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Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 3
Estaba lloviendo—más como torrencialmente. Al menos, eso es lo que pensé cuando me desperté. Entonces oí la risita ahogada y me di cuenta de que la razón por la que mi ropa y mantas se aferraban a mí empapadas no tenía nada que ver con la naturaleza.
Abrí los ojos cuando uno de las compañeras de Santana, que se cernía sobre nosotras por encima de la cabina, volcó un cubo de quince litros de agua sobre nosotras. Grité mientras los miembros del equipo de fútbol explotaban en risas alrededor de la camioneta de Santana.
Eso fue, hasta que Santana se despertó, abalanzándose por la primera mujer que se movió.
La jugadora situada en su cabina, saltó de la camioneta antes de que Santana pudiera engancharse a alguno de sus tobillos, pero Santana se encontraba fuera de la cama y persiguiéndole un segundo más tarde. La pobre mujer no llegaría muy lejos.
— ¿Por qué corres, Carol? —Gritó Santana tras ella, dejando un rastro de salpicaduras de agua—. ¡Ambos sabemos que soy un infierno mucho más rápido que tú!
Mirando a Santana cerrar la brecha entre ella y Clarol, retorcí mi cabello y eché las pesadas mantas a un lado. Chasquearon cuando chocaron contra la camioneta.
Me aseguré de que mi mirada apuntara a cada jugadora alrededor, finalizando en Hanna, que me sonreía de una manera infantil. Ella ya fue perdonada antes de abrir su boca.
— ¿Qué? —dijo, como si no pudiera reaccionar—. Lo siento, Britt. Pero no es justo que López esté cálido acurrucado con tu fino trasero. Hemos tenido que igualar la balanza un poco.
Saliendo del colchón, me lancé sobre la puerta trasera. —La próxima vez que decidan “igualar la balanza” con Santana, ¿podrían por favor esperar hasta que esté fuera para tirar el cubo de agua? —Quería tomar una manta para envolverme, pero todas estaban empapadas—. Está helado aquí afuera. —Mi respiración se veía en el aire, por lo que me estremecí aún más.
La sonrisa de Hanna se desvaneció un poco.
—Ah, demonios, Britt—dijo, quitándose la sudadera—. Somos unas bestias. Vivimos el momento y realmente no pensamos en las consecuencias de nuestras acciones. —Me la tiró como si fuera una ofrenda de paz, con las cejas levantadas—. ¿Nos perdonas?
No en esta vida, habría sido mi respuesta si hubiera sido capaz de salir de la conversación. Odiaba un par de cosas más que estar congelada—un tratamiento sin Novocaína por ejemplo.
Frunciéndole el ceño a Hanna, así sabría que esto no le eximía de cualquiera que fuese su participación en la broma, agarré la sudadera en la que cabrían dos mujeres de tamaño pequeño con espacio de sobra.
—Toma ese pedazo de mierda de nuevo. —Apareciendo detrás de mí, Santana agarró la sudadera de Hanna de mis manos y se la arrojó en la cara—. La próxima vez que tú o alguna de ustedes, bastardas, le haga eso a mi chica otra vez, les patearé todo el cuerpo, ¿lo pillan? —gritó Santana, sus ojos barriendo a sus tranquilas compañeras en silencio.
Esperó hasta que el último de ellos asintió. —Y tú —dijo Santana, adelantándose y señalando a Hanna a la cara—, no vuelvas a tratar de darle a mi chica algo tuyo para que se lo ponga. —Sus músculos del cuello sobresalían como las aletas de un tiburón, estaba tan tensa—. O nunca más te lanzaré un balón, ¿entiendes?
Y yo pensaba que se había enojado por los litros de agua. —López —dijo Tony, levantando sus manos en señal de rendición. Santana dio otro paso hacia ella hasta que sus pechos chocaron.
— ¿Lo Pillas? Hanna bajó la mirada retrocediendo.
—Lo pillo.
—Bien —respondió Santana, volviéndose hacia mí. Su ira ya disuelta
—Consigamos algo de ropa seca —dijo, su voz baja y controlada.
Asentí. No sabía cómo podía enfurecerse y calmarse como si fuera un interruptor, pero era tanto un don como una maldición.
—Oye, López —llamó una de sus compañeras. Una de las que estuvieron en las afueras y no experimentó la dosis letal de la ira de Santana. Nadie en el círculo interior se dirigiría a ella por un tiempo—. ¿Qué demonios le hiciste a Hopkins?
Santana me envolvió con su brazo, dirigiéndome hacia el lado del pasajero de su camioneta. — ¡Encerrarlo en tu maletero, Palinski!
Cuando le miré fijamente, me dio su sonrisa ladeada. —No lo hiciste —dije, sabiendo que lo hizo. —Demonios, sí, lo hice —dijo, abriendo la puerta e inclinándose sobre el asiento para recuperar su bolsa de lona—. Y esa no es toda la venganza que sufrirá esa pequeña bastarda hoy.
— ¿Quiero saber?
Revisando el contenido de su bolsa, sacó una camiseta negra de manga larga. —No. No quieres —respondió, dándomela—. Pero ya verás.
Teniendo la cálida y seca camiseta en mis manos, asentí. —Algo que esperar.
—López —dijo Hanna, aclarándose la garganta mientras caminaba alrededor de la camioneta. Sostenía su teléfono—. El entrenador acaba de llamar. Nos quiere una hora antes de lo habitual. Le dije que nos llevaría al menos otra regresar. Dijo que nos arrastráramos rápido. —Su cara era casi como una mueca, como si estuviera anticipando la reacción de Santana.
—Si el entrenador nos quería una hora más temprano, debería haberlo dicho antes —respondió Santana, sin mirarla mientras seguía rebuscando otras cosas—. Tengo que conseguirle el desayuno a Britt antes de llevarla a nuestro lugar, por lo que el entrenador tendrá que esperar.
— ¿Quieres que le diga al entrenador la razón por la que llegarás tarde? —preguntó Hanna, nada antagónico al respecto, sólo una persona honesta haciendo una pregunta honesta.
—Demonios, dile —dijo Santana, agarrando mi cintura y levantándome—. Dile que mi chica está antes que el fútbol. Dile que el desayuno de mi chica está antes que el fútbol. —Girándose hacia Hanna, le miró, esperando.
— ¿Necesitas que lo escriba o crees que podrás manejarlo? —añadió Santana cuando Hanna se quedó mirando.
—Nah —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa—. Chica. Desayuno. Luego fútbol —recitó, golpeando su cabeza—. Creo que lo tengo.
Abrochando el cinturón, Santana cerró de golpe la puerta del pasajero y rodeó la camioneta. Deteniéndose fuera del lado del conductor, desgarró la húmeda térmica y la lanzó a los árboles. Abrió la puerta, se arrojó dentro, y arrancó la camioneta. Encendió los calefactores, centrando cada uno de ellos en mí. Había estado congelada, pero ahora me sentía toda pegajosa y cálida, a pesar de que el calor aún no llegaba. Todo por culpa de una reciente Mujer sin camiseta solo con su top, mojada y sonriendo a mi lado.
— ¿Qué? —dijo, su sonrisa profundizándose mientras continuaba mirándole. Deslizando los ojos por su cuerpo, terminé mi investigación en sus oscuros ojos. Igualé su sonrisa. —Ahora esto es un buen espectáculo con el que levantarse.
***
Después de asegurarle a Santana que no necesitaba sentarme para el desayuno y que un sándwich de huevo y una taza de café serían más que suficiente, nos detuvimos en la entrada de la casa que ella y otras cinco chicas compartían. Si no fuese porque la mujer que amaba vivía allí dentro, no entraría. No estaba sucio, pero casi cerca de estarlo, y todo el lugar —no importaba si era por la mañana o por la tarde, fin de semana o entre semana— olía como a ropa sucia y sexo.
Nos tomó una hora y media regresar, después de que Santana insistiera en detenerse por comida y por cafeína, lo que significaba que ya se atrasaba media hora. Santana no era un jugador de cada día en la universidad, era más del tipo por el que los entrenadores rezaban los domingos, así que no estaría calentando banquillo. Pero tendría problemas. De una manera u otra.
—Te acompañaré —dijo, todavía sin camiseta y su top y sonriendo. Tener que sentarme con esta mujer durante noventa minutos, logrando mantener mis manos quietas, tendría que conseguirme alguna especie de medalla. Una grande.
—Tienes un partido que ganar —dije, besando la comisura elevada de su boca—. Conozco mi camino.
—Cuida tu paso. Creo que Blaine hizo anoche una fiesta mientras no estábamos y ya sabes cómo son —dijo, tomando mi barbilla entre el pulgar y el índice. Se acercó, sus labios apenas rozando los míos antes de que terminaran en mi mandíbula. Bajando, sus dientes tocaron la piel sensible. Y la mujer seguía en su top, así que podía presenciar cada músculo que se apretaba mientras su boca y manos continuaban explorándome.
Ignora la medalla, merecía el equivalente virtuoso del Premio Nobel de la Paz.
Temblé cuando su boca me dejó. Sin lugar a dudas temblaba como si estuviera experimentando retiradas.
Sabía que estaba siendo presumida. Santana amaba la forma en la que me hacía sentir y las respuestas que podía desencadenar de mí. Sin embargo, comenzaba a cansarme todo ese juego previo que luego no nos conducía a nada.
Alcanzando la manija de la puerta, exhalé, trabajando para recomponerme. —Te veo en un rato —dije, fallando en hacerlo—. Seré uno de esos cincuenta mil gritos, moviendo mis brazos en el aire y gritando tu nombre.
—Eres lo único que veo allí, Britt —dijo, mientras me escabullía por la puerta.
Me entregó mi bolso, apoyando su otro brazo encima del volante. Quería tomar una foto para congelar este momento. Podría mantenerme cálida durante las frías noches de invierno en Nueva York, cuando durmiera sola en mi cama.
—Sí, eres un poco lo único que veo allí, también —dije—. Pero es sobre todo por cómo se ve tu trasero en ese spandex.
Resopló.
—Y yo que pensaba que era la campeona mundial vigente de la deshumanización.
—Eras, López —aclaré—, eras era el plazo operativo.
----------------------------------------------------------------------------------------------
Historia original trilogia crash de Nicole Williams.
Hola hola aqui les dejo el capitulo espero que les guste y dejen sus comentarios
Estaba lloviendo—más como torrencialmente. Al menos, eso es lo que pensé cuando me desperté. Entonces oí la risita ahogada y me di cuenta de que la razón por la que mi ropa y mantas se aferraban a mí empapadas no tenía nada que ver con la naturaleza.
Abrí los ojos cuando uno de las compañeras de Santana, que se cernía sobre nosotras por encima de la cabina, volcó un cubo de quince litros de agua sobre nosotras. Grité mientras los miembros del equipo de fútbol explotaban en risas alrededor de la camioneta de Santana.
Eso fue, hasta que Santana se despertó, abalanzándose por la primera mujer que se movió.
La jugadora situada en su cabina, saltó de la camioneta antes de que Santana pudiera engancharse a alguno de sus tobillos, pero Santana se encontraba fuera de la cama y persiguiéndole un segundo más tarde. La pobre mujer no llegaría muy lejos.
— ¿Por qué corres, Carol? —Gritó Santana tras ella, dejando un rastro de salpicaduras de agua—. ¡Ambos sabemos que soy un infierno mucho más rápido que tú!
Mirando a Santana cerrar la brecha entre ella y Clarol, retorcí mi cabello y eché las pesadas mantas a un lado. Chasquearon cuando chocaron contra la camioneta.
Me aseguré de que mi mirada apuntara a cada jugadora alrededor, finalizando en Hanna, que me sonreía de una manera infantil. Ella ya fue perdonada antes de abrir su boca.
— ¿Qué? —dijo, como si no pudiera reaccionar—. Lo siento, Britt. Pero no es justo que López esté cálido acurrucado con tu fino trasero. Hemos tenido que igualar la balanza un poco.
Saliendo del colchón, me lancé sobre la puerta trasera. —La próxima vez que decidan “igualar la balanza” con Santana, ¿podrían por favor esperar hasta que esté fuera para tirar el cubo de agua? —Quería tomar una manta para envolverme, pero todas estaban empapadas—. Está helado aquí afuera. —Mi respiración se veía en el aire, por lo que me estremecí aún más.
La sonrisa de Hanna se desvaneció un poco.
—Ah, demonios, Britt—dijo, quitándose la sudadera—. Somos unas bestias. Vivimos el momento y realmente no pensamos en las consecuencias de nuestras acciones. —Me la tiró como si fuera una ofrenda de paz, con las cejas levantadas—. ¿Nos perdonas?
No en esta vida, habría sido mi respuesta si hubiera sido capaz de salir de la conversación. Odiaba un par de cosas más que estar congelada—un tratamiento sin Novocaína por ejemplo.
Frunciéndole el ceño a Hanna, así sabría que esto no le eximía de cualquiera que fuese su participación en la broma, agarré la sudadera en la que cabrían dos mujeres de tamaño pequeño con espacio de sobra.
—Toma ese pedazo de mierda de nuevo. —Apareciendo detrás de mí, Santana agarró la sudadera de Hanna de mis manos y se la arrojó en la cara—. La próxima vez que tú o alguna de ustedes, bastardas, le haga eso a mi chica otra vez, les patearé todo el cuerpo, ¿lo pillan? —gritó Santana, sus ojos barriendo a sus tranquilas compañeras en silencio.
Esperó hasta que el último de ellos asintió. —Y tú —dijo Santana, adelantándose y señalando a Hanna a la cara—, no vuelvas a tratar de darle a mi chica algo tuyo para que se lo ponga. —Sus músculos del cuello sobresalían como las aletas de un tiburón, estaba tan tensa—. O nunca más te lanzaré un balón, ¿entiendes?
Y yo pensaba que se había enojado por los litros de agua. —López —dijo Tony, levantando sus manos en señal de rendición. Santana dio otro paso hacia ella hasta que sus pechos chocaron.
— ¿Lo Pillas? Hanna bajó la mirada retrocediendo.
—Lo pillo.
—Bien —respondió Santana, volviéndose hacia mí. Su ira ya disuelta
—Consigamos algo de ropa seca —dijo, su voz baja y controlada.
Asentí. No sabía cómo podía enfurecerse y calmarse como si fuera un interruptor, pero era tanto un don como una maldición.
—Oye, López —llamó una de sus compañeras. Una de las que estuvieron en las afueras y no experimentó la dosis letal de la ira de Santana. Nadie en el círculo interior se dirigiría a ella por un tiempo—. ¿Qué demonios le hiciste a Hopkins?
Santana me envolvió con su brazo, dirigiéndome hacia el lado del pasajero de su camioneta. — ¡Encerrarlo en tu maletero, Palinski!
Cuando le miré fijamente, me dio su sonrisa ladeada. —No lo hiciste —dije, sabiendo que lo hizo. —Demonios, sí, lo hice —dijo, abriendo la puerta e inclinándose sobre el asiento para recuperar su bolsa de lona—. Y esa no es toda la venganza que sufrirá esa pequeña bastarda hoy.
— ¿Quiero saber?
Revisando el contenido de su bolsa, sacó una camiseta negra de manga larga. —No. No quieres —respondió, dándomela—. Pero ya verás.
Teniendo la cálida y seca camiseta en mis manos, asentí. —Algo que esperar.
—López —dijo Hanna, aclarándose la garganta mientras caminaba alrededor de la camioneta. Sostenía su teléfono—. El entrenador acaba de llamar. Nos quiere una hora antes de lo habitual. Le dije que nos llevaría al menos otra regresar. Dijo que nos arrastráramos rápido. —Su cara era casi como una mueca, como si estuviera anticipando la reacción de Santana.
—Si el entrenador nos quería una hora más temprano, debería haberlo dicho antes —respondió Santana, sin mirarla mientras seguía rebuscando otras cosas—. Tengo que conseguirle el desayuno a Britt antes de llevarla a nuestro lugar, por lo que el entrenador tendrá que esperar.
— ¿Quieres que le diga al entrenador la razón por la que llegarás tarde? —preguntó Hanna, nada antagónico al respecto, sólo una persona honesta haciendo una pregunta honesta.
—Demonios, dile —dijo Santana, agarrando mi cintura y levantándome—. Dile que mi chica está antes que el fútbol. Dile que el desayuno de mi chica está antes que el fútbol. —Girándose hacia Hanna, le miró, esperando.
— ¿Necesitas que lo escriba o crees que podrás manejarlo? —añadió Santana cuando Hanna se quedó mirando.
—Nah —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa—. Chica. Desayuno. Luego fútbol —recitó, golpeando su cabeza—. Creo que lo tengo.
Abrochando el cinturón, Santana cerró de golpe la puerta del pasajero y rodeó la camioneta. Deteniéndose fuera del lado del conductor, desgarró la húmeda térmica y la lanzó a los árboles. Abrió la puerta, se arrojó dentro, y arrancó la camioneta. Encendió los calefactores, centrando cada uno de ellos en mí. Había estado congelada, pero ahora me sentía toda pegajosa y cálida, a pesar de que el calor aún no llegaba. Todo por culpa de una reciente Mujer sin camiseta solo con su top, mojada y sonriendo a mi lado.
— ¿Qué? —dijo, su sonrisa profundizándose mientras continuaba mirándole. Deslizando los ojos por su cuerpo, terminé mi investigación en sus oscuros ojos. Igualé su sonrisa. —Ahora esto es un buen espectáculo con el que levantarse.
***
Después de asegurarle a Santana que no necesitaba sentarme para el desayuno y que un sándwich de huevo y una taza de café serían más que suficiente, nos detuvimos en la entrada de la casa que ella y otras cinco chicas compartían. Si no fuese porque la mujer que amaba vivía allí dentro, no entraría. No estaba sucio, pero casi cerca de estarlo, y todo el lugar —no importaba si era por la mañana o por la tarde, fin de semana o entre semana— olía como a ropa sucia y sexo.
Nos tomó una hora y media regresar, después de que Santana insistiera en detenerse por comida y por cafeína, lo que significaba que ya se atrasaba media hora. Santana no era un jugador de cada día en la universidad, era más del tipo por el que los entrenadores rezaban los domingos, así que no estaría calentando banquillo. Pero tendría problemas. De una manera u otra.
—Te acompañaré —dijo, todavía sin camiseta y su top y sonriendo. Tener que sentarme con esta mujer durante noventa minutos, logrando mantener mis manos quietas, tendría que conseguirme alguna especie de medalla. Una grande.
—Tienes un partido que ganar —dije, besando la comisura elevada de su boca—. Conozco mi camino.
—Cuida tu paso. Creo que Blaine hizo anoche una fiesta mientras no estábamos y ya sabes cómo son —dijo, tomando mi barbilla entre el pulgar y el índice. Se acercó, sus labios apenas rozando los míos antes de que terminaran en mi mandíbula. Bajando, sus dientes tocaron la piel sensible. Y la mujer seguía en su top, así que podía presenciar cada músculo que se apretaba mientras su boca y manos continuaban explorándome.
Ignora la medalla, merecía el equivalente virtuoso del Premio Nobel de la Paz.
Temblé cuando su boca me dejó. Sin lugar a dudas temblaba como si estuviera experimentando retiradas.
Sabía que estaba siendo presumida. Santana amaba la forma en la que me hacía sentir y las respuestas que podía desencadenar de mí. Sin embargo, comenzaba a cansarme todo ese juego previo que luego no nos conducía a nada.
Alcanzando la manija de la puerta, exhalé, trabajando para recomponerme. —Te veo en un rato —dije, fallando en hacerlo—. Seré uno de esos cincuenta mil gritos, moviendo mis brazos en el aire y gritando tu nombre.
—Eres lo único que veo allí, Britt —dijo, mientras me escabullía por la puerta.
Me entregó mi bolso, apoyando su otro brazo encima del volante. Quería tomar una foto para congelar este momento. Podría mantenerme cálida durante las frías noches de invierno en Nueva York, cuando durmiera sola en mi cama.
—Sí, eres un poco lo único que veo allí, también —dije—. Pero es sobre todo por cómo se ve tu trasero en ese spandex.
Resopló.
—Y yo que pensaba que era la campeona mundial vigente de la deshumanización.
—Eras, López —aclaré—, eras era el plazo operativo.
----------------------------------------------------------------------------------------------
Historia original trilogia crash de Nicole Williams.
Hola hola aqui les dejo el capitulo espero que les guste y dejen sus comentarios
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,....
ya me leí lo dos capítulos,..!!
el día que britt y san de una ves por todas tengan sexo o hagan el amor (para los románticos) es el fin del mundo jajajaj
me encanta hanna y como de todo lo que dice molesta a san!!! jajaja
nos vemos!!!
ya me leí lo dos capítulos,..!!
el día que britt y san de una ves por todas tengan sexo o hagan el amor (para los románticos) es el fin del mundo jajajaj
me encanta hanna y como de todo lo que dice molesta a san!!! jajaja
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
lo platonico esta bien, pero no tanto verdad? hasta no tan pronto, voy de viaje y no hay internet, pero volvere!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Ardera troya el dia que santana y brittany hagan alfin el amor
monicagleek- ---
- Mensajes : 523
Fecha de inscripción : 25/11/2013
Edad : 27
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Qué lindoo! Santana es de lo más increíble que hay en el mundo jaja. Me encantan sus ataques de enojo, que luego se convierten en ternura.
Excelente! Saludos :)
Excelente! Saludos :)
Anita-P******* - Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 27/01/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
3:) escribió:holap,....
ya me leí lo dos capítulos,..!!
el día que britt y san de una ves por todas tengan sexo o hagan el amor (para los románticos) es el fin del mundo jajajaj
me encanta hanna y como de todo lo que dice molesta a san!!! jajaja
nos vemos!!!
Jajajajajaja creo que ese dia la tierra va a temblar jajajaja y hanna va hacer cada cosa
Saludos Gracias x comentar
micky morales escribió:lo platonico esta bien, pero no tanto verdad? hasta no tan pronto, voy de viaje y no hay internet, pero volvere!!!!!!
Pienso igual!! Espero que tengas un buen viaje
Saludos Gracias x comentar
monicagleek escribió:Ardera troya el dia que santana y brittany hagan alfin el amor
Ese dia tiembla y la tierra se abre jajaja
Saludos Gracias x comentar
Anita-P escribió:Qué lindoo! Santana es de lo más increíble que hay en el mundo jaja. Me encantan sus ataques de enojo, que luego se convierten en ternura.
Excelente! Saludos :)
San esta dando todo x britt es
Saludos espero que te guste el capitulo gracias x comentar
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 4
Al menos la ducha que Santana y Hanna compartían estaba limpia. Al menos "limpia" según los estándares del bachillerato universitario. Había llevado una media hora de agua hirviendo para lograr volverme a calentar. No podía recordar que una ducha se sintiera tan bien, especialmente sabiendo que era donde Santana estaba completamente desnuda un par de veces al día. Incluso me había encontrado cerrando los ojos, imaginando, mientras enjabonaba mi cuerpo con su gel de ducha.
Enrollando mi cabello en una toalla, me lavé los dientes y me deslicé en mis jeans y la sudadera de fútbol favorita de Santana de Syracuse. No había sido lavada, así que todavía olía a ella. Afortunadamente, el buen tipo de olor —jabón y mujer— y no a cómo olía después del entrenamiento.
Me puse las botas antes de dejar el baño porque Santana no había exagerado, el cuarto era un desastre. El tipo de desastre por el que alguien consideraría llamar al equipo de materiales peligrosos. Había tenido que esquivar obstáculos como botellas de cerveza, recortes de cartones de mujeres en bikinis en el suelo, y un par de bragas arrugadas para llegar a la habitación de Santana más temprano. Lo único que hacía su habitación más limpia que la del resto de la casa era la falta de figuras de cartón de mujeres decorando el suelo.
Cerrando la puerta del baño detrás de mí, di un paso atrás para meterme en la habitación de Santana, deteniéndome en seco casi inmediatamente. Esta no era la misma habitación que había dejado treinta minutos atrás. Tuve que comprobar dos veces la foto de nosotras dos que ella tenía decorando su cómoda para asegurarme de que esta era, de verdad, la habitación de Santana.
El cuarto se hallaba limpio, casi brillantemente limpio. La cama estaba hecha, las esquinas incluso habían sido estiradas y dobladas. No había ningún artículo de ropa decorando la alfombra ni ninguna superficie plana como lo había habido antes. El desastre se había ido, pero había sido intercambiado por algo casi igual de ofensivo, en mi opinión.
Papel crepe naranja y blanco giraba desde el ventilador de techo hacia las esquinas de la habitación. Posters de cartulina de tamaño humano con purpurina naranja con el número 17, Vamos López, o Syracuse #1 estaban colgados, al menos tres sobre una pared.
Alguien había llamado a la policía rah-rah para Santana y ella iba a estar enojada por encima del arco iris cuando lo viera.
Caminando tentativamente a través de la habitación que no reconocía, abrí el primer cajón de mi tocador y volví a meter la bolsa de aseo en el interior. Santana y yo tratábamos de pasar los fines de semana con el otro, así que yo estaba allí de vez en cuando. En lugar de sólo dejarme simplemente un cajón para mis cosas, ella había ido y había comprado una cómoda entera sólo para mi uso. El gesto me había dejado extrañamente sin palabras.
Deslizando el cajón para cerrarlo, hice una nueva investigación de la habitación. La foto nuestra llamó mi atención otra vez. Acercándome unos pasos, entendí por qué. Una línea diagonal hecha añicos la atravesaba, cortando a Santana de mí casi perfectamente. Levantando la mano, pasé un dedo por la línea, suprimiendo el temblor.
—Perdón por eso. Me sorprendí, la foto se cayó de mis manos y dio volteretas desde la esquina de la mesita de noche de Santana. El vidrio se fracturó una vez más, pero no se rompió.
De seguro lloraría si seguía mirando la foto fracturada a mis pies, así que me di la vuelta. Sólo para desear haberme quedado mirando una eternidad más a ese vidrio roto.
—Accidentalmente la tiré más temprano cuando limpiaba —dijo la alta, delgada chica en uniforme de porrista naranja y blanco, deslizándose alrededor de la habitación de Santana, sin mirarme.
— ¿Quién eres? —pregunté innecesariamente, cruzándome de brazos. Ya lo sabía.
—Adriana —dijo, ofreciendo nada más mientras llevaba un cesto rebosante de ropa doblada hacia la cómoda de Santana—. Ya sabes, no se le permite la entrada a nadie en la habitación de la jugadora antes del juego, excepto por su Hermana Espiritual —dijo, abriendo el primer cajón de la cómoda antes de comenzar a meter la ropa interior de Santana dentro.
Dos emociones me golpearon en ese momento, viendo a Adriana Vix, una chica que era el doble de alta y linda que yo, manoseando toda la ropa interior limpia de mi novia mientras la ordenaba. Hubo ira, pura y cruda, como la que Santana sentía.
Hubo algo que apretó mi garganta y mi corazón fuerte, sintiéndose como si ambos se fueran a romper.
—Soy su novia —respondí, intentando dejar que hablara la ira—. Se me permite la entrada cuando quiera. Puedes verlo —señalé a los carteles—, por el número 17 si no me crees. ¿Y qué demonios es una Hermana Espiritual? Además de lo obvio —terminé, evaluándola antes de arrugar la nariz.
Su piel era color cobre, su cabello oscuro, y tenía unos ojos verde musgo que casi resplandecían en contraste con su oscura piel. Sus piernas eran tan largas que la falda del uniforme parecía más bien un par de bragas que una falda, y tal como Hanna había dicho ardientemente, tenía enormes tetas. Y aparentemente no tenía problemas en dejar que el mundo conociera esas tetas, a un nivel de no dejar nada a la imaginación.
—Cada porrista es asignada a uno de los jugadores de fútbol. Uno de los jugadores de mayor rendimiento, porque nosotras no somos suficientes para cubrirlos a todos ellos, y de todas formas, ¿cuál es el punto de atender a alguien en el banco? —explicó, cerrando el cajón de Santana y moviéndose al que le seguía. Dobló y presionó camisetas en aquel, incluso con un código de color.
—Soy la capitana de mi equipo, y Santana es la estrella del suyo. Éramos una combinación obvia —dijo, sonriendo a las camisetas limpias de Santana.
Era impresionante lo atrayente que lucía arrancarle a esta chica los mechones salidos de su brillante cabello oscuro. Incluso reconocí que habría consecuencias, posiblemente incluso una noche en la cárcel. Y no me importaba.
—Obviamente —dije sin expresión, estrechando mis ojos mientras ella pasaba al siguiente cajón, guardando los tres únicos pares de pantalones que tenía Santana—. ¿Entonces qué? ¿Cómo Hermana Espiritual consigues limpiar sus cuartos, lavarles la ropa, prepararle los brownies, ese tipo de mierda de ama de casa de los 50? —Ah, allí estaba. Ese genio que necesitaba elevar para no atragantarme las palabras en frente de esta exótica Barbie.
Dándose la vuelta, dejó caer el cesto de la ropa vacío al suelo. —Y cualquier otra necesidad de la que puedan llegar a querer ocuparse —dijo, su sonrisa contando toda la historia.
Sentí que mis puños se cerraban, preparándose para el impacto. Aún no me había metido en una pelea de gatas, pero estaba segura de que una se aproximaba con fuerza.
—Escucha, ¿Adriana, cierto? —dije, rodeando los pies de la cama de Santana, parándome tan alta como era. Ella aun así se alzaba unos quince centímetros encima de mí—. Sé a qué estás jugando. Lo he visto un millón de veces diferentes y en un millón de maneras diferentes. Pero déjame ahorrarte el suspenso sobre el resultado de este pequeño juego que estás tratando de manipular.
Di otro paso más cerca, cruzándome de brazos porque no confiaba en ellos para que dejaran de pensar por su propia voluntad y dejaran un puñetazo justo en medio de esos lindos ojos verdes.
—Perderás. Santana está conmigo y yo estoy con Santana. Fin. Puedes preguntarle si necesitas más explicaciones.
Los labios de Adriana se fruncieron por un momento antes de que se aplanaran de nuevo en esa sonrisa de cera.
—No le lavas la ropa, no limpias su habitación, todos sabemos que no te abres de piernas, así que ¿qué bien eres para ella? Una mujer tiene necesidades. Puede que ella sea tuya hoy. ¿Pero qué hay de mañana? —Se apoyó en el tocador, sus dedos jugando con la esquina. No quería que sus dedos pasaran así por encima de ninguna de las cosas de Santana.
—Muy bien, déjame poner esto en términos de gente estúpida —dije, juntando mis dedos debajo de mi barbilla—. Mantente alejada de Santana o yo, figurativa y literalmente, patearé tu trasero. Con una sonrisa —agregué, luciendo una.
Arqueando un par de las cejas más meticulosamente esculpidas que había visto, Adriana chasqueó la lengua.
— ¿Quieres saber qué le pasó a la última chica que se metió en mi camino? No, en realidad, pero no me pude resistir. — ¿Qué? Se encogió de hombros, deslizándose a través de la habitación hacia la puerta en esas piernas malditamente interminables.
—No lo sé. Jamás escuché nada de ella otra vez después de conseguir a su mujer—dijo, mirando de vuelta hacia mí—. Se ahogó en mi estela. Será mejor que sepas nadar si vas a ir en mi contra.
Esta perra tenía suerte de que la estuviera dejando ir en una pieza. —Como un maldito pez. Para cuando había hecho mi camino a través de miles de aficionados para llegar al asiento guardado para mí en cada partido local, mi ira y el odio hacia Adriana no se habían atenuado ni en lo más mínimo. Sabía que de meterme con la Señorita Vix, esa pelea de gatas que me había evitado durante dieciocho años llegaría a su punto crítico.
Haciéndome a un lado en la primera fila, equilibrando cuidadosamente mis palomitas y mi chocolate caliente, encontré un rostro familiar en el asiento de al lado del mío, en el centro y al frente.
— ¡Oye, tú! —gritó Holly por encima de la multitud hacia mí, agarrando las palomitas que tenía así podía sentarme.
—No creí que pudieras venir —respondí, dándole un abrazo de costado antes de tomar mi asiento. Syracuse todavía tenía que salir al campo, pero estábamos a segundos de eso, a juzgar por el volumen rompe-tímpanos en el estadio. Santana delante de su equipo saliendo a la cancha para adoración de miles, en esa camiseta de lycra formando y resaltando los músculos de ella que merecían ser resaltados... Bueno, era una vista que jamás me querría perder.
Manteniendo mis ojos fijos en el túnel por el que salía el equipo local, le di un codazo en la pierna a Holly.
— ¿Tu mamá estuvo de acuerdo en cuidar a la pequeña Santana por una noche?
—Me tomó algo de convencimiento creativo, y tuve que acceder a hacerle mechitas más claras en el cabello por un año, pero sí, estuvo de acuerdo. Además, tuve que hacerle la permanente como a doce cabezas de cabello de anciana en el hogar de la ciudad para pagar el billete de avión —dijo Holly, arrojando una palomita de maíz en su boca—. Esta es mi primera noche afuera, y a juzgar por la falta de entusiasmo de mamá de cuidar de su única nieta, será probablemente la última en un tiempo, así que esta noche me voy a soltar el cabello, chica. —Pasándose los dedos por el pelo, Holly lo desordenó, luego echó la cabeza hacia adelante, dándole una sacudida bulliciosa—. Advertencia justa —agregó cuando tiró la cabeza de vuelta hacia atrás. Su largo cabello rubio había ganado dos centímetros y medio de altura.
—Sólo asegúrate de usar un condón esta vez —dije, sonriéndole de lado—. Y no te arrastres hacía nada que se parezca a un idiota o Emily Fields.
—No es divertido —dijo, apartando mi brazo. — ¿Cómo está la señora Fields? —pregunté, sin importarme, pero suponiendo que ella tenía la primicia ya que vivíamos en una ciudad donde todos conocían los asuntos de los demás.
—No lo sé. No me importa —respondió—. Sin embargo, encuentro una gran satisfacción cuando descubro que cada vez que uno de sus amigos disfruta de un buen pedazo de culo, ella está teniendo suerte con nada más que el lado suave de su mano.
Reí, extendiendo mi chocolate caliente. Ella lo tomó, lanzando una sonrisa hacia mí.
Luego de enterarme que no era el amor de Santana y madre de su hijo, fui capaz de mirar a Holly con una luz neutra. Y había comenzado a gustarme. Mucho. Nuestro aspecto no era lo único que se parecía entre nosotras dos, nuestras personalidades eran tan parecidas que ella a menudo decía lo mismo que yo iba a decir. Sólo que Holly era más valiente lanzándolo. Mientras que yo era demasiado cobarde para actuar, Holly lo hacía sin pensarlo dos veces.
Era un rasgo que yo quería afilar. El equipo visitante salió de su túnel, siendo bienvenido por un abucheo y bromas de casi todo el estadio. Holly incluso se les unió, lanzando unas cuantas palomitas hacia el campo.
Y luego las banderas naranjas y blancas, seguidas por un conjunto de animadoras que yo odiaba, partiendo de la base, dando volteretas de espaldas y patadas al aire, resurgieron del túnel local. No necesité consultar el número en su pecho para identificarla cuando salió corriendo del túnel. Santana tenía una marca particular de pavoneo, incluso cuando corría, que sería capaz de identificar dentro de cincuenta años.
—Juro que esa mujer se pavonea mientras duerme —le grité a Holly. —Sí, pero el pavoneo de Santana es justificado, no manipulado. Se mueve con ese contoneo porque sabe cómo hacer que una mujer tire su cabeza hacia atrás en la cama. Y lo sabe —dijo, devolviéndome el chocolate caliente.
—Sí, lo hace —murmuré perdida en el mar de ruidos. El estadio se volvió salvaje, gritando, cantando y haciendo reverencias mientras que su heroína dirigía al equipo al campo. En apenas dos meses de juego universitario, Santana ya se había convertido en una leyenda. Jugaba a un nivel completamente diferente que el resto de las chicas universitarias. Jugaba como si fuese una diosa. Y sus fanáticos la adoraban en consecuencia.
Disparándome de mi asiento, llevando a Holly conmigo, salté, silbé y grité lo mejor que pude. Tanto, que ya me sentía ronca cuando Santana tomó su lugar en la zona lateral del campo, justo en mi línea de visión. El entrenador hablaba con ella, pero Santana miraba hacia atrás, sus ojos encontrándome de inmediato. Los beneficios de guardar el asiento de en frente y al centro para tu novia, supuse. Saludó con la mano a Holly, luego me guiñó un ojo a mí, lo que respondí con un beso al aire. La sonrisa separó la barra de su casco antes de volver su atención al entrenador.
—Esa mujer tiene un trasero digno de una mirada de "necesita ser agarrado de un puñado" —dijo Holly, echándole una mirada soñadora al trasero de Santana. Me habría puesto celosa si hubiera sido cualquier otra persona en lugar de la mejor amiga de la infancia de Santana. Holly, y sólo Holly, podía hacer una observación honesta sobre el trasero de Santana sin que yo me pusiera en novia celosa con ella.
—Quiero decir, eso es algo a lo que una chica podría aferrarse en la cama —agregó Holly, masticando una palomita de maíz.
Un destello de calor enrojeció mis mejillas, asignándole una imagen a esa declaración.
Como si pudiera sentir nuestros ojos devorando su parte trasera, Santana se llevó el brazo hacia atrás y se dio un manotazo en el trasero, lanzándome una rápida sonrisa por encima del hombro antes de acurrucarse con algunos de sus titulares.
Santana López era cruel en todas las formas. —Entonces —comenzó Holly, codeando mi lado—. ¿Ustedes dos...? La miré de lado.
—Eso fue un firme no —murmuró, escondiendo su sonrisa detrás de la taza de chocolate caliente.
Observé mientras Santana y las chicas se metían en el campo después del primer saque. El nombre de la número 23 llamó mi atención. Donde había estado estampado "Hopkins" en su camiseta durante toda la temporada, esta noche tenía la palabra "Idiota" escrita en rotulador negro en un pedazo de cinta adhesiva. Santana se tomó su venganza en serio.
—Bueno, no ha sido por falta de esfuerzo —dije, dándome la vuelta en mi asiento para enfrentar a Holly. Me sentía cómoda hablando con Holly sobre la aparente incapacidad de Santana de dormir conmigo porque Holly era el ejemplo de no juzgar. Dudaba que ella hubiera levantado una ceja si yo hubiera divulgado que tenía una especie de fetiche de succionar pies—. Por mi parte, al menos —añadí.
—Sabes que no es porque ella no quiere hacerlo, ¿verdad? —dijo, mirándome—. Porque la mujer te desea tanto que está a punto de explotar en sus pantalones. Sólo está malditamente empeñada en hacer todo esto bien contigo. No quiere arruinar nada, y si eres Santana, crees que arruinarlo está en tu naturaleza. —Hizo una pausa, mordisqueando una palomita mientras Santana se alineaba detrás de su línea ofensiva. Salté al nivel del resto de los aficionados—. Sólo dale algo más de tiempo.
—Mucho tiempo más, y voy a estallar y luego, si está bien o mal dormir conmigo, no importará —respondí, manteniendo el aliento cuando Santana se agachó en posición.
—Cariño, conozco el sentimiento —dijo Holly—. Esta yegua ha estado saliendo a pastorear en primavera desde antes de la pequeña Santana.
—Dios, Holly —dije, casi ahogándome con mi grano de palomita de maíz, pero luego el central elevó el balón y me congelé. Santana amagó hacia un lado, luego el otro, arqueando el balón mientras Hanna cargaba contra el campo. El brazo de Santana se puso borroso, la pelota se arqueó en una espiral de digna alabanza, enumerando las yardas hasta que aterrizó en los brazos acunados de Hanna en la décimo quinta yarda.
La multitud estalló, los pompones se sacudieron, las manos rebotaron, los fanáticos cantaron; era más intenso que cualquier concierto de rock al que había ido.
— ¡Maldita sea! —Me gritó Holly, después de silbar entre dientes—. Esa chica no está allí afuera sólo por un dulce trasero.
—Puede jugar —dije, sin hacer hincapié adecuadamente—. Dulce trasero es sólo un título honorario.
Holly lanzó otro comentario, pero Santana estaba de vuelta en posición y yo apagué todo lo demás. Esta vez, tan pronto como Santana atrapó la pelota, echó a correr. Esquivando un par de jugadoras que se deslizaban por su camino, se abrió paso más allá de la décimo quinta, y luego las últimas pocas yardas quedaron abiertas.
Y estábamos en el marcador con seis puntos a menos de un minuto de juego. Sabía que no había ninguna S en la palabra equipo, pero esos puntos eran casi todos gracias a la número 17, Santana López.
Agarrando la barandilla en frente de mí, salté, gritando hacia el campo. Holly estaba gritando también, a pesar de que el suyo estaba interrumpido por un "dulce trasero" cada pocas palabras.
Santana dejó caer el balón en la zona final, habiendo ya abandonado hacía mucho tiempo la teatralidad de anotar un touchdown después de su primer partido. Algo acerca de meter la bola en la zona final de una a dos veces por partido, hacía parecer las teatralidades un poco deslucidas.
Sin embargo, había una tradición de apertura de touchdown que ella no había dejado morir. Yo ya me inclinaba por encima de la barandilla antes de que ella corriera más allá de la décima yarda. Se sentía como si la mitad de los ojos del estadio estuvieran en mí, porque si alguno de ellos había ido a algún partido, sabían por qué Santana López estaba sacándose del casco y a quién le sonreía.
Jamás había sido de las que hacen escenas o de las que participan en demostraciones públicas de afecto, pero cuando se trataba de Santana, lo llevaría a donde quiera que ella se ofreciera a ir. Sin importar si estábamos solas o en el medio de miles de aficionados enloquecidos. Cuando nos mirábamos la uno a la otra de la manera en que lo estábamos haciendo ahora, todo se desvanecía en el olvido.
Abriéndose paso entre sus compañeras que le daban palmadas en la espalda mientras pasaba, dejó caer su casco antes de saltar en el aire. Sus manos atraparon la barra superior de la primera fila y, colgándose de lado de la barandilla igual que un levantamiento de barbilla, se impulsó.
Inclinándome más, le sonreí a su rostro perlado de sudor. —Presume —susurré, tan cerca que casi podía saborear la sal de su piel. Su sonrisa se curvó aún más. —Ven aquí —ordenó, sus ojos cayendo a mis labios. Dejando caer mi boca a la suya, probé el salado sudor de su piel. Y luego la besé. La multitud estalló de nuevo, amando el show que su estrella mariscal de campo les daba. Pero no lo hacíamos por ellos. Esto, lo hacíamos por nosotras. Todo lo que hacíamos como pareja lo hacíamos por nosotras.
No me dejó alejarme cuando me moví. En su lugar, de algunas manera se las arregló para sostenerse con una mano mientras que con la otra agarraba la parte trasera de mi nuca y me acercaba de vuelta a ella. Me besó aún más fuerte, así no podía respirar, y el estadio estaba girando y, como esperé, todo excepto Santana se desvaneció. Me había perdido total y completamente en ella.
Luego, inclinándose hacia atrás, presionó un último beso dulce en mis labios.
—Dios mío, Britt —respiró, el calor de éste recubriendo mi rostro—, ¿cómo se supone que una mujer se concentre en el fútbol después de esto?
—Buena suerte con eso —respondí, mi voz tan escalonada como supuse que lo estaría.
—Será mejor que haya más de donde vinieron esos después del partido —dijo, mostrando una sonrisa mientras se bajaba.
—Muchos —le grité. — ¡López! —Gritó el entrenador en jefe por encima del ruido—. Seguro que sé cómo el infierno que no te importa hacer el ridículo por ti misma, ¡pero deja de hacer el ridículo por mí y el resto del equipo! ¡Tranquiliza tu libido y enfócate!
Santana rodó los ojos hacia mí antes de darse la vuelta y dirigirse a la zona lateral del campo.
— ¡Me alegro de verte también, Santana! —gritó Holly, cruzándose de brazos y luciendo positivamente molesta.
Dándose la vuelta, Santana extendió los brazos. — ¡Sabes que te quiero, Hol! —Sí, sí —murmuró ella, haciendo un ademán de despedida. Y luego una diosa de bronce se puso en el camino de Santana, con las manos en las caderas y dándole una mirada que me hizo poner muy furiosa otra vez. Dijo algo, pero no pude escuchar qué. Aunque de haber sido lectora de labios, estaría echándome por encima de la baranda y golpeando esa sugestiva sonrisita hasta sacarla de su rostro.
Santana asintió en reconocimiento, agachándose para recuperar su casco. Adriana se movió más rápido, tomando el casco y sacándolo de su alcance. Santana lo intentó alcanzar, pero ella lo esquivó, levantándose más alto. El rostro de Santana no estaba divertido, y el mío estaba enfurecido. Esta chica recurría a la táctica de juegos infantiles para atraer la atención de una chica. Era débil. Y patético.
Volviendo a estirarse para alcanzarlo, Adriana lo esquivó, sosteniéndolo lejos de las manos de Santana. Ella se detuvo, con las manos en las caderas, y dejó escapar un suspiro. Parecía como si dijera por favor, a lo cual ella sacudió su cabeza. Luego, sus ojos aterrizaron en mí antes de tocarse la mejilla con el dedo. Ella esperó, sosteniendo su casco lejos de ella, asegurándose de que yo la miraba. Lo estaba.
Así que cuando Santana se inclinó y le dio un beso en la mejilla, ella pudo ver la tormenta que nubló mi rostro. Bajando el casco, se lo devolvió, pero no antes de levantar una ceja hacia mí y poner una sonrisa victoriosa en su lugar.
— ¿Quién es esa perra? —dijo Holly, sonando tan furiosa como yo lo estaba. Ceñuda hacia ella a pesar de que ya se había dado la vuelta y se había reunido con el resto de las Hermanas Espirituales, planeé mi venganza.
—Está a punto de ser una perra muerta.
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Historia original trilogia crash de Nicole Williams.
Hola hola aqui les dejo el capitulo espero que les guste y dejen sus comentarios
Al menos la ducha que Santana y Hanna compartían estaba limpia. Al menos "limpia" según los estándares del bachillerato universitario. Había llevado una media hora de agua hirviendo para lograr volverme a calentar. No podía recordar que una ducha se sintiera tan bien, especialmente sabiendo que era donde Santana estaba completamente desnuda un par de veces al día. Incluso me había encontrado cerrando los ojos, imaginando, mientras enjabonaba mi cuerpo con su gel de ducha.
Enrollando mi cabello en una toalla, me lavé los dientes y me deslicé en mis jeans y la sudadera de fútbol favorita de Santana de Syracuse. No había sido lavada, así que todavía olía a ella. Afortunadamente, el buen tipo de olor —jabón y mujer— y no a cómo olía después del entrenamiento.
Me puse las botas antes de dejar el baño porque Santana no había exagerado, el cuarto era un desastre. El tipo de desastre por el que alguien consideraría llamar al equipo de materiales peligrosos. Había tenido que esquivar obstáculos como botellas de cerveza, recortes de cartones de mujeres en bikinis en el suelo, y un par de bragas arrugadas para llegar a la habitación de Santana más temprano. Lo único que hacía su habitación más limpia que la del resto de la casa era la falta de figuras de cartón de mujeres decorando el suelo.
Cerrando la puerta del baño detrás de mí, di un paso atrás para meterme en la habitación de Santana, deteniéndome en seco casi inmediatamente. Esta no era la misma habitación que había dejado treinta minutos atrás. Tuve que comprobar dos veces la foto de nosotras dos que ella tenía decorando su cómoda para asegurarme de que esta era, de verdad, la habitación de Santana.
El cuarto se hallaba limpio, casi brillantemente limpio. La cama estaba hecha, las esquinas incluso habían sido estiradas y dobladas. No había ningún artículo de ropa decorando la alfombra ni ninguna superficie plana como lo había habido antes. El desastre se había ido, pero había sido intercambiado por algo casi igual de ofensivo, en mi opinión.
Papel crepe naranja y blanco giraba desde el ventilador de techo hacia las esquinas de la habitación. Posters de cartulina de tamaño humano con purpurina naranja con el número 17, Vamos López, o Syracuse #1 estaban colgados, al menos tres sobre una pared.
Alguien había llamado a la policía rah-rah para Santana y ella iba a estar enojada por encima del arco iris cuando lo viera.
Caminando tentativamente a través de la habitación que no reconocía, abrí el primer cajón de mi tocador y volví a meter la bolsa de aseo en el interior. Santana y yo tratábamos de pasar los fines de semana con el otro, así que yo estaba allí de vez en cuando. En lugar de sólo dejarme simplemente un cajón para mis cosas, ella había ido y había comprado una cómoda entera sólo para mi uso. El gesto me había dejado extrañamente sin palabras.
Deslizando el cajón para cerrarlo, hice una nueva investigación de la habitación. La foto nuestra llamó mi atención otra vez. Acercándome unos pasos, entendí por qué. Una línea diagonal hecha añicos la atravesaba, cortando a Santana de mí casi perfectamente. Levantando la mano, pasé un dedo por la línea, suprimiendo el temblor.
—Perdón por eso. Me sorprendí, la foto se cayó de mis manos y dio volteretas desde la esquina de la mesita de noche de Santana. El vidrio se fracturó una vez más, pero no se rompió.
De seguro lloraría si seguía mirando la foto fracturada a mis pies, así que me di la vuelta. Sólo para desear haberme quedado mirando una eternidad más a ese vidrio roto.
—Accidentalmente la tiré más temprano cuando limpiaba —dijo la alta, delgada chica en uniforme de porrista naranja y blanco, deslizándose alrededor de la habitación de Santana, sin mirarme.
— ¿Quién eres? —pregunté innecesariamente, cruzándome de brazos. Ya lo sabía.
—Adriana —dijo, ofreciendo nada más mientras llevaba un cesto rebosante de ropa doblada hacia la cómoda de Santana—. Ya sabes, no se le permite la entrada a nadie en la habitación de la jugadora antes del juego, excepto por su Hermana Espiritual —dijo, abriendo el primer cajón de la cómoda antes de comenzar a meter la ropa interior de Santana dentro.
Dos emociones me golpearon en ese momento, viendo a Adriana Vix, una chica que era el doble de alta y linda que yo, manoseando toda la ropa interior limpia de mi novia mientras la ordenaba. Hubo ira, pura y cruda, como la que Santana sentía.
Hubo algo que apretó mi garganta y mi corazón fuerte, sintiéndose como si ambos se fueran a romper.
—Soy su novia —respondí, intentando dejar que hablara la ira—. Se me permite la entrada cuando quiera. Puedes verlo —señalé a los carteles—, por el número 17 si no me crees. ¿Y qué demonios es una Hermana Espiritual? Además de lo obvio —terminé, evaluándola antes de arrugar la nariz.
Su piel era color cobre, su cabello oscuro, y tenía unos ojos verde musgo que casi resplandecían en contraste con su oscura piel. Sus piernas eran tan largas que la falda del uniforme parecía más bien un par de bragas que una falda, y tal como Hanna había dicho ardientemente, tenía enormes tetas. Y aparentemente no tenía problemas en dejar que el mundo conociera esas tetas, a un nivel de no dejar nada a la imaginación.
—Cada porrista es asignada a uno de los jugadores de fútbol. Uno de los jugadores de mayor rendimiento, porque nosotras no somos suficientes para cubrirlos a todos ellos, y de todas formas, ¿cuál es el punto de atender a alguien en el banco? —explicó, cerrando el cajón de Santana y moviéndose al que le seguía. Dobló y presionó camisetas en aquel, incluso con un código de color.
—Soy la capitana de mi equipo, y Santana es la estrella del suyo. Éramos una combinación obvia —dijo, sonriendo a las camisetas limpias de Santana.
Era impresionante lo atrayente que lucía arrancarle a esta chica los mechones salidos de su brillante cabello oscuro. Incluso reconocí que habría consecuencias, posiblemente incluso una noche en la cárcel. Y no me importaba.
—Obviamente —dije sin expresión, estrechando mis ojos mientras ella pasaba al siguiente cajón, guardando los tres únicos pares de pantalones que tenía Santana—. ¿Entonces qué? ¿Cómo Hermana Espiritual consigues limpiar sus cuartos, lavarles la ropa, prepararle los brownies, ese tipo de mierda de ama de casa de los 50? —Ah, allí estaba. Ese genio que necesitaba elevar para no atragantarme las palabras en frente de esta exótica Barbie.
Dándose la vuelta, dejó caer el cesto de la ropa vacío al suelo. —Y cualquier otra necesidad de la que puedan llegar a querer ocuparse —dijo, su sonrisa contando toda la historia.
Sentí que mis puños se cerraban, preparándose para el impacto. Aún no me había metido en una pelea de gatas, pero estaba segura de que una se aproximaba con fuerza.
—Escucha, ¿Adriana, cierto? —dije, rodeando los pies de la cama de Santana, parándome tan alta como era. Ella aun así se alzaba unos quince centímetros encima de mí—. Sé a qué estás jugando. Lo he visto un millón de veces diferentes y en un millón de maneras diferentes. Pero déjame ahorrarte el suspenso sobre el resultado de este pequeño juego que estás tratando de manipular.
Di otro paso más cerca, cruzándome de brazos porque no confiaba en ellos para que dejaran de pensar por su propia voluntad y dejaran un puñetazo justo en medio de esos lindos ojos verdes.
—Perderás. Santana está conmigo y yo estoy con Santana. Fin. Puedes preguntarle si necesitas más explicaciones.
Los labios de Adriana se fruncieron por un momento antes de que se aplanaran de nuevo en esa sonrisa de cera.
—No le lavas la ropa, no limpias su habitación, todos sabemos que no te abres de piernas, así que ¿qué bien eres para ella? Una mujer tiene necesidades. Puede que ella sea tuya hoy. ¿Pero qué hay de mañana? —Se apoyó en el tocador, sus dedos jugando con la esquina. No quería que sus dedos pasaran así por encima de ninguna de las cosas de Santana.
—Muy bien, déjame poner esto en términos de gente estúpida —dije, juntando mis dedos debajo de mi barbilla—. Mantente alejada de Santana o yo, figurativa y literalmente, patearé tu trasero. Con una sonrisa —agregué, luciendo una.
Arqueando un par de las cejas más meticulosamente esculpidas que había visto, Adriana chasqueó la lengua.
— ¿Quieres saber qué le pasó a la última chica que se metió en mi camino? No, en realidad, pero no me pude resistir. — ¿Qué? Se encogió de hombros, deslizándose a través de la habitación hacia la puerta en esas piernas malditamente interminables.
—No lo sé. Jamás escuché nada de ella otra vez después de conseguir a su mujer—dijo, mirando de vuelta hacia mí—. Se ahogó en mi estela. Será mejor que sepas nadar si vas a ir en mi contra.
Esta perra tenía suerte de que la estuviera dejando ir en una pieza. —Como un maldito pez. Para cuando había hecho mi camino a través de miles de aficionados para llegar al asiento guardado para mí en cada partido local, mi ira y el odio hacia Adriana no se habían atenuado ni en lo más mínimo. Sabía que de meterme con la Señorita Vix, esa pelea de gatas que me había evitado durante dieciocho años llegaría a su punto crítico.
Haciéndome a un lado en la primera fila, equilibrando cuidadosamente mis palomitas y mi chocolate caliente, encontré un rostro familiar en el asiento de al lado del mío, en el centro y al frente.
— ¡Oye, tú! —gritó Holly por encima de la multitud hacia mí, agarrando las palomitas que tenía así podía sentarme.
—No creí que pudieras venir —respondí, dándole un abrazo de costado antes de tomar mi asiento. Syracuse todavía tenía que salir al campo, pero estábamos a segundos de eso, a juzgar por el volumen rompe-tímpanos en el estadio. Santana delante de su equipo saliendo a la cancha para adoración de miles, en esa camiseta de lycra formando y resaltando los músculos de ella que merecían ser resaltados... Bueno, era una vista que jamás me querría perder.
Manteniendo mis ojos fijos en el túnel por el que salía el equipo local, le di un codazo en la pierna a Holly.
— ¿Tu mamá estuvo de acuerdo en cuidar a la pequeña Santana por una noche?
—Me tomó algo de convencimiento creativo, y tuve que acceder a hacerle mechitas más claras en el cabello por un año, pero sí, estuvo de acuerdo. Además, tuve que hacerle la permanente como a doce cabezas de cabello de anciana en el hogar de la ciudad para pagar el billete de avión —dijo Holly, arrojando una palomita de maíz en su boca—. Esta es mi primera noche afuera, y a juzgar por la falta de entusiasmo de mamá de cuidar de su única nieta, será probablemente la última en un tiempo, así que esta noche me voy a soltar el cabello, chica. —Pasándose los dedos por el pelo, Holly lo desordenó, luego echó la cabeza hacia adelante, dándole una sacudida bulliciosa—. Advertencia justa —agregó cuando tiró la cabeza de vuelta hacia atrás. Su largo cabello rubio había ganado dos centímetros y medio de altura.
—Sólo asegúrate de usar un condón esta vez —dije, sonriéndole de lado—. Y no te arrastres hacía nada que se parezca a un idiota o Emily Fields.
—No es divertido —dijo, apartando mi brazo. — ¿Cómo está la señora Fields? —pregunté, sin importarme, pero suponiendo que ella tenía la primicia ya que vivíamos en una ciudad donde todos conocían los asuntos de los demás.
—No lo sé. No me importa —respondió—. Sin embargo, encuentro una gran satisfacción cuando descubro que cada vez que uno de sus amigos disfruta de un buen pedazo de culo, ella está teniendo suerte con nada más que el lado suave de su mano.
Reí, extendiendo mi chocolate caliente. Ella lo tomó, lanzando una sonrisa hacia mí.
Luego de enterarme que no era el amor de Santana y madre de su hijo, fui capaz de mirar a Holly con una luz neutra. Y había comenzado a gustarme. Mucho. Nuestro aspecto no era lo único que se parecía entre nosotras dos, nuestras personalidades eran tan parecidas que ella a menudo decía lo mismo que yo iba a decir. Sólo que Holly era más valiente lanzándolo. Mientras que yo era demasiado cobarde para actuar, Holly lo hacía sin pensarlo dos veces.
Era un rasgo que yo quería afilar. El equipo visitante salió de su túnel, siendo bienvenido por un abucheo y bromas de casi todo el estadio. Holly incluso se les unió, lanzando unas cuantas palomitas hacia el campo.
Y luego las banderas naranjas y blancas, seguidas por un conjunto de animadoras que yo odiaba, partiendo de la base, dando volteretas de espaldas y patadas al aire, resurgieron del túnel local. No necesité consultar el número en su pecho para identificarla cuando salió corriendo del túnel. Santana tenía una marca particular de pavoneo, incluso cuando corría, que sería capaz de identificar dentro de cincuenta años.
—Juro que esa mujer se pavonea mientras duerme —le grité a Holly. —Sí, pero el pavoneo de Santana es justificado, no manipulado. Se mueve con ese contoneo porque sabe cómo hacer que una mujer tire su cabeza hacia atrás en la cama. Y lo sabe —dijo, devolviéndome el chocolate caliente.
—Sí, lo hace —murmuré perdida en el mar de ruidos. El estadio se volvió salvaje, gritando, cantando y haciendo reverencias mientras que su heroína dirigía al equipo al campo. En apenas dos meses de juego universitario, Santana ya se había convertido en una leyenda. Jugaba a un nivel completamente diferente que el resto de las chicas universitarias. Jugaba como si fuese una diosa. Y sus fanáticos la adoraban en consecuencia.
Disparándome de mi asiento, llevando a Holly conmigo, salté, silbé y grité lo mejor que pude. Tanto, que ya me sentía ronca cuando Santana tomó su lugar en la zona lateral del campo, justo en mi línea de visión. El entrenador hablaba con ella, pero Santana miraba hacia atrás, sus ojos encontrándome de inmediato. Los beneficios de guardar el asiento de en frente y al centro para tu novia, supuse. Saludó con la mano a Holly, luego me guiñó un ojo a mí, lo que respondí con un beso al aire. La sonrisa separó la barra de su casco antes de volver su atención al entrenador.
—Esa mujer tiene un trasero digno de una mirada de "necesita ser agarrado de un puñado" —dijo Holly, echándole una mirada soñadora al trasero de Santana. Me habría puesto celosa si hubiera sido cualquier otra persona en lugar de la mejor amiga de la infancia de Santana. Holly, y sólo Holly, podía hacer una observación honesta sobre el trasero de Santana sin que yo me pusiera en novia celosa con ella.
—Quiero decir, eso es algo a lo que una chica podría aferrarse en la cama —agregó Holly, masticando una palomita de maíz.
Un destello de calor enrojeció mis mejillas, asignándole una imagen a esa declaración.
Como si pudiera sentir nuestros ojos devorando su parte trasera, Santana se llevó el brazo hacia atrás y se dio un manotazo en el trasero, lanzándome una rápida sonrisa por encima del hombro antes de acurrucarse con algunos de sus titulares.
Santana López era cruel en todas las formas. —Entonces —comenzó Holly, codeando mi lado—. ¿Ustedes dos...? La miré de lado.
—Eso fue un firme no —murmuró, escondiendo su sonrisa detrás de la taza de chocolate caliente.
Observé mientras Santana y las chicas se metían en el campo después del primer saque. El nombre de la número 23 llamó mi atención. Donde había estado estampado "Hopkins" en su camiseta durante toda la temporada, esta noche tenía la palabra "Idiota" escrita en rotulador negro en un pedazo de cinta adhesiva. Santana se tomó su venganza en serio.
—Bueno, no ha sido por falta de esfuerzo —dije, dándome la vuelta en mi asiento para enfrentar a Holly. Me sentía cómoda hablando con Holly sobre la aparente incapacidad de Santana de dormir conmigo porque Holly era el ejemplo de no juzgar. Dudaba que ella hubiera levantado una ceja si yo hubiera divulgado que tenía una especie de fetiche de succionar pies—. Por mi parte, al menos —añadí.
—Sabes que no es porque ella no quiere hacerlo, ¿verdad? —dijo, mirándome—. Porque la mujer te desea tanto que está a punto de explotar en sus pantalones. Sólo está malditamente empeñada en hacer todo esto bien contigo. No quiere arruinar nada, y si eres Santana, crees que arruinarlo está en tu naturaleza. —Hizo una pausa, mordisqueando una palomita mientras Santana se alineaba detrás de su línea ofensiva. Salté al nivel del resto de los aficionados—. Sólo dale algo más de tiempo.
—Mucho tiempo más, y voy a estallar y luego, si está bien o mal dormir conmigo, no importará —respondí, manteniendo el aliento cuando Santana se agachó en posición.
—Cariño, conozco el sentimiento —dijo Holly—. Esta yegua ha estado saliendo a pastorear en primavera desde antes de la pequeña Santana.
—Dios, Holly —dije, casi ahogándome con mi grano de palomita de maíz, pero luego el central elevó el balón y me congelé. Santana amagó hacia un lado, luego el otro, arqueando el balón mientras Hanna cargaba contra el campo. El brazo de Santana se puso borroso, la pelota se arqueó en una espiral de digna alabanza, enumerando las yardas hasta que aterrizó en los brazos acunados de Hanna en la décimo quinta yarda.
La multitud estalló, los pompones se sacudieron, las manos rebotaron, los fanáticos cantaron; era más intenso que cualquier concierto de rock al que había ido.
— ¡Maldita sea! —Me gritó Holly, después de silbar entre dientes—. Esa chica no está allí afuera sólo por un dulce trasero.
—Puede jugar —dije, sin hacer hincapié adecuadamente—. Dulce trasero es sólo un título honorario.
Holly lanzó otro comentario, pero Santana estaba de vuelta en posición y yo apagué todo lo demás. Esta vez, tan pronto como Santana atrapó la pelota, echó a correr. Esquivando un par de jugadoras que se deslizaban por su camino, se abrió paso más allá de la décimo quinta, y luego las últimas pocas yardas quedaron abiertas.
Y estábamos en el marcador con seis puntos a menos de un minuto de juego. Sabía que no había ninguna S en la palabra equipo, pero esos puntos eran casi todos gracias a la número 17, Santana López.
Agarrando la barandilla en frente de mí, salté, gritando hacia el campo. Holly estaba gritando también, a pesar de que el suyo estaba interrumpido por un "dulce trasero" cada pocas palabras.
Santana dejó caer el balón en la zona final, habiendo ya abandonado hacía mucho tiempo la teatralidad de anotar un touchdown después de su primer partido. Algo acerca de meter la bola en la zona final de una a dos veces por partido, hacía parecer las teatralidades un poco deslucidas.
Sin embargo, había una tradición de apertura de touchdown que ella no había dejado morir. Yo ya me inclinaba por encima de la barandilla antes de que ella corriera más allá de la décima yarda. Se sentía como si la mitad de los ojos del estadio estuvieran en mí, porque si alguno de ellos había ido a algún partido, sabían por qué Santana López estaba sacándose del casco y a quién le sonreía.
Jamás había sido de las que hacen escenas o de las que participan en demostraciones públicas de afecto, pero cuando se trataba de Santana, lo llevaría a donde quiera que ella se ofreciera a ir. Sin importar si estábamos solas o en el medio de miles de aficionados enloquecidos. Cuando nos mirábamos la uno a la otra de la manera en que lo estábamos haciendo ahora, todo se desvanecía en el olvido.
Abriéndose paso entre sus compañeras que le daban palmadas en la espalda mientras pasaba, dejó caer su casco antes de saltar en el aire. Sus manos atraparon la barra superior de la primera fila y, colgándose de lado de la barandilla igual que un levantamiento de barbilla, se impulsó.
Inclinándome más, le sonreí a su rostro perlado de sudor. —Presume —susurré, tan cerca que casi podía saborear la sal de su piel. Su sonrisa se curvó aún más. —Ven aquí —ordenó, sus ojos cayendo a mis labios. Dejando caer mi boca a la suya, probé el salado sudor de su piel. Y luego la besé. La multitud estalló de nuevo, amando el show que su estrella mariscal de campo les daba. Pero no lo hacíamos por ellos. Esto, lo hacíamos por nosotras. Todo lo que hacíamos como pareja lo hacíamos por nosotras.
No me dejó alejarme cuando me moví. En su lugar, de algunas manera se las arregló para sostenerse con una mano mientras que con la otra agarraba la parte trasera de mi nuca y me acercaba de vuelta a ella. Me besó aún más fuerte, así no podía respirar, y el estadio estaba girando y, como esperé, todo excepto Santana se desvaneció. Me había perdido total y completamente en ella.
Luego, inclinándose hacia atrás, presionó un último beso dulce en mis labios.
—Dios mío, Britt —respiró, el calor de éste recubriendo mi rostro—, ¿cómo se supone que una mujer se concentre en el fútbol después de esto?
—Buena suerte con eso —respondí, mi voz tan escalonada como supuse que lo estaría.
—Será mejor que haya más de donde vinieron esos después del partido —dijo, mostrando una sonrisa mientras se bajaba.
—Muchos —le grité. — ¡López! —Gritó el entrenador en jefe por encima del ruido—. Seguro que sé cómo el infierno que no te importa hacer el ridículo por ti misma, ¡pero deja de hacer el ridículo por mí y el resto del equipo! ¡Tranquiliza tu libido y enfócate!
Santana rodó los ojos hacia mí antes de darse la vuelta y dirigirse a la zona lateral del campo.
— ¡Me alegro de verte también, Santana! —gritó Holly, cruzándose de brazos y luciendo positivamente molesta.
Dándose la vuelta, Santana extendió los brazos. — ¡Sabes que te quiero, Hol! —Sí, sí —murmuró ella, haciendo un ademán de despedida. Y luego una diosa de bronce se puso en el camino de Santana, con las manos en las caderas y dándole una mirada que me hizo poner muy furiosa otra vez. Dijo algo, pero no pude escuchar qué. Aunque de haber sido lectora de labios, estaría echándome por encima de la baranda y golpeando esa sugestiva sonrisita hasta sacarla de su rostro.
Santana asintió en reconocimiento, agachándose para recuperar su casco. Adriana se movió más rápido, tomando el casco y sacándolo de su alcance. Santana lo intentó alcanzar, pero ella lo esquivó, levantándose más alto. El rostro de Santana no estaba divertido, y el mío estaba enfurecido. Esta chica recurría a la táctica de juegos infantiles para atraer la atención de una chica. Era débil. Y patético.
Volviendo a estirarse para alcanzarlo, Adriana lo esquivó, sosteniéndolo lejos de las manos de Santana. Ella se detuvo, con las manos en las caderas, y dejó escapar un suspiro. Parecía como si dijera por favor, a lo cual ella sacudió su cabeza. Luego, sus ojos aterrizaron en mí antes de tocarse la mejilla con el dedo. Ella esperó, sosteniendo su casco lejos de ella, asegurándose de que yo la miraba. Lo estaba.
Así que cuando Santana se inclinó y le dio un beso en la mejilla, ella pudo ver la tormenta que nubló mi rostro. Bajando el casco, se lo devolvió, pero no antes de levantar una ceja hacia mí y poner una sonrisa victoriosa en su lugar.
— ¿Quién es esa perra? —dijo Holly, sonando tan furiosa como yo lo estaba. Ceñuda hacia ella a pesar de que ya se había dado la vuelta y se había reunido con el resto de las Hermanas Espirituales, planeé mi venganza.
—Está a punto de ser una perra muerta.
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Historia original trilogia crash de Nicole Williams.
Hola hola aqui les dejo el capitulo espero que les guste y dejen sus comentarios
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,...
VAMOS A MATAR A ANDREA EN 3...... 2..... 1..........!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
podría llegar a ser un problema para britt???
nos vemos!!!
VAMOS A MATAR A ANDREA EN 3...... 2..... 1..........!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
podría llegar a ser un problema para britt???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
3:) escribió:holap,...
VAMOS A MATAR A ANDREA EN 3...... 2..... 1..........!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
podría llegar a ser un problema para britt???
nos vemos!!!
Hola hola !!
TODAS vamos a querer matarla jajaja y podria podria veremos si britt la deja !!
Saludos Gracias x comentar
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 5
Ponte esto —me ordenó Holly, lanzando un fajo de ropa roja en mi camino. Deteniéndola antes de que cayera como un paracaídas en mi rostro, la sostuve frente a mí. Era un vestido sin tirantes, ajustado y hasta la rodilla.
— ¿Por qué? —pregunté. Para una mujer, esto se consideraba ardiente.
Para una mujer, vulgar.
—Porque vas a derrotar a esa perra Vix en su propio terreno —comentó despectivamente, desdoblando un vestido blanco con escote halter que era considerablemente más corto que el mío.
—La perra Vix —repetí mientras deslizaba la camiseta de Santana por mi cabeza—. Queda bien.
—Eso es porque sus ancestros fueron las musas para el término. Reí entre dientes mientras luchaba por quitarme los ajustados pantalones. Estaba agradecida de que Holly estuviera aquí.
Sostuvo mi mano a través del resto del partido que Syracuse ganó, gracias a que Santana López pasó un total de siete pases a la zona de anotación en un partido. Entre buscar huecos por la espalda de Adriana y gritar todo lo que daban de sí mis pulmones después de cada pase completado que Santana lanzaba, estaba hecha polvo y exhausta.
— ¿Qué hora es? —pregunté mientras Holly le enviaba mensajes a alguien desde su teléfono.
—La hora de que metas tu culo en ese vestido y le enseñes a la perra Vix que la venganza es un plato que se sirve mejor con el lado impresionante de Brittany.
Suspiré y me metí en el vestido. —Tan sólo date prisa, ¿bien? La calle ya está llena de autos aparcados y el equipo llegará pronto. Vas a querer estar ahí abajo cuando Santana entre porque con eso vas a ser lo único que vea —dijo Holly, arrastrándose fuera de su ropa y deslizándose en el vestido blanco.
Era una tradición del equipo que la casa de Santana fuera la anfitriona de las fiestas después de los partidos. Nunca faltaban ni mujeres ni alcohol y las inhibiciones estaban siempre en bajas medidas, así que podía y sería un momento salvaje para todos. En la última fiesta que el equipo había tenido aquí hace unas semanas, Santana y yo sólo nos habíamos escondido en su oscura habitación, acariciándonos mutuamente. Estaría más que conforme con repetir eso.
Atando el halter detrás de su cuello, Holly lanzó una bolsa de cosméticos en la cama de Santana y comenzó a revolver el contenido. Tomando un par de tubos, se acercó a mí, blandiéndolos como si fueran armas.
—Quédate quieta —ordenó, destapando lo que supuse que era delineador negro.
—Maquíllame —disparé, sabiendo que discutir con Holly era inútil. —No creas que no lo haré. Rindiéndome con un suspiro, cerré los ojos y dejé que se saliera con la suya.
La chica me delineó los ojos y puso rímel en un minuto. Tenía un don.
— ¿Qué número de zapato usas? —preguntó, llevándome a su maleta mientras juntaba mis labios.
—Siete y medio. —Ah, perfecto. —Sacando un par de zapatos negros de cuero de su bolso, los lanzó a mis pies en el suelo.
Intenté meter mi pie en uno, pero no daba. Mirando a la talla de debajo, entendí por qué.
—Estos son del seis —dije, preguntándome si mis botas o pies desnudos serían la mejor opción.
— ¿Y? —dijo, pintando sus labios con un brillo rosa coral. ¿Por qué esto no tenía sentido? —Pues que es una talla y media más pequeño. —Aquí tiene, se lo explicaré más claro.
—El dolor es belleza, cariño —dijo, sacando un par de tacones de tiras plateados de su bolso y poniéndoselos—. Ponte estos taconazos y funcionará.
— ¿Podría discutírtelo? —pregunté, presionando mis dientes mientras metía mi primer pie en el zapato pequeño, rezando para que unas pocas horas de usarlos esta noche no afectaran a mi manera de bailar durante unas semanas.
—Podrías —dijo, lanzando su cabeza hacia delante de nuevo y siguió atando las tiras—. Pero sería perder el tiempo.
—Me lo imaginaba —murmuré, fortaleciéndome mientras deslizaba el otro pie en el último zapato.
—Bien, deja que te vea —dijo, deslizando un aro en su oreja. Me contempló, como un pintor inspecciona su obra maestra y una sonrisa se puso en posición—. Quítate la ropa interior.
— ¿Qué? —Dije, sin estar preparada para la siguiente cosa que salió de la boca de Holly—. ¡No!
—Que. Te. La. Quites —repitió, poniéndose el último arete. —Quítate la tuya —repliqué como un niño insolente. Su sonrisa se ensanchó. —Ya lo hice, nena. Me estremecí. —Holly —dije—, no voy a quitarme la ropa interior. Fin de la historia. —Oh, sí, por supuesto que lo harás —lanzó de vuelta—. Fin de la historia. Abrí mi boca para devolver la pelota, pero no salió nada. Hacer un argumento lógico contra este tipo de locura era un gran esfuerzo.
—Britt, si quieres frotar la cara de Adriana Vix en su propia mierda, tienes que tener tantos trucos en la manga como ella. Porque conozco a las de su calaña y juegan sucio. Y son unas pequeñas zorras despiadadas. —Avanzando hacia mí, clavó sus puños en sus caderas—. Truco número uno: tu pequeño numerito sexy —comenzó, moviendo sus manos por mi vestido—. Truco numero dos: le harás ojitos a Santana cada vez que mire en tu dirección.
Truco número tres: serás amable y aduladora cuando la manada de chicas se coloquen a tu alrededor para volverla loca. —Holly no debe haber experimentado la ira de Santana si pensaba que alguna chica en el estado intentaría conquistarme con Santana en la misma habitación—. Y truco número cuatro… —Movió sus cejas—, Adriana se acerca a ella, tú con tranquilidad deslizas esas bragas en su mano y te alejas.
Para ser una locura, tenía mucho sentido. Esperó mientras lo procesaba en mi mente. Finalmente, aceptando que había pensado en esto y cualquier plan era mejor que ninguno, levanté mi vestido y bajé mi ropa interior por mis piernas. Gracias a Dios que había elegido un minúsculo par de encaje que volvería loca a Santana.
Haciéndola una bola en mi puño, la sostuve frente a ella. — ¿Y dónde se supone que voy a guardarlas mientras espero el momento perfecto para ponerla en su mano?
Ella no había pensado en todo. Poniendo los ojos en blanco como si no me enterara de nada, la sacó de mi mano y las metió entre mi escote.
—Ahí —dijo, palmeando mis pechos—. Lista para salir.
—Me alegro de que estés aquí, Holly… —dije, pasando los dedos por mi cabello e intentando eso de coquetear y provocar de lo que ella era tan fanática—, para volverme paranoica por estar a punto de perder a mi novia por las que son como Adriana Vix.
—Eso no es lo que estoy diciendo, Brittany Pierce—dijo pareciendo ofendida—. Sé lo que siente Santana por ti. Esa clase de loco amor es profundo, nena. No irá a ninguna parte. —Abriendo la puerta de Santana, me hizo gestos hacia afuera—. No es de ella de quién estoy preocupada. Es de esa perra Vix. Ese tipo de mujer ha hecho un arte de manipular a las mujeres antes de que siquiera sepan cómo sus pantalones terminaron alrededor de sus tobillos. Son peligrosas, mientras más pronto le muestres que no pondrá sus garras en las espaldas de tu mujer, más pronto podrá avanzar a la siguiente pareja que quiera separar.
Tomé aliento. Iba a necesitarlo. —Bien, hagamos esto. —Ese es el espíritu —dijo, dándole una palmada a mi trasero mientras la pasaba—. Hora de volver loca a Santana.
La música comenzó a vibrar mientras pasábamos por el pasillo. Por supuesto era algún hip-hop malo el que vibraba en las tablas del suelo.
—Sé que hay una vena de diva en ti, Britt —dijo Holly mientras rodeábamos la esquina a las escaleras—. Pero esta noche, necesito que dejes salir a esa diva. Dejarla ser todo lo que pueda. ¿Entendido?
—Entendido —dije, inspeccionando la habitación que ya se hallaba dos veces en su máxima capacidad y el equipo de futbol no había llegado siquiera.
Serpenteando nuestro camino a través de la inundación de cuerpos, vi que el improvisado cambio de imagen de Holly era efectivo. Cada mujer a unos pocos cuerpos de radio se giró para mirarnos mientras nos deslizábamos.
— ¡Oye, idiota! —Gritó Holly detrás de mí—. ¡Mantén tus manos para ti a menos que quieras que te las corte mientras duermes!
La infractora levantó sus manos y se alejó. Así que tal vez había sido un poco demasiado efectiva. — ¡Esto está bien! —gritó sobre la música, tomando mi brazo y deteniéndome—. La primera cosa que Santana verá es a ti cuando pase por esa puerta.
—Realmente lo has pensado —dije, diciéndome que la tipa de detrás de mí no se rozaba a propósito contra mí.
—Localización, localización, localización —citó alisando mi vestido antes de levantar más mis pechos.
La boca de la tipa de detrás de Holly cayó.
—Detente —demandé, alejando sus manos que ahora moldeaban mis pechos en su posición.
—Bien —dijo, dándoles un toque final—. Sólo recuerda. La diva para acabar con todas las divas. Y desliza esas bragas en su mano a la primera que Vix intente algo.
Asentí con entendimiento. Diva, diva, diva. Piensa como una diva, actúa como una diva. Diva es un estado mental. Mi ánimo mental no me ayudaba, así que decidí poner la teoría diva en práctica.
Girándome a la tipa que todavía se frotaba contra mí, puse una media sonrisa en su lugar. Levantando mi mirada a través de las pestañas, vi que había atrapado su atención.
—Que calor que hace aquí —dije lenta y un poco sugestivamente. Los ojos de la chica frotándose se ensancharon; casi pude ver el pulso acelerarse en su cuello.
—Sí que lo hace —replicó, moviéndose más cerca y apoyando una mano en mi lado.
—Podría usar algo para enfriarme. Crucé un brazo sobre mi estómago, rozando la otra mano arriba y abajo por mi otro brazo. Las esquinas de sus ojos miraron a mis dedos acariciando mi piel.
Mojando sus labios, se acercó. Lo bastante cerca para saber que yo… ejem, había logrado el objetivo.
—Creo que acepto el desafío —dijo con la comisura de su boca curvándose.
—Oye, señora súper-ansiosa —intervino Holly—. Se refiere a una bebida. Una fría.
Sacudiendo la cabeza, aclaró su garganta y se alejó un paso. —Oh, sí —dijo ella—. Claro. Lo pillo. —Lanzando una mirada lujuriosa en mi dirección, comenzó a pasar a través de la multitud, dirigiéndose a la cocina.
—Eres lo suficientemente lista para saber que no debes beber nada que te dé, ¿cierto? —dijo Holly mientras mirábamos avanzar a la chica.
—Sí —repliqué, sacudiendo la cabeza—. ¿Cómo estuvo eso de diva? —Eres una natural —dijo, codeándome—. Continúa con el buen trabajo. La música dio paso a una brusca pausa, en un santiamén el silencio saturó la habitación antes de que algunos de los primeros acordes de Eye of the Tiger hicieran que la habitación se estremeciera. Todos aclamaron a las vencedoras, porque si la canción no los había delatado, el ruido que había comenzado afuera y que estaba abriéndose paso hacia adentro había hecho el trabajo.
—Hora del espectáculo —dijo Holly, codeándome. — ¿Podrías parar con los codos? —le susurré—. Voy a parecer un dálmata morado para cuando te vayas mañana.
—Oh, échale un par —murmuró, enfocándose en la puerta delantera cuando se abrió de golpe—. Diva —agregó.
—Malcriada. —Ooooh. Enfádate —rió socarrona, codeándome de nuevo. Esta vez, esquivé su pequeño codo huesudo. La pateadora, elen o Elena, fue la primera que atravesó la puerta, con una de las animadoras, sin duda su Hermana Espiritual, colgando de su codo.
Justo detrás de la pateadora llamado E, vino Hanna, con una rubita saltarina en su brazo.
Las jugadoras nunca habían llegado en este estilo antes; Santana normalmente sólo entraba por la puerta primero, gritando alguna obscenidad, antes de lanzarme sobre su hombro y encontrar algún punto silencioso donde poder estar solas.
Sabía exactamente qué y de quién era la responsabilidad por el cambio en la entrada. El quién, Adriana Vix. El qué, ser una perra.
—Todo bien, Britt, ponte en posición —dijo Holly, arrastrándome al frente de la puerta—. Esta chica está saliendo de las rejas promiscuas.
—No jodas —dije, sacudiendo la cabeza mientras el desfile continuaba. No estaba conteniendo la respiración por Santana; sabía que ella guardaba su entrada para el gran final.
—Aquí, apoya tu cadera en esto —ordenó Holly, moviéndome de lado hasta que me encontraba apoyada en una vieja mesita sofá dañada por el agua.
De pie, frente de mí, posicionó mi cadera donde la quería y luego tomó mi mano.
—Mano en la cadera, pies cruzados en los tobillos. —Se agachó, ajustándolos. Volviendo arriba, su mirada encontró la mía en un endurecido grado de seriedad—. Cuando ella entre y sus ojos caigan en ti, quiero que tus ojos emanen inocencia. Y quiero que tu boca se abra sólo un poco, justo como lo hace durante un orgasmo. —Apoyando sus manos en mis hombros, me niveló con una mirada más—. ¿Entendido?
— ¿Claro? —respondí, porque no había tiempo para una aclaración. Podía ver la cima de la cabeza de Santana subiendo por las escaleras delanteras. Una cabeza de brillante cabello oscuro, unos bamboleantes centímetros detrás de ella.
—Pon un clavo en el ataúd de esa perra —dijo Holly, llevando su puño dentro de su mano antes de desaparecer en la multitud.
Aún oscurecido por una masa de cuerpos, Santana entrando en una habitación hacía que mi corazón se acelerara. Aún con una fantasía Femenina pegada en su brazo, hacía que mis piernas se debilitaran.
Como había esperado, Adriana lucía radiante como si estuviera caminando por el escenario de miss América. Sería un honor agregar algunas lágrimas a sus ojos si no soltara su agarre en el brazo de Santana.
Saltando en la habitación como si fuera la atracción estrella, saludó a la multitud mientras el coro resonaba a través de la habitación. Vestía un simple y corto vestido turquesa que casi hacía que su piel brillara con su bronceado.
La multitud coreaba—: Lo-péz. Lo-péz. Lo-péz. —Y mi corazón latía dos veces por cada sílaba. Ella se había cambiado a una camiseta que se ajustaba cómodamente y unos vaqueros ajustados que resaltaban su hermoso trasero, y sus botas negras.
A casi un año de estar juntas, La mujer todavía podía hacer que mi estómago se apretara con sólo mirarla.
Mientras Santana y Adriana se abrían paso a través de la multitud, ésta comenzó a separarse, abriéndose donde yo estaba apoyada contra la destartalada mesa sofá, mano en mi cadera, ojos y boca listos para llevar a cabo sus órdenes cuando mirara en mi dirección. Holly no pudo haberme puesto en un lugar mejor.
Los ojos de Adriana aterrizaron en mí primero y su rostro se volvió una sonrisa de suficiencia mientras su brazo se curvaba más en el antebrazo musculoso de Santana.
Pero no me desvié del plan, resistiendo la urgencia de sonreírle de vuelta, y mi fuerza de voluntad valió la pena. La mirada de Santana no sólo se giró hacia a mí, derrapó en mí. Deteniéndose en su camino, me sostuvo con sus ojos. Ni siquiera pestañeó.
—Caray —articuló, recorriendo mi cuerpo con sus ojos. Inhalando por la nariz, empujé pasando por los músculos apretándose más fuerte en mi estómago sólo por la manera en que me miraba. Abriendo mis ojos más aún, pestañeé lentamente, infundiendo tanta inocencia como fuera capaz en ellos. Entonces, mordiendo mi labio sugestivamente, separé mis labios justo como imaginé que Holly hubiera querido.
Santana podía tambalearse en el sitio. El ceño fruncido de Adriana se hizo más profundo, pareciendo una extraña forma de atrocidad.
Le debía mucho a Holly. Alejándose del agarre de muerte de Adriana, cortó a través del resto de la habitación hacia mí.
Adriana golpeó sus manos en sus caderas, luciendo como a un temblor de explotar. Era una visión hermosa.
Aún más era la que me sonreía abiertamente mientras pasaba al resto de la multitud, moviéndose tan rápido como podía. Quedándose frente a mí, sus ojos eran piscinas revueltas de plateado.
—Demonios, Britt —dijo, sonando sin aliento, apreciándome con sus ojos de nuevo. Mirándome con la emoción y anticipación de desenvolver un regalo.
No tenía palabras para la mujer frente a mí, adorándome como ella lo hacía. Apoyando mis manos sobre su pecho, me presioné contra ella. Su boca se separó con una sorprendida inhalación. Los tacones sirvieron de tal modo que no tuve que ponerme de puntillas cuando aplasté mis labios con los suyos. Mi boca era implacable contra la suya, acariciando, succionando y aplastando sus labios como si todo lo que nos quedara en la vida fuera este momento.
Después de que su sorpresa pasara, sus manos bajaron a su lugar sobre mis caderas, amasándolas con una urgencia que apretaba los músculos de mis muslos. Para este momento en nuestra sesión de besuqueo pública, la multitud había empezado a hacer ruido y cuando la mano de Santana pasó alrededor hasta mi trasero, enterrándose en la piel de ahí atrás, comenzaron a gritar.
Mi respiración se volvió irregular, la cantidad que era capaz de manejar en este estado de torsión de lenguas era baja. Recorriendo su cuello con mis manos para acunar su rostro, la alejé. Levantando la mirada a esos hambrientos ojos, sintiendo la calidez de su respiración soplando en mi rostro, sonreí.
—Buen partido.
Capítulo 6
Espero mejor que no estés mirando lo que creo que estás mirando, Elena —advirtió Santana, reapareciendo con un par de cervezas en la mano y limpiando el nombre de la pateador E.
—Por supuesto que no estoy mirando lo que crees que estaba mirando —dijo Elena, inclinando la cerveza hacia nuestra dirección antes de desaparecer entre la multitud.
—Ella ciertamente lo hacía —dijo Santana, dándome una de las cervezas antes de descansar su mano en mi costado—. No es que lo pueda culpar.
Haciendo sonar mi botella contra la de Santana, tomé un trago. —Pero la vas a golpear si lo hace de nuevo —supuse.
—Sí, claro que lo haré —dijo, acariciando mi cuello antes de poner un camino de besos por él. La botella de cristal resbaladiza casi se cayó de mis manos—. Eso va para ti también, Denoza —dijo Santana, mirando por encima a una de sus compañeras de equipo mientras su boca seguía humedeciendo la piel por encima de mi clavícula—. Y voy a empezar a pinchar esos ojos errantes.
—Lo siento, López —dijo Denoza, sonriendo tímidamente entre las dos—. ¿Qué puedo decir? Tu chica está destinada a ser mirada fijamente.
—Eso es correcto. Lo está —dijo Santana, enderezándose y poniéndose delante de mí—. Por mí.
Denoza levantó las manos en señal de rendición. —No hay daño, ni culpa, mujer —dijo antes de dejar caer su mirada en una sola chica tirada en las escaleras y dirigiéndose hacia ella.
—No en mi libro —murmuró Santana tras ella, antes de darse la vuelta—. Vas a hacer que me maten, Britt —dijo, su cara retorciéndose cuando volvió a mirarme—. Soy una hija de perra dura y puedo luchar contra cada una de estas chicas, una perdedora a la vez, pero creo que podría darse el caso de que todas vinieran tras de mí a la vez.
— ¿Debo irme a cambiar? —sugerí, dando un paso hacia las escaleras.
—Mierda, no —dijo Santana, agarrando mi mano y tirando de mí hacia atrás—. Sólo deseo que fuéramos tú y yo, así puedo disfrutarte toda yo sola.
Levantando los brazos, las enrollé sobre su cuello y comencé a balancearme en el tiempo a nuestro propio ritmo. Bailando al ritmo de la canción de Santana y Brittany.
—Somos sólo tú y yo, cariño —le dije, apoyando mi cabeza sobre sus pechos, cerrando los ojos cuando sus brazos me sujetaron a mí alrededor. La música no era apropiada, la multitud no era adecuada, pero todo sobre la manera en que Santana me sujetaba compensaba nuestra incapacidad para encajar en el mundo que nos rodeaba.
Ni un minuto más tarde, la música se detuvo en seco. Santana y yo seguimos balanceándonos al mismo tiempo en el silencio.
—Está bien, todo el mundo —dijo una voz familiar a través de un micrófono—. Es hora de jugar a un juego nuevo de la noche que seguramente se convertirá en una tradición.
Pensé que habíamos estado jugando a un juego toda la noche. Suspirando, levanté la cabeza de los pechos de Santana para ver lo que la perra tenía en la manga ahora.
—Como todo el mundo sabe, las titulares están asignadas a una Hermana Espiritual a principios de año. —Puse los ojos en el resto de las porristas agrupadas en torno a Adriana, saltando y aplaudiendo con emoción—. ¡Nuestro objetivo es hacerles la vida más fácil para que puedan centrarse en patear culos todos los sábados!
Un rugido atravesó la habitación. —Pero una mujer tiene que divertirse, ¿no? —Las cejas de Adriana se levantaron sugerentemente ante un rugido amplificado.
—Así que esta noche marca el comienzo de una nueva tradición de las Hermanas Espirituales. —Levantando el brazo que había escondido detrás de su espalda, reveló una botella de vodka de primera categoría. Otra explosión de vítores. Más de una chica linda con una botella de licor.
Era extrañamente deprimente. —Nosotras no sólo lavamos su ropa y hacemos brownies, ¡también nos embriagamos como una cuba! —Esperó para calmar a la multitud antes de continuar. Ya me sentía mal del estómago antes de que sus ojos se posaran en Santana—. Cada Hermana Espiritual le servirá un trago a su jugadora asignada, comenzando primero con la mariscal de campo.
Sí, eso es lo que esperaba. Ella usaba el truco de un juego y la motivación de la presión del grupo para separar a Santana de mí. Holly tenía razón con su medición de manipulación sobre Adriana.
— ¡Eso significa, Santana López! —gritó en el micrófono, agitando la botella hacia ella.
Santana se quejó, mirando por encima de mí, pero antes de que pudiera decir nada, una manada de sus compañeras de equipo se trasladó detrás de ella y comenzaron a empujarla hacia la parte delantera de la sala.
—No te preocupes, cita de Santana por la noche, lo vas a tener de regreso —dijo Adriana, mirándome directamente a mí. Quería golpear esa sonrisa petulante de su cara por referirse a mí como nada más que "la cita de Santana"—. Es decir, si quiere volver después de jugar el juego que tenemos planeado para ella.
Un par de tipas que me rodeaban bajaron la cabeza hacia atrás e hicieron llamadas de coyote.
Empujando a Santana junto a Adriana, las pastores dieron un paso atrás a la multitud para que todos pudieran ver lo que pasaba en frente. No me gustaba ver a Santana de pie tan cerca de Adriana, ver lo cerca que estaban en la altura. En sus tacones, a sólo un par de pulgadas separados. Habían encajado perfectamente. Por qué mi mente se quedó allí, no lo sé, pero la imagen de Santana tirándose encima de Adriana mientras la besaba, mientras le daba un orgasmo, me hizo agarrar mi estómago.
—Así es como funciona esto —dijo Adriana, mirando a Santana, que frotaba la parte de atrás de su cuello, luciendo todos los matices de incómoda—. Un trago de cristal —empezó a decir, levantando un vaso pequeño—. Un trago —continuó, vertiendo el líquido claro hasta el borde. Entonces, entregándole la botella a una de sus compañeras porristas, levantó su dedo índice a la multitud, que miraba a su alrededor el uno al otro como si fuera un gran asunto.
Rodando por la parte superior de su vestido sin tirantes, metió el vaso entre sus tetas enormes. —Disfruta —instruyó—. Ninguna mano permitida.
Oh, claro que no. Las chicas se habían convertido en bestias rabiosas, levantando los brazos en el aire y gritando.
Adriana lo acogió, logrando una pequeña reverencia sin derramar una gota de líquido, justo antes de que su mirada se dirigiera a mí. — ¿Qué estás esperando, Santana? —Dijo, mirando nada más que a mí—. Bebe.
— ¿Qué demonios estás haciendo aquí de pie, chica estúpida, estúpida? —siseó Holly junto a mí, empujándome hacia la parte delantera de la sala. Al llegar abajo de mi vestido, golpeó las bragas en mi mano—. Ve a vencer a esa perra en su propio juego.
Tomó un empujón más por parte de Holly, pero luego fui a la acción. Corriendo a través de los cuerpos cantando “Lo-péz" y lanzando puños al aire, apreté las bragas en la mano, mirando a Santana, que me observaba. Tenía su atención, probablemente porque estaba preocupada por qué consiguiera una molesta atención visual por una de sus compañeras de equipo, pero ahora mismo, tomaría su atención de la forma en que pudiera obtenerla.
—Tu trago se está calentando —dijo Adriana a través del micrófono, dándole a su busto una pequeña sacudida. Esta vez, un chorrito de líquido se derramo, corriendo por su escote.
Empujando la mole de mujer que se interponía entre Santana y yo, pasé junto a Santana, encrespando el meñique sobre el suyo, esperando la mano para abrirla. Tan pronto como lo hizo, deslicé la tanga de encaje en sus manos, arqueándole una ceja, y seguí caminando.
Alejarse de Santana, de pie al lado de Adriana, siendo presionada por todo su equipo para ponerse de cabeza hacia un trago entre esas tetas suyas, me hicieron estar al borde de la hiperventilación. Pero no podía dar marcha atrás porque ¿qué iba a decir? ¿Qué iba a hacer? Tenía que confiar en que Holly, en toda su come-mujeres sabiduría, supiera lo que hacía.
La multitud comenzó a reducirse por el momento en que llegué al pasillo, y no había ni rastro de nadie cuando entré en el cuarto de baño al final de éste. Cerrando la puerta detrás de mí, apoyé mis manos en el lavabo y me centré en respirar.
Antes de que hubiese terminado una respiración completa, la puerta se abrió un poco. Mirando en el espejo, mi sonrisa tiró con tanta fuerza que casi me dolió cuando vi la cara de Santana, una expresión de hambre estacada en su cara, mirándome.
—Creo que has perdido algo —dijo en voz baja, levantando la mano con mi ropa interior colgando de su dedo.
Mi sonrisa se extendió más allá. Ahora me dolía. —Parece que la persona adecuada la encontró.
Al entrar, Santana cerró la puerta detrás de ella. El baño era pequeño, y pequeño era un término generoso para ello. Para que los dos cupiéramos aquí, mi trasero se estrelló contra el fregadero y el mostrador y la espalda de Santana estaba pegada a la pared de la ducha.
— ¿Esto quiere decir...? —dijo, mirando mi cuerpo, terminando en el centro del mismo. Sentía todos los músculos de mi interior contraerse, justo antes de suavizarse ante el peso de su mirada.
— ¿Por qué no lo averiguas por ti misma? —susurré, mi respiración ya viniendo en ráfagas cortas.
Su mirada se quedó fija en la punta sur de mi ombligo, mientras una lenta sonrisa se deslizó en su lugar. —Encantada —dijo, con la voz ronca y profunda.
Entonces, antes de que el flash de calor tuviera la oportunidad de propagarse, Santana se lanzó contra mí, levantándome sobre el mostrador. Su boca se aplastó contra la mía, forzando su lengua dentro y moviéndola a través de todos los planos que podía alcanzar.
Abrumada, mi cabeza cayó hacia atrás contra el espejo, tratando de mantener su ritmo.
Justo en el medio de nuestro beso, Santana se apartó de repente, valorándome donde me encontraba sentada tendida sobre el mostrador, respirando como si hubiera corrido una milla en dos minutos. Bajando la mirada al espacio entre mis piernas, su frente se arrugó, como si la hubiesen torturado, justo antes de que una sonrisa la suavizara. Agarró mi cintura, me movió hasta el mismo borde del mostrador. Apoyando la mano en el interior de una de mis rodillas, la abrió. Repitió lo mismo con la otra, interponiéndose entre mis piernas, mirándome como si no pudiera manejar las emociones que sentía en estos momentos.
Agarrando el dobladillo de mi vestido con ambas manos, Santana lo enrolló una vuelta, con los pulgares detrás de la sensible piel del interior de mis muslos. Mi corazón estaba acelerado y todo se aceleraba de esa misma manera.
Y ni siquiera me había tocado allí todavía. Sus dedos pusieron el vestido más alto, y luego aún más alto. El viaje completo, con los ojos de Santana quedándose en los míos. Como si quisiera ver todas las reacciones que jugaban en mi cara por la forma en que me tocaba.
Un rollo más y ya no quedaba nada para deslizarse más alto. Mi cuerpo estaba dolorido por alguna liberación, pulsando como si tuviera su propio latido.
El pulgar de Santana recorrió el resto de mi muslo interno. Cuando lo retiró, casi gemí en voz alta. Y entonces, cuando la bajó de nuevo en el lugar en que latía peor, me hizo gritar. Agarrando los bordes del mostrador, me obligué a seguir mirando a esos ojos suyos, que se oscurecían con su deseo.
—Voy a ser condenada —respiró, las palabras todo gutural y ásperas. No podía reconocer las palabras—estaba a un pulgar lejos de las palabras. Cerrando el espacio entre nosotras, besó la comisura de mi boca. —Te amo —susurró en mi oído, justo antes de que su pulgar comenzara a moverse en círculos sobre mí.
Mi cabeza cayó hacia atrás, golpeando el espejo, pero el dolor sordo se sentía bien emparejado con el latido agudo que esparcía su camino a través de mi cuerpo ante el pulgar diestro de Santana.
Mi respiración se hizo más en jadeos cortos, mientras todo se apretaba en una bola. Estaba tan cerca.
—Te amo tan condenadamente mucho, Britt —dijo Santana mientras su boca exploraba mi garganta.
Y eso era todo lo que necesitaba. Mis dedos se clavaron en su espalda mientras mi cuerpo se estremecía contra el suyo.
A medida que mis músculos se aflojaron, me dejé enroscarme en ella. Me las arreglé para suspirar entre mi respiración irregular. Podía sentir su sonrisa contra mi piel.
Mierda. Mi cuerpo se sentía como si estuviera todavía intacto, pero hace unos momentos me sentía como si estuviera cayendo a pedazos desde el centro. No podía calmar mi respiración y mis muslos internos seguían temblando mientras Santana siguió chupando pequeños parches blandos de piel en mi hombro.
Justo cuando mi cabeza caía de nuevo, la puerta del baño se abrió, golpeando a Santana.
—Creo que será mejor que te encontremos otro baño para refrescarte, Adriana. —Holly miró por encima del hombro de Adriana, lanzándome una sonrisa de camaradería. Adriana observó la escena, mis piernas envueltas alrededor de Santana, donde me tenía cautiva contra el mostrador, todavía explorando mi piel con su boca. Nuevas lágrimas pincharon en sus ojos enrojecidos—. Este está... ocupado —agregó Holly, haciéndome un guiño antes de tirar el codo de Adriana.
Pero antes de que ella saliera de la habitación, sus ojos se encontraron con los míos. Mi boca se curvó hacia arriba, mis labios aun separándose por mi respiración cortada.
Manteniendo su mirada, acurruqué mis dedos en la espalda de Santana, arqueando el cuello más alto para darle un mejor acceso. No tenía que pronunciar una sola palabra para hacer llegar el mensaje a Adriana. Era claro como el cristal.
Santana era mía. Sólo después de que la puerta se cerrara otra vez la boca de Santana se hizo más lenta. Dando un último pellizco por encima de mi hombro, levantó la cabeza. Su rostro era presumido mientras me miraba, todavía sacudida por lo que me había hecho.
—Supongo que ella descubrió lo que “ocurrió” cuando la dejé arriba y con un trago entre sus tetas —dijo, apoyando las manos sobre el mostrador fuera de mis piernas.
—Creo que lo hizo —le contesté, pasando rápidamente por el borde de la encimera desde que mis piernas se dormían. Mala idea. Porque nada se supone funciona en mi cuerpo. Los brazos de Santana se enrollaron a mí alrededor, manteniéndome firme.
—Supongo que se lo mostré —dije, agarrando los brazos de Santana mientras la sensación se drenaba de nuevo en mis piernas.
Sus cejas se apretaron. — ¿Le mostraste qué? —Que mejor mantiene sus manos y vistas fuera de mi mujer—le contesté, sin saber si debía admitir esto, pero mi mente seguía nublada y bebida por el ponche.
Mirando hacia mí, sus cejas se estrecharon por un momento antes de que su rostro se alisara. —Eso es de lo que todo esto se trata —dijo, pasando sus ojos por mi vestido que estaba aún puesto hasta mi cintura—. ¿No es así? Toda esta noche ha sido sobre Adriana. No sobre mí.
Bueno, sí. No debería haber dicho nada. Especialmente cuando las comisuras de sus ojos se arrugaban por las palabras que decía.
—No, esto era para ti —le dije, poniendo mi vestido hacia abajo. —No me mientas, britt —dijo, los músculos de su mandíbula tensándose—. Todo, el vestido, las pequeñas sonrisas tímidas y los ojos coquetos, las bragas, el maldito orgasmo en el baño cuando Holly “accidentalmente” le mostraba a Adriana lo que pasaba, todo era un plan calculado puesto en juego por una novia celosa.
—No —le dije—. Todo esto en el baño era una gran sorpresa espontánea y placentera —argumenté de regreso—. Por lo menos hasta ahora. No hay nada agradable acerca de que mi novia me llame una novia calculada y celosa. —Mientras decía las palabras, sabía que era verdad.
—Así que esto no estaba planeado —dijo, agitando su dedo alrededor del cuarto—, pero todo lo demás sí. Y de aseguro a ti no te importaba nada cuando Adriana tuvo una imagen de nosotras dos todas calientes y pesadas.
¿Por qué estaba siendo así? Santana rara vez me levantaba la voz. Y el hecho de que la razón por la que hubiese roto la tradición fuera por Adriana me puso tan indignada como triste. —Si eso es lo que se necesita, verte haciéndomelo sobre todas las superficies y en el maldito estado, ¡entonces sí! ¡Te aseguro que no me importa! —Súper, ahora gritaba.
Su frente se arrugó mientras se apretaba tan lejos de mí como el cuarto de baño se lo permitía. Pasar de la intimidad que acabábamos de compartir a ella queriendo separarse tan lejos de mí como el espacio se lo permitiera hizo que mi cuerpo doliera. —Así que todavía, después de todo, después de todo este tiempo —hizo una pausa, inhalando por la nariz—, ¿aún no confías en mí?
Esperó mi respuesta, pero no tenía una inmediata. La pregunta que me había lanzado, no era en absoluto lo que había estado esperando. ¿Era eso? ¿No confiaba en ella? Mi primera respuesta era “no”, pero ¿por qué si no había estado actuando como una novia loca? Si confiaba en ella, ¿importaba si cada Adriana en el mundo se le arrojaba?
No quería admitir mi respuesta a esa pregunta. —Sí —dijo, dirigiéndose hacia la puerta—, eso es lo que pensé. —Abrió la puerta y me miró—. Toma, puedes tener estas de vuelta. —Me tiró mi ropa interior—. Bien jugado. Me alegro de que pudiera ser un peón en tu pequeño juego.
—Santana —dije tras de ella.
— ¡Déjame en paz, Brittany! —gritó, desapareciendo por el pasillo. Sólo me llamaba Brittany, cuando estaba herida o enojada. Supuse que era un montón de ambos. Y toda la cosa de dejarlo en paz no iba a suceder.
No cuando sabía que había un conjunto acogedor de brazos moviéndose como tiburones alrededor de las aguas de la fiesta, más que felices de darle un poco de consuelo.
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Historia original trilogia crash de Nicole Williams.
Hola hola aqui les dejo el capitulo espero que les guste y dejen sus comentarios
Ponte esto —me ordenó Holly, lanzando un fajo de ropa roja en mi camino. Deteniéndola antes de que cayera como un paracaídas en mi rostro, la sostuve frente a mí. Era un vestido sin tirantes, ajustado y hasta la rodilla.
— ¿Por qué? —pregunté. Para una mujer, esto se consideraba ardiente.
Para una mujer, vulgar.
—Porque vas a derrotar a esa perra Vix en su propio terreno —comentó despectivamente, desdoblando un vestido blanco con escote halter que era considerablemente más corto que el mío.
—La perra Vix —repetí mientras deslizaba la camiseta de Santana por mi cabeza—. Queda bien.
—Eso es porque sus ancestros fueron las musas para el término. Reí entre dientes mientras luchaba por quitarme los ajustados pantalones. Estaba agradecida de que Holly estuviera aquí.
Sostuvo mi mano a través del resto del partido que Syracuse ganó, gracias a que Santana López pasó un total de siete pases a la zona de anotación en un partido. Entre buscar huecos por la espalda de Adriana y gritar todo lo que daban de sí mis pulmones después de cada pase completado que Santana lanzaba, estaba hecha polvo y exhausta.
— ¿Qué hora es? —pregunté mientras Holly le enviaba mensajes a alguien desde su teléfono.
—La hora de que metas tu culo en ese vestido y le enseñes a la perra Vix que la venganza es un plato que se sirve mejor con el lado impresionante de Brittany.
Suspiré y me metí en el vestido. —Tan sólo date prisa, ¿bien? La calle ya está llena de autos aparcados y el equipo llegará pronto. Vas a querer estar ahí abajo cuando Santana entre porque con eso vas a ser lo único que vea —dijo Holly, arrastrándose fuera de su ropa y deslizándose en el vestido blanco.
Era una tradición del equipo que la casa de Santana fuera la anfitriona de las fiestas después de los partidos. Nunca faltaban ni mujeres ni alcohol y las inhibiciones estaban siempre en bajas medidas, así que podía y sería un momento salvaje para todos. En la última fiesta que el equipo había tenido aquí hace unas semanas, Santana y yo sólo nos habíamos escondido en su oscura habitación, acariciándonos mutuamente. Estaría más que conforme con repetir eso.
Atando el halter detrás de su cuello, Holly lanzó una bolsa de cosméticos en la cama de Santana y comenzó a revolver el contenido. Tomando un par de tubos, se acercó a mí, blandiéndolos como si fueran armas.
—Quédate quieta —ordenó, destapando lo que supuse que era delineador negro.
—Maquíllame —disparé, sabiendo que discutir con Holly era inútil. —No creas que no lo haré. Rindiéndome con un suspiro, cerré los ojos y dejé que se saliera con la suya.
La chica me delineó los ojos y puso rímel en un minuto. Tenía un don.
— ¿Qué número de zapato usas? —preguntó, llevándome a su maleta mientras juntaba mis labios.
—Siete y medio. —Ah, perfecto. —Sacando un par de zapatos negros de cuero de su bolso, los lanzó a mis pies en el suelo.
Intenté meter mi pie en uno, pero no daba. Mirando a la talla de debajo, entendí por qué.
—Estos son del seis —dije, preguntándome si mis botas o pies desnudos serían la mejor opción.
— ¿Y? —dijo, pintando sus labios con un brillo rosa coral. ¿Por qué esto no tenía sentido? —Pues que es una talla y media más pequeño. —Aquí tiene, se lo explicaré más claro.
—El dolor es belleza, cariño —dijo, sacando un par de tacones de tiras plateados de su bolso y poniéndoselos—. Ponte estos taconazos y funcionará.
— ¿Podría discutírtelo? —pregunté, presionando mis dientes mientras metía mi primer pie en el zapato pequeño, rezando para que unas pocas horas de usarlos esta noche no afectaran a mi manera de bailar durante unas semanas.
—Podrías —dijo, lanzando su cabeza hacia delante de nuevo y siguió atando las tiras—. Pero sería perder el tiempo.
—Me lo imaginaba —murmuré, fortaleciéndome mientras deslizaba el otro pie en el último zapato.
—Bien, deja que te vea —dijo, deslizando un aro en su oreja. Me contempló, como un pintor inspecciona su obra maestra y una sonrisa se puso en posición—. Quítate la ropa interior.
— ¿Qué? —Dije, sin estar preparada para la siguiente cosa que salió de la boca de Holly—. ¡No!
—Que. Te. La. Quites —repitió, poniéndose el último arete. —Quítate la tuya —repliqué como un niño insolente. Su sonrisa se ensanchó. —Ya lo hice, nena. Me estremecí. —Holly —dije—, no voy a quitarme la ropa interior. Fin de la historia. —Oh, sí, por supuesto que lo harás —lanzó de vuelta—. Fin de la historia. Abrí mi boca para devolver la pelota, pero no salió nada. Hacer un argumento lógico contra este tipo de locura era un gran esfuerzo.
—Britt, si quieres frotar la cara de Adriana Vix en su propia mierda, tienes que tener tantos trucos en la manga como ella. Porque conozco a las de su calaña y juegan sucio. Y son unas pequeñas zorras despiadadas. —Avanzando hacia mí, clavó sus puños en sus caderas—. Truco número uno: tu pequeño numerito sexy —comenzó, moviendo sus manos por mi vestido—. Truco numero dos: le harás ojitos a Santana cada vez que mire en tu dirección.
Truco número tres: serás amable y aduladora cuando la manada de chicas se coloquen a tu alrededor para volverla loca. —Holly no debe haber experimentado la ira de Santana si pensaba que alguna chica en el estado intentaría conquistarme con Santana en la misma habitación—. Y truco número cuatro… —Movió sus cejas—, Adriana se acerca a ella, tú con tranquilidad deslizas esas bragas en su mano y te alejas.
Para ser una locura, tenía mucho sentido. Esperó mientras lo procesaba en mi mente. Finalmente, aceptando que había pensado en esto y cualquier plan era mejor que ninguno, levanté mi vestido y bajé mi ropa interior por mis piernas. Gracias a Dios que había elegido un minúsculo par de encaje que volvería loca a Santana.
Haciéndola una bola en mi puño, la sostuve frente a ella. — ¿Y dónde se supone que voy a guardarlas mientras espero el momento perfecto para ponerla en su mano?
Ella no había pensado en todo. Poniendo los ojos en blanco como si no me enterara de nada, la sacó de mi mano y las metió entre mi escote.
—Ahí —dijo, palmeando mis pechos—. Lista para salir.
—Me alegro de que estés aquí, Holly… —dije, pasando los dedos por mi cabello e intentando eso de coquetear y provocar de lo que ella era tan fanática—, para volverme paranoica por estar a punto de perder a mi novia por las que son como Adriana Vix.
—Eso no es lo que estoy diciendo, Brittany Pierce—dijo pareciendo ofendida—. Sé lo que siente Santana por ti. Esa clase de loco amor es profundo, nena. No irá a ninguna parte. —Abriendo la puerta de Santana, me hizo gestos hacia afuera—. No es de ella de quién estoy preocupada. Es de esa perra Vix. Ese tipo de mujer ha hecho un arte de manipular a las mujeres antes de que siquiera sepan cómo sus pantalones terminaron alrededor de sus tobillos. Son peligrosas, mientras más pronto le muestres que no pondrá sus garras en las espaldas de tu mujer, más pronto podrá avanzar a la siguiente pareja que quiera separar.
Tomé aliento. Iba a necesitarlo. —Bien, hagamos esto. —Ese es el espíritu —dijo, dándole una palmada a mi trasero mientras la pasaba—. Hora de volver loca a Santana.
La música comenzó a vibrar mientras pasábamos por el pasillo. Por supuesto era algún hip-hop malo el que vibraba en las tablas del suelo.
—Sé que hay una vena de diva en ti, Britt —dijo Holly mientras rodeábamos la esquina a las escaleras—. Pero esta noche, necesito que dejes salir a esa diva. Dejarla ser todo lo que pueda. ¿Entendido?
—Entendido —dije, inspeccionando la habitación que ya se hallaba dos veces en su máxima capacidad y el equipo de futbol no había llegado siquiera.
Serpenteando nuestro camino a través de la inundación de cuerpos, vi que el improvisado cambio de imagen de Holly era efectivo. Cada mujer a unos pocos cuerpos de radio se giró para mirarnos mientras nos deslizábamos.
— ¡Oye, idiota! —Gritó Holly detrás de mí—. ¡Mantén tus manos para ti a menos que quieras que te las corte mientras duermes!
La infractora levantó sus manos y se alejó. Así que tal vez había sido un poco demasiado efectiva. — ¡Esto está bien! —gritó sobre la música, tomando mi brazo y deteniéndome—. La primera cosa que Santana verá es a ti cuando pase por esa puerta.
—Realmente lo has pensado —dije, diciéndome que la tipa de detrás de mí no se rozaba a propósito contra mí.
—Localización, localización, localización —citó alisando mi vestido antes de levantar más mis pechos.
La boca de la tipa de detrás de Holly cayó.
—Detente —demandé, alejando sus manos que ahora moldeaban mis pechos en su posición.
—Bien —dijo, dándoles un toque final—. Sólo recuerda. La diva para acabar con todas las divas. Y desliza esas bragas en su mano a la primera que Vix intente algo.
Asentí con entendimiento. Diva, diva, diva. Piensa como una diva, actúa como una diva. Diva es un estado mental. Mi ánimo mental no me ayudaba, así que decidí poner la teoría diva en práctica.
Girándome a la tipa que todavía se frotaba contra mí, puse una media sonrisa en su lugar. Levantando mi mirada a través de las pestañas, vi que había atrapado su atención.
—Que calor que hace aquí —dije lenta y un poco sugestivamente. Los ojos de la chica frotándose se ensancharon; casi pude ver el pulso acelerarse en su cuello.
—Sí que lo hace —replicó, moviéndose más cerca y apoyando una mano en mi lado.
—Podría usar algo para enfriarme. Crucé un brazo sobre mi estómago, rozando la otra mano arriba y abajo por mi otro brazo. Las esquinas de sus ojos miraron a mis dedos acariciando mi piel.
Mojando sus labios, se acercó. Lo bastante cerca para saber que yo… ejem, había logrado el objetivo.
—Creo que acepto el desafío —dijo con la comisura de su boca curvándose.
—Oye, señora súper-ansiosa —intervino Holly—. Se refiere a una bebida. Una fría.
Sacudiendo la cabeza, aclaró su garganta y se alejó un paso. —Oh, sí —dijo ella—. Claro. Lo pillo. —Lanzando una mirada lujuriosa en mi dirección, comenzó a pasar a través de la multitud, dirigiéndose a la cocina.
—Eres lo suficientemente lista para saber que no debes beber nada que te dé, ¿cierto? —dijo Holly mientras mirábamos avanzar a la chica.
—Sí —repliqué, sacudiendo la cabeza—. ¿Cómo estuvo eso de diva? —Eres una natural —dijo, codeándome—. Continúa con el buen trabajo. La música dio paso a una brusca pausa, en un santiamén el silencio saturó la habitación antes de que algunos de los primeros acordes de Eye of the Tiger hicieran que la habitación se estremeciera. Todos aclamaron a las vencedoras, porque si la canción no los había delatado, el ruido que había comenzado afuera y que estaba abriéndose paso hacia adentro había hecho el trabajo.
—Hora del espectáculo —dijo Holly, codeándome. — ¿Podrías parar con los codos? —le susurré—. Voy a parecer un dálmata morado para cuando te vayas mañana.
—Oh, échale un par —murmuró, enfocándose en la puerta delantera cuando se abrió de golpe—. Diva —agregó.
—Malcriada. —Ooooh. Enfádate —rió socarrona, codeándome de nuevo. Esta vez, esquivé su pequeño codo huesudo. La pateadora, elen o Elena, fue la primera que atravesó la puerta, con una de las animadoras, sin duda su Hermana Espiritual, colgando de su codo.
Justo detrás de la pateadora llamado E, vino Hanna, con una rubita saltarina en su brazo.
Las jugadoras nunca habían llegado en este estilo antes; Santana normalmente sólo entraba por la puerta primero, gritando alguna obscenidad, antes de lanzarme sobre su hombro y encontrar algún punto silencioso donde poder estar solas.
Sabía exactamente qué y de quién era la responsabilidad por el cambio en la entrada. El quién, Adriana Vix. El qué, ser una perra.
—Todo bien, Britt, ponte en posición —dijo Holly, arrastrándome al frente de la puerta—. Esta chica está saliendo de las rejas promiscuas.
—No jodas —dije, sacudiendo la cabeza mientras el desfile continuaba. No estaba conteniendo la respiración por Santana; sabía que ella guardaba su entrada para el gran final.
—Aquí, apoya tu cadera en esto —ordenó Holly, moviéndome de lado hasta que me encontraba apoyada en una vieja mesita sofá dañada por el agua.
De pie, frente de mí, posicionó mi cadera donde la quería y luego tomó mi mano.
—Mano en la cadera, pies cruzados en los tobillos. —Se agachó, ajustándolos. Volviendo arriba, su mirada encontró la mía en un endurecido grado de seriedad—. Cuando ella entre y sus ojos caigan en ti, quiero que tus ojos emanen inocencia. Y quiero que tu boca se abra sólo un poco, justo como lo hace durante un orgasmo. —Apoyando sus manos en mis hombros, me niveló con una mirada más—. ¿Entendido?
— ¿Claro? —respondí, porque no había tiempo para una aclaración. Podía ver la cima de la cabeza de Santana subiendo por las escaleras delanteras. Una cabeza de brillante cabello oscuro, unos bamboleantes centímetros detrás de ella.
—Pon un clavo en el ataúd de esa perra —dijo Holly, llevando su puño dentro de su mano antes de desaparecer en la multitud.
Aún oscurecido por una masa de cuerpos, Santana entrando en una habitación hacía que mi corazón se acelerara. Aún con una fantasía Femenina pegada en su brazo, hacía que mis piernas se debilitaran.
Como había esperado, Adriana lucía radiante como si estuviera caminando por el escenario de miss América. Sería un honor agregar algunas lágrimas a sus ojos si no soltara su agarre en el brazo de Santana.
Saltando en la habitación como si fuera la atracción estrella, saludó a la multitud mientras el coro resonaba a través de la habitación. Vestía un simple y corto vestido turquesa que casi hacía que su piel brillara con su bronceado.
La multitud coreaba—: Lo-péz. Lo-péz. Lo-péz. —Y mi corazón latía dos veces por cada sílaba. Ella se había cambiado a una camiseta que se ajustaba cómodamente y unos vaqueros ajustados que resaltaban su hermoso trasero, y sus botas negras.
A casi un año de estar juntas, La mujer todavía podía hacer que mi estómago se apretara con sólo mirarla.
Mientras Santana y Adriana se abrían paso a través de la multitud, ésta comenzó a separarse, abriéndose donde yo estaba apoyada contra la destartalada mesa sofá, mano en mi cadera, ojos y boca listos para llevar a cabo sus órdenes cuando mirara en mi dirección. Holly no pudo haberme puesto en un lugar mejor.
Los ojos de Adriana aterrizaron en mí primero y su rostro se volvió una sonrisa de suficiencia mientras su brazo se curvaba más en el antebrazo musculoso de Santana.
Pero no me desvié del plan, resistiendo la urgencia de sonreírle de vuelta, y mi fuerza de voluntad valió la pena. La mirada de Santana no sólo se giró hacia a mí, derrapó en mí. Deteniéndose en su camino, me sostuvo con sus ojos. Ni siquiera pestañeó.
—Caray —articuló, recorriendo mi cuerpo con sus ojos. Inhalando por la nariz, empujé pasando por los músculos apretándose más fuerte en mi estómago sólo por la manera en que me miraba. Abriendo mis ojos más aún, pestañeé lentamente, infundiendo tanta inocencia como fuera capaz en ellos. Entonces, mordiendo mi labio sugestivamente, separé mis labios justo como imaginé que Holly hubiera querido.
Santana podía tambalearse en el sitio. El ceño fruncido de Adriana se hizo más profundo, pareciendo una extraña forma de atrocidad.
Le debía mucho a Holly. Alejándose del agarre de muerte de Adriana, cortó a través del resto de la habitación hacia mí.
Adriana golpeó sus manos en sus caderas, luciendo como a un temblor de explotar. Era una visión hermosa.
Aún más era la que me sonreía abiertamente mientras pasaba al resto de la multitud, moviéndose tan rápido como podía. Quedándose frente a mí, sus ojos eran piscinas revueltas de plateado.
—Demonios, Britt —dijo, sonando sin aliento, apreciándome con sus ojos de nuevo. Mirándome con la emoción y anticipación de desenvolver un regalo.
No tenía palabras para la mujer frente a mí, adorándome como ella lo hacía. Apoyando mis manos sobre su pecho, me presioné contra ella. Su boca se separó con una sorprendida inhalación. Los tacones sirvieron de tal modo que no tuve que ponerme de puntillas cuando aplasté mis labios con los suyos. Mi boca era implacable contra la suya, acariciando, succionando y aplastando sus labios como si todo lo que nos quedara en la vida fuera este momento.
Después de que su sorpresa pasara, sus manos bajaron a su lugar sobre mis caderas, amasándolas con una urgencia que apretaba los músculos de mis muslos. Para este momento en nuestra sesión de besuqueo pública, la multitud había empezado a hacer ruido y cuando la mano de Santana pasó alrededor hasta mi trasero, enterrándose en la piel de ahí atrás, comenzaron a gritar.
Mi respiración se volvió irregular, la cantidad que era capaz de manejar en este estado de torsión de lenguas era baja. Recorriendo su cuello con mis manos para acunar su rostro, la alejé. Levantando la mirada a esos hambrientos ojos, sintiendo la calidez de su respiración soplando en mi rostro, sonreí.
—Buen partido.
Capítulo 6
Espero mejor que no estés mirando lo que creo que estás mirando, Elena —advirtió Santana, reapareciendo con un par de cervezas en la mano y limpiando el nombre de la pateador E.
—Por supuesto que no estoy mirando lo que crees que estaba mirando —dijo Elena, inclinando la cerveza hacia nuestra dirección antes de desaparecer entre la multitud.
—Ella ciertamente lo hacía —dijo Santana, dándome una de las cervezas antes de descansar su mano en mi costado—. No es que lo pueda culpar.
Haciendo sonar mi botella contra la de Santana, tomé un trago. —Pero la vas a golpear si lo hace de nuevo —supuse.
—Sí, claro que lo haré —dijo, acariciando mi cuello antes de poner un camino de besos por él. La botella de cristal resbaladiza casi se cayó de mis manos—. Eso va para ti también, Denoza —dijo Santana, mirando por encima a una de sus compañeras de equipo mientras su boca seguía humedeciendo la piel por encima de mi clavícula—. Y voy a empezar a pinchar esos ojos errantes.
—Lo siento, López —dijo Denoza, sonriendo tímidamente entre las dos—. ¿Qué puedo decir? Tu chica está destinada a ser mirada fijamente.
—Eso es correcto. Lo está —dijo Santana, enderezándose y poniéndose delante de mí—. Por mí.
Denoza levantó las manos en señal de rendición. —No hay daño, ni culpa, mujer —dijo antes de dejar caer su mirada en una sola chica tirada en las escaleras y dirigiéndose hacia ella.
—No en mi libro —murmuró Santana tras ella, antes de darse la vuelta—. Vas a hacer que me maten, Britt —dijo, su cara retorciéndose cuando volvió a mirarme—. Soy una hija de perra dura y puedo luchar contra cada una de estas chicas, una perdedora a la vez, pero creo que podría darse el caso de que todas vinieran tras de mí a la vez.
— ¿Debo irme a cambiar? —sugerí, dando un paso hacia las escaleras.
—Mierda, no —dijo Santana, agarrando mi mano y tirando de mí hacia atrás—. Sólo deseo que fuéramos tú y yo, así puedo disfrutarte toda yo sola.
Levantando los brazos, las enrollé sobre su cuello y comencé a balancearme en el tiempo a nuestro propio ritmo. Bailando al ritmo de la canción de Santana y Brittany.
—Somos sólo tú y yo, cariño —le dije, apoyando mi cabeza sobre sus pechos, cerrando los ojos cuando sus brazos me sujetaron a mí alrededor. La música no era apropiada, la multitud no era adecuada, pero todo sobre la manera en que Santana me sujetaba compensaba nuestra incapacidad para encajar en el mundo que nos rodeaba.
Ni un minuto más tarde, la música se detuvo en seco. Santana y yo seguimos balanceándonos al mismo tiempo en el silencio.
—Está bien, todo el mundo —dijo una voz familiar a través de un micrófono—. Es hora de jugar a un juego nuevo de la noche que seguramente se convertirá en una tradición.
Pensé que habíamos estado jugando a un juego toda la noche. Suspirando, levanté la cabeza de los pechos de Santana para ver lo que la perra tenía en la manga ahora.
—Como todo el mundo sabe, las titulares están asignadas a una Hermana Espiritual a principios de año. —Puse los ojos en el resto de las porristas agrupadas en torno a Adriana, saltando y aplaudiendo con emoción—. ¡Nuestro objetivo es hacerles la vida más fácil para que puedan centrarse en patear culos todos los sábados!
Un rugido atravesó la habitación. —Pero una mujer tiene que divertirse, ¿no? —Las cejas de Adriana se levantaron sugerentemente ante un rugido amplificado.
—Así que esta noche marca el comienzo de una nueva tradición de las Hermanas Espirituales. —Levantando el brazo que había escondido detrás de su espalda, reveló una botella de vodka de primera categoría. Otra explosión de vítores. Más de una chica linda con una botella de licor.
Era extrañamente deprimente. —Nosotras no sólo lavamos su ropa y hacemos brownies, ¡también nos embriagamos como una cuba! —Esperó para calmar a la multitud antes de continuar. Ya me sentía mal del estómago antes de que sus ojos se posaran en Santana—. Cada Hermana Espiritual le servirá un trago a su jugadora asignada, comenzando primero con la mariscal de campo.
Sí, eso es lo que esperaba. Ella usaba el truco de un juego y la motivación de la presión del grupo para separar a Santana de mí. Holly tenía razón con su medición de manipulación sobre Adriana.
— ¡Eso significa, Santana López! —gritó en el micrófono, agitando la botella hacia ella.
Santana se quejó, mirando por encima de mí, pero antes de que pudiera decir nada, una manada de sus compañeras de equipo se trasladó detrás de ella y comenzaron a empujarla hacia la parte delantera de la sala.
—No te preocupes, cita de Santana por la noche, lo vas a tener de regreso —dijo Adriana, mirándome directamente a mí. Quería golpear esa sonrisa petulante de su cara por referirse a mí como nada más que "la cita de Santana"—. Es decir, si quiere volver después de jugar el juego que tenemos planeado para ella.
Un par de tipas que me rodeaban bajaron la cabeza hacia atrás e hicieron llamadas de coyote.
Empujando a Santana junto a Adriana, las pastores dieron un paso atrás a la multitud para que todos pudieran ver lo que pasaba en frente. No me gustaba ver a Santana de pie tan cerca de Adriana, ver lo cerca que estaban en la altura. En sus tacones, a sólo un par de pulgadas separados. Habían encajado perfectamente. Por qué mi mente se quedó allí, no lo sé, pero la imagen de Santana tirándose encima de Adriana mientras la besaba, mientras le daba un orgasmo, me hizo agarrar mi estómago.
—Así es como funciona esto —dijo Adriana, mirando a Santana, que frotaba la parte de atrás de su cuello, luciendo todos los matices de incómoda—. Un trago de cristal —empezó a decir, levantando un vaso pequeño—. Un trago —continuó, vertiendo el líquido claro hasta el borde. Entonces, entregándole la botella a una de sus compañeras porristas, levantó su dedo índice a la multitud, que miraba a su alrededor el uno al otro como si fuera un gran asunto.
Rodando por la parte superior de su vestido sin tirantes, metió el vaso entre sus tetas enormes. —Disfruta —instruyó—. Ninguna mano permitida.
Oh, claro que no. Las chicas se habían convertido en bestias rabiosas, levantando los brazos en el aire y gritando.
Adriana lo acogió, logrando una pequeña reverencia sin derramar una gota de líquido, justo antes de que su mirada se dirigiera a mí. — ¿Qué estás esperando, Santana? —Dijo, mirando nada más que a mí—. Bebe.
— ¿Qué demonios estás haciendo aquí de pie, chica estúpida, estúpida? —siseó Holly junto a mí, empujándome hacia la parte delantera de la sala. Al llegar abajo de mi vestido, golpeó las bragas en mi mano—. Ve a vencer a esa perra en su propio juego.
Tomó un empujón más por parte de Holly, pero luego fui a la acción. Corriendo a través de los cuerpos cantando “Lo-péz" y lanzando puños al aire, apreté las bragas en la mano, mirando a Santana, que me observaba. Tenía su atención, probablemente porque estaba preocupada por qué consiguiera una molesta atención visual por una de sus compañeras de equipo, pero ahora mismo, tomaría su atención de la forma en que pudiera obtenerla.
—Tu trago se está calentando —dijo Adriana a través del micrófono, dándole a su busto una pequeña sacudida. Esta vez, un chorrito de líquido se derramo, corriendo por su escote.
Empujando la mole de mujer que se interponía entre Santana y yo, pasé junto a Santana, encrespando el meñique sobre el suyo, esperando la mano para abrirla. Tan pronto como lo hizo, deslicé la tanga de encaje en sus manos, arqueándole una ceja, y seguí caminando.
Alejarse de Santana, de pie al lado de Adriana, siendo presionada por todo su equipo para ponerse de cabeza hacia un trago entre esas tetas suyas, me hicieron estar al borde de la hiperventilación. Pero no podía dar marcha atrás porque ¿qué iba a decir? ¿Qué iba a hacer? Tenía que confiar en que Holly, en toda su come-mujeres sabiduría, supiera lo que hacía.
La multitud comenzó a reducirse por el momento en que llegué al pasillo, y no había ni rastro de nadie cuando entré en el cuarto de baño al final de éste. Cerrando la puerta detrás de mí, apoyé mis manos en el lavabo y me centré en respirar.
Antes de que hubiese terminado una respiración completa, la puerta se abrió un poco. Mirando en el espejo, mi sonrisa tiró con tanta fuerza que casi me dolió cuando vi la cara de Santana, una expresión de hambre estacada en su cara, mirándome.
—Creo que has perdido algo —dijo en voz baja, levantando la mano con mi ropa interior colgando de su dedo.
Mi sonrisa se extendió más allá. Ahora me dolía. —Parece que la persona adecuada la encontró.
Al entrar, Santana cerró la puerta detrás de ella. El baño era pequeño, y pequeño era un término generoso para ello. Para que los dos cupiéramos aquí, mi trasero se estrelló contra el fregadero y el mostrador y la espalda de Santana estaba pegada a la pared de la ducha.
— ¿Esto quiere decir...? —dijo, mirando mi cuerpo, terminando en el centro del mismo. Sentía todos los músculos de mi interior contraerse, justo antes de suavizarse ante el peso de su mirada.
— ¿Por qué no lo averiguas por ti misma? —susurré, mi respiración ya viniendo en ráfagas cortas.
Su mirada se quedó fija en la punta sur de mi ombligo, mientras una lenta sonrisa se deslizó en su lugar. —Encantada —dijo, con la voz ronca y profunda.
Entonces, antes de que el flash de calor tuviera la oportunidad de propagarse, Santana se lanzó contra mí, levantándome sobre el mostrador. Su boca se aplastó contra la mía, forzando su lengua dentro y moviéndola a través de todos los planos que podía alcanzar.
Abrumada, mi cabeza cayó hacia atrás contra el espejo, tratando de mantener su ritmo.
Justo en el medio de nuestro beso, Santana se apartó de repente, valorándome donde me encontraba sentada tendida sobre el mostrador, respirando como si hubiera corrido una milla en dos minutos. Bajando la mirada al espacio entre mis piernas, su frente se arrugó, como si la hubiesen torturado, justo antes de que una sonrisa la suavizara. Agarró mi cintura, me movió hasta el mismo borde del mostrador. Apoyando la mano en el interior de una de mis rodillas, la abrió. Repitió lo mismo con la otra, interponiéndose entre mis piernas, mirándome como si no pudiera manejar las emociones que sentía en estos momentos.
Agarrando el dobladillo de mi vestido con ambas manos, Santana lo enrolló una vuelta, con los pulgares detrás de la sensible piel del interior de mis muslos. Mi corazón estaba acelerado y todo se aceleraba de esa misma manera.
Y ni siquiera me había tocado allí todavía. Sus dedos pusieron el vestido más alto, y luego aún más alto. El viaje completo, con los ojos de Santana quedándose en los míos. Como si quisiera ver todas las reacciones que jugaban en mi cara por la forma en que me tocaba.
Un rollo más y ya no quedaba nada para deslizarse más alto. Mi cuerpo estaba dolorido por alguna liberación, pulsando como si tuviera su propio latido.
El pulgar de Santana recorrió el resto de mi muslo interno. Cuando lo retiró, casi gemí en voz alta. Y entonces, cuando la bajó de nuevo en el lugar en que latía peor, me hizo gritar. Agarrando los bordes del mostrador, me obligué a seguir mirando a esos ojos suyos, que se oscurecían con su deseo.
—Voy a ser condenada —respiró, las palabras todo gutural y ásperas. No podía reconocer las palabras—estaba a un pulgar lejos de las palabras. Cerrando el espacio entre nosotras, besó la comisura de mi boca. —Te amo —susurró en mi oído, justo antes de que su pulgar comenzara a moverse en círculos sobre mí.
Mi cabeza cayó hacia atrás, golpeando el espejo, pero el dolor sordo se sentía bien emparejado con el latido agudo que esparcía su camino a través de mi cuerpo ante el pulgar diestro de Santana.
Mi respiración se hizo más en jadeos cortos, mientras todo se apretaba en una bola. Estaba tan cerca.
—Te amo tan condenadamente mucho, Britt —dijo Santana mientras su boca exploraba mi garganta.
Y eso era todo lo que necesitaba. Mis dedos se clavaron en su espalda mientras mi cuerpo se estremecía contra el suyo.
A medida que mis músculos se aflojaron, me dejé enroscarme en ella. Me las arreglé para suspirar entre mi respiración irregular. Podía sentir su sonrisa contra mi piel.
Mierda. Mi cuerpo se sentía como si estuviera todavía intacto, pero hace unos momentos me sentía como si estuviera cayendo a pedazos desde el centro. No podía calmar mi respiración y mis muslos internos seguían temblando mientras Santana siguió chupando pequeños parches blandos de piel en mi hombro.
Justo cuando mi cabeza caía de nuevo, la puerta del baño se abrió, golpeando a Santana.
—Creo que será mejor que te encontremos otro baño para refrescarte, Adriana. —Holly miró por encima del hombro de Adriana, lanzándome una sonrisa de camaradería. Adriana observó la escena, mis piernas envueltas alrededor de Santana, donde me tenía cautiva contra el mostrador, todavía explorando mi piel con su boca. Nuevas lágrimas pincharon en sus ojos enrojecidos—. Este está... ocupado —agregó Holly, haciéndome un guiño antes de tirar el codo de Adriana.
Pero antes de que ella saliera de la habitación, sus ojos se encontraron con los míos. Mi boca se curvó hacia arriba, mis labios aun separándose por mi respiración cortada.
Manteniendo su mirada, acurruqué mis dedos en la espalda de Santana, arqueando el cuello más alto para darle un mejor acceso. No tenía que pronunciar una sola palabra para hacer llegar el mensaje a Adriana. Era claro como el cristal.
Santana era mía. Sólo después de que la puerta se cerrara otra vez la boca de Santana se hizo más lenta. Dando un último pellizco por encima de mi hombro, levantó la cabeza. Su rostro era presumido mientras me miraba, todavía sacudida por lo que me había hecho.
—Supongo que ella descubrió lo que “ocurrió” cuando la dejé arriba y con un trago entre sus tetas —dijo, apoyando las manos sobre el mostrador fuera de mis piernas.
—Creo que lo hizo —le contesté, pasando rápidamente por el borde de la encimera desde que mis piernas se dormían. Mala idea. Porque nada se supone funciona en mi cuerpo. Los brazos de Santana se enrollaron a mí alrededor, manteniéndome firme.
—Supongo que se lo mostré —dije, agarrando los brazos de Santana mientras la sensación se drenaba de nuevo en mis piernas.
Sus cejas se apretaron. — ¿Le mostraste qué? —Que mejor mantiene sus manos y vistas fuera de mi mujer—le contesté, sin saber si debía admitir esto, pero mi mente seguía nublada y bebida por el ponche.
Mirando hacia mí, sus cejas se estrecharon por un momento antes de que su rostro se alisara. —Eso es de lo que todo esto se trata —dijo, pasando sus ojos por mi vestido que estaba aún puesto hasta mi cintura—. ¿No es así? Toda esta noche ha sido sobre Adriana. No sobre mí.
Bueno, sí. No debería haber dicho nada. Especialmente cuando las comisuras de sus ojos se arrugaban por las palabras que decía.
—No, esto era para ti —le dije, poniendo mi vestido hacia abajo. —No me mientas, britt —dijo, los músculos de su mandíbula tensándose—. Todo, el vestido, las pequeñas sonrisas tímidas y los ojos coquetos, las bragas, el maldito orgasmo en el baño cuando Holly “accidentalmente” le mostraba a Adriana lo que pasaba, todo era un plan calculado puesto en juego por una novia celosa.
—No —le dije—. Todo esto en el baño era una gran sorpresa espontánea y placentera —argumenté de regreso—. Por lo menos hasta ahora. No hay nada agradable acerca de que mi novia me llame una novia calculada y celosa. —Mientras decía las palabras, sabía que era verdad.
—Así que esto no estaba planeado —dijo, agitando su dedo alrededor del cuarto—, pero todo lo demás sí. Y de aseguro a ti no te importaba nada cuando Adriana tuvo una imagen de nosotras dos todas calientes y pesadas.
¿Por qué estaba siendo así? Santana rara vez me levantaba la voz. Y el hecho de que la razón por la que hubiese roto la tradición fuera por Adriana me puso tan indignada como triste. —Si eso es lo que se necesita, verte haciéndomelo sobre todas las superficies y en el maldito estado, ¡entonces sí! ¡Te aseguro que no me importa! —Súper, ahora gritaba.
Su frente se arrugó mientras se apretaba tan lejos de mí como el cuarto de baño se lo permitía. Pasar de la intimidad que acabábamos de compartir a ella queriendo separarse tan lejos de mí como el espacio se lo permitiera hizo que mi cuerpo doliera. —Así que todavía, después de todo, después de todo este tiempo —hizo una pausa, inhalando por la nariz—, ¿aún no confías en mí?
Esperó mi respuesta, pero no tenía una inmediata. La pregunta que me había lanzado, no era en absoluto lo que había estado esperando. ¿Era eso? ¿No confiaba en ella? Mi primera respuesta era “no”, pero ¿por qué si no había estado actuando como una novia loca? Si confiaba en ella, ¿importaba si cada Adriana en el mundo se le arrojaba?
No quería admitir mi respuesta a esa pregunta. —Sí —dijo, dirigiéndose hacia la puerta—, eso es lo que pensé. —Abrió la puerta y me miró—. Toma, puedes tener estas de vuelta. —Me tiró mi ropa interior—. Bien jugado. Me alegro de que pudiera ser un peón en tu pequeño juego.
—Santana —dije tras de ella.
— ¡Déjame en paz, Brittany! —gritó, desapareciendo por el pasillo. Sólo me llamaba Brittany, cuando estaba herida o enojada. Supuse que era un montón de ambos. Y toda la cosa de dejarlo en paz no iba a suceder.
No cuando sabía que había un conjunto acogedor de brazos moviéndose como tiburones alrededor de las aguas de la fiesta, más que felices de darle un poco de consuelo.
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Historia original trilogia crash de Nicole Williams.
Hola hola aqui les dejo el capitulo espero que les guste y dejen sus comentarios
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap dani!!!,...
ame la pose DIVA de britt!!! jajaja amo a holly y sus ideas locas!!!
no jodas ahora si britt la cago, en cierta forma!!!
a ver que pasa ahora,.. y sobre todo con andrea,..
nos vemos!!!
ame la pose DIVA de britt!!! jajaja amo a holly y sus ideas locas!!!
no jodas ahora si britt la cago, en cierta forma!!!
a ver que pasa ahora,.. y sobre todo con andrea,..
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
3:) escribió:holap dani!!!,...
ame la pose DIVA de britt!!! jajaja amo a holly y sus ideas locas!!!
no jodas ahora si britt la cago, en cierta forma!!!
a ver que pasa ahora,.. y sobre todo con andrea,..
nos vemos!!!
Hola hola (:
Holly es toda una loquilla jajaja!
a britt se le salieron sus celos mas de lo debido
Saludos gracias x comentar
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 7
El único tiempo que perdí antes de ir tras ella fue mientras tardaba en ponerme la ropa interior de vuelta a donde pertenecía. Hice una búsqueda preliminar desde el pasillo hasta la planta principal. Por suerte para mí, Santana era una torre que se hallaba en la misma habitación la mayor parte del tiempo, pero también lo estaban muchas de sus compañeras de equipo, así que hice mi camino hacia las escaleras, subí unas cuantas, saltando por encima de una pareja haciendo algo muy parecido a lo que Santana y yo habíamos hecho detrás de una puerta cerrada. Mirando hacia la sala llena, no la vi. El hecho de que no estuviera a la vista hizo que mi estómago se revolviera mientras mi imaginación jugaba conmigo, preguntándome con quién podía estar abrazándose y dónde podrían estar encerradas. Lanzándome por las escaleras, corrí por el pasillo, no siendo capaz de llegar a su habitación lo suficientemente rápido. Me comportaba de una manera irrazonable, lo sabía, pero no podía evitarlo.
La loca había echado raíces y no podía morir. No llamé antes de entrar en su habitación, no muy segura de querer ver lo que descubriría adentro. Suspiré de alivio cuando la encontré a oscuras y vacía. Justo cuando estaba a punto de salir y buscar en el siguiente sitio, noté a una figura de cuclillas en el suelo junto a su cama. Sus codos apoyados sobre sus piernas dobladas, la cabeza colgando entre ellas. Parecía rota. ¿Qué había hecho? Cerré la puerta detrás de mí y crucé la habitación.
— ¿Santana?
—Vete, Britt —dijo tan bajito que fue casi un susurro. Nunca me dijo esas palabras antes, y las había escuchado dos veces en menos de cinco minutos.
—No —dije, acercándome al lado de la cama en el que estaba apoyada.
—Vete —repitió, pasándose los dedos por la nuca. Me arranqué los zapatos y me deslicé a su lado en el suelo.
—No —repetí—. Estás enojada conmigo y yo lo estoy contigo. Discutámoslo.
—Sí, estoy enojada contigo —dijo en el suelo—. Pero tengo una buena razón para estarlo. ¿Por qué diablos lo estás tú? Abrí la boca para responder.
—Y mejor que tu respuesta no tenga un “Adriana” en ella. No me gustaba la forma en que su nombre sonaba viniendo de ella.
—Maldita sea, mi respuesta tenía su nombre en ella. Santana negó, todavía rehusándose a mirarme.
—Así que estás cabreada conmigo por Adriana —dijo, sin ocultar su sarcasmo—. Una chica a la que no he tocado ni mirado de una forma íntima. Genial, eso hace que la mierda cobre sentido, Britt. Mi temperamento quemaba, pude sentirla encendiéndose.
—No te hagas la tonta —dije—. Como si no fueras consciente de que ella te dejaría tocarla de cualquier forma íntima que malditamente quisieras.
Santana resopló. —Sí, bueno, sólo para que lo sepas, no hay muchas mujeres aquí que no me dejarían hacerles lo que sea que jodidamente quiera. No hay escasez de Adrianas en el mundo, Britt. —Se detuvo, tomando un par de respiraciones mientras yo trataba de no calcular mentalmente el número de mujeres a las que les gustaría acostar a Santana cada noche de la semana—. ¿Pero sabes lo que me hace decir que no cada vez? ¿Sabes lo que me hace inmune a cada mujer y a cualquier estratagema que aplique sobre mí? —No esperó mi respuesta. —Tú, Britt —dijo, su voz cansada—.Puede que no haya escasez de Adrianas por ahí, pero sólo hay una tú. Y esa es la persona a la que quiero entregarme. Decía todas las cosas correctas y, en verdad, no me había dado una sola razón para dudar de ella desde que aclaramos toda la pequeña situación entre Santana y Holly, pero no estaba preparada para ser apaciguada. No después de toda la mierda que Adriana me había disparado durante todo el día.
—Le dejas que lave tu ropa, Santana —comencé, deseando que una pinza mágica apareciese así podría ponerla sobre mi boca—. Limpia tu habitación. La llevas a una maldita habitación de tu brazo con cientos de personas mirando. —Mi voz huía conmigo, llenando el oscuro cuarto con su inseguridad—. Pasea los dedos sobre tu limpia, ajustada ropa interior. ¡Maldita sea, Santana! Lo echaba todo sobre ella. Todo lo que había reprimido hoy, cuando habría sido más constructivo encontrar una pista de baile y desahogarme ahí. Su cabeza se retorció en mi camino y si era por la oscuridad de la habitación o por el actual color de sus ojos, parecían negros.
— ¿No has escuchado lo que acabo de decirte? —dijo, sus dientes apretados—. ¿Te has perdido cuando he profesado que todo lo que quiero es a ti? ¿Incluso cuando estás actuando como una jodida novia loca? —Estrechando sus ojos en mí, se levantó.
—Sí, escuché eso —contesté, saltando a su lado—. Así que soy tu chica. Soy la única chica a la que quieres hacer gemir en el baño. Sí, lo entiendo. —Mis palabras le hacían daño y observé como cada una añadía una profunda arruga en su cara—. Pero dejas que ella te cuide como si fuese tu mujer. —Agarrando un puñado de la recientemente hecha cama de Santana, arranqué las sábanas—. Tal vez no la quieras íntimamente, pero dejas que se adentre en tu vida íntima. Santana me miró fijamente, sus ojos entrecerrados como si no reconociera a la persona de pie frente a ella.
—Bien —dijo, arrancando las sábanas arrugadas de mi mano y quitándolas de la cama. Enrollándolas en una bola, las arrojó al otro lado de la habitación.
— ¿Contenta? —preguntó retóricamente mientras caminaba por la habitación hacia su cómoda. Abriendo el primer cajón y sacándolo de su sitio, llevándolo hasta la ventana. Santana abrió la ventana, sosteniendo el cajón en el exterior y lo giró, vaciando su contenido. Sus limpias, dobladas bragas cayeron como paracaídas hasta el suelo y el cajón los siguió. — ¿Contenta ahora? —preguntó de nuevo, alzándome las cejas mientras seguía congelada junto a la cama. Lanzándose al otro lado de la habitación, arrancó el segundo cajón de la cómoda. Regresando a la ventana de nuevo, derramó sus camisas fuera. El cajón se astilló cuando golpeó el suelo.
— ¿Todavía no? —Esta vez no me miró, simplemente corrió por la habitación, sacó el último cajón y, cuando llegó a la ventana, lo arrojó todo junto. El sonido de ello rompiéndose hizo eco en la habitación. Girándose, me miró. Su pecho subía y bajaba duramente, sus ojos parpadeaban—estaba perdida. — ¿Qué más, Britt? ¿Qué más quieres que reviente hasta la mierda? —gritó, esperándome—. ¿Huh? Seguro que hay algo más que pueda romper para demostrarte mi amor por ti. ¿Qué es? —Estaba en frenesí, más al borde de lo que jamás le había visto. Todo por mi culpa. Me encantó saber que tenía poder sobre ella, pero no este tipo de poder.
—Santana —susurré, apenas siendo capaz de hacer sonido—. Para.
— ¿Parar? ¿Por qué? —Gritó, extendiendo sus brazos y dando vueltas por la habitación—. Estoy demostrándote mi amor por ti. Así que vamos, Britt. ¿Qué más puedo arruinar para que seas feliz?
—Nada —susurré, mordiéndome el labio.
— ¿Qué fue eso?
—Nada —repetí, mirándole—. Esto no es lo que quise decir, Santana. ¿Por qué te vuelves tan loca cada vez que te lo pregunto? La piel entre sus cejas se arrugó. — ¿Por qué lo haces? Esa fue una pregunta para la que no tenía respuesta. La tomé interiormente, observando a lo que mis celos e inseguridad le habían reducido. Supuestamente iba a ser la persona que le traería consuelo y le apoyaría, pero esta noche, había hecho todo lo contrario. Una lágrima escapó de mi ojo antes de que supiera que estaba formada. Los ojos de Santana se estrecharon en ella, observándola caer por el lado de mi cara. Una de la suya se tensó.
—Dime qué hacer, Britt. Dime qué quieres de mí. Porque lo haré. Haré cualquier cosa —dijo, poniendo sus brazos detrás de su cuello y mirándome como si tuviera miedo de que desapareciese—. ¿Quieres que le diga a Adriana que se vaya a la mierda y que no vuelva ni a mirarla? Sin problemas. ¿No quieres que hable jamás con ninguna otra chica por el resto de mi vida? Lo haré. —Cruzando la habitación, se detuvo frente a mí, agarrando mis brazos—. Haré lo que sea. Sólo dime que hacer. —Me sostuvo, mirándome mientras esperaba mi respuesta. No tenía ninguna. —Eres todo lo que tengo, Britt. Haré cualquier cosa para no perderte —dijo, su cicatriz pellizcando su mejilla—. Simplemente dime lo que estoy haciendo mal y lo arreglaré.
Esta Mujer había sufrido ya bastante. ¿Por qué le hacía caminar a través de más mierda? —No estás haciendo nada mal, Santana —dije, tragando. Ella es mi soñada novia y tenía todas las características para serlo de por vida—. Soy yo. Estoy haciéndolo todo mal esta noche. —Presioné mis manos en los lados de su cara, tratando de alejar las arrugas en ella—. Vi a Adriana toda loca por ti y dejé que mis inseguridades me convirtieran en otra persona. Confío en ti. No confío en ella. Suspiró.
— ¿Confías en mí? Mi garganta se apretó porque tuviese que preguntarlo.
—Sí, Santana. Confío en ti.
— ¿Me quieres? —Siempre —contesté, acariciando sus mejillas.
—Entonces que le den a Adriana Vix —dijo. Arqueé una ceja. —Alguien que no esté loca por su chica puede tirársela —aclaró, sonriéndome—. No dejes que nadie se interponga entre nosotras, Britt. Esta cosa que tenemos será reto suficiente sin los gustos de Adriana Vix complicándola.
—Lo sé —dije, mirando hacia otro lado—. A veces se siente como si estuviera esperando tocar fondo por debajo de nosotras. ¿Sabes? —Me sentía culpable por admitirlo, pero era realista, y las parejas como Santana y yo teníamos más probabilidades en contra que a favor.
—Lo sé, nena —dijo—. Lo sé. Cuando lo hagamos, sin embargo, tendremos que agarrarnos a una cuerda y esperar. Asentí, preguntándome si este era el tipo de vida que nos esperaba a partir de ahora. Abrazadas por momentos de pasión, interrumpidos por problemas de comunicación, seguidos por emborronamientos del maquillaje. No sería una mala forma de pasar la vida.
—Vamos entonces —dijo, pasando sus manos por las mías—. Ven a la cama conmigo. —Tendiéndome sobre la cama sin mantas, se quitó los zapatos, me tomó entre sus brazos, y se desplomó sobre el colchón. Rodándome hacia mi lado, se presionó contra mi espalda, envolviéndome entre sus brazos y piernas.
—Discutir contigo es agotador —dijo cerca de mi oído, medio bostezando—. No volvamos a hacerlo.
—Está bien —mentí. Era una buena idea, pero una de la que Santana y yo no nos daríamos cuenta si durábamos. La gente como nosotras no pasaban a través de la vida sin una gritona pelea de vez en cuando; esa era la realidad. Pero la realidad era mucho más fácil de enfrentar con Santana abrazándome como lo hacía ahora. Estuvimos tumbadas así por un rato, en silencio y quietas, disfrutando de la calidez de la otra. Una brisa cruzó por la ventana, acariciando mi rostro. Sonreí.
—Espero que tengas más ropa interior escondida en algún lugar —dije, codeándole las costillas, reproduciendo a Santana lanzando sus cajones por la ventana.
—Eso sería un: negativo —dijo con voz soñolienta—. No tenía ropa interior limpia esta mañana.
—Espera —dije, de repente muy despierta—. ¿Eso significa…? —Síp —contestó, acomodándose más profundamente en mi cuello, ya medio dormida.
Le daría un pase libre esta noche. Ganó un gran partido, me hizo sentir cosas que una chica no debería difundir sobre la encimera del baño de una chica, se mantuvo firme en una discusión conmigo, y logró decir exactamente lo correcto para calmarme. Tenía derecho a estar agotada. Sonriendo, me acurruqué más en ella.
—Eso podría haber hecho las cosas mucho más interesantes en el baño. Sentí su sonrisa curvándose contra mi cuello antes de seguirle hacia el sueño.
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 8
Su cuerpo no se hallaba envuelto alrededor de mí, como si me estuviera protegiendo del mundo, ya no, pero estaba cerca. Cualquiera que sea el vínculo que habíamos construido en los tumultuosos meses que hemos compartido, pasamos a un nuevo nivel de conciencia cuando se trataba del otro.
—Puedo sentirte mirándome fijamente —le dije, manteniendo mis ojos cerrados y curvándome más profundo en la almohada de Santana. Olía como a ella, tal vez por eso mis sueños eran tan dulces. Enroscó su mano sobre la mía, llevándola a su boca.
—Lo siento, Britt —dijo, besándome los nudillos—. No quería despertarte. Vuelve a dormir —Girando mi mano, presionó otro beso en la parte carnosa inferior.
—¿Cómo se supone que una chica va a dormir cuando estás haciendo eso? —Sonreí, abriendo los ojos. Sus ojos estaban fijos en mí, metálicos en la luz de la mañana. Una esquina de su boca curvada hacia arriba.
—Ella no lo haría —dijo, saltando sobre la cama, aterrizando estratégicamente sobre mí.
—Bueno —le dije, deseando poder tener un minuto para cepillarme los dientes y pasar un cepillo por mi cabello, pero con Santana, estos momentos de descuido llegaban rara vez, así que no iba a perder la oportunidad excusándome mientras que todos sus motores estaban encendido—, el sueño está sobrevalorado. Su mano se deslizó a mi lado, desviándose dentro y fuera por encima de mi caja torácica, antes de ponerse en la parte superior de mi pecho.
—Sí, lo está —susurró, besando el área debajo de mi oreja. Este era un infierno de despertador.
— ¿Has cerrado la puerta? —bromeé, situándome por debajo de ella, por lo que las partes importantes quedaron alineadas. Nadie en su sano juicio entraba en el dormitorio de Santana López cuando la puerta estaba cerrada. No, si no deseaban llevar una abolladura del tamaño de un puño en la frente.
Desafiando mi previa suposición, la puerta de Santana explotó abierta al siguiente segundo, rebotando en la pared.
—Ehh —dijo Holly, haciendo una cara y sosteniendo sus manos sobre sus ojos—. Ustedes son como un par de malditos conejos. Así que todo el mundo excepto Holly sabía que lo mejor era no lanzarse a la habitación de Santana sin ser invitado.
— ¿No tuvieron las dos lo suficiente la una de la otra anoche? —hablaba en voz baja, al menos para Holly, y a juzgar por la forma en que enroscaba sus dedos en las sienes, había tenido una noche salvaje.
—No —respondió Santana, levantándose fuera de mí.
—Buenos días, Holly —murmuré, sentándome en la cama—. Genial verte. —No te quejes como un bebé. La tuviste para ti misma toda la noche y ahora tengo que pedirla prestado unas cuantas horas o bien voy a perder mi vuelo.
—Sí —le dije, arrastrándome fuera de la cama—. Tengo un lío de tarea que terminar también. —Pasando mis dedos por mi cabello, me hice una trenza rápida, ya que parecía que no habría tiempo para una ducha—. Parece que tienes dos chicas que necesitan tus servicios de chofer esta mañana.
—Vivo para servir —dijo, con una expresión curvada en su cara que delataba lo que pensaba. O revivía. Yo no era una chica de sonrojarse, ese código genético no se había construido en mi sistema, pero me pareció sentir uno arrastrándose por mi cuello con su continua mirada.
—Todo correcto, chica amante —dijo Holly, chasqueando los dedos. Ella hizo una mueca, agarrando sus sienes de nuevo—. El aeropuerto. En algún momento de hoy. Corrí alrededor de la cama, agarrando los zapatos que Holly me había prestado, y saqué mi bolso del estante de su armario. Tomando sus llaves de la mesa de noche, Santana tomó mi mano y me llevó hasta la puerta.
—Ya era hora —susurró Holly, hurgando en su bolso. Santana enganchó la maleta de Holly ubicada frente a la puerta y nos abrimos paso por el pasillo, pasando por encima y alrededor de los cuerpos que decoraban el piso.
—Parece que nos perdimos de alguna fiesta —le dije, mirando a una pareja en estado comatoso, preguntándome cómo en todas las acrobacias lograron llegar a esa posición.
—Yo no diría que nos perdimos —dijo Santana, mirando hacia mí con una sonrisa sugerente.
—Creo que esta es con la que lo hice como una adicta al sexo en remisión anoche —dijo Holly, inclinándose sobre una de las compañeras de Santana que seguía sonriendo en sueños—. O tal vez fue esa —dijo, apuntando con el pie la mano de la chica de enfrente e inspeccionando su cara—. Sí, definitivamente es ésta. De las dos, sus labios están más hinchados. Hablando de eso —agitando su bolso, sacó un tubo de lápiz labial—, mis labios tienen un grave dolor.
—Pensé que habías dicho que tenías prisa, Hol —llamó Santana desde las escaleras hacia ella, manteniendo mi mano en la suya. Al final de la escalera, una pirámide de cuerpos bloqueaba el camino. Saltando sobre ella, Santana se dio la vuelta, agarró mi cintura y me levantó sobre la barricada humana. Esperando a que Holly vacilantemente se abriese paso hacia abajo, la levantó por encima también. El camión de Santana se hallaba estacionado sin bloqueo, así que nos libramos de eso. Viniendo por el costado de la casa, ropa y madera astillada adornaban el patio lateral. Me detuve en seco, evaluando las habilidades de decoración de Santana.
—Alguien tuvo una visita de los monos de la ira anoche —dijo Holly, deteniéndose junto a mí. Mirando hacia Santana, me miró por el rabillo de sus ojos.
—Ellos ciertamente lo hicieron. —La rabia es una cosa terrible —añadió, cruzando el césped, pero no antes de agarrar una camiseta oscura que estaba sobre un arbusto. Sonreí a su espalda. Para cuando Holly y yo arrastramos nuestros cansados y lentos traseros, al camión de Santana, ella ya tenía la maleta de Holly en la cama y las dos puertas estaban abiertas para nosotras. Quitándose la camiseta blanca que seguía luciendo sobre su cabeza, la arrojó en la cama también. No es de extrañar que nunca tuviera nada de ropa limpia. Levantó la camiseta negra por encima de su cabeza, se detuvo y me miró, con sus cejas unidas.
—Todo está bien —le dije, rodando mis ojos. El hecho de que me comportara como una lunática celosa anoche no significaba que quería recordarlo. Eran sus ropas, independientemente de quien las había lavado y doblado.
—Sólo comprobando —dijo con una débil sonrisa antes de tirarla por encima de su cabeza. Holly y yo nos quedamos fuera de la camioneta, viendo el espectáculo. Metiendo la camisa en sus pantalones vaqueros, Santana se detuvo, mirando hacia nosotras con confusión.
— ¿Qué? —preguntó, metiendo la parte de atrás y dándome una sonrisa diabólica Aparté mi mirada, tratando de parecer poco impresionada cuando subí a la cabina. —Oh, vaya “qué” a ti. Holly rió entre dientes.
—Tú sabes, Santana, entre más vieja te haces, más fea te pones —dijo, guiñándome un ojo mientras se arrastraba a mi lado.
—Sí, sí —dijo, subiendo al asiento del conductor y arrancó el camión—. Y entre más vieja te haces, más mala te vuelves. Agarrando mi muslo, me deslizó más cerca, hasta que ocupamos un espacio destinado para una persona. No me dejó ir mientras conducía.
— ¿Por qué parece que el jueves nunca va a llegar aquí? —gemí, cuando la camioneta de Santana se detuvo afuera de mi dormitorio.
—Debido a que se siente de esa manera —respondió, rozando mi cabello sobre mi hombro. Gemí fuerte. Holly había logrado llegar a tiempo y, aunque había querido que el viaje desde el aeropuerto a Juilliard fuera lento, por supuesto que no lo fue. El adiós que Santana y yo estamos obligados a hacer todos los domingos nunca era más fácil. Íbamos a escuelas a casi cinco horas de distancia, por lo que la posibilidad de colarse en una visita de lunes a viernes por la tarde se encontraba fuera de cuestión. Cuando nos despedíamos, era un adiós por unos eternos cinco días. A excepción de esta semana. Sería sólo por tres días debido a las vacaciones de Acción de Gracias. Era realmente un momento para estar agradecidas.
—¿Así que estás de acuerdo en celebrar con mi papá y mi mamá el jueves? —le pregunté de nuevo, sólo para asegurarme. Santana ha sido civilizada, mientras lo han sido, pero había una tensión entre las dos familias que dudaba que incluso se aflojara con el tiempo. El padre de Santana asesinando a mi hermano porque mi padre lo había despedido, era el tipo de drama que los creadores de televisivos ni siquiera podían imaginar. Era la clase de cosas que la gente no "supera" después de unas pocas cenas familiares.
—Britt —dijo, acariciando mi rostro—, eres mi familia. Donde tú vayas, yo voy. —Parpadeó, mirando a través del parabrisas—. No hay nadie más que tú. No me gusta hacer hincapié en la falta de familia de Santana, porque hacía que mi corazón doliera como lo hacía ahora. Santana realmente no tenía familia. Sin padres, sin hermanos, sin abuelos, tías o tíos. Y no debido a una elección. Toda la familia de Santana, uno por uno, la abandonó. Yo sabía, que en el fondo de su ira y posesividad sobre mí, eso era lo que más temía de mi parte: que un día le diera la espalda y caminara tan lejos como pudiera llegar. El dolor en mi corazón se profundizo.
—Bien —dije, tratando de actuar como si no estuviera dolida—, porque somos un equipo y los equipos no dejan a sus miembros ir a unas vacaciones en familia solos.
—Muy bien, equipo —dijo, girándose en su asiento, evadiéndose tanto como yo. Tomando una mirada a mi dormitorio que se asomaba en frente de nosotros, suspiró.
— ¿Hasta el jueves? Tomé donde dejó salir su suspiro.
—Hasta el jueves. Inclinándose, sus ojos se dirigieron hacia mi boca. —Mejor que sea uno bueno entonces. Yo no podía dejar de sonreír, a pesar de sentirme como una mierda. Mojé mis labios, me incliné más cerca, haciéndolo uno bueno.
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Historia original trilogia crash de Nicole Williams.
Hola Aqui dejo 2 capitulos espero que comenten si quiere que siga con la historia ya que no hay casi comentarios
Bueno saludos !
Bueno saludos !
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Más vale que sigas esta historia hasta el final sino te voy a buscar y te voy a encontrar!!!! Jajaja me encanta :)
VictoriaRivera** - Mensajes : 69
Fecha de inscripción : 27/05/2013
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
clarooooooooooooooooo tu sigue que queremos capitulo queremos capitulo
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,..
orale,.. san le dejo claro a britt que solamente la ama a ella, lo único que le falta es caminar por fuego!!! jajaa
a ver como termina las vacaciones de navidad,..
nos vemos!!!
PD;a mi me gusta tu fic,.. pero acepto tu decisión si en algún momento decides dejar el fic,..
orale,.. san le dejo claro a britt que solamente la ama a ella, lo único que le falta es caminar por fuego!!! jajaa
a ver como termina las vacaciones de navidad,..
nos vemos!!!
PD;a mi me gusta tu fic,.. pero acepto tu decisión si en algún momento decides dejar el fic,..
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
VictoriaRivera escribió:Más vale que sigas esta historia hasta el final sino te voy a buscar y te voy a encontrar!!!! Jajaja me encanta :)
marcy3395 escribió:clarooooooooooooooooo tu sigue que queremos capitulo queremos capitulo
3:) escribió:holap,..
orale,.. san le dejo claro a britt que solamente la ama a ella, lo único que le falta es caminar por fuego!!! jajaa
a ver como termina las vacaciones de navidad,..
nos vemos!!!
PD;a mi me gusta tu fic,.. pero acepto tu decisión si en algún momento decides dejar el fic,..
Hola chicas hoy paso rapido solo queria decirles que gracias x comentar me han dado los animos para terminar la saga entonces aqui les dejo 2 comentarios !!
PD:No se enojen con santana antes de tiempos!!
Saludos y besos
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 9
El aroma de pachuli y el ritmo de los cantantes de broadway recorrieron el pasillo, alertándome que mi compañera y amiga, Rachel, estaba, en este momento, o a punto de tener sexo en nuestro dormitorio. Era en todos los otros días una ocurrencia en mi vida.
Si estaba de suerte, podía esquivar y esquivar con mis libros para que pudiera estudiar en el área común. Si no lo estaba, y de la habitación salía una erupción con gritos y gruñidos y gemidos, sólo tendría que esperar. La última vez que había entrado con Rachel y su mujer del día, había visto cosas que ninguna persona temerosa de Dios debía hacer.
Deteniéndome fuera de la puerta, escuché. Nada más que a barbra streisand consiguiendo su arboleda. — ¿Rach? —Dije, dando golpecitos en la puerta—. ¿Es seguro entrar ahí?
—Es seguro, señorita pura y mojigata —gritó Rachel a través de la puerta. Al abrir la puerta, el almizcle de pachulí casi me derribó. Rachel se encontraba envuelta en la silla que había metido en la esquina vestida con su bata de baño rojo kimono de seda, fumando algo que probablemente no sería kosher con el asesor residente
.
— ¿Divirtiéndote? —Eh-eh —suspiró, dándome una pequeña sonrisa estúpida—. Si hubieses llegado cinco minutos antes, podríamos haber hecho de esto una reunión a tres.
Lanzando mi bolso en mi cama, me dejé caer en nuestra silla rodante. —Apesta ser yo. Rachel se inclinó hacia adelante en su silla, su piel todavía salpicada de sudor. —Hablando de chupar—comenzó, frunciendo los labios—. ¿Ustedes...?
—Hizo unos círculos con su dedo índice.
—No es asunto tuyo —le dije, haciendo girar la silla.
—Así que no lo hiciste —dijo, echándose hacia atrás en la silla.
—No —dije, chasqueando la lengua—, no lo hicimos. —Apesta ser tú —dijo, riéndose entre dientes. —Oh, cállate —dije, agarrando nuestro peluche hormiguero que manteníamos apoyado en nuestro escritorio de la computadora y lo arrojé hacia ella—. Estás consiguiendo suficiente para todos de nosotros.
—Sí —dijo, tomando otro trago de su humo—. Sí, lo estoy. Dando otra vuelta en la silla, miré al techo, paralizando todo el esfuerzo en el estudio, ya que, mientras que Rachel era el equivalente femenino de un libertino, no había más que pudiera escuchar u ofrecer un mejor asesoramiento a la hora del complicado mundo de mujeres que mi compañera de cuarto. Salvo por Holly, pero estaba atrapada en un vuelo por el próximo par de horas y necesitaba inmediatamente un consejo.
— ¿Cómo fue Santana? —preguntó, interrumpiendo mis tácticas dilatorias. —Ella fue... —Suspiré, repitiendo el fin de semana. Una gran cantidad de altos y bajos—. Fue Santana —me decidí por eso.
—La montaña rusa de Santana —dijo Rach, haciendo un sonido mm-mm-mmm con la boca—. Ahora, cariño, ese es un paseo del que nunca querría bajar.
—Lo sé —le dije, empezando a sentirme mareada por la rotación—. Yo no quiero tampoco.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—El problema es la montaña rusa —le dije—. Estamos bien en la cima del mundo o llamando a la puerta del infierno. No hay en medio. No hay espacio para respirar. Sólo constante subir y bajar a cien millas por hora.
Siempre se sentía bien hablando con Rachel acerca de mis preocupaciones con Santana y mi relación. Ella nunca juzgaba, sólo daba sólidos consejos.
—Lo sé, Britt —dijo, cambiando en su asiento—, pero tu mujer es una persona apasionada.
Al igual que tú. Si las dos están juntas, tienes que aceptar la montaña rusa como una forma de vida. No quieres que cambie, que sea más de lo que ella querría cambiar. Las subidas y bajadas drásticas serán lo que el gasto de tu vida con Santana será. Eso es un hecho. Sólo tienes que preguntarte si vale la pena. ¿Lo que ustedes dos juntas tienen vale la pena el sacrificio? —Entrecerró los ojos en mí, proyectando el mensaje.
Sabía que tenía razón, y sabía que valía la pena, pero era un ser humano y no podía evitar querer lo inalcanzable. —Me gustaría poder comerciar en la montaña rusa de un carrusel. Ser capaz de anticipar lo que está a la vuelta de cada esquina, haciendo el recorrido con subidas y bajadas menos dramáticas.
—Lo entiendo —dijo Rachel, asintiendo con la cabeza—, pero eso no es la mano que te repartieron, nena. Santana fue la mano que te repartieron, y esa mujer no es carrusel, Britt. Esa mujer es el súper-loco, Six Flags, rodillas temblando por la extraordinaria montaña rusa. —Contuvo el aliento, fuera de sí después de la deposición.
—Lo sé —admití, ya sintiéndome mejor. Santana era una montaña rusa—yo era una montaña rusa. Juntas hemos creado esa súper cosa loca. Daba miedo, de pie en el suelo y mirando hacia ella, pero si ese es el viaje que tenía que tomar para estar con Santana, estaría primera en la fila.
—Oye, gracias a las estrellas que tu mujer no es un coche chocante para niños —añadió Rachel, tomando otra bocanada antes de soplar un anillo de humo—. Salí con una mujer que una vez fue así. La mujer que es la única responsable de por qué no salgo más. Incluso hizo el amor como los malditos coches de niños. Bump. Chisporroteo, chisporroteo. —Rachel se sentó, sacudiéndose hacia atrás y adelante—. Bump. Chisporroteo, chisporroteo. —Empecé a reír, viendo su actuación fuera de la escena—. Bump. Catódica, chisporroteo, chisporroteo. Bump. Explosión. —Encrespando su nariz, gimió, colapsando de nuevo en la silla.
Nuestra risa se mezcló por el pasillo con el señor Marley.
***
—Gran práctica de hoy Britt —dijo Dani, viniendo detrás de mí mientras salía de las puertas del auditorio.
—Bueno, ayuda que mi pareja sea un infierno de bailarina —le dije, dándole un codazo mientras envolvía mi bufanda alrededor del cuello.
Era el miércoles antes de Acción de Gracias y el clima de Nueva York ya lo llevaba adelante. ¿Qué había poseído a una chica que cree que el sol era esencial en la vida para ir a la escuela en un lugar donde el invierno gélido corría a largo plazo?
Mis zapatillas de ballet rebotaron contra mi cuerpo mientras caminaba, recordándome por qué.
—Sí, así que, tu novia —comenzó Dani, luciendo inquieta por sólo hablar acerca de Santana—, ¿sabe que somos compañeras para el recital de invierno?
Pobre Dani. Ella era una bailarina, no una luchadora. Yo tendría miedo de mis medias también si se suponía que debía levantar por la entrepierna la novia de una chica que daba buenos golpes.
—Todavía no —le dije, tirando la gorra sobre mí. Viviría en un estado de pelo sombrero de aquí a mayo.
Dani se aclaró la garganta, jugueteando con la correa de su mochila. — ¿Estás pensando en decirle?
—Por supuesto —dije, volviéndome hacia mi dormitorio. Todavía tenía que terminar una tarea antes del final del día y cuanto antes me meta en la cama, lo más pronto Santana estaría aquí por la mañana para pasar cuatro días enteros juntas. Rachel volaba de regreso a casa de sus padres fuera de Miami, así que tendríamos la habitación entera para nosotras.
Yo no pensaba dejarla una vez. Eso es para lo que la entrega era. — ¿Cuándo? Me encogí de hombros. No me había dado realmente mucho pensamiento. —Este fin de semana, supongo.
—Está bien —dijo Dani—. Sólo quiero estar preparada. Probablemente lo mejor es saber más temprano que tarde. Hará el choque un poco menos... extremo.
—Has reflexionado sobre esto —le dije, tratando de no sonreír para regalar mi diversión—. Bien por ti.
—Sí —dijo Dani—. Si la tía casi pegaba mi culo por ayudarte a salir de un corsé, me va a matar en el acto al ver nuestra interpretación moderna del Rapto de Proserpina.
Dani deletreándome movió el decirle a Santana acerca de nuestro desempeño y los "encuentros" que Dani y yo compartiríamos en el escenario hasta el número uno en la lista. Más aviso tenía Santana sobre eso, más tiempo tendría para hacerse la idea y, como Dani lo había puesto, no matarla en el acto.
—No te preocupes, todo irá bien —le dije, deteniéndome fuera de la sala del dormitorio.
—Yo diría que voy a ser otra cosa que “bien” después de que tu novia termine conmigo, pero gracias por el voto de confianza. —Dirigiéndose a la acera, Dani se despidió—. Que tengas un buen descanso, Britt.
Lo haría. —Tú también —dije después de ella, corriendo hacia el edificio porque tenía veinte segundos de entrar en un festival de charla.
Rachel ya se había ido para el momento en que estuve de regreso, pero había dejado un regalo detrás. Acostado en mi cama estaba un bolso de compras negro, en cascada con papel de seda rojo y rosa. No el primer pensamiento de colores cuando se celebra Acción de Gracias.
Lagrimeando en la bolsa, tiré del papel de seda detrás de mí, mirando dentro. Mi boca cayó cuando saqué el artículo en la parte superior. Era negro, de encaje, y tenía agujeros en los lugares que estaban cubiertos normalmente.
—Rachel —murmuré, sacudiendo la cabeza. Poniendo la ropa interior a un lado, agarré lo primero en la bolsa que cayó en mis dedos. Algo frío y duro. Saqué un par de esposas hardcore, completas con llave, que colgaban de mi dedo. Lanzándolas de nuevo en la bolsa como si picaran, hice rodar la parte superior de la bolsa y la metí en el fondo de nuestro armario.
Podría estar lista para dar el siguiente paso con Santana, pero no estaba lista para ir de A a Z en la misma noche. Regalaría de nuevo estas joyas en Navidad a la chica que tan cuidadosamente las había seleccionado para su mojigata residente.
Me apresuré a través de mi último trabajo y fue enviado por correo electrónico al profesor a las ocho de la noche. Tomando una taza de té caliente y una hamburguesa vegetariana para la cena, apagué las luces y me metí en la cama, esperando caer en un sueño profundo.
Después de dar vueltas en mis sábanas en un tornado tres horas más tarde, me di cuenta de que mi sueño y yo no hacíamos las cosas fáciles para los otros. Un poco de tiempo después de la medianoche, tiré un viejo DVD en el reproductor y vi dos películas hasta el final antes de que me las arreglara para quedarme dormida. Mi alarma sonaba a todo volumen en menos de dos horas después.
Esto en cuanto a las cualidades recuperativas del sueño.
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 10
Estaba en mi tercera taza de café y en algún lugar entre mi segunda y tercera, había cruzado la línea de alerta. Estando nerviosa a punto de entrar en coma.
El saber que Santana llegaría en cualquier momento ayudó a mi perspectiva significativamente. Mis padres habían hecho reservas en algún lugar de lujo en el centro de la ciudad, queriendo ofrecernos una buena comida de acción de gracias. Yo había insistido que no necesitamos nada de lujo, pero mamá dijo que ella sólo había conseguido una nueva y grande cuenta y las cosas estaban mejorando. No importa lo que dije, no cedió, así que los cuatro comíamos en algún lugar ostentoso en SoHo.
Santana ya me había enviado un mensaje preguntándome que llevaba puesto y preguntándose si esto era una especie de reunión que requería vestido. Le respondí diciéndole que era una especie de lo-que-sea-que-ella-quisiera en una especie de reunión porque santana siempre parecía increíble en vestido o en jeans.
Yo había elegido algo más elegante, un vestido de color arándano estilo vintage, porque había estado viviendo en jeans, suéteres y se sentía bien arreglarse de vez en cuando. Deslizándome en mis Mary Jane, un golpe sonó en la puerta.
Prácticamente bailaba en toda la habitación. Tiré la puerta abierta, encontrando a Santana allí de pie, luciendo un poco incómoda en su vestido rojo, con las manos detrás de su espalda. Su incomodidad se derritió cuando tomó un buen vistazo a mí.
—Estás más linda cada vez que te veo —dijo, tomándome como si estuviera tratando de consolidar este momento en su memoria.
—Gracias —respondí, haciendo una reverencia—. Y tú estás bastante bien por ti misma.
Deslicé mi dedo en su vestido. —Es de Hanna —dijo, adivinando mis pensamientos. — ¿Hanna tiene vestidos? —No se ajusta a mi imagen de la encantadora que conocía.
—Ella es católica —dijo Santana, observando como mis dedos paseaban por su vestido—. Y su mamá la llama cada domingo para asegurarse de que fue a misa. Así que sí, Hanna tiene un montón de vestidos.
—Se ve bien en ti —dije —Hanna tuvo que ayudarme a escogerlo—dijo.
— ¿Tienes tu maleta? —le pregunté, sin ver una a la vista. La cara de Santana cayó. — ¿Qué maleta? Mi cara cayó junto con la suya. —La maleta en la que se suponía tenías que empacar para pasar cuatro días enteros conmigo —dije, queriendo hacer pucheros—. Esa maleta.
—Oh —dijo Santana, mientras su brazo buscaba algo—. ¿Te refieres a esta maleta?
Agarrándola entre sus manos, la arrojó sobre la cama. Ahora estábamos listas para el fin de semana.
—Y esto también es para ti —dijo, moviendo la otra mano por su espalda. Otra rosa. Una rosada esta vez. Hacíamos progresos; todavía no era la rosa roja de amor, pasión y en mi libro de sexo, pero era un paso hacia la dirección correcta de la rosa blanca de pureza que me había dado la última vez.
Se rió entre dientes mientras yo continuaba estudiando la rosa. —Es simplemente una flor, Britt. No es la respuesta a todas las preguntas de la vida. Tomándola, la puse sobre mi almohada. —Todo tiene un significado.
Queramos admitirlo a nosotras mismas o no.
Al entrar en mi habitación, se quedó observando mi cama antes de mirar de nuevo hacia mí. Me dio una pequeña sonrisa estúpida mientras agarraba el abrigo colgado en la silla giratoria.
—Supongo que es cierto —admitió Santana, sosteniendo mi abrigo abierto para mí—. Si eres una mujer y a menos de que estemos enamoradas de una chica no damos una flor.
Deslizando mis brazos en mi abrigo de lana hasta la rodilla, Santana deslizó mi pelo debajo del cuello. Sus dedos apenas rozaron mi cuello y se disparó un rayo a través de mi cuerpo, esto hizo su toque aún más caliente.
— ¿Así que una mujer por este motivo es reducida a comprar una rosa para una chica? —dijo apretando el cinturón del abrigo. Me gire hacia ella.
Tenía la misma sonrisa en su rostro y arqueó sus cejas. —Ambas. Mi estómago se desplomo y cayó. —Vamos —dijo, agarrando mi mano y llevándome fuera de la habitación—. Tenemos todo el fin de semana. Vamos a llegar a la comida de acción de gracias, desayuno-almuerzo, sea lo que sea, antes de que la ropa comience a volar.
Cerrando la puerta detrás de nosotras, dejé escapar un suspiro. —Si tenemos que hacerlo.
Santana se rió entre dientes mientras nos dirigimos por el pasillo. —Desde que tus padres volaron a través del país, para poder tener una cena con su preciosa hija y su novia hija de puta en algún restaurante YUPPI, sí, yo diría que tenemos que hacerlo.
—Tienes mucho—dije mientras bajábamos la escalera.
Santana me dio una mirada que decía: Obviamente. Mis tacones resonaron por la escalera, llenando el espacio con el eco – Odio andar en tacones ¿Cómo haces para andar con ellos como si nada?
—Tengo poderes especiales que me permiten hacerlo. Santana se detuvo en la escalera debajo de mí. —Sí, bueno, poderes especiales o no —recogiéndome en sus brazos, ella me tiró contra sus pechos—, no quiero que te rompas el cuello en las escaleras.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello. — ¿Vas a llevarme caminando por cuatro escalones más?
—No —respondió, con los ojos brillantes hacia mí—. Voy a besarte por cuatro escalones más. —Bajó su cuello, levanté el mío y cuando nuestras bocas conectaron, no estaba segura de cómo ella fue capaz de seguir rebotando por las escaleras sin colapsar, pero yo no habría sido capaz de hacerlo. Tal vez esa es la verdadera razón por la que había decidido llevarme.
Rígidamente la puerta de salida se abrió, una sorpresa de Nueva York nos esperaba. Airosos copos de nieve se arremolinaban desde el cielo, aterrizando en nuestras caras. Santana levantó la mirada, llevando sus labios con ella. El cielo estaba nublado, un tono azul grisáceo le teñía.
—Parece que la tormenta se dirige a nuestro camino —dijo, llevándome el resto del camino a su camioneta—. Menos mal que estoy preparada. —Pateando sus nuevos neumáticos de nieve, abrió la puerta y me dejó caer en su interior.
Miré a mi Mazda, estacionado en su lugar, sus ventanas ya cubiertas por una fina capa de nieve. Los neumáticos de nieve eran un concepto extraño para mí, y estaba sin equipo para el invierno que ya se encontraba aquí, al parecer.
—No te preocupes, Britt —dijo Santana, saltando junto a mí—. Tendré cuidado. Voy a conducir tu coche hasta la tienda en algún momento de este fin de semana y conseguir un par de neumáticos de nieve.
No me gustó esa solución por un par de razones. —No vas cualquier lugar este fin de semana a menos que cuentes moverte de la cabecera de mi cama a los pies de la misma —empecé, mirando por encima de ella mientras salía del estacionamiento. Ella sonreía—. Y soy más capaz de cuidar de mis propios neumáticos de nieve. No necesito que hagas todo para mí.
Su rostro se torció. — ¿Por qué no? —Porque no —respondí. —Pero, ¿por qué? Debido a un montón de razones, pero no me sentía con ganas de enumerarlas. Así que en lugar de eso me deslicé a su lado y apoyé mi cabeza en su hombro. —Porque simplemente no.
El viaje a SoHo duró veinte minutos, pero mi cabeza metida en el cuello de Santana con el brazo colgando sobre mí, hizo que el viaje fuera aún más rápido.
— ¿Este es el lugar? —preguntó Santana, inspeccionando el restaurante que parecía estar construido con ventanas mientras lo rodeábamos.
—Este es —respondí, buscando a mis padres. Habían volado esta mañana y dijeron que podrían estar ubicados en su hotel antes de reunirse con nosotras para el almuerzo.
Santana lucía visiblemente incómoda, continuaba mirando el lugar como si no encajara.
—Oye —dije, descansando mi mano sobre su pierna—, ¿Estás bien con esto?
Por supuesto que quería que compartiera acción de gracias con mi familia, pero no si eso significaba que ella estaba incómoda todo el tiempo.
Maniobrando su camioneta en un apretado sitio en la calle, me miró. —Sí, estoy bien. —Agarró mi mano y la besó antes de apagar el coche—. Eres mi familia. Voy a donde vayas, Britt.
Esa sensación de calor que parecía siempre presente cuando Santana se encontraba alrededor se fundió a través de mí. Sus palabras eran tan hábiles como sus manos. Sabía entonces que el sufrimiento de montar la montaña rusa valía la pena por ser capaz de llamar mía a la mujer a mi lado.
Viniendo hacia a mi lado, abrió la puerta para mí y, en lugar de prestarme una mano, me recogió nuevamente en sus brazos. Presionando un cálido beso en mi frente, me llevó a través de la calle blanca como la nieve y no me dejó hasta que nos hallábamos de pie en el vestíbulo del restaurante.
Las dos reíamos, consumidas por la otra, así que los clientes y el personal del restaurante nos observaba como si el circo acabara de llegar a la ciudad y no se registró con cualquiera de nosotras de inmediato. Una línea de personas esperando sus mesas nos evaluaban con caras amargas, y las anfitrionas de pie detrás de su podio saltaban de Santana con los ojos muy abiertos hacia mí con los ojos ceñidos.
—Lo siento —dije, aclarando mi garganta. La mano de Santana serpenteó entre mi brazo, presionando mi cintura y con su otra mano se repitió en el otro lado.
—Yo no —dijo en voz alta, las palabras haciendo eco en el vestíbulo de techo alto.
Y entonces ella estaba sumergiéndome cerca del suelo, sus ojos sonriendo sobre mí antes de que sus labios hicieran un lento trabajo descongelando los míos. Tan pronto como se fundieron en sumisión, se inclinó hacia atrás.
Sonriendo hacia mí, me susurró—: Yo no. —Antes de levantarme y ponerme nuevamente en posición vertical.
La habitación giraba y ahora los curiosos con los ojos entrecerrados habían intercambiado por pequeñas sonrisas. Algunos de los hombres incluso inclinaron sus copas de Martini hacia nosotros dos.
—Nombre bajo reserva —dijo la menuda y pelirroja anfitriona, todavía mirándome con ojos ceñidos. Estaba bien. Yo estaría dándole una mala mirada si una mujer como Santana acababa de sumergirla en el piso, sin dar atención si el mundo entero veía cómo de loco estaba por ella. Ser la novia de Santana era digno de malas miradas de cerca y lejos.
—Pierce —contesté, dándole una dulce sonrisa mientras envolvía ambas manos alrededor del brazo de Judas.
Comprobando su libro, sus ojos se clavaron de vuelta a donde mis manos se hallaban puestas en Santana.
—Mesa veintidós —ladró a la camarera a su lado. —Por aquí —dijo la otra, conduciéndonos al comedor. —Gracias —le dije con otra sonrisa mientras caminamos pasando a la pelirroja cuyos ojos podía sentir observando cada balanceo que hacía el culo de Santana. Mira todo lo que quieras cariño porque la mujer es mía.
Mis padres se levantaron de la mesa tan pronto como nos vieron cruzar el amplio comedor. Los dos sonriendo, ambos cada vez más cerca a parecerse a los padres de mi juventud. Los padres que habían sido antes de que la tragedia nos cambiara a todos en personas que no reconocíamos.
Santana sostuvo mi mano apretada en la suya, masajeándola como si fuera una de preocupación. Entendí por qué. Incluso para mí, antes de la crisis financiera de la familia, este lugar habría sido un poco fuera de liga de la familia Pierce, reservado por primera vez para una cena especial del año quizás. Pero para Santana, alguien que venía de no exactamente una familia indigente, pero pobre, antes de pasar cinco años de su adolescencia en casas de chicas donde perros calientes y conservas vegetales eran un acontecimiento de cada noche, este lugar probablemente parecía un país extranjero.
Un país extranjero donde los ciudadanos lo observaban, donde lleva un vestido rojo y su pelo suelto.
Me puse rígida, agarrando su mano, apretándola y mirando a algunos de los peores criminales a nuestro paso.
—Mi Britt en el cielo —dijo papá, abriendo sus brazos mientras nos acercábamos.
—Hola papá —respondí, soltando la mano de Santana a darle un abrazo. —Feliz día del pavo —dijo, apretándome firmemente. —Gobble, Gobble —dije, sonriendo más a mamá. —Hola, Cariño —dijo ella, su rostro luciendo más joven que la última vez que la había visto. Algunas de las arrugas profundas se habían solventado, y en vez de mirarse permanentemente cabreada, tendía más hacia el lado pacífico de las expresiones faciales.
Moviéndome de papá a mamá, le di un abrazo. —Hey, Santana. —Escuché decir a papá, la sonrisa de puro placer en su rostro—. Lo siento, eso simplemente nunca pasa de moda.
—Hola, señor Pierce —dijo Santana formalmente, estrechando la mano con él—. Feliz Acción de Gracias.
Mirando a mi mamá, Santana aclaró su garganta. —Gracias por invitarme —dijo, cambiando su peso, su cara lucía inquieta. Caminé alrededor de la mesa hacia ella, agarrando su mano de nuevo y relajándose visiblemente. Esto iba a ser más difícil para Santana superar de lo que yo había previsto. Sostendría su mano toda la tarde si eso es lo que necesitaba.
Mi mamá llegó alrededor de la mesa, deteniéndose delante de Santana y apoyó las manos en sus hombros. —Nos alegramos de que hayas podido venir —dijo con voz suave y una sonrisa bastante triste como para adivinar lo que pasaba por su mente. Envolviendo sus brazos alrededor de ella, empujó a Santana a un abrazo. Ella se veía tan torpe como ella.
Una vez que los saludos estaban fuera del camino, tomamos nuestros asientos. Me deslicé en mi silla cerca de Santana y encontré su mano debajo del mantel.
—Este es un lugar elegante —dijo Santana, mirando a los techos pintados y las lámparas de araña que colgaban encima de nosotros.
La mirada de papá siguió la de Santana y, aunque era sólo un poco después del mediodía y se encontraba sentado en una silla de respaldo alto que no era nada parecida a su viejo sillón reclinable, papá parecía alerta presenciando el momento. Era un cambio agradable.
—Es un poco exagerado, pero la comida se supone que es increíble —respondió papá.
Santana asintió, bajando la mirada al menú del día de Acción de Gracias. —Muy elegante —añadió, abriendo mucho los ojos mientras revisaba los precios—. Tendrá que dejarme pagar por Britt y yo, señor Pierce.
Ambas caras de mis padres parecían ofendidas. Santana se las arregló para trabajar tiempo parcial en un taller cerca del campus para traer un poco de dinero extra. Yo no sabía cómo se las arregló para trabajar veinte horas a la semana sobre sus clases y su horario de fútbol y hacer tiempo para nosotras, pero lo hizo. Dijo que sólo ella podía hacerlo porque no tenía que dormir. No creo que fuera una exageración.
—No podemos dejar que hagas eso —dijo mi mamá—. Los invitamos a ustedes dos aquí e insistimos.
Santana abrió su boca, lo cual era prácticamente un esfuerzo inútil a la hora de discutir con mi madre, cuando papá agitó su mano.
—Lo tenemos, Santana —dijo—. Es lo mínimo que podemos hacer. La cara de Santana lucía pálida, antes de que su mano se apretara alrededor de la mía.
— ¿Lo menos que podías hacer porque arruinaste mi familia?
Mi cabeza giró hacia un lado, mi boca abierta. Sabía que Santana estaba incómoda, pero nunca habría imaginado que se sentía ofendida. Me equivoqué. Lo había empujado en esto a ella. Demasiado, demasiado rápido.
Los hombros de mi padre se hundieron mientras se reclinaba en su silla. —Quise decir lo mínimo que podríamos hacer desde que has cuidado tan bien de nuestra hija.
Ni Santana ni nadie más tuvo la oportunidad de responder porque nuestra camarera llegó, sus ojos automáticamente focalizados en Santana.
— ¿Qué puedo traerles para beber esta tarde? —preguntó. Bueno, le preguntó a Santana.
Nadie respondió; todos seguíamos todavía en un silencio sorprendido ante la mini explosión de Santana. Así que rompí el hielo.
—Voy a tomar un té de Granada. —Supongo que pude haber agregado un “por favor” por si acaso, pero la tipa no quitó sus ojos como lunas de Santana.
—Voy a tomar agua —dijo Santana, mirando fijamente su menú. —Oh, haz algo divertido —dijo mamá, tratando de aligerar el ambiente—. Tienen una sidra caliente especial para hoy o…
Santana levantó la mirada, poniendo sus ojos sobre mamá. —Voy a querer agua —repitió, apretando su mandíbula.
Disparándole a mamá una mirada de déjalo, volví a mirar a la camarera.
Ella todavía seguía obsesionada con Santana.
— ¿Saben qué? Voy a tomar agua también. Santana se volvió hacia mí, los músculos de su cuello tensionados, y le sonreí. Parecía afligida y listo para volverse loca como un gorila enjaulada. Nunca habría imaginado que un almuerzo de acción de gracias con mis padres sería tan potencialmente peligroso como se estaba convirtiendo.
Debería de haber sabido mejor. —Que sean cuatro aguas —dijo papá, dejando caer su menú. — ¿Todos saben lo que van a ordenar? —preguntó la camarera. —Tendremos cuatro de los cinco platos por la comida del día de acción de gracias —dijo papá, recogiendo nuestros menús.
—Estoy bien —dijo Santana, sacudiendo su cabeza—. Gracias, sin embargo. —Santana —empecé, antes de que me apuntara con una mirada que cortó mi oración.
—No tengo hambre Britt —dijo—. Estoy bien. Habíamos ido de mal en peor en diez segundos. Las cosas no pintaban bien para el resto de la tarde si continuamos a este ritmo.
—Hija… —comenzó papá, nada más que preocupación en su voz, antes que la cabeza de Santana se girara para mirarlo.
—No soy su hija —dijo Santana, apretando su mandíbula—. La mujer del que soy hija está en la cárcel por matar a su hijo. Así que no pretenda que tenemos algún tipo de relación que le da derecho a referirse a mí como “hija”. —Estallando en su asiento, Santana empujó el respaldo de su silla y se marchó de la mesa.
Saltando de mi asiento, la seguí. Incluso a paso rápido, ella atronaba a través de la salida antes de que yo estuviera fuera del comedor. Estoy segura de que las personas nos observaban, pero todo a lo que presté atención fue a la morena que caminaba hacia la calle.
Tan pronto como salí por la puerta, corrí escaleras abajo hacia la calle.
— ¡Santana! —le grité, pero no me escuchó. Caminaba de un lado al otro junto a su camión, sus manos en las caderas y sus ojos ausentes. Apretándose la cabeza pateó la rueda del camión justo antes de estampar un puñetazo en la arrugada cama. Su otro puño siguió, hasta que ambos se movían con tal rapidez que no podía saber cuál de los dos provocaba más daño.
— ¡Santana! —Crucé la calle hacia ella, casi resbalando con la nieve fresca—. ¡Santana para! —dije, deteniéndome a su lado y sujetando uno de sus brazos. Estaba tan concentrado en hacer mierda su camión, que tuve que envolver los brazos alrededor del suyo antes de conseguir su atención—. Santana —tomé aliento—, ¿qué estás haciendo?
Su mirada se mudó de las abolladuras que había causado en su camión a mis ojos. No se eclipsaron de negro a claro como hacían normalmente cuando yo interrumpía uno de sus ataques de rabia, y tenerla mirándome con esos oscuros y torturados ojos hizo que un escalofrío me recorriera la espalda.
—Ahora mismo necesito que me dejes sola Britt —dijo, mordiendo cada palabra.
—Ni de broma te voy a dejar sola —dije sin soltar su brazo. — ¡Maldición Brittany! —Gritó, dirigiendo el otro puño hacia la cama del camión—. No es seguro estar a mi lado ahora.
—No me harías daño —dije —Nunca lo haría intencionalmente, pero daño cosas Britt.
Lastimo gente —me dijo y apartó la mirada—. Seguro que no lo hago a propósito, está en mi maldito ADN. El único modo en que puedo protegerte de mí es reconociendo los momentos en que no es seguro estar cerca de mí, decírtelo y que me escuches.
Su tono había variado del enojo a la plegaria. Me rogaba que diera media vuelta y que la dejara sola en este preciso momento, cuando más nos necesitábamos la una a la otra.
—Necesito lidiar con mi mierda ahora mismo. Necesito hacer esto sola - dijo, amoldando su mano a mi mejilla, pero fue tan cuidadosa que parecía que temiera que el contacto pudiera quebrarme—. Dile a tus padres que lo siento.
Levanté mi mano y la doblé sobre la suya en mi mejilla, intentando presionarla más fuerte contra mí. Sentí una cálida humedad. Sujetando mi mano frente a mi rostro agarré la suya.
—Estás sangrando. —Apenas —dijo, retirando la mano —“Apenas” es cuando te cortas con un papel —dije, mirando fijamente su otra mano, que también goteaba sangre—. Estás haciendo piscinas de sangre en la nieve. Necesitas puntos.
Abriendo el lado del conductor tomé las llaves que dejaba bajo el asiento
No sabía dónde quedaba el Servicio de Urgencias más cercano, pero nos encontrábamos en Nueva York, alguno tendría que estar cerca.
—Entra —le instruí—. Te estoy llevando a que te cosan esos tajazos. —No, no lo harás —dijo Santana, atrapando mi cintura y sacándome del camión—. Vas a regresar ahí dentro y disfrutar el día con tus padres.
—Necesitas que te miren eso —dije, agitando mis manos hacia las suyas —Déjalo Britt —me advirtió, soltándome y saltando dentro de la cabina. — ¡Deja de actuar como una idiota y piensa! —le dije, pateando la puerta mientras la cerraba.
Bajó la ventanilla y suspiró. No me miraba. —Estoy trabajan
do en ello —dijo—. ¿Tus padres te pueden dar un aventón hasta tu casa?
—Si dijera que no ¿te quedarías? No hizo una pausa. —No —dijo, encendiendo el camión—. Pero me aseguraría de que un taxi te llevara a casa a salvo.
Desquiciante. —Entonces sí, me llevarán a casa. —Bien. —Asintió una vez—. Te llamaré más tarde, después de que organice mi cabeza.
Manifesté mi frustración con una risa. —Si tuviera que esperar a que organices tu cabeza, estaría esperando para siempre.
Su rostro se arrugó mientras cerraba los ojos. —Creo que comienzo a ver eso también Britt. Entonces, sin siquiera mirarme, sacó el auto, hizo una pausa y esperó a que me moviera. Cediendo, retrocedí unos pasos.
—Adiós —susurró, las llantas del camión dibujaron líneas en la nieve. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no las dejé caer porque hacerlo era como admitir que había algo por lo que valía la pena llorar. Ese era un sitio al que no quería ir cuando se trataba de Santana y de mí. Así que no lloré, obligué a las lágrimas a desaparecer. Me concentré en la nieve salpicada de sangre, apartando los pensamientos que se colaban en mi cabeza, susurrando que esto era una metáfora de lo que estaba por venir.
Sí regresé al restaurante ignorando las miradas curiosas, el desdén y la desaprobación. Me las arreglé para mantener una conversación casual con mis padres y comer un poco de todo lo que habían servido. Gesticulaba y ponía el rostro de “está todo bien”, pero no lo estaba. Cada segundo que pasaba taladraba otro agujero en mi corazón. Quería estar con ella, reconfortar lo que hubiera que reconfortar, asegurarme de que íbamos a estar bien, saber que campearíamos el temporal
.
Después del almuerzo les mostré Nueva York a mis padres. Vimos las vistas, intercambiamos más charla casual y el dolor en mi corazón creció.
—Cariño, ¿estás segura de que no quieres quedarte con nosotros en el hotel esta noche? —Me preguntó mamá, girando en su asiento mientras papá conducía a través del campus de Julliard—. Volamos temprano mañana, pero puedes dormir un poco más, ordenar servicio de habitación y podemos hacer que un taxi te lleve de vuelta.
—Gracias, pero tengo un montón de tarea que necesito hacer y necesito ensayar para el recital de invierno —dije mirando por la ventana, intentando tararear “Blackbird” al ritmo de los altavoces. Aún en auto alquilado papá tenía que poner The Beatles a todo lo que daba
— ¿Tienes deberes en el descanso de Acción de Gracias? —Papá metió baza, mirándome a través del retrovisor.
—Ni que lo digas —dije, sonando tan entumecida como me sentía—. Aquí son unos esclavistas.
Papá chasqueó la lengua, moviendo la cabeza. — ¿Esta es Britt en el cielo? —preguntó papá mientras aminoraba frente al oscuro dormitorio
—Hogar dulce hogar —dije, mientras alcanzaba la manija del auto en el que habían derrochado dinero. De hecho, habían derrochado en el viaje completo, y un robot hubiera sido igual de buena compañía.
Saliendo del auto miré hacia el Mazda, la nieve había cesado, pero unas cuantas pulgadas lo cubrían.
— ¿Estarás bien Britt? —preguntó mamá, bajándose y mirando hacia el coche conmigo.
—Estará bien —respondió papá en mi lugar, saliendo del coche y sonriéndome con complicidad.
Asentí, era la única mentira de la que era capaz ahora. —Gracias por venir —dije, abrazando a papá—. Siento que las cosas se hayan estropeado
.
—La vida es así, mi Britt en el cielo —me dijo, acariciando mi mejilla—. Es lo que se espera.
Para alguien que había sido declarado inestable mentalmente cinco años atrás, mi padre era un hombre muy sabio.
Mamá dio la vuelta y me envolvió en sus brazos. —Todo estará bien cariño —me dijo al oído—. Las mujeres necesitamos tiempo para aclarar las cosas a veces lo sabes.
Y para alguien que había sido una reina de hielo por los últimos cinco años, podía ser sorprendentemente cálida.
—Gracias, mamá —repliqué—. Eso suena como un buen consejo. —Soy la experta —dijo, sonriendo frente a mí—. Lo he vivido por los últimos cinco años —articuló las palabras echando un vistazo a papá.
—Que tengan un buen viaje —dije, dándoles pequeños besos en las mejillas a cada uno antes de dirigirme a la pasarela—. Los veo en Navidad.
—Te quiero cariño —dijo mamá mientras me observaban alejarme hacia mi dormitorio.
Obviamente no iban a dejar de mirarme hasta que estuviera encerrada dentro, a salvo. Para los padres, cuyos hijos no crecieron en Nueva York, la ciudad es un sitio donde los homicidios ocurren al doblar de la esquina y un criminal acecha en cada sombra. Estaba convencida de que mi mamá tenía un bote de gas lacrimógeno entre sus manos cuando se bajó del auto.
Deslicé mi tarjeta magnética en la ranura y empujé la puerta. Antes de entrar les hice un gesto con la mano y ellos respondieron igual. Sonriendo, mamá se refugió bajo el brazo de papá, luciendo como los padres que habían sido cuando estaba en la escuela primaria. Al menos una cosa en mi vida mejoraba.
El pasillo del dormitorio se hallaba tranquilo, en silencio. La mayoría había regresado a sus casas, celebrando con sus familias; mientras que los que quedaban era probable que estuvieran celebrando con sus amigos.
Empujando la puerta de la escalera, caminé por el pasillo vacío, considerando mi próximo movimiento. Luché contra todos mis instintos de subirme al Mazda y no detenerme hasta encontrar a Santana. Sabía que debía resistirme y mantenerme quieta, como me había pedido. Sentarme tranquila, darle espacio, y ella me llamaría cuando el arranque de furia se hubiera calmado.
¿Pero cuánto tiempo hasta que llamara? ¿Quería decir esta noche? ¿Mañana? ¿La próxima semana?
Topando mi cabeza contra la puerta mientras la abría, jugueteaba con la idea de lanzar una moneda. Por fortuna llegué a la conclusión de que eso era un desastre esperando a ocurrir. No iba a dejar que el destino tomara decisiones por mí. Ese era mi trabajo.
Prefería ser la culpable de tomar una mala decisión que dejar que el destino se llevara el crédito cuando tomara la correcta.
Encendiendo la luz, me detuve en el umbral, mirando a la cama donde descansaba la maleta de Santana y la rosa rosada que me había dado horas antes. La rosa había comenzado a marchitarse.
Observando la flor, los pétalos rosados curvándose en los extremos mientras la vida se le escapaba, me ayudó a tomar una decisión. Apagué la luz, cerré la puerta nuevamente y corrí por el pasillo. No iba a dejar que lo que teníamos muriese por negligencia.
Me encontraba escaleras abajo y fuera del dormitorio minutos después de que mis padres se fueran. Todavía tenía que comprar una de esas cosas quitanieves que los neoyorquinos nativos parecían tener por pares en las cajuelas de sus autos cualquier día del año. Usé mi brazo para barrer la nieve de las ventanillas antes de lanzarme dentro.
Encendí los calentadores tan pronto como puse el coche en marcha y apreté el acelerador un poco más duro de lo que las condiciones invernales permitían. El coche patinó, dejando un patrón marcado en la nieve, antes de poder controlarlo. No había dejado el estacionamiento y ya perdía el control.
Inspirando suavemente, apreté el acelerador con cuidado y el coche se comportó. Para cuando había abandonado Long Island, ya me sentía confortable manejando por la nieve, pero los caminos estaban tranquilos, y lo estarían aún más para cuando llegara a Syracuse. Serían pasadas las dos de la mañana, tal vez tarde, antes de que llegara a la entrada de grava de Santana.
No sabía si sería ahí al sitio que había ido, podía estar donde quiera pero sería el punto de inicio. Miraría en cada rincón y exploraría cada grieta de Nueva York hasta encontrarlo. No me importaba que me dijera que la dejara sola, que le diera tiempo para arreglar su mierda. También sabía que había verdad en lo que mamá me había dicho.
Yo no necesitaba hablar, sólo que supiera que estaba ahí para ella. Necesitaba que me sostuviera mientras averiguaba lo que necesitaba averiguar. Necesitaba que supiera que no iba a marcharme a ningún sitio y que no podía enviarme a otro lugar que no fuera donde estuviera ella.
Necesitaba que me mirara a los ojos y que supiera que todo estaría bien. Eran más de las tres cuando apagué el auto fuera de la casa de Santana. La nieve había hecho el viaje complicado, además de agregarle una hora más. Ya no me sentía cansada: atravesando el patio delantero se encontraba el camión de Santana, la evidencia del incidente de la tarde donde su camión se había convertido en su saco de boxeo estaba frente a mí.
El montón usual de autos adornaban la calle y las entradas de garajes, pero cada noche en este sitio parecía un tipo de fiesta.
Atravesé el césped, asegurándome de ir despacio porque la caída de las temperaturas en Nueva York había convertido a la mayor parte del estado en una delgada sábana de hielo. Todavía tenía puestos mis Mary Jane y no eran los zapatos ideales para caminatas por terrenos de hielo.
Llegué al camino y las escaleras, descansé la mano en el pomo de la puerta, exhalé; dándome cuenta del apuro en el que había estado para llegar, me percaté de que no había planeado nada de lo que iba a decirle.
No necesitaba decirle nada, me recordé. Sólo necesitaba enroscar mis brazos a su alrededor y hacerle saber que estaba ahí para ella, como me necesitara que estuviera. Mientras no se tratara de ser abandonada en alguna calle del SoHo.
No toqué la puerta porque nadie hubiera respondido, y tocar a la puerta no era una formalidad a la que se adhiriera este sitio. De hecho, no había formalidades habitando los muros de esta casa más allá de llamar un taxi para la última chica con la que se hubiera acostado alguna de las chicas.
Algunas chicas perdían el tiempo en el salón, comiendo pizza y jugando video juegos, pero ninguna se dio cuenta cuando entré. Santana no se hallaba entre ellas, así que troté escaleras arriba, esperando que mi búsqueda terminara en su habitación. No necesitaba una audiencia para la reacción de Santana cuando me viera aparecer en medio de la noche.
Su puerta estaba cerrada, ningún sonido venía del otro lado excepto la ducha. Abriendo poco a poco, entré. Ya me dirigía hacia el baño, cuando me di cuenta de que no era Santana quien estaba en la ducha, causando las nubes de vapor en la habitación.
Se encontraba en su cama, en un coma alcohólico, completamente desnuda.
Sus dedos aún rodeaban una botella de tequila casi vacía. Mi mente no podía mantener el paso de lo que venía. Santana. Desnuda. Cama. Borracha. Tequila. Ducha.
Justo cuando mi corazón caía en la cuenta de lo que no quería, la ducha se cerró. Quería dar media vuelta y huir de su habitación y de la casa y pretender que no había visto nada. Quería despertar mañana con la memoria borrada de todo lo que había pasado desde las doce del mediodía de ayer hasta las tres de la mañana de hoy.
Escuché abrirse la cortina de la ducha y justo cuando retrocedía hacia la puerta alguien salió sin prisa del baño. Tan desnuda como Santana y mojada por la ducha, la mirada de Adriana se dirigió a mí, su rostro cayendo por un segundo y luego alzándose en una sonrisa.
—Ups —dijo, volteando hacia mí para que pudiera ver cada pulgada de su cuerpo desnudo que Santana había disfrutado—. No te esperábamos exactamente.
Continué retrocediendo sin poder salir lo más rápido posible de la habitación. En mi prisa, mi cadera se estampó en uno de los costados del tocador de Santana. Algo cayó al piso, rompiéndose. No necesitaba mirar para confirmar lo que acababa de hacerse añicos.
El sonido sacudió a Santana. Meneando la cabeza, lo primero que notó fue la botella que sostenía. Arrugó el ceño. Examinando sus brazos desnudos, sus ojos siguieron toda su extensión. Otra arruga se sumó a su expresión. Entonces notó a Adriana, desnuda, en su mojado esplendor, tomándose un descanso de su sonrisa de satisfacción hacia mí y dirigiéndole un guiño a ella.
La expresión de Santana se endureció, empalideciendo, entonces, sus ojos barrieron el camino hasta mí, todo su rostro se rompió, justo como había hecho el mío.
No iba a perderlo frente a ella. No la iba a dejar ver que había ganado. Alcanzando la puerta finalmente, me lancé fuera, corriendo por el pasillo cuando el gritó de Santana resonó tras de mí.
— ¡Britt! No me detuve, ni siquiera aminoré. No me detendría o aminoraría el paso o suspiraría cuando dijera Britt nuevamente. Dando tumbos por la escalera me tropecé con unos grandes pechos.
—Guau —dijo Hanna, sosteniéndome—. ¿Britt? ¿Qué haces aquí? —preguntó, mirándome—. ¿Por qué estás enojada?
Mirando por encima de mi hombro, evité el agarre de Hanna. No lo vi, pero su voz se acercaba.
— ¡Britt! —Gritó Santana desde el pasillo—. ¡Espera! No lo hice. No podía. Apresurándome, salí, salté hacia las escaleras, deslizándome casi todo el camino hacia el Mazda. Mis manos temblaban, pero me las arreglé para sacar las llaves del bolsillo de mi abrigo y encender el auto. Una sombra eclipsó la luz que se filtraba por la puerta principal abierta.
Santana. Pisé el acelerador, olvidándome que está sobre un plano de hielo. Las llantas giraron, llegando a ningún sitio.
— ¡No Britt! —gritó tan alto que pude escucharlo a través del césped y de las ventanillas del coche.
Tomando aliento, desaceleré, esta vez gané. Animando al Mazda hacia adelante, retomé velocidad.
Antes de llegar unos cuantos coches más allá, vislumbré a Santana, saltando las escaleras y corriendo a través del césped tras de mí. Aún estaba desnuda, nada más que un par de bragas apretadas y un sujetador.
Apretando el volante, presioné despacio, rezando para no terminar en una cuneta al final del camino.
— ¡Britt! —gritó, golpeando el costado del coche. Grité sorprendida, pisando más despacio el acelerador. Golpeando mi ventana, ella corría a la par del coche.
— ¡Detente Britt! —gritó—. ¡No hagas esto! No podía mirarla, no podía mirar lo que había perdido tan pronto después de perderla por primera vez. Manteniendo los ojos en el camino, me mordí el labio para evitar llorar, y sacudí la cabeza antes de presionar el acelerador.
Ella paró de intentar mantener el paso cuando llegué al final del bloque, y aunque hubiera jurado que no lo haría, miré por el retrovisor. Estaba en cuclillas en medio del camino, exhalando su aliento en nubes hacia el aire de la noche, y su cabeza colgando como si rezara y al mismo tiempo estuviera aceptando su castigo.
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Historia original trilogia crash de Nicole Williams.
AVISO
Chicas les quiero decir que vamos por la mitad del libro un poquito mas (:
No se enojen con san xfavor !!
Chao dejen sus comentarios nos vemos !! (:
No se enojen con san xfavor !!
Chao dejen sus comentarios nos vemos !! (:
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,....
deteste las cena de acción de gracias,... uff ese fue el detonante para que san se ponga así!!!
no se a quien matar primero??? si al los padres de britt o a andrea!!!
con respecto a san,.. le prefiero dar el derecho a la duda, antes de jugarla (todos los merecemos nop)!!!
nos vemos!!
deteste las cena de acción de gracias,... uff ese fue el detonante para que san se ponga así!!!
no se a quien matar primero??? si al los padres de britt o a andrea!!!
con respecto a san,.. le prefiero dar el derecho a la duda, antes de jugarla (todos los merecemos nop)!!!
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
nooooooooooooooooooooooo como lo dejas ahi????????????? queremos mas capitulosssssssssss
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
bueno, quiero creer que santana no hizo nada y que todo es una confusion, jamas pase por tu mente abandonar el fic, estaba de viaje pero aqui estoy de nuevo y espero una muy pronta actualizacion!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
3:) escribió:holap,....
deteste las cena de acción de gracias,... uff ese fue el detonante para que san se ponga así!!!
no se a quien matar primero??? si al los padres de britt o a andrea!!!
con respecto a san,.. le prefiero dar el derecho a la duda, antes de jugarla (todos los merecemos nop)!!!
nos vemos!!
hola hola!
San tiene mucho odio todavia :l !! matemos a andrea :D jajaja
y Exactamente!!
Saludos gracias por comentar!
marcy3395 escribió:nooooooooooooooooooooooo como lo dejas ahi????????????? queremos mas capitulosssssssssss
Aqui te dejo el capitulo!
Saludos gracias por comentar
micky morales escribió:bueno, quiero creer que santana no hizo nada y que todo es una confusion, jamas pase por tu mente abandonar el fic, estaba de viaje pero aqui estoy de nuevo y espero una muy pronta actualizacion!
Ya veremos ! no lo dejare :) espero que tu viaje estuviera genial!
Saludos gracias por comentar !!
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 11
No se cómo llegué al estacionamiento de un hotel fuera de Monticello —sin un rasguño— pero supongo que tenía algo que ver con los ángeles. Había numerosas alertas a través de la radio sobre personas saliéndose de la carretera, y si alguien tenía que salir por una emergencia, debía asegurarse tener un buen par de neumáticos para la nieve.
Así que el hecho de que una joven que nunca había conducido en la nieve o el hielo en su vida lograra conducir su auto sin siquiera llantas para la nieve, por varios cientos de kilómetros, sin tener un accidente, yo sabía que algún tipo de ser etéreo tenía algo que ver.
Agarré mi bolso y salí del auto. Mis tacones resbalaron y patiné a través del estacionamiento, pero logré llegar al vestíbulo de forma segura. El aire estaba perfumado con café y algún limpiador químico. Pero se encontraba limpio y era un lugar donde Santana no sería capaz de encontrarme.
Sabía que ella estaría buscándome—revisé mi espejo retrovisor cada kilómetro, esperando ver los faros de su camioneta encendiéndose y apagándose como señal para orillarme, pero nunca aparecieron. Pero, de nuevo, ¿quién sabe? Quizás la sobrestimé. Quizás ya no le interesaba más cuando corrió desnuda en medio de la calle helada, usando nada más que unas bragas y un sujetador. El pensamiento me deprimió más. Quería que me persiguiera, una parte de mí no quería reconocerlo, pero yo quería saber que significaba para ella algo más que una persecución de unos minutos.
Pero luego recordé el reluciente cuerpo desnudo de Adriana y esa sonrisa suya, y me juré que nunca querría volver a ver a Santana López.
Caminé cuidadosamente a través del vestíbulo, como si estuviera todavía caminando sobre hielo, y la recepcionista levantó la mirada. Su sonrisa era cálida. —Buenos días —saludó.
—Hola —contesté, porque no había nada de “bueno” en esta mañana—. Necesito una habitación, si hay alguna disponible.
No consideré que el hotel pudiera estar lleno. El pensamiento de regresar al auto y manejar con los nudillos blancos varios kilómetros para buscar el siguiente hotel hizo que mi estómago se revolviera.
—Seguramente tenemos una —dijo, sus dedos volando sobre el teclado—. ¿Cuánto tiempo te quedarás con nosotros?
El mayor tiempo posible. Hasta el final de los tiempos. —Hasta el domingo —dije. No quería estar en mi dormitorio o un lugar donde yo pudiera ser encontrada.
—El cobro por día es hasta las tres, así que técnicamente se supone que el cargo serán por cuatro noches —dijo, deslizando una tarjeta llave a través de un dispositivo.
—De acuerdo —dije, sacando mi billetera. —Pero es semana de Acción de Gracias y me gusta dar “técnicamente” un día descanso en las vacaciones —dijo, mirándome con esa sonrisa de nuevo.
No sabía cuánto costaría, ni siquiera sabía si la única habitación que quedaba disponible era la suite presidencial. Sólo quería meterme en una cama y dejar que el sueño me lleve lejos de la realidad.
Tomó mi tarjeta, estudiando mi rostro. Su sonrisa vaciló con preocupación. —Cariño, ¿estás bien?
Grandioso. Yo era una obvia exhibición de mis emociones. Supongo que mis ojos enrojecidos y cara hinchada no decían “todo está bien”.
Asentí. —Sólo estoy cansada —dije, deseando que se cobrará rápido para poder seguir con mi camino.
Dándome una copia de mi recibo, me entregó mi tarjeta de nuevo. —Danos una llamada a recepción si necesitas cualquier cosa —dijo, apoyando su mano sobre la mía. Palmeándola, me dio otra sonrisa.
No le pregunté por qué todas las recepcionistas de hoteles parecían ser más perspicaz que los demás.
Intenté sonreírle de regreso, tomé mi tarjeta llave del mostrador. —De acuerdo —contesté, antes de dirigirme hacia el ascensor.
Llegué hasta el tercer piso; incluso pude caminar por el pasillo y entrar a mi habitación antes de que la siguiente tanda de lágrimas comenzara. Para alguien que odiaba llorar, no había dejado de hacerlo hoy. Tomándome unos segundos para quitarme los zapatos y el abrigo, me deslicé entre las sábanas y cerré los ojos. Me dormí antes que las siguientes lágrimas cayeran en mi almohada.
***
Pasé los siguientes tres días sin salir de mi habitación. Dormí casi todo el viernes, vi la televisión sin prestarle atención, y no pedí mi primera comida hasta el sábado por la tarde, ya que había perdido el apetito. Aun así, tuve que esforzarme para terminar la mitad de mi sándwich de queso a la parrilla. Entre cambiar canales y dormir, tomé muchas duchas. Prefería el baño porque podía fingir que no lloraba cuando el agua caía sobre mí. Incluso intenté encontrar un estudio de ballet para poder bailar y poder sacar el dolor sofocante fuera de mi sistema. Por supuesto, no hubo ningún estudio que abriera esté fin de semana.
Apagué mi teléfono cuando desperté el viernes, ya que Santana había estado llamándome cada media hora desde la madrugada. Supuse que ella ya había estado en mi dormitorio y descubrió que yo no estaba allí, y se volvía loca intentando averiguar dónde me encontraba o se preocupaba por mí.
Al apagar mi teléfono, me recordé a mí misma que un hombre que se acostó con otra mujer no tenía derecho a preocuparse por mí, y que yo no debía contestarle para decirle que estaba a salvo.
Dormí tarde hasta el domingo, queriendo retrasar lo inevitable. El hotel había sido como una cálida manta de seguridad, abrigándome de la tormenta que venía a por mí, pero yo no podía ocultarme por siempre. Tenía que volver a la realidad y desde luego, yo no arruinaría mi vida por una chica que me engaño a la primera oportunidad.
El hielo y la nieve se habían derretido desde la tarde del viernes, así que la carretera y mi Mazda se llevaron mucho mejor en este viaje, a pesar que la carretera estaba cien veces más transitada este viaje gracias a todos los turistas que regresaban a casa.
Ya era tarde cuando llegué a Juilliard. Me dije que no era una cobarde por haber querido disfrutar de las vistas de la ciudad desde el parabrisas de mi auto. Por supuesto, había estado viviendo en un estado de negación todo el fin de semana, así que, ¿por qué debería de detenerme ahora?
El estacionamiento se encontraba casi lleno otra vez, la luz de casi todos los dormitorios encendidas y había gente regresando de un largo fin de semana. Entrando a mi espacio asignado, apagué el auto y tomé un par de respiraciones profundas antes de salir. No podía retrasar esto por más tiempo.
Santana y su camioneta no estaban a la vista, así que quizás yo tenía razón y no valía más que unos minutos de persecución y un millón de llamadas. El pensamiento me deprimió más.
Yo aún vestía la misma ropa que me puse el jueves, pero ahora estaba arrugada, sucia y necesitaba lanzarla al bote de basura pronto.
Podía oler el incienso y escuchar débiles sonidos, incluso antes de llegar al hueco de la escalera, que indicaban que Rachel ya había regresado. Eso era justo lo que yo necesitaba. Acurrucarme a su lado mientras me hacía algún tipo de té hippy que contenga hierbas que yo no quiero saber, mientras me daba un consejo sabio y encajaba alfileres en un muñeco vudú parecido a ella.
Empujando la puerta del hueco de la escalera, la cual se sentía el doble de pesada que lo normal, me puse rígida cuando entré al pasillo. La misma figura, en casi la misma posición que yo vi en mi espejo retrovisor cuatro noches atrás, estaba en cuclillas en el pasillo, mirando mi puerta como si estuviera rogando que le dejaran entrar.
Sólo había dado mi primer paso para regresar a las escaleras cuando los hombros de Santana se tensaron, justo antes de volver su cabeza en mi dirección.
—Britt —suspiró, diciéndolo como si fuera una oración. Sacudí la cabeza, mis ojos se llenaron de malditas lágrimas mientras seguía retrocediendo. Yo no podía con esto más. No podía con Santana López, ella terminaría siendo el motivo de mi muerte o la razón de que terminé internada.
—Britt. Por favor —rogó, abriéndose camino hasta mí. Se tambaleó, como si se hubiera quedado sin fuerza o estuviera cayéndose de borracha.
Seguí retrocediendo. Era la única manera en que yo podía mantenerme protegida de ella. Me iría hasta el fin del mundo si tuviera que hacerlo.
—Britt —repitió, su rostro retorcido. Apoyándose en la pared, Britt dio un par de pasos hacia mí. Pero no antes de que sus piernas cedieran, su cuerpo entero derrumbándose sobre sus rodillas.
Fue instintivo, no racional, como yo respondí. Corriendo hacia ella, atravesándome un rayo de pánico de que estuviera muriendo. Nunca había visto a Santana débil; no pensaba así de ella. Vulnerable, segura, pero nunca débil. Y allí estaba, incapaz de soportar su propio peso más de un paso.
Deslizándome en el suelo junto a ella, noté enseguida que su falta de equilibrio y coordinación no era inducida por el alcohol. Su aliento olía sólo a Santana, y sus ojos estaban claros.
Pero cuando sus ojos se encontraron con los míos, se nublaron con una emoción tan profunda que yo no estaba segura de poder descifrar nunca.
—Dios, Britt —susurró, su respiración pesada—, no vuelvas a hacerme esto otra vez.
Sus brazos alrededor de mí, empujándome contra ella con toda la fuerza que le quedaba. No era un abrazo normal, de esos que me hacían sentirme segura de todo el mundo; este era vacío y un poco incómodo.
Apartándome de ella, asegurándome de que no moriría en cualquier momento, mi dolor se transformó en ira. En parte, porque no debía estar aquí cuando ya no era bienvenida, y en parte porque no quería mirarla perdida otra vez. Tenía su rostro lleno de dolor cuando la rechacé.
— ¿No vuelvas a hacerme esto otra vez? —Escupí las palabras hacía ella. No me importaba que estuviera débil; No se merecía ni un poco de misericordia—. ¿No vuelvas a hacerme esto otra vez? —No era capaz de decir algo más.
—Sí —dijo, mirando al suelo—, no vuelvas a hacerme esto otra vez. ¿Sabes cuan jodida estuve preocupada por ti? —Su pecho subía y bajaba con sus palabras, como si el oxígeno no se quedara en sus pulmones—. ¿Sabes cuántas veces te busqué por la ciudad para asegurarme de que no estabas muerta en algún callejón? ¿Sabes cuántos hospitales, estaciones de policía y estaciones de noticias llamé cada hora para asegurarme de que no te habían encontrado en el fondo de una zanja? —Levantó sus ojos hacia los míos, y brillaron como ónix—. Así que, sí, no vuelvas a hacerme eso otra vez.
—Bien —dije, dándole otro empujón en el pecho. Por primera vez, pude realmente moverla—. Dejaré de hacer eso cuando tú dejes de acostarte con zorras a mis espaldas. Oh, espera, he terminado contigo y tus jodidos engaños, así que puedes acostarte con quien se te dé la gana. —Empujándola de nuevo, me levanté, lanzándome hacia mi puerta. Necesitaba mantener las distancias de ella justo ahora, preferiblemente un Estado o dos, pero me conformaría con la puerta de mi dormitorio.
—Tú no me has terminado —dijo, con los dientes apretados mientras caminaba arrodillado hacia mí.
—Oh, sí, lo hice. ¡Terminé contigo, Santana López! —Grité, girándome para abrir la puerta—. ¡TERMINE CON ESTO! —Abrí la puerta de golpe. Santana parecía querer entrar en la habitación, pero yo me las arreglaría para cerrarle la puerta justo en la nariz.
Hizo una mueca, pero parecía que el dolor no era físico. — ¡El Infierno y Hades, ustedes dos! —gritó Rachel, saltando de su silla en la esquina y caminando a través de la habitación hacia nosotras—. Dejen de hacer una escena. No son la primera pareja que tienen un problema, dejan de actuar así.
Haciéndome a un lado, se inclinó sobre Santana, bajando la mirada al suelo. —Lo siento —gritó—, estamos intentando arreglar un situación aquí. Y la arreglaremos aunque nos quedemos despiertas toda la noche.
Mirando nuestro alrededor para después bajar la mirada hacia Santana, quien se encontraba apoyada en el marco de la puerta, respirando como si aún no pudiera recuperar el aliento y la mirada fija en el suelo como si esperara que esté se la tragara. Jaloneando los brazos de Santana, tiró de ella dentro del dormitorio. —Entra aquí, loca hija de perra.
Una vez que Santana estuvo dentro, cerró la puerta y se apoyó contra ella. Exhalando, miró hacia donde yo estaba de pie al lado de mi cama, brazos cruzados y mirando a todas partes menos a Santana.
—Escucha a la chica —dijo como si fuera una orden—, se lo ha ganado y tú te lo mereces.
—Espera —mis ojos fueron hacia India—, ¿ya has hablado con ella? ¿Realmente crees todas esas mentiras que seguramente te dijo?
Rachel no era ingenua y si le creía, como todas las especies, los humanos no eran de fiar, así que lo que fuera que le dijo Santana, debía de haber sido impresionante.
Una gran y gorda mentira, impresionante. —Le creo —dijo, mirándome como si me estuviera comportando como una niña—. ¿Tienes un problema con eso?
—Sólo como un millón —repliqué rápidamente—, amiga —la acusé.
No funcionó. Rachel era un pilar que no podía ser atravesado con palabras de culpa.
—Escucha, amiga —añadió, arqueando una ceja—.Ella está aquí. Tú estás aquí. Discutan esta mierda y luego pueden volver a ser miserables de nuevo.
Caminando hacia mí, me abrazó y me dio un fuerte y largo apretón. Sus largos aretes de oro titilaron sobre mi hombro. —Hablen. Escúchala. Sé que parece difícil, pero en realidad no lo es —dijo, moviéndose hacia la puerta—. Voy a estar por allí, si me necesitas.
Inclinándose sobre Santana, le acarició la mejilla. Ella no respondió. —Aquí está tu oportunidad. No la desperdicies.
Abriendo la puerta, Rachel lanzó
una mirada hacia Santana, frunciendo el ceño. —Ve si puedes conseguirle a esta mujer algo de comer o beber, Brittany. Estará tocando la puerta de la muerte pronto si no bebe algo de agua. Y será mejor que bebas, loca hija de puta —dijo, pateando la pierna de Santana—, por que una persona sólo puede vivir siete días sin fluidos antes de que su cuerpo se venga abajo. Supongo que llevas cuatro días.
Antes de cerrar la puerta detrás de ella, Rachel me dirigió una pequeña sonrisa de aliento, y entonces estuvimos sólo Santana y yo.
A pesar de que estaba muy cabreada con
ella, por fin noté que se encontraba cansada y débil, apenas capaz de recuperar el aliento, mirando al suelo sin verla.
— ¿Realmente no has comido, ni bebido nada en cuatro días? —pregunté, caminando hacia la nevera.
—No me acuerdo —respondió, con voz tan débil como el resto de ella.
—Maldita sea, tonta —murmuré, tomando un par de botellas de agua en mi brazo y una barra de chocolate de Rachel que yo escondí en el fondo para casos de emergencia. Una mujer a punto de desmayarse por no comer en días se calificaba como un caso de emergencia.
Cayendo de rodillas frente a ella, desenrosqué la tapa de una de las botellas. —Aquí —dije, llevándola a sus labios—, bebe.
No fue una petición. No se movió; su cabeza colgaba allí, con sus puños abriéndose y cerrándose sobre sus muslos.
—Santana —dije, levantando su barbilla para que nuestras miradas se encontraran—, bebe esto. Por favor.
Sus ojos lucían tan vacíos como su abrazo se sintió en el pasillo. Algo se retorció en mis entrañas, algo que iba más allá de cualquier cosa que ella hubiera hecho.
Separó los labios y levanté la botella hasta su boca y la incliné para que un flujo constante cayera dentro de su boca.
Bebió, manteniendo sus ojos fijos en los míos, tragando todo lo que le di hasta que la botella estuvo vacía.
Tuve que apartar la mirada porque no podía mirar esos ojos por mucho tiempo. El gris se había drenado de ellos, dejando nada más de negro detrás.
— ¿Mejor? —pregunté, apartando la botella a un lado y dándole la siguiente.
Asintió, parecía que estaba a punto de jalarme hacia ella —Bien —dije, levantando mi mano para estamparla en su mejilla.
No me di cuenta de lo que hacía, pero se sintió muy bien.
Al menos, se sintió bien hasta que sus ojos se cerraron mientras una mano roja floreció sobre su mejilla.
—Lo siento —dije, inclinándome hacia ella e inspeccionando su rostro.
Acababa de golpear a Santana. Duro. Y ni siquiera sabía que estaba a punto de hacerlo.
Llegué hasta la cumbre de la montaña rusa, y ahora comenzaba a bajar a toda velocidad.
—Santana, Dios —dije, examinando su rostro. Me había reducido a un monstruo emocional e instintivo—. Lo siento.
—Hazlo de nuevo —susurró, sus ojos todavía cerrados. — ¿Qué? —Dije, con la esperanza de haber oído mal o que ella se equivocó de palabras—. No.
—Hazlo —abrió los ojos, su mirada se encontró con la mía—, de nuevo.
Esta montaña rusa se venía abajo. De golpe. —No —dije otra vez, preguntándome si mi bofetada la dejó mal de la cabeza.
—Maldición, Britt —gritó, agarrando mi muñeca mientras yo trataba de apartarme—, ¡golpéame de nuevo!
— ¡No! —Ahora yo también gritaba—. ¡Suéltame, Santana! — ¡Golpéame! —Gritó, levantando mi mano y lanzándola contra su rostro—. ¡Otra vez! —Tomando mi otra mano, la llevó con velocidad a su otra mejilla.
— ¡Detente! —grité, intentando liberar mis muñecas de su agarre. Sus manos eran de hierro sobre las mías, sin dejarme ir. Condujo la otra palma hasta su rostro, y luego la otra—. ¡Detente! —lloré, mi garganta contraída por mis sollozos.
No lo hizo. Golpe tras golpe, Santana se abofeteó con mis manos hasta que mis palmas picaron.
—Santana, detente —lloré, sollozando con fuerza. Sus mejillas estaban rojas, las marcas de mis dedos en su rostro—, por favor.
Entonces, tan pronto como comenzó, liberó mis manos, dejándolas caer en mi regazo. Ardían, como si cientos de agujas hubieran pinchado mis palmas, pero como me sentía por dentro dolía peor
.
Amaba a la mujer rota arrodillada frente a mí—la amaba como nunca amaría a nadie más. Pero no podía estar con ella. Por muchas razones, este último episodio era el más reciente.
— ¿Te sientes mejor? —dijo, retrocediendo, usando mi cama como un respaldo.
—No —dije, secándome la cara con el dorso de mí abrigo, mirando mis palmas como si no pudiera creer lo que eran capaces de hacer.
—Yo tampoco —dijo, frotándose sus manos por el rostro. Su respiración se había vuelvo más rápida, y partes de su rostro que no estaban enrojecidas se encontraban pálida y pegajosa. Nunca había visto a Santana tan frágil, nunca me imaginé que ella pudiera serlo.
—Aquí —dije, dándole la barra de chocolate—, como esto. —Pensé que no te importaba —dijo, jugueteando con la barra de chocolate, inspeccionándola.
—No me importas —mentí, sentándome en una posición más cómoda en el suelo—. Sólo cómela. No quiero que te desmayes porque necesitaría una docena de tipas para sacarte de aquí.
Una de las esquinas de su boca se curvó mientras desenvolvía la barra. Partiéndola en dos, me dio una parte. —Parece que necesitas comer tanto como yo —dijo, rompió otro trozo—. Comeré si tú también comes.
Suspiré, sabiendo que tenía razón, por mucho que quisiera que se equivocara.
—De acuerdo. —Le di un mordisco, dejé que el chocolate se derritiera en mi boca.
Mirándome, llevó todo su trozo a su boca. Lo masticó, observándome como si estuviera contemplado su siguiente movimiento. —No me acosté con Adriana, Britt.
Casi me atraganté con el poco chocolate que aún no se derretía en mi boca. Ella no quería comenzar por el camino fácil. Estaba agitando la bandera roja a un toro.
—Claro que no lo hiciste —dije, quitándome los zapatos y arrojándolos al otro extremo de la habitación—, te pidió prestada la ducha. Mientras dormías desnuda en la cama. Con una botella vacía de tequila en la mano.
Los músculos de su cuello se tensaron, su mandíbula apretada. —No me acosté con ella, Britt —repitió.
Reí sin humor. —Estabas borracha, Santana. Hasta la mierda de borracha —dije, tratando de no visualizar toda la escena en mi mente otra vez—. ¿Cómo diablos puedes saberlo?
Me sentía insultada porque seguía negándolo todo. Santana sabía que yo no era una ingenua y el hecho de que me tratara como una ahora era francamente insultante.
— ¿Cómo diablos voy a saberlo? —Repitió, su rostro crispado de incredulidad—. ¿Cómo diablos voy a saberlo, Britt? —Bien, ahora ella era la insultada—. Lo sé porque aunque me bebí hasta la última gota de alcohol de todos los bares de mala suerte en esta ciudad, sólo hay una chica con quien me gustaría acostarme. Hay sólo una chica con quien fantaseo llevar a la cama.
—Déjame adivinar —reflexioné, golpeando mi sien—. ¿Adriana Vix? Santana golpeó el suelo con su puño. — ¿Puedes dejar de hacer esto tan difícil?
— ¿Quieres dejar de acostarte con perras manipuladoras a mis espaldas? —Fue un golpe bajo, pero comenzaba a sentir que lo golpearía de nuevo.
—No puedo dejar de hacer algo que yo nunca he hecho —dijo, la bomba parecía querer explotar en cualquier momento.
— ¿Así que me estás diciendo que Adriana apareció mágicamente desnuda y recién bañada en tu dormitorio por arte de magia? —Esperaba que sonara tan absurdo como lo era.
— ¿Me creerás si te digo que eso fue lo que ocurrió? —preguntó, pronunciando cada palabra lentamente, con sus músculos relajados.
—No —espeté—, pero estoy segura de que todo será muy entretenido e imaginativo, así que por favor, cuéntamelo.
Tomó una respiración profunda, en realidad, trataba de no morder mi anzuelo.
—Después de que dejé el restaurante, conduje de vuelta a casa. Estaba molesta y enojada conmigo misma por arruinar el día, así que tomé una botella de tequila y subí a mi dormitorio y allí estuve hasta que me emborraché.
—Hasta que estuviste hasta la mierda de borracha —aclaré. —Britt —dejó caer su mirada en mí—, ambas sabemos que me tomaría más de una botella para poder estar hasta la mierda de borracha.
¿Y qué importaba si ella soportará beber mucho? No en ese día. No con el estómago vacío. No después de haber dejado a su novia en medio de la calle cubierta de nieve.
—Estaba algo mareada, claro, pero cuando me metí en la cama esa noche, yo estaba sola. Y al menos tenía puestas mis bragas y sujetador.
— ¿Así que Adriana se metió en tu dormitorio, se desnudó, y se metió a tu cama y a tu ducha?
—Quizás. — ¿Acaso tengo “tonta” tatuado en mi rostro? —pregunté, mirándola.
—Nunca he pensado que seas tonta, Britt, así que no vayas por allí ahora —dijo, casi gritando—. Te estoy diciendo lo que sé que pasó, estoy admitiendo que no lo sé, pero te juro sobre la tumba de tu hermano que no me acosté con Adriana Vix esa noche.
Retrocedí con las palabras, cabreándome de golpe. —No metas a mi hermano en esto —advertí, señalándolo—. ¡No jures sobre su tumba, bastarda mentirosa!
—De acuerdo —dijo Santana, exhalando por la nariz—. No juraré sobre la tumba de nadie. Sólo te daré mi palabra. No lo hice, Britt. Te amo. Sólo te amo a ti. —El dolor relampagueó a través de tus ojos—. Necesito que me creas.
Reí. —Esto esta tan mal. Dejando caer un trozo de chocolate a su costado, exhaló. Estaba cansada y agotada, tal vez incluso más que yo.
—Entonces, necesito que confíes en mí, Britt. —Levantando la mirada, se encontró con mis ojos y no necesité leer entre líneas para saber lo que intentaba decir.
Confianza. Lo que no le di meses atrás. Me pedía que confiara en ella, sabiendo que yo no podía negárselo. Sé lo que vi, así que no podía creerle. Pero lo conocía, y por eso —sin importar cuán absurdo era creerle esto— intenté que mi mente confiara en ella.
—De acuerdo —suspiré, descubriendo que la confianza era tan dolorosa como el amor.
La respiración que había estado conteniendo escapó de su boca, las líneas se alisaron en su rostro. Su cuerpo se relajó. —Entonces, ¿estamos bien? —Preguntó en voz baja, como si tuviera miedo de la respuesta—. ¿Seremos capaces de superar el pasado?
Mis manos temblaban por el significado de esto. El fin. —Confío en ti, Santana —comencé, concentrándome en mis manos temblando porque si veía su rostro me rompería de nuevo—, pero no puedo seguir con esto ahora. Necesito tiempo.
Tuve que hacer una pausa para recobrar la compostura antes de continuar. —No puedo seguir con esto, nunca sé lo que pasará a la vuelta de la esquina. Necesito tiempo para mí misma. Para saber lo que quiero y como encajamos en esto. Necesito concentrarme en la escuela y el baile y lo que quiero en mi futuro. Necesito… tiempo.
Se quedó en silencio, sin moverse, todo el tiempo, dejándome decir todo lo que necesitaba.
—Britt —dijo después de un minuto de silencio—, ¿Estás diciendo lo que yo creo que estás diciendo?
Su voz casi me hizo echarme a llorar de nuevo. —Sí —dije, jugueteando con mis manos—. Creo que sí.
Contuvo la respiración, su cabeza cayendo hacia atrás contra el colchón.
—Sólo necesito un poco de tiempo en este momento, Santana —agregué rápidamente, con ganas de darle una pizca de esperanza que yo sabía que no debería darle—. Necesito un descanso del tornado que eres y todo lo que somos.
— ¿Cuánto tiempo? —Su voz fue un susurro, su mirada se centró en mis manos temblando en mi regazo.
—No lo sé —respondí—. Un mes. Quizás más. — ¿Un mes? —jadeó, golpeando el suelo nuevamente. —No lo sé, Santana. Maldición, no sé nada justo ahora —dije, sintiendo el control a punto de perderlo otra vez—. Lo siento.
Y era cierto. A pesar de todo lo que sucedió o no sucedió en el dormitorio de Santana la noche del jueves y en la mañana del viernes, yo no quería lastimarla. No quería ser responsable del dolor en su voz o la agonía en su rostro.
Me estudió, observándome silenciosamente. Por lo que se sintió una eternidad. Sus ojos no se perdieron ningún detalle.
Arrastrándose por el suelo hacia mí, sus manos entrelazadas sobre las mías en mi regazo, donde aún temblaba.
—De acuerdo —dijo, su voz tensa—. Tómate tu tiempo. Tómate el tiempo que necesites. —Inhalando fuertemente, dejó salir su respiración lentamente—. Estaré allí cuando estés lista. Sin importar cuanto tiempo te tome. Siempre estaré allí, Britt. Soy tuya —respiró, apretando mis manos—, para siempre.
Se puso de pie, bajando la mirada hacia donde me encontraba sentada, me miró fijamente. Como si la idea de darse la vuelta y salir por esa puerta fuera agobiante. Agachándose, besó la corinilla de mi cabeza.
—Te amo, Britt —dijo, volviéndose y dirigiéndose a la puerta—, y lamento que el estar en tu vida la haga tan difícil. Y lamento ser un pedazo de mierda en tu camino. —Abriendo la puerta, se detuvo antes de cerrarla tras de ella—. Haría cualquier cosa para hacerte feliz.
Tan pronto como la puerta se cerró, mis ojos revolotearon hacia ella, deseando poder retroceder todo. Pero sabía que no podía. No podía seguir haciéndome esto a mí misma. No eran saludables todos estos tipos de sentimientos embargándome.
Me quedé allí sentada en la misma posición, diciéndome que cometí un gran error, sólo para recordarme que hice lo correcto, dos segundo más tarde. No estaba segura de cuánto tiempo pasé jugando al abogado del diablo cuando sonaron unos golpecitos en la puerta.
—Adelante. —Me dolía la garganta y mi voz era ronca. Rachel asomó su cabeza y frunció el ceño al verme en el suelo. —¿Esta bastarda sólo rompió tu corazón? —preguntó, entrando y arrodillándose a mi lado.
Sacudí la cabeza. —No —dije—, pero creo que yo rompí el suyo. —Ustedes dos —dijo, ladeando la cabeza—. ¿Cuándo van a superarlo todo y seguir adelante, eh?
Mis manos habían dejado de temblar, pero estaban entumecidas. Muertas.
—Quizás nunca —respondí—. Quizás nunca debimos estar juntas en primer lugar. —Decir esas palabras dolieron más que llorar.
—BRITTANY, el Señor sabe que te amo y eres como mi hermana, pero puedes ser una idiota algunas veces.
Levanté la cabeza. Lo que necesitaba era la compasión de Rachel y un hombro para llorar hasta que mis ojos se secaran. No una voz que me decía que acababa de cometer el peor error de mi vida.
— ¿Cuándo dejaras de buscar todas las razones por las cuales no deberían estar juntas y comenzar a centrarte en las razones por las cuales luchar? —preguntó, el anillo en su ceja subió y bajo.
—Rachel —dije—, a pesar de todos los pros y contras, se acostó con mi archienemiga. Las razones que teníamos para estar juntas desaparecieron junto con sus bragas.
— ¿Santana admitió que lo hizo? —Preguntó, sentándose a mi lado—. ¿Qué se acostó con tu archienemiga?
—Claro que no admitió eso —espeté, mirando la barra de chocolate a medio comer en el suelo—. Me dijo que no lo hizo.
—Entonces, la culpa es tuya —dijo Rachel, sus ojos entrecerrándose al mismo tiempo que me abrazaba—. Si dices que vas a confiar en una novia, entonces debes confiar en tu novia. No le revoques ese privilegio cuando más lo necesita.
—Oh, vamos, Rachel —dije, cansada de discutir—. No tú también. —Te digo mi opinión —dijo, llevando una mano hasta su pecho—. Eres libre de cometer errores como el resto de nosotros. Pero creo que por éste te arrepentirás el resto de tu vida.
—Gracias por subirme el ánimo —dije, levantando mi pulgar hacia arriba—, amiga —añadí, para enterrar la daga un poco más profundo.
Ella no se dejó impresionar. —Hablando del Sra. Error Más Grande de Tu Vida —dijo, sonriéndome dulcemente—. ¿Dónde está la folladora-de-archienemigas?
Me encogí de hombros. —De regreso en la escuela —supuse. — ¿Cómo? —preguntó, mirándome como si estuviera bromeando. —Esa carcacha que consume un galón por cada dos millas y todas esas jodidas abolladuras. —Y ella tenía el descaro de llamarme tonta.
—Esa carcacha fue remolcada hace tres noches después de que se presentó aquí —dijo, poniéndose de pie y caminando hacia la ventana—. Uno de los chicos que merodeaba por allí el fin de semana dijo que ella condujo su camioneta justo en la puerta principal y la dejó allí mientras te buscaba en cada piso y dormitorio. Supongo que Juilliard decidió que una camioneta bloqueando la entrada de unos de sus dormitorios era una violación a las reglas de tránsito.
—Entonces, ¿cómo volverá a casa? —A menos que haya una línea de autobuses que vaya desde Nueva York hasta Syracuse los domingo por la noche, creo que se irá caminando —contestó Rachel, mirando por la ventana.
—Tienes que estar bromeando —murmuré, sabiendo que tenía razón. Santana estaba lo suficientemente loca para intentarlo. O acabaría atropellada, el pensamiento de alguna persona lastimándola hizo que mi estómago saltara hasta mi garganta.
—Rachel —dije, esperanzada—, ¿podrías ir a buscarla y darle un aventón a casa? ¿Por favor? —Casi rogué.
—No puedo hacerlo —dijo, dejándose caer en su silla y encendiendo su portátil—. Tengo más trabajo esta noche que un latino con encanto.
—Rachel —me quejé, dándole una carita triste que sólo hizo que ella rodara los ojos.
—Lo siento, no puedo hacerlo —dijo, sacando algo del bolsillo trasero de sus vaqueros—. Pero puedes usar mi querido auto. Te llevará a dónde quieres rápido y a salvo. —Lanzándome las llaves, me despidió—. Date prisa. Ella no puede estar muy lejos todavía.
Levantando la mirada hacia mí, sonrió. —Apresúrate, no vayas a ser que pida aventón.
Mirándola, agarré mi bolso y me dirigí hacia la puerta. —Ten un lindo viaje —gritó detrás de mí, ronroneando como una descarada.
Mientras hice mi camino de regreso por el pasillo, bajé por la escalera, y salí a la puerta principal, me debatí si irme en el auto de Rachel o en el mío. Tan pronto como salí a la fría noche de noviembre, decidí. La elección eran los asientos de piel y calefacción.
Caminando entre autos lujosos, miré a mí alrededor, en realidad no esperaba ver a Santana, pero tenía un poco de esperanza. Apreté los botones del llavero hasta que finalmente me las arreglé para quitar el seguro al tercer intento. Deslizándome en el asiento, lo ajuste a mi estatura, arranqué el auto y configuré la calefacción a la temperatura más alta. El calor entró en mi cuerpo casi de inmediato.
Saliendo del estacionamiento, decidí conducir la ruta que yo manejaba cada fin de semana cuando iba a ver a Santana. No sabía que camino tomó ella —ni siquiera sabía si se fue caminando— pero era un buen comienzo.
Recorrí unos cuantos kilómetros por debajo del límite de velocidad, buscándolade acera a acera, segura de que lo vería aparecer en la siguiente cuadra. La siguiente cuadra resultó ser tres kilómetros de carretera. Rachel tenía razón. Ella planeaba caminar desde Nueva York a Syracuse a pie.
No necesité más confirmación para saber que la mujer estaba loca.
Su caminar era con propósito, con los hombros caídos y sus manos dentro de los bolsillos, probablemente para mantener el calor. Pude ver la niebla de su respiración desde media calle atrás. Estacionándome a su lado, bajé la ventanilla.
— ¿Necesitas un aventón, vaquera? Su boca se curvó mientras seguía en la acera. —Las chicas no deberían ofrecer aventones a las mujeres locas que vagan por la calle a altas horas de la noche.
Me recordé que estaba cabreada con ella y que le pedí un tiempo. Después de que la envié a su casa. —Me gustan las mujeres locas.
Deteniéndose, se dio la vuelta y caminó hacia el auto. —Entonces, me encantaría un aventón —dijo, deslizándose en el asiento del pasajero y sonriéndome. Era una sonrisa triste, porque no llegó hasta sus ojos.
— ¿Tienes frío? —pregunté, aumentando la calefacción. Se encogió de hombros. —He tenido más frío. Noté que ocultaba algo entre líneas, como un mensaje subliminal, pero no estuve segura de qué.
—De acuerdo, entonces —dije, arrancando el auto—. ¿Syracuse o alguna otra parte?
Colocando sus manos en frente de la calefacción, apartó la mirada de mí y miró por la ventana. —Tomaré “o alguna otra parte”.
Le miré. El calor distribuía el tenue aroma de Santana. Cada respiración que yo inhalaba olía a Santana. Cada respiración dolía. —Claro, como desees.
—Ambos sabemos dónde quiero estar, pero dado a que no puedo tener eso, entonces, Syracuse está bien.
Bajé la mirada al reloj brillando en la oscuridad. Sólo habíamos recorrido cinco minutos de un viaje de cinco horas. Si seguíamos lanzándonos este tipo de golpes bajos ni siquiera llegaríamos juntas a la interestatal.
— ¿A qué viene todo esto? —pregunté—. Necesito un respiro. Tú concordaste dármelo. Pero no dejaré que camines cientos de kilómetros en el frío y en noche. ¿Podemos fingir que estamos bien?
—Sí, Britt —dijo, echando su cabeza contra el respaldo del asiento—. Puedo fingir lo que sea que tú quieras que finja.
Para cuando llegamos a la interestatal, Santana y yo no habíamos dicho una palabra a la otra. Nunca habíamos dominado el arte de la charla y dado que teníamos tantas cosas sobre nosotras, concordamos mantenernos en silencio. A pesar de que esto no se sintió tranquilo.
En la primera parada, Santana insistió en conducir el resto del camino, y esas fueron las primeras y últimas palabras que me dirigió el resto del viaje.
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No se cómo llegué al estacionamiento de un hotel fuera de Monticello —sin un rasguño— pero supongo que tenía algo que ver con los ángeles. Había numerosas alertas a través de la radio sobre personas saliéndose de la carretera, y si alguien tenía que salir por una emergencia, debía asegurarse tener un buen par de neumáticos para la nieve.
Así que el hecho de que una joven que nunca había conducido en la nieve o el hielo en su vida lograra conducir su auto sin siquiera llantas para la nieve, por varios cientos de kilómetros, sin tener un accidente, yo sabía que algún tipo de ser etéreo tenía algo que ver.
Agarré mi bolso y salí del auto. Mis tacones resbalaron y patiné a través del estacionamiento, pero logré llegar al vestíbulo de forma segura. El aire estaba perfumado con café y algún limpiador químico. Pero se encontraba limpio y era un lugar donde Santana no sería capaz de encontrarme.
Sabía que ella estaría buscándome—revisé mi espejo retrovisor cada kilómetro, esperando ver los faros de su camioneta encendiéndose y apagándose como señal para orillarme, pero nunca aparecieron. Pero, de nuevo, ¿quién sabe? Quizás la sobrestimé. Quizás ya no le interesaba más cuando corrió desnuda en medio de la calle helada, usando nada más que unas bragas y un sujetador. El pensamiento me deprimió más. Quería que me persiguiera, una parte de mí no quería reconocerlo, pero yo quería saber que significaba para ella algo más que una persecución de unos minutos.
Pero luego recordé el reluciente cuerpo desnudo de Adriana y esa sonrisa suya, y me juré que nunca querría volver a ver a Santana López.
Caminé cuidadosamente a través del vestíbulo, como si estuviera todavía caminando sobre hielo, y la recepcionista levantó la mirada. Su sonrisa era cálida. —Buenos días —saludó.
—Hola —contesté, porque no había nada de “bueno” en esta mañana—. Necesito una habitación, si hay alguna disponible.
No consideré que el hotel pudiera estar lleno. El pensamiento de regresar al auto y manejar con los nudillos blancos varios kilómetros para buscar el siguiente hotel hizo que mi estómago se revolviera.
—Seguramente tenemos una —dijo, sus dedos volando sobre el teclado—. ¿Cuánto tiempo te quedarás con nosotros?
El mayor tiempo posible. Hasta el final de los tiempos. —Hasta el domingo —dije. No quería estar en mi dormitorio o un lugar donde yo pudiera ser encontrada.
—El cobro por día es hasta las tres, así que técnicamente se supone que el cargo serán por cuatro noches —dijo, deslizando una tarjeta llave a través de un dispositivo.
—De acuerdo —dije, sacando mi billetera. —Pero es semana de Acción de Gracias y me gusta dar “técnicamente” un día descanso en las vacaciones —dijo, mirándome con esa sonrisa de nuevo.
No sabía cuánto costaría, ni siquiera sabía si la única habitación que quedaba disponible era la suite presidencial. Sólo quería meterme en una cama y dejar que el sueño me lleve lejos de la realidad.
Tomó mi tarjeta, estudiando mi rostro. Su sonrisa vaciló con preocupación. —Cariño, ¿estás bien?
Grandioso. Yo era una obvia exhibición de mis emociones. Supongo que mis ojos enrojecidos y cara hinchada no decían “todo está bien”.
Asentí. —Sólo estoy cansada —dije, deseando que se cobrará rápido para poder seguir con mi camino.
Dándome una copia de mi recibo, me entregó mi tarjeta de nuevo. —Danos una llamada a recepción si necesitas cualquier cosa —dijo, apoyando su mano sobre la mía. Palmeándola, me dio otra sonrisa.
No le pregunté por qué todas las recepcionistas de hoteles parecían ser más perspicaz que los demás.
Intenté sonreírle de regreso, tomé mi tarjeta llave del mostrador. —De acuerdo —contesté, antes de dirigirme hacia el ascensor.
Llegué hasta el tercer piso; incluso pude caminar por el pasillo y entrar a mi habitación antes de que la siguiente tanda de lágrimas comenzara. Para alguien que odiaba llorar, no había dejado de hacerlo hoy. Tomándome unos segundos para quitarme los zapatos y el abrigo, me deslicé entre las sábanas y cerré los ojos. Me dormí antes que las siguientes lágrimas cayeran en mi almohada.
***
Pasé los siguientes tres días sin salir de mi habitación. Dormí casi todo el viernes, vi la televisión sin prestarle atención, y no pedí mi primera comida hasta el sábado por la tarde, ya que había perdido el apetito. Aun así, tuve que esforzarme para terminar la mitad de mi sándwich de queso a la parrilla. Entre cambiar canales y dormir, tomé muchas duchas. Prefería el baño porque podía fingir que no lloraba cuando el agua caía sobre mí. Incluso intenté encontrar un estudio de ballet para poder bailar y poder sacar el dolor sofocante fuera de mi sistema. Por supuesto, no hubo ningún estudio que abriera esté fin de semana.
Apagué mi teléfono cuando desperté el viernes, ya que Santana había estado llamándome cada media hora desde la madrugada. Supuse que ella ya había estado en mi dormitorio y descubrió que yo no estaba allí, y se volvía loca intentando averiguar dónde me encontraba o se preocupaba por mí.
Al apagar mi teléfono, me recordé a mí misma que un hombre que se acostó con otra mujer no tenía derecho a preocuparse por mí, y que yo no debía contestarle para decirle que estaba a salvo.
Dormí tarde hasta el domingo, queriendo retrasar lo inevitable. El hotel había sido como una cálida manta de seguridad, abrigándome de la tormenta que venía a por mí, pero yo no podía ocultarme por siempre. Tenía que volver a la realidad y desde luego, yo no arruinaría mi vida por una chica que me engaño a la primera oportunidad.
El hielo y la nieve se habían derretido desde la tarde del viernes, así que la carretera y mi Mazda se llevaron mucho mejor en este viaje, a pesar que la carretera estaba cien veces más transitada este viaje gracias a todos los turistas que regresaban a casa.
Ya era tarde cuando llegué a Juilliard. Me dije que no era una cobarde por haber querido disfrutar de las vistas de la ciudad desde el parabrisas de mi auto. Por supuesto, había estado viviendo en un estado de negación todo el fin de semana, así que, ¿por qué debería de detenerme ahora?
El estacionamiento se encontraba casi lleno otra vez, la luz de casi todos los dormitorios encendidas y había gente regresando de un largo fin de semana. Entrando a mi espacio asignado, apagué el auto y tomé un par de respiraciones profundas antes de salir. No podía retrasar esto por más tiempo.
Santana y su camioneta no estaban a la vista, así que quizás yo tenía razón y no valía más que unos minutos de persecución y un millón de llamadas. El pensamiento me deprimió más.
Yo aún vestía la misma ropa que me puse el jueves, pero ahora estaba arrugada, sucia y necesitaba lanzarla al bote de basura pronto.
Podía oler el incienso y escuchar débiles sonidos, incluso antes de llegar al hueco de la escalera, que indicaban que Rachel ya había regresado. Eso era justo lo que yo necesitaba. Acurrucarme a su lado mientras me hacía algún tipo de té hippy que contenga hierbas que yo no quiero saber, mientras me daba un consejo sabio y encajaba alfileres en un muñeco vudú parecido a ella.
Empujando la puerta del hueco de la escalera, la cual se sentía el doble de pesada que lo normal, me puse rígida cuando entré al pasillo. La misma figura, en casi la misma posición que yo vi en mi espejo retrovisor cuatro noches atrás, estaba en cuclillas en el pasillo, mirando mi puerta como si estuviera rogando que le dejaran entrar.
Sólo había dado mi primer paso para regresar a las escaleras cuando los hombros de Santana se tensaron, justo antes de volver su cabeza en mi dirección.
—Britt —suspiró, diciéndolo como si fuera una oración. Sacudí la cabeza, mis ojos se llenaron de malditas lágrimas mientras seguía retrocediendo. Yo no podía con esto más. No podía con Santana López, ella terminaría siendo el motivo de mi muerte o la razón de que terminé internada.
—Britt. Por favor —rogó, abriéndose camino hasta mí. Se tambaleó, como si se hubiera quedado sin fuerza o estuviera cayéndose de borracha.
Seguí retrocediendo. Era la única manera en que yo podía mantenerme protegida de ella. Me iría hasta el fin del mundo si tuviera que hacerlo.
—Britt —repitió, su rostro retorcido. Apoyándose en la pared, Britt dio un par de pasos hacia mí. Pero no antes de que sus piernas cedieran, su cuerpo entero derrumbándose sobre sus rodillas.
Fue instintivo, no racional, como yo respondí. Corriendo hacia ella, atravesándome un rayo de pánico de que estuviera muriendo. Nunca había visto a Santana débil; no pensaba así de ella. Vulnerable, segura, pero nunca débil. Y allí estaba, incapaz de soportar su propio peso más de un paso.
Deslizándome en el suelo junto a ella, noté enseguida que su falta de equilibrio y coordinación no era inducida por el alcohol. Su aliento olía sólo a Santana, y sus ojos estaban claros.
Pero cuando sus ojos se encontraron con los míos, se nublaron con una emoción tan profunda que yo no estaba segura de poder descifrar nunca.
—Dios, Britt —susurró, su respiración pesada—, no vuelvas a hacerme esto otra vez.
Sus brazos alrededor de mí, empujándome contra ella con toda la fuerza que le quedaba. No era un abrazo normal, de esos que me hacían sentirme segura de todo el mundo; este era vacío y un poco incómodo.
Apartándome de ella, asegurándome de que no moriría en cualquier momento, mi dolor se transformó en ira. En parte, porque no debía estar aquí cuando ya no era bienvenida, y en parte porque no quería mirarla perdida otra vez. Tenía su rostro lleno de dolor cuando la rechacé.
— ¿No vuelvas a hacerme esto otra vez? —Escupí las palabras hacía ella. No me importaba que estuviera débil; No se merecía ni un poco de misericordia—. ¿No vuelvas a hacerme esto otra vez? —No era capaz de decir algo más.
—Sí —dijo, mirando al suelo—, no vuelvas a hacerme esto otra vez. ¿Sabes cuan jodida estuve preocupada por ti? —Su pecho subía y bajaba con sus palabras, como si el oxígeno no se quedara en sus pulmones—. ¿Sabes cuántas veces te busqué por la ciudad para asegurarme de que no estabas muerta en algún callejón? ¿Sabes cuántos hospitales, estaciones de policía y estaciones de noticias llamé cada hora para asegurarme de que no te habían encontrado en el fondo de una zanja? —Levantó sus ojos hacia los míos, y brillaron como ónix—. Así que, sí, no vuelvas a hacerme eso otra vez.
—Bien —dije, dándole otro empujón en el pecho. Por primera vez, pude realmente moverla—. Dejaré de hacer eso cuando tú dejes de acostarte con zorras a mis espaldas. Oh, espera, he terminado contigo y tus jodidos engaños, así que puedes acostarte con quien se te dé la gana. —Empujándola de nuevo, me levanté, lanzándome hacia mi puerta. Necesitaba mantener las distancias de ella justo ahora, preferiblemente un Estado o dos, pero me conformaría con la puerta de mi dormitorio.
—Tú no me has terminado —dijo, con los dientes apretados mientras caminaba arrodillado hacia mí.
—Oh, sí, lo hice. ¡Terminé contigo, Santana López! —Grité, girándome para abrir la puerta—. ¡TERMINE CON ESTO! —Abrí la puerta de golpe. Santana parecía querer entrar en la habitación, pero yo me las arreglaría para cerrarle la puerta justo en la nariz.
Hizo una mueca, pero parecía que el dolor no era físico. — ¡El Infierno y Hades, ustedes dos! —gritó Rachel, saltando de su silla en la esquina y caminando a través de la habitación hacia nosotras—. Dejen de hacer una escena. No son la primera pareja que tienen un problema, dejan de actuar así.
Haciéndome a un lado, se inclinó sobre Santana, bajando la mirada al suelo. —Lo siento —gritó—, estamos intentando arreglar un situación aquí. Y la arreglaremos aunque nos quedemos despiertas toda la noche.
Mirando nuestro alrededor para después bajar la mirada hacia Santana, quien se encontraba apoyada en el marco de la puerta, respirando como si aún no pudiera recuperar el aliento y la mirada fija en el suelo como si esperara que esté se la tragara. Jaloneando los brazos de Santana, tiró de ella dentro del dormitorio. —Entra aquí, loca hija de perra.
Una vez que Santana estuvo dentro, cerró la puerta y se apoyó contra ella. Exhalando, miró hacia donde yo estaba de pie al lado de mi cama, brazos cruzados y mirando a todas partes menos a Santana.
—Escucha a la chica —dijo como si fuera una orden—, se lo ha ganado y tú te lo mereces.
—Espera —mis ojos fueron hacia India—, ¿ya has hablado con ella? ¿Realmente crees todas esas mentiras que seguramente te dijo?
Rachel no era ingenua y si le creía, como todas las especies, los humanos no eran de fiar, así que lo que fuera que le dijo Santana, debía de haber sido impresionante.
Una gran y gorda mentira, impresionante. —Le creo —dijo, mirándome como si me estuviera comportando como una niña—. ¿Tienes un problema con eso?
—Sólo como un millón —repliqué rápidamente—, amiga —la acusé.
No funcionó. Rachel era un pilar que no podía ser atravesado con palabras de culpa.
—Escucha, amiga —añadió, arqueando una ceja—.Ella está aquí. Tú estás aquí. Discutan esta mierda y luego pueden volver a ser miserables de nuevo.
Caminando hacia mí, me abrazó y me dio un fuerte y largo apretón. Sus largos aretes de oro titilaron sobre mi hombro. —Hablen. Escúchala. Sé que parece difícil, pero en realidad no lo es —dijo, moviéndose hacia la puerta—. Voy a estar por allí, si me necesitas.
Inclinándose sobre Santana, le acarició la mejilla. Ella no respondió. —Aquí está tu oportunidad. No la desperdicies.
Abriendo la puerta, Rachel lanzó
una mirada hacia Santana, frunciendo el ceño. —Ve si puedes conseguirle a esta mujer algo de comer o beber, Brittany. Estará tocando la puerta de la muerte pronto si no bebe algo de agua. Y será mejor que bebas, loca hija de puta —dijo, pateando la pierna de Santana—, por que una persona sólo puede vivir siete días sin fluidos antes de que su cuerpo se venga abajo. Supongo que llevas cuatro días.
Antes de cerrar la puerta detrás de ella, Rachel me dirigió una pequeña sonrisa de aliento, y entonces estuvimos sólo Santana y yo.
A pesar de que estaba muy cabreada con
ella, por fin noté que se encontraba cansada y débil, apenas capaz de recuperar el aliento, mirando al suelo sin verla.
— ¿Realmente no has comido, ni bebido nada en cuatro días? —pregunté, caminando hacia la nevera.
—No me acuerdo —respondió, con voz tan débil como el resto de ella.
—Maldita sea, tonta —murmuré, tomando un par de botellas de agua en mi brazo y una barra de chocolate de Rachel que yo escondí en el fondo para casos de emergencia. Una mujer a punto de desmayarse por no comer en días se calificaba como un caso de emergencia.
Cayendo de rodillas frente a ella, desenrosqué la tapa de una de las botellas. —Aquí —dije, llevándola a sus labios—, bebe.
No fue una petición. No se movió; su cabeza colgaba allí, con sus puños abriéndose y cerrándose sobre sus muslos.
—Santana —dije, levantando su barbilla para que nuestras miradas se encontraran—, bebe esto. Por favor.
Sus ojos lucían tan vacíos como su abrazo se sintió en el pasillo. Algo se retorció en mis entrañas, algo que iba más allá de cualquier cosa que ella hubiera hecho.
Separó los labios y levanté la botella hasta su boca y la incliné para que un flujo constante cayera dentro de su boca.
Bebió, manteniendo sus ojos fijos en los míos, tragando todo lo que le di hasta que la botella estuvo vacía.
Tuve que apartar la mirada porque no podía mirar esos ojos por mucho tiempo. El gris se había drenado de ellos, dejando nada más de negro detrás.
— ¿Mejor? —pregunté, apartando la botella a un lado y dándole la siguiente.
Asintió, parecía que estaba a punto de jalarme hacia ella —Bien —dije, levantando mi mano para estamparla en su mejilla.
No me di cuenta de lo que hacía, pero se sintió muy bien.
Al menos, se sintió bien hasta que sus ojos se cerraron mientras una mano roja floreció sobre su mejilla.
—Lo siento —dije, inclinándome hacia ella e inspeccionando su rostro.
Acababa de golpear a Santana. Duro. Y ni siquiera sabía que estaba a punto de hacerlo.
Llegué hasta la cumbre de la montaña rusa, y ahora comenzaba a bajar a toda velocidad.
—Santana, Dios —dije, examinando su rostro. Me había reducido a un monstruo emocional e instintivo—. Lo siento.
—Hazlo de nuevo —susurró, sus ojos todavía cerrados. — ¿Qué? —Dije, con la esperanza de haber oído mal o que ella se equivocó de palabras—. No.
—Hazlo —abrió los ojos, su mirada se encontró con la mía—, de nuevo.
Esta montaña rusa se venía abajo. De golpe. —No —dije otra vez, preguntándome si mi bofetada la dejó mal de la cabeza.
—Maldición, Britt —gritó, agarrando mi muñeca mientras yo trataba de apartarme—, ¡golpéame de nuevo!
— ¡No! —Ahora yo también gritaba—. ¡Suéltame, Santana! — ¡Golpéame! —Gritó, levantando mi mano y lanzándola contra su rostro—. ¡Otra vez! —Tomando mi otra mano, la llevó con velocidad a su otra mejilla.
— ¡Detente! —grité, intentando liberar mis muñecas de su agarre. Sus manos eran de hierro sobre las mías, sin dejarme ir. Condujo la otra palma hasta su rostro, y luego la otra—. ¡Detente! —lloré, mi garganta contraída por mis sollozos.
No lo hizo. Golpe tras golpe, Santana se abofeteó con mis manos hasta que mis palmas picaron.
—Santana, detente —lloré, sollozando con fuerza. Sus mejillas estaban rojas, las marcas de mis dedos en su rostro—, por favor.
Entonces, tan pronto como comenzó, liberó mis manos, dejándolas caer en mi regazo. Ardían, como si cientos de agujas hubieran pinchado mis palmas, pero como me sentía por dentro dolía peor
.
Amaba a la mujer rota arrodillada frente a mí—la amaba como nunca amaría a nadie más. Pero no podía estar con ella. Por muchas razones, este último episodio era el más reciente.
— ¿Te sientes mejor? —dijo, retrocediendo, usando mi cama como un respaldo.
—No —dije, secándome la cara con el dorso de mí abrigo, mirando mis palmas como si no pudiera creer lo que eran capaces de hacer.
—Yo tampoco —dijo, frotándose sus manos por el rostro. Su respiración se había vuelvo más rápida, y partes de su rostro que no estaban enrojecidas se encontraban pálida y pegajosa. Nunca había visto a Santana tan frágil, nunca me imaginé que ella pudiera serlo.
—Aquí —dije, dándole la barra de chocolate—, como esto. —Pensé que no te importaba —dijo, jugueteando con la barra de chocolate, inspeccionándola.
—No me importas —mentí, sentándome en una posición más cómoda en el suelo—. Sólo cómela. No quiero que te desmayes porque necesitaría una docena de tipas para sacarte de aquí.
Una de las esquinas de su boca se curvó mientras desenvolvía la barra. Partiéndola en dos, me dio una parte. —Parece que necesitas comer tanto como yo —dijo, rompió otro trozo—. Comeré si tú también comes.
Suspiré, sabiendo que tenía razón, por mucho que quisiera que se equivocara.
—De acuerdo. —Le di un mordisco, dejé que el chocolate se derritiera en mi boca.
Mirándome, llevó todo su trozo a su boca. Lo masticó, observándome como si estuviera contemplado su siguiente movimiento. —No me acosté con Adriana, Britt.
Casi me atraganté con el poco chocolate que aún no se derretía en mi boca. Ella no quería comenzar por el camino fácil. Estaba agitando la bandera roja a un toro.
—Claro que no lo hiciste —dije, quitándome los zapatos y arrojándolos al otro extremo de la habitación—, te pidió prestada la ducha. Mientras dormías desnuda en la cama. Con una botella vacía de tequila en la mano.
Los músculos de su cuello se tensaron, su mandíbula apretada. —No me acosté con ella, Britt —repitió.
Reí sin humor. —Estabas borracha, Santana. Hasta la mierda de borracha —dije, tratando de no visualizar toda la escena en mi mente otra vez—. ¿Cómo diablos puedes saberlo?
Me sentía insultada porque seguía negándolo todo. Santana sabía que yo no era una ingenua y el hecho de que me tratara como una ahora era francamente insultante.
— ¿Cómo diablos voy a saberlo? —Repitió, su rostro crispado de incredulidad—. ¿Cómo diablos voy a saberlo, Britt? —Bien, ahora ella era la insultada—. Lo sé porque aunque me bebí hasta la última gota de alcohol de todos los bares de mala suerte en esta ciudad, sólo hay una chica con quien me gustaría acostarme. Hay sólo una chica con quien fantaseo llevar a la cama.
—Déjame adivinar —reflexioné, golpeando mi sien—. ¿Adriana Vix? Santana golpeó el suelo con su puño. — ¿Puedes dejar de hacer esto tan difícil?
— ¿Quieres dejar de acostarte con perras manipuladoras a mis espaldas? —Fue un golpe bajo, pero comenzaba a sentir que lo golpearía de nuevo.
—No puedo dejar de hacer algo que yo nunca he hecho —dijo, la bomba parecía querer explotar en cualquier momento.
— ¿Así que me estás diciendo que Adriana apareció mágicamente desnuda y recién bañada en tu dormitorio por arte de magia? —Esperaba que sonara tan absurdo como lo era.
— ¿Me creerás si te digo que eso fue lo que ocurrió? —preguntó, pronunciando cada palabra lentamente, con sus músculos relajados.
—No —espeté—, pero estoy segura de que todo será muy entretenido e imaginativo, así que por favor, cuéntamelo.
Tomó una respiración profunda, en realidad, trataba de no morder mi anzuelo.
—Después de que dejé el restaurante, conduje de vuelta a casa. Estaba molesta y enojada conmigo misma por arruinar el día, así que tomé una botella de tequila y subí a mi dormitorio y allí estuve hasta que me emborraché.
—Hasta que estuviste hasta la mierda de borracha —aclaré. —Britt —dejó caer su mirada en mí—, ambas sabemos que me tomaría más de una botella para poder estar hasta la mierda de borracha.
¿Y qué importaba si ella soportará beber mucho? No en ese día. No con el estómago vacío. No después de haber dejado a su novia en medio de la calle cubierta de nieve.
—Estaba algo mareada, claro, pero cuando me metí en la cama esa noche, yo estaba sola. Y al menos tenía puestas mis bragas y sujetador.
— ¿Así que Adriana se metió en tu dormitorio, se desnudó, y se metió a tu cama y a tu ducha?
—Quizás. — ¿Acaso tengo “tonta” tatuado en mi rostro? —pregunté, mirándola.
—Nunca he pensado que seas tonta, Britt, así que no vayas por allí ahora —dijo, casi gritando—. Te estoy diciendo lo que sé que pasó, estoy admitiendo que no lo sé, pero te juro sobre la tumba de tu hermano que no me acosté con Adriana Vix esa noche.
Retrocedí con las palabras, cabreándome de golpe. —No metas a mi hermano en esto —advertí, señalándolo—. ¡No jures sobre su tumba, bastarda mentirosa!
—De acuerdo —dijo Santana, exhalando por la nariz—. No juraré sobre la tumba de nadie. Sólo te daré mi palabra. No lo hice, Britt. Te amo. Sólo te amo a ti. —El dolor relampagueó a través de tus ojos—. Necesito que me creas.
Reí. —Esto esta tan mal. Dejando caer un trozo de chocolate a su costado, exhaló. Estaba cansada y agotada, tal vez incluso más que yo.
—Entonces, necesito que confíes en mí, Britt. —Levantando la mirada, se encontró con mis ojos y no necesité leer entre líneas para saber lo que intentaba decir.
Confianza. Lo que no le di meses atrás. Me pedía que confiara en ella, sabiendo que yo no podía negárselo. Sé lo que vi, así que no podía creerle. Pero lo conocía, y por eso —sin importar cuán absurdo era creerle esto— intenté que mi mente confiara en ella.
—De acuerdo —suspiré, descubriendo que la confianza era tan dolorosa como el amor.
La respiración que había estado conteniendo escapó de su boca, las líneas se alisaron en su rostro. Su cuerpo se relajó. —Entonces, ¿estamos bien? —Preguntó en voz baja, como si tuviera miedo de la respuesta—. ¿Seremos capaces de superar el pasado?
Mis manos temblaban por el significado de esto. El fin. —Confío en ti, Santana —comencé, concentrándome en mis manos temblando porque si veía su rostro me rompería de nuevo—, pero no puedo seguir con esto ahora. Necesito tiempo.
Tuve que hacer una pausa para recobrar la compostura antes de continuar. —No puedo seguir con esto, nunca sé lo que pasará a la vuelta de la esquina. Necesito tiempo para mí misma. Para saber lo que quiero y como encajamos en esto. Necesito concentrarme en la escuela y el baile y lo que quiero en mi futuro. Necesito… tiempo.
Se quedó en silencio, sin moverse, todo el tiempo, dejándome decir todo lo que necesitaba.
—Britt —dijo después de un minuto de silencio—, ¿Estás diciendo lo que yo creo que estás diciendo?
Su voz casi me hizo echarme a llorar de nuevo. —Sí —dije, jugueteando con mis manos—. Creo que sí.
Contuvo la respiración, su cabeza cayendo hacia atrás contra el colchón.
—Sólo necesito un poco de tiempo en este momento, Santana —agregué rápidamente, con ganas de darle una pizca de esperanza que yo sabía que no debería darle—. Necesito un descanso del tornado que eres y todo lo que somos.
— ¿Cuánto tiempo? —Su voz fue un susurro, su mirada se centró en mis manos temblando en mi regazo.
—No lo sé —respondí—. Un mes. Quizás más. — ¿Un mes? —jadeó, golpeando el suelo nuevamente. —No lo sé, Santana. Maldición, no sé nada justo ahora —dije, sintiendo el control a punto de perderlo otra vez—. Lo siento.
Y era cierto. A pesar de todo lo que sucedió o no sucedió en el dormitorio de Santana la noche del jueves y en la mañana del viernes, yo no quería lastimarla. No quería ser responsable del dolor en su voz o la agonía en su rostro.
Me estudió, observándome silenciosamente. Por lo que se sintió una eternidad. Sus ojos no se perdieron ningún detalle.
Arrastrándose por el suelo hacia mí, sus manos entrelazadas sobre las mías en mi regazo, donde aún temblaba.
—De acuerdo —dijo, su voz tensa—. Tómate tu tiempo. Tómate el tiempo que necesites. —Inhalando fuertemente, dejó salir su respiración lentamente—. Estaré allí cuando estés lista. Sin importar cuanto tiempo te tome. Siempre estaré allí, Britt. Soy tuya —respiró, apretando mis manos—, para siempre.
Se puso de pie, bajando la mirada hacia donde me encontraba sentada, me miró fijamente. Como si la idea de darse la vuelta y salir por esa puerta fuera agobiante. Agachándose, besó la corinilla de mi cabeza.
—Te amo, Britt —dijo, volviéndose y dirigiéndose a la puerta—, y lamento que el estar en tu vida la haga tan difícil. Y lamento ser un pedazo de mierda en tu camino. —Abriendo la puerta, se detuvo antes de cerrarla tras de ella—. Haría cualquier cosa para hacerte feliz.
Tan pronto como la puerta se cerró, mis ojos revolotearon hacia ella, deseando poder retroceder todo. Pero sabía que no podía. No podía seguir haciéndome esto a mí misma. No eran saludables todos estos tipos de sentimientos embargándome.
Me quedé allí sentada en la misma posición, diciéndome que cometí un gran error, sólo para recordarme que hice lo correcto, dos segundo más tarde. No estaba segura de cuánto tiempo pasé jugando al abogado del diablo cuando sonaron unos golpecitos en la puerta.
—Adelante. —Me dolía la garganta y mi voz era ronca. Rachel asomó su cabeza y frunció el ceño al verme en el suelo. —¿Esta bastarda sólo rompió tu corazón? —preguntó, entrando y arrodillándose a mi lado.
Sacudí la cabeza. —No —dije—, pero creo que yo rompí el suyo. —Ustedes dos —dijo, ladeando la cabeza—. ¿Cuándo van a superarlo todo y seguir adelante, eh?
Mis manos habían dejado de temblar, pero estaban entumecidas. Muertas.
—Quizás nunca —respondí—. Quizás nunca debimos estar juntas en primer lugar. —Decir esas palabras dolieron más que llorar.
—BRITTANY, el Señor sabe que te amo y eres como mi hermana, pero puedes ser una idiota algunas veces.
Levanté la cabeza. Lo que necesitaba era la compasión de Rachel y un hombro para llorar hasta que mis ojos se secaran. No una voz que me decía que acababa de cometer el peor error de mi vida.
— ¿Cuándo dejaras de buscar todas las razones por las cuales no deberían estar juntas y comenzar a centrarte en las razones por las cuales luchar? —preguntó, el anillo en su ceja subió y bajo.
—Rachel —dije—, a pesar de todos los pros y contras, se acostó con mi archienemiga. Las razones que teníamos para estar juntas desaparecieron junto con sus bragas.
— ¿Santana admitió que lo hizo? —Preguntó, sentándose a mi lado—. ¿Qué se acostó con tu archienemiga?
—Claro que no admitió eso —espeté, mirando la barra de chocolate a medio comer en el suelo—. Me dijo que no lo hizo.
—Entonces, la culpa es tuya —dijo Rachel, sus ojos entrecerrándose al mismo tiempo que me abrazaba—. Si dices que vas a confiar en una novia, entonces debes confiar en tu novia. No le revoques ese privilegio cuando más lo necesita.
—Oh, vamos, Rachel —dije, cansada de discutir—. No tú también. —Te digo mi opinión —dijo, llevando una mano hasta su pecho—. Eres libre de cometer errores como el resto de nosotros. Pero creo que por éste te arrepentirás el resto de tu vida.
—Gracias por subirme el ánimo —dije, levantando mi pulgar hacia arriba—, amiga —añadí, para enterrar la daga un poco más profundo.
Ella no se dejó impresionar. —Hablando del Sra. Error Más Grande de Tu Vida —dijo, sonriéndome dulcemente—. ¿Dónde está la folladora-de-archienemigas?
Me encogí de hombros. —De regreso en la escuela —supuse. — ¿Cómo? —preguntó, mirándome como si estuviera bromeando. —Esa carcacha que consume un galón por cada dos millas y todas esas jodidas abolladuras. —Y ella tenía el descaro de llamarme tonta.
—Esa carcacha fue remolcada hace tres noches después de que se presentó aquí —dijo, poniéndose de pie y caminando hacia la ventana—. Uno de los chicos que merodeaba por allí el fin de semana dijo que ella condujo su camioneta justo en la puerta principal y la dejó allí mientras te buscaba en cada piso y dormitorio. Supongo que Juilliard decidió que una camioneta bloqueando la entrada de unos de sus dormitorios era una violación a las reglas de tránsito.
—Entonces, ¿cómo volverá a casa? —A menos que haya una línea de autobuses que vaya desde Nueva York hasta Syracuse los domingo por la noche, creo que se irá caminando —contestó Rachel, mirando por la ventana.
—Tienes que estar bromeando —murmuré, sabiendo que tenía razón. Santana estaba lo suficientemente loca para intentarlo. O acabaría atropellada, el pensamiento de alguna persona lastimándola hizo que mi estómago saltara hasta mi garganta.
—Rachel —dije, esperanzada—, ¿podrías ir a buscarla y darle un aventón a casa? ¿Por favor? —Casi rogué.
—No puedo hacerlo —dijo, dejándose caer en su silla y encendiendo su portátil—. Tengo más trabajo esta noche que un latino con encanto.
—Rachel —me quejé, dándole una carita triste que sólo hizo que ella rodara los ojos.
—Lo siento, no puedo hacerlo —dijo, sacando algo del bolsillo trasero de sus vaqueros—. Pero puedes usar mi querido auto. Te llevará a dónde quieres rápido y a salvo. —Lanzándome las llaves, me despidió—. Date prisa. Ella no puede estar muy lejos todavía.
Levantando la mirada hacia mí, sonrió. —Apresúrate, no vayas a ser que pida aventón.
Mirándola, agarré mi bolso y me dirigí hacia la puerta. —Ten un lindo viaje —gritó detrás de mí, ronroneando como una descarada.
Mientras hice mi camino de regreso por el pasillo, bajé por la escalera, y salí a la puerta principal, me debatí si irme en el auto de Rachel o en el mío. Tan pronto como salí a la fría noche de noviembre, decidí. La elección eran los asientos de piel y calefacción.
Caminando entre autos lujosos, miré a mí alrededor, en realidad no esperaba ver a Santana, pero tenía un poco de esperanza. Apreté los botones del llavero hasta que finalmente me las arreglé para quitar el seguro al tercer intento. Deslizándome en el asiento, lo ajuste a mi estatura, arranqué el auto y configuré la calefacción a la temperatura más alta. El calor entró en mi cuerpo casi de inmediato.
Saliendo del estacionamiento, decidí conducir la ruta que yo manejaba cada fin de semana cuando iba a ver a Santana. No sabía que camino tomó ella —ni siquiera sabía si se fue caminando— pero era un buen comienzo.
Recorrí unos cuantos kilómetros por debajo del límite de velocidad, buscándolade acera a acera, segura de que lo vería aparecer en la siguiente cuadra. La siguiente cuadra resultó ser tres kilómetros de carretera. Rachel tenía razón. Ella planeaba caminar desde Nueva York a Syracuse a pie.
No necesité más confirmación para saber que la mujer estaba loca.
Su caminar era con propósito, con los hombros caídos y sus manos dentro de los bolsillos, probablemente para mantener el calor. Pude ver la niebla de su respiración desde media calle atrás. Estacionándome a su lado, bajé la ventanilla.
— ¿Necesitas un aventón, vaquera? Su boca se curvó mientras seguía en la acera. —Las chicas no deberían ofrecer aventones a las mujeres locas que vagan por la calle a altas horas de la noche.
Me recordé que estaba cabreada con ella y que le pedí un tiempo. Después de que la envié a su casa. —Me gustan las mujeres locas.
Deteniéndose, se dio la vuelta y caminó hacia el auto. —Entonces, me encantaría un aventón —dijo, deslizándose en el asiento del pasajero y sonriéndome. Era una sonrisa triste, porque no llegó hasta sus ojos.
— ¿Tienes frío? —pregunté, aumentando la calefacción. Se encogió de hombros. —He tenido más frío. Noté que ocultaba algo entre líneas, como un mensaje subliminal, pero no estuve segura de qué.
—De acuerdo, entonces —dije, arrancando el auto—. ¿Syracuse o alguna otra parte?
Colocando sus manos en frente de la calefacción, apartó la mirada de mí y miró por la ventana. —Tomaré “o alguna otra parte”.
Le miré. El calor distribuía el tenue aroma de Santana. Cada respiración que yo inhalaba olía a Santana. Cada respiración dolía. —Claro, como desees.
—Ambos sabemos dónde quiero estar, pero dado a que no puedo tener eso, entonces, Syracuse está bien.
Bajé la mirada al reloj brillando en la oscuridad. Sólo habíamos recorrido cinco minutos de un viaje de cinco horas. Si seguíamos lanzándonos este tipo de golpes bajos ni siquiera llegaríamos juntas a la interestatal.
— ¿A qué viene todo esto? —pregunté—. Necesito un respiro. Tú concordaste dármelo. Pero no dejaré que camines cientos de kilómetros en el frío y en noche. ¿Podemos fingir que estamos bien?
—Sí, Britt —dijo, echando su cabeza contra el respaldo del asiento—. Puedo fingir lo que sea que tú quieras que finja.
Para cuando llegamos a la interestatal, Santana y yo no habíamos dicho una palabra a la otra. Nunca habíamos dominado el arte de la charla y dado que teníamos tantas cosas sobre nosotras, concordamos mantenernos en silencio. A pesar de que esto no se sintió tranquilo.
En la primera parada, Santana insistió en conducir el resto del camino, y esas fueron las primeras y últimas palabras que me dirigió el resto del viaje.
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Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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