[Resuelto]FanFic Brittana: Tras el Telón de Pino (Adaptada) Cap 36 - Final

Capitulo 7

—Ha sido estupendo volver a ver a San, ¿verdad?—dijo Kitty mientras ayudaba a su mamá a recoger.

—Sí que lo ha sido. Fue casi como en los viejos tiempos—contestó Brittany.

Se había sorprendido mucho al ver cómo, después de quince años de separación, ambas habían podido hablar y bromear como si no hubiera pasado ni un día.

—¿Le... le contaste algo?

Brittany negó con un gesto.

—No pudimos estar a solas durante mucho rato. Además, no tengo claro si quiero o no sacar todo eso a relucir.

Kitty la agarró del brazo cuando pasaba a su lado, apretándolo cariñosamente.

—Tú misma me dijiste que San era la única persona a la que podías contárselo todo. Y sé muy bien que nunca has hablado con nadie de esto.

—¿Cuánto tiempo ha pasado ya, seis años? Creo que lo tengo más que superado—insistió Brittany.

—De eso nada. Lo has mantenido ahí dentro, embotellado, como si una pudiera volver a ponerle el corcho a una botella de vino malo y esperar a ver si algún día se convierte en un rico chardonnay.

—¿Estás comparando mi vida con una botella de vino malo?

—Sabes perfectamente lo que quiero decir, Britt. Tienes que abrirte, sacarlo afuera y comenzar de nuevo. ¿Has pensado siquiera en volver a salir con alguien? No puedes pasarte sola toda la vida tan sólo porque un estúpido te hiciera aquello.

—No es que Lima rebose de hombres adecuados, Kitty, por mucho que yo quisiera salir con alguien... que no es el caso—añadió.

—Ahí es adonde quería yo llegar, que no quieres. Y eso no está bien, Britt. Tienes que buscar a alguien. Tienes ya treinta y tres años. Es hora de que tengas tus propios hijos, para que pueda yo intentar compensar el daño que les has hecho a los míos.

—¿Qué quieres decir?

—¡Lo sabes de sobra! Los malcrías terriblemente. Ya no puedo controlarlos siquiera. Ten tú un par de niños y te devolveré el favor.

Brittany se echó a reír y detuvo un momento su labor para dar a su hermana un beso en la mejilla.

—Gracias, hermanita, pero me gusta todo tal y como está ahora. Así no tendré que pagarles la universidad.

—Pues como no te andes con cuidado enviaré a Hanna a vivir contigo.

—¡No olviden apagar las velas, chicas!—grito su mamá.

—¡Ya me ocupo yo, mamá!

Brittany se acercó a la mesa plegable y apagó de un soplido las dos altas velas que aún seguían encendidas.

—¿Sabes cuánto tiempo piensa quedarse?

—¿San? En realidad no lo dijo. Supongo que el fin de semana. Claro que, si va a ver a su mamá, puede que decida irse antes, lo cual sería bastante comprensible.

—Ya te digo. ¿Te imaginas a cuántas enfermeras voluntarias habrá hecho llorar?

Brittany hizo una pausa.

—¿Crees que habrá ido alguien a verla? Quiero decir, ¿tiene amigos?

—Claro que tiene amigos. Está la Asociación Femenina, los del club de campo y todas esas mujeres que conducen esos enormes cochazos. Amistades de ese tipo.

—Ah, claro, por supuesto. ¿En qué estaría yo pensando?

—¡No me digas que te da lástima!

—No, no me la da. lo que pienso es que es una vergüenza que sea él quien haya muerto, ¿sabes? Era una buena persona.

—Para vivir con ella hay que ser casi un santo.

—¡Niñas! ¿Qué es lo que estáis cotilleando ahora?—pregunto su mamá

—Nada, mamá, ya vamos.


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Más tarde, mientras conducía de vuelta a casa, Brittany se vio desbordada por los recuerdos de infancia, y se echó a reír al evocar la multitud de aventuras a las que Santana la había arrastrado.


—No nos meteremos en ningún lío, Britt-Britt, porque nadie se enterará.

—Aquí sólo vienen los chicos mayores, Sanny—insistió Brittany.

—Nosotras somos mayores.

—¡Tenemos doce años!

—Exacto. Y aún puedo sonarle los mocos de un guantazo a Dave Karofsky, el Caragorda.

Brittany se imaginó lo que ocurriría si Dave Karofsky las pillaba en su lugar preferido, junto al río.

Era tres años mayor que ellas, y por alguna extraña razón disfrutaba atormentando a Brittany. Santana había acudido a rescatarla en más de una ocasión. La última vez hizo sangrar la nariz de Dave Karofsky de un certero puñetazo en el rostro.

Brittany rio a carcajadas dentro del coche. Hacía años que no lo recordaba.

Y sí, aquel día las pillaron en el río.

Era poco profundo y el agua bajaba bastante turbia, pero en algunas partes de aquel perezoso río había zonas más hondas, perfectas para nadar en los calurosos días de verano, aunque la mayoría de aquellas pozas estaban monopolizadas por los chicos del instituto.

Como si fueran bandas callejeras protegiendo su territorio, cada grupo poseía la suya y no la compartía con nadie.

¡Y mucho menos con dos mocosas de doce años!

Y sin embargo, Santana había tirado de Brittany mientras se abría paso por entre los árboles, después de haber escondido sus bicicletas entre los arbustos. La mejor poza pertenecía al hermano mayor de Dave Karofsky, y Santana estaba completamente decidida a acabar con aquella pandilla.

Había sido un Sábado por la mañana, temprano aún. No había nadie por los alrededores. Ambas se quitaron lo puesto hasta quedar en ropa interior y se zambulleron, disfrutando de la frescura del agua en aquella ardiente mañana de verano.

La diversión no duró mucho.

Santana los oyó primero, y tiró de Brittany para sacarla del agua. Mientras se vestían a toda prisa, apareció Dave Karofsky con dos de sus amigos.

—¡Vaya, miren lo que tenemos aquí, Mocosa Uno y Mocosa Dos! ¡A por ellas, chicos!

Brittany cogió sus zapatos y comenzó a correr, pero Santana se mantuvo firme en su lugar. Cuando ya estaba cerca de los árboles, Brittany se detuvo y la miró con asombro.

—Sanny, ¿qué haces? ¡Vamos!

—¡No! No les tengo miedo.

Fue entonces cuando Brittany se dio cuenta de lo mucho que había crecido Santana ese verano.

Ahí estaba, muy derecha, todavía descalza pero vestida. Los tres chicos la rodearon, y Santana se echó a reír, todos eran más bajos que ella.

—Esto no parece muy justo, chicos. Tal vez debería atarme una mano a la espalda—los provocó.



Brittany rio de nuevo. Siempre le gusto que Santana le digiera ”Britt-Britt”, y que la defendiera.

Todavía podía ver a Santana ahí de pie, arrojándolos al río uno detrás de otro, vestidos como estaban.

Por supuesto, no tardaron mucho en oír al hermano de Dave Karofsky, y esta vez Santana sí que corrió. Ambas montaron en sus bicis y pedalearon a toda velocidad por la pista de tierra, oyendo todavía los insultos que Dave Karofsky les dedicaba.

Santana la había convencido para hacer muchas otras cosas, sí, pero…

¡Cuánto se habían divertido!

Comprendió que la habría seguido hasta el fin del mundo. Bueno, más bien la siguió, se corrigió a sí misma. Y sin embargo, cuando ambas crecieron, en el último año del instituto, algo empezó a cambiar en su relación.

Santana tonteaba con Sebastián Smythe y Brittany salía con Sam Evans.

Los muchachos no se podían ver el uno al otro, lo que significaba que no salían los cuatro juntos. Eso por no mencionar que Santana odiaba con toda su alma a Sam Evans. En más de una ocasión había intentado convencerla para que lo dejara, ya que creía que no era bueno para ella.

Al final resultó que tenía razón.

Capitulo 8

Santana estaba ante el espejo, alisándose la falda a la altura de las caderas.

Odiaba los trajes sastre y la incomodidad de embutirse en la prisión de las medias, la falda, la chaqueta y los condenados zapatos de tacón.

Sin embargo, no pudo evitar sonreír.

Estaba guapa.

Quinn apenas podría reconocerla.

Intentó mover los dedos de los pies: odiaba aquellas estrechuras. Unas horas antes había tenido un arrebato de rebeldía, y pensó si llevar pantalones y que murmurasen lo que quisieran; sin embargo, si su mamá no iba a estar ahí para verla no merecía la pena, de modo que había acabado por enfundarse el bien planchado traje, medias incluidas, e incluso se había maquillado un poco.

—Si esto hubiera sucedido un par de meses atrás, me habrían visto con el pelo cortado al rape—murmuró para sí.

De joven había sido morena, pero con los años su tono había oscurecido bastante. Recordaba bien la primera vez que se lo rapó.

¡Menudo show!

Había comenzado a hacer deporte, y la larga cabellera era un estorbo. Le pidió a su mamá que la llevase a la peluquería para cortarlo, pero ella se negó en redondo, murmurando algo sobre la posibilidad de hacerse animadora.

De modo que Santana convenció a Brittany para que se lo cortara. Cuando la señora Pierce vio aquel desastre intentó remediarlo en lo posible, mientras proclamaba que la señora López la despellejaría si se enteraba. Al final resultó que fue Santana a quien acabó cortándolo.

Ahora llevaba el pelo más largo, aunque no mucho, cortado a capas. Lo cepilló hacia atrás y se miró en el espejo.

¿Y ahora qué?

¿Iría a ver a su mamá?

Santana compuso una mueca de fastidio: la idea no la tentaba ni lo más mínimo.

El espejo le mostró su portátil, que descansaba sobre la cama.

Ni siquiera lo había abierto. Estaba segura de que Quinn le habría escrito varios correos electrónicos para recordarle la fecha de entrega. Le había pedido que no la llamara excepto en caso de urgencia, y hasta entonces su agente había cumplido su palabra. Esa noche pensaba echar un vistazo a su correo, y tal vez incluso trabajaría un poco.

Todavía no había decidido cuánto tiempo iba a quedarse, aunque el señor Schuester le había pedido que esperara una semana para poder ocuparse de lo del testamento, como él decía.

Otra cosa más que tampoco la tentaba en absoluto. No deseaba enfrentarse a su tío Ricardo por algo así.

Volvió a la realidad al escuchar una discreta llamada en la puerta de su cuarto. Fue hacia ella y la abrió: Emma, recién duchada y envuelta en su albornoz, se quedó inmóvil, mirándola con los ojos muy abiertos.

—¿Qué ocurre?

—Vaya, vaya: estás preciosa, Santana.

Ella se ruborizó ligeramente, pero consiguió encogerse de hombros con desenvoltura mientras contestaba:

—Gracias.

—Will quería asegurarse de que supieras que puedes ir hasta ahí con nosotros. Y también sentarte a nuestro lado en la iglesia, por supuesto. Estoy segura de que tu tío Ricardo y su familia se adueñarán de los primeros bancos.

—Bueno, es el único hermano de mi papá.

—Nadie nos ha llamado, por cierto. Tal vez ni saben que estás en el pueblo.

Santana alzó la cabeza.

—Pues están a punto de saberlo. He decidido ir primero al hospital, para acabar con esto de una vez—añadió con un nuevo encogimiento de hombros.

—¿Estás segura?

—Sí. No te preocupes—añadió con una sonrisa—, tan sólo quiero que sepa que he venido.

—¿Y también que asistirás al funeral y ella no?

—Sí, algo así—Santana fue hacia su maletín y metió en él el móvil y la cartera—Dudo que me quede mucho tiempo—añadió mientras cerraba de golpe el maletín y recogía las llaves.

Al contemplar de reojo su imagen en el espejo pensó que, más que a un funeral, parecía que iba a una reunión de negocios.

—Llama si necesitas algo, o si hay problemas, ¿de acuerdo?

—No habrá ningún problema, Emma. Sé cómo tratarla. Nos vemos en la iglesia.

A pesar de aquellas valientes palabras, Santana notó que la aprensión la iba dominando conforme se acercaba al pequeño hospital.

Cuando era adolescente había intentado enfrentarse a su mamá en numerosas ocasiones, y en la mayoría de ellas había perdido. Su papá había sido incapaz de intervenir, incluso entonces.

Los deseos de su mamá solían ser ley.

Lo bueno era que, aquello se había acabado: Santana se había hecho a sí misma, y no le debía a su mamá absolutamente nada. De hecho, no debía nada a ninguno de los dos.

—Entonces, ¿para qué has venido?—se preguntó en voz alta.

No supo qué responderse.

En todos aquellos años se había auto-convencido de que no tenía padres, ni familia. Nunca pensó volver a verlos. En realidad no quería volver a verlos.

Y lo había cumplido; no los necesitaba para nada.

Y sin embargo, cuando recibió aquella llamada telefónica apenas dudó antes de aceptar volver a Lima, Ohio. Tal vez, como le había dicho a Quinn, necesitaba finiquitarlo todo. Tal vez después pudiera continuar con su vida, comprometerse en una relación seria, en lugar de conformarse con los ligues de una noche que parecían dominar su presente.

El hospital bullía en aquella mañana de Sábado, según pudo ver al estacionar su vehículo. Una mujer con un niño pequeño la precedió en la entrada, y tuvo que esperar mientras solicitaba información en el mostrador de recepción.

Se quedó un poco atrás mientras observaba detenidamente el vestíbulo del hospital. Sólo entonces reparó en el letrero, que proclamaba las grandes riquezas que poseía su papá:

Sala de Maternidad López.

—¿Puedo ayudarla en algo?

Santana se volvió hacia el mostrador y asintió.

—La habitación de Maribel López, por favor.

La enfermera echó un rápido vistazo al ordenador y sonrió.

—En el piso de arriba, habitación dos diecinueve.

—Gracias.

Santana se encaminó resueltamente hacia el ascensor. Sólo tuvo que esperar unos segundos antes de que sonase una nota musical y se abrieran las puertas. Una vez dentro, respiró hondo para calmar los nervios.

Se preguntaba qué aspecto tendría su mamá, tendida en una cama de hospital. La recordaba siempre vestida y maquillada como para ir al club de campo o a la iglesia, nunca de modo informal. Sin duda, el hecho de estar ahí encerrada tenía que ser un tormento para ella.

Al llegar al pasillo miró a su alrededor, fijándose en el número de la habitación más cercana. Giró a la derecha y sólo tuvo que pasar tres puertas más hasta localizar la habitación de su mamá.

La puerta estaba entreabierta.

Se quedó un momento escuchando el sonido de la televisión con gesto ausente, antes de llamar suavemente con los nudillos. Inclinó la cabeza a un lado, intentando atisbar el interior.

Entonces una apagada voz la invitó a entrar.

—Allá vamos—susurró.

Entró en la estancia, apoyándose despreocupadamente contra la puerta mientras miraba a su mamá a los ojos. En seguida obtuvo la reacción que esperaba, se oyó un quejido ahogado, y el mando a distancia que su mamá tenía en la mano cayó al suelo.

—Hola, mamá—dijo Santana con gran calma—Tienes buen aspecto.

—¡Tú!—consiguió contestar ésta—, ¿qué demonios estás haciendo aquí?

Santana se separó de la pared, acercándose lentamente al lecho. La mujer a la que más había temido en toda su vida yacía indefensa, inmovilizada por un yeso que le cubría todo el tronco. Sin embargo, del cuello para arriba estaba exactamente igual que la mujer que ella recordaba: el cabello oscuro perfectamente peinado, un maquillaje minuciosamente aplicado... quién diría que llevaba cuatro días ahí.

—He venido al entierro de mi papá, está claro. Tu esposo—Santana se inclinó para recoger el mando a distancia, y a continuación lo dejó sobre el lecho, fuera del alcance de su mamá—Es una pena que no puedas asistir—continuó—Estoy segura de que eso te parte el corazón.

—No tienes nada que hacer aquí. Hace ya mucho tiempo que dejaste de ser nuestra hija.

—Ah, sí—contestó Santana, cruzándose tranquilamente de brazos—Creo que fue el día que me echaste del pueblo.

—Tú te lo buscaste. Podrías haber elegido otra cosa.

—¿Otra cosa? ¡Ah, es cierto, Sebastián Smythe! Ese habría sido un magnífico matrimonio, siendo ambos homosexuales. ¿De verdad esperabas tener nietos?

—¡Sal de mi habitación!

—¿Es eso lo único que tienes que decir? Me decepcionas, mamá, con lo despiadada que solías ser.

—Estoy segura de que Will Schuester está detrás de esto, y lo primero que pienso hacer es despedirlo como abogado de la familia. No tenía el menor derecho a ponerse en contacto contigo.

—Ah, ¿sí? Es un buen hombre. La verdad es que me alojo en su casa. Emma y él han sido unos anfitriones encantadores.

—¡Debería haberlo sabido! ¿Qué es lo que quieres? ¿Has venido a reclamar la fortuna de tu papá? Pues estás muy equivocada, jovencita. Tu papá te despreciaba, a ti y a tu pervertido estilo de vida. No obtendrás ni un centavo de su dinero. Se ha reído de ti.

Santana sonrió.

—En realidad creo que es de ti de quien se ha reído, mamá. Pero no, no he vuelto por el dinero. Tengo ya mucho, gracias. Y eso se los debo a ustedes. Puede que hayas oído hablar de mi primera novela, No hay lugar para la familia—al ver que los ojos de su mamá se abrían como platos, Santana asintió—Sí, debería darte las gracias. La mamá de esa historia era una copia exacta de ti. Creo que te retrataron bien en la película. Una pena que tuviera una muerte tan trágica.

—¡Sal de mi habitación, antes de que llame a seguridad!

—¿Servicio de seguridad? ¿Tienen de eso en Lima, Ohio?

—¡Fuiste la desgracia de la familia, y tienes el descaro de aparecer en su funeral, como si todavía formaras parte de ella! ¿Cómo te atreves? ¿Es que no piensas en lo que andarán diciendo por ahí?

Santana se echó a reír.

—Vaya, ese ha sido siempre tu problema, mamá, tan preocupada por lo que la gente piense de ti, o sobre todos nosotros, cuando de hecho a la mayoría le importa un pimiento nuestra pequeña familia.

—Tu papá era el dueño de esta ciudad. Era el alcalde, y daba empleo a la mitad del condado, así que por supuesto que debemos dar ejemplo a las gentes de aquí.

—¿Ejemplo? ¿Así que echaste de casa a tu única hija para dar ejemplo, al ver que el Padre Figgins no podía curarla?

—Eres la semilla del diablo, y me niego a seguir hablando contigo ni un segundo más—dijo, y tendió la mano para apretar un botón varias veces—Y daré instrucciones para que no vuelvan a dejarte entrar en este hospital nunca más.

—No te molestes, no pienso volver. Sólo quería pasar por aquí para que supieras que he venido. Estoy segura de que el tío Ricardo te sustituirá perfectamente tras el funeral.

En ese momento entró una enfermera a toda prisa, pasando junto a Santana al dirigirse hacia el lecho.

—¿Qué puedo hacer por usted, señora López?

—Lo que puede hacer es acompañar a esta... esta persona fuera de mi habitación.

—No necesito que me acompañen, mamá, yo misma encontraré el camino.
Siempre lo he hecho.

Acto seguido Santana dio media vuelta y salió resueltamente del cuarto, preguntándose por qué se le habría ocurrido ir ahí.

¿Qué era lo que había pretendido?

¿Acaso creía que su mamá habría cambiado después de todos aquellos años?

Para cuando volvió a subir al automóvil, estaba temblando. Tomó con fuerza el volante, intentando calmar sus nervios.

¿De qué le había servido?

De nada.

Su mamá seguía siendo la misma mujer insensible de siempre. Una parte de Santana esperaba que su mamá hubiera cambiado, que se alegrara de verla después de tantos años.

Pero no.

—¡Pues estupendo, por mí estupendo!—murmuró, mientras giraba la llave de contacto al tiempo que aceleraba.

Los neumáticos rechinaron sobre el asfalto. Echó un vistazo por el retrovisor y sonrió con suficiencia.

—¡Qué infantil eres, San!

Capitulo 9

Santana giró hacia la calle que la llevaría hasta la Primera Iglesia Baptista de Lima, Ohio. Pudo verla por entre los árboles, justo encima de la colina, dominando como siempre el pueblo, vigilando a los vecinos mientras se afanaban en sus quehaceres diarios.

El Padre Figgins disfrutaba de las mejores vistas de la ciudad, ahí sentado juzgando a la gente.

Oh, recordaba muy bien sus sermones dominicales.

Había vivido aterrada por él, aquel hombre parecía saberlo todo de todo el mundo. Y cuando su mamá la había conducido hasta ahí, confesándole que su hija era una pecadora, Santana había estado a punto de retractarse de todo, tan sólo por no tener que sentarse ahí, frente a él, y escuchar sus palabras.

Y sin embargo al final no lo hizo.

No pudo.

De hecho le dijo que se fuera a la mierda.

Estaba casi segura de que había sido el Padre Figgins quien sugirió lo del autobús.

Estacionó su automóvil lejos de los demás, intentando darse algo de tiempo para prepararse. Debería haber quedado con Emma y Will para encontrarse con ellos en algún lado. Lo último que deseaba era entrar sola en la iglesia, imaginándose que todos los ojos se clavaban en ella.

Sin embargo, su ansiedad se mitigó ligeramente al distinguir dos rostros familiares que caminaban por la acera. Salió rápidamente del coche y se apresuró a alcanzarlos.

—¡Hola, chicas!

—¡La mirda!

Santana sonrió.

—¿Qué pasa?

—No te ofendas, San, pero verte con falda y maquillada es como ver a mi papá en bragas y sujetador—se burló Kitty.

Brittany se tapó la boca con la mano para disimular la risa, pero sus hombros se estremecieron.

—Muy simpática. Había olvidado tu malvado sentido del humor, Kitty.

—Pero estás muy guapa, ¿verdad, Britt?

—Adorable—contestó Brittany, rozando el brazo de Santana—¿Dónde piensas sentarte?

—Supongo que con Emma y Will. ¿Quieren acompañarme, chicas?

—No me lo perdería por nada del mundo. ¿Te imaginas los comentarios que habrá en el café el Lunes por la mañana?

—¡Kitty!

—No pasa nada; seguramente tiene razón. Además, no me vendría mal tener cerca algún rostro amigo—admitió Santana.

—¿Estás segura de que estaremos a salvo si entramos contigo?—preguntó Brittany—Lo digo por los rayos y las centellas.

—Ah, veo que ambas se han levantado muy chistosas. Pero sí, creo que estaréis a salvo.

Las tres ascendieron por la larga escalera de piedra hasta la puerta principal de la Primera Iglesia Baptista, sin que Santana hiciera el menor caso a las miradas curiosas que les dirigían.

—Me temo que tu buena reputación se ha ido al carajo—susurró a Brittany.

—La verdad es que no suelo venir mucho a la iglesia, San.

—¿No? ¿Por qué?

Brittany se encogió de hombros.

—Es una larga historia.

—Parece que tienes varias largas historias que contarme. Me pregunto si tendremos tiempo suficiente.

—Por cierto, ¿cuánto tiempo piensas quedarte?—quiso saber Kitty.

—Hasta mediados de semana. En realidad, todavía no lo he decidido. Claro que para entonces tal vez Emma esté cansada ya de tener invitados. Puede que eche un vistazo al nuevo motel del que me habló.

—Siempre puedes quedarte conmigo—ofreció Brittany sin siquiera pararse a pensarlo.

—Te mueres de ganas por ser la comidilla del pueblo, ¿eh? ¿Te lo imaginas? La hija lesbiana de los López, tanto tiempo desaparecida, vuelve a casa para el funeral y se aloja en casa de la pequeña Britt Pierce, sin duda para intentar pervertirla, aprovechándose de las circunstancias—dijo Santana con una mueca burlona.

—¡Oh, vamos! Me metiste en tantos líos cuando éramos niñas que dudo que nadie se fijara siquiera.

—¡Santana, por fin!

Santana alzó la vista hacia Emma Schuester, que se acercaba. La tomó de la mano y señaló a sus dos acompañantes.

—Ya conoces a Britt y a Kitty, ¿verdad?

—Por supuesto que sí. ¿Qué tal están, jovencitas?

—Muy bien—respondieron ambas al unísono.

—Les he pedido que se sienten con nosotros. Espero que no se moleste—dijo Santana.

—En absoluto. Después de todo, cuantos más, mejor—contestó Emma sonriendo.

—Eso mismo pensaba yo.

—Tu tío representará a la familia. También piensa hacer el elogio fúnebre.

Santana asintió.

—Muy bien. ¿Sabe que estoy aquí?

—Sí, se lo dijo Will. Aparte de sorprenderse, no tuvo mucho que decir. O al menos nada que Will quisiera transmitirme.

—Entonces, tal vez no vaya a ser para tanto. Quiero decir que es un funeral, y además mi mamá no está aquí para hacer una escena.

Emma la tomó del brazo y se la llevó consigo. Santana miró por encima del hombro e hizo un gesto a Brittany y a Kitty para que las siguieran.

—¿Y qué tal fue aquello, por cierto?

—Más o menos como esperaba. Hizo que me echaran de ahí.

—Vaya, ¿por qué será que no me extraña nada?

Dentro de la iglesia sonaba una discreta música mientras los asistentes iban entrando en la nave.

Santana se detuvo de pronto.

El ataúd estaba enfrente, abierto.

—No tienes por qué ir hasta ahí—le dijo Emma.

—Yo creo que sí. Necesito hacerlo. A pesar de todo, deseaba al menos decirle adiós. Y zanjar así tantas cosas.

—Voy contigo—se ofreció Brittany.

Santana la miró a los ojos y sonrió, agradecida.

—Estamos sentados ahí mismo—susurró Emma, señalando el lugar.

Santana y Brittany cruzaron el pasillo central, yendo Kitty unos pasos detrás.

Santana oyó cuchicheos, y se imaginó que todos los ojos estaban puestos en ella. Brittany la tomó del brazo y le apretó suavemente la mano, lo cual supuso un gran consuelo para ella.


Le sorprendió mucho la emoción que sintió al ver a su papá. No se parecía nada al hombre que ella recordaba. Había envejecido muchísimo en aquellos quince años, y sus negros cabellos eran ahora grises.

Se quedó muy quieta, sin darse cuenta de que sujetaba entre sus manos la de Brittany, apretándosela hasta casi hacerle daño.

—No pasa nada—susurró Brittany.

Entonces notó que Kitty se colocaba a su lado, notó que le posaba la mano en el hombro y se relajó por fin.

—Parece mucho más viejo—dijo en voz baja.

—Sí.

Deseaba tocarlo, pero no se atrevió.

En lugar de eso inclinó la cabeza y cerró los ojos.

Ojalá hubiéramos podido hablar. Tal vez ahora sí que te habría gustado cómo soy. Yo... me las arreglé bastante bien.


Brittany contempló a la mujer que estaba junto a ella, preguntándose qué clase de pensamientos estarían pasando por su mente. Se preguntó también qué pensaría el resto de la congregación.

Podía oír los cuchicheos.

Sin duda Santana también los oía.

Pero a Brittany le daba igual lo que pensaran, lo único que sabía era que necesitaba desesperadamente ofrecer su fuerza y su consuelo a Santana.

No era que creyera que necesitaba fuerza, ya que su amiga transpiraba seguridad por todos sus poros, como siempre había sido. Santana notó la mano de Brittany, apretando la suya, y se enderezó.


Se miró en aquellos ojos azules e hizo un gesto de asentimiento. Ambas se volvieron y regresaron por el pasillo central.

Santana miró a su alrededor.

Vio caras vagamente familiares y notó que, en efecto, todos los ojos estaban puestos en ella. Y también en Brittany, que seguía sujetando con fuerza su mano. Se preguntó qué estarían pensando, aunque en realidad no le importaba ni lo más mínimo.

Se sentó junto a Emma, mientras que Brittany y Kitty hicieron lo mismo. Les estaba muy agradecida por su apoyo, pues dudaba poder haber hecho aquello sin ellas.

Poco después, el Padre Figgins se dirigió hacia el pulpito y los murmullos cesaron. También él había envejecido, pero aquella voz era inolvidable.

—Estamos aquí para despedir a un gran hombre, Nicolás López, arrebatado prematuramente de esta vida para ir a reunirse con su Dios.

Santana se removió en su asiento, incómoda.

Se sentía fuera de lugar.

Ella no pertenecía ni a aquel pueblo ni a aquella iglesia. No había puesto el pie en ninguna otra desde la última vez que había estado ahí, quince años atrás.

Escuchó distraídamente mientras el Padre Figgins leía la necrológica, sorprendiéndose al darse cuenta de que su nombre no estaba incluido junto al de los demás familiares. Después, su tío Ricardo se acercó al frente y desplegó un papel que había sacado del bolsillo de su abrigo. Comenzó a leer, enumerando las grandes cualidades y logros de su papá, pero sin traslucir ninguna emoción.

¡Y era su único hermano!

¡Dios, qué familia de mierda!

Notó una suave mano que tomaba la suya, dedos que se entrelazaban con los suyos. Se giró y encontró los ojos de Brittany fijos en ella.


—¿Estás bien?

Santana asintió y se inclinó para susurrar a su oído:

—Gracias por estar aquí. Creo que, si no estuvieran, yo ya habría salido corriendo.

—Ellos no pueden hacerte daño.

—Lo sé.

El oficio religioso transcurrió como entre una bruma para Santana, el elogio fúnebre, los cantos, el sermón... Era consciente de la presencia de Brittany, de la mano que de vez en cuando tomaba la suya, de las miradas puestas en ella. Por fin todo acabó y se puso en pie como los demás, saliendo en silencio de la iglesia. Algunas de aquellas caras vagamente familiares se volvieron para mirarla. Le pareció reconocer a Sugar Motta. Los Motta habían sido amigos de sus padres, y Sugar era animadora, tal como su mamá esperaba que ella misma lo fuera.

—¿Recuerdas dónde está el cementerio?—quiso saber Will.

—La verdad es que no.

—Puedes seguirnos a nosotros.

—Yo iré con ella—se ofreció Brittany.

—Gracias.

—Todo acabará muy pronto—prometió Emma, dándole unas palmaditas en el brazo al pasar.

—Me temo que a esta parte no voy a poder asistir—dijo Kitty—Seguro que el café está lleno, con tanta gente que ha venido al pueblo. Será mejor que vuelva para ayudar a mamá.

—Gracias por haber venido, Kitty.

—No hay de qué. Siempre me ha caído bien tu papá. ¿Te asegurarás de que mi hermana llegue bien a casa?

—Claro que sí.

Santana y Brittany vieron alejarse a los demás, y después se miraron.

—Vamos—dijo Santana haciendo un gesto hacia su automóvil—Estoy deseando quitarme esta ropa.

—¿Ah, sí? No estás acostumbrada a llevar traje, ¿verdad?

—Pantalones cortos o vaqueros, poco más.

—¿Por qué no me extrañará?

Santana se detuvo junto al brillante coche color negro, abriendo galantemente la portezuela del copiloto para Brittany.

—¡Caray!—murmuró Brittany, pasando la mano por el suave asiento de cuero.

—No es más que un coche alquilado.

—¿Para presumir?—aventuró Brittany.

—Tal vez.

Se unieron a la lenta comitiva fúnebre, y Santana encendió obedientemente las luces, tal como hacían los demás vehículos.

—¿Ha sido muy duro para ti?—quiso saber Brittany.

—Más que duro, extraño—contestó Santana, mirándola de soslayo—Me sentí fuera de lugar.

—Ya me lo imagino. ¿Escuchabas los cuchicheos?

—Por supuesto, con toda claridad.

—¿Te molestó?

—No. Vine al funeral supongo que por sentido del deber. En realidad, me importa un bledo lo que piensen de mí.

—Ya lo supongo.

—¿Te parece mal?

—Por supuesto que no. En realidad lo que me sorprende es que vinieras. E incluso me sorprende más que vayas a ir al cementerio.

—¿No es lo que se espera que haga?—quiso saber Santana.

—Se espera que acudan los parientes más cercanos, sí. La mayoría de la gente va por curiosidad. Al no estar tu mamá, la cosa pierde dramatismo.

Santana quedó un momento en silencio, tamborileando con los dedos sobre el volante.

—Apenas me considero un pariente cercano. Ni siquiera se me menciona en la necrológica. Después de quince años fuera de sus vidas, casi tantos como los que viví aquí, la verdad es que no siento nada, Britt.

—No te culpo. Supongo que tu mamá no estaría lo que se dice encantada de verte, hoy.

—A pesar de estar encerrada en un yeso de cuerpo entero, tendida e indefensa, era la bruja de siempre. De hecho, amenazó con llamar a los de seguridad para que me echaran.

—¡Increíble! ¡Y pensar que eres su única hija...!

—Increíble, sí—contestó Santana. Miró un momento por el retrovisor y después de nuevo a Brittany—Oye, la verdad es que no quiero aguantar más estupideces del Padre Figgins. ¿Qué tal si pasamos del cementerio?

—¿Pasar? ¡No podemos, San! ¡Si vamos en comitiva!

—Pues salgamos de ella—Santana viró bruscamente hacia la izquierda, dirigiéndose hacia una calle lateral—Por cierto, ¿dónde demonios estamos?

—¡Oh! ¡Eres un bicho! ¿Te imaginas lo que estarán diciendo ahora mismo de nosotras?

—La verdad es que me da igual. Lo único que quiero es quitarme este maldito traje y ponerme unos vaqueros—dijo Santana al tiempo que giraba para volver hacia la iglesia—Si no recuerdo mal, hay una calle por detrás.

—Sí, va a dar al instituto.

—Ah, sí, ahora recuerdo—contestó Santana acelerando por la calle, desierta ahora que había partido la comitiva funeraria—Por cierto, ¿quién se ocupa hoy de tu tienda?

—Mercedes, una estudiante de instituto que me ayuda los Sábados y también en verano.

—¿Te da para vivir bien?

—No me va mal.

—¿Cuenta con que vayas después del mediodía?

—Le dije que más tarde me pasaría por ahí. ¿Por qué?

—¿Te apetece hacer novillos?

—¿Para qué, para ir a nadar a la Poza Azul?—dijo Brittany echándose a reír—Estuve dos semanas castigada por aquello.

—Y a mí me quitaron el coche.

—Pero sólo una semana, si no recuerdo mal.

—Ya fue bastante tortura que mi mamá tuviera que llevarme al colegio a diario.

Brittany sonrió.

—Aun así me gustaría que pasásemos un rato juntas.

—A mí también. ¿Se te ocurre alguna idea?

—Bueno... hace un día soleado y caluroso—contestó Brittany alzando las cejas con gesto malicioso—¿Te apetece ir al río?

—¡Menuda maleante estás hecha, Brittany Pierce! La última vez que me convenciste para ir al río nos pillaron bebiendo cerveza y fumando marihuana.

—¡Pero si fuiste tú la que llevó la cerveza y la maríhuana!

Santana se echó a reír.

—¡Dios, qué maravilla volver a estar contigo!—exclamó, tendiendo la mano para apretarle cariñosamente el brazo.

—Lo mismo digo. Te he echado muchísimo de menos.

—Sí... ni siquiera tuvimos ocasión de despedirnos. Fue como... como si me hubieran arrancado de aquí y...

—Lo sé, San... Al principio lloré mucho. No entendía cómo habías podido marcharte sin decirme nada. Pero mamá me lo explicó todo... lo de tu mamá, y el motivo por el que te había echado. Y entonces me cabreé por haberles permitido que te hicieran aquello. Y cuando tú ni me escribiste ni me llamaste por teléfono me enfadé más aún. Me pareció que nuestra amistad no significaba nada para ti.

—¡Oh, Britt, cuánto lo siento! No fue así como sucedió. Pensé muchísimas veces en ponerme en contacto contigo, pero... en fin, cuanto más tiempo pasaba, más me convencía a mí misma de que no querrías saber nada de mí. Joder, hasta podría ser que ni siquiera te acordaras de mí.

—¡No puedes haber creído eso en serio, después de todo lo que hemos compartido! ¡Pero si eras mi mejor amiga!

—Una mejor amiga que resultó ser lesbiana y no tuvo el valor de decírtelo.

—Éramos sólo unas niñas, aunque creo que deberías haber sabido que podías contar conmigo para lo que fuera, San.

¿Para lo que fuera?

Santana se preguntó cuál habría sido la reacción de Brittany si ella le hubiera confesado que fue la atracción sexual que sentía hacia ella la que le había abierto los ojos. Miró a su vieja amiga, con el cabello color rubio cayendo por delante de las expresivas cejas, medio ocultando los azules ojos que Santana se sabía de memoria. Sin pararse a pensar, tendió la mano y apartó los mechones para poder ver bien aquellos ojos. Seguían teniendo la expresión franca y cariñosa que ella recordaba.

—Tenía miedo de decírtelo—admitió por fin—Joder, tenía miedo de todo. Y resultó que tenía razón en tenerlo.

Santana aminoró la velocidad al llegar al club de campo. El guardia le hizo una seña para que pasara.

Brittany salió del auto en cuanto Santana aparcó, pasando la vista por el cuidado césped y la casa, y siguió a Santana hasta la puerta, esperando hasta que esta abrió con llave y la invitó a entrar con un gesto.

—Bonita casa.

—Sí que lo es. Echa un vistazo, yo no tardaré nada en cambiarme.

Brittany la vio marchar y se encaminó hacia la sala, observando los cuadros y detalles personales. Conocía a los Schuester de toda la vida, pero nunca había estado en su casa.

Los Schuester y los Pierce no se movían precisamente en los mismos círculos sociales. De hecho, al principio le había parecido raro que Santana y ella se hubieran hecho amigas.

Los López eran la familia más poderosa de Lima, Ohio, un tipo de familia con el que Brittany era difícil que se sintiese a gusto. Y sin embargo, Santana y ella se habían caído bien desde niñas.

Al principio, la señora López había intentado que Santana se alejara de ella, tratando que hiciera amistad con los hijos de los socios del club de campo.

Pero, como Brittany solía decir, Santana era muy testaruda. Al final la señora López tuvo de darse por vencida, permitiendo que Santana se quedara a dormir muchos fines de semana con los Pierce. Era una costumbre que continuó durante su época del instituto.

A Brittany le bastaba tener a Santana como única amiga, dejando de lado a casi todas las demás chicas para irse con Santana. Recordaba lo celosa que se sintió cuando Santana comenzó a salir con Sebastián Smythe. Esa fue la única razón por la que accedió a salir ella misma con Sam Evans. Soltó un gruñido; no deseaba sacar a relucir aquellos recuerdos. Era demasiado pronto todavía. A pesar de lo que le había dicho a Kitty, todavía no lo había superado, y dudaba poder superarlo algún día. Había sido la época más horrible de su vida, una época en la que necesitó a Santana como nunca.

Pero su amiga había desaparecido sin dejar rastro.

—¿Por qué frunces el ceño, Britt?

Brittany se volvió, encontrándose con una Santana de aspecto mucho más familiar, con sus vaqueros y su camiseta. Era un placer verla, como siempre.

La linda adolescente que ella conocía se había convertido en una mujer muy atractiva. Sin embargo, la chica que ella conocía nunca se habría planchado la camiseta, ni se la habría metido por dentro de los vaqueros.

Sonrió.

—¿Mejor ahora, San?

—Mucho mejor—dijo Santana acercándose—¿A qué venía ese gesto?

—Nada, sólo pensaba.

—¿En?

—En ti, en mí, en el instituto...

—Ah. Bueno, ¿qué tal si nos tomamos unos refrescos antes de irnos al río? Podremos charlar, y será como en los viejos tiempos.

—Sí, me encantaría.

Capitulo 10

La carretera que conducía al río estaba tal y como Santana la recordaba: llena de baches. El Lexus los salvaba con facilidad, y pudo llegar hasta el final.

Se detuvieron en un camino lateral que moría paralelo al río.

—Está exactamente igual—dijo Santana—, sólo que con más basura.

—Sí, hay más basura. Pero no creo que los chicos del instituto vengan por aquí tanto como veníamos nosotros por entonces.

—Pues no saben lo que se pierden.

En lugar de cerveza decidieron tomar vino, pues ambas estaban de acuerdo en que habían crecido lo suficiente para refinar su elección de bebidas en sus escapadas al río.

Santana cogió la botella y el sacacorchos que habían comprado, y Brittany llevó la manta que había arrojado al asiento trasero cuando pasaron por su casa para que se cambiase de ropa. Ambas sonreían al bajar por el mismo camino que habían tomado cientos de veces en el pasado. Tal como había dicho Santana, apenas había cambiado. El bosque llegaba justo hasta el borde del río, donde encontraron un lugar para tenderse, bajo uno de los enormes pinos. Brittany extendió la manta y ambas se sentaron con las piernas cruzadas, de cara al agua.

—Escucha... ¡qué paz!—susurró Santana.

El río fluía silenciosamente, cruzando el bosque, por encima de sus cabezas cantaban los cardenales.

—¿Lo echas de menos, este sosiego?

—Sí. Aunque la verdad es que no vivo en la ciudad. Me compré un apartamento en la playa, así que mi sosiego es escuchar el océano.

—Debe de ser precioso, San.

Santana sonrió.

—Algunos días es precioso, otros hay demasiada niebla. Pero el sonido siempre es el mismo. Cuando has vivido junto al océano, durmiéndote con el sonido de las olas que rompen en la orilla, descubres que no hay nada más reconfortante que eso. Es un sonido continuo, incesante—murmuró Santana—El día que ese sonido se detenga será el fin del mundo.

Brittany observó cómo Santana descorchaba el vino al tiempo que hablaba; sus susurros resonaban en el bosque. Después lo escanció en copas de plástico que habían escamoteado en la licorería. Brittany recibió la suya y sonrió antes de beber un sorbo. Un momento después, Santana le dio unas palmaditas en la pierna.

—Ahora estamos solas, ya no hay interrupciones. Es hora de que me cuentes una de esas largas historias que has dejado pendientes.

—Veo que sigues tan impaciente como siempre.

—¿Por qué ya no vas a la iglesia?

—¿Y por qué no vas tú?—contraatacó Brittany.

Santana echó la cabeza hacia atrás, mirando hacia la copa de los pinos y al cielo azul sobre ellos.

—Veamos, ¿qué tal si te digo que es porque mi mamá me llevó al Padre Figgins para que me curara de mi enfermedad, a base de rezar para que el diablo saliera de mi interior? Oh, fue muy divertido aquello, te lo aseguro. ¿O si te hablo del hecho de que estoy destinada a pasarme la eternidad ardiendo en el infierno, para expiar el pecado de amar a las mujeres en lugar de a los hombres? ¡O tal vez sea simplemente porque temo que me parta un rayo!—concluyó Santana, mirando a Brittany directamente a los ojos.

—Está bien, tú ganas, San.

—Cuéntamelo, Britt.

Sus miradas se cruzaron, café oscuro sobre azul, y Brittany notó que se aliviaba el peso que sentía en el alma.

Llevaba tanto tiempo guardándoselo dentro, sin contárselo a nadie... Con su hermana y su mamá apenas había llegado a rozar la superficie de todo aquello.

Había insistido siempre en que estaba bien, en que no pasaba nada.


Pero los limpios ojos oscuros que recordaba estaban ante ella, escrutando su alma como siempre habían sabido hacer, descubriendo cosas que nadie más había podido nunca distinguir.

—Yo... cuando te fuiste estaba saliendo con Sam Evans, ¿recuerdas?

—Sí.

—Bien. Más o menos un año después de acabar el instituto, todo el mundo comenzó a preguntarnos cuándo pensábamos casarnos. Yo no había salido con nadie más.

—¿Por qué? Tan bonita como eras, como sigues siendo, nunca pude entender por qué lo escogiste a él.

Brittany se encogió de hombros. Ni siquiera recordaba haberse interesado demasiado por los chicos, en aquella época.

Estaba Santana, y eso era suficiente.

—No sé por qué, San. Sucedió, eso es todo. Y cuando me pidió que me casara con él, pensé que no tenía muchas más opciones. Seguía aquí, en Lima, Ohio, tú te habías ido y no había nadie más. Por entonces, él trabajaba en el aserradero, tenía un trabajo fijo, así que acepté.

—Perdona, pero siempre pensé que era un fracasado.

Brittany se echó a reír.

—Pues la verdad es que tenías razón.

—Lo siento. Si hubiera estado aquí nunca te habría dejado casarte con él.

—Ah, ¿sí? ¿Te habrías puesto en pie en la boda, cuando el Padre Figgins preguntara si alguien tenía alguna objeción?

—Por supuesto que sí.

Brittany se echó a reír.

—La verdad es que me lo creo.

—Perdona, te he interrumpido. Continúa.

—Oh, San, esto es muy difícil para mí, ¿sabes?

Santana tomó la mano de su amiga entre las suyas.

—Cuéntame qué ocurrió.

Brittany se quedó mirando sus dedos entrelazados y recordó todas las veces que habían acudido a aquel mismo lugar para hablar y lo fácil que era hablarle a Santana, contarle cosas que nunca se le habría ocurrido contar a nadie más. Después alzó la vista y miró aquellos ojos oscuros.

¿Cómo podía ser que ella se sintiera tan cómoda contándole sus cosas a Santana y sin embargo ésta no hubiera sido capaz de contarle lo más importante de su vida?

—¿Por qué no pudiste contármelo, San?

Santana frunció el ceño y se apartó el pelo del rostro con gesto nervioso.

—Creí que te tocaba hablar a ti.

—Sí. Pero nosotras siempre hemos podido hablarlo todo, San. ¡Todo! ¿Por qué no pudiste contarme eso?

—¿Sabes qué? Puede que algún día te lo cuente, pero no ahora. Ahora estamos hablando de ti.

Brittany asintió.

—Es justo. No creas que quiero ocultártelo—dijo inclinándose hacia ella—a continuación carraspeó y respiró hondo antes de añadir—Sam Evans era violento—soltó de golpe. Notó que Santana le apretaba cariñosamente la mano, le devolvió el gesto y siguió—No pasa nada, San. Creo que lo vi venir. El... nunca era amable, ¿sabes? Y las cosas fueron empeorando cada vez más. Según él, yo no hacía nada a derechas. Nada le parecía bien. Si la cena se retrasaba, se ponía hecho una fiera. Si la tenía lista pronto, estaba fría. No eran más que menudencias, pero él se enfadaba y... me pegaba. Al principio era una bofetada de vez en cuando, pero después... en fin, la cosa empeoró.

Santana tragó saliva para intentar deshacer el nudo de su garganta y vio cómo los ojos de su amiga se llenaban de lágrimas que cayeron rodando por sus mejillas. Tendió la mano hacia ella y las enjugó con una caricia.

—¿No se lo contaste nunca a nadie?

—No, me daba demasiada vergüenza. Cuando tenía moratones inventaba alguna excusa.

—¡Hijo de puta!—musitó Santana.

—Una noche volvió a casa muy borracho, cosa bastante habitual, pero aun así quiso follar conmigo. Yo no era capaz de acostarme con él. No había podido hacerlo desde... casi desde el principio. No lo quería, no podía soportar que me tocara. Tendría que haberlo dejado, tendría que habérselo contado a alguien... a Kitty, a mi mamá, a alguien que me hubiera convencido de que tenía que abandonarlo. Pero no lo hice. Me quedé porque creí que eso era lo que debía hacer.

—¡Dios, cuánto siento no haber estado aquí para ayudarte. Britt-Britt!

—Esa noche, cuando me negué, agarró una silla y me la aplastó en la cabeza, me dio patadas, puñetazos y después... me violó—concluyó en un susurro.

—¡Oh, cariño, Britt-Britt!—exclamó Santana, inclinándose hacia ella para abrazarla estrechamente.

Brittany se derrumbó, llorando a mares. Nunca le había contado a nadie que su marido la había violado. Suplicó al doctor que no se lo dijera a su mamá.

La paliza fue suficiente para que lo encerraran, y también para que ella bajase la cabeza, avergonzada. No quería que todo el pueblo supiese que su propio marido la había violado.

—Apenas recuerdo nada de aquella noche. Al volver en mí estaba en el hospital, y él en la cárcel. Estuve ingresada una semana, y él se pasó dos años en prisión.

—¿Dónde está ahora ese cabrón?

—No estoy muy segura. Su familia se fue del pueblo después de lo sucedido. Sé que él estuvo en Houston una temporada. Creo que ahí también se metió en algún lío.

—¡Hijo de puta! Si yo hubiera estado aquí lo habría matado, Britt-Britt.

Brittany sonrió a pesar de sus lágrimas.

—Sí, estoy segura de que lo habrías hecho—se enderezó para soltarse de su abrazo, pero sin dejar de sujetar sus manos. Carraspeó un poco y continuó—Querías saber por qué ya no voy a la iglesia, no he vuelto por culpa del Padre Figgins.

—Explícate.

—Cuando Sam empezó a maltratarme fui a verlo. Pensé que podría hablar con él confidencialmente, que me podría dar algún consejo. Y el consejo que me dio fue que tenía que ser una buena esposa y obedecer a mi marido.

—¡La Mierda! ¿Eso fue todo? ¿Sugirió que tú eras el motivo y no la víctima?

—Exacto. Era culpa mía que me pegara. No era lo bastante buena esposa—añadió con una débil sonrisa.

Santana no pudo hacer más que mover la cabeza de un lado a otro mientras contemplaba cómo los ojos de Brittany se llenaban de lágrimas. Estaba completamente segura de que, si se hubiera quedado, no habría permitido que Brittany se casase con Sam Evans. Pero…

¿No era tal vez demasiada arrogancia por su parte?

¡Como si ella pudiera controlar esas cosas!

Se preguntó si, en el caso de que se hubiese quedado, habría sido capaz de seguir viendo a Brittany, de ser su amiga, sin confesarle lo que sentía por ella.

¿Y qué ocurriría después?

Para Brittany habría sido toda una conmoción, sin duda. Lo más probable era que no hubiera querido volver a ver a Santana nunca más; la habría mantenido a distancia hasta que su amistad fuera algo perteneciente al pasado.

Y ella acabaría yéndose del pueblo igualmente.

—¿En qué piensas, San?

Santana alzó la vista y la miró serenamente.

—En nada.

—¿Seguro, San?

—Está bien, pensaba en que, si me hubiera quedado, nunca habría dejado que te casaras con él. Y después he pensado que no tenía tal poder sobre ti, y que podías casarte con quien te diera la gana.

Brittany bajó la vista hacia sus manos, que seguían entrelazadas. Después rescató la suya y se apartó el pelo de los ojos.

—No es que quiera culparte ni mucho menos, San, pero la única razón por la que comencé a salir con Sam Evans fue porque tú estabas viéndote con Sebastián Smythe.

—¿Cómo? En realidad no salíamos juntos, Britt.

—Claro que salían. Los Viernes por la noche, cuando tú y yo solíamos estar juntas, te ibas con él. Después de los partidos de rugby salías con él y con sus amigos—Brittany se encogió de hombros y añadió—Yo estaba...—¿Celosa? ¡Oh, Dios, eso sonaría fatal!—... me sentía muy sola.

—Salí con él porque eso era lo que se esperaba de mí. Sus padres y los míos insistían en ello. Pero fue entonces cuando me di cuenta de que no me gustaban los chicos. Bueno, nos dimos un par de besos, nos magreamos un poco, pero nunca me acosté con él. Y la verdad es que él tampoco insistió demasiado.

—Esto... creo que ambas sabemos el motivo. ¿Sabías entonces que era gay?

—¿Estás de broma? Apenas sabía que lo era yo.

—¿Te han contado lo que le ocurrió?

—Sí, me lo dijo el señor Schuester. Estábamos hablando de que mis padres habían acordado nuestro matrimonio, y entonces me contó que Sebastián había muerto.

—Sí. Sus padres se lo tomaron muy mal. Siempre me he preguntado si fue porque había muerto o porque era gay y todo el pueblo lo sabía. Ya sabes que la gente puede comportarse de una forma muy extraña respecto a eso.

—¡Y a mí me lo dices!

Brittany se echó a reír.

—Háblame de tu vida amorosa.

—¿Cambiamos de tema?

—Yo te he contado mi horroroso matrimonio. ¿Qué hay de ti? ¿Hay alguien esperándote en Los Ángeles?

—No, yo... no. Vivo sola.

Brittany alzó las cejas.

—Pero tiene que haber habido alguien...

Santana negó con un gesto.

—No he conocido a nadie con quien quiera... estar, vivir. Es decir, salgo con chicas, pero...

—¿No te has enamorado?— aventuró Brittany.

Santana alzó las rodillas y apoyó en ellas el rostro, sin dejar de mirar a Brittany. Recordó cómo se le aceleraba el corazón cada vez que estaban juntas, cómo se moría de ganas por rodearla entre sus brazos, por acariciarla, cuando dormía a su lado. Y recordó también que, en momentos como aquel, el deseo de besar a Brittany era casi insoportable.

¿Enamorada?

Tal vez.

O quizás eran tan sólo los sentimientos asociados con aquel primer flechazo.

Pero, ¡Dios!, por las noches solía soñar que estaban juntas, que Brittany iba hacia ella con el mismo ardiente deseo que ella sentía por su amiga.

—O puede que sí—susurró Brittany.

Santana parpadeó, sorprendida.

—¿Cómo?

Brittany sonrió.

—Se te ha puesto la mirada soñadora. ¿Estabas pensando en ella?

Santana enrojeció y apartó la vista.

—Pues la verdad es que sí.

—¿Quién es?

—Bueno, fue hace mucho tiempo. Nunca... yo nunca... ¡Oh, mierda, da igual!

Santana sirvió más vino.

Brittany se quedó callada, pensando.

Quince años atrás se había sentido desolada al perder a su mejor amiga, convencida de que nunca volvería a sentirse tan próxima a una mujer como se había sentido con Santana. Y ahí estaba ahora, sentada en su lugar favorito junto al río, compartiendo una botella de vino en copas de plástico con la persona a la que estaba convencida de no volver a ver nunca más.

—¿Sabes? Yo pagué en buena medida las consecuencias de tu marcha—admitió Britt.

—¿Y eso?

—Verás... no era ningún secreto que pasabas la mayoría de los fines de semana en nuestra casa. Cuando te fuiste se burlaron de mí durante semanas, sin la menor compasión.

—Lo siento muchísimo, Britt-Britt. Ya me imagino lo que te dirían.

Brittany se echó a reír.

—Esa es la cuestión, yo era tan inocente en esos asuntos que ni siquiera sabía qué era lo que me llamaban. Mamá tuvo que explicarme lo que era una lesbiana—dijo riendo de nuevo—Yo le contesté que estaba equivocada, era imposible que yo fuera lesbiana, porque nunca habías intentado besarme.

Santana escupió el vino que acababa de beber, tosiendo al atragantarse.

Brittany le dio palmadas en la espalda hasta que consiguió recuperar el aliento. Santana se volvió lentamente, sabiendo que su rostro estaba rojo de vergüenza, pero se tranquilizó al ver el gesto risueño que hacía brillar los ojos de Brittany.

—¡Qué tontería!

Brittany se echó a reír y le dio un puñetazo en el brazo, disfrutando al ver su desconcierto. No recordaba haber visto nunca a Santana tan nerviosa.

—Durante un tiempo me pregunté por qué no lo habías hecho—confesó finalmente Brittany.

Lo cierto era que aquello le había molestado bastante.

¡Santana y ella eran amigas muy íntimas, más que si fueran hermanas!

—Yo... nunca se me habría ocurrido hacer eso, Brittany. Joder, estaba muy confundida, pero no... no en eso—mintió ¡Mierda!—Lo sabes, ¿verdad?—añadió—Eras mi mejor amiga. Yo nunca habría puesto eso en peligro.

—Lo sé, Sanny. No éramos más que unas niñas.

—Seguramente fue mejor para ti que tuviera que irme. Tu buena fama se habría ido a la mierda si me hubiera quedado, Britt.

—¡Como si a mí me importara lo que piense la gente de este pueblo!

—¿Sugar Motta, por ejemplo?

—¿Sugar? Sí, era la peor. No puedo ni repetirte lo que me dijo después de que te fueras—dijo Brittany mirándola a los ojos y sonriendo—Según se rumoreaba, le habías montado un numerito y ella te rechazó.

—¿Lo dices en serio?

—Dijo que le habías rasgado la blusa en el vestuario.

Santana asintió y comenzó a reír a carcajadas, al recordar el lejano suceso.


—Vaya, vaya, vaya, pero si es LA Santy López... ¿o debería decir Él Santy López?—Santana arrojó la toalla a la cesta, sin hacer el menor caso a Sugar—Supongo que eso significa que Britt es tu novia...

Santana se revolvió como una fiera, con los ojos centelleantes

—¡Ni se te ocurra nombrar a Britt!

—Conque protegiéndola, ¿eh? ¡Qué bonito!

—¿Qué es lo que quieres, Sugar?

—Oh, nada... Es que todos están tan sorprendidos... Y yo me digo, ¿de qué se sorprenden? Britt y tú hace años que son inseparables. Supongo que creían que fingiendo salir con Sebastián y Sam nadie se daría cuenta.

—No sé de qué me hablas. Britt y yo somos amigas.

—¡Por favor!

Santana se enderezó y dio un paso hacia Sugar.

—¡Deja en paz a Britt! Si no lo haces, le diré a todo el mundo que tú y yo nos conocemos muy bien, Sugar. Muy, pero que muy bien.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que les diré que he follado contigo aquí mismo, en el vestuario. Deja en paz a Britt.

Sugar echó a reír.

—¡Como si alguien fuera a creerte!

—Ah, ¿no?—dijo Santana abalanzándose sobre ella y aferrándole la blusa—Me comporté como un animal, Sugar, y no pudiste resistirte

De un tirón rasgó la blusa de Sugar, dejando al descubierto el sujetador de encaje.

—¡Cabrona!—gritó Sugar, retrocediendo para alejarse de Santana—¡Pervertida! ¿Cómo te atreves?

—Puedo hacer correr rumores, igual que tú, Sugar, así que, si no quieres que todo el pueblo crea que me estrené contigo, no vuelvas a meterte con Britt.

—Estás enferma. ¡Enferma!

Santana sonrió.

—Y tú eres una cabrona de mucho cuidado. Sal de mi vista.


—¿De qué te ríes, San?

—La verdad es que sí le rasgué la blusa. Y si no me falla la memoria, llevaba un lindo sujetador de encaje.

Brittany se llevó la mano a la boca.

—¿Lo dices en serio? ¿De verdad le rasgaste la blusa?

Santana asintió.

—Aquella última semana vino al vestuario, y empezó a hablar de ti y de mí. No quería que comenzara a hacer correr rumores sobre ti, de modo que le dije que, si lo hacía, yo le diría a todo el mundo que ella y yo lo habíamos hecho en el vestuario.

Brittany sonrió dulcemente y la tomó de la mano.

—Pues debes de haberla asustado de verdad, porque no dijo ni una palabra sobre mí hasta después de tu marcha.

—Menuda mierda era.

—Sigue siéndolo. Se casó con Joe Hart, que es el vicepresidente del banco.

—De modo que ahora se cree que es la realeza, ¿no?

—El año pasado se hicieron una casa en el club de campo. Suelo verla en navidades, cuando viene a la tienda para comprar nuevos adornos.

—Vaya, ser cliente habitual de tu tienda es muy generoso por su parte.

—Sí que lo es—a continuación, Brittany ladeó la cabeza mientras le apretaba cariñosamente los dedos—Cuéntame, Sanny.

Ella se encogió de hombros.

—¿Qué es lo que quieres saber?

—Dime lo que sucedió en realidad. Lo único que sé es que una mañana fui al instituto y ya no estabas. Y después comenzaron los rumores.

Santana apoyó la espalda contra el tronco del pino y cerró los ojos mientras recordaba la escena que había tenido lugar en la cocina de su mamá.


—Sé que quieres irte a estudiar fuera, Santana, pero debes pensar en tu futuro aquí. Los padres de Sebastián Smythe han acordado ofrecido, en cuanto se casen, ocho hectáreas de terreno de su propiedad. Pueden construirse una casa ahí. Me parece razonable que curses los estudios de primer ciclo hasta el momento de su matrimonio, pero una vez casados ya no habrá necesidad de que continúes estudiando. Sebastián trabajará en el aserradero, y por supuesto tu padre se asegurará de que ascienda.

—¿Cómo? ¡No sólo has planeado ya mi matrimonio, sino también el empleo de mi futuro marido! ¡Muy romántico de tu parte, mamá!

—¿Romántico? Santana, tu padre es el alcalde de este pueblo. El aserradero da empleo a más de la mitad de los hombres del condado. No hay tiempo para romanticismos. Los Smythe, además de poseer miles de hectáreas de pinares, son la familia más rica del condado, aparte de la nuestra. Lo más lógico es que nos unamos.

—¿Unirnos?—gritó Santana, arrojando el sándwich sobre la mesa—¡No sé qué habrás estado planeando, mamá, pero no pienso casarme con Sebastián Smythe! ¡No estoy enamorada de él!

—¿Quién habla de amor? Ya es hora de que comprendas que el amor no tiene nada que ver con esto, Santana. Se trata de negocios.

Santana negó con un gesto.

—No. No pienso casarme con él, y tampoco pienso quedarme en este pueblo. Voy a ir a la universidad. Tengo mis propios sueños, y mi propia vida por delante. Lo siento pero eso no incluye ni a Sebastián Smythe ni a Lima, Ohio.

Su madre exhibió aquella sonrisa que Santana había aprendido a odiar a lo largo de los años: una sonrisa de victoria.

—No tienes elección, querida Santana. No tienes dinero propio. Tu padre no tendrá más que negarse a enviarte a la universidad. Te casarás con Sebastián Smythe—concluyó con un firme movimiento de cabeza.

—¡Y una mierda! ¡Ni siquiera me gustan los hombres, así que no pienso casarme con ninguno!—gritó Santana y, saliendo a toda velocidad de la casa, cogió la bici en lugar de las llaves de su coche, en un arrebato infantil.


Abrió lentamente los ojos y contempló el cielo azul. El río fluía suavemente, chapoteando apenas contra la orilla. La gentil brisa mecía los pinos, apagando los cantos de las aves, excepto los de los arrendajos, que volaban a ras de agua, congregándose en la orilla opuesta y quebrando el silencio con su algarabía.

—Cuéntame, Sanny—insistió Brittany—Santana la miró a los ojos—Dime qué ocurrió.

—Mi mamá planeaba casarme con Sebastián Smythe—contestó encogiéndose de hombros—Estaba contándome lo beneficioso que sería para ambas familias. Yo le dije que quería ir a la universidad, salir de Lima, Ohio. No importaba: mi futuro ya había sido decidido.

Santana se sirvió lo que quedaba de la botella en su copa, haciendo un gesto de disculpa hacia Brittany.

—No pasa nada. Sigue.

—Le dije que no pensaba casarme con él, y también que no me gustaban los hombres—continuó Santana mientras tomaba un sorbo de vino, con la mirada fija en el fluir del río—Salí de ahí, me monté en la bici y pedaleé kilómetros y kilómetros, o eso me pareció. Al volver a casa mi papá estaba ahí. Ambos querían saber qué era lo que había querido decir con lo de que no me gustaban los hombres—Santana cambió de postura, arrimándose más al árbol—Les dije que era lesbiana—Santana cerró los ojos, recordando la atónita mirada de su mamá y la decepción que reflejaba el rostro de su papá—Al principio mi mamá me acusó de inventármelo tan sólo para castigarla. Mi papá dijo que no pensaba discutir más sobre el asunto. Me casaría con Sebastián Smythe, y punto—Santana notó que la suave mano de Brittany tomaba la suya—Le dije que de eso nada. Hablamos... bueno, más que nada, ellos gritaban—añadió—Fui al instituto, como siempre. No faltaban más que un par de semanas para la graduación. Y entonces, un día mi mamá me obligó a ir a ver al Padre Figgins. Él iba a curarme, a exorcizar el mal que había dentro de mí.

—¡Qué horror!—susurró Brittany.

—Estaba muerta de miedo—murmuró Santana—Tenía miedo de él, de lo que iba a sucederme.

—¿Por qué no me lo contaste?

—También tenía miedo de ti—admitió—Tenía miedo de que me dejaras, de que me abandonara.

—¡Oh, Sanny!—exclamó Brittany, acercándose a ella y rodeándola con sus brazos—Yo nunca te habría abandonado.

—Una mañana, cuando ya estaba vestida para ir al instituto, mi mamá entró en mi habitación con una mochilita. Me la arrojó y me dijo que metiera en ella algo de ropa. También me dijo que, como no era normal, no les servía para nada. Me llevó en su coche hasta la parada de autobús. Supongo que no quería que la viera nadie de Lima, Ohio. Compró un billete en blanco, me entregó cien dólares y me advirtió que no volviera hasta que hubiera recobrado el sentido.

—¡Dios mío!—murmuró Brittany.

Santana movió la cabeza de un lado a otro, después hundió el rostro contra el hombro de Brittany, aceptando el consuelo que le ofrecían los brazos de su amiga.

—¡Tenía mucho miedo, Britt! No tenía ni idea de lo que hacer.

—Podrías haberme llamado.

Santana se apartó un poco.

—Ni siquiera tenía aún los dieciocho, Britt. Mis padres acababan de repudiarme, me habían expulsado deshonrosamente. No podía llamarte, de ninguna manera. Creía que ya todo el mundo lo sabría, en el pueblo y en el instituto, y no quería que me odiaras.

—¡Dios, siempre has sido una testaruda!

Santana negó con un gesto.

—No podía arriesgarme contigo.

—Así que me dejaste y ya está—afirmó Brittany en voz baja.

Se miraron a los ojos, interrogándose la una a la otra sin decir nada. En ese momento, el móvil de Santana quebró el silencio. Sacó el aparato del bolsillo de los vaqueros y comprobó el número del que llamaba.

Sonrió.

—Nos han pillado, Britt-Britt.

—¿Quién?

—Es el número de los Schuester—dijo antes de contestar—Santana López, ¿diga?

—Santana, soy Emma Schuester. ¿Estás bien?

—Perfectamente, Emma. Es que... Britt y yo estamos contándonos las novedades.

—Nos preocupamos al no verte aparecer por el cementerio.

—Lo siento; ya había tenido bastante. Por eso decidimos bajar hasta el río, al lugar donde solíamos venir de niñas. Nos apetecía verlo, y estar un rato a solas.

—Ya, comprendo. Por favor, dile a Britt que llame al café. Will llamó ahí al ver que no aparecías, y creo que eso ha hecho que Kitty y su mamá se preocupen.

Santana asintió.

—Volveremos dentro de poco, y nos pasaremos por ahí.

—¿Qué pasa?—preguntó Brittany una vez que Santana hubo colgado.

—Bah, estaban montando ya todo un dispositivo para localizarnos. No creí que fuera a echarnos de menos.

Brittany hizo una mueca de fastidio.

¡Igual que en los viejos tiempos!

Aceptó la mano que Santana le ofrecía y dejó que tirase de ella para ponerla en pie.

—Venga, señorita Pierce. Te llevaré a casa, antes de que tu mamá intente despellejarme.

En el trayecto de vuelta, Brittany intentó de nuevo convencer a Santana para que se hospedara en su casa.

—Ya sabes que mi oferta sigue en pie.

—¿Qué oferta?

—La de que te quedes en mi casa, si quieres, Sanny. Tengo una habitación libre que es una pena que no se use.

—¿No temes las murmuraciones?

—Ya el hecho de que estés de nuevo en el pueblo es motivo suficiente de murmuraciones. Dudo que a nadie le importe dónde te alojas.

—Es que tal vez te tome la palabra, si lo dices en serio.

—Lo digo muy en serio. Me encantaría que te quedases en mi casa. Eso nos proporcionaría más tiempo para ponernos al día. Porque, por ejemplo, no me has contado ni un solo detalle de tu vida.

—Ah, ¿no?

—No, en realidad no. Sabes irte muy bien por las ramas.

—Está bien, dejaré que me acribilles a preguntas si cocinas tú. Hace siglos que no pruebo una comida casera.

—Pues me temo que puedes llegar a arrepentirte de haberlo pedido, Kitty es la que ha heredado todas las habilidades culinarias de mi mamá.