[Resuelto]FanFic Brittana: Fue Un Beso Tonto (Adaptada) Epílogo

Prólogo

Brittany y Rachel, dos chicas de un barrio madrileño que son policías y amigas desde hace años.

Ambas son mujeres de armas tomar, apasionadas y con tremendo pico de oro.

Por otro lado tenemos Santana y Quinn, dos profesionales de la medicina de renombre y adineradas.

Ellas cuatro se conocen después de un operativo especial.

Y si le añadimos a una mamá que se cree Dios y una abuela que no se guarda nada.

¿Cómo resultara todo?

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Hola, aquí el prólogo de la siguiente historia.

Gracias por leer y más aun por comentar! Saludos =D

Pd: como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo!


Pd2: aquí mis anteriores historias (adaptadas todas):

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SE QUE ESTÁN SACANDO MIS ADAPTACIONES, POR "MI" PARTE Y "MIS" ADAPTACIONES NO ME MOLESTA, PERO AL MENOS NOMBREN AL FORO... SI SUBEN OTRO CAPITULO Y NO LO NOMBRAN, "EN CADA CAPITULO QUE SUBAN", VOY A BORRAR MIS ADAPTACIONES Y DENUNCIAR LA ADAPTACIÓN. Saludos =D

Capitulo 1

15 de Junio de 2008

—¡Buenas noches, IBIZAAAAAAAAAAAAA!

El gentío enloquecido de la discoteca Pacha gritó.

«Ehhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.»

—¡Queremos pasarlo bien!—aulló uno de los tres DJ por el micrófono.

—¡Sí!—gritaron cientos de personas con ganas de pasarlo bien.

El DJ vestido de blanco levantó la mano, subió el control de la música y todo el mundo comenzó a bailar. La noche ibicenca era divertida e idónea para conocer gente.

Entre aquella multitud que bailaba, reía y bebía, estaban Brittany y Rachel, dos amigas que, sin ataduras de ningún tipo, pensaban disfrutar aquella noche a tope porque sus vacaciones se acababan.

—Bueno... bueno... bueno...—rió Rachel, la más baja de las dos—Creo que ha sido una excelente idea veranear de nuevo aquí.

—Te lo dije—sonrió Brittany—Ibiza tiene algo especial. Me encanta esta isla y espero algún día poder tomar la decisión de vivir aquí.

—¿Y qué harás?, ¿vender collares o pareos por la playa?—se mofó Rachel.

Brittany la miró y sonrió.

No sabía qué haría en el futuro, pero tampoco le importaba mucho. Lo único que tenía claro era que quería ser feliz, sin ningún tipo de atadura.

—Quizás monte mi propia tienda de pendientitos y abalorios. Ya sabes que a mí el rollito hippie me mola cantidad.

—Sí, pero no un rollito como el de tu prima, que mira dónde está.

—No... no por supuesto—se carcajeó Brittany—Yo tengo claro que me encanta el solomillo, el jamón serrano y no estoy dispuesta a hacerme vegetariana, ni por un hombre, ni por una mujer ni por nadie.

—Y como es lógico, querrás vivir en una preciosa casa blanca, ¿verdad?

—Hombre... eso es lo que le gustaría a todo el mundo. Pero me toca la loto o la primi... o también tengo claro que viviré en un pequeño departamento. Eso sí, junto al mar y en un lugar tranquilo, donde pueda escuchar música y leer. Ahí vienen Clara y Marla—señaló Brittany a dos típicas italianas, altas, morenas y bien vestidas, con ese algo que, para las españolas, desprenden los nacidos ahí.

—Ainssss... qué pena—suspiró Rachel al verlos acercarse—Se acaban las vacaciones. Se acaban Clara Martotelli y Marla Sifredo.

Observados por ellas, por otras féminas y otros masculinos, a las italianas, como buenos latinos de sangre caliente, se les elevó el ego, y como dos pavos reales, caminaron hacia ellas con ese aire chulesco e italiano que a la mayoría de las mujeres les gustaba pero no reconocía.

—Mírale. ¡Qué bueno está la jodío!—susurró Rachel al verla con un conjunto blanco de lino abierto hasta el ombligo mostrando el sujetador—Tiene unos pechos lindos.

Las habían conocido el primer día de estar en la isla, y desde el segundo uno, su compañía había sido divertida y alocada, algo que iba con ellas.

Todas eran adultas y sin necesidad de hablar entendieron que estaban de vacaciones.

No habría preguntas ni reproches.

Solo habría unas buenas y divertidas vacaciones.

Nada más.

—Sí... sí que está buena—asintió Brittany aunque solo tenía ojos para Clara que, a diferencia de su amiga, iba vestida con un conjunto de lino azulón—Pero no olvides, Doña Ronquidos, que esto es Ibiza. Estamos de vacaciones y ellas son los típicos italianas y...

—Y mañana regresamos a nuestra vida real.

—¡Exacto!—asintió Brittany.

—Yo creo que para aprovechar la última noche directamente voy a arrastrarla al departamento. ¿Qué te parece?

Brittany soltó una carcajada.

Las italianas llegaron hasta ellas, las besaron y se emparejaron como cada noche.

Poco después reían y bailaban como el resto de la gente del local. Sobre las tres de la mañana se dirigieron al departamento de ellas.

Había que despedirse, y bien.



Cerca de la una de la tarde del día siguiente, con las maletas llena de ropa sucia y recuerdos, Brittany, Rachel y las italianas llegaron al aeropuerto de Ibiza.

Ahí tras varios besos largos y dulzones, e intercambio de teléfonos a los que nunca llamarían, se despidieron.

Poco antes de embarcar, las muchachas hablaban y una gitana muy morena y racial se acercó a ellas.

—Ojú... la caló que hace hoy—y tendiéndoles una ramita dijo—Anda, luceros, compradme hierbabuena para la buena suerte.

Las muchachas se miraron y sacaron un euro cada una. Sin perder tiempo, la gitana los cogió y se los guardó.

—Tomad, luceros—dijo clavándoles en el pelo dos ramitas—Esto les dará buena suerte. ¿Me dejan mirar la palma de sus manos?

—¡Mi madre!... me encantan estas cosas—comentó Brittany con una sonrisa mientras extendía la mano.

La gitana les tomó las manos, y en menos de dos segundos las miró y dijo:

—Ojú... qué suerte la de ustedes...

—¿Nos va a tocar la primitiva?—se guaseó Rachel.

—Mejor aún—asintió la gitana—El amor está por llegar para las dos... y no serán españoles... serán extranjeros.

Ellas se miraron con picardía.

Seguro que aquella picarona las había visto con las italianas, pero la dejaron continuar.

—Con esas personas su vida será cómoda y placentera, y...

—¿Se ve cuántos churumbeles tendremos?—se mofó Brittany.

La gitana volvió a fijar la vista en sus manos.

—Luceros, eso no lo veo. Pero lo que sí les puedo asegurar es que estas serán sus últimas navidades solteras y sin hijos.

Al oírla, las dos soltaron una risotada.

Lo último que entraba en sus planes era una boda, y menos aún niños, con. Por lo que tras despedirse de la gitana, que continuó su particular venta de ramitas por el aeropuerto, embarcaron en su avión.

—Tengo el corazón partío—se guaseó Rachel mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

—Bueno ya lo puedes ir pegando con celofán—respondió Brittany.

—¡Joder, Britt!—rió Rachel—¿No te da pena no volver a saber nada de ese pedazo de mujer italiana, posible esposa y mamá de tus churumbeles?

Brittany la miró, se quitó la ramita del pelo y sonrió. La gitana y sus brujerías.

—Bueno, chica... no te voy a mentir. Piero ha sido un estupendo ligue de verano, y con eso me doy por satisfecha. Además, ya sabes que yo paso de maridos o esposas, churumbeles y toda esa complicación. Y ahora, cierra el pico, relájate y ¡por Dios!... no ronques.

—¡Bruja!—sonrió Rachel, consciente de que roncaba.

Brittany la miró, bajó la gorra hasta que le tapó los ojos y los cerró; de inmediato se quedó dormida hasta llegar a Madrid.





Madrid, 18 de Septiembre de 2008


Vestida con un precioso vestido de noche de Dolce & Gabbana, la inspectora de policía Brittany Pierce, acompañada por varios de sus compañeros, cubría un operativo policial en la Sala Joy Eslava de Madrid.

Se celebrara el 50 aniversario del exclusivo y elitista Hospital López, y un chivatazo les había alertado de la posibilidad de que intentaran atentar contra Pedro López, dueño y fundador del hospital.

Apoyada en la barra del bar con una copa de cava en la mano, Brittany hablaba con sus compañeros mientras vigilaba con disimulo a su alrededor.

No le gustaba nada aquel tipo de operativo.

Demasiada gente desconocida en una sala con varias plantas. Pero ahí estaba ella. Con un vestido de seda color champán, su rubio pelo recogido en un moño alto y unos taconazos que la estaban matando.

—Ese vestido te sienta de maravilla. Estás fantástica con él, es más, creo que a quién vigila Evans hoy es a ti—afirmó Rachel, más conocida como la inspectora Berry.

Noah sonrió ante el comentario.

Brittany suspiró.

De todos era conocida la relación que tuvo con Evans en el pasado. Algo que ella no estaba dispuesta a retomar.

—Uf...—suspiró Brittany al comprobar por enésima vez que Evans la miraba—Paso de él y de sus miraditas.

—Sí... sí—sonrió Rachel con disimulo—, Lo malo es que él aún no pasa de ti.

Brittany volvió a sonreír.

Si algo le gustaba de su amiga era su forma de decir las cosas.

Rachel era bajita, morena y ojos marrones y Brittany era alta, rubia y ojos azules, las dos con cuerpos normales.

—Hoy me considero un tío con suerte—sonrió Noah, el compañero subinspector—¿Quién me iba a decir que iba a estar acompañado por semejantes bellezones?

—No te emociones—aclaró Brittany con el gesto torcido—, Es trabajo.

La inspectora Brittany Pierce tenía claro que no soportaba la chulería de Noah, el subinspector y ligón oficial de la comisaría de Chamberí.

Un tipo rubio y con sonrisa de canalla que había partido a más de una el corazón.

—Umm... ¡qué rico!—susurró Rachel mientras cogía otro canapé de la bandeja que el guapo camarero ofrecía.

—¿A qué te refieres?—sonrió su amiga con disimulo—, ¿Al canapé o al camarero?

Eso las hizo reír.

Se conocieron en la Academia de Policía años atrás. Primero estuvieron destinadas a Bilbao, y con el tiempo las dos regresaron a Madrid, donde ejercían como inspectoras en la Comisaría de Chamberí.

Sus caracteres eran parecidos, aunque con ciertas diferencias.

A Ambas le gustaban tanto los hombres como las mujeres. Rachel, aunque sus relaciones eran tormentosas, creía en el amor, y Brittany, gracias a Evans, su ex, no.

—Se emocionan con poca cosa—dijo Noah mirándolas.

—¿A ese le llamas tú poca cosa?—Brittany señaló con asombro al impresionante camarero de ojos marrones y cuerpo atlético que servía los canapés.

—No le hagas caso —se mofó Rachel haciéndola reír—, La envidia le corroe.

—Pero si ese bomboncito pierde más aceite que la moto de mi hermano—contestó Noah, que guiñó un ojo a una rubia muy escotada que pasó por delante de ellos.

La rubia, embutida como un chorizo de Pamplona en un minivestido rojo, lo miró, le sonrió con coquetería y siguió hasta detenerse junto a un grupo que había cerca de ellos.

—Esas mujeres sí que tiene suerte—señaló Noah al ver a la rubia recostarse sobre la otra mujer.

Con disimulo, Rachel y Brittany miraron a dicha mujer que Noah les indicaba. Estaba de espaldas, pero era una mujer morena y con buen porte, a la que el vestido ceñido  le quedaba perfecto.

—Mmmmmm... ¡Qué pichón más sexy!—asintió Rachel mientras Brittany continuaba escaneándole con la mirada—¿Verdad, Britt?

—Tiene buen culo y un lindo vestido—se carcajeó mientras observaba como la rubia siliconada del minivestido rojo se acercaba a ella y, con gesto serio, se alejaba.

—¿Buen culo?—Noah rió al oírlas—¿Cómo pueden decir eso?

—¿Qué pasa?—se guaseó Rachel—¿Está prohibido ponerle nota a los traseros?

—Deberíais tener cuidado con ese tipo de comentario—replicó Noah—Quien las oiga creerá que están desesperadas por pillar un buen...

Aquel comentario exasperó a Brittany. No soportaba los comentarios machistas y, por su profesión, solía oírlos muchas más veces de las que deseaba.

—Mira que me joden los machitos como tú. Pero ¡bueno! ¿Acaso los tíos no decís cosas tan vulgares como «oh, Dios, qué tetas» o aún mejor el típico «qué polvazo tiene la rubia»? ¿O eres un estúpido homofóbico ahora?

—Déjalo, reina—suspiró Rachel—, Son todos iguales. Anda, toma otro canapé, que están riquísimos y que lo vas a disfrutar más que hablando con este cenutrio.

—¡Bueno me la suda que todos sean iguales!—levantó la voz Brittany.

Pero al ver que las personas que estaban al lado la miraban, para disimular añadió:

—Oh... ¿Ella es de Sudán?... qué maravilloso país.

—Precioso país... precioso...—asintió Rachel metiéndole un canapé en la boca.

Incrédulo por aquel arranque de furia, Noah  cerró el pico, mientras ellas dos continuaban una absurda conversación sobre el Sudán.

No pretendía sacar de sus casillas a la inspectora Pierce. De todos era conocido su fuerte carácter y cómo se las gastaba.


Una hora y media después, tras muchos canapés y alguna copa de más...

—Calcetín blanco, zapato oscuro, paleto seguro—se burló Rachel.

—Son crueles como ustedes solas—se guaseó Noah.

—Discúlpenme un segundo, necesito ir al baño—masculló Brittany con malas pulgas.

Sin esperar respuesta y con una mala leche descomunal, se encaminó hacia los aseos.

Como siempre, había cola para entrar.

«Dios... cómo odio esto», pensó colocándose en la fila como una buena chica.

La paciencia no era lo suyo, y menos cuando el puñetero sujetador sin tirantes le cortaba la circulación, los tacones la mataban y la jodida liga donde llevaba la pistola amenazaba con rodar a sus pies.

Desesperada porque la fila no avanzaba, miró a su alrededor para intentar olvidar su desesperación por vaciar la vejiga y se sorprendió al ver a la Pichón a pocos metros de ella.

Apoyada en la pared, su postura indicaba tranquilidad, algo que no parecía tener la rubia del minivestido rojo que frente a la morena movía los brazos.

Con disimulo se movió hacia su derecha. Eso le permitió oír la voz chillona de la señorita Glamour.

—Pero yo quería asistir a la fiesta—protestó la rubia—De no ser por Ariadna y su acompañante no me hubieran dejado entrar. Eso no me ha gustado nada.

—Te dije que yo no pasaría a buscarte, Dani. Siempre he sido clara contigo—respondió la morena sin alterarse, pero cansada del acoso de aquella rubia tonta—Las cosas entre tú y yo acabaron antes de comenzar, por lo tanto, ni yo tengo nada que ver contigo, ni tú conmigo.  

—Pero pichoncita...

Sin poder evitarlo, a Brittany se le escapó una carcajada al oírla, y aunque rápidamente disimuló, ya era tarde.

Aquella risotada había atraído la mirada de la morena, que ahora la observaba con curiosidad mientras la rubia proseguía con sus protestas.

Cinco minutos después y tras varios intentos de la rubia por besar y abrazar a la Pichón, ella comenzó a echar humo. Se estaba poniendo muy pesada aquella rubia tonta que conocía de dos noches locas.

«Madre mía, qué tía más cansina», pensó Brittany, a quien solo le quedaban tres mujeres por delante para pasar al baño.

Comenzaba a compadecer a la Pichón.

—Dani, por favor. ¡Basta ya!—gruñó molesta—Tú y yo salimos un par de veces, lo pasamos bien juntas y punto, ¿de acuerdo?

Pero la rubia era cabezota como ella sola y volvió al ataque justo en el momento en que comenzó a sonar la canción Something stupid.

—Bueno no entiendo por qué no quieres estar conmigo...

Brittany no pudo más.

Aquella petarda era insufrible, y la morena comenzaba a darle pena.

Así que le pidió a la chica de la fila que le guardara un segundo el lugar, se acercó hasta ellas y ante la mirada incrédula de la morena, Brittany gritó bien alto para ser oída.

—Cariñito... suena nuestra canción... llevo buscándote un buen rato...

Y antes de que la rubia se moviera, Brittany se acercó a la morena con descaro y le plantó un rápido beso en los labios. Aunque la morena la miró sorprendido, al verla gesticular, sonrió y sin perder un segundo, la agarró por la cintura y la apretó contra ella.

—Es cierto, cariño, nuestra canción—respondió tan cerca que Brittany apenas podía apartar su boca—¿Por qué has tardado tanto?

Miss Pesadita con su minivestido rojo se quedó petrificada ante el descaro de aquellos das. Quiso decir algo, pero al ver cómo la morena bajaba sus manos posesivamente hacia el trasero de aquella otra rubia, sin decir ni una sola palabra, levantó la barbilla y se marchó.

Por el rabillo del ojo y mientras la morena continuaba besándola, Brittany vio que aquella, con su bamboleante movimiento de caderas, se alejaba. Se apartó unos milímetros de aquel que tan fascinado parecía y le indicó:

—Ya puede soltarme, amigo. La pesada se ha pirado y yo tengo la vejiga a punto de reventar.

La morena oyó, pero se negaba a soltarla.

¿De dónde había salido aquella preciosa mujer?

Incrédula, la observó mientras la música continuaba.

Era rubia, alta, uno centímetros más que ella, y con unos preciosos ojos azules. Vestía un ajustado vestido que dejaba entrever un cuerpo fuerte y redondeado, y eso le gustó.

Aunque no tanto como su desparpajo y su manera de hablar.

—Eh... ¡Tú!—dijo Brittany para espabilarle—O apartas tus manazas de mi culo en este instante o te juro que lo vas a lamentar.

Al oír aquello, la Pichón soltó una carcajada y la soltó.

A sus casi treinta años, y acostumbrada a ser ella quien se quitara las mujeres de encima, se sorprendió de que una le hablara así.

—Bonita canción de Sinatra, ¿no crees?—dijo la morena, divertida.

—No está mal. Pero yo soy más actual y prefiero la versión de Robbie Williams y Nicole Kidman.

En ese momento, Brittany miró hacia el baño.

Era la siguiente para entrar y no estaba dispuesta a perder su turno. Se volvió hacia la morena, que aún la miraba con gesto extraño, y mientras se alejaba le dijo:

—Me debes una, Casanova, y ten más cuidado con quién te lías. El mercado está lleno de petardas y yo no andaré cerca para quitártelas de encima otra vez.

La puerta del baño de señoras se abrió y Brittany, deseosa de vaciar su vejiga, entró, dejándole confundida y con la boca abierta.

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Capitulo 2

A las tres de la madrugada Brittany y Rachel, destrozadas por los tacones, tenían un humor de perros.

El operativo que habían montado tenía pinta de no servir para nada. Ahí la gente solo se divertía, comía y bailaba.

—¡Por Dios! Pero ¿es que esta gente no se cansa?—se quejó Brittany, a quien le picaba la cabeza por los kilos de laca que llevaba—Te juro que estoy por quitarme el puto sujetador y ponerme la liga como diadema.

—Te entiendo—gruñó Rachel—Estoy tan cansada que hasta veo feos a los camareros y camareras más guapos.

Aquello hizo sonreír a Noah que, tras la metedura de pata del principio, había intentado mantener la boca cerrada para asegurarse una noche tranquila.

—¿Qué sabes de Susi? ¿Ha dado señales de vida ya?—preguntó Rachel a su amiga.

Al pensar en su prima, Brittany sonrió.

Hacía tres años que se había marchado a vivir a un pueblecito de las afueras de Londres y aún la echaba de menos.

—Hace cerca de un mes que no sé nada de ella. Le envié al apartado de correos que ella nos dio la medallita que la abuela le compró a la niña, pero claro, como no tienen teléfono, no sé si la han recibido o no.

—Aún no me imagino a Susi en plan vegetariano—sonrió Rachel—Ella que se zampaba a pares los Whooper con queso y doble de beicon.

—Chica, el amor le ha nublado la razón.

—Sí, y el sentido común—añadió Rachel—¿Le mandaste dinero para el viaje?

—Claro, la abuela se empeñó. Quiere que venga a España unos días. Así podremos conocer a la niña. Pero ya sabes que está como una cabra.

—Bueno... bueno, tómatelo con calma—susurró Rachel—Piensa en lo feliz que se pondrá doña Sue, con Susi y la pequeñaja aquí.

—Uf... ni te cuento. Aún no sabemos si vendrá y ya me tiene loca buscando por internet cómo se hacen unas croquetas vegetarianas—rió al pensar en su abuela—Anoche mismo me dijo que quiere que salgamos a comprar cosas para Luna. Tuve que decirle que mi casa no se llena con inútiles cosas para un bebé. Cuando venga Susi, ya veremos.

Con solo pensar en su familia, a Brittany se le alegraba el día.

Su prima Susana y ella se habían criado con sus abuelos. Sus padres habían muerto años atrás en un accidente de avión, y su familia eran ellas tres, y ahora la pequeña Luna.

En ese momento, Evans, el comisario, les hizo una seña y los tres se pusieron alerta.

Al parecer, el señor Pedro López se marchaba.

Para ellos eso significaba que el operativo podía acabar en pocos minutos. Pero no...el buen señor parecía no arrancar.

—¡Joder, qué plasta el abuelo!—exclamó Rachel—Al final voy a tener que ir yo y meterle en el coche para que todos podamos irnos a casa.

Brittany sonrió, pero la sonrisa se le heló al encontrarse con los ojos de Evans.

Esos ojos duros que ella conocía de verdad.

Durante unos segundos se miraron, hasta que ella, incómoda, desvió la mirada.

—¿Quién dio el chivatazo de que atentarían contra el abuelo?—preguntó Brittany, enfadada por lo que Evans le había sugerido con la mirada.

—El Costras—respondió Rachel.

—La madre que parió al Costras—bufó Brittany.

—Tranquilas, inspectoras—susurró Noah.

—Creo que esta vez se ha reído de todos nosotros—se quejó Brittany, a quien la liga con la pistola la traía por la calle de la amargura; incluso le había salido un sarpullido que le picaba horrorosamente.

—Les juro que a pesar del dolor de pies que tengo—susurró Rachel—, Cuando salga de aquí voy a meter en el trullo al Costras una temporada.

—Te acompañaré encantada a buscarlo—asintió Brittany.

—Relájense. Ese sinvergüenza nunca nos ha fallado—animó Noah, que se adelantó unos metros para hablar con Chang, otro de los compañeros.

El patriarca de los López parecía despedirse de algunos invitados. A sus ochenta años era un hombre alto, con una espesa cabellera negra y una excelente salud.

A su alrededor, Brittany observó a sus dos guardaespaldas, que en ese momento ayudaban a levantarse a una invitada que había caído a sus pies.

—Venga... venga, abuelo—susurró Rachel mientras miraba al anciano—No te pares... sigue... sigue... venga... venga... ¡Oh... no, mierda!—soltó al ver que él se paraba a hablar con la mujer que había tropezado.

—¡Mi madre!... qué picor—se quejó Brittany; no podía dejar de rascarse en el muslo—No sé si son...

—Vaya... por fin te encuentro—dijo detrás de ellas una voz con acento grave.

Aunque sorprendida, Rachel reaccionó rápidamente y sonrió. La que se dirigía a su amiga era La Pichón.

Una sexy mujer de casi tan alta como Brittany, con unos ojos negros impresionantes, un pelo largo oscuro como la noche y una sonrisa que podía parar el tráfico.

Aunque Brittany al verla solo pensó: «Joder... y ahora esta».

—Hola. Te buscaba para invitarte a una copa —y tendiéndole la mano a modo de saludo señaló—Mi nombre es Sa…

Brittany no la dejó terminar de hablar.

Estaba cansada y lo que menos le apetecía era que intentaran ligar con ella.

—Mira, morena... vamos a dejar las cosas claras. Lo de antes fue un beso tonto. Te quité de encima a una petarda de tía a la que no aguantan ni en su casa. Pero yo no tengo ninguna intención de ligar contigo, y como desde hace tiempo elijo yo solita con quién quiero liarme o no... hasta ahí llegó nuestra amistad.

La morena retiró la mano.

Se quedó tan sorprendida por aquella reacción que no supo qué decir.

—Por lo tanto—continuó Brittany con voz cortante—, Ya estás moviendo tu culito de mi campo de visión si no quieres tener verdaderos problemas conmigo. ¿Lo has entendido, amiga?

Sin decir nada más, Brittany volvió a mirar hacia Pedro López, que reía a carcajadas con unas señoritas.

Mientras, Rachel miraba a su compañera y a aquella tía tan sexy, que se encogió de hombros con una divertida sonrisa, se dio la vuelta y se marchó.

—Oye, reina—susurró Rachel acercándose a Brittany—Pero ¿esa no es la Pichón?

—La misma.

—¿Cuándo has sacado a esa pedazo de mujer de un apuro? ¿Y dónde narices estaba yo?

Brittany comprobó de reojo que la morena se había alejado, miró a su amiga y sonrió.

—Una de las veces que fui al baño la vi en un aprieto, y ya sabes cómo soy, no me pude estar quietecita y le ayudé a salir de él.

—¿Cómo?—preguntó Rachel asombrada.

—La besé. Hice creer a la pesada de turno que yo era su pareja. Nada más.

Rachel abrió la boca, miró hacia la barra. La Pichón, que las estaba observando, le sonrió y levantó su copa.

—¿Besaste a esa pedazo de mujer y lo dices así como si nada?

—Fue un beso tonto, nada más—respondió de mala gana.

De pronto, Brittany observó un movimiento extraño cerca de la puerta. Miró rápidamente a Noah; él también lo había visto.

Evans ya corría.

Rachel vio a Chang y Artie correr hacia el señor López y supo que debía actuar.

Con decisión, Brittany se abrió la abertura lateral del vestido y tiró de su liga para coger la pistola. En ese momento se oyeron varios tiros y el caos se apoderó del lugar.

Los invitados corrían despavoridos pisándose unos a otros.

El glamour y las buenas formas habían desaparecido en menos que canta un gallo y parecía que todos pensaban: «Sálvese quien pueda».

Rachel y Brittany corrían zigzagueando contracorriente pistola en mano. Al llegar junto al viejo López, Brittany vio sangre en el brazo del anciano y rápidamente lo atendió.

—¿Está usted bien?—preguntó tirándose encima de él mientras se oían chillidos y disparos.

El hombre sonrió con dulzura al ver que ella de un tirón se quitaba una especie de fular del cuello y con fuerza le rompía la manga de la chaqueta.

—Solo me ha rozado la bala, señorita—habló en un perfecto castellano, aunque se denotaba un profundo acento que hizo sonreír a Brittany—¿Mi familia está bien?

—No se preocupe por nada, estoy convencida de que sí—Brittany tiró de él hasta ponerle tras el parapeto de una mesa que ella se encargó de volcar—Pronto lo atenderán en un hospital.

—Señorita, siento decirle que acabo de manchar su vestido y su precioso brazo con mi sangre—informó el anciano.

Brittany miró la mancha en la cintura de su vestido y sonrió.

—Esto en el tinte lo quitan fenomenal, no se preocupe—y para relajar la tensión del hombre añadió—Por cierto, señor López, qué bien habla usted el español.

—Soy de Puerto Rico y mi mujer, Rosa, era de Madrid, y mi hija Maribel nació aquí. Todos en mi familia hablamos perfectamente el español.

Brittany cruzó una mirada divertida con el anciano y luego miró a su alrededor. Evans corría escaleras arriba con Artie. Noah esposaba a la barra a las dos mujeres que habían comenzado aquello, y Rachel hacía un torniquete en la pierna a uno de los guardaespaldas de López, que se revolvía de dolor.

Como si de un vendaval se tratase, de pronto Brittany se vio arrastrada hacia un lateral cuando un hombre se agachó ante el anciano. Brittany iba a protestar, pero Rachel con un silbido atrajo su atención y le indicó que, desde la primera planta, Chang hacía señas para que subieran.

—¿Estás bien, abuelo?—preguntó la mujer que, como todas, vestía vestido.

—Santana, ¿dónde están las demás mujeres?

—Tranquilo, abuelo. Están bien, con David y Azimio.

Al oír aquella voz, Brittany miró de nuevo a Rachel, quien con un seco gesto sonrió.

¡Aquella que había llamado abuelo a López era nada más y nada menos que la Pichón!

Y lo peor de todo era que ahora se dirigía a ella.

—¿Está usted bien?—le preguntó al ver sangre en su vestido.

—Perfectamente—asintió Brittany.

En ese momento sonaron varios disparos, y al levantar la cara Brittany, vio a Chang contraer el gesto.

Había sido alcanzado.

—Pide refuerzos y que vengan rápidamente varias ambulancias—gritó Brittany a Rachel, mientras corría tras Noah hacia las escaleras.

Pero de pronto sintió que alguien le agarraba el brazo y tiraba de ella. Al volverse se encontró con la cara desencajada de la Pichón.

—¿Dónde vas, mujer? ¿Quieres que te maten?

—¿Quieres soltarme, gilipollas?—bramó enfadada.

Chang estaba herido y ella estaba perdiendo el tiempo.

—¡Pero estás loca!—exclamó Santana con su marcado acento, sin soltarla, incapaz de entender que una mujer tan bonita como aquella se expusiera a ese peligro.

En ese momento llegó Rachel hasta ellos.

—¿Qué ocurre?—preguntó al ver cómo se retaban con la mirada.

—O haces que la imbécil me suelte el brazo—siseó Brittany muy enfadada—O te juro que me la cargo.

Rachel iba a abrir la boca, pero la voz de Noah la interrumpió.

—Inspectora—gritó—, Chang está herido, pero por señas me dice que está bien, que no nos preocupemos.

—¿Inspectora?—susurró incrédula la Pichón—¿Eres inspectora de policía?

—¿A ti que te parece, idiota?—gritó a punto de golpearle— ¿Quieres hacer el favor de soltarme?

—Iré contigo. Soy médico y puedo ayudar—se ofreció Santana.

Brittany resopló.

Rachel intentó volver a hablar, pero la interrumpieron de nuevo.

—No. No vendrás conmigo o no me quedará más remedio que detenerte, ¿has entendido?—respondió Brittany con seriedad.

—Pero...

—Maldita sea, ¡aquí mando yo!—gruñó Brittany desesperada mientras se soltaba de un tirón—, Y te ordeno que muevas tu culito y te alejes de aquí.

Agazapado al final de la escalera, Noah gritó:

—¡Brittany, joder! Necesito que me cubras para llegar hasta Chang.

Brittany sintió que la adrenalina le bombeaba con fuerza el corazón y antes de correr escaleras arriba le dijo a Rachel, que se había interpuesto entre ella y aquella individua:

—Llévate de aquí a la doctora Iluminada antes de que le ocurra algo o se manche su precioso vestido.


Y con una agilidad increíble, Brittany subió los escalones de dos en dos a pesar de sus taconazos. En cuanto se acercó a Noah, este se levantó y, mientras ella le cubría, llegó hasta Chang.

—Será mejor que te apartes y nos dejes trabajar—indicó Rachel al ver que aquella mujer no se achantaba ante la mala leche de su compañera—Por favor, doctora. Espere ahí con ellos hasta que controlemos la situación.

Sin mucho convencimiento, Santana volvió junto a su abuelo.

Desde ahí oyó el fuerte tiroteo y las voces procedentes del piso de arriba.

Sintió que el vello de cuerpo se le erizaba. 

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Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo!

Capitulo 3

Quince minutos después, la pesadilla y el tiroteo habían acabado.

El comisario Evans y su equipo dieron caza al médico convicto y en las ambulancias aparcadas en la calle Arenal atendían a los heridos en un orden que dependía de su gravedad.

—No te preocupes, Chang—Rachel animó a su compañero mientras le subían a la ambulancia—En menos que canta un gallo ya estarás de nuevo con nosotros.

—¡Joder!—protestó él, dolorido en la camilla—Tina me va a matar. Este fin de semana se casa su hermana y le voy a joder la boda.

—Iré yo en tu lugar—se mofó Noah, haciéndoles sonreír.

—O yo... Tina es un bombón—Artie suspiró con comicidad.

—No te preocupes—interrumpió Brittany—Creo que Tina preferirá que estés en el hospital el sábado a que hubieras estado en el cementerio.

—No sé yo—bromeó Chang a pesar de su dolor.

—Anda... anda—señaló Rachel—, Si Tina está loca por ti. Solo hay que ver cómo te mira, pedazo de burro.

Todos sonrieron y Evans, que acompañaba a Chang en la ambulancia, clavó sus ojos verdes en Brittany.

Ella no lo miró.

—Brittany, ¿puedes llamar a Tina y explicarle lo que ha pasado?—pidió Chang.

—Por supuesto—asintió ella—No te preocupes.

Cuando el conductor de la ambulancia cerró el portón, Brittany le preguntó:

—¿A qué hospital le llevan?

—Tenemos orden de llevarle al Hospital López—señaló el muchacho.

—Vaya... ¡Qué nivel!—se guaseó Rachel mientras miraba a Noah.

—Uis... qué pijo este Chang—rió Artie.

—Márchense a casa—dijo Brittany a sus compañeros—Es una tontería que todos vayamos al hospital. Avisaré a Tina y pasaré a recogerla.

—Ni lo pienses, guapetona—señaló Rachel—Yo me voy contigo.

—Y yo—asintió Artie.

—Bueno yo no voy a ser menos—protestó Noah y, tras cruzar una mirada con Artie, dijo—Llama a Tina, como te pidió Chang, y cuéntale lo ocurrido. Nosotros pasaremos a recogerla mientras ustedes van a casa y se cambian de ropa.

—Sí. Creo que será lo mejor—asintió Brittany al ver su vestido destrozado.

—La verdad —suspiró Rachel al ver las manchas en sus vestidos—Es que así vestidas parecemos recién salidas de una orgía satánica.

Se rieron a carcajadas y enseguida Brittany llamó a la mujer de Chang, Tina, le dio la noticia y la tranquilizó. Luego se montó en el coche de Rachel para ir a sus casas a cambiarse de ropa mientras los compañeros se marchaban a buscar a Tina.



A las cinco de la madrugada y vestidas con vaqueros aparcaron el Ford Mondeo de Rachel en el parking subterráneo privado del hospital.

Mientras caminaban hacia la salida observaron los coches de alta gama que estaban aparcados ahí.

—¡Madre mía!—murmuró Brittany—¿Has visto aquel Jaguar XK?

—Bueno... bueno... bueno... ¿ese de ahí es un Lotus Evora?

—Guauuuuu—asintió Brittany con los ojos como platos—¡Qué maravilla de juguete! Lo que daría yo por darme una vueltecita con él. Tiene que ser una pasada conducirlo.

—Me cago en la leche, Britt—exclamó Rachel—Pero si está el coche de Batman.

Brittany se dio la vuelta y las dos se quedaron sin palabras ante un Lamborghini Murciélago LP640 Versace color negro.

—Doce cilindros, cambio de caja automático, seiscientos cuarenta caballos de potencia, de 0 a 100 en 1,6 segundos, suspensión independiente, asientos de cuero, articulación de acero y amortiguadores hidráulicos—suspiró Brittany.

—Uf...—susurró Rachel—Qué orgasmo.

De pronto un ruido las sacó de sus sueños y las dos giraron la cabeza para fijarse en un Porsche 911 amarillo que se bamboleaba y tenía los cristales empañados.

—¡Joder, qué ímpetu!—sonrió Brittany—¿Piensas lo mismo que yo?

—Sí, chica. Los ricos también tienen apretones.

Con una sonrisa se encaminaron hacia el ascensor sin poder dejar de sorprenderse por los coches ahí aparcados y en especial sin poder dejar de oír los gemidos que salían del Porsche.

—Uf... eso mismo necesito yo con urgencia—dijo Rachel mientras llamaba el ascensor.

—Pídeselo al abogado. Estoy segura de que no te dirá que no.

—Este fin de semana lo veré—suspiró Rachel—Y que se prepare porque estoy calentita.

Mientras se reían a carcajadas de aquel comentario vieron que las puertas del Porsche 911 se abrían. De él salieron una chica morena muy guapa y un muchacho moreno. Se dieron un beso, él se montó en un Twingo azul y se marchó, y la chica se encaminó hacia el ascensor, que en ese momento se cerraba.

—¡Espérenme, por favor!—gritó mientras echaba a correr.

Brittany y Rachel retuvieron el ascensor hasta que ella entró.

—Muchas gracias. No me gusta nada quedarme sola en el parking. ¡Me dan pánico!—explicó mientras se miraba en el espejo del ascensor y se arreglaba el pelo.

Al llegar a la primera planta, se despidieron de la mujer y salieron del ascensor. Preguntaron en recepción y les indicaron que pasaran a la sala de espera donde estaban Tina, Artie, Noah y Evans.

Tina se levantó y las abrazó.

Evans cruzó una mirada con Brittany y también se levantó para ir hasta la máquina de café.



Una hora después, las puertas del quirófano se abrieron y tres médicos vestidos de verde salieron de ahí.

Solo uno se dirigió a ellos para informarles que la operación había ido bien y que en unas semanas Chang estaría de nuevo en su casa. Alegres por la noticia, fueron hasta la habitación que ocuparía Chang.

Más tarde comprobaron que este despertaba y mientras Tina se lo comía a besos, Noah y Artie se marcharon.

A Rachel le sonó el móvil y salió al pasillo. Dos minutos después Brittany, emocionada por cómo se miraban Tina y Chang, se despidió y Evans la siguió.

—Tenemos que hablar.

—Disculpa, Sam, pero yo no tengo que hablar contigo—respondió molesta mientras veía a Rachel hablar por teléfono.

Incapaz de continuar donde estaba, Brittany se encaminó hacia la máquina de café.

—Maldita sea, Brittany—gruñó Evans tomándola por el brazo para que se parara—Creo que nosotros teníamos algo bonito, algo que merece la pena retomar.

«Este está tonto, pero de remate», pensó ella.

—Ni lo sueñes—espetó incrédula ante semejante morro—Mira, siempre he sido clara contigo, y creo que te dije que si alguna vez me engañabas, lo nuestro se acababa. Si no recuerdo mal, me engañaste y tú solito la cagaste.

—Fue un error—dijo acorralándola entre él y la máquina de café—Por Dios, Brittany, dame una oportunidad para poder demostrarte cuánto siento lo que hice.

—No.

—Brittany—insistió acercando sus labios a los de ella—, Me deseas. Lo sé. Te conozco y lo veo en tus ojos.

Su olor, aquel olor que tanto había añorado, la inundó de sensaciones y recuerdos, pero no estaba dispuesta a volver a caer en el mismo error.

Si la había engañado una vez, lo haría dos.

—Por favor, suéltame—susurró a punto de desfallecer.

—Escúchame, gatita—murmuró cerca de su oído.

Eso la hizo reaccionar.

Con un fuerte empujón consiguió apartarlo de ella sin ser consciente de que varios médicos que pasaban por ahí se volvían a mirarlos.

—No vuelvas a llamarme así—se revolvió indignada.

Comenzó a andar por el pasillo.

—Por favor, Brittany, dame un segundo para que...

De pronto un médico vestido con patucos y gorro verde, adelantó a Evans haciéndole frenar en seco y, tomando la mano de Brittany, gritó para que esta le escuchara:

—Cariñito... llevo buscándote un buen rato.

Al sentir que la tomaban de la mano, Brittany se paró y al darse la vuelta se encontró con que la Pichón vestida de verde, le guiñó un ojo, la tomó por la cintura y atrayéndola hacia ella, la besó.

Al principio, Brittany pensó gritar o darle un puñetazo. Pero rápidamente entendió que aquella le estaba devolviendo el favor, y sin oponer ninguna resistencia se dejó besar.

Esta vez comprobó lo dulces que eran los labios de aquella extraña, y sobre todo lo bien que besaba.

Evans, al ver aquello, apretó los puños dispuesto a liarse a mamporros con aquella tipa sin importarle que fuera una mujer, pero una mano le tocó en el hombro. Al volverse se encontró con la sonrisa de otro médico vestido de verde.

Otra mujer.

Cedió.

—Uf... qué envidia—suspiró aquella—Cómo me gustaría encontrar una mujer tan maravillosa y apetecible como la de Santana. Pero, claro... la doctora López no tiene rival.

Evans se volvió hacia Brittany y aquella extraña, que continuaban pegadas como lapas mientras se besaban.

Finalmente, lanzó una furiosa mirada a la médico que estaba junto a él y se marchó.

Atontada, Brittany continuó besando a aquella tipa hasta que de pronto la soltó. Durante un momento Brittany mantuvo los ojos cerrados para intentar retener unos segundos más aquella dulce y maravillosa sensación.

«Madre mía... cómo besa esta morena», pensó excitada.

Nunca la habían besado así y eso le gustó.

Aunque lo que no le gustó fue la cara de guasa con que la miraban aquellas dos mujeres cuando abrió los ojos.

—¿Estás bien?—preguntó la morena al verla tan desconcertada mientras cogía del suelo una cazadora vaquera que se le cayó.

Apenas podía dejar de mirarla.

Estaba preciosa a pesar de su cara de agotamiento y su desastrosa apariencia.

—Sí... perfectamente—y cambiando el tono le recriminó—¿Por qué has hecho eso? ¿Quién te ha dado permiso para besarme de esa forma?

La morena sonrió y eso la desarmó a pesar de llevar la pistola en el bolso.

—Creí que era buen momento para devolverte el favor—y extendiendo la mano hacia Brittany dijo—Y ahora, si me permites, me presentaré. Me llamo Santana López, pero puedes llamarme San.

—Brittany Pierce—respondió tomándole la mano. Se quedó sin habla cuando en vez de estrechársela, Santana se la besó—Pero puedes llamarme Brittany.

—Ejem...—tosió la rubia de ojos verdes que estaba junto a ellas—Sigo aquí doctora López.

—Encantada de conocerte—sonrió Santana sin apartar un segundo los ojos de Brittany.

—¿Fuiste tú quien indicó que trajeran aquí a mi compañero?—preguntó Brittany, impresionada por aquellos preciosos ojos oscuros.

—Es lo menos que debíamos hacer para agradeceros su trabajo, ¿no crees?

—Tu abuelo, el señor López... ¿está bien?

—Perfecto. Solo era una herida superficial—sonrió Santana al ver que la recordaba—Dejé a un colega curándole el brazo antes de entrar en la operación de tu compañero.

—¿Has operado tú a Chang?

—Sí. El doctor Peláez estaba en otra operación, y aunque soy neurocirujana, me encargué de él—asintió divertida—¿Por qué te extraña tanto?

—No... Por nada.

Brittany se mordió la lengua.

Una persona como aquella mujer, con tanto dinero, no necesitaba trabajar. Podía vivir de la sopa boba de su abuelo.

Pero prefirió callar y no ser desagradable.

—Ejem... ejem...—intervino la compañera de Santana—Doctora López, sigo aquí.

—Disculpa, compañera—sonrió Santana al ver su cara de guasa—Doctora Fabray, te presento a la inspectora Brittany Pierce.

—Encantada—saludó esta y tomándole la mano, preguntó—¿Inspectora de sanidad?

—No, del Cuerpo Nacional de Policía—aclaró Brittany con una sonrisa, y al ver la cara de sorpresa de la ojiverde, preguntó—¿Algún problema por ello, doctora Fabray?

—Prefiero que me llames Quinn—y acercándose a ella, añadió—Ningún problema. Siempre he imaginado a los inspectores de policías grandes y gordos, y con un puro en la boca.

—Los tiempos cambian—replicó Brittany.

—Para suerte de todos—sonrió Santana mirándola.

—Sí... sí, por supuesto—asintió Quinn, y con una mirada divertida dijo—Y déjame confesarte que siempre he fantaseado con que una mujer con uniforme, pistola y esposas me salvara la vida.

Aquel comentario le hubiera molestado en cualquier otro momento, pero curiosamente, al ver los ojos chispeantes de aquella médico, sonrió.

—¿Sabes, Quinn? Hay muchas maneras de salvar la vida. Unos utilizamos pistola y otros, pijamitas verdes con gorritos de aviones.

Santana y Quinn se miraron.

—Bueno a mí el gorro de aviones me gusta—sonrió Santana con picardía.

—¡Lo del pijamita verde me ha matado!—con una carcajada, Quinn se quitó el gorro y añadió—Y en cuanto a los gorritos de aviones, tengo que decir que hemos comenzado a utilizarlos con dibujo desde que en España se ve la serie Anatomía de Grey.

—¿Y tú quién eres? ¿doctora macizo o doctora caliente?—preguntó Rachel que en ese momento llegó hasta ellas luciendo unos vaqueros y una camiseta negra.

Al ver aparecer a aquella mujer de pelo castaño oscuro, Quinn la miró de arriba abajo y dijo:

—Para ti yo soy quien tú quieras.

—Bueno me encantaría que fueras la versión femenina Marc Sloan, el doctor caliente—respondió Rachel—Pero si te miro con detenimiento, me parece que a ti ese apodo te queda grande. Además eres rubia y no eres tan alta.

Sorprendida por aquella contestación, Brittany miró a su compañera.

¿Qué le pasaba?

No entendía nada.

En cualquier otro momento le hubiera gustado una persona alta, con pinta de chuleras y guapetona.

—Eso lo podemos discutir—respondió Quinn después de guiñar un ojo a una joven enfermera que pasaba por ahí—Y te aseguro que no serías la primera que tras cenar conmigo cambia de opinión. Además sigo siendo más alta que tú.

—Lo dudo—susurró Rachel sin apenas mirarla—Te faltan demasiadas cosas, entre ellas un poco de cerebro, elegancia y sus preciosos ojos azules.

Las doctoras se miraron sorprendidas y tras una sonrisa, Santana dijo:

—Bueno a mí tus ojos me parecen bonitos, doctora Fabray.

—Gracias, doctora López. Siempre creí que eran parte de mi atractivo.

Brittany reprimió una sonrisa, pero Rachel no parecía estar de humor.

Con voz cargada de tensión dijo:

—Inspectora Pierce, ¿qué te parece si nos vamos antes de que tire de placa y me lleve por delante a algún payasa en pijama y gorrito de aviones?

—De acuerdo, inspectora Berry—Brittany sonrió y volviéndose hacia Santana, añadió—Muchas gracias por todo. Ahora estamos en paz.

—Oye, me gustaría que...—comenzó a decir Santana, pero Brittany con gesto serio la interrumpió.

—No—negó con firmeza—Esto ha sido muy divertido. Ambas nos hemos salvado el culo en un momento dado, pero hasta aquí llegó la tontería. A partir de este instante usted pasa a ser de nuevo la señora Santana López. Encantada y adiós.

Sin mirar atrás, las policías se encaminaron hacia el ascensor y desaparecieron al cerrarse las puertas.

—Demasiado monas, Britt—resopló Rachel al ver el gesto de aquella—Recuerda lo que siempre nos dice April: «Echaos una pareja fea para que nadie se las quite».

Ambas sonrieron.



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Quinn y Santana, consideradas las dos solteras más sexys y atractivas del hospital, se quedaron como dos pasmarotes mirando hacia el ascensor.

El efecto ocasionado en aquellas dos mujeres no era el que habitualmente percibían.

Quinn fue la primera en hablar.

—¿Crees que lo de payasa en pijama iba por mí?

—No me cabe la menor duda—asintió Santana, quien de pronto se percató de que aún tenía en la mano la cazadora vaquera de Brittany.

—¡Madre mía! Cómo está el cuerpo de policía, ¿no?

Y riendo suavemente, se encaminaron a la cafetería del personal del hospital y por primera vez en su vida, a Santana López se le aceleró el corazón al pensar en una mujer.

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Capitulo 4

En el coche de vuelta a casa, Brittany, se enteró del porqué del mal humor de su amiga.

El abogado, supuesto ligue de Rachel, en un despiste había marcado su número de móvil y ella había oído algo que no debió.

—Lo odio... lo odio... Te juro que cuando lo vea se la corto en trocitos, por listo y picha brava—explotó Rachel.

—¿Pero estás segura de lo que has oído?

—Completamente—respondió molesta—Ya soy mayorcita y conozco muy bien los ruiditos que hace ese sinvergüenza cuando fornica.


Poco después llegaron hasta su barrio, Aluche.

Rachel aparcó el Mondeo, se despidieron y se encaminaron a sus casas dispuestas a dormir.

Estaban agotadas.


Eran las ocho de la mañana cuando Brittany entró en su hogar y no se sorprendió al ver a su abuela despierta y con su habitual marcha.

Desde hacía un par de años, su abuela había decidido pasar algunas temporadas en su departamento de Benidorm y otras con ella en Madrid, algo que a Brittany le encantaba pese a reconocer en silencio que cuando esta se marchaba a Benidorm, su vida volvía a la normalidad.

Y eso quería decir nevera vacía, fuera horarios los días que no trabajaba, y sexo en su propia cama.

—Buenos días, hermosa—sonrió su abuela—, Comenzaba a estar preocupada por ti. ¿Qué tal está Mikecito?

Mikecito era Chang, Mike Chang.

Su abuela se empeñaba en nombrar con diminutivo a toda persona más joven que ella, algo a lo que todos se habían acostumbrado.

—Lo han operado de urgencia para extraerle la bala, pero está muy bien —respondió mientras se sentaba en el sillón para ver cómo su abuela hacía aerobic para mayores delante del televisor.

—¡Pobre Tinita! ¡Qué susto se habrá dado el angelito!

—No te preocupes. Todo fue bien en la operación, y cuando Chang se despertó, Tina ya fue feliz.

Sin decir nada más miró a su abuela.

A sus setenta y dos años seguía a la perfección los movimientos del vídeo de aerobic de Jane Fonda.

—Tienes cara de cansada, hermosa—murmuró Sue, su abuela, al acabar su clase de aerobic matutina—Vete a la cama a descansar. Yo me iré ahora a andar con las vecinas. No creo que tarden en avisarme.

De pronto una especie de gemido atrajo la atención de Brittany.

—¿Qué ha sido eso?—preguntó incorporándose para mirar alrededor.

Pero no necesitó preguntar más.

Solo con ver la cara de su abuela supo que un nuevo animal había llegado a su hogar.

—Abuela, no habrás...

—Antes de que digas nada, corazón mío, quiero que...

«Oh, Dios mío... otro animal no», pensó Brittany.

Hacía apenas dos meses que su perro Colombo, de catorce años, había muerto de un infarto y lo que menos deseaba era otro animal, otra responsabilidad.

—Vamos a ver, abuela—intervino para no dejarla hablar—, Creía que te quedó claro que... no más perros, no más responsabilidades...

Pero su abuela también la interrumpió.

—Mira, hermosa. Cuando bajé a tirar la basura, la vi metida en una caja con tal pena en los ojos que no pude regresar aquí sin ayudarla y... bueno, resulta que... bueno eso, que anoche...

«Ay, madre... temo oírla», pensó Brittany al ver que ella dudaba.

—Vale, abuela. Me estás poniendo de los nervios, suéltalo de una vez, ¿dónde está?

—Ahí, en la caja de pañales que encontré en la basura. Detrás del sillón—señaló Sue.

Con decisión, Brittany se levantó y se asomó por encima del sillón.

Casi se desmaya al ver lo que vio.

—Pero... ¡abuela!, ¿qué es esto?—gritó al ver a una diminuta perra que en ese momento daba de mamar a varios cachorritos más pequeños que un bolígrafo.

—Creo que es una mestiza. Pero eso no debería preocuparte. Es un animalito con su corazoncito y no tiene hogar—respondió la mujer, sin entenderla.

—Abuela, ¡por Dios!, no me refiero a que es mestiza. Pero son... son muchos y...

—Siete cachorritos preciosos más la mamá—sonrió con dulzura al mirar hacia la caja—Lo sé, hija. Lo sé. Pero cuando me subí la caja con Dolores...

—¿Dolores? ¿Quién es Dolores?—preguntó Brittany.

—La perra. Le puse de nombre Dolores, por su gesto de dolor cuando la vi.

«Dame paciencia, Dios mío... que es mi abuela», pensó Brittany, mientras la anciana proseguía hablando y ella dejaba su pistola encima de la mesa.

—En ningún momento pensé que estuviera preñada. Solo la vi sedienta y temblona. Pero cuando me he levantado esta mañana y la he ido a ver, te aseguro, hermosa, que casi me da un tabardillo al ver tanto gentío arremolinado en la caja.

En ese momento sonó el timbre.

—Uf...—señaló la mujer que corrió a abrir—Me marcho a andar con April. Cuando regrese, hablamos.

Y sin darle tiempo a decir nada más, la mujer cerró la puerta y se marchó.

Con un gesto de rabia y agotamiento, Brittany se dirigió a la cocina.

Necesitaba un café.

Pero como era de esperar, su abuela se lo había tomado. Con paciencia tomó su cafetera italiana, llenó el depósito de agua y café, y lo puso al fuego.

Mientras el café se preparaba pensó en sentarse en el sillón a esperar. Le dolían los pies por los tacones de la noche anterior.

«¿Cómo puede haber mujeres que estén todo el santo día en tacones?»

Pensó en su abuela.

No pudo evitar una sonrisa.

Según ella, debía encontrar una persona buena moza que la quisiera, casarse y tener niños.

Pero Brittany no estaba dispuesta a eso.

A ella le gustaba la libertad y en especial no tener ataduras.

Odiaba las ataduras.

El ruido proveniente de la caja la hizo volver a pensar en los animalillos.

¿Debería llamar a la protectora de animales?

No estaba dispuesta a cargar con ellos.

Cargó durante años con Colombo, un labrador precioso, y no estaba dispuesta a sacrificarse por otro animal más. Cómo si le leyera los pensamiento, la perra color canela, mezcla de cócker lanudo y chucho callejero, saltó de la caja y se sentó frente a ella.

—Lo siento, Dolores—dijo Brittany—, Pero no quiero tener más animales. Mi trabajo es un poco complicado, la casa no es muy grande y creo que no seríamos compatibles.

La perra la escuchó con atención, se levantó y se acercó a ella, e inexplicablemente de un salto se sentó encima de las rodillas de Brittany, y con un descaro increíble se alzó hasta ella y le lamió la punta de la nariz.

—Oh... no. No me hagas esto, por favor—gimió al sentir el cuerpito del perro encima del suyo—No tengo tiempo ni sitio para estar pendiente de ti, bonita, y mucho menos de tus cachorros. Venga... venga, bájate que estoy cansada y necesito dormir.

La perra, tras llenarle la cara de babas, se bajó con la misma agilidad con la que había subido, lanzó un gemido que partió el corazón de Brittany, y se marchó con sus cachorros.

Brittany se acercó y se sentó en el sillón que estaba junto a la caja y mientras miraba a los cachorros dormir, sus párpados cansados se cerraron poco a poco hasta que se quedó completamente dormida.

Estaba agotada.



—Guau... guau... guau... guau... guau...

Se despertó sobresaltada por el ruido de los ladridos.

—Joder... con la puñetera perra. Cállate, por Dios.

Se quejó al sentir que la cabeza le tronaba.

Miró el reloj.

Apenas había dormido media hora y la perra ladraba como una posesa.

—Pero ¿tú eres tonta o qué narices te pasa?—gritó enfurecida Brittany y con un gesto brusco retiró a la perra que se empeñaba en subir al sillón—Fuera de aquí y deja de molestar o te juro que te retuerzo el pescuezo.

Pero de pronto, el olor a quemado atrajo su atención.

¡El café!, pensó rápidamente y levantándose como una flecha corrió a la cocina, donde la humareda era tremenda.

Como una idiota, lo primero que hizo fue coger la cafetera con la mano y se quemó. Soltó un chillido de dolor, apagó el fuego, cogió uno de los guantes del horno y de un manotazo tiró la cafetera, que cayó estruendosamente en el fregadero.

Con rapidez abrió la ventana de la cocina y tosió con los ojos llenos de lágrimas por el humo y por el dolor que sentía en la palma de la mano derecha.

Cuando el humo comenzó a desaparecer, Brittany vio que la perra asomaba tímidamente su cabeza por la puerta de la cocina y la miraba.

Agradecida por los ladridos, y a pesar del tremendo dolor que sentía en la mano, se agachó.

—Gracias, Dolores—ante aquel tono de voz, la perra se acercó con valentía—Si no hubiera sido por ti, preciosa, hoy habríamos organizado las fallas en Madrid.




Media hora después, dolorida, con sueño y de muy mal humor, se sobresaltó al oír el portero automático.

—Sí...—gritó de muy malos modos.

—¿Brittany Pierce?

—Sí. ¿Quién es?

—Soy Santana López.

Al oír aquel nombre, Brittany se paralizó.

¡La Pichón!

—¿Qué quiere? ¿Cómo sabe mi dirección? ¿Y qué coño está haciendo usted aquí?

A Santana le causaron gracia todas aquellas preguntas.

Esperaba ser interrogada, pero no con tanto ímpetu.

—Siento molestarla—respondió apoyada aún en la puerta cerrada del portal—Y para responder comenzaré por su tercera pregunta. Estoy aquí porque he venido a traerle su cazadora vaquera. Su dirección la sé porque miré en la cartera que junto con la cazadora se dejó, y en cuanto a qué quiero... Yo no quiero nada. En todo caso usted querrá la cazadora. ¿O me equivoco?

—No. No se equivoca—gimió Brittany al sentir una punzada de dolor en la mano.

—¿Baja a por ella o se la dejo tirada en el portal?

Brittany reaccionó, tocó el pulsador y dijo:

—Súbala, por favor.

Con los ojos cargados por el cansancio acumulado y por el dolor que sentía, Brittany estaba dispuesta a coger la cazadora y cerrar la puerta ante las narices de aquella imbécil.

Ajena a su aspecto desaliñado, abrió la puerta justo en el momento en que Santana subía los últimos escalones.

—Uf...—sonrió Santana al llegar—Llevaba años sin entrar en un portal sin ascensor. ¿Cuántos años tiene esta casa?

—Muchos—gruñó y extendiendo la mano izquierda dijo—Gracias por traer la cazadora y, si no le importa, estoy cansada y necesito dormir.

Santana advirtió de inmediato el enrojecimiento que tenía en la palma derecha, y sin importarle el gesto de contrariedad cuando cogió su mano, preguntó:

—¿Con qué te has quemado?

—A usted no le importa.

—Deja de hablarme de usted y respóndeme: ¿Con qué te has quemado?

Brittany intentó apartar la mano, pero le dolía demasiado como para hacerlo.

—¡Joder, qué plasta!—suspiró Brittany—Con la cafetera. La puse al fuego, me quedé dormida y cuando me desperté, como una imbécil intenté agarrarla y me quemé.

—¿Qué te has echado?

—Nada.

—¡Nada!—exclamó Santana contrariada; sin pedir permiso empujó a Brittany y con rapidez entró en la casa—¿La habrás metido en agua fría por lo menos?

Brittany asintió mientras intentaba no llorar.

Le dolía demasiado.

—¿Dónde tienes un botiquín?

—En la cocina. En el armarito azul de la derecha. Dentro de una caja de galletas María.

Santana entró en la cocina, vio la cafetera achicharrada tirada en el fregadero y rápidamente localizó el armarito azul. Revisó la caja de medicamentos, comprobó que nada de lo que ahí había le servía y salió al comedor.

—Voy a mi coche a buscar un maletín. Subo enseguida.

Brittany estaba tan dolorida que asintió, se sentó en el sillón sujetándose la mano y no dijo más.

Dos minutos después, Santana entró con un maletín y sin mediar palabra, le tomó la mano y la revisó, sacó una pomada y comenzó a untarla con cuidado.

—Mierda... que me duele la mano—protestó Brittany retirándola.

Con una sonrisa, Santana la miró y se la cogió de nuevo.

—Venga... venga... no seas quejica.

En ese momento la perra se sentó frente a ellas y Santana la saludó:

—Vaya... veo que tienes un perro.

Brittany advirtió que la perra la miraba con sus tristes ojos saltones.

—Sí. Es Dolores—asintió integrándola de pronto en la familia.

—¿Qué raza es?—preguntó para entretenerla.

—Según mi amiga Tina, Dolores sería una pastora de Massachusetts.

Santana soltó una carcajada e iba a decir algo cuando la puerta de la entrada se abrió y aparecieron dos mujeres en chándal, una con el pelo teñido en rubio platinado y la otra, algo mayor, con el pelo rubio.

—Bendito sea Dios, hermosa—gritó la del pelo rubio.

—Oy... oy... oy…—murmuró la del pelo platinado tocándose la barbilla.

—Pero por el amor de Dios, ¿qué te ha pasado?

Brittany iba a responder, pero Santana se le adelantó mientras comenzaba a vendarle con cuidado la mano.

—No se preocupe, señora. Su hija tiene una quemadura de primer grado, pero con cuidados y un poco de tranquilidad, en cinco días más o menos su mano estará mejor.

—No es mi hija. Es mi nieta. Pero gracias por el piropo, buen mozo—aclaró la mujer con coquetería—¿Y tú quién eres, jovenzuela?

Brittany volvió a abrir la boca para contestar, pero de nuevo Santana se adelantó.

—Según su nieta la inspectora... un plasta—rió al decir aquello ganándose una mirada de enfado de Brittany y una radiante sonrisa de las mujeres.

Una vez terminó el vendaje, se levantó y tendió la mano a las mujeres; se presentó:

—Mi nombre es Santana López.

Ellas se miraron: «Qué buena moza para la niña».

Ambas mujeres sabían de los gustos por ambos sexos de Brittany y la apoyaban, mientras encontrara a alguien que la quisiera de verdad.

—Yo soy April Rhodes, vecina de Superwoman—sonrió aquella mientras pensaba:

«¡Qué mujer más guapa!».

—Y yo Sue. Soy la abuela de la imparable inspectora Pierce.

Aquel comentario hizo sonreír a todas menos a Brittany.

—No quisiera ser desagradable—protestó esta—, Pero me está comenzando a cabrear tanto retintín.

Cruzaron una sonrisa de complicidad y las mujeres mayores se interesaron por lo ocurrido.

Les encantó saber que la morena era médico.

Aunque se llevaron las manos a la cabeza cuando se enteraron que Brittany se había quedado dormida con la cafetera en el fuego.

Como era lógico, abuela y nieta comenzaron a discutir.

—Bueno—interrumpió Santana—Yo me voy. Dejo aquí mi tarjeta con mis teléfonos. Por favor, Sue, April, no duden en llamarme para cualquier cosa—luego se dirigió a Brittany que la miraba con el ceño fruncido—Por supuesto, tú también.

—No lo dudes—asintió April como tonta.

—Por supuesto, hija, nunca viene mal un médico en la familia—asintió la mujer ganándose una mirada de reproche de su nieta.

—Esta crema con sulfadiazina de plata al 1% te aliviará la quemazón—dijo clavando sus oscuros ojos en Brittany, que miraba con reproche a su abuela y su vecina—Tómate ahora un ibuprofeno para que te calme el dolor y vete a descansar, lo necesitas.

—Ahora mismito meto a esta cabezona en la cama—suspiró la mujer—Ainsss... alma cántaro, si es que me vas a matar a disgustos—y con picardía dijo—¿Te puedes creer que con lo preciosa que es mi nieta no tiene ni novio ni novia ni nada?

—¡Abuela!—protestó Brittany.

—Será porque ella no quiere—respondió Santana divertida.

—Una mujerona como tú es lo que le conviene a nuestra Britty—asintió la vecina.

—¡April! —gruñó de nuevo Brittany.

«Las voy a matarrrrrrrrrrrr.»

—Buenos claro que sí, una moza como tú es lo que le venía bien a mi chica—prosiguió la mujer sin importarle las protestas de su nieta—Pero claro, seguro que estarás casada o comprometida ¿verdad?

«¡Mi madre! Las mato. Hoy las mato por indiscretas y cotillas», pensó Brittany mientras cerraba los ojos para contener su rabia.

—Ni lo uno ni lo otro—respondió Santana divertida ante los propósitos de ellas.

—Ay... Dios—gritó la abuela tapándose la boca—Entonces... ¿Eres gay?

—Oy... oy... oy...—susurró la vecina moviendo la cabeza—Con el porte que tú tienes, sería una alegría, criatura.

Brittany ya no podía seguir oyéndolas y gritó:

—¡Abuela, April!... por Dios, ¿quieren cerrar el pico?

Muerto de risa, Santana respondió como pudo:

—Estoy divorciada. Y sí, me gustan las mujeres, soy gay.

—Uisss... ¡Qué bien!—exclamó April ante la incredulidad de Brittany.

—Pero ¿qué me dices?—Sue miró a su nieta, que estaba roja como un tomate, y añadió—Buenos cuando quieras, llama a mi nieta e invítala a cenar. Es monísima.

—Y muy simpática—apuntó April.

—¡Se acabó!—gritó Brittany descompuesta—Ustedes dos: ¡A callar!

Eran unas alcahuetas y no estaba dispuesta a entrar en su juego.

—Señorita López, gracias por todo—se despidió Brittany empujándole fuera de su casa.

—Hasta pronto, doctora—sonrió April.

—Adiós, hermosa—dijo Sue mientras ellas salían—Ha sido un placer conocerte. Ya sabes dónde estamos.



Cuando llegaron al portal, Brittany se volvió roja de rabia hacia Santana, que callada había bajado tras ella.

—Muchas gracias—asintió Brittany—, Y por favor disculpe a mi abuela y a April, pero ellas...

—No se preocupe, son encantadoras. No pasa nada.

Ambas se quedaron unos segundos en silencio, luego Brittany abrió la puerta de calle y Santana salió.

—Señorita Pierce—dijo dándose la vuelta—, No dude en llamarme para cualquier cosa, ¿vale?

Brittany asintió.

Al ver que Brittany sonreía, dijo:

—¿Tengo que seguir hablándole de usted o puedo llamarte Britt?

Eso la hizo sonreír.

Aquella morena era muy agradable, y guapa, demasiado guapa.

—Vale. Puedes llamarme Britt.

Con una sonrisa que a esta le cortó en sentido común, Santana preguntó:

—Oye, Britt, no sé cómo decir esto, pero ¿te apetecería cenar conmigo?

Al escuchar aquello Brittany se tensó.

No quería líos, y menos con ricachonas guapas.

Iba a responder cuando por el telefonillo del portero automático se oyó:

«Como esta nieta mía diga que no a semejante morena es tonta, pero tonta de remate».

Ambas se miraron y no pudieron evitar reír.

—Te llamo, ¿vale?—insistió Santana.

Aunque muerta de vergüenza, Brittany asintió y mientras le veía alejarse, se acercó al telefonillo y dijo:

—Ustedes dos me las van a pagar en cuanto suba. ¡Alcahuetas!

Luego cerró la puerta del portal y con una sonrisa, se dirigió hacia su casa.

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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D