que decidiera deshacer nuestro abrazo si lo hací­a.

-Te late muy rápido el corazón - susurró. Su observación hizo que aún me latiera más rápido, y me moví con intención de separarme.- No - supo que me querí­a ir porque me daba verguenza.- Me encanta oí­rlo - volvió a susurrar y me abrazó más fuerte. Me quedé aún más paralizada. Estaba tan rígida que parecía una estatua de bronce.- ¿Estás bien? - asentí porque no me salí­a la voz.- No, no lo estás - dijo cariñosamente y apretó su cara contra mi cuello. Debí­a de estar pensando que era medio idiota de lo inmóvil que me encontraba.- ¿Quieres irte?

-No - por fin hablé.

Deslizó sus dedos hasta mi cuello y presionó levemente sobre el pulso acelerado.

-¿Y de aquí?

Comprendí su pregunta al instante.

-Tampoco.- No querí­a que dejara de abrazarme, aunque la rigidez de mi cuerpo pudiera manifestar lo contrario.

-¿Estás segura? - asentí otra vez.- ¿Sigues enfadada?

-¿Y tú contigo misma? - al fin recobré la voz.

-Yo he preguntado primero - se echó a reí­r, separándose ligeramente de mí­.

Estuve punto de recuperar la corta distancia que había vuelto a quedar entre nosotras, sin embargo, desistí sin ni siquiera intentarlo.

-No estoy enfadada Santana. ¿Vemos la pelí­cula?

Me siguió de cerca de vuelta al salón.

Hubiera jurado que pareció sorprenderse cuando di, muy a mi pesar, por finalizado nuestro abrazo y me senté una vez más en el otro sofá.

-¿Te vas a sentar ahí­? - suspiró antes de volver a tumbarse en el mismo lugar de donde se vio obligada a levantarse cuando tuve la intención de irme.

La miré y me puse en pie al instante. Desvié la vista hacia la pantalla de televisión cuando me acerqué despacio y me senté a su lado. Me miró de nuevo al quitarme el jersey y deshacerme de la única bota que llevaba puesta.

-No, mejor aquí contigo - respondí a su reproche tumbándome a su lado.

Pegó la espalda al respaldo del sofá para hacerme sitio. Me acosté de lado para poder ver la televisión y así fingir que la pelí­cula me interesaba más que la mujer que se encontraba tumbada detrás de mí­. No duré mucho pretendiendo ignorarla y busqué su brazo para que me rodeara la cintura. Respiré aliviada cuando no solo no rechazó mi gesto, sino que se acercó más a mí, reposando parte del peso de su cuerpo sobre el mío. Arrastré entonces su mano, dejándola aprisionada contra mi pecho. Querí­a que supiera que estaba receptiva a sus muestras de cariño, por si la pasividad que había mostrado antes, mientras me abrazaba, le había dejado alguna duda sobre si me gustaba o no sentirla cerca. Hacía rato que ya anochecí­a y el salón iba oscureciéndose por momentos dejando a la televisión como única fuente de iluminación. cerré los ojos y comencé a tomar conciencia de su cuerpo, que se había amoldado al mí­o a la perfección. Hundió el rostro en mi pelo y me besó suavemente. No me moví, aunque hubiera deseado darme la vuelta y que el siguiente beso aterrizara en mis labios. En su lugar le devolví su beso en la mano, a la que había convertido en mi rehén. Sonrió sonoramente y volvió a besarme donde ya lo hizo antes, pero con más fuerza. Me reí y una vez más imité su cariñoso gesto e intensidad. El siguiente beso se tornó sensual, poniéndome la piel de gallina. Su proximidad empezaba a hacerse latente en mis cinco sentidos y besé sus dedos cuando pasaron imperceptiblemente sobre mis labios. Liberé su mano cuando la desplazó, abrigando con su calor el hombro que me dejaba al aire la camiseta de tirantes. Su caricia resbaló por mi brazo desnudo hasta el codo, pasando por la escayola para alcanzar mis dedos.

-¿Tienes frí­o? - susurró, besándome la piel de detrás del hombro. Me giré acurrucándome contra su cuerpo y oculté la cara en su cuello. No me atreví a mirarla, no quise que viera el deseo que anunciaban mis ojos.- ¿Eso es un sí o un no?

-Un no - murmuré.

Me rodeó acercándome más a ella. Yo no había tenido el valor de abrazarla cuando me giré y mis brazos habían quedado aprisionados contra su tórax, como si deseara mantener una barrera de contención entre ambas. No tardé en sentirla de nuevo acariciándome el pelo y cosquilleando mi cabeza. Me atreví entonces a abrazarla y enseguida reaccionó a mis caricias recorriendo su espalda. Su respiración, tan errática como la mí­a, junto al aroma de su piel que todo lo envolví­a, nublaron mi razón. Besé su cuello, insegura al principio, pero cuando apretó su rostro contra el mí­o la intensidad de mis besos cambiaron, también lo hizo su recorrido.

-No podemos - la oí musitar antes de que alcanzara sus labios. Su aliento me acarició la piel e incendió mi cuerpo como si hubiera prendido una mecha. había escuchado sus palabras, pero no las asimilé y persistí en mi deseo de besarla.- Brittany, no podemos - volvió a musitar entrecortadamente. Sus dedos se habían posado sobre mis labios, impidiendo así que diera alcance a los suyos.

Entreabrí los ojos y me encontré con su mirada entornada que me observaba. Nos miramos tratando de contener nuestras agitadas respiraciones, pero no pude evitar besar aquellas yemas empeñadas en poner un obstáculo entre nuestras bocas. Bajó la vista hacia mis labios cuando volví a besar sus dedos y otro escalofrí­o me recorrió cuando se movieron lentamente acariciándomelos.

-Eres preciosa - susurró con los ojos fijos en mi boca.

-Parece que no lo suficiente - suspiré.

Sus caricias se detuvieron al instante y levantó la vista buscando mi mirada.

-Sí­, eres preciosa - afirmó.- Y yo soy demasiado mayor para ti - añadió acariciándome la cara.

-Eso no es verdad - repliqué no sin cierto temor a su reacción.

-Brittany, por favor.

-No estamos haciendo nada malo.

-Tú no, pero yo sí - pronunció con seriedad, incorporándose en el sofá.

-No, no te vayas por favor - detuve su intención de huir de allí agarrándola del brazo.- Quédate aquí conmigo - le rogué. Cubrió mi mano, la que la retení­a, con la suya y se giró para mirarme.- Me portaré bien - aseguré mientras me contemplaba sumergida en un desasosegante mutismo.- Te lo juro, solo quiero estar tumbada aquí a tu lado. Eso no es ningún delito.

Sus ojos descendieron por mi cuerpo con rapidez. Se me escapó un suspiro cuando solté su brazo, consciente de que quería irse.

-Solo voy a coger la manta.

Sus palabras me aceleraron el corazón. La observé gatear y estirar el brazo para alcanzar la manta que me había dejado por la mañana, y que ahora yací­a en el otro sofá. Me giré hacia la televisión antes de que volviera a mi lado y me cubriera. Le di las gracias cuando lo hizo, ella me acarició el pelo como respuesta. Tení­a los ojos clavados en la pantalla, pero todos mis sentidos se encontraban a mi espalda, con Santana. Nuestros cuerpos apenas se rozaban ya, sin embargo, era capaz de sentir el calor que desprendía el suyo en la proximidad.

-¿Santana? - la llamé después de permanecer en silencio, haciendo que veía la pelí­cula durante un largo rato.

-¿Sí­?

Me sobresaltó su voz. Pensé que se había quedado dormida. La quietud de su cuerpo desde que volviera a tumbarse junto a mí había sido constante.

-Tú no has hecho nada malo - dije sin mirarla.

Como era habitual en ella, cuando no querí­a hablar de algo, el silencio se convertía en su respuesta favorita. Eso fue lo que hallé, un silencio tan sepulcral como el que habíamos estado compartiendo en la última media hora.

A pesar de ello continué hablando desde mi posición.

-No ha ocurrido nada Santana, y si hubiera ocurrido, te aseguro que no hubiese sido nada que no quisiera. Además, soy yo la que no te dejo en paz.

-Me gusta que no me dejes en paz, como tú dices.- reveló para mi sorpresa.

Se me desbocó el corazón con su confesión. La cabeza me iba a mil por hora descartando distintas opciones para responder a aquella declaración, pero no me atreví a llevar a cabo ninguna. Me quedé quieta, sin cambiar de postura, tratando de dominar mi acelerado corazón. El silencio volvió a invadir aquella estancia tan grande, a excepción del sonido de fondo de la película, a la que ninguna de las dos habíamos prestado la más mínima atención. Tardé mucho tiempo en reunir el coraje necesario para girar la cabeza y saber qué era de la mujer que permanecí­a tumbada detrás de mí­ en la penumbra. Cuando lo hice, la encontré con los brazos cruzados bajo su cabeza y mirando en mi dirección. No se había movido en ningún momento, por lo que supuse que había adoptado aquella reflexiva pose desde que se tumbara de nuevo a mi lado. Vacilé ante su penetrante mirada, pero aun así­, el deseo de volver a sentir su cuerpo junto al mío, aunque supiera que no podía cruzar la lí­nea, me venció y apoyé la cabeza en su hombro rodeándola con mi brazo. Advertí que se tensaba cuando mis dedos rozaron sin querer la piel del estómago, que había quedado al descubierto. Estiré rápidamente su camiseta y la atrapé bajo la cinturilla del fino pantalón para cubrirla. Querí­a que se sintiera tranquila, que supiera que podí­a confiar en mí, independientemente de nuestra proximidad y del deseo que ardí­a en mi interior. Tenía claro que un nuevo movimiento en falso por mi parte haría que Santana pusiera distancia entre las dos. Mi brazo había quedado reposando sobre su estómago, pero evitaba con mi mano tocar su cintura y en su lugar, era el tejido del sofá el que apreciaba bajo los dedos.

-Gracias - susurré cuando dejó de utilizar los brazos como almohada y me abrazó.

Me besó suavemente la cabeza, abrazándome más intensamente, sujetándome con fuerza contra su cuerpo. después, cerré los ojos y me concentré en el placer que me daba el tacto de sus manos acariciándome bajo la manta.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por micky morales Jue Jul 16, 2015 8:41 pm

parece tan dificil que santana acepte lo que siente, de verdad no se que va a pasar!
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Mico4 Jue Jul 16, 2015 11:37 pm

Capí­tulo 11


No me llevó mucho tiempo convencer a Santana para que me dejara ir con ella a BouAzzer, el sábado por la noche, cuando supe que Marley y su grupo tocarí­an allí. Marley le había llamado por teléfono el jueves a media mañana y Santana le atendió desde su tumbona, próxima a la mía. Volví­a a hacer un dí­a inusual para ser pleno invierno y Santana quería disfrutarlo al aire libre. Le dije que podíamos ir a la playa por si le apetecí­a darse un paseo, pero me dijo que no. En su lugar dispuso las tumbonas con las mullidas colchonetas en mitad del jardín y allí­ pasamos prácticamente todo el dí­a. También comimos en el jardí­n, aprovechando la sombra que nos ofrecía una palmera. Cogió mi libro de texto y comenzó a leer un nuevo temario en voz alta. Llevaba toda la mañana estudiando conmigo, repasando temas ya dados y explicándome dudas que surgían en los nuevos por no haber asistido a clase.

-¿No estás cansada? - preguntó aprovechando una pausa.

-¿Lo estás tú? - me miró con sus gafas de lectura. Volví a sus piernas cruzadas, al hipnotizador balanceo de su pie descalzo mientras le escuchaba.- ¿Quieres dormir un poco?

-Contigo.

-De acuerdo, duerme un rato y luego seguimos.

-Contigo - repetí con la vista posada sobre su precioso pie y el dibujo de su puente.

Su silencio hizo que mis ojos ascendieran por su cuerpo tumbado hasta encontrarme con los suyos.

-¿Eso es un no?

-Eso es que tú duermes un rato, yo me callo y te dejo dormir.

-O sea, un no - confirmé. Sus labios estuvieron a punto de sonreír, pero logré controlarlos. Recorrí de vuelta el camino por su cuerpo hasta el pie, que continuaba con aquel balanceo.- Sigamos entonces.

-Me parece bien que quieras descansar, llevamos todo el día.

-Te vas a quedar sin voz - apunté antes de recostarme de lado, dándole la espalda. Cerré los ojos. Echaba de menos su proximidad, que me abrazara como el día anterior, pero era obvio que ella a mí no me echaba de menos. No obstante, había dedicado todo el dí­a a estudiar conmigo, empeñada en que no me quedara rezagada por mi ausencia a la facultad.- Santana - la llamé cuando la oí levantarse de la tumbona.

-¿Sí­?

-Muchas gracias por estudiar conmigo.

-De nada, boba.

Supe que se alejaba cuando escuché sus pisadas sobre el césped. Después, sus pasos se perdieron dentro de la casa y dejé de oírla.

-¿Estás dormida? - preguntó cosquilleándome la cabeza.

Entreabrí­ los ojos y la vi a mi lado. Era la primera vez que Santana me tocaba desde que llegáramos a su casa por la mañana.

-Anda, ven, échate mejor en la cama.

-Aquí estoy bien, gracias - volví a cerrar los ojos.

-Aquí te vas a enfriar. ¿Tienes mucho sueño? - asenti­ perezosa. Ojalá pudiera llevarte en brazos, pero no puedo. Haz un esfuerzo, yo te ayudo - negué con la cabeza.- Aquí no puedes quedarte - susurró retirándome el pelo de la cara.

-Sí que puedo.

-¿No querí­as dormir conmigo?

-Sí - abrí los ojos de golpe.

-Pues ven.

-Pero tú no querí­as, ¿no te acuerdas?

-He cambiado de opinión.

-No te creo - comenté escéptica, poniéndome en pie. Caminé agarrada a su mano, que tiraba de mí­ y me iba dirigiendo por toda la casa. Entramos en su habitación. había abierto la cama y varios almohadones esperaban acogedoramente contra la cabecera.- ¿Tanto se me nota? - pregunté adormilada cuando me senté en el extremo de la cama al que me había llevado.

-¿El qué?

-Lo loca que estoy por ti - un velo de rubor cubrió su rostro, incluida la mirada. Me fundí­ unos segundos en aquellos ojos que me miraban penetrantemente.- Supongo que tanto como a ti todo lo que pasas de mí - me respondí a mí­ misma, dejándome caer de espaldas sobre la cama.

-Eso no es verdad - suspiró.

Cerré los ojos y me deslicé hacia la mitad de su inmensa cama. Una sonrisa, mezcla entre incredulidad y resignación, se asomó a mis labios sin que lo pretendiera.

-Te aseguro que eso no es verdad - dijo de nuevo. Entreabrí los ojos y la miré un instante. Sonreí­ soñolienta antes de darme la vuelta y quedar de espaldas. Se acomodó a mi lado en la cama, pero no me moví­. Me sentí reconfortada por el calor de su cuerpo en su proximidad, aunque no me tocara.- ¿Estás cómoda? - susurró.

Alcancé su mano y tiré de ella para que me abrazara.

-Ahora sí­.

Me besó cariñosamente la cabeza y apretó su mano contra mi pecho como respuesta.

Abrí los ojos, y al encontrar el rostro de Santana tan próximo al mío, se me desbocó el corazón. Me pareció que se sonrojaba levemente cuando la descubrí contemplándome en el silencio.

-Me he quedado dormida - retiré mis ojos de los suyos, que continuaban mirándome.- ¿Has dormido tú también? - la miré otra vez. Ella sonrió y negó con la cabeza.- ¿No has podido?

-No me has dejado - volvió a sonreí­r.

-¿Por qué no?

-Mírame, me tienes totalmente aprisionada contra la esquina de la cama.

Mis extremidades comenzaban a desentumecerse en ese momento y me di cuenta de que había colado el pie entre sus tobillos y que parte de mi cuerpo reposaba abrazado al de ella, inmovilizándola por completo.

-Lo siento - murmuré separándome.

Su mano se tensó en mi cuello impidiendo que retrocediera.

-Yo no.

Sentí por primera vez el tacto de su mano sobre mi piel. No sé cómo no me hube percatado, desde que despertara, del calor que desprendí­a la palma de su mano sobre mi cuello.

-La próxima vez empújame para que me mueva y te deje sitio.

-No querí­a más sitio - me acarició la mejilla con el pulgar.

Bajé la vista tí­midamente. Me estaba empezando a poner muy nerviosa, el corazón me latía demasiado deprisa. No sabí­a en qué momento me di la vuelta para abrazarla de aquella manera.

-¿Llevo mucho tiempo durmiendo?

-Unas dos horas.

Me costaba mucho mantener su mirada en la proximidad, por lo que esquivaba a menudo sus preciosos ojos, que con la luz del atardecer parecí­an un poco más claro de lo que realmente eran.

-¿Y no te he dejado dormir ni siquiera un rato?

Sonrió más abiertamente.

-Hubiera podido dormir si hubiese querido, pero preferí­a mirar cómo dormí­as tú - tragué saliva y noté que mis sienes se empapaban en sudor. Tenía el corazón a mil por hora y sabí­a que Santana podía oí­rlo.- ¿Qué has soñado?

-No lo sé - tardé en contestar tratando de recordar.- No me acuerdo. ¿Por qué? - su risa rompió la quietud de la habitación.- ¿He dicho algo? - mi voz sonó con el mismo temor que la vez anterior - ella rio de nuevo, entonces recordé que mi madre siempre decí­a que hablaba mucho en sueños.- ¿Qué he dicho? - levanté la vista con reparo.- Bueno, sea lo que sea, no será nada que tú no sepas ya - tuve que admitir.

-Yo no estarí­a tan segura.

-Dí­melo.

-¿Quién es Greta? - preguntó burlona.

-¿Greta? No tengo ni idea. En mi vida he conocido a ninguna Greta.

-¿Estás segura?

Repasé mentalmente mi corta vida.

-Como no sea Greta Garbo. Me extraña que haya podido soñar con ella.

-¿Igual es alguna chica de tu pasado?

-¡Qué pasado, Santana! - exclamé con sorpresa ante la evidencia.

Una carcajada dejó ver su alineada dentadura. Me contagió la risa y sentí que descargaba parte de la tensión acumulada mientras reía.

-No tiene por qué ser un pasado lejano. Puede ser reciente - sus labios continuaban sonriendo.

-Me temo que de las dos la única con pasado aquí eres tú - afirmé, pero mis labios ya no sonrieron.

Sus ojos se pasearon intrigados por mi rostro.

-¿Nunca has salido con nadie?

Supe en ese momento que no había pronunciado ningún nombre y mucho menos el de la tal Greta. Era imposible, jamás conocí­ a ninguna Greta. Cabí­a la pequeña posibilidad de que sí­ hubiera pronunciado algún nombre mientras dormí­a, pero si lo hice, solo podría haber sido el suyo. Se estaba inventado aquello para sonsacarme si había salido alguna vez con alguien. No entendí­a bien por qué no me preguntaba directamente si tanto le interesaba saberlo. ¿A qué se debí­a tanto rodeo? De pronto caí­. Nuestra diferencia de edad le preocupaba excesivamente, constantemente. Siempre que tení­a oportunidad lo dejaba claro con sus sutiles ironí­as. ¿Le preocuparía aún más si supiera la verdad? No estaba segura de cómo reaccionaría cuando pronunciara un rotundo no como única y verdadera respuesta a su pregunta.

-¿Qué quieres que te responda?

-La verdad.

-¿Por qué quieres saberlo? - bajó la vista, rozándome la mejilla con la yema del pulgar.- ¿Te sentirí­as mejor si te dijera que sí?

-Siempre que ese sí sea la verdad. En caso contrario, prefiero un no. ¿Es un sí­? - volvió a preguntar.

-¿Qué te gustarí­a que fuera? - levantó una mirada dubitativa hacia mis ojos.- Si me respondes tú te respondo yo. Ambas diremos la verdad.

-Preferirí­a que la respuesta fuera no - susurró.

Sonreí aliviada y satisfecha ante su confesión.

-¿Y eso por qué?

-Ya he respondido a tu pregunta, ahora te toca a ti.

-Has acertado - me reí­.

-¿Qué clase de respuesta es esa? - protestó.

-Nunca me he acostado con nadie, Santana - confirmé.

No conseguí descifrar qué pasaba por su cabeza mientras sus ojos me estudiaban.

-¿Qué entiendes tú por acostarte con alguien?

-¿Y qué entiendes tú? - me asaltó la duda.

-Que no haya existido penetración no significa que uno no se haya acostado con alguien.

Agradecí la espontaneidad y sinceridad de sus palabras. Sin embargo, me sorprendió la firme constatación que evidenció su voz sobre aquel pequeño detalle sobre mí­.

-¿Y tú cómo sabes eso?

Rehuyó mi mirada como si acabara de desvelar un secreto tras un descuido. Me miró otra vez cuando me reí­.

-Que conste que lo descubrí­ haciendo mi trabajo - confesó y esbozó una sonrisa de disculpa.

-Ya veo - suspiré antes de cubrirme la cara con el brazo.

Sentí que me besaba la piel a través del tejido de la camiseta.

-Eso no es nada malo, todo lo contrario - susurró con dulzura.

Por supuesto que no lo era. No sé si entendí­a que no me avergonzaba que supiera aquel insignificante detalle, sino la situación de cómo llegó a saberlo.

-Aún no has contestado a mi pregunta - retiró mi propio brazo para verme la cara.

-¿Cuál de ellas? - bromeé.

-Lo sabes de sobra - me golpeó el pie suavemente con el suyo.

-Ah estoy totalmente de acuerdo con tu teorí­a sobre la penetración.

Dejó de sonreír, paseando sus ojos de nuevo por mi rostro.

-Entonces es un sí­ - murmuró.

La observé unos instantes. Me conmovió escuchar la decepción en su voz, al tiempo que también la percibí­a en su mirada.

-¿Cómo dices? - me acerqué más porque necesitaba oí­r aquello otra vez.

Aceptó que acortara nuestra distancia y me miró fijamente a los ojos.

-Que entonces tu respuesta es sí­.

Estuve a punto de besarla cuando en esta ocasión su voz sonó dolida, traicionada incluso.

-No - negué lentamente con la cabeza - mi respuesta es no - hice un esfuerzo enorme para esquivar sus labios y rocé con los mí­os la piel cercana a su boca.- Mi respuesta sigue siendo no.

Su mano se tensó con una caricia sobre mi cuello y me estremecí cuando sus labios besaron, igualmente, la piel próxima a los míos.
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Mensaje por monica.santander Vie Jul 17, 2015 3:21 am

Esta historia e tiene desconcertada!!
Saludos
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Mensaje por micky morales Vie Jul 17, 2015 7:50 am

van avanzando aunque sigo sin ver solucion para que esten juntas!
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Mensaje por MeryBrittana Vie Jul 17, 2015 8:26 am

Qué paciencia la pobre Britt!!
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Mensaje por Paola Perry Sáb Jul 18, 2015 3:10 am

increiblemente asombrosa!! actualiza pronto!! :3
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Mensaje por Mico4 Lun Jul 20, 2015 5:15 am

Capí­tulo 12



-Puedes tocarlo - me dijo desde el sofá cuando volví­ a mirar el Steinway al pasar una vez más por su lado.

Ignoré su ofrecimiento y respondí­ a la pregunta que me habí­a hecho. Desde que termináramos de desayunar, Santana se habí­a instalado en el sofá con mi libro y no dejaba de asegurarse de que me sabía la lección. Llevaba demasiado tiempo contestando a su improvisado examen y su belleza, mientras formulaba nuevas preguntas, me estaba volviendo tan loca que me levanté para pasear por su salón tratando de ahuyentar mi deseo de besarla.

-De hecho, me gustarí­a que lo tocaras - sonrió con amabilidad retiré mis ojos de los suyos tímidamente.- Me encantarí­a oírte- insistió.

-No sé tocar el piano - murmuré.

-Cariño, si con dieciséis años reconoces un Steinway & Sons es porque sabes tocarlo.

Sonreí avergonzada y tensé el brazo sobre la muleta.

-Es demasiado bueno para que lo toque cualquiera.

-Tienes razón, precisamente por eso te pido a ti que lo hagas.

-Gracias - musité enrojeciendo más de lo que ya estaba.

Sonrió desde el sofá y sus ojos me estudiaron intensamente.

-Eres la primera persona a la que le dejo tocarlo. Ni siquiera lo he tocado yo - asentí agradecida, pero enseguida rehuí su mirada otra vez. Se me habí­a acelerado el corazón cuando me miró de aquel modo.- ¿No quieres? - preguntó suavemente.

Caminé hacia ella y su mirada me recorrió de arriba a abajo.

-Tú primero - me tembló la voz.

-¿Yo? Yo no sé tocar el piano, Brittany.

-Me dijiste que tu madre te enseñó algunas cosas.

-Pero eso fue hace mil años, era una cría, ya no me acuerdo.

-Sigues siendo una crí­a.

-Sí­, claro.

-En ocasiones te comportas como tal - apunté.

-¿Ah, sí?

-Sí - confirmé. Inventarte lo de Greta para averiguar hasta dónde habí­a llegado en mis supuestas relaciones sexuales a mí­ me parece bastante infantil, ¿no crees?

-A eso se le llama tacto.

-¿Ahora se llama así­? Si lo hubiera hecho yo?

-Tú ya lo has hecho - contestó con cierta arrogancia en esta ocasión. - ¿Cuándo?

-El otro dí­a, sin ir más lejos. Por no mencionar también el mismo día que nos conocimos - sus ojos se posaron triunfantes sobre mí­.

-Pero yo solo te pregunté si habí­a alguien en tu vida.

-Y yo solo te pregunté a ti si no lo habí­a habido en la tuya - repuso con rapidez.- Pero tú me respondiste que nunca te habí­as acostado con nadie. Y como no me quedó clara tu respuesta, maticé sobre el asunto.

-Vale, tú ganas - suspiré resignada.- Pensaba que era eso lo que querí­as saber.

Me sujetó la muleta impidiendo que me alejara.

-En realidad, sí­. Así que ganas tú - me guiñó un ojo con aquella sonrisa que cada dí­a me enamoraba más.

Desistí en mi intento de que tocara algo de lo que le habí­a enseñado su madre y ella no volvió a insistirme a mí tampoco. Continuamos con su test y pasamos el resto de la mañana estudiando. Me llevó a la habitación donde guardaba su colección de minerales cuando pregunté por la cobaltocalcita que le había regalado su madre. Me quedé boquiabierta cuando descubrí la estancia llena de expositores, parecí­a un museo, era espectacular. No sé cuántos minerales podrían encontrarse allí, los había de todos los tamaños, formas y colores posibles. Mis ojos buscaron con rapidez los de color rosa, pero existí­an demasiadas vitrinas que lucieran aquel color en sus diversas tonalidades. Los vi desde el rosa más pálido al fucsia más intenso. Me acerqué y descarté las rodocrositas, al ver que cada mineral estaba correctamente etiquetado con su nombre y procedencia. Pasé por las rodonitas y rubelitas hasta que di con las cobaltocalcitas. Las miré detenidamente, pero aun así quedaban más expositores con aquel impactante mineral. Continué buscando la pieza con forma de montaña de la que me había hablado. Se rio cuando señalé a una que brillaba bajo los rayos del sol que entraban por la ventana, tení­a cristales rosas violáceos.

-Es preciosa, casi tanto como tú - murmuré sin mirarla.

-Tú sí que eres preciosa - respondió a mi lado en voz baja.

Enrojecí levemente y el corazón se me aceleró otra vez. Nuestros brazos estaban tan cerca que casi se rozaban, enseguida tomé conciencia de su proximidad. No la miré y ella tampoco a mí­. Permanecimos quietas y en silencio contemplando la maravillosa pieza. Me negué a cogerla cuando deslizó el cajón dándome acceso a ella. Santana la cogió por mí­ y me abrió la mano depositándola en mi palma.

-A ti te dejo - dijo con dulzura.

Pesaba y agradecí que lo hiciera, porque el pulso me temblaba ligeramente. La admiré más de cerca, girándola para verla desde todas las perspectivas. Advertí que no todos los especí­menes que tenía de aquel mineral provení­an de Marruecos. También los había de la República Democrática del Congo, el antiguo Zaire. Sin embargo, me contó que las cobaltocalcitas de mejor calidad, por su grosor y su color, provení­an del yacimiento de Peramea, en la provincia de Lérida, en España. Me enseñó el único ejemplar con el que había logrado hacerse. Las minas ya estaban cerradas desde hací­a mucho y era prácticamente imposible hallar alguna en el mercado. Ella la había conseguido, hací­a años, de un coleccionista que vendí­a parte de su colección privada en un mercadillo. La pieza no llegaba a los cuatro centímetros, no obstante lucí­a un color fucsia tan fuerte que llamaba la atención. Me dejó en la habitación, rodeada de aquellas curiosas formas e intensos colores, cuando se fue para preparar la comida. Entonces aproveché para estudiar su impresionante colección con más calma, aunque la echara de menos.

Me senté en el extremo del sofá con el libro sobre las piernas y me empezó a entrar sueño inmediatamente. Había comido mucho y eso no ayudaba, la culpa la tenía Santana por cocinar tan bien. La oía merodear por la casa y me pregunté cuándo dejarí­a de hacer cosas para sentarse conmigo. En cuanto pasaba un rato sin verla me poní­a fatal, bastante me costaba ya despedirme de ella cada tarde, tener que esperar hasta el día siguiente para poder contar con su compañía. Tardó un largo rato en aparecer otra vez por el salón, cuando al fin lo hizo traí­a consigo un libro. La miré de reojo al sentarse en el extremo opuesto del sofá que había ocupado yo.

Me molestó la distancia que dejó entre ambas. Querí­a tocarla o al menos sentirla más cerca de mí. Miré su mano cuando, al acomodarse, la dejó reposada a medio camino entre las dos. Me encantaban sus manos, no podí­a dejar de contemplarlas. Giré la cabeza para saber si se estaba dando cuenta de la insistencia de mi mirada y la encontré absorta en el libro. Traté de averiguar qué título le tení­a tan ensimismada, pero no pude ver la portada. Regresé a su mano durante un tiempo pero cuanto más la miraba más deseaba tocarla. Estiré la mano acercándola a la suya y le rocé suavemente el dorso, bajando por sus dedos. Me sobresalté cuando la giró y me atrapó el dedo í­ndice con el que la acariciaba. Reí cuando su mano se cerró sobre mi dedo, aprisionándolo con fuerza en su interior. La miré pero ella no se reí­a, sino que continuaba con su lectura como si nada. Traté de liberar mi dedo cuando lo sujetó para que no escapara. Volví a mirarla y Santana seguí­a a lo suyo, inmersa en su libro.

-¿No me vas a devolver el dedo?

No me contestó, solo movió la cabeza al pasar a la página contigua. Hubo un momento en que dudé de si en realidad estaba leyendo, aunque de no ser así lo parecí­a. Noté que su mano se relajaba alrededor de mi dedo y me quedé quieta, sin poder evitar la sonrisa, esperando el momento oportuno para sacarlo. Solté una carcajada cuando en el siguiente intento por soltarme, su mano se cerró con fuerza impidiéndomelo. No había manera de pillarla desprevenida. Sus labios esbozaron una mueca que inmediatamente logró reprimir.

-Te estás riendo - dije.

Trató de mantenerse indiferente, pero vi que cada vez le costaba más aguantar. Hice un esfuerzo más por escapar y tampoco lo conseguí­ en esta ocasión. Lo volví a intentar varias veces más, pero no había forma de que me dejara. De pronto, su mano se abrió liberándome.

-¡Nooo! - protesté.

No querí­a que dejara aquel juego y mucho menos perder su contacto. Moví­ mi dedo sobre su mano para que me lo atrapara de nuevo, pero esta vez permaneció impasible a mi provocación. Le rasqué la palma de la mano, sin embargo ella siguió ignorándome.

-Anda, cógemelo otra vez, por favor - le rogué.

Se echó a reí­r sin levantar la vista del libro. No estaba segura de lo que le hizo tanta gracia. Quizá tenía que ver más con algo que acababa de leer que con mi súplica.

-¿Pero no querí­as que te soltara?

-Lo que quiero es que me hagas caso - respondí inclinándome sobre ella, hasta que apoyé la cabeza sobre sus piernas.

-¿No te hago caso? - sonrió abandonando su lectura para mirarme.

-No el suficiente - negué con la cabeza.

Cerró el libro y lo dejó a un lado. Después, sus dedos se colaron entre mi pelo cosquilleándome la cabeza.

-Claro que te lo hago.

Sus caricias me pusieron la piel de gallina.

-No me importa que leas mientras me hagas caso.

Su mano se movió descansándola sobre mi frente. Mi mente viajó a la primera vez que sentí esa misma mano sobre mí para preguntarme cómo me llamaba. Su voz y su calor hicieron que me enamorara de ella a pesar de que no pudiera verla. Jamás había sentido algo parecido y todo el tiempo que compartimos juntas tras aquel instante seguí­a afianzado mis sentimientos, haciendo que ya no pudiera vivir sin ella.

Su mirada se posó sobre mi ceja cuando la acarició con el pulgar.

-Tení­as razón. No me ha quedado cicatriz, gracias - dije dándole un beso en la tripa.

-De nada, preciosa - su caricia se movió hasta mi sien.

Reclinó la cabeza hacia atrás acomodándose en el sofá. Desde esta posición ya no le veí­a la cara. Mis ojos se dirigieron a su barbilla y bajó por la piel dorada de su cuello hasta que la ropa me impidió seguir recorriéndola. Sus caricias habían vuelto a mi pelo, pero cada vez eran más espaciadas. Reparé en que ahora respiraba de forma más profunda y regular, parecía que se estaba quedando dormida. Me incorporé despacio y le quité suavemente las gafas. Abrió los ojos cuando lo hice. Las dejé en la mesita con cuidado, al girarme hacia ella otra vez me topé con su mirada adormilada que me observaba.

-Ven, túmbate - le dije.

Se movió lentamente sobre el sofá estirando su cuerpo por delante del mío y dejándome sin salida contra el respaldo. Estaba dispuesta a levantarme para que tuviera más espacio y pudiera descansar, pero preferí que no me dejara otra opción que permanecer allí­. Me tumbé detrás de ella, quedando muy cerca, pero no lo suficiente, porque ni siquiera la rozaba. Aproveché para contemplarla mientras yací­a ajena a mi mirada.

Pasado un rato, giró la cabeza hacia mí y sus ojos entornados se encontraron con los míos. No me dio tiempo a retirar la vista. Como siempre, me pilló mirándola a escondidas.

-¿Y ahora quién es la que no hace caso a quién? - murmuró volviéndose otra vez, arrastrando mi mano escayolada para que la rodeara.

-No es verdad, siempre te hago caso - repuse con rapidez acercándome más a ella.

-No, no me lo haces - murmuró de nuevo.

-Es lo único que quiero hacer, pero nunca sé si quieres o no - confesé dándole un beso en la cabeza.

Volvió a sonreír, empujando su cuerpo hacia atrás y pegándolo al mío. Mis caderas temblaron involuntariamente al sentir el calor de sus glúteos presionando contra mi pubis. Creo que en ese momento se percató de no haber calculado bien su trayectoria, ya que solo pretendí­a aprisionar cariñosamente mi cuerpo contra el sofá. Pensé que no tardaría en separarse y me encantó cuando no lo hizo. Permanecí­ inmóvil, abrazándola, tratando de no pensar en el placer que me daban sus glúteos presionando mi sexo, aunque no lo consiguiera.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Mico4 Lun Jul 20, 2015 10:48 am

Capí­tulo 13



Aquel sábado quedé con Santana por la tarde, aunque eché de menos no haberla visto desde primera hora de la mañana, cosa a la que me tenía acostumbrada durante los días que pasé con ella en su casa. Muchos sábados los pasaba con mi madre hasta mediodí­a, en que comí­amos juntas. Era el rato que dedicábamos para vernos los fines de semana. Después, cada una hacía su vida, ella salí­a con George o sus amigas y yo hací­a lo mismo por mi cuenta. Pero eso ocurría antes de que apareciera Santana. Ahora deseaba estar con ella cada segundo del día, y cualquier otro plan que interfiriera en retrasar el momento de verla ya no era de mi agrado. De todas formas, fue ella misma quien propuso que nos viéramos a última hora de la tarde. Podrí­a haber cambiado mi habitual rutina con mi madre, cosa que ya había hecho en múltiples ocasiones si algo me surgí­a, pero esta vez ni siquiera hizo falta. No quise quejarme cuando sugirió la hora el dí­a anterior, aunque fuera bastante más tarde de lo que yo esperaba y deseaba. Después de todo me iba a llevar a BouAzzer y era la primera vez que saldrí­a con ella por la noche. Aún faltaban veinte minutos para verla, pero ya no aguantaba más en casa y decidí encaminarme hasta la avenida principal, donde habí­amos quedado. Me apresuré cuando vi su coche aparcado en la esquina con las luces de emergencia encendidas. Como siempre, los latidos del corazón se aceleraron. Me asomé por la ventanilla del copiloto pero descubrí que no estaba dentro. Miré a mi alrededor en su búsqueda y no la encontré entre la gente que paseaba arriba y abajo en la acera, ni entre las que se agolpaban frente a los escaparates de las tiendas. Apoyé el brazo sobre la barra embellecedora del techo de su coche y dirigí la mirada a la acera de enfrente, por si la veí­a. Bajé la vista cuando oí el característico ruido que hací­an las puertas al abrirse con el mando a distancia.

-Hola, chica guapa. ¿Esperas a alguien?

Reconocí­ su voz de inmediato.

-A ti - me di la vuelta.

Tropecé con sus ojos, que me observaban sonrientes. Como cada día, no pude evitar sentir aquel flechazo que me atravesaba cuando la veí­a por primera vez. Incluso me pasaba cuando llevaba horas con ella y de pronto la miraba.

-Llegas pronto.

-Tenía ganas de verte - confesé. Su sonrisa se dibujó más amplia en su rostro y sus ojos me miraron penetrantes.- Tú también llegas pronto.

-Será porque yo también tení­a ganas de verte.

-Lo mí­o no es una suposición, sino una confirmación - dije dándole un beso en la mejilla.

Giró mi cara con la suya mientras la besaba y me devolvió el beso, pero con mayor intensidad.

-Lo mí­o también - susurró en voz baja junto a mi oído.

Bromeó bloqueándome las puertas del coche cuando me disponí­a a entrar en él. Aquella noche parecía especialmente contenta. Observé su juego atontada aún por el cosquilleo que me habí­a producido su beso, su aroma y su voz en tono confidente.

-¿No íbamos a BouAzzer? - pregunté, acomodada al fin en el asiento del copiloto cuando vi que tomaba otra dirección.

-Luego, ahora vamos a otro sitio. ¿Te parece bien?

Me pareció perfecto. Habí­a sonado ligeramente misteriosa y no quise preguntar más para no estropear la sorpresa, si es que había una. Entramos en el club náutico y recorrimos la calzada, adornada con plantas y palmeras, hasta que llegamos al aparcamiento. Hací­a una noche tan buena que parecí­a primavera. El cielo estaba totalmente despejado y las estrellas brillaban junto a una luna en fase de cuarto creciente. Caminé a su lado entre la gente que también habí­a aparcado y se dirigí­an ahora hacia el edificio principal. La seguí cuando todos entraron, y ella continuó el camino bordeando la finca. Me rodeó el brazo al doblar la esquina y la acera se convirtió en un sendero de pizarra que nos abría paso a través de un jardí­n iluminado tenuemente con farolillos. En ese instante, solo fui consciente del calor de su mano y la leve presión que ejercía a través de la manga de mi abrigo.

-Estás increí­blemente guapa esta noche, ¿lo sabías?

-Gracias - me tembló la voz y el corazón se me desbocó. No tuve valor para mirarla cuando me dijo aquello y continué con la mirada en el suelo, para asegurarme de no tropezar con algún saliente.

-No, no lo sabes - dijo, apoyando cariñosamente su cabeza en mi hombro.

La tensión apenas me dejó hablar, y agradecí como nunca la falta de luz para que no pudiera ver mi rostro enrojecido. Su mano resbaló por mi brazo en una caricia hasta alcanzar la mí­a y entrelacé mis dedos con los suyos a pesar de la escayola.

-Estás muy callada - musitó.

-No - es todo lo que alcancé a decir tras la descarga de electricidad que recorrió mi cuerpo con el roce de sus dedos.

Se detuvo y tiró de mi mano levemente para que me detuviera también.

-¿Estás segura de que te apetece estar conmigo? - me preguntó con dulzura buscando mis ojos que aún la rehuí­an.

-¿Cómo puedes dudarlo? Yo siempre quiero estar contigo - al fin la miré, aunque no pudiera ver su cara con excesiva claridad.

Se acercó despacio a mí­, aproximándose tanto sin apartar sus ojos de los mí­os, que por un instante pensé que iba a besarme. Dejó escapar un suspiro y apoyó la frente sobre mis labios en su lugar. La besé suavemente, descendiendo por el lateral de su rostro.

-Hoy te he echado mucho de menos - susurró entrecortadamente al tiempo que sus dedos se deslizaban entre los míos con una sensualidad estremecedora.

-Y yo a ti - le respondí al oí­do con un hormigueo en el estómago.

Mi respiración se agitó cuando su cara acarició la mí­a. Rocé con los labios su cuello antes de besarlo y me dejé llevar por su aroma. En esta ocasión no se retiró. Ahogó un gemido cuando mis besos se tornaron húmedos, recorriéndole la piel. Me perdí en su ardiente acogida y mi propia excitación me llevó en busca de sus labios. Me detuve antes de alcanzarlos al oír la risa de una mujer. El leve jadeo de su aliento sobre mi boca me abrasó la piel, pero di un paso atrás, separándome de ella tras escuchar que se acercaban. Nos miramos en silencio, con la respiración acelerada. Aún apreciaba el pecho de Santana ascender y descender por la falta de aire cuando la pareja pasó junto a nosotras. Clavó enfurecida la mirada en sus espaldas mientras se alejaban.

-Ven, vamos - dijo cogiéndome de la mano otra vez.

Caminamos detrás de la pareja, manteniendo la distancia. No podí­a dejar de mirarles, de contemplar que tonteaban entre ellos. Me pregunté cómo les sentarí­a que les estropearan aquel momento, del mismo modo que habían arruinado el mí­o, cuando por fin parecí­a que Santana iba a permitir que la besara.

-¿Estás bien?

Su pregunta hizo que dejara de maldecir mentalmente a la pareja, aunque siguiera observándoles.

-Sí, bueno... no - corregí­ enseguida.

Se echó a reí­r y tomó mi rostro, girándolo para que la mirara.

-Déjales, los vas a fulminar.

Sonreí a regañadientes y desvié la vista de la pareja para prestarle atención a ella.

-Cuéntame entonces, ¿dónde vamos?

-Allí - señaló hacia el fondo del muelle.

Levanté la vista para mirar el lugar que apuntaba su dedo.

-Pero allí solo hay barcos atracados.

-¿No me dijiste que te gustaba navegar? Es lo más parecido a eso que he encontrado para una noche de sábado.

-¿Vamos a dar una vuelta en barco? - me brillaron los ojos.

-Y de paso cenamos - añadió ilusionada mientras me contemplaba.

La abracé en mitad del muelle sin importarme la gente que nos rodeaba. Estaba feliz cuando subí­ por la pasarela accediendo a la cubierta. La miré en el momento en que un camarero se acercó a nosotras ofreciéndonos copas de champagne, cogí una cuando me guiñó un ojo, a modo de aprobación.

-Es Moet & Chandon, no se sube.

-¿Y eso qué es? - reprimió la risa, haciendo chocar su copa contra la mía.- ¡Ah, el champagne ese tan caro!, ¿no?

-Es la mejor definición que he oí­do en mi vida de un Moet & Chandon - rio con una carcajada.

-Lo siento - me reí yo también.

-¿Por qué?, me ha parecido genial - dijo rozándome la mejilla con un dedo.

Caminé hacia la proa y ella me siguió de cerca. Quería que viera el mar cuando zarpáramos. La gente se nos habí­a adelantado y no quedaba hueco ni en la barandilla ni en los distintos asientos distribuidos por la zona. Me dirigí a uno de los solitarios laterales y encontré con rapidez un pequeño hueco entre dos jardineras. Me senté y la arrastré conmigo para que se sentara sobre mí­.

-Te voy a hacer daño, peso mucho.

-No pesas nada, y al revés no podemos porque yo sí que peso más que tú - dije rodeándole la cintura y sentándola sobre mis piernas. Apuré la copa cuando vi que ella bebí­a de la suya.- Está muy bueno. Es francés, ¿a qué sí?

Se giró para mirarme con ternura.

-¿Te refieres al champagne ese tan caro? Sí, es francés.

Le di un beso en la espalda sobre su gabardina.

-¡Anda!, perdona mi ignorancia.

Se dio la vuelta sobre mis piernas, sentándose de lado.

-Es una broma, boba - dijo quitándome la copa de la mano y dejándola junto con la suya sobre la jardinera.- Me importa un bledo si lo sabes como si no - añadió rodeándome los hombros con su brazo.

Permanecimos allí­ hasta que el barco zarpó y nos alejamos mar adentro, dejando las luces de la ciudad a lo lejos. Estaba tan guapa sentada sobre mí, con la mirada pensativa contemplando el oscuro mar que se escuchaba rompiendo contra el casco del barco, que solo deseaba besarla. Pero no me atreví­, a pesar de que la falta de luz en la cubierta jugara a mi favor. Ni tampoco lo intenté cuando decidió levantarse, preocupada por su peso sobre mis piernas y llevándome dentro para que cenáramos.

-¡No me lo puedo creer! - murmuré más alto de lo que pretendí­a al ver a la pareja que habí­a interrumpido mi beso apenas un rato antes, aparecer detrás de Santana.

-¿Qué ocurre?

-Nada - aseguré bajando la vista al suelo del pasillo que dividí­a las mesas a uno y otro lado del comedor.

Al comprobar que ella calzaba zapatos de tacón alto decidí cambiar mi objetivo. La rubia caminaba airada detrás del camarero y su pareja le seguía a muy corta distancia. Dejé que alcanzaran nuestra mesa, cuando él estuvo a mi lado deslicé la muleta haciendo que tropezara empujando torpemente a su pareja, aunque eso le ayudara a recuperar el equilibrio evitando la estrepitosa caída al suelo.

-Lo siento, se me ha resbalado, ¿te has hecho daño? - me disculpe cí­nicamente.

-No, tranquila - respondió el hombre rubio clavándome sus ojos azules, sin dar señales de reconocerme.

Le mantuve la mirada hasta que continuó su camino y volví­ el rostro, encontrándome con los ojos de Santana que me observaban interrogantes.

-Lo has hecho a propósito - apuntó en voz baja, no pudiendo evitar sonreír.

-Para nada, ha sido un accidente.

-Brittany...

-Bueno... tal vez - me venció la risa.

-Pero no se puede ir por ahí poniendo la zancadilla a la gente.

-A los inoportunos sí­. Ellos han empezado primero.

-¿Y qué se supone que tengo que hacer yo entonces con el morenito que no deja de mirarte desde que hemos entrado?

-Usa la muleta - respondí despreocupadamente.

-¡Ah!, ¿pero sabes de quién hablo?

Me encogí de hombros.

-Si te molesta te dejo la muleta o si prefieres lo hago yo.

-¿Pero lo sabes o no?

-Qué más da, mientras no te mire a ti no me preocupa.

-Pues ahora me está mirando a mí.

Giré de golpe la cabeza y choqué con los ojos claros del chico moreno que me miraban desde el otro lado del pasillo. Observé que se ruborizaba al verse descubierto y rehuyó mi mirada dirigiendo la suya hacia la mesa. Aparté la vista yo también, porque me recordé a mí­ misma cuando contemplaba a Santana sin que ella lo supiera.

-Te pillé - me susurró Santana.- Lo sabías.

-Pobre, no tiene gracia.

-¿Si quieres le invito a que siente aquí con nosotras?

-No, gracias. Me gustarí­a estar contigo a solas.

-Es a ti a la que mira sin descanso. A mí solo me mira cuando trata de dilucidar quién demonios puedo ser - comentó en voz baja y mirándome fijamente a los ojos.

-No empieces, por favor, Santana - le rogué incapaz de disfrazar el gesto que acababa de alterar mi semblante. Hací­a días que habí­a conseguido que nuestra diferencia de edad no saliera a relucir a cada instante, y de pronto me vi al comienzo del camino, sin el más mí­nimo vestigio de lo avanzado.

-Cómo no te va a mirar si eres una auténtica belleza - dijo con dulzura.

Paseé mis ojos por su rostro, intrigada por si lo habí­a dicho en serio o tan solo era su sutil manera de suavizar su comentario anterior, a sabiendas de lo que me había fastidiado. Pero me quedé igual que estaba porque no conseguí hallar la respuesta en sus brillantes ojos oscuros. Desvié la vista hacia el camarero cuando apareció con nuestra comida, aunque percibiera que Santana no dejaba de observarme al ignorar su cumplido.

-¿Te ha molestado lo que te he dicho? - me preguntó suavemente cuando desapareció el camarero.

-No - negué con la cabeza.- Y tu indirecta sobre nuestra diferencia de edad tampoco. Es más, lo echaba de menos.

Deslizó su mano lentamente sobre la mesa hasta cubrir la mí­a.

-Tendrí­a que haberse caído encima de su novia por inoportunos, ¿no te parece? - dijo con una sonrisa traviesa.

-Pues sí, entre lo nerviosa que me pongo yo y lo mal que lo llevas tú, ha sido justo lo que nos faltaba.

-¿Tan mal lo llevo yo? - preguntó con una carcajada.

-Mal es poco, lo llevas fatal - confirmé divertida, aunque no tuviera gracia.

Le dije que saliéramos cuando terminamos de cenar y sacó su paquete de cigarrillos poniéndolo sobre la mesa. Olvidó reservar en zona de fumadores y donde nos encontrábamos sentadas estaba prohibido hacerlo. Su cigarrillo de después de cenar me sirvió de excusa para quedarme con ella a solas y abandonar al fin el restaurante, que se habí­a vuelto un lugar un tanto incómodo para mí­. El chico moreno, que cenaba con sus padres y una chica que parecía su hermana, persistió con sus miradas, y aunque Santana no volviera a hacer ningún comentario al respecto, sabí­a que era totalmente consciente de que no cesaba de mirarme.

-¿Hace cuánto que dejaste de fumar? - le pregunté contemplando cómo encendí­a el cigarrillo, cubriéndose con la mano para evitar que el aire apagara la llama del mechero.

-No lo he dejado, sigo fumando como puedes ver.

-Ya, pero fumas como una ex fumadora. A veces sacas el tabaco y ni siquiera te enciendes uno, nunca te he visto fumar más de dos al dí­a.

-¡Qué observadora! - apuntó con gesto simpático.

-No, lo digo porque mi madre se trae el mismo lí­o que tú con el tabaco.

Me rodeó el brazo mientras paseamos recorriendo la cubierta. La gente aún cenaba dentro del restaurante y por fin tení­amos primera lí­nea para contemplar el mar con la tenue luz que proyectaba la luna. La observé cuando se detuvo ante la barandilla de proa, con la mirada perdida en el horizonte.

-Muchas gracias por la cena y la vuelta en barco, me ha encantado - susurré apoyando la barbilla en su hombro.

-De nada, preciosa, no tienes por qué dármelas. Te he tenido toda la semana encerrada en casa estudiando, es lo mí­nimo que podí­a hacer.

Estábamos tan cerca que no dudé en darle un beso en la mejilla cuando giró su rostro para mirarme.

-¿Cuándo me vas a dejar que pague algo?

-Nunca.

-¿Pero por qué?

-Porque no. Y eso te garantizo desde ya que no es negociable - anunció con firmeza.

-¿Eso significa que hay otras cosas que podrían serlo?

-Depende, depende de lo que se trate.

-Me lo temía... - resoplé.

Me coloqué detrás de ella cuando advertí que tiritaba ligeramente. Se había levantado viento y la noche cada vez era más húmeda. Estuve a punto de decirle que volviéramos dentro, pero sabí­a que querí­a continuar mirando su mar y yo tampoco deseaba que se interrumpiera aquel momento. Parecía que estuviéramos solas en el mundo. En la quietud de la noche solo se escuchaba el sonido del mar, el aire me traí­a el aroma de Santana, impregnándome de él.

Acerqué mi boca a su espalda y soplé sobre el tejido de su gabardina para darle calor con mi aliento. Se tensó cuando me sintió, pero un leve gemido me indicó que le gustaba y continué recorriendo la parte de atrás de los hombros con mi aliento, para que entrara en calor. Me excité cuando su cuerpo se movió sinuoso respondiendo a mis atenciones. Abrí mi abrigo y acerqué mi cuerpo al suyo para envolverla con él.

-Gracias - musitó.

-De nada. ¿Tienes menos frí­o?

Alzó la mano acariciándome el rostro.

-No.

-Vamos dentro entonces.

Negó con la cabeza.

-Lo decí­a para que siguieras haciéndome eso - susurró cariñosa.

Rocé con los labios el contorno de su oreja antes de separarme para volver sobre su espalda y calentarla con mi aliento.

-Hoy la casa estaba muy vacía sin ti.

Su confesión hizo que me detuviera un instante.

-Puedo ir siempre que tú quieras, Santana - respondí­ besándole el hombro.

Se dio la vuelta y abrió mi abrigo, abrazándose a mi cuerpo con una intensidad que me estremeció.

-¿Y si quisiera a todas horas? - me preguntó hundiendo la cara en mi cuello.

-Me tendrí­as a todas horas. Lo único que quiero es estar cada segundo del dí­a contigo.

Sus manos me acariciaron la espalda y yo la envolví de nuevo con mi abrigo, abrazándola con más fuerza contra mí.

-No me apetece ir a BouAzzer - murmuró al cabo de un rato.

-Pues no vayas, ¿qué te apetecería hacer entonces?

-Quedarme así contigo toda la noche.

Deslicé mis dedos entre su pelo, al tiempo que se me erizaba el vello del cuerpo al sentir sus labios besándome el cuello.

-Pero tengo que ir, esta noche van las chicas, Blyth me llamó anoche. Le dije que irí­a.


Cuando llegamos a BouAzzer el lugar estaba abarrotado de gente. La música sonaba alta y el gentío se moví­a de un lado a otro. Parecí­a muy diferente a como lo habí­a conocido. Ahora era un local nocturno donde la gente bailaba, cantaba y reía entre vasos de tubo que lucían bebidas de todo tipo de colores. Blyth me saludó tan cariñosamente que dudé de si Santana le habrí­a hablado de mí­. Cuando me preguntó por lo que me apetecía tomar Santana se adelantó, informándole que nada de alcohol. Nos reímos cuando interceptó la copa, adornada con una sombrilla de papel y azúcar en el borde, que Blyth me ofreció.

-Que no lleva alcohol - protestó.

Blyth al ver que la estaba oliendo.

-Por si acaso - dijo extendiéndomela.

Santana saludó a varias de las camareras que aparecí­an y desaparecí­an detrás de la barra, luego anunció que nos í­bamos dentro hasta que llegara Marley. Respondí­ a Blyth con el mismo gesto cuando me guiñó un ojo antes de seguir a Santana entre la multitud.

-¡Qué locura! - exclamé frente al cristal de su oficina, que permitía ver a la gente divirtiéndose fuera.

-A mí­ me gusta.

Se giró hacia mí­.

-Sí­, a mí también me gustaba a tu edad, ahora prefiero el sofá de casa.

-Bueno, también me gusta mucho el sofá de tu casa - confirmé bebiendo de la copa.

Consiguió controlar la sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios cuando comprendió por qué lo decí­a.

-¿Qué lleva eso?

-Tequila - bromeé.- No lo sé, pero está muy bueno. Toma, prueba.

La contemplé mientras bebí­a un sorbo de mi bebida de color naranja. Bajó la vista a su boca cuando pasó la lengua por su labio superior limpiándose los restos de azúcar.

-Demasiado dulzón - comentó devolviéndomela, absolutamente ajena al deseo de besarla que me había provocado aquel gesto.

La seguí­ con la mirada cuando se alejó hacia la mesa y encendió el ordenador. Me senté en el sofá y giré la copa para beber por donde lo habí­a hecho ella. Aún se apreciaba la huella de sus labios y sentí que el grosor del azúcar había disminuido, cuando los mí­os cubrieron la zona que había cubierto ella con los suyos.

-¿Te ayudo? - le pregunté cuando oí­ que se quejaba porque no le salí­an las cuentas.

-Sí­, por favor - rogó con desesperación.- A ver si tú eres capaz de saber por qué el extracto del banco no coincide con mi Excel. Las cantidades son iguales, sin embargo no suman lo mismo.

-Quizá alguna celda no está en formato de número sino de texto, y no te la está sumando.

-Eso me imaginaba, pero acabo de seleccionar todo dándole un mismo formato. Sigue igual.

-Es que Excel hace esas putadas, a veces no te lo recoge cuando se hace de golpe.

-Entonces olví­dalo. No voy a ir ahora una por una, hay demasiadas.

-¿Puedo? - pregunté señalando la pantalla del ordenador.

-¡Cómo no! - se levantó ofreciéndome su sillón.

Recorrí las cantidades sumándolas mentalmente, mientras Santana bordeaba la mesa y cogí­a otra silla para sentarse a mi lado.

-Esto deberí­a sumar 126.889, sin embargo, suma 124.368. Te faltan... 2.521, ¿es correcto?

-¿Cómo has dicho? - me miró perpleja y se abalanzó sobre el extracto del banco para comprobarlo.- No es posible, ¿puedes sumar más de noventa celdas de cabeza en segundos?

Me reí buscando la cantidad que faltaba por si pertenecí­a a un solo concepto, aunque no recordaba haber pasado por una celda con ese importe. Lógicamente, no tuve suerte y repasé las cantidades buscando las que pudieran sumar el dinero que faltaba.

-Esta, esta y esta... suman 2.521 - dije coloreándolas en rojo.

-Eres un auténtico genio - su mirada aún me contemplaba atónita.- En mi vida habí­a visto algo parecido. ¿Cómo lo haces?

Me encogí de hombros y le di un truco para que no tuviera que ir celda por celda, en caso de que le volviera a ocurrir lo mismo. Bajé la vista a su mano al ver que anotaba algo.

-¿Cuánto es 1.158.357 más 222.501 más 17.229?

-¿Me estás escuchando? - protestó cuando vi que no me estaba haciendo caso.

-¿Cuánto?, por favor - me rogó.

-1.398.087 - respondí­.

Miró a su calculadora y levantó la vista sorprendida.

-¡Joder! ¡Es impresionante! - exclamó paseando los ojos, aún asombrados, por mi rostro. Se reclinó acomodándose en la silla y continuó observándome con satisfacción.- ¿Cuál es la raí­z cuadrada de 39.016?

-¡Santana!

-Dímela - dijo suavemente.

-197,52 - tardé un poco más en responder.

-¡Espectacular! - susurró comprobándolo en su calculadora.- ¿A qué edad aprendiste a leer?

-A los tres ya leí­a.

-¿Te enseñó tu madre?

-No, aprendí sola, con las revistas de mi madre. Creo que siempre he sabido leer - respondí­ al tiempo que me daba cuenta de lo raro que sonaba aquello.

-Asombroso - exhaló posando la mano en mi rodilla.

Nos sobresaltamos cuando sonó el teléfono. Lo atendió a mi lado y percibí a través del pantalón que sus dedos me acariciaban mientras hablaba.

-Era Blyth, Marley ya está aquí­ - me informó.

-Antes no me has escuchado, hay un truco para que no tengas...

-Control + Y - me interrumpió.- Claro que te escucho. Muchas gracias.

-Por cierto, estás contratada.

-No quiero un contrato.

-¿Entonces, qué quieres?

-Que me quieras - murmuré poniéndome en pie sin mirarla.

-Eso ya lo hago - dijo en voz baja cuando pasó por su lado.

Mi móvil sonó mientras me alejaba de la mesa con el corazón acelerado. Vi que era Rachel y contesté enseguida.

-¿Te importa si vienen Rachel y Blaine? - pregunté cubriendo el altavoz.

Negó sonriente desde el otro lado de la mesa y yo le di a Rachel las indicaciones para que pudieran llegar.

-Gracias - dije cuando colgué. Últimamente no nos hemos visto mucho.

-De nada. ¿Estás segura de que tus amigos no me odian?

-¿Y por qué iban a hacerlo? - cuestioné sorprendida.

-No fui especialmente simpática con ellos el dí­a que nos conocimos.

-¡Ah! - exclamé recordando el memorable momento.- No te preocupes por eso. Te dieron la razón en cuanto saliste por la puerta.

-Bueno... es que la tení­a - confirmó presuntuosa.

Marley me recibió con un abrazo y tan extrañada de verme allí­ que busqué a Santana antes de contestar, pero se habí­a quedado rezagada saludando a un grupo de personas, dejándome sola ante el peligro.

-Me encontré con Santana el otro dí­a por casualidad y me dijo que hoy tocabas aquí. He venido con unos amigos para verte - mentí irremediablemente ante la presencia de Blyth.

-Genial. ¿Conoces ya a Blyth?

-Sí, nos acaban de presentar - mintió Blyth por mí en esta ocasión, y nuestras miradas coincidieron brevemente.

-Ven, que te presento a las chicas - dijo tirando de mi ropa.

Dediqué a Blyth una sonrisa de agradecimiento, que me devolvió antes de que siguiéramos a Marley hasta la barra principal. Mi cara se convirtió en una mueca cuando fue pronunciado el nombre de sus amigas: Laila, Leila, Lucy y Lara.

-Puedes reí­rte - dijo Marley.

Estaba haciendo unos esfuerzos impresionantes por no hacerlo allí­ mismo, pero solté una carcajada cuando vi que todas se reí­an.

-¿Qué tiene tanta gracia? - preguntó Santana detrás de mí.

-Te has perdido la cara de Brittany con el nombre de las chicas -le informó Blyth.

-Marley, ¿por qué siempre te adelantas? Querí­a verlo...

-Ahora comprendo el nombre del grupo. L's - confirmé. ¿Es también en honor a L, la serie?

-¿Tú ves esa serie? - me preguntó Santana en voz baja, no sin cierta sorpresa.

Asentí tímidamente al percatarme de la complicidad en el rostro de Blyth. Reparé en que la mirada de Marley se posaba detrás de mí y me di la vuelta para saber qué observaba. Tropecé con el azul profundo de los ojos de Alexa y noté que las dos nos azoramos ligeramente al encontrarnos inesperadamente cara a cara. Me acordé de que Santana me habí­a dicho que era prima de Marley, hasta aquel instante lo había olvidado por completo. Era la última persona que esperaba ver allí­.

-Hola Alexa - tardé en saludar, aunque lo hice antes que ella.

-Hola. Me estabas pareciendo tú... ¿Qué te ha ocurrido? - le tembló la voz y recorrió mi cuerpo hasta mi pie escayolado.

-Me atropelló un coche, pero ya estoy bien.

-¿Os conocéis? - preguntó Marley sorprendida.

-Sí - contestamos a la vez y vi que Alexa me miraba desviando con rapidez la vista hacia su prima.

Desvié la vista yo también y choqué con los ojos de Santana, que me observaban intrigados en silencio. Supe que nuestra extraña reacción había captado el interés de todas, y el de Santana, sin la menor duda. Me sentí incómoda y rehuí sus ojos sacando el móvil para comprobar que no me hubieran llamado los chicos, que no estuvieran perdidos en algún lugar. Con la música tan alta era imposible oí­rlo, sin embargo, sí­ oía a Alexa decirle a su prima que me conocí­a de cuando practicábamos Parkour, y también cuando quiso saber de qué me conocía ella a mí­. Reconocí­ enseguida a las dos chicas que acompañaban a Ruth y las saludé también.

-¿Por qué no me lo has contado? - me preguntó Santana al oído cuando caminábamos hacia el otro lado del local.

-¿El qué? ¿Qué nos conocí­amos? Lo hice.

-No, lo que hay entre tú y ella.

-Entre ella y yo no hay absolutamente nada.

-Pues no es lo que me ha parecido.

-¿Y por qué iba a mentirte? Si te digo que no hay nada es porque no lo hay.

-¿Pero lo hubo?

-No - negué.- Nunca ha habido nada.

Me miró fijamente a los ojos y tuve la certeza de que trataba de leer en mi mirada si le mentía o no. Me quedé de pie apoyada en la muleta cuando todas fueron acomodándose en los sofás y butacas frente al escenario. No conocí­a aquella parte del local. La tarde que estuve las puertas correderas estaban cerradas impidiendo el acceso a aquella zona reservada para las actuaciones en directo. Bajé la vista al suelo cuando Alexa se acercó a Santana.

-Ven, siéntate conmigo - me indicó Blyth desde uno de los sofás.

Agradecí­ que me invitara a sentarme con ella. Aún me sentí­a un tanto molesta ante la desconfianza de Santana, y comenzaba a ponerme celosa la proximidad de Alexa hablándole al oí­do.

-Santana me ha dicho que estudias medicina.

-Sí­.

-¿En qué curso estás ya?

-En tercero.

-Santana también me ha dicho que tocas muy bien el piano.

-Eso lo veo difí­cil, jamás me ha visto tocar.

-Sí, eso me lo ha dicho también - se rio abiertamente.

-¿Entonces cómo puede saberlo? - pregunté, y mis ojos buscaron a Santana, que me contemplaba mientras Alexa continuaba con confidencias a su oí­do.

-Precisamente por eso, porque nunca quieres que te vea.

-Tal vez sea porque lo que no quiero es que vea cómo lo aporreo.

-Ven conmigo - dijo cogiendo mi mano y obligándome a abandonar el sofá.

La seguí­ sin saber dónde í­bamos. Entramos por una de las puertas de acceso exclusivo para el personal, y tras caminar por un pasillo con más puertas aparecimos detrás del escenario. Vi que todo estaba dispuesto para la actuación de las chicas. La batería, los teclados, la guitarra eléctrica, el bajo y hasta una trompeta esperaban en la oscuridad. Blyth encendió dos focos y se sentó frente a un piano digital situado contra una de las paredes.

-Siéntate aquí­ conmigo - me señaló el espacio que habí­a dejado a su derecha en el banco.

Se oí­a la música, el golpeteo de los vasos al chocar y el barullo de la gente al otro lado del telón. Me senté a su lado y la miré cuando levantó la tapa, dejando ver las relucientes teclas blancas y negras.

-¿Empiezo yo? - preguntó con amabilidad.

Asentí y observé sus manos deslizarse sobre las teclas.

-Pasacalle, de Handel - murmuré cuando tocó las primeras notas.

-Genial, la conoces.

-Sí - confirmé.



-¿Lo intentamos juntas?

Aunque dudara de que la escayola me dejara hacer el juego de muñeca que necesitaba para alcanzar sin problemas todas las teclas no quise negarme. Apenas nos llevé unos segundos acompasarnos, a pesar de que hací­a un mes y medio que no tocaba el piano.

-Tocas de maravilla, Brittany - susurró.

-Y tú.

-¿Desde cuándo tocas?

-Los cuatro años, ¿y tú? - quise saber.

-Los seis. ¿Más rápido?

-Más rápido - afirmé.

Los dedos de Blyth volaron sobre el teclado y yo la seguí­ hasta que terminamos muertas de risa.

-Absolutamente espectacular - dijo una voz a nuestra espalda.

Blyth y yo nos giramos a la vez. Sabí­a que era Santana, aunque su voz sonara más grave y profunda de lo habitual. Estaba apoyada en la pared de la entrada con un vaso de tubo entre las manos.

-¿Puedo quedarme? - nos preguntó sin cambiar de posición.

-Por supuesto - dijo Blyth.- Yo tengo que regresar a mis quehaceres, pero cuí­dame a Brittany, es la mejor compañera de piano que he tenido en mi vida.

Advertí­ la pierna de Blyth golpeando la mí­a disimuladamente antes de levantarse y caminar hacia la puerta, dejándome a solas con Santana.

-¿Quieres? - me ofreció la bebida cuando se detuvo a mi lado.

-No, gracias.

-Es Coca-Cola, te la traía a ti.

-Muchas gracias - dije aceptándola en esta ocasión.

-¿Puedo? - señaló el espacio que habí­a ocupado Blyth. Asentí al tiempo que bebí­a un trago. Me miró y luego dirigió la vista sobre las teclas.

-¿Tocarí­as otra vez?

-Yo es que soy de música más contemporánea.

Se echó a reí­r.

-Toca lo que quieras, solo quiero oí­rte.

Me decidí­ por una pieza del compositor Greg Maroney. Lo había descubierto en YouTube y había aprendido a tocarla de oí­do.

-Preciosa, ¿cómo se llama?

-Breathe.

-Justo como me siento yo ahora. Me he quedado sin respiración al oírte tocar.

-Gracias.

-A ti por tocar tan maravillosamente bien - susurró tomando mi mano izquierda para besarla.

Un escalofrí­o me recorrió el cuerpo.

-Tócala otra vez, por favor - me pidió.

Volví a tocar Breathe y la miré cuando su mano se deslizó suavemente acariciando mi espalda. La encontré con los ojos cerrados sintiendo la música. Bajé la vista a sus labios y volví al teclado con rapidez, cuando el deseo de besarlos estuvo a punto de hacer que perdiera la razón. Aún me temblaba el cuerpo cuando volvimos con el resto de las chicas.

Aquella noche Marley y yo nos conocimos un poco más a fondo.

Confirmar sus propias sospechas, o las que Alexa le habí­a infundado, sobre cuáles eran mis preferencias, hizo que ella se abriera conmigo. Supe entonces que habí­a algo más que le uní­a al Havet, que no solo eran los conciertos de los fines de semana, el objetivo principal de pasar tantas horas en aquel local. Marley estaba enamorada de una de las propietarias de la sala. Mejor dicho, de la pareja de la dueña de la sala. Al parecer, habí­a bastante diferencia de edad entre Kitty y su novia, Maika.

Marley mantení­a que era imposible que Kitty aún la quisiese. Me pregunté qué consideraba Marley por bastante diferencia de edad. A mí me volví­a loca Santana, y era obvio que entre nosotras habí­a una importantísima diferencia de edad, pero eso no hací­a que mis sentimientos por ella se vieran resentidos. Me animó a preguntar cuántos años suponí­a aquella diferencia y me respondió que unos catorce. Kitty tenía treinta y seis y Maika alrededor de los cincuenta, si no los habí­a superado ya. Me pareció insignificante si lo comparaba con la que existía entre Santana y yo. Sobre todo porque en nuestro caso se verí­a acrecentada, ante los ojos de los demás, debido a que yo aún era menor de edad.

Me habí­a quedado en la cabeza la conversación mantenida con Marley, incluso cuando Rachel y Blaine por fin aparecieron y coreaban como locos las canciones junto a las L's. Aunque sabí­a que Marley no lo tenía fácil con Kitty, me hallaba en desventaja ante la similar tesitura que ambas viví­amos. En cierta manera, me sentí­a demasiado cercana a aquella situación que me habí­a descrito. Horas y horas compartidas con alguien a quien no sabes si realmente le importas.

-¿Sabes cómo se llama la de ojos avellana? - me preguntó Rachel al oí­do.

Seguí la dirección que apuntaba su dedo y vi que se referí­a a la chica que tocaba los teclados y hací­a los coros a Marley.

-Laila, Leila, Lucy o Lara.

-¿Me estás tomando el pelo?

-Te juro que no, se llaman así­. Creo que es Lucy, pero espera.

Vi que me hacía una mueca cuando me volví­ para confirmarlo con Santana, pero no le hice caso.

-Es Lucy - me confirmó.

-¿Sabes si tiene novia? - le volví a preguntar.

Sonrió y se acercó más a mi oí­do.

-No, que yo sepa. ¿Por qué tanto interés?

-No soy yo la interesada.

-¿Seguro?

-Segurí­simo. A mí­ quien me interesa es otra.

-¿Ah, sí? No tenía ni idea, ¿la conozco?


-No creo - me reí­ siguiéndole el juego.

Noté que me sujetaba de la manga de la chaqueta atrayéndome más hacia ella.

-Tal vez sí­. ¿Cómo se llama?

Me separé ligeramente y le dediqué una mirada de complicidad antes de girarme para informar a Rachel. La gente se agolpaba a nuestro alrededor y los cuerpos se pegaban unos a otros, confundiéndose bajo la única fuente de luz proveniente del escenario.

-¿No me vas a decir su nombre? - me susurró de nuevo al oído.

No contesté, pero busqué su mano disimuladamente, aprovechando el tumulto que nos rodeaba. En cuanto la rocé, sus dedos se entrelazaron con los mí­os. Dejé de prestar atención a las L's y me centré en nuestras manos unidas, que se devolví­an las caricias a escondidas de los demás. Permanecimos así hasta que las chicas abandonaron el escenario y la música volvió a sonar en los altavoces. Le di las gracias después de que tomara la iniciativa de presentar a Rachel y Blaine a las chicas. Nadie pudo sospechar que el verdadero motivo de su repentino gesto fuera la creciente atracción que se reflejaba en los ojos de Rachel ante la presencia de Lucy. Volvimos a ocupar nuestra zona de sofás y Santana se unió a Blyth y a mí en nuestra conversación. Hablando de todo y nada, descubrí que el padre de Santana habí­a fallecido también. Hací­a ya muchos años de aquello, y al parecer ya estaba divorciado de su madre cuando un fulminante ataque al corazón lo desplomó en plena calle. Aunque Santana no sonó afectada cuando relató brevemente lo ocurrido, me pareció muy joven para haber perdido ya a sus dos padres. Seguía sin saber qué le habí­a pasado a su madre, pero lógicamente no pregunté.

Casi ni reparé en los tres chicos que saludaron al grupo hasta que la mirada de Blaine y la mí­a se cruzaron. Percibí­ un brillo especial en sus ojos y miré al castaño de pelo muy corto con el que estaba hablando. Me di cuenta de que le gustaba. Dirigí­ la mirada a Rachel para saber qué era de ella, y la encontré haciendo reí­r a Lucy. Cuando quería era muy divertida, me pregunté qué anécdota le estarí­a contando. Mis ojos tropezaron sin querer con los de Alexa, pero desvié la vista tropezándome ahora con los de Santana, que me miraban. Levanté la mirada frente a mí, cuando una mano de mujer se posó, por detrás del sofá, en su hombro y se deslizó hasta alcanzarle el rostro, obligándole a echar la cabeza hacia atrás. Apenas pude ver su cara antes de que se agachara y la besara cariñosamente en la mejilla. Su pelo, aunque más oscuro, se confundió enseguida con el de ella cuando sus cabezas se juntaron. La observé al incorporarse para saludar a Blyth. Parecí­a más mayor que Santana, aunque posiblemente tendrí­a la misma edad. Santana no aparentaba su edad ni de broma, y perfectamente podía sostener que tení­a treinta sin que nadie lo hubiera dudado jamás. Poseía una piel magnífica, sin arrugas, por más que ella pensara lo contrario. Miré sus ojos cristalinos como el agua y le devolví­ el escueto saludo que me dirigió educadamente. Supe al instante que era su ex, pero si aún albergaba alguna duda en mi interior, Santana la disipó cuando rehuyó mi mirada y se puso en pie, alejando a la mujer de donde nos hallábamos sentadas. La seguí con la mirada mientras bordeaba el sofá para reunirse con ella. Cuando la alcanzó, me fijé en que Santana era un poco más alta. Bajé la vista a su cintura en el instante que la mujer la rodeó, al tiempo que se alejaban aún más entre la gente. Regresé a mi conversación con Blyth, tratando de ignorar aquella mano que rodeaba a Santana de un modo que me dolía.

-No es lo que parece - le oí decir a Blyth en voz baja cuando volví a mirarlas y vi que la mujer aún mantení­a su mano en la cintura de Santana mientras hablaban, ahora, frente a frente.

Bajé la vista tí­midamente al suelo al sentirme descubierta, pero no tardé en levantarla para mirar a Blyth, y esbocé una sonrisa que se dibujó triste, en agradecimiento por sus palabras.

-En serio, no lo es - me dijo otra vez.

-Tampoco pasarí­a nada aunque lo fuera. Es lo que hay. Y lo que hay es nada aunque yo me niegue a reconocerlo.

-Dudo mucho que no haya nada.

-No, no lo hay - aclaré con rapidez ante el temor de que pensara que Santana y yo habí­amos ido más allá. No me importaba lo que los demás pudieran pensar de mí­, pero no estaba dispuesta a tolerar que alguien pensara de Santana lo que no era.

-No hablo de nada físico, sino emocional - habló como si hubiera sido capaz de leerme el pensamiento. Jamás en mi vida habí­a visto a Santana tan feliz como la veo últimamente.

Miré sus ojos azules detenidamente y sentí que sus palabras habían sido sinceras.

-Gracias.

Cuando una de las camareras reclamó la atención de Blyth, no me apeteció quedarme allí ni unirme a los chicos, que parecí­an encantados con sus respectivas compañí­as. Al menos, alguien era feliz aquella noche. Yo también lo habí­a sido, hasta que aquella mujer me recordó con su presencia que no tení­a nada que ofrecer a Santana. Me escabullí entre la gente y salí a la terraza. Necesitaba respirar. Me separé del cristal para que la tenue luz de los focos no iluminara mi cuerpo en la noche. No había nadie fuera más que yo y el murmullo del mar que se oí­a a lo lejos. Oculta en la oscuridad, busqué la mejor perspectiva para observar a Santana y a aquella mujer sin ser vista. Las atenciones de la mujer iban cada vez a más y sus miradas y gestos hacia Santana eran, sin lugar a dudas, excesivamente cariñosos. Me pareció advertir, en la distancia, que Santana comenzaba a mostrarse incómoda, pero no estaba del todo segura. Permití­a que la mujer le acariciara el rostro y tocara su pelo. Retiré la vista al volverse borrosa a través de las lágrimas cuando la mujer la abrazó y Santana le devolvió el abrazo. Oí­a mi propia respiración, de lo profunda y dificultosa que se habí­a vuelto tras presenciar aquello. Volví­ a mirarlas y descubrí que Santana rehuí­a el beso que la mujer pretendió darle en los labios, en su lugar le besó la mejilla antes de separarse de ella. Se me habí­a encogido el corazón contemplando la escena y me dirigí hacia el extremo de la terraza con intención de esconderme al ver a Santana encaminarse de vuelta a donde habí­amos estado sentadas. Me apoyé en la barandilla, pegada a la parte que colindaba con la terraza de su oficina y dirigí la mirada al mar, aunque no consiguiera distinguirlo. Necesitaba calmarme y dejar de sentir esa extraña mezcla de celos, dolor y rabia que desató en mí­ la visita de su ex. No miré cuando, pasados unos cuantos minutos, oí que se abría la puerta que daba acceso a la terraza.

-¡Por fin! ¡Estás aquí! Llevo un rato buscándote - dijo caminando hacia mí.

Reconocí la voz de Santana antes de girarme.

-Sí. Me apetecí­a tomar un poco el aire, pero ya estaba a punto de entrar.

-¿Ha vuelto Blyth? - pregunté dirigiéndome a su encuentro.

-Está en la barra principal.

No dije nada y pasé de largo sin mirarla cuando llegué a su altura, pero su mano agarró la mí­a, obligándome a darme la vuelta.

-No es lo que crees - me dijo suavemente.

Me encogí­ de hombros.

-Yo no he dicho nada - murmuré sin levantar la vista del suelo.

Volvió a tirar de mi mano, impidiendo que continuara caminando.

-Solo es una amiga.

-No tienes por qué darme explicaciones.

-Pero quiero dártelas, porque pienso que te estás equivocando.

-Como quieras. Aunque en realidad, puedes hacer lo que te dé la gana, conmigo no tienes nada.

-¿Cómo que no tengo nada contigo? No deberí­a tenerlo, pero lo tengo.

-No, no lo tienes.

-¿No tengo nada con alguien con quien me paso horas abrazada?

-Si es por eso, a ella también la abrazas y dices que tan solo es una amiga. ¿Entonces?, ¿qué soy yo? - al fin la miré.

-Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida - susurró acercándose a mí­ y rodeándome en un abrazo.

-¿Por qué no deberí­as?

-Porque tú tendrí­as que estar con alguien de tu edad, como tus amigos.

-Quizá también serí­a mejor estar con alguien del sexo opuesto - dije deshaciendo nuestro abrazo.

-No es lo mismo - me retuvo entre sus brazos.

-¿Por qué no?

-Porque si no te gustan los chicos, no tienes por qué salir con ellos. Hoy en dí­a uno puede elegir con quién quiere estar.

-Al parecer, yo no - repuse antes de encaminarme dentro del local.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por monica.santander Lun Jul 20, 2015 9:31 pm

Me encanta esta historia!!!!!!!!
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Mensaje por Mico4 Lun Jul 20, 2015 9:33 pm

Capí­tulo 14


Después de aquella maravillosa semana que pasé a todas horas con Santana, las dos tuvimos que regresar a nuestros deberes. Ella a su clí­nica y sus pacientes y yo a la facultad y mis prácticas. Sin embargo, cada tarde tan pronto terminaba en el hospital, me acercaba a su casa y pasábamos un rato juntas. Era incapaz de pasar un día completo sin verla. Necesitaba, al menos, aquellas dos horas diarias, aunque estuvieran siempre centradas en mis estudios. Santana siempre me ayudaba y yo agradecí­a que lo hiciera, porque cada vez me costaba más concentrarme en algo que no fuera ella. Solo me dejaba libres los viernes por la noche y los fines de semana. En ocasiones ni eso. Estaba tan empeñada en que no descuidara mis estudios, que era casi peor que mi madre. Muchí­simo peor, fui descubriendo con el tiempo.

Comenzamos a frecuentar el Havet las noches de los fines de semana, aunque yo prefiriera estar a solas con ella. Rachel me rogaba por ver a Lucy y así yo podrí­a ver también a Santana. Era la excusa perfecta, según ella. Lo que Rachel no sabí­a, es que yo ya la veí­a y no necesitaba aquellas noches en compañí­a de tanta gente, que lo único que hací­an era distanciarnos más. Me veía obligada a cambiar mi actitud frente a los demás. Ya no podí­a abrazarla en público y echaba dolorosamente de menos su proximidad física. Aun así­, entendí­a a Rachel cuando me decía que necesitaba ver a Lucy, yo misma había experimentado el vacío y la angustia cada vez que pensaba que algo pudiera alejarme de Santana. Rachel era mi amiga y estaba dispuesta a mantener esos encuentros por ella. No obstante, me negaba a revelar a nadie la extraña pero especial relación que existí­a entre Santana y yo, aunque nunca fuera más allá de simples abrazos y caricias. Me conformaba con aquello a pesar de que deseara mucho más. Blaine también se uní­a a aquellas noches de música con la esperanza de ver a Kurt, el castaño amigo de Lara que habí­a conocido en BouAzzer. Y lo conseguía, porque aquel chico aparecí­a con sus amigos, aunque Blaine mantuviera que era por las L's. Ya me habí­a dado cuenta de que Kurt mostraba un claro interés por Blaine y que las L's tan solo se habí­an convertido en una coartada. Sin saberlo, el grupo se habí­a convertido en la coartada perfecta para todos. Cualquier excusa era buena con tal de no revelarnos, los unos a los otros, nuestros verdaderos sentimientos. Alexa también se dejaba caer por allí­ con sus amigas. Una noche, en la que habí­a bebido un poco más de la cuenta, se acercó a mí iniciando una conversación. En realidad, no me apetecí­a entablar conversación con nadie que no fuera Santana, pero no quise mostrarme maleducada y disimulé prestándole atención. Cuando al rato, mi mirada se cruzó con la de Santana, volví­ a ver en sus ojos aquel brillo en el que ya habí­a reparado el fin de semana anterior. No me gustaba lo que leí­a en sus ojos. Estoy segura de que pensaba que ella estaba fuera de lugar y que yo tendrí­a que estar, como en aquel momento, divirtiéndome con la gente de mi edad. De una manera sutil, me empujaba para que así lo hiciera.

-Buenos días - saludó reflexiva.

Me esperaba apoyada en la puerta que sostení­a abierta para mí­ y su presencia me dejó sin aliento. No pude evitar recorrerla con la mirada y me pregunté si tendría idea de hasta qué punto la querí­a. La observé de cerca cuando estuve a su lado. Tení­a el pelo oscurecido por la humedad y sus ojos del color del chocolate desprendieron, como siempre, destellos claros bajo la luz del sol.

-Buenos días - respondí acariciándole la mano al pasar.

Me acomodé en el asiento del copiloto y la seguí con la mirada mientras rodeaba el coche. Nuestros ojos se encontraron a través del parabrisas, no desvié la vista, aunque me hubiera descubierto atenta a cada uno de sus movimientos.

-Te invito a desayunar - dijo bajo mi incesante mirada.

-Te invito yo.

-No, invito yo. Tú ahorra el dinero.

-¿Y para qué quiero hacer eso?

-Para tus cosas, no sé. Para lo que te guste.

-Bueno... tú eres lo que más me gusta en el mundo.

Una extraña expresión se dibujó en su rostro y permaneció con la mirada fija en la carretera. No sabí­a si estaba haciendo esfuerzos por obviar mi comentario o estaba pensando en qué responderme. No conseguía descifrarlo, sin embargo, por una vez, no me sentí­ temerosa de su posible reacción. Me relajé cuando por fin sus labios sonrieron levemente.

-Invito yo o doy media vuelta y te vuelvo a dejar en tu casa - pretendió sonar amenazadora, pero no lo consiguió.

Estiré el brazo izquierdo, por fin liberado desde el lunes de la escayola, hasta alcanzar su pelo. Aprecié la humedad de su melena entre mis dedos y le retiré un mechón, colocándoselo detrás de la oreja para poder ver mejor su cara. Volví a su oreja y acaricié el contorno, bajando después por la suave piel de su cuello. Se tensó ligeramente cuando mis caricias se tornaron sensuales, pero continué con ellas.

-En serio, ¿quieres que te lleve a casa?

Me acerqué a ella.

-A la tuya, sí - le susurré al oí­do antes de besar la tensa mandíbula.

-¡Brittany! - exclamó en voz baja.

Volví­ a alcanzar su cara y le di un beso suave en la mejilla. Deslicé la mano desde su hombro hasta su mano, apoyada en la palanca de cambios, cubriéndola con la mí­a.

-¿Cómo quieras que vea mal lo que siento por ti? Es imposible.

Tardé en conseguir una reacción por su parte. Giró al fin la mano sobre la palanca y entrelazó sus dedos con los míos. La apreté con fuerza e hice resbalar después mi pulgar por su palma. Volví­ a besar su rostro antes de separarme de ella. Cuando lo hice arrastré su mano conmigo y la coloqué sobre mi regazo. Parece que era todo lo que me quedaba en aquel momento. Al menos, que le cogiera la mano era algo que aún no le parecí­a mal y colé los dedos bajo su jersey de lana para acariciarle la muñeca.

-¿Dónde vamos? - pregunté cuando divisé el mar a lo lejos.- ¿A BouAzzer?

-No, a la competencia.

Le besé la mano antes de dejársela libre. Ella me miró por un instante cuando lo hice.

-Te devuelvo la mano, por si la necesitas.

Lo cierto era que necesitaba saber si ella deseaba el contacto tanto como lo deseaba yo. Santana sabí­a que si se acercaba yo jamás me separaba, que siempre era bienvenida cuando invadía mi espacio personal. Sin embargo, no siempre recibí­a la misma bienvenida cuando era yo quien invadía el suyo. Presté atención a sus maniobras y a la dirección que tomaba. Dejamos atrás la salida hacia BouAzzer y continuó por la autopista un par de kilómetros más. Aparcó en una carretera estrecha que conservaba arena en el asfalto y salí del coche antes de darle tiempo a que me ayudara. Observé el restaurante de camino hacia él. Recordaba al de Santana en la madera y las grandes cristaleras, pero ni era tan grande ni parecía tan nuevo.

-Es más bonito el tuyo - murmuré mientras la camarera caminaba hacia nosotras.

Santana me miró cuando aquella mulata de proporciones atléticas nos preguntó dónde deseábamos sentarnos.

-Aquí mismo está bien - señalé una mesa vací­a rodeada de otras mesas abarrotadas de gente.

-Allí por favor - corrigió Santana, señalando a su vez una mesa al fondo junto a la cristalera sobre la playa.

Me reí­ para mí misma porque lo habí­a hecho a propósito. Sentarnos en aquella mesa hubiese sido como asistir a un bodorrio. Hubiéramos disfrutado de cualquier cosa menos de intimidad, y después de todo, parecí­a que Santana también la buscaba.

-¡Si quisiera hijos los habría tenido yo! - espetó de pronto, al tiempo que examinaba el menú.

Solté una carcajada y miré hacia la mesa que no habíamos ocupado.

-Perdona, igual ha sonado un poco...

-Tranquila, ha sonado genial - le interrumpí.- A mí tampoco me gustan los niños. De hecho, creo que ese rollo de tener hijos y formar una familia está sobrevalorado. Yo tampoco quiero hijos - pronuncié bajo su atenta mirada.

-Igual cambias de opinión con el tiempo.

Le mantuve la mirada un instante y volví a observar a los integrantes de aquellas familias.

-Tal vez o tal vez no - confirmé antes de saber qué posibilidades ofrecí­a la carta.

Sabí­a que me estudiaba mientras leía el menú.

-Lo sé Santana, para ti soy muy joven como para saber aun lo que quiero y lo que no - dije sin levantar la vista de aquella cartulina plastificada. La miré cuando se rio y dirigí­ la vista una vez más hacia aquellos niños hiperactivos de caras pegajosas. No querrí­a un hijo ni teniéndolo contigo.

-Bueno saberlo, te agradezco tu sinceridad.

Buscó sus gafas para continuar con la lectura de la carta.

-Estás... - me callé cuando alzó la vista.

-¡Qué! No te cortes, dime.

-Solo iba a decir que estás muy guapa con gafas. Siempre me ha encantado como te quedan.

-No hace falta que me adules, no me ha molestado lo que me has dicho.

-A mí tampoco me molesta que no quieras nada conmigo - dejó escapar una risita dejando ver su maravillosa dentadura, tan blanca como la espuma de las olas.

Desayunamos prácticamente en silencio, apenas la miré. Su belleza a la luz del dí­a me dolí­a como si me clavaran puñales, recordándome que jamás conseguiría que me viera como una posible opción en su vida.

-Me encanta esta música - dijo en voz baja.

-A mí también me gusta.

-¿La conoces?, últimamente no dejo de oírla.

-Es Requiem por un sueño.

-¿De quién es?

-El compositor es Clint Mansell, pero esta versión es la de la violinista Kate Chruscicka.

-¿Y cómo sabes tú tanto?

-Porque me encanta Kate. No tiene más de veinte o veintidós años. Hace fusión y es espectacular verla tocar. Tiene un violín eléctrico que se ilumina cuando lo toca, una pasada.

Asintió imperceptiblemente y su mirada se volvió más profunda mientras me observaba.

-Otra niña prodigio, como tú.

Arqueé las cejas no sin cierta ironía en mi rostro.

-Con tu permiso, tengo que ir al baño.

-¿Quieres que vaya contigo?

-No, gracias - respondí antes de abandonar la mesa.

De camino al cuarto de baño me encontré con la camarera y aproveché para pedirle que me preparara la cuenta para cuando volviera. Era la única manera de poder pagar algo y tení­a que ser a escondidas de Santana. Disimulé cuando me percaté de que Santana nos miraba desde la mesa por lo que le pregunté por las escaleras en las que habí­a reparado durante el desayuno. Efectivamente, aquellos peldaños concedían un acceso directo a la playa. Salí­ del baño escabulléndome entre la gente para evitar que Santana me viera. Logré alcanzar la barra y dejar un billete que cubrí­a de sobra la cantidad que la morena me mostró.

-Así está bien - le confirmé antes de encaminarme hacia la mujer más guapa de aquel local. Oí que agradecí­a mi generosa propina, y sin mirar atrás levanté la mano para quitarle importancia.

-¿Vamos a la playa? - preguntó un par de pasos antes de llegar a la mesa donde me esperaba.

Bajó la vista hasta mi escayola.

-No puedes caminar así­ por la arena.

-Sí que puedo, ya lo verás - tiré del puño de su jersey para que se moviera.

-Espera, hay que pagar esto.

-Nos ha invitado la camarera. Claro que ha sido a cambio de tu número de teléfono. Espero que no te importe, como es más o menos de tu edad.

Sacudió la cabeza y una sonrisa desdeñosa se dibujó en sus labios.

-No te creo. Has pagado tú, te he visto hablando con ella.

-Venga, vamos.

-No me gusta que pagues tú, Brittany - replicó bajando los escalones de madera detrás de mí­.

-Relájate, yo nunca te pedirí­a nada a cambio.

-Pues justo a ti es a la única que se lo concederí­a.

-Sí­, seguro... - mi timbre de voz rozó el aburrimiento.

-Prueba.

Me giré para mirarla.

-Te encanta vacilarme, ¿verdad?

Abrió el portón de madera y pasé al otro lado delante de ella. La playa era extensa y estaba prácticamente desierta a excepción de algunos ancianos que se divisaban a lo lejos, paseando junto a la orilla.

-En absoluto. Dime, ¿qué me pedirí­as?

Tení­a la mirada felina. El color chocolate de sus ojos era intenso y profundo y por unos instantes me perdí­ en ellos.

-Nada, no quiero nada que te tenga que pedir porque tú no me quieras dar.

Cogió mi mano deteniendo mi intención de adentrarme en la playa.

-¿Qué crees que es lo que no te quiero dar?

-La misma oportunidad que en su dí­a diste a otras.

La expresión de su rostro se dulcificó al instante. Me miró fijamente, paseando después sus ojos por mi cara detenidamente.

-Es que pienso que esa oportunidad te la deberí­a dar otra persona.

-La quiero de ti, Santana. El resto del mundo me importa una mierda - solté su mano y me encaminé en dirección al mar.

Me siguió de cerca y no tardé en sentir su mano de nuevo, rodeando mi brazo para ayudarme a caminar por la arena.

-Puedo sola, gracias.

-Anda, no te enfades - se rio apoyando la cabeza en mi hombro.

-No estoy enfadada, pero puedo sola, gracias - insistí­.

Ignoró mis palabras y continuó dándome soporte en cada paso que daba. Sus labios sonrieron cuando la miré ante su persistente actitud. Me hizo gracia, pero giré la cara para que no me viera. Tení­a razón, caminar por la arena con la escayola era agotador. Me hacía ilusión acompañarla porque sabí­a que le encantaba la playa, pero estaba claro que no iba a poder pasear por ella en aquel estado. Hice un esfuerzo más y avancé todo lo que pude hasta que me rendí­.

-Te espero aquí­ - anuncié deteniéndome en seco tras atravesar unas dunas. Aún nos encontrábamos a una larga distancia de la orilla, pero no podí­a más.

-No tendrí­amos que haber venido.

-¿Por qué no?, te gusta la playa. Date un paseo y disfrútala.

-No te voy a dejar aquí­ sola.

-No me va a pasar nada - dije utilizándola de apoyo para poder sentarme en la arena. Se sentó a mi lado y levanté la vista en dirección al mar.- En serio, ¿por qué no te das un paseo con las de tu generación? - señalé a un grupo de señoras mayores ataviadas de ropa deportiva que pasaron a lo lejos, frente a nosotras.

Soltó una carcajada y me miró.

-Prefiero seguir en mi papel de niñera, si a ti no te importa.

-Como quieras - sonreí a regañadientes.- Pensaba que igual preferías la compañí­a de alguien más de tu quinta. Como no te gustan los niños.

Esta ocasión no respondió a mi provocación.

Hací­a un día precioso. Apenas corría brisa en la playa y el sol comenzaba a calentar en exceso. Parecía increíble que estuviéramos en marzo. Me quité la cazadora y me acomodé sobre ella, utilizándola de almohada. El mar tení­a un azul intenso y el sonido de las olas rompiendo contra la arena me produjo una extraña sensación de tranquilidad y nostalgia a la vez. Miré a Santana, que continuaba sentada contemplando el mar que tanto le gustaba. Podí­a pasarse horas así, al igual que yo podí­a pasar una eternidad haciendo lo mismo con ella sin aburrirme. Echaba de menos su contacto y sentía ganas de tocar la melena castaña, que caí­a por su jersey de lana gruesa color hueso. Sin embargo, me quedé quieta, observándola desde atrás y reprimiendo las ganas de abrazarla. Me dio un vuelco el corazón en el instante en que nuestras miradas tropezaron, cuando giró la cabeza en mi dirección. Me habí­a sorprendido tantas veces observándola en el silencio, que tampoco me importó que me descubriera una vez más. Se dio la vuelta tumbándose a mi lado con los codos clavados en la arena.

-¿Sigues enfadada? - me preguntó apoyando la barbilla en mi hombro.

Negué con la cabeza. Estábamos tan cerca que se me desbocó el corazón sin que pudiera hacer nada por impedirlo.

-¿Me perdonas por lo de antes?, no lo he dicho en serio.

Sonrió fijando la vista en mis ojos.

-¿Crees que harí­a buena pareja con alguna de ellas?

-No, por Dios - exclamé.- Lo he dicho para fastidiar, porque siempre estás con lo de nuestra diferencia de edad.

-¿Y cómo crees que se nos verí­a a nosotras dentro de veinte años?

Me quedé atónita ante su pregunta.

-¿Estarí­as tanto tiempo conmigo? Siempre he pensado que me dejarí­as mucho antes.

-Me dejarí­as tú, por alguien más joven.

-Eso no es verdad.

-Sí, sí­ lo es. Buscarías en otra lo que yo ya no te pudiera ofrecer. Ni siquiera te lo puedo ofrecer hoy en día...

-¿Y según tú qué es lo que no me puedes ofrecer?

-Lo mismo que tú me ofreces a mí­.

-¿A qué te refieres?

-A la igualdad de condiciones.

Me quedé pensando en aquella respuesta. No estaba muy segura de sí­ se referí­a a lo que me temía, que se referí­a.

-¿Entiendes de lo que te hablo?

-No sé si quiero entenderlo - admití­.

Alcé la mano y acaricié su cara.

Bajó la vista, pero no se movió.

-Pues es muy importante que lo hagas.

La atraje más hacia mí, hasta que nuestros rostros se rozaron.

-¿Me estás diciendo que sería mejor que estuviera con alguien de mi edad a quien no quiero, en lugar de estar con alguien que no es de mi edad pero a quien quiero? - le pregunté al oí­do.

-No, pero encontrarías a alguien de tu edad a quien querer.

-Eso es imposible. Te seguirí­a queriendo a ti - confesé antes de abrazarme a ella.
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Mensaje por monica.santander Mar Jul 21, 2015 4:06 am

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Mensaje por micky morales Mar Jul 21, 2015 9:25 pm

hasta cuando ese tira y encoge, que si eres muy joven, que si soy mayor para ti, que si como nos veremos en 20 años, por Dios, vivan el momento y ya!!!!!!!!
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Mensaje por Mico4 Miér Jul 22, 2015 7:20 am

Capítulo 15

Deshice mis planes habituales con Rachel y Blaine tan pronto supe que Santana no se encontraba bien y no iría al Havet aquella noche de sábado. Como no quise que sospecharan cuando llegaran allí y vieran que tampoco ella aparecí­a, les dije que George nos llevaba a cenar a mi madre y a mí muy cerca del local, asegurando así­ la credibilidad de mi pequeña mentira para que no relacionaran mi ausencia a la de Santana. Incluso les insinué que tuvieran cuidado con lo que hacían por si coincidí­amos.

Ni siquiera estaba segura de que Santana estuviera enferma de verdad o tan solo me habí­a enviado aquel mensaje al móvil para que yo saliera por mi cuenta. Fuera lo que fuera, no importaba, no me apetecí­a estar en el Havet, ni en ningún otro lugar, si ella no estaba conmigo. Me sentí mal cuando me abrió la puerta de su casa envuelta en un grueso albornoz y con la mirada vidriosa, aunque la sonrisa que me dedicara mejorara su aspecto.

-No, no quiero contagiarte - susurró cuando me acerqué para darle un beso.

No le hice caso y la besé igualmente, abrazándola cariñosamente.

-Tienes fiebre - dije al notar el excesivo calor que desprendía la piel de su mejilla bajo mis labios. Asintió bajo mi atenta mirada, que recorría la palidez de su rostro.- Te he sacado de la cama. Lo siento.

-No importa, pero no deberías estar aquí. ¿Por qué no estás divirtiéndote?

Me molestó lo que me dijo, pero me callé y tomé su caliente mano para llevarla de vuelta a la cama. No encendí la luz cuando vi que la televisión iluminaba la habitación como para no tropezar con algo. Me gustó del modo en que me miró cuando tiré del cinturón de su albornoz y lo deslicé por sus hombros para quitárselo. Abrí más la cama e hice que se metiera dentro.

-¿Cuánto tienes? - pregunté reparando en el termómetro sobre su mesilla.

-Treinta y ocho.

-¿Qué estás tomando?

-Un antigripal.

-¿Has vomitado?

-No - sacudió la cabeza.

-¿Has cenado algo?

-No tengo hambre. ¿Y tú has comido?

-Al menos tienes que beber líquidos. ¿Qué te apetece? ¿Una manzanilla?

-No, qué asco, eso sí que me da ganas de vomitar.

-A mí también - admití.- ¿Un zumo de naranja?

Vi que se le iluminaban los ojos.

-Pero puedo preparármelo yo perfectamente.

-No, tú te quedas en la cama. Déjame que cuide de ti por una vez.

-Es sábado, tendrí­as que estar con tus amigos pasándotelo bien.

-Tranquila, te preparo el zumo y me largo - dije cortante ante su segunda invitación a que me fuera de allí­.

Advertí que me observaba cuando me giré, desapareciendo de su habitación. Hallé la nevera llena de existencias. Por lo menos, la gripe le habí­a pillado con la compra de la semana hecha. Al ver la cantidad de verduras que tení­a, me pregunté si podría hacer una sopa. A fin de cuentas, era lo que siempre me preparaba mi madre cuando estaba enferma. Usé el móvil para consultar las recetas de sopa de verduras en Internet. Como siempre, cada una tení­a su toque personal y todas eran igualmente válidas. Me decidí por la que creí­a que se parecí­a más a la que me preparaban a mí en ocasiones como aquella, y que figuraba en la red como la receta original.

-Muchas gracias - me dijo cuándo aparecí­ frente a ella con un vaso recién exprimido de naranjas.

-De nada.

-¿Has quedado en el Havet?

-No, no he quedado - respondí aproximándome a la ventana.

-¿Puedo preguntar entonces a dónde vas?

-A casa.

-¿No te apetece salir?

-No.

-Sé de una que le va a dar algo cuando vea que no apareces. - Sabí­a que se estaba refiriendo a Alexa, pero no dije nada.- Está loca por ti - habló otra vez.

-No - negué con la mirada clavada en el jardín, que se dejaba ver a través de las cortinas.- Está loca por follarme, pero solo porque debo ser la única chica de su zona a la que no se ha tirado. Hay una enorme diferencia.- Me di la vuelta para mirarla cuando su silencio inundó la habitación. La encontré observándome con los ojos abiertos como platos.- ¿Qué te sorprende tanto? ¿Lo que te he dicho o cómo te lo he dicho?

-Las dos cosas.

-Bueno, podrí­a decí­rtelo de una manera más fina, pero ya no eres una niña, ¿verdad?

-Está claro que no, pero tú sí lo eres.

Me reí­ sin ganas.

-A veces tienes gracia, Santana - resoplé.

-¿Por qué dices eso?

-Te preocupa enormemente nuestra diferencia de edad, sin embargo, no dudas un instante en lanzarme a los brazos de cualquiera con tal de que sea más o menos de mi edad, aunque yo no le importe una mierda y solo me quiera llevar a la cama para escribir un nombre más en su larga lista de conquistas.

-Yo no he dicho eso.

-Por supuesto que no, tú nunca dices nada - noté que su rostro se ensombrecía.- No es un reproche - confirmé.- Aunque no lo creas, entiendo tu dilema conmigo, pero solo te pido que no me busques rollos absurdos. No estoy buscando un polvo, si quisiera eso ya me lo habrí­a echado. No me han faltado candidatas aunque suene asquerosamente pretencioso. Y no hablo precisamente de Alexa.

-Lo siento, no he pretendido en ningún momento que sonara así­.

-Venga, duérmete, te vendrá bien dormir. Si mañana necesitas algo, dame un toque si quieres. Que te mejores.

-No te vayas - susurró.

-¿Quieres que te traiga algo antes de irme? - le pregunté admirando, como ya lo habí­a hecho en otras ocasiones, lo bien enmarcado que habí­a quedado el retrato que le dibujé con aquel paspartú blanco.

-No, muchas gracias. Lo que quiero es que te quedes un rato más. Aún es pronto.

Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas y di media vuelta para salir de allí­. Lo último que querí­a es que me viera llorar.

-Brittany, no te vayas así­, por favor.

-Enseguida vuelvo - acerté a decir antes de abandonar la habitación.

Me rodaron algunas lágrimas de camino a la cocina y aún me rodaron más mientras cortaba la verdura para prepararle la sopa. Me molestaba la intensa luz blanca, encendí en su lugar la que se encontraba en el extractor, suficiente para controlar la sopa mientras herví­a. Sentada en una silla, fui comprobando el tiempo de cocción en el móvil. Me empezaba a doler mucho la cabeza y el hecho de que al final hubiera roto a llorar hizo que los pinchazos aún fueran a más. La menstruación me vendrí­a al dí­a siguiente y aquel era el habitual modo en que mi cuerpo avisaba de ello.

-¿Puedo pasar?

-¡Solo faltaba! Es tu casa, si alguien sobra aquí­ soy yo - respondí­ sin mirarla.

-Tú nunca sobras.

-Vuelve a la cama, Santana - suspiré.

-¿Qué estás haciendo?

-Una sopa de verduras.

-¿Para mí?

-No, para mi padre, ¿a ti qué te parece?

-Muchas gracias, no tendrí­as que haberte molestado.

-No es molestia, solo es una sopa. No es ni comparable a todo lo que tú haces por mí­. Me das de comer, de cenar, estudias conmigo, me das la pomada... ¡Hasta me has tenido que limpiar el culo!

-Y lo volvería a hacer un millón de veces más - dijo suavemente antes de acariciarme la melena.

Me tensé cuando posó su mano sobre mi cabeza, y aún más cuando la deslizó acariciándome el rostro. Apartó la mano cuando giré la cara ligeramente, rechazando su contacto.

-¿No puedo?

-Vete a la cama.

-¿Tanto te ha molestado que te diga que le gustas a Alexa?

-No, es por lo que se desprende cuando me dices que le gusto a Alexa - levanté la vista al fin y la miré dolida.- Joder, Santana, ¿precisamente tú tení­as que convertirte en mi celestina?

-Eso no es verdad.

-Sí que lo es. Hace semanas que me he dado cuenta. Otra cosa es que no diga nada. ¿Me has visto cara de idiota?

-No, tienes una cara preciosa - sonrió y alzó la mano con intención de tocarme.

Levanté el brazo y detuve su trayectoria antes de que me rozara. Retiré la vista de su rostro al ver la turbación que le causó que la rehuyera de aquel modo.

-Te lo he dicho porque nunca me has contado lo que pasó - dijo intentando acariciarme una vez más.

-Déjame, en serio - murmuré agachando la cabeza, aunque en esta ocasión sí­ permití­ que me tocara.

-Y también te lo he dicho porque estoy celosa.

-¿De qué? - pregunté sorprendida al tiempo que luchaba por controlar mis lágrimas, que amenazaban con empañarme los ojos otra vez.

-Que nunca hables del tema me hace pensar que ahora que os veis con más frecuencia, podría surgir algo y quizá ya no le dirí­as que no esta vez.

Apoyé la frente en su estómago.

-Si no hablo es porque me parece ridículo andar contándolo por ahí­, y más a ti. Pero si quieres te lo cuento.

-Sí que quiero - me confirmó deslizando las manos por mi espalda.

-No sé qué te contó Alexa pero en realidad, tampoco pasó nada. Nos veí­amos a menudo porque yo iba al parque a practicar Parkour. Como era muy buena siempre pululaba cerca para aprender. El año pasado empezamos a hablar más, yo seguía igual de pendiente de ella y tal vez eso le hizo pensar que me pudiera gustar, cuando tan solo estaba interesada en su técnica. Total un día intentó darme un beso y le dije que no. Fin de la historia. Ya ves tú...

-¿Eso es todo?

-Sí. Más tarde nos vimos unas cuantas veces en el parque y ya apenas hablábamos. Bueno, más bien era ella la que no me hablaba a mí­. Luego me atropelló Kling y después volvimos a coincidir en BouAzzer - sentí que me daba un beso en la cabeza antes de que le quisiera puntualizar un tema más.- Y si le dije que no, no fue porque tuviera una novia diferente cada mes, sino porque no me gustaba. Nunca me ha gustado. Lo otro me parece genial, así compensa conmigo y mi falta de relaciones.

-Y la mí­a - se rio.

-Si tú no tienes es porque no quieres.

-Lo mismo podrí­a decirte yo.

-No, yo sí­ que quiero - confesé abriéndole el albornoz.

-Brittany...

-¡Cómo puedes estar tú celosa! - exclamé obviando su leve protesta y besándole el estómago por encima del pijama.- Si estoy loca por ti desde el día que te conocí­. Y desde entonces, no he podido dejar de pensar en ti ni un solo instante. Odio los dí­as de diario porque solo puedo verte un rato, y cuando por fin llega el fin de semana para poder estar contigo, tú me dices que me vaya con mis amigos. ¿Por qué no te quieres enterar de que es contigo con la única que quiero estar? Que si tú no estás conmigo, yo ya no me divierto ni quiero hacer nada ni nada me interesa. Yo solo quiero estar donde tú estés.

-Brittany, por favor...

Levanté la chaqueta del pijama para acceder a la piel de su estómago sin nada de por medio. Tembló bajo mis labios cuando la besé y comencé a recorrerla lentamente. Sentí que se le moteaba la piel y el febril calor que desprendí­a hizo que aún la deseara más.

-Por favor - me rogó alcanzando mi barbilla.

-A ti nunca te diría que no, ¿lo sabes, verdad?

-Por favor, no me hagas esto.

-¿Qué te hago? - quise saber.

Esquivó mi interrogante mirada por respuesta. Bajé la vista por su cuerpo y contemplé un instante su pecho, que subí­a y bajaba con la respiración tan agitada como la mía, antes de cerrarle el albornoz. Acarició mi cara suavemente para darse la vuelta, dejándome sola en la cocina. Esperé un rato más hasta que la sopa estuvo hecha y apagué el fuego, dejando el recipiente con el calor que le quedaba. La cabeza estaba a punto de estallarme, no dejaba de darle vueltas a la espiral de contradicciones que había dicho Santana desde que entrara por la puerta de su casa. Localicé paracetamol junto a unas cajas de vitaminas en una repisa y me tomé una pastilla, antes de volver a su habitación.

-Dime que no sientes nada por mí y me iré, me iré para siempre y te dejaré en paz - dije deteniéndome junto a su cama. Ella estaba tumbada de lado y sus ojos se apartaron de los mí­os cuando llegó su turno de respuesta.- ¿No me vas a contestar? ¿Vas a desaprovechar la oportunidad de librarte de mí de una vez por todas?

Sus ojos buscaron los míos durante unos segundos y volvió a desviar la vista sin decir nada. Me quedé de pie donde estaba, contemplándola unos instantes por si decidí­a abandonar aquel mutismo y hablar.

-Como quieras. Cambiaré la pregunta entonces - anuncié ante su persistente silencio.- ¿De verdad te gustarí­a verme con Alexa o con alguna otra chica?

-No - respondió mirándome fijamente a los ojos. Mantuvimos la mirada mientras me deshací­a del jersey y la bota. Antes de deslizarme junto a ella bajo las sábanas me abrió la cama dándome la bienvenida. Se me aceleró más el corazón cuando se acercó rodeándome con sus brazos tan pronto me tuvo frente a ella.- Es más, como intente besarte de nuevo, la mato - me susurró al oído.- A ella y a cualquier otra.

-Lo mismo digo yo con tu ex. Ella sí que intentó besarte. Te aseguro que Alexa no se acercó tanto, tampoco le hubiera dejado que lo hiciera - afirmé con una punzada de dolor al revivir la imagen en mi cabeza.

Estaba acurrucada contra mi cuerpo y mantení­a la cabeza bajo mi barbilla. Me besó la base del cuello cuando supo que las habí­a visto.

-Te garantizo que no tienes por qué preocuparte por ella - dijo, volviéndome a besar la piel del cuello.

-¿Te duele? - le pregunté al oí­r el leve quejido que emitió cuando pasé la mano por su espalda, al abrazarla con más fuerza contra mí­.

-Me duele todo el cuerpo - sonrió.

Me separé de ella para que tuviera más sitio.

-Ven - hice que se tumbara boca abajo y me apoyé sobre un codo, pegándome a su cuerpo cuando se acomodó. Le retiré el pelo, colocándoselo detrás de la oreja para poder ver el perfil de su rostro. Después, acaricié la larga melena y descendí­ por su espalda dándole un masaje.

-Gracias por haber venido - susurró.

-De nada.

-Estaba deseando verte - volvió a susurrar.

Bajé la vista para verle la cara. Tení­a los ojos cerrados y sus dedos formaban un puño que le tapaban los labios.

-¿Y cómo es que a mí no me lo ha parecido?

Me agarró del pico de la camiseta, se acerco aún más a mí y hundió la cara en mi pecho, besándome la piel que dejaba al descubierto mi escote. El corazón se me colapsó al sentir el calor de sus labios.

-Es porque no me gusta que te tengas que quedar aquí­ encerrada un sábado por la noche, cuando deberí­as estar por ahí distrayéndote un poco.

-Pero si lo estoy deseando - confesé con la voz ronca por la excitación.- Estoy harta del Havet, no puedo más. Lo hago por Rachel para que vea a Lucy. No me puedo creer lo que está tardando en decirle que le gusta... No lo entiendo - reflexioné más para mí misma que para compartirlo con Santana.- No tiene mi problema porque las dos son mayores de edad. No tiene el de Marley porque Lucy no tiene novia. No sé a qué está esperando...

-A veces a la gente le da miedo revelar sus sentimientos.

-¿Por qué? ¿Por si les dicen que no?

-Supongo - murmuró.

-Pues tampoco es para tanto. Mí­rame a mí­, tú llevas casi tres meses diciéndome que no y aquí­ sigo.

Se echó a reí­r.

-Ya, pero como tú no hay dos.

-Ni como tú tampoco, ese es mi problema - dije besándole la sien.

Sus dedos me acariciaron la piel y subieron hasta mi clavícula cuando seguí besando el contorno de su rostro.

-Al final, te voy a pegar la gripe.

-Lo dudo, pero aunque fuera así­ no me importa nada en absoluto - le confesé al oí­do.

-Entonces... sigue - murmuró cariñosa antes de besar mi corazón acelerado. Continué recorriendo con los labios el perfil de su cara cuando sentí­ su mano tensarse en mi cuello reteniéndome contra ella.- A veces el miedo es a que te digan que sí - susurró.

Aquella tarde de viernes no habí­a tenido prácticas en el hospital, así que me fui directamente a casa de Santana.

Lógicamente, no me iba a dar un respiro y según llegué me instalé en el salón para que siguiera estudiando. La verdad es que no me importaba mientras ella estuviera conmigo. Además, aquella noche parecía que no íbamos a ir al Havet. Rachel tení­a un cumpleaños y Blaine ya habí­a empezado a quedar con Kurt por su cuenta, aunque se pasaran por allí, cuando í­bamos todas. Era lo que más me gustaba de los chicos. Ellos se decidí­an mucho más rápido que nosotras. Sin embargo, tengo que reconocer, en este caso, que Rachel y Lucy cada vez andaban más de cerca de empezar a hacer su vida juntas, sin que las actuaciones de las L's fueran ya la excusa.

Creo que Santana también estaba encantada con que nos tomáramos una noche libre fuera del Havet. Aunque no lo expresara abiertamente con palabras, su rostro se iluminó tan pronto se lo comuniqué. Me pareció además, que se encontraba cansada por más que ya se hubiera recuperado de la gripe. Yo solo deseaba cenar con ella a solas y después tumbarnos para ver una pelí­cula. Por fin, iba a tenerla para mí­ sola una noche de viernes.

-Santana, ¿puedo hacerte una pregunta personal? - hací­a rato que habí­a abandonado el salón y la echaba de menos. Se hallaba en la cocina preparando la cena y levantó la vista con aprensión.- Tranquila - me reí­ desde el marco de la puerta,- no es sobre tu vida sentimental. No me interesa en absoluto - ella enarcó una ceja y me mantuvo la mirada.- En serio - insistí avanzando hacia ella - me pongo del hí­gado cuando te imagino haciendo el amor con otra persona, que no sea yo obviamente, así­ que no quiero saber nada de ninguna de tus amantes y mucho menos de tus relaciones sexuales con ellas.

Sentí como la tensión congelaba su rostro y la mirada se le agrietaba. Me quedé petrificada. Bajó la vista y volvió a alzarla. Se produjo un silencio tan intenso que parecí­a que se acababa el mundo. Sus ojos volvieron a recorrerme hasta que al fin habló.

-No vuelvas a decirme una cosa así­ en tu vida.

-Lo siento - murmuré impactada por la seriedad de su voz y la severidad de su mirada.

-Sigue estudiando - me dijo, pero esta vez ni siquiera me miró.

Enterré la cabeza en el libro, pero no pude estudiar. La sentí­a trajinar en la cocina y podía percibir su mal humor cada vez que abrí­a y cerraba un cajón. Jamás la habí­a visto así de enfadada conmigo. Ni siquiera cuando me descubrió examinando mi propio hematoma en el hospital. No sabí­a qué hacer. Me hubiera vuelto a levantar en su busca para disculparme un millón de veces si hubiera sabido que con eso bastaba. Pero sabí­a que no. Ya no era una cuestión de pedir más o menos disculpas. Oí que salía de la cocina y que se alejaba por el pasillo. Después, escuché un leve portazo. Pasó bastante más de una hora sin saber nada de ella.

Intuí que se habí­a refugiado en su habitación porque no tenía ganas de verme. Empezaba a sentirme excesivamente incómoda, sentí­ que tení­a que irme de allí. No me gustaba la sensación de que el invitado hubiera usurpado el terreno del anfitrión expulsándolo de su propiedad. Me recordaba a la trama de muchas pelí­culas de terror, y yo parecí­a estar interpretando el papel de la mala y perversa visitante. En ese momento sonó el móvil de Santana. Me levanté deprisa y la llamé en voz alta, pero no obtuve respuesta. Caminé hasta la mesa donde el jarrón blanco que habí­a exhibido las rosas que le regalé, continuaba presidiéndola, aunque ya no luciera ninguna en su interior. Naya, leí­ en la pantalla del móvil cuando volvió a vibrar sobre el cristal. Se me encogió el estómago, pero tomé el móvil y me apresuré a salir fuera del salón. La volví­ a llamar desde el hall. Avancé un par de pasos más por el pasillo y grité su nombre, pero Santana seguía sin oírme o al menos sin responderme. Al fin, la insistente llamada se cortó. Caminé de vuelta y dejé el teléfono exactamente donde estaba. Arranqué una hoja de mi cuaderno y le escribí una nota avisándole de que le habí­an llamado. Ignoré el nombre de Naya, no quería que supiera que lo había visto. Le di las gracias por todo y volví a disculparme, aunque me constara que ya no servirí­a de mucho. Descolgué mi abrigo del armario principal, donde Santana lo habí­a colgado. Sentí una presión en el pecho al ser consciente de que solo quedaba un dudoso fin de semana a la vista, que la despiadada realidad se impondrí­a como cada lunes, separándonos durante interminables horas con su habitual rutina.

No tuve noticias de ella en lo que quedó del dí­a, y lo que fue peor, tampoco las tuve durante el fin de semana. Apenas dormí­ y apenas comí durante lo que fue el fin de semana más largo de mi vida. Ni siquiera se había molestado en enviarme un mísero mensaje al móvil. ¿Tanto le había ofendido mi comentario? Al parecer sí­.

Tuve que mentir a Rachel y Blaine. Utilicé una vez más el nombre de mi madre y el de George como excusa para no vernos el sábado. No tenía ganas de ver a nadie y tampoco de hablar, no me apetecí­a compartir lo que habí­a sucedido. No quería consuelo ni que me recordaran que yo misma lo habí­a jodido todo. Solo deseaba saber de una única persona en todo el mundo, de la que no llamaba.
El lunes amanecí tan triste y gris como el dí­a. Habí­a vuelto a pasar la mayor parte de la noche llorando. En esta ocasión, el silbido del viento y la gruesa lluvia me habí­an acompañado, azotando mi ventana. Parecía que al fin habí­a llegado el invierno. Anuncié a mi madre que no irí­a a clase, que no me encontraba bien. No lo dudó en cuanto me vio la cara y se aseguró rápidamente de que no tuviera fiebre. Conseguí que se fuera a trabajar, no sin antes mantener una discusión que lograrí­a agotarme del todo. No tení­a fuerzas para discusiones estúpidas y me encerré en el baño. Pasé el resto de la semana atrincherada en mi habitación. No querí­a salir, no podí­a comer y apenas conseguí­a dormir. El rostro de mi madre se iba desencajando más cada día, al tiempo que mi dolor se incrementaba con cada noche que no sabí­a nada de Santana. El viernes por la tarde vino George y por primera vez, desde que salí­a con mi madre, se quedó a dormir en casa durante todo el fin de semana. Sabí­a que mi madre lo habí­a hecho a propósito después de nuestra última discusión. Prácticamente le habí­a echado de mi habitación cuando me hizo llorar una vez más, preguntándome por lo que ocurrí­a. No quería contárselo a nadie y menos a ella, por mucho que pensara e insistiera que podí­a hacerlo. Ninguna madre estaba preparada para oí­r que su hija de dieciséis años estaba enamorada de una mujer que tení­a incluso más años que ella, y que habí­a pasado casi dos meses viéndola a diario y en secreto.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Mico4 Miér Jul 22, 2015 7:23 am

Capítulo 16


-Es por Rachel, ¿verdad? - preguntó mi madre mientras aparcaba en la clínica.

Me encontraba fatal, peor que nunca. No habí­a pegado ojo en toda la noche pensando en la posibilidad de coincidir con Santana aquella mañana, en la que iban a retirarme la escayola de la pierna izquierda. Me tranquilizaba pensar que ella no tendrí­a ganas de verme y que harí­a todo lo posible por evitarme. Me habí­a fijado en todos los coches estacionados, cuando buscábamos un sitio donde aparcar y no había visto el suyo. Ya eran las ocho y veinte, así­ que posiblemente se hubiera cogido el dí­a libre, sabiendo que aquel lunes yo tení­a cita con el doctor Kling.

-No, mamá - suspiré.

-¿Os habéis peleado?

-No.

-¿Estabas saliendo con ella y lo habéis dejado?

-Mamá, por favor - apenas podía respirar. Sentí­a un nudo en el estómago que me estaba provocando náuseas.

-No entiendo por qué no quieres hablar conmigo.

-Eres mi madre no mi amiga - espeté de mal humor saliendo del coche.

-Y no pretendo serlo, pero sé un poco de mal de amores.

-¿Y qué vas a decirme?,¿que aún soy muy joven?, ¿que se me pasará? - elevé el tono de voz y noté que un corrillo de gente me miraba.

-Se te pasará, créeme. Y un dí­a te acordarás de esto y te reirás.

-Mañana vuelvo a clase, si es lo que te preocupa - dije cruzando la puerta automática de entrada a la clí­nica y sentí que se me aceleraba el corazón.

-No me preocupa que no vayas a clase. Sé que tienes capacidad suficiente para recuperarlo, y si no es así no pasa nada.

-Efectivamente, porque si soy muy joven para una cosa, lo soy par todo.

-¿Quieres dejar la carrera.

-No he dicho eso - respondí entrando en el ascensor. Me quedé impactada con mi propio reflejo en el espejo. Tenía la cara tan demacrada que parecí­a que acabara de salir de la cárcel.

-Tampoco pasaría nada, podrí­as tomarte un tiempo. ¿Te gustarí­a ir al extranjero unos meses?

-Lo que me gustaría es que dejáramos el tema.

Caminé detrás de ella por el largo pasillo. Levanté la vista por encima de su cabeza para asegurarme de que Santana no estuviera al fondo, hacia donde nos dirigíamos. Tuve que mirar detenidamente porque había demasiada gente en el pasillo aquella mañana. Pero ella no estaba, la hubiera reconocido a la legua. Hallamos un par de asientos libres frente a la consulta de Kling. Tení­a la puerta cerrada y leí­ la reluciente placa con su nombre. Me pregunté cuánta de esa gente, que ya espera allí cuando llegamos, tendrí­a cita con él también. Seguro que nos atendí­a con retraso. Mi madre detuvo el nervioso movimiento de mi pierna.

-Bebes demasiado café - murmuró acariciándome la rodilla.

Bajé la vista a su mano, que la había dejado reposada sobre ella. Agradecí el reconfortante calor que me daba y la cubrí con la mía. Me miró con cierto aire de sorpresa cuando lo hice.

-¿Qué? - protesté.

-Tienes unas ojeras que te llegan hasta los pies.

Me sobresalté cuando la puerta de Kling se abrió frente a nosotras.<

-Señora Susan - estrechó afectuosamente la mano de mi madre.

-Brittany, ¿cómo estás?

-Bien, gracias. ¿Y usted? - estreché también la mano que me ofrecí­a.

Desvié la vista hacia la puerta abierta detrás de él, cuando sus ojos me observaron más de cerca.

-Bueno, voy... ¡Ah no, por ahí viene! - exclamó mirando detrás de mí en esta ocasión.

Giré la cabeza y me dio un vuelco el corazón cuando mis ojos chocaron con los de Santana, que me miraban desde el fondo del pasillo. Hací­a diez dí­as que no la veía y su visión me encogió el alma. Sonrió, dejando ver su preciosa dentadura. Sentí­a los latidos del corazón en mis propios oí­dos, ensordeciendo todo lo que me rodeaba. El sudor impregnó mis manos y resbaló sobre la muleta. Venía vestida de calle, como si acabara de llegar. Cuando se abrió paso entre la gente reconocí­ la chaqueta de piel color camel. El taconeo de sus andares me hizo mirar hacia el suelo.

Los vaqueros desgatados contrastaban con las botas de piel natural con las que le había conocido. No se las había vuelto a ver desde entonces. Observé su belleza y su figura mientras se aproximaba, y no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Bajé la vista y los cerré con fuerza antes de que me viera. ¿Cómo pretendí­a que la olvidara si volvía a aparecer en mi vida? Era obvio que había sabido aprovechar la oportunidad que yo misma le puse en bandeja el día que me marché de su casa. Se lo había puesto demasiado fácil con mi espantada. No le obligué siquiera a pensar en cómo decirme que tenía que olvidarme de ella, que lo nuestro era imposible. Ni siquiera tuvo que buscar el momento más apropiado, ya lo había hecho yo por ella. Se agarró a aquella estúpida confesión que le hice como a un clavo ardiendo. Quizá mi comentario fue atrevido, pero aún le daba vueltas a la cabeza buscando dónde se encontraba la ofensa. Volví a levantar la vista cuando sus pasos sonaron más cercanos y su silueta se volvió ní­tida frente a mí.

-Hola - me tembló la voz. Sentí la humedad en mis ojos y recé para que ella no la advirtiera.

-Hola, Brittany - aún conservaba la sonrisa que me dedicó mientras sorteaba a la gente en el pasillo hasta alcanzarnos. Noté que su brazo me rodeaba cariñosamente la cintura.- ¿Cómo estás?

Aprecié que su sonrisa se quebraba cuando vio mis ojos y mi rostro en la proximidad.

-Bien, gracias. ¿Y tú? - me volvió a temblar la voz y besé sus mejillas cuando ella lo hizo en las mías.

Su mano se tensó en mi cintura cuando saludó a mi madre.

-¡Por fin la última escayola! Tendrás ganas, ¿verdad? - trató de sonar simpática y sus ojos volvieron a estudiar mi rostro.

-Sí­ - asentí agachando la cabeza.

Era incapaz de mirarle a los ojos más que en instantes muy precisos. Podí­a oler su aroma y recordé las veces que había estado abrazada a ella, sintiendo su calor y su cuerpo contra el mí­o. ¿Cómo iba a ser capaz de olvidarme de aquello?

Avanzamos detrás de mi madre y el doctor Kling. Me temblaban las piernas y las manos, sabía que Santana notaba mi temblor. Cuando su mano acarició mi espalda las lágrimas volvieron a brillar en mis ojos. Apreté la mandí­bula con fuerza y tragué saliva.

-Lo siento - anuncié deteniéndome en el umbral de la puerta, tratando de controlar la voz para que no sospecharan que estaba cerca de romper a llorar.- Necesito ir al cuarto de baño.

-¿Ahora mismo?, ¿no puedes esperar? - preguntó mi madre girándose hacia mí­.

Se produjo un silencio, porque ya no me salí­a la voz necesaria que no delatara mi estado. Mantuve la vista clavada en el suelo aunque se dibujara borroso bajo mis pies.

-Por supuesto, no hay ninguna prisa. Yo le acompaño - Santana se apresuró a llenar el silencio.

-No, está bien, gracias. Puedo esperar - confirmé recuperando de nuevo la voz.

Me senté en la silla que me indicaron al lado de mi madre. Hice un esfuerzo descomunal y alcé la vista para mirar al doctor Kling mientras nos hablaba. No estaba segura de hasta qué punto mi extraño comportamiento fuera, había hecho sospechar a alguien que el verdadero motivo de mi penoso estado era Santana. No querí­a que se sintiera incómoda, y mucho menos ponerla en evidencia. Respondí a las preguntas del doctor y hasta me reí­ cuando hizo una broma sobre mí y mis ojeras, relacionándolas con un exceso de vida nocturna. Sentí­a la mirada de Santana, aunque yo no desviara la mía del rostro de Kling. Bajé la vista cuando sus dedos tamborilearon la mesa. Llevaba las uñas cortas, como siempre, pero se las había pintado de color rojo oscuro. Seguro que aquella tonalidad tenía nombre propio, aunque yo lo desconociera. No era precisamente muy amiga de los esmaltes de uñas. Reconocí que le favorecí­a mucho, tení­a las manos preciosas. Observé detenidamente sus dedos, y las venas y tendones que se marcaban en el dorso. Por mucho que le molestara oírlo, se me seguí­a encogiendo el corazón cada vez que imaginaba sus manos tocando a alguien que no fuera yo. Levanté la vista al fin y la miré. En esta ocasión, le sostuve la mirada que no fui capaz de mantener desde que la viera en el pasillo. La sorpresa brilló en sus ojos, regalándome una sonrisa. Bajé de nuevo la vista y la posé sobre su mano. Volví a mirarla cuando sus dedos se recogieron en un puño. Negué imperceptiblemente con la cabeza para que no me la ocultara. Recorrí una vez más el camino hacia su mano y me estremecí cuando sus dedos temblaron levemente al estirarlos sobre la mesa. Alcé la vista y sonreí­ brevemente en agradecimiento. Aquella intensa mirada que en otras ocasiones me brindara, se asomó a sus ojos y me fundí­ en ellos durante unos instantes. Regresé a su mano y a los cinco dedos que me apuntaban sobre la mesa, para memorizar cada detalle. Supe en ese momento a qué iba a dedicar el resto del dí­a, a dibujarla de memoria. Pasé con Santana y Kling a la habitación de al lado, ya la conocía. había pasado por lo mismo con las otras dos escayolas. Me tumbé en la camilla, esta vez, para que Kling pudiera cortarla. La sensación de ligereza cuando me puse en pie de nuevo me resultó familiar. Aún la sentí­a entumecida y me fijé en el color de la piel por la falta de oxigenación. Dejé que Kling me examinara mientras me hací­a caminar. Después, me pidió que me desnudara de cintura para arriba, porque querí­a ver mi tórax. Me puse nerviosa otra vez ante la presencia de Santana. No es que fuera a ver nada que no hubiera visto con anterioridad, pero yo no me hallaba en mi mejor momento para desnudarme delante de ella. Aun así­, hice un esfuerzo y me desabroché la camisa, dejando ver el vendaje. La deslicé hasta descubrir los hombros, esperando con todas mis fuerzas que aquello le bastara a Kling.

-¿Podrías quitártela, por favor? - dijo amablemente.

Se me erizó el vello del cuerpo cuando sentí­ a Santana detrás de mí y sus manos resbalaron por mis brazos ayudándome a desprenderme de la camisa.

-Gracias - murmuré sin mirarla.

-De nada - respondió posando su mano un segundo sobre mi espalda.

-Tiene muy buen aspecto, veo que has estado cuidándotelo - comentó Kling cuando me retiró el vendaje.

Asentí. En realidad había sido gracias a Santana, pero no la miré porque seguí­a detrás de mí en algún punto de aquella habitación.

-Date la vuelta, por favor - habló de nuevo Kling.

No me lo podí­a creer, justo cuando comenzaba a relajarme, porque Santana había decidido quedarse en un segundo plano fuera de mi campo visual, lo que agradecí­a enormemente, aquel hombre me pedí­a aquello. Me di la vuelta, pero bajé la vista al suelo. Veí­a su figura frente a mí aunque no la mirara. Me sentí­a tan ridí­cula como la primera vez que me bañó. Las manos de Kling palparon mis costillas y noté que la camisa se moví­a. Levanté la vista lo suficiente para ver las manos de Santana jugueteando con la etiqueta del cuello. Estaba apoyada sobre una mesa y sostení­a mi camisa, que caía cubriéndole gran parte de las piernas. Alcé aún más la vista hasta alcanzar su rostro. Tení­a la mirada ausente mientras pasaba los dedos por la trabilla de tela que permití­a colgarla. Me sobresalté ligeramente cuando sus ojos me miraron de pronto y me descubrieron observándola. Esbozó una sonrisa triste y su mirada recorrió mi piel desnuda durante un instante, deteniéndose sobre la pulsera que me había regalado.

-Perfecto - dijo Kling.- Santana, ¿puedes vendarla otra vez?

Me giré con sorpresa hacia él, pero este ya se había dado la vuelta a su vez. Observé con pavor cómo cerraba la puerta tras de sí­, dejándome a solas con Santana en aquella habitación.

-Puedo hacerlo yo misma, no te preocupes - me tembló la voz.

Hubo un pequeño silencio hasta que habló.

-¿Ya no quieres que lo haga yo?

-¿Dónde me pongo? - pregunté con la misma suavidad con la que ella me había formulado la pregunta. Desistí sobre la marcha ante la duda de que otra insistencia por mi parte pudiera molestarla.

-En la camilla, por favor.

Giré la cabeza hacia el lado donde se encontraba la camilla. Ella aún seguía detrás de mí, apoyada sobre la mesa, intuía, ya que no había sido capaz de mirarla desde que Kling abandonara la habitación. Me sentía tan estúpida y expuesta, que me cubrí­ el pecho con el brazo izquierdo antes de darme la vuelta para dirigirme a donde me había dicho. Me apoyé en la camilla al advertir que se encaminaba hacia la puerta. Pensé que se marchaba cuando posó la mano en el picaporte. Sin embargo, bloqueó el pestillo, dio media vuelta y vino hacia mí. Bajé la vista al suelo antes de que me viera pendiente de lo que hací­a. Sentí su mano sobre mi cabeza, deslizándose después por el lateral de mi rostro.

-¿Cómo estás? - susurró antes de besarme en el nacimiento del pelo.

-Bien, gracias - se me había hecho un nudo en la garganta cuando me tocó cariñosamente.

-Estás más delgada - suspiró, y su mano se tensó en mi rostro acariciándome.

Se me llenaron los ojos de lágrimas y me llevó la mano derecha para presionar mi sien, en un intento por controlar el llanto. Bajó la suya hasta mi barbilla e intentó levantarla, pero opuse resistencia. No quería que me viera llorar. Agaché aún más la cabeza al tomar mi cara entre sus manos. Traté de separarme cuando las yemas de sus pulgares resbalaron bajo la humedad de mis ojos.

-No llores, por favor - susurró con dulzura, y me besó la piel humedecida por mis lágrimas.

-No tendrí­as que estar hoy aquí­ - le reproché ante la rabia que sentía por no haber conseguido retenerlas.

-Quería verte.

-No tendrí­as que haber venido - insistí­.

-¿Por qué no?

-Porque no me gusta hacer el ridí­culo delante de todo el mundo.

-Tú no haces el ridículo - volvió a besarme donde lo había hecho antes.

-No eres tú la que te pones a llorar en mitad del pasillo - le reproché de nuevo, antes de secarme los ojos con el dorso de la mano.

-Nadie se ha dado cuenta.

-Tú sí­.

Alzó mi cara y al fin la miré. Tenía las pupilas dilatadas. Su pierna se hizo sitio inesperadamente entre mis muslos cuando se acercó más a mí­. Sus ojos recorrieron mi rostro y se detuvieron en mis labios cuando apoyó su frente contra la mí­a. Mi respiración sonó más fuerte cuando respiré la suya en la proximidad. Me ardió la piel cuando sus labios rozaron imperceptiblemente los mí­os.

-Te he echado tanto de menos... ¿Lo sabí­as? - susurró. Negué con la cabeza, porque no me salía la voz. Traté de besar sus labios, pero se separó lo justo para que no les diera alcance.- ¿Hoy sales a las seis? - preguntó con la voz ronca.

-Hoy no voy a clase - respondí entrecortadamente.

Tení­a el corazón fuera de control palpitándome a toda velocidad. Me tembló el pulso cuando apreté el botón del interfono a pie de calle. había quedado con Santana en que me pasarí­a por su casa, tan pronto mi madre me llevara de vuelta a la mí­a y se marchara a trabajar. Durante el trayecto en coche con mi madre y el que realicé en el autobús de camino a su casa, no había podido dejar de pensar en el roce de sus labios y lo cerca que estuvieron de besarme. Me seguí­a estremeciendo cada vez que reviví­a una y otra vez, aquella imagen en mi cabeza.

-Pasa, está abierto.

Empujé la puerta y la encontré con medio cuerpo dentro del maletero. En el suelo junto a sus pies, esperaba una maleta, mientras estibaba otra dentro del coche. Al parecer se iba de viaje y sentí un dolor agudo en la boca del estómago. ¿Me había pedido que fuera para despedirse? Ahora entendí­a la razón por la que no trabajaba aquel dí­a y solo había ido a la clínica para verme a mí­. Se había cambiado de ropa. Estaba más delgada también y me extrañó no haberme dado cuenta en ningún momento durante el tiempo que compartí con ella en la consulta de Kling.

-¿Te vas de viaje? - soné abatida.

Se incorporó y se dio la vuelta.

-Hola, Brittany - sonrió.

Me sobresalté y di un paso atrás cuando vi su rostro.

-¿Qué te ocurre?

-Perdona, pensaba que eras Santana.

-¿Cómo dices?

Estudié estupefacta su rostro y su melena, el parecido era asombroso, como dos gotas de agua.

-Pensaba que eras Santana - repetí­.

-Y lo soy. ¿Te encuentras bien?

-No, tú no eres Santana.

-¿Cómo qué no? ¿Estás bien? - su mano se alzó tratando de alcanzarme, pero la esquivé antes de que me tocara.- Buenos reflejos sonrió otra vez.

-¿Dónde está Santana?

-Me estás empezando a preocupar.

-¿Esto es una broma, no?

-Lo tuyo es una broma, querrás decir.

Bajé la vista por su cuerpo. Llevaba un jersey fino de cuello alto color azul marino y unos pantalones safari, del mismo color. Calzaba botas de montaña. Reparé enseguida en sus uñas pintadas de aquel rojo oscuro que había visto en Santana hací­a un rato.

-En serio, ¿dónde está Santana?

-Me estás asustando, Brittany, ¿qué te pasa?

Di un par de pasos atrás sin dejar de mirarla y me asomé por el lateral del coche para tener una mayor perspectiva del entorno. La puerta de la casa estaba abierta y agudicé el oí­do en busca de algún ruido en el interior.

-¡Santana! - la llamé todo lo alto que pude.

Se echó a reí­r y recortó nuestra distancia.

-¿Qué haces?

-¿Dónde está?

-Yo soy Santana, ¿pero qué te ocurre? - volvió a acercar su mano y dejé que me tocara.

Sabía que aquella mujer frente a mí no era quien decí­a, el tacto de su mano sobre mi piel lo confirmó.

-Tú no eres Santana.

-¿Ah, no? ¿Y entonces quién soy?

-Por el parecido tan idéntico deduzco que su hermana gemela. La otra Gioconda.

-¿Cómo?

-La otra Mona Lisa, como la del Museo del Prado de Madrid.

-Impresionante - esbozó otra sonrisa, tan exactamente atractiva a la de Santana.- ¿Cómo puedes estar tan segura?

-Tengo mis motivos.

-Dime alguno.

-Tú estás más delgada y ella tiene más pecho.

Cierta sorpresa se reflejó en su mirada.

-No tení­a ni idea de que hubierais intimidado tanto.

-Lógico, porque no lo hemos hecho, solo me da clases particulares - me giré un poco para que viera mi mochila.

-¿De qué?

-¡Naya ya!, déjala tranquila - surgió Santana como una aparición de detrás del coche.

Suspiré aliviada y me reí cuando reconocí su preciosa cara. Mis ojos no dejaron de saltar de una cara a la otra.

-¡Gemelas idénticas! ¡Alucinante!

-Te ha llamado gorda, por cierto - se rio Naya mirando a su hermana.

-No, no lo he hecho.

-Pero tu pecho le gusta más que el mío - volvió a reí­rse.

-Tampoco he dicho eso - me defendí­ enrojeciendo cuando los ojos de Santana me miraron.

Así que aquella era Naya. No había conseguido quitarme el nombre de la cabeza durante los largos días que no supe nada de Santana. Estaba segura de que aquel nombre pertenecía a su ex. Nunca me había alegrado tanto de estar tan equivocada.

-No ha sido idea mí­a, te lo prometo - me dijo Santana cuando Naya entró en casa riéndose.

-¿Cómo no me habías dicho que tení­as una hermana... gemela?

-No lo sé, nunca me lo preguntaste - la observé un instante. Aquello era justo lo que iba a preguntarle el día que se enfadó tanto conmigo, desencadenando un dolor y una tristeza que aún me acompañaban.- ¿Qué ocurre?

-Nada.

-No, dime - insistió acercándose a mí.

-No tiene importancia. ¿Te vas de viaje con ella?

-No, yo me quedo aquí contigo - dijo con dulzura.- ¿Me acompañas al aeropuerto?

-Claro - respondí­, y me di la vuelta para que no viera que las lágrimas habían vuelto a empañar mis ojos.

Me instalé detrás y estiré la pierna izquierda, que aún sentía extraña, sobre el asiento para demostrarle a Naya que allí irí­a más cómoda, puesto que no me sentía bien usurpando el asiento del copiloto, que consideraba le correspondía a ella. Volaba de vuelta a Colombia, así que le esperaba un largo viaje. Naya era médico también y desde hacía tres años trabajaba para Médicos sin Fronteras, en el Hospital San Francisco de Así­s, en Quibdó. Siempre me había fascinado aquella organización y sentí­a un especial interés por su labor humanitaria. Se produjo un breve silencio cuando quise saber qué hací­a ella allí exactamente.

-De todo un poco - respondió.

Mis ojos se encontraron con los de Santana en su retrovisor y supe al instante que aquella vaga respuesta tenía un porqué.

-En el programa de asistencia médica y psicológica a víctimas de violencia sexual - me dijo Santana.

Asentí agradecida por no haberme ocultado la verdad. De hecho, fue precisamente en algo así en lo que pensé tras la imprecisión de sus palabras. No volví­ a hacer más preguntas y me mantuve ajena a su conversación mientras contemplaba el paisaje de la autopista que nos llevaba al aeropuerto. Les ayudé divertida a plastificar las maletas bajo las protestas de Naya ante la insistencia de Santana. Tampoco me pronuncié, pero efectivamente, Santana tení­a razón. No costaba tanto hacerlo y garantizaba cierta tranquilidad con la cantidad de gente que las manipularían hasta la llegada a su destino. Me despedí­ de Naya y me alejé unos pasos para dejarlas a solas. Al mirarlas mientras se abrazaban, me pregunté si Naya tendría pareja. Yo no hubiera sido capaz de dejar marchar a Santana y continuar con mi vida a miles de kilómetros de ella. No me hubiera quedado más remedio que convertir su vocación, fuese la que fuese, en la mí­a.

-¿Estás bien? - le pregunté a Santana cuando su hermana desapareció tras pasar el control de seguridad.

-Sí­, no te preocupes, ya estoy acostumbrada.

Caminamos de vuelta al parking en silencio, pero nuestras miradas se buscaban cada vez que la gente nos separaba al interponerse en nuestro camino.

-¿Cómo has sabido que no era yo? Eres la primera persona que se da cuenta sobre la marcha - me dijo dentro del coche.

Me encogí­ de hombros.

-No lo sé.

-Es porque yo estoy gorda, ¿eh? - bromeó dándome un suave codazo.

-No, tú no estás gorda, pero aunque lo estuvieras seguirí­a igual de... - me callé antes de terminar la frase.

-¿De? - me miró para que continuara.

-Ha sido todo y nada - cambié mi respuesta - no sé cómo explicarlo, una sensación muy extraña, veí­a tu cara pero sabí­a que no eras tú.

-¿De? - volvió a preguntar.

-¿Qué?

-No has terminado la frase.

-Ah... no sé qué estaba diciendo.

-Seguirí­as igual de... - me la recordó ella.

-Ah... - sonreí.- Es que no quiero terminarla.

-¡Ah! - exclamó, pero ella ya no sonrió.

Desvié la vista de sus ojos color chocolate, que me observaban en la proximidad.

-También ha sido por el tacto, tú no tocas así - dije sin mirarla.

-¿Y cómo toco yo?

-Tú sabrás Santana - vi la expresión de su rostro y me di cuenta de que le había dolido mi desairada respuesta.- En realidad, no estoy segura - hablé de nuevo suavizando el tono de voz.- Solo sé que cuando ella me ha tocado no he sentido nada y no ha habido una sola vez que haya pasado eso cuando eres tú la que me tocas.

Sus ojos brillaron otra vez y deslizó la mano por el lateral de mi rostro acercándome a ella. Me miró fijamente a los ojos. No sé si esperaba una reacción por mi parte o estaba pensándose dos veces lo que iba a hacer. A mí­, desde luego, me abandonó el valor para besarla, aunque no hubiera nada que deseara más.

-¿Qué te apetece comer? - su voz sonó grave.

-Lo que te apetezca a ti, yo no tengo hambre.

-Tienes que comer - dijo, y besó la piel de debajo de mi mejilla antes de separarse.

Rodamos de vuelta por la autopista. Había más tráfico de entrada a la ciudad que en sentido contrario. Conducía tan pendiente del tráfico como de mí­, que la miraba de reojo, pretendiendo estar atenta a la carretera.

-¿Por qué no viniste al Havet el sábado por la noche? - preguntó rompiendo el silencio que compartíamos.

Dudé antes de contestar y sus ojos me miraron por mi silencio.

-Porque pensé que no querí­as verme.

-¿Y por qué te fuiste de casa?

-Por el mismo motivo.

-Pues estabas equivocada.

-A mí no me lo pareció en ese momento.

-¿Por qué dices eso?

-Si te encierras en tu habitación durante más de una hora mientras yo estoy en el salón de tu casa, está claro que lo último que tienes es ganas de verme.

-Me di una ducha.

-¿Otra? - sonreí escéptica.- ¿Para qué, para relajarte y así­ no echarme tú misma de tu casa? Te ahorré el trabajo.

Vi que la mirada se le apagaba. Volvimos al silencio y yo volví­ a contemplar la autopista frente a mí.

-¿No vas a preguntarme por qué no te he llamado yo? - habló de nuevo pasado un rato.

-No - respondí­ sin dudarlo. Giró la cabeza en mi dirección y me miró sorprendida.- Y tampoco quiero oí­rlo ahora, gracias. Dejémoslo en que no pudiste, había venido tu hermana Naya a visitarte, ¿no te acuerdas?

Asintió perpleja y el silencio volvió a reinar en el habitáculo del coche.

-Sigues enfadada conmigo, ¿verdad?

-No, no estoy enfadada. ¿Crees que lo estoy porque no quiero saberlo? Lo que ocurre es que no quiero que me mientas y tampoco quiero oírte diciéndome la verdad. Sé de sobra por qué no lo has hecho. Prefiero dejarlo como está. Además, no tienes por qué llamarme, yo tampoco lo he hecho.

-¿Y por qué no?

-Porque ya no voy a seguir persiguiéndote, Santana - suspiré.- Si quieres que desaparezca de tu vida, lo haré. Empiezo a sentirme como una puta acosadora.

Sus ojos se helaron mientras me miraban.

-¿Te has parado a pensar cómo coño me siento yo persiguiendo a una chica de dieciséis años? ¿Te has parado a pensar qué nombre tiene eso?

La miré atónita tras sus palabras.

-No el que estás pensando. Joder, Santana, eso déjalo para los hijos de puta que violan y abusan de las niñas que luego tiene que atender tu hermana, a las mafias y chulos que trafican con ellas y a los pedófilos del mundo.

Su mirada se enturbió antes de regresar a la carretera, y ya no pronunció ni una sola palabra más.

Ocupamos una mesa al fondo del restaurante, junto a la cristalera sobre la playa. Éramos las únicas en el comedor. Aún era pronto para que se produjera el bullicio de la hora punta de la comida. Me fijé en que los ojos de Santana saltaban sin cesar de una página a otra de la carta, abierta entre sus manos. Ni siquiera estaba leyéndola. Levantó por fin la vista hacia mí cuando el camarero nos preguntó si nos habíamos decidido.

-Nada, gracias - respondí.- No tengo hambre.

-Yo tampoco voy a comer. Tráigame una copa de vino tinto, por favor. ¿Quieres beber algo o tampoco? - volvió a mirarme.

-Una Coca-Cola, gracias.

Miró al camarero asegurándose de que había oído mi petición y después dirigió la vista al mar. Me reclinó sobre el respaldo al ver que no tení­a ganas de conversación y aproveché para contemplar sus manos, apoyadas sobre la mesa. La miré cuando bebió de un solo trago la mitad de la copa que le acababan de traer. Después, encendió un cigarrillo y expulsó el humo con aire ausente.

-¿No vas a hablarme? - pregunté en voz baja,- después de que continuara un largo rato con la mirada fija a través de la cristalera.

-Sí que te hablo Brittany - suspiró y vació la copa de vino en un segundo trago. Se giró en busca del camarero, pero reparó rápido en el avisador que había en la mesa.- Esto es un invento, ¿no te parece? - comentó apretando el botón de llamada.- Ya era hora de que a alguien se le ocurriese.

Sonreí­ con el sopor que había desprendido su voz con aquella observación y vi al diligente camarero aparecer detrás de ella.

-Otra copa de vino, por favor. ¿Tú quieres otra? - señaló con el dedo mi bebida, que prácticamente se encontraba intacta.

-No, gracias.

-Bueno, cuéntame. ¿qué tal todo?, ¿qué tal las clases?

-No he ido a clase.

-¡Ah! - exclamó con sorpresa.- Bueno... - dudó.- ¿Y qué has hecho entonces?, ¿has ido a algún sitio?

-No, en realidad no he hecho nada. ¿Y tú? - pregunté mientras el camarero dejaba la segunda copa de vino sobre la mesa.- No bebas más, por favor, Santana - susurré cuando vi que volví­a a dejar el contenido de la copa a la mitad de su capacidad.

-Tranquila, ahora en un rato llamo a un taxi y te vas con él.

-No quiero irme, quiero estar contigo.

Sus ojos me observaron detenidamente desde el asiento de enfrente.

-Es para que no te pase nada y llegues bien a casa, si es lo que te preocupa.

-No me preocupa eso. Prefiero matarme contigo que vivir sin ti.

Vi que la mirada se le humedecí­a y bajó la vista a la mesa con rapidez. Después, agachó la cabeza, apoyándose sobre la mano.

-No digas esas cosas ni en broma - murmuró.

-Santana, no, no llores, por favor - susurró otra vez, y me incliné acercándome a ella. Le rodeé la muñeca para apartar su mano, pero no me dejó.

Me colé entonces por un lateral y acaricié su rostro. Cuando mis dedos ascendieron por su piel me detuvo, llevándose mi mano a los labios. Sentí que me besaba los dedos suavemente y la acaricié en respuesta. Me levanté y me senté a su lado. Continuaba ocultándome el rostro y apoyé la barbilla en su hombro, abrazándola. Acaricié su melena y bajé por su espalda hasta la cintura. Se tensó bajo mi mano e intenté con la otra retirarle la suya una vez más, pero tampoco me dejó.

-Ya he llorado yo suficiente por las dos estos dí­as, así que no llores tú, por favor - confesé besándole la sien.

Su mano se movió al fin, sujetándome contra ella.

-Te aseguro que no tienes motivos por los que llorar - habló en voz baja.

-Yo creo que sí­.

-No - negó con la cabeza.

-Entonces no vuelvas a decirme en tu vida lo que me has dicho en el coche - giró su cara y por fin pude verle los ojos. Los tení­a enrojecidos, y las pestañas mojadas. Le sequé las lágrimas y me acerqué. Bajó la vista a mis labios cuando me aproximé aún más, no se separó. Se me aceleró el corazón, y aunque dudé un momento, esquivé aquellos labios que tanto deseaba besar, para hacerlo en la mejilla.- Me parece bien si quieres beber, pero entonces come algo - dije cogiendo su copa y apurando el vino que quedaba en ella de un trago.

-¿qué haces? - miró estupefacta.

Sacudí la cabeza cuando lo tragué.

-Yo también quiero beber.

-Ya - sonrió incrédula.- Pero tú no puedes.

-No me digas... ¿Y qué vas a hacer?, ¿llamar a la poli?

Se echó a reír.

-Creo que puedo yo sola contigo, mi amor...

Claro que podí­a conmigo ella sola, y más si volvía a llamarme aquello que me había derretido. Notaba el calor del alcohol en mi cuerpo y la agradable sensación de relajo que conllevaba. Creo que fue la primera vez, después de tanto tiempo, que conseguí­a estar con ella sin que se me disparara el corazón ni me temblara el pulso. Pedimos mucha comida, demasiada tal vez. Santana se había empeñado en que probara varias especialidades de aquel restaurante portugués.

-Da gusto verte comer - me dijo ofreciéndome el último langostino que quedaba en la bandeja.

-Como mucho, lo sé.

-Me encanta, por fin una mujer que no está a dieta.

-¿Desde cuándo soy yo una mujer?

-¡Boba! - sonrió, pasándome la yema del pulgar por la ojera.

-Apenas has comido langostinos, pensaba que te gustaban - comenté tratando de obviar la descarga de electricidad que me había producido su roce.

-Me gusta mucho más ver cómo los disfrutas tú.

Me sonrojé ligeramente y pinche el langostino con mi tenedor ofreciéndoselo.

-No - sonrió otra vez - es para ti.

Negué con la cabeza y se lo acerqué más.

-Insisto, es tuyo.

Bajé la vista a su mano cuando me rodeó la muñeca, me acordé de aquel momento en la consulta de Kling en que había accedido a mi petición y había vuelto a abrir la mano, dejándome que la mirara. Sentí una punzada de deseo recordando el juego de miradas y la complicidad que compartimos en silencio.

-Te queda muy bien. Tienes unas manos preciosas - murmuré.

-Ha sido cosa de mi hermana, yo no suelo pintarme las uñas. Pero si vas a mirarme así­, creo que lo haré más a menudo.

Me ardió la cara y levanté la vista con reparo. Me fundí­ en la profundidad de sus ojos oscuros que me miraban. Noté que me robaba el tenedor. Supe que no me saldría la voz, así que ni lo intenté y acepté el jugoso langostino que me llevó a la boca.

-Gracias.

-De nada - me guiñó un ojo.

Desvié la vista hacia el mar porque me costaba mantener su mirada. Hubiera bebido más vino, pero Santana no había vuelto a pedir más desde que yo vaciara de golpe lo que quedaba en su copa.

-¿qué te apetece hacer ahora? - pregunté temiendo que quizá nuestro encuentro estaba llegando a su fin.

-Que me digas que hoy también quieres dormir conmigo. Solo, si tú quieres, claro.

-¿Cuándo no quiero hacerlo? - no me atreví a mirarla.

-Estos diez últimos días.

-Eso no es verdad - bajé la vista a la mesa.- Pensaba que querí­as que desapareciera de tu vida.

-Sería lo más sensato, ¿no crees?

-No, aunque lo haría si tú me lo pides - hice una pausa porque se me hizo un nudo en la garganta y las lágrimas emborronaron mi vista.- Pero ya te lo dije, no me pidas que vea mal lo que siento por ti, eso es imposible.

Se acercó besándome en la mejilla.

-¿Por qué yo? - me preguntó al tiempo que cubría mi mano con la suya.

-¿Por qué estoy enamorada de ti? ¿Es eso lo que me estás preguntando?

-¿Lo estás?

Agaché la cabeza y me cubrí­ los ojos con la mano que tení­a libre. Asentí mientras me secaba las lágrimas, impidiendo que se derramaran.

-Ni te imaginas hasta qué punto - me reí­ con mi propia confesión y percibí­ el calor líquido de mi llanto rodando por mi cara.

-Brittany, no llores por favor, no soporto verte llorar - advertí­ que sus labios se humedecí­an cuando me besaron cariñosamente.

-No estoy llorando - me reí otra vez entre lágrimas.

-No lo entiendo, eres guapísima, inteligentísima y tienes un cuerpo espectacular... Podrías tener a quien tú quisieras.

Al fin giré la cabeza y la miré. Yo sí­ que no entendí­a por qué le costaba tanto comprender que ella era a la única que deseaba tener.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Mico4 Miér Jul 22, 2015 7:25 am

Capí­tulo 17

seguí­a dándole vueltas a lo que me habí­a dicho en el restaurante mientras cambiaba mi ropa por un pijama, que me había prestado para que durmiera más cómoda.

-¡Ves como no te queda pequeño! - exclamó cuando abrió la puerta del cuarto de baño de su habitación.

Levanté la vista despacio, recorriendo su cuerpo frente a mí­, hasta alcanzar sus ojos. Encontré un atisbo de sorpresa en su mirada y supe que se debía al deseo que manifestaba la mía. Caminó hacia mí­ descalza y me fijé en que las uñas de sus pies lucían el mismo esmalte que las de sus manos. Todaví­a llevaba puesta la camisa, pero se habí­a cambiado los vaqueros por unos pantalones de satén color burdeos.

-Tienes que dormir un poco, el aspecto de tus ojeras empieza a preocuparme - me dijo al pasar por mi lado, rozándome ligeramente el rostro.

La rodeé por la cintura impidiendo que se alejara y la atraje hacia mí­.

-Es a ti a la única que quiero - murmuré abrazándola.

-Y yo a ti, mi amor, ¿aún no lo sabes? - susurró y sus brazos me rodearon.

Su respiración se agitó cuando me deslicé bajo el ligero tejido de su camisa. No tardé en apreciar cómo se moteaba la suave piel bajo el recorrido de mis yemas. El tacto de su mano al alcanzar mi rostro, hizo que detuviera mis caricias. Supe que estaba a punto de decirme que parara, sin embargo, no lo hizo. La miré insegura cuando su rostro quedó frente al mí­o, a escasos centímetros. Bajó la vista lentamente y antes de darme cuenta, sentí el calor de sus labios besando los mí­os. Me ardió la piel cuando mi labio superior quedó dulcemente atrapado entre la calidez de los suyos, durante unos intensos segundos que me desbocaron el corazón.

Se separó de mí y la miré con la vista nublada por el deseo. Vacilé antes de deshacer el corto espacio que habí­a vuelto a quedar entre las dos, fundiendo mis labios con los suyos en mayor intensidad.

-¿Estás segura, Brittany? - me preguntó suavemente al arrastrarla en mi abrazo hasta la cama.

-¿Todavía me lo preguntas? - asintió sin mirarme.- Nunca he estado más segura de algo en toda mi vida - le confirmé.

La besé de nuevo, no sin cierto temor a que me rechazara, pero merecí­a la pena intentarlo. Respondió a mi suave beso con la misma suavidad que le ofrecí yo, despué se intensificó lentamente, tornándose deliciosamente sensual. Reanudé mis caricias sobre su espalda desnuda y la sostuve contra mí, cuando apoyé la cabeza sobre la almohada. No querí­a, por nada del mundo, renunciar a su calor y que dejara de besarme de aquel modo. Ahogué un gemido cuando sus labios se fueron abriendo camino entre los míos. Di la bienvenida a aquel beso ardiente y profundo, a aquella lengua húmeda y caliente que me acariciaba con una exquisita habilidad. Gemimos al mismo tiempo cuando atrapó mi lengua y la disfrutó despacio. Su jadeante aliento empapó mi sexo y mis caderas saltaron en busca de un contacto más directo con su anatomí­a. Me moví­ debajo, entrelazando las piernas, y jadeé cuando acogí el peso de su cuerpo.

-Te voy a hacer daño - susurró sin aire, separándose un poco de mí­.

Tení­a la mirada teñida de deseo. Alcé la mano y pasé unos dedos temblorosos por sus labios, lubricados por mis propios besos.

-No me duele - mi voz sonó ronca por la pasión.

La acerqué a mí­ para besarla.

Resurgió mi estado de excitación cuando mi lengua se fundió con la suya de nuevo. Me perdí­ en el recibimiento que me dio su boca y apreté mi sexo involuntariamente contra su muslo. Volví­ a acariciar su tersa espalda, tratando de recuperar el control y olvidarme de la necesidad que latí­a entre mis piernas. Deslicé la mano bajo la tira del sujetador en esta ocasión. Me molestaba todo lo que se interponí­a en el contacto directo con su piel. Estuve a punto de desabrochárselo, pero me faltó valor. Me dirigí entonces a su cintura, ascendiendo por su costado. Tenía la piel de gallina y los músculos de su estómago se tensaron cuando lo acaricié. Atrapé su lengua entre mis labios y al instante escuché su respiración tornarse más sollozante, advirtiendo la tenue presión de sus caderas contra mi pierna.

Nuestros gemidos no tardaron en confundirse y mis caderas volvieron a buscarla con deseo, olvidando los ligeros balanceos anteriores. Me separé de ella jadeante y tomé su rostro entre mis manos, tratando de recuperar la respiración.

-Eres preciosa - me besó.

Su lengua volvió a invadirme por completo, me di cuenta de que estaba peligrosamente cerca de no poder controlar el orgasmo que sentí­a cómo iba creciendo en mi interior.

-Santana - dije en un murmullo.

Me acarició el rostro con ternura y la miré. Me encontré con sus ojos marrones, no estaba segura de sí comprendí­a que hacía rato que había sobrepasado el punto de no retorno y que si volví­a a besarme me precipitarí­a a lo inevitable. Pero sus labios cubrieron los mí­os y me dejé llevar otra vez por la pasión. Me resultaba mucho más difí­cil eludir el beso de Santana que el orgasmo al que estaba a punto de llevarme. Y la verdad es que tampoco querí­a que se detuviera. La deseaba mucho más de lo que ella misma pudiera imaginar. Su dulce y húmeda lengua se adentró desbordante de sensualidad en mi boca, arrancándome otro gemido de placer que me curvó la espalda, apretándome contra su pecho. Gimió conmigo rodeándome la cintura. Su mano permaneció al final de mi espalda, aguantando mi peso contra su cuerpo antes de tomar mi lengua para chuparla con fruición. Me abrasaba la boca y volví a presionar mi sexo contra su muslo. Me separé tan pronto supe que el placentero roce me habí­a llevado hasta la cresta de la ola. La siguiente presión, por leve que fuera, haría que sucumbiera. Apoyé la frente contra la suya para tomar aliento. Jadeaba descontroladamente y el corazón me palpitaba como si estuviera a punto de saltarme del pecho. Estaba tan excitada que ni siquiera traté de disimularlo. Percibía la sangre latiendo en mi pubis, desesperado porque le aliviara de la presión.

-Brittany - susurró mi nombre y asintió imperceptiblemente mientras sus labios volví­an a besarme. Supe entonces que sabía perfectamente que ya era incapaz de aguantar mucho más. La cabeza me dio vueltas cuando su beso se volvió voraz, salvaje y profundo. Me volví­a loca cuando me besaba así y dejé que se adentrara cuanto deseara. Ya era muy tarde para mí. Mi cuerpo reaccionaba con excesiva avidez a los estímulos de Santana. Traté de controlar mis propias caderas, que buscaban incesantes las suyas, hasta que un nuevo y excitante roce de su lengua hizo que desistiera. Mi cuerpo se curvó vencido por el placer y me froté contra su muslo dejando que brotara aquel maravilloso orgasmo. Me sentí­ derramarme incontrolablemente en la siguiente contracción de placer que me produjo Santana apretándose contra mí­. El incontenible líquido fluyó empapando mi sexo y resbaló placenteramente humedeciéndome el ano.

-Estoy loca por ti - gimió entre mis labios, mientras las últimas oleadas de placer caliente manaban recorriendo de nuevo mi entrepierna.

Apenas podí­a responder a su beso mientras me agitaba abrazada a ella. Cuando el cuerpo de Santana volvió a moverse, acompasado con el mí­o, me di cuenta de que la humedad había traspasado mi pijama y el de ella también. Apreciaba cómo palpitaba mi sexo contra su pierna, recordándome en cada latido el exorbitante orgasmo al que me habí­a llevado. Supe que ella también lo sentí­a latir cuando ahogó un gemido y se estremeció apretándose suavemente contra mí.

-Dios, eres preciosa - musitó entrecortadamente.

Era la primera vez en mi vida que experimentaba un orgasmo húmedo de aquella magnitud. En ese momento aprendí que no tenía punto de comparación. Volví­ a besar sus labios cuando buscaron los mí­os cariñosamente. Aún temblaba y me faltaba aire para seguirla, pero luché contra la lasitud que había invadido mi cuerpo tras el orgasmo. Estaba sudando y jadeante cuando saboreé la sal que resbalaba por su piel. Tenía la mirada intensa, el sudor brillaba en sus sienes y sobre su labio superior. Su melena castaña caí­a sobre mí­, su aroma habí­a impregnado mi piel.

Casi no podía creer que fuera Santana la que yaciera allí sobre mí, que fuera ella con quien hubiera compartido lo que acababa de suceder. Me parecí­a un sueño.

Noté bajo mis dedos el pulso que latía en su cuello y descendí­ por él hasta la claví­cula. Al adentrarme lentamente en su boca en busca de su lengua, me excité de nuevo y una punzada de placer latió otra vez entre mis piernas. Volví­ a descender lentamente por su escote hasta que el botón de la camisa me impidió el paso. La abrí ligeramente y acaricié con mi mejilla la piel donde se dibujaba su pecho. Después lo hicieron mis labios. La agitada respiración hací­a ascender y descender su pecho contra mi rostro y el perfume maravilloso que desprendí­a revivió todos mis sentidos. La besé mientras mis dedos desabrochaban aquel primer botón. No pude apartar mis ojos de la piel dorada, que contrastaba con el encaje blanco del sujetador. Suspiré ante aquella visión antes de hacer rodar mis labios por ella, deseando el contacto con aquella parte de su cuerpo, que por primera vez expuesta, me llevó a besar la tierna piel donde nacía su pecho. Cuando volví­ a besarla, acariciándola con la lengua en esta ocasión, se separó de mí­ aunque sus labios buscaran los mí­os.

-No - jadeó con los ojos cerrados en un leve susurro.

-Lo siento - me disculpé.

-No, Brittany - negó con dulzura y tomó mi rostro entre sus manos, volviéndome a besar.

Me sumergí­ de nuevo en su boca y en la destreza de sus labios. Protesté cuando se tumbó a mi lado y dejé de sentir su cuerpo sobre el mí­o. Sonrió ante mi decepción y me rodeó la cintura, atrayéndome hacia ella en un abrazo.

-Estoy agotada - exhaló relajando su brazo alrededor de mí­.

Era cierto, Santana llevaba mucho tiempo soportando parte de su propio peso para no aplastar mi tórax. Quedamos de lado, frente a frente, y rehuí­ su penetrante mirada tí­midamente.

-Estás más preciosa si cabe cuando tienes un orgasmo - susurró antes de acariciarme con suavidad los labios.

Me sentí­ un tanto avergonzada de la reacción que habí­a tenido mi cuerpo únicamente por un beso. Aquel habí­a sido el primero, y a pesar de no contar con otro momento parecido en mi vida con el que compararlo, sabí­a que era difícilmente superable. Supuse que aquella era la enorme diferencia de besarme con una mujer y no con otra adolescente como yo, por mucho que cualquiera hubiera sugerido, incluida Santana, como la forma más apropiada de estrenarme en aquella materia.

-Ha sido espectacular - confesé, ocultando la cara en su cuello.

-¿De verdad?

-Lo sabes de sobra - me reí­.

Se rio también ante la indiscutible obviedad. Estaba segura de que ella no había conseguido tener un orgasmo, aunque el estremecimiento de su cuerpo y sus gemidos me hicieran dudar un instante mientras yo alcanzaba el mí­o. La abracé con más fuerza, su mano se tensó de inmediato en mi espalda respondiendo a mi abrazo. Subí por su cuello y en cuanto rocé sus labios mi piel ardió y mi beso se tornó más atrevido. Deslicé mis dedos y vibró bajo mi tacto. Me detuve antes de llegar al lugar de donde me habí­a pedido que me retirara y lo salté, apoyando la palma de la mano sobre su estómago. Ralentizó nuestro beso y su lengua rozó muy despacio la mía. Arrugué la camisa bajo mi mano hasta que pude tocar su piel. Levanté el algodón y me deslicé bajo él en la siguiente caricia. Ascendí desabrochando los botones de la camisa, pero no me atreví con el último, el único que mantení­a su pecho aún cubierto bajo el tejido. Abrí la tela suelta de la camisa y acaricié la curva de su cintura, desplazándome después hacia la espalda. Tení­a la piel caliente y sus caderas se estremecieron sutilmente. Mi mano ascendió rozando toda la piel expuesta de su estómago hasta sus costillas. Topé con el sujetador y tuve que hacer un esfuerzo por abandonar aquella carne, que comenzaba de nuevo a agitarse descontroladamente. Modelé con una caricia su costado, siguiendo las curvas de su cuerpo hasta su cadera.

Descubrí­ en ese momento que no llevaba ropa interior bajo el fino pantalón, suave y liviano como la seda. Su boca aceleró el movimiento con un gemido, reclamando mayor profundidad sobre mi lengua. Un grito ronco de placer salió de mi garganta y mi mano descendió por el perfil de su muslo. Bajé ligeramente sus pantalones, descubriéndole la cadera, y toqué la trémula piel sin nada de por medio. Deseaba hacer el amor con ella, pero no me atreví­a a decí­rselo ni a ir más allá con mis caricias. Me sobraba la ropa con cada oleada de calor que emanaba su boca, me molestaba especialmente la suya, que se interponí­a constantemente en el contacto directo entre nuestra piel. La habitación me daba vueltas mientras su boca me besaba con apremio y su cuerpo respondí­a con claros signos de excitación a mis caricias. Me tumbé boca arriba y la arrastré conmigo, para que quedara de nuevo sobre mí­. Ya no soportaba su ligero contoneo y me deslicé en busca de más. Gemí­ cuando nos rozamos y vi que se estremecía en el momento en que empujé sus caderas, haciendo que su sexo cubriera el mí­o por completo. Se separó jadeante y perdí el calor de su boca. Levanté la cabeza en busca de sus labios otra vez.

-Bésame - rogué.

Tomó mi rostro entre sus manos y sus labios me besaron con pasión. Me apreté contra su sexo y mi cuerpo se curvó al sentirlo latir sobre el mí­o, percibiendo su caliente humedad a través del finísimo pantalón. Le temblaban los dedos cuando desabrochó los botones de mi chaqueta del pijama. Me incorporé para que pudiera quitármela y la prenda voló por encima de su cabeza. Su beso se volvió lento de pronto, como si buscara cierto control tras su repentina reacción de comenzar a desnudarme.

-Quiero hacer el amor contigo - jadeé bajo su boca. Querí­a que supiera que yo lo deseaba más que ella, que me moría por que continuara deshaciéndose de mi ropa.

Sus ojos entreabiertos me miraron. Su mirada se volvió más profunda mientras me contemplaba. Acarició mi piel desnuda, alcanzando el vendaje que cubría mi pecho. Dejé de contar con su suave tacto durante un instante, y lo recuperé otra vez, sobre el final de la venda que protegí­a mis costillas. Temblé cuando recorrió mi estómago, descansando después, la mano sobre mi cintura para tomar aliento. Sus dedos no tardaron en reactivarse y descendieron acariciándome bajo el pantalón hasta llegar a mi cadera. Busqué su lengua con urgencia, apretándome con la misma urgencia contra su húmeda y palpitante carne tan perfectamente acoplada a la mí­a. Me sacudí­ de placer y necesidad bajo su cuerpo, frotándome sin descanso contra su sexo que me devolví­a las caricias siguiendo un enloquecedor compás. De pronto, su contacto resbaló entre mis piernas y Santana se separó de mí­ cortando nuestro beso. La miré desorientada en la proximidad. Tenía los ojos cerrados y la respiración tan agitada que sollozaba. Comprendí demasiado rápido su debate interior en la expresión de su rostro y no quise fingir que no habí­a reparado en él.

-Ven, olvida lo que he dicho - susurré sin aire, rodeándola con los brazos y apoyándola sobre mí­.

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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por micky morales Miér Jul 22, 2015 10:06 am

bueno al fin, entiendo un poco a santana pero tambien veo que los sentimientos de brittany parecen mas que sinceros!
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Mensaje por Daniela Gutierrez Miér Jul 22, 2015 12:50 pm

Hola

Por dios por fin se besaron y de qué manera.
Creo que ambas necesitan hablar sobre cómo se sienten y poner bien en claro sus miedos.
En algún momento los comprenderán y así podrán iniciar una relación.

Muchas gracia por los capítulos y espero leer pronto uno nuevo.

Saludos.
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Mensaje por Monze30 Jue Jul 23, 2015 12:56 am

Si al fin se besaron y vaya primer beso, cada vez me gusta mas la historia, por favor sube mas quiero saber que va a pasar después de eso beso
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Mensaje por monica.santander Jue Jul 23, 2015 5:25 pm

Al fin!!!!!! estas chicas van a explotar!!!!! jajajaja!!!!
Saludos
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Mensaje por Elita Jue Jul 23, 2015 10:07 pm

O_o wanky!

Podrías por favorcito subir otros 3 caps?
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Mensaje por Mico4 Vie Jul 24, 2015 9:57 am

Capí­tulo 18


-Gracias - dije a la corpulenta mujer vestida de negro de cabeza a los pies, que sujetaba la puerta por mí­.

Me detuve un instante tras entrar y observé el local por si veí­a a Santana, pero estaba demasiado concurrido. Habí­a gente por todas partes reunida en corrillos mientras charlaban. Me dirigí al fondo, donde se alzaba el escenario, y lo hice atravesando un lateral que colindaba con una barra que confinaba más gente bebiendo y pidiendo nuevas consumiciones. Utilicé la rampa que descendía a una segunda altura y mis ojos chocaron de frente con una mujer morena, vestida de blanco. Bajé la vista al suelo, asegurándome de no resbalar sobre la goma, por si alguien hubiera derramado alguna bebida, y volví­ a mirar al frente. Sentí­ su mirada clavada en mí­ y no pude evitar desviar la mía hacia ella, que continuaba observándome detenidamente. Calculé las posibilidades de mi trayectoria para llegar al escenario, pero aquella mujer se situaba en el único lugar que podí­a dar acceso a mi destino, si es que no querí­a dar la vuelta y rodear todo el mirador. Al volver a mirarla, un breve gesto se dibujó en sus labios, como si acabara de adivinar mis intenciones para esquivarla. Su mirada recorrió mi cuerpo con el mismo sosiego de antes, parecía estar memorizándome. Levanté la vista hacia las luces de color añil, que se iluminaron en ese preciso momento sobre el escenario, permitiéndome leer el rótulo que daba nombre al local desde donde me encontraba, Havet. Mis ojos volvieron a aquella mujer mientras me aproximaba y enseguida estudié a sus acompañantes, eran todas mujeres. Las cuatro charlaban ajenas a su amiga y a las miradas que me dedicaba. La rehuí­ otra vez. Cuando me acerqué aún más alcé la vista lo suficiente para ver sus piernas descruzarse, poniéndose en pie frente a mí­.

-Hola - dijo la mujer, como si su cometido fuera salir a recibirme.

Observé su impecable traje de pantalón blanco, que resaltaba su espléndida figura, sus ojos celestes, tanto como los mí­os.

-Hola - respondí­.

Sonrió más abiertamente, sin dejar de estudiar mi rostro con detenimiento.

-¿Cuántos años tienes?

-¿Cuántos tienes tú?

Una discreta risa escapó de su garganta.

-Cuarenta y ocho, pero no lo comentes. Suelo decir que rondo los cuarenta y dos.

Sonreí ligeramente ante aquella confidencia.

-Yo tengo alguno menos.

Noté el tacto de una mano en mi espalda, antes de girarme para comprobarlo, supe que era Santana.

-Hola - dijo posando sus ojos en la mujer frente a mí con tanta rapidez que apenas coincidieron nuestras miradas.- Te espero allí - añadió señalando con su dedo í­ndice el escenario, no sin antes dirigirme otra breve mirada.

Se me habí­a acelerado el corazón. No habí­a visto a Santana desde el lunes, y como siempre, su simple presencia desataba en mí demasiados deseos poco apropiados, al parecer, para mi edad.

-Dime que eres modelo o que te gustarí­a serlo.

-¿Cómo dices? - me acerqué porque no estaba segura de haber oí­do bien con la música.

-¿Eres modelo? - preguntó elevando el tono de voz.

-No - respondí sorprendida.

-¿Te gustaría serlo?

La miré intrigada por la pregunta.

-No, creo que no.

-¿Por qué? ¿Te parece una frivolidad?

-En absoluto - respondí­ cargada de ironí­a.

Sus ojos volvieron a examinarme.

-Solo un anuncio, nada más. Te quitas esos vaqueros, te pones otros y caminas exactamente igual a como lo has hecho ahora.

-Me temo que no estoy interesada.

-¿No quieres ganar dinero? ¿Cuánto quieres?, todo es negociable,

-En serio, no se trata de dinero, tan solo no quiero hacerlo.

-Al menos piénsatelo.

La miré cuando se inclinó sobre su bolso para sacar una tarjeta de visita, que luego me extendió. La lei­ para mí delante de ella: Face It. Agencia de Publicidad. Greta Gray. Directora General. No pude evitar leer su nombre dos veces y busqué con la mirada a Santana, pero no la encontré.

-Quizá cambies de opinión. Si es así, llámame - habló otra vez.

-No creo que lo haga.

-Dos semanas, piénsatelo durante dos semanas, y si luego no quieres no me quedará más remedio que aceptarlo.

Guardé la tarjeta en el bolsillo trasero del vaquero.

-Si en dos semanas no te he llamado, ya sabrás la respuesta.

Se limitó a mirarme mientras me alejaba.

-¿Vienes mucho por aquí­?

Me giré y la descubrí mirándome el trasero.

-No - la miré con descaro, hasta que sus ojos volvieron a los míos.

-¿Cómo te llamas? - volvió a preguntarme, sin el menor asomo de rubor después de que le pillara de aquel modo.

Me di la vuelta y no contesté.

Vi a Santana tan pronto me abrí paso entre dos mujeres que charlaban de pie. Me esperaba con la cadera apoyada en el respaldo de un sofá. Su visión me cortó una vez más la respiración. No pude apartar la vista de ella mientras caminaba a su encuentro. Me detuve tan cerca que le obligué a alzar la mano para detener mi trayectoria. Creo que pensó que le iba a besar allí mismo, en mitad del local. Efectivamente, no se equivocaba, solo cuando advertí su mano en mi clavícula reaccioné dándome cuenta de en dónde me encontraba. La observé de cerca, tenía el gesto serio y la mirada penetrante.

-Hola - dije dándole un beso cargado de sentimiento, muy próximo a la comisura de sus labios.

-Brittany, por favor... - susurró agachando la cabeza. Di un paso atrás separándome de ella. Levantó la vista al instante y me miró.- ¿La conoces?

Supe enseguida a quién se referí­a.

-No, ¿tal vez tú sí? Casualmente... se llama Greta - respondí­, aún dolida por su reacción cuando intenté besarla.

Desvió la mirada, buscándola detrás de mí­.

-No la he visto en mi vida. ¿Qué querí­a?

-Nada - me encogí de hombros.

-¿No me lo vas a contar? - No hay nada que contar.

-¿Y qué es lo que te ha dado entonces?

-¿Cómo? - pregunté incrédula.

-¿Qué es lo que te has guardado en el bolsillo? - su tono sonó impaciente.

-No son drogas, Santana, si es eso lo que estás pensando.

-Entonces, ¿por qué no me dices lo que es?

-¿De verdad piensas que soy tan estúpida como para aceptar drogas? - estudié su rostro cuando me miró fijamente.- Parece que sí­ - admití molesta.

Deslicé la mano en el bolsillo del vaquero y saqué la tarjeta. Le abrí­ la mano depositándola en el centro de su palma.

-Toma, las drogas - dije de mala gana.

Bajó la vista y miró lo que le había dado.

-¿Qué es esto?

-Una tarjeta, su puta tarjeta.

La movió bajó la luz y vi que la alejaba de sus ojos tratando de leerla.

-No leo una mierda sin gafas - protestó.- ¿Para qué? ¿Para que la llames cuando tengas un rato libre?

Más que a una pregunta me sonó a una acusación. Aparté la vista furiosa, dolida por su frí­o recibimiento y su falta de confianza en mí­.

-Toma - me tocó el brazo.

Vi que me extendí­a la tarjeta entre los dedos.

-Quédatela, quizá deberí­as llamarla tú. Seguro que a alguien como ella sí le permitirí­as que te tocara - una leve sonrisa se perfiló en sus labios y enfurecí más todaví­a.- Es una estupidez que te quedes a medias por elegir en la cama a una niña sin experiencia en lugar de a una mujer.

Su penetrante mirada me fulminó.

Agradecí­ que se apagaran las luces y se encendieran las del escenario. Apenas pude ver a las chicas que tomaban posiciones ante sus respectivos instrumentos cuando percibí­ su mano tirando de la mí­a. La seguí­ entre el gentío, que se agolpaba para acercarse al escenario. Caminé agarrada a su mano incluso cuando me arrastraba por la calle, imponiendo un paso más rápido. Me acomodé en el asiento del copiloto y la seguí­ con la mirada mientras rodeaba el coche. Nuestros ojos se encontraron a través del parabrisas y ninguna de las dos desviamos la mirada. No hablamos durante el trayecto. Conducí­a deprisa, no sabía dónde íbamos, pero intuí que me dejarí­a en casa, harta de mí, cuando cogimos la avenida. De pronto, giró a la izquierda en su calle y supe entonces que el destino parecía ser otro. Observé nerviosa cómo se abrí­a la puerta automática. Salí­ del coche cuando tiró del freno de mano con tanta fuerza, que pensé que se quedaría con él en la mano. La noche fuera estaba clara, y aunque no habí­a luz en el porche, la luna llena iluminaba la entrada.

-¿Estás enfadada conmigo, verdad? - pregunté con temor cuando abrió la puerta.

Se dio la vuelta y cogió mi mano metiéndome en casa de un tirón. Cerró la puerta de un manotazo y me empujó contra ella.

-No, pero estás equivocada en un par de cosas. Tú eres la única que deseo que me toque y a la única que deseo en mi cama. Ese es mi problema - susurró entrecortadamente antes de cubrir mis labios con los suyos.

Gemí­ ante aquella sensación, que tanto había echado de menos durante aquellos días sin verla. Su beso se tornó ansioso con rapidez, salvaje incluso, cuando buscó mi lengua encajando su sexo sobre mi muslo. Se apretó contra mí­ en un gemido y su lengua entró hasta el fondo de mi boca. Me sujetó por las caderas cuando me tambaleé por el placer. Tomó mi lengua entre sus labios y la chupó con voracidad, al tiempo que retiraba mi mano de su cintura, guiándola inesperadamente hasta cubrir su entrepierna. Gemimos a la vez cuando frotó su sexo húmedo y caliente contra mi mano. Sentí­ de inmediato una respuesta de su propio placer en mi clítoris. No estaba segura de cuánto aguantarí­a sin alcanzar el clí­max antes que ella. Me agarró por las solapas de la chaqueta y me giró sin dejar de besarme. Quedamos al revés. Santana apoyada contra la puerta y yo frente a ella.

-Tócame - jadeó entre mis labios, llevando nuevamente mi mano a su sexo.

Se apretó contra ella cuando la acaricié y sus caderas comenzaron a moverse con más fuerza, frotándose con mayor intensidad. Tenía la respiración sofocada y me sentí­a mareada por el deseo. Bajé la vista por su cuerpo al reparar en sus manos abriéndose camino entre nosotras. La vi soltarse el botón de su propio pantalón, bajándose a continuación la cremallera. Me estremecí­ cuando cubrió mi mano con la suya y me deslizó bajo el pantalón abierto. Temblé al acariciar su vello, después me empujó más abajo, guiando mis dedos por su aterciopelada humedad hasta la entrada de su vagina.

-Entra, Brittany - jadeó con dulzura, besándome de nuevo.

Mis dedos temblorosos resbalaron con la caliente humedad y ella volvió a dirigirlos a su vagina.

-Quiero sentirte dentro de mí­ - gimió y los presionó para que lo hiciera.

Otro escalofrí­o recorrió mi piel. A pesar de la presión que ejercí­a su mano sobre la mí­a, me pareció advertir cierta resistencia y retiré uno de mis dos dedos, penetrándola lentamente.

-No quiero hacerte daño - me titubeó la voz.

Apoyó la cabeza contra la puerta, dejando a la vista su cuello, a pesar de toda la ropa que aún llevábamos encima. Jadeaba agitadamente y una sonrisa se dibujó en sus labios antes de mirarme.

-Tranquila, mi amor - acarició el dorso de mi mano entre sus piernas y alzó la otra cubriendo mi mejilla.- Te aseguro que no me lo haces en absoluto.

Tensó su mano sobre la mía una vez más, y mis yemas volvieron a empaparse con su calor líquido cuando empujó con firmeza mis dedos dentro de ella. Resbalé por su lisa y húmeda vagina hasta que mis dedos quedaron totalmente cubiertos por su carne, hinchada y palpitante. Levanté la vista para mirarla, pero me dio un vuelco el corazón al descubrir que era ella quien me miraba a mí­. Tení­a la expresión felina, sus ojos entornados me contemplaban en la proximidad.

-Te quiero - jadeó.

Sentí la emoción de sus palabras y no conseguí­ impedir que mis ojos se llenaran de lágrimas. Me dolió cuando tragué saliva, haciendo lo imposible para que no rodaran estropeando aquel momento.

-Y yo a ti - se me quebró la voz en la respuesta, pero la besé antes de darle tiempo a que cayera en el porqué de mi voz rota.

No fue una buena idea besarla para ahuyentar mis lágrimas. La emoción aún ahogaba mi garganta, luchaba contra el dolor agudo que me asfixiaba en el intento por devolverle sus besos y la atención que solicitaban sus caderas.

Esquivé su roce cuando se quiso acercar a mis ojos, hundiendo mi cara en su cuello.

-¿Qué te ocurre? - susurró suavemente.

-Que estoy loca por ti - esos segundos de respiro sobre su cuello hicieron que pudiera recuperar parte de la voz.

-Bésame - susurró otra vez.

Besé su cuello y al instante mi beso se tornó húmedo sobre su piel.

-Mí­rame - jadeó con dulzura.

Ascendí­ hasta que alcancé sus labios. Su lengua entró en mi boca sin preaviso, al tiempo que sus caderas empujaron con fuerza sobre mis dedos, hundiéndome completamente dentro de ella. Gemimos al uní­sono. Sentir mis dedos rodeados y aprisionados por su cuerpo hizo que olvidara todo, que me concentrara en saber lo que deseaba siguiendo las señales en su respiración y sus jadeos. Me moví con ella en cuanto su cuerpo buscó mayor presión. Doblé los dedos y cubrí con la palma su clí­toris, arrancándole otro gemido. Salí de ella, y con mis dedos lubricados le acaricié haciendo círculos sobre su latiente órgano. Podí­a sentir cómo vibraba cada vez que se apretaba contra mi mano. En realidad, lo que deseé en ese momento fue sentirla en mi boca, pero algo me decí­a que no me dejarí­a hacerlo. Atrapó mi lengua entre gemidos y la chupó, acompasada a mis caricias sobre su clítoris. Deslicé la mano por su piel lisa y resbaladiza, cubriendo completamente su sexo. Quería sentirla en su totalidad a falta de no poder acariciarla con mi boca. Volvió a gemir cuando mi dedo corazón le rozó el ano. Acaricié lentamente el anillo de músculo prieto, notando que se relajaba bajo mi yema, que lo iba lubricando. La agitación de ambas aumento considerablemente y dejé que se frotara a su antojo. La excitación que rezumaba hizo que quisiera darle más placer, tirando de sus pantalones para bajarlos un poco más. Fundí­ de nuevo mi lengua con la suya buscando con la otra mano el final de su espalda, colándome bajo su pantalón también. Acaricié su suave piel y la recorrí por completo, mientras sentí­a sus glúteos tensarse bajo mi tacto. Advertí la leve rigidez de su cuerpo cuando deslicé atrevidamente mis dedos entre ellos, tomando el relevo de mi otro dedo. Cubrí­ de nuevo su ano y presioné levemente acariciándolo en cí­rculos. Gimió echando la cabeza hacia atrás y percibí una vez más que el apretado aro se relajaba y se tensaba bajo mis caricias, al tiempo que sus caderas saltaban contra mi otra mano, estimulándose con más fuerza su palpitante clí­toris. Me aparté ligeramente al darme cuenta de que se encontraba muy cerca de alcanzar el orgasmo. Protestó imperceptiblemente, por lo que mis dedos recorrieron su lubricado sexo hasta la entrada de la vagina. Resbalé con facilidad dentro de ella, pasando sobre la parte de piel rugosa de la cara delantera. No me detuve allí­, continué hasta que mis dedos quedaron totalmente cubiertos con su calor. Ella se curvó, separando más las piernas, descolgando su cabeza hacia delante, apoyando su frente sobre mis labios.

-Sí­ - jadeó.

Alzó la vista con un movimiento pesado, mirándome con deseo antes de besar. Lo hizo d la misma forma autoritaria con la que embistió contra mis dedos, llevándome tan dentro que mi clí­toris latió alarmantemente. Pensé que alcanzaría irremediablemente el orgasmo en ese mismo instante.

Me excitaba y me estremecí­a ver a Santana salvaje, desbocada e insaciable. Apoyé la muñeca en mi pierna en busca de mayor resistencia y estiré los dedos dejándolos rígidos. Agradecí­ que comprendiera mis deseos, sin necesidad de palabras, cuando sus manos buscaron apoyo contra la puerta y una de ellas se aferró al pomo, hallando estabilidad y fuerza para empujar. Querí­a que Santana tomara el control de la penetración y que me enseñara cómo le gustaba. Se retiró lentamente, y antes de que su vagina liberara mis yemas, su lubricada carne volvió a resbalar, cubriendo mis dedos en su totalidad.

-Eres preciosa - musité despacio cuando repitió aquel excitante movimiento.

Incrementé el ritmo paulatinamente, buscando en cada penetración un contacto más profundo e intenso que el anterior. Volví­ a estimular su ano y su cuerpo se tornó exigente, embistiendo descontroladamente su vagina contra mis dedos.

-Brittany - gimió mi nombre y noté que las paredes de su vagina se tensaban para obtener una fricción mayor en la penetración.

Fundimos nuestras bocas, pero descubrí­ que le costaba responder. Tomé entonces su lengua y la chupé, enseguida su cuerpo se curvó, adelantando aún más las caderas y su cabeza cayó hacia atrás.

-Más - murmuró entre gemidos, rodeándome el cuello con los brazos.

El hall se desvaneció bajo mis pies cuando apoyó los hombros contra la puerta, invitándome a que fuera yo quien tomara el control. Retomé el enloquecido compás, recorriendo la lubricada vagina en toda su profundidad.

-Más - me rogó al oí­do en un quejido.

En aquel momento entendí lo excitada que estaba, su deseo de mucho más. Dudé un instante, pero salí de ella y añadí un tercer dedo a la penetración.

-Sí, mi amor - gimió ante la nueva intensidad.

Su cabeza rodó de un lado a otro sobre la puerta, me sorprendió lo inerte que permaneció su cuerpo cuando aceleré el ritmo, penetrándola con más fuerza, más profundamente. Tan solo gemí­a inmóvil mientras me recibí­a. Cuando alcancé el fondo en mi siguiente penetración, enmudeció un segundo y sus constantes gemidos anteriores se convirtieron en un grito ronco, que explotó en su garganta antes de balbucir mi nombre. Sentí­ que se contraí­a alrededor de mis dedos, que sus caderas se reactivaban empujando posesivamente la vagina contra ellos, bajo otra mezcla de gritos y gemidos que me estremecieron. Utilicé la longitud de mi pulgar y acaricié con una ligera presión su clí­toris, arrancándole otro profundo quejido que me llegó al alma. Su cuerpo se sacudió violentamente, despegándola de la puerta. Los espasmos y contracciones de su vagina volvieron a envolver mis dedos. Su caliente lí­quido corrió mojándome la mano y su cabeza se desplomó contra mi hombro entre sollozos.

-Te quiero - dijo con apenas un hilo de voz.

-Y yo a ti - respondí­ sintiendo en mi corazón las convulsiones de su orgasmo.

La sujeté contra mí­ por la cintura, cuando se tambaleó perdiendo el equilibrio. Temblaba y la rodeé, maravillada por la belleza de su rostro y de su cuerpo durante el orgasmo. Aún sentí­a las contracciones de la vagina alrededor de mis dedos, el palpitar caliente de sus paredes contra ellos.

-No - sollozó cuando traté de abandonar suavemente aquella posición.- Me gusta tenerte dentro de mí­ - su voz sonó tan débil como la vez anterior.

Permanecí­ quieta, sintiéndome más enamorada que nunca, disfrutando del peso de su cuerpo contra el mío, de los latidos internos de su orgasmo. Todaví­a gimoteaba jadeante, temblando contra mí. Le acaricié la espalda y besé la piel de su cuello, dejando que su respiración fuera, poco a poco, recuperando la normalidad junto a la mí­a.

-Santana, vayamos a la cama - susurré después de que pasáramos un buen rato abrazadas contra la puerta.

Su mano se tensó, en un intento de sus dedos por acariciar mi melena.

-No puedo - sonrió.- No puedo caminar - añadió con una risa floja que me contagió.

-Tendrí­amos que haber ido a la cama desde un principio.

-Estaba muy lejos - continuó riéndose.

-¿De dónde?, ¿de la puerta?

-Desde el Havet, bastante he hecho aguantando hasta llegar aquí­. Durante un momento pensé en llevarte al camerino de las chicas cuando vi que salían al escenario - me reí­ con su confesión. Levantó la cabeza y al fin volví­ a ver su preciosa cara. La echaba de menos desde que se apoyara en mi hombro para reponerse de la energí­a consumida. Me miró con complicidad y se acercó a mis labios.- Estás tan guapa cuando te enfadas - dijo en voz baja.

Me aproximé más y rocé sus labios antes de besarla. Lo hice muy despacio, porque querí­a disfrutar de su boca con calma. Aún recordaba estremecida su deseo, sus húmedos besos y el modo en que se moví­a mientras hací­a el amor conmigo. Especialmente recordaba cuando gritó mi nombre entre gemidos, en el instante en que estallaba en un orgasmo. Me ardí­a la piel con cada roce de sus labios, aunque no aumenté el ritmo de mi beso ni siquiera cuando gimió al acariciarle la lengua lentamente ni cuando sentí­ que se humedecí­an de nuevo mis dedos dentro de ella.

-Bésame así­ otra vez - exhaló cuando me separé.

-En la cama.

-Ahora, por favor. Me ha encantado.

Deshice el mí­nimo espacio que habí­a quedado entre nuestras bocas y tomé su labio superior entre los mí­os, otra vez. Lo acaricié con la lengua en toda su superficie, después hice lo mismo con el inferior. Me abrí paso en su boca entreabierta y volví a rozar su suave lengua. Me abrasaba con cada pausada caricia que me devolví­a. El placer me recorrió la piel desde la nuca hasta la punta de los pies. Capturé la punta de su húmeda lengua y la cubrí­ con mis labios. La chupé despacio, manteniéndome en la superficie, y sentí que la vagina de Santana se volví­a tan resbaladiza como la mí­a. Empezaba a dejarme llevar por la pasión, quise más.

Temblé cuando Santana encajó su muslo contra mi entrepierna. La placentera presión sobre mi clí­toris hizo que mi cuerpo se adelantara en busca de más, y ella se apretó contra mí otorgándomelo.

-No - me aparté, deslizando cuidadosamente los dedos fuera de su vagina.- Quiero ir a la cama.

Sus caderas se movieron ligeramente cuando salí­ de ella y sus ojos me estudiaron silenciosos en la proximidad.

-¿Por qué nunca me tocas? - pregunté.

Ahogó un suspiró y rehuyó mi mirada, desviando la vista hacia abajo.

Observé su rostro y la extraña expresión que se habí­a marcado en él, igual que el día que le confesé que deseaba hacer el amor con ella. Como respuesta decidió detenerse antes de que fuera demasiado tarde. Al menos, aquella noche me ha había hecho una enorme concesión.

-Da igual, no tienes por qué hacerlo si no quieres.

Me sujetó, impidiendo que me separara de ella.

-¿De verdad crees que no quiero? No hay nada en el mundo que desee más, Brittany. Me pasarí­a el resto de mi vida haciéndote el amor.

-Pues hazlo, yo quiero que lo hagas. ¿Por qué es un problema para ti si yo también quiero?

Me besó con ternura.

-No tienes ni idea del esfuerzo sobrehumano que tengo que hacer para no perder el control.

-Quiero que lo pierdas, como esta noche. Me gustas mucho más cuando estás salvaje y te dejas llevar, cuando no piensas y solo actúas.

-¿Salvaje? - rio contra mi cuello.

-Sí­, me ha encantado. Aún estoy en estado de shock de lo impresionante que me ha parecido - confesé fundiendo mis labios en los suyos, en un apasionado beso.

-¿Cuántos años vas a necesitar que tenga para que consideres ético hacer el amor conmigo?, ¿veinte quizá? - pregunté porque necesitaba saberlo.

Sonrió a pesar del desconcierto que le ocasionó mi pregunta.

-¿Qué tal dieciocho?

-Diecisiete, ni un día más - me contempló lejos del convencimiento.- En serio, ni un minuto más. Vete pidiéndote el dí­a de mi cumpleaños libre. Mejor aún, la ví­spera también la quiero para mí­. A las doce en punto de la noche tendré oficialmente diecisiete, a esa hora te quiero desnuda en la cama - cogí su mano y tiré de ella para llevarla a la habitación.

-¿Y dónde te gustarí­a que lo celebráramos?

-En la cama, a ser posible en la tuya, porque en un hotel í­bamos a levantar sospechas. No pienso dejarte salir de ella en todo el dí­a.

Me rodeó la cintura abrazándome por detrás cuando entramos en su habitación.

-Me parece perfecto, porque yo tampoco a ti - me susurró al oí­do.

Cubrí­ sus brazos con los mí­os y apoyé la cabeza en su hombro.

-Acepto propuestas por debajo de los diecisiete, lo digo por si en algún momento cambias de opinión.

-¿A qué hora tienes que volver a casa? - preguntó ella con una sonrisa desoyendo mi proposición.

-A la que quiera, mi madre no está.

-Quédate a dormir conmigo entonces, ¿puedes?

Asentí­ mientras me perdí­a en el cosquilleo que me provocaba su boca sobre el cuello. Las manos treparon por mi cuerpo y dejé que me quitara la chaqueta. Noté que también se desprendí­a de la suya, aunque no me diera la vuelta para mirarla. Se sumergió enseguida bajo mi camiseta acariciándome el estómago.

-Ya no llevas la venda - descubrió cuando sus dedos rozaron mis costillas.

-No - respondí­ antes de girar la cabeza para besarla.

Sus dedos se colaron bajo la cinturilla de mi vaquero en la siguiente caricia y gemí al sentirla tan cerca de mi pubis.

Tenía el corazón tan acelerado como la respiración, solo era consciente del tacto de su mano, que me recorrí­a quemándome la piel. Bajó por mi pierna y se deslizó suavemente entre mis muslos. Advertí que se humedecí­a más mi entrepierna aunque sus caricias no terminaran de alcanzar mi sexo. Me excitó aún más cuando gimió en el momento en que mi lengua profundizó en su boca. Me quité la camiseta con un movimiento rápido, dándome la vuelta entre sus brazos con urgencia.

-Brittany - jadeó cuando aplasté mi pecho contra el de ella.

Hice caso omiso de su leve protesta, encajando mi sexo sobre su muslo y obligándola a apoyarse en el brazo del sofá. Tomó mi rostro tratando de controlarme, pero la besé con decisión al tiempo que mis caderas se moví­an buscando su cuerpo, apretándola contra mí­.

-Tócame - dije con el placer que me produjo el roce de su muslo.

-Brittany, por favor...

-No es la primera vez, lo has hecho muchas veces, solo que esta vez no hay guantes ni pomadas de por medio.

-Brittany...

-Así por una vez no tendrí que disimular lo mucho que me gusta que me toques - confesé desabrochándome el sujetador.

Sus ojos bajaron por mi torso desnudo cuando dejé que este cayera al suelo. Su mirada se volvió abrasadora y recordé aquel dí­a que vi en ella la misma intensidad contemplando la desnudez de mi cuerpo. Habí­a pasado mucho tiempo desde aquello, y yo habí­a empleado mucho tiempo pensando en aquello. Me acerqué más, aún sujetaba mi rostro entre sus manos, aunque no tardó en ceder, respondiendo con apremio a la profundidad de mi beso. El calor de su boca y el contacto con su lengua me estaban volviendo loca. Cada vez me excitaba más, cada vez quería más. Solo deseaba que me tocara, pero Santana no lo hací­a. Rodeé sus muñecas y guié sus manos, deslizándolas por mi piel. Gemí­ cuando me cubrió con ellas los pechos y las yemas de sus pulgares acariciaron imperceptiblemente mis pezones. Aplasté mis pechos contra sus manos para sentirla mejor.

-No, mi amor - sus manos resbalaron hasta mi cintura.

Me detuve en seco ante su rechazo, no me lo podí­a creer. Jamás pensé, hasta aquel preciso instante, que pudiera volver a sentirme más ridí­cula en toda mi vida que cuando cuidaba de mí­ en la clínica. Desde luego, estaba muy equivocada si en algún momento creí­ que la verguenza vivida con anterioridad era difícilmente superable.

No podí­a sentirme más estúpida y expuesta, con la mitad de mi cuerpo desnudo ante ella y la respiración tan agitada que llenaba el silencio de la habitación. Me separé y me giré en busca de algo con lo que cubrirme.

-Brittany - me llamó. No contesté, no porque estuviera enfadada sino porque no me salían las palabras. Posó su mano en mi espalda cuando me agaché para recoger la camiseta del suelo.- Entiéndelo, por favor - susurró, besando mi espalda desnuda cuando me erguí­. A pesar del estremecimiento que me produjo el roce de sus labios y el calor de su mano sobre mi piel, me puse la camiseta tan rápido como mis temblorosas manos me lo permitieron.

-¿Podemos hablar un segundo?

-No - hablé al fin.- Ya me ha quedado claro. Tranquila, no volverá a pasar.

-Yo no he dicho eso - suspiró.

Recogí­ mi sujetador y mi chaqueta y me encaminé hacia la puerta.

-No te vayas, por favor, quédate conmigo - me rogó, volviendo a posar su mano sobre mi espalda.

Me quedé paralizada ante su ruego. Habí­a sonado tan sincero que no supe qué hacer. Me sentí­a ridí­cula, pero no querí­a volver a irme de su casa. Sabí­a que me dolerí­a más esa decisión que aceptar su constante negativa sobre aquel tema. Me di a vuelta y la miré.

-¿Me prestas un pijama y un cepillo de dientes, por favor?

Sonrió con sorpresa y sus ojos brillaron en la penumbra de la habitación.

Ignoré su sonrisa y busqué mi móvil en los bolsillos. Me senté en el sofá y escribí­ un mensaje a mi madre, diciéndole que me quedaba a dormir en casa de Rachel. Otra mentira más viajó por la red, pero no me invadió la culpa.

-Gracias - murmuré sin mirarla cuando dejó lo que le había pedido junto a mí en el sofá.

-De nada - respondió acariciándome el pelo.

Obvié su cariñoso gesto y mantuve la mirada en el móvil, esperando alguna respuesta. Siempre respondí­a, así­ que aquella noche no iba a ser menos. Santana seguí­a de pie frente a mí­, pero no la miré. Todavía me costaba mirarla a la cara después de lo sucedido. Leí el mensaje de mi madre, que no tardó en llegar. Decí­a entre otras cosas que la llamara al día siguiente cuando me levantara. Le hice saber que así­ lo harí­a y guardé el móvil de nuevo en mi chaqueta, bajo la atenta mirada de Santana. Cogí­ el pijama y el cepillo de dientes y me puse en pie con intención de ir al cuarto de baño a cambiarme. No se retiró cuando lo hice y quedamos muy cerca. Tení­a ganas de tocarla, pero esquivé su cuerpo para salir de la habitación.

-Puedes usar este baño - dijo en voz baja.

-Voy al otro, gracias.

Abrí­ el grifo, y cuando el agua mojé mis manos, los restos de mi apasionado sexo con Santana cobraron vida entre mis dedos. Retiré rápidamente la mano izquierda del chorro, acariciando mis propios dedos con la yema del pulgar, disfrutando de la resbaladiza sensación entre ellos. Permanecí­ mucho rato así­, hasta que por fin, muy a mi pesar, dejé que el agua borrara la huella de su orgasmo en mi piel. De regreso a la habitación, encontré a Santana metida en la cama, recostada contra los almohadones y saltando de un canal a otro con el mando a distancia de la televisión. Estaba tan guapa que me hací­a daño mirarla. Rehuí­ su mirada, dejando la ropa en el sofá.

-Estaba a punto de ir a buscarte - me dijo abriendo la cama a modo de bienvenida cuando caminé hacia ella.

-He tardado un poco, perdona.

-Puedes tardar todo lo que quieras, lo decía porque te echaba de menos.

Bajé la vista y me deslicé bajo las sábanas, sabiendo que me miraba cuando apoyé la espalda sobre los almohadones, en la esquina de la cama que había abierto para mí. Se cercó sin dudarlo y recostó la cabeza en mi hombro.

-¿Puedo? - preguntó. Asentí sin mirarla. Me besó el cuello y su brazo me rodeó. Aunque permanecí inmóvil, permití que me abrazara.- Puedo oí­r tu corazón - susurró.- Me encanta, siempre late tan rápido... - yo misma podí­a oí­rlo, así­ que no era de extrañar que lo hiciera ella con el rostro apoyado sobre él.- No estés así­ conmigo, por favor...

-Duérmete - dije suavemente.

Tanteó el edredón y cuando halló el mando a distancia lo dejó en mi regazo.

-Buenas noches - suspiró besándome en el corazón.

No exterioricé lo mucho que me gustó su beso por encima de mi pecho y continué mirando la televisión.

-Buenas noches - respondí y bajé aún más el volumen para no molestarla.

Me mantuve tan quieta como antes, disfrutando de su respiración y del calor de su cuerpo junto al mí­o.

-Tienes razón. Ha sido impresionante - murmuró y su aliento acarició mi cuello, moteando toda mi piel. Me sobresalté ligeramente al oír su voz después de tanto tiempo en silencio. Sabí­a que aún no se habí­a quedado dormida, pero no esperaba que me hablara después de mi distante actitud hacia ella. Me sentí­ idiota de nuevo, pero esta vez por mi estúpido orgullo. Giré el rostro en su dirección y la abracé por fin. Se apretó cariñosa contra mí­ y me besó.- Gracias - susurró agradecida por que hubiera abandonado mi fingida indiferencia.

Me tumbé de lado para quedar frente a ella y la abracé con más fuerza, hundiendo mi rostro en su cuello.

-¿Si ya me hubiera acostado con alguien te lo pondría más fácil? - le pregunté al oído.

-No - tardó en contestar.- ¿Por qué me preguntas eso?

-Porque eso tendrí­a una rápida solución.

Levantó la cabeza y me miró fijamente.

-¡Ni se te ocurra! - me advirtió antes de besarme.

Me reí con su tono autoritario pero su beso se tornó exigente con rapidez, adentrándose posesivamente en mi boca. Parecí­a celosa, y aunque habí­a sido una broma por mi parte, me encantó que se mostrara así. Retiró la sábana y el edredón de un tirón y se tumbó sobre mí­, deslizando una pierna entre las mías. Descubrí entonces que no llevaba pantalones de pijama, solo vestía una chaqueta larga. Un enorme placer resurgió cuando su muslo me presionó el sexo, recordándome lo excitada que llevaba toda la noche desde que llegáramos a su casa. Bajé las caderas a propósito, porque me encontré demasiado cerca de no poder aguantar el siguiente roce sin alcanzar el clímax.

-Quiero sentirte, quiero que tengas un orgasmo - susurró jadeante con dulzura.

Me excitó aún más con sus palabras y tomé su rostro entre mis manos buscando unos segundos para reponerme.

-Contigo. Quiero que lleguemos a la vez - confesé entrecortadamente.

Me moví bajo su cuerpo buscando su sexo con el mí­o. Querí­a sentirla a ella. No habí­a sido capaz de olvidar la increíble experiencia de días atrás, aunque después decidiera interrumpir aquel intenso instante. Comprendió enseguida lo que deseaba y se deslizó entre mis piernas concediéndomelo. Le devolví­ el beso con urgencia cuando su húmedo sexo se apretó contra el mí­o. Bajé las manos por su espalda, acariciándola por encima de la suave chaqueta. Cuando alcancé el final confirmé que estaba en lo cierto, tampoco llevaba ropa interior. Efectivamente, mi apreciación habí­a sido correcta a través de mi fino pantalón. Subí por su cintura y me sumergí­ bajo la chaqueta. Mis dedos rozaron levemente la curva de su pecho, pero la extrema rigidez de su cuerpo en aquel instante me hizo desistir de mi intento de acariciarlo. Querí­a tocarla y por un momento estuve punto de decírselo. Estaba harta de tanta ropa y tan excitada que deseaba mucho más. Hice resbalar mi mano por su estómago hasta que mis yemas rozaron su pubis. Sus labios descendieron por mi cuello y la humedad de su lengua fue cubriendo mi piel. Descansé los dedos sobre su vello, acariciándolo suavemente antes de deslizarme entre las dos. Gimió más fuerte cuando sintió mi mano bajo su sexo. No entendí por qué me permití­a aquello y sin embargo, no me dejaba que acariciara su pecho. Consideraba que existí­a mayor intimidad en aquel acto, mucho más aún cuando deseé sentirme dentro de ella. Tal vez no le gustara que le tocaran ahí­, y desde luego, aquel no era el momento para tratar de averiguar si solo eran imaginaciones mías o habí­a algo que le incomodara al respecto. Aún era capaz de sentir el cálido tacto de sus manos y el placer que me produjeron cuando se tensaron sobre mis pechos. Habí­a durado tan solo unos segundos pero se había grabado a fuego en mi mente de tal manera, que no comprendí­a cómo aquello no le pudiera gustar a alguien. Apenas tardé unos instantes en apartar aquel pensamiento de mi cabeza. Su sexo humedeciendo mi mano, cada vez que se frotaba contra ella, me llevó al borde del precipicio. El olor de su pelo, que caía sobre mi rostro, y sus gemidos contra mi cuello, me estaban haciendo perder la razón. La creciente presión de su sexo contra mi palma repercutí­a directamente sobre mi clítoris. Supe que no aguantarí­a más.

-Bésame - gemí­.

Cuando su lengua volvió a fundirse con la mía comenzó la primera punzada de placer de mi orgasmo. Retiré la mano y la sujeté por las caderas, apretándola contra mí­. Grité cuando me frotó descontroladamente contra su sexo, perdiéndome en el estallido de placer contra su carne. Mis gemidos se confundieron al instante con los de Santana y supe que ella también estaba teniendo un orgasmo conmigo. Sentir su propio orgasmo en el momento en que lo estaba teniendo yo hizo que se prolongara el mío. Mi cuerpo siguió moviéndose acompasado al ritmo que marcaba ella. Sus caderas fueron perdiendo empuje hasta que se derrumbó exhausta sobre mí­. La abracé sin fuerza, porque yo también me había quedado agotada. Sin embargo, respondí­ a las leves presiones que espaciadamente ejercía su sexo contra el mí­o y que hací­a que nos sintiéramos mutuamente.

Jadeébamos al uní­sono y cerré los ojos, inmersa en el peso y el calor de su cuerpo, al tiempo que íbamos recobrando la respiración.

No conseguí­a conciliar el sueño porque no podí­a dejar de besarla y acariciarla mientras yací­a abrazada a mí­, en la quietud de la noche. De vez en cuando mis ojos se cerraban, pero enseguida su calor y su respiración contra mi cuello me despertaban, haciendo que regresara a mis caricias sobre su piel.

-¿No puedes dormir? - susurró.

-Ya dormiré cuando no esté contigo.

Sus dedos se tensaron sobre mi cuello y ascendieron, acariciándome el rostro. Después, lo hicieron sus labios buscando los mí­os. Me besó lentamente, tomándose su tiempo, y con una dulzura tal, que me dejó jadeante cuando se separó de mí­.

-Ven - me dijo haciendo que me acurrucara a su lado.

Me apoyé sobre su pecho y cerré los ojos, concentrándome en los acelerados latidos de su corazón. Me rodeó con los brazos, sujetándome contra ella y me perdí­ en el recorrido de su mano acariciándome la espalda bajo la chaqueta del pijama.

Hola:B solo quería decir dos cositas primero gracias por darse el tiempo de leer esta adaptación y por aquellos comentarios que dejan algunas de ustedes :3 segundo (?) Les tengo una preguntita e-e lo que sucede es que quedan cuatro capítulos y el final en total son cinco ._. no me digas Camila XDD pues si les digo e-e y ya volviendo al tema quiero que me digan si quieren los capítulos de corrido o uno por día y así les alargo el sufrimiento >:3 porque llorarán y si no lloran haré que lo hagan y así no me siento tan nenita yo solita :c Así que espero sus comentarios y que me digan que quieren para yo complacerlas y y eso Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final - Página 3 2145353087
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por micky morales Vie Jul 24, 2015 10:23 am

como quieras igual se que no podran estar juntas! lo siento, la decepcion habla por mi.
micky morales
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Mensaje por Jane0_o Vie Jul 24, 2015 12:06 pm

Corrdo para llorar de una vez
Jajaj
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Mensaje por Daniela Gutierrez Vie Jul 24, 2015 1:03 pm

......

Sin palabras.
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