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FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
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Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
hola que tal!! y si eol señuelo el Doyle jajaja!! seria buenisimo.
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Gracias por leerlo ;)Tat-Tat escribió:Siiiii..que salga a la luz.. aunque eso convertiría nuevamente a Britt en blanco potencial...
Y si, tenías razón, ahora me dan ganas de estar en el servicio secreto o ser lover-girl/boy solo para convertir a Doyle en un pedazo de carne.. 77
Gracias por contentarnos con tus capítulos :)
Hola, bien;)Flor_Snix2013 escribió:Hola que tal? yo bien y contenta con los últimos 3 capitulos respecto a las Brittana por lo menos un momento de felicidad hasta que aparecen Doyle, Loverboy etc, y lo de la tercera es la vencida tal vez es para bien o no... bueno me despido hasta el prox cap que sino sofia me quita la compu de nuevo bye bye.
Sofia supongo que es tu novia, no? Saludos de mi parte ;) Mensaje para Sofia: Siento entretenertela, no me mates :P
Voto a favor!!micky morales escribió:yo lo dije lo mejor seria que el acosador secuestrara a Doyle!
No creo que pase como nuestra queria San...monica.santander escribió:hola que tal!! y si eol señuelo el Doyle jajaja!! seria buenisimo.
Saludos
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 20
Capítulo 20
A la mañana siguiente temprano, Britt, inclinada sobre un despliegue de listados en la mesa de la sala de reuniones de paredes acristaladas, hablaba con Patrick Doyle. Se esforzaba todo lo que podía para ignorar lo mal que le caía aquel hombre. “Limítate a hacer el trabajo y procura que Grant esté bien protegida durante el proceso. Es lo único que importa”, se recordó a sí misma. Cuando Doyle no respondió a una de sus preguntas, Britt apartó la vista de la trascripción de la última comunicación con Loverboy y vio al agente del FBI mirando más allá de la división acristalada, hacia la zona principal del centro de mando. La expresión del hombre era una desconcertante mezcla de desagrado y de algo que se parecía mucho a la lujuria. Britt se volvió y siguió su mirada. Cuando comprobó que estaba mirando a Santana, su ira latente estalló en furia. La forma de mirarla parecía una invasión.
–¿Tiene algún problema, Doyle? –preguntó.
–Da la impresión de que no la controla mucho, Pierce –dijo Doyle con desdén–. No debería estar aquí abajo.
–Mi trabajo no consiste en controlarla –repuso Britt en su tono más ecuánime–. Y no hay ningún motivo para que no vaya a donde le apetezca.
Doyle miró a Britt como si fuera una extraña forma viviente.
–Los civiles complican las cosas, Pierce. Sobre todo los civiles con opiniones... y amigos en las altas instancias.
–No me interesa lo que la señorita López diga. –Britt cerró su cuaderno y se volvió para marcharse.
–Tal vez cambie de opinión antes de que esto acabe –dijo Doyle.
Britt cerró la puerta sin mirar hacia atrás y se abrió paso entre las mesas y las montañas de equipos de control que crecían en número y complejidad día a día. El espacio de trabajo había sido pensado para cuestiones rutinarias. Pero, como el equipo de Doyle prácticamente se había trasladado allí, Lindsey Ryan se había quedado para controlar las comunicaciones de Internet con el sujeto no identificado y los artificieros del Departamento de Alcohol y Tabaco iban y venían con información sobre los últimos análisis de los fragmentos de la bomba del parque, el lugar estaba atestado de gente y terminales de trabajo provisionales. Sin embargo, la estación de comunicaciones del otro extremo parecía en cierto modo aislada del resto de la actividad. Todo el mundo sabía que no se podía distraer a Felicia Davis. Sam estaba con ella casi todo el tiempo, en principio para facilitarle rápidamente cualquier dato que pudiese necesitar a la hora de responder a Loverboy. En ese momento, Santana estaba hablando con Davis. Ambas mujeres parecían ajenas a la actividad del resto de la estancia. Era el segundo día de la operación y había escaso intercambio de correos electrónicos entre Davis, que hacía de Santana, y Loverboy. Un análisis temporal de sus comunicaciones anteriores reveló que enviaba un mensaje al día. Con frecuencia, se trataba sólo de unas palabras o un renglón. Lindsey Ryan aventuró la hipótesis de que no sólo necesitaba satisfacer su obsesión comunicándose con Santana, sino que también quería demostrar que podía llegar hasta ella. Sus habilidades excedían la preparación de bombas y la puntería y, a pesar de todos los intentos de burlarlo con blindajes y alias y de redirigir los servidores de correo de Santana, no tardaba mucho en encontrarla. Santana soportaba sus mensajes porque se negaba a renunciar a Internet y, de forma curiosamente comprensible, tampoco quería que la aislasen de él. No viviría en un capullo, como si nada hubiera ocurrido. Quería escuchar su voz si la amenazaba. Cuando Britt se acercó, oyó decir a Santana:
–Yo hago esto mejor que nadie.
El estómago se le encogió al instante porque le dio la impresión de que sabía de qué hablaba Santana. Había defendido la presencia de Santana en el centro de mando ante Doyle y creía en lo que había dicho. Pero, en realidad, esperaba que Santana se marchase, aunque sólo fuera por la tensión e incertidumbre que estaban sufriendo todos y que deseaba evitarle. Pero, en lo más íntimo, contaba con algo así. Santana se enderezó y saludó con la cabeza a Britt, sin revelar el placer que le producía verla.
–Buenos días, comandante.
–Señorita López –dijo Britt en tono amable, deteniéndose detrás de las sillas ocupadas por Sam y Felicia Davis–. ¿Puedo ser útil en algo?
Santana se esforzó por no sonreír, pero sabía que Britt notaba la risa en sus ojos. Reprimió el impulso de dar una respuesta inteligente porque no confiaba en que su voz no la delatase. Estar cerca de Britt la excitaba, y sabía que se notaría en el timbre de su voz. Ya le costaba bastante sentir el calor líquido que empezaba a notar entre las piernas.
–Comandante, esta mañana se me ha ocurrido que debería ser yo la que enviase un correo a Loverboy. No hay motivos para utilizar a un mensajero en este intercambio.
Britt dudó un momento, pues necesitaba tiempo para formular una respuesta sincera y convincente a la vez. No le mentiría, no sólo porque nunca había sido capaz, sino porque no podría hacerlo aunque lo intentase. Por otro lado, pensar en que Santana se relacionase tan íntimamente con aquel hombre, aunque no hubiera posibilidad de contacto físico entre ellos, la enfermaba.
–Utilizamos a una agente porque nuestro personal sabe manipular la conversación para obtener la información que necesitamos. Es más, la agente Davis se da cuenta de qué tenemos que saber para asegurar el punto de reunión.
Santana escuchó mientras observaba el rostro de Britt. A su jefa de seguridad se le daba muy bien mantener sus emociones totalmente compartimentadas. Sin embargo, a su amante no. Hubo una sombra de preocupación en los ojos de Britt, preocupación por ella, y Santana la vio. Sonrió conforme.
–Eso tiene mucho sentido, comandante. Sin embargo, no propongo escribirle correos desde mi apartamento. Lo haría aquí, con Sam y la agente Davis a mi lado. Sin duda, ellos pueden dirigirme en cuestiones de procedimiento que debo saber con mucha mayor facilidad de la que tiene la agente Davis para hacerse pasar por mí. Me parece menos probable que sospeche si soy realmente yo.
Britt miró a Sam, que enarcó una ceja levemente y asintió de forma aún más imperceptible.
–Me ha cogido desprevenida, señorita López –admitió Britt, y en esa ocasión Santana no consiguió leer nada en sus ojos–. Tengo que hablar de esto con la agente Ryan y algunos más.
–Lo entiendo. ¿Me comunicará lo que piensa después?
–Naturalmente.
Santana observó cómo Britt se alejaba y se preguntó si estaría muy enfadada.
–Me dejaste en evidencia ahí abajo –dijo Britt al entrar en el loft. Santana se apoyó en el brazo de su sofá de piel y contempló a Britt. No se había acercado después de cerrar la puerta y tenía las manos en los bolsillos. Definitivamente, le había plantado cara.
–Ya sabes –repuso Santana–. Llevaba casi un día sin tocarte. Creo que no tengo fuerzas para pelear.
Britt suspiró y sacó las manos de los bolsillos. Se quitó la chaqueta y desabrochó la hebilla de la pistolera, que deslizó por su brazo enfermo para colocarla junto a la chaqueta. Mientras caminaba hacia Santana, soltó la camisa por encima de la cintura del pantalón. No dejó de moverse cuando llegó junto a ella, sino que metió un muslo entre las piernas de la joven, le puso una mano en la espalda y la tumbó sobre el sofá de piel de lujo. Britt se colocó encima y se apoyó en el brazo sano para ver la cara de Santana. Nada de juegos. Le habló con voz grave y cálida:
–Ahora puedes tocarme.
Santana deslizó las manos bajo el faldón de la camisa de Britt y le arañó los costados, arrancándole un jadeo inmediato. Cuando llegó a los pechos, los acarició suavemente, cerrando los dedos sobre los pezones pequeños y duros. Britt cerró los ojos y gimió. Santana mantuvo el ritmo de apretar y soltar, apretar y soltar, hasta que Britt se puso rígida con la alternancia de dolor y placer y empezó a temblar.
–Me gusta.
–Claro –susurró Santana.
Tenían las piernas entrelazadas, y Santana percibió el calor de Britt contra el muslo al tiempo que sentía su propia excitación empapándole los vaqueros. Cuando Britt mordió la piel suave de la nuca de Santana, ésta gritó y logró decir:
–Dormitorio. Cama. Te necesito desnuda sobre mí.
Britt le oyó vagamente, pero no registró las palabras, sino el empuje cada vez más rápido de sus caderas contra las de Santana. Después de estar separadas, siempre pasaba lo mismo: no podía controlar la vertiginosa punzada de excitación que la asaltaba demasiado rápido, hasta que temblaba en el límite y estaba lista para correrse en cuestión de segundos. En aquel momento se encontraba dispuesta; lo sentía agazapado en la base de la columna, hormigueando por sus piernas y encogiendo sus músculos. Oh sí, no tardaría en correrse. Santana apartó las caderas de Britt, interrumpiendo el contacto y haciendo que Britt se calmase. La agente jadeó y apoyó la frente en el pecho de Santana, temblando de forma incontrolable.
–Lo siento –gruñó–. No puedo reprimirlo.
Santana acarició con una mano los mechones húmedos que caían sobre la nuca de Britt y la separó.
–Sí, sí que puedes –canturreó con voz suave–. Recuerda que eres una agente del Servicio Secreto.
Britt se rió, temblorosa, y se sentó con las manos abiertas a los lados. Tenía la camisa abierta y el cuerpo ardiendo y resplandeciente de sudor.
–Me temo que estoy de acuerdo.
–Así me gusta. –Santana extendió la mano, acalorada y lanzando destellos por los ojos–. Vamos a seguir.
Cuando llegaron al dormitorio, Britt ya había recuperado cierto control. Consiguió desnudarse y tenderse junto a Santana.
–Deja que te toque un minuto. –Hablaba aún con voz insegura–. No confío en mí misma y no quiero correrme enseguida.
–Se trata de una orden difícil de cumplir, comandante, pero lo intentaré –dijo Santana con una sonrisa.
Britt empezó por los hombros de Santana y deslizó las manos por el tonificado cuerpo, observando asombrada cómo los finos músculos se estremecían bajo sus dedos y la sangre calentaba la piel bajo sus palmas. La respiración de Santana se aceleró y, de vez en cuando, soltaba un ruidito de placer. Cuando Britt pasó los dedos por el interior del muslo, Santana arqueó las caderas, y los dedos enredados en el pelo de Britt temblaron de necesidad.
–Tu tacto es delicadísimo –susurró Santana con voz sofocada.
Britt apenas podía respirar. Cada vez que hacían aquello, el placer era tan intenso que se sentía como si sangrase. Nunca se había visto tan vulnerable, ni tan indefensa, ni tan en la gloria. Casi no podía soportarlo. Deslizó un dedo entre las piernas de Santana, siguiendo los delicados pliegues y las superficies hinchadas. El pulso de Santana se aceleró bajo sus dedos y, cuando acarició ligeramente la parte inferior del clítoris, Santana se agitó en sus brazos. Apretó con más fuerza y besó a Santana en la boca, buscando su aliento, su sangre, todo su ser. Santana abrazó los hombros de Britt y apretó su pecho contra el de su compañera, pegándose a ella, desesperada por alcanzar el dulce alivio. Meneó las caderas más rápido contra la mano de Britt, pues sabía que iba a correrse en cualquier momento. Al sentir el martilleo del corazón de Santana contra el suyo, Britt perdió el control y dejó que aumentase la tensión de su propio cuerpo. Cuando supo que Santana estaba a punto, apartó los labios de los de la joven y le pidió al oído:
–Tócame ahora.
Lista para explotar, Santana la tocó sin mirar. La encontró, dura, hinchada y dispuesta, y no pudo contener su propio clímax. Cuando empezó, retorciéndose dentro de ella y obligándola casi a doblarse por la presión de los músculos en su interior, apretó con los dedos el clítoris de Britt, tal y como sabía que ésta necesitaba. Britt se sacudió, gimió y se corrió con ella. Luego, se abrazaron y descansaron. Britt dormía con la cabeza apoyada en el pecho de Santana. La joven acarició con aire ausente el pelo de Britt, sorprendida ante el hecho de tenerla en sus brazos. Un piso más abajo se representaba un retablo dramático; pero allí, de momento, sólo importaba la mujer a la que abrazaba. Resultaba desconcertante y un poco aterrador. Había pasado la mayor parte de su vida rodeada de gente, aunque sola. Aprendió a ignorar el aislamiento y descubrió en su soledad la perspicacia creativa que inspiraba su arte. Su trabajo la centraba y la definía, y eso no iba a cambiar. Pero, cada vez que se abría un poco más a Brittany, descubría otro lugar dentro de sí misma, otra dimensión de las emociones. Lo que más la asustaba era saber que sin Britt aquellos lugares le dolerían, vacíos y expectantes, una terrible herida que nunca habría podido curar. Se estremeció y se acercó más a Britt.
–¿Tienes frío? –murmuró Britt.
–No, no mucho. –La voz de Santana aún sonaba insegura. Amar era una cosa peligrosa, el coste demasiado alto, y ella luchaba para no escapar.
Britt apartó la mano del muslo de Santana, donde reposaba desde que se habían quedado dormidas, y la puso sobre el pecho de la chica, acariciando suavemente la carne firme y cálida. Movió la mano un milímetro y besó el terso pezón rosa.
–Entonces, ¿qué pasa?
–Nada –respondió Santana en voz baja.
Britt acurrucó la cara contra el cuello de Santana y susurró:
–Santana. –Besó la curva de su mandíbula–. Te quiero.
Santana contuvo la respiración, atrapada entre la necesidad y una vida de negarla.
–Britt –jadeó, sorprendida y aún insegura.
Britt se incorporó sobre un codo, deslizó los dedos sobre la cara y el cuello de Santana y vio en su mirada inadvertida lo que la joven no había expresado con palabras.
–Tranquila –dijo con dulzura.
–Si tú lo dices –susurró Santana, deseando retener a su amante allí, donde estaba a salvo.
–Tengo que irme. –Britt se resistía, pero se apartó un poco porque el calor de la piel de Santana la estaba excitando otra vez. Besó la punta de la barbilla de Santana, y luego su boca–. Volveré.
–Vale. –Santana levantó la cabeza para reclamar la boca de Britt una vez más.
Poco después se sentó, acurrucada, sobre el sofá, sin nada más encima que una camiseta grande, observando cómo Britt se vestía y se ceñía el arma.
–¿Estás muy enfadada por lo de esta mañana?
Britt dejó de hacer lo que estaba haciendo y miró a Santana, que aún conservaba la expresión magullada y nebulosa de su reciente relación. En ese momento lo único que quería era tocarla.
–Probablemente –respondió buscando la chaqueta.
–Ya me lo parecía.
Britt, completamente vestida, miró fijamente a Santana.
–Entonces, ¿por qué lo hiciste?
–Porque pensé que era lo correcto.
Britt soltó un suspiro y miró hacia los amplios ventanales y el dorado sol de la tarde que se filtraba a través de ellos. Se obligó a ignorar sus preocupaciones y a estudiar los hechos. No quería pensar en que Santana hablase con él. Se resistía a pensar en aquel hombre sin cara y sin nombre que quería a Santana, se acostaba por las noches imaginando que la tocaba y durante el día ponía trampas para destruirla. Por fin miró a Santana.
–Tenías razón.
Britt se volvió para dirigirse a la puerta, y Santana se levantó rápidamente para seguirla. Cuando Britt agarró el pomo, Santana la cogió por la cintura desde atrás y apoyó la mejilla en la espalda de Britt.
–Bajaré dentro de un rato –aseguró.
–Sí.
–No era mi intención que te enfadaras.
Britt se volvió, levantó la cara de Santana con las dos manos y miró sus profundos ojos cafés.
–Ya sé que no, pero me da la impresión de que lo habrías hecho igual.
Con voz muy seria, Santana preguntó:
–¿Y eso es un problema?
–Sólo cuando no pienso con la cabeza –murmuró Britt hundiéndose en aquellos ojos.
Santana sonrió, acarició el pecho de Britt y prendió los dedos en la cintura del pantalón. Tiró de ella ligeramente y replicó:
–Bueno, entonces ojalá tengamos ese problema muy a menudo.
–Seguramente así será –dijo Britt, reprimiendo la necesidad de deslizar las manos bajo la camiseta de Santana. Si lo hacía, no pararía hasta que la poseyera de nuevo, allí mismo. La besó una vez, con fuerza y seguridad, y luego se apartó. Cuando salía por la puerta, añadió–: La veré en breve, señorita López.
–Por supuesto, comandante –repuso Santana, demorándose un momento para verla cruzar el vestíbulo. Luego, cerró la puerta y fue a arreglarse.
Santana se sentó ante la larga consola con pantalones de algodón anchos y una camisa de lino azul pálido con el cuello abierto, flanqueada por Felicia Davis y por Sam. Tazas de cartón medio llenas de café, ya frío, se mezclaban con teclados, auriculares y monitores. Se estiró y suspiró.
–¿Cansada? –preguntó una voz familiar a su espalda.
Lo habría imaginado aunque su piel no hubiese empezado a temblar cuando sintió el leve contacto de los dedos en su brazo. Volvió la silla despacio y miró a Britt con una tierna sonrisa.
–Un poco.
–¿Por qué no se toman un descanso? –preguntó Britt a los tres–. Pondré a alguien del FBI para que mire los correos entrantes durante unas horas.
–¿Qué ha dicho la agente Ryan de nuestra actitud? –preguntó Santana, sin hacer caso a la sugerencia de marcharse. Sam, Felicia y ella habían descansado por turnos, y se encontraba bien–. Debería haber un contacto en cualquier momento. Hace casi veinticuatro horas.
–Ha dicho que era hora de apretar –explicó Britt, casi de mala gana.
Lo que la perfiladora había dicho en realidad era que se estaban quedando sin tiempo. Ryan anticipó que Loverboy atacaría muy pronto. Su modelo de comportamiento sugería un nivel de restricción extremadamente bajo que se estaba deteriorando muy rápido. Como Santana llevaba setenta y dos horas sin salir de edificio, estaba completamente aislado de ella. Si Santana no entablaba contacto verbal con él, era probable que entrase en acción, y Lindsey reconoció que no tenía ni idea de la forma en que podría atacar. Britt estudió a Santana, fijándose en sus leves ojeras y en el cansancio de sus hombros. Quería decirle que subiese a su piso a dormir. Quería ordenarle que se mantuviese alejada de todo aquello, que era su trabajo y que ya lo manejaría ella. Dijo en cambio:
–Según Lindsey, depende de usted. Ha sugerido que siga su instinto.
Santana se enderezó y miró el monitor como si quisiera que apareciese un mensaje.
–Muy bien, entonces escribámoslo y que sea sucio.
Tres horas después empezó.
A001@worldnet.com: Te he echado de menos, Santana. ¿Estás escondida?
NYC1112@freemail.com: He recibido tu mensaje. Hablemos.
Los cuatro que miraban el monitor contuvieron el aliento. Era la primera vez que Egret sugería un chat en tiempo real. Si lo asustaba y él daba por finalizado todo contacto por correo electrónico, perderían el único conducto de comunicación en un momento en que la información resultaba fundamental.
–Vamos, gilipollas, pica –murmuró Sam. Se balanceó en su silla con el cuerpo tan tenso que temblaba. “¡Dios, cómo quiero coger a ese tipo!”
Al ver a Santana con las manos sobre el teclado, centrada y atenta, Britt apretó los puños y los hundió en los bolsillos, dividida entre querer que él respondiese y desear que desapareciese en el mundo amorfo del ciberespacio. Felicia Davis dispuso las transmisiones de seguridad y se preparó para lanzar otro gusano.
–Alguna vez te cogeré –dijo en voz baja. Él estaba allí fuera, no demasiado lejos; lo sentía a través de la línea. Los dedos de Felicia volaron sobre las teclas con la velocidad y el sexto sentido de una hacker experta.
Santana esperó. Sabía que los otros no lo entendían. No importaba lo que dijeran, aquello iba con ella, siempre había sido así. Ella era la mujer que captaban las cámaras y sobre la que escribían los periódicos, como también era la que pintaba en medio de la tranquilidad de la noche y la que temblaba indefensa en brazos de Brittany Pierce. Él sólo quería a la mujer que el mundo había hecho suya. Santana respiró lentamente cuando las líneas aparecieron.
A001@worldnet.com: Vete a www.privatetalk.com, la sala de juegos.
NYC1112@freemail.com: ¿Cómo te encontraré?
A001@worldnet.com: No te preocupes. Te encontraré yo a ti.
Santana no lo dudó.
NYC1112@freemail.com: Estaré esperando.
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
esos encuentros de ellas son demasiado "calientes" lo mejor es que nadie parece darse cuenta, esperemos que ahora por lo menos con esta nueva movida se descubra la identidad de loverboy!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
micky morales escribió:esos encuentros de ellas son demasiado "calientes" lo mejor es que nadie parece darse cuenta, esperemos que ahora por lo menos con esta nueva movida se descubra la identidad de loverboy!
Por ahora nadie se ha quejado, pero tengo una duda, a alguien le molesta que sea tan "explicita" en las relaciones sexuales? Se que la mayoria somos mayores de edad, pero hay alguna menor por aqui, por lo menos según su perfil. Si a alguien le molesta, por favor que lo diga
Aprovecho ya y hago unas preguntas (si, estoy aburrida):
1) Lovegirl o Loverboy? Que creeis que es? Sospechais de alguien?
2) Quinn Fabray aparecerá, que papel creeis que tendra en la historia? (agente, acosadora, amante, artista...)
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
al fin respondió los mails.... ojalá puedan hacer algo... porque no creo que lo atrapen tan rápido...
Se pone más interesante.. ;)
Se pone más interesante.. ;)
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Hola soy sofia se qe no debo hacer esto pero... con respecto a los capitulos he leido algunos y me gusta como escribes aunque a veces me enojo porque me "robas" a florencia con tus fic y por lo de ser tan explicita en las relaciones creo que a flor no le molesta a leido cosas peores x decir.
Espero no te enojes con mi opinion
Espero no te enojes con mi opinion
Flor_Snix2013***** - Mensajes : 230
Fecha de inscripción : 28/06/2013
Edad : 26
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Ohhhh por Dios va a hablar con el loco ese ohhhh noooooo
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Lo veremos muy pronto..Alisseth escribió:al fin respondió los mails.... ojalá puedan hacer algo... porque no creo que lo atrapen tan rápido...
Se pone más interesante.. ;)
Hola, Sofia mucho gusto ;) No te preocupes por dar tu opinión puedes hacerlo siempre que quieras, y siento mucho "robarte" a Flor (Flor o Florencia como prefiere que le llamen?), si te sirve de consuelo el martes me voy de vacaciones y no vuelvo hasta el domingo por lo que esa semana no te la entretendré yo. De nuevo un placer conocerte ;)Flor_Snix2013 escribió:Hola soy sofia se qe no debo hacer esto pero... con respecto a los capitulos he leido algunos y me gusta como escribes aunque a veces me enojo porque me "robas" a florencia con tus fic y por lo de ser tan explicita en las relaciones creo que a flor no le molesta a leido cosas peores x decir.
Espero no te enojes con mi opinion
Aria te noto un poco nerviosaaria escribió:Ohhhh por Dios va a hablar con el loco ese ohhhh noooooo
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 21
Capítulo 21
Operación: Gusano del Amor
05.45
Lindsey Ryan estaba sola en la sala de reuniones con una lata de refresco en la mano derecha y montones de papeles y carpetas esparcidos a su alrededor. Apoyó la cabeza en la mano izquierda y tamborileó con un lápiz sobre la mesa mientras miraba los listados de ordenador. Distraída, dio un salto al oír una voz profunda y serena detrás de ella.
–¿Qué piensa?
Lindsey observó cómo se acercaba Britt y se fijó en las finísimas líneas de tensión que tenía alrededor de los ojos. Salvo ese pequeño indicio, parecía que la jefa de seguridad no tuviese preocupaciones en la vida; aunque Lindsey sabía que la comandante no había dormido más de una hora o dos en los últimos tres días, a menos que lo hiciera con los ojos abiertos. Casi nunca se ausentaba del centro de mando.
–Creo que ese tipo está como una cabra.
–También yo. –Britt sonrió–. ¿Aparecerá?
Ryan suspiró y miró la parte fundamental de las trascripciones por centésima vez.
A001@worldnet.com: ¿Por qué no me crees?
NYC1112@freemail.com: ¿Sobre qué?
A001@worldnet.com: Que te adoro. Eres lo único que me importa.
NYC1112@freemail.com: Tal vez porque amenazas a mis amigos y matas gente.
A001@worldnet.com: No me dejas otra opción. No me haces caso.
NYC1112@freemail.com: Ahora te hago caso.
A001@worldnet.com: Esto no basta.
NYC1112@freemail.com: ¿Qué más quieres?
A001@worldnet.com: Quiero verte. Quiero hacerte comprender.
NYC1112@freemail.com: ¿Me quieres de verdad?
A001@worldnet.com: Vivo por ti.
NYC1112@freemail.com: Si nos vemos, ¿dejarás de matar?
A001@worldnet.com: Sí.
NYC1112@freemail.com: ¿Me lo prometes?
A001@worldnet.com: Ya he tenido bastante paciencia. Sabes lo que haré si te niegas. Tú serás la única culpable
Lindsey señaló las últimas líneas.
–Aquí está el problema. Hasta este punto del intercambio, negocia. Pero, en cuanto Egret lo cuestiona, de lo cual, dicho sea de paso, me alegro porque es típico de ella, pasa a las amenazas.
A Britt se le encogió el estómago.
–¿La está amenazando?
–Posiblemente –Lindsey dudó–. Sí... creo que sí. Creo que ya está harto de sustitutivos. La quiere a ella y a nadie más. Si no puede tenerla, yo diría que Egret se convertirá en su objetivo y no parará hasta que ustedes lo capturen.
Britt se frotó los ojos, retiró la silla que estaba junto a Lindsey y se sentó.
–¿Qué significa eso para la operación? ¿Aparecerá?
–Es muy inteligente, por tanto debe olerse una trampa. Por otro lado, es arrogante y cree que no lo pueden capturar. Depende del equilibrio entre su capacidad para pensar racionalmente y su necesidad de verla, de tocarla en directo. A estas alturas debe de estar loco por ella. Así que... tal vez.
–Necesito algo más que un tal vez, Ryan –dijo Britt categóricamente–. Una de mis agentes va a ir sola a esa cita. Egret está aquí encerrada y no puedo mantenerla así siempre –repitió– ¿Estará él allí?
Lindsey consideró la imagen del hombre que se había imaginado después de pasar docenas de horas leyendo sus mensajes a Santana López. Estaba totalmente obsesionado con la hija del Presidente y pasaba todos los segundos del día pensando en ella. Fantaseaba con la posibilidad de que ella correspondiese a su afecto y con satisfacer sus necesidades. Había construido un complicado sistema de delirios teniéndola a ella como centro psicosexual y había recurrido a la violencia para que Santana reconociese sus deseos.
–Estará allí.
Britt se levantó, satisfecha. Tenía menos de un día para prepararlo todo y, aunque Doyle coordinaba los equipos, lo revisaba todo personalmente. Ellen Grant iba a contar con toda la protección que Britt pudiera darle.
–¿Por qué hace esto? ¿Por qué accede a la cita? –preguntó Britt finalmente–. Tiene que saber que rondaremos por el lugar.
Lindsey se encogió de hombros.
–La señorita López le aseguró que no revelaría sus planes. Necesita creerla porque necesita creer que ella le desea igual que él a ella. La parte racional de él sospechará, pero la parte psicótica ansía creer que ella se reúne con él por amor y deseo mutuos.
–¿Y si descubre que lo ha traicionado?
–Entonces, la matará... o a quien enviemos en su lugar –dijo Lindsey Ryan en voz baja.
10.30
Stark encontró a Savard en la sala de ejercicios, al fondo del pasillo del centro de mando. La agente del FBI llevaba unos shorts negros de lycra y un sujetador deportivo, y no paraba de dar puñetazos a una pesada bolsa colgante. El sudor que la cubría hacía que su piel brillase, y a Stark se le secó la boca al verla. Parecía una gacela corriendo aquel día por el parque. “Dios mío, ¿cuándo fue eso? ¿Hace sólo seis días?” Pero, en aquel momento, con los músculos tensos bajo la piel suave y el rápido retroceso de sus miembros mientras bailaba alrededor de la oscilante bolsa, se parecía más a un leopardo que corría para tumbar a su presa. Savard levantó los ojos y vio a Stark con una expresión en la cara que sin duda habría puesto colorada a la agente del Servicio Secreto si se hubiese visto a sí misma. Sonriendo, Savard propinó un último puñetazo al cuero. Luego se limpió la cara con el brazo, se sacudió casi todo el sudor del pelo y se acercó a la otra agente.
–¿Alguna noticia?
Stark negó con la cabeza.
–Luz verde para esta noche.
–Bien –gruñó Savard deshaciendo el nudo de su guante derecho con los dientes–. Es hora de acabar con ese bastardo.
–Venga, déjeme que haga yo eso –se ofreció Stark buscando los nudos del pesado guante de boxeo. Le temblaban las manos. “Dios.”
–¿Se encuentra bien? –Savard se fijó en su compañera. Ya no tenía magulladuras en los ojos, pero los puntos seguían allí: una pulcra fila de hormiguitas negras que desfilaban por la suave y pálida frente. Preguntó con ternura–: ¿Le sigue doliendo la cabeza?
–No. –Stark mantuvo la cabeza gacha mientras deshacía un nudo enrevesado–. Estoy perfectamente.
Savard levantó el otro guante, lo puso bajo la barbilla de Paula Stark y empujó con suavidad, obligándola a levantar la cabeza y a que Stark la mirase.
–¿Quiere contarme qué pasa?
–Después va a haber agitación. Yo sólo... –Stark titubeó, luchando por expresar emociones que apenas comprendía–. Estaré en uno de los coches de apoyo. Probablemente no volveré a verla a solas antes de que se vaya.
Savard esperó. Stark tragó saliva.
–Sólo quería recordarle que nosotros... en fin... que más tarde... cuando usted vuelva...
–Lo sé. Tenemos una cita. No lo olvidaré –dijo Savard en tono cálido. Se inclinó hacia delante y la besó en la boca–. Eres valiente, ¿sabes? –No hablaba del trabajo.
–No tanto –susurró Stark, a quien le temblaba una parte que nunca le había temblado.
–Te veré cuando todo acabe –murmuró Savard, dio la vuelta y desapareció.
Stark cerró los ojos; aún sentía el tierno beso sobre los labios. “Por favor, que vuelva.”
15.30
Britt estaba al fondo de la habitación, escuchando, mientras Doyle repartía las misiones de la operación al FBI, Departamento de Alcohol y Tabaco, unidad táctica y artificieros. La policía del Estado se encargaría de asegurar el perímetro con controles de carretera cuando los equipos de asalto y captura estuviesen en el lugar. También estaba allí el capitán del sector. Faltaban ocho horas. Britt asistía porque quería saber dónde estarían los demás si las cosas se ponían feas. Ellen Grant no caería en el fuego cruzado de nadie porque Britt pensaba pisarle los talones. La habían involucrado en el plan desde el momento en que Loverboy picó el cebo y dio la localización a Santana: un parque de atracciones abandonado. Doyle no podía excluirla porque utilizaba a una agente suya. Britt hizo un gesto a Grant con la cabeza mientras Doyle concluía la reunión.
–¿Se encuentra bien? –preguntó cuando los otros no podían oírlas.
Grant asintió:
–Perfectamente.
–Savard le colocará los micrófonos antes de que se ponga las armas –le recordó Britt–. Quiero oír su voz a cada paso. Todo lo que oiga, vea o que crea que ve, quiero saberlo.
–Sí, señora.
–Sintonice mi voz. No la trabe ni la intercepte, a menos que yo se lo ordene.
Grant la miró con una pregunta en los ojos. El agente especial Doyle había dicho que sería él quien le diese órdenes desde el lugar en el que estaría situado, un puesto de vigilancia en lo alto de un almacén, a cuatrocientos cincuenta metros del punto de contacto. Britt observó su incertidumbre.
–Estaré sobre el terreno con Savard, más cerca de usted que nadie. Escucharé las directivas al mismo tiempo que usted. Y tendré una lectura mejor de la situación que él. Avance cuando yo se lo confirme, ¿entendido?
–Sí, señora, entiendo. Gracias. –Grant dudó un segundo, y luego añadió– Comandante, mi marido está de patrulla esta noche. Dejaré su número...
–La única persona –la interrumpió Britt con firmeza– que va a llamar a su marido esta noche, agente Grant, será usted cuando termine la acción. ¿Está claro?
–Sí, señora. –Grant sonrió, agradecida–. Muy claro.
–Bien, entonces descanse un poco.
Britt observó cómo se retiraba y miró la hora. Después, fue en busca de Savard.
17.30
Savard estaba disponiendo blindajes corporales y eligiendo series de municiones en la pequeña sala de armas, junto al centro de mando principal, cuando Britt la encontró.
–¿Todo en orden?
Levantó la vista y asintió.
–Sí, señora. Cerrado y cargado.
–Bien. –Britt se apoyó en la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho–. Acerca de esta noche...
–¿Sí? –Savard percibió la dura serenidad de sus ojos. Había una determinación en ellos que le indicaba que lo que se avecinaba no sería negociable.
–Ellen Grant es mía –afirmó Britt, tranquila–. Nadie va a ordenarle que se meta en el peligro, salvo yo.
Savard pensó en aquello, pues sabía que Doyle esperaba controlar los movimientos de Grant. Según el libro, debería ir al agente especial inmediatamente e informarle de que había un conflicto de mando. Pierce le estaba dando a elegir, lo cual significaba que también le estaba concediendo la responsabilidad y el compromiso. Cuando llegaran al punto de reunión, sólo estarían los cuatro: Grant, Pierce, ella... y Loverboy. Era cuestión de quién quería que diese la última orden y en quién confiaría en el fragor del momento.
–Usted será la agente veterana sobre el terreno, comandante –dijo con toda claridad–. No tengo problemas con que dé usted la orden.
Britt asintió y se enderezó. “Bien. Ahora tengo que revisar los vínculos de comunicación con Sam y los planos de construcción del parque de atracciones de la oficina de planos de la ciudad. También debo...”
–¿Comandante? –Savard interrumpió sus pensamientos.
–¿Sí?
–También usted tendrá que estar despejada y no ha dormido mucho los últimos dos días.
Britt enarcó una ceja, sorprendida por su franqueza.
–Aún quedan unas horas hasta que tengamos que prepararnos –añadió Savard.
–Lo pensaré. Gracias, agente.
Savard avanzó un paso, dispuesta a tocarla, pero se detuvo.
–Todos estamos entrenados para esto. Debe de ser difícil para alguien que no es... la incertidumbre de todo el asunto –dudó, y luego añadió– A ella le hará falta saber que usted regresará.
Britt la miró fijamente y sin expresión durante lo que pareció un tiempo interminable, antes de que una sonrisa le asomase a la comisura de su boca.
–Desde luego, ya no hacen a los agentes del FBI como antes.
Savard le devolvió la sonrisa.
–No, señora, ya no.
18.00
Por tercera vez en otros tantos días, Britt se encontraba ante la puerta de Santana; sabía que, cuando cruzase el umbral, la vida cambiaría. Cada vez que salía de su cómodo mundo de reglas y rutina para entrar en el incierto teatro de su relación con Santana, se sentía más vinculada a ella. No resultaba fácil, pero no podía negar que le gustaba. Más que eso, no podía negar que lo necesitaba. Santana abrió la puerta y saludó tiernamente.
–Hola.
–Hola –respondió Britt, sin entrar. Santana parecía cansada, cosa rara en ella. Había manchas de fatiga bajo sus ojos y la tristeza teñía la sonrisa que le dedicó a Britt. Britt estiró el brazo y acarició la mejilla de Santana.
–¿Has dormido?
Santana negó con la cabeza.
–Tenía intención, pero no pude dejar de pensar.
–Deberías intentarlo –sugirió Britt–. Va a ser una noche muy larga.
–Lo sé –repuso Santana.
Quería arrastrarla hacia adentro. Pero también quería retenerla dentro, lejos de la noche, del peligro, ya que no podía elegir. Le dolía que Britt no prefiriese la seguridad a la responsabilidad, incluso para ella. Y se quedó esperando, preguntándose qué quería Britt realmente. Al fin dijo:
–No estaba segura de que vinieras.
–Siento que no lo supieses –murmuró Britt volviendo a acariciar el rostro de Santana–. Siento el dolor de todo esto.
–No –se apresuró a decir Santana–. No es lo que tú haces. Nunca lo fue.
–Podría haber hecho las cosas de otra manera –aventuró Britt–, entre nosotras.
Al oír aquello, Santana esbozó una ligera sonrisa.
–¿De verdad?
–No, supongo que no. –Britt cabeceó con pesar–. Pero ojalá hubiese podido, para no herirte.
–Sólo con eso basta –admitió Santana, incapaz de imaginar qué parte de Britt podía cambiar sin destruir elementos esenciales de ella. Temía que cambiarla significase perderla.
–Santana –dijo Britt en tono urgente–, quiero que sepas...
–No. –Santana la hizo callar poniéndole los dedos sobre los labios–. No hace falta que digas nada más. ¿Vas a entrar ahora?
Britt le besó los dedos.
–Sí.
–¿Puedes quedarte? –preguntó.
–Durante un rato.
–No será suficiente –advirtió Santana, aunque sin ira en la voz.
–Entiendo –dijo Britt traspasando el umbral–. Pero no siempre me marcharé.
Britt entró, Santana cerró la puerta y se quedaron solas. Santana puso los brazos sobre los hombros de Britt y se acercó a ella, apoyando la cara en el hombro de la agente. Suspiró y, a diferencia de lo que le había ocurrido antes, lo apartó todo de su mente para flotar en la certidumbre del abrazo de Britt.
–Vamos a la cama –murmuró al fin–. Tengo que abrazarte.
–Sí –respondió Britt en voz baja, moviendo los labios suavemente junto a la oreja de Santana–. Tengo que contarte cosas.
Enseguida estuvieron desnudas la una en brazos de la otra, cara a cara, cubiertas sólo por una fina sábana de algodón. Se besaron lentamente, explorándose de nuevo con suaves halagos y tiernas caricias. No se apresuraron, sino que se tocaron con absoluta seguridad, como si no hubiera existido un principio ni fuera a haber un final. Se movieron una contra la otra muy despacio hasta que temblaron a la vez, sin aliento y al borde del precipicio, dispuestas a caer. Santana puso una pierna sobre las caderas de Britt, abriéndose, mientras la miraba a los ojos.
–Entra –susurró.
Britt deslizó la mano entre los cuerpos de ambas, y sus dedos separaron la carne hinchada y se deslizaron sobre el clítoris de Santana, arrancándole jadeos y estremecimientos.
–Dentro de un minuto –repuso.
Sus ojos se toparon cuando Britt la abrazó con más fuerza, rozando con los dedos hacia delante y hacia atrás el punto descubierto y exquisitamente sensible. Los dedos de Santana se clavaron en su brazo, y Britt murmuró:
–No hay prisa. Déjame poseerte.
Santana apenas respiraba; tenía los músculos contraídos y necesitaba el desahogo, pues todas sus células estaban centradas en el embriagador placer que latía bajo los dedos de Britt.
–Oh, por favor –gimió al fin–. Deja que me corra.
Britt apretó más y movió los dedos en círculos más rápidos, y cada experta caricia condujo a su amante lenta pero firmemente hacia el orgasmo. Luego vio cómo los ojos cafés de Santana se oscurecían y se dilataban.
–Te amo –susurró cuando Santana echó la cabeza hacia atrás y gritó, ronca, empujándose contra la mano de Britt. Entonces, la penetró, prolongando los espasmos con cada embestida hasta que Santana se quedó quieta y vencida a su lado.
–Me destrozas –dijo Santana entre jadeos.
Britt la abrazó.
–Es lo que quiero.
–Dame un minuto para recuperar el aliento. –Santana besó el hombro de Britt, preguntándose si se recobraría, no del placer, sino de la agonía de amarla tanto.
–Estoy bien –repuso Britt besando a Santana en la sien.
–Sandeces. –Santana se rió–. Te siento en mi pierna y estás muy lejos de encontrarte bien.
Para demostrarlo, Santana se apretó con fuerza entre las piernas de Britt, que gimió al sentir la rápida oleada de sangre en el clítoris.
–No es justo –resolló.
–Sí que es justo –afirmó Santana poniendo a Britt boca arriba y colocándose encima de ella–. Te dije que sólo necesitaba un minuto.
Britt la miró y sonrió.
–Seguramente también es lo que yo necesito.
–Oh no, comandante –repuso Santana–. Quiero mucho más que eso de ti.
Y luego Santana la tomó lentamente con la boca, las manos y sus tiernas caricias, arrancando fuego a la sangre de Britt y calor a sus huesos, abrasando sus nervios y quemando sus sentidos, hasta que lo único que percibió Britt fue a Santana y sólo pudo gritar su nombre. Durmieron una hora y se despertaron juntas, al otro lado de la oscuridad. Yacían una junto a la otra, cogidas de la mano y con los dedos enlazados.
–¿Qué va a pasar ahora? –preguntó Santana en medio del silencio.
Britt habló en voz baja, firme y serena.
–A las once, Savard y yo iremos al lugar de la cita. Treinta minutos después, Ellen Grant saldrá por la puerta principal y parará un taxi. Stark y Fielding irán en ese taxi. Parecerá que una vez más nos hubieses dado esquinazo y fueras a reunirte con él. Damos por sentado que Loverboy tal vez te vigile aquí para asegurarse de que realmente acudes a la cita y de que vas sola, como habías dicho.
–Entonces, ¿cómo va a llegar a la cita a tiempo si está aquí cuando Grant salga?
–Cabe la posibilidad de que haga que alguien vigile el edificio y le transmita un mensaje. Además, no tiene por qué llegar allí primero, puesto que no ha hablado de un punto de reunión concreto. Es demasiado listo para eso: sólo se refirió al puesto de refrescos de los soportales, una ubicación demasiado general; podría estar en cualquier parte. Grant tendrá que esperar a que él le haga una señal.
–¿Por qué crees que eligió ese lugar?
–Lindsey Ryan supone que lo eligió hace tiempo, y yo estoy de acuerdo. Estaba preparado cuando tú accediste a reunirte con él. Citó ese lugar y la hora casi de inmediato. Tal vez sea una fantasía suya de verte allí algún día, aunque Ryan cree que estuvo allí y que pudo prepararlo para ti.
–Prepararlo... ¿Cómo? –Santana se estremeció al pensar en alguien que creaba fantasías tan elaboradas con ella como protagonista. Se sentía como si la hubiesen tocado mientras dormía.
Britt le puso un brazo en el hombro y la atrajo hacia sí.
–Santana, no hace falta que sepas todo esto.
–No –se apresuró a decir Santana con voz fuerte y decidida–. Quiero saberlo. Todo.
–De acuerdo. –Britt continuó con un suspiro–. O bien seguirá a Grant hasta el lugar de encuentro, o bien utilizará una ruta alternativa para llegar antes que ella. Como conoce la zona, suponemos que habrá pensado en un acceso sin barreras a los soportales. Los francotiradores y el equipo sobre el terreno estarán allí cuando Grant llegue.
–Pero no va a reunirse con él, ¿verdad? –preguntó Santana, preocupada.
–No –respondió Britt–. El equipo de Doyle y la brigada táctica tienen medios de observación de infrarrojos, sensibles al calor, que localizarán con precisión milimétrica cualquier ser vivo mayor que una rata de alcantarilla en un radio de noventa metros en torno al punto de encuentro. Se dirigirán hacia él y lo eliminarán. El único papel de Grant es salir de aquí como si fueras tú y del taxi a la entrada del parque de atracciones. No va a entrar en los soportales.
–¿Y Savard y tú? –preguntó Santana con el corazón acelerado.
Britt se apoyó en un codo para mirar a Santana a los ojos. Las luces de la habitación estaban apagadas, pero las farolas exteriores les permitían verse.
–Sólo iremos como apoyo sobre el terreno, para asegurar que Grant esté cubierta en caso de que se produzca una acción cerca de ella y para llevarla al vehículo de evacuación que estará próximo. Sólo trabajo de escolta.
–¿Eso es todo, Britt?
–Ése es el plan, Santana. –Britt sostuvo la mirada de la joven–. No puedo garantizar que no ocurran cosas inesperadas, pero habrá cien agentes detrás de nosotras y otros tantos policías del Estado vigilando el perímetro. Resulta tan sólido como pueden ser estas cosas.
Santana acarició los cabellos de Britt y entrelazó los dedos en los gruesos mechones, acercando la cabeza de Britt a su cara.
–No voy a pensar que alguien me deja.
–Yo tampoco –repitió Britt–. Te lo juro.
–Bueno, eso me consuela –susurró Santana–, porque sé que tu palabra es de fiar.
Luego, en el último momento que les quedaba, sellaron sus promesas simplemente con un beso.
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Hay Britt Santana esta preocupada por su rubia se me encoge el corazón de saber que va a pasar ojala ese Loverboy no se salga con la suya espero tu próxima actualización xoxo enserio este FF me encanta Marta :) esta historia me ha atrapado
Keiri Lopierce-* - Mensajes : 1570
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Edad : 33
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
waa! quiero saber que pasará cuando se encuentren ... no creo q sea tan fácil...
Que intriga!!
Que intriga!!
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Me alegro, esa era mi intención ;)Keiri Lopierce escribió:Hay Britt Santana esta preocupada por su rubia se me encoge el corazón de saber que va a pasar ojala ese Loverboy no se salga con la suya espero tu próxima actualización xoxo enserio este FF me encanta Marta :) esta historia me ha atrapado
Alisseth escribió:waa! quiero saber que pasará cuando se encuentren ... no creo q sea tan fácil...
Que intriga!!
Preparate para lo que viene...operación Gusano del Amor 2º parte en marcha...te vas a quedar aún más con la intriga
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 22
Capítulo 22
Cuando faltaban veinte minutos para la medianoche, Santana entró en el centro de mando. Se detuvo en la puerta, momentáneamente desorientada. La habitación estaba bien iluminada, aunque reinaba en ella un vacío fantasmal. Los monitores parpadeaban con imágenes que nadie miraba. Las sillas estaban torcidas ante las mesas cubiertas de tazas de café y envoltorios de comida, como si se hubiera producido una huida apresurada. De trecho en trecho se veía una chaqueta o un jersey abandonados sobre una mesa. La atmósfera de control a la que estaba acostumbrada había sido sustituida por una latente sensación de caos que aceleraba su corazón.
–¿Señorita López? –Lindsey Ryan se acercó con una taza de café en la mano y una pregunta en la mirada.
Santana se asustó y dio un respingo. Se volvió hacia la voz y sonrió, compungida.
–No podía esperar arriba.
–No me extraña –comentó Lindsey, comprensiva–. ¿Le apetece un café?
Santana se esforzó por controlar sus nervios.
–Supongo que no sabe quién lo ha hecho, ¿verdad? Ya he tomado el café que hace esta gente, y es una aventura a la que no me quiero arriesgar de momento.
–La verdad es que lo he hecho yo –dijo Ryan riéndose–. Sam y Felicia están pegados a las mesas de comunicación y a estas alturas lo necesitan.
–Ya me lo imagino –murmuró Santana, pensando en las veinticuatro horas sin descansar que había pasado con ellos esperando a que Loverboy estableciera contacto. Entró en la habitación y miró hacia el fondo; allí, el equipo de comunicación cubría toda la pared y las superficies que estaban al alcance de las sillas giratorias ocupadas por Sam y Felicia Davis. Estaba segura de que llevaban días sin moverse.
–Aceptaré su palabra de que es fiable –comentó Santana refiriéndose al café–. Podría hacerme falta.
Las dos mujeres fueron al rincón en el que estaban las máquinas de café y el frigorífico. Santana se sirvió café, se llevó la taza de cartón a los labios y lo sorbió con cautela. Ryan tenía razón: no estaba mal. Apoyó las caderas en el borde del mostrador y miró a la pelirroja.
–¿Se sabe algo?
–Aún no. Sam tiene línea directa con la comandante Pierce, pero lo único que sabemos es que Savard y ella están en el lugar. –Lindsey dudó antes de añadir–: Señorita López, desde aquí sólo tenemos un pequeño fragmento de la representación y, a veces, una representación incompleta es peor que nada.
–¿Supone que habrá problemas? –Santana se dio cuenta de que Ryan intentaba, con delicadeza, que se fuera.
No había bajado antes porque no quería distraer a Britt en plena partida del equipo. Se había obligado a sentarse en la cocina y esperar. Miró el reloj a las once e imaginó que Britt estaría poniéndose el equipo protector y armándose. Su ansiedad aumentaba cada minuto que pasaba. Deseaba con todas sus fuerzas ver a Britt antes de que se fuese. Sólo para decir... sólo para decirle lo que no le había dicho antes: “Te amo”.
–¿Sucede algo? –preguntó Santana con la garganta seca.
–No –se apresuró a responder Lindsey–. Pero he visto demasiadas cosas como ésta para saber que, a veces, lo que yo creía que estaba pasando no se correspondía en absoluto con lo que pasaba en realidad. Eso destroza los nervios cuando uno no está en disposición de hacer nada.
–Agente Ryan, dudo muchísimo que ocurra algo que no me haya imaginado ya. –Santana se rió con humor–. Y, créame, lo que sepa será mejor que lo que estoy pensando. No molestaré a nadie.
Ryan le rozó el brazo con un amable gesto de comprensión.
–Acompáñeme. Esperaremos el resultado juntas.
00.05
Desde su posición en lo alto de la plataforma de una grúa abandonada, Britt tenía una clara visión de la entrada del parque de atracciones y del aparcamiento situado delante de los soportales de acceso. No había luces en las cercanías, pero la autopista no estaba demasiado lejos; los coches que pasaban y la brillante luna veraniega proporcionaban iluminación suficiente para que viese sin gafas de visión nocturna. Distinguía el perfil de unos edificios con las ventanas rotas y las puertas desvencijadas, rodeados por los cadavéricos restos de las atracciones del arruinado parque. Bajo el resplandor azul de la luna, parecía un cementerio de criaturas prehistóricas. Sobre el terreno, debajo de ella, Savard esperaba en medio de las sombras. Britt había aceptado de mala gana que Doyle destinase a Savard a la posición punta. Mientras Savard vigilaba cualquier indicio de un vehículo que se acercase o de movimientos en el parque, Britt recorría continuamente las múltiples frecuencias de radio, escuchando las habituales comprobaciones previas al enfrentamiento desde cada posición. Lo que oía en realidad eran ocasionales preguntas de Doyle para confirmar posiciones y la puesta a punto de los equipos de intervención. Cabía la posibilidad de que controlasen sus intercambios, pero dudaba que Loverboy tuviese tiempo para introducirse en sus frecuencias de comunicación, aunque ya estuviera en la zona. Miró la hora otra vez. Habían pasado cuarenta minutos desde que Grant saliera del edificio de Santana. Llegaría en cualquier momento.
Ellen Grant miró el aparcamiento desierto por la ventanilla cuando el taxi aminoró la marcha para frenar. No veía a Stark, que estaba agachada para que no pudiese verla nadie que esperase su llegada. Mientras buscaba la manilla de la puerta, dijo:
–Gracias por el paseo, chicos. –Y tomó aliento.
–Cuando sea, tú grita, Cenicienta, y traeremos tu carroza.
–Entendido –dijo Grant saliendo a la noche.
El taxi se alejó, y Grant miró a su alrededor, procurando dominarse. Los soportales del parque de atracciones estaban a diez metros, con sus desvencijadas puertas de metal parcialmente abiertas. Más allá sólo había oscuridad. Vio algún equipo de construcción en el aparcamiento, pero nada más.
–La tenemos, Grant –murmuró una voz suave en su oído.
Su ansiedad desapareció al oír la firme voz de Pierce.
–Recibido.
–Atraviese las puertas –ordenó la voz de Doyle–. Tiene permiso para acercarse al punto de encuentro.
La voz de Pierce repitió la orden:
–Limítese a atravesar las puertas. Permanezca dentro y ofrézcanos una inspección ocular.
Grant habló en voz baja mientras avanzaba.
–Ahora veo los soportales –afirmó cuando empujó las altas verjas de hierro y entró–. Hay fragmentos de atracciones por todas partes. La mayoría son lo suficientemente grandes para esconderse.
Miró a su alrededor buscando el edificio que Loverboy había designado como punto de reunión. Cincuenta y cinco metros a su izquierda, el letrero del puesto de refrescos colgaba torcido sobre una puerta tapiada.
–Ni rastro de actividad.
–No tenemos indicios en los sensores térmicos. No hay pruebas de ocupación –anunció Britt–. Avance lentamente pero no, repito, no entre en el edificio. Sólo compruebe el perímetro.
Mirando a derecha e izquierda, Grant avanzó, procurando ignorar el frío chorro de sudor que corría entre sus omóplatos y se estancaba en la base de la columna, debajo del pesado chaleco. Se daba perfecta cuenta de que no llevaba la cabeza protegida y de que el blindaje corporal podía ser perforado por munición fácil de conseguir por Internet. También sabía que todos los metales y la maquinaria pesada constituían un buen escudo frente a los sensores de calor, si Loverboy sabía utilizarlos. Tuvo que confiar en que Doyle y sus técnicos hubiesen hecho un concienzudo barrido de los edificios y terrenos circundantes, pues ella era un blanco seguro. Apartó la idea de la cabeza y se concentró en la tranquila noche que la envolvía. Nada. Si no fuera por la voz de Brittany Pierce en su oído, podría muy bien pensar que acababa de despertar de un sueño en un mundo desierto. No recordaba haberse sentido tan sola en su vida.
–¿Hay algo? –le ladró Doyle a uno de los hombres próximos a él que escudriñaban el campo con gafas de visión nocturna y equipo de sensores termales. Estaban encima de un almacén, detrás del parque de atracciones. Desde allí, Doyle podía dirigir la operación.
–Nada excepto el señuelo –gruñó el agente mientras cribaba la zona–. Ni siquiera un gato callejero.
–Alguien debería ponerse en contacto por radio con los chicos del Estado para decirles que su perímetro es demasiado cerrado –observó otro–. Veo movimiento y hay patrulleros del Estado casi encima de los nuestros.
–Aficionados. –Doyle se rió despectivamente–. Sólo buscan una pizca de gloria. Debe de ser muy aburrido andar por ahí todo el día en esos coches huevo deteniendo a los que pisan el acelerador.
Los hombres se rieron.
–Vaya –exclamó Doyle, disgustado–. Supongo que vamos a tener que subir el bote para que ese tipo saque la cabeza del agujero en el que se esconde.
Comprobó la hora y marcó la frecuencia de Grant en su transmisor.
–Cinco minutos, Grant. Si sigue sin aparecer, quiero que entre en ese edificio. Si anda por ahí, tal vez esté esperando a que usted se moje.
Britt escuchó la orden de Grant y se le erizaron los pelos de la nuca. Pasaba algo raro. Lindsey Ryan tenía razón al afirmar que Loverboy estaría allí porque, si no, aquello carecía de sentido. Si no quería establecer contacto físico con Santana, era una estratagema para sacarla al exterior, donde podría atentar contra su vida. El puesto de refrescos parecía el lugar ideal para que tendiese una trampa. Si quería matarla, lo haría allí. De cualquier manera, querría observar. Estaba allí, y no lo encontraban. Y Ellen Grant se exponía demasiado.
–Doyle –dijo Britt, transmitiendo a la frecuencia privada del agente–, si no tenemos ubicación del sujeto, no puede enviar a Grant ahí dentro. Desde aquí no podríamos cubrirla, y ese lugar tal vez esté amañado.
–No la haría venir hasta aquí sólo para matarla –repuso Doyle sin esforzarse en ocultar su desdén–. Aparecerá cuando esté seguro de que ella sigue adelante. No pienso discutirlo, Pierce. Grant va a entrar.
Britt oyó el clic y se dio cuenta de que Doyle había desconectado. Estaba haciendo lo que había querido hacer desde el principio: cebar la trampa, para lo cual utilizaba a la gente de ella.
–Grant –ordenó Britt, cortante–. Obedezca sólo mi señal. ¿Me recibe? ¿Grant? ¡Grant!
Santana contempló la negra pantalla del ordenador con la mente a kilómetros de allí. Intentaba imaginarse cómo le iría a Ellen Grant, caminando sola en medio de la noche para enfrentarse a alguien que sabía que había matado con impunidad. A pesar de su preocupación por Grant, en lo más íntimo deseaba que Loverboy estuviese esperando. Esperaba que esa noche fuera el final de aquella pesadilla. Pensó en Britt, que vigilaba a Grant y procuraba protegerla. Si le pasaba algo a otra persona de la que Britt fuese responsable, nunca se lo perdonaría a sí misma. Se desgarraría otro agujero en el tejido de su ser y otro fragmento de su corazón moriría. Santana no quería que sucediese tal cosa, en gran parte por razones egoístas. Temía que Britt clausurase aquellas partes de sí misma que sangraban por las heridas de los otros. Y, si eso ocurría, Santana perdería la parte que más necesitaba. Nadie había conseguido atravesar los barrotes de su cárcel invisible para tocarla, tal y como hacía Brittany Pierce. Nadie más la había visto como era, como la había visto Britt. Y lo necesitaba, porque sin eso se encontraba horriblemente sola. No supo cuánto tiempo llevaban las palabras en la pantalla sin que las viera. Ahogó un grito y echó la silla hacia atrás como si quisiera escapar de la realidad de lo que estaba viendo.
–Oh, Dios mío.
Al instante, Sam, Felicia Davis y Lindsey Ryan se volvieron hacia ella, preocupados.
–¿Qué pasa? –preguntó Sam.
A Santana le temblaba la voz cuando respondió:
–No estoy segura. Miren lo que acaba de aparecer en la pantalla.
Los otros tres se colocaron detrás de ella, mirando el mensaje por encima de su hombro. “Egret. ¿Estás ahí?”
–¿Es él? –preguntó Santana sin aliento–. ¿No podría ser un mensaje calculado en el tiempo y enviado antes?
Sam miró a Lindsey Ryan, cuyo rostro estaba sumido en la concentración. Repasó mentalmente todo lo que sabía de él, formando y descartando teorías con frenesí, mientras procuraba descifrar aquella mente deformada.
–¿Puede ser un doble? –preguntó Sam–. ¿Alguien que lo ayuda?
–No, es él –dijo Ryan con decisión–. Nunca dejaría que nadie compartiese esto.
–¿Qué debo hacer? –inquirió Santana.
–Si responde, sabrá que ella no está en el parque de atracciones–observó Sam.
Lindsey miró la pregunta del monitor mientras estudiaba las opciones y trataba de predecir las consecuencias. Resultaba casi imposible que una persona racional predijese la mente irracional de alguien como Loverboy. Por otro lado, ella, más que nadie, estaba entrenada para eso. Su opinión era la mejor información que tenían.
–¿Lindsey? –inquirió Sam–. Tengo que avisar a la comandante. Es su decisión.
Miró serenamente a Santana.
–Responda.
Con manos temblorosas, Santana escribió: Sí.
“Siempre supe que no vendrías”
–Pregúntele dónde está –indicó Lindsey con los ojos clavados en la pantalla.
Santana obedeció.
“Estoy mirando cómo me buscan”
–Jesucristo –exclamó Sam. Inmediatamente marcó la frecuencia de Britt–. Tenemos comunicación con el sujeto –dijo en tono seco–. Están en peligro, repito, están en peligro.
Britt no dudó.
–Grant, evacue ahora mismo. Repito, evacue ahora mismo.
En la frecuencia de Stark ordenó:
–Inicie la retirada. Recupere su carga.
Cambiando de frecuencia, añadió:
–Doyle. Estamos acabados. Nos ha visto. Vamos a evacuar.
Nadie respondió. Abrió frenéticamente todas las frecuencias y volvió a transmitir.
Nada.
Fue hasta el borde de la plataforma y bajó al suelo. Aterrizó a unos metros de Savard.
–¿Hay algo?
Savard cabeceó con expresión seria.
–Comandante, no la he visto. No tengo respuesta por ningún canal. Los vínculos de comunicación se han roto.
–¡Maldita sea! Loverboy nos ha saturado –dijo Britt, enfadada–. Vamos a buscarla.
Durante un segundo, los ojos de ambas se fundieron. Y luego se volvieron, hombro con hombro, y corrieron hacia las puertas del ruinoso parque de atracciones y hacia la oscuridad que había tras ellas. Cuando pasaron bajo los soportales, Britt intentó ponerse en contacto de nuevo con Grant o con Doyle. Sus transmisiones se toparon con el silencio. Miró hacia delante, pero sólo veía el negro azulado del cielo nocturno roto por las siluetas de los detritus del parque abandonado.
–Savard –susurró Britt mientras avanzaban–. Vaya por la derecha y cubra nuestro flanco. Si él está aquí, saldrá detrás de una de nosotras. No le ofrezcamos demasiados blancos en un solo lugar.
Savard desapareció inmediatamente en la oscuridad. El puesto de refrescos se hallaba a cuarenta y cinco metros de distancia; tardaría menos de sesenta segundos en llegar. Sesenta segundos.
“Dios, ¿dónde está Grant?”
Britt miró el terreno elevado donde ella se habría situado si hubiese querido dirigir la batalla. En aquella situación, el mejor punto de visión se encontraba en lo alto de un edificio, pero los que estuvieran en los soportales quedarían a la vista de los hombres de Doyle en el almacén, y ellos no lo habían localizado. Aún así, por costumbre, escudriñó la estructura sin perder de vista el puesto de refrescos. Nada.
“¿Dónde diablos está?”
Casi había llegado. Seguía sin haber rastro de Grant. La noche había adquirido una quietud fantasmal, y no oía nada, salvo su propio corazón latiendo en la garganta. Corrió, con la piel erizada por la aprensión. Creyó ver a una figura moviéndose entre las sombras en un lado del edificio. Levantó la pistola y caminó más despacio, procurando ver algo entre las sombras ondeantes.
“¡Allí! Más cerca.”
Suspiró, su dedo apretó el gatillo sin disparar, y notó otro movimiento a la derecha. Sacudió la cabeza a tiempo de ver cómo se balanceaba perezosamente el coche más alto de la noria, que parecía suspendido en el aire con la única sujeción de los rayos de luna.
–Savard –llamó en la oscuridad, sin molestarse en bajar la voz. Se encontraba expuesta por completo e indefensa. Si el tipo pensaba dispararle, ella no podría evitarlo. Pero al menos se aseguraría de que no se marchase.
–Está en la noria. ¡Vamos!
En ese momento, Grant apareció entre las sombras, delante del puesto de refrescos, y dijo:
–Todo despejado aquí, comandante.
El grito de Britt ordenando cubrirse se perdió en la noche cuando el edificio se desintegró en un resplandor de llamas anaranjadas y escombros volantes. Un fuerte tornado de aire caliente sacudió a Savard desde atrás, levantándola momentáneamente del suelo. Escondió la cabeza y se echó con los hombros hacia delante, dejando que el impulso de la explosión la volviese a situar de pie. Tenía la pistola en la mano; milagrosamente, había conseguido sujetarla. Se resistió a pensar en lo que acababa de ocurrir. En aquel momento no podía pensar en Grant ni en Pierce. Tenía una sola idea. “Atraparlo.” Cuando se acercó a la noria, vio una sombra delgada que descendía ágilmente por el armazón exterior. Se encontraba casi a cincuenta metros y, a esa distancia y en la oscuridad, el hombre no tardaría en desaparecer entre la jungla de metal retorcido y estructuras derrumbadas. Intentó de nuevo comunicar su localización a Doyle y al equipo de Armas y Tácticas Especiales, pero no hubo respuesta. Las comunicaciones seguían bloqueadas. Seguramente se estaban reuniendo, pero nunca llegarían a tiempo. Corrió a toda prisa, cubrió la distancia y vislumbró la figura que acababa de llegar al suelo. Durante una milésima de segundo dudó. Vestía uniforme. “¿Será un vigía avanzado del que no nos informó Doyle o uno de los nuestros que ha ido demasiado lejos dentro del perímetro?”
Cuando él se volvió y disparó, Savard comprendió su error, pero el segundo de incertidumbre le pasó factura. Cuando vio el resplandor del arma, ya la había herido y casi derribado, y una caliente punzada de dolor se extendía por su hombro izquierdo. “Maldita sea.” Era mucho peor de lo que había imaginado. El impacto la hizo girar y la tumbó de espaldas. Durante un segundo no pudo respirar. Al fin recuperó el aliento y ahogó un grito. Luego, su mente se quedó en blanco y sólo permaneció la imagen de él volviéndose y disparándole... a ella. “Bastardo.” El dolor cedió ante la oleada de ira. Estaba furiosa con él por haberle disparado, y aún más furiosa consigo misma por dejar que la cogiera por sorpresa. Sin hacer caso a las náuseas, se puso de lado, con los pies bajo el cuerpo. Al instante siguiente ya se movía. El brazo izquierdo colgaba, inservible, pero la pistola aún funcionaba. Lo vio por la espalda mientras saltaba ágilmente sobre un torniquete que en otro tiempo había formado parte de la taquilla de admisión. Luego, de pronto, desapareció. A Savard se le nubló la vista; le faltaba tiempo. Tenía el brazo empapado de sangre; la sentía correr entre sus dedos y caer al suelo. Se agachó y disparó. La segunda explosión fue aún mayor que la primera. Y, en esa ocasión, la onda expansiva la precipitó en la inconsciencia
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
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Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Waaaaaaaaaaaaaaaa!!!! porque siento que el plan no servirá de nada! >.<
Tat-Tat******* - Mensajes : 469
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Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
aqui flor de nuevo savia que el plan no iba a funcionar y qe Loverboy no se dejaria atrapar facilmente
Flor_Snix2013***** - Mensajes : 230
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Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
que porqueria de plan! maten a Doyle!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Porque no servira de nada!!Tat-Tat escribió:Waaaaaaaaaaaaaaaa!!!! porque siento que el plan no servirá de nada! >.<
Loverboy es muy listo...aunque...ya lo sabras en el siguiente capitulo...Flor_Snix2013 escribió:aqui flor de nuevo savia que el plan no iba a funcionar y qe Loverboy no se dejaria atrapar facilmente
micky morales escribió:que porqueria de plan! maten a Doyle!
No llames a la muerte cuando a habido explosiones, es mala señal...
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
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Edad : 36
FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 23
Capítulo 23
Sam trabajaba como un poseso para restablecer el contacto, pero no respondía nadie.
–¿Comandante? ¿Stark?
Santana seguía haciéndole preguntas a Loverboy, pero no hubo más respuestas.
–¿Qué sucede? –preguntó en tono urgente. Los tres agentes la miraron con seriedad y la tranquilidad fantasmal que reinaba en el aire hizo que a Santana se le enfriase la sangre. Se esforzó por mantener la compostura, pero no pudo–. ¿Qué diablos pasa?
–Todas nuestras líneas de comunicación están muertas –respondió Sam–. Seguramente, Loverboy transmite con una conexión sin cables desde el punto de reunión. Está allí y sabe que usted no.
Santana se levantó, temblando de arriba abajo.
–Será mejor que alguien averigüe ahora mismo qué sucede ahí, o iré yo en persona.
–Señorita López –dijo Lindsey Ryan en tono sosegado, poniendo la mano sobre el brazo de Santana con gran suavidad, como si temiese asustarla–. Nosotros tendremos información antes que nadie. Dele un minuto a Sam.
Sam encendió los altavoces y procuró aumentar las señales.
–Stark, entra, por favor. ¿Me recibes? Stark, ¡maldita sea! ¿Me oyes?
Se estableció una transmisión incomprensible e intermitente. Al principio, Santana sólo distinguió fragmentos de palabras, pero lo que oyó bastó para hacerla saltar. Buscó a ciegas una silla y se desmoronó en ella.
–... Explosión... Disparos... Agentes muertos...
–¿Quién? –preguntó Santana débilmente mientras sus ojos iban de la cara de un agente a la de otro, intentando descifrar sus expresiones desesperadamente–.Sam, pregúntele quién.
–¿Puede especificar? –inquirió Sam aplacando la punzada de pánico que el mensaje de Stark había producido. Apretó los puños y se concentró, esforzándose por distinguir las palabras.
Más interferencias, luego:
–... Evacuación de heridos... Avisarán.
Después sólo hubo silencio, un silencio tan profundo que los tres, testigos impotentes de una pesadilla, se quedaron aturdidos y sin mirarse. Santana cerró los ojos y se preguntó cómo era posible que aún sintiese los latidos de su corazón, porque dentro de ella se estaba muriendo algo. El sonido de la línea telefónica quebró la gélida quietud. Todos se miraron durante un segundo, hasta que Sam levantó el auricular.
–Evans.
Santana lo miró con ansiedad, esperando algún indicio que indicase que sus miedos eran infundados, pero el serio gesto de la mandíbula de Sam no se alteró. Colgó el auricular y se levantó.
–Era Fielding. Las ambulancias se dirigen con los heridos a la unidad de Traumatología del Beth Israel.
–¿Quién? –preguntó Santana en voz baja, preparada, pensó, para oír las palabras. Debía estar lista porque por dentro notaba frío. Algo helado–. Por favor... ¿quién?
–Aún no hay identificaciones –respondió buscando su chaqueta–, pero Stark ha ido con una de las ambulancias, así que supongo que alguno será de los nuestros. –Se puso la chaqueta y se dirigió hacia la puerta–. Llamaré en cuanto tenga información, señorita López.
–No habla en serio. –Santana se movió con rapidez, cerrándole el paso, con una mirada incrédula en el rostro–. Voy con usted.
Sam se detuvo en seco y, aunque le costó trabajo, dijo con la mayor tranquilidad:
–Me temo que no puede hacer eso, señorita López. Ahora no tengo un contingente completo de agentes y ni siquiera conozco el estado del resto del equipo. No puedo proporcionarle seguridad. No puedo...
–Sam –dijo Santana con voz tensa, preguntándose cómo había hecho para no gritar–, o me lleva o cojo un taxi. Pero no impedirá que vaya.
–Él tiene razón, señorita López –dijo Felicia Davis con energía–. No tenemos personal suficiente y ni siquiera sabemos si han detenido al sujeto no identificado. No es seguro. La comandante... en fin... le cortará la cabeza a Sam si la lleva allí. Debe de ser un caos.
Santana casi sonrió al imaginar la expresión de Britt y pensó que, seguramente, Davis tenía razón: su amante se disgustaría mucho. Entonces, se dio cuenta de que tal vez no volviese a ver a Britt ni a tocarla, y el lugar oscuro y frío en el que guardaba sus miedos empezó a sangrar. Cuando habló, no pudo ocultar el dolor.
–Me aseguraré de que la comandante sepa que es cosa mía.
Quizá fuese la voz rota de Santana al nombrar a Britt o que Lindsey Ryan sabía que la hija del Presidente iría al hospital con o sin protección, pero funcionó. Ryan habló con una voz calmada y reconfortante:
–Agente Evans, somos tres. Sin duda constituimos una seguridad adecuada para llevar a la señorita López al hospital. Allí supongo que habrá otros miembros de su equipo disponibles.
Santana le lanzó una mirada agradecida. Sam cedió porque no podía retener físicamente a la primera hija. Y al fin tenía claro que ella iba a ir, de una u otra forma.
–Muy bien, entonces. Vamos.
Al principio, lo único que vio Santana por las ventanillas del Suburban cuando se acercaron al hospital fue una plétora de vehículos de urgencias aparcados de cualquier manera en el pequeño espacio que había delante de la entrada. Las barras luminosas que coronaban las ambulancias y los coches de policía lanzaban rayos rojos y azules que se entrecruzaban, titilaban salvajemente bajo el cielo nocturno y se reflejaban en las puertas dobles de cristal del estacionamiento de Traumatología. “Maldita sea, Britt, no te atrevas a hacerlo. No me dejes ahora.” Santana se dio cuenta de que no respiraba. También se dio cuenta de que, a aquellas alturas, habría periodistas en el hospital. Y fotógrafos. Cuando Felicia Davis le abrió la puerta para que saliese del coche, se había recuperado. Los periodistas la vieron y acudieron a su encuentro; ella mantuvo la cabeza alta y los ojos fijos y no hizo comentario alguno. Los agentes federales formaron un triángulo cerrado en torno a ella: Sam a la derecha, Lindsey Ryan detrás de su hombro izquierdo y Felicia Davis despejando el camino delante. Cuando llegaron a las puertas deslizantes de cristal que señalaban la entrada de Traumatología, un gran guardia de seguridad de aspecto hostil les cerró el paso.
–Lo siento. La gente no puede entrar por aquí.
Sam extendió la mano derecha, mostrando su placa, pero la atención del guardia se centró en Santana. Abrió los ojos un poco más y dijo en tono asombrado:
–¡Señorita López! Yo... esto... no la había reconocido... disculpe... sólo un minuto. Buscaré a un destacamento que la acompañe.
–No –repuso Sam, cortante–. No es necesario. –Lo último que quería era un grupo de guardias fascinados por los famosos y empeñados en ser útiles dificultando su trabajo–. Sólo queremos ir a la zona de triage. ¿Puede orientarnos?
El guardia de seguridad estuvo a punto de protestar, pero debió de ver algo en la cara de Sam que lo hizo cambiar de idea.
–Sí, señor. Todo recto, después de pasar las puertas automáticas del final del vestíbulo. Aunque aquello es un follón.
Atravesaron el vestíbulo rápidamente y accedieron a la relativa quietud de la zona principal de admisión. La prensa no los había seguido, pero tropeles de gente, la mayoría con aspecto policial, obstruían el vestíbulo, y había carritos y equipo de urgencias por todas partes. Santana miró al suelo y se dio cuenta de que las manchas coaguladas de color carmesí eran de sangre.
–Oh, Dios –exclamó débilmente.
Lindsey la miró, preocupada.
–¿Por qué no buscamos un lugar menos público para esperar mientras Sam localiza a los otros?
–Esto es demasiado público. Volvamos a la zona de tratamiento, y veré qué puedo averiguar –sugirió Sam. Se sentía un poco abrumado. Y preocupado. El no haber sabido nada más de los miembros de su equipo no le olía bien.
Ellen Grant y él habían trabajado juntos varios años, incluso antes de la misión de Egret, y eran amigos. Le caía bien Renée Savard. Y la comandante... le resultaba difícil explicar lo que sentía hacia ella. Sólo sabía que no quería pensar en que hubiese caído otra vez. Cuando atravesaron las sólidas puertas grises con el letrero “Admisión de Traumatología. Sólo personal autorizado”, le alivió ver a una figura familiar apoyada en la puerta de uno de los cubículos de tratamiento.
–¡Stark!
Santana y su séquito corrieron hacia ella. Stark los miró en silencio, con expresión aturdida. Había sangre en su chaqueta y en sus manos y una mancha oscura en el ángulo de su mandíbula. Antes de que pudiese responder, tuvo que hacerse a un lado cuando un equipo de celadores salió de la habitación de detrás empujando una camilla con un respirador portátil, bolsas de sangre y fluido intravenoso y un desfibrilador cardíaco. Apenas reconocible en medio de todo aquello yacía Renée Savard. Santana sólo vio de pasada el rostro pálido e inanimado de Savard mientras el equipo médico la llevaba corriendo hacia los ascensores. Stark se quedó mirando la camilla, pero una enfermera la cogió por el brazo con delicadeza y le susurró algo. Pasados unos momentos, las puertas del ascensor se cerraron y Savard desapareció. Los hombros de Stark se hundieron y se apoyó con todo su peso en la pared. Sam le tocó en el brazo.
–¡Stark! ¿Qué...?
–Espere un minuto, Sam –se apresuró a decir Santana–. Déjeme hablar con ella.
–Claro, muy bien. –Sam se volvió hacia Davis–. Ocúpate de Egret. Encontraré a alguien que me explique qué pasa.
Santana se adelantó, puso las manos sobre los hombros de Stark y la miró a la cara.
–Paula –dijo amablemente–, ¿la han herido? Está cubierta de sangre.
–Le tocó a ella –respondió Stark con voz ahogada. Su mirada se cruzó con la de Santana; un mundo de agonía flotaba bajo la superficie de sus ojos oscuros–. Fue demasiado. Lo intenté... lo mejor que pude. No funcionó.
–¿Está segura de que no se encuentra herida?
Stark miró la sangre cuajada en sus manos y les dio la vuelta.
–No.
–¿Dónde está Britt, Paula? –preguntó Santana esforzándose por mantener la calma. “Que esté aquí. Que esté bien”–. ¿Agente Stark?
Stark estaba claramente traumatizada, pero, si no le decían algo pronto, Santana temía que se echaría a correr por el vestíbulo gritando el nombre de Britt. Estaba a punto de deshacerse y la asustaba no ser capaz de juntar los pedazos de nuevo.
–Paula –susurró con desesperación–, por favor.
–Creo... creo... –empezó Paula Stark, pero perdió el hilo. Le costaba mucho pensar en algo que no fuera lo pálida que estaba Renée, en cuánta sangre había en el suelo y en su ropa y lo fría que parecía Renée entre sus brazos. Stark había abrazado a la agente herida y la había sostenido hasta la llegada del equipo de evacuación. Dudó y tragó saliva, intentando controlar su acelerado corazón y el temblor de las piernas. Finalmente, un poco centrada, se aclaró la garganta y se obligó a enderezarse. –La explosión afectó a Grant y a la comandante. No las he visto, pero, por lo que sé, a las dos las trajeron aquí. Grant fue a la sala de operaciones directamente, creo. No sé lo que ha sido de la comandante.
“La explosión las afectó. –Santana cerró los ojos, negándose a pensar en lo que aquello significaba–. No. Está viva. Tiene que estar viva. No la traerían aquí si no lo estuviera. ¿O sí?”
–Gracias –dijo Santana tras un instante. Miró por encima del hombro e hizo una señal a las dos agentes que estaban detrás de ella. –Agente Davis, por favor, ¿quiere llevar a la agente Stark a algún sitio donde pueda acostarse unos minutos?
–Yo lo haré –le dijo Lindsey Ryan a Davis–. Quédate aquí con la señorita López hasta que la situación se aclare. “Y aparezcan más agentes del Servicio Secreto. ¿Dónde diablos están todos?”
Cuando Lindsey rodeó con el brazo a la pasiva agente morena, vio que Sam se acercaba casi corriendo.
–He encontrado a Fielding –anunció sin aliento–. Lo único que sabe es que Savard está en la sala de operaciones, en estado crítico, con una herida de bala en el hombro. La hirió donde se acaba el chaleco y casi se ha desangrado. Maldito disparo –añadió amargamente–. Grant está inconsciente con una fractura de cráneo y un pulmón reventado. Se encuentra en cuidados intensivos. La comandante está... –Se calló y a Santana se le paró el corazón.
“No lo digas, Sam. No lo digas. No digas...”
Una palabra sonó detrás de ellos:
–Santana.
Santana se volvió en redondo, con un brinco en el corazón. Britt se encontraba a escasos metros de ella. Santana no pensó en nada, ni en los agentes federales, ni en los periodistas, ni en el público, y fue hacia ella. Britt abrió los brazos y recibió a Santana, sosteniéndola con fuerza. Santana estaba temblando. La agente bajó la cabeza, rozó con los labios la oreja de la joven y dijo con ternura:
–Estoy perfectamente. ¿Me oyes? Estoy bien.
Santana asintió, incapaz de hablar. Besó a Britt en el hombro; quería su boca, pero sabía que no podía ser. Allí no, no delante de toda aquella gente. No había perdido tanto la cabeza, y el sólido contacto del cuerpo de Britt la calmó instantáneamente. Demasiado pronto se obligó a apartarse, aunque dejar que Britt se fuera fue lo más difícil que había hecho en su vida. Le dolía el cuerpo entero de sentir a su amante en sus brazos. Sus manos temblaban de tanto como quería tocar a Britt, sólo para cerciorarse de que seguía allí, para asegurarse de que no la había perdido.
–¿Estás herida? –Santana clavó los ojos en ella como si quisiera comprobar que Britt estaba entera–. Lo estás, ¿verdad?
Britt tenía la cara blanca y sus ojos, habitualmente penetrantes, parecían apagados. Se había quitado la chaqueta y el chaleco protector, y su camisa estaba empapada de sudor, suciedad y de algo que se parecía mucho a la sangre. Una caliente oleada de ira estalló en las entrañas de Santana. No hacia la mujer, ni siquiera hacia el trabajo, sino hacia el incansable maníaco que había intentado arrancarle a Britt. Quería matarlo con sus propias manos.
–¿Britt? ¿Estás herida?
Britt procuró no cabecear, porque se sentía mareada, y la vibración de los oídos afectaba a su equilibrio. Temía volver a vomitar si se movía demasiado.
–No mucho. Rasguños y magulladuras. Un golpe en la cabeza. Pasará un tiempo hasta que pueda escuchar los agudos.
–¿Qué te ha pasado exactamente? –Santana se volvió suspicaz al instante porque Britt no se movía y tenía la mirada evasiva que pensaba que la joven no reconocía. Antes de que la agente del Servicio Secreto respondiese, Santana añadió–: Y si no me lo cuentas todo ahora mismo, buscaré a los médicos y les preguntaré yo misma.
–Una conmoción menor –admitió Britt con un suspiro, y acarició ligeramente el brazo de Santana–. Nada que el tiempo no cure.
–¿Y te han dado el alta? –insistió Santana.
–Bueno, no exactamente –confesó Britt. No culpaba a Santana por enfadarse con ella. Pero agradecía que no hubiese presenciado cómo los médicos intentaban convencerla para que se quedase en observación durante la noche. En ese momento sería una lata–. De momento estoy por mi cuenta y riesgo.
–Maldita sea, Britt –dijo Santana en voz baja, pues los otros estaban cerca–. No me hagas esto.
–Tengo que ocuparme de cosas –explicó Britt cogiéndole la mano–. Hay dos personas malheridas, Santana. Debo ponerme en contacto con las familias e informar a los supervisores. También tengo que ver a mis agentes. Tengo que estar aquí.
Aunque no quería hacerlo, Santana se soltó de la mano de Britt. Respiró a fondo y contó hasta diez.
–¿Me prometes que si empiezas a sentirte mal dejarás que los médicos te miren? Prométeme eso.
–Sí –afirmó Britt con expresión agradecida–. Te lo juro, Santana.
Santana asintió y retrocedió porque era lo mejor que podía hacer en ese momento. Y confiaba en que Britt no le mintiese.
–¿Y en cuanto tengas las cosas bajo control descansarás un poco?
–Conforme –dijo Britt con una leve sonrisa–. ¿Dejarás que Sam te lleve a casa?
–Me gustaría quedarme hasta saber algo de Ellen y de Renée.
Britt percibió la genuina preocupación de su voz. Miró a su alrededor, aliviada al ver al equipo unido.
–Claro. Le diré a Fielding que busque una habitación en la que puedas esperar. Te informaré en cuanto sepa algo.
–Gracias –repuso Santana dulcemente–. Cuídese bien, comandante.
–Lo haré –murmuró Britt perdiéndose un instante en sus ojos–. Me alegro de que estés aquí, ¿sabes?
–Eso es bueno –susurró Santana–, porque nada podría alejarme.
Cuatro horas después, Britt entró en el centro de mando y observó a los que quedaban de su equipo. La mayoría no habían ido a casa, sino que habían aceptado voluntariamente turnos rotatorios entre el centro y el hospital. Como esperaba, Stark se encontraba entre ellos. La joven agente parecía pálida y temblorosa y tenía una mirada angustiada que tardaría algún tiempo en perder, como sabía Britt.
–A la sala de reuniones –ordenó.
Unos minutos después, se encontraba en la cabecera de la mesa, como tantas veces, y los miró de uno en uno. Habló al fin con voz serena:
–Mientras esperamos noticias de los nuestros, he hecho algunas llamadas y Davis ha escudriñado las bases de datos. Les daré lo que tengo. Es preliminar y extraoficial hasta que me informen por los conductos reglamentarios. ¿Está claro?
Hubo un rápido murmullo de asentimiento y todos los ojos se centraron en ella. Esbozó entonces una sonrisa fría y dura.
–Lo tenemos.
Sobre el coro de ovaciones gravitó el cansancio; las heridas que habían sufrido empañaban el triunfo. Con gesto serio entregó a Sam un fax, de un archivo personal, con una fotografía en blanco y negro, en la parte superior derecha, de un hombre uniformado.
–Agente estatal James Benjamin Harker. Hace diez años estuvo destinado en el equipo de seguridad personal del gobernador López.
Durante un momento reinó un silencio abrumador. Luego, Stark dijo con vehemencia:
–Bastardo.
–No puedo creerlo –comentó Sam, consternado. Miró la fotografía, y luego pasó la hoja a la persona sentada a su lado–. ¿Por qué no lo encontramos? Los controles de antecedentes deberían haber dado algún resultado.
–La información no puede salir de esta habitación –declaró Britt, serena. Tuvo que esforzarse para contener la ira mientras continuaba–: Por lo visto, el FBI hizo comprobaciones de antecedentes en cuanto Egret avisó de que recibía correos electrónicos de Loverboy. Eso fue antes de que les pareciese adecuado informarnos. Al parecer, analizaron a todos los que habían tenido algo que ver con su seguridad.
–Claro –interrumpió Sam con una risa despectiva–. Nos comprobaron a todos nosotros.
–No he oído la versión de Doyle. Curiosamente, no está localizable desde que las cosas se pusieron feas en el parque de atracciones –explicó Britt, seria–. Al parecer, hubo un fallo en sus comunicaciones internas, y los agentes de seguridad asignados a Egret cuando su padre era gobernador no fueron comprobados. Harker, alias Loverboy, era uno de ellos.
Fielding levantó la cabeza con gesto airado.
–¿Significa eso que ese chiflado llevaba diez años tras ella?
–Lindsey Ryan piensa que es posible –respondió Britt, procurando ocultar el odio que sentía.
Aquello resultaba horrible, no sólo porque podría haber matado a Santana, sino por la mera idea de que aquel psicópata la hubiese vigilado desde la adolescencia, cosa que indignaba a Britt. Y lo peor de todo era que Britt sabía que aún no había terminado. Santana nunca se vería libre de la curiosidad morbosa y podía convertirse en la obsesión de cualquiera. Apartó la idea. Tenía que rematar aquello, y luego tal vez pudiese descansar y el corazón dejaría de latir en su cabeza.
–Al margen de lo ocurrido, el FBI arreglará sus propios follones.
–Sí, claro –se burló Sam–. Sólo que el precio de sus meteduras de pata lo hemos pagado nosotros. Primero usted, luego Finch, y ahora Grant.
–Información sobre los heridos –continuó Britt, ignorando la observación de Sam, aunque en el fondo coincidía con él. Por lo que había averiguado al hablar con William Shuester por teléfono, la humillación recaía en el agente especial Doyle. No envidiaba al FBI, porque Savard había sido la única en pararlo. Aquello no se trataba de quién conseguía la gloria, sino de que Santana ya no estaba en peligro, al menos de momento. Por eso, siempre le estaría agradecida a Renée Savard. Cosa aparte era que por culpa de Doyle casi había muerto Ellen Grant, y Britt tardaría en olvidarlo. Su mente divagaba, y respiró a fondo para aclarar las ideas. –Grant está consciente y dice que nadie toque su mesa, que se dará cuenta si le falta un lápiz. –Britt esbozó una leve sonrisa–. Le darán el alta dentro de cinco o seis días y volverá al servicio dentro de seis semanas si el próximo tac sale bien. –Lanzó una rápida mirada a Stark y continuó con voz firme–: Savard ha salido de cirugía, pero sigue inconsciente en la unidad de cuidados intensivos. Los cirujanos son optimistas. Ha perdido mucha sangre, pero no parece que hayan sido afectadas partes críticas del hombro. Si no hay complicaciones imprevistas, hablan de una completa recuperación.
Miró con intención a cada uno de los reunidos en torno a la mesa.
–Se lo debemos a ella. Trabajó con nosotros y, aún después de resultar herida, consiguió atrapar a ese tipo. Nadie sabe bien qué sucedió, y tardaremos semanas en analizar la escena final del crimen. Lo que suponemos es que él llevaba otro artefacto explosivo que, o bien no tuvo tiempo de activar, o bien planeaba colocar en un sitio distinto.
Algunos enarcaron las cejas.
–El comandante del Departamento de Alcohol y Tabaco dice que las ondas expansivas de un proyectil que impacte cerca de un explosivo de alto orden pueden hacerlo explotar. Al parecer, Savard le disparó, y su propia bomba lo hizo volar. Estamos esperando a que los forenses nos den la identificación final, pero Harker desapareció después de la operación y todo encaja.
–Un final demasiado bueno para él –refunfuñó Fielding.
Hubo una ronda de murmullos de asentimiento.
–Davis ha hecho una comprobación de antecedentes y resulta que Harker solicitó entrar en el Servicio Secreto antes de en la Policía del Estado. Fue rechazado por motivos psicológicos. Supongo que el sistema del Estado nunca tuvo esa información porque no comprobó la solicitud. No me sorprende, puesto que nuestros sistemas no están conectados entre sí.
Ahora venía la parte más difícil.
–He mirado las cintas de la explosión en Central Park. Harker era el policía que estaba junto al coche de Jeremy. Seguramente colocó el artefacto allí mismo.
Se hizo un profundo silencio, lleno de tristeza y rabia.
–También fue el que me apartó del coche ese día. No sé por qué. Lindsey había dicho que tal vez fuese algo tan sencillo como que Harker no quería que nada ni nadie alterase sus planes, que tenía que ser él el que decidía quién debía vivir y quién debía morir... y cuándo.
Sam le devolvió la página de Harker, y Britt la miró con gesto definitivo.
–Más tarde o mañana a primera hora iré a Washington para presentar el informe. Egret se marcha a San Francisco dentro de unos días. Estará con Rachel Berry hasta que la publicidad se diluya y, de momento, su itinerario fluctúa. Revisaré sus planes con ustedes cuando los conozca. Sam, ¿quiere establecer los turnos, por favor? Queda al frente del equipo hasta que yo vuelva.
–De acuerdo –dijo en voz baja.
Britt sabía que necesitaban llorar la pérdida de Jeremy. También sabía qué más necesitaban.
–Lo he dispuesto todo para que un equipo de la oficina local cubra el turno actual. Váyanse todos a casa y descansen. Si hay noticias del hospital, haré que se las comuniquen. Los necesito de vuelta dentro de doce horas y en buenas condiciones. Seguimos teniendo un trabajo que hacer.
Cuando los que estaban en la habitación se levantaron para marcharse, Cam reclamó:
–Stark, un momento, por favor.
Britt esperó hasta que salieron todos, cerró la puerta y dijo:
–Tómese un par de días de licencia, Stark. Tiene una pinta horrible.
–Me encuentro bien, comandante. –La furia brillaba en los ojos de Stark–. Estaré lista para incorporarme al turno de noche.
Britt sonrió ligeramente y apoyó una cadera en la esquina de la mesa. Apartó la vista un segundo y, cuando volvió a mirar a Stark, dejó que aflorase la tristeza.
–Lo que ha pasado es duro para todos, Stark. Tener amigos y colegas en peligro, verlos heridos, nos afecta a todos. –Hizo una pausa sin recurrir a los recuerdos para sentir la terrible sensación de impotencia y desesperanza. Nunca la olvidaría–. Pero es mucho más duro cuando alguien nos importa. Lo sé.
Stark la miró, sorprendida. Tal vez fuera la comprensión de la voz de Britt o la tristeza compartida lo que la desmoronó, pero se sentó y hundió la cara entre las manos, ocultando las lágrimas que ya no podía retener más. Tardó unos minutos en recuperarse, y luego se incorporó en la silla.
–Lo siento. Creo que estoy cansada. Sé que se va a poner bien, pero no puedo dejar de pensar en ella tendida en la camilla.
–Savard es fuerte y se recuperará.
–Seguro que le ha dado una patada en el culo a más de uno, ¿verdad? –Stark sonrió, con el ánimo reforzado por la certeza de la voz de Britt.
–No lo dude –coincidió Britt.
Stark se levantó con dificultad.
–Gracias, comandante. Creo que pediré unos días de licencia personal, sólo para poder... ya sabe... ir al hospital y esas cosas.
Britt sonrió.
–Muy buena idea, agente.
Britt esperó hasta que no quedó nadie, y luego salió sin apresurarse. Paró un taxi y le dio una dirección del Upper East Side. Se quedó dormida antes de que el coche arrancase.
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Me ha encantado el cap... Demasiada emosionante y mucha accion... Me puse de los nervios ( tenias razon) jajajajaj
Me encanta que Britt al final siempre vuelve a los brazos de San...
Me encanta que Britt al final siempre vuelve a los brazos de San...
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
aria escribió:Me ha encantado el cap... Demasiada emosionante y mucha accion... Me puse de los nervios ( tenias razon) jajajajaj
Me encanta que Britt al final siempre vuelve a los brazos de San...
Aunque lo intente no puede y siempre regresa al lado de San, me da mucha pena por San, que se angustie tanto por Britt
Chicas, una cosita, vereis que puse la presentación de la 3º parte, pero no me dio tiempo de terminar esta parte hoy, no esta aún acabado, le queda un capitulo. Así que mañana pondré el capitulo 24 que es el final, y pondre el finalizado, para comenzar con el 1º capitulo de la 3º parte
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Al fin lo identificaron!!
Bastardo !! jeje
pobre Paula está tan afectada.. pero me alegro que la mayoría estén bien.. :3
Bastardo !! jeje
pobre Paula está tan afectada.. pero me alegro que la mayoría estén bien.. :3
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Al fin se supo la identidad como lo odio y si que esta loco para estar detras de la misma personas desde hace 10 años que miedo... por suerte esta vez no se le fue nadie a la comandante solo estan heridos ya quiero ver el final nos vemos hasta mañana
Flor_Snix2013***** - Mensajes : 230
Fecha de inscripción : 28/06/2013
Edad : 26
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
Si, si me ha encantado que puedo decir ese Loverboy si que es un maniático y Doyle que cobarde como va a poner de cebo al equipo de Brittany como odio a ese Doyle espero tu próxima actualización xoxo
Keiri Lopierce-* - Mensajes : 1570
Fecha de inscripción : 09/04/2012
Edad : 33
Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final
bueno,por lo menos fue identificado el loco ese y las cosas aunque intensas no salieron tan mal, por lo menos para Brittany, Savard me cae muy bn! espero salga de esta pronto!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
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