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Mensaje por adi-santybritt Vie Mar 14, 2014 8:20 pm

Hola!!!
Wow me encanto!!!
Wanky!!!!
Me alegro que volvieras!!!
PD: que paso con tu colegio, ya ha sido destruido??? XD
Xoxo
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Mar 14, 2014 9:41 pm

WHOAUUUUUUU NO NOS ABANDONES POR MUCHO TIEMPO. ESTUVO EXCELENTE, ME ENCANTO.
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Mensaje por Tat-Tat Vie Mar 14, 2014 10:24 pm

Woooa! Agradezco hayas vuelto.
Que genial que Britt ya haya dado el paso.
Tan wankys!!!
Y San... awww preocupandose de su cuñada.

lo malo es que perdieron la comida, y con el hambre que tenía San xD

No te desaparezcas.
Saludos!
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Mensaje por Sophia27 Miér Mar 19, 2014 4:37 pm

Me alegro que hayas vuelto ya extrañaba leerte, espero que puedas actualizar muy pronto.

No nos hagas sufrir mas.   Fanfic Brittana - "El contrato" - Capitulo 9 - Página 5 597186406
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Mensaje por Jane0_o Miér Abr 09, 2014 1:01 am

Hola.
Si, espero todavia te acuerdes de nosotros y no tardes en actualizar
Saludos
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Mensaje por Dani(: Miér Abr 16, 2014 6:13 pm

No tardes plis plis !!! buen fic  Fanfic Brittana - "El contrato" - Capitulo 9 - Página 5 2145353087 
Dani(:
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Mensaje por KateBrittana Jue Abr 24, 2014 4:23 pm

Espero no hayas abandonado el fic :(
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Mensaje por Jane0_o Lun Jun 02, 2014 2:04 am

Y nos abandonaste de nuevo....
Regres porfa
Saludos
Jane0_o
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Mensaje por Jane0_o Mar Jun 17, 2014 12:22 am

Regresaras?
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Mensaje por monicagleek Mar Jun 17, 2014 11:07 am

:'( :'( :'( :'( :'(
REGRESA!!!!!!!!!
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Mensaje por Dani(: Mar Jun 17, 2014 12:54 pm

regresa :/
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Activo Re: Fanfic Brittana - "El contrato" - Capitulo 9

Mensaje por CamilaFrancisca.- Mar Jul 01, 2014 4:17 am

Se que me demoré mucho Perdón por eso pero he estado en las últimas pruebas  Fanfic Brittana - "El contrato" - Capitulo 9 - Página 5 2824147739 . En serio odio el colegio con todo mi ser pero que le vamos a hacer jaja
Bueno acá les dejo el capitulo y espero que les guste :3 gracias por los comentarios y perdón por el pequeñito abandono  Fanfic Brittana - "El contrato" - Capitulo 9 - Página 5 4065562827 
 Fanfic Brittana - "El contrato" - Capitulo 9 - Página 5 2145353087 
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Capitulo 8


Las ventajas de tener un avión privado eran aún más agradables con una mujer al lado. Hicieron el amor y luego durmieron unas horas, lo cual debería haber sido suficiente para relajarse y llegar a Gran Bretaña descansados. Sin embargo, mientras el avión descendía, Santana percibió el nerviosismo de Brittany e hizo todo lo que estaba en su mano para distraerla.    

Había reservado habitación en un hotel cercano al aeropuerto. Allí pasarían la noche, y se reunirían con su familia al día siguiente en Albany. Sin embargo, su familia tenía otro plan en mente.    Tomaron tierra a primera hora de la mañana, aunque para ellas seguía siendo última hora de la tarde. Por la forma en que Britt movía las manos, Santana sabía que su esposa tenía los nervios a flor de piel.    

Bajaron del avión, ella rodeándola con un brazo. Siguiendo su consejo, Brittany se había cambiado de ropa y llevaba unos vaqueros gastados y una camiseta de manga larga. «No hace falta que te pongas guapa para el chófer», le había dicho, asegurándole que tendrían tiempo para dormir, darse una ducha y vestirse adecuadamente antes de acometer algo importante.    

Sin embargo, cuando la limusina que había pedido se detuvo junto al avión y se abrió la puerta trasera, Santana y Brittany se quedaron petrificadas al ver uno de los tacones de la madre de San apoyándose en el suelo.    

—Me dijiste que no veríamos a nadie en el aeropuerto —murmuró Brittany entre dientes.    

—Y así es.    

Era evidente que la mujer que acababa de bajarse del asiento trasero de la limusina era su madre. El chófer sostenía un paraguas en alto encima de ella para evitar que las gotas de lluvia que caían sobre la pista le arruinaran el peinado que sin duda un peluquero había tardado horas en crear.    

A pesar del horrible matrimonio por el que había pasado, Maribel Lopez aparentaba diez años menos de los que tenía en realidad. Tenía el pelo de color ocre y lo llevaba recogido bajo un elegante sombrero. Vestía un abrigo largo y gris sobre, y de eso Santana estaba segura, una falda estrecha y una blusa. Su madre siempre iba vestida al detalle. A pesar de que el sol se había escondido tras una gruesa capa de nubes, la madre de Santana llevaba unas enormes gafas de sol, bajo las que ocultaba sus ojos y los sentimientos que estos pudieran revelar.    

—Entonces, ¿quién es esa?    

Santana tragó saliva. Si algo había aprendido de su mujer era su tendencia a la inseguridad. Tras la actitud guerrera de Brittany se escondía un poderoso deseo de ser aceptada.    

Estaba segura de que la idea de sugerirle que se quitara el traje de seda y se pusiera cómoda acabaría explotándole irremediablemente en la cara.    

—Es mi madre.    

Britt vaciló, pero Santana la ayudó a seguir adelante poniendo una mano sobre su espalda y empujándola con firmeza.    

—Pero...    

—¿Mamá? —Santana retiró la mano de la espalda de Brittany el tiempo justo para darle dos besos a su madre—. No te esperábamos. —Parecía despreocupada, pero confiaba en que su voz transmitiera el descontento que sentía en aquel momento.    

—No podía permitir que tu esposa y tú aterrizarais sin una bienvenida.    

Santana volvió al lado de Brittany y la empujó para que diera un paso al frente.    

—Brittany, mi madre, Maribel. Mamá, esta es mi esposa, Brittany.    

La madre permitió que sus labios esbozaran una sonrisa.    

—Un placer —dijo, ofreciéndole la mano a su nuera.  

—He oído hablar mucho de usted.    

—¿Es eso cierto? Yo prácticamente no sé nada de ti.    

Brittany se puso tensa y Santana tuvo que interponerse entre las dos mujeres.    

—Estamos aquí para remediarlo —le dijo a su madre—. No deberías haber venido. Ya sabes lo largos que son los viajes desde Estados Unidos.    

Maribel palmeó el hombro de su hija.    

—Estoy segura de que habéis tenido tiempo suficiente para descansar durante el vuelo.    

—Llevamos unos días muy ocupados, como puedes imaginarte. Nos apetecería dormir unas horas.

La madre miró al chófer que sostenía el paraguas sobre su cabeza y luego el coche.  
 
—En ese caso, será mejor que partamos cuanto antes.    

Santana sintió que empezaba a perder el control. Lo peor fue que Brittany no dijo absolutamente nada. Se limitó a mirarlas, primero a una, luego a la otra, con los labios sellados.    

—He reservado habitación en el Plaza.    

—Eso es una estupid...    

—¡Madre! —Santana ya había tenido más que suficiente.    

—Maribel. No te importa que te tutee, ¿verdad? —preguntó Brittany, que por fin había recuperado la voz.    

—Por supuesto que no, querida.    

—Bien. Como puedes ver, necesito darme una ducha desesperadamente y recuperar unas horas de sueño. Espero que seas tan amable de aguardar en Albany hasta nuestra llegada, hasta que Santana y yo nos hayamos quitado de encima al menos parte de este horrible jet lag. —Brittany escogió un tono y unas palabras muy formales, tanto que Santana no la había oído hablar así hasta entonces.    

—Supongo que tienes razón.    

Brittany tomó el brazo de Santana y se apoyó en ella.    

—Te agradezco que hayas venido hasta aquí solo para recibirme. No sabes cuánto significa para mí.    

Santana se había quedado nuevamente sin palabras. Ayudó a su esposa y a su madre a montarse en la parte trasera del coche y luego se unió a ellas. En cuanto la puerta se hubo cerrado, Brittany se acurrucó contra su mujer.    

—Llevas un abrigo precioso —le dijo Britt a su suegra.    

—Gra... gracias.    

—Espero que me digas dónde te lo has comprado. Me temo que no tengo nada parecido y, por el aspecto del cielo, creo que voy a necesitar uno mientras dure mi estancia.    

—Por supuesto, querida. Tendremos tiempo de sobra para ir de compras.    

La preocupación de Santana por la inesperada aparición de su madre empezó a desvanecerse.    

—Mi mujer y mi madre de compras. ¿Debería preocuparme? —se burló.    

—Depende —respondió Brittany  

—¿De?    

—De si tu hermana se nos une. Tres mujeres y una tarjeta de crédito sin límite son un auténtico peligro.    

Todos rieron. Y a pesar de las diferencias más que evidentes entre su madre y su esposa, a Santana no le preocupaba la posibilidad de que no se llevaran bien. Brittany había prestado atención a la descripción de los hábitos de su madre en cuanto al dinero, y la estaba utilizando para ganarse su afecto. Para cuando llegaron al Plaza, Santana estaba segura de que su madre ni siquiera se había percatado de los vaqueros de centro comercial y de los zapatos sin marca que llevaba Brittany, del mismo modo que sabía que en cuanto pudiera su esposa le prendería fuego a todo el atuendo.

Afortunadamente, su madre se despidió de ellas en la puerta y no las siguió al interior del hotel. Todavía estaba amaneciendo y la recepción estaba vacía. El botones las acompañó rápidamente hasta la habitación. Santana le dio una propina y cerró la puerta tras ella.    

Por fin estaban solas. Britt se quitó los zapatos y se dejó caer en el sofá.    

—Puede que acabe gustándome tu madre, aunque antes tendré que superar el hecho de que nos tendiera una emboscada en el aeropuerto.    

—Le pedí que nos esperara en Albany.    

—Es tu madre. Tiene curiosidad.    

—Aun así, debería haber esperado. —Y así se lo haría saber en cuanto tuviera una oportunidad.    

—Necesitaba comprobar con sus propios ojos que no estoy embarazada de cinco meses.    

Santana acababa de colocar su maleta sobre la cama cuando comprendió las palabras de Brittany.    

—¿Embarazada?    

—Por favor, ¿no te has dado cuenta de que no dejaba de mirarme la barriga?    

No, ni siquiera se le había ocurrido.    

—No lo dices en serio.    

—Muy en serio. Era una misión de reconocimiento. Primero para saber si tiene un nieto de camino y segundo para asegurarse de que no soy un desastre sin clase.    

Santana se apoyó en la estructura de la cama y se preguntó si Brittany tendría razón.    

—¿Cómo puedes estar tan segura?    

—Las mujeres son criaturas emocionales. Todo está en sus ojos. Cuando tu madre se ha quitado las gafas, he podido leer cada mirada, cada movimiento.    

Santana se encogió de hombros.  
 
—Creo que te llevaré conmigo al próximo consejo de administración. Parece que se te da bien el espionaje.    

—Cursé psicología como segunda especialidad.    

—Podrías haber hecho carrera en la justicia.    

—No lo creo. Por los cargos de mi padre y todo eso.    

Brittany se levantó del sofá y puso punto final a la conversación. Había dolor en su mirada. Sacó algunas cosas de la maleta y se dirigió al lavabo. Su padre la había marcado de por vida. Desgraciadamente, Santana no sabía cuán profundas eran las heridas. Tendría que descubrirlo.        

Brittany apenas había tenido tiempo de apoyar la cabeza en la almohada cuando Santana la despertó. Se dio una ducha larga con agua muy caliente y tomó un pequeño refrigerio —la comida le provocaba náuseas— antes de partir hacia Albany. La idea de que la familia de Santana observara cada uno de sus movimientos le ponía la piel de gallina. Era consciente de que se había librado del primer interrogatorio de la madre de Santana, pero no sabía si sería capaz de repetirlo ahora que Linda estaría en su terreno.    

Estaba preparada para conocer a la familia al completo. Había escogido para la ocasión un traje de chaqueta con falda color óxido. Santana no se había molestado en preguntarle por qué se había dejado los vaqueros y la camiseta en el hotel, dentro de la papelera de la habitación para ser más concretos. Simplemente se había reído al verlos. ¿Qué otra cosa podía hacer? Nunca debería haber llevado esa ropa consigo y mucho menos habérsela puesto el día en el que Maribel había decidido hacer su aparición. Si volvían a sorprenderla, sería vestida con sus mejores galas. Para ello se aseguró de que toda la ropa que llevaba consigo fuera acorde con el gusto de la anterior duquesa de Albany, quizá unas décadas más joven en cuanto al estilo pero siempre digna de la mujer que caminase del brazo de Santana.    

De camino a Albany Hall dejó de llover. Londres se desvaneció lentamente y el paisaje se llenó de verdes colinas. Brittany intentó relajarse en el asiento junto a su esposa mientras este hablaba de su hermana, que tenía aproximadamente la misma edad que ella.    

— Sofia siempre ha querido que yo sentara la cabeza.    

Britt sintió que se le revolvía el estómago al escuchar aquellas palabras.    

—¿No te preocupa...? —Dejó que la pregunta quedara suspendida en el aire y sus ojos se posaron en el chófer. Quería preguntarle si le preocupaba que su hermana le cogiera cariño a su nueva cuñada en el poco tiempo que duraría su matrimonio.    

Santana permaneció en silencio unos segundos y su rostro se cubrió de incertidumbre.    

—Sofia y tú os llevaréis bien. Es muy agradable. Tal vez un poco consentida, pero no tiene mala intención.    

Brittany aparcó aquella conversación para otro momento más apropiado, cuando ambas pudieran hablar a solas. Empezaba a preocuparle la posibilidad de decepcionar a toda la gente que estaba a punto de conocer. De pronto se acordó de su padre, de los días previos a que le pusieran las esposas.    

Como licenciada en empresariales, Brittany pasaba muchas horas fuera de clase discutiendo con los profesores sobre el éxito de su padre. Incluso Dan, su novio de entonces, quería saberlo todo de Harris Pierce y su pequeño imperio económico e inmobiliario.    

Dan era encantador, carismático y más astuto que un zorro esperando junto a una madriguera a que el conejo asomara su pequeña y peluda cabeza.    

Britt era el conejo que no sabía que estaban jugando con ella.    

Y pensar que se había acostado con el hombre que acabó metiendo a su padre entre rejas... Qué estúpida era. Habían estado saliendo, quedando para estudiar, o eso creía ella, y deshaciendo un buen número de camas. Mientras tanto, Dan grababa todas las conversaciones, en las que le hacía preguntas en apariencia inocentes pero que habían resultado cruciales para construir las acusaciones contra su padre.    

Incluso ahora, años más tarde y sentada junto a la que iba a ser su esposa durante un breve espacio de tiempo, Brittany se ponía enferma al recordarlo. Entonces no había sido consciente de estar revelando pruebas cruciales contra su padre, pero los pecados del viejo eran una bola de nieve cada vez más grande que acabó por matar a su madre y arruinar la vida de Alex.    

Brittany recordaba el día en que Dan le había contado la verdad sobre su identidad, cómo había permanecido impasible mientras un agente federal la amenazaba con la encarcelación de su madre si no colaboraba en la investigación. Le hablaron sobre los agujeros en las prácticas empresariales de su padre y le revelaron que habían instalado micrófonos por toda la casa.    

—Tenemos razones para creer que su madre sabe más de lo que aparenta sobre los delitos de su padre. Si usted no nos demuestra lo contrario, ambos acabarán entre rejas.    

Brittany sabía que su madre no estaba enterada de los negocios de su padre, pero estaba demasiado desconcertada para preguntar por qué un federal querría obligar a una hija a probar la inocencia de su madre. Al final, Dan y sus amigos solo la utilizaron para cargarse a su padre. Sabían que su madre, Martha, no tenía nada que ver con los planes de su padre.    

Brittany reflexionó sobre muchas de las cosas que su padre había hecho a lo largo de los años. Tenía socios, o eso decía él, pero Brittany nunca los había conocido. No fue hasta su primer año de universidad, cuando uno de sus profesores le preguntó por la profesión de su padre, que empezó a sospechar. No pudo darle una respuesta concreta sobre qué hacía para ganar dinero, solo que lo ganaba, y mucho.    

En cuanto a su madre, era la esposa de un hombre rico. Comía con la élite del barrio, nunca fregaba los platos y miraba hacia otro lado cuando su padre tenía una aventura. Siempre iba perfectamente vestida y no permitía que Alex o ella salieran de casa con ropa que pudiera parecer gastada o barata.    

El primer año de universidad le abrió los ojos sobre cómo funcionaba el mundo. Sus compañeras de la hermandad, que desaparecieron como cucarachas cuando su padre ingresó en la cárcel, le enseñaron a administrar el dinero. Dos de ellas provenían de matrimonios rotos y tenían una habilidad especial para separar el dinero de papá de los gastos de cada día y así poder irse de vacaciones en primavera con el resto de las chicas de la hermandad. La llevaron a centros comerciales y grandes superficies donde no tenía por qué dejarse una pequeña fortuna en las compras habituales. Brittany le había contado a su madre con orgullo cómo estaba administrando el dinero para reducir a la mitad el presupuesto que le había asignado su padre.    

Martha echó un vistazo a los vaqueros de Britt y se negó a seguir escuchando.    

—Ninguna hija mía va por ahí vestida así.    

Ofendida pero decidida a que la estrechez de miras de su madre no le impidiera seguir aprendiendo sobre las finanzas del mundo real, Brittany continuó ingresando cada mes casi la mitad de la asignación de su padre en una cuenta aparte. Esa cuenta le salvó el pellejo cuando los federales confiscaron todo el dinero de la familia.    

Ahora que Brittany había recuperado el estilo de vida de antaño, le preocupaba enormemente decepcionar a Maribel, a Sofia y a toda la familia cuando, en menos de un año, les llegara la noticia de su separación.    

Santana cubrió las manos de Brittany con una de las suyas, llamando su atención sobre el incesante modo de retorcerlas sobre su regazo. Britt buscó sus hermosos ojos Cafes y en ellos encontró compasión. «Probablemente cree que estoy nerviosa por conocer a su familia.»    

No tenía la menor idea de que sus preocupaciones eran mucho más profundas.    

Por primera vez desde que llevaba alianza, Brittany empezaba a cuestionarse sus decisiones.    

¿Y si decía o hacía algo que lo estropeara todo y la madre y la hermana de Santana se quedaban sin nada? ¿Sería Linda capaz de soportarlo?    

Un escalofrío le recorrió el cuerpo.    

¿Y si Maribel seguía los pasos de su madre?    

Britt sacudió la cabeza y desterró los recuerdos del entierro de su madre.    

—Todo va a salir bien.    

De repente, Brittany ya no estaba tan segura de ello. Albany Hall se materializó ante sus ojos mientras la limusina recorría el camino que llevaba a la casa.    

—Oh, Dios mío —masculló entre dientes.    

El hogar en el que Santana había pasado su infancia tenía el tamaño de un castillo pequeño. Dos alas sobresalían de una estructura central. Brittany contó tres plantas pero no descartó la posibilidad de que hubiese un sótano enorme bajo tierra. Según Santana, la casa tenía treinta y cinco dormitorios, sin contar los del servicio. También había un salón de baile y un conservatorio, una biblioteca con más libros de los que nadie pudiera leer en su vida y varios salones, bautizados según el color de la decoración.    

—El salón azul está junto a la entrada y el rojo al lado.    

Al bajarse de la limusina y entrar en el mundo de su esposa, Brittany se sintió un poco como Cenicienta la noche del baile, solo que en su versión del cuento el reloj no marcaría las doce de la noche hasta al cabo de un año. Eso debería ser suficiente para que se sintiera más segura, al menos durante un tiempo, pero no dejaba de imaginarse calabazas, ratones corriendo entre sus pies, zapatos de cristal y reproches.  


—¿Lista? —preguntó Santana antes de guiarla hacia el interior de la casa.        

Si Sofia Lopez albergaba alguna duda sobre la presencia de Brittany junto a su hermana, lo disimulaba increíblemente bien. En cuanto Britt hizo su aparición en la enorme mansión de la familia, Sofia se cogió del brazo de su recién estrenada cuñada y no la volvió a soltar. Era joven, guapa, llena de vida y sin duda alguna muy consentida. Maribel la recibió con una sonrisa y le presentó a una tía por parte materna, al tío de Santana y a dos primos que la observaron detenidamente.    

El personal de la casa esperaba a un lado, listo para recoger las maletas, servir el té y fundirse con el entorno.    

—No sabes la ilusión que me hace tener a alguien de mi edad por aquí —le dijo Sofi a Brittany. Su hermana disimulaba el acento británico, pero en Sofia era especialmente marcado.    

—Nunca te ha faltado compañía —le recordó Maribel a su hija.    

—Compañía sí, pero con la familia siempre es diferente. ¿No crees, Brittany? Nunca he tenido una hermana en quien poder confiar.    

Sofia sonrió, mostrando unos dientes blancos y perfectos, y por un instante Britt se sintió culpable. A pesar de que ella sí tenía una hermana, Alex no estaba en condiciones de relacionarse con ella de la forma a la que se refería Sofia.    

Era como si alguien le diese una segunda oportunidad a través de Santana para que pudiera disfrutar de una hermana, aunque el tictac de la bomba que era aquella relación no dejaba de sonar.    

—Supongo que sí —dijo Brittany.    

—Hay té preparado en el salón rojo, Santana. ¿Por qué no nos sentamos cómodamente y nos lo explicas todo sobre tu inesperado noviazgo y matrimonio?    

Santana consiguió colocarse junto a Brittany y tomarla del brazo. El calor que desprendía su cuerpo era un consuelo frente a los pensamientos que la atormentaban. Se inclinó hacia ella y le susurró al oído:    

—¿Cómo lo llevas?    

Brittany se dio cuenta de que Kitty, la prima de Santana, las observaba con los ojos entornados y los labios prietos. Cogió una mano de Santana y le besó los nudillos. La luz que iluminó el rostro de su esposa borró por un momento los oscuros presagios que les aguardaban en el futuro.    

«Bien», respondió en silencio, formando la palabra con los labios, y Santana le apretó la mano.    

Maribel las guió hasta una estancia roja con el techo abovedado y las paredes empapeladas de rojo, gris y blanco. El estampado era muy sutil a pesar de la elección de colores. Las cortinas de seda y varios cuadros de temática floral le otorgaban a la estancia un toque femenino, reforzado por el precioso centro de flores que descansaba sobre la repisa de la chimenea.    

Los hombres se sirvieron pastas y sándwiches de una mesita antes de tomar el té.    

—¿Habías estado alguna vez en Europa? —preguntó Maribel mientras servía té oscuro en unas tazas diminutas.    

—En el instituto.    

—Entonces estarás familiarizada con la hora del té —intervino Sofia.    

—No es más que una excusa para picar a media tarde —repuso Santana.    

Sofi desaprobó las palabras de su hermana con un gesto de la mano.    

—No le escuches. Es alérgica a cualquier cosa que sea remotamente británica. Creo que ninguno de nosotros se sorprendió al escuchar que se había casado con una americana.    

—¡Sofia! —le riñó su madre.    

—Es verdad.    

Brittany apenas podía aguantarse la risa.    

—No es culpa mía que las europeas no me llamaran la atención —se defendió Santana como pudo.    

—Entonces —intervino Kitty, dejando de comer un segundo para preguntar— ¿Brittany y tú os conocéis hace mucho tiempo?    

Las dos habían acordado que fuera Santana quien respondiera a las preguntas más básicas sobre su relación. De esa manera, ninguno de los dos contradiría las palabras de la otra.    

—Yo no diría eso.    

—¿Qué dirías entonces? —preguntó Mary, la tía de Santana.    

—Nos conocimos el mes pasado.    

—¿El mes pasado? —Sofia no daba crédito a lo que acababa de escuchar—. ¿Cómo puedes casarte con alguien a quien apenas conoces?    

Santana dejó la taza sobre la mesa y cogió la mano de Brittany.  
 
—Me habría casado con Brittany el mismo día en que nos conocimos si ella me hubiera dicho que sí. Hay veces en la vida en las que simplemente sabes que estás haciendo lo correcto.    

Paul, el tío de Santana, se incorporó en su silla.    

—Lo correcto, dices. ¿Nos estás ocultando algo?    

La mandíbula de Santana se tensó de repente.    

—¿Qué me estás preguntando exactamente?    

Las mujeres permanecieron en silencio sin apartar la mirada de Brittany.    

—¿Tu mujer está embarazada?    

Santana parecía incómoda.    

—Mi mujer tiene un nombre e insisto en que empieces a utilizarlo en lugar de actuar como si no estuviera presente. —La frialdad con la que se dirigió a su tío heló la sangre de Brittany. Aquella era una faceta de santana que apenas había visto hasta entonces y que esperaba no sufrir en sus propias carnes.    

Paul sonrió con malicia, pero antes de que pudiera decir algo, Brittany respondió por su esposa.    

—No estoy embarazada. Sería imposible, ambas somos mujeres.

A pesar de que las mujeres presentes en el salón no dijeron nada.    

—Entonces os habéis casado por el testamento —intervino Adam, el primo más joven, que estaba sentado junto a Kitty, quien hasta entonces no había intervenido en la conversación.    

Santana se puso en pie de un salto con los puños cerrados. Brittany se apresuró a dejar su taza de té a un lado y sujetar las manos de su esposa.    

—Cariño, sabíamos que pondrían en duda nuestras motivaciones. —A continuación, como si hubiera nacido para mentir, añadió—: ¿Cómo van a entender la chispa que se produjo entre nosotras el día en que nos conocimos, o entender los motivos que nos han llevado a estar juntas y casarnos sin pasar por un noviazgo largo?    

Por fin Maribel se decidió a hablar, serenando los ánimos de los presentes.    

—Haces que parezca muy romántico, Brittany.    

Britt obligó a Santana a sentarse de nuevo y no le soltó la mano para evitar que estrangulase a una parte de su familia.    

—Estoy segura de que no quieres saber todos los detalles, pero tu hija es muy romántica.    

—Yo sí quiero saber los detalles —intervino Sofia, mordiéndose el labio mientras hablaba.    

Santana miró a su hermana con los ojos entornados. Los de Brittany, por su parte, no dejaron de observar a Kitty, que había presenciado la escena sin pronunciar una sola palabra. Su silencio parecía indicar que no le había convencido. Su mirada, fría y calculadora, se detuvo en Santana, y Brittany no pudo más que preguntarse hasta dónde estaba dispuesto a llegar para echarle la mano a la herencia de Santana.        

El mayor de los Parker, de Parker y Parker, estaba sentado frente a Santana, preparado para discutir los detalles de la última voluntad y del testamento de su padre. Santana recordaba haber escuchado las proclamas del viejo duque desde el más allá exigiéndole que se casara si quería heredar el grueso de su fortuna, pero había algunos detalles que no le habían quedado claros. De hecho, el día de la lectura del testamento, Santana había interrumpido al abogado antes de que pudiera terminar. Al fin y al cabo, acababa de cumplir los treinta; los treinta y seis le parecían algo muy lejano.    

Armado con poco más que un traje, una corbata y una expresión estoica en la cara, Mark Parker abrió su maletín y sacó un taco de papeles de al menos cinco centímetros de grueso.    

—Veo que no ha tardado mucho en procurarse una esposa —dijo el abogado.    

El último encuentro entre ambos había tenido lugar un par de meses atrás. Mark le recordó a Santana la fecha máxima que Edmund había estipulado en su testamento, pero lo hizo solo porque estaba obligado. Si Santana no se hubiera ajustado a los plazos, Parker y Parker habrían ganado el veinticinco por ciento del total, la madre y la hermana habrían recibido una pequeña suma, insuficiente para mantener su actual ritmo de vida, y el resto se habría repartido entre Howard y algunas obras benéficas.    

—Brittany y yo somos muy felices —respondió Santana, negándose a disculparse.    

—¿Es eso cierto?    

—Podrá comprobarlo usted mismo durante el fin de semana. Hacía tiempo que no me apetecía volver a casa después del trabajo.    

Qué extraño, no sonaba a mentira. De hecho, le apetecía ver el rostro de su esposa cada noche y cada mañana desde que habían empezado a compartir la cama.    

Mark apretó los labios y las marcas de expresión de su cara se volvieron más definidas.  

—Convencer al bufete de que su matrimonio no es de conveniencia depende únicamente de usted y de su señora esposa.    

—Soy consciente de las cláusulas que Edmund incluyó en el testamento. Estamos aquí para determinar exactamente qué necesita su bufete de mí en los próximos doce meses.    

Mark se rascó la barbilla.    

—Su padre estaba decidido a impedir que usted falseara la situación para superar favorablemente sus demandas.    

Su padre era un imbécil, pero Santana no necesitaba compartir con Mark sus opiniones sobre el viejo.    

—Eso ya lo sabemos.    

—Pasó una cantidad considerable de tiempo en nuestras oficinas redactando las contingencias legales.    

Algo en la forma en que Mark estaba sentado, en el destello que desprendían sus ojos, le ponía el vello de punta.    

—Ya hemos repasado esas contingencias.    

Mark abrió la boca y dibujó una «O» silenciosa con los labios antes de inclinar la cabeza a un lado y continuar.    

—La mayoría. Hemos hablado de casi todas.    

El suelo empezó a temblar bajo los pies de Santana. En lugar de mostrarse insegura ante el astuto abogado, la duqueza se apoyó en el respaldo de la silla y esperó a que le expusiera los detalles.    

—Estoy convencido de que en el momento de la lectura del testamento de Edmund, usted estaba demasiado triste para prestar atención a algunas de las cláusulas adicionales. Por citar una, la que establece que, una vez casada, se leyera y aplicara el codicilo incluido en el testamento. —Mark sonreía abiertamente, como un zorro mirando a un ratón desde las alturas.    

—Estoy intrigada —respondió Santana—. ¿Qué otra cosa podría pedirme mi padre?    

—Aquí tengo una adenda sellada que debía abrirse una vez estuviera casada. —Tras apartar un montón de papeles de la pila, empezó a leer.        

Bien hecho, Santana, hija mía, parece que al final no he educado a una completa inútil. A estas alturas, estoy seguro de que ya formo parte de tu lista de seres más abyectos que jamás hayan pisado la tierra. Te aseguro que solo me mueve la intención de demostrarte lo importante que debería ser para ti la familia. Te burlaste de mí durante toda tu vida adulta, hiciste lo posible para alterar la mía. Supongo que una Mujer mejor habría dejado una buena cantidad de dinero a sus hijos y a su mujer y habría muerto plácidamente con la conciencia tranquila, en lugar de obligar a su heredera a obedecer los dictados de un testamento. Los dos sabemos que nunca he sido ese hombre. Así pues, hija mía, te dejo una última tarea antes de que la herencia pase a ser tuya. Confío en que habrás contraído matrimonio justo antes de tu trigésimo quinto cumpleaños, lo que significa que tienes un año para tu próximo encargo.        

Santana sintió que la sangre empezaba a hervirle en las venas. Sabía perfectamente hacia dónde iba su padre y aun así fue incapaz de impedir que las palabras salieran de la boca de Mark Parker.        

Si realmente has sentado la cabeza y estás lista para seguir con la saga familiar, tendrás que demostrarlo trayendo un heredero al mundo.        

Mark hizo una pausa para comprobar su reacción. Santana se concentró para no apretar los dientes y dobló las manos sobre su regazo, con la imagen de las manos de Brittany flotando en su cabeza.    

¿Qué iba a hacer ahora?        

Estas cosas llevan su tiempo, pero tienes un año para encarrilar tu futura maternidad.        

Al igual que la vez anterior, Santana dejó de prestar atención cuando Mark entró en detalles: el sexo del niño era indiferente, pero tenía que nacer antes de que Santana cumpliera treinta y seis años. Mark terminó de hablar y carraspeó.    

—Parece que su padre pensó en todo.    

—¿Y si mi esposa y yo queremos esperar para formar una familia?    

Mark disimuló una sonrisa.    

—Su padre le dará millones de razones para que acelere sus planes. Claro que si no pensaba formar una familia o seguir casada con...    

Santana interrumpió las palabras del abogado con un gesto.    

—Acabamos de casarnos, Mark. O quizá no se ha dado cuenta de ese pequeño detalle.    

—Me doy cuenta de todo lo que usted hace. Mujeres más grandes que usted se han casado para conseguir sumas millonarias con la intención de divorciarse en cuanto el dinero estuviera ingresado en sus cuentas. —Mark parecía furioso, pronunciando cada palabra con su acento almidonado.    

—Ese anexo estaba sellado, pero usted lo sabía desde el principio, ¿verdad?    

Mark se puso cómodo en su silla y cruzó los brazos sobre el pecho, respondiendo con una leve medio sonrisa. Santana sintió el deseo poco habitual en ella de hacer que Mark, y su falta de sensibilidad, se revolviera en su asiento.    

—En realidad, me gusta la idea de ser madre —dijo Santana, dejando que el acento de su infancia tiñera sus palabras.    

A Mark se le borró la sonrisa de la cara.    

—Brittany será una madre maravillosa. —Lo pensaba realmente, pero aun así puso cara de póquer.    

—Va a necesitar más que palabras para convencernos.    

—De eso no me cabe la menor duda.    

Mark recogió sus papeles y se levantó de la mesa, listo para irse.    

—Estaremos en contacto.    

Santana se puso en pie y le ofreció la mano.    

—Nos vemos este fin de semana en la recepción.    

—Cierto.    

Cuando el abogado se disponía a irse, Santana lo detuvo.    

—Ah, Mark, asegúrese de que sus abogados me hagan llegar una copia del testamento de mi padre.    

Mark asintió y se dirigió hacia la puerta del despacho.    

Santana dio media vuelta y se acercó a la ventana para observar las calles bajo la espesa lluvia.  

Un niño. Maldijo a su padre y todo lo que simbolizaba. Una parte de ella quería escapar de todo, decirle a Brittany que habían descubierto el engaño. Sabía perfectamente que ella se negaría a traer un hijo al mundo por dinero. Los engaños de su propia familia ya le habían causado demasiado daño. No querría engañar a un niño. Joder, si casi podía sentir cómo se le revolvía todo por dentro cada vez que Sofia empezaba a hablar sobre planes de futuro.    

Santana había dado por hecho que los abogados de Parker y Parker intentarían obligarlos a permanecer juntos durante todo el año siguiente. Pensaba que Mark había acudido a su despacho para decirle algo tipo: «Santana, usted y su esposa no pueden estar separados más de dos semanas seguidas si quieren que nos creamos que están felizmente casadas».  

No, los abogados de su padre habían hecho algo mucho más difícil de conseguir.    

Pero ¿y si Brittany se quedaba embarazada? ¿Tan malo sería eso? Una sensación de calor empezó a ascenderle por el pecho. La idea de ver cómo sus curvas se volvían más pronunciadas, cómo sus pechos le llenaban las manos aún más, cómo sostenía entre sus brazos un hijo que también era el suyo...    Santana apartó las imágenes, que no eran especialmente difíciles de imaginar, de su mente.    

Quizá su equipo de abogados podría encontrar alguna ilegalidad en el testamento de su padre. Había asignado el caso a los mejores para ver qué podían hacer.    

Por el momento, mantendría aquel último giro de los acontecimientos en secreto.
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Mensaje por micky morales Mar Jul 01, 2014 11:09 am

con un poco de empeño tal vez brittany aceptaria tener un hijo de santana!
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Mensaje por monicagleek Mar Jul 01, 2014 11:21 am

Vaya vaya que carroñeros tiene santana por familiares!!!
Menudo giro de los acontecimientos jeje ahora porfaaaaaa no tardes en actualizar adoro esta historia
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Mensaje por Dolomiti Mar Jul 01, 2014 12:47 pm

Volviste!! Que bueno! *-* increíble lo de las cláusulas, que pasará ahora?? Saludos! Actualiza pronto *-*
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Mensaje por Jane0_o Mar Jul 01, 2014 3:04 pm

Que bueno que no abandonaste la historia
Saludos y espero tu pronta actu
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Mensaje por 3:) Mar Jul 01, 2014 3:23 pm

holap,...

mmmm san se tiene que poner a crear un bebe,... jajaja
si que se la hizo muy complicado el padre de san para recibir la herencia,...
muero de ganas por saber como vas a adaptar esta parte!!!

nos vemos!!!
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Mensaje por Invitado Mar Jul 01, 2014 10:20 pm

seria super tierno que san y britt tengan un bebe *___* <3 por favor actualiza pronto!! <3 me muero por saber que sigue y que dira britt. :333  Fanfic Brittana - "El contrato" - Capitulo 9 - Página 5 1215408055 Fanfic Brittana - "El contrato" - Capitulo 9 - Página 5 2145353087 
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Mensaje por Invitado Vie Ago 22, 2014 12:59 pm

Que pasó? Ya no vas a seguir la historia :'( yo quiero que la sigas por favor!! U, U. Saludos!
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Mensaje por Invitado Vie Ago 22, 2014 1:02 pm

POR FAVOR! SIGUELA... :'( :''( :'c
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Mensaje por micky morales Sáb Ago 23, 2014 11:21 am

me encantaria que por favor fueses tan amable de avisar si vas o no a continuar con la historia. gracias.
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Mensaje por lauravm98 Miér Ago 27, 2014 1:40 am

Vuelve que el dolor me matavuelve :'( :'(
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Mensaje por CamilaFrancisca.- Miér Sep 10, 2014 11:24 pm

Primero que nada Gracias por los comentarios son las mejores :c Segundo XD puede que me quieran matar y todo eso pero en serio no es mi culpa :( mis días han sido muy agotadores ya que me ponen exámenes y trabajos todos los días -.-' así que ahora como ya estoy de vacaciones y puede que no actualice en una semana ya que viajaré pero subiré en un ratito 2 o 3 capítulos y serán felices y no me van a matar porque soy muy joven :c así que no sean malulis conmigo :(
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Mensaje por Jane0_o Miér Sep 10, 2014 11:41 pm

Si estareesperando ansiosa esos capitulos
Saludos
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Mensaje por CamilaFrancisca.- Jue Sep 11, 2014 1:37 am

Capitulo 9


Brittany no conseguía librarse del jet lag y ya llevaban casi una semana en Europa. Además, vivir en una mentira le resultaba agotador. Incluso Santana empezaba a resentirse.    

La recepción tendría lugar al día siguiente y ya estaba todo preparado. Brittany necesitaba alejarse un rato de su familia política, que podía llegar a ser extenuante. Cuando Santana la encontró, se había escabullido a la biblioteca en busca de una distracción.    

—Estás aquí.

Con un jeans y una chaqueta negra de cuero, Santana estaba para comérsela.

—Creía que habías ido a la oficina.    

Ella negó con la cabeza. —Hoy no podía dejarte sola.    

—¿Qué tiene hoy de especial? —preguntó Brittany, un tanto confundida.    

San se llevó una mano al pecho y fingió una herida mortal.—No puedo creer que te hayas olvidado.    

A Brittany se le escapó la risa.    

—Nunca dejes el trabajo para ser actriz —se burló.    

—No sabes qué día es hoy, ¿verdad?    

No era festivo, ni allí ni en Estados Unidos, el cumpleaños de santana ya había pasado y para el de ella todavía faltaban unos meses.    

—No, no tengo ni idea.    

Santana la cogió de las manos y las apoyó sobre su pecho.    

—Llevamos un mes casadas.    

Dios, era verdad. Y que Santana hubiera pensado en ello y le diera tanta importancia demostraba que la apuesta duquesa era en el fondo una sentimental.    

—Vaya, ya ha pasado un mes. —Aunque parecía mucho menos tiempo.    

—Sé cómo podemos celebrarlo.    

—¿Quieres celebrar nuestro primer mes de casadas?    

Brittany miró por encima del hombro de su mujer para comprobar si había alguien escuchando. No podía ver más allá de la puerta, de modo que decidió preguntarle en otro momento a qué venía tanto revuelo.  
 
Santana le guiñó un ojo y entrelazó los dedos con los suyos.    

—Vamos.    

Salieron de la biblioteca, atravesaron el enorme recibidor y se dirigieron hacia la puerta principal.    

—¿Adónde vamos? —Le gustaba aquella Santana despreocupada que afloraba en los escasos momentos en que se podía relajar.    

—A un sitio.    

—¿Ahora te haces la enigmática? —le preguntó ella—. ¿Adónde?    

—Ya lo verás.    

En lugar de llevarla hasta el coche, caminaron hacia los establos.    

—Dijiste que sabías montar, ¿verdad?    

Habían estado hablando de caballos poco después de llegar a Albany.    

—Sí, pero hace mucho tiempo que no lo hago.    

—Tranquila, que no iremos muy lejos.    

El sol había hecho acto de presencia por primera vez en días. El aire cálido y los pájaros volando a su alrededor aliviaban parte del estrés que Brittany cargaba sobre los hombros. En el establo, encontraron dos caballos ensillados y listos para el paseo. Santana le dio las gracias al chico que había preparado las monturas y luego le susurró algo al oído que Brittany no pudo oír. El chico se sonrojó, miró a Brittany un momento y dio media vuelta.    

—Sí, señora—le dijo a Santana.    

—¿Necesitas ayuda para montar? —le preguntó su mujer.    

La yegua castaña miró a Brittany con recelo mientras esta se le acercaba. Tras un par de caricias, resopló como si quisiera decir «qué remedio».    

—Quizá necesite que me eches una mano.    

Santana entrelazó las manos para que Brittany pudiera apoyarse en ellas. Tras un par de intentos, consiguió subir a lomos de la yegua y cogió las riendas.    

Santana montó con un movimiento impecable de jinete experimentada, manteniendo la espalda recta mientras dirigía su caballo fuera del establo.    

—¿Y cómo se llama este caballo? —preguntó Brittany cuando dirigían las monturas hacia la explanada que se extendía detrás de Albany Hall.    

—Creo que Maggie.  
 
—¿Y el tuyo?    —Blaze.    

Brittany echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.    

—Maggie suena lenta y Blaze rápido.    

Santana le guiñó un ojo.    

—Exacto.    

—Te dije que sabía montar. No hacía falta que escogieras a la abuela del establo para mí. —Maggie cabeceó y los dos se rieron a carcajadas.    

—Creo que no le ha gustado lo que has dicho —bromeó Santana—. Me dijiste que llevabas tiempo sin montar. No quería sentirme responsable si acabas en el suelo con un hueso roto.    

Britt se inclinó sobre el cuello de la yegua y le dio unas palmadas bajo las orejas.    

—No me vas a tirar, ¿verdad?    

—No se atrevería.    

Brittany consideró la posibilidad de llevar el caballo a un trote más rápido pero no tenía ni idea de adónde se dirigían.    

—¿Cuándo fue la última vez que montaste? —preguntó Santana.    

—Antes... —Brittany dejó la frase a medias. Como si ella supiera cómo seguía. Durante muchos años, cada detalle de su vida era antes o después de la caída en desgracia de su familia—. Antes de que mi padre ingresara en prisión —continuó, cuando vio que Santana la observaba pacientemente—. Antes de la muerte de mi madre. Antes de Brad. Antes del intento de suicidio de Alex. Mi hermana y yo solíamos montar juntas muy a menudo. —La imagen de Alex sobre un caballo le arrancó una sonrisa nostálgica.    

—¿Quién es Brad?    

¿Había dicho su nombre en voz alta?    

—Brad es el cerdo con el que estuve saliendo en la universidad.    

—Ahí hay una historia.    

Santana no la presionó en busca de respuestas. Quizá por eso a Brittany no le costó sincerarse.    

—Brad salía conmigo para averiguar cosas de mi padre. Trabajaba para los federales.    

Santana se quedó petrificada.    

—¿Se acostó contigo para llegar a tu padre?    

La rabia que desprendía su voz la hizo sonreír. Era agradable que alguien la viera así.    

—Se acostó conmigo. Me dijo que me quería. Nosotras las mujeres no somos las únicas que mienten para conseguir lo que quieren.    

—Lo debiste de pasar muy mal    

Brittany aún recordaba aquellos días, el dolor, la decepción.    

—Supongo que ya sabes por qué me cuesta confiar en la gente.    

—Me halaga que confíes en mí.    

—Y haces bien —dijo Britt, y le guiñó el ojo. No pensaba desperdiciar aquel día tan bonito haciendo un repaso de su pasado.    

Santana acercó su caballo al de Brittany, le cogió la mano y, acercándosela a los labios, le dio un beso en el dorso.    

Britt sintió que el corazón le daba un vuelco y a continuación se abría como el capullo de una flor. Por mucho que lo intentara, no podía evitar comparar lo que sentía por ella con lo que había creído sentir por Brad. Parecía imposible que fueran del mismo planeta.    

—¿Adónde me llevas? —preguntó, cambiando de tema.    

Santana miró por encima del hombro con una sonrisa pícara en los labios.    

—No te gustan las sorpresas, ¿verdad?    

—Sí me gustan. Es que... Vale, tienes razón, no me gustan. ¿Adónde vamos?    

Santana señaló hacia una extensión de árboles a un kilómetro y medio de allí.    

—Hay un arroyo y, junto a este, una cabaña. He pensado que podríamos comer tranquilamente, las dos solas.    

Brittany relajó los hombros y sonrió como una tonta.    

—Qué tierna.    

—Esa soy yo, la señora Tierna.    

Estaba siendo sarcástica, pero Brittany pensó que el nombre le hacía justicia.    

—Detrás de aquellos árboles, ¿no?    

—Sí.    

Santana mantuvo el paso lento de su caballo, sujetándose con los muslos a los flancos del animal. Brittany no pudo evitar volver a admirar la perfección de su perfil y la anchura de sus hombros, que se estrechaban hasta terminar en una retaguardia perfecta. Se le hacía la boca agua. De pronto no podía pensar en nada que no fuese la cabaña y la privacidad que tendrían allí.    

—¿Cuánto tardaremos en llegar?    

—Media hora como mucho.    

—Mmm. —Y de pronto, sin previo aviso, Brittany clavó los talones en los flancos de Maggie y agarró las riendas con fuerza al tiempo que el caballo echaba a correr.    

—¿Britt? —la llamó Santana a lo lejos.    

Ella pegó las rodillas a la yegua y se sujetó bien hasta que Maggie encontró un ritmo cómodo para correr.    

Bastaron unos segundos para que Santana la alcanzara. Tenía el ceño fruncido, pero se tranquilizó al ver que Brittany sonreía. En lugar de detener los dos caballos, dejó que Blaze tomara la delantera, con Maggie siguiéndole de cerca.    

La brisa, fresca tras varios días de lluvia, azotó el pelo de Brittany hasta liberarlo del clip con el que lo llevaba recogido. El paisaje era una mancha borrosa, aunque no lo suficiente como para no percibir el aroma de la lavanda en flor y de la hierba fresca bajo los cascos de los animales. Podría acostumbrarse fácilmente a todo aquello: a la libertad de alejarse de los problemas a lomos de un caballo, a los kilómetros de campo abierto en los que perderse.    

Llegaron al límite del espacio abierto en cinco minutos y, una vez allí, redujeron la marcha de sus monturas para abrirse paso entre los árboles. Además, Maggie y Brittany tenían que recuperar el aliento.    

—Ha sido genial.    

Santana miró a Brittany fijamente a los ojos. Por primera vez en días, parecía relajado, casi feliz. Brittany creyó que le iba a decir algo, pero san bajó la mirada y tiró de las riendas para dirigir a Blaze hacia el corazón del bosque.    

—Esto es tan bonito. Y tan tranquilo.    

—Cuando era niña, solía venir a caballo hasta aquí para escapar de mi padre.    

—¿Tan malo era? —Al parecer, la relación entre ambos había sido horrible, pero Santana nunca le había explicado nada.    

—Yo no era como él.    

—¿Y eso era lo que quería? ¿Una miniatura de sí mismo?    

Santana asintió.    

Brittany quería hacer más preguntas, pero cuando el camino empezó a estrecharse, Santana se situó delante de ella. Pronto oyeron el rumor del agua por encima del ruido de los caballos.    

Cuando los árboles se abrieron y apareció el arroyo, Brittany comprendió por qué Santana había escogido aquel lugar para refugiarse. El agua cristalina saltaba sobre las piedras formando una pequeña cascada y acariciaba las ramas y los troncos de los árboles. La hierba y el musgo crecían en ambas orillas. Era imposible no imaginar a Santana de pequeña sentado junto al arroyo tirando piedras.  
 
—¿Esto está dentro de la propiedad?    

—Sí. En total son unas doscientas hectáreas, pero este es el lugar más bonito de toda la finca.    

—Es precioso, Santana.    

El camino terminaba en un pequeño prado con una cabaña en un extremo. En cuanto salieron de la protección de los árboles, Santana se bajó del caballo.    

—Les dejaremos beber antes de atarlos.    

Brittany descendió de su montura. Le temblaban las piernas, pero la sensación resultaba refrescante.    

—¿Usáis la cabaña muy a menudo? —preguntó mientras los caballos bebían del arroyo.    

—La verdad es que no. Durante mucho tiempo yo fui el único que venía. Creo que cuando me marché, Gwen cogió el relevo.    

—Se lo preguntaré.    

Santana guió los caballos hasta un poste y los ató, dejándoles suficiente cuerda para que pudieran pastar a sus anchas por el prado.    —Ven, que te enseñaré el interior.    

Brittany se cogió de su mano y, deleitándose en la calidez que desprendían sus dedos alrededor de los de ella, le siguió hasta el porche de la cabaña.    La puerta se abrió con un pequeño empujón.    

—¿No la cerráis?    

—No hace falta.    

Al entrar, Brittany se quedó sin aliento.    

En el centro de la estancia había una mesa lista para dos personas: servilletas de lino, platos de porcelana y copas de cristal; junto a la mesa, una cubitera con una botella de vino enfriándose en su interior; encima de ella, bandejas de plata repletas de comida.    

—Oh, Santana, esto es increíble.    

—¿Te gusta?    

Se volvió hacia ella y le pasó un brazo alrededor de la cintura. Levantó la mirada, sonrió y acercó los labios a los de su esposa.    

—Me encanta.    

Santana aceptó el ofrecimiento con un beso corto, pero cuando ella se disponía a retirarse, la sujetó contra su cuerpo e inclinó la cabeza. Lo que había empezado como una señal de gratitud pronto se convirtió en algo más serio.    

La sensación que despertaban las manos de Santana acariciándole la espalda le arrancó un gemido desde lo más profundo de su ser. Allí  donde sus cuerpos entraban en contacto, la temperatura subía al instante. Cuando hacían el amor, era como si nunca pudieran tocarse lo suficiente. Santana le mordió el labio mientras con una mano buscaba sus pechos.    

—Soy una mala persona —le dijo entre besos.    

Ella echó la cabeza hacia atrás, sin acabar de entender sus palabras.    

—¿Por qué lo dices?    

La empujó suavemente hacia el interior de la cabaña y cerró la puerta tras ella.    

—Ni siquiera hemos comido y ya me he abalanzado sobre ti.    

Entre risas, Brittany se quitó los zapatos y le ayudó a deshacerse del jersey.    

—¿Me estás diciendo que la idea era solo comer?    

Santana le desabrochó la falda y la lanzó al otro lado de la habitación.    

—Primero comer, luego hacer el amor. Ese era el plan.    

Brittany trazó la línea de la mandíbula de Santana con la lengua y luego siguió bajando hacia uno de sus pezones erectos.    

—Hacer el amor, comer... —murmuró, abriéndose paso hacia el otro pezón entre risas—. Y hacer el amor otra vez.

Sin dejar de quitarle la ropa, Santana la fue empujando lejos de la comida hacia el único dormitorio de la cabaña. A Brittany apenas le dio tiempo a admirar la delicadeza de las cortinas de encaje que enmarcaban las ventanas o la colcha cosida a mano que cubría la cama. Cuando reparó en ellas, ya tenía a Santana encima.    

—Me encanta sentir tu peso sobre mi cuerpo —le dijo.    

—Sí, te encanta.    

Con gran habilidad, Santana consiguió desabrocharle el sujetador y lo lanzó al otro lado de la habitación en cuestión de segundos. Luego le lamió un pezón, describió un círculo alrededor de la punta y lo chupó.    

—Sabes a primavera —murmuró, antes de prestarle atención al otro pecho.    

Esta vez se tomó su tiempo para cubrirla de lametones lentos y acompasados, arrancándole un escalofrío de placer con cada nuevo movimiento. Luego fue bajando por su firme vientre, le quitó las medias y dibujó con la boca un sendero por encima de la cadera y muslo abajo.    

Cada vez que hacían el amor, no tardaban en entregarse . Sin embargo, esta vez Brittany presentía que sería diferente, más pausado pero igualmente placentero. Santana deslizó la yema del pulgar por el muslo de su esposa y, sujetando las braguitas con un dedo, le acarició la zona más sensible de la cadera.    

—Creo que mi sustento —dijo, rozando la carne con una bocanada de su cálido aliento— será antes y después de que nos comamos lo que hay sobre la mesa.    
De repente, Brittany se sintió vulnerable. Por muy cómoda que estuviera encima de una cama con San, nadie la había besado jamás entre las piernas.    

—¿Qué te pasa? —preguntó Santana, entornando los ojos preocupada y con la barbilla peligrosamente cerca de sus braguitas empapadas.    

—No he... —No era virgen, pero en aquello en concreto podía decirse que sí—. Nadie me ha... —Bajó la mirada hasta su monte de venus y luego la volvió a levantar.    

Un destello de comprensión iluminó los ojos de Santana y en sus labios apareció una sonrisa amable.    

—¿Nunca?    

Ella respondió que no con la cabeza.    

Santana acercó los labios y le besó la piel que se extendía bajo el ombligo sin apartar los ojos de los suyos.    

—Me gusta.  

Con aquellas dos palabras, Brittany se olvidó de la vergüenza y se dejó llevar entre los brazos experimentados de su mujer. Santana apartó la tela de las braguitas y buscó la cálida carne con la lengua. La besó una y otra vez, rodeando su sexo con la boca abierta hasta que ella separó los muslos y le dejó espacio para poder maniobrar. Besó, lamió y gimió hasta casi doblegar la voluntad de Brittany e incitarla a pedir más. Cuando rozó con los labios el punto más sensible de todo su cuerpo, ella estuvo a punto de levantarse de la cama de un salto. Santana la retuvo describiendo círculos con la lengua, provocándola y arrancando pequeños espasmos de lo más profundo de su cuerpo. La intensidad del orgasmo que se estaba formando en su interior no se parecía a nada que Brittany hubiese experimentado. Santana la llevó al límite para luego obligarla a retroceder, con las uñas clavadas en sus hombros.    

Era una tentación, un profesor que le enseñaba a ansiar lo que aún estaba por llegar, y lo único que podía hacer ella era suplicar más.  


—Por favor.    

Con un lametón rápido y una ligera presión, Brittany sintió que se abrían las compuertas y gritó. Todo su cuerpo tembló mientras ella disfrutaba de aquella sensación tan intensa hasta el final.    

Cuando por fin se atrevió a abrir los ojos, lo primero que vio fue la sonrisa de Santana a escasos centímetros de su cara. No había dejado de acariciarla ni un segundo para que tuviera tiempo de recuperarse.    

—Eres malvada —murmuró Brittany con voz grave.    

Santana la besó suavemente en los labios.    

—Y tú muy sexy. Ahora que ya sé a qué sabes, te aviso que querré más.    

Brittany le acarició la cintura y se sorprendió al descubrir que se había quitado la ropa. Recibir y no dar a cambio era algo que no iba con ella, de modo que sonrió y la empujó de espaldas sobre la cama para tomar el relevo. Siguiendo su ejemplo, trazó la línea de su cadera primero con los dedos y luego con la lengua. El sabor entre el almizcle y la sal de la piel de su mujer le estimuló las papilas gustativas hasta que no pudo evitar que se le hiciera la boca agua.    

—¿Debería preocuparme? —susurró Santana cuando Brittany rozó su centro con la boca.    

—¿Qué? —preguntó ella, haciéndose la inocente—. Lo he visto en las películas. —No era cierto, pero quería que Santana lo creyera. En eso sí que tenía algo de experiencia. Además se explicaba en algunos de los libros que leía de vez en cuando. Al parecer, muchos autores se conocían la mecánica al dedillo.    

—Pero...    

Brittany la atrajo hacia su lengua.    

—Santo Dios. —Santana gimió y levantó un poco la cadera, suplicando más.    

Brittany sonrió sin apartarse, sin dejar de lamer y saborear, y deseando darle placer casi tanto como a sí misma. El olor a almizcle y a sexo le embargaba los sentidos mientras la llevaba al límite del placer para retirarse un segundo antes. Habría continuado gustosa, pero Santana la apartó suavemente.    

—Demasiado.    

—¿No te gusta? —preguntó ella para provocarlo, consciente de que le encantaba lo que le estaba haciendo. Quería llegar hasta el final, al igual que lo había hecho él con ella.  
 

—En otro momento —respondió Santana.    

Cuando se besaron, el sabor de sus salivas se hizo uno. Santana se abrió paso entre sus piernas, llenando hasta el último centímetro, dilatando la carne con su impaciencia. Empujó para que sus cuerpos se encontraran, se retiró y volvió a empujar sus dedos dentro de ella. Tenía su otra mano hundida en la melena de Brittany y la sujetaba con fuerza mientras el cuerpo de ella respondía con una pasión y un deseo renovados.    

Brittany nunca tenía suficiente. Sus pechos acariciaron el suave pecho de Santana. Ella sentía que el corazón se le estrellaba contra las costillas con cada latido, como si quisiera saltar al pecho de su amante. Por mucho que Brittany se dijera a sí misma una y otra vez que el tiempo que pasaban juntas solo era una forma de aliviar sus necesidades mutuas, de satisfacer sexualmente a la otra, no podía evitar que trocitos diminutos de su corazón se fundieran con el de su Esposa.    

Se movían al unísono, tensas como las cuerdas de un violín, hasta que ella no pudo más y se dejó arrastrar por la corriente. Santana la sujetó contra su cuerpo y le gimió al oído mientras alejaba sus dedos abajo con ella.    

El mundo dejó de dar vueltas a su alrededor. Santana le susurró palabras dulces al oído y de repente Brittany supo que se había metido en un buen lío. Enamorarse de su mujer no formaba parte de los planes. Y a pesar de la sinceridad que se habían demostrado hasta entonces, a Brittany no le pareció conveniente hablar de sus preocupaciones en voz alta.    

Se apartó de sus brazos enseguida. Todavía no había recuperado el aliento y el calor que habían desprendido sus cuerpos, y que aún flotaba en el ambiente, empezaba a afectarle. Pero justo entonces oyó el sonido de sus tripas: la escapatoria perfecta.    

—Me muero de hambre.        

Albany Hall se llenó de gente, todos deseosos de ver a la nueva duquesa, la mujer con la que Santana finalmente se había casado. La gente murmuraría a sus espaldas, de eso ella no tenía la menor duda, pero nadie se atrevería a mostrar nada que no fuera respeto hacia ella y hacia su esposa.    

Sorprendió a Brittany al fondo de la sala, hablando con Gwen y con una pareja. Su mujer había escogido un vestido de noche increíble de color marfil con un escote que le caía hasta el final de la espalda. Santana le había regalado un collar con una esmeralda en el centro y unos pendientes a juego. Los zapatos, montados sobre unos tacones de diez centímetros, asomaban por una abertura en la seda que le llegaba hasta el muslo. Aquella mujer era increíble. Tenía esa elegancia que no se puede aprender y una belleza nada superficial. Santana estaba orgullosa de poder gritar a los cuatro vientos que aquella era su esposa.    

Quinn, que había viajado a Reino Unido para la ocasión, estaba junto a él.    

—No doy crédito a la transformación que ha sufrido tu mujer —le susurró al oído para que solo su amiga la escuchara.    

—Es preciosa.    

Lo extraño era que a ella no le habían sorprendido los cambios. Era como si Brittany estuviera floreciendo ante sus ojos, cada día con un poco más de luz y de seguridad en la forma de andar.    

—Es más que eso. —La mirada de Quinn se clavó en uno de los abogados de Parker y Parker que estaba al otro lado del salón—. ¿Cómo te va?    

Santana no tenía intención de comentar los detalles del testamento en un lugar lleno de oídos indiscretos.    

—Perfecto. En unos días volvemos a Estados Unidos. Sofia quería venirse con nosotros, pero al final he conseguido convencerla para que entienda que Brittany y yo necesitamos pasar tiempo a solas antes de empezar a invitar a la familia.    

Quinn se rió.    

—¿Y te ha funcionado?    

—Por supuesto.    

¿Por qué no? Más de la mitad de la familia las había visto llegar el día anterior, después de la escapada a la cabaña. Tras hacer el amor, comer y encontrar un lugar soleado sobre la hierba para hacer el amor por segunda vez, llevaban la ropa y el pelo hecho un auténtico desastre. Era imposible no deducir lo que había pasado.    

—Cuidado, Santana.    

Santana levantó la copa y miró a su amiga por encima del borde.    

—¿Cuidado con qué?    

—Hay algo distinto en ti. Ve con cuidado.    

Santana se cuadró.    

—Siempre lo hago.  

Brittany se dirigía hacia ellas con una sonrisa en los labios. Santana bajó la copa y deslizó un brazo alrededor de su cintura.    

—¿Recuerdas a Quinn?    

—¿Y quién no? —Brittany se inclinó hacia la amiga de su esposa y esta la besó en la mejilla. A pesar de que su mejor amiga no suponía una amenaza para ella, a Santana no le gustó ver cómo se iluminaban los ojos de su esposa al mirar a Quinn—. ¿Ya te han llamado de Hollywood?    

Quinnsoltó una carcajada. Brittany bromeaba con su apariencia, tan propia de Hollywood que, si alguna vez se cansaba de intentar labrarse una carrera en la política, podría conseguir fácilmente un papel en una película.    

—Aún no. Supongo que sigo a la espera.    

El brazo de Santana que rodeaba la cintura de su esposa se puso tenso.    

—Tu madre sugiere que nos traslademos al salón de baile para empezar. Parece que nadie tiene intención de salir a la pista hasta que tú y yo hayamos bailado un par de compases.    

La idea de tener a Brittany tan cerca de su cuerpo era suficiente para inspirar sus dotes como bailarina.    

—Si nos disculpas.    

Quinn asintió mientras la pareja se alejaba.    

—¿Te he dicho lo guapa que estás esta noche? —le susurró Santana al oído.    

—Sí, lo has hecho. Tú tampoco estás nada mal.    

Santana sonrió alagada. Al final se había decantado por un vestido rojo hasta mas abajo de las rodillas. ¿Por qué no? No habían tenido la oportunidad de ponerse elegantes para la boda y aquello era una buena manera de compensarlo.    

Hicieron su entrada en el salón de baile. En una esquina, un cuarteto de cuerda amenizaba la velada. Cuando los músicos se percataron de su presencia, terminaron la canción que estaban tocando y pasaron a la siguiente.    

En cuanto la música empezó a sonar, Santana guió a Brittany hacia el centro del salón y abrió los brazos para recibirla. Ella apoyó las manos en sus hombros y ambas empezaron a moverse al ritmo de la música.    

—La gente nos mira —susurró Brittany, con las mejillas coloradas de la vergüenza.    

Santana deslizó la mano por el borde del vestido hacia la curva de su espalda y la atrajo más cerca.    

—Es lo que se suele hacer cuando las recién casadas bailan. Además —bromeó al sentir que se ponía aún más tensa—, seguro que están esperando a que tropiece —. Y la hizo girar sobre sí misma, pegados la una con la otra.    

—Pues van a esperar un buen rato, porque se nota que sabes lo que estás haciendo.    

Santana cogió la mano con la que su esposa le rodeaba el cuello y juntas dibujaron una nueva figura.    

—He bailado un par de veces. —O tres o cuatro.    

Brittany se dejó llevar entre los brazos de Santana. Cuando sonó la última nota, se estaban mirando a los ojos. Santana se inclinó hacia ella y la besó.  

El salón se llenó con el destello de los flashes y varias personas aplaudieron antes de que el cuarteto tocara la siguiente canción. Esta vez la pista se llenó rápidamente.  

—¿El beso era para las cámaras? —le susurró Brittany al oído.

—Ese beso era para ti —respondió Ella con una sonrisa—. Pero este otro... —Rodeó a Brittany con un brazo, la obligó a echarse hacia atrás y la besó de nuevo en los labios—. Este sí es para las cámaras.    

Brittany se mordió el labio y sonrió.    

—Jesús, y yo que creía que a los ingleses no os gustaban las muestras de afecto en público.    

Santana soltó una carcajada.    

—Y las dos sabemos cuánto me enorgullezco de ser inglesa.    

Siguieron girando al ritmo de la música, sin dejar de reír, hasta que Santana notó una mano en el hombro. Miró hacia atrás y vio a su amiga Quinn sonriendo.    

—¿Os importa si interrumpo?    

Estuvo a punto de mandarle a paseo, pero al final asintió y le dejó que bailara con su esposa.    

Los siguió con la mirada mientras daban vueltas por la pista, preguntándose qué le estaría diciendo Quinn para que ella se riera tanto.    

—Tranquilo, hermanita —se burló Sofia, que había aparecido a su lado—. Solo están bailando.    

—¿Qué? —Santana parpadeó y miró a su hermana.  
 
—Que solo están bailando. Y esperaba que tú bailaras conmigo —dijo, tirando de la mano de su hermana hasta que este accedió—. ¿Sabes? Me cae muy bien.    

Santana tuvo que girar con sofia entre los brazos para no perder a Brittany de vista.    

—Tú también le caes bien.    

—Es mucho más agradable que cualquiera de las chicas con las que has salido antes. Sé muy bien por qué te has casado con ella. Y eso sin tener en cuenta que además es americana, lo cual hubiera cabreado a papá.    

Al oír aquellas palabras, Santana centró toda su atención en Sofia.    

—No me he casado con ella para llevarle la contraria a nuestro difunto padre. —No, se había casado con ella por su culpa.    

—Pero tampoco está de más saber que él no lo habría aprobado.    

¿Tan transparente era que incluso su hermana era consciente de sus traumas? ¿Y si todo el esfuerzo, todas las mentiras, tenían como único objetivo disgustar a un hombre muerto? ¿Qué pasaría cuando Santana se liberara de toda la animosidad y el dolor del pasado?    

—No frunzas el ceño, Santana. La gente creerá que estamos discutiendo.    

Santana hizo girar a su hermana y se obligó a sonreír.    

—Y tú, Sofia, ¿nunca pensaste en llevarle la contraria a papá?    

—No —respondió ella, sacudiendo la cabeza—. Mamá me necesitaba a su lado. ¿Te imaginas quedarte aquí a solas con él?    

Santana parpadeó al oír las palabras de su hermana.    

—No me lo imagino, pero dudo que mamá quisiera que sus hijas renunciaran a vivir su vida por ella.    

Sofia le dio unas palmadas en el brazo.    

—Lo sé. Hemos hablado de viajes, de ver el mundo sin tenerla siempre a mi lado. Supongo que ahora que has sentado cabeza, madre se centrará más en ti y en tu familia.    

—Solo somos Brittany y yo.    

—Por favor, que no estoy ciega. No tardaréis mucho en aumentar la familia.    

La canción llegaba a su fin y, por suerte, daría por concluido el baile con su hermana.    

—Ni siquiera hemos partido el pastel de bodas, Sofi. No empecemos a pensar en futuros pasteles de cumpleaños. Pero su mente ya lo hacía desde que su prima había contaminado sus planes y sus intenciones con un obstáculo más.  

Las hermanas se separaron. Santana buscó a Brittany con la mirada, pero por desgracia, su tía la acorraló para que bailara con ella, y Brittany cayó en los brazos de uno de sus retorcidos primos.    

La fiesta se alargó hasta altas horas de la madrugada. Los invitados que habían acudido de lejos pasaron el resto de la noche en alguna de las numerosas habitaciones de la mansión, mientras que los que vivían por la zona regresaron a sus casas.    

Una vez en el dormitorio, Brittany se quitó los zapatos junto a la puerta y hundió los dedos de los pies en el suave tejido de la alfombra.    

—Ah, qué gustito.    

—Empezaba a creer que algunos de los invitados no pensaban irse nunca.    

—¿Irse? Un grupo de hombres se ha retirado al salón azul a fumar y jugar a cartas. Por su forma de hablar, cualquiera diría que son caballeros ingleses del siglo XVIII.    

Santana se quitó el vestido y los zapatos.    

—¿A qué te refieres?    

—Uno de ellos, creo que se llamaba Gilbert...    

—Gilabert —la corrigió Santana, visualizando la imagen del hombre—. Dinero viejo como su padre y costumbres talladas en piedra.    

—Un nombre de lo más exótico, pero da igual. La esposa de uno de sus compañeros de póquer ha preguntado si podía unirse y el tal Gilabert la ha rechazado. «De ninguna manera. No está permitida la entrada a mujeres.» —Brittany había bajado la voz e imitaba la forma de hablar del hombre fingiendo un dejo británico en la pronunciación.    

—Muy propio de él.    

—Si me lo hubiese dicho a mí, me habría sentado a su diestra solo para molestarle.    

A Santana le habría encantado estar presente para verlo.    

—Multiplícalo por diez y tendrás a mi padre.    

Brittany abrió los ojos como platos, horrorizada.    

—Lo siento mucho, Santana.    

—Yo también.    

Brittany entró en el vestidor sacudiendo la cabeza y Santana quedo solo en ropa interior.

—Somos un desastre, las das —dijo britt desde la otra estancia.    

—¿En serio? ¿Por qué lo dices?    

—Nuestros padres nos la jugaron bien jugada. El tuyo se niega a resignarse a su tumba y sigue tomando decisiones a diestro y siniestro, y el mío me obliga a cuestionarme la sinceridad de cada hombre y mujer que pasa por mi vida.    

Santana dejó lo que estaba haciendo para mirar a su esposa.  

—No parece que te cuestiones la mía.    

—Pero lo hice, al principio. Esos días ya son agua pasada. Me he acostumbrado a ti.    

—¿En serio? —preguntó Santana, sonriendo.    

—Has sido sincera conmigo desde el principio. Y te admiro por ello.    

De pronto la duquesa no supo qué decir. Debería aprovechar la ocasión, contarle el nuevo e insignificante problema que el abogado se había sacado de la chistera, pero tenía la boca más seca que el desierto.    

—Me he sorprendido cuando algunos de tus colegas me han contado que eres implacable en los negocios. Supongo que es un aspecto de ti que no conozco.    

Era implacable y mucho más. Santana Lopez nunca perdía. Sus ojos no se apartaban ni un segundo del objetivo que se hubiera marcado.    

—¿Alguien te ha hablado mal de mí?    

—Por favor, Santana, sabes que no lo habría permitido. No, nada de críticas, solo información. Ha sido un poco extraño. Incluso el abogado... ¿Cómo se llama?    

Santana sintió que el corazón le daba un vuelco.    

—¿Mark Parker?    

—El mismo.    

Tenía que sentarse cuanto antes. Menos mal que tenía la cama detrás.    

—Me ha dicho que tu padre y tú sois tal para cual cuando se trata de ser despiadados para conseguir lo que queréis. No he podido evitar reírme. He recordado la cena en el restaurante en Malibú, tú sentado frente a mí diciéndome que todo el mundo tiene un precio. Por un momento me ha parecido que Mark quería añadir algo, pero yo no paraba de reírme. Creo que cuando se ha ido estaba molesto conmigo.  

Santana suspiró aliviada. Mark había mantenido la boca cerrada. Gracias a Dios. No es que tuviera intención de ocultarle indefinidamente la nueva cláusula a su esposa, solo necesitaba más tiempo para encontrar un camino alternativo, algo a lo que agarrarse para poder quedarse con la herencia sin tener que renunciar a Brittany. Bueno, al menos durante un año. Menos de doce meses.    

Brittany carraspeó desde el otro lado de la habitación, desde donde la observaba apoyada en el marco de la puerta.    

Se había puesto un salto de cama de encaje blanco con unas braguitas minúsculas a juego que apenas tapaban nada. La melena, que durante toda la velada había llevado recogida en un moño alto, caía ahora sobre sus hombros como una hermosa cascada de reflejos rubios.

su cuerpo cobró vida cuando ella se acercó cruzando la estancia y moviendo las caderas al ritmo del latido de su corazón.    

Santana ya se había quitado la ropa interior y Brittany no pudo evitar bajar la mirada.    

—Parece que tú no estás cansada.    

Brittany deslizó una mano por el pecho de Santana y ella respiró profundamente, embriagándose del aroma de su piel. Trescientos sesenta y cinco días no parecían suficientes.    

—Además —le susurró Brittany al oído con su voz más grave y sensual—, no hemos celebrado nuestra noche de bodas como Dios manda. Propongo que recuperemos el tiempo perdido. —paso su mano por entre medio de los pecho de Santana.  

Brittany ya se había estirado sobre las sábanas, con una rodilla en alto a modo de ofrecimiento. Santana desterró todo pensamiento sobre abogados, sobre el mañana o sobre el año que le esperaba, y le hizo el amor a su mujer.
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