Fic Brittana: Atrévete *Cap 17 - Parte II - Final.*

¡dioooooooooooooooooos otro genial capitulo! *-* gracias por tardar poco en actualizar y sobre todo gracias por contestar mi comentario! de veras estuvo genial, espero que el proximo cap tenga MUCHO MAS WANKY, entre Santana y Brittany, y que esa zorra no le haga nada a mis princesas!

y por dios, SANTANA DEFENSORA! bueh bueh bueh! fue corto pero fue genial, vamos mañana otro lo suplico!!!!!! comentare todos los caps si hace falta AHQ, pero te suplico mas capitulos *-------------------* OH MY GOSH!!



                    

Si, odio a Sam. No se le quita lo estupido de ninguna manera -.-'

Aaw, esa loca, vamos, quien querría hacerle daño a Britt? :) yo tambien quiero a una Santana asi *--*

A mi sam me da algo de pena...
Santana esta celisa y brittany muy contenta de volber a verla♡♡ jeje

—He conseguido información sobre tu fan desesperada —anunció Harold al unirse al pequeño grupo congregado ante el camerino de Brittany.

—¿Tienes su nombre completo? —preguntó Brittany.

—Emily Fields.

A Brittany se le hizo un nudo en el estómago. Le había venido un nombre a la cabeza: Fields Incorporated. ¿Cómo iba a olvidarse? Su padre había muerto dos semanas después de aquella absorción, de un ataque al corazón.

—Mierda —maldijo—. Odio todo lo que hago; mi trabajo, mi vida..., todo.

Sam apartó a Santana con sutileza y firmeza al mismo tiempo y abrazó a Brittany, casi derribándola y haciéndola tambalear por la fuerza de su cuerpo corpulento. —No pasa nada, hermosa. Deja que te lleve a casa y te prepare un baño caliente. Tienes que descansar. —Aflojó su abrazo gigante y miró a Brittany a la cara—. Sabes que si no fuera incapaz de golpear a una mujer por más maldita que esta fuera…— Suspiró, conteniendo su rabia y volvió a poner sus ojos tiernos y una voz suave—No quiero que sigas bailando. No lo soporto.

Brittany lo miró, sorprendida, esperando que de un momento a otro se convirtiera en alguien como la niña del exorcista y hubiera que llamar a un cura. El hombre de negocios, además de ser un poseedor de una insistente galantería que ella conocía tan bien, de repente, se había convertido en un novio cursi que quería cuidar de ella.

—Nunca antes te había molestado.

—Tonterías. Sólo quería que fueras feliz. Pero hasta aquí hemos llegado. Si tengo que despedirte, lo haré.

—Lo que tú digas. —Brittany se apartó de él y de sus brazos fuertes—. Creo que has elegido un buen día para comenzar con los licores— Hasta Kurt sabía que Sam era un bebedor totalmente ocasional aunque tuviera su bar como negocio propio.

Santana posó sus ojos marrones en Brittany. Su mirada solo transmitía pura preocupación. —¿Hay algo que deba saber? ¿Quién coño era esa tía?

—¿Y qué más da? —murmuró Brittany, mientras se ponía los vaqueros de un tirón—. Joder, ¿acaso una ya no tiene intimidad o qué?

Nadie hizo el menor ademán de marcharse. Kurt se sentó en el sofá al estilo indio. —¿Crees que es la misma persona que te dejó la amenaza de muerte? Parecía muy cabreada contigo.

—¿Amenaza de muerte? —repitió Santana, furibunda—. ¿Te han amenazado?

—Ya nos estamos ocupando de eso, ¿verdad, cielo? —intervino Sam, dándole unas palmaditas cariñosas a Brittany y mirando con desdén a Santana. Se le notaba el disgusto en la cara.

Brittany se calzó unas zapatillas. —Parecía más interesada en otras cosas, no precisamente en abrirme la garganta.

Echó un vistazo a su alrededor. Kurt, que era incapaz de pelear, ni que le fuera la vida en ello, se miraba las uñas. Sam fingía que eran la pareja perfecta y miraba a Santana como si fuera a hacerla pedazos, aunque nunca lo hiciera en realidad porque después de todo era un hombre bueno y noble, algo que siempre atraía a Brittany, además de su actitud de galán cautivador y su mirada tímida e inocente de contraste. Harold estaba listo para entrar en acción: sólo tenía que decir la palabra. Y Santana se veía igual de peligrosa, sin importar su figura delgada y suave, Brittany sabía de su fuerza oculta, esa que la sostenía mientras llegaba, esa que Brittany había sentido y había tocado con las palmas y las yemas de sus dedos.

—Necesito pensar. —Brittany se frotó las sienes.

—Voy a recoger tus cosas y nos vamos —se apresuró a decir Sam.

Con las prisas por llegar a la puerta, prácticamente tropezó él solo. —Me voy a mi casa, Sam. —Brittany miró a Santana a los ojos.

—¡No vas a irte a casa con ella! —exclamó Sam con una mueca de desagrado y unos ojos que no engañaban a la persona vulnerable y herida, y justamente eso era lo único que hacía que Brittany no lo golpeará y así mismo lo único por lo que soportaba sus celos sin motivos más que sus propios sentimientos, sentimientos que Brittany no correspondía—. Apenas la conoces. No es más que una desconocida a la que te has follado.

Brittany se enfureció como siempre, pero esta vez no pudo contenerlo, de alguna forma, la mirada dolorida y los ojos agónicos de Sam, esta vez no le importaron para nada, Santana era el objetivo y eso parecía imponerse ante cualquier sufrimiento de Sam. — ¿Nos dejáis a solas un momento? —Miró a todos con frialdad—. Fuera. ¡Ya!

—Santa María Madre de Dios... —Kurt se levantó volando del sofá, atónito y totalmente sorprendido por la voz de su mejor amiga y su mirada dura como el hielo, nunca la había visto de esa forma y Sam parecía sorprendido también nunca lo había tratado así, pero todo eso no permitió que su personalidad extrovertida y exagerada saliera a flote y arrastró a Santana con él fuera del camerino—. ¡Corred si queréis vivir!

Harold encabezó la huida. Se movía bastante deprisa para el tamaño que tenía. Cuando salieron, cerraron la puerta.

—¿Pasa algo? —quiso saber Santana, indecisa en el vestíbulo.

—Chist. Me encantan las peleas de heteros —dijo Kurt, con la oreja pegada a la puerta. Parecía hacer, siempre, una observación y separación por sexos e identidades sexuales.

—No pasa nada —la tranquilizó Harold, aunque la mirada de Brittany también lo había sorprendido—Sam es un buen chico que no te confunda su actitud desdeñosa…y bueno, Brittany… no se bien, nunca la había visto así y eso que conozco su faceta enfurecida cuando algo le molesta—Santana quería preguntar más pero una voz alta y gruesa interrumpió sus pensamientos
—Esa mujer no te conviene. ¡Ni siquiera es tu tipo! —se oyó la voz acusadora de Sam al otro lado de la puerta.

Santana enarcó una ceja. —¿Se ponen así muy a menudo?

—Sam sí, ella no —dijo Kurt—. Pero es muy divertido escuchar las dos partes ahora.

—¡Tú no tienes ni puta idea de cuál es mi tipo! —chilló Brittany—. ¡Y no eres nadie para decirme a mí con quién puedo o no puedo acostarme!

—Aléjate de la puerta, loco —dijo Harold, tirando de Kurt—. Se oye perfectamente desde aquí.

—Pero los puñetazos de Brittany no se oyen. Quiero saber cuándo ha llegado el momento de llamar a una ambulancia. — Kurt, siendo simplemente Kurt, podía pensar cualquier cosa de una Brittany totalmente furiosa.

—A lo mejor debería irme... —farfulló Santana.

¿Después de pelear también les daba por echar un polvo de reconciliación?

—¡Quiero que vuelvas conmigo! —Continuó Sam, su voz sonaba fuerte pero no de furia, solamente desesperación mal encubierta—. Y no sólo como un polvo ocasional. Quiero algo más.

—Ay, mierda. La esta tocando—Kurt se tapó la boca dramáticamente, Sam sí parecía seguir al pie de la letra su parte en la escena así que no sabía como podría reaccionar esta nueva Brittany que, por lo general, solamente salía ignorándolo amablemente y lo dejaba sólo con sus celos y sus peticiones imposibles— Esta vez, creo que sí hay que llamar a emergencias o tal vez a la policía pero de la que no hay, la que se hace cargo del maltrato de género de mujeres hacía hombres.

—¡No quiero que me abraces, ni que me tomes de la mano! —La respuesta inmediata de Brittany resonó—. Te quiero pero no te amo. No hagas esto más difícil.

Siguió un largo silencio. Kurt pegó todavía más la oreja. — Entiéndelo, no siento eso.

Santana contuvo la respiración. El tono de Brittany era inflexible. No estaba de broma, pero tampoco estaba siendo suave, incluso sintió pena por Sam, ella había notado el dolor en sus ojos celestes, ahora debía estar más herido.

—Sin dudas Brittany explotó esta vez. —Kurt juntó las palmas de las manos y miró al cielo— Sam podría ser tan feliz en nuestra lado de la vereda o por lo menos con una mujer que sí le corresponda. Pero el destino es severo con algunos guapotes como él. Gracias, Dios. Dioses de la moda, Virgen María y..., joder, todos los de ahí arriba, momentos como este hacen que agradezca tener el amor de mi Blainy.

—Muy bien, ve y arruina tu vida, ligue tras ligue. Como si no estuvieras ya lo bastante jodida. Y más ahora que tienes a tus enemigos pisándote los talones.

Kurt retrocedió y se puso a silbar una burda imitación de la tonadilla de The Andy Griffith Show. La puerta se abrió.

Brittany estaba fuera de sí. Miró a cada uno de sus amigos y finalmente posó los ojos en Santana, de alguna forma, las llamas azules de sus ojos se incrementaron, como si recordara algún motivo que hiciera enfurecerla más, si era posible. —¡Vámonos!

A Santana nunca le había sentado bien que le dieran órdenes pero, aun así, siguió a Brittany. La fresca brisa nocturna le acarició el pelo, pero no hizo nada por mitigar el calor que se acumulaba entre sus piernas. El espectáculo de la noche le había disparado el corazón y ver a Brittany tomando el control había sido un plus.

—Me pone rabiosa, joder.

Brittany dio una patada en el suelo, esparciendo varios guijarros.

—Eso he oído. —Santana se encogió de hombros cuando Brittany levantó la mirada—. Las paredes son finas.

—Sí.

—Conozco un sitio perfecto donde podemos ir para que descargues adrenalina.

Brittany sonrió ampliamente y sus ojos azules se oscurecían con asombrosa rapidez a la luz de la luna. —¿Incluye una cama?

—No, pero hay colchones.

—Te sigo.

* * *

—Escuela de Kárate Snix —Brittany arqueó una ceja—. Estoy impresionada.

—Gracias.

Santana se sentía muy orgullosa. Nunca había pensado que sería tan gratificante que otra persona apreciara lo que hacía para ganarse la vida, pero la cálida sensación que le acarició el estómago hizo que valiera la pena todo el nerviosismo de la noche. Guió a Brittany hacia el interior y cerró la puerta tras ellas, antes de hacer un movimiento circular con la mano.

—Bienvenida a mi segundo hogar.

Brittany observó las fotografías enmarcadas y leyó las placas de los trofeos.

—Vaya, has ganado muchos campeonatos.

Santana hizo una reverencia.

—Debe de ser fantástico.

Brittany se dirigió hacia una vitrina donde había varios cinturones de colores diferentes y luego paseó hasta otra estantería de trofeos y acarició una figurita. Santana se imaginó sus dedos acariciándole la piel con la misma dulzura y la entrepierna le ardió.

—Bueno, decías algo de quemar adrenalina. —Brittany la arrancó de su fantasía.

—Sí, ven conmigo.

Santana la llevó a los vestuarios y le pasó unos pantalones de chándal. —Toma, póntelos.

En lugar de entrar en uno de los vestidores, Brittany le sonrió, seductora, y se desabrochó los pantalones. Se los bajó lentamente, contoneando las caderas. Santana echó mano de toda su voluntad para reprimirse y no arrancarle la tanga roja de encaje que contrastaba sensualmente con la piel pálida y rosada de sus muslos. Lo que no pudo fue apartar los ojos de sus tentadoras curvas mientras terminaba de cambiarse.

—¿Lista? —le preguntó Brittany con una sonrisa traviesa.

Santana casi había dejado de respirar. La piel le ardía. —Primero, estiramientos —murmuró.

Fue lo mejor que se le ocurrió, cuando lo único en lo que era capaz de pensar, en realidad, era en meterle los dedos a Brittany y hacerla chillar de placer.

—Sí, señora —respondió Brittany, imitando un saludo militar.

Se tumbó en el suelo, juntó las piernas y las mantuvo levantadas. Poco a poco, se abrió de piernas y, de repente, dio un giro y quedó tendida sobre el suelo boca abajo, con la mejilla sobre la lona.

Dios, dame fuerzas.

—Arriba —le ordenó Santana, antes de perder el control. Se puso protecciones en las manos y añadió— Pega, con fuerza. Hasta que te sientas mejor.

—Estás bromeando, ¿no?

—¿Por qué iba a hacerlo? Te hará sentir mejor. Puedes descargar tu ira conmigo.

Brittany agachó la cabeza y la sacudió para soltarse el pelo. —¿Qué? —preguntó Santana, confundida.

—No eres demasiado perspicaz, ¿eh?

Santana le ofreció una de las manos enguantadas con la protección. —Cuidado con lo que dices, mujer.

Brittany sonrió, paciente, y apuntó—¿No has visto lo que le ha pasado a la morocha del club?

—¿Crees que me puedes tumbar con un puñetazo de casualidad? —rió Santana.

—Muy bien, levántalas.

Brittany levantó los puños y se puso en posición defensiva. Santana obedeció, la diferencia de altura era solo de unos centímetros, Santana movió sus manos enguantadas un poco más arriba. Quería ayudarla a aliviar su enfado y después hacerle el amor en el suelo allí mismo. Quería reseguir cada curva de su cuerpo y oírla gemir de placer.

—Bien —le dijo, cuando Brittany le dio un puñetazo flojo—. Ahora más fuerte, hasta que notes que se te pasa el enfado. No te reprimas.

—Ni se me pasaría por la cabeza.

Brittany le dio más fuerte, un puñetazo detrás de otro. Sus delicadas manos impactaban con energía contra las protecciones.

—Vaya, parece que has nacido para esto. ¿Te encuentras mejor?

—No mucho, pero es divertido. ¿Cuándo nos ponemos en serio?

—¿En serio?

Brittany dio un puñetazo tan fuerte que habría hecho caer de rodillas a cualquier oponente y, a continuación, se agachó y barrió los pies de Santana con una pierna. Ésta cayó de lado y lanzó un gruñido, rectificando la caída instintivamente. Brittany la empujó, la puso de espaldas, montó sobre ella a horcajadas y le inmovilizó los brazos por encima de la cabeza. Le quitó las protecciones de las manos y las tiró a un lado.

—Taekwondo —musitó Brittany. Santana sintió su aliento de vainillas en la cara. Con una dulce sonrisa, Brittany añadió— Nunca subestimes a tu oponente.

Santana se la quedó mirando con incredulidad. El deseo recorría sus venas como un torrente. Se le agitó la respiración y se le puso la carne de gallina.

Me la voy a follar hasta dejarla sin sentido.

* * *

Brittany se sumergió en los ojos más hermosos que había visto en la vida, anteriormente ojos azules, celestes, grises, negros, verdes e incluso otros marrones habían sido cómplices de su mirada pero, especialmente, esos marrones chocolate, únicos e indefinidos, la dejaban sin aliento y, para completar la perfección del momento, la mirada de sorpresa total en el rostro de Santana la había puesto tan caliente que quería arrancarse la piel. Era una pena que Santana no fuera más que un polvo. Se imaginaba sentando cabeza con alguien como ella, una persona amable y tierna, pero al mismo tiempo fuerte como una roca e increíble entre las sábanas.

—Ven aquí —le susurró Santana, con aquellos labios tan sensuales.

Brittany se inclinó sobre ella hasta cubrir su boca con sus labios y Santana le metió la lengua, suave y húmeda, hasta el fondo. Gimió al enredar su lengua con la de Santana y le acarició el pelo con los dedos. Santana le dio la vuelta hasta colocarse encima y le abrió las piernas con las rodillas. Enseguida le frotó la entrepierna con los dedos, dejando un reguero de fuego a su paso. Entonces le besó el cuello y le trazó un sendero húmedo sobre la piel con la lengua.

—Llevo todo el día pensando en follarte —susurró.

La mirada de Santana hacía que Brittany se sintiera como una obra de arte en un museo. —No hables. —Le puso un dedo sobre los labios—. Sólo hazlo.

Cerró los ojos cuando Santana le pasó la mano por el trasero y le quitó los pantalones y la tanga. El top fue el siguiente en desaparecer. Brittany le rodeó el cuello con los brazos y frotó las caderas contra el firme estómago de Santana. Deseaba un orgasmo, lo necesitaba. Contuvo el aliento cuando Santana deslizó los dedos entre sus piernas. Un ansia insaciable se apoderó de ella y tomó aire cuando Santana le rozó el clítoris. Los suaves movimientos circulares no le bastaban y la embistió con fuerza, dejando caer la cabeza hacia atrás.

En aquella ocasión Santana no jugó con ella. Al parecer, sabía perfectamente lo que Brittany necesitaba y también cómo dárselo.


Hola! que les pareció el cap? Brittany puso en su lugar a Sam “el posesivo” verdad? y que me dicen de la “clase personal” que Santana le dio a Britt, yo creo que descargo muy bien su ira :)
Gracias por leer y hasta la próxima actu! NaT!

holap,...

ame el capitulo!!!!
al fin britt le puso un tope al pesado de sam,....
yo quiero ir a la academia de snixxx,.. si enseña así!!!!!!! jajaja

nos vemos!!!

Alleluya!!!
Al fin brittany puso a sam en su lugar me da un poco de pena pero es lo que hay

Hola, nueva lectora!
Este fic es muy muy WANKY!! *-*
Estoy deseando leer el siguiente cap!! Espero que actualices pronto y bueno, que bien que britt puso en su lugar a Sam, y la forma de desahogarse de san para que britt se despejase fue genial!!! Mira que derrumbar a San así de rápido jajaja fue muy wanky, sin mencionar lo que pasó luego de eso ^_^
Actualiza pronto xfaaa!! saludines

¡este fic es genial! se me olvido comentar la otra vezXD pero aqui tienes mi comentario, lo tendrás siempre! este es el primer fic que leo desde el primer capitulo que suben, no se si me explico, y quiero seguirlo; Comentar, y disfrutar.

ahora mi pregunta es; ¿Hay muchos capitulos?
esa pregunta es importante, y en cuanto al fic, me encanta, sin duda es genial; Y espero que no lo dejen nunca, NUNCA NEVER!!!!! jjajajaja, eso! gracias por seguir escribiendo

y como siempre; QUIERO MAS WANKY! besoooos; desde españa      

Santana abrazó a Brittany, temblorosa entre sus brazos. No quería soltarla. El modo en que respondía su cuerpo era impresionante, Santana nunca había sido tan activa en la cama, le gustaba ser pasiva pero con Brittany era distinto, no quería dejar de tocarla y saborearla y con el rostro sobre el pecho de Brittany, aspiró su dulce aroma, con un toque floral, mezclado con la sensualidad de las feromonas. Le frotó el clítoris en círculos, cada vez más deprisa, al ritmo al que Brittany sacudía las caderas. Ésta se puso rígida un segundo antes de emitir un sonido ronco y Santana deslizó la mano hacia abajo y le metió los dedos.
 
Brittany movía la cabeza de un lado a otro, frotándose contra la mano de Santana, mientras los gritos agudos se sucedían desde lo más hondo de su garganta. Era el sonido más hermoso que Santana había oído nunca. Esperaba que Brittany se retorciera, que le tirase del pelo. Sin embargo, en lugar de eso, Brittany le rodeó el cuello con los brazos y la abrazó como si fuera su salvavidas. Con las manos enredadas en el cabello de Santana, se balanceó contra ella, para frotarse a un ritmo constante sobre los dedos que la penetraban. El aire se llenó de gemidos; Brittany temblaba como una hoja en medio de una tormenta. Santana la penetró con fuerza, hasta el fondo, y el cuerpo de Brittany se tensó y se contrajo a su alrededor en oleadas férreas.
 
El clímax de su orgasmo se desvaneció demasiado pronto y quedó reducido a unas pulsaciones más suaves. Brittany se derrumbó entre sus brazos y Santana la abrazó con ternura. Permanecieron así durante lo que pareció una eternidad, sin hablar y sin tratar de moverse. Finalmente, Brittany rodó y se apartó de Santana. Las dos se sentaron. Santana acarició los rizos que se le habían soltado de la pinza que le sujetaba el pelo.
 
—¿Te apetece ir a cenar? ¿O al cine..., o seguir follando?
 
Brittany le sonrió con ternura. —No me estarás pidiendo una cita, ¿verdad?
 
Santana se encogió de hombros. —En realidad, no. Pero me gusta el cine. Y cenar. Y follar.
 
—Menos mal. Por un momento he creído que ibas a ponerte en plan cursi.
 
Brittany se apartó de ella y empezó a vestirse. Santana reprimió el impulso de volver a inmovilizarla en el suelo y follársela hasta que suplicara clemencia. En lugar de eso, se levantó y se dirigió a la puerta. Brittany la cogió del brazo y Santana se volvió, aunque no quería seguir mirando aquellos ojos azules tan seductores.
 
—Santana, a mí también me gusta el cine. Y cenar. Y follar.
 
* * *
 
La confusión se había apoderado de Brittany como un torbellino. Su vida, su carrera, Santana, la amante que se había tirado ya dos veces. Y Emily Fields y quienquiera que la quisiera muerta... Todo aquel estrés sumado hacía que deseara poder esconderse en alguna parte. El trabajo en Pierce Industries le estaba chupando el alma, pero estar con Santana hacía que dejara de pensar en todo. Hasta en la posibilidad de que el día siguiente pudiera ser el último: su última venta o su último baile.
 
Contempló embobada la espalda fuerte y la curva firme de las nalgas de Santana al salir de la escuela de kárate. La vida de Santana consistía en buscar siempre la victoria siguiente, al igual que Brittany buscaba su siguiente carnicería empresarial. A lo mejor el destino las había unido. Brittany suspiró y se fijó en las medallas de oro que colgaban de las paredes. Le vino a la cabeza su despacho, cuyas paredes estaban forradas con sus premios y sus logros enmarcados. ¿Tan diferentes eran Santana y ella? Brittany destrozaba las vidas de los demás, mientras que Santana les abría la cabeza.
 
Santana cerró la puerta principal con llave y se dirigieron al Viper. — ¿Adónde vamos?
 
—No sé. ¿Qué tipo de comida te gusta?
 
Santana arqueó las cejas y le miró la entrepierna. Brittany hizo una mueca, juguetona. —Hablo en serio.
 
—Y yo. Me gusta casi cualquier cosa, mientras no siga viva cuando llegue a mi plato.
 
Se adelantó a Brittany para abrirle la puerta del asiento del acompañante. Brittany le agradeció aquel gesto con una sonrisa y se acomodó en el asiento de piel.
 
—A mí me encanta el bistec —afirmó, una vez que Santana había tomado asiento y había arrancado el coche.
 
—Bistec entonces.
 
Salieron del aparcamiento y se incorporaron a la carretera. El aire frío de la noche entraba por las ventanillas abiertas y a Brittany se le puso la carne de gallina. Las luces de los establecimientos discurrían con rapidez junto al coche y se reflejaban en los cristales al pasar por delante. Al poco, llegaron al restaurante elegido y encontraron mesa. La camarera se presentó y les tomó nota.
 
—¿Cuánto hace que tienes la escuela de kárate? —preguntó Brittany, para oír algo que no fuera su propia respiración.
 
¿Les resultaba tan extraño conversar porque ambas sabían que su conexión era puramente sexual?
 
—Casi seis años —le sonrió Santana.
 
—¿Y también entrenas?
 
—Todo lo que el cuerpo aguante. Tengo dos ayudantes, pero me paso el día allí.
 
La camarera volvió con sus bebidas y una bandeja de madera con pan de centeno. Brittany se reclinó en el asiento y estudió a Santana. Dios, se la veía tan relajada. A lo mejor era eso lo que la atraía de ella. En el caos en el que se había convertido su vida, Santana era como el ojo del huracán: segura y tierna. Con ella, el torbellino de su existencia quedaba lejos.
 
Santana apoyó las manos en el borde de la mesa. Jugueteó con los cubiertos enrollados en la servilleta, visiblemente nerviosa.
 
—Me pica la curiosidad. ¿Cómo aprendiste taekwondo?
 
Brittany dejó escapar un suspiro al recordar su entrenamiento. —Gracias a un padre sobreprotector, supongo.
 
—¿Te dedicas a algo más, aparte de a bailar en The Sweets Ladys?
 
Brittany asintió. —Llevo el negocio de mi padre.
 
A veces le gustaba pronunciar aquellas palabras. A algunas mujeres les parecía de lo más interesante que tuviera poder en un mundo de hombres. Al menos hasta que averiguaban en qué consistía ese mundo exactamente.
 
—Murió hace casi dos años.
 
—Lo siento.
 
La compasión se hizo evidente en la mirada de Santana. Era obvio que quería preguntar más, pero percibía que era un tema escabroso. De repente, Brittany sintió la necesidad de contárselo todo acerca de la disfuncional familia Pierce. Cómo se comportaba el perdedor de su hermano y cómo su madre se había rendido en su matrimonio y había abandonado a sus hijos adolescentes sin que Brittany hubiera entendido nunca el porqué. La echaba de menos, sobre todo en aquellos momentos en los que estaba en proceso de cambiar la empresa. Quizá su madre habría estado orgullosa de ella. Brittany recordaba vagamente oír discutir a sus padres sobre la obsesión de John Pierce por su negocio.
 
La camarera apareció con su cena y comieron en silencio. Santana emanaba cierta aura de protección, de seguridad. Brittany ansiaba sentir aquellos brazos delgados que se sentían fuertes a su alrededor una vez más. Tendría que poner punto y final a aquella aventura muy pronto. Su privacidad dependía de ello. No obstante, mientras tanto, tenía la firme intención de disfrutar de cada momento. No era habitual en ella desear a alguien por algo más que por su cuerpo. A lo mejor se sentía especialmente vulnerable porque su vida estaba perdiendo el rumbo. Brittany frunció el entrecejo: una sensación fría se le instaló en la boca del estómago y se quedó mirando su plato. Reconocía aquel dolor sordo, por mucho que se esforzara en negarlo. Era soledad.
 
Santana se dio cuenta de que el semblante de Brittany se ensombrecía y resistió el impulso de cogerle la mano. Si estuvieran solas, la desnudaría, se envolvería en una manta a su lado y dormirían juntas, piel contra piel. Había algo en Brittany que la impelía a protegerla y a desvelar sus secretos. Sin embargo, no estaban solas. Estaban en público y alguien podía verlas e incluso meterse con ellas, como les pasaba a veces a las lesbianas que se mostraban afectuosas delante de los demás.
 
—¿Te pasa algo? —le preguntó Santana, escrutando su rostro.
 
—No, estoy bien. —Brittany miró por encima del hombro de Santana, con expresión inescrutable. Señaló a un bebé que se hallaba en brazos de su madre, dos mesas más atrás—. Es tan bonita. Y qué pequeñita...
 
A Santana le dio un vuelco el corazón. ¿Le gustarían los bebés a Brittany? ¿O los niños? No sabía nada de aquella intrigante mujer, salvo que su vida parecía un culebrón.
 
Cuando se dio cuenta de que en realidad le importaba, fue como recibir un puñetazo. ¿De dónde habían salido aquellos sentimientos? ¿Acaso no estaba decidida a defender su libertad contra viento y marea tras haberla recuperado por fin? Por alguna estúpida razón, tenía ganas de conocer los sueños, las esperanzas y los secretos de Brittany, así como sus aspiraciones y sus deseos. Quería saberlo todo de ella y le daba igual lo terribles, pequeños o dramáticos que fueran aquellos secretos.
 
—Vámonos de aquí —le dijo.
 
—Creía que nunca me lo pedirías —respondió Brittany al punto, antes de levantarse de la mesa.
 
Santana dejó unos cuantos billetes sobre la mesa para la cuenta y la propina. Pasearon por la calle en silencio.
 
Cuando llegaron al coche, Santana estaba inquieta. Algo había cambiado. Acababan de echar un polvo fantástico y sabía que iban a volver a casa de Brittany y que pasarían la noche juntas. La observó por el rabillo del ojo y recordó su pelea con Sam. Al parecer, Brittany le tenía alergia a las personas que intentaban adueñarse de ella.
 
Aquello era algo que tenían en común.
 
Santana condujo de manera mecánica hasta la salida de la autopista que tenía que coger para llegar al barrio de Brittany. Cuando llegaron a la verja, casi estaba decidida a buscar una excusa para volverse a su casa. Tecleó el código de seguridad que le dijo Brittany y aparcó delante de la casa. En cuanto se apagó el motor, el fuego se apoderó de ella y ya no le quedó duda alguna respecto a lo que se dedicarían a hacer el resto de la noche. De hecho, quería reclinar el asiento y empezar a hacerle el amor allí mismo, en el coche, frente a la entrada.
 
Respiró hondo y siguió a Brittany hacia el interior. Tras ella, recorrió el ancho pasillo hasta su dormitorio. La luz de la luna llena iluminaba débilmente la habitación. En cuanto se acercaron a la cama, empezaron a desabrocharse y a tirarse de la ropa con frenesí, hasta caer desnudas sobre la cama. Sus labios se hallaron y sus lenguas se entrelazaron. Se tocaron y exploraron con manos ardientes. Brittany la puso de espaldas y montó sobre sus caderas. Abrió un cajón de la mesita de noche y sacó un vibrador de color fucsia. La luz de la luna hizo relucir el plástico brillante.
 
Santana sintió entre las piernas un ardor apasionado que la consumía. Con una sonrisa traviesa, le quitó el juguete a Brittany y dobló el extremo hasta que la vibración le hizo cosquillas en la mano.
 
—Asumo que quieres que use esto.
 
Le dio la vuelta para ponerse encima de ella y le abrió las piernas con la rodilla. Atrapada entre sus muslos, Brittany le regaló una sonrisa impía.
 
—¿Quién ha dicho que lo quería para mí?
 
Santana le cubrió el pecho de besos húmedos, sin llegar a tocar el pezón endurecido.
 
—Soy mejor dando que recibiendo.
 
Brittany se retorció. —Entonces dámelo —jadeó, frotando su sexo contra la pelvis de Santana.
 
Santana sonrió y siguió besándole el pecho, hasta hallar sus deliciosos pezones. Sin pensárselo dos veces, le mordisqueó uno y después el otro antes de hundirle la lengua en el ombligo. Por fin descendió un poco más y se detuvo frente al resbaladizo orificio de su nueva amante.
 
Brittany ya respiraba de manera entrecortada de pura expectación. Cuando Santana colocó el vibrador ronroneante debajo de ella, ésta jadeó y dejó escapar un gruñido sordo. Poco a poco, Santana le metió el juguete. Brittany se arqueó y sacudió las caderas, al ritmo de las embestidas, largas y fluidas, mientras Santana le acariciaba el clítoris.
 
Cuando sus jadeos se hicieron más pesados, Santana ya no pudo resistirlo más. Deseaba abrazar aquel cuerpo tembloroso mientras se corría. Le soltó el clítoris y se le puso encima. Brittany resopló.
 
—No pares.
 
Santana le inmovilizó los brazos por encima de la cabeza y, con el vibrador entre los muslos, continuó embistiendo a Brittany con destreza. Brittany la rodeó con las piernas y le cruzó los tobillos detrás de la espalda. Santana la besó profundamente y le succionó la punta de la lengua. Con cada embestida, el vibrador se frotaba contra el clítoris de Brittany, hasta hacerla enloquecer. La noche se llenó de sus gemidos. Brittany se frotaba cada vez más fuerte y cada vez más deprisa contra el vibrador.
 
—Oh, Dios mío! —gritó, moviendo las caderas como una loca debajo de Santana.
 
Santana le soltó las muñecas y Brittany le echó los brazos al cuello antes de quedarse rígida. Sus eróticos lloriqueos de placer fueron demasiado para Santana, que se corrió explosivamente mientras Brittany se estremecía y gemía apasionadamente. Temblando, Santana se derrumbó encima de ella y hundió el rostro en su cuello para aspirar su aroma mezclado con sudor, hasta recuperar el control sobre su respiración. Brittany le acarició la espalda y la columna.
 
Permanecieron enredadas en un abrazo sudoroso hasta que sus respiraciones se normalizaron. Entonces Santana tiró el vibrador al suelo y se tumbó de espaldas al lado de Brittany. El corazón le latía de manera irregular y oleadas de confusión recorrían sus venas. Los sentimientos y las emociones se agolpaban en su interior y deseaba expresarlos más que nada en el mundo.
 
Esperó a que Brittany le diera alguna señal de que estaba tan abrumada como ella. Pero ésta no alargó la mano para cogérsela. Tampoco la besó. Por desgracia, tendría que ocultarle sus sentimientos a Brittany para siempre.
 
No hacía falta que Brittany le dijera que, para ella, Santana no era más que un polvo. El mensaje le había llegado, alto y claro.
 
* * *
 
Poco después, Brittany le acarició el cabello a Santana y aspiró su dulce aroma. Pronto, las dos retomarían sus vidas. Santana con su kárate y ella con su compañía. Era más que probable que no volvieran a verse. Tenía intención de disfrutar de aquella noche tanto tiempo como pudiera. Al fin y al cabo, se merecía algo de tranquilidad, aunque solo fuera un rato.
 
Santana cambió de posición y le hundió el rostro aún más en el cuello. —Ha sido genial.
 
Brittany se mostró de acuerdo. Lo cierto era que la palabra genial se quedaba corta para describir lo poderoso que había sido.
 
—Eres una amante maravillosa.
 
Deseó retirar el comentario en cuanto se le escapó. Decirle a alguien que era una gran amante era como otorgarle poder y no quería que Santana tuviera todavía más control sobre ella.
 
Santana se apoyó sobre el codo y le paseó los dedos sobre los pechos, antes de dejarlos descansar sobre su vientre.
 
—Viniendo de ti, me lo tomo como un cumplido.
 
Brittany no iba a admitir que, hasta el momento, ninguna de sus amantes la había hecho sentir como en una nube, incluso horas después de hacer el amor.
 
—Venga, vamos a ver una película.
 
Brittany le dio un beso rápido en la mejilla y se levantó de la cama. Recogió el vibrador, lo lavó en el lavabo y lo volvió a meter en el cajón. Con suerte, volverían a utilizarlo antes de que se hiciera de día. Se le fueron los ojos hacia Santana, que estaba de pie, desnuda junto a la cama. Su hermoso cuerpo exigía que le prestara atención: sus pechos apetitosos, su estómago firme y sus piernas musculadas eran una combinación espectacular. Dios, Brittany se moría de ganas de lamer cada centímetro de aquella mujer.
 
Santana le agarró el brazo, la atrajo hacia sí y la besó en los labios. El calor se expandió entre las piernas de Brittany a la velocidad del rayo. ¿Cómo era posible, después del terremoto de hacía pocos minutos? Le flaquearon las rodillas y empujó a Santana antes de que su determinación siguiera el mismo camino. No iba a dejar que ella dictara cuándo volverían a hacer el amor.
 
—Si no paras, nunca saldremos del dormitorio.
 
—Lo dices como si fuera un problema.
 
Brittany no respondió. Sólo se convertiría en un problema si dejaba que la aventura fuera más allá y aquello no pasaría. Sacó ropa para las dos y, una vez vestidas, salieron a la sala de estar y se arrellanaron en el sofá para ver una película, acurrucadas entre mantas.
 
Brittany nunca había estado tan relajada. No recordaba la última vez que se había acurrucado con alguien frente al televisor, si es que lo había hecho alguna vez. No era su estilo, pero se sentía increíblemente satisfecha.
 
Cuando terminó la película, volvieron a la cama. En esta ocasión, se quitaron la ropa lenta y calmosamente. Tenían toda la noche por delante y Brittany quería que le quedara grabada en la memoria para siempre.
 
* * *
 
Brittany abrió los ojos y se desperezó. El cuerpo cálido que había dormido a su lado había desaparecido y solo quedaba el hueco que había ocupado. Hasta en su mundo de soledad, no recordaba haberse sentido tan vacía en la vida. Había querido despedirse de Santana antes de que se marchara, pero en cierta manera se alegraba de que no hubiera sido así. De lo contrario, no estaba segura de haber sido capaz de fingir que le resbalaba, como siempre, y si Santana leía sus verdaderos sentimientos en sus ojos, las cosas podrían complicarse.
 
Se arrastró hasta el baño y se lavó los dientes. Al volver a la cama, un delicioso aroma despertó sus sentidos. ¿Café? Seguía tratando de procesar aquella desconcertante idea, cuando Santana apareció en la puerta con una taza en la mano.
 
—No sé cómo lo tomas, así que lo he cargado de azúcar y leche.
 
Brittany se sentó contra el respaldo de la cama y aceptó el café. Observó a Santana con cautela, dio un sorbo y gimió de placer en cuanto aquel sabor delicioso deleitó sus papilas gustativas.
 
—Es maravilloso. Gracias.
 
—De nada. El desayuno estará listo en diez minutos.
 
Santana salió de la habitación y Brittany se quedó mirando la puerta. ¿Alguna de sus amantes le había preparado el desayuno antes? Demonios, ni siquiera había permitido que nadie, salvo Sam, se quedara a pasar la noche después de follar. Las otras mujeres y alguno que otro hombre que se había llevado a casa hacían demasiadas preguntas y no le quedaba más remedio que ponerlos de patitas en la calle.
 
La había sorprendido que Santana siguiera allí. Tenía la impresión de que la libertad también significaba mucho para ella. Era una mujer fuerte. No necesitaba pegarse a alguien de quien poder depender o con quien comprometerse porque no se sintiera completa sin tener novia. Era la clase de persona capaz de comprender por qué Brittany se aferraba a la empresa de su padre con tanto fervor.
 
Apartó aquel pensamiento tan poco realista de su mente. La gente sólo la veía como un tiburón empresarial, no como una persona sensible. Nadie sabía aún que intentaba encontrar la manera de cambiar la compañía, sin dejar de obtener beneficios. Nadie entendería realmente que el amor por su padre la había obligado a aguantar para preservar su legado. Él amaba aquella empresa más que a nada. Incluso cuando su madre le suplicó y lo amenazó con marcharse, su padre rehusó soltar las riendas de su monstruo.
 
Ahora aquel imperio pertenecía a Brittany y ella no podía pensar mal de él por haberlo creado. Si tenía que pasarse el resto de su vida sola, que así fuera. Su padre le había enseñado todo lo que sabía, a ser fuerte e independiente y a defender lo que creía. No podía defraudarlo ahora, abandonando el imperio por el que había sacrificado tanto.
 
Se levantó de la cama, se puso unos bóxers y una camiseta, y fue a la cocina. —Huele bien —comentó.
 
Se fijó en los sándwiches de beicon, huevo, lechuga y rodajas de tomate que Santana había dispuesto en bandejas. Se le hizo agua la boca. Santana le pasó uno y se sentó en el otro taburete.
 
—Me he imaginado que después de esta noche nos entraría hambre.
 
Sólo de pensar en todo lo que habían hecho durante la noche, Brittany se estremeció. Santana la había hecho correrse varias veces, hasta dejarla sin aliento y más saciada que nunca. Después se habían quedado dormidas. Se concentró en el sándwich y le hincó el diente con fruición.
 
—¿Tienes planes hoy? —le preguntó Santana.
 
Brittany echó un vistazo al reloj que había sobre el fregadero. —Tengo que ir a trabajar.
 
—¿Y esta noche?
 
Si prolongaban aquella relación, al final Brittany tendría que revelarle cosas que no quería. La única forma de terminar con aquel dilema era que acabaran antes de llegar a más.
 
—Lo siento, tengo planes —mintió.
 
Santana asintió y le dio un mordisco a su sándwich. La decepción se le notaba en la cara. A Brittany se le encogió el corazón. ¿Qué mal habría en una noche más? No tenía que contárselo todo a Santana. Comió un poco más mientras se decidía. ¿Cuántos encuentros hacían falta para que un rollo se convirtiera en una relación? Nunca había dejado que nadie formara parte de su vida el tiempo suficiente para averiguarlo.
 
Santana no tiraba la toalla. Sus ojos refulgieron, como si retara a Brittany a decir que sí.
 
—¿Mañana?
 
Brittany titubeó, con el corazón partido entre la lógica y la lujuria. —Estoy libre a partir de las tres, después de la reunión que tengo a la hora de comer.
 
Santana sonrió. —Pasaré a buscarte a las tres y media.
 
Brittany arqueó una ceja. —¿Quién te ha dado permiso?
 
—No lo necesito —repuso con una sonrisa aún más radiante.
 
Santana se levantó, llevó los platos vacíos al fregadero y empezó a fregarlos. Brittany se reprendió mentalmente: se estaba metiendo en un lío. Lo mejor sería llamar a Santana al día siguiente para anular la cita. Podía despedirse de ella por teléfono.
 
Fue incapaz de controlar el latido de su corazón cuando Santana atravesó la cocina y se le puso entre las piernas.
 

—¿Te apetece una ducha? —le propuso en tono juguetón—. Tengo varias partes que frotar. 




Y aquí estamos de nuevo! Estas chicas no se privan de nada :P y bueno, la libertad no parecer ser algo que Brittany y Santana quisieran perder, de hecho es algo que, irónicamente, tienen en común, así que… esta difícil :s

Nos leemos la próxima, gracias por seguir ahí, detrás de sus pc, nets, celus, tablets o…etc :) Saludos! NaT!

O_O!!!!!
Mareeee.... que sexosas!!!!
Yo creo que al final brittany va a ceder a santana ^_^

bueh, aqui yo de nuevo... Se que no puedes hacerme spoiler, obviamente; Yo escribo y se que no puedes hacerlo, pero de todos modos, ESPERO con ansias el proximo capitulo.

y cuanto al capitulo, me ENCANTA, te lo diré siempre. lool jajaj bueno, se que Brittany y Santana, maximamente se atraen de una manera no solo sexual. cuando quieres tener solo un rollo de una noche, no repites; es sencillo... No me cabe duda de que habrá alguna pequeña pelea, o, pasará cualquier otra cosa que las hará olvidarse una de la otra unos dias, semanas o incluso meses, pero volveran, y el ardor entre las piernas volvera a fluir.YO. LO. SE. DFGFGDFGDFGDFG!


perfecto enserio, y gracias por responder, ¡NO TARDES EN ACTUALIZAR POR DIOS!      


besos <3

si que la pasan super bien!!!! WANKY!!!
a britt ya se le esta complicando llevar la "relación" de solo follar con san,..
a ver cuanto tiempo van a poder estar separadas una de la otra!!!

nos vemos,...

Se oía música rap procedente de los apartamentos abiertos que había junto al de su madre. Santana llamó a la puerta. Mientras esperaba que su madre le abriera, se le fue la mente a Brittany y recordó la manera en que se contoneaba al ritmo de la música. Su madre echó un vistazo por el visillo, frunció el entrecejo y procedió a descorrer los múltiples cerrojos y cadenas.
 
—¿Pasa algo? —le preguntó a Santana, en cuanto esta entró en el diminuto recibidor.
 
—No. ¿Acaso una hija no puede ir a visitar a su madre?
 
—¿Te me estás volviendo sensiblera, jovencita? —preguntó. Condujo a Santana a la cocina, donde tenía una olla al fuego—. ¿Te apetece un plato de estofado casero?
 
—No, gracias. Ya comeré cuando vuelva al trabajo.
 
Su estómago protestó sonoramente. Nada podía compararse con la cocina de su madre, pero, si no le dejaba comprar comida, lo último que iba a hacer era comer y dejar a su madre sin posibilidad de repetir.
 
—Estás como un palillo. Tienes que comer — Marie López le dirigió una mirada crítica— Estás... diferente. Los mismos hoyuelos en las mejillas y ese brillo en los ojos, pero hay algo... —Se llevó la mano a la boca—. ¿Mi niña se ha enamorado?
 
Santana se encogió. Por lo que a ella respectaba, su madre tenía demasiada imaginación. Estaba impaciente por tener nietos y no dejaba de buscar indicios de que Santana fuera a sentar cabeza.
 
—Por Dios, mamá. No estoy enamorada. He venido a ver qué tal estabas.
 
—¿Cómo se llama? ¿Le gustan los niños?
 
A Santana le entró una sensación de ahogo. Su madre era única para meterse en las vidas ajenas.
 
—No estoy con nadie.
 
—No me has contestado lo de los niños. Tienen que gustarle. Quiero que me hagas abuela. No lo olvides.
 
—Mamá, no me estás escuchando.
 
—Le gustan los niños. Perfecto.
 
Santana se dejó caer en una silla. —¿Por qué eres tan cabezota?
 
Su madre se acercó a la mesa y le sirvió un vaso de té. —Porque Dios me ha hecho así. A ti también, por eso no me cuentas lo de esa chica. Pero no pasa nada. Si quieres mantenerla en secreto, lo entiendo.
 
Santana puso los ojos en blanco. Cogió el vaso y bebió un largo trago, con la esperanza de que el líquido helado le refrescara la mente calenturienta. ¿Estaba enamorada? ¿Estaría su madre en lo cierto? No. Su libertad era demasiado preciosa y, además, solo hacía dos días que conocía a Brittany.
 
—Dime dónde será tu último combate. ¿Puedo ir a verte? No tienes ni idea de lo emocionada que estoy de que no vayas a seguir haciéndote daño.
 
Ya empezamos.
 
Santana no acababa de hacerse a la idea de que su último combate estuviera cada vez más cerca. ¿Cuándo había tomado la decisión de dejar de combatir? ¿Y por qué? Competir era lo único que la hacía verdaderamente feliz. ¿Era esa felicidad lo que había perdido? ¿O quizá la razón por la que competía?
 
Siempre había sido importante para ella demostrar a los demás lo fuerte que era. En aquel mundo, se discriminaba a las lesbianas y, aunque los tiempos estaban cambiando, salir del armario en el instituto la había enseñado a estar en guardia. Ahora bien, la necesidad de sentirse segura y de tener la sartén por el mango no eran las únicas razones que tenía para luchar. Ganar combates la emocionaba más de lo que podía expresar. El subidón no podía compararse con nada, salvo, quizás, con hacer el amor con Brittany.
 
—Ya le has dado una paliza a todo el mundo, así que ¿para qué seguir arriesgándote? —continuaba su madre— Ya has ganado un buen puñado de premios y de chismes de esos.
 
—¿Trofeos? —preguntó Santana, con la ceja arqueada.
 
—No, cariño, no estoy senil. Los bonitos que me gustan.
 
—¿Medallas?
 
Su madre chasqueó los dedos y asintió vigorosamente.
 
—Sí, eso. Me encantan. De todas maneras, como iba diciendo, creo que es bueno que por fin hayas puesto en orden tus prioridades.
 
Santana no contestó. Se preguntaba si su madre había valorado alguna vez sus triunfos, el hecho de tener un negocio propio y de haber ganado todas las competiciones en las que había participado durante los últimos seis años. ¿Se avergonzaba de que su hija fuera lesbiana? ¿Se lamentaba por el hecho de que nunca llegaría a tener nietos de la manera más tradicional? Le entristecía que lo único que su madre quisiera fuera ser abuela. Ningún otro de sus logros tenía importancia a sus ojos.
 
—A lo mejor tu amiga vendrá también al combate.
 
—Lo dudo —dijo Santana.
 
—Entonces sí que hay alguien. ¡Lo sabía!
 
Santana dejó el vaso en la mesa y se levantó. —Me voy. ¿Necesitas algo?
 
—No, cielo. Y, por favor, deja de preocuparte tanto por mí. Tienes otras cosas por las que preocuparte. Mira —hizo un gesto circular con la mano para señalar la estancia escasamente decorada—. Estoy bien. Pago las facturas, tengo comida en la mesa, hablo por teléfono... Estoy de maravilla.
 
Santana hizo una mueca. Menuda mentira. A su madre le encantaba su antigua casa, que había diseñado y decorado ella misma, antes de tener que venderla en un mercado inmobiliario hundido para poder pagar las facturas, cuando cerraron los laboratorios. O, más bien, cuando el nuevo propietario echó a los trabajadores para “reestructurar el negocio”. Ni siquiera tenía asegurada la pensión. Los antiguos trabajadores seguían luchando en los tribunales para conservar sus derechos.
 
Santana apretó los dientes. Daría cualquier cosa por echarles el guante a los peces gordos que habían comprado y vendido el negocio. La culpa era suya: eran la razón de que su madre viviera de la beneficencia y a duras penas le llegara el dinero para comer. Ojalá se pudrieran en el infierno. ¿Cómo podía haber gente tan ambiciosa y cruel?
 
Le dio un beso a su madre en la mejilla. —Si necesitas algo, llámame. Lo digo en serio. Lo que sea, a cualquier hora, en cualquier lugar. Eres mi madre y te quiero.
 
—Lo haré, mi niña. —Su dulce rostro se tiñó de tristeza—. Yo también te quiero.
 
Santana sabía que no llamaría. Era demasiado orgullosa. Santana conocía a alguien igual: ella misma.
 
Inquieta, subió al coche y volvió a la escuela de kárate para coger unos documentos. Era el día más tranquilo de la semana y quería aprovechar para ponerse al día con las cuentas y el papeleo. No creía que pudiera concentrarse. Desde que se había marchado de casa de Brittany el día anterior, no podía pensar más que en sus suaves gemidos mientras sentía cómo temblaba y se corría.
 
Mientras esperaba en un semáforo, pensó en cancelar su cita de aquella noche. Seguir viéndose con Brittany era un error. Santana sabía en qué acabaría aquello. Ya la encontraba irresistible y no podía fingir que le iba a resultar fácil dejar de verla. ¿A cuánto poder tendría que renunciar? Brittany era un espíritu libre. Si Santana intentaba cambiarla, la descartaría igual que a Sam.
 
Avanzó algunos metros cuando el semáforo se puso verde. Se fijó en una mujer vestida con traje de ejecutiva, sentada en un café de la esquina. Llevaba el pelo recogido en un moño desordenado y algunos mechones le enmarcaban el rostro. Vestía pantalones negros, una blusa blanca con tres botones desabrochados, que insinuaban un escote de escándalo. Sus piernas eran largas y esbeltas.
 
Enseguida pensó en Brittany, pero sacudió la cabeza para enterrar el recuerdo de la pasión que ambas desbordaban. Si anulaba su cita, seguramente no volvería a ver a Brittany ni tendría la oportunidad de follársela de nuevo.
 
La mujer del café se volvió hacia un hombre atractivo, alto y de cabello castaño, que también llevaba traje. Este le sonrió y se acercó a ella. A Santana se le encogió el estómago: la expresión de la mujer se había vuelto seria y a Santana le recordó la mirada incendiaria con la que la había fulminado Brittany en el cuarto interior del club.
 
El coche de detrás le dio al claxon y ella se sobresaltó y avanzó hasta tener una mejor visión de la mujer. Mierda. Santana tuvo que frenar para no empotrarse contra el coche de delante. Aquella hermosa mujer era Brittany. No era que Santana nunca hubiera visto a una mujer que tan pronto llevaba vaqueros y camiseta como un traje de categoría, pero Brittany era diferente. Parecía una profesional de tomo y lomo, como si llevara años haciéndolo. Como si aquella fuera ella de verdad y la stripper que conocía Santana no fuera más que una fantasía.
 
Por fin entendía por qué Brittany no “salía” con nadie. Llevaba una doble vida y las dos mitades no tenían nada que ver la una con la otra. Santana pensó en las amenazas telefónicas. ¿Y si alguien de la vida real de Brittany se había enterado de su otra vida en The Sweets Ladys? ¿Tendría alguna novia o novio despechado en la vida real que se hubiera enterado de que se tiraba a desconocidas que encontraba en un bar? ¿Ahora mismo, ese castaño podría ser su amante en esa otra mitad de su realidad? Santana sentía como se le revolvía el estómago, no, no podía, no era como si estuvieran en otro especie de bar y Brittany pudiera hacerse de alguien más con quien follar, más bien parecía un compañero de trabajo, algo serio y para nada sexual.
 
A Santana le temblaban las manos sobre el volante. No sabía por qué le afectaba tanto aquella idea. Brittany tenía derecho a su intimidad y a sus fantasías. Santana había participado de buen grado. Nadie había prometido nada.
 
Miró al frente. ¿Qué podía hacer?
 
* * *
 
Tras ponerse al día con los contratos y ultimar los detalles de su última adquisición, Brittany se dio la vuelta en la silla y miró por la ventana. El cielo estaba salpicado de nubes blancas y algodonosas, y parecía que el tiempo no pasaba nunca. Todavía quedaban tres horas para ver a Santana y se moría de ganas de que la tocara de nuevo. ¿Desde cuándo le daba por pensar en una mujer o un hombre durante horas después de un polvo apasionado? No recordaba que le hubiera ocurrido nunca y no quería empezar con Santana.
 
Suspiro y llamó a Ryder al busca. Había llegado el momento de poner en práctica su plan. Con suerte, aceptaría que hubiera cambiado de opinión. La decisión de vender le sorprendería, pero seguro que la ayudaba a encontrar a alguien capaz de tomar las riendas de la compañía. Cuando el hombre alto y delgado entró por la puerta, ella tragó saliva para aliviar el nudo que tenía en la garganta.
 
—¿Qué ocurre? —preguntó él, mientras se sentaba en la mesa frente al escritorio.
 
Brittany lo miró a los ojos, decidida. Confiaba en él; sabía que haría todo lo posible para asegurarse de que la compañía fuera a parar a buenas manos.
 
—He decidido vender.
 
Ryder pestañeó. —No hablas en serio. Creía que el otro día sólo estabas enfadada.
 
Brittany asintió. —No he hablado más en serio en la vida.
 
A Ryder se le tensaron los músculos del cuello. —¿Y qué pasa con los planes que habíamos hecho? ¿Vas a tirarlo todo por la borda?
 
—Aún quiero seguir con el plan. Sólo voy a dejar que sea otro quien lo implemente.
 
Ryder se inclinó hacia delante. —Escúchame. No importa lo que tú quieras. Si de verdad crees que alguien va a comprar esta empresa y, a continuación, va a cambiar el negocio por completo, lo siento pero te equivocas. Pierce ya se ha creado una reputación. Eso es lo que quiere todo el mundo y no el giro de ciento ochenta grados que tienes en mente.
 
Brittany reflexionó sobre aquellas palabras. ¿Tendría razón Ryder? ¿Encontraría algún comprador que estuviera interesado en una empresa que ayudara a los negocios emergentes, en lugar de un tiburón empresarial, lo que Pierce era en aquellos momentos?
 
Apoyó el codo en la mesa y la barbilla en el puño. —Conseguiré que funcione. De alguna manera, como sea. Me aseguraré de que esta empresa acabe en buenas manos.
 
Ryder se puso en pie bruscamente. —No voy a hablar de eso ahora. No sé qué mosca te ha picado, pero no estás siendo racional. —Se fue hacia la puerta y allí se detuvo. Miró atrás con una mezcla de desconcierto y pesar—. Hemos dedicado mucho tiempo a esto. Si lo jodes, te arrepentirás.
 
—No voy a joderlo —replicó Brittany—. Olvidas que llevo en esto casi toda la vida. Sé cómo cerrar un trato.
 
—Creo que eres tú la que olvidas el pasado —repuso Ryder—. Tu padre renunció a muchas cosas para convertir esta empresa en lo que es. Te conozco y nunca te perdonarías destruir todo lo que le importaba. Llámame cuando recuperes la razón.
 
Salió del despacho sin darle tiempo a responder. Brittany se quedó mirando la puerta cerrada y se preguntó si estaría en lo cierto. No estaba segura de querer correr aquel riesgo, ahora que Ryder le había pasado la patata caliente. Puede que ser la propietaria de la compañía y dejar que le chupara la vida no fuera lo que quería, pero tampoco podría soportar ver cómo se desintegraba el negocio.
 
Se frotó las sienes con los dedos. —Si pudiera dejar de pensar en su cuerpo, a lo mejor podría pensar con la cabeza.
 
Aquello era ridículo. Nunca había imaginado que acabaría convertida en una tonta, débil, patética y lujuriosa, pero aquello precisamente era lo que había sucedido. Miró el reloj: casi era la hora de irse. Se preguntaba lo que estaría haciendo Santana. ¿Estaría preparándose para su cita o aún no habría acabado de entrenar? Brittany se la imaginó con el rostro, el cuello y el canalillo sudorosos. ¿Habría estado pensando en ella también? Se forjó una imagen mental de los sensuales hoyuelos que se le formaban cuando sonreía y de la mirada soñolienta que suavizaba el color de sus ojos y los volvía de un misterioso tono chocolate.
 
—Mierda —exclamó.
 
Se levantó de golpe de la silla. Ojalá no hubiera propuesto verse otra vez. Tenía que hacer algo para dejar de pensar en Santana y recuperar el sentido común. Normalmente bailar la despejaba y le ayudaba a descargar adrenalina, pero aquello no era una opción. Aquella noche les pertenecía a ellas dos y sería la última que compartirían. Brittany se prometió que haría de la velada una noche inolvidable, para que pudieran recordarla cuando se separaran sus caminos.
 
* * *
 
—Joder, estás para comerte. Literalmente.
 
Santana se la comió con los ojos enterita y Brittany se sintió como Cenicienta al llegar al baile. Aunque sus vaqueros de talle bajo de color azul, y la camisa de seda borgoña no eran muy de princesa, precisamente. Las sandalias y el anillo en el dedo gordo de su pie tampoco parecían zapatitos de cristal. Sin embargo, la intensa mirada de Santana la hacía sentir preciosa. Brittany sonrió.
 
—No me dijiste adónde iríamos, así que no sabía qué ponerme.
 
—A mí me gustas desnuda —bromeó Santana—. Pero preferiría que no nos arrestaran.
 
Subió al porche y a Brittany se le paró el corazón. Llevaba unos vaqueros oscuros ajustados a los muslos y la camisa color bordo por dentro, como si quisiera provocar a Brittany para descubrir lo que había debajo. Se imaginó de rodillas entre sus piernas, chupándola hasta que sus gritos reverberaran en su interior.
 
Santana bajó los ojos hasta sus labios y se le acercó para besarla con delicadeza. Brittany sintió un ardor en sus entrañas, que se instaló entre sus piernas, sus labios gruesos la cubrían tan bien, encajaban perfectamente y Brittany se sentía totalmente besada, si hubiera una manera de describirlo sería lo más acertado de decir. Santana se apartó con un gruñido reticente.
 
—Vuestra carroza espera, mi adorable princesa —dijo, señalando el coche.
 
Brittany rió y se dirigió al Viper. Santana la siguió y agarró la manilla antes de que ella abriera la puerta. Brittany quiso señalar que el rollo caballeroso no le iba, pero la mirada de satisfacción de Santana le hizo guardar silencio. Le sostuvo la mirada y memorizó cada una de las arruguitas que se le marcaban al sonreír y ni hablar de esos hoyuelos que habían quedado grabados a fuego en su memoria. El pulso se le aceleró. Santana también olía muy bien, con un toque de cítrico mezclado con almizcle. Brittany se metió en el coche rápidamente, antes de que cambiara de idea y arrastrara a Santana hasta su casa. Tenía la sensación, a juzgar por la mirada de deseo de Santana, de que ésta no se lo pondría muy difícil.
 
Santana inspiró hondo, arrancó el coche y salieron de la propiedad. ¿Y si Brittany se reía de sus planes románticos? Estaba a punto de averiguarlo. No estaba segura de que la impulsó, pero el caso es que alargó la mano y se la cogió a Brittany. El roce le pareció lo más natural del mundo. Quería más y estuvo a punto de acariciarle la mejilla con ternura. Si no frenaba aquellos gestos de afecto, acabaría con el corazón hecho pedazos.
 
—¿Qué tal el día? —le preguntó.
 
Brittany se puso tensa. —No hablemos de trabajo —dijo con voz gélida—. El trabajo es aburrido.
 
Santana podría habérselo discutido, pero no quería desperdiciar aquel tiempo tan precioso. Sabía que Brittany no era feliz en su trabajo de día y sabía leer entre líneas. El traje con el que la había visto parecía caro y conservador: el tipo de vestimenta que llevan las mujeres que quieren que sus homólogos masculinos las respeten. Le había contado que llevaba el negocio de su padre y Santana se había imaginado algún tipo de empresa familiar, modesta y que no diera muchos beneficios. ¿Si no, por qué tendría un segundo trabajo como stripper? Sin embargo, al parecer tenía algo que ver con el mundo de las grandes compañías. Seguramente ocuparía algún puesto importante en una empresa en la que mandaban hombres menos capacitados. Era normal que se mostrara ambivalente.
 
—¿Y de qué quieres que hablemos? —le preguntó Santana.
 
Brittany retiró la mano de debajo de la de Santana. —No tenemos que hablar de nada.
 
Cierto, muy cierto. Saber más la una de la otra solo llevaría a recordar demasiadas cosas una vez terminara su aventura. Si es que podía llamarse así, porque Santana no estaba segura de cómo calificar lo que había entre ellas. Se había jurado que después de aquella noche no volvería a ver a Brittany pero, cuanto más tiempo pasaba con ella, más quería volver a verla. Aquella noche tenía que ser la última. Por la mañana, tenía la firme intención de marcharse con la cabeza bien alta.
 
Condujo hasta la entrada de un parque y detuvo el coche. —Ya hemos llegado.
 
Brittany bajó y observó el sendero que se internaba entre los pinos. —¿Vamos de picnic? —Sus ojos relucieron, vivaces—. La última vez que fui de picnic tenía...
 
Santana esperó a que terminara la frase, deseosa de saber algo de su vida. Cuando su mirada expectante fue ignorada, abrió el maletero, se echó una manta al hombro y cogió la cesta de picnic.
 
—De hecho, sí. Es lo que vamos a hacer.
 
Quería coger a Brittany de la mano, pero sabía que sería pasarse de la raya. En lugar de eso, la guió por el sendero. Los pájaros graznaron, alarmados por su presencia, y salieron disparados de sus nidos aleteando frenéticamente. Siguieron caminando hasta llegar a un claro con césped. Las copas de los árboles estaban podadas y formaban un círculo perfecto sobre sus cabezas, de manera que no tapaban la luz a la hierba.
 
Santana extendió la manta y se quitó los zapatos. Brittany la imitó. Se puso de rodillas y se dejó caer de espaldas para mirar el cielo que se veía entre los árboles.
 
—Guau, mira cuántas nubes.
 
Santana se tumbó a su lado. —Me encanta este sitio.
 
—¿Sueles traer aquí a muchas mujeres?
 
Santana esbozó una gran sonrisa. —Vengo aquí a estar sola y a pensar.
 
—¿Sobre qué?
 
—Cualquier cosa..., todo..., nada en particular.
 
Brittany echó un vistazo a su alrededor. —Necesito un lugar como éste. Es tan tranquilo y aislado.
 
Santana se volvió para mirarla. —Sí, muy aislado —apuntó, haciéndole un gesto significativo con las cejas.
El rostro de Brittany reflejó su intenso deseo. Abrió la cesta e inspeccionó su contenido. —¡Ohhh! Fresas. Ñam, ñam.
 
—Y nata —añadió Santana.
 
Brittany se inclinó hacia ella y la besó apasionadamente. Esta gimió cuando le metió la lengua entre los labios y el fuego entre las piernas de Santana se avivó. Brittany apartó la cesta y tiró de Santana hasta acomodarla en su regazo. Se besaron profundamente, hasta que Santana le dio la vuelta y empezó a desabrocharle la fina blusa. Cuando le desabrochó el último botón, apartó la tela y le bajó el sujetador. Brittany le desabrochó el botón de los vaqueros y le sacó la camisa. Las dos se quitaron la ropa, la una a la otra, con excitación.
 
Santana notó mariposas en el estómago al contemplar el delicioso cuerpo de Brittany, abierto para ella, esperándola. En aquellos momentos habría deseado ser una artista para poder capturar la belleza radiante y los apasionados ojos color zafiro de su musa. Retomó el control de sí misma y sacó las fresas y el bote de nata montada.
 
—¿Dónde quieres que te ponga las fresas con nata, preciosa?
 
Brittany sonrió. —En las partes más delicadas.
 
Santana no se hizo de rogar. Montó sobre los muslos de Brittany a horcajadas, se puso un poco de nata en el dedo y se lo paso por el pezón. Cuando Brittany dio un respingo, Santana le puso una fresa en la boca.
 
—Chúpala mientras yo te chupo en otro sitio.
 
Repitió el proceso con el otro pezón y a continuación bajó un poco y le extendió la nata sobre el clítoris y su orificio, que ya rezumaba humedad.
 
Brittany se arqueó. Santana la oía chupar y lamer la fresa. Los ruidos eran de lo más erótico. Cuando Santana se apartó, Brittany le cogió la mano y empezó a lamerle los dedos seductoramente.
 
El fuego se apoderó de Santana, su sexo se contrajo. Le chupó la nata de los pezones, despacio, a conciencia. Se los metió en la boca hasta el fondo, uno después del otro, y le acarició con la lengua la superficie endurecida. Brittany le clavó los dientes en un dedo y dejó escapar un gruñido ronco, que le hizo vibrar el pecho. Santana le siguió chupando los pezones con afán.
 
Brittany dio un respingo y se retorció. Le soltó la mano a Santana y le hundió los dedos en el pelo para atraer su cabeza contra su pecho y obligarla a castigarle el pezón con más ansia.
 
—Fóllame, Santana.
 
La súplica entrecortada fue más de lo que Santana pudo soportar. Descendió por el cuerpo de Brittany, le metió los dedos con fuerza y la llenó por completo. Se vio recompensada con un grito de pasión y Brittany la embistió con las caderas. Necesitaba más. Santana la penetró con más fuerza y más deprisa, una y otra vez, mientras le chupaba la nata del clítoris al mismo tiempo. Brittany le enredó los dedos en el pelo y la sostuvo mientras se sacudía contra su cara.
 
Cuando su orgasmo dio paso a unas pulsaciones más suaves, Brittany se derrumbó en el suelo y dejó caer los brazos, inertes, sobre la manta. Suspiró hondo cuando Santana sacó los dedos de su cálido refugio mojado y trazó un reguero de besos húmedos hasta su boca. Brittany abrió los ojos para mirarla y Santana sintió que se le encogía el estómago, como si se hubiera subido a una montaña rusa. Le lamió los labios hasta que Brittany los abrió y la invitó a entrar.
 
Mientras se besaban, Brittany la puso de espaldas y le pasó los dedos por la barbilla y la mejilla. Finalmente se los enredó en el pelo y se apartó de Santana para dedicarle una sonrisa radiante.
 

—¿Y a ti dónde te gusta la fruta?




Entonces…a quienes les gustan las fresas? :p yo las llamo frutillas…
Que piensan de Marie Lopez, a mí ya me cae bien desde ahora y tmb me gustan los niños :)
Me olvidaba, y esta eso de lo wanky, no lo note mucho y ustedes? :p

Tengo problemas con el tramite de la facu, por eso tarde un poco pero espero solucionarlo hoy, igualmente no podía irme sin dejar este cap, perdonen la tardanza. Hasta la próxima, Saludos! NaT!

O_O wow que desvordantes de pasion!!!!!
Toma!!! Adoro a la madre de santana jeje

marie es como toda madre,... fastidia con la boda y los nietos jajajajaj
esta es la "despedida" jajajjajaja,..
a ver cuanto tarda estar separadas uno de la otra!!!

nos vemos!!

AME EL CAPITULO JAJAJ OMGGGG!! No quiero que sea la ultima noche, fuck... seguro que la empresa de Brittany fue quien le quitó la casa a la madre de Santana... Todo me cuadra, pero espero que no sea así, porque si se enamoran seria un gran problema (?)

mientras tanto, que se dejen de gilipolleces y espiritus libres, que juntas estan mejor xD Brittany la Nata y Santana el Chocolate.
perfecta convinacion, es suficiente razon para que esten juntas LOOOOOL JAJAJAJ xD bueno, gracias por actualizar:')


espero que lo hagas de nuevo, y prontooooooooo porque, real mente adoro este fic!     

OMG!!! como lo dejas ahi?! Marie me cae muy bien eh.. Es igual a San... Orgullosa, espero ver la reaccion de San cuando se entere de que Britt es la dueña de una gran empresa...

Brittany sabía que tenía que parar aquello y pronto. Ya hacía demasiado que duraba aquel juego y cuanto más tiempo pasaba con Santana más se preguntaba si con ella sería diferente que con los demás. Santana la hacía sentir tranquila, como si fuera capaz de comprenderla mejor que nadie. La manera en que la abrazaba y la escuchaba cuando hablaba le hacía pensar que podía abrirle su corazón y aquella idea la asustaba. Nunca le había hablado a ninguno de sus amantes de sus verdaderos sentimientos.
 
Se había pasado la vida aprendiendo a ocultar sus emociones. Mostrarlas la hacía sentir vulnerable. Al día siguiente retomaría a su vida real: trabajar, bailar y regresar a casa sola. No podría volver a mirar una fresa sin pensar en Santana y sabía que no volvería a encontrar a nadie que la hiciera sentir tan viva.
 
Santana también volvería a su mundo y pronto estarían demasiado ocupadas para pensar la una en la otra. Brittany nunca olvidaría el tiempo que habían compartido. Se engañaba si quería creer lo contrario. Deseaba que aquella última noche fuera inolvidable. Tenía que serlo. Necesitaba algo a lo que aferrarse.
 
Contempló el familiar skyline de Los Ángeles mientras conducían de regreso a su casa. El sol se había puesto en el horizonte mientras hacían el amor por última vez encima de la manta. Las farolas y las luces de las tiendas brillaban en la oscuridad. Los compradores de última hora deambulaban de un lado para otro, cargados con bolsas.
 
Sintió un peso en el corazón cuando llegaron ante la verja. Santana pulsó el código y aparcó en la entrada circular. Paró el motor enseguida, para dejar claras sus intenciones. Brittany sonrió. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza que Santana la dejara en casa y se marchara. Iban a pasar la noche juntas y ambas lo sabían. Se dirigieron hacia la puerta en silencio.
 
—Te traeré té helado —le dijo Brittany, como si aquella fuera una noche como cualquier otra. Como si tuvieran una rutina de pareja: volver a casa y ponerse cómodas para compartir la velada.
 
Después de beber algo, pusieron una película y se acurrucaron en el sofá. —¿Sabes? Ni siquiera sé tu apellido —comentó Santana y le besó la mejilla.
 
Brittany se olvidó de todas sus preocupaciones. ¿Podía confiar en Santana? La invadió una oleada de placer al pensar que podía abrirle su corazón. Se arrellanó en el sofá y le acarició el estomago firme por encima de la camisa.
 
—Brittany Pierce —dijo en voz baja.
 
—Brittany Pierce. Humm, sexy. Y familiar.
 
Brittany la abrazó más fuerte y abrió los labios para que Santana deslizara la lengua dentro de su boca. El corazón se le disparó en el pecho y el fuego se desató entre sus piernas. Se puso encima de Santana y se besaron, despacio y con ternura, los labios de Santana siempre llenaban por completo los suyos y a Brittany también le encantaba chupar esos labios tan carnosos y sensuales, la sensación de sentir que cada vez que se besaban era un gran beso la desarmó, ni los labios enormes de Sam, en su momento, podían haberla hecho sentir tan vulnerable ni tan abrumada como Santana la hacía sentir. Finalmente, ambas juntaron sus frentes.
 
—Dime algo de ti —pidió Brittany, a pesar de que su plan era evitar los detalles personales—. ¿Tienes familia?
 
Santana miraba fijamente sus labios. —No quieres que te hable de mi familia disfuncional.
 
Pero el caso es que sí quería. Quería saberlo todo de Santana. Qué la hacía feliz, cuáles eran sus sueños y sus esperanzas. Qué diablos era lo que la hacía tan diferente.
 
—Cuéntame algo de todos modos —insistió.
 
Santana le puso las manos en la cintura. —Bueno, mi padre murió hace años y mi madre perdió su trabajo hace poco, después de treinta años. El propietario se fue a la bancarrota y una empresa ricachona compró el negocio y despidió a todos los empleados.
 
Brittany notó que se le nublaba la vista y un escalofrío le recorrió la espalda. La voz de Santana sonaba lejana. ¿Qué probabilidades había? Rezó porque hubiera sido otra compañía la responsable.
 
—Guau. —Santana le sonrió, tranquilizadora—. No pongas esa cara tan triste.
 
Brittany pestañeó y su sentido de la vista y el oído resucitaron de golpe. —¿Qué?
 
—Menuda cara has puesto. —Santana la besó en la mejilla—. No te preocupes. Mi madre no lo hace. Cree que el día menos pensado sonará el teléfono y alguien querrá contratar a una mujer de más de cincuenta años que ha trabajado toda la vida en un laboratorio farmacéutico.
 
Brittany le sonrió débilmente mientras repasaba nombres mentalmente. Wilson, McGregor, Hominy... todas ellas eran empresas farmacéuticas que habían comprado en los últimos dos años.
 
Por favor, Dios, que no sea una de ésas.
 
—Tuvo que vender la casa —continuó Santana—, pero no quiso venir a vivir conmigo. Se instaló en un apartamento de protección oficial. Es triste. Nuestros padres no deberían vivir en la pobreza, ¿sabes? Pero no acepta nada de mí, ni siquiera que le haga la compra. Me parte el corazón cada vez que voy a verla.
 
—¿Y no hay ninguna otra manera de ayudarla? A lo mejor buscándole un trabajo.
 
Santana negó con la cabeza. —Mi madre es muy independiente. Se moriría si supiera que he llamado a todas las farmacéuticas en un radio de ochenta kilómetros. Es por su edad. Nadie quiere contratar a alguien que está tan cerca de la jubilación.
 
—Lo siento —la abrazó Brittany.
 
De repente se sentía como una niña mimada. Nunca había necesitado un salario para vivir, pero tampoco era la típica niña rica que miraba por encima del hombro a la gente menos afortunada. Más bien al contrario. Cuando se trataba de los desamparados, siempre era la primera en echar una mano.
 
Aunque, claro, nadie sabría nunca lo mucho que había donado a la beneficencia ni cómo estaba tratando de construir un mundo mejor. Su trabajo consistía en destrozar negocios que luchaban por subsistir y había aceptado las racionalizaciones de su padre durante mucho tiempo.
 
Según John Pierce, la gente que perdía su empleo encontraba nuevos trabajos. Se reciclaban y gozaban de nuevas oportunidades. Algunos siempre habían deseado montar sus propios negocios y, al dejar sus puestos, tenían al fin ocasión de abrirse camino por ellos mismos. Los que no... Bueno, al fin y al cabo la supervivencia del más fuerte era una ley natural para todas las especies.
 
—Seguro que pronto encontrará algo —le dijo Brittany. Se alejó de su regazo y se sentó en el sofá. Envió una plegaria silenciosa antes de formular la siguiente pregunta— ¿A qué se dedicaba tu madre en la farmacéutica?
 
La aterrorizaba oír la respuesta.
 
—Llevaba los libros de contabilidad para el dueño. Tenía unos cuantos años de experiencia en el sector químico, pero nada que luciera demasiado en un curriculum.
 
Brittany tenía la pregunta en la punta de la lengua. Luchó contra ella, pero al final perdió la batalla. —¿Cómo se llamaba la empresa?
 
—McGregor Pharmaceuticals.
 
A Brittany le entraron náuseas. Nunca había creído que tendría ganas de huir de Santana, pero en aquel momento habría preferido estar en cualquier otro lugar. Se quedó mirando la televisión con expresión impenetrable y el corazón en un puño. Santana la atrajo hacia ella.
 
—Y ya no hay mucho más que contar. No tengo hermanos. Sólo somos mi madre y yo —añadió con amargura—. Ojalá me dejara cuidar de ella.
 
El dolor que transmitía la voz de Santana le llenó los ojos de lágrimas. ¿Cómo se sentiría si supiera la verdad? Brittany no sabía qué decir ni qué hacer. Si hablaba, Santana se marcharía. ¿De qué iba a servir? No podía cambiar lo que había ocurrido, así que ¿por qué iba a arruinar sus últimas horas juntas? Sin embargo, ahora que sabía lo de la madre de Santana, no le parecía correcto callar, pero quería pasar una noche más con ella. ¿Acaso sólo pensaba en sus propias necesidades? Y, ay, Dios santo, cómo necesitaba sentir a Santana entre sus muslos.
 
Al día siguiente todo habría terminado. Pero aquella noche Santana era toda suya. No tenía la menor intención de desperdiciar un segundo más hablando de otras cosas.
 
Santana debió de notar su cambio de humor. —No quería disgustarte. Ya sé que tienes tus propios problemas. Aquella mujer del bar me dio un susto de muerte —sonrió contra la mejilla de Brittany—. Y mira que no me asusto fácilmente.
 
Brittany asintió débilmente, con aire culpable. Se levantó del sofá y le dio la mano a Santana para ayudarla a levantarse. Sin decir nada, la llevó a su dormitorio. Quería sentir cómo se estremecía una vez más: quería oír sus gemidos de placer.
 
Joder, sólo una vez más.
 
La empujó sobre la cama y se desvistió con dedos temblorosos, mientras Santana se quitaba la camisa y los vaqueros. Cuando la última prenda acabó en el suelo, Brittany se arrodilló junto a Santana, sobre la cama. Esta se volvió hacia ella y le acarició y le masajeó las nalgas con ternura. Sus ojos color chocolate eran cálidos y estaban encendidos de deseo, aunque también relucían con una emoción más honda. Brittany quería hacer desaparecer aquella tristeza y le tomó el rostro entre las manos para besarla lenta y apasionadamente. Sus bocas se exploraron y devoraron. Sus suaves gemidos se mezclaban con suspiros húmedos cada vez que ponían entre ellas la distancia imprescindible para mirarse a los ojos.
 
Brittany tumbó a Santana de espaldas. Deseaba tocarla, saborearla y chuparla por todas partes. Descendió, deslizándose sobre su cuerpo, le lamió la pierna y le dio un mordisquito encima de la rodilla. Santana soltó una carcajada y abrió las piernas. Brittany continuó su camino húmedo hacia la entrepierna de Santana y, en cuanto la alcanzó, le succionó el clítoris, hambrienta, y le metió los dedos.
 
Santana se arqueó y dejó escapar un profundo gemido. Frotó las caderas contra Brittany. Estaba tan hermosa, libre y excitada, que a Brittany se le hizo un nudo en la garganta. Cerró los ojos para bloquear la imagen. Si pudiera deshacerse del peso que sentía sobre los hombros... sería maravilloso abrir su corazón a alguien, para variar, en lugar de verse obligada a ocultar sus sucios secretos. A veces era como si estuviera condenada a cargar con el peso insoportable del pasado de su padre, además del suyo. Estaba cansada y lo único que quería era que todo acabara.
 
—¿Te ocurre algo? —le preguntó Santana.
 
Brittany se dio cuenta de que se había quedado quieta, con la cabeza apoyada en el vientre de Santana y los dedos dentro. Levantó la mirada y forzó una sonrisa sensual.
 
—Sólo te hago esperar un poco.
 
Deja de pensar.
 
No podía hacer nada. Aquél era su destino y aquella noche era la última vez que estarían juntas.
 
Santana le devolvió la sonrisa. —Pues dime lo que he hecho para volver a hacerlo.
 
Brittany la penetró más deprisa hasta que Santana chilló y se retorció. Cuando dejó de temblar, Brittany dejó su posición entre las piernas de Santana y ascendió sobre su cuerpo, estudiándola para memorizar cada una de sus curvas. Finalmente montó a horcajadas sobre la cara de Santana. Ésta le acarició el clítoris con la lengua y le agarró las nalgas para que no se moviera. Le lamió y luego le succionó el clítoris a conciencia. Brittany sacudió la cabeza de un lado a otro al ritmo en que se la chupaba.
 
Santana le deslizó los dedos entre las piernas y la penetró con energía. Brittany gritó. —Más fuerte.
 
Sus entrañas se tensaron como un muelle. A una velocidad que necesariamente tenía que haberle dado sus años de kárate, Santana la cogió de la cintura y la tumbó de espaldas. Brittany rebotó en el colchón al tiempo que Santana se le ponía encima.
 
—¿Dónde tienes los juguetes?
 
Santana le abrió las piernas y volvió a meterle los dedos. Brittany sacudió las caderas y se aferró a la colcha.
 
—No necesito juguetes. Sólo... a ti.
 
El rostro de Santana reflejó una cierta confusión. Algo había ido mal: Brittany lo percibió en el fondo de su corazón. Su última noche no sería más que un polvo de despedida. En lugar de hacer el amor, mantendrían una distancia de seguridad y utilizarían la intensidad de su conexión física como vía de escape, como siempre habían hecho. Tendría que querer sexo duro, ¿no? Como si eso la fuera a hacer sentir mejor acerca de lo que le ocultaba a Santana. Su mente se había convertido en un torbellino de pensamientos caóticos.
 
Santana frunció el entrecejo. —¿Qué sucede?
 
Brittany inspiró hondo. Los ojos se le habían llenado de lágrimas y apenas podía contenerlas. —Nada. Quiero que acabes lo que has empezado —sonrió débilmente y levantó las caderas.
 
Santana se retiró y abrió el cajón de la mesita de noche. Brittany vio el arnés de reojo y se puso tensa. No quería que en la última noche que iban a pasar juntas hubiera ninguna falsedad, pero puso cara de deseo por Santana. Si era lo que ella deseaba, dejaría que se lo metiera, joder si lo haría. Quería que Santana recordara aquella noche durante el resto de su vida.
 
Santana escrutó el rostro de Brittany con atención y dudó, con el arnés en la mano. Notaba que algo iba mal; lo veía en el comportamiento de Brittany. No tenía ni idea de lo que había pasado, pero no iba a jugar a aquel juego con ella. No quería empezar a hacerle preguntas y convertir su última noche juntas en una sesión de terapia. Había ido allí para echarle el mejor polvo de su vida. Después se acurrucaría a su lado y la abrazaría hasta que se quedase dormida. Sin psicoanálisis. Sin excusas. Sin conversaciones incómodas, mientras intentaban decirse adiós. Cuando Brittany se despertara por la mañana, Santana ya se habría ido.
 
Se abrochó las correas y se colocó el dildo. Cuando miró a Brittany, la pasión que reflejaba su rostro hizo que se le encogiera el estómago. Su mirada decía: méteme esa cosa ya. Santana agarró el extremo del dildo y se lo colocó entre las piernas.
 
—Deja de perder el tiempo y hazlo —gruñó Brittany.
 
Había algo raro en el tono de su voz. Puede que su cara dijera fóllame, pero su voz decía algo diferente. Santana quiso arrancarse el puto juguete y tirarlo. Empezó a apartarse, pero Brittany le rodeó las caderas con las piernas y la inmovilizó donde estaba.
 
—Fóllame, Santana.
 
Santana le introdujo el dildo poco a poco. Se deslizaba con facilidad en el interior de su vagina mojada. Brittany gritó, se arqueó y le hundió las uñas en la espalda.
 
—¡Oh, sí, más fuerte! —Se agitó contra el dildo sin parar—. Más deprisa, Santana.
 
Santana se sentó sobre los talones y Brittany liberó su espalda. Santana encontró su ritmo y la penetró una y otra vez, mientras le acariciaba el clítoris con el pulgar, en círculos. Brittany la embistió y se arqueó para que la frotara más fuerte. Cuanto más cerca estaba del clímax, más desesperados se volvían sus gritos.
 
—¿No sabes hacerlo mejor?
 
Santana la penetró con más fuerza. —Me has dicho que te follara, no que te rompiera.
 
Brittany echó la cabeza hacia atrás. —Oh, Dios, eso ya es otra cosa. No pares.
 
Santana le hizo doblar una pierna contra el pecho y Brittany se la aguantó para que el dildo le entrara más hondo. Santana la embistió enérgicamente. Los cuerpos sudados de las dos mujeres botaban con las sacudidas. Le metió el juguete hasta el fondo, sin dejar de trabajarle el clítoris con una cadencia perfecta.
 
Brittany jadeó en busca de aire y soltó un grito agudo y desgarrador. Su cuerpo se agitaba, fuera de control; Santana le soltó las piernas y cayó sobre ella para frotarse contra sus caderas. Cuando buscó los labios de Brittany, ésta giró la cabeza y le hundió los dedos en el pelo. Enloquecida, tiró de él sin dejar de sacudirse contra su cuerpo, hasta que su orgasmo se expandió por completo.
 
—Ha sido fantástico —jadeó, cuando Santana le besó el cuello.
 
Santana sonrió, pero no fue capaz de responder. No estaba segura de a qué se refería exactamente: al orgasmo o al polvo de despedida. Estaba convencida de que aquélla era la manera que tenía Brittany de decir adiós. Había llegado el momento de volver al mundo real.
 
Le sacó el dildo, se lo quitó y lo tiró al suelo. Cuando se dio la vuelta, Brittany estaba de lado. Santana se tumbó junta a ella, las tapó a ambas con la sábana y abrazó el cuerpo sudado de Brittany por la espalda. Esperó. Aquél era el momento en que una de las dos tenía que decir algo sobre el futuro, pero Santana no quería estar en desventaja, y menos cuando Brittany ya le había enseñado la puerta. No parecía abierta a ningún tipo de discusión y, aunque hubiera llegado a considerar la posibilidad, seguro que se había decidido del todo cuando Santana le había hablado de su madre. ¿Quién iba a querer liarse con una mujer que pronto tendría que hacerse cargo de su madre?
 
Santana frunció el entrecejo. Aquél no era el motivo. Había visto compasión en los ojos de Brittany. Su mirada apesadumbrada mientras se lo contaba no había sido fingida. La había entristecido de verdad oír la desgracia de Marie. Quizá sólo se compadecía de Santana, pero era como si se sintiera responsable. Era extraño y, al mismo tiempo, adorablemente dulce.
 
Mierda. Tenía que dejar de pensar en ella. Se había acabado. Pero, joder..., tenía a Brittany grabada a fuego en la mente. Sería difícil olvidarla. Notó que los hombros de Brittany se relajaban y observó que su pecho se movía a un ritmo constante, con la respiración profunda propia del sueño. Santana le besó la mejilla, dejó escapar un suspiro resignado y se levantó de la cama.
 
Después de vestirse, se quedó de pie contemplando el bello rostro y el cuerpo de Brittany. Había muchas cosas que quería decirle, pero su tiempo con ella había finalizado.
 

Era hora de marcharse.




Bueno…un capitulo muy difícil y revelador :( Las chicas están en un punto muerto y con lo de la culpa de Britt todo se hace más que difícil…

Nos leemos la próxima! NaT!

Hola!!! Nat por fa no lo dejes ahi si? Actualiza pronto!!! quiero ver la reaccion de Britt cuando no vea a Santana o si santana se va o se queda... Por fa!!! no podre dormir esperando... xD

Gracias por adaptar :)

bueno que "despedida",...
y ahora va a ser difícil para cada una, pero mas para britt por la culpa que va a sentir,...
espero que no estén mucho tiempo separadas,..

nos vemos!!!

PD: amo la foto de perfil que tengo,.. la miro todo el tiempo también la tengo de fondo de twitt así que la miro todo el tiempo!!

en una oportunidad comenze a leer este fic pero para variar lo dejaron sin terminar, gracias por darme la oportunidad de leerlo de nuevo y espero que esta vez no me quede en la triste espera, bye!