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Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Como siempre yo amo este fanfic jajaja creo q britt deberia de seguir su sueño tambien al igual que santana lo iso y que el dinero no cambie a san.....nos leemos luego bay ;)
minerva ortiz*** - Mensajes : 126
Fecha de inscripción : 30/03/2014
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
san nunca ha tenido nada es logico que en algun momento se sienta deslumbrada, solo espero que su amor por britt sea mas grande que eso, en cuanto a britt su negativa de casarse no tiene fundamento, es desesperante!!!!! hasta pronto.
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,...
no me gusta britt en la forma que se pone, por que no es clara de una vez por todas con san y le dice que todavía no se quiere casar y ya,...!!!
despedida mutua, espero que a britt ahora pueda pensar y penar bien las cosas ya que no va a tener a san serca,..!!
yo me hubiese tomado el primer avión a las vegas y me caso con san,... que me case elvis!!! jajajaja
nos vemos!!!!
no me gusta britt en la forma que se pone, por que no es clara de una vez por todas con san y le dice que todavía no se quiere casar y ya,...!!!
despedida mutua, espero que a britt ahora pueda pensar y penar bien las cosas ya que no va a tener a san serca,..!!
yo me hubiese tomado el primer avión a las vegas y me caso con san,... que me case elvis!!! jajajaja
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
minerva ortiz escribió:Como siempre yo amo este fanfic jajaja creo q britt deberia de seguir su sueño tambien al igual que santana lo iso y que el dinero no cambie a san.....nos leemos luego bay ;)
Hola hola!
El amor lo puede todo no ?
Saludos gracias por comentar!
micky morales escribió:san nunca ha tenido nada es logico que en algun momento se sienta deslumbrada, solo espero que su amor por britt sea mas grande que eso, en cuanto a britt su negativa de casarse no tiene fundamento, es desesperante!!!!! hasta pronto.
Hola Hola!
Exactamente esperemos que el amor lo pueda todo (:
y ya veras va ver muchas cosas !
Saludos y gracias por comentar
3:) escribió:holap,...
no me gusta britt en la forma que se pone, por que no es clara de una vez por todas con san y le dice que todavía no se quiere casar y ya,...!!!
despedida mutua, espero que a britt ahora pueda pensar y penar bien las cosas ya que no va a tener a san serca,..!!
yo me hubiese tomado el primer avión a las vegas y me caso con san,... que me case elvis!!! jajajaja
nos vemos!!!!
Hola Hola!
Britt simplemente tiene miedo pero si deberia decirle a san es cruel!
y jajajajajaj hasta yo haria lo mismo jaja
Saludos y gracias por comentar!
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 5
Decido ir al Ginecólogo 5 días después de que Santana se fue a San Diego ella me saco la cita personalmente ya que sabe que este tema no me gusta.
-Señora Brittany Pierce? – escucho decir a una guapa mujer con el cabello pelirojo .
-Si aquí – camino hasta allá con cierta torpeza.
-Mucho gusto Emma Pillsbury, la Sra. López me ha llamado para sacar la cita pero no me dijo exactamente para qué, pero creo que se exactamente para que es – me sonríe con sus dientes blancos y estoy malditamente nerviosa.
Simplemente asiento.
-Pasa y ponte esta bata ya vengo, iré a traer las cosas.
Paso atrás de unas cortinas y me pongo una bata me siento como si anduviera desnuda.
-Ya estas lista querida – me pregunta la doctora Pillsbury.
-Claro ya salgo – me siento arrepentida.
-Bueno siéntate en esa silla y abre las piernas y empezaremos - me sonríe y siento que esto fue una realmente mala idea, odio esto.
Me siento y abro las piernas y siento algo espantoso en mis piernas a los 20 minutos me dice – Lista querida, todo salió bien espero que tú y la señora López se cuiden mucho, en especial tu- la miro extraño, no entiendo solo es un examen de rutina seguro es normal que me diga eso al final, solo asiento y me pongo de pie.
-Bueno ya puedes cambiarte nos veremos en unos meses – me sonríe.
-Claro – jamás volveré aquí, malditos exámenes rutinarios.
******
Dos semanas —catorce días— no habían transcurrido lentamente sin más. Cada segundo que pasaba fue como vivir un año en el infierno Santana me había llamado todas las noches, y parecía tan hecha polvo como esperarías que lo estuviera una novata en la liga nacional tras una sesión doble de entrenamiento a casi treinta grados.
Yo vivía por y para esas llamadas, pero de algún modo también las temía, porque sabía que al cabo de poco tiempo colgaríamos y el reloj se pondría a cero hasta que volviéramos a hablar.
Otras veintitrés horas y media en el reloj, por favor trataba de mantenerme ocupada, absorta en las últimas semanas de clase, bailando hasta entrada la noche para un público inexistente, solo un auditorio vacío. Había hecho mi último examen final el día anterior y estaba segura de que mi tercer año en la universidad había sido el mejor hasta la fecha.
Había pasado la mañana recogiendo impresos de solicitud con la esperanza de conseguir un trabajo que encajara con mi curso de verano. Sin embargo, muchas facultades ya habían comenzado las vacaciones, y parecía que la mayoría de los trabajos, o al menos aquellos en los que no pagaban una miseria, ya estaban cogidos.
Tendría suerte si encontraba un curro de media jornada atendiendo mesas por la noche. Lo aceptaría. No era remilgada, especialmente en ese momento. Aceptaría cualquier trabajo que encontrase, y más con Santana fuera todo el verano.
Necesitaba algo —en realidad, muchas cosas— para evitar echarle de menos. Y si eso significaba servir café y patatas fritas hasta hartarme, sencillamente lo haría. Tras reunir una veintena de solicitudes, me había parado en varios mercados especializados en busca de los ingredientes perfectos para lacena de esa noche, porque ese día era el número catorce. La esperadísima llegada de Santana. Y ahí entraba el coro de aleluyas, porque me había pasado todo el día diciendo tonterías y alzando las manos al cielo. El vuelo de Santana llegaba tarde, así que no sería exactamente una «cena», pero nunca había visto a Santana López rechazar una buena comida independientemente de la hora del día o de la noche.
Desde que había empezado la universidad había aprendido a cocinar. Bueno, más o menos. No por curiosidad, sino por necesidad. La comida de la cafetería era el último recurso, sobre todo después de haber comido las obras maestras culinarias de mi padre durante años. De hecho, estaba casi segura de que el ingrediente principal de la pasta de la cafetería era el cartón. La otra opción era cenar fuera todas las noches, lo cual, con un apetito como el de Santana y el ínfimo presupuesto de una estudiante universitaria, resultaba imposible. Así que aprendí a cocinar. Nada muy elaborado, pero comida casera buena y nutritiva.
El menú de esa noche consistiría en pollo asado, puré de patatas con ajo y judías verdes, uno de los platos favoritos de Santana. Al igual que los fines de semana a lo largo del curso y los dos últimos veranos, me había trasladado al apartamento de Santana en White Plains.
Ese año, sin embargo, tenía pensado vivir allí el último curso de universidad y utilizar el transporte público para desplazarme a la ciudad. Estaba harta de vivir en residencias. Harta.
El apartamento se hallaba en un estado ruinoso, pero, Dios, me encantaba. Era nuestro. El lugar donde podíamos estar juntas. Donde habíamos creado más recuerdos que la mayoría de las parejas en toda una vida. Era mi hogar, y me alegraba de pasar otro verano allí. Habría sido más feliz si Santana también hubiera estado, pero a partir de esa noche le tendría durante casi veinticuatro horas, porque excepcionalmente tenía un día libre y no regresaría hasta el lunes por la mañana.
Así que, en cuanto entrara por la puerta, no iba a obsesionarme con el hecho de que se marcharía en menos de veinticuatro horas. Pensaba vivir cada segundo como si se trata sede un año.
Pensaba doblegar el tiempo, vengarme por lo que me había hecho durante las dos semanas anteriores. Miré la hora en el nuevo iPhone que Santana me había enviado la semana anterior, el primero delo que dijo serían muchos regalos bonitos. Trate de advertirle de que no empezara a tratarme como a alguna amante cara a la que había mandado al otro lado del país, le había dado las gracias efusivamente y le había tirado varias docenas de besos por mi nuevo y bonito teléfono.
— ¡Mierda! —chillé cuando me rocé la mano accidentalmente con la cazuela de las judía verdes, que llevaban más de una hora cociéndose a sesenta grados estaba a punto de poner la quemadura de bajo del grifo cuando la hora se registró en mi cerebro.
— ¡Mierda, mierda, mierda! Santana iba a llegar en cualquier momento, y yo no estaba lista. Esa noche quería que todo estuviese perfecto. Normalmente le habría recogido en el aeropuerto, pero entonces no habría podido sorprenderle con lo que había estado preparando durante los últimos dos días. Parecía dolido cuando le dije que tendría que coger un taxi porque tenía planes. Pero cuando repetí que «tenía planes» justo con la entonación correcta, pude intuir su clásica sonrisa a través del teléfono.
Me cubrí las manos con unas manoplas de cocina y llevé las judías a la mesa a toda prisa.
No era más que una mesa de plástico de metro ochenta rodeada de sillas disparejas, pero cuando la cubrías con un bonito mantel, subía una categoría, de modo que parecíamos menos estudiantes pobres y más recién licenciados con sus primeros trabajos remunerados.
Deposité la cazuela en la mesa y oí pasos en la escalera. Pasos atronadores. Las paredes eran así de finas y los pasos de Santana eran así de ruidosos. Me aflojé el nudo de la bata, me la quité y la arrojé al sofá. Tras comprobar que las velas estuvieran encendidas, la mesa puesta y la música de fondo al volumen preciso, me dejé caer en la silla. La silla estaba helada, y el frío se extendió desde mi columna hasta mi trasero. Una silla plegable de metal probablemente no era la mejor opción para una chica desnuda. Bueno, desnuda salvo por los zapatos de ante turquesa que había escogido a juego con la corbata que llevaba atada con holgura en torno al cuello. Una corbata en la que se leía SANDIEGO sobre un rayo amarillo varias docenas de veces.
Me recosté en la silla y puse los pies encima de la mesa cruzando los tobillos al tiempo que daba vueltas a la corbata entre mis dedos. Era un momento muy a lo Pretty Woman. De hecho, esa película, repuesta cada noche en televisión, había sido mi inspiración. Los pasos resultaban cada vez más sonoros, a tan solo unas zancadas de nuestra puerta. Cogí aire y traté de tranquilizarme, pues estaba alcanzando la cima de una anticipación de proporciones épicas. Aparte de la temporada que lo dejamos en el instituto, nunca habíamos pasado tanto tiempo sin vernos.
Debería haberse considerado una forma de tortura permanecer separada de una chica como Santana López durante dos semanas. Que te clavaran brotes de bambú por debajo delas uñas era un juego de niños comparado con lo que yo había pasado. Me retoqué el pelo, y miré la puerta sin pestañear, esperando que los pasos se detuvieran delante de ella… y luego, cuando continuaron por el pasillo, esperando a que dieran media vuelta y regresaran. Esperé un minuto, mucho después de que los pasos hubieran desaparecido en un apartamento. Vale, falsa alarma.
Pero llegaría pronto. Quizá se había entretenido en el aeropuerto, o quizá esa noche había mucho tráfico. O quizá…No, no iba a permitirme seguir en esa dirección. Santana iba a aparecer. Estaría ahí. Nada podría mantener a Santana apartada de lo que deseaba, y menos la liga nacional. Fue entonces cuando sonó el teléfono y me sobresalté. Todavía no me había acostumbrado al tono de mi nuevo móvil.
Lo cogí con torpeza y sonreí al ver la foto de Santana. — ¿Dónde estás? —Le pregunté en cuanto lo tuve en las manos—. Tengo una sorpresa increíble esperándote. Permaneció en silencio un par de segundos, y entonces suspiró. Me dio un vuelco el corazón. —No vas a venir, ¿verdad? —Traté de evitar sonar tan decepcionada como me sentía.
Otro suspiro. —Lo siento mucho, Britt el entrenador ha decidido sacarse de la manga una sesión de entrenamiento extra obligatorio para las novatas esta tarde a última hora, y además ha convocado otra para mañana temprano. —Le costaba hablar, como si hubiese estado corriendo, y se oía alboroto de fondo—. He intentado mandarte un mensaje entre un ejercicio y otro para que lo supieras, pero parece que no te ha llegado. No. Definitivamente no lo había hecho.
— ¿Dónde estás? —pregunté mientras descruzaba los tobillos y bajaba los pies al suelo. No tenía sentido mantener esa postura si ella no iba a aparecer para disfrutar de la vista.
—En el vestuario. Te he llamado en cuanto he acabado el entrenamiento de hoy —me explicó tratando de alzar la voz por encima de cincuenta de sus compañeras de equipo—. ¿Me oyes bien?
—Sí, te oigo —contesté, pero ella no esperó a mi respuesta.
— ¡Eh, chicas! —Gritó, y sus palabras sonaron amortiguadas por lo que supuse que era su mano sobre el micrófono del teléfono—. ¿Os importaría bajar un poco el volumen? ¡Tengo a mi chica al teléfono! Para una novata como ella, vocear a sus compañeras de equipo quizá no fuera la mejor forma de forjar amistades, pero tras un coro inicial de «ohs» y sonoros besos al aire que reverberaron en el vestuario, los ruidos de fondo se atenuaron. Increíble. Dos semanas en el equipo y ya había con seguido ganarse el respeto de sus compañeras. No era que necesitase confirmación, pero Santana sin duda había encontrado su vocación.
—Britt, ¿así está mejor?
—Sí —respondí, frunciendo el entrecejo hacia la mesa y toda la comida que había tardado medio día en preparar—, muy bien.
—Lo siento, preciosa. Lo siento muchísimo. No puedes imaginar cuánto necesito verte ahora mismo —añadió, y percibí el dolor en su voz. Era el mismo dolor por la separación queme invadía a mí en ese preciso momento—.Necesito mi dosis de Britt. Desesperadamente. Me mordí la parte interna de la mejilla; no pensaba llorar por eso.
—Yo también necesito mi dosis de Santana desesperadamente —dije—. Bueno, ¿y cuándo podremos vernos? —Si decía en dos semanas más, no estaba segura de cómo iba a conservarla cordura. — ¿Puedes volar el jueves que viene? —No esperó mi respuesta—. El viernes tengo poco trabajo y solo medio día el sábado. Podríamos pasar juntas cada minuto que no esté en el campo. Te lo prometo. ¿Vendrás? No sabía por qué me suplicaba. Yo necesitaba verle tanto como parecía que ella necesitaba verme a mí.
—Claro que iré. Reservaré mi vuelo esta noche.
—Ya está hecho —dijo—. Te mandaré un mensaje de correo con la información del vuelo más tarde. Claro que lo había hecho.
— ¿Tan segura estabas de que diría que sí? Percibí como esbozaba una sonrisa de suficiencia al otro lado del teléfono.
—Estaba segura de que podría convencerte, fuera cual fuese tu respuesta. Pese a que Santana no podía verla, le devolví la sonrisa.
—Ya no estás en el campo, López. No te olvides de dejarte el ego allí. Soltó una de sus carcajadas graves y resonantes.
—Tú mejor que nadie deberías saber que este ego viene conmigo a donde quiera que vaya, Britt.
—Por soñar… —fue mi respuesta Aquello provocó otra carcajada.
—Entonces… —bajó la voz—, ¿qué llevas puesto? Si ella supiera…, saldría corriendo al aeropuerto y cogería el primer vuelo. Bajé la vista a mi cuerpo. No era mucho.
—Algo.
— ¿Algo? —repitió, como ofendida—. ¿Cómo se supone que va a sobrevivir una mujer otra larga semana lejos de su chica con «algo»?
—Usa tu imaginación —le sugerí, dando vueltas a la corbata mientras trazaba un plan.
—Me he quedado sin imaginación —replicó con un gruñido—. Necesito detalles. Detalles detallados. —Bajó la voz de nuevo, como si temiera que una de sus compañeras de equipo pudiera escucharle—. Para empezar, ¿qué tal el color, el material y el modelo de las bragas que llevas? El calor comenzó a ascender por mi cuerpo. Me gustaba esa sensación.
—Sería difícil de detallar —dije, bajando la voz—, porque no llevo.
— ¡¿Qué?! —La voz de Santana estalló al otro lado del teléfono. Me lo aparté del oído por si gritaba otra vez. Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz susurrante y controlada—. ¿Hablas enserio, Britt?
— ¿No te gustaría estar aquí para averiguarlo?—la provoqué, a lo cual siguió otro gemido inmediatamente.
—Creí que no podía sentirme peor por no haber conseguido ir esta noche, pero debería haberlo sabido —respondió—. ¿Qué más llevas o no llevas puesto? —fue la siguiente pregunta. Sonreí. Resultaba agradable saber que podía volverle loca desde la otra punta del país después de que hubiera sufrido unas buenas diez horas de entrenamiento. Eché un vistazo a mi cuerpo de nuevo. ¿Zapatos? ¿Una corbata? Y entonces me di cuenta de que una imagen valía más que mil palabras.
—Es difícil de explicar —comencé—. ¿Por qué no me saco una foto y te la mando?
—Me gusta la idea. —Sonó como si esbozara una sonrisa traviesa. Igual que yo.
—Vale, voy a colgar y luego te envío la foto. ¿Te parece bien?
—Me parece… genial —contestó. En cuanto puse fin a la llamada, volví a subir los zapatos de tacón a la mesa. Me coloqué la corbata en el centro del pecho, me pasé el brazo detrás de la cabeza y me agarré al respaldo de la silla. Probé varios gestos en la pantalla de la cámara, y me decidí por el que imaginé que más le gustaría a Santana: una leve sonrisa coronada por una mirada expectante. Saqué la foto y la miré para comprobar que se haría una idea de lo que llevaba o no llevaba puesto. Una idea clara. Sí, era sexy. Escribí un rápido mensaje en el que se leía: ME GUSTARÍA QUE ESTUVIESES AQUÍ, y pulsé enviar antes de que pudiera arrepentirme. El mensaje apareció como enviado, y apenas había tenido tiempo de morderme el labio inferior cuando me sonó el teléfono.
La imagen de Santana surgió de nuevo en la pantalla. Eso sí que era rapidez. Dejé que sonara un par de veces más antes de contestar. —Bueno —dije—, ¿qué te parece la corbata? Santana volvía a respirar aceleradamente.
— ¿Qué corbata? Me reí; parecía hablar en serio. —Ah, ¿te refieres a la corbata enterrada entre esos preciosos pechos? —Su voz no era más que un susurro—. Si no estuviera tan furiosamente celosa de ella, quizá me gustaría y todo .La acaricié de nuevo con los dedos.
—Bueno, la compré para ti, así que me aseguraré de llevarla la semana que viene.
—Y lo primero que voy a hacer es atarte con ella y follarte hasta que las dos no podamos más. Sí, sentí esas palabras hasta lo más hondo.
—Santana —le advertí—, puede que no sea el mejor momento para hablar de sexo y bondage cuando estás rodeada de compañeras de equipo. Van a pensar que llevamos alguna clase de rollo pervertido.
— ¿Y se equivocarían? —Había cierto grado de provocación en su voz, pero solo un poco.
—Sí —aseguré—, lo harían. No nos van las fustas, ni las cadenas o lo que sea que haya por ahí. Yo soy una purista del sexo.
— ¿Acabas de utilizar las palabras «sexo» y «purista» en la misma frase? —replicó visiblemente ofendido.
—La respuesta es afirmativa. —Di un sorbo de agua para refrescarme.
—Por favor, Britt, por mi orgullo y ego como mujer, por favor, no vuelvas a usar las palabras «purista del sexo» para describir lo nuestro. Quiero decir, ¿qué más? ¿Vas a compararnos con un helado de vainilla?
—No —contesté; me pareció
divertido que se sintiera tan insultada en lo que se refería a lo que Santana y yo hacíamos entre las sábanas, o a horcajadas en el respaldo del asiento reclinado, o contra un la pared, o sobre el capó de su camioneta, etcétera, etcétera, etcétera, no había ni un espacio para la queja. Pero tenía la necesidad de divertirme un poco con ella.
—Yo diría que nuestra vida sexual está más en la línea de la vainilla francesa, si tuviera que asignarle un sabor.
—Ya vale —repuso con determinación—. Te voy a presentar al primo malo de la vainilla francesa, el chocolate intenso. —El ruido de fondo empezó a atenuarse de repente al tiempo que oía el eco de sus pies al correr por un pasillo.
—López, ¿qué disparate estás tramando ahora?— ¿De verdad quería saberlo? Una de las muchas cosas que me encantaban de Santana era su capacidad para mantenerme en suspense. Ella era la espontaneidad personificada, y yo me había rendido ante ello en algún momento del camino.
—Vainilla francesa —repitió, ofendida, mientras continuaba corriendo—. Me siento insultada.
—Santana, vamos —dije, negando con la cabeza—. ¿Me has oído quejarme alguna vez? Porque ni se me ha pasado por la cabeza un solo suspiro de queja en lo que respecta a ti y a mí ya…
—Nuestro sexo de vainilla francesa —me interrumpió. Me tapé la boca para contener la risa.
— ¿Qué estás tramando? El suspenso me está matando.
—Ya te lo he dicho —respondió al tiempo que sus zapatos de fútbol se detenían—. Te voy a presentar al primo malo de la vainilla francesa.
—Se oyó un chirrido agudo atenuado por un quejido grave; era un sonido con el que estaba familiarizada. — ¿Qué estás haciendo en la camioneta? —le pregunté inclinándome hacia delante en misilla. La conversación había dado un giro de agobiante a intrigante en apenas dos minutos—No estarás pensando en cruzar el país en esa chatarra, ¿verdad? Porque quizá creas que a esa tartana todavía le quedan otros cien mil kilómetros, pero te dejará tirada antes de que cruces la frontera del estado de California. Resopló. Santana se ofendía en serio cuando alguien intentaba criticar al segundo amor de su vida: el trasto de su vieja camioneta, que estaba tan hecha polvo que resultaba imposible adivinar de qué marca y modelo había sido originalmente. Puede que Santana quisiese una nueva camioneta de lujo algún día, pero esa siempre ocuparía un lugar especial en su corazón.
—No, por mucho que me encantaría romper todas las normas de tráfico y límites de velocidad que existen en el país para presentarte a chocolate intenso en vivo, vas a tener que esperar hasta el jueves. Necesitaba otro trago de agua.
— ¿Sabes qué dicen? Que la clave de la felicidad consiste en tener algo por lo que contar los días —dije, y di otro largo trago por si acaso.
—Te enseñaré algo por lo que contar los días. —Santana dominaba el arte de la inflexión; y esas palabras no fueron una excepción. Que le dieran al vaso. Iba a tener que empaparme con agua si seguía hablando así.
—Más todavía por lo que contar.
—Voy a colgar, Britt, y te llamo enseguida —dijo—. ¿Vale?
—Hummm, ¿vale? La línea se cortó y, antes de que pudiera preguntarme qué estaba tramando, mi teléfono estaba sonando de nuevo. En lugar de la foto de Santana que normalmente aparecía en la pantalla siempre que me llamaba, el teléfono me mostraba en tiempo real, solicitando una llamada de Face Time. Acepté la petición de Face Time y me vi en la pantalla unos segundos más antes de desaparecer y que apareciera alguien a quien me gustaba mucho más mirar. Coloqué el teléfono de modo que solo tuviera una visión de mí de cuello para arriba.
Esbozó aquella perversa sonrisa inmediatamente. —Hey, Britt.
—Hey, San —repuse, alzando una ceja. Verle hizo que mi corazón se alegrara y me doliera al mismo tiempo. Quería ser capaz de alcanzarle a través de ese teléfono y tocarle y tener sus manos en mi cuerpo. Parecía que hubiera pasado una eternidad desde la última vez que habíamos estado juntas. El día que los fabricantes de móviles descubrieran una forma de programar el teletransporte o la opción de la realidad virtual en los denominados «teléfonos inteligentes» sería el día que yo los llamaría «inteligentes». —Bonita camiseta —le dije, admirándole. Su piel se había oscurecido al sol del sur de California, y el pelo, que normalmente llevaba por lo pechos, le había crecido un poco y era ligeramente más claro sus ojos marrones eran metálicos esa noche.
Un velo de sudor le cubría el rostro, tenía manchas de suciedad en el cuello.
—Bonita cara —replicó ella, y su sonrisa se hizo más pronunciada.
—Como sé cuánto te gusta —contesté— quería que tuvieras un primer plano.
—Cariño, esa cara es tan bonita que una mujer moriría feliz mirándola, pero no puedes hacerme esto cuando sé lo que tienes expuesto más abajo. —La piel del entrecejo se le arrugó cuando entornó los ojos. El gesto atormentado de Santana resultaba casi tan sexy como esa sonrisa suya.
— ¿Te refieres a esto? —dije, e incliné el teléfono de modo que recorriera mi cuerpo. Lentamente.
Vi como el gesto de Santana pasaba de atormentada a expectante, a excitada y terminaba en voraz. Guardó silencio, no se oía nada salvo su respiración entrecortada, que se intercambiaba con la mía.
—Maldita sea —jadeó cuando deshice el recorrido, y acabé en mi cara de nuevo. Le sonreí con timidez. No sé por qué lo hice: Santana me había visto desnuda más de lo que me había visto yo misma, pero había algo en el hecho de compartirlo por teléfono, cuando no había forma de que me tocara, que hacía la experiencia como diez veces más íntima.—Eres una capulla con suerte —cité su frase favorita.
—Como si no lo supiera. —Se humedeció los labios con la lengua—. ¿Tienes algo en lo que apoyar el teléfono? —me preguntó, moviendo el suyo para hacer lo mismo, supuse.
—Puede…
—Britt —dijo, exasperada.
—Vale —me rendí, y deslicé la botella de champán por la mesa. Apoyé el móvil en ella y ajusté su posición para que Santana pudiera verlo todo—. He improvisado con la botella de champán con la que se suponía que íbamos a celebrarlo esta noche como dispositivo manos libres. ¿Estás contenta?
—Siempre estoy contenta —respondió mientras se revolvía en el asiento de su camioneta—. Porque vas a necesitar tener las manos libres para lo que estamos a punto de hacer. Me atraganté con el agua. Otra pieza del puzle encajó en su sitio.
— ¿De qué demonios estás hablando, López? —Dije tras aclararme la garganta—. ¿Y por qué demonios te mueves tanto? —Su cara desapareció de la pantalla cuando se levantó. Deslizó las manos a los costados, tirando de la costura de las mallas de fútbol.
—Quitarme los pantalones —contestó como si tal cosa. Sin el menor asomo de vergüenza.
Su torso descendió justo antes de que captara la versión X de su vídeo.
— ¿Por qué? —le pregunté, y se me quebró la voz.
Entreabrió los labios, revelando una sonrisa que hizo que se me tensaran los muslos.
—Porque estoy a punto de desafiar a la vainilla francesa. Mierda. Estaba loca. Loca de remate.
—A mí me gusta la vainilla francesa —repuse, y me temblaba tanto la voz que habría pasado por una virgen la noche del baile de promoción.
—Si te gusta la vainilla francesa, Britt, te garantizo que esto te va a encantar. Mierda, mierda, mierda.
— ¿Me va a encantar el qué? —Me maldije a mí misma. ¿Por qué hacía preguntas cuya respuesta ya conocía?
—Tocarte para mí —replicó con la voz tan grave que resultaba oscura. Mierda otra vez hasta el infinito.
—No pienso hacerlo —repuse con firmeza. Las guarras practicaban sexo telefónico. Yo seguro que no. Haría cualquier cosa por Santana, con la excepción de eso quizá.
—Sí, vas a hacerlo —repuso, y su seguridad era justo lo contrario de lo que yo sentía—. Solo finge que es mi mano.
—No tendría que fingir si estuvieses aquí, como se suponía —solté alzando las cejas.
—Esta noche estás de muy mal humor, Britt —dijo—. Un orgasmo lo arreglará. —Me interrumpió antes de que pudiera replicar—.Sabes que lo hará. Vamos, cariño. ¿Por mí? Y entonces me dirigió la mirada, la mirada.
Aquella en la cual sus ojos se dulcificaban. En la batalla mujer contra mujer, esa mirada no debería estar permitida. Me hacía ceder cada puñetera vez. Esa también.
—Vale. —Suspiré—. Por ti. Su sonrisa estalló por un momento, justo antes de dar paso al deseo. — ¿Quién es una capulla con suerte? —Preguntó retóricamente señalándose con un dedo—. Eso es. Esta chica. Me reí, relajándome una vez que había aceptado el giro que estaba tomando la noche.
De hecho, no solo me estaba relajando, me estaba excitando de verdad. Necesitaba otro trago de agua, pero me había acabado el vaso antes de empezar a hablar de sexo por teléfono. Me mordí el labio y sentí que el rostro se me encendía. ¿Cómo comportarse en esa situación? No tenía ningún manual. Si me hubiese tomado una copa de champán, me habría sentido más desinhibida. A juzgar por la dilatación de las pupilas de Santana, supuse que no había tiempo para eso.
—Bueno… —comencé—, ¿cuándo empezamos? Habría sido la peor profesional del sexo telefónico de la historia, cosa de la que mis padres habrían estado orgullosos. Santana elevó una comisura de la boca.
—Yo ya lo he hecho, Britt. Maldita sea, saber que Santana se estaba tocando en ese momento me hizo perder el control de mi cuerpo de una forma familiar. No haría falta mucho «tocar» para el resto.
—Supongo que debería haberlo sabido por esa sonrisa de tonta —dije, y deslicé mi mano hacia su sitio.
—Esa es mi chica —dijo con voz ronca. Al principio cerré los ojos, cuando mi cuerpo empezó a acelerarse a causa del contacto.
— ¿Qué demonios estamos haciendo? —pregunté, y mi propia voz resultó áspera.
—Lo mejor que podemos con lo que tenemos esta noche, britt —fue su respuesta inmediata.
—Y desafiar a la vainilla francesa—añadí, acariciándome el estómago con la otra mano antes de tirar de la corbata de forma sugerente.
—Mierda. —Santana exhaló; los músculos de sus hombros cogían velocidad. Dejé caer la cabeza hacia atrás, y empecé a acariciarme el pecho, pellizcándome el pezón.
—Maldita sea. —Los ojos de Santana no podían abrirse más—. Estamos poniendo la vainilla francesa en su sitio, cariño .Si no hubiese sido por su seguridad, combinada con el modo en que yo misma había puesto ese tren en marcha, habría estado intentando auto convencerme de parar todo aquello. Pero ya había ido demasiado lejos como para poner el freno.
— ¿Qué estás imaginando ahora mismo? —le pregunté mirándole a los ojos, fingiendo que eran sus manos las que me tocaban.
— ¿Con la vista que tengo ahora mismo? —Dijo, y me guiñó un ojo—. ¿Quién necesita imaginación? Esto de aquí, una mujer preciosa tocándose como tú lo estás haciendo, es el sueño americano, Britt. Sus palabras volvieron a hacer vibrar mi cuerpo de placer.
—Solo pongamos que hubieras venido esta noche… —comencé—. Y acabaras de entrar en el apartamento. ¿Qué habrías hecho?
— ¿Quieres que te diga cosas sucias, Britt? —preguntó con una sonrisa de suficiencia—.Porque lo único que tienes que hacer es pronunciar una palabra y me alegraré de decirte cosas muy, muy sucias.
—Una palabra —bromeé. —Si no estuviese a punto de correrme, te echaría un sermón acerca de tu falta de progresos como cómica.
—Espérame —dije, y me clavé los dientes en el labio inferior. Eso siempre la volvía loca.
—Siempre, Britt. Siempre.
—Vale, entonces acabo de entrar por la puerta—empezó bajando los hombros—. Y ahí estás tú, desnuda salvo por esa chula corbata en torno a tu cuello, tocándote y rogándome con la mirada que te folle. Uno de los numerosos dones de su ADN seductor era su voz. Era lo bastante hermosa para hacer vibrar a una mujer hasta sus entrañas, y aun así lo bastante clara para atravesarla con ella. Sin embargo, siempre que compartíamos un momento de intimidad, esa voz se volvía todo lo profunda que podía, y vibraba en todos los lugares correctos.
—Cruzaría esa habitación en apenas dos segundos, y te tomaría contra la pared más cercana dos segundos después —continuó, y se le marcaron los músculos del cuello. Se estaba conteniendo. No tendría que hacerlo mucho más tiempo.
—Te quitaría esa corbata del cuello, te sujetaría las manos a la espalda y te las ataría con tanta fuerza que podría hacer contigo lo que quisiera como quisiera.
—Oh, Dios. —Suspiré mientras levantaba la pierna para apoyarla en la mesa y tener mejor acceso.
—Entonces, en el tiempo que tardarías en rodearme con las piernas, te habría penetrado con dos de mis dedos y habría puesto mi boca sobre la tuya. Y entonces, cariño —prosiguió echando ella también la cabeza hacia atrás—, no te lo daría hasta que tú me lo pidieses.
A ese ritmo, con ese tipo de palabras, no iba a aguantar mucho más. —Entonces, con las muñecas a la espalda, y las piernas alrededor de ti, resbalaría por tu cintura, tentándote hasta que te hiciese buscarlo.
— ¿Esas palabras acababan de salir de mi boca? En ese punto al borde del éxtasis, no podía estar segura.
—Y tú estarías tan lista para mí que penetraría tan profundamente en tu interior que podrí acorrerme inmediatamente —continuó, gimiendo hasta el final—. Pero entonces tú empezarías a moverte, meneando las caderas con ese movimiento que sabes que me vuelve loca, y entonces…
—No porque tú fueses precoz —le interrumpí, sintiendo que llegaba al clímax—, sino porque yo soy una diosa del sexo, te susurraría palabras sucias al oído al tiempo que te apretaría contra mí, y te correrías con tal fuerza que me volverías loca.
—Oh, Dios —gimió, arrugando el rostro—. No puedo esperar, Britt. Voy a correrme —dijo con los ojos fijos en mí—. Y voy a imaginar que tengo mis dedos dentro de ti cuando lo haga.
Eso era lo único que necesitaba. El empujón final antes de seguirle. Mi cuerpo se tensó todo lo que podía antes de ceder, y entonces me eché a temblar a causa dela intensidad del orgasmo.
—Santana… —jadeé una y otra vez mientras ella hacía lo mismo con mi nombre, seguido de un par de vulgaridades. Cuando las últimas olas de placer recorrían mi cuerpo, descansé mi pierna de nuevo en el suelo. Me temblaba la parte inferior del cuerpo, y respiraba de forma irregular.
—Puede que me haya equivocado, Britt —dijo Santana después de que los dos comenzáramos a respirar con normalidad de nuevo. Me acomodé en la silla y le ofrecí una sonrisa pos orgasmo.
— ¿Equivocado en qué?—En que verte bailar era lo más bonito que había visto en mi vida. Mi sonrisa se ensanchó un poco más.
—Ah, ¿sí?
—Ah, sí —repitió—. Porque lo que acabo detener el placer de ver durante los últimos cinco minutos ha sido en otro campo de juego completamente distinto.
Me reí. La expresión de su rostro era seria. —Y yo quiero felicitarte por improvisar y conseguir convertir una noche asquerosa en algo… no tan asqueroso. Se inclinó hacia delante.
—Felicidades a ti, Britt —contestó con un guiño. Me sonrojé más de lo que ya lo estaba. Me sentía físicamente destrozada. Destrozada en el buen sentido de la palabra. La parte interna de mis muslos seguía temblando, mi pezón izquierdo estaba irritado a causa del dolor que le había infligido, y me dolía el cuello de moverlo de un lado al otro.
—Bueno —dije—, entonces ¿mañana a la misma hora? —Estaba bromeando, pero solo en parte.
Santana alzó una ceja. — ¿Quién dice que tenemos que esperar hasta mañana por la noche para repetir? —Repuso, y se recostó de nuevo contra el asiento de la camioneta—. Tengo toda la noche, Britt. Cogí el teléfono y me encaminé hacia la habitación. Iba a ponerme cómoda para esa ronda.
—Yo también.
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Bueno Bueno chicas aqui les dejo un nuevo capitulo !!
Que les parecio ? dejen su comentario!
Saludos y besos.
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,...
orale,.. ammm si que saben recuperar el tiempo y espacio perdido ajajaja
tengo una duda,.. si me pequeño cerebro demente esta en lo cierto,... la llamada de san a la doc y la visita de britt de rutina no termina en rutina???,.. termina en donde yo creo????---> obulos ---> doc --> britt = bebe?? SI DIME QUE SIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!!!!!!!!!!!
nos vemos!!!
orale,.. ammm si que saben recuperar el tiempo y espacio perdido ajajaja
tengo una duda,.. si me pequeño cerebro demente esta en lo cierto,... la llamada de san a la doc y la visita de britt de rutina no termina en rutina???,.. termina en donde yo creo????---> obulos ---> doc --> britt = bebe?? SI DIME QUE SIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!!!!!!!!!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
me encantoooooooooooo!!!!!!!!!!!! tengo miedo de que vengan tiempos duros para las chicas!!!! felicitaciones por el capitulo!!!
brittana_a* - Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 22/02/2013
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
no quiero pensar que santana hizo que britt se practicara un tratamiento de fertilidad sin que ella lo supiera pq para britt parecia ser pura y simple rutina o no?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Mmmmmmmm bebe a la vista!!!!!!!
Genial capitulo. Sexo telefónico???? jajaja,!!!
Saludos
Genial capitulo. Sexo telefónico???? jajaja,!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
3:) escribió:holap,...
orale,.. ammm si que saben recuperar el tiempo y espacio perdido ajajaja
tengo una duda,.. si me pequeño cerebro demente esta en lo cierto,... la llamada de san a la doc y la visita de britt de rutina no termina en rutina???,.. termina en donde yo creo????---> obulos ---> doc --> britt = bebe?? SI DIME QUE SIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!!!!!!!!!!!
nos vemos!!!
Hola Hola!
No te contare puede que si , puede que no !! Sabremos mucho mas adelante que pasara con eso !!
Saludos (:
brittana_a escribió:me encantoooooooooooo!!!!!!!!!!!! tengo miedo de que vengan tiempos duros para las chicas!!!! felicitaciones por el capitulo!!!
Hola Hola!
Me alegra que te guste (: !!
por el momento estaran bien
Saludos (:
micky morales escribió:no quiero pensar que santana hizo que britt se practicara un tratamiento de fertilidad sin que ella lo supiera pq para britt parecia ser pura y simple rutina o no?
Hola Hola!
San solo saco la cita no dijo para que (: todo normal o puede ser que no!
jajaja Saludos !! (:
monica.santander escribió:Mmmmmmmm bebe a la vista!!!!!!!
Genial capitulo. Sexo telefónico???? jajaja,!!!
Saludos
Hola Hola!
Puede ser , puede ser que no jajaja ya veremos!
Para san es sexo chocolate intenso :P jajaja
Saludos!
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 6
Me había quedado dormida. Lo supe porque me desperté con sensación de pánico, en busca del teléfono para ver la hora. Sin embargo, en lugar de mostrarme el reloj, la imagen que aparecía en mi teléfono era la de la habitación de Santana.
El contador de Face Time seguía en funcionamiento, y alcanzaba los seis dígitos. Dejé caer la cabeza de nuevo en la almohada y exhalé. Por primera vez desde septiembre, al parecer, no pasaba nada porque me durmiese. No tenía ninguna clase temprano, ni ningún ensayo al que salir corriendo antes del desayuno. Aparte del curso de verano, mi horario estaba abierto para llenarlo como quisiera.
Me puse de costado y miré su habitación. Debía de haberse dejado el teléfono para que pudiera despertarme con esa imagen. Un pequeño y gran gesto al mismo tiempo. El equipo le había buscado un hotel para los entrenamientos de pretemporada hasta que encontrase algo permanente, de modo que yo había supuesto que algunas jugadoras se quejarían por la falta de espacio. Por lo que parecía, la habitación de hotel de Santana era casi tan grande como nuestro apartamento. Además, era como cinco veces más bonito y la décima parte de viejo. Después del segundo asalto de la noche anterior, Santana había sugerido que mantuviéramos Face Time conectado para poder dormirnos juntas. Bueno, fue más bien una exigencia, pero una a la que estaba más que dispuesta a acceder.
Para cuando ella había vuelto a su habitación, yo ya casi me había quedado dormida, cansada tras pasarme el día corriendo, los dos orgasmos y tras discutir con ella acerca de lo cara que sería su factura de teléfono si hacíamos eso de Face Time toda la noche, todas las noches, como ella quería ella dijo que le importaba un bledo la factura o el dinero; le importaba verme dormirme cada noche. Sí, me derretí y cedí en ese preciso instante me hice un ovillo con la almohada y miré su habitación vacía.
Las sábanas estaban revueltas, las mantas a los pies de la cama, y las almohadas apiladas en una torre inclinada. Santana nunca había dormido bien, nunca lo hacía más de dos horas seguidas, aunque yo sabía por qué se despertaba de golpe, ahogando un grito, con el cuerpo cubierto de sudor. Santana tenía pesadillas. Del mismo tipo que yo, solo que en las suyas el punto de vista era diferente ella estaba a un lado del arma y el hombre que había matado a mi hermano, y yo estaba en el otro los fines de semana, cuando compartíamos cama, decía que había dormido mejor, pero, sabiendo las veces que se despertaba sobresaltada en medio de la noche cuando yo estaba con ella, no quería ni imaginarme cómo serían sus noches cuando yo no estaba a su lado.
Esa mañana Santana tenía entrenamiento temprano. Y tarde. Como todos los días. De hecho, cuando no se encontraba en el campo, solo podía estar en tres sitios: en el restaurante del hotel, sentado en aquel sillón gigantes comiendo tras hablaba por teléfono conmigo o intentando, sin éxito, dormir en la cama que yo estaba mirando. Tenía una vida ajetreada, las horas ocupadas con lugares a los que ir y gente con la que interactuar.
Mi vida daba la sensación de ser justo lo contrario con Santana fuera, tenía la danza, las clases nocturnas y a un puñado de amigos que, la mayor parte del tiempo, estaban demasiado ocupados con sus propias vidas para pasar el rato conmigo. Hacía meses que no veía a Holly, la amiga más antigua de Santana; tener un trabajo a jornada completa, vivir al otro lado del país y tener una niña de casi cuatro años eran motivos suficientes para mantener ocupada a una chica. Cuando Rachel, mi antigua compañera de habitación, no estaba enrollándose con alguna corredora de bolsa en uno de los clubes de la ciudad que frecuentaba, estaba en Miami bailando hasta el anochecer, enrollándose con alguna latina, por los que tenía debilidad.
Dani, mi pareja de baile, trabajaba como camarera por las noches en la ciudad y tenía problemas de chicas con la bailarina con la que llevaba un año saliendo. Lo que ella denominada «problemas de chicas» para el resto de nosotras eran cuernos. A Dani le gustaba pensar lo mejor de todo el mundo, Dios la bendiga, y esa cualidad le honraba… siempre que no salieras con una chica que diera por sentado que acostarse con un montón de tías a espaldas de su novia era aceptable.
Después de coger mi móvil de su soporte, tardé unos segundos en ser capaz de pulsar «finalizar». Tenía una ventana a la habitación de Santana y no quería cerrarla. Pero la vida debía continuar; y no podía quedarme todo el día metida bajo las sábanas mirando una cama deshecha al otro lado del país. Tenía que levantarme, llevar a cabo una rutina y esforzarme por fingir que mi corazón no había volado a San Diego con ella. No era un concepto extraño para mí: finge hasta que lo consigas; tras el asesinato de mi hermano, me había pasado cinco años haciéndolo. Sabía que esto era diferente, Santana no había sido asesinada a sangre fría; lo sabía.
Pero me sentía como si mis pulmones fuesen a colapsarse con cada respiración, y el lugar en el que solía latir mi corazón era como un hueco vacío. Tampoco es que necesitase más pruebas, pero maldita fuera si no quería a esa mujer más delo que era bueno para mi salud.
Escribí un mensaje rápido, pulsé enviar y luego me obligué a salir de la cama. ¿Ducha o café primero? Después de considerarlo durante un minuto largo, me di cuenta de que al parecer era incapaz de tomar hasta las decisiones más intrascendentes. Tras un par de minutos de indecisión, opté por el café primero. Tenía un puñado de solicitudes que rellenar, por no mencionar el desastre que debía limpiar en la cocina y el comedor. Luego me ducharía, y me dirigiría al estudio de danza, y después…Oh, Dios. Estaba viviendo mi vida como si se tratase de un programa de instrucciones paso a paso. Todo menos genial.
Para demostrarme a mí misma que no era de las que seguían las instrucciones al pie de la letra, pasé a la acción. Me duché primero, y luego me puse a trabajaren las solicitudes de trabajo mientras esperaba a que se hiciese el café. Me había bebido media cafetera para cuando acabé con el octavo y último formulario. Sacudí la muñeca, convencida de que estaba experimentando la primera fase de túnel carpiano a causa de aquella maratón de llenar espacios en blanco, metí una muda en mi bolsa de danza y me apresuré a salir del apartamento.
Habían pasado dos semanas, y todavía no me había acostumbrado a estar sola en él. No estaba segura de que fuese a lograrlo alguna vez. Dos horas más tarde, había entregado las ocho solicitudes.
En la mitad de los sitios me dijeron que los puestos ya habían sido ocupados; en la otra mitad me dijeron que echarían un vistazo y me llamarían si querían entrevistarme. Cuando les decía que les llamaría la semana siguiente, enseguida me respondían con alguna variación del «No nos llames, ya te llamaremos nosotros». Las perspectivas en el departamento de trabajo de verano no eran halagüeñas. Sin Santana una semana más. Sin trabajo quién sabía cuánto tiempo. Sin amigos a menos de media hora de viaje. Para cuando llegué al estudio, estaba nadando en la autocompasión. Solo había una forma de detener ese tren de auto compasión inmediatamente.
Me había puesto las puntas y estaba lista entiempo récord. Me moví sin el acompañamiento de la música; cada movimiento era una extensión de lo que sentía. Para cuando empecé a sudar, mi fiesta de la autocompasión había acabado. Y para cuando comencé a sentir un hormigueo en los dedos delos pies, había liberado suficientes endorfinas como para recordarme a mí misma que la vida me iba bastante bien. Me tomé un descanso para beber agua y miré mi teléfono. Lo hice para comprobar si tenía alguna llamada perdida o mensajes, pero me llamó la atención la hora. Casi se me salen los ojos. Debería haber dejado de sorprenderme cómo podía perder el tiempo cuando bailaba como lo había hecho ese día, pero perder cuatro horas en lo que parecían un par de bailes era algo a lo que no me acostumbraría nunca.
El estudio estaba tranquilo los fines de semana por la noche y, aparte de una empleada adolescente obsesionada con su móvil, yo era la última persona en el local. Tras volver aponerme los zapatos, me apresuré hasta mi coche y corrí a un apartamento vacío. Encendí todas las luces, incluso la televisión, para tener un poco de ruido de fondo. Acabé de limpiar el desastre de la cena cancelada la noche anterior, me serví un bol de muesli y me hice un ovillo en el sofá, con el teléfono en equilibrio en mi regazo. Intenté no mirar la pantalla cada cinco segundos.
Una hora más tarde, la autocompasión empezaba a filtrarse de nuevo por mis venas.
Santana debía de haber tenido un día de entrenamiento de locos; normalmente podía enviarme uno o dos mensajes rápidos a lo largo del día. Pero no ese día. Estaba decidida a no convertirme en una de esas chicas inseguras que tenían que contactar con su chica cada hora, aunque aquella noche me veía peligrosamente cerca de subirme a ese carro. Tras varios minutos dando golpecitos en la pantalla de mi móvil, estancada, convenciéndome a mí misma de no llamarle, solo para convencerme a mí misma de llamar leal segundo siguiente, sonó el teléfono. Estaba tan nerviosa que casi se me cae. Tenía tanta prisa que no miré la pantalla para ver quién llamaba. —Te he echado tanto de menos… —saludé a Santana, y esbocé una sonrisa.
Hubo un segundo de silencio al otro lado.
— ¿Yo también te he echado mucho de menos?—fue la respuesta insegura. La respuesta de una voz femenina.
— ¿Holly?
—La mayoría de los días —respondió ella.
—Ah —dije, tratando de no parecer decepcionada
—. Lo siento. Creí que eras Santana.
—Lamento decepcionarte, Britt —dijo mientras la pequeña Santana desataba una tormenta de fondo.
—No. Me alegro de que seas tú —repuse, una verdad a medias.
—Mentirosa. —Hizo una pausa, chistó a la pequeña Santana y le dijo que fuese a jugar con sus bloques
—. ¿Qué? ¿Habéis quedado Santana y tú para alguna sesión de sexo telefónico? Puse los ojos en blanco. Si Holly supiera…
— ¿Cuántas veces tengo que decirte que nuestra vida sexual no es asunto tuyo?
—Puedes decírmelo las veces que quieras. No pienso dejar de meter las narices en tu extraña historia con Santana jamás —declaró—. Soy madre soltera, Britt. Tengo más probabilidades de morir en un accidente de avión que de volver a acostarme con alguien, así que deja deportarte como una mojigata y déjame seguir viviendo a través de vosotras. Volví a poner los ojos en blanco, pero solo porque estábamos al teléfono. Holly no toleraba que lo hicieran en su presencia, especialmente si iba dirigido a ella.
—Búscate a otra pareja para hacerlo Santana y yo estamos oficialmente fuera del mercado.
—Repito: soy madre soltera. Lo único menos probable que me acueste con alguien es que entable amistad con otra pareja y viva a través de ella. —La pequeña Santana arrancó de nuevo como una sirena. Esa vez le dejó—. Y ahora soy oficialmente una madre soltera desempleada —añadió con un suspiro.
— ¿Qué? —Repliqué, incorporándome en el sofá—. ¿Te han echado de la peluquería? Llevas años allí. ¿Qué ha pasado? Se aclaró la garganta.
—Puede que me confundiera de tinte «accidentalmente». Puede que aplicara un verde vivo a una clienta que dio la casualidad de que era la ex novia de mi hermano y que se convirtió en ex después de liarse con la mitad de la población masculina del condado a sus espaldas —Percibí la sonrisa pilla de Holly en su voz—. Pura casualidad.
—Por supuesto —contesté como si nada.
—De todas formas, mi jefa me dijo que, casualidad o no, el hecho de que una estilista confundiera el rubio platino con el verde vivo era motivo de despido.
—Por favor, como si todas las estilistas no tuvieran una historia similar —dije—. Al menos tu «casualidad» venía con una patada ligera en el culo cortesía del karma a tu clienta infiel. Holly rió entre dientes.
—Por eso te he llamado, Britt. Ya sé que lo tuyo no es animar exactamente, pero siempre consigues levantarme el ánimo cuando lo necesito.
—Dejando los ánimos a un lado —dije—, me alegro de haberte ayudado. Holly respondió algo, pero quedó amortiguado cuando la pequeña Santana comenzó a aporrear algo que sonaba a batería. O platillos. O algo creado para que me pitaran los oídos.
—Bueno, ¿y ahora qué vas a hacer? —pregunté una vez que hubo terminado la explosión musical de fondo. Otro suspiro de Holly.
—El otro «salón» de este pueblo, y uso la palabra generosamente, es Supercuts —explicó. Podía verla encogerse—. Y puesto que no puedo permitirme el menor orgullo cuando tengo que abastecer a la mujercita de leche y zapatos, ya me he pasado por allí para ver si iban a contratar a alguien. Un montón de nada de nada. Esa vez suspiré con ella.
—Vaya mierda, Holly. Con todo lo que has trabajado para ser independiente y mantener a la pequeña Santana.
—Mi madre siempre ha tenido razón. Desde que era pequeña me ha dicho que estaba destinada para cosas no muy grandes. Predijo que estaría preñada y reuniendo cupones de comida antes de cumplir los diecinueve. —Hizo una pausa, su voz era más baja de lo normal—. Preñada antes de los diecinueve y reuniendo cupones de comida unos años más tarde. Me siento genial sabiendo que he cumplido con las expectativas de mi madre.
—Oh, Hol… —comencé, y me sentí inútil desde el otro extremo del país. Quería darle un fuerte abrazo, prepararle una taza de té y buscar una solución con ella. Si Holly estuviese aquí, podría hacer algo más que ofrecerle palabras vacías. Y fue entonces cuando se me ocurrió una respuesta con tintes geniales.
—Vente a vivir conmigo. —Las palabras salieron de mi boca casi al mismo tiempo que la idea se me pasara por la cabeza. Holly se quedó callada al otro lado. Tan callada que tuve que comprobar que no se hubiera cortado la llamada.
— ¿Qué? —fue su respuesta.
—Ya me has oído —dije a toda prisa. Me estaba emocionando cada vez más con la idea—. Coge tus cosas y vuela hasta aquí. Puedes vivir conmigo sin tener que pagar alquiler, y cerca de aquí hay un montón de salones en los que estoy segura de que podrías trabajar. Silencio de nuevo.
— ¿Y la pequeña Santana? Tardé unos instantes en darme cuenta de qué me estaba preguntando.
—No hay nada que la pequeña Santana pueda hacer que logre dejar este sitio en peores condiciones de lo que está. —Me sorprendía, y hería un poco, que pensara que tenía que preguntar por la pequeña Santana. Eran un pack. No invitaría a una sin la otra.
— ¿Harías eso? —preguntó, y a continuación se sorbió la nariz ruidosamente. Si no la conociera, habría pensado que la impenetrable Holly Reed estaba al borde de las lágrimas
—.De verdad dejarías que una troglodita tarada y destructiva y yo nos fuésemos a vivir contigo?
—Hol —dije—, he estado compartiendo este piso todos los fines de semana con una troglodita tarada y destructiva durante tres años, hasta que ha conseguido que le seleccionaran y se ha mudado a la otra punta del país. Tengo una vacante para una troglodita que necesita ser cubierta cuanto antes. La pequeña troglodita escogió ese momento para gritar: — ¡Mamá, tengo caca!
—Ya sabes ir al baño solita —replicó Holly. — ¡No puedo bajarme los pantalones sola! —Fue la respuesta de la pequeña Santana—. ¡Necesito que me ayudes!
— ¡Voy en un minuto!
— ¿Ves? —Dije entre risas—. Es perfecta para ocupar el puesto de Santana.
—Te quiero tanto, Britt… —contestó ella—.No sé qué haría sin ti y sin San.
—Por favor. Eres la chica más dura que conozco. Eres una luchadora, Holly. Estarías perfectamente.
—Madre mía, sí que os tengo engañadas… —respondió bajito. Como Santana. Grandes intervalos de dureza, interrumpidos por atisbos de vulnerabilidad.
— ¿Sabes?, si necesitas dinero para… —comencé, y me aclaré la garganta—. Tu mejor amiga acaba de conseguir un trabajo bastante decente, y yo tengo algo de dinero ahorrado también. Lo único que tienes que hacer es pedirlo, Holly.
Guardó un momento de silencio. Luego se sorbió de nuevo. —Te. Quiero. Tanto —repitió—. Y eso es lo más bonito que nadie me ha ofrecido nunca, pero no puedo aceptar vuestro dinero, Britt simplemente no puedo. ¿Vale? No necesité una explicación. Lo entendía.
—Vale —dije, y me di cuenta de que Holly se parecía a mí tanto como a Santana.
— ¡Mamá!—Guau, los gritos de la troglodita son espeluznantes —dije, y anoté mentalmente que debía empezar a hornear pasteles para mis vecinos para tenerlos contentos cuando la muchachita se mudase.
—Tengo que irme. Tengo treinta segundos antes de que se cague en los pantalones —explicó, y sonó como si corriese por la habitación
—. ¿Te llamo mañana para ultimarlos detalles?
—Llámame esta noche cuando hayas acostado a la troglodita y así podéis venir mañana —dije, y me levanté del sofá de un salto. Necesitaba empezar a prepararlo todo para mis nuevos compañeros de piso. Holly se rió por lo bajo.
— ¿Alguien sufre un ataque de soledad? Resoplé.
—Uno muy grave.
—No te preocupes. Pronto habrás acabado de estudiar, estarás casada con una de las jugadoras de fútbol mejor pagadas del país y vivirás en una casa del tamaño de esta caca de pueblo.
Aquella afirmación, salvo por la parte de estar casada con Santana, hizo que se me revolviera el estómago.
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Bueno Bueno chicas dejo aqui otro capitulo espero que les guste y dejen sus opiones!
Que piensan de que Holly y mini san vayan a vivir con britt?
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Llevo leyendo esta historia desde que empezaste y estoy enamorada tanto de la historia como tu compromiso a la hora de las actualizaciones, siento no haber comentado antes ya que no me animaba a hacerme una cuenta, pero creo que mereces un reconocimiento y lo mínimo que puedo hacer es dejarte este comentario y agradecerte por el gran trabajo que haces con esta historia, en serio muchas gracias (por cierto ya estoy ansiosa por la próxima actualización )
Sonia:)* - Mensajes : 4
Fecha de inscripción : 17/06/2014
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
hola dan!!!
mmm va a ser muy divertido la convivencia de britt holly y mini san,... jajajaja
a ver que hace santana ciando se entere!!!
yo no me cruzo con holly en el camino si esta en plan de venganza,.. jajajaj
nos vemos!!!!
mmm va a ser muy divertido la convivencia de britt holly y mini san,... jajajaja
a ver que hace santana ciando se entere!!!
yo no me cruzo con holly en el camino si esta en plan de venganza,.. jajajaj
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
me parece excelente que holly viva con britt, asi no se sentira tan sola, aunque su negativa al matrimonio me tiene hasta el cerebelo!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Eso va a ser una locura jajaja!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Regresé! Me puse al día y cada vez me gusta más esta historia :) También me gusta que siempre estás a tiempo con las actualizaciones, a diferencia de mi :( jajaja
Espero la siguiente! Saludos!! :D
Espero la siguiente! Saludos!! :D
Anita-P******* - Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 27/01/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Sonia:) escribió:Llevo leyendo esta historia desde que empezaste y estoy enamorada tanto de la historia como tu compromiso a la hora de las actualizaciones, siento no haber comentado antes ya que no me animaba a hacerme una cuenta, pero creo que mereces un reconocimiento y lo mínimo que puedo hacer es dejarte este comentario y agradecerte por el gran trabajo que haces con esta historia, en serio muchas gracias (por cierto ya estoy ansiosa por la próxima actualización )
Hola Hola!
Realmente me alegraste la tarde muchas gracias por tu comentario en serio realmente me alegro !!
Me alegra que te guste mucho!!
Saludos y besos.
3:) escribió:hola dan!!!
mmm va a ser muy divertido la convivencia de britt holly y mini san,... jajajaja
a ver que hace santana ciando se entere!!!
yo no me cruzo con holly en el camino si esta en plan de venganza,.. jajajaj
nos vemos!!!!
Hola Hola (: !
Jajajajajaja Holl es toda una loquilla ! le va a ayudar en muchos sentidos a britt !
Saludos y besos!
micky morales escribió:me parece excelente que holly viva con britt, asi no se sentira tan sola, aunque su negativa al matrimonio me tiene hasta el cerebelo!!!!!!
Hola Hola!
Holl le ayudara en muchas cosas a san definitivamente! y Espero que no quieras matar a britt con este episodio!
Saludos y besos.
monica.santander escribió:Eso va a ser una locura jajaja!!!!
Saludos
Hola Hola!
Jajajajajajaj ya veras!
Saludos y besos.
Anita-P escribió:Regresé! Me puse al día y cada vez me gusta más esta historia :) También me gusta que siempre estás a tiempo con las actualizaciones, a diferencia de mi :( jajaja
Espero la siguiente! Saludos!! :D
Hola Hola anita!
Me alegra un mundo que te guste en serio
Tranquilidad pero si yo tambien espero tu actualizacion pronto
Saludos y besos.
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 7
Aunque parecía que el miércoles por la noche no iba a llegar nunca, por fin lo hizo. Tras una extenuante sesión de tarde en el estudio de danza, había vuelto al apartamento y había disfrutado de un salteado de tofu para uno. Me sentía sola. Morbosamente sola. Nunca se me había ocurrido que sería una de esas chicas que no soportaban la soledad, pero era la primera vez que vivía así. Completamente sola.
Era una de esas chicas. Sin embargo, esa noche era la última que tendría que pasar en soledad, porque a partir dela siguiente estaría con Santana para pasar el fin de semana, y Holly y la pequeña Santana llegaban en avión el lunes por la tarde. En el transcurso de cuatro días, Holly había conseguido comprar unos billetes de avión a buen precio, encontrar a un comprador para la caravana, hacer las maletas, pedir trabajo en todos y cada uno de los salones de estética de White Plains y empezar a buscar una guardería para la pequeña Santana.
Me entretuve fregando los platos mientras decidía qué hacer durante las dos horas siguientes. Era demasiado pronto para irme a la cama, había frotado y desinfectado todas las superficies del apartamento tres veces esa semana, y en la tele no salíamos de las reposiciones de verano. Me dirigía al baño para darme un largo baño de burbujas cuando llamaron a la puerta. Di un respingo; hacía tiempo que no tenía visitas. — ¡Voy! —exclamé mientras me encaminaba hacia la puerta. No estaba esperando a nadie, y ninguna de las amigas de Santana o de los mías vivía lo bastante cerca como para conducir hasta allí solo para saludar.
— ¡Venga! ¡Ponte una bata y mueve el culo hasta la puerta! —Gritó una voz familiar al otro lado—. Me están saliendo patas de gallo aquí fuera. Sonreía cuando abrí la puerta.
—Eh, Rachel
—Eh, chica —me saludó, apoyando una mano en la cadera—. ¿Por qué has tardado tanto? —Echó un vistazo por encima de mi hombro.
—No está —le aclaré—. Pero si estuviese habrías estado esperando mucho más. Mucho más. Mantuve el mismo gesto serio que Rachel, a la espera de que una de las dos se rajara. Ella fue la primera se le curvó la comisura de la boca.
—Esa es mi chica. Ahora arrastra ese culo esmirriado hasta aquí y dame cariño. Me reí y la rodeé con los brazos. Llevaba plataformas, así que resultaba extrañamente alta, tanto que apoyó la barbilla en mi cabeza.
—Menuda sorpresa —le dije, y le hice un gesto para que entrara Rachel entró con paso tranquilo y se asomó al dormitorio como si no se creyera que Santana no estaba en casa.
— ¿Una sorpresa buena o mala?
—Cuando se trata de ti —contesté pasando a la cocina—, la mejor clase de sorpresa. Me guiñó un ojo.
—Sí, soy bastante guay, ¿verdad?
—Como si tú y la mitad de la población femenina de la Costa Este no lo supieseis ya…—bromeé al tiempo que llenaba la tetera de agua—. ¿Quieres un té?
—Solo si tienes del que me gusta. —Dejó caer el bolso en la mesa del comedor y se sentó. Puse los ojos en blanco mientras rebuscaba entre mis reservas de té.
— ¿Este servirá, Majestad? —le pregunté agitando el paquete en el aire Rachel lo inspeccionó antes de asentir —Perfecto encendí uno de los fuegos y puse la tetera encima. —Mira que eres predecible —la reprendí.
—Vamos, Britt ya conoces mi regla. El té me gusta como las mujeres.
—Oscuro y fuerte —murmuré lanzándole una mirada.
—Sí, bueno, al menos no tomo el té verde y simple como tú —me espetó como respuesta—. ¿Qué dice eso de Santana?
—Cuánto te he echado de menos, Rach —dije.
—Pues claro —respondió mirando su teléfono—. ¿Cómo no ibas a echarme de menos? Rach y yo podíamos seguir tranquilamente con otros cinco asaltos, pero tenía que irme adormir en algún momento y, a juzgar por cómo iba vestida, ella tenía planes para pasar la noche bailando en algún club.
—No quiero sonar maleducada, porque sabes que me encanta mi dosis de Rachel de vez en cuando, pero ¿qué estás haciendo aquí? —le pregunté al tiempo que depositaba las bolsitas de té en un par de tazas Rachel era una chica de la gran ciudad. Evitaba los suburbios como si provocaran la ruina social. Alzó un hombro mientras enviaba un mensaje.
—Mi hermana está aquí por trabajo, y una de sus antiguas compañeras de equipo de lacrosse que trabaja para ella está buena. Y soltera—Movió las cejas y le brillaron los ojos.
—Por supuesto que el cebo para atraerte hasta los suburbios era una mujer… No tu buena amiga y compañera de habitación durante dos años. —Di unos golpecitos en la encimera con el dedo; sabía que era inútil tratar de hacer que Rachel se sintiera culpable. No formaba parte de su ADN.
—Cariño, no hay mujer ni amiga que puedan hacerme venir hasta los suburbios por sí solas, pero una tía buenísima y una buena y sarcástica amiga juntas sí que lo harían. Al menos yo era la mitad de la causa de que estuviera allí.
— ¿Cuánto tiempo vas a estar en la ciudad? —le pregunté, suponiendo que cogería el vuelo de madrugada a Miami.
—Unas semanas o así Marley está dirigiendo una nueva filial de atención al cliente aquí en la ciudad, y como humilde segunda hija, mi trabajo consiste en quitarme de en medio y fingir que estoy ocupada. —Trazó unos círculos alegres en el aire con el dedo.
—Si vas a entrar en el negocio familiar, ¿por qué estás estudiando música?
—La tetera empezó a silbar, así que apagué el fuego y busqué un salvamanteles.
—Estoy estudiando música porque eso es lo que me gusta. Voy a entrar en el negocio familiar porque en realidad quiero ganar dinero—añadió resoplando—. Calculo que si cumplo condena este verano y un año o dos después de que me gradúe, mi padre y mi madre mirarán para otro lado mientras vivo de la música y mi fondo fiduciario durante un par de décadas. Vertí el agua caliente en las tazas. — ¿Y tú primera tarea en ese nuevo trabajo consiste en pasarte la noche de fiesta con una guapa chica? —Dije tratando de ocultar mi sonrisa. — ¿Qué puedo decir? Estoy viviendo El Sueño. Su teléfono volvió a emitir un pitido metálico.
Era el sonido que identificaba a Rachel. Siempre había alguien escribiéndole, a cualquier hora del día. Cogí las tazas y las llevé a la mesa. —Eh, ¿te apetece venir con nosotras esta noche? —me preguntó levantando la vista del móvil—. Solo seremos Marley, Quinn, tú y yo.
Al parecer, vamos a ir al mejor club de la ciudad, lo cual no es decir mucho. Me sorprendería que tuvieran una botella de Cristal para nosotros siquiera.
—Un horror —repuse impávida, y dejé su taza delante de ella—. Como la señora ha pedido. Oscuro y lo bastante fuerte como para que se le caigan las bragas. Rachel entornó los ojos y se llevó la taza a los labios.
—En ese caso, me tomaré otro.
—Gracias por la invitación, una noche en la ciudad es exactamente lo que necesito, pero tengo que coger un avión al amanecer para ir a ver a Santana —le expliqué, y di un sorbo a mi té verde.
— ¿Dónde está Santana?
—En San Diego. Tuvo que marcharse para el entrenamiento de pretemporada hace un par de semanas. Alzó las cejas.
—Entonces, si Santana está en San Diego, ¿qué demonios estás haciendo tú aquí, en este agujero infestado de ratas? Le saqué la lengua, lo que hizo que ella pusiese los ojos en blanco.
—Estoy haciendo un curso de verano.
— ¿Curso de verano? Por favor… —replicó haciendo ruido con los labios—. Tienes tantos créditos extra que si quisieras podrías graduarte un semestre antes. Anoté mentalmente que no debía ser tan abierta con Rachel en lo que se refería a todos y cada uno de los aspectos de mi vida. Había nacido con un detector de trolas incorporado. —También busco trabajo —añadí centrándome en mi taza.
—Por favor… —repuso, e hizo el mismo sonido con la boca—. ¿Para qué necesitas un trabajo asqueroso con el salario mínimo cuando tu chica es el miembro más reciente del club de las millonarias? Suspiré. Bueno, fue más bien un gemido.
—No empieces tú también, Rachel. —Ya había tenido que elaborar una explicación digna de un grupo de debate para Santana; no me apetecía tener que repetir la actuación. Rachel dejó la taza encima de la mesa y estudió mi rostro por un momento.
—Ah —dijo al fin—, ya lo entiendo.
— ¿Qué entiendes? —repliqué, aunque lo cierto es que, mientras no tuviese que dar explicaciones sobre lo que ni yo misma acababa de comprender, no me importaba demasiado. Sonriendo de oreja a oreja, alzó las manos al aire.
—«Todas las mujeres que son independientes…» —canturreó la letra de Destiny’s Child balanceándose al ritmo de una música imaginaria. Me reí por lo bajo y me uní a ella.
—«Que levanten la mano hacia mí» —añadí yo, cantando, lo que me recordó por qué había centrado mis estudios en la danza y no en la música. No sabría seguir una melodía aunque mi vida dependiera de ello.
— ¿Tiene alguna relación con eso? —preguntó con tono suave.
—En parte.
— ¿Y cuál es la otra parte? —dijo al tiempo que me cogía la mano.
—Todavía estoy intentando averiguarlo —reconocí. Al contrario de lo que había pensado, me sentó bien decirle a alguien que no tenía ni idea de por qué necesitaba abrirme mi propio camino económicamente, que solo sabía que tenía que hacerlo.
—Entonces ¿en qué agradable curro vas a pasar el verano como una esclava por el salario mínimo? —preguntó antes de dar otro sorbo. Me encogí de hombros.
—No he encontrado ninguno. Todavía. —Aunque estaba convencida de que lo haría; si algo había aprendido en la vida, era que la cabezonería de Brittany Pierce con frecuencia conseguía lo que quería. Rachel arrugó la cara antes de llevarse el teléfono al oído. —Eso está a punto de cambiar —dijo. — ¿Quiero saberlo?
Alzó un dedo para acallarme cuando oí que alguien contestaba al otro lado. —Estoy en camino —vociferó Rachel bonito saludo.
—Bueno, Quinn va a tener que esperar un poco más —espetó antes de que la voz del otro lado añadiera alguna palabra más—. Y tú también vas a tener que esperar, hermana mayor.
—Hola, Marley —dije lo bastante alto para que pudiera oírme por encima de la voz de Rachel.
—Sí, esa es Brittany —replicó—. Sí, Brittany Pierce, mi antigua compañera de habitación.
—La única e incomparable —apostillé mientras me dirigía a la cocina para coger la tetera. Rachel también se tomaba el té como a las mujeres: con rapidez y voracidad.
—Brittany vive aquí —siguió explicando Rachel—.No, evidentemente no todo el año, idiota.
Este apartamento es el nidito de amor donde hace cosas muy, muy malas con su novia.
—Rachel —susurré al tiempo que vertía más agua en su taza—, contrólate.
—No, ella no está —dijo Rachel, y me dio una palmada en el trasero cuando regresé de la cocina—Tiene una historia en plan campamentito de instrucción para futbolistas o algo parecido.
— ¿Campamentito? —intervine. Hizo un gesto desdeñoso con la mano.
—Ya se lo he preguntado. Coge un vuelo por la mañana temprano, así que esta noche pasa.
— ¡La próxima vez! —grité para que Marley pudiera oírme. Nunca había visto a la hermana mayor de Rachel, pero había participado en suficientes conversaciones a tres bandas como aquella como para sentir que le conocía.
— ¿Quieres cerrar la boca dos segundos para que te explique por qué te he llamado? —interrumpió Rachel al cabo de unos instantes. Volví a tomar asiento y oí la respuesta de Marley.
—Ya cierro la boca.
—Gracias. —Rachel se acomodó en su silla—.Sigues buscando ayudante administrativo? Rachel esperó la respuesta de su hermana.
— ¿A cuánto tenías pensado pagar la hora? El rostro de Rachel se encogió cuando Marley respondió. —Te diré qué. Súbelo a dieciocho dólares la hora y tengo para ti a la mejor ayudante administrativa con la que podrías soñar. — ¿Te gustaría entrevistarla primero? —Se encogió de hombros—. Vale. Entrevístala. —Alzó el teléfono hacia mí y pulsó la tecla de altavoz.
—Hola de nuevo, Marley —dije fulminando a Rachel con la mirada por ponerme en ese aprieto—. Perdona a mi amiga, es una lunática.
— ¿Brittany? —replicó. Parecía como si le hubiese pillado tan desprevenida como a mí—.No te preocupes. Siento que mi hermana sea una maníaca avasalladora.
—No hay problema. Después de tres años, ya estoy acostumbrada —repuse, y sonreí a su hermana con expresión inocente. Ella me hizo un gesto obsceno con el dedo. Rachel se rió. Su voz era tan grave que cuando lo hizo, sonó más como un retumbo que como una carcajada.
—Entonces ¿de verdad estás buscando trabajo o Rachel ha estado comiendo demasiados pasteles «especiales» otra vez? Rachel miró el teléfono amenazadoramente. —Estoy buscando trabajo de verdad —contesté.
Sentí que debía liberarle del compromiso y decir que no estaba interesada en ser su ayudante para que no se sintiera obligada a darme el trabajo, pero necesitaba un empleo, y trabajar para la hermana de Rach durante el verano era mejor que cerca del 99por ciento de los trabajos que podía encontrar.
— ¿Tienes alguna experiencia administrativa?
—No —reconocí—, pero aprendo rápido. Rachel alzó el pulgar en mi dirección.
— ¿Cuántas palabras por minuto tecleas? —preguntó Marley a continuación, y sonó a la perfecta mujer de negocios profesional en que se había convertido desde que había terminado la carrera unos años atrás .Le hice un gesto a Rachel en busca de ayuda. Movió los labios: «No sé».
—Esto… algunas —respondí con una mueca. Marley guardó silencio un minuto. Probablemente estaba intentando encontrar un modo de rechazarme educadamente. — ¿Qué nivel tienes de Microsoft Office Suite?
—Bueno… —Traté de mantener la voz firme. Quizá también podía divertirme un poco con esa entrevista improvisada—. He sido la bailarina principal en El Cascanueces tres veces. Rachel se dio una palmada en la pierna al tiempo que se doblaba con una carcajada silenciosa. Yole di un golpe, a punto de estallar en una carcajada no tan silenciosa cuando el sonido de Marley al ahogarse con sus propias risas se abrió paso a través del teléfono.
—Vale, Señor Hacha, nunca he trabajado en una oficina —admití—, y no sé cuántas palabras puedo teclear por minuto o cuál es mi nivel de Microsoft Office Suite —hice el gesto de las comillas—, pero soy muy trabajadora. Llegaré a mi hora, y no me marcharé hasta que haya tecleado todas las palabras que necesites que teclee. ¿Vale?
— ¿Algo más? —preguntó Marley, recuperando en parte la compostura.
—Sí, una cosa más. Si estás buscando a una de esas Barbies que sonríen y te sirven el café con la mirada perdida, no soy tu chica. —Era sin duda la peor entrevista de la historia de las entrevistas. Britt derribada. De vuelta a los anuncios de trabajo.
—Como no me van las Barbies —dijo Marley tras unos segundos—, y de verdad odio el café y las sonrisas, diría que acabas de conseguir un trabajo.
¿Qué diría qué? Miré el teléfono boqui abierta, convencida de que no había oído lo que creía que había oído. Rachel levantó un puño al aire mientras yo permanecía callada.
— ¿Puedes empezar mañana a primera hora? —Marley volvía a ponerse en plan profesional. Sacudí la cabeza rápidamente.
—Mañana por la mañana me voy, pero puedo estar allí el lunes al amanecer.
— ¿No llevas ni un día en el puesto y ya estás pidiendo vacaciones? —Se burló Marley—. ¿A qué tipo de empleada acabo de contratar? Empezaba a asimilar la realidad. Tenía trabajo.
Un trabajo bien pagado con la hermana de una de mis mejores amigas.
—El tipo de empleada por la que das gracias al cielo —le espeté como respuesta, lista para saltar de mi silla y ponerme a bailar.
—Brittany Pierce, ayudante administrativa —anunció Marley—. Me gusta como suena. Te veo el lunes por la mañana.
—A primera hora —dije—. Gracias, Marley. Te aseguro que no te arrepentirás.
****
—No, Britt —contestó ella—, estoy seguro de que no lo haré. ¿Sabes la clásica persona que es la primera en levantarse de su asiento en el instante en el que el avión se detiene? Sí, esa era yo. Fui la primera persona en levantarse y la primera en bajar del avión ese jueves en San Diego. Mientras salía propulsada hacia la zona de recogida de equipajes, tuve que recordarme a mí misma que debía caminar, no correr. Lo olvidé más de una vez. Vi a Santana antes de que ella me viera a mí. Estaba caminando en círculo, y sus ojos se posaron en mí tras una última vuelta. Se le relajaron los hombros al sonreír.
— ¡Eh, Bri-itt! —gritó en plan Santana por encima del ruido del aeropuerto, y echó acorrer en mi dirección .Me dio igual que estuviésemos llamando la atención de todo el mundo, y tampoco me importaba el espectáculo que pronto estaríamos ofreciéndoles. Lo único que me importaba era la tía que corría a toda velocidad con los brazos abiertos. Yo también había dejado de caminar. El equipaje me golpeaba en los costados mientras me abría paso entre la gente, y me ardían las comisuras de los ojos con las lágrimas que se me formaban. Por el modo en que nos lanzamos la una hacia la otra, cualquiera diría que Santana había pasado el último año destinada en Oriente Medio. Cuando me alcanzó, me levantó en volandas y empezó a darme vueltas. Me aferré a ella como si la vida me fuera en ello, preguntándome qué otra persona iba a hacerme sentir plena después de aquello. Cuando Santana por fin me devolvió al suelo, dejé caer mi bolso y mi equipaje de mano. Ella me envolvió de nuevo entre sus brazos y me estrechó tanto como podían encajar dos personas. Dios, qué bien sentaba.
—Maldita sea. —Inhaló entre mi pelo—. No puedo volver a esperar tanto. —Me acarició la nuca con una mano y con el otro brazo me apretó la parte baja de la espalda. Mis brazos también rodeaban su cintura en un brazo mortal.
—Yo tampoco. Mientras la gente cogía su equipaje de la cinta transportadora o hacía cola para pedir café, Santana y yo nos quedamos ahí de pie, congeladas en el tiempo. Cinco minutos, diez minutos, ¿pasaban los minutos? No lo sabía. Y no me importaba. Santana olía como siempre, a chocolate y vainilla, y su piel se había oscurecido un poco más al sol de California.
—Prométeme ahora mismo que no volveremos a tardar tanto en vernos —me pidió acariciándome el cuello con la nariz. Su aliento en mi piel hizo que se me pusiera la carne de gallina.
—Solo te haré una promesa que pueda garantizar que podré cumplir —dije, y recordé por qué la sinceridad era un arma de doble filo al ver que su rostro se entristecía un poco. Me acarició por debajo del cuello de la camiseta con el pulgar.
—Prométeme que te casarás conmigo. Exhalé. Esa era fácil.
—Lo prometo. En un lapso de dos palabras, su rostro se iluminó de nuevo.
—Prométeme que te casarás conmigo… ¡en los próximos seis meses! De vuelta a la zona de peligro. Respondí alzando una ceja. Ella se rió por lo bajo. —Ya, ya. Eres tan difícil, Britt… —Me mantuvo bajo su brazo mientras se volvía hacia la cinta del equipaje. No quedaba más que una maleta dando vueltas en ella. Santana cogió mi bolsa y fingió sentirse abrumada por su tamaño. O su peso. O ambos. —Dios, Britt —exclamó mirando primero la bolsa y después a mí—. Si no lo supiera, pensaría que planeas quedarte una temporada.
La teatralidad continuada de Santana con mi bolsa llamó la atención de varias de las personas que esperaban en la cinta de al lado; la de un niño pequeño en particular. —Tres noches es una temporada para una chica—dije incapaz de apartar los ojos del niño, que miraba boquiabierto a Santana. Fuéramos adonde fuéramos, Santana atraía un montón de miradas boquiabiertas. Los niños que se quedaban mirándole eran divertidos; pero solo toleraba a las mujeres pestañe antes porque no podía eliminar a la población femenina mundial sin ayuda—. Además, llevo un regalo para ti que ocupa al menos la mitad de la maleta.
— ¿Un regalo? —Le brillaron los ojos—. ¿Uno «porque sí»?— ¿No son los mejores? —repliqué, y le cogí de la mano y le arrastré hasta la tienda del aeropuerto. Tenía una idea.
—Yo también tengo un regalo para ti —dijo ella con orgullo mientras yo echaba un vistazo por la tienda.
— ¿Un regalo «porque sí»? —le pregunté cuando encontré lo que buscaba. Tiré de su mano y avancé en línea recta.
— ¿No son los mejores? —dijo ella.
—Sí, lo son —contesté mientras cogía el balón de fútbol americano turquesa y amarillo y me encaminaba a la caja. —Britt, yo puedo conseguirte uno de esos gratis. —Sonaba confundida—. Uno oficial con las firmas de todo el equipo si quieres. La cajera me llamó y, antes de que pudiera pagarle en efectivo, Santana le deslizó una reluciente tarjeta negra en la mano.
—Ya pago yo —dijo. «No pasa nada. No hay problema —tuve que decirme a mí misma—. Solo está pagando por un balón de fútbol. »Le di las gracias a la cajera y luego rebusqué en mi bolso hasta que encontré un bolígrafo. Se lo di a Santana y le sostuve el balón.
—Solo quiero un autógrafo. Esbozó aquella media sonrisa de suficiencia, que era con diferencia la expresión más sexy del mundo, antes de firmar a la derecha de las costuras. —Me da la sensación de que mi fan número uno debería recibir algo mejor que un balón de aeropuerto. —Me siguió mientras desandaba el camino hacia la cinta transportadora.
—Oh, créeme —le respondí—, tu fan número uno va a pedir que le des algo mejor esta noche Santana se rió entre dientes, con aquel timbre grave suyo.
—Vivo para servir. Aparté los pensamientos que estaban haciendo que me hormigueara todo el cuerpo, y caminé hacia aquel niño que seguía mirando boquiabierto a Santana. Ni siquiera pestañeaba. Me arrodillé junto a él y le tendí el balón. —Pareces fan de Santana —le dije, y sonreí cuando el chico abrió los ojos un poco más al ver la firma.
—Su mayor fan —aseguró el chico con voz aguda y nerviosa.
—Tú y yo, chaval —contesté haciéndole un gesto hacia la pelota al ver que se quedaba paralizado. Cuando finalmente cogió el balón, su rostro se iluminó como solo el de un niño podía hacerlo. Resultaba asombroso cómo una firma de la tía a la que yo quería podía alegrarle el día a alguien. Era algo muy fuerte, y aún no estaba segura de hallarme preparada para procesarlo. Santana ya había sido un verdadero fenómeno en Siracusa, por supuesto, pero jugar en la liga nacional iba a suponer alcanzar nuevas cotas de fama. Le guiñé un ojo al niño antes de ponerme de pie. — ¡Gracias! —gritó mientras yo regresaba adonde me esperaba Santana con mis maletas. Me despedí del niño con la mano y él se apresuró a plantarles el balón en la cara a sus padres.
—Sé que no quieres que se entere todo el mundo, pero lo más probable es que seas la persona más dulce de por aquí —dijo Santana, y su tono y sus ojos parecían haberse ablandado. Hice una mueca exagerada ante la palabra «dulce». —Creo que acabas de alegrarle el año a ese niño —añadió, peleándose con un brazo con mi bolso de lona y cogiéndome de la mano con el otro—. Una guapa desconocida le elige entre la multitud. En diez años estará contándoselo a sus colegas.
—Ese chico solo tenía ojos para ti y ese balón de fútbol —bromeé cuando nos encaminamos hacia el aparcamiento. —Me habría acercado a saludar, pero el crío ya parecía a punto de hiperventilar.
—Sí, creo que has hecho bien en quedarte atrás. —Me reí—. Estoy segura de que su corazón no lo habría soportado si le hubieses dicho algo santana pescó las llaves de su bolsillo y se detuvo de forma abrupta delante de una alta camioneta negra. —Y yo estoy seguro de que mi corazón no lo soportará si no te beso —dijo al tiempo que apoyaba una mano en mi cadera—. Aquí. Y ahora. —Se acercó un poco más, hasta que pude sentir su cuerpo contra el mío—. Y, Britt, quiero que me beses hasta que me tiemblen las rodillas.
Aquella sensación de que me derretía siempre que me miraba como lo estaba haciendo en ese momento comenzó a extenderse por mi estómago. Entrelacé los dedos tras su nuca y me puse de puntillas.
—Vivo para servir —susurré, repitiendo sus palabras antes de apretar mis labios contra los suyos. No fue un beso suave. Tampoco fue dulce ni tímido. Era el tipo de beso que dabas cuando sabías que la muerte estaba cerca. Era el tipo de beso que sentías en todo tu cuerpo, y el tipo de beso que estaba peligrosamente cerca de hacerme arder por combustión espontánea ahí mismo, en el aparcamiento del aeropuerto. Con ropa y todo.
Moví las manos de su cuello al dobladillo de su camiseta. Introduje los dedos en la cintura de sus pantalones y jugueteé con su piel.
Nuestras lenguas se enredaron mientras mis dedos le rozaban más abajo. Santana gimió en mi boca y hundió sus manos en mi trasero, empujándome contra ella. Vale, sí. Si seguía presionando y moviéndose contra mí de esa forma, estaba a dos segundos de arrancarnos la ropa a las dos.
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Me levantó, y yo le rodeé con las piernas. Me apoyó la espalda contra la camioneta, y me hizo arquear el cuello sobre el capó para tener mejor acceso. Su boca se movía de la mía a mi cuello, besando y succionando la piel hasta que no pude respirar. El alguna parte de mi mente obsesionada por el sexo, registré que el propietario de la camioneta probablemente no estaría de acuerdo con que Santana y yo fuéramos a practicar sexo en el capó, pero yo ya estaba más allá de las palabras… y de que me importase. Así que cuando los chasquidos y clics de las cámaras empezaron a cobrar volumen, no les presté atención. Lo único que sentía era la boca y el cuerpo de Santana moviéndose encima de mí. Resultaba evidente que eso era lo único que le importaba también a ella, porque no fue hasta cuando la gente y las cámaras se encontraron a unos coches de distancia cuando nos dimos cuenta.
— ¡Santana! ¡Santana! —gritaban—. ¡Brittany! ¡Brittany! —Más gritos y chasquidos, tantos que nos arrancaron a las dos de nuestro aturdimiento. Los músculos de Santana se tensaron sobre mí, y, cuando su rostro se alzó por encima del mío, vi una expresión familiar que no había visto en mucho tiempo. Doctor Jekyll, le presento a Mister Hyde.
—Santana —le supliqué—. Tranquilízate —traté de persuadirle mientras me dejaba en el suelo. Los fotógrafos seguían gritándonos cosas.
Algunos comentarios eran demasiado vulgares para repetirlos. Sus cámaras no dejaron de hacer fotos en ningún momento. Santana se colocó delante de mí y se tensó más todavía. Mierda.
Aquello no acabaría bien para ninguna de las partes implicadas como no lograse convencer a King Kong de que bajase del Empire State. —Santana —insistí, cogiéndola del brazo e intentando que se volviera. No se inmutó—. No pasa nada. Son solo fotos. Dios, los músculos de su brazo parecían a punto de reventar.
—Son fotos nuestras, Britt —replicó, furiosa, mientras las cámaras continuaban enfocándonos—. Fotos de nosotras haciendo algo que no quiero que vea todo el mundo. ¿Por qué se había quedado ahí de pie, dejando que sacaran más fotos de su vida privada?
—No es la primera vez que estamos bajo la mirada pública —dije—. Y no será la última. Y estoy completamente segura de que no voy a impedirte que me beses así cuando y dondequiera que nos apetezca, así que ya podemos empezar a acostumbrarnos a esto ahora. —No sé de dónde sacaba el juicio para mostrarme tan razonable.
— ¿Cómo es ella en la cama, Santana? —voceó uno de los fotógrafos, sin el menor instinto de supervivencia.
— ¿Qué acabas de decir, capullo? —Santana avanzó unos pasos. Yo no la solté, de modo que tuvo que arrastrarme consigo.
—Santana, para. ¡Piensa! —Le grité, y me di cuenta de que se había vuelto todavía más fuerte en las semanas de entrenamiento de verano—. ¡Para y piensa! Mi cuerpo no podía detenerla, pero mis palabras sí. Santana se detuvo de forma abrupta y me miró. Fue la más breve de las miradas, pero todo su rostro se transformó con aquel intercambio silencioso. Cerró los ojos y respiró hondo varias veces antes de volver a mirar a los fotógrafos. Sacudió los hombros para deshacerse de la ira y se sacó el móvil del bolsillo. Lo sostuvo en alto y tomó una foto.
—Ya está. Ahora tengo vuestras caras en mi cámara —anunció con voz controlada. Por poco—. Si veo u oigo que se imprime alguna de esas fotos, os seguiré uno por uno. —Santana señaló con el dedo al fotógrafo que había sido lo bastante estúpido como para preguntar por mis habilidades amatorias—. Empezando por ti. Después de recoger sus mandíbulas del suelo, los fotógrafos empezaron a dispersarse. Uno estuvo a punto de sacar una foto más, pero selo pensó dos veces al ver el asesinato reflejado en el rostro de Santana. Solo cuando el último quedó fuera de la vista se le relajaron los hombros. Se volvió y tuvo la delicadeza de al menos mostrarse avergonzada. — ¿Lo siento? —Se frotó la nuca.
Le di un codazo, orgullosa de su control. —Si me hubieran dado un cuarto de dólar cada vez que he dicho, mejor dicho, que he gritado « ¡Santana!» y « ¡Para!», ahora sería rica. Recogió mis maletas y me rodeó con un brazo.
—Ya eres rica —dijo, lo que hizo que me diera un vuelco el corazón. Yo no era rica. Ella era rica. —Y si me hubieran dado un cuarto de dólar por escucharte siempre que has gritado las palabras « ¡Santana!» y « ¡Para!» —Me sonrió—, ahora sería de clase media. — ¿Qué crees que diría el dueño si supiera lo que acabamos de hacer en el capó de su camioneta nueva? —dije mientras rodeaba el vehículo del brazo de Santana. —Probablemente pediría un bis. Me reí.
—Probablemente. Solo las pervertidas muy salidas conducen camionetas como esta.
Santana tiró de la manija y abrió la puerta. —Estoy de acuerdo con lo de salida, pero ¿podíamos omitir lo de pervertida? La verdad es que no quiero que mi prometida piense que soy una pervertida. Me quedé con la boca abierta cuando Santana colocó mis maletas en el asiento de atrás.
— ¿Es tuya? ¿Cuándo la has comprado? ¿Dónde está tu vieja camioneta? —No podía parar el interrogatorio Santana me tendió la mano y me ayudó a subir a la camioneta. Tuve que saltar para entrar.
—Es mía. La compré hace un par de días. Y mi vieja camioneta irá al desguace en cuanto sea posible. —Cerró mi puerta, corrió por la parte delantera y se subió al asiento del conductor.
Giró la llave, el motor cobró vida. El ruido era tan fuerte que la cabina vibraba.
—Bueno, en esta camioneta sí que podríamos montárnoslo —dijo, mirando la segunda fila de asientos con el rabillo del ojo, donde había más que espacio suficiente para «montárnoslo».
—No teníamos ningún problema en tu vieja camioneta —murmuré mientras me ponía el cinturón Santana se detuvo en medio de la maniobra para sacar la camioneta de su plaza, echó una ojeada al asiento vacío del medio y luego me miró a mí, al otro lado del asiento.
—Odiabas esa vieja chatarra oxidada —dijo, visiblemente herida por que no fuese sentada junto a ella como hacía normalmente Me desabroché el cinturón y me deslicé hasta que me apreté contra ella. El cuerpo de Santana pegado contra el mío era lo único familiar que había en esa camioneta.
—Era una relación de amor odio —repuse con tono defensivo—. Que era más de amor que de odio. Claramente aplacado, me pasó el brazo por los hombros y volvió a centrarse en salir de la plaza de aparcamiento.
—Bueno, todavía tengo ese cacharro, así que puedes despedirte antes de que se vaya al cielo de las camionetas.
—No estoy lista para que se vaya al cielo de las camionetas. —Hice un mohín sin poder evitar preguntarme por qué estaba tan disgustada. Santana tenía razón: yo no era la mayor admiradora de su vieja camioneta. Pero en ese momento, el hecho de ver que había sido sustituida —por algo nuevo y resplandeciente— me puso los pelos de punta por razones que no quería reconocer.
—Te he traído un regalito —dijo Santana—. Está en la guantera. Una vez fuera del aparcamiento, aceleró. Por el modo en que despegó, cualquiera diría que aquella camioneta tenía el motor de un coche de Fórmula 1.
— ¿Mi regalo porque sí?
—Porque sí, porque te quiero —contestó, ansiosa por que lo abriera. Yo estaba nerviosa, más aún después de ver la camioneta nueva, cuyo coste no podía ni imaginar.
Cuando abrí la guantera, cayó una caja de color azul con un lazo blanco. La recogí, al borde dela hiperventilación. Nunca me habían regalado nada en la archi famosa caja azul. Todas las chicas sabían de qué tienda procedía y lo que contenía. Identificar ese tono particular de azul con Tiffany constituía un rito femenino de iniciación. La deposité en mi regazo y me quedé mirándola.
—Ábrela —me animó—. Llevo muriéndome de ganas por dártelo desde que lo elegí la semana pasada. Sonreí. Era imposible no hacerlo con aquella expresión aniñada de su cara. —Es una caja bastante lujosa, señora López —dije al tiempo que desataba el lazo.
—En el WalMart envuelven bien los regalos, ¿verdad? Le di un codazo.
—Buen intento. —Dudaba de que fuera a recibir otro regalo del Walmart suyo. La idea me entristeció.
—Ábrela —insistió—. Nada es demasiado bueno para mi chica. Me gusta poder permitirme al fin las cosas que mereces.
—Santana…Antes de que pudiera decir lo que fuera que tenía pensado decirle a continuación, su boca estaba sobre la mía, rápida y con fuerza. Y con la misma velocidad se fue. Podría haber pensado que me lo había imaginado todo si no fuese porque todavía podía sentir su sabor en mis labios.
—Ábrela —repitió con gesto petulante. Sabía exactamente lo que se hacía, y lo aprovechaba.
Podría haber estado pidiéndome que saltara de un precipicio, y estaba tan aturdida que lo habría hecho. Tomé aire y retiré la tapa. En el interior había un brazalete de plata. Sencillo y elegante. Algo que yo misma habría escogido, si me hubiese permitido a mí misma escoger algo tan bonito.
—Guau —exclamé al tiempo que lo sacaba. Resultaba pesado y frío al tacto.
— ¿Te gusta? —Alternaba la vista entre la carretera y yo.
—Bueno, esto es un brazalete de verdad —dije, y no tuve que fingir mi emoción.
—Dale la vuelta —me indicó—. Hay algo más. Le lancé una mirada de curiosidad y giré la pulsera. Había algo grabado en la parte interior, y las palabras me hicieron flaquear en todos los sitios en los que una chica podía flaquear. —«Para mi Britt» —leí. Dos brillantes rodeaban mi nombre. A mi padre le encantaría la referencia a «Britt in The Sky with Diamonds»—. «Que es mi primera vez en todo lo que importa.»
—Uau —repetí. No tenía palabras.
— ¿Qué te parece? —preguntó mirando el brazalete con orgullo.
—Santana —comencé—, es… es… —No conseguía más que balbucear. Me puse el brazalete en la muñeca izquierda y busqué las palabras apropiadas para expresar mi agradecimiento. Nada. Tenía la lengua totalmente trabada. Yo era bailarina, no escritora; mi cuerpo expresaba cómo me sentía cien veces mejor de lo que lo harían mis palabras. Y entonces se me ocurrió. Me incliné hacia ella y le besé en la cicatriz. Una, dos veces, y entonces una tercera antes de pasar a su boca. Le había pillado por sorpresa. Resultó evidente por el modo en que se tensaron sus músculos. Pillar a Santana López por sorpresa era raro, y pensaba disfrutarlo. La besé suavemente por toda su boca y saboreé el momento. El resto de nuestros besos eran tan firmes y apasionados que me sentía como si me consumieran, pero me aferré a este. Disfruté del aroma salado de su piel. Del tacto de su labio carnoso en mi boca. Del sabor de su lengua contra la mía. Le di un último beso en medio de la boca.
—Gracias —dije—. Me encanta mi brazalete. —Está bien, un último, un último beso—. Y te quiero.
—Maldita sea, mujer —repuso ella, y silbó entre dientes—. Ten piedad. Si esa es tu forma de darme las gracias, pienso comprarte joyas cada día de mi vida. Apoyé la cabeza en su hombro y admiré la pulsera. Santana se había hecho con un dedo, y ahora con una muñeca. Y se había hecho con mi corazón. Santana López se estaba apoderando de mí lentamente, una parte de mi cuerpo cada vez. —Y de nada.
Guardamos silencio varios minutos. Deslicé mis dedos arriba y abajo por los suyos mientras ella trazaba círculos en mi brazo. Estábamos tranquilas, y aunque esos momentos de calmase habían ido incrementando con el tiempo, la paz no era algo habitual en nuestra relación. Esperaba que eso cambiara algún día.
—Eh, necesito que te pongas una cosa —soltó, y se sacó algo del bolsillo. Entorné los ojos al ver lo que colgaba de su índice.
— ¿Una venda para los ojos? —pregunté sorprendida—. ¿Una venda de satén negro? ¿Qué te estaba diciendo acerca de que eres una pervertida salida? Santana negó con la cabeza.
—Esto no tiene nada que ver con estar salida…ser un degenerada… una pervertida —repuso, y parecía más incómoda con cada palabra. Contuve la risa.
—Maldita sea —bromeé—, eso sí que es una forma de arruinarle el día a una chica.
—Tan difícil… —añadió para sus adentros—.Tú solo póntela. Tengo otra sorpresa para ti. Cogí la venda y me la puse.
— ¿Esta sorpresa tiene algo que ver con algún juego salido, degenerado o pervertido?
—No. —Se rió entre dientes. —Maldita sea dos veces. Más risas.
—Britt, hoy me estás poniendo…—Eso es porque me van ese tipo de cosas. ¿Sabes? El rollo salido, degenerado, pervertido.—Si iba a tener los ojos vendados para que ella pudiera llevarme hasta alguna otra sorpresa, pensaba liberar mi lado mordaz .La camioneta no tardó mucho en detenerse.—Ya hemos llegado —anunció, emocionado de nuevo como un niño.
— ¿Adónde? Me tomó de las manos y me ayudó a bajar de la cabina. Por suerte, me cogió en brazos, porque no quería saltar a ciegas sin saber dónde demonios aterrizaría.
—Aquí —respondió, y me guió por los hombros. Avanzábamos por una superficie dura.
¿Hormigón? ¿Asfalto? ¿Piedra, quizá? Aparte del sonido de agua fluyendo, fuentes probablemente, el lugar estaba tranquilo. No podía llevarme a una tienda; no estábamos en la playa, ¿dónde demonios estábamos? De repente me levantó en volandas y subió corriendo lo que me parecieron unas escaleras, después oí que se abría una puerta. Santana giró aun lado y entró antes de dejarme en el suelo. Tenía el corazón en un puño antes de que ella me retirase la venda .Lo primero que vi fueron sus ojos. Quería seguir mirándolos, no apartar la vista jamás, porque ya sabía lo que iba a ver cuándo lo hiciera. Me daba miedo desviar la mirada.
—No he podido encontrar un lazo lo bastante grande para ponérselo alrededor —dijo, haciendo que me girara—. Espero que no te importe.
Por suerte, Santana me había envuelto con sus brazos, de modo que cuando flaqueé, me mantuvo derecha. Estábamos de pie en una habitación enorme, un espacio en el que podía entrar una casa de tamaño decente, y no habíamos salido del vestíbulo. Una habitación por la que la gente pasaba para llegar a otras que eran del tamaño del bungaló de mis padres. Había dos escaleras que ascendían al primer piso. ¿Una para subir y una para bajar? No tenía ni idea, pero no era lo único exagerado de aquel sitio. La araña que colgaba en el centro de la habitación era del tamaño de un Volkswagen, los muebles eran tan recargados que resultaban ofensivos, y los suelos de mármol estaban tan brillantes que casi parecían una pista de patinaje sobre hielo.
— ¿Qué es esto? —Susurré, esperando que la respuesta a la que había llegado yo fuese incorrecta. —La que pronto será la residencia de las señoras López —contestó al tiempo que apoyaba la barbilla sobre mi hombro. Estaba sonriendo como una loca, hasta que viola cara.
— ¿Britt? —La emoción se había desvanecido de su voz—. ¿Qué pasa? Cerré los ojos. No pude evitar mirar alrededor .Cada nueva cosa que veía me ponía cada vez más al borde de sufrir un ataque de pánico en toda regla.
— ¿Qué es esto, Santana?
—Nuestra casa —contestó ella lentamente.
—No. Nuestra casa está en Nueva York.
Se le arrugó la frente. —No, ese sitio es un apartamento en ruinas que tenemos alquilado. Ese sitio es como una vacuna del tétanos —añadió, y parecía a la defensiva—. Estás en nuestra casa. El lugar que será del todo nuestro en un año.
—A mí me gusta nuestro apartamento —susurré, liberándome de su abrazo. Las cosas estaban cambiando demasiado rápido. La liga nacional, la mudanza al otro lado del país, el dinero, la casa… todo se estaba yendo a un ritmo vertiginoso y yo ni siquiera me estaba enterando. El mes anterior estábamos buscando monedas entre los cojines del sofá para pagarla factura de la luz, y ese mes estábamos en el vestíbulo de una casa del tamaño de un país pequeño.
—Tú odias ese sitio. —Su voz iba ganando volumen, y volvía a mirarme de esa forma.
Como si no me reconociera. Odiaba esa mirada.
—Es una relación de amor odio que es más…
— ¿Qué demonios, Britt? —Me interrumpió—.Qué nueva clase de locura te ha entrado? Ese mal genio mío, como el suyo, acababa de salir a la superficie. Sin embargo, como Santana, yo había ido aprendiendo a controlarlo. Comprendía que en la mente de Santana ella había escogido aquel lugar pensando que me encantaría. Yo sabía que detrás de cada decisión que Santana tomaba, mi felicidad era su mayor prioridad, y eso me encantaba de ella.
Yo sabía que lo había hecho de todo corazón cuando había decidido convertirnos en los Jones de la noche a la mañana, pero me molestaba el modo en que lo había hecho. ¿Cómo podía tomar esa decisión por su cuenta sin consultármelo primero siquiera? Éramos un equipo. Debíamos estar tomando decisiones como una sola. Me mordí la lengua e inhalé lentamente antes de atreverme a responder.
—Te devuelvo la pregunta: ¿qué clase de locura te ha entrado a ti? —dije sin ninguna hostilidad, porque no era mi intención. De verdad me preguntaba qué clase de locura le había entrado a Santana para ir y escoger un lugar como ese. Santana movió el cuello a un lado y al otro y se tomó su tiempo en responder. Ambas estábamos esforzándonos para mantener a nuestros monos iracundos en sus jaulas.
—Lo he alquilado hasta que reciba mi primer sueldo, y entonces el propietario ha accedido a vendérmelo completamente amueblado. —Se detuvo y volvió a inspirar profundamente—.Deberías ver la laguna y la pista de tenis en la parte de atrás. Este sitio está regalado.
— ¿Laguna? ¿Pista de tenis? —Se me estaba revolviendo el estómago cada vez más. Me recordé de nuevo que Santana había hecho aquello porque me quería. No porque quisiera cabrearme. Me tragué lo que quería decir
—.Santana, tenemos veintiún años.
—Tenemos veintiún años y somos millonarias—me corrigió, y se encogió de hombros—. Ya hora que tengo los medios para dártelo todo, voy a hacerlo. Quiero hacerte feliz, Britt. Eso es lo único que me importa —añadió señalándome—. Feliz. Para. Siempre.
— ¿Feliz? —Repetí al tiempo que me cruzaba de brazos—. ¿Crees que esto es lo que va a hacerme feliz? ¿Qué has hecho? ¿Ir a la biblioteca local y consultar la Guía para idiotas sobre cómo hacer feliz a una mujer florero? Intenté morderme la lengua de nuevo. Dios, lo intenté con ahínco, pero al parecer había alcanzado ya mi límite de mordeduras de lengua ese día.
—Porque si yo fuera una cazadora de fortunas, entonces imagino que esto me haría muy feliz—continué abarcando la habitación con los brazos—. Pero no lo soy. A pesar de que quieres que sea esa chica que quiere tu dinero, ¡no lo soy! ¿Qué estaba diciendo? ¿Por qué estaba tan enfadada? El rostro de Santana pasó de estupefacto a triste y enfadada en apenas dos segundos.
—No, tú no eres de esa clase de chicas, Britt. Últimamente parece que no puedo hacer nada que te haga feliz. Quizá simplemente no quieres ser feliz. Esas palabras fueron como una bofetada. Me dije de nuevo a mí misma que aquella casa era su forma de demostrarme su amor, pero mi malgenio se había desatado y no podía frenarlo.
—Un consejo: si quieres hacer feliz a alguien, tal vez deberías pensar qué quiere esa persona, no qué quieres tú que quiera. Santana se llevó las manos detrás de la cabeza y se apartó de mí.
—Y un consejo para ti: tienes que estar dispuesta a dejar entrar la felicidad cuando aparece en tu camino. Sus palabras me hirieron.
— ¿Se supone que el hecho de que compres una casa en el sur de California para nosotras sin preguntarme primero equivale a felicidad? Yo vivo en Nueva York, Santana. Nueva. York.
—Vives en Nueva York hasta el año que viene—dijo, y se quedó mirando la pared más cercana como si quisiera darle un cabezazo
—.Cuando termines la universidad, puedes mudarte aquí conmigo .Aquello no fue una bofetada. Fue un puñetazo en la boca del estómago. Un golpe bajo.
— ¿Que puedo mudarme aquí? ¿A California? ¿A una mansión tamaño Playboy?
— ¿Cómo habíamos podido estar tan de sincronizadas? ¿De dónde había sacado Santana que podía organizarme la vida sin consultarme primero?
—. ¿Quién ha dicho que quiera coger mis cosas y trasladarme a la otra punta del país para vivir contigo en la tierra de las tetas falsas y las sonrisas de mentira?
Por su expresión, cualquiera diría que acababa de golpearle en el estómago.
—Cuando aceptaste a casarte conmigo. Cuando dejaste que te pusiera ese anillo. —Sus palabras eran lentas y controladas. Tanto quedaban miedo.
—Entonces ¿lo que entendiste cuando dije que me casaría contigo es que estaría dispuesta, no, feliz de abandonar mis sueños, planes futuros, etcétera, etcétera, para que tú pudieras vivir los tuyos? —grité—. Porque supongo que no leí la letra pequeña. Santana cerró los ojos.
— ¿Qué quieres, Brittany? —Me estremecí por dentro. Solo me llamaba Brittany cuando estaba realmente cabreada o dolida—. Porque al parecer no tengo ni puñetera idea. Así que dímelo. ¿Qué demonios quieres? —repitió marcando las palabras.
—Quiero acabar de estudiar. Estoy estudiando danza, así que, aunque te pueda parecer una locura, después de graduarme la verdad es que me gustaría dedicarme a la danza. —Apenas podía mirarla en ese momento. No por lo que estaba diciendo ella, sino por lo que estaba diciendo yo. No pretendía herirle; de hecho, quería lo contrario. Así que me odié a mí misma por hacerle daño.
—Vale, quieres bailar. —Alzó los brazos a los costados—. Buenas noticias, Britt. Puedes bailar aquí en San Diego. Problema resuelto. Resoplé.
—Problema no resuelto. Si quisiera bailar en la interpretación de El lago de los cisnes de algún teatro comunitario de mala muerte una vez al año, sí que puedo bailar aquí. No me he dejado la piel bailando durante los últimos quince años de mi vida para actuar a medio gas delante de unos viejos que pagan diez dólares la entrada para roncar. A Santana se le arrugó la nariz
—Vale, ¿qué estás diciendo? ¿Quieres quedarte en Nueva York cuando acabes de estudiar? ¿Cómo no habíamos aclarado esto antes? Quizá porque habíamos estado tan ocupadas viviendo el presente, o dejando tambaleantes nuestros pasados, que se nos había olvidado mirar hacia delante. Nos habíamos perdido la parte futura de nuestra relación.
—Nueva York. París. Londres —respondí encogiéndome de hombros—. Esas son las ciudades a las que quieren ir las bailarinas.
Podía ver la batalla interna de Santana. La misma, qué demonios, que estaba experimentando yo en ese momento. ¿Por qué habíamos tardado tanto en descubrir que lo que yo quería y lo que quería ella podía no coincidir?
—Mierda, Britt. No he entrado en los Jets. Oros Giants. O alguna liga europea. —Negaba con la cabeza—. He entrado en los Chargers. Voy a pasar una temporada en San Diego. Asentí.
—Lo sé.
— ¿Qué sabes?
—Sé que tú estás en San Diego. Sé que yo estoy en Nueva York .Quería —deseaba— un respiro en esa conversación. Unas horas para asimilar lo que estaba ocurriendo, lo que se había dicho y hacia dónde ir a partir de ahí. Sabía cuáles eran mis prioridades, y Santana se encontraba justo por encima de la danza, pero ¿Santana me colocaba a mí justo por debajo del fútbol en su cabeza? Creía que no. Me había demostrado que yo iba primero una y otra vez, pero aquello —la casa, la camioneta, las expectativas, las suposiciones—, todo aquello estaba empezando a preocuparme.
Necesitaba procesar ciertas cosas importantes y no podía hacerlo con ella mirándome como lo estaba haciendo en ese momento. Y sin duda no podía hacerlo dentro de esa mansión hasta arriba de esteroides.
—Entonces ¿dónde nos deja eso, Britt? —preguntó con voz tranquila y gesto cansado. Parecía necesitar tiempo para procesar las cosas tanto como yo. ¿Dónde nos dejaba eso? ¿En San Diego? ¿Nueva York? ¿En algún lugar en medio?
—En una encrucijada —dije al tiempo que me encogía de hombros de nuevo.
— ¿Una encrucijada? —repitió acercándose a mí—. Después de todo lo que hemos pasado, ¿me estás diciendo que estamos en una encrucijada cuando te he puesto un anillo en el dedo y todos nuestros sueños por fin se están haciendo realidad? Respiré hondo antes de contestar.
—No. Todos tus sueños se están haciendo realidad. Yo todavía estoy trabajando en los míos, así que sí, estamos en una encrucijada. Las venas de su cuello afloraban a la superficie. Estaba cabreada, y yo solo lo estaba empeorando.
—No estamos en ninguna encrucijada —me susurró entre dientes.
— ¡Oh, sí, estamos en una puñetera encrucijada!—le chillé como respuesta. Se puso un poco roja.
—No. No. Lo. Estamos.
— ¡Sí! Sí. Lo. Estamos.
—Dios, ¿de verdad estábamos haciendo aquello? ¿Pelear repitiendo las palabras de la otra, como un par de crías de secundaria?
— ¡Maldita sea, Brittany Pierce! —gritó—. ¡No lo estamos! Y ya está, así que deja de hablar de encrucijadas. En realidad, mejor deja de hablar y punto, ¡porque todo lo que sale de tu boca es una pura locura! Sentí que las lágrimas brotaban a la superficie, y no iba a dejar que salieran.
—A veces eres una completa idiota, ¿lo sabías?—le espeté antes de correr por el enorme vestíbulo hacia la parte posterior de la casa. Necesitaba alejarme de Santana, un poco de aire fresco, y aclarar de nuevo mis ideas. Estaba hecho un lío y solo iba a complicarlo todavía más si me quedaba otro minuto en la misma habitación que ella. Oí a Santana maldecir con toda la fuerza de sus pulmones antes de que sus pasos sonaran detrás de mí.
—Espera, Britt —dijo, pero yo no podía hacerlo. No esa vez. Corrí por el pasillo y doblé la esquina hasta otra habitación gigantesca. La atravesé a toda prisa y me dirigí hacia las puertas dobles que calculé que darían al exterior.
Aire fresco. Un minuto para pensar. Empujé la puerta y pasé, supuestamente, al jardín de atrás. Pero aquel jardín no tenía nada que ver con ningún otro. Al igual que la casa, era espacioso y recargado. Tenía delante la «laguna» de la que había oído hablar. Del centro sobresalía una roca natural, de la cual partían unos toboganes que descendían hasta la piscina. Me recordó a la piscina del hotel en el que nos habíamos alojado en las Bahamas cuando tenía diez años. A mi hermano y a mí no consiguieron apartarnos de aquel chisme en toda la semana. Detrás de la piscina, había otra vivienda, está más del tamaño de una casa normal. Supuse que era la casa de la piscina. Oí que Santana se acercaba, pero no estaba preparada para enfrentarme a ella.
A ella le gustaba hablar las cosas primero y pensar después. Yo era justo lo contrario, y sabía, dado lo acalorado del asunto, que si lo retomábamos donde lo habíamos dejado antes de que tuviese un par de horas para tranquilizarme, seguiría otro concurso de gritos. Puede que yo no hubiese madurado lo suficiente como para no gritar, pero era lo bastante sabia como para tratar de evitarlo si podía. Avancé a grandes zancadas por el patio, esperando que tras la siguiente curva encontrase algún tipo de refugio o escondite temporal. En el instante en que me volví, supe que la paz y la tranquilidad no estarían en la agenda de esa noche. Varias docenas de cuerpos pululaban por un patio extenso. Tomando algo, hablando unos con otros. Al principio no me vieron.
Y entonces Santana llegó corriendo por la esquina, gritando todavía mi nombre. Entonces me vieron.
— ¿Qué…?
—Co… —Santana acabó la frase por mí.
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¿Piensan que Britt tiene razón? Que creen que pase con toda esta pelea de las Brittana?
Bueno chicas muchas Gracias por todos sus comentarios alegran mi dia!!
Espero que dejen sus comentarios !!
Saludos y besos
— ¡Santana! ¡Santana! —gritaban—. ¡Brittany! ¡Brittany! —Más gritos y chasquidos, tantos que nos arrancaron a las dos de nuestro aturdimiento. Los músculos de Santana se tensaron sobre mí, y, cuando su rostro se alzó por encima del mío, vi una expresión familiar que no había visto en mucho tiempo. Doctor Jekyll, le presento a Mister Hyde.
—Santana —le supliqué—. Tranquilízate —traté de persuadirle mientras me dejaba en el suelo. Los fotógrafos seguían gritándonos cosas.
Algunos comentarios eran demasiado vulgares para repetirlos. Sus cámaras no dejaron de hacer fotos en ningún momento. Santana se colocó delante de mí y se tensó más todavía. Mierda.
Aquello no acabaría bien para ninguna de las partes implicadas como no lograse convencer a King Kong de que bajase del Empire State. —Santana —insistí, cogiéndola del brazo e intentando que se volviera. No se inmutó—. No pasa nada. Son solo fotos. Dios, los músculos de su brazo parecían a punto de reventar.
—Son fotos nuestras, Britt —replicó, furiosa, mientras las cámaras continuaban enfocándonos—. Fotos de nosotras haciendo algo que no quiero que vea todo el mundo. ¿Por qué se había quedado ahí de pie, dejando que sacaran más fotos de su vida privada?
—No es la primera vez que estamos bajo la mirada pública —dije—. Y no será la última. Y estoy completamente segura de que no voy a impedirte que me beses así cuando y dondequiera que nos apetezca, así que ya podemos empezar a acostumbrarnos a esto ahora. —No sé de dónde sacaba el juicio para mostrarme tan razonable.
— ¿Cómo es ella en la cama, Santana? —voceó uno de los fotógrafos, sin el menor instinto de supervivencia.
— ¿Qué acabas de decir, capullo? —Santana avanzó unos pasos. Yo no la solté, de modo que tuvo que arrastrarme consigo.
—Santana, para. ¡Piensa! —Le grité, y me di cuenta de que se había vuelto todavía más fuerte en las semanas de entrenamiento de verano—. ¡Para y piensa! Mi cuerpo no podía detenerla, pero mis palabras sí. Santana se detuvo de forma abrupta y me miró. Fue la más breve de las miradas, pero todo su rostro se transformó con aquel intercambio silencioso. Cerró los ojos y respiró hondo varias veces antes de volver a mirar a los fotógrafos. Sacudió los hombros para deshacerse de la ira y se sacó el móvil del bolsillo. Lo sostuvo en alto y tomó una foto.
—Ya está. Ahora tengo vuestras caras en mi cámara —anunció con voz controlada. Por poco—. Si veo u oigo que se imprime alguna de esas fotos, os seguiré uno por uno. —Santana señaló con el dedo al fotógrafo que había sido lo bastante estúpido como para preguntar por mis habilidades amatorias—. Empezando por ti. Después de recoger sus mandíbulas del suelo, los fotógrafos empezaron a dispersarse. Uno estuvo a punto de sacar una foto más, pero selo pensó dos veces al ver el asesinato reflejado en el rostro de Santana. Solo cuando el último quedó fuera de la vista se le relajaron los hombros. Se volvió y tuvo la delicadeza de al menos mostrarse avergonzada. — ¿Lo siento? —Se frotó la nuca.
Le di un codazo, orgullosa de su control. —Si me hubieran dado un cuarto de dólar cada vez que he dicho, mejor dicho, que he gritado « ¡Santana!» y « ¡Para!», ahora sería rica. Recogió mis maletas y me rodeó con un brazo.
—Ya eres rica —dijo, lo que hizo que me diera un vuelco el corazón. Yo no era rica. Ella era rica. —Y si me hubieran dado un cuarto de dólar por escucharte siempre que has gritado las palabras « ¡Santana!» y « ¡Para!» —Me sonrió—, ahora sería de clase media. — ¿Qué crees que diría el dueño si supiera lo que acabamos de hacer en el capó de su camioneta nueva? —dije mientras rodeaba el vehículo del brazo de Santana. —Probablemente pediría un bis. Me reí.
—Probablemente. Solo las pervertidas muy salidas conducen camionetas como esta.
Santana tiró de la manija y abrió la puerta. —Estoy de acuerdo con lo de salida, pero ¿podíamos omitir lo de pervertida? La verdad es que no quiero que mi prometida piense que soy una pervertida. Me quedé con la boca abierta cuando Santana colocó mis maletas en el asiento de atrás.
— ¿Es tuya? ¿Cuándo la has comprado? ¿Dónde está tu vieja camioneta? —No podía parar el interrogatorio Santana me tendió la mano y me ayudó a subir a la camioneta. Tuve que saltar para entrar.
—Es mía. La compré hace un par de días. Y mi vieja camioneta irá al desguace en cuanto sea posible. —Cerró mi puerta, corrió por la parte delantera y se subió al asiento del conductor.
Giró la llave, el motor cobró vida. El ruido era tan fuerte que la cabina vibraba.
—Bueno, en esta camioneta sí que podríamos montárnoslo —dijo, mirando la segunda fila de asientos con el rabillo del ojo, donde había más que espacio suficiente para «montárnoslo».
—No teníamos ningún problema en tu vieja camioneta —murmuré mientras me ponía el cinturón Santana se detuvo en medio de la maniobra para sacar la camioneta de su plaza, echó una ojeada al asiento vacío del medio y luego me miró a mí, al otro lado del asiento.
—Odiabas esa vieja chatarra oxidada —dijo, visiblemente herida por que no fuese sentada junto a ella como hacía normalmente Me desabroché el cinturón y me deslicé hasta que me apreté contra ella. El cuerpo de Santana pegado contra el mío era lo único familiar que había en esa camioneta.
—Era una relación de amor odio —repuse con tono defensivo—. Que era más de amor que de odio. Claramente aplacado, me pasó el brazo por los hombros y volvió a centrarse en salir de la plaza de aparcamiento.
—Bueno, todavía tengo ese cacharro, así que puedes despedirte antes de que se vaya al cielo de las camionetas.
—No estoy lista para que se vaya al cielo de las camionetas. —Hice un mohín sin poder evitar preguntarme por qué estaba tan disgustada. Santana tenía razón: yo no era la mayor admiradora de su vieja camioneta. Pero en ese momento, el hecho de ver que había sido sustituida —por algo nuevo y resplandeciente— me puso los pelos de punta por razones que no quería reconocer.
—Te he traído un regalito —dijo Santana—. Está en la guantera. Una vez fuera del aparcamiento, aceleró. Por el modo en que despegó, cualquiera diría que aquella camioneta tenía el motor de un coche de Fórmula 1.
— ¿Mi regalo porque sí?
—Porque sí, porque te quiero —contestó, ansiosa por que lo abriera. Yo estaba nerviosa, más aún después de ver la camioneta nueva, cuyo coste no podía ni imaginar.
Cuando abrí la guantera, cayó una caja de color azul con un lazo blanco. La recogí, al borde dela hiperventilación. Nunca me habían regalado nada en la archi famosa caja azul. Todas las chicas sabían de qué tienda procedía y lo que contenía. Identificar ese tono particular de azul con Tiffany constituía un rito femenino de iniciación. La deposité en mi regazo y me quedé mirándola.
—Ábrela —me animó—. Llevo muriéndome de ganas por dártelo desde que lo elegí la semana pasada. Sonreí. Era imposible no hacerlo con aquella expresión aniñada de su cara. —Es una caja bastante lujosa, señora López —dije al tiempo que desataba el lazo.
—En el WalMart envuelven bien los regalos, ¿verdad? Le di un codazo.
—Buen intento. —Dudaba de que fuera a recibir otro regalo del Walmart suyo. La idea me entristeció.
—Ábrela —insistió—. Nada es demasiado bueno para mi chica. Me gusta poder permitirme al fin las cosas que mereces.
—Santana…Antes de que pudiera decir lo que fuera que tenía pensado decirle a continuación, su boca estaba sobre la mía, rápida y con fuerza. Y con la misma velocidad se fue. Podría haber pensado que me lo había imaginado todo si no fuese porque todavía podía sentir su sabor en mis labios.
—Ábrela —repitió con gesto petulante. Sabía exactamente lo que se hacía, y lo aprovechaba.
Podría haber estado pidiéndome que saltara de un precipicio, y estaba tan aturdida que lo habría hecho. Tomé aire y retiré la tapa. En el interior había un brazalete de plata. Sencillo y elegante. Algo que yo misma habría escogido, si me hubiese permitido a mí misma escoger algo tan bonito.
—Guau —exclamé al tiempo que lo sacaba. Resultaba pesado y frío al tacto.
— ¿Te gusta? —Alternaba la vista entre la carretera y yo.
—Bueno, esto es un brazalete de verdad —dije, y no tuve que fingir mi emoción.
—Dale la vuelta —me indicó—. Hay algo más. Le lancé una mirada de curiosidad y giré la pulsera. Había algo grabado en la parte interior, y las palabras me hicieron flaquear en todos los sitios en los que una chica podía flaquear. —«Para mi Britt» —leí. Dos brillantes rodeaban mi nombre. A mi padre le encantaría la referencia a «Britt in The Sky with Diamonds»—. «Que es mi primera vez en todo lo que importa.»
—Uau —repetí. No tenía palabras.
— ¿Qué te parece? —preguntó mirando el brazalete con orgullo.
—Santana —comencé—, es… es… —No conseguía más que balbucear. Me puse el brazalete en la muñeca izquierda y busqué las palabras apropiadas para expresar mi agradecimiento. Nada. Tenía la lengua totalmente trabada. Yo era bailarina, no escritora; mi cuerpo expresaba cómo me sentía cien veces mejor de lo que lo harían mis palabras. Y entonces se me ocurrió. Me incliné hacia ella y le besé en la cicatriz. Una, dos veces, y entonces una tercera antes de pasar a su boca. Le había pillado por sorpresa. Resultó evidente por el modo en que se tensaron sus músculos. Pillar a Santana López por sorpresa era raro, y pensaba disfrutarlo. La besé suavemente por toda su boca y saboreé el momento. El resto de nuestros besos eran tan firmes y apasionados que me sentía como si me consumieran, pero me aferré a este. Disfruté del aroma salado de su piel. Del tacto de su labio carnoso en mi boca. Del sabor de su lengua contra la mía. Le di un último beso en medio de la boca.
—Gracias —dije—. Me encanta mi brazalete. —Está bien, un último, un último beso—. Y te quiero.
—Maldita sea, mujer —repuso ella, y silbó entre dientes—. Ten piedad. Si esa es tu forma de darme las gracias, pienso comprarte joyas cada día de mi vida. Apoyé la cabeza en su hombro y admiré la pulsera. Santana se había hecho con un dedo, y ahora con una muñeca. Y se había hecho con mi corazón. Santana López se estaba apoderando de mí lentamente, una parte de mi cuerpo cada vez. —Y de nada.
Guardamos silencio varios minutos. Deslicé mis dedos arriba y abajo por los suyos mientras ella trazaba círculos en mi brazo. Estábamos tranquilas, y aunque esos momentos de calmase habían ido incrementando con el tiempo, la paz no era algo habitual en nuestra relación. Esperaba que eso cambiara algún día.
—Eh, necesito que te pongas una cosa —soltó, y se sacó algo del bolsillo. Entorné los ojos al ver lo que colgaba de su índice.
— ¿Una venda para los ojos? —pregunté sorprendida—. ¿Una venda de satén negro? ¿Qué te estaba diciendo acerca de que eres una pervertida salida? Santana negó con la cabeza.
—Esto no tiene nada que ver con estar salida…ser un degenerada… una pervertida —repuso, y parecía más incómoda con cada palabra. Contuve la risa.
—Maldita sea —bromeé—, eso sí que es una forma de arruinarle el día a una chica.
—Tan difícil… —añadió para sus adentros—.Tú solo póntela. Tengo otra sorpresa para ti. Cogí la venda y me la puse.
— ¿Esta sorpresa tiene algo que ver con algún juego salido, degenerado o pervertido?
—No. —Se rió entre dientes. —Maldita sea dos veces. Más risas.
—Britt, hoy me estás poniendo…—Eso es porque me van ese tipo de cosas. ¿Sabes? El rollo salido, degenerado, pervertido.—Si iba a tener los ojos vendados para que ella pudiera llevarme hasta alguna otra sorpresa, pensaba liberar mi lado mordaz .La camioneta no tardó mucho en detenerse.—Ya hemos llegado —anunció, emocionado de nuevo como un niño.
— ¿Adónde? Me tomó de las manos y me ayudó a bajar de la cabina. Por suerte, me cogió en brazos, porque no quería saltar a ciegas sin saber dónde demonios aterrizaría.
—Aquí —respondió, y me guió por los hombros. Avanzábamos por una superficie dura.
¿Hormigón? ¿Asfalto? ¿Piedra, quizá? Aparte del sonido de agua fluyendo, fuentes probablemente, el lugar estaba tranquilo. No podía llevarme a una tienda; no estábamos en la playa, ¿dónde demonios estábamos? De repente me levantó en volandas y subió corriendo lo que me parecieron unas escaleras, después oí que se abría una puerta. Santana giró aun lado y entró antes de dejarme en el suelo. Tenía el corazón en un puño antes de que ella me retirase la venda .Lo primero que vi fueron sus ojos. Quería seguir mirándolos, no apartar la vista jamás, porque ya sabía lo que iba a ver cuándo lo hiciera. Me daba miedo desviar la mirada.
—No he podido encontrar un lazo lo bastante grande para ponérselo alrededor —dijo, haciendo que me girara—. Espero que no te importe.
Por suerte, Santana me había envuelto con sus brazos, de modo que cuando flaqueé, me mantuvo derecha. Estábamos de pie en una habitación enorme, un espacio en el que podía entrar una casa de tamaño decente, y no habíamos salido del vestíbulo. Una habitación por la que la gente pasaba para llegar a otras que eran del tamaño del bungaló de mis padres. Había dos escaleras que ascendían al primer piso. ¿Una para subir y una para bajar? No tenía ni idea, pero no era lo único exagerado de aquel sitio. La araña que colgaba en el centro de la habitación era del tamaño de un Volkswagen, los muebles eran tan recargados que resultaban ofensivos, y los suelos de mármol estaban tan brillantes que casi parecían una pista de patinaje sobre hielo.
— ¿Qué es esto? —Susurré, esperando que la respuesta a la que había llegado yo fuese incorrecta. —La que pronto será la residencia de las señoras López —contestó al tiempo que apoyaba la barbilla sobre mi hombro. Estaba sonriendo como una loca, hasta que viola cara.
— ¿Britt? —La emoción se había desvanecido de su voz—. ¿Qué pasa? Cerré los ojos. No pude evitar mirar alrededor .Cada nueva cosa que veía me ponía cada vez más al borde de sufrir un ataque de pánico en toda regla.
— ¿Qué es esto, Santana?
—Nuestra casa —contestó ella lentamente.
—No. Nuestra casa está en Nueva York.
Se le arrugó la frente. —No, ese sitio es un apartamento en ruinas que tenemos alquilado. Ese sitio es como una vacuna del tétanos —añadió, y parecía a la defensiva—. Estás en nuestra casa. El lugar que será del todo nuestro en un año.
—A mí me gusta nuestro apartamento —susurré, liberándome de su abrazo. Las cosas estaban cambiando demasiado rápido. La liga nacional, la mudanza al otro lado del país, el dinero, la casa… todo se estaba yendo a un ritmo vertiginoso y yo ni siquiera me estaba enterando. El mes anterior estábamos buscando monedas entre los cojines del sofá para pagarla factura de la luz, y ese mes estábamos en el vestíbulo de una casa del tamaño de un país pequeño.
—Tú odias ese sitio. —Su voz iba ganando volumen, y volvía a mirarme de esa forma.
Como si no me reconociera. Odiaba esa mirada.
—Es una relación de amor odio que es más…
— ¿Qué demonios, Britt? —Me interrumpió—.Qué nueva clase de locura te ha entrado? Ese mal genio mío, como el suyo, acababa de salir a la superficie. Sin embargo, como Santana, yo había ido aprendiendo a controlarlo. Comprendía que en la mente de Santana ella había escogido aquel lugar pensando que me encantaría. Yo sabía que detrás de cada decisión que Santana tomaba, mi felicidad era su mayor prioridad, y eso me encantaba de ella.
Yo sabía que lo había hecho de todo corazón cuando había decidido convertirnos en los Jones de la noche a la mañana, pero me molestaba el modo en que lo había hecho. ¿Cómo podía tomar esa decisión por su cuenta sin consultármelo primero siquiera? Éramos un equipo. Debíamos estar tomando decisiones como una sola. Me mordí la lengua e inhalé lentamente antes de atreverme a responder.
—Te devuelvo la pregunta: ¿qué clase de locura te ha entrado a ti? —dije sin ninguna hostilidad, porque no era mi intención. De verdad me preguntaba qué clase de locura le había entrado a Santana para ir y escoger un lugar como ese. Santana movió el cuello a un lado y al otro y se tomó su tiempo en responder. Ambas estábamos esforzándonos para mantener a nuestros monos iracundos en sus jaulas.
—Lo he alquilado hasta que reciba mi primer sueldo, y entonces el propietario ha accedido a vendérmelo completamente amueblado. —Se detuvo y volvió a inspirar profundamente—.Deberías ver la laguna y la pista de tenis en la parte de atrás. Este sitio está regalado.
— ¿Laguna? ¿Pista de tenis? —Se me estaba revolviendo el estómago cada vez más. Me recordé de nuevo que Santana había hecho aquello porque me quería. No porque quisiera cabrearme. Me tragué lo que quería decir
—.Santana, tenemos veintiún años.
—Tenemos veintiún años y somos millonarias—me corrigió, y se encogió de hombros—. Ya hora que tengo los medios para dártelo todo, voy a hacerlo. Quiero hacerte feliz, Britt. Eso es lo único que me importa —añadió señalándome—. Feliz. Para. Siempre.
— ¿Feliz? —Repetí al tiempo que me cruzaba de brazos—. ¿Crees que esto es lo que va a hacerme feliz? ¿Qué has hecho? ¿Ir a la biblioteca local y consultar la Guía para idiotas sobre cómo hacer feliz a una mujer florero? Intenté morderme la lengua de nuevo. Dios, lo intenté con ahínco, pero al parecer había alcanzado ya mi límite de mordeduras de lengua ese día.
—Porque si yo fuera una cazadora de fortunas, entonces imagino que esto me haría muy feliz—continué abarcando la habitación con los brazos—. Pero no lo soy. A pesar de que quieres que sea esa chica que quiere tu dinero, ¡no lo soy! ¿Qué estaba diciendo? ¿Por qué estaba tan enfadada? El rostro de Santana pasó de estupefacto a triste y enfadada en apenas dos segundos.
—No, tú no eres de esa clase de chicas, Britt. Últimamente parece que no puedo hacer nada que te haga feliz. Quizá simplemente no quieres ser feliz. Esas palabras fueron como una bofetada. Me dije de nuevo a mí misma que aquella casa era su forma de demostrarme su amor, pero mi malgenio se había desatado y no podía frenarlo.
—Un consejo: si quieres hacer feliz a alguien, tal vez deberías pensar qué quiere esa persona, no qué quieres tú que quiera. Santana se llevó las manos detrás de la cabeza y se apartó de mí.
—Y un consejo para ti: tienes que estar dispuesta a dejar entrar la felicidad cuando aparece en tu camino. Sus palabras me hirieron.
— ¿Se supone que el hecho de que compres una casa en el sur de California para nosotras sin preguntarme primero equivale a felicidad? Yo vivo en Nueva York, Santana. Nueva. York.
—Vives en Nueva York hasta el año que viene—dijo, y se quedó mirando la pared más cercana como si quisiera darle un cabezazo
—.Cuando termines la universidad, puedes mudarte aquí conmigo .Aquello no fue una bofetada. Fue un puñetazo en la boca del estómago. Un golpe bajo.
— ¿Que puedo mudarme aquí? ¿A California? ¿A una mansión tamaño Playboy?
— ¿Cómo habíamos podido estar tan de sincronizadas? ¿De dónde había sacado Santana que podía organizarme la vida sin consultarme primero?
—. ¿Quién ha dicho que quiera coger mis cosas y trasladarme a la otra punta del país para vivir contigo en la tierra de las tetas falsas y las sonrisas de mentira?
Por su expresión, cualquiera diría que acababa de golpearle en el estómago.
—Cuando aceptaste a casarte conmigo. Cuando dejaste que te pusiera ese anillo. —Sus palabras eran lentas y controladas. Tanto quedaban miedo.
—Entonces ¿lo que entendiste cuando dije que me casaría contigo es que estaría dispuesta, no, feliz de abandonar mis sueños, planes futuros, etcétera, etcétera, para que tú pudieras vivir los tuyos? —grité—. Porque supongo que no leí la letra pequeña. Santana cerró los ojos.
— ¿Qué quieres, Brittany? —Me estremecí por dentro. Solo me llamaba Brittany cuando estaba realmente cabreada o dolida—. Porque al parecer no tengo ni puñetera idea. Así que dímelo. ¿Qué demonios quieres? —repitió marcando las palabras.
—Quiero acabar de estudiar. Estoy estudiando danza, así que, aunque te pueda parecer una locura, después de graduarme la verdad es que me gustaría dedicarme a la danza. —Apenas podía mirarla en ese momento. No por lo que estaba diciendo ella, sino por lo que estaba diciendo yo. No pretendía herirle; de hecho, quería lo contrario. Así que me odié a mí misma por hacerle daño.
—Vale, quieres bailar. —Alzó los brazos a los costados—. Buenas noticias, Britt. Puedes bailar aquí en San Diego. Problema resuelto. Resoplé.
—Problema no resuelto. Si quisiera bailar en la interpretación de El lago de los cisnes de algún teatro comunitario de mala muerte una vez al año, sí que puedo bailar aquí. No me he dejado la piel bailando durante los últimos quince años de mi vida para actuar a medio gas delante de unos viejos que pagan diez dólares la entrada para roncar. A Santana se le arrugó la nariz
—Vale, ¿qué estás diciendo? ¿Quieres quedarte en Nueva York cuando acabes de estudiar? ¿Cómo no habíamos aclarado esto antes? Quizá porque habíamos estado tan ocupadas viviendo el presente, o dejando tambaleantes nuestros pasados, que se nos había olvidado mirar hacia delante. Nos habíamos perdido la parte futura de nuestra relación.
—Nueva York. París. Londres —respondí encogiéndome de hombros—. Esas son las ciudades a las que quieren ir las bailarinas.
Podía ver la batalla interna de Santana. La misma, qué demonios, que estaba experimentando yo en ese momento. ¿Por qué habíamos tardado tanto en descubrir que lo que yo quería y lo que quería ella podía no coincidir?
—Mierda, Britt. No he entrado en los Jets. Oros Giants. O alguna liga europea. —Negaba con la cabeza—. He entrado en los Chargers. Voy a pasar una temporada en San Diego. Asentí.
—Lo sé.
— ¿Qué sabes?
—Sé que tú estás en San Diego. Sé que yo estoy en Nueva York .Quería —deseaba— un respiro en esa conversación. Unas horas para asimilar lo que estaba ocurriendo, lo que se había dicho y hacia dónde ir a partir de ahí. Sabía cuáles eran mis prioridades, y Santana se encontraba justo por encima de la danza, pero ¿Santana me colocaba a mí justo por debajo del fútbol en su cabeza? Creía que no. Me había demostrado que yo iba primero una y otra vez, pero aquello —la casa, la camioneta, las expectativas, las suposiciones—, todo aquello estaba empezando a preocuparme.
Necesitaba procesar ciertas cosas importantes y no podía hacerlo con ella mirándome como lo estaba haciendo en ese momento. Y sin duda no podía hacerlo dentro de esa mansión hasta arriba de esteroides.
—Entonces ¿dónde nos deja eso, Britt? —preguntó con voz tranquila y gesto cansado. Parecía necesitar tiempo para procesar las cosas tanto como yo. ¿Dónde nos dejaba eso? ¿En San Diego? ¿Nueva York? ¿En algún lugar en medio?
—En una encrucijada —dije al tiempo que me encogía de hombros de nuevo.
— ¿Una encrucijada? —repitió acercándose a mí—. Después de todo lo que hemos pasado, ¿me estás diciendo que estamos en una encrucijada cuando te he puesto un anillo en el dedo y todos nuestros sueños por fin se están haciendo realidad? Respiré hondo antes de contestar.
—No. Todos tus sueños se están haciendo realidad. Yo todavía estoy trabajando en los míos, así que sí, estamos en una encrucijada. Las venas de su cuello afloraban a la superficie. Estaba cabreada, y yo solo lo estaba empeorando.
—No estamos en ninguna encrucijada —me susurró entre dientes.
— ¡Oh, sí, estamos en una puñetera encrucijada!—le chillé como respuesta. Se puso un poco roja.
—No. No. Lo. Estamos.
— ¡Sí! Sí. Lo. Estamos.
—Dios, ¿de verdad estábamos haciendo aquello? ¿Pelear repitiendo las palabras de la otra, como un par de crías de secundaria?
— ¡Maldita sea, Brittany Pierce! —gritó—. ¡No lo estamos! Y ya está, así que deja de hablar de encrucijadas. En realidad, mejor deja de hablar y punto, ¡porque todo lo que sale de tu boca es una pura locura! Sentí que las lágrimas brotaban a la superficie, y no iba a dejar que salieran.
—A veces eres una completa idiota, ¿lo sabías?—le espeté antes de correr por el enorme vestíbulo hacia la parte posterior de la casa. Necesitaba alejarme de Santana, un poco de aire fresco, y aclarar de nuevo mis ideas. Estaba hecho un lío y solo iba a complicarlo todavía más si me quedaba otro minuto en la misma habitación que ella. Oí a Santana maldecir con toda la fuerza de sus pulmones antes de que sus pasos sonaran detrás de mí.
—Espera, Britt —dijo, pero yo no podía hacerlo. No esa vez. Corrí por el pasillo y doblé la esquina hasta otra habitación gigantesca. La atravesé a toda prisa y me dirigí hacia las puertas dobles que calculé que darían al exterior.
Aire fresco. Un minuto para pensar. Empujé la puerta y pasé, supuestamente, al jardín de atrás. Pero aquel jardín no tenía nada que ver con ningún otro. Al igual que la casa, era espacioso y recargado. Tenía delante la «laguna» de la que había oído hablar. Del centro sobresalía una roca natural, de la cual partían unos toboganes que descendían hasta la piscina. Me recordó a la piscina del hotel en el que nos habíamos alojado en las Bahamas cuando tenía diez años. A mi hermano y a mí no consiguieron apartarnos de aquel chisme en toda la semana. Detrás de la piscina, había otra vivienda, está más del tamaño de una casa normal. Supuse que era la casa de la piscina. Oí que Santana se acercaba, pero no estaba preparada para enfrentarme a ella.
A ella le gustaba hablar las cosas primero y pensar después. Yo era justo lo contrario, y sabía, dado lo acalorado del asunto, que si lo retomábamos donde lo habíamos dejado antes de que tuviese un par de horas para tranquilizarme, seguiría otro concurso de gritos. Puede que yo no hubiese madurado lo suficiente como para no gritar, pero era lo bastante sabia como para tratar de evitarlo si podía. Avancé a grandes zancadas por el patio, esperando que tras la siguiente curva encontrase algún tipo de refugio o escondite temporal. En el instante en que me volví, supe que la paz y la tranquilidad no estarían en la agenda de esa noche. Varias docenas de cuerpos pululaban por un patio extenso. Tomando algo, hablando unos con otros. Al principio no me vieron.
Y entonces Santana llegó corriendo por la esquina, gritando todavía mi nombre. Entonces me vieron.
— ¿Qué…?
—Co… —Santana acabó la frase por mí.
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¿Piensan que Britt tiene razón? Que creen que pase con toda esta pelea de las Brittana?
Bueno chicas muchas Gracias por todos sus comentarios alegran mi dia!!
Espero que dejen sus comentarios !!
Saludos y besos
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,....
me gusto el capitulo,..
no se pero no me da muy bien que britt trabaje con marley,...
me encanto el gesto de britt con el nene!!!!
mmm ya es difícil de entender a britt,... pero tiene razón quiere tener su patrimonio,.. se lo tiene que hacer hacer entender a san de lo que quiere pero no a los gritos,.. a ver como termina todo!!!
nos vemos!!
me gusto el capitulo,..
no se pero no me da muy bien que britt trabaje con marley,...
me encanto el gesto de britt con el nene!!!!
mmm ya es difícil de entender a britt,... pero tiene razón quiere tener su patrimonio,.. se lo tiene que hacer hacer entender a san de lo que quiere pero no a los gritos,.. a ver como termina todo!!!
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
quisiera poder entenderlas a las dos, solo pienso que a veces el amor no es suficiente!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
3:) escribió:holap,....
me gusto el capitulo,..
no se pero no me da muy bien que britt trabaje con marley,...
me encanto el gesto de britt con el nene!!!!
mmm ya es difícil de entender a britt,... pero tiene razón quiere tener su patrimonio,.. se lo tiene que hacer hacer entender a san de lo que quiere pero no a los gritos,.. a ver como termina todo!!!
nos vemos!!
Hola Hola!
Me alegra que te gustara C:
Que te puedo decir ! y Britt es un amor :3
Exactamente ellas siempre terminan con chocolate intenso no ? jajaja
Saludos
micky morales escribió:quisiera poder entenderlas a las dos, solo pienso que a veces el amor no es suficiente!
Hola Hola!
Creo que a veces no es suficiente pero creo que hay que intentar que sea suficiente (:
Saludos
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
Capítulo 8
—Buf, se nos da fatal organizar fiestas sorpresa. —Una tía que parecía tener unos abdominales espectaculares se adelantó con un par de copas de champán en las manos.
Yo todavía estaba intentando decidir si había aterrizado en Oz cuando el gigante, cuyos hombros y pavoneo le delataban como defensa, me tendió una copa. La cogí automáticamente, intentando ignorar a todos los que me observaban como si fuese un experimento que había salido mal.
—Puede que nos hayamos cargado la parte de la sorpresa, pero está claro que no vamos a cargarnos la parte de la «fiesta». —La chica le tendió la otra copa a Santana, luego se sacó una petaca del bolsillo de la chaqueta. Desenroscó el tapón y la alzó para brindar—. Por las señoras de este castillo de California. Que las fiestas sean salvajes, y el sexo, más salvaje todavía. —Nos guiñó un ojo y gritó—: ¡Salud! Estalló un coro de « ¡Salud!», pero yo no entendía nada. Ni siquiera los monosílabos. No estaba segura de en qué parte de la dimensión desconocida me encontraba, pero quería salir de allí. Ya.
—Karen —dijo Santana, que me alcanzó desde atrás. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, y deseé con tanta fuerza que esos brazos me sostuvieran que me aparté un par de pasos. Estaba preparada para que me rodeara con sus brazos y no lo estaba—. ¿Qué demonios es esto? —Santana no parecía enfadada, pero tampoco contenta.
—Un intento de fiesta sorpresa —repuso Karen—. El equipo quería bautizar tu nueva choza como corresponde. Y qué mejor forma de bautizo que treinta de tus ruidosas compañeras de equipo, sus sexis mujeres, novias, amantes, citas y… —movió las cejas deforma sugerente— alcohol Santana suspiró detrás de mí. Parecía tan cansada como me sentía yo.
—Además, queríamos conocer a la famosa Brittany —continuó Karen, sonriéndome—.Hola, yo soy la tía que impide que le pateen el culo a tu chica, Brittany —añadió—. Nuestra quarterback da por sentado que son sus jugadas, y no las mías, las que van a evitar que caiga, pero voy a contarte un secreto. —Karen se inclinó hacia mí—. Se equivoca un coro de risas se extendió entre la multitud.
—Santana da por hecho un montón de cosas —dije, y le lancé una mirada Karen nos miró primero a una y luego a la otra antes de coger la copa de la mano de Santana y conducirla hacia una mesa con más botellas de alcohol que personas había en la fiesta.
—Me imagino que necesitas algo más fuerte que esto. —Santana se giró hacia mí, pero se quedó con Karen la Santana a la que yo conocía no habría dejado que nadie le separase de mí. Especialmente si estaba enfadada e incómoda.
— ¡Señoritas! —Gritó Karen—. Acoged a Brittany en vuestro grupo. Me quedé ahí de pie unos instantes más, sintiéndome como si fuera la última persona a la que escogían para jugar, cuando una de las chicas se apartó de la jugadora con la que estaba y se me acercó.
No iba vestida como las demás que seguían la política de cuanto menos es más en lo que a la elección de vestimenta se referían. Ella llevaba un vestido fino y holgado y sandalias doradas y, a diferencia del resto delos rostros femeninos, que me miraban como si fuese un chicle en la suela de su zapato, esbozaba una sonrisa. Una sonrisa de verdad.
—Así que tú eres la famosa Brittany de la que Santana no puede parar de hablar —dijo, y, en lugar de estrecharme la mano, me dio un abrazo. Como su sonrisa, su rostro era real. —Resulta agradable conocer a la chica de la que tanto habla una tía. Me recuerda a cómo era mi esposa conmigo antes de que tuviéramos cuatro niños y se convirtiese en la romántica más vaga del mundo. —Hizo un gesto hacia el grupo de tías hasta los cuales habían acompañado a Santana.
Una tía de aproximadamente la misma estatura y peso que Santana inclinó su cerveza en nuestra dirección.
—Soy Sybill, y ese de allí es mi esposa, Carla.
— ¡Eh, Brittany! —Carla ladeó su cerveza hacia nosotras de nuevo—. Yo soy la que se gana su sueldo. A estas pretenciosas solo les gusta cobrarlo. Carla recibió una ronda de empujones de las tipas que tenía alrededor.
— ¡Es verdad, cariño! —Dijo Sybill antes de devolverme su atención—. Bueno, ¿qué tal lo llevas? Por norma general, no solía contarles mis penas a desconocidos, pero la sonrisa amable de Sybill se abrió paso inmediatamente a través de mis reglas y restricciones en torno a contar penas.
—Cuesta de asimilar —comencé—. Hace unas semanas, Santana era estudiante, y ahora, en un par de meses, estará jugando en millones de televisores.
—Vaya si cuesta asimilarlo —dijo ella—.Cuando Carla fue seleccionada, estábamos acabando la carrera. Yo recogí mis cosas y me mudé al otro extremo del país y, no es broma, descubrí que estaba embarazada una semana antes de su primer partido. —Se rió mirando a su esposa de un modo que me resultaba familiar. Así era como yo miraba a Santana—. Yo tenía tanto miedo de desequilibrarla que no selo dije hasta que acabó el partido. Un mes después estábamos casadas y decidimos que uno era tan divertido que podríamos tener tres más.
—Sí que suena como endiabladamente difícil de asimilar de golpe —repuse, y cogí una botella de agua de una mesa—. Pero mira ahora a las dos. —Hice un gesto hacia ellas, porque la conexión que tenían era tan evidente que sobraban las palabras. —Una pareja que tiene que programar los polvos para asegurarse de que seguimos sacando tiempo para ello.
—Me guiñó un ojo—. Pero es una buena vida. Y tengo a una buena mujer que me ha dado cuatro hijos a los que quiero tanto que a veces se me va un poco la cabeza. Vale. Pensaba agarrarme a Sybill en esos eventos y no soltarla. Jamás. Podríamos sacudirnos los vaqueros y camisetas juntas mientras el resto de las chicas andaban haciendo aspavientos vestidas de satén y lentejuelas.
—Hablando de mis cuatro enanos… —Sybillre buscó en su bolso, sacó un teléfono y contestó—. ¿Qué pasa, Jess? Arrugó el entrecejo e hizo un gesto a su esposa. —Vale, dale a Riley un poco de Sprite y galletas saladas. Estaremos en casa en media hora.
— ¿Tienes al enano enfermo? —supuse.
—Al enano vomitando espaguetis y albóndigas—me explicó—. ¡Eh, Carla! Riley se ha puesto malo. ¿Coges tú el coche y te espero en la entrada? Carla le hizo un gesto con la mano y corrió adentro. —Siento que tu hombrecito esté enfermo —dije—. Espero que se encuentre mejor pronto.
—Conociendo a Riley, estará curado y jugando a la Wii para cuando lleguemos a casa. —Saludó con la mano a algunos de los invitados antes de darme unas palmaditas en el antebrazo—. No dejes que las otras chicas te intimiden, Britt —dijo en voz baja—. No tienen mucho aquí dentro —se dio unos golpecitos en la cabeza— o aquí —se llevó la mano a la altura del corazón—, pero se las controla con facilidad. Son tan superficiales que lo único que tienes que hacer es decirles que te gusta su bolso nuevo o su vestido nuevo o sus tetas nuevas, y serás una de las suyas. Dales coba y estarás dentro. Eché la vista atrás hacia donde estaba el resto de la gente, y luego miré a Sybill, que se dirigía al interior de la casa. —No creo que quiera estar dentro.
Me lanzó una sonrisa. —Sí, yo tampoco. Es evidente que nunca he sido ni seré una chica a la moda —dijo, y se encogió de hombros—. Me gustas, Brittany Pierce. Seamos amigas. Era una forma muy infantil de decirlo, pero muy sincera. Algo bueno había salido de ese día: tenía una nueva amiga.
—Tú también me gustas. Amiga. Se despidió con la mano antes de volver a mirar a Santana.
— ¡Bonita choza, quarterback! Siento que salgamos pitando, pero la vida nos llama Santana nos miró a Sybill y a mí, y no se le dio tan bien como a mí fingir que no habíamos estado discutiendo por ver quién gritaba más alto hacía unos minutos.
—Gracias, Sybill —respondió—. Me alegro de que por fin hayas conocido a Britt cuando Sybill se hubo ido, y Santana empezaba a abrirse camino hacia mí, ese grupo de chicas a mi derecha me pareció una buena distracción. Ignoré el hecho de que sus vestidos eran tan brillantes que juntos formaban una bola de discoteca colectiva. También ignoré que sería la chica con las tetas más pequeñas del grupo. Por mayoría abrumadora .Lo único que sabía era que todavía no estaba preparada para hablar con Santana, no estaba preparada para olvidar las cosas horribles que nos habíamos dicho la una a la otra, y sin duda no quería una repetición de aquella pelea. Lo olvidaría, siempre lo hacía, pero no todavía Cuando Santana se acercó, me planté delante delas chicas.
Debería haberme recordado a mí misma que «plantarse» no era precisamente una manera casual de abrirse camino en un grupo. Todas las cabezas de pelo rubio y planchado se volvieron hacia mí.
¿Cuántas veces tenía que ser el centro de atención con solo veintiún años de vida? ¿En serio? Sin embargo, mi movimiento no demasiado sigiloso había funcionado.
Santana ya no avanzaba con paso firme en mi dirección. Chica lista. De la sartén al fuego. «Di algo, Britt», me ordené a mí misma mientras todas esperaban, mirándome como sino pintase nada allí. Entonces me acordé de las sabias palabras de Sybill. Me aferré a lo primero que me llamó la atención.
—Me encanta tu anillo —dije, asintiendo a la chica de mi lado, que tenía en la mano una copa de champán. Se produjo otro momento de silencio antes de que un coro de «Oooh» se extendiera por el grupo.
—Eres muy amable —contestó la Chica del Anillo, al tiempo que se llevaba la otra mano al pecho. Uau. Había visto tetas grandes en mi vida, pero aquellas cosas podrían haber tenido código postal propio—. Me lo regaló Angie por nuestro aniversario. Más «Oooh». El sonido era como si arañaran una pizarra. Yo no dije «Oooh».
— ¿Cuántos años lleváis casadas? —pregunté, sintiendo que tenía controlado aquello de la charla intrascendente.
—No fue por nuestro aniversario de boda, tonta —contestó ella, riéndose como si yo fuese demasiado mona—. No estamos casadas, solo salimos juntas.
—Ah —dije—. ¿Cuántos años lleváis juntas?
—Hoy hace dos meses —respondió con orgullo.
—Lleváis dos meses saliendo juntos, ¿y te ha comprado esto? —Fuera quien fuese la tal Angie, era una loca declarada. O fuera quien fuese la chica del anillo era bastante dotada en lo que hacía.
—No, acaban de regalarle eso porque llevan dos meses de mamadas —me explicó la chica de mi izquierda por lo bajo antes de reírse disimuladamente—. Es evidente que es muy buena con la boca. Todas las chicas se unieron a sus risitas, incluso la que al parecer hacía las mejores mamadas en toda la manzana.
—Uau —exclamé—. Felicidades. —No se me ocurría nada más. Sybill tenía razón: ahí arriba no había nada.
— ¿Y qué hay de ti? —Intervino una chica de pelo oscuro al otro lado—. Veamos tu anillo. Extendí mi mano y no pude evitar esbozar una sonrisa. La que siempre esbozaba cuando miraba mi anillo de compromiso. Conseguía recordarme mi pasado con Santana, además de la promesa de un futuro juntas. Ese anillo tenía algo poderoso. — ¿Cuántos quilates tiene eso? —preguntó. Seguí admirándolo y le dije:
—Un tercio. Varias risitas muy claras, seguidas de un chiste. Cuando alcé la vista, la chica de pelo oscuro se estaba esforzando por contener una sonrisa de superioridad.
—Oh —dijo, y exhibió su anillo, que era diez, si no veinte, veces más grande que el mío—.No sabía que hicieran diamantes tan pequeños. Otra ronda de risitas. Y ya volvía a estar cabreada. Al menos no era con Santana. Ella se había dejado la piel trabajando para comprar mi anillo de compromiso, ¿y esas brujas engreídas que probablemente no habían trabajado un solo día en toda su vida iban a reírse de su trabajo duro? Sí, pero no conmigo delante.
—Los hay de todas las formas y tamaños —repliqué, y la fulminé con la mirada—. Como con los cerebros. —Alcé una ceja, me giré sobre mis talones y me largué no todo lo rápido que hubiese querido.
Al parecer, ese año no iba a tener más que una amiga entre esa gente. Una amiga de verdad valía más que cincuenta amigas enemigas que se reían de mi anillo de compromiso.
Brujas. Después de alejarme de forma no demasiado casual del cubil de aquellas leonas, deambulé por el jardín de atrás. Puesto que era más como un parque que un jardín, debería haber sido fácil encontrar un sitio tranquilo. Todavía podía oír el estruendo de la fiesta cuando me sonó el teléfono en el bolso. Imaginé que era Santana, y estaba a punto de pulsar para ignorar la llamada, cuando un número diferente pero conocido apareció en pantalla. Aunque no estaba de humor para hablar, la persona que llamaba tampoco era dada a las conversaciones largas.
—Eh, papá —contesté mientras continuaba abriéndome paso por aquel jardín de diseño. Estaba casi segura de que había otra fuente horrible y recargada esperándome al final del camino, así que cambié de dirección.
—Hola, mi Britt In The Sky —me saludó, y sonaba como el padre de mi niñez. El padre que no se había convertido en un recluso físico y emocional durante toda mi adolescencia—.Solo llamo para saludarte y ver qué tal estás. Esbocé la sonrisa más grande de que era capaz en ese momento. Mi padre me llamaba cada semana, el mismo día, a la misma hora. Podías poner un reloj en hora por las llamadas de mi padre.
—Hola, gracias por llamar. Estoy en San Diego, he venido a ver a Santana no le dije nada más. Si le contaba a mi padre lo de la discusión con Santana sobre la McMansión, no habría forma de que colgase en varios minutos.
— ¿Cómo está Santana? —me preguntó ilusionado. Yo no era la única fan incondicional de Santana López en la familia Pierce. Mi padre me seguía de cerca.
—Santana… —Busqué la palabra apropiada: probablemente era mejor que me guardase frases como «Ha perdido la cabeza» y «Ha dejado que California le sorba el cerebro» para mí—. Ha estado muy ocupada, papá. Creo que tanto sol, todas esas horas en el campo y los símbolos del dólar le están volviendo un poco loca. Mi padre se rió para sus adentros.
—Más loca de lo normal —aclaré.
— ¿Alguna novedad en el frente nupcial? —me preguntó mi padre cambiando de tema sin demasiada delicadeza. Gruñí.
—Tú también no —gimoteé—. Si no eres tú, es mamá. Si no es mamá, es Santana. Si no es Santana, es alguien más. ¿Por qué todo el mundo quiere conocer todos los detalles acerca de nuestra próxima o no tan próxima boda? —No quería ser tan cortante con mi padre. Solo era una pregunta equivocada en el momento equivocado.
—Britt In The Sky —dijo mi padre, como la personificación de la calma—, no es que quiera conocer todos los detalles de tu boda, próxima o no, y ya está. Quiero conocer todos los detalles de tu vida entera. —Podía percibir aquella sonrisa paternal en su voz—. Pero, dado que ya no eres una niña, ¿qué tal si me conformo con saber si eres feliz? Exhalé. Mi padre siempre conseguía tranquilizarme solo con su voz.
—Me parece bien.
—Hablo en serio, cariño. Tu felicidad es lo único que me importa —añadió—. Si a ti te hace feliz seguir prometida el resto de tu vida, a mí me parece bien. —Me reí con ganas. Mi padre quizá estuviese de acuerdo con eso, pero yo sabía de otra persona a la que no le gustaría demasiado—. Si lo que te hace feliz es una boda exprés en las Vegas, que así sea.
—Gracias, papá. —Decidáis lo que decidáis Santana y tú, a tu madre y a mí nos parecerá bien —dijo—.Vale? Aquello me quitaba un peso de encima, pero el problema era que no sabía qué quería en ese momento. Necesitaba algo de tiempo y una taza de té para ayudarme en mi mar de indecisión.
—Vale, papá. Gracias, significa mucho para mí—contesté.
—Bueno, tú significas mucho para mí, Britt in The Sky.
****
Cuando salí de la ducha, miré por la ventana del baño. Los últimos rezagados de la fiesta se habían ido. Ese día había sido horrible, y sabía que el siguiente también lo sería. Así que esa noche quería olvidar todo lo que me rondaba por la cabeza y dormir un poco. Necesitaba cerrar la puerta a ese día y abrir una nueva por la mañana.
Había dejado todas las luces de la casa de la piscina apagadas con la esperanza de que Santana estuviese demasiado borracha o demasiado cansada para venir a buscarme.
Por supuesto, sabía que eso era hacerme ilusiones. Sabía que vendría. Solo esperaba que, cuando lo hiciera, me dejara el espacio que le diría que necesitaba. Dada nuestra experiencia pasada, a Santana no le entusiasmaba el «espacio». Estaba sacando un vaso del armario de la cocina cuando llamaron a la puerta.
— ¿Britt? ¿Estás ahí? —Su voz era aguda.
Antes de que pudiera responder, se abrió la puerta y entró. Su gesto delataba la misma preocupación que su voz. —He estado buscándote por todas partes —dijo mientras daba unos pasos más—. ¿Qué estás haciendo aquí? «Esconderme de ti. Tratar de aclarar mis ideas.»
—Estaba a punto de acostarme —respondí, y dejé el vaso. El agua sonaba bien hasta que Santana había llegado. En ese momento lo único que sonaba bien era ella. Especialmente por el modo en que me miraba.
—Te estás escondiendo de mí —afirmó, metiéndose las manos en los bolsillos.
—No —repuse mientras me ceñía el cinturón de la bata un poco más—. Me estoy escondiendo de este sitio. La mandíbula de Santana se tensó.
—Este sitio es nuestra casa, Britt. Tuya y mía.
—No, Santana. Este sitio os pertenece a ti y a la persona que quieres que sea. No la persona que realmente soy Santana dio unos golpecitos en la pared con los nudillos y avanzó hacia mí.
—Vale. No es el sitio que tú quieres, nos desharemos de él. —Me miraba como si yo fuese todo su mundo. Sabía que yo me derretía bajo esa mirada. Hacía días, semanas, y se estaba aprovechando de mi escaso autocontrol. Cerré los ojos e inhalé lentamente para tranquilizarme. Podía sentir como la sangre seme agolpaba en ciertas partes del cuerpo por encontrarme a solas y a esa distancia de ella. No podía, no pensaba acostarme con ella hasta que hubiese aclarado mis ideas.
—Dime qué quieres, Brittany —dijo, y se detuvo a unos centímetros de mí. Podía olerle; casi podía saborearle en mis labios. Casi podía sentirle…Negué con la cabeza, con los ojos aún cerrados.
—No lo sé —reconocí, y noté que se acercaba un poco más.
—Dime qué quieres —me pidió, y entonces su cuerpo se apretó contra el mío. Maldita sea. Mi frágil determinación estaba oficialmente a punto de convertirse en una causa perdida. Entonces su boca se movió junto a mi oído, y el calor de su aliento se abrió paso por mi cuello.
— ¿Qué es —susurró— lo que —sus dientes se hundieron en el lóbulo de mi oreja— quieres?—Empujó las caderas hacia mí, y cuando la sentí contra mí, los últimos restos de autocontrol a los que me había estado aferrando se me escurrieron entre los dedos. Abrí los ojos. Ya había saltado, así que pensaba disfrutar de la caída. Esperé hasta que me miró a los ojos.
—Te quiero a ti —contesté, y mis dedos buscaron su cremallera. Los preliminares habían quedado atrás—. Aquí. Y ahora. —Le bajé la cremallera y apoyé mi boca contra su oído—. Desesperadamente Santana tomó aire con brusquedad, pero ese fue el único gesto de sorpresa que se permitió.
Sus manos me desataron la bata rápidamente. Me cogió por las caderas, me levantó y cargó conmigo hasta la mesa. Su boca encontró lamía y me besó como nunca me había besado. Fue desesperado, y hambriento, y casi doloroso. Pero me gustaba la sensación que me producía el dolor. Necesitaba sentirlo. Tras desabrocharle el botón de los pantalones, tiré de ellos hacia abajo. Le cogí con mi mano y me recosté en la mesa. El rostro de Santana reflejaba una mezcla de emociones. Por primera vez desde esa tarde, tenía las cosas claras. Y era feliz. Cuando le guiaba hacia mí, Santana se detuvo.
— ¿Estás segura de que estás preparada? —dijo, con la respiración entrecortada.
—Ven y averígualo —repuse mientras le rodeaba la cintura con las piernas para atraerle hacia mí. Su rostro se contrajo mientras mi mano se movía hacia su clítoris, pero ella se refrenó.
—Santana —le susurré—. Por favor.
Se movió para introducirme dos dedos apenas y gimió. Yo gemí más alto. La tortura era demencial, y si Santana pensaba jugar de forma lenta y delicada, tendría que hacerle cambiar de opinión. La suavidad y la delicadeza no estaban en la agenda de esa noche. Le estreché con fuerza entre mis piernas y subí las caderas un poco más, con lo que conseguía coger el resto de sus dedos en mi interior.
—Dios. —Suspiré, sintiendo que podía alcanzar el orgasmo. Cuando movió las caderas, estuve a punto de hacerlo.
—Mierda, Britt —dijo; respiraba pesadamente a mi oído—. Sí que estabas preparada. Hice ese movimiento de contoneo con las caderas que le hacía subirse por las paredes y retiré su mano de mi cadera para que me cubriera el pecho.
—Entonces ¿a qué estás esperando? Sus manos me apretaban tanto la cadera como el pecho, y entonces empezó a mover los dedos con más fuerza. Yo tenía lo que había pedido. Cada vez que me embestía estaba segura de que iba a alcanzar el clímax, pero no lo hacía. Esa vez fui yo quien le esperó a ella. La mesa empezó a bambolearse debajo de mí cuando aceleró el ritmo.
Le clavé los dedos en la espalda; después empecé a jugar con sus pezones. Oí cada gruñido grave cuando se introducía en mi interior, y cada gemido atormentado cuando sacaba los dedos.
—Vamos, cariño —jadeó, moviéndose más deprisa—. Quiero sentir cómo te corres.
Su mano se deslizó hacia abajo, hasta que su pulgar trazó círculos en mi clítoris. Sabía que estaba cerca, pero alcancé el orgasmo al instante. El cuerpo de Santana tocándome por dentro y por fuera me hizo alcanzar un orgasmo tan poderoso que sentí como si me arrancaran las entrañas. Grité su nombre, sintiendo que mis músculos se contraían alrededor de sus dedos.
Sin dejarla respirar la penetre con dos dedos y empecé a saborear sus pezones en mi boca.
-Mierda Britt sigue, sigue – la penetre cada vez más rápido mientras hacía círculos en su clítoris y chupaba más rápido su pezón derecho hasta que sentí que mis dedos estaban totalmente apretados en su interior haciéndome saber que ya había alcanzado el orgasmo.
Ella susurró mi nombre tantas veces que perdí la cuenta, antes de derrumbarse sobre mí.
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Bueno Chicas aqui les traigo un nuevo capitulo !!
Espero que comenten y me dejen saber si les a gustado (:
Por cierto empece otra nueva historia por si les gutaria leerla y apoyar (:
http://www.gleeklatino.com/t22184-fanfic-brittana-el-infierno-de-santana
Esa es otra de mis Adaptaciones (:
http://www.gleeklatino.com/t22157-fanfic-brittana-forbidden-capitulo-10-19-06-14
Gracias por comentar Saludos y Besos.
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
holap,...
me gusto el capitulo!!!!
linda sorpresa le dieron las amigas de san ajajjajja
a veces el "no se" de britt es frustrarte!!!,.... paciencia lo único que queda,.. jajja
me gusta la nueva amistad de Sybill,...
nos vemos!!!!
me gusto el capitulo!!!!
linda sorpresa le dieron las amigas de san ajajjajja
a veces el "no se" de britt es frustrarte!!!,.... paciencia lo único que queda,.. jajja
me gusta la nueva amistad de Sybill,...
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana: Crash #3 FINAL 20/07/14)
WOW...wow wow ...me lei esta historia en dos dias, gran adaptación, ahora espero la actualización pronto y espero que no te demores mucho, gran historia y gran adaptación...
la mejor de las vibras
la mejor de las vibras
atercio********- - Mensajes : 650
Fecha de inscripción : 02/04/2012
Edad : 32
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