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Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,...
vamos a prender fuego a andre, seguro es puro silicona ok ya jajajajajjajaj,...!!!!!!!!!!!!!!!
bueno por lo menos britt,.. le dio la chance de que hable y diga su verdad, me gusto el voto de confianza que le dio rachel a san...
si san en 4 dias,. no come y toma nada,.. no quiero que se muera en el mes o mas tiempo que britt se tome su tiempo!!!
nos vemos!!!!
vamos a prender fuego a andre, seguro es puro silicona ok ya jajajajajjajaj,...!!!!!!!!!!!!!!!
bueno por lo menos britt,.. le dio la chance de que hable y diga su verdad, me gusto el voto de confianza que le dio rachel a san...
si san en 4 dias,. no come y toma nada,.. no quiero que se muera en el mes o mas tiempo que britt se tome su tiempo!!!
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
este fic se ha convertido en uno de mis favoritos, imaginarme a santana tan atormentada y solo viviendo a traves de brittany es raro pero agradable, podra britt creer en san y que pasara ahora que santana cree haber perdido la razon para todo lo que hace, hasta muy pronto!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
3:) escribió:holap,...
vamos a prender fuego a andre, seguro es puro silicona ok ya jajajajajjajaj,...!!!!!!!!!!!!!!!
bueno por lo menos britt,.. le dio la chance de que hable y diga su verdad, me gusto el voto de confianza que le dio rachel a san...
si san en 4 dias,. no come y toma nada,.. no quiero que se muera en el mes o mas tiempo que britt se tome su tiempo!!!
nos vemos!!!!
Hola hola!
Rach cree que en san aunque britt es demasiado cabeza dura!! y ya veremos como san estara cuando britt abra los ojos !!
Saludos gracias x comentar
micky morales escribió:este fic se ha convertido en uno de mis favoritos, imaginarme a santana tan atormentada y solo viviendo a traves de brittany es raro pero agradable, podra britt creer en san y que pasara ahora que santana cree haber perdido la razon para todo lo que hace, hasta muy pronto!
Hola!
Me alegra demasiado oir eso y si es un poco raro pero como dijiste raro agradable y britt es muy terca y insegura :l
Saludos gracias por comentar
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 12
Me desperté con un sobresalto, pero duró poco. Estaba en el asiento del pasajero en el auto de Rachel, con el cinturón de seguridad apretado a mí alrededor y la luz de la mañana abriéndose paso dentro del coche. Miraba al techo porque mi asiento estaba reclinado. Desabroché mi cinturón y me removí en él.
Santana se encontraba reclinada en el asiento del conductor, despierta y mirándome.
— ¿Qué hora es? —pregunté, alejándome un poco más para mirarla directamente.
—Un poco después de las cinco, creo —dijo, las medias lunas bajo sus ojos se oscurecieron. No estaba segura de cuánto tiempo Santana había pasado sin dormir, pero sabía que, fuera una noche o cuatro, no era nada saludable.
Yo, nosotras siendo la verdadera barra de dinamita, era tan poco saludable para ella, como lo era ella para mí.
Mi primera clase era a las nueve, así que no había manera de evitar llegar tarde a menos que fuera a treinta kilómetros por encima del límite de velocidad.
—Tengo que irme —dije, alcanzando la palanca para levantar el asiento.
Santana no se movió, sólo se quedó reclinada, enroscada en esa posición, la mirada fija en el espacio donde yo había estado durmiendo.
Finalmente suspiró. —Sí, lo sé. Enderezando su asiento, salió del coche. Me esperó mientras yo daba la vuelta, sujetó la puerta abierta y daba puntapiés al suelo. Otro adiós que tenía que decir a Santana, del tipo semipermanente, y no quería hacerlo otra vez.
—Adiós —susurré, escurriéndome al pasarla para meterme en el auto, la palabra atascada en mi garganta con un sabor acre.
Sus brazos me rodearon repentinamente y me atrajo hacia sí, sorprendiéndome. Se aferró a mí, negándose a dejarme, y se lo permití. En el pasado, siempre se sentía como que era Santana la que me sostenía cuando nos hallábamos así de cerca, pero ahora se sentía como que era yo quien la sostenía a ella.
Acariciando mi cuello con su nariz, su cuerpo se estremeció.
Empezaría a llorar de nuevo si no me dejaba ir.
Yo estaba a un suspiro contra mi cuello de derramar la primera lágrima cuando sus brazos se alejaron, se sentía como si estuviera rompiendo concreto para liberarlos.
—Adiós mi Britt —susurró, presionando sus labios contra mi sien antes de girar y marcharse hacia la casa.
No miró atrás ni una sola vez, pero la observé hasta que desapareció dentro. Arrastrándome en el auto, ajusté el asiento del conductor, y justo antes de marcharme, eché un vistazo hacia la ventana de la habitación de Santana. Estaba allí, mirándome con los mismos ojos con los que lo había observado mientras se alejaba de mí.
¿Por qué me hacía esto a mí misma? ¿Por qué no sólo apretaba el acelerador, sin darle un segundo pensamiento a la ventana?
Por supuesto que sabía la respuesta. La amaba. Pero a veces, como estaba aprendiendo, amar no era suficiente.
***
Unas pocas semanas pasaron. Unas pocas semanas nunca habían pasado tan lentamente.
Santana mantuvo su palabra, dándome el espacio que necesitaba, tanto como para no enviarme un mensaje de “hola”. Porque soy quien soy, parte de mí estaba agradecida porque ella había respetado mi pedido, pero la otra parte se sentía herida. Pero debido a que Santana era quién era, nada ni nadie le decía qué hacer, y una parte de mí sabía que si ella hubiera querido enviarme un mensaje de “hola”, lo habría hecho.
El martes siguiente a nuestra separación indefinida, me desperté con un nuevo juego de llantas de alta resistencia en el Mazda. No había una nota ni nada que indicara quién había sido el hada nocturna de los neumáticos, pero por supuesto que yo lo sabía. No sabía cómo lo había hecho, pero el gesto, conociendo lo que costaban y el tiempo que le había tomado ponerlas, me hizo derramar una nueva serie de lágrimas esa mañana, después de haber tenido un día de descanso.
La semana siguiente desperté con una rosa apoyada en el parabrisas. Una rosa roja.
Me había reducido a una de esas chicas emocionales poniendo mis ojos en blanco, y dejando charcos de lágrimas dondequiera que fuera. Me molestaba al máximo, pero seguí con eso.
Seguir sin Santana se sentía como ir por la vida sin una brújula, así que si mi cuerpo necesitaba algunas lágrimas para lidiar con eso, yo podía manejarlo. Así que traté de perderme en la pista de baile. Me lancé a la danza, que siempre había sido mi terapia, y que por primera vez, se quedó corta en el departamento de sanación. No importaba cuanto o cuán duro bailaba, el dolor no enmudecía. Incluso nunca se embotó.
Dani y yo bailamos el último fin de semana en el recital de invierno y la gente aún hablaba de ello. Me negué a mirar hacia el asiento del centro de la primera fila, mientras bailábamos, porque sabía que si lo encontraba vacío u ocupado por alguien más, no sería capaz de continuar durante el resto de la función.
Tenía razón. Mientras Dani y yo saludábamos, me resbalé y mis ojos se dirigieron hacia ese asiento que había sido ocupado todo el año pasado por un rostro sonriente. No esta noche. Un hombre de mediana edad y rostro pétreo estaba sentado en el sitio de Santana.
Tuve que cortar las reverencias y breves aplausos porque no iba a llorar sobre el escenario. Todavía tenía un poco de sentido del decoro cuando se trataba de dónde y a quién le dejaría verme llorar.
En resumen, era un desastre. El viernes por la tarde, una semana antes de que la escuela nos dejara salir para las vacaciones de invierno, me apresuraba hacia mi dormitorio, esperando que, mientras más rápido caminara más caliente estaría contra las no tan heladas temperaturas. Era un pensamiento agradable.
—No creo que puedas lucir más molesta con el clima ni aunque lo intentaras —exclamó una voz familiar mientras caminaba por el sendero.
Alzando la cabeza me encontré con Hanna, apoyada en el último escalón frente a la puerta, enfundada en un enorme abrigo negro y dándome esa sonrisa marca Hanna.
—Hace mucho que no te veía —le dije, permitiéndome sonreír. Se sentía bien tener un pedazo de Santana cerca.
Hanna arqueó una negra ceja. — ¿No era esa la forma en que lo que querías?
Envolviendo la bufanda alrededor de mi cuello una vuelta más, caminé hacia ella. —Maldita sea si lo sé.
Le sonreí con satisfacción mientras subía la escalera y pasaba mi tarjeta magnética. No era necesario mantener una conversación en el frío cuando había una habitación caliente a un pase de tarjeta magnética de distancia.
—Eres bastante observadora para una consumada jugadora —dije, manteniendo la puerta abierta.
Levantándose, Hanna entró y la seguí. Se desplomó en la primera silla que se encontró en el área común.
—Este es un alojamiento muy agradable —elogió, evaluando la habitación.
Ocupando el asiento más próximo me quité los guantes. — ¿Por qué estás aquí Hanna? —pregunté, aún no lo había mencionado, y sólo éramos amigas por asociación con Santana.
No teníamos el tipo de relación que justificara el que condujera cinco horas para visitarme.
Su rostro cayó. Mi estómago le siguió. —Oh, Dios mío —suspiré—. ¿Santana está bien? —Mi mente, por supuesto, comenzó a disparar una lista de cosas que podrían haberle sucedido.
— ¿Qué crees? —me preguntó, mirándome. —No juegues conmigo Hanna —le advertí, mi corazón comenzando a desacelerar cuando me di cuenta de a dónde quería llegar Hanna. Santana estaba sana y salva físicamente. Su corazón y su alma, por otro lado, eran un caos sangriento, justo a la par conmigo.
—En términos de la reacción de tu cara, sí, está bien. No hay huesos rotos, ni extremidades colgando, no se detectaron tumores expandiéndose con rapidez.
Esperé a que mi pulso se normalizara. —Entonces ¿qué pasa? Mirando al piso, Hanna se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas. Su pie golpeaba el piso como un pistón acelerado.
—Escuché lo que pasó con Adriana —comenzó, lo que me hizo estremecer. Había pasado tres semanas sin escuchar ese nombre y tratando de no pensar en ello. Oírlo ahora me golpeaba contra la pared—. Escuché la historia de Santana, me contó la tuya, y el Señor sabe que tuve que escuchar a Adriana, fanfarroneando sobre haberse acostado con la mariscal de campo que tiene novia.
Deseaba no haberla invitado a entrar. —De todos modos no pensé mucho en ello hasta que el drama se calmó un poco. Le creí a Santana porque es mi muchacha, pero incluso tengo que admitir que tenía dudas sobre el testimonio de “de ninguna manera en el infierno me acosté o me acostaría con Adriana Vix” —dijo, sus ojos se movieron por la estancia—. Quiero decir, es Adriana Vix. Adriana. Vix.
—Lo entiendo Hanna —le interrumpí, no estaba de humor para que tuviera un orgasmo mientras fantaseaba con ella frente a mí—. ¿Cuál es tu punto?
Sacudiendo la cabeza, me miró. —Hace un par de noches estaba con mi Hermana Espiritual siendo —su rostro se arrugó—, servida y puede que haya estado un poquito achispada y se fue de lengua un poco más de lo que a Adriana le hubiera gustado.
Esa era una oración que no podía y no quería imaginar, así que miré a Hanna y esperé.
—Mi Hermana Espiritual es Payton Presley —explicó, lo que realmente no me decía nada—. Ella y Adriana son como mejores amigas. Al menos tanto como pueden serlo esas chicas. Es más como “eres mi enemiga favorita, así que te clavaré el cuchillo por la espalda despacito cuando te des vuelta”. Ese tipo de cosas.
Nada de eso tenía que ver con Santana y conmigo. — ¿Y? —Traté de no sonar irritada. —Entonces Payton dijo que al menos ella no había tenido que organizar todo un cuento sobre acostarse con su jugadora de fútbol.
Mis latidos se aceleraron de nuevo. —La presioné indiferentemente por más detalles, y aparentemente Adriana le contó todo lo que pasó. Acerca de Santana entrando en la casa como una bólida después de su pelea contigo, encerrándose en su habitación con una botella de tequila. Y así. No me odies —dijo, mirándome como si estuviera un poco asustada de mí. Me superaba por unos kilos y parecía que quería alejarse de mí—, pero puede que yo le haya mencionado a Adriana algo sobre su pelea esa noche. Santana se sinceró conmigo sobre lo que había pasado, no mucho, no quería hablar mucho, pero no creí que fuera la gran cosa decírselo a ella cuando llegó tarde esa noche.
Todas las piezas encajaban ahora, y darme cuenta de lo que había sucedido me estaba causando toda clase de sentimientos.
—Payton me dijo que Adriana adivinó que eventualmente tú aparecerías, así que acampó en la habitación de Santana, desnudándola mientras ella dormitaba en un estupor de tequila, colgando con una bata de baño en frente a la ventana hasta que llegaste —Hanna suspiró, recostándose en la silla y mirando al techo—, y ya sabes el resto.
Las palabras me fallaron. Mi corazón latía tan fuerte que hacía eco a través de mí. Había tantas cosas que necesitaba decir y que tenía que hacer. Santana había tenido razón.
No había dormido con ella. Me había dicho que no importaba lo borracha que estuviera, nunca desearía a alguien más que a mí, o al menos en ese momento. ¿Quién sabe lo que había cambiado en ella durante esas semanas de separación?
Tenía un montón de preguntas aclaratorias para Hanna, y alrededor de un millón de cosas que quería decir, pero sólo dos palabras estaban en la punta de mi lengua.
—Esa. Perra. Hanna asintió. —No son precisamente noticias de última hora Brittany. —
Levantándose rápidamente, bajó la mirada hacia mí—. Sé que no es asunto mío, y que cargaré con un montón de mierda por parte de las porristas si averiguan que delaté a una de ellas, pero no me importa. Me agrada Santana. Me agradas tú. Ella te ama —dijo, metiendo sus manos en los bolsillos—. Mereces saber la verdad.
Había tenido la verdad por semanas, y me había rehusado a dejar que eche raíces.
—Siento lanzar todo esto sobre ti Brittany. Sé que querías tu espacio y tiempo y todo eso, pero no podía no decirte.
— ¿Santana sabe que estás aquí? —le pregunté, pensando mi próximo movimiento.
—No —dijo, dándome una tímida sonrisa—. Y probablemente me patearía el trasero si lo supiera.
Asentí. Palmeó mi pierna antes de dirigirse a la puerta. —Tengo que regresar. Estamos preparando una gran fiesta hoy por la noche y alguien tiene que montar los barriles de cerveza.
— ¿Hanna? —la llamé. Deteniéndose, se volteó. —Gracias. — ¿Qué puedo decir? —dijo, pasando una mano por su cabello rubio—. Puede que nunca encuentre algo tan especial como lo que tienen ustedes, pero seguro como el infierno que no voy a dejar que lo tiren por la borda sin luchar.
¿Eso era lo que todo el mundo pensaba que había hecho? ¿Tirar lejos mi relación con Santana? Eso distaba mucho de cómo yo lo describiría. Si algo, la llevaba conmigo dondequiera que iba.
—Te hablo más tarde Britt —ondeó la mano antes de abrir la puerta y saltar por las escaleras.
Decidí que ese “más tarde” no iba a estar muy lejos. Guiándome por mi instinto, dejándole dictar algo que era imprudente y todos los matices de irresponsable, salté de mi asiento y fui rebotando por la escalera frontal del dormitorio mientras la camioneta de Hanna se alejaba del estacionamiento.
Subí a mi auto y salí del estacionamiento con el rostro de una sola persona en mente mientras me dirigía hacia el norte.
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 13
Un capuchino doble, una parada para descansar, y medio tanque de gasolina más tarde, me dirigí hasta la calle de la casa de Santana. La calle ya se hallaba abarrotada de autos, pero no permití que eso me detuviera. Sólo tenía una cosa en mente y ya estaba cerca de ponerla en práctica, así que, paré en frente de la casa, puse el coche en aparcar, y lo dejé en el medio de la calle. El camión de Santana se encontraba detrás del camino de entrada, lo cual me decía que si el mío lograba ser remolcado, entonces tendría una forma de regresar a casa.
Saltando a través del patio y por la escalera, entré. No olía tan mal como pensé, luego de no haber venido durante semanas, pero sabía que todo tenía que ver con la adrenalina despertando en mi interior. Tenía un mensaje que entregar y no me iría de aquí hasta hacerlo escuchar.
Corriendo a través de la habitación atestada de cuerpos, me quité mi abrigo y lo dejé caer sobre el mueble más cercano. Me quité el sombrero seguido de las manoplas. Reconocí algunas caras en la multitud, pero la mayoría eran extrañas cuyos ojos se posaron en mí, probablemente preguntándose cuál era el motivo de la expresión hirviente en mi rostro.
Abriéndome paso hasta el final de la sala donde se hallaba la chimenea, vi a Santana. Se encontraba sentada en el sofá, sola, con un vaso lleno de cerveza en la mano, mirando fijamente a la chimenea donde el fuego no quemaba.
El estómago me ardía, viéndola así. Quería ir y envolver mis brazos a su alrededor hasta asegurarme que debajo de la estatua sentada frente a mí, se encontraba la mujer que amaba.
Pero eso tendría que esperar. Había venido aquí en busca de alguien más. Había conducido cinco horas para encontrar a esa perra Adriana Vix y ponerla en su lugar—ayudándome con mi puño.
No tenía que adivinar quien se encontraba en el centro del círculo de chicas a lo largo de la mesa del comedor. Un nuevo estallido de adrenalina me atravesó mientras marchaba a través de la habitación. Empujando mi camino a través del grupo de chicas, me detuve delante de Adriana.
Por un segundo pareció sorprendida de verme, luego sus ojos se estrecharon mientras se cruzaba de brazos, luciendo enfadada de que esté ocupando su espacio.
— ¿Qué? —dijo, moviendo el cuello hacia un lado. Sonreí. No debería haber venido a mí con palabras cuando yo ya me encontraba más que hastiada de palabras. Mi brazo ya se encontraba posicionado hacia atrás cuando sus ojos se abrieron, dándose cuenta de que no estaba de humor para “hablar”.
Mi puño se disparó hasta su mejilla, lanzándola de regreso a la multitud de chicas sorprendidas.
— ¡Eso! —le dije, sacudiendo mi mano. Sus pómulos quedaron marcados, pero maldita sea si no lo merecía—. ¡Perra! —añadí, frunciéndole el ceño.
Enderezándose, se apartó de las chicas que la consentían.
Aquellos ojos verdes se volvieron negros.
—Vas a pagar por eso —bulló, apretando los puños—. Esto va a dejar un moretón.
Sin siquiera pensarlo dos veces, mi otro brazo salió disparado de mi cuerpo, aterrizando en el otro lado de su cara. — ¡Ahí! —grité, sacudiendo esa mano también—. Ahí tienes otro, así combinan.
La piel de bronce de Adriana brilló roja justo antes de que se abalanzara sobre mí, sus dedos envolviéndose alrededor de mi cuello. — ¡Tú, puta sobrevalorada!
Dirigiéndome hacia la mesa, sus uñas se clavaron en mi cuello, mientras me pateaba las piernas. Mi espalda se estrelló contra la mesa, y el aire inmediatamente abandonó mis pulmones.
El impacto aflojó sus manos, así que me empujé a mí misma debajo de la mesa, pero no antes de agarrar un puñado de su pelo y tirarlo conmigo.
Adriana gritó, sonando como una leona estreñida. Lanzándose al otro lado de la mesa hacia mí, me rasguñó el brazo con el cual agarraba su pelo. Santo Freddie Kruger, esas uñas. Iban a dejar una cicatriz.
Ahora, mientras Adriana y yo rodábamos, luchábamos, y casi desatábamos la pelea de gatas del siglo, una multitud se reunía en torno a la mesa. Las chicas gritaban, lanzando sus puños en el aire, y cantando—: ¡Pelea de gatas! ¡Pelea de gatas! ¡Pelea! ¡Gatas!
La longitud del puto vestido de Adriana se había alzado sobre sus nalgas, y el tanga que llevaba no dejaba nada a la imaginación. Yo por lo menos había venido preparada para la batalla con un par de jeans, pero en algún lugar a lo largo del camino, se las había arreglado para dividir mi blusa hasta mi ombligo, por lo que mi sostén de encaje blanco se exhibía para todos los ojos saltones y celulares listos para tomar una foto.
Otro mechón de pelo voló, y con mis palmas golpeé la mesa y caí encima de Adriana, logrando sujetarla a la mesa con mis piernas. Ella se retorcía debajo de mí, intentando liberarse. Esta chica podría tener quince centímetros y diez kilos más que yo, incluso aunque sólo sea en su sujetador, pero yo era una bailarina y podía estrangular a un rinoceronte sólo con mis muslos internos si fuera necesario.
Levantando mi mano en el aire, le di una bofetada en la mejilla. — ¡Esto es por todas las otras chicas que has embrutecido! —grité por encima de ella, doblando mi mano en un puño y golpeándola—. Y eso fue por Santana. —Su labio inferior se había partido y sangraba, con las mejillas rojas de incontables cachetadas y golpes, y su cabello parecía un huracán que acababa de llegar a la ciudad. Yo no podría lucir mucho mejor.
—Y esto es por mí —le dije, tragando una bocanada de aire y mostrándole mi dedo medio. Sonreí, manteniendo mi dedo sobre su cara.
Gritando, se retorció con más fuerza, logrando liberar una pierna con la que rápidamente me golpeó en la barbilla.
Volé de la mesa, aterrizando en el suelo a los pies de los incontables espectadores. Adriana saltó de la mesa, cayendo encima de mí, y soltando un frenesí de golpes y gruñidos. Esto ya no podía ser clasificado como una pelea de gatas. De hecho, estoy segura que una vez que todo esto sea difundido en Internet, la WW-algo nos llamaría para firmar contratos de lucha libre.
— ¡Qué demonios! —gritó una voz por encima del coro de gritos. Antes de que Adriana pudiera darme otro puñetazo en la cara, fue empujada lejos, aterrizando a pocos metros de distancia sobre su trasero cubierto por hilo dental.
—Britt —respiró en mi oído, sonando tan asustada como nunca la había oído—. Te tengo. —Dos fuertes brazos se envolvieron a mí alrededor, levantándome suavemente contra su pecho—. ¿Qué demonios hacías? ¿Estás bien? —preguntó, tragando cuando me miró a la cara.
— ¿Gané? —le pregunté, dejándola que me acercara a ella. Al mirar hacia abajo a Adriana, sus ojos se entrecerraron. —Le pateaste el culo, nena —dijo, levantando una de las esquinas de su boca hacia mí.
El dolor comenzó a golpearme después, extendiéndose desde mi cabeza.
—Entonces estoy bien —le contesté. Exhalando, Santana sacudió la cabeza. —Vamos a salir de aquí, asesina —dijo, dirigiéndome a través de la multitud, sin importarle contra quién o cuántas personas arremetía.
— ¡Te ves muy bonita! —le grité a Adriana a medida que la pasábamos—. Puta —le deseché en buena medida.
Limpiándose su labio sangrante, se burló de mí. —Incluso en mi peor día, tu novia todavía se masturba con mi cara cuando no estás cerca.
Esta perra no tomaba bien una indirecta. Me retorcí en los brazos de Santana, intentado liberarme para poder terminar lo que había empezado, pero me abrazó con más fuerza.
— ¿Lista para la segunda ronda? —Bullí hacia ella, empujando contra el pecho de Santana.
—Brittany —dijo ella, moviéndose más rápido a través de la multitud, probablemente con la esperanza de poner más espacio entre Adriana y yo—. Cálmate. Toma un respiro —me aconsejó, mirándome a los ojos. Uno de ellos se sentía como que podría cerrarse por la hinchazón.
Tomando una cantidad formidable de esfuerzo, hice lo que me pidió, tomé una respiración profunda y me visualicé a mí misma fundiéndome en sus brazos.
—Y pensé que yo era la única con problemas de ira —dijo, subiendo las escaleras—. Temo que luego de esta noche, me ganaste, Britt.
El dolor realmente empezaba a notarse ahora, combinando en cada punta nerviosa.
—Ira por ósmosis —le contesté, moviendo la mandíbula. Sí, eso iba a doler también.
Inmediatamente, lamenté las palabras. Su rostro decayó, aunque intentó impedir que llegara a sus ojos.
No podía imaginar cómo rectificar todos los errores que le había lanzado a Santana —sólo parecía seguir añadiendo más al montón— así que crucé mi mano sobre su corazón y dejé que me llevara a su habitación.
Me llevó a su cama, apoyándome sobre un montón de almohadas.
—Dios, Britt —dijo, arrodillándose a mi lado y examinando mi rostro. Realmente no quería saber, y estaba bastante segura como el infierno que no me miraría en un espejo durante el próximo par de semanas—. ¿Qué demonios pensabas?
Pasando mis dedos sobre mi cara, hice una mueca con casi cada lugar que tocaba. —Pensé en darle a esa perra un poco de su propia medicina —le dije—, haciendo de mi puño la medicación.
Suspiró, pasando la mano por el costado de mi cuello. —No te preocupes —dijo cuándo aparté mis manos para encontrar manchas de sangre sobre mis dedos—. Te voy a curar. —Levantándose, se lanzó al otro lado de la habitación—. Ya vuelvo —dijo, desapareciendo detrás de la puerta.
Con Santana fuera, el dolor realmente comenzó a desgastarme. Había sentido dolor, y no era una enorme cobarde, pero esto se sentía como si todos los nervios hubiesen decidido cultivar un corazón que latía con fuerza.
Se había sentido tan bien en el momento —dando y recibiendo una paliza con Adriana— pero ahora empezaba a preguntarme por qué lo había hecho. No lo lamentaba, simplemente me lo preguntaba. Nunca había sido una persona violenta —tenía un mal genio, claro— pero nunca dejaría que mis puños resolvieran un problema que tuviera con alguien.
¿Por qué lo había hecho esta vez? Todas las preguntas condujeron a una respuesta: Santana. Ella no me había hecho perseguir a Adriana, pero mi amor por ella y el dolor que me había causado Adriana había sido el combustible de mi fuego. Entonces me di cuenta que Santana no era el problema. No era la razón de que nuestra relación no sea nada, excepto explosiva. Era yo. Era la persona en la que me convertí con Santana a mi lado.
Mi enojo alcanzó su punto máximo en nuevos niveles, superando el suyo, pero yo no tenía el auto-control para sofocar la ira antes de que quemara a alguien.
No podía arreglarnos hasta arreglarme a mí misma. Y ella no podría arreglarme. Era una tarea que sólo me correspondía a mí.
Era una que no estaba segura de poder enfrentar. Santana regresó a la habitación antes de que yo pudiera conducir esos pensamientos por un camino deprimente.
— ¿Me extrañaste? —dijo, con un puñado de artículos metidos en su pecho.
—Te extrañé —le contesté, descansando mi cabeza sobre la almohada.
—Por suerte para ti, Britt, elegiste empezar una pelea a mí alrededor —dijo, dejando caer el contenido de sus brazos en la cama—. Alguien que ha sido curada, atendida y cosida de casi cualquier tipo de herida que algún hombre, o mujer —me sonrió—, pueda infligir al cuerpo de alguien.
—Yo lo tenía todo planeado —dije mientras ella rociaba con alcohol algunas almohadillas de algodón—. ¿De verdad piensas que fue una calentura del momento y que debería haber sabido pelear mejor?
—Oh, no, Britt. Parecía como si supieras exactamente lo que estabas haciendo.
Secando mi mejilla con el algodón, se estremeció antes que yo.
Ardió, pero no peor que cualquier otra parte de mi cuerpo.
—Te estás volviendo una peor mentirosa con cada día que pasa —le dije, haciendo una mueca cuando pasó la almohadilla por encima de mi ceja. Debí de haberme ganado un corte pequeño y agradable allí.
Ella sonrió hacia mi ceja. —Verdad por ósmosis. Empecé a sonreír con ella, pero me dolía la cara demasiado, así que me conformé con una mirada pequeña. La ignoró, sin dejar de trabajar en mi cara meticulosamente.
No debería haberlo hecho, pero lo miré trabajar sobre mí, sus ojos se estrecharon al enfocarse, la punta de su lengua entre sus dientes, mientras que atendía a cada rasguño, contusión, y corte. Nunca había experimentado manos tan suaves como las suyas.
— ¿Todavía me veo como una momia? —le pregunté un poco más tarde, cuando se echó hacia atrás e investigó mi cara después de deslizar otro vendaje sobre el lugar.
—Nah —dijo, cerrando la pomada de primeros auxilios—. Te ves como la chica mala más bonita que alguna vez haya visto.
—Grandes elogios viniendo de la reina de las tipas duras —le dije, sonriendo a pesar del dolor que me causó mover la boca.
Juntando las envolturas vacías y almohadillas de algodón manchadas de sangre, las vertió en el cubo de basura. — ¿Te importaría decirme de qué fue todo eso?
—Ya te lo dije —exclamé—. Darle a Adriana Vix un pedazo de Adriana Vix.
—Sí —dijo, arrastrando las palabras—. Pero has querido pegarle a Adriana desde la noche en que la idiota de Hanna la mencionó. ¿Por qué elegiste hacerlo esta noche? —Agitando una botella de calmantes para el dolor en su mano, me entregó tres. Las tragué sin líquido.
—Porque “la idiota de Hanna” me hizo una pequeña visita hoy que provocó mi necesidad de pelear con Adriana.
Santana estudió mis manos cruzadas sobre el regazo. — ¿Te dijo lo que le dijo Payton?
—Sí. — ¿Entonces fui yo o Hanna la que te convenció de que te había contado la verdad? —Las arrugas alrededor de sus ojos se profundizaron.
—Tú, Santana —le respondí—. Te prometí que iba a confiar en ti. No quería creerlo, pero confiaba en ti. Hanna sólo fue la que arrojó una luz sobre la verdad.
Su mandíbula se apretó. —Así que cuando entraste en tu coche y condujiste hasta aquí, ¿viniste para ver a Adriana? ¿O a mí?
No podía mentirle, pero no podía verbalizar la verdad. Mi falta de respuesta respondió a su pregunta.
Sus ojos se cerraron mientras su cabeza caía sobre sus manos. —Santana —comencé—, no importa a quien vine a ver, no he venido aquí para hacerte daño. —Deslizándome por la cama, deseé que los calmantes para el dolor funcionaran más rápido—. Lo último que quiero hacer es dañarte. Y eso es todo lo que parezco ser capaz de hacer últimamente.
La única solución para no hacerle daño nunca más era marcharme.
—Gracias por curarme —le dije, arrastrándome al final de la cama—. Realmente sabes lo que haces cuando se trata de luchar contra las heridas. Qué suerte la mía. —Le di una sonrisa por encima de mi hombro mientras me levanté. Me tambaleé en el lugar cuando todos mis músculos gritaron para que me quedara acostada. Apretando los dientes, me dirigí hacia la puerta.
—¿De verdad odias tanto tenerme cerca que sales disparada lejos de mí cuando apenas puedes levantarte?
Sus palabras me detuvieron, pero fue su voz la que me quebró. Esa voz profunda y cálida en la que una chica podría perderse acababa de ser drenada de toda su alma.
—No te odio, Santana —le dije, mirando hacia la puerta—. Te amo.
Ese es el problema. Te amo malditamente tanto que no es saludable. —Cogí un sollozo que estaba a punto de estallar en mi pecho—. Es por eso que necesitaba tiempo y espacio. Es por eso que no puedo quedarme aquí contigo un minuto más.
—Has tenido tiempo, Britt. Te he dado tu espacio —dijo, la cama gimiendo mientras se levantaba—. He envejecido cincuenta años en tres semanas porque hice mi parte y me quedé lejos de ti. Pero ahora estás aquí. Y a lo mejor no estás aquí por mí, pero de cualquier manera, no podías estar lejos.
Hizo una pausa, y aunque no vi el agotamiento en su cara, porque no podía darme la vuelta y enfrentarla, podía imaginármela.
— ¿Necesitas más tiempo? Bien. Puedo darte eso. Podría hacer cualquier cosa por ti, Britt. Pero, por favor, por el amor de Dios, dame un poco de esperanza.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla, sangrando en una de mis vendas.
—Dame la menor brizna de esperanza de que todavía hay un lugar para ti y para mí al otro lado de esto.
No podía mentirle. No podía hacerle daño. Por qué estos dos deseos no podrían caber mano a mano, y esa era una de las razones por las que había concluido que la vida no era justa.
—No voy a mentirte, Santana —susurré, eligiendo no mentirle, por lo que esta confesión, me hizo dañarlo.
Ahora sí que no podía estar en este cuarto por más tiempo. Corriendo hacia la puerta, sintiendo que mis piernas iban a ceder bajo mis pies con cada paso, me tragué las lágrimas.
—No te vayas —susurró. Su solicitud funcionó en mí como si hubiera sido una demanda. Oí el gemido del suelo mientras caminaba sobre ella, poco a poco viniendo detrás de mí.
—Quédate —pidió, deteniéndose detrás de mí. Podía sentir el calor irradiando de su pecho, se encontraba tan cerca.
—No puedo —le dije, centrándome en el pomo brillante de la puerta. Era tanto la puerta a mi escape como el camino a mi infierno personal.
—Lo sé —dijo, y las tablas del suelo gimieron mientras daba un paso más hacia mí. Sus pechos rozaron mi espalda, pero no me tocó en ningún otro lugar—. No te quedes porque tú quieras. Quédate porque yo quiero.
Maldita sea. Mi corazón no podría romperse otra vez antes de que fuera imposible encajar de nuevo junto.
—Vamos —declaró, su corazón estalló en mi espalda—, piensa en esto como un regalo de Navidad.
Cerré los ojos. —Sé que no tengo derecho a uno, pero quiero uno. Lo necesito. —Santana tenía el orgullo suficiente como para no rogar, pero fue lo más cercano que había oído—. Quédate.
Y esa fue mi perdición. La chica que hacía que madres cruzaran la calle con sus hijos cuando la veían caminando por la acera, la chica que no tenía a nadie más, la chica a la que amaba, rogándome para que me quedara con ella.
—Está bien —le dije, estirando mi mano hacia la suya. Sus dedos se entrelazaron con los míos, masajeándolos como si fueran capaces de darle fuerza. Girándome, levantó la mano a mi cara y no hizo nada más que mirarme a los ojos.
Dejando escapar el aire que ella había estado manteniendo cautivo, me hundió en sus brazos, y Santana López me abrazó. Me abrazó como si fuera todo lo que quisiera y todo lo que nunca podría tener. Me abrazó sin la expectativa de un abrazo que conduce a otra cosa.
Fue el momento más íntimo que habíamos compartido. Completamente vestidas, alineadas verticalmente, bocas separadas, y me ahogaba en la intimidad.
A medida que sus brazos comenzaron a desenrollarse de mí, agarré una de sus manos y la conduje a la cama. Acostándome, di unas palmaditas en el espacio junto a mí. Avanzó lentamente hacia allí, el colchón haciéndome rodar mientras se acomodaba a mi lado. Enrollando mis brazos alrededor de ella, metí la barbilla sobre su cabeza, sabiendo que por la mañana, tendría que dejarla ir. Pero no ahora. No esta noche.
Deseaba que mañana nunca llegara.
—Te amo, Brittany —susurró, sonando como si el sueño la fuera a encontrar en la siguiente respiración.
Tragué saliva, empujando hacia abajo el creciente dolor en la garganta. —Te amo, Santana.
* * *
No había dormido tan bien en semanas. Tres semanas para ser exacta. Por supuesto que sabía qué, o quién, era responsable de las ocho horas sólidas de sueño. Santana seguía durmiendo en la misma posición en la que se había quedado dormida anoche, a excepción de las líneas que se habían suavizado en su rostro.
Casi le di un beso en los labios entreabiertos antes de detenerme a mí misma.
Deslizando mí brazo de debajo de ella, rodé a un lado de la cama. Mi cuerpo se sentía rígido, como si tuviera que lubricar las articulaciones para conseguir que se movieran correctamente. Echando un vistazo a Santana para asegurarme de que no se había despertado, me puse mis botas y me levanté.
Esta hazaña dolía más que anoche, haciéndome desear que aún tuviese la botella de calmantes en la guantera. Dándome a mí misma una cuenta de tres, me permití darle una mirada. Así era como elegiría recordarla cuando mi corazón doliera con cada latido después de que la dejara. En paz, satisfecha al salir de su vida.
Dándome la vuelta, me moví a través de la habitación tan silenciosamente como una persona rígida podría. La puerta chirrió al abrirse, y mi adrenalina se disparó cuando miré de nuevo a Santana, segura que se levantaría en cualquier momento.
Pero seguía durmiendo, disfrutando de unos minutos u horas de paz antes de que se despertara y descubriera que había escapado de ella sin un adiós, pero tal vez eso es lo que anoche había significado. Un adiós.
Nuestro adiós. Una vez que bajé al pasillo, las escaleras presentaron un desafío, ya que cada escalón me hizo sentir como si los músculos de mis piernas fueran a reventarse a través de la piel. Unos pocos rezagadas de la fiesta decoraban los sofás y alfombras, pero una vez que los pasé, me encontraba fuera de la casa.
El Mazda no había sido remolcado, más allá de todos los milagros de los policías de tránsito en todas partes, así que me deslicé en el asiento del conductor, di vuelta a la llave y pisé el acelerador en el siguiente instante. Ahora que yo había sucumbido ante lo inevitable, no podría salir de aquí lo suficientemente rápido.
Ya había avanzado un par de millas por el camino, cuando paré en la primera luz roja, y un pedazo de papel doblado descansando sobre mi salpicadero llamó mi atención. Mantenía mi coche limpio, demasiado limpio, así que sabía que no podría haber sido algún boceto aleatorio o notas de clase. Tomándolo, lo desdoblé, inmediatamente reconociendo la escritura a mano.
Sólo quería que supieras que estaría persiguiéndote ahora mismo, desnuda si fuera necesario. Pero porque estoy respetando tu necesidad de espacio y tiempo, voy a forzarme a mí misma a mentir, aquí en la cama, y fingir que estoy dormida.
No tenía firma, pero no lo necesitaba. Saber que Santana se había despertado en algún momento de la noche, consciente de que la dejaría sin una despedida formal, había garabateado una nota y metido dentro de mi coche, me hizo maldecir el día en que dejé que la duda entrara en mi vida. El momento, en algún lugar a lo largo del camino, en el que había dejado que la duda se instalará entre Santana y yo, construyendo un muro tan alto que no habría manera en que pudiera ver para escalarlo.
Sostuve la nota en la mano durante todo el camino a casa.
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Historia original trilogia crash de Nicole Williams.
Hola hola ! Dejen sus comentarios ! ¿Creen que britt hizo lo correcto en dejar a san ? ¿San aguantara estar sin britt?
Saludos y besos !!
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
NOOOO, no hizo lo correcto, ellas nacieron para estar juntas y la aptitud de britt ya me esta cansando, no creo que san pda vivir normalmente sin ella pero si es lo que britt quiere pues no queda de otra, que sea feliz y consiga a alguien mas si es que santana ya no es buena para ella!!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Hola!! Como estas?? Me había retrasado con la historia y esta noche me puse al día, que geniales y dolorosos capitulos, espero que Britt no demore tanto!!
Saludos y ni se te ocurra abandonar la historia!!!!
Saludos y ni se te ocurra abandonar la historia!!!!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,.....
haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!! britt ya me dio un la punta del hígado!!!!
si ella quiere todo el tiempo del mundo,... que lo tenga pero cuando se de cuenta y "solidifique" su confianza en san,... que no sea demasiado tarde,.. con alguien o en cosas peores!!!...
a veces es mas fácil perdonar una infidelidad, que la desconfiada de la persona que amas si es que una vez te amo!!!!!,...
nos vemos!!!
haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!! britt ya me dio un la punta del hígado!!!!
si ella quiere todo el tiempo del mundo,... que lo tenga pero cuando se de cuenta y "solidifique" su confianza en san,... que no sea demasiado tarde,.. con alguien o en cosas peores!!!...
a veces es mas fácil perdonar una infidelidad, que la desconfiada de la persona que amas si es que una vez te amo!!!!!,...
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
micky morales escribió:NOOOO, no hizo lo correcto, ellas nacieron para estar juntas y la aptitud de britt ya me esta cansando, no creo que san pda vivir normalmente sin ella pero si es lo que britt quiere pues no queda de otra, que sea feliz y consiga a alguien mas si es que santana ya no es buena para ella!!!!!!!
Britt es muy insegura :l ! pero esperemos que llegue el momento en que se de cuenta del error que cometio con sus inseguridades y demas!!
Saludos
monica.santander escribió:Hola!! Como estas?? Me había retrasado con la historia y esta noche me puse al día, que geniales y dolorosos capitulos, espero que Britt no demore tanto!!
Saludos y ni se te ocurra abandonar la historia!!!!
Hola hola ! bn bn y tu como estas ? extrañaba tus comentarios C:
Ya veremos si britt no sigue de insegura !!
Saludos
3:) escribió:holap,.....
haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!! britt ya me dio un la punta del hígado!!!!
si ella quiere todo el tiempo del mundo,... que lo tenga pero cuando se de cuenta y "solidifique" su confianza en san,... que no sea demasiado tarde,.. con alguien o en cosas peores!!!...
a veces es mas fácil perdonar una infidelidad, que la desconfiada de la persona que amas si es que una vez te amo!!!!!,...
nos vemos!!!
Hola hola!
Yo tambien tengo rato de querer matar a britt jajaja!
Exactamente ella mas bien lastima a san con todo eso !
Saludos
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 14
La escuela estaba oficialmente cerrada por las vacaciones de invierno. Rachel se había ido ayer para una Navidad soleada y arenosa en Barbados, junto con el resto de los residentes del dormitorio, y ya que mi vuelo no era hasta el domingo por la mañana, iba a tener un fin de semana tranquilo para mí sola. La perspectiva no era atractiva en ningún nivel de la escala de placer.
Aparte de la nota, no había tenido ningún contacto con Santana desde que huí en el auto la mañana del sábado pasado. Y a pesar de que había llorado en mi cama todas las noches, sintiendo sus brazos fantasmas alrededor de mí, habían valido la pena esas ocho horas el sábado por la noche. El placer de entonces valió la pena el dolor de ahora.
Sentada en la silla giratoria, mirando la cafetera filtrando, yo sabía que no podía pasar el rato en esta habitación vacía durante otras veinticuatro horas. Corriendo a mi armario antes de que pudiera cambiar de idea, me deslicé en unos pantalones, botas, y debatí que usar en la parte superior. El debate había terminado cuando mi mano apretó la sudadera naranja gigante doblada en el estante superior. Me la puse y, después de reorganizarme el pelo y aplicar un poco de maquillaje, me encontraba fuera de la puerta, con las llaves y el monedero en mano.
Me dirigí al norte del aparcamiento, comprobando el indicador de combustible para asegurarme de que tenía el depósito lleno. Iba a ser un viaje largo.
Hoy era un gran partido de eliminatoria para Syracuse. Un día antes de Nochebuena se esperaba que fuera el juego de la temporada. No podía faltar. Me perdí el último par de partidos en casa de Santana y no podía faltar a otro.
Podríamos haber estado tomando un tiempo, pero todavía podía desaparecer en la multitud de decenas de miles de personas y disfrutarlo en el juego que había sido creado para ella. Era una cosa egoísta lo que estaba haciendo, pero teniendo en cuenta que me encontraba sola un día antes de Navidad, hoy egoísta parecía más aceptable.
Pasé el tiempo de conducción escuchando algunos de mis discos favoritos, tratando de no pensar acerca de Santana, en su defecto, y luego darme a mí misma un temprano regalo de Navidad y escribirme un pase libre para pensar en Santana tanto como yo quería hoy.
Estaba a menos de media hora para empezar, lo que significaba que tenía que aparcar a un kilómetro de distancia y caminar. Me encantaban los partidos de fútbol, siempre lo habían hecho. Incluso cuando era una niña, arrancaba la hierba en el banquillo durante los partidos de John, me encantaba.
Me encantaba el rugido de la gente, me encantaba el choque del casco golpeando otro casco, me encantaba la energía en el aire, me encantaban los perros calientes. Me encantaba todo.
Pero sobre todo, me encantaba ver jugar a Santana. Jugaba con el corazón de una jugadora que realmente amaba el juego. Ella habría jugado todos los días, incluso si no era a cambio de una beca universitaria o, algún día pronto, a cambio de millones de dólares al año.
Santana jugaba porque lo amaba. Y me encantaba verla jugar. Haciendo mi camino hasta la taquilla, inmediatamente me hubiera gustado haber elegido otra.
—Usted consigue estar más bonita cada vez que la veo, jovencita —dijo el hombre mayor detrás de la mesa con una sonrisa. Su nombre era Lou, y me recordaba a mi abuelo—. No la he visto los dos últimos partidos. La Sra. Santana no ha estropeado las cosas con usted, ¿no?
Le devolví la sonrisa educadamente. —No señor, Santana no ha hecho nada para estropear las cosas —le dije, cruzando los brazos sobre el mostrador.
—Es bueno saberlo, señorita Britt. No me gustaría tener que enseñarle una lección sobre cómo tratar a las damas.
—No creo que alguno de nosotros quiera eso. —Sonreí y esperé a que Lou terminara. Al hombre le encantaban las bromas de ida y vuelta conmigo y por lo general me sentía feliz de seguirle el juego, pero ésta vez era diferente. Dudé de que si él supiera cuanto había dañado a Santana, estaría bromeando cordialmente conmigo.
Leyendo a través de la pila de entradas, sacó dos. Santana siempre dejaba una para mí y una extra por si quería traer a un amigo.
—Me preguntaba si estas entradas se quedarían sin reclamar de nuevo hoy —dijo, deslizándolas a través de la ventana—. Si no estuviera seguro de que la Sra. Santana saldría del campo para sacarme físicamente, yo podría haber resbalado en uno de estos asientos.
— ¿Por qué no los tomas hoy, Lou? —le dije, devolviéndoselas—. Hoy sólo quiero una entrada de admisión general.
— ¿Por qué quieres una entrada general cuándo tienes asientos de primera fila, cariño? —Profundizó las líneas de expresión en su rostro.
— ¿Por favor, Lou? —le pedí, mordiéndome el labio. No quería explicarle lo que no podía explicarme a mí misma—. ¿Sólo una entrada de admisión general?
Suspiró, tamborileando con los dedos sobre el mostrador. —Está bien —dijo—, pero sólo porque no puedo decir que no a una cara bonita.
Buscando una entrada general sobre las otras dos que Santana reservaba para mí cada juego, las deslizó por la ventana hacia mí.
—Está es de la casa, pero tienes que llevar estas dos contigo. La Sra. Santana tendría mi trabajo si supiera que estuviste aquí y no te las di.
—Gracias, Lou —le dije, tomando las entradas—. Tal vez uno de estos juegos tú y yo podemos usar estos juntos.
Los ojos marrones Lou se suavizaron. —Eso sería un verdadero honor, señorita Britt.
Tomando las entradas sobre el mostrador, me di vuelta para dirigirme hacia las puertas.
—Gracias de nuevo. Él asintió, mirando sin saber qué decir. Caminando a través del túnel, el rugido de la multitud se amplificó. Syracuse tomaba el campo. Me apresuré, sin querer perdérmelo. Este era uno de mis momentos favoritos del juego. Cuando Santana llegaba corriendo a toda velocidad en el campo, conduciendo un ejército de mujeres, todas luciendo como si fueran tan invencibles como ellas creían que eran, siempre me ponía la piel de gallina.
Santana era la única en la yarda veinte cuando alcancé la vista del campo. En ese momento, mirándola, haciéndose cargo de sus compañeras de equipo, sabía que había tomado la decisión correcta al venir. El peso que había atado a mi espalda se desató al momento en que mis ojos la encontraron. Podía llenar mis pulmones de nuevo, podía formar una sonrisa que no se sintiera obligada, podía sentir los latidos de mi corazón como si no fuera más una tarea.
Me quedé mirándola hasta que el equipo se había instalado en el juego de pre-calentamiento antes de hacer mi camino a mi asiento. Vi a una chica muy embarazada inspeccionar sus entradas con el que supuse era su marido, vestido con un uniforme del Ejército, les eché un vistazo otra vez. Mirando fijamente a las gradas, sus ojos se posaron hacia atrás cuando di el primer paso hacia arriba.
Me detuve, viéndola dar un segundo paso. Si al estar embarazada significaba que subiría un escalón cada cinco segundos, no estaba segura de que disfrutaría mucho de ello.
— ¿Quiere cambiar? —pregunté de repente. No podría verla aspirar otro aliento mientras intentaba un paso más—. Son muy buenos asientos.
El marido me miró, confundido, y luego estudió las entradas que yo les ofrecía. Sus ojos se abrieron.
—No me malinterprete, señorita, porque yo vendería mi primogénito por entradas como esas —le disparó a su esposa una sonrisa maliciosa mientras ella le golpeó el brazo—, pero ¿ve esa fila, muy en el fondo, a la derecha donde las narices de unos pocos espectadores están sangrando? Esos son nuestros asientos.
Me gustaban estos dos ya. — ¿Cómo está la vista desde allí arriba? —Es una mierda —me respondió, ayudando a su esposa a bajar las dos escaleras que acababa de subir.
Empujando las entradas en su mano, sonreí. —Bueno, la vista de estos asientos no es así —dije, retrocediendo. Comencé a moverme porque el juego no iba a esperarme hasta que me sentara.
—Hágame un favor y asegúrese de darle a la número diecisiete un mal rato. —Dándome la vuelta, seguí caminando, sonriendo todo el camino a mi asiento.
Lou me había dado una entrada de admisión general sólida. Sobre todo desde que había llegado tarde y no tenía una entrada reservada. Había dos asientos vacíos al final de la fila, el mío era el segundo. Sonriendo a la familia en la fila de delante de mí, la niña más pequeña se giró en su asiento para mirarme. Ella tenía un jersey naranja con el número diecisiete.
—Me gusta tu camiseta —le dije—. Tengo una igual. Sus ojos se abrieron valorizando. Era bueno saber que podría impresionar a una niña de cinco años.
— ¿Tú también quieres ser como Santana cuándo crezcas? Esta muchacha con un puñado de pecas y el cabello desaliñado me iba a hacer llorar. Por las malditas cien y un veces este mes pasado.
—Claro que sí —le dije mientras se dio la vuelta en su asiento. —Yo también —dijo mientras su madre me lanzó una mirada de disculpa. Le hice señas para que no se preocupara—. No debería estar diciendo esto ya que eres una extraña, pero Santana es una heroína disfrazada —susurró, mirando de un lado a otro.
— ¿Lo es? —le dije, mirando hacia abajo a ella en el campo, calentando el brazo en alto. Lanzando la pelota, miró hacia las gradas, estudiando la primera fila—. ¿Qué, acaso el tipo de lycra naranja y blanca le da su estatus de heroína?
El rostro de la muchacha se arrugó, dándole vueltas a eso. Dos segundos más tarde se aclaró.
—No —dijo con confianza—. Cualquiera puede salir y comprar un poco de lycra naranja y blanca. Pero nadie más puede ser como Santana López.
Saqué un paquete de caramelos de mi bolso y le ofrecí uno. Era lo menos que podría hacer por la fan número uno de Santana.
— ¿Con quién está confabulada, con la mujer maravilla o Catubela?
—Beth, ¿estás molestando a ésta señorita? —llamó su mamá al otro lado de la fila de lo que supuse eran sus hermanas mayores.
Ella se encogió de hombros. —No lo sé —dijo, mirándome—. ¿Te estoy molestando? —Está bien —le dije a su madre—. Me está haciendo compañía. —De acuerdo —dijo ella, dándole a Beth la mirada de mamá—. Mantén los modales, ¿sí?
—Sí, mamá —respondió, apoyándose sobre sus rodillas y sacando la barbilla en la parte posterior del asiento—. ¿Tu papá y mamá no te lo han explicado todavía? —preguntó, arrugando la nariz pecosa.
— ¿Explicarme qué? —Los superhéroes no son reales —dijo, viéndose un poco triste para mí—. Ellos te lo hacen creer.
—Pero pensé que acabas de decir Santana era una —le dije, masticando el final de mi caramelo.
La chica puso los ojos en blanco y suspiró. —Los superhéroes de los Cómics no son reales. Santana es una heroína de la vida real.
—Oooooh —le dije, asintiendo con la cabeza—. Ahora lo entiendo.
La cabeza de Beth se dio la vuelta cuando los equipos se alinearon en el campo para el comienzo del partido.
— ¿Así que calificas a Santana cómo una heroína? —dije, inclinándome hacia adelante y mirando el campo con ella. El equipo visitante comenzó cuando Syracuse atacó el campo.
Beth me echó un vistazo, luciendo como si esta pregunta fuera más insultante todavía.
—Es fuerte, es rápida —comenzó contando con los dedos—. Puede lanzar una pelota de fútbol, como a dieciséis kilómetros. Va a casarse con la chica más hermosa en el mundo y van a tener pequeños bebés superhéroes. —Hizo una pausa, yo no estaba segura de sí era porque había terminado con su lista o recuperaba el aliento.
— ¿Algo más? —Y un día, va a ser presidenta de los Estados Unidos de América —dijo, retorciéndose en su asiento cuando Santana llevó a su línea ofensiva en la posición en los sesenta.
—Así que todas esas cosas la convierten en una heroína, ¿eh? —le dije, sin dejar de mantener una conversación. En parte porque la niña podría seguirme el ritmo en un par de mis temas favoritos: el fútbol y Santana. Y en segundo lugar, porque se sentía bien hablar. Con alguien. Incluso si ese alguien era una pequeñita, pecosa, adoradora de heroínas.
—Bueno, sí, eso y... —Se quedó mirando el campo cuando Santana sacó una de sus notorias simulaciones de mariscal de campo y controló el balón hasta la zona de anotación antes de que el otro equipo hubiera entendido qué demonios pasaba—. Eso —dijo Beth, saltando en su asiento y agitando las manos hacia donde Santana había anotado seis puntos en el primer minuto de juego.
Una vez que los aplausos se apagaron en un rugido sordo, Beth se dio la vuelta en su asiento, con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¿Ahora me crees? Habría sido imposible discutir.
—Te creo. Y así es como la primera mitad del juego continuó. Beth y yo bromearíamos entre gritos sobre nuestras cabezas cuando el equipo local conseguía poner otro balón en la zona de anotación. No podría haber imaginado un mejor regalo de Navidad para mí.
Al igual que todos los partidos que Santana había jugado, jugó éste como si su vida pendiera de un hilo. Era bueno porque tenía talento. Era la mejor porque ella creía que lo era y jugaba en consecuencia.
Y cada uno de nosotros en las gradas fuimos testigos de una leyenda en ciernes. El nombre de Santana no se disolvería en los libros de registro de la universidad de fútbol, sino que sería inmortalizado por las chicas jóvenes como Beth, quien contaría historias de Santana alrededor de la mesa para sus hijos.
Yo sabía que podría estar sensible respecto a esto, pero parecía que Santana no podía dejar de mirar hacia arriba en esa primera fila cada vez que se sentaba en el banquillo.
Probablemente sólo lo imaginaba, esperando que me buscara, preguntándose quien se encontraba en mi asiento, pero éste era mi regalo de Navidad y tenía carta blanca para saltar a cualquier conclusión que quisiera.
En la primera mitad, nos adelantamos por dos touchdowns, una hazaña increíble teniendo en cuenta, que los analistas dijeron que se trataba de uno de los juegos más reñidos en la historia del fútbol americano universitario, mientras Santana dirigió el equipo fuera del campo.
Beth se había quedado mayormente tranquilo una vez que el juego había comenzado, aparte de lanzar alabanzas al fútbol, o más específicamente a Santana. Estaba por levantarme y entusiasmarla, cuando Beth se giró en su asiento, sus ojos subieron a unos asientos sobre nosotras.
Sus ojos no podían haberse ampliado aún más. A continuación, un montón de otros espectadores comenzaron a retorcerse en sus asientos, dando codazos a sus acompañantes y agitando sus manos o señalando hacia las gradas.
—Santa… — ¡Beth! —Advirtió su mamá, disparándole una mirada—, los modales.
Dándome la vuelta en mi asiento, eché un vistazo sobre mi hombro y casi inmediatamente me sentí mareada. No habría creído que Santana bajando la escalera fuera real si todos a mí alrededor no la miraran como yo, con asombro.
—Hola, Britt —dijo, deteniéndose al final de la fila. —Hola —le contesté, dándole una sonrisa tímida. No esperaba que ella supiera que me encontraba aquí, yo no tenía la intención de que alguna vez lo averiguara.
— ¿Disfrutando el juego desde aquí? —preguntó, dejando caer su casco y cayendo en el asiento vacío a mi lado.
—Sí —le contesté, sin mover mí brazo cuando el suyo se presionó contra el mío—. Estás jugando un gran juego. Teniendo en cuenta a todos diciendo que éste podría ser el primer juego que alguna vez has perdido.
Podía sentir los ojos de Beth en nosotras, sin perderse nada. Ella realmente creía que Santana era una heroína, y actuó en consecuencia.
—Bueno, una vez que supe que estabas aquí, yo podría haber pateado al otro equipo —dijo, sonriendo inclinado hacia mí.
—Lou te lo dijo, ¿no? —supuse. —No era necesario que Lou me lo dijera, Britt —dijo, mirando entre el campo y yo—. No necesito que alguien me diga cuando mi chica está en las gradas. Podría reconocerte incluso si estuviera jugando en el Superdome y tú estés sentada en la fila trasera.
Por supuesto que podría. ¿No podría yo haber hecho lo mismo con ella?
Fui tonta al pensar que podría entrar en este juego y salir antes de que ella supiera que me encontraba aquí. Ella sabía que yo estaba aquí antes de que yo incluso supiera que iba a venir. Esa era la maldición y la bendición de mi relación con Santana, entre muchas otras.
— ¿No se supone que tienes que estar en el vestuario, recibiendo una charla de tu entrenador? ¿Tal vez un segundo plan de acción? —Yo sabía que Santana hacía lo que quería, pero sentía la necesidad de recordarle, ya que no podría haber estado retorciéndome en el asiento más que todo el mundo a nuestro alrededor que nos miraba con interés sin parpadear, tomando sorbos de refrescos y sacudiendo palomitas de maíz en sus bocas.
—El plan siempre es el mismo —respondió, con los ojos vagando sobre mi cara, probablemente inspeccionando las heridas de la batalla de hace una semana. El enrojecimiento se había reducido, pero los moretones todavía seguían bastantes visibles—. Patearles el culo.
—Creo que tienes que bajar —le dije, sabiendo que algunos miembros del equipo visitante personalmente podrían relacionarse con eso.
— ¿Qué estás haciendo aquí, Britt? —preguntó, estudiándome. —Verte jugar —le respondí, sabiendo que no era una respuesta que ella aceptaría.
—Sí —dijo, haciendo una mueca—. Eso no va a funcionar para mí. Por supuesto que no. —Sabes por qué —añadí con un susurro. —Necesito que me lo digas —dijo, tragando saliva—. He pasado muchos días sin escucharlo.
Con un suspiro, cerré los ojos. —Te amo —le dije, sabiendo que era la verdad y que no cambió nada—. Y te extrañé.
—Sí —dijo—, yo también. En ese momento, la multitud, no sólo los que nos rodeaban, dieron un jadeo colectivo antes de desatar una alegría que estalló a través de los soportes.
— ¡Son ustedes! —gritó Beth, apuntando a la pantalla grande a través de nosotras.
—Mierda —dijimos Santana y yo al unísono. Yo iba a tener la cabeza del hombre de la cámara, ya que, en esa pantalla —así como en las otras tres alrededor del estadio— había un primer plano de Santana y yo en tiempo real, titulado por un rojo y burbujeante “Bésame” y rodeado de corazones flotantes.
El estadio comenzó a corear—: ¡Beso! ¡Beso! ¡Beso! —Mientras que mi cara se puso casi tan roja como los malditos corazones flotando alrededor de nuestras caras en la pantalla. Santana no estaba roja, aunque, ni siquiera lucía incómoda. Se hallaba en algún lugar entre una sonrisa y una mueca de satisfacción.
Si no lo hubiera sabido mejor, habría creído que ella había armado todo el asunto.
Mirando por encima de ella, la encontré mirándome. Su mueca se convirtió en una completa sonrisa arrogante y caliente como el infierno.
—Ven aquí —dijo, enredando los dedos por mi pelo. No tuve que hacer mucho para “llegar hasta aquí”, ya que ella cerró el espacio entre nosotras hasta que sus labios descansaron en los míos. La multitud se volvió loca, ya que su heroína no sólo me besaba. Ella me consumía.
Su otra mano se levantó a mi cuello, sus dedos se cerraron en mi piel, sus labios instaron los míos, presionándolos para responder.
No estaba segura de sí era la sensación de los ojos de miles de aficionados sobre nosotras, o la cantidad de tiempo que había pasado desde que Santana y yo nos habíamos besado así, o si los sentimientos que me inundaban —ahogándome en su intensidad— me aterrorizaban. Porque esos sentimientos comprobaban que Santana era mi única y verdadero amor, que la realidad había entrado en ese camino y había jodido todo.
Finalmente, se dio por vencida. Sus labios dejaron de tratar de conseguir la sumisión de los míos. Sus dedos se inclinaron contra mí, sintiendo de repente el frío.
La multitud todavía zumbaba, ignorando el hecho de que dos corazones se rompieron después de ese beso.
—Realmente te he perdido —susurró, sus palabras aún frías en mi piel—. Te has ido para siempre ésta vez, ¿verdad, Britt?
Me quedé mirando a esos ojos de color marrón oscuro, no era capaz de imaginar nada peor que yo haciéndole daño.
—Nunca me perderás, Santana —le dije, olvidándome de la multitud. Olvidándome de todo excepto de todas las razones por las que deberíamos estar juntas y cada razón por la que no.
—Pero no puedo tenerte como quiero —dijo, pasando su dedo por mi mejilla.
—No lo sé.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí, Britt? —Preguntó, elevando su voz—. ¿Quieres tiempo? ¿Quieres espacio? Bien. Te lo doy. Pero luego sigues regresando a mi vida cada vez que tú lo decides. Sin advertencia. Sin disculpas. Sin permanencia. Te apareces en mi puerta y te vas por la puerta trasera, sin ni siquiera un adiós —continuó, sin apartarme los ojos de encima—. No puedes ir y venir. Una montaña rusa puede matarte. ¿Sabes lo que no puedo aguantar? Tú entrando y saliendo de mi vida antes de que incluso sepa que estuviste allí en el primer lugar. Me miras como lo haces ahora y entonces eres capaz de darme la espalda y alejarte cinco minutos después. —Su mano se cerró sobre mi mejilla antes de que la bajara—. Eso es lo que me va a matar. No puedo vivir preguntándome si sigues siendo mía para reclamar.
Era como si supiera las palabras exactas que podrían emocionarme al mismo tiempo que me excitaban.
—Lo siento —le dije—. Sólo quería verte jugar una vez más antes de irme para las vacaciones de invierno. Nunca pensé que sabrías que había venido.
Resopló, encrespándose el labio con incredulidad. Esa respuesta física inclinó las fuertes y excitantes emociones al abrasador péndulo.
—Bien. ¿Así que el que yo salte dentro y fuera de tu vida te va a matar? Considera oficialmente como si hubiera acabado con todo eso.
— ¿Vas a sacar aquella mierda de la chica defensiva e insegura y tener una conversación de adultos? —dijo, los músculos de su cuello moviéndose debajo de la piel, una señal segura de que ella se encendía también.
—Felizmente —le respondí, apretando los dientes—. Tan pronto como tú hagas la cosa de: “No puedo manejar la presión”.
Hizo una pausa, con su cara cayéndose un segundo antes de que se encendiera de nuevo.
— ¿Quieres que me vaya? —No puedo imaginar nada que me haga más feliz en esta temporada de fiestas.
—Bien —dijo, levantándose—. Voy a irme. Pero ya que parece que no puedes estar lejos de mí durante más de unas pocas horas, nos vemos pronto, estoy segura.
—Si por pronto quieres decir nunca, entonces eso suena bien para mí —le contesté, con ganas de saltar en mi asiento para que pudiera quedar a su altura—. ¿Dónde hay que firmar?
— ¿Sabes, Britt? —Dijo, regresando por las escaleras—. Tienes una manera de mierda de mostrar tu amor por alguien.
Me estremecí. Eso dolió más que todas las palabras que yo podía recordar que me hirieran. Mordiéndome el labio, la fulminé con la mirada.
—Lo mismo digo. —Y esa era una mentira arriesgada para decir cara a cara. Santana, tal vez más que nadie que jamás haya conocido, era capaz de expresar su amor de la manera en que el amor debía ser expresado.
Negando con la cabeza hacia mí, su rostro sangraba de toda emoción antes de que me diera la espalda y se fuera corriendo por las escaleras. Los fans que no tenían ni idea tendieron sus manos mientras corría, pero era como si ella no viera nada a su alrededor.
—Guau —dijo una voz aturdida, silbando una fila debajo de mí—. ¿Tú eres la chica con la que Santana López se va a casar y hacer bebés superhéroes?
Si Beth no había oído la acalorada discusión entre Santana y yo, tal vez eso significaba que todos los sentados dentro de un radio de diez que me miraban como si yo fuera una paria, tampoco.
—Creo que sola me destroné de ese título —le contesté, sintiéndome aturdida. O, al menos, más insensible.
—Eres como Lois Lane en la vida real —continuó, saltando en su asiento—. Sólo que más rubia. Y más joven. Y más bonita también.
Ni siquiera podía hacer que una sonrisa tímida se sintiera real. Me miró boquiabierta como si fuera casi tan genial como libros de historietas.
—Santa…
— ¡Beth! —gritó su madre, dándome una sonrisa simpática. Hasta aquí llegó el que nadie esté escuchando.
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Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
no puedo aceptar las tontas decisiones de britt, asi que no tengo nada que decir!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,...
britt y san de una ves por todas tienen que hablar para acarar las cosas,...
el día que san mande a la doma a britt seria genial,.... peeerooooo llegara a pasar????????!!!
nos vemos!!!
britt y san de una ves por todas tienen que hablar para acarar las cosas,...
el día que san mande a la doma a britt seria genial,.... peeerooooo llegara a pasar????????!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
micky morales escribió:no puedo aceptar las tontas decisiones de britt, asi que no tengo nada que decir!!!!!
3:) escribió:holap,...
britt y san de una ves por todas tienen que hablar para acarar las cosas,...
el día que san mande a la doma a britt seria genial,.... peeerooooo llegara a pasar????????!!!
nos vemos!!!
Perdon por no contestar sus comentarios hoy paso muy muy rapido!!
Saludos gracias por comentar
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 15
Beth me observaba. Sin decir nada, pero había algo que inquietaba a esta chica. — ¿Qué pasa, Beth? —le dije, mordiéndome las uñas. Yo nunca, hasta este momento, había sido una mordedora de uñas.
— ¿Por qué se pelearon Santana y tú? —preguntó, viéndose aliviado como había estado antes.
—Porque eso es lo que hacemos y somos buenas en eso —le contesté.
— ¿Pero la amas? Miré a su madre, deseando que ella elija este momento para anunciarle a las chicas que se iba al baño o algo así. —Sí.
Más alivio inundó su rostro. —Entonces, ¿Todavía se van a casar? —No lo sé —le dije, con mis dientes trabajando en la siguiente uña. Las manicuras eran tan de la temporada pasada—. No lo creo.
— ¿Por qué no? —Porque —dije, entendiendo por qué los padres son un gran fan de esta respuesta—: Porque a veces el amor no es suficiente.
Su nariz pecosa se curvó. —Bueno, duh —dijo, agitando las manos en el respaldo del asiento—. Acabo de cumplir seis años y sé eso.
Con seis años de edad, tenía más sabiduría de la vida, al parecer, que yo. El concepto era más deprimente de lo que debería ser.
— ¿Ya lo sabes, eh, listilla? —le dije. —Yo sé muchas cosas. —Y como estudiante de jardín de infantes probablemente has tenido citas con un total de cero niños —le dije, arqueando una ceja—, ¿Qué es exactamente lo que sabes sobre el amor?
Ella hizo esa carita no divertida en la que mi mamá se había convertido una maestra hace mucho tiempo. —Mamá me ha dicho que el amor es como una semilla. Hay que plantarlo para que crezca. Pero eso no es todo. Es necesario regarlo. El sol tiene que brillar lo suficiente, pero no demasiado. Las raíces tienen que tomar fuerza —continuó, entrecerrando los ojos en concentración—. Y a partir de ahí, si aparece su cabeza por encima de la superficie, hay cerca de un millón de cosas que podrían matarlo, por lo que toma un montón de suerte también.
Sentí mi boca abierta a punto de caer. Estaba a punto de murmurar una maldición cuando me contuve a mí misma. Esta chica era sabia más allá de sus años.
—No se puede plantar una semilla y esperar que crezca por sí sola. Se necesita de mucho trabajo para hacer que cualquier cosa crezca. —Me sonrió, claramente complacida consigo misma.
—Guau —le respondí, aturdida—. Eso realmente es una cosa inteligente, Beth.
—Lo sé —dijo—. ¿Tienes alguna pregunta? Sonreí con satisfacción a una niña de seis años. No es uno de mis mejores momentos. —Creo que estoy bien, pero te lo haré saber.
Se dio la vuelta en su asiento y estaba a mitad de camino a través de un suspiro de alivio cuando miró por encima del hombro.
—No deberías haber tenido una pelea con Santana —dijo, frunciendo el ceño—. Realmente podrías estropear su juego. Ella podría regresar a la segunda parte y ser un desastre. Puedes ser la única responsable de perder el juego si lo hacemos.
—Santana va a estar bien —le dije, bajando la mirada al tranquilo campo—. Está acostumbrada a las peleas entre nosotras. Nunca la detuvo antes.
Su boca hizo una mueca de pato mientras consideraba esto. —Es triste —respondió, con todo un mundo de respuestas a su disposición. Esa es la que ella escogió.
—Es triste —repetí cuando las gradas comenzaron a explotar con el aumento de los cuerpos y voces.
Cuando Syracuse salió al campo después del entretiempo, Santana no era quien guiaba. Casi me entró el pánico, que por nuestra pelea se haya ido, para que nunca oiga de ella, pero luego alcancé a ver el número diecisiete en medio del equipo.
No fue lo único que noté tampoco. Con los ojos entrecerrados de confusión se volvió hacia mí, mirándome con acusación. Podría simplemente marcar la palabra paria sobre mi frente, porque no podría haber estado más incómoda que como me sentía ahora.
El juego estaba poniéndose en marcha cuando alguien se detuvo al final de mi fila, se volvió, y fue tan obvio al mirarme que ni siquiera podía fingir que no lo había notado.
— ¿Sí? —le dije con irritación, mirando a la chica de fraternidad sonriendo hacia mí. Su fraternidad, delta-delta-douche algo, se desplazaba sobre su gorra de béisbol. No pude evitar rodar mis ojos.
— ¿Este asiento está ocupado? —preguntó, mirando la silla vacía que Santana había ocupado antes. Se había sentado en ella durante sólo cinco minutos, pero tuve un efecto protector de la misma.
—Sí —le dije, dejando caer mi bolso sobre ella—, lo está. La multitud rugió, animando cualquier excelente jugada que nuestro equipo lanzaba. Ella no sólo me estaba irritando, sonriéndome de una manera que era demasiado cursi, pidiendo ocupar el asiento de Santana, sino que me había hecho perder el comienzo del juego.
Strike cuatro. Quítate de mi camino. —Es mejor que encuentres otra chica junto a la que sentarte —Beth se volvió en su asiento, mirando con desprecio a esta mujer que era tres veces más grande que ella—, esta es la futura esposa de Santana López.
—Espera —dijo la mujer, riendo a Beth—. ¿Eres la chica de la mariscal de campo? Santana acababa de tomar el campo con su línea cuando la vi mirarme. Se encontraba tan lejos que no debería haber sido posible, pero juro que sus ojos destellaron negro cuando vio a la chica merodeando sobre mí.
— ¿Por qué no regresas con el resto de tu clan de aspirantes de gerencia intermedia? —le dije, despidiéndola con la mano.
Chasqueando los dedos, la mujer sacó su teléfono y comenzó a hojear las páginas. Yo no estaba segura exactamente qué es lo que buscaba, pero tenía una idea bastante buena.
Miré a Santana cuando se alineó, su cabeza se inclinó hacia atrás a mi camino otra vez.
Maldita sea—tenía que centrarse en el juego y no en mí. Yo podía manejarme.
La sonrisa de la chica de fraternidad se convirtió en chistosa. —Tú eres la chica de López —dijo, mostrando su teléfono hacia mí. En la pantalla, me encontraba a horcajadas sobre una Adriana luciendo enloquecida, mi brazo en alto y mi cabello un tornado de color blanco-rubio.
—No me importa si este asiento está ocupado —dijo, agarrando mi bolso y tirándolo en mi regazo—. Tengo que conseguir una foto con la chica que se hallaba en el bando ganador de la más comentada pelea de gatos en toda la historia de la universidad. —Envolviendo su brazo alrededor de mí, colgó el teléfono en frente de nosotras, a punto de tomar una fotografía.
¿Cuándo una imbécil como esta va a descubrir que no pueden hacer lo que quisieran con una mujer? Y fue lo que hice cuando le arrebaté el teléfono de las manos, salté de mi asiento, y lo arrojé a la cancha.
Santana acababa de empezar la caminata cuando mi propio proyectil salió disparado hacia un lado. Tomando otra mirada atrás cuando sus ojos no deberían haber estado en ningún otro lugar que no sea en el campo, la vi congelarse cuando vio lo que pasaba entre la chica de fraternidad y yo.
El tiempo se detuvo entonces mientras Santana me miraba y yo la miraba. Nuestras caras llenas de preocupación por la otra. Sin embargo, la preocupación de Santana estaba fuera de lugar. La chica de fraternidad había seleccionado una palabra de maldición perfectamente no creativa para gritarme antes de marcharse lejos—de nuevo a sus aspirantes de gerencia intermedia. Pero yo, tenía todo el derecho a preocuparme porque, rompiendo la línea defensiva de Santana, una de los liniero 10 del equipo visitante salió disparando directamente hacia la mariscal de campo congelada en su lugar.
Yo ya estaba gritando su nombre cuando la liniero golpeó contra Santana. Incluso después del impacto inicial, los ojos de Santana no dejaron los míos, pero cuando su cuerpo se estrelló contra el suelo, saltando y derrapando a unos diez metros, sus ojos estaban mucho más allá del punto de reconocimiento, ya que se cerraron.
***
— ¡SANTANA! —El grito fue primitivo, saliendo de alguna parte de mí que no sabía que existía. Saltando de mi asiento, corrí por las escaleras antes de saber que estaba en marcha. Mis ojos se hallaban fijos en ella, decorando la hierba artificial de un modo en que un cuerpo no debe contorsionarse.
No pensé en nada en ese momento—yo, era todo instinto. No me cabe duda de que si alguien se interponía en mi camino, habría hecho cualquier cosa para sacarlos. Pero nadie lo hizo, y cuando llegué a la barrera de concreto que separa el campo de las gradas, levanté las piernas sobre ella.
Torciendo mi estómago en la pared curvada, me dejé caer sobre el terreno. El aliento salió de mis pulmones por el impacto. Había subestimado la caída, pero no reduje la velocidad.
Todo el mundo estaba tan concentrado en Santana y al entrenador corriendo hacia ella, que nadie le prestó atención a la chica loca corriendo por el campo. Empujando a las jugadoras que formaban un círculo alrededor de ella, me deslicé de rodillas a su lado.
— ¿Santana? —le dije, tratando de recuperar el aliento. El trío de entrenadores me miró con los ojos abiertos antes de estrecharlos. —Tiene que salir volando de aquí, señorita —dijo uno de ellos mientras otro le quitaba el casco a Santana.
Lloré terriblemente cuando le agarré la mano y, por primera vez, se cayó inerte en la mía.
—No me voy —le contesté, mordiéndome el lado de mi mejilla. —Si no te vas por tu cuenta, tendremos que traer a alguien que te acompañe —dijo el tercero, con una luz encima de los ojos de Santana cuando los abrió.
Otro sollozo escapó antes de que lo evitara. Aquello ojos grises estaban planos, muertos.
—No me voy —le dije, doblando la mano de Santana en las mías, tratando de infundir un poco de calor y vida en ella—. Y me compadezco de la persona que trate de alejarme de ella. —Mis ojos brillaron en cada uno de los entrenadores.
—Bien —respondió uno de ellos poniendo un aparato ortopédico en el cuello de Santana—. Pero te metes en nuestro camino y con mucho gusto vamos a usar el tranquilizante que guardo para casos de emergencia en ti. ¿Entiendes?
—Está bien —le dije, con ganas de pasar mis manos sobre cada parte de Santana hasta averiguar que pasaba con ella. Hasta que identifiquen lo que necesitaba ser arreglado. Era una sensación de impotencia, sin saber lo que tenía que ser atendido. Cómo había que arreglarlo en la peor de las situaciones
.
Uno de los entrenadores sacó su teléfono del bolsillo. —Tenemos que darlo por terminado, chicas —dijo. Los otros asintieron con la cabeza.
Mordiendo el otro lado de mi mejilla, miré fijamente en el punto sobre el cuello de Santana donde el movimiento más débil podría ser descubierto. Empecé a contener la respiración, esperando en una tortura que el pulso levante ese trozo de piel de nuevo.
Mientras ella tenía pulso, estaba viva. Un par de entrenadores más corrieron hacia el campo, llevando una camilla. Las jugadoras se alejaron, inclinando sus cabezas mientras vagaban de nuevo a un segundo plano. Situados al lado de la camilla de Santana, los cinco entrenadores se posicionaron alrededor de ella, deslizando sus manos en su lugar.
No le solté la mano cuando lo subieron a la camilla y tampoco cuando se abrían camino fuera del campo.
No estaba segura de sí el estadio se había quedado en silencio, o yo era incapaz de escuchar nada en mi shock, pero no oí ningún sonido mientras Santana y yo nos movíamos fuera del campo.
Sólo cuando ya nos encontrábamos en los túneles del equipo, oí el estruendo de la sirena de una ambulancia. Los paramédicos balanceaban las puertas traseras abiertas cuando salimos fuera. Uno de los entrenadores les contó lo que había sucedido y lo que pensaban que podrían ser las lesiones que había sufrido. Cuando la conmoción cerebral es decir, coma y parálisis se expresaron, tuve que desconectarme. Tuve que fingir que la realidad no era tan real en estos momentos.
Transfiriéndolo en la ambulancia, seguí detrás del paramédico, tomando un asiento antes de que yo pudiera ser echada.
— ¿Quién eres tú? —me gritó cuando uno de los entrenadores se apartó cerrando las puertas de golpe.
—Soy la única familia que tiene —le susurré, tratando de no dejar que la gente nos mire yéndonos, como si fuéramos un coche fúnebre en su camino a un funeral, me lastimaba.
Correr a través de una sala de emergencia, mientras que una persona que amaba era transportada a la parte delantera de la línea debido a sus heridas, era un episodio que no quería volver a repetir en mi vida. Metiéndola de prisa en una habitación, se me ordenó permanecer fuera de la sala de espera.
Dos guardias de seguridad tuvieron que ser llamados cuando le dije a una enfermera amarga que iba a ir, eh-hmm. Me echaron una mirada, enloquecidos y preocupados de mi mente, y me dejaron ir con una advertencia.
Paseándome a través de la sala de espera, tuve que luchar contra el impulso de al menos un centenar de veces a empujar más allá al guardia de seguridad que claramente, había sido instruido para mantener un ojo en mí. Mi teléfono sonó cada minuto ya que todos los conocidos y amigos de Santana querían saber cómo estaba.
Lo apagué después de diez minutos. ¿Qué podía decirles? ¿La habían secuestrado a una sala de emergencia, mientras que más médicos se precipitaron en su habitación que en un campo de golf en una mañana soleada de sábado? Para darles a alguno de ellos una respuesta a cómo Santana estaba, yo o tendría que mentir o admitir cosas que no estaba segura de poder admitir.
Así que me paseaba. Me mordí las uñas hasta reducirlas a nada. Me dolía en cada lugar que no me di cuenta que podría doler. Pero yo no me dejaría pensar, o reflexionar, o considerar cualquiera de las muchas cosas que me romperían si las dejara entrar ahora mismo. Apenas me mantenía en la espera, comportándome como nada mejor que un animal enjaulado, si dejara entrar cualquiera de las emociones acumuladas, ningún frasco de tranquilizante podría someterme.
Podría haber pasado quince minutos, podría haber sido quince horas, pero cuando el rostro serio del doctor se encaminó hacia la sala de espera, con sus ojos cambiando en mi camino, parecía haberle tomado toda una vida cruzar la habitación hacia mí.
—Entiendo que usted de alguna manera está relacionada con la señora López —dijo, cruzando los brazos. Él no estaba cubierto de sangre, así que me aseguré que era una buena señal.
—Sí —dije, mi voz ronca. Yo estaba relacionada con ella en todos los sentidos que una persona puede estar sin el vínculo de parentesco por consanguinidad.
—Sufrió una conmoción cerebral por el impacto —empezó a decir mientras mis entrañas se retorcieron—. La he puesto en un coma médicamente inducido para darle a su cerebro y su cuerpo la oportunidad de sanar, pero no vamos a saber el alcance total de los daños hasta que se despierte.
Me tragué la bilis en la garganta. — ¿Está bien? —mi voz apenas un susurro.
—Está viva —corrigió el doctor—. No sé si está bien hasta que despierte. Hasta entonces, tiene que tomarlo con calma y descanso.
Una enfermera asomó la cabeza por la esquina. —Doctor —interrumpió ella—, tenemos una herida de bala en el estómago entrando.
Dándole un movimiento de cabeza por encima del hombro, empezó a retroceder. —Le hemos trasladado hasta el quinto piso. Puede ir a verla ahora, si quiere.
—Gracias —le dije mientras él se fue corriendo, ¿Por qué, que más se le puede ofrecer a la persona que había ayudado a quien amabas? Siguiendo las señales que llevaban hasta el ascensor, apreté el botón del quinto piso, seguido por un trío de golpes sobre el botón de "cerrar puerta". Mis piernas rebotaban, mi respiración estaba contenida, mis dedos toqueteaban la barandilla del ascensor. Mi ansiedad se manifestaba de una manera híper activa, el instante en que las puertas se abrieron, salí volando, corriendo hacia la estación de las enfermeras.
— ¿Disculpe? —pregunté, mi voz sonaba tan exaltada como el resto de mi cuerpo se sentía—. ¿Podría decirme a qué habitación fue llevada Santana López? —No esperé a que la mujer de mediana edad, levantara la vista de su carta antes de preguntar.
Cuando lo hizo, la sonrisa que le había ganado aquellas arrugas regresó a su posición. Tal vez la razón por la que era una enfermera de quinto piso era porque era cinco veces más cálida que las enfermeras amargas en la sala de emergencias. —Ella fue llevada a la 512 —dijo, señalando al final del pasillo a la derecha—. Puedes ir a verla ahora mismo. Sólo asegúrate de que tenga mucha tranquilidad y descanso, ¿Está bien, hun?
—De acuerdo. Lo haré —le dije, envolviendo mis brazos alrededor de mi estómago—. El doctor dijo que lo puso en estado de coma para que su cerebro pudiera sanar. ¿Alguna idea de cuándo va a despertar?
Había cerca de un millón de preguntas que tenía ahora que no pensé en preguntarle al médico cuando se encontraba en frente de mí.
—Podría ser la próxima semana —dijo, encogiéndose de hombros—. Podría ser en una hora. El cerebro es una cosa difícil que tiene una mente propia. —Sonrió por su pequeño juego de palabras—. A los doctores les gusta pensar que pueden mandarle a cumplir sus órdenes, pero en mi experiencia, el cerebro gana cada vez.
¿Por qué no todo el personal médico era realista y honesto como ésta lo era? —Suena muy... no concluyente.
—Hun, cada vez que se habla del cuerpo humano o el cerebro, siempre es no concluyente.
No es exactamente lo que necesitaba oír en este momento, pero prefería tomar la dura verdad sobre una mentira que me haga sentir mejor en cualquier momento.
—Gracias —le dije, saludando mientras me dirigía por el pasillo. —Avísame si necesitas cualquier cosa —gritó detrás de mí. La habitación 512 estaba en el otro extremo del pasillo y cuanto más me acercaba, más lejos parecía estar la habitación. Esta noche, todo parecía una loca versión de Alicia en el País de las Maravillas.
Deslizándome en el interior de la habitación, cerré la puerta silenciosamente detrás de mí. En cuanto a ella estaba en la cama, justo como me la imaginaba, podía fingir que dormía en su propia cama. Pero entonces, el pitido del monitor de ritmo cardíaco y el olor a antiséptico del hospital me trajeron de nuevo a la realidad.
No tenía aversión a los hospitales como la mayoría de la gente. Para mí, eran lugares en donde los seres queridos tenían al menos la esperanza de ser sanados. Cuando John había recibido un disparo, el único lugar para llevarlo fue al médico examinador.
Santana se encontraba allí, su corazón latiendo a cada segundo. Eso significaba que estaba viva y tenía una oportunidad de luchar. Había esperanza.
Me acerqué a los pies de la cama, le miré fijamente. Si no fuera por la bata de hospital y los cables y tubos que serpentean a través de su cuerpo, parecía que no pertenecía aquí. No había heridas cosidas, sin marcas manchadas de negro y azul, sin soportes para huesos rotos. Todo en la superficie era perfecto, pero lo que estaba pasando dentro de su cerebro era la verdadera amenaza.
Sabía más sobre las conmociones cerebrales que cualquiera que no fuera médico debería saber. Observando cientos de juegos en mi vida, había visto una parte justa de chicos golpeados sin sentido. John había tenido la suerte de escapar del aparente rito de conmoción cerebral, pero muchos de sus compañeros de equipo no lo habían hecho. La mayoría se recuperó con poco o ningún efecto a largo plazo. Pero algunos, los nombres y rostros que estaban a la vanguardia de mi mente ahora, habían cambiado para siempre. Esas almas menos afortunadas nunca volverían a caminar sobre un campo de fútbol de nuevo, y un par no podía siquiera levantar una cuchara a la boca, y mucho menos golpear una pelota de fútbol.
La comprensión de que esto era lo que potencialmente Santana se enfrentaría en su cerebro hizo que mi cuerpo se debilitara. Arrastrando los pies por un lado de la cama, me dejé caer sobre el borde de ella, agarrando su mano en la mía.
Esto es lo que ocurre cuando no se hace caso de la advertencia que la vida te lanza escuchando esa voz en tu cabeza que te dice que alguien iba a salir herido si no dejas de luchar contra la naturaleza.
Santana y yo habíamos estado viajando como un tren fuera de control y Santana se llevó la peor parte del impacto cuando el tren se estrelló contra la pared. Sabía cuándo y si Santana salía de esto, podríamos intentar reconstruir todo, pero no pasaría mucho tiempo antes de golpear otra pared. Y después de caer a pedazos de nuevo, nos gustaría romper con la próxima crisis hasta que finalmente, no quede nada de lo que una vez había sido. No habría Santana. Ni Britt. Ni nosotras. Nada del amor que habíamos compartido. Sólo líos dispersos que nunca podrían ser fijos.
Mi mano retorcía con fuerza la de ella, así que aflojé mis manos sobre ella. Lo último que necesitaba era una amputación de la mano después de que haberle cortado la circulación mientras me preocupaba en la noche.
Yo sabía que no podía irme, pero también sabía que no podía quedarme. Y esto, la ironía cruel, era la suma de Santana y de nuestro tiempo juntas. Yo la amaba, pero no debería. Confiaba en ella, pero no era natural. La quería, pero no podía tenerla.
Con nosotras, no era como si estuviéramos sufriendo de un mal caso de querer tener el pastel y comérselo también—tratábamos de hacer lo mejor de un plato de la torta vacía. No se puede crear algo de la nada y, si bien no era como si Santana y yo que no tuviéramos nada—éramos de la clase de gente que se pasaba la vida buscando algo—la vida nos ha dado un gran nada en el departamento de futuro. No había ningún lugar para ir, pero aquí mismo, una de nosotras tiene que conocer y saludar a la muerte, si uno de nosotras no se separó de la otra.
Yo sabía que no podía ser ella, me había advertido en innumerables ocasiones que era incapaz de caminar lejos de mí. Así que tenía que ser yo. Tenía que ser la que se levantara, dar la espalda a esta mujer, y nunca dejar de caminar.
Nunca me había enfrentado a algo con más miedo. Maldita sea. Le apretaba la mano con fuerza de nuevo. Aclarando mi garganta, traté de llevar las palabras a la superficie. Ellas no quisieron venir. Algo sobre el reconocimiento de la permanencia las mantenía embotelladas dentro.
Adiós. Sería la cosa más difícil que alguna vez tendría que decir, y lo más duro que me ha tocado vivir. Santana no era sólo mi primer amor. Ella era mi amor para siempre. Pero demonios si las fuerzas de la naturaleza no se hubieran alineado en mi contra realmente sería capaz de pasar mi vida con esta persona.
Aún estaba atragantándome con la palabra, cuando los dedos de Santana se movieron en mi mano.
Salté de mi asiento. Mirando fijamente su mano, vi que volvía a la vida, sintiendo a través y alrededor mío. Ahora algo más se quedó atrapado en mi garganta: alivio.
Sus ojos parpadearon y al instante se abrieron, cayendo en nuestras manos entrelazadas. Siguiendo su mirada, no pude determinar qué dedos eran suyos y cuales eran míos. Otra pequeña evidencia para la teoría de Alicia en el país de las Maravillas nuestras manos se habían fundido en una sola, creando su propio Santana y Brittany. O Brittana o Santitany. La idea me hizo sonreír.
Sentí que sus ojos se movieron hacia arriba, esperando a que ellos me encontraran. Cuando lo hicieron, yo quería poner el mundo en llamas y verla arder por negarse a dejarme tener a esta mujer.
Sus ojos hicieron una mueca de confusión, mientras escaneaban la habitación.
—Fuiste golpeada, Santana. Duro —le expliqué, agarrando su mano cuando fuerzas centrífugas trataban de separarnos. No aflojé, porque esta vez, su mano estaba agarrando la mía—. Te desmayaste, sufriste una conmoción cerebral, por lo que los médicos tuvieron que ponerte en un estado de coma para que tu cerebro pudiera ocupar su tiempo en recuperarse. —Hasta aquí el coma administrado. Pero no me debería haber sorprendido, Santana no se ajustaba a las normas sociales, un coma forzado sin ninguna expectativa.
—Recuerdo el golpe —dijo, echando mano a su cabeza—. El resto no tanto.
—Dios, Santana. Lo siento —dije, con la necesidad de decir mucho más.
—Lo sientes ¿por qué? —Dijo, inspeccionando la IV que tenía en el brazo—. ¿Porque yo fuera tan tonta como para mirar en la dirección opuesta de las 300 libras mamma-jamma, las cual quería molerme en el césped artificial? Eso fue lo único malo de mí, Britt.
—Sí, pero nuestra pelea —le dije, arrastrándome más cerca de ella cuando debería estar moviéndome en la dirección opuesta—. No habrías estado tan distraída si no hubiéramos peleado.
—Britt. Nosotras peleamos. Estoy acostumbrada a eso. Claro, esta pelea fue la más espantosa que hemos tenido, pero ahora estás aquí. Eso es todo lo que importa. No importa cuántas peleas tengamos, o lo mucho que movamos la escala de Richter, nada de eso importa, siempre y cuando al final del día, todavía estés conmigo.
Se removió en la cama, apuntalando sobre sus codos. —Y no estaba tan distraída por la pelea. Me distraje por esa bolsa D, estaba pensando en la tortura tan pronto como el juego terminara.
Sonriéndome, el color comenzó a llenar de nuevo su rostro. —Fue un infierno, tu lanzada de teléfono puso en marcha una espiral en el campo. Voy a empezar a llamarte brazo Láser Rocket. Si el entrenador vio eso, va a patear mi culo y te dejará en el lugar de mariscal titular.
Sonreí, en su antebrazo trazando el patrón sobre las líneas de su músculo y vena. —Si sigues recibiendo golpes como ese, estarás en la banca con seguridad, López.
Resopló, como si no sólo creyera que era invencible, pero ella lo sabía. Levantando la mano al cuello, buscó algo debajo de su ropa. Su expresión se cayó. — ¿Dónde diablos está mi collar? —dijo, sentándose en la cama y buscando por la habitación.
—No creo que lo encuentres pegado en el techo —le dije cuando investigó los azulejos del techo blanco.
— ¿Dónde está? —preguntó, con voz tensa. —Santana —le dije, preocupada de que haya sido golpeada tan duro que todavía me tenía preocupada—, cálmate. Estoy segura de que está por aquí. Probablemente te la quitaron cuando entraste en la sala de emergencias y lo han metido en un cajón o algo así. Lo encontraremos.
—Está bien —dijo, exhalando—, tienes razón. Lo encontraremos. —Colapsó de nuevo en la cama, parecía agotada.
— ¿Desde cuándo comenzaste a usar un collar? —pregunté.
—Desde que empecé a tratar de ponerme las pilas —dijo. — ¿Y eso sucedió cuando? —bromeé, estrechando los ojos hacia ella.
Se rió entre dientes, profundo y de esa forma suya que va directo a través de mí, vibrando en todo su recorrido. Como si fuera poco afilado, con la cara torcida.
— ¿Qué? —le pregunté, dispuesta a presionar ese botón rojo que descansa sobre la mesa junto a la cama.
—Estaba soñando —dijo, sus ojos yendo a ese lugar lejano—. Lo recuerdo. Eso es lo que me despertó. —Uno de los lados de su rostro torcido hacia arriba—. Era el mismo sueño una y otra vez. Debo haberlo tenido mil veces y lo único que recuerdo es querer romper ese pesado sueño y despertar. Pero no podía. Algo me sujetaba. Algo me impedía despertar.
Eso probablemente tiene algo que ver con el equipo de médicos que le indujo el coma. El estado de coma que duró toda una hora.
— ¿Qué era? —le pregunté, queriendo llegar a su interior y extraer todo el veneno que podía ver comiéndola.
Sus oscuros ojos parpadearon hacia mí. —Tú. Tragué saliva. — ¿Yo? —Traté de parecer valiente, pero nunca había estado tan asustada—. ¿Qué estaba haciendo?
Yo ya sabía antes de que ella se estremeciera por su respuesta. —Te ibas —susurró, su brazo cubriendo su pecho—. Me dejaste. Y nunca volviste, no importa lo duro que corrí detrás de ti o lo fuerte que te rogué que te detuvieras. —Y podría haber sido las drogas, o la iluminación horrible en la habitación de hospital, pero por primera vez, los ojos de Santana parecían tener lágrimas—. Me dejaste.
Y ahora era mi cara y mi todo lo que hacía sonar como si mis palabras me fallaron. No era mi conciencia, lo que reaccionó, era mi corazón. El corazón que había estado privando por tanto tiempo y se había liberado.
En un movimiento sin fisuras, me encontraba a horcajadas sobre su regazo, cubriéndole la boca con la mía. La besé, Dios, como nunca la había besado antes. No podía darle un beso, no era suficiente. Yo quería su boca para hacerme olvidar todo. Necesitaba olvidar la realidad por un tiempo y fingir que la vida iba a funcionar de la manera que quería.
Sus labios estaban quietos durante un segundo por debajo de los míos mientras procesaba qué demonios había sucedido, pero cuando volvió en sí, se movían contra los míos como si estuvieran tratando de consumir tanto como los míos a los suyos.
El monitor de frecuencia cardiaca arranco con latidos, nuestras bocas frenéticas en retirada y avanzando sobre la otra. Echándose hacia atrás, me arranqué la camiseta por encima de mi cabeza y mi top estaba saliendo y volando antes de que la sudadera cayera al suelo.
Las manos de Santana tomaron mi cara, tirando de mí hacia ella, su lengua se abría paso en mi boca. Yo temblaba, sintiendo sus manos y su boca y el resto de su cuerpo, deseando, tomando, y recibiendo.
Una mano se arrastró por mi espalda, sin escatimar tiempo en liberar mi sujetador. Su respiración por primera vez, era casi tan desigual como la mía y la realidad tratando de poner una grieta en este sueño que participábamos activamente. No deberíamos estar haciendo esto ahora, por una docena de razones diferentes. Y no quería preocuparme por una sola de ellas ahora mismo.
Su boca moviéndome dentro y sobre mí no era suficiente para mantener a raya a la realidad.
Yo tenía que tener todo de ella. Alejándome por lo que esperaba que fuera la última vez, quité todo lo que aún me cubría mis piernas, los tobillos, y caían al suelo.
La respiración de Santana se aceleró otra vez mientras sus ojos me inspeccionaban. Desnuda, torturada y muerta por mi necesidad de ella.
—Soy una bastarda afortunada —susurró, dándome una sonrisa mientras se apoyaba en los codos—. Y no hay manera de que vaya a dejar que nada se interponga en este camino. —Sus manos se deslizaron por mis caderas, doblando en la carne de mi espalda—. Pero ayúdame a quitarme este maldito vestido de hospital.
Sonreí, inclinándome hacia abajo y dejando que mis dedos trabajen en los nudos en la parte trasera de su vestido mientras mi boca se movía sobre los tendones y los músculos de su cuello. Su aliento pesado chocaba con mi cuerpo hacia arriba y hacia abajo en vez de su corazón. Me levanté con ella, me quedé con ella, siempre juntas
.
Tirando del último lazo, deslicé el vestido hacia arriba y sobre sus brazos, tirando de ella hacia arriba a través de las piernas y el cuerpo hasta que se había unido a mis ropas desechadas en el suelo.
Estaba funcionando. No sentía nada, sólo el aquí y ahora. No sentí nada, sólo Santana, su cuerpo, su amor y su necesidad.
Sus manos volvieron a mi espalda, levantándome y deslizándome hacia atrás. Podía sentirla contra mí, a la espera de mi aceptación final. A juzgar para ver si esto era realmente el momento perfecto. El lugar y en el momento en que Santana y yo marcaríamos este último pasaje de la intimidad.
Yo estaba tan preparada para este momento que pude sentir que palpitaba cada uno de mis nervios con vida. —Tú sabes, el médico dijo que tenías que estar relajada y descansar —le dije, sonriéndole, donde su rostro lucía tan emocionado como torturado—. Yo no diría que esto cuenta como descanso y relajación.
Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, rozando mis pechos y moldeando por debajo de mi mandíbula. Sosteniendo mi cara entre sus manos suaves, las líneas y los músculos de su cara alisada. —Britt. Te amo. Esto es exactamente lo que necesito ahora. Al diablo con las órdenes del doctor.
El corazón me latía con tanta fuerza en mi pecho, mi esternón empezaba a doler. Esto fue todo. La luz verde. Sin embargo, también sabía en ese momento que había una luz roja en el horizonte y era por ese vistazo de cruel realidad que me levanté por encima de ella.
— ¿Esto? —Di a entender, apoyando las manos en su pecho. Su corazón empujaba contra mis manos.
Asintió con la cabeza, pasando sus dedos pulgares hacia abajo por mi mandíbula. —Esto.
Y luego me bajé sobre ella, Chupe sus pechos. Gimió debajo de mí, mientras sus manos cayeron a mis caderas. — ¿Esto? —susurré, incapaz de apartarme mientras seguía con sus pechos
.
Los dos dimos un respingo por la separación. Sus dedos se cerraron en mis caderas, deslizándolas hacia abajo sobre ella. El monitor de ritmo cardíaco realmente estaba gritando ahora, apenas capaz de mantenerse al día con Santana.
—Maldita sea esta cosa —susurró, cubriendo su frente mientras me movía hacia su centro de placer. Buscando en su pecho, se arrancó los cables, tirándolos al piso. Hizo lo mismo con su IV.
—No —dijo, retorciéndose debajo de mí, moviéndose sobre mí hasta que tuve en mi espalda a su lado—. Que nada se interponga entre nosotras —dijo, acariciando mi cuello mientras yo empezaba a tocar su clítoris con mucho esmero. Yo era vagamente consciente de que el monitor de frecuencia cardiaca gritaba algún tipo de advertencia, pero cuando las caderas de Santana se sacudían bajo las mías, su gemido en el momento que la penetre con dos dedos y seguía haciendo círculos alrededor de su clítoris, no había nada más que ella.
Su lengua se estremeció dentro de mí, y de un pronto a otro me penetro con dulzura no sólo me hacía el amor—me estaba poseyendo.
No había nada que quisiera más que ella, nada de lo que no estaría dispuesto a sacrificar. De nada en mi vida me sentí más dependiente que de esta mujer que se movía dentro de mí en todos los sentidos que una persona puede entrar en otra.
Separando su boca de la mía, su aliento pesado llegó hasta mi oreja. Podía sentir el brillo del sudor que cubría su rostro, mezclándose con el mío.
Moviéndose dentro de mí de nuevo, esta vez más profundo, casi grité. Estaba tan cerca que dudaba que iba a durar uno más. —No voy a dejarte ir, Britt —susurró, con voz tensa—. No voy a dejar que te vayas. Eres mía —susurró, hundiendo sus dientes en mi oreja mientras sus caderas se estremecieron contra las mías una vez más.
Y eso fue todo. Mi cuerpo temblaba contra el suyo, mi mano alcanzando las barandas de metal para prepararme. Continuó penetrándome, su ritmo acelerado cuando mi cuerpo se tensó alrededor de sus dedos. Su otra mano se unió a la mía preparándose sobre la baranda y, mientras me siguió olvidando el camino de la realidad, sus dedos unidos a los míos, apretando su cuerpo antes de caer contra el mío.
—Maldita sea, Britt —dijo, su cabeza subía y bajaba contra mi pecho.
Exactamente mis pensamientos. — ¿Cómo te sientes? —pregunté, tratando de calmar mi ritmo cardíaco. No tenía nada de esto—. ¿Cómo está tu cabeza?
—Mi cabeza está bien —dijo, enrollando sus brazos alrededor de mi espalda—. Es mi maldito corazón que está a punto de reventar algo.
Me eché a reír, sintiéndome tan cerca de la euforia como un pesimista natural podría estar. Se incorporó, su risa vibrante en contra mí. Y entonces la puerta explotó abriéndose, el rostro de la enfermera que entró corriendo con una expresión llena de preocupación.
Sus ojos se posaron en la máquina en primer lugar, a continuación, en donde el culo desnudo de Santana descansaba sobre mí. Las arrugas de preocupación desaparecieron de su rostro cuando nos bendijo con una expresión muy paternal. Caminando hacia el monitor, apagó la cosa antes de que fuera a gritar para luego girarse y salir de la habitación.
—Por lo menos murió y fue al cielo —dijo en tono divertido antes de cerrar de nuevo, con nosotras en la habitación.
—Sí —dijo Santana en mi pecho, su risa regulándose—. ¡Por supuesto que lo hice!
—Lástima que nuestras vacaciones celestiales no duró un poco más de tiempo —le dije, pasando mis dedos por su hermoso cabello.
Su cuerpo se tensó esperando mientras sentía la curva de su sonrisa en mi pecho. — ¿Quién dice que no podemos hacer un viaje de regreso? —dijo, levantándose y penetrándome otra vez con sus celestiales dedos.
No tuve la oportunidad de responder—realmente—antes de que su boca y sus malditos perfectos dedos me poseyeran de nuevo.
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Beth me observaba. Sin decir nada, pero había algo que inquietaba a esta chica. — ¿Qué pasa, Beth? —le dije, mordiéndome las uñas. Yo nunca, hasta este momento, había sido una mordedora de uñas.
— ¿Por qué se pelearon Santana y tú? —preguntó, viéndose aliviado como había estado antes.
—Porque eso es lo que hacemos y somos buenas en eso —le contesté.
— ¿Pero la amas? Miré a su madre, deseando que ella elija este momento para anunciarle a las chicas que se iba al baño o algo así. —Sí.
Más alivio inundó su rostro. —Entonces, ¿Todavía se van a casar? —No lo sé —le dije, con mis dientes trabajando en la siguiente uña. Las manicuras eran tan de la temporada pasada—. No lo creo.
— ¿Por qué no? —Porque —dije, entendiendo por qué los padres son un gran fan de esta respuesta—: Porque a veces el amor no es suficiente.
Su nariz pecosa se curvó. —Bueno, duh —dijo, agitando las manos en el respaldo del asiento—. Acabo de cumplir seis años y sé eso.
Con seis años de edad, tenía más sabiduría de la vida, al parecer, que yo. El concepto era más deprimente de lo que debería ser.
— ¿Ya lo sabes, eh, listilla? —le dije. —Yo sé muchas cosas. —Y como estudiante de jardín de infantes probablemente has tenido citas con un total de cero niños —le dije, arqueando una ceja—, ¿Qué es exactamente lo que sabes sobre el amor?
Ella hizo esa carita no divertida en la que mi mamá se había convertido una maestra hace mucho tiempo. —Mamá me ha dicho que el amor es como una semilla. Hay que plantarlo para que crezca. Pero eso no es todo. Es necesario regarlo. El sol tiene que brillar lo suficiente, pero no demasiado. Las raíces tienen que tomar fuerza —continuó, entrecerrando los ojos en concentración—. Y a partir de ahí, si aparece su cabeza por encima de la superficie, hay cerca de un millón de cosas que podrían matarlo, por lo que toma un montón de suerte también.
Sentí mi boca abierta a punto de caer. Estaba a punto de murmurar una maldición cuando me contuve a mí misma. Esta chica era sabia más allá de sus años.
—No se puede plantar una semilla y esperar que crezca por sí sola. Se necesita de mucho trabajo para hacer que cualquier cosa crezca. —Me sonrió, claramente complacida consigo misma.
—Guau —le respondí, aturdida—. Eso realmente es una cosa inteligente, Beth.
—Lo sé —dijo—. ¿Tienes alguna pregunta? Sonreí con satisfacción a una niña de seis años. No es uno de mis mejores momentos. —Creo que estoy bien, pero te lo haré saber.
Se dio la vuelta en su asiento y estaba a mitad de camino a través de un suspiro de alivio cuando miró por encima del hombro.
—No deberías haber tenido una pelea con Santana —dijo, frunciendo el ceño—. Realmente podrías estropear su juego. Ella podría regresar a la segunda parte y ser un desastre. Puedes ser la única responsable de perder el juego si lo hacemos.
—Santana va a estar bien —le dije, bajando la mirada al tranquilo campo—. Está acostumbrada a las peleas entre nosotras. Nunca la detuvo antes.
Su boca hizo una mueca de pato mientras consideraba esto. —Es triste —respondió, con todo un mundo de respuestas a su disposición. Esa es la que ella escogió.
—Es triste —repetí cuando las gradas comenzaron a explotar con el aumento de los cuerpos y voces.
Cuando Syracuse salió al campo después del entretiempo, Santana no era quien guiaba. Casi me entró el pánico, que por nuestra pelea se haya ido, para que nunca oiga de ella, pero luego alcancé a ver el número diecisiete en medio del equipo.
No fue lo único que noté tampoco. Con los ojos entrecerrados de confusión se volvió hacia mí, mirándome con acusación. Podría simplemente marcar la palabra paria sobre mi frente, porque no podría haber estado más incómoda que como me sentía ahora.
El juego estaba poniéndose en marcha cuando alguien se detuvo al final de mi fila, se volvió, y fue tan obvio al mirarme que ni siquiera podía fingir que no lo había notado.
— ¿Sí? —le dije con irritación, mirando a la chica de fraternidad sonriendo hacia mí. Su fraternidad, delta-delta-douche algo, se desplazaba sobre su gorra de béisbol. No pude evitar rodar mis ojos.
— ¿Este asiento está ocupado? —preguntó, mirando la silla vacía que Santana había ocupado antes. Se había sentado en ella durante sólo cinco minutos, pero tuve un efecto protector de la misma.
—Sí —le dije, dejando caer mi bolso sobre ella—, lo está. La multitud rugió, animando cualquier excelente jugada que nuestro equipo lanzaba. Ella no sólo me estaba irritando, sonriéndome de una manera que era demasiado cursi, pidiendo ocupar el asiento de Santana, sino que me había hecho perder el comienzo del juego.
Strike cuatro. Quítate de mi camino. —Es mejor que encuentres otra chica junto a la que sentarte —Beth se volvió en su asiento, mirando con desprecio a esta mujer que era tres veces más grande que ella—, esta es la futura esposa de Santana López.
—Espera —dijo la mujer, riendo a Beth—. ¿Eres la chica de la mariscal de campo? Santana acababa de tomar el campo con su línea cuando la vi mirarme. Se encontraba tan lejos que no debería haber sido posible, pero juro que sus ojos destellaron negro cuando vio a la chica merodeando sobre mí.
— ¿Por qué no regresas con el resto de tu clan de aspirantes de gerencia intermedia? —le dije, despidiéndola con la mano.
Chasqueando los dedos, la mujer sacó su teléfono y comenzó a hojear las páginas. Yo no estaba segura exactamente qué es lo que buscaba, pero tenía una idea bastante buena.
Miré a Santana cuando se alineó, su cabeza se inclinó hacia atrás a mi camino otra vez.
Maldita sea—tenía que centrarse en el juego y no en mí. Yo podía manejarme.
La sonrisa de la chica de fraternidad se convirtió en chistosa. —Tú eres la chica de López —dijo, mostrando su teléfono hacia mí. En la pantalla, me encontraba a horcajadas sobre una Adriana luciendo enloquecida, mi brazo en alto y mi cabello un tornado de color blanco-rubio.
—No me importa si este asiento está ocupado —dijo, agarrando mi bolso y tirándolo en mi regazo—. Tengo que conseguir una foto con la chica que se hallaba en el bando ganador de la más comentada pelea de gatos en toda la historia de la universidad. —Envolviendo su brazo alrededor de mí, colgó el teléfono en frente de nosotras, a punto de tomar una fotografía.
¿Cuándo una imbécil como esta va a descubrir que no pueden hacer lo que quisieran con una mujer? Y fue lo que hice cuando le arrebaté el teléfono de las manos, salté de mi asiento, y lo arrojé a la cancha.
Santana acababa de empezar la caminata cuando mi propio proyectil salió disparado hacia un lado. Tomando otra mirada atrás cuando sus ojos no deberían haber estado en ningún otro lugar que no sea en el campo, la vi congelarse cuando vio lo que pasaba entre la chica de fraternidad y yo.
El tiempo se detuvo entonces mientras Santana me miraba y yo la miraba. Nuestras caras llenas de preocupación por la otra. Sin embargo, la preocupación de Santana estaba fuera de lugar. La chica de fraternidad había seleccionado una palabra de maldición perfectamente no creativa para gritarme antes de marcharse lejos—de nuevo a sus aspirantes de gerencia intermedia. Pero yo, tenía todo el derecho a preocuparme porque, rompiendo la línea defensiva de Santana, una de los liniero 10 del equipo visitante salió disparando directamente hacia la mariscal de campo congelada en su lugar.
Yo ya estaba gritando su nombre cuando la liniero golpeó contra Santana. Incluso después del impacto inicial, los ojos de Santana no dejaron los míos, pero cuando su cuerpo se estrelló contra el suelo, saltando y derrapando a unos diez metros, sus ojos estaban mucho más allá del punto de reconocimiento, ya que se cerraron.
***
— ¡SANTANA! —El grito fue primitivo, saliendo de alguna parte de mí que no sabía que existía. Saltando de mi asiento, corrí por las escaleras antes de saber que estaba en marcha. Mis ojos se hallaban fijos en ella, decorando la hierba artificial de un modo en que un cuerpo no debe contorsionarse.
No pensé en nada en ese momento—yo, era todo instinto. No me cabe duda de que si alguien se interponía en mi camino, habría hecho cualquier cosa para sacarlos. Pero nadie lo hizo, y cuando llegué a la barrera de concreto que separa el campo de las gradas, levanté las piernas sobre ella.
Torciendo mi estómago en la pared curvada, me dejé caer sobre el terreno. El aliento salió de mis pulmones por el impacto. Había subestimado la caída, pero no reduje la velocidad.
Todo el mundo estaba tan concentrado en Santana y al entrenador corriendo hacia ella, que nadie le prestó atención a la chica loca corriendo por el campo. Empujando a las jugadoras que formaban un círculo alrededor de ella, me deslicé de rodillas a su lado.
— ¿Santana? —le dije, tratando de recuperar el aliento. El trío de entrenadores me miró con los ojos abiertos antes de estrecharlos. —Tiene que salir volando de aquí, señorita —dijo uno de ellos mientras otro le quitaba el casco a Santana.
Lloré terriblemente cuando le agarré la mano y, por primera vez, se cayó inerte en la mía.
—No me voy —le contesté, mordiéndome el lado de mi mejilla. —Si no te vas por tu cuenta, tendremos que traer a alguien que te acompañe —dijo el tercero, con una luz encima de los ojos de Santana cuando los abrió.
Otro sollozo escapó antes de que lo evitara. Aquello ojos grises estaban planos, muertos.
—No me voy —le dije, doblando la mano de Santana en las mías, tratando de infundir un poco de calor y vida en ella—. Y me compadezco de la persona que trate de alejarme de ella. —Mis ojos brillaron en cada uno de los entrenadores.
—Bien —respondió uno de ellos poniendo un aparato ortopédico en el cuello de Santana—. Pero te metes en nuestro camino y con mucho gusto vamos a usar el tranquilizante que guardo para casos de emergencia en ti. ¿Entiendes?
—Está bien —le dije, con ganas de pasar mis manos sobre cada parte de Santana hasta averiguar que pasaba con ella. Hasta que identifiquen lo que necesitaba ser arreglado. Era una sensación de impotencia, sin saber lo que tenía que ser atendido. Cómo había que arreglarlo en la peor de las situaciones
.
Uno de los entrenadores sacó su teléfono del bolsillo. —Tenemos que darlo por terminado, chicas —dijo. Los otros asintieron con la cabeza.
Mordiendo el otro lado de mi mejilla, miré fijamente en el punto sobre el cuello de Santana donde el movimiento más débil podría ser descubierto. Empecé a contener la respiración, esperando en una tortura que el pulso levante ese trozo de piel de nuevo.
Mientras ella tenía pulso, estaba viva. Un par de entrenadores más corrieron hacia el campo, llevando una camilla. Las jugadoras se alejaron, inclinando sus cabezas mientras vagaban de nuevo a un segundo plano. Situados al lado de la camilla de Santana, los cinco entrenadores se posicionaron alrededor de ella, deslizando sus manos en su lugar.
No le solté la mano cuando lo subieron a la camilla y tampoco cuando se abrían camino fuera del campo.
No estaba segura de sí el estadio se había quedado en silencio, o yo era incapaz de escuchar nada en mi shock, pero no oí ningún sonido mientras Santana y yo nos movíamos fuera del campo.
Sólo cuando ya nos encontrábamos en los túneles del equipo, oí el estruendo de la sirena de una ambulancia. Los paramédicos balanceaban las puertas traseras abiertas cuando salimos fuera. Uno de los entrenadores les contó lo que había sucedido y lo que pensaban que podrían ser las lesiones que había sufrido. Cuando la conmoción cerebral es decir, coma y parálisis se expresaron, tuve que desconectarme. Tuve que fingir que la realidad no era tan real en estos momentos.
Transfiriéndolo en la ambulancia, seguí detrás del paramédico, tomando un asiento antes de que yo pudiera ser echada.
— ¿Quién eres tú? —me gritó cuando uno de los entrenadores se apartó cerrando las puertas de golpe.
—Soy la única familia que tiene —le susurré, tratando de no dejar que la gente nos mire yéndonos, como si fuéramos un coche fúnebre en su camino a un funeral, me lastimaba.
Correr a través de una sala de emergencia, mientras que una persona que amaba era transportada a la parte delantera de la línea debido a sus heridas, era un episodio que no quería volver a repetir en mi vida. Metiéndola de prisa en una habitación, se me ordenó permanecer fuera de la sala de espera.
Dos guardias de seguridad tuvieron que ser llamados cuando le dije a una enfermera amarga que iba a ir, eh-hmm. Me echaron una mirada, enloquecidos y preocupados de mi mente, y me dejaron ir con una advertencia.
Paseándome a través de la sala de espera, tuve que luchar contra el impulso de al menos un centenar de veces a empujar más allá al guardia de seguridad que claramente, había sido instruido para mantener un ojo en mí. Mi teléfono sonó cada minuto ya que todos los conocidos y amigos de Santana querían saber cómo estaba.
Lo apagué después de diez minutos. ¿Qué podía decirles? ¿La habían secuestrado a una sala de emergencia, mientras que más médicos se precipitaron en su habitación que en un campo de golf en una mañana soleada de sábado? Para darles a alguno de ellos una respuesta a cómo Santana estaba, yo o tendría que mentir o admitir cosas que no estaba segura de poder admitir.
Así que me paseaba. Me mordí las uñas hasta reducirlas a nada. Me dolía en cada lugar que no me di cuenta que podría doler. Pero yo no me dejaría pensar, o reflexionar, o considerar cualquiera de las muchas cosas que me romperían si las dejara entrar ahora mismo. Apenas me mantenía en la espera, comportándome como nada mejor que un animal enjaulado, si dejara entrar cualquiera de las emociones acumuladas, ningún frasco de tranquilizante podría someterme.
Podría haber pasado quince minutos, podría haber sido quince horas, pero cuando el rostro serio del doctor se encaminó hacia la sala de espera, con sus ojos cambiando en mi camino, parecía haberle tomado toda una vida cruzar la habitación hacia mí.
—Entiendo que usted de alguna manera está relacionada con la señora López —dijo, cruzando los brazos. Él no estaba cubierto de sangre, así que me aseguré que era una buena señal.
—Sí —dije, mi voz ronca. Yo estaba relacionada con ella en todos los sentidos que una persona puede estar sin el vínculo de parentesco por consanguinidad.
—Sufrió una conmoción cerebral por el impacto —empezó a decir mientras mis entrañas se retorcieron—. La he puesto en un coma médicamente inducido para darle a su cerebro y su cuerpo la oportunidad de sanar, pero no vamos a saber el alcance total de los daños hasta que se despierte.
Me tragué la bilis en la garganta. — ¿Está bien? —mi voz apenas un susurro.
—Está viva —corrigió el doctor—. No sé si está bien hasta que despierte. Hasta entonces, tiene que tomarlo con calma y descanso.
Una enfermera asomó la cabeza por la esquina. —Doctor —interrumpió ella—, tenemos una herida de bala en el estómago entrando.
Dándole un movimiento de cabeza por encima del hombro, empezó a retroceder. —Le hemos trasladado hasta el quinto piso. Puede ir a verla ahora, si quiere.
—Gracias —le dije mientras él se fue corriendo, ¿Por qué, que más se le puede ofrecer a la persona que había ayudado a quien amabas? Siguiendo las señales que llevaban hasta el ascensor, apreté el botón del quinto piso, seguido por un trío de golpes sobre el botón de "cerrar puerta". Mis piernas rebotaban, mi respiración estaba contenida, mis dedos toqueteaban la barandilla del ascensor. Mi ansiedad se manifestaba de una manera híper activa, el instante en que las puertas se abrieron, salí volando, corriendo hacia la estación de las enfermeras.
— ¿Disculpe? —pregunté, mi voz sonaba tan exaltada como el resto de mi cuerpo se sentía—. ¿Podría decirme a qué habitación fue llevada Santana López? —No esperé a que la mujer de mediana edad, levantara la vista de su carta antes de preguntar.
Cuando lo hizo, la sonrisa que le había ganado aquellas arrugas regresó a su posición. Tal vez la razón por la que era una enfermera de quinto piso era porque era cinco veces más cálida que las enfermeras amargas en la sala de emergencias. —Ella fue llevada a la 512 —dijo, señalando al final del pasillo a la derecha—. Puedes ir a verla ahora mismo. Sólo asegúrate de que tenga mucha tranquilidad y descanso, ¿Está bien, hun?
—De acuerdo. Lo haré —le dije, envolviendo mis brazos alrededor de mi estómago—. El doctor dijo que lo puso en estado de coma para que su cerebro pudiera sanar. ¿Alguna idea de cuándo va a despertar?
Había cerca de un millón de preguntas que tenía ahora que no pensé en preguntarle al médico cuando se encontraba en frente de mí.
—Podría ser la próxima semana —dijo, encogiéndose de hombros—. Podría ser en una hora. El cerebro es una cosa difícil que tiene una mente propia. —Sonrió por su pequeño juego de palabras—. A los doctores les gusta pensar que pueden mandarle a cumplir sus órdenes, pero en mi experiencia, el cerebro gana cada vez.
¿Por qué no todo el personal médico era realista y honesto como ésta lo era? —Suena muy... no concluyente.
—Hun, cada vez que se habla del cuerpo humano o el cerebro, siempre es no concluyente.
No es exactamente lo que necesitaba oír en este momento, pero prefería tomar la dura verdad sobre una mentira que me haga sentir mejor en cualquier momento.
—Gracias —le dije, saludando mientras me dirigía por el pasillo. —Avísame si necesitas cualquier cosa —gritó detrás de mí. La habitación 512 estaba en el otro extremo del pasillo y cuanto más me acercaba, más lejos parecía estar la habitación. Esta noche, todo parecía una loca versión de Alicia en el País de las Maravillas.
Deslizándome en el interior de la habitación, cerré la puerta silenciosamente detrás de mí. En cuanto a ella estaba en la cama, justo como me la imaginaba, podía fingir que dormía en su propia cama. Pero entonces, el pitido del monitor de ritmo cardíaco y el olor a antiséptico del hospital me trajeron de nuevo a la realidad.
No tenía aversión a los hospitales como la mayoría de la gente. Para mí, eran lugares en donde los seres queridos tenían al menos la esperanza de ser sanados. Cuando John había recibido un disparo, el único lugar para llevarlo fue al médico examinador.
Santana se encontraba allí, su corazón latiendo a cada segundo. Eso significaba que estaba viva y tenía una oportunidad de luchar. Había esperanza.
Me acerqué a los pies de la cama, le miré fijamente. Si no fuera por la bata de hospital y los cables y tubos que serpentean a través de su cuerpo, parecía que no pertenecía aquí. No había heridas cosidas, sin marcas manchadas de negro y azul, sin soportes para huesos rotos. Todo en la superficie era perfecto, pero lo que estaba pasando dentro de su cerebro era la verdadera amenaza.
Sabía más sobre las conmociones cerebrales que cualquiera que no fuera médico debería saber. Observando cientos de juegos en mi vida, había visto una parte justa de chicos golpeados sin sentido. John había tenido la suerte de escapar del aparente rito de conmoción cerebral, pero muchos de sus compañeros de equipo no lo habían hecho. La mayoría se recuperó con poco o ningún efecto a largo plazo. Pero algunos, los nombres y rostros que estaban a la vanguardia de mi mente ahora, habían cambiado para siempre. Esas almas menos afortunadas nunca volverían a caminar sobre un campo de fútbol de nuevo, y un par no podía siquiera levantar una cuchara a la boca, y mucho menos golpear una pelota de fútbol.
La comprensión de que esto era lo que potencialmente Santana se enfrentaría en su cerebro hizo que mi cuerpo se debilitara. Arrastrando los pies por un lado de la cama, me dejé caer sobre el borde de ella, agarrando su mano en la mía.
Esto es lo que ocurre cuando no se hace caso de la advertencia que la vida te lanza escuchando esa voz en tu cabeza que te dice que alguien iba a salir herido si no dejas de luchar contra la naturaleza.
Santana y yo habíamos estado viajando como un tren fuera de control y Santana se llevó la peor parte del impacto cuando el tren se estrelló contra la pared. Sabía cuándo y si Santana salía de esto, podríamos intentar reconstruir todo, pero no pasaría mucho tiempo antes de golpear otra pared. Y después de caer a pedazos de nuevo, nos gustaría romper con la próxima crisis hasta que finalmente, no quede nada de lo que una vez había sido. No habría Santana. Ni Britt. Ni nosotras. Nada del amor que habíamos compartido. Sólo líos dispersos que nunca podrían ser fijos.
Mi mano retorcía con fuerza la de ella, así que aflojé mis manos sobre ella. Lo último que necesitaba era una amputación de la mano después de que haberle cortado la circulación mientras me preocupaba en la noche.
Yo sabía que no podía irme, pero también sabía que no podía quedarme. Y esto, la ironía cruel, era la suma de Santana y de nuestro tiempo juntas. Yo la amaba, pero no debería. Confiaba en ella, pero no era natural. La quería, pero no podía tenerla.
Con nosotras, no era como si estuviéramos sufriendo de un mal caso de querer tener el pastel y comérselo también—tratábamos de hacer lo mejor de un plato de la torta vacía. No se puede crear algo de la nada y, si bien no era como si Santana y yo que no tuviéramos nada—éramos de la clase de gente que se pasaba la vida buscando algo—la vida nos ha dado un gran nada en el departamento de futuro. No había ningún lugar para ir, pero aquí mismo, una de nosotras tiene que conocer y saludar a la muerte, si uno de nosotras no se separó de la otra.
Yo sabía que no podía ser ella, me había advertido en innumerables ocasiones que era incapaz de caminar lejos de mí. Así que tenía que ser yo. Tenía que ser la que se levantara, dar la espalda a esta mujer, y nunca dejar de caminar.
Nunca me había enfrentado a algo con más miedo. Maldita sea. Le apretaba la mano con fuerza de nuevo. Aclarando mi garganta, traté de llevar las palabras a la superficie. Ellas no quisieron venir. Algo sobre el reconocimiento de la permanencia las mantenía embotelladas dentro.
Adiós. Sería la cosa más difícil que alguna vez tendría que decir, y lo más duro que me ha tocado vivir. Santana no era sólo mi primer amor. Ella era mi amor para siempre. Pero demonios si las fuerzas de la naturaleza no se hubieran alineado en mi contra realmente sería capaz de pasar mi vida con esta persona.
Aún estaba atragantándome con la palabra, cuando los dedos de Santana se movieron en mi mano.
Salté de mi asiento. Mirando fijamente su mano, vi que volvía a la vida, sintiendo a través y alrededor mío. Ahora algo más se quedó atrapado en mi garganta: alivio.
Sus ojos parpadearon y al instante se abrieron, cayendo en nuestras manos entrelazadas. Siguiendo su mirada, no pude determinar qué dedos eran suyos y cuales eran míos. Otra pequeña evidencia para la teoría de Alicia en el país de las Maravillas nuestras manos se habían fundido en una sola, creando su propio Santana y Brittany. O Brittana o Santitany. La idea me hizo sonreír.
Sentí que sus ojos se movieron hacia arriba, esperando a que ellos me encontraran. Cuando lo hicieron, yo quería poner el mundo en llamas y verla arder por negarse a dejarme tener a esta mujer.
Sus ojos hicieron una mueca de confusión, mientras escaneaban la habitación.
—Fuiste golpeada, Santana. Duro —le expliqué, agarrando su mano cuando fuerzas centrífugas trataban de separarnos. No aflojé, porque esta vez, su mano estaba agarrando la mía—. Te desmayaste, sufriste una conmoción cerebral, por lo que los médicos tuvieron que ponerte en un estado de coma para que tu cerebro pudiera ocupar su tiempo en recuperarse. —Hasta aquí el coma administrado. Pero no me debería haber sorprendido, Santana no se ajustaba a las normas sociales, un coma forzado sin ninguna expectativa.
—Recuerdo el golpe —dijo, echando mano a su cabeza—. El resto no tanto.
—Dios, Santana. Lo siento —dije, con la necesidad de decir mucho más.
—Lo sientes ¿por qué? —Dijo, inspeccionando la IV que tenía en el brazo—. ¿Porque yo fuera tan tonta como para mirar en la dirección opuesta de las 300 libras mamma-jamma, las cual quería molerme en el césped artificial? Eso fue lo único malo de mí, Britt.
—Sí, pero nuestra pelea —le dije, arrastrándome más cerca de ella cuando debería estar moviéndome en la dirección opuesta—. No habrías estado tan distraída si no hubiéramos peleado.
—Britt. Nosotras peleamos. Estoy acostumbrada a eso. Claro, esta pelea fue la más espantosa que hemos tenido, pero ahora estás aquí. Eso es todo lo que importa. No importa cuántas peleas tengamos, o lo mucho que movamos la escala de Richter, nada de eso importa, siempre y cuando al final del día, todavía estés conmigo.
Se removió en la cama, apuntalando sobre sus codos. —Y no estaba tan distraída por la pelea. Me distraje por esa bolsa D, estaba pensando en la tortura tan pronto como el juego terminara.
Sonriéndome, el color comenzó a llenar de nuevo su rostro. —Fue un infierno, tu lanzada de teléfono puso en marcha una espiral en el campo. Voy a empezar a llamarte brazo Láser Rocket. Si el entrenador vio eso, va a patear mi culo y te dejará en el lugar de mariscal titular.
Sonreí, en su antebrazo trazando el patrón sobre las líneas de su músculo y vena. —Si sigues recibiendo golpes como ese, estarás en la banca con seguridad, López.
Resopló, como si no sólo creyera que era invencible, pero ella lo sabía. Levantando la mano al cuello, buscó algo debajo de su ropa. Su expresión se cayó. — ¿Dónde diablos está mi collar? —dijo, sentándose en la cama y buscando por la habitación.
—No creo que lo encuentres pegado en el techo —le dije cuando investigó los azulejos del techo blanco.
— ¿Dónde está? —preguntó, con voz tensa. —Santana —le dije, preocupada de que haya sido golpeada tan duro que todavía me tenía preocupada—, cálmate. Estoy segura de que está por aquí. Probablemente te la quitaron cuando entraste en la sala de emergencias y lo han metido en un cajón o algo así. Lo encontraremos.
—Está bien —dijo, exhalando—, tienes razón. Lo encontraremos. —Colapsó de nuevo en la cama, parecía agotada.
— ¿Desde cuándo comenzaste a usar un collar? —pregunté.
—Desde que empecé a tratar de ponerme las pilas —dijo. — ¿Y eso sucedió cuando? —bromeé, estrechando los ojos hacia ella.
Se rió entre dientes, profundo y de esa forma suya que va directo a través de mí, vibrando en todo su recorrido. Como si fuera poco afilado, con la cara torcida.
— ¿Qué? —le pregunté, dispuesta a presionar ese botón rojo que descansa sobre la mesa junto a la cama.
—Estaba soñando —dijo, sus ojos yendo a ese lugar lejano—. Lo recuerdo. Eso es lo que me despertó. —Uno de los lados de su rostro torcido hacia arriba—. Era el mismo sueño una y otra vez. Debo haberlo tenido mil veces y lo único que recuerdo es querer romper ese pesado sueño y despertar. Pero no podía. Algo me sujetaba. Algo me impedía despertar.
Eso probablemente tiene algo que ver con el equipo de médicos que le indujo el coma. El estado de coma que duró toda una hora.
— ¿Qué era? —le pregunté, queriendo llegar a su interior y extraer todo el veneno que podía ver comiéndola.
Sus oscuros ojos parpadearon hacia mí. —Tú. Tragué saliva. — ¿Yo? —Traté de parecer valiente, pero nunca había estado tan asustada—. ¿Qué estaba haciendo?
Yo ya sabía antes de que ella se estremeciera por su respuesta. —Te ibas —susurró, su brazo cubriendo su pecho—. Me dejaste. Y nunca volviste, no importa lo duro que corrí detrás de ti o lo fuerte que te rogué que te detuvieras. —Y podría haber sido las drogas, o la iluminación horrible en la habitación de hospital, pero por primera vez, los ojos de Santana parecían tener lágrimas—. Me dejaste.
Y ahora era mi cara y mi todo lo que hacía sonar como si mis palabras me fallaron. No era mi conciencia, lo que reaccionó, era mi corazón. El corazón que había estado privando por tanto tiempo y se había liberado.
En un movimiento sin fisuras, me encontraba a horcajadas sobre su regazo, cubriéndole la boca con la mía. La besé, Dios, como nunca la había besado antes. No podía darle un beso, no era suficiente. Yo quería su boca para hacerme olvidar todo. Necesitaba olvidar la realidad por un tiempo y fingir que la vida iba a funcionar de la manera que quería.
Sus labios estaban quietos durante un segundo por debajo de los míos mientras procesaba qué demonios había sucedido, pero cuando volvió en sí, se movían contra los míos como si estuvieran tratando de consumir tanto como los míos a los suyos.
El monitor de frecuencia cardiaca arranco con latidos, nuestras bocas frenéticas en retirada y avanzando sobre la otra. Echándose hacia atrás, me arranqué la camiseta por encima de mi cabeza y mi top estaba saliendo y volando antes de que la sudadera cayera al suelo.
Las manos de Santana tomaron mi cara, tirando de mí hacia ella, su lengua se abría paso en mi boca. Yo temblaba, sintiendo sus manos y su boca y el resto de su cuerpo, deseando, tomando, y recibiendo.
Una mano se arrastró por mi espalda, sin escatimar tiempo en liberar mi sujetador. Su respiración por primera vez, era casi tan desigual como la mía y la realidad tratando de poner una grieta en este sueño que participábamos activamente. No deberíamos estar haciendo esto ahora, por una docena de razones diferentes. Y no quería preocuparme por una sola de ellas ahora mismo.
Su boca moviéndome dentro y sobre mí no era suficiente para mantener a raya a la realidad.
Yo tenía que tener todo de ella. Alejándome por lo que esperaba que fuera la última vez, quité todo lo que aún me cubría mis piernas, los tobillos, y caían al suelo.
La respiración de Santana se aceleró otra vez mientras sus ojos me inspeccionaban. Desnuda, torturada y muerta por mi necesidad de ella.
—Soy una bastarda afortunada —susurró, dándome una sonrisa mientras se apoyaba en los codos—. Y no hay manera de que vaya a dejar que nada se interponga en este camino. —Sus manos se deslizaron por mis caderas, doblando en la carne de mi espalda—. Pero ayúdame a quitarme este maldito vestido de hospital.
Sonreí, inclinándome hacia abajo y dejando que mis dedos trabajen en los nudos en la parte trasera de su vestido mientras mi boca se movía sobre los tendones y los músculos de su cuello. Su aliento pesado chocaba con mi cuerpo hacia arriba y hacia abajo en vez de su corazón. Me levanté con ella, me quedé con ella, siempre juntas
.
Tirando del último lazo, deslicé el vestido hacia arriba y sobre sus brazos, tirando de ella hacia arriba a través de las piernas y el cuerpo hasta que se había unido a mis ropas desechadas en el suelo.
Estaba funcionando. No sentía nada, sólo el aquí y ahora. No sentí nada, sólo Santana, su cuerpo, su amor y su necesidad.
Sus manos volvieron a mi espalda, levantándome y deslizándome hacia atrás. Podía sentirla contra mí, a la espera de mi aceptación final. A juzgar para ver si esto era realmente el momento perfecto. El lugar y en el momento en que Santana y yo marcaríamos este último pasaje de la intimidad.
Yo estaba tan preparada para este momento que pude sentir que palpitaba cada uno de mis nervios con vida. —Tú sabes, el médico dijo que tenías que estar relajada y descansar —le dije, sonriéndole, donde su rostro lucía tan emocionado como torturado—. Yo no diría que esto cuenta como descanso y relajación.
Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, rozando mis pechos y moldeando por debajo de mi mandíbula. Sosteniendo mi cara entre sus manos suaves, las líneas y los músculos de su cara alisada. —Britt. Te amo. Esto es exactamente lo que necesito ahora. Al diablo con las órdenes del doctor.
El corazón me latía con tanta fuerza en mi pecho, mi esternón empezaba a doler. Esto fue todo. La luz verde. Sin embargo, también sabía en ese momento que había una luz roja en el horizonte y era por ese vistazo de cruel realidad que me levanté por encima de ella.
— ¿Esto? —Di a entender, apoyando las manos en su pecho. Su corazón empujaba contra mis manos.
Asintió con la cabeza, pasando sus dedos pulgares hacia abajo por mi mandíbula. —Esto.
Y luego me bajé sobre ella, Chupe sus pechos. Gimió debajo de mí, mientras sus manos cayeron a mis caderas. — ¿Esto? —susurré, incapaz de apartarme mientras seguía con sus pechos
.
Los dos dimos un respingo por la separación. Sus dedos se cerraron en mis caderas, deslizándolas hacia abajo sobre ella. El monitor de ritmo cardíaco realmente estaba gritando ahora, apenas capaz de mantenerse al día con Santana.
—Maldita sea esta cosa —susurró, cubriendo su frente mientras me movía hacia su centro de placer. Buscando en su pecho, se arrancó los cables, tirándolos al piso. Hizo lo mismo con su IV.
—No —dijo, retorciéndose debajo de mí, moviéndose sobre mí hasta que tuve en mi espalda a su lado—. Que nada se interponga entre nosotras —dijo, acariciando mi cuello mientras yo empezaba a tocar su clítoris con mucho esmero. Yo era vagamente consciente de que el monitor de frecuencia cardiaca gritaba algún tipo de advertencia, pero cuando las caderas de Santana se sacudían bajo las mías, su gemido en el momento que la penetre con dos dedos y seguía haciendo círculos alrededor de su clítoris, no había nada más que ella.
Su lengua se estremeció dentro de mí, y de un pronto a otro me penetro con dulzura no sólo me hacía el amor—me estaba poseyendo.
No había nada que quisiera más que ella, nada de lo que no estaría dispuesto a sacrificar. De nada en mi vida me sentí más dependiente que de esta mujer que se movía dentro de mí en todos los sentidos que una persona puede entrar en otra.
Separando su boca de la mía, su aliento pesado llegó hasta mi oreja. Podía sentir el brillo del sudor que cubría su rostro, mezclándose con el mío.
Moviéndose dentro de mí de nuevo, esta vez más profundo, casi grité. Estaba tan cerca que dudaba que iba a durar uno más. —No voy a dejarte ir, Britt —susurró, con voz tensa—. No voy a dejar que te vayas. Eres mía —susurró, hundiendo sus dientes en mi oreja mientras sus caderas se estremecieron contra las mías una vez más.
Y eso fue todo. Mi cuerpo temblaba contra el suyo, mi mano alcanzando las barandas de metal para prepararme. Continuó penetrándome, su ritmo acelerado cuando mi cuerpo se tensó alrededor de sus dedos. Su otra mano se unió a la mía preparándose sobre la baranda y, mientras me siguió olvidando el camino de la realidad, sus dedos unidos a los míos, apretando su cuerpo antes de caer contra el mío.
—Maldita sea, Britt —dijo, su cabeza subía y bajaba contra mi pecho.
Exactamente mis pensamientos. — ¿Cómo te sientes? —pregunté, tratando de calmar mi ritmo cardíaco. No tenía nada de esto—. ¿Cómo está tu cabeza?
—Mi cabeza está bien —dijo, enrollando sus brazos alrededor de mi espalda—. Es mi maldito corazón que está a punto de reventar algo.
Me eché a reír, sintiéndome tan cerca de la euforia como un pesimista natural podría estar. Se incorporó, su risa vibrante en contra mí. Y entonces la puerta explotó abriéndose, el rostro de la enfermera que entró corriendo con una expresión llena de preocupación.
Sus ojos se posaron en la máquina en primer lugar, a continuación, en donde el culo desnudo de Santana descansaba sobre mí. Las arrugas de preocupación desaparecieron de su rostro cuando nos bendijo con una expresión muy paternal. Caminando hacia el monitor, apagó la cosa antes de que fuera a gritar para luego girarse y salir de la habitación.
—Por lo menos murió y fue al cielo —dijo en tono divertido antes de cerrar de nuevo, con nosotras en la habitación.
—Sí —dijo Santana en mi pecho, su risa regulándose—. ¡Por supuesto que lo hice!
—Lástima que nuestras vacaciones celestiales no duró un poco más de tiempo —le dije, pasando mis dedos por su hermoso cabello.
Su cuerpo se tensó esperando mientras sentía la curva de su sonrisa en mi pecho. — ¿Quién dice que no podemos hacer un viaje de regreso? —dijo, levantándose y penetrándome otra vez con sus celestiales dedos.
No tuve la oportunidad de responder—realmente—antes de que su boca y sus malditos perfectos dedos me poseyeran de nuevo.
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Comenten gracias x leer!!
Última edición por Dani(: el Mar Jun 10, 2014 4:37 pm, editado 1 vez
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
jajajaja me encanto la frase —Por lo menos murió y fue al cielo — jajaja!!!!! Genial:D:
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,....
ORALE,.. EL CAPITULO ESTUVO GENIAL,...!!!
es bueno despertar del coma así,(por que a mi no me paso cundo estuve en coma)..... ok ya! jajajajja
nos vemos!!!
ORALE,.. EL CAPITULO ESTUVO GENIAL,...!!!
es bueno despertar del coma así,(por que a mi no me paso cundo estuve en coma)..... ok ya! jajajajja
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Hola Dani(:! Eso ha estado increíble, genial, sin palabras! También admito que leí los anteriores, y amo el drama jaja.
Hasta pronto! Que andes bien :)
Hasta pronto! Que andes bien :)
Anita-P******* - Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 27/01/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
demasiado bueno, espero que britt deje sus tonterias y se dedique a ser feliz con santana y punto!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
monica.santander escribió:jajajaja me encanto la frase —Por lo menos murió y fue al cielo — jajaja!!!!! Genial:D:
Saludos
Jajajajajaja saludos ! fue una de mis frases favoritas tbm jajaj
Gracias por comentar!
3:) escribió:holap,....
ORALE,.. EL CAPITULO ESTUVO GENIAL,...!!!
es bueno despertar del coma así,(por que a mi no me paso cundo estuve en coma)..... ok ya! jajajajja
nos vemos!!!
Me alegro que te gustara (:
JAJAJAJAJA todos deseamos despertar asi del coma jaja
Saludos Gracias por comentar !!
Anita-P escribió:Hola Dani(:! Eso ha estado increíble, genial, sin palabras! También admito que leí los anteriores, y amo el drama jaja.
Hasta pronto! Que andes bien :)
Hola Anita-P !!
Me alegra que te gustara jaja ese a sido uno de mis capitulo favoritos (:
Espero que tu tbm andes bn ! Saludos gracias por comentar !!
micky morales escribió:demasiado bueno, espero que britt deje sus tonterias y se dedique a ser feliz con santana y punto!
Britt es una cabeza dura pero ya veremos quien le va a dar una buena razon para dejar todo eso (:
Saludos !! Gracias por comentar !!
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 16
Santana se encontraba a mi lado durmiendo el sueño de una mujer feliz. Su sonrisa torcida todavía era un fantasma en su cara mientras sus brazos me sujetaban como tornillos. Aún después de abrazar la barandilla metálica por segunda vez, de temblar, de apretar los dientes sofocando un grito, de dar vueltas en la cama de un hospital, no había sido capaz de dormirme.
Santana no tenía ningún problema. De hecho, los latidos de mi corazón no se habían recuperado por completo cuando ella se quedó dormida. Así que había permanecido despierta por seis horas mirando a la mujer acurrucada a mi lado, más confundida de lo que nunca había estado. ¿Cómo podíamos no ser buenas la una para la otra después de que una muy importante parte de nuestra relación acababa de probar cuan correctos éramos juntas? ¿Y por qué, sin importar qué hiciéramos, las cosas no querían funcionar para nosotras?
Mi vuelo salía en menos de dos horas. No tenía mi maleta conmigo, y no había manera de que fuera capaz de conducir hasta mi dormitorio para conseguirla y lograr estar de vuelta antes de que mi avión aterrizara en el soleado sur de Arizona donde mi familia estaba pasando la navidad con mis abuelos.
Afortunadamente, cuando reservé el boleto el mes pasado, supuse que estaría en el juego de Santana el sábado antes de partir y planeé en quedarme esa noche en su casa antes de conducir al aeropuerto. Mis planes no habían calculado exactamente una cama de hospital, o estar apretando los dedos alrededor de las barandillas de metal de la cama, pero si me iba ahora, al menos todavía podía alcanzar mi vuelo. No podía despertarla. No podía dejarle saber que me iba, no dejaría que me fuera. O ella compraría un boleto y vendría conmigo.
Y una parte de mí tenía muchas ganas de que eso sucediera. Pero mi parte confundida, la que se rascaba la cabeza en duda, contemplando el paso a seguir, necesitaba un poco de tiempo y espacio para solucionar esta nueva complicación en la que se estaba convirtiendo el cuento de nunca acabar de mi historia con Santana.
Más tiempo y espacio. Suspiré, cambiando de posición en la cama, tratando de sacudirme a mí misma de debajo de ella, los “tiempo y espacio” de los últimos meses no han hecho otra cosa más que confundirme y complicar las cosas entre nosotras. Así que prometí que me obligaría a mí misma a tomar una decisión para cuando el avión regresara de vuelta a Nueva York después de año nuevo. Antes de que yo regresara aquí, sería capaz de darle una firme y definitiva respuesta al interrogante que representaban Santana y Brittany.
Arropándola con la sábana, recogí mi ropa, metiendo mi cuello y extremidades en todos los agujeros apropiados. Recogiendo mi bolsa de encima de la mesa, me detuve al pie de la cama y sólo me quedé contemplándola. Parecía como si no fuera a ser capaz de parar. Ella era mía. Sabía eso con todo mi corazón.
Pero, ¿podía tenerla? Esa era la pregunta que no me iba a dejar descansar hasta que le diera respuesta.
Ni siquiera atreviéndome a pasar mis dedos sobre la punta de sus pies por miedo a despertarla y que me convenciera de volver a la cama, corrí hacía la puerta, cuidando de cerrarla sin hacer ruido.
Tomé las escaleras, esquivando los ascensores de la estación de enfermeras porque no quería tener que dar explicaciones. No podía explicar nada ahora mismo, más que estaba confundida como el infierno.
Una vez estuve fuera del hospital, tenía una línea de taxis para elegir. Deslizándome en el interior del más cercano, miré de vuelta al hospital subiendo mi mirada al quinto piso.
—Al Aeropuerto, por favor —dije, entrecerrando mis ojos para concentrarme mejor en la ventana a la que miraba. Una sombra se movió repentinamente lejos de ella—. Y por favor, dese prisa —añadí, con un nudo formándose en mi garganta.
El taxista obedeció mi solicitud de desafiar la velocidad. De hecho, puso a los taxistas de Nueva York en vergüenza. Menos de media hora después de haber dejado el hospital, estacionábamos frente al Aeropuerto. Sin tener ningún otro equipaje más que mi bolsa, le di al conductor su dinero más una buena propina por un trabajo bien hecho.
Apresuré mi camino hacía el mostrador de boletos, queriendo despegar de aquí para poder pensar. Mis pensamientos eran sofocantes en Nueva York. No podía pensar claramente.
Con el boleto en mano, me puse en la fila para los controles de seguridad. Al ser víspera de navidad, esperaba ver más personas con cara de pocos amigos y niños gritando de los que en realidad había, y antes de que tuviera tiempo para buscar mi celular en la bolsa para llamar a mis padres y hacerles saber que iba en camino, una agente de la Agencia de Seguridad de Transportes me apresuró a través del detector de metales.
Lanzando mi bolso, teléfono y botas en la cinta transportadora, atravesé el detector de metales. Dejé escapar un suspiro de alivio cuando no sonó ningún pitido. La última vez que volé, olvidé quitarme mi sólido y genuino collar de plata y tuve que soportar un intenso “registro” de un muy ansioso y joven agente masculino. Yo había sido la mejor parte de su día y él la peor del mío.
Recogiendo mis pertenencias al final de la cinta transportadora, la escuché.
Bueno, le oí. — ¡Britt! Levanté la cabeza. No podía verla todavía, pero podía oírle como si estuviera de pie a mi lado. Los agentes y las personas a mí alrededor dejaron lo que hacían para mirar también.
— ¡Britt! —Ésta vez se escuchó más cerca y Santana salió de la esquina, a máxima velocidad corriendo, descalza y con una bata de hospital. Sus ojos se pegaron a mí como si estuvieran entrenados sólo para eso—. ¡Britt! —repitió, asaltando las puertas de seguridad. Los agentes de AST iban despegándose de sus asientos, mirándose entre sí.
Ella no detuvo su paso, empujando una, después dos filas de neoyorquinos. No se detuvo hasta que un par de grandes agentes la abordaron. Mis manos cubrieron mi boca cuando los agentes lo detuvieron, cada uno agarrando a Santana de un brazo y tirándolos a su espalda. Santana no se resistió; o tal vez no podía, sólo me miró con esos ojos oscuros, suplicándome que me quedara.
— ¡No puedes irte, Britt! —gritó, resistiéndose a los guardias que intentaban sacarlo de la zona de seguridad.
—Sólo me iré por un tiempo —dije, segura de que ella no podía oírme ya que no pude sacar más que un susurro—. ¡Volveré, lo prometo! —Con una respuesta que decidirá el destino de nuestra relación.
—No puedes dejarme —dijo, con la voz quebrada, su rostro con una expresión similar mientras los guardias la sacaban. Esta vez con éxito—. No puedes dejarme —dijo una última vez, derrotada.
No sé qué era peor: Ver a Santana derrotada y siendo arrastrada a la salida o darme la vuelta rumbo a mi puerta de embarque.
Ambas cosas me carcomieron hasta que, para cuando mi vuelo aterrizó en Arizona, no estaba segura si quedaba algo de la antigua Brittany Pierce.
Capítulo 17
La Navidad vino y se fue sin que lo note. Bueno, lo hice. No puedes evitar ver cuando tu familia entera se aparece para víspera de Navidad adornando con alguna variedad suéteres rojos escoceses, rayados, cuadriculados o a lunares, brillando con luces y tintineando con campanas. El feo suéter de Navidad era una nueva tradición, una que esperaba desaparezca junto con el departamento que vendía esas monstruosidades. Dos horas en la familia shin-dig Pierce, y todos excepto yo estaban en un tren expreso a Drunkville. Yo, la única adolescente ahí, tan sobria como una monja a punto de tomar sus votos.
La vida ya no tenía más sentido. Estaba a punto de parar de intentar dárselo, en primer lugar.
Me acurruqué en el viejo sillón reclinable del abuelo, mirando hacia los centello de las luces navideñas, intentando imaginar qué estaría haciendo Santana en ese exacto minuto.
Experimentando un momento de debilidad, deslicé el celular fuera de mi bolsillo y tipié: “Felices Fiestas. XXX&O” presionando enviar antes de que pudiera repensarlo. Esperé gran parte de la noche, comprobando la pantalla para estar segura de que no había respondido.
Nunca lo hizo. Encontrando que no podía dormirme nuevamente la mañana del Año Nuevo, caminé como un zombie hacia la cocina, yendo directamente por una taza de café.
—Y yo que pensé que era la única que sufría insomnio en la familia.
Ni siquiera me sobresalté, me hallaba demasiado privada de sueño. Mamá se levantó de su silla en la mesa y se dirigió hacia la alacena donde el abuelo guardaba sus tasas de café. Vertiendo una para mí, agregó la azúcar y la crema sin preguntarme.
—Gracias. —Bostecé mientras ella dejaba la tasa en frente de mi silla.
—De nada —dijo, sentándose nuevamente y mirándome como si estuviese esperando por algo.
Muy temprano para saber qué exactamente, y con mi mamá, nada era lo que parecía. Podría estar esperando a que le comparta cada meta y sueño, tanto como podría estar a punto de decirme que ese barrido de cabello que me ha estado favoreciendo últimamente no era un buen look para mi cara con forma de corazón
Me quemaría a través de la tasa de café antes de que se aclarara la garganta.
—Estoy oficialmente harta de esperar a que te sinceres con lo que sea que te tiene tan deprimida, no puedes caer más bajo —dijo, dejando su tasa en la mesa—. ¿Qué está pasando contigo, Brittany? Sé que es algo relacionado con Santana, sólo que no me puedo imaginar qué es.
Me encogí cuando usó mi primer nombre completo y me estremecí cuando mencionó a Santana. Incluso eso me lastimaba oír. Suspiré, tomando un largo trago de café antes de apoyarlo. —No estoy segura si se supone que deberíamos estar juntas —dije, no ofreciendo nada más. Esto era, entre el meollo de mis preocupaciones, el punto de partida.
Mi mamá asintió con la cabeza, tomándose unos momentos para pensar antes de responder.
— ¿No estás segura de sí se supone que deben estar juntas o si no deberían estar juntas?
Mi cerebro no trabajaba lo suficiente para tener este tipo de conversaciones. — ¿Hay alguna diferencia?
—Por supuesto —dijo apretando la tira de su nuevo albornoz—. Para suponer tienes que asumir. El “debería” es una bestia completamente diferente. Implica deber y obligación. Es un periodo donde, supongo, hay un signo de interrogación —dijo, mirándome a través de la mesa—. Entonces sí, hay una diferencia
Síp, debería haber haberme quedado en la cama y continuar dando vueltas. Eso hubiese sido mejor que estar teniendo esta conversación con mi mamá antes del amanecer.
—Supongo. No lo sé —dije. — ¿Quieres saber lo que estoy pensando? —preguntó mamá, su voz y cara preocupadas.
—Claro —dije, necesitando algún consejo sólido de mamá. En los meses que siguieron a mi último año, habíamos logrado reconstruir la buena relación que perdimos después de la muerte de John. Incluso colocó a escondidas algunas pocas servilletas con notas en los paquetes CARE que ella y papá me habían enviado a la escuela.
—Desde la perspectiva de un forastero, tú y Santana probablemente no se supone que estén juntas —empezó suavemente, mirando mi cara por mi reacción—, pero al mismo tiempo, ustedes dos deberían estar juntas.
Sacudí la cabeza, intentando despejarme. No podía mantener el ritmo. Este tipo de conversaciones parecían como una contradicción gigante.
—Está bien, mamá. Eso fue tan claro como el barro —dije, entrecerrando los ojos mientras un dolor de cabeza emergía—. ¿Me estás diciendo que deberíamos o no deberíamos estar juntas?
—Deberían —respondió inmediatamente. Feliz de que lo aclarará y, aunque yo quería llegar más lejos en la explicación de lo que refería a deber/suponer, no lo podía hacer sin darme a mí misma una migraña.
— ¿Cómo puedes estar tan segura de eso cuando yo no lo estoy?
—Oh, cariño —dijo, acariciando mi mano—. Es porque estás dejando que los cuentos de hadas que creciste escuchando y los ideales infundidos de amor nublen tu mente. El amor no es fácil. Especialmente ese que es del bueno. Es difícil, y querrás arrancar tus pelos tantos días como sientas el viento en tu espalda. —Hizo una pausa, sonriendo para sus adentros—. Pero vale la pena. Vale la pena luchar por ello. No dejes que lo que no es real te deje ciega de lo que sí es. La vida no es perfecta, estamos seguros como la mierda de que no lo es, entonces ¿Por qué deberíamos esperar que el amor lo sea?
—Lo entiendo, enserio lo hago. Pero vamos, mamá —dije arrastrando mi dedo sobre el borde de la taza—, el amor sólo no es suficiente algunas veces.
—Bebé —dijo, mirándome como si hubiese dicho algo muy inmaduro—, firmaría mi nombre en sangre que no lo es.
Gemí, hundiéndome en mi silla. Esta pequeña conversación madre-hija no me llevaba a ningún lado.
—Estoy tan malditamente confundida ahora, mamá. Estoy tan confundida que no creo que nada que puedas decir o explicar, podría aclarar todo para mí.
Se mantuvo en silencio por un minuto, su frente se arrugó junto con la esquina de sus ojos mientras trabajaba sobre algo en su mente.
—El amor es lo que las llevó a estar juntas, Britt. Pero es la sangre, el sudor y las lágrimas del trabajo duro lo que las mantiene juntas —empezó, eligiendo sus palabras con cuidado—. El amor no es sólo amor, cariño. Es trabajo duro y confianza, y lágrimas con incluso algunos atisbos de devastación. Pero al final del día, si puedes mirar a la persona a tu lado y eres incapaz de imaginar a nadie más a quien preferirías tener allí, el dolor y angustia y los altibajos del amor valen la pena.
Y las nubes de confusión comenzaron a separarse. —En el amor hay tanto sufrimiento como dulzura. Si tiene esos dos ingredientes, le llaman amor. No pueden llamarlo agridulce
— ¿Estás diciendo que todas las relaciones experimentan el mismo tipo de altibajos que Santana y yo? —Pregunté, tomando otro sorbo de café—. Porque pienso que más gente elegiría estar sola si ese fuese el caso.
—Britt, eres una persona pasional, emocional. Santana no es muy diferente. ¿Cuál esperas que sea el resultado cuando vuelvan juntas? Ustedes dos no multiplican los picos y valles juntas; tú de forma exponencial los afectas —dijo, levantándose y tomando la cafetera del recipiente.
—Y no hay duda de que para algunas personas, la vida sería mucho más fácil si nunca se enamorasen. Para nunca tener que depender de una mujer como si fuese más esencial que el aire que te mantiene viva. —Llenó mi tasa, luego de la suya, antes de dejar la jarra entre nosotras. A juzgar por la conferencia de amor-atón de mi madre aquí, la agotaríamos pronto—. La vida sería más suave y sabrías más acerca de qué esperar día a día para mantener el amor fuera de tu vida. —Hizo una pausa, mirando por la ventana hacia los primeros rayos del amanecer que brillaban a través de esta—. Pero estarías sola.
— ¿Entonces estás diciendo que yo debería elegir a Santana sobre la vida de ermitaña en soledad? —pregunté, levantando las cejas hacia ella.
—Estoy diciendo que deberías elegir a Santana si, al final del día, cuando el mundo se vuelva contra ti, puedas decir con absoluta certeza que quieres a Santana a tu lado. ¿Puedes decir que los buenos tiempos valen por sobre los malos?
Mi cuerpo y mi mente se ponían más alertas mientras la cafeína pulsaba en mis venas, y mi cabeza empezó a trabajar por cuenta propia después de semanas de preocupación e incertidumbre.
Ya era hora. — ¿Cuándo te volviste su fan Número Uno? —pregunté, sonriendo hacia ella. Mi mamá había ido de la aversión hacia Santana cuando la conoció por primera vez, a no gustarle a lo largo de todo mi último año, a tolerarla desde que ella y yo hemos estado juntas en la universidad. No me había dado cuenta de que ella había cruzado hacia la tierra de la aceptación.
—Cuando demostró una y otra vez que es tuya —respondió con sencillez—. Puedo perdonar las culpas del pasado de una mujer, sus carencias presentes, y sus futuros errores si a cada minuto de cada día ella me ama como si fuese su religión —dijo, tomando un respiro—. Santana te ama así. Sólo me tomó un tiempo verlo, por lo tanto tiene el sello de aprobación de mamá ahora.
No respondí, mi mente se sentía cansada del trabajo intenso. No tanto re-pensando las cosas, pero si realineando expectativas y presunciones e incluso un poco de mi modo de ver el mundo. Había estado tan enfocada en las razones por las que Santana y yo no deberíamos estar juntas, que estuve ciega de las razones por la que sí deberíamos. Y ahora que “veo la luz”, esas razones valieron cada dificultad que se presentaron en nuestro camino.
— ¿Trabajando las cosas por allí, cariño? —dijo mi madre, sorprendiéndome. Me había ido tan lejos recorriendo los caminos de mis pensamientos, que todo se había desvanecido.
Tomé una respiración lenta, sintiendo un sangrado de confianza en mis venas, ahogando todo tipo de duda. —Todo resuelto, creo —dije sintiendo el peso del chaleco que había estado usando por mucho tiempo levantarse—. Gracias mamá. Por el café, por escuchar, y por la charla “Vuelve con Santana”.
—De nada, Britt —dijo arqueando las cejas mientras me estudiaba—. Pero ¿Qué demonios estás haciendo todavía en esa silla?
Mis ojos se entrecerraron— ¿Estaba abogando por lo que creo que hacía?
Agitando sus manos hacia la puerta trasera, dijo—: Ve a buscar a tu Mujer. Ve y sean felices y miserables juntas.
Síp, ella lo hacía.
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Uds tambien amaron a la madre de britt? igual que yo C:
AVISO!!
Bueno aqui les quiero decir que falta un capitulo mas el epilogo y empesariamos el tercer libro si uds quieren!!
Empece otro fic por si les gustaria leerlo tambien http://www.gleeklatino.com/t22157-fanfic-brittana-forbidden !!
Gracias por leer y comentar Saludos!
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
la mama de britt lo maximo, que si quiero el tercer libro. Por Dios que pregunta es esa POR SUPUESTISIMO!!!!!!!!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,...
es raro lo que voy a decir,.. pero!! amo a a mama de britt,.. ya lo dije jajajja
obvio que quiero el tercer libro,..
nos vemos!!!
es raro lo que voy a decir,.. pero!! amo a a mama de britt,.. ya lo dije jajajja
obvio que quiero el tercer libro,..
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Puede haber alguien taaannnnnn cabezona como Britt???? Una genia su mama, aplausos para ella!!
Me pregunta...... estará San esperando a Britt después que le suplico que no se fuera???
Tercer libro???? Eso no se pregunta, por supuesto que quiero eso!!!
Saludos
Me pregunta...... estará San esperando a Britt después que le suplico que no se fuera???
Tercer libro???? Eso no se pregunta, por supuesto que quiero eso!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
excelente fic!!! me encanta la historia!!! claro que me gustaría un tercer y cuarto y quinto libro!!!! por favor no nos hagas esperar tanto y gracias por compartirlo con nosotras!!!!
brittana_a* - Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 22/02/2013
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Me encantó! Realmente me gusta mucho esta historia. Hasta la proxima!! :)
Anita-P******* - Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 27/01/2014
Edad : 28
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