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FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo

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Finalizado FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Jue Ene 07, 2016 1:03 am

Prólogo

Brittany Pierce ha intentado salir adelante en la vida lejos de la familia y sus negocios, pero la llamada de las colinas del valle de Napa es irresistible: los viñedos familiares la esperan, y ella, aunque no lo quiera reconocer, lo sabe.

Sin embargo, el regreso es duro.

Sobre el panorama, idílico, se ciernen nubarrones cuyo origen no hay que buscar en una meteorología caprichosa sino en la desastrosa gestión de su papá, que ha colocado Viñedos Pierce al borde de la suspensión de pagos.

Pronto se hace evidente que la situación sólo puede ser abordada por un especialista ajeno a la familia, insensible a los argumentos sentimentales, tan malos para la economía de la empresa.

Los tribunales designan a Santana López para la defensa de los acreedores.

Su fama la precede: el business world se hace lenguas de sus métodos, que los más generosos califican de «implacables».

¿Quién es la recién llegada?

Basta con que sepamos que Santana tiene razones para dejar atrás su vida anterior en Manhattan, marcada por una amarga ruptura.

Además, le han dicho que Brittany Pierce es una mujer atractiva… y sola.

Lástima que Santana nunca mezcle el placer con los negocios.

Y que Brittany no se muestre dispuesta a transigir y se disponga a luchar por su familia y su negocio.


************************************************************************************************************
Hola, aquí les dejo la siguiente historia. Gracias por leer y más aun por comentar! Saludos =D

Pd: como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo!
Pd2: aquí mis anteriores historias (adaptadas todas):

Wallbanger: https://gleelatino.forosactivos.net/t22310-resueltofanfic-brittanawallbanger-2-rustynailed-adaptada-final

El Affaire López: https://gleelatino.forosactivos.net/t22380-fanfic-brittana-el-affaire-lopez-4-algo-raro-y-preciso-adaptada-epilogo

A los 17: https://gleelatino.forosactivos.net/t22434-resueltofanfic-brittana-a-los-17-adaptada-cap-43-final

Tras el Telón de Pino: https://gleelatino.forosactivos.net/t22474-resueltofanfic-brittana-tras-el-telon-de-pino-adaptada-cap-36-final

Sin Condiciones: https://gleelatino.forosactivos.net/t22505-resueltofanfic-brittana-sin-condiciones-adaptada-cap-47-final

Blonde Girl: https://gleelatino.forosactivos.net/t22520-fanfic-brittana-blonde-girl-adaptada-prologo#538737

Ajuste de Cuentas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22532-resueltofanfic-brittana-ajuste-de-cuentas-adaptada-cap-12-fin

Pídeme lo que Quíeras: https://gleelatino.forosactivos.net/t22535-fanfic-brittana-pideme-lo-que-quieras-adaptada-prologo#539712

Mi Mujer: https://gleelatino.forosactivos.net/t22564-fanfic-brittana-mi-mujer-3-confesion-adaptada-cap-35#542092

Sorpréndeme: https://gleelatino.forosactivos.net/t22576-resueltofanfic-brittana-sorprendeme-adaptada-epilogo#543891

Palabras para Ti: https://gleelatino.forosactivos.net/t22583-resueltofanfic-brittana-palabras-para-ti-adaptada-epilogo

Un Vuelo con Escalas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22590-fanfic-brittana-un-vuelo-con-escalas-adaptada-cap-33-final#544923

Secretos del Pasado: https://gleelatino.forosactivos.net/t22595-resueltofanfic-brittana-secretos-del-pasado-adaptada-epilogo

En tus Brazos y Huir de Todo Mal: https://gleelatino.forosactivos.net/t22602-resueltofanfic-brittana-en-tus-brazos-y-huir-de-todo-mal-ii-pasion-adaptada-epilogo

Parejas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22615p195-resueltofanfic-brittana-parejas-adaptada-cap-41-final#547481

La Chica de Servicio: https://gleelatino.forosactivos.net/t22617-resueltofanfic-brittana-la-chica-de-servicio-3-rindete-adaptada-epilogo-santana

A su Manera: https://gleelatino.forosactivos.net/t22622-resueltofanfic-brittana-a-su-manera-adaptada-cap-50-final

Pídeme lo que Quiéras 4: Y yo te lo Darpe: https://gleelatino.forosactivos.net/t22630-fanfic-brittana-pideme-lo-que-quieras-4-y-yo-te-lo-dare-adaptada-epilogo

Angel de Fuego: https://gleelatino.forosactivos.net/t22633-resueltofanfic-brittana-angel-de-fuego-adaptada-cap-39-fin




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SE QUE ESTÁN SACANDO MIS ADAPTACIONES, POR "MI" PARTE Y "MIS" ADAPTACIONES NO ME MOLESTA, PERO AL MENOS NOMBREN AL FORO... SI SUBEN OTRO CAPITULO Y NO LO NOMBRAN, "EN CADA CAPITULO QUE SUBAN", VOY A BORRAR MIS ADAPTACIONES Y DENUNCIAR LA ADAPTACIÓN. Saludos =D




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Mensaje por monica.santander Jue Ene 07, 2016 1:59 am

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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ene 07, 2016 2:24 am

Hello Girl puro Brittana, aqui me tienes como siempre fan de todo lo que publiques.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ene 07, 2016 2:24 am

Hello Girl  puro Brittana, aqui me tienes como siempre fan de todo lo que publiques.
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Mensaje por micky morales Jue Ene 07, 2016 9:28 am

buenisimo dispuesta a dar inicio a tu nueva historia!!!!!
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Mensaje por Susii Jue Ene 07, 2016 9:33 am

Ya quiero el primer cap!!
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Mensaje por 23l1 Jue Ene 07, 2016 7:23 pm

monica.santander escribió:FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo 2145353087 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo 918367557 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo 1206646864


Hola, espero y esta historia te guste! Saludos =D




marthagr81@yahoo.es escribió:Hello Girl  puro Brittana, aqui me tienes como siempre fan de todo lo que publiques.

marthagr81@yahoo.es escribió:Hello Girl  puro Brittana, aqui me tienes como siempre fan de todo lo que publiques.



Hola, jajaaj sip jaajajajajaj. Gracias por eso! Saludos =D




micky morales escribió:buenisimo dispuesta a dar inicio a tu nueva historia!!!!!



Hola, jajajajajaaj espero que te guste entonces! Saludos =D




Susii escribió:Ya quiero el primer cap!!



Hola, jajaaj aquí lo tienes. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Cap 1

Mensaje por 23l1 Jue Ene 07, 2016 7:25 pm

Capitulo 1

—Todo el mundo sabe que una mujer sola con dinero necesita una esposa.

Rachel salió de la piscina y se quedó goteando sobre la vieja manta que habían echado encima de la suave hierba primaveral.

El escandaloso comentario sacó a Brittany de su sopor.

—¿Tú? ¿Madera de esposa?

Rachel se sacudió el agua del pelo.

—Me imagino que si una mujer que gana pasta y anda por los cuarenta nunca ha estado comprometida, tal vez sea virgen y, entonces, necesita una esposa.

—Quieres decir que te necesita.

Brittany tomó una uva del racimo del tamaño de un puño que estaba sobre la manta.

—Eso mismo. ¿Están buenas?

Rachel observó con gesto dubitativo la brillante fruta verde y tomó una uva.

Brittany mordió la mitad de la uva que había elegido con una sonrisa en el rostro.

—Creo que sí.

Confiada, Rachel se metió la uva en la boca. Brittany dejó escapar la carcajada que había estado reprimiendo y se llevó las manos a la garganta para aliviar el escozor de sus glándulas.

—¡Mentiroso montón de abono! ¡Amarga!

Rachel hizo un gesto amenazante con el brazo, que Brittany esquivó, riéndose.

—Sí, lo sé. Y está buena, ¿no te parece?

—Intentas envenenarme. ¡Dioses del vino, qué dolor!

Brittany le ofreció su botella de agua para compensarla por no haberle avisado.

—Es demasiado pronto para que estén maduras. Tú, mejor que nadie, deberías saberlo. Bebe un sorbo y enjuágate la boca. Piensa un poco. Este otoño, el año que viene, dentro de diez años, esa uva y miles de ellas sabrán al día de hoy, a este cielo, a la brisa, a las suaves nubes, al posible asomo de niebla por la noche.

Brittany echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos ante la vibrante vista de verdes en forma de tablero de damas, mientras degustaba las capas de sabores que seguían prendidos en sus papilas gustativas.

—Estas uvas serán nuestros recuerdos en una botella.

—Como una pintura, pero bebible.

Rachel le devolvió el agua y se estremeció al ponerse la ropa.

—Me temo que tengo más que vino en la cabeza.

Rachel tendía a ponerse la ropa antes de estar seca, y aquel día no era una excepción. Mientras observaba cómo su amiga intentaba meterse a toda costa en la camiseta sin mangas con el torso aún mojado, Brittany recordó enseguida cientos de tardes parecidas.

Un baño en la piscina, tomar el sol, aperitivos robados de la cocina de Sue: un hermoso mediodía de mayo no merecía menos.

Brittany arqueó los hombros bajo el sol. Unos minutos más y también ella se vestiría.

—¿Hay algo más que vino en la vida?

—Sí. Una vida de amor. Una mujer ardiente de cuerpo cálido y espíritu imaginativo. Eso es lo que me trae de cabeza. Estoy harta de la soledad. Estoy harta de ser tu pareja en el Carnaval de Primavera.

Brittany abrió los ojos con asombro.

—¿Quieres decir que no vas a acompañarme este año?

Rachel se dejó caer sobre la manta con la camisa pegada a la espalda.

—Sí, te acompañaré, ya que has vuelto para siempre. Ir sola era una mierda. Espero que lo hayas pasado bien en Europa, porque me he aburrido de muerte sin ti.

—Pero has tenido tiempo de pensar en casarte. ¿Qué te ocurre?

—La vieja casa de Netherfield se ha vendido al fin y he oído rumores sobre la mujer que la compró.

—Los rumores se extienden rápidamente por aquí.

La brisa le hizo cosquillas a Brittany en los pechos casi secos y se dio la vuelta para coger la camiseta sin mangas.

—Tal vez sea heterosexual.

—No, es lesbiana. Y femenina, así que me parece que necesita una esposa como yo. Tengo todos los méritos. Arreglo cosas, bailo, canto, me gusta hablar y creo que el sexo es muy divertido. Mi punto débil es el dinero.

—Eres una artista. No puedes tener dinero. Yo no soy artista y tampoco tengo dinero.

—Tienes un viñedo. Un enorme y antiguo viñedo.

—Pertenece a mi papá.

—Será tuyo algún día.

—Espero que falte mucho para eso.

Brittany no pudo evitar un asomo de preocupación al pensar en su papá. Físicamente no estaba tan fuerte como antes de su estancia en Europa.

—Mientras tanto, tal vez el dinero de la gasolina haga saltar la banca.

—La pintura buena cuesta más que la gasolina.

Rachel ahuyentó una abeja zumbona con gesto perezoso.

—Además, seguro que no eres la única que le ha echado el ojo a la nueva.
Cuando alguien se traslada aquí, todo el mundo se cree dueño del que llega.

Brittany no pretendía mostrarse sarcástica. No gozaba de mucha popularidad cuando se marchó, pero los cuatro años en Europa la habían reactivado como objeto de citas, y lo caprichoso de la situación la irritaba.

Era la misma mujer que antes.

—¿No ocurría lo mismo en Francia?

—Bueno no.

Brittany se puso la camiseta por la cabeza y echó los largos cabellos rubios, aún no del todo secos, sobre los hombros.

—Deduje de tus correos electrónicos que tenías cola delante de la puerta.

—Para divertirme, sí. No sé lo que ha pasado en California desde que me fui. Impera la clara manía de casarse. No me refiero sólo al papel. Antes de irme no veía bien la vida en pareja. Diablos, entre otras cosas por eso me fui. No necesito una esposa y tampoco quiero ser la esposa de nadie.

—¿Y ninguna de esas chicas francesas tan divertidas quería sentar la cabeza?

Rachel se quedó callada durante unos instantes y Brittany reparó en su contención. No tenía sentido hacer un refrito del abrasador verano europeo que había diezmado la cosecha de vino del año anterior, poniendo la de aquel año en duda, ni afrontar la innegable realidad de que los Viñedos Pierce necesitaban a otro Pierce.

Su papá podía distinguir en qué ladera había nacido cada uva, pero su energía para supervisar el personal y el mantenimiento había desaparecido definitivamente.

Se puso las braguitas y los shorts, y se cubrió los ojos con la mano para protegerse del cálido sol que bailaba sobre su piel. Le proporcionaba un placer tan intenso que, durante unos segundos, se quedó sin respiración.

Creía que amaba Europa, sobre todo la independencia. Y, sin duda, había disfrutado y se había ganado cierto respeto de los vinicultores para los que había trabajado en aquella temporada.

Pero echaba de menos el valle del Napa y el deslumbrante cielo azul. Desde su regreso a Estados Unidos en diciembre, había pasado el largo y húmedo invierno esperando la gloriosa primavera.

No importaba el motivo de su vuelta a casa: aquélla era su casa. No volvería a marcharse.

—Creo—dijo al fin Rachel—Que estoy cansada de complacencias.

Brittany alzó la vista, sorprendida.

—Pero siempre te has enorgullecido de complacer a las mujeres.

—No me refiero a eso—Rachel estiró el largo cuello y cerró los ojos—Me lo paso bien una noche con una chiquita encantadora de San Francisco. Ella vuelve a casa feliz y yo me lo he pasado genial. Después de la cena y el desayuno, se me ocurre pensar en la comida.

—¿Comida?

Brittany se sentó para ponerse las sandalias y el pelo ocultó su sonrisa.

—No te rías—Rachel frunció el entrecejo mirando al sol—Tal vez sean las hormonas o que, como tú, miro hacia los treinta. Pero no sé. Creo que me apetece compartir días maravillosos con alguien. No sólo la cena, la cama y el desayuno. Quiero que no se interrumpa, significar algo para alguien todo el tiempo.

—El hecho de que se haya trasladado una mujer a la zona no implica que sea tu tipo. ¿Y si no tiene cerebro ni estilo? ¿Y si no entiende a Rachel la Artista?

—Un poco artista.

Rachel se encogió de hombros, y a Brittany le sorprendió ver un gesto de desánimo en la boca de su amiga.

—Una artista—repitió Brittany—Creas. Tienes talento y sustancia. Seguro que a las francesas les encantar a extenderte sobre una galleta y engullirte.

—No quiero ser el trofeo de nadie. Quiero… Oh, diablos, no sé lo que quiero. Sé lo que no quiero. No quiero otro verano de comidas en solitario.

A Brittany no se le ocurrió ninguna respuesta que concordase con el repentino abandono por parte de Rachel de la vida que se había esforzado en perfeccionar desde el instituto.

¿Qué le sucedía a la lesbiana chula que había dicho una vez: «La felicidad es hacerla dormir hasta que puedas despertarla»?

Encontró las llaves de la furgoneta en el bolsillo y recogió las uvas y la botella de agua.

—Es casi la una.

Rachel resopló y se levantó.

—¿Me dejas en el trabajo?

—Claro. ¿Quieres tomar una hamburguesa o algo esta noche?

—De acuerdo.

Brittany estuvo a punto de decir que se había entusiasmado más Hound la última vez que le había hablado de hamburguesas, pero se calló.

Rachel y ella eran amigas desde hacía mucho tiempo y una fijación temporal con los amores no podía estropearlo.

—Te recogeré cuando cierre la sala de degustación de vinos. Trabajo hasta las seis.

Deslizó la furgoneta por la cuesta contigua a la piscina, frenando con cuidado para no levantar polvo.

Rachel abrió la verja cuando se dirigieron a la sombreada carretera. Los neumáticos tocaron al fin tierra apisonada, y Brittany encendió el reproductor de CD mientras aceleraban en la carretera pública que las conduciría al lugar de trabajo de Rachel.

Con los cristales de las ventanillas bajos y con Stevie Nicks entonando a todo volumen una seductora canción, parecía como si aún estuvieran en el instituto.

Las colinas cubiertas de verde y las copas de los árboles no habían cambiado desde entonces. Pulcras hileras de viñas bordeaban los márgenes de la carretera llena de curvas.

Uvas Riesling al sol, Syrahs al abrigo de una colina, Pinots escondidas en la sombra: nada había cambiado.

El ciclo anual de brotes, hojas y cosecha era sólo temporal. Lo que estaba debajo, las viñas, había permanecido en su mente tanto como la propia tierra.

Observó cómo Rachel levantaba una manguera de irrigación después de saludar a su jefe y, luego, se introducía en el atrio de un nuevo edificio de oficinas.

A Brittany no le interesaba la arquitectura impersonal de cristal y espejos, pero al menos habían puesto un montón de vegetación, así que Rachel trabajaría ahí hasta después de la primavera.

Cuando se acabara el trabajo, su amiga sacaría sus pinturas y volvería a su primer amor. Era lo que Rachel había hecho la docena de veranos y uno más desde que habían acabado el instituto.

No había cambiado, se dijo Brittany.

Rachel no.

Nada.



—Estoy aquí—gritó Brittany y dejó las llaves en un cuenco, junto a la puerta de atrás.

Hound acudió a saludarla resoplando alrededor de sus rodillas, la abanicó brevemente con el rabo y luego, con la curiosidad satisfecha, reclamó su cama.

No hubo respuesta humana, y una rápida ojeada a la sala de degustación le confirmó que estaba vacía. Se encaminó al patio que daba a la soleada ladera contra la que discurría la carretera. Con una sonrisa contempló a su papá, que roncaba.

Siempre le había gustado echar una cabezadita en la mecedora.

Brittany dejó las uvas en una silla, al lado de su padre, regresó de puntillas a la sala de degustación y puso el letrero de «Abierto». Unas semanas después, a principios de junio, estaría todo el día abierto.

El chapuzón del mediodía en la piscina pasaría a ser un recuerdo hasta septiembre.

Limpió el bar y frunció el entrecejo al ver la lista de degustación de vinos:

¿Por qué seguían ofreciendo el mejor reserva?

La reputación de aquel vino estaba creciendo y pensó que era hora de retirarlo.

Un golpe en la cocina anunció la llegada de Sue, y fue a buscar un tentempié. Las uvas amargas y unas galletas no habían satisfecho su hambre.

—No te imaginas la noticia que traigo.

Sue sacó un recipiente con tapenade casera mientras Brittany abría una caja de galletas de sésamo.

—Una noticia que te va a encantar, debo añadir.

Brittany cogió pedacitos de aceitunas y lanzó un suspiro de felicidad, mientras saboreaba la deliciosa mezcla de ajo y pesto.

—Han comprado Netherfield.

—¿Cómo lo sabes?

—Me lo dijo Rachel.

—Rachel.

Las cejas de Sue se unieron en una línea y apartó la mano de Brittany de la tapenade.

—Coge un plato. Hay que ver, después de todos estos años enseñándote modales. Rachel no sabe nada. He preguntado por ahí y, por lo visto, la nueva propietaria es una mujer de negocios con dinero. Se ha retirado, una dama ociosa. Ponte una servilleta.

—Humm, hum.

—Todo el mundo dice que es muy guapa y agradable, y se ha ofrecido para organizar un vino en favor de March of Dimes cuando la casa vuelva a estar habitable. Ya hay gente trabajando ahí.

—Rachel debería ofrecer sus servicios de diseño del paisaje. Es lo bastante buena como para hacerlo sola, por ese toque artístico que tiene.

Sue acabó con las últimas provisiones y se lavó las manos.

Otra cosa que no había cambiado, pensó Brittany. Las manos de Sue seguían siendo tan fuertes y nudosas como siempre. Aquellas manos fascinaban a Brittany de niña, cuando veía que de su fuerza salían galletas y masa de pasteles más fina que el aire.

—Eres la mujer más deseable de la zona, y esta misma tarde debes acercarte a Netherfield para conocer a la nueva dueña.

—Humm, hum.

—¿Ni siquiera quieres saber cómo se llama?

Sue miró a Brittany con una cara que sugería que debía de estar enferma por no haberle pedido esa información al principio.

—Estoy segura de que me lo dirás.

Sue estrujó los tomates entre los dedos; la pulpa y las semillas cayeron en un cuenco, mientras la carne madura iba a la olla.

—A lo mejor no me apetece, si te pones insolente. A veces me cansas. Lo único que quiero es verte feliz y asentada.

—Sue, tú nunca te has asentado y creo que has sido feliz.

—Yo sí, no tú. Nunca fui de asentarme.

Se lavó las manos otra vez con aire definitivo.

—Tal vez yo tampoco.

Sue cerró la tapenade de golpe.

—Conocí a tu mamá, y tú eres igual que ella. Algunas personas nacen para vivir en pareja, y Rachel Berry no tiene nada que decirle a una mujer como
Quinn Fabray.

—¿Por qué no? Una mujer que se llama Quinn parece del tipo de Rachel.

Los cajones se abrían y eran examinados con creciente agitación.

—No sé por qué te empeñas en ser tan obtusa. Rachel es muy buena, pero peca de excéntrica.

—Te refieres a que trabaja con las manos.

—Si insistes, bueno sí. Ya sé que llama arte a esas pinturas, pero también podría ser lodo arrojado sobre el lienzo. Y sería más barato que toda esa pintura malgastada. No me parece adecuada para ser la compañera de alguien como Quinn Fabray, a quien me han descrito como extremadamente culta y afable.

Brittany sabía que era mejor no discutir.

Sue había vivido siempre en el valle y había pasado casi toda su vida gobernando la casa de los Pierce con mano de hierro.

Como otras veces, a Brittany la asombraban los valores tradicionales que inducían a Sue a ir a misa tres veces a la semana, conjugados con una inquebrantable lealtad a los Pierce.

Jugaba a casamentera entre dos lesbianas, iba a confesarse después y acababa dormida como un bebé.

Brittany se vio libre de más comentarios al oír los pasos de su papá al otro lado de la puerta de la cocina.

Tenía en la mano el racimo de uvas que Brittany le había dejado y parecía contento y adormecido al mismo tiempo.

—¿Qué te parecen?

Levantó el racimo.

—Harán uno de los mejores Gewürz de los últimos tiempos.

Su papá sonrió.

—Tienes razón. No son muy dulces, pero las lluvias tempranas han hecho florecer los melocotoneros antes y tendrán un toque.

Sue se metió entre ellos.

—Al fin se ha vendido Netherfield, y Britty no quiere ir a conocer a la dueña. Una mujer muy rica y una buena adquisición para la comunidad.

Sue cogió las uvas del papá de Brittany, las dejó en una fuente y se dirigió a la sala de degustación para ponerlas en el bar. La puerta de vaivén que separaba la cocina de la sala de degustación le permitió seguir haciendo comentarios, que llegaban hasta ellos a rachas:

—Deberías pensar… No puede quedarse soltera… Rachel Berry… Apropiada y elegible… Ya casi llega a los treinta…

Brittany se fijó en que su papá se palpaba los bolsillos. Como siempre, tenía las gafas en el bolsillo del pecho, el último que miró.

—La semana pasada llegó una carta que no entendí. La he encontrado esta mañana y me ha parecido que debía preguntarte.

Se puso las gafas sobre la nariz y repitió el proceso de búsqueda, hasta que descubrió un sobre doblado en el bolsillo de atrás de los pantalones. Lo desdobló y repasó la carta con las cejas arqueadas, antes de entregársela a
Brittany.

—Señor Anthony Pierce, Presidente de la Junta. Vaya.

Brittany miró a su papá con perplejidad.

¿Presidente de la Junta?

—Lamentamos comunicarle que, por su falta de respuesta a las acuciantes preocupaciones de la Corporación de Viñedos Pierce, los acreedores han requerido la presencia de un asesor nombrado por los tribunales para examinar y recomendar medidas que den satisfacción a las inquietudes de los accionistas.

Leyó por encima el resto de la carta, cada vez más confundida y desalentada.

—¿Papá? ¿Cuándo nos convertimos en una corporación?

Su papá se encogió de hombros.

—Hace unos años. Mientras estabas fuera. Parecía una buena idea. Todos invirtieron dinero y con eso pudimos renovar el embotellado y sustituir los barriles grandes. También compré los campos de Tarpay cuando se subastaron. No me costaron ni un centavo.

—Pero papá…

—Todo saldrá bien, calabacita.

—Papá, estas personas que firman la carta tienen más parte en Pierce que tú. Han contratado a alguien para que nos diga cómo debemos llevar el negocio, y si no hacemos lo que el asesor diga…—leyó el último renglón, horrorizada—Los acreedores pueden exigir la cancelación de sus préstamos, lo que obligará a vender activos suficientes para saldar las deudas.

—Ésa es la parte que no entiendo.

La miró con una nube de preocupación en la frente.

—Nuestra tierra, la bodega: a eso se refieren con activos, papá.

—Pero yo no le he vendido eso a nadie.

—Repartiste acciones.

—Sí, pero no vendí nada.

Brittany cerró los ojos.

—Entraron a formar parte cuando hiciste la corporación—con una creciente sensación de temor, añadió—Aquí dice que tú eres el accionista menor.

—Pero soy Presidente de la Junta.

—Oh, papá…

Se hundió en una silla ante la mesa de la cocina.

—Acaban de llegar dos coches—anunció Sue al entrar en la cocina—Uno es un Mercedes.

—Escanciaré yo—se ofreció su papá.

Brittany asintió con gesto aturdido.

Volvió a leer la carta y trató de asimilar la situación. No sabía mucho de corporaciones, pero le parecía muy mala noticia que un juez tomara decisiones sobre el futuro del negocio.

Las voces procedentes de la sala de degustación llegaron hasta ella: las familiares subidas y bajadas de tono no la consolaban.

Salió de la cocina y fue a la oficina de su papá; ahí se sentó ante la mesa, con una sensación de mareo en el estómago.

Su papá había rechazado toda la ayuda que le había ofrecido en relación con el negocio cuando llegó a casa en diciembre. En vez de afrontar las cosas, dedicaron el invierno a examinar el equipamiento de la bodega, mientras su papá daba largas conferencias sobre la mezcla, el embarrilado y la situación de los vinos de desarrollo lento.

Le explicó que el negocio estaba en auge, y realmente lo parecía, si hacía caso de los envíos que supervisaba y si tenía en cuenta que, desde fechas recientes, era legal enviar vino a clientes individuales fuera de las fronteras del Estado.

El personal para plantar, seleccionar y desherbar trabajaba sin problemas y ajustándose a los plazos. El exceso de uvas Chablis de Tarpay se había destinado a la producción para el mercado masivo. Iba a ser la mejor temporada de Viñedos Pierce.

Cogió la última factura del agua y encontró un documento de tipo legal, en el que se leía: «Actualización de suspensión de pagos».

Había demasiadas cosas que controlar.

Miró por la ventana los ondulantes verdes y los suaves dorados de los campos que conocía desde siempre. Hacía más de cien años que los Pierce eran dueños de aquel viñedo. Las viñas no pertenecían a un grupo de bancos y hombres de negocios de Nueva York.

Removió papeles, intentando encontrar algo que le resultara de ayuda.

El fax zumbó, y Brittany recogió un pedido de un supermercado de alto nivel de Napa. En la bandeja, debajo del fax recién aparecido, estaban los que habían llegado aquella mañana. Anunciaban que alguien que se llamaba Santana López llamaría para concertar una visita.

El teléfono eligió ese momento para sonar, y Brittany lo miró con horror. Dejó que se activara el buzón de voz y fue a buscar a su papá.

Los clientes, que llevaban bolsas combadas en las que portaban como mínimo tres botellas, se dirigían a la puerta.

Brittany presentó los papeles y esperó a que su papá encontrara las gafas.

—¿Quién es esta mujer? El nombre me suena—miró a Brittany—Por lo menos se trata de una mujer, calabacita.

—No estoy segura de que eso nos sirva de mucho.

—Oh, ya me acuerdo—su papá le dedicó una sonrisa de alivio—Un artículo en la revista Inc. hace un par de años, el tema que estábamos tratando. Una noticia estupenda. Es la hija de Alfonso López. Aún debo de tener el artículo.

—¿Alfonso López?

—Un viejo amigo. Fuimos juntos a Oregón. Decidió hacerse abogado y ahora es juez.

Brittany sabía que su papá lo guardaba absolutamente todo, así que no le sorprendió que le trajera la revista.

No podía encontrar las devoluciones de impuestos del año anterior aunque le dieran dos semanas para buscarlas, pero localizaba en dos minutos una revista que había hablado de su vino tres años antes.

En la página cuarenta y nueve aparecía una impresionante fotografía de los viñedos desde la sala de degustación y un breve artículo sobre los vinos Pierce. Enfrente estaba uno de los perfiles de la revista, dedicado a una estrella en auge, Santana López, especialista en reconversión de corporaciones.

Su papá retiró la nota adhesiva de color amarillo que servía como marcador y quedó al descubierto una fotografía.

—Parece una mujer agradable.

Con el pelo negro largo y el estilo de la costa este, Santana López miraba desde la página con una expresión que Brittany sólo podía describir como altanera.

Si las puntas de sus zapatos fueran más largas, se habrían doblado hacia arriba como las de un bufón cortesano. En ella todo indicaba riqueza y superioridad.

—Nunca ha pisado nada que no fuera cemento—comentó Brittany.

—Es inteligente y se pondrá de nuestro lado. Alfonso nos favorecerá… Un tipo honrado, muy honrado. Lo llamaré. ¿Qué te parece?

El teléfono sonó y Brittany volvió a dejar el buzón de voz.

Se imaginaba muy bien la voz afectada que iba con la fría expresión del rostro de Santana López y no le apetecía oírla en aquel momento.

No le inspiraba confianza la amistad que, cuarenta años atrás, había mantenido su papá con el papá de aquella mujer, en absoluto.

Regresó a la oficina, sintiéndose como si hubiera comido plomo, y empezó a arreglar papeles en serio.

La situación no podía ser tan mala como parecía.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D



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SE QUE ESTÁN SACANDO MIS ADAPTACIONES, POR "MI" PARTE Y "MIS" ADAPTACIONES NO ME MOLESTA, PERO AL MENOS NOMBREN AL FORO... SI SUBEN OTRO CAPITULO Y NO LO NOMBRAN, "EN CADA CAPITULO QUE SUBAN", VOY A BORRAR MIS ADAPTACIONES Y DENUNCIAR LA ADAPTACIÓN. Saludos =D




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Mensaje por micky morales Jue Ene 07, 2016 9:01 pm

muy interesante, lo unico no tan interesante es el pq sue quiere emnoviar a britt con quinn!!!!! FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo 2446003554 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo 2446003554
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Mensaje por Susii Jue Ene 07, 2016 9:07 pm

Quiere emparejar a Britt con Quinn?!?! D:
Que asco:@ kshdjh
A ver como sigue esto:s
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ene 07, 2016 11:23 pm

vamos a ver vomo sigue esto, el papa de britt ya esta senil
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Mensaje por 23l1 Jue Ene 07, 2016 11:49 pm

micky morales escribió:muy interesante, lo unico no tan interesante es el pq sue quiere emnoviar a britt con quinn!!!!! FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo 2446003554 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo 2446003554



Hola, vamos bien entonces jajajaaj. Jajajaja esk aun no conocen a san jajajajaajajaj xD Saludos =D




Susii escribió:Quiere emparejar a Britt con Quinn?!?! D:
Que asco:@ kshdjh
A ver como sigue esto:s



Hola, eso parece =/ jajajajajajaaj xD ajajajajajajajaja. Aquí el siguiente para ver eso jaajajajaj. Saludos =D





marthagr81@yahoo.es escribió:vamos a ver vomo sigue esto,  el papa de britt ya esta senil



Hola, aquí el siguiente cap para eso jajajajaaj. XD jaajajajajajajajajaja XD Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Cap 2

Mensaje por 23l1 Jue Ene 07, 2016 11:51 pm

Capitulo 2


Un montón de lechuga colgaba precariamente en el extremo de su tenedor, por lo que Santana López no escuchó lo que acababa de decir su amante desde hacía varios años.

Fastidiada porque el camarero había olvidado que quería el aliño aparte, sacudió el tenedor para que la lechuga cayera en el plato.

—Lo siento. No te he oído.

Observó a Elaine con expectación.

—Ya no te quiero.

Durante unos momentos Santana sólo pudo parpadear. Sacudió la cabeza y rebobinó las palabras de Elaine.

Sus miradas se cruzaron sobre la mesa.

Elaine volvió a centrarse en la comida, y el orgullo no le dejó a Santana pedir a Elaine que lo repitiera una vez más.

Entonces se dio cuenta de que la belle dame sans merci Elaine Wickham la había llevado a aquel silencioso y caro restaurante de Park Avenue para deshacerse de ella, sabiendo que, naturalmente, Santana no haría una escena.

Acabarían con el asunto y saldrían tan impecables como habían llegado.

Santana contempló las lagunas de aliño de su ensalada y se la imaginó aplastada contra el rostro de Elaine.

El café humeaba.

Le sentaría de maravilla al regazo de Elaine.

Una Santana más joven habría cedido a la breve necesidad de conmemorar su ruptura con un gesto emocional, pero no en aquel momento.

Elaine y ella habían previsto aquella escenita desde hacía demasiado tiempo y no podían acabar de una forma que no fuera civilizada.

Dejó a un lado el tenedor sin probar la ensalada. Elaine podría haber esperado al menos a que disfrutase del filete de lomo, marca Aquavit, de veinticinco dólares que acababa de pedir.

Elaine siempre la había criticado por ser «ahorradora», como si tener una cuenta bancaria saneada significase perder el sentido común.

—Ha sido divertido, cariño, pero es hora de cambiar. Hoy he vaciado mis cajones. Voy a vivir en Londres una temporada. Hum, me acompañará Nancy.

—Claro—dijo Santana.

Nancy.

Genial.

Tendría que haberlo visto.

Elaine no se comprometería para siempre.

En otra época de su vida, dos años de relaciones le habrían parecido a Santana más que un escarceo. Afortunadamente, le quedaban pocas inclinaciones románticas. De lo contrario, Elaine tendría las pestañas hundidas en aliño de ensalada.

Santana sabía cuándo había que recortar pérdidas y cambiar. De hecho, se ganaba muy bien la vida decidiendo cuándo había que invertir o qué había que vender.

Por ello, esbozó una agradable sonrisa, cogió su bolso y salió.

El negocio había concluido.

La ensalada quedaba en el plato y el café en la taza. Cualquier otro día Santana se habría detenido a apreciar el aire fresco de aquella encantadora noche de primavera en Nueva York, pero el eco de la voz de Elaine entorpecía sus pensamientos.

«Ya no te quiero».

¿Significaba aquello que Elaine la había querido alguna vez?

¿Por qué no le había preguntado si la había querido antes?

Santana pensó que, como siempre, la respuesta perfecta se le había ocurrido demasiado tarde.

En una sala de juntas o en una habitación llena de accionistas nunca le fallaban las palabras.

Era en el cara a cara donde fracasaba.

Al principio Elaine y ella habían brillado juntas. Habían disfrutado de las miradas de sorpresa que provocaba la relación amorosa entre la hija de un juez de pueblo hecha a sí misma y una heredera con sangre azul en las venas.

«Ya no te quiero».

Se sentía aturdida.

Asombrada de no saber lo de Nancy.

Conmocionada por lo repentino de los hechos.

La avenida estaba llena de taxis, pero no quería arrojarse delante de ninguno.

La idea de despertarse de noche sin Elaine no le daba ganas de ponerse una soga al cuello.

Aturdida, sí.

Desconsolada, en principio no.


Tras caminar media manzana por Madison Avenue, pensando a cada paso,
Santana formuló su «lista de cosas que había que disolver».

Tal vez fuera el hecho de que aún llevaba la ropa de trabajo —traje de negocios, tacones, teléfono móvil prendido en la cintura—lo que hacía que el proceso necesario pareciera una rutina diaria de problemas por resolver.

Al final de la segunda manzana había utilizado el móvil para cambiar el número clave de varias cuentas.

No sabía si Elaine los conocía, pero le pareció prudente.

Mientras buscaba un taxi con su medallón luminoso en la concurrida avenida, canceló la tarjeta de crédito que Elaine le había pedido prestada cuando sus gastos sobrepasaron el estipendio de su fideicomiso.

Cruzó con el semáforo en rojo la calle Cincuenta y ocho, demostrándole cómo se paraba un taxi a un turista lento.

Sentada en el asiento trasero, durante el corto recorrido hasta su casa de Upper West Side, tecleó un breve correo electrónico a su gestor, en el que le pedía que cancelara el uso de varios servicios y proveedores a Elaine.

Adiós, coche de servicio; adiós, spa; adiós, golf.

Si se había acabado, se había acabado todo.


Llegó a la puerta principal de su edificio sólo veinte minutos después de abandonar el restaurante.

Los signos de la partida de Elaine eran sutiles, pero estaban ahí.

Las fotografías del piano habían desaparecido. Sonrió con pena ante la obvia ausencia de una botella de whisky muy añejo. La ropa y los objetos de tocador habían dejado huecos en el armario y en el cuarto de baño.

Cuando se estaba quitando el reloj y los pendientes, se fijó en que faltaban varias joyas. Naturalmente, suponía que Elaine se llevaría todo lo que le había regalado, pero se habían esfumado varias piezas que sólo eran un préstamo.

—¡Ay!

Miró su rostro pálido en el espejo del vestíbulo y dijo en voz alta:

—¿Y qué esperabas?

Se alegraba de que se hubiera acabado todo.

Simplemente así, en un parpadeo, se había terminado, como si nunca hubiera existido.

Aparte de los ocasionales y satisfactorios contactos sexuales y de alguna que otra velada con amigas de Elaine que le caían bien, su relación parecía no tener sentido ni finalidad.

Había sido una forma de pasar el tiempo, y Santana tenía muy poco.

Había ocurrido para bien.

Balance final: temía llamar a Quinn, porque Quinn siempre había sabido que
Elaine era una sanguijuela que acabaría dándole plantón, pero sólo después de engañarla con una falsa apariencia de estabilidad definitiva.

No quería llamar a Quinn.

A veces una vieja amiga era la última persona con la que se quería hablar.

—¿Dónde está ahora lady Elaine, bruja burbuja?

Quinn pasó por encima los hechos.

—Te avisé.

Y fue directamente al sujeto ofendido.

A veces, reconoció Santana, se necesitaba una vieja amiga.

—No tengo ni idea. Decidí que no tenía sentido prolongar la discusión.

—Hay otra persona.

—Nancy, la compañera de esquí que conoció el año pasado. No teníamos un acuerdo de exclusividad.

—Si mal no recuerdo, dio aquellos tediosos detalles que abrirían el camino para… ¿qué era? Para que su amor madurase al máximo.


Santana habría apostado dinero a que Quinn había puesto los ojos en blanco.

—Hay mejor pescado en el mar, cariño.

—Estoy harta de probar. Resulta agotador.

—Ven a California una temporada.

—Tengo mucho trabajo aquí, pero podría ir en breve. Una inspección de negocios para el juzgado: otro idiota que no tiene ni idea de cómo se gestiona una corporación. En algún lugar del sur, Santa algo o así. Si voy, podemos Donemos en contacto.

—Hay cientos de Santas algo en este Estado, así que tal vez esté cerca. Yo sigo en San Fran durante la semana, pero casi no puedo esperar para ir a mi casa. Te encantará. A mí me encanta. La gente es muy agradable, y no creerías la vida social que hay para lesbianas. Voy a asistir a un baile de mujeres de la localidad.

—Parece divertido
—dijo Santana automáticamente.

—Te parece mortalmente aburrido, lo sé. No podré ir el sábado por la noche al Village, cierto, pero de verdad que en mi vida había visto tantas mujeres atractivas y seductoras. Y eso sólo en la tienda de alimentación.

A Santana le costaba trabajo creer que Podunk, California, o como se llamara el sitio al que se había trasladado Quinn, ofreciera tanto interés.

Cambió de tema.

—¿Por qué no nos hemos enamorado la una de la otra? La vida sería mucho más fácil.

—No lo sé
—repuso Quinn—Tal vez porque Kitty me mataría si me acercara a ti.

—Sabes tan bien como yo que nunca me he acostado con tu hermana. Nunca hubo nada serio.

—Lo sé, pero también sé que Elaine era una bruja superficial a la que le encantaba tu cuenta bancaria.

—Vaya, gracias.

—Sabes a qué me refiero. Tal vez Elaine fuese lady cualquier cosa, pero no tenía capital para ¿cuánto? ¿Los siguientes cuatro años? Mientras tanto, te necesitaba
—Quinn chasqueó la lengua—Lo siento, parezco cruel. Te juro que era la primera vez que te veía ir medio en serio con alguien, desde que esa mujer se metió en tu dormitorio. Te mereces que te traten mejor, mucho mejor.

—Oh, no me digas. Es una mariposa de las altas esferas. Nunca esperé que
Elaine me tratase bien. Tal vez por eso no lo hizo.


Su Blackberry sonó y Santana observó el pie del mensaje.

—Tengo que hacer una llamada.

—Llámame más tarde
—insistió Quinn y Santana prometió hacerlo.



—Sobre ese correo electrónico tuyo.

Jake, su gestor empezó sin preámbulos.

[i]—¿Se trata de las Empresas Bookworthy?

—No. Elaine y yo nos hemos separado, es todo.

—¿Desde cuándo?


Santana no estaba acostumbrada a que Jake metiera las narices en sus asuntos personales, así que no disimuló el tono de sorpresa.

—Desde hace una hora. ¿Por qué?

—Llamó esta mañana para preguntarme si pensaba que valía la pena invertir en Bookworthy. No sabía que corría prisa…

—No había prisa. ¿Qué le dijiste?

—Le dije que no lo había calculado y que tú lo revisarías. Dijo que muy bien, y eso fue todo.


Le agradeció a Jake la información con aire ausente, resistiéndose a ver posibles relaciones entre la conversación de Elaine con Jake y su declaración de la cena.


Contempló Central Park un rato, observando cómo cambiaban las luces de los semáforos y fluía el tráfico en la calle.

No podía apartar el pensamiento de una larga lista de cosas que debía hacer y sentir.

Debía hacer planes para celebrar que volvía a estar sola, un viaje corto para confirmar que le gustaba la soledad.

Debía enfadarse o sentirse herida o aplastada.

El timbre del teléfono de casa la salvó de tomar una decisión sobre su estado emocional. La mayoría de sus relaciones de negocios utilizaban su móvil, así que debía de ser un teleoperador.

—¿Cómo estás, Tanita?

—¡Papá! ¿A qué debo el honor, señoría?

—Ya hablaremos de eso. Primero, ¿cómo estás? ¿Cómo acabó el asunto de Georgia?

—No muy bien. Todos se obstinaron. Nadie quería creer que había que hacer algún sacrificio o se hundirían todos juntos, hasta que les llegó el agua al cuello.

—¡Qué pena! Sé que habías puesto muchas esperanzas.


Santana recordó que mil quinientos puestos de trabajo se habían perdido de un día para otro. Esperaba salvar un tercio con la propuesta de resolución, pero a veces las cosas no salían bien.

—Bueno sí, como el resto de mi equipo. ¿Cómo está Carlyle?

—Ya viejo, como yo. Aunque para un perro resulta más fácil. Al menos se pasa casi todo el día durmiendo. La gente se da cuenta si me duermo en el tribunal.

—Tienes que perfeccionar el sueño con los ojos abiertos.


Su padre suspiró.

—Lo he intentado, Tanita, lo he intentado.

—Bueno…, ¿qué sucede?


Santana se tendió en el sofá.

—Antes me llamó un viejo amigo. Un tipo muy agradable, de campo. Lo conocí en Oregón. Su familia tenía una bodega que ahora debe de ser suya.

—¿Hummm?


Se quitó los tacones y se frotó los doloridos dedos.

—Al parecer vas a visitar su empresa, Viñedos Pierce.

—¿Sí?


Reprimió un suspiro y cogió el Blackberry.

—En el norte de California. Revisión de suspensión de pagos.

—Oh. No sabía que fuera una bodega. Al cabo de un tiempo todos los casos se parecen.


El negocio era el negocio, pensó Santana, aunque no había forma de convencer de ello a ningún propietario. Los principios básicos se aplicaban a todas las corporaciones.

—¿Por qué te llamó?

—Supongo que recordó tu nombre de mis tarjetas de Navidad.


Santana frunció el entrecejo.

—¿Cree que puedes influir en mi trabajo?

—Imagino que pensó que yo había hecho que te nombraran para favorecerlo.

—Ya. El tribunal competente está en Delaware.

—Me parece que a Anthony Pierce se le escapan esas sutilezas.

—Entonces no tiene sentido que regente una corporación.


Santana se encogió de hombros.

—Siempre trato de hacer todo lo que puedo por la gente, pero trabajo para el tribunal.

—Ya lo sé. Lo único que le dije es que te llamaría y lo he hecho. Se trata de un buen tipo. Me presentó a tu mamá.

—Oh.


Diablos.

No había sitio para los sentimientos en las decisiones que ella tomaba.

—Su hija lleva el negocio con él. Estuvo en Europa varios años.

¡Qué suerte!

Vivir la vida mientras el negocio familiar se hundía.

Típico.

¿De vuelta a casa cuando se acabó el dinero?

—Haré lo que pueda.

—Sin duda tenemos una cosa en común. Los dos pensamos que nuestras hijas son las más hermosas del planeta, y ustedes dos son lesbianas. Así que tal vez su hija y tú congenien.


Como si Santana tuviera intención de complicarse la vida con nadie más, de momento, y mucho menos con una debutante que acababa de llegar de su gira europea.

—No hay un lenguaje secreto gay que garantice esas cosas, papá.

—Ya lo sé. La conocí cuando tenía dos o tres años. Tú debías de tener diez. Fue el año que pasaste el verano con tu mamá.

—Me acuerdo.

—Lo intentaron durante años y acabaron teniendo una niña preciosa. No me sorprendería que se pareciera a Heather Morris. Sus ojos prometían.


Estupendo.

Una debutante de ojos bonitos.

—Tal vez te recuerde.

—Lo dudo. Era demasiado pequeña, y ese año murió su mamá. Yo fui al funeral. Anthony y yo nos escribíamos regularmente en esa época. Luego, nos distanciamos. Se enterró en la bodega.


«Y tú te enterraste en la ley —quiso decir Santana — cuando mamá murió al año siguiente».

—Estoy segura de que es un hombre excelente.

El negocio estaba lleno de personas excelentes que no tenían ni idea de cómo gobernar sus empresas.

—Bien, espero que, hagas lo que hagas, Alfonso y Brittany salgan con bien.

—¿Brittany?

—Su hija.

—¿Brittany Pierce? ¿Cómo la cantante? ¿Britney Spears?

—No, Tana, se escribe y se pronuncia distinto, aunque es igual de guapa que la cantante.


La debutante de los ojos bonitos tenía nombre de una cantante.

¡Qué pintoresco!

—Ya entiendo.

Hablaron un poco más sobre temas generales, pero Santana acabó sintiéndose molesta y nerviosa.

¿Cómo era posible que alguien se atreviera a llamar a su papá para que intercediera en un asunto de negocios?

Iría a California y descubriría, como siempre, que el negocio se había llevado mal, el dinero se había gastado de forma incorrecta y nadie asumía la culpa.

Igual que en Georgia, todos se obstinarían y, al final, perderían.

A nadie le importaban los demás, sólo el propio pellejo.

Aquellos Pierce eran como el resto.




Su humor no había mejorado mucho por la mañana, pero llegó a la pequeña oficina de Midtown que llamaban el calabozo a las nueve.

Santana abrió la puerta, pensando como siempre en que no parecían las oficinas consultoras de una empresa multimillonaria.

Sólo el personal administrativo tenía lugares de trabajo fijos; el resto trabajaba en casa o pasaban demasiado tiempo en la carretera como para necesitar una base.

Santana esquivó el equipaje que estaba junto a la puerta y se fijó en Ryder y Sam, que gesticulaban mientras hablaban por los móviles.

Emily y Sebastián, tras beber café en tazones, volvieron a sus teclados.

—Hola a todos. ¿Quién se marcha o acaba de llegar?

—Eso es mío—respondió Emily—Mi vuelo a Fairbanks se ha retrasado, así que pensé que mejor me pasaba por aquí.

—Fairbanks, estupendo—Santana miró a Emily—Llévate una parka. Te irá bien.

Curiosamente, Emily no le devolvió la mirada.

—Parka y botas, las dos cosas.

Tina, Mercedes y Kurt, las reinas de la administración, salieron de sus respectivos cubículos con hojas recién llegadas en la mano.

—Ahora estoy con ustedes. Un aviso general para todos, para que lo sepan. Elaine y yo hemos decidido dejarlo. Sé que muchos de ustedes hablaban con ella, así que no perdan el contacto. He pensado que deberían saberlo.

Santana acabó su discurso y estaba a punto de dirigirse al personal de administración que la esperaba, cuando Emily dio un salto y ahogó un grito.

—No pasa nada. Sólo he derramado el café. Maldita sea.

Secó la mesa con un montón de servilletas mientras intentaba recoger el líquido vertido. De los cajones de la mesa salieron cientos de servilletitas.

—Lo siento por la alfombra.

—No te preocupes. Si dejas que gotee cubrirá la mancha de tinta.

Santana le indicó a Tina que fuera a su despacho, se sentó en su sillón y le echó un vistazo al papel que le había dado la joven.

—Dile a Artie que puede llamarme directamente por algo tan urgente como esto. Hablé con él anoche.

—Es nuevo. Te tiene miedo. Piensa que lo vas a despedir o algo parecido.

—No dejo de recordarle que trabaja para él mismo. Yo sólo soy la que amaña las cosas.

—Le cogerá el tranquillo—Tina se encajó las gafas sobre la larga nariz—Siento lo de Elaine.

—No tienes por qué. En realidad, se había acabado.

Repasó la lista por segunda vez, sólo para asegurarse de que nada requería una respuesta inmediata. Su grupo, muy suelto, trabajaba con un sistema basado en la confianza: cuando alguien necesitaba ayuda, la pedía y la obtenía. Las consultas y comisiones de negocios renqueantes eran el pan de cada día.

—Oh, una llamada de Will Schuester.

—Sí, dijo que necesitaba un consejo.

Tina se contoneó de forma discreta, pero evidente.

Era la mejor noticia que había recibido en las últimas veinticuatro horas. Las peticiones de consejo de Will casi siempre conducían a grandes contratos.

—Lo llamaré a las nueve y media. ¿Se lo dices a su ayudante?

Estaba a punto de pedirle a Mercedes que le enseñara su lista cuando apareció Emily en la puerta.

—¿Qué puedo hacer por ti?

Emily cerró la puerta del despacho, y Santana arqueó las cejas.

—Tengo que hablar contigo en privado.

Santana, confusa, señaló la silla y se fijó en que Emily se sentaba cuidadosamente al borde.

—¿Qué sucede?

—Es sobre Elaine. Me llamó anoche.

—¿De veras?

Santana sabía que Elaine y Emily salían de vez en cuando a tomar una copa, pero había supuesto que era algo inocente, ya que Emily estaba de novia.

—¿De qué se trataba?

—Ella, uf, me siento como una tonta, pero ella ha sido… Me refiero a que…
Robert y yo teníamos problemas, estábamos rompiendo lentamente, y ella me escuchó.

—No me di cuenta de que Robert y tú se estaban separando. Lo siento.

Santana se maldijo por no haber notado las finas arrugas que rodeaban los ojos de Emily.

Emily tragó saliva y empezó a hablar:

—No pasa nada. Casi es una vieja noticia a estas alturas. Debería habértelo contado. Dijo que no podía localizarte, que tenía que ir a casa para cerrar un trato inmediatamente y que necesitaba dinero. Sabía que yo acababa de cobrar el pago de Bronson.

—¿No te dijo que habíamos roto?

Santana quería preguntarle cuánto dinero le había pedido Elaine, pero evidentemente Emily tenía más que contar.

—No. Y, bueno, dijo que…

—¿Sí?

—Dijo que la habías cubierto antes y que conocías el asunto, pero que se te había olvidado dejar un cheque y que no podía localizarte, y su vuelo salía a medianoche.

A Santana le pareció que se le paraba el corazón.

—Dijo que yo te lo devolvería, ¿no?

Emily asintió.

—Era mentira, ¿verdad?

—Sí.

—Y yo debía haberme marchado esta mañana, pero mi vuelo se ha retrasado. Ella contaba con que no pudiera hablar contigo.

Emily parpadeó rápidamente; en sus ojos brillaban las lágrimas.

—No puedo creer que me haya mentido. Me siento…como una idiota.

—Yo lo pagaré y, créeme, conseguiré que me lo devuelva.

Tanto preocuparse por su estado emocional, y Santana sentía latir la rabia en la punta de sus dedos.

Emily se secó una lágrima.

—Me parecía que era demasiado bueno para ser cierto. Alguien como ella. Me refiero a que es rica, tiene título, es inglesa. Y, cuando le dije que tal vez a mí también me gustasen las mujeres, me escuchó. Y no actuó como si yo estuviera enferma.

«Podías haber hablado conmigo», pensó Santana.

Debía preguntarse a sí misma si aquello no era verdad. Había tutelado a Emily durante años, proporcionándole su experiencia.

Pero ¿qué habría pasado si Emily hubiera salido con sus problemas personales?

No tenía tiempo para jugar a terapeutas.

—Elaine sabe escuchar.

—Anoche quedé con ella en ese sitio del Village y le di un cheque. Y…

«Huy—pensó Santana—Oh, no, por favor».

—Y nosotras… Dijo que tenía que ir al aeropuerto, que tardaría semanas en regresar y que me iba a echar de menos, que no esperaba sentirse tan triste. Y…

Santana cerró los ojos.

Elaine debía de haberse reunido con Emily al salir del restaurante.

«Si yo me hubiera quedado, tal vez me habría pedido a mí el dinero».

Pero, en vez de eso, utilizó a Emily.

Santana recordó, con una punzada de dolor, la primera vez que había estado con Elaine. Lo irresistible, embriagadora, sexy e intimidante que había resultado.

—¿Estaban por casualidad en el cuarto de baño de señoras cuando te dijo eso?

—Sí, estábamos solas. Si no, no habría ocurrido, y yo era incapaz de pensar.
Raudo y veloz, besos fuertes y una mano firme y segura.

Santana se sentía ligeramente mareada.

Más lágrimas bañaron las mejillas de Emily.

—Había bebido y me dolía la cabeza. No me estoy disculpando. Dije que sí. Después me sentí fatal por ti. No he dormido nada. Creí que tomaría el avión, pero luego me di cuenta de que tenía que enfrentarme a ti.

—Eso es lo que Elaine creyó, que cuando estuviéramos cara a cara, ya no te sentirías… en conflicto.

—Lo siento mucho, Santana. No tienes que pagar el dinero. He sido una estúpida.

Emily se levantó temblando y se dirigió a la puerta.

Santana le cortó el paso, poniéndose ante la pesada puerta de roble.

—Em, por favor. Elaine… No sé a qué estaba jugando contigo, pero no todas las mujeres son así. Y yo pondré el dinero—tomo las manos de Emily—¿No sabes que decimos que hay que separar las emociones del negocio para tener claro qué hacer con el dinero? Creo que en este caso, si quitamos el dinero de en medio, te será más obvio saber qué hacer con las emociones.

Emily sollozó y Santana la abrazó.

Era como un pájaro herido.

Santana pensó de nuevo que, si no hubiera dejado sola a Elaine, aquello no habría ocurrido.

—Son treinta mil dólares, Santana. ¿Cómo pude darle tanto dinero?—musitó.

—Porque sabía lo que tenía que hacer.

Era una miseria para Elaine.

A Elaine no le importaba que Emily se hubiera reventado a trabajar en la fusión de Bronson y que aún estuviera pagando sus préstamos de Harvard.

—No pasa nada. Le diré a Jake que transfiera el dinero, y puedes pensar seriamente en quién eres y qué quieres hacer en el futuro mientras estés en Alaska.

Emily asintió y aceptó agradecida el pañuelo de papel que Santana sacó del cajón de su mesa.

—Una parte de mí, cuando ella se fue, una parte de mí encontró sentido al fin. Pero ahora estoy muy confundida.

—Tómate tu tiempo. Vas a estar fuera una semana, ¿no? Tómate tu tiempo.

En aquel momento Santana no sabía qué hacer con sus propias emociones.

Sí, estaba enfadada, pero se sentía distante.

No tocar, demasiada rabia.

Ensayó una sonrisa de consuelo.

—Pero aléjate de los cuartos de baño de señoras.

Emily intentó reírse.

—¿Quién lo iba a saber?

Yo, quería decir Santana.

Podía haberle contado que a Elaine le gustaba atacarla en sitios semipúblicos. Pero nunca hablaría de esas cosas con Emily.

—Desde luego, yo no sabía que Elaine era capaz de algo así.

Emily se sonó por última vez y Santana la dejó marchar.

Encontraría a Elaine y entonces… No se trataba del dinero. Le había mentido a Emily y había abusado de su confianza.

El interfono zumbó y Mercedes anunció que era hora de llamar a Will Schuester.

Mercedes pasó la comunicación y colgó. A los pocos segundos Santana se había centrado en lo que quería Will, pero una parte de ella seguía pensando qué debía hacer con Elaine.


La llamada terminó bien, con la petición de una propuesta para analizar la validez de una fusión en la que estaban interesados la mayoría de los accionistas de Will.

Santana anotó los detalles automáticamente y se los pasó a Tina para que los registrase y los enviase. Sin embargo, no llegó a ninguna conclusión sobre Elaine.

Aquello aún le dolía.

Elaine les había dicho a las dos que se iba a casa, pero también eso podía ser mentira.

El interfono zumbó otra vez y Mercedes dijo:

—Lo siento, jefa, es Blaine. Algo sobre un coche y que no sabe qué hacer con Elaine. No se me ocurre qué decirle.

A Santana se le retorció el estómago.

—Siento que te veas en medio de todo esto. Pásamelo.—cogió el auricular—Blaine, ¿cuál es el problema?

—Bueno, Jake llama esta mañana y dice, esto, que no más coche para la señorita Wickham. Pero ella llama e insiste en que es un error. No quiero que usted se enfade.

—Lo siento, Blaine. ¿Dijo dónde había que recogerla?

—En Omni, Central Park. Quiere ir al JFK.

—Dile que irás enseguida. Pero pasa a recogerme antes.


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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ene 08, 2016 1:16 am

whoauuuu ojala santana la despelleje a esa perra estafadora, es mejor asi asi la separacion no el duele tanto
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Mensaje por Susii Vie Ene 08, 2016 9:55 am

Que estupida es Elaine>:c ojala Santana le haga algo cuando se encuentre con ella>:c
Espero el encuentro brittana! :c
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Mensaje por micky morales Vie Ene 08, 2016 10:09 am

pero que desgraciada la interesada esa, espero que santana la haga sentir como basura antes de darle la patada final por su trasero de la realeza!!!!
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Mensaje por 23l1 Vie Ene 08, 2016 7:22 pm

marthagr81@yahoo.es escribió:whoauuuu ojala santana la despelleje a esa perra estafadora, es mejor asi asi la separacion no el duele tanto


Hola, jajajaajaja eso y mucho mas jajajaajaj xD jaajajajaj. XD ajajaja toda la razón ajaajajaj. Saludos =D




Susii escribió:Que estupida es Elaine>:c ojala Santana le haga algo cuando se encuentre con ella>:c
Espero el encuentro brittana! :c



Hola, y eso es poco la vrdd ¬¬ Algo muy malo jajajaaj xD osea se lo merece, no¿? Esperemos y llegue en este cap! Saludos =D




micky morales escribió:pero que desgraciada la interesada esa, espero que santana la haga sentir como basura antes de darle la patada final por su trasero de la realeza!!!!



Hola, shi y eso es poco la vrdd ¬¬. Eso y mas... y mas! mala persona noma ¬¬ Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Cap 3

Mensaje por 23l1 Vie Ene 08, 2016 7:24 pm

Capitulo 3

—Es un placer conocerte—dijo Brittany, poniendo en cada palabra toda la sinceridad de que era capaz.

Si Quinn Fabray tuvo que esforzarse tanto para ser cortés, no se notó.

Su amplia sonrisa era absolutamente encantadora y Brittany sintió que su intención de que le disgustase aquella mujer se resquebrajaba un poco.

—El placer es mío. No llevo mucho en este lugar, pero todo el mundo me ha dicho que tenía que visitar Pierce. Debo confesar que no sé nada sobre vinos y me abandono a tu misericordia.

Brittany señaló el mostrador.

—Pasa.

—¿En qué se diferencia una sala de degustación de un bar de vinos?

—¿Quieres que te cuente los aburridos detalles legales mientras pruebas nuestro Chardonnay de dos años? Está bien para empezar. Ligero y afrutado. Ese año hubo lluvias tardías, así que notarás un toque de moho dulce después de la suave acidez.

—Nunca acabaré de entender la jerga del vino. Y sí, abúrreme con las legalidades.

Quinn dejó el bolso, tan pequeño y elegante como ella, sobre la antigua barra de roble.

—La jerga del vino resulta más fácil cuando se han probado muchos. No te vendemos un vaso de vino, sino un sabor: ésa es una legalidad. Y ya te habrás dado cuenta de que no hay donde sentarse. Se supone que has venido aquí a catar y que te marcharás pronto. Tampoco tenemos permiso para vender comida. Nos limitamos a permitir que pruebes nuestro vino y lo compres en nuestra pequeña tienda.

La pareja que había al otro extremo de la barra, a lado y lado de una cesta de picnic, señaló:

—Nos llevamos el Cabernet del 2003 y el reserva del 2002. Son estupendos.

Brittany asintió.

—Han acertado.

Observó cómo Quinn saboreaba el Chardonnay y vio unos cuantos detalles que le indicaron que Quinn sabía algo más de vinos de lo que había dicho.

—La degustación tiene un pequeño precio, pero sólo te lo cobraremos si no compras una botella de vino.

—Delicioso—afirmó Quinn—Un poco picante al final, pero se desliza con facilidad.

—Es el toque de las lluvias tardías.

Brittany rodeó la barra para dirigirse a la tienda que ocupaba el resto de la sala de degustación y coger las dos botellas que había pedido la pareja.

—¿Quieren que se las envuelva?

—El Cabemet no—respondió el hombre—Es para el picnic.

—Aquí tienen.

Envolvió cuidadosamente la botella del reserva y sumó el precio de las dos en la caja registradora.

Cuando finalizó la transacción, intercambiaron tarjeta de crédito y vino. Luego Brittany se dirigió a Quinn:

—Cómo puedes ver, lo que hagas con la botella de vino cuando salgas de aquí es cosa tuya. Lo que no puedes es bebértela aquí.

—En tu precioso patio, con el cenador al pie de la colina.

Brittany asintió.

—¿Lista para el Riesling?

Quinn vació el resto del Chardonnay en la vasija de barro que tenía al lado y Brittany lavó la copa con un poco de agua que vertió en la vasija.

—¡Oh, qué color tan bonito!

—Sí, y tiene buenas piernas para ser un Riesling. Reconozco que los hemos hecho mejores, pero es un vino estupendo para una fiesta. Buena calidad y gusto, pero sin pasarse.

—Por eso he venido. Voy a ser la anfitriona de…

—¡Señorita Fabray!

Sue salió de la cocina limpiándose las manos en un paño.

—Ha venido derechita a nosotros, ¡qué halagador! Veo que ya conoce a nuestra Brittany.

—En efecto, señora Sue.

—Sue, todo el mundo me llama Sue. Creo que le gustará probar mis fresas con queso. Brittany ha cogido las fresas esta mañana. Hace muchas cosas y todos coinciden en que tiene buena mano para…

—Puedo escanciar el vino y servirle la comida al mismo tiempo, Sue, ya lo sabes.

—Normas absurdas y tonterías.

Sue se abalanzó sobre Quinn Fabray y la cogió del brazo.

—Venga a mi cocina y le serviré la comida mientras Brittany escancia el vino.

Quinn se rió, y Brittany tuvo que admitir que resultaba encantadora y que parecía bastante sincera.

—Tomé un sándwich antes de venir porque no quería achisparme. Pero muchas gracias por el ofrecimiento, Sue.

Sue retrocedió cuando Quinn tomó su copa de vino.

—¿Está pensando ofrecer un Pierce en su reunión de Dimes? ¡Qué amable!

—Clavó una mirada dura en Brittany.

—Sí, en efecto—intervino Brittany tardíamente—Cuando se trata de un pedido para un acontecimiento benéfico, hacemos precios al por mayor y estaríamos dispuestos a donar una o dos botellas de un vino especial para subastar. Nuestra reserva Cabernet Sauvignon del noventa y cuatro está en su mejor momento.

—Me gusta éste—afirmó Quinn—Es muy alegre.

Brittany sonrió.

—Y dices que no conoces la jerga del vino. Un pH equilibrado para mí es alegre para ti. ¿Te gustaría probar el Gewürztraminer?

—No, no me interesa. Pero el Pinot Noir es obligado—extendió la copa.

—Irá al Carnaval de Primavera, ¿verdad, señorita Fabray?

—Todo el mundo me llama Quinn, Sue. Sí, iré. Parece muy divertido.

—Te resultará un baile de pueblo en comparación con San Francisco—comentó Brittany.

—Tonterías.

Sue se envolvió las manos con el paño como si quisiera darle en las narices a Brittany.

—Se trata de una velada muy entretenida.

—Tú nunca has ido.

Brittany observó cómo Quinn saboreaba el Pinot y le pareció que le gustaba por el profundo suspiro que lanzó después de tragarlo.

La mirada de Quinn se posó en la hoja de precios y Brittany casi oyó cómo se preguntaba a sí misma: «Sí, ¿pero te gusta el doble?».

La campanilla de la puerta sonó y Brittany alzó la vista.

—Dios mío, ¿ya es mediodía?

Rachel cruzó la sala con una expresión amarga.

—Sí, y estoy sucia. Necesito lavarme.

Desapareció en la cocina con Sue detrás.

—No tengo muchas fresas, Rachel, así que no las robes.

La puerta de vaivén se cerró tras ellas.

Quinn acabó el Pinot con un leve estremecimiento de placer.

—Buenísimo. El Chardonnay me pareció bueno, pero, en comparación, no está a la altura.

—Por eso te he servido primero el Chardonnay. Encontrarás cantidad de nuestro Chardonnay en los supermercados, pero el Pinot sólo se vende en tiendas especiales.

—Realmente se nota la diferencia.

La puerta de la cocina se abrió otra vez.

—Cualquiera diría que las fresas son de oro—se quejó Rachel.

Quinn posó los ojos en Rachel y Brittany se dio cuenta, de pronto, de que los ojos de Quinn eran de un verde luminoso y centelleante, y de que el color que encendía su piel resultaba muy atractivo.

Una mano delicada arregló, innecesariamente, los cabellos rubios, y los labios pintados de carmesí se separaron como si fuera a decir algo pero se hubiera olvidado de hablar.

Tras unos segundos, Brittany miró a Rachel y reaccionó.

Rachel también se había puesto colorada, pero sólo alguien que la conociera bien notaría el rubor bajo la piel.

Parecía clavada en el sitio y estaba extrañamente silenciosa.

Sue salió de la cocina, pero se detuvo para asimilar la escena. Miró primero a la turbada Quinn, luego a la petrificada Rachel y finalmente le puso una cara a Brittany que quería decir: «Y tú, fíjate en lo que has perdido».

Rompió el silencio la llegada de su papá, que sonrió a Rachel.

—Hace siglos que no te veo.

Rachel, colorada hasta las orejas, logró decir: «Hola, sí», antes de seguir mirando a Quinn.

Brittany cogió la primera botella de tinto de la lista de degustación.

—¿Cabernet?

El movimiento de pestañas de Quinn podría haber atizado un incendio forestal.

—Sí, por favor, a menos que tengas… un compromiso.

Miró a Rachel, la cual parecía decididamente estúpida con la boca abierta, pensó Brittany.

—No es un compromiso—dijo.

—Yo serviré el vino, Britty. Tómate un descanso; te has pasado la mañana con los medidores de degustación.

Su papá le quitó de la mano la botella de Cabernet y se volvió hacia Quinn con su genial sonrisa de anfitrión.

—Soy Anthony Pierce. ¿Le ha gustado algo?

—Ésta es Quinn Fabray. Acaba de comprar Netherfield—explicó Sue.

Brittany atravesó la sala y sujetó a Rachel por un brazo.

—Vamos a nadar—sugirió, mientras arrastraba a Rachel hacia la puerta—¿De qué diablos iba todo eso?—preguntó, cuando estuvieron en la vieja furgoneta de Rachel.

—¿Quién era ésa?

—Quinn Fabray, la que dijiste que necesitaba una esposa.

—Caramba.

—Creí que tenía que daros una habitación para las dos o algo parecido.

—Caramba—Rachel giró descuidadamente para tomar la carretera de atrás—Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

Brittany puso los ojos en blanco.

—Todo es según el color del cristal con que se mira.

—Oh, vamos, Britt. ¿No te parece fabulosa? ¡Y qué sonrisa!

Brittany no pudo evitar reírse.

—Admito que es muy guapa y encantadora.

—¿Se fijó en mí?

—Bueno, no sé. Sólo se puso colorada y se quedó mirando un par de minutos.

—No por mí.

—Bueno tampoco fue por mí, ni por Sue.

—Tengo que pensar en cómo volver a verla. Tal vez pueda meterme en una de esas cuadrillas de jardinería que va a necesitar.




Rachel fue incapaz de hablar de ninguna otra cosa mientras se bañaban en la piscina.

Tardó una eternidad en vestirse y se les hizo tarde, y seguía en un optimista estado de amor adolescente cuando dejó a Brittany junto a la carretera.

Cuando Brittany subía por la carretera llena de curvas que conducía a la casa, se fijó en que el coche de Quinn seguía ahí.

«Ojalá Rachel lo hubiera sabido—pensó—Así no tendría que subir todo este camino sudando».

Su papá charlaba con Quinn de forma animada, mientras envolvía varias botellas.

Quinn se volvió cuando oyó la campanilla de la puerta y le dedicó una dulce sonrisa a Brittany, pero su mirada buscó a alguien detrás de ella y, luego, se perdió.

—Rachel llegaba tarde al trabajo y no pudo parar—explicó Brittany.

—Claro.

Brittany suspiró para sí.

No quería perder a Rachel por un condenando romance que durara un verano, pero hacía demasiado tiempo que eran amigas para que no la ayudara cuando podía.

—Es artista, fundamentalmente. Pero en este momento gana un dinero con la jardinería.

—Rachel tiene mucho talento—observó el papá de Brittany—No puedo asegurar que comprenda su arte, pero se le dan bien las plantas. Nuestra ladera fue originariamente una creación suya.

Quinn miró por la ventana.

—¿Sí? Es maravilloso: todos esos tonos morados y rojos con naranjas en lo alto. Me gustan las salvias mezcladas con las plantas de pinchos… ¿Es aloe? Toda esa variedad forma un hermoso conjunto.

—Debería ver sus cuadros—indicó Brittany.

—Sí.

El tono de Quinn hizo que Brittany deseara una inyección de insulina.

—Sí, debería verlos.


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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ene 08, 2016 7:54 pm

jajaj britt se volvera diabetica de tanta dulzura entre rachel y quinn un comentario digno de santana lopez, que espero aparezca pronto.
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Mensaje por micky morales Vie Ene 08, 2016 8:15 pm

ahora a esperar que aparezca santana y voila!!!!!
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Mensaje por Susii Vie Ene 08, 2016 9:12 pm

Quiero que aparezca Santana$-$ sbsjdhks
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Mensaje por 23l1 Sáb Ene 09, 2016 1:20 am

marthagr81@yahoo.es escribió:jajaj britt se volvera diabetica de tanta dulzura entre rachel y quinn un comentario digno de santana lopez, que espero aparezca pronto.



Hola, jajajajaajaj xD jajajaajajaj toda al razón jaajjajaajaj. Aquí el siguiente cap para ver si eso pasa jajaajja. Saludos =D




micky morales escribió:ahora a esperar que aparezca santana y voila!!!!!



Hola, jajaja esperemos y aparezca en este cap ajajajjaja. Saludos =D




Susii escribió:Quiero que aparezca Santana$-$ sbsjdhks




Hola, jajajaaj y yo XD espero y llegue en este cap ajajajaj. Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Cap 4

Mensaje por 23l1 Sáb Ene 09, 2016 1:22 am

Capitulo 4


—¡Me encanta poder trabajar a casi diez mil metros de altura!

El hombre que se hallaba sentado al lado de Santana enchufó el portátil en la toma de corriente y probó el aperitivo que la azafata había servido cuando alcanzaron altitud de crucero.

—Por eso vale la pena viajar en primera clase.

Santana se encogió de hombros.

—A mí, la verdad, me gusta ser inaccesible mientras dura el vuelo. A veces es el único descanso que tengo.

Bebió el agua que había pedido y se recostó en el asiento. Volvió la cara hacia la ventanilla, esperando que el hombre se sumiese rápidamente en su trabajo.

La charla intrascendente del avión resultaba a veces aburrida.

Sus nervios se serenaron y repasó la lista de cosas que tenía que hacer al llegar a California.

Quinn iría a recogerla a San Francisco y tendrían que ir corriendo a un sitio del norte para no perderse un baile.

Santana no tenía intención de hacer el viaje tan pronto, pero, después de la escena con Elaine, su apartamento, Nueva York y la oficina la irritaban profundamente.

Quería alejarse de todo aquello una temporada.

California era un lugar tan bueno como cualquier otro, aunque tuviera que ir al campo.




Flashback



Cuando llegó al hotel de Elaine, Blaine le anunció que estaba listo.

A Santana no le sorprendió que Nancy se presentara con Elaine. Era muy propio de Elaine hacer que Santana pagara el taxi que las llevaría a ella y a su amante fuera de la ciudad.

A Elaine le importaba muy poco quién pagara las cosas, siempre que no tuviera que hacerlo ella, lo cual resultaba meridianamente claro.

A las dos mujeres las sorprendió encontrar a Santana en el asiento de atrás del coche.

Nancy se apresuró a retirarse, como si quisiera que no la viera, mientras Elaine ahogó un grito.

—Nancy, Elaine y yo vamos a dar una vuelta por el parque. No tardamos.

—No creo que sea necesario—Elaine pronunció cada palabra con profundo desdén.

—Lo es. Confía en mí, lo es. He tenido una conversación muy interesante con Emily esta mañana.

A Elaine le quedaba la suficiente decencia como para mostrarse momentáneamente disgustada y le hizo un gesto de asentimiento a Nancy.

—Volveremos enseguida. No te preocupes, podemos tomar otro vuelo a
Houston.

Nancy, que no dijo ni una palabra, se perdió entre los pensamientos de Santana cuando se alejaron de la acera, incluso el viaje a Londres había sido una mentira.

La mampara que las separaba del conductor estaba subida, así que no se molestó en andarse con rodeos.

—He puesto el dinero que le robaste a Emily.

—¡Yo no he robado nada! Sabía que tú lo pagarías.

—En ese caso, el dinero que me robaste.

—Te lo devolveré cuando reciba mi herencia.

Santana abrió su portafolios y extrajo una hoja de papel.

—Éste es el total del coste de las joyas que te llevaste y del dinero de Emily.

—¿Qué has hecho, un inventario? ¿Contaste también las cucharillas?

Elaine esbozó un gesto poco atractivo y Santana tuvo que contenerse para no decírselo.

No quería entablar un combate a gritos.

—Me fijé en que había desaparecido la pulsera de amatistas y, naturalmente, busqué los pendientes.

—Te los devolveré.

—Claro que lo harás. Me alegro de que quedase claro que eran míos.

—Te estás portando como una bruja.

Elaine miró por la ventanilla con gesto enfurruñado.

En Central Park hacía sol, pero dentro del coche parecía invierno.

Santana procuró no recordar cómo la hacía reír Elaine a veces. Ya no quedaban risas; el pasado resultaba irrelevante.

—Las joyas no significan nada para mí, pero sí Emily. Me parece increíble que le hayas mentido y hayas cogido su dinero. Podrías haberme llamado. Te habría dicho que sí.

—Teniendo en cuenta cómo te tomaste la noticia de mi marcha, no tenía motivos para pensar eso. No parecías dispuesta a hablar de nada.

—¿Qué se suponía que debía hacer, Elaine? Se había acabado. Tú misma lo dijiste. Ya te habías largado, llevándote lo que querías.

—No creí que te fueras a marchar así. Resultó humillante. Tuve que mentirle al camarero.

—Por lo visto no te importó mentirle a Emily—continuó, sin dar ocasión a que Elaine protestara—¿Acaso teníamos que cenar y despedirnos con un beso en la puerta? No lo entiendo.

—No, claro que no lo entiendes. No me di cuenta hasta que te fuiste.

—Un momento, no vas a convertir esta situación en un juego de las adivinanzas en el que yo tengo que deducir en qué me equivoqué. Yo salí de un restaurante. Tú estabas saliendo de nuestra relación. Lo acabaste tú, no yo.

Elaine la fulminó con los ojos.

No había encanto en ella, ni quedaba rastro de la mujer elegante, agradable y seductora que había atraído a Santana.

—Sí, lo hice, y tú te has vuelto mezquina.

—Treinta mil dólares estafados a una de mis empleadas, que además ha sido seducida, no me parece mezquino.

Santana no pudo evitar alzar la voz.

—¿Es eso? ¿Es porque le di a Emily lo que hacía meses que deseaba?

—Emily y tú son adultas y pueden hacer lo que quieran. Pero la engañaste con el dinero, te la tiraste y dejaste que se sintiera como una mierda porque creía que me había engañado. Entonces, descubrió que la habías mentido con el dinero. Pero nada de eso te importa, ¿verdad?

Elaine se inclinó hacia Santana con los ojos llenos de rabia.

—Primero, sabía que se lo devolverías; eres increíblemente predecible. Estaba tan harta de ti que podía haberme tirado a cualquiera sin que tus valores de clase media pusieran el grito en el cielo. Y ella no pensaba en ti cuando me arrastró al cuarto de baño. Si se siente culpable, no es mi problema, y ahora ya sabe que no se lo va a montar con la novia de la jefa, así que ¿dónde está el daño? ¿Qué he hecho exactamente?

Santana estaba desconcertada.

—Le causaste a Emily una gran ansiedad y dolor. Se sentía como una idiota.

—Pero así es mejor. Me perdonará. Apuesto a que incluso quedaremos cuando yo vuelva. Me pareció muy… ávida.

Santana no podía enfrentarse a Elaine; lo único que veía era el rostro de Emily cubierto de lágrimas.

¡Qué horrible primera vez con una mujer!

Tal vez Emily no volviera a confiar en nadie.

«Diablos —pensó Santana —, Y yo tampoco».

No tenía ni idea de que Elaine pudiera comportarse así.

—Se suponía que debía rogarte que te quedaras, ¿no? Y, como no lo hice, decidiste lastimar a otra persona.

—Te concedes demasiada importancia, Santana, cariño.

El modulado y sexy acento británico que a Santana le había parecido tan atractivo se convirtió en una punzada dolorosa en sus oídos.

—Te despediste, y yo tenía que hacer una contraoferta para retenerte. ¡Oh!—se le ocurrió otra idea y le sonrió a Elaine—Treinta mil, era la comisión que esperabas del asunto Bookworthy. Pero Jake te dijo ayer por la mañana que no seguiría adelante. Pensaste que se te debía algo y Emily resultaba asequible. ¡Qué eficiente! Utilizaste el menor número de personas posible para conseguir el máximo beneficio—remató sarcásticamente.

—Lo he aprendido de ti.

—Yo no utilizo a la gente.

—¿En serio? ¿A qué le llamas tácticas de negocios?

—De verdad. No niego que a veces parecen brutales. Pero soy honrada con las personas.

—Díselo a toda esa gente de Georgia que se ha quedado sin trabajo porque no entraban en tu margen de inversión.

—Me comprometí todo lo que pude por el bien del consorcio inversor potencial. Los propietarios, el sindicato, el ayuntamiento, todos se negaron a comprometerse. Así que me fui. Les dije que lo haría y les di un plazo y, luego, me marché.

—Y toda esa gente perdió su trabajo.

A Santana le dolía aquel recuerdo y repuso ferozmente:

—No es culpa mía. No represento a una entidad benéfica que da millones de dólares para mantener una empresa mal dirigida, una empresa que cada vez exige más mientras todos creen, egoístamente, que tienen derecho a lo que reciben. El sindicato tenía que rebajar el diez por ciento, y esperaba que los propietarios renunciasen al quince. El ayuntamiento debía extender las ventajas fiscales que estaba ofreciendo otros tres años más, y entonces mis inversores estaban dispuestos a recibir un beneficio muy bajo sólo porque yo quería conservar esos puestos de trabajo. Pero todos querían el dinero gratis—Santana le dedicó una mirada mordaz—El dinero sólo es gratis para personas como tú.

Elaine sonreía, y Santana lamentó que la hubiera provocado.

—Ya llegamos al punto. Sabía que tarde o temprano te fastidiaría que yo herede mi dinero y tú hayas tenido que salir bien de unos cuantos tratos de negocios para hacerte con el tuyo.

—No me refiero a eso, Elaine, cariño. Me refiero a que has tomado dinero que no era tuyo, pensando que te lo debía. No tienes intención de devolvérmelo.

—Bueno ahora no—Elaine se encogió de hombros con frío aplomo—Quería que acabáramos como amigas.

—No soy un ejecutivo entrado en años que tiene que pagarle a una chica mona para llevarla del brazo y parecer un hombre con éxito. ¿De verdad pensaste que iba a rogarte que te quedaras y a pagarte por hacerlo?

Unas lágrimas repentinas asomaron en los ojos de Elaine, pero Santana no se las creyó.

—Pensé que me querías y que lo demostrarías. Y, cuando estuviera segura, te pediría un préstamo. Pero no tienes idea de lo herida que me sentí anoche. Me dejaste sin respiración cuando ni siquiera me respondiste. «Ya no te quiero».

Santana se obligó a recordar la frase y dentro de su cabeza pisoteó sus añicos de cristal una y otra vez.

«Recuerda los hechos», se dijo a sí misma.

Habló con los dientes apretados:

—Tu plan A no funcionó y pusiste en práctica el plan B. Habrías llegado lejos si el avión de Emily no se hubiera retrasado. Así que aquí está el trato.

—No voy a firmar ese papel—Elaine hizo un gesto con la mano—Olvídalo.

—Estupendo, no lo firmes. Reclamaré sobre tu herencia con intereses.

—Te pondrás en ridículo si lo haces.

—No. Verás, no necesito el dinero y todo el mundo lo sabe. Si pongo una demanda es por principios. Tal vez algunas personas deduzcan de ello que no eres de fiar.

—Arrastrarías a Emily contigo.

—Cierto. No quiero hacerlo, pero lo haré. Y está tan enfadada que le parecerá bien. Resultará desagradable, sobre todo para ti. Eres amable con esa heredera explosiva que tiene su propio espectáculo de televisión escandaloso, incluso vas a fiestas con ella, pero por detrás sé muy bien lo que tú y los otros especímenes de sangre azul piensan de ella. No querrías ser como ella, con un escándalo de sexo y dinero colgando del cuello, lady Wickham.

Elaine no dijo nada, pero el levísimo estremecimiento que experimentó le indicó a Santana que había conseguido un punto.

—No deberías habértela follado.

—Estaba fuera de mí por tu culpa.

Elaine agarró el borde desgastado del asiento de piel.

Pobre Emily, pensó Santana.

Ni siquiera había sido real para Elaine.

—Ésta es mi oferta. Acordaremos que el dinero es un regalo. Quédate con las joyas. No te acerques a mis empleadas ni a mis asuntos de negocios nunca más. Nos separaremos como amigas.

—No hacía falta esta conversación. Así lo había pensado yo.

—Estoy segura de ello. Pero creo que los tratos de negocios deben hablarse, ¿no te parece?

Elaine estaba tocada.

Sus ganas de luchar habían desaparecido. Lanzó un suspiro y dijo:

—No sabes ponerte en mi lugar.

Pobre niña rica.

Santana se contuvo para no poner los ojos en blanco.

—Se supone que soy rica y que no debo trabajar para vivir. Pero hasta que tenga treinta y cinco años he de vivir con una cantidad que ni siquiera pagana el alquiler de tu casa. ¿Qué hago con mi tiempo, si no puedo trabajar? Nada, excepto andar por ahí con personas como yo, que dan por supuesto que tengo el mismo dinero que ellas. Y lo tendré.

En los ojos de Elaine brillaron de nuevo las lágrimas, pero en esta ocasión
Santana sabía que eran reales.

—Pero no hasta dentro de cuatro malditos años.

Santana pensó: «Podrías haber ido a una universidad de élite y pasarte al otro lado con la garantía de que devolverías sin dificultad tu cuarto de millón en préstamos estudiantiles.

Podrías haberte apuntado a los Mensajeros por la Paz para ver cómo es la pobreza de verdad.

Podrías haber estudiado Arte en Toscana o haber escrito esa novela de la que hablas, y seguramente habrías conseguido que la publicaran.

Podrías haber hecho algo.

Pero sólo querías bailar, practicar el esquí y viajar en tu bandada particular de bonitos pájaros».

—A miles de millones de personas les encantaría tener tu dura vida.

Los ojos de Elaine centellearon.

—Soy como estaba previsto que fuera. Era lo que tú querías, ¿no? Tal vez no necesites llevar a alguien como yo del brazo para demostrar tu éxito, pero de todas formas te gustaba hacerlo. Querías poner el pie en mi mundo y creíste que se podía comprar la admisión. Sólo que no encajabas, por mucho que lo intentaras.

Santana, herida, repuso:

—Te quería. No quería tu mundo. No me gustaban tus amigas. No creí que fueras tan superficial como en esta última escena, pero me equivoqué. Así de sencillo, me di cuenta de que me había equivocado.

—Muy bien, Santana, cariño. Tienes todo ese dinero que has ganado y trataste de entrar en la categoría de los ricos y famosos. Pero como, obviamente, no encajas, ahora dices que no querías. Fenomenal. Estupendo. Sigue hablando así. Llévame de vuelta al hotel.

En otra época Elaine la había hecho reír y la había hecho sentirse una mujer feliz y afortunada. Disfrutaban comiendo perritos calientes en los puestos callejeros y paseando por el parque las cálidas noches de los viernes.

Habían hecho el amor de forma lenta, rápida, tierna, brusca: de todas las maneras.

Elaine había sido audaz y apasionada.

—Te quería—dijo Santana.

—Al menos Nancy sabe quién es y qué espera de mí.

Elaine cruzó las piernas, se hundió en un silencio herido y no pronunció otra palabra.




Fin Flashback




Un rayo de luz estremeció a Santana mientras el avión se ladeaba lentamente, y se apresuró a bajar la persiana.

«No estaba enamorada de su título, de su futuro dinero ni de su categoría social —se dijo a sí misma con enojo—Estaba enamorada de ella, de quien yo creía que era. Me siento orgullosa de ser quien soy y de lo que he hecho con mi vida. No pretendía ser otra cosa».

Le iba a costar trabajo creerlo.

Cuando Will Schuester aceptó el contrato preliminar, Santana le envió un fax y decidió solventar el viaje a California antes de dedicarse de lleno a Will.

Le vendría bien ver a Quinn, aunque albergaba serias dudas acerca de las hermosas mujeres, el vino maravilloso y las promesas de alegres canciones en un baile local que se celebraría seguramente en un granero.

No esperaba nada más que una rápida conclusión de su negocio.







********************************************************************************************************





—¿Ha llegado?

Rachel se balanceó sobre los pies; tenía tal aire de cachorrillo que a Brittany le dieron ganas de pegarle en el hocico con un periódico doblado.

—Aún no, por enésima vez en diez minutos. Baila conmigo y yo también vigilaré la puerta.

Rachel, obediente aunque sin entusiasmo, condujo a Brittany a la poco concurrida pista de baile.

La fiesta no alcanzaría su apogeo hasta que pasara una hora, pero la perspectiva de no bailar, a pesar de que era temprano, resultaba desalentadora.

A Brittany le encantaba el baile, pero no era lo mismo que cuando iba al instituto.

Normalmente no tenía que pedirle a Rachel que bailara con ella, pero Rachel estaba obsesionada con Quinn Fabray.

Brittany quería creer que se trataba de algo temporal, pero Rachel se comportaba de una forma tan impropia en ella que empezaba a asustarla.

Giraron al mismo tiempo que sonaba No me dejes así.

Rachel bailaba muy bien, y con entusiasmo, y se dejaba llevar por la música. Con las manos levantadas, chasqueaba los dedos mientras seguía el ritmo.

Sus pezones rozaban la camiseta morada que se había levantado, dejando al descubierto un estómago plano.

No por primera vez Brittany pensó que, si no quisiera a Rachel como a una hermana, le habría gustado hacer vibrar sus airosos y elegantes huesos. Su forma de bailar y su atuendo eran más recatados que los de su amiga, pero aquella noche quería librarse de sus preocupaciones.

La fiesta se desarrollaba lentamente: menos de la mitad de las mujeres de treinta a cuarenta años bailaban. Movían los dedos de los pies y buscaban con ojos brillantes a alguien que tomara la iniciativa.

Se produjo un pequeño destello cuando se abrió la puerta del bar, anunciando nuevas llegadas.

Brittany se volvió y vio entrar a Quinn con una desconocida.

Quinn esbozaba una amplia sonrisa y saludaba a todas las mujeres que conocía. Recorrió la sala con la mirada y, de pronto, se detuvo a medio metro de Brittany. Su sonrisa se desvaneció momentáneamente, para intensificarse enseguida.

Brittany vio a Rachel.

Ésta se detuvo en pleno baile y, luego, se apresuró a recuperar el aplomo.

En aquel instante fugaz a Brittany la asaltó una idea terrible, pero inevitable:
«Algún día me tocará hacer el brindis de su boda».

Estaba tan inmersa en el palpable intercambio de electricidad entre Quinn y Rachel que no reparó de inmediato en la desconocida que acompañaba a Quinn.

Cuando se fijó en aquella mujer morena, lo primero que le llamó la atención fue que no sonreía en absoluto.

La Negra Sombra, pensó Brittany, y después comprendió que la mujer había reaccionado así al ver cómo Quinn saludaba a Rachel.

Sintió ansias de proteger a Rachel e hizo lo que debía hacer una buena amiga.

—Encantada de volver a verte—dijo sinceramente y le dio un fuerte abrazo a Quinn, cediéndole su puesto como compañera de baile de Rachel.

Quinn presentó a Negra Sombra a Rachel y, luego, a Brittany, pero el sonido de la música ahogó sus palabras.

A Brittany no le apetecía preguntar.

No sabía de dónde había salido aquella mujer, pero iba demasiado elegante.

Quinn se había vestido acertadamente con unos vaqueros y una camiseta sin mangas, tejida con algo que brillaba cuando se movía; un estilo informal y femenino al máximo.

Los pantalones negros de Negra Sombra parecían de seda pura y la blusa de manga larga era de seda carmesí, con hilos dorados para rematar.

Con las altas temperaturas que reinaban dentro del bar, al cabo de diez minutos estaría empapada en sudor.

Brittany se iba a deleitar con la incomodidad de aquella mujer que no dejaba de mirar a Rachel con el entrecejo fruncido.

Rachel y Quinn continuaron sonriéndose mutuamente sin decir otra cosa que: «Es divertido» y «Sí, en efecto».

Rachel se ofreció, de pronto, para ir a comprar bebidas, una extravagancia que Brittany no pensaba permitir, pero Negra Sombra se apresuró a decir: «Ya me encargo yo».

Brittany torció el gesto.

Negra Sombra debía de creer que Rachel era pobre o algo por el estilo. Hizo un gesto negativo y distante con la cabeza cuando la mujer le pregunto qué quería.

—Gracias, pero es un poco pronto para mí. Además, quiero bailar.

—Muy bien—repuso Negra Sombra con expresión gélida.

El abundante cabello negro que le caía sobre los hombros brillaba tanto que Brittany quiso creer que era falso.

—¿Lo de siempre, Quinn?

—Esta noche me apetece un té Long Island helado—dijo Quinn, sin apartar sus dulces ojos de Rachel.

Negra Sombra arqueó una ceja y durante unos segundos a Brittany le resultó familiar. Una visitante de la sala de degustación tal vez, aunque no recientemente. Quizás años atrás, antes de que el gesto de descontento se apoderase de la frente morena.

El asomo de otros recuerdos difuminó su recuerdo, y Brittany renunció.

—Una cerveza, el vaso no hace falta—respondió Rachel cuando le preguntó—Muchas gracias.

Becky Jackson se abalanzó en ese momento sobre Brittany, que acogió con agrado la sonrisa de muchachito de Becky.

—¡Unos pasos, vamos!

Rachel no le dio la mano a Quinn, pero las dos estaban detrás de Becky y Brittany cuando empezaron a moverse al ritmo de la canción de Johnny Cash.

La música atrajo a más mujeres a la pista, y se perdieron en una estela de carcajadas y brazos y hombros ondulantes.

A Brittany le encantó ver, por encima del hombro de Becky, a Negra Sombra, que esperaba sola en un rincón, con un vaso alto en una mano y dos botellas de cerveza en la otra.

Brittany estaba segura de que la cerveza era un intento de identificarse con las pueblerinas del lugar.

Por un instante, antes de que Becky la condujera entre un denso grupo de mujeres que bailaban, a Brittany le pareció que Negra Sombra la observaba, pero no estaba segura.







*****************************************************************************************************



—Santana, estoy enamorada, absolutamente enamorada. ¿No es fabulosa? Baila de maravilla y sus dedos… ¡Al sentirlos sobre mi espalda me dieron ideas muy explícitas!

Santana, tras aguantar una hora mirando cómo Quinn bailaba con Rachel, le dio a su amiga otra servilleta de cóctel para que se secase la frente.

—¿Quieres otra copa?

—El agua me viene bien, si no quiero desfallecer. Esta noche sólo deseo caerme encima de Rachel. Es una artista.

—¿Te va a enseñar sus grabados?

Santana contempló el campo desierto al que miraba el patio de la parte de atrás del bar.

—Dios, espero que sí—Quinn bebió agua en abundancia y lanzó un suspiro—Creo que nunca he conocido a nadie como ella.

No era la primera vez que Santana oía expresar a Quinn sentimientos similares sobre otras lesbianas atractivas.

—¿Cómo le va en su carrera?

—Le pregunté si había algún sitio donde pudiera ver su trabajo, y está expuesto en una galería local. Pero carece de pretensiones. Dijo que había vendido cuadros suficientes para mantenerse con la jardinería.

Santana sabía guardarse sus pensamientos delante de Quinn, pero habló con un tono claramente irónico:

—Entonces, un éxito fascinante.

—Oh, no seas desagradable y severa, López. No me vas a aguar la diversión.

—Diviértete. Diviértete todo lo que quieras.

—¿Te refieres a mera diversión y nada más? Estoy enamorada, de verdad.

Los ojos de Quinn centelleaban, pero Santana sospechó que el responsable era el té Long Island helado y se limitó a asentir.

—¿Habías visto alguna vez a un grupo de mujeres tan estupendas? Debe de ser el aire del campo. Espero que a mí me siente igual de bien. Deberías bailar.

—No veo a nadie con quien rae apetezca bailar.

—¿Qué te parece la amiga de Rachel? Tiene unos ojos preciosos.

Santana admitió a regañadientes lo de los ojos: grandes, luminosos, azules y expresivos. Pero aquellos ojos no habían recibido con agrado ni a Quinn ni a ella.

—Creo que has perdido la perspectiva. Las mujeres de aquí no me parecen más excepcionales que las de ningún otro sitio, a pesar de todo ese bombo y platillo sobre las chicas de California. Algunas están claramente por debajo de la media. Esta noche todo el mundo se te antoja maravilloso.

—Bueno, entonces unas cuantas. Hay muchas que esperan que las saquen a bailar.

—Pueden bailar unas con otras, ¿no?

Quinn suspiró.

—No sé qué hacer contigo cuando te pones así. La bruja burbuja te sentó muy mal.

—Oh, no lo dudo.

Santana podría haber añadido algo más, pero Rachel apareció en la entrada del patio como una esclava fiel.

Siguió a la fascinada pareja hasta el bar, aunque hacía más fresco fuera, y lo único que vio de Quinn durante la hora siguiente fue su trasero cubierto por las manos de Rachel.



******************************************************************************************************



—Sí, sí—dijo Brittany por enésima vez.

Miró la oscuridad exterior mientras descansaba la frente en el frío cristal de la ventanilla de la furgoneta de Rachel.

—Es guapa y simpática. Pero tiene mal gusto para las amigas. Deberías haber oído a esa mujer diciendo que las chicas de aquí estaban «por debajo de la media».

Rachel aminoró la marcha ante un semáforo en ámbar.

—Tal vez oyeras mal.

—Oía perfectamente desde el otro lado del árbol. Las palabras exactas fueron «por debajo de la media». Y no tenías por qué llevarme a casa; podías haberte ido con Quinn. No sería la primera vez que llegamos juntas y nos marchamos por separado.

Rachel resopló, indignada.

—Aspen quería llevarte a casa, y estás borracha.

Brittany disimuló un ataque de hipo.

—Cierto. Gracias. Te vas a casa con Aspen y acabas con el lazo al cuello.

—Quinn y yo nos sentimos genial juntas, pero tengo miedo.

—¿Miedo? ¿Tú?

Brittany volvió la cabeza lentamente para mirar a Rachel.

Bueno, había dos Rachel, así que se centró en la Rachel de la izquierda.

—¿Desde cuándo te da miedo el sexo?

—No es el sexo, sino la mañana después. La llevo a mi casa y por la mañana se da cuenta de que es un hangar.

—Un taller de artista, muy cómodo y espacioso. Un estudio, no un hangar. ¿Crees que le va a dar un ataque?

—Tal vez.

—Entonces no merece que pierdas el tiempo con ella.

Brittany probó a abrir y cerrar los ojos y al fin encontró el punto en el que sólo veía a una Rachel.

—No merece que pierda el tiempo la mujer más extraordinaria del lugar, mi amiga Rach.

—Te vas a sentir fatal por la mañana.

—No estoy tan borracha.

Brittany se frotó la nariz y apareció la Rachel de la izquierda.

—Ya. Te meteré en cama.

—Estoy preocupada por el negocio, preocupada por esa asesora. Tarde o temprano aparecerá, llamará o algo por el estilo.

—Si quieres, puedo hacer que quienquiera que sea acabe en medio del fango, sin hacer preguntas.

—No serviría de nada. Hay millones como ella. El banco no dejará de cobrar intereses. Muy bien, para. Para aquí.

Rachel se arrimó a un lado de la carretera y se inclinó sobre Brittany para abrirle la puerta.

El aire fresco palió el repentino espasmo que experimentó el estómago de Brittany. Ésta se tambaleó y vomitó sin más ceremonias entre la maleza.

La pequeña parte de ella que permanecía sobria arrojaba invectivas contra la parte restante, que se había empeñado en tomar una copa más y, luego, otra.

No había estado tan borracha desde que iba al instituto, y pensaba que ya había superado la etapa de hacer estupideces.

Rachel, como una buena amiga, le dio servilletas y una botella de agua, que ya llevaba horas abierta, para que bebiera.

Brittany empezaba a creer que no iba a morirse cuando las iluminaron los faros de un coche.

Momentos después, un coche deportivo detuvo junto a ellas.

—¿Está bien?

Rachel corrió hacia el coche.

—De maravilla, Quinn, de verdad.

Brittany…

Brittany no oyó lo que dijo Rachel. Le dio la espalda al coche, porque los faros amenazaban con apuñalarle los ojos, si no lo hacía Rachel. Afortunadamente el coche tardó poco en reanudar la marcha y Brittany recuperó la serena oscuridad.

Estupendo, genial.

La obsesión de Rachel a lo largo de aquella semana había visto qué tipo de compañías frecuentaba: su mejor amiga Brittany vomitando en un margen de la carretera; fantástico.

Y seguro que también estaba Negra Sombra; genial.

Se habían puesto de nuevo en movimiento cuando Brittany murmuró:

—Por debajo de la media, y un cuerno. No bailó con nadie.

—Tal vez esté casada.

—Las mujeres casadas bailan. No tiene nada de malo.

Brittany pensaba en aquel rostro esculpido, carente de humor, mientras se masajeaba el estómago con las manos para asentarlo.

—Si me lo preguntas, diría que esa mujer necesita echar un polvo. Pero, ¿a quién le podría interesar seducirla, a menos que esté casada?

—Es muy atractiva. Y tiene dinero, estoy segura.

—Como si el dinero creara el carácter.

Brittany miró por la ventanilla, tragándose las ganas de llorar.

Estupendo, una borracha desgraciada.

En realidad, no sabía cuánto dinero necesitaban para solventar sus problemas con los préstamos y los accionistas. Sólo pensar en accionistas le revolvía el estómago.

Las luces de la furgoneta iluminaron el camino de entrada a la bodega, y Brittany agradeció de los brazos de Rachel mientras subían las escaleras hasta el segundo piso.

La sala de degustación había sido renovada varias veces, pero el resto de la casa había crecido desordenadamente, y Brittany no tenía equilibrio para navegar entre los recodos y las vueltas.

Sola seguramente se habría desmayado en la cocina.

Se sentía en la gloria en posición horizontal. Era consciente de que Rachel la estaba atendiendo: le sacó los zapatos y los calcetines. Brittany no protestó cuando vio sus vaqueros en el suelo.

Se sentía mucho mejor.

—Mañana lo vas a sentir mucho, muchísimo—dijo Rachel en la oscuridad.

—Lo sé.

Le pareció a Brittany que respondía y, luego, un martillo la golpeó entre los ojos.


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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ene 09, 2016 1:46 am

"negra sombra" de verdad?? que apodo mas feo. mejor hubiese sido "morena amargada", algo asi, jajajjajaja, no se porque las brittana no hicieron click
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Susii Sáb Ene 09, 2016 8:40 am

Klddgj bueno no era lo que esperaba de su encuentro xd pero a ver como sigue :s
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