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FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final - Página 2 Primer15
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FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por micky morales Mar Jul 16, 2013 9:04 am

que triste que no pdan estar juntas!
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por Flor_Snix2013 Mar Jul 16, 2013 10:09 am

Porque todo tiene que ser tan dificil FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final - Página 2 2824147739 
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Finalizado FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 6

Mensaje por Marta_Snix Mar Jul 16, 2013 10:13 am

 Estoy con vosotras chicas, es muy triste que no puedan estar juntas queriendose como se quieren





Capitulo 6
A las siete en punto de la mañana, Britt atravesó el centro de mando para ir a la sala de reuniones.
–Stark, Sam –llamó al pasar ante ellos–, reúnanse conmigo. El resto recibirán información más tarde.
Cerró la puerta de la sala de reuniones después de que los agentes se sentaran y permaneció de pie, apoyándose en el respaldo de una silla. Iba pulcramente vestida con un traje azul acero, una camisa de lino blanco hecha a medida y unos mocasines negros importados que hacían juego con el cinturón. Si los otros dos se hubieran fijado, se habrían dado cuenta de que tenía los nudillos blancos de agarrar el cuero de la silla. Era la única señal de nerviosismo.
–Esto es lo que sé –dijo con un tono y una actitud contenidos–. Hace aproximadamente tres meses Loverboy reanudó el contacto con Egret a través del correo postal. Sus mensajes consistían en breves notas intrincadas en las que declaraba su amor eterno hacia ella, su deseo de hacer el amor con ella, expresado de forma más cruda, y su intención de estar a solas con ella para convencerla de su pasión.
Ante las primeras palabras, Stark y Sam se irguieron, completamente impresionados.
–¡Comandante! Es el primer... –estalló Sam con el rostro blanco.
Britt alzó la mano para hacerlo callar.
–Llegaremos a eso. Hace seis semanas, empezó el contacto por correo electrónico. En esa ocasión, además de las descripciones verbales, envió breves videoclips de actividades sexuales explícitas que esperaba que... compartiesen.
–Imposible. –Stark no pudo reprimir su incredulidad–. Nos lo habría contado. Es difícil, pero no estúpida. Tenía que saber que debía informarnos.
–Lo sabía el FBI. Constituyeron un grupo de trabajo para controlar la situación. –Ante esa información, Sam soltó un reniego.
Britt continuó, pues prefería dejar las abundantes explicaciones para después–. Organizaron su propio sistema de vigilancia con vehículos y agentes que la seguían cuando salía del edificio. Intentaron establecer conexiones alternativas de correo electrónico con la esperanza de rastrear sus mensajes hasta el origen. Pero, hasta el momento, no han tenido éxito.
Empezaron a dolerle los dedos y se obligó a soltar el respaldo de la silla. Continuó con voz serena:
–Me llamaron porque hace diez días sus mensajes cambiaron de tono. Se está volviendo más violento y la ha amenazado. –Se sorprendió al ver que se le quebraba la voz y confió en que Sam y Stark no se hubiesen dado cuenta. Siguió– Los especialistas en conducta de Quantico piensan que tal vez se esté desequilibrando, bien porque no ha conseguido acceder a ella o bien porque va a perder el control. En cualquier caso, hemos de considerar que Egret se encuentra en riesgo en todo momento.
–Oh, Dios mío –exclamó Sam–. ¿Cómo nos han dejado fuera de combate?
Esforzándose en contener la rabia, Britt respondió:
–Nos estaban investigando. –No era exactamente así. El FBI había investigado a todos los miembros del equipo de seguridad, salvo a Britt. A ella la exoneraba el hecho de haber sido víctima no planeada del presunto ataque de Loverboy a Santana.
–Me parece una locura. –Sam se levantó, alterado–. Estábamos todos con Egret y con usted cuando ocurrió, ¡ninguno de nosotros pudo disparar!
–Oh, por Dios –murmuró Stark–. No creo lo que estoy oyendo.
Britt estuvo a punto de sonreír. En el último año, Paula Stark se había convertido en la agente más próxima a Santana López. Britt apenas imaginaba lo furiosa que debía de sentirse al ver su integridad profesional en entredicho y su eficiencia debilitada por personas que, supuestamente, estaban en el mismo bando. Creía además que a Stark le importaba Santana y no pensaba que tuviera nada que ver con la noche que habían pasado juntas. Britt no alentaba las relaciones personales entre sus agentes y las personas a las que protegían, pero en privado la consolaban. Santana merecía que la cuidasen.
–Estoy segura de que no tardarán en aparecer los miembros del equipo de trabajo para convencerles de que todo es real –continuó Britt–. Nuestra política oficial es la de cooperar.
Sam y Stark la miraron expectantes, esperando órdenes.
–Nosotros somos el Servicio Secreto. Nosotros somos las personas encargadas de protegerla. Nosotros pasamos las veinticuatro horas del día con ella. Se trata de nuestra pelota, nuestro juego, nuestras normas –declaró con decisión–. Stark, elija un sustituto que lleve el turno de día. Hasta que haya novedades, usted es la primera protectora de Egret. Siempre que sea posible, cuando ella salga de este edificio, la acompañará. Eso significa físicamente, a la vista de ella. Trabajará en turnos partidos para cubrir momentos y acontecimientos críticos y para revisar sus itinerarios cuidadosamente.
Era una misión difícil, y Britt clavó los ojos en Stark cuando ésta habló.
–Sí, señora –se apresuró a decir Stark–. Entendido.
–Sam, necesitamos un agente, no sólo las cámaras de vídeo, apostado en el vestíbulo junto al reloj. Las cintas de vigilancia han de revisarse cada doce horas y quiero que se estudien los visitantes repetidos, el personal de reparto, los funcionarios, cualquiera que no viva ni trabaje aquí. Vuelva a repasar los antecedentes de todos los que tienen acceso a los pisos superiores.
Sam y Stark tomaron notas, aunque Britt no tenía nada escrito. Mientras hablaba, su mirada parecía distante y su mente se aferraba a la lista de prioridades de forma automática, como cuando se vestía por la mañana. Comprendía intuitivamente algo que muy pocos ciudadanos de los Estados Unidos sabían: que la ilusión de que el Presidente y las personas próximas a él eran intocables formaba parte de una imagen de invulnerabilidad esencial en un mundo de poder. A diferencia de los líderes de otras naciones, el Presidente de los Estados Unidos resultaba muy accesible. Podía correr por las calles de Washington, dar un discurso desde un podio abierto y recorrer en bicicleta las dunas de Martha’s Vineyard contando sólo con unos pocos agentes del Servicio Secreto. Se ponía en riesgo en numerosas situaciones que la gente desconocía, a menos que, como en su caso, formase parte de su trabajo controlarlas. Desde muchos puntos de vista, la seguridad de Santana resultaba aún más crítica que la del Presidente. La Presidencia no era un hombre, sino un cargo. Si se incapacitaba al Presidente, la línea de sucesión continuaba. Pero se podía manipular al Presidente por medio de sus afectos. El gobierno de los Estados Unidos no negociaba con terroristas. ¿Qué política seguiría si el rehén fuese la hija del Presidente? Durante un momento, Britt recordó cuando despertó junto a Santana en el apartamento de Rachel, cómo la había abrazado mientras dormía, desnuda y cálida entre sus brazos. El sueño había apaciguado toda la furia y la fiereza de Santana, y Britt se estremeció por dentro al pensar en su vulnerabilidad. “Santana no. Al menos bajo mi vigilancia. Nunca.” Se aclaró la garganta y reanudó la conversación donde la había dejado tras un breve instante de dudas.
–Hay que inspeccionar visualmente su correo antes de que ella lo recoja. Cualquier paquete, los envíos de todo tipo, han de ser verificados en el punto de origen antes de que lleguen a ella, incluyendo la comprobación de las identificaciones del personal de reparto. Haré las gestiones para que instalen arriba un aparato de rayos X portátil.
Tomó aliento y se relajó por primera vez en varios días. Se sentía bien en su puesto y le agradaba saber que las personas adecuadas iban a ocuparse de la seguridad de Santana.
–Sam, avise a Finch de que quiero revisar todos los datos que tenemos sobre los contactos iniciales de Loverboy el invierno pasado, incluyendo los barridos de los edificios que rodean el parque. Habrá que repetirlos. Hablaremos de los detalles restantes con el equipo más tarde. –Por último, hizo la pregunta que había evitado desde que se despertó a la cinco de la mañana tras unas pocas horas de sueño intranquilo–: Esta mañana debo hablar con la señorita López. ¿Está en casa?
–No –respondió Sam con cautela–. Grant lo comprobó a las seis. Solicitó relevo para continuar la vigilancia fuera.
“No ha vuelto a casa.” Britt tuvo que esforzarse para ignorar la rápida punzada de dolor y dijo sin inflexión:
–De acuerdo. Quiero un informe lo antes posible.
Después de que Sam y Stark salieran de la habitación, se sentó al fin, hundió la cara entre las manos y trató de borrar la imagen de Santana en brazos de otra mujer.
Rachel Berry contempló a Santana con gesto pensativo desde el extremo de la mesa de cristal del rincón del desayuno. Al ver que su amiga se servía una segunda taza de café, decidió iniciar una conversación:
–¿Me vas a contar por qué Pierce vuelve a ser tu jefa de seguridad? –preguntó con brusquedad, y cogió un cruasán esperando que la otra la dejase vivir para comérselo.
Santana alzó los ojos de la taza que estaba mirando sin darse cuenta y buscó en la cara de Rachel indicios del motivo de aquella pregunta. En aquel momento no se encontraba de ánimos para un combate verbal. Y, desde luego, no estaba dispuesta a escuchar a Rachel hablando de lo mucho que le gustaría llevarse a la cama a Brittany Pierce. Nunca le había gustado oírlo, pero en aquel momento le hacía daño. No creía que a Britt la cautivase el estilo de seducción casual de Rachel, pero tampoco lo sabía con total seguridad. Rachel era muy guapa, y Britt no daba la imagen de celibato satisfecho. Sólo con mirarla se percibía su energía sexual. Santana recordó el rumor que su contacto en el FBI le había contado sobre la amante secreta de Britt en Washington. Por lo que sabía, tal vez Britt mantuviese relaciones con alguien allí. No quería pensar en eso, y menos cuando no podía apartar de su cabeza la sensación de las manos de Britt. Pero Rachel se limitó a mirarla muy seria, con paciencia, sin el menor indicio de enfrentamiento. Por tanto, amigas de momento.
–¿Por qué? –preguntó Santana procurando no soltar un gruñido.
“No está mal. No ha tirado nada.”
–Porque tengo la clara impresión de que, mientras me encontraba en Europa, hiciste buen uso de mi apartamento y supuse que sería con ella.
Rachel se había fijado en cómo se miraban ambas semanas antes del tiroteo, como si tuviesen que luchar para no abalanzarse la una sobre la otra y romperse la ropa. Y había visto la frenética preocupación de Santana los primeros días después de que Britt resultase herida. Rachel había percibido un cambio incluso mientras la agente del Servicio Secreto se recuperaba y Santana no mantenía contacto con ella: su amiga, famosa por su insaciabilidad, no había pasado una noche con nadie durante meses. Y luego el uso de su apartamento: Santana tenía que desear muchísimo a alguien para pasar más de una noche juntas. Como la hija del Presidente no podía llevar a una mujer a su propio apartamento, delante de las narices del Servicio Secreto, había encontrado cierta intimidad allí.
–Fue a ella a quien trajiste aquí, ¿verdad?
Santana se limitó a asentir, sosteniendo la taza de café con gesto ausente. Su mente se negó a recordar aquellos breves días y su salvaje afán de felicidad. No sabía muy bien si quería recordar, al menos hasta que dejara de dolerle pensar en Britt.
Rachel continuó como si no hubiese visto la expresión angustiada de Santana.
–Luego, nos cruzamos en el aire y, cuando yo regresé de Europa, tú te habías ido a China. No me enteré de los detalles jugosos. Lo siguiente que supe es que, cuando estábamos en un café, Pierce se encontraba al otro lado del local vigilándote en calidad de agente secreto y tú pareces destrozada.
–Me encuentro bien –respondió Santana, pero le temblaban ligeramente las manos cuando dejó la taza.
Durante los últimos tres días había empezado a preguntarse si no habría soñado con aquellas cinco noches de junio. Cinco noches antes de que Britt se fuese a Washington para ocupar su nuevo puesto de directora regional de la División de Investigación. Ambas supusieron que tardarían semanas en verse. Santana hacía el viaje a China con su padre, y Britt pronto se incorporaría al trabajo. Podría haber creído que se trataba de un sueño si su piel no se estremeciese con el recuerdo de su última mañana juntas. Cuando se despertó, estaba sola. La ducha corría en el cuarto de baño contiguo. Se dio la vuelta, hacia el espacio vacío que había a su lado, e imaginó que aún sentía su calor, su olor... intenso, profundo y poderosamente excitante. Se le encogió el estómago y permaneció un momento con los ojos cerrados, recordando. Se movió, presa de una agradable excitación, al recordar el tacto de los dedos de Britt en el muslo cuando unos labios calientes rozaron su oreja.
–¿Estás despierta?
–Mmm. –Sonrió, y se estiró bajo la ligera sábana, aún retorcida tras la pasión de la noche anterior–. En parte.
–Voy a traer el desayuno. –Britt se inclinó para besar el punto sensible de la nuca–. Hay un ascensor de servicio en el edificio, ¿verdad? No hace falta que se entere de mi presencia quien esté de turno ahora.
Santana se volvió boca arriba y la impactó, como siempre que la veía, una punzada de puro deseo físico. Se le había puesto la piel de gallina. Agarró a Britt por el pelo y la arrastró para besarla; sólo quería darle los buenos días, pero aún no estaba acostumbrada al tacto de sus labios y no creía que se acostumbrase nunca: firmes, calientes y maravillosamente receptivos. El primer contacto de carne cálida y suave se convirtió en un leve mordisco, y luego en una profunda exploración en la que chupó, lamió y saboreó, temiendo morir de hambre si no tenía más.
–Dios –jadeó dejando caer la cabeza sobre la almohada, con los dedos aún enredados en el cabello de Britt–. Estoy hambrienta.
Britt respiraba con fuerza y sus ojos color azules ardían mientras miraba a Santana. Deslizó un dedo entre los pechos de Santana y su boca delgada esbozó una sonrisa.
–¿Por qué me parece a mí que no estás hablando de rosquillas?
–Ya tengo rosquillas todos los días –logró decir Santana con los músculos del estómago retorcidos mientras Britt la acariciaba lentamente más abajo.
Se arqueó mientras Britt la tocaba, y sus caderas se alzaron solas. El calor le quemaba entre las piernas como una hoguera que hubiese ardido durante horas hasta que un golpe de viento la llenaba de vida. Durante mucho tiempo no había querido que nadie la tocase, y en aquel momento no podía parar. Tampoco podía pensar: le daba miedo pensar. Dios, estaba perdiendo la cabeza.
–Llevas demasiada ropa encima –susurró Santana, buscando los botones de la camisa de Britt; necesitaba distraerse, porque, si Britt se movía más abajo y la tocaba una vez más, se dejaría arrastrar.
Sus terminaciones nerviosas pedían satisfacción a gritos, y todo acabaría demasiado rápido. Otra cosa que le daba miedo pensar. Con aquella mujer no tenía el más mínimo control sobre su cuerpo. Había hecho el amor con muchísimas desconocidas, pero los encuentros nunca le habían dejado huella. Se alejaba levemente excitada, pero con Britt... una lenta sonrisa, una caricia breve, y ya se notaba mojada y dispuesta.
–No me ayudas –se quejó Santana cuando las manos de Britt resbalaron sobre su vientre, se abrieron en los pechos y los expertos dedos frotaron los pezones erectos.
–Oh, sí –murmuró Britt con la voz densa y suave–. Claro que te ayudo.
Santana perdió la paciencia, arrancó el último botón de la camisa de Britt y se la quitó bruscamente por los brazos.
–Desnúdate –ordenó sin poder contener el aliento. Le hervía la sangre y notaba una presión terrible en la columna. Se correría sin que Britt la tocase si no tenía cuidado.
–Britt, por favor –rogó, incapaz de detenerse.
Su voz penetró en la conciencia de Britt, que de repente se levantó y se despojó de la camisa mientras sus manos se peleaban con los botones de los vaqueros.
–Aguanta –pidió Britt con la respiración entrecortada, mientras se quitaba las bragas y apartaba la sábana que cubría el cuerpo de Santana de un solo gesto. Se movió sobre ella, desnuda, deslizó un muslo largo y delgado entre las piernas de Santana y suspiró cuando los cuerpos de ambas se tocaron. Las dos estaban mojadas, y el flujo se derramó sobre la piel, fundiéndolas.
–Eres preciosa –susurró Britt enmarcando el rostro de Santana con las dos manos. Sin apartar los ojos de los de Santana, inició un ritmo constante con las caderas, empujándolas hacia ella, arriba y abajo, cada vez más fuerte, más rápido, y excitándose más con cada embestida.
–Me estás volviendo loca –gimió Santana con voz quebrada, mordiéndose el labio y esforzándose por ignorar los primeros espasmos que sentía dentro. Era una tortura. Quería correrse ya y que nunca se acabara–. ¿Qué me estás haciendo?
–Voy a hacer que te corras –respondió Britt con voz ronca y los ojos empañados de deseo. Se estremeció, ahogó un grito y sus párpados se cerraron un instante–. Ah, Dios. Si... pudiera durar.
Santana, fuertemente abrazada a ella, con la espalda arqueada, tembló a punto de desvanecerse y miró aquellos ojos claros y salvajes muy cerca, deseando creer.
–Te quie...
Con la última pizca de control se calló, demasiados años guardando secretos y ocultando miedos se interponían en el camino de sus palabras. Deslizó las manos sobre la espalda de Britt, las posó en las caderas y las empujó hacia sí.
–Arrástrame –susurró en el cuello de Britt.
Y Britt lo hizo. Puso una mano entre las dos y agarró un pezón de Santana, apretándolo con fuerza al ritmo de sus caderas. Santana gritó cuando Britt saltó violentamente con el primer empuje de su propio orgasmo; luego temblaron la una en brazos de la otra y, finalmente, se perdieron...
Agotada por los recuerdos, Santana miró a Rachel como si no la hubiera visto en su vida.
–Adondequiera que fueses –comentó Rachel secamente–, no te faltarían visitas.
Santana se rió, pero había dolor en sus ojos, y cabeceó, arrepentida.
–Lo sé.
–¿Y qué pasó entonces? –Rachel intentó recordar la última vez que había visto a Santana tan dolida, pero no lo consiguió.
Con un suspiro, Santana dijo:
–Ella tenía que regresar a Washington y yo salir del país. Hablamos por teléfono y planeamos reunirnos en cuanto pudiéramos.
Se levantó y fue hasta la ventanita que daba a la calle. El indefinido sedán negro lleno de antenas en la parte posterior que proclamaban que se trataba de un “coche camuflado” seguía aparcado frente a la entrada del edificio de Rachel. Distinguió una figura borrosa en el asiento delantero. “Seguramente será Paula Stark.” Se preguntó dónde estaba Britt y si habría dormido.
–Sabíamos que sería difícil, pero yo creí... –Se le quebró la voz cuando recordó la última conversación antes de separarse. “Creí que habíamos acordado que no formaría parte de mi equipo. Creí que encontraríamos la forma de vernos. Creí que a ella le importaba.”
–¿Y qué pasó? –preguntó Rachel a su espalda, insistiendo dulcemente.
Santana no se volvió, sino que siguió contemplando la perfecta mañana primaveral sin ver nada.
–Cuando volví a verla, se hallaba ante mi puerta... de nuevo en su puesto.
–¿Y nada más?
Rachel no se lo creía. No parecía el estilo de Pierce. A Rachel siempre le había impresionado la consideración de la agente con los sentimientos de Santana, incluso cuando machacaba a Santana insistiéndole en que acatase las órdenes. Tenía que saber lo destrozada que se sentiría Santana cuando supiese que la habían excluido de una decisión que la afectaba tan directamente. La confianza de Santana era muy frágil, y Brittany Pierce no podía mostrarse tan cruel.
–Sí. –Santana abandonó al fin la ventana, se acercó a la encimera e hizo una mueca cuando vio la cafetera vacía–. Nada más.
Rachel quería preguntar más cosas, pero el momento había pasado. Santana había recuperado su furia y, en cierto sentido, Rachel la prefería al dolor. Al menos Santana había aprendido a sobrevivir con su rabia. Se preguntaba si Brittany Pierce tenía idea de lo imposible que resultaba controlar a Santana cuando, además de enfadada, estaba dolida.


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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por monica.santander Mar Jul 16, 2013 2:56 pm

triste pero entendible por paarte de Britt!!
saludos
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por Alisseth Mar Jul 16, 2013 3:20 pm

odio a los acosadores !
cuando podrán estar juntas?? espero que pronto...
Bueno igual me encanta ;)
Besos! :)
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por Marta_Snix Mar Jul 16, 2013 3:23 pm

monica.santander escribió:triste pero entendible por paarte de Britt!!
saludos
Si, muy triste :(
Alisseth escribió:odio a los acosadores !
cuando podrán estar juntas?? espero que pronto...
Bueno igual me encanta ;)
Besos! :)

 Creo que San y Britt también odian a los acosadores xD
Besos!! ;)
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Finalizado FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 7

Mensaje por Marta_Snix Mar Jul 16, 2013 3:26 pm



 

Capitulo 7
–Stark acaba de radiar su posición, comandante –dijo Sam cuando Britt se acercó a la estación de comunicaciones del centro de mando–. Egret se encuentra de camino al Aerie.
–Bien –respondió Britt, mirando la hora–. Son casi las once. La informaré de los cambios de seguridad en la reunión prevista con ella a la una. Confírmele la hora de la reunión cuando ella llegue, por favor.
–Lo haré. –Sam la observó mientras Britt examinaba los monitores, intentando descifrar su estado de ánimo. No le había pasado desapercibido el soterrado matiz de tensión de su voz, pero lo atribuyó a la repentina precipitación de la situación de Loverboy.
Al pensar en las recientes revelaciones relativas a la cobertura del grupo de trabajo del FBI, cualquiera se enfadaría ante la intromisión exterior y la infracción de su autoridad. Pero Britt tenía el aspecto de siempre: tranquilo y controlado. “Tal vez demasiado tranquilo. La típica extraña quietud que se percibe antes de la explosión de una bomba.”
–Llámeme si me necesita antes. –Britt se volvió para marcharse; necesitaba relajar parte de la tensión. Le dolía la cabeza horriblemente, cosa que atribuyó al sueño intermitente e inquieto.
Se negó a pensar que el punzante dolor que tenía detrás de los ojos podía deberse a que aún no había dejado de preguntarse si Santana se habría acostado con alguien la noche anterior.
–Vaya –murmuró Sam cuando Britt se marchaba–. Parece que hay problemas.
–¿Qué pasa? –Britt regresó a los monitores con el corazón en un puño.
Los ojos de Britt siguieron a los de Sam hasta la pantalla central, que ofrecía una vista de las puertas dobles de la entrada del edificio y de la mesa del portero en un lado del vestíbulo. Taylor, del turno de día, estaba comprobando la identificación de dos individuos, uno de los cuales reconoció Britt inmediatamente.
–Ahí viene el calvario –murmuró una maldición para sí, se frotó los ojos y suspiró–. Póngase en contacto con Stark y dígale que la quiero aquí enseguida. Luego, lleve a los visitantes a la sala de reuniones. Que alguien ocupe el lugar de usted aquí.
–Sí, señora. –Sam observó al hombre y a la mujer que cruzaban el vestíbulo para dirigirse a los ascensores y luchó con una necesidad casi irresistible de plantarse en la puerta del centro de mando y enseñarles los dientes. La primera gran batalla de la lucha interna por el control estaba a punto de empezar.
* * *
–Ésta es la agente especial Renée Savard –anunció Patrick Doyle en tono oficioso señalando a la mujer que lo acompañaba–. Se ocupará de la protección personal de Egret hasta que se diga lo contrario.
Britt percibió que Stark se tensaba junto a ella. Se había impuesto la contención, pero no esperaba menos de su equipo. Cuando observó a Doyle, se alegró al ver que empezaba a sudar. Respondió con voz totalmente neutra.
–Agente Doyle, tengo un equipo de agentes con gran experiencia. La agente Stark se ocupa habitualmente de la protección primaria de Egret, y no necesito a nadie más.
Sam mantuvo la boca cerrada, observando las voleas que ejecutaban sobre la mesa los dos agentes veteranos. Llevaban así media hora, desde que el agente veterano en jefe Doyle se había presentado para informar a la comandante de la reorganización de la seguridad de Egret. Era evidente que Doyle no tenía carta blanca del director de seguridad de Washington; si no, habría asumido el mando nada más entrar. Pero, de todas formas, estaba intentando abrirse camino hacia arriba a toda costa. La comandante se mostró fría, serena e inflexible como una roca. No cedió ni un milímetro, y Doyle empezaba a resquebrajarse. Aquel tipo no estaba acostumbrado a ser implacable.
–Mire, Pierce –gruñó Doyle con los puños apretados sobre el montón de carpetas que tenía delante–. No puedo dirigir el grupo correctamente sin un agente dentro.
–Pues a mí me parece que hace meses que lo dirige sin ninguno – observó Britt en tono amable. Esperaba haberlo golpeado–. Aunque, como usted bien dice, no muy correctamente.
Seguía indignada ante la arrogancia de dejar al margen al Servicio Secreto cuando Santana se encontraba en inminente peligro. Por otro lado, necesitaba el apoyo de la inteligencia de Doyle tanto como él precisaba del permiso de ella. Sin embargo, se trataba del juego de Britt y, por tanto, de sus reglas.
–Me encantará contar con la agente Savard como enlace. Pero no puede ejercer ningún puesto en la seguridad de Egret. No está entrenada para eso, y no la conozco.
Doyle se puso colorado. Junto a él, la impresionante mujer clavó unos penetrantes ojos marrones en Britt y una ráfaga de ira endureció su mirada. Britt continuó, imperturbable.
–Por mi parte, espero informes diarios de cualquier novedad que puedan tener.
–¿Sugiere usted que a una agente del FBI no se le puede confiar la seguridad de la hija del Presidente? –preguntó Doyle levantándose a medias de su silla e ignorando de paso el tema del espionaje compartido.
Britt se levantó y recogió sus papeles.
–No sé cómo reaccionaría una agente del FBI si la vida de Egret estuviese en peligro. Pero sí sé cómo respondería mi gente. –Miró a Doyle y continuó, sin darle importancia– Éste no es momento de entrenamientos.
–Con respeto, comandante –dijo Renée Savard–. Me encuentro perfectamente preparada para asumir la responsabilidad de la seguridad de Egret. Me gustaría tener la oportunidad de desempeñar mi tarea.
Britt la estudió, impresionada por su compostura cuando resultaba evidente que la habían ofendido. Aún así, no se trataba de sentimientos personales, sino de la disposición de una persona a morir por otra. Los agentes del Servicio Secreto eran cuidadosamente seleccionados y examinados muy a fondo para determinar su disposición psicológica para sacrificarse por un individuo o, en muchos casos, por una ideología. Para bien o para mal, en eso consistía el trabajo. El FBI y el Servicio Secreto no eran intercambiables, y Britt no rebajaría sus exigencias en aquel momento, cuando la posibilidad de un sacrificio definitivo parecía más que probable.
–Su solicitud se tiene en cuenta, agente. Sin embargo, la agente Stark tiene prioridad en la seguridad de Egret. Si ella encuentra la forma de que usted la ayude, lo hará. Y eso es todo lo que puedo hacer por usted.
Dio la vuelta y salió, dejando a los dos agentes del Servicio Secreto y a los dos del FBI midiéndose unos a otros desde cada extremo de la extensión de la mesa de reuniones.
–Quiero un primer plano de su sistema de supervisión y un informe global de sus procedimientos tácticos –le exigió Doyle a Sam, en un intento de recobrar cierta apariencia de dominio. Si no podía conseguir lo que quería de la obstinada agente jefe, lo intentaría con otra persona.
Sam se levantó cortésmente siguiendo el ejemplo de su comandante.
–Puedo mostrarle la estación de transmisiones y los monitores de circuito cerrado. Ahora mismo.
Sam ignoró la mirada dura y el evidente disgusto de Doyle. No pensaba ofrecer información de la situación de las cámaras de vídeo, los sensores de movimiento del edificio, los protocolos de preparación de eventuales situaciones ni de nada más sin el permiso de la comandante.
Los hombres salieron, dejando que Stark y Savard se mirasen en silencio. Stark consideró una serie de opciones, incluyendo su favorita, que era inmovilizar a Savard en la sala de control con Sam. Seguía resentida por haber sido objeto de una investigación interna del FBI y considerada sospechosa del tiroteo que casi había matado a su comandante. Al mismo tiempo, se debatía con su propia culpa por haber permitido que Egret se pusiese en peligro sin darse cuenta al eludir su vigilancia. Si no otros, al menos ella tenía que enmendar errores y no iba a perder la oportunidad de hacerlo. “No aceptaré interferencias del FBI.”
–No intento quitarle el trabajo –afirmó Savard, sorprendiendo a Stark con su brusquedad–. Sólo trato de hacer el mío.
Stark se puso colorada y deseó con todas sus fuerzas que se le diera mejor enmascarar sus emociones. Envidiaba la capacidad de la comandante para mantener todos sus sentimientos ocultos, algo que ella aún no había aprendido a hacer. Observó a la otra parte fijamente y se dio cuenta de que Savard no encajaba del todo en el modelo típico del FBI. Naturalmente, llevaba la obligada chaqueta azul marino, pantalones, una blusa azul pálida hecha a medida y el asomo de un bulto sobre la cadera izquierda, donde guardaba el arma. “Con el arma enfundada”, pensó Stark con aire ausente. Y parecía competente y confiada, pero Stark ya contaba con eso. Con lo que no contaba era con el desafío de sus intensos ojos marrones en los que, sorprendentemente, no había malicia. Se trataba del tipo de reto que ofrecería una oponente valerosa en una lucha, no una rival deseosa de hacer daño. Stark tampoco podía ignorar que Savard era hermosa, hermosa al estilo de las modelos de portada, con unas mejillas elegantes y una expresión exótica que sugería el origen islandés por parte de sus antepasados. Stark trató de no pensarlo cuando respondió:
–Mi trabajo consiste en salvaguardar a la hija del Presidente. No sé muy bien cuál sería su trabajo.
–Mi trabajo es detener a Loverboy. Como tenemos a Egret en común, sugiero que trabajemos juntas.
–Ya tengo una compañera –dijo Stark, cuya resistencia comenzaba a tambalearse. Costaba trabajo no responder a la desafiante rectitud de Renée Savard–. Pero hay sitio para una tercera –cedió al fin–, siempre que no interfiera con lo que yo hago.
Renée Savard estudió a su opositora. Envidiaba a Paula Stark. Resultaba evidente que su impresionante comandante respetaba su capacidad y la recompensaba con la responsabilidad adecuada. Ella deseaba conseguir lo mismo de Patrick Doyle, pero no se fiaba mucho. Debía admitir que le gustaba la forma que tenía la joven agente morena y batalladora de inclinar la barbilla, una postura ligeramente agresiva mientras defendía su territorio. En otras circunstancias, la habría encontrado mona.
–Me parece justo. –Savard se levantó y extendió la mano desde el otro lado de la mesa–. Estoy deseando trabajar con usted, agente Stark.
–¿Está Egret en el Aerie? –le preguntó Britt a Jeremy Finch, un agente con gafas y rechoncho sentando ante una tarima de seis monitores que mostraban puntos estratégicos del bloque de apartamentos. Al mismo tiempo estaba viendo un vídeo en tiempo real de las doce horas anteriores, de imágenes registradas por las cámaras instaladas en cada esquina del perímetro externo. Gracias a las cintas de vídeo, Finch podía revisar en cualquier momento, y casi desde cualquier dirección que quisiese, el tráfico peatonal y rodado que circulaba por delante del edificio.
A la mayoría de la gente la habría abrumado la multitud de imágenes parpadeantes, pero Finch parecía más a gusto en el ambiente electrónico que en el mundo real. Además de un agente muy sólido, era un mago de los ordenadores, y, como la vigilancia y el análisis por ordenador formaban parte rutinaria de los servicios de inteligencia, los expertos como él resultaban esenciales. Britt sabía, por su expediente personal, que Finch había sido un hacker informático en la universidad y que había destacado por reventar uno de los códigos cifrados del Departamento de Defensa. En realidad, en vez de considerar delitos hechos semejantes, el Departamento de Defensa y muchas corporaciones civiles de alto rango los estimulaban tácitamente. Si se podía violar un código, se consideraba defectuoso, y saberlo proporcionaba una oportunidad de mejorar la seguridad. Jeremy Finch lo había conseguido, no una vez, sino dos. Y por eso se había fijado en él el servicio del Gobierno. Al parecer, había sorprendido a mucha gente por preferir el Servicio Secreto a otra Agencia Central de Inteligencia más deslumbrante. Britt estaba encantada con él. La inteligencia humana siempre resultaba esencial, pero en su área de operaciones dependían mucho de los ordenadores, sobre todo a la hora de planear por adelantado salidas públicas de Egret. Una buena inteligencia era especialmente necesaria en lugares internacionales como París, donde la seguridad, las rutas automovilísticas, los planes de evacuación de emergencia médica y el despliegue personal tenían que gestionarse en cuestión de minutos. Sin apartar los ojos de las pantallas, Jeremy respondió:
–No, señora. Egret ha estado arriba durante un rato, y luego ha ido directamente al parque.
Britt observó el monitor superior de la derecha que mostraba una vista panorámica de Gramercy Park y el parque privado situado al otro lado de una calle estrecha, frente al edificio de Santana. Elevados edificios anteriores a la Primera Guerra Mundial rodeaban el cuadrado, con abundante sombra e inmaculadamente conservado, cercado por una elevada verja de hierro retorcido. No podía establecer contacto visual con Santana, pues el follaje era demasiado denso. Sin embargo, la buscaba.
–Debe de estar ahí –dijo Britt.
–Entendido –respondió Finch, y tomó nota en una unidad personal de algo que había visto en el vídeo y que quería revisar desde un ángulo diferente.
Britt se daba perfecta cuenta de que Patrick Doyle seguía en el edificio, pero no albergaba la menor intención de convertirse en su guía turística. Tenía que trabajar, y su deber más inmediato era informar a Santana de que tal vez hubiese varias caras nuevas en su equipo de seguridad. Por desgracia, ése era el tema menos difícil de los que debían abordar. Entró en el parque abriendo una de las verjas que permitían el acceso a los que tuviesen permiso y una llave. El parque resultaba lo suficientemente pequeño para abarcarlo con la vista. En el medio, delante de una fuentecilla, distinguió a John Fielding, que se encontraba parado como una estatua, con todo el aspecto de contemplar el vacío. Britt sabía, sin embargo, que no perdía de vista a Egret y que, con toda probabilidad, se volvía a intervalos regulares para mantener la vigilancia sobre todo el cuadrado. No había forma de que un agente del Servicio Secreto pasase desapercibido y, en determinadas circunstancias, la invisibilidad tampoco era deseable. La presencia visible de un guardaespaldas resultaba suficiente para disuadir a la gente que quería aproximarse. Por otro lado, Santana, como la mayoría de las personas de su posición, no quería, comprensiblemente, que cada momento de su vida fuese vigilado. Debido a eso, los agentes del Servicio Secreto estaban entrenados para mantener una línea muy fina entre la realización de su trabajo y la interferencia en el estilo de vida de los que protegían. Britt hizo un breve gesto a Fielding, que la reconoció con un movimiento de cabeza casi imperceptible. Pasó por delante de él por un pequeño sendero de gravilla flanqueado a discretos intervalos por bancos de hierro y madera hasta que llegó a uno de los rincones más aislados e idílicos del parque. Un conjunto de arbustos y flores creaba una barrera natural que ofrecía intimidad. Luz solar en abundancia se filtraba a través de las ramas superiores y realzaba a Santana con su resplandor pálido y tembloroso. Britt, que aminoró el paso al acercarse, se dijo a sí misma que no quería asustarla. En realidad, sólo quería unos cuantos segundos para observarla sin que ella se diera cuenta. Santana se hallaba inclinada sobre un bloc de dibujo, con las piernas dobladas bajo el cuerpo. Llevaba el pelo suelto, una leonada avalancha de rizos que casi le llegaban a los hombros. Britt conocía el tacto de aquellos mechones, seda flotante entre sus manos cuando la besaba. Santana vestía una camiseta sin mangas que dejaba al descubierto sus brazos, musculados tras horas en el gimnasio y bronceados por el sol. Era impresionante en cualquier momento, admirable en cualquier postura, pero nunca tanto como cuando se encontraba absorta en el trabajo. Los únicos momentos, excepto después de hacer el amor, en que Britt la había visto en paz.
–Señorita López –dijo Britt en voz baja.
Santana apartó el pelo de la cara con una mano y levantó la vista. La luz del sol quedaba detrás de Britt y dejaba su rostro en la sombra.
–Buenas tardes, comandante.
–¿La molesto?
–No. –Santana señaló el banco, a su lado.
Britt se sentó, reprimiendo un suspiro cuando se reclinó, reconfortada por la presencia de Santana tanto como por el sol de la tarde.
–¿Quería hablar conmigo? –Santana sabía que sonaba rígida y formal, pero no podía evitarlo. Resultaba demasiado duro estar cerca y fingir que no había nada entre ellas. Y aún más duro darse cuenta de que Britt estaba cansada. Seguía enfadada con ella (enfadada y dolida), pero, al mirarla en aquel momento, lo único que deseaba era arrastrarla hacia su hombro y acariciarla. Apartó la imagen con irritación. Si Britt hubiera necesitado consuelo, nunca habría hecho semejante cosa para las dos. Santana no había buscado aquel dolor casi paralizante que no cedía a menos que Britt estuviese cerca. No lo quería, no con otra persona. Incluso después de acostarse juntas, desde que se había abandonado a la esperanza, estar cerca de aquella mujer se había convertido en algo muy parecido al dolor constante.
–¿Más buenas noticias? –preguntó en tono sarcástico.
–El FBI ha hecho su aparición oficial esta mañana. –Britt observó el juego de la luz a través de las hojas de los árboles que las cubrían. Santana se hallaba a unos centímetros de ella, pero sentía como si la piel de la joven tocase todo su cuerpo. Sabía que se trataba sólo de recuerdos viscerales, pero la sensación era tan aguda que le hervía la sangre. ¿Llegaría el momento en que pudiesen estar juntas sin experimentar nada? ¿Quería que aquellos sentimientos muriesen?
–Supongo que no está encantada –comentó Santana ante la extraña rigidez de Britt.
–Eso se considera información clasificada, señorita López. Según varios números de las secciones del manual, las observaciones personales sobre materia interna no se pueden compartir, sobre todo con civiles. –Britt sabía que sonaba glacial.
No podía pensar, sin que la furia la dominase, en las semanas que Santana había sido un blanco potencial y ninguno de ellos se había enterado. Ofreció un asomo de sonrisa para compensar, pero Santana no lo percibió.
–Ya, ambas sabemos lo mucho que aprecia usted el manual – repuso en tono cortante–. Entonces, ¿por qué me lo cuenta?
Britt no se molestó en protestar. ¿Cómo iba a hacerlo? Había elegido el deber por encima de los deseos de Santana y carecía de defensa. Habitualmente, no discutía cuestiones de protocolo con alguien a quien protegía, pero Santana y ella habían sobrepasado con mucho los límites de la conducta profesional aceptable, y era ridículo empeñarse en ceremonias en aquel momento. Ya le costaba no tocarla. Constituía un calvario para ella y aprendería a soportarlo. No pensaba colocar a Santana en una posición de desventaja porque eso sobrepasaría sus propios límites.
–Creí que debía saberlo.
–¿Por qué?
–Al menos uno de ellos trabajará con nuestro equipo en contacto directo con usted. Supongo que también añadirán su propio coche.
–No me parece demasiado sutil, ¿verdad? –preguntó Santana con toda la intención–. Si voy por ahí con un desfile detrás, dará la impresión de que me afecta muchísimo lo que él dice.
–Dará la impresión de que está usted bien protegida y no es un blanco fácil –se apresuró a responder Britt.
Santana apartó la vista y pensó que ojalá pudiera estar allí sentada sin nada más en la mente que el sonido sexy de la voz profunda de Britt y disfrutar del deseo que le provocaba encontrarse junto a ella. Y suspiró.
–Supongo que en realidad no importa. Uno más aquí o allí no cambia nada.
–Han estado vigilando durante varios meses y, en realidad, no me importaría aprovecharme de su capacidad para recoger información. Tienen acceso a bases de datos mucho más grandes que las nuestras y, en este aspecto, cogeré todo lo que pueda.
Santana dibujaba sin objeto mientras hablaban, procurando absorber las palabras sin dejar que le llegasen al fondo. No podía vivir aterrorizada todos los días.
–¿Cree que es serio?
Una pregunta que había evitado hacer durante meses. Britt era la única a la que se atrevía a preguntar porque, a pesar de todo, era la única en la que confiaba a la hora de mostrarse asustada.
–No lo sé. –Britt observó cómo las manos de Santana se movían con gracia y absoluta certeza sobre la superficie de papel y deseó tocarla, sólo para consolarla. Le temblaban las manos de tanto como lo deseaba. El sentimiento era insoportablemente fuerte y apretó las palmas contra los muslos–. Debo suponer que sí.
Santana asintió, sin hablar. “No puedo hacer nada al respecto ante el lunático que me envía mensajes, el FBI que me sigue los pasos y la determinación de Brittany de realizar la misión que le ha ordenado mi padre.” La impotencia la hacía sentirse incómoda, sobre todo porque había luchado toda su vida por algo parecido a la independencia. Por el momento, sin embargo, no veía otra salida.
–De acuerdo. Puedo vivir con eso... si puede usted.
Britt se rió con ganas. Había un matiz de ironía en su voz cuando respondió:
–Tenemos algo en común, señorita López. A ninguna de las dos nos han dejado elegir.
El dibujo tomaba forma en el cuaderno. Britt lo miró, sorprendida al ver su propio rostro. Estudió la imagen, impresionada por la expresión tenaz y reservada, y se preguntó si eso era todo lo que Santana veía en ella. Supo la respuesta cuando las hábiles manos de Santana dibujaron sus ojos y capturaron las sombras de su alma.
–Santana –dijo Britt con ternura.
A Santana le tembló la mano sobre el papel ante la suave intimidad del tono de Britt. La forma en que ésta hablaba, los sutiles cambios que revelaba, le rompían el corazón. En un determinado momento la agente se mostraba profesional, independiente y tan impersonal como cualquiera de los numerosos individuos que la habían protegido. Y, de pronto, pronunciaba el nombre de Santana con todo el sentimiento que se podía esperar oír de boca de otro ser humano. Era todo lo que quería y todo lo que temía. Santana no levantó los ojos, sino que continuó dibujando los pronunciados rasgos y la mirada salvaje, incapaz de mirar a la mujer, pues sabía que si lo hacía tendría que tocarla.
–¿Sí?
Britt suspiró a fondo y deseó que no hubiera preguntado.
–Me gustaría que reconsiderara la carrera del domingo y que no fuera.
Santana se puso tensa y dejó de mover el lápiz.
–Tengo que ir. Soy la principal oradora.
–¿Le importaría llegar sólo al discurso y no a la carrera?
Santana dejó a un lado el bloc de dibujo y se volvió en el banco hasta que tuvo enfrente a Britt. Por primera vez la miró directamente a la cara, a los ojos.
–Se trata de un acontecimiento más que político, personal.
Britt asintió, pues entendía demasiado bien. El domingo se celebraba la carrera anual de la curación, destinada a recaudar fondos para el tratamiento del cáncer de mama. La madre de Santana había muerto de esa enfermedad cuando Santana tenía nueve años.
Britt comprendía lo que significaba perder a un padre.
–Le pido, le recomiendo encarecidamente, que no participe en la carrera.
–¿Por qué me pide eso? –Santana sabía que Britt no podía ordenarle que no corriese.
Britt dudó antes de responder. Su trabajo consistía no sólo en proteger físicamente a Santana, sino también en darle cierta apariencia de normalidad, por muy irónico que pareciese al verlo superficialmente. No quería preocuparla sin necesidad. Para eso le pagaban a ella, por preocuparse. No quería decirle que el acontecimiento sería una pesadilla de seguridad, que incluso coordinándose con la policía de Nueva York y la policía de tráfico y colocando agentes junto a Santana en la ruta de la carrera, Santana no se hallaría segura. En cualquier circunstancia, la carrera habría sido difícil. Pero en aquel momento, con la amenaza que suponía Loverboy, la seguridad resultaba casi imposible.
“Tal vez pudiese dirigirme al director del Servicio Secreto y solicitarle que se pusiese en contacto con el director de seguridad del Presidente, cerrar el cerco en torno a Santana y que alguien de más arriba le prohibiese correr.” Pero Britt sabía muy bien que si ordenaban a Santana que no participase en algo, mucho más en algo tan importante para ella como aquello, se podía contar con que haría exactamente lo contrario y, probablemente, perdería toda esperanza de cooperación posterior. Rehuyó la respuesta directa y optó por un matiz de frivolidad.
–No sé si podré correr veinticinco kilómetros.
–Tengo que hacerlo –afirmó Santana sin alterarse–. Además, la he visto correr, comandante. Puede cubrir esa distancia perfectamente. No me pasará nada. –No pudo evitar añadir– Y disfrutaré de su compañía.
Britt se quedó callada un momento, considerando las opciones. Aquélla era la razón de que las relaciones personales no se alentasen. No podía pensar con claridad porque le importaban las decisiones que pudiese tomar Santana. Temía que le importasen más los sentimientos de Santana que su seguridad, y ese compromiso minaba su posición y su autoridad. Lo peor de todo, nublaba su juicio. Maldijo para sí y consintió.
–Confío en que Stark también pueda hacerlo, porque tendremos que ir las dos con usted.
–Gracias –susurró Santana, que sabía que Britt había cedido en contra de su propio criterio, y le rozó la mano en un gesto de agradecimiento–. Todo saldrá bien –aseguró, deseando que fuese cierto.
 


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Mensaje por Flor_Snix2013 Mar Jul 16, 2013 4:04 pm

tan cerca pero a la vez lejos... cuando encontraran al acosador
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Mensaje por monica.santander Mar Jul 16, 2013 5:16 pm

hola que tal es loverboy o lovergirl?? sera Quinn que no ha aparecido??
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Mensaje por Elisika-sama Mar Jul 16, 2013 5:25 pm

un capitulo genial y los personajes que has elegido para Stark y para Renee me encantan, sin embargo... Tengo una duda, ¿Porque has puesto los nombres originales y no Emily Fields y Paige McCullers? Hubiera sido mucho más facil de imaginarlas en la historia.

Besos!

Y espero la conti pronto!
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Mensaje por Marta_Snix Mar Jul 16, 2013 5:48 pm

Flor_Snix2013 escribió:tan cerca pero a la vez lejos... cuando encontraran al acosador
Pues algo me dice que lo del acosador va para largo
monica.santander escribió:hola que tal es loverboy o lovergirl?? sera Quinn que no ha aparecido??
No se sabe!! Todo apunta a Loverboy, pero no se sabe a ciencia cierta. Quinn tiene que aparecer a la fuerza?? Por supuesto!!! Quinn aparecerá!
Elisika-sama escribió:un capitulo genial y los personajes que has elegido para Stark y para Renee me encantan, sin embargo... Tengo una duda, ¿Porque has puesto los nombres originales y no Emily Fields y Paige McCullers? Hubiera sido mucho más facil de imaginarlas en la historia.

Besos!

Y espero la conti pronto!
Pues en un principio Stark no iba a ser Shay Mitchell, pero cuando iba a poner una foto de ella, me la imaginaba a ella, no preguntes porque, quizas que antes de escribir el capitulo estuviera viendo PLL puede que haya influido, pero claro ya tenía el nombre de Paula Stark, asi que cuando apareció Renee y pensó lo de "podría ser mona en otras circunstancias", la imagen que se me vino fue la de Lindsey Shaw, pero al no haber puesto a Paula Stark como Emily, dije pues Renee tampoco sera Paige, asi que se quedaron con los nombres originales, Paula y Renee
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Finalizado FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 8

Mensaje por Marta_Snix Mar Jul 16, 2013 5:52 pm



 

Capitulo 8
Britt sabía que debía irse. Santana había buscado intimidad y paz en un rincón tranquilo de su minúsculo santuario, y ella había llevado el peligro y la incertidumbre hasta allí. Por primera vez en su vida, le pesaba su trabajo.
–Siento haber sacado el tema –dijo para sorpresa de ambas–. Debería dejarla trabajar.
–No tiene por qué sentirlo y no hace falta que se marche.
Antes de que a Britt se le ocurriese decir nada, sonó su audífono. Volvió la cabeza ligeramente para escuchar. Se puso seria, pero su voz no acusó inflexiones mientras hablaba al minúsculo micrófono que llevaba en la muñeca.
–Que venga. –Volviéndose hacia Santana, explicó– Parece que tenemos compañía.
Santana miró a un hombre alto que se dirigía hacia ellas a través del parquecillo.
–Supongo que debe de ser del FBI –comentó con una expresión de ligera repugnancia en el rostro.
A pesar de la situación, Britt se rió.
–Muy observadora, señorita López. Tal vez debiera pensar en una futura carrera en el servicio de inteligencia.
–Créame, comandante, a estas alturas puedo reconocer cualquier rama de sus estimadas agencias de inteligencia por el corte del traje de un agente y la arrogancia de su paso. –Santana sonrió ligeramente, pero no había alegría en sus ojos–. Al menos el Servicio Secreto siempre ha sido educado.
–Señorita López. –El hombre corpulento ignoró a Britt a propósito–. Soy el agente especial en jefe Patrick Doyle, de la Oficina Federal de Investigación. Quería conocerla en persona, pues voy a encabezar su equipo de seguridad hasta que detengamos al sujeto no identificado.
Santana observó que Britt se ponía rígida a su lado y dijo con gran frialdad:
–Señor Doyle, de mi seguridad se encarga la comandante Pierce. Si tiene que comunicarme algo en ese aspecto, le sugiero que lo haga por mediación de ella. No tolero más de una reunión diaria.
Recogió su bloc de dibujo y sus lápices y se levantó bruscamente, obligando a Doyle a retroceder. Santana miró a Britt, cuya expresión era más indescifrable que la de Doyle, pero vio un asomo de regocijo en su mirada. Sonrió a Britt con dulzura y se volvió para marcharse.
–Les dejo que se repartan el territorio entre los dos.
Patrick Doyle giró en redondo y vio cómo la hija del Presidente se alejaba. En su mandíbula sobresalió un músculo cuando hizo rechinar los dientes. Luego se enfrentó a Britt, con la furia teñida de desprecio y condescendencia.
–No sabe lo que es bueno para ella. Supongo que usted cree que sí.
Britt se levantó y ambos quedaron frente a frente.
–No pretendo saber lo que es bueno para la señorita López, pero le advierto una cosa: sé muy bien lo que es bueno para su seguridad. También le indico que si tiene sugerencias o recomendaciones sobre el particular, me las comunique a mí. Ésa es la cadena de mando y le ruego que la siga.
El hombre dio un paso adelante, tratando de hacerla retroceder sin éxito. Sus pechos casi se tocaban.
–Escuche, Pierce –gruñó con el rostro lívido–. Se ha interpuesto en mi camino en este asunto, y podría haber algunas filtraciones a los medios sobre lo que le gusta hacer en sus horas libres y con quién.
–Ya hemos recorrido ese camino antes, Doyle –respondió Britt sin apartar la vista–. Está perdiendo el tiempo.
–Los directores de Washington tal vez no piensen eso si sus actividades afectan a la hija del Presidente.
–Doyle, es usted realmente tonto si cree que puede meter en cintura a Santana López. –Le sonrió con una sonrisa fina, fría y dura como el granito–. Se lo comerá.
Ignorando su bravuconería, Britt lo rodeó y salió del parque por el camino por el que había entrado. Miró la calle y supuso que Santana se encontraría segura en su apartamento. Se le pasó por la cabeza ir tras ella, pero se detuvo cuando reconoció el motivo. Ya la echaba de menos.
Nueve pisos más arriba, Santana se apoyó en el marco de la ventana y contempló a Brittany Pierce. Su jefa de seguridad se encontraba junto a las verjas del parque con las manos en los bolsillos y un hombro apoyado en el pilar de piedra que señalaba la entrada del parque. Patrick Doyle salió como una exhalación por la verja y pasó sin decirle una palabra. “Parece muy cansada.” Santana se imaginaba lo difícil que debía de ser para Britt soportar la presencia del FBI. Había estado rodeada de política toda su vida y sabía de las tremendas luchas de poder entre agencias, principalmente de interés personal. Muchas veces, en su afán por mejorar su propia situación, los agentes perdían de vista su objetivo. No tenía la menor duda de que a Patrick Doyle le importaba mucho menos su seguridad personal que el deseo de detener a Loverboy. No era tan tonta como para pensar que a él le importaba ella, y a Santana eso le traía sin cuidado. Santana sabía, más aún, sentía, que Brittany sí se interesaba por ella. Había percibido ese interés la primera vez que Britt entró en el loft y dejó muy claro que haría su trabajo procurando que a Santana le resultase llevadero. Sin la menor duda lo había visto claro, con horribles matices, el día que Britt se puso delante y estuvo a punto de morir por culpa de una bala que le habían disparado a ella. No quería que Britt se pusiese delante de ella por ningún motivo y, desde luego, menos aún por un motivo que pudiese costarle la vida. “Dios, no quiero que vuelva a suceder. ¿Por qué no le dijiste que no a mi padre?” Se preguntó lo mismo cien veces, pero sabía la respuesta. Britt no había aceptado el destino sólo porque se lo hubiese pedido el Presidente de los Estados Unidos: lo había aceptado porque era su trabajo. Así era ella. Una parte de Santana lo respetaba. Una parte incluso lo comprendía. Pero saberlo y comprenderlo no cambiaba sus sentimientos. Le fastidiaba necesitar protección, aunque había llegado a reconciliarse con eso. No la quería ni la necesitaba de Brittany Pierce. Lo que deseaba de ella era una cosa a la que había renunciado o que, simplemente, ya no esperaba de otro ser humano. Britt llegaba hasta un lugar profundo de su ser que otras ni siquiera sabían que existía, y eso era lo que necesitaba desesperadamente. Britt no le decía que aceptase las circunstancias o agradeciese sus privilegios, como muchos antes. Se mostraba completamente ajena al estatus de Santana, un bienvenido respiro después de las solícitas atenciones de tantos otros. Y, lo más importante, Britt comprendía su rabia y perdonaba su furia. Santana observó cómo Britt doblaba la esquina de su propio edificio y, tras unos momentos, se volvió hacia el loft vacío. Ver a Britt y estar tan cerca de ella como en los instantes anteriores la había desasosegado y puesto con los nervios de punta a causa de la pulsión del deseo. Siempre sucedía lo mismo cuando se encontraban juntas. Santana no quería sentirlo ni quería pensar en ello. Su mirada se posó sobre un gran óleo y lo miró con ojo crítico desde el otro extremo de la habitación. Al principio no reparó en los detalles, sino más bien en la configuración, en el sentido del mismo. Más que verlo, lo sintió. Lentamente, al cabo de uno o dos minutos, centró su atención en los elementos de la pintura: los colores, el contraste y el movimiento del ojo sobre las imágenes. Fue avanzando desde la ventana hasta ponerse delante de su trabajo mientras se planteaba qué debía hacer con él y, entonces, notó la mente clara y el corazón libre durante un rato.
Britt se alegró de no haber seguido a Santana. Resultaba mucho más seguro correr, más seguro que ver de nuevo a Santana tan pronto. Ocurría lo mismo desde que la había conocido: siempre percibía la rebelión de su cuerpo frente al sentido común. En aquel momento se daba cuenta, lo palpaba en la temblorosa tensión que le bajaba por los tendones, los músculos y los nervios de las piernas y que se retorcía en su interior como una fiera hambrienta. Sabía que se trataba de aquello; lo había sentido durante meses antes de acabar por ceder. Estar con Santana no había borrado la urgencia, tocarla no había reducido el ansia, hacer el amor con ella no había apagado el deseo. Sentía la piel caliente de Santana debajo de sus manos y su dura vibración entre sus labios. Aún podía saborearla. Había otras formas de afrontar las exigencias del cuerpo, formas seguras, simples y sin ataduras, agradables, mutuamente satisfactorias y emocionalmente estables. Se acordó de la nota de Kitty, la que le dejó después de la última noche que habían pasado juntas: “Si alguna vez necesitas... algo, llámame. K.”
Britt tiró la chaqueta sobre la cama, se desprendió de la pistolera y comenzó a desabrocharse la camisa.
–Sí, claro –murmuró, se quedó en ropa interior y sacó unos shorts y una camiseta de un cajón–. Fácil.
Ya no confiaba en que las expertas atenciones de Kitty saciasen su hambre. Con todo, el deseo físico era algo que podía solventar de una u otra manera. Pero aquello rebasaba el deseo y ahí radicaba el problema. La atormentaba el dolor de su corazón. Santana no sólo la excitaba, sino que la despertaba. Todas las emociones cuidadosamente aplacadas revivían con furor cuando pensaba en ella. La voluntad tenaz de Santana removía sus sentidos de la misma forma que su ternura, invisible para los demás, la consolaba. Santana la volvía casi loca de frustración, pero la sosegaba con el más leve roce. “Me destruye con una sonrisa. Dios, ¡cuánto la echo de menos!” Salió del edificio y corrió por la acera, desesperada por no pensar. Sólo necesitaba unas semanas para calcular la seriedad de la amenaza de Santana. Cuando hubiese accedido a todos los servicios de inteligencia disponibles, confiaría a Sam la seguridad del día a día. Tal vez entonces pudiesen hablar las dos; tal vez entonces pudiesen... “¿Qué? ¿Qué podríamos hacer? ¿Liarnos delante de las narices de Doyle? ¿Arriesgar la intimidad de Santana y la imagen pública del Presidente con un lío amoroso clandestino que los medios convertirían en titulares sensacionalistas? Perfecto. Excelente idea, Pierce” Corrió junto al East River, sin reparar apenas en lo que la rodeaba. Sólo podía pensar en la mirada de Santana cuando la había informado de que iba a volver a encargarse de su equipo de seguridad. “Le hice daño.” Saber que le había hecho daño, verlo en su rostro, resultaba más insoportable que todo lo demás. Incluso más que la muerte de Janet, porque entonces, durante meses, había estado paralizada. Afortunadamente paralizada, con la frialdad de la insensibilidad, la estupidez y la culpa. Tenía que haberse enterado del ataque aquella mañana. Su trabajo consistía en hacer esas cosas y su responsabilidad, en saberlas. Pero ella no formaba parte del plan. A pesar de que su equipo y ella habían investigado la misma facción escindida de traficantes de cocaína que las otras agencias, el Departamento Antidroga había organizado el escenario esa mañana. El de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego y el Servicio Secreto sólo habían recibido información de una maniobra inminente en el último minuto. Por una interrupción muy habitual de las líneas de comunicación a la hora de ejecutar las leyes locales y federales, nadie se había dado cuenta hasta demasiado tarde de que la policía metropolitana de Washington tenía una agente de narcóticos encubierta dentro del almacén donde se iba a celebrar el intercambio de dinero falso por un gran cargamento de drogas. Janet se encontraba en el lugar cuando comenzó el asalto. La operación sorpresa había salido mal casi desde el principio. Un vigía con el que nadie contaba vio los coches blindados y se lo comunicó por radio a los colombianos del edificio en el que se llevaba a cabo la transacción. Los hombres que estaban dentro iban fuertemente armados y preparados para defenderse. Los disparos empezaron cuando los arietes echaron abajo las amplias puertas dobles. Janet se encontraba en medio de la línea de fuego. Britt entró detrás del primer grupo de oficiales tácticos. El olor de la cordita impregnaba el aire, lleno de gritos: órdenes, maldiciones, gemidos de agonía. Janet recibió una de las primeras balas y cayó antes de que Britt se abriese camino sobre los restos astillados de las puertas reforzadas. Cuando llegó hasta ella, Janet estaba casi muerta. Britt la sostuvo, pronunció su nombre y le rogó que aguantase. Nunca sabría cómo interpretar la mirada de Janet durante aquellos escasos segundos, mientras la luz de sus ojos se extinguía lentamente. No podía dejar de pensar que era una acusación. “Si lo era, me la merecía.” Corrió por Central Park con el sudor sobre el rostro, ajena a los calambres que empezaba a notar en los muslos o al ligero dolor detrás de los ojos. “Debía haberlo sabido. Tenía que haberla protegido.”


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Por ahora estoy poniendo fotos de los personajes más "importantes", ¿queréis imagenes de todos aunque no sean tan importantes? De ser así, ¿como os imaginais al resto de los personajes? ¿Queréis a alguien en especial con ese papel?
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por Tat-Tat Mar Jul 16, 2013 7:21 pm

ohhhh.. se dificulta la situación!!! jijijiji
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Mensaje por Flor_Snix2013 Mar Jul 16, 2013 7:59 pm

Mas complicado no se podia poner.... pero si no hubiese problemas no seria una historia
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Mensaje por Marta_Snix Mar Jul 16, 2013 8:06 pm

Tat-Tat escribió:ohhhh.. se dificulta la situación!!! jijijiji

Flor_Snix2013 escribió:Mas complicado no se podia poner.... pero si no hubiese problemas no seria una historia

 Os respondo a ambas, sí, tiene que complicarse para que haya historia, ahora solo nos dejaran la dulzura de los recuerdos de esos 5 días que pasaron juntitas. Para los que les guste esos momentos, os adelanto que en el siguiente capitulo habra un poco más de esos recuerdos
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Finalizado FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 9

Mensaje por Marta_Snix Mar Jul 16, 2013 8:08 pm



 

Capitulo 9
A las siete de la mañana del domingo, Britt esperaba en el vestíbulo del apartamento de Santana con Stark y Savard. Había enviado a Sam por delante para que coordinase los detalles en Prospect Park y avisase a los jefes de los equipos de seguridad municipal de que quería verlos personalmente antes del inicio de la carrera. El Departamento de Tráfico de la ciudad de Nueva York iba a estacionar escuadrones de oficiales en el metro, el Departamento de Policía de Nueva York se ocuparía de la seguridad en la ruta de la carrera, y el equipo del alcalde estaría en la tarima de oradores desde donde él, Santana y otros se dirigirían al público al término de la carrera. Para el Servicio Secreto era un procedimiento operativo corriente coordinar todas las fuerzas de seguridad cuando un protegido de alto rango hacía una aparición pública. Britt repasaba los detalles mentalmente cuando la puerta del ascensor se abrió y Santana salió al vestíbulo. Iba vestida para la carrera casi igual que Britt: una ligera cazadora de nylon sobre una camiseta, pantalones de correr y zapatos deportivos. Se había recogido el pelo, como solía hacer en sus apariciones públicas, sustituyendo el habitual broche de oro por una cinta oscura. El ligero maquillaje resultaba superfluo en un rostro nacido para las cámaras. Incluso su actitud parecía distinta: caminaba rápido, con decisión y sin mirar apenas a su alrededor. También ella tenía que desempeñar un trabajo, el que llevaba haciendo quince años desde que faltaba su madre. Era la reina de la dinastía de su padre y solía acompañarlo en acontecimientos de Estado o representarlo cuando las circunstancias sociales lo exigían. Aquel día se presentaba como hija del Presidente y, aunque el papel no siempre le resultaba cómodo, lo conocía bien. Cuando vio a Britt, dudó un instante. Ambas se sonrieron, olvidando durante un momento que había otras personas con ellas. Fue una de esas reacciones automáticas que ninguna de las dos podía evitar, aquella breve punzada de agradable reconocimiento que rebasaba la voluntad o el sentido común. Sus sonrisas desaparecieron enseguida y se saludaron en tono formal.
–Buenos días, señorita López –dijo Britt, y se puso a su lado, mientras Stark y Savard ocupaban el lado contrario.
–Comandante. –Santana hizo un breve gesto y se dirigió hacia la puerta principal sin interrumpir el paso. Stark mantuvo la puerta abierta por rutina, y Britt se adelantó un poco, colocándose a la derecha de Santana. Britt dudó un instante en la acera mientras miraba la calle arriba y abajo, y luego el parque, como había hecho el día del disparo. Una duda tan sutil que nadie, excepto otro agente, habría notado. Nadie, excepto Santana. La joven siempre se fijaba en la posición de Britt entre ella y una amenaza potencial, incluso cuando se limitaban a cruzar la acera juntas. En aquel lugar en particular nunca dejaría de sentir la involuntaria quemazón en el estómago. Britt se dio cuenta de la tensión de Santana y murmuró en una voz muy baja que nadie más podía oír:
–Se trata sólo del procedimiento. Procura ignorarlo.
–Ya me gustaría –repuso Santana en el mismo tono cuando cruzaban la acera en dirección a la limusina negra–. Sería mucho más fácil si pudiese, pero no puedo.
Stark y Savard fueron hacia el Suburban situado en cabeza para dirigir la caravana. Britt abrió la puerta del segundo coche para que Santana entrase, y luego se deslizó tras ella. Detrás iba un vehículo del FBI y, cuando el convoy arrancó, Santana anunció en tono oficial:
–Me reuniré con algunas personas cuando lleguemos.
Britt la miró con cautela, un tanto sorprendida de que le diese la información voluntariamente y, a la vez, un poco molesta por no haber sido informada antes. A Santana no se le exigía que le contase todo a su equipo de seguridad, por supuesto, pero siempre resultaba útil conocer de antemano la mayor cantidad posible de datos. Sin embargo, agradeció aquella pequeña mejora de la comunicación.
–¿La acompañarán durante la carrera?
Santana asintió, observando cómo se deslizaba la ciudad a través de los cristales ahumados de la limusina.
–Sí. He invitado a Rachel y a otra amiga.
“No hay detalles. Y no indagaré.” No obstante, Britt se preguntó si iba a pasarse otro día viendo cómo la innegablemente atractiva doctora Coleman perseguía a Santana. “Aceptaste el puesto y sabías lo que implicaba”, se recordó a sí misma. Pero ni siquiera podía imaginar lo difícil que sería ni había pensado que a las dos les costase tanto hablar. La falta de intimidad no ayudaba, pero había más cosas. Debía reconocer que en parte se trataba de orgullo, en parte de dolor, y en gran medida de una vida de defensas por ambos lados, que se alzaban entre las dos.
–Apuntado. Savard, Stark y yo estaremos con ustedes en la ruta.
–Formaremos un grupo –murmuró Santana apartando la vista de la ventana para mirar la cara de Britt, una cara que nunca se cansaba de observar. Sólo verla la hacía vibrar por dentro, sintiendo algo rápido, punzante y caliente: una mezcla de deseo, añoranza e, inesperadamente, ternura. No encontraba explicación pero, a pesar de todo, le gustaba aquella sensación.
–La agente especial Savard es toda una belleza –añadió Santana en tono irónico.
Britt enarcó una ceja, pero decidió no comentar nada. Renée Savard era, sin duda, una mujer atractiva, si se paraba a pensarlo. No se le había ocurrido antes. En realidad, no le había prestado mucha atención: sólo había pensado qué hacer con ella. Savard se encontraba bajo su mando circunstancialmente, pero aun así bajo su mando, y no podía verla desde otra perspectiva. Cuando se fijó en la apariencia de Savard, se limitó a constatar su fotogénica belleza, que casi palidecía al compararla con Santana. En la belleza de Santana sobresalía el fuego de la pasión, su carácter y su absoluta resistencia a ceder. Era hermosa de una forma tan primaria que, cuando estaba cerca, a Britt le ardía la piel.
–¿Qué? –preguntó Santana en voz baja.
–¿Cómo? –Britt parpadeó, sorprendida.
–Está sonriendo –afirmó Santana en tono ligero–. Pensando en Savard, ¿verdad?
–Pues no –repuso Britt sin contenerse–. Pensaba en usted.
En el estrecho espacio de la limusina que ocupaban, sentadas una frente a otra, sus piernas casi se tocaron y los ojos de Santana se tiñeron de un color más oscuro.
–Debería hacerlo más veces –dijo con una voz gutural alterada por la invitación.
Britt sostuvo su mirada, cautivada por el calor de aquellos ojos. Durante un momento se olvidó de todo lo demás y replicó, ronca:
–No, señorita López, no debería. Me distrae demasiado.
–Bueno, comandante –dijo Santana muy despacio y en voz baja, mirando los rápidos latidos del cuello de Britt–. Me gusta cuando está distraída. En realidad, así me gusta muchísimo... ¿O ya se ha olvidado?
“No, no me he olvidado.”
–Me estás distrayendo –se quejó Britt con aire juguetón mientras trataba de leer el periódico.
–Me gustas cuando estás distraída –respondió Santana, acariciando el suave tejido de algodón de los pantalones de chándal de Britt–. La verdad es que me gusta distraerte.
Se encontraban en el apartamento de Rachel, tumbadas en el sofá, a última hora de la tarde. Al fin habían conseguido ducharse y vestirse, cosa que no habían logrado durante las dieciocho primeras horas que pasaron juntas. Cada vez que iban a ducharse, una u otra iniciaban algo y acababan ambas en la cama. El hambre las obligó a levantarse, y Britt fue hasta una tienda de comestibles cercana para comprar sándwiches, periódicos y algo de beber.
–¿Qué imaginas que creen que hago aquí? –se preguntó Santana mientras sus dedos seguían la costura del interior del muslo de Britt.
Britt suspiró con gran parte de la atención centrada en la leve presión de los dedos de Santana, que recorrían rítmicamente de arriba abajo la misma tenue línea. Se recostó en los cojines y sus músculos se contrajeron ligeramente ante el contacto de Santana.
–Se supone que no deben de pensar nada en absoluto. –Se le quebró la voz cuando Santana la acarició más cerca de la fuente de calor situada entre sus piernas.
–Tal vez se suponga, pero son humanos, ¿o no?
Santana levantó el borde de la camisa de Britt y acarició en círculos el estómago de la agente, recorriendo con un dedo el centro de su cuerpo.
–Me he corrido tantas veces en las últimas veinticuatro horas que no creí que nada pudiese excitarme –comentó asombrada–. Pero, Dios, tú sí. –Puso la palma de la mano sobre el triángulo que había entre los muslos de Britt, haciéndola saltar, y luego volvió a moverla sobre el estómago–. ¿Hablabas de discreción?
Britt respondió con voz grave, teñida por la urgencia del deseo creciente.
–Sus trabajos dependen de eso. Pero la cosa va más allá... – Sabía que se le estaba acelerando la respiración y que hablaba con frases entrecortadas; de nuevo estaba mojada y dura con el hervor de la sangre y la necesidad. Tomó aliento desesperadamente–. Lo creas o no, nos damos cuenta de que cometemos una violación. Lo menos que podemos hacer es no especular acerca de lo que observamos.
Bajó la vista, vio los dedos de Santana moverse debajo de su camiseta y se admiró de la facilidad con que Santana conseguía encender cada terminación nerviosa con una caricia. No tenía nada que decir al respecto. Parecía como si su cuerpo sucumbiera al contacto de Santana, doblando su voluntad como un árbol vencido por el viento–. Santana –advirtió con voz ronca, preguntándose si ésta tenía idea de lo que estaba haciéndole.
–Tienes un cuerpo increíble –observó Santana con toda tranquilidad, acariciando el tórax de Britt y rozándole con la palma el pecho, mientras sonreía al comprobar que los pezones de Britt se endurecían rápidamente. Ésta gimió y la buscó y, en ese momento, Santana se apartó–. Creo que deberías leer el periódico y no hacerme caso –dijo con una expresión muy seria.
–Estás de broma. –A Britt se le desorbitaron los ojos y frotó los brazos de Santana con sus manos. Sentía la piel ardiendo–. No creo que pueda concentrarme.
–Inténtalo –sugirió Santana con un matiz de mando en la voz–. ¿Por qué no lees los titulares en alto? No estaría mal un resumen de los acontecimientos del día. A ver si sirves para algo.
–Para que lo sepas –repuso Britt en tono amenazante–, me han entrenado para resistir la tortura.
Santana estalló en carcajadas, aflojó los nudos de los pantalones de Britt y se deslizó hasta el suelo para arrodillarse entre las piernas de Britt.
–¿De verdad? Muy bien, comandante, hagamos entonces la prueba. Adelante, lee.
–Ay, vamos a ver. –Las páginas del New York Times temblaban en su mano derecha, como sus dedos–. Uf... las acciones de las empresas puntocom suben al fin. –Jadeó cuando Santana tiró de la piel de su abdomen inferior con los dientes–. Dios...
–Te escucho –murmuró Santana con los ojos casi cerrados. Lamió el punto rojo que acababa de morder y bajó el tejido de algodón sobre las caderas de Britt. Luego apretó las manos contra el interior de las piernas de Britt, acercando los pulgares al clítoris visiblemente hinchado. Britt arqueó las caderas y gimió otra vez. –No hasta que me entere de los resultados deportivos – susurró Santana, se inclinó hacia delante y besó la suave piel de la parte superior del muslo de Britt–. ¿Cómo van los Yankees?
–Santana, venga –resolló Britt, y dejó el periódico a un lado– No puedo... leer. No puedo hablar... Apenas puedo respirar.
Cuando el pulgar de Santana rozó ligeramente el clítoris de Britt, ésta se reclinó en el sofá con el cuello doblado y las manos apretadas a ambos lados. Tras otra caricia falsa, profirió un sonido estrangulado. Buscó la cara de Santana con una mano, le revolvió el pelo con los dedos y la acercó más.
–Estoy lista... Vuelve a hacerlo... Divulgar... Ah sí, ahí mismo... secretos de Estado. –La necesidad quebró su voz– Chúpame.
Santana se apartó otro segundo, aunque le costó lo suyo. Estaba temblando.
–Dios –susurró–. Quiero saborearte.
Cuando los labios de Santana la rodearon al fin, Britt dio un salto y sus dedos se enredaron en los cabellos de Santana. Apretó la mandíbula para ahogar un gemido y procuró no pensar en nada más que en las oleadas de placer que recorrían sus piernas, subían por la columna y atravesaban sus entrañas. Quería que nunca acabase. Con premeditación empujó el cuerpo contra la boca de Santana, sin darse cuenta de que podía hacerle daño, pero procurando no apretar con demasiada fuerza. No podía parar, no le llegaba el aire, no era capaz de contenerse.
–Santana... –gritó levantándose del sofá cuando sus piernas se tensaron, dominada por la furia del orgasmo que se agitaba en su interior. Antes de recuperarse, Santana se encontraba en sus brazos, a horcajadas sobre su muslo, balanceándose encima de su pierna con la cara hundida en su cuello.
–Me pones tan caliente... –gimió Santana, agarrando a Britt mientras alcanzaba frenéticamente la cumbre–. Me haces... Oh... –Sus palabras se perdieron en un grito ahogado, y Britt sólo pudo sostenerla, abrazarla con firmeza mientras Santana disfrutaba de su placer.
La limusina frenó al borde del césped en Prospect Park. Britt se estremeció ligeramente y procuró no descomponer la voz.
–No me interesa que me distraigan.
–Es su problema, comandante –dijo Santana con ligereza, mientras leía los ojos  claros y líquidos de Britt con muda emoción y percibía la excitación que la agente no podía disimular–. No el mío.
Cuando se deslizó en el asiento para salir, acarició con la mano el muslo de Britt y sonrió cuando ésta dio un leve respingo.
–Ya le dije una vez que su cuerpo nunca miente.
Prospect Park, el punto de partida de la carrera, tenía poco más de la mitad de tamaño que el Central Park de Manhattan, que medía tres kilómetros cuadrados. No obstante, albergaba un centro de flora y fauna, una pagoda para la música, un lago y otras muchas diversiones para los habitantes de la ciudad que querían escapar de las tensiones urbanas durante unas horas. El área de Brooklyn que rodeaba el parque constituía un estudio de contrastes. Por el oeste, el límite se hallaba en Park Slope, un cónclave de casas de piedra rojiza en las que vivían los ricos y privilegiados. La zona este del extendido parque abarcaba Crown Heights y Bedford-Stuyvesant, áreas que en los últimos años se habían convertido en peligrosas tanto para los turistas como para los vecinos. A aquella temprana hora de una mañana de domingo solía haber unos cuantos madrugadores entusiastas que disfrutaban de la oportunidad de correr o patinar en relativa soledad. Pero no era así ese día. Long Meadow, una parte abierta y circular de treinta y seis hectáreas y más de kilómetro y medio de longitud, bullía de gente. La carrera de la curación arrastraba a muchas personas solidarias, como casi todos los acontecimientos similares, porque la enfermedad afectaba a mucha gente. Se trataba de un suceso mediático como otro, sobre todo porque Santana era la oradora principal, y ya había numerosos fotógrafos y furgonetas de noticias en el lugar. Britt se colocó junto a Santana por el lado del coche y observó a los cientos de participantes reunidos para el inicio de la carrera.
–Va a haber mucha gente en toda la ruta, sobre todo cuando entremos en Central Park. Le agradecería que no nos perdiera.
–Es usted muy buena en su trabajo, comandante. –Santana miró a Britt a los ojos y, por primera vez desde hacía mucho tiempo, no pudo descifrar su expresión. Aunque habían estado físicamente separadas desde el regreso de Britt, a ella al menos le quedaba el consuelo de ver lo que había detrás de la fachada profesional cuando miraba sus ojos claros. Aquella nueva barrera le dolió–. Estoy segura de que se las arreglará.
La hija del Presidente se volvió bruscamente y se dirigió a la zona en la que los organizadores de la carrera habían instalado cabinas de información, mientras que Britt se quedó sola, mirándola. Stark y Savard salieron del segundo vehículo, Britt indicó a las dos mujeres que acompañasen a Santana y comunicó por radio a Sam su posición.
–¿Están aquí los comandantes de los otros equipos? –preguntó Britt sin preámbulos, observando cómo Santana desaparecía entre la multitud de hombres y mujeres apiñados en torno a las largas mesas de inscripción. Le molestaba que Santana estuviese fuera de su ámbito de visión y no poder ver quiénes la rodeaban. “Estupendo.”
–Ahora voy –dijo a su micrófono. Su falta de concentración durante el trayecto en coche la había descentrado, al igual que los ardientes restos del deseo. Ignoró la molestia física con esfuerzo y volvió a comprobar la posición de Santana. Desde el otro extremo del extenso campo la vio hablando con unas cuantas personas, entre las que se hallaba Rachel Berry. Britt reprimió la necesidad de escudriñar los rostros cercanos para ver si estaba la guapísima doctora Coleman. Se aseguró de que Stark y Savard ocupaban sus puestos y fue a reunirse con Sam y con los otros jefes de seguridad.
Hacía calor, sol y, algo sorprendente a aquellas alturas de julio, sin la pesada humedad que solía cubrir la ciudad en verano. Después de saludar a las personas oportunas y de permitir que los tipos de los medios dedicasen varios minutos a hacer fotos protocolarias, Santana encontró un lugar tranquilo a la sombra para estirarse y prepararse para la carrera. Cuando se inclinó, con las piernas bien apoyadas, y estiró los ligamentos de la corva, la voz familiar de Rachel comentó a su lado:
–Veo que te has traído una nueva adquisición. Y muy hermosa, además.
Santana se movió para mirar a Rachel. No le hizo falta preguntar a quién se refería. Se había fijado en la expresión admirativa y de franca valoración de su amiga cuando apareció Savard minutos antes.
–Es la contribución del FBI a mi equipo.
Rachel se acostó en la hierba, se inclinó hacia delante y se tocó los dedos de los pies sin esfuerzo.
–¿Qué pasa? –preguntó haciendo una postura de yoga.
–Nada. –Santana cogió un tobillo y lo cruzó sobre la rodilla opuesta, rotando el torso.
–Oye, bonita, ¿me tomas por tonta? –replicó Rachel, respirando profundamente según el estilo ujjay. –Primero Pierce hace una aparición sorpresa, y ahora te ronda el FBI. Eso significa algo.
–Ya sé que no eres tonta, por eso no te miento. –Santana se volvió e hizo diez rápidas flexiones de dedos en perfecta forma. Tras volver a su posición, añadió– Mera rutina.
En cierto modo, hablar del asunto lo hacía mucho más real. No quería aquella intromisión en su vida. Salvo las primeras conversaciones llenas de dudas con A.J., del FBI, no se lo había contado a ninguna de sus conocidas. De forma intencionada había evitado las reuniones con el FBI. Sólo le interesaba saber si lo habían capturado.
–Lo creas o no... –Rachel dobló ambas piernas en una posición de loto completa y deslizó un brazo detrás de la espalda, retorciéndolo lentamente en la dirección opuesta–, puedo guardar un secreto si hace falta. Además, herirás mi sentimientos si soy la última en enterarme y me pierdo toda la historia.
Santana replicó, en tono disgustado:
–Créeme, si te parece un lujo, puedes ocupar mi lugar cuando te apetezca.
Se levantó rápidamente y comenzó a levantar cada pierna de forma alternativa hasta el pecho, en veloz sucesión. Contempló a la multitud creciente y localizó sin dificultad a Britt, que hablaba con varias personas de aspecto oficial. No había nada chillón ni llamativo en la agente, pero destacaba entre los demás. El aire que la rodeaba parecía cargado. Resultaba sorprendente... y espeluznante. Rachel estudió la cara de Santana tras seguir su mirada.
–Te fastidia, ¿verdad?
–Pues claro –respondió Santana sin pensar, y apartó la vista, encogiéndose de hombros– Ha vuelto porque mi padre quiere que esté aquí. He recibido más correo del normal de mis admiradores, y ya sabes que la gente se toma esas cosas muy en serio. En realidad no es nada.
Rachel asintió; sabía que había más, pero prefería esperar a conocer los detalles. Descansó, se levantó y se puso junto a Santana, haciéndole señas a una figura conocida que se dirigía hacia ellas entre la multitud.
–Marcy ha preguntado por ti.
–¿Ah sí? –Santana miró a su amiga, con expresión de sorpresa.
–Sí. –Rachel cogió sendas botellas de agua de una mesa cercana–. Quiere saber si estás disponible.
–Entonces que me lo pregunte ella en persona –repuso Santana con impaciencia–. Por amor de Dios, somos adultas.
–Creo que quiere evitar un rechazo. El último fin de semana en mi casa tus gestos fueron un poco confusos –señaló Rachel en tono irónico.
Viendo la agradable sonrisa de Marcy cuando se acercaba, Santana se sintió algo incómoda al darse cuenta de que no había dedicado ni un solo instante a pensar en lo ocurrido en la reunión de Rachel. La había sacudido demasiado la brusca reaparición de Britt la semana anterior y el caos emocional consecuencia de ella como para dedicar un pensamiento a nada o a nadie más. No se le había ocurrido que tal vez Marcy Coleman tuviese otras ideas pero, al recordar lo sucedido, supuso que podría tenerlas.
Todo empezó cuando Britt abandonó la fiesta. Santana observó cómo Britt se movía entre la gente, le murmuraba algo a Ellen Grant y salía por la puerta. No volvió la vista para mirar a Santana, que seguía inmóvil entre las sombras del balcón. Tras un momento de absurda esperanza en el que había pensado que su jefa de seguridad podía reaparecer, Santana se unió al grupo que se encontraba en el salón de Rachel. Las luces eran tenues y había parejas bailando. Unas cuantas atrevidas realizaban intercambios más íntimos en los rincones oscuros. La doctora Marcy Coleman, una esbelta rubia en la mitad de la treintena, se acercó a Santana con una sonrisa en la cara y una pregunta en los ojos:
–Hacía un rato que no te veía. Pensé que te habías marchado.
–No –respondió Santana, con la mente aún fija en la imagen de Britt en el exterior, sola en la oscuridad, mientras el viento de la noche agitaba sus cabellos. En otra ocasión la había atraído la soledad de Britt, pero en aquel momento le dolía. La diferencia no era agradable y apartó la idea de su cabeza.
–¿Otro baile? –preguntó Marcy tomando la mano de Santana entre las suyas.
–Claro –dijo Santana con aire ausente. Al menos la distraería de la forma en que seguía vibrando su cuerpo ante el menor contacto de los dedos de Britt, o eso pensaba ella.
Se refugió en los brazos de Marcy, descansó la mejilla sobre el hombro de la otra mujer y cerró los ojos. La música era lenta y sensual, perfecta para perderse. Quería perderse durante unos minutos. No pensar, no luchar, no sufrir. Deseaba no experimentar nunca una decepción. Marcy tenía un cuerpo esbelto y atrayente y se movía contra Santana con experta intimidad. Había vivido incontables momentos como aquél anteriormente, con otros cuerpos y otras caras; diversiones breves, escapes momentáneos. El acto de placer resultaba satisfactorio en sí mismo, pero Santana siempre procuraba retener el control. Algo seguro, simple, sin implicaciones emocionales, sin promesas, sólo agradable: la mutua satisfacción de las necesidades biológicas. Cuando Marcy la atrajo hacia sí, girando las caderas lenta e insistentemente contra las de Santana, se produjo un sutil aumento de la presión que al principio casi no percibió. Y luego sucedió algo inesperado. Sin darse cuenta, sin desearlo de forma consciente, se estaba excitando. Un año antes, incluso seis meses, no habría notado la primera chispa de fuego. Y, aunque la hubiese percibido, la habría ignorado. La excitación se acomodaba en un rincón de su mente como una agradable respuesta, desatendida, a la que no respondía. En aquel momento sus terminaciones nerviosas se hallaban en carne viva y muy sensibles, y le daba miedo saber la razón. Desde Britt, algo había cambiado: algo que había contenido durante muchos años se había desatado. La experimentada desvinculación que había construido con tanto cuidado entre sus emociones y su ser físico se había disuelto ante el primer contacto de las manos de Britt. Sabía que su respiración era errática y sintió que el corazón de Marcy latía rápidamente, como un eco del suyo. Cuando Marcy le tocó los pechos, como había hecho esa misma noche en otro momento, sus pezones se endurecieron contra las palmas de Marcy. Se mordió el labio para ahogar un gemido y trató de concentrarse en algo que no fuera el calor líquido que sentía entre las piernas. Marcy bajó la cabeza, y sus labios rozaron el borde exterior de la oreja de Santana.
–Bailas muy bien –dijo con una voz ronca y casi sin aliento.
Mientras hablaba, frotó los dedos ligeramente sobre el pezón de Santana. Santana jadeó cuando una oleada de excitación la recorrió, bajó por su columna y se enroscó en su estómago. La sensación era tan rara que la cogió completamente desprevenida y, antes de que pudiese darse cuenta, separó las piernas y se apretó contra el muslo de Marcy. La presión contra su clítoris hinchado resultaba exquisita y, durante un momento, no pudo
 pensar en nada más.
–Me encantaría estar sola contigo en este momento – continuó Marcy, encaminándose hábilmente hacia el pasillo que conducía a la habitación de invitados del apartamento de
Rachel–. Deseo tanto tocarte que me estoy volviendo loca.
Santana revivió la última vez que había estado en aquella habitación y, casi al instante, la cara de Britt, intensa y devoradora, se apoderó de su mente. Durante un momento, sintió la mano de Britt sobre su pecho y la pierna entre sus muslos, y la sacudió un espasmo cuando la excitación aumentó. Se tambaleó ligeramente, entre temblores.
–No suelo hacer esas cosas en casa de los demás –se apresuró a decir Marcy, abrazando a Santana–. Pero si no hago algo pronto, corro el riesgo de explotar.
En aquel momento se encontraban en el pasillo, solas, y Marcy había acorralado a Santana contra la pared. Metió las manos por debajo del jersey de ésta, poniéndolas sobre los pechos, y se los apretó mientras acariciaba los pezones con los dedos. En un esfuerzo por mantenerse derecha, Santana apoyó las manos en la pared, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, al borde del orgasmo. No pensaba en la mujer que la estaba tocando, sino en la que había hecho mucho más que tocar su cuerpo.
–Santana –susurró Marcy.
No era Britt.
–Marcy –gimió Santana, obligándose a abrir los ojos y a retroceder por pura fuerza de voluntad–. Tenemos que... parar.
Los labios de Marcy se posaron en el cuello de Santana y la mordieron suavemente mientras Marcy se apretaba contra la joven y metía una mano por la cintura de sus pantalones.
–Oh Dios, no quiero. –Desplazó la mano hasta el triángulo situado entre los muslos de Santana y presionó rítmicamente–. Dios, sé lo poco que te falta. Lo percibo.
Con esfuerzo, Santana empujó todo lo que pudo, luchando para contener la punzante presión que crecía entre sus piernas, pues sabía que al cabo de un segundo perdería la batalla. Se preguntó vagamente qué importaba y no quiso saber la respuesta.
–Para, por favor.
–Lo siento. –Marcy puso las manos en la cintura de Santana, la abrazó, pero no la empujó más. Se estremeció, jadeante, con la frente apoyada en el hombro de Santana–. No sé qué ha sucedido.
–Ni yo tampoco –Santana soltó una risa temblorosa–, pero no hace falta que te disculpes.
–Suelo controlarme mejor. –Marcy retrocedió, con los ojos aún derretidos de deseo, y esbozó una sonrisa trémula–. Pero me parece que nadie me ha hecho nunca una cosa parecida.
–¿Te refieres a que se burlen de ti tan despiadadamente? – Santana se rió con más fuerza–. Tal vez sea mejor que me disculpe.
–Oh no, ni se te ocurra. –Marcy acarició con un dedo el borde de la mandíbula de Santana–. Me refiero a que nadie me ha puesto tan caliente con esta rapidez. Nadie me había hecho perder la cabeza de esta forma.
–No pretendía hacer eso. –Santana se apartó lo suficiente para dejar espacio entre ellas–. A mí también me ha cogido por sorpresa.
Marcy se atusó los rubios cabellos que le llegaban a los hombros con una mano aún temblorosa.
–Creo que deberíamos volver a la otra habitación. Resulta peligroso estar aquí.
–Una excelente idea, doctora Coleman. –Santana le dio la mano de forma amistosa, pero no íntima, y se rió–. Vamos.
–Me gustaría que volviese a suceder –dijo Marcy antes de reunirse con los demás–. En algún lugar, alguna vez, cuando no tengamos que parar.
Santana no miró hacia atrás y tampoco respondió.
–No pretendía enviarle ningún mensaje. –Santana se puso en marcha–. No pasó nada.
–No es así como ella lo cuenta –repuso Rachel bruscamente–. Para quien la escuche, tú eres la respuesta a los sueños de toda mujer. Parece en peligro de sufrir una combustión espontánea sólo por el hecho de estar en la misma habitación que tú.
–No puedo evitarlo –dijo Santana con irritación–. No puedo controlar las fantasías de otras personas.
–Estoy completamente de acuerdo, Santana –respondió Rachel con un tono excesivamente serio mientras seguía a Santana entre la gente hacia la línea de salida–. Me gusta ella. Y tú también me gustas.
–¿Tienes algún interés? –Santana la desafió con la mirada.
–Creía que sí. Sólo Dios sabe que sería la última persona en dar un consejo, pero ten cuidado con ella, sobre todo si sabes que no hay posibilidades.
Santana volvió la vista y vio a Britt más allá de Marcy.  Con el corazón acelerado dijo:
–Ya no estoy segura de nada.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por monica.santander Miér Jul 17, 2013 2:39 am

cada ves se complica mas!!
saludos
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por micky morales Miér Jul 17, 2013 11:03 am

no quisiera que santana se enredara con la Coleman, seria muy doloroso para Britt, no creo que santana quisiera hacerle daño a proposito pero a la vez no se que haria Brittany, esto es confuso, pero interesante!
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por Marta_Snix Miér Jul 17, 2013 12:12 pm

monica.santander escribió:cada ves se complica mas!!
saludos
Y se complicará aún más, echabas de menos a Loverboy? En el siguiente capitulo sabremos de él
micky morales escribió:no quisiera que santana se enredara con la Coleman, seria muy doloroso para Britt, no creo que santana quisiera hacerle daño a proposito pero a la vez no se que haria Brittany, esto es confuso, pero interesante!

 Ya también quiero ver que pasa, tiene que ser bastante doloroso ver a la mujer que amas con otra, y encima Britt tiene que estar detrás de Santana por su trabajo...veremos que pasa...
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Finalizado FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 10

Mensaje por Marta_Snix Miér Jul 17, 2013 12:13 pm



 

Capitulo 10
Stark miró a Savard e hizo una mueca. Esperaba que su esbelta, compañera, que corría sin esfuerzo a su lado, no la viese quedarse sin aliento. “Correr. Odio correr. Una estúpida forma de ejercicio. Terrible para los pies. Una muerte para las rodillas. Que me den una bici, o mejor aún... patines.” Savard la miró de reojo y sonrió con un gesto encantador.
–¿No es estupendo?
–¡Oh sí, fabuloso! Me encanta. –Stark confiaba en parecer contenta. De ninguna manera iba a dejar que la agente del FBI pensase que no podía aguantar. Antes correría descalza. Y, para demostrarlo, apuró ligeramente el paso.
–Hay trabajos peores –comentó Savard respirando con toda naturalidad. “Y peores compañías.”
Le gustaba su misión con el Servicio Secreto más de lo que había pensado en principio. Echaba de menos la dominante sensación de urgencia que se notaba en todo lo que hacía el FBI, aunque sólo fuera una escucha telefónica rutinaria, pero no podía negar que Pierce y su equipo habían organizado muy bien la operación. Y también tenía que reconocer que Paula Stark era una interesante combinación de recta dedicación y sorprendente ingenuidad. No podía evitar preguntarse si su compañera, tan deliciosamente natural, carecía realmente de noción sobre su atractivo o sobre lo que podían pensar de ella otras personas. Savard se recordó que no debía mirar el culo de Stark y que tenía que fijar la vista en el objetivo principal, el cual, por casualidad, también tenía un hermoso trasero. En ese momento, Stark hacía lo mismo, pero sin obtener las mismas valoraciones. La comandante y Egret iban unos metros por delante, y ninguna de las dos sudaba lo más mínimo. Entre ignorar el dolor de sus pantorrillas y dar la impresión de que le entusiasmaba aquella locura, su primera responsabilidad del día consistía en vigilar a la multitud. “Otra tarea casi imposible, pero mucho más asequible que fingir entusiasmo durante sabe Dios cuántos kilómetros.” Todo el equipo de seguridad tenía fotos de las personas que estarían cerca de Santana durante la carrera: fundamentalmente, organizadores de la misma, representantes de organizaciones contra el cáncer y varios dignatarios políticos. Cuando Stark localizaba a alguien que no reconocía, transmitía por radio una descripción verbal a Sam, que se encontraba en la furgoneta de comunicaciones que seguía a la masa de corredores. Casi siempre Sam hacía una identificación inmediata. Si había más preguntas o motivos de preocupación, Stark le enviaba una imagen desde su unidad manual. Sam y otros agentes reclutados de la oficina local para aquel suceso particular llevaban en el lugar desde el amanecer, fotografiando a las personas que llegaban al parque, y enviaban imágenes de todos los desconocidos, a través de vínculos de ordenador, a la División de Vehículos a Motor, el directorio de las Fuerzas Armadas y los archivos policiales del Estado. Stark no lo sabía a ciencia cierta, pero suponía que el FBI hacía lo mismo desde su propia furgoneta. Habría resultado más eficaz combinar su capacidad de investigación, pero el FBI no había permitido el acceso a sus bases de datos. “Para que hablen de la cooperación entre agencias. Bah, nada nuevo.” No todo era rutina. La consideración de Egret como sujeto de alto riesgo dictaba precauciones adicionales. Stark notó el peso de su pistola en la funda de rápida disposición que llevaba sobre el trasero y rezó una pequeña oración de gracias cuando cruzaron por el puente de Brooklyn en dirección a Manhattan. Miró hacia adelante, más feliz que nunca al ver el Bowery. Britt se mantuvo a la derecha de Santana, sólo un paso por detrás de ella, un punto de ventaja desde el que podía ver a cualquiera que se acercase por la derecha, la izquierda o por detrás. Sin embargo, a quien veía en aquel momento era a Marcy Coleman inclinándose para decirle algo a Santana mientras reposaba la mano, en un gesto casual, sobre la parte baja de la espalda de la joven. Tal vez fuese un ademán amistoso, pero a Britt no se lo pareció, por la forma en que la joven doctora había mirado a Santana durante los últimos kilómetros. Britt había visto a Santana con otras mujeres anteriormente. Diablos, la había visto tener relaciones sexuales con otras mujeres. Pero entonces era diferente. No había disfrutado especialmente viendo sus casuales intercambios sexuales con desconocidas, sobre todo porque siempre había creído que Santana era excepcional y no podía dejar de pensar que se merecía algo más que acoplamientos anónimos. Pero eso no era cosa suya, y había logrado quitárselo de la cabeza y trabajar haciendo caso omiso de aquello. Seguía sin ser cosa suya, pero ahora el problema consistía en que llevaba la impronta de la piel de Santana marcada en sus terminaciones nerviosas. Se había entregado a ella, la había tomado y conocía el placer de abrazarla cuando carecía por completo de sus defensas habituales. Por eso le resultaba intolerable ver cómo otra mujer la tocaba. Apartó la vista y se fijó en los rostros cercanos, obligándose a repasar de nuevo la agenda del resto del día. Encontraba refugio en sus responsabilidades, así que se instaló en un cómodo ritmo mental y físico. Se hallaban cerca de la Quinta Avenida; ya no faltaba mucho para que accediesen a Central Park por el extremo sur. Una vez allí, la seguridad sería mucho más difícil, y Santana se enfrentaría a un riesgo máximo. Como todos los días, el parque estaba lleno de gente: corredores, patinadores, personas que empujaban cochecitos y turistas de todos los tamaños y descripciones. Los estudiantes merendaban sobre la hierba y los amantes se encontraban entre los afloramientos rocosos. La carrera terminaba en Sheep Meadow, un extenso campo abierto donde se había erigido un escenario equipado con sonido y vídeo para las actividades de clausura. Hablarían Santana, el alcalde, miembros de la Sociedad Americana contra el Cáncer y algunos famosos. Resultaba imposible aislar y restringir el área. Santana se encontraría expuesta todo el tiempo en el podio, sobre todo cuando diese el discurso principal. La Policía del Estado de Nueva York ayudaría al Departamento de Policía de Nueva York con tropas adicionales para controlar a la multitud. El equipo de seguridad del alcalde se concentraba en la zona que rodeaba los puestos de los oradores. Britt había hablado con la jefa de seguridad del alcalde, y era muy buena, lo cual facilitaba las cosas. Pensaba utilizar a fondo a todos los hombres con los que contaba. Sus planes mentales se interrumpieron cuando Santana se quedó atrás para correr a su lado.
–¿Lo pasa bien, comandante? –A Santana le sorprendió comprobar que ella sí lo pasaba bien. Le encantaba el ejercicio, pero el acontecimiento en sí tenía un coste emocional para ella. Le recordaba, incluso después de tantos años, la horrible época de cuando era una niña de nueve años y en su vida todo cambió de la noche a la mañana. Se centró en la cara de Britt y dejó que el recuerdo se difuminase–. Fastidia sentarse delante de los monitores de vídeo, ¿no le parece?
–Hace un día precioso –coincidió Britt, sonriendo al mirarla, pues no podía evitarlo. Había un ligero velo de sudor en la cara de Santana y tenía la camiseta mojada entre los omóplatos. Parecía sana, fuerte y, sobre todo, hermosa–. No podemos quejarnos de la oportunidad de pasar unas horas fuera.
–Ajá –reconoció Santana con una lenta sonrisa, pensando que Brittany Pierce era la mujer de mayor elegancia natural y de más apostura física que había visto. Pero en ese momento había sombras en sus profundos ojos grises–. Entonces, ¿por qué tengo la impresión de que preferiría usted estar en otro sitio?
–Preferiría que usted estuviese en otro sitio.
–Ya lo supongo. –Santana cabeceó y frunció ligeramente el entrecejo, pero le brincaban los ojos–. Comandante, es usted de lo más persistente.
Los ojos de Britt adquirieron más seriedad.
–Doy por supuesto que quiere que le diga la verdad, señorita López. Sobre todo, cuando le afecta.
–Cierto, comandante. –Santana levantó la barbilla y habló con voz glacial–. Sólo deseo que me informe con antelación antes de decidir algo. Sobre todo, cuando me afecta.
Britt miró hacia delante y comprobó la posición. Nada fuera de lo normal. Luego, durante un momento, sólo tuvo ojos para Santana.
–Lo sé. Disculpe.
–Sí. –A Santana no la consolaba aquella admisión–. Ya lo dijo antes.
–Tendré que revisar algunas cosas con usted cuando lleguemos al escenario. –Britt necesitaba que ambas se centrasen en lo más importante en aquel momento. Más tarde, de alguna manera, hablarían.
–Trataré de reservar uno o dos minutos –respondió Santana en tono irónico. Luego, aumentó la velocidad y se reunió con Rachel y Marcy Coleman.
La zona que rodeaba los puestos de vigilancia era un caos controlado, como había esperado Britt. Técnicos de sonido y de vídeo se movían por encima y por debajo del escenario, extendiendo cables de último momento y ajustando los micrófonos. El alcalde aprovechaba todas las oportunidades de salir en las fotos, y había más periodistas compitiendo por un comentario suyo de lo que a Britt le habría gustado. Los medios se identificaban fácilmente por sus insignias, pero resultaba muy fácil falsificar un pase de prensa.
–Subamos por la parte de atrás del escenario –sugirió Britt cuando Santana se acercó a la zona–. Delante hay demasiada gente.
–Debería presentarme aquí primero –dijo Santana con toda naturalidad tras fijarse en los equipos de televisión locales y nacionales. Al ver que Britt ponía mala cara, añadió en tono amable– Se me identifica con este acontecimiento. Los americanos conocen la historia de mi vida y la de la muerte de mi madre. Es necesario que me vean. Cuentan con ello.
–La verán millones de televidentes dentro de veinte minutos – señaló Britt mientras cogía a Santana por el brazo y la encaminaba a un lado del alto escenario provisional–. Llegará con eso.
–Britt –dijo Santana en voz baja.
Britt se paró en seco al oír su nombre pronunciado sólo como Santana sabía hacerlo.
–Él no quiere hacerme daño. Si quisiera, no me mandaría los mensajes que me ha enviado.
Ante la mención del sujeto no identificado, Britt sintió una repentina aprensión, e inmediatamente se centró en las caras más próximas e imprimió cada una de ellas en su cabeza. Vio a Stark y a Savard colocadas en extremos opuestos del escenario y a Sam conversando con la jefa de seguridad del alcalde. Estaba bastante satisfecha de cómo se desarrollaban las cosas. Cuando volvió a mirar a Santana, no hubo barreras en sus ojos. No existía distancia profesional, ni órdenes, reglas o protocolo entre ellas.
–No sé qué va a hacer. Tampoco sé cuándo va a hacerlo. Apenas sé nada. –Se esforzó para no tocarla y, durante una milésima de segundo, acarició con los dedos la mano de Santana–. Santana, sólo quiero que esté segura.
–Sí, ya lo sé –respondió Santana sin ira ni resentimiento en la voz. No podía enfrentarse a la sincera preocupación que se veía en la cara de Britt. No quería que las cosas fuesen así y tampoco que ella se preocupase, pero sucedía de igual forma–. Y ha hecho todo lo necesario. Ahora, yo debo hacer lo mío.
Britt asintió; sabía que nunca se acostumbraría, pero aceptaba que Santana no dejase que la amenaza interfiriese en su vida o en sus actividades.
–Entonces, vamos a ver al alcalde, señorita López. Los fotógrafos estarán mucho más contentos con usted que con él.
–Vaya, gracias, comandante. –Le sonrió a Britt, no al alcalde ni a los fotógrafos.
Cuando Santana subió al podio, Britt se encontraba en la parte posterior derecha, unos metros detrás de ella. Stark y Savard estaban abajo, enfrente de Santana, y varios agentes del FBI prestados por la oficina de Nueva York se habían mezclado con la gente situada cerca del escenario. Sam, que coordinaba los diferentes equipos desde la furgoneta de comunicaciones, se comunicaba por radio con Jeremy Finch, el conductor del coche de Santana; con Ellen Grant, en el segundo vehículo de apoyo; con la jefa de seguridad del alcalde, y también con el capitán de Control de Multitudes del Departamento de Policía de Nueva York. Hasta el momento todo iba sobre ruedas. El equipo audiovisual funcionaba, los oradores se ceñían al programa preestablecido, y los cientos de personas que se hallaban en Sheep Meadow se mantenían en sorprendente orden. Santana había cambiado su equipo de correr por unos pantalones de chándal y una camiseta seca en una de las tiendas, como Britt y las demás, y mostraba un aire elegante e informal cuando se presentó ante la masa de espectadores. Cuando empezó a hablar, el sonido de los obturadores de las cámaras fotográficas vibró entre la gente como algo vivo. Todos los ojos y lentes estaban fijos en ella. Mientras parte de la atención de Britt se centraba en la actividad de los situados en la zona de alcance visual de Santana, otra parte atendía al discurso. Santana tenía una bonita voz: profunda, cálida y fuerte. Britt conocía la historia, naturalmente, como todo el mundo. Un hombre que se presentaba a la presidencia de los Estados Unidos, cuya esposa desarrollaba una valiente batalla contra el cáncer de mama, no podía evitar que el tema saltase durante la campaña. Aquella tragedia personal formaba parte de la imagen pública de Andrew López, de su rostro público, al margen de lo íntimo que fuese el dolor. Y, debido a que la vida de su padre estaba sometida a un intenso escrutinio en virtud de su posición, la pérdida que sufrió Santana también se hizo pública. La hija del Presidente guardaba secretos, pero no aquél. Para combatir en aquella guerra, había expuesto voluntariamente su pena más profunda. Hablaba elocuentemente, pidiendo a los legisladores que destinasen fondos al tratamiento y diagnóstico, animando a las mujeres a mantenerse vigilantes y a ser sus mejores defensoras y, sobre todo, a las personas afectadas por la enfermedad a que nunca perdiesen la esperanza. A Britt le pareció magnífica. Cuando dejó el podio, Britt se colocó a su lado inmediatamente, procurando no tocarla, pero a muy corta distancia mientras se dirigían a la parte de atrás del escenario, protegida por unas lonas.
–¿Se encuentra bien? –preguntó con dulzura, pues había percibido las lágrimas entre las palabras. Aunque casi nunca había visto a Santana abatida, sentía su fragilidad en aquel momento. Había cosas que dolían siempre, sin importar los años que pasasen–. ¿Puedo hacer algo por usted? ¿Agua? Ha aguantado bajo el sol inclemente media hora.
Santana la miró, entendió lo que Britt no decía y le agradeció que no hiciese hincapié en su emoción.
–También usted –repuso.
–Sí –murmuró Britt, y le dio una botella de agua–. Pero yo llevo gafas de sol.
La observación hizo reír a Santana.
–Eso lo explica todo. Me encuentro bien, pero me gustaría irme ahora mismo.
–Por supuesto. –Britt se apresuró a hablar por el micrófono– Egret alza el vuelo.
Santana esbozó una sonrisa cansada.
–Egret se arrastra en este momento, pero sigue adelante, comandante.
–¿Destino? –preguntó Britt. Bajaron las escaleras y cruzaron el parque para dirigirse a los coches que esperaban a orillas del césped. El prado era bastante grande y los vehículos se hallaban a cierta distancia en una de las carreteras principales que recorrían el parque de norte a sur. A Britt no le hacía gracia la extensión de hierba que tenían que cruzar, pero se trataba del terreno que les habían adjudicado. Stark y Savard iban detrás, y Sam, después de escuchar el aviso de Britt, se puso en contacto por radio con los conductores para que se preparasen.
–Me gustaría informar a los conductores de adónde desea ir –lo dijo en el tono más indiferente que encontró y esperó que sonase sólo a interés profesional. Se daba perfecta cuenta de que Santana había hablado en privado con Rachel y con Marcy Coleman antes de reunirse con los otros oradores en el escenario. Britt supuso que hacían planes para el resto del día y había procurado no pensar en los detalles de dichos planes.
–A casa –respondió Santana.
Rachel las había invitado a Marcy y a ella a cenar y tomar unas copas en su apartamento, pero había decidido no acudir. El día se le había hecho largo y la semana también. No tenía ganas de conversación ni de enfrentarse al evidente interés de Marcy. Tal vez tuviera que enfrentarse a él pronto, pero no mientras su armadura emocional estuviese rota. Necesitaba un poco de tiempo para reconstruir sus defensas. Mientras caminaban, Britt transmitió la información y procuró disimular el alivio patente en su voz.
–Ha sido un excelente discurso. Tenían razón al pedirle que lo diese.
–Gracias. –Santana sonrió, complacida a pesar del cansancio.
Britt se limitó a asentir, deseando ver a Santana en la seguridad del coche que las esperaba. Las separaban diez metros de los vehículos, y Stark y Savard las acompañaban a cada lado, cuando alguien gritó:
–¡Santana!
Santana miró por encima del hombro y se detuvo cuando vio a Marcy Coleman que corría hacia ella. “Esto puede resultar incómodo”, pensó, pues Britt se encontraba a su lado. No quería tener una conversación personal con Marcy delante de ella. No tendría que haber importado; estaba muy acostumbrada a ignorar a sus guardias de seguridad, igual que ellos estaban entrenados para mostrarse completamente sordos y ciegos en tales circunstancias. De hecho, no le cabía la menor duda de que Britt se comportaría como si nada ocurriese, pero Santana sabía que escucharía. No sabía qué diría Marcy ni lo que respondería ella. Pero sí estaba segura de que no quería que le pidiese una cita, por muy delicadamente que lo hiciera, delante de Brittany Pierce.
–Lo siento –dijo Marcy, nerviosa al ver el grupo de agentes del Servicio Secreto que rodeaban a Santana. Por primera vez, le quedó muy claro a quién intentaba seducir. “Jesús.”
Extendió un sobre blanco y sonrió, insegura, cuando Santana lo miró con una expresión ligeramente confusa.
–Disculpa... Rachel me ha dicho que no pensabas venir después, así que pensé en darte esto ahora.
Britt escuchaba con medio oído a los vehículos que encendían los motores detrás de ellas mientras pensaba que la atractiva doctora intentaba captar a toda costa la atención de Santana. Se dijo a sí misma que su fastidio se debía a las convulsiones del motor de uno de los coches. Tenía que hablar con Sam del programa de mantenimiento. El coche de Santana no podía averiarse. Suponiendo que se trataba de un mensaje personal de Marcy, Santana tomó el sobre, y estaba a punto de guardarlo en su riñonera cuando Marcy añadió:
–Él me dijo que querrías verlo enseguida y que sabías quién lo enviaba.
Santana se tambaleó y miró alternativamente el sobre y a Marcy.
–¿Él?
–Espere –ordenó Britt terminante, y se apoderó del sobre cuando se dio cuenta al fin del significado de los trompicones del motor. Sin contemplaciones, agarró a Santana y la empujó al suelo, gritando–: ¡Todo el mundo al suelo! –Y en ese momento el aire se llenó de una explosión de calor y estruendo.
Momentáneamente atontada por el ruido, Santana quedó desorientada y abrumada por el esfuerzo de caer al suelo debajo de Britt. Cuando el peso que la oprimía cedió, oyó la voz de ésta, descarnada y urgente:
–¡Despejen! ¡Despejen! ¡Váyanse! ¡Váyanse!
Luego, Stark y Savard arrastraron a Santana. Se encontraba demasiado confundida e impresionada por la visión del coche ardiendo para soportarlo hasta que vio correr a Britt. Pero Britt corría en dirección contraria a la evacuación, se apartaba de la seguridad para dirigirse al infierno de lo que había sido el coche de Santana.
–¡No! –gritó Santana, luchando por deshacerse de las manos que la sujetaban. El segundo vehículo frenó ante ellas y las puertas se abrieron de golpe. Stark la empujó hacia la parte de atrás, y Santana sólo pudo vislumbrar a Britt metiéndose a propósito en las brasas con un brazo extendido para tocar lo que quedaba de la puerta del coche ardiendo.
Luego, ya no vio nada más y sólo oyó el  gemido de las sirenas y sus propios gritos apagados.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por Flor_Snix2013 Miér Jul 17, 2013 4:03 pm

hay de nuevo no FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final - Página 2 3718790499  porque??? dime
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por Keiri Lopierce Miér Jul 17, 2013 4:32 pm

Estaba de viaje y hasta hace rato leí los capítulos que me faltaba quede más que impactada enserio Britt como siempre actuó al percatarse de la situación, San como estará la morena si lo ultimo que vio fue a su rubia meterse donde estaba el carro, espero que haya más acercamiento entre ellas porque una se muere por la otra pero el orgullo el deber puede más que el amor no lo creo Brittany que recapacite y pues que este con su morena espero tu próxima actualización saludos xoxo :)
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por Marta_Snix Miér Jul 17, 2013 4:37 pm

Flor_Snix2013 escribió:hay de nuevo no  FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final - Página 2 3718790499  porque??? dime
Porque desean matarnos de intriga!!
Keiri Lopierce escribió:Estaba de viaje y hasta hace rato leí los capítulos que me faltaba quede más que impactada enserio Britt como siempre actuó al percatarse de la situación, San como estará la morena si lo ultimo que vio fue  a su rubia meterse donde estaba el carro, espero que haya más acercamiento entre ellas porque una se muere por la otra pero el orgullo el deber puede más que el amor no lo creo Brittany que recapacite y pues que este con su morena espero tu próxima actualización saludos xoxo :)

 Hola, que tal el viaje? Espero que bien, si fue por placer que lo disfrutaras y si fue por trabajo que no haya sido muy duro ;)
Besos!! ;)
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Finalizado FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 11

Mensaje por Marta_Snix Miér Jul 17, 2013 4:38 pm


Capítulo 11
Lo siguiente que percibió Santana fue el salvaje balanceo del coche tomando las curvas a toda velocidad por la estrecha y retorcida carretera del parque. Apenas podía respirar porque tenía a Stark prácticamente encima en un intento de protegerla ante la eventualidad de que disparasen a las ventanillas. Santana se movió y empujó a Stark sin miramientos; luego se sentó y miró a las dos mujeres que la acompañaban.
–¿Qué sucede? –preguntó en tono apremiante.
Nadie le respondió. Stark y Savard, con caras serias y una mano en sus pequeños audífonos, escuchaban y respondían alternativamente a sus respectivos colegas. Stark cambiaba a toda velocidad las frecuencias de su transmisor y transmitía sin parar, en respuestas de una palabra. Santana supuso que debía de tratarse de una especie de código relacionado con su ruta de evacuación o de destino, porque no le encontró sentido.
–¿Dónde está Britt? –exigió Santana, en voz más alta y fuerte, pues había recuperado el aliento–. Agente Stark... Paula... ¿está hablando con ella? ¿Se encuentra bien?
Había algo en su tono que le llamó la atención a Savard. Escuchaba sólo con una parte de la mente y, cuando se dio cuenta del matiz de miedo en la voz de Santana, lo malinterpretó.
–Señorita López... ¿está herida?
–¿Que si estoy herida? –Santana la miró, casi sin poder contener la creciente furia y el pánico. Se trataba de una pesadilla demasiado familiar, una repetición tan horriblemente real que le daban ganas de agarrar a Savard y sacudirla. Todos se habían centrado en protegerla a ella, como si su vida fuese mucho más importante que la de los demás. Era una locura.
Se esforzó por controlarse en medio de la desorientación que le producía que la llevaran a un destino desconocido mientras la amenaza del peligro la envolvía como un manto opresivo e invisible. Incluso peor que la irritante impotencia de carecer de control sobre su propia seguridad era el saber que Britt podía resultar herida, seriamente herida, y que ella no estaba allí. Otra vez. Santana reconoció que las dos mujeres se limitaban a hacer su trabajo, respiró a fondo y preguntó de nuevo:
–¿Alguna noticia de Brittany? ¿Se encuentra bien?
–No tengo información específica –respondió Stark con la voz tensa por el estrés, pero en tono amable. Dudó y, en contra de las reglas, añadió– Hay servicios médicos de urgencia en el lugar. No sé nada sobre el alcance de la explosión ni de los posibles afectados.
Con el estómago encogido, luchando para espantar el asfixiante miedo, Santana sostuvo la mirada de Stark.
–¿Puede decirme si está herida? Sólo eso.
Stark negó con la cabeza e, inesperadamente, la asaltó una repentina oleada de náuseas, pero consiguió hablar:
–No puedo, señorita López. No lo sé. –Luego sintió una punzada de dolor y ahogó un grito ante la brusca aparición de un dolor casi cegador en su cabeza–. Oh, caray...
Por primera vez desde que se habían metido en el coche, Savard miró a Stark, sentada a su lado. Entonces, le dio un vuelco el corazón, lo cual, a la velocidad que le latía, era toda una hazaña. Aún así, logró decir sin alterarse:
–Parece que está herida, agente.
A través del resplandor de su propia ansiedad, también Santana se centró en Stark y vio que se limpiaba un chorro incesante de sangre que corría por su rostro. Tenía el pañuelo empapado. Sangraba abundantemente por un corte de siete centímetros abierto en su frente.
–Está bien –afirmó Santana–. Necesita un médico. Dígale al que conduce esto que se dirija a un hospital.
–No me pasa nada –replicó Stark, aunque en realidad tenía ciertos problemas de visión y el estómago revuelto. “Los baches del trayecto.”
En una situación así, el protocolo exigía no desviarse de la ruta prescrita de evacuación por ningún motivo, salvo que Egret estuviese gravemente herida. Además, Stark era la agente de mayor rango presente y tenía asuntos mucho más importantes que atender que un golpecillo en la cabeza. Se preguntó dónde estaría la comandante, pero apartó esa preocupación de su mente. Se concentró en el procedimiento, confirmó la posición con Grant y se la transmitió por radio a Sam.
–Nos encontramos en camino del control alfa, siguiendo el programa. Avise, por favor.
–Continúen hasta esa localización, procedimientos de bloqueo efectivos hasta que haya noticias –ordenó la voz de Sam–. Ahora, finaliza la transmisión.
Hasta que se pudiese calcular el alcance del asalto, Stark sabía que el procedimiento básico de operaciones imponía el control de las transmisiones por radio. Significaba también que Ellen Grant, Renée Savard, una entidad desconocida en tal situación y ella misma tenían toda la responsabilidad de la seguridad de Egret hasta que la comandante o Sam, si la comandante no se encontraba disponible, se pusieran en contacto con ellas en una frecuencia preprogramada y enviaran un mensaje cifrado y predeterminado.
–Se le ha roto la ropa –le indicó Savard a Santana, señalando un desgarrón en el ligero tejido manchado de sangre de la pernera del pantalón–. ¿Es grave?
–No.
–¿Tiene otras heridas?
Santana asintió. Le escocía el muslo a causa de una raspadura que se había hecho al caer sobre la gravilla del camino, cuando Britt la derribó. Sin embargo, no le preocupaban sus dolores ni sus cardenales; sólo pensaba en Britt corriendo hacia el coche en llamas. Unos sesenta minutos después se detuvieron. Santana vislumbró de pasada, antes de que el coche doblase una esquina y parase delante de un pasadizo emparrado, una estructura colonial de mediano tamaño hábilmente ocultada a las casas vecinas por verjas y setos. Supuso que estarían en una de las prósperas ciudades dormitorio del norte de la ciudad, donde las casas tenían una pequeña parcela de tierra y gran intimidad, lo cual se pagaba a precios enormes.
–Son sólo unos minutos –advirtió Stark cuando abrió la puerta y sacó el revólver del compartimento rápido de la riñonera–. Tenga la bondad de esperar en el coche, señorita López.
–Déjeme comprobar el perímetro –se apresuró a decir Savard, deslizándose tras ella.
–Lo tengo –repuso Stark con obstinación. Cuando vio a Renée Savard a su lado, gruñó de mala gana– Estupendo. Vaya por detrás y yo iré por delante–. Inclinándose hacia la ventanilla medio abierta del conductor, añadió– No apagues el motor, Ellen.
Tardaron algo más de unos minutos, pero al fin Santana se encontró en el salón de una casa de exquisito buen gusto que daba la impresión de llevar meses o años desocupada, esperando a alguien que necesitase cobijo. No tenía ni idea de cuántos lugares parecidos habría por el país y, probablemente, también en otros países. Sabía que siempre que viajaban su padre, ella o, de igual forma, cualquiera de los miembros más cercanos de las familias del Presidente y del vicepresidente, se tomaban medidas para proporcionarles casas seguras, no sólo en caso de amenaza a su seguridad personal, sino también si se producía una emergencia nacional.
Santana pensaba que tales precauciones eran reminiscencias innecesarias de los tiempos paranoicos de la Guerra Fría, cuando todo el mundo temía un inminente ataque nuclear. Pero, al ver las cómodas instalaciones, admitió de mala gana que en aquel caso tal vez la paranoia fuese una buena idea.
–Hay un dormitorio con cuarto de baño a la izquierda del vestíbulo –informó Paula Stark mientras estudiaba el plano de la casa en su equipo manual–. Debería haber también ropa que le sirva.
–Escuche... –empezó Snatana, a punto de quejarse de que la excluyesen cuando quería información, pero luego lo pensó mejor. Tenía frío, pero se trataba de una frialdad que no estaba segura de poder paliar a base de ponerse ropa encima. Y se daba cuenta de que sus protectoras no debían de saber mucho más que ella en aquel momento–. Gracias, agente Stark –dijo en voz baja–. Debería mirarse esa herida en algún momento. Vuelve a sangrar.
–Sí, señora. Lo haré a la primera oportunidad.
A Santana le pareció ver una ligera sonrisa en el rostro de Savard ante la seria respuesta, y se le ocurrió que había algo tierno en aquella sonrisa.
–Estupendo –respondió, y fue en busca de algo que ponerse en lugar de su ropa rota y sucia.
Cuando regresó del dormitorio con unos pantalones de chándal grises y una camiseta azul oscura de manga larga encontró a Ellen Grant en la cocina, haciendo café. Parecía un hecho tan mundano y corriente que Santana creyó que iba a echarse a reír ante lo absurdo de la situación. Y lo que era peor, temía que, si se reía, acabaría por llorar, y no sabía si podría parar. El aroma del café recién hecho resultaba increíblemente reconfortante, y a Santana le daba la impresión de que iba a necesitarlo. Dudó que pudiese dormir durante las horas siguientes. Mientras miraba cómo la agente disponía las tazas en la encimera, se preguntó cuándo se sentiría con fuerzas para no desmoronarse.
–¿Puedo hacer algo?
Grant le dedicó una mirada sorprendida, y luego una leve sonrisa.
–No creo. Hay comida en el congelador, pizza y cosas así. Me temo que habrá que conformarse de momento. El café estará dentro de un segundo.
Parecía casi surrealista, pensó Santana, encontrarse en una casa extraña, hablando con una mujer a la que había visto casi todos los días durante el último año y darse cuenta de que nunca habían hablado de nada. Los agentes del Servicio Secreto hacían su trabajo tan bien, manteniéndose siempre en la sombra, que la mayor parte del tiempo a Santana no se le ocurría pensar en sus vidas personales. Se fijó en la alianza que lucía Ellen Grant.
–¿A su marido le molesta su trabajo? –preguntó Santana. En otras circunstancias jamás habría preguntado. Pero, en cierto modo, aquellas extraordinarias condiciones creaban una familiaridad que en otro caso no habría existido.
Como si lo que Santana había preguntado fuese lo más natural del mundo, Grant respondió:
–Si le molesta, nunca lo ha dicho. Es policía.
–¿Le fastidia a usted lo que hace él?
Grant le dedicó una sonrisa distante y sus ojos miraron hacia algo lejano.
–Sí, a veces.
–¿Qué dice?
–Nunca le he hablado de eso. Es lo que él hace. “Son iguales. Obstinadamente responsables. No importa lo que cueste.” Santana suspiró y se sirvió un café.
–Alguien debería llevar a Stark a un hospital.
–Una de nosotras se ocupará de eso en cuanto podamos salir. Mientras tanto, yo la cuidaré. Todos estamos preparados para afrontar emergencias médicas.
–Lo sé –repuso Santana en tono irónico–. El equipo es completamente autosuficiente.
–Hasta cierto punto, sí. –Grant ignoró el matiz de sarcasmo de la voz de Santana–. Estará usted perfectamente segura con nosotras.
–No lo dudo –dijo Santana con sinceridad. No le preocupaba lo más mínimo su propia seguridad. Nunca le había preocupado–. Cuando sea posible, me gustaría hablar con mi padre. Estará intranquilo.
Ante la mención del Presidente, Grant casi se puso firme.
–Por supuesto. Informaré a Stark. Actúa como jefa hasta que vuelva la comandante.
–¿Sabe dónde está Britt? –Como la agente no respondió, una rápida puñalada de miedo le atravesó el pecho–. ¿Qué pasa? ¿Tiene información al respecto?
Grant parecía incómoda.
–La agente Stark se encuentra al mando temporalmente, señorita López, y estoy segura de que le dará explicaciones en breve.
Santana reconocía una pared de piedra cuando la tenía delante, así que renunció a seguir presionando. Oía los murmullos de Stark y Savard en la habitación contigua y supuso que debían de estar informando a los que había que informar de la situación. Habían pasado dos horas desde que salieran de Central Park, dos horas que parecían una eternidad, dos horas que eran como una pesadilla de la que no podía despertar. Fue a reunirse con ellas. No pensaba esperar mucho más para recibir información.
–¿Cómo va su dolor de cabeza? –preguntó Savard en voz baja.
Stark se inclinó sobre la barra de desayuno en el comedor, con un radio transmisor en una mano y un auricular de teléfono en la otra. Miró hacia el otro extremo de la habitación, donde estaba Savard sentada ante una mesita con su agenda digital en la mano izquierda.
–¿Qué dolor de cabeza? –gruñó Stark, intentando mantener tres conversaciones a la vez.
–El que finge que no tiene –respondió Savard sin levantar la vista, introduciendo información en su agenda.
–Me da la impresión de que me van a saltar los ojos de la cara – reconoció Stark.
–Ya me lo parecía –dijo Savard, tomando notas en su diario–. Va a tener que hacerse un tac.
–Sí, claro. Tal vez el mes que viene. –Stark escuchó el informe de Sam sobre el nivel de investigación en Central Park mientras hacía juegos malabares con el equipo e intentaba garabatear notas.
Le habían dado luz verde un minuto antes. Al menos su ubicación parecía segura y podían quedarse allí un tiempo. Se alegraba porque le daba la impresión de que acabaría vomitando si volvía a subir a un coche. Cerró la transmisión de radio, colgó el auricular al mismo tiempo y cruzó los brazos sobre el pecho, procurando ahuyentar otra oleada de náuseas.
–¿Dónde está Doyle?
Savard levantó la vista y se dio cuenta enseguida de que Stark tenía muy mal color.
–No lo sé. No he sabido nada de él. Supongo que querrá que me quede con el equipo, por eso estoy intentando organizar mis notas de campo de hoy. Cuando tengamos las primeras estadísticas sobre las pruebas de la escena del crimen, podremos trabajar con algo. Tenemos que revisar el perfil psíquico preliminar de ese individuo lo antes posible. No creo que nadie esperase una bomba.
–Eso es un eufemismo, agente Savard –refunfuñó Stark con expresión seria; bajo su tono enfadado había una nota hueca de dolor–. Al menos confío en que nadie la esperase. Porque, si alguien tenía idea de esto y no nos lo contó, tendrá que pagarlo con sangre. Hoy hemos perdido a un agente.
Un fuerte resuello en la puerta hizo que ambas se volviesen rápidamente en esa dirección. Santana López se encontraba allí, blanca como una sábana, y durante un segundo Stark creyó que iba a desmayarse.
–¿Se encuentra bien, señorita López? –preguntó Stark, preocupada de verdad.
–¿Quién? –Santana apoyó una mano en el respaldo de una silla de comedor y esperó hasta que supo que podía hablar con voz firme–. Acaba de decir que han perdido a un agente. –Se escuchó a sí misma hablar con una voz inusitadamente tranquila que no podía ser suya, porque en realidad ella estaba gritando–. ¿Quién?
Stark parecía incómoda y un tanto insegura.
–Lo siento, esa información...
–Jeremy Finch –se apresuró a intervenir Renée Savard. Sin hacer caso de la rápida mirada de sorpresa y curiosa ira de Stark, volvió la vista hacia Santana–. Conducía el coche de cabecera.
–Mi coche –dijo Santana en voz baja. Reconoció la vertiginosa oleada de alivio que acompañó al sonido del nombre de Finch, pero no pudo sentirse culpable. Aquella vez no había sido Britt. “No ha sido Britt”
–Lo siento.
–No hay motivo para que lo sienta –declaró Stark en tono amable–. Usted no es responsable de lo que hace ese maníaco. No tiene nada que ver con usted.
Santana negó con la cabeza y agradeció la amabilidad de Stark, aunque no pudo aceptarla.
–Sí que tiene algo que ver conmigo. El agente Finch estaba asignado a mi equipo. Su trabajo consistía en protegerme.
–Aún así, eso no significa que lo que le sucedió fuese culpa suya –insistió Stark.
–Hace usted una distinción muy fina, agente Stark. –Santana esbozó una sonrisa triste.
–Las distinciones finas marcan la diferencia –afirmó Savard en un tono firme pero compasivo.
–Ojalá pudiera aceptarlo –dijo Santana casi para sí. Las miró a ambas y preguntó por última vez–: ¿Han hablando con la comandante Pierce?
–Todavía no, señora –respondió Stark, y Santana la creyó.
–Estaré en la otra habitación. ¿Tendrían la amabilidad de comunicarme algo cuando haya más información? –Se sentía más agotada emocionalmente que cansada físicamente. No podía hacer nada y tampoco soportaba más conversación. Supuso que habrían informado a su padre de que se encontraba a salvo y de que su director de seguridad, el director del Servicio Secreto, el FBI y todas las demás agencias del alfabeto encargadas de su protección harían lo que tenían que hacer. Era la única actriz de todo aquello que no tenía un verdadero papel que representar. Sabía que no podía considerarse una prisionera, pero en muchos aspectos se sentía como si lo fuese.
“No sé dónde estoy ni cuánto tiempo voy a estar. No me dejan llamar por teléfono. No me dicen nada de Britt. Podría estar... No. Se encuentra bien. Tiene que estar bien.”
–Por favor, avísenme cuando pueda llamar a mi padre. –Su tono sonó más brusco de lo que quería.
–Sí, señora –respondió Stark, crispada. Cuando Santana las dejó, Stark miró a Savard con disgusto. –El procedimiento no contempla hablar de información clasificada con ella.
Savard observó a Stark con gesto pensativo y eligió las palabras con cuidado. No conocía bien a la concisa agente morena y aún menos a los otros miembros del equipo del Servicio Secreto.
–¿Puedo hablar con usted extraoficialmente?
–No voy a informar de nada de lo que me diga, Savard. –Stark miró por encima del hombro y vio a Grant apostada en la entrada principal y a Santana acurrucada en el sofá, contemplando con gesto ausente el espacio. Estaban solas–. No soy yo la espía.
Renée dejó pasar la pulla, pues comprendió que Stark no sólo estaba herida, sino que además había perdido a un colega.
–Me refiero a que no quiero ofenderla hablando de su comandante.
Como ya esperaba, los hombros de Stark se pusieron tensos y parecía dispuesta a pelear, a pesar de que también se la veía en inminente peligro de derrumbarse en cualquier momento. A Savard la asombraba que todos los agentes del Servicio Secreto que protegían a Egret estuviesen completamente entregados a su reservada y excepcional comandante. Admiraba y respetaba aquel sentimiento.
–¿Qué pasa con la comandante? –preguntó Stark.
–Santana López está enamorada de ella.
Stark se quedó boquiabierta y tardó unos segundos en reponerse. Aún no había articulado una palabra cuando Savard continuó:
–Y creo que el sentimiento es mutuo.
Con la vista clavada en el suelo, Stark se quedó callada, intentando pensar, pero sus pensamientos daban vueltas en círculos. Pensó en los cinco días que Santana había pasado en el apartamento de Rachel Berry apenas dos meses antes. Mientras Santana estaba dentro, ella había pasado gran parte del tiempo sentada en un coche ante la entrada del edificio. Ella y todos los demás sabían que Santana López no había estado sola todo aquel tiempo. No hablaron del asunto, ni siquiera entre ellos, pero para sus adentros le había llamado la atención.
Estaba sentada con una taza de café frío en la mano, contemplando las ventanas oscuras del siniestro edificio mientras se esforzaba por no pensar en qué sucedería arriba. Luchaba también para no recordar la noche en la que había terminado en la cama de Santana López como consecuencia de una torcida oleada de pura lujuria irreflexiva. Había tenido mucho miedo aquella noche, se había sentido frágil y tremendamente loca por ella... y Santana se había mostrado amable, incluso tierna. Se puso colorada en la oscuridad y confió en que Fielding no se diese cuenta; luego recordó que la ternura no era su principal prioridad en aquellos momentos en que ardía en deseos de sentir las manos de Santana sobre su piel a punto de estallar. Nunca había hecho nada semejante y esperaba no volver a hacerlo. No lo esperaba, ni siquiera se le había ocurrido, pues ella casi nunca pensaba en esas cosas. No; pensaba en renovar su certificado de armas de fuego o en su próximo turno o en lo que habría hecho si hubiese sido ella la que hubiera mirado hacia arriba y visto el reflejo del sol en el cañón de un rifle que apuntaba a la hija del Presidente. Sorbió los posos ácidos del blando vaso de papel y recordó lo que se sentía al ser acariciada como Santana López la había acariciado. No obstante, conseguía apartar el recuerdo de su mente la mayor parte del tiempo, y sólo de vez en cuando miraba a la hija del Presidente y recordaba sus besos. Entonces, le hervía la sangre y deseaba volver a sentir aquello de nuevo.
Stark se dio cuenta de que su cabeza divagaba por caminos muy inoportunos e, ignorando su latente dolor de cabeza y los desconcertantes estremecimientos interiores, examinó los hechos. La comandante había estado en la ciudad aquellos cinco días; Stark la había visto de pasada en un bar con Santana López. Los tiempos encajaban. Aunque era más que eso, un acumulación de cosas que notaba, aunque no las hubiese visto conscientemente: cómo se miraban y caminaban juntas, sin tocarse pero compenetradas como si lo hicieran. Ninguna de las dos había sido clara, pero, viéndolo en conjunto, creía que Savard podía tener razón.
–¿Cómo puede decir eso si sólo hace una semana que las conoce? –A Stark le molestaba que la agente del FBI hubiese visto algo que a ella se le había escapado.
Savard sonrió.
–Sé qué aspecto tienen las mujeres cuando están enamoradas.
Stark se puso colorada e, inmediatamente, se maldijo por la reacción. La respuesta no era la que había esperado y se odió porque el corazón le latía de forma desaforada. “Estamos en medio de una situación de crisis, y yo soy la responsable de la seguridad de Egret hasta que Sam o la comandante lleguen, y aquí estoy, hablando de algo totalmente impropio con una agente del FBI que podría repetir cada palabra al huevón de su superior.”
Para empeorar las cosas, aquella agente le sugería pensamientos muy poco profesionales.
–En fin –empezó, pero se calló cuando se dio cuenta de que Savard se reía–. ¿Qué? –preguntó en tono beligerante.
–Le pido disculpas si la he molestado –dijo Savard con un tono cantarín.
–No estoy molesta. –Stark se había puesto a la defensiva. Cuadró los hombros y cogió el teléfono–. Sólo ocupada, nada más.
Savard se limitó a sonreír y volvió a su informe. No se había equivocado con Stark la primera vez que la había visto. Era una monada
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

Mensaje por aria Miér Jul 17, 2013 5:13 pm

Ok, ni he comentado en estos ultimos caps lo que no quiere decir que no los he leido, solo que actualizas rapido y cuando voy a cometar veo que mas abajo hay otro cap, perome encanta que actualices asi de rapido :D
Bien, una vez dada la explicacion de que tu acosadora te vigila en silencio xD jajaj voy con el cap...

Oh por Dios!!!! Que emosionante, triste.. Decesperante, ha y
hahhahaha me pone mal que Britt y San no puedan estar juntas, es bien triste y buuu no me gusta... Ahora bien, es una orden el Presidente y pues ante todo esta el trabajo de la rubia esa prioridad que tiene no me agrada solo sufre ella y San...
Eso .. Britt le enseño al Doyle tonto quien manda Jum!!
Mmm esa doctorcita mano suelta con que derecho toca a San ellaa es de Britt babosa >:(
Ufff esos recuerdo... Super calientes... Ops necesitare muchas ducha mi vena adivina siente que habran mas de esos...
No entiendo cm es que tenie.do tanta vigilancia, el mejor equipo.. Un loco de las computadoras hacker, si dejar a la despampanante, sexy, encantadora y ruboa buenasaa de del comandante Pierce ese Psycho Frecky se esacabulla tan habilmente y burle todo el equipo de mi rubia???? Eso apesta y ahora mi el despapaye que armo... Britt!!! Oh Dios ojala y no le pase nada de nuevo, San moriria y yo tambn...

Espero la actu... Kisses -A ops perdona jajaj es el Efecto PLL
Que este bien AMO esta daptacion y a ti por adaptarlaaaaa *w*
aria
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Vínculos de Honor. Capitulo 24. Final

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