[Resuelto]Mándame al Infierno pero Besame (adaptación) Gp Santana Cap. 18 y Epilogo

Britt no era mujer de dejar las cosas al azar, mucho menos al destino. Satán le había insinuado, mejor dicho, la había amenazado con Jimena. Eso había hecho, sí. Y gracias a ello, a la muy malvada, había estado toda la noche pensando en cómo parar aquello, porque si de algo estaba segura, era de que no iba a quedarse como si nada. Nunca lo había hecho y no iba a hacerlo ahora. Estaba convencida de que ella no iba a dejarla estar, la iba a martirizar. Sí, eso haría, pero ella no iba a permitirlo. Tal vez no hacía mucho tiempo que mantenían aquella extraña relación, pero sí el suficiente para haber llegado a conocerla muy bien. Ella la conocía, bastante, incluso estaba segura de saber cómo pensaba; o al menos eso creía.

Gruñó con muy poca delicadeza y apresuró el paso pensando que nadie, nadie a excepción de Piluca y su propia familia, sabía que el padre de su hija no era Blaine. Y si Satán sospechaba, se encogió de hombros, solo podían ser sospechas salidas de su mente calenturienta. Al menos eso es de lo que intentó convencerse. Entonces, ¿qué hacer? Podría negarlo y decirle que estaba completamente loca pero, puffff..., ni ella se lo creía.

Este no iba a quedarse como si nada, la atormentaría como solía hacerlo. La acorralaría con preguntas y no la dejaría en paz hasta que consiguiera su objetivo, era muy tenaz. Y eso me encanta. Bueno, pero podría negarlo de todas formas, ¿no? Tampoco iba a facilitarle las cosas, y a lo mejor su amenaza carecía de fundamento, seguramente no querría que apareciera ninguna hija de la nada a reclamarle su adorado patrimonio.

Inspiró con pesar, ojalá fuera cierto.

Era domingo, y ese domingo le había prometido a su pequeña llevarla al cine, sin embargo había tenido que trastocarlo todo para poder ir a ver a Satán y aclarar algunas cosas con ella. Por eso dejó a la pequeña con Sam en su apartamento de Atlanterra; ella le haría compañía y su hermano estaría al pendiente. De todas formas, este tenía contratada una asistente en su casa para que lo atendiera, así que había alguien más que pudiera echarle un ojo a la pequeña. Gracias a eso, Britt tendría libertad de ir hasta ese viejo barrio. Sin embargo, una vez que hubo dejado a Jimena en
casa de Sam tuvo que ir a Sotogrande a atender una de las histerias de su madre, por lo que su día no estaba marchando como lo había planeado.

Tuvo que aguantar un par de horas cómo esta la regañaba por no haberse preparado lo suficiente para el encuentro con Santana López, porque estaba segura de que sería una excelente nuera y no quería dejarla escapar.

Oyó sin inmutarse cómo su madre la amonestaba una y otra vez, aconsejándola nuevamente para que perdiera peso y que se sometiera a alguna cirugía para mejorar su aspecto. Y cómo no, no dejó pasar la oportunidad de aconsejarle, por milésima vez, una lipoescultura para ver si así disminuía su enorme trasero. Hizo como solía hacer cuando a esta le daba por meterse con su físico, oírla sin decir nada, mirándola fijamente e ignorando sus hirientes comentarios. A Britt le hubiera gustado decirle a
doña perfecta que a Satán... Santana le encantaba meterle mano a su trasero y ver qué cara se le quedaba; ¡ah! y que no tenía que cazar nada ya que era la otra madre de su hija. Seguramente le daría un nuevo ataque, más intenso que el anterior.

Subió las escaleras del viejo edificio en aquella barriada tan humilde y llamó al timbre. Mientras esperaba a que alguien acudiera a abrirle la puerta, se preguntó hasta dónde estaría dispuesta a llegar con esa morena, porque, desde que la había conocido, su vida había dado un giro de ciento ochenta grados, y había hecho cosas que nunca creyó posibles en alguien como ella, con su estatus y educación. Aunque reconoció a regañadientes que se había divertido haciéndolas, no obstante se cortaría la lengua antes de confesárselo a nadie, menos aún a ella.

—Buenas tardes, hermosura. —Jacinta, la vecina de Satán, acudió a su encuentro. Britt pensó que cualquiera pensaría que la mujer estaba escondida detrás de la puerta de su casa esperando para salir cada vez que alguien llamaba al piso. Pero, en fin, pensó encogiéndose de hombros, era lo normal en un vecindario.

—Señora Jacinta —intentó sonar cortante para que se marchara indignada con su actitud, pero es que aquella mujer tenía un aspecto tan bondadoso que no podía tratarla mal. Si su madre hubiera sido como ella tal vez Britt habría sido un poco más feliz en su adolescencia, cuando su progenitora se percató de que nunca cumpliría sus expectativas estéticas.

—Ay, no, hija, llámame Pololi. Todos me conocen por ese apodo.

Britt abrió muchos los ojos y pareció que su enfado con Satán se disipaba, pero solo un poco. Le había hecho gracia la mujer.

—Claro —asintió. ¿Qué otra cosa podría decir?

—¿Vienes a ver a mi Santana? Me alegra mucho que por fin ande con una mujer decente; esta chica ha andado mucho tiempo extraviada.

—Aunque Britt le dijese que no sentía ningún apego por su muchacha, estaba segura de que la otra seguiría con su charla.

Bueno, tampoco me viene mal enterarme de algunos detalles de su vida -se dijo. Así que la animó con un gesto a que continuase con su cotilleo.

—. Ni imaginas la de mujeres que vienen por aquí intentando sonsacarla, buscándola, y te digo una cosa —le dijo con actitud maternal—, tienes que cortarle los vuelos porque esta es una picarona de las buenas. Ya de zagal le gustaba hasta una escoba vestida.

Britt le sonrió a la mujer con conocimiento, como si todo eso ya lo supiera, alentándola a hablar; aunque no le había gustado enterarse de que Satán era una mujeriega, la aliviaba pensar que, al menos, no tenía problemas con su identidad sexual.


¿Y a ti qué te importa? Vamos, Britt, pon los pies en el suelo de una vez.

—Menos mal que el cura lo metió en vereda y se hizo una mujer de provecho. —Le tomó el brazo como para confiarle un secreto—. Y todos le agradecemos que no olvide nunca sus orígenes, aunque una siempre está aquí para centrarla cuando se le suben los humos. Tú me entiendes, a veces se pone insoportable de gruñona y mandona —Pololi puso los brazos en jarras para darle más énfasis a sus palabras—. Un buen sopapo de vez en cuando y vuelve al camino correcto derechito como un palo. Le gusta
protestar un poco, pero es una buena chica.

—Desde luego. —Eso sí que se lo tenía merecido esa estúpida, un buen sopapo, como decía la mujer. La puerta se abrió y Britt vio a alguien al final de la habitación, a quien no esperaba encontrarse allí. Y se enfureció.

Y apretó los labios para no empezar a gritar y armar un escándalo.

—¡Britt! —exclamó su hermano al verla, sin saber qué decir ya que estaba sentado en su silla de ruedas con Jimena en el regazo—. ¿Qué haces aquí?

Sam parecía avergonzado y ella pensó que con razón. ¿Cómo se le ocurría llevar a su hija hasta ese lugar? ¿Y cómo demonios lo había hecho si no podía conducir?

—¡Mami! —Jimena acudió a su encuentro saltando del regazo de su tío, y lanzándose a sus brazos—. ¿Has traído las chuches? Papá ha dicho que iba él a por ellas pero aún no regresa.


—Las chuches... —miró a Pololi en busca de ayuda para salir al paso—. Tengo las chuches..., ¿verdad que las tengo?

Sabía que consentía demasiado a Jimena, pero no le importaba, lo hacía en venganza por todas las restricciones que su madre le impuso para que no engordara.

—Claro que sí, hija. Las tengo en mi casa —informó la mujer volviéndose a su morada—, enseguida te las traigo.

—Lo único que le faltaba para meterse dentro a Pololi y sacar información —murmuró su hermano con una sonrisa—, bueno, ya que estás aquí —se dirigió de nuevo a su hermana—, pasa. No te quedes ahí en la puerta como si fuéramos a atacarte. —La miró con cara de guasa—. O a atacarnos.

Entró en la casa con su hija en brazos y el gesto serio. Estaba realmente enfadada. ¿Cómo se había atrevido a llevar a su pequeña allí? Lo iba a matar. Y si no había oído mal allí también estaba Blaine, su ex marido.

¿Alguno más? -se preguntó con ironía.

—¿No tienes nada que decir?

—Me dijiste que me hiciera cargo de mi sobrina porque tenías un asunto urgente que atender —Sam le devolvió el guante—. Me he hecho cargo de mi sobrina; como tenía que salir, la he traído conmigo. —La miró entrecerrando los ojos–. Y ahora empiezo a ver cuán importante era ese asunto.

Al decirle esto puso cara de incredulidad y Britt comprendió que estaba sacando erróneas conclusiones del objeto de su visita a Satán. Bueno, era verdad que se habían acostado un par de veces, bueno, alguna más, pero no había ido a su casa para hacerlo de nuevo, no, no lo había hecho. Tenía una conversación pendiente con ella. ¿Y por qué no dejaba Sam de observarla así?

—No saques conclusiones precipitadas, te equivocas, mucho —soltó furiosa—; y tú no tienes excusa.

No iba a conseguir hacerla sentir mal, porque el que había obrado equivocadamente era él.

—¿En qué se equivoca el tío Sam, mami?

—El tío Sam es muy listo —replicó este—, y se ha dado cuenta de algunas cosas.

Su hermano alzó las cejas mirándola con intención.


—El tío Sam es muy listo, mami —señaló Jimena con la intención de que Britt lo recordara haciendo un enorme gesto con las manos—. Y se da cuenta de tooooodo.

Britt miró a su hermano molesta. Además, sentía curiosidad por saber cómo había llegado su familia hasta allí teniendo en cuenta que su hija era una niña pequeña y su hermano un discapacitado temporal. Y pensó en Blaine y lo tuvo todo claro. ¿Quién si no? No perdería la oportunidad de volver a ver a una mujer como Satán.

Claro, debí imaginarlo. Solo me faltaba que a la otra también le gustara Blaine, y entonces sí que iba a matar a alguien.

—Vaya, esto sí que es toda una sorpresa.

Satán salía en ese momento de la cocina, con una gran fuente de palomitas recién hechas que olían deliciosamente. Y a ella le dio un vuelco el estómago al percatarse del parecido de este con su Jimena.

¿Cómo no me he dado cuenta antes de la semejanza entre ellos? Porque no he querido
verlo -respondió a su pregunta.

—Mami ha venido a jugar con nosotros al parchís, puede ocupar el lugar de papi. ¿Verdad que sí? —le preguntó a Satán como si su respuesta careciera de sentido mientras arrastraba a Britt al lugar que había quedado libre en el tablero. Britt la miró asintiendo y la soltó en el suelo, sin dejar de tocarla. Necesitaba sentir que aún era solo suya.

—No me digas

Se notaba de lejos que a Satán no le gustaba tenerla allí.

—¿Blaine también está aquí? —Es evidente que está, ¿por qué he tenido
que hacer una pregunta tan estúpida?

—Ha salido un momento porque ha recibido una llamada —le susurró su hermano para que Jimena no lo escuchase—. Tardará en regresar, pero ya que estás, ocupa su lugar en el tablero. La peque se ha empeñado en jugar al parchís y todos la obedecemos.

Sam parecía muy contento con que su sobrina fuera la que los manejase a todos.

—No puedo.

No quiero que nos comportemos como una familia.

—Claro que puedes —señaló Satán irónica—, será más bien que no quieres.

—He venido porque tenía que hablar contigo de un asunto de la empresa.

—¿Y no puede esperar hasta mañana? —Su hermano Sam la miró preocupado.

—Supongo, pero me gustaría aclararlo hoy.

—Entonces, ya que estoy yo aquí también, podemos hablarlo los tres.

—Creo que tu hermana ha venido a verme solo a mí.

Britt le lanzó una mirada de advertencia a Satán, y ella alzó las cejas con gesto inocente.

—¡Mami! —la llamó su hija obligándola a desviar su atención de Satán

—. ¿Nos prestas tus dados?

Se volvió hacia ella sin comprender a qué se estaba refiriendo esta hasta que vio, sobresaltada, cómo Jimena había rebuscado en su bolso y tenía en la mano su juego de dados eróticos.

Me voy a morir -pensó-. ¿Cómo demonios sabe Jimena que los llevo en el bolso?

En ese preciso instante hubiera dado todo lo que tenía por hacerse invisible, sobre todo al ver la expresión en las caras de las dos personas que había junto a ella. En la de su hermano se reflejaba la guasa y la incredulidad, en la de Satán... ¡que no me
mire así, por favor!

—¿Qué es eso? —preguntó con una carcajada su hermano sabiendo de qué se trataba—. Brittt, eres toda una caja de sorpresas.

—Dame eso ahora mismo, Jimena. —intentó no sonar desesperada por esconderlos antes de que Satán los viera.

Pues no lo consiguió.

—¿Me los prestas, preciosa? —instó este a la niña con aquella sonrisa destinada a desarmar a las féminas.

—Claro. —La sonrisa tonta de su hija le indicó a Britt que esta ya había caído bajo su seductor hechizo.

¡Otra más!

—No se registra en las cosas de los demás –la regañó desesperada.

—Tu bolso es mío también, mami, siempre dices que todo es de las dos.

El razonamiento de Jimena no hizo sino provocar que se sintiera mal.

—Chica lista —apostilló su tío.

—Muy instructivos —puntualizó Satán mientras cogía los enormes dados y los estudiaba con fingido interés. Luego la miró a los ojos, y lo que ella vio en ellos hizo que, de nuevo, sintiera cómo perdía el tanga, otra vez. Más aun cuando se los devolvió, rozándole deliberadamente la palma de la mano, donde los depositó con estudiada lentitud. Ella miró hacia los mismos y vio que en la parte de arriba ponía: besar, en uno, y pezones, en otro. Y empezó a temblar, de nuevo.

¡Creo que voy a desplomarme de un momento a otro!

—¡Vamos a jugar!

Britt sabía que su hija se estaba refiriendo al parchís pero no pudo evitar humedecerse solo de pensar en jugar con aquellos dados teniendo como compañera a Satán.

Estoy segura de que me estoy volviendo una obsesa.

—Cariño —Sam se había dado cuenta de que entre aquellas dos pasaba algo más de lo que querían hacer ver y decidió portarse bien, por esta vez, y colaborar con su hermana; ya después le pediría las explicaciones pertinentes—, vamos a casa de Pololi que seguro que está llena de caramelos, después podemos ir al parque a buscar a papá y comprarnos un helado.

—Pero...

Por lo visto su hija no quería marcharse de allí, se la veía muy a gusto
con Santana.

—Vamos —la animó Satán—, tienes que ayudar a tu pobre tío, recuerda que eres su enfermera particular.

Y Jimena aceptó con pocas ganas pero sin protestar, como era habitual en ella; y Britt pensó que no la ayudaba en nada que ella se comportara con su hija con aquella autoridad, como si se tratase de su madre, porque no lo era, se repitió. Blaine era su padre. Al menos quien la había criado y educado desde pequeña.

Sí, eso era, y eso es, se recordó.

—Gracias —le dijo a su hermano—, pero tened cuidado —le aconsejó.

—Nos vamos. Corre, peque —Sam indicó a su sobrina que abriera la puerta mientras él giraba su silla para salir—, Pololi nos espera, y ese helado también.

En cuanto se marcharon a la casa de al lado, dejando la puerta abierta, Satán retornó a su actitud borde.

—No es tan mal sitio para vivir como piensas. —Por lo visto la dueña de aquel piso no estaba de humor para ella.

—No he dicho eso.

—Por si acaso —apostilló.

—Siempre le digo que tengan cuidado. —¿Por qué sentía que tenía que explicarse con ella?

—Sobre todo si se mueven por un barrio como este, es lo que te ha faltado decirles.

—Me estás malinterpretando.

—¿Segura?

—Estás comportándote estúpidamente.

—Vaya, ahora va y resulta que soy estúpida.

Britt apretó los dientes ante su actitud, tendría que ceder porque así no iban a llegar a ninguna parte, Satán parecía que quería pelea y ella tenía un asunto que arreglar. Estaba acostumbrada a regatear en sus negocios y sabía reconocer a un duro oponente en una negociación, sobre todo, como era el caso, cuando no estaba dispuesta a colaborar.

—Muy bien, te pido disculpas si te he ofendido.

—No lo has hecho.

Britt miró al techo pidiendo paciencia y esperó a que ella decidiera hablar con ella.

—Bueno, vayamos al grano ahora que estamos solas. Dime, ¿qué haces aquí?

Satán no la quería allí. Estaba cabreada con ella, y también consigo misma por no poder quitársela de la cabeza. Pero, sobre todo, quería que ella se sintiera tan mal como lo hacía ella.

—Necesito hablar contigo.

—Como te ha dicho tu hermano, ¿no podías esperar a mañana? —Se había enfadado mucho por el descaro que Britt tenía al presentarse en su casa después de saber todo lo que pensaba de ella—. Y ahora sí que estoy convencida de que uno de tus pasatiempos favoritos es tocarme los cojones, pero es algo a lo que me vengo acostumbrando, no es nuevo.

—No voy a discutir sobre eso.

Satán alzó una de su tupidas cejas negras, incrédula. ¿Desde cuándo se comportaba de forma tan condescendiente?

—Tenemos que hablar de algo importante.

—En este momento estás en menos uno en rojo para mí, por lo que no es aconsejable.

—Es muy importante.

—No me digas.

—¿Puedes ser razonable por una vez y hablar como una persona civilizada? Esa actitud de neandertal me supera.

—Soy muy razonable —le dijo con los dietes apretados—, cuando me da la gana.

—Eres exasperante.

—Así no vas a conseguir que me siente a negociar contigo.

Ella la miró como si se hubiera vuelto loca.

—No tenemos nada que negociar.

—Pues yo creo que sí, y mucho.

—¿Por ejemplo?

Britt estaba perdiendo la paciencia. Entre el miedo porque ella pudiera haber descubierto lo de Jimena, y aquella perversa necesidad de estar de nuevo entre sus brazos, estaba que no era ella misma.

Contente.

—Ya que estamos te voy a contar algunas cosillas, campeona.

Satán se acercó a ella y Britt tuvo que retroceder. Y quedó atrapada en el quicio de
la puerta que estaba entre el salón y la cocina—. Primera: me llamo Santana López..., realmente.

Britt se mantuvo en silencio. Empezaba a comprender por qué no le había hecho caso nunca en la empresa, después de todo tenía una enorme compañía, facturaba millones de euros, y no estaba acostumbrada a obedecer. Y Piluca ya le había contado, con pelos y señales, lo que habló con Sam. No quiso creerle en la fiesta, aunque fue una malcriadez por su parte, pero es que no quería pensar que pudiera ser una mujer aceptable para ella.

—¿Sorprendida? No me extraña, teniendo en cuenta que tratas a las personas con la punta del pie porque no tienen tu mismo nivel económico.

¿Qué podía replicar a eso? ¿De verdad era tan odiosa?

No lo soy, eres tú quien hace salir lo peor de mí. Y no estoy sorprendida. Ya sabía que era la afamada millonaria, solo que eso era aún peor porque no la quería cerca de ella; ya había tomado una decisión y no iba a cambiar de parecer: Satán, Santana, o como quiera que la llamasen, no iba a formar parte de su vida.

No lo haría y punto. Ni en la de su hija tampoco.

—Solo devuelvo los golpes. —Necesitaba defenderse de sus acusaciones—. Si te refieres al chófer que quise despedir, lo hice porque me insultó. Ninguna mujer merece que le falten al respeto, ni que le hagan comentarios sexistas. Después de eso, no creo que me haya comportado tan mal. Me he montado contigo en un camión, he pasado tabaco de contrabando, me he disfrazado en los carnavales, cosa que odio y, y...
seguro que se me olvida algo más. Así que lo de esnob puedes ahorrártelo.

Satán no dijo nada. Tampoco lo había visto desde esa perspectiva. Y si se ponía en su lugar, tal vez, solo tal vez, pudiera comprender su razonamiento.

—Un despido es algo exagerado —insistió.

—Acepto que tal vez fui exagerada.

Santana apoyó una mano en el quicio de la puerta, a la altura de su cabeza, y la miró a los ojos, intentando descubrir algo en ella pero sin saber el qué.

—Segunda: soy socia capitalista de la empresa de Sam, por lo tanto, cuando te digo que no estás autorizada para tomar ciertas decisiones es que no lo estás.

Britt la miró abriendo mucho los ojos, sorprendida. Pues entonces tenía más sentido que actuase como dueña de la empresa, ninguneando sus decisiones.

—Sam no me dijo nada de una socia.

—Lo sé, yo se lo pedí.

Britt le devolvió la mirada con la misma intensidad.

—Y, ¿cómo es que eres la escurridiza millonaria y vives aquí?

Aquellas palabras salieron de su boca sin darse cuenta, pero tenía que reconocer que se había hecho esa pregunta desde la noche de la fiesta, en que Satán se quitó la máscara ante ella. Sin embargo cuando se dio cuenta de que ella podría malinterpretar sus palabras, corrió a explicarse—. No lo digo como insulto ni para menospreciar a nadie —se defendió—, es solo que es algo extraño, ¿no?

—Nací y crecí aquí.

Britt no la entendía, todo el mundo quería hacerse rico para tener mejores cosas.

—Y me hice amiga de Sam...

—En una pelea —dijeron los dos al unísono.

Satán se la quedó mirando sorprendida por que recordara lo que le había contado. Y le gustó que ella le prestase atención cuando hablaba. Y le gustó que la mirase a los ojos cuando le hablaba, y le gustó aún más que luego pasease su azulada mirada por su boca, por su pelo, por su cuerpo. Y la desarmó que a continuación profiera un suspiro involuntario, surgido desde lo más profundo de su ser.

—Y tercera –susurró muy cerca de su boca—: creo que puedo ser la madre biológica que aporto el esperma o sea creo ser la madre/padre de tu hija.

Ante esa aseveración Britt sintió que sus piernas le fallaban, incluso tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano para no agarrarse a ella y seguir de pie. Cerró los ojos un segundo para contenerse, después los abrió y la miró directamente, de nuevo.

—De eso he venido a hablar contigo.

Satán se acercó un poco más, tanto que sus alientos se entremezclaron y Britt estuvo segura de que iba a besarla. Y deseó que lo hiciera, por eso se humedeció los labios con la lengua y los entreabrió un poco, invitándola, deseándola...

—Entonces ponte cómoda —Santana se apartó bruscamente y se cruzó de brazos provocando que la música que ella había estado escuchando se parara de golpe en un chirrido infernal—, porque esa es mi negociación.

—Ni siquiera me recuerdas, ¿cómo puedes pensar entonces que puede ser tu hija?

Estaba dolida.

—Ya te conté que en esa época era una bala perdida.

—Eso no excusa nada.

—Tal vez eso no —le indicó que tomara asiento en el cómodo sofá mientras ella iba a la cocina por un refresco, que no le ofreció—, pero sí el hecho de que me tiré a una pija en la última fiesta de Sam; créeme, de eso sí que me acuerdo. También de que nadie volvió a verla cuando pregunté por ella más tarde; que Sam no recordaba haber invitado a ninguna de las estiradas amigas de su hermana; y... —se inclinó hacia ella—, que una cuqui, hermana de Sam, va y resulta que estuvo en aquella fiesta esa noche, y que se quedó preñada de “un supuesto hombre” que no conocía de nada. ¿No crees que tengo motivos suficientes para sospechar?

¡Qué no se me acerque más, por fis!

—Solo son sospechas infundadas, te digo que no eres su madre. No tienes ningún derecho. Nada que lo demuestre, solo tu prolífica imaginación que ha encontrado una nueva forma de hacerme la vida complicada.

La voz de Britt era apenas un susurro.

—No te culpo de nada, no te equivoques, ni me conocías, ni me has ocultado ninguna paternidad ni nada de eso —reconoció con esa sonrisa ladeada y aquella voz que le ponía los pelos de punta—, no me has engañado ni nada por el estilo. Esto no es un culebrón donde se le ha ocultado la paternidad a la madre biologica de la criatura y se arma el caos cuando lo descubre. No va a haber reproches, palabras de rencor ni nada parecido, éramos dos salidas buscando un buen polvo.

Dicho de esa forma la hacía quedar como una guarra de fin de semana.

—Pero el hecho es que si tengo una hija quiero formar parte de su vida: esa es mi negociación.

—¿Qué quieres conseguir?

Britt no podía respirar. Estaba aterrada.

—Pues, veamos, hay varias opciones.

Ella tragó saliva, asustada, pero también excitada. Nunca la había visto con esa actitud de depredadora. Daba miedo, y entendió que hubiera llegado lejos en los negocios si era tan despiadada. Aunque aún se preguntaba cómo lo había hecho. Claro que obtendría la información por su hermano, no quería que pensara que la estaba cuestionando o poniendo en duda su valía. No quería que volviera a pensar mal de ella.

¿Y qué más te da lo que piense de ti? Me da y punto -se contestó ella misma.


—¿Y si no eres la madre de Jimena? Podría haberme acostado con otra persona, un hombre después de ti ¿Por qué eres tan engreída?, ¿por qué estás tan pagada de ti misma? Tal vez no me dejaste satisfecha y me fui en busca de un hombre. No eres la única con esos ojos, las hay a miles, millones, trillones.

Sin esperarlo, Satán se echó sobre ella en el mullido sofá, la arrinconó y le puso la mano en el pecho, por encima de la delicada tela del vestido floreado que Britt llevaba. Ella no hizo nada. Quiso apartarse, pero no hizo nada. Al parecer, su cuerpo y su cerebro habían tomado sendas distintas. Y estaba segura de que si tuviera que decidirse por alguno, lo haría por el primero. Le metió la mano por dentro del sujetador y ella sintió cómo su vulva se contraría y su piel se erizaba.

Ainnnnssssss, no puedo, me supera.

Abrió las piernas para que Satán se colocara bien entre ellas, cuando este empezó a acariciarle los pezones de forma sinuosa, de forma brutal, de forma enloquecedora, y sin poder contenerse empezó a moverse contra ella, buscando consuelo, buscando algo que Santana ya le había dado antes. Y se fijó en cómo la miraba, vaya si la miraba, de forma abrasadora, de forma retadora; era como si le importara que se hubiera
acostado con otro después de ella, como si la hubiera herido al decirle aquellas palabras nacidas de la rabia, de la impotencia.

—No creo que te acostarás con otro después de probar esto.

Le abrió más las piernas y se metió entre ellas hasta que quedó completamente unida a su entrepierna. Pegó tanto su miembro enhiesto a ella que Britt se avergonzó al sentirse mojada y anhelante. Le faltaba el aire, y quería que Santana le diera la respiración con su boca.

—Apártate.

Sabía que no había sonado convincente, porque mientras pronunciaba aquellas palabras, su cadera se mecía en la anhelada danza sexual. Satán, por su parte, entornó los ojos, se inclinó aún más hacia ella y la besó con furia.

—Me suplicarás por esto.

Le dio una embestida que la dejó muda de las sensaciones que tuvo al sentir ese enorme falo empujando contra la tela de sus bragas, había optado por no volver a ponerse tanga cuando quedara con ella; Satán se apartó un poco, pero manteniendo aún la mano en su pecho.

—Ególatra.

—Tú parece que quieres guerra.

—Modestia, baja que sube Satán —soltó enfadada porque le hubiese hecho caso por una vez, retirándose de ella, que optó por arreglarse el peinado y el vestido, en un vago intento por controlarse.

—Ahora solo te doy una opción –le dijo enfadada ignorando su comentario anterior–: te casas conmigo.

—¿Perdona? —Brittany se quedó atónica ante aquellas palabras. ¿Le estaba ordenando que se casaran? —Aún no hemos hablado de mis otras opciones.

—Es que ya no las hay —le dijo con una dura mirada—. Te casas conmigo y paso a ser la madrastra de Jimena. Nadie sabrá que es mi hija, solo nosotras, y tu hermano, claro. —La miró esperando una pataleta por parte de ella porque si algo tenía claro, era que no estaba acostumbrada a hacer lo que le dictaban los demás.

¡Y por eso te vuelve loca! Porque nunca sabes por dónde va a salir.

—Creo que no, no voy a hacer lo que tú quieras. Además, repito que no es tuya.


Santana la miró de nuevo entornando aquellos maquiavélicos ojos de lince. Cuanto más lo negaba ella, más se aferraba Santana a esa idea. Ella aguantó todo lo que pudo su mirada, hasta que sintió que se derretía, de nuevo.

—Lo harás.

—No, no lo haré.

Quiero hacerlo.

—Créeme que lo harás.

—¿Y si no?

Debo ser una estúpida consumada.

—Podemos armar un escándalo, a mí no me importa.

—No creo que quieras ser el centro de la presa rosa.

—¿Qué van a decir de mí? ¿Que fui una joven descarriada, fumeta y drogata, broncas, bebedora, mujeriega; que estuve a punto de ir a la cárcel por hackear los ficheros del CNI para ayudar a unos narcos?

La expresión de Brittany era digna de un selfie.

—¿Hiciste todo eso?

Satán lo había dicho de aquella forma grosera para asustarla, y sorprenderla. Cuando ella le lanzó la pregunta se limitó a encogerse de hombros.

—Puedes hacer lo que quieras, no me vas a amedrentar. Nadie me obligará a casarme de nuevo, lo hice una vez y me hicieron mucho daño. Nunca, me oyes, nuuuunca. Estás full crazy si crees que voy a hacerlo. Y te juro por la batería de mi iPhone que no me vas a chantajear.

—Lo vas a hacer.

Volvió a repetir Satán de la forma más tranquila posible, aunque la hubiera chocado contra la pared por ser tan obtusa. La puerta se abrió en ese momento y entraron Sam, Jimena, Blaine y Polili cargados de helados que habían comprado en la gasolinera. Las dos se giraron para mirarlos y así evitar seguir discutiendo. Santana pensó que ya lo arreglarían más tarde.

Ella que ya estaba todo dicho.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Sam un poco mosqueado por el semblante ceniciento de Brittany y la mirada colérica de Satán. No era ningún imbécil, y entre estas las cosas estaban tomando un serio cariz.

—Que acabo de mandar al carajo a tu amiga.

Cogió a su pequeña y se la llevó de allí no sin antes lanzarle una mirada asesina a Satán, y de paso a Blaine, su ex marido, quien no sabía qué demonios hacía allí, bailándole el agua a Satán solo porque estuviera buena. Sam miró a su amiga sin saber qué decir y después empezó a reír estrepitosamente, doblándose, como pudo, de la risa.

—No entiendo qué es lo que te hace tanta gracia —refunfuñó Satán.

Blaine también empezó a reír pero de forma más comedida.

—Es la primera vez que oigo a mi hermana hablar de esa forma tan poco elegante.


Blaine asintió y le dio una palmadita muy poco varonil en la espalda a Satán, que seguía mascullando y maldiciendo por lo bajo sobre lo jodidamente zorras que eran las cuquis.

Será zorra, sí; pero, muy zorra y todo, te mueres por sus huesos.

***
El móvil no paraba de sonar. Primero escuchó los sonidos que indicaban mensajes, después los whatsapp, y ahora sonaba y sonaba, y no paraba de sonar. Lo descolgó furiosa.

—Dime —le dijo a Blaine. Con quien por cierto tenía una conversación pendiente porque aún no entendía qué hacía en casa de Satán con su hija y con Sam.

—Me tienes que contar, estoy que me subo por las paredes. ¿Qué tienes que ver con esa morenaza?

Brittany apretó los dientes, la molestaba que su ex estuviera interesado en Satán. Es más la ponía rabiosa que Satán pudiera estar interesado en su ex.

—Es una larga historia.

—Tiempo es lo que tengo de sobra.

—Estoy súper mal y no tengo ganas de hablar —le dijo cansada—. Y por cierto, ¿por qué has llevado a Jimena a ese lugar? Y no mientas porque Sam no puede conducir, así que la única opción posible eres tú.

Silencio.

—Blaine, no me hagas enfadar.

—Bueno, vale, lo reconozco. Quería volver a ver a Santana, y Sam me llamó para preguntarme si lo podía llevar; así que aproveché la oportunidad.

—No tienes remedio.

—Tenía que intentarlo –confesó con una risita nerviosa.

—¿Te gusta? —apretó los dientes. Lo iba a matar.

—Nooooo... me encanta, pero no te pongas celosa, estoy convencido que no entiende. Y estoy felizmente casado.

A Britt le hubiera gustado preguntarle que desde cuándo el estar casado suponía un impedimento para él.
—Ya.

—Además, esa morena se muere por tus huesos —al decirle esto lanzó un suspiro que era más femenino que masculino—. Lo que yo daría por estar en tu lugar.

—Créeme que no lo harías.

—Entonces cuenta, voy a morir a causa de la intriga.

Y Brittany le contó, y Blaine no paró de soltar grititos de asombro y de felicidad. ¡Con razón su Jimena era tan guapa!

Cuando todos se hubieron marchado y por fin se quedó sola en su casa, suspiró tranquila. Había sido toda una revelación conocer al ex marido de Brittany en la fiesta y después en su casa, y más aún que este, junto con Sam, le relataran la historia de esta cuando vieron cómo se marchaba soltando sapos y culebras. Lo hicieron para que comprendiera su carácter, para que no pensara que era una mujer fría e intransigente, ni calculadora. En realidad, le importaba muy poco el motivo que habían tenido para hacerlo, aunque lo cierto es que le vino a las mil maravillas la información. ¡Anda
que no iba a aprovecharla! Y muy reveladora.

Resultó evidente para todos los presentes que algo estaba ocurriendo entre ellas. Aunque Satán pensó que tampoco había que ser muy inteligente para darse cuenta. Saltaban chispas cuando se miraban, y claro, había que ser solamente un poquito observador para llegar a la conclusión más acertada. Entre ellas había una explosión de partículas, un rayo que irrumpía cuando se miraban, un trueno que retumbaba cuando se tocaban; un sinfín de cosas que le hacían querer abrazarla y no soltarla nunca, aunque fuera para zarandearla, aunque fuese para molestarla... pero, sobre
todo, para amarla.

Intentó aclararse, poner en orden sus ideas. ¿Por qué demonios le había tenido que decir que se casaría con ella? ¿De verdad era lo que quería? Santana en principio había barajado varias opciones y pensaba planteárselas una por una, en orden, pero es que, cuando hablaban y se peleaban, su yo malvado se apoderaba de ella. En esos momentos quería obligarla a hacer las cosas a su manera y no a la forma en la que ella
acostumbraba a actuar.

¿Y por qué mierda ella se había negado?

Estaba segura que ella solo se lo dijo para fastidiarla, lo del matrimonio. Ciertamente no quería casarse, menos aún con una pija engreída como aquella. De lo que ya no estuvo tan segura fue del verdadero motivo que la llevó a insistirle, incluso a querer obligarla a que la aceptara. ¿Por qué demonios lo hizo? Y seguía sin comprender por qué Brittany se había negado. Se quedó mirando la pared como si ella pudiera darle las respuestas que buscaba. Y entonces recordó sus ojos como la cielo o el mar en su mayor esplendor, su enorme estatura para ser una mujer, su gesto arrogante, su olor, cómo se derretía cuando... Sintió cómo le faltaba el aire.

—¡Mierda! —exclamó dando un fuerte golpe en la pared que le provocó mucho dolor—, ¡creo que me he enamorado de esa pija!

Necesitaba volver a verla para asegurarse de que lo que estaba sintiendo era real y no estaba confundida. Tal vez el hecho de saberse madre le hacía ver las cosas de otra forma, ¿no?

Pues no Santana -se dijo-, más bien el hecho de que no puedes pasar más de tres segundos seguidos sin pensar en ella o idear alguna forma de follártela o molestarla.

Nunca había estado enamorada antes, así que tenía que ser eso, ¿qué otra cosa si no?
Cogió el móvil y le envió un whatsapp.

*Satán: Quiero verte mañana. No hemos terminado de hablar.

Esperó hasta que estuvo segura de que Brittany había leído su mensaje.

*Satán: Sé que lo has leído.

*Britt: Vete al infierno.

*Satán: Lo haré (emoticono con un guiño), cuando te haya vuelto a besar.

*Britt: Impresentable.

*Satán: Tu madre no piensa lo mismo. Me pregunto qué diría si le dijera que soy la madre de su nieta.

*Britt: No te atrevas. Además, no lo eres.

*Satán: Me atrevo a muchas cosas.

*Britt: Que seas millonaria no te da derecho a meterte en la vida de los demás.

*Satán: Le dijo la sartén al vaso.

*Britt: Eres estúpida, de mí no te burles (emoticono de enfado).

Además, así no se dice.

*Satán: Bueno.

*Britt: Pues no me molestes más.

*Satán: Ven a mi casa, ahora. Tenemos que aclarar lo de Jimena.

Era una excusa, pero a Santana le valía.

*Britt: No hay nada que aclarar, no es tu hija.

*Satán: Pediré una prueba de paternidad.

A Brittany se le contrajo el corazón. Lo único que le faltaba era que un informe médico le confirmara lo que ella ya sabía.

*Satán: Podemos hacerlo por las buenas o a las bravas. Tú decides.

*Britt: No me gusta que me amenacen. ¿Así te has hecho rica? ¿Acosando y amedrentando a la gente? No me extraña.

*Satán: No empieces con tus insultos.

*Britt: Pues déjame en paz.

*Satán: Antes me rehuías porque pensabas que era una humilde obrera, ¿ahora por qué?

*Britt: No.

*Satán: ???

*Britt: No.

*Satán: NO, ¿QUÉ?

*Britt: Déjame en paz, te súper odio.

*Satán: Yo te deseo.

*Britt: No.

*Satán: Deja de decirme que no, sé un poquito más original.

*Britt: Ni sé por qué me molesto en contestarte.

*Satán: No puedes evitarlo.


Brittany sintió que se humedecía. Estaba tirada en la enorme cama de su cuarto, hablando con la única mujer que quería que la ocupara junto a ella, y lo único que sabía hacer era negarse a cualquier cosa que esta le pidiera. Pero es que lo que le había pedido, bueno, más bien ordenado, no tenía sentido para Santana. Y ella no entendía por qué ese empeño en casarse con ella. De lo que estaba segura es que no iba a casarse con Santana. Ya sentía demasiadas cosas por esa mujer, si se casaban volvería a convertirse en la amante esposa que una vez había sido, y dudaba de que se volviera a reponer de un ruptura con una persona como ella. Otro desengaño de ese estilo la destruiría.

*Satán: He comprado una cosa pensando en ti.

*Britt: No me vas a engatusar con regalitos.

*Satán: Este es un regalo especial.

Le envió la imagen de una caja rosa fucsia donde ponía: LovelySex Climax. Juego erótico para parejas.

*Satán: ¿No te tienta venir a jugar conmigo?

Brittany no contestó, pero no podía dejar de observar la imagen.

*Satán: También tengo aquí tus dados, los que olvidaste esta tarde (emoticono de risa malvada)

*Britt: Puedes quedártelos.

*Satán: No seas aguafiestas, ven aquí.

*Britt: Te lo juro que no hay quién te entienda. Esta tarde parecía que me querías atizar, y ahora quieres meterme en tu cama.

*Satán: Más bien quiero meterte algo, pero no mi cama.

*Britt: Sinvergüenza.

*Satán: Te encanta cuando me pongo en plan salida y te tomo sin pedirte permiso (emoticono de guiño con beso).

*Britt: Te contradices, amiga. Primero me odias, luego me deseas... Aclárate.

*Satán: Y...

*Britt: No voy a ir.

Lo que le hubiera gustado salir corriendo en dirección a su casa, a su cama.

No, Brittany, esa mujer es un peligro, demasiado amenaza ya tu corazón.

*Satán: Tú eres pura contradicción. Entonces, ¿para qué has venido hoy a verme?

*Britt: Necesitaba aclararte que te olvidaras de meterte en mi vida y en la de mi hija. Ella ya tiene un padre.

Mejor llamar las cosas por su nombre.

*Satán: He hablado con tu ex, muy amable por cierto.

Brittany captó la ironía en sus palabras. Seguramente Blaine se habría puesto a babear delante de ella, como hacían todas, incluida ella misma, y cómo no, se había ido de la lengua.

*Britt: Son las dos de la madrugada, ¿tú no duermes? Mañana tienes que estar a las ocho de la mañana en tu puesto, me importa un pimiento si eres socia o no de la empresa.

*Satán: La niña es mía, la madre también quiero que lo sea.

Acababa de perder nuevamente el tanga. ¿Por qué tenía que decirle aquellas cosas? Tenía que cortar aquello ya o acabaría cediendo. Y no se podía negar que era terca.

*Britt: Que te quede clara una cosa. No voy a poner mi futuro ni el de mi pequeña en manos de alguien que ha hecho su fortuna de la noche a la mañana. Qué casualidad, ¿no? Alguien que podría resultar ser una delincuente, ¿te lo digo más claro?

Lo había hecho aposta, quería que la odiara, que la despreciara, así al menos la dejaría en paz de una maldita vez. Lo había herida, seguro.

¿Quién no se sentiría ofendida por tamaña insinuación?

*Satán: Eres una maldita zorra. No soy narco.

*Britt: Y debo creerte.

*Satán: Mañana te mandaré a mis abogados. Quiero esa prueba de paternidad.

Brittany no le contestó y Satán tiró su móvil contra la pared. ¿Quería guerra?, pues iba a tenerla. ¡Maldita pija! Y lo peor era el dolor de huevos que tenía desde esa tarde. Y mucho más humillante el haberle casi rogado que fuera a su casa cuando a ella las mujeres se le tiraban encima sin que tuviera que esforzarse mucho.


Cogió su Macbook-air y empezó a escribir. Aquello no iba a quedarse así, le iba a contar con pelos y señales cómo se había convertido en la mujer que era, en la que todos peloteaban y adoraban, excepto la gente con la que creció y que siempre estuvo a su lado como: Sam, Jacinta, el Padre, Toño y el resto de los chicos de la pandilla.

No iba a permitir que Brittany continuase pensando lo peor de ella, esa barrera también iba a tirarla.

Cuando Britt terminó de leer el mail en su iPad se puso a llorar. No podía imaginar que aquellas palabras tan llenas de sentimiento procedieran de la misma mujer con la que discutía, se acostaba, volvía a discutir, se reía, y se volvía a acostar. Y que resultó ser, contra todo pronóstico, la otra madre biologica de su Jimena y la afamada empresaria de la tecnología a quien todas las que conocía, incluida su madre y exceptuando a Piluca, querían echar el guante. Todo en una. ¿Qué más se podía pedir?

Mucho –se dijo más para sí que para nadie.

Satán le había escrito a corazón abierto. Le contó cómo fue que pasó de ser una delincuente informática a trabajar para los servicios secretos; todo gracias al cura del barrio, que convenció al juez de instrucción donde la estaban procesando que sería más útil enderezarla y hacerla cambiar de bando que tenerla metido en continuas actividades ilícitas teniendo en cuenta sus aptitudes; y era tan buena hacker que finalmente se la llevaron a los Estados Unidos. Y fue allí donde conoció a Steve Jobs de forma accidental, quien por cierto, le dio muy buenos consejos, los suficientes para montar una empresa. Y fueron el hermano de Britt y su abuelo los que le ayudaron con el capital, haciéndole un préstamo de fácil devolución. Afortunadamente, consiguió devolverlo mucho antes de lo estipulado para sorpresa de todos, incluida ella misma. Y finalmente se dedicó a ganar dinero configurando programas de defensa para los países más importantes del mundo.

No ahorró detalles, le contó lo duro que fue y las penalidades por las que tuvo que pasar. No le narró una bonita historia de una joven pobre que tuvo un golpe de suerte que le cambió la vida, sino que desgranó cada paso que daba y los palos que se vio obligada a recibir a cambio: todo. Y Britt se sintió conectada a ella por medio de ese mail, de esas palabras que le llegaron a través de la red, de esa inconsistencia consistente en sentimientos.

Le explicó que no pudo dejar tirado a Sam cuando le pidió ayuda para mantener a flote la empresa de su abuelo, más aún cuando los que trabajaban en ella eran casi todos sus antiguos amigos del barrio. Satán admiraba a su abuelo y a su hermano Sam, los respetaba porque siempre se habían comportado con honradez con sus trabajadores, y porque habían ayudado a todo aquel que consideraban que podía labrarse un futuro
mejor.

Y le habló y le habló de ella, de lo enfadada que estaba porque ella fuese la única que no supiese reconocer su esfuerzo por mejorar en la vida y porque no valorase su cambio. Le dijo que la enervaba su actitud fría y práctica frente a todos, frente a la vida. Que la odiaba por no haber querido conocer a Satán y sin embargo no había dudado en organizar una fiesta para presentar a Santana. Y le dijo que sentía algo especial por ella, tan especial que había incluso fantaseado con formar una bonita familia junto con Jimena. La familia que nunca tuvo. Ella quería estar junto a su hija y a la mujer que adoraba, odiaba y amaba.

También la amenazó diciéndole que si no se atenía a razones en lo referente a dejarla participar en la vida y educación de la niña, movería cielo y tierra para quitársela. Y le aseguró que lo haría. Y Britt estuvo segura de que no mentía. Y volvió a pedirle matrimonio, aunque de forma grosera, como era habitual en Santana.

Y Britt no durmió en toda la noche pensando que ella sabía que estaba enamorada de esa impresentable de Satán y que ahora nada la sacaría de su vida, porque estuvo segura de que Satán no pensaba permitírselo. Ella no le respondió. Antes de hacerlo tenía que aclararse, que decidirse a hacer algo con su vida. Porque, ¿y si no estaba enamorada de Santana realmente? ¿Y si solo era un capricho por una chica mala?

Mejor contestarle al día siguiente, cuando no estuviera embargada por los sentimientos. Y sin embargo, ¿no debería hacerlo en ese instante cuando su mente había dejado lugar a su corazón? ¿Qué hacer entonces? Temía que si esperaba al día siguiente viese las cosas con perspectiva, y eso la aterraba porque suponía que podía perderla.

Mañana, mejor mañana.
***

—Muchas gracias de nuevo.

—No hay por qué darlas —le dijo Ulrich, su profesor de pádel con una brillante sonrisa—. Ha sido un placer escoltar a estas bellas damiselas, sanas y salvas, de vuelta a su casa.

Jimena miraba muy seria al hombre y Britt deseó que no dijese nada incorrecto. Su hija era un tanto peculiar cuando no le gustaba alguien, y había dejado patente, en más de una ocasión, que no le gustaba el hombre.

Estaban en el portal del edificio que las llevaría a su ático y no sabía cómo hacer para que este se fuera. La situación estaba resultando un tanto incómoda porque estaba segura que este quería que Brittany lo invitara a pasar para tomar un café o algo, pero la verdad es que ella muchas ganas no tenía de hacerlo. Llevaba todo el día pensando en el mail de Satán y estaba ansiosa por poder entrar en casa, ponerse cómoda y meditar su respuesta. Aún no había podido hacerlo porque Jimena se despertó esa mañana con ganas de salir a pasear y luego ir a comer una hamburguesa, y ella decidió complacerla. Y cuando salieron de la hamburguesería en dirección a su coche para regresar a casa, se encontró con que se lo había llevado la grúa, dando la casualidad de que el alemán pasaba por allí y se ofreció a acercarlas a casa.

Y ahora ahí estaban los tres.

Brittany deseando despedir a su rescatador, Jimena, cogida de la mano de su madre para que el otro entendiera que ellas dos iban en el mismo paquete, y el hombre deseando colarse en su casa. Bueno, colarse y algo más, pensó con ironía. Claro que la culpa la tenía ella por haberlo alentado anteriormente. De ahí que pensara que entre ellos podía haber algo.

Y reconoce que lo hubiera habido si no se hubiera cruzado en tu camino una morena malhablada y de profundos ojos marrones.

—Creo que lo educado sería que te invitara a pasar.

—Y a mí me encantaría —aceptó en perfecto castellano, pero con ese acento que antes le gustaba y ahora le resultaba empalagoso.

En realidad no tenía ganas de pasar la tarde con él.

—A mí no —Jimena dijo aquellas palabras en un tono de niña repelente que Brittany no supo de dónde había sacado.

¿Qué no? De su mamá, pensó sin poder evitarlo.

—Estos niños... —intentó parecer desconcertada por el comentario de su hija, aunque en realidad no lo estaba. Le hubiera dado un beso allí mismo, a ver si el alemán captaba la indirecta.

En ese momento, el rugido de una motocicleta llegó hasta ellos y, quienquiera que la pilotara, paró justo en la puerta de su edificio, donde los tres se encontraban, haciendo caso omiso a la señal de prohibido aparcar que allí había. Se giró un momento para ver cómo su conductora se quitaba el brillante casco negro y se la quedaba mirando, muy seria. Y ella creyó que iba a darle un telele en ese preciso instante, al reconocer a la
chica.

—¡Santana! —grito Jimena soltándose de su mano para salir al encuentro de ella.

—Brittany.

Su saludo fue frío, mucho, demasiado.

—Satán.

¿Qué se supone que tengo que decir?

—¿Puedo subirme?

Jimena no se había dado cuenta de la tensión creada en el ambiente con la aparición de Satán, por fortuna, Ulrich sí lo percibió aunque como buen ario se mantuvo callado.

—Mejor otro día, preciosa. No traigo casco para ti y es peligroso.

¿Peligroso para quién? Desde que recibiera su correo la noche anterior estaba en un constante estado de no sé qué que no le permitía concentrarse en nada. Y todavía no le había contestado. Santana le había abierto su corazón y ella había actuado como si no le importara. Y ahora se la encontraba acompañada de un hombre.

Esto se está poniendo muy feo.

—Había venido a ver a tu mami —dijo como al descuido—, aunque veo que será mejor que me vaya.

—Yo, hummmm...

¿Qué podía decirle delante de los demás? Nada, obviamente, no pretendería que hablaran de ellas delante de su hija y de otra persona.

—¿Ocurre algo? —preguntó ese otro un poco molesto por la interrupción de la motorista. Llevaba tiempo intentando quedar con Brittany y no pensaba perder esa oportunidad.

—¿Cómo?

Brittany tornó su mirada de nuevo hacia ella, no se había dado cuenta de que se había perdido en los ojos de Satán, por enésima vez.

—He venido a por mi respuesta —dijo llamando de nuevo su atención.

Brittany se sentía como en un partido de tenis, mirando hacia un lado y de vuelta al otro, y de nuevo a empezar.

—. Había pensado que podríamos tomar un café, o algo —ese algo encerraba mucho, muchas cosas en las que era mejor no pensar, decidió ella—, mientras conversábamos. Pensé que necesitabas que te azuzara un poco para decidirte y he pensado en hacerlo.


—¿Qué es azuzar, Santana —preguntó la niña.

—Tu mami es buena para responder a eso.

Le sonrió a la niña pero sin perder de vista a la madre, quien ahogó una exclamación de indignación al presentir que era capaz de meter a Jimena en la extraña relación que mantenían.

—¿Te está molestando, Brittany?
Ahora el rubio se ponía en plan héroe, menuda tarde.

—No, Ulrich, no ocurre nada. Satán trabaja para mi hermano —intentó sonreír para relajar el ambiente.

Era mentira pero no pensaba dar más explicaciones.

Satán miró al alemán con gesto desafiante, con cara de camorrista, deseando que este dijese algo más para tener una excusa y partirle la cara por estar pasando un tiempo que debería ser suyo, junto a su hija y a la que quería por mujer.

—Y ya se va, ¿verdad?

—Noooooo —protestó Jimena que no se había separado del lado de esta y su motocicleta—. Yo quiero que te quedes y juguemos al parchís.

El rubio se cruzó de brazos, enfadado porque la niña la prefiriera a ella.

—Otro día, Jimena, ahora vamos a subir a casa, las dos solas —la mujer dijo aquello con toda la intención del mundo, mirando a un hombre y luego a la morena—. Mamá tiene un fuerte dolor de cabeza.

Satán no dijo nada, solo se puso el caso y arrancó su moto, marchándose de allí rabiosa y a toda velocidad.

El alemán sabía cuándo había perdido una batalla, por lo que también optó por retirarse, pero despidiéndose de forma educada.

Luego, Brittany tomó de la mano a su hija y regresó a su piso. Sola. Y lloró, mucho, de nuevo. Y decidió que iría esa misma tarde a verla, seguramente estaría en la nave. Estaba decidida, había tomado su decisión.