Fic Klaine "Si pudieras recordar" (Punto cero Parte II)

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El viernes para Blaine llegó con una velocidad vertiginosa. Y ese pequeño hecho lo hizo ponerse sumamente nervioso sin saber realmente el por qué. Generalmente los fines de semana solía librarse de casi todos los trabajos escolares, aún cuando los profesores insistían en saturarlos con diversos proyectos grupales e individuales. Afortunadamente, el joven solista era lo suficientemente responsable en cuanto a tareas pendientes concernía, debido a ello, podía marcharse a Phoenix tranquilo. Quizá el trabajo que Kurt y él debían realizar sería su único inconveniente, aunque no lo veía de tal modo, al contrario, creía sería una excelente escusa para mantenerlos constantemente comunicados.

Necesitaría encontrar tiempo en casa de Cooper para hablar con Kurt. Seguro su hermano mayor y esa rara novia suya le preguntarían un montón de cosas durante las primeras horas que lo tuvieran ahí. Blaine todavía no estaba del todo convencido fuese buena idea confiar tan pronto en esa extraña. Desde pequeño, cuando comenzaron las horripilantes pesadillas, él aprendió que callar su secreto sería lo mejor, por eso, si Delaila resultaba ser un fraude, bien podría acabar encerrado entre cuatro paredes acolchadas con puerta de seguridad integrada. Blaine bien podría intentar soportar algo así, pero pasar otra vida lejos del precioso muchacho cuyos ojos eran tan azules cual cielo despejado, nunca.

Blaine amaba a Kurt. Siempre lo había amado sobre cualquier cosa del mundo entero, y ahora, con otra oportunidad, intentaría enmendar cada error cometido en el pasado pasara lo que pasara.

Así pues, Blaine creyó buena idea abandonar las instalaciones del colegio muy temprano esa mañana. Llevando consigo pocas pertenencias personales, emprendió el camino a casa de sus padres. La noche anterior habló con ellos informándoles estaría allá aproximadamente a media mañana para empacar un poco de ropa. En Dalton veía innecesario tener demasiados cambios porque diario portaban el uniforme rojo con azul. Además, también quería verles antes de emprender su viaje a Phoenix.

Llegar hasta Westerville le toma dos horas y casi todas las canciones en su Ipod. Estacionando el automóvil justo frente a la casa que le vio crecer, ingresa siendo recibido con fuertes abrazos, besos y mimos exagerados que su madre, apuesta, ha estado reservando durante semanas completas. A veces, Blaine creía esa maravillosa mujer a quien tenía en ésta vida como madre olvidaba su edad era diecisiete y no cinco años. Fingiendo molestia, aceptó cada muestra de afecto mientras ambos se dirigieron directo hacia la cocina. Melissa Anderson era cocinera excelente, y decide preparar un abundante desayuno capaz de alimentar un regimiento completo. En cuanto el olor a comida casera llega a Richard Anderson termina uniéndoseles. Los tres reunidos conversan, bromean e incluso ofrecen llevar al menor de sus hijos al aeropuerto.

Blaine se negó rotundamente al inicio, no obstante, conforme continuaron charlando terminó por aceptar. Su padre nunca aceptaba negativas en respuesta.

Y así, dos horas más tarde, era donde Blaine se encontraba obligando a escuchar los continuos “consejos” si quería marcharse algún día.

—Entonces —continúa la señora Anderson, parada justo frente a Blaine. Durante los últimos veinte minutos se la pasó enumerando todas y cada una de las cosas que debería o no tomar en cuenta durante el vuelo: desde mareos repentinos, hasta cosas ridículas como averías mecánicas del gigantesco aparato volador —, recuerda, si sientes cualquier malestar, en tu bolso pequeño he empacado medicamentos inofensivos para contrarrestar los síntomas.

—Mamá —interrumpe el muchacho revoleando los ojos—, no va a sucederme nada malo —entonces, sonriéndole con cariño, intenta tranquilizarla, ella sin embargo, parece hacerse la desentendida. Blaine mira a su padre pidiendo ayuda, recibiendo un ligero encogimiento de hombros divertido.

—Sólo quiero asegurarme, cariño —dice conciliadora, regalándole ligeros apretones cariñosos en ambas mejillas—. ¿En qué estaba? —medita elevando su cabeza al cielo, casi pidiendo señales divinas—. ¡Ah, sí! Deberás esperar Cooper pase por ti una vez llegues a Phoenix, mantén tú celular encendido y…

—Si vas a decirme evite hablar con extraños, ya sería demasiado, mamá —Blaine agregó, divertido ante las constantes preocupaciones innecesarias que su madre profesaba—. Me aburriré.

—¡Toma esto con seriedad, jovencito! —lo reprende colocándose ambas manos sobre las caderas, nada feliz ante los comentarios del más pequeño de sus hijos.

—¡Lo hago, lo hago! —alega inocencia absoluta, sin poder evitar sonreír ampliamente—. Prometo portarme bien, comer todos mis vegetales e irme temprano a dormir. ¡Nada de fiestas desenfrenadas y locas!

—¡No te burles de mi, Blaine Anderson! —reclama casi indignada—. Ahora mismo estoy demasiado tentada a repetir todas y cada una de mis palabras, chico listo.

—Vamos mujer, dale al muchacho un respiro —pidió Richard, rescatando al fin a Blaine de tal situación embarazosa.

—¡Muy bien! —entre otras quejas más, Melissa acortó distancias y envolviendo ambos brazos torno al cuello del moreno, lo abrazó fuerte, depositando constantes besos en la mejilla perfectamente afeitada mientras murmuraba cuanto le quería, que tuviese cuidado y por supuesto, enviara muchos saludos a Cooper. Finalmente, tras otros largos instantes reteniéndole contra su pecho, ella lo soltó procediendo a acomodarle correctamente la chaqueta que llevaba puesta—. Envíanos un mensaje en cuanto aterrices, mi cielo.

—Claro.

—Dile a tú hermano se ponga en contacto conmigo nada más tenga oportunidad —dijo el señor Anderson, acercándose lo suficiente para inclinarse y también darle un abrazo, aunque considerablemente más corto—. Si necesitan cualquier cosa, lo que sea, no dudes en llamarnos.

—Lo haré papá, gracias —asiente—. Los quiero.

—Nosotros igual, pequeño.

Blaine suspiró aliviado cuando sus padres se retiraron al fin, dejándole solo en la sala de abordaje. Pasando por los chequeos habituales correspondientes, registró su equipaje y se dedicó a esperar. Aún faltaban treinta minutos para el primer llamado, así que decidió comprarse un café y una revista deportiva. Bien podría entretenerse a si mismo conforme se cumpliera la hora estipulada. Justo estaba pagando lo adquirido cuando una pequeña vibración proveniente del bolsillo de su pantalón le indicó tenía una llamada.

El nombre de Cooper brillaba en la pantalla táctil—. Hey, Coop —saludó feliz al contestar, encaminándose hacia los asientos alineados correspondientes al área de espera.

—Enano —dijo y Blaine apostaba cualquier cosa él tenía una bobalicona sonrisa adornándole el rostro—. ¿Aún en Westerville?

—Así es, todavía tengo tiempo antes de subirme al avión.

—¿Mamá te ha dado el sermón? —le interesa saber con voz cansina, recordando su propia porción de tortura personal.

—Lo hizo —suspiró agobiado.

—Igual a mí. Ayer hablé con ella durante casi hora y media…bueno, tácticamente sólo la escuché recitarme docenas de indicaciones que ahora ya nisiquiera recuerdo, además de otras que no entendí muy bien —agregó entre confundido e inseguro respecto a tanta información—. En fin —soltó dramático—. He calculado cuánto tardarás en llegar así que, deberé estar esperándote nada más toques tierra. Inclusive pensé hacer un cartel y todo.

Blaine soltó una risita ante la imagen mental de Cooper sosteniendo en alto un llamativo letrero con su nombre escrito con letras en colores brillantes—. ¿Esas cosas no aplican mejor para los turistas?

—¿De qué hablas, hermanito? ¡Tú serás un turista aquí! —aclara, sacándolo del error.

—Claro…

—¡Lo digo bastante en serio! —sentencia entusiasta—. En cuanto hayas hablado con Delaila, podremos hacer todo cuanto quieras, de hecho, pedí permiso especial en mi trabajo y no tendremos ningún inconveniente.

—Aún tengo mis dudas respecto a eso, Cooper —murmura apretando quizá demasiado fuerte el vaso térmico que sostiene, pretendiendo liberar tensión, olvidando podría derramar su contenido—. Sigo creyendo no es buena idea.

—Oye, ¿confías en mí? —pregunta dándole la absoluta seriedad que requiere al tema.

—Con los ojos cerrados —contesta seguro, sin ninguna duda ni titubeo en su voz. Obviamente Blaine confiaba en él, era la única persona a quien se atrevió a revelarle su más grande y celoso secreto.

—Bien, porque jamás arriesgaría tú seguridad física o emocional por ningún motivo. Y, como ya he dicho antes, primero deberán pasar sobre mi cadáver antes de hacerte daño —guardando silencio, Cooper duda dos segundos antes de continuar—. Esto también aplica para ese tal Kurt.

—Él nunca me lastimaría —se apresura Blaine a defenderlo, llevándole la contraria—. Al menos no conscientemente.

—Pues advertido quedas. Nadie se mete con mi hermano menor sin vérselas conmigo primero—en ese momento, ambos Anderson escucharon a una suave voz femenina advertir a todos los pasajeros del vuelo 234 con destino a Phoenix deberían comenzar a abordar—. ¿Ese es tu vuelo?

—Eso parece —agrega levantándose, tras asegurarse no olvidaba nada—. Hablaremos más tranquilamente pronto, ¿de acuerdo?

—Por supuesto. ¡Disfruta el viaje!

Cortando la llamada, Blaine se apresuró a someterse a los controles de seguridad obligatorios en cada aeropuerto, y pronto se encontró ocupando su respectivo asiento dentro del avión. Agradeció internamente Cooper hubiese reservado un sitio junto al pasillo, así le sería más sencillo moverse si lo necesitaba. El despegue resultó tranquilo, al igual que el trayecto inicial. Quizá Blaine sólo encontró algo frustrante lidiar con una azafata cuya desmedida amabilidad y coquetería lo incomodaron mucho.

¡Cristo, ella bien tenía edad suficiente para ser su madre!

Cualquier otro hombre heterosexual se hubiese sentido halagado de recibir tantas atenciones, pero él jugaba para otro equipo, muchas gracias. Además, sólo tenía interés en Kurt. En su precioso, amable, divertido e inocente Kurt.

Así pues, durante las siguientes horas necesitó hacerse el desentendido escuchando música. Poco después, cayó dormido ante las suaves notas de Somewhere Only We Know. Gracias al cielo sus sueños estuvieron libres de pesadillas, y para cuando llegó a Phoenix, se sentía relajado. Al aterrizar, ignoró los múltiples esfuerzos de la atrevida azafata por llamar su atención y en cuanto aterrizaron, rescató sus pertenencias procediendo luego a abandonar el avión prácticamente corriendo, dirigiéndose inmediatamente hacia donde sabía Cooper lo recibiría.

Nada más salir del pequeño pasillo de acceso, lo vio parado varios metros más allá, estirándose por sobre las otras personas. Cuando Cooper lo ubicó. Una esplendorosa sonrisa ganadora de casi mil vatios le iluminó su atractivo rostro, tan igual y desigual al propio en muchos sentidos—. ¡Blaine! —gritó elevando su brazo, intentando hacerse notar entre tanta muchedumbre.

Dejándose llevar ante la emoción, el moreno respondió al instante—. ¡Coop! —casi corriendo, Blaine avanzó hacia el otro hombre más alto y soltando todo cuanto llevaba entre las manos, prácticamente se abalanzó contra Cooper en un efusivo abrazo apretado. El arquitecto río encantado. Regresando con cariño ese afectuoso gesto, elevó varios centímetros al solista arrancándole exclamaciones felices.

—Caramba hermano, te he extrañado como no tienes una maldita idea —dijo palmeándole quizá con demasiada rudeza la espalda a Blaine, pero no podía importarle menos. ¡Él estaba ahí! Tras tantos meses alejados, otra vez se habían reunido.

—También me has hecho muchísima falta, Cooper —susurró Blaine con voz quebrada y rebeldes lágrimas luchaban en emerger.

—¡Pero mírate! —alejándolo, sujetó al moreno de ambos hombros alejándole lo suficiente para admirarlo desde la cabeza hasta los pies—. Creciste —ante semejante broma, recibió un leve golpe sobre su estómago juguetonamente—. ¿Qué? ¡Es verdad!

—Eres incorregible —recuperando el equipaje, los dos Anderson procedieron a abandonar el aeropuerto.

—Cuéntame —pidió guiándole hacia donde aparcó su automóvil, justo varios metros más allá de la entrada principal. No necesitaron caminar demasiado, así que, Cooper retiró la alarma instalada prosiguiendo luego a subirse dentro del vehículo. Una camioneta cuatro por cuatro color blanco, de modelo reciente—. ¿Cómo te va en Dalton?

—Excelente —respondió ocupando el asiento del copiloto, tras depositar atrás su maleta—, es una buena escuela —le tranquilizó, ajustándose el cinturón de seguridad. Cooper puso en marcha al motor del automóvil y emprendió el camino de regreso hacia su casa.

—Me alegro. ¿Cuándo serán las presentaciones de tu coro? —preguntó verificando su carril derecho, esperando el momento indicado para virar en una intersección.

—Dos meses a partir de hoy.

—Vamos bien de tiempo con la construcción, si no tenemos ningún problema importante que requiera demasiada atención, supongo podré estar allá esas fechas —Blaine aceptó complacido—. Quiero ver a nuestros padres y aprovechando el viaje también me gustaría conocer a Kurt.

—No creo sea buena idea —tal comentario negativo logró confundir a Cooper, quien, distrayéndose momentáneamente del movimiento que le ayudaría a integrarse entre el trafico común de la ciudad, terminó dirigiéndole una mirada interrogante—. Intento decirte apenas somos amigos, nuestra relacion es precaria todavía y no quisiera asustarlo bajo ninguna circunstancia.

—¿Cómo sigues con ese asunto?

—¿La verdad? —Blaine inclina la cabeza, clavando sus ojos avellana en el suelo tapizado del auto. Podría resultar tonto considerando que había hablado con Cooper infinidad de veces durante los últimos años de Kurt, sobre cómo fueron sus anteriores vidas y todas las maneras de encontrarse siempre el uno al otro pese a tantos obstáculos, sin embargo, ahora que Kurt nuevamente estaba presente teniéndolo tan cerca pero al mismo tiempo demasiado lejos, le resultaba difícil explicarse sin reprimir los deseos por ponerse a llorar.

—Siempre solemos decirnos la verdad, enano —agrega uniéndose a la línea de conductores en una concurrida avenida principal.

—Creo estar viviendo una espantosa pesadilla, Cooper —confiesa triste, sintiendo ese familiar nudo estrechándole la garganta gracias a la angustiante frustración que continuaba revoloteándole dentro del pecho desde que Kurt apareció días atrás—. Él es exactamente idéntico al muchacho en mis recuerdos —dice, sonriendo—. Kurt es…—suspira soñador—, encantador, dulce, comprensivo y excepcionalmente sincero. Estando juntos las horas pasan volando y…

—¡Caramba amigo! —interrumpió riendo—. ¡Lo he entendido!

Entonces, una mueca desilusionada y triste surca la cara del muchacho de Dalton—. ¿Por qué Kurt no recordará? —murmura más para si mismo, mordiéndose el labio inferior sonando tan confundido y perdido que Cooper sintió unos descomunales deseos de acunarlo contra su pecho para decirle todo estará bien. Pero en realidad Cooper nisiquiera tiene tal certeza, ni mucho menos sabe si podrán resolverlo juntos, no obstante, permanecerá al lado de Blaine hasta el final, apoyándolo—. ¿Qué sucedió para que yo tenga conciencia sobre esto y Kurt no?

—Delaila es la única capaz de brindarte ciertas respuestas a esas preguntas, B —agrega, pese a conocer sobre la profunda reticencia del menor respecto a su actual pareja, Cooper tenía plena confianza ella era cien por ciento confiable.

—¿Sabes? A veces he pensado seriamente que si la NASA te revelase códigos nucleares secretos, simplemente acabarías revelándolos a cualquier espía con piernas y cara bonita —añade sarcástico, contorneando con sus manos una imaginaria figura femenina esbelta.

—¡Oye! ¡Eso es mentira! —se defendió pretendiendo parecer ofendido—. Además, Delaila no es cualquier chica.

—¿Eso es un sonrojo, señor Anderson? —le interesa saber a Blaine, burlándose del visible azoramiento de su hermano mayor. Desde que Cooper era adolescente siempre fue insanamente popular entre las féminas hasta el punto de casi enloquecer a su madre. A lo largo del tiempo, había tenido infinidad de novias, pero Blaine nunca le vio tomar a ninguna demasiado en serio. Era algo así como un alma libre. Hasta hoy. Esa tal Delaila encontró la manera adecuada de atrapar los sentimientos del arquitecto, y, aunque Blaine aún no conocía a la mujer, esperaba fuese buena persona porque él también se interesaba por ver a Cooper feliz.

—¡Son imaginaciones tuyas!—alegó sintiendo más caliente la cara, cuando arribaron en un bonito vecindario bastante tranquilo—. Llegamos —indicó estacionándose frente a una preciosa casa de dos plantas cuya estructura perfecta armonizaba con el amplio jardín bellamente conservado.

—Hablaremos de esto más tarde, no creas que no —amenazó divertido y Cooper puso los ojos en blanco—. Tu casa siempre me ha gustado mucho —dijo, librándose del cinturón y así proceder a sacar su equipaje, pero Cooper se le adelantó y aguardó paciente que abandonara el vehículo.

—Siempre serás bienvenido aquí cuando quieras, lo sabes.

Blaine asintió, sonriéndole. Entre bromas, los dos hermanos Anderson caminaron uno junto al otro hasta toparse con el espacioso pórtico que los guiaría al frontis principal de la residencia. Justo estaban por subir las pequeñas escaleras de acceso, cuando repentinamente la puerta se abrió con un ruido estrepitoso permitiéndole a un labrador dorado salir y recibirlos entre saltos, lambetadas amistosas y lloriqueos adorables. Blaine, entusiasta, extendió ambos brazos permitiéndole al can prácticamente saltarle encima.

—¡Sam! —exclamó acuclillándose, proporcionando las caricias correspondientes tras las peludas orejas y lomo del labrador que le lamió el rostro repetidas veces—. Buen chico, Sam.

—Supongo simplemente terminó escapándose —concluyó Cooper resignado—. Desde ayer ha estado demasiado intranquilo, creo de alguna manera perruna él sabía vendrías pronto —entonces, sintiéndose observado, Blaine miró hacia arriba encontrándose con una chica preciosa cuyos ojos castaños lo observaban con sumo interés. Cooper, curioso, siguió la línea visual del moreno encontrándose a su novia ubicada justo a escasos pasos, esperando educadamente el momento adecuado y así evitar interrumpirles.

—Hola —saludó ella apenas en un suave susurro. Cooper, inmediatamente, extendió su mano libre invitándola sin necesidad de utilizar palabra alguna a acercarse. Blaine todavía acuclillado, contempló la manera en que ellos dos encajaban físicamente casi a la perfección, justo igual que dos piezas de un rompecabezas. Él se veía feliz. Y desde hacía mucho tiempo atrás, Blaine no había visto esa expresión en el rostro de su hermano mayor.

—Blaine —comenzó envolviendo a la mujer con infinito cuidado y cariño—. Te presento a Delaila Andreotti, mi novia.

El joven de Dalton se levantó al tiempo que Delaila le sonreía amablemente. A simple vista, ella parecía ser buena persona, no obstante, si Blaine aprendió algo conforme continuaba retornando una y otra vez al mundo, era que las personas solían llevar puestas mascaras para ocultar quienes eran realmente.

Pues bueno, tenía todo un largo fin de semana por delante. Ya averiguaría si esa tal Delaila Andreotti era quién decía ser, y sobre todo, si podría brindarle las respuestas que tanto necesitaba.