[Resuelto]FanFic Brittana: Fue Un Beso Tonto (Adaptada) Epílogo

Capitulo 17

Al día siguiente habló con su abuela de la cita y ella le dijo que no se preocupara por nada, y menos por la niña.

Se duchó, se alisó el pelo y revolvió el armario entero sin saber qué ponerse. Finalmente se decidió por el vestido azul de Cortefiel que llevó el año anterior a la boda de una amiga.

Se miró al espejo y vio que aún le quedaba bien; cogió los zapatos negros de tacón y al calzárselos se sintió más cercana a un pato mareado que a una modelo de pasarela.

Tomó aire y salió al salón.

Ahí, Sue y April con la pequeña Luna en brazos, veían su programa favorito de las tardes.

Cuando Brittany apareció ante ellas toda peripuesta, se miraron incrédulas.

—¡Bendito sea Dios, Superwoman!—gritó Sue mientras se levantaba—¡Pero qué guapa te has puesto!

—Oy... oy... oy... pero ¿adónde vas tú tan requeteguapa?—preguntó April levantándose para acercarse.

Brittany, contenta con la reacción de ellas, se dio por satisfecha y tras darle un besito a la pequeñaja, sonrió.

No sabía por qué, pero quería impresionar a la doctora, demostrarle que ella no tendría tanto dinero, pero tenía clase.

—Bueno... ¿Qué tal? ¿Me ven bien?

—Pero bueno, hermosa—se llevó las manos Sue a la boca—Has pasado de ser la mujer policía a una modelo de revista cara.

—¡Por Dios, muchacha! Si yo tuviera ese cuerpo y tu edad, la de hombres que babearían por mis carnes.

—Un momento, no te muevas—dijo Sue; desapareció por el pasillo y volvió a aparecer con la máquina de fotos en la mano—Haznos una foto, April. No sé cuándo volveré a ver a mi niña de nuevo así de guapa.

—Abuela, por Dios—se quejó Brittany mientras la agarraba—Cualquiera que te oiga creerá que voy hecha una zarrapastrosa todo el día.

Cuando April dejó encima del sofá a la pequeña dormida, cogió la cámara y dijo:

—A ver... miren al pajaritoooooooo y digan patataaaaaaaa.
—No, cariño, no vas hecha una zarrapastrosa—aclaró Sue tras las fotos—Pero llevaba años sin verte maquillada, peinada, con tacones y con un vestido decente.

—Abuela, para mí es más cómodo llevar pantalones en mi trabajo que ir vestida como voy ahora. ¿No estás de acuerdo?

—A eso me refiero. Entre que siempre llevas pantalones y botas, y que cada dos por tres tienes algún vendaje o moratón en el cuerpo... verte así ¡es algo inaudito!

—Bueno... bueno ¿y a qué se debe esta elegancia?—preguntó April, que volvió a coger a la pequeña.

—Esta noche cenaré con Santana—y acercándose a April, dijo—Déjame que lleve a la cagona a la cuna. Con un poco de suerte aguanta un poquito antes de que le toque el siguiente biberón.

Con sumo cuidado, Brittany la cogió y cuando llegó a la habitación le besó el moflete antes de dejarla en la cuna y susurró:

—Pórtate bien. No le des mucha guerra a la abuela. Regresaré dentro de unas horas.

La pequeña se movió y con una sonrisa Brittany la dejó en la cunita y tras un último vistazo a la pequeña se marchó.

—¿Cenarás con la doctora guapetona?—preguntó Sue y su nieta asintió.

Al ver las caras y en especial los gestos de aquellas dos, con rapidez Brittany añadió:

—Eh... tranquilas. Esto es simplemente una cena entre amigas.

—Bendito sea Dios, ¡qué ilusión! Por fin sales con una persona que se viste por los pies—aplaudió su abuela.

—¿Te has puesto liguero?—preguntó April.

—Bueno no. No me he puesto liguero.

—Oy... oy... oy... con lo lindo que son.

—¡April!—gruñó Brittany.

Pero tuvo que reír al ver como aquellas dos se carcajeaban.

—Cuéntale lo de la niña. Que sepa que no estás sola—detalló su abuela y Brittany la miró.

—¿Por qué le voy a contar que tengo a Luna?

—Haznos caso, Superwoman—cuchicheó April—Si lo haces, nunca podrá decir que la engañaste en cuanto a que tienes una hija.

«Pero es que yo no tengo una hija», pensó sin querer.

En ese momento sonó el timbre del portero automático y Brittany le dijo a Santana que ya bajaba y colgó.

—Vamos a ver—dijo mirándolas—Llevaré el móvil encendido toda la noche. Cualquier cosa que pase, abuela, ¡llámame!

—Sí, hermosa, tranquila. Ve y pásalo bien, no ocurrirá nada.

—Si la niña se pone mala o lo que sea, llámame y enseguida estaré aquí. Y por último, pero no menos importante, no quiero que descuelguen el telefonillo para cotillear, ¿me han oído?

Ambas asintieron y Brittany, tras tomar un pequeño bolso negro y un abrigo en tono beige, repitió:

—¿Me han oído?

—Que sí, pesada—asintió su abuela empujándola—Venga... venga no la hagas esperar y pásatelo bien.

Después de darles un beso, Brittany salió al descansillo del piso y antes de marcharse, se volvió con una última mirada de advertencia.

Al llegar al portal se cruzó con el señor Figgins, un jubilado castizo y bravucón, muy piropeador, que vivía en el bajo derecha.

—¡Olé... la hembra guapa y española!

—Gracias, señor Figgins—le contestó mientras sus ojos veían a Santana.

Guapísima como ella sola, con un vestido oscuro y un abrigo también negro, la esperaba apoyado fuera del portal.

—Lástima que no sea bizco para verte dos veces, ¡so guapa!

—¡Mi madre!, señor Figgins—bromeó Brittany—¡Qué humor tiene usted!

Se despidió de él con una sonrisa, abrió el portal y se encontró con Santana.

La morena la encontró tan cambiada que se quedó boquiabierta mirándola. Las veces que la había visto siempre iba de sport, con pijama o incluso con un ojo morado.

Por ello al verla ante ella tan sexy y elegante, se atragantó y no supo qué decir.

—Pero muchacha, dile algo y no te quedes callada como una muerta—gritó April desde el balcón.

—Sí, hermosa—apuntilló Sue divertida—Para un día que se ha vestido de mujer y no de machorro se merece todos los piropos del mundo y más.

Brittany cerró los ojos y creyó morir.

«Las mato... las mato a las dos, lo juro», pensó avergonzada.

Cuando abrió los ojos, miró para arriba y vio a su abuela y a April apoyadas en la barandilla de la terraza, tan panchas.

Santana se divertía con todo aquello, pero al ver la cara de mala leche de Brittany, rápidamente reaccionó y acercándose a ella dijo:

—Estas preciosa, inspectora

Y para impresionar todavía más a las del balcón, le entregó una rosa que Brittany cogió muerta de vergüenza.

—Olé y olé... el detalle fino y galante que acabas de tener, muchacha—gritó el señor Figgins desde su ventana—Te llevas un pedazo de hembra, que porque yo ya estoy algo enquistao, porque si no, no se me escapaba. Y tú estás muy guapa también.

—Esto es increíble—susurró incrédula Brittany.

Aquello de pronto parecía un circo, y Santana y ella, los payasos.

Contó hasta veinte para no soltar un típico gruñido inspectora Pierce, luego miró hacia arriba, pero rápidamente su abuela gritó:

—Tú dijiste que no cogiéramos el telefonillo. No dijiste nada de que no nos asomáramos al balcón.

Incrédula, volvió a mirar a Santana, que la observaba con semblante divertido.

—A veces entiendo el porqué de algunos asesinatos en serie.

Con una sonrisa, Santana no le dio tiempo a decir nada más y la tomó por la cintura.

—No te preocupes, no pasa nada. Te puedo asegurar que mi abuelo, en ocasiones, es peor.

Y mirando a las mujeres del balcón y al hombre que desde su ventana las observaba, dijo:

—No se preocupen, la devolveré sana y salva.

—Más te vale, muchacha, si no quieres tener problemas conmigo, muy guapa serás, pero no te metas con Brittany—apuntilló el señor Figgins dejando nuevamente a Brittany sin palabras.

—Pásenla bien, hermosas—gritó Sue disfrutando de aquel momento—Britt, no te preocupes por nada y ah... no echaré la cadenita por si vuelves esta noche.

Aquello ya era demasiado, pero sin mirar a su abuela, susurró:

—Nos vamos antes de que suba y les cante las cuarenta al frente juventudes.

—Por supuesto, tengo el coche aparcado en aquella calle—respondió divertida Santana.

Cuando desaparecieron del campo de visión de su abuela y compañía, Brittany por fin se relajó.

—Oye, de verdad, Santana, disculpa la guasa de... ¡Joder!—gritó al ver a Santana accionar un mando y unas luces parpadear—No me digas que el Lamborghini Murciélago Lp 640 del que acaban de encenderse las luces es tuyo.

Impresionada por el grito que había dado y en especial porque Santana conociera tantos datos de aquel coche, asintió.

—Pero ¿cómo se te ocurre aparcar aquí este coche? ¡Madre mía!, qué locura, por Dios—susurró incapaz de dejar de admirar aquella maravilla—Te lo podían haber desguazado en el rato que me has estado esperando en el portal, o algún graciosillo podría haberlo rayado con las llaves. Tú no sabes cómo se las gastan por esta zona.

Santana se encogió de hombros.

—Es el coche que utilizo a diario, y sinceramente, no me lo he planteado.

Pero Brittany parecía no oír.

Solo tenía ojos para el automóvil.

—¡Mi madre! ¡Qué pasada de buga! Lo que daría yo por conducir un coche así.

—Toma, condúcelo—le ofreció las llaves.

Durante una fracción de segundo Brittany dudó.

¿Debería coger aquellas llaves?

Por un lado le apetecía horrores, pero llevaba puestos los tacones y sabía que no iba a disfrutar del momento.

Al final negó con la cabeza y dijo:

—Te lo agradezco, pero creo que hoy no.

—¿Por qué?

Brittany no habló.

Le señaló los zapatos y Santana entendió, Brittany no estaba acostumbrada a los tacones y mucho menos conducir con ellos.

—Pero me gustaría que no olvidaras ese ofrecimiento por si hubiera otra ocasión—respondió Brittany.

—¿Otra ocasión de qué?

—Bueno de volver a quedar contigo.

Santana sonrió y tiró de Brittany para atraerla hacia ella, la besó sin importarle nada ni nadie, solo Brittany.

Desde que la había visto salir del portal de su casa, había deseado besarla.

Estaba preciosa, sexy y diferente.

Parecía mentira que aquella delicada mujer pudiera ser la misma policía de lenguaje en ocasiones vulgar que la había hechizado.

Cuando el beso acabó Brittany continuaba con los ojos cerrados.

—Bueno, inspectora—sonrió Santana—, ¿Nos vamos?

Brittany la miró y asintió.

—Sí, anda. Vámonos de aquí, antes de que los chorizos de mi barrio te roben hasta las llantas.

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Capitulo 18

Sentada en el asiento del copiloto, Brittany no podía dejar de admirar y tocar todo a su alrededor.

Era la primera vez que, después de lo de Susi, dejaba a solas a su abuela y la niña para tener una cita.

Durante el trayecto, Santana quedó impresionada por lo mucho que Brittany sabía de mecánica, algo que las mujeres de su familia y su entorno ni siquiera sabían que existía.

Claro excepto ella.

Cuando Santana aparcó y salieron del coche, Brittany miró a su alrededor y se extrañó.

—Pero ¿qué hacemos en la Base Aérea de Torrejón de Ardoz?

Santana respondió:

—Es parte de la cita.

—¿Cómo?

—Quiero invitarte a cenar en un sitio muy especial para mí—dijo Santana mientras saludaba a unos guardias.

—¿En una base aérea?

—No—sonrió Santana.

—Entonces, ¿adónde vamos?

Al ver que Santana no respondía se paró bruscamente.

No quería alejarse demasiado por si su abuela la necesitaba.

—De aquí no me muevo hasta que no me digas adónde vamos. Yo... yo no puedo alejarme demasiado de Madrid.

—Es una sorpresa. Y tranquila, esta misma noche o como muy tarde de madrugada, estarás en tu casa.

Brittany no supo si alegrarse; estaba desconcertada.

—Odio las sorpresas, doctora.

Aún recordaba la última sorpresa que Evans, su ex, le dio.

—Eso es mentira. A las mujeres nos encantan las sorpresas—sonrió Santana.

—No sé qué clase de mujer eres y has conocido ni me interesa. Pero a mí, o me dices dónde vamos o, como te he dicho, no me muevo de aquí.

—¿Confías en mí?

Aquella pregunta la pilló de sorpresa.

¿Cómo iba a confiar en Santana si apenas la conocía?

Pero por otro lado, sus ojos, su sonrisa, todo en Santana le indicaba que podía confiar.

Con delicadeza y con una mirada que le quitó hasta la palabra, Santana la acercó a ella y la besó con dulzura. Primero en la punta de la nariz, luego los labios y por último el cuello.

—Di que sí. Llevo casi tres semanas solo pensando en ti.

Brittany sintió que todo el vello de su cuerpo se erizaba al sentir el calor y la fuerza de aquellas palabras.

No sabía qué tenía aquella morena que no hubieran tenido hasta el momento las demás personas, pero sentía como si la personalidad de Santana pudiera doblegar su voluntad.

—Venga, inspectora Pierce, di que sí—volvió a susurrarle en el oído mientras sentía cómo su dedo pulgar le hacía circulitos lentos en el centro de la espalda.

«Dios... cómo me estás poniendo, doctorcita», pensó embriagada.

Con la lengua pegada al paladar por el estado de excitación que Santana le había creado, Brittany asintió con la cabeza.

Con una encantadora sonrisa y los hoyuelos que se le formaban, Santana la besó y juntas cruzaron una puerta donde un coche las recogió y las llevó hasta un hangar.

Bajaron del coche y Brittany vio el jet privado que estaba ante ellas. La palabra «López» cruzaba de lado a lado aquel bicho. Dos segundos después, Santana le presentó a Kurt Hummel, el comandante que pilotaría el avión.




Media hora después, ya en vuelo, Brittany, sentada en un cómodo y amplio asiento forrado de cuero claro, hablaba con Santana mientras intentaba aparentar normalidad.

Para ella todo aquello era nuevo y espectacular.

Aunque no le faltó de nada y siempre se consideró una afortunada en la vida, aquel lujo y glamour la estaban desconcertando.

—Bueno, doctora, ¿me vas a decir ahora adónde vamos?

—Bueno te voy a llevar a cenar a un sitio precioso, desde el cual tendrás unas vistas magníficas de una ciudad que he oído que tienes muchas ganas de visitar.

Durante unos segundos Brittany la miró.

De pronto se le iluminó la cara.

—¿París? ¿Vamos a cenar a París?

Santana asintió.

Brittany olvidó sus remilgos, sus vergüenzas y todo tras lo que se había escondido durante varios meses.

Se tiró a sus brazos y la besó.

A Santana le gustó eso y lo disfrutó.





Una vez tomaron tierra en el aeropuerto de Orly, se montaron en un coche que las llevó directamente hasta el centro de la ciudad, donde las luces comenzaban a encenderse.

—¡Madre mía! ¡Qué bonito es París!—murmuró Brittany mirando su alrededor.

—Sí, realmente precioso—asintió Santana mirándola a ella.

El coche paró en la Avenue Du Maine 33, el mismo chofer del coche les abrió la puerta del edificio.

Montaron en el ascensor y subieron a la planta 56, donde un señor muy francés saludó a Santana, y con una amabilidad increíble, las llevó hasta una estupenda mesa junto a la ventana.

Ahí tenían unas impresionantes vistas de París.

Con la inquietud de una niña pequeña, Brittany disfrutó de aquello, mientras Santana, acostumbrada a aquel tipo de lujo, disfrutaba de Brittany.

Después de ver la carta, de primero pidieron ensalada de langosta a las hierbas verdes y foie-gras Ciel de Paris, y de segundo solomillo con salsa de trufas y asado de lubina salvaje, todo ello bañado por un excelente chardonnay francés.

Degustaron todo aquello y Santana se tomó un café solo, mientras Brittany pidió un helado de chocolate con nata montada.

—Ummmm... estaba todo buenísimo—suspiró Brittany mientras rebañaba el plato con verdadero deleite—Me encanta el helado de chocolate.

—No lo dudo—afirmó Santana.

—Eh... ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?

Santana sonrío.

Verdaderamente la tenía alucinada.

—Tienes un apetito atroz. No he conocido nunca a una mujer con tu apetito, además de Quinn y yo.

—¿Me estás llamando gorda?—soltó Brittany la cuchara.

—Bueno no. Solo te digo que no...

—Vale... vale... lo entiendo. No estás acostumbrado a que tus citas pidan postre—se mofó Brittany.

—Más o menos—y tomándole la mano, la atrajo hacia ella y dijo—Mi ex era una obsesiva de la comida light. Mi mamá, mis hermanas o cualquiera de sus amigas se pasan media vida calculando las calorías que se meten en el cuerpo.

Al oírlo, Brittany pensó en su prima Susi y en su fervor por la comida antes de hacerse vegetariana.

Santana vio aquella sonrisa triste y preguntó:

—¿A qué se debe la tristeza que veo en tus ojos?

Sorprendida, Brittany respondió:

—Al decir eso sobre la comida recordé a mi prima Susi. Ella... Susi ha muerto recientemente. Era una muchacha joven llena de vida y... y...—pensó en Luna y no supo proseguir.

Tomándola de la mano, Santana hizo que la mirara y susurró:

—Lo siento. No lo sabía. ¿Cuándo ha ocurrido?

—Hace tan poco que aún no me lo creo—respondió pesarosa—Ha sido algo terrible. Una muerte inesperada y la abuela... bueno, ella no lo está pasando bien.

—Tú tampoco—dijo clavando sus ojos en Brittany.

—Tienes razón. Yo tampoco. Pero como dice la abuela, hay que seguir adelante. La vida continúa y no se para porque los seres queridos se marchen.

Santana la miró y asintió.

Pasados unos segundos, Brittany se recompuso y preguntó con una sonrisa:

—Bueno, doctora, cambiando de tema... En tu tiempo libre ¿qué sueles hacer?

—Uf... la verdad es que no suelo tener mucho. Pero cuando lo tengo, me gusta leer libros de medicina, asistir a la ópera, escuchar música o simplemente cerrar los ojos y descansar.

«Eso es justo lo que yo necesito», pensó Brittany, pero con tono de burla dijo:

—¡Qué emocionante vida la tuya!

—A ver, inspectora. En tus ratos libres, ¿qué haces tú para que tu vida sea más emocionante?

—Bueno mira, cuando tengo ratos libres, que últimamente no son muchos—pensó en Luna y suspiró—, Me gusta pasarlo bien con los amigos, ir a conciertos, al cine, o en su defecto ver pelis en la tele. Me vuelve loca viajar a Ibiza. Acudir a fiestas, comer helados, escuchar música. ¡Dios!, me encanta la música. Leer algún buen libro, ir al parque de atracciones o la Warner, y montarme en alguna atracción para soltar adrenalina. ¡Te lo recomiendo!

Santana sonrió.

—Y cuando necesito pensar, me encanta ir a Faunia, a la zona donde están los pingüinos, sentarme en la semioscuridad del lugar y observarlos. Eso me relaja muchísimo. Deberías probarlo.

Santana sonrió.

—No me puedo permitir perder el tiempo.

—¿Quién te ha dicho que eso es perder el tiempo?—protestó Brittany, y dándole con el dedo en la frente la señaló—Eso, señorita López, es vivir. Y repito, deberías probarlo.

Santana asintió.

«Quizá tuviera razón.»

—¿Puedo hacerte una pregunta bastante personal?—preguntó Brittany.

—Por supuesto, siempre y cuando luego yo pueda hacértela a ti.

—¿Hace mucho que te separaste?

—En septiembre hace dos años.

—¿Qué ocurrió?

—Dijiste una pregunta, y con esta serían dos—sonrió Santana—Ahora me toca a mí.

Brittany asintió.

—El comisario Evans, ese que siempre está enfadado, ¿fue tu pareja?

—Sí—respondió mientras cogía la cuchara y la chupaba.

Después de un pequeño silencio, Brittany preguntó:

—¿Cuánto tiempo estuviste con ella?

—Doce años. ¿Y tú con él?

—Casi tres. ¿Qué ocurrió?—preguntó Brittany.

—Se aburrió de mí, y yo me aburrí de pedirle hijos.

Brittany la miró y suspiró.

¡Hijos!

Aquello no tenía futuro.

—Evans también se aburrió de mí.

Santana enarcó las cejas.

—No estábamos casados, pero vivíamos juntos. Me engañó cientos de veces y lo perdoné, hasta que descubrí una relación paralela a la nuestra que duraba más de seis meses, y entonces lo dejé.

Tras aquellas confidencias llegaron muchas más, pero Brittany no habló de Luna.

Aquel tema aún no sabía cómo enfocarlo y prefirió no decir nada.

A la una de la madrugada decidieron poner rumbo a Madrid.

Una vez en el aire, Santana le preparó algo de beber, un ron con Coca-Cola. Santana se tomó un Cardhu. Se sentó frente a Brittany y sin quitarle los ojos de encima, comenzó a beber.

Sus ojos parecían desnudarla y Brittany, inquieta y excitada por lo que aquella morena le hacía sentir, percibió cómo una ráfaga de lujuria y desenfreno llamaba a su puerta.

Deseaba con todas sus fuerzas besarla, pero temía parecer demasiado fresca y libertina.

En ese momento, Santana la miró y sonrió; eso la hizo arder.

«Lo sabe. Sabe que la deseo. Muy bien, doctorcita, tú te lo has buscado», pensó levantándose de su sillón para sentarse a horcajadas encima de Santana con su vaso en la mano.

Sorprendida, Santana echó atrás su cabeza hasta que dio contra el respaldo del asiento.

Era excitante tener a Brittany encima de ella, tras una noche perfecta y con aquella sonrisa que prometía un buen rato.

Los cálidos y sensuales labios de Brittany se posaron en su cuello durante unos segundos, los suficientes como para hacer que se le erizara todo el vello del cuerpo.

—Inspectora, si sigues con este juego, no voy a querer parar—advirtió muerta de deseo por Brittany.

Brittany la miró y con una sonrisa sexy, le contestó.

—No quiero que pares, doctora.

Excitada como nunca, dejó el vaso de Cardhu encima de la mesita y sin ningún tipo de miramiento posó sus cuidadas manos en el trasero de Brittany para atraerla más hacia el centro de su deseo, que ardía desde hacía horas por tenerla así.

—Ya no te duele por aquí, ¿verdad?—preguntó con voz ronca al tocarle la zona donde días antes le había puesto crema.

«Ay... Dios mío, desnúdame y desnúdate. Pero ya.»

—Bésame, Santana—suplicó Brittany.

Deseosa por hacerlo, Santana la atrajo hacia ella y la besó. Brittany apretó sus senos contra los suyos, y enredando sus dedos en aquel pelo negro, le devoró la boca hasta que la oyó gemir de placer.

Así le gustaba tenerla.

—Quítame el vestido—le susurró arqueándose.

Santana parecía tan aturdida en aquel momento que Brittany tuvo que repetir:

—Santana, quítame el vestido, por favor.

Sin perder un segundo, esta vez Santana obedeció.

Le sacó el vestido y lo tiró al suelo; Brittany se encontró semidesnuda encima de ella.

—Dijiste que nadie nos interrumpiría hasta llegar a Madrid, ¿verdad?

Santana asintió como atontada.

No entendía qué le pasaba.

Era la primera vez que una mujer conseguía anularle en el juego del sexo. Eso la excitó tanto que no supo cuánto tiempo iba a poder aguantar sin poseerla.

Sin importarle absolutamente nada, Brittany bajó su mano y le acaricio los pechos, y sonrió contra su oreja al sentir como Santana saltaba al notar sus manos calientes y juguetonas en ella.

En aquel momento, Santana no pudo más y agarrándole la cara la atrajo hacia ella y la devoró.

La poseyó con su boca y con sus exigentes manos.

La tocó de tal manera que ahora fue Brittany la que tembló.

Santana mirándola a los ojos, bajó su mano por la espalda hasta posarla en su cintura. Con suavidad llevó la palma de su mano hasta el vientre de Brittany y comenzó a tocarla hasta que Brittany con un respingo se la retiró.

—¿Por qué me la quitas?—preguntó Santana con voz ronca—¿Qué pasa, Brittany?

—Vamos a ver—susurró con un gesto que Santana no supo descifrar—Te he quitado de ahí la mano porque no me gusta que me toques mi michelín.

Entonces Santana sonrió e intentó bajar la mirada, pero Brittany no la dejó.

—Eh... eh...—sonrió al oírla reír—No lo mirarás. Esta noche me acusaste de tragar más comida que todas las mujeres de tu familia, y aunque deseo que me poseas más que nada en este mundo, no estoy dispuesta a que mires y admires mis lorzas.

Aquella cara de guasa y la picardía en su mirada, la excitó aún más, y ansiosa por tenerla, quitó las manos de su cintura, le desabrochó el sujetador y lo tiró junto al vestido.

Santana sintió que iba a explotar y al ver los pechos de Brittany ante ella, como una autómata se lanzó a por ellos. Los devoró y estrujó hasta conseguir que Brittany suspirara y gimiera de placer.

Caliente y deseosa de recibir todo de Santana, le acarició el cuello con mimo, mientras sentía cómo le succionaba los pezones y la hacía arder.

Necesitaba con urgencia ser tocada por aquella morena.

Sin necesidad de hablar, Santana se levantó con Brittany en brazos, y tumbándola sobre uno de los amplios sillones de cuero beige, echó el respaldo para atrás.

—Aquí es donde yo quería llegar.

—Déjame quitarte el vestido—imploró desabrochándoselo. Luego miró extasiada su figura—Tienes un cuerpo muy bonito, Santana. Debes hacer mucha gimnasia para mantener esas tabletas de chocolate tan bien puestas y esos pechos tan monos.

Al oírla Santana se carcajeó, y quitándose el sujetador y las bragas negras con premura para satisfacción de Brittany, respondió:

—Inspectora, tú sí que eres preciosa.

«Madre mía... madre mía, qué bien armada estás, morena», pensó al ver aquellos oscuros y tentadores pechos dispuestos ante ella y que decir de su lindo monte de venus.

Santana sin decir más, le quitó las bragas, se tumbó sobre Brittany y comenzó a besarla de nuevo.

Esta vez, los besos fueron más salvajes, posesivos y sensuales.

A punto de estallar, Brittany le colocó sus piernas alrededor de las caderas, y ambas se estremecieron al sentir el calor que sus cuerpos radiaban.

«Más vale prevenir que bautizar», pensó Brittany, mientras recordaba que tenían que hablar sobre exámenes.

—Oye, Santana...

Pero Santana no la dejó hablar, la besó con premura, con exigencia, mientras posicionaba su sexo en su húmeda intimidad. Tras un arrebatador movimiento unió sus sexos y ambas suspiraron de placer.

—Te gusta... te gusta así—susurró Santana embelesada al sentirla gemir y moverse bajo ella.

Incapaz de responder, Brittany la miró y asintió con la cabeza, mientras se dejaba llevar una y otra vez por aquellas embestidas que la hacían arder.

Santana, incapaz de retener ni un segundo más sus impulsos sexuales, se dejó llevar y movió sus caderas hasta que sintió cómo se arqueaba y gemía de placer y ambas llegaron al orgasmo.

Cuando por fin Santana se relajó sobre ella, Brittany aún continuaba con la respiración entrecortada. Cerró los ojos y con una tierna sonrisa, le revolvió el pelo y sonrió.

—Doctora... no podemos volver a hacer esto sin saber bien si estamos sanas. No quiero problemas.

—Tienes razón—asintió agotada—Pero como sabes soy médico y me realizo pruebas. Y sé que tú también estas pendiente.

—Sí, tienes razón. Estamos sanos entonces.

En ese momento, el comandante les habló a través del interfono.

—En diez minutos tomaremos tierra en el aeropuerto de Madrid. Abróchense los cinturones.

—¿Ya hemos llegado?—preguntó decepcionada Brittany.

—Sí, inspectora—asintió levantándose de encima para coger un kleenex y limpiarse—Ya hemos llegado. Espero que el vuelo haya sido placentero.

Brittany sonrió.

Haber practicado sexo con Santana había sido lo mejor que le había pasado en mucho tiempo.

Sin poder evitarlo, Santana la besó el tatuaje y Brittany sonrió.

—Me encanta tu hada de la suerte.

—¿Sabes una cosa?

—¿Qué?

—Eres la primera persona, aparte de mí, que toca mi hada de la suerte.

—Y espero ser la única—murmuró, mientras Brittany se vestía de espaldas.

Aquella que ahora se escondía era la misma que minutos antes la sedujo con una sensualidad desbordante que la volvió loca.




Poco después el avión tomó tierra, y Santana la llevó en su cochazo hasta la puerta de su casa, donde se besaron y quedaron en llamarse.

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Capitulo 19

Dos días después de aquella primera cita en París, Brittany y Santana comenzaron a verse siempre que podían, y siempre... siempre acababan haciendo el amor apasionadamente.

Aquella tarde, mientras estaban en un operativo y esperaban en un coche en la calle Segovia a que El Tórtola —un camello a pequeña escala— apareciera, Brittany suspiró:

—¡Quiere hijos!

—Oh... qué horror, y tú ya tienes uno—se mofó Rachel mientras atacaba las patatas.

Brittany parecía no oírla.

—Y lo peor de todo es que aunque yo no quiero nada serio con ella, me gusta.

—Normal. Está buenísima—convino Rachel.

—Me parece sexy. Me hace gracia su seriedad en ocasiones, y me vuelve loca en la cama. ¡Mi madre! En la cama es tremenda.

—Bueno chica, no lo pienses y disfruta el momento, ¿no es tu lema?

Extasiada asintió.

—Mira, Britt—suspiró su amiga tras meterse un puñado de patatas en la boca—Por mi tortuosa experiencia, creo que debes pasarlo bien. Además, si tienes claro que tú no eres para ella, ni la doctora Pichón es para ti... ¡Pásalo bien y ya está!

Eso molestó a Brittany, pero calló.

Rachel continuó.

—No te agobies, ni por ella ni por nada.

—Intento hacerlo, pero Santana... es diferente.

—Mira, haz lo que quieras. Pero siento decirte que a ti no te aguanta ni tu abuela.

Aquello las hizo sonreír.

—Por lo tanto y resumiendo—continuó Rachel—Disfruta del momento e intenta que tu corazoncito de hierro no se funda por culpa de la doctora, ¿has escuchado bien?

Brittany asintió.

No pensaba enamorarse de Santana, pero cuando la miraba, sentía algo que nunca había sentido por nadie.

Ni siquiera por Evans.

—Tienes razón—asintió—Demasiado perfecto.

—Yo que tú le miraba la etiqueta por si pone Made in China. Nadie es perfecto. Algún defecto tiene que tener. ¿Quizás le huelan los pies?

Brittany dijo:

—Eres una envidiosa de no te menees.

Rachel iba a contestar, pero en ese momento apareció El Tórtola. Con tranquilidad le dejaron subir a su casa; vivía en un segundo piso y una vez ahí sería más fácil detenerle.

Pero se equivocaron.

Su compañero de piso vio llegar a las polis y le avisó, y el chorizo, ni corto ni perezoso, se tiró por la ventana. Se levantó y con una agilidad increíble salió corriendo.

—¿Dónde se supone que vas, Superwoman?—gritó Rachel mientras agarraba a su compañera, ya subida a la ventana.

Al ver la cara de esta, Brittany se percató de que iba a cometer una imprudencia y, dando un salto hacia atrás, se bajó.

—Pero ¿tú estás tonta o qué?—volvió a gritar Rachel—¡Joder, qué susto me has dado!

—Vale... vale... tienes razón—se disculpó Brittany por su imprudencia.

Guardaron las pistolas y se marcharon de nuevo hacia su coche.

Al llegar se sorprendieron al ver que dos mindundis conocidos intentaban abrir la cerradura del automóvil con un alambre.

—¿Se puede saber qué hacen?—gritó Rachel.

A pesar del ciego que llevaban, Mortadelo y su hermano Simbad las reconocieron.

—¡Anda! Pero si es la jodida pasma—rió Mortadelo.

—Ten cuidado con lo que dices—advirtió Brittany quitándoles el alambre.

—Ahora entiendo por qué El Tórtola corría—rió el chorizo.

Sin ningún tipo de miramiento, Brittany cogió al chaval que pesaba menos que una pluma y retorciéndole el brazo, le susurró al oído:

—¿Dónde está El Tórtola? No te lo voy a volver a preguntar otra vez.

El otro intentó huir, pero Rachel se lo impidió.

—O cantan ahora hasta la Traviata, o lo harán cuando lleguemos a comisaría.



Dos minutos después, las inspectoras se montaban en el coche acompañadas por Mortadelo y Simbad.



Un par de horas más tarde, tras avisar a varias patrullas, detuvieron a El Tórtola, a algunos de sus colegas, y un buen alijo de chocolate recién traído de Melilla.




Poco después, Brittany llegó a su casa, recogió a la pequeña Luna y a su abuela y fueron al pediatra.

Este les indicó que la pequeña estaba como un roble.

Ya pesaba diez kilos.

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Capitulo 20

Una semana después mientras tomaba café con los compañeros y con la nueva oficial, una tal Sugar que tenía cara de santita, a Brittany le sonó el móvil.

Un mensaje.






Sonrió al leerlo.

Era Santana y le apetecía un montón verla.

—Rach, ¿te importa si hoy no como contigo?

Esta vio la impaciencia en sus ojos y contestó:

—Anda, ve y revuélcate con la doctora Pichón, con lujuria y desenfreno. Pero recuerda que esta tarde a las seis tenemos reunión con Evans y compañía.

Con una sonrisa de oreja a oreja, cogió su bolso, le dio un beso en la mejilla y desapareció.



Diez minutos después, Rachel, miró el reloj.

Las 15:00 horas.

¿Dónde puedo ir a comer?

Rápidamente pensó en Luna y decidió marcharse a La Vaguada a comprarle un regalo.

Ahí comería algo.




Cuando llegó al centro comercial, dejó su coche en el parking subterráneo, y se puso en la cola para comer en el Burger King.

Una hamburguesa rápida sería perfecta.

—Hola—saludó a la chica que la atendió—, Quisiera un menú Whooper con queso, pero sin lechuga, tomate ni pepinillo. Aros de cebolla en vez de patatas, y de bebida Coca-Cola light.

—¿Algo más?—preguntó la muchacha.

Rachel dudó.

El caso es que tenía un hambre atroz.

—Bueno... sí; póngame también una burger cheese beicon sin mostaza ni pepinillo, pero solo la hamburguesa, no el menú. Ah... y a la Coca-Cola de antes ponle mucho hielo, por favor.

—¿Algo más?—volvió a preguntar la muchacha.

—Bueno sí... un Sandy de chocolate.

De pronto, una voz detrás de ella logró atraer su atención.

—Por favor señorita, no le pregunte si quiere algo más. Los demás también queremos comer.

Al volverse, Rachel resopló al reconocerle.

«La que faltaba. La doctora Agobio aquí. Bueno no pienso hacerle caso. Total... no nos conocemos», pensó muy digna, y sin hacer ningún comentario, pagó su comida y cuando le dieron su pedido se alejó de la ojiverde todo lo que pudo.


Cinco minutos después, cuando había pegado un enorme bocado a su Whooper y creía haberse escabullido, su voz volvió a sonar a su lado.

—¿Puedo sentarme contigo para comer?

Rachel la miró.

Se fijó en sus pantalones oscuros y en su polo blanca.

¡Será pija!, pensó mientras sonreía al ver aquel pelo tan bien desordenado.

Pero ella no podía hablar.

Tenía la boca llena de hamburguesa, y lo peor de todo, el kétchup le corría por la barbilla.

Con algo parecido a un gruñido le respondió que no.

No se podía sentar con ella.

Ante su negativa, Quinn se encogió de hombros y se sentó en la mesa de al lado.

«Maldita cabezona», pensó Quinn.

Comer una hamburguesa cuando te miran es lo peor.

Y más si el que te mira es una persona que no está nada mal.

Eso fue lo que le ocurrió a Rachel, aunque intentó comer como si Quinn no estuviera ahí.

«Me daré prisa. Así le perderé de vista antes», pensó Rachel.

Comenzó a comer a toda velocidad, pero de pronto un trozo de carne y pan se le fueron por otro lado y no podía respirar. Intentó disimular, pero al ver que se estaba ahogando, se volvió hacia Quinn en busca de ayuda.

Quinn la levantó con rapidez, se puso detrás de Rachel, colocó sus manos por encima del ombligo y comenzó a presionar hasta que salió el trozo de pan y carne.

—Estás mejor—susurró Quinn en su oído.

Rachel comenzó a respirar.

Y aunque le temblaban las piernas por el susto, se sintió extraña al estar aún entre los brazos de la rubia, que se resistía a soltarla.

—Gracias... si no es por ti, la diño—susurró sin mirarla.

Quinn, aún con las manos cruzadas bajo su pecho, le susurró con voz pausada y sexy, muy... muy sexy, cerca de su oído.

—Lo que acabo de hacer se llama maniobra Heimlich.

Rachel asintió.

—Si alguna vez más te ocurre y estás sola, lo que debes de hacer es correr hacia cualquier mueble cercano e intentar presionar tu estómago contra él. ¿De acuerdo?

Rachel volvió a asentir y en ese momento Quinn la soltó. Pero se cercioró de sentarla antes de soltarla completamente.

Quinn volvió a sentarse en su mesa y terminó de comer la hamburguesa.

Rachel ya no pudo comer.

Se le había quitado el hambre.

Cuando Quinn terminó, se levantó y con un movimiento de cabeza, sin molestarla, se alejó. Eso apenó a Rachel; se sintió fatal por cómo le había tratado.

Poco después, cuando se hubo repuesto del todo, vació su bandeja en el contenedor del Burger y se dispuso a buscar un regalo para Luna.

Entonces volvió a verla.

Quinn era una mujer atractiva.

A diferencia de Santana, que era morena de pelo largo, Quinn era rubia y con melenita, algo que siempre le había gustado.

Y ahí ante Rachel la tenía, sentada en una cafetería, leyendo un periódico y tomando un café.

Sin pensárselo dos veces se acercó hasta Quinn.

—¿Te puedo invitar a un café?

Quinn levantó la vista, y sorprendiéndola contestó.

—No, gracias—volvió a concentrarse en el periódico.

Sintiéndose como una tonta parada ante Quinn, que la ignoraba, no supo qué hacer.

Humillada, se dio la vuelta y se marchó.

«Será imbécil la rubia esta. Anda y que le den morcillas», pensó rabiosa, sin ver que Quinn bajaba el periódico, la miraba y sonreía.



Cinco minutos después, volvió a coincidir con Quinn en otra tienda, luego en Zara, más tarde en una tienda de niños, donde compró unos mordedores y un vaquero para Luna, y cuando las dos daban vueltas en la Casa del Libro por la sección de novela romántica, Rachel sonrió al ver que Quinn, con disimulo, le mostraba un libro llamado Tenías que ser tú.

Divertida, cogió uno y le señaló el título: Coqueteando con el peligro.

Quinn miró a su alrededor con una pícara sonrisa y le mostró dos títulos: Amante eterno —Rachel puso los ojos en blanco— y después Si te atreves. Divertida y con ganas de jugar, Rachel, más chula que un ocho, le enseñó Cázame si puedes.

Ahora el que se reía era Quinn.

Muerta de risa, Rachel cogió el libro de la Ward —le encantaba esa escritora— y salió de la tienda.

Apoyada en la pared la esperó; seguro que salía tras ella. Pero se decepcionó cuando cinco minutos después Quinn aún no había salido.

Con la humillación en todo lo alto, refunfuñó como un perro pachón por creerse especial y se dirigió hacia el parking subterráneo.

Pero al llegar sonrió al verla apoyada en su coche con una gran torre de libros en el capó, mientras aparentaba leer Amante y enemigo.

La carcajada de Rachel fue el detonante para que Quinn levantara la vista.

Aquel extraño juego había conseguido que Rachel bajara las defensas, y eso le gustó.

—Vaya, MacGyver, veo que también sabes sonreír.

Sin poder enfadarse con la rubia, Rachel, miró los títulos de los libros y no se sorprendió al ver que eran todos los que se habían mostrado.

—¿Tú vas a leer estos libros?

—No lo sé—sonrió Quinn—Pero sentí que me los tenía que llevar. Ellos me han ayudado a hacerte reír.

Rachel volvió a sonreír y Quinn prosiguió:

—La pena es que alguien se llevó el que más sugerente se me hacía—murmuró Quinn acercándose a Rachel que quedó contra la columna del parking.

«Ay, madre... que me veo venir», pensó Rachel sin apartar sus ojos de Quinn, que la miraba con deleite.

—¿Quizás buscabas Amante eterno?

Y Rachel sacó de su bolsa el libro.

Quinn, al ver aquella guasona sonrisa, no lo dudó, y antes de besarla le susurró:

—MacGyver, eres una chica muy mala y a mí me gustan las chicas como tú.

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Capitulo 21

Feliz tras el encuentro con Santana a la hora de la comida, Brittany llegó a la comisaría y se extrañó de no ver a su compañera por ahí.

Marcó su número de móvil, pero lo tenía apagado o fuera de cobertura.

La reunión con el jefe comenzaría en menos de cinco minutos y si algo odiaba este era la impuntualidad.

Llamó a su abuela.

Ella le dijo que la niña estaba bien y que había visitado al veterinario y le había dicho que podía buscar un hogar para los cachorros de Dolores.

Pensar en separarse de ellos... a Brittany le encogió el corazón.

Ya volverían a hablarlo...

—¿Qué pasa?—preguntó acercándose a sus compañeros.

—Uf... el jefe está muy mosqueado—contestó Sugar, la nueva, con gesto de terror.

—No lo sé—susurró Noah—Pero para variar, Evans está que trina.

Brittany miró hacia el despacho de Evans.

Por su gesto supo que, fuera lo que fuera, no pintaba bien. Sus ojos eran crueles y su rictus daba miedo. Lo conocía mejor que nadie y sabía que cuando se pasaba la mano por el cabello tantas veces seguidas algo representaba un problemón.

Evans la vio y se pasó una vez más la mano por el pelo. Luego se acercó hasta la puerta de cristal y cerró de golpe la cortinilla.

En ese momento llegó Rachel con una extraña y radiante sonrisa.

—¿Dónde te habías metido?—preguntó Brittany aún extrañada por lo que

Evans la había echado.

Era como si no quisiera que ella pudiera leer sus pensamientos.

Rachel no contestó.

Parecía estar en la inopia.

Brittany se concentró en ella y volvió a preguntarle:

—Oye, ¿te ocurre algo?

Rachel la miró y con un más que significativo suspiro, contestó:

—Hoy he estado a punto de ahogarme con un trozo de hamburguesa, pero un pedazo de mujer andante me salvó. Luego me cautivó y al final me besó.

Brittany seguía sin comprender nada.

—¡Mi madre! ¿Has conocido a alguien?

Su amiga asintió con una tonta sonrisa.

—Rachel Berry... cuéntame ahora mismo.

En ese momento Evans abrió la puerta y rugió como un león.

—¿A qué coño están esperando para entrar a la reunión?

Todos lo miraron y sin decir nada, entraron en su despacho.




Una hora después, la puerta del despacho se abrió.

Todos salían con una sonrisa, menos Brittany. Sabía que a Evans le ocurría algo, y eso la preocupaba.

En un principio creyó que se trataba de algo laboral, pero en la reunión solo hablaron del operativo que tenían para el viernes, y cuando Evans acabó, se marchó.

La oficial nueva se fue llorar a los brazos de sor Marley.

Estaba aterrorizada.

—A este hombre las almorranas le deben estar matando—se guaseó Artie al ver a su jefe marchar con el ceño fruncido.

—Le regalaremos un bote de Hemoal. Creo que va fenomenal—contestó Mike desde su mesa.

—No sean crueles—dijo Brittany—Algo le pasa y no lo está pasando bien.

—Mira, inspectora—indicó Noah—, Me importa un carajo lo que le pase a este tío. Lo que realmente me importa es que nos hace la vida imposible desde hace meses, y todos comenzamos a pensar si en todo esto no tendrás nada que ver tú.

—¿Yo? No digas tonterías, por favor—protestó Brittany.

Pero todos la miraron, Noah, Mike y Artie, incluso Sugar, la nueva oficial que en mal momento se acercó.

Entonces sonó el móvil de Rachel; para contestar, ella se separó del grupo.

—Escuchadme todos porque no lo voy a repetir—gritó Brittany mirándoles—Mi relación con Evans se acabó hace tiempo y soy una mujer libre de hacer lo que me dé la gana, con quien me dé la gana y como me dé la gana. Y si Evans está así porque no lo soporta, hay dos soluciones: que pida mi traslado a otra comisaría o que se vaya él ¿Lo han entendido?

Todos asintieron.

—Por lo tanto, no quiero volver a oír que yo tengo la culpa de que él esté así. Su vida y la mía dejaron de tener que ver hace tiempo. ¿Lo entendieron?

La novata comenzó a llorar.

Era la sensibilidad en persona y por todo lloraba.

Con un gesto de infinita paciencia, sor Marley se acercó a ella y se la llevó.

—¿Pero esta tía solo sabe llorar?—gruñó Brittany.

—Mear, meará poco—se mofó Artie siguiéndola con la mirada.

—No te pongas así—sonrió con complicidad Mike—Todos entendemos perfectamente lo que has dicho. Pero nos cabrea que por el hecho de que él esté cabreado con sus problemas, lo termine pagando con nosotros.

Brittany los entendía.

Cuando se lo proponía, Evans era un verdadero tostón.

—De verdad que lo siento—suspiró agobiada.

—Eso se remedia con unas cervecitas a la salida. Les invito a una ronda—sonrió Artie acercándose a ella.

—Venga, yo pago una ronda por mi próxima paternidad—gritó Mike.

—Yo pago otra por ser un bocazas y decir cosas que no son verdad—admitió Noah haciéndola sonreír.

—Venga... va—suspiró Brittany—Si cuando llame a casa mi abuela me dice que la cagona está bien, yo me pago otra para que me perdonen por como les he hablado.

—¡Madraza!—rió Artie y sorprendida lo miró.

—Y yo pago otra porque he conocido a la mujer de mis sueños—gritó Rachel, dejándolos a todos boquiabiertos mientras sonreía como una tonta.

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Capitulo 22

Finalmente el grupo se desplazó al bareto de la esquina, un bar al que casi por norma solían ir únicamente policías.

Cuando los chicos se pusieron a jugar a los dardos, Brittany miró a su amiga y preguntó:

—Vamos a ver, ¿quieres hacer el favor de decirme de una santa vez quién es esa tremenda dama desconocida que te ha salvado la vida y por la que no paras de sonreír?

—Quinn.

—Quinn... ¿Qué Quinn?—preguntó Brittany.

—La doctora Agobio. Quinn Fabray.

Brittany se quedó alucinada y repitió:

—La doctora Payasa, alias doctora Agobio.

Rachel, al ver que se quedaba boquiabierta, le contó con pelos y señales lo ocurrido.

—Mira... yo solo sé que ha surgido así y me gusta la idea.

Aún un poco sorprendida, la inspectora Pierce concretó:

—A mí me parece fenomenal, pero me has dejado un poco descolocada. Cada vez que se encontraban, no paraban de discutir.

—Te entiendo. Esa mujer es un poco insoportable. ¡Pero me gusta!

Brittany sonrió, pero luego miró a su amiga y susurró:

—Yo sabía que te gustábamos las rubias. Oye... no vayas a decir nada de Luna. Santana no sabe nada.

—Buenos ya te vale. ¿A qué esperas?—reprendió Rachel.

Brittany hizo como si no la oyera y para divertirla susurró:

—Y recuerda: mírale la etiqueta por si es Made in China o le huelen los pies.

Se abrió la puerta del local y apareció Evans con un gesto adusto.

Las miró, pero se sentó justo al otro lado del local.

—Menos mal—suspiró Rachel—, Si llega a venir aquí nos joroba la noche.

Clavando su mirada en él, Brittany dijo:

—Lo conozco y cuando pone ese gesto es que le pasa algo gordo. Voy a ver de qué va.

—¿Tú estás tonta?—protestó Rachel—Ni se te ocurra acercarte a él. Luego ya sabes que se pone en plan pesado. Y yo tengo planes para nosotras.

—Será un segundo—concretó Brittany.

Con paso firme se acercó hasta él y sentándose enfrente, le saludó.

—Hola, Sam, ¿estás bien?

Él se fijó en su cara de preocupación y gruñó:

—¿Qué coño quieres?

—Solo saber que estás bien, nada más.

Con gesto brusco y levantando las manos hacia el techo, protestó.

—A ti no hay quien te entienda. Si me acerco a ti, huyes, y si no me acerco, vienes a molestar.

—¿Sabes? Eres insoportable. Intento ser tu amiga a pesar de todo el daño que me hiciste, pero eres tan bruto que no logras darte cuenta. ¡Que te den!

Dicho esto se levantó, pero la mano de Evans la sujetó y la hizo volver a su sitio.

—Lo siento. Perdóname. Soy un bruto.

—Pero de los gordos—asintió ella y él sonrió.

—Brittany, en este tiempo he pensado mucho y creo que tienes razón en cuanto a lo nuestro.

—¿A qué te refieres?

—A ser amigos.

Ella se sorprendió.

—Me ha costado asumirlo, pero creo que nosotros no estamos hechos para vivir juntos. Somos demasiado diferentes para ello y...

—Yo estoy encantada de ser tu amiga. Lo sabes. Con seguridad seremos mejores amigos que pareja, ¿no crees?

Sam asintió; de pronto, su humor volvió a cambiar al ver entrar en el local a la medicucha y su amiga, pero no dijo nada.

—Gracias por preocuparte por mí, es un detalle por tu parte—respondió él mientras con premeditación cubría con su mano la de ella justo en el momento en que Santana los miraba.

—Tu problema es personal, ¿verdad?—preguntó Brittany sin percatarse de nada.

Él asintió.

Ella se levantó de su sitio y se sentó junto a él.

—Brittany, las últimas pruebas de Isabel indican que su estado no ha cambiado. Creen que nunca despertará.

Al decir aquello, aquel grandulón se echó a llorar.

Entristecida por lo que oía, lo abrazó.

Santana, furiosa, los observaba desde el otro lado de la barra sin entender qué ocurría ahí.

«¿Qué hacía Brittany abrazada a aquel imbécil?»

—Sam, mírame—suspiró Brittany preocupada—Tú sabías que esto podía pasar. Los médicos siempre contemplaron esa posibilidad y...

—Lo sé, lo sé—asintió avergonzado por las lágrimas—Pero ella es... es lo único que tengo. Pensar que no puedo hacer nada... me está matando. No puedo dejar que viva su vida así, ¿no lo entiendes?

Por desgracia para Sam, Isabel, su hermana menor, decidió ser policía, como él.

Era una chica encantadora, llena de vida, pero cuatro años antes, durante una persecución policial, sufrió un accidente de tráfico que la dejó en coma.

Sam nunca superó eso.

—Escúchame. Hablaré con Santana—dijo abrazándolo—Ella es médico y quizás...

En ese momento una voz tras ella preguntó:

—Hablarás conmigo ¿qué?

Brittany se volvió a toda prisa y se encontró con la cara de enfado de aquella morena.

Levantándose, quedó entre los dos.

Por un lado tenía a Sam hundido con un problema familiar, y por otro estaba Santana, que la miraba con gesto enfadado.

—¿Qué ocurre aquí, Britt?—preguntó Santana.

—¿Tú qué crees, morena?—bramó Evans levantándose.

Brittany, incrédula, los empujó a los dos.

—Pero bueno—les gritó—¿Qué van a hacer ahora? ¿Levantar la pata como los perros y mearme para marcarme?

Ninguno contestó.

Brittany continuó.

—¡Sam! ¡Basta ya! Tranquilízate—y volviéndose hacia Santana dijo—Estaba hablando con él, ¿ocurre algo?

—¿Terminaste de hablar con él?—preguntó Santana sorprendiéndola.

—No—bramó Evans y ella lo miró.

Tras un incómodo silencio por parte de los tres, Santana la agarró del brazo y tirando de Brittany espetó mientras comenzaba a andar a grandes zancadas:

—¡Vámonos!

Brittany, incapaz de decir nada, se dejó arrastrar ante la cara de enfado de Evans y los ojos sorprendidos de Rachel y de sus compañeros.

Ellas salieron y Quinn, que observaba la situación apoyada en la barra del bar, le guiñó un ojo a Rachel y dijo:

—¿Nos vamos de aquí, preciosa?

Esta vez fue Rachel quien la cogió del brazo y la arrastró.

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Capitulo 23

Al salir del bar, Brittany se deshizo de un tirón de la mano de Santana.

Santana la miró ofuscada.

—Pero ¿tú eres tonta o qué? ¿Por qué te has puesto así?—gritó muy enfadada Brittany.

Santana no respondió.

Caminó hacia su coche avergonzada por la manera en que había procedido. No era su estilo y aún no entendía por qué se había comportado así.

—¿Me vas a responder de una vez?—gritó Brittany siguiéndola.

Santana la miró con gesto serio.

—Monta en el coche.

Brittany boquiabierta, vociferó:

—¡Y un cuerno! No pienso montarme en tu espectacular coche hasta que me contestes. Pero ¡serás idiota!

Santana dirigió la vista al cielo e intentó contar hasta diez.

Finalmente siseó:

—No... no soy idiota. Sube al coche de una maldita vez.

De inmediato Santana se montó en el coche, mientras Brittany permanecía fuera. En ese momento salieron del bar Rachel y Quinn, que las saludaron con la mano y se alejaron en otra dirección.

—¿Vas a subir o qué?—gritó Santana, aún más enfadada.

—¡Joder... que no! Que no voy a montar en tu puto coche.

—Odio cuando te pones grosera y utilizas palabras de alto impacto—recriminó Santana con gesto adusto.

Incapaz de contener sus impulsos, Brittany dio la vuelta al coche con rabia y se agachó junto a la ventanilla del conductor.

—Te voy a decir una cosa, doña Santana López—ladró con cara de enfado—Me importa una mierda, por no decir algo peor, si mi manera de hablar te parece vulgar o no. Yo no soy tu mujer. No soy tu novia. No soy tu amante. Y como no soy nada tuyo, hablo como... como me sale del... del...—se calló la vulgaridad y prosiguió—Y no pienso montar en tu precioso coche ni consentir que una idiota adinerada como tú me crea de su propiedad. ¿Entendiste?

Luego, ante la incredulidad de Santana, Brittany comenzó a caminar calle abajo. Santana estaba furiosa por todo lo que había oído.

«Maldita cabezona.»

Arrancó el motor del coche automático y se acercó despacio hasta Brittany.

—Brittany, monta en el coche. Te llevaré a tu casa.

—No.

—Haz el favor de dejar de hacer el tonto—gruñó Santana mientras su enfado crecía momento a momento.

Volviéndose hacia Santana con los brazos en jarras, Brittany le gritó:

—Deja tú de hacer la idiota, y pírate para que yo pueda regresar a mi vulgar casa con tranquilidad.

—¡Sube al maldito coche!—vociferó—No te lo voy a decir más veces.

Sin quitarle la vista de encima, Brittany sonrió.

Eso a Santana la enfadó aún más.

—¡He dicho que no!—sentenció.

Ofuscada como pocas veces, Santana dio un acelerón y se marchó mientras Brittany, aún dolida por lo ocurrido, le gritaba:

—Eso... gasta rueda tú que puedes, ricachona.





Media hora después, Brittany se bajaba de un taxi enfrente de su casa.

Durante el camino no había podido parar de pensar en lo ocurrido. Por un lado entendía la tristeza de Sam. Lo ocurrido a Isabel era una tragedia que por desgracia parecía tener un triste final, y por otro lado no podía dejar de pensar en Santana.

En su enfado con ella cuando la vio con Evans.

Pagó al taxista y caminó hacia el portal sumida en sus pensamientos. Una voz la sorprendió.

—Quiero pedirte disculpas por cómo me he comportado esta noche.

Brittany se volvió.

Apoyada en su precioso coche, Santana la esperaba.

—No sé qué me ha pasado. Pero cuando he visto que abrazabas a tu ex, he sentido que algo extraño se aceleraba en mí y...

—Eso, en mi lenguaje vulgar, se llama celos—aclaró Brittany contenta por verla ahí—Y creo que tú me dijiste que esa palabra no entraba en tu vocabulario... ¿O me equivoco?

Santana sonrió, y acercándose a Brittany dijo sin tocarla:

—Estaba preocupado por ti, inspectora.

«No contestas, maldita cabezona», pensó Brittany, pero calló.

Sin tocarla ni moverse respondió:

—No tenías por qué preocuparte. Soy policía. Llevo pistola encima. Soy vulgar y mi vocabulario es de alto impacto. Tranquila, morena, sé defenderme solita.

Santana volvió a sonreír, pero no se movió.

Estaban a menos de un palmo la una de la otra, pero ninguna daba el último paso.

Santana también era cabezona.

—Siento haberte dicho esas palabras. Discúlpame.

—Estás disculpada—asintió Brittany, loca por besarla.

Mirándose a los ojos, ambas deseaban abrazarse, pero ninguna se movió.

—Bueno—dijo Brittany finalmente—Es tarde y mañana tengo un día bastante liado.

—Sí. Es mejor que nos despidamos—respondió descolocando a Brittany—Por cierto, este sábado en el jardín cubierto de la casa de mi abuelo se va a celebrar un evento con unos colegas.

—¿Tienen jardín cubierto?

Santana asintió, y al ver su cara añadió:

—Y también piscina cubierta.

—¡Ostras...! ¡Qué suerte tienes!—respondió haciéndola sonreír.

—Me apetecería mucho que vinieras.

—¿Qué es? ¿Algo tipo picnic?

—Sí—asintió Santana—Algo así. ¿Vendrás?

«Tendrá la poca vergüenza de marcharse y no darme un beso.»

Brittany pensó en la pequeña Luna y dijo:

—Intentaré ir.

—Perfecto. Habla con Rachel e invítala de mi parte—sonrió Santana mientras comenzaba a andar hacia el coche ante la incredulidad de Brittany.

—¿Cuándo dices que es el picnic?

—El sábado—respondió divertida por cómo la miraba Brittany.

—Muy bien. Ahí estaremos.

—De acuerdo. Hasta el sábado.

Y sin decir nada más se montó en su coche, arrancó y se marchó, mientras Brittany estupefacta, la veía marchar.

«Se ha ido... ¡No me lo puedo creer!»

Comenzó a andar hacia el portal molesta porque Santana no la hubiera besado.

Pero de pronto oyó el ruido de un coche y al volverse, vio que de nuevo era Santana que regresaba marcha atrás. Paró el coche, se bajó de un salto y antes de que Brittany pudiera decir o hacer nada, la tomó entre sus brazos, la besó en los labios y dijo:

—Me da igual si no eres de mi propiedad. Te deseo, quiero besarte y te beso.

Brittany sonrió y agarrándola, la besó.

Poco después, Santana se montó en su coche con una bonita sonrisa y definitivamente se marchó.

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