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Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
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Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
me perdi un monton de capitulos, la verdad lo lei todos recien y me encanto mucho mas que al principio el fic...me fascina como se va desembolviendo la historia... escribe pronto el proximo capitulo tengo tanta intriga....si tan solo se conocieran mas sabran que tienen mucho en comun sobre todo la parte de sus familias y como odian lo que son
gabiigleek********- - Mensajes : 783
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Edad : 31
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
- En dos meses habré catado a ese tío. Si de verdad quieres apostar tu RX-7, acepto.
- Estás loco, tío -dice Sam, y al ver que no contesto, añade frunciendo el ceño-: ¿Hablas en serio, Blaine?
El tío va a echarse atrás, quiere más a su coche que a su madre.
- Claro.
- Si pierdes, me quedo con Julio -dice Sam, y su expresión ceñuda se transforma en una sonrisa malvada.
Julio es mi posesión más preciada: una vieja Honda Nighthawk 750. La rescaté del depósito y la convertí en una moto de líneas depuradas. Hacerlo me llevó un montón de tiempo. Es la única cosa en mi vida que, en lugar de echar a perder, he mejorado.
Sam no va a rajarse. Ahora me toca a mí rechazar o aceptar el reto. El problema es que nunca me he echado atrás... ni una sola vez en toda mi vida.
Estoy seguro de que el blanquito más popular del instituto va a aprender un montón de cosas saliendo conmigo. El señor Perfecto ha declarado que nunca saldría con el miembro de una banda, pero apuesto a que ningún Latino Blood ha intentado colarse alguna vez en esos pantalones de diseño.
Apuesto a que todo lo que necesito para ligarme a Kurt es un poco de coqueteo. Ya saben, un juego de palabras, un toma y da que aumenta tu percepción del mismo sexo. Puedo matar dos pájaros de un tiro: devolvérsela a Cara Burro quitándole a su chico y devolvérsela a Kurt Hummel por haberse chivado de mí al director, y por dejarme en ridículo delante de sus amigas. Puede ser divertido.
Me imagino a todo el instituto siendo testigo del inmaculado niño pijo babeando por el chicano al que ha profesado odio eterno. Imagino su culo blanco y apretado cayendo al suelo cuando haya acabado con él.
Le tiendo la mano a Sam.
- Trato hecho.
- Tendrás que demostrarlo con pruebas. Le doy otra calada al cigarrillo.
- Sam, ¿qué quieres que haga? ¿Arrancarle un pelo púbico?
- ¿Cómo sabremos que es de él? -pregunta Sam-.
- Hazle una foto -sugiere Dave-. O un vídeo. Apuesto a que podemos sacar una pasta con eso. Podemos titularlo «Kurt se va de paseo al sur de la frontera».
Son este tipo de conversaciones estúpidas las que nos dan una mala reputación. No es que los niños ricos no hablen de estupideces, estoy seguro que sí. Sin embargo, cuando mis amigos empiezan, no conocen el límite. Si os digo la verdad, creo que mis colegas se lo pasan bomba cuando se ríen de alguien. Aunque si es de mí, ya no me hace tanta gracia.
- ¿De qué habláis? -pregunta Puck, que se une a nosotros con un plato de comida de la cafetería.
- He apostado mi coche con Blaine a que no consigue acostarse con Kurt Hummel antes de Acción de Gracias. Y él ha apostado su Julio a que sí.
- ¿Estás loco, Blaine? -dice Puck-. Hacer una apuesta como esa es un suicidio.
- Déjalo, Puck -le advierto. No es ningún suicidio. Una estupidez, puede, pero no un suicidio. Si conseguí salir con el tío bueno de Sebastian Smythe puedo salir con la galleta de vainilla de Kurt Hummel.
- Kurt Hummel está fuera de nuestro alcance, colega. Puede que seas un chico mono, pero eres cien por cien chicano y él es más blanco que el pan.
Un alumno de penúltimo curso llamado Ryder Lynn se acerca a nosotros.
- Hola, Blaine -dice, lanzándome una sonrisa antes de sentarse con sus amigos. Mientras los otros chicos babean por Ryder y sus amigas, Puck y yo nos quedamos solos junto al árbol.
Puck me da un codazo.
- Mira, Ryder es un chicano precioso, y sí está a tu alcance.
Pero yo no tengo puesto el ojo en Ryder, sino en Kurt. Ahora que el juego ha empezado, voy a centrarme en el premio. Es hora de empezar el coqueteo, aunque con él no me funcionará ningún piropo facilón. De algún modo, creo que ese tipo de comentarios ya se los dice su novio y los otros gilipollas que intentan llevárselo a la cama.
Voy a optar por una nueva estrategia, una que él no esperará. Voy a hacer que caiga rendido antes de que se dé cuenta. Y empezaré en la próxima clase, cuando esté obligado a sentarse a mi lado. Nada como unos cuantos preliminares en la clase de química para provocar que se encienda la chispa.
- ¡Mierda! -exclama Puck, lanzando su comida al plato-. Creen que pueden comprar un trozo de pan en forma de u, llenarlo de cosas y llamarlo taco, pero estos tipos de la cafetería no distinguirían un taco de carne de un pedazo de mierda. Esa es la razón por la que sabe así, Blaine.
- Tío, me están entrando ganas de vomitar -digo. Miro incómodo la comida que he traído de casa. Ahora, gracias a Puck todo me parece un pedazo de mierda. Asqueado, guardo el resto de la comida en la bolsa de papel marrón.
- ¿Quieres probarlo? -pregunta Puck con una sonrisa mientras me tiende el taco de mierda.
- Acerca eso un centímetro más y te arrepentirás -le amenazo.
- Me cago de miedo.
Puck zarandea el taco ofensivamente, provocándome.
Deberla tener más cabeza.
- Si algo de eso me cae encima...
- ¿Qué vas a hacer, pegarme? -canturrea Puck con sarcasmo, todavía agitando el taco. Quizás debería darle un puñetazo en la cara, dejarlo inconsciente para no tener que aguantarlo más.
Mientras barajo la idea, noto que algo me gotea en los pantalones. Bajo la mirada sabiendo lo que voy a encontrarme. Sí, un pedazo de falsa carne de taco, húmeda y pegajosa, me ha dejado una macha enorme justo encima de la bragueta de los vaqueros desteñidos que llevo puestos.
- Joder -se lamenta Puck. En un instante, su expresión ha pasado de la alegría a la conmoción-. ¿Quieres que te lo limpie?
- Si tus dedos se acercan lo más mínimo a mi pene, me encargaré personalmente de meterte un tiro en los huevos -gruño entre dientes. juro que me reí mucho con esta parte; ahora vuelvan a la nove.Aparto con el dedo la misteriosa carne que me ha caído encima. Me ha dejado una mancha grande y grasienta. Me vuelvo hacia Puck.
- Tienes diez minutos para conseguirme unos pantalones nuevos.
- ¿Y cómo como voy a hacer eso?
- Improvisa algo.
- Coge los míos -sugiere Puck que se levanta y se lleva los dedos a la cinturilla de los vaqueros, desabrochándose los pantalones allí, en medio del patio.
- Tal vez no me he explicado con claridad -matizo, preguntándome cómo voy a aparentar ser un tipo guay en clase de química cuando parece que me he meado en los pantalones-. Lo que quiero decir es que me consigas unos pantalones nuevos de mi talla, imbécil. Eres tan bajo que podrías presentarte a una audición para hacer de duende de Santa Claus.
- Voy a tolerar tus insultos porque somos hermanos.
- Nueve minutos y treinta segundos.
Puck decide no malgastar más tiempo y echa a correr hacia el aparcamiento del instituto. No me importa una mierda cómo consiga los pantalones, solo quiero que los encuentre antes de que empiece la siguiente clase. Tener la bragueta mojada no es el mejor modo de demostrarle a Kurt que soy todo un seductor.
Espero junto al árbol mientras los otros tiran los restos de comida y se dirigen a las puertas del instituto. De repente, suena la música por los altavoces y no veo a Puck por ningún sitio. Genial. Ahora tengo cinco minutos para llegar a la clase de Pillsbury. Apretando los dientes, camino hacia la clase de química con los libros estratégicamente colocados delante de la bragueta. Llego dos minutos antes. Me siento en el taburete y me acerco todo lo que puedo a la mesa de laboratorio para esconder la mancha.
Kurt entra en clase, con su pelo de anuncio peinado hacia atrás como siempre y su perfecto cuerpo en el traje de animador. Una perfección que en lugar de excitarme, me hace desear levantarme y arruinársela.
Le guiño el ojo cuando me mira. Él resopla y aleja su taburete del mío todo lo que puede.
Recuerdo la política de tolerancia cero de la señora Pillsbury y me quito la bandana, colocándomela directamente sobre la mancha. Después, me giro hacia el chico de los pompones que se sienta a mi lado.
- Tendrás que hablar conmigo en algún momento.
- ¿Para qué tu novio tenga la excusa perfecta para apalearme? No, gracias, Blaine. Prefiero que mi cara se quede como está.
- No tengo novio. ¿Quieres una entrevista para el puesto? -pregunto mirándolo de arriba abajo, concentrándome en las partes de las que él se vale tanto.
Hace una mueca con el labio superior y me sonríe con desprecio.
- Ni muerto.
- Nene, no sabrías que hacer con tanta testosterona en tus manos.
«Eso es, Blaine. Tómale el pelo para atraer su atención. Morderá el anzuelo». Él se aparta de mí.
- Eres asqueroso.
- ¿Y si te dijera que haríamos una pareja genial?
- Pues te diría que eres un imbécil.
gracias por los comentarios, me encanta, srly :).
- Estás loco, tío -dice Sam, y al ver que no contesto, añade frunciendo el ceño-: ¿Hablas en serio, Blaine?
El tío va a echarse atrás, quiere más a su coche que a su madre.
- Claro.
- Si pierdes, me quedo con Julio -dice Sam, y su expresión ceñuda se transforma en una sonrisa malvada.
Julio es mi posesión más preciada: una vieja Honda Nighthawk 750. La rescaté del depósito y la convertí en una moto de líneas depuradas. Hacerlo me llevó un montón de tiempo. Es la única cosa en mi vida que, en lugar de echar a perder, he mejorado.
Sam no va a rajarse. Ahora me toca a mí rechazar o aceptar el reto. El problema es que nunca me he echado atrás... ni una sola vez en toda mi vida.
Estoy seguro de que el blanquito más popular del instituto va a aprender un montón de cosas saliendo conmigo. El señor Perfecto ha declarado que nunca saldría con el miembro de una banda, pero apuesto a que ningún Latino Blood ha intentado colarse alguna vez en esos pantalones de diseño.
Apuesto a que todo lo que necesito para ligarme a Kurt es un poco de coqueteo. Ya saben, un juego de palabras, un toma y da que aumenta tu percepción del mismo sexo. Puedo matar dos pájaros de un tiro: devolvérsela a Cara Burro quitándole a su chico y devolvérsela a Kurt Hummel por haberse chivado de mí al director, y por dejarme en ridículo delante de sus amigas. Puede ser divertido.
Me imagino a todo el instituto siendo testigo del inmaculado niño pijo babeando por el chicano al que ha profesado odio eterno. Imagino su culo blanco y apretado cayendo al suelo cuando haya acabado con él.
Le tiendo la mano a Sam.
- Trato hecho.
- Tendrás que demostrarlo con pruebas. Le doy otra calada al cigarrillo.
- Sam, ¿qué quieres que haga? ¿Arrancarle un pelo púbico?
- ¿Cómo sabremos que es de él? -pregunta Sam-.
- Hazle una foto -sugiere Dave-. O un vídeo. Apuesto a que podemos sacar una pasta con eso. Podemos titularlo «Kurt se va de paseo al sur de la frontera».
Son este tipo de conversaciones estúpidas las que nos dan una mala reputación. No es que los niños ricos no hablen de estupideces, estoy seguro que sí. Sin embargo, cuando mis amigos empiezan, no conocen el límite. Si os digo la verdad, creo que mis colegas se lo pasan bomba cuando se ríen de alguien. Aunque si es de mí, ya no me hace tanta gracia.
- ¿De qué habláis? -pregunta Puck, que se une a nosotros con un plato de comida de la cafetería.
- He apostado mi coche con Blaine a que no consigue acostarse con Kurt Hummel antes de Acción de Gracias. Y él ha apostado su Julio a que sí.
- ¿Estás loco, Blaine? -dice Puck-. Hacer una apuesta como esa es un suicidio.
- Déjalo, Puck -le advierto. No es ningún suicidio. Una estupidez, puede, pero no un suicidio. Si conseguí salir con el tío bueno de Sebastian Smythe puedo salir con la galleta de vainilla de Kurt Hummel.
- Kurt Hummel está fuera de nuestro alcance, colega. Puede que seas un chico mono, pero eres cien por cien chicano y él es más blanco que el pan.
Un alumno de penúltimo curso llamado Ryder Lynn se acerca a nosotros.
- Hola, Blaine -dice, lanzándome una sonrisa antes de sentarse con sus amigos. Mientras los otros chicos babean por Ryder y sus amigas, Puck y yo nos quedamos solos junto al árbol.
Puck me da un codazo.
- Mira, Ryder es un chicano precioso, y sí está a tu alcance.
Pero yo no tengo puesto el ojo en Ryder, sino en Kurt. Ahora que el juego ha empezado, voy a centrarme en el premio. Es hora de empezar el coqueteo, aunque con él no me funcionará ningún piropo facilón. De algún modo, creo que ese tipo de comentarios ya se los dice su novio y los otros gilipollas que intentan llevárselo a la cama.
Voy a optar por una nueva estrategia, una que él no esperará. Voy a hacer que caiga rendido antes de que se dé cuenta. Y empezaré en la próxima clase, cuando esté obligado a sentarse a mi lado. Nada como unos cuantos preliminares en la clase de química para provocar que se encienda la chispa.
- ¡Mierda! -exclama Puck, lanzando su comida al plato-. Creen que pueden comprar un trozo de pan en forma de u, llenarlo de cosas y llamarlo taco, pero estos tipos de la cafetería no distinguirían un taco de carne de un pedazo de mierda. Esa es la razón por la que sabe así, Blaine.
- Tío, me están entrando ganas de vomitar -digo. Miro incómodo la comida que he traído de casa. Ahora, gracias a Puck todo me parece un pedazo de mierda. Asqueado, guardo el resto de la comida en la bolsa de papel marrón.
- ¿Quieres probarlo? -pregunta Puck con una sonrisa mientras me tiende el taco de mierda.
- Acerca eso un centímetro más y te arrepentirás -le amenazo.
- Me cago de miedo.
Puck zarandea el taco ofensivamente, provocándome.
Deberla tener más cabeza.
- Si algo de eso me cae encima...
- ¿Qué vas a hacer, pegarme? -canturrea Puck con sarcasmo, todavía agitando el taco. Quizás debería darle un puñetazo en la cara, dejarlo inconsciente para no tener que aguantarlo más.
Mientras barajo la idea, noto que algo me gotea en los pantalones. Bajo la mirada sabiendo lo que voy a encontrarme. Sí, un pedazo de falsa carne de taco, húmeda y pegajosa, me ha dejado una macha enorme justo encima de la bragueta de los vaqueros desteñidos que llevo puestos.
- Joder -se lamenta Puck. En un instante, su expresión ha pasado de la alegría a la conmoción-. ¿Quieres que te lo limpie?
- Si tus dedos se acercan lo más mínimo a mi pene, me encargaré personalmente de meterte un tiro en los huevos -gruño entre dientes. juro que me reí mucho con esta parte; ahora vuelvan a la nove.Aparto con el dedo la misteriosa carne que me ha caído encima. Me ha dejado una mancha grande y grasienta. Me vuelvo hacia Puck.
- Tienes diez minutos para conseguirme unos pantalones nuevos.
- ¿Y cómo como voy a hacer eso?
- Improvisa algo.
- Coge los míos -sugiere Puck que se levanta y se lleva los dedos a la cinturilla de los vaqueros, desabrochándose los pantalones allí, en medio del patio.
- Tal vez no me he explicado con claridad -matizo, preguntándome cómo voy a aparentar ser un tipo guay en clase de química cuando parece que me he meado en los pantalones-. Lo que quiero decir es que me consigas unos pantalones nuevos de mi talla, imbécil. Eres tan bajo que podrías presentarte a una audición para hacer de duende de Santa Claus.
- Voy a tolerar tus insultos porque somos hermanos.
- Nueve minutos y treinta segundos.
Puck decide no malgastar más tiempo y echa a correr hacia el aparcamiento del instituto. No me importa una mierda cómo consiga los pantalones, solo quiero que los encuentre antes de que empiece la siguiente clase. Tener la bragueta mojada no es el mejor modo de demostrarle a Kurt que soy todo un seductor.
Espero junto al árbol mientras los otros tiran los restos de comida y se dirigen a las puertas del instituto. De repente, suena la música por los altavoces y no veo a Puck por ningún sitio. Genial. Ahora tengo cinco minutos para llegar a la clase de Pillsbury. Apretando los dientes, camino hacia la clase de química con los libros estratégicamente colocados delante de la bragueta. Llego dos minutos antes. Me siento en el taburete y me acerco todo lo que puedo a la mesa de laboratorio para esconder la mancha.
Kurt entra en clase, con su pelo de anuncio peinado hacia atrás como siempre y su perfecto cuerpo en el traje de animador. Una perfección que en lugar de excitarme, me hace desear levantarme y arruinársela.
Le guiño el ojo cuando me mira. Él resopla y aleja su taburete del mío todo lo que puede.
Recuerdo la política de tolerancia cero de la señora Pillsbury y me quito la bandana, colocándomela directamente sobre la mancha. Después, me giro hacia el chico de los pompones que se sienta a mi lado.
- Tendrás que hablar conmigo en algún momento.
- ¿Para qué tu novio tenga la excusa perfecta para apalearme? No, gracias, Blaine. Prefiero que mi cara se quede como está.
- No tengo novio. ¿Quieres una entrevista para el puesto? -pregunto mirándolo de arriba abajo, concentrándome en las partes de las que él se vale tanto.
Hace una mueca con el labio superior y me sonríe con desprecio.
- Ni muerto.
- Nene, no sabrías que hacer con tanta testosterona en tus manos.
«Eso es, Blaine. Tómale el pelo para atraer su atención. Morderá el anzuelo». Él se aparta de mí.
- Eres asqueroso.
- ¿Y si te dijera que haríamos una pareja genial?
- Pues te diría que eres un imbécil.
gracias por los comentarios, me encanta, srly :).
RiveraMyLove- - Mensajes : 1314
Fecha de inscripción : 29/07/2013
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
me gusto el capitulo ya quiero ver que pasa en el siguiente capitulo espero que actualices pronto ya quiero ver que pasa y como se sigue desarrollando la historia
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
Actualiza pronto, por favor.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
Me encanto tu fic es uno de mis favoritos enserio y no tengo muchos que me gusten, jajaja Blaine bueno me encanta demasiado pero sabes algo? nunca me a gustado ver sufrir a Kurtie y lo que le esta haciendo Blaine me da rabia esto es fantástico porque me hace sentir emociones asi que me ENCANTA! jajaj sigue que me desespero
♫♥Anny Hummel♥♫- - Mensajes : 1241
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Edad : 25
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
Hahaha... Pobre Blaine, se le mancha el pantalon & luego lo rechazan hahah
Me encanta tu fic... Espero a que actualices pronto... Saludos... :D
Me encanta tu fic... Espero a que actualices pronto... Saludos... :D
Veronica Everett Criss****** - Mensajes : 368
Fecha de inscripción : 19/06/2013
Edad : 26
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
ooo tu fic me esra gustando demasiado es muy interesante y pobre Finn me da mucha tristesa :( pero bueno espero ansiosa el siguiente capitulo :DDD
gleeismylife****** - Mensajes : 381
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Edad : 25
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
el capitulo me encanto pobre Blaine con sus pantalones y el idiota de Puck cuando no el mandandose una de las suyas...ya quiero saber que hara para conquistar a Kurt actualiza pronto
gabiigleek********- - Mensajes : 783
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Edad : 31
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
9. Kurt.
Justo después de llamar imbécil a Blaine, la señora Pillsbury pide que prestemos atención.
- Cada pareja elegirá un proyecto de los que hay en este sombrero -anuncia-. Todos presentan los mismos retos y tendrán que quedar fuera de clase para trabajar en él.
-¿Y el fútbol? -interrumpe Adam-. No puedo perder el entrenamiento.
- Ni las animadoras tampoco -añade Quinn adelantándose a mí.
- El trabajo escolar es lo primero. Depende de sus compañeros y de ustedes encontrar el momento adecuado para las cosas -dice la señora Pillsbury mientras se planta te de nuestra mesa y sostiene en alto el sombrero.
- Esto, señora P... no habrá uno sobre la cura de la esclerosis múltiple, ¿no? -pregunta Blaine con esa actitud de chulo que me saca de quicio-. Porque no creo que baste un año de trabajo escolar entero para realizar un proyecto de esa envergadura.
Ya puedo ver el gran suspenso en mi boletín de notas. Consejero de admisiones para Northwestern le traerá sin cuidado que fuera mi compañero de laboratorio el responsable de que nos catearan el proyecto, A este tío no le importara.
- Tengo que ir a mear.
La profesora se lleva una mano a la cadera y, con una expresión ceñuda, le dice:
- Cuide su lenguaje. Y que yo sepa, no necesita sus libros para ir al cuarto de baño. Déjelos en la mesa.
Blaine hace una mueca, pero coloca los libros en la mesa.
- Ya le dije que nada de accesorios relacionados con bandas en mi clase -dice la señora Pillsbury mirando la bandana que tiene entre las manos. Tiende la mano y añade-: Démela.
Él mira a la puerta y después a la señora Pillsbury.
- ¿Y qué pasa si me niego?
- Blaine, no estire de la cuerda. Tolerancia cero. ¿Quiere que le expulsen? -le amenaza, agitando los dedos para que le entregue la bandana de inmediato.
Frunciendo el ceño, Blaine coloca lentamente la bandana en la mano de la profesora.
La señora Pillsbury se queda boquiabierta cuando finalmente se la arrebata.
- ¡Ay, madre! -grito al ver la enorme mancha que lleva en la bragueta.
Todos los estudiantes, uno a uno, estallan en carcajadas, pero la risa de Adam es la que más destaca.
- No te preocupes, Anderson. Mi abuela tiene el mismo problema. Nada que no pueda arreglarse con un pañal.
Las palabras de Adam me impactan porque la mención de los pañales para adultos me recuerda inmediatamente a mi hermano. Reírse de los adultos que no pueden valerse por sí mismos no tiene ninguna gracia, porque Finn es una de esas personas.
Blaine luce su enorme y arrogante sonrisa y le dice a Adam:
- Tu novio no podía apartar las manos de mis pantalones. Me estaba enseñando una nueva aplicación para los calentadores de manos, colega.
Esta vez ha ido demasiado lejos. Me pongo en pie. Mi taburete chirría contra el suelo.
- Ya te gustaría -le suelto.
Blaine está a punto de decirme algo cuando la señora Pillsbury grita:
- ¡Blaine! -Y tras aclararse la garganta, añade-: Ve a la enfermería y arréglate. Coge tus libros porque después irás a ver al director Figgins. Te veré en su despacho junto a tus compañeros Adam y Kurt.
Blaine coge bruscamente los libros de la mesa y sale de clase. Vuelvo a sentarme con calma en el taburete. La señora Pillsbury procura que el resto de la clase guarde silencio mientras medito sobre mi efímero éxito al evitar a Sebastian Smythe. Si cree que represento una amenaza para su relación con Blaine, los rumores que seguro acabarán extendiéndose pueden resultar mortales.
Justo después de llamar imbécil a Blaine, la señora Pillsbury pide que prestemos atención.
- Cada pareja elegirá un proyecto de los que hay en este sombrero -anuncia-. Todos presentan los mismos retos y tendrán que quedar fuera de clase para trabajar en él.
-¿Y el fútbol? -interrumpe Adam-. No puedo perder el entrenamiento.
- Ni las animadoras tampoco -añade Quinn adelantándose a mí.
- El trabajo escolar es lo primero. Depende de sus compañeros y de ustedes encontrar el momento adecuado para las cosas -dice la señora Pillsbury mientras se planta te de nuestra mesa y sostiene en alto el sombrero.
- Esto, señora P... no habrá uno sobre la cura de la esclerosis múltiple, ¿no? -pregunta Blaine con esa actitud de chulo que me saca de quicio-. Porque no creo que baste un año de trabajo escolar entero para realizar un proyecto de esa envergadura.
Ya puedo ver el gran suspenso en mi boletín de notas. Consejero de admisiones para Northwestern le traerá sin cuidado que fuera mi compañero de laboratorio el responsable de que nos catearan el proyecto, A este tío no le importara.
- Tengo que ir a mear.
La profesora se lleva una mano a la cadera y, con una expresión ceñuda, le dice:
- Cuide su lenguaje. Y que yo sepa, no necesita sus libros para ir al cuarto de baño. Déjelos en la mesa.
Blaine hace una mueca, pero coloca los libros en la mesa.
- Ya le dije que nada de accesorios relacionados con bandas en mi clase -dice la señora Pillsbury mirando la bandana que tiene entre las manos. Tiende la mano y añade-: Démela.
Él mira a la puerta y después a la señora Pillsbury.
- ¿Y qué pasa si me niego?
- Blaine, no estire de la cuerda. Tolerancia cero. ¿Quiere que le expulsen? -le amenaza, agitando los dedos para que le entregue la bandana de inmediato.
Frunciendo el ceño, Blaine coloca lentamente la bandana en la mano de la profesora.
La señora Pillsbury se queda boquiabierta cuando finalmente se la arrebata.
- ¡Ay, madre! -grito al ver la enorme mancha que lleva en la bragueta.
Todos los estudiantes, uno a uno, estallan en carcajadas, pero la risa de Adam es la que más destaca.
- No te preocupes, Anderson. Mi abuela tiene el mismo problema. Nada que no pueda arreglarse con un pañal.
Las palabras de Adam me impactan porque la mención de los pañales para adultos me recuerda inmediatamente a mi hermano. Reírse de los adultos que no pueden valerse por sí mismos no tiene ninguna gracia, porque Finn es una de esas personas.
Blaine luce su enorme y arrogante sonrisa y le dice a Adam:
- Tu novio no podía apartar las manos de mis pantalones. Me estaba enseñando una nueva aplicación para los calentadores de manos, colega.
Esta vez ha ido demasiado lejos. Me pongo en pie. Mi taburete chirría contra el suelo.
- Ya te gustaría -le suelto.
Blaine está a punto de decirme algo cuando la señora Pillsbury grita:
- ¡Blaine! -Y tras aclararse la garganta, añade-: Ve a la enfermería y arréglate. Coge tus libros porque después irás a ver al director Figgins. Te veré en su despacho junto a tus compañeros Adam y Kurt.
Blaine coge bruscamente los libros de la mesa y sale de clase. Vuelvo a sentarme con calma en el taburete. La señora Pillsbury procura que el resto de la clase guarde silencio mientras medito sobre mi efímero éxito al evitar a Sebastian Smythe. Si cree que represento una amenaza para su relación con Blaine, los rumores que seguro acabarán extendiéndose pueden resultar mortales.
RiveraMyLove- - Mensajes : 1314
Fecha de inscripción : 29/07/2013
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
jajajaja como me rei en este capitulo...Blaine no puede ser mas expresivo con su lenguaje porque sinceramente seria un maestro jaja...me encanta este fic actualiza pronto
gabiigleek********- - Mensajes : 783
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Edad : 31
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
Adoro al Blaine de este fic... Es todo un loquillo... Haha insisto pobresito por lo de su pantalon... Que paso con Puck, creo que sera hombre muerto... Esperare a que actualices pronto, cuidate :)
Veronica Everett Criss****** - Mensajes : 368
Fecha de inscripción : 19/06/2013
Edad : 26
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
me gusto mucho el capitulo se esta poniendo emocionante con lo de la apuesta y ahora con lo del trabajo en equipo espero actualices pronto espero con ansias el siguiente
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
10. Blaine.
Vaya, esto sí que es fuerte. Estamos en el despacho del director. Figgins y Pillsbury a un lado, y el señor perfecto y el gilipollas de su novio al otro... y yo plantado aquí, solo. Nadie está de mi parte, eso es obvio.
Figgins carraspea antes de aseverar:
- Blaine, esta es la segunda vez en dos semanas que estás en mi despacho.
Eso sí que es un buen resumen. Este tipo es un verdadero genio.
- Señor -digo. Le sigo el juego porque estoy harto de que el señor perfecto y su novio controlen a todo el jodido instituto-. He tenido un pequeño percance durante la comida y se me han manchado los pantalones de grasa. Pero en lugar de faltar a clase, he pedido a un amigo que me busque estos para cambiarme -le explico, señalando los vaqueros nuevos que Puck ha conseguido encontrar en mi casa-. Señora Pillsbury -digo, volviéndome hacia mi profesora de química-. No podía permitir que una pequeña mancha me obligara a perderme una de sus valiosísimas lecciones.
- No intente convencerme, Blaine -resopla Pillsbury-. Está aquí por sus payasadas -continúa, alzando la mano al aire. A continuación, mira a Kurt y a Adam como si les invitara a atacarme, hasta que finalmente añade-: Y no crean que ustedes dos han actuado mucho mejor.
Kurt está conmocionado por la reprimenda, aunque parecía divertirse mucho cuando la señora P. me recriminaba a mí.
- No podemos ser compañeros -espeta el señor perfecto.
Adam da un paso adelante.
- Puede hacer el proyecto con Quinn y conmigo. -Casi se me escapa la risa cuando veo la reacción de la señora P. ante el comentario de Adam. Se le han enarcado las cejas en un gesto tan exagerado que parece que, en cualquier momento, vayan a salírsele de la cara.
- ¿Y qué les hace creer que son tan especiales como para pensar que voy a cambiar la organización de mi clase? -¡A por ellos, Pillsbury!
- Emma, ya me encargo yo -interviene Figgins, antes de señalar una foto de nuestro instituto enmarcada en la pared. Los chicos de la zona norte no tienen tiempo de responder a la pregunta de la señora P. porque Figgins prosigue-: Chicos, el lema del Instituto Fairfield es "La diversidad genera conocimiento." Si se os olvida en cualquier momento, está grabado en la estela de piedra de la entrada principal, así que la próxima vez que paséis por allí deteneos un momento para pensar en el significado de esas palabras. Puedo aseguraros que mi principal objetivo como nuevo director es recomponer cualquier brecha que se haya abierto en la política del instituto y que amenace con invalidar ese lema.
De acuerdo, así que la diversidad genera conocimiento. Sin embargo, yo añadiría que también genera odio e ignorancia. Lo he visto con mis propios ojos. No me apetece manchar la visión de color de rosa del lema al que Figgins hace referencia, porque empiezo a pensar que nuestro director cree realmente en todas las gilipolleces que le salen por la boca.
- El director Figgins y yo estamos de acuerdo. Teniendo eso en cuenta... -Pillsbury me fulmina con una de sus miradas, que con toda seguridad debe de ensayar frente al espejo-. Blaine, deje de provocar a Kurt -insiste, pero luego lanza la misma mirada a los dos chicos que están al otro lado del despacho-.Kurt, deja de comportarte como una diva. Y Adam... ni siquiera sé qué pinta usted aquí.
- Soy su novio.
- Entonces les agradecería que mantuvieran su relación fuera de mi clase.
- Pero... -empieza Adam.
Pillsbury le corta en seco agitando una mano- Ya es suficiente. Nosotros hemos acabado y ustedes también.
Adam coge a su diva de la mano y los dos salen del despacho.
Justo cuando me propongo hacer lo mismo, Pillsbury me agarra del codo.
Me detengo y la miro a los ojos, reparando en la simpatía grabada en su expresión. No me hace nada de gracia.
- ¿Sí?
- Ya te he calado, ¿sabes?
Necesito borrarle esa mueca afectuosa de la cara. La última vez que un profesor me miró de ese modo, fue en primer curso, justo después de que le dispararan a mi padre.
- Solo llevamos dos semanas de clases, Emma. Quizás quieras esperar un mes o dos antes de hacer una afirmación como esa.
Ella suelta una risita y prosigue:
- No llevo mucho tiempo enseñando, pero he visto en mis clases a más Blaine Anderson de los que verá la mayoría de los profesores en toda su vida.
- Pensaba que era único -digo, llevándome la mano al pecho-. Me ha ofendido, Emma.
- ¿De verdad quieres ser único, Blaine? Pues termina el instituto, gradúate y ve a la universidad.
- Ese es el plan -digo, aunque es la primera vez que lo admito abiertamente. Sé que mi madre quiere que me gradúe, pero nunca hablamos del tema. Y, a decir verdad, no estoy muy seguro de que sea algo que dé por sentado.
- Todos dicen lo mismo al principio -confiesa ella, abriendo el bolso y sacando mi bandana-. No dejes que tu vida fuera del instituto dicte tu futuro -añade, esta vez muy seria.
Me guardo la bandana en el bolsillo trasero de los vaqueros. Ella no tiene ni idea de cómo la vida fuera del instituto influye en la que llevo dentro él. Ni un edificio de ladrillo rojo podría protegerme del mundo exterior. Joder, ni siquiera podría esconderme aquí dentro por mucho que quisiera.
- Ya sé lo que va a decir ahora... «Si alguna vez necesitas una amiga, Blaine, puedes contar conmigo».
- Te equivocas, yo no soy tu amiga. Si lo fuera, no pertenecerías a una banda. Pero he visto las calificaciones de tus exámenes. Eres un chico inteligente, y puedes triunfar si te tomas en serio el instituto.
Triunfar. Triunfar. Ahora todo es relativo, ¿no?
- ¿Puedo irme ya a clase? -pregunto porque no sé qué contestarle. Estoy preparado para aceptar que mi profesora de química y el nuevo director no estén de mi lado... aunque tampoco estoy muy seguro que lo estén del otro. Eso me rompe un poco los esquemas.
- Sí, ve a clase, Blaine.
Todavía estoy pensando en lo que me ha dicho Pillsbury cuando la oigo gritar:
- Y si vuelves a llamarme Emma, tendrás el placer de recibir otra papeleta de castigo, además de escribir una redacción sobre el respeto. Recuérdalo, no soy tu amiga.
Mientras camino por el pasillo, no puedo evitar esbozar una sonrisa. Esta mujer empuña las papeletas azules de castigo y las amenazas de redacciones como auténticas armas de fuego.
Vaya, esto sí que es fuerte. Estamos en el despacho del director. Figgins y Pillsbury a un lado, y el señor perfecto y el gilipollas de su novio al otro... y yo plantado aquí, solo. Nadie está de mi parte, eso es obvio.
Figgins carraspea antes de aseverar:
- Blaine, esta es la segunda vez en dos semanas que estás en mi despacho.
Eso sí que es un buen resumen. Este tipo es un verdadero genio.
- Señor -digo. Le sigo el juego porque estoy harto de que el señor perfecto y su novio controlen a todo el jodido instituto-. He tenido un pequeño percance durante la comida y se me han manchado los pantalones de grasa. Pero en lugar de faltar a clase, he pedido a un amigo que me busque estos para cambiarme -le explico, señalando los vaqueros nuevos que Puck ha conseguido encontrar en mi casa-. Señora Pillsbury -digo, volviéndome hacia mi profesora de química-. No podía permitir que una pequeña mancha me obligara a perderme una de sus valiosísimas lecciones.
- No intente convencerme, Blaine -resopla Pillsbury-. Está aquí por sus payasadas -continúa, alzando la mano al aire. A continuación, mira a Kurt y a Adam como si les invitara a atacarme, hasta que finalmente añade-: Y no crean que ustedes dos han actuado mucho mejor.
Kurt está conmocionado por la reprimenda, aunque parecía divertirse mucho cuando la señora P. me recriminaba a mí.
- No podemos ser compañeros -espeta el señor perfecto.
Adam da un paso adelante.
- Puede hacer el proyecto con Quinn y conmigo. -Casi se me escapa la risa cuando veo la reacción de la señora P. ante el comentario de Adam. Se le han enarcado las cejas en un gesto tan exagerado que parece que, en cualquier momento, vayan a salírsele de la cara.
- ¿Y qué les hace creer que son tan especiales como para pensar que voy a cambiar la organización de mi clase? -¡A por ellos, Pillsbury!
- Emma, ya me encargo yo -interviene Figgins, antes de señalar una foto de nuestro instituto enmarcada en la pared. Los chicos de la zona norte no tienen tiempo de responder a la pregunta de la señora P. porque Figgins prosigue-: Chicos, el lema del Instituto Fairfield es "La diversidad genera conocimiento." Si se os olvida en cualquier momento, está grabado en la estela de piedra de la entrada principal, así que la próxima vez que paséis por allí deteneos un momento para pensar en el significado de esas palabras. Puedo aseguraros que mi principal objetivo como nuevo director es recomponer cualquier brecha que se haya abierto en la política del instituto y que amenace con invalidar ese lema.
De acuerdo, así que la diversidad genera conocimiento. Sin embargo, yo añadiría que también genera odio e ignorancia. Lo he visto con mis propios ojos. No me apetece manchar la visión de color de rosa del lema al que Figgins hace referencia, porque empiezo a pensar que nuestro director cree realmente en todas las gilipolleces que le salen por la boca.
- El director Figgins y yo estamos de acuerdo. Teniendo eso en cuenta... -Pillsbury me fulmina con una de sus miradas, que con toda seguridad debe de ensayar frente al espejo-. Blaine, deje de provocar a Kurt -insiste, pero luego lanza la misma mirada a los dos chicos que están al otro lado del despacho-.Kurt, deja de comportarte como una diva. Y Adam... ni siquiera sé qué pinta usted aquí.
- Soy su novio.
- Entonces les agradecería que mantuvieran su relación fuera de mi clase.
- Pero... -empieza Adam.
Pillsbury le corta en seco agitando una mano- Ya es suficiente. Nosotros hemos acabado y ustedes también.
Adam coge a su diva de la mano y los dos salen del despacho.
Justo cuando me propongo hacer lo mismo, Pillsbury me agarra del codo.
Me detengo y la miro a los ojos, reparando en la simpatía grabada en su expresión. No me hace nada de gracia.
- ¿Sí?
- Ya te he calado, ¿sabes?
Necesito borrarle esa mueca afectuosa de la cara. La última vez que un profesor me miró de ese modo, fue en primer curso, justo después de que le dispararan a mi padre.
- Solo llevamos dos semanas de clases, Emma. Quizás quieras esperar un mes o dos antes de hacer una afirmación como esa.
Ella suelta una risita y prosigue:
- No llevo mucho tiempo enseñando, pero he visto en mis clases a más Blaine Anderson de los que verá la mayoría de los profesores en toda su vida.
- Pensaba que era único -digo, llevándome la mano al pecho-. Me ha ofendido, Emma.
- ¿De verdad quieres ser único, Blaine? Pues termina el instituto, gradúate y ve a la universidad.
- Ese es el plan -digo, aunque es la primera vez que lo admito abiertamente. Sé que mi madre quiere que me gradúe, pero nunca hablamos del tema. Y, a decir verdad, no estoy muy seguro de que sea algo que dé por sentado.
- Todos dicen lo mismo al principio -confiesa ella, abriendo el bolso y sacando mi bandana-. No dejes que tu vida fuera del instituto dicte tu futuro -añade, esta vez muy seria.
Me guardo la bandana en el bolsillo trasero de los vaqueros. Ella no tiene ni idea de cómo la vida fuera del instituto influye en la que llevo dentro él. Ni un edificio de ladrillo rojo podría protegerme del mundo exterior. Joder, ni siquiera podría esconderme aquí dentro por mucho que quisiera.
- Ya sé lo que va a decir ahora... «Si alguna vez necesitas una amiga, Blaine, puedes contar conmigo».
- Te equivocas, yo no soy tu amiga. Si lo fuera, no pertenecerías a una banda. Pero he visto las calificaciones de tus exámenes. Eres un chico inteligente, y puedes triunfar si te tomas en serio el instituto.
Triunfar. Triunfar. Ahora todo es relativo, ¿no?
- ¿Puedo irme ya a clase? -pregunto porque no sé qué contestarle. Estoy preparado para aceptar que mi profesora de química y el nuevo director no estén de mi lado... aunque tampoco estoy muy seguro que lo estén del otro. Eso me rompe un poco los esquemas.
- Sí, ve a clase, Blaine.
Todavía estoy pensando en lo que me ha dicho Pillsbury cuando la oigo gritar:
- Y si vuelves a llamarme Emma, tendrás el placer de recibir otra papeleta de castigo, además de escribir una redacción sobre el respeto. Recuérdalo, no soy tu amiga.
Mientras camino por el pasillo, no puedo evitar esbozar una sonrisa. Esta mujer empuña las papeletas azules de castigo y las amenazas de redacciones como auténticas armas de fuego.
RiveraMyLove- - Mensajes : 1314
Fecha de inscripción : 29/07/2013
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
Aww me encanto este capitulo fue un tanto gracioso y otro... No se... Me encanto...
Espero actualices pronto... Cuidate :'3
Espero actualices pronto... Cuidate :'3
Veronica Everett Criss****** - Mensajes : 368
Fecha de inscripción : 19/06/2013
Edad : 26
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
me gusto mucho el capitulo espero con ansias el siguiente espero actualices pronto y mu gusta como se desarrolla la historia
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
ooo cada vez se pone mas interesante espero ansiosa el siguiente capitulo ya quiero que se acerquen mas y que deje a Adam no me cae bien :/ actualiza lo mas rapido que puedas!!!!
gleeismylife****** - Mensajes : 381
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Edad : 25
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
Blaine deje de provocar a Kurt y Kurt deje de comportarse como una diva jajaja me encanto te juro...ya quiero leer amor en estos dos..si supieran que tienen muchas cosas en comun
gabiigleek********- - Mensajes : 783
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Edad : 31
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
11. Kurt.
Solo disponemos de media hora en el gimnasio. Mientras me pongo la ropa de deporte, pienso en lo que ha ocurrido en el despacho de Figgins. La señora Pillsbury nos ha culpado de lo sucedido tanto a Blaine como a mí. Blaine Anderson está echando a perder mi último curso nada más empezar.
Mientras me subo los shorts de gimnasia, el sonido de unos zapatos me advierte de que no estoy sola en los vestuarios. Me cubro el pecho con la camiseta y veo aparecer a Sebastian Smythe. ¡Ay, madre!
- Debe de ser mi día de suerte -dice, mirándome fijamente como un puma dispuesto a atacar. Aunque los pumas no tienen el pelo moreno y desordenado en su cabeza... sí que tienen garras. Y las garras de Sebastian son muy peligrosas.
Se acerca a mí.
Siento el impulso de dar un paso atrás. En realidad, lo que me gustaría es echar a correr. Pero no lo hago, básicamente porque creo que me seguiría de todos modos.
- ¿Sabes? -añade, con una sonrisa malvada-. Siempre me he preguntado de qué color sería la ropa interior de Kurt Hummel. Celeste. Te va que ni pintado. Apuesto a que te ha costado tanta pasta como lo que te cobraron por teñirte el pelo.
- No has venido aquí para hablar de ropa interior y tintes, Sebastian -respondo mientras me meto la camiseta por la cabeza. Trago saliva con fuerza antes de añadir-: Sino para pegarme.
- Cuando un lagarton se insinúa a mi hombre, me sale mi lado territorial.
- No estoy interesada en tu hombre, Sebastian. Ya tengo uno.
- Venga ya. Los chicos como tú quieren que todos los tíos pierdan la cabeza por ellos, así pueden disponer de ellos cuando os apetezca -añade, cada vez más furioso. Estoy metido en un buen lío-. He oído que vas criticándome por ahí. Crees que lo eres todo, señor Engreído. Veamos qué cara se te queda cuando te deje el labio partido y el ojo morado. ¿Vendrás al instituto con una bolsa de basura sobre la cabeza? ¿O te quedarás encerrada en tu enorme casa y no saldrás nunca?
No aparto la vista de él mientras sigue acercándose. Lo miro fijamente. Sebastian tiene claro que para mí la imagen que doy lo es todo, y a él le da igual que lo expulsen... o que la echen definitivamente.
- ¡Contéstame! -grita, y me da un empujón en el hombro, que acaba impactando contra la taquilla que está situada a mi espalda.
Creo que no la estaba escuchando porque no tengo ni idea de qué he de responder. Si regreso a casa amoratada o con señales de haber estado en una pelea, las consecuencias serán desastrosas. Mi madre se pondrá hecha una furia y me echará las culpas por no haber evitado que ocurriera. Espero que eso no le haga empezar otra vez con lo de ingresar a Finn en algún centro. Cuando hay algo de tensión en casa, mis padres siempre hablan de mandar a Finn a algún sitio. Como si, por arte de magia, todos los problemas de los Hummel fueran a desvanecerse en cuanto Finn desapareciera.
- ¿No crees que el entrenador Bautista vendrá a buscarme? ¿Quieres que te expulsen? -pregunto pese a saber que son razones de poco peso. Sin embargo, intento ganar algo de tiempo.
- Me importa una mierda que me expulsen -dice entre risitas.
No parece haber funcionado, aunque merecía la pena intentarlo.
En lugar de encogerme de miedo junto a la taquilla, me enderezo. Sebastian intenta empujarme otra vez por el hombro, pero esta vez me las apaño para apartarle el brazo de un manotazo.
Estoy a punto de enzarzarme en mi primera pelea. Una pelea en la que seguramente saldré perdiendo. El corazón me late con fuerza, como si fuera a salirme del pecho. Me he pasado toda la vida intentando evitar situaciones como esta, pero esta vez no tengo elección. Me pregunto si puedo disparar la alarma de incendios para librarme de ella, como he visto alguna vez en el cine. Pero, por supuesto, no veo ninguna de esas cajitas rojas cerca. - Sebastian, déjala en paz.
Ambas nos volvemos hacia el sonido de una voz de chica. Es Santana. Una «no amiga». Pero una no amiga que acaba de evitar que me partan la cara.
- San, no te metas en mis asuntos -gruñe Sebastian. Santana se acerca a nosotras. Lleva el pelo recogido en una alta cola de caballo que se balancea a medida que camina. - No le pongas la mano encima, Sebastian. - ¿Por qué no? -pregunta él-. ¿Acaso crees que serás su amiga del alma ahora que están juntos en esa estupidez de las animadoras?
Santi apoya firmemente las manos en las caderas.
- Estás colado por Blaine, Sebastian. Esa es la razón por la que te comportas como un pirado.
Al escuchar el nombre de Blaine, Sebastian se pone rígido.
- Cállate, San. No tienes ni idea.
Él dirige toda su rabia contra Santana y se pone a chillarle como un loco. Santana no se siente intimidada, se ha plantado delante de él y también le está gritando. Santana es bajita y puede que pese menos que yo, por eso me sorprende que se enfrente a Sebastian. Sin embargo, parece que sabe defenderse. Es obvio que sus palabras hacen retroceder a su contrincante.
El entrenador Bautista aparece detrás de Sebastian.
- ¿ Están dando una fiesta y no han invitado al resto de la clase?
- Estamos charlando un poco -dice Sebastian, sin sobresaltarse en absoluto y actuando como si fuéramos tres amigos pasando el rato.
- Bueno, pues os sugiero que charlen después de clase. Señor Hummel y señorita López, uníos al resto de sus compañeros en el gimnasio. Señor Smythe, vaya donde se suponga que debería estar a esta hora.
Sebastian me señala con su uña parecida a una garra.
- Nos veremos después -me advierte, y sale de los vestuarios después de que Santana se haga a un lado.
- Gracias -le digo en voz baja a Santana.
Ella me responde con un asentimiento de cabeza.
Solo disponemos de media hora en el gimnasio. Mientras me pongo la ropa de deporte, pienso en lo que ha ocurrido en el despacho de Figgins. La señora Pillsbury nos ha culpado de lo sucedido tanto a Blaine como a mí. Blaine Anderson está echando a perder mi último curso nada más empezar.
Mientras me subo los shorts de gimnasia, el sonido de unos zapatos me advierte de que no estoy sola en los vestuarios. Me cubro el pecho con la camiseta y veo aparecer a Sebastian Smythe. ¡Ay, madre!
- Debe de ser mi día de suerte -dice, mirándome fijamente como un puma dispuesto a atacar. Aunque los pumas no tienen el pelo moreno y desordenado en su cabeza... sí que tienen garras. Y las garras de Sebastian son muy peligrosas.
Se acerca a mí.
Siento el impulso de dar un paso atrás. En realidad, lo que me gustaría es echar a correr. Pero no lo hago, básicamente porque creo que me seguiría de todos modos.
- ¿Sabes? -añade, con una sonrisa malvada-. Siempre me he preguntado de qué color sería la ropa interior de Kurt Hummel. Celeste. Te va que ni pintado. Apuesto a que te ha costado tanta pasta como lo que te cobraron por teñirte el pelo.
- No has venido aquí para hablar de ropa interior y tintes, Sebastian -respondo mientras me meto la camiseta por la cabeza. Trago saliva con fuerza antes de añadir-: Sino para pegarme.
- Cuando un lagarton se insinúa a mi hombre, me sale mi lado territorial.
- No estoy interesada en tu hombre, Sebastian. Ya tengo uno.
- Venga ya. Los chicos como tú quieren que todos los tíos pierdan la cabeza por ellos, así pueden disponer de ellos cuando os apetezca -añade, cada vez más furioso. Estoy metido en un buen lío-. He oído que vas criticándome por ahí. Crees que lo eres todo, señor Engreído. Veamos qué cara se te queda cuando te deje el labio partido y el ojo morado. ¿Vendrás al instituto con una bolsa de basura sobre la cabeza? ¿O te quedarás encerrada en tu enorme casa y no saldrás nunca?
No aparto la vista de él mientras sigue acercándose. Lo miro fijamente. Sebastian tiene claro que para mí la imagen que doy lo es todo, y a él le da igual que lo expulsen... o que la echen definitivamente.
- ¡Contéstame! -grita, y me da un empujón en el hombro, que acaba impactando contra la taquilla que está situada a mi espalda.
Creo que no la estaba escuchando porque no tengo ni idea de qué he de responder. Si regreso a casa amoratada o con señales de haber estado en una pelea, las consecuencias serán desastrosas. Mi madre se pondrá hecha una furia y me echará las culpas por no haber evitado que ocurriera. Espero que eso no le haga empezar otra vez con lo de ingresar a Finn en algún centro. Cuando hay algo de tensión en casa, mis padres siempre hablan de mandar a Finn a algún sitio. Como si, por arte de magia, todos los problemas de los Hummel fueran a desvanecerse en cuanto Finn desapareciera.
- ¿No crees que el entrenador Bautista vendrá a buscarme? ¿Quieres que te expulsen? -pregunto pese a saber que son razones de poco peso. Sin embargo, intento ganar algo de tiempo.
- Me importa una mierda que me expulsen -dice entre risitas.
No parece haber funcionado, aunque merecía la pena intentarlo.
En lugar de encogerme de miedo junto a la taquilla, me enderezo. Sebastian intenta empujarme otra vez por el hombro, pero esta vez me las apaño para apartarle el brazo de un manotazo.
Estoy a punto de enzarzarme en mi primera pelea. Una pelea en la que seguramente saldré perdiendo. El corazón me late con fuerza, como si fuera a salirme del pecho. Me he pasado toda la vida intentando evitar situaciones como esta, pero esta vez no tengo elección. Me pregunto si puedo disparar la alarma de incendios para librarme de ella, como he visto alguna vez en el cine. Pero, por supuesto, no veo ninguna de esas cajitas rojas cerca. - Sebastian, déjala en paz.
Ambas nos volvemos hacia el sonido de una voz de chica. Es Santana. Una «no amiga». Pero una no amiga que acaba de evitar que me partan la cara.
- San, no te metas en mis asuntos -gruñe Sebastian. Santana se acerca a nosotras. Lleva el pelo recogido en una alta cola de caballo que se balancea a medida que camina. - No le pongas la mano encima, Sebastian. - ¿Por qué no? -pregunta él-. ¿Acaso crees que serás su amiga del alma ahora que están juntos en esa estupidez de las animadoras?
Santi apoya firmemente las manos en las caderas.
- Estás colado por Blaine, Sebastian. Esa es la razón por la que te comportas como un pirado.
Al escuchar el nombre de Blaine, Sebastian se pone rígido.
- Cállate, San. No tienes ni idea.
Él dirige toda su rabia contra Santana y se pone a chillarle como un loco. Santana no se siente intimidada, se ha plantado delante de él y también le está gritando. Santana es bajita y puede que pese menos que yo, por eso me sorprende que se enfrente a Sebastian. Sin embargo, parece que sabe defenderse. Es obvio que sus palabras hacen retroceder a su contrincante.
El entrenador Bautista aparece detrás de Sebastian.
- ¿ Están dando una fiesta y no han invitado al resto de la clase?
- Estamos charlando un poco -dice Sebastian, sin sobresaltarse en absoluto y actuando como si fuéramos tres amigos pasando el rato.
- Bueno, pues os sugiero que charlen después de clase. Señor Hummel y señorita López, uníos al resto de sus compañeros en el gimnasio. Señor Smythe, vaya donde se suponga que debería estar a esta hora.
Sebastian me señala con su uña parecida a una garra.
- Nos veremos después -me advierte, y sale de los vestuarios después de que Santana se haga a un lado.
- Gracias -le digo en voz baja a Santana.
Ella me responde con un asentimiento de cabeza.
RiveraMyLove- - Mensajes : 1314
Fecha de inscripción : 29/07/2013
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
me gusto mucho el capitulo y odio a sebastian que bueno que santana llego espero con ansias el siguiente capitulo espero que actualices pronto
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
Te quedo genial el capitulo que suerte tuvo Kurt espero y no pelee con Sebastian y espero y actualices lo mas pronto que puedas me gusta mucho tu fic!!!! :DDD
gleeismylife****** - Mensajes : 381
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Edad : 25
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
pobre Kurt lo quiero golpear y el no hizo nada...ojala Blaine ponga en su lugar a Sebastián actualiza pronto
gabiigleek********- - Mensajes : 783
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Edad : 31
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
12. Blaine.
- ¿Te queda mucho con el Honda? Es hora de cerrar -dice mi primo Enrique.
Trabajo en su taller todos los días después de clase... para ayudar a mi familia a poner los garbanzos sobre la mesa, para olvidarme unas horas de los Latino Blood y, sobre todo, porque soy un hacha arreglando coches.
Cubierto de grasa y aceite después de haber reparado un Civic, me asomo por debajo del vehículo.
- Está casi terminado.
- Bien. Hace tres días que el tío me acosa para recuperarlo.
Ajusto el último perno y me acerco a Enrique mientras este se limpia las sucias manos en un trapo.
- ¿Puedo pedirte algo?
- Dispara.
- ¿Puedo tomarme un día libre la semana que viene? Tengo que hacer un proyecto de química para el instituto -explico, pensando en el tema que nos han asignado hoy-. Y tenemos que encontrar...
- La clase de Pillsbury. Sí, la recuerdo. Es un hueso duro de roer -dice mi primo con un escalofrío.
- ¿Te dio clase? -pregunto, interesado. Me gustaría saber si sus padres son del ejército o algo así. Está claro que esa mujer lleva la disciplina en la sangre.
- ¿Cómo iba a olvidarla? «No triunfarás en la vida hasta que descubráis la cura a una enfermedad o salves el planeta» -cita Enrique, haciendo una imitación bastante buena de la señora P.-. Nunca terminas de olvidar una pesadilla viviente como la Pillsbury. Pero estoy seguro de que tener a Kurt Hummel como compañero... - ¿Cómo lo sabes?
- Marcus vino y me habló de él, dice que está en vuestra clase. Está celoso porque te ha tocado un compañero con piernas largas y gran... -dice Enrique llevándose las manos a la entrepierna y zarandeándolas un poco-. Bueno, ya sabes.
Sí, ya sé.
Cambio el peso del cuerpo de un pie a otro.
- ¿Qué te parece el jueves?
- No hay problema -responde mi primo, y carraspeando, añade-: Héctor vino a buscarte ayer.
Héctor. Héctor Martínez, el cabecilla de los Latino Blood, el que actúa entre bambalinas.
- A veces no soporto... ya sabes.
- Estás atrapado en los Latino Blood -dice Enrique-. Como todos nosotros. Nunca permitas que Héctor te oiga cuestionar nuestro compromiso con la banda. Si sospecha que no eres leal, te ganarás a tantos enemigos que empezará a darte vueltas la cabeza. Eres un chico listo, Blaine. Ándate con ojo.
Enrique fue uno de los primeros miembros de los Latino Blood. Hace mucho tiempo que demostró su valía ante la banda. Pagó sus cuotas, de modo que ahora puede sentarse tranquilo mientras los miembros más jóvenes se colocan en la línea de fuego. Según él, yo acabo de empezar y pasará mucho tiempo antes de que mis amigos y yo lleguemos al estatus de GO.
- ¿Un chico listo? Me aposté la moto a que conseguiría acostarme con Kurt Hummel -confieso.
- Pues retiro lo dicho -contesta mi primo, señalándome con una sonrisa burlona-. Eres un imbécil, y pronto serás un imbécil sin moto. Los chicos como él no se fijan en tipos como nosotros.
Empiezo a pensar que mi primo tiene razón. ¿Cómo narices llegué siquiera a pensar que un tío como yo, pobre, chicano y con una vida muy oscura, conseguiría ligarse a un chico como él, el guapo, rico y blanco Kurt Hummel?
Hay un chico del instituto, Diego Vázquez, que nació en la zona norte de Fairfield. Por supuesto, mis amigos le consideran un blanquito, aunque su piel sea más oscura que la mía. También creen que Mike Burns, un chico blanco que vive en la zona sur, es chicano pese a que no tenga ni una gota de sangre mexicana, ni de Latino Blood, en las venas. Aun así, se le considera uno de los nuestros. En Fairfield, el lugar donde naces determina tu destino.
Suena una bocina frente al garaje.
Enrique presiona el botón para levantar la enorme puerta.
El coche de Javier Moreno se cuela dentro con un chirrido de ruedas.
- Cierra la puerta, Enrique -ordena Javier sin aliento-. La policía nos está buscando.
Mi primo presiona el botón de un puñetazo y apaga las luces del taller.
- ¿Qué coño han hecho, chicos?
Sebastian está en el asiento trasero. Tiene los ojos inyectados en sangre, por las drogas o por el alcohol, no lo sé exactamente. Y ha estado tonteando con quien sea que está detrás con él, porque conozco muy bien el aspecto de Sebastian cuando ha estado divirtiéndose con alguien.
- Raúl intentó pegarle un tiro a un Satín Hood -masculla Sebastian, sacando la cabeza por la ventanilla del coche-. Pero tiene la puntería en el culo.
Raúl se vuelve hacia ella y le grita desde el asiento del copiloto:
- Desgraciada, intenta apuntar a un blanco móvil mientras Javier conduce.
Hago una mueca cuando Javier sale del coche.
- ¿Te ríes de mi manera de conducir, Raúl? -le pregunta-. Porque si es así, tengo un puño aquí que va a acabar estrellándose en tu cara.
Raúl sale del coche.
- ¿Vas a pegarme, cabrón? -le amenaza.
Me pongo delante de Raúl y le hago retroceder.
- Mierda, tíos. La policía está ahí fuera. -Esas son las primeras palabras de Wesley, el tipo que debe de haber pasado la noche con Sebastian.
Todos nos agachamos cuando la policía se asoma con las linternas a las ventanas del garaje. Me agazapo detrás de una enorme caja de herramientas, conteniendo la respiración. Lo último que necesito en mi historial es que me acusen de intento de asesinato. Milagrosamente, he conseguido librarme hasta ahora de que me detengan, pero algún día se me va a acabar la suerte. No es muy habitual que un pandillero logre sortear siempre a la policía. O el calabozo.
A Enrique se le refleja todo en el rostro. Le ha costado mucho ahorrar lo suficiente como para abrir su propio taller, y su sueño depende de que cuatro gamberros de instituto consigan mantener la boca cerrada. La poli se llevará a mi primo, con sus viejos tatuajes de Latino Blood en la nuca, junto a todos nosotros. Y en una semana se habrá quedado sin negocio.
Alguien zarandea la puerta del taller. Hago una mueca y rezo para que esté bien cerrada. Los polis se alejan de la puerta y vuelven a enfocar con sus linternas el garaje a través de las ventanas. Me pregunto quién los habrá llamado, no hay ningún soplón en este vecindario. Un código secreto de silencio y afiliación mantiene a salvo a las familias.
Después de lo que me parece una eternidad, los polis se largan.
- Mierda, qué poco ha faltado -dice Javier.
- Demasiado poco -coincide Enrique-. Esperad diez minutos y después largaos de aquí.
Sebastian sale del coche y, efectivamente, está drogado.
- Eh, Blaine. Anoche te eché de menos.
Me doy la vuelta para mirar a Wesley.
- Sí, ya veo cuánto me echaste de menos.
- ¿Wesley? Él no me gusta -susurra, acercándose más a mí. El olor a marihuana es casi insoportable-. Aún sigo esperándote.
- Eso no va a pasar.
- ¿Es por el estúpido de tu compañero de laboratorio? -me pregunta, agarrándome de la barbilla y obligándome a mirarla.
Sus largas uñas se me clavan en la piel. Lo cojo por las muñecas y lo aparto con brusquedad. Me pregunto en qué momento mi ex novi Sebastian, el duro de pelar, ha llegado a convertirse en Sebastian, el lagartón.
- Kurt no tiene nada que ver ni contigo ni conmigo. Me han dicho que has estado amenazándolo.
- ¿Te lo ha contado San? -pregunta, entrecerrando los ojos.
- Tú mantente lejos de él -digo ignorando su pregunta-. O tendrás que enfrentarte a algo más serio que un ex novio resentido.
- ¿Estás resentido, Blaine? Porque no actúas como tal. Actúas como si te importara una mierda.
Tiene razón. Después de encontrarlo en la cama con otro tío, tardé mucho tiempo en olvidarlo, en olvidarme de él. No dejaba de preguntarme qué era lo que yo no podía darle y otros tíos sí.
- Antes me importaba una mierda -le digo-. Ahora ni eso.
Sebastian me da una bofetada. -Vete a la mierda, Blaine.
- ¿Pelea de enamorados? -interviene Javier desde el capó del coche.
- Cállate -le espetamos al unísono. Sebastian se da la vuelta, se vuelve a meter en el coche y se sienta en el asiento trasero. La observo mientras arrastra la cabeza de Wesley hacia él. El sonido de los intensos besos y los gemidos llenan el taller.
- Enrique, abre la puerta. Nos largamos de aquí -grita Javier.
Raúl, que se había ido a echar una meada al cuarto de baño, me dice:
- Vente, Blaine. Te necesitamos, tío. Puck y ese Satín Hood van a pelear esta noche en el Gilson Park. Y ya sabes que los Satín Hood nunca juegan limpio.
Puck no me ha contado lo de la pelea, probablemente porque sabe que intentaré convencerlo para que la evite. A veces, mi mejor amigo se mete en situaciones de las que no puede salir solo. Y a veces, me expone a situaciones de las que yo mismo no puedo escapar.
- Vamos -accedo, antes de subirme de un salto en el asiento del copiloto, invitando así a Raúl a buscarse un hueco detrás, con los dos tortolitos.
Reducimos la velocidad una manzana antes de llegar al parque. Fuera, la tensión es tan densa que se puede cortar con un cuchillo, y también puedo sentirla dentro. ¿Dónde está Puck? ¿Le estarán dando una paliza en la parte de atrás de algún callejón?
Está muy oscuro. Hay sombras que se mueven, poniéndome los pelos de punta. Todo me parece amenazante, incluso los árboles que se agitan a merced del viento. Durante el día, Gilson Park no se diferencia mucho del resto de parques de los barrios residenciales... excepto por el graffiti de los Latino Blood que cubre los muros de los edificios que lo rodean. Este es nuestro territorio. Y está marcado como tal.
Aquí, en los suburbios de Chicago, somos nosotros quienes mandamos en el vecindario y en las calles. No obstante, esta es una guerra callejera, y las otras bandas del suburbio nos disputan el territorio. A tres manzanas de aquí están las mansiones y las casas que valen millones de dólares. En este lugar, en el mundo real, estalla la guerra. Y los millonarios ni siquiera son conscientes de que está a punto de librarse una batalla a menos de un kilómetro de sus jardines.
- Ahí está -digo, señalando dos siluetas que se levantan a pocos metros de los columpios. Las farolas que iluminan el parque están apagadas, pero puedo distinguir a Puck de inmediato por su corta estatura y su característica pose de boxeador recién subido al cuadrilátero.
Una de las siluetas empuja a la otra. Salto del vehículo en marcha porque veo a cinco Satín Hood más aproximándose desde el otro lado de la calle. Me preparo para luchar al lado de mi mejor amigo, olvidando por un instante que un enfrentamiento como aquel puede hacer que los dos acabemos en la morgue. Si me lanzo a la batalla con determinación y ensañamiento, sin pensar en las consecuencias, siempre salgo ganando. Si le doy demasiadas vueltas, cavaré mi propia tumba.
Corro hacia Puck y su adversario antes de que lleguen el resto de sus compinches. Puck está haciéndolo muy bien, pero el otro tipo es como un gusano, se retuerce y se libra del agarrón de mi amigo. Cojo al Satín Hood por la camiseta, con fuerza, lo levanto del suelo y mis puños hacen el resto. Antes de que pueda levantar la cabeza hacia mí, miro a Puck.
- Puedo arreglármelas solo, Blaine -dice Puck mientras se seca la sangre del labio.
- Sí, ¿pero qué me dices de ellos? -pregunto, mirando hacia los cinco Satín Hood que aparecen tras él.
Ahora que los veo de cerca, me doy cuenta de que todos son unos chavales. Miembros nuevos, con ganas de marcha y poco más. Puedo ocuparme de los novatos, aunque también es verdad que los más jóvenes siempre van armados y son más peligrosos.
Javier, Sebastian, Wesley y Raúl llegan a mi lado. Tengo que admitir que somos un grupo intimidatorio, incluso con Sebastian. Nuestro pandillero sabe apañárselas muy bien en una pelea, y sus patadas pueden ser mortales.
El chico que estaba enzarzado con Puck se levanta, me señala con un dedo y dice:
- Estás muerto.
- Escúchame, enano -le digo. Los tipos pequeños odian que se rían de su estatura y yo no puedo resistirme a eso-. Vuelve a tu territorio y deja que nosotros nos quedemos en nuestro agujero.
El enano señala a Puck.
- Pero me ha robado el volante del coche, tío.
Miro a Puck, consciente de que es típico de él provocar a un Satín Hood robándole algo tan ridículo como aquello. Cuando me dirijo de nuevo al enano, veo que lleva una navaja automática en la mano. Y que me apunta a mí.
Joder, tío. Cuando acabe con estos Satín Hood, el próximo en la lista es mi mejor amigo.
- ¿Te queda mucho con el Honda? Es hora de cerrar -dice mi primo Enrique.
Trabajo en su taller todos los días después de clase... para ayudar a mi familia a poner los garbanzos sobre la mesa, para olvidarme unas horas de los Latino Blood y, sobre todo, porque soy un hacha arreglando coches.
Cubierto de grasa y aceite después de haber reparado un Civic, me asomo por debajo del vehículo.
- Está casi terminado.
- Bien. Hace tres días que el tío me acosa para recuperarlo.
Ajusto el último perno y me acerco a Enrique mientras este se limpia las sucias manos en un trapo.
- ¿Puedo pedirte algo?
- Dispara.
- ¿Puedo tomarme un día libre la semana que viene? Tengo que hacer un proyecto de química para el instituto -explico, pensando en el tema que nos han asignado hoy-. Y tenemos que encontrar...
- La clase de Pillsbury. Sí, la recuerdo. Es un hueso duro de roer -dice mi primo con un escalofrío.
- ¿Te dio clase? -pregunto, interesado. Me gustaría saber si sus padres son del ejército o algo así. Está claro que esa mujer lleva la disciplina en la sangre.
- ¿Cómo iba a olvidarla? «No triunfarás en la vida hasta que descubráis la cura a una enfermedad o salves el planeta» -cita Enrique, haciendo una imitación bastante buena de la señora P.-. Nunca terminas de olvidar una pesadilla viviente como la Pillsbury. Pero estoy seguro de que tener a Kurt Hummel como compañero... - ¿Cómo lo sabes?
- Marcus vino y me habló de él, dice que está en vuestra clase. Está celoso porque te ha tocado un compañero con piernas largas y gran... -dice Enrique llevándose las manos a la entrepierna y zarandeándolas un poco-. Bueno, ya sabes.
Sí, ya sé.
Cambio el peso del cuerpo de un pie a otro.
- ¿Qué te parece el jueves?
- No hay problema -responde mi primo, y carraspeando, añade-: Héctor vino a buscarte ayer.
Héctor. Héctor Martínez, el cabecilla de los Latino Blood, el que actúa entre bambalinas.
- A veces no soporto... ya sabes.
- Estás atrapado en los Latino Blood -dice Enrique-. Como todos nosotros. Nunca permitas que Héctor te oiga cuestionar nuestro compromiso con la banda. Si sospecha que no eres leal, te ganarás a tantos enemigos que empezará a darte vueltas la cabeza. Eres un chico listo, Blaine. Ándate con ojo.
Enrique fue uno de los primeros miembros de los Latino Blood. Hace mucho tiempo que demostró su valía ante la banda. Pagó sus cuotas, de modo que ahora puede sentarse tranquilo mientras los miembros más jóvenes se colocan en la línea de fuego. Según él, yo acabo de empezar y pasará mucho tiempo antes de que mis amigos y yo lleguemos al estatus de GO.
- ¿Un chico listo? Me aposté la moto a que conseguiría acostarme con Kurt Hummel -confieso.
- Pues retiro lo dicho -contesta mi primo, señalándome con una sonrisa burlona-. Eres un imbécil, y pronto serás un imbécil sin moto. Los chicos como él no se fijan en tipos como nosotros.
Empiezo a pensar que mi primo tiene razón. ¿Cómo narices llegué siquiera a pensar que un tío como yo, pobre, chicano y con una vida muy oscura, conseguiría ligarse a un chico como él, el guapo, rico y blanco Kurt Hummel?
Hay un chico del instituto, Diego Vázquez, que nació en la zona norte de Fairfield. Por supuesto, mis amigos le consideran un blanquito, aunque su piel sea más oscura que la mía. También creen que Mike Burns, un chico blanco que vive en la zona sur, es chicano pese a que no tenga ni una gota de sangre mexicana, ni de Latino Blood, en las venas. Aun así, se le considera uno de los nuestros. En Fairfield, el lugar donde naces determina tu destino.
Suena una bocina frente al garaje.
Enrique presiona el botón para levantar la enorme puerta.
El coche de Javier Moreno se cuela dentro con un chirrido de ruedas.
- Cierra la puerta, Enrique -ordena Javier sin aliento-. La policía nos está buscando.
Mi primo presiona el botón de un puñetazo y apaga las luces del taller.
- ¿Qué coño han hecho, chicos?
Sebastian está en el asiento trasero. Tiene los ojos inyectados en sangre, por las drogas o por el alcohol, no lo sé exactamente. Y ha estado tonteando con quien sea que está detrás con él, porque conozco muy bien el aspecto de Sebastian cuando ha estado divirtiéndose con alguien.
- Raúl intentó pegarle un tiro a un Satín Hood -masculla Sebastian, sacando la cabeza por la ventanilla del coche-. Pero tiene la puntería en el culo.
Raúl se vuelve hacia ella y le grita desde el asiento del copiloto:
- Desgraciada, intenta apuntar a un blanco móvil mientras Javier conduce.
Hago una mueca cuando Javier sale del coche.
- ¿Te ríes de mi manera de conducir, Raúl? -le pregunta-. Porque si es así, tengo un puño aquí que va a acabar estrellándose en tu cara.
Raúl sale del coche.
- ¿Vas a pegarme, cabrón? -le amenaza.
Me pongo delante de Raúl y le hago retroceder.
- Mierda, tíos. La policía está ahí fuera. -Esas son las primeras palabras de Wesley, el tipo que debe de haber pasado la noche con Sebastian.
Todos nos agachamos cuando la policía se asoma con las linternas a las ventanas del garaje. Me agazapo detrás de una enorme caja de herramientas, conteniendo la respiración. Lo último que necesito en mi historial es que me acusen de intento de asesinato. Milagrosamente, he conseguido librarme hasta ahora de que me detengan, pero algún día se me va a acabar la suerte. No es muy habitual que un pandillero logre sortear siempre a la policía. O el calabozo.
A Enrique se le refleja todo en el rostro. Le ha costado mucho ahorrar lo suficiente como para abrir su propio taller, y su sueño depende de que cuatro gamberros de instituto consigan mantener la boca cerrada. La poli se llevará a mi primo, con sus viejos tatuajes de Latino Blood en la nuca, junto a todos nosotros. Y en una semana se habrá quedado sin negocio.
Alguien zarandea la puerta del taller. Hago una mueca y rezo para que esté bien cerrada. Los polis se alejan de la puerta y vuelven a enfocar con sus linternas el garaje a través de las ventanas. Me pregunto quién los habrá llamado, no hay ningún soplón en este vecindario. Un código secreto de silencio y afiliación mantiene a salvo a las familias.
Después de lo que me parece una eternidad, los polis se largan.
- Mierda, qué poco ha faltado -dice Javier.
- Demasiado poco -coincide Enrique-. Esperad diez minutos y después largaos de aquí.
Sebastian sale del coche y, efectivamente, está drogado.
- Eh, Blaine. Anoche te eché de menos.
Me doy la vuelta para mirar a Wesley.
- Sí, ya veo cuánto me echaste de menos.
- ¿Wesley? Él no me gusta -susurra, acercándose más a mí. El olor a marihuana es casi insoportable-. Aún sigo esperándote.
- Eso no va a pasar.
- ¿Es por el estúpido de tu compañero de laboratorio? -me pregunta, agarrándome de la barbilla y obligándome a mirarla.
Sus largas uñas se me clavan en la piel. Lo cojo por las muñecas y lo aparto con brusquedad. Me pregunto en qué momento mi ex novi Sebastian, el duro de pelar, ha llegado a convertirse en Sebastian, el lagartón.
- Kurt no tiene nada que ver ni contigo ni conmigo. Me han dicho que has estado amenazándolo.
- ¿Te lo ha contado San? -pregunta, entrecerrando los ojos.
- Tú mantente lejos de él -digo ignorando su pregunta-. O tendrás que enfrentarte a algo más serio que un ex novio resentido.
- ¿Estás resentido, Blaine? Porque no actúas como tal. Actúas como si te importara una mierda.
Tiene razón. Después de encontrarlo en la cama con otro tío, tardé mucho tiempo en olvidarlo, en olvidarme de él. No dejaba de preguntarme qué era lo que yo no podía darle y otros tíos sí.
- Antes me importaba una mierda -le digo-. Ahora ni eso.
Sebastian me da una bofetada. -Vete a la mierda, Blaine.
- ¿Pelea de enamorados? -interviene Javier desde el capó del coche.
- Cállate -le espetamos al unísono. Sebastian se da la vuelta, se vuelve a meter en el coche y se sienta en el asiento trasero. La observo mientras arrastra la cabeza de Wesley hacia él. El sonido de los intensos besos y los gemidos llenan el taller.
- Enrique, abre la puerta. Nos largamos de aquí -grita Javier.
Raúl, que se había ido a echar una meada al cuarto de baño, me dice:
- Vente, Blaine. Te necesitamos, tío. Puck y ese Satín Hood van a pelear esta noche en el Gilson Park. Y ya sabes que los Satín Hood nunca juegan limpio.
Puck no me ha contado lo de la pelea, probablemente porque sabe que intentaré convencerlo para que la evite. A veces, mi mejor amigo se mete en situaciones de las que no puede salir solo. Y a veces, me expone a situaciones de las que yo mismo no puedo escapar.
- Vamos -accedo, antes de subirme de un salto en el asiento del copiloto, invitando así a Raúl a buscarse un hueco detrás, con los dos tortolitos.
Reducimos la velocidad una manzana antes de llegar al parque. Fuera, la tensión es tan densa que se puede cortar con un cuchillo, y también puedo sentirla dentro. ¿Dónde está Puck? ¿Le estarán dando una paliza en la parte de atrás de algún callejón?
Está muy oscuro. Hay sombras que se mueven, poniéndome los pelos de punta. Todo me parece amenazante, incluso los árboles que se agitan a merced del viento. Durante el día, Gilson Park no se diferencia mucho del resto de parques de los barrios residenciales... excepto por el graffiti de los Latino Blood que cubre los muros de los edificios que lo rodean. Este es nuestro territorio. Y está marcado como tal.
Aquí, en los suburbios de Chicago, somos nosotros quienes mandamos en el vecindario y en las calles. No obstante, esta es una guerra callejera, y las otras bandas del suburbio nos disputan el territorio. A tres manzanas de aquí están las mansiones y las casas que valen millones de dólares. En este lugar, en el mundo real, estalla la guerra. Y los millonarios ni siquiera son conscientes de que está a punto de librarse una batalla a menos de un kilómetro de sus jardines.
- Ahí está -digo, señalando dos siluetas que se levantan a pocos metros de los columpios. Las farolas que iluminan el parque están apagadas, pero puedo distinguir a Puck de inmediato por su corta estatura y su característica pose de boxeador recién subido al cuadrilátero.
Una de las siluetas empuja a la otra. Salto del vehículo en marcha porque veo a cinco Satín Hood más aproximándose desde el otro lado de la calle. Me preparo para luchar al lado de mi mejor amigo, olvidando por un instante que un enfrentamiento como aquel puede hacer que los dos acabemos en la morgue. Si me lanzo a la batalla con determinación y ensañamiento, sin pensar en las consecuencias, siempre salgo ganando. Si le doy demasiadas vueltas, cavaré mi propia tumba.
Corro hacia Puck y su adversario antes de que lleguen el resto de sus compinches. Puck está haciéndolo muy bien, pero el otro tipo es como un gusano, se retuerce y se libra del agarrón de mi amigo. Cojo al Satín Hood por la camiseta, con fuerza, lo levanto del suelo y mis puños hacen el resto. Antes de que pueda levantar la cabeza hacia mí, miro a Puck.
- Puedo arreglármelas solo, Blaine -dice Puck mientras se seca la sangre del labio.
- Sí, ¿pero qué me dices de ellos? -pregunto, mirando hacia los cinco Satín Hood que aparecen tras él.
Ahora que los veo de cerca, me doy cuenta de que todos son unos chavales. Miembros nuevos, con ganas de marcha y poco más. Puedo ocuparme de los novatos, aunque también es verdad que los más jóvenes siempre van armados y son más peligrosos.
Javier, Sebastian, Wesley y Raúl llegan a mi lado. Tengo que admitir que somos un grupo intimidatorio, incluso con Sebastian. Nuestro pandillero sabe apañárselas muy bien en una pelea, y sus patadas pueden ser mortales.
El chico que estaba enzarzado con Puck se levanta, me señala con un dedo y dice:
- Estás muerto.
- Escúchame, enano -le digo. Los tipos pequeños odian que se rían de su estatura y yo no puedo resistirme a eso-. Vuelve a tu territorio y deja que nosotros nos quedemos en nuestro agujero.
El enano señala a Puck.
- Pero me ha robado el volante del coche, tío.
Miro a Puck, consciente de que es típico de él provocar a un Satín Hood robándole algo tan ridículo como aquello. Cuando me dirijo de nuevo al enano, veo que lleva una navaja automática en la mano. Y que me apunta a mí.
Joder, tío. Cuando acabe con estos Satín Hood, el próximo en la lista es mi mejor amigo.
RiveraMyLove- - Mensajes : 1314
Fecha de inscripción : 29/07/2013
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
me gusto mucho el capitulo ya quiero que hagan el trabajo de quimica para ver que pasa espero actualices pronto
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
uh esto se pone muy bueno y peligroso...ojala no me le hagan nada a Puck y Blaine...unas buenas piñas a Sebastian no le vendria mal..espero la actualizacion no sabes como me gusta este fic
gabiigleek********- - Mensajes : 783
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Edad : 31
Re: Química Perfecta {klaine} ADAPTADA.
(como no subí ayer, les dejo dos capítullos que, para mi, son lo mejor de lo mejor).
13. Kurt.
Mi compañero de laboratorio no ha aparecido por el instituto desde que nos asignaron los proyectos. Finalmente, una semana más tarde, se presenta pavoneándose por la clase. Me saca de quicio, porque aunque mi vida en casa sea un desastre, no por ello dejo de venir al instituto.
- Qué amabilidad por tu parte aparecer -le digo.
- Qué amabilidad por tu parte darte cuenta -responde él mientras se quita la bandana.
La señora Pillsbury entra en clase. Me da la impresión de que se siente aliviada de ver a Blaine. Enderezando los hombros, anuncia:
- Iba a ponerles un examen sorpresa esta mañana, pero al final he decidido que trabajarán en la biblioteca junto a sus compañeros. El plazo para entregar el borrador del proyecto acaba en dos semanas.
Adam y yo nos cogemos de la mano de camino a la biblioteca. Blaine va detrás, por alguna parte, hablando con sus compinches. Adam me aprieta con fuerza la mano y pregunta:
- ¿Quieres que quedemos después del entrenamiento?
- No puedo. Después de entrenar tengo que irme a casa.
Baghda se despidió el pasado sábado y a mi madre le entró el pánico. Hasta que contrate a una nueva cuidadora tengo que ayudarla más. Él frena en seco y me suelta la mano.
- Mierda, Kurt. ¿Vas a tener algo de tiempo para mí o qué?
- Puedes venir conmigo -sugiero.
- ¿Para mirar mientras cuidas de tu hermano? No, gracias. No quiero parecer un gilipollas, pero tengo ganas de estar contigo... solos tú y yo.
- Lo sé. A mí también me apetece.
- ¿Y el viernes?
Se supone que deberla quedarme con Finn, sin embargo, mi relación con Adam está tambaleándose y no quiero que crea que no quiero estar con él.
- El viernes me va bien.
Antes de que sellemos nuestro plan con un beso, Blaine carraspea delante de nosotros.
- Nada de demostraciones públicas de afecto. Son las normas del instituto. Además, es mi compañero, imbécil. No el tuyo.
- Cállate, Anderson -murmura Adam, antes de ir con Quinn.
Me llevo una mano a la cadera y miro fijamente a Blaine.
- ¿Desde cuándo te preocupan tanto las normas del instituto? -pregunto.
- Desde que eres mi compañero de laboratorio. Fuera de clase eres suyo. Pero en química eres mío.
- ¿Quieres ir a buscar la maza y arrastrarme por el pelo a la biblioteca?
- No soy un Neandertal. Tú novio es el mono, no yo.
- Entonces, deja de comportarte como tal.
Todas las mesas de la biblioteca están ocupadas, así que nos vemos obligados a sentamos en un rincón de la parte de atrás, en la aislada sección de no ficción. Me siento sobre la moqueta y dejo los libros en el suelo. Me doy cuenta de que Blaine me está mirando, y lo hace con tanta intensidad que temo que sea capaz de ver al verdadero Kurt que escondo tras mi fachada. Pero no lo logrará porque hasta ahora nadie lo ha hecho.
Le devuelvo la mirada. Si quiere, puedo seguirle el juego. Su expresión no muestra nada, pero sí la cicatriz que tiene sobre la ceja izquierda y que refleja la verdad... es humano. El contorno de su camiseta delinea unos músculos que únicamente pueden conseguirse a base de trabajo manual o de ejercicio. Cuando mi mirada llega a sus ojos, el tiempo se detiene. Me está atravesando con los ojos. Tengo la sensación de que puede ver mi verdadero yo, sin conductas fingidas, sin fachadas. Solo a Kurt.
- ¿Qué tengo que hacer para que salgas conmigo? -me pregunta.
- No hablas en serio.
- ¿Te parece que estoy bromeando? -La señora Pillsbury se acerca, por lo que me libro de responder a su pregunta.
- Les estoy vigilando de cerca. Blaine, la semana pasada no vino a clase.
- ¿Qué ocurrió?
- Me cayó un cuchillo encima.
La profesora niega con la cabeza, perpleja, y se aleja para hostigar a otros compañeros.
Miro a Blaine con los ojos como platos y le pregunto:
- ¿Un cuchillo? Estás de broma, ¿verdad?
- No. Estaba cortando tomates, y no vas a creértelo, pero se me escurrió el cuchillo y me corté el hombro. El médico me puso unas grapas. ¿Quieres verlas? -pregunta mientras empieza a subirse la manga. Me tapo los ojos con la mano. .
- Blaine, no seas asqueroso. Y no me creo que un cuchillo se te escurriera de las manos. Fue en una pelea callejera.
- No has respondido a mi pregunta -dice sin admitir ni negar mi teoría sobre la causa de la herida-. ¿Qué tengo que hacer para que salgas conmigo?
- Nada. No voy a salir contigo.
- Apuesto a que si nos diéramos el lote cambiarías de opinión.
- Como si eso fuera a ocurrir alguna vez.
- Tú te lo pierdes -dice, antes de estirar sus largas piernas frente a mí, con su libro de química descansando sobre el regazo. Me mira con sus ojos color avellana con tal intensidad que juraría que puede hipnotizarme con ellos-. ¿Estás preparada? -pregunta.
Por un nanosegundo, me quedo observando aquellos ojos oscuros, preguntándome qué sentiría al besarlo. Mi mirada baja hasta sus labios. Durante otro nanosegundo, casi puedo sentir que se acercan a mí. ¿Cómo serán sus labios, suaves o duros? ¿Besará con dulzura o con avidez y seguridad, como refleja su personalidad?
- ¿Para qué? -susurro a medida que me acerco.
- Para el proyecto -dice-. Calentadores de manos. La clase de Pillsbury. Química.
Niego con la cabeza, intentando apartar todos esos ridículos pensamientos de mi mente hiperactiva de adolescente. Necesito más horas de sueño.
- Sí, calentadores de manos -digo, abriendo el libro de química.
- ¿Kurt?
- ¿Qué? -pregunto, mirando sin ver las palabras impresas en la página. No tengo ni idea de lo que estoy leyendo porque estoy demasiado avergonzada como para poder concentrarme.
- Me estabas mirando como si quisieras besarme.
Me obligo a soltar una carcajada.
- Sí, claro -digo con sarcasmo.
- Nadie nos está mirando, así que si quieres hacerlo, adelante. No quiero alardear, pero soy todo un profesional.
Me sonríe lentamente con una sonrisa que probablemente haya inventado para derretir los corazones de todas las chicas y chicos del planeta.
- Blaine, no eres mi tipo. -Tengo que decirle algo para que deje de mirarme como si estuviera planeando hacerme cosas de las que solo he oído hablar.
- ¿Solo te gustan los blanquitos?
- Déjalo ya -respondo entre dientes.
- ¿Qué? -insiste, poniéndose muy serio-. Es verdad, ¿no?
La señora Pillsbury aparece frente a nosotros.
- ¿Cómo va ese borrador? -pregunta.
- Genial -respondo con una sonrisa falsa. Saco el resumen de la búsqueda que hice en casa y se lo paso a la señora Pillsbury mientras me pongo manos a la obra-. Anoche me documenté un poco sobre los calentadores de manos. Tenemos que disolver sesenta gramos de acetato de sodio y cien milímetros de agua a setenta grados.
- Te equivocas -dice Blaine.
Levanto la cabeza y me doy cuenta de que la señora Pillsbury se ha ido.
- ¿Cómo dices?
- Que te equivocas -repite Blaine, cruzándose de brazos.
- No lo creo.
- Crees que nunca te equivocas, ¿verdad?
Lo dice como si no fuera más que un blanquito estúpido, lo que me saca de mis casillas.
- Claro que no -digo, alzando la voz e imitando a un auténtico niño pijo-. Verás, la semana pasada compré una camisa azul oscuro en vez de una color celeste pastel, que combina mejor con mi tono de piel y queda espectacular en mí. No hace falta que te diga que la compra fue un desastre total -le explico. Justo lo que él esperaba oír. Me pregunto si se lo ha tragado o si es capaz de captar por el tono de mi voz que estoy siendo sarcástico.
- Te creo -confiesa.
- ¿Y tú nunca te has equivocado? -pregunto.
- Por supuesto -admite-. La semana pasada, cuando atraqué el banco que hay al lado de la tienda Walgreens, le dije al cajero que me diera todos los billetes de cincuenta dólares que tuviera en el cajón. Aunque tendría que haberle pedido los billetes de veinte porque hay muchos más que de cincuenta.
De acuerdo, está claro que ha captado la ironía. Y me la ha devuelto por partida doble, lo que en realidad es perturbador porque, de algún modo, hace que nos parezcamos mucho. Me pongo la mano en el pecho y ahogo un grito, siguiéndole el juego.
- Qué desastre.
- Así que supongo que los dos podemos equivocamos.
Levanto en alto la barbilla y declaro, obstinado:
- Bueno, en química no me equivoco. A diferencia de ti, yo sí que me tomo en serio esta clase.
- Entonces, hagamos una apuesta. Si tengo razón, me das un beso -sugiere.
- ¿Y si la tengo yo?
- Tú eliges.
Es como quitarle un caramelo a un bebé. El ego del señor MACHOTE está a punto de recibir un buen golpe, y estaré encantada de servo quien se lo dé.
- Si gano, te tomarás en serio este proyecto, y a mí también -le digo-. No te meterás conmigo ni harás comentarios ridículos.
- Trato hecho. Aunque antes he de mencionar que tengo una memoria fotográfica prodigiosa.
- Blaine, he de mencionar que he copiado la información directamente del libro -admito, mirando las notas que he tomado y abriendo después el libro por la página correspondiente-. Sin mirar, ¿qué temperatura necesitamos para la preparación? -le pregunto.
Blaine es un tipo al que se le dan bien los retos. Aunque esta vez, el tipo duro va a perder. Cierra su libro y me mira, con la mandíbula apretada.
- Veinte grados. Y debe disolverse a cien grados, no a setenta -responde con total confianza.
Repaso la página y después mis anotaciones. Luego vuelvo a comprobar la página. No puedo haberme equivocado. ¿Qué página...?
- Vaya, es cierto. Cien grados -digo, mirándolo asombrada-. Tienes razón.
- ¿Vas a besarme ahora o prefieres hacerlo más tarde?
- Ahora mismo -respondo.
Sé que le he dejado atónito porque tiene las manos inmóviles. En casa, mi vida está dictada por mis padres. Pero en el instituto es distinto. Tengo que hacerlo de ese modo porque si no tengo controlado ningún aspecto de mi vida acabaré convirtiéndome en un maniquí.
- ¿En serio? -me pregunta.
- Sí.
Le cojo una mano. Nunca me atrevería a hacerlo si hubiera alguien delante, y me siento agradecida por la intimidad que nos ofrecen los libros de no ficción que nos rodean. Se queda sin respiración cuando me pongo de rodillas y me inclino hacia él. Intento olvidarme del hecho de que sus dedos son largos y ásperos y de que es la primera vez que le toco. Estoy nervioso. Aunque no hay necesidad. Esta vez soy yo quien tiene el control. Puedo sentir cómo intenta contenerse. Me está permitiendo dar el primer paso, lo que no está nada mal. No sé de qué sería capaz si se dejara ir.
Le obligo a colocar la mano contra mi mejilla para que pueda cubrirme la cara, y le oigo soltar un gemido. Reprimo una sonrisa porque esa reacción demuestra que soy yo quien tiene el poder. Se queda inmóvil cuando nuestros ojos se encuentran.
Entonces, giro la cabeza hacia su mano y le doy un beso en la palma.
- Ahí lo tienes, ya te he besado -digo, soltándole la mano y dando por zanjado el asunto.
El señor Latino y su gran ego han sido derrotados por un blanquito castaño y estúpido.
14. Blaine.
- ¿Y a esto lo llamas besar?
- Sí.
De acuerdo, me ha desconcertado un poco que Kurt me haya hecho poner la mano sobre su sedosa mejilla. Maldita sea, por la manera que ha reaccionado mi cuerpo se diría que estaba bajo el efecto de las drogas. Hace un minuto, me tenía completamente hechizado. Luego, el hermoso brujo le ha dado la vuelta a la tortilla y se ha hecho con la posición de ventaja. Me ha sorprendido, eso está claro. Estallo en carcajadas, deliberadamente, para que todos se interesen por lo que hacemos, que es justo lo que él no quiere.
- Shh -suelta Kurt, dándome un puñetazo en el hombro para que me calle. Cuando río con más fuerza, me golpea en el brazo con el pesado libro de química.
En el brazo dolorido.
- ¡Ay! -exclamo con una mueca de dolor. Siento como si un millón de abejas me clavaran su aguijón en la herida del bíceps-.
ÉL se muerde el labio color rosa palo y retuerce su camisa celeste pastel, que a mi parecer le va muy bien. Aunque tampoco me importaría ver cómo le queda el azul oscuro.
- ¿Te he hecho daño? -pregunta.
- Sí -digo entre dientes mientras intento concentrarme en el color de su camisa y sus labios para olvidarme del dolor.
- Bien.
Me levanto la manga de la camiseta para examinar la herida y (gracias a mi compañero de laboratorio) una de las grapas que me pusieron en el centro de salud tras la pelea con los Latin Hood en el parque está sangrando. Kurt tiene un buen derechazo para alguien que probablemente no pase de peso pluma.
Aspira con fuerza y se ablanda:
- ¡Oh, Dios! No pretendía hacerte daño, Blaine. De verdad que no. Cuando amenazaste con enseñarme la cicatriz, te levantaste la manga izquierda.
- No iba a enseñártela de verdad. Estaba tomándote el pelo. No pasa nada -le digo. Vaya, parece que es la primera vez que este chico ve sangre. Aunque claro, puede que él la tenga azul.
- Sí, sí que pasa -insiste mientras niega con la cabeza-. Te están sangrando los puntos.
- Son grapas -matizo, intentando poner una nota de humor. El pobre está más blanco de lo normal. Y respira con fuerza, casi jadeando. Si se desmaya, voy a perder la apuesta con Sam. Si no es capaz de aguantar una mancha de sangre, ¿cómo va a reaccionar cuando tengamos relaciones sexuales? A no ser que no nos desnudemos, entonces no tendrá que ver todas las cicatrices que tengo. Y si lo hacemos a oscuras, podrá imaginar que soy alguien blanco y rico. A la mierda, me gusta hacerlo con las luces encendidas... Me gustaría sentirlo contra mí, y quiero que sepa que está conmigo y no con otro capullo.
- Blaine, ¿te encuentras bien? -pregunta Kurt. Su preocupación parece sincera.
¿Debería contarle que se me había ido el santo al cielo y que me he puesto a imaginar cómo sería hacerle el amor?
La señora P. aparece por el pasillo con una expresión ceñuda.
- Chicos, esto es una biblioteca. Guarden silencio -dice. Pero entonces repara en la pequeña veta de sangre que me serpentea por el brazo y me mancha la manga-. Kurt, acompáñele a la enfermería. Blaine, la próxima vez que venga al instituto, lleve la herida bien vendada.
- Señora P, ¿no cuento con su comprensión? Me estoy desangrando.
- Haga algo para ayudar a la humanidad o al planeta, Blaine, y entonces contará con mi comprensión. La gente que se mete en peleas callejeras no conseguirá nada de mí excepto rechazo. Ahora vaya a curarse.
Kurt coge los libros de mi regazo y dice con voz temblorosa:
- Vamos.
- Puedo llevar los libros -digo mientras la sigo fuera de la biblioteca. Estoy presionándome la manga contra la herida, con la esperanza de que detenga la hemorragia.
Él camina delante de mí. Si le digo que necesito ayuda para caminar porque me siento débil, ¿se lo tragará y acudirá a mi rescate? Tal vez debería tropezarme... aunque conociéndolo, seguro que no le importará.
Justo antes de llegar a la enfermería, se da la vuelta. Le tiemblan las manos.
- Lo siento mucho, Blaine. No pretendía...- Ha perdido los papeles. Si se pone a llorar, no sé qué voy a hacer. No estoy acostumbrado a tratar con chicos llorones. No creo que a Sebastian se le escapara ni una sola lágrima durante el tiempo que salimos juntos. De hecho, no estoy muy seguro de que Sebastian tenga conductos lacrimales. Eso solía gustarme, porque los tíos sensibles me ponen nervioso.
- Oye... ¿estás bien? -pregunto.
- Si esto llega a saberse, no voy a lograr que lo olviden nunca. Ay, Dios, si la señora Pillsbury llama a mis padres, me matarán. O al menos desearé que lo hagan.
Él sigue hablando y temblando, como si fuera un coche sin frenos y con unos pésimos amortiguadores.
- ¿Kurt?
- ... y mi madre me echará la culpa de todo. Admito que es culpa mía. Pero se pondrá histérica conmigo y yo tendré que explicárselo, y espero que...
Antes de que pueda decir nada más, le grito:
- ¡Kurt!
Me mira con una expresión tan confusa que no sé si sentir lástima por él o si sentirme atónito porque no dejara de hablar. Parecía que no iba a detenerse nunca.
- ¡Eres tú quien se está poniendo histérica! -le recuerdo. Kurt tiene los ojos claros y brillantes, pero ahora están apagados y vacíos, como si estuviera en otra parte. Mira al suelo, a su alrededor, a todos lados menos a mí-. No, no es verdad. Me encuentro bien.
- Y una mierda. Mírame. -Vacila un instante.
- Estoy bien -dice, mirando ahora a una de las taquillas que hay en el pasillo-. Olvida todo lo que te he dicho.
- Si no me miras, voy a desangrarme aquí mismo y tendrán que hacerme una trasfusión. Mírame, joder. -Cuando lo hace, todavía respira con dificultad.
- ¿Qué? Si quieres decirme que mi vida está fuera de control, ya soy consciente de ello.
- Ya sé que no pretendías hacerme daño. Incluso aunque hubiera sido así, probablemente lo mereciera -digo. Espero quitarle hierro al asunto para que al chico no le dé un ataque de nervios en el pasillo-. Cometer errores no es ningún crimen, ¿sabes? ¿De qué sirve tener una reputación si no puedes arruinarla de vez en cuando?
- No intentes hacer que me sienta mejor, Blaine. Te odio.
- Yo también te odio. Ahora, por favor, larguémonos de aquí. No quiero que el conserje se pase todo el día limpiando mi sangre del suelo. Somos parientes, ¿sabes?
Él niega con la cabeza. No se traga que el conserje de Fairfield sea un pariente mío. Vale, puede que no sea exactamente un pariente. Pero tiene familia en Atencingo, la misma ciudad de México en la que viven los primos de mi madre.
En lugar de marchamos, mi compañero de laboratorio abre la puerta de la enfermería para que entre. Creo que todavía puede responder, aunque aún le tiemblen las manos.
- Está sangrando -le grita a la señorita Kioto, la enfermera del instituto.
La señorita Kioto me obliga a sentarme en una de las camillas.
- ¿Qué te ha pasado?
Miro a Kurt. Tiene una expresión de preocupación, como si le angustiara que pudiera dañarlo allí mismo. Espero que el ángel de la muerte tenga el mismo aspecto que él cuando estire la pata. No me importaría ir al infierno si me recibe alguien como Kurt.
- Se me han abierto las grapas -digo-. No es para tanto.
- ¿Y cómo ha ocurrido? -pregunta la señorita Kioto mientras humedece un trozo de tela blanca y me da ligeros toques en el brazo. Contengo la respiración, esperando a que desaparezca el escozor. No voy a chivarme de mi compañero, sobre todo cuando estoy intentando seducirlo.
- Le he golpeado yo -dice Kurt con un hilo de voz.
La enfermera se da la vuelta, asombrada.
- ¿Le has golpeado?
- Por accidente -intervengo yo, sin saber exactamente por qué intento proteger a un chico que me odia y que probablemente preferiría suspender la clase de la señora P. que ser mi compañero.
Mis planes con Kurt no iban como esperaba. El único sentimiento que ha afirmado sentir por mí es el odio. E imaginarme a Sam montado en mi moto es mucho más doloroso que la mierda antiséptica que la señorita Kioto está frotando contra mi herida.
Si quiero salvar la dignidad y mi Honda, voy a tener que conseguir quedarme a solas con Kurt. Puede que su preocupación signifique que no me odia del todo. Nunca he conocido a un chico que lo tenga todo tan programado, que sepa con tal claridad cuáles son sus objetivos. Es un robot. O eso me parece. Siempre que lo veo, parece actuar como un príncipe acosado por las cámaras. Quién iba a decir que un simple brazo sangriento conseguiría trastocarlo.
Miro a Kurt. Está concentrada en mi brazo y en las curas de la enfermera. Ojalá estuviéramos en la biblioteca. Estoy seguro de que estaba pensando en enrollarse conmigo. Me he excitado solo de pensarlo, aquí delante de la señorita Kioto. Menos mal que la enfermera se aleja hacia el botiquín, ¿Dónde hay un enorme libro de química cuando necesitas uno?
- Quedemos el jueves después del instituto. Ya sabes, para trabajar en el borrador -sugiero. Y tengo dos razones para hacerlo: la primera es que, delante de la señorita Kioto, debo dejar de pensar en Kurt desnudo, y la segunda es que quiero quedarme a solas con él.
- El jueves estoy ocupado -dice.
Probablemente tenga planes con Caro Burro. Es obvio que prefiere estar con ese capullo antes que conmigo.
- Pues el viernes -añado, probándolo aunque tal vez no debería hacerlo. Poner a prueba a un chico como Kurt podría significar un duro golpe para mi ego. Aunque lo he cogido en un momento vulnerable y todavía le tiemblan las manos después de haber visto la sangre. Admito que soy un capullo manipulador.
Se muerde el labio inferior, un labio que creo querer mordisquear.
- El viernes tampoco puedo. -La erección se me ha bajado del todo-. ¿Qué te parece el sábado por la mañana? -sugiere-. Podemos quedar en la biblioteca de Fairfield.
- ¿Estás segura de que puedes hacerme un hueco en tu apretada agenda?
- Cállate. Nos veremos allí a las diez.
- Es una cita -anuncio mientras la señorita Kioto, que obviamente está escuchándonos, termina de ponerme una venda en el brazo.
Kurt recoge sus libros.
- No es una cita, Blaine -asegura por encima del hombro.
Cojo el libro y salgo corriendo al pasillo tras él. Camina solo. La música aún no suena por los altavoces, lo que significa que todavía están dando clase.
- Puede que no sea una cita, pero todavía me debes un beso. Siempre cobro las deudas -replico. Los ojos de mi compañero de laboratorio pasan de estar apagados a brillar con intensidad. Es una mirada enloquecida y ardiente. Mmm, peligroso. Le guiño un ojo-. Y no te comas el coco con el color que te vas a poner en tu camisa el sábado. No la usarás mucho, después de que nos hayamos dado el lote.
13. Kurt.
Mi compañero de laboratorio no ha aparecido por el instituto desde que nos asignaron los proyectos. Finalmente, una semana más tarde, se presenta pavoneándose por la clase. Me saca de quicio, porque aunque mi vida en casa sea un desastre, no por ello dejo de venir al instituto.
- Qué amabilidad por tu parte aparecer -le digo.
- Qué amabilidad por tu parte darte cuenta -responde él mientras se quita la bandana.
La señora Pillsbury entra en clase. Me da la impresión de que se siente aliviada de ver a Blaine. Enderezando los hombros, anuncia:
- Iba a ponerles un examen sorpresa esta mañana, pero al final he decidido que trabajarán en la biblioteca junto a sus compañeros. El plazo para entregar el borrador del proyecto acaba en dos semanas.
Adam y yo nos cogemos de la mano de camino a la biblioteca. Blaine va detrás, por alguna parte, hablando con sus compinches. Adam me aprieta con fuerza la mano y pregunta:
- ¿Quieres que quedemos después del entrenamiento?
- No puedo. Después de entrenar tengo que irme a casa.
Baghda se despidió el pasado sábado y a mi madre le entró el pánico. Hasta que contrate a una nueva cuidadora tengo que ayudarla más. Él frena en seco y me suelta la mano.
- Mierda, Kurt. ¿Vas a tener algo de tiempo para mí o qué?
- Puedes venir conmigo -sugiero.
- ¿Para mirar mientras cuidas de tu hermano? No, gracias. No quiero parecer un gilipollas, pero tengo ganas de estar contigo... solos tú y yo.
- Lo sé. A mí también me apetece.
- ¿Y el viernes?
Se supone que deberla quedarme con Finn, sin embargo, mi relación con Adam está tambaleándose y no quiero que crea que no quiero estar con él.
- El viernes me va bien.
Antes de que sellemos nuestro plan con un beso, Blaine carraspea delante de nosotros.
- Nada de demostraciones públicas de afecto. Son las normas del instituto. Además, es mi compañero, imbécil. No el tuyo.
- Cállate, Anderson -murmura Adam, antes de ir con Quinn.
Me llevo una mano a la cadera y miro fijamente a Blaine.
- ¿Desde cuándo te preocupan tanto las normas del instituto? -pregunto.
- Desde que eres mi compañero de laboratorio. Fuera de clase eres suyo. Pero en química eres mío.
- ¿Quieres ir a buscar la maza y arrastrarme por el pelo a la biblioteca?
- No soy un Neandertal. Tú novio es el mono, no yo.
- Entonces, deja de comportarte como tal.
Todas las mesas de la biblioteca están ocupadas, así que nos vemos obligados a sentamos en un rincón de la parte de atrás, en la aislada sección de no ficción. Me siento sobre la moqueta y dejo los libros en el suelo. Me doy cuenta de que Blaine me está mirando, y lo hace con tanta intensidad que temo que sea capaz de ver al verdadero Kurt que escondo tras mi fachada. Pero no lo logrará porque hasta ahora nadie lo ha hecho.
Le devuelvo la mirada. Si quiere, puedo seguirle el juego. Su expresión no muestra nada, pero sí la cicatriz que tiene sobre la ceja izquierda y que refleja la verdad... es humano. El contorno de su camiseta delinea unos músculos que únicamente pueden conseguirse a base de trabajo manual o de ejercicio. Cuando mi mirada llega a sus ojos, el tiempo se detiene. Me está atravesando con los ojos. Tengo la sensación de que puede ver mi verdadero yo, sin conductas fingidas, sin fachadas. Solo a Kurt.
- ¿Qué tengo que hacer para que salgas conmigo? -me pregunta.
- No hablas en serio.
- ¿Te parece que estoy bromeando? -La señora Pillsbury se acerca, por lo que me libro de responder a su pregunta.
- Les estoy vigilando de cerca. Blaine, la semana pasada no vino a clase.
- ¿Qué ocurrió?
- Me cayó un cuchillo encima.
La profesora niega con la cabeza, perpleja, y se aleja para hostigar a otros compañeros.
Miro a Blaine con los ojos como platos y le pregunto:
- ¿Un cuchillo? Estás de broma, ¿verdad?
- No. Estaba cortando tomates, y no vas a creértelo, pero se me escurrió el cuchillo y me corté el hombro. El médico me puso unas grapas. ¿Quieres verlas? -pregunta mientras empieza a subirse la manga. Me tapo los ojos con la mano. .
- Blaine, no seas asqueroso. Y no me creo que un cuchillo se te escurriera de las manos. Fue en una pelea callejera.
- No has respondido a mi pregunta -dice sin admitir ni negar mi teoría sobre la causa de la herida-. ¿Qué tengo que hacer para que salgas conmigo?
- Nada. No voy a salir contigo.
- Apuesto a que si nos diéramos el lote cambiarías de opinión.
- Como si eso fuera a ocurrir alguna vez.
- Tú te lo pierdes -dice, antes de estirar sus largas piernas frente a mí, con su libro de química descansando sobre el regazo. Me mira con sus ojos color avellana con tal intensidad que juraría que puede hipnotizarme con ellos-. ¿Estás preparada? -pregunta.
Por un nanosegundo, me quedo observando aquellos ojos oscuros, preguntándome qué sentiría al besarlo. Mi mirada baja hasta sus labios. Durante otro nanosegundo, casi puedo sentir que se acercan a mí. ¿Cómo serán sus labios, suaves o duros? ¿Besará con dulzura o con avidez y seguridad, como refleja su personalidad?
- ¿Para qué? -susurro a medida que me acerco.
- Para el proyecto -dice-. Calentadores de manos. La clase de Pillsbury. Química.
Niego con la cabeza, intentando apartar todos esos ridículos pensamientos de mi mente hiperactiva de adolescente. Necesito más horas de sueño.
- Sí, calentadores de manos -digo, abriendo el libro de química.
- ¿Kurt?
- ¿Qué? -pregunto, mirando sin ver las palabras impresas en la página. No tengo ni idea de lo que estoy leyendo porque estoy demasiado avergonzada como para poder concentrarme.
- Me estabas mirando como si quisieras besarme.
Me obligo a soltar una carcajada.
- Sí, claro -digo con sarcasmo.
- Nadie nos está mirando, así que si quieres hacerlo, adelante. No quiero alardear, pero soy todo un profesional.
Me sonríe lentamente con una sonrisa que probablemente haya inventado para derretir los corazones de todas las chicas y chicos del planeta.
- Blaine, no eres mi tipo. -Tengo que decirle algo para que deje de mirarme como si estuviera planeando hacerme cosas de las que solo he oído hablar.
- ¿Solo te gustan los blanquitos?
- Déjalo ya -respondo entre dientes.
- ¿Qué? -insiste, poniéndose muy serio-. Es verdad, ¿no?
La señora Pillsbury aparece frente a nosotros.
- ¿Cómo va ese borrador? -pregunta.
- Genial -respondo con una sonrisa falsa. Saco el resumen de la búsqueda que hice en casa y se lo paso a la señora Pillsbury mientras me pongo manos a la obra-. Anoche me documenté un poco sobre los calentadores de manos. Tenemos que disolver sesenta gramos de acetato de sodio y cien milímetros de agua a setenta grados.
- Te equivocas -dice Blaine.
Levanto la cabeza y me doy cuenta de que la señora Pillsbury se ha ido.
- ¿Cómo dices?
- Que te equivocas -repite Blaine, cruzándose de brazos.
- No lo creo.
- Crees que nunca te equivocas, ¿verdad?
Lo dice como si no fuera más que un blanquito estúpido, lo que me saca de mis casillas.
- Claro que no -digo, alzando la voz e imitando a un auténtico niño pijo-. Verás, la semana pasada compré una camisa azul oscuro en vez de una color celeste pastel, que combina mejor con mi tono de piel y queda espectacular en mí. No hace falta que te diga que la compra fue un desastre total -le explico. Justo lo que él esperaba oír. Me pregunto si se lo ha tragado o si es capaz de captar por el tono de mi voz que estoy siendo sarcástico.
- Te creo -confiesa.
- ¿Y tú nunca te has equivocado? -pregunto.
- Por supuesto -admite-. La semana pasada, cuando atraqué el banco que hay al lado de la tienda Walgreens, le dije al cajero que me diera todos los billetes de cincuenta dólares que tuviera en el cajón. Aunque tendría que haberle pedido los billetes de veinte porque hay muchos más que de cincuenta.
De acuerdo, está claro que ha captado la ironía. Y me la ha devuelto por partida doble, lo que en realidad es perturbador porque, de algún modo, hace que nos parezcamos mucho. Me pongo la mano en el pecho y ahogo un grito, siguiéndole el juego.
- Qué desastre.
- Así que supongo que los dos podemos equivocamos.
Levanto en alto la barbilla y declaro, obstinado:
- Bueno, en química no me equivoco. A diferencia de ti, yo sí que me tomo en serio esta clase.
- Entonces, hagamos una apuesta. Si tengo razón, me das un beso -sugiere.
- ¿Y si la tengo yo?
- Tú eliges.
Es como quitarle un caramelo a un bebé. El ego del señor MACHOTE está a punto de recibir un buen golpe, y estaré encantada de servo quien se lo dé.
- Si gano, te tomarás en serio este proyecto, y a mí también -le digo-. No te meterás conmigo ni harás comentarios ridículos.
- Trato hecho. Aunque antes he de mencionar que tengo una memoria fotográfica prodigiosa.
- Blaine, he de mencionar que he copiado la información directamente del libro -admito, mirando las notas que he tomado y abriendo después el libro por la página correspondiente-. Sin mirar, ¿qué temperatura necesitamos para la preparación? -le pregunto.
Blaine es un tipo al que se le dan bien los retos. Aunque esta vez, el tipo duro va a perder. Cierra su libro y me mira, con la mandíbula apretada.
- Veinte grados. Y debe disolverse a cien grados, no a setenta -responde con total confianza.
Repaso la página y después mis anotaciones. Luego vuelvo a comprobar la página. No puedo haberme equivocado. ¿Qué página...?
- Vaya, es cierto. Cien grados -digo, mirándolo asombrada-. Tienes razón.
- ¿Vas a besarme ahora o prefieres hacerlo más tarde?
- Ahora mismo -respondo.
Sé que le he dejado atónito porque tiene las manos inmóviles. En casa, mi vida está dictada por mis padres. Pero en el instituto es distinto. Tengo que hacerlo de ese modo porque si no tengo controlado ningún aspecto de mi vida acabaré convirtiéndome en un maniquí.
- ¿En serio? -me pregunta.
- Sí.
Le cojo una mano. Nunca me atrevería a hacerlo si hubiera alguien delante, y me siento agradecida por la intimidad que nos ofrecen los libros de no ficción que nos rodean. Se queda sin respiración cuando me pongo de rodillas y me inclino hacia él. Intento olvidarme del hecho de que sus dedos son largos y ásperos y de que es la primera vez que le toco. Estoy nervioso. Aunque no hay necesidad. Esta vez soy yo quien tiene el control. Puedo sentir cómo intenta contenerse. Me está permitiendo dar el primer paso, lo que no está nada mal. No sé de qué sería capaz si se dejara ir.
Le obligo a colocar la mano contra mi mejilla para que pueda cubrirme la cara, y le oigo soltar un gemido. Reprimo una sonrisa porque esa reacción demuestra que soy yo quien tiene el poder. Se queda inmóvil cuando nuestros ojos se encuentran.
Entonces, giro la cabeza hacia su mano y le doy un beso en la palma.
- Ahí lo tienes, ya te he besado -digo, soltándole la mano y dando por zanjado el asunto.
El señor Latino y su gran ego han sido derrotados por un blanquito castaño y estúpido.
14. Blaine.
- ¿Y a esto lo llamas besar?
- Sí.
De acuerdo, me ha desconcertado un poco que Kurt me haya hecho poner la mano sobre su sedosa mejilla. Maldita sea, por la manera que ha reaccionado mi cuerpo se diría que estaba bajo el efecto de las drogas. Hace un minuto, me tenía completamente hechizado. Luego, el hermoso brujo le ha dado la vuelta a la tortilla y se ha hecho con la posición de ventaja. Me ha sorprendido, eso está claro. Estallo en carcajadas, deliberadamente, para que todos se interesen por lo que hacemos, que es justo lo que él no quiere.
- Shh -suelta Kurt, dándome un puñetazo en el hombro para que me calle. Cuando río con más fuerza, me golpea en el brazo con el pesado libro de química.
En el brazo dolorido.
- ¡Ay! -exclamo con una mueca de dolor. Siento como si un millón de abejas me clavaran su aguijón en la herida del bíceps-.
ÉL se muerde el labio color rosa palo y retuerce su camisa celeste pastel, que a mi parecer le va muy bien. Aunque tampoco me importaría ver cómo le queda el azul oscuro.
- ¿Te he hecho daño? -pregunta.
- Sí -digo entre dientes mientras intento concentrarme en el color de su camisa y sus labios para olvidarme del dolor.
- Bien.
Me levanto la manga de la camiseta para examinar la herida y (gracias a mi compañero de laboratorio) una de las grapas que me pusieron en el centro de salud tras la pelea con los Latin Hood en el parque está sangrando. Kurt tiene un buen derechazo para alguien que probablemente no pase de peso pluma.
Aspira con fuerza y se ablanda:
- ¡Oh, Dios! No pretendía hacerte daño, Blaine. De verdad que no. Cuando amenazaste con enseñarme la cicatriz, te levantaste la manga izquierda.
- No iba a enseñártela de verdad. Estaba tomándote el pelo. No pasa nada -le digo. Vaya, parece que es la primera vez que este chico ve sangre. Aunque claro, puede que él la tenga azul.
- Sí, sí que pasa -insiste mientras niega con la cabeza-. Te están sangrando los puntos.
- Son grapas -matizo, intentando poner una nota de humor. El pobre está más blanco de lo normal. Y respira con fuerza, casi jadeando. Si se desmaya, voy a perder la apuesta con Sam. Si no es capaz de aguantar una mancha de sangre, ¿cómo va a reaccionar cuando tengamos relaciones sexuales? A no ser que no nos desnudemos, entonces no tendrá que ver todas las cicatrices que tengo. Y si lo hacemos a oscuras, podrá imaginar que soy alguien blanco y rico. A la mierda, me gusta hacerlo con las luces encendidas... Me gustaría sentirlo contra mí, y quiero que sepa que está conmigo y no con otro capullo.
- Blaine, ¿te encuentras bien? -pregunta Kurt. Su preocupación parece sincera.
¿Debería contarle que se me había ido el santo al cielo y que me he puesto a imaginar cómo sería hacerle el amor?
La señora P. aparece por el pasillo con una expresión ceñuda.
- Chicos, esto es una biblioteca. Guarden silencio -dice. Pero entonces repara en la pequeña veta de sangre que me serpentea por el brazo y me mancha la manga-. Kurt, acompáñele a la enfermería. Blaine, la próxima vez que venga al instituto, lleve la herida bien vendada.
- Señora P, ¿no cuento con su comprensión? Me estoy desangrando.
- Haga algo para ayudar a la humanidad o al planeta, Blaine, y entonces contará con mi comprensión. La gente que se mete en peleas callejeras no conseguirá nada de mí excepto rechazo. Ahora vaya a curarse.
Kurt coge los libros de mi regazo y dice con voz temblorosa:
- Vamos.
- Puedo llevar los libros -digo mientras la sigo fuera de la biblioteca. Estoy presionándome la manga contra la herida, con la esperanza de que detenga la hemorragia.
Él camina delante de mí. Si le digo que necesito ayuda para caminar porque me siento débil, ¿se lo tragará y acudirá a mi rescate? Tal vez debería tropezarme... aunque conociéndolo, seguro que no le importará.
Justo antes de llegar a la enfermería, se da la vuelta. Le tiemblan las manos.
- Lo siento mucho, Blaine. No pretendía...- Ha perdido los papeles. Si se pone a llorar, no sé qué voy a hacer. No estoy acostumbrado a tratar con chicos llorones. No creo que a Sebastian se le escapara ni una sola lágrima durante el tiempo que salimos juntos. De hecho, no estoy muy seguro de que Sebastian tenga conductos lacrimales. Eso solía gustarme, porque los tíos sensibles me ponen nervioso.
- Oye... ¿estás bien? -pregunto.
- Si esto llega a saberse, no voy a lograr que lo olviden nunca. Ay, Dios, si la señora Pillsbury llama a mis padres, me matarán. O al menos desearé que lo hagan.
Él sigue hablando y temblando, como si fuera un coche sin frenos y con unos pésimos amortiguadores.
- ¿Kurt?
- ... y mi madre me echará la culpa de todo. Admito que es culpa mía. Pero se pondrá histérica conmigo y yo tendré que explicárselo, y espero que...
Antes de que pueda decir nada más, le grito:
- ¡Kurt!
Me mira con una expresión tan confusa que no sé si sentir lástima por él o si sentirme atónito porque no dejara de hablar. Parecía que no iba a detenerse nunca.
- ¡Eres tú quien se está poniendo histérica! -le recuerdo. Kurt tiene los ojos claros y brillantes, pero ahora están apagados y vacíos, como si estuviera en otra parte. Mira al suelo, a su alrededor, a todos lados menos a mí-. No, no es verdad. Me encuentro bien.
- Y una mierda. Mírame. -Vacila un instante.
- Estoy bien -dice, mirando ahora a una de las taquillas que hay en el pasillo-. Olvida todo lo que te he dicho.
- Si no me miras, voy a desangrarme aquí mismo y tendrán que hacerme una trasfusión. Mírame, joder. -Cuando lo hace, todavía respira con dificultad.
- ¿Qué? Si quieres decirme que mi vida está fuera de control, ya soy consciente de ello.
- Ya sé que no pretendías hacerme daño. Incluso aunque hubiera sido así, probablemente lo mereciera -digo. Espero quitarle hierro al asunto para que al chico no le dé un ataque de nervios en el pasillo-. Cometer errores no es ningún crimen, ¿sabes? ¿De qué sirve tener una reputación si no puedes arruinarla de vez en cuando?
- No intentes hacer que me sienta mejor, Blaine. Te odio.
- Yo también te odio. Ahora, por favor, larguémonos de aquí. No quiero que el conserje se pase todo el día limpiando mi sangre del suelo. Somos parientes, ¿sabes?
Él niega con la cabeza. No se traga que el conserje de Fairfield sea un pariente mío. Vale, puede que no sea exactamente un pariente. Pero tiene familia en Atencingo, la misma ciudad de México en la que viven los primos de mi madre.
En lugar de marchamos, mi compañero de laboratorio abre la puerta de la enfermería para que entre. Creo que todavía puede responder, aunque aún le tiemblen las manos.
- Está sangrando -le grita a la señorita Kioto, la enfermera del instituto.
La señorita Kioto me obliga a sentarme en una de las camillas.
- ¿Qué te ha pasado?
Miro a Kurt. Tiene una expresión de preocupación, como si le angustiara que pudiera dañarlo allí mismo. Espero que el ángel de la muerte tenga el mismo aspecto que él cuando estire la pata. No me importaría ir al infierno si me recibe alguien como Kurt.
- Se me han abierto las grapas -digo-. No es para tanto.
- ¿Y cómo ha ocurrido? -pregunta la señorita Kioto mientras humedece un trozo de tela blanca y me da ligeros toques en el brazo. Contengo la respiración, esperando a que desaparezca el escozor. No voy a chivarme de mi compañero, sobre todo cuando estoy intentando seducirlo.
- Le he golpeado yo -dice Kurt con un hilo de voz.
La enfermera se da la vuelta, asombrada.
- ¿Le has golpeado?
- Por accidente -intervengo yo, sin saber exactamente por qué intento proteger a un chico que me odia y que probablemente preferiría suspender la clase de la señora P. que ser mi compañero.
Mis planes con Kurt no iban como esperaba. El único sentimiento que ha afirmado sentir por mí es el odio. E imaginarme a Sam montado en mi moto es mucho más doloroso que la mierda antiséptica que la señorita Kioto está frotando contra mi herida.
Si quiero salvar la dignidad y mi Honda, voy a tener que conseguir quedarme a solas con Kurt. Puede que su preocupación signifique que no me odia del todo. Nunca he conocido a un chico que lo tenga todo tan programado, que sepa con tal claridad cuáles son sus objetivos. Es un robot. O eso me parece. Siempre que lo veo, parece actuar como un príncipe acosado por las cámaras. Quién iba a decir que un simple brazo sangriento conseguiría trastocarlo.
Miro a Kurt. Está concentrada en mi brazo y en las curas de la enfermera. Ojalá estuviéramos en la biblioteca. Estoy seguro de que estaba pensando en enrollarse conmigo. Me he excitado solo de pensarlo, aquí delante de la señorita Kioto. Menos mal que la enfermera se aleja hacia el botiquín, ¿Dónde hay un enorme libro de química cuando necesitas uno?
- Quedemos el jueves después del instituto. Ya sabes, para trabajar en el borrador -sugiero. Y tengo dos razones para hacerlo: la primera es que, delante de la señorita Kioto, debo dejar de pensar en Kurt desnudo, y la segunda es que quiero quedarme a solas con él.
- El jueves estoy ocupado -dice.
Probablemente tenga planes con Caro Burro. Es obvio que prefiere estar con ese capullo antes que conmigo.
- Pues el viernes -añado, probándolo aunque tal vez no debería hacerlo. Poner a prueba a un chico como Kurt podría significar un duro golpe para mi ego. Aunque lo he cogido en un momento vulnerable y todavía le tiemblan las manos después de haber visto la sangre. Admito que soy un capullo manipulador.
Se muerde el labio inferior, un labio que creo querer mordisquear.
- El viernes tampoco puedo. -La erección se me ha bajado del todo-. ¿Qué te parece el sábado por la mañana? -sugiere-. Podemos quedar en la biblioteca de Fairfield.
- ¿Estás segura de que puedes hacerme un hueco en tu apretada agenda?
- Cállate. Nos veremos allí a las diez.
- Es una cita -anuncio mientras la señorita Kioto, que obviamente está escuchándonos, termina de ponerme una venda en el brazo.
Kurt recoge sus libros.
- No es una cita, Blaine -asegura por encima del hombro.
Cojo el libro y salgo corriendo al pasillo tras él. Camina solo. La música aún no suena por los altavoces, lo que significa que todavía están dando clase.
- Puede que no sea una cita, pero todavía me debes un beso. Siempre cobro las deudas -replico. Los ojos de mi compañero de laboratorio pasan de estar apagados a brillar con intensidad. Es una mirada enloquecida y ardiente. Mmm, peligroso. Le guiño un ojo-. Y no te comas el coco con el color que te vas a poner en tu camisa el sábado. No la usarás mucho, después de que nos hayamos dado el lote.
RiveraMyLove- - Mensajes : 1314
Fecha de inscripción : 29/07/2013
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