(FIC-Klaine) "Different worlds" Cap. 7

Me levanté perezosamente y caminé hacia el baño para una ducha rápida. Salí unos doce minutos después con los ojos apenas abiertos, envolví una toalla en mi cintura y me vestí. Luego de acomodar los edredones de mi cama y de comprobar mi apariencia en el espejo ya estaba listo. Partí de mi habitación y vi el cielo a través de la ventana, era temprano, aun no salía el sol. Me dirigí a la sala, donde todos los empleados estaban sentados alrededor de la mesa, mientras Carole les hablaba.

–¡Kurt! –exclamó Carole con una cálida sonrisa–. Qué bueno que llegas, siéntate por favor.
Asentí sin decir palabras y me ubiqué en el único lugar vacio de la habitación. Observé de reojo a los demás; cada rostro estaba invadido por una gran y brillante sonrisa, ¿cómo es posible que estén de tan buen humor a las cinco y treinta de la mañana?
–Antes que nada, el es Kurt –dijo, asintiendo hacia mí.
–Hola, Kurt –respondieron el resto de los chicos al unísono.
–Hola –traté de imitar sus grandes sonrisas erráticamente.
–Esta niña de aquí es Rachel –nombró Carole, apoyando sus manos en ambos hombros de la pequeña morena. Con que “Rachel” es el nombre de la peculiar muchacha que no paro de interrogarme ayer acerca de mi orientación sexual ¿eh?–. El es mi hijo, Finn –señaló a un joven de imponente altura y bondadosa sonrisa–. Ellas son Santana, Quinn y Brittany –dijo, haciendo un ademán hacia el trío que no paraba de hablar y conspirar entre ellas.
–Un gusto –murmuré.
–Bueno, ahora que ya se conocen, pasemos a otro asunto –me miró, frunciendo los labios–. Estábamos hablando sobre el evento que habrá hoy en la empresa Anderson. Yo y los demás empleados no estaremos aquí, solo tú, Kurt. Un sirviente debe quedarse por si el hijo del Señor necesita algo ¿Está bien?
–Si, está bien –titubee, no muy convencido.
–El Sr. Anderson tampoco estará. El es el anfitrión del evento y nos pidió que nos hiciéramos cargo de la comida y del servicio.
–Si, seguro.
–¡Oh! También cabe mencionar que el Sr. Blaine está enfermo. Necesito que estés pendiente de él… Si puedes ir a visitarlo para ver si necesita algo sería grandioso. Ahora está en su habitación durmiendo… ¡ah! y allí –señaló en dirección a la mesa–. tienes la lista de lo que debes hacer mientras no estemos, ¿entendido?
–Entendido –sonreí.
–Okay, prepararé el desayuno para nosotros y luego para el Señor. Después nos marcharemos y ya no habrá nadie más en la casa… a excepción de Blaine, claro –agregó, sonriendo hacia mí.

Luego de eso comencé a hablar con los demás empleados. Eran raros; pero eso los hacía agradables y divertidos. Ellos tenían una historia algo parecida a la mía, creo que con el tiempo podríamos convertirnos en buenos amigos. Reíamos mientras Finn nos contaba una de sus anécdotas de niño, fue tan gracioso que creo que llegue a estar rojo de la risa, literalmente. 

Carole llego con el desayuno, comíamos mientras seguíamos hablando, fue un momento muy lindo. Luego, la castaña mujer preparo el desayuno para el Sr. Anderson y limpio toda la cocina hasta dejarla pulcra y reluciente. Los demás fueron a sus habitaciones a cambiarse.

–Kurt, espera aquí, no te vayas. Iré a llevarle el desayuno a Blaine y regreso –susurró y yo solo asentí.

¿Cómo puede ser que con solo escuchar el nombre “Blaine” mi corazón se acelere? ¿Eso es normal? Espere a Carole hasta que volvió a mi lado. Ella besó mi frente y me pidió que sirviera el desayuno para el Sr. Anderson. Fui a la mesa principal y serví la comida, pronto después mi jefe bajó.

–Buenos días Señor –saludé cortésmente.
–Buenos días –me envió la mejor de las miradas despectivas y se sentó.
–¿Necesita algo más?
–No –respondió bruscamente. Decidí que era mejor alejarme de ahí.

–Oye, Kurt –alguien toco mi hombro con suavidad.
–Oh, Quinn ¿cierto? –ella asintió con una dulce sonrisa–. ¿Qué sucede?
–Carole me pidió que te avisara que ya nos vamos… ¡Ah!, y… buena suerte. –dijo, apoyando su mano en mi hombro nuevamente.
–Suerte para ustedes también –sonreí.

Volví a la cocina. Mi jefe ya se había ido así que tome la lista para comenzar con las tareas de la casa.
 
-Lavar la ropa sucia.
-Limpiar las habitaciones de los empleados.
-Ordenar la habitación del Sr. Anderson.
-Preparar el almuerzo a Blaine.

Ojala fuera tan sencillo como parece.

El sol comenzaba a salir, así que miré en la lista que es lo primero que podía hacer. Decidí que lo mejor sería comenzar por la habitación de mi jefe. Subí las agobiantes escaleras a pasos veloces. Dirigía mis pasos hacia la habitación del Sr. Anderson cuando me percate de los ruidos extraños que inundaban el corredor. Miro hacia mis zapatos y veo agua ¿Pero qué rayos? Seguí el rastro de agua y me tope con la puerta de la habitación de Blaine.

Toque la puerta pero no hubo respuesta ¿Que estoy haciendo? ¡Debo entrar! Y así lo hice. Toda la habitación estaba sumergida en litros y litros agua, portarretratos y sillas flotaban a la deriva en ella. Visualicé de donde provenía tanta agua y me encontré con el baño. Desde allí salía el agua. Me desesperé, sintiendo como el pánico se manifestaba en mi interior.

–Señor –golpeé bruscamente la puerta–.  ¡Señor! –golpeé nuevamente pero no obtuve respuesta–. ¡¿Blaine, estas hay?!
Intente abrirla con desesperación, pero estaba bajo llave. Mierda.
–Blaine ábreme –grite tanto como mis pulmones me lo permitieron–. ¡Abre la maldita puerta, Blaine!

Decidí que tiraría la puerta de una forma u otra. El enojo y la angustia se apoderaron de mí al no encontrar nada útil para abrirla. Lo haría por mi cuenta, costara lo que costara. Conté hasta tres y corrí, impactando duramente sobre ella con mi brazo derecho. No se abrió. Volví a intentarlo y ocurrió lo mismo, lo intenté otra vez pero fallé. Esta vez pensé en hacerlo con más ímpetu. Pensé en mi madre. Pensé en mi padre. Tome distancia, conté hasta tres y corrí hacia la puerta, colisionando mi brazo en ella violentamente… hasta que por fin se abrió. En ese momento me importaba muy poco si mi hombro estaba dislocado o mi brazo roto.

Entre rápidamente, mirando frenéticamente todo a mí alrededor hasta que di a parar con la bañera. Un chico estaba en ella, ¿pero qué demonios hace? Corrí  velozmente hacia él y lo saqué. Observe el estante junto a la bañera y distinguí varias cajas de medicamentos y píldoras para dormir ¡Oh, mierda! Cerré la canilla para que dejara de librar agua y arrastré al muchacho a la habitación. Lo acosté en la cama, fui otra vez al baño y comencé a buscar unas toallas, arroje todo, me daba igual; luego lo ordenaría. Tome una entre mis manos torpemente y corrí nuevamente a la habitación. Las coloque sobre su tembloroso cuerpo y, rápido como rayo, las acomodo mientras frotaba sus brazos desconsoladamente.

Su mojado y abundante cabello oscuro cubría su rostro, bajando por los costados de este. Temblaba mucho, y hasta note que estaba pálido.

–Por favor dime que no tomaste todas esas cosas –rogué, sintiendo como mi corazón se estrujaba.
Negó débilmente con la cabeza y sentí que mi cuerpo se relajaba–. Te-te teng-go frio –dijo con dificultad, sus dientes tiritaban violentamente.
–¿Necesitas mas toallas? –pregunté, mientras frotaba tranquilizadoramente su espalda.
–No –dijo sin vacilar–. ¿Quieres abrazarme?

Sin pensarlo dos veces envolví apretadamente mis brazos a su alrededor, escondió su rostro en mi hombro y sentí un sollozo. Estaba llorando y eso, por algún motivo, me despedazaba  el corazón. Comencé a acariciar su húmedo cabello y lo acerqué lo más posible a mi cuerpo, para que no tenga más frio.

Sentí su calor desaparecer cuando se movió para volver a la posición en que estaba. Esta vez pude ver su rostro perfectamente.

–¿Tu?  –dijimos al unísono. Ninguno de los dos podía despegar su mirada de los ojos del otro. Sus ojos eran hipnóticos, y me transmitían esa calidez y tranquilidad…

Y entonces todo se sacudió en mi interior. Era el. El era el chico con el que choque aquel día. El chico que no quería abandonar mi mente. Ese chico era Blaine.

–Tu… eres… ¡Eres tú! –exclamó el castaño con la espalda erguida y con una sonrisa que amenazaba con partir su rostro en dos–. Eres Blaine ¿cierto?
–Sí, soy yo –bajo la mirada sonriendo, un tenue rojizo coloreo sus morenas mejillas–. Mira, antes de seguir hablando, debo… debo vestirme.

Kurt no se había percatado de que su acompañante solo traía una toalla vagamente aferrada a su cintura, estaba totalmente anonadado por el tono verde que emanaban los hermosos ojos de Blaine que ni siquiera lo noto.
 
Nunca sabes lo que puede depararte el destino. Aquel desalineado mendigo que recorría las calles en busca de sustento nunca se hubiera imaginado que ese joven millonario, que logró cautivarlo con simples palabras, por alguna bizarra razón terminaría siendo su jefe.  

Blaine miraba fijamente a Kurt mientras se ponía de pie–. Oh, ¿quieres que me vaya? –preguntó el ojiazul desviando la vista involuntariamente y rascando su nuca con nerviosismo, sintiéndose ligeramente incómodo.
–No, no te preocupes –contestó casi instantáneamente Blaine, negando efusivamente con la cabeza–. Me vestiré en el baño –aclaró, apoyando su mano sobre el hombro del castaño, ladeando la cabeza con una ligera sonrisa tirando de las esquinas de su boca. Luego, entre dificultosos chapoteos, Blaine abandonó la habitación.

Kurt dirigió su mirada hacia la puerta del baño, luego hacia su hombro, después de vuelta hacia la dichosa puerta y finalmente la colocó intensamente sobre su hombro. Suspiró sintiéndose ridículo y espero pacientemente unos minutos hasta que Blaine volvió a la habitación. Vestía unos ligeros pantalones de chándal y una camiseta blanca. Simple. Corriente. Pero aun así, se veía hermoso a los ojos de Kurt. Se sentaron uno junto al otro, observándose de reojo por fracciones de segundo, ignorando la pregunta que flotaba por el aire y nadie se atrevía a formular.
 
–¿Qué fue lo que paso? –titubeó en apenas un susurro, buscando la esquiva mirada de Blaine con sus profundos ojos azules. –Mírame, Blaine… solo mírame –suplicó el castaño con la angustia coloreando su voz. Blaine levanto la vista lentamente, dejando al descubierto unos ojos oscurecidos por la abismal tristeza que habitaba en ellos.
–Nada –masculló ahogando un crudo sollozo, antes de derrumbarse entre los brazos del ojiazul con desesperación. Kurt correspondió el abrazo instantáneamente, dejando que varias lágrimas escaparan, mezclándose con las amargas que emergían de los ojos de Blaine.
–Háblame, estoy aquí –murmuró el castaño, respirando con dificultad a causa de los sollozos. Kurt sentía que cada vez que Blaine derramaba una lágrima, un pedazo de su corazón caía al suelo.
El moreno se incorporó limpiándose bruscamente el rostro con el dorso de su mano–. Mi padre me odia… y creo que yo también me odio –dijo mientras apretaba los ojos con fuerza, causando así, que nuevas lágrimas se amontonaran en sus pestañas. Kurt no podía controlar las gotas de agua que resbalaban libremente por sus mejillas–. Estoy cansado, Kurt –declaró, volviendo a apretar el cuerpo del castaño firmemente contra el suyo. Blaine se sentía bien con el ojiazul entre sus brazos, respirando su dulce aroma y sintiendo el constante latido de un corazón ajeno contra su pecho. Nada igualaba esa sensación. Y estaba seguro de que nada nunca lo haría.
–¿Intentaste suicidarte? –preguntó el castaño, tartamudeando levemente al pronunciar la contundente frase. El pánico y la preocupación lo carcomían por dentro, mientras esperaba una respuesta que era de por más predecible.
–Sí –afirmó con una voz desgarradora, más bien, una voz que desgarro a Kurt por dentro–. Sé que fui estúpido y-y
–Escucha, Blaine –se apartaron un poco para mirarse fijamente. Ambos hombres con ojos enrojecidos y sumamente hinchados–. Apenas nos conocemos, pero quiero que me prometas algo.
–¿Qué?
Kurt trato de sonreír, demostrándole así, que todo iba a estar bien–. Prométeme que no volverás a intentarlo –Blaine fijo intensamente su vista al suelo, negándose a formular palabra alguna–. Esta no es la manera de enfrentar tus problemas, Blaine –comenzó Kurt, acariciando la espalda del menor–. Sé que es difícil –suspiró pesadamente–. Créeme que lo sé... Pero esta no es la manera de solucionarlos.
–Bien, dime cual es entonces –ironizó gesticulando con las manos.
–No lo sé –entrelazo lentamente sus manos con las del ojimiel–. Pero si me necesitas, aquí estaré, yo puedo ayudarte a encontrar otra solución –Blaine volvió a abrazarlo estrechamente. Ya no se sentía solo. Ya no lo estaba.
–Gracias –murmuró con satisfacción, sintiendo como el dolor se desvanecía de a poco bajo el suave tacto de Kurt–. Gracias por salvarme.
–Por nada, Blaine.
 
Podrían quedarse envueltos en ese eterno abrazo todo el día, todos los días; pero los deberes de Kurt los frenaban a hacerlo.

–¡Blaine! –clamó un exasperado Kurt–. Tú estás enfermo y te metes en agua helada, ¿qué pasa contigo?
–Lo siento, mamá –bromeó Blaine sonriendo. El ojiazul pensó que daría cualquier cosa por ver esa sonrisa todos los días de su vida–. ¡Achu! –el moreno estornudo arrugando exageradamente la cara, lo que hizo que Kurt riera entre dientes.
–Traeré tu medicina –murmuró Kurt, aún riendo de la nariz color ladrillo de Blaine.
–Si, como sea.

Kurt dirigió sus pasos en dirección hacia el botiquín del baño principal. Agarró un analgésico junto con un vaso de agua, y veloz como un rayo, volvió a la habitación de Blaine. Entró y lo visualizó tratando torpemente de ordenar el desastre que había en su cuarto.
 
–¿Qué haces, Blaine? No, claro que no –regañó el castaño, arrebatándole una camisa mojada que el moreno traía entre las manos–. Tú tienes que dormir, después de todo lo que paso, necesitas descansar.
–Mira lo que es esto. Es... es... –dramatizó desordenándose los rizos con furia–. Un desastre.
–Por eso yo lo ordenaré y tú te acuestas, tonto.
–Yo no dejare que tú limpies todo, Kurt –resopló estruendosamente, haciendo ademanes hacia el cuarto, que ahora era lo más parecido a las cataratas del Niágara reducidas en tamaño.
–Pero... –quiso contradecir, pero Blaine lo interrumpió.
–Déjame ayudarte –suplicó poniendo ojos de cachorrito abandonado.
–Blaine, yo soy el sirviente y yo me tengo que hacer cargo de la limpieza –refunfuño desviando la mirada del rostro de Blaine, que a esta altura se parecía más que nunca al gatito de Shrek.
–Y yo soy Blaine, y quiero ayudarte –sonrió ampliamente, logrando que sus ojos se empequeñecieran ligeramente–. Por favor –volvió a rogar.
–No lo sé –dijo un tanto fastidiado. Levanto la vista tímidamente hasta encontrarse con la mirada penetrante de Blaine y ¡Mierda! No podía decirle que no–. Está bien… –suspiró, sintiéndose derrotado, mientras veía como la sonrisa del ojimiel se agradaba, si eso era posible–. Pero…
–¿Qué? –gruño el moreno.
–Toma tu medicina –susurró con una dulce sonrisa. Blaine murmuró en protesta y Kurt rió de su expresión de disgusto–. Pareces un niño pequeño –declaró el castaño, sonriendo y negando con la cabeza.
–Yo no soy pequeño –replicó, con una voz ridículamente grave.
–Ya, bien, señor mayor. Si quieres ayudarme toma la pastilla.
 
Blaine soltó una estruendosa carcajada, antes de engullir la píldora y hacerse lugar junto a Kurt. Aplaudió varias veces con entusiasmo.
 
–Bien, ¿por dónde empezamos?
–Yo quitaré las rejillas de esta habitación y las del baño y tu… tu puedes llevar la ropa sucia y ¿lavarla? –vaciló Kurt, rascando su nuca con nerviosismo.
–S-si, seguro –titubeó, indeciso.
 
Blaine giró sobre sus talones y se dirigió hacia el cuarto de lavado. Abrió las puertas de todas las habitaciones que aparecían a su paso hasta encontrarlo, ya que nunca había entrado a dicho cuarto en todo lo que llevaba de existencia en la mansión. Entró, pegando su espalda pesadamente contra las paredes, como si el hecho de lavar ropa podría provocarle un colapso nervioso o algo así.
 
En una esquina de la habitación localizó un artefacto blanco, cuadrado y con ¿botones? Era una lavadora, Blaine había visto miles en la televisión, no sería tan difícil usar una. Contuvo sus ganas de buscar “¿Cómo usar una lavadora?” en Google y prosiguió a llenar manualmente el automático aparado con agua. Fácil. Ignoro el estrepitoso ruido que provino de la máquina y con su vista comenzó a buscar el jabón o, según él, “lo que sea que se le pone a la ropa para que se limpie”.
 
En una mano sostenía un envase de detergente líquido, en la otra uno de detergente en polvo; Blaine se encogió de hombros y vertió el contenido de ambos empaques hasta dejarlos completamente vacios. Sin pensarlo dos veces, tomó la ropa compactada entre sus brazos y la arrojo por encima del agua sumamente enjabonada, por simple física, el agua se desbordo por todos los costados del artefacto, mojando el suelo y parte de las paredes. Blaine, escandalizado, retrocedió apresuradamente con una mano firmemente pegada a su pecho. Cuando el agua dejo de brotar, tomo el plomero más cercano y se acerco sigilosamente, como si la lavadora por alguna ridícula razón pudiera transformarse en un “Decepticon” o en algo por el estilo. Usando su improvisada arma cerró la cubierta del artefacto y oprimió el botón de encendido. Gran error. Un estallido hizo que los pelos de su nuca se erizaran.
 
Espuma. Litros y litros de espuma emergían sin control de la lavadora. Blaine, en un desesperado intento por detenerla, comenzó a golpear reiteradamente el aparato con su adorado plumero. No funcionó. Solo logró que el agua y la espuma salieran con más velocidad. La habitación que solía ser beige, ahora estaba cubierta por toneladas de materia blanca y espesa. Blaine consumido por el horror y el pánico comenzó a gritar.
 
***
 
Kurt estaba ensimismado en quitar cada una de las rendijas del suelo, para que así, el agua poco a poco se desagote completamente. Continúo situando las sillas y los sillones en su lugar, luego ordeno el escritorio; distrayéndose inconscientemente con una foto de Blaine. El moreno traía puesto el elegante uniforme que un día Kurt vino a buscar a su habitación. Sus suaves y pálidos dedos se demoraron en el rostro perfectamente fotografiado de Blaine. Suspiró desanimadamente y prosiguió con la limpieza.
 
–¡Kurt! ¡Ayúdame! ¡Kurt! –solo necesito los desconsolados gritos de Blaine para salir de sí mismo. El castaño se deshizo violentamente de lo que sea que sostenía entre sus manos y corrió escaleras abajo.
 
Abrió la puerta del cuarto de lavado bruscamente y lo único que pudo distinguir fue un nítido color blanco. “¿Qué demonios?” Pensaba mientras ingresaba a la habitación cautelosamente.
 
–¿Blaine? ¿Blaine, dónde estas? –repetía mientras se hacía paso entre la espuma.
–Estoy aquí –susurró, emergiendo de la espuma. Lo único que se distinguía de la anatomía del moreno eran sus ojos y boca, ya que estaba completamente cubierto por espuma. Blaine desvió la vista avergonzado y sintiéndose estúpido.
–Blaine… estas… tu… –murmuró Kurt con el seño fruncido. Blaine levanto la vista, y en el momento en que sus ojos se encontraron, ambos hombres soltaron la más grande de las carcajadas. El ojimiel comenzó a toser espuma y eso hizo reír al castaño aun más.
–Ya, Kurt, para –pidió un abochornado Blaine, al mismo tiempo que sacudía la espuma de su cabello y rostro.
El ojiazul comenzó a caminar hacia el moreno aun riendo–. Es solo que… tu… y la lavadora y –no pudo continuar la frase porque un mal paso logró que el castaño se deslizara por la espuma hasta caer, hundiéndose súbitamente en ella. 
Esta vez fue el turno de Blaine de reír–. ¡Hubieras visto tu cara! Fue como… fue como –comenzó a inquietarse porque Kurt no reaparecía por sobre la espuma–. ¿Kurt, estás bien? –la preocupación coloreaba su voz mientras hundía los brazos en el liquido blanco, buscándolo–. Kurt, no es gracioso –murmuró con nerviosismo. De repente, sintió que alguien jalaba uno de sus brazos. Se precipito de ello en el momento en que su cara se hundió en la espuma nuevamente.
 –¡Tu debiste haber visto tu cara! ¡Casi te orinas, Anderson! –bramó Kurt, poniéndose de pie y riéndo de la cara de enfado de Blaine.
–Claro que no –refunfuñó limpiándose la espuma del rostro nuevamente–. Esto no quedara así –advirtió, sonriendo sínicamente. El moreno tomo una gran cantidad de espuma entre sus manos y la arrojó con ímpetu directo al rostro de Kurt.
 
Esto era la guerra. Kurt repitió la acción de Blaine, recibiendo un empujón de parte del moreno. Ambos comenzaron a empujarse y a rodar por la espuma, riendo. Dos niños de cinco años claramente personificados. Siguieron lanzándose espuma por varios minutos más, hasta que Kurt se rindió pidiendo la “paz”. Rieron a carcajadas nuevamente al ver sus rostros cubiertos de espuma. Los niños de cinco años volvieron a la vida en el momento que comenzaron a hacerse barbas, bigotes y peinados raros con la espuma.
 
Cuando todo acabo, Blaine miro detenidamente la piel de Kurt; era tan blanca y suave como la espuma que escurría por ella. Quedo embelesado por la belleza del castaño y por la profundidad de sus hermosos ojos azueles, que parecían cambiar de matices según la luz que desprendía la ventana de la habitación. Por un momento se preguntó que se sentiría rozar el dorso de sus dedos por esa frágil piel, o que se sentiría unir esos bésables labios con los propios, y finalmente que se sentiría hacerlo completamente suyo.
 
–¿Ocurre algo, Blaine? –susurró el castaño, sin aliento. El ojimiel no respondió, solo comenzó a acercarse a Kurt, mirándolo de una manera que el ojiazul no pudo descifrar. Se ubico delante de él, y con los dedos de su mano acaricio el brazo descubierto del castaño, suavemente, solo una vez. Kurt ante el tacto, cerró inconscientemente los ojos y suspiró, Blaine lo tomo como una buena señal y repitió su acción. Sus dedos apenas flotaban por sobre la longitud del brazo y el hombro del castaño.
 
Kurt posó su mano en la cintura del menor y lo acerco más a su cuerpo, ajustadamente. Quería besarlo con desesperación y sabía que eso era algo incorrecto, pero aun así, no podía hacer nada en contra de algo que eventualmente sucedería. Blaine inhalo hondo, llenándose los pulmones del dulce aroma que emanaba el cuerpo de Kurt, alargó una mano y delicadamente limpió la espuma que aun permanecía en el rostro del castaño, demorándose en su mejilla. Kurt bajo su rostro lentamente, dándole el tiempo necesario a Blaine para arrepentirse, pero el moreno no pareció inmutarse. Sus ojos cerrados, sus alientos entremezclándose, sus labios aproximándose con intensidad…
 
Y un portazo en la puerta principal que hizo que ambos se separaran con exabrupto. Sus mejillas se colorearon levemente mientras intentaban recuperar el aliento perdido.
 
–¡Oh, no! Alguien vino y yo no termine de ordenar la casa –exclamó Kurt frotando su sien, frustrado.
–Te-te ayudo –ofreció con dificultad el menor.
–No –vociferó el castaño en un tono innecesariamente molesto–. Di-digo... no. Ve a tu cuarto ¿sí?
Blaine asintió, desilusionado–. ¿Kurt?
–¿Si? –contestó sin prestar atención alguna, limpiando apresuradamente la espuma que aun persistía en el cuarto.
–Gracias, de verdad –dijo. Kurt levantó la vista y vio a Blaine, la sinceridad cruzando claramente su moreno rostro. El castaño sonrió y se dirigió hacia el ojimiel, besando su mejilla con suavidad antes de cerrar la puerta del cuarto de lavado.

Blaine se quedo en estado de shock por unos cuantos segundos, llevando una mano a su mejilla, donde minutos atrás permanecían los suaves labios de Kurt. Sintió una sensación rara brotar en su pecho. Muy rara. En realidad, no entendía ni la mitad de las cosas que ocurrieron hoy con el castaño, pero quería descubrirlo, realmente quería hacerlo. Sacudió la cabeza con brusquedad para alejar esos pensamientos.
 
Corrió escaleras arriba hacia su habitación, cerrando la puerta detrás de sí.

OMG!!! Escribes verdaderamente hermoso lia :-) aqui tienes otra fiel lectora de tus fics! Actualiza pronto o morire  

Besos