[Resuelto]FanFic Brittana: Fue Un Beso Tonto (Adaptada) Epílogo

Capitulo 39

Aún quedaban más de cuatro semanas para que finalizara el año, pero la Gran Vía de Madrid ya estaba engalanada de Navidad y luces de colores.

Había pasado casi un mes desde lo ocurrido en el operativo, y tanto Artie como Rachel y ella misma estaban bien.

Tras salir del hospital, Santana tomó las riendas de la relación y el tiempo que Brittany estuvo de baja no se separó de ella y de la pequeña Luna ni un segundo.

Sue se inventó un viaje a Benidorm, y Santana hizo que Brittany, la niña y los cachorros se trasladasen con rapidez a su casa de Somosaguas.

En cuanto Horacio conoció a la pequeña y ella le hizo uno de sus gorgoritos, él se convirtió en su esclavo.

Aquellos días Brittany descansó como nunca mientras Horacio y Santana se ocupaban de la niña y de toda la jauría.

Pero cuando Brittany se recuperó y decidió volver al trabajo, Santana y ella tuvieron una enorme discusión, que al final arreglaron gracias a la pequeña Luna.

No podían vivir la una sin la otra, pero Brittany seguía empeñada en que no debían confundir las cosas. Lo que nunca le confesó era el miedo que sentía cada día al percibir que ansiaba y necesitaba más su cariño y su amor.

Pero eso, a pesar de necesitarlo, Brittany se lo negaba.

No quería volver sufrir.

No obstante, su coraza se fue resquebrajando día a día y la necesidad de sentirse amada y querida por Santana comenzó a poder con ella a pesar de su aparente frialdad.


Durante aquellos días Horacio fue feliz.

La casa de Santana, aquella enorme y preciosa casa, de pronto tenía vida al estar Brittany con la pequeña ahí, los perros corriendo por la parcela, y Quinn y Rachel visitándolos a todos continuamente.



Pero la felicidad que durante aquellas semanas había sentido también Santana, desapareció finalmente cuando Brittany decidió volver al trabajo, regresar a su casa y llevarse a Luna y a todos los cachorros.






—¿De qué va este año lo de Cortilandia?—preguntó Rachel al frenar en uno de los semáforos de la Gran Vía.

—Ni idea. Desde que hace cuatro años nos tocó ir ahí a cubrir la seguridad, le cogí tal tirria que se me ponen los pelos como escarpias solo con pensar en meterme entre esa masa de niños y gente para ver angelitos y muñequitos cantar «cortilandia... cortilandia... vamos todos a cantar, alegría en todo el mundo, porque ya es Navidad».

—¡Joder, Britt!... Si te la sabes—se guaseó Rachel.

—¡Qué remedio! Mi abuelos nos llevaban a Susi y a mí cada año a verlo. ¡Como para no habérmelo aprendido! Eso sí... ni loca traigo yo a mi niña aquí.

—Bueno, bueno... Yo que tú no decía eso. Al final caerás como todos los humanos y vendrás. Ya lo verás.

Al darse cuenta de que Rachel tenía razón, Brittany sonrió mientras observaba a la gente andar deprisa de un lado para otro.

—Pero ¿tú has visto cómo gasta la gente? ¡Y eso que estamos en crisis!

—¿Crisis? ¿Qué es eso?—suspiró Rachel—Oye, hablando de crisis. ¿Qué le compro a la cagona para Reyes?

—Uf... no sé. Pero por Dios, lo que le compres que no sea muy grande. Tengo la casa reventona.

—¿Y a la Pichón qué le vas a comprar?

—Si te soy sincera, no tengo ni idea. Tiene de todo y no se me ocurre nada original que regalarle. Y tú, ¿qué le vas a regalar a Quinn?

—Un clásico. Una Black and Decker.

Brittany la miró sorprendida.

—No me mires así. Creo que es un regalo excelente. Estoy harta de que cada vez que quiero colgar un cuadro, tener que esperar a que venga alguien y me lo ponga. Así aprendemos juntas.

—Puede que tengas razón—asintió Brittany, a quien le sonó el móvil.

Habló unos segundos y colgó.

—No me lo digas—se mofó Rachel—Por tu sonrisa y ese tonito de voz entre tontuso y meloso, ¿a qué hablabas con la doctora Pichón?

Brittany no quería reconocer que Santana provocaba en ella aquella extraña reacción.

Era verla o hablar con la morena por teléfono y una tonta sonrisa se adueñaba de ella.

Incluso hasta le cambiaba la voz.

—Sí, era mi doctora Pichón, mi Sanny.

—Uhhhhh—sonrió Rachel—¡Qué sentimiento de la propiedad! ¡Mi doctora! ¡Mi Sanny!... Ainsss... y como ella te dice “Britt-Britt”… Ainss… Britt, que te estás enamorando.

—No digas tonterías. Además, yo no digo nada por “Quinny”

—Por favor, reina, qué alérgica eres a la palabra amor. Mira, es pronunciarla y me parece ver que te sale un sarpullido por el cuerpo.

Brittany sonrió.

—Vale. Lo admito. Me gusta mucho. Tanto que a veces me asusto yo sola, y ahora que he vuelto a mi casa tras pasar casi tres semanas en la suya, donde me ha mimado, me ha cuidado y me ha hecho necesitarla más de lo que quiero reconocer, la echo de menos mucho... muchísimo... demasiado... más que demasiado, y por favor, no quiero hablar más de este tema o te juro que soy capaz de ponerme a llorar aquí y ahora como una tontusa.

—¡Mi madre!—silbó Rachel. Pero no quería agobiarla y preguntó—¿Qué quería esa doctora tuya?

—Quería saber que ya estábamos de camino hacia el hospital con los bolsillos llenos de dinero para pujar por ellas.

Aquello le torció el gesto a Rachel.

—¿No te parece una yankilada por no decir horterada, eso de hacer una rifa de solteros y solteras en el hospital? No me hace ninguna gracia que nadie puje por mi doctora.

—Mujer... es una manera divertida de sacar dinero para comprar juguetes a los niños más desfavorecidos. Todas las personas solteras, viudas o separadas del hospital entran en la rifa, y quien la compre, se asegura una cena con él o ella.

Asintió Brittany no muy convencida.

—Yo creo que es una excelente idea.

—Ja... me río yo de las buenas causas. Seguro que más de una lagarta saca provecho a la cenita. Por si acaso, yo llevo trescientos euracos de vellón para pujar por mi doctora Agobio, y doscientos en calderilla. No pienso permitir que se vaya a cenar con ninguna de esas enfermeras—aseguró Rachel—¿Cuántos llevas tú?

—San me dijo que con trescientos había más que suficiente. Pero por si acaso, llevo otros trescientos más, por si se presenta un caso de emergencia—musitó Brittany divertida.




Dejaron el coche en el parking privado del hospital y con una sonrisa se dirigieron hacia el ascensor, aunque al llegar se les borró.

Ahí estaban Maribel, la mamá de Santana, y una mujer a la que no habían visto nunca y que por su gesto parecía tan avinagrada como la otra.

Durante unos segundos, las cuatro se miraron, en especial Maribel y Brittany.

Las lanzas estaban en todo lo alto.

—¿Cómo es que han dejado el coche en el parking privado? Ustedes deberían dejarlo en el parking público del hospital—preguntó Maribel mirándolas.

—Bueno... ya empiezan a tocarme las narices—resopló Rachel al oírla.

—Mire, señora—contestó Brittany—, Tengamos la fiesta en paz.

Cuando llegó el ascensor, entraron las cuatro, pero la incomodidad era patente.

—¿Han venido a la rifa de solteros y solteras?—preguntó la mujer más joven.

—Sí, a eso hemos venido—respondió Rachel—A ver si cazamos a algún tonto o tonta que nos saque de pobre, nos compre una preciosa casa y nos pague la peluquería todos los días.

Sin poder evitarlo, Brittany se carcajeó mientras observaba cómo la mujer más joven la miraba de arriba abajo sin ningún tipo de decoro.

—No me lo puedo creer. ¡Menuda desfachatez!—se quejó Maribel.

Una vez se abrieron los ascensores, Maribel sujetó a Brittany por el brazo y ésta la miró con el ceño fruncido.

—Que tengas buena suerte en la rifa—sonrió Maribel, y empujándola hacia un lado se marchó del brazo de su glamurosa y estirada amiga.

A Brittany le comenzó a salir humo por las orejas.

Con rapidez Rachel le susurró:

—A ver... espira e inspira antes de soltar alguna de las tuyas, que te conozco.

Brittany sonrió.

Aquella mujer quería dejarla en evidencia delante de todo el hospital, pero no lo conseguiría. Por ello instaló una forzada sonrisa en su boca, saludó a unas enfermeras que la reconocieron y dijo:

—Anda, vamos adentro antes de que cambie de opinión y le arranque a esa pija hasta los empastes.




Una hora después, en la sala de actos del hospital, el jolgorio era tremendo.

Todas las personas solteras pasaban una a una por el estrado y las personas—daba igual que fueran enfermeras, enfermeros, médicas, médicos o visitantes— pujaban.

—Pero bueno... No me digas que Pedro también está en el lote a rifar—se carcajeó Brittany a ver al anciano todo perfumado subir al estrado.

La puja por Pedro comenzó con diez euros, y tras pujar varias enfermeras por él, al final ganó una que ofreció trescientos euros.

Después de Pedro, entre risas y aclamaciones rifaron a varios médicos, enfermeros, enfermeras y celadores del hospital.

Las pujas llegaron a los cuatrocientos euros hasta que sortearon a James y Maribel ofreció por él seiscientos euros.

—Uf... ¡qué nervios!, espero no tener que partirme la cara con nadie—suspiró Rachel al ver a Quinn divertida subir al estrado con su característica sonrisa.

La puja comenzó por diez euros, una enfermera subió a cuarenta, Rachel ofreció cincuenta, pero parecía que las enfermeras y uno que otro doctor no estaban dispuestas a dejársela y subieron la oferta hasta trescientos cincuenta euros.

—Ofrece cuatrocientos, yo te lo dejaré—pellizcó Brittany a su amiga.

—Ya lo sé, el problema es si ofrecen más—y gritó—¡Cuatrocientos euros!

Quinn le sonrió y le tiró un beso, pero la enfermera morena que había ofrecido trescientos cincuenta, la miró con gesto de mala leche y gritó:

—¡Mil euros!

Cuando todo el mundo oyó aquello, una exclamación recorrió la sala y Quinn, incrédula, la miró.

—¡La madre que la parió!—gritó enfadada Rachel—Al final voy a tener que partirle la cara a alguna de estas frescas.

Y antes de poder hacer nada, la mujer que llevaba el sorteo dio un martillazo en la mesa y se la adjudicó a la morena de grandes tetas, que subió al estrado a por Quinn.

Sin poder hablar con Rachel, Quinn se marchó con cara de circunstancias.

—¿Ves ahora por qué no me hacía gracia este absurdo sorteo?—bufó Rachel.

Brittany, incómoda, miró hacia atrás.

Vio a Maribel divertirse de lo lindo junto a Pedro y a James. Pero dos segundos después, Santana subió al estrado y un aplauso general estalló en el salón de actos.

Brittany sintió que se le revolvían las tripas.

¿Qué narices hacían todas aquellas lobas silbando a su morena?

—Oh... oh...—suspiró Rachel al oírlo—Creo que vamos a tener problemas.

Santana estaba guapísima con su bata blanca y su gorrito de aviones.

Pero claro, ¿cuándo no estaba espectacular?

La rifa comenzó y Santana la miró con una sonrisa y sus hoyuelos que la derritió.

Desde su sitio, Brittany la observaba y veía como sonreía ante los piropos que las mujeres le decían.

—Cien euros—gritó una enfermera del fondo.

—Ciento cincuenta—ofreció Brittany orgullosa.

Pero el orgullo se le bajó a los pies cuando observó que el resto de las féminas subían y subían la apuesta; superaba ya los trescientos euros.

—A estas les arranco yo las extensiones—gruñó inquieta y gritó—Cuatrocientos.

—Quinientos—gritó una mujer del fondo.

—Seiscientos—aulló una enfermera morena que rodeada de sus amigas se carcajeaba y las miraba.

—Esto es increíble—susurró Rachel incrédula—¡Qué poco respeto tienen a la propiedad privada, las muy brujas!

Santana la observaba y por su gesto supo que aquello que estaba ocurriendo no le gustaba nada a O’Neill.

—Rach, ¿puedes dejarme tus quinientos euros?

—Tuyos son—asintió esta.

Entonces Brittany se levantó y gritó con cara de enfado:

—Mil euros.

Todas la miraron, pero rápidamente la castaña del fondo pujó.

—Mil cien.

Brittany contraatacó sin pensárselo e incluso Santana se sorprendió.

—Mil quinientos euros.

—¡Ostras!, que no tenemos tanto—susurró Rachel a su amiga, pero esta parecía no oírla.

—Dieciocho mil euros—dijo una voz del fondo y todas se volvieron estupefactas.

—¡La madre del cordero!—susurró Rachel, y al ver el gesto de su amiga dijo—Britt, no se te ocurra abrir el pico, que esa apuesta no la podemos superar. ¡Es una burrada de dinero!

Consciente de que no podía llegar, se sentó enfadada.

Las enfermeras, junto a Maribel, aplaudían felices.

—¡Brujas!—murmuró Brittany mirándolas con odio.

Agarrada a su silla vio que la mujer que había subido en el ascensor con la mamá de Santana y ellas, le dio un beso a Maribel, lanzó a Brittany una mirada nada conciliadora y se encaminó hacia el estrado con sus taconazos impresionantes y su vestido sedoso de lo más sugerente.

Santana miró a la mujer con gesto de sorpresa y no apartó los ojos de ella; le dedicó una sonrisa, la besó en la mejilla, la agarró por la cintura y se marchó sin mirar atrás.




Diez minutos después, mientras la sala de actos se vaciaba, Brittany continuaba sentada con un gesto indescriptible.

¿Por qué Santana había sonreído así a aquella mujer?

Y sobre todo, ¿por qué sentía que le habían arrebatado algo que ella consideraba suyo?

«Oh, no... Esto no me puede estar pasando a mí», resopló tocándose el corazón.

—Vámonos, Britt. Aquí no hacemos nada—suspiró Rachel.

La conocía muy bien y sabía lo que estaba pensando en ese momento.

—¡Mi madre!—susurró sin levantarse—Me va a dar algo. Tengo las pulsaciones a dos mil por hora y lo peor de todo: estoy tan terriblemente celosa que creo que me voy a marear.

—A ver. Espira... inspira... espira... inspira...

Brittany obedeció y respiró como aquella le decía, se levantó y juntas fueron hasta la máquina de bebidas.

Necesitaban algo fresco.

—Esto es surrealista—se quejó Rachel, molesta por no saber dónde estaba Quinn.

—¡Ay, Dios! La he cagado—gimió Brittany incrédula—He dejado que el corazón me nuble la razón, y mira ahora cómo estoy, a punto de coger un cuchillo e ir a...

Pero las voces de unas enfermeras la hicieron callar...

—Esa es Elaine, la ex de la bombón López. De vez en cuando viene por aquí a visitarla. Aunque yo creo que viene a que ella le dé un repasito en la cama. Según he oído, la doctorcita es una fiera pasional.

Brittany las oyó y abrió la boca para protestar, pero los dedos de su compañera se la cerraron.

Sin decir nada, sacaron un par de cervezas de la máquina y bajaron al aparcamiento.

—Ahora ya puedes—asintió Rachel mirándola.

Y como un resorte, Brittany comenzó a blasfemar contra todo bicho viviente.

Se acordó de todos los antepasados de la ex mujer de Santana y también de su mamá.


Cinco minutos después, y más desahogada, miró a su amiga.

—Me muero por un vaso de agua. Tengo sed...

Rachel, con una sonrisa, la abrazó y para hacerla sonreír le dijo entregándole uno de los botes:

—Ahorra agua, bebe cerveza.

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Capitulo 40

Aquella noche —para una maldita noche que la pequeña Luna decidía dormir de un tirón—, ella no pudo dormir.

Estaba tan enfadada y humillada que apagó el móvil y descolgó el teléfono.

No quería hablar con Santana en el caso de que se le ocurriera llamar.

No tenía ningún derecho a enfadarse, pero algo en su interior, se empeñó en recordarle que estaba celosa perdida y que Santana era suya.





Cuando llegó a la comisaría, llevaba la moral por los suelos.

Y se sorprendió cuando oyó que Rachel les comentaba sin ningún escrúpulo la rifa en el hospital del día anterior.

—Pero bueno... ¿Tú estás tonta o qué?

—Bueno no...

Artie, que ya estaba totalmente recuperado, al ver a su compañera tan enfadada fue a decir algo, pero Noah lo paró.

Conocía a la inspectora Pierce y cuando ella torcía la boca hacia un lado, mejor callar.

—Chico listo—sonrió Rachel, al ver aquello.

Con gesto huraño, Brittany se dirigió hacia la máquina de café.

Como era de esperar, Rachel fue detrás.

—No me puedo creer que estuvieras contando lo de la rifa.

—Mira, Britt, te puedo asegurar que lo de ayer me mosqueó a mí tanto como a ti, ¿pero sabes? He decidido relajarme y vivir. Si la doctora Payasa prefiere a la siliconada aquella, ¡adelante! Pero no esperes que yo vuelva a llorar como una idiota otra vez por ella, porque no estoy dispuesta. ¿Y sabes? Tú deberías hacer lo mismo.

Brittany no podía creer lo que oía y la miró.

—¿Quién eres tú y dónde está mi Rachel Berry?

Ambas comenzaron a reír.

Sonó el móvil de Rachel, y ella sonrió al ver que era la doctora Payasa.

Brittany, muerta de envidia, la escuchó hablar y se fijó en que no mencionaba el incidente del día anterior y quedaba para verle aquella noche.





Diez minutos después, las chicas se marcharon al bar a desayunar junto con Artie, Mike, Noah y la oficial nueva, Sugar, apodada Baby Lloriqueos.

Lo necesitaban.



En el bar, mientras bromeaban, se les unió sor Marley.

—Bueno, ahora que los tengo aquí a todo el grupito—comenzó sor Marley al tiempo que sacaba un listado—La cena de Navidad es este sábado. Hoy es el día tope para saber quién viene y quién no. Y tengo que decirles que este año estará muy bien. A pesar de la crisis, los jefes han tirado la casa por la ventana y habrá cóctel, cena y bailoteo con copas incluidas.

—Apúntanos a Tina y a mí—dijo Mike—Aprovecharemos este año por si el año que viene cuando nazca el niño no podemos ir.

—¿Alguien más?—preguntó sor Marley.

—¡Hombre, por favor! ¿Qué sería una fiesta sin Artie y sin mí?—se mofó Noah.

—Es necesario que vengan en pareja—advirtió sor Marley.

La oficial nueva, Sugar, pestañeó para atraer la atención de Artie. Pero él ni la miró.

—¿Quién te ha dicho a ti que nosotros no llevaremos pareja?—rió Artie, y tras llamar por teléfono, dijo—Apunta a Noah con Mercedes y a mí con Becky.


Tras un pitorreo mientras ellos explicaban a todos quiénes eran aquellas, las miradas se centraron en Brittany y Rachel.

—Y ustedes, ¿qué?

—A mí apúntame con Quinn Fabray—dijo Rachel con seguridad.

—Buenos días—saludó una voz detrás de ellos.

Al volverse, Brittany se quedó sin palabras al ver a Santana tan guapa con su traje oscuro.

—¡Santana!—saludaron Artie y Noah al reconocerla—¿Te apetece un café?

Rachel le dio un codazo a Brittany.

Se había quedado tan parada como una estatua de sal.

Tres segundos después cambió el gesto con rapidez, pero no se acercó para besarla.

A Santana le extrañó, pero no dijo nada.

Por su gesto, y en especial por no haber atendido sus llamadas, sabía que estaba enfadada.

—Bueno, Brittany, ¿tú con quién asistirás a la cena de Navidad?—preguntó sor Marley con una sonrisa bobalicona al ver como aquella la miraba.

«Tierra trágameeeeeeeeeeeeeeeeeee» —gritó en su interior.

Todos la miraron y ella con un gesto despreocupado, respondió:

—Bueno la verdad, chicos, todavía no lo sé. Además, tengo a la pequeña Luna y...

—No me jodas, Pierce—protestó Mike—Tu abuela estará encantada de cuidarla.

Rachel volvió a darle un codazo que no pasó desapercibido para Santana, que sonrió.

—Invita a Santana a venir—ofertó Artie—Quizás le agrade.

«Te mato, Artie », pensó Brittany mirándole.

—Anda... bueno sería una idea estupenda, ¿no crees, Britt?—metió cizaña Rachel.

Santana la miró con gesto divertido, pero no habló.

—Bah... no creo que ese tipo de fiestas a Santana le gusten, ¿verdad?

—No lo sé—respondió apoyándose en la barra—Nunca he asistido a una fiesta de la policía.

—Oh, creo que son divertidísimas—aplaudió Sugar, la nueva—Aunque yo nunca he asistido.

—Por cierto, ¿y tú con quién irás?—preguntó sor Marley.

—Bueno no lo sé. De momento no tengo pareja—respondió aquella y con un mohín miró a Santana.

A Brittany se le encogió hasta el ombligo.

«Tendrá cara dura la puñetera llorona esta.»

—A ver, compañeros, ¿no ven que están poniendo a Santana en un compromiso?—gruñó Brittany en busca de apoyo.

Pero no lo encontró.

—¿Qué día es la cena?—preguntó Santana.

—Este sábado. Para más señas dentro de dos días—asintió sor Marley.

Santana la miró, pero Brittany se volvió a la barra para tomar un sorbo de café.

Los demás comenzaron a explicarle a Santana las fiestas anteriores.

—¿Qué narices haces?—susurró Rachel con disimulo.

—Odio las encerronas.

—Britt—llamó Santana—, De verdad, no me importaría acompañarte. Después de lo que me han contado tus compañeros parece divertido.

—Y lo es—respondió con una falsa sonrisa—, Aunque creo que la música no te gustaría, suele ser música pachanguera, nada que ver con Strauss.

Santana comenzó a desesperarse.

¿Acaso no se daba cuenta de que quería ir con ella?

—Déjame que sea yo la que juzgue si me gusta o no la música.

—Uf... no quiero que te sientas obligada...

Sugar, la oficial nueva, al ver que Brittany intentaba quitársela de encima, dijo:

—Santana, si a la inspectora Pierce no le importa, ¿te gustaría acompañarme a mí a la fiesta? Yo no tengo acompañante.

«Te arranco el moño», pensó Brittany.

Todos se callaron y la miraron estupefactos.

¡Vaya con la nueva!

¡Y parecía tonta!

Santana miró con descaro a Brittany durante un par de segundos, y al ver que la rubia no decía nada respondió:

—Me parece una idea excelente—le dijo a la jovencita—Pídele a la inspectora Pierce mi teléfono. Llámame para pasar a buscarte.

Santana se despidió y, sin mirar a Brittany, se marchó.

—Apuntadas—suspiró sor Marley, y le dijo a Brittany—Tú, ¿qué haces al final? ¿Vienes o no?

Incapaz de creer que Santana hubiera tenido el morro de emparejarse con otra para el baile, Brittany apenas podía articular palabra.

La nueva sonreía y sus compañeros la miraban boquiabiertos.

—Sí, apúntame también. Y no te preocupes, acudiré con compañía.

Sus compañeros silbaron.

Con rapidez salió a la calle, justo para ver alejarse a Santana en su cochazo.

—¡Mierda!—gruñó enfadada consigo misma.

—Desde luego, Britt—susurró Rachel al pasar junto a ella—Cuando tu cabecita entra en conflicto con tu corazón, hija mía, no sé cómo te lo montas, pero terminas cagándola con el culo.

Brittany la miró y asintió.

¡La había cagado!

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Capitulo 41

Después de una desastrosa mañana, aquella tarde Brittany libró, algo que agradeció.

Cada vez que se cruzaba con la pavisosa de Sugar o alguno de sus compañeros le hacía algún comentario sobre Santana, sentía unas terribles ganas de estrangularlos.

Cuando salió de la comisaría, sin pensárselo se marchó a Faunia, su lugar predilecto para pensar.

Fue directa a la zona de los pingüinos, se sentó con la espalda apoyada en la pared y durante más de dos horas los observó y pensó en la oscuridad.



Cuando llegó a casa, Luna al verla comenzó a gritar entre gorgoritos y mamá... mamá. Eso la hizo olvidar momentáneamente sus problemas, mientras Sue y April la miraban felices.

Parecía que Superwoman comenzaba a encontrar una estabilidad y eso las reconfortaba a ambas.




A las ocho de la tarde, Brittany se dio cuenta que no le quedaba tabaco.

Se puso la cazadora, dejó a la pequeña llorando en brazos de su abuela y bajó un momentito al estanco para comprar.

Una vez en la calle decidió pasar también por la farmacia. Necesitaba leche para la niña.

Mientras esperaba sonó su móvil.

Al pensar que podía ser Santana, lo cogió sin mirar.

—Hola, inspectora Pierce. Mi nombre es Jake y quería hablar con usted—dijo una voz desconocida para ella.

—¿Quién eres?

—Discúlpeme. Soy Jake, el novio de Bree, la hermana de Santana López.

Al reconocerle, Brittany sonrió.

—Hola, Jake, perdona que no te haya conocido.

—No se preocupe, señora, no pasa nada.

—¡Mi madre! No me llames señora que me haces parecer mayor. Tutéame, por favor, ¿vale?

—De acuerdo—sonrió aquel.

Extrañada por aquella llamada, Brittany preguntó:

—¿Ocurre algo Jake?

—Bueno... yo quería hablar contigo sobre algo.

—De acuerdo, ¿cuándo te viene bien?—asintió ella.

—La verdad es que me vendría bien ahora mismo—dijo él.

—De acuerdo, dime dónde estás e iré ahí.

Pero no hizo falta; de pronto una mano le tocó el hombro y cuando Brittany se volvió, encontró a Jake detrás de ella.

—¡Pero chico!—sonrió mientras cerraba el móvil—¡Si estás aquí!

—Yo también vivo en esta zona. Concretamente en Batán.

Al ver que él se ponía rojo como un tomate, Brittany le dijo:

—Ven, vamos al bar de Paz. Tomaremos ahí algo.

En silencio, los dos se encaminaron hacia ahí, se sentaron en una mesita y pidieron unas cañas.

Entonces Jake habló:

—Lo primero que quería hacer era darte las gracias por defenderme en la fiesta de la casa del señor Pedro López.

—Bah... eso fue una tontería—sonrió al recordar el incidente—Pero mira, ahora que estamos juntos, me viene bien preguntarte algo que me dejó algo mosqueada.

Jake asintió y susurró:

—El señor James es un hijo de mala madre.

—Pasa algo con Bree, ¿verdad?

El muchacho asintió, se pasó la mano por el pelo y dijo:

—Al menos en dos ocasiones, que yo sepa, ha intentado forzar a Bree, pero ella logró escapar de él.

—¡¿Qué?!—susurró incrédula mientras se encendía un cigarro.

—Bree no quiere que lo cuente. Dice que nadie le va a creer. Cuando ocurrió la primera vez, ella se asustó y pensó que había ocurrido porque James llegó bebido a casa. Pero la segunda vez no estaba bebido. Si no hubiera sido porque la señora Maribel apareció, no sé lo que hubiera pasado.

—Pero vamos a ver—Brittany intentó pensar con claridad—¿Por qué no se lo cuenta a su mamá o a Santana?

—No quiere. Dice que un disgusto así podría matar a su mamá y me ha amenazado con dejarme si lo hago yo. Pero Brittany, me estoy volviendo loco de preocupación por ella. Odio cómo el asqueroso ese la mira y creo que cualquier día le voy a dar cuatro guantas.

—¡Mi madre!

Aquello era un terrible problema.

—Por eso quería hablar contigo y pedirte ayuda de alguna forma. No sé cómo manejar este tema yo solo sin hacerle daño a Bree o a su familia.

—¿Emily sabe algo?—preguntó Brittany.

Él negó con la cabeza.

—Nadie sabe nada, salvo yo y ahora tú.

Brittany asintió y pensó en lo que Rachel le había comentado tiempo atrás sobre James, sobre haberle visto en el operativo a Escudero.

Aquel tipo no era trigo limpio y ella no iba a consentir que Bree, ni ninguna otra mujer, pasara un mal rato por aquel tipo.

—No te preocupes, Jake, esto lo vamos a solucionar. Sigue vigilando a Bree y a ese cabrón, y no le digas nada a ella de que yo lo sé. ¿De acuerdo?

Él asintió.

—Gracias, Brittany. Te juro que me estaba volviendo loco de preocupación—sonrió agradecido—Pero yo solo no podía hacer nada, si acaso conseguir que me despidieran, lo que dejaría a Bree sola y desprotegida en esa casa.




Después de un rato de charla en que Brittany se enteró de cosas sobre la familia de Santana, antes de despedirse, le dijo:

—No te preocupes, Jake; ya no están solos, ni tú ni Bree.

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Capitulo 42

El viernes, Brittany intentó no pensar en lo que se le venía encima el sábado.

Clavó las uñas en la mesa cuando la oficial nueva —¡la muy perra!— le pidió el teléfono de Santana, se levantó y se marchó.

Durante esos días, Santana no la había llamado, y su propio orgullo la impedía llamar.

Por la tarde se desesperó.

La fiesta era al día siguiente y seguía sin pareja.

No podía aparecer sola.

Pero cuando ya estaba a punto de hacerse el harakiri, una llamada de teléfono la salvó.

Hanna, la guapa de los GEOS, le pidió que la acompañara a la cena como pareja.

Sin pensárselo, Brittany aceptó.



—¿Vas a ir con la guapetona de los GEOS?[/i—preguntó Rachel por teléfono.

[i]—Sí, con la mismo.

—Mira, Britt, sabes que ese mujer lleva intentando quedar contigo desde hace un tiempo y yo creo que te mira con ojitos de cordero degollao.

—Tranquila—respondió sin demasiada convicción mientras besaba a Luna que le chupaba la cara—Todo está controlado. Nos vemos ahí.





El sábado, tras bañarse con Luna y encharcar todo el baño, a las nueve en punto, Brittany entró radiante en su salón.

Como siempre que se arreglaba, su abuela y April la miraron con asombro.

—¡Bendito sea Dios, hermosa! Hoy paras el tráfico—aplaudió su abuela y la niña la imitó.

Brittany se había comprado un vestido largo de fiesta en color champán, y como los disgustos de los últimos días le habían cerrado el estómago, el par de kilillos que perdió le vinieron fenomenal.

—Oy... oy... oy... ¡Qué vestido más elegante!—aprobó April—¿Es de seda?

—Sí. Me ha costado un riñón y parte del otro, pero creo que la ocasión lo merece, y mira—dijo enseñándole a su vecina la pierna—Llevo liguero.

—Uiss... ¡Qué sinvergüenza!—se carcajeó April y la pequeña la volvió a imitar, aunque le entró hipo.

—Deslumbrarás en la cena—asintió Sue orgullosa, y tras quitarse una pelusa del jersey, la chupó y se la puso a la niña en la frente—Esto te quitara el hipo, mi amor.

—¡Qué chorrada, abuela!—se carcajeó Brittany.

—¿Asistirás con Santanita?—preguntó sin hacerle caso.

En ese momento, la niña volvió a hipar y Brittany sonrió.

—Uf... cuando te vea esa morenaza, se va a quedar sin habla—rió April.

Brittany llevaba esperando aquella pregunta toda la tarde, y por fin iba a contestar.

—No, no asistiré con ella. Iré con una compañera y no me pregunten nada más porque no pienso contestar.

—Pero hija...

—Que no, abuela, que no.

Las mujeres se miraron con gesto serio.

Pero Brittany se dirigió a su pequeña y dijo con guasa:

—Te prometo que yo nunca seré tan pesada cuando seas mayor, cariño mío.

En ese momento sonó el portero y Sue abrió con una sonrisa en la boca al ver cómo su nieta se deshacía por su biznieta.

Dos minutos después sonó el timbre de la puerta.

Al abrir, las mujeres se quedaron sin habla, a excepción de la niña, que gritó.

Aquella mujer, rubia, ojos azules con un vestido oscuro y ceñido, era realmente guapa.

—Buenas noches—saludó al ver que ellas la miraban.

—Y tan buenas—murmuró April.

—¡Mi madre!—susurró Brittany con la niña en brazos al verla.

Hanna estaba absolutamente despampanante con aquel vestido.

Aún no entendía por qué le había pedido a ella que la acompañara.

Aquello era increíble.

—Pasa, hermosa, pasa—animó Sue dándole la mano; luego dijo—Mi nombre es Sue. Soy la abuela de Brittany y la orgullosa bisabuela de Luna. Ella es April, una vecina.

—Encantada, señoras. Pero creo que nos conocimos en el hospital—al ver que ellas no respondían, y oír el hipo de la pequeña, al final añadió—Bueno, da igual. Mi nombre es Hanna y es un placer conocerlas—volviéndose hacia su acompañante dijo—Estás preciosa, Brittany.

—Uf... bueno tú estás que hasta a mi hija le has cortado el hipo—señaló aquella haciéndola sonreír—Bueno, creo que debemos irnos. La cena comienza a las nueve y media.

—Ha sido todo un placer, señoras—se despidió Hanna dándoles un beso a cada una la mejilla, a excepción de la pequeña que lo recibió en el moflete y la frente.

—Lo mismos decimos, Hannanita—añadió Sue. Brittany les tiró un beso y cerró la puerta.

Sue miró a April y dio palmada ante ella.

Ésta la miró.

—April, hermosa, reacciona, que te has quedado más tiesa que Chanquete en Verano azul.

—Ainsss, Sue—dijo aquella con la niña en brazos—En mi siguiente vida quiero ser como Superwoman.

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Capitulo 43

Al llegar a la sala de fiestas donde se organizaba la cena, Brittany y Hanna comenzaron a saludar a conocidos.

Ahí había policía de todo Madrid e incluso de otras provincias.



Media hora después vio a Rachel y, del brazo de Hanna, se dirigió hasta ella.

—Buenas noches.

Cuando Rachel se volvió para saludar, se quedó sin habla al ver a Hanna.

—Espira, inspira—bromeó Brittany acercándose a ella.

En ese momento llegó Quinn con dos copas.

—¡Hombre, inspectora Gadget!—sonrió ofreciéndole una copa, y tras un silbido que hizo reír a Brittany, dijo—Estás que cortas el tráfico.

—Gracias. Ya eres la segunda persona que me lo dice—y tras mirar a su acompañante, dijo—Hanna, te presento a Quinn Fabray.

—Un placer—sonrió dándole la mano con afecto.

—Encantada—asintió Quinn—¿Me acompañas y vamos por unas copas antes que la poli decida entrar en acción?

Hanna sonrió y se marchó.

Cuando quedaron solas las amigas, Rachel susurró.

—¡Joer, reina! ¡Cómo está la Madelman que te acompaña!

Brittany sonrió.

—Sí. Ya me he dado cuenta, y por lo que veo, muchas mujeres y hombres también—miró a su alrededor y preguntó—¿La doctora Pichón ha llegado con Baby Lloriqueos?

Rachel iba a responder, pero en ese momento las vio entrar y susurró.

—¡La leche con Baby Lloriqueos!

Brittany siguió la mirada de Rachel, hacia la derecha, se volvió y se quedó de piedra al ver a Sugar, la novata, convertida en toda una vampiresa de cine con aquel vestido color plata.

Pero sus ojos saltaron con rapidez a Santana, espectacular con su vestido oscuro y ceñido.

—Si la miras así, sabrá que babeas por ella—susurró Rachel al ver que ellas se acercaban.

Nerviosa, sintió que Santana la desnudaba con la mirada.

La miró de tal manera que la hizo estremecer.

Pero cuando se pararon frente a ella, Santana, muy cuco, posó su mano en la cintura de la novata y disfrutó al ver cómo Brittany se mordía la lengua y la miraba.

—Hola, chicas—saludó Sugar—¿Qué tal todo?

—Maravilloso—asintió Brittany con un gesto torcido, para diversión de Santana.

—Estás muy guapa, Sugar—dijo Rachel—Nunca me hubiera imaginado verte vestida tan sexy.

—Bah... este es un vestidillo de nada. Aunque como secreto les contaré que mi vicio es la ropa.

—Bueno si ese es un vestidillo de nada—suspiró Brittany—, No quiero ni imaginarme como será un vestidito en condiciones.

Santana la miró con malicia y sonrió, y acercándose al oído de Sugar dijo algo que solo ella oyó. Después, sin mirar a Brittany, se alejó.

—Qué maja es, ¿verdad?—gruñó Brittany, deseosa de tirarse a su cuello.

Sugar con una tonta sonrisa, miró a Santana y dijo:

—Es un amor. Como no sabía qué ponerme, Santana vino temprano a casa y me probé varios vestidos para ella. Me aconsejó no venir demasiado sexy. Al fin y al cabo es una cena con los jefes.

—Santana te aconsejó en tu casa—bufó Brittany.

—Oh, sí, es un encanto y tiene un gusto exquisito para combinar los colores—y al ver que la morena la llamaba, dijo—Discúlpenme, pero me llama mi pareja.

Al quedar solas, Rachel dijo:

—Espira... inspira..., que te veo venir, reina, y no es el sitio ni el lugar.

Con la mala leche subida en todo lo alto, Brittany sintió unos deseos inconfesables de asesinarlas al verlas cuchichear mientras sonreían.

—Pero... pero... ¡Esa de tonta no tiene un pelo! ¡Esa es una fresca!... Por no decir algo peor—masculló Brittany que calló al ver que Artie, Mike, Noah y la Barbie Llorona con sus respectivos acompañantes caminaban hacia ellas.

—Ten la mente fría y no te dejes llevar por tu temperamento—pidió Rachel.

Brittany asintió.

No pensaba organizar ningún numerito.

Y al recordar algo le susurró:

—Por cierto, tengo que hablar contigo acerca del cabrón de James.

—¿Qué pasa?

Pero no pudieron hablar.

El grupo de amigos se acercó hasta ellas mientras reían por las ocurrencias de Artie.

Santana miró con disimulo a Brittany y disfrutó de su frustración. Aunque cinco minutos después, la frustrado fue ella, cuando apareció Quinn, acompañada de una mujer rubia tan alta como ella que se puso al lado de Brittany y la tomó por la cintura.

«Oh... sí, hagamos sufrir a la listilla de la ricachona», pensó Brittany encantada.

—¿Qué pasa, compañera?—saludó Quinn con afecto a Santana.

—Aquí, aguantando el tirón—bufó Santana dándole la mano y un beso en al mejilla.

Quinn entendió la cara de Santana y el porqué, se dio la vuelta y cuando nadie la oía, murmuró:

—No hagas tonterías que esta rubia es de los GEOS. Además, estamos rodeadas por la policía.

Con el ceño fruncido, Santana asintió.

—Hanna, te presento a Santana López—dijo Brittany con una encantadora y radiante sonrisa.

Se miraron durante unos segundos a los ojos y se saludaron.

—Encantada—murmuró Santana con gesto serio.

—Lo mismo digo—aseguró Hanna.

Con una sonrisa que no le gustó nada a Santana, Brittany apoyó su cabeza en el hombro de aquella rubia mientras todos sonreían, y ella sentía unas irrefutables ganas de ahogar a aquellas rubias ojiazul.

Tras cruzar una mirada con Santana, Brittany comprobó la tensión que tenía en la mandíbula y en el cuello.

Eso le gustó.

Acercándose a Hanna, le cuchicheó algo al oído y esta sonrió para horror de Santana.




Pasado un rato, abrieron las puertas del salón y en la lista de invitados comprobaron el número de su mesa y que todo el grupo estaba en la misma.

Después de ocupar sus lugares, Brittany se alejó todo lo que pudo de Santana.

Santana frustrada, la observaba desde el otro lado de la mesa mientras Brittany parecía divertirse mucho con aquella rubia.

Acabado un discurso inicial que dio uno de los jefazos desde la mesa presidencial, los camareros comenzaron a servir y todos comenzaron a comer.

Durante la cena no pararon de reír gracias al excelente humor de Artie y del resto de los compañeros.

Luego varios jefes de distintas comisarías hablaron.

Cuando le tocó a Evans, su gente lo escuchó y se emocionó cuando este les agradeció lo mucho que trabajaban y en especial, lo mucho que lo soportaban.

Al decir aquello, su equipo le aplaudió y vitoreó.

Brittany y Santana cruzaron una rápida mirada.

Finalizados los discursos correspondientes, todo el mundo aplaudió y levantándose de sus sillas pasaron a una sala donde una orquesta los recibió con La Macarena.

La mayoría de los asistentes se lanzó a bailar, entre ellos Brittany y Rachel con sus compañeros.

Apoyadas en la barra, Quinn y Santana las observaban.

—¡Vaya con O’Neill y MacGyver!—se guaseó Quinn—!Qué marcha tienen!

—Sí, parece que lo pasan bien—sonrió Santana antes de pedir un bourbon al camarero.

—Y tú, ¿qué? ¿Te animas a bailar?

Santana miró a su amiga y al ver que sonreía, le respondió:

—Estoy esperando a que te lances tú para ir yo detrás.

Las dos tenían claro que el bailoteo no era lo suyo. Ellas preferían una buena conversación con una copa en la mano.

Santana vio a Brittany muerta de risa junto a Artie y sonrió.

No había ido a aquella cena por acompañar a Sugar, a la que le había dejado muy claro que no le interesaba tener nada con ella. Aún sonrió al recordar cómo ella le aclaró que lo sabía, pero como no tenía acompañante para ir y vio que Brittany, por alguna extraña razón que aún no comprendía, dudaba, se lanzó y la invitó.





Un par de horas después, cuando la gente estaba agotada, la orquesta cambió a un ritmo más íntimo y las parejas salieron a bailar. Desde su posición, Santana observó a Hanna reír junto a varios compañeros.

Brittany bailó primero con Artie y luego con Mike. Con frustración, la siguió con la mirada cuando ella fue hacia los servicios con su amiga Rachel.

Charló con sor Marley y su esposa Kitty un buen rato, pero enfadada con la situación, dejó el vaso en la barra para marcharse cuando Sugar llegó hasta ella algo achispada.

Le propuso bailar y Santana no pudo decir que no.

—¿Sabes que eres una mujer muy sexy?—le susurró al oído sorprendiéndola.

—Gracias, Sugar. Tú eres una muchacha muy atractiva—contestó molesta al sentir que aquella jovencita se restregaba contra ella—Oye, Sugar.

—Ummm...

—Recuerdas nuestra conversación antes de venir aquí, ¿verdad?

—Umm... sí—le susurró apoyada en su hombro—Y es una pena, porque si no fuera porque estás colada por la gruñona de Pierce, te aseguro que me lanzaría sin dudarlo a tu cuello esta noche. Pero tranquila, solo disfrutaré de ti lo justo para que no pienses que soy una fresca y para que Pierce se muera de envidia por no haberte invitado.

Santana sonrió.

—Ya sabes, querida, estrategias de mujer, tú sabes de eso—aclaró Sugar.

—Oh, sí—asintió divertida y ambas comenzaron a reír.

—¡Ay, mierda!—se quejó con gesto de dolor.

—¿Qué te pasa?

—No te rías. Pero el zapato me hizo una ampolla que me está matando.

—Creo entonces que deberías sentarte.

—Ni lo pienses—dijo abrazándola—La gruñona de Pierce acaba de regresar a la fiesta y quiero que vea lo que se está perdiendo.



Cuando Brittany regresó a la sala, miró en dirección a la barra y al no ver a Santana, se extrañó. Pero cuando miró a la pista, y vio a Sugar colgada de su cuello, se enfadó.

—Mira, reina, deja de poner esa cara de terrorista porque tú solita te lo has buscado—recriminó Rachel—La doctora Pichón lleva toda la noche...

—Déjame en paz—gruñó alejándose sin apenas oírla.

Brittany observaba cómo Santana bailaba con la novata, y el corazón se le puso a mil cuando vio que ella, tras pestañear con el mismo garbo que una actriz de los años cuarenta, le pasaba la mano por la barbilla y a Santana parecía gustarle.

Incapaz de contener sus apetencias asesinas contra aquella joven, fue hasta la barra, pidió un vodka con Coca-Cola, se volvió de nuevo a mirar y casi se atraganta al ver cómo aquella fresca se restregaba contra Santana.

—Por fin te encuentro sola—dijo en ese momento Hanna—Brittany, me gustaría hablar contigo. ¿Te apetece que salgamos a la terraza?

«No... maldita sea. No quiero ligar contigo. Lo que me apetece es arrancarle las manos a Baby Lloriqueos del cuerpo de mi morena», pensó Brittany a punto de explotar.

—Brittany, ¿me oyes?—preguntó Hanna tocándola en el hombro para hacerla reaccionar.

—Oh, sí, disculpa—respondió volviendo en sí.

No podía seguir mirando hacia Santana y aquella fresca.

—Ven—dijo tomándola del brazo—Tengo que hablar contigo.

Dejándose llevar por Hanna, Brittany salió a la terraza. Pero Santana vio aquello y su furia creció.

¿Adónde iba esa insensata?

Incapaz de seguir un segundo más en aquella fiesta, Santana miró a la novata.

—Sugar, tu compañía es muy agradable, pero me voy a marchar.

—¡Oh, Dios! No soporto más estos zapatos. ¿Me llevas a casa?

—Claro que sí.

Santana buscó con la mirada a Quinn, que en ese momento bailaba no muy lejos de ella. Se despidió de ella y de sor Marley y salió de la fiesta con Sugar del brazo.

Antes de llegar al aparcamiento, al ver que ella cojeaba, la cogió en brazos.



Desde el balcón, Brittany intentaba escuchar a Hanna, aunque en realidad eso era lo que menos hacía; solo podía pensar en lo absurdo de la situación.

Ella ahí con aquella rubia, y Santana, con la fresca aquella.

«Soy rematadamente tonta. Estoy pasando la peor noche de mi vida, y todo por hacer el idiota y no querer invitarla. Ay, Dios, odio ver como otra baila con Santana, eso es mala señal... muy mala, pero no... no puedo colgarme de ella. Es absurdo, nosotras somos como la noche y el día, y tarde o temprano nuestras diferencias serán demasiado patentes y...»

Pero de pronto cuando desde su privilegiado lugar en la terraza vio a Santana con Sugar en brazos montar en su espectacular coche y marcharse, sintió unas irremediables ganas de asesinar a alguien.

Sabía muy bien a quién.

—¡Mi madre!

—¿Qué ocurre?—preguntó Hanna, que había sido testigo de lo mismo que había visto ella.

Brittany no respondió.

Se había quedado muda mientras el corazón le iba a dos mil por hora.

—A ver, Brittany, mírame y escúchame de una vez...

—No... no quiero escucharte—gritó Brittany—Escúchame tú a mí. No me gustas. No quiero ligar contigo y no quiero que tú intentes ligar conmigo, ¿me has oído?

Hanna se sorprendió.

—No has oído nada de lo que te he contado ¿verdad?

—Y tú ¿has oído lo que yo te he dicho?—apostilló Brittany.

—Por supuesto que sí. Pero por lo que veo tú no has oído que yo no quiero ligar contigo porque tengo una novia a la que adoro y quiero más que a mi vida. Pero que no puedo invitarla a un acto público o sería el fin de nuestra relación. Intentaba hablar contigo porque da la casualidad de que mi novia, Emily, es la hermana de Santana López, la mujer que toda la noche ha estado matándome con la mirada, ¿me has entendido ahora?

Brittany la miró maravillada.

¿Emily?

La novia de Hanna, ¿era Emily?

—Oh, lo siento, Hanna. Creí que intentabas ligar conmigo y...—susurró.

—No te preocupes, Brittany—dijo Hanna con una sonrisa—Me hago cargo de que esta noche no ha sido fácil para ti. Pero déjame decirte, sé perfectamente cómo se ha sentido Santana. Si yo veo a Emily acudir a una fiesta con otra persona, soy capaz de matarla a esa persona.

—No digas eso, Hanna, somos policías—sonrió Brittany y Hanna asintió—¿De verdad sales con Emily?

—Sí. Llevamos juntas cerca de un año. Pero no lo sabe nadie, a excepción de su hermana Bree y su novio Jake. Emily está convencida de que su mamá nos separará en cuanto se entere y de que su hermana mayor no la ayudaría nada. Cuando ella me dijo que su hermana parecía enamorada de una policía, una compañera, intenté hablar contigo para pedirte ayuda, pero tú parecías siempre enfadada, o estábamos rodeadas de gente y no podíamos hablar. Ayer me llamó Emily y me dijo que Horacio, el hombre de servicio que vive con su hermana.

Brittany asintió.

—Le había comentado que Santana había llegado muy enfadada a su casa. Tú te habías negado a ir con ella a esta fiesta y entonces fue cuando me atreví a llamar e invitarte con la esperanza de poder contarte lo que te estoy contando.

—¡Joder! Esto es una bomba.

—Mira, Brittany, te mentiría si te dijera que no buscaba en ti el apoyo para que mi relación con Emily salga adelante. Te juro que he pensado mil formas de intentar hablar con Santana o su mamá, pero Emily se niega por completo. Dice que en el momento en que se enteren de nuestra relación, no volveremos a vernos. Emily y yo necesitamos tu ayuda.

—Me encantaría poder ayudarlas, pero, como habrás visto, mi relación con Santana es bastante fría y lejana. Creo que ya es nula.

—¡Eso no te lo crees ni tú!—y haciéndola reír dijo—O si no, mira cómo tengo el vestido de las puñaladas que me ha dado cada vez que me miró.

Con una sonrisa, Brittany se encendió un cigarrillo y la miró.

Ahora lo entendía todo.

—¿Sabes que no lo vas a tener nada fácil con su mamá?

—Sí, lo sé. Creo que me lo va a poner tan difícil como a ti, ¿verdad?

Brittany se asombró.

¿Cómo sabía ella aquello?

—A ver... antes de que pienses cosas raras te diré que la mañana en que te visitó la mamá de Emily, yo también estaba por ahí para hablar contigo. Acababa de pasar la fiesta en casa de Santana, y cuando Emily me contó quién eras, te busqué en los archivos, pero se me adelantó el chofer de Maribel. Luego te vi salir del coche no muy contenta y te vi marchar.

—Uf... no me lo recuerdes. Fue lo más humillante que me ha pasado en la vida. Esa imbécil me trató como si fuera una miserable y ella la reina de Saba. ¿Se lo has contado a Emily?

—No, no le dije nada. Por tu gesto supe que no te había ocurrido nada bueno. Por eso, cuando llegué a la comisaría y tropezaste conmigo, intenté hablar, pero tú me esquivaste...

—Por favor, no se lo cuentes, Santana no sabe nada y...

—Tranquila, tu secreto está a salvo conmigo, cuñada.

—¿Cuñada?—repitió mirándola—Lo dudo, y menos después de esta noche. Además, no te equivoques, yo no busco una relación estable como la tuya con Emily. Lo nuestro ha sido algo pasajero, nada importante.

Hanna sonrió.

—Tranquila. Esa chica no supone ningún peligro para ti.

—¿Y cómo sabes tú eso?

—Ya sabes que las mujeres tenemos un sexto sentido para muchas cosas, yo sé por la manera en que Santana te miraba que esa muchacha no era nadie para ella.

Eso la hizo sonreír como una tonta.

A partir de ese momento ambas se sinceraron y tuvieron una interesante conversación hasta que Brittany preguntó.

—Hanna, ¿puedo contarte algo y me prometes que no se lo contarás a Emily?

—Tú dirás.

En confianza plena, Brittany le contó lo que Jake le había comentado.

Asombrada por lo que oía, Hanna blasfemó y juntos trazaron un plan para solucionar aquello de raíz.


Poco después, los compañeros llegaron hasta ellas y las obligaron a entrar en la sala para bailar.





A las seis de la mañana, con alguna copa de más, Hanna la llevó en coche hasta su casa.

Se empeñó en acompañarla hasta el portal, pero Brittany no se lo permitió.

Se bajó del Audi plateado de Hanna, y cuando vio que arrancaba y se iba, se encaminó hacia su portal.

Hacía un frío tremendo.

Pero Brittany, con los pies destrozados como la mayoría de las mujeres que asistieron a la fiesta, sin importarle el frío se quitó los zapatos.

—Llevo horas esperándote—dijo detrás de ella una voz que rápidamente reconoció.

Santana.

Lentamente se dio la vuelta para encontrarse con la mirada oscura de Santana. Antes de que Brittany pudiera abrir la boca, la cogió por la nuca y la besó.

—No vuelvas a...

Pero Brittany levantó un dedo con rapidez y le advirtió.

—No comiences con tus restricciones, porque no voy a prometer absolutamente nada.

—Cállate y escucha, O’Neill.

—Ni lo pienses—gruñó dándole un empujón.

Sin tacones ni calzado, y Santana si con sus tacones se sintió pequeña en comparación con a la morena.

—Pero ¿se puede saber qué te pasa, cariño?

—A mí no me hables como si fuera tonta, ¿te has enterado, ricachona?

Santana la miró, pero sin dejarse impresionar por su cara de enfado, continuó:

—Mira, O’Neill, haré como que no he oído eso de ricachona. Pero me gustaría decirte que si estás enfadada porque me fui con Sugar...

—¡Qué te den morcillas a ti, a tu ex, y a Baby Lloriqueos! Me importa un carajo lo que tú y esas... esas frescas hicieran juntas, y no te voy a consentir que ahora vengas aquí a restregármelo en la cara, ¿entiendes?

—Y tú ¿qué? ¿Crees que para mí ha sido fácil ver como toda la noche esa tal Hanna anduvo detrás de ti?

—Cree el ladrón que todos son de su condición, ¿no?

Molesta por como la ojivered la miraba, preguntó.

—¿Qué has querido decir con eso?

—Tienes una carrera, ¿no?... Bueno piensa con algo que no sea... eso.

Santana incapaz de creer lo que había querido dar a entender, dijo ofendida:

—¿Sabes, O’Neill? Tengo varios músculos en el cuerpo. Uno es el cerebro , y mi cuerpo no me controla.

—Mira, doctora Pichón, es mejor que te pires cagando leches porque te puedo asegurar que por mi cerebro están comenzando a pasar palabras de alto impacto, y como las suelte, no te van a gustar.

—Oh, habló la novia de Satán—se mofó sorprendiéndola.

—¿Qué me has llamado?—gritó tirándole un zapato.

—Lo que te mereces, caprichosa—respondió sin apartarse.

—¡Eres insoportable!

—Hasta que llegue a tus límites, preciosa, todavía me queda margen.

Desesperada, quiso darse la vuelta, pero Santana la sujetó por el brazo y Brittany la miró.

—O me sueltas o lo vas a lamentar.

—Sólo quería entregarte tu zapato.

—El zapato te lo puedes meter por el...

Pero Santana no la dejó continuar.

La volvió a besar.

La dominó.

Le gustaba demasiado aquella morena y luchar contra sí misma cada día era más difícil.

—Contén tu lengua de víbora, O’Neill—dijo a escasos centímetros de su boca—O te haré lamentar los cinco días que llevo sin poder conciliar el sueño porque no he podido dejar de pensar en ti.

Algo en su interior estalló de júbilo, y fue Brittany quien la besó.

Su cálido aliento la hizo entrar en calor, y cuando puso los brazos alrededor de su cuello, Santana la alzó.

—Escucha, doctora ricachona...

—No, no te escucho—susurró Santana devorándole la boca con auténtica pasión.

Había pasado horas ante aquel portal sumida en sus pensamientos después de dejar a Sugar en su casa.

No estaba dispuesta a irse de ahí sola.

—Necesito estar contigo. Necesito olerte, besarte, tocarte, sentirte—le susurró en la oreja y eso hizo que Brittany se excitara—¿Vienes a mi casa o tengo que raptarte y meterte en el coche a la fuerza?

Brittany sonrió.

Estaba loca por esa morena.

Sin darle tiempo a responder, Santana se encaminó hacia el coche con la rubia a cuestas.

—¡Vaya, Santana! Hoy es el día de coger a las mujeres en brazos.

Santana sonrió y tras soltarla en el interior del coche, dijo:

—No. Hoy es el día en que O’Neill se deja raptar por la doctora Pichón.

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Capitulo 44

En otro punto de la ciudad, al llegar Quinn y Rachel a la casa de la rubia, Rachel entró con urgencia al baño.

Había bebido demasiado y su vejiga estaba a punto de reventar.

—Vaya, preciosa—rió al oírla—Meas igual que un elefante.

—¡Capullo!—gritó muerta de risa.

Cuando salió del baño y fue al comedor, Quinn la miró y preguntó.

—¿Qué quieres beber?

—Uf... bueno me pones en un aprieto, doctora—sonrió—Si bebo, corro el peligro de que vuelvas a compararme con un elefante.

—Anda ya, no seas tonta. Eso ha sido una broma.

Divertida y con gesto aniñado, Rachel susurró.

—Más te vale, Lady Di, si no quieres morir esta noche.

Quinn se volvió y mirándola dijo:

—Si es a polvos, no me importará, siempre y cuando sea contigo.

Rachel puso los ojos en blanco y dijo:

—Ron con naranja.

Quinn preparó un par de cubatas y puso música de fondo; luego se sentó su lado y Rachel, sin pensarlo, se quitó los zapatos.

—Oh, Dios... qué placerrrrrrrrrrrr—suspiró Rachel al sentir sus pies liberados.

Pero al volverse hacia Quinn y ver cómo la miraba, preguntó:

—¿Te estás poniendo verraca, doctora?

—¿Qué es eso?—pregunto Quinn sorprendida.

Con una sonrisa pícara, Rachel se levantó, deslizó su vestido caderas arriba y se sentó a horcajadas sobre la ojiverde.

—En España tenemos un gran léxico en palabras para decir que estás excitada—susurró moviéndose mientras la miraba a los ojos—Por ejemplo, estoy caliente, estoy excitado, estoy verraco, me siento engorilao, tengo engrasado el cetme, me tienes que exploto, y así podría seguir horas y horas y horas.

—Nunca había escuchado cosa igual—rió Quinn—Pero claro, si partimos de la base de que aunque hable un perfecto español, soy inglés, lo entenderás, pero sigue... sigue...

Al ver la sonrisa en sus ojos, Rachel le susurró:

—Ahora me gustaría que me dijeras que estás excitada en inglés.

—¿Ahora?—preguntó a punto de explotar.

—Sí, ahora. Háblame en inglés. Me pone.

Sin darle tiempo a pensar, se levantó, se quitó las medias y el tanga y sentándose de nuevo encima de la rubia, le subió el vestido y con una sonrisa de lo más morbosa, le saco las bragas y le toco su sexo con la mano.

Con rapidez Quinn susurró:

—I’m excited because you’re a beautiful girl, and because I’m crazy for making love with you.

—No sé lo que me has dicho, Lady Di, pero por tu bien espero que sea algo bonito—murmuró mientras se movía y juntaba sus sexos y poco a poco se comenzaban a mover y rozar.

—Te he dicho, MacGyver—dijo agarrándola con posesión de las caderas—, Que estoy excitada porque tú eres una chica preciosa y estoy como loca por hacer el amor contigo.

—¡Perfecto!—suspiró Rachel mientras sentía el poder del morbo y ambas suspiraban de placer.





Una hora después, y tras haber hecho el amor un par de veces más, con una sonrisa Quinn la besó en el cuello mientras la morena, desnuda, abría la nevera y cogía una cerveza.

—Eres fantástica, ¿lo sabías?

—Sí. Ya me lo habían dicho otras personas.

Quinn le dio un cachete en el culo.

—Eh... ¿quieres que te dé yo un patadón?

—No vuelvas a contestar algo así. No me gusta.

—Estaba bromeando, celosona—sonrió besándola.

Con gesto hosco, Quinn fue al baño y abrió el grifo.

Rachel la siguió.

—¿Te vas a duchar?

—Sí.

Y sin decir nada, con el ceño fruncido, abrió la mampara de la ducha y se metió.

Pensar en Rachel con otra persona le ponía mal cuerpo.

Solo pensar que la morena podría hacer las cosas que hacía con ella, la ponía de mal humor.


Dos segundos después, se abrió la mampara y Rachel se metió.

—¿Qué haces?—preguntó Quinn.

—¿Tú nunca has oído eso de «ahorra agua, no te duches solo»?

Al ver su graciosa cara, Quinn tuvo que sonreír; la acogió entre sus brazos y Rachel le susurró:

—Es mentira lo que te dije antes. La única persona que me ha dicho que soy fantástica has sido tú, así que sonríe, bésame y echemos el polvo del adiós.

—¿El polvo del adiós?

—Sí, cariño. Estoy agotada y quiero irme a mi casa a dormir.

Quinn pestañeó y dijo:

—Vamos a ver, Rach, ¿por qué no te quedas aquí conmigo? La cama es grande para las dos y no hay ninguna necesidad de salir ahora a la calle.

Pero Rachel cogió el champú, comenzó a lavarle su largo pelo y dijo:

—Mira, Lady Di, lo siento, pero no me puedo quedar.

—¿Por qué siempre haces lo mismo?—preguntó Quinn molesta.

—¿A qué te refieres?—murmuró sabiendo perfectamente a qué se refería.

—Ni yo puedo quedarme a dormir en tu casa, ni tú te quedas en la mía. ¡Esto es ridículo!

—Si te prometo que el próximo día me quedo, ¿me besarás y me harás el amor?—dijo tocándole los pechos.

—Cualquiera te lleva la contraria en este momento, Terminator—suspiró con una sonrisa.

—Bueno entonces, bésame y cállate, Quinny.

Quinn le hizo el amor con todo el erotismo del mundo y una hora después, mientras amanecía, la dejó en el portal de su casa, la rubia arrancó y se marchó.

Tenía que hablar con Brittany.

Quizás la ojiazul le desvelara el porqué de aquella fijación de Rachel por no pasar la noche entera con ella.

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