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[Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
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[Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Sinopsis
Tras un desengaño amoroso, Brittany está decidida a retomar las riendas de su vida e ir tachando propósitos de su lista de objetivos: seguir siendo la mejor en su empleo, casarse , formar una familia, mudarse a una bonita casa a las afueras.
¿El problema?
Uno pequeño, como que todavía no ha conocido al futuro papá o mamá de sus hijos, pero ella no es de las que se rinden tras un fracaso y tienen muy claro qué tipo de persona desea a su lado.
Para empezar, una que no se parezca en nada a la abogada con la que debe competir en su trabajo, esa que está poniendo a prueba toda su paciencia.
Santana López es tan atractiva como borde, y cuando se enfrentan en un importante caso de divorcio, saltan chispas entre ellas.
A pesar de su sonrisa insolente y de que es el tipo de persona que debería venir con un cartel en la frente en el que pusiese “no tocar”, Brittany es incapaz de ignorar el deseo que siente cada vez que la morena está cerca.
Y, entre rocambolescas citas, Froot Loops y noches imprevistas, empezara a reconsiderar que a veces “perder el control” también tiene sus ventajas.
¿El problema?
Uno pequeño, como que todavía no ha conocido al futuro papá o mamá de sus hijos, pero ella no es de las que se rinden tras un fracaso y tienen muy claro qué tipo de persona desea a su lado.
Para empezar, una que no se parezca en nada a la abogada con la que debe competir en su trabajo, esa que está poniendo a prueba toda su paciencia.
Santana López es tan atractiva como borde, y cuando se enfrentan en un importante caso de divorcio, saltan chispas entre ellas.
A pesar de su sonrisa insolente y de que es el tipo de persona que debería venir con un cartel en la frente en el que pusiese “no tocar”, Brittany es incapaz de ignorar el deseo que siente cada vez que la morena está cerca.
Y, entre rocambolescas citas, Froot Loops y noches imprevistas, empezara a reconsiderar que a veces “perder el control” también tiene sus ventajas.
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Hola, aquí les dejo el principio de esta nueva historia, espero y les guste!
Gracias por leer y comentar!
Pd: como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd2: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Pd3: aquí mis anteriores historias (adaptadas todas):
Hola, aquí les dejo el principio de esta nueva historia, espero y les guste!
Gracias por leer y comentar!
Pd: como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd2: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Pd3: aquí mis anteriores historias (adaptadas todas):
Wallbanger: https://gleelatino.forosactivos.net/t22310-resueltofanfic-brittanawallbanger-2-rustynailed-adaptada-final
El Affaire López: https://gleelatino.forosactivos.net/t22380-fanfic-brittana-el-affaire-lopez-4-algo-raro-y-preciso-adaptada-epilogo
A los 17: https://gleelatino.forosactivos.net/t22434-resueltofanfic-brittana-a-los-17-adaptada-cap-43-final
Tras el Telón de Pino: https://gleelatino.forosactivos.net/t22474-resueltofanfic-brittana-tras-el-telon-de-pino-adaptada-cap-36-final
Sin Condiciones: https://gleelatino.forosactivos.net/t22505-resueltofanfic-brittana-sin-condiciones-adaptada-cap-47-final
Blonde Girl: https://gleelatino.forosactivos.net/t22520-fanfic-brittana-blonde-girl-adaptada-prologo#538737
Ajuste de Cuentas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22532-resueltofanfic-brittana-ajuste-de-cuentas-adaptada-cap-12-fin
Pídeme lo que Quíeras: https://gleelatino.forosactivos.net/t22535-fanfic-brittana-pideme-lo-que-quieras-adaptada-prologo#539712
Mi Mujer: https://gleelatino.forosactivos.net/t22564-fanfic-brittana-mi-mujer-3-confesion-adaptada-cap-35#542092
Sorpréndeme: https://gleelatino.forosactivos.net/t22576-resueltofanfic-brittana-sorprendeme-adaptada-epilogo#543891
Palabras para Ti: https://gleelatino.forosactivos.net/t22583-resueltofanfic-brittana-palabras-para-ti-adaptada-epilogo
Un Vuelo con Escalas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22590-fanfic-brittana-un-vuelo-con-escalas-adaptada-cap-33-final#544923
Secretos del Pasado: https://gleelatino.forosactivos.net/t22595-resueltofanfic-brittana-secretos-del-pasado-adaptada-epilogo
En tus Brazos y Huir de Todo Mal: https://gleelatino.forosactivos.net/t22602-resueltofanfic-brittana-en-tus-brazos-y-huir-de-todo-mal-ii-pasion-adaptada-epilogo
Parejas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22615p195-resueltofanfic-brittana-parejas-adaptada-cap-41-final#547481
La Chica de Servicio: https://gleelatino.forosactivos.net/t22617-resueltofanfic-brittana-la-chica-de-servicio-3-rindete-adaptada-epilogo-santana
A su Manera: https://gleelatino.forosactivos.net/t22622-resueltofanfic-brittana-a-su-manera-adaptada-cap-50-final
Pídeme lo que Quiéras 4: Y yo te lo Darpe: https://gleelatino.forosactivos.net/t22630-fanfic-brittana-pideme-lo-que-quieras-4-y-yo-te-lo-dare-adaptada-epilogo
Angel de Fuego: https://gleelatino.forosactivos.net/t22633-resueltofanfic-brittana-angel-de-fuego-adaptada-cap-39-fin
Después de Todo: https://gleelatino.forosactivos.net/t22642-fanfic-brittana-despues-de-todo-adaptada-epilogo
Pintando la Luna: https://gleelatino.forosactivos.net/t22644-resueltofanfic-brittana-pintando-la-luna-adaptada-epilogo
La Luna de Media Noche: https://gleelatino.forosactivos.net/t22647-resueltofanfic-brittana-la-luna-de-media-noche-adaptada-epilogo
Amor en Espera: https://gleelatino.forosactivos.net/t22651-resueltofanfic-brittana-amor-en-espera-adaptada-epilogo
Storms: https://gleelatino.forosactivos.net/t22657-resueltofanfic-brittana-storms-adaptada-epilogo
Fue un Beso Tonto: https://gleelatino.forosactivos.net/t22660-resueltofanfic-brittana-fue-un-beso-tonto-adaptada-epilogo
La Luna de Santana: https://gleelatino.forosactivos.net/t22664-resueltofanfic-brittana-la-luna-de-santana-adaptada-epilogo
Con Todo mi Corazón: https://gleelatino.forosactivos.net/t22666-resueltofanfic-brittana-con-todo-mi-corazon-adaptada-epilogo
La Esposa Del Vecino: https://gleelatino.forosactivos.net/t22668-resueltofanfic-brittana-la-esposa-del-vecino-adaptada-epilogo
Dulce Brittany: https://gleelatino.forosactivos.net/t22671-resueltofanfic-brittana-dulce-brittany-adaptada-epilogo
Eres Para Mí: https://gleelatino.forosactivos.net/t22674-resueltofanfic-brittana-eres-para-mi-adaptada-epilogo
Vampira: https://gleelatino.forosactivos.net/t22679-resueltofanfic-brittana-vampira-adaptada-epilogo
Rojo: https://gleelatino.forosactivos.net/t22687-resueltofanfic-brittana-rojo-adaptada-cap-34-final
Retroceder el Tiempo: https://gleelatino.forosactivos.net/t22695-resueltofanfic-brittana-retroceder-el-tiempo-adaptada-epilogo
Dulce Travesura: https://gleelatino.forosactivos.net/t22699-resueltofanfic-brittana-dulce-travesura-adaptada-epilogo
Compañeras: https://gleelatino.forosactivos.net/t22704-resueltofanfic-brittana-companeras-ii-carretera-del-infierno-adaptada-cap-34-y-35-fin
Pequeño Amor: https://gleelatino.forosactivos.net/t22711-resueltofanfic-brittana-pequeno-amor-adaptada-epilogo
Por la Eternidad: https://gleelatino.forosactivos.net/t22718-resueltofanfic-brittana-por-la-eternidad-adaptada-epilogo
Besos: https://gleelatino.forosactivos.net/t22720-resueltofanfic-brittana-besos-adaptada-epilogo
Bambalinas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22725-resueltofanfic-brittana-bambalinas-adaptada-epilogo
Razonable: https://gleelatino.forosactivos.net/t22733-resueltofanfic-brittana-razonable-iii-adaptada-epilogo
Seducción: https://gleelatino.forosactivos.net/t22737-resueltofanfic-brittana-seduccion-adaptada-epilogo
Dilo a Otra: https://gleelatino.forosactivos.net/t22740-resueltofanfic-brittana-dilo-a-otra-adaptada-epilogo-parte-ii
En Equilibrio: https://gleelatino.forosactivos.net/t22741-resueltofanfic-brittana-en-equilibrio-adaptada-epilogo
Simplemente: https://gleelatino.forosactivos.net/t22743-fanfic-brittana-simplemente-ii-adaptada-cap-3
Nunca: https://gleelatino.forosactivos.net/t22747-fanfic-brittana-nunca-i-adaptada-cap-1#561488
Sexy Amor: https://gleelatino.forosactivos.net/t22748p175-resueltofanfic-brittana-sexy-amor-adaptada-epilogo#562089
Los Sentimientos: https://gleelatino.forosactivos.net/t22752-resueltofanfic-brittana-los-sentidos-adaptada-epilogo
Mia: https://gleelatino.forosactivos.net/t22754-resueltofanfic-brittana-mia-iv-adaptada-cap-5-fin
Respiro: https://gleelatino.forosactivos.net/t22755-fanfic-brittana-respiro-adaptada-sinopsis#562652
Por Qué: https://gleelatino.forosactivos.net/t22759-fanfic-brittana-por-que-i-adaptada-prologo#563064
De Mis Sueños: https://gleelatino.forosactivos.net/t22763-fanfic-brittana-mientras-ii-adaptada-cap-11#563491
Mientras: https://gleelatino.forosactivos.net/t22763-resueltofanfic-brittana-mientras-ii-adaptada-epilogo
A Un Angel: https://gleelatino.forosactivos.net/t22765-resueltofanfic-brittana-a-un-angel-adaptada-epilogo
Por Ahora:http: https://gleelatino.forosactivos.net/t22767-fanfic-brittana-por-ahora-adaptada-sinopsis#564383
Comportamiento: https://gleelatino.forosactivos.net/t22769-fanfic-brittana-comportamiento-adaptada-prologo#564737
Arco Iris: https://gleelatino.forosactivos.net/t22768-fanfic-brittana-arco-iris-adaptada-prologo#564693
Por Ti: https://gleelatino.forosactivos.net/t22773-fanfic-brittana-por-ti-adaptada-sinopsis#565129
Sin Compromiso: https://gleelatino.forosactivos.net/t22774-fanfic-brittana-sin-compromiso-adaptada-prologo#565160
Agárrate: https://gleelatino.forosactivos.net/t22775-fanfic-brittana-agarrate-adaptada-sinopsis#565438
Del Amor: https://gleelatino.forosactivos.net/t22776-fanfic-brittana-del-amor-adaptada-prologo#565521
EL Final: https://gleelatino.forosactivos.net/t22778-fanfic-brittana-el-final-adaptada-prologo#565842
El Acuerdo: https://gleelatino.forosactivos.net/t22780-fanfic-brittana-acuerdo-adaptada-sinopsis#566030
La Granja: https://gleelatino.forosactivos.net/t22783-fanfic-brittana-la-granja-adaptada-sinopsis#566263
Contrato: https://gleelatino.forosactivos.net/t22787-fanfic-brittana-contrato-adaptada-sinopsis#566875
De Noche: https://gleelatino.forosactivos.net/t22788-resueltofanfic-brittana-de-noche-adaptada-epilogo
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,...
a veces es mejor hacer caso a los cartelitos!!!
va a casi todos jajaja
nos vemos!!!
a veces es mejor hacer caso a los cartelitos!!!
va a casi todos jajaja
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Aqui sentada esperando!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,...
a veces es mejor hacer caso a los cartelitos!!!
va a casi todos jajaja
nos vemos!!!
Hola lu, si¿? mmm dices tu¿? mmm¿? jajaajajajajajaj. XD jajajaajaj si¿? experiencia propia¿? jajajajaja xD Saludos =D
Isabella28 escribió:Me gusta!!!
Hola, vamos bn entonces¿? espero y te siga gustando xD Saludos =D
micky morales escribió:Aqui sentada esperando!!!!
Hola, como siempre! aquí te dejo el primer cap! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 1
Capitulo 1
Brittany, La Abogada Invencible…
Yo nunca fui una de esas chicas que creen en el amor puro e incondicional; me bastaba con un amor práctico pero eficiente.
Es decir, no buscaba una persona que fuera príncipe azul o una princesa rosa que me regalase flores solo porque sí, por el placer de hacerlo, me conformaba con que lo hiciese el día de mi cumpleaños o en San Valentín (evidentemente, tampoco pedía regalos muy originales).
Nunca anhelé tener esa clase de sexo brutal que te sacude y te deja aletargada; aceptaba hacerlo una o dos veces a la semana, normalmente con Sam encima de mí y sin apenas detenernos en esa palabra conocida como «preliminares» a la que él parecía tenerle alergia.
Y no, tampoco le exigía que fuese especialmente atenta o detallista, era suficiente con que fuese «él mismo o ella misma» y me diese un par de arrumacos por las noches al sentarnos junt@s en el sofá con la televisión de fondo y un cuenco de palomitas cerca.
Por suerte, más allá de los regalos, el sexo o la atención, Sam tenía otras virtudes.
Por ejemplo, era muy sociable, el tipo de novio que podías llevar cogido del brazo a cualquier reunión entre amigos o de trabajo a sabiendas de que caería bien a todo el mundo y se integraría en el grupo en menos de lo que dura un pestañeo.
Además, se le daba bien la cocina, era sumamente ordenado y prefería ver un partido de tenis antes que uno de béisbol o fútbol. Tenía un pelo de anuncio de champú, una nariz que esperaba que heredasen nuestros futuros hijos y un tono de voz embaucador.
Le gustaban los pepinillos en vinagre, la música jazz y cantar en la ducha cuando tenía un buen día.
Ah, olvidé comentar que también le perdían las tetas grandes. Y por si se lo están preguntando, no, mis tetas no eran grandes. Y sí, Sam me era infiel.
Tan infiel como el protagonista malvado de la última telenovela a la que me había enganchado, con la diferencia de que a Manuel Hilario Peñalver todavía no lo había pillado Lupita de la Vega Montalván con las manos en la masa, mientras que a Sam lo había encontrado hacía un año y medio en nuestra cama con una castaña entre las sábanas.
—¿Brittany? ¿Tienes un momento?
Dejé de divagar y de abrir viejas heridas del pasado al escuchar la severa voz de mi jefe al otro lado de la puerta.
Me alisé la impecable camisa blanca que vestía, sacudí mi larga melena rubia tras los hombros y me esforcé por mostrar la mejor de las sonrisas.
Sue entró con paso decidido y acomodó su trasero en la silla vacía que había enfrente de mi escritorio. Luego depositó en la mesa una carpeta de cartón blando con el logotipo azul del bufete de abogados donde trabajaba y las letras que trazaban Co & Caden justo debajo. Se toqueteó el pelo.
—Tengo un nuevo caso para ti—anunció.
Sue rondaba los sesenta años.
—¿De qué se trata?—pregunté, al tiempo que alineaba (todavía mejor de lo que ya estaban) los bolígrafos de tres colores que siempre tenía sobre la mesa. Uno negro, otro azul y, por último, el siempre eficiente rojo, al que por supuesto le quedaba menos tinta que a sus fieles compañeros.
—Un divorcio.
Sentí un incómodo tirón en el estómago.
—¡Oh, no, Sue! Sabes lo mucho que odio ocuparme de ese tipo de asuntos…
—Es un caso importante y te lo delegué oficialmente hace un par de semanas—me cortó secamente, dejando claro que mis protestas caerían en saco roto—Vamos a comisión, así que podemos sacar un buen pellizco, Brittany. Y para eso, necesito a la mejor. Y tú eres la mejor.
Suspiré hondo, ablandándome un poco ante la orgullosa sonrisa que me dedicó.
Aunque a veces era una mujer algo irascible que carecía de tacto, en el fondo le guardaba cierto cariño. En cierto modo, ella había creado la sólida figura de «Brittany, la abogada invencible».
Era mi Geppetto, y yo su Pinocho.
Para corroborarlo, solía decir que era su marioneta preferida y nunca tenía demasiado claro si debía tomarme su comentario como un halago o como un insulto.
De cualquier modo, Sue me fichó en su despacho de abogados meses antes de que finalizase los estudios, ofreciéndome un contrato en prácticas, y desde ese mismo instante, me centré plenamente en el trabajo como si el resto del mundo hubiese sido devastado por un virus letal y todos los humanos, a excepción de los que habitaban en aquel edificio, se hubiesen transformado en una legión de peligrosos zombis de los que debía escapar.
Ese puesto en el bufete de abogados era la gran hazaña de mi vida, así que me sentía agradecida por la confianza que Sue siempre depositaba en mí.
Aunque, a decir verdad, tenía grandes razones para hacerlo; casi nunca perdía un caso.
Si en mi empresa se hubiese hecho la tontería esa de nombrar cada mes al mejor empleado, mi nombre hubiese acaparado el listado de forma permanente.
Me recosté sobre el respaldo de la silla con los brazos cruzados.
—Ponme al corriente.
Su mirada azul brilló con satisfacción.
—¿Te suena de algo el nombre «Artie Abrams»?
—¡Bueno claro! ¡Es un actor de Hollywood!
—¡Exacto! Y ese hombre forrado de dinero está a punto de divorciarse.
—¿Representaré a Artie Abrams?—pregunté sorprendida; el bufete en el que trabajaba tenía prestigio, pero no tanto como para codearse con ese tipo de clientes.
Sue rio y sacudió la cabeza.
—No, no, ¡todavía mejor! Su futura ex mujer será tu clienta—aclaró—No hicieron acuerdo prematrimonial y te aseguro que esa tía está deseando arrasar con su cuenta bancaria hasta dejarle seco. Brittany, quiero que te tomes este caso muy en serio.
—Sabes que siempre lo hago. No te preocupes—aseguré, e intenté disimular mi gran decepción por no poder representar al marido.
Tuve que borrar de un plumazo todas las ilusiones que acababa de hacerme: adiós a practicar surf con Matthew Mcconaughey, adiós a cenar en casa de Brad Pitt y mirarle el trasero cuando se diese la vuelta para ir a la cocina a por la segunda botella de vino.
Y, por ende, adiós a la posibilidad de pedirle a Angelina Jolie que me confesase sus trucos de belleza (aunque seguro que solo diría: «bueno bebo mucha agua al día…»).
Sue asintió levemente con la cabeza y se levantó, apoyando ambas manos sobre los brazos de la silla. Cuando se irguió, volvió a clavar sus ojos en mí.
—Ahí te dejo el expediente—señaló la carpeta que minutos atrás había depositado sobre la mesa de mi escritorio—El lunes te reunirás con Sugar Motta, tu nueva clienta. Y la siguiente semana, Artie Abrams vendrá aquí mismo para que puedan mantener una charla en la sala de reuniones. Me ha costado lo mío convencerles, su abogada es un hueso duro de roer, así que aprovecha la oportunidad. La clave está en lograr beneficios evitando juicios y embrollos; léete el expediente, tienes varios hilos de los que tirar.
—De acuerdo, lo haré.
Sue salió de mi despacho sin despedirse.
Le eché un vistazo al móvil para descubrir que tenía cero llamadas, cero mensajes, cero intentos de comunicación del mundo exterior.
Tampoco podía culpar a mis antiguas compañeras de la universidad por huir de mí despavoridas.
Era comprensible.
Después de anular mi compromiso con Sam, me pasé varios meses monopolizando la conversación cada vez que quedábamos para comer o íbamos a tomar algo.
No sé las veces que repetí lo horrible que había sido encontrarlo con su compañera de trabajo; esa castaña de tetas grandes que siempre me sonreía los días que iba a recogerlo a la hora del almuerzo, pero sí sé que, llegados a cierto punto, la gente se cansa de escuchar lamentaciones.
El problema era que no podía pararlo, no conseguía dejar de vomitar insultos que seguían sin ser suficiente desahogo.
Cabrón.
Sam.
Gilipollas.
Sam.
Idiota infiel.
Sam.
Tonto del culo hasta el infinito.
Ahg.
No estaba triste, estaba terriblemente enfadada. Y lo único que logró calmar un poco esa rabia acumulada, fueron las clases de boxeo. Pero cuando salía del ring, volvía a enfurecerme.
Además, ¿cómo podía no entenderme el resto del mundo?
Conocía a Sam desde los veinte años. Habíamos asistido a la misma universidad y tenía mi vida planificada desde el segundo año de carrera.
Trabajo. Casa. Matrimonio. Hijos. Nietos. Muerte.
Y entonces, antes de que pudiese llegar a la tercera fase, él lo rompió todo.
Las únicas que sabían de verdad cómo me había sentido, eran mis dos mejores amigas.
Hanna había aguantado mi mal humor con una sonrisa en los labios y se había mantenido optimista mientras me ayudaba a recoger las pertenencias de Sam en cajas de cartón y me veía lanzar ciertos objetos contra la pared del salón (la fotografía en la que salíamos besándonos, la cajita donde guardaba nuestros recuerdos, el último frasco de colonia que me había regalado).
La adoraba.
Y Marley, que el año anterior se había mudado a California por amor y se pasaba el día tomando daiquiris con su novia; me acosó a llamadas, se preocupó por devolver todos y cada uno de mis desesperados mensajes y cogió un vuelo a Nueva York para venir a verme cuando me emborraché un sábado por la noche y le aseguré que pensaba suicidarme tragándome un montón de ciruelas de golpe (¿quién se cree eso? Marley, siempre tan dramática, claro).
Mi mamá, por supuesto, también me conocía bien y no fue fácil engañarla y fingir que estaba genial, pero cada vez que la visitaba me esforzaba por mantener una sonrisa radiante.
Con el tiempo, la tarea resultó cada vez más sencilla.
Tras unos primeros meses de duelo, dejé de pensar en Sam. O, mejor dicho, dejé de pensar en él tal y como lo hacía antes; al recordar su rostro ya no veía a ese chico perfecto que me había robado el corazón con un par de miradas, tan solo veía a un hombre cualquiera, un extraño más entre los cientos de desconocidos que caminaban diariamente a mi lado por las calles de Nueva York.
Así que estaba soltera desde hacía más de un año y mi vida se reducía a comer ingentes cantidades de helado Häagen-Dazs, vaguear en mi departamento y sufrir un intenso lavado de cerebro por culpa de las telenovelas que me tragaba.
La apatía y la rutina eran mis drogas particulares, aunque tampoco es que me pasase el día lloriqueando por las esquinas.
En primer lugar, porque yo no lloro; como mucho me enfado, pero llorar no. Y aunque siempre asentía cuando mi mamá murmuraba uno de sus habituales consejos, «sonríe en la calle, llora en casa», no lo cumplía de un modo literal.
Ni siquiera tras lo de Sam había logrado expulsar una sola lágrima.
Tan solo en una ocasión, cuando picaba un poco de cebolla para meterla en el horno junto a dos alitas de pollo y una patata cortada en rodajas, advertí al mirarme en el espejo que el blanco de mis ojos, la parte visible de la esclerótica, estaba ligeramente enrojecido y, en aquel momento, me pareció algo extraordinario.
De modo que, quizá debido a mi situación, lo último que me apetecía era encargarme de un caso de divorcio.
Por experiencia, sabía que los divorcios implicaban dolor, drama y disputas.
Yo no quería enfrentarme a eso, ni mucho menos tener que escuchar las intimidades que siempre salen a la luz cuando todo se ha roto, los «a mi marido le gustaba que le diese palmadas en el trasero cuando follábamos», ni «bueno sí, hacía el elefante al salir de la ducha fingiendo que su miembro era la trompa. Y, entre tú y yo, tenía poco de trompa y mucho de flautín».
Algo agobiada, deseché la idea de echarle un vistazo al expediente y lo guardé en el maletín para revisarlo durante el fin de semana. Cogí el teléfono y llamé a Hanna.
—¿Todavía estás en el trabajo?—preguntó.
—Sí—me metí en la boca un caramelo de menta que acababa de encontrar en el primer cajón del escritorio—¿Cómo va todo?
—Mi mamá organiza esta tarde una de sus reuniones benéficas y le prometí que me quedaría, ¿te apetece venir a tomar el té?
—Gracias, pero no. Quizá otro día.
Los padres de Hanna me daban miedo.
—¿Nos vemos esta noche, entonces?
—Vale, donde siempre.
—A las nueve—concluyó Hanna.
Todos los viernes por la noche acudíamos a Greenhouse Club, una de las discotecas de moda en Nueva York.
El sitio estaba situado en pleno Soho y, como los dueños eran amigos de los padres de Hanna, nunca pagábamos por ocupar uno de los reservados. Servían los mejores cócteles de la zona y de vez en cuando se apuntaban al plan Tina y Mercedes, que eran amigas de Hanna, o mis (esquivas) compañeras de universidad, pero en realidad prefería que quedásemos solo nosotras dos.
Era más divertido y cómodo.
Aquel día, como de costumbre, fui una de las últimas en salir de la oficina.
Me pasé el trayecto en metro intentando adivinar las vidas de los demás viajeros, preguntándome si ellos sí conocerían el secreto de la felicidad.
Cuando llegué a mi diminuto departamento, me quité los zapatos de tacón en la entrada e intenté avanzar hasta la cocina a trompicones por culpa del gato que se frotaba contra mis piernas con el claro propósito de asesinarme de una vez por todas.
No sé cómo, pero logré llegar hasta la nevera sin ser derribada.
—Tranquilízate, Lord T—protesté, pero solo conseguí que maullase con más insistencia. Le di una latita sabor «gambas con salmón» y se puso a comer—Gracias por perdonarme la vida, colega—farfullé mientras metía una pizza en el horno y activaba el temporizador.
Tenía dos grandes debilidades: Tarantino y sus películas sangrientas y la pizza de cuatro quesos. Por suerte, las reuniones sociales me ayudaban a mantener la línea.
En el trabajo, como todas mis demás compañeras, solía pedir ensalada y agua y cuando el camarero listillo de turno preguntaba «¿Algo más?», a pesar de estar muerta de hambre y tener ganas de morderle el puto brazo, cruzaba las piernas con elegancia y lentitud y negaba con la cabeza tras afirmar: «No, gracias. Eso es todo».
Así que, después, mientras intentaba comprender por qué la gente que come fuera de casa siempre finge que sus mejores amigos son los dichosos vegetales, engullía despacito una hoja de canónigo, un grano de maíz, esa oliva deliciosa que parecía haber caído en medio de tanta vegetación por error…
¡Ding, ding, ding!
Ignoré la campanita del horno mientras me subía la cremallera del clásico vestido negro que me había puesto tras salir de la ducha; tenía un corte recto y el largo quedaba por encima de la rodilla.
Solo me faltaban los tacones.
Me puse de puntillas para intentar alcanzar la caja donde guardaba los zapatos, que estaba en el estante más alto del armario. Tanteé con la punta de los dedos la superficie de madera y una corbata roja se deslizó hasta caer a mis pies.
Era increíble que hubiese pasado más de un año desde que rompí con Sam y que todavía continuase encontrando por casa cosas que le pertenecían.
Suspiré hondo.
Luego pisé la corbata a propósito y di un pequeño saltito, consiguiendo así agarrar el borde de la caja de zapatos y bajarla.
Con los tacones ya puestos, volví a la cocina, cogí unas tijeras y corté la corbata de Sam en dos trozos que, posteriormente, terminé depositando sobre la bolsa de basura, al lado de la cabeza medio chamuscada de un pescado.
Después, saqué la pizza del horno y devoré y saboreé el queso fundido mientras contemplaba la ciudad de Nueva York a través del ventanal del comedor.
Es decir, no buscaba una persona que fuera príncipe azul o una princesa rosa que me regalase flores solo porque sí, por el placer de hacerlo, me conformaba con que lo hiciese el día de mi cumpleaños o en San Valentín (evidentemente, tampoco pedía regalos muy originales).
Nunca anhelé tener esa clase de sexo brutal que te sacude y te deja aletargada; aceptaba hacerlo una o dos veces a la semana, normalmente con Sam encima de mí y sin apenas detenernos en esa palabra conocida como «preliminares» a la que él parecía tenerle alergia.
Y no, tampoco le exigía que fuese especialmente atenta o detallista, era suficiente con que fuese «él mismo o ella misma» y me diese un par de arrumacos por las noches al sentarnos junt@s en el sofá con la televisión de fondo y un cuenco de palomitas cerca.
Por suerte, más allá de los regalos, el sexo o la atención, Sam tenía otras virtudes.
Por ejemplo, era muy sociable, el tipo de novio que podías llevar cogido del brazo a cualquier reunión entre amigos o de trabajo a sabiendas de que caería bien a todo el mundo y se integraría en el grupo en menos de lo que dura un pestañeo.
Además, se le daba bien la cocina, era sumamente ordenado y prefería ver un partido de tenis antes que uno de béisbol o fútbol. Tenía un pelo de anuncio de champú, una nariz que esperaba que heredasen nuestros futuros hijos y un tono de voz embaucador.
Le gustaban los pepinillos en vinagre, la música jazz y cantar en la ducha cuando tenía un buen día.
Ah, olvidé comentar que también le perdían las tetas grandes. Y por si se lo están preguntando, no, mis tetas no eran grandes. Y sí, Sam me era infiel.
Tan infiel como el protagonista malvado de la última telenovela a la que me había enganchado, con la diferencia de que a Manuel Hilario Peñalver todavía no lo había pillado Lupita de la Vega Montalván con las manos en la masa, mientras que a Sam lo había encontrado hacía un año y medio en nuestra cama con una castaña entre las sábanas.
—¿Brittany? ¿Tienes un momento?
Dejé de divagar y de abrir viejas heridas del pasado al escuchar la severa voz de mi jefe al otro lado de la puerta.
Me alisé la impecable camisa blanca que vestía, sacudí mi larga melena rubia tras los hombros y me esforcé por mostrar la mejor de las sonrisas.
Sue entró con paso decidido y acomodó su trasero en la silla vacía que había enfrente de mi escritorio. Luego depositó en la mesa una carpeta de cartón blando con el logotipo azul del bufete de abogados donde trabajaba y las letras que trazaban Co & Caden justo debajo. Se toqueteó el pelo.
—Tengo un nuevo caso para ti—anunció.
Sue rondaba los sesenta años.
—¿De qué se trata?—pregunté, al tiempo que alineaba (todavía mejor de lo que ya estaban) los bolígrafos de tres colores que siempre tenía sobre la mesa. Uno negro, otro azul y, por último, el siempre eficiente rojo, al que por supuesto le quedaba menos tinta que a sus fieles compañeros.
—Un divorcio.
Sentí un incómodo tirón en el estómago.
—¡Oh, no, Sue! Sabes lo mucho que odio ocuparme de ese tipo de asuntos…
—Es un caso importante y te lo delegué oficialmente hace un par de semanas—me cortó secamente, dejando claro que mis protestas caerían en saco roto—Vamos a comisión, así que podemos sacar un buen pellizco, Brittany. Y para eso, necesito a la mejor. Y tú eres la mejor.
Suspiré hondo, ablandándome un poco ante la orgullosa sonrisa que me dedicó.
Aunque a veces era una mujer algo irascible que carecía de tacto, en el fondo le guardaba cierto cariño. En cierto modo, ella había creado la sólida figura de «Brittany, la abogada invencible».
Era mi Geppetto, y yo su Pinocho.
Para corroborarlo, solía decir que era su marioneta preferida y nunca tenía demasiado claro si debía tomarme su comentario como un halago o como un insulto.
De cualquier modo, Sue me fichó en su despacho de abogados meses antes de que finalizase los estudios, ofreciéndome un contrato en prácticas, y desde ese mismo instante, me centré plenamente en el trabajo como si el resto del mundo hubiese sido devastado por un virus letal y todos los humanos, a excepción de los que habitaban en aquel edificio, se hubiesen transformado en una legión de peligrosos zombis de los que debía escapar.
Ese puesto en el bufete de abogados era la gran hazaña de mi vida, así que me sentía agradecida por la confianza que Sue siempre depositaba en mí.
Aunque, a decir verdad, tenía grandes razones para hacerlo; casi nunca perdía un caso.
Si en mi empresa se hubiese hecho la tontería esa de nombrar cada mes al mejor empleado, mi nombre hubiese acaparado el listado de forma permanente.
Me recosté sobre el respaldo de la silla con los brazos cruzados.
—Ponme al corriente.
Su mirada azul brilló con satisfacción.
—¿Te suena de algo el nombre «Artie Abrams»?
—¡Bueno claro! ¡Es un actor de Hollywood!
—¡Exacto! Y ese hombre forrado de dinero está a punto de divorciarse.
—¿Representaré a Artie Abrams?—pregunté sorprendida; el bufete en el que trabajaba tenía prestigio, pero no tanto como para codearse con ese tipo de clientes.
Sue rio y sacudió la cabeza.
—No, no, ¡todavía mejor! Su futura ex mujer será tu clienta—aclaró—No hicieron acuerdo prematrimonial y te aseguro que esa tía está deseando arrasar con su cuenta bancaria hasta dejarle seco. Brittany, quiero que te tomes este caso muy en serio.
—Sabes que siempre lo hago. No te preocupes—aseguré, e intenté disimular mi gran decepción por no poder representar al marido.
Tuve que borrar de un plumazo todas las ilusiones que acababa de hacerme: adiós a practicar surf con Matthew Mcconaughey, adiós a cenar en casa de Brad Pitt y mirarle el trasero cuando se diese la vuelta para ir a la cocina a por la segunda botella de vino.
Y, por ende, adiós a la posibilidad de pedirle a Angelina Jolie que me confesase sus trucos de belleza (aunque seguro que solo diría: «bueno bebo mucha agua al día…»).
Sue asintió levemente con la cabeza y se levantó, apoyando ambas manos sobre los brazos de la silla. Cuando se irguió, volvió a clavar sus ojos en mí.
—Ahí te dejo el expediente—señaló la carpeta que minutos atrás había depositado sobre la mesa de mi escritorio—El lunes te reunirás con Sugar Motta, tu nueva clienta. Y la siguiente semana, Artie Abrams vendrá aquí mismo para que puedan mantener una charla en la sala de reuniones. Me ha costado lo mío convencerles, su abogada es un hueso duro de roer, así que aprovecha la oportunidad. La clave está en lograr beneficios evitando juicios y embrollos; léete el expediente, tienes varios hilos de los que tirar.
—De acuerdo, lo haré.
Sue salió de mi despacho sin despedirse.
Le eché un vistazo al móvil para descubrir que tenía cero llamadas, cero mensajes, cero intentos de comunicación del mundo exterior.
Tampoco podía culpar a mis antiguas compañeras de la universidad por huir de mí despavoridas.
Era comprensible.
Después de anular mi compromiso con Sam, me pasé varios meses monopolizando la conversación cada vez que quedábamos para comer o íbamos a tomar algo.
No sé las veces que repetí lo horrible que había sido encontrarlo con su compañera de trabajo; esa castaña de tetas grandes que siempre me sonreía los días que iba a recogerlo a la hora del almuerzo, pero sí sé que, llegados a cierto punto, la gente se cansa de escuchar lamentaciones.
El problema era que no podía pararlo, no conseguía dejar de vomitar insultos que seguían sin ser suficiente desahogo.
Cabrón.
Sam.
Gilipollas.
Sam.
Idiota infiel.
Sam.
Tonto del culo hasta el infinito.
Ahg.
No estaba triste, estaba terriblemente enfadada. Y lo único que logró calmar un poco esa rabia acumulada, fueron las clases de boxeo. Pero cuando salía del ring, volvía a enfurecerme.
Además, ¿cómo podía no entenderme el resto del mundo?
Conocía a Sam desde los veinte años. Habíamos asistido a la misma universidad y tenía mi vida planificada desde el segundo año de carrera.
Trabajo. Casa. Matrimonio. Hijos. Nietos. Muerte.
Y entonces, antes de que pudiese llegar a la tercera fase, él lo rompió todo.
Las únicas que sabían de verdad cómo me había sentido, eran mis dos mejores amigas.
Hanna había aguantado mi mal humor con una sonrisa en los labios y se había mantenido optimista mientras me ayudaba a recoger las pertenencias de Sam en cajas de cartón y me veía lanzar ciertos objetos contra la pared del salón (la fotografía en la que salíamos besándonos, la cajita donde guardaba nuestros recuerdos, el último frasco de colonia que me había regalado).
La adoraba.
Y Marley, que el año anterior se había mudado a California por amor y se pasaba el día tomando daiquiris con su novia; me acosó a llamadas, se preocupó por devolver todos y cada uno de mis desesperados mensajes y cogió un vuelo a Nueva York para venir a verme cuando me emborraché un sábado por la noche y le aseguré que pensaba suicidarme tragándome un montón de ciruelas de golpe (¿quién se cree eso? Marley, siempre tan dramática, claro).
Mi mamá, por supuesto, también me conocía bien y no fue fácil engañarla y fingir que estaba genial, pero cada vez que la visitaba me esforzaba por mantener una sonrisa radiante.
Con el tiempo, la tarea resultó cada vez más sencilla.
Tras unos primeros meses de duelo, dejé de pensar en Sam. O, mejor dicho, dejé de pensar en él tal y como lo hacía antes; al recordar su rostro ya no veía a ese chico perfecto que me había robado el corazón con un par de miradas, tan solo veía a un hombre cualquiera, un extraño más entre los cientos de desconocidos que caminaban diariamente a mi lado por las calles de Nueva York.
Así que estaba soltera desde hacía más de un año y mi vida se reducía a comer ingentes cantidades de helado Häagen-Dazs, vaguear en mi departamento y sufrir un intenso lavado de cerebro por culpa de las telenovelas que me tragaba.
La apatía y la rutina eran mis drogas particulares, aunque tampoco es que me pasase el día lloriqueando por las esquinas.
En primer lugar, porque yo no lloro; como mucho me enfado, pero llorar no. Y aunque siempre asentía cuando mi mamá murmuraba uno de sus habituales consejos, «sonríe en la calle, llora en casa», no lo cumplía de un modo literal.
Ni siquiera tras lo de Sam había logrado expulsar una sola lágrima.
Tan solo en una ocasión, cuando picaba un poco de cebolla para meterla en el horno junto a dos alitas de pollo y una patata cortada en rodajas, advertí al mirarme en el espejo que el blanco de mis ojos, la parte visible de la esclerótica, estaba ligeramente enrojecido y, en aquel momento, me pareció algo extraordinario.
De modo que, quizá debido a mi situación, lo último que me apetecía era encargarme de un caso de divorcio.
Por experiencia, sabía que los divorcios implicaban dolor, drama y disputas.
Yo no quería enfrentarme a eso, ni mucho menos tener que escuchar las intimidades que siempre salen a la luz cuando todo se ha roto, los «a mi marido le gustaba que le diese palmadas en el trasero cuando follábamos», ni «bueno sí, hacía el elefante al salir de la ducha fingiendo que su miembro era la trompa. Y, entre tú y yo, tenía poco de trompa y mucho de flautín».
Algo agobiada, deseché la idea de echarle un vistazo al expediente y lo guardé en el maletín para revisarlo durante el fin de semana. Cogí el teléfono y llamé a Hanna.
—¿Todavía estás en el trabajo?—preguntó.
—Sí—me metí en la boca un caramelo de menta que acababa de encontrar en el primer cajón del escritorio—¿Cómo va todo?
—Mi mamá organiza esta tarde una de sus reuniones benéficas y le prometí que me quedaría, ¿te apetece venir a tomar el té?
—Gracias, pero no. Quizá otro día.
Los padres de Hanna me daban miedo.
—¿Nos vemos esta noche, entonces?
—Vale, donde siempre.
—A las nueve—concluyó Hanna.
Todos los viernes por la noche acudíamos a Greenhouse Club, una de las discotecas de moda en Nueva York.
El sitio estaba situado en pleno Soho y, como los dueños eran amigos de los padres de Hanna, nunca pagábamos por ocupar uno de los reservados. Servían los mejores cócteles de la zona y de vez en cuando se apuntaban al plan Tina y Mercedes, que eran amigas de Hanna, o mis (esquivas) compañeras de universidad, pero en realidad prefería que quedásemos solo nosotras dos.
Era más divertido y cómodo.
Aquel día, como de costumbre, fui una de las últimas en salir de la oficina.
Me pasé el trayecto en metro intentando adivinar las vidas de los demás viajeros, preguntándome si ellos sí conocerían el secreto de la felicidad.
Cuando llegué a mi diminuto departamento, me quité los zapatos de tacón en la entrada e intenté avanzar hasta la cocina a trompicones por culpa del gato que se frotaba contra mis piernas con el claro propósito de asesinarme de una vez por todas.
No sé cómo, pero logré llegar hasta la nevera sin ser derribada.
—Tranquilízate, Lord T—protesté, pero solo conseguí que maullase con más insistencia. Le di una latita sabor «gambas con salmón» y se puso a comer—Gracias por perdonarme la vida, colega—farfullé mientras metía una pizza en el horno y activaba el temporizador.
Tenía dos grandes debilidades: Tarantino y sus películas sangrientas y la pizza de cuatro quesos. Por suerte, las reuniones sociales me ayudaban a mantener la línea.
En el trabajo, como todas mis demás compañeras, solía pedir ensalada y agua y cuando el camarero listillo de turno preguntaba «¿Algo más?», a pesar de estar muerta de hambre y tener ganas de morderle el puto brazo, cruzaba las piernas con elegancia y lentitud y negaba con la cabeza tras afirmar: «No, gracias. Eso es todo».
Así que, después, mientras intentaba comprender por qué la gente que come fuera de casa siempre finge que sus mejores amigos son los dichosos vegetales, engullía despacito una hoja de canónigo, un grano de maíz, esa oliva deliciosa que parecía haber caído en medio de tanta vegetación por error…
¡Ding, ding, ding!
Ignoré la campanita del horno mientras me subía la cremallera del clásico vestido negro que me había puesto tras salir de la ducha; tenía un corte recto y el largo quedaba por encima de la rodilla.
Solo me faltaban los tacones.
Me puse de puntillas para intentar alcanzar la caja donde guardaba los zapatos, que estaba en el estante más alto del armario. Tanteé con la punta de los dedos la superficie de madera y una corbata roja se deslizó hasta caer a mis pies.
Era increíble que hubiese pasado más de un año desde que rompí con Sam y que todavía continuase encontrando por casa cosas que le pertenecían.
Suspiré hondo.
Luego pisé la corbata a propósito y di un pequeño saltito, consiguiendo así agarrar el borde de la caja de zapatos y bajarla.
Con los tacones ya puestos, volví a la cocina, cogí unas tijeras y corté la corbata de Sam en dos trozos que, posteriormente, terminé depositando sobre la bolsa de basura, al lado de la cabeza medio chamuscada de un pescado.
Después, saqué la pizza del horno y devoré y saboreé el queso fundido mientras contemplaba la ciudad de Nueva York a través del ventanal del comedor.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
El payaso de sam cagandola de nuevo, pero eso me encanta.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
Que raro que la salamandra la aya cagado!!!
A ver comp van las cosas!!
Nos vemos!
Que raro que la salamandra la aya cagado!!!
A ver comp van las cosas!!
Nos vemos!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Isabella28 escribió:El payaso de sam cagandola de nuevo, pero eso me encanta.
Hola, jajaajajajaj a mi tmbn! me encanta cuando hace algo mal y las junta jaajajajajja. Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
Que raro que la salamandra la aya cagado!!!
A ver comp van las cosas!!
Nos vemos!
Hola lu, jajaaj o no¿? sospechoso de él...quizás lo drogaron o algo así jajajaajaj xD Aquí otro cap para saber más! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 2
Capitulo 2
“Santana-Debería-Ser-Ilegal…”
Dos horas más tarde, me encontraba en el interior de Greenhouse Club, con un codo apoyado con despreocupación sobre la mesa del reservado y sosteniendo un cóctel en la otra mano, mientras reía ante las ocurrencias de Hanna.
Mi amiga no era una persona demasiado aguda, pero sí sumamente divertida, buena e inocente. De hecho, a menudo le costaba darse cuenta de que, muchos de los chic@s, si a nosotras tres nos gustaban las personas no su género, con los que salía, terminaban aprovechándose de ella, principalmente porque sus padres, los señores Marin, eran millonarios o, mejor dicho, billonarios con «b», como solía recalcar Marley.
Él era un conocido magnate que tenía diversas empresas repartidas por el mundo, mientras que su mamá destacaba por ser una refinada y famosa dama de la alta sociedad.
De modo que Hanna había crecido en una especie de realidad paralela, donde todo eran princesas, faldas tutú, bolsos exclusivos de marca y purpurina de colores.
—Así que sí, mis padres han accedido y pienso crear la mejor empresa de organización de eventos de toda la ciudad—terminó de decir, tras una larga explicación detallada sobre por qué ellos hubiesen preferido que siguiese dedicándose a no hacer nada.
El papá de Hanna era un tanto retrógrado, el típico hombre anclado en otra época que pensaba que las mujeres no estaban hechas para dirigir un negocio.
—¡Es una noticia fantástica! ¡Estoy segura de que te irá genial!—exclamé animada—Ni siquiera deberías haber esperado la aprobación de tus padres. Y además, sabes que para cualquier cuestión legal, me tienes a mí.
Ella sonrió agradecida, instantes antes de darle un corto y elegante sorbo a su copa, dejando una marca de carmín en el borde de cristal.
Hanna tenía un rostro angelical, unas piernas kilométricas que no pasaban desapercibidas y el cabello rubio, largo y ondulado. Me fijé en sus brillantes uñas rosas. Hacía una eternidad que yo no me molestaba en pintármelas.
Antes era detallista. Ahora, práctica.
—Gracias. Sabes que me encantaría, pero mi papá insiste en que se encargue de todo el abogado de la familia. Ya lo conoces, es difícil llevarle la contraria y, además, es mi prestamista oficial, así que…
—¿Señorita?—un camarero apareció e interrumpió nuestra conversación. Levantó la copa que sostenía en la mano y clavó sus ojos en Hanna—Lamento molestarla, pero aquel hombre de ahí insiste en poder invitarla a un margarita.
Ambas nos giramos a la vez buscando al misterioso pretendiente. El camarero señaló a un chico joven que parecía bastante decente; tenía el cabello rubio y la piel bronceada. Cuando advirtió que lo mirábamos, nos saludó con la mano.
—Es mono—le dije a Hanna—Oh, mira, se está levantando…—ladeé la cabeza para intentar verlo mejor—Bueno, de hecho, camina hacia aquí…—reí como una adolescente, consciente de que varias copas danzaban por mi estómago, entremezclándose con la pizza (casi tamaño familiar) que me había zampado horas atrás.
Era una mezcla explosiva.
—¿En serio?—Hanna arrugó su pequeñísima nariz.
—Sí. Es más, ¿sabes qué…? Necesito ir al servicio. Y de paso, los dejo un rato solas—salí con cierta dificultad del asiento del reservado e ignoré las suplicas de Hanna, que no dejaba de pedirme que no me marchase, pero, ¡qué demonios! le vendría bien divertirse un poco.
Con decisión, me acomodé el asa del bolso sobre el hombro.
—¡Por favor, Britt!—rogó.
—Solo será un momento, tranquilízate y disfruta—atisbé a decir antes irme y esquivar a un montón de gente que bailaba alrededor.
El local era famoso por considerarse ecológico. La mayoría del mobiliario minimalista estaba hecho con materiales reciclados, el suelo era de bambú, y las paredes estaban repletas de luces led de colores.
Cuando salí de los servicios unos minutos después, me apoyé en una pared, con la intención de hacer algo de tiempo y pasar desapercibida. Y, por alguna misteriosa razón, ahí, rodeada por docenas de personas, me sentí extrañamente sola e incomprendida.
Fruncí el ceño, enfadada conmigo misma por pensar en tonterías.
Sonaba She drives me crazy, una canción de los ochenta. Saqué el móvil del bolsillo y le envíe un mensaje a Marley ya que, a pesar de vivir en la otra punta del país, insistía en que la mantuviésemos al corriente de todo (especialmente cuando se trataba de cotilleos).
Acabo de abandonar a Hanna con un tipo bastante aceptable. Voy a darle diez minutos, antes de ir y rescatar a la princesa de la torre.
Pulsé el botón de «enviar» justo en el momento en el que una mujer chocó contra mí. Me rodeó la cintura para impedir que cayese al suelo y, al alzar la mirada hacia ella, juro que se me paró el corazón.
Así, sin más.
Fue como si un latido se perdiese en esos ojos oscuros que me observaban con interés.
«Estúpidas hormonas mías…»
—Lo siento, ¿estás bien?—preguntó.
Tenía una voz sensual y profunda. Asentí, todavía aletargada, y me obligué a no pensar en nada que tuviese que ver con eso, con «profundidad». Ni «más profundo», ni «qué profundo».
Nada.
Bajé la vista hasta el móvil que aún sostenía entre las manos cuando vibró y el nombre de «Marley» iluminó la pantalla.
Ella carraspeó, llamando de nuevo mi atención. Me llegó el aroma de su perfume que usaba.
Hacía una eternidad que no me sentía atraída por una persona, pero este espécimen que tenía enfrente… este… debería considerarse ilegal.
Ya me imaginaba dándola en la asignatura correspondiente durante el último año de carrera: «Mirada penetrante, sonrisa pre-sexo, actitud despreocupada. No tocar, peligro de incendio. Prohibida su distribución desde 1869 en el congreso celebrado en Arkansas por motivo del bicentenario… blablablá».
—Se supone que ahora debería decir algo inteligente como: «¿Qué hace una chica tan preciosa sola en un local como este?». A lo que tú contestarías: «No estoy sola, estoy con…» Y así yo podría adivinar si tienes pareja o has venido con tus amigas.
Me dedicó una sonrisa digna de enmarcar y reuní toda mi fuerza de voluntad para seguir pensando con la cabeza y no con otra parte de mi anatomía que estaba un poco más abajo, porque era difícil no caer rendida ante esos hoyuelos tan irresistibles que se le marcaban en las mejillas…
—El problema es que te equivocarías en algo.
—Ah, ¿sí? ¿En qué?
—En que tu primera pregunta no me parecería «inteligente». Por lo que, en teoría, partiendo de esa base, dudo que fuese a contestarte lo que tú esperabas saber.
Hubo una chispa en sus ojos mientras daba un paso al frente.
—¿Y no te has parado a pensar que en realidad lo único que pretendía conseguir desde el principio era precisamente que tú dijeses eso mismo? Quizá lo tenía todo previsto. Ya sabes, como una forma de alargar la conversación y romper el hielo.
Era como entrar en Matrix o algo parecido.
Entrecerré los ojos al mirarla, ahora con cierta desconfianza. La miré a conciencia, ignorando que la distancia prudencial que nos separaba era cada vez más inexistente.
Vestía unos ceñidos vaqueros desgastados y una ajustada camiseta negra que favorecía sus pechos. Tragué saliva despacio cuando sus labios volvieron a curvarse lentamente, mostrando una sonrisa insolente.
—Bueno creo que lo de romper el hielo no te ha salido demasiado bien.
—Tienes razón—ladeó la cabeza, sin dejar de observarme con curiosidad, y
alargó una mano hacia mí—Mejor volvamos a lo clásico. Me llamo Santana. ¿Y tú eres…?
—Brittany.
Vale, sí, admito que me ablandé un poco.
La «Santana-debería-ser-ilegal», tenía la piel cálida y retuvo mi mano entre las suyas durante más tiempo de lo que se podría considerar normal. Sin soltarme, se movió hacia mí para susurrarme al oído.
—¿Color preferido?
—¿Cómo dices…?
—Te pregunto cuál es tu…
—Ya, lo he oído a primera. El rojo.
—Uhmm. Me gusta. ¿Comida?
—Pizza de cuatro quesos. ¿Y tú?—pregunté siguiéndole el juego.
—Los Froot Loops, claro—contestó como si fuese una obviedad que alguien eligiese unos cereales infantiles como «comida favorita»—¿Chicos o chicas?
—Ambos.
—Perfecto—sonrió con picardía—Cosmopolitan. Imagino que a ti te…
—Perfecto—me cortó—¿Puedo invitarte a uno de esos?
Nos miramos fijamente.
No sé en qué momento ella deslizó su mano hasta posarla en mi cintura, pero lo hizo. Y ahí estábamos, muy juntas, ajenas a la multitud que bailaba alrededor y las coloridas luces que se agitaban al son de la música.
—¿Toda la ronda de preguntas ha sido solo para averiguar qué me gustaría tomar?
—Soy una puta retorcida—rio.
En otro momento de mi vida, quizá le hubiese contestado con un «me gusta lo difícil», pero hacía tiempo que, en realidad, buscaba lo sencillo sin encontrarlo; una persona sincera, buena y que no pareciese tener la palabra «peligroso» tatuada en la frente con tinta invisible.
Ya no quería sufrir.
Cerré los ojos al pensar en Sam y, cuando volví a abrirlos, Santana tenía el ceño arrugado con gesto de preocupación.
—Lo siento…—dije—Ha sido divertido, pero mi amiga está esperándome, así que… debería irme…
Me cogió de la muñeca.
—¿Deberías o quieres?
—Debería—inspiré hondo.
—Ya me lo parecía—susurró, y sentí su aliento cálido y mentolado cuando movió su cabeza hacia mí.
Me dejé llevar, diciéndome que solo sería un beso, solo eso… Pero nunca sucedió.
Santana se apartó de golpe y me miró con satisfacción.
—Disfruta de la noche, Brittany. Ya nos veremos pronto—y sin decir nada más, me soltó.
Aturdida, la vi alejarse entre los clientes del local hasta que desapareció de mi vista.
¿Qué demonios acababa de pasar?
Me llevé la mano a la boca, consternada, echando de menos ese beso que parecía haberse perdido por el camino.
Era oficial: estaba fuera del mercado. Llevar sin tontear desde los veinte años le pasa factura a cualquiera, claro. Y ahora estaba a punto de cumplir los treinta, sola, muy sola, dolida y…
—¿Dónde te habías metido?—Hanna apareció en mi campo de visión—¡Llevo buscándote un buen rato! He tenido que huir de ese tío. Al principio parecía normal, pero luego ha empezado a hablarme de esposas y mordazas y unas bolas chinas que no tengo muy claro para qué sirven. Eh, ¿estás bien? ¿Britt?
Parpadeé confundida.
—Sí, sí, perdona.
Me cogió del brazo y no hizo falta que aclarásemos en voz alta que había llegado el momento de marcharnos. Las dos caminamos de forma autómata hacia la puerta que conducía a la salida.
Algo turbada, intenté prestar atención a lo que Hanna me contaba.
—Yo le he dicho que las únicas bolas chinas que me gustan son las que están rellenas de carne de ternera y pican un poco, sabes a qué me refiero, ¿no? Aunque elegiría antes el pollo Gong Bao o el Tofu Ma Po. Es más digestivo.
—Hanna, cariño, no creo que él estuviese hablando de ese tipo de bolas chinas—agradecí el viento fresco de la noche cuando salimos y rebusqué en mi bolso la cartera para comprobar que llevaba suficiente dinero suelto—Será mejor que cojamos un taxi antes de que esto se empiece a llenar—añadí tras advertir que otras personas iban abandonando el local.
Mi amiga no era una persona demasiado aguda, pero sí sumamente divertida, buena e inocente. De hecho, a menudo le costaba darse cuenta de que, muchos de los chic@s, si a nosotras tres nos gustaban las personas no su género, con los que salía, terminaban aprovechándose de ella, principalmente porque sus padres, los señores Marin, eran millonarios o, mejor dicho, billonarios con «b», como solía recalcar Marley.
Él era un conocido magnate que tenía diversas empresas repartidas por el mundo, mientras que su mamá destacaba por ser una refinada y famosa dama de la alta sociedad.
De modo que Hanna había crecido en una especie de realidad paralela, donde todo eran princesas, faldas tutú, bolsos exclusivos de marca y purpurina de colores.
—Así que sí, mis padres han accedido y pienso crear la mejor empresa de organización de eventos de toda la ciudad—terminó de decir, tras una larga explicación detallada sobre por qué ellos hubiesen preferido que siguiese dedicándose a no hacer nada.
El papá de Hanna era un tanto retrógrado, el típico hombre anclado en otra época que pensaba que las mujeres no estaban hechas para dirigir un negocio.
—¡Es una noticia fantástica! ¡Estoy segura de que te irá genial!—exclamé animada—Ni siquiera deberías haber esperado la aprobación de tus padres. Y además, sabes que para cualquier cuestión legal, me tienes a mí.
Ella sonrió agradecida, instantes antes de darle un corto y elegante sorbo a su copa, dejando una marca de carmín en el borde de cristal.
Hanna tenía un rostro angelical, unas piernas kilométricas que no pasaban desapercibidas y el cabello rubio, largo y ondulado. Me fijé en sus brillantes uñas rosas. Hacía una eternidad que yo no me molestaba en pintármelas.
Antes era detallista. Ahora, práctica.
—Gracias. Sabes que me encantaría, pero mi papá insiste en que se encargue de todo el abogado de la familia. Ya lo conoces, es difícil llevarle la contraria y, además, es mi prestamista oficial, así que…
—¿Señorita?—un camarero apareció e interrumpió nuestra conversación. Levantó la copa que sostenía en la mano y clavó sus ojos en Hanna—Lamento molestarla, pero aquel hombre de ahí insiste en poder invitarla a un margarita.
Ambas nos giramos a la vez buscando al misterioso pretendiente. El camarero señaló a un chico joven que parecía bastante decente; tenía el cabello rubio y la piel bronceada. Cuando advirtió que lo mirábamos, nos saludó con la mano.
—Es mono—le dije a Hanna—Oh, mira, se está levantando…—ladeé la cabeza para intentar verlo mejor—Bueno, de hecho, camina hacia aquí…—reí como una adolescente, consciente de que varias copas danzaban por mi estómago, entremezclándose con la pizza (casi tamaño familiar) que me había zampado horas atrás.
Era una mezcla explosiva.
—¿En serio?—Hanna arrugó su pequeñísima nariz.
—Sí. Es más, ¿sabes qué…? Necesito ir al servicio. Y de paso, los dejo un rato solas—salí con cierta dificultad del asiento del reservado e ignoré las suplicas de Hanna, que no dejaba de pedirme que no me marchase, pero, ¡qué demonios! le vendría bien divertirse un poco.
Con decisión, me acomodé el asa del bolso sobre el hombro.
—¡Por favor, Britt!—rogó.
—Solo será un momento, tranquilízate y disfruta—atisbé a decir antes irme y esquivar a un montón de gente que bailaba alrededor.
El local era famoso por considerarse ecológico. La mayoría del mobiliario minimalista estaba hecho con materiales reciclados, el suelo era de bambú, y las paredes estaban repletas de luces led de colores.
Cuando salí de los servicios unos minutos después, me apoyé en una pared, con la intención de hacer algo de tiempo y pasar desapercibida. Y, por alguna misteriosa razón, ahí, rodeada por docenas de personas, me sentí extrañamente sola e incomprendida.
Fruncí el ceño, enfadada conmigo misma por pensar en tonterías.
Sonaba She drives me crazy, una canción de los ochenta. Saqué el móvil del bolsillo y le envíe un mensaje a Marley ya que, a pesar de vivir en la otra punta del país, insistía en que la mantuviésemos al corriente de todo (especialmente cuando se trataba de cotilleos).
Acabo de abandonar a Hanna con un tipo bastante aceptable. Voy a darle diez minutos, antes de ir y rescatar a la princesa de la torre.
Pulsé el botón de «enviar» justo en el momento en el que una mujer chocó contra mí. Me rodeó la cintura para impedir que cayese al suelo y, al alzar la mirada hacia ella, juro que se me paró el corazón.
Así, sin más.
Fue como si un latido se perdiese en esos ojos oscuros que me observaban con interés.
«Estúpidas hormonas mías…»
—Lo siento, ¿estás bien?—preguntó.
Tenía una voz sensual y profunda. Asentí, todavía aletargada, y me obligué a no pensar en nada que tuviese que ver con eso, con «profundidad». Ni «más profundo», ni «qué profundo».
Nada.
Bajé la vista hasta el móvil que aún sostenía entre las manos cuando vibró y el nombre de «Marley» iluminó la pantalla.
Ella carraspeó, llamando de nuevo mi atención. Me llegó el aroma de su perfume que usaba.
Hacía una eternidad que no me sentía atraída por una persona, pero este espécimen que tenía enfrente… este… debería considerarse ilegal.
Ya me imaginaba dándola en la asignatura correspondiente durante el último año de carrera: «Mirada penetrante, sonrisa pre-sexo, actitud despreocupada. No tocar, peligro de incendio. Prohibida su distribución desde 1869 en el congreso celebrado en Arkansas por motivo del bicentenario… blablablá».
—Se supone que ahora debería decir algo inteligente como: «¿Qué hace una chica tan preciosa sola en un local como este?». A lo que tú contestarías: «No estoy sola, estoy con…» Y así yo podría adivinar si tienes pareja o has venido con tus amigas.
Me dedicó una sonrisa digna de enmarcar y reuní toda mi fuerza de voluntad para seguir pensando con la cabeza y no con otra parte de mi anatomía que estaba un poco más abajo, porque era difícil no caer rendida ante esos hoyuelos tan irresistibles que se le marcaban en las mejillas…
—El problema es que te equivocarías en algo.
—Ah, ¿sí? ¿En qué?
—En que tu primera pregunta no me parecería «inteligente». Por lo que, en teoría, partiendo de esa base, dudo que fuese a contestarte lo que tú esperabas saber.
Hubo una chispa en sus ojos mientras daba un paso al frente.
—¿Y no te has parado a pensar que en realidad lo único que pretendía conseguir desde el principio era precisamente que tú dijeses eso mismo? Quizá lo tenía todo previsto. Ya sabes, como una forma de alargar la conversación y romper el hielo.
Era como entrar en Matrix o algo parecido.
Entrecerré los ojos al mirarla, ahora con cierta desconfianza. La miré a conciencia, ignorando que la distancia prudencial que nos separaba era cada vez más inexistente.
Vestía unos ceñidos vaqueros desgastados y una ajustada camiseta negra que favorecía sus pechos. Tragué saliva despacio cuando sus labios volvieron a curvarse lentamente, mostrando una sonrisa insolente.
—Bueno creo que lo de romper el hielo no te ha salido demasiado bien.
—Tienes razón—ladeó la cabeza, sin dejar de observarme con curiosidad, y
alargó una mano hacia mí—Mejor volvamos a lo clásico. Me llamo Santana. ¿Y tú eres…?
—Brittany.
Vale, sí, admito que me ablandé un poco.
La «Santana-debería-ser-ilegal», tenía la piel cálida y retuvo mi mano entre las suyas durante más tiempo de lo que se podría considerar normal. Sin soltarme, se movió hacia mí para susurrarme al oído.
—¿Color preferido?
—¿Cómo dices…?
—Te pregunto cuál es tu…
—Ya, lo he oído a primera. El rojo.
—Uhmm. Me gusta. ¿Comida?
—Pizza de cuatro quesos. ¿Y tú?—pregunté siguiéndole el juego.
—Los Froot Loops, claro—contestó como si fuese una obviedad que alguien eligiese unos cereales infantiles como «comida favorita»—¿Chicos o chicas?
—Ambos.
—Perfecto—sonrió con picardía—Cosmopolitan. Imagino que a ti te…
—Perfecto—me cortó—¿Puedo invitarte a uno de esos?
Nos miramos fijamente.
No sé en qué momento ella deslizó su mano hasta posarla en mi cintura, pero lo hizo. Y ahí estábamos, muy juntas, ajenas a la multitud que bailaba alrededor y las coloridas luces que se agitaban al son de la música.
—¿Toda la ronda de preguntas ha sido solo para averiguar qué me gustaría tomar?
—Soy una puta retorcida—rio.
En otro momento de mi vida, quizá le hubiese contestado con un «me gusta lo difícil», pero hacía tiempo que, en realidad, buscaba lo sencillo sin encontrarlo; una persona sincera, buena y que no pareciese tener la palabra «peligroso» tatuada en la frente con tinta invisible.
Ya no quería sufrir.
Cerré los ojos al pensar en Sam y, cuando volví a abrirlos, Santana tenía el ceño arrugado con gesto de preocupación.
—Lo siento…—dije—Ha sido divertido, pero mi amiga está esperándome, así que… debería irme…
Me cogió de la muñeca.
—¿Deberías o quieres?
—Debería—inspiré hondo.
—Ya me lo parecía—susurró, y sentí su aliento cálido y mentolado cuando movió su cabeza hacia mí.
Me dejé llevar, diciéndome que solo sería un beso, solo eso… Pero nunca sucedió.
Santana se apartó de golpe y me miró con satisfacción.
—Disfruta de la noche, Brittany. Ya nos veremos pronto—y sin decir nada más, me soltó.
Aturdida, la vi alejarse entre los clientes del local hasta que desapareció de mi vista.
¿Qué demonios acababa de pasar?
Me llevé la mano a la boca, consternada, echando de menos ese beso que parecía haberse perdido por el camino.
Era oficial: estaba fuera del mercado. Llevar sin tontear desde los veinte años le pasa factura a cualquiera, claro. Y ahora estaba a punto de cumplir los treinta, sola, muy sola, dolida y…
—¿Dónde te habías metido?—Hanna apareció en mi campo de visión—¡Llevo buscándote un buen rato! He tenido que huir de ese tío. Al principio parecía normal, pero luego ha empezado a hablarme de esposas y mordazas y unas bolas chinas que no tengo muy claro para qué sirven. Eh, ¿estás bien? ¿Britt?
Parpadeé confundida.
—Sí, sí, perdona.
Me cogió del brazo y no hizo falta que aclarásemos en voz alta que había llegado el momento de marcharnos. Las dos caminamos de forma autómata hacia la puerta que conducía a la salida.
Algo turbada, intenté prestar atención a lo que Hanna me contaba.
—Yo le he dicho que las únicas bolas chinas que me gustan son las que están rellenas de carne de ternera y pican un poco, sabes a qué me refiero, ¿no? Aunque elegiría antes el pollo Gong Bao o el Tofu Ma Po. Es más digestivo.
—Hanna, cariño, no creo que él estuviese hablando de ese tipo de bolas chinas—agradecí el viento fresco de la noche cuando salimos y rebusqué en mi bolso la cartera para comprobar que llevaba suficiente dinero suelto—Será mejor que cojamos un taxi antes de que esto se empiece a llenar—añadí tras advertir que otras personas iban abandonando el local.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Hola!!!
El primer contacto de la miserable Britt con Santana!!!!jajja!!
Veremos como sigue!!
Saludos
El primer contacto de la miserable Britt con Santana!!!!jajja!!
Veremos como sigue!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Santana como dejas con la boca estirada a la pobre britt eso no se hace, en algun momento tendra que recompensarla.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Hola morra...
San no puede ser mas mala.... Sea con intención o no??? Le salio bien a san!!!
A ver cuanto le dura el casi beso a britt hasta que aparesca san?..
Nos vemos!!
San no puede ser mas mala.... Sea con intención o no??? Le salio bien a san!!!
A ver cuanto le dura el casi beso a britt hasta que aparesca san?..
Nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Hanna es muy graciosa, esperemos al siguiente encuentro entre San y Britt!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
monica.santander escribió:Hola!!!
El primer contacto de la miserable Britt con Santana!!!!jajja!!
Veremos como sigue!!
Saludos
Hola, siii!! y fue bn, no¿? jajajaj. Aquí dejo otro cap para saber más!!! Saludos =D
Isabella28 escribió:Santana como dejas con la boca estirada a la pobre britt eso no se hace, en algun momento tendra que recompensarla.
Hola, jajaajajajajaj xD esa san es una loquilla xD jajajaajaj. Eso mismo, osea dilo todo el rato xq tiene q jajaja. Saludos =D
3:) escribió:Hola morra...
San no puede ser mas mala.... Sea con intención o no??? Le salio bien a san!!!
A ver cuanto le dura el casi beso a britt hasta que aparesca san?..
Nos vemos!!
Hola lu, jajajajaja o no¿? XD jajajaaj. Eso no se puede negar xD Mmm interesante pregunta jajaaj. Saludos =D
micky morales escribió:Hanna es muy graciosa, esperemos al siguiente encuentro entre San y Britt!!!!
Hola, jjajaj si q lo es jajajaaj. Aquí dejo el siguiente cap para ver si es ahora...o el siguiente xD Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap3
Capitulo 3
El Drama de Sugar Motta…
Cuando la señorita Sugar Motta entró en mi despacho, mi primer pensamiento fue que pronto me haría famosa por haber encontrado al sexto miembro perdido de las Spice Girls.
No aparentaba más de veinte años, a pesar de que sabía que estaba cerca de la treintena, y tenía el cabello tintado de un rojo oscuro y lizo.
Aunque estábamos en pleno invierno, bajo el abrigo vestía una corta falda vaquera deshilachada y un top que dejaba al descubierto su estómago, revelando el piercing con forma de corazón que llevaba en el ombligo.
Sin mediar palabra, se acomodó en la silla que estaba libre, produciendo un incómodo chirrido al deslizarla por el suelo, y me miró con impaciencia.
—Me alegra conocerla al fin, señorita Motta—saludé.
Masticó chicle con la boca entreabierta, tragó saliva sonoramente y después, de golpe y de repente, se transformó en un orco terrorífico.
—¡QUIERO QUITARLE TODO SU DINERO! ¡QUIERO QUE ARTIE SE PUDRA EN LA MISERIA! ¡QUIERO HUNDIRLE LA VIDA!
Abrí la boca sorprendida.
Mi cerebro no estaba preparado para procesar esa aguda voz gritona y, como ya sabía, tampoco para mediar con casos de divorcio. Odiaba convertirme en un ancla de apoyo en las rupturas sentimentales. Teniendo en cuenta mi historial, era cuanto menos irónico.
—Por lo que veo tienes claras tus prioridades—bromeé para quitarle hierro al asunto, mientras rebuscaba el expediente del caso entre los papeles que había sobre mi mesa—Será mejor que analicemos la situación por partes, ¿de acuerdo?
No contestó. Tan solo se quedó ahí quieta, sin dejar de mascar chicle, mirándome como si yo fuese un mosquito insolente zumbando a su alrededor y estuviese deseando rociarme con insecticida.
—Bien…—proseguí, ignorando su actitud—Según tengo entendido, llevan casados un total de nueve meses y siete días, ¿correcto?
Sugar me miró con hastío y comenzó a repiquetear con la punta de las uñas rojas sobre la superficie de la mesa de mi escritorio, sacándome de quicio.
Producía un tictic- tic tremendamente molesto.
Inspiré hondo.
—Supongo que sí—se encogió de hombros—Lo que quiero es el yate, la casa de California, el ático de Nueva York y, por supuesto, el departamento de París—dijo—Además, ¡Bigotitos es mío!
Abrí la boca y volví a cerrarla. Fruncí el ceño.
Puede que Sue tuviese razón: debería haber estudiado el caso más a fondo, ya que no tenía ni puñetera idea de lo que decía.
Mantuve la calma y me incliné unos centímetros sobre el escritorio, en actitud confidencial, con la intención de mostrarme cercana y amigable.
—Perdona, Sugar, ¿quién es Bigotitos?
—Es nuestro perro. Es decir, MI perro. Y no quiero que lo toque, ni que lo mire, ni que juegue con él a lanzarle la pelota. ¿Estamos en la misma onda?
Sí, en la onda de la autodestrucción en tres, dos, uno…Las comisuras de mi boca empezaban a estar ligeramente tirantes y temblorosas; no podría aguantar esa sonrisa durante mucho más tiempo.
—Sugar, no te preocupes, lucharemos para conseguir la custodia de Bigotitos—comencé a anotar en un papel los puntos clave de la reunión, trazando con el bolígrafo «Bigotitos» y redondeándolo para darle énfasis.
Después garabateé «yate», «casa California», «ático Nueva York», «departamento París» y la habitación se transformó en una cárcel de máxima seguridad cuando escuché los primeros sollozos de Sugar.
Ahogué un suspiro.
No estaba lista para afrontar penurias amorosas y dar ánimos.
—Eh, tranquila—dije manteniendo un tono suave—El dolor pasará. Y no te preocupes, porque te aseguro que con lo que vamos a sacar de este caso, podrás vivir perfectamente el resto de tu vida.
Sugar Motta sorbió por la nariz como una niña pequeña.
—¿Lo dices de verdad?
—Por supuesto, Sugar.
—¡Oh, gracias!—volvió a gimotear—Artie ha sido muy malo conmigo. No sabes todo lo que me ha hecho sufrir. Es un hombre terrible... ¡han sido los peores nueve meses de mi vida! ¡Yo no me merecía que ocurriese esto!
—Desde luego que no—afirmé.
Empezaba a sentir pena por ella.
A veces las mujeres somos nuestras peores enemigas, porque hablamos de más, criticamos, juzgamos y nos fijamos en los pequeños detalles, como si el pantalón de una es de la temporada pasada o si la vecina del quinto se ha puesto más ácido hialurónico en los labios.
Pero, si hay algo que nos une como nada más lo hace, es sin duda el desengaño amoroso. De hecho, estoy casi segura de que el creador del universo, en el último momento y a propósito, les quitó a los hombres unas cuantas neuronas para hacerlos menos eficientes y conseguir así la cohesión de las féminas del mundo a través de algo tan simple como «la empatía».
—Estoy muy cansada… llevo días sin dormir…—prosiguió Sugar, sin dejar de emitir algunos sollozos—¿Te importa si seguimos hablando en otro momento? Creo… creo que he tenido suficiente por hoy. Necesito tiempo para asimilar lo que está pasando.
Tenía mis dudas, pero Sugar era como un pequeño gatito inocente peludo y suave que me miraba lastimosamente con sus grandes ojos húmedos.
Parecía débil y perdida en un mundo cruel en el que solo sobrevivían los fuertes…
—Está bien, no te preocupes. Yo me encargo. Imagino que estará todo en el expediente.
Sugar se levantó y, entre lágrimas, me dedicó una trémula sonrisa.
—Sí, se lo conté todo a Sue.
—Ajá. Vale. Recuerda que el próximo lunes nos reuniremos con Artie a las diez de la mañana. Mientras tanto, descansa y recupérate.
—Gracias, Brittany, ¡eres increíble!—exclamó agradecida, y luego abrió la puerta del despacho y salió meneando las caderas de lado a lado.
En el expediente se detallaba que Sugar había conocido a Artie en un local, situado a las afueras de la ciudad, donde trabajaba como stripper de barra.
Ella repetía sin cesar que había sido «amor a primera vista». Tardaron dos días en empezar a salir, tres semanas en irse a vivir juntos y, un mes más tarde, se casaron en Las Vegas, Nevada.
Todo había sido tan rápido, que me costó organizar las fechas por orden cronológico.
Finalmente, tras nueve meses de compromiso, habían decidido divorciarse alegando «diferencias irreconciliables».
¿Lo mejor?
Sugar aseguraba que Artie era adicto a todo tipo de sustancias ilegales y que, en más de una ocasión, había intentado evitar ciertos pagos en impuestos, de modo que, si conseguíamos demostrar alguna de las dos acusaciones, jugaría a favor de ella.
¿Lo peor?
No era una buena señal que ella estuviese al tanto del impago de impuestos, dado que podría verse inmiscuida en el asunto como cómplice de ello. Y la corta duración de la relación tampoco la beneficiaba.
Sin embargo, a rasgos generales y teniendo en cuenta el pésimo historial de aquel actor de Hollywood venido a menos, el caso parecía bastante fácil.
Intenté ponerme en el pellejo de la abogada de Artie y llegué rápidamente a la conclusión de que no querría ir a juicio. Era bastante obvio pensar que evitarían a toda costa que el divorcio se convirtiese en un espectáculo.
De lo contrario, la prensa rosa se le echaría encima y verse involucrado en más polémicas podría perjudicar su ya tambaleante carrera cinematográfica porque, a pesar de que Artie Abrams seguía teniendo un característico aspecto intimidante con la mitad del cuerpo repleto de tatuajes, las nuevas generaciones se habían ido adueñando de los papeles principales y, en sus últimos dos proyectos, tan solo había conseguido interpretar a personajes secundarios.
Me froté los ojos, cansada.
Hacía un buen rato que había regresado a casa del trabajo, pero me había llevado conmigo el expediente de la señorita Sugar Motta para echarle un vistazo más a fondo.
Y, en conclusión, a rasgos generales teníamos mucho a favor.
Lancé la carpeta sobre la mesita del comedor y, tumbada en el sofá, le rasqué las orejas a Lord Tubbington, que dormitaba a mi lado emitiendo un agradable ronroneo.
Ladeé la cabeza.
Todo estaba exquisitamente limpio, ni una sola mota de polvo adornaba la superficie del suelo de parqué o del mueble del comedor (que en su día eligió Sam y que, dicho sea de paso, jamás terminó de gustarme).
Tampoco había nada que no estuviese en su sitio, a excepción del expediente. En cierto modo, me hubiese animado que la casa estuviese hecha una pocilga porque así, al menos, habría tenido algo útil que hacer.
Por raro que sonase, limpiar solía ser una distracción que me venía de familia; era una especie de terapia personal que compartía con mi mamá, una forma algo insana de mantener el control.
Intentando acallar el silencio que reinaba en el departamento, encendí la televisión y navegué por el videoclub online hasta encontrar el capítulo ciento doce de la última telenovela que estaba viendo.
Pensé que quedaban restos de los macarrones del día anterior en la nevera y que, visto desde una perspectiva patética y de ermitaña, era una suerte no tener a nadie con quién compartirlos para evitar así cocinar.
Suspiré hondo. Cerré los ojos.
Tenía que tomar medidas drásticas.
Ya iba siendo hora de salir del cascarón en el que llevaba viviendo demasiado tiempo.
Debía rehacer mi vida, aunque al pensarlo sentía más pereza que ilusión.
En unos meses cruzaría la barrera de los treinta años y tenía la sensación de que un puñado de relojes diabólicos me perseguían a la carrera.
Quería volver a enamorarme, casarme, tener una familia, hacer planes de domingo y deliciosas tortitas los sábados por la mañana con salsa de arándanos.
Pero había un pequeño (casi insignificante) problema: para conseguirlo necesitaba encontrar a un hombre y la tarea me resultaba más tediosa y complicada que escalar el Everest vestida en biquini.
No aparentaba más de veinte años, a pesar de que sabía que estaba cerca de la treintena, y tenía el cabello tintado de un rojo oscuro y lizo.
Aunque estábamos en pleno invierno, bajo el abrigo vestía una corta falda vaquera deshilachada y un top que dejaba al descubierto su estómago, revelando el piercing con forma de corazón que llevaba en el ombligo.
Sin mediar palabra, se acomodó en la silla que estaba libre, produciendo un incómodo chirrido al deslizarla por el suelo, y me miró con impaciencia.
—Me alegra conocerla al fin, señorita Motta—saludé.
Masticó chicle con la boca entreabierta, tragó saliva sonoramente y después, de golpe y de repente, se transformó en un orco terrorífico.
—¡QUIERO QUITARLE TODO SU DINERO! ¡QUIERO QUE ARTIE SE PUDRA EN LA MISERIA! ¡QUIERO HUNDIRLE LA VIDA!
Abrí la boca sorprendida.
Mi cerebro no estaba preparado para procesar esa aguda voz gritona y, como ya sabía, tampoco para mediar con casos de divorcio. Odiaba convertirme en un ancla de apoyo en las rupturas sentimentales. Teniendo en cuenta mi historial, era cuanto menos irónico.
—Por lo que veo tienes claras tus prioridades—bromeé para quitarle hierro al asunto, mientras rebuscaba el expediente del caso entre los papeles que había sobre mi mesa—Será mejor que analicemos la situación por partes, ¿de acuerdo?
No contestó. Tan solo se quedó ahí quieta, sin dejar de mascar chicle, mirándome como si yo fuese un mosquito insolente zumbando a su alrededor y estuviese deseando rociarme con insecticida.
—Bien…—proseguí, ignorando su actitud—Según tengo entendido, llevan casados un total de nueve meses y siete días, ¿correcto?
Sugar me miró con hastío y comenzó a repiquetear con la punta de las uñas rojas sobre la superficie de la mesa de mi escritorio, sacándome de quicio.
Producía un tictic- tic tremendamente molesto.
Inspiré hondo.
—Supongo que sí—se encogió de hombros—Lo que quiero es el yate, la casa de California, el ático de Nueva York y, por supuesto, el departamento de París—dijo—Además, ¡Bigotitos es mío!
Abrí la boca y volví a cerrarla. Fruncí el ceño.
Puede que Sue tuviese razón: debería haber estudiado el caso más a fondo, ya que no tenía ni puñetera idea de lo que decía.
Mantuve la calma y me incliné unos centímetros sobre el escritorio, en actitud confidencial, con la intención de mostrarme cercana y amigable.
—Perdona, Sugar, ¿quién es Bigotitos?
—Es nuestro perro. Es decir, MI perro. Y no quiero que lo toque, ni que lo mire, ni que juegue con él a lanzarle la pelota. ¿Estamos en la misma onda?
Sí, en la onda de la autodestrucción en tres, dos, uno…Las comisuras de mi boca empezaban a estar ligeramente tirantes y temblorosas; no podría aguantar esa sonrisa durante mucho más tiempo.
—Sugar, no te preocupes, lucharemos para conseguir la custodia de Bigotitos—comencé a anotar en un papel los puntos clave de la reunión, trazando con el bolígrafo «Bigotitos» y redondeándolo para darle énfasis.
Después garabateé «yate», «casa California», «ático Nueva York», «departamento París» y la habitación se transformó en una cárcel de máxima seguridad cuando escuché los primeros sollozos de Sugar.
Ahogué un suspiro.
No estaba lista para afrontar penurias amorosas y dar ánimos.
—Eh, tranquila—dije manteniendo un tono suave—El dolor pasará. Y no te preocupes, porque te aseguro que con lo que vamos a sacar de este caso, podrás vivir perfectamente el resto de tu vida.
Sugar Motta sorbió por la nariz como una niña pequeña.
—¿Lo dices de verdad?
—Por supuesto, Sugar.
—¡Oh, gracias!—volvió a gimotear—Artie ha sido muy malo conmigo. No sabes todo lo que me ha hecho sufrir. Es un hombre terrible... ¡han sido los peores nueve meses de mi vida! ¡Yo no me merecía que ocurriese esto!
—Desde luego que no—afirmé.
Empezaba a sentir pena por ella.
A veces las mujeres somos nuestras peores enemigas, porque hablamos de más, criticamos, juzgamos y nos fijamos en los pequeños detalles, como si el pantalón de una es de la temporada pasada o si la vecina del quinto se ha puesto más ácido hialurónico en los labios.
Pero, si hay algo que nos une como nada más lo hace, es sin duda el desengaño amoroso. De hecho, estoy casi segura de que el creador del universo, en el último momento y a propósito, les quitó a los hombres unas cuantas neuronas para hacerlos menos eficientes y conseguir así la cohesión de las féminas del mundo a través de algo tan simple como «la empatía».
—Estoy muy cansada… llevo días sin dormir…—prosiguió Sugar, sin dejar de emitir algunos sollozos—¿Te importa si seguimos hablando en otro momento? Creo… creo que he tenido suficiente por hoy. Necesito tiempo para asimilar lo que está pasando.
Tenía mis dudas, pero Sugar era como un pequeño gatito inocente peludo y suave que me miraba lastimosamente con sus grandes ojos húmedos.
Parecía débil y perdida en un mundo cruel en el que solo sobrevivían los fuertes…
—Está bien, no te preocupes. Yo me encargo. Imagino que estará todo en el expediente.
Sugar se levantó y, entre lágrimas, me dedicó una trémula sonrisa.
—Sí, se lo conté todo a Sue.
—Ajá. Vale. Recuerda que el próximo lunes nos reuniremos con Artie a las diez de la mañana. Mientras tanto, descansa y recupérate.
—Gracias, Brittany, ¡eres increíble!—exclamó agradecida, y luego abrió la puerta del despacho y salió meneando las caderas de lado a lado.
En el expediente se detallaba que Sugar había conocido a Artie en un local, situado a las afueras de la ciudad, donde trabajaba como stripper de barra.
Ella repetía sin cesar que había sido «amor a primera vista». Tardaron dos días en empezar a salir, tres semanas en irse a vivir juntos y, un mes más tarde, se casaron en Las Vegas, Nevada.
Todo había sido tan rápido, que me costó organizar las fechas por orden cronológico.
Finalmente, tras nueve meses de compromiso, habían decidido divorciarse alegando «diferencias irreconciliables».
¿Lo mejor?
Sugar aseguraba que Artie era adicto a todo tipo de sustancias ilegales y que, en más de una ocasión, había intentado evitar ciertos pagos en impuestos, de modo que, si conseguíamos demostrar alguna de las dos acusaciones, jugaría a favor de ella.
¿Lo peor?
No era una buena señal que ella estuviese al tanto del impago de impuestos, dado que podría verse inmiscuida en el asunto como cómplice de ello. Y la corta duración de la relación tampoco la beneficiaba.
Sin embargo, a rasgos generales y teniendo en cuenta el pésimo historial de aquel actor de Hollywood venido a menos, el caso parecía bastante fácil.
Intenté ponerme en el pellejo de la abogada de Artie y llegué rápidamente a la conclusión de que no querría ir a juicio. Era bastante obvio pensar que evitarían a toda costa que el divorcio se convirtiese en un espectáculo.
De lo contrario, la prensa rosa se le echaría encima y verse involucrado en más polémicas podría perjudicar su ya tambaleante carrera cinematográfica porque, a pesar de que Artie Abrams seguía teniendo un característico aspecto intimidante con la mitad del cuerpo repleto de tatuajes, las nuevas generaciones se habían ido adueñando de los papeles principales y, en sus últimos dos proyectos, tan solo había conseguido interpretar a personajes secundarios.
Me froté los ojos, cansada.
Hacía un buen rato que había regresado a casa del trabajo, pero me había llevado conmigo el expediente de la señorita Sugar Motta para echarle un vistazo más a fondo.
Y, en conclusión, a rasgos generales teníamos mucho a favor.
Lancé la carpeta sobre la mesita del comedor y, tumbada en el sofá, le rasqué las orejas a Lord Tubbington, que dormitaba a mi lado emitiendo un agradable ronroneo.
Ladeé la cabeza.
Todo estaba exquisitamente limpio, ni una sola mota de polvo adornaba la superficie del suelo de parqué o del mueble del comedor (que en su día eligió Sam y que, dicho sea de paso, jamás terminó de gustarme).
Tampoco había nada que no estuviese en su sitio, a excepción del expediente. En cierto modo, me hubiese animado que la casa estuviese hecha una pocilga porque así, al menos, habría tenido algo útil que hacer.
Por raro que sonase, limpiar solía ser una distracción que me venía de familia; era una especie de terapia personal que compartía con mi mamá, una forma algo insana de mantener el control.
Intentando acallar el silencio que reinaba en el departamento, encendí la televisión y navegué por el videoclub online hasta encontrar el capítulo ciento doce de la última telenovela que estaba viendo.
Pensé que quedaban restos de los macarrones del día anterior en la nevera y que, visto desde una perspectiva patética y de ermitaña, era una suerte no tener a nadie con quién compartirlos para evitar así cocinar.
Suspiré hondo. Cerré los ojos.
Tenía que tomar medidas drásticas.
Ya iba siendo hora de salir del cascarón en el que llevaba viviendo demasiado tiempo.
Debía rehacer mi vida, aunque al pensarlo sentía más pereza que ilusión.
En unos meses cruzaría la barrera de los treinta años y tenía la sensación de que un puñado de relojes diabólicos me perseguían a la carrera.
Quería volver a enamorarme, casarme, tener una familia, hacer planes de domingo y deliciosas tortitas los sábados por la mañana con salsa de arándanos.
Pero había un pequeño (casi insignificante) problema: para conseguirlo necesitaba encontrar a un hombre y la tarea me resultaba más tediosa y complicada que escalar el Everest vestida en biquini.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
ahi no con un cliente asi,.. mejor me busco otro trabajo!! no jodas!!
a empezar una nueva vida!!!
nos vemos!!!
ahi no con un cliente asi,.. mejor me busco otro trabajo!! no jodas!!
a empezar una nueva vida!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Va a tener que tener paciencia britt con sugar, y san donde anda metida.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
jajajajajajajaja la sexta spice girls!!!! que interesante se ve ese divorcio!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
ahi no con un cliente asi,.. mejor me busco otro trabajo!! no jodas!!
a empezar una nueva vida!!!
nos vemos!!!
Hola lu, jaajajajaj xD desesperante, no¿? xD Lo más probable xD jaajajja. Dices tu¿? jajajaja. Saludos =D
Isabella28 escribió:Va a tener que tener paciencia britt con sugar, y san donde anda metida.
Hola, ufff si que si...y más xD Mm jajaj esa san xD jajaajja. Saludos =D
micky morales escribió:jajajajajajajaja la sexta spice girls!!!! que interesante se ve ese divorcio!!!!!
Hola, ajajajaj esa britt es una loquilla jaajajaj. O no¿? XD a ver como va. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 4
Capitulo 4
Conociendo Al Diablo…
Tal como había previsto, no ocurrió nada interesante durante mi fin de semana, así que avancé hasta el capítulo ciento veintiuno de la telenovela que seguía y engullí como un animal salvaje todo lo que encontré en la nevera.
Cuando llegó el domingo, me había transformado en la peor versión de mí misma; mi pelo era un revoltijo y tenía restos de patatas fritas de bolsa en el pantalón del pijama.
Al levantarme del sofá, las migajas cayeron al suelo. Sonreí.
«¡Bien, ya tenía algo que hacer! ¡Barrer!».
En realidad, la culpa de mi estado era de Hanna, que había estado demasiado ocupada aquel fin de semana en el club de campo organizando no sé qué fiesta como para poder quedar.
Mi mamá, que vivía a las afueras de Nueva York, había llamado por teléfono y me había invitado a tomar té y pastas el sábado por la tarde, pero había declinado la oferta porque, para empezar, cuando le hacía una visita tenía que coger dos metros diferentes y un autobús, y al llegar debía esforzarme por mostrarme alegre, satisfecha y positiva, tres adjetivos que cada vez me parecían más lejanos.
De modo que, cuando el lunes acudí a la oficina, seguramente era la única persona de todo el edificio que se alegraba de estar ahí.
El trabajo era mi tabla de salvación.
En mi vida personal habían cambiado cosas (Sam no estaba, Marley se había mudado a California…), pero en mi trabajo todo continuaba estando en orden.
Ahí era el único lugar en el que seguía sintiéndome perfecta.
Antes de que pudiese llegar a mi despacho, Sue me cogió del codo.
—Brittany, ¿tienes un momento?
—Claro, dime.
—Hoy es la reunión, ¿estás preparada?
—¡Por supuesto que sí! Siempre lo estoy—contesté ofendida, luego suavicé el tono—Oye, sé que te preocupa este caso pero, créeme, todo irá bien.
—Eso espero…—musitó serio, toqueteándose el arete. Miró el reloj que llevaba en la muñeca izquierda—Quedan veinte minutos. Y reza para que la señorita Sugar no llegue tarde.
Negué con la cabeza y puse los ojos en blanco mientras le repetía que todo iría bien aunque, en el fondo, a mí tampoco me hubiese sorprendido que mi clienta no quisiese presentarse a la reunión o que se hubiese quedado dormida.
Desde luego, era difícil encasillarla como una joven responsable y eficaz, y puede que la idea de volver a ver a Artie le resultase demasiado dolorosa.
Pobrecilla.
Apuré los últimos minutos que me quedaban organizando mi maletín para tener todos los papeles a mano, antes de salir del despacho con antelación y dirigirme con paso firme hacia el pasillo principal de la oficina, en la segunda planta, donde se encontraban las salas de reuniones.
Mis tacones repiqueteaban contra el suelo.
Cuando llegué a mi destino, y llevando a cuestas la mejor de mis sonrisas, abrí la puerta con decisión.
Bien. Al parecer, a ellos también les gustaba la puntualidad.
Tirado de mala manera sobre una de las sillas, con el móvil en la mano, estaba el famoso Artie Abrams. Parecía cansado, como si se hubiese pasado la noche de juerga.
Todo lo contrario a su abogada que, dándome la espalda y vestida con un elegante traje de color azul oscuro, contemplaba los altos edificios de la ciudad de Nueva York a través de la ventana.
—Buenos días—saludé y luego carraspeé con suavidad para llamar la atención de ambos—Me llamo Brittany Pierce.
Artie fingió que no me oía y siguió tecleando a un ritmo frenético en su teléfono móvil. Sin embargo, su abogada emitió una risita instantes antes de girarse y clavar sus penetrantes ojos oscuros en mí.
Hacía mucho tiempo que no me temblaban las piernas, pero acababa de romper mi récord personal.
La «Santana-debería-ser-ilegal» con el que había tonteado en Greenhouse Club estaba ahí, de pie, mirándome sin dejar de sonreír.
Dio un paso al frente con decisión y me tendió la mano antes de que pudiese empezar a asimilar la situación.
—Encantada de conocerte. Me llamo López—hizo una pausa—, Santana López—se presentó como si fuese el puto James Bond.
Mis dedos estrecharon los suyos de forma autómata; su piel era tan cálida como recordaba. Retrocedí al soltarla y me esforcé por continuar sonriendo.
Era evidente que a ella no le sorprendía mi presencia, así que formulé mentalmente tres teorías probables:
A) ¿Era todo una broma organizada por los compañeros de la oficina? ¿Estarían desternillándose de risa en la sala central?
B) También podía tratarse de un examen sorpresa. Quizá Sue pretendía ascenderme y para lograrlo debía ir pasando diferentes pruebas, al estilo Los juegos del hambre.
C) Era real. Santana López me había tendido una trampa e invertía sus ratos libres en investigar a fondo a la competencia y conocer a sus rivales.
Los engranajes de mi cerebro, un poco oxidados tras el poco uso que le había dado últimamente, comenzaron a activarse en cuanto me decanté por la última opción.
Había caído en una tela de araña pegajosa.
Sopesé mis opciones: gritarle, patalear, asesinarle con la mirada o, la finalmente elegida, la indiferencia.
Sí, fingiría no recordarla.
«¡Chúpate esa, ego de Santana!»
Me giré cuando la puerta de la sala de reuniones volvió a abrirse y Sugar Motta, ataviada con un sugerente vestido fucsia que dejaba casi a la vista sus pechos, prorrumpió en la estancia como un huracán.
Sin mediar palabra, ni molestarse en saludar antes a los presentes, le enseñó el dedo corazón a su futuro ex marido. Él dejó el móvil a un lado y gruñó como un animal a modo de respuesta.
Santana López dejó escapar una carcajada.
La mire consternada.
—¡Genial! ¡Por fin estamos todos!—exclamó con energía, como si estuviese a punto de inaugurar un espectáculo circense—¡Siéntense señoritas, no sean tímidas!
Me acomodé frente a ellos, al lado de Sugar. Arrastré la silla al hacerlo, demostrando con el desagradable chirrido lo cabreada que estaba.
En realidad, hacía tanto tiempo que mi vida se había convertido en un camino llano, monótono y sin sobresaltos, que ya no recordaba lo que era sentirme así de furiosa.
Y sí, ahora empezaba a hacer memoria: la mandíbula tensa, los hombros soportando toda la presión, el ligero tic en mi ojo izquierdo y esa forzada sonrisa de suficiencia que se adueñaba de mis labios en cuanto me sentía atacada y acorralada.
Lentamente (adrede), comencé a sacar los documentos que guardaba en mi maletín y los coloqué alineados sobre la mesa de la sala de reuniones, al lado de varios bolígrafos y algunos post-it de colores, por si necesitaba tomar notas.
Por el contrario, Santana no hizo nada. Bueno, miento, sí, lo cierto es que se rascó el mentón con parsimonia y supongo que, literalmente, eso contaba como «algo».
Cuando terminé de organizarlo todo, me aparté el cabello hacia atrás y respiré hondo.
No tenía ninguna razón para estar nerviosa (pese al hecho de haber sido acechada por una abogada pirada), porque en el caso seguíamos teniendo todas las de ganar.
Y eso era lo que de verdad importaba.
Cuando hablé, lo hice con voz neutral y muy profesional.
—Me alegra que hayamos podido reunirnos. Entiendo que es una situación complicada y es evidente que lo mejor para ambos será que consigamos llegar a un acuerdo amistoso para evitar así un montón de…
—Nena, ve al grano. ¿Qué nos ofreces?
Un tenso silencio se adueñó de la estancia. Santana, con un codo apoyado sobre la mesa, me retaba con la mirada.
¿Acababa de llamarme «nena»?
Supuse que sí, porque hacía apenas dos meses que había visitado a mi otorrino por última vez y no comentó nada sobre «pérdida auditiva» ni «tapones de cera».
—Eso era lo que estaba intentando…
—¡Palabrería barata! Dame una oferta.
—Les ofrezco ir a juicio como vuelvas a interrumpirme—repliqué.
—Si insistes…—Santana se encogió de hombros y suspiró con fingida resignación—Vale, nos veremos en los tribunales.
¿Qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?
La situación se me escapaba de las manos incluso antes de empezar.
¿Y por qué actuaba así?
Carecía de lógica. No seguía ningún plan con sentido.
Santana se levantó y se recolocó la falda.
Su cliente, Artie Abrams, imitó sus movimientos, pero con la chaqueta y con una lentitud digna de estudio; ese hombre tenía agua destilada en las venas.
—¡Eh, espera!—protesté—¿Qué pretendes? Se suponía que esta reunión se acordó para invitar al diálogo entre ambas partes.
—Eso pensaba, pero no te veo por la labor.
—¡Pero si ni siquiera me has dejado hablar!
Sorprendiéndonos a todos, Sugar Motta golpeó la mesa con la palma de la mano y frunció los labios antes de comenzar a gritar con los ojos clavados en Artie.
—¡Quiero que me devuelvas a Bigotitos! ¡Es mi perro!
El aludido rio con crueldad mientras se arremangaba la camiseta, dejando al descubierto los tatuajes que trepaban por su piel.
—¡Nunca volverás a ver a Bigotitos! Ve haciéndote a la idea.
—¡Te odio! —chilló Sugar, histérica.
Como toda respuesta, Artie Abrams le dio un puñetazo a la mesa (no sé qué narices tenían contra la inocente mesa esos dos) y la superficie de madera retumbó, provocando que uno de mis bolígrafos cayese al suelo.
Me giré hacia Santana que, ignorando la gravedad de la situación, sonreía alegremente contemplando la trifulca.
Con un suspiro de resignación, decidí levantarme cuando la cosa fue a más porque, de hecho, era la única que todavía seguía sentada.
Santana López había comenzado a aplaudir en respuesta a la terrible escena que representaban nuestros clientes.
—Muy maduro por tu parte—mascullé.
—Gracias. Me halagas.
Sus ojos descendieron hasta encontrar los míos y advertí un brillo fugaz en su mirada. Y entonces me di cuenta de que todo aquello para ella era una especie de juego.
En una realidad paralela me habría lanzado a sus brazos puesto que… bueno, seguía teniendo ojos y Santana era la representación del pecado carnal.
Sin embargo, con mucho esfuerzo, enterré cualquier indicio de deseo.
Estaba cabreada por haber perdido definitivamente el control de una reunión que, en teoría, iba a ser calmada y civilizada.
¡Y aquello, oh, aquello era una puta selva!
—¡Ni siquiera sabes dónde está el punto G!—gritaba Sugar.
—¡Porque si G no es un botón de «apagado», no me interesa!
Cruzada de brazos, miré a Santana.
—¿Qué es lo que pretendes?
—No pretendo nada—sonrió—¡Disfruta, nena! Esta es la mejor parte de los divorcios. ¡Espectáculo gratis! ¡Me encanta!
—Te equivocas. La mejor parte es ganar, que es justo lo que yo siempre consigo. Así que te aconsejo que dejes a un lado los numeritos y te concentres, porque vas a tener que hacer algo mucho mejor para ser una rival digna. Y por lo que has demostrado hasta el momento, la palabra «patético» queda muy por encima del adjetivo que usaría para describir tus tristes esfuerzos—y tras soltar aquella perorata, algo dentro de mí hizo clic.
Fue como si llevase meses durmiendo y acabase de despertar de un largo letargo.
Sin previo aviso, cogí uno de mis cuadernos y lo lancé con todas mis fuerzas, estrellándolo contra la pared.
De inmediato, los gritos cesaron y todas las miradas se clavaron en mí. El silencio se coló en la estancia y se quedó ahí, flotando suavemente en el aire.
—Perfecto. Me alegra que la discusión haya llegado a su fin. ¿Ven como no era tan difícil?—ironicé—Ahora, como imaginan, existen dos opciones. La primera es que se sienten y hablemos con calma, tal como tienden a hacer las personas que pretenden llegar a un acuerdo. La segunda opción—miré a Santana, que había dejado de sonreír—, Consiste en que, si no quieren dialogar, abran esa puerta y se marchan. ¿Me he explicado adecuadamente?
Con gesto aburrido, Santana le echó un vistazo al reloj que colgaba de su muñeca.
—Me resulta tentador el primer punto. Sin embargo, me temo que tendremos que llevarlo a cabo en otro momento, ¿qué tal mañana a la misma hora?
Me esforcé por mantenerme serena.
Esa-mujer-tenía-que-ser-una-broma.
—¿Y qué tal… ahora mismo, por ejemplo?
—No. Imposible—Santana negó con la cabeza.
—¿Puedo saber por qué?—pregunté e intenté controlar la histeria que se apoderaba de mi voz—Estamos todos presentes, tan solo tenemos que sentarnos y comenzar la reunión de una vez por todas.
—Me muero de hambre.
Sugar me tocó el hombro, pero ignoré su llamada de atención, porque todos mis esfuerzos se centraron en digerir y masticar las palabras de Santana.
—¿No podemos proceder con el caso porque tú tienes hambre?—repetí.
—Exacto. Y Artie necesita descansar. Ha pasado una noche muy… atareada—le guiñó un ojo a su cliente.
—Gracias, morena—Artie alargó el brazo y le dio un apretón en el hombro—Yo me abro—sin más dilación, Artie Abrams abandonó la estancia caminando con cierto hastío.
Instantes después, Sugar Motta le siguió a toda velocidad, tropezándose con sus altísimos tacones, probablemente con el firme propósito de continuar con la discusión que yo había interrumpido.
Ni siquiera se dignó a decirme adiós.
Tras respirar hondo, comencé a recoger nuevamente todos mis papeles.
Santana López no parecía tener prisa por marcharse y paliar su hambre. Se quedó en la sala de reuniones, con las manos detrás de la espalda, como si estuviese a punto de aparecer una cámara delante de nosotras para grabar un anuncio de colonia.
—Ya puedes irte—aclaré.
Ladeó la cabeza sin apartar sus ojos de mí. Unos mechones de cabello oscuro se deslizaron por su frente y, maldita sea, ¿por qué tenía que ser tan guapa?
Ni siquiera era guapa como tal, aún peor, era «atractiva», la típica mujer que seguiría estando tremenda vestido con una bolsa de basura.
O sin nada.
«¡No, Dios, eso no, Brittany!» Me dije que tenía que borrar de mi cabeza la última imagen que acababa de visualizar.
—¿Quieres preguntarme algo, nena?
—Te preguntaría si te han diagnosticado algún trastorno, pero sé que no lo admitirías. La negación es uno de los primeros síntomas.
Emitió una profunda carcajada, justo antes de coger mi taco de post-it y hacerlo girar entre sus dedos.
Puse los ojos en blanco.
—¿No se suponía que te morías de hambre?
—Pero no especifiqué qué tipo de hambre—gruñó seductora.
¿Estaba intentando ligar conmigo?
Sacudí la cabeza, incrédula. Dado su historial, no debería sorprenderme. Ya ocurrió en Greenhouse Club.
Santana era la típica persona dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos. Tenía su gracia, porque yo era exactamente igual, y esa idiota todavía no sabía con quién se había cruzado.
—Tengo muchas cosas que hacer, Santana. Imagino que sabes dónde está la salida. O no, si tengo en cuenta tu intelecto—puntualicé—Te diría que me ha encantado conocerte, pero no me gusta mentir. Nos veremos mañana—alcé la mano para arrebatarle mi taco de post-it, pero ella estiró el brazo hacia atrás, llevándoselo consigo e impidiéndome cogerlo.
Lo que me faltaba, que se comportase como una cría de quince años cuando, casi con total probabilidad, rondaría los treinta y pico.
Era insufrible.
—¿Te importaría devolvérmelo?
—Veamos que hay por aquí…—dijo mientras pasaba las hojas de colorines entre sus dedos y les echaba un vistazo.
«¡Oh no, mierda!»
Comencé a saltar como una rana drogada para intentar quitárselos, ¡esos post-it eran míos, míos, solo míos!
—Uhm, qué interesante… aquí pone… ¿capítulo 121 de «El cuerpo del deseo»?—me miró—¿Es una serie porno? Vaya, vaya…
Me crucé de brazos.
En mis cinco años de experiencia como abogada, jamás me había tropezado con un personaje semejante. Santana López tenía el don de fulminar, aplastar y matar la poca porción de paciencia que la genética me había dado.
Nunca había tenido tantas ganas de gritarle a alguien. Ni siquiera a Sam. Y eso que pensar en Sam era casi sinónimo de que me saliese un sarpullido.
—¿No tuviste suficiente con espiarme la otra noche?—pregunté furiosa.
Me habría gustado no mencionarlo, por eso de seguir aferrándome a la indiferencia como arma infalible, pero me fue imposible mantener la boca cerrada.
Santana sonrió con satisfacción.
—La palabra adecuada sería «investigar». En mi empresa tenemos contratado a personal especializado en ello y, entiéndelo, nena, tienen derecho a ganarse el pan. Así que, vives en West Village, pizza a domicilio una o dos veces a la semana, comidas laborales en ese sitio de ensaladas, viernes noche en Greenhouse club, parada para el café a las diez en punto… En fin. Tú has sido lo que comúnmente llamamos «un caso fácil». Vamos, que eres una chica de costumbres y que, lo de divertirte, te gusta más bien poco, por no decir nada.
Vale, admito que eso me dolió un poquito.
O bastante.
¿Quién era ella para cuestionar lo muchísimo que me divertía?
¿Y si en realidad me lo montaba con el vecino del sexto y por eso me pasaba los fines de semana encerrada en mi piso?
No, mejor aún, me lo montaba con el del sexto y el del noveno a la vez, en plan trío loco.
Uff. Estaba perdiendo la cabeza.
Cerré los ojos. No-conseguiría-desquiciarme. Y además, lo que ella pensase me traía sin cuidado.
—¿Sabes que esa táctica de ataque dejó de estar de moda allá por los años sesenta?
—Me gusta lo clásico. Y no creerás que acepto un caso sin antes estar informada sobre todas y cada una de las personas que van a estar involucradas, ¿verdad?—chasqueó los dedos—¿Sabes cuál es tu problema, Brittany? Te falta un poco de rodaje. Pero tranquila, irás aprendiendo con el paso de los años.
Había llegado a mi tope. Se acabó.
—A ti lo que te falta es un poco de cerebro—escupí enfurecida—Y quédate con los post-it, los necesitarás para anotar todas las estupideces que piensas por segundo—mordiéndome la lengua, escapé de la asfixiante sala de reuniones y avancé a paso rápido por el pasillo hasta llegar al ascensor y meterme dentro.
Literalmente, aporreé el botón que marcaba el número cero. No podía volver directamente al despacho tras la «no-reunión», necesitaba aire, salir al exterior, y respirar muy hondo.
Y eso hice.
Aferrando el maletín con tanta fuerza que me sorprendió no partir el asa en dos, di tres vueltas a la manzana del edificio.
Solo llegué a una conclusión: a pesar de la rabia que me carcomía por dentro, tenía claro que el juego acababa de empezar.
Cuando llegó el domingo, me había transformado en la peor versión de mí misma; mi pelo era un revoltijo y tenía restos de patatas fritas de bolsa en el pantalón del pijama.
Al levantarme del sofá, las migajas cayeron al suelo. Sonreí.
«¡Bien, ya tenía algo que hacer! ¡Barrer!».
En realidad, la culpa de mi estado era de Hanna, que había estado demasiado ocupada aquel fin de semana en el club de campo organizando no sé qué fiesta como para poder quedar.
Mi mamá, que vivía a las afueras de Nueva York, había llamado por teléfono y me había invitado a tomar té y pastas el sábado por la tarde, pero había declinado la oferta porque, para empezar, cuando le hacía una visita tenía que coger dos metros diferentes y un autobús, y al llegar debía esforzarme por mostrarme alegre, satisfecha y positiva, tres adjetivos que cada vez me parecían más lejanos.
De modo que, cuando el lunes acudí a la oficina, seguramente era la única persona de todo el edificio que se alegraba de estar ahí.
El trabajo era mi tabla de salvación.
En mi vida personal habían cambiado cosas (Sam no estaba, Marley se había mudado a California…), pero en mi trabajo todo continuaba estando en orden.
Ahí era el único lugar en el que seguía sintiéndome perfecta.
Antes de que pudiese llegar a mi despacho, Sue me cogió del codo.
—Brittany, ¿tienes un momento?
—Claro, dime.
—Hoy es la reunión, ¿estás preparada?
—¡Por supuesto que sí! Siempre lo estoy—contesté ofendida, luego suavicé el tono—Oye, sé que te preocupa este caso pero, créeme, todo irá bien.
—Eso espero…—musitó serio, toqueteándose el arete. Miró el reloj que llevaba en la muñeca izquierda—Quedan veinte minutos. Y reza para que la señorita Sugar no llegue tarde.
Negué con la cabeza y puse los ojos en blanco mientras le repetía que todo iría bien aunque, en el fondo, a mí tampoco me hubiese sorprendido que mi clienta no quisiese presentarse a la reunión o que se hubiese quedado dormida.
Desde luego, era difícil encasillarla como una joven responsable y eficaz, y puede que la idea de volver a ver a Artie le resultase demasiado dolorosa.
Pobrecilla.
Apuré los últimos minutos que me quedaban organizando mi maletín para tener todos los papeles a mano, antes de salir del despacho con antelación y dirigirme con paso firme hacia el pasillo principal de la oficina, en la segunda planta, donde se encontraban las salas de reuniones.
Mis tacones repiqueteaban contra el suelo.
Cuando llegué a mi destino, y llevando a cuestas la mejor de mis sonrisas, abrí la puerta con decisión.
Bien. Al parecer, a ellos también les gustaba la puntualidad.
Tirado de mala manera sobre una de las sillas, con el móvil en la mano, estaba el famoso Artie Abrams. Parecía cansado, como si se hubiese pasado la noche de juerga.
Todo lo contrario a su abogada que, dándome la espalda y vestida con un elegante traje de color azul oscuro, contemplaba los altos edificios de la ciudad de Nueva York a través de la ventana.
—Buenos días—saludé y luego carraspeé con suavidad para llamar la atención de ambos—Me llamo Brittany Pierce.
Artie fingió que no me oía y siguió tecleando a un ritmo frenético en su teléfono móvil. Sin embargo, su abogada emitió una risita instantes antes de girarse y clavar sus penetrantes ojos oscuros en mí.
Hacía mucho tiempo que no me temblaban las piernas, pero acababa de romper mi récord personal.
La «Santana-debería-ser-ilegal» con el que había tonteado en Greenhouse Club estaba ahí, de pie, mirándome sin dejar de sonreír.
Dio un paso al frente con decisión y me tendió la mano antes de que pudiese empezar a asimilar la situación.
—Encantada de conocerte. Me llamo López—hizo una pausa—, Santana López—se presentó como si fuese el puto James Bond.
Mis dedos estrecharon los suyos de forma autómata; su piel era tan cálida como recordaba. Retrocedí al soltarla y me esforcé por continuar sonriendo.
Era evidente que a ella no le sorprendía mi presencia, así que formulé mentalmente tres teorías probables:
A) ¿Era todo una broma organizada por los compañeros de la oficina? ¿Estarían desternillándose de risa en la sala central?
B) También podía tratarse de un examen sorpresa. Quizá Sue pretendía ascenderme y para lograrlo debía ir pasando diferentes pruebas, al estilo Los juegos del hambre.
C) Era real. Santana López me había tendido una trampa e invertía sus ratos libres en investigar a fondo a la competencia y conocer a sus rivales.
Los engranajes de mi cerebro, un poco oxidados tras el poco uso que le había dado últimamente, comenzaron a activarse en cuanto me decanté por la última opción.
Había caído en una tela de araña pegajosa.
Sopesé mis opciones: gritarle, patalear, asesinarle con la mirada o, la finalmente elegida, la indiferencia.
Sí, fingiría no recordarla.
«¡Chúpate esa, ego de Santana!»
Me giré cuando la puerta de la sala de reuniones volvió a abrirse y Sugar Motta, ataviada con un sugerente vestido fucsia que dejaba casi a la vista sus pechos, prorrumpió en la estancia como un huracán.
Sin mediar palabra, ni molestarse en saludar antes a los presentes, le enseñó el dedo corazón a su futuro ex marido. Él dejó el móvil a un lado y gruñó como un animal a modo de respuesta.
Santana López dejó escapar una carcajada.
La mire consternada.
—¡Genial! ¡Por fin estamos todos!—exclamó con energía, como si estuviese a punto de inaugurar un espectáculo circense—¡Siéntense señoritas, no sean tímidas!
Me acomodé frente a ellos, al lado de Sugar. Arrastré la silla al hacerlo, demostrando con el desagradable chirrido lo cabreada que estaba.
En realidad, hacía tanto tiempo que mi vida se había convertido en un camino llano, monótono y sin sobresaltos, que ya no recordaba lo que era sentirme así de furiosa.
Y sí, ahora empezaba a hacer memoria: la mandíbula tensa, los hombros soportando toda la presión, el ligero tic en mi ojo izquierdo y esa forzada sonrisa de suficiencia que se adueñaba de mis labios en cuanto me sentía atacada y acorralada.
Lentamente (adrede), comencé a sacar los documentos que guardaba en mi maletín y los coloqué alineados sobre la mesa de la sala de reuniones, al lado de varios bolígrafos y algunos post-it de colores, por si necesitaba tomar notas.
Por el contrario, Santana no hizo nada. Bueno, miento, sí, lo cierto es que se rascó el mentón con parsimonia y supongo que, literalmente, eso contaba como «algo».
Cuando terminé de organizarlo todo, me aparté el cabello hacia atrás y respiré hondo.
No tenía ninguna razón para estar nerviosa (pese al hecho de haber sido acechada por una abogada pirada), porque en el caso seguíamos teniendo todas las de ganar.
Y eso era lo que de verdad importaba.
Cuando hablé, lo hice con voz neutral y muy profesional.
—Me alegra que hayamos podido reunirnos. Entiendo que es una situación complicada y es evidente que lo mejor para ambos será que consigamos llegar a un acuerdo amistoso para evitar así un montón de…
—Nena, ve al grano. ¿Qué nos ofreces?
Un tenso silencio se adueñó de la estancia. Santana, con un codo apoyado sobre la mesa, me retaba con la mirada.
¿Acababa de llamarme «nena»?
Supuse que sí, porque hacía apenas dos meses que había visitado a mi otorrino por última vez y no comentó nada sobre «pérdida auditiva» ni «tapones de cera».
—Eso era lo que estaba intentando…
—¡Palabrería barata! Dame una oferta.
—Les ofrezco ir a juicio como vuelvas a interrumpirme—repliqué.
—Si insistes…—Santana se encogió de hombros y suspiró con fingida resignación—Vale, nos veremos en los tribunales.
¿Qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?
La situación se me escapaba de las manos incluso antes de empezar.
¿Y por qué actuaba así?
Carecía de lógica. No seguía ningún plan con sentido.
Santana se levantó y se recolocó la falda.
Su cliente, Artie Abrams, imitó sus movimientos, pero con la chaqueta y con una lentitud digna de estudio; ese hombre tenía agua destilada en las venas.
—¡Eh, espera!—protesté—¿Qué pretendes? Se suponía que esta reunión se acordó para invitar al diálogo entre ambas partes.
—Eso pensaba, pero no te veo por la labor.
—¡Pero si ni siquiera me has dejado hablar!
Sorprendiéndonos a todos, Sugar Motta golpeó la mesa con la palma de la mano y frunció los labios antes de comenzar a gritar con los ojos clavados en Artie.
—¡Quiero que me devuelvas a Bigotitos! ¡Es mi perro!
El aludido rio con crueldad mientras se arremangaba la camiseta, dejando al descubierto los tatuajes que trepaban por su piel.
—¡Nunca volverás a ver a Bigotitos! Ve haciéndote a la idea.
—¡Te odio! —chilló Sugar, histérica.
Como toda respuesta, Artie Abrams le dio un puñetazo a la mesa (no sé qué narices tenían contra la inocente mesa esos dos) y la superficie de madera retumbó, provocando que uno de mis bolígrafos cayese al suelo.
Me giré hacia Santana que, ignorando la gravedad de la situación, sonreía alegremente contemplando la trifulca.
Con un suspiro de resignación, decidí levantarme cuando la cosa fue a más porque, de hecho, era la única que todavía seguía sentada.
Santana López había comenzado a aplaudir en respuesta a la terrible escena que representaban nuestros clientes.
—Muy maduro por tu parte—mascullé.
—Gracias. Me halagas.
Sus ojos descendieron hasta encontrar los míos y advertí un brillo fugaz en su mirada. Y entonces me di cuenta de que todo aquello para ella era una especie de juego.
En una realidad paralela me habría lanzado a sus brazos puesto que… bueno, seguía teniendo ojos y Santana era la representación del pecado carnal.
Sin embargo, con mucho esfuerzo, enterré cualquier indicio de deseo.
Estaba cabreada por haber perdido definitivamente el control de una reunión que, en teoría, iba a ser calmada y civilizada.
¡Y aquello, oh, aquello era una puta selva!
—¡Ni siquiera sabes dónde está el punto G!—gritaba Sugar.
—¡Porque si G no es un botón de «apagado», no me interesa!
Cruzada de brazos, miré a Santana.
—¿Qué es lo que pretendes?
—No pretendo nada—sonrió—¡Disfruta, nena! Esta es la mejor parte de los divorcios. ¡Espectáculo gratis! ¡Me encanta!
—Te equivocas. La mejor parte es ganar, que es justo lo que yo siempre consigo. Así que te aconsejo que dejes a un lado los numeritos y te concentres, porque vas a tener que hacer algo mucho mejor para ser una rival digna. Y por lo que has demostrado hasta el momento, la palabra «patético» queda muy por encima del adjetivo que usaría para describir tus tristes esfuerzos—y tras soltar aquella perorata, algo dentro de mí hizo clic.
Fue como si llevase meses durmiendo y acabase de despertar de un largo letargo.
Sin previo aviso, cogí uno de mis cuadernos y lo lancé con todas mis fuerzas, estrellándolo contra la pared.
De inmediato, los gritos cesaron y todas las miradas se clavaron en mí. El silencio se coló en la estancia y se quedó ahí, flotando suavemente en el aire.
—Perfecto. Me alegra que la discusión haya llegado a su fin. ¿Ven como no era tan difícil?—ironicé—Ahora, como imaginan, existen dos opciones. La primera es que se sienten y hablemos con calma, tal como tienden a hacer las personas que pretenden llegar a un acuerdo. La segunda opción—miré a Santana, que había dejado de sonreír—, Consiste en que, si no quieren dialogar, abran esa puerta y se marchan. ¿Me he explicado adecuadamente?
Con gesto aburrido, Santana le echó un vistazo al reloj que colgaba de su muñeca.
—Me resulta tentador el primer punto. Sin embargo, me temo que tendremos que llevarlo a cabo en otro momento, ¿qué tal mañana a la misma hora?
Me esforcé por mantenerme serena.
Esa-mujer-tenía-que-ser-una-broma.
—¿Y qué tal… ahora mismo, por ejemplo?
—No. Imposible—Santana negó con la cabeza.
—¿Puedo saber por qué?—pregunté e intenté controlar la histeria que se apoderaba de mi voz—Estamos todos presentes, tan solo tenemos que sentarnos y comenzar la reunión de una vez por todas.
—Me muero de hambre.
Sugar me tocó el hombro, pero ignoré su llamada de atención, porque todos mis esfuerzos se centraron en digerir y masticar las palabras de Santana.
—¿No podemos proceder con el caso porque tú tienes hambre?—repetí.
—Exacto. Y Artie necesita descansar. Ha pasado una noche muy… atareada—le guiñó un ojo a su cliente.
—Gracias, morena—Artie alargó el brazo y le dio un apretón en el hombro—Yo me abro—sin más dilación, Artie Abrams abandonó la estancia caminando con cierto hastío.
Instantes después, Sugar Motta le siguió a toda velocidad, tropezándose con sus altísimos tacones, probablemente con el firme propósito de continuar con la discusión que yo había interrumpido.
Ni siquiera se dignó a decirme adiós.
Tras respirar hondo, comencé a recoger nuevamente todos mis papeles.
Santana López no parecía tener prisa por marcharse y paliar su hambre. Se quedó en la sala de reuniones, con las manos detrás de la espalda, como si estuviese a punto de aparecer una cámara delante de nosotras para grabar un anuncio de colonia.
—Ya puedes irte—aclaré.
Ladeó la cabeza sin apartar sus ojos de mí. Unos mechones de cabello oscuro se deslizaron por su frente y, maldita sea, ¿por qué tenía que ser tan guapa?
Ni siquiera era guapa como tal, aún peor, era «atractiva», la típica mujer que seguiría estando tremenda vestido con una bolsa de basura.
O sin nada.
«¡No, Dios, eso no, Brittany!» Me dije que tenía que borrar de mi cabeza la última imagen que acababa de visualizar.
—¿Quieres preguntarme algo, nena?
—Te preguntaría si te han diagnosticado algún trastorno, pero sé que no lo admitirías. La negación es uno de los primeros síntomas.
Emitió una profunda carcajada, justo antes de coger mi taco de post-it y hacerlo girar entre sus dedos.
Puse los ojos en blanco.
—¿No se suponía que te morías de hambre?
—Pero no especifiqué qué tipo de hambre—gruñó seductora.
¿Estaba intentando ligar conmigo?
Sacudí la cabeza, incrédula. Dado su historial, no debería sorprenderme. Ya ocurrió en Greenhouse Club.
Santana era la típica persona dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos. Tenía su gracia, porque yo era exactamente igual, y esa idiota todavía no sabía con quién se había cruzado.
—Tengo muchas cosas que hacer, Santana. Imagino que sabes dónde está la salida. O no, si tengo en cuenta tu intelecto—puntualicé—Te diría que me ha encantado conocerte, pero no me gusta mentir. Nos veremos mañana—alcé la mano para arrebatarle mi taco de post-it, pero ella estiró el brazo hacia atrás, llevándoselo consigo e impidiéndome cogerlo.
Lo que me faltaba, que se comportase como una cría de quince años cuando, casi con total probabilidad, rondaría los treinta y pico.
Era insufrible.
—¿Te importaría devolvérmelo?
—Veamos que hay por aquí…—dijo mientras pasaba las hojas de colorines entre sus dedos y les echaba un vistazo.
«¡Oh no, mierda!»
Comencé a saltar como una rana drogada para intentar quitárselos, ¡esos post-it eran míos, míos, solo míos!
—Uhm, qué interesante… aquí pone… ¿capítulo 121 de «El cuerpo del deseo»?—me miró—¿Es una serie porno? Vaya, vaya…
Me crucé de brazos.
En mis cinco años de experiencia como abogada, jamás me había tropezado con un personaje semejante. Santana López tenía el don de fulminar, aplastar y matar la poca porción de paciencia que la genética me había dado.
Nunca había tenido tantas ganas de gritarle a alguien. Ni siquiera a Sam. Y eso que pensar en Sam era casi sinónimo de que me saliese un sarpullido.
—¿No tuviste suficiente con espiarme la otra noche?—pregunté furiosa.
Me habría gustado no mencionarlo, por eso de seguir aferrándome a la indiferencia como arma infalible, pero me fue imposible mantener la boca cerrada.
Santana sonrió con satisfacción.
—La palabra adecuada sería «investigar». En mi empresa tenemos contratado a personal especializado en ello y, entiéndelo, nena, tienen derecho a ganarse el pan. Así que, vives en West Village, pizza a domicilio una o dos veces a la semana, comidas laborales en ese sitio de ensaladas, viernes noche en Greenhouse club, parada para el café a las diez en punto… En fin. Tú has sido lo que comúnmente llamamos «un caso fácil». Vamos, que eres una chica de costumbres y que, lo de divertirte, te gusta más bien poco, por no decir nada.
Vale, admito que eso me dolió un poquito.
O bastante.
¿Quién era ella para cuestionar lo muchísimo que me divertía?
¿Y si en realidad me lo montaba con el vecino del sexto y por eso me pasaba los fines de semana encerrada en mi piso?
No, mejor aún, me lo montaba con el del sexto y el del noveno a la vez, en plan trío loco.
Uff. Estaba perdiendo la cabeza.
Cerré los ojos. No-conseguiría-desquiciarme. Y además, lo que ella pensase me traía sin cuidado.
—¿Sabes que esa táctica de ataque dejó de estar de moda allá por los años sesenta?
—Me gusta lo clásico. Y no creerás que acepto un caso sin antes estar informada sobre todas y cada una de las personas que van a estar involucradas, ¿verdad?—chasqueó los dedos—¿Sabes cuál es tu problema, Brittany? Te falta un poco de rodaje. Pero tranquila, irás aprendiendo con el paso de los años.
Había llegado a mi tope. Se acabó.
—A ti lo que te falta es un poco de cerebro—escupí enfurecida—Y quédate con los post-it, los necesitarás para anotar todas las estupideces que piensas por segundo—mordiéndome la lengua, escapé de la asfixiante sala de reuniones y avancé a paso rápido por el pasillo hasta llegar al ascensor y meterme dentro.
Literalmente, aporreé el botón que marcaba el número cero. No podía volver directamente al despacho tras la «no-reunión», necesitaba aire, salir al exterior, y respirar muy hondo.
Y eso hice.
Aferrando el maletín con tanta fuerza que me sorprendió no partir el asa en dos, di tres vueltas a la manzana del edificio.
Solo llegué a una conclusión: a pesar de la rabia que me carcomía por dentro, tenía claro que el juego acababa de empezar.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
muy buen encuentro entre las dos jajajajajaja
a ver quien llega a aprender mas de la otra y llega a dominar la!!!
como se a dicho que empiece el juego!!!
nos vemos!!!
muy buen encuentro entre las dos jajajajajaja
a ver quien llega a aprender mas de la otra y llega a dominar la!!!
como se a dicho que empiece el juego!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
jajjajaj pesadisima Santana!!
Espero que Britt sepa ponerla en su lugar!!!
Saludos
Espero que Britt sepa ponerla en su lugar!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Que insufrible esta Santana, espero que Brittany no se deje tan facilmente!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Jajaja que pasada de lista santana yo creo que britt se la va a dar vuelta.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
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