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FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
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Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
brittana_a escribió:Amo este fic!!! Gracias de nuevo x compartirlo con nosotras!! Saludos desde Argentina. Espero leerte prontito!
De nada, yo encantada de que os guste ;)
saibelli escribió:Pff quien sera el de las fotos? u.u me encanta esta historia me tiene atrapada *-* gracias x actualizar y siiii deberiamos de irnos de viaje contigo jejejeje! Usted mande ;)
De tú por favor, hay confianza :P
Brittanalover escribió:Hola!
Quién podrá ser el de las fotos? Seguro alguien que contrató Doyle
Me encantan los momentos Brittana, son tan tiernos... Nos vemos
Te dejo otro momento Brittana, espero lo disfrutes ;)
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 13
Capitulo 13
Cuando el beso se volvió voraz, a Santana empezaron a temblarle los muslos y apoyó la cadera en la silla que tenía detrás, arrastrando a su amante hasta que Britt quedó entre sus piernas. Santana puso las manos sobre los hombros de Britt y apretó el pecho contra el de la agente; el fino tejido de la camiseta no ocultó el efecto de sus pezones endurecidos ante el calor del cuerpo de su amante. Gimiendo ligeramente, deslizó las manos por la espalda de Britt y por debajo de la chaqueta; luego, retiró la camisa hasta que encontró la piel. Cuando las lenguas se enlazaron en un frenesí de posesión, Britt apartó las manos de entre los cuerpos de ambas y acarició los pezones de Santana hasta hacerla gritar. Empujó la pelvis entre los muslos de Santana y alzó los pechos de la joven con las manos mientras apretaba firmemente los pezones. Britt gimió ligeramente cuando Santana se restregó contra ella y su clítoris se hinchó al instante ante la presión.
—Oh, qué mala idea —jadeó Santana mientras se peleaba con el cinturón de Britt.
—¿Por qué? —preguntó Britt con un tenso tono de desafío mientras sus dedos continuaban acariciando a su amante.
—Porque —respondió Santana mordiendo el cuello de Britt— sé que odias que te distraigan cuando estás trabajando.
A modo de respuesta, Britt remangó la camiseta hasta que los pechos de Santana quedaron al descubierto. El blanco tejido apretó la parte superior del pecho de Santana, reavivando la sangre y tiñendo los senos con el ardiente rubor de la excitación. Britt se apresuró a bajar la cabeza y a introducir un pezón en la boca. Santana arqueó el cuello, cerrando los ojos y gimiendo. Britt chupó alternativamente los pechos de Santana hasta que la joven posó las manos sobre el rostro de su amante y la apartó.
—Tienes que parar. Dios, me volveré loca si sigues haciendo eso.
—Creí que estabas loca… por mí —dijo Britt con la voz tomada y los ojos entrecerrados por el deseo. Mantuvo una mano sobre el pecho de Santana mientras aflojaba el cordón de los suaves pantalones de algodón con la otra—. ¿No decías eso? —Metió la mano bajo el tejido.
—Sabes a qué me refiero —repuso Santana en tono urgente, con los labios hinchados por los besos y la necesidad—. Me haces desear… Oh… —Estuvo a punto de correrse, conmovida por el roce de los dedos de Britt sobre su clítoris distendido. Agarró los brazos de Britt con tanta fuerza que le dejaría marcas y se esforzó por reprimir la rápida oleada de placer—. Dios mío.
—Adoro tu forma de sentir —dijo Britt con voz ronca, introduciendo la mano entre los muslos de Santana con todas sus fuerzas y percibiendo remotamente la presión de los dedos de la joven sobre su piel. Deslizó el brazo libre tras los hombros de Santana y la atrajo hacia sí mientras la penetraba. Santana se aferró a Britt, abrazándola por los hombros y apoyando en el cuello de su amante el rostro, húmedo de sudor y del dulce velo del sexo.
—Me encanta follarte —murmuró Britt al oído de Santana.
—Hazlo, sí, hazlo. —Antes de que las palabras tomasen forma, Santana se arqueó bajo la mano de Britt, y luego se puso rígida y gritó sin poder evitarlo mientras las oleadas de placer la sacudían.
Cuando al fin se tranquilizó y se sentó en la silla, apoyando la espalda en la barra de desayuno, Britt la rodeó con los brazos y se inclinó hacia ella. Luego apretó las caderas contra los puntos más tiernos, arrancando jadeos a Santana. Acarició con los labios el borde de la oreja de Santana y le dijo:
—Te amo. No lo olvides.
Después, con las piernas temblorosas a causa del agotamiento y la excitación, Britt se apartó y se remetió la camisa en los pantalones con manos inseguras.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Santana con la voz dominada por la laxitud de la satisfacción.
—Tengo que irme. Estoy de servicio, ¿recuerdas?
—¿Te has vuelto loca? —Santana se rió con fuerza—. ¿Acaso no estabas a punto de correrte?
Britt esbozó una sonrisa titubeante.
—¿A ti qué te parece?
—¿Parecerme? Lo sé. Acércate y deja que me ocupe de ti.
—No debo. Lo cierto es… que tengo cosas que hacer.
—Vaya, vaya. —Santana se quitó la camiseta con gesto indolente y deslizó una mano sobre el abdomen desnudo y los pechos—. Si te vas en ese estado, todos se van a dar a cuenta. Estás temblando. Pareces a punto de reventar dentro de la piel.
Mientras hablaba, Santana acariciaba con gesto ausente un pezón hasta ponerlo duro. Britt no podía apartar los ojos de los sensuales dedos. A Britt le dio vueltas la cabeza cuando Santana apretó sus pechos, respirando de forma entrecortada y alzando las caderas a modo de invitación.
—Joder. —Britt se introdujo entre los muslos abiertos de Santana, desabrochó el cinturón rápidamente y abrió los pantalones. Luego, apoyándose en la encimera, se inclinó hacia Santana y la besó. Con los brazos extendidos, sin moverse, esperó el contacto que iba a dominarla por completo.
Santana, sonriendo sobre la boca de Britt, bajó la cremallera y traspasó la última barrera material. Luego deslizó los dedos sobre el clítoris rígido de Britt y los movió en círculo, deleitándose con la rápida respuesta de las caderas de su amante contra su mano. Britt jadeó en su oído, un sonido sordo y desesperado que parecía de dolor, pero que Santana sabía que era otra cosa. Podía haberla provocado (a Santana le encantaba provocar), pero se daba cuenta de que ninguna de las dos lo resistiría. Acarició la piel vibrante con la mano, moviéndola sobre el ardiente tejido hinchado hasta que Britt estuvo a punto; entonces, la arrastró sin piedad. Britt gritó al alcanzar el clímax, y el peso de su cuerpo derrumbado por el orgasmo casi hizo que Santana se corriese de nuevo. Santana la abrazó, como si fuera la primera vez, temblando y sin aliento. Diez minutos después, Britt estaba en la puerta, apartando un mechón de pelo húmedo de la mejilla de Santana.
—Volveré mañana. Al mediodía como mucho. Si hay retrasos, te llamaré desde Washington.
—De acuerdo. —Santana contempló a su amante con gesto serio, escudriñando su rostro—. La fotografía que te hicieron anoche en el bar ¿tiene algo que ver con la llamada de San Francisco?
—No lo sé —respondió Britt tras una breve duda—. En todo esto hay demasiadas cosas que carecen de sentido. Espero hallar las respuestas en Washington.
—¿Me informarás?
—Santana, si hay una… investigación por… supuestas irregularidades, tal vez te llamen a testificar. Cualquier cosa que sepas de mí, o la información que he compartido contigo, sería objeto de críticas. No puedo ponerte en esa situación.
—Soy tu amante, Britt —insistió Santana en tono sereno, reparando en que nunca se había sentido así con respecto a otra persona. Era algo que iba mucho más allá de lo físico, y la idea de ser excluida de la vida de Britt le molestaba más de lo que había imaginado—. Quiero saber lo que te pasa.
Britt acarició la mejilla de Santana, y luego deslizó los dedos por su cuello hasta el hombro. Apretando levemente el brazo desnudo de la joven, murmuró:
—No quiero tener secretos contigo, pero no se trata sólo de ti y de mí.
—No puedes olvidar quién soy, ¿verdad? —El tono de Santana reflejaba más pena que acusación.
—Para mí eres mucho más que la hija del presidente —respondió Britt con ternura—. Cuando no estés enfadada conmigo, recuérdalo, ¿quieres?
—No estoy enfadada contigo. —Nada más decirlo, se dio cuenta de que no era del todo cierto. Sabía que Britt no tenía la culpa y tampoco ella. Las dos poseían una historia, y el amor no podía cambiarla—. No puedo comportarme como si se interpusiera algo entre nosotras, aunque sé que en parte tienes razón. Odio echarte de menos en cuanto sales por esa puerta, preocuparme por lo que te ocurre, preguntarme con quién estarás.
—¿Te molestan esos sentimientos? —Los ojos de Britt habían cambiado del celeste a un azul más oscuro y miraban a Santana, rebuscando en los lugares que nadie más podía ver.
—No —susurró Santana, que metió la mano bajo la chaqueta de Britt y sintió los fuertes latidos de su corazón—. Dios mío, no.
—Prometo contarte todo lo que pueda.
—De acuerdo. No me gusta, pero de momento lo acepto.
—Gracias.
Santana frotó el pecho de Britt con la mano.
—Tendrás cuidado, ¿verdad?
—Te lo juro. —Britt la besó suavemente, sin la urgencia de la pasión anterior, con la certidumbre de la posesión—. No despistes a Sam si sales, ¿comprendido? Que te acompañe alguien, vayas a donde vayas.
Santana asintió con un suspiro.
—Porque tú me lo pides, comandante.
Britt le acarició la mejilla.
—Te amo. —Abrió la puerta y cruzó el vestíbulo hasta el ascensor.
Santana observó cómo se cerraban las puertas del ascensor. Inmediatamente empezó la añoranza, la otra cara del amor. En el centro de mando del piso de abajo Britt encontró a Sam en su cubículo, situado en un rincón de la habitación principal, repasando los informes de inteligencia previos al viaje a París.
—¿Dónde está Stark?
—Creo que en el gimnasio. Hoy hace el turno de tarde, pero no tengo noticia de que Egret piense moverse. ¿La necesita?
—No para Egret. Está en el nido. —Britt señaló el techo para indicar el apartamento de Santana—. Pero quiero hablar con ustedes dos. Vamos a buscarla.
Cinco minutos después encontraron a Stark en un banco de pesas, con una barra sobre el pecho, contando levantamientos en voz alta. Estaba sola en una habitación de seis por nueve metros, equipada con pesas y aparatos aeróbicos.
—Deberías tener un entrenador —comentó Sam con buen humor mientras le quitaba la barra de las manos a Stark y la dejaba en el listón.
Stark se incorporó y cogió una toalla, con la que se secó el sudor de la frente y de los brazos desnudos. Bajo la camiseta sin mangas y los shorts de gimnasia, su cuerpo parecía macizo y musculoso.
—Lo siento —dijo mirando a Sam y a Britt—. Creí que no había nada para mí. Me ducharé rápidamente y…
—Tranquila, Stark —repuso Britt quitándose la chaqueta. El aire acondicionado de la sala de ejercicios dejaba que desear y había humedad, como en todos los gimnasios—. No se trata de Egret.
Stark, claramente desconcertada, permaneció en silencio mientras Britt se sentaba en un banco frente a ella y Sam hacía lo mismo. Con gesto pensativo, Britt se desplazó unos centímetros para dejar sitio a Sam y para tener espacio de maniobra. Un agente nunca permitía que se invadiese su perímetro personal.
—Esta tarde debo ir a Washington —afirmó Britt—. Sam se encargará de la vigilancia.
—De acuerdo. ¿Quiere que me ocupe del vuelo?
—No. Iré en el puente aéreo. Espero estar de vuelta mañana, pero… pueden suceder cosas. —Hizo una pausa, y luego se apresuró a añadir—: Ha sucedido algo.
Le entregó a Sam el sobre de papel manila.
—Echen un vistazo a esto. Tengan cuidado. Seguramente no hay huellas, pero tal vez tengamos suerte.
Stark miró el sobre por encima del hombro de Sam.
—No hay sello de correos.
—Ha llegado esta mañana por mensajero. Entregado en mano.
A Sam se le aceleró la respiración, sin duda experimentando la misma incómoda sensación de haber pasado antes por aquello que había experimentado Britt al ver el sobre.
—¿Se lo dieron a ella?
—Sí.
—¿Quién estaba abajo? —preguntó Stark en tono cortante.
—Taylor. Lo pasó por el escáner y se lo entregó a Egret. No había razón para no hacerlo.
Sam cogió la fotografía por una esquina y la puso encima del sobre. Los dos agentes la estudiaron unos momentos sin decir nada. Luego, Sam miró a su jefa.
—¿Algún mensaje con la foto?
—No.
—¿Cuándo la hicieron? —inquirió Stark en tono cauteloso. El manual de entrenamiento no hablaba de situaciones como aquélla, y no estaba acostumbrada a interrogar a su comandante sobre nada, mucho menos sobre un asunto evidentemente personal.
—Anoche sobre las tres.
—¡Dios mío! —exclamó Sam—. ¿Cómo…?
—Alguien debió de seguirme desde aquí hasta el centro, puesto que no estuve en casa.
Ninguno de los dos se atrevió a preguntar cómo era posible que la hubieran seguido. Los agentes del Servicio Secreto no se preocupaban por su propia seguridad. Sólo eran rostros anónimos al margen de la atención pública, prácticamente idénticos e intercambiables. Y sustituibles.
—Lo que me preocupa es que seguramente alguien nos siguió desde Teterboro hasta aquí. Lo cual significa que tenemos un problema con la seguridad de Egret.
—¿Le parece que es una especie de objetivo? —Sam estaba calculando las posibilidades.
—Dios, otra vez no —dijo Stark desalentada, sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
—Tal vez no físicamente, pero habrá que verlo. —La expresión de Britt se ensombreció—. Debemos suponer que sí. Quizá se trate del mismo fotógrafo que hizo la instantánea en San Francisco.
Stark la miró un instante, con el pensamiento reflejado en el rostro despejado y sincero.
—En la playa…
—Sí —admitió Britt.
—Oh, vaya, lo siento, comandante —repuso Stark, apenada—. No aparté la vista de la playa, pero debió de pasarme inadvertido.
—Se nos pasó a las dos, Stark. Olvídelo. —Britt trató de reprimir la furia que la dominaba cada vez que pensaba que alguien las había estado vigilando a Santana y a ella en un inocente momento de intimidad, cuando se sentían seguras. “Dios, así es como vive ella todo el tiempo. No me extraña que se enfade. ¿Cómo diablos lo soporta?”
—¿Comandante? —preguntó Sam con aire dubitativo.
Britt se encogió de forma imperceptible, centrando de nuevo la atención en los agentes.
—Me gustaría saber quién tiene tanto interés.
—¿Quiere que entregue esto al equipo forense?
—Como les he dicho, tal vez haya suerte. A lo mejor el tipo pegó el sobre con saliva y
conseguimos una muestra de ADN.
—Tal vez sea una mujer —observó Stark.
—Podría ser —admitió Britt, procurando no alterar el tono.
Sam miró de nuevo la fotografía y dio la impresión de que le costaba hablar.
—¿La… conoce?
—No, no la conozco —respondió Britt con crispación—. Llame a Walker, del laboratorio de Nueva York, para que haga las pruebas. Es bueno.
—Disculpe, comandante —dijo Stark—, pero no me parece buena idea. Con todos mis respetos, señora.
Britt la miró.
—Hable.
—Bueno, esta fotografía es… reveladora.
—Interesante elección de palabras —observó Britt en tono irónico, renegando de la exhibición de algo tan privado, incluso ante personas en las que confiaba. La joven agente se puso colorada, y Britt lamentó su breve pérdida de control—. Prosiga, Stark.
—Creo que debemos encargarnos nosotros del asunto, si es posible.
—¿Se fía de los forenses? —preguntó Sam—. Porque yo no le entregaría esto al laboratorio.
—No, yo tampoco —respondió Stark con miedo, como si estuviese caminando por un sendero que amenazase con derrumbarse bajo sus pies—. Pero conozco a alguien en quien podemos confiar para que lo haga. Renée Savard.
—Es del FBI —afirmó Sam—. ¿Desde cuándo confiamos en ellos?
—Es amiga —insistió Stark, sosteniendo la mirada de Sam—. No nos traicionará. Y va a trabajar en un despacho en la oficina de operaciones de Nueva York.
—¿No está en el hospital? —preguntó Britt, sorprendida.
—Hasta hoy. Voy a recogerla dentro de unos minutos. —Por primera vez, parecía insegura—. Para llevarla a casa…
—Entendido. —Britt reprimió una sonrisa—. Pero estará de baja durante un tiempo.
Stark se rió con gesto despectivo.
—Sí, claro, un día más o menos. Irá a trabajar en cuanto pueda.
—¿Sam? —Britt se dirigió a su segundo al mando.
Sam pensó en las conversaciones que en el pasado había mantenido con la agente del FBI. Siempre los había tratado como es debido y había estado a punto de dar la vida por Egret. Sin embargo, Sam desconfiaba instintivamente del FBI.
—Sí, yo también opino que debemos mantenerlo entre nosotros. Y Savard casi es una de nosotros.
—De acuerdo. —Britt se levantó—. Stark, ¿le importa si la acompaño al hospital de camino al aeropuerto?
—Estaré lista dentro de cinco minutos —respondió la agente poniéndose en pie de un salto y dirigiéndose a la ducha.
—Infórmeme de cualquier novedad sobre el particular, Sam.
—No se preocupe, comandante —repuso Sam—. Todo estará en orden.
—Por supuesto —dijo Britt en tono confiado. Pero cada vez le costaba más dejar a Santana, y eso cada vez tenía menos que ver con su misión como jefa de seguridad de la hija del presidente.
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
Holiii C;
quien será el de las fotos ????!
uff sii mi sann celosa jajaja ... genial .. :)
son tan tiernas ;)
espero tuactuuu ..
Besoss ;)
quien será el de las fotos ????!
uff sii mi sann celosa jajaja ... genial .. :)
son tan tiernas ;)
espero tuactuuu ..
Besoss ;)
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
Me encanto me encanto que puedo decir ver a esa Santana celosa por saber quien era esa mujer pelirroja me mato jajajaja y después de ese encuentro entre ella es más que perfecto pero aún el que quiera separarlas ya lo odio y no se quien rayos es ojala todo le salga bien a nuestra rubia con sus superiores bueno Marta espero tu próxima actualización saludos :)
Keiri Lopierce-* - Mensajes : 1570
Fecha de inscripción : 09/04/2012
Edad : 33
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
Alisseth escribió:Holiii C;
quien será el de las fotos ????!
uff sii mi sann celosa jajaja ... genial .. :)
son tan tiernas ;)
espero tuactuuu ..
Besoss ;)
Hola!! Te dejo actualización, aqui un poco de la otra parejita, que la tengo abandonada. Besos ;)
Keiri Lopierce escribió:Me encanto me encanto que puedo decir ver a esa Santana celosa por saber quien era esa mujer pelirroja me mato jajajaja y después de ese encuentro entre ella es más que perfecto pero aún el que quiera separarlas ya lo odio y no se quien rayos es ojala todo le salga bien a nuestra rubia con sus superiores bueno Marta espero tu próxima actualización saludos :)
Si, me encanta Santana celosa, pero por lo menos creyó a Britt y no pasó a mayores, ahora a ver que pasa con las fotos y los superiores. Os dejo el siguiente capitulo ;)
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 14
Capitulo 14
—¿Se encuentra bien la comandante?
—Claro que sí —respondió Stark automáticamente, observando cómo la puerta se cerraba tras Britt.
Renée Savard, sentada al borde de la estrecha cama de hospital, arqueó una ceja. Su piel había recuperado el brillo y sus ojos volvían a ser penetrantes. Tal vez el golpe en la frente o la herida de bala en el hombro le doliesen, pero no lo manifestaba. Estaba impresionante incluso con el informe y ajado camisón del hospital.
—La comandante se llevó una buena sacudida en la explosión —admitió Stark con cierto nerviosismo—. ¿Por qué?
—Parece cansada, nada más. Supongo que no estoy acostumbrada a verla así. —Los ojos marrones de Renée observaron el rostro de la agente, que no paraba de moverse en torno a la cama, obviamente incómoda al hablar de su jefa. Se fijó en las ojeras que hendían la piel lisa de Paula y comprendió que todos habían sufrido una sacudida en las semanas anteriores. Preguntó con ternura— ¿Y tú qué tal? ¿Te encuentras bien?
—Sí. Aunque esto me está sacando de quicio. Me siento igual que cuando apareció Loverboy. Como si ocurriese algo malo y yo no viese más que humo y espejos.
—No pasará nada —aseguró la agente del FBI en tono sereno—, porque procuraremos que así sea.
Stark sonrió y le pareció que se aligeraba el peso que sentía sobre los hombros.
—Tienes toda la razón.
—Hay que tener agallas para venir aquí y enseñarme esa foto.
—Ella nunca se esconde.
—Sin embargo, soy del FBI —señaló Savard—. Tal y como están las cosas, podría enviar esto directamente a un subdirector y la empapelarían antes de acabar el día.
—Sí, como si no nos pudiesen empapelar a todos —repuso Stark de mal humor—. Doyle investigó a todo el equipo de seguridad cuando se constituyó el grupo.
—Ya conozco esa mierda —dijo Savard—, pero se trata sólo del procedimiento estándar.
—Sí, claro, pero ser sospechosa no me provoca ganas de colaborar con la Agencia.
—¿Y yo qué? —Por primera vez, había preocupación en los ojos de Renée—. ¿Confías en mí?
—¡Naturalmente! —La expresión de Stark se suavizó—. Lo siento… Sé que lo que ocurrió con el grupo operativo no tenía nada que ver contigo.
Savard sonrió de nuevo.
—Así queda claro lo que hay entre nosotros.
—Como el cristal —afirmó Stark—. ¿Crees que podrás ayudarnos? No quiero que te veas atrapada en medio de este asunto. Podrías perder el trabajo.
—No hay problema. Conozco a un tipo del laboratorio que hará las cosas sin preguntar. Tiene tanto de ratón de laboratorio que seguramente ni siquiera sabe quién es Pierce. No creo que establezca una relación a partir de la foto del bar.
—¿Es bueno?
—Si hay algo que encontrar, lo encontrará.
—Estupendo, porque necesitamos algo. —Stark suspiró—. En este momento no sabemos un carajo.
—Ganará un poco de tiempo —comentó Savard con cautela—, pero la comandante no podrá taparlo para siempre. Tarde o temprano sabes que trascenderá algo.
Stark se quedó callada, dividida entre el deseo de compartir sus preocupaciones y la lealtad a la intimidad de la comandante.
—Vi la foto del periódico anoche —continuó Savard en tono desenfadado—. La de Santana López con su misterioso amante.
—Sí, todo el equipo es muy popular con la cámara indiscreta últimamente.
—Era Pierce quien estaba con ella, ¿verdad?
Stark dudó otra vez.
—Paula, cualquiera que tenga ojos puede ver lo que ocurre entre ellas. Sabes muy bien que no me importa. ¿Por qué iba a importarme? Es cosa suya.
—Sí. —Stark no pudo disimular un asomo de amargura—. Debería serlo, pero dejando a un lado todo lo demás, si tenemos en cuenta que se trata de la hija del presidente y de la comandante de su equipo de seguridad, resulta complicado.
—Complicado. Sí, estoy de acuerdo contigo. Pero aún así no le importa a nadie. Es cosa suya salvar las complicaciones.
—Ojalá puedan —dijo Stark con fervor. Estaba en el equipo de Egret desde el primer día, y mientras Ellen Grant no fue destinada al mismo, había sido la única mujer. Había seguido a la hija del presidente en bares y la había vigilado en fiestas, viéndola en numerosas relaciones de una noche y asuntos peligrosos hasta que apareció la comandante. En aquel momento todo era distinto. Mejor.
Savard sonrió al reparar en que la preocupación nublaba los ojos de Stark.
—Eres un encanto, ¿nunca te lo he dicho?
—Puede que sí. —Stark sonrió.
—No les pasará nada.
—Claro, ya lo sé. —Stark enderezó los hombros, decidida a ocultar su preocupación—. Me alegro de que no te haya molestado que sugiriese tu ayuda. No sabía que la comandante quería informarte en persona.
Savard cogió la mano de Stark, la acarició, y luego sus dedos se entrelazaron.
—Has hecho bien. Me gusta que pensaras en mí.
—Pienso en ti continuamente. —Stark se puso colorada, pero habló con voz firme y miró a Savard sin parpadear.
—Estupendo. Entonces, voy a vestirme para que puedas llevarme a casa. —Savard cogió la ropa que estaba sobre la cama. Metió las piernas en los pantalones con mucho cuidado y se colocó al lado de la cama, frunciendo el entrecejo mientras discurría cómo abotonarse y subir la cremallera con una sola mano. Tenía el brazo izquierdo sujeto sobre el pecho con un cabestrillo.
—Uf… Creo que voy a necesitar ayuda. Lo siento.
—No hay problema —dijo Stark con toda naturalidad, y se adelantó para subir la cremallera de los pantalones de Renée, procurando no tocar la piel firme y lisa del abdomen mientras la agente del FBI se quitaba el camisón del hospital con la mano sana. A continuación, le abrochó el botón de la cintura y le buscó la camisa.
Renée metió un dedo en el cinturón de Stark y la atrajo hacia sí.
—Ahora debería decir algo ingenioso sobre lo mucho que me apetece que me desvistas.
Stark se puso colorada y cogió el polo azul oscuro que estaba sobre la cama. Mientras lo sostenía, dijo: —Toma. Supongo que tendremos que quitar el cabestrillo para ponerte esto. —Frunció el entrecejo—. ¿Te encuentras bien? No quiero hacerte daño.
—No puedo levantar el brazo. Creo que tendré que ponerme algo con botones. ¿Hay algo así en la bolsa?
Stark revisó el contenido de la bolsa deportiva que la hermana de Renée le había llevado.
—No. Todo es de meter por la cabeza.
—Vaya, no tengo intención de salir de aquí en camisón ni de quedarme un minuto más de lo necesario. —Savard se calló, y luego sonrió con ojos chispeantes—. Eres de mi talla. Dame tu camisa.
—¡Mi camisa!
—Tiene botones, que es lo fundamental. Puedes ponerte mi polo.
—Me quedará pequeño —se quejó Stark.
—Llevas chaqueta. Te sentará bien. Venga, dame la camisa.
—Hay otro problema. —Stark se ruborizó de nuevo.
—Paula, trabajo principalmente con hombres. En la academia del FBI mis compañeros eran hombres en un noventa por ciento. Un poco de sudor, sobre todo tuyo, no me va a escandalizar.
—No es eso —dijo Stark muy rígida—. Es que… no llevo nada debajo.
—Mejor. Una camisa y una sorpresa. —Renée se rió al ver la expresión de Stark—. Quítate la chaqueta y dame la maldita camisa. Quiero salir de aquí; y ni se te ocurra pedirme que cierre los ojos.
Stark se quitó la chaqueta y soltó la camisa azul pálida de cuello abierto sobre la cinturilla del pantalón negro. Llevaba la pistola en el lado derecho del pantalón y sostuvo la pistolera con una mano mientras con la otra desabotonaba lentamente la camisa.
—¿Quieres que lo haga yo? —preguntó Savard con fingida inocencia.
—Sólo tienes una mano, ¿recuerdas? —Stark sonreía. Le gustaba ver cómo se dilataban los ojos de Savard a medida que la tela que cubría sus pechos se separaba al desabotonar la camisa.
—Te sorprendería lo que puedo hacer con una mano si tengo un buen estímulo —Renée habló en tono más grave, casi ronco. Estiró la mano, y Paula se apartó.
—Ya está.
—Creí que confiabas en mí —bromeó Renée, sin apartar los ojos del musculoso torso y de los pechos pequeños y firmes, casi completamente desnudos.
—En ti, sí. En quien no confío es en mí.
—Yo sí —susurró Renée, se acercó y besó a Paula en la boca. Saboreó el suave labio inferior que exploraba sus labios y el leve contacto de los pechos contra los suyos. Era muy fácil perderse en brazos de Paula Stark. Remató el beso con un suspiro, mezcla de placer y pena—. Es hora de irse.
—Tengo que trabajar esta noche —logró decir Stark con la garganta seca. Le dio la camisa a Renée, sin importarle su desnudez. Le ardía la piel y lo único que quería era el fresco roce de los dedos de Renée—. Lo siento.
Savard sacudió la cabeza y cogió la camisa.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta medianoche.
—Dormiré una siesta. —Savard le lanzó el polo—. Puedes devolvérmelo cuando salgas de trabajar.
Stark sonrió.
—Entendido.
Poco después de que Britt se marchase, Santana dejó a un lado la paleta y los pinceles y se lavó las manos en el fregadero empotrado en el rincón del loft que utilizaba como estudio. Luego cogió el auricular del teléfono y marcó un número conocido. Le respondió momentos después una mujer:
—¿Diga?
El tono aguardentoso sonaba más ronco de lo habitual y Santana sonrió con cariño.
—No me digas que te acabas de despertar. Es mediodía, ¿sabes?
—Escucha, cariño, algunas tuvimos que trabajar anoche.
—Por favor, Rachel. —Santana echó la cabeza hacia atrás y se rió—. Conozco el trabajo que haces después de medianoche.
—¿Cómo sabes que no estuve ocupada vendiendo una de tus pinturas? —preguntó con indignación Rachel Berry, su agente y amiga más antigua—. ¿Y cómo sabes que estaba durmiendo?
—Si tuviste que deslomarte por mi culpa, te lo agradezco. Y si no, me encantaría que me contaras los detalles.
—¿Dónde estás? —Rachel se estaba despertando.
—En Manhattan.
—¿Todo va bien?
Había sincera preocupación en la voz de su amiga. En sus quince años de amistad habían discutido muchas veces por las relaciones de ambas (a menudo se enfrentaban por la misma mujer), pero nunca se había resentido el profundo afecto que se tenían.
—Estoy de maravilla —se apresuró a asegurar Santana—. Pero me gustaría verte, si tu socia de anoche no está ahí.
—Pues —dijo Rachel como si tuviera que pensarlo—, digamos que, cuando llegues, mi agenda estará despejada.
—No quiero abrumarte.
—Oh, querida, nada de eso. Hay que probar algunas cosas.
—¿Te parece bien dentro de una hora?
—Perfecto. Ahora me pongo con lo que estaba a punto de hacer. Hasta luego.
Después de colgar, Santana se quitó la ropa manchada y se dirigió a la ducha. De paso, cogió el teléfono de la mesilla y marcó otro número. Respondieron inmediatamente.
—¿Sí, señorita López?
—Voy a salir dentro de una hora, Sam.
Si el adelanto de la noticia, un fenómeno raro en la impredecible primera hija, sorprendió a Sam, su voz no lo reveló.
—De acuerdo. Llamaré al coche.
—Estupendo. Gracias, Sam.
Cincuenta minutos después, ataviada con vaqueros, un top de algodón blanco de manga corta y zapatillas de correr, Santana cogió el ascensor del ático y bajó al vestíbulo. Cuando se abrieron las puertas, la esperaban Felicia Davis y un agente bajito con gafas, Vince Taylor, relativamente nuevo en el equipo. Santana supuso que uno de los otros estaría en el coche, aparcado junto a la acera. En realidad, le daba lo mismo, ya que no sería Britt. Mientras caminaba entre los agentes, repasó mentalmente la conversación que había mantenido con su amante. Le había dicho a Britt que no tenía intención de comentar con Lucinda Washburn su relación, pero sabía que sólo era cuestión de tiempo que la obligasen a hacerlo. Su vida personal no se había convertido en asunto público antes porque nunca había tenido una relación seria. Resultaba mucho más fácil conservar el anonimato cuando los amores también eran anónimos. Al salir de la marquesina que sombreaba la entrada del edificio, un grupo de periodistas corrió hacia Santana, con los micrófonos extendidos y las cámaras en ristre. Sus días de anonimato estaban contados. Por suerte, el equipo de seguridad estaba preparado para aquella contingencia y la escoltó hasta el todoterreno, cuyas puertas estaban abiertas para facilitarle la entrada. Una vez dentro, el conductor se apresuró a arrancar, y Santana evitó hacer comentarios y responder a las preguntas que le hacían a gritos. El departamento de tráfico de Nueva York prohibía las carreras y, por tanto, cuando llegaron a la casa de Rachel Berry en el Upper East Side, los medios se habían quedado atrás y no había ninguno a la vista. Felicia Davis acompañó a Santana hasta la puerta de Rachel y esperó mientras ésta respondía a la llamada de su amiga.
—Creo que a ésta no la había visto antes —comentó Rachel tras un vistazo a la esbelta mujer de piel de ébano que parecía salida de una pasarela de París con el traje dos piezas hecho en serie—. Es maravillosa.
—Olvídala. Es hetero.
—¿Y qué pretendes decirme con eso? —Rachel sonrió por encima del hombro mientras cruzaba el apartamento hasta una zona de estar que daba a la terraza. A través de las puertaventanas abiertas, se veía Central Park.
—¿No te parece que ya estás demasiado ocupada con tus numerosos… intereses? —bromeó Santana.
—Cariño, la variedad es la sal de la vida y todo eso.
—En efecto.
—¿Quieres tomar algo? ¿Cerveza o vino?
Santana negó con la cabeza y se sentó en un rincón del amplio sofá modular beis. Se quitó los zapatos, puso los pies en un banquito y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá.
—No, estoy bien. Gracias.
—Sí, ya lo veo. —Rachel se acercó al carrito de bebidas y se sirvió un vaso de vino blanco; luego se sentó junto a Santana. Posó una mano sobre la pierna de su amiga y dijo—: Cuéntame.
Santana arqueó una ceja.
—¿Qué te hace pensar que tengo algo que contar?
—Vamos, ahórrame la molestia de sonsacártelo. —De pronto, alzó una mano—. No, espera, déjame que lo imagine. Pierce te ha vuelto a fastidiar.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Santana con sincera curiosidad.
—Porque se te ponen esas arrugas en el entrecejo cuando te saca de quicio.
—Esta vez te equivocas. —Santana cabeceó y sonrió—. No ha hecho nada. En realidad, es…fabulosa.
—¡Oh, Dios mío! —La voz de Rachel reflejaba una impresión sincera—. No hablas en serio.
—¿A qué te refieres?
—¿Estás enamorada de verdad?
Santana hizo un breve gesto con la mano. Se lo había dicho a Britt, pero muy pocas veces. Se lo había contado a Marcea. Sabía que, al expresarlo en voz alta, destruía la última barricada que existía entre su corazón y todo lo que siempre había amenazado con herirla. Tal vez hubiese empezado con la muerte de su madre o con la traición de su primer amor en el instituto, o tal vez hubiese sido la larga procesión de mujeres que habían dicho que la querían cuando en realidad sólo deseaban disfrutar del brillo que acompañaba al nombre de su padre. Había logrado protegerse de la decepción de perder un amor no permitiendo que ocurriese tal cosa. En medio del expectante silencio, se liberó del miedo y declaró la verdad.
—Sí, absolutamente. Del todo. Hasta los huesos.
Rachel la miró sin expresión durante unos momentos que se hicieron interminables. Luego tomó un sorbo de vino y dijo en voz baja:
—Te envidio. Y me alegro por ti.
Santana empujó la pierna de Rachel con el pie, en un gesto casi tímido.
—Gracias.
—Bueno, si no se trata de Pierce, ¿cuál es el problema?
—Supongo que no has leído los periódicos últimamente.
Rachel se rió con un ronroneo gutural que en otro tiempo habría bastado para que Santana quisiese echarse encima de ella en la cama y dominarla. Pero en aquel entonces eran adolescentes y hacía muchos años que habían dejado de ser amantes.
—Hay una foto mía en la portada del Post en una postura comprometida. No se reconoce a Britt, pero alguien acabará por darse cuenta. Para decirlo claramente, estoy a punto de salir del armario.
—No te puedes quejar —señaló Rachel en tono sereno.
—Lo sé. Pero no estoy segura de cómo afrontarlo. La Casa Blanca debe prepararse porque las consecuencias van a alcanzar a mi padre.
—Siempre he creído que un ataque preventivo era la mejor forma de tratar este tipo de cosas.
—¿Crees que debería hacer una declaración?
—¿Piensas seguir con ella?
—Dios —exclamó Santana como si experimentase un dolor repentino—. Eso espero.
—Bueno, pues entonces ésa es la respuesta, ¿no? —Rachel se encogió de hombros—. Si no quieres dejarla, tendrás que soportar la publicidad que acompañe a la relación. Mejor que sea según tus condiciones a que tengas que actuar a la defensiva.
—Diría exactamente lo mismo si dependiera sólo de mí. —Santana se pasó las manos por los cabellos, y luego suspiró—. Sería mucho más fácil si no tuviera que preocuparme por los asesores de imagen de Washington que se empeñan en controlar qué digo, cuándo lo digo y a quién.
—Que se jodan. Eres adulta. Haz lo que te apetezca.
—Ya lo he hecho. Pero esta vez no puedo. —Santana miró a su amiga con gesto serio— No puedo hacer como si mi padre no fuera el presidente de los Estados Unidos. Tiene un trabajo importante, recuérdalo. Creo que voy a necesitar que la gente del ala oeste se encargue de esto antes de echárselo encima.
—Supongo que tienes razón. ¿Quieres que te acompañe?
—Gracias, eres muy amable. Pero prefiero hacerlo sola.
—¿Te secundará la comandante ídolo?
Santana lo pensó y se encogió de hombros.
—No se preocupa por lo que pueda pasarle, nunca lo hace. Creo que estaría encantada asumiendo todos los riesgos y aguantando las consecuencias, pero se trata de nosotras. De las dos.
—Le va a fastidiar que te pongas en una situación comprometida públicamente.
Santana sonrió.
—Imagino que sí.
—¿Qué piensas hacer?
—Voy a ir a Washington. —Se inclinó, le dio un beso en la mejilla a Rachel y se levantó.
—¿Hay posibilidad de que me prestes a una de tus agentes? —preguntó Rachel, levantándose y dando el brazo a Santana.
—¿Alguna en particular? —preguntó Santana en tono juguetón mientras se dirigían a la puerta.
Cuando Rachel abrió la puerta, Felicia Davis se apartó de la pared y miró a Santana.
—Ella me vendría de maravilla —respondió Rachel.
Felicia arqueó una elegante ceja.
—¿Lista, señorita López?
—Como siempre —repuso Santana, seria.
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
Por fin ya podre comentarte mas seguido porque ya tengo ordenador!
Vale Britt ya se ha dado cuenta de que Stark y Savard tienen algo eh jajaja
Yo tambien pienso que Doyle tiene algo que ver, y un compañero de britt tambien.. o "Quinn" que dijiste que la harias aparecer.
Prefiero faberry eh, que no se meta entre mis brittana. Que si no pium!
Esperando el proximo... pronto! :D
Vale Britt ya se ha dado cuenta de que Stark y Savard tienen algo eh jajaja
Yo tambien pienso que Doyle tiene algo que ver, y un compañero de britt tambien.. o "Quinn" que dijiste que la harias aparecer.
Prefiero faberry eh, que no se meta entre mis brittana. Que si no pium!
Esperando el proximo... pronto! :D
AndreaDaru- ---
- Mensajes : 511
Fecha de inscripción : 20/02/2012
Edad : 31
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
wowwww tres espectaculares capitulo que me gustaron mucho!!!!
Gracias
Gracias
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
AndreaDaru escribió:Por fin ya podre comentarte mas seguido porque ya tengo ordenador!
Vale Britt ya se ha dado cuenta de que Stark y Savard tienen algo eh jajaja
Yo tambien pienso que Doyle tiene algo que ver, y un compañero de britt tambien.. o "Quinn" que dijiste que la harias aparecer.
Prefiero faberry eh, que no se meta entre mis brittana. Que si no pium!
Esperando el proximo... pronto! :D
Hola, me alegra que tu ordenador esté ya arreglado, es un fastidio tenerlo roto. Quinn aparecerá es muy raro que en mis fic no salga Quinn, ya sea de mala o buena, pero siempre sale. No te haré esperar mucho por el capitulo, actualizo con uno nuevo ya
monica.santander escribió:wowwww tres espectaculares capitulo que me gustaron mucho!!!!
Gracias
Vamos por el 4º? Espero que el próximo también te guste ;)
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 15
Capitulo 15
A la seis y media de la tarde, Britt se encontraba en una desierta antesala, ante una sencilla puerta barnizada con una discreta placa en la que se leía el nombre de William Shuester. Iba dispuesta a esperar, pero pasaron sólo unos minutos hasta que apareció la secretaria y dijo:
—La está esperando.
Cuando Britt abrió la puerta y entró en el sobrio despacho, su inmediato superior estaba escribiendo algo al pie de un informe. El único toque personal del despacho era una pequeña foto enmarcada de un William Shuester muy joven con John Fitzgerald Kennedy y su hermano Robert.
—Siéntese —indicó sin levantar la vista.
Eligió una de las dos butacas tapizadas de aire institucional frente a la mesa, cruzó el tobillo derecho sobre la rodilla y apoyó las manos en los finos brazos de madera de la butaca. Cuando Shuester cerró el informe, apartó el montón de papeles y miró a Britt a los ojos: su rostro no expresaba nada.
—¿Qué pasó con la fotografía del periódico? —preguntó sin preámbulos—. Es la típica cosa que la Casa Blanca está esperando para echárseme encima.
—Iba a preguntarle lo mismo —respondió Britt sin alterarse—. Deberíamos haber sabido que esa foto circulaba por las agencias. No conocíamos el artículo del Post y anoche nos metimos en un avispero de periodistas en Teterboro. Tuvimos suerte de que no se convirtiese en una gresca de medios de comunicación. ¿En qué parte del sistema está el fallo?
Un músculo de la mandíbula de Shuester se tensó, pero su voz respondió con serenidad:
—Puesto que estaba usted presente cuando se hizo la foto, supongo que podrá explicármelo.
Durante un segundo, antes de darse cuenta de que se refería a San Francisco, Britt pensó que hablaba de su presencia junto a Santana en la playa. Curiosamente, no le molestó. No renegaba de ningún momento de su relación con Santana. Por otro lado, en su vida profesional (un mundo plagado de dobles juegos, chantaje político y constantes luchas por la superioridad burocrática) había aprendido a no divulgar jamás información que podía ser utilizada como arma contra ella o contra alguien a quien quería.
—La foto se hizo con un teleobjetivo de largo alcance, seguramente desde un muelle del otro lado de la bahía. Había estrecha vigilancia física en el lugar, pero no del perímetro sustancial. No tenía motivos para pensar que era necesaria en esa localización concreta.
—La cámara podría haber sido un rifle de largo alcance equipado con un visor nocturno —señaló Shuester, como si estuvieran hablando de una insignificante nota al pie de un artículo de escaso interés—. Podrían haberla matado en vez de sorprenderla en una situación incómoda.
La imagen le dolió a Britt como si un cristal se clavase en su pecho y la dejó casi sin respiración. Exteriormente, su expresión no se alteró.
—Ya lo he pensado. A menos que la sometamos a la más estricta vigilancia las veinticuatro horas del día, no podemos evitar que alguien haga algo así. Generalmente, no es necesario abarcar tanto perímetro y di por supuesto que contábamos con vigilancia suficiente.
—Será un arma más contra usted.
—¿A qué se refiere?
—Esta mañana he recibido una llamada del Departamento de Justicia; el jefe de la Agencia de Seguridad Nacional y el director adjunto del FBI han cursado una solicitud de investigación formal acerca del resultado de la operación de Nueva York.
—Eso sienta precedentes, ¿no? —Procuró no reflejar ninguna emoción, pero le dolía la alusión a una posible incompetencia por su parte. El hecho de tener que defenderse ante desconocidos añadía un insulto a la ofensa.
Shuester se encogió de hombros.
—Fue una operación conjunta, por tanto la Agencia tiene derecho a pedirlo. Sin embargo, lo fundamental es que, debido a las víctimas, no podemos oponernos sin dar la impresión de que tenemos algo que ocultar. No puedo hacer gran cosa al respecto.
—Muy bien. Lo comprendo.
—No creo que lo comprenda. Han sugerido de forma muy clara que debe ser relevada de servicio hasta que la investigación concluya.
La mirada celeste de Britt se endureció, pero no movió un músculo.
—¿Y usted qué ha dicho?
Por primera vez ese día y en una de las pocas ocasiones que Britt recordaba, Shuester se mostró incómodo.
—Les dije que no, pero no sé cuánto durará esta situación. Una vez formalizada la solicitud… —Extendió las manos con las palmas hacia arriba para indicar su impotencia.
—¿Desde cuándo permite que otras agencias le digan al Servicio Secreto cómo ha de llevar sus propios asuntos?
—Desde que el presidente se vio obligado a aceptar a un director del FBI que está a la derecha de Joe McCarthy —repuso Shuester—. Maldita sea, Pierce, sabe muy bien que, desde el nombramiento de William Morrow, el FBI no ha parado de extender su ámbito de investigación, y de confiscar todo el poder que ha podido, a las otras divisiones de seguridad.
—¿Y cree que la Agencia está detrás de ese movimiento para investigarme?
—Yo diría que sí.
—¿Por qué? ¿Por qué les importa quién se ocupa de la seguridad de Santana López? ¿Qué más les da?
Shuester se quedó callado unos instantes, y Britt se dio cuenta de que estaba decidiendo si debía confiar en ella o no. La política burocrática desbancaba incluso a la amistad. Por fin, se recostó en el sillón y torció el gesto.
—Piénselo. Dentro de seis meses, Andrew López tendrá que consolidar una plataforma para su reelección. Necesitará dinero, apoyos y una cuota de popularidad muy alta si quiere tener opciones a la reelección. Sus posturas de centro-izquierda no siempre han caído bien, ni siquiera en su propio partido. Recuerde que en tiempos de J. Edgar Hoover el FBI tenía dosieres sobre todos los personajes políticos del país, así como de magnates de la industria, líderes de los derechos civiles, estrellas de Hollywood, cualquiera que tuviese algún tipo de relación con los que llevaban las riendas del poder.
No importaba que fuesen ciudadanos decentes o criminales.
Shuester se inclinó hacia delante y la miró a los ojos.
—Hoover y sus secuaces utilizaban la información como arma, para comprar confidentes de la mafia o para hacerlos callar, para minar a King y a sus seguidores; compraban y vendían presidentes a voluntad. Se dijo que, cuando no podían comprar a alguien, lo mataban. O por lo menos miraban hacia otro lado mientras otros lo hacían.
—Pero eso fue hace treinta o cuarenta años —protestó Britt.
—¿Y cree que se acabó cuando Hoover se fue? Fíjese en la trayectoria del Tribunal Supremo en los últimos veinte años; no se esfuerzan en parecer neutrales. Andrew López es un presidente muy liberal, y hay mucha gente en Washington (tanto demócratas como republicanos) a la que no gusta que haya sido elegido. En este momento, me inclino por pensar que algunos poderosos quieren deshacerse de él y están haciendo acopio de municiones en todas partes. Tener ventaja sobre la hija del presidente (controlar de alguna manera la información que fluye de aquí para allá) se puede intercambiar por influencia política en un determinado momento.
—Eso me parece muy elástico —rebatió Britt.
—No si la persona que dirige su equipo de seguridad informa directamente al FBI y no a mí.
Britt se puso rígida.
—Si me echan, Sam Evans me sustituirá, y le aseguro que no es un espía.
—No tendría por qué ser necesariamente Evans. —Shuester la miró en silencio mientras las palabras quedaban en el aire.
El corazón de Britt se aceleró y notó la garganta seca.
—¿Alguien le está presionando? William, si tiene problemas, le ayudaré en lo que pueda. Pero no a costa de la seguridad de Santana López.
Shuester ordenó metódicamente las carpetas que estaban sobre la mesa y, cuando miró a Britt, su rostro era inexpresivo.
—A partir de ahora, considérese notificada acerca de una investigación formal. Seguirá en activo hasta que el tribunal se reúna y decida si recomienda la suspensión.
—Dentro de cinco días ella viaja a París. Se trata de una agenda de alta seguridad y pienso dirigir el equipo. Tendrá que meterme en la cárcel para suspenderme antes del viaje.
Como Shuester no respondió, Britt se levantó y se inclinó sobre la mesa, apoyando las manos en ella, y habló con voz grave y fuerte.
—Haga lo que tenga que hacer conmigo, pero no ponga en peligro a la hija del presidente por culpa de la política de las agencias.
—Ha sido todo, agente Pierce.
Britt continuó mirándolo un buen rato, y luego se enderezó.
—Sí, señor.
Cuando Britt llegó al vestíbulo, firmó el registro y recuperó el teléfono móvil. Al salir, marcó un número y esperó hasta que le respondió una voz femenina neutra. Britt dio un número de cuenta y solicitó una cita, utilizando un código anónimo.
—Lo siento, esa empleada no está disponible en este momento. ¿Quiere que la sustituya alguien de características similares?
—No, gracias. Por favor, compruebe su lista de prioridades y haga referencia a este número de cuenta.
—Un momento.
Poco después, la agradable voz regresó:
—Siento haberla importunado. ¿A qué hora quiere la cita?
—Transmita la petición y anótela como una cita de duración indefinida para esta noche.
—Por supuesto. Tenga la bondad de llamar al siguiente número y comunicar la dirección.
Britt memorizó el número, dio las gracias a la operadora y cortó la comunicación. Pensó en llamar a Santana, pero se dio cuenta de que no le apetecía decirle nada por teléfono. Y no sabía cuánto quería compartir realmente con ella en persona. No sabía si podría conseguir que Santana entendiese lo que tal vez tuviera que hacer.
Santana saludó con la cabeza y murmuró un breve “Me alegro de verles” a las personas con las que se cruzó en los pasillos del ala oeste, cuando se dirigía al gran despacho que casi formaba parte del propio despacho oval. Se detuvo ante la mesa de un joven pálido, rubio y de aspecto vehemente.
—¿Puede recibirme?
El hombre respondió con voz de barítono y acento del medio oeste:
—Voy a ver. Estaba con el secretario de Estado.
Un minuto después, Santana recibió un rápido abrazo y un beso en la mejilla de una mujer a la que conocía desde la niñez. Lucinda Washburn seguía inspirándole cierto temor y asombro.
—Quería ahorrarte la molestia de la llamada telefónica. —Santana se sentó en el sofá de cuero que rodeaba una de las paredes del despacho de la jefa de gabinete de la Casa Blanca.
Lucinda, una mujer escultural de cabellos caoba y cincuenta y pocos años, llevaba un vestido azul marino resaltado con unas cuantas joyas de oro. Se apoyó en la amplia mesa, cubierta con gruesas carpetas, montones de memorandos y un ordenador, y miró a Santana con una sonrisa divertida.
—Debe de ser algo grave para que hayas venido a la Casa Blanca voluntariamente.
—Supongo que eso me lo dirás tú.
Lucinda clavó una mirada penetrante en Santana.
—Depende.
—¿De qué?
Washburn dedicó a Santana la típica mirada que ponía firmes a los jefes militares. Santana no se arrugó. Conocía la mirada de Lucinda y había aprendido a disimular sus efectos.
—Vayamos al grano, Santana. Depende de quién estuviera en la foto contigo y de si hay más fotos indiscretas de carácter comprometido. Aaron Stern ya ha tenido que esquivar preguntas sobre la foto en la rueda de prensa de esta mañana. Los medios y el público quieren saber por qué no se había hablado de este romance tuyo hasta ahora. Todo el mundo exige detalles.
Santana hizo lo posible por no enfurecerse, pero hubo de recurrir a su inmensa fuerza de voluntad para no responder que se jodieran todos. En vez de eso, dijo:
—No veo por qué hemos de dar explicaciones. Mañana a estas horas será agua pasada.
—Seguramente tienes razón. Pero a los sabuesos de la prensa nada les gusta más que un asunto jugoso sobre la primera familia para llenar páginas mientras no se produce la siguiente catástrofe meteorológica o una atrocidad militar.
—De acuerdo. Diles que era una cita y que se quede en eso.
—Sí, claro. ¿Una cita en plena noche en la playa de una ciudad del Medio Oeste que todo el mundo considera la reencarnación de Sodoma y Gomorra? —se burló Lucinda— No te hagas la ingenua porque te conozco bien. En la Casa Blanca nuestro lema es estar preparados. No me gusta que me cojan desprevenida, sobre todo en algo que afecta directamente a la familia del presidente.
Santana se quedó callada porque ya lo sabía. Por eso estaba allí. Al poco rato, preguntó:
—¿Qué quieres?
—Si te vas a embarcar en una relación pública, tenemos que estar en condiciones de decir algo cuando pregunten, y sabes más que de sobra que preguntarán. Así que explícame las cosas ahora.
—Puedes decir que mantengo una relación seria con otra mujer. —Santana supuso que la noticia no constituiría una sorpresa, porque Lucinda era demasiado astuta para no saberlo de antemano. Pero una cosa era suponer y otra saber.
La expresión de Lucinda no se alteró.
—¿Con quién?
—No pienso decírtelo.
—Habrá que arreglarlo —repuso Lucinda en tono controlado—. Si te niegas a dar su nombre, la gente creerá que tienes algo más que ocultar. Te perseguirán sin tregua. ¿Hay algo que yo deba saber sobre ella, algún escándalo, un pasado turbulento?
—No.
—Se sabrá, Santana. No me pongas en una situación difícil. —Había un matiz de advertencia en su voz. —No hay nada raro. Es irreprochable.
—Entonces, ¿a qué viene tanto secreto conmigo?
Santana no respondió y se dio cuenta de que Lucinda barajaba sus cartas mentalmente, decidiendo cuál debía jugar.
—No creo que quieras congelar la relación hasta que el presidente tenga el respaldo del partido para la reelección —dijo Lucinda en tono indiferente.
—Falta más de un año para eso.
—¿Pretendes decirme que un año es demasiado esperar? ¿O es por ella? Porque, si esa mujer va en serio…
—Te estás pasando, Luce.
En los ojos negros de Lucinda Washburn hubo un destello de ira, pero se las arregló para contener la respiración un momento, y luego exhaló lentamente.
—Santana, tu padre tiene sólo ocho años como máximo para ocupar el lugar más poderoso del mundo. Puede hacer cosas maravillosas por su país y por el resto del mundo durante esos ocho años. Dime que no te importa. Dime qué quieres poner eso en peligro.
Naturalmente, siempre iban a parar ahí. En el círculo de su padre, todos, incluida Lucinda, habían sacrificado su vida personal para auparlo hasta donde estaba. Muchos no tenían tiempo para las relaciones, y los que las iniciaban casi nunca las conservaban mucho tiempo. Para su hija, el asunto no era tan sencillo como equilibrar las ambiciones políticas de su padre con su propia necesidad de una vida independiente y sincera. Se trataba del derecho a poner lo personal sobre el bien público. Tal y como lo había expresado Lucinda, su deseo de felicidad personal resultaba egoísta.
—He silenciado mi vida durante casi una década. —Santana miró a los ojos de la jefa de gabinete sin pestañear—. No he hecho declaraciones públicas ni exhibiciones de mi identidad sexual. No quería que saltase a los periódicos. Pero no puedo cambiar mi forma de ser, ni siquiera por mi padre.
—No te pido que cambies. Te pido que no lo divulgues.
—He recurrido a la estrategia del “no preguntes, no cuentes” desde que tenía quince años. Es como vivir en la cárcel.
Durante un momento fugaz, Santana reconoció la comprensión en el rostro de Lucinda. Pero desapareció enseguida.
—Eres hija de tu padre, Santana, y por tanto tomarás la decisión correcta.
No se abrazaron al despedirse. Cuando Santana pasó ante la puerta cerrada del despacho oval y los dos agentes del Servicio Secreto que la flanqueaban, recordó la cara de Britt. “Me pregunto si tendré fuerzas para hacer lo correcto.”
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
mmmm no me gusta que Britt vea a Kitty. Yo creo que san se va a enterar y si es que no las encuentra juntas!!
saludos
saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
Flor reportandose hola!!! y es la pregunta de la semana ¿Quien es el que saco las fotos?!!!! si que hay problemas San en Washington a quien llamo britt y se encontrara por la noche y si santana las/os encuentra que pasara... wow son muchas preguntas ya me confundi solo me queda esperar el prox cap.
PD: el viaje a España lo realizare el año que viene como regalo de cumple bastantes años insisti para que me dejaran viajar era eso o Argentina y yo tambien puedo llegar a ser muy bromista jejeje
PD: el viaje a España lo realizare el año que viene como regalo de cumple bastantes años insisti para que me dejaran viajar era eso o Argentina y yo tambien puedo llegar a ser muy bromista jejeje
Flor_Snix2013***** - Mensajes : 230
Fecha de inscripción : 28/06/2013
Edad : 26
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
monica.santander escribió:mmmm no me gusta que Britt vea a Kitty. Yo creo que san se va a enterar y si es que no las encuentra juntas!!
saludos
Eres adivina? Como sabes que eso es lo que va a pasar?
Flor_Snix2013 escribió:Flor reportandose hola!!! y es la pregunta de la semana ¿Quien es el que saco las fotos?!!!! si que hay problemas San en Washington a quien llamo britt y se encontrara por la noche y si santana las/os encuentra que pasara... wow son muchas preguntas ya me confundi solo me queda esperar el prox cap.
PD: el viaje a España lo realizare el año que viene como regalo de cumple bastantes años insisti para que me dejaran viajar era eso o Argentina y yo tambien puedo llegar a ser muy bromista jejeje
Hola!! Pues a una de las preguntas te la responderé en el siguiente capitulo, aunque creo que te dejara aun con más dudas
PD: Si vienes a España alguna vez debes pasarte por Sevilla, y avisas con tiempo para ir a verte ;)
PD: Si vienes a España alguna vez debes pasarte por Sevilla, y avisas con tiempo para ir a verte ;)
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 16
Capitulo 16
Era casi medianoche cuando Britt abrió la puerta de su apartamento para recibir a Kitty. La rubia no iba vestida para trabajar. Con ropa de calle (una sencilla blusa blanca, pantalones de algodón negros y zapato bajo) y apenas maquillaje, parecía más joven, más vulnerable que nunca. Pero seguía siendo extraordinariamente hermosa.
—¿Te encuentras bien? —se apresuró a preguntar Britt cuando cerró la puerta y quedaron ambas apenas a medio metro de distancia, resonando entre ellas el eco de una docena de encuentros similares.
En el pasado se habían tocado en silencio hasta que la necesidad, la pérdida y el dolor se atenuaban con la fusión de la carne. Entonces no hacían falta las palabras; sabían de antemano qué iba a ocurrir. En aquel momento, las reglas habían cambiado, y Britt se daba cuenta de que estaba sola con una mujer que podía hacerle perder el control con un susurro.
—Sí, estoy bien —afirmó Kitty, aunque su voz sonaba apagada.
—Siéntate.
Kitty dejó el bolso en la mesa que había junto a la puerta, entró en el salón y se dirigió al sofá. Britt la imitó y, sin que se lo pidiera, le ofreció una copa de vino.
—¿Te has fijado en si te seguía alguien?
Kitty negó con la cabeza, sonriendo lánguidamente.
—No, creo que no, aunque no estoy segura. Habitualmente no recurro al subterfugio. Son suficientes las salvaguardas que protegen nuestro trabajo.
—A estas alturas ya no importa.
—¿Tienes problemas?
—No.
Tal vez la respuesta no convenciese a Kitty, pero no lo demostró.
—Te llamé el otro día porque ha habido más preguntas. Por lo visto, también figuro en la lista.
—¿Quién te abordó, un cliente?
—Sí.
—¿Un hombre?
—La primera vez no.
Britt no manifestó su sorpresa. Había pensado que podría ser Doyle, pero ya no sabía qué creer.
—¿Alguien que conoces?
—Una nueva clienta. Al parecer tenía impecables referencias, pero no sé de quién.
—¿Preguntó por mí?
—No directamente. Se limitó a hacer preguntas vagas sobre las personas del Capitolio que utilizaban nuestro servicio. Se interesó por la compañía que yo proporcionaba, nada concreto; si no hubiera sabido de los otros interrogatorios, tal vez no me hubiese fijado. —Suspiró, como si tuviera que fortalecerse para continuar—. Luego, un hombre preguntó por ti.
—¿Qué preguntó exactamente? —quiso saber Britt mientras valoraba el nivel de amenaza.
—En realidad, no utilizó tu nombre. Me enseñó una foto y me preguntó si te conocía.
—¿También era cliente?
—Se hizo pasar por cliente —respondió Kitty con un poco de asco—. En condiciones normales, no lo habría recibido, pero tenía contactos y preguntó concretamente por mí. Enseguida me di cuenta de que había algo raro, porque estaba incómodo.
Britt arqueó una ceja a modo de interrogación.
—El tipo de gente con la que trato no se muestra incómoda en nuestros intercambios.
—Por supuesto. —Todos eran civilizados, profesionales y emocionalmente distantes. Como ella. “¿Cuándo cambió? ¿Cuándo nos dijimos nuestros nombres?”
—En cualquier caso, no le interesaba ningún contacto físico. Sólo quería hacerme hablar de mi profesión. Como no quise, empleó la mano dura.
—¿Te pegó? —Britt se puso rígida y agarró a Kitty por el brazo.
—No, nada de eso —se apresuró a responder Kitty, acariciando la mano de Britt—. Se puso gallito, me amenazó y dio a entender que me podía meter en la cárcel.
—¿Por qué motivo?
—Eso mismo le pregunté yo —dijo Kitty encogiéndose de hombros—. Tiene que saber que no se trata de una operación de tapadillo con una turbia lista de clientes. Es una empresa muy poderosa en todos los sentidos, con clientela aún más poderosa. Si alguien intenta descubrir a nuestros clientes, seguramente acabará en la cárcel.
—¿Fue entonces cuando te enseñó la foto?
—Sí —afirmó—. Creo que se dio cuenta de que no iba a conseguir nada y decidió ver mi reacción.
—Kitty —dijo Britt dulcemente, retirando la mano del brazo de la mujer y colocándola sobre su propio muslo—. Tienes que protegerte, aunque sea a costa de revelar tu vinculación conmigo.
Kitty se volvió en el sofá hasta que sus rodillas rozaron las de Britt y acarició la pierna de la agente. El contacto fue íntimo, pero no seductor.
—No lo haré.
—No importa lo que ocurra en el futuro. Si por algún motivo te llaman a declarar, no cometas perjurio para protegerme. Es imposible demostrar lo que tú y yo hemos hecho en privado y resulta improbable que descubran las transacciones económicas. Aunque lo hicieran, habría que ver si se ha violado la ley.
—Seguro que tienes razón. No obstante, sé cosas que no quiero verme obligada a revelar.
—¿Qué vas a hacer?
Kitty sonrió con tristeza.
—Pienso retirarme.
Se quedaron calladas porque las dos sabían qué significaba. Probablemente, no volverían a verse nunca.
—¿Te marchas de Washington?
—Aún no lo sé. Es probable.
—Todo esto podría caer en el olvido. Me da la sensación de que no es más que una pesca, un grupito de gente que intenta desenterrar información difamatoria sobre quien sea. Es una investigación sin sentido ni dirección. —Britt se frotó los ojos y torció el gesto—. Sin embargo, creo que haces bien, puesto que te han identificado como parte de la organización.
—Tengo la impresión de que pronto me quedaré sin trabajo. Ante semejante quiebra de la seguridad, habrá que reestructurar el servicio y sustituir a todas las acompañantes. A estas alturas todo el mundo es sospechoso.
—Si necesitas algo, sabes cómo encontrarme —aseguró Britt.
—Gracias. —Kitty sonrió y acarició la mano de Britt—. Trabajo en esto porque es muy
lucrativo. No te preocupes por mí.
—Me refería a…
Kitty cubrió la boca de Britt con los dedos.
—Sé a qué te referías.
Las dos se quedaron inmóviles; los dedos de Kitty posados sobre el rostro de Britt. Un instante después, acarició la mandíbula de la agente y el cabello que le cubría el cuello. Los ojos de Kitty buscaron los de Britt y, temblando, preguntó en voz baja:
—¿Hay alguien?
Britt cogió la mano de Kitty, se llevó los dedos a los labios y los besó tiernamente antes de soltarlos.
—Sí.
—Ya lo supuse —susurró Kitty—. Ha desaparecido el dolor de tu mirada.
—Yo…
El timbre de la puerta las interrumpió, y Britt murmuró:
—Lo siento. Disculpa.
Sorprendida porque el portero no había llamado para anunciar al visitante, se dirigió a la puerta y aplicó el ojo a la mirilla. Se quedó tan asombrada que ni siquiera pudo maldecir y le abrió la puerta a Santana López.
—¿Qué haces en Washington? —preguntó Britt con incredulidad.
—Siento presentarme sin avisar —respondió Santana alegremente. Sonreía, con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros y la cara iluminada por un placer que no podía disimular. Ante el silencio de Britt, la sonrisa desapareció. Cuando asimiló la consternación que cubría el rostro de su amante, preguntó—: ¿Qué ocurre?
Britt empujó la puerta casi hasta cerrarla, salió al vestíbulo y miró de un lado a otro.
—¿Dónde está el equipo?
—El equipo principal está en un hotel. El de la Casa Blanca cree que estoy durmiendo.
—Maldita sea, Santana, creí que ya habíamos superado esto.
—Escucha, Brittany —dijo Santana en tono cortante, confundida por la ira de Britt. Había contado con que Britt se enfadase, pero había algo más en su voz, algo parecido al miedo, que la asustó—. Quería verte. No, necesitaba verte.
Britt cerró los ojos y suspiró. Cuando habló, su voz era tierna y había perdido la crispación.
—Lo siento. No consigo meterte en la cabeza que no puedes andar correteando sola por la ciudad.
—No estaba correteando. He venido en taxi. —Acarició el pecho de Britt y empujó la pierna de su amante con la cadera—. ¿Me dejas pasar?
—No, lo siento.
—¿Qué? ¿Por qué no? —preguntó Santana asombrada—. No me digas que te has puesto así porque el equipo no sabe dónde estoy. Si te empeñas, llamaré al comandante del equipo de la Casa Blanca. Lo he hecho otras veces.
—No es eso… —Britt dudó, buscando las palabras adecuadas, hasta que se dio cuenta de que no existían—. Hay alguien conmigo.
—Alguien… —Santana la miró, escudriñando sus ojos, y no encontró más que tristeza—. ¿Habéis acabado o se queda toda la noche para una segunda ronda por la mañana?
—Claro que no. Maldita sea, Santana…
—La culpa es mía. Debería haber llamado.
Antes de que Britt pudiese protestar, Santana dio media vuelta, atravesó el vestíbulo y salió por la escalera de incendios. Lo último que Britt oyó fue el eco apagado de sus pasos al bajar los escalones.
Santana se apoyó contra un farol en un débil círculo de luz, frente al edificio de apartamentos de Britt, y diez minutos después vio salir a una mujer. No hacía falta que le dijeran quién era la rubia; lo sabía. La mujer se dirigió hacia ella a propósito y sus miradas se cruzaron. Santana se apartó del farol y empezó a caminar por la acera mientras la otra la seguía. Se encontraron al borde de las sombras proyectadas por el farol.
—Debería presentarme —dijo la mujer con una hermosa voz de contralto—, aunque tal vez no sea buena idea.
—No —admitió Santana—. Brittany nos diría que no podemos testificar acerca de lo que no sabemos.
—Exactamente.
—¿Fue idea suya dejarlo o de ella? —preguntó Santana con naturalidad.
—De ella. ¿Acaso lo duda?
Santana se encogió de hombros.
—De vez en cuando.
—Pues no debería.
—Tal vez dentro de una década o así.
La rubia sonrió con astucia.
—Debo irme. Está muy preocupada por usted.
—Provoco ese efecto en ella.
—Yo diría que mucho más que eso. Tiene usted mucha suerte.
—Podría decirse lo mismo de usted —comentó Santana sin rencor—. Ha estado con ella, ¿no?
—No como imagina. Usted tiene su corazón. —La rubia extendió la mano—. Buenas noches. No creo que volvamos a vernos.
Santana le estrechó la mano.
—Buenas noches.
Y Kitty desapareció.
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
jajaja soy una genia!!!!!
Necesito el otro capitulo!!!!! para ver que pasa!!
saludos
Uno mas y no jodemos mas!!!!!!........... por hoy jaja!!
Necesito el otro capitulo!!!!! para ver que pasa!!
saludos
Uno mas y no jodemos mas!!!!!!........... por hoy jaja!!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
que pdo decir, me siento algo preocupada pq se que se acerca el momento en que se vean obligadas a separarse y britt pq no fue detrás de santana? no y que tiene que cuidarla?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
monica.santander escribió:jajaja soy una genia!!!!!
Necesito el otro capitulo!!!!! para ver que pasa!!
saludos
Uno mas y no jodemos mas!!!!!!........... por hoy jaja!!
Lo eres!! Haces conmigo lo que quieres...esta bien, te dejo otro capitulo...
micky morales escribió:que pdo decir, me siento algo preocupada pq se que se acerca el momento en que se vean obligadas a separarse y britt pq no fue detrás de santana? no y que tiene que cuidarla?
Te dejo el siguiente capitulo para que salgas de dudas
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 17
Capítulo 17
Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso de Britt, Santana se encontró cara a cara con una agente del Servicio Secreto de aspecto atribulado. Britt vestía unos vaqueros gastados, una sencilla camisa de algodón y mocasines sin calcetines. Ni siquiera llevaba la pistola y, aparte de que parecía a punto de perder los nervios (cosa muy rara), había un velo de desesperación en sus ojos, lo cual sí era extraordinario.
—¿Adónde vas? —preguntó Santana bruscamente, sosteniendo las puertas con un brazo mientras sonaba el timbre de la cabina.
—A buscarte.
—¿Qué te hace pensar que no voy directamente a la Casa Blanca? —Santana salió del ascensor. Las puertas se cerraron y el timbre se calló. Britt y Santana quedaron frente a frente en medio del repentino silencio del vestíbulo.
—Sabía que no ibas allí.
Santana apoyó un hombro en la pared y estudió el rostro de Britt. El dolor de imaginar a Britt en los brazos de la atractiva rubia era lo único que le impedía acercarse a ella y borrar a base de caricias el sufrimiento que ensombrecía sus rasgos.
—¿Adónde creíste que iría?
Britt se encogió de hombros.
—A un club, seguramente. —Habló en tono grave e inexpresivo.
—¿Y a acostarme con otra?
Britt se encogió como si le doliese.
—Santana, por favor…
—Calla. —Santana cogió a Britt de la mano y la condujo a la puerta del apartamento—. No podemos seguir con esto aquí fuera.
Britt introdujo la llave en la cerradura sin decir nada, incapaz de disimular el débil temblor de sus manos. Se había asustado mucho cuando Santana desapareció por la escalera de incendios sin darle tiempo a explicar lo que parecía una cita con otra mujer. Le aterrorizaba que Santana se precipitase en medio de la noche, guiada por el dolor, la furia y la traición, y se hundiese en el consuelo de los brazos de una desconocida. Lo había hecho antes, y desde la primera vez había sido horrible, antes de que la amase. En aquel momento, la mataría. Britt abrió la puerta, y entraron. La habitación estaba iluminada por el claro de luna y un rayo de luz que surgía de una puerta entrecerrada al otro lado del apartamento. Un leve rastro de perfume impregnaba el ambiente.
—Es muy guapa, ¿verdad? —dijo Santana inesperadamente, deteniéndose en la entrada del amplio salón.
—Santana…
—Nos encontramos abajo.
Britt la miró, sin saber qué decir, con el corazón desbocado al percibir el matiz de dolor bajo el tono cuidadosamente controlado de Santana.
—¿La amas?
—No —exclamó Britt con voz ronca, esforzándose para no tocar a Santana. El timbre duro de las palabras de Santana, como acero rayando la piedra, le hizo ver que debía mantener las distancias—. Deja que te expli…
—Sin embargo, te acostaste con ella, ¿no?
—Sí. Pero…
—¿Esta noche?
—¡No! Hace mucho tiempo de eso. ¿Quieres…?
—¿Hizo que te corrie…?
—¡Por Dios, Santana, cállate!
—Me vuelvo loca de pensarlo —susurró Santana casi para sí, con voz rota. Estaba temblando, aunque no se daba cuenta.
Fue la angustia de la voz de Santana, más que la fría indignación, lo que quebró la resolución de Britt. Cogió a la joven por la cintura y la apretó contra su pecho. Con el rostro enterrado en los cabellos de Santana, murmuró:
—Lo sé. Dios, lo sé.
Santana abrazó a Britt por los hombros, y su mejilla, empapada por las lágrimas que no había podido contener, mojó la piel de su amante.
—No llores, por favor —suplicó Britt, desesperada por consolarla—. No es lo que crees. Te lo juro por Dios.
—No digas nada más —pidió Santana hundiendo los dedos en los brazos de Britt—. Sólo… no me hagas daño.
—No lo haré —aseguró Britt fervientemente—. Te lo prometo, no lo haré.
Britt cogió a Santana de la mano y la condujo al dormitorio. Al llegar junto a la cama, besó tiernamente los ojos de Santana, las comisuras de la boca y la suave piel del cuello. Acarició ligeramente la mandíbula de la joven, descendió por los hombros y siguió más abajo, hasta que sus dedos se posaron en la prominencia de los senos y en los pezones. Santana se mordió el labio inferior y ahogó un gritito. Parpadeando, con los ojos velados, apoyó las manos en los hombros de Britt mientras su amante la desnudaba lentamente. Britt bajó la cremallera de los vaqueros de Santana y deslizó las manos bajo la camiseta, acariciando el estómago plano; los músculos de Santana se estremecieron y, durante un momento, Britt temió olvidarse de sí misma. Le quitó la camiseta a Santana por la cabeza y la dejó caer al suelo. Luego, se arrodilló, mientras las manos de Santana se deslizaban sobre sus hombros y enlazaban sus cabellos. Metió los dedos en la cinturilla de los vaqueros de Santana y se los bajó sobre las caderas hasta que ésta se descalzó y se libró de los pantalones. Santana permaneció desnuda, expuesta y vulnerable, y Britt apoyó la mejilla en el hueco que formaba la base de su abdomen. Rodeó con los brazos las caderas de la joven y, con los ojos cerrados, percibió el fluir de la sangre por las arterias y las venas bajo la delicada piel de la unión del cuerpo con los muslos, mientras su propio corazón se aceleraba para acompasarse al de su amante. Acarició con una mano la suave piel del interior de la pierna de Santana, la movió hacia arriba y le separó los muslos con suavidad, deslizando un dedo sobre los pliegues hinchados y rodeando las vibrantes protuberancias hasta que Santana cayó en sus brazos entre gemidos. Por último, aplicó la boca al clítoris de Santana, duro y lleno de deseo.
—Britt —susurró Santana con el cuello arqueado, los músculos de la mandíbula tensos y los muslos temblando.
Britt separó los labios y comenzó a lamerla suavemente.
—Oh —suspiró Santana agarrando los cabellos de Britt—. No. Así no. Me voy a correr ya.
Britt registró la urgencia de la voz de Santana y, contra todo instinto, apartó la boca. Se levantó, la abrazó y susurró al oído de su amante:
—Te amo endiabladamente.
—Desnúdate —rogó Santana—. Quiero sentirte… entera.
Britt se apartó, mientras Santana se tendía en la cama con el cuerpo abierto, sugerente. Britt, sin apartar los ojos de su amante, se quitó los vaqueros, la camisa y los mocasines. Luego se tendió, encajando una pierna entre los muslos de Santana y rozándola con los pechos al tiempo que se apoyaba en los codos y enmarcaba la cabeza de la joven entre las manos. Se meció lentamente entre las piernas de su amante, sintiendo la prominencia de su clítoris contra el muslo, la húmeda pátina del deseo sobre su piel. Los rostros de ambas estaban muy próximos, pero no besó a Santana, sino que observó cómo la tensión se apoderaba de su cara en medio de la creciente tormenta. Britt miró a Santana a los ojos, cautivándola, y habló con gran intensidad:
—Cuando estoy contigo me olvido de todas las mujeres que he tocado. Cuando estoy contigo me olvido de todas la mujeres que me tocaron. Estar contigo me hace vivir.
El cuerpo de Santana se tensó ante el poder de la voz de Britt y la presión de su piel y, como si la hubiesen acariciado en un punto esencial, las palabras la atravesaron y borraron toda una vida de pérdidas. Se arqueó bajo el peso de Britt y un grito salió de sus labios. Rendida, abrazando a su amante con fuerza, se corrió.
—¡Dios, qué hermosa eres! —exclamó Britt mientras Santana se estremecía debajo de ella. Cuando Santana se calmó, Britt se derrumbó en la cama y abrazó a la joven, la besó en los cabellos y en la frente. —Te amo.
Santana hundió el rostro en el hueco entre el cuello y los hombros de Britt y aspiró el conocido aroma, deseando caer rendida ante ella, sumergirse en ella, perderse dentro de ella. Después de un momento que pareció prolongarse indefinidamente, murmuró:
—Te deseé desde el instante en que entraste en mi apartamento por primera vez, con todas tus normas y reglamentos, condenadamente intocable.
—No tan intocable —confesó Britt con aire perezoso, recordando la primera vez que vio a Santana, recién salida de la ducha con un albornoz suelto, irradiando sexo y peligro—. Estaba excitada cuando te dejé.
—Estupendo —dijo Santana con dulce satisfacción—. Al principio, te quería porque deseaba controlarte y que no fuera a la inversa.
Britt soltó una risita.
—¿Has olvidado mi enorme magnetismo?
—Ah, eso. Sí, eso también. —Santana dibujó los labios de Britt con los dedos—. Pero enseguida te quise porque, cada vez que te veía, me volvías loca.
—Me destrozas —susurró Britt, apretando contra sí a la mujer que tenía en brazos.
—Y ahora —concluyó Santana, temblando—, te quiero porque me aterroriza la idea de estar sin ti.
—No tengo palabras para expresar lo que significas para mí —repuso Britt con la voz dominada por los sentimientos—. No creo que puedas entenderlo, salvo cuando los días se conviertan en semanas, las semanas en meses y los meses en años… y yo siga aquí, amándote.
Santana acarició el hombro y el pecho de Britt, demorándose en los senos antes de posar la mano sobre el abdomen. Britt se tensó, conteniendo el aliento.
—Cuando te toco me siento como si fuera Dios —dijo Santana en voz baja.
—Lo sé.
—Pensar que alguien más…
—No lo pienses. No ocurrirá.
Santana, revitalizada por el contacto de la piel de Britt, se movió en la cama y se colocó a horcajadas sobre las caderas de su amante. Apoyó las manos junto a los hombros de Britt, con los pechos a escasos milímetros del rostro de la agente y los ojos llenos de decisión.
—Soy así con lo que considero mío. No me gusta compartir.
—A mí tampoco.
—Genial —afirmó Santana, y luego se apoderó de la boca de Britt con un beso fuerte y posesivo.
El beso se prolongó mucho tiempo. Fue más que un beso, una afirmación de posesión y pertenencia. Britt se abrió a las profundidades del deseo de Santana, dejándole que tomase lo que quería, dándole de buena gana todo lo que necesitaba, cediendo a una rendición que para ella era libertad. Cuando Santana descendió y puso las manos entre los muslos de Britt, ésta arqueó la espalda y levantó las caderas, ofreciendo todo lo que tenía. Santana la penetró de forma rápida, enérgica y profunda, y una llama ardió en los ojos de Britt, mientras cerraba los puños entre convulsiones. El poder del impulso de Santana caló en sus huesos y se le aceleró la sangre. Con los muslos temblando y la respiración entrecortada, se corrió en silencio, ahogando el grito que quería brotar de su garganta, suspendido durante una eternidad entre el cielo y la tierra. Britt, empapada en sudor y estremecida, jadeaba. Santana se recostó junto a ella, pronunciando su nombre entre gemidos. Se quedaron dormidas en un lugar situado entre el amor y el deseo.
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
gracias por esta actualización, fue memorable!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
awww que hermosass!!!
Pobre mi Sann ... juro que cuando lloro casi me hace llorar a mo tambien :'(
pero que bueno que se arreglaron :D
Me tengo que ir una semana y lo más probable es q no tenga internet .. pero haré todo lo posiible por leer tus actualizaciones ;)
Buu :'( te extrañaré...
Besos ;)
Pobre mi Sann ... juro que cuando lloro casi me hace llorar a mo tambien :'(
pero que bueno que se arreglaron :D
Me tengo que ir una semana y lo más probable es q no tenga internet .. pero haré todo lo posiible por leer tus actualizaciones ;)
Buu :'( te extrañaré...
Besos ;)
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
Wooow que intensoo... me encanto *-* gracias x actualizar saludos y besoos :*
saibelli** - Mensajes : 52
Fecha de inscripción : 06/03/2013
Edad : 33
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
Que grande!!!! aplausos para vos!! gracias
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
Que puedo decir Marta me encanto no se que se traen las agencias del FBI y las demás agencias no se pero alguien quiere perjudicar a Brittany. Casi me infarto al imaginar a Santana a llegar y Britt estando con Kitty fue matador. Despues ese capitulo de ellas juntas mas hermoso dándose apoyo demostrándose que se aman me mato :). Que puedo decir amo esta historia espero tu próxima actualización saludos :)
Keiri Lopierce-* - Mensajes : 1570
Fecha de inscripción : 09/04/2012
Edad : 33
Re: FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 29. Final
micky morales escribió:gracias por esta actualización, fue memorable!
De nada ;)
Alisseth escribió:awww que hermosass!!!
Pobre mi Sann ... juro que cuando lloro casi me hace llorar a mo tambien :'(
pero que bueno que se arreglaron :D
Me tengo que ir una semana y lo más probable es q no tenga internet .. pero haré todo lo posiible por leer tus actualizaciones ;)
Buu :'( te extrañaré...
Besos ;)
No, te lo prohibo, no te vas!! Te extrañaré...espero que te diviertas a donde vayas, cuando vuelvas seguramente (espero) estaremos en la parte 4º del fic, te lo dejare de regalo para que si no pudiste leerlo tengas muchos capitulos que leer.
Besos!! Te extrañaré
Besos!! Te extrañaré
No hay que darlas, te dejo más capitulossaibelli escribió:Wooow que intensoo... me encanto *-* gracias x actualizar saludos y besoos :*
monica.santander escribió:Que grande!!!! aplausos para vos!! gracias
Gracias a ti ;)
Keiri Lopierce escribió:Que puedo decir Marta me encanto no se que se traen las agencias del FBI y las demás agencias no se pero alguien quiere perjudicar a Brittany. Casi me infarto al imaginar a Santana a llegar y Britt estando con Kitty fue matador. Despues ese capitulo de ellas juntas mas hermoso dándose apoyo demostrándose que se aman me mato :). Que puedo decir amo esta historia espero tu próxima actualización saludos :)
Bueno ahora llega la charla, ya sabemos que ellas 1º actuan y después hablan xD Aunque el final te pondrá nerviosa y desearás el siguiente capitulo con urgencia
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Amor y Honor. Capitulo 18
Capítulo 18
Poco después del amanecer, a Santana la despertó un ligero movimiento a su lado. Abrió los ojos y vio a Britt sentada al borde de la cama, desnuda. Estiró una mano y acarició la columna de su amante, percibiendo sus tensos y duros músculos.
—¿Qué ocurre?
—Nada —se apresuró a responder Britt, mirando a Santana bajo la luz grisácea. Le sonrió, apartó un mechón de la mejilla de la joven, y luego se inclinó para besarla con ternura.
—¿No podías dormir? —Ante el leve gesto de asentimiento de Britt, Santana bromeó— Ya no soy lo que era.
—Oh no, créeme, no eres tú. —Britt rió sin convencimiento—. Supongo que estoy un poco nerviosa. A estas horas suelo estar levantada y trabajando.
—Acuéstate —ordenó Santana, cogiendo la mano de su amante y atrayéndola hacia sí. Britt se tumbó de espaldas, y Santana se apoyó en un codo para mirarla—. Es por lo de anoche, ¿verdad?
—En parte.
—¿Te importa decirme quién es ella?
—No puedo.
—¿No puedes o no quieres? —Sorprendentemente, en su tono no había ira ni acusación, sólo la pregunta.
—No sé quién es exactamente. Nunca lo supe.
—¿Y si lo supieras?
—Seguramente no te lo diría —confesó Britt.
—¿Para protegerla?
—Tal vez —respondió Britt con cautela, mirando a Santana—. Pero sobre todo para protegerte a ti.
—He oído rumores de que utilizabas servicios sexuales de pago. ¿Son ciertos?
Quizá la brusquedad de la pregunta sorprendiese a Britt, pero no lo demostró. Mantuvo la mirada de Santana sin parpadear.
—Sí.
—¿Con ella?
—Sí.
—¿Por qué? —Santana acarició el abdomen de Britt, siguiendo los perfilados músculos bajo la piel, mientras recorría con los ojos la senda de nervios y huesos que formaban los músculos. Al ver el cuerpo de su amante, siempre pensaba en una obra de arte hecha carne—. Bien sabe Dios que no te hacía falta.
—Era más fácil.
—¿Más fácil? —Santana arqueó una ceja—. ¿En qué sentido?
—Fácil de organizar. Sin complicaciones ni repercusiones.
—Una simple transacción de negocios, ¿eh?
—Algo así.
Santana se inclinó y besó a Britt, con un beso lento y sensual que contenía recuerdos de pasiones pasadas y de placeres futuros. Cuando se apartó, la comisura de sus labios llenos se alzó en una sonrisa de satisfacción ante la mirada levemente descentrada de su amante.
—Brittany, deja el rollo de agente. ¿Por qué lo hiciste?
Fue una de las pocas veces, que Santana recordase, en que Britt desvió la vista. La joven esperó en silencio a que Britt tomase una decisión, algo que tenía más que ver con ellas y con el futuro que con el pasado. Al fin, Britt la miró de nuevo a los ojos.
—El día que Janet, mi amante, murió, habíamos hecho el amor por la mañana. Pero discutimos por cosas que yo creía que debía contarme. Nos despedimos enfadadas. No conocí los pormenores de la peligrosa misión en la que participaba hasta que fue demasiado tarde. Así vivíamos: ocultándonos cosas la una a la otra habitualmente. Era cómodo y seguro, y no creo que ninguna de las dos quisiese cambiarlo. No nos apetecía arriesgar demasiado. Después de ver cómo moría, no fui capaz de volver a hacer el amor con nadie más.
—¿Porque seguías amándola? —Santana consiguió decirlo sin titubear.
—No —suspiró Britt—. Porque me sentía culpable por no haberla amado más. Creía que tal vez todo hubiese cambiado si así fuera.
—Lo siento —murmuró Santana.
—Eso pasó —dijo Britt en voz baja, acariciando el muslo de Santana—. Pero gracias.
—La mujer de anoche sí que está enamorada de ti.
—No —se apresuró a decir Britt con rotundidad—. No era así.
Santana deslizó un dedo por la mandíbula de Britt hasta la comisura de los labios.
—Tal vez no para ti. Tal vez.
—Nunca compartimos nada como esto, Santana—insistió Britt.
—Me alegro. Me saca de quicio pensar que hacías el amor con ella. No soporto la idea de compartirte.
Britt acarició los cabellos de la nuca de Santana y rozó con el pulgar la piel de detrás de la oreja, en un gesto a la vez tierno y posesivo.
—Nunca había compartido nada como esto con nadie.
—Te amo, Brittany Pierce.
—Me gusta como suena.
—Sí, a mí también.
Santana se sentó en la cama, apoyó la cabeza en el hombro de Britt y una mano en el arco de su cadera, mientras la acariciaba. Luego le preguntó, procurando mostrarse serena:
—¿Por qué estaba aquí anoche?
—Es algo que no deberías saber por razones de seguridad.
—Que se joda la seguridad. Dímelo.
—Alguien está investigando la organización en la que ella trabaja —explicó Britt de mala gana—. Ha surgido mi nombre, y quería advertirme.
—Dios mío. —Santana se separó y se incorporó en la cama, apartando los cabellos de la cara con ambas manos, de pronto despierta y centrada—. ¿Quién?
—No lo sé. Supongo que puede tratarse de una encerrona del FBI. Podría ser una investigación de organizaciones criminales y mafiosas, pero nunca he visto que la entidad tuviese relaciones con la mafia. Resulta difícil saberlo con seguridad, pero lo que he averiguado sobre ellos no apunta en ese sentido.
—¿Puede perjudicarte?
Britt se quedó callada.
—Maldita sea, Brittany. Dímelo.
—Como mínimo perdería mi autorización de seguridad, en cuyo caso nunca podría volver a trabajar en esto.
—¡Dios, qué irónico! —exclamó Santana en tono cortante—. En cualquier otra circunstancia, me encantaría la idea. Pero no así. Nadie va a hacerte semejante cosa. ¿Qué más?
—No sé hasta dónde van a llegar. Al parecer, también han estado haciendo preguntas sobre tu padre.
—¿Qué piensas hacer?
—Aún no lo sé. Si pudiera enterarme de quién está detrás de este asunto, sobre todo si no cuenta con aprobación oficial, podría volverlo contra ellos.
—Conozco a alguien —dijo Santana con aire ausente, pensando en A. J., una agente del FBI y también amiga que le había dado la dirección de Britt, aunque sólo después de mucha insistencia por parte de Santana. A la joven no le gustaba comprometer a sus amistades, pero se trataba de una amenaza contra su amante y haría cualquier cosa—. Alguien a quien le podría preguntar por esto.
—No. —Britt se puso rígida—. Tú no debes relacionarte con esto. Ya te he puesto en peligro contándotelo. ¿No comprendes que bajo juramento tendrías que revelar lo que te he dicho y que al saberlo te conviertes en cómplice de un delito? Déjalo correr, Santana. Nunca te lo habría contado si no fuéramos amantes.
—No esperarás que me quede quieta viendo cómo alguien te hunde.
—Tal vez no se trate de mí. A lo mejor sólo soy algo marginal en la agenda principal. Hasta que hagan el siguiente movimiento, no sabemos qué significa.
—Oh, vamos —repuso Santana despectivamente—. Me han enviado fotos tuyas en un bar con una mujer que podría estar allí para tenderte una trampa. ¿A quién más van a enviar las fotos? ¿Al director de seguridad de mi padre?
—Prométeme que te mantendrás al margen —insistió Britt con desesperación—, y te prometo que te contaré todo lo que descubra. Por favor.
—No voy a prometer nada porque no quiero mentirte.
—Maldición, Santana…
—Tú harías lo mismo en mi lugar.
Durante unos momentos, se miraron en profundo silencio hasta que Britt asintió, murmurando entre dientes.
—¿Tienes que contarme algo más? —preguntó Santana con expresión decidida.
—Una cosa —admitió Britt.
—Dios, ¿aún hay más? —A Santana le dio un vuelco el corazón—. ¿Qué?
Britt suspiró.
—Habrá una investigación formal sobre la operación de Nueva York.
—¿Una investigación? ¿Centrada en qué?
—En mí. Se ha cuestionado mi actuación —dudó, y luego añadió de mala gana—: Pueden suspenderme hasta que acabe el examen interno.
—¿Cuándo te enteraste de eso? —La voz de Santana era como el acero.
—Anoche estuve con William Shuester y lo confirmó.
—¿Lo confirmó? ¿Sabías que existía la posibilidad de algo así antes de anoche?
—Sólo era una posibilidad —admitió Britt, nerviosa.
—Surgió en las sesiones informativas de la semana pasada, ¿verdad? —Santana estaba cada vez más furiosa—. Por eso saliste de forma repentina en plena noche y por eso no duermes y tienes un aspecto infernal casi siempre. Y no me lo habías contado.
—No había nada que contar —repuso Britt—. Aún no habían decidido nada.
—Y mientras yo me lo pasaba estupendamente en San Francisco leyendo, haciendo compras y hablando con tu madre, tú sabías que esto podía suceder. Pero no te pareció lo suficientemente importante como para contármelo. Maldita sea, ¿cómo vamos a mantener una relación si te comportas así conmigo?
Britt la miró, muda.
—Creí que ya teníamos una relación.
—No me refiero a eso y tú lo sabes. Te amo. No se trata sólo de sexo o de puntos en común, sino de que necesito estar contigo, entrar en tu vida. ¿Es tan difícil de entender? —Arrojó las sábanas a un lado y se levantó. Britt la detuvo poniéndole una mano en el brazo.
—Lo siento —dijo Britt—. Nunca he hecho esto con nadie. Estoy acostumbrada al secreto, es un hábito, pero puede cambiar.
—Lamento pedirte algo —dijo Santana con voz grave y los ojos bajos.
—No, no te disculpes por pedir lo que necesitas, sobre todo cuando es lo bueno para las dos. Forma parte del amor, ¿no?
Santana la miró, pero no dijo nada. Britt abrazó a Santana por la cintura y la atrajo hacia la cama.
—Desde el principio me ha hecho falta que me ayudes a saber lo que necesito. Nunca te cansas, nunca cedes. Espero que no lo hagas jamás.
Santana sonrió y se acurrucó contra el agradable calor y fuerza del cuerpo de Britt, murmurando:
—Me vas a volver loca.
—Sí, pero me encanta volverte loca.
—Supongo que sí.
—Antes de que te duermas, tengo que hacer una llamada —advirtió Britt.
—¿A quién?
—Al comandante del equipo de la Casa Blanca. Cuando no te encuentren por la mañana, empezarán a buscarte por todas partes.
Santana suspiró, se dio la vuelta y cogió el móvil de la mesilla.
—Llamaré a uno de mis amigos de dentro. Él se ocupará.
—De acuerdo —dijo Britt—. Porque tengo planes para ti por la mañana.
Pasaban de las ocho cuando se metieron en la ducha y se besaron, mientras el agua caía en cascada sobre ellas. Luego se enjabonaron la una a la otra hasta que Britt dejó la pastilla de jabón sobre una repisa, puso las manos en los hombros de Santana y la apoyó en la pared recubierta de azulejos de la ducha. Posó la boca sobre la de Santana y deslizó los dedos, húmedos a causa del agua y de la excitación, entre los muslos de la joven, moviéndolos despacio, penetrándola más y más, hasta que sintió cómo los muros del alma de su amante se derribaban ante ella.
Britt sostuvo a Santana con la fuerza de un brazo, sujetándola contra la pared con la presión de las caderas. Mientras la penetraba, acercándose a un precipicio sin retorno, sintió formarse el orgasmo de Santana, que se sacudía contra su cuerpo y se retorcía en torno a su mano, y sonrió.
—¿Qué ha sido todo eso? —preguntó Santana poco después, con los ojos nublados.
—Mi forma de reaccionar ante lo que es mío —murmuró Britt.
—Te has explicado con gran eficacia. —Santana deslizó la mano sobre la nuca de Britt, atrayéndola hacia sí.
—¿Algún problema al respecto? —preguntó Britt pegada a ella.
—En absoluto. —Santana la besó.
Poco después, mientras Santana se secaba el pelo con una toalla y admiraba el culo de Britt en el espejo, sonó el móvil en la encimera. Lo cogió y escuchó unos momentos:
—De acuerdo.
Britt se volvió, desnuda, y arqueó una ceja al ver la expresión de Santana.
—¿Qué?
—Será mejor que te pongas los pantalones —dijo Santana con una voz extrañamente incorpórea—. Mi padre viene hacia aquí.
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
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