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FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
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JVM
monica.santander
Isabella28
micky morales
23l1
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Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
jajajaja ame a Britt refunfuñando, ojala siempre le contestara asi a Santana...
Y a la morena mas le vale ser mas amable con Britt si quiere que forme parte de su plan
Y a la morena mas le vale ser mas amable con Britt si quiere que forme parte de su plan
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
JVM escribió:San tratando a Britt de la peor manera y por el hecho de ser perfecta ¿? jajaja
Y bueno se invertiran los papeles y ella sera quien necesite de la rubia; aunque haber que hace para que acepte ser parte de su plan
Hola, ¬¬ esta san me esta cayendo más q mal ¬¬ SI! toma! ahora a suplicar..., no¿? jajajajaaj, espero y de todo xD Saludos =D
monica.santander escribió:Hola!!! Después de este capitulo creo que merecemos un maratón!!!! jajaja!!!
Saludos
Hola, jajaajajaj dices tu¿? mmm podría ser...pero mñn si q si! tengo q adelantar caps jajajaja. Saludos =D
micky morales escribió:Santana sigue siendo idiota para mi, necesita de Brittany asi que deberia ser mas considerada, la muy p.....
Hola, y para mi tmbn ¬¬ nose q se cree ¬¬ Eso mismo, ahora espero q ruegue con todo su ser y la rubia la pnga en su lugar! Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
El concepto de por favor a san no le va bien... Y mas a la persona que necesita jajajajja
Que a britt no le toque mostrar su carácter ante san jajajajja
Nos vemos!!!
Pd: no aguanto la presión de lo que venia!!!
Hola lu, jajajajaajaj creo q ni lo sabe jaajajajaj...esta un poco perdida esa morena ajajajaj. Todo lo contrario creo yo, q saque todo lo q tiene dentro y la morena pague xD jajaja. Saludos =d
Pd: eso mismo, hizo mal las cosas y no supo como pedir disculpas o algo x ai =/
Isabella28 escribió:Igual britt tiene su carácter, que mentira le ira a echar san a will?
Hola, menos mal xD JAjajaajajaaj aquí dejo el cap para saberlo! xD jajaja. SAludos =D
JVM escribió:jajajaja ame a Britt refunfuñando, ojala siempre le contestara asi a Santana...
Y a la morena mas le vale ser mas amable con Britt si quiere que forme parte de su plan
Hola, jajaaja es tan linda! ajajajja, espero tmbn sea así jajaajaj. ¬¬ eso mismo ¬¬ tmbn espero eso ¬¬ SAludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Cap 5
Capitulo 5
Santana
El edificio donde se encontraba la sede de Schuester Group era diametralmente opuesto al de Tanaka Inc.
A diferencia del enorme rascacielos de acero y cristal en el que trabajaba todos los días, ese edificio era de ladrillo, solo tenía cuatro plantas y estaba rodeado de árboles.
Aparqué el coche tras hablar con el guardia de seguridad de la entrada, que me sonrió con amabilidad y me ofreció un pase de visitante.
Antes de entrar en el edificio, otro guardia de seguridad me saludó y me indicó que el despacho de Will Schuester se encontraba en el último piso, tras lo cual me deseó un buen día.
Al cabo de unos minutos, una secretaria me condujo hasta una sala de juntas, me ofreció una taza de café recién hecho y me dijo que Will se reuniría conmigo en breve.
Me distraje observando todos los detalles de la estancia en la que me encontraba, sorprendida de nuevo por las diferencias entre ambas empresas.
Tanaka Inc. había apostado por llamar la atención. Los despachos y la sala de juntas estaban equipados con tecnología punta, y decorados con las tendencias más novedosas, siendo el blanco y el negro los tonos predominantes. Sillones modernos y duros, mesas y escritorios con superficies de cristal grueso, suelos de madera de color miel.
Todo era frío y distante.
Si esa estancia era indicativa, iba a estar como pez fuera del agua en Schuester Group.
Las paredes estaban forradas con cálidos paneles de madera de roble; la mesa de juntas era de forma ovalada, de madera, y estaba rodeada por cómodos sillones de cuero; el suelo estaba cubierto con una mullida moqueta.
A la derecha, había una amplia zona con una eficiente cocina. En las paredes colgaban los anuncios de sus campañas más exitosas, todos enmarcados y colocados con mucho gusto.
Varios trofeos se alineaban en las estanterías.
En un extremo de la estancia, se emplazaba una pizarra para anotar ideas.
Había garabatos e ideas esbozadas.
Me acerqué para analizar las imágenes y capté con rapidez la estructura de la campaña que estaban diseñando para una marca de calzado.
Iban por mal camino.
Una voz ronca me sacó de mis pensamientos.
—A juzgar por su expresión, no le gusta el concepto.
Mis ojos se encontraron con la expresión jocosa de Will Schuester.
Nos habíamos visto varias veces en algunos eventos del sector, y siempre se había mostrado educado y distante. Un apretón de manos profesional y un breve saludo sin más.
Era un hombre alto y seguro de sí mismo, con un abundante cabello rubio que brillaba bajo la luz.
De cerca, la calidez de sus ojos verdes y el timbre ronco de su voz me sorprendieron.
Me pregunté si habían dejado a propósito la pizarra con las ideas. Si sería una especie de prueba.
Me encogí de hombros.
—No es un mal concepto, pero no es nuevo. ¿Una familia que usa el mismo producto? Está muy visto.
Will se apoyó en el borde de la mesa y cruzó los brazos por delante del pecho.
—Está muy visto, sí, pero funciona. El cliente es Sebastián Smythe. Quieren llegar a un público amplio.
Asentí con la cabeza.
—¿Y si se hiciera, pero con una sola persona?
—Me gustaría que elaborara esa idea.
Señalé la imagen de la familia, colocando el dedo sobre el niño más pequeño.
—Empezamos aquí. Centrándonos en él. La primera compra del producto: unos zapatos que le han comprado sus padres. Seguimos su trayectoria mientras crece, centrándonos en algunos momentos importantes de su vida, durante los cuales lleva la misma marca de calzado: sus primeros pasos, el primer día de colegio, una excursión con los amigos, practicando deporte, durante una cita, la graduación, el día de su boda…—guardé silencio.
Will también guardó silencio un instante y después asintió con la cabeza.
—La marca te acompaña mientras creces.
—Es una constante. Tú cambias, la marca no. Es tuya de por vida.
—Brillante—dijo.
Por algún motivo, su halago me provocó una cálida sensación en el pecho. Agaché la cabeza, abrumada por la extraña sensación.
Will se apartó de la mesa con la mano extendida hacia mí.
—Will Schuester.
Acepté su mano y me percaté de la firmeza de su apretón.
—Santana López.
—Ya estoy impresionado.
Antes de que pudiera decir algo, mi móvil sonó. Justo a tiempo.
—Lo siento—miré la pantalla, con la esperanza de parecer contrito—Necesito atender esta llamada. Lo siento.
—Sin problemas, Santana—sonrió—Yo necesito un café.
Me di media vuelta mientras contestaba.
—Brittany…—murmuré, hablando en voz baja a propósito.
Por un instante, reinó el silencio al otro lado de la línea, después oí:
—¿Señorita López?
—Sí—reí entre dientes, a sabiendas de que acababa de dejarla pasmada.
Jamás la había llamado por otro nombre que no fuera su apellido y mucho menos nunca usando un tono de voz como el que acababa de usar.
—Mmm… ¿No me pidió que la llamara y le dijera que su reunión de las cuatro se había adelantado a las tres?
—¿A las tres?—repetí.
—¿Sí?
—De acuerdo, lo tendré en cuenta. ¿Va todo bien por ahí?
Pareció pasmada cuando contestó:
—Señorita López, ¿se encuentra bien?
—Por supuesto que estoy bien—no pude resistirme a seguir tomándole el pelo un poco más—¿Por qué?
—Es que parece… eh… distinta.
—Deja de preocuparte—repliqué, consciente de que Will estaba escuchando—Todo va bien.
—Ken ha preguntado por usted.
—¿Qué le has dicho?
—Exactamente lo que me ordenó que le dijera. Que…
—¿Cómo? ¿Qué ha pasado?
—Está que se sube por las paredes esta mañana.
—Ken siempre está así. Vete temprano a almorzar y cierra el despacho. Me encargaré de él cuando regrese—le ordené mientras sonreía de forma burlona, hablando con un tono preocupado.
El desconcierto que la abrumaba le infundió valor.
—¿Que cierre el despacho y me vaya temprano a almorzar? ¿Está borracha?
Esa fue la gota que colmó el vaso.
Me eché a reír.
—Hazlo, Brittany. Cuídate. Nos vemos a mi regreso—corté la llamada aún con la sonrisa en los labios y me di media vuelta para mirar a Will—Mi asistente—dije, a modo de explicación.
Él me observaba con expresión cómplice.
—Creo que sé por qué estás tratando de dejar Tanaka Inc.
Le devolví la mirada al tiempo que me encogía de hombros.
Ya era mío.
—Háblame de ti.
Hice una mueca al oír la petición.
—Creo que ya sabe mucho sobre mí, Will. O, por lo menos, ha oído hablar de mí.
Asintió con la cabeza al tiempo que bebía un sorbo de café.
—Tu reputación te precede.
Me incliné hacia delante, con la esperanza de parecer serio.
—La gente cambia.
—¿Y tú lo has hecho?
—Lo que quiero en la vida y la forma de conseguirlo, sí. Por tanto, la persona que fui ya no existe.
—Enamorarse produce ese efecto en las personas.
—Eso estoy descubriendo.
—Tanaka Inc. tiene una política muy estricta en lo concerniente a las relaciones sentimentales entre sus empleados.
Resoplé.
—A Ken no le gusta que su personal mantenga relaciones ni dentro ni fuera de la empresa. Cree que supone una distracción.
—¿Y tú no estás de acuerdo?
—Creo que se pueden hacer las dos cosas… con la persona adecuada.
—¿Y tú has encontrado a esa persona?
—Sí.
—Tu asistente.
Tragué saliva y solo acerté a asentir con la cabeza.
—Háblame de ella.
«Mierda».
En lo concerniente a mi trabajo, era capaz de hablar durante horas.
Estrategias, ángulos, conceptos, visualizaciones… podía hablar durante horas y horas.
Rara vez hablaba de mi vida personal, de manera que no sabía qué podía decir sobre una mujer a la que apenas conocía y que no me gustaba.
No tenía ni idea.
Tragué saliva de nuevo y miré de reojo hacia la mesa al tiempo que pasaba los dedos por la superficie lisa.
—Espero que no le moleste que me enamorara de una mujer. Ella, es lo más torpe que he conocido en la vida—solté… al menos eso era cierto.
Will frunció el ceño al captar mi tono de voz y me apresuré a enmendar el error.
—Me cabrea cuando se hace daño—añadí con una voz más suave.
—Claro—asintió con la cabeza.
—Es… eh… perfecta.
Will soltó una carcajada.
—Eso pensamos todos de la mujer que amamos. Y respondiendo a lo que dijiste antes sobre que te enamoraste una mujer, no hay problema. Amor es amor, no importa el sexo de la persona. Y para que te sientas mejor, mi hija está felizmente casada con una mujer.
Me devané los sesos para crear una lista de todas las cosas que sabía de ella.
—Se llama Brittany. Mucha gente la llama Britt, pero a mí me gusta usar su nombre completo.
Eso no era una mentira realmente.
Lo normal era que la llamase «señorita Pierce » siempre.
Asintió con la cabeza.
—Un nombre bonito. Seguro que le gusta que la llames así.
Reí entre dientes al recordar la reacción que había suscitado poco antes en ella.
—Creo que la confunde.
Will guardó silencio mientras yo meditaba sobre mis siguientes palabras.
—Es un poco más alta que yo y recatada. Tiene unos ojos como el océano, tan azules que parecen insondables. En la oficina la adora todo el mundo. Hornea galletas que luego comparte con los compañeros. Son un éxito—titubeé mientras trataba de encontrar algo más—Detesta que la despierten más temprano de lo necesario. Su voz adquiere un tono irritable que me hace mucha gracia.
Will sonrió para animarme a continuar.
—Me ayuda a no perderme. Como asistente es asombrosa y estaría perdida sin ella—suspiré, sin saber qué más añadir—Indudablemente es buena para mí—admití, consciente en mi fuero interno de que era cierto.
Estaba segura de que yo era la mala de la película, sobre todo si tenía en cuenta lo que estaba haciendo en ese momento.
—¿Quieres traerla contigo?
—¡No!—exclamé.
Era mi oportunidad para librarme de ella.
—No lo entiendo.
—Ella, esto… quiere tener niños. Prefiero que se quede en casa y contar con otra asistente en el trabajo. Quiero que tenga la oportunidad de relajarse y de disfrutar de la vida durante una temporada…sin trabajar.
—¿No disfruta de la vida ahora mismo?
—Es difícil, dadas las circunstancias, y trabaja demasiado—añadí, con la esperanza de acertar—Lleva un tiempo con aspecto de cansada. Quiero que duerma todo lo que necesite.
—Quieres cuidarla.
Nos adentrábamos en un terreno peligroso.
No sabía qué decir.
Jamás había deseado cuidar de nadie, salvo de mí misma. De todas formas, asentí a modo de respuesta.
—Supongo que viven juntas. Imagino que es el único momento en el que pueden relajarse como pareja.
[]«Mierda»[/i].
No lo había pensado siquiera.
—Esto… sí, bueno… valoramos mucho nuestra intimidad.
—No te gusta hablar de tu vida privada.
Esbocé una sonrisa renuente.
—No. Estoy acostumbrada a no hablar de ella.
Al menos eso no era mentira.
—Schuester Group es una empresa única, en muchos sentidos.
—Algo que me atrae muchísimo.
Will señaló la pizarra.
—Creemos en el trabajo en equipo, tanto en la empresa como en la vida personal de los empleados. Trabajamos en grupo en las campañas, aportando ideas a las ideas de los demás, tal como hemos hecho hace un rato. Compartimos los éxitos y los fracasos—me guiñó un ojo—Aunque no tengamos muchos de esos últimos. Valoro mucho a mis empleados.
—Es una forma interesante de hacer las cosas.
—A nosotros nos funciona.
—Es evidente. Es usted un hombre muy respetado.
Nos miramos a los ojos.
Mantuve una expresión abierta, que esperaba que también fuera sincera.
Will se acomodó en el sillón.
—Háblame más de tu idea.
Yo también me relajé.
Eso era fácil. Mucho más fácil que hablar de Brittany Pierce.
Una hora más tarde, Will se puso en pie.
—Estaré fuera hasta el viernes. Me gustaría invitarte a una barbacoa que mi mujer y yo celebraremos el sábado. Me gustaría que la conocieras y que conocieras a unas cuantas personas más.
Sabía a lo que se refería.
—Será un placer, señor. Gracias.
—Y a Brittany también, por supuesto.
Mantuve una expresión inmutable mientras aceptaba la mano que me tendía.
—Le encantará.
De vuelta al trabajo, encontré a la señorita Pierce sentada a su mesa cuando llegué.
Aunque estaba hablando por teléfono, sentí que me seguía con la mirada cuando pasé frente a ella. Sin duda, esperaba que la fuerza de mi ira cayera sobre ella por cualquier infracción que hubiera descubierto ese día.
En cambio, asentí con la cabeza y seguí andando hasta mi escritorio, donde revisé los mensajes y los pocos documentos que necesitaban mi aprobación.
Un tanto desinteresado, algo raro en mí, seguí de pie, con la vista clavada en la panorámica de la ciudad que se extendía ante mí.
Los ruidos de la calle quedaban silenciados por la altura y por el cristal. Las vistas y los sonidos serían muy distintos en Schuester Group.
Todo sería distinto.
En más de una ocasión, cuando salía después de haber mantenido cualquier reunión con Ken, era un manojo de nervios, me encontraba ansiosa e inquieta.
Ken sabía qué botones debía pulsar con todos los empleados que trabajaban para él.
Sabía qué decir y qué hacer exactamente para conseguir lo que buscaba, ya fuera positivo o negativo. Hasta ese momento, no me había percatado de ese detalle.
El encuentro con Will, pese a los nervios que me provocaba la forma en la que había conseguido entrevistarme con él, me había dejado tranquila.
Durante la investigación que había llevado a cabo de su empresa y de él mismo, había encontrado numerosos testimonios de su amabilidad y de su espíritu generoso.
De hecho, no había encontrado ningún comentario negativo sobre su persona, salvo la opinión desfavorable de Ken.
Mientras discutía con él los conceptos que imaginaba para la campaña de calzado, había sentido un entusiasmo que echaba en falta desde hacía mucho tiempo.
Me sentía creativa de nuevo, revitalizada.
Will escuchaba, escuchaba de verdad, y alentaba mi proceso creativo con refuerzo positivo, añadiendo ideas de su propia cosecha.
Para mi sorpresa, me gustaba su concepto de trabajo en equipo.
Me preguntaba cómo sería no estar involucrado en el degüelle diario de Tanaka Inc. Qué se sentiría trabajando con otras personas en lugar de trabajar contra ellas.
¿Ayudaría a llevar una vida mejor?
Al menos, sería una vida más fácil, de eso estaba seguro.
Sin embargo, era consciente de que supondría un desafío.
Lo único que tenía claro, después de haber hablado con él, era que mis motivos para querer trabajar con Will ya no tenían que ver con la venganza.
Quería sentir ese entusiasmo.
Estar orgullosa de las campañas que creara.
No esperaba ese giro de los acontecimientos, pero tampoco me desagradaba.
Oí un portazo y me volví con el ceño fruncido, una vez interrumpidos mis pensamientos.
—Ken—lo miré fijamente—Menos mal que no estoy con un cliente.
—Britt me ha dicho que estabas desocupada. Te ha llamado por el interfono, pero no has contestado.
Había estado tan ensimismada en mis pensamientos que no había oído el zumbido. Era la primera vez que sucedía algo así.
—¿Qué necesitas?
Ken cuadró los hombros, preparándose para una discusión.
—¿Dónde has ido esta mañana? Te he estado buscando. No me has cogido el teléfono ni has respondido mis mensajes.
—Tenía una reunión personal.
—Tu asistente dice que tenías una cita médica.
Sabía que Ken mentía.
Si en algo destacaba la señorita Pierce, era en guardar mis secretos. Decidí cargarme su farol.
—No sé por qué ha dicho tal cosa. No le mencioné a la señorita Pierce el menor detalle sobre mi paradero. Como ya te he dicho, es algo personal.
Ken me miró con el ceño fruncido, pero dejó el tema. Empezó a pasearse de un lado para otro al tiempo que se tocaba el mechón de pelo.
Un gesto que conocía muy bien. Iba a lanzarse a la yugular.
Se volvió para mirarme.
—¿Por qué vino el otro día Kitty Wilde?
Me encogí de hombros y eché a andar hacia mi escritorio para sentarme y disimular la risilla.
Por fin entendía de qué iba aquello.
—Kitty es amiga mía. Hemos quedado para jugar al tenis.
—¿No podía hacerlo por teléfono?
—Pasaba por aquí cerca. Le gusta tontear con la señorita Pierce y decidió venir en persona. ¿Hay algún problema?
—¿Qué estás tramando?
Levanté las manos con gesto suplicante.
—No estoy tramando nada, Ken, salvo un partido de tenis y unas cuantas horas fuera de la oficina. Descuéntamelo del sueldo si quieres—cogí los documentos que había sobre la mesa—Pero creo que si lo compruebas, descubrirás que la empresa me debe un montón de días de vacaciones. Coge las dos horas de ahí.
—No te voy a quitar la vista de encima—me advirtió al tiempo que daba media vuelta y salía, hecho una furia. Dio tal portazo que los cristales vibraron.
Sonreí con la vista clavada en la puerta.
—Eso, no me la quites ni un segundo, Ken. Así me verás salir de esta empresa—extendí un brazo sobre la mesa para pulsar el botón del interfono.
La señorita Pierce contestó con una voz más cauta de lo habitual.
—¿Señorita López?
—Necesito un café, señorita Pierce.
—¿Algo más, señorita?
—Unos cuantos minutos de su tiempo.
La escuché tomar una trémula bocanada de aire.
—Ahora mismo voy.
Hice girar el sillón para mirar por la ventana y solté un suspiro.
No podía creer lo que estaba a punto de hacer.
Esperaba no fracasar.
Que el señor me ayudara… en todos los sentidos.
A diferencia del enorme rascacielos de acero y cristal en el que trabajaba todos los días, ese edificio era de ladrillo, solo tenía cuatro plantas y estaba rodeado de árboles.
Aparqué el coche tras hablar con el guardia de seguridad de la entrada, que me sonrió con amabilidad y me ofreció un pase de visitante.
Antes de entrar en el edificio, otro guardia de seguridad me saludó y me indicó que el despacho de Will Schuester se encontraba en el último piso, tras lo cual me deseó un buen día.
Al cabo de unos minutos, una secretaria me condujo hasta una sala de juntas, me ofreció una taza de café recién hecho y me dijo que Will se reuniría conmigo en breve.
Me distraje observando todos los detalles de la estancia en la que me encontraba, sorprendida de nuevo por las diferencias entre ambas empresas.
Tanaka Inc. había apostado por llamar la atención. Los despachos y la sala de juntas estaban equipados con tecnología punta, y decorados con las tendencias más novedosas, siendo el blanco y el negro los tonos predominantes. Sillones modernos y duros, mesas y escritorios con superficies de cristal grueso, suelos de madera de color miel.
Todo era frío y distante.
Si esa estancia era indicativa, iba a estar como pez fuera del agua en Schuester Group.
Las paredes estaban forradas con cálidos paneles de madera de roble; la mesa de juntas era de forma ovalada, de madera, y estaba rodeada por cómodos sillones de cuero; el suelo estaba cubierto con una mullida moqueta.
A la derecha, había una amplia zona con una eficiente cocina. En las paredes colgaban los anuncios de sus campañas más exitosas, todos enmarcados y colocados con mucho gusto.
Varios trofeos se alineaban en las estanterías.
En un extremo de la estancia, se emplazaba una pizarra para anotar ideas.
Había garabatos e ideas esbozadas.
Me acerqué para analizar las imágenes y capté con rapidez la estructura de la campaña que estaban diseñando para una marca de calzado.
Iban por mal camino.
Una voz ronca me sacó de mis pensamientos.
—A juzgar por su expresión, no le gusta el concepto.
Mis ojos se encontraron con la expresión jocosa de Will Schuester.
Nos habíamos visto varias veces en algunos eventos del sector, y siempre se había mostrado educado y distante. Un apretón de manos profesional y un breve saludo sin más.
Era un hombre alto y seguro de sí mismo, con un abundante cabello rubio que brillaba bajo la luz.
De cerca, la calidez de sus ojos verdes y el timbre ronco de su voz me sorprendieron.
Me pregunté si habían dejado a propósito la pizarra con las ideas. Si sería una especie de prueba.
Me encogí de hombros.
—No es un mal concepto, pero no es nuevo. ¿Una familia que usa el mismo producto? Está muy visto.
Will se apoyó en el borde de la mesa y cruzó los brazos por delante del pecho.
—Está muy visto, sí, pero funciona. El cliente es Sebastián Smythe. Quieren llegar a un público amplio.
Asentí con la cabeza.
—¿Y si se hiciera, pero con una sola persona?
—Me gustaría que elaborara esa idea.
Señalé la imagen de la familia, colocando el dedo sobre el niño más pequeño.
—Empezamos aquí. Centrándonos en él. La primera compra del producto: unos zapatos que le han comprado sus padres. Seguimos su trayectoria mientras crece, centrándonos en algunos momentos importantes de su vida, durante los cuales lleva la misma marca de calzado: sus primeros pasos, el primer día de colegio, una excursión con los amigos, practicando deporte, durante una cita, la graduación, el día de su boda…—guardé silencio.
Will también guardó silencio un instante y después asintió con la cabeza.
—La marca te acompaña mientras creces.
—Es una constante. Tú cambias, la marca no. Es tuya de por vida.
—Brillante—dijo.
Por algún motivo, su halago me provocó una cálida sensación en el pecho. Agaché la cabeza, abrumada por la extraña sensación.
Will se apartó de la mesa con la mano extendida hacia mí.
—Will Schuester.
Acepté su mano y me percaté de la firmeza de su apretón.
—Santana López.
—Ya estoy impresionado.
Antes de que pudiera decir algo, mi móvil sonó. Justo a tiempo.
—Lo siento—miré la pantalla, con la esperanza de parecer contrito—Necesito atender esta llamada. Lo siento.
—Sin problemas, Santana—sonrió—Yo necesito un café.
Me di media vuelta mientras contestaba.
—Brittany…—murmuré, hablando en voz baja a propósito.
Por un instante, reinó el silencio al otro lado de la línea, después oí:
—¿Señorita López?
—Sí—reí entre dientes, a sabiendas de que acababa de dejarla pasmada.
Jamás la había llamado por otro nombre que no fuera su apellido y mucho menos nunca usando un tono de voz como el que acababa de usar.
—Mmm… ¿No me pidió que la llamara y le dijera que su reunión de las cuatro se había adelantado a las tres?
—¿A las tres?—repetí.
—¿Sí?
—De acuerdo, lo tendré en cuenta. ¿Va todo bien por ahí?
Pareció pasmada cuando contestó:
—Señorita López, ¿se encuentra bien?
—Por supuesto que estoy bien—no pude resistirme a seguir tomándole el pelo un poco más—¿Por qué?
—Es que parece… eh… distinta.
—Deja de preocuparte—repliqué, consciente de que Will estaba escuchando—Todo va bien.
—Ken ha preguntado por usted.
—¿Qué le has dicho?
—Exactamente lo que me ordenó que le dijera. Que…
—¿Cómo? ¿Qué ha pasado?
—Está que se sube por las paredes esta mañana.
—Ken siempre está así. Vete temprano a almorzar y cierra el despacho. Me encargaré de él cuando regrese—le ordené mientras sonreía de forma burlona, hablando con un tono preocupado.
El desconcierto que la abrumaba le infundió valor.
—¿Que cierre el despacho y me vaya temprano a almorzar? ¿Está borracha?
Esa fue la gota que colmó el vaso.
Me eché a reír.
—Hazlo, Brittany. Cuídate. Nos vemos a mi regreso—corté la llamada aún con la sonrisa en los labios y me di media vuelta para mirar a Will—Mi asistente—dije, a modo de explicación.
Él me observaba con expresión cómplice.
—Creo que sé por qué estás tratando de dejar Tanaka Inc.
Le devolví la mirada al tiempo que me encogía de hombros.
Ya era mío.
—Háblame de ti.
Hice una mueca al oír la petición.
—Creo que ya sabe mucho sobre mí, Will. O, por lo menos, ha oído hablar de mí.
Asintió con la cabeza al tiempo que bebía un sorbo de café.
—Tu reputación te precede.
Me incliné hacia delante, con la esperanza de parecer serio.
—La gente cambia.
—¿Y tú lo has hecho?
—Lo que quiero en la vida y la forma de conseguirlo, sí. Por tanto, la persona que fui ya no existe.
—Enamorarse produce ese efecto en las personas.
—Eso estoy descubriendo.
—Tanaka Inc. tiene una política muy estricta en lo concerniente a las relaciones sentimentales entre sus empleados.
Resoplé.
—A Ken no le gusta que su personal mantenga relaciones ni dentro ni fuera de la empresa. Cree que supone una distracción.
—¿Y tú no estás de acuerdo?
—Creo que se pueden hacer las dos cosas… con la persona adecuada.
—¿Y tú has encontrado a esa persona?
—Sí.
—Tu asistente.
Tragué saliva y solo acerté a asentir con la cabeza.
—Háblame de ella.
«Mierda».
En lo concerniente a mi trabajo, era capaz de hablar durante horas.
Estrategias, ángulos, conceptos, visualizaciones… podía hablar durante horas y horas.
Rara vez hablaba de mi vida personal, de manera que no sabía qué podía decir sobre una mujer a la que apenas conocía y que no me gustaba.
No tenía ni idea.
Tragué saliva de nuevo y miré de reojo hacia la mesa al tiempo que pasaba los dedos por la superficie lisa.
—Espero que no le moleste que me enamorara de una mujer. Ella, es lo más torpe que he conocido en la vida—solté… al menos eso era cierto.
Will frunció el ceño al captar mi tono de voz y me apresuré a enmendar el error.
—Me cabrea cuando se hace daño—añadí con una voz más suave.
—Claro—asintió con la cabeza.
—Es… eh… perfecta.
Will soltó una carcajada.
—Eso pensamos todos de la mujer que amamos. Y respondiendo a lo que dijiste antes sobre que te enamoraste una mujer, no hay problema. Amor es amor, no importa el sexo de la persona. Y para que te sientas mejor, mi hija está felizmente casada con una mujer.
Me devané los sesos para crear una lista de todas las cosas que sabía de ella.
—Se llama Brittany. Mucha gente la llama Britt, pero a mí me gusta usar su nombre completo.
Eso no era una mentira realmente.
Lo normal era que la llamase «señorita Pierce » siempre.
Asintió con la cabeza.
—Un nombre bonito. Seguro que le gusta que la llames así.
Reí entre dientes al recordar la reacción que había suscitado poco antes en ella.
—Creo que la confunde.
Will guardó silencio mientras yo meditaba sobre mis siguientes palabras.
—Es un poco más alta que yo y recatada. Tiene unos ojos como el océano, tan azules que parecen insondables. En la oficina la adora todo el mundo. Hornea galletas que luego comparte con los compañeros. Son un éxito—titubeé mientras trataba de encontrar algo más—Detesta que la despierten más temprano de lo necesario. Su voz adquiere un tono irritable que me hace mucha gracia.
Will sonrió para animarme a continuar.
—Me ayuda a no perderme. Como asistente es asombrosa y estaría perdida sin ella—suspiré, sin saber qué más añadir—Indudablemente es buena para mí—admití, consciente en mi fuero interno de que era cierto.
Estaba segura de que yo era la mala de la película, sobre todo si tenía en cuenta lo que estaba haciendo en ese momento.
—¿Quieres traerla contigo?
—¡No!—exclamé.
Era mi oportunidad para librarme de ella.
—No lo entiendo.
—Ella, esto… quiere tener niños. Prefiero que se quede en casa y contar con otra asistente en el trabajo. Quiero que tenga la oportunidad de relajarse y de disfrutar de la vida durante una temporada…sin trabajar.
—¿No disfruta de la vida ahora mismo?
—Es difícil, dadas las circunstancias, y trabaja demasiado—añadí, con la esperanza de acertar—Lleva un tiempo con aspecto de cansada. Quiero que duerma todo lo que necesite.
—Quieres cuidarla.
Nos adentrábamos en un terreno peligroso.
No sabía qué decir.
Jamás había deseado cuidar de nadie, salvo de mí misma. De todas formas, asentí a modo de respuesta.
—Supongo que viven juntas. Imagino que es el único momento en el que pueden relajarse como pareja.
[]«Mierda»[/i].
No lo había pensado siquiera.
—Esto… sí, bueno… valoramos mucho nuestra intimidad.
—No te gusta hablar de tu vida privada.
Esbocé una sonrisa renuente.
—No. Estoy acostumbrada a no hablar de ella.
Al menos eso no era mentira.
—Schuester Group es una empresa única, en muchos sentidos.
—Algo que me atrae muchísimo.
Will señaló la pizarra.
—Creemos en el trabajo en equipo, tanto en la empresa como en la vida personal de los empleados. Trabajamos en grupo en las campañas, aportando ideas a las ideas de los demás, tal como hemos hecho hace un rato. Compartimos los éxitos y los fracasos—me guiñó un ojo—Aunque no tengamos muchos de esos últimos. Valoro mucho a mis empleados.
—Es una forma interesante de hacer las cosas.
—A nosotros nos funciona.
—Es evidente. Es usted un hombre muy respetado.
Nos miramos a los ojos.
Mantuve una expresión abierta, que esperaba que también fuera sincera.
Will se acomodó en el sillón.
—Háblame más de tu idea.
Yo también me relajé.
Eso era fácil. Mucho más fácil que hablar de Brittany Pierce.
Una hora más tarde, Will se puso en pie.
—Estaré fuera hasta el viernes. Me gustaría invitarte a una barbacoa que mi mujer y yo celebraremos el sábado. Me gustaría que la conocieras y que conocieras a unas cuantas personas más.
Sabía a lo que se refería.
—Será un placer, señor. Gracias.
—Y a Brittany también, por supuesto.
Mantuve una expresión inmutable mientras aceptaba la mano que me tendía.
—Le encantará.
De vuelta al trabajo, encontré a la señorita Pierce sentada a su mesa cuando llegué.
Aunque estaba hablando por teléfono, sentí que me seguía con la mirada cuando pasé frente a ella. Sin duda, esperaba que la fuerza de mi ira cayera sobre ella por cualquier infracción que hubiera descubierto ese día.
En cambio, asentí con la cabeza y seguí andando hasta mi escritorio, donde revisé los mensajes y los pocos documentos que necesitaban mi aprobación.
Un tanto desinteresado, algo raro en mí, seguí de pie, con la vista clavada en la panorámica de la ciudad que se extendía ante mí.
Los ruidos de la calle quedaban silenciados por la altura y por el cristal. Las vistas y los sonidos serían muy distintos en Schuester Group.
Todo sería distinto.
En más de una ocasión, cuando salía después de haber mantenido cualquier reunión con Ken, era un manojo de nervios, me encontraba ansiosa e inquieta.
Ken sabía qué botones debía pulsar con todos los empleados que trabajaban para él.
Sabía qué decir y qué hacer exactamente para conseguir lo que buscaba, ya fuera positivo o negativo. Hasta ese momento, no me había percatado de ese detalle.
El encuentro con Will, pese a los nervios que me provocaba la forma en la que había conseguido entrevistarme con él, me había dejado tranquila.
Durante la investigación que había llevado a cabo de su empresa y de él mismo, había encontrado numerosos testimonios de su amabilidad y de su espíritu generoso.
De hecho, no había encontrado ningún comentario negativo sobre su persona, salvo la opinión desfavorable de Ken.
Mientras discutía con él los conceptos que imaginaba para la campaña de calzado, había sentido un entusiasmo que echaba en falta desde hacía mucho tiempo.
Me sentía creativa de nuevo, revitalizada.
Will escuchaba, escuchaba de verdad, y alentaba mi proceso creativo con refuerzo positivo, añadiendo ideas de su propia cosecha.
Para mi sorpresa, me gustaba su concepto de trabajo en equipo.
Me preguntaba cómo sería no estar involucrado en el degüelle diario de Tanaka Inc. Qué se sentiría trabajando con otras personas en lugar de trabajar contra ellas.
¿Ayudaría a llevar una vida mejor?
Al menos, sería una vida más fácil, de eso estaba seguro.
Sin embargo, era consciente de que supondría un desafío.
Lo único que tenía claro, después de haber hablado con él, era que mis motivos para querer trabajar con Will ya no tenían que ver con la venganza.
Quería sentir ese entusiasmo.
Estar orgullosa de las campañas que creara.
No esperaba ese giro de los acontecimientos, pero tampoco me desagradaba.
Oí un portazo y me volví con el ceño fruncido, una vez interrumpidos mis pensamientos.
—Ken—lo miré fijamente—Menos mal que no estoy con un cliente.
—Britt me ha dicho que estabas desocupada. Te ha llamado por el interfono, pero no has contestado.
Había estado tan ensimismada en mis pensamientos que no había oído el zumbido. Era la primera vez que sucedía algo así.
—¿Qué necesitas?
Ken cuadró los hombros, preparándose para una discusión.
—¿Dónde has ido esta mañana? Te he estado buscando. No me has cogido el teléfono ni has respondido mis mensajes.
—Tenía una reunión personal.
—Tu asistente dice que tenías una cita médica.
Sabía que Ken mentía.
Si en algo destacaba la señorita Pierce, era en guardar mis secretos. Decidí cargarme su farol.
—No sé por qué ha dicho tal cosa. No le mencioné a la señorita Pierce el menor detalle sobre mi paradero. Como ya te he dicho, es algo personal.
Ken me miró con el ceño fruncido, pero dejó el tema. Empezó a pasearse de un lado para otro al tiempo que se tocaba el mechón de pelo.
Un gesto que conocía muy bien. Iba a lanzarse a la yugular.
Se volvió para mirarme.
—¿Por qué vino el otro día Kitty Wilde?
Me encogí de hombros y eché a andar hacia mi escritorio para sentarme y disimular la risilla.
Por fin entendía de qué iba aquello.
—Kitty es amiga mía. Hemos quedado para jugar al tenis.
—¿No podía hacerlo por teléfono?
—Pasaba por aquí cerca. Le gusta tontear con la señorita Pierce y decidió venir en persona. ¿Hay algún problema?
—¿Qué estás tramando?
Levanté las manos con gesto suplicante.
—No estoy tramando nada, Ken, salvo un partido de tenis y unas cuantas horas fuera de la oficina. Descuéntamelo del sueldo si quieres—cogí los documentos que había sobre la mesa—Pero creo que si lo compruebas, descubrirás que la empresa me debe un montón de días de vacaciones. Coge las dos horas de ahí.
—No te voy a quitar la vista de encima—me advirtió al tiempo que daba media vuelta y salía, hecho una furia. Dio tal portazo que los cristales vibraron.
Sonreí con la vista clavada en la puerta.
—Eso, no me la quites ni un segundo, Ken. Así me verás salir de esta empresa—extendí un brazo sobre la mesa para pulsar el botón del interfono.
La señorita Pierce contestó con una voz más cauta de lo habitual.
—¿Señorita López?
—Necesito un café, señorita Pierce.
—¿Algo más, señorita?
—Unos cuantos minutos de su tiempo.
La escuché tomar una trémula bocanada de aire.
—Ahora mismo voy.
Hice girar el sillón para mirar por la ventana y solté un suspiro.
No podía creer lo que estaba a punto de hacer.
Esperaba no fracasar.
Que el señor me ayudara… en todos los sentidos.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
hola morra,...
jajaja san y sus mentiras van ammmmmmm bien y con suerte!!!
a ver como reacciona britt con la idea loca que san tiene en la cabeza?!!
nos vemos!!!
jajaja san y sus mentiras van ammmmmmm bien y con suerte!!!
a ver como reacciona britt con la idea loca que san tiene en la cabeza?!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
Que mala santana que no se quiere llevar a britt con ella, yo creo que britt va a aceptar porque ama en silencio a san :-D
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
Llego el momento de la verdad, cuando la odiosa señorita Lopez deba meterse su arrogancia por el trasero y pedirle un gran favor a su asistente personal a la que ha tratado siempre como m....!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,...
jajaja san y sus mentiras van ammmmmmm bien y con suerte!!!
a ver como reacciona britt con la idea loca que san tiene en la cabeza?!!
nos vemos!!!
Hola lu, ajajajaj xD es una suertuda y mas a un de tener la britt. XD jajajajaja ya la soporto tanto q nose q pensar jajaja. Saludos =D
Isabella28 escribió:Que mala santana que no se quiere llevar a britt con ella, yo creo que britt va a aceptar porque ama en silencio a san :-D
Hola, esa san...nose q decir de ella para poder defenderla xq no kiero xD jajajaja. Dices tu¿? mmmm¿? Saludos =D
micky morales escribió:Llego el momento de la verdad, cuando la odiosa señorita Lopez deba meterse su arrogancia por el trasero y pedirle un gran favor a su asistente personal a la que ha tratado siempre como m....!!!!
Hola, si q si! jajajaj xD jajaaja esa san, insisto no ai como defenderla xq no lo merece la vrdd ¬¬ SAludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Cap 6
Capitulo 6
Brittany
—No lo entiendo—murmuré por teléfono mientras intentaba mantener la calma—No he recibido ninguna notificación acerca de la subida.
—Lo sé, señorita Pierce. Recibimos la orden hace dos días, por ese motivo la llamo para comunicarle el cambio.
Tragué saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
Cuatrocientos dólares más al mes. Tenía que pagar cuatrocientos dólares más.
—¿Me ha oído, señorita Pierce?
—Lo siento… ¿Podría repetírmelo?
—He dicho que las nuevas tarifas se aplicarán desde el día uno.
Miré el calendario. Faltaban dos semanas.
—Pero ¿es legal siquiera?
La mujer al otro lado del teléfono suspiró, compadeciéndose de mí.
—Es una residencia privada, señorita Pierce. Una de las mejores de la ciudad, pero se rige por sus propias reglas. Hay otros sitios a los que podría trasladar a su tía, residencias controladas por el gobierno con cuotas fijas.
—No—dije—No quiero hacerlo. Está muy bien cuidada e integrada.
—Nuestro personal es el mejor. Hay otras habitaciones, semiprivadas, a las que podría trasladarla.
Me froté la cabeza, frustrada.
Esas habitaciones no tenían vistas al jardín… ni espacio para los caballetes y los libros de arte de Penny.
Se sentiría desdichada y perdida.
Tenía que mantenerla en su habitación privada, costara lo que costase.
La señorita López entró en ese momento y me miró fijamente. Titubeé antes de decir nada más, sin saber si se iba a detener, pero siguió andando, entró en su despacho y cerró la puerta despacio con un clic apenas audible.
No me saludó, aunque tampoco solía hacerlo, a menos que fuera para gritarme o soltar algún taco, así que supuse que la extraña llamada que me había obligado a hacer la había satisfecho.
—¿Señorita Pierce?
—Discúlpeme. Estoy en el trabajo y mi jefa acaba de llegar.
—¿Tiene alguna pregunta más?
Quería decirle a gritos: «¡Sí! ¿Cómo narices se supone que voy a conseguir otros cuatrocientos dólares más?», pero sabía que era inútil.
La mujer trabajaba en el departamento de contabilidad, no tomaba las decisiones.
—Ahora mismo no.
—Tiene nuestro número.
—Sí, gracias—colgué.
Ellos, desde luego, tenían el mío.
Clavé la vista en la mesa con la mente hecha un torbellino de ideas.
Me pagaban bien en Tanaka Inc. Yo era una de las asistentes personales mejor pagadas porque trabajaba a las órdenes de la señorita López.
Era horroroso trabajar para ella… y el desprecio con que me trataba también era más que evidente.
Sin embargo, lo hacía porque así conseguía dinero extra, que invertía en su totalidad en el cuidado de Penny Johnson.
Acaricié con la yema del dedo el desgastado contorno del protector de la mesa.
Ya vivía en el sitio más barato que había encontrado. Me cortaba el pelo yo misma, compraba la ropa de segunda mano y mi dieta consistía en fideos chinos y en mucha mantequilla de cacahuete barata y mermelada.
No gastaba dinero en nada y aprovechaba cualquier oportunidad para ahorrar.
El café era gratis en la oficina y siempre había muffins y galletas.
La empresa me pagaba el móvil y, cuando hacía buen tiempo, iba al trabajo andando para ahorrarme el billete de autobús.
Muy de vez en cuando, usaba la cocina que había en la residencia para preparar galletas con los internos y llevaba algunas al trabajo. Era una forma silenciosa de compensar todo lo que me llevaba.
Si surgía algún gasto imprevisto, había días en los que esas galletas y esos muffins eran lo único que me podía permitir.
Siempre comprobaba si quedaba alguno en la sala de descanso antes de irme a casa por las noches y si había alguno, me lo llevaba para guardarlo en el pequeño congelador de mi departamento.
Parpadeé para controlar las lágrimas que tenía en los ojos.
¿Cómo iba a conseguir cuatrocientos dólares más al mes?
Ya estiraba la nómina al máximo. Sabía que no podía pedir un aumento de sueldo.
Tendría que buscarme otro trabajo, lo que implicaba que pasaría menos tiempo con Penny.
La puerta se abrió y Ken entró echando humo por las orejas.
—¿Ha vuelto ya?
—Sí.
—¿Está con alguien?
—No, señor—pulsé el botón del interfono y me sorprendió que el señorita López no contestara.
—¿Dónde ha estado?—exigió saber Ken.
—Tal y como le dije esta mañana, no estoy al tanto. Me dijo que era un asunto personal, así que no me pareció oportuno preguntarle.
Me fulminó con la mirada, y sus diminutos ojos casi desaparecieron cuando frunció el ceño.
—Jovencita, estamos hablando de mi empresa. Todo lo que sucede aquí es asunto mío. La próxima vez, preguntas. ¿Entendido?
Me mordí la lengua para no mandarlo a la mierda. En cambio, asentí con la cabeza.
Fue un alivio cuando se alejó de mí y entró en tromba en el despacho de la señorita López.
Suspiré.
Se daban tantos portazos que tenía que llamar a los de mantenimiento para que reparasen la puerta prácticamente todos los meses.
Unos minutos después, Ken salió con otro portazo, mientras mascullaba tacos. Lo vi marcharse, con un nudo en el estómago por los nervios.
Si Ken estaba de mal humor, quería decir que la señorita López también estaría de mal humor.
Eso solo quería decir una cosa: pronto se pondría a gritarme por cualquier error que creyera que yo había cometido ese día.
Agaché la cabeza.
Odiaba mi vida.
Odiaba ser una asistente personal.
Sobre todo, odiaba ser la asistente personal de la señorita López.
Nunca había conocido a nadie tan cruel. Nada de lo que hacía bastaba, desde luego que no era lo suficiente para que me diera las gracias o me sonriera, aunque fuera un poquito.
De hecho, estaba segurísima de que no me había sonreído ni una sola vez desde que empecé a trabajar para ella hacía un año.
Recordé el día que Ken me llamó a su despacho.
Flashback
—Britt—dijo, mirándome fijamente—, Como sabes, Lauren Zises se marcha. Voy a asignarte a otra directora de campaña: Santana López.
—Oh—había oído horrores de Santana López y de su mal genio, y estaba nerviosa.
Cambiaba de asistentes personales como quien cambiaba de camisa. Sin embargo, el cambio de puesto era mejor que quedarme sin trabajo.
Por fin había encontrado un sitio en el que Penny era feliz, y no quería arrebatárselo.
—El salario es mayor de lo que cobras ahora mismo, mayor que el de cualquier otra asistente personal.
Fin Flashback
Me dio una cifra que parecía desorbitada, pero la cantidad significaba que podría conseguirle a Penny una habitación privada.
Era imposible que la señorita López fuera tan mala, pensé en su momento.
Me había equivocado de parte a parte. Por su culpa, mi vida era un infierno, y yo lo aguantaba… porque no tenía alternativa.
Todavía no.
Sonó el interfono y me relajé como pude.
—¿Señorita López?
—Necesito un café, señorita Pierce.
—¿Algo más, señorita?
—Unos cuantos minutos de su tiempo.
Cerré los ojos mientras me preguntaba qué iba a pasar.
—Ahora mismo voy.—me acerqué a su despacho, presa de los nervios, con su café en las manos. Llamé a la puerta, pero no entré hasta que no me dio permiso.
Había cometido ese error en una ocasión y nunca lo volvería a cometer. Sus comentarios mordaces me habían escocido durante varios días.
Me controlé de modo que no me temblase la mano cuando dejé el café delante de ella y preparé mi cuaderno de notas, a la espera de sus instrucciones.
—Siéntese, señorita Pierce.
El corazón empezó a latirme muy deprisa.
¿Por fin había convencido a Ken para que me despidiera?
Sabía que lo llevaba intentando desde mi primera semana en el puesto.
Intenté controlar la respiración.
No podía perder el trabajo. Lo necesitaba.
Me senté antes de que las piernas me fallaran y carraspeé.
—¿Hay algún problema, señorita López?
Agitó un dedo, señalándonos a ambas.
—Confío en que nada de lo que tratemos en este despacho salga de aquí.
—Sí, señorita.
Asintió con la cabeza y cogió la taza de café para beber en silencio.
—Tengo que hablarle de un tema personal.
Estaba desconcertada.
Nunca me hablaba a menos que fuera para gritarme una de sus órdenes.
—De acuerdo…
Echó un vistazo por el despacho y parecía nerviosa, algo poco habitual en ella.
Me tomé unos minutos para observarla mientras ella meditaba lo que iba a decir.
Era guapísima, pero guapa de verdad.
Medía metro sesenta y cinco, tenía los hombros finos y una cintura estrecha, pechos del perfecto tamaño y un trasero de todas deseábamos… Era la modelo perfecta para que un traje sentara como un guante.
Casi siempre iba con el pelo tomado; aunque de vez en cuando, como sucedía en ese momento, se dejaba el pelo suelto, algo que resaltaba su fuerte y perfecto rostro.
Su pelo era negro.
Una imperfección que solo conseguía que fuera más perfecta todavía.
Cuando estaba nerviosa, acostumbraba a darse tirones de un mechón, tal cual sucedía en ese momento.
Tenía una boca perfecta, con dientes blanquísimos y unos labios tan carnosos que eran la envidia de muchas mujeres.
Sus ojos oscuros se clavaron en los míos y enderezó los hombros, recuperando de nuevo el control.
—Tengo que pedirle algo. Al hacerlo, voy a depositar toda mi confianza en su discreción. Debe garantizarme que puedo fiarme de usted.
La miré, parpadeando.
¿Quería pedirme algo?
¿No me iba a despedir?
Me estremecí, abrumada por el alivio.
Mi cuerpo se relajó un poco.
—Por supuesto, señorita. Se lo aseguro.
Me miró a los ojos.
Nunca me había percatado de que su color cambiaba según la luz: era una mezcla de marrón oscuros, claro y negro.
En muchas ocasiones, estaban tan ofuscados por la rabia que apenas era capaz de sostenerle la mirada más de un par de segundos.
Pareció observarme un momento y luego asintió con la cabeza.
Cogió una de sus tarjetas y escribió algo al dorso antes de entregármela.
—Necesito que vaya a esta dirección esta tarde. ¿Puede estar ahí a las siete?
Miré la tarjeta y comprobé que la dirección no estaba muy lejos de la residencia donde vivía Penny y adonde yo iría después del trabajo.
Sin embargo, para estar ahí a las siete, tendría que reducir mucho la visita.
—¿Hay algún problema?—preguntó, y sin que sirviera de precedente su voz carecía de la habitual hostilidad.
Alcé la vista y decidí ser sincera.
—Tengo un compromiso después del trabajo. No sé si podré estar disponible para las siete.
Esperaba que se enfureciera. Que agitara la mano y me exigiera que cancelase mis planes, fueran los que fuesen, y que estuviera donde necesitaba que estuviera a las siete.
Me quedé de piedra al ver que se limitaba a encogerse de hombros.
—¿A las siete y media? ¿A las ocho? ¿Le viene mejor?
—A las siete y media estaría bien.
—De acuerdo. La veré a las siete y media—se puso en pie, dando así por terminada esa extraña reunión—Me aseguraré de que mi portero esté al tanto de su visita. La hará subir de inmediato.
Me costó la misma vida no quedarme boquiabierta.
¿Su portero?
¿Me estaba pidiendo que fuera a su casa?
Me levanté, desconcertada.
—Señorita López, ¿va todo bien?
Me miró con una expresión rarísima.
—Con su cooperación, todo irá bien, señorita Pierce—miró la hora—Ahora, si me disculpa, tengo una reunión a la una—cogió la taza—Gracias por el café y por su tiempo.
Me dejó ahí, mirándola mientras se alejaba y mientras yo me preguntaba si estaba en un universo paralelo.
Ni una sola vez durante el año que llevaba trabajando para ella me había dado las gracias.
¿Qué narices estaba pasando?
—Lo sé, señorita Pierce. Recibimos la orden hace dos días, por ese motivo la llamo para comunicarle el cambio.
Tragué saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
Cuatrocientos dólares más al mes. Tenía que pagar cuatrocientos dólares más.
—¿Me ha oído, señorita Pierce?
—Lo siento… ¿Podría repetírmelo?
—He dicho que las nuevas tarifas se aplicarán desde el día uno.
Miré el calendario. Faltaban dos semanas.
—Pero ¿es legal siquiera?
La mujer al otro lado del teléfono suspiró, compadeciéndose de mí.
—Es una residencia privada, señorita Pierce. Una de las mejores de la ciudad, pero se rige por sus propias reglas. Hay otros sitios a los que podría trasladar a su tía, residencias controladas por el gobierno con cuotas fijas.
—No—dije—No quiero hacerlo. Está muy bien cuidada e integrada.
—Nuestro personal es el mejor. Hay otras habitaciones, semiprivadas, a las que podría trasladarla.
Me froté la cabeza, frustrada.
Esas habitaciones no tenían vistas al jardín… ni espacio para los caballetes y los libros de arte de Penny.
Se sentiría desdichada y perdida.
Tenía que mantenerla en su habitación privada, costara lo que costase.
La señorita López entró en ese momento y me miró fijamente. Titubeé antes de decir nada más, sin saber si se iba a detener, pero siguió andando, entró en su despacho y cerró la puerta despacio con un clic apenas audible.
No me saludó, aunque tampoco solía hacerlo, a menos que fuera para gritarme o soltar algún taco, así que supuse que la extraña llamada que me había obligado a hacer la había satisfecho.
—¿Señorita Pierce?
—Discúlpeme. Estoy en el trabajo y mi jefa acaba de llegar.
—¿Tiene alguna pregunta más?
Quería decirle a gritos: «¡Sí! ¿Cómo narices se supone que voy a conseguir otros cuatrocientos dólares más?», pero sabía que era inútil.
La mujer trabajaba en el departamento de contabilidad, no tomaba las decisiones.
—Ahora mismo no.
—Tiene nuestro número.
—Sí, gracias—colgué.
Ellos, desde luego, tenían el mío.
Clavé la vista en la mesa con la mente hecha un torbellino de ideas.
Me pagaban bien en Tanaka Inc. Yo era una de las asistentes personales mejor pagadas porque trabajaba a las órdenes de la señorita López.
Era horroroso trabajar para ella… y el desprecio con que me trataba también era más que evidente.
Sin embargo, lo hacía porque así conseguía dinero extra, que invertía en su totalidad en el cuidado de Penny Johnson.
Acaricié con la yema del dedo el desgastado contorno del protector de la mesa.
Ya vivía en el sitio más barato que había encontrado. Me cortaba el pelo yo misma, compraba la ropa de segunda mano y mi dieta consistía en fideos chinos y en mucha mantequilla de cacahuete barata y mermelada.
No gastaba dinero en nada y aprovechaba cualquier oportunidad para ahorrar.
El café era gratis en la oficina y siempre había muffins y galletas.
La empresa me pagaba el móvil y, cuando hacía buen tiempo, iba al trabajo andando para ahorrarme el billete de autobús.
Muy de vez en cuando, usaba la cocina que había en la residencia para preparar galletas con los internos y llevaba algunas al trabajo. Era una forma silenciosa de compensar todo lo que me llevaba.
Si surgía algún gasto imprevisto, había días en los que esas galletas y esos muffins eran lo único que me podía permitir.
Siempre comprobaba si quedaba alguno en la sala de descanso antes de irme a casa por las noches y si había alguno, me lo llevaba para guardarlo en el pequeño congelador de mi departamento.
Parpadeé para controlar las lágrimas que tenía en los ojos.
¿Cómo iba a conseguir cuatrocientos dólares más al mes?
Ya estiraba la nómina al máximo. Sabía que no podía pedir un aumento de sueldo.
Tendría que buscarme otro trabajo, lo que implicaba que pasaría menos tiempo con Penny.
La puerta se abrió y Ken entró echando humo por las orejas.
—¿Ha vuelto ya?
—Sí.
—¿Está con alguien?
—No, señor—pulsé el botón del interfono y me sorprendió que el señorita López no contestara.
—¿Dónde ha estado?—exigió saber Ken.
—Tal y como le dije esta mañana, no estoy al tanto. Me dijo que era un asunto personal, así que no me pareció oportuno preguntarle.
Me fulminó con la mirada, y sus diminutos ojos casi desaparecieron cuando frunció el ceño.
—Jovencita, estamos hablando de mi empresa. Todo lo que sucede aquí es asunto mío. La próxima vez, preguntas. ¿Entendido?
Me mordí la lengua para no mandarlo a la mierda. En cambio, asentí con la cabeza.
Fue un alivio cuando se alejó de mí y entró en tromba en el despacho de la señorita López.
Suspiré.
Se daban tantos portazos que tenía que llamar a los de mantenimiento para que reparasen la puerta prácticamente todos los meses.
Unos minutos después, Ken salió con otro portazo, mientras mascullaba tacos. Lo vi marcharse, con un nudo en el estómago por los nervios.
Si Ken estaba de mal humor, quería decir que la señorita López también estaría de mal humor.
Eso solo quería decir una cosa: pronto se pondría a gritarme por cualquier error que creyera que yo había cometido ese día.
Agaché la cabeza.
Odiaba mi vida.
Odiaba ser una asistente personal.
Sobre todo, odiaba ser la asistente personal de la señorita López.
Nunca había conocido a nadie tan cruel. Nada de lo que hacía bastaba, desde luego que no era lo suficiente para que me diera las gracias o me sonriera, aunque fuera un poquito.
De hecho, estaba segurísima de que no me había sonreído ni una sola vez desde que empecé a trabajar para ella hacía un año.
Recordé el día que Ken me llamó a su despacho.
Flashback
—Britt—dijo, mirándome fijamente—, Como sabes, Lauren Zises se marcha. Voy a asignarte a otra directora de campaña: Santana López.
—Oh—había oído horrores de Santana López y de su mal genio, y estaba nerviosa.
Cambiaba de asistentes personales como quien cambiaba de camisa. Sin embargo, el cambio de puesto era mejor que quedarme sin trabajo.
Por fin había encontrado un sitio en el que Penny era feliz, y no quería arrebatárselo.
—El salario es mayor de lo que cobras ahora mismo, mayor que el de cualquier otra asistente personal.
Fin Flashback
Me dio una cifra que parecía desorbitada, pero la cantidad significaba que podría conseguirle a Penny una habitación privada.
Era imposible que la señorita López fuera tan mala, pensé en su momento.
Me había equivocado de parte a parte. Por su culpa, mi vida era un infierno, y yo lo aguantaba… porque no tenía alternativa.
Todavía no.
Sonó el interfono y me relajé como pude.
—¿Señorita López?
—Necesito un café, señorita Pierce.
—¿Algo más, señorita?
—Unos cuantos minutos de su tiempo.
Cerré los ojos mientras me preguntaba qué iba a pasar.
—Ahora mismo voy.—me acerqué a su despacho, presa de los nervios, con su café en las manos. Llamé a la puerta, pero no entré hasta que no me dio permiso.
Había cometido ese error en una ocasión y nunca lo volvería a cometer. Sus comentarios mordaces me habían escocido durante varios días.
Me controlé de modo que no me temblase la mano cuando dejé el café delante de ella y preparé mi cuaderno de notas, a la espera de sus instrucciones.
—Siéntese, señorita Pierce.
El corazón empezó a latirme muy deprisa.
¿Por fin había convencido a Ken para que me despidiera?
Sabía que lo llevaba intentando desde mi primera semana en el puesto.
Intenté controlar la respiración.
No podía perder el trabajo. Lo necesitaba.
Me senté antes de que las piernas me fallaran y carraspeé.
—¿Hay algún problema, señorita López?
Agitó un dedo, señalándonos a ambas.
—Confío en que nada de lo que tratemos en este despacho salga de aquí.
—Sí, señorita.
Asintió con la cabeza y cogió la taza de café para beber en silencio.
—Tengo que hablarle de un tema personal.
Estaba desconcertada.
Nunca me hablaba a menos que fuera para gritarme una de sus órdenes.
—De acuerdo…
Echó un vistazo por el despacho y parecía nerviosa, algo poco habitual en ella.
Me tomé unos minutos para observarla mientras ella meditaba lo que iba a decir.
Era guapísima, pero guapa de verdad.
Medía metro sesenta y cinco, tenía los hombros finos y una cintura estrecha, pechos del perfecto tamaño y un trasero de todas deseábamos… Era la modelo perfecta para que un traje sentara como un guante.
Casi siempre iba con el pelo tomado; aunque de vez en cuando, como sucedía en ese momento, se dejaba el pelo suelto, algo que resaltaba su fuerte y perfecto rostro.
Su pelo era negro.
Una imperfección que solo conseguía que fuera más perfecta todavía.
Cuando estaba nerviosa, acostumbraba a darse tirones de un mechón, tal cual sucedía en ese momento.
Tenía una boca perfecta, con dientes blanquísimos y unos labios tan carnosos que eran la envidia de muchas mujeres.
Sus ojos oscuros se clavaron en los míos y enderezó los hombros, recuperando de nuevo el control.
—Tengo que pedirle algo. Al hacerlo, voy a depositar toda mi confianza en su discreción. Debe garantizarme que puedo fiarme de usted.
La miré, parpadeando.
¿Quería pedirme algo?
¿No me iba a despedir?
Me estremecí, abrumada por el alivio.
Mi cuerpo se relajó un poco.
—Por supuesto, señorita. Se lo aseguro.
Me miró a los ojos.
Nunca me había percatado de que su color cambiaba según la luz: era una mezcla de marrón oscuros, claro y negro.
En muchas ocasiones, estaban tan ofuscados por la rabia que apenas era capaz de sostenerle la mirada más de un par de segundos.
Pareció observarme un momento y luego asintió con la cabeza.
Cogió una de sus tarjetas y escribió algo al dorso antes de entregármela.
—Necesito que vaya a esta dirección esta tarde. ¿Puede estar ahí a las siete?
Miré la tarjeta y comprobé que la dirección no estaba muy lejos de la residencia donde vivía Penny y adonde yo iría después del trabajo.
Sin embargo, para estar ahí a las siete, tendría que reducir mucho la visita.
—¿Hay algún problema?—preguntó, y sin que sirviera de precedente su voz carecía de la habitual hostilidad.
Alcé la vista y decidí ser sincera.
—Tengo un compromiso después del trabajo. No sé si podré estar disponible para las siete.
Esperaba que se enfureciera. Que agitara la mano y me exigiera que cancelase mis planes, fueran los que fuesen, y que estuviera donde necesitaba que estuviera a las siete.
Me quedé de piedra al ver que se limitaba a encogerse de hombros.
—¿A las siete y media? ¿A las ocho? ¿Le viene mejor?
—A las siete y media estaría bien.
—De acuerdo. La veré a las siete y media—se puso en pie, dando así por terminada esa extraña reunión—Me aseguraré de que mi portero esté al tanto de su visita. La hará subir de inmediato.
Me costó la misma vida no quedarme boquiabierta.
¿Su portero?
¿Me estaba pidiendo que fuera a su casa?
Me levanté, desconcertada.
—Señorita López, ¿va todo bien?
Me miró con una expresión rarísima.
—Con su cooperación, todo irá bien, señorita Pierce—miró la hora—Ahora, si me disculpa, tengo una reunión a la una—cogió la taza—Gracias por el café y por su tiempo.
Me dejó ahí, mirándola mientras se alejaba y mientras yo me preguntaba si estaba en un universo paralelo.
Ni una sola vez durante el año que llevaba trabajando para ella me había dado las gracias.
¿Qué narices estaba pasando?
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Cap 7
Capitulo 7
Brittany
Me detuve en la acera situada frente al edificio de la señorita López y miré la alta estructura.
Era intimidante y exudaba riqueza, con ese diseño de hormigón y cristales tintados que se alzaba sobre la ciudad, y me recordaba a la mujer que vivía en su interior.
Frío, remoto, inalcanzable.
Me estremecí un instante mientras contemplaba el edificio y me pregunté qué hacía yo en aquel lugar.
Estaba situado a diez minutos de la residencia y había llegado a tiempo.
La visita a Penny no había sido agradable.
Estaba molesta e irritada, y se había negado a comer o a hablar conmigo, de manera que me había marchado pronto.
Me sentía decepcionada.
Se había portado muy bien durante toda la semana y esperaba que ese día la tónica fuera la misma. Que pudiera hablar con ella tal como acostumbrábamos a hacer, pero no había sido así.
En cambio, solo había conseguido que la frustración empeorara mi ya estresante y extraño día. Me había marchado de la residencia de ancianos alicaída y sin saber el motivo por el que la señorita López quería verme.
La señorita López.
Ya me tenía confundida por el hecho de pedirme que fuera a verla a su casa esa tarde.
Su comportamiento durante el resto del día había demostrado ser igual de extraño.
Cuando regresó de su reunión, me pidió otro café y un sándwich.
¡Me lo pidió!
No lo exigió, no masculló, ni cerró de un portazo. Al contrario, se detuvo delante de mi mesa y me pidió con educación el almuerzo.
Incluso me dio las gracias.
Otra vez.
No salió de su despacho durante el resto del día, hasta que llegó la hora de marcharse a casa, momento en el que se detuvo delante de mi mesa y me preguntó si tenía su tarjeta de visita.
Murmuré un «Sí» como respuesta, ella asintió con la cabeza y se fue, sin dar el menor portazo.
Me tenía intrigadísima, hecha un manojo de nervios y con un nudo en la boca del estómago. No sabía qué pintaba yo en su casa, ni por qué me quería ahí.
Tomé una bocanada de aire para tranquilizarme.
Solo había una forma de averiguarlo. Cuadré los hombros y crucé la calle.
Cuando la señorita López abrió la puerta, intenté no mirarla fijamente. Nunca la había visto con un atuendo tan informal.
El vestido gris hecho a medida y la prístina chaqueta blanca que solía llevar habían desaparecido.
En cambio, llevaba una camiseta polar de manga larga y unos vaqueros, e iba descalza.
Por algún motivo, sentí la tentación de reír entre dientes cuando vi que tenía los dedos de los pies tan largos, pero contuve la extraña reacción.
Me invitó a pasar con un gesto y se apartó de la puerta para que pudiera hacerlo. Sostuvo mi abrigo y después nos miramos en silencio.
Nunca la había visto tan incómoda.
Se llevó una mano a la nuca y carraspeó.
—Estoy cenando. ¿Le gustaría acompañarme?
—No me apetece—mentí.
Me moría de hambre.
Ella hizo una mueca.
—Lo dudo.
—¿Cómo dice?
—Está demasiado delgada. Necesita comer más.
Antes de que pudiera replicar, me aferró el brazo por el codo y me condujo hasta la barra que separaba la cocina del salón.
—Siéntese—me ordenó al tiempo que señalaba los taburetes altos y de asiento tapizado.
Consciente de que lo mejor era no discutir con ella, me senté. Mientras ella se adentraba en la cocina, eché un vistazo por el amplio y enorme espacio.
Suelos de madera oscura, dos enormes sofás de cuero de color marrón chocolate y paredes blancas que enfatizaban la amplitud de la estancia.
Las paredes estaban desnudas, salvo por un gigantesco televisor situado sobre la chimenea.
No había fotos ni recuerdos personales.
Hasta los muebles parecían desnudos. No había cojines ni mantas por ninguna parte.
Pese a su opulencia, el salón parecía frío e impersonal. Al igual que sucedía con las fotos de las revistas de decoración, todo era bonito y estaba muy bien colocado, y no había nada que ofreciera una pista sobre la mujer que lo habitaba.
Me percaté de la existencia de un largo pasillo y de una escalera muy elegante que supuse que conducía a los dormitorios.
Me volví de nuevo hacia la cocina.
La impresión que producía y el estilo eran los mismos. Una combinación de tonos oscuros y claros, carente de toques personales.
Contuve un escalofrío.
La señorita López me puso un plato delante y levantó la tapa de la caja de una pizza con una mueca burlona.
Sentí que estaba a punto de sonreír.
—¿Esta es la cena?
De algún modo me parecía demasiado «normal» para ella. Hacía un sinfín de tiempo que no comía pizza.
Se me hizo la boca agua solo con mirarla.
Ella se encogió de hombros.
—Normalmente como fuera, pero esta noche se me ha antojado una pizza—cogió una porción y la colocó en mi plato—Coma.
Puesto que estaba demasiado hambrienta como para discutir, comí en silencio, con la mirada clavada en el plato, esperando que los nervios no me traicionaran.
La señorita López comía con apetito y devoró el resto de la pizza, salvo por la segunda porción que dejó en mi plato.
No protesté por esa segunda porción ni por la copa de vino que me puso delante. En cambio, bebí un sorbo, disfrutando de la suavidad del merlot.
Hacía mucho tiempo que no probaba un vino tan bueno.
Cuando acabamos la extraña cena, la señorita López se puso de pie, tiró a la basura la caja de la pizza y regresó a la barra de la cocina. Cogió la copa de vino, la apuró y empezó a pasearse de un lado para otro durante unos minutos.
Al final, se detuvo delante de mí.
—Señorita Pierce, voy a repetir lo que le dije esta mañana. Lo que estoy a punto de decirle es personal.
Asentí con la cabeza, sin saber qué decir.
Ella ladeó la cabeza y me miró fijamente. No me cabía la menor duda de que me encontraba deficiente en todos los sentidos.
Sin embargo, siguió hablando.
—Me voy de Tanaka Inc.
Me dejó boquiabierta.
¿Por qué iba a abandonar la empresa?
Era uno de los preferidos de Ken.
Para él no había nada que hiciera mal. Ken presumía a todas horas del talento de la señorita López y de todos los clientes que aportaba a la empresa.
—¿Por qué?
—Porque no me han hecho socia.
—Tal vez el año que viene…—dejé de hablar al darme cuenta de lo que significaba todo aquello.
Si ella se marchaba y no me reasignaban a otro puesto, me quedaría sin trabajo. Y aunque me reasignaran, mi sueldo se reduciría.
En cualquier caso, era un desastre para mí.
Sentí que se me caía el alma a los pies.
La señorita López levantó una mano.
—No habrá un año que viene. Se me ha presentado una oportunidad que estoy explorando.
—¿Por qué me está contando todo esto?—logré preguntar.
—Necesito que me ayude a que esa oportunidad se materialice.
Tragué saliva.
—¿Necesita mi ayuda?—me sentía más confundida si cabía.
La señorita López jamás había buscado mi ayuda en el terreno personal.
Se acercó a mí.
—Quiero contratarla, señorita Pierce.
Mi mente era un torbellino.
Estaba segura de que si dejaba la empresa, querría empezar desde cero. Yo ni siquiera le caía bien.
Carraspeé.
—¿Como su asistente personal en esta nueva oportunidad?
—No—guardó silencio, como si estuviera sopesando qué decir a continuación, y después añadió—Como mi prometida.
Solo acerté a mirarla sin mover un solo músculo.
Santana
La señorita Pierce me miró, petrificada.
Después, se bajó del taburete y su mirada recorrió la cocina y el salón.
—¿Le resulta gracioso?—masculló con voz temblorosa—Señorita López, no sé qué tipo de broma es esta, pero le aseguro que no tiene ni pizca de gracia—pasó a mi lado y se acercó al sofá para recoger su abrigo y su bolso, tras lo cual se volvió hecha una furia hacia mí—¿Está grabando esto para poder verlo después? ¿Para echarse unas risas?—una lágrima se deslizó por una de sus mejillas y se la limpió con un movimiento brusco y furioso—¿No le basta con tratarme como a una mierda durante todo el día que también tiene que reírse de mí fuera del trabajo?
La vi andar hacia la puerta con movimientos airados, momento en el que me recuperé de la impresión de su estallido de furia y eché a correr para impedirle que se marchara.
Me moví sobre ella al tiempo que cerraba la puerta.
—Señorita Pierce… Brittany… por favor. Le aseguro que esto no es una broma. Escúcheme…—estaba tan cerca que podía sentir los temblores que la asaltaban. Había sopesado cuáles podrían ser sus reacciones, pero no había tenido en cuenta la furia—Por favor—le supliqué de nuevo—Escuche lo que tengo que decirle.
Agachó los hombros y asintió con la cabeza, tras lo cual me permitió que la alejara de la puerta y la condujera hasta el sofá. Me senté frente a ella y la invité a tomar asiento.
Lo hizo, aunque con gesto receloso, y tuve que hacer un esfuerzo tremendo para no soltarle que dejara de actuar como un conejo asustado.
¿Qué creía que iba a hacerle?
De repente, sus palabras resonaron de nuevo en mi cabeza: «¿No le basta con tratarme como a una mierda durante todo el día que también tiene que reírse de mí fuera del trabajo?».
Me removí en mi asiento. Supongo que merecía su recelo.
Carraspeé.
—Como ya le he dicho, estoy planeando abandonar Tanaka Inc. La empresa que espero que me contrate tiene una filosofía muy distinta de la de Ken. Valoran a sus empleados. Para ellos, la familia y la integridad son esenciales.
La vi fruncir el ceño, pero siguió en silencio.
—Para conseguir siquiera poner un pie en su puerta, me he visto obligada a convencerlos de que no soy la persona que ellos creen que soy.
—¿Y qué persona es esa?
—Arrogante, egoísta—respiré hondo—Una tirana en el trabajo y una mujeriega en mi tiempo libre.
La señorita Pierce ladeó la cabeza y dijo con voz baja y firme:
—Perdone mi franqueza, señorita López. Pero así es como es usted.
—Lo sé—me alejé y caminé de un lado para otro—También soy buena en mi trabajo y estoy cansada de aguantar las chorradas de Ken —me senté de nuevo—Sentí algo mientras hablaba con Will. Algo que hacía mucho que no sentía: emoción por la idea de una nueva campaña. Inspiración. Me miró con la boca abierta.
—¿Will Schuester? ¿Quiere trabajar para Schuester Group?
—Sí.
—Es raro que acepten a alguien en la empresa.
—Tienen un puesto vacante. Lo quiero.
—Sigo sin entender qué pinto yo en todo esto.
—Will Schuester no contratará a nadie que no encaje en la imagen de su empresa: la familia primero—me incliné hacia delante—Debo convencerlo de que no soy la mujeriega que todos dicen que soy. Le he dicho que me marcho de Tanaka Inc. porque me he enamorado y quiero un estilo de vida distinto.
—¿De quién se ha enamorada?
Me apoyé en el respaldo del sillón.
—De usted. Y antes que me diga algo sobre sus gusto, todo tanaka Inc. Sabe que usted no se fija en el sexo de la persona. Se podría decir que es bisexual.
Abrió tanto los ojos por la sorpresa que la imagen resultó cómica. Abrió y cerró la boca varias veces sin emitir el menor sonido. Al final dijo:
—Si…eso es cierto, pero…¿por… por qué iba a hacer algo así?
—Me han dicho que usted es exactamente el tipo de persona que puede convencer a Will Schuester de que he cambiado. Cuando me detuve a pensarlo, me di cuenta de que esa persona tenía razón.
Negó con la cabeza.
—Ni siquiera le caigo bien—tragó saliva—Y el sentimiento es mutuo.
Que lo dijera con tanta educación me hizo reír entre dientes.
—Ya solucionaremos ese problema después.
—¿Qué propone usted?
—Algo sencillo. Sea como sea, me voy a ir de Tanaka Inc. Usted también tendrá que irse.
Empezó a negar con la cabeza al instante, con vehemencia.
—No puedo permitirme dejar el trabajo, señorita López. Así que mi respuesta es no.
Levanté una mano.
—Escúcheme. Le pagaré por todo esto. Tendrá que dejar el trabajo, así como su departamento y venirse a vivir aquí conmigo. Le pagaré un salario, más todos los gastos que esta situación implique, durante todo el tiempo que sea necesario.
—¿Por qué tengo que vivir aquí?
—Es posible que le haya dicho a Will que vivimos juntas.
—¿Que le ha dicho qué?
—En aquel momento me pareció sensato. No lo planeé. Sucedió sin más. Y volviendo a mi oferta…
—¿Qué espera que haga yo?
Tamborileé con los dedos sobre el brazo del sillón mientras reflexionaba al respecto.
Debería haber planeado mejor todo el asunto.
—Vivir aquí, acompañarme en calidad de prometida a cualquier evento al que tenga que asistir y fingir en todo momento que lo es—me encogí de hombros—No lo he meditado a fondo, señorita Pierce. Tendremos que llegar a un acuerdo. Establecer ciertas reglas. Llegar a conocernos para parecer una pareja real—me incliné hacia delante y coloqué los brazos sobre los muslos—Y tiene que ser rápido.
Se supone que debo llevarla a un evento este fin de semana.
—¿Este fin de semana?—chilló.
—Sí. No tiene por qué vivir aquí conmigo para entonces, pero debemos establecer los puntos básicos de la historia que vamos a contar. Debemos parecer bien avenidas… cómodas en nuestra mutua compañía.
—Tal vez debería empezar por dejar de llamarme señorita Pierce.
Solté una carcajada seca.
—Supongo que sería extraño…, Brittany.
Guardó silencio y clavó la mirada en su regazo mientras jugueteaba con un hilo suelto de la camisa.
—Le compraré ropa nueva y me aseguraré de que siempre tenga dinero a su disposición. Si accede a ayudarme, no le faltará de nada.
Levantó la barbilla.
Hasta ese momento no me había fijado en el obstinado hoyuelo que tenía.
—¿Cuánto va a pagarme?
—Diez mil dólares mensuales. Si la farsa dura más de seis meses, doblaré esa cantidad—esbocé una sonrisa burlona—Si nos vemos obligadas a casarnos, le pagaré un extra. Cuando podamos divorciarnos, me aseguraré de que reciba una buena compensación y me encargaré de todos los gastos. Podrá vivir con comodidad el resto de su vida.
—¿A casarnos?
—No sé cuánto tiempo necesitaré para convencer a Will de que lo nuestro no es una fachada. Podrían ser dos o tres meses. No creo que sean más de seis. Si lo veo necesario, nos casaremos por lo civil y nos divorciaremos en cuanto podamos.
Se aferró las manos. Estaba tan blanca como la pared.
Su expresión delataba la indecisión y la conmoción que la embargaban.
—Es muy probable—seguí hablando en voz baja—Que Ken la despida una vez que yo me vaya de Tanaka Inc., aunque no acabe en Schuester Group. Si consigo que me acepten, lo hará con total seguridad. Porque estará convencido de que usted conocía mis planes. Sé cómo funciona su mente.
—¿Por qué no consigue a otra mujer?
—No conozco a nadie más. El tipo de mujer con el que suelo salir no… Ninguna es adecuada.
—¿Y yo sí? ¿Por qué?
—¿Quiere que sea sincera?
—Sí.
—Usted es práctica, sensata… sencilla. Admito que hay cierta calidez en usted que atrae a la gente. Yo no la veo, pero es evidente que existe. El hecho de que sea mi asistente personal me ofrece la excusa perfecta para marcharme. No podría salir con usted y seguir trabajando en Tanaka Inc. Algo que no se me ocurriría en circunstancias normales, claro está.
Su expresión se tornó dolida y me encogí de hombros.
—Me ha dicho que fuera sincera.
No replicó al comentario salvo para decir:
—No sé cómo va a conseguir que esto salga bien si no me soporta.
—Brittany, ¿cree que me cae bien toda la gente con la que trabajo o los clientes con los que debo tratar? No soporto a casi ninguno. Sonrío y bromeo con ellos, les estrecho la mano y actúo como si me interesaran. Mi actitud hacia nuestra relación será la misma. Son negocios. Puedo hacerlo—hice una pausa y levanté la barbilla—¿Y usted?—al ver que no contestaba, seguí hablando—Todo esto depende de usted. He depositado toda mi confianza en usted. Ahora mismo podría ir a hablar con Ken, o incluso con Will, y echar por tierra todo mi plan. Pero espero que no lo haga. Piense en el dinero y en lo que podría hacer con él. Unos cuantos meses de su tiempo con lo que pienso pagarle es más de lo que ganaría en todo el año. De hecho, le garantizo sesenta mil pavos. Seis meses. Aunque nos separemos después de tres. Seguro que es el doble de lo que gana en un año.
—Y lo único que tengo que hacer es…
—Fingir que me quiere.
Me miró fijamente con una expresión que decía todo lo que no quería expresar con palabras.
—¿Lo pondrá por escrito?
—Sí. Firmaremos un acuerdo de confidencialidad. Le pagaré veinte mil dólares como cantidad inicial. Conseguirá el resto al final de cada mes. Además, abriré una cuenta a su nombre para sus gastos. Ropa y lo que necesite, lo que sea. Espero que vista y que actúe tal como la situación lo requiere.
Me miró un instante en silencio.
—Tengo que pensarlo.
—No puede demorarse mucho. Si accede, necesitará ropa para el sábado y tendremos que pasar tiempo juntas para conocernos mejor.
—¿Y si no accedo?
—Le diré a Will que está enferma y que no puede asistir. Y después confiaré en que me conceda la oportunidad de demostrar mis capacidades y que me contrate.
—¿Y si no lo hace?
—Me iré de Victoria, aunque no quiero hacerlo. Quiero seguir aquí, por eso le pido que me ayude.
Se puso en pie.
—Tengo que irme.
Me puse en pie para mirarla. Apenas era más alta que ella.
—Necesitaré su respuesta en breve.
—Lo sé.
—¿Dónde ha aparcado?
Me miró a los ojos y parpadeó varias veces.
—No tengo coche, señorita López. He llegado andando.
—Es demasiado tarde para que regrese sola. Le diré a Blaine que llame a un taxi.
—No puedo permitirme un taxi.
—Yo lo pagaré—repliqué, malhumorada—No quiero que se vaya andando. ¿Conduce? ¿Sabe hacerlo?
—Sí, pero no puedo permitirme los gastos de tener coche.
—Le conseguiré uno. Si accede a ayudarme, le compraré un coche. Podrá quedárselo después. Piense en él como en una prima inicial.
Se mordió el labio y negó con la cabeza.
—No sé qué pensar de todo esto.
—Piense que es una oportunidad. Muy lucrativa—sonreí—Un pacto con el diablo, si lo prefiere.
Enarcó una ceja.
—Buenas noches, señorita López.
—Santana.
—¿Cómo?
—Si no puedo llamarla «señorita Pierce », usted tampoco puede llamarme «señorita López ». Me llamo Santana. Tendrá que acostumbrarse a usarlo.
—A lo mejor la llamo de otra forma distinta.
Me imaginaba los epítetos que me dedicaba en sus pensamientos. Se me ocurrían algunos que serían bastante acertados.
—Hablaremos por la mañana.
Se marchó tras asentir con la cabeza.
Llamé a Blaine para decirle que llamara a un taxi y que lo cargara en mi cuenta.
Me serví un whisky y me senté en el sofá, frustrada. Había decidido sobre la marcha convertir a la señorita Pierce en mi prometida en vez de presentarla como mi simple novia.
De esa manera mi decisión de abandonar Tanaka Inc. parecería más firme. Demostraba que iba en serio y que estaba dispuesta a asumir un compromiso real, algo que pensaba que Will valoraría.
A mí me daba igual una cosa que la otra, lo mismo era novia que prometida, pero a alguien como Will sí le importaría.
«Novia» implicaba una relación temporal, reemplazable. «Prometida» denotaba estabilidad y confianza.
Estaba segura de que Will reaccionaría de forma positiva a ese título.
Preocupada, me tiré del mechón de pelo que me caía sobre la frente y me bebí el whisky de un trago.
Pensaba que podría conseguir una respuesta de la señorita Pierce de inmediato. Sin embargo, era evidente que no iba a ser así.
De manera que la señorita Pierce, la mujer que yo detestaba y que, según todos los indicios, correspondía mis sentimientos, tenía mi futuro en sus manos.
Era una sensación extraña.
No me gustaba.
Me acomodé en el sofá y apoyé la cabeza en el respaldo mientras mi mente divagaba.
El pitido del móvil me sobresaltó y me di cuenta de que me había quedado dormida.
Cogí el teléfono y miré la palabra que aparecía en la pantalla.
«Acepto».
Esbocé una sonrisa burlona y arrojé el teléfono a la mesa.
Mi plan iba viento en popa.
Era intimidante y exudaba riqueza, con ese diseño de hormigón y cristales tintados que se alzaba sobre la ciudad, y me recordaba a la mujer que vivía en su interior.
Frío, remoto, inalcanzable.
Me estremecí un instante mientras contemplaba el edificio y me pregunté qué hacía yo en aquel lugar.
Estaba situado a diez minutos de la residencia y había llegado a tiempo.
La visita a Penny no había sido agradable.
Estaba molesta e irritada, y se había negado a comer o a hablar conmigo, de manera que me había marchado pronto.
Me sentía decepcionada.
Se había portado muy bien durante toda la semana y esperaba que ese día la tónica fuera la misma. Que pudiera hablar con ella tal como acostumbrábamos a hacer, pero no había sido así.
En cambio, solo había conseguido que la frustración empeorara mi ya estresante y extraño día. Me había marchado de la residencia de ancianos alicaída y sin saber el motivo por el que la señorita López quería verme.
La señorita López.
Ya me tenía confundida por el hecho de pedirme que fuera a verla a su casa esa tarde.
Su comportamiento durante el resto del día había demostrado ser igual de extraño.
Cuando regresó de su reunión, me pidió otro café y un sándwich.
¡Me lo pidió!
No lo exigió, no masculló, ni cerró de un portazo. Al contrario, se detuvo delante de mi mesa y me pidió con educación el almuerzo.
Incluso me dio las gracias.
Otra vez.
No salió de su despacho durante el resto del día, hasta que llegó la hora de marcharse a casa, momento en el que se detuvo delante de mi mesa y me preguntó si tenía su tarjeta de visita.
Murmuré un «Sí» como respuesta, ella asintió con la cabeza y se fue, sin dar el menor portazo.
Me tenía intrigadísima, hecha un manojo de nervios y con un nudo en la boca del estómago. No sabía qué pintaba yo en su casa, ni por qué me quería ahí.
Tomé una bocanada de aire para tranquilizarme.
Solo había una forma de averiguarlo. Cuadré los hombros y crucé la calle.
Cuando la señorita López abrió la puerta, intenté no mirarla fijamente. Nunca la había visto con un atuendo tan informal.
El vestido gris hecho a medida y la prístina chaqueta blanca que solía llevar habían desaparecido.
En cambio, llevaba una camiseta polar de manga larga y unos vaqueros, e iba descalza.
Por algún motivo, sentí la tentación de reír entre dientes cuando vi que tenía los dedos de los pies tan largos, pero contuve la extraña reacción.
Me invitó a pasar con un gesto y se apartó de la puerta para que pudiera hacerlo. Sostuvo mi abrigo y después nos miramos en silencio.
Nunca la había visto tan incómoda.
Se llevó una mano a la nuca y carraspeó.
—Estoy cenando. ¿Le gustaría acompañarme?
—No me apetece—mentí.
Me moría de hambre.
Ella hizo una mueca.
—Lo dudo.
—¿Cómo dice?
—Está demasiado delgada. Necesita comer más.
Antes de que pudiera replicar, me aferró el brazo por el codo y me condujo hasta la barra que separaba la cocina del salón.
—Siéntese—me ordenó al tiempo que señalaba los taburetes altos y de asiento tapizado.
Consciente de que lo mejor era no discutir con ella, me senté. Mientras ella se adentraba en la cocina, eché un vistazo por el amplio y enorme espacio.
Suelos de madera oscura, dos enormes sofás de cuero de color marrón chocolate y paredes blancas que enfatizaban la amplitud de la estancia.
Las paredes estaban desnudas, salvo por un gigantesco televisor situado sobre la chimenea.
No había fotos ni recuerdos personales.
Hasta los muebles parecían desnudos. No había cojines ni mantas por ninguna parte.
Pese a su opulencia, el salón parecía frío e impersonal. Al igual que sucedía con las fotos de las revistas de decoración, todo era bonito y estaba muy bien colocado, y no había nada que ofreciera una pista sobre la mujer que lo habitaba.
Me percaté de la existencia de un largo pasillo y de una escalera muy elegante que supuse que conducía a los dormitorios.
Me volví de nuevo hacia la cocina.
La impresión que producía y el estilo eran los mismos. Una combinación de tonos oscuros y claros, carente de toques personales.
Contuve un escalofrío.
La señorita López me puso un plato delante y levantó la tapa de la caja de una pizza con una mueca burlona.
Sentí que estaba a punto de sonreír.
—¿Esta es la cena?
De algún modo me parecía demasiado «normal» para ella. Hacía un sinfín de tiempo que no comía pizza.
Se me hizo la boca agua solo con mirarla.
Ella se encogió de hombros.
—Normalmente como fuera, pero esta noche se me ha antojado una pizza—cogió una porción y la colocó en mi plato—Coma.
Puesto que estaba demasiado hambrienta como para discutir, comí en silencio, con la mirada clavada en el plato, esperando que los nervios no me traicionaran.
La señorita López comía con apetito y devoró el resto de la pizza, salvo por la segunda porción que dejó en mi plato.
No protesté por esa segunda porción ni por la copa de vino que me puso delante. En cambio, bebí un sorbo, disfrutando de la suavidad del merlot.
Hacía mucho tiempo que no probaba un vino tan bueno.
Cuando acabamos la extraña cena, la señorita López se puso de pie, tiró a la basura la caja de la pizza y regresó a la barra de la cocina. Cogió la copa de vino, la apuró y empezó a pasearse de un lado para otro durante unos minutos.
Al final, se detuvo delante de mí.
—Señorita Pierce, voy a repetir lo que le dije esta mañana. Lo que estoy a punto de decirle es personal.
Asentí con la cabeza, sin saber qué decir.
Ella ladeó la cabeza y me miró fijamente. No me cabía la menor duda de que me encontraba deficiente en todos los sentidos.
Sin embargo, siguió hablando.
—Me voy de Tanaka Inc.
Me dejó boquiabierta.
¿Por qué iba a abandonar la empresa?
Era uno de los preferidos de Ken.
Para él no había nada que hiciera mal. Ken presumía a todas horas del talento de la señorita López y de todos los clientes que aportaba a la empresa.
—¿Por qué?
—Porque no me han hecho socia.
—Tal vez el año que viene…—dejé de hablar al darme cuenta de lo que significaba todo aquello.
Si ella se marchaba y no me reasignaban a otro puesto, me quedaría sin trabajo. Y aunque me reasignaran, mi sueldo se reduciría.
En cualquier caso, era un desastre para mí.
Sentí que se me caía el alma a los pies.
La señorita López levantó una mano.
—No habrá un año que viene. Se me ha presentado una oportunidad que estoy explorando.
—¿Por qué me está contando todo esto?—logré preguntar.
—Necesito que me ayude a que esa oportunidad se materialice.
Tragué saliva.
—¿Necesita mi ayuda?—me sentía más confundida si cabía.
La señorita López jamás había buscado mi ayuda en el terreno personal.
Se acercó a mí.
—Quiero contratarla, señorita Pierce.
Mi mente era un torbellino.
Estaba segura de que si dejaba la empresa, querría empezar desde cero. Yo ni siquiera le caía bien.
Carraspeé.
—¿Como su asistente personal en esta nueva oportunidad?
—No—guardó silencio, como si estuviera sopesando qué decir a continuación, y después añadió—Como mi prometida.
Solo acerté a mirarla sin mover un solo músculo.
Santana
La señorita Pierce me miró, petrificada.
Después, se bajó del taburete y su mirada recorrió la cocina y el salón.
—¿Le resulta gracioso?—masculló con voz temblorosa—Señorita López, no sé qué tipo de broma es esta, pero le aseguro que no tiene ni pizca de gracia—pasó a mi lado y se acercó al sofá para recoger su abrigo y su bolso, tras lo cual se volvió hecha una furia hacia mí—¿Está grabando esto para poder verlo después? ¿Para echarse unas risas?—una lágrima se deslizó por una de sus mejillas y se la limpió con un movimiento brusco y furioso—¿No le basta con tratarme como a una mierda durante todo el día que también tiene que reírse de mí fuera del trabajo?
La vi andar hacia la puerta con movimientos airados, momento en el que me recuperé de la impresión de su estallido de furia y eché a correr para impedirle que se marchara.
Me moví sobre ella al tiempo que cerraba la puerta.
—Señorita Pierce… Brittany… por favor. Le aseguro que esto no es una broma. Escúcheme…—estaba tan cerca que podía sentir los temblores que la asaltaban. Había sopesado cuáles podrían ser sus reacciones, pero no había tenido en cuenta la furia—Por favor—le supliqué de nuevo—Escuche lo que tengo que decirle.
Agachó los hombros y asintió con la cabeza, tras lo cual me permitió que la alejara de la puerta y la condujera hasta el sofá. Me senté frente a ella y la invité a tomar asiento.
Lo hizo, aunque con gesto receloso, y tuve que hacer un esfuerzo tremendo para no soltarle que dejara de actuar como un conejo asustado.
¿Qué creía que iba a hacerle?
De repente, sus palabras resonaron de nuevo en mi cabeza: «¿No le basta con tratarme como a una mierda durante todo el día que también tiene que reírse de mí fuera del trabajo?».
Me removí en mi asiento. Supongo que merecía su recelo.
Carraspeé.
—Como ya le he dicho, estoy planeando abandonar Tanaka Inc. La empresa que espero que me contrate tiene una filosofía muy distinta de la de Ken. Valoran a sus empleados. Para ellos, la familia y la integridad son esenciales.
La vi fruncir el ceño, pero siguió en silencio.
—Para conseguir siquiera poner un pie en su puerta, me he visto obligada a convencerlos de que no soy la persona que ellos creen que soy.
—¿Y qué persona es esa?
—Arrogante, egoísta—respiré hondo—Una tirana en el trabajo y una mujeriega en mi tiempo libre.
La señorita Pierce ladeó la cabeza y dijo con voz baja y firme:
—Perdone mi franqueza, señorita López. Pero así es como es usted.
—Lo sé—me alejé y caminé de un lado para otro—También soy buena en mi trabajo y estoy cansada de aguantar las chorradas de Ken —me senté de nuevo—Sentí algo mientras hablaba con Will. Algo que hacía mucho que no sentía: emoción por la idea de una nueva campaña. Inspiración. Me miró con la boca abierta.
—¿Will Schuester? ¿Quiere trabajar para Schuester Group?
—Sí.
—Es raro que acepten a alguien en la empresa.
—Tienen un puesto vacante. Lo quiero.
—Sigo sin entender qué pinto yo en todo esto.
—Will Schuester no contratará a nadie que no encaje en la imagen de su empresa: la familia primero—me incliné hacia delante—Debo convencerlo de que no soy la mujeriega que todos dicen que soy. Le he dicho que me marcho de Tanaka Inc. porque me he enamorado y quiero un estilo de vida distinto.
—¿De quién se ha enamorada?
Me apoyé en el respaldo del sillón.
—De usted. Y antes que me diga algo sobre sus gusto, todo tanaka Inc. Sabe que usted no se fija en el sexo de la persona. Se podría decir que es bisexual.
Abrió tanto los ojos por la sorpresa que la imagen resultó cómica. Abrió y cerró la boca varias veces sin emitir el menor sonido. Al final dijo:
—Si…eso es cierto, pero…¿por… por qué iba a hacer algo así?
—Me han dicho que usted es exactamente el tipo de persona que puede convencer a Will Schuester de que he cambiado. Cuando me detuve a pensarlo, me di cuenta de que esa persona tenía razón.
Negó con la cabeza.
—Ni siquiera le caigo bien—tragó saliva—Y el sentimiento es mutuo.
Que lo dijera con tanta educación me hizo reír entre dientes.
—Ya solucionaremos ese problema después.
—¿Qué propone usted?
—Algo sencillo. Sea como sea, me voy a ir de Tanaka Inc. Usted también tendrá que irse.
Empezó a negar con la cabeza al instante, con vehemencia.
—No puedo permitirme dejar el trabajo, señorita López. Así que mi respuesta es no.
Levanté una mano.
—Escúcheme. Le pagaré por todo esto. Tendrá que dejar el trabajo, así como su departamento y venirse a vivir aquí conmigo. Le pagaré un salario, más todos los gastos que esta situación implique, durante todo el tiempo que sea necesario.
—¿Por qué tengo que vivir aquí?
—Es posible que le haya dicho a Will que vivimos juntas.
—¿Que le ha dicho qué?
—En aquel momento me pareció sensato. No lo planeé. Sucedió sin más. Y volviendo a mi oferta…
—¿Qué espera que haga yo?
Tamborileé con los dedos sobre el brazo del sillón mientras reflexionaba al respecto.
Debería haber planeado mejor todo el asunto.
—Vivir aquí, acompañarme en calidad de prometida a cualquier evento al que tenga que asistir y fingir en todo momento que lo es—me encogí de hombros—No lo he meditado a fondo, señorita Pierce. Tendremos que llegar a un acuerdo. Establecer ciertas reglas. Llegar a conocernos para parecer una pareja real—me incliné hacia delante y coloqué los brazos sobre los muslos—Y tiene que ser rápido.
Se supone que debo llevarla a un evento este fin de semana.
—¿Este fin de semana?—chilló.
—Sí. No tiene por qué vivir aquí conmigo para entonces, pero debemos establecer los puntos básicos de la historia que vamos a contar. Debemos parecer bien avenidas… cómodas en nuestra mutua compañía.
—Tal vez debería empezar por dejar de llamarme señorita Pierce.
Solté una carcajada seca.
—Supongo que sería extraño…, Brittany.
Guardó silencio y clavó la mirada en su regazo mientras jugueteaba con un hilo suelto de la camisa.
—Le compraré ropa nueva y me aseguraré de que siempre tenga dinero a su disposición. Si accede a ayudarme, no le faltará de nada.
Levantó la barbilla.
Hasta ese momento no me había fijado en el obstinado hoyuelo que tenía.
—¿Cuánto va a pagarme?
—Diez mil dólares mensuales. Si la farsa dura más de seis meses, doblaré esa cantidad—esbocé una sonrisa burlona—Si nos vemos obligadas a casarnos, le pagaré un extra. Cuando podamos divorciarnos, me aseguraré de que reciba una buena compensación y me encargaré de todos los gastos. Podrá vivir con comodidad el resto de su vida.
—¿A casarnos?
—No sé cuánto tiempo necesitaré para convencer a Will de que lo nuestro no es una fachada. Podrían ser dos o tres meses. No creo que sean más de seis. Si lo veo necesario, nos casaremos por lo civil y nos divorciaremos en cuanto podamos.
Se aferró las manos. Estaba tan blanca como la pared.
Su expresión delataba la indecisión y la conmoción que la embargaban.
—Es muy probable—seguí hablando en voz baja—Que Ken la despida una vez que yo me vaya de Tanaka Inc., aunque no acabe en Schuester Group. Si consigo que me acepten, lo hará con total seguridad. Porque estará convencido de que usted conocía mis planes. Sé cómo funciona su mente.
—¿Por qué no consigue a otra mujer?
—No conozco a nadie más. El tipo de mujer con el que suelo salir no… Ninguna es adecuada.
—¿Y yo sí? ¿Por qué?
—¿Quiere que sea sincera?
—Sí.
—Usted es práctica, sensata… sencilla. Admito que hay cierta calidez en usted que atrae a la gente. Yo no la veo, pero es evidente que existe. El hecho de que sea mi asistente personal me ofrece la excusa perfecta para marcharme. No podría salir con usted y seguir trabajando en Tanaka Inc. Algo que no se me ocurriría en circunstancias normales, claro está.
Su expresión se tornó dolida y me encogí de hombros.
—Me ha dicho que fuera sincera.
No replicó al comentario salvo para decir:
—No sé cómo va a conseguir que esto salga bien si no me soporta.
—Brittany, ¿cree que me cae bien toda la gente con la que trabajo o los clientes con los que debo tratar? No soporto a casi ninguno. Sonrío y bromeo con ellos, les estrecho la mano y actúo como si me interesaran. Mi actitud hacia nuestra relación será la misma. Son negocios. Puedo hacerlo—hice una pausa y levanté la barbilla—¿Y usted?—al ver que no contestaba, seguí hablando—Todo esto depende de usted. He depositado toda mi confianza en usted. Ahora mismo podría ir a hablar con Ken, o incluso con Will, y echar por tierra todo mi plan. Pero espero que no lo haga. Piense en el dinero y en lo que podría hacer con él. Unos cuantos meses de su tiempo con lo que pienso pagarle es más de lo que ganaría en todo el año. De hecho, le garantizo sesenta mil pavos. Seis meses. Aunque nos separemos después de tres. Seguro que es el doble de lo que gana en un año.
—Y lo único que tengo que hacer es…
—Fingir que me quiere.
Me miró fijamente con una expresión que decía todo lo que no quería expresar con palabras.
—¿Lo pondrá por escrito?
—Sí. Firmaremos un acuerdo de confidencialidad. Le pagaré veinte mil dólares como cantidad inicial. Conseguirá el resto al final de cada mes. Además, abriré una cuenta a su nombre para sus gastos. Ropa y lo que necesite, lo que sea. Espero que vista y que actúe tal como la situación lo requiere.
Me miró un instante en silencio.
—Tengo que pensarlo.
—No puede demorarse mucho. Si accede, necesitará ropa para el sábado y tendremos que pasar tiempo juntas para conocernos mejor.
—¿Y si no accedo?
—Le diré a Will que está enferma y que no puede asistir. Y después confiaré en que me conceda la oportunidad de demostrar mis capacidades y que me contrate.
—¿Y si no lo hace?
—Me iré de Victoria, aunque no quiero hacerlo. Quiero seguir aquí, por eso le pido que me ayude.
Se puso en pie.
—Tengo que irme.
Me puse en pie para mirarla. Apenas era más alta que ella.
—Necesitaré su respuesta en breve.
—Lo sé.
—¿Dónde ha aparcado?
Me miró a los ojos y parpadeó varias veces.
—No tengo coche, señorita López. He llegado andando.
—Es demasiado tarde para que regrese sola. Le diré a Blaine que llame a un taxi.
—No puedo permitirme un taxi.
—Yo lo pagaré—repliqué, malhumorada—No quiero que se vaya andando. ¿Conduce? ¿Sabe hacerlo?
—Sí, pero no puedo permitirme los gastos de tener coche.
—Le conseguiré uno. Si accede a ayudarme, le compraré un coche. Podrá quedárselo después. Piense en él como en una prima inicial.
Se mordió el labio y negó con la cabeza.
—No sé qué pensar de todo esto.
—Piense que es una oportunidad. Muy lucrativa—sonreí—Un pacto con el diablo, si lo prefiere.
Enarcó una ceja.
—Buenas noches, señorita López.
—Santana.
—¿Cómo?
—Si no puedo llamarla «señorita Pierce », usted tampoco puede llamarme «señorita López ». Me llamo Santana. Tendrá que acostumbrarse a usarlo.
—A lo mejor la llamo de otra forma distinta.
Me imaginaba los epítetos que me dedicaba en sus pensamientos. Se me ocurrían algunos que serían bastante acertados.
—Hablaremos por la mañana.
Se marchó tras asentir con la cabeza.
Llamé a Blaine para decirle que llamara a un taxi y que lo cargara en mi cuenta.
Me serví un whisky y me senté en el sofá, frustrada. Había decidido sobre la marcha convertir a la señorita Pierce en mi prometida en vez de presentarla como mi simple novia.
De esa manera mi decisión de abandonar Tanaka Inc. parecería más firme. Demostraba que iba en serio y que estaba dispuesta a asumir un compromiso real, algo que pensaba que Will valoraría.
A mí me daba igual una cosa que la otra, lo mismo era novia que prometida, pero a alguien como Will sí le importaría.
«Novia» implicaba una relación temporal, reemplazable. «Prometida» denotaba estabilidad y confianza.
Estaba segura de que Will reaccionaría de forma positiva a ese título.
Preocupada, me tiré del mechón de pelo que me caía sobre la frente y me bebí el whisky de un trago.
Pensaba que podría conseguir una respuesta de la señorita Pierce de inmediato. Sin embargo, era evidente que no iba a ser así.
De manera que la señorita Pierce, la mujer que yo detestaba y que, según todos los indicios, correspondía mis sentimientos, tenía mi futuro en sus manos.
Era una sensación extraña.
No me gustaba.
Me acomodé en el sofá y apoyé la cabeza en el respaldo mientras mi mente divagaba.
El pitido del móvil me sobresaltó y me di cuenta de que me había quedado dormida.
Cogí el teléfono y miré la palabra que aparecía en la pantalla.
«Acepto».
Esbocé una sonrisa burlona y arrojé el teléfono a la mesa.
Mi plan iba viento en popa.
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Hola, de como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Cap 8
Capitulo 8
Santana
A la mañana siguiente, las dos nos comportamos como si nada hubiera cambiado.
La señorita Pierce me llevó café y un bagel, que dejó con cuidado sobre mi escritorio.
Repasó mi agenda y confirmó que tenía dos reuniones fuera de la oficina.
—No volveré antes del almuerzo.
Parecía desconcertada mientras repasaba su cuaderno.
—No tengo nada anotado en su agenda.
—Acordé la cita yo misma. Asuntos personales. Después, iré directamente a mi cita de las dos. De hecho, no volveré en toda la tarde. Tómese el resto del día libre.
—¿Cómo dice?
Suspiré.
—Señorita Pierce, ¿es que no entiende el idioma? Que se tome el resto del día libre.
—Pero…
La fulminé con la mirada.
—Que se tome la tarde libre—bajé la voz—En mi casa a las siete, ¿de acuerdo?
—De acuerdo—murmuró ella.
—Si necesita algo, relacionado con el trabajo, mándeme un mensaje de texto. De lo contrario, puede esperar.
Ella asintió con la cabeza.
—Entendido.
Todo el mundo sabía que en Tanaka Inc. se controlaban los mensajes de correo electrónico. Como no me gustaba correr riesgos, tenía mi propio móvil, uno cuyo número solo conocían unos cuantos escogidos.
Sabía que no tenía sentido preguntarle a la señorita Pierce si tenía móvil propio, habida cuenta de que parecía ir corta de dinero. Pensaba rectificar la situación ese mismo día, junto con otros detalles.
No quería arriesgarme a que Ken controlase el tráfico de mensajes de texto y de llamadas.
—Puede retirarse—la despaché.
Titubeó antes de sacar un sobre de su grueso cuaderno y dejarlo encima del escritorio. Se marchó sin pronunciar palabra y cerró la puerta al salir.
Le di un mordisco al bagel y luego cogí el sobre para abrirlo. Saqué los documentos doblados.
Era una lista sobre ella.
Cosas que creía que debería saber: fechas importantes, colores preferidos, la música y la comida que le gustaban, gustos y fobias generales…
Era una buena idea.
Así nos ahorraríamos una conversación muy aburrida esa noche. Escribiría mi propia lista para ella, más tarde.
Volví a doblar los papeles y me los metí en mi cartera. Me pasaría el día sentada en salas de espera, así tendría algo para mantenerme ocupada.
La señorita Pierce llegó a las siete en punto, ni un minuto más ni uno menos.
Abrí la puerta, le permití pasar, le cogí el abrigo y lo colgué… todo en silencio.
Nuestra relación era muy rígida, muy formal, algo que debía cambiar. El problema era que no tenía ni idea de cómo conseguirlo.
La acompañé a la barra de la cocina y le ofrecí una copa de vino.
—He pedido comida china.
—No tenía que molestarse.
—Créame, sería una mala idea que yo cocinara. No sobreviviría—me eché a reír—Ni siquiera estoy segura de que la cocina sobreviviera.
—Me gusta cocinar—afirmó ella con una sonrisilla en los labios.
Era tan buen punto para empezar como cualquier otro.
Me senté y saqué una carpeta.
—He ordenado que redacten un acuerdo esta tarde. Debería leerlo.
—De acuerdo.
—He hecho una lista, parecida a la suya. Puede repasarla. Y tenemos que hablar de lo que hay en ella. Asegurarnos de que las dos estamos al día de los detalles.
Asintió con la cabeza y cogió el sobre que le ofrecí.
Después le di uno más pequeño.
—Su primer pago.
Ella se quedó quieta, con los dedos por encima del sobre de aspecto inocente, sin llegar a tocarlo.
—Cójalo. Está todo especificado―pese a mis palabras, no lo tocó—Señorita Pierce, a menos que lo acepte, no podemos continuar.
Me miró con el ceño fruncido. Le di un empujoncito al sobre.
—Es un trabajo, Brittany. Es su compensación. Así de sencillo. Cójalo.
Al final, cogió el sobre, pero ni siquiera lo miró.
—Quiero que presente su renuncia mañana. Con efecto inmediato.
—¿Por qué?
—Si todo marcha bien, y creo que será así, yo haré lo mismo en breve. Quiero que esté fuera de la empresa antes de que todo estalle.
Se mordió el interior del carrillo, nerviosa, en silencio.
—¿Qué?—le solté, ya que empezaba a impacientarme por su comportamiento.
—¿Y si no sale bien? ¿Me… me dará una carta de recomendación? Tendré que buscarme otro trabajo.
—Ya me he encargado de todo. He hablado con algunos contactos, así por encima, y si no sale bien y me voy de Victoria, ya tengo a dos empresas dispuestas a ofrecerle un puesto. No tendrá que preocuparse por buscar trabajo si no quiere. Pero en respuesta a su pregunta, le daré una carta de recomendación estupenda.
—¿Aunque sea una pésima asistente personal?
—Nunca he dicho que sea una pésima asistente personal. De hecho, es bastante buena en su trabajo.
—Quién lo diría…
Alguien llamó a la puerta y me libré de replicar. Me puse en pie.
—Ya ha llegado la cena. Lea el acuerdo… es muy sencillo. Podemos discutir las condiciones y todo lo demás después de comer―al ver que abría la boca para protestar, golpeé la encimera con la mano―Deje de discutir conmigo, Brittany. Vamos a cenar y va a comer. Luego hablaremos―me di media vuelta y eché a andar hacia la puerta, exasperado.
¿Por qué le costaba tanto aceptar una simple comida?
Iba a tener que acostumbrarse a aceptar muchas cosas para que todo funcionara.
Me metí la mano en el bolsillo y toqué la cajita que había escondido. Si titubeaba con la cena, seguro que iba a odiar lo que le tenía preparado para después.
Cenamos en silencio.
La señorita Pierce leyó el acuerdo e hizo unas cuantas preguntas, que yo procedí a contestar.
Titubeó cuando le ofrecí un bolígrafo, pero firmó los documentos y me observó mientras yo hacía lo mismo.
—Tengo dos copias. Una para cada uno. Las guardaré en la caja fuerte del piso, de la que le daré la combinación.
—¿Su abogado tiene una copia?
—No. Es un acuerdo privado. Está al tanto de todo, pero tiene que guardar la confidencialidad con su cliente. Solo existen estas dos copias. Una vez que todo acabe, podemos destruirlas. Ordené que redactaran el acuerdo por su seguridad.
—De acuerdo.
Le pasé una caja.
—Es su nuevo móvil. Tendrá que devolver el suyo cuando se vaya de la empresa, así que ya tiene uno nuevo. He guardado mi número privado en la agenda para que pueda ponerse en contacto conmigo. Puede mandar cualquier mensaje de texto con él.
Se mordió el labio mientras aceptaba la caja.
—Gracias.
—¿Tiene muchas pertenencias que trasladar?
—No muchas.
—¿Qué me dice del contrato de alquiler?
—Es mensual. Supongo que perderé el dinero del último mes.
Agité una mano.
—Yo me haré cargo de los gastos. ¿Quiere que contrate una empresa de mudanzas?
Ella negó con la cabeza, con la mirada gacha.
—Solo son unas cuantas cajas.
Fruncí el ceño.
—¿Ningún mueble?
—No. Algunos libros, algunos objetos personales y mi ropa.
Hablé sin pensar:
—Puede donar su ropa a la beneficencia porque supongo que la mayoría salió de ahí. Le compraré ropa nueva.
Se ruborizó y sus ojos refulgieron, furiosos, pero no replicó.
—Recogeré sus cajas y las traeré aquí cuando demos el siguiente paso—le entregué otro sobre—Es su nueva cuenta bancaria, con su tarjeta de débito. Me aseguraré de que tiene fondos suficientes en todo momento.
Aceptó el sobre con mano temblorosa.
—La necesito aquí todo el tiempo que sea posible para poder acostumbrarnos la una a la otra y para hablar. Mañana podríamos repasar las listas y hacer preguntas, rellenar los espacios en blanco.
—De acuerdo.
—El sábado por la mañana, la quiero aquí temprano. Le he pedido cita para que se prepare para la barbacoa. Peluquería y maquillaje. De hecho, me gustaría que se quedara la noche del viernes, así se ahorraría el viaje.
Me miró a los ojos de repente.
—¿Que me quede a pasar la noche?—repitió con un leve temblor en la voz.
Me puse en pie.
—Voy a enseñarle el departamento.
No pronunció una sola palabra durante el recorrido.
Le enseñé las habitaciones de invitados, el despacho y el gimnasio privado situado en el otro extremo del departamento, en la planta baja.
Una vez en la planta superior, se puso nerviosísima al ver el dormitorio principal.
Le señalé la habitación de invitados que había al otro lado del pasillo.
—Esa tiene baño propio. Supuse que le gustaría.
Sus hombros se relajaron un poco.
—No quiere… esto…
—Que no quiero ¿el qué?
—No quiere que duerma en su habitación—dijo, y parecía aliviada.
Esbocé una sonrisa desdeñosa al percatarme de su inquietud.
—Señorita Pierce, es un acuerdo de negocios. Fuera de estas paredes, fingiremos ser una pareja. Nos cogeremos de la mano, pasaremos tiempo juntas y haremos lo que sea que hagan las parejas de enamorados—agité una mano en el aire—Aquí dentro, nos comportaremos como lo que somos en realidad. Usted tendrá su espacio y yo el mío. No la molestaré. No espero nada de usted—fui incapaz de contener la carcajada seca—No pensaría que querría acostarme con usted, ¿verdad?
Alzó la cabeza al punto y me fulminó con la mirada.
—Tanto como yo querría acostarme con usted, señorita López—se dio media vuelta y echó a andar por el pasillo, mientras sus pasos resonaban contra el suelo de madera.
La seguí sin dejar de sonreír.
Cuando llegamos al salón, se volvió y me miró echando chispas por los ojos.
—Fue usted quien me pidió hacer esto, señorita López. No al revés.
—Pero ha accedido.
Cruzó los brazos por delante del pecho mientras su cuerpo exudaba rabia.
—Hago esto porque, ahora mismo, no me queda otra alternativa. Sus decisiones han alterado mi vida directamente y, ahora mismo, intento mantenerme a flote. Detesto mentir y no se me da bien fingir.
—¿Qué quiere decir?
—Si no hace un mínimo intento por ser amable o, al menos, por comportarse como un ser humano decente, esto no va a funcionar. No puedo suprimir mis emociones tan deprisa.
Me di un tirón del dichoso mechón de la frente, irritada.
—¿Qué quiere de mí, señorita Pierce?
—¿No podemos intentar llevarnos bien? Seguro que podemos encontrar algo en común y mantener una conversación sin caer en los insultos y sin su insufrible superioridad.
Esbocé una sonrisilla.
Esa era otra muestra del temperamento de la señorita Pierce.
Ladeé la cabeza.
—Le pido disculpas. Me esforzaré más. ¿Le gustaría añadir algo más ahora que nos estamos sincerando?
Titubeó mientras jugueteaba con la espantosa camisa que llevaba puesta.
—Suéltelo.
—No puede… esto… no puede tontear mientras estamos… mientras estamos juntas.
—¿Tontear?
Miró a todas partes, menos a mis ojos.
—No puede acostarse con otras mujeres. No permitiré que me humille de esa manera.
—Estás diciendo… ¿que no puedo follarme a nadie?—pregunté, tuteándola directamente.
Se puso tan colorada que creí que le iba a dar algo. Sin embargo, cuadró los hombros y me miró a los ojos.
—Sí.
Era demasiado bueno para dejarlo pasar.
—¿Que sí puedo follarme a alguien?
—¡No!
—Nada de follar—dije, enfatizando la última palabra.
—Eso.
—¿Esperas que me mantenga célibe todo este tiempo?—pregunté sin dar crédito.
—Yo lo haré, así que espero que usted haga lo mismo.
Resoplé al oírla.
—Dudo mucho que en tu caso sea una novedad.
Levantó los brazos.
—Se acabó. ¿Quieres follarte a alguien? Bueno que te follen, López.
La miré boquiabierta mientras cogía su abrigo y echaba a andar hacia la puerta, hecha una furia.
Como la idiota que era, la perseguí… por segunda vez.
—¡Brittany!—extendí un brazo para que no pudiera abrir la puerta—Lo siento. El comentario estaba fuera de lugar.
Se volvió. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Sí, lo estaba. Muchas de las cosas que dices lo están.
—Lo siento—repetí—Contigo es una reacción natural.
—No estás mejorando las cosas.
—Lo sé—admití, pero luego decidí cambiar de táctica—No lo haré.
—¿El qué no harás?
—Follarme a nadie. Acataré tus deseos—me dejé caer contra la puerta… si se marchaba, estaba jodida de verdad—También intentaré no ser tan capullo.
—No estoy segura de que puedas cambiar tu ADN, pero buena suerte en el intento—masculló ella.
Me relajé: la crisis había pasado.
—Te llevaré a casa―hizo ademán de negar con la cabeza, pero la fulminé con la mirada—Brittany, he accedido a intentar ser menos capullo. Te llevaré a casa. Mañana va a ser un día largo de cojones.
—Está bien.
Cogí mi abrigo y le abrí la puerta, consciente de que mi vida estaba a punto de cambiar de una forma que jamás había imaginado.
Ojalá mereciera la pena.
La señorita Pierce me llevó café y un bagel, que dejó con cuidado sobre mi escritorio.
Repasó mi agenda y confirmó que tenía dos reuniones fuera de la oficina.
—No volveré antes del almuerzo.
Parecía desconcertada mientras repasaba su cuaderno.
—No tengo nada anotado en su agenda.
—Acordé la cita yo misma. Asuntos personales. Después, iré directamente a mi cita de las dos. De hecho, no volveré en toda la tarde. Tómese el resto del día libre.
—¿Cómo dice?
Suspiré.
—Señorita Pierce, ¿es que no entiende el idioma? Que se tome el resto del día libre.
—Pero…
La fulminé con la mirada.
—Que se tome la tarde libre—bajé la voz—En mi casa a las siete, ¿de acuerdo?
—De acuerdo—murmuró ella.
—Si necesita algo, relacionado con el trabajo, mándeme un mensaje de texto. De lo contrario, puede esperar.
Ella asintió con la cabeza.
—Entendido.
Todo el mundo sabía que en Tanaka Inc. se controlaban los mensajes de correo electrónico. Como no me gustaba correr riesgos, tenía mi propio móvil, uno cuyo número solo conocían unos cuantos escogidos.
Sabía que no tenía sentido preguntarle a la señorita Pierce si tenía móvil propio, habida cuenta de que parecía ir corta de dinero. Pensaba rectificar la situación ese mismo día, junto con otros detalles.
No quería arriesgarme a que Ken controlase el tráfico de mensajes de texto y de llamadas.
—Puede retirarse—la despaché.
Titubeó antes de sacar un sobre de su grueso cuaderno y dejarlo encima del escritorio. Se marchó sin pronunciar palabra y cerró la puerta al salir.
Le di un mordisco al bagel y luego cogí el sobre para abrirlo. Saqué los documentos doblados.
Era una lista sobre ella.
Cosas que creía que debería saber: fechas importantes, colores preferidos, la música y la comida que le gustaban, gustos y fobias generales…
Era una buena idea.
Así nos ahorraríamos una conversación muy aburrida esa noche. Escribiría mi propia lista para ella, más tarde.
Volví a doblar los papeles y me los metí en mi cartera. Me pasaría el día sentada en salas de espera, así tendría algo para mantenerme ocupada.
La señorita Pierce llegó a las siete en punto, ni un minuto más ni uno menos.
Abrí la puerta, le permití pasar, le cogí el abrigo y lo colgué… todo en silencio.
Nuestra relación era muy rígida, muy formal, algo que debía cambiar. El problema era que no tenía ni idea de cómo conseguirlo.
La acompañé a la barra de la cocina y le ofrecí una copa de vino.
—He pedido comida china.
—No tenía que molestarse.
—Créame, sería una mala idea que yo cocinara. No sobreviviría—me eché a reír—Ni siquiera estoy segura de que la cocina sobreviviera.
—Me gusta cocinar—afirmó ella con una sonrisilla en los labios.
Era tan buen punto para empezar como cualquier otro.
Me senté y saqué una carpeta.
—He ordenado que redacten un acuerdo esta tarde. Debería leerlo.
—De acuerdo.
—He hecho una lista, parecida a la suya. Puede repasarla. Y tenemos que hablar de lo que hay en ella. Asegurarnos de que las dos estamos al día de los detalles.
Asintió con la cabeza y cogió el sobre que le ofrecí.
Después le di uno más pequeño.
—Su primer pago.
Ella se quedó quieta, con los dedos por encima del sobre de aspecto inocente, sin llegar a tocarlo.
—Cójalo. Está todo especificado―pese a mis palabras, no lo tocó—Señorita Pierce, a menos que lo acepte, no podemos continuar.
Me miró con el ceño fruncido. Le di un empujoncito al sobre.
—Es un trabajo, Brittany. Es su compensación. Así de sencillo. Cójalo.
Al final, cogió el sobre, pero ni siquiera lo miró.
—Quiero que presente su renuncia mañana. Con efecto inmediato.
—¿Por qué?
—Si todo marcha bien, y creo que será así, yo haré lo mismo en breve. Quiero que esté fuera de la empresa antes de que todo estalle.
Se mordió el interior del carrillo, nerviosa, en silencio.
—¿Qué?—le solté, ya que empezaba a impacientarme por su comportamiento.
—¿Y si no sale bien? ¿Me… me dará una carta de recomendación? Tendré que buscarme otro trabajo.
—Ya me he encargado de todo. He hablado con algunos contactos, así por encima, y si no sale bien y me voy de Victoria, ya tengo a dos empresas dispuestas a ofrecerle un puesto. No tendrá que preocuparse por buscar trabajo si no quiere. Pero en respuesta a su pregunta, le daré una carta de recomendación estupenda.
—¿Aunque sea una pésima asistente personal?
—Nunca he dicho que sea una pésima asistente personal. De hecho, es bastante buena en su trabajo.
—Quién lo diría…
Alguien llamó a la puerta y me libré de replicar. Me puse en pie.
—Ya ha llegado la cena. Lea el acuerdo… es muy sencillo. Podemos discutir las condiciones y todo lo demás después de comer―al ver que abría la boca para protestar, golpeé la encimera con la mano―Deje de discutir conmigo, Brittany. Vamos a cenar y va a comer. Luego hablaremos―me di media vuelta y eché a andar hacia la puerta, exasperado.
¿Por qué le costaba tanto aceptar una simple comida?
Iba a tener que acostumbrarse a aceptar muchas cosas para que todo funcionara.
Me metí la mano en el bolsillo y toqué la cajita que había escondido. Si titubeaba con la cena, seguro que iba a odiar lo que le tenía preparado para después.
Cenamos en silencio.
La señorita Pierce leyó el acuerdo e hizo unas cuantas preguntas, que yo procedí a contestar.
Titubeó cuando le ofrecí un bolígrafo, pero firmó los documentos y me observó mientras yo hacía lo mismo.
—Tengo dos copias. Una para cada uno. Las guardaré en la caja fuerte del piso, de la que le daré la combinación.
—¿Su abogado tiene una copia?
—No. Es un acuerdo privado. Está al tanto de todo, pero tiene que guardar la confidencialidad con su cliente. Solo existen estas dos copias. Una vez que todo acabe, podemos destruirlas. Ordené que redactaran el acuerdo por su seguridad.
—De acuerdo.
Le pasé una caja.
—Es su nuevo móvil. Tendrá que devolver el suyo cuando se vaya de la empresa, así que ya tiene uno nuevo. He guardado mi número privado en la agenda para que pueda ponerse en contacto conmigo. Puede mandar cualquier mensaje de texto con él.
Se mordió el labio mientras aceptaba la caja.
—Gracias.
—¿Tiene muchas pertenencias que trasladar?
—No muchas.
—¿Qué me dice del contrato de alquiler?
—Es mensual. Supongo que perderé el dinero del último mes.
Agité una mano.
—Yo me haré cargo de los gastos. ¿Quiere que contrate una empresa de mudanzas?
Ella negó con la cabeza, con la mirada gacha.
—Solo son unas cuantas cajas.
Fruncí el ceño.
—¿Ningún mueble?
—No. Algunos libros, algunos objetos personales y mi ropa.
Hablé sin pensar:
—Puede donar su ropa a la beneficencia porque supongo que la mayoría salió de ahí. Le compraré ropa nueva.
Se ruborizó y sus ojos refulgieron, furiosos, pero no replicó.
—Recogeré sus cajas y las traeré aquí cuando demos el siguiente paso—le entregué otro sobre—Es su nueva cuenta bancaria, con su tarjeta de débito. Me aseguraré de que tiene fondos suficientes en todo momento.
Aceptó el sobre con mano temblorosa.
—La necesito aquí todo el tiempo que sea posible para poder acostumbrarnos la una a la otra y para hablar. Mañana podríamos repasar las listas y hacer preguntas, rellenar los espacios en blanco.
—De acuerdo.
—El sábado por la mañana, la quiero aquí temprano. Le he pedido cita para que se prepare para la barbacoa. Peluquería y maquillaje. De hecho, me gustaría que se quedara la noche del viernes, así se ahorraría el viaje.
Me miró a los ojos de repente.
—¿Que me quede a pasar la noche?—repitió con un leve temblor en la voz.
Me puse en pie.
—Voy a enseñarle el departamento.
No pronunció una sola palabra durante el recorrido.
Le enseñé las habitaciones de invitados, el despacho y el gimnasio privado situado en el otro extremo del departamento, en la planta baja.
Una vez en la planta superior, se puso nerviosísima al ver el dormitorio principal.
Le señalé la habitación de invitados que había al otro lado del pasillo.
—Esa tiene baño propio. Supuse que le gustaría.
Sus hombros se relajaron un poco.
—No quiere… esto…
—Que no quiero ¿el qué?
—No quiere que duerma en su habitación—dijo, y parecía aliviada.
Esbocé una sonrisa desdeñosa al percatarme de su inquietud.
—Señorita Pierce, es un acuerdo de negocios. Fuera de estas paredes, fingiremos ser una pareja. Nos cogeremos de la mano, pasaremos tiempo juntas y haremos lo que sea que hagan las parejas de enamorados—agité una mano en el aire—Aquí dentro, nos comportaremos como lo que somos en realidad. Usted tendrá su espacio y yo el mío. No la molestaré. No espero nada de usted—fui incapaz de contener la carcajada seca—No pensaría que querría acostarme con usted, ¿verdad?
Alzó la cabeza al punto y me fulminó con la mirada.
—Tanto como yo querría acostarme con usted, señorita López—se dio media vuelta y echó a andar por el pasillo, mientras sus pasos resonaban contra el suelo de madera.
La seguí sin dejar de sonreír.
Cuando llegamos al salón, se volvió y me miró echando chispas por los ojos.
—Fue usted quien me pidió hacer esto, señorita López. No al revés.
—Pero ha accedido.
Cruzó los brazos por delante del pecho mientras su cuerpo exudaba rabia.
—Hago esto porque, ahora mismo, no me queda otra alternativa. Sus decisiones han alterado mi vida directamente y, ahora mismo, intento mantenerme a flote. Detesto mentir y no se me da bien fingir.
—¿Qué quiere decir?
—Si no hace un mínimo intento por ser amable o, al menos, por comportarse como un ser humano decente, esto no va a funcionar. No puedo suprimir mis emociones tan deprisa.
Me di un tirón del dichoso mechón de la frente, irritada.
—¿Qué quiere de mí, señorita Pierce?
—¿No podemos intentar llevarnos bien? Seguro que podemos encontrar algo en común y mantener una conversación sin caer en los insultos y sin su insufrible superioridad.
Esbocé una sonrisilla.
Esa era otra muestra del temperamento de la señorita Pierce.
Ladeé la cabeza.
—Le pido disculpas. Me esforzaré más. ¿Le gustaría añadir algo más ahora que nos estamos sincerando?
Titubeó mientras jugueteaba con la espantosa camisa que llevaba puesta.
—Suéltelo.
—No puede… esto… no puede tontear mientras estamos… mientras estamos juntas.
—¿Tontear?
Miró a todas partes, menos a mis ojos.
—No puede acostarse con otras mujeres. No permitiré que me humille de esa manera.
—Estás diciendo… ¿que no puedo follarme a nadie?—pregunté, tuteándola directamente.
Se puso tan colorada que creí que le iba a dar algo. Sin embargo, cuadró los hombros y me miró a los ojos.
—Sí.
Era demasiado bueno para dejarlo pasar.
—¿Que sí puedo follarme a alguien?
—¡No!
—Nada de follar—dije, enfatizando la última palabra.
—Eso.
—¿Esperas que me mantenga célibe todo este tiempo?—pregunté sin dar crédito.
—Yo lo haré, así que espero que usted haga lo mismo.
Resoplé al oírla.
—Dudo mucho que en tu caso sea una novedad.
Levantó los brazos.
—Se acabó. ¿Quieres follarte a alguien? Bueno que te follen, López.
La miré boquiabierta mientras cogía su abrigo y echaba a andar hacia la puerta, hecha una furia.
Como la idiota que era, la perseguí… por segunda vez.
—¡Brittany!—extendí un brazo para que no pudiera abrir la puerta—Lo siento. El comentario estaba fuera de lugar.
Se volvió. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Sí, lo estaba. Muchas de las cosas que dices lo están.
—Lo siento—repetí—Contigo es una reacción natural.
—No estás mejorando las cosas.
—Lo sé—admití, pero luego decidí cambiar de táctica—No lo haré.
—¿El qué no harás?
—Follarme a nadie. Acataré tus deseos—me dejé caer contra la puerta… si se marchaba, estaba jodida de verdad—También intentaré no ser tan capullo.
—No estoy segura de que puedas cambiar tu ADN, pero buena suerte en el intento—masculló ella.
Me relajé: la crisis había pasado.
—Te llevaré a casa―hizo ademán de negar con la cabeza, pero la fulminé con la mirada—Brittany, he accedido a intentar ser menos capullo. Te llevaré a casa. Mañana va a ser un día largo de cojones.
—Está bien.
Cogí mi abrigo y le abrí la puerta, consciente de que mi vida estaba a punto de cambiar de una forma que jamás había imaginado.
Ojalá mereciera la pena.
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Hola, de como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, de como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
jaja britt poniendo los puntos,..
definitivamente la tiene de los ovarios a san, o acepta o acepta!! jajaja
a ver como va en la convivencia!! y en el nuevo juego??
nos vemos!!!
jaja britt poniendo los puntos,..
definitivamente la tiene de los ovarios a san, o acepta o acepta!! jajaja
a ver como va en la convivencia!! y en el nuevo juego??
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
Holas!!!!!!!
jajajajaj bien Britt aproveche jajajaaj!!!
Santana célibe, podrá???jajaja
Gracias por el maratón!!!
Saludos
jajajajaj bien Britt aproveche jajajaaj!!!
Santana célibe, podrá???jajaja
Gracias por el maratón!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
Jajajajja se me hace que va a ser muy entretenido su intento de relación, cada segundo van a querer sacarse los ojos, porque segun se detestan.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
Santana tiene unos comentarios como para pegarle la cabeza contra la pared a ver si se calla!!! esperemos a ver como sigue este intento de relacion!!!!! gracias por el maraton!!!! hoy es mi cumpleaños asi que me voy a comer cake!!!!bye.
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
jaja britt poniendo los puntos,..
definitivamente la tiene de los ovarios a san, o acepta o acepta!! jajaja
a ver como va en la convivencia!! y en el nuevo juego??
nos vemos!!!
Hola lu, la primera aquí y la última en el otro...coincidencia¿?...algo tramas¿? ajajajajaj. JAjajajajaajaj nose xq estoy contigo ajajajajaj. Mmm interesante se ve, pero aquí dejo otro cap para q nos diga ma´s! Saludos =D
monica.santander escribió:Holas!!!!!!!
jajajajaj bien Britt aproveche jajajaaj!!!
Santana célibe, podrá???jajaja
Gracias por el maratón!!!
Saludos
Holasss, si! bn, se lo merece! Jajajajaaj tiene q, no puede tener a la rubia y esperar estar con todo lo q camine, no¿? jajajaja. De nada, gracias a ti por leer y comentar! Saludos =D
Isabella28 escribió:Jajajajja se me hace que va a ser muy entretenido su intento de relación, cada segundo van a querer sacarse los ojos, porque segun se detestan.
Hola, jaajaja espero y lo sea...y más apra el favor de britt la vrdd jaajajajaj. JAjajaajaj nose xq te creo xD ajjajaja. Saludos =D
micky morales escribió:Santana tiene unos comentarios como para pegarle la cabeza contra la pared a ver si se calla!!! esperemos a ver como sigue este intento de relacion!!!!! gracias por el maraton!!!! hoy es mi cumpleaños asi que me voy a comer cake!!!!bye.
Hola, uff y creo q eso es poco la vrdd ¬¬ Espero y salga bn, pero para la rubia la vrdd. De nada, gracias a ti por lerr y comentar! =O de vrdd! FELIZ CUMPLE! espero que lo pases muy bn! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Cap 9
Capitulo 9
Santana
Salvo por las titubeantes instrucciones de Brittany, hicimos el trayecto en silencio.
Cuanto más nos alejábamos de mi vecindario, más empeoraba mi malhumor.
Me volví hacia ella cuando aparcamos delante de una casa ruinosa.
—¿Vives aquí?
Ella negó con la cabeza.
—No, en un departamento alquilado del edificio.
Puse el coche en punto muerto con brusquedad mientras me quitaba el cinturón de seguridad.
—Enséñamelo.
La seguí por el accidentado camino tras comprobar dos veces que había cerrado el coche.
Ojalá encontrara las ruedas aún puestas cuando regresara. De hecho, ojalá encontrara el coche.
Ni siquiera intenté disimular el disgusto que sentí mientras inspeccionaba lo que suponía que se consideraba un «estudio», que no un «departamento».
Yo lo consideraba un cuchitril.
Un futón, un sillón viejo y un escritorio que hacía las veces de mesa eran los únicos muebles de la estancia. Una encimera diminuta con un hornillo portátil y un pequeño frigorífico conformaban la cocina.
Junto a una pared se apilaban seis cajas.
Los trajes y las blusas pasadas de moda que se ponía Brittany colgaban de un perchero.
Me acerqué a la única puerta que había en la estancia y la abrí. Un cuarto de baño minúsculo con una ducha tan diminuta que yo apenas caería y no sé cómo lo lograba ella.
Cerré la puerta y me volví hacia ella. Me miraba con nerviosismo.
Nada de aquello tenía sentido.
Me coloqué frente a ella, intimidándola con mi mirada.
—¿Tienes algún problema del que yo deba estar al tanto?
—¿Cómo dices?
—¿Tienes un problema de drogas? ¿O algún otro tipo de adicción?
—¿Cómo?—preguntó de nuevo, llevándose una mano al pecho.
Extendí un brazo.
—¿Por qué vives así, como si fueras una muerta de hambre? Sé lo que ganas. Puedes permitirte un sitio decente. ¿En qué te estás gastando el dinero?
Entrecerró los ojos y me miró, furiosa.
—No tengo problemas con las drogas. Tengo otras prioridades en las que gastarme el dinero. El lugar donde duerma es secundario.
Le devolví la mirada furiosa.
—Para mí no. No vas a quedarte aquí más tiempo. Recoge tus chismes. Ahora.
Puso los brazos en jarras.
—No.
Di un paso hacia ella. El estudio era tan pequeño que cuando retrocedió, acabó pegada a la pared.
La intimidé con mi mirada mientras la miraba atentamente. Sus ojos, aunque me miraban con furia, tenían una expresión clara.
Le sostuve la mirada mientras le aferraba una mano y le levantaba la manga. Estuvo a punto de gruñirme al tiempo que forcejeaba para liberar el brazo, que mantuvo en alto para que yo lo examinara, tras lo cual hizo lo mismo con el otro.
—No hay señales de pinchazos, Santana—me soltó—No consumo drogas. No las fumo, no las ingiero y no me las inyecto. ¿Satisfecha? ¿O quieres más comprobaciones? ¿Quieres que orine en un bote?
—No. Supongo que debo confiar en ti. Si descubro que mientes, adiós al trato.
—No estoy mintiendo.
Me alejé de ella.
—De acuerdo. No pienso discutir esto, pero te vas de aquí esta misma noche. No quiero arriesgarme a que Will descubra que vives en un estercolero como este.
—¿Y si no te ofrecen el trabajo? ¿Qué hago entonces? Dudo mucho que me permitas seguir viviendo contigo.
Solté una carcajada.
Tenía razón.
—Con lo que te estoy pagando, podrás conseguir un sitio decente—recorrí de nuevo el lugar con la mirada—No vas a llevarte estos muebles.
—No son míos.
—Menos mal.
—Eres una esnob, ¿lo sabes? Es un sitio viejo, pero es práctico y está limpio. Debía admitir que el estudio estaba ordenado y limpio, pero aun así era un horror. Pasé por alto su pulla.
—¿Vas a llevarte las cajas?
—¿De verdad es necesario hacer esto ahora?
—Sí.
—Sí—suspiró—Voy a llevarme las cajas.
—De acuerdo. Las pondré en el asiento trasero. Tu… eh… ropa puede ir en el maletero. ¿Qué más tienes?
—Unos cuantos objetos personales.
Le acerqué la cesta de plástico de la colada.
—Ponlos ahí dentro. Tira la comida que tengas.
En su cara apareció una expresión extraña.
—No tengo… salvo unos cuantos muffins.
Resoplé.
—¿También tienes problemas para comer? Con razón estás tan delgada, joder.
Movió la cabeza con brusquedad.
—¿Vas a intentar ser educada? ¿O te limitarás a hacerlo cuando estemos en público?
Levanté las primeras cajas.
—Supongo que tendrás que averiguarlo. Recoge tus cosas. No vas a volver a este sitio.
Abrí la puerta del dormitorio de invitados, entré y encendí la luz después de dejar en el suelo las cajas que había trasladado desde el otro extremo de la ciudad.
Después de hacer un par de viajes, juntas llevamos al dormitorio todas las cosas que habíamos traído.
Después retrocedí y eché un vistazo.
No era mucho.
Estuve tentada de preguntarle por qué tenía tan pocas posesiones, pero decidí que el asunto no merecía una discusión.
La tensión que revelaban sus hombros y el rictus de sus labios delataban que ya la había presionado bastante esa noche.
—Brittany, confía en mí. Esto es lo mejor. Ahora, cuando te pregunten, podrás decir con sinceridad que vivimos juntas.
—Y si tu idea fracasa, mi vida se irá al cuerno.
—Tu vida se va a ir al cuerno aunque mi idea no fracase, porque Ken ya no confiará en ti y no permitirá que te quedes; te despedirá y te quedarás sin nada. De esta manera, tendrás un poco de dinero en el banco; me aseguraré de que consigues trabajo y podrás permitirte un lugar mejor donde vivir. Pase lo que pase, es mucho mejor que lo que tenías hasta ahora, joder—ella me miró fijamente y añadí—Entre tanto, vives en un lugar que es seguro y mucho más cómodo. Cuando pongamos en marcha el plan, podrás decorar la habitación a tu gusto. Tienes acceso a todo el piso. Además de mi gimnasio, hay una piscina enorme y un spa en la planta baja. Y te garantizo que tu cuarto de baño cuenta con todos los lujos.
—¿Tiene bañera?—me preguntó con un deje anhelante en la voz.
Sentí un extraño placer por poder decirle que sí y abrí la puerta con una floritura para enseñarle la enorme bañera.
Esa fue la primera vez que vi una sonrisa real en su cara. Le suavizaba la expresión y le iluminaba los ojos.
Realmente tenían un tono de azul increíble.
—Es tuyo, Brittany. Úsalo siempre que quieras.
—Lo haré.
Me alejé hacia la puerta.
—Instálate y duerme. Mañana será un día largo y difícil, y necesitamos prepararte para el fin de semana—titubeé, pero sabía que necesitaba empezar a intentarlo—Buenas noches, Brittany.
—Buenas noches, Santana.
Brittany
No podía dormir.
Por más que lo intentara, era incapaz de conciliar el sueño.
Estaba agotada, tanto física como mentalmente, pero no podía relajarme.
Los extraños acontecimientos que habían sucedido durante los últimos días no paraban de repetirse una y otra vez en mi mente.
La inesperada propuesta de Santana, mi aún más inesperada respuesta, y su reacción al lugar donde yo vivía.
Se había mostrado disgustada y furiosa, y había reaccionado con su habitual despotismo.
Antes de que pudiera reaccionar, mis escasas pertenencias estaban en el maletero de su enorme y lujoso coche y regresé a su departamento. De forma permanente, o hasta que su desquiciado plan acabara.
El desquiciado plan en el que me había visto envuelta en la misma medida que lo estaba mi jefa.
El departamento estaba en silencio. No se oía absolutamente nada.
Estaba acostumbrada a los sonidos que me rodeaban por la noche: el tráfico, los demás inquilinos que se movían por sus departamentos, los gritos, las sirenas y la violencia constante que tenía lugar al otro lado de mi ventana.
Había ruidos que me impedían conciliar el sueño, a veces por miedo.
Sin embargo, en ese momento, sin escucharlos, no podía dormirme.
Sabía que estaba a salvo. Ese lugar era cien veces más seguro, no… era mil veces más seguro que la espantosa habitación en la que había vivido durante todo un año.
Debería ser capaz de relajarme y de dormir con tranquilidad.
La cama era enorme, cómoda y mullida. Las sábanas, suaves y gruesas. El edredón parecía una pluma cálida que me cubría el cuerpo.
El silencio, no obstante, era demasiado estridente.
Me levanté y me acerqué a la puerta. La abrí y di un respingo al oír el crujido que emitían las bisagras debido a la falta de uso.
Agucé el oído, pero seguía sin oír nada.
Estábamos demasiado alto como para percibir el tráfico, y el aislamiento de las paredes era bueno, de manera que no se oía el menor ruido en el edificio.
Caminé de puntillas por el pasillo y me detuve delante de la puerta del que sabía que era el dormitorio de Santana. Estaba entreabierta, de manera que en un alarde de valor la abrí un poco más y me asomé.
Dormía en mitad de una cama gigantesca, más grande que la mía, con un sujetador deportivo y una mano descansando sobre su estómago.
Resultaba evidente que los acontecimientos de los últimos días no la afectaban.
La tenue luz que había en la estancia hacía que su pelo destacara contra el color oscuro de las sábanas y, para mi sorpresa, roncaba.
Era un sonido suave, pero constante.
De esa manera, en reposo, sin rastro del desdén que siempre se reflejaba en su rostro, parecía más joven y menos déspota. A la luz de la luna parecía casi relajada.
No era una palabra que yo asociara con ella y no lo parecería en absoluto si despertaba y me veía en el vano de su puerta.
No obstante, era el rítmico sonido de su respiración, sus ronquidos, lo que necesitaba oír.
Saber que no estaba sola en ese lugar tan grande y tan desconocido.
Me detuve unos instantes para oírla y, tras dejar la puerta abierta, regresé a mi dormitorio, cuya puerta también dejé entreabierta.
Me acosté de nuevo y me concentré.
La oía a lo lejos.
Sus ronquidos me ofrecían un pequeño consuelo, un salvavidas que necesitaba con desesperación.
Suspiré al caer en la cuenta de que si ella supiera que me estaba consolando, seguramente se pasaría la noche entera sentado con tal de negarme la seguridad que me ofrecía.
Giré la cabeza sobre la almohada y, por primera vez desde hacía mucho tiempo, me eché a llorar.
Estaba muy calmado por la mañana, cuando entré en la cocina.
Bebía café de una taza grande y me indicó con un gesto que me sirviera yo misma de la cafetera emplazada en la encimera.
Me preparé un café, sumida en un incómodo silencio, ya que no sabía qué decir.
—No esperaba compañía. No tengo leche.
—No pasa nada.
Deslizó un papel hacia mí.
—He escrito tu carta de renuncia.
Fruncí el ceño mientras la cogía para leerla.
Era breve y directa.
—¿No me creías capaz de redactarla?
—Quería asegurarme de que fuera breve. No quería que explicaras al detalle los motivos de tu renuncia.
Negué con la cabeza.
—No lo entiendo.
—¿El qué? ¿Qué es lo que no entiendes ahora?—se pasó una mano por la nuca.
—Si no confías en mí ni para redactar una simple carta de renuncia, ¿cómo vas a confiar en mí cuando tengamos que fingir que somos… amantes?—la palabra se me quedó un instante atascada en la garganta.
—Brittany, si hay algo que sé sobre ti, es que posees una naturaleza trabajadora. Harás un gran trabajo porque eso es lo que haces. Te gusta complacer. Actuarás exactamente como necesito que actúes porque quieres ganarte el dinero que vas a recibir como pago—cogió el maletín—Me voy a la oficina. En el taquillón de la entrada hay una llave y una tarjeta para entrar en el edificio. Ya he añadido tu nombre a la lista de inquilinos y los porteros no te impedirán la entrada. Aunque de todas formas, sería mejor que hablaras con ellos y te presentaras.
—¿Cómo… cómo has podido hacerlo tan pronto? Ni siquiera son las ocho de la mañana.
—Estoy en la junta y siempre consigo lo que quiero. Según los archivos, llevas tres meses viviendo aquí. Quiero tu carta de renuncia en la mano después del almuerzo y luego podrás irte. He pedido que me lleven varias cajas al despacho. No tengo muchas cosas, pero podrás ayudarme a guardar mis objetos personales esta mañana. Y los tuyos, si tienes algo. Después las traeré aquí.
—No tengo mucho en la oficina.
—De acuerdo.
—¿Por qué vas a recoger tus cosas? Todavía no te han echado―esbozó su habitual sonrisa.
La que no transmitía calidez alguna.
La que lograba que la persona a la que estaba dirigida se sintiera increíblemente incómoda.
—He decidido renunciar a mi puesto. Así cabrearé a Ken y le demostraré a Will que voy en serio. Aceptaré tu carta de renuncia y se las entregaré a Ken a las tres. Es una pena que te pierdas el espectáculo, pero ya te contaré los detalles más jugosos cuando llegue a casa.
La miré boquiabierta.
Era incapaz de seguir su ritmo.
—¿Te gusta la comida italiana?—la pregunta parecía salida de la nada, como si un momento antes no hubiera acabado de soltar una bomba.
—Mmm… sí.
—Genial. Pediré la comida para las seis y podremos pasar la noche hablando. Mañana por la mañana, irás a comprarte ropa adecuada para la barbacoa y también pediremos cita para la peluquería y el maquillaje. Quiero que tu aspecto no desentone para la ocasión—se dio media vuelta—Nos vemos en la oficina—se echó a reír y el sonido me provocó un escalofrío—Cariño.
Me senté mientras la puerta se cerraba.
La cabeza me daba vueltas.
¿Dónde me había metido?
Cuanto más nos alejábamos de mi vecindario, más empeoraba mi malhumor.
Me volví hacia ella cuando aparcamos delante de una casa ruinosa.
—¿Vives aquí?
Ella negó con la cabeza.
—No, en un departamento alquilado del edificio.
Puse el coche en punto muerto con brusquedad mientras me quitaba el cinturón de seguridad.
—Enséñamelo.
La seguí por el accidentado camino tras comprobar dos veces que había cerrado el coche.
Ojalá encontrara las ruedas aún puestas cuando regresara. De hecho, ojalá encontrara el coche.
Ni siquiera intenté disimular el disgusto que sentí mientras inspeccionaba lo que suponía que se consideraba un «estudio», que no un «departamento».
Yo lo consideraba un cuchitril.
Un futón, un sillón viejo y un escritorio que hacía las veces de mesa eran los únicos muebles de la estancia. Una encimera diminuta con un hornillo portátil y un pequeño frigorífico conformaban la cocina.
Junto a una pared se apilaban seis cajas.
Los trajes y las blusas pasadas de moda que se ponía Brittany colgaban de un perchero.
Me acerqué a la única puerta que había en la estancia y la abrí. Un cuarto de baño minúsculo con una ducha tan diminuta que yo apenas caería y no sé cómo lo lograba ella.
Cerré la puerta y me volví hacia ella. Me miraba con nerviosismo.
Nada de aquello tenía sentido.
Me coloqué frente a ella, intimidándola con mi mirada.
—¿Tienes algún problema del que yo deba estar al tanto?
—¿Cómo dices?
—¿Tienes un problema de drogas? ¿O algún otro tipo de adicción?
—¿Cómo?—preguntó de nuevo, llevándose una mano al pecho.
Extendí un brazo.
—¿Por qué vives así, como si fueras una muerta de hambre? Sé lo que ganas. Puedes permitirte un sitio decente. ¿En qué te estás gastando el dinero?
Entrecerró los ojos y me miró, furiosa.
—No tengo problemas con las drogas. Tengo otras prioridades en las que gastarme el dinero. El lugar donde duerma es secundario.
Le devolví la mirada furiosa.
—Para mí no. No vas a quedarte aquí más tiempo. Recoge tus chismes. Ahora.
Puso los brazos en jarras.
—No.
Di un paso hacia ella. El estudio era tan pequeño que cuando retrocedió, acabó pegada a la pared.
La intimidé con mi mirada mientras la miraba atentamente. Sus ojos, aunque me miraban con furia, tenían una expresión clara.
Le sostuve la mirada mientras le aferraba una mano y le levantaba la manga. Estuvo a punto de gruñirme al tiempo que forcejeaba para liberar el brazo, que mantuvo en alto para que yo lo examinara, tras lo cual hizo lo mismo con el otro.
—No hay señales de pinchazos, Santana—me soltó—No consumo drogas. No las fumo, no las ingiero y no me las inyecto. ¿Satisfecha? ¿O quieres más comprobaciones? ¿Quieres que orine en un bote?
—No. Supongo que debo confiar en ti. Si descubro que mientes, adiós al trato.
—No estoy mintiendo.
Me alejé de ella.
—De acuerdo. No pienso discutir esto, pero te vas de aquí esta misma noche. No quiero arriesgarme a que Will descubra que vives en un estercolero como este.
—¿Y si no te ofrecen el trabajo? ¿Qué hago entonces? Dudo mucho que me permitas seguir viviendo contigo.
Solté una carcajada.
Tenía razón.
—Con lo que te estoy pagando, podrás conseguir un sitio decente—recorrí de nuevo el lugar con la mirada—No vas a llevarte estos muebles.
—No son míos.
—Menos mal.
—Eres una esnob, ¿lo sabes? Es un sitio viejo, pero es práctico y está limpio. Debía admitir que el estudio estaba ordenado y limpio, pero aun así era un horror. Pasé por alto su pulla.
—¿Vas a llevarte las cajas?
—¿De verdad es necesario hacer esto ahora?
—Sí.
—Sí—suspiró—Voy a llevarme las cajas.
—De acuerdo. Las pondré en el asiento trasero. Tu… eh… ropa puede ir en el maletero. ¿Qué más tienes?
—Unos cuantos objetos personales.
Le acerqué la cesta de plástico de la colada.
—Ponlos ahí dentro. Tira la comida que tengas.
En su cara apareció una expresión extraña.
—No tengo… salvo unos cuantos muffins.
Resoplé.
—¿También tienes problemas para comer? Con razón estás tan delgada, joder.
Movió la cabeza con brusquedad.
—¿Vas a intentar ser educada? ¿O te limitarás a hacerlo cuando estemos en público?
Levanté las primeras cajas.
—Supongo que tendrás que averiguarlo. Recoge tus cosas. No vas a volver a este sitio.
Abrí la puerta del dormitorio de invitados, entré y encendí la luz después de dejar en el suelo las cajas que había trasladado desde el otro extremo de la ciudad.
Después de hacer un par de viajes, juntas llevamos al dormitorio todas las cosas que habíamos traído.
Después retrocedí y eché un vistazo.
No era mucho.
Estuve tentada de preguntarle por qué tenía tan pocas posesiones, pero decidí que el asunto no merecía una discusión.
La tensión que revelaban sus hombros y el rictus de sus labios delataban que ya la había presionado bastante esa noche.
—Brittany, confía en mí. Esto es lo mejor. Ahora, cuando te pregunten, podrás decir con sinceridad que vivimos juntas.
—Y si tu idea fracasa, mi vida se irá al cuerno.
—Tu vida se va a ir al cuerno aunque mi idea no fracase, porque Ken ya no confiará en ti y no permitirá que te quedes; te despedirá y te quedarás sin nada. De esta manera, tendrás un poco de dinero en el banco; me aseguraré de que consigues trabajo y podrás permitirte un lugar mejor donde vivir. Pase lo que pase, es mucho mejor que lo que tenías hasta ahora, joder—ella me miró fijamente y añadí—Entre tanto, vives en un lugar que es seguro y mucho más cómodo. Cuando pongamos en marcha el plan, podrás decorar la habitación a tu gusto. Tienes acceso a todo el piso. Además de mi gimnasio, hay una piscina enorme y un spa en la planta baja. Y te garantizo que tu cuarto de baño cuenta con todos los lujos.
—¿Tiene bañera?—me preguntó con un deje anhelante en la voz.
Sentí un extraño placer por poder decirle que sí y abrí la puerta con una floritura para enseñarle la enorme bañera.
Esa fue la primera vez que vi una sonrisa real en su cara. Le suavizaba la expresión y le iluminaba los ojos.
Realmente tenían un tono de azul increíble.
—Es tuyo, Brittany. Úsalo siempre que quieras.
—Lo haré.
Me alejé hacia la puerta.
—Instálate y duerme. Mañana será un día largo y difícil, y necesitamos prepararte para el fin de semana—titubeé, pero sabía que necesitaba empezar a intentarlo—Buenas noches, Brittany.
—Buenas noches, Santana.
Brittany
No podía dormir.
Por más que lo intentara, era incapaz de conciliar el sueño.
Estaba agotada, tanto física como mentalmente, pero no podía relajarme.
Los extraños acontecimientos que habían sucedido durante los últimos días no paraban de repetirse una y otra vez en mi mente.
La inesperada propuesta de Santana, mi aún más inesperada respuesta, y su reacción al lugar donde yo vivía.
Se había mostrado disgustada y furiosa, y había reaccionado con su habitual despotismo.
Antes de que pudiera reaccionar, mis escasas pertenencias estaban en el maletero de su enorme y lujoso coche y regresé a su departamento. De forma permanente, o hasta que su desquiciado plan acabara.
El desquiciado plan en el que me había visto envuelta en la misma medida que lo estaba mi jefa.
El departamento estaba en silencio. No se oía absolutamente nada.
Estaba acostumbrada a los sonidos que me rodeaban por la noche: el tráfico, los demás inquilinos que se movían por sus departamentos, los gritos, las sirenas y la violencia constante que tenía lugar al otro lado de mi ventana.
Había ruidos que me impedían conciliar el sueño, a veces por miedo.
Sin embargo, en ese momento, sin escucharlos, no podía dormirme.
Sabía que estaba a salvo. Ese lugar era cien veces más seguro, no… era mil veces más seguro que la espantosa habitación en la que había vivido durante todo un año.
Debería ser capaz de relajarme y de dormir con tranquilidad.
La cama era enorme, cómoda y mullida. Las sábanas, suaves y gruesas. El edredón parecía una pluma cálida que me cubría el cuerpo.
El silencio, no obstante, era demasiado estridente.
Me levanté y me acerqué a la puerta. La abrí y di un respingo al oír el crujido que emitían las bisagras debido a la falta de uso.
Agucé el oído, pero seguía sin oír nada.
Estábamos demasiado alto como para percibir el tráfico, y el aislamiento de las paredes era bueno, de manera que no se oía el menor ruido en el edificio.
Caminé de puntillas por el pasillo y me detuve delante de la puerta del que sabía que era el dormitorio de Santana. Estaba entreabierta, de manera que en un alarde de valor la abrí un poco más y me asomé.
Dormía en mitad de una cama gigantesca, más grande que la mía, con un sujetador deportivo y una mano descansando sobre su estómago.
Resultaba evidente que los acontecimientos de los últimos días no la afectaban.
La tenue luz que había en la estancia hacía que su pelo destacara contra el color oscuro de las sábanas y, para mi sorpresa, roncaba.
Era un sonido suave, pero constante.
De esa manera, en reposo, sin rastro del desdén que siempre se reflejaba en su rostro, parecía más joven y menos déspota. A la luz de la luna parecía casi relajada.
No era una palabra que yo asociara con ella y no lo parecería en absoluto si despertaba y me veía en el vano de su puerta.
No obstante, era el rítmico sonido de su respiración, sus ronquidos, lo que necesitaba oír.
Saber que no estaba sola en ese lugar tan grande y tan desconocido.
Me detuve unos instantes para oírla y, tras dejar la puerta abierta, regresé a mi dormitorio, cuya puerta también dejé entreabierta.
Me acosté de nuevo y me concentré.
La oía a lo lejos.
Sus ronquidos me ofrecían un pequeño consuelo, un salvavidas que necesitaba con desesperación.
Suspiré al caer en la cuenta de que si ella supiera que me estaba consolando, seguramente se pasaría la noche entera sentado con tal de negarme la seguridad que me ofrecía.
Giré la cabeza sobre la almohada y, por primera vez desde hacía mucho tiempo, me eché a llorar.
Estaba muy calmado por la mañana, cuando entré en la cocina.
Bebía café de una taza grande y me indicó con un gesto que me sirviera yo misma de la cafetera emplazada en la encimera.
Me preparé un café, sumida en un incómodo silencio, ya que no sabía qué decir.
—No esperaba compañía. No tengo leche.
—No pasa nada.
Deslizó un papel hacia mí.
—He escrito tu carta de renuncia.
Fruncí el ceño mientras la cogía para leerla.
Era breve y directa.
—¿No me creías capaz de redactarla?
—Quería asegurarme de que fuera breve. No quería que explicaras al detalle los motivos de tu renuncia.
Negué con la cabeza.
—No lo entiendo.
—¿El qué? ¿Qué es lo que no entiendes ahora?—se pasó una mano por la nuca.
—Si no confías en mí ni para redactar una simple carta de renuncia, ¿cómo vas a confiar en mí cuando tengamos que fingir que somos… amantes?—la palabra se me quedó un instante atascada en la garganta.
—Brittany, si hay algo que sé sobre ti, es que posees una naturaleza trabajadora. Harás un gran trabajo porque eso es lo que haces. Te gusta complacer. Actuarás exactamente como necesito que actúes porque quieres ganarte el dinero que vas a recibir como pago—cogió el maletín—Me voy a la oficina. En el taquillón de la entrada hay una llave y una tarjeta para entrar en el edificio. Ya he añadido tu nombre a la lista de inquilinos y los porteros no te impedirán la entrada. Aunque de todas formas, sería mejor que hablaras con ellos y te presentaras.
—¿Cómo… cómo has podido hacerlo tan pronto? Ni siquiera son las ocho de la mañana.
—Estoy en la junta y siempre consigo lo que quiero. Según los archivos, llevas tres meses viviendo aquí. Quiero tu carta de renuncia en la mano después del almuerzo y luego podrás irte. He pedido que me lleven varias cajas al despacho. No tengo muchas cosas, pero podrás ayudarme a guardar mis objetos personales esta mañana. Y los tuyos, si tienes algo. Después las traeré aquí.
—No tengo mucho en la oficina.
—De acuerdo.
—¿Por qué vas a recoger tus cosas? Todavía no te han echado―esbozó su habitual sonrisa.
La que no transmitía calidez alguna.
La que lograba que la persona a la que estaba dirigida se sintiera increíblemente incómoda.
—He decidido renunciar a mi puesto. Así cabrearé a Ken y le demostraré a Will que voy en serio. Aceptaré tu carta de renuncia y se las entregaré a Ken a las tres. Es una pena que te pierdas el espectáculo, pero ya te contaré los detalles más jugosos cuando llegue a casa.
La miré boquiabierta.
Era incapaz de seguir su ritmo.
—¿Te gusta la comida italiana?—la pregunta parecía salida de la nada, como si un momento antes no hubiera acabado de soltar una bomba.
—Mmm… sí.
—Genial. Pediré la comida para las seis y podremos pasar la noche hablando. Mañana por la mañana, irás a comprarte ropa adecuada para la barbacoa y también pediremos cita para la peluquería y el maquillaje. Quiero que tu aspecto no desentone para la ocasión—se dio media vuelta—Nos vemos en la oficina—se echó a reír y el sonido me provocó un escalofrío—Cariño.
Me senté mientras la puerta se cerraba.
La cabeza me daba vueltas.
¿Dónde me había metido?
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Hola, de como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Pd2: Capítulo dedicado a micky morales por su cumpleaños, FELIZ CUMPLE!
Hola, de como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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Pd2: Capítulo dedicado a micky morales por su cumpleaños, FELIZ CUMPLE!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
En los lios que mete santana a la pobre britt, pero igual ahora va a estar mejor.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
Jajajajaja no puede santana se pasa... Mientras roncaba ideo un buen plan!!!
Pobre britt.... Lo que le espera definitivamente es una locura...!!! A ver como va el show??
Nos vemos!!!!
Jajajajaja no puede santana se pasa... Mientras roncaba ideo un buen plan!!!
Pobre britt.... Lo que le espera definitivamente es una locura...!!! A ver como va el show??
Nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
Mataria por ver la cara de Santana cuando se entere de los verdaderos motivos de Britt para ahorrar como lo hace!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
Isabella28 escribió:En los lios que mete santana a la pobre britt, pero igual ahora va a estar mejor.
Hola, pfff esa morena, esa morena ¬¬ Si las junta... si jajaajajaj. Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
Jajajajaja no puede santana se pasa... Mientras roncaba ideo un buen plan!!!
Pobre britt.... Lo que le espera definitivamente es una locura...!!! A ver como va el show??
Nos vemos!!!!
Hola lu, si q si xD es una loquilla, pero mal xD JAjajaajaj dices tu¿? jajajaja. Si...esperemos y todo salga bn la para ella tmbn la vrdd =/ Saludos =D
micky morales escribió:Mataria por ver la cara de Santana cuando se entere de los verdaderos motivos de Britt para ahorrar como lo hace!!!!!
Hola, jajaajajaj y creo q no eres la unica la vrdd ajajajajajaaj...pero al leer noma xD jajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Cap 10
Capitulo 10
Brittany
La mañana fue muy tensa para mí… incluso Santana se dio cuenta.
Aunque tenía pocos objetos personales en el despacho, la ayudé a recoger algunos premios, unos libros y un par de faldas y camisas que tenía guardadas para las emergencias.
Negaba con la cabeza mientras doblaba una y acaricié una.
Todas sus camisas estaban hechas a medida, y llevaban las iniciales SML bordadas en los puños. Un detalle lujoso que solo ella era capaz de lucir con soltura.
Sus objetos solo llenaron dos cajas de cartón.
El despacho era tan impersonal como el piso. Eché un vistazo a mi alrededor y me di cuenta de que no había cambiado mucho.
Nadie se daría cuenta, a menos que observara con atención.
Me fijé en una figurita y me puse de puntillas para cogerla del estante.
—¿Quieres llevártela, Santana?
Clavó la mirada en la figurita, pero antes de poder contestar, la puerta del despacho se abrió de par en par.
Era Ken, que se paró en seco al vernos.
Santana estaba apoyada en su escritorio, con la carta de renuncia en la mano, y yo estaba de pie, con la figurita en las manos, junto a una caja abierta.
Ken echaba humo por las orejas.
—¿Qué cojones pasa aquí?
Santana se apartó del escritorio y se acercó a mí. Me quitó la figurita de las manos, esbozó una sonrisilla desdeñosa, la metió en la caja y luego la tapó.
—Creo que ya hemos terminado, Brittany. Ve a tu mesa y espérame ahí.
Me quedé paralizada. La sensación de sus dedos al acariciarme la mejilla me sacó de mi estupor.
—Cariño—murmuró. Su voz sonó muy ronca en mis oídos—Vete.
La miré y parpadeé.
«¿Cariño?».
¿A qué estaba jugando?
Se movió y sentí su cálido aliento en la piel.
—No me pasará nada, ve a tu mesa. Nos iremos enseguida—me colocó la mano en la cintura y me dio un empujoncito.
Totalmente confundida, hice lo que me ordenaba.
No había dado ni dos pasos cuando Ken empezó a gritar. Soltó tacos y alaridos, e hizo ademán de cogerme del brazo.
Santana la apartó de un empujón y se interpuso entre nosotros.
—No la toques, Ken. ¿Me has entendido?
—¡Qué narices! ¿Te la estás… te las estás tirando, Santana? ¿Me estás diciendo que tienes una aventura con tu asistente?
Contuve el aliento, sin saber qué iba a pasar a continuación.
—No es una aventura, Ken. Estamos enamoradas.
Ken se echó a reír de forma desagradable.
—¿Enamoradas —resopló con desdén—Pero si no la soportas. ¡Llevas meses intentando deshacerte de ella!
—Una buena excusa. Una que te tragaste enterita, con anzuelo y todo.
Ken habló con voz gélida:
—Acabas de firmar tu sentencia de muerte en esta empresa.
Santana soltó una carcajada.
—Demasiado tarde—le dio las dos hojas de papel con el membrete de la empresa a Ken—Renuncio. Al igual que mi prometida.
Ken se quedó boquiabierto.
—¿Tu prometida? ¿Vas a tirar tu carrera por la borda por un trozo de carne? ¿Por un polvo de mierda?
Sucedió tan deprisa que no me dio tiempo a impedirlo. Ken empezó a vociferar y, en un abrir y cerrar de ojos, Santana estaba de pie sobre su cuerpo tirado en el suelo, con el puño tan apretado que los nudillos se le habían puesto blancos.
Lo fulminaba desde arriba, jadeando.
Era la personificación de una mujer que defendía algo, o a alguien, a quien quería.
—No vuelvas a hablar así de ella, jamás. No vuelvas a hablar de ella y punto. Nos vamos hoy. Ya me he hartado de que me jodas, de que me digas de quién me puedo enamorar o cuándo. Ya me he hartado de ti y de Tanaka Inc.
—Te arrepentirás, Santana—Ken escupió y se limpió la sangre de la cara.
—Solo me arrepiento de haber perdido tanto tiempo mientras te ofrecía las campañas más brillantes que han salido de esta maldita empresa. Buena suerte con tu porcentaje de éxitos cuando me vaya—retrocedió—Cariño, recoge tus cosas. Nos vamos. Ahora mismo.
Corrí a mi mesa y cogí el bolso y el abrigo. Las pocas cosas que había recogido de mi escritorio poco antes ya estaban en las cajas de Santana.
Me aseguré de que no quedase nada personal en el ordenador y de que mi puesto de trabajo estuviera limpio.
Sabía que Santana había formateado su disco duro, riéndose entre dientes mientras lo hacía, y que masculló «Buena suerte, cabrones» antes de apagar el ordenador.
A saber lo que descubriría el departamento de informática.
Salió del despacho sin hacerle el menor caso a Ken, que se estaba poniendo verde a gritos y amenazaba con demandarla mientras le decía que estaba arruinada.
Señaló la salida con un gesto de la cabeza y corrí a abrir la puerta antes de seguirlo por el pasillo, con Ken pisándonos los talones sin dejar de mascullar y de soltar insultos.
Otros trabajadores y directivos observaban la escena.
Clavé la vista en la espalda de Santana, convencida de que se estaba pavoneando. Llevaba la cabeza muy alta y los hombros erguidos, no sentía la menor vergüenza por el espectáculo que estaba dando.
Cuando llegamos al ascensor, apretó el botón y se volvió hacia la pequeña multitud que nos observaba, sin saber qué pasaba, pero que adoraba el espectáculo de todas formas.
—Ha sido un placer, pero me largo. Buena suerte para los que sigan trabajando para el vampiro que todos conocemos como Ken—las puertas se abrieron y soltó las cajas en el interior antes de extender los brazos a los lados—Después de usted, my lady.
Entré en el ascensor, muerta de vergüenza.
Cuando las puertas empezaron a cerrarse, Santana extendió el brazo y forzó su apertura.
—Por cierto, para que dejen de especular: sí, Brittany y yo estamos juntas. Es lo mejor que esta empresa me ha dado jamás―tras pronunciar esas palabras, me agarró, me pegó a su cuerpo y me besó mientras las puertas se cerraban, bloqueando los jadeos sorprendidos.
Al instante, Santana se apartó de mí.
Trastabillé hasta apoyarme en la pared del ascensor, jadeando. Me había besado con brusquedad, con deliberación, con un punto furioso.
—¿Por qué lo has hecho?
Se agachó, recogió las cajas y se encogió de hombros.
—Para irnos con una traca final—se echó a reír—Conociendo cómo funciona la red de cotilleos de este mundillo, esta noche ya estará en boca de todos—empezó a reírse a carcajadas, con la cabeza hacia atrás—Ese cabrón me ha hecho un favor enorme y ni siquiera lo sabe.
Las puertas del ascensor se abrieron y la seguí hasta su coche. Esperé a estar sentada antes de preguntarle:
—¿Un favor? ¿Lo habías… lo habías planeado?
Sonrió, y tenía un aspecto casi juvenil.
—No. Había planeado hacerlo de otra forma, pero cuando entró hecho una furia, cambié de táctica—me guiñó un ojo antes de ponerse las gafas de sol—Eso se me da bien, Brittany. Si el cliente quiere cambiar algo, aprendes a pensar con rapidez. Ken sabía lo que pasaba en cuanto vio las cajas. Decidí que montar una escena sería positivo.
—¿Positivo para quién? Ha sido humillante.
—Ha sido como un anuncio. Claro y conciso. De una sola tacada, la empresa al completo se ha enterado de que mi relación con Ken está rota y además han descubierto lo nuestro. Cuando lleguemos a casa de Will mañana, se habrá enterado de todo. Sabrá que le di un puñetazo a Ken por insultar a la mujer que quiero. Es perfecto. No podría haberlo planeado mejor de haberlo intentado.
Incliné la cabeza, pasmada.
Jamás habría considerado lo sucedido como algo «perfecto».
—Relájate, Brittany—resopló mientras sorteaba con pericia el tráfico—Para ti todo ha acabado. No tendrás que volver. Llamaré a mi abogado y me aseguraré de mandarle la primera andanada a Ken para postrarlo de rodillas.
—¿La primera andanada?
—Ken detesta que la empresa tenga mala publicidad. Si cree que voy a ir a por él por no cumplir lo prometido y por crear un ambiente de trabajo malsano, no intentará hacer nada. Será como un seguro.
Suspiré y apoyé la cabeza en la fría ventanilla.
—Tienes la tarde libre. Quizá podrías ir de compras.
—¿Tengo que hacerlo?
—Sí. Ya te lo he dicho, tienes que aparentar lo que finges ser. Tengo un asesor de compras a la espera. Lo llamaré para que vayas a verla esta tarde. Podemos continuar con los planes para esta noche.
—Genial.
Subió el volumen de la música y marcó el ritmo con los dedos sobre el volante mientras pasaba por completo del sarcasmo de mi comentario.
Detestaba ir de compras… sobre todo porque nunca podía permitirme casi nada.
A lo mejor al no tener que pagar la factura, me divertiría más.
Ojalá fuera así.
Después de lo de esa mañana, necesitaba distraerme con algo.
Poco después de llegar al departamento, Santana recibió un sobre por mensajero. Lo abrió y me dio una tarjeta de crédito negra.
—¿Qué es?
—Para que puedas ir de compras.
Mire la tarjeta y vi mi nombre grabado en letras plateadas.
—¿Cómo has…? Da igual—suspiré.
Era evidente que si Santana quería algo, lo conseguía.
Se sentó y me pidió la tarjeta.
—Fírmala y úsala. He llamado a Kurt Hummel, es el asesor de compras de la que te he hablado. Te espera dentro de una hora.
—Está bien.
—¿Qué pasa?
—¿No puede mandarme un vestido para mañana y ya está? Estoy segura de que ya le has dicho exactamente lo que quieres que me ponga.
Negó con la cabeza.
—No es solo para mañana, Brittany. Lo dije en serio. Líbrate de la ropa que te has estado poniendo. Te quiero con vestidos, con trajes bien confeccionados, con conjuntos elegantes. Zapatos decentes. Quiero que tengas un guardarropa nuevo.
—¿También tengo que deshacerme de la ropa interior?—le solté, e incluso yo me di cuenta del gruñido que acompañó la pregunta.
Me miró un minuto entero, parpadeando, antes de echarse a reír a carcajadas.
—Menudo temperamento tienes escondido. Sí. Deshazte de ella. Todo nuevo. Todo de acuerdo al papel que vas a interpretar.
Puse los ojos en blanco y cogí la tarjeta.
—Está bien. Aunque tampoco es que vayan a verme en ropa interior.
—¿Se puede saber qué te pasa?—masculló—Nunca he tenido que suplicarle a una mujer para que se gaste mi dinero. Normalmente, se mueren por meterle mano a mi cuenta bancaria. ¿Por qué narices eres tan terca?
Me puse en pie.
—Bueno que una de ellas se haga pasar por tu cariñosa prometida en esta ridícula farsa—hice ademán de alejarme, pero me detuve cuando sus largos dedos me rodearon el brazo.
—Brittany.
Me zafé de su mano.
—¿Qué?—mascullé.
Levantó las manos.
—No entiendo qué problema hay en vestirte como es debido.
Cansada, me froté los ojos.
—Si mañana no obtienes el resultado que esperas, te habrás gastado un montón de dinero en vano. Toda esta locura habrá sido para nada.
—¿Toda esta locura?
Parpadeé para librarme de las lágrimas que brotaban de mis ojos.
—Fingir que estamos comprometidas. Sacarme de mi casa, echar por tierra los trabajos de ambas, obligarte a pasar tiempo conmigo. Incluso Ken sabe lo mal que te caigo, Santana. ¿Cómo va a salir bien?
Se encogió de hombros.
—Si no sale bien, y es poco probable que no lo haga, tendrás un montón de ropa nueva para lucir en tu nuevo trabajo. Seamos sinceras: el cuchitril en el que vivías no era una casa; ya te buscaremos algo mejor. Míralo desde esa perspectiva—dio un paso hacia delante—Y, la verdad, Brittany, a lo mejor te juzgué demasiado deprisa. No me caes mal. De hecho, disfruto bastante cuando discutes conmigo.
No supe qué replicar a semejante afirmación, tan inesperada.
—Creo que, tal vez, deberíamos declarar una tregua. Tienes razón en algo: debemos presentar un frente común y no podemos hacerlo si no nos sentimos cómodas la una con la otra. Así que voy a hacerte una proposición.
—Ajá…—dije, casi con miedo de lo que iba a decir a continuación.
—Ve de compras y gasta mi dinero. Gasta una cantidad indecente. Considéralo un regalo por todas las perrerías que te he hecho a lo largo del último año. Yo haré unas cuantas llamadas y solucionaré algunas cosas. Cuando vuelvas, pasaremos la noche charlando y conociéndonos un poco mejor. Mañana, nos enfrentaremos al día como una pareja. ¿De acuerdo?
Me mordí el interior del carrillo mientras lo observaba.
—Está bien.
—Estupendo. Una cosa más.
—¿El qué?
Extendió el brazo y vi que tenía una cajita en la palma de la mano.
—Quiero que te pongas esto.
Clavé la mirada en la cajita sin mover un músculo.
—No te va a morder.
—¿Qué es?—susurré, aunque ya conocía la respuesta.
—Un anillo de compromiso―como no me moví, suspiró, frustrada—Será mejor que no esperes que hinque una rodilla en el suelo.
—¡No! —exclamé.
—Bueno acéptalo.
Me tembló la mano al coger la cajita y abrirla. Un enorme solitario, engastado en oro blanco, con un diseño clásico, brillaba a la luz.
Era exquisito.
La miré a los ojos.
—Te describí a la vendedora y le dije que quería algo sencillo pero deslumbrante. Había solitarios más grandes, pero, por algún motivo, pensé que este te gustaría.
Esas palabras, tan extrañas y amables, me emocionaron.
—Me gusta.
—En fin, póntelo. Forma parte de la imagen.
Me lo puse en el dedo y lo miré fijamente. Me sentaba como un guante, pero me resultaba extraño en la mano.
—Lo cuidaré muy bien hasta que llegue el momento de devolvértelo.
Resopló.
—Seguro que lo intentarás. Pero teniendo en cuenta lo patosa que eres, lo he asegurado.
Puse los ojos en blanco, olvidada de repente la emoción del momento.
Santana miró la hora.
—Muy bien. El coche estará esperándote en la puerta. Ve a ponerte presentable―se dio media vuelta y salió de la habitación.
Cuando cogí el bolso, el anillo reflejó la luz.
En fin, parecía que tenía una prometida.
Estaba comprometida con una mujer a la que no le caía bien, pero que estaba dispuesta a pasar ese detalle por alto con tal de conseguir otro trabajo y de cabrear a su antiguo jefe.
Desde luego, era el sueño de toda mujer.
Aunque tenía pocos objetos personales en el despacho, la ayudé a recoger algunos premios, unos libros y un par de faldas y camisas que tenía guardadas para las emergencias.
Negaba con la cabeza mientras doblaba una y acaricié una.
Todas sus camisas estaban hechas a medida, y llevaban las iniciales SML bordadas en los puños. Un detalle lujoso que solo ella era capaz de lucir con soltura.
Sus objetos solo llenaron dos cajas de cartón.
El despacho era tan impersonal como el piso. Eché un vistazo a mi alrededor y me di cuenta de que no había cambiado mucho.
Nadie se daría cuenta, a menos que observara con atención.
Me fijé en una figurita y me puse de puntillas para cogerla del estante.
—¿Quieres llevártela, Santana?
Clavó la mirada en la figurita, pero antes de poder contestar, la puerta del despacho se abrió de par en par.
Era Ken, que se paró en seco al vernos.
Santana estaba apoyada en su escritorio, con la carta de renuncia en la mano, y yo estaba de pie, con la figurita en las manos, junto a una caja abierta.
Ken echaba humo por las orejas.
—¿Qué cojones pasa aquí?
Santana se apartó del escritorio y se acercó a mí. Me quitó la figurita de las manos, esbozó una sonrisilla desdeñosa, la metió en la caja y luego la tapó.
—Creo que ya hemos terminado, Brittany. Ve a tu mesa y espérame ahí.
Me quedé paralizada. La sensación de sus dedos al acariciarme la mejilla me sacó de mi estupor.
—Cariño—murmuró. Su voz sonó muy ronca en mis oídos—Vete.
La miré y parpadeé.
«¿Cariño?».
¿A qué estaba jugando?
Se movió y sentí su cálido aliento en la piel.
—No me pasará nada, ve a tu mesa. Nos iremos enseguida—me colocó la mano en la cintura y me dio un empujoncito.
Totalmente confundida, hice lo que me ordenaba.
No había dado ni dos pasos cuando Ken empezó a gritar. Soltó tacos y alaridos, e hizo ademán de cogerme del brazo.
Santana la apartó de un empujón y se interpuso entre nosotros.
—No la toques, Ken. ¿Me has entendido?
—¡Qué narices! ¿Te la estás… te las estás tirando, Santana? ¿Me estás diciendo que tienes una aventura con tu asistente?
Contuve el aliento, sin saber qué iba a pasar a continuación.
—No es una aventura, Ken. Estamos enamoradas.
Ken se echó a reír de forma desagradable.
—¿Enamoradas —resopló con desdén—Pero si no la soportas. ¡Llevas meses intentando deshacerte de ella!
—Una buena excusa. Una que te tragaste enterita, con anzuelo y todo.
Ken habló con voz gélida:
—Acabas de firmar tu sentencia de muerte en esta empresa.
Santana soltó una carcajada.
—Demasiado tarde—le dio las dos hojas de papel con el membrete de la empresa a Ken—Renuncio. Al igual que mi prometida.
Ken se quedó boquiabierto.
—¿Tu prometida? ¿Vas a tirar tu carrera por la borda por un trozo de carne? ¿Por un polvo de mierda?
Sucedió tan deprisa que no me dio tiempo a impedirlo. Ken empezó a vociferar y, en un abrir y cerrar de ojos, Santana estaba de pie sobre su cuerpo tirado en el suelo, con el puño tan apretado que los nudillos se le habían puesto blancos.
Lo fulminaba desde arriba, jadeando.
Era la personificación de una mujer que defendía algo, o a alguien, a quien quería.
—No vuelvas a hablar así de ella, jamás. No vuelvas a hablar de ella y punto. Nos vamos hoy. Ya me he hartado de que me jodas, de que me digas de quién me puedo enamorar o cuándo. Ya me he hartado de ti y de Tanaka Inc.
—Te arrepentirás, Santana—Ken escupió y se limpió la sangre de la cara.
—Solo me arrepiento de haber perdido tanto tiempo mientras te ofrecía las campañas más brillantes que han salido de esta maldita empresa. Buena suerte con tu porcentaje de éxitos cuando me vaya—retrocedió—Cariño, recoge tus cosas. Nos vamos. Ahora mismo.
Corrí a mi mesa y cogí el bolso y el abrigo. Las pocas cosas que había recogido de mi escritorio poco antes ya estaban en las cajas de Santana.
Me aseguré de que no quedase nada personal en el ordenador y de que mi puesto de trabajo estuviera limpio.
Sabía que Santana había formateado su disco duro, riéndose entre dientes mientras lo hacía, y que masculló «Buena suerte, cabrones» antes de apagar el ordenador.
A saber lo que descubriría el departamento de informática.
Salió del despacho sin hacerle el menor caso a Ken, que se estaba poniendo verde a gritos y amenazaba con demandarla mientras le decía que estaba arruinada.
Señaló la salida con un gesto de la cabeza y corrí a abrir la puerta antes de seguirlo por el pasillo, con Ken pisándonos los talones sin dejar de mascullar y de soltar insultos.
Otros trabajadores y directivos observaban la escena.
Clavé la vista en la espalda de Santana, convencida de que se estaba pavoneando. Llevaba la cabeza muy alta y los hombros erguidos, no sentía la menor vergüenza por el espectáculo que estaba dando.
Cuando llegamos al ascensor, apretó el botón y se volvió hacia la pequeña multitud que nos observaba, sin saber qué pasaba, pero que adoraba el espectáculo de todas formas.
—Ha sido un placer, pero me largo. Buena suerte para los que sigan trabajando para el vampiro que todos conocemos como Ken—las puertas se abrieron y soltó las cajas en el interior antes de extender los brazos a los lados—Después de usted, my lady.
Entré en el ascensor, muerta de vergüenza.
Cuando las puertas empezaron a cerrarse, Santana extendió el brazo y forzó su apertura.
—Por cierto, para que dejen de especular: sí, Brittany y yo estamos juntas. Es lo mejor que esta empresa me ha dado jamás―tras pronunciar esas palabras, me agarró, me pegó a su cuerpo y me besó mientras las puertas se cerraban, bloqueando los jadeos sorprendidos.
Al instante, Santana se apartó de mí.
Trastabillé hasta apoyarme en la pared del ascensor, jadeando. Me había besado con brusquedad, con deliberación, con un punto furioso.
—¿Por qué lo has hecho?
Se agachó, recogió las cajas y se encogió de hombros.
—Para irnos con una traca final—se echó a reír—Conociendo cómo funciona la red de cotilleos de este mundillo, esta noche ya estará en boca de todos—empezó a reírse a carcajadas, con la cabeza hacia atrás—Ese cabrón me ha hecho un favor enorme y ni siquiera lo sabe.
Las puertas del ascensor se abrieron y la seguí hasta su coche. Esperé a estar sentada antes de preguntarle:
—¿Un favor? ¿Lo habías… lo habías planeado?
Sonrió, y tenía un aspecto casi juvenil.
—No. Había planeado hacerlo de otra forma, pero cuando entró hecho una furia, cambié de táctica—me guiñó un ojo antes de ponerse las gafas de sol—Eso se me da bien, Brittany. Si el cliente quiere cambiar algo, aprendes a pensar con rapidez. Ken sabía lo que pasaba en cuanto vio las cajas. Decidí que montar una escena sería positivo.
—¿Positivo para quién? Ha sido humillante.
—Ha sido como un anuncio. Claro y conciso. De una sola tacada, la empresa al completo se ha enterado de que mi relación con Ken está rota y además han descubierto lo nuestro. Cuando lleguemos a casa de Will mañana, se habrá enterado de todo. Sabrá que le di un puñetazo a Ken por insultar a la mujer que quiero. Es perfecto. No podría haberlo planeado mejor de haberlo intentado.
Incliné la cabeza, pasmada.
Jamás habría considerado lo sucedido como algo «perfecto».
—Relájate, Brittany—resopló mientras sorteaba con pericia el tráfico—Para ti todo ha acabado. No tendrás que volver. Llamaré a mi abogado y me aseguraré de mandarle la primera andanada a Ken para postrarlo de rodillas.
—¿La primera andanada?
—Ken detesta que la empresa tenga mala publicidad. Si cree que voy a ir a por él por no cumplir lo prometido y por crear un ambiente de trabajo malsano, no intentará hacer nada. Será como un seguro.
Suspiré y apoyé la cabeza en la fría ventanilla.
—Tienes la tarde libre. Quizá podrías ir de compras.
—¿Tengo que hacerlo?
—Sí. Ya te lo he dicho, tienes que aparentar lo que finges ser. Tengo un asesor de compras a la espera. Lo llamaré para que vayas a verla esta tarde. Podemos continuar con los planes para esta noche.
—Genial.
Subió el volumen de la música y marcó el ritmo con los dedos sobre el volante mientras pasaba por completo del sarcasmo de mi comentario.
Detestaba ir de compras… sobre todo porque nunca podía permitirme casi nada.
A lo mejor al no tener que pagar la factura, me divertiría más.
Ojalá fuera así.
Después de lo de esa mañana, necesitaba distraerme con algo.
Poco después de llegar al departamento, Santana recibió un sobre por mensajero. Lo abrió y me dio una tarjeta de crédito negra.
—¿Qué es?
—Para que puedas ir de compras.
Mire la tarjeta y vi mi nombre grabado en letras plateadas.
—¿Cómo has…? Da igual—suspiré.
Era evidente que si Santana quería algo, lo conseguía.
Se sentó y me pidió la tarjeta.
—Fírmala y úsala. He llamado a Kurt Hummel, es el asesor de compras de la que te he hablado. Te espera dentro de una hora.
—Está bien.
—¿Qué pasa?
—¿No puede mandarme un vestido para mañana y ya está? Estoy segura de que ya le has dicho exactamente lo que quieres que me ponga.
Negó con la cabeza.
—No es solo para mañana, Brittany. Lo dije en serio. Líbrate de la ropa que te has estado poniendo. Te quiero con vestidos, con trajes bien confeccionados, con conjuntos elegantes. Zapatos decentes. Quiero que tengas un guardarropa nuevo.
—¿También tengo que deshacerme de la ropa interior?—le solté, e incluso yo me di cuenta del gruñido que acompañó la pregunta.
Me miró un minuto entero, parpadeando, antes de echarse a reír a carcajadas.
—Menudo temperamento tienes escondido. Sí. Deshazte de ella. Todo nuevo. Todo de acuerdo al papel que vas a interpretar.
Puse los ojos en blanco y cogí la tarjeta.
—Está bien. Aunque tampoco es que vayan a verme en ropa interior.
—¿Se puede saber qué te pasa?—masculló—Nunca he tenido que suplicarle a una mujer para que se gaste mi dinero. Normalmente, se mueren por meterle mano a mi cuenta bancaria. ¿Por qué narices eres tan terca?
Me puse en pie.
—Bueno que una de ellas se haga pasar por tu cariñosa prometida en esta ridícula farsa—hice ademán de alejarme, pero me detuve cuando sus largos dedos me rodearon el brazo.
—Brittany.
Me zafé de su mano.
—¿Qué?—mascullé.
Levantó las manos.
—No entiendo qué problema hay en vestirte como es debido.
Cansada, me froté los ojos.
—Si mañana no obtienes el resultado que esperas, te habrás gastado un montón de dinero en vano. Toda esta locura habrá sido para nada.
—¿Toda esta locura?
Parpadeé para librarme de las lágrimas que brotaban de mis ojos.
—Fingir que estamos comprometidas. Sacarme de mi casa, echar por tierra los trabajos de ambas, obligarte a pasar tiempo conmigo. Incluso Ken sabe lo mal que te caigo, Santana. ¿Cómo va a salir bien?
Se encogió de hombros.
—Si no sale bien, y es poco probable que no lo haga, tendrás un montón de ropa nueva para lucir en tu nuevo trabajo. Seamos sinceras: el cuchitril en el que vivías no era una casa; ya te buscaremos algo mejor. Míralo desde esa perspectiva—dio un paso hacia delante—Y, la verdad, Brittany, a lo mejor te juzgué demasiado deprisa. No me caes mal. De hecho, disfruto bastante cuando discutes conmigo.
No supe qué replicar a semejante afirmación, tan inesperada.
—Creo que, tal vez, deberíamos declarar una tregua. Tienes razón en algo: debemos presentar un frente común y no podemos hacerlo si no nos sentimos cómodas la una con la otra. Así que voy a hacerte una proposición.
—Ajá…—dije, casi con miedo de lo que iba a decir a continuación.
—Ve de compras y gasta mi dinero. Gasta una cantidad indecente. Considéralo un regalo por todas las perrerías que te he hecho a lo largo del último año. Yo haré unas cuantas llamadas y solucionaré algunas cosas. Cuando vuelvas, pasaremos la noche charlando y conociéndonos un poco mejor. Mañana, nos enfrentaremos al día como una pareja. ¿De acuerdo?
Me mordí el interior del carrillo mientras lo observaba.
—Está bien.
—Estupendo. Una cosa más.
—¿El qué?
Extendió el brazo y vi que tenía una cajita en la palma de la mano.
—Quiero que te pongas esto.
Clavé la mirada en la cajita sin mover un músculo.
—No te va a morder.
—¿Qué es?—susurré, aunque ya conocía la respuesta.
—Un anillo de compromiso―como no me moví, suspiró, frustrada—Será mejor que no esperes que hinque una rodilla en el suelo.
—¡No! —exclamé.
—Bueno acéptalo.
Me tembló la mano al coger la cajita y abrirla. Un enorme solitario, engastado en oro blanco, con un diseño clásico, brillaba a la luz.
Era exquisito.
La miré a los ojos.
—Te describí a la vendedora y le dije que quería algo sencillo pero deslumbrante. Había solitarios más grandes, pero, por algún motivo, pensé que este te gustaría.
Esas palabras, tan extrañas y amables, me emocionaron.
—Me gusta.
—En fin, póntelo. Forma parte de la imagen.
Me lo puse en el dedo y lo miré fijamente. Me sentaba como un guante, pero me resultaba extraño en la mano.
—Lo cuidaré muy bien hasta que llegue el momento de devolvértelo.
Resopló.
—Seguro que lo intentarás. Pero teniendo en cuenta lo patosa que eres, lo he asegurado.
Puse los ojos en blanco, olvidada de repente la emoción del momento.
Santana miró la hora.
—Muy bien. El coche estará esperándote en la puerta. Ve a ponerte presentable―se dio media vuelta y salió de la habitación.
Cuando cogí el bolso, el anillo reflejó la luz.
En fin, parecía que tenía una prometida.
Estaba comprometida con una mujer a la que no le caía bien, pero que estaba dispuesta a pasar ese detalle por alto con tal de conseguir otro trabajo y de cabrear a su antiguo jefe.
Desde luego, era el sueño de toda mujer.
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Hola, de como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, de como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
san si que se las rifa jajaja si que sabe hacerlo a lo grande!!!
a ver como van las cosas??? el primer acto!!!
nos vemos!!
san si que se las rifa jajaja si que sabe hacerlo a lo grande!!!
a ver como van las cosas??? el primer acto!!!
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
Jajajjaja santana la caga para ser cara dura y muy ingeniosa la condenada, britt comprate mucha ropa sexy para que san caiga de rodillas a ti.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
jajajaja bueno ya esta en marcha el plan y ambas aun estan adaptandose sobretodo Britt que es la que tendra que cambiar casi todos los aspectos de su vida .... y bueno que empiece su cambio, estoy segura que el resultado encantara a Santana
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: FanFic Brittana: Contrato (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
san si que se las rifa jajaja si que sabe hacerlo a lo grande!!!
a ver como van las cosas??? el primer acto!!!
nos vemos!!
Hola lu, jajajjaaj esa morena es una loquilla y no siempre para bn xD Esperemos y bn...por el bien de britt la vrdd jajajaja. Mmm aquí dejo otro cap para saber! jajajajaj. Saludos =D
Isabella28 escribió:Jajajjaja santana la caga para ser cara dura y muy ingeniosa la condenada, britt comprate mucha ropa sexy para que san caiga de rodillas a ti.
Hola, jaajajajajajaj como dije, no siempre es para bn xD jajajajaaj. Dices tu¿? mm¿? ajjajaajajja. Saludos =D
JVM escribió:jajajaja bueno ya esta en marcha el plan y ambas aun estan adaptandose sobretodo Britt que es la que tendra que cambiar casi todos los aspectos de su vida .... y bueno que empiece su cambio, estoy segura que el resultado encantara a Santana
Hola, si q si! lo cual es bueno... si lo vemos de cierto punto, para britt lo es mas, no¿? Espero y tengas la razón jajaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
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