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FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
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FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Catorce-
Hola! ¿Cómo andan? Bueno, hoy no tenía pensado subir capítulo, pero como tuve unos minutos de tiempo, decidí subirlo igual.
Espero que les guste el capítulo, y que comenten. Besos! :D
CAPÍTULO CATORCE
La sala de espera de un hospital un martes por la mañana era el último lugar del mundo en el que Santana querría estar. Cierto que se sentía orgullosa de sí misma por estar allí (suponía un gran paso para ella perder un día de trabajo sin hallarse en su propio lecho de muerte), y, si no se equivocaba, su padre se había alegrado sinceramente al verla antes de que lo condujesen al quirófano muy temprano. Los médicos explicaron todos los riesgos derivados de cualquier operación y de aquella intervención de corazón en concreto. Pero les aseguraron, a J.J. y a ella, que todo saldría bien y que lo mejor que podían hacer era ponerse cómodos y esperar.
Los avisarían cuando su padre saliese del quirófano y estuviese recuperándose en la UCI.
Santana dio varias vueltas al hospital, exploró distintas plantas y visitó la tienda de regalos y la cafetería. Unas horas después se moría de aburrimiento.
Como le había ocurrido más veces de las que podía contar en los tres días previos, sus pensamientos se centraron en Brittany. El día anterior Brittany había llamado, enferma, dejando un mensaje en el buzón de voz de Santana a la intempestiva hora de las cuatro y media de la mañana. Su voz sonaba ronca y cansada y se había limitado a decir que se sentía fatal y que, por tanto, pensaba quedarse en casa. Le deseó a Santana un buen viaje a Poughkeepsie y añadió que tenía acceso al correo electrónico del trabajo desde casa, así que estaría al tanto de cualquier novedad.
Santana, corroída por la curiosidad, revisó el expediente laboral de Brittany y confirmó sus sospechas: Brittany sólo había pedido tres días de baja por enfermedad en los últimos cinco años.
Mientras contemplaba sin ver las anodinas paredes de la sala de espera, evocó la noche del sábado. Aquel baile había sido lo más erótico y seductor que había experimentado en muchos años, y de buena gana habría matado a Emily por interrumpirlas. Al mismo tiempo, reconocía que tal vez hubiese sido mejor así; había estado a punto de besar a Brittany y se enfadó consigo misma por las señales ambiguas que transmitía. Se moría de ganas de saborear los labios de Brittany otra vez... El domingo no había podido pensar en nada más, y tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no llamar a Brittany con la excusa de saludarla.
«¿Qué diablos me sucede?»
En el otro lado de la sala de espera J.J. leía con gran interés un número atrasado de Sports Illustrated. Junto a él, Jenna miraba por la ventana con las piernas cruzadas. Santana les dijo que iba a dar una vuelta.
—¿Otra? —preguntó J.J., irritado.
—No aguanto aquí sentada. Me vuelvo loca.
J.J. asintió.
—Vale. De todas formas, aún tardarán un par de horas.
Jenna sonrió.
—Iré a buscarte si sabemos algo.
—Gracias. Volveré. —Fue al aparcamiento, donde se permitía el uso de teléfonos móviles. Vio que tenía un mensaje de voz, y el corazón se le aceleró, esperando que se tratase de una llamada de Brittany. Aunque fuese para avisar a Santana de algún problema, valía la pena escuchar su voz.
Marcó su código y la decepcionó oír la voz de Noah, que enviaba sus mejores deseos y todo su cariño al padre de Santana.
Inmediatamente se sintió culpable por reaccionar así. «¡Dios, qué bicho soy!»
Regresó al vestíbulo del hospital y salió por la puerta principal, junto a la cual descubrió un banco vacío. Se sentó, echó la cabeza hacia atrás y se dejó envolver por la caricia del sol. Hacía bastante calor, pero el aire acondicionado del hospital era aún más fuerte que el de Emerson y estaba casi tiritando. Notó cómo el calor llegaba hasta sus huesos y suspiró.
Contempló el teléfono móvil que tenía en la mano, debatiéndose durante varios minutos antes de torcer el gesto, enfadada consigo misma, y marcar. Obtuvo respuesta al segundo timbrazo.
—Oficina de Santana López, soy Brittany. ¿Qué desea?
La voz sonaba cansada, pero Santana sonrió.
—¿Cómo te encuentras?
El tono de Brittany cambió ligeramente, como si se esforzase por mantener una actitud profesional.
—Mejor, gracias. ¿Qué tal tu padre?
—De momento no sabemos nada. Aún no ha salido del quirófano, pero saldrá pronto.
—Eso es bueno.
El silencio se alargó entre ellas. Santana se mordió el labio.
—¿Todo bien por ahí?
—Perfectamente.
—¿Sin crisis?
—Nada.
—¿Algún mensaje que pueda interesarme?
—Ninguno que me haya llamado la atención.
Volvió el silencio. Santana contempló los coches que pasaban por la calle frente al hospital; tenía muchas cosas que decir a Brittany, pero no sabía cómo decirlas.
—De acuerdo. —Lanzó un suspiro de frustración—. Te llamaré más tarde.
—Muy bien.
Tras un par de segundos de renovado silencio, se despidió y cerró el teléfono. «¡Vaya chasco!»
Su subconsciente regresó al baile del sábado por la noche y, cuando cerró los ojos, casi sintió el cuerpo de Brittany en sus brazos, la cercanía de su aliento, el calor de su mano. ¡Dios, qué maravillosa era! Santana no recordaba la última vez que había experimentado semejante sincronía con otra mujer... la última vez que había deseado a alguien con aquella intensidad. Había sido surrealista.
Soltó un taco. No sabía si había sido el hado, la mala suerte o el destino los que la habían puesto en aquella situación, la situación de desear a alguien que no podía conseguir, pero lo odiaba. Odiaba la injusticia. Odiaba la rabia que ardía en sus entrañas al pensarlo.
—Hola.
La sobresaltó una mano sobre su hombro, alzó la vista hacia los ojos castaños de Jenna y suspiró, fastidiada.
Jenna sonrió.
—Lo lamento. No pretendía asustarte.
—¿Qué ocurre? —preguntó Santana, fijándose en las risueñas arrugas que rodeaban los ojos de su cuñada y en la repentina ausencia de la expresión preocupada antes reflejada en su rostro.
—Ha acabado. Está en reanimación. Todo ha salido bien.
A Santana le sorprendió la oleada de alivio que la envolvió.
—¿Se encuentra bien?
—Sí. —La sonrisa de Jenna se ensanchó mientras asentía.
—Gracias a Dios.
—Sí.
Eran casi las seis de la tarde cuando les permitieron ver a John López, y sólo durante unos minutos cada uno. Santana permaneció junto a la cama de su padre mientras este surgía poco a poco de las profundidades de la anestesia y de la medicación analgésica. Su piel era de un gris amarillento y parecía pequeñísimo bajo la ropa de cama del hospital. Los ojos de Santana se fijaron en los diferentes tubos y cables que lo conectaban a aparatos que no dejaban de pitar y a bolsas de líquido. Nunca le había gustado la ciencia y odiaba admitir su repugnancia; ante la sangre se le revolvía el estómago. Pero prestó atención a todo lo que dijo el médico, aunque estaba segura de que Jenna había tomado nota.
J.J. y Jenna aceptaron por fin que Santana los mandase a la cafetería después de pasar todo el tiempo que había durado la operación y las seis horas de reanimación en la atestada y enrarecida sala de espera. Santana, sola con su padre, se sentía un poco incómoda, así que se alegró cuando su padre parpadeó.
Abrió los ojos, de un castaño acuoso, completamente desenfocados mientras intentaba situarse.
Santana esperó a que el rostro de su padre se reanimase para hablar.
—Hola, papá.
Los ojos miraron a la derecha y la mirada de su padre se posó en ella. El alivio relajó su rostro, y las comisuras de los labios dibujaron una vaga sonrisa. Habló con voz ronca y cascada.
—Aún estás aquí.
Las tres palabras le sorprendieron.
—Aún estoy aquí.
—No esperaba... que estuvieses.
Santana se mordió los labios, incapaz de reprimir el sentimiento de culpa mientras daba la mano a su padre. La piel le pareció a Santana fina como el papel, y los huesos perceptibles debajo. La fragilidad de su padre le encogió el corazón.
—Pues estoy.
—Me alegro. —Parpadeó de nuevo, como si le pesasen los párpados y le costase mantener los ojos abiertos—. ¿Santana?
—¿Hummm?
—Vive la vida.
Santana se inclinó sobre la cama.
—¿Qué has dicho, papá?
—Vívela. Debes vivirla. —Poco después se quedó dormido de nuevo.
Santana cabeceó, recordando que el médico había advertido que su padre seguramente tardaría unas horas en recuperar la coherencia. Al ver su fragilidad, se le puso un nudo en la garganta y se inclinó para besar a su padre en la frente.
—Que duermas bien, papá —susurró.
Por primera vez desde la muerte de su madre Santana había dudado en dejar la casa de sus padres. La idea la perseguía dos días después cuando, sentada ante la mesa de su despacho, repasaba los correos electrónicos del jueves por la mañana.
Brittany tenía razón: no hubo crisis ni emergencias que no se resolviesen mientras Santana estuvo ausente, y a decir verdad no sabía si eso le gustaba. Cierto que sólo había faltado al trabajo un día y medio, pero no le gustaba desconectar ni siquiera un minuto.
Había vuelto a su despacho el día anterior por la tarde, revisado el correo electrónico acumulado y devuelto unas cuantas llamadas; por lo demás, todo iba sobre ruedas. Casi se sentía decepcionada.
Una llamada en la puerta la arrancó de sus pensamientos y la devolvió a la realidad; alzó los ojos y vio a Sue Sylvester. Su traje de chaqueta azul marino era muy elegante, y se había cortado y teñido el pelo poco antes. Tenía mucho estilo.
—¿Qué tal está tu padre? —preguntó a Santana, sonriendo.
—Bien. Gracias por tu interés.
—Me sorprende que te hayas incorporado tan pronto. —Aunque el tono reflejaba sólo sorpresa, no acusación, Santana adoptó una actitud defensiva con un estremecimiento.
—La verdad es que poco puedo hacer allí. Va a estar en el hospital un tiempo, y mi hermano y mi cuñada viven cerca y lo tienen todo controlado, así que... —Se quedó sin palabras bajo la mirada escrutadora de Sue y posó la vista en el expediente abierto sobre la mesa, jugueteando con las esquinas del papel.
—De todas formas, si necesitas ausentarte unos días, hazlo. Naturalmente, no esperamos que te dediques en cuerpo y alma al trabajo cuando un miembro de tu familia está enfermo.
—Te lo agradezco. Gracias, Sue.
Sylvester miró a Santana durante unos segundos, como si quisiese añadir algo. Sin embargo, se limitó a dar la vuelta y marcharse, tal vez tras haberlo pensado mejor. Por la ventana del despacho Santana vio a Brittany un momento antes de que la secretaria desviase la mirada.
«Brittany.»
Era absolutamente profesional y competente. Había organizado las cosas con rapidez y eficacia en ausencia de Santana. Presentó un exhaustivo informe a Santana tras su vuelta, de forma que parecía que Santana no se había marchado. Santana sabía que otros ejecutivos darían la mano derecha por una secretaria tan valiosa como Brittany Pierce.
Su competencia amargaba a Santana.
«¿Estoy loca? Sí. Estoy completamente loca, ¿verdad?»
Echaba de menos a Brittany. Se resistía a admitirlo, pero era la pura verdad. Echaba de menos su humor, su afabilidad, su sinceridad. Echaba de menos las conversaciones que habían mantenido en el pasado, conversaciones sobre temas reales, cosas importantes. Y echaba de menos la proximidad física... ¡Dios, cuánto la echaba de menos! Cuando eran amigas, Santana podía rozar a Brittany al pasar o tocar sus dedos cuando le entregaba algo.
Pero ese tipo de gestos se habían convertido en tabúes... Brittany sin duda se daría cuenta, y Santana sabía que no podía continuar con la alternancia de ahora me acerco/ahora me alejo que había estado haciendo últimamente. No era justo para Brittany.
«Tengo que mantener mi distancia profesional. Es lo más ético.» A continuación, apoyó los codos en la mesa y hundió la cara entre las manos. «Lo fastidié. Lo fastidié por completo.»
Su relación laboral con Brittany había sido fantástica, pero no había sabido tener las manos quietas y lo había estropeado todo. Las cosas eran distintas. No iban a progresar y tampoco podían retroceder al punto anterior. Era como estar atascada en una especie de falso limbo, como si tuviesen que continuar con la rutina de sus trabajos, pero estuviesen atrapadas en el tiempo, sin poder avanzar ni retroceder, fingiendo eternamente que no había ocurrido nada.
Durante la reunión del día anterior Brittany había respondido a todas las preguntas de Santana, incluso con una sonrisa. Pero la sonrisa hirió a Santana como una bofetada. No emanaba de los ojos de Brittany. Era casi forzada, como si sólo fuese una mueca, y Santana odiaba que todo quedase reducido a aquello entre las dos. En su vida se había sentido más frustrada.
Quinn soltó un gruñido y colgó el teléfono de la oficina con violencia. Otra vez había estado a punto de llamar a Brittany para saludarla, invitarla a comer y preguntarle qué haría después. Pero otra vez se había arrugado en el último momento.
Jamás había pensado que llegaría a añorar tanto a Brittany, a sentir su ausencia tan profundamente. Era como si tuviese un enorme agujero en la vida, en el alma. Brittany había formado parte de su existencia durante veinte años.
Torció el gesto ante el sándwich de jamón que había comprado para comer. Sabía que debía comerlo, pero llevaba días sin apetito.
Había perdido las ganas de comer, la energía y, al parecer, también la capacidad para sonreír. Todas las noches de la semana, al llegar a casa, abría una lata de cerveza, se tiraba en el sofá y navegaba por los diferentes canales de televisión hasta quedarse dormida.
Estaba hecha una holgazana, y sus músculos casi pedían a gritos que moviese el culo y fuese al gimnasio.
—Hola, Quinn. —Un miembro de su equipo, Carl, le entregó unos papeles—. Te traigo las instrucciones para el proyecto de envíos de recursos humanos de la semana que viene. —Carl se volvió para marcharse, dudó y miró a su jefa—: ¿Te encuentras bien?
Los sentimientos de Quinn abrasaron su mirada durante un segundo, hasta que logró reprimir el fastidio y comprendió que el interés de Carl era sincero.
—Sí, perfectamente.
—¿De verdad? Pareces un poco... triste últimamente.
Aunque a Quinn la conmovía la preocupación de Carl, no tenía intención de comentar asuntos personales con ningún subordinado.
No obstante, Carl había tenido un bonito detalle.
—Estoy bien, Carl. Gracias por tu interés.
Carl la miró un momento, esbozó una sonrisa y se marchó.
«No estoy nada bien. Me siento como una mierda y quiero decírselo a mi mejor amiga. Pero no puedo porque todo se ha jodido.»
Recordó la noche del sábado, el maravilloso tacto del cuerpo de Brittany, la suavidad de sus labios, y la seductora agresividad que llevaba dentro. Había sido como una fantasía convertida en realidad. Le habría gustado deleitarse en el recuerdo, pero las imágenes cambiaron y Quinn vio la furia de Brittany y de nuevo se hundió en el dolor. No podía olvidar la expresión herida de Brittany, ni su propio dolor cuando esta la echó de su casa.
Habían discutido otras veces; no siempre estaban de acuerdo; incluso habían pasado un par de días sin hablarse. Pero nada podía compararse con aquello. Era peor. Las dos se habían pasado de la raya. Quinn echaba de menos a Brittany terriblemente, pero los dos últimos días le habían servido para darse cuenta de que tenía que eliminar ciertos sentimientos que albergaba hacia ella. Y la única forma de conseguirlo era alejarse de ella. Durante días o semanas... tal vez incluso meses. Por mucho que le costase. Se preguntó cómo iba a sobrevivir.
El viernes por la mañana no fue especial para Brittany, salvo por el alivio de la proximidad del fin de semana. Quería estar con su sobrina, compartiendo su lenguaje infantil y viendo dibujos animados y películas para niños, sin pensar en nada importante. Sin trabajo. Sin Quinn. Por supuesto, sin Santana. Guardó las gafas de sol y las llaves en el cajón superior de la mesa y se dispuso a leer el correo electrónico.
Le rugió el estómago, y se dio cuenta de que necesitaba un poco de café. Sería mejor desayunar... algo sin duda mucho más razonable, pero últimamente no podía comer. La noche anterior se había reído con amargura después de preparar pasta, tomar tres bocados y dejar el plato a un lado. Las únicas ocasiones en las que había perdido su generoso apetito holandés y adelgazado sin esfuerzo habían sido durante sus rupturas amorosas. Las dietas no le servían de nada, sólo las mujeres que le rompían el corazón.
«¿Con quién he roto? ¿Con Quinn o con Santana?»
Se rió amargamente, harta de todo aquello. Quería meterse en un agujero y dormir durante años hasta que pudiese salir sin problemas.
La noche anterior había llamado a Erin, confiando en que la sensata visión de la vida que tenía su hermana la consolase, pero no había sido capaz de contarle toda la historia. Le había dicho a Erin que era difícil trabajar con Santana, debido a la atracción que sentía hacia ella, pero que procuraba controlarse. También había dicho que había discutido con Quinn, pero que estaba segura de que se reconciliarían.
Mentiras y medias verdades. Era lo único que sabía decir en aquellas circunstancias.
Brittany endulzó su café en la cocina de la cuarta planta, removiéndolo con gesto ausente mientras miraba por la ventana.
—Hola, Brittany. —Sugar Motta trabajaba en un cubículo próximo a Brittany y hacía años que eran amigas.
—Hola, Sugar, ¿cómo estás? —Cuando Brittany vio los delicados ojos color café de Sugar se dio cuenta de que hacía meses que casi no coincidían.
—Muy bien. Anoche estuve pensando en ti, precisamente.
—¿Sí? ¿Por qué?
—La criadora de perros de mi madre le dijo que había encontrado un macho que le gustaba mucho, y Destiny tuvo una camada hace un mes. Quedan algunos sin apalabrar. Enseguida me acordé de ti.
El corazón de Brittany dio un brinco de alegría y las lágrimas asomaron a sus ojos. Sugar le había hablado de la criadora de pastores australianos de su madre cuando vio las fotos de Rip en la mesa de Brittany, al poco de conocerse.
Ante la amenaza del llanto, Sugar se apresuró a dar marcha atrás.
—¡Oh, Dios! Lo siento, Britt. No pretendía molestarte. Sé que ha pasado muy poco tiempo desde la ausencia de Rip. ¡Qué tonta soy!
Brittany se rió, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.
—No, no, Sugar. —Puso una mano sobre el hombro de su amiga—. No pasa nada. No me has molestado en absoluto; en realidad, ha sido todo un detalle por tu parte pensar en mí. Supongo que estoy con el síndrome premenstrual. Mis emociones salen a la superficie fácilmente. —No era del todo falso.
—No tienes buen aspecto —dijo Sugar, observando con preocupación la cara de Brittany.
La compasión abrumó a Brittany. Reprimió las lágrimas, impidió que la pena se impusiese sobre su autodominio y sorprendió a Sugar dándole un fuerte abrazo.
—Hace siglos que no salimos de copas. ¿Estás libre el viernes próximo?
Los ojos de Sugar se iluminaron.
—Creo que sí.
—Estupendo. Podemos ir a Park Bench al salir del trabajo la semana que viene. Y dame el número de esa criadora, ¿vale?
—Hecho.
Brittany se sentía un poco mejor cuando volvió a su mesa, con el vaso de café caliente en la mano. Acarició una foto de Rip, sabiendo que era y siempre sería insustituible en su corazón, pero tal vez hubiese llegado el momento de pensar en otro cachorro.
Recordó lo precioso que era Rip la primera vez que lo vio... un gran peluche de suave y sedosa negrura. A los seis segundos estaba loca por él. Ojalá ocurriese de nuevo.
«Quizá sea de otro color en esta ocasión. Los de color azul mirlo son muy bonitos. También los tricolores rojizos son divinos...»
La arrancó de sus pensamientos una mano que se posó en su hombro. Sobresaltada, alzó la vista y tropezó con la mirada de preocupación de Sue Sylvester.
—Señora Sylvester. —Brittany no pudo reprimir la sorpresa. Sue Sylvester no tenía costumbre de conversar con el personal subalterno, salvo en los comentarios de rigor que se intercambiaban en fiestas, ceremonias y reuniones de departamento. Sus órdenes, cambios de planes o solicitudes se transmitían a través del escalafón. Brittany se enderezó y alisó con la mano el traje pantalón burdeos—. ¿Qué puedo hacer por usted?
Cuando reparó en la expresión de Sue, se dio cuenta de que algo iba mal. La mente de Brittany repasó rápidamente las últimas dos semanas. «¿He estropeado algo? ¿Fui grosera con algún cliente? ¿Me olvidé de un plazo de entrega?» Luego, se le ocurrió algo más horrible: «¡Oh, Dios! ¿Acaso me vieron con Santana en su despacho la semana pasada?» Se preparó para el impacto.
—Santana no va a venir hoy —dijo Sue Sylvester en tono amable, apagado—. Me llamó a primera hora de la mañana. Su padre murió anoche.
—¿Qué? ¡Oh, Dios mío! —Brittany se cubrió la boca con la mano, mientras asimilaba la noticia—. Pero...estaba bien. Santana me dijo que todo había salido bien. No lo entiendo.
Sylvester asintió.
—La operación salió bien, pero tenía un coágulo de sangre en algún lado... No recuerdo el término médico.
—Embolia pulmonar —susurró Brittany, recordando el diagnóstico del médico cuando había muerto su abuela seis años atrás.
—Eso es. Me temo que ha cogido a todo el mundo por sorpresa.
—¡Oh, pobre Santana!
—Sí. Me pidió que os comunicase a todos que estaría ausente un par de días.
Brittany asintió, anonadada. Sylvester le dio una torpe palmadita en el hombro y se marchó sin decir nada más.
—¡Oh, pobre Santana! —repitió Brittany.
Se reclinó en su silla y contempló el vacío. Al recordar la indecisión de Santana a la hora de acompañar a su padre el día de la operación, dio gracias a Dios en silencio; sabía que si Santana hubiese optado por no ir y hubiese ocurrido aquello, jamás se habría perdonado a sí misma.
La jornada laboral en Emerson continuó bullendo a su alrededor, aunque Brittany fue incapaz de pensar en nada más que en Santana, deseando estar con ella en aquel momento; por muy dura que fuese una persona, siempre resultaba útil contar con el apoyo de los amigos en situaciones emocionalmente difíciles. Se preguntó si Santana tendría a alguien que estuviese con ella y enseguida pensó en Emily.
El malestar formó un nudo en la boca de su estómago. Cogió el teléfono con rigidez, horrorizada ente la idea de hablar con alguien que se había acostado con Santana, aunque fuese su querida amiga Emily. Le temblaban los dedos cuando marcó el número.
Le respondió una voz aturdida. Brittany saludó y Emily farfulló:
—¿Brittany? ¿Qué ocurre?
—Lo siento. ¿Te he despertado?
—¿Aún no es mediodía?
Brittany torció el gesto.
—No. Son las diez.
—Entonces me has despertado.
—Lo siento. Quería saber si piensas ir hoy a Poughkeepsie.
Emily se quedó callada unos instantes, y luego bostezó.
—Voy a ir a Nueva York, pero mañana.
—¿El funeral es allí?
—¿Qué funeral? No, tengo una sesión de fotos en Manhattan.
Brittany frunció el ceño y comprendió que habitaban en mundos distintos.
—Emily, sabes que el padre de Santana murió anoche, ¿verdad?
—Oh, sí, me dejó un mensaje. Esta noche íbamos a salir a cenar y llamó para anular la cita. Una lástima.
—Sí, en efecto. Ya sé que su padre y ella no estaban muy unidos, pero creo que se alegró mucho cuando salió bien de la operación.
Emily soltó un gruñido, que Brittany interpretó como afirmación.
—¿Sabes algo del funeral? ¿A qué hora irás? Me gustaría mandar unas flores.
«En realidad, ojalá pudiese estar a su lado», pensó. Pero la idea de quedar en un segundo plano mientras Emily consolaba a Santana era intolerable.
—Oh, no voy a ir.
Brittany parpadeó y tardó unos instantes en asimilar lo que Emily acababa de decir.
—¿Cómo que no vas a ir? ¿Por qué no?
—Sería un poco incómodo, y ya me conoces. No se me dan bien los funerales y esas cosas.
—Emily. Sales con ella, por amor de Dios. Lo menos que puedes hacer es estar a su lado en el funeral de su padre.
—Jesús, Britt, pareces mi madre. —En la voz de Emily había un matiz defensivo—. No salgo con ella, ¿te enteras? No es nada de eso. Ella no me debe nada, y yo no le debo nada a ella. Tenemos un acuerdo.
—Un acuerdo. Genial. —Brittany cabeceó, esforzándose por entender aquel tipo de acuerdo sin conseguirlo—. Entonces... no vas a ir. De ningún modo.
—Ya te lo he dicho. Tengo una sesión de fotos.
—Vaya. Tus prioridades son admirables. —Respiró a fondo, intentando calmarse—. De acuerdo. Muy bien. ¿Sabes al menos dónde es o conoces los detalles?
—No, aún no he hablado con ella.
El control de Brittany sobre su rabia se quebró y explotó.
—¿Aún no la has llamado? Por Dios bendito, Emily. —Estaba pasmada y no se molestó en disimularlo. Emily tuvo el buen sentido de mostrarse un poco avergonzada.
Brittany casi vio su gesto de indiferencia y recordó nítidamente a la Emily de quince años.
—Pensé que tendría muchas cosas de que ocuparse.
Brittany no pudo más y finalizó la llamada rápidamente, temiendo decir algo a su vieja amiga que después tal vez lamentase. «Ya he destruido una amistad esta semana. No voy a perder otra.»
Se reclinó en la silla y bebió el café frío, incapaz de apartar la imagen de Santana sola en el entierro de su padre. Brittany sabía que John López vivía en Poughkeepsie. Podía consultar el periódico local en Internet y obtener información. Había tecleado unas palabras en el buscador de Google cuando una idea acudió a su mente y se mordió el labio inferior.
Tras unos minutos de debate, entró en el despacho de Santana y se sentó ante su mesa, hundiéndose en el sillón de suave cuero e inhalando el aroma del perfume de Santana. Tomó aliento, abrió el programa de correo electrónico del ordenador de Santana y repasó la lista de contactos hasta que encontró el nombre que estaba buscando.
Espero que les guste el capítulo, y que comenten. Besos! :D
CAPÍTULO CATORCE
La sala de espera de un hospital un martes por la mañana era el último lugar del mundo en el que Santana querría estar. Cierto que se sentía orgullosa de sí misma por estar allí (suponía un gran paso para ella perder un día de trabajo sin hallarse en su propio lecho de muerte), y, si no se equivocaba, su padre se había alegrado sinceramente al verla antes de que lo condujesen al quirófano muy temprano. Los médicos explicaron todos los riesgos derivados de cualquier operación y de aquella intervención de corazón en concreto. Pero les aseguraron, a J.J. y a ella, que todo saldría bien y que lo mejor que podían hacer era ponerse cómodos y esperar.
Los avisarían cuando su padre saliese del quirófano y estuviese recuperándose en la UCI.
Santana dio varias vueltas al hospital, exploró distintas plantas y visitó la tienda de regalos y la cafetería. Unas horas después se moría de aburrimiento.
Como le había ocurrido más veces de las que podía contar en los tres días previos, sus pensamientos se centraron en Brittany. El día anterior Brittany había llamado, enferma, dejando un mensaje en el buzón de voz de Santana a la intempestiva hora de las cuatro y media de la mañana. Su voz sonaba ronca y cansada y se había limitado a decir que se sentía fatal y que, por tanto, pensaba quedarse en casa. Le deseó a Santana un buen viaje a Poughkeepsie y añadió que tenía acceso al correo electrónico del trabajo desde casa, así que estaría al tanto de cualquier novedad.
Santana, corroída por la curiosidad, revisó el expediente laboral de Brittany y confirmó sus sospechas: Brittany sólo había pedido tres días de baja por enfermedad en los últimos cinco años.
Mientras contemplaba sin ver las anodinas paredes de la sala de espera, evocó la noche del sábado. Aquel baile había sido lo más erótico y seductor que había experimentado en muchos años, y de buena gana habría matado a Emily por interrumpirlas. Al mismo tiempo, reconocía que tal vez hubiese sido mejor así; había estado a punto de besar a Brittany y se enfadó consigo misma por las señales ambiguas que transmitía. Se moría de ganas de saborear los labios de Brittany otra vez... El domingo no había podido pensar en nada más, y tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no llamar a Brittany con la excusa de saludarla.
«¿Qué diablos me sucede?»
En el otro lado de la sala de espera J.J. leía con gran interés un número atrasado de Sports Illustrated. Junto a él, Jenna miraba por la ventana con las piernas cruzadas. Santana les dijo que iba a dar una vuelta.
—¿Otra? —preguntó J.J., irritado.
—No aguanto aquí sentada. Me vuelvo loca.
J.J. asintió.
—Vale. De todas formas, aún tardarán un par de horas.
Jenna sonrió.
—Iré a buscarte si sabemos algo.
—Gracias. Volveré. —Fue al aparcamiento, donde se permitía el uso de teléfonos móviles. Vio que tenía un mensaje de voz, y el corazón se le aceleró, esperando que se tratase de una llamada de Brittany. Aunque fuese para avisar a Santana de algún problema, valía la pena escuchar su voz.
Marcó su código y la decepcionó oír la voz de Noah, que enviaba sus mejores deseos y todo su cariño al padre de Santana.
Inmediatamente se sintió culpable por reaccionar así. «¡Dios, qué bicho soy!»
Regresó al vestíbulo del hospital y salió por la puerta principal, junto a la cual descubrió un banco vacío. Se sentó, echó la cabeza hacia atrás y se dejó envolver por la caricia del sol. Hacía bastante calor, pero el aire acondicionado del hospital era aún más fuerte que el de Emerson y estaba casi tiritando. Notó cómo el calor llegaba hasta sus huesos y suspiró.
Contempló el teléfono móvil que tenía en la mano, debatiéndose durante varios minutos antes de torcer el gesto, enfadada consigo misma, y marcar. Obtuvo respuesta al segundo timbrazo.
—Oficina de Santana López, soy Brittany. ¿Qué desea?
La voz sonaba cansada, pero Santana sonrió.
—¿Cómo te encuentras?
El tono de Brittany cambió ligeramente, como si se esforzase por mantener una actitud profesional.
—Mejor, gracias. ¿Qué tal tu padre?
—De momento no sabemos nada. Aún no ha salido del quirófano, pero saldrá pronto.
—Eso es bueno.
El silencio se alargó entre ellas. Santana se mordió el labio.
—¿Todo bien por ahí?
—Perfectamente.
—¿Sin crisis?
—Nada.
—¿Algún mensaje que pueda interesarme?
—Ninguno que me haya llamado la atención.
Volvió el silencio. Santana contempló los coches que pasaban por la calle frente al hospital; tenía muchas cosas que decir a Brittany, pero no sabía cómo decirlas.
—De acuerdo. —Lanzó un suspiro de frustración—. Te llamaré más tarde.
—Muy bien.
Tras un par de segundos de renovado silencio, se despidió y cerró el teléfono. «¡Vaya chasco!»
Su subconsciente regresó al baile del sábado por la noche y, cuando cerró los ojos, casi sintió el cuerpo de Brittany en sus brazos, la cercanía de su aliento, el calor de su mano. ¡Dios, qué maravillosa era! Santana no recordaba la última vez que había experimentado semejante sincronía con otra mujer... la última vez que había deseado a alguien con aquella intensidad. Había sido surrealista.
Soltó un taco. No sabía si había sido el hado, la mala suerte o el destino los que la habían puesto en aquella situación, la situación de desear a alguien que no podía conseguir, pero lo odiaba. Odiaba la injusticia. Odiaba la rabia que ardía en sus entrañas al pensarlo.
—Hola.
La sobresaltó una mano sobre su hombro, alzó la vista hacia los ojos castaños de Jenna y suspiró, fastidiada.
Jenna sonrió.
—Lo lamento. No pretendía asustarte.
—¿Qué ocurre? —preguntó Santana, fijándose en las risueñas arrugas que rodeaban los ojos de su cuñada y en la repentina ausencia de la expresión preocupada antes reflejada en su rostro.
—Ha acabado. Está en reanimación. Todo ha salido bien.
A Santana le sorprendió la oleada de alivio que la envolvió.
—¿Se encuentra bien?
—Sí. —La sonrisa de Jenna se ensanchó mientras asentía.
—Gracias a Dios.
—Sí.
Eran casi las seis de la tarde cuando les permitieron ver a John López, y sólo durante unos minutos cada uno. Santana permaneció junto a la cama de su padre mientras este surgía poco a poco de las profundidades de la anestesia y de la medicación analgésica. Su piel era de un gris amarillento y parecía pequeñísimo bajo la ropa de cama del hospital. Los ojos de Santana se fijaron en los diferentes tubos y cables que lo conectaban a aparatos que no dejaban de pitar y a bolsas de líquido. Nunca le había gustado la ciencia y odiaba admitir su repugnancia; ante la sangre se le revolvía el estómago. Pero prestó atención a todo lo que dijo el médico, aunque estaba segura de que Jenna había tomado nota.
J.J. y Jenna aceptaron por fin que Santana los mandase a la cafetería después de pasar todo el tiempo que había durado la operación y las seis horas de reanimación en la atestada y enrarecida sala de espera. Santana, sola con su padre, se sentía un poco incómoda, así que se alegró cuando su padre parpadeó.
Abrió los ojos, de un castaño acuoso, completamente desenfocados mientras intentaba situarse.
Santana esperó a que el rostro de su padre se reanimase para hablar.
—Hola, papá.
Los ojos miraron a la derecha y la mirada de su padre se posó en ella. El alivio relajó su rostro, y las comisuras de los labios dibujaron una vaga sonrisa. Habló con voz ronca y cascada.
—Aún estás aquí.
Las tres palabras le sorprendieron.
—Aún estoy aquí.
—No esperaba... que estuvieses.
Santana se mordió los labios, incapaz de reprimir el sentimiento de culpa mientras daba la mano a su padre. La piel le pareció a Santana fina como el papel, y los huesos perceptibles debajo. La fragilidad de su padre le encogió el corazón.
—Pues estoy.
—Me alegro. —Parpadeó de nuevo, como si le pesasen los párpados y le costase mantener los ojos abiertos—. ¿Santana?
—¿Hummm?
—Vive la vida.
Santana se inclinó sobre la cama.
—¿Qué has dicho, papá?
—Vívela. Debes vivirla. —Poco después se quedó dormido de nuevo.
Santana cabeceó, recordando que el médico había advertido que su padre seguramente tardaría unas horas en recuperar la coherencia. Al ver su fragilidad, se le puso un nudo en la garganta y se inclinó para besar a su padre en la frente.
—Que duermas bien, papá —susurró.
Por primera vez desde la muerte de su madre Santana había dudado en dejar la casa de sus padres. La idea la perseguía dos días después cuando, sentada ante la mesa de su despacho, repasaba los correos electrónicos del jueves por la mañana.
Brittany tenía razón: no hubo crisis ni emergencias que no se resolviesen mientras Santana estuvo ausente, y a decir verdad no sabía si eso le gustaba. Cierto que sólo había faltado al trabajo un día y medio, pero no le gustaba desconectar ni siquiera un minuto.
Había vuelto a su despacho el día anterior por la tarde, revisado el correo electrónico acumulado y devuelto unas cuantas llamadas; por lo demás, todo iba sobre ruedas. Casi se sentía decepcionada.
Una llamada en la puerta la arrancó de sus pensamientos y la devolvió a la realidad; alzó los ojos y vio a Sue Sylvester. Su traje de chaqueta azul marino era muy elegante, y se había cortado y teñido el pelo poco antes. Tenía mucho estilo.
—¿Qué tal está tu padre? —preguntó a Santana, sonriendo.
—Bien. Gracias por tu interés.
—Me sorprende que te hayas incorporado tan pronto. —Aunque el tono reflejaba sólo sorpresa, no acusación, Santana adoptó una actitud defensiva con un estremecimiento.
—La verdad es que poco puedo hacer allí. Va a estar en el hospital un tiempo, y mi hermano y mi cuñada viven cerca y lo tienen todo controlado, así que... —Se quedó sin palabras bajo la mirada escrutadora de Sue y posó la vista en el expediente abierto sobre la mesa, jugueteando con las esquinas del papel.
—De todas formas, si necesitas ausentarte unos días, hazlo. Naturalmente, no esperamos que te dediques en cuerpo y alma al trabajo cuando un miembro de tu familia está enfermo.
—Te lo agradezco. Gracias, Sue.
Sylvester miró a Santana durante unos segundos, como si quisiese añadir algo. Sin embargo, se limitó a dar la vuelta y marcharse, tal vez tras haberlo pensado mejor. Por la ventana del despacho Santana vio a Brittany un momento antes de que la secretaria desviase la mirada.
«Brittany.»
Era absolutamente profesional y competente. Había organizado las cosas con rapidez y eficacia en ausencia de Santana. Presentó un exhaustivo informe a Santana tras su vuelta, de forma que parecía que Santana no se había marchado. Santana sabía que otros ejecutivos darían la mano derecha por una secretaria tan valiosa como Brittany Pierce.
Su competencia amargaba a Santana.
«¿Estoy loca? Sí. Estoy completamente loca, ¿verdad?»
Echaba de menos a Brittany. Se resistía a admitirlo, pero era la pura verdad. Echaba de menos su humor, su afabilidad, su sinceridad. Echaba de menos las conversaciones que habían mantenido en el pasado, conversaciones sobre temas reales, cosas importantes. Y echaba de menos la proximidad física... ¡Dios, cuánto la echaba de menos! Cuando eran amigas, Santana podía rozar a Brittany al pasar o tocar sus dedos cuando le entregaba algo.
Pero ese tipo de gestos se habían convertido en tabúes... Brittany sin duda se daría cuenta, y Santana sabía que no podía continuar con la alternancia de ahora me acerco/ahora me alejo que había estado haciendo últimamente. No era justo para Brittany.
«Tengo que mantener mi distancia profesional. Es lo más ético.» A continuación, apoyó los codos en la mesa y hundió la cara entre las manos. «Lo fastidié. Lo fastidié por completo.»
Su relación laboral con Brittany había sido fantástica, pero no había sabido tener las manos quietas y lo había estropeado todo. Las cosas eran distintas. No iban a progresar y tampoco podían retroceder al punto anterior. Era como estar atascada en una especie de falso limbo, como si tuviesen que continuar con la rutina de sus trabajos, pero estuviesen atrapadas en el tiempo, sin poder avanzar ni retroceder, fingiendo eternamente que no había ocurrido nada.
Durante la reunión del día anterior Brittany había respondido a todas las preguntas de Santana, incluso con una sonrisa. Pero la sonrisa hirió a Santana como una bofetada. No emanaba de los ojos de Brittany. Era casi forzada, como si sólo fuese una mueca, y Santana odiaba que todo quedase reducido a aquello entre las dos. En su vida se había sentido más frustrada.
Quinn soltó un gruñido y colgó el teléfono de la oficina con violencia. Otra vez había estado a punto de llamar a Brittany para saludarla, invitarla a comer y preguntarle qué haría después. Pero otra vez se había arrugado en el último momento.
Jamás había pensado que llegaría a añorar tanto a Brittany, a sentir su ausencia tan profundamente. Era como si tuviese un enorme agujero en la vida, en el alma. Brittany había formado parte de su existencia durante veinte años.
Torció el gesto ante el sándwich de jamón que había comprado para comer. Sabía que debía comerlo, pero llevaba días sin apetito.
Había perdido las ganas de comer, la energía y, al parecer, también la capacidad para sonreír. Todas las noches de la semana, al llegar a casa, abría una lata de cerveza, se tiraba en el sofá y navegaba por los diferentes canales de televisión hasta quedarse dormida.
Estaba hecha una holgazana, y sus músculos casi pedían a gritos que moviese el culo y fuese al gimnasio.
—Hola, Quinn. —Un miembro de su equipo, Carl, le entregó unos papeles—. Te traigo las instrucciones para el proyecto de envíos de recursos humanos de la semana que viene. —Carl se volvió para marcharse, dudó y miró a su jefa—: ¿Te encuentras bien?
Los sentimientos de Quinn abrasaron su mirada durante un segundo, hasta que logró reprimir el fastidio y comprendió que el interés de Carl era sincero.
—Sí, perfectamente.
—¿De verdad? Pareces un poco... triste últimamente.
Aunque a Quinn la conmovía la preocupación de Carl, no tenía intención de comentar asuntos personales con ningún subordinado.
No obstante, Carl había tenido un bonito detalle.
—Estoy bien, Carl. Gracias por tu interés.
Carl la miró un momento, esbozó una sonrisa y se marchó.
«No estoy nada bien. Me siento como una mierda y quiero decírselo a mi mejor amiga. Pero no puedo porque todo se ha jodido.»
Recordó la noche del sábado, el maravilloso tacto del cuerpo de Brittany, la suavidad de sus labios, y la seductora agresividad que llevaba dentro. Había sido como una fantasía convertida en realidad. Le habría gustado deleitarse en el recuerdo, pero las imágenes cambiaron y Quinn vio la furia de Brittany y de nuevo se hundió en el dolor. No podía olvidar la expresión herida de Brittany, ni su propio dolor cuando esta la echó de su casa.
Habían discutido otras veces; no siempre estaban de acuerdo; incluso habían pasado un par de días sin hablarse. Pero nada podía compararse con aquello. Era peor. Las dos se habían pasado de la raya. Quinn echaba de menos a Brittany terriblemente, pero los dos últimos días le habían servido para darse cuenta de que tenía que eliminar ciertos sentimientos que albergaba hacia ella. Y la única forma de conseguirlo era alejarse de ella. Durante días o semanas... tal vez incluso meses. Por mucho que le costase. Se preguntó cómo iba a sobrevivir.
El viernes por la mañana no fue especial para Brittany, salvo por el alivio de la proximidad del fin de semana. Quería estar con su sobrina, compartiendo su lenguaje infantil y viendo dibujos animados y películas para niños, sin pensar en nada importante. Sin trabajo. Sin Quinn. Por supuesto, sin Santana. Guardó las gafas de sol y las llaves en el cajón superior de la mesa y se dispuso a leer el correo electrónico.
Le rugió el estómago, y se dio cuenta de que necesitaba un poco de café. Sería mejor desayunar... algo sin duda mucho más razonable, pero últimamente no podía comer. La noche anterior se había reído con amargura después de preparar pasta, tomar tres bocados y dejar el plato a un lado. Las únicas ocasiones en las que había perdido su generoso apetito holandés y adelgazado sin esfuerzo habían sido durante sus rupturas amorosas. Las dietas no le servían de nada, sólo las mujeres que le rompían el corazón.
«¿Con quién he roto? ¿Con Quinn o con Santana?»
Se rió amargamente, harta de todo aquello. Quería meterse en un agujero y dormir durante años hasta que pudiese salir sin problemas.
La noche anterior había llamado a Erin, confiando en que la sensata visión de la vida que tenía su hermana la consolase, pero no había sido capaz de contarle toda la historia. Le había dicho a Erin que era difícil trabajar con Santana, debido a la atracción que sentía hacia ella, pero que procuraba controlarse. También había dicho que había discutido con Quinn, pero que estaba segura de que se reconciliarían.
Mentiras y medias verdades. Era lo único que sabía decir en aquellas circunstancias.
Brittany endulzó su café en la cocina de la cuarta planta, removiéndolo con gesto ausente mientras miraba por la ventana.
—Hola, Brittany. —Sugar Motta trabajaba en un cubículo próximo a Brittany y hacía años que eran amigas.
—Hola, Sugar, ¿cómo estás? —Cuando Brittany vio los delicados ojos color café de Sugar se dio cuenta de que hacía meses que casi no coincidían.
—Muy bien. Anoche estuve pensando en ti, precisamente.
—¿Sí? ¿Por qué?
—La criadora de perros de mi madre le dijo que había encontrado un macho que le gustaba mucho, y Destiny tuvo una camada hace un mes. Quedan algunos sin apalabrar. Enseguida me acordé de ti.
El corazón de Brittany dio un brinco de alegría y las lágrimas asomaron a sus ojos. Sugar le había hablado de la criadora de pastores australianos de su madre cuando vio las fotos de Rip en la mesa de Brittany, al poco de conocerse.
Ante la amenaza del llanto, Sugar se apresuró a dar marcha atrás.
—¡Oh, Dios! Lo siento, Britt. No pretendía molestarte. Sé que ha pasado muy poco tiempo desde la ausencia de Rip. ¡Qué tonta soy!
Brittany se rió, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.
—No, no, Sugar. —Puso una mano sobre el hombro de su amiga—. No pasa nada. No me has molestado en absoluto; en realidad, ha sido todo un detalle por tu parte pensar en mí. Supongo que estoy con el síndrome premenstrual. Mis emociones salen a la superficie fácilmente. —No era del todo falso.
—No tienes buen aspecto —dijo Sugar, observando con preocupación la cara de Brittany.
La compasión abrumó a Brittany. Reprimió las lágrimas, impidió que la pena se impusiese sobre su autodominio y sorprendió a Sugar dándole un fuerte abrazo.
—Hace siglos que no salimos de copas. ¿Estás libre el viernes próximo?
Los ojos de Sugar se iluminaron.
—Creo que sí.
—Estupendo. Podemos ir a Park Bench al salir del trabajo la semana que viene. Y dame el número de esa criadora, ¿vale?
—Hecho.
Brittany se sentía un poco mejor cuando volvió a su mesa, con el vaso de café caliente en la mano. Acarició una foto de Rip, sabiendo que era y siempre sería insustituible en su corazón, pero tal vez hubiese llegado el momento de pensar en otro cachorro.
Recordó lo precioso que era Rip la primera vez que lo vio... un gran peluche de suave y sedosa negrura. A los seis segundos estaba loca por él. Ojalá ocurriese de nuevo.
«Quizá sea de otro color en esta ocasión. Los de color azul mirlo son muy bonitos. También los tricolores rojizos son divinos...»
La arrancó de sus pensamientos una mano que se posó en su hombro. Sobresaltada, alzó la vista y tropezó con la mirada de preocupación de Sue Sylvester.
—Señora Sylvester. —Brittany no pudo reprimir la sorpresa. Sue Sylvester no tenía costumbre de conversar con el personal subalterno, salvo en los comentarios de rigor que se intercambiaban en fiestas, ceremonias y reuniones de departamento. Sus órdenes, cambios de planes o solicitudes se transmitían a través del escalafón. Brittany se enderezó y alisó con la mano el traje pantalón burdeos—. ¿Qué puedo hacer por usted?
Cuando reparó en la expresión de Sue, se dio cuenta de que algo iba mal. La mente de Brittany repasó rápidamente las últimas dos semanas. «¿He estropeado algo? ¿Fui grosera con algún cliente? ¿Me olvidé de un plazo de entrega?» Luego, se le ocurrió algo más horrible: «¡Oh, Dios! ¿Acaso me vieron con Santana en su despacho la semana pasada?» Se preparó para el impacto.
—Santana no va a venir hoy —dijo Sue Sylvester en tono amable, apagado—. Me llamó a primera hora de la mañana. Su padre murió anoche.
—¿Qué? ¡Oh, Dios mío! —Brittany se cubrió la boca con la mano, mientras asimilaba la noticia—. Pero...estaba bien. Santana me dijo que todo había salido bien. No lo entiendo.
Sylvester asintió.
—La operación salió bien, pero tenía un coágulo de sangre en algún lado... No recuerdo el término médico.
—Embolia pulmonar —susurró Brittany, recordando el diagnóstico del médico cuando había muerto su abuela seis años atrás.
—Eso es. Me temo que ha cogido a todo el mundo por sorpresa.
—¡Oh, pobre Santana!
—Sí. Me pidió que os comunicase a todos que estaría ausente un par de días.
Brittany asintió, anonadada. Sylvester le dio una torpe palmadita en el hombro y se marchó sin decir nada más.
—¡Oh, pobre Santana! —repitió Brittany.
Se reclinó en su silla y contempló el vacío. Al recordar la indecisión de Santana a la hora de acompañar a su padre el día de la operación, dio gracias a Dios en silencio; sabía que si Santana hubiese optado por no ir y hubiese ocurrido aquello, jamás se habría perdonado a sí misma.
La jornada laboral en Emerson continuó bullendo a su alrededor, aunque Brittany fue incapaz de pensar en nada más que en Santana, deseando estar con ella en aquel momento; por muy dura que fuese una persona, siempre resultaba útil contar con el apoyo de los amigos en situaciones emocionalmente difíciles. Se preguntó si Santana tendría a alguien que estuviese con ella y enseguida pensó en Emily.
El malestar formó un nudo en la boca de su estómago. Cogió el teléfono con rigidez, horrorizada ente la idea de hablar con alguien que se había acostado con Santana, aunque fuese su querida amiga Emily. Le temblaban los dedos cuando marcó el número.
Le respondió una voz aturdida. Brittany saludó y Emily farfulló:
—¿Brittany? ¿Qué ocurre?
—Lo siento. ¿Te he despertado?
—¿Aún no es mediodía?
Brittany torció el gesto.
—No. Son las diez.
—Entonces me has despertado.
—Lo siento. Quería saber si piensas ir hoy a Poughkeepsie.
Emily se quedó callada unos instantes, y luego bostezó.
—Voy a ir a Nueva York, pero mañana.
—¿El funeral es allí?
—¿Qué funeral? No, tengo una sesión de fotos en Manhattan.
Brittany frunció el ceño y comprendió que habitaban en mundos distintos.
—Emily, sabes que el padre de Santana murió anoche, ¿verdad?
—Oh, sí, me dejó un mensaje. Esta noche íbamos a salir a cenar y llamó para anular la cita. Una lástima.
—Sí, en efecto. Ya sé que su padre y ella no estaban muy unidos, pero creo que se alegró mucho cuando salió bien de la operación.
Emily soltó un gruñido, que Brittany interpretó como afirmación.
—¿Sabes algo del funeral? ¿A qué hora irás? Me gustaría mandar unas flores.
«En realidad, ojalá pudiese estar a su lado», pensó. Pero la idea de quedar en un segundo plano mientras Emily consolaba a Santana era intolerable.
—Oh, no voy a ir.
Brittany parpadeó y tardó unos instantes en asimilar lo que Emily acababa de decir.
—¿Cómo que no vas a ir? ¿Por qué no?
—Sería un poco incómodo, y ya me conoces. No se me dan bien los funerales y esas cosas.
—Emily. Sales con ella, por amor de Dios. Lo menos que puedes hacer es estar a su lado en el funeral de su padre.
—Jesús, Britt, pareces mi madre. —En la voz de Emily había un matiz defensivo—. No salgo con ella, ¿te enteras? No es nada de eso. Ella no me debe nada, y yo no le debo nada a ella. Tenemos un acuerdo.
—Un acuerdo. Genial. —Brittany cabeceó, esforzándose por entender aquel tipo de acuerdo sin conseguirlo—. Entonces... no vas a ir. De ningún modo.
—Ya te lo he dicho. Tengo una sesión de fotos.
—Vaya. Tus prioridades son admirables. —Respiró a fondo, intentando calmarse—. De acuerdo. Muy bien. ¿Sabes al menos dónde es o conoces los detalles?
—No, aún no he hablado con ella.
El control de Brittany sobre su rabia se quebró y explotó.
—¿Aún no la has llamado? Por Dios bendito, Emily. —Estaba pasmada y no se molestó en disimularlo. Emily tuvo el buen sentido de mostrarse un poco avergonzada.
Brittany casi vio su gesto de indiferencia y recordó nítidamente a la Emily de quince años.
—Pensé que tendría muchas cosas de que ocuparse.
Brittany no pudo más y finalizó la llamada rápidamente, temiendo decir algo a su vieja amiga que después tal vez lamentase. «Ya he destruido una amistad esta semana. No voy a perder otra.»
Se reclinó en la silla y bebió el café frío, incapaz de apartar la imagen de Santana sola en el entierro de su padre. Brittany sabía que John López vivía en Poughkeepsie. Podía consultar el periódico local en Internet y obtener información. Había tecleado unas palabras en el buscador de Google cuando una idea acudió a su mente y se mordió el labio inferior.
Tras unos minutos de debate, entró en el despacho de Santana y se sentó ante su mesa, hundiéndose en el sillón de suave cuero e inhalando el aroma del perfume de Santana. Tomó aliento, abrió el programa de correo electrónico del ordenador de Santana y repasó la lista de contactos hasta que encontró el nombre que estaba buscando.
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Pobre San que mal lo de su padre. Me dan pena Quinn y Britt, las dos sufriendo por amor y la perdida de una amistad...
Espero que San se alegre de ver a Britt en el entierro y que po lo menos consigan hablar y dejar de lado tanta "profesionalidad"
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
ojala las cosas entre quinn y britt se arreglen y pobre santana con su padre y que pronto sean felices
tengo una duda rachel va a aparecer si no
tengo una duda rachel va a aparecer si no
SARAH NILE*** - Mensajes : 119
Fecha de inscripción : 16/05/2012
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Pobre san y ojala brittany valla al funeral!
Excelente capitulo
Hasta la siguiente actualizacion
Saludos!
Excelente capitulo
Hasta la siguiente actualizacion
Saludos!
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
de verdad espero que britt vaya al funeral, hablen y se dejen de tanto profesionalismo!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Hola! Cierto, dan pena, pero como digo todo a su tiempo, ya verás que sucede con ellas más adelante :3 Si, van a hablar xD No voy a decir más xDMarta_Snix escribió:Pobre San que mal lo de su padre. Me dan pena Quinn y Britt, las dos sufriendo por amor y la perdida de una amistad...Espero que San se alegre de ver a Britt en el entierro y que po lo menos consigan hablar y dejar de lado tanta "profesionalidad"
Gracias por comentar :D
Hola! pronto verás qué sucede con ellas dos. Por desgracia no, fue el único papel que pude darle a Rachel, el de la ex de Brittany, mi idea era que haya Faberry pero no pudo ser :/ Aún así, estoy buscando un libro (creo que ya lo encontré) donde no sólo haya Brittana, si no también Faberry.SARAH NILE escribió:ojala las cosas entre quinn y britt se arreglen y pobre santana con su padre y que pronto sean felices
tengo una duda rachel va a aparecer si no
Gracias por comentar. Besos! :D
Hola! Ahora sabrás si Brittany va o no al funeral. En unos minutos subo el capítulo.Jane0_o escribió:Pobre san y ojala brittany valla al funeral!
Excelente capitulo
Hasta la siguiente actualizacion
Saludos!
Gracias por comentar. Saludos! :3
Hola! Bueno, en este capítulo sabrás si Britta va o no al funeral, y lo que sucederá.micky morales escribió:de verdad espero que britt vaya al funeral, hablen y se dejen de tanto profesionalismo!
Gracias por comentar. Besos! :D
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Quince-
Hola! Acá les dejo un nuevo capítulo, como bien pueden ver es el 15 y son 19, por lo que nos quedan 4 capítulos más y termina la historia.
Quiero aclarar que no sé si mañana pueda subir capítulo, y dudo que el sábado también pueda subir, por lo que el mejor capítulo quedaría para el domingo. No voy a pedir una cantidad de comentarios, porque de verdad no creo que pueda subir el capítulo, si tengo un tiempo, aunque sea mínimo intentaré ver si puedo subirlo.
En cuanto termine con este fic, si es que ustedes quieren comenzaré a subir otra adaptación, pero me gustaría saber si quieren. Tengo pensado adaptar al menos 3 libros más, si no tienen problema de leerlos, yo los subo :3
Bueno, acá les dejo el capítulo, espero que les guste, y espero que comenten con sus opiniones y me digan si quieren más adaptaciones.
Besos! :D
CAPÍTULO QUINCE
Noah estaba preocupado por Santana. Era normal que una persona se disgustase al morir su padre. Era normal que esa persona se mostrase alelada o perdida, aunque fuese habitualmente muy controlada. Sin embargo, Santana parecía completamente traumatizada. Jamás la había visto así y estaba preocupado por ella.
Cuando la vio por primera vez después de la noticia y la abrazó, Santana se dejó abrazar, pero apenas respondió. Su esposa Alyson dijo que con ella había hecho lo mismo. Santana apenas había hablado, salvo para expresar su opinión sobre los detalles de la funeraria y ayudar al pobre J.J., que estaba completamente destrozado.
A John López no le habría gustado un funeral interminable. Según J.J., había pedido una pequeña ceremonia y el entierro a continuación, todo en el mismo día. Noah reconoció las ventajas de acabar lo antes posible, pero casi deseó, por Santana, que la despedida pública fuese un poco más prolongada. Tal vez de ese modo reaccionase.
El funeral fue bonito, aunque Noah odiaba calificar algo relacionado con la muerte de «bonito». Aborrecía oír a la gente acercarse al ataúd abierto y decir: «Tiene buen aspecto, ¿verdad?». «No, no tiene buen aspecto —sentía el impulso de gritar—.¡Está muerto!» Pero el discurso del sacerdote había sido amable y compasivo.
El tío de Santana había pronunciado un brillante panegírico, con toques de humor, durante el cual Santana había permanecido mirando al frente en la primera fila, sin mostrar la menor expresión.
Por el contrario las lágrimas rodaban por las rubicundas mejilas de J.J., sentado a su izquierda, mientras Jenna le sostenía la mano, y sus dos hijos mayores, que ocupaban las sillas contiguas, parecían tristes e incómodos.
Noah miraba por el rabillo del ojo, sin perder de vista a Santana durante el funeral. No sabía muy bien qué esperaba. ¿Una crisis? ¿Un sollozo? ¿Una lágrima? No lo sabía. Pero no dejó de mirarla, por si acaso. Santana estrechó la mano de la interminable fila de antiguos compañeros de trabajo y clientes de John; en un determinado momento, antes del funeral, la fila salía por la puerta de la funeraria y daba la vuelta a la calle, y en el funeral la gente había tenido que estar de pie. John López conocía a muchísima gente, no cabía duda.
El trayecto desde la funeraria hasta el cementerio rural de Poughkeepsie fue tranquilo, y Noah casi leía los agitados pensamientos de Alyson, sentada a su lado, mientras conducía detrás del coche fúnebre y la limusina.
—Santana no tiene buen aspecto —dijo Alyson. La preocupación nublaba su suave rostro, y Noah sintió el familiar impulso de abrazarla para sentirse mejor.
—Lo sé.
—¿Qué podemos hacer por ella? Seguro que se puede hacer algo. —Las lágrimas bañaron los grandes ojos azules de Alyson y se le quebró la voz—. Odio verla en ese estado.
—Yo también, cariño. —Noah había mirado por encima a la gente, con los ojos alerta y pendientes de Santana, pero no había encontrado lo que buscaba hasta que se dio cuenta de que tal vez esperase algo que no iba a ocurrir.
—¿Crees que aceptará quedarse con nosotros esta noche? Podemos pedírselo, ¿verdad?
Santana iba a quedarse en casa de sus padres, a pesar de que J.J. y Jenna le habían ofrecido alojarse con ellos. A Noah no le gustaba dejarla sola, pero estaba seguro casi al cien por cien de que Santana rechazaría el ofrecimiento de Alyson y diría que se encontraba bien y que necesitaba estar sola.
—Dudo que acepte. Ya sabes cómo es.
Alyson rumió sus pensamientos durante varios minutos.
—Tal vez... le siente bien estar sola. Quizá entonces se desahogue. Ya sé que no estaban muy unidos, pero... al fin y al cabo era su padre.
Noah asintió cuando traspasaron la verja del cementerio. Hacía años que no estaba en aquel lugar, pero siempre le impresionaba el paso del tiempo, la historia que se acumulaba entre las elevadas columnas de piedra. Aparcó en fila, detrás de otros coches, y caminó hasta una tumba recién cavada junto a la de Maribel López mientras los empleados de la funeraria colocaban el ataúd al lado con un gran ramo de rosas blancas encima.
Noah y Alyson se situaron detrás de Santana, posando las manos sobre los hombros cubiertos por el vestido negro. Noah notó que Santana se ponía rígida tras volver la cabeza y mirarlo con ojos vacíos y anonadados. El dolor de Santana lo traspasó, pero no sabía qué hacer, así que se limitó a acariciarle el hombro, sin levantar la mano durante toda la ceremonia.
La oración fue breve y amable, y el sacerdote dio las gracias a todo el mundo e invitó a los presentes a tomar café con pastas en casa de J.J. y Jenna. J.J. tenía las mejilas húmedas cuando arrancó una rosa roja de un ramo, se adelantó y la puso sobre el ataúd de su padre. Jenna le siguió, sollozando, y luego sus hijos. Santana no se movió, parecía pegada al suelo. La multitud comenzó a dispersarse lentamente, regresando a los coches.
J.J. se acercó a su hermana, la besó delicadamente en la mejilla y se dirigió a la limusina. Jenna le imitó sin ocultar su preocupación y estrechó la mano de Santana antes de seguir a su marido. Poco después sólo quedaban Santana, Noah, Alyson y los empleados de la funeraria.
—¿Santana? —preguntó Noah en tono cariñoso—. ¿Nos vamos?
Santana carraspeó y le habló por primera vez en muchas horas, aunque no apartaba la vista del ataúd y no lo miró. Su voz sonó ronca:
—Creo que prefiero quedarme un poco más.
—No tienes coche, cariño.
—Lo sé. He traído el móvil. Pediré un taxi cuando esté lista.
Noah frunció el ceño.
—¿Quieres que te esperemos?
—No pasa nada, Noah. Gracias, de todas formas. Jenna os espera.
—¿Estás segura? —preguntó Alyson. Era evidente que la idea no le gustaba.
Santana asintió.
Noah respiró a fondo, y sus ojos vagaron por el cementerio mientras pensaba en una forma de no dejar sola a Santana en aquel lugar. Cuando su mirada descubrió una figura junto a un árbol, a cuatro metros de ellos, el alivio relajó su corazón.
—Como quieras —dijo Noah. Alyson lo miró como si estuviese loco por dejar sola a Santana en semejante circunstancia, pero Noah hizo un gesto imperceptible, señalando a alguien detrás de Santana, y Alyson se contuvo.
Cuando se dirigían a su coche, pasaron ante una mujer apoyada en un árbol, a la que Noah saludó y dedicó una sincera sonrisa de agradecimiento. Alyson se fijó en la mujer de cabellos rubios, sencilla falda negra y blusa blanca, que sonreía con aire comprensivo y tenía el rostro bañado en lágrimas.
Cuando la dejaron atrás, Alyson preguntó:
—¿Quién es?
—Si mi instinto no falla, cariño, esa es la persona que va a ayudar a Santana a superar este trance. —Sonrió con ganas por primera vez ese día.
Alyson frunció el ceño, confundida, y Noah esperó a que su mujer ordenase las ideas.
—Un momento... —Alyson abrió los ojos desmesuradamente—. ¿Es ella? ¿Ha venido hasta aquí?
Noah asintió, satisfecho.
—Brittany Pierce en carne y hueso.
—¡Oh, gracias a Dios! —murmuró Alyson.
—Y que lo digas.
Entraron en el coche, Noah encendió el motor, pero no se puso en movimiento. Alyson y él observaron cómo Brittany se acercaba a Santana por detrás y se detenía a escasos centímetros de ella.
Santana se volvió y su rostro reflejó una cristalina mezcla de sorpresa, alegría y alivio. Noah se fijó en que Brittany no decía nada, limitándose simplemente a abrir los brazos.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Alyson, sorprendida, cuando vio a Santana perderse en los brazos de Brittany sin pensarlo dos veces. Los sollozos sacudieron entonces el cuerpo menudo de Santana.
—Te lo dije —advirtió Noah, en tono sereno y orgulloso. Puso el coche en marcha y se alejó.
Santana no sabía cuánto tiempo permaneció en brazos de Brittany, cuánto lloró sobre su pecho, sólo sabía que no quería apartarse de ella. Se sentía aliviada, cómoda, segura, protegida. Amada.
—Me parece increíble que estés aquí —murmuró Santana contra el suave tejido de seda de la blusa blanca de Brittany.
—He llegado un poco tarde. Lo siento.
—¿Cómo me has encontrado?
Brittany sonrió sobre los cabellos de Santana y estrechó entre sus brazos aquel cuerpo frágil.
—El buscador MapQuest es mágico.
—¿Cómo te enteraste? —Santana se apartó un poco para perderse en los emotivos ojos azules de Brittany—. Naturalmente, debería haberte llamado. Siento no haberlo hecho.
Brittany secó las lágrimas de la mejilla de Santana con el pulgar.
—Me lo comunicó Sylvester. En cuanto a la hora y los detalles...—Los ojos de Brittany centellearon—. Tuve una ayudita.
—Llamaste a Noah.
—Sí.
—Es una buena persona.
—Se preocupa mucho por ti.
Santana asintió. Se volvió hacia la tumba, cogiendo del brazo a Brittany y consolándose con su apoyo. Los empleados de la funeraria procuraron no mirarlas, pues no querían molestar, y se dedicaron a colocar y recolocar las flores y demás. Santana sabía que debía dejar que hiciesen su trabajo. Tomó aliento y miró por última vez el ataúd de su padre.
«Adiós, papá.»
Se dirigió a Brittany con un nudo en la garganta y la irritante sensación del llanto inminente y preguntó:
—¿Has venido en coche o en avión?
Brittany puso cara de vergüenza.
—Me pareció que, mientras conducía, podía aprovechar para pensar —señaló—. Mi coche está ahí.
Santana pidió en un ronco susurro:
—¿Me llevas a casa?
—Por supuesto.
En el coche Brittany se vio obligada a conducir con una sola mano porque Santana se empeñó en seguir aferrada a su otra mano, entrelazando los dedos de ambas. Apenas hablaron; Santana indicó direcciones, pero en ningún momento soltó a Brittany, como si temiese que se fuera.
Santana miró por la ventanilla mientras recorrían las calles, sintiendo resentimiento contra la gente que desempeñaba las tareas habituales de cualquier día normal. ¿No se daban cuenta de que no era un día normal? Quería gritarles, pero se conformó con estrujar los dedos de Brittany.
No acababa de creer que Brittany estuviese a su lado, que se hubiese tomado la molestia de conducir hasta allí a pesar de que no conocía al padre de Santana. «¿Qué he hecho para merecer semejante atención de su parte?»
Veinte minutos después llegaron a la casa del padre de Santana.
Mientras aparcaba torpemente con la mano izquierda, Brittany preguntó:
—¿Estás segura de que no prefieres ir a casa de tu hermano?
Santana hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Yo... no quiero estar con toda esa gente en estos momentos.
—He reservado habitación en el Holiday Inn para esta noche y tengo el móvil. Por favor, no dudes en llamar...
—¿Qué? —La interrumpió Santana—. No, no tienes por qué ir allí. Puedes quedarte aquí.
Brittany arrugó la nariz.
—Oh, no quisiera molestar, Santana. Sé que necesitas estar sola y... lo comprendo.
—No, no. —Santana se mordió los labios mientras ordenaba las ideas y elegía las palabras cuidadosamente—. No quiero estar con esa gente. Pero te agradecería que te quedases aquí esta noche, conmigo. —Bajó la cabeza, sintiéndose indefensa.
Brittany reprimió una sonrisa, pensando en lo bien que le sentaba a Santana mostrarse vulnerable.
—Si estás segura... —dijo con amabilidad, contemplando las manos de ambas unidas.
—Sí.
—Entonces, de acuerdo.
Sacaron la bolsa de Brittany del maletero, y Santana la condujo a la casa. Brittany miró a su alrededor, imaginando sin dificultad a una versión juvenil de Santana caminando por allí, estudiando, obedeciendo siempre como una niña buena.
—Puedes dejar aquí la bolsa —dijo Santana mientras subía las escaleras de madera. Abrió una puerta en el piso de arriba y entró en la bonita habitación lavanda de su infancia.
Brittany se fijó en la bolsa de viaje de Santana a los pies de la cama, pero decidió no preguntar si iban a compartir habitación.
Tomó nota mentalmente para ocuparse de eso más tarde. Sus ojos repararon en el estante con los trofeos y se acercó a mirar con una sonrisa.
—¡Caramba! —Exclamó, y deslizó los dedos sobre el metal, la madera y el cristal que le recordaron los premios «adultos» que tenía Santana en su despacho de Rochester—. ¿Fuiste gimnasta?
—Hasta los catorce años. Me rompí los tendones de la rodilla.
—Y se acabó, ¿no?
—Se acabó.
—¡Qué lástima! —Brittany procuró no pensar en lo descorazonador que debió de ser semejante revés para una chica tan joven. Sus ojos revisaron los premios académicos y se dio cuenta de que Santana había concentrado sus esfuerzos en otra cosa—. Eras una niña con mucho talento.
—Sí, bueno, en realidad no tenía mucha vida social. Estaba muy ocupada intentando impresionar a mi padre con todo esto. —En la voz de Santana había un rastro de amargura—. ¡Para lo que me sirvió!
Brittany miró a Santana, que se acababa de quitar los tacones y era aún más menuda de lo que Brittany había imaginado.
—En este punto se supone que debo intervenir para convencerte de que tu padre estaba impresionado, pero no creo que importe demasiado a estas alturas, y además yo no lo conocí. Así que sólo te diré una cosa: yo sí que estoy impresionada.
El rostro de Santana se relajó. «¡Dios, cuánto me alegro de que estés aquí!»
—Gracias —susurró.
Brittany atravesó la habitación, se acercó a Santana y la observó.
Brittany llevaba tacones, y Santana estaba descalza, y daba la impresión de que Brittany era mucho más alta que ella, lo cual acentuaba la vulnerabilidad de Santana. Brittany acarició la mejila de Santana y deslizó un dedo sobre sus oscuras ojeras.
—¿Cuándo comiste algo por última vez? —preguntó con ternura.
Santana se encogió de hombros.
—¿Ayer por la mañana? No tenía hambre.
—Lo comprendo. Pero debes comer. ¿Sabes qué? Quitémonos esta ropa y pongámonos algo más cómodo, a ver si puedo improvisar algo. ¿Te parece?
Santana se resistía a admitir la necesidad de que la cuidasen, al menos esa noche; no era propio de su carácter. Pero la aliviaba enormemente soltar las riendas, por raro que resultase. Asintió débilmente y buscó algo en su bolsa abierta.
Brittany revolvió su propia bolsa, sacó una camiseta de Provincetown y unos shorts de gimnasia azul marino y fue al cuarto de baño a cambiarse, cerrando la puerta discretamente. Procuró ignorar el aroma del perfume de Santana que impregnaba el aire del pequeño baño y resistir la tentación de examinar las marcas de champú y jabón de la ducha y se cambió a toda prisa.
En la habitación Santana seguía sentada al borde de la cama, con el vestido negro, mirando al vacío. Brittany se acercó a ella lentamente, se agachó delante y puso una mano sobre la rodila de Santana.
—¿Santana? —Brittany examinó el rostro cansado y los ojos llorosos—. ¿Te encuentras bien?
Santana se limitó a decir:
—Tuve tiempo, ¿sabes?
—¿Tiempo para qué, cariño?
—Para arreglar las cosas con mi padre. Para hablar con él, para aclarar los asuntos. Creo que él quería hacerlo. Mi hermano tenía razón. Fui demasiado egoísta, demasiado obstinada, igual que él.
Brittany suspiró, buscando las palabras adecuadas, lo cual le costó más de lo que había pensado.
—Todo el mundo se hace reproches cuando muere alguien, Santana. Es una reacción normal. Siempre hay cosas que nos hubiera gustado hacer o decir de otra manera.
Santana asintió, mirando a aquella mujer más joven que ella que se esforzaba tanto por consolarla. Rozó con los dedos el cabello de Brittany.
—Lo sé.
Brittany sonrió, disfrutando de la sensación de intimidad que el gesto de Santana le proporcionaba.
—Voy a saquear la cocina. Cámbiate y baja, ¿de acuerdo?
—Sí, señora.
Brittany le apretó la mano y salió de la habitación. Santana permitió entonces que una lágrima solitaria se deslizase por su pálida mejilla. La sintió, se obligó a percibir el rastro de calor que dejaba en su rostro. No lloraba casi nunca, y la sensación le resultaba extraña. Era una mujer fuerte y dura. «La gente fuerte y dura no manifiesta sus emociones.» Lo había aprendido de su padre, quien rara vez manifestaba más emoción que el estoicismo.
Pero estaba muy cansada. Ser dura, fuerte y estoica resultaba agotador. ¿John López se había cansado tanto?
Suspiró como si llevase todo el peso del mundo sobre los hombros, se levantó y se quitó el vestido negro. Se puso unos cómodos pantalones de algodón azul celeste con rayas rosas y una sencilla camiseta blanca ceñida. Al ver su rostro pálido y agotado en el espejo del baño suspiró de nuevo pensando, mientras cogía un prendedor de plástico, que su aspecto reflejaba al milímetro lo vieja y cansada que se sentía. Retiró el pelo despeinado hacia atrás y lo sujetó en la nuca con el prendedor.
El olor de la comida llegó hasta ella en cuanto abrió la puerta del dormitorio, y se le hizo la boca agua. Su estómago rugió de forma sorprendente, tanto que incluso sonrió al oírlo.
«Vale. Por lo visto, tengo hambre.»
Brittany tarareaba una cancioncilla mientras trajinaba por la cocina, buscando en las alacenas y el frigorífico los ingredientes necesarios para hacer su obra maestra culinaria: tortilla de queso. Santana permaneció en la puerta varios minutos sin decir nada, sólo mirándola.
Las ejercitadas piernas de Brittany mostraban signos de bronceado veraniego, y el hecho de que estuviese descalza la hacía parecer más sexy. La camiseta era vieja y se pegaba a su cuerpo de forma muy seductora; no llevaba nada debajo. Brittany había sujetado los mechones de rebeldes cabellos de cualquier forma detrás de las orejas y, cuando se acercó a la cocina para vigilar los huevos, Santana sintió la tentación casi irresistible de abrazarla desde atrás. En vez de hacerlo, rechinó los dientes y carraspeó al entrar en la cocina para no asustarla.
—Huele de maravilla —comentó.
Brittany le sonrió, y a Santana no le pasó desapercibida la mirada que Brittany dedicó a su cuerpo antes de centrarse de nuevo en la sartén.
—No hay «comida más casera» que los huevos y un vaso de leche. —Señaló con la barbilla la mesita del rincón de la cocina—. Siéntate.
—No me di cuenta de que tenía hambre hasta que percibí el olor de la comida. —Santana retiró una silla, fijándose con una sonrisa en que Brittany había puesto la mesa para dos y que todo resultaba absolutamente natural. Apoyó la barbilla en la mano y se dedicó a observar a la artista en acción—. ¿Cocinas a menudo?
—La verdad es que no —respondió Brittany mientras volteaba con pericia la tortilla en la sartén—. Me gusta cocinar, pero no tiene mucho sentido tomarse la molestia para una sola persona. Como muchos cereales —dijo, guiñando un ojo.
—Yo también —admitió Santana, con una sonrisa.
Brittany deslizó la tortilla en un plato y, cuando la partió por la mitad, el queso se desbordó. Trasladó una mitad a un segundo plato y llevó los dos platos a la mesa. La mirada de Santana la siguió mientras Brittany se sentaba y cogía un tenedor. Cuando levantó la vista, sus ojos tropezaron con los de Santana.
—¿Estás bien? —preguntó Brittany.
—Muy bien —respondió Santana.
Comieron en agradable silencio. Cuando acabaron, Brittany se levantó y retiró los platos.
—No —protestó Santana—. Tú has cocinado. Me toca fregar. Es lo justo.
—Santana. —Brittany habló en tono amable, pero con una firmeza que detuvo a Santana a medio camino y la obligó a sentarse de nuevo. Con una ternura que Santana llevaba siglos sin oír, Brittany añadió—: Deja que te cuide, ¿de acuerdo?
Santana tragó saliva a través del nudo que tenía en la garganta y que amenazaba con convertirse en llanto y asintió.
—Gracias —dijo Brittany, metiendo los platos en el lavavajillas.
Cuando la cocina estuvo recogida y Brittany se estaba secando las manos con un paño, preguntó a Santana:
—¿Qué más quieres? ¿Café?
Santana miró el reloj. Eran las siete de la tarde y fuera aún había luz.
—¿Crees...? —Empezó a decir algo, pero enseguida se miró las manos, enlazadas sobre la mesa—. Esto te sonará bastante raro.
Brittany le dedicó una de sus amables sonrisas y se acercó a Santana, apoyando una cadera en la mesa.
—Sorpréndeme.
—Quiero acurrucarme en la cama y ver la tele contigo. ¿Te parece una tontería?
—No es ninguna tontería. En realidad, me parece genial. —Brittany arrojó el paño sobre la mesa y extendió la mano—. Vamos.
Santana se sorprendió una vez más al notar los ojos llenos de lágrimas mientras daba la mano a Brittany y dejaba que la guiase a su propia habitación.
La noche era cálida, y Brittany abrió la ventana de par en par mientras Santana iba al baño, para que entrase la agradable brisa veraniega. Apartó la colcha y la dobló cuidadosamente a los pies de la cama, admirando la suavidad de las sábanas de color marfil.
Encontró el mando a distancia del televisor encima del tocador y lo sostuvo mientras gateaba sobre la cama, asombrada por la firmeza del colchón. Apiló varios cojines y se reclinó contra los barrotes de madera blanca de la cabecera.
Estaba investigando la abundante selección de canales por cable cuando Santana salió del baño. Llevaba el pelo suelto, las mejillas rosadas tras haberse limpiado el cutis, y olía a jabón. Parecía agotadísima.
—Ven aquí. —Brittany abrió los brazos.
Santana no lo dudó. Se echó en la cama y se hundió en los brazos de Brittany, apoyando la cara en el cuello de esta y acurrucándose contra su costado; una abrumadora sensación de alivio la envolvió mientras el brazo de Brittany la rodeaba y la ceñía, apretándola contra su cuerpo.
—¿Cómoda? —preguntó Brittany, dando un dulce beso a Santana en la coronila.
Santana asintió, temiendo que, si hablaba, la extraña combinación de emociones que sentía (pena, dolor y pérdida mezcladas con intenso deseo, seguridad y amor) se desbordaría y acabaría convertida en una llorona patética. Peor aún, temía que, si volvía a llorar, no podría parar nunca. Así que tragó saliva, dobló el brazo sobre el estómago de Brittany y se abandonó a la novedosa sensación de saberse protegida.
—Avísame cuando veas algo que te guste. —Brittany navegaba por los diferentes canales como una profesional—. Tengo la mala costumbre de zapear continuamente y no me detengo casi nunca. Dímelo, ¿vale?
Santana asintió otra vez, más interesada en la destreza de la mano de Brittany con el mando a distancia que en lo que había en la pantalla... admirando el delicado entramado de venas de su muñeca, la forma femenina de sus dedos, las uñas bien limadas.
Observaba cómo el pulgar de Brittany apretaba el botón de los canales a intervalos regulares. Era algo casi hipnótico, y los ojos de Santana no tardaron mucho en cerrarse.
Quiero aclarar que no sé si mañana pueda subir capítulo, y dudo que el sábado también pueda subir, por lo que el mejor capítulo quedaría para el domingo. No voy a pedir una cantidad de comentarios, porque de verdad no creo que pueda subir el capítulo, si tengo un tiempo, aunque sea mínimo intentaré ver si puedo subirlo.
En cuanto termine con este fic, si es que ustedes quieren comenzaré a subir otra adaptación, pero me gustaría saber si quieren. Tengo pensado adaptar al menos 3 libros más, si no tienen problema de leerlos, yo los subo :3
Bueno, acá les dejo el capítulo, espero que les guste, y espero que comenten con sus opiniones y me digan si quieren más adaptaciones.
Besos! :D
CAPÍTULO QUINCE
Noah estaba preocupado por Santana. Era normal que una persona se disgustase al morir su padre. Era normal que esa persona se mostrase alelada o perdida, aunque fuese habitualmente muy controlada. Sin embargo, Santana parecía completamente traumatizada. Jamás la había visto así y estaba preocupado por ella.
Cuando la vio por primera vez después de la noticia y la abrazó, Santana se dejó abrazar, pero apenas respondió. Su esposa Alyson dijo que con ella había hecho lo mismo. Santana apenas había hablado, salvo para expresar su opinión sobre los detalles de la funeraria y ayudar al pobre J.J., que estaba completamente destrozado.
A John López no le habría gustado un funeral interminable. Según J.J., había pedido una pequeña ceremonia y el entierro a continuación, todo en el mismo día. Noah reconoció las ventajas de acabar lo antes posible, pero casi deseó, por Santana, que la despedida pública fuese un poco más prolongada. Tal vez de ese modo reaccionase.
El funeral fue bonito, aunque Noah odiaba calificar algo relacionado con la muerte de «bonito». Aborrecía oír a la gente acercarse al ataúd abierto y decir: «Tiene buen aspecto, ¿verdad?». «No, no tiene buen aspecto —sentía el impulso de gritar—.¡Está muerto!» Pero el discurso del sacerdote había sido amable y compasivo.
El tío de Santana había pronunciado un brillante panegírico, con toques de humor, durante el cual Santana había permanecido mirando al frente en la primera fila, sin mostrar la menor expresión.
Por el contrario las lágrimas rodaban por las rubicundas mejilas de J.J., sentado a su izquierda, mientras Jenna le sostenía la mano, y sus dos hijos mayores, que ocupaban las sillas contiguas, parecían tristes e incómodos.
Noah miraba por el rabillo del ojo, sin perder de vista a Santana durante el funeral. No sabía muy bien qué esperaba. ¿Una crisis? ¿Un sollozo? ¿Una lágrima? No lo sabía. Pero no dejó de mirarla, por si acaso. Santana estrechó la mano de la interminable fila de antiguos compañeros de trabajo y clientes de John; en un determinado momento, antes del funeral, la fila salía por la puerta de la funeraria y daba la vuelta a la calle, y en el funeral la gente había tenido que estar de pie. John López conocía a muchísima gente, no cabía duda.
El trayecto desde la funeraria hasta el cementerio rural de Poughkeepsie fue tranquilo, y Noah casi leía los agitados pensamientos de Alyson, sentada a su lado, mientras conducía detrás del coche fúnebre y la limusina.
—Santana no tiene buen aspecto —dijo Alyson. La preocupación nublaba su suave rostro, y Noah sintió el familiar impulso de abrazarla para sentirse mejor.
—Lo sé.
—¿Qué podemos hacer por ella? Seguro que se puede hacer algo. —Las lágrimas bañaron los grandes ojos azules de Alyson y se le quebró la voz—. Odio verla en ese estado.
—Yo también, cariño. —Noah había mirado por encima a la gente, con los ojos alerta y pendientes de Santana, pero no había encontrado lo que buscaba hasta que se dio cuenta de que tal vez esperase algo que no iba a ocurrir.
—¿Crees que aceptará quedarse con nosotros esta noche? Podemos pedírselo, ¿verdad?
Santana iba a quedarse en casa de sus padres, a pesar de que J.J. y Jenna le habían ofrecido alojarse con ellos. A Noah no le gustaba dejarla sola, pero estaba seguro casi al cien por cien de que Santana rechazaría el ofrecimiento de Alyson y diría que se encontraba bien y que necesitaba estar sola.
—Dudo que acepte. Ya sabes cómo es.
Alyson rumió sus pensamientos durante varios minutos.
—Tal vez... le siente bien estar sola. Quizá entonces se desahogue. Ya sé que no estaban muy unidos, pero... al fin y al cabo era su padre.
Noah asintió cuando traspasaron la verja del cementerio. Hacía años que no estaba en aquel lugar, pero siempre le impresionaba el paso del tiempo, la historia que se acumulaba entre las elevadas columnas de piedra. Aparcó en fila, detrás de otros coches, y caminó hasta una tumba recién cavada junto a la de Maribel López mientras los empleados de la funeraria colocaban el ataúd al lado con un gran ramo de rosas blancas encima.
Noah y Alyson se situaron detrás de Santana, posando las manos sobre los hombros cubiertos por el vestido negro. Noah notó que Santana se ponía rígida tras volver la cabeza y mirarlo con ojos vacíos y anonadados. El dolor de Santana lo traspasó, pero no sabía qué hacer, así que se limitó a acariciarle el hombro, sin levantar la mano durante toda la ceremonia.
La oración fue breve y amable, y el sacerdote dio las gracias a todo el mundo e invitó a los presentes a tomar café con pastas en casa de J.J. y Jenna. J.J. tenía las mejilas húmedas cuando arrancó una rosa roja de un ramo, se adelantó y la puso sobre el ataúd de su padre. Jenna le siguió, sollozando, y luego sus hijos. Santana no se movió, parecía pegada al suelo. La multitud comenzó a dispersarse lentamente, regresando a los coches.
J.J. se acercó a su hermana, la besó delicadamente en la mejilla y se dirigió a la limusina. Jenna le imitó sin ocultar su preocupación y estrechó la mano de Santana antes de seguir a su marido. Poco después sólo quedaban Santana, Noah, Alyson y los empleados de la funeraria.
—¿Santana? —preguntó Noah en tono cariñoso—. ¿Nos vamos?
Santana carraspeó y le habló por primera vez en muchas horas, aunque no apartaba la vista del ataúd y no lo miró. Su voz sonó ronca:
—Creo que prefiero quedarme un poco más.
—No tienes coche, cariño.
—Lo sé. He traído el móvil. Pediré un taxi cuando esté lista.
Noah frunció el ceño.
—¿Quieres que te esperemos?
—No pasa nada, Noah. Gracias, de todas formas. Jenna os espera.
—¿Estás segura? —preguntó Alyson. Era evidente que la idea no le gustaba.
Santana asintió.
Noah respiró a fondo, y sus ojos vagaron por el cementerio mientras pensaba en una forma de no dejar sola a Santana en aquel lugar. Cuando su mirada descubrió una figura junto a un árbol, a cuatro metros de ellos, el alivio relajó su corazón.
—Como quieras —dijo Noah. Alyson lo miró como si estuviese loco por dejar sola a Santana en semejante circunstancia, pero Noah hizo un gesto imperceptible, señalando a alguien detrás de Santana, y Alyson se contuvo.
Cuando se dirigían a su coche, pasaron ante una mujer apoyada en un árbol, a la que Noah saludó y dedicó una sincera sonrisa de agradecimiento. Alyson se fijó en la mujer de cabellos rubios, sencilla falda negra y blusa blanca, que sonreía con aire comprensivo y tenía el rostro bañado en lágrimas.
Cuando la dejaron atrás, Alyson preguntó:
—¿Quién es?
—Si mi instinto no falla, cariño, esa es la persona que va a ayudar a Santana a superar este trance. —Sonrió con ganas por primera vez ese día.
Alyson frunció el ceño, confundida, y Noah esperó a que su mujer ordenase las ideas.
—Un momento... —Alyson abrió los ojos desmesuradamente—. ¿Es ella? ¿Ha venido hasta aquí?
Noah asintió, satisfecho.
—Brittany Pierce en carne y hueso.
—¡Oh, gracias a Dios! —murmuró Alyson.
—Y que lo digas.
Entraron en el coche, Noah encendió el motor, pero no se puso en movimiento. Alyson y él observaron cómo Brittany se acercaba a Santana por detrás y se detenía a escasos centímetros de ella.
Santana se volvió y su rostro reflejó una cristalina mezcla de sorpresa, alegría y alivio. Noah se fijó en que Brittany no decía nada, limitándose simplemente a abrir los brazos.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Alyson, sorprendida, cuando vio a Santana perderse en los brazos de Brittany sin pensarlo dos veces. Los sollozos sacudieron entonces el cuerpo menudo de Santana.
—Te lo dije —advirtió Noah, en tono sereno y orgulloso. Puso el coche en marcha y se alejó.
Santana no sabía cuánto tiempo permaneció en brazos de Brittany, cuánto lloró sobre su pecho, sólo sabía que no quería apartarse de ella. Se sentía aliviada, cómoda, segura, protegida. Amada.
—Me parece increíble que estés aquí —murmuró Santana contra el suave tejido de seda de la blusa blanca de Brittany.
—He llegado un poco tarde. Lo siento.
—¿Cómo me has encontrado?
Brittany sonrió sobre los cabellos de Santana y estrechó entre sus brazos aquel cuerpo frágil.
—El buscador MapQuest es mágico.
—¿Cómo te enteraste? —Santana se apartó un poco para perderse en los emotivos ojos azules de Brittany—. Naturalmente, debería haberte llamado. Siento no haberlo hecho.
Brittany secó las lágrimas de la mejilla de Santana con el pulgar.
—Me lo comunicó Sylvester. En cuanto a la hora y los detalles...—Los ojos de Brittany centellearon—. Tuve una ayudita.
—Llamaste a Noah.
—Sí.
—Es una buena persona.
—Se preocupa mucho por ti.
Santana asintió. Se volvió hacia la tumba, cogiendo del brazo a Brittany y consolándose con su apoyo. Los empleados de la funeraria procuraron no mirarlas, pues no querían molestar, y se dedicaron a colocar y recolocar las flores y demás. Santana sabía que debía dejar que hiciesen su trabajo. Tomó aliento y miró por última vez el ataúd de su padre.
«Adiós, papá.»
Se dirigió a Brittany con un nudo en la garganta y la irritante sensación del llanto inminente y preguntó:
—¿Has venido en coche o en avión?
Brittany puso cara de vergüenza.
—Me pareció que, mientras conducía, podía aprovechar para pensar —señaló—. Mi coche está ahí.
Santana pidió en un ronco susurro:
—¿Me llevas a casa?
—Por supuesto.
En el coche Brittany se vio obligada a conducir con una sola mano porque Santana se empeñó en seguir aferrada a su otra mano, entrelazando los dedos de ambas. Apenas hablaron; Santana indicó direcciones, pero en ningún momento soltó a Brittany, como si temiese que se fuera.
Santana miró por la ventanilla mientras recorrían las calles, sintiendo resentimiento contra la gente que desempeñaba las tareas habituales de cualquier día normal. ¿No se daban cuenta de que no era un día normal? Quería gritarles, pero se conformó con estrujar los dedos de Brittany.
No acababa de creer que Brittany estuviese a su lado, que se hubiese tomado la molestia de conducir hasta allí a pesar de que no conocía al padre de Santana. «¿Qué he hecho para merecer semejante atención de su parte?»
Veinte minutos después llegaron a la casa del padre de Santana.
Mientras aparcaba torpemente con la mano izquierda, Brittany preguntó:
—¿Estás segura de que no prefieres ir a casa de tu hermano?
Santana hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Yo... no quiero estar con toda esa gente en estos momentos.
—He reservado habitación en el Holiday Inn para esta noche y tengo el móvil. Por favor, no dudes en llamar...
—¿Qué? —La interrumpió Santana—. No, no tienes por qué ir allí. Puedes quedarte aquí.
Brittany arrugó la nariz.
—Oh, no quisiera molestar, Santana. Sé que necesitas estar sola y... lo comprendo.
—No, no. —Santana se mordió los labios mientras ordenaba las ideas y elegía las palabras cuidadosamente—. No quiero estar con esa gente. Pero te agradecería que te quedases aquí esta noche, conmigo. —Bajó la cabeza, sintiéndose indefensa.
Brittany reprimió una sonrisa, pensando en lo bien que le sentaba a Santana mostrarse vulnerable.
—Si estás segura... —dijo con amabilidad, contemplando las manos de ambas unidas.
—Sí.
—Entonces, de acuerdo.
Sacaron la bolsa de Brittany del maletero, y Santana la condujo a la casa. Brittany miró a su alrededor, imaginando sin dificultad a una versión juvenil de Santana caminando por allí, estudiando, obedeciendo siempre como una niña buena.
—Puedes dejar aquí la bolsa —dijo Santana mientras subía las escaleras de madera. Abrió una puerta en el piso de arriba y entró en la bonita habitación lavanda de su infancia.
Brittany se fijó en la bolsa de viaje de Santana a los pies de la cama, pero decidió no preguntar si iban a compartir habitación.
Tomó nota mentalmente para ocuparse de eso más tarde. Sus ojos repararon en el estante con los trofeos y se acercó a mirar con una sonrisa.
—¡Caramba! —Exclamó, y deslizó los dedos sobre el metal, la madera y el cristal que le recordaron los premios «adultos» que tenía Santana en su despacho de Rochester—. ¿Fuiste gimnasta?
—Hasta los catorce años. Me rompí los tendones de la rodilla.
—Y se acabó, ¿no?
—Se acabó.
—¡Qué lástima! —Brittany procuró no pensar en lo descorazonador que debió de ser semejante revés para una chica tan joven. Sus ojos revisaron los premios académicos y se dio cuenta de que Santana había concentrado sus esfuerzos en otra cosa—. Eras una niña con mucho talento.
—Sí, bueno, en realidad no tenía mucha vida social. Estaba muy ocupada intentando impresionar a mi padre con todo esto. —En la voz de Santana había un rastro de amargura—. ¡Para lo que me sirvió!
Brittany miró a Santana, que se acababa de quitar los tacones y era aún más menuda de lo que Brittany había imaginado.
—En este punto se supone que debo intervenir para convencerte de que tu padre estaba impresionado, pero no creo que importe demasiado a estas alturas, y además yo no lo conocí. Así que sólo te diré una cosa: yo sí que estoy impresionada.
El rostro de Santana se relajó. «¡Dios, cuánto me alegro de que estés aquí!»
—Gracias —susurró.
Brittany atravesó la habitación, se acercó a Santana y la observó.
Brittany llevaba tacones, y Santana estaba descalza, y daba la impresión de que Brittany era mucho más alta que ella, lo cual acentuaba la vulnerabilidad de Santana. Brittany acarició la mejila de Santana y deslizó un dedo sobre sus oscuras ojeras.
—¿Cuándo comiste algo por última vez? —preguntó con ternura.
Santana se encogió de hombros.
—¿Ayer por la mañana? No tenía hambre.
—Lo comprendo. Pero debes comer. ¿Sabes qué? Quitémonos esta ropa y pongámonos algo más cómodo, a ver si puedo improvisar algo. ¿Te parece?
Santana se resistía a admitir la necesidad de que la cuidasen, al menos esa noche; no era propio de su carácter. Pero la aliviaba enormemente soltar las riendas, por raro que resultase. Asintió débilmente y buscó algo en su bolsa abierta.
Brittany revolvió su propia bolsa, sacó una camiseta de Provincetown y unos shorts de gimnasia azul marino y fue al cuarto de baño a cambiarse, cerrando la puerta discretamente. Procuró ignorar el aroma del perfume de Santana que impregnaba el aire del pequeño baño y resistir la tentación de examinar las marcas de champú y jabón de la ducha y se cambió a toda prisa.
En la habitación Santana seguía sentada al borde de la cama, con el vestido negro, mirando al vacío. Brittany se acercó a ella lentamente, se agachó delante y puso una mano sobre la rodila de Santana.
—¿Santana? —Brittany examinó el rostro cansado y los ojos llorosos—. ¿Te encuentras bien?
Santana se limitó a decir:
—Tuve tiempo, ¿sabes?
—¿Tiempo para qué, cariño?
—Para arreglar las cosas con mi padre. Para hablar con él, para aclarar los asuntos. Creo que él quería hacerlo. Mi hermano tenía razón. Fui demasiado egoísta, demasiado obstinada, igual que él.
Brittany suspiró, buscando las palabras adecuadas, lo cual le costó más de lo que había pensado.
—Todo el mundo se hace reproches cuando muere alguien, Santana. Es una reacción normal. Siempre hay cosas que nos hubiera gustado hacer o decir de otra manera.
Santana asintió, mirando a aquella mujer más joven que ella que se esforzaba tanto por consolarla. Rozó con los dedos el cabello de Brittany.
—Lo sé.
Brittany sonrió, disfrutando de la sensación de intimidad que el gesto de Santana le proporcionaba.
—Voy a saquear la cocina. Cámbiate y baja, ¿de acuerdo?
—Sí, señora.
Brittany le apretó la mano y salió de la habitación. Santana permitió entonces que una lágrima solitaria se deslizase por su pálida mejilla. La sintió, se obligó a percibir el rastro de calor que dejaba en su rostro. No lloraba casi nunca, y la sensación le resultaba extraña. Era una mujer fuerte y dura. «La gente fuerte y dura no manifiesta sus emociones.» Lo había aprendido de su padre, quien rara vez manifestaba más emoción que el estoicismo.
Pero estaba muy cansada. Ser dura, fuerte y estoica resultaba agotador. ¿John López se había cansado tanto?
Suspiró como si llevase todo el peso del mundo sobre los hombros, se levantó y se quitó el vestido negro. Se puso unos cómodos pantalones de algodón azul celeste con rayas rosas y una sencilla camiseta blanca ceñida. Al ver su rostro pálido y agotado en el espejo del baño suspiró de nuevo pensando, mientras cogía un prendedor de plástico, que su aspecto reflejaba al milímetro lo vieja y cansada que se sentía. Retiró el pelo despeinado hacia atrás y lo sujetó en la nuca con el prendedor.
El olor de la comida llegó hasta ella en cuanto abrió la puerta del dormitorio, y se le hizo la boca agua. Su estómago rugió de forma sorprendente, tanto que incluso sonrió al oírlo.
«Vale. Por lo visto, tengo hambre.»
Brittany tarareaba una cancioncilla mientras trajinaba por la cocina, buscando en las alacenas y el frigorífico los ingredientes necesarios para hacer su obra maestra culinaria: tortilla de queso. Santana permaneció en la puerta varios minutos sin decir nada, sólo mirándola.
Las ejercitadas piernas de Brittany mostraban signos de bronceado veraniego, y el hecho de que estuviese descalza la hacía parecer más sexy. La camiseta era vieja y se pegaba a su cuerpo de forma muy seductora; no llevaba nada debajo. Brittany había sujetado los mechones de rebeldes cabellos de cualquier forma detrás de las orejas y, cuando se acercó a la cocina para vigilar los huevos, Santana sintió la tentación casi irresistible de abrazarla desde atrás. En vez de hacerlo, rechinó los dientes y carraspeó al entrar en la cocina para no asustarla.
—Huele de maravilla —comentó.
Brittany le sonrió, y a Santana no le pasó desapercibida la mirada que Brittany dedicó a su cuerpo antes de centrarse de nuevo en la sartén.
—No hay «comida más casera» que los huevos y un vaso de leche. —Señaló con la barbilla la mesita del rincón de la cocina—. Siéntate.
—No me di cuenta de que tenía hambre hasta que percibí el olor de la comida. —Santana retiró una silla, fijándose con una sonrisa en que Brittany había puesto la mesa para dos y que todo resultaba absolutamente natural. Apoyó la barbilla en la mano y se dedicó a observar a la artista en acción—. ¿Cocinas a menudo?
—La verdad es que no —respondió Brittany mientras volteaba con pericia la tortilla en la sartén—. Me gusta cocinar, pero no tiene mucho sentido tomarse la molestia para una sola persona. Como muchos cereales —dijo, guiñando un ojo.
—Yo también —admitió Santana, con una sonrisa.
Brittany deslizó la tortilla en un plato y, cuando la partió por la mitad, el queso se desbordó. Trasladó una mitad a un segundo plato y llevó los dos platos a la mesa. La mirada de Santana la siguió mientras Brittany se sentaba y cogía un tenedor. Cuando levantó la vista, sus ojos tropezaron con los de Santana.
—¿Estás bien? —preguntó Brittany.
—Muy bien —respondió Santana.
Comieron en agradable silencio. Cuando acabaron, Brittany se levantó y retiró los platos.
—No —protestó Santana—. Tú has cocinado. Me toca fregar. Es lo justo.
—Santana. —Brittany habló en tono amable, pero con una firmeza que detuvo a Santana a medio camino y la obligó a sentarse de nuevo. Con una ternura que Santana llevaba siglos sin oír, Brittany añadió—: Deja que te cuide, ¿de acuerdo?
Santana tragó saliva a través del nudo que tenía en la garganta y que amenazaba con convertirse en llanto y asintió.
—Gracias —dijo Brittany, metiendo los platos en el lavavajillas.
Cuando la cocina estuvo recogida y Brittany se estaba secando las manos con un paño, preguntó a Santana:
—¿Qué más quieres? ¿Café?
Santana miró el reloj. Eran las siete de la tarde y fuera aún había luz.
—¿Crees...? —Empezó a decir algo, pero enseguida se miró las manos, enlazadas sobre la mesa—. Esto te sonará bastante raro.
Brittany le dedicó una de sus amables sonrisas y se acercó a Santana, apoyando una cadera en la mesa.
—Sorpréndeme.
—Quiero acurrucarme en la cama y ver la tele contigo. ¿Te parece una tontería?
—No es ninguna tontería. En realidad, me parece genial. —Brittany arrojó el paño sobre la mesa y extendió la mano—. Vamos.
Santana se sorprendió una vez más al notar los ojos llenos de lágrimas mientras daba la mano a Brittany y dejaba que la guiase a su propia habitación.
La noche era cálida, y Brittany abrió la ventana de par en par mientras Santana iba al baño, para que entrase la agradable brisa veraniega. Apartó la colcha y la dobló cuidadosamente a los pies de la cama, admirando la suavidad de las sábanas de color marfil.
Encontró el mando a distancia del televisor encima del tocador y lo sostuvo mientras gateaba sobre la cama, asombrada por la firmeza del colchón. Apiló varios cojines y se reclinó contra los barrotes de madera blanca de la cabecera.
Estaba investigando la abundante selección de canales por cable cuando Santana salió del baño. Llevaba el pelo suelto, las mejillas rosadas tras haberse limpiado el cutis, y olía a jabón. Parecía agotadísima.
—Ven aquí. —Brittany abrió los brazos.
Santana no lo dudó. Se echó en la cama y se hundió en los brazos de Brittany, apoyando la cara en el cuello de esta y acurrucándose contra su costado; una abrumadora sensación de alivio la envolvió mientras el brazo de Brittany la rodeaba y la ceñía, apretándola contra su cuerpo.
—¿Cómoda? —preguntó Brittany, dando un dulce beso a Santana en la coronila.
Santana asintió, temiendo que, si hablaba, la extraña combinación de emociones que sentía (pena, dolor y pérdida mezcladas con intenso deseo, seguridad y amor) se desbordaría y acabaría convertida en una llorona patética. Peor aún, temía que, si volvía a llorar, no podría parar nunca. Así que tragó saliva, dobló el brazo sobre el estómago de Brittany y se abandonó a la novedosa sensación de saberse protegida.
—Avísame cuando veas algo que te guste. —Brittany navegaba por los diferentes canales como una profesional—. Tengo la mala costumbre de zapear continuamente y no me detengo casi nunca. Dímelo, ¿vale?
Santana asintió otra vez, más interesada en la destreza de la mano de Brittany con el mando a distancia que en lo que había en la pantalla... admirando el delicado entramado de venas de su muñeca, la forma femenina de sus dedos, las uñas bien limadas.
Observaba cómo el pulgar de Brittany apretaba el botón de los canales a intervalos regulares. Era algo casi hipnótico, y los ojos de Santana no tardaron mucho en cerrarse.
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Ohhh! Que dulce fue britt al ir con santana.
Y estaremos esperando la actualizacion!
Y claro sigue con mas adaptaciones que aqui tendras a una fiel lectora!
Saludos!
Y estaremos esperando la actualizacion!
Y claro sigue con mas adaptaciones que aqui tendras a una fiel lectora!
Saludos!
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
me encuentro con 2 capitulos llenos de emociones y con mucha dulzura desparramada, aaay me encanta la santana vulnerable y esa britt protectora casi como una caballera de armadura brillante me fascina (yo y mis metáforas ridículas) me encanta como se esta encaminado la historia quiero mas solo eso te diré. gracias por escribir
Camila18**** - Mensajes : 151
Fecha de inscripción : 28/05/2013
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Que triste Quinn esta sufriendo. ;c
Me gusto mucho el echo de que Brittany fuera con Santana a consolarla. Me gusta mucho el Fic,
Hasta tu próxima actualización. ;)
Me gusto mucho el echo de que Brittany fuera con Santana a consolarla. Me gusta mucho el Fic,
Hasta tu próxima actualización. ;)
Invitado- Invitado
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
fue espectacular el hecho de que brittany fuese a cuidar y consolar a santana, me encanta el fic y a tu pregunta sobre otras adaptaciones, te dire que.... QUE ESTAS ESPERANDO?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Si!! San se dejó consolar por Britt me encantó el final, las dos abrazadas en la cama. Pobre de San, pero alli esta la rubia para hacer que se sienta mejor.
Ya estamos cerca del final? No quiero!! Me esta gustando el fic.
Nos vemos. Besos ;)
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Hola como me gustaron estos dos capitulos!!! Un manojo de amor es Britt y San dejandose cuidar me encanto!!!
Saludos, quiero mas!!
Y obvio quiero mas historias!
Saludos, quiero mas!!
Y obvio quiero mas historias!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Holaa!
Bueno en esto que he podido ahora entrar al foro y me encuentro no con uno, sino con tres capítulazos y cual de ellos mejor ^^
Me he encontrado con una montaña de emociones. Primero lo de Quinn, me ha dado mucha pena, ella siempre enamorada de Britt y ella sin darse cuenta y encima fue su culpa ya que fue la que empezó diciendole "bésame", pero bueno ella está enamorada de San así que tiene que superarlo y seguir adelante!
Después leo que ha salido bien la operación (yo tan contenta) y luego muere así de repente, que triste la situación y que triste también ver a Santana destrozada T.T
Menos mal que en este último capítulo Britt tan tierna le ayuda y consigue hacerle sentir mejor. Me encantó esos momentos en el que Britt apoyaba y cuida a Santana de esa manera tan tierna. Que más puedo decir que que bonito *-*
Que pena que solo queden 4 capítulos con lo que me gusta esta historia, pero estaré esperándolos todos con muchas ganas!
Respecto a tu última pregunta yo por supuesto espero quiero que sigas adaptando más libros, se que todas tus adaptaciones estarán igual de geniales que esta.
Besoos :D
Bueno en esto que he podido ahora entrar al foro y me encuentro no con uno, sino con tres capítulazos y cual de ellos mejor ^^
Me he encontrado con una montaña de emociones. Primero lo de Quinn, me ha dado mucha pena, ella siempre enamorada de Britt y ella sin darse cuenta y encima fue su culpa ya que fue la que empezó diciendole "bésame", pero bueno ella está enamorada de San así que tiene que superarlo y seguir adelante!
Después leo que ha salido bien la operación (yo tan contenta) y luego muere así de repente, que triste la situación y que triste también ver a Santana destrozada T.T
Menos mal que en este último capítulo Britt tan tierna le ayuda y consigue hacerle sentir mejor. Me encantó esos momentos en el que Britt apoyaba y cuida a Santana de esa manera tan tierna. Que más puedo decir que que bonito *-*
Que pena que solo queden 4 capítulos con lo que me gusta esta historia, pero estaré esperándolos todos con muchas ganas!
Respecto a tu última pregunta yo por supuesto espero quiero que sigas adaptando más libros, se que todas tus adaptaciones estarán igual de geniales que esta.
Besoos :D
Silfide**** - Mensajes : 176
Fecha de inscripción : 04/06/2013
Edad : 30
FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Dieciséis-
Hola! Sé que dije que no actualizaría hasta el domingo, pero para mi suerte me cambiaron el horario de hoy en el trabajo por lo que me tocó abrir, y así pude salir más temprano. Así que como tuve un poco de tiempo decidí subirles este capítulo que para mi es uno de los mejores. Eso sí, seguramente hasta el domingo o lunes o martes no actualice :/
Quiero pedir disculpas por no responder cada comentario por separado, pero si lo hago no creo tener mucho tiempo más para subir el capítulo, y preferí subirlo.
Este capítulo quiero dedicarlo a aquellos que siguen la historia, sobre todo a quienes comentan, y aquellos que me dice por whatsApp que suba capítulo (saben quienes son) xD Sí, lo sé, sonó tipo premio, pero de verdad estoy agradecida con ustedes que leen la historia, quizás no todos comentan pero sé que muchos la siguen, y saber eso me pone feliz y me hace querer seguir subiendo capítulos y adaptando más libros, espero que algún día los que no comentaron se animen y lo hagan.
Espero que les guste y lo disfruten leyendo. Espero ver comentarios, y ya comencé con dos adaptaciones de dos libros diferentes. Y ya quedan 3 capítulos más y se finaliza esta historia.
Saludos! :D
CAPÍTULO DIECISÉIS
Cuando Santana abrió los ojos, estaba oscuro y no tenía ni idea de la hora. Vagos recuerdos de un sueño colgaban en los bordes exteriores de su mente, pero era incapaz de retener ninguna imagen sólida.
«—Vive la vida.»
Lo decía la voz de su padre, lo cual era raro para empezar, puesto que casi nunca soñaba con él. El resto quedaba envuelto en bruma. Aquellas tres palabras era lo único que recordaba del sueño.
«—Vive la vida.»
Parpadeó para adaptar la vista a la oscuridad. Las ventanas seguían abiertas, los grillos chirriaban y se oía el ruido del tráfico a lo lejos, flotando en la suave brisa nocturna. A través de las cortinas se filtraban azulados rayos de luna, y enseguida recordó dónde estaba y por qué. Antes de que la pena la envolviese, escuchó de nuevo las palabras.
«—Vive la vida.»
¿Qué significaban? Respiró lentamente, inhalando aire puro y disfrutando del olor familiar de su niñez, del consuelo de estar en su antigua habitación. Lo que no resultaba familiar era el calor del cuerpo que estaba junto a ella. Volvió la cabeza despacio hasta que pudo ver la hermosa y relajada figura.
Brittany dormía de lado, de cara a Santana, con las rodillas dobladas. La sábana la cubría hasta la cintura, y los cabellos rubios se enredaban en la almohada. Tenía un brazo doblado, y los dedos rozaban la frente. Respiraba profunda y regularmente a través de los entreabiertos labios rosados. Santana tuvo que reprimir el impulso de acariciarlos.
La repentina oleada de deseo que se apoderó de su cuerpo la cogió desprevenida, hasta el punto de que se sentó en la cama para serenar su agitada respiración y el corazón desbocado. El sudor se acumulaba sobre su labio superior y lo secó con el dorso de la mano, parpadeando. «¿Qué diablos me ocurre?»
Los movimientos de Santana despertaron a Brittany, que también se incorporó.
—¿Santana? —preguntó, preocupada—. ¿Te encuentras bien?
Santana se volvió para mirarla en la penumbra. A Brittany le pareció que los ojos de Santana eran negros como la noche.
Esperó a que Santana respondiese, pensando que tal vez estuviese en medio de una pesadilla. Estiró el brazo y rozó la mano de Santana.
—¿Qué ocurre, cariño?
—Yo... —empezó Santana, pero no encontró más palabras. Sus ojos buscaron los de Brittany, y luego se deslizaron por su cuerpo, poniendo nerviosa a Brittany. Santana acarició la mejilla de Brittany y casi se quedó sin aliento al percibir su suavidad, su calor—.Yo...
—¿Qué, Santana? ¿Necesitas algo? —La voz de Brittany denotaba preocupación—. Habla.
«—Vive la vida.»
Santana estiró la mano con expresión decidida, agarró la camiseta de Brittany y se la quitó por la cabeza. Fue algo tan inesperado que Brittany la dejó hacer sin pensar, levantando incluso los brazos para facilitar las cosas. Luego, vio con asombro cómo Santana arrojaba la camiseta al suelo.
—Te necesito. —La voz de Santana era un imperativo siseo con una nota implorante.
Sus ojos contemplaron con tanta intensidad el torso desnudo de Brittany que provocaron en esta una sensación tangible y un estremecimiento.
—Te necesito —repitió, observando los pechos de Brittany, que ascendían y descendían al ritmo de su alterada respiración.
Brittany trató de disimular su sorpresa y de aplacar su propia excitación y se sentó frente a Santana, sintiéndose devorada por aquellos ojos.
—Santana...
Santana sujetó la barbilla de Brittany con la mano. La mirada implacable se relajó y, cuando por fin habló, fue para implorar:
—Brittany, te necesito.
—¿Estás se...? —Brittany no pudo completar la frase porque la boca de Santana buscó la suya.
Santana apretó la barbilla de Brittany; luego, deslizó la mano sobre la nuca de la joven, atrayéndola hacia sí, pegando la boca de Brittany a la suya; el beso en principio suave y tímido se convirtió enseguida en exigente.
«—Vive la vida.»
Las palabras resonaron en la cabeza de Santana, que empujó a Brittany, la puso de espaldas y soltó un gemido al sentir la cálida piel desnuda bajo su cuerpo. «¡Dios. Qué suave!» Se obligó a calmarse para saborear cada segundo. El vientre de Brittany tembló cuando Santana deslizó la mano sobre él. Luego, los dedos de Brittany se hundieron en la maraña de bucles negros de Santana, atrayéndola mientras se besaban con pasión, moviendo la lengua que reclamaba más. Santana acarició las caderas de Brittany y encontró el obstáculo de los shorts.
—Fuera —murmuró, tirando de la prenda.
Brittany obedeció y levantó las caderas para que Santana pudiese quitarle los shorts y las bragas, que acabaron en el suelo junto a la camiseta.
Santana se apoyó en un brazo y miró a Brittany, deslizando los ojos sobre el cuerpo desnudo debajo del suyo. La belleza de Brittany le puso un nudo en la garganta y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Alzó la vista hasta que los cristalinos ojos azules tropezaron con los suyos y la observaron a fondo, empañados por el deseo, pero a la vez teñidos de preocupación.
Santana sonrió para despejar la inquietud.
—Eres preciosa —dijo en tono reverente, casi incrédulo, y deslizó la mano sobre el muslo de Brittany, su cadera y el costado hasta rozar un pecho.
Acarició la suave piel con las yemas de los dedos, acunando el pecho con la mano y recorriendo con el pulgar el pezón hasta que se puso duro y la respiración de Brittany se volvió irregular. Repitió el gesto, y Brittany se movió debajo de ella. A la tercera vez, miró a Brittany a la cara y la humedad traspasó sus bragas mientras veía cómo Brittany se mordía el labio inferior y cerraba los ojos. Santana bajó la cabeza y acarició con la lengua el pezón endurecido.
—¡Oh, Dios! —exclamó Brittany, arqueando el cuerpo.
Santana, animada por la respuesta, lamió el otro pezón con la misma lentitud e intensidad que había dedicado al primero. Brittany gimió, y los dedos enredados en el pelo de Santana tiraron con fuerza. La excitación de Santana aumentó al sentir aquella presión casi dolorosa.
Santana cambió de postura y se colocó encima de Brittany, apoyando las caderas en las piernas de la joven y equilibrando el peso con los brazos. La cálida y sedosa humedad que impregnaba su abdomen, entre la camiseta y la parte superior del pantalón, no le pasó desapercibida mientras contemplaba el rostro cubierto de rubor de Brittany.
«Esto es la vida. Esta mujer es la vida.»
Besó la boca de Brittany a conciencia, seductoramente, se deslizó hacia abajo y lamió los pechos de Brittany con la lengua. Primero uno, luego el otro, y vuelta a empezar; reverenciaba aquella piel aterciopelada, la aureola rugosa y los pezones endurecidos, y se lo tomó con calma, como si tuviese la vida entera.
Brittany se agitó, se arqueó y gimió debajo de ella, cerrando los ojos con fuerza y buscando a ciegas la cabecera de la cama hasta que encontró un barrote de madera y se aferró a él. Nunca había estado tan excitada, y Santana apenas la había tocado por debajo del vientre.
Santana introdujo un pezón en la boca, lamiéndolo con la lengua y acariciándolo con los dientes hasta arrancar un gemido a Brittany.
En ese momento supo que podría pasar la noche entera haciendo aquello, pero había mucho más que tocar, sentir y saborear. Deslizó la lengua por el pecho y el costado de Brittany, siguiendo por el brazo levantado de la joven y dejando un rastro húmedo y ardiente. Al estirarse encajó la pelvis en medio del cuerpo de Brittany.
Brittany jadeó.
—¡Oh, Dios! Quieres matarme, ¿verdad?
Santana no contestó. Aplastó la boca contra la de Brittany; en ese momento lo único que le importaba era la mujer que estaba debajo de ella. Santana se perdió en aquel beso, dejó que sus manos tocasen, buscasen y explorasen la gloria del cuerpo que ansiaba, sabiendo en el fondo de su alma que aquello era distinto.
Grandioso.
Había tenido muchas relaciones sexuales... muchísimas. Y con la excepción de Elaine en el pasado lejano, todo se había resumido a lo mismo: sexo. Desahogo. Satisfacción. Pero aquello era diferente. Brittany era diferente.
Santana dedicó hasta la última pizca de concentración y energía a Brittany. En ese momento su único objetivo en la vida era que Brittany se sintiese hermosa, deseada y amada.
Brittany tiró de la camiseta de Santana, pero esta le sujetó la muñeca, murmurando: «Luego», entre besos. Los dedos de Santana se deslizaron hacia abajo y se hundieron en el húmedo calor que esperaba entre las piernas de Brittany. Brittany respiró a fondo, susurrando el nombre de Santana e inclinando las caderas, que silenciosamente pedían más.
Santana se concentró en sus movimientos lentos y constantes, pero sabía que Brittany no aguantaría demasiado. «Que el primero surja ya», pensó, con emoción casi irreprimible. Besó a Brittany de nuevo y la penetró con los dedos, acariciándola firme y rítmicamente, moviendo el pulgar sobre la piel hinchada.
En cuestión de segundos, Brittany apartó la boca de la de Santana, hundió la cabeza en la almohada, y de su garganta brotó un gemido prolongado y grave. Santana la miró, fascinada, mientras su mano seguía moviéndose, asombrada por la belleza de Brittany y por sus intensas sensaciones.
Aflojó el ritmo guiándose por la respiración de Brittany, hasta que ésta le agarró la muñeca y la detuvo. Santana retiró los dedos con delicadeza. Las entrañas de Brittany se retorcían espasmódicamente.
—¡Dios mío! —susurró Brittany, cubriéndose los ojos con la mano.
Santana sonrió de oreja a oreja y se dio cuenta de que quería más. Quería dar más. Quería que le ofreciesen más. Aún no había acabado con aquella mujer. No quería acabar nunca con aquella mujer. Bajó la cabeza y lamió con ternura el pezón de Brittany, hasta que se endureció de nuevo y Brittany gimió.
—Santana... espera... oh, Dios mío. —Brittany se sorprendió al sentir ya otra oleada de humedad entre los muslos mientras Santana mordisqueaba sus hipersensibles pechos. Apenas había tenido tiempo de recuperar el aliento, y Santana estaba atizando de nuevo el fuego. Y con gran éxito.
A Santana todo le parecía poco. Quería saborear cada milímetro de la piel de Brittany, desde la cabeza a los pies con todo lo que había en medio. La dulzura salobre de Brittany era embriagadora, y Santana se sentía como una borracha en una bodega mientras lamía, mordisqueaba y paladeaba. Los movimientos de Brittany debajo de ella, la presión de sus manos y sus gemidos pusieron a Santana al borde del estallido, debido a su intensísima excitación.
Tenía los pantalones de algodón empapados, con la entrepierna pegoteada, pero no quería apartar las manos de Brittany ni siquiera para desnudarse.
Deslizó la lengua sobre el torso de Brittany, alzando la vista de vez en cuando para contemplar el objeto de su devoción. Brittany se hallaba a su merced por completo, con una mano sobre la cabeza, aferrando el barrote de la cabecera de la cama, y la otra enredada en el pelo de Santana. Tenía la cabeza hundida en la almohada y el largo y elegante cuello estirado; Santana pensó en ascender y saborear aquella sexy columna de carne, pero continuó su descenso impulsada por el deseo de disfrutar de Brittany en el momento culminante. Se encajó entre las piernas de esta, puso una mano en cada muslo y la obligó a abrirse.
—Abre las piernas, Brittany. —El tono fue autoritario y grave; Santana apenas reconoció su propia voz.
Brittany obedeció, abriéndose todo lo que pudo y respirando con una agitación que revelaba su impaciencia. Santana cerró los ojos y respiró a fondo; se le hacía agua en la boca al percibir el olor a almizcle de la excitación de Brittany. Deslizó las manos bajo el culo de esta y alrededor de sus caderas; Brittany soltó el pelo de Santana y la sujetó por la muñeca. Santana frotó la mejilla contra la piel suavísima de la ingle de Brittany, regocijándose con aquel gesto tan simple. Repitió el movimiento con la otra ingle hasta que no pudo aguantar más. Su lengua acarició la piel húmeda y satinada entre las piernas de Brittany, y su sabor la hizo gemir mientras Brittany gritaba.
Brittany se movió para introducirse mejor en la boca de Santana, pero Santana la sujetó por las caderas firmemente, decidida a marcar el paso. No tenía intención de provocar a Brittany, pero tampoco quería precipitarse. Se demoró, explorando cada pliegue, cada grieta oculta y cada punto mientras Brittany se retorcía, imploraba y gemía. Tomó nota mentalmente, para recordar las reacciones que suscitaba cada roce, qué le gustaba más a Brittany, cuándo la presión era excesiva o caía en la debilidad. Podría dedicar la vida a investigar todo aquello y sería la mujer más feliz del mundo. Lo sabía con certeza absoluta, y de pronto surgió de sus entrañas... una frase tan rara y poco habitual que casi se atragantó al reconocerla.
«Estoy en casa.»
En ese preciso instante, Brittany se corrió violentamente, arqueándose sobre la cama y soltando el brazo de Santana para empujar su nuca y situarla en el lugar adecuado. Los ojos de Santana recorrieron el cuerpo de Brittany y contemplaron su orgasmo, luego la lenta relajación, y el abrumador esplendor que vio acentuó sus emociones. Brittany apartó la mano de la cabeza de Santana, cuyo pecho se llenó de calor, de una sensación totalmente desconocida. Sin tiempo siquiera para analizar lo que estaba ocurriendo, un sollozo la sacudió y surgió de su garganta. Se puso de rodillas, rodeando con las manos la cintura de Brittany, incapaz de reprimir las lágrimas.
—¿Santana? —Brittany parpadeó, con la respiración entrecortada—. ¿Qué ocurre, cariño?
Santana, horrorizada por su propio llanto, se cubrió la boca con la mano en un intento por controlarse.
—¡Oh, Dios, cielo! Ven aquí. —Brittany ayudó a Santana a ponerse encima de ella, sin encontrar resistencia, y rodeó los temblorosos hombros con sus brazos—. Lo siento mucho. Me preocupaba que no fuese buena idea. Debería haberme dado cuenta...
—No —logró decir Santana—. No, no era eso. —Sorbió por la nariz, se incorporó para ver la cara de Brittany y la inquietud que se dibujaba en ella—. Yo... —Recorrió con los ojos la habitación en penumbra buscando una forma de aclarar el pensamiento—. No sé cómo expresarlo...
Brittany estiró la mano y colocó, cariñosamente, los rebeldes cabelos de Santana detrás de la oreja.
—Limítate a hablar —dijo Brittany con ternura—. Cuéntame qué sientes.
Los ojos de Santana se fundieron con los de Brittany y habría jurado que en ese momento sintió fluir en su interior la energía y el valor.
—Hace menos de veinticuatro horas que he enterrado a mi padre, pero... jamás me había sentido tan... completa como esta noche contigo.
En ese momento le tocó a Brittany emocionarse. Sus ojos se empañaron y de ellos brotó una lágrima mientras intentaba disimular la impresión.
—¡Oh, Santana! —susurró, y la atrajo hacia sí, abrazándola y apretándola contra su cuerpo con todas sus fuerzas.
Santana hundió la cara en el cuello de Brittany e inhaló su dulce olor. Tiró de las sábanas y cubrió los cuerpos entrelazados de ambas. No quería salir nunca de aquel lugar. Nunca.
La luz del sol se colaba por las ventanas abiertas, obligando a Brittany a volver la cabeza hacia el otro lado o a recibir en los ojos los alegres, aunque irritantes, destellos. No abrió los ojos enseguida, sino que permaneció escuchando y sintiendo para reconciliarse con el entorno.
Se hallaba tendida boca abajo; la leve sábana le cubría el trasero y una pierna, pero por lo demás estaba completamente desnuda.
Una sonrisa de oreja a oreja iluminó su rostro mientras recordaba las actividades de la noche anterior; el agradable escozor de sus muslos demostraba que no habían sido un sueño. Cuando su cerebro llegó al derrumbamiento emocional de Santana, se dio cuenta de que estaba sola en la habitación. Y entonces abrió los ojos.
Sus oídos registraron ruido de agua y apenas tuvo que mover la cabeza para ver el pequeño baño. Santana estaba de espaldas, vestida aún con la camiseta blanca y los pantalones de algodón a rayas. Se lavaba la cara en el lavabo, y al ver el tejido ciñendo el pequeño y bien formado trasero Brittany sintió una punzada de deseo de tal intensidad que se sorprendió.
Se levantó inmediatamente y caminó desnuda hasta el baño.
Cuando Santana se enderezó, con la cara mojada, Brittany estaba detrás de ella. Santana ahogó un grito de sorpresa; luego, se relajó y sonrió ante el espejo al reflejo de la maravillosa mujer que tenía detrás.
—Buenos días —dijo, con una voz serena que no rompió la quietud de la habitación.
—Buenos días, hermosa criatura. —Los brazos de Brittany rodearon a Santana por detrás, la estrechó contra sí y contempló su cara húmeda en el espejo antes de besar el hombro descubierto de Santana—. ¿Cómo te sientes?
Santana asintió.
—Muy bien. ¿Y tú?
—Tengo las piernas irritadas.
Santana apretó los labios en un débil intento de reprimir una sonrisa.
—¿De verdad? ¡Vaya!
Brittany ciñó a Santana, frotando la mejila contra su pelo, maravillada con la sensación de aquel cuerpo compacto, de músculos bien formados, entre sus brazos.
—Y me he dado cuenta de una cosa.
—¿De qué? —Santana estaba atrapada entre el borde del lavabo y el cuerpo de Brittany, lo cual le provocaba una ambigua sensación de inquietud y excitación. Los labios de Brittany recorrieron los bordes de la oreja de Santana, y a ésta se le puso la piel de gallina.
—Pues de que apenas tuve ocasión de tocarte anoche. —Fue sólo un susurro, pero unos eróticos escalofríos sacudieron la columna vertebral de Santana. Brittany deslizó la mano bajo la camiseta de Santana y la movió hacia arriba hasta capturar un pecho menudo y apretarlo con firmeza. A los pocos segundos notó el pezón duro contra su palma.
—Oh —fue lo único que Santana consiguió articular.
Santana se sorprendió por la rápida respuesta de su cuerpo.
No solía tardar en excitarse, pero en ese momento la reacción fue inmediata. Se aferró a los bordes del pequeño lavabo con las manos mojadas mientras los labios de Brittany se deslizaban por su cuelo, lamiendo los reguerillos de agua hasta acabar en la unión del cuello con el hombro, donde hundió los dientes.
—Dios... —Santana jadeó.
—Sé que te gusta llevar el control, Santana, pero a partir de ahora tendrás que cedérmelo muchas veces. —El tono de Brittany era conspiratorio, como si le estuviese contando un secreto.
A Santana le sorprendió encontrarse completamente a merced de la mujer que estaba tras ella, la misma mujer a la que había dominado sin cesar la noche anterior.
Los dedos de Brittany desataron el cordón de los pantalones de Santana.
—¿Entendido?
Santana se apresuró a asentir y profirió un gemido cuando la mano de Brittany se deslizó dentro de sus pantalones y se hundió en la resbaladiza superficie que indicaba lo bien que lo había entendido.
Brittany gimió mientras sus dedos navegaban por aquel calor.
—¡Oh, Dios! —exclamó, con la voz llena de asombro. Santana estaba empapada—. ¿Soy la culpable de esto?
—Ni te imaginas hasta qué punto.
Brittany movió las dos manos a la vez, apretando el pecho de Santana y acariciando el pezón al mismo tiempo y con el mismo ritmo que utilizaba para frotar la seda líquida entre las piernas de Santana. Esta echó la cabeza hacia atrás, apoyándose en el hombro de Brittany, con los ojos cerrados mientras las sensaciones se apoderaban de su cuerpo.
La lengua de Brittany exploró los rincones y pliegues de la oreja de Santana, hundiéndose aquí y allá, chupando el suave lóbulo. La absorbía por completo sentir a aquella mujer en sus brazos. El cuerpo de Santana era menudo, más pequeño de lo que cabría esperar dada su gran personalidad y su capacidad de control. Pero todo era firme: el vientre, los brazos, el culo...
Brittany siempre había creído que Santana tenía cuerpo de bailarina, pero palpar la dicotomía de los músculos fuertes y nervudos cubiertos por piel suave y aterciopelada resultaba más excitante de lo que había imaginado. De pronto le pareció que todo era poco. Santana respiraba con dificultad, moviendo ligeramente las caderas al ritmo de los dedos de Brittany entre sus piernas. Brittany mantuvo el ritmo, contemplando la cara de Santana en el espejo.
—Santana —susurró al oído próximo a sus labios—. Santana, mírame. —Sostuvo la cadencia mientras Santana abría los ojos y parpadeaba, moviendo el cuerpo al son de Brittany. Sus ojos se miraron en el espejo, y Santana levantó un brazo y agarró la nuca de Brittany. Permanecieron así varios minutos de gloria, sin apartar los ojos la una de la otra mientras los dedos de Brittany se movían con destreza, ardorosamente, acelerando o ralentizando, según fuesen las expresiones faciales de Santana.
—Brittany —imploró Santana al fin, sin saber si soportaría más incitación—. Por favor. —Se mordió el labio inferior y apretó la nuca de Brittany—. ¿Por favor?
Brittany sonrió con ternura al reflejo de Santana hasta que la imagen se grabó a fuego en su cerebro.
—De acuerdo —susurró al oído de Santana mientras aplicaba una presión más fuerte y constante—. Córrete, amor mío.
El roce de Brittany, combinado con la intensidad de su mirada y el sonido de su voz al oído, hizo caer a Santana del precipicio al que se aferraba. Rechinó los dientes, y un gemido grave brotó de su pecho cuando echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el hombro de Brittany y cerrando los ojos.
Brittany reprimió una queja cuando las uñas de Santana se clavaron en su cuello y en el brazo que serpenteaba bajo la camiseta. El cuerpo de Santana comenzó a relajarse, y Brittany la sujetó con firmeza para que no cayese al suelo.
—¡Dios mío! —Exclamó Santana con la voz convertida en agotado suspiro—. Eso... tú... no creo que aguante más.
Brittany soltó una risita.
—Entonces, volvamos a la cama, ¿te parece? —Santana la siguió, obediente, y cuando llegaron al borde del colchón, Brittany se volvió hacia ella, cogió la camiseta y se la quitó por la cabeza—. Quiero sentir tu piel contra la mía, no tu pijama.
Santana se quitó los pantalones y se metió bajo las sábanas con Brittany, abriendo los brazos para que Brittany acomodase la cabeza en su hombro. Tras un leve ajuste de miembros, ambas quedaron completamente entrelazadas.
Brittany suspiró, satisfecha.
—¡Oh, qué maravilla!
Santana la apretó contra sí, disfrutando de la desconocida sensación de plenitud.
—Sí, en efecto.
«No pienso moverme de aquí nunca.»
Permanecieron inmóviles mucho tiempo, escuchando el hipnótico sonido de la respiración de ambas. Santana creyó que Brittany se había quedado dormida, pero de pronto oyó su voz:
—¿Santana?
—¿Hummm?
—¿Qué vas a hacer ahora?
Santana respiró a fondo y exhaló lentamente.
—Creo que me quedaré aquí un tiempo. Tengo que arreglar los papeles de mi padre con J.J. Está el tema de la casa. Ya sabes, cosas de esas.
Brittany asintió, sorprendida y a la vez contenta de que Santana no regresase inmediatamente a la oficina.
—Me parece una buena idea. El trabajo puede esperar. Tienes asuntos más importantes que resolver. —Hizo una pausa y añadió —: Ojalá pudiera quedarme y ayudarte.
Santana besó a Brittany en la frente.
—Sí, a mí también me gustaría. Pero no es conveniente que nos ausentemos las dos de la oficina al mismo tiempo. Los vendedores se pondrían histéricos. —Sintió cómo la risa gutural de Brittany sacudía su cuerpo.
—Te quedas corta. No permita Dios que no esté yo a entera disposición de Artie Abrams. Le daría un ataque de nervios.
Santana sonrió, y ambas se apretaron la una contra la otra, resistiéndose a dejar el más mínimo espacio entre sus cuerpos.
Brittany evitó fruncir el ceño mientras su mente repasaba los acontecimientos de las veinticuatro horas anteriores. Tenía muchas cosas que decir a Santana y también mucho que preguntar. «¿Qué fue la noche pasada? ¿Fue un calentón de una noche o significó algo más para ti, igual que para mí? Si te dejo aquí, ¿cuándo volverás? Y cuando vuelvas, ¿qué seré yo para ti?»
Pero el miedo a las respuestas mantuvo sus labios sellados y su voz dolorosamente apagada. Tras unos minutos, se dio cuenta de que Santana se había dormido. Disimuló su ansiedad y abrazó a Santana por la cintura, decidida a disfrutar y a recordar cada instante de su intimidad... por si acaso.
Quiero pedir disculpas por no responder cada comentario por separado, pero si lo hago no creo tener mucho tiempo más para subir el capítulo, y preferí subirlo.
Este capítulo quiero dedicarlo a aquellos que siguen la historia, sobre todo a quienes comentan, y aquellos que me dice por whatsApp que suba capítulo (saben quienes son) xD Sí, lo sé, sonó tipo premio, pero de verdad estoy agradecida con ustedes que leen la historia, quizás no todos comentan pero sé que muchos la siguen, y saber eso me pone feliz y me hace querer seguir subiendo capítulos y adaptando más libros, espero que algún día los que no comentaron se animen y lo hagan.
Espero que les guste y lo disfruten leyendo. Espero ver comentarios, y ya comencé con dos adaptaciones de dos libros diferentes. Y ya quedan 3 capítulos más y se finaliza esta historia.
Saludos! :D
CAPÍTULO DIECISÉIS
Cuando Santana abrió los ojos, estaba oscuro y no tenía ni idea de la hora. Vagos recuerdos de un sueño colgaban en los bordes exteriores de su mente, pero era incapaz de retener ninguna imagen sólida.
«—Vive la vida.»
Lo decía la voz de su padre, lo cual era raro para empezar, puesto que casi nunca soñaba con él. El resto quedaba envuelto en bruma. Aquellas tres palabras era lo único que recordaba del sueño.
«—Vive la vida.»
Parpadeó para adaptar la vista a la oscuridad. Las ventanas seguían abiertas, los grillos chirriaban y se oía el ruido del tráfico a lo lejos, flotando en la suave brisa nocturna. A través de las cortinas se filtraban azulados rayos de luna, y enseguida recordó dónde estaba y por qué. Antes de que la pena la envolviese, escuchó de nuevo las palabras.
«—Vive la vida.»
¿Qué significaban? Respiró lentamente, inhalando aire puro y disfrutando del olor familiar de su niñez, del consuelo de estar en su antigua habitación. Lo que no resultaba familiar era el calor del cuerpo que estaba junto a ella. Volvió la cabeza despacio hasta que pudo ver la hermosa y relajada figura.
Brittany dormía de lado, de cara a Santana, con las rodillas dobladas. La sábana la cubría hasta la cintura, y los cabellos rubios se enredaban en la almohada. Tenía un brazo doblado, y los dedos rozaban la frente. Respiraba profunda y regularmente a través de los entreabiertos labios rosados. Santana tuvo que reprimir el impulso de acariciarlos.
La repentina oleada de deseo que se apoderó de su cuerpo la cogió desprevenida, hasta el punto de que se sentó en la cama para serenar su agitada respiración y el corazón desbocado. El sudor se acumulaba sobre su labio superior y lo secó con el dorso de la mano, parpadeando. «¿Qué diablos me ocurre?»
Los movimientos de Santana despertaron a Brittany, que también se incorporó.
—¿Santana? —preguntó, preocupada—. ¿Te encuentras bien?
Santana se volvió para mirarla en la penumbra. A Brittany le pareció que los ojos de Santana eran negros como la noche.
Esperó a que Santana respondiese, pensando que tal vez estuviese en medio de una pesadilla. Estiró el brazo y rozó la mano de Santana.
—¿Qué ocurre, cariño?
—Yo... —empezó Santana, pero no encontró más palabras. Sus ojos buscaron los de Brittany, y luego se deslizaron por su cuerpo, poniendo nerviosa a Brittany. Santana acarició la mejilla de Brittany y casi se quedó sin aliento al percibir su suavidad, su calor—.Yo...
—¿Qué, Santana? ¿Necesitas algo? —La voz de Brittany denotaba preocupación—. Habla.
«—Vive la vida.»
Santana estiró la mano con expresión decidida, agarró la camiseta de Brittany y se la quitó por la cabeza. Fue algo tan inesperado que Brittany la dejó hacer sin pensar, levantando incluso los brazos para facilitar las cosas. Luego, vio con asombro cómo Santana arrojaba la camiseta al suelo.
—Te necesito. —La voz de Santana era un imperativo siseo con una nota implorante.
Sus ojos contemplaron con tanta intensidad el torso desnudo de Brittany que provocaron en esta una sensación tangible y un estremecimiento.
—Te necesito —repitió, observando los pechos de Brittany, que ascendían y descendían al ritmo de su alterada respiración.
Brittany trató de disimular su sorpresa y de aplacar su propia excitación y se sentó frente a Santana, sintiéndose devorada por aquellos ojos.
—Santana...
Santana sujetó la barbilla de Brittany con la mano. La mirada implacable se relajó y, cuando por fin habló, fue para implorar:
—Brittany, te necesito.
—¿Estás se...? —Brittany no pudo completar la frase porque la boca de Santana buscó la suya.
Santana apretó la barbilla de Brittany; luego, deslizó la mano sobre la nuca de la joven, atrayéndola hacia sí, pegando la boca de Brittany a la suya; el beso en principio suave y tímido se convirtió enseguida en exigente.
«—Vive la vida.»
Las palabras resonaron en la cabeza de Santana, que empujó a Brittany, la puso de espaldas y soltó un gemido al sentir la cálida piel desnuda bajo su cuerpo. «¡Dios. Qué suave!» Se obligó a calmarse para saborear cada segundo. El vientre de Brittany tembló cuando Santana deslizó la mano sobre él. Luego, los dedos de Brittany se hundieron en la maraña de bucles negros de Santana, atrayéndola mientras se besaban con pasión, moviendo la lengua que reclamaba más. Santana acarició las caderas de Brittany y encontró el obstáculo de los shorts.
—Fuera —murmuró, tirando de la prenda.
Brittany obedeció y levantó las caderas para que Santana pudiese quitarle los shorts y las bragas, que acabaron en el suelo junto a la camiseta.
Santana se apoyó en un brazo y miró a Brittany, deslizando los ojos sobre el cuerpo desnudo debajo del suyo. La belleza de Brittany le puso un nudo en la garganta y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Alzó la vista hasta que los cristalinos ojos azules tropezaron con los suyos y la observaron a fondo, empañados por el deseo, pero a la vez teñidos de preocupación.
Santana sonrió para despejar la inquietud.
—Eres preciosa —dijo en tono reverente, casi incrédulo, y deslizó la mano sobre el muslo de Brittany, su cadera y el costado hasta rozar un pecho.
Acarició la suave piel con las yemas de los dedos, acunando el pecho con la mano y recorriendo con el pulgar el pezón hasta que se puso duro y la respiración de Brittany se volvió irregular. Repitió el gesto, y Brittany se movió debajo de ella. A la tercera vez, miró a Brittany a la cara y la humedad traspasó sus bragas mientras veía cómo Brittany se mordía el labio inferior y cerraba los ojos. Santana bajó la cabeza y acarició con la lengua el pezón endurecido.
—¡Oh, Dios! —exclamó Brittany, arqueando el cuerpo.
Santana, animada por la respuesta, lamió el otro pezón con la misma lentitud e intensidad que había dedicado al primero. Brittany gimió, y los dedos enredados en el pelo de Santana tiraron con fuerza. La excitación de Santana aumentó al sentir aquella presión casi dolorosa.
Santana cambió de postura y se colocó encima de Brittany, apoyando las caderas en las piernas de la joven y equilibrando el peso con los brazos. La cálida y sedosa humedad que impregnaba su abdomen, entre la camiseta y la parte superior del pantalón, no le pasó desapercibida mientras contemplaba el rostro cubierto de rubor de Brittany.
«Esto es la vida. Esta mujer es la vida.»
Besó la boca de Brittany a conciencia, seductoramente, se deslizó hacia abajo y lamió los pechos de Brittany con la lengua. Primero uno, luego el otro, y vuelta a empezar; reverenciaba aquella piel aterciopelada, la aureola rugosa y los pezones endurecidos, y se lo tomó con calma, como si tuviese la vida entera.
Brittany se agitó, se arqueó y gimió debajo de ella, cerrando los ojos con fuerza y buscando a ciegas la cabecera de la cama hasta que encontró un barrote de madera y se aferró a él. Nunca había estado tan excitada, y Santana apenas la había tocado por debajo del vientre.
Santana introdujo un pezón en la boca, lamiéndolo con la lengua y acariciándolo con los dientes hasta arrancar un gemido a Brittany.
En ese momento supo que podría pasar la noche entera haciendo aquello, pero había mucho más que tocar, sentir y saborear. Deslizó la lengua por el pecho y el costado de Brittany, siguiendo por el brazo levantado de la joven y dejando un rastro húmedo y ardiente. Al estirarse encajó la pelvis en medio del cuerpo de Brittany.
Brittany jadeó.
—¡Oh, Dios! Quieres matarme, ¿verdad?
Santana no contestó. Aplastó la boca contra la de Brittany; en ese momento lo único que le importaba era la mujer que estaba debajo de ella. Santana se perdió en aquel beso, dejó que sus manos tocasen, buscasen y explorasen la gloria del cuerpo que ansiaba, sabiendo en el fondo de su alma que aquello era distinto.
Grandioso.
Había tenido muchas relaciones sexuales... muchísimas. Y con la excepción de Elaine en el pasado lejano, todo se había resumido a lo mismo: sexo. Desahogo. Satisfacción. Pero aquello era diferente. Brittany era diferente.
Santana dedicó hasta la última pizca de concentración y energía a Brittany. En ese momento su único objetivo en la vida era que Brittany se sintiese hermosa, deseada y amada.
Brittany tiró de la camiseta de Santana, pero esta le sujetó la muñeca, murmurando: «Luego», entre besos. Los dedos de Santana se deslizaron hacia abajo y se hundieron en el húmedo calor que esperaba entre las piernas de Brittany. Brittany respiró a fondo, susurrando el nombre de Santana e inclinando las caderas, que silenciosamente pedían más.
Santana se concentró en sus movimientos lentos y constantes, pero sabía que Brittany no aguantaría demasiado. «Que el primero surja ya», pensó, con emoción casi irreprimible. Besó a Brittany de nuevo y la penetró con los dedos, acariciándola firme y rítmicamente, moviendo el pulgar sobre la piel hinchada.
En cuestión de segundos, Brittany apartó la boca de la de Santana, hundió la cabeza en la almohada, y de su garganta brotó un gemido prolongado y grave. Santana la miró, fascinada, mientras su mano seguía moviéndose, asombrada por la belleza de Brittany y por sus intensas sensaciones.
Aflojó el ritmo guiándose por la respiración de Brittany, hasta que ésta le agarró la muñeca y la detuvo. Santana retiró los dedos con delicadeza. Las entrañas de Brittany se retorcían espasmódicamente.
—¡Dios mío! —susurró Brittany, cubriéndose los ojos con la mano.
Santana sonrió de oreja a oreja y se dio cuenta de que quería más. Quería dar más. Quería que le ofreciesen más. Aún no había acabado con aquella mujer. No quería acabar nunca con aquella mujer. Bajó la cabeza y lamió con ternura el pezón de Brittany, hasta que se endureció de nuevo y Brittany gimió.
—Santana... espera... oh, Dios mío. —Brittany se sorprendió al sentir ya otra oleada de humedad entre los muslos mientras Santana mordisqueaba sus hipersensibles pechos. Apenas había tenido tiempo de recuperar el aliento, y Santana estaba atizando de nuevo el fuego. Y con gran éxito.
A Santana todo le parecía poco. Quería saborear cada milímetro de la piel de Brittany, desde la cabeza a los pies con todo lo que había en medio. La dulzura salobre de Brittany era embriagadora, y Santana se sentía como una borracha en una bodega mientras lamía, mordisqueaba y paladeaba. Los movimientos de Brittany debajo de ella, la presión de sus manos y sus gemidos pusieron a Santana al borde del estallido, debido a su intensísima excitación.
Tenía los pantalones de algodón empapados, con la entrepierna pegoteada, pero no quería apartar las manos de Brittany ni siquiera para desnudarse.
Deslizó la lengua sobre el torso de Brittany, alzando la vista de vez en cuando para contemplar el objeto de su devoción. Brittany se hallaba a su merced por completo, con una mano sobre la cabeza, aferrando el barrote de la cabecera de la cama, y la otra enredada en el pelo de Santana. Tenía la cabeza hundida en la almohada y el largo y elegante cuello estirado; Santana pensó en ascender y saborear aquella sexy columna de carne, pero continuó su descenso impulsada por el deseo de disfrutar de Brittany en el momento culminante. Se encajó entre las piernas de esta, puso una mano en cada muslo y la obligó a abrirse.
—Abre las piernas, Brittany. —El tono fue autoritario y grave; Santana apenas reconoció su propia voz.
Brittany obedeció, abriéndose todo lo que pudo y respirando con una agitación que revelaba su impaciencia. Santana cerró los ojos y respiró a fondo; se le hacía agua en la boca al percibir el olor a almizcle de la excitación de Brittany. Deslizó las manos bajo el culo de esta y alrededor de sus caderas; Brittany soltó el pelo de Santana y la sujetó por la muñeca. Santana frotó la mejilla contra la piel suavísima de la ingle de Brittany, regocijándose con aquel gesto tan simple. Repitió el movimiento con la otra ingle hasta que no pudo aguantar más. Su lengua acarició la piel húmeda y satinada entre las piernas de Brittany, y su sabor la hizo gemir mientras Brittany gritaba.
Brittany se movió para introducirse mejor en la boca de Santana, pero Santana la sujetó por las caderas firmemente, decidida a marcar el paso. No tenía intención de provocar a Brittany, pero tampoco quería precipitarse. Se demoró, explorando cada pliegue, cada grieta oculta y cada punto mientras Brittany se retorcía, imploraba y gemía. Tomó nota mentalmente, para recordar las reacciones que suscitaba cada roce, qué le gustaba más a Brittany, cuándo la presión era excesiva o caía en la debilidad. Podría dedicar la vida a investigar todo aquello y sería la mujer más feliz del mundo. Lo sabía con certeza absoluta, y de pronto surgió de sus entrañas... una frase tan rara y poco habitual que casi se atragantó al reconocerla.
«Estoy en casa.»
En ese preciso instante, Brittany se corrió violentamente, arqueándose sobre la cama y soltando el brazo de Santana para empujar su nuca y situarla en el lugar adecuado. Los ojos de Santana recorrieron el cuerpo de Brittany y contemplaron su orgasmo, luego la lenta relajación, y el abrumador esplendor que vio acentuó sus emociones. Brittany apartó la mano de la cabeza de Santana, cuyo pecho se llenó de calor, de una sensación totalmente desconocida. Sin tiempo siquiera para analizar lo que estaba ocurriendo, un sollozo la sacudió y surgió de su garganta. Se puso de rodillas, rodeando con las manos la cintura de Brittany, incapaz de reprimir las lágrimas.
—¿Santana? —Brittany parpadeó, con la respiración entrecortada—. ¿Qué ocurre, cariño?
Santana, horrorizada por su propio llanto, se cubrió la boca con la mano en un intento por controlarse.
—¡Oh, Dios, cielo! Ven aquí. —Brittany ayudó a Santana a ponerse encima de ella, sin encontrar resistencia, y rodeó los temblorosos hombros con sus brazos—. Lo siento mucho. Me preocupaba que no fuese buena idea. Debería haberme dado cuenta...
—No —logró decir Santana—. No, no era eso. —Sorbió por la nariz, se incorporó para ver la cara de Brittany y la inquietud que se dibujaba en ella—. Yo... —Recorrió con los ojos la habitación en penumbra buscando una forma de aclarar el pensamiento—. No sé cómo expresarlo...
Brittany estiró la mano y colocó, cariñosamente, los rebeldes cabelos de Santana detrás de la oreja.
—Limítate a hablar —dijo Brittany con ternura—. Cuéntame qué sientes.
Los ojos de Santana se fundieron con los de Brittany y habría jurado que en ese momento sintió fluir en su interior la energía y el valor.
—Hace menos de veinticuatro horas que he enterrado a mi padre, pero... jamás me había sentido tan... completa como esta noche contigo.
En ese momento le tocó a Brittany emocionarse. Sus ojos se empañaron y de ellos brotó una lágrima mientras intentaba disimular la impresión.
—¡Oh, Santana! —susurró, y la atrajo hacia sí, abrazándola y apretándola contra su cuerpo con todas sus fuerzas.
Santana hundió la cara en el cuello de Brittany e inhaló su dulce olor. Tiró de las sábanas y cubrió los cuerpos entrelazados de ambas. No quería salir nunca de aquel lugar. Nunca.
La luz del sol se colaba por las ventanas abiertas, obligando a Brittany a volver la cabeza hacia el otro lado o a recibir en los ojos los alegres, aunque irritantes, destellos. No abrió los ojos enseguida, sino que permaneció escuchando y sintiendo para reconciliarse con el entorno.
Se hallaba tendida boca abajo; la leve sábana le cubría el trasero y una pierna, pero por lo demás estaba completamente desnuda.
Una sonrisa de oreja a oreja iluminó su rostro mientras recordaba las actividades de la noche anterior; el agradable escozor de sus muslos demostraba que no habían sido un sueño. Cuando su cerebro llegó al derrumbamiento emocional de Santana, se dio cuenta de que estaba sola en la habitación. Y entonces abrió los ojos.
Sus oídos registraron ruido de agua y apenas tuvo que mover la cabeza para ver el pequeño baño. Santana estaba de espaldas, vestida aún con la camiseta blanca y los pantalones de algodón a rayas. Se lavaba la cara en el lavabo, y al ver el tejido ciñendo el pequeño y bien formado trasero Brittany sintió una punzada de deseo de tal intensidad que se sorprendió.
Se levantó inmediatamente y caminó desnuda hasta el baño.
Cuando Santana se enderezó, con la cara mojada, Brittany estaba detrás de ella. Santana ahogó un grito de sorpresa; luego, se relajó y sonrió ante el espejo al reflejo de la maravillosa mujer que tenía detrás.
—Buenos días —dijo, con una voz serena que no rompió la quietud de la habitación.
—Buenos días, hermosa criatura. —Los brazos de Brittany rodearon a Santana por detrás, la estrechó contra sí y contempló su cara húmeda en el espejo antes de besar el hombro descubierto de Santana—. ¿Cómo te sientes?
Santana asintió.
—Muy bien. ¿Y tú?
—Tengo las piernas irritadas.
Santana apretó los labios en un débil intento de reprimir una sonrisa.
—¿De verdad? ¡Vaya!
Brittany ciñó a Santana, frotando la mejila contra su pelo, maravillada con la sensación de aquel cuerpo compacto, de músculos bien formados, entre sus brazos.
—Y me he dado cuenta de una cosa.
—¿De qué? —Santana estaba atrapada entre el borde del lavabo y el cuerpo de Brittany, lo cual le provocaba una ambigua sensación de inquietud y excitación. Los labios de Brittany recorrieron los bordes de la oreja de Santana, y a ésta se le puso la piel de gallina.
—Pues de que apenas tuve ocasión de tocarte anoche. —Fue sólo un susurro, pero unos eróticos escalofríos sacudieron la columna vertebral de Santana. Brittany deslizó la mano bajo la camiseta de Santana y la movió hacia arriba hasta capturar un pecho menudo y apretarlo con firmeza. A los pocos segundos notó el pezón duro contra su palma.
—Oh —fue lo único que Santana consiguió articular.
Santana se sorprendió por la rápida respuesta de su cuerpo.
No solía tardar en excitarse, pero en ese momento la reacción fue inmediata. Se aferró a los bordes del pequeño lavabo con las manos mojadas mientras los labios de Brittany se deslizaban por su cuelo, lamiendo los reguerillos de agua hasta acabar en la unión del cuello con el hombro, donde hundió los dientes.
—Dios... —Santana jadeó.
—Sé que te gusta llevar el control, Santana, pero a partir de ahora tendrás que cedérmelo muchas veces. —El tono de Brittany era conspiratorio, como si le estuviese contando un secreto.
A Santana le sorprendió encontrarse completamente a merced de la mujer que estaba tras ella, la misma mujer a la que había dominado sin cesar la noche anterior.
Los dedos de Brittany desataron el cordón de los pantalones de Santana.
—¿Entendido?
Santana se apresuró a asentir y profirió un gemido cuando la mano de Brittany se deslizó dentro de sus pantalones y se hundió en la resbaladiza superficie que indicaba lo bien que lo había entendido.
Brittany gimió mientras sus dedos navegaban por aquel calor.
—¡Oh, Dios! —exclamó, con la voz llena de asombro. Santana estaba empapada—. ¿Soy la culpable de esto?
—Ni te imaginas hasta qué punto.
Brittany movió las dos manos a la vez, apretando el pecho de Santana y acariciando el pezón al mismo tiempo y con el mismo ritmo que utilizaba para frotar la seda líquida entre las piernas de Santana. Esta echó la cabeza hacia atrás, apoyándose en el hombro de Brittany, con los ojos cerrados mientras las sensaciones se apoderaban de su cuerpo.
La lengua de Brittany exploró los rincones y pliegues de la oreja de Santana, hundiéndose aquí y allá, chupando el suave lóbulo. La absorbía por completo sentir a aquella mujer en sus brazos. El cuerpo de Santana era menudo, más pequeño de lo que cabría esperar dada su gran personalidad y su capacidad de control. Pero todo era firme: el vientre, los brazos, el culo...
Brittany siempre había creído que Santana tenía cuerpo de bailarina, pero palpar la dicotomía de los músculos fuertes y nervudos cubiertos por piel suave y aterciopelada resultaba más excitante de lo que había imaginado. De pronto le pareció que todo era poco. Santana respiraba con dificultad, moviendo ligeramente las caderas al ritmo de los dedos de Brittany entre sus piernas. Brittany mantuvo el ritmo, contemplando la cara de Santana en el espejo.
—Santana —susurró al oído próximo a sus labios—. Santana, mírame. —Sostuvo la cadencia mientras Santana abría los ojos y parpadeaba, moviendo el cuerpo al son de Brittany. Sus ojos se miraron en el espejo, y Santana levantó un brazo y agarró la nuca de Brittany. Permanecieron así varios minutos de gloria, sin apartar los ojos la una de la otra mientras los dedos de Brittany se movían con destreza, ardorosamente, acelerando o ralentizando, según fuesen las expresiones faciales de Santana.
—Brittany —imploró Santana al fin, sin saber si soportaría más incitación—. Por favor. —Se mordió el labio inferior y apretó la nuca de Brittany—. ¿Por favor?
Brittany sonrió con ternura al reflejo de Santana hasta que la imagen se grabó a fuego en su cerebro.
—De acuerdo —susurró al oído de Santana mientras aplicaba una presión más fuerte y constante—. Córrete, amor mío.
El roce de Brittany, combinado con la intensidad de su mirada y el sonido de su voz al oído, hizo caer a Santana del precipicio al que se aferraba. Rechinó los dientes, y un gemido grave brotó de su pecho cuando echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el hombro de Brittany y cerrando los ojos.
Brittany reprimió una queja cuando las uñas de Santana se clavaron en su cuello y en el brazo que serpenteaba bajo la camiseta. El cuerpo de Santana comenzó a relajarse, y Brittany la sujetó con firmeza para que no cayese al suelo.
—¡Dios mío! —Exclamó Santana con la voz convertida en agotado suspiro—. Eso... tú... no creo que aguante más.
Brittany soltó una risita.
—Entonces, volvamos a la cama, ¿te parece? —Santana la siguió, obediente, y cuando llegaron al borde del colchón, Brittany se volvió hacia ella, cogió la camiseta y se la quitó por la cabeza—. Quiero sentir tu piel contra la mía, no tu pijama.
Santana se quitó los pantalones y se metió bajo las sábanas con Brittany, abriendo los brazos para que Brittany acomodase la cabeza en su hombro. Tras un leve ajuste de miembros, ambas quedaron completamente entrelazadas.
Brittany suspiró, satisfecha.
—¡Oh, qué maravilla!
Santana la apretó contra sí, disfrutando de la desconocida sensación de plenitud.
—Sí, en efecto.
«No pienso moverme de aquí nunca.»
Permanecieron inmóviles mucho tiempo, escuchando el hipnótico sonido de la respiración de ambas. Santana creyó que Brittany se había quedado dormida, pero de pronto oyó su voz:
—¿Santana?
—¿Hummm?
—¿Qué vas a hacer ahora?
Santana respiró a fondo y exhaló lentamente.
—Creo que me quedaré aquí un tiempo. Tengo que arreglar los papeles de mi padre con J.J. Está el tema de la casa. Ya sabes, cosas de esas.
Brittany asintió, sorprendida y a la vez contenta de que Santana no regresase inmediatamente a la oficina.
—Me parece una buena idea. El trabajo puede esperar. Tienes asuntos más importantes que resolver. —Hizo una pausa y añadió —: Ojalá pudiera quedarme y ayudarte.
Santana besó a Brittany en la frente.
—Sí, a mí también me gustaría. Pero no es conveniente que nos ausentemos las dos de la oficina al mismo tiempo. Los vendedores se pondrían histéricos. —Sintió cómo la risa gutural de Brittany sacudía su cuerpo.
—Te quedas corta. No permita Dios que no esté yo a entera disposición de Artie Abrams. Le daría un ataque de nervios.
Santana sonrió, y ambas se apretaron la una contra la otra, resistiéndose a dejar el más mínimo espacio entre sus cuerpos.
Brittany evitó fruncir el ceño mientras su mente repasaba los acontecimientos de las veinticuatro horas anteriores. Tenía muchas cosas que decir a Santana y también mucho que preguntar. «¿Qué fue la noche pasada? ¿Fue un calentón de una noche o significó algo más para ti, igual que para mí? Si te dejo aquí, ¿cuándo volverás? Y cuando vuelvas, ¿qué seré yo para ti?»
Pero el miedo a las respuestas mantuvo sus labios sellados y su voz dolorosamente apagada. Tras unos minutos, se dio cuenta de que Santana se había dormido. Disimuló su ansiedad y abrazó a Santana por la cintura, decidida a disfrutar y a recordar cada instante de su intimidad... por si acaso.
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Dios este capitulo estuvo de lo mejor
Y ojala y santana se quede con britt
Dios estuvo super Wanky
Hasta la proxima actualizacion saludos!
Y ojala y santana se quede con britt
Dios estuvo super Wanky
Hasta la proxima actualizacion saludos!
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Hola no me acuerdo haber comentado antes ya que a veces comento tantos FF que se me olvida jajajaja pero me lei los capitulos todos de una vez y la historia me ha gustado desde ahora tienes una fiel lectora de este FF y de tus FF futuros buenos saludos y espero tu proxima actualización
Keiri Lopierce-* - Mensajes : 1570
Fecha de inscripción : 09/04/2012
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Hasta que por fin se dejaron llevar las dos, estoy igual que Britt con la duda de si fue solo el momento o empezaran a salir de verdad, aunque después de lo de "vive la vida" que no para de repetirsele a Santana creo que ella empezara a disfrutar de lo que realmente siente e irá en serio con Britt.
Esperando ansiosamente el siguiente capitulo!!
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
pienso que despues de lo que santana sintio con britt esto sea un simple calenton, espero en verdad que esten juntas sin importar mas nada!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Una miel las dos!!!
Quiero otro capitulo!!
Quiero saber que va a pasar cuando San vuelva a su trabajo.
Saludos
Quiero otro capitulo!!
Quiero saber que va a pasar cuando San vuelva a su trabajo.
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Wowwww.. esperar el próximo capítulo con más ansias que nunca...
Disimuló su ansiedad y abrazó a Santana por la cintura, decidida a disfrutar y a recordar cada instante de su intimidad... por si acaso.
Eso me pareció lo más tierno de la vida, de verás... la incertidumbre de Britt, el que la haya cuidado, el estar tan preocupada, y el no decirle nada, por todas las emociones que esta pasando Santana...
Yo quiero a alguien así >.<
Por Dios.. San se tiene que dar cuenta que en verdad ya está en casa, y que no debe perderla, esperemos se la juegue y deje la ética de lado por algún momento y vele por su felicidad!
Espero conti!!!!!
(queda poco, pero lo vale :))
Disimuló su ansiedad y abrazó a Santana por la cintura, decidida a disfrutar y a recordar cada instante de su intimidad... por si acaso.
Eso me pareció lo más tierno de la vida, de verás... la incertidumbre de Britt, el que la haya cuidado, el estar tan preocupada, y el no decirle nada, por todas las emociones que esta pasando Santana...
Yo quiero a alguien así >.<
Por Dios.. San se tiene que dar cuenta que en verdad ya está en casa, y que no debe perderla, esperemos se la juegue y deje la ética de lado por algún momento y vele por su felicidad!
Espero conti!!!!!
(queda poco, pero lo vale :))
Tat-Tat******* - Mensajes : 469
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
wow , me perdi dos capitulos, pero aca estoy otra vez, estuvieron buenisimos, sabia que me iba a gustarel 16 jejejeje.. besos cuidate!
Invitado- Invitado
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Holaa!
Me encantoooooooooooooo el capítulo *-*
Fue muy tierno y a la vez wanky jaj
Ambas reflejaron sus sentimientos. Me encantó ver a Britt tan dulce y tierna con Santana, preocupada por ella... fue tan bonito. Y Santana por fin dejó todo a un lado y se aventuró con Britt.
Ahora solo espero que siga así y que ninguna de las dos se eche atrás.
Estaré esperando ansiosa el resto de capítulos.
Besos :D
Me encantoooooooooooooo el capítulo *-*
Fue muy tierno y a la vez wanky jaj
Ambas reflejaron sus sentimientos. Me encantó ver a Britt tan dulce y tierna con Santana, preocupada por ella... fue tan bonito. Y Santana por fin dejó todo a un lado y se aventuró con Britt.
Ahora solo espero que siga así y que ninguna de las dos se eche atrás.
Estaré esperando ansiosa el resto de capítulos.
Besos :D
Silfide**** - Mensajes : 176
Fecha de inscripción : 04/06/2013
Edad : 30
Re: FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecinueve-
Hola! Avisé que este era uno de los mejores, y que les gustaría mucho :3 Pues eso que queden juntas ya lo veremos, no hay que hacerse ilusiones todavía :3Jane0_o escribió:Dios este capitulo estuvo de lo mejor
Y ojala y santana se quede con britt
Dios estuvo super Wanky
Hasta la proxima actualizacion saludos!
Gracias por comentar. Saludos!
Hola! Me pasa lo mismo, hasta a veces me olvido cuales ando siguiendo xD Muchas gracias, me alegra que te guste y saber que lees la historia.Keiri Lopierce escribió:Hola no me acuerdo haber comentado antes ya que a veces comento tantos FF que se me olvida jajajaja pero me lei los capitulos todos de una vez y la historia me ha gustado desde ahora tienes una fiel lectora de este FF y de tus FF futuros buenos saludos y espero tu proxima actualización
Gracias por comentar, y espero que te gusten mis próximas adaptaciones. Besos! :D
Hola! :3 Imagino que tanto a Britt como a vos, se les borrará esa duda en el mismo momento xD No sabría decirte, aún faltan tres capítulos y muchas cosas pueden pasar xDMarta_Snix escribió:Hasta que por fin se dejaron llevar las dos, estoy igual que Britt con la duda de si fue solo el momento o empezaran a salir de verdad, aunque después de lo de "vive la vida" que no para de repetirsele a Santana creo que ella empezara a disfrutar de lo que realmente siente e irá en serio con Britt.Esperando ansiosamente el siguiente capitulo!!
Gracias por comentar. En minutos lo subo. Besos!
Hola! Habrá que ver qué sucede, sólo quedan tres capítulos contando el que viene.micky morales escribió:pienso que despues de lo que santana sintio con britt esto sea un simple calenton, espero en verdad que esten juntas sin importar mas nada!
Gracias por comentar. Besos! :D
Hola! Jajajaja, sí, la verdad que sí, una miel las dos. Amé ese capítulo, es demasiado wanky.monica.santander escribió:Una miel las dos!!!
Quiero otro capitulo!!
Quiero saber que va a pasar cuando San vuelva a su trabajo.
Saludos
En minutos se sabrá que sucederá cuando vuelvan al trabajo.
Gracias por comentar. Saludos!
Hola! Me alegra que te haya gustado. La verdad que Brittany todo un ángel en esos momentos,y no me refiero sólo a la parte de las relaciones sexuales, si no desde el momento en que llegó al cementerio. También me gustaría alguien así xDTat-Tat escribió:Wowwww.. esperar el próximo capítulo con más ansias que nunca...
Disimuló su ansiedad y abrazó a Santana por la cintura, decidida a disfrutar y a recordar cada instante de su intimidad... por si acaso.
Eso me pareció lo más tierno de la vida, de verás... la incertidumbre de Britt, el que la haya cuidado, el estar tan preocupada, y el no decirle nada, por todas las emociones que esta pasando Santana...
Yo quiero a alguien así >.<
Por Dios.. San se tiene que dar cuenta que en verdad ya está en casa, y que no debe perderla, esperemos se la juegue y deje la ética de lado por algún momento y vele por su felicidad!
Espero conti!!!!!
(queda poco, pero lo vale :))
Pues tan sólo quedan 3 capítulos contando el que subo en unos minutos, y ahí se sabrá que sucederá entre ellas y con el trabajo.
Gracias por comentar. Besos! :D
Hola! Yo avisé que el 16 iba a gustar jajajaja Me alegra que te gusten.Marielva escribió:wow , me perdi dos capitulos, pero aca estoy otra vez, estuvieron buenisimos, sabia que me iba a gustarel 16 jejejeje.. besos cuidate!
Gracias por comentar. Besos :3
Hola! Concuerdo con vos, muy tierno y wanky. Yo diría que es excelente, es uno de mis capítulos favoritos del libro, junto al (no me acuerdo el número) donde está el primer beso :3Silfide escribió:Holaa!
Me encantoooooooooooooo el capítulo *-*
Fue muy tierno y a la vez wanky jaj
Ambas reflejaron sus sentimientos. Me encantó ver a Britt tan dulce y tierna con Santana, preocupada por ella... fue tan bonito. Y Santana por fin dejó todo a un lado y se aventuró con Britt.
Ahora solo espero que siga así y que ninguna de las dos se eche atrás.
Estaré esperando ansiosa el resto de capítulos.
Besos :D
En minutos subo el capítulo, y sabrán que sucede entre ellas.
Gracias por comentar y seguir la historia. Besos! :D
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
FanFic Brittana: Tan cerca, Tan lejos -Capítulo Diecisiete-
Hola! Mil, pero mil disculpas por no subir estos días, aunque avisé que no podría subir hasta el martes. La cosa es que intenté subir el lunes, pero me quedé sin el bendito wifi robado xD y el martes salí tarde de trabajar, así que ni tiempo de agarrar la compu para subir aunque sea el capítulo.
No sé cuando podré subir el siguiente, quizás mañana o el viernes, pero intentaré subirlo lo antes posible.
Bueno, como saben ya se acerca el final, sin contar este capítulo, quedan dos más por subir, así que ya se está por terminar la historia, pero ya tengo adaptado otro libro, que de hecho es mi favorito en esta temática, y espero que también les guste a ustedes.
Acá les dejo el capítulo, espero les guste y comenten :3
Besos! :D
CAPÍTULO DIECISIETE
Brittany sentía demasiadas emociones al mismo tiempo, lo cual resultaba agotador y molesto. Era miércoles y descubrió con desaliento que no llamar a alguien era casi tan difícil como armarse de valor para llamar. Lo peor de todo era que quería comentar a su mejor amiga su situación con su Santana. Pero Quinn huía de ella como de la peste, y Brittany no sabía cómo arreglar el lío que había contribuido a montar.
Por un lado, comprendía muy bien el rechazo de Quinn. «Yo, en su caso, haría lo mismo.» Al recordar aquella noche, Brittany cabeceó, disgustada consigo misma. Pero también estaba enfadada con Quinn. «¿Acaso tengo el poder de leer mentes? ¿Cómo diablos iba yo a saber lo que ella sentía? ¡En veinte años no dijo ni una palabra!»
Aquella discusión interna se prolongaba indefinidamente.
Combinada con sus hercúleos esfuerzos por no llamar a Santana cuarenta veces al día, su forzada simpatía con los vendedores que llamaban para dar el pésame a Santana, y sus intentos de centrarse en el trabajo, hacía que casi se sintiera al borde de la locura. «Dos de las personas más importantes de mi vida, y no se me ocurre la forma de hablar con ninguna de ellas.»
Le había costado mucho abandonar Poughkeepsie el domingo.
Tuvo que emplearse a fondo para no pegarse a Santana como la pelusa mientras le daba el abrazo de despedida. Habría deseado promesas, declaraciones de amor. Pero no las recibió ni las hizo, lo cual resultaba mucho más frustrante de lo que había pensado.
El domingo por la noche habló con Santana, porque así se lo había pedido, para comunicarle que el viaje había sido bueno y que había llegado a casa bien, pero era tarde y las dos estaban cansadas, así que la llamada fue breve. También hablaron el lunes por la noche. Otra conversación corta, puesto que Santana estaba emocionalmente agotada tras revisar las cosas de su padre y revivir recuerdos y no le apetecía hablar. Era comprensible. Brittany le dio las buenas noches y colgó, procurando no manifestar su decepción.
El martes por la tarde, Santana llamó a la oficina para saber si todo lo relacionado con Emerson funcionaba bien. Brittany le aseguró que sí. Le dijo a Santana que no se preocupase, que todo estaba bajo control y que se tomase el tiempo que le hiciese falta.
Santana le dio las gracias y colgó. El miércoles por la mañana Brittany estaba decidida a lanzarse al vacío.
Ese día, cuando Brittany regresó a la oficina tras comer un sándwich rápido, tenía un mensaje de Santana. A Brittany la fastidió que la llamase a la hora de comer. «La mejor forma de evitarme», pensó con amargura. No obstante, rebobinó el mensaje seis veces sólo para escuchar la voz de Santana.
—Hola, Brittany, soy yo. Sólo llamaba para saber qué tal va todo; espero que no hayan surgido problemas. —Había una larga e incómoda pausa—. Escucha... Lo siento mucho. No me encuentro en el mejor momento y... necesito pensar... tengo que... Dios, ni siquiera sé qué estoy diciendo. Llámame... si hay algo que requiera mi atención.
Brittany sintió una oleada de temor por lo que se deducía del mensaje. «¿Necesita pensar? ¿No se encuentra en el mejor momento?» Aquello no tenía buena pinta. Santana parecía muy cansada. A Brittany le habría gustado estar con ella para ayudarla. Y también que Santana le pidiese ayuda... reclamase su presencia... cualquier cosa, pero por primera vez empezó a dudar que tal cosa ocurriese. Y no podía soportarlo.
Sonó el teléfono y se le aceleró el corazón, reacción que llevaba experimentando toda la semana y que la irritaba. Lo cogió con mala cara.
—Oficina de Santana López, soy Brittany. ¿Qué desea?
—Hola, Brittany, soy Jessica Scott; es para devolverle la llamada a Santana. ¿Está ahí?
Brittany estaba confusa. ¿Devolver la llamada a Santana?
—No, lo siento, señorita Scott. No está. Se encuentra...
—Oh, un momento —interrumpió Jessica—. Me dio su número de Poughkeepsie. Ya va siendo hora de que me organice. —Su risa chirrió a través de la línea, y Brittany se estremeció como si alguien arañase una pizarra—. La llamaré allí. Siento haberte molestado.
—En absoluto —murmuró Brittany. Su cerebro revivió inmediatamente lo que Santana y ella habían hablado sobre la infame Jessica Scott durante la primera cena:
«—Seguramente sólo quiere saber cómo van las cosas. Tal vez le haya dicho un pajarito que la dirección estaba encantada con nuestra revisión del presupuesto. O a lo mejor sólo quería saludar.
—¡Es tu ex!
—No exactamente.
—Pero te has acostado con ella.
—Una o dos veces. Hemos... estado en contacto.»
Brittany sintió una mezcla de celos y pánico que amenazó con ahogarla. ¿Santana había llamado a Jessica desde Poughkeepsie?
«¿La llamó a ella y a mí no? Bueno, sí que me ha llamado, pero no para charlar precisamente. ¿Por qué a Jessica? ¿Por qué...?»
Su proceso mental se interrumpió bruscamente cuando recordó otro comentario de Santana sobre Jessica:
«—Quería irme, y Jessica me llamó en el momento oportuno. Me mantiene al corriente de lo que ocurre en mi campo».
Brittany se frotó la sien con los dedos. ¿Santana estaba buscando un nuevo trabajo? ¿Ya? ¿Sin hablar primero con ella? La idea le resultaba insoportable. Se sentía como si le hubiese caído una plancha de plomo sobre los hombros y no hubiese oxígeno en la oficina.
Después de todo lo que había ocurrido entre ellas, ¿cómo podía Santana excluirla de semejante forma? Habían hecho el amor; no, habían hecho el amor apasionadamente, pero no sólo había sido eso, ¿verdad? Habían establecido un vínculo, un sólido vínculo emocional, y Brittany creyó que estaban en camino de... respiró a fondo mientras buscaba las palabras adecuadas. ¿Algo más? Era impreciso, pero totalmente cierto.
Procuraba no pensar demasiado en un posible futuro con Santana, pero en el fondo sabía que eso era lo que quería. Pensó que Santana compartía sus sentimientos, pero ya no lo tenía tan claro. El mensaje que Santana le había dejado era ambiguo. Y la incertidumbre la ponía furiosa.
Quería llamar a Santana, llamarla en aquel preciso instante y preguntarle qué diablos ocurría. Pero recordó la voz profunda y gutural en su buzón de voz, el tremendo cansancio que transmitía, lo duro que debía de ser remover y tocar los objetos de una vida entera que habían pertenecido a un padre recién fallecido, y se contuvo. Le resultaba intolerable añadir más cargas a las que ya llevaba Santana.
Permaneció mirando el vacío ante sí, sin saber qué hacer a continuación.
Sin la menor idea.
«¡Dios, espero estar haciendo lo correcto!»
Fue el pensamiento más despejado que acudió a la mente de Santana cuando colgó el teléfono. Era el peor momento, pero si quería cambiar de actitud (y de vida, al fin y al cabo), sólo podía hacerlo de aquella forma. Tenía que hablar con Brittany, hablar en serio. Pero su cabeza estaba demasiado confusa, y no podía hacer otra cosa si no quería estallar y que sus sesos impregnasen las paredes del salón.
Se tumbó en el sofá para esperar a J.J. Ambos estaban agotados. Santana se sentía como si hubiese sufrido un calvario emocional durante la última semana y, cuando creía que ya habían acabado las lágrimas y la pena, tropezaba con otro recuerdo y las compuertas se desbordaban de nuevo.
El proceso era lastimoso para ella, pero J.J. estaba mucho peor.
No había asumido la muerte de su padre. Una parte de Santana incluso sentía celos y envidia por no haber tenido una relación tan estrecha con su padre como para que su muerte la destrozase. Le afectaba más de lo que había pensado, pero aquellos celos la llenaban de vergüenza. «¿Qué tipo de persona envidia el dolor de otra?»
Se le pasó por la cabeza comer algo, pero su estómago protestó ruidosamente. El frigorífico estaba lleno hasta las topes; la gente que había ido de visita toda la semana llevaba guisos, fuentes de pasta y hogazas de pan para que J.J. y ella no tuviesen que preocuparse por cocinar. Habían picado algo, pero los que más habían comido habían sido los niños.
Miró las fotos que adornaban la mesa delante de ella. J.J. y ella en la adolescencia, con aspecto torpe y desgarbado, su madre sonriendo a la cámara en un raro momento de tranquilidad y desenfadada felicidad, la foto de boda de sus padres. Contempló esta última, procurando buscar signos de que no eran tan felices como parecían, pero no los encontró. El rubor cubría las mejillas de su madre, y los ojos de su padre resplandecían. Su padre sonreía como si fuese el hombre más afortunado del mundo. Santana se preguntó cuándo había empezado el deterioro, cuándo decidió su padre que su trabajo y sus colegas eran más importantes que aquella mujer a la que sin duda adoraba cuando se casó.
«—Vive la vida. Debes vivirla.» La voz profunda y retumbante de John López resonó en su cabeza, y Santana se preguntó si tal vez se trataba de una lección que él había aprendido demasiado tarde... y que ¿tal vez lamentaba? ¿Lamentaba los campeonatos gimnásticos que se había perdido? ¿Lamentaba no haber estado en casa cuando Santana anunció que pronunciaría el discurso de graduación de su promoción de instituto? ¿Lamentaba no estar presente el día en que su esposa se había rendido ante el cáncer y había pasado a mejor vida? ¿Lamentaba haber prestado tan poca atención a su hija, que se había marchado sin mirar atrás? ¿Lamentaba que los dos nunca hubiesen hablado de sus diferencias, sus decisiones, su rabia?
Santana nunca tendría las respuestas a esas preguntas, y le costaba digerirlo. No era de las que creían las cosas a ciegas (a decir verdad, era todo lo contrario), y en ese momento lo estaba pasando muy mal, sabiendo que esos interrogantes quedarían vagando por su cabeza siempre.
Cuando llegó J.J. veinte minutos después, Santana seguía sentada en el salón, sumida en sus pensamientos. Su hermano la saludó con un apagado «hola», se apoyó en el marco de la puerta que separaba el salón del comedor y la observó. Santana parecía aún más cansada que él. Nunca había visto a su hermana mayor tan empequeñecida. Tenía mala cara y los ojos sin expresión. Los viejos pantalones de chándal y la raída camiseta que llevaba colgaban de su cuerpo como si le sobrasen dos tallas. Se había recogido el pelo, pero el prendedor no lo sujetaba bien, y los mechones sobresalían en todas direcciones.
A J.J. le desconcertaba; Santana siempre había sido más fuerte, más brillante que su hermano menor. J.J. recurría a ella para que se ocupase de las cosas. Verla tan perdida e incapaz de controlar los acontecimientos le conmovía mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sin contar con que no había esperado que a Santana la afectase tanto la pérdida de su padre.
No estaban muy unidos, llevaban años distanciados. J.J. había supuesto que Santana estaría triste, pero no tan destrozada.
Suponía que la abrumaban la culpabilidad y el arrepentimiento, más que el dolor.
—¿Has dormido bien? —preguntó amablemente, entrando en el salón y sentándose junto a su hermana. Santana se encogió de hombros.
—¿Y tú?
—Así, así.
—J. —Santana no miró a su hermano cuando pronunció su nombre, pero él sí la miró a ella.
—¿Hummm?
—¿Soy como él? —Su voz sonó tan pequeñita y asustada que J.J. supo por primera vez cómo debía de haber sido su hermana a los seis años. Tragó saliva; sabía a lo que se refería Santana y también la respuesta, pero no estaba seguro de si ella quería escuchar la verdad.
—¿A qué te refieres? —preguntó a su vez en tono evasivo.
—Ya sabes a qué me refiero. El trabajo siempre ha sido lo primero para mí, ¿verdad?
J.J. no dijo nada: se dio cuenta de que Santana quería desahogarse y necesitaba que la escuchase.
Asintió, y su hermana continuó.
—Creí... —Santana entrecerró los ojos, concentrándose como si intentase descifrar un acertijo—. Creí que, si conseguía ser como él, si lograba ser tan brillante y respetada en mi trabajo como él en el suyo, acabaría por prestarme atención, ¿sabes? Que me señalaría y diría a sus amigos: «Esa es mi hija. ¿A que es estupenda? Tiene a quien parecerse, desde luego». Pero ni siquiera me miraba. Y yo seguía intentándolo hasta que dejó de importarme. Me convertí en lo que fui. Trabajé. Triunfé. Es lo que hice. Dios, incluso traté a Elaine como él a mamá.
J.J. frunció los labios, con el corazón roto por su hermana. Elaine le caía muy bien. Se había dado cuenta de lo que ocurría hacía mucho tiempo e incluso había intentado hablar con Santana, pero ella no lo había aceptado. Elaine no era tan fuerte como su madre.
O tal vez fuese más fuerte. Santana lo miró, y había tanto miedo en sus ojos negros que J.J. sintió ganas de abrazarla y protegerla.
—No quiero acabar como él —susurró—. No quiero cometer los mismos errores. No quiero echar de mi vida a las personas importantes y terminar sola.
Una lágrima se deslizó por su mejilla de porcelana, y en ese momento J.J. la rodeó con sus brazos. Era lo único que se le ocurría para ayudarla.
—Me muero de miedo, J. —murmuró Santana.
—Lo sé. —J.J. rozó con la cara el pelo de su hermana y la estrechó entre sus brazos—. Santana, si no quieres ser como él, no seas como él —dijo, como si fuese el consejo más sencillo del mundo.
Y en cierto sentido, lo era.
No sé cuando podré subir el siguiente, quizás mañana o el viernes, pero intentaré subirlo lo antes posible.
Bueno, como saben ya se acerca el final, sin contar este capítulo, quedan dos más por subir, así que ya se está por terminar la historia, pero ya tengo adaptado otro libro, que de hecho es mi favorito en esta temática, y espero que también les guste a ustedes.
Acá les dejo el capítulo, espero les guste y comenten :3
Besos! :D
CAPÍTULO DIECISIETE
Brittany sentía demasiadas emociones al mismo tiempo, lo cual resultaba agotador y molesto. Era miércoles y descubrió con desaliento que no llamar a alguien era casi tan difícil como armarse de valor para llamar. Lo peor de todo era que quería comentar a su mejor amiga su situación con su Santana. Pero Quinn huía de ella como de la peste, y Brittany no sabía cómo arreglar el lío que había contribuido a montar.
Por un lado, comprendía muy bien el rechazo de Quinn. «Yo, en su caso, haría lo mismo.» Al recordar aquella noche, Brittany cabeceó, disgustada consigo misma. Pero también estaba enfadada con Quinn. «¿Acaso tengo el poder de leer mentes? ¿Cómo diablos iba yo a saber lo que ella sentía? ¡En veinte años no dijo ni una palabra!»
Aquella discusión interna se prolongaba indefinidamente.
Combinada con sus hercúleos esfuerzos por no llamar a Santana cuarenta veces al día, su forzada simpatía con los vendedores que llamaban para dar el pésame a Santana, y sus intentos de centrarse en el trabajo, hacía que casi se sintiera al borde de la locura. «Dos de las personas más importantes de mi vida, y no se me ocurre la forma de hablar con ninguna de ellas.»
Le había costado mucho abandonar Poughkeepsie el domingo.
Tuvo que emplearse a fondo para no pegarse a Santana como la pelusa mientras le daba el abrazo de despedida. Habría deseado promesas, declaraciones de amor. Pero no las recibió ni las hizo, lo cual resultaba mucho más frustrante de lo que había pensado.
El domingo por la noche habló con Santana, porque así se lo había pedido, para comunicarle que el viaje había sido bueno y que había llegado a casa bien, pero era tarde y las dos estaban cansadas, así que la llamada fue breve. También hablaron el lunes por la noche. Otra conversación corta, puesto que Santana estaba emocionalmente agotada tras revisar las cosas de su padre y revivir recuerdos y no le apetecía hablar. Era comprensible. Brittany le dio las buenas noches y colgó, procurando no manifestar su decepción.
El martes por la tarde, Santana llamó a la oficina para saber si todo lo relacionado con Emerson funcionaba bien. Brittany le aseguró que sí. Le dijo a Santana que no se preocupase, que todo estaba bajo control y que se tomase el tiempo que le hiciese falta.
Santana le dio las gracias y colgó. El miércoles por la mañana Brittany estaba decidida a lanzarse al vacío.
Ese día, cuando Brittany regresó a la oficina tras comer un sándwich rápido, tenía un mensaje de Santana. A Brittany la fastidió que la llamase a la hora de comer. «La mejor forma de evitarme», pensó con amargura. No obstante, rebobinó el mensaje seis veces sólo para escuchar la voz de Santana.
—Hola, Brittany, soy yo. Sólo llamaba para saber qué tal va todo; espero que no hayan surgido problemas. —Había una larga e incómoda pausa—. Escucha... Lo siento mucho. No me encuentro en el mejor momento y... necesito pensar... tengo que... Dios, ni siquiera sé qué estoy diciendo. Llámame... si hay algo que requiera mi atención.
Brittany sintió una oleada de temor por lo que se deducía del mensaje. «¿Necesita pensar? ¿No se encuentra en el mejor momento?» Aquello no tenía buena pinta. Santana parecía muy cansada. A Brittany le habría gustado estar con ella para ayudarla. Y también que Santana le pidiese ayuda... reclamase su presencia... cualquier cosa, pero por primera vez empezó a dudar que tal cosa ocurriese. Y no podía soportarlo.
Sonó el teléfono y se le aceleró el corazón, reacción que llevaba experimentando toda la semana y que la irritaba. Lo cogió con mala cara.
—Oficina de Santana López, soy Brittany. ¿Qué desea?
—Hola, Brittany, soy Jessica Scott; es para devolverle la llamada a Santana. ¿Está ahí?
Brittany estaba confusa. ¿Devolver la llamada a Santana?
—No, lo siento, señorita Scott. No está. Se encuentra...
—Oh, un momento —interrumpió Jessica—. Me dio su número de Poughkeepsie. Ya va siendo hora de que me organice. —Su risa chirrió a través de la línea, y Brittany se estremeció como si alguien arañase una pizarra—. La llamaré allí. Siento haberte molestado.
—En absoluto —murmuró Brittany. Su cerebro revivió inmediatamente lo que Santana y ella habían hablado sobre la infame Jessica Scott durante la primera cena:
«—Seguramente sólo quiere saber cómo van las cosas. Tal vez le haya dicho un pajarito que la dirección estaba encantada con nuestra revisión del presupuesto. O a lo mejor sólo quería saludar.
—¡Es tu ex!
—No exactamente.
—Pero te has acostado con ella.
—Una o dos veces. Hemos... estado en contacto.»
Brittany sintió una mezcla de celos y pánico que amenazó con ahogarla. ¿Santana había llamado a Jessica desde Poughkeepsie?
«¿La llamó a ella y a mí no? Bueno, sí que me ha llamado, pero no para charlar precisamente. ¿Por qué a Jessica? ¿Por qué...?»
Su proceso mental se interrumpió bruscamente cuando recordó otro comentario de Santana sobre Jessica:
«—Quería irme, y Jessica me llamó en el momento oportuno. Me mantiene al corriente de lo que ocurre en mi campo».
Brittany se frotó la sien con los dedos. ¿Santana estaba buscando un nuevo trabajo? ¿Ya? ¿Sin hablar primero con ella? La idea le resultaba insoportable. Se sentía como si le hubiese caído una plancha de plomo sobre los hombros y no hubiese oxígeno en la oficina.
Después de todo lo que había ocurrido entre ellas, ¿cómo podía Santana excluirla de semejante forma? Habían hecho el amor; no, habían hecho el amor apasionadamente, pero no sólo había sido eso, ¿verdad? Habían establecido un vínculo, un sólido vínculo emocional, y Brittany creyó que estaban en camino de... respiró a fondo mientras buscaba las palabras adecuadas. ¿Algo más? Era impreciso, pero totalmente cierto.
Procuraba no pensar demasiado en un posible futuro con Santana, pero en el fondo sabía que eso era lo que quería. Pensó que Santana compartía sus sentimientos, pero ya no lo tenía tan claro. El mensaje que Santana le había dejado era ambiguo. Y la incertidumbre la ponía furiosa.
Quería llamar a Santana, llamarla en aquel preciso instante y preguntarle qué diablos ocurría. Pero recordó la voz profunda y gutural en su buzón de voz, el tremendo cansancio que transmitía, lo duro que debía de ser remover y tocar los objetos de una vida entera que habían pertenecido a un padre recién fallecido, y se contuvo. Le resultaba intolerable añadir más cargas a las que ya llevaba Santana.
Permaneció mirando el vacío ante sí, sin saber qué hacer a continuación.
Sin la menor idea.
«¡Dios, espero estar haciendo lo correcto!»
Fue el pensamiento más despejado que acudió a la mente de Santana cuando colgó el teléfono. Era el peor momento, pero si quería cambiar de actitud (y de vida, al fin y al cabo), sólo podía hacerlo de aquella forma. Tenía que hablar con Brittany, hablar en serio. Pero su cabeza estaba demasiado confusa, y no podía hacer otra cosa si no quería estallar y que sus sesos impregnasen las paredes del salón.
Se tumbó en el sofá para esperar a J.J. Ambos estaban agotados. Santana se sentía como si hubiese sufrido un calvario emocional durante la última semana y, cuando creía que ya habían acabado las lágrimas y la pena, tropezaba con otro recuerdo y las compuertas se desbordaban de nuevo.
El proceso era lastimoso para ella, pero J.J. estaba mucho peor.
No había asumido la muerte de su padre. Una parte de Santana incluso sentía celos y envidia por no haber tenido una relación tan estrecha con su padre como para que su muerte la destrozase. Le afectaba más de lo que había pensado, pero aquellos celos la llenaban de vergüenza. «¿Qué tipo de persona envidia el dolor de otra?»
Se le pasó por la cabeza comer algo, pero su estómago protestó ruidosamente. El frigorífico estaba lleno hasta las topes; la gente que había ido de visita toda la semana llevaba guisos, fuentes de pasta y hogazas de pan para que J.J. y ella no tuviesen que preocuparse por cocinar. Habían picado algo, pero los que más habían comido habían sido los niños.
Miró las fotos que adornaban la mesa delante de ella. J.J. y ella en la adolescencia, con aspecto torpe y desgarbado, su madre sonriendo a la cámara en un raro momento de tranquilidad y desenfadada felicidad, la foto de boda de sus padres. Contempló esta última, procurando buscar signos de que no eran tan felices como parecían, pero no los encontró. El rubor cubría las mejillas de su madre, y los ojos de su padre resplandecían. Su padre sonreía como si fuese el hombre más afortunado del mundo. Santana se preguntó cuándo había empezado el deterioro, cuándo decidió su padre que su trabajo y sus colegas eran más importantes que aquella mujer a la que sin duda adoraba cuando se casó.
«—Vive la vida. Debes vivirla.» La voz profunda y retumbante de John López resonó en su cabeza, y Santana se preguntó si tal vez se trataba de una lección que él había aprendido demasiado tarde... y que ¿tal vez lamentaba? ¿Lamentaba los campeonatos gimnásticos que se había perdido? ¿Lamentaba no haber estado en casa cuando Santana anunció que pronunciaría el discurso de graduación de su promoción de instituto? ¿Lamentaba no estar presente el día en que su esposa se había rendido ante el cáncer y había pasado a mejor vida? ¿Lamentaba haber prestado tan poca atención a su hija, que se había marchado sin mirar atrás? ¿Lamentaba que los dos nunca hubiesen hablado de sus diferencias, sus decisiones, su rabia?
Santana nunca tendría las respuestas a esas preguntas, y le costaba digerirlo. No era de las que creían las cosas a ciegas (a decir verdad, era todo lo contrario), y en ese momento lo estaba pasando muy mal, sabiendo que esos interrogantes quedarían vagando por su cabeza siempre.
Cuando llegó J.J. veinte minutos después, Santana seguía sentada en el salón, sumida en sus pensamientos. Su hermano la saludó con un apagado «hola», se apoyó en el marco de la puerta que separaba el salón del comedor y la observó. Santana parecía aún más cansada que él. Nunca había visto a su hermana mayor tan empequeñecida. Tenía mala cara y los ojos sin expresión. Los viejos pantalones de chándal y la raída camiseta que llevaba colgaban de su cuerpo como si le sobrasen dos tallas. Se había recogido el pelo, pero el prendedor no lo sujetaba bien, y los mechones sobresalían en todas direcciones.
A J.J. le desconcertaba; Santana siempre había sido más fuerte, más brillante que su hermano menor. J.J. recurría a ella para que se ocupase de las cosas. Verla tan perdida e incapaz de controlar los acontecimientos le conmovía mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sin contar con que no había esperado que a Santana la afectase tanto la pérdida de su padre.
No estaban muy unidos, llevaban años distanciados. J.J. había supuesto que Santana estaría triste, pero no tan destrozada.
Suponía que la abrumaban la culpabilidad y el arrepentimiento, más que el dolor.
—¿Has dormido bien? —preguntó amablemente, entrando en el salón y sentándose junto a su hermana. Santana se encogió de hombros.
—¿Y tú?
—Así, así.
—J. —Santana no miró a su hermano cuando pronunció su nombre, pero él sí la miró a ella.
—¿Hummm?
—¿Soy como él? —Su voz sonó tan pequeñita y asustada que J.J. supo por primera vez cómo debía de haber sido su hermana a los seis años. Tragó saliva; sabía a lo que se refería Santana y también la respuesta, pero no estaba seguro de si ella quería escuchar la verdad.
—¿A qué te refieres? —preguntó a su vez en tono evasivo.
—Ya sabes a qué me refiero. El trabajo siempre ha sido lo primero para mí, ¿verdad?
J.J. no dijo nada: se dio cuenta de que Santana quería desahogarse y necesitaba que la escuchase.
Asintió, y su hermana continuó.
—Creí... —Santana entrecerró los ojos, concentrándose como si intentase descifrar un acertijo—. Creí que, si conseguía ser como él, si lograba ser tan brillante y respetada en mi trabajo como él en el suyo, acabaría por prestarme atención, ¿sabes? Que me señalaría y diría a sus amigos: «Esa es mi hija. ¿A que es estupenda? Tiene a quien parecerse, desde luego». Pero ni siquiera me miraba. Y yo seguía intentándolo hasta que dejó de importarme. Me convertí en lo que fui. Trabajé. Triunfé. Es lo que hice. Dios, incluso traté a Elaine como él a mamá.
J.J. frunció los labios, con el corazón roto por su hermana. Elaine le caía muy bien. Se había dado cuenta de lo que ocurría hacía mucho tiempo e incluso había intentado hablar con Santana, pero ella no lo había aceptado. Elaine no era tan fuerte como su madre.
O tal vez fuese más fuerte. Santana lo miró, y había tanto miedo en sus ojos negros que J.J. sintió ganas de abrazarla y protegerla.
—No quiero acabar como él —susurró—. No quiero cometer los mismos errores. No quiero echar de mi vida a las personas importantes y terminar sola.
Una lágrima se deslizó por su mejilla de porcelana, y en ese momento J.J. la rodeó con sus brazos. Era lo único que se le ocurría para ayudarla.
—Me muero de miedo, J. —murmuró Santana.
—Lo sé. —J.J. rozó con la cara el pelo de su hermana y la estrechó entre sus brazos—. Santana, si no quieres ser como él, no seas como él —dijo, como si fuese el consejo más sencillo del mundo.
Y en cierto sentido, lo era.
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