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[Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Jajajaja britt no deberia contar un cuento nunca mas.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Esta linda niña va a terminar por unirlas definitivamente!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
bueno como familia lo llevan bien va cuando no abren la boca jajaj
que onda con san y su bipolaridad??'
nos vemos!!
Hola lu, jajajajaaj jaajajaj xD la vrdd esk si xD Mmm nose ¬¬ lo cual no me simpatiza ¬¬ Saludos =D
Isabella28 escribió:Jajajaja britt no deberia contar un cuento nunca mas.
Hola, jajaajajaj xD ajajajajajaja esk era el q se sabia y no vio otra cosa xD ajajajajaj xD Saludos =D
micky morales escribió:Esta linda niña va a terminar por unirlas definitivamente!!!!!
Hola, espero y tengas toda, pero toda la razón la vrdd jaajajaj asik dilo todo el rato para q pase xD Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 23
Capitulo 23
La Chica Adicta A Los Froot Loops…
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Me aburro.
¿Qué haces? ¿Sabes que los hombres utilizan una media de 15.000 palabras al día y las mujeres 30.000? Acabo de leerlo.
Santana López (profundamente aburrida)
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Charlatana.
¿En serio? Creo que la media femenina aumentaría si te dejasen participar en las encuestas. Yo estoy viendo un capítulo. De la telenovela, sí. No te burles.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Tengo el don de la palabra.
No me burlo, solo me río. No es lo mismo. O sí.
¿Y qué está ocurriendo? ¿Ya ha descubierto que Isabel es la mala malísima?
Santana López (muerta de intriga)
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Te resumo.
Claro, pero está observando todo lo que ocurre antes de actuar. Es un tío muy precavido, no le gusta precipitarse. Andrés sigue haciendo de las suyas y él se está enamorando de Valeria, la prima de Isabel. Tampoco traman nada bueno Nina y Rebeca, pero la relación con su hija Ángela va viento en popa. ¿Sabes…? A pesar de esa constante música de tensión hay más de ciento cincuenta episodios, tampoco pasan grandes cosas todo el tiempo, pero engancha.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Culpa mía por preguntar.
El infierno debe de ser así, ¿no? Un lugar lleno de televisores enormes de plasma en los que solo retrasmiten episodios de telenovelas con títulos porno. Y da igual las veces que toques los botones del mando a distancia, no puedes cambiar de canal ni apagarlo. Tampoco puedes suicidarte. Un gran drama.
Santana López (que espera no ir al infierno)
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ¡Mentirosa!
¡Los títulos no son porno!
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Hagamos la prueba.
Vale, dime alguna otra telenovela.
Santana López (buscadora de la verdad)
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Títulos.
«Pasión de Gavilanes»¸ por ejemplo, esa me gustó mucho. O «Yo soy Betty, la fea», porque es imposible no sentir empatía por esa protagonista. «El zorro, la espada y la rosa». Y una de mis preferidas: «Gata salvaje».
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Esto es mejor que el sexo telefónico.
Joder, cariño, me lo has puesto muy fácil.
«Pasión de Gavilanes» la conozco por culpa de Rachel; veamos, tres hermanos que terminan montándoselo con tres hermanas en plan orgía familiar, ¿hace falta que añada algo más? «Yo soy Betty, la fea», típica película porno de bajo presupuesto, empieza con ella siendo una estudiante modélica con aparato y termina con él tirándosela encima del escritorio. «El zorro, la espada y la rosa», creo que es demasiado evidente, pero me da que la rosa termina tocando la espada de cierto zorro, ¿lo pillas?
Y en cuanto a «Gata salvaje», ¿en serio? Creo que podría ponerme a ronronear si quisieses representar para mí ese título en privado.
Santana López (muy imaginativa)
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Maldita pervertida...
No sé cómo puedes tener una mente tan sucia.
¿Y qué me dices de «La mujer en el espejo»?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Espejito, espejito...
¿De verdad quieres que lo diga? Se la tira delante de un espejo. Es la fantasía de cualquier tío…y no podemos decir que a nosotras no nos parece interesante.
Santana López (cogiendo ideas)
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Sorpréndeme.
Que seas adicta a los Froot Loops hace que tus burlas ya no tengan el mismo arranque. Es como si hubieses perdido chispa. A ver, déjame con la boca abierta, cuéntame tú algo interesante.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Mataría por una caja de Froot Loops.
¿Sabías que el vuelo más largo que se ha registrado de un pollo duró trece segundos?
PD: ¿Qué tienes en contra de esos cereales?
Santana López (adicta a los Froot Loops)
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Rarezas.
Bueno, dejando a un lado que llevan tanto azúcar que me sorprende que sigas viva después de comerte medio kilo cada mañana, sencillamente no te pega nada. Es como ver a Drácula devorando ositos de gominola o algo así. Pensaba que te iría más otro tipo de desayuno y hasta me resultaba raro pensar en verte añadirle mermelada a las tostadas, con eso te lo digo todo.
PD: Gracias por el dato del pollo, ahora puedo por fin dormir tranquila.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Adoro la mermelada.
Tienes una mente jodidamente retorcida que me encanta.
PD: A mí también me emocionó saber lo del pollo.
Buenas noches. Recuerda lo del miércoles.
Santana López (chica dulce)
********************************************************************************************************************************
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Jajajajaj todas esas telenovelas la vi :-D
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
jajajajajajajaja la explicacion de Santana de las novelas es tannnn...... en fin, ahora estan en plan de follaamigas, a ver como siguen las adictas a las telenovelas!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
Joder que soy igual a san asoció casi todo al "lado oscuro" jajajaja vi todas esas.novelas (mexicanas,colombianas y adaptadas usa) y asi quede!!!! >.<
Muy fluida la amistad.... Mucho muy para alguien que es un follón de acá para allá!!
Nos vemos!!!
Joder que soy igual a san asoció casi todo al "lado oscuro" jajajaja vi todas esas.novelas (mexicanas,colombianas y adaptadas usa) y asi quede!!!! >.<
Muy fluida la amistad.... Mucho muy para alguien que es un follón de acá para allá!!
Nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Isabella28 escribió:Jajajajaj todas esas telenovelas la vi :-D
Hola, si¿? yo tmbn!...bueno casí xq betty la fea no...aunk la estan dando ahora y tampoco la he visto xD Cuenta si la vi, pero en versión mexicana¿? jajajajaj. La que mas me gusta es pasión de gavilanes, la cual tmbn la estan dando ahora...y no me la pierdo ajajajaj. Y la tuya¿? Saludos =D
micky morales escribió:jajajajajajajaja la explicacion de Santana de las novelas es tannnn...... en fin, ahora estan en plan de follaamigas, a ver como siguen las adictas a las telenovelas!!!!!
Hola, ajajajajaj xD jajajajajajaja nose de donde saca esas ideas xD Si...y espero q las lleve a mas...al menos a cierta morena, cabeza dura. AJjaajaj la q no le gustaban xD Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
Joder que soy igual a san asoció casi todo al "lado oscuro" jajajaja vi todas esas.novelas (mexicanas,colombianas y adaptadas usa) y asi quede!!!! >.<
Muy fluida la amistad.... Mucho muy para alguien que es un follón de acá para allá!!
Nos vemos!!!
Hola lu, ajajajajajaj xD jajajajaajaaj nose de donde sacan esas ideas entonces xD JAjaajajajaj yo tmbn, menos betty la feas, pero si en versión mexicana xD Y como dije, la q mas me gusto es pasión de gavilanes xD y a ti¿? Lo cual es bueno, no¿? Mejor aun, no¿? jajajaj quizás y la hace abrir los ojos y el corazón xD Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 24
Capitulo 24
Asunto: No Dejo De Pensar En Ti…
Nunca imaginé que los beneficios del sexo fuesen tan palpables en el día a día.
Es decir, el lunes, cuando entré en la oficina, no apreté los dientes al ver a las chicas de recepción perdiendo el tiempo hablando del último pintalabios de Chanel que habían probado, tampoco me entró un sarpullido cuando todos mis compañeros se largaron con quince minutos de antelación a almorzar y horas más tarde, cuando Sue me echó la bronca en su despacho por estar siendo demasiado «conformista», apenas me importó que estuviese decepcionada, tan solo pensé que era una mujer muy pesada y que no entendía por qué siempre tenía que alzar la voz para hacerse respetar.
—A finales de esta semana te asignaré otro caso.
—¿Qué? ¡Pero si no tengo ni un minuto libre!
—Ya se te ocurrirá algo.
Salí furiosa de su despacho.
Estuve a punto de decirle que, quizá, todo estaría mejor organizado si no se dedicase a contratar siempre a jóvenes recién graduados, a los que les pagaba una miseria, para ocupar puestos que exigían cierta experiencia.
El último informe que una de esas chicas me había enviado parecía hecho por una niña de cinco años y no precisamente porque hubiese usado unos seis bolígrafos de colores diferentes para escribirlo, sino por el desastroso contenido.
Intenté concentrarme durante el resto del día y decidí comer en el despacho para seguir adelantando un poco de trabajo y no tener que llevármelo a casa, porque esa misma tarde había quedado con Hanna para acercarme a los locales que Artie Abrams solía frecuentar.
Y, además, el miércoles había accedido a ir Bryant Park con Santana, su hermana Rachel, Quinn y Beth; algo que, según Marley, era un tremendo error.
—¿Eres consciente del lío en el que te estás metiendo?—me había preguntado la pasada noche durante nuestra llamada semanal de rigor.
—No dramatices, la cosa se lio un poco porque Beth insistió y no fui capaz de negarme. A fin de cuentas, somos amigas—dije, aunque semanas atrás Santana había matizado secamente que «no éramos amigas», pero decidí omitir ese detalle—Y pienso seguir teniendo citas, muchas citas, así que encontraré a mi persona ideal en menos de lo que dura un pestañeo—sonaba tan falso que ni siquiera me enfadé cuando Marley emitió una risita cínica—Pero mientras tanto…
—¿Tan buena es?—preguntó.
—Depende de si consideras que «buena» es «maravillosamente genial» o «quiero morirme entre sus brazos»—las dos nos reímos a la vez y luego no pude evitar suspirar—Es diferente. Quiero decir, que lo que hacemos en la cama está muy bien, pero, además, ella es diferente a lo que pensé en un primer momento. No es tan… capullo. Solo un poco. Un poquitín.
—¡Madre mía! Eres como un mendrugo de pan que se cae dentro de un vaso de agua y se hincha, se reblandece y deja de estar duro y entonces…
—Estás totalmente pirada, Marley. En serio, dile a Kitty que eso de tomarse todos los días una caipiriña mientras ven el atardecer en la playa en plan hippies de los sesenta te está pasando factura.
Estallamos en risas seguidas de un silencio cómodo.
—Ten cuidado, ¿vale?—insistió.
—Lo tendré, no te preocupes.
—Y recuerda lo del regalo de Hanna.
—De acuerdo. Saluda a Kitty de mi parte.
El cumpleaños de Hanna coincidía con la noche de fin de año.
Sí, llegó al mundo el uno de enero como un ángel que aparece para dar la bienvenida a un nuevo año. Así que, teniendo en cuenta que Hanna recibía regalos navideños como un coche (eso ocurrió a los veinticuatro) o un viaje a las Bahamas (cortesía de su mamá al cumplir los veintiséis), Marley y yo teníamos que devanarnos los sesos buscando alguna idea original que pudiese competir con el bolsillo de los señores Marin, aunque, ¿a quién queríamos engañar?, ellos jugaban con demasiada ventaja.
Esa tarde, cuando me reuní con Hanna, intenté tantear el terreno mientras nos dirigíamos al primer local que Sugar Motta me había sugerido.
—¿Te siguen gustando los unicornios?
—¿Y a quién no?—abrió mucho los ojos al mirarme—¡No me digas que a ti no te gustan! Yo me cortaría el dedo meñique a cambio de tener un unicornio.
Reprimí una carcajada.
Hanna era así, soltaba barbaridades sin pensar mucho en lo que estaba diciendo. Aunque con los años había ido cambiando, para mí siempre sería esa eterna adolescente entusiasta, soñadora e impulsiva.
—¿Qué tal va el negocio?
—Más o menos, espero empezar a cubrir gastos dentro de unos meses. Y sigo esperando que me llame esa clienta que estaba interesada en la boda campestre. ¿Te imaginas? ¡Lo veo todo claro en mi cabeza!—exclamó emocionada—¡Vestidos color champagne, ramos con florecitas silvestres, mesas de madera y guirnaldas colgando de las copas de los arboles…! Creo que podría hacer un gran trabajo, lo único que necesito es que me dé la oportunidad.
—Por lo que me contaste, parecía estar casi convencida.
—Eso espero—paramos de caminar frente a un semáforo y Hanna se apartó los mechones rubios del rostro cuando una ráfaga de aire sacudió su perfecta melena—¿Todo sigue igual con Santana?
—Sí, ¿por qué lo preguntas?
—Simple curiosidad.
La cogí de la muñeca y las pulseras que llevaba tintinearon.
—¿Hay algo que quieras contarme, Hanna? Estas últimas dos semanas estás un poco rara, más distraída de lo normal. El otro día no me devolviste la llamada.
—¡Es culpa del trabajo! Lo siento.
—No te disculpes. Y si necesitas ayuda, sabes que puedes contar con Marley y conmigo.
Parada en medio de aquella transitada calle, Hanna me miró y se sonrojó. Y no sé si fue porque la conocía desde hacía casi una década o porque es una de esas personas que no puede mentirle a la gente que quiere, pero supe que no me estaba contando toda la verdad.
Bajó la cabeza justo antes de que el semáforo se pusiese en verde y empezásemos a movernos al ritmo de los demás peatones.
Sopesé la idea de presionarla un poco más, pero al final decidí dejarlo correr por el momento.
Estaba casi segura de que se trataba de algo relacionado con sus padres; el señor Marin era cruel en lo que se refería al negocio de Hanna y, a pesar de haber accedido a darle un préstamo tras meses de súplica, seguía convencido de que sería mucho mejor para su hija no dedicarse a organizar eventos, sino asistir a ellos como futura heredera de los Marin que era.
Aunque el atardecer ya se ceñía sobre la ciudad de Nueva York, el primer local acababa de abrir cuando llegamos.
La persiana estaba medio bajada y tuvimos que agacharnos para entrar y descubrir al tipo fornido que limpiaba la barra con gesto hosco. El lugar era la típica taberna diminuta de mala muerte y me sorprendió muchísimo que Artie Abrams acudiese asiduamente a un sitio como aquel.
Hanna no estaba acostumbrada a ese tipo de ambientes, algo que explicaba su mirada atemorizada. Me cogió de la manga del suéter y estiró antes de susurrarme al oído.
—Creo que deberíamos irnos de aquí.
—Espera un momento, cielo—pedí.
—¿Qué se les ha perdido?—refunfuñó el hombre.
—Queríamos hacerle unas preguntas sobre Artie Abrams.
—¿Qué ocurre con mi primo?—masculló.
¿Su primo?
¡Eso sí que no me lo esperaba…!
Pero ahora que lo miraba bien, tenían cierto parecido, sí; además, eso explicaba que Artie se dejase caer por aquí de vez en cuando a tomarse un par de copas en busca de un lugar más familiar, lejos de los fans que probablemente lo acosarían a diario.
Dado el parentesco, no iba a poder sobornarlo en plan película de Tarantino (en mi mente, la escena era genial), así que intenté pensar algo rápido y dije lo primero que se me ocurrió:
—Somos… somos… ¡periodistas!—exclamé más alto de lo esperado y luego acompañé esa información con una radiante sonrisa—Hemos oído que Artie Abrams suele venir por aquí y queríamos entrevistarlo a usted brevemente, si no es molestia.
El tipo arrugó el ceño y sus facciones se endurecieron.
—¿Una entrevista? —gruñó.
Hanna se movió incómoda a mi lado.
—Sí, queremos hacerle un reportaje especial recordando sus grandes éxitos y hablando de sus nuevos proyectos, incluido en el que está inmerso ahora mismo en Tailandia—añadí con la esperanza de sonar convincente.
—Sí que estás informada, no sabía que lo de Tailandia se hubiese filtrado a la prensa.
—Oh, bueno, conozco a Artie, no es el primer reportaje que le hago—puntualicé—Pero en esta ocasión quería enfocarlo desde otra perspectiva, mostrar lo que el público piensa de él, darle un toque original.
—No suena mal. De acuerdo, sentaos en esa mesa de ahí, ¿les pongo una birra para beber?—ofreció amablemente.
—¿Tiene soda de frambuesa?—preguntó Hanna y yo la fulminé con la mirada.
—Creo que no, rubia.
—¿Y de cereza?
—¡Hanna!—exclamé.
—Vale, un poco de agua me sentaría genial—mi amiga le sonrió y el aludido asintió con la cabeza y se sentó frente a nosotras tras tendernos las bebidas.
Saqué una libreta pequeña que tenía en el bolso y un bolígrafo. Aunque ya sabía que siendo su primo no sacaría gran cosa, empecé con las preguntas más básicas; su película preferida de todas las que había protagonizado, su opinión sobre su último proyecto y los puntos que pensaba que lo diferenciaban del resto de los actores del estilo.
—Artie es único, auténtico. El mejor.
—Estoy totalmente de acuerdo—contesté—¿Y qué puede decirme de su relación con Sugar Motta?, ¿qué opina de ella?
El tipo dudó, se rascó el mentón pensativo y luego pareció enfadado y noté que Hanna se apartaba un poco hacia atrás en su silla.
—¡Es una fulana! Mi pobre primo—se llevó una mano al pecho—Para nosotros la familia lo es todo, por eso confió en ella y se casó sin pensárselo. Una decisión terrible, sí. Es lo que tiene la fama, nunca sabes quién se acercará a ti por mero interés, pero la familia… la familia es por y para siempre.
—¡Oh, qué bonito!—Hanna aplaudió y yo le di una patada por debajo de la mesa.
—Yo se lo advertí…—siguió—¡Menos mal que le dio una buena tunda a ese jardinero y lo mandó derechito al hospital!—dejó escapar una risotada y después se puso serio—No sacará esto último en la entrevista, ¿no? preguntó alarmado.
—No, no, por supuesto que no—me apresuré a decir antes de fingir que no sabía nada del tema—¿De qué jardinero está hablando?
—Déjelo, me he ido de la lengua.
Y en ese momento supe que la entrevista había terminado.
El hombre se puso en pie con pesadez y nosotras imitamos sus movimientos. Me ofrecí a pagarle la cerveza y el agua de Hanna pero insistió en que invitaba la casa así que, tras despedirnos con un apretón de manos, salimos de ahí.
—¡Qué tensión!—gritó ella emocionada—¡Éramos como Sherlock y Watson!
—¡Por Dios, Hanna! Me has puesto de los nervios, ¿una soda con frambuesa? ¿En serio?
Se encogió de hombros.
—Me apetecía, ¿y ahora adónde vamos?
—Ahora cenaremos juntas por ahí. El otro sitio es el local de striptease en el que conoció a Sugar y quiero acercarme cuando ya esté bastante lleno.
—¡Un local de striptease! ¡Siempre he querido ir a un sitio de esos!
Me reí mientras buscaba mi teléfono móvil en el bolso enorme que llevaba lleno de cosas.
Cuando lo encontré, sin dejar de caminar distraída por la calle junto a Hanna, le escribí un email a Sugar pidiéndole el nombre completo del famoso jardinero y sus datos de contacto.
Después, sintiéndome un poco tonta, pensé en Santana y me decidí a mandarle un mensaje con la excusa de que no habíamos acordado ninguna hora, aunque lo cierto era que tan solo me apetecía escribirle sin más, encender el móvil dentro de unos minutos y ver su nombre en la bandeja de entrada.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Planes.
¿A qué hora quedamos el miércoles?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Miércoles.
¿Sobre las cinco te viene bien? Por cierto, nena, ¿sabes patinar sobre hielo? Porque no tienes que hacerlo si no tienes ni idea. Ya sabes, siempre puedes animarme desde detrás de la valla como un buen y obediente esbirro…
Santana López (terrorífica villana).
Entramos en el primer restaurante que nos pilló de paso.
Hanna pidió una ensalada y yo un pescado a la plancha. Aproveché para contestarle a Santana ya que ella también estaba respondiendo algunos correos.
Sonreí.
A ese punto habíamos llegado.
Al punto de que sus mensajes no me sacaban de quicio, sino que me entretenían.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Los villanos tienen verrugas.
¡Claro que sé patinar! ¿Por quién me tomas? ¡Soy una princesa de hielo!
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: ¿Princesa? No te pega el papel.
¿Quieres que empiece a llamarte «Elsa» en vez de «Brittany»? ¿Acabaremos cantando juntas «Hazme un muñeco de nieve»? No finjas que no sabes de lo que hablo solo para atacar la parte más tierna de mi (dura) autoestima.
PD: Dime un solo villano que tenga verrugas.
Santana López (con la carita como el culo de un bebé).
Hanna dejó su teléfono a un lado.
—¿Con quién hablas?
—Con Santana.
—Te encanta—se rio.
—También me saca de quicio.
—Ya, pero es que a ti te gusta que te saquen de quicio—dejé de teclear al alzar la mirada hacia ella—Eres muy competitiva. Te gustan los retos. No lo digo como algo malo. ¿Recuerdas esa vez que sacaste un cinco con cuatro en un examen de la universidad?
—¡La profesora me tenía manía!—repliqué.
—Decías que la odiabas, pero no dejabas de hablar y hablar sobre ella—soltó una risita—Incluso Marley tuvo que poner esa norma que te prohibía pronunciar su nombre de viernes a domingo. Pero, ¿sabes?, creo que en el fondo adorabas a la profesora Perks.
—¡No es cierto!—gruñí.
—Le regalaste una caja de bombones al graduarte.
—Es que terminé sacando matrícula de honor en su asignatura.
—¿Lo ves? Te gustó tener que esforzarte, que te llevase al límite.
—Qué imaginación tan grande tienes, Hanna—negué con la cabeza mientras ella se reía y guardamos silencio cuando el camarero nos sirvió los dos platos; aproveché el momento para dar un trago de agua y mandarle el mensaje a Santana.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Eres imprevisible.
¿En serio has visto «Frozen»? Me estoy imaginando a Beth poniéndote una mordaza y sentándote frente al televisor para poner las canciones en bucle una y otra vez.
¿Y tú sabes patinar? A ver si vas a terminar haciendo un ridículo espantoso.
PD: Me encanta «Frozen».
Brittany Pierce.
Hanna y yo hablamos de todo y de nada mientras comíamos.
En un momento dado, ella insistió en llamar a Marley para preguntarle si en Halloween, durante el tercer año de universidad, fue cuando las tres nos disfrazamos de langostas sangrientas, dado que yo estaba convencida de que ocurrió durante el último curso.
Y, efectivamente, así fue.
Tenía mi vida estructurada en mi cabeza en orden cronológico, no era fácil ganarme en algo así.
Pedimos el postre sin dejar de cotillear sobre el último ligue de Tina que, al parecer, era un acaudalado hombre de negocios.
Al terminar, tras pagar la cuenta, volví a mirar el móvil.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: ¿Sabes con quién estás hablando?
Cariño, claro que sé patinar. Sé hacer de todo. Jugué durante la universidad en un equipo de hockey durante dos años, ¿en cuántos equipos has jugado tú? ¡Ups! Creo que…, ah, sí, EN NINGUNO.
PD: Lo que imaginas no dista mucho de la realidad. Y hablando de mordazas y ese tipo de cosas, ¿te va el tema? No me importaría tenerte atada al cabezal de mi cama.
Santana López (muy fan de Elsa).
Sonreí, nos pusimos en pie y nos dirigimos hacia el local de striptease.
Tuvimos que coger el metro para llegar hasta ahí, pero no tardamos en encontrarlo. Había un hombre de seguridad en la puerta que tenía pinta de poder tumbar a cuatro tíos de un solo puñetazo.
Nos acercamos.
—Buenas noches—dije—¿Nos deja pasar?
Nos miró sorprendido.
Supongo que no todos los días aparecen dos mujeres con pinta de haberse perdido insistiendo en acceder a un local para ver a un par de tías encaramarse a la barra.
—Hay que pagar entrada.
—No tenía ni idea…—rebusqué en el bolso, pero al abrir la cartera me di cuenta de que no tenía suelto. Me dirigí a Hanna—¿Llevas algo suelto?
—Creo que no…
El segurata se cruzó de brazos y sonrió.
—Un poco más de escote y pasáis gratis.
—¿Perdona?—pregunté.
—O escote o fuera. Van a espantar a la clientela, parecéis dos esposas despechadas; no quiero que mis chicos se asusten. Nos gusta la discreción.
El tipo dirigió sus ojos hacia la blusa que Hanna llevaba abrochada hasta arriba y silbó soez.
En honor a los genes de mi amiga, debo decir que sus tetas son impresionantes.
Apreté los dientes para reprimir las ganas que tenía de darle una patada en la entrepierna. Cogí a Hanna del brazo, pero ella se soltó resuelta y, siguiendo su lógica habitual, soltó lo primero que se le pasó por la cabeza.
—Escucha, tronco—comenzó a decir con su acento pijo que gritaba a los cuatro vientos que vivía en un lujoso departamento en el Upper East Side—, Llevo una pistola en el bolso y estoy muy pirada, así que déjanos pasar o no me hago responsable de mis actos.
El tipo pestañeó confundido.
—¿Te estás quedando conmigo?
—No, yo solo… solo…
Cuando advertí que Hanna empezaba a trabarse, tomé las riendas aun a sabiendas de que iba a ser difícil reconducir la situación. Inspiré hondo, erguí los hombros y puse mi mejor cara de señorita sabihonda.
—Soy una de las abogadas más prestigiosas de la ciudad de Nueva York—mentí—, He estado grabando la conversación desde que pusimos un pie frente a la puerta de este local—añadí enseñándole el móvil con la mano derecha—, Y como no nos dejes entrar ahora mismo pienso denunciarte por acoso sexual y extorsión según el artículo 244 del código penal. Tú eliges; o te apartas, o no solo te veré en los juzgados, sino que mi amiga la pirada montará un buen espectáculo que espantará a tu querida clientela. Está en su derecho, la calle no es de nadie.
—Y puedo bailar una danza africana al grito de «¡infieles, degenerados, me chivaré a vuestras mujeres!»—añadió con una sonrisa en los labios.
El segurata se quedó mudo sin dejar de mirarnos. La nuez de su garganta se movió al tragar saliva y tras echarnos otro vistazo rápido debió decidir que no valía la pena seguir enfrentándose a dos chaladas como nosotras, así que se hizo a un lado y ambas avanzamos hacia el interior del local cogidas del brazo.
El interior era tal y como me había imaginado.
Parecía sacado de una película de bajo presupuesto por lo vulgar que resultaba, que no por los tipos que lo frecuentaban.
Todos parecían tener pasta, llevaban relojes caros adornando sus muñecas y camisas de marca. La decoración era en tonos rojos y grises, bastante recargada, aunque a juego con la sensual música que sonaba de fondo y que los cuerpos de las bailarinas seguían a la perfección.
Como era evidente que llamábamos demasiado la atención entre un público casi enteramente masculino, decidimos sentarnos en una de las mesas del fondo, casi en la penumbra, para poder estudiar el lugar antes de pasar a la acción.
Y sí, puede que hubiese visto demasiadas películas, pero me sentía un poco heroína en medio de aquel ambiente, con ganas de ponerme en pie y gritar: «¡Policía, que nadie se mueva! Quedan todos (o casi todos) detenidos por infieles (como Sam), cualquier cosa que digan podrá ser utilizada en su contra y blablablá».
Y al salir, la inspectora jefe, Sue, me palmearía la espalda y me diría: «buen trabajo, Pierce, buen trabajo, hoy gracias a ti muchas mujeres descubrirán la verdad».
Sacudí la cabeza al escuchar una voz:
—¿Qué van a tomar?—preguntó una camarera que iba disfrazada de estudiante cachonda; nos miró con curiosidad e hizo un globo con su chicle de fresa. Sonrió, como si de pronto cayese en algo—. ¿Pareja de lesbianas buscando nuevas emociones? ¡Han elegido el sitio perfecto! Kelly acepta encargos de ese tipo, ¡no soporta los penes!
Hanna estuvo a punto de abrir la boca para sacarla de su error, pero me adelanté antes de que pudiese hacerlo.
—Sí, eso es. Quizá luego preguntemos por ella. Por el momento, tomaré una Coca-Cola light.
—¿Tienen soda de frambuesa?
—¡Por Dios, Hanna!—me quejé.
—Sí que tenemos—aseguró la chica, apuntó el pedido y se alejó de nuestra mesa contoneándose y dejando poco a la imaginación con esa falda minúscula que vestía.
Uno de los clientes que estaba en otra mesa le dio un cachete en el trasero cuando pasó por su lado, ella rio coqueta y él le metió un billete en el escote.
Iba a ser una noche muy larga.
Hanna y yo pasamos el rato observando el ambiente y dando pequeños sorbitos a nuestros refrescos.
Llevaba quince minutos sentada cuando me decidí a levantarme para hacer algo útil, aunque lo cierto es que no sabía ni cómo empezar. Hanna estaba mandándole un mensaje a alguien y tenía una sonrisa bobalicona en el rostro, así que la dejé a lo suyo, a cambio de que vigilase nuestros bolsos, y me dirigí sola hacia la zona de la barra.
Decidí probar suerte con una chica menuda de cabello pelirrojo que parecía un duendecillo. Cuando le hablé de Sugar Motta, me dijo que el nombre le sonaba pero que no había trabajado con ella porque apenas llevaba unos meses en aquel puesto, pero llamó a otra compañera que sí reaccionó al oír el nombre.
—Ah, Sugar. Una chica lista—dijo la morena y a mí me dejó a cuadros, porque Sugar podría ser muchas cosas, pero lista, lista, como que no—Hace tiempo que no trabaja aquí. Cuando se marchó, dijo que vendría a visitarnos de vez en cuando, pero no volvimos a saber nada de ella. Incluso se cambió el número de teléfono y la vimos en algunas revistas de prensa rosa con aires de digna y bolsos de diseño.
—Por lo que veo se conocían bastante…
—Podría decirse que fuimos amigas. Y por cierto, ¿quién eres tú?—preguntó de pronto con cierta desconfianza tras apartarse el cabello lacio de los hombros y dejar más a la vista la forma en uve de su escote.
Decidí apostarlo todo a una carta.
—Tengo algunos asuntos pendientes con Sugar. Digamos que le presté un dinero que no me devolvió—mentí—, Así que estaba intentando averiguar si a alguien más le había ocurrido algo parecido con ella, porque estoy pensando en demandarla.
Hubo un momento de tensión antes de que la chica sonriese abiertamente mostrándome el último blanqueamiento mental que probablemente su jefe o algún cliente le habría costeado.
Se inclinó en la barra.
—No deberías haberte fiado de ella. Esa chica estaría dispuesta a vender a toda su familia a cambio de un par de dólares. Entre tú y yo, el día que Artie Abrams apareció por aquí se volvió loco por mí y quiso que pasásemos a uno de los reservados—bajó la voz aún más—, Pero cuando estaba a punto de dirigirme ahí con él, Sugar apareció, fingió que tropezaba conmigo y me tiró encima la copa que llevaba en la mano. Me excusé un momento para ir al servicio y cuando volví, ¡sorpresa!, Sugar había entrado en el reservado con Artie. Al salir, el muy idiota la miraba embobado como si nunca hubiese visto a una tía. ¡Qué pardillo!—bufó.
—¡Eso es terrible…!
—Lo sé, pero, en fin, tuvo lo que se merecía.
—¿A qué te refieres?
Me dirigió una mirada que parecía decir, «¡es obvio, piensa un poco!», pero la verdad es que no fui capaz de adivinarlo, así que volví a preguntárselo sin rodeos.
—¡No consiguió mantenerlo atado ni un par de meses! ¿No te parece triste? Yo hubiese logrado dejar satisfecho a mi hombre—aclaró resuelta—Ni te imaginas lo mucho que disfruté cuando me lo tiré hace un par de meses y conseguí que me regalara esta pulsera—alargó la mano hacia mí—, Es bonita, ¿verdad? Fue como una venganza doble, a él le aseguré que no volvería a catar este cuerpazo después de llevarme el regalo y además hice que a ella le creciesen aún más los cuernos.
—¿Aún más? —pregunté sin salir de mi asombro.
—¡Claro! Artie Abrams volvió a frecuentar este local dos meses después de su boda. Y como ya te imaginarás, lo de dormir solo no le va—concluyó.
Seguía en shock mientras caminaba de nuevo hacia la mesa en la que había dejado a Hanna. De pronto, todo había dado un giro de ciento ochenta grados; es decir, que el tipo que había pasado a ser la víctima, ahora era igual que Sugar o incluso peor.
Sentí un hormigueo en la punta de los dedos y me sentí triunfal, enorme, plena, pero me embargó una cierta desazón al acordarme de Santana.
Demonios.
¿Por qué teníamos que seguir las dos metidas en el caso?
A veces se me iba un poco la cabeza y llegaba a pensar en la posibilidad de pedirle a Sue que buscase a alguien para sustituirme, pero, en primer lugar, Santana se merendaría con patatas a cualquiera de esos becarios que se paseaban por la oficina y, en segundo lugar, mi orgullo estaba en juego.
—¿Qué tal ha ido todo?—preguntó Hanna.
—Sorprendentemente bien.
—¡Genial! ¡Choca esos cinco, Watson!
—Hanna, estamos en un local de striptease—siseé, pero luego terminé sonriendo como una tonta—Y en todo caso, tú serías Watson.
Nos pusimos en pie y avanzamos entre las mesas directas hacia la puerta de salida.
Un tipo que estaba apoyado en la barra y parecía estar familiarizado con el local, le guiñó un ojo a mi amiga y, toda inocencia, ella le sonrió.
—¿Buscas trabajo, muñeca?
—No, acabo de abrir un negocio.
—A mí me encantaría negociar contigo…
—¿Necesitas organizar algún evento?
Parecía imposible que Hanna no captase la indirecta, pero así era ella. Puse los ojos en blanco y suspiré hondo al tiempo que volvía sobre mis pasos para no dejarla atrás.
—Hanna, por dios, el único evento que podría interesarle a este hombre es una orgía—repliqué antes de cogerla de la mano y tirar de ella mientras el tipo se reía a nuestra espalda.
¡Qué capullo!
Uno más.
Media hora después estaba en mi departamento, agotada tras la búsqueda de información, pero satisfecha con el resultado.
Había sido fácil tirar de algunos hilos, principalmente porque a la prensa rosa les interesaba cualquier tontería; de algo como «le pegó un puñetazo a su jardinero» seguro que podrían sacar un titular del estilo «casi dejó en coma a su jardinero».
Y por eso todo me resultaba útil.
Me di una ducha rápida, me puse el pijama y busqué el móvil en el bolso antes de meterme bajo el edredón y acurrucarme. Hacía frío y habían anunciado nevadas para las próximas semanas.
Sonreí al ver que tenía otro mensaje de Santana.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: ¿Demasiado para ti?
¿Te has enfadado por lo de atarte al cabezal de la cama?
Santana López (dubitativa).
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Estaba haciendo los deberes.
He estado ocupada. Aunque sé que te sigue sorprendiendo, a veces hago cosas.
Cosas imprevisibles (va en serio). Tengo una vida (muy plena) y, en ocasiones, olvido mirar el móvil (cuando estoy entretenida).
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Curiosidad.
¿Has tenido una de tus citas?
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: La curiosidad mató al gato.
Puede que sí o puede que no…
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Malévola.
Uhm, si sigues siendo tan mala voy a tener que ir ahora mismo a tu casa y atarte de verdad al cabecero de la cama, ¿es eso lo que quieres, nena?
Santana López (con ganas...)
Tragué saliva.
No entraba en mis planes, pero tampoco me negaría, claro. Pensé en seguir con el juego un poco más, pero terminé diciéndole la verdad:
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Solo porque me gustan los gatos…
No he tenido ninguna cita, he ido con Hanna a un par de sitios y hemos cenado juntas. Estoy agotada, ¿qué tal tú?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: No se lo cuentes a tu nutricionista.
Llevo toda la noche trabajando en casa y he vuelto a cenar Froot Loops. Beth se ha quedado dormida en el sofá y creo que terminaré pidiendo una pizza en cuanto Quinn venga a recogerla.
Santana López (también cansada).
Suspiré hondo y noté que el corazón me latía atropellado en el pecho mientras tecleaba.
Me hundí más bajo el edredón y dudé, con el pulgar sobre la tecla de enviar, pero finalmente, mientras aguantaba la respiración, terminé apretando el botón.
¿Qué me estaba pasando?
Lancé el teléfono a los pies de la cama y escondí la cabeza entre las rodillas.
Dios.
¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?
¿Existía la opción de eliminar un mensaje antes de que llegase a su destinatario?
Porque ese mensaje… ese mensaje no era propio de mí.
No era mío.
No.
Eso.
Fingiría que Lord Tubbington se había sentado encima del móvil, y entre el corrector y su trasero peludo, una cosa llevó a la otra, y entonces… entonces… estaba jodida.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: No dejo de pensar en ti.
En lo que hacemos cuando estamos juntas. En tus manos tocándome. En lo bien que hueles...
Brittany Pierce.
No hubo respuesta.
Cinco minutos.
No hubo respuesta.
Diez minutos.
No hubo respuesta.
Quince minutos.
Valoré la posibilidad de cortarme las venas.
Diecisiete minutos.
O de comprar un billete de ida al Caribe y esconderme detrás una roca y vivir a base de cangrejos y algas y no volver nunca jamás.
Diecinueve minutos.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Yo tampoco dejo de hacerlo.
Buenas noches, nena.
Santana López.
¿Qué?
¿QUÉ SIGNIFICABA ESO?
Que ella tampoco dejaba de pensar en mí, ¿no?
¿O estaba perdiendo cualquier resquicio de eso llamado «comprensión lectora»?
Tomé varias respiraciones profundas en un vano intento por tranquilizarme.
«¿Debería preocuparme por un mensajito de nada?», me pregunté, ¡joder, ¡pues claro que debía preocuparme a nivel de alerta máxima, terremoto inminente!
¿Qué mierda había sido eso?
«En tus manos tocándome» podía tener un pase, pero «en lo bien que hueles» era de chalada total y me había salido así, solo, como si mis dedos no le hiciesen ni puto caso a las órdenes que gritaba mi cerebro.
Cerré los ojos.
Puede que Marley tuviese razón.
Puede que la situación se me estuviese escapando un poco.
Me levanté de la cama, fui al comedor a por mi ordenador y volví a meterme bajo las sábanas. Busqué la página de citas y gruñí por lo bajo al poner la contraseña «BuscoMaridoOEsposaDesesperadamente».
Tenía varias solicitudes, pero las eliminé todas.
Basándome en mis tres primeros encuentros, estaba claro que tenía que tomar medidas en el asunto.
Eso era.
Empezaría desde cero.
Abrí el formulario de preguntas y la sonrisa insolente de Santana acudió a mi mente antes de que empezase a teclear.
«¿Qué buscas en una persona?»
Alguien que tenga las cosas claras, divertida, imprevisible y que quiera conocerme bien y se muestre tal y como es. Que sea sincera, inteligente y que esté dispuesta a arriesgar y hacer locuras por amor. Aviso: no busco amigos, gracias.
Es decir, el lunes, cuando entré en la oficina, no apreté los dientes al ver a las chicas de recepción perdiendo el tiempo hablando del último pintalabios de Chanel que habían probado, tampoco me entró un sarpullido cuando todos mis compañeros se largaron con quince minutos de antelación a almorzar y horas más tarde, cuando Sue me echó la bronca en su despacho por estar siendo demasiado «conformista», apenas me importó que estuviese decepcionada, tan solo pensé que era una mujer muy pesada y que no entendía por qué siempre tenía que alzar la voz para hacerse respetar.
—A finales de esta semana te asignaré otro caso.
—¿Qué? ¡Pero si no tengo ni un minuto libre!
—Ya se te ocurrirá algo.
Salí furiosa de su despacho.
Estuve a punto de decirle que, quizá, todo estaría mejor organizado si no se dedicase a contratar siempre a jóvenes recién graduados, a los que les pagaba una miseria, para ocupar puestos que exigían cierta experiencia.
El último informe que una de esas chicas me había enviado parecía hecho por una niña de cinco años y no precisamente porque hubiese usado unos seis bolígrafos de colores diferentes para escribirlo, sino por el desastroso contenido.
Intenté concentrarme durante el resto del día y decidí comer en el despacho para seguir adelantando un poco de trabajo y no tener que llevármelo a casa, porque esa misma tarde había quedado con Hanna para acercarme a los locales que Artie Abrams solía frecuentar.
Y, además, el miércoles había accedido a ir Bryant Park con Santana, su hermana Rachel, Quinn y Beth; algo que, según Marley, era un tremendo error.
—¿Eres consciente del lío en el que te estás metiendo?—me había preguntado la pasada noche durante nuestra llamada semanal de rigor.
—No dramatices, la cosa se lio un poco porque Beth insistió y no fui capaz de negarme. A fin de cuentas, somos amigas—dije, aunque semanas atrás Santana había matizado secamente que «no éramos amigas», pero decidí omitir ese detalle—Y pienso seguir teniendo citas, muchas citas, así que encontraré a mi persona ideal en menos de lo que dura un pestañeo—sonaba tan falso que ni siquiera me enfadé cuando Marley emitió una risita cínica—Pero mientras tanto…
—¿Tan buena es?—preguntó.
—Depende de si consideras que «buena» es «maravillosamente genial» o «quiero morirme entre sus brazos»—las dos nos reímos a la vez y luego no pude evitar suspirar—Es diferente. Quiero decir, que lo que hacemos en la cama está muy bien, pero, además, ella es diferente a lo que pensé en un primer momento. No es tan… capullo. Solo un poco. Un poquitín.
—¡Madre mía! Eres como un mendrugo de pan que se cae dentro de un vaso de agua y se hincha, se reblandece y deja de estar duro y entonces…
—Estás totalmente pirada, Marley. En serio, dile a Kitty que eso de tomarse todos los días una caipiriña mientras ven el atardecer en la playa en plan hippies de los sesenta te está pasando factura.
Estallamos en risas seguidas de un silencio cómodo.
—Ten cuidado, ¿vale?—insistió.
—Lo tendré, no te preocupes.
—Y recuerda lo del regalo de Hanna.
—De acuerdo. Saluda a Kitty de mi parte.
El cumpleaños de Hanna coincidía con la noche de fin de año.
Sí, llegó al mundo el uno de enero como un ángel que aparece para dar la bienvenida a un nuevo año. Así que, teniendo en cuenta que Hanna recibía regalos navideños como un coche (eso ocurrió a los veinticuatro) o un viaje a las Bahamas (cortesía de su mamá al cumplir los veintiséis), Marley y yo teníamos que devanarnos los sesos buscando alguna idea original que pudiese competir con el bolsillo de los señores Marin, aunque, ¿a quién queríamos engañar?, ellos jugaban con demasiada ventaja.
Esa tarde, cuando me reuní con Hanna, intenté tantear el terreno mientras nos dirigíamos al primer local que Sugar Motta me había sugerido.
—¿Te siguen gustando los unicornios?
—¿Y a quién no?—abrió mucho los ojos al mirarme—¡No me digas que a ti no te gustan! Yo me cortaría el dedo meñique a cambio de tener un unicornio.
Reprimí una carcajada.
Hanna era así, soltaba barbaridades sin pensar mucho en lo que estaba diciendo. Aunque con los años había ido cambiando, para mí siempre sería esa eterna adolescente entusiasta, soñadora e impulsiva.
—¿Qué tal va el negocio?
—Más o menos, espero empezar a cubrir gastos dentro de unos meses. Y sigo esperando que me llame esa clienta que estaba interesada en la boda campestre. ¿Te imaginas? ¡Lo veo todo claro en mi cabeza!—exclamó emocionada—¡Vestidos color champagne, ramos con florecitas silvestres, mesas de madera y guirnaldas colgando de las copas de los arboles…! Creo que podría hacer un gran trabajo, lo único que necesito es que me dé la oportunidad.
—Por lo que me contaste, parecía estar casi convencida.
—Eso espero—paramos de caminar frente a un semáforo y Hanna se apartó los mechones rubios del rostro cuando una ráfaga de aire sacudió su perfecta melena—¿Todo sigue igual con Santana?
—Sí, ¿por qué lo preguntas?
—Simple curiosidad.
La cogí de la muñeca y las pulseras que llevaba tintinearon.
—¿Hay algo que quieras contarme, Hanna? Estas últimas dos semanas estás un poco rara, más distraída de lo normal. El otro día no me devolviste la llamada.
—¡Es culpa del trabajo! Lo siento.
—No te disculpes. Y si necesitas ayuda, sabes que puedes contar con Marley y conmigo.
Parada en medio de aquella transitada calle, Hanna me miró y se sonrojó. Y no sé si fue porque la conocía desde hacía casi una década o porque es una de esas personas que no puede mentirle a la gente que quiere, pero supe que no me estaba contando toda la verdad.
Bajó la cabeza justo antes de que el semáforo se pusiese en verde y empezásemos a movernos al ritmo de los demás peatones.
Sopesé la idea de presionarla un poco más, pero al final decidí dejarlo correr por el momento.
Estaba casi segura de que se trataba de algo relacionado con sus padres; el señor Marin era cruel en lo que se refería al negocio de Hanna y, a pesar de haber accedido a darle un préstamo tras meses de súplica, seguía convencido de que sería mucho mejor para su hija no dedicarse a organizar eventos, sino asistir a ellos como futura heredera de los Marin que era.
Aunque el atardecer ya se ceñía sobre la ciudad de Nueva York, el primer local acababa de abrir cuando llegamos.
La persiana estaba medio bajada y tuvimos que agacharnos para entrar y descubrir al tipo fornido que limpiaba la barra con gesto hosco. El lugar era la típica taberna diminuta de mala muerte y me sorprendió muchísimo que Artie Abrams acudiese asiduamente a un sitio como aquel.
Hanna no estaba acostumbrada a ese tipo de ambientes, algo que explicaba su mirada atemorizada. Me cogió de la manga del suéter y estiró antes de susurrarme al oído.
—Creo que deberíamos irnos de aquí.
—Espera un momento, cielo—pedí.
—¿Qué se les ha perdido?—refunfuñó el hombre.
—Queríamos hacerle unas preguntas sobre Artie Abrams.
—¿Qué ocurre con mi primo?—masculló.
¿Su primo?
¡Eso sí que no me lo esperaba…!
Pero ahora que lo miraba bien, tenían cierto parecido, sí; además, eso explicaba que Artie se dejase caer por aquí de vez en cuando a tomarse un par de copas en busca de un lugar más familiar, lejos de los fans que probablemente lo acosarían a diario.
Dado el parentesco, no iba a poder sobornarlo en plan película de Tarantino (en mi mente, la escena era genial), así que intenté pensar algo rápido y dije lo primero que se me ocurrió:
—Somos… somos… ¡periodistas!—exclamé más alto de lo esperado y luego acompañé esa información con una radiante sonrisa—Hemos oído que Artie Abrams suele venir por aquí y queríamos entrevistarlo a usted brevemente, si no es molestia.
El tipo arrugó el ceño y sus facciones se endurecieron.
—¿Una entrevista? —gruñó.
Hanna se movió incómoda a mi lado.
—Sí, queremos hacerle un reportaje especial recordando sus grandes éxitos y hablando de sus nuevos proyectos, incluido en el que está inmerso ahora mismo en Tailandia—añadí con la esperanza de sonar convincente.
—Sí que estás informada, no sabía que lo de Tailandia se hubiese filtrado a la prensa.
—Oh, bueno, conozco a Artie, no es el primer reportaje que le hago—puntualicé—Pero en esta ocasión quería enfocarlo desde otra perspectiva, mostrar lo que el público piensa de él, darle un toque original.
—No suena mal. De acuerdo, sentaos en esa mesa de ahí, ¿les pongo una birra para beber?—ofreció amablemente.
—¿Tiene soda de frambuesa?—preguntó Hanna y yo la fulminé con la mirada.
—Creo que no, rubia.
—¿Y de cereza?
—¡Hanna!—exclamé.
—Vale, un poco de agua me sentaría genial—mi amiga le sonrió y el aludido asintió con la cabeza y se sentó frente a nosotras tras tendernos las bebidas.
Saqué una libreta pequeña que tenía en el bolso y un bolígrafo. Aunque ya sabía que siendo su primo no sacaría gran cosa, empecé con las preguntas más básicas; su película preferida de todas las que había protagonizado, su opinión sobre su último proyecto y los puntos que pensaba que lo diferenciaban del resto de los actores del estilo.
—Artie es único, auténtico. El mejor.
—Estoy totalmente de acuerdo—contesté—¿Y qué puede decirme de su relación con Sugar Motta?, ¿qué opina de ella?
El tipo dudó, se rascó el mentón pensativo y luego pareció enfadado y noté que Hanna se apartaba un poco hacia atrás en su silla.
—¡Es una fulana! Mi pobre primo—se llevó una mano al pecho—Para nosotros la familia lo es todo, por eso confió en ella y se casó sin pensárselo. Una decisión terrible, sí. Es lo que tiene la fama, nunca sabes quién se acercará a ti por mero interés, pero la familia… la familia es por y para siempre.
—¡Oh, qué bonito!—Hanna aplaudió y yo le di una patada por debajo de la mesa.
—Yo se lo advertí…—siguió—¡Menos mal que le dio una buena tunda a ese jardinero y lo mandó derechito al hospital!—dejó escapar una risotada y después se puso serio—No sacará esto último en la entrevista, ¿no? preguntó alarmado.
—No, no, por supuesto que no—me apresuré a decir antes de fingir que no sabía nada del tema—¿De qué jardinero está hablando?
—Déjelo, me he ido de la lengua.
Y en ese momento supe que la entrevista había terminado.
El hombre se puso en pie con pesadez y nosotras imitamos sus movimientos. Me ofrecí a pagarle la cerveza y el agua de Hanna pero insistió en que invitaba la casa así que, tras despedirnos con un apretón de manos, salimos de ahí.
—¡Qué tensión!—gritó ella emocionada—¡Éramos como Sherlock y Watson!
—¡Por Dios, Hanna! Me has puesto de los nervios, ¿una soda con frambuesa? ¿En serio?
Se encogió de hombros.
—Me apetecía, ¿y ahora adónde vamos?
—Ahora cenaremos juntas por ahí. El otro sitio es el local de striptease en el que conoció a Sugar y quiero acercarme cuando ya esté bastante lleno.
—¡Un local de striptease! ¡Siempre he querido ir a un sitio de esos!
Me reí mientras buscaba mi teléfono móvil en el bolso enorme que llevaba lleno de cosas.
Cuando lo encontré, sin dejar de caminar distraída por la calle junto a Hanna, le escribí un email a Sugar pidiéndole el nombre completo del famoso jardinero y sus datos de contacto.
Después, sintiéndome un poco tonta, pensé en Santana y me decidí a mandarle un mensaje con la excusa de que no habíamos acordado ninguna hora, aunque lo cierto era que tan solo me apetecía escribirle sin más, encender el móvil dentro de unos minutos y ver su nombre en la bandeja de entrada.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Planes.
¿A qué hora quedamos el miércoles?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Miércoles.
¿Sobre las cinco te viene bien? Por cierto, nena, ¿sabes patinar sobre hielo? Porque no tienes que hacerlo si no tienes ni idea. Ya sabes, siempre puedes animarme desde detrás de la valla como un buen y obediente esbirro…
Santana López (terrorífica villana).
Entramos en el primer restaurante que nos pilló de paso.
Hanna pidió una ensalada y yo un pescado a la plancha. Aproveché para contestarle a Santana ya que ella también estaba respondiendo algunos correos.
Sonreí.
A ese punto habíamos llegado.
Al punto de que sus mensajes no me sacaban de quicio, sino que me entretenían.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Los villanos tienen verrugas.
¡Claro que sé patinar! ¿Por quién me tomas? ¡Soy una princesa de hielo!
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: ¿Princesa? No te pega el papel.
¿Quieres que empiece a llamarte «Elsa» en vez de «Brittany»? ¿Acabaremos cantando juntas «Hazme un muñeco de nieve»? No finjas que no sabes de lo que hablo solo para atacar la parte más tierna de mi (dura) autoestima.
PD: Dime un solo villano que tenga verrugas.
Santana López (con la carita como el culo de un bebé).
Hanna dejó su teléfono a un lado.
—¿Con quién hablas?
—Con Santana.
—Te encanta—se rio.
—También me saca de quicio.
—Ya, pero es que a ti te gusta que te saquen de quicio—dejé de teclear al alzar la mirada hacia ella—Eres muy competitiva. Te gustan los retos. No lo digo como algo malo. ¿Recuerdas esa vez que sacaste un cinco con cuatro en un examen de la universidad?
—¡La profesora me tenía manía!—repliqué.
—Decías que la odiabas, pero no dejabas de hablar y hablar sobre ella—soltó una risita—Incluso Marley tuvo que poner esa norma que te prohibía pronunciar su nombre de viernes a domingo. Pero, ¿sabes?, creo que en el fondo adorabas a la profesora Perks.
—¡No es cierto!—gruñí.
—Le regalaste una caja de bombones al graduarte.
—Es que terminé sacando matrícula de honor en su asignatura.
—¿Lo ves? Te gustó tener que esforzarte, que te llevase al límite.
—Qué imaginación tan grande tienes, Hanna—negué con la cabeza mientras ella se reía y guardamos silencio cuando el camarero nos sirvió los dos platos; aproveché el momento para dar un trago de agua y mandarle el mensaje a Santana.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Eres imprevisible.
¿En serio has visto «Frozen»? Me estoy imaginando a Beth poniéndote una mordaza y sentándote frente al televisor para poner las canciones en bucle una y otra vez.
¿Y tú sabes patinar? A ver si vas a terminar haciendo un ridículo espantoso.
PD: Me encanta «Frozen».
Brittany Pierce.
Hanna y yo hablamos de todo y de nada mientras comíamos.
En un momento dado, ella insistió en llamar a Marley para preguntarle si en Halloween, durante el tercer año de universidad, fue cuando las tres nos disfrazamos de langostas sangrientas, dado que yo estaba convencida de que ocurrió durante el último curso.
Y, efectivamente, así fue.
Tenía mi vida estructurada en mi cabeza en orden cronológico, no era fácil ganarme en algo así.
Pedimos el postre sin dejar de cotillear sobre el último ligue de Tina que, al parecer, era un acaudalado hombre de negocios.
Al terminar, tras pagar la cuenta, volví a mirar el móvil.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: ¿Sabes con quién estás hablando?
Cariño, claro que sé patinar. Sé hacer de todo. Jugué durante la universidad en un equipo de hockey durante dos años, ¿en cuántos equipos has jugado tú? ¡Ups! Creo que…, ah, sí, EN NINGUNO.
PD: Lo que imaginas no dista mucho de la realidad. Y hablando de mordazas y ese tipo de cosas, ¿te va el tema? No me importaría tenerte atada al cabezal de mi cama.
Santana López (muy fan de Elsa).
Sonreí, nos pusimos en pie y nos dirigimos hacia el local de striptease.
Tuvimos que coger el metro para llegar hasta ahí, pero no tardamos en encontrarlo. Había un hombre de seguridad en la puerta que tenía pinta de poder tumbar a cuatro tíos de un solo puñetazo.
Nos acercamos.
—Buenas noches—dije—¿Nos deja pasar?
Nos miró sorprendido.
Supongo que no todos los días aparecen dos mujeres con pinta de haberse perdido insistiendo en acceder a un local para ver a un par de tías encaramarse a la barra.
—Hay que pagar entrada.
—No tenía ni idea…—rebusqué en el bolso, pero al abrir la cartera me di cuenta de que no tenía suelto. Me dirigí a Hanna—¿Llevas algo suelto?
—Creo que no…
El segurata se cruzó de brazos y sonrió.
—Un poco más de escote y pasáis gratis.
—¿Perdona?—pregunté.
—O escote o fuera. Van a espantar a la clientela, parecéis dos esposas despechadas; no quiero que mis chicos se asusten. Nos gusta la discreción.
El tipo dirigió sus ojos hacia la blusa que Hanna llevaba abrochada hasta arriba y silbó soez.
En honor a los genes de mi amiga, debo decir que sus tetas son impresionantes.
Apreté los dientes para reprimir las ganas que tenía de darle una patada en la entrepierna. Cogí a Hanna del brazo, pero ella se soltó resuelta y, siguiendo su lógica habitual, soltó lo primero que se le pasó por la cabeza.
—Escucha, tronco—comenzó a decir con su acento pijo que gritaba a los cuatro vientos que vivía en un lujoso departamento en el Upper East Side—, Llevo una pistola en el bolso y estoy muy pirada, así que déjanos pasar o no me hago responsable de mis actos.
El tipo pestañeó confundido.
—¿Te estás quedando conmigo?
—No, yo solo… solo…
Cuando advertí que Hanna empezaba a trabarse, tomé las riendas aun a sabiendas de que iba a ser difícil reconducir la situación. Inspiré hondo, erguí los hombros y puse mi mejor cara de señorita sabihonda.
—Soy una de las abogadas más prestigiosas de la ciudad de Nueva York—mentí—, He estado grabando la conversación desde que pusimos un pie frente a la puerta de este local—añadí enseñándole el móvil con la mano derecha—, Y como no nos dejes entrar ahora mismo pienso denunciarte por acoso sexual y extorsión según el artículo 244 del código penal. Tú eliges; o te apartas, o no solo te veré en los juzgados, sino que mi amiga la pirada montará un buen espectáculo que espantará a tu querida clientela. Está en su derecho, la calle no es de nadie.
—Y puedo bailar una danza africana al grito de «¡infieles, degenerados, me chivaré a vuestras mujeres!»—añadió con una sonrisa en los labios.
El segurata se quedó mudo sin dejar de mirarnos. La nuez de su garganta se movió al tragar saliva y tras echarnos otro vistazo rápido debió decidir que no valía la pena seguir enfrentándose a dos chaladas como nosotras, así que se hizo a un lado y ambas avanzamos hacia el interior del local cogidas del brazo.
El interior era tal y como me había imaginado.
Parecía sacado de una película de bajo presupuesto por lo vulgar que resultaba, que no por los tipos que lo frecuentaban.
Todos parecían tener pasta, llevaban relojes caros adornando sus muñecas y camisas de marca. La decoración era en tonos rojos y grises, bastante recargada, aunque a juego con la sensual música que sonaba de fondo y que los cuerpos de las bailarinas seguían a la perfección.
Como era evidente que llamábamos demasiado la atención entre un público casi enteramente masculino, decidimos sentarnos en una de las mesas del fondo, casi en la penumbra, para poder estudiar el lugar antes de pasar a la acción.
Y sí, puede que hubiese visto demasiadas películas, pero me sentía un poco heroína en medio de aquel ambiente, con ganas de ponerme en pie y gritar: «¡Policía, que nadie se mueva! Quedan todos (o casi todos) detenidos por infieles (como Sam), cualquier cosa que digan podrá ser utilizada en su contra y blablablá».
Y al salir, la inspectora jefe, Sue, me palmearía la espalda y me diría: «buen trabajo, Pierce, buen trabajo, hoy gracias a ti muchas mujeres descubrirán la verdad».
Sacudí la cabeza al escuchar una voz:
—¿Qué van a tomar?—preguntó una camarera que iba disfrazada de estudiante cachonda; nos miró con curiosidad e hizo un globo con su chicle de fresa. Sonrió, como si de pronto cayese en algo—. ¿Pareja de lesbianas buscando nuevas emociones? ¡Han elegido el sitio perfecto! Kelly acepta encargos de ese tipo, ¡no soporta los penes!
Hanna estuvo a punto de abrir la boca para sacarla de su error, pero me adelanté antes de que pudiese hacerlo.
—Sí, eso es. Quizá luego preguntemos por ella. Por el momento, tomaré una Coca-Cola light.
—¿Tienen soda de frambuesa?
—¡Por Dios, Hanna!—me quejé.
—Sí que tenemos—aseguró la chica, apuntó el pedido y se alejó de nuestra mesa contoneándose y dejando poco a la imaginación con esa falda minúscula que vestía.
Uno de los clientes que estaba en otra mesa le dio un cachete en el trasero cuando pasó por su lado, ella rio coqueta y él le metió un billete en el escote.
Iba a ser una noche muy larga.
Hanna y yo pasamos el rato observando el ambiente y dando pequeños sorbitos a nuestros refrescos.
Llevaba quince minutos sentada cuando me decidí a levantarme para hacer algo útil, aunque lo cierto es que no sabía ni cómo empezar. Hanna estaba mandándole un mensaje a alguien y tenía una sonrisa bobalicona en el rostro, así que la dejé a lo suyo, a cambio de que vigilase nuestros bolsos, y me dirigí sola hacia la zona de la barra.
Decidí probar suerte con una chica menuda de cabello pelirrojo que parecía un duendecillo. Cuando le hablé de Sugar Motta, me dijo que el nombre le sonaba pero que no había trabajado con ella porque apenas llevaba unos meses en aquel puesto, pero llamó a otra compañera que sí reaccionó al oír el nombre.
—Ah, Sugar. Una chica lista—dijo la morena y a mí me dejó a cuadros, porque Sugar podría ser muchas cosas, pero lista, lista, como que no—Hace tiempo que no trabaja aquí. Cuando se marchó, dijo que vendría a visitarnos de vez en cuando, pero no volvimos a saber nada de ella. Incluso se cambió el número de teléfono y la vimos en algunas revistas de prensa rosa con aires de digna y bolsos de diseño.
—Por lo que veo se conocían bastante…
—Podría decirse que fuimos amigas. Y por cierto, ¿quién eres tú?—preguntó de pronto con cierta desconfianza tras apartarse el cabello lacio de los hombros y dejar más a la vista la forma en uve de su escote.
Decidí apostarlo todo a una carta.
—Tengo algunos asuntos pendientes con Sugar. Digamos que le presté un dinero que no me devolvió—mentí—, Así que estaba intentando averiguar si a alguien más le había ocurrido algo parecido con ella, porque estoy pensando en demandarla.
Hubo un momento de tensión antes de que la chica sonriese abiertamente mostrándome el último blanqueamiento mental que probablemente su jefe o algún cliente le habría costeado.
Se inclinó en la barra.
—No deberías haberte fiado de ella. Esa chica estaría dispuesta a vender a toda su familia a cambio de un par de dólares. Entre tú y yo, el día que Artie Abrams apareció por aquí se volvió loco por mí y quiso que pasásemos a uno de los reservados—bajó la voz aún más—, Pero cuando estaba a punto de dirigirme ahí con él, Sugar apareció, fingió que tropezaba conmigo y me tiró encima la copa que llevaba en la mano. Me excusé un momento para ir al servicio y cuando volví, ¡sorpresa!, Sugar había entrado en el reservado con Artie. Al salir, el muy idiota la miraba embobado como si nunca hubiese visto a una tía. ¡Qué pardillo!—bufó.
—¡Eso es terrible…!
—Lo sé, pero, en fin, tuvo lo que se merecía.
—¿A qué te refieres?
Me dirigió una mirada que parecía decir, «¡es obvio, piensa un poco!», pero la verdad es que no fui capaz de adivinarlo, así que volví a preguntárselo sin rodeos.
—¡No consiguió mantenerlo atado ni un par de meses! ¿No te parece triste? Yo hubiese logrado dejar satisfecho a mi hombre—aclaró resuelta—Ni te imaginas lo mucho que disfruté cuando me lo tiré hace un par de meses y conseguí que me regalara esta pulsera—alargó la mano hacia mí—, Es bonita, ¿verdad? Fue como una venganza doble, a él le aseguré que no volvería a catar este cuerpazo después de llevarme el regalo y además hice que a ella le creciesen aún más los cuernos.
—¿Aún más? —pregunté sin salir de mi asombro.
—¡Claro! Artie Abrams volvió a frecuentar este local dos meses después de su boda. Y como ya te imaginarás, lo de dormir solo no le va—concluyó.
Seguía en shock mientras caminaba de nuevo hacia la mesa en la que había dejado a Hanna. De pronto, todo había dado un giro de ciento ochenta grados; es decir, que el tipo que había pasado a ser la víctima, ahora era igual que Sugar o incluso peor.
Sentí un hormigueo en la punta de los dedos y me sentí triunfal, enorme, plena, pero me embargó una cierta desazón al acordarme de Santana.
Demonios.
¿Por qué teníamos que seguir las dos metidas en el caso?
A veces se me iba un poco la cabeza y llegaba a pensar en la posibilidad de pedirle a Sue que buscase a alguien para sustituirme, pero, en primer lugar, Santana se merendaría con patatas a cualquiera de esos becarios que se paseaban por la oficina y, en segundo lugar, mi orgullo estaba en juego.
—¿Qué tal ha ido todo?—preguntó Hanna.
—Sorprendentemente bien.
—¡Genial! ¡Choca esos cinco, Watson!
—Hanna, estamos en un local de striptease—siseé, pero luego terminé sonriendo como una tonta—Y en todo caso, tú serías Watson.
Nos pusimos en pie y avanzamos entre las mesas directas hacia la puerta de salida.
Un tipo que estaba apoyado en la barra y parecía estar familiarizado con el local, le guiñó un ojo a mi amiga y, toda inocencia, ella le sonrió.
—¿Buscas trabajo, muñeca?
—No, acabo de abrir un negocio.
—A mí me encantaría negociar contigo…
—¿Necesitas organizar algún evento?
Parecía imposible que Hanna no captase la indirecta, pero así era ella. Puse los ojos en blanco y suspiré hondo al tiempo que volvía sobre mis pasos para no dejarla atrás.
—Hanna, por dios, el único evento que podría interesarle a este hombre es una orgía—repliqué antes de cogerla de la mano y tirar de ella mientras el tipo se reía a nuestra espalda.
¡Qué capullo!
Uno más.
Media hora después estaba en mi departamento, agotada tras la búsqueda de información, pero satisfecha con el resultado.
Había sido fácil tirar de algunos hilos, principalmente porque a la prensa rosa les interesaba cualquier tontería; de algo como «le pegó un puñetazo a su jardinero» seguro que podrían sacar un titular del estilo «casi dejó en coma a su jardinero».
Y por eso todo me resultaba útil.
Me di una ducha rápida, me puse el pijama y busqué el móvil en el bolso antes de meterme bajo el edredón y acurrucarme. Hacía frío y habían anunciado nevadas para las próximas semanas.
Sonreí al ver que tenía otro mensaje de Santana.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: ¿Demasiado para ti?
¿Te has enfadado por lo de atarte al cabezal de la cama?
Santana López (dubitativa).
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Estaba haciendo los deberes.
He estado ocupada. Aunque sé que te sigue sorprendiendo, a veces hago cosas.
Cosas imprevisibles (va en serio). Tengo una vida (muy plena) y, en ocasiones, olvido mirar el móvil (cuando estoy entretenida).
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Curiosidad.
¿Has tenido una de tus citas?
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: La curiosidad mató al gato.
Puede que sí o puede que no…
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Malévola.
Uhm, si sigues siendo tan mala voy a tener que ir ahora mismo a tu casa y atarte de verdad al cabecero de la cama, ¿es eso lo que quieres, nena?
Santana López (con ganas...)
Tragué saliva.
No entraba en mis planes, pero tampoco me negaría, claro. Pensé en seguir con el juego un poco más, pero terminé diciéndole la verdad:
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Solo porque me gustan los gatos…
No he tenido ninguna cita, he ido con Hanna a un par de sitios y hemos cenado juntas. Estoy agotada, ¿qué tal tú?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: No se lo cuentes a tu nutricionista.
Llevo toda la noche trabajando en casa y he vuelto a cenar Froot Loops. Beth se ha quedado dormida en el sofá y creo que terminaré pidiendo una pizza en cuanto Quinn venga a recogerla.
Santana López (también cansada).
Suspiré hondo y noté que el corazón me latía atropellado en el pecho mientras tecleaba.
Me hundí más bajo el edredón y dudé, con el pulgar sobre la tecla de enviar, pero finalmente, mientras aguantaba la respiración, terminé apretando el botón.
¿Qué me estaba pasando?
Lancé el teléfono a los pies de la cama y escondí la cabeza entre las rodillas.
Dios.
¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?
¿Existía la opción de eliminar un mensaje antes de que llegase a su destinatario?
Porque ese mensaje… ese mensaje no era propio de mí.
No era mío.
No.
Eso.
Fingiría que Lord Tubbington se había sentado encima del móvil, y entre el corrector y su trasero peludo, una cosa llevó a la otra, y entonces… entonces… estaba jodida.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: No dejo de pensar en ti.
En lo que hacemos cuando estamos juntas. En tus manos tocándome. En lo bien que hueles...
Brittany Pierce.
No hubo respuesta.
Cinco minutos.
No hubo respuesta.
Diez minutos.
No hubo respuesta.
Quince minutos.
Valoré la posibilidad de cortarme las venas.
Diecisiete minutos.
O de comprar un billete de ida al Caribe y esconderme detrás una roca y vivir a base de cangrejos y algas y no volver nunca jamás.
Diecinueve minutos.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Yo tampoco dejo de hacerlo.
Buenas noches, nena.
Santana López.
¿Qué?
¿QUÉ SIGNIFICABA ESO?
Que ella tampoco dejaba de pensar en mí, ¿no?
¿O estaba perdiendo cualquier resquicio de eso llamado «comprensión lectora»?
Tomé varias respiraciones profundas en un vano intento por tranquilizarme.
«¿Debería preocuparme por un mensajito de nada?», me pregunté, ¡joder, ¡pues claro que debía preocuparme a nivel de alerta máxima, terremoto inminente!
¿Qué mierda había sido eso?
«En tus manos tocándome» podía tener un pase, pero «en lo bien que hueles» era de chalada total y me había salido así, solo, como si mis dedos no le hiciesen ni puto caso a las órdenes que gritaba mi cerebro.
Cerré los ojos.
Puede que Marley tuviese razón.
Puede que la situación se me estuviese escapando un poco.
Me levanté de la cama, fui al comedor a por mi ordenador y volví a meterme bajo las sábanas. Busqué la página de citas y gruñí por lo bajo al poner la contraseña «BuscoMaridoOEsposaDesesperadamente».
Tenía varias solicitudes, pero las eliminé todas.
Basándome en mis tres primeros encuentros, estaba claro que tenía que tomar medidas en el asunto.
Eso era.
Empezaría desde cero.
Abrí el formulario de preguntas y la sonrisa insolente de Santana acudió a mi mente antes de que empezase a teclear.
«¿Qué buscas en una persona?»
Alguien que tenga las cosas claras, divertida, imprevisible y que quiera conocerme bien y se muestre tal y como es. Que sea sincera, inteligente y que esté dispuesta a arriesgar y hacer locuras por amor. Aviso: no busco amigos, gracias.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Divertida la travesia de hanna y britt. Santana y britt ya estan enganchadas.
Pd: mi favorita es pasión de gavilanes.
Pd: mi favorita es pasión de gavilanes.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
Por la existencia del mono me cruso con algunos de los personajes de pasion de gavilanes los cago a tiros mi mamá me hizo comprar hasta los cd...
Ya se les fueron de las manos!!! Hace mucho!!
Nos vemos!!!
Por la existencia del mono me cruso con algunos de los personajes de pasion de gavilanes los cago a tiros mi mamá me hizo comprar hasta los cd...
Ya se les fueron de las manos!!! Hace mucho!!
Nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Isabella28 escribió:Divertida la travesia de hanna y britt. Santana y britt ya estan enganchadas.
Pd: mi favorita es pasión de gavilanes.
Hola, jajaajaj o no¿? ajajaja y hanna xD ajajajajajajaj es la mejor XD primero lo de matt y ahora esto xD Ooooh si y espero q una de las dos se de cuenta, xq es mas cabeza dura. Saludos =D
Pd: chocale! jajajajaaj
3:) escribió:Hola morra....
Por la existencia del mono me cruso con algunos de los personajes de pasion de gavilanes los cago a tiros mi mamá me hizo comprar hasta los cd...
Ya se les fueron de las manos!!! Hace mucho!!
Nos vemos!!!
Hola lu, jajaajajajja x Djajajajaajaj amo a tu mamá ajajaj dile q me lo preste o podemos conversar del tema ajajajjaaj, que novela! jajajaaj. Ooooh sii...y como dije arriba, espero q en especial una de las dos acepte lo q siente la vrdd ¬¬ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 25
Capitulo 25
De Palabras No Dichas Y De Otras Que Dicen Demasiado…
Emily se echó a reír al escucharme parlotear a lo loco mientras daba puñetazos a diestro y siniestro sin mucha elegancia.
Tras los dos últimos mensajes que intercambiamos la noche del lunes no habíamos vuelto a hablar y, supuestamente, hoy miércoles era el día que habíamos quedado para ir a patinar.
Según Emily, era una tontería y yo me tomaba las cosas demasiado a pecho, su teoría era que decir «no dejo de pensar en ti» podía significar mil cosas dependiendo del tono, de la actitud o de la perspectiva de cada uno.
Hanna vino a mi casa el martes por la tarde, se comió todas la nueces que encontró en mi despensa (a veces entendía a la señorita Ardilla) y, tras relatarle lo ocurrido, tan solo llegó a la conclusión de que Santana era «muy mona».
Solo a ella se le podría ocurrir algo semejante.
Santana podía ser muchas cosas; una capullo, una canalla, una mujer-aplasta-corazones, una amante del caos e incluso ilegal, sí, pero «mona» no era exactamente el adjetivo que hubiese elegido para describirla, ni mucho menos cuando sonreía de esa manera tan… tan… excitante.
Ajá, eso era.
Sabía cómo hacerlo.
Santana tenía el don de conseguir mostrar una faceta diferente según lo que quisiese lograr; en una realidad paralela, podría haber llegado a desesperar y enfadar al mismísimo Gandhi, pero también tenía sus trucos para resultar encantadora cuando le convenía.
Y eso mismo era lo que le preocupaba a Marley que, como siempre, había lanzado al aire su opinión, asegurando que me estaba ablandando por su cara bonita y tres pestañeos tontos.
Y lo peor de todo es que empezaba a tener un poco de razón.
—¿Estás enamorada?—preguntó Emily ceñuda.
—¿Enamorada?, ¿ENAMORADA?—me reí como una loca y luego le di un par de puñetazos al saco que ella sujetaba—¡Por Dios, Emily, no digas tonterías! Para enamorarme primero tendría que encontrar a una persona decente, valiente, de esas que están dispuestas a comprometerse. Pero, ¡oh, problema!, ¡están en peligro de extinción! ¡No existen! Son como Santa Claus o los unicornios.
—Estás enfadada…—tanteó ella con una media sonrisa que se esfumó de inmediato de sus labios ante la punzante mirada que le dirigí—Vale, vale, calma. ¿Quieres saber mi opinión? Creo que si dejases de obsesionarte con esa idea prehistórica de encontrar a tu príncipe azul o princesa rosa, quizá aparecería cuando menos lo esperases, así, sin más.
Me quedé callada antes de volver a golpear el saco de boxeo con rabia.
Puede que Emily tuviese razón, aunque no era precisamente la más adecuada para dar consejos sobre el amor, pero yo nunca había sido una de esas personas que esperan en vez de actuar; prefería tomar las riendas de la situación, hacer algo, poner empeño y dedicación.
Pensé en Santana y sentí un cosquilleo incómodo ante la idea de volver a verla por la tarde.
Esperaba que ese mensaje, que de ahora en adelante llamaría «el mensaje que no debe ser nombrado» no hubiese trastocado las cosas, porque lo cierto era que no quería que nada cambiase entre nosotras; todo era perfecto así.
Alcé la barbilla.
—¿Tú has estado enamorada alguna vez?
Emily me miró fijamente antes de contestar.
—Creo que sí.
—Qué sorpresa.
Ella suspiró con incomodidad antes de apartarse del saco y dar por finalizado el entrenamiento.
Estuvimos hablando un rato más mientras me quitaba los guantes de boxeo, comentando los planes que teníamos esas navidades y me preguntó si ya sabía qué haría la noche de fin de año.
Le dije que no tenía ni idea, pero que ese mismo día era el cumpleaños de Hanna y que siempre acabábamos con una resaca tan grande que luego empezábamos el primer mes del año con buen pie al aborrecer (temporalmente) el alcohol.
Le conté que el año anterior bebimos demasiado durante la cena y al final terminamos la velada en el puente de Brooklyn, viendo desde ahí los fuegos artificiales sobre Midtown mientras Hanna gritaba como loca que el cielo lloraba purpurina de colores.
—Suena divertido.
Me incliné hacia delante para sacudir mi cabello y luego volví a erguirme haciéndome una coleta alta. Miré a Emily de reojo.
—Apúntate si te apetece.
—Puede que lo haga—asintió.
Seguimos hablando de planes y de trabajo.
Emily me dijo que cerraría tres días el gimnasio porque tenía pensado irse a Kansas para reunirse con su familia y a mí se me ocurrió de pronto que quizá podría invitar a mi mamá a mi departamento en vez de ir a su casa para celebrar el día de Navidad.
Sería bueno para ella salir de ahí y disfrutar de la gran ciudad; podríamos ir juntas a ver algún musical, caminar por las calles llenas de luces cogidas del brazo y preparar una cena navideña en casa entre las dos, como en los viejos tiempos.
Sonaba bien.
Sonaba mejor que bien.
Sin embargo, cuando unas horas después se lo comenté, ella no opinó lo mismo.
Empezó a poner excusas, como siempre; desde «¿quién limpiará la casa durante esos días?» hasta «sabes que el aire de la ciudad no me sienta bien».
Me armé de paciencia, con el teléfono sujeto al hombro mientras quitaba el polvo de los muebles con un plumero ultra eficiente que ella misma me había regalado por mi cumpleaños dos años atrás.
Terminé rebatiendo todas sus teorías y, tras prometerle que solo serían dos días en vez de tres y que le vendría genial salir un poco y abrirse al mundo, accedió.
Fue casi un milagro.
Cuando colgué la llamada vi que tenía un mensaje en la bandeja de entrada.
Era Blaine, el chico adorable de mi primera cita:
De: Blaine Anderson.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: ¡Gracias, gracias, gracias!
Te debo una muy gorda, Brittany. ¿Te he dicho ya que eres un sol cálido y lleno de bondad? Gracias por darme el teléfono de Kurt Hummel, ¡es perfecto! No, en serio, es como si el hombre de mis sueños hubiese aparecido de la nada. ¿Te dijo que es voluntario en un refugio de animales? Es adorable. Se me ocurrió aportar mi granito de arena diseñando los planos para una toma de agua que necesitan en la zona nueva del refugio. El otro día, al terminar nuestra tercera cita, lo invité a casa, le presente a Lady Gaga (mi gata persa) y ella se frotó contra sus piernas, ¿puedes creértelo? (Lady Gaga odia a todos los humanos, y a los no humanos, ya puestos a entrar en detalles).
Kurt es maravilloso (aunque, por lo que me ha contado, su mamá no tanto). Prometo mantenerte al corriente y convertirte en una de nuestras damas de honor si la cosa acaba en boda.
PD: ¿Sigues tirándote a la bomboncito de Santana?
Blaine Anderson.
Sonreí.
Blaine había sido una gran pérdida, por eso de que era perfecto (tan perfecto como Kurt, dicho sea de paso), pero me alegraba por ellos.
Hacían una pareja estupenda.
Le contesté diciéndole que sí, que seguía con «la bomboncito» y que esperaba de verdad que todo fuese viento en popa y la cosa terminase con un anillo de por medio y fuesen felices y comiesen perdices.
Respiré aliviada unos minutos más tarde cuando Santana me mandó un mensaje diciéndome que pasaría a recogerme en media hora.
Estaba agotada después del entrenamiento al que había acudido directamente tras salir del trabajo, llevándome la ropa del gimnasio de casa, pero aun así tenía ganas de pasar la tarde en Bryant Park.
Hacía años que no iba.
De hecho, la última vez que lo hice fue con Sam.
Sentí una desazón en el pecho al recordarlo.
Recordarlo a él, con su cabello rubio perfectamente peinado y esa sonrisa que pensaba que se reservaba solo para mí.
Recordar sus manos extendidas hacia mí animándome a que patinásemos juntos.
Recordar su risa suave, esos gestos que creía sinceros y que aún no sé cuándo dejaron de serlo, su respiración cálida…
Negué con la cabeza, confundida, y metí las narices en el armario intentando encontrar la bufanda más gruesa que tenía. No entendía por qué pensaba tanto en Sam últimamente.
Me había ocurrido lo mismo aquella noche, tumbada sobre Santana mientras veíamos Kill Bill, y no, no era porque lo echase de menos. Creo que, aunque suene raro, era porque por fin lo estaba dejando atrás.
Ya no estaba enfadada y la rabia había desaparecido, ahora tan solo me sentía triste y desencantada.
Me vestí con unos vaqueros ajustados que había comprado la semana anterior y que esperaba que me quedasen la mitad de bien de lo que me habían parecido dentro de ese probador de luces colocadas estratégicamente para hacerme más esbelta.
Luego me puse un suéter de color rojo y una bufanda del mismo color antes de recogerme el cabello en una coleta desenfadada.
Aún no había terminado de ponerme un poco de rímel cuando sonó el telefonillo y Santana me dijo que bajase.
Estaba sentada encima de la moto con los brazos apoyados en la parte superior y gesto pensativo. Sonrió al verme, una sonrisa sincera que me calentó por dentro.
Noté que empezaba a sonrojarme y me amonesté con tres puntos menos en mi propio examen mental sobre conducta adecuada.
¿Por qué me sentía así, tan inestable, tan confusa…?
Había hecho todo lo que se podía hacer con Santana, no tenía ningún sentido que de pronto me comportase como si fuese la primera vez que quedábamos fuera del trabajo.
—¿Qué te pasa?—me miró divertida, le brillaban los ojos.
—Nada, ¿por qué lo preguntas?
—No lo sé—se encogió de hombros—, Tienes pinta de querer lanzarte por un acantilado de un momento a otro, ¿tan pocas ganas tenías de verme?—ronroneó y posó una de sus manos sobre mi rodilla derecha cuando monté tras ella en la moto.
—¿Estás esperando a que lo niegue?
—Bueno, a mi ego le gusta que lo mimen.
—No sé cómo no te cansa mantener esa fachada de tipa narcisista durante todo el día. Eres un fraude, Santana.
Ella rio, y no sé si se dio cuenta de que mis palabras eran más un cumplido que otra cosa, pero no añadió nada más antes de que nos incorporásemos a la carretera y avanzásemos entre el tráfico de Nueva York.
Abracé a Santana e ignoré cualquier atisbo de sentido común cuando apoyé la mejilla en su espalda.
Hacía frío. Mucho frío.
Aparcamos poco después cerca de Bryant Park, situado en el corazón de Midtown entre altísimos rascacielos.
Casi había anochecido y la decoración navideña envolvía la ciudad ya de por sí llena de luces y magia.
Santana me cogió de la mano y la metió en el bolsillo de su abrigo junto a la suya para darme calor. Tragué saliva e intenté concentrarme en el abeto navideño que habían encendido semanas atrás, con sus características luces azul turquesa, y en las risas y las voces de la gente que nos rodeaba.
Rockefeller Center era también un lugar precioso al que acercarse durante esas fechas, pero Bryant Park siempre había sido mi debilidad.
El mercado de casitas de vidrio que rodeaba la pista de hielo era auténtico y estaba lleno de productos artesanales, de encanto y de vida.
Beth y Quinn nos esperaban al lado de un puesto lleno de botellines de cerveza de calabaza adornado con guirnaldas parpadeantes.
La rubia pequeña se lanzó a mis brazos en cuanto me vio y Quinn me saludó con un cálido apretón de mano y una sonrisa afable.
—Tienes mejor aspecto que en pijama.
—Gracias. Tú pareces más relajada.
—Es lo que tiene la Navidad, me hace ser mejor persona—dijo entre risas y luego se inclinó hacia mí mientras Santana y Beth seguían a lo suyo, ajenas a lo que me susurraba al oído—Sé que la pequeña princesa te puso en un apuro, pero gracias por venir, Brittany. De corazón. Le gustas mucho—añadió.
—No es… no es ninguna molestia—me sinceré.
Quinn asintió lentamente con la cabeza y me miró atenta.
Tenía la sensación de que estudiaba y analizaba cada uno de mis gestos y sus ojos verdes y penetrantes me ponían nerviosa, porque no tenía muy claro qué era lo que esperaba encontrar cuando me observaba de ese modo tan calculador.
—Eh, ¿qué estáis cuchicheando ustedes dos?—gritó Santana con Beth canturreando felizmente a su alrededor.
—De los precios de los carburantes.
Me reí ante la ocurrencia de Quinn y su sonrisa falsa hizo gruñir a Santana por lo bajo, pero, antes de que pudiese replicar, Rachel apareció jadeante y se llevó una mano a las costillas como si acabase de correr la maratón.
—Lamento… llegar… tarde—logró decir.
—¡Rach!—Beth la abrazó muy fuerte.
—¡Hola, pequeñaja!
A pesar de la carrera, y como siempre, Rachel estaba estupenda. Su cabello largo, lacio y oscuro resbalaba sobre su hombro derecho y tenía la piel tersa y luminosa.
Me mostró una sonrisa inmensa en la que distinguí la perfecta hilera superior de sus dientes blanquecinos; correspondí el gesto, aunque imagino que con peor resultado.
—¡Qué alegría volver a verte! Me hizo ilusión saber que vendrías cuando Quinn me lo dijo—torció el labio con gracia—Tienes muy buen aspecto, ¿te haces algún tratamiento semanal o algo así en el cutis?
—¿Yo? Oh, no, no. Qué va.
La idiota de su hermana se inclinó hacia mí con la excusa de abrocharme bien el pendiente y me susurró al oído que mi aspecto radiante tenía mucho que ver con sus manos (y más concretamente, con lo que sus dedos eran capaces de hacer).
Le di un codazo tan fuerte que la escuché gemir de dolor antes de echarse a reír.
—Tú sí que estás increíble. ¿Qué tal te va todo? ¿Conseguiste esos azulejos exclusivos de cerámica que buscabas?
—¡Sí! ¡Y me costó la vida encontrarlos!
Rachel se quejó cuando Santana le despeinó el pelo con la mano y luego las cinco comenzamos a caminar hacia la caseta correspondiente para alquilar los patines de hielo.
Rachel y Beth hablaban por los codos y Quinn parecía feliz y sonriente mientras las escuchaba a las dos parlotear sobre princesas, la última muñeca veterinaria que había salido al mercado (y que Rachel prometió pedirle a Santa Claus de su parte), justo antes de que volviese a resurgir el asunto de tener una mascota (Beth suplicó hasta la extenuación), pero enmudeció al llegar a nuestro destino.
Cuando nos pusimos en la cola, admiré la brillante y reluciente pista de hielo y sonreí emocionada.
Llevaba tiempo sin hacer cosas tan sencillas, como cuando el sábado visitamos el acuario, y me gustaban esos momentos en teoría normales y corrientes, pero que quizá no lo eran tanto en medio de la rutina diaria en la que se había convertido mi vida durante el último año.
—¿Preparada para que te machaque?
Puse los ojos en blanco y chasqueé la lengua.
—¿Por qué tienes que tomártelo todo como si fuese una competición?
Santana sonrió malévola y me dio un mordisquito en el cuello mientras Quinn, Rachel y Beth avanzaban en la cola delante de nosotros sin dejar de discutir el asunto de la mascota.
—Me encanta competir contigo, nena.
—Qué sensata y reflexiva—ironicé.
—Sabes que soy una linda inmadura—admitió con una sonrisa adorable curvando sus tentadores labios.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para no abalanzarme sobre ella y besarla.
Sentí un nudo en la garganta al recordar el caso en el que sí competíamos de verdad.
Ahora que por fin lo tenía todo bajo control (aunque Sugar aún no me había enviado los datos de contacto del jardinero), no me sentía tan triunfal como cabría esperar, sino dubitativa y extrañamente triste.
Reprimí un suspiro melancólico cuando cogí los patines y luego nos acercamos a la zona de las taquillas para prepararnos.
Observé cómo Santana ayudaba a Beth a ponerse bien los patines, preguntándome por qué de pronto todo lo que hacía me parecía adorable cuando, en teoría, ella era odiosa, egocéntrica y superficial.
«Por favor, ¿qué me estaba ocurriendo?»
Algo en la forma en la que se relacionaban Rachel y Quinn, que hablaban entre ellas, me hizo olvidarme durante unos segundos del caso, de Santana y de todos los vértices y bordes angulosos de su cambiante personalidad.
Enmudecí hasta que nos adentramos en la pista sujetándonos a la valla baja que la rodeaba.
Beth fue la primera en soltarse.
—¿Lista?—Santana me tendió la mano y yo la acepté sin sospechar que se proponía tirar de mí y deslizarse por el hielo como si fuésemos putos bailarines a punto de competir en un mundial de patinaje artístico.
—¡Ay, joder, Santana! ¡Para!
—¿Y tú eras la experta patinadora?
—Sé patinar, no hacer malditas piruetas.
Ella se echó a reír y me dirigió una mirada suave y tierna que me encogió el
estómago. Ignoré el extraño momento cuando Beth se nos acercó seguida por su mamá y Rachel.
La pista de hielo estaba llena de gente que danzaba a nuestro alrededor, de voces entusiastas y risas infantiles.
Me moví con cierta torpeza tras ellos.
—¿Seguro que estás bien?—preguntó Santana burlona, patinando (lo juro) de espaldas.
—Falta de práctica—atajé, y era verdad, recordaba hacerlo mucho mejor la última vez que había estado en aquel lugar con Sam, moviéndome bajo las luces azuladas del árbol navideño y mirándolo embelesada.
—¡Los esbirros no saben patinar!—rio Beth «la traidora».
—¡Shh!—Santana se llevó un dedo a los labios sin dejar de sonreír ni de moverse con soltura—¡No te metas con mi esbirro, pequeña princesa, o me veré obligada a asaltar tu reino!
—¡Inténtalo! ¡Tengo dos aliadas!—le sacó la lengua antes de resguardarse detrás de un sonriente Quinn y una callada Rachel de mejillas sonrosadas.
Estuvimos un rato patinando y, muy a mi pesar, me caí un par de veces, algo de lo que obviamente Santana disfrutó como una cría.
Cuando me cansé de hacer el ridículo, salí de la pista y me apoyé en la valla que la rodeaba. El lugar era precioso, lleno de encanto.
Reí al ver a Beth a lo lejos chillando como loca mientras Santana la perseguía y ella se deslizaba por el hielo cogida de la mano de Rachel.
—¿Te importa?—Quinn apareció a mi lado y yo negué con la cabeza y me aparté un poco para dejarle espacio, porque no éramos las únicas espectadores que disfrutaban del ambiente—Se lo están pasando bien.
—Ya lo creo que sí. Parecen profesionales.
No sé si notó el débil resquicio de mala perdedora que impregnaba mis palabras, pero si lo hizo lo ignoró y tan solo se limitó a sonreír nostálgica.
El viento frío le sacudía el cabello rubio.
—A Beth le encanta este lugar. Solíamos venir aquí hace años, pero cuando Elaine enfermó dejamos de hacerlo. Hace un par de Navidades volvimos a recuperar esa vieja tradición y ahora, mírala, parece feliz—concluyó sin apartar la vista de su hija, que aún huía despavorida de la villana de Santana.
—Debió de ser muy duro.
Quinn asintió con la cabeza.
—Aún sigue siéndolo—sus ojos se apartaron de Rachel y se movieron siguiendo el rumbo de Beth. Emitió un suspiro—Es difícil no pensar en Elaine cuando la miro—admitió apoyando un codo en la valla y girando el cuerpo hacia mí—, Sé que físicamente es muy parecida a mí, el color de pelo, ojos, piel, pero es muy parecida a Elaine, en los gestos, la sonrisa, esa mirada traviesa…
Me quedé en silencio sin saber qué decir, porque nada de lo que se me ocurrió me pareció que pudiese valer como consuelo.
Nada consuela la pérdida, nada sustituye ni enmascara.
Quinn me sonrió algo dubitativa mientras se sacaba la cartera del bolsillo y la abría. Me tendió una fotografía y la cogí con las manos temblorosas por culpa del frío invernal.
—Es Elaine. Es… era preciosa.
—Sin duda lo era—admití y no lo dije por compromiso.
Elaine salía tumbada sobre un prado verde salpicado de diminutas flores blancas.
Llevaba una camiseta holgada, granate, y unos vaqueros cortos algo deshilachados, pero no le hacía falta nada más para desprender sensualidad y feminidad.
Quizá era por su sonrisa adorable, o el brillo de su cabello largo que descansaba sobre el césped, o puede que el desencadenante de esa exótica belleza tuviese que ver con su mirada inteligente y divertida.
Pero, efectivamente, tal y como Quinn decía, Elaine era preciosa y no tenía nada que ver con un atractivo clásico o perfecto.
Le devolví la fotografía.
Nos quedamos calladas un rato más.
—¿Te gusta San? ¿Te gusta mucho?
—¿Cómo dices…?—la miré alzando una ceja.
—¡Vamos! Te prometo que lo que hablemos en este momento no saldrá de aquí—dijo dándome un codazo amistoso—Soy una mujer de palabra.
Tenía mis dudas.
Le eché un vistazo rápido al centro de la pista donde Santana, su hermana y Beth seguían patinando.
¿Nunca se cansaban?
Las tres parecían frescas y lozanas como si deslizarse por el hielo no supusiese ningún esfuerzo.
Me tragué mis miedos y volví a centrarme en Quinn.
—Aclararé tus dudas si tú también respondes a mis preguntas.
—Ah, ¿es eso?, ¿buscas información? No puedo decirte nada relacionado con ese caso que os traen entre manos. Además, si te soy sincera, casi nunca presto atención cuando me habla del tema—se adelantó.
—No. Preguntas sobre ti.
Se mostró interesada y flexionó una rodilla.
—¿Y qué puedes querer saber de mí?
—¿Hay trato o no hay trato?
—Trato—accedió sonriente.
—Vale. Contestando a tu pregunta, sí, me gusta Santana. No es lo que busco, pero me gusta. Espero que eso sacie tu curiosidad. Y ahora, en cuanto a ti, ¿tienes intención de rehacer tu vida?
—Espero hacerlo algún día—admitió.
—¿Y por qué no se lo dices?
—¿De qué estás hablando?
—Quinn … he visto cómo la miras.
Ella rompió el contacto visual un segundo, solo un segundo, pero ese segundo me bastó para saber que estaba en lo cierto y que no me había imaginado nada.
Puede que alguien que pasase tiempo con ellas habitualmente no se diese cuenta, precisamente por eso, por la familiaridad, la costumbre; pero a mí me habían bastado unos minutos para notar que Quinn parecía extrañamente risueña cuando estaba cerca de Rachel y, aún más revelador, que la castaña se sonrojaba cada vez que la ojiverde mayor abría la boca para decirle cualquier tontería, algo que desde luego no era propio de una chica que caminaba por ahí con la cabeza alta, pasos seguros y espalda recta como si nada ni nadie pudiese desestabilizarla.
—San tiene razón, estás totalmente chiflada—se rio nerviosa.
—¿Santana te ha dicho que estoy chiflada?—grité.
—No te alteres; ¡total, a ella le encanta eso de ti!
—Estás intentando cambiar de tema—insistí—¡Te gusta Rachel! Lo que todavía no consigo entender es cómo es posible que Santana, la infalible Santana que presume de calar a todo el mundo gracias a su gran instinto, no se haya dado cuenta. Y peor aún, ¿por qué no se lo has dicho tú?
—Baja la voz.
—No pueden oírnos desde aquí.
—Joder, Brittany, ¡es su hermana! No puedo… Es una de las leyes más básicas del código de colegas. Nada de hermanas. Está prohibido.
—Seguro que lo único que Santana quiere para las dos es que sean felices. Sé que parece una ogro, pero tiene corazón y todo—bromeé intentando disipar la tensión.
Quinn suspiró al tiempo que se frotaba el mentón con aire pensativo.
—Es complicado. Tú no lo entiendes. Y no sé cómo demonios hemos terminado hablando de mí y de mis problemas cuando se suponía que iba a interrogarte sobre San en plan «mejor amiga protectora».
—Créeme, Santana no necesita que la protejas. Ella solita ya se encarga de ponerse encima varias capas antiadherentes, una armadura de hierro y spray anti-emociones.
Quinn esbozó una sonrisa, pero fue débil y efímera, dije:
—¿ Rachel sabe lo que sientes? ¿Se lo has dicho alguna vez?
Ella dejó escapar un largo suspiro antes de asentir levemente con la cabeza. Apoyó la cadera en la valla de la pista de hielo, dándole la espalda a las otras tres.
—Estuve…—guardó silencio—, Estuve a punto de besarla. Y de eso hace casi medio año. Fue en verano, un día que se quedó en casa cuidando de Beth; cuando volví del trabajo y la vi ahí, en mi cocina…, no sé qué se me pasó por la cabeza. Pero conseguí evitarlo en el último momento; por poco, pero lo hice. Desde entonces, Rach está… ya sabes… enfadada conmigo, rara. O eso creo. Ya no hablamos como antes ni quedamos a solas… en fin, no sé por qué te estoy contando todo esto, Brittany.
—Porque piensas que no puedes hablarlo con Santana—repliqué con tristeza—Y eso es horrible. Ella es tu mejor amiga, ¿por qué no le explicas esto mismo que me estás diciendo? Seguro que lo entendería.
—No es tan sencillo.
—¿Por qué?
—Me gusta Rach, la adoro, pero no sé cómo funcionaríamos como pareja, no sé si nuestras vidas encajarían bien… ¿Y si no es así? No es una desconocida que pueda desaparecer en caso de que las cosas no salgan bien entre nosotras. Es su hermana; la persona que San más quiere en este mundo.
—Te da miedo arriesgar su amistad…
Quinn hizo un asentimiento con la cabeza y se giró de nuevo hacia la pista de hielo justo para ver a su hija deslizándose a toda velocidad hacia nosotras seguida por las otras dos a la carrera.
Casi por arte de magia, sustituyó la expresión taciturna por una espléndida sonrisa que Beth correspondió antes de abrazar a su mamá y que ésta la cogiese y la alzase para sentarla sobre la valla sin dejar de mantenerla agarrada.
—¿Me has visto patinar, mami?
—Todo el tiempo, princesa.
Rachel posó su mirada en Quinn y cuando ésta ladeó la cabeza y sus ojos se encontraron, ambas apartaron la vista a la vez.
Cogí a Santana del codo antes de que se inclinase para desabrochar los cordones de los patines, a pesar de que Beth insistía en seguir durante un rato más.
—¿Te apetece dar una vuelta por el mercado navideño?
—¿Tú quieres hacerlo?—preguntó dubitativa.
—Sí, no sé, podríamos picar cualquier cosa; llevo media hora oliendo la comida y casi puedo escuchar a mis tripas gritando de frustración.
Santana se rio y asintió.
Unos minutos después, y tras dejar a Quinn, Rachel y Beth inmersas en otra ronda de patinaje, nos perdimos entre la gente y el mercado de Navidad, «Holiday Shops», que reunía a artesanos y vendedores de todo el mundo.
Parecía sacado de un cuento infantil con sus casitas de cristal entre las luces ambarinas.
Caminamos a paso lento, sin prisa, disfrutando del ambiente. Olía a café, a calabaza y a gofres recién hechos.
Pasamos junto al famoso carrusel y seguimos caminando un rato más envueltas por un cómodo silencio que Santana terminó rompiendo:
—Te gusta esto, ¿verdad?
—¿Esto? ¿Bryant Park?
—Sí, la Navidad, el ambiente—aclaró y yo asentí con la cabeza—¿Por qué?
—Es mágico, familiar y cálido. Y también por todo lo que representa.
—¿Y qué representa?
—Cosas buenas. Encuentros, sonrisas, ilusión, recuerdos—le sonreí—Cuando era pequeña adoraba el día de Navidad. No es que hiciese nada especial pero… era especial. Ayudaba a mi mamá en la cocina y entre las dos preparábamos la cena y el pastel de frutas para el postre mientras escuchábamos alguno de sus discos antiguos y bailábamos… Era divertido—concluí con la sensación de que había hablado de más; de que, en realidad, Santana no querría escuchar todas esas niñerías de mi infancia.
Tragué saliva y, por supuesto, ella percibió mi incertidumbre.
—¿Qué ocurre?
—Te estoy contando tonterías.
—Me gustan tus tonterías—sonrió.
—¿Tomamos algo?—pregunté incómoda.
Estábamos frente a un puesto de bebidas, justo en medio de uno de relucientes bolas navideñas pintadas a mano y otro de dulces.
Yo me pedí una apple cinder calentita y Santana prefirió un pumpkin spice latte, que era un café con leche con un toque de calabaza, nuez moscada y clavo. Sorbí de mi pajita mientras seguíamos caminando.
—¿Y qué más hacíais?
—Nada. Eso. La cena para las dos.
Tras tragar, Santana ladeó la cabeza mirándome.
—¿No te reunías con tu familia?
—Mi mamá es mi única familia—expliqué.
—No lo sabía—añadió en un susurro.
Intenté sonar animada cuando hablé de nuevo:
—¿Y tú? ¿Qué hacías en Navidad?
—Mi mamá y yo solíamos celebrarlo con la familia de Quinn. Ya sabes, vivíamos casi puerta con puerta, como ahora; nos reuníamos todas ahí y era un poco caos, pero guardo buenos recuerdos de aquello. Desde que ella murió, suelo pasar esos días en casa de mi papá, aunque algún que otro año he terminado aprovechando estas fechas para viajar.
—Lamento lo de tu mamá, no tenía ni idea.
Santana abrió la boca para decir algo más, pero volvió a cerrarla.
—Era una mujer muy… triste.
—¿Qué quieres decir?
—Casi siempre estaba deprimida, tenía muchas recaídas—explicó—Todo el asunto de mi papá la destrozó, era como si se fuese consumiendo con el paso de los años. Y no pude hacer nada para evitarlo. Era incapaz de dejar de quererlo, estaba obsesionada.
El silencio se deslizó entre nosotras unos segundos, a pesar del jolgorio que nos rodeaba.
Me metí la pajita en la boca, le di un trago a mi bebida y degusté los grumos de manzana y el sabor más fuerte y cítrico de la naranja y las especias.
—¿Cómo es tu papá—me atreví a preguntar.
—Complicado. Sí, esa es la palabra que Leroy Berry debería llevar escrita en la frente—se rio a pesar de que el asunto parecía mantenerlo en tensión y yo me guardé mi opinión sobre lo raro que me resultaba que lo llamase por su nombre—Es exigente, perfeccionista y duro, pero sobre todo lo primero: exigente.
—¿En qué sentido?
Santana encestó el vaso ya vacío de su bebida en una papelera cercana y se metió las manos en los bolsillos.
Por un momento, solo un momento, parecíamos una pareja normal saliendo por ahí, hablando y conociéndonos sin barreras. Era, quizá, la primera vez que estábamos solas fuera de las cuatro paredes de nuestras casas y sin intentar quitarnos la ropa la una a la otra.
—Para él solo sirve aquello que es útil o que puede demostrarse mediante un papel, un contrato o un nuevo puesto de trabajo, qué sé yo, algo que pueda palpar. Es el mejor apartando las emociones a un lado y fijándose tan solo en lo esencial, en lo que de verdad importa.
—¿Qué se supone que es lo que de verdad importa?
—Ganar. Ser mejor. Tener siempre un objetivo. Y ser ambicioso. Muy ambicioso.
La miré de reojo antes de hablar en voz baja.
—¿Y tú estás de acuerdo?
—Supongo que sí—se encogió de hombros.
La melodía de su teléfono comenzó a sonar y lo sacó del bolsillo de su abrigo.
Era Quinn.
Santana habló con ella un par de minutos y acordaron verse al día siguiente. Cuando colgó, estaba frotándome las manos entumecidas por el frío.
—¿No vamos a volver con ellas?
—No—sonrió de lado, se acercó y me rodeó la cintura con un brazo—Me he dado cuenta de que nunca salimos solas por ahí y he decidido hacerte una demostración totalmente gratuita de lo que debería ser una cita perfecta con cualquiera de esos pardillos con los que piensas quedar.
Fruncí los labios para evitar reírme.
—¿Buscas una excusa para pasar más tiempo conmigo?—me burlé.
—En un ejercicio de modestia y humildad, admitiré que pasar tiempo contigo no es tan insufrible como pensaba; es más, me atrevería a decir que hace semanas que ya no llevas ese palo en el culo—logró esquivar mi puño, que iba directo hacia su cara—Así que si a eso le añadimos que no quiero que termines en el altar junto a algún capullo del que te divorcies unos meses después… bueno, ¿qué me dices?, ¿vas a negarte a tener una primera y última cita conmigo? Sabes que puedo ser muy persuasiva.
Inspiré hondo.
Me sentía enfadada, agradecida y dubitativa, todo a un mismo tiempo.
Y sensible, sí, muy sensible, como si cada palabra fuese un cuchillo afilado o una caricia suave.
Repasé mi calendario mental, intentando encontrar alguna explicación lógica a esas emociones enrevesadas y sin sentido que cada vez me asaltaban con más frecuencia.
Ah, ¡ahí estaba, sí!
En breve me llegaría el periodo.
Eso lo explicaba todo, ¿no?
La inestabilidad, los cambios de humor y ese alto nivel sensitivo.
Sonreí más tranquila.
—Está bien. Acepto esa cita.
Tras los dos últimos mensajes que intercambiamos la noche del lunes no habíamos vuelto a hablar y, supuestamente, hoy miércoles era el día que habíamos quedado para ir a patinar.
Según Emily, era una tontería y yo me tomaba las cosas demasiado a pecho, su teoría era que decir «no dejo de pensar en ti» podía significar mil cosas dependiendo del tono, de la actitud o de la perspectiva de cada uno.
Hanna vino a mi casa el martes por la tarde, se comió todas la nueces que encontró en mi despensa (a veces entendía a la señorita Ardilla) y, tras relatarle lo ocurrido, tan solo llegó a la conclusión de que Santana era «muy mona».
Solo a ella se le podría ocurrir algo semejante.
Santana podía ser muchas cosas; una capullo, una canalla, una mujer-aplasta-corazones, una amante del caos e incluso ilegal, sí, pero «mona» no era exactamente el adjetivo que hubiese elegido para describirla, ni mucho menos cuando sonreía de esa manera tan… tan… excitante.
Ajá, eso era.
Sabía cómo hacerlo.
Santana tenía el don de conseguir mostrar una faceta diferente según lo que quisiese lograr; en una realidad paralela, podría haber llegado a desesperar y enfadar al mismísimo Gandhi, pero también tenía sus trucos para resultar encantadora cuando le convenía.
Y eso mismo era lo que le preocupaba a Marley que, como siempre, había lanzado al aire su opinión, asegurando que me estaba ablandando por su cara bonita y tres pestañeos tontos.
Y lo peor de todo es que empezaba a tener un poco de razón.
—¿Estás enamorada?—preguntó Emily ceñuda.
—¿Enamorada?, ¿ENAMORADA?—me reí como una loca y luego le di un par de puñetazos al saco que ella sujetaba—¡Por Dios, Emily, no digas tonterías! Para enamorarme primero tendría que encontrar a una persona decente, valiente, de esas que están dispuestas a comprometerse. Pero, ¡oh, problema!, ¡están en peligro de extinción! ¡No existen! Son como Santa Claus o los unicornios.
—Estás enfadada…—tanteó ella con una media sonrisa que se esfumó de inmediato de sus labios ante la punzante mirada que le dirigí—Vale, vale, calma. ¿Quieres saber mi opinión? Creo que si dejases de obsesionarte con esa idea prehistórica de encontrar a tu príncipe azul o princesa rosa, quizá aparecería cuando menos lo esperases, así, sin más.
Me quedé callada antes de volver a golpear el saco de boxeo con rabia.
Puede que Emily tuviese razón, aunque no era precisamente la más adecuada para dar consejos sobre el amor, pero yo nunca había sido una de esas personas que esperan en vez de actuar; prefería tomar las riendas de la situación, hacer algo, poner empeño y dedicación.
Pensé en Santana y sentí un cosquilleo incómodo ante la idea de volver a verla por la tarde.
Esperaba que ese mensaje, que de ahora en adelante llamaría «el mensaje que no debe ser nombrado» no hubiese trastocado las cosas, porque lo cierto era que no quería que nada cambiase entre nosotras; todo era perfecto así.
Alcé la barbilla.
—¿Tú has estado enamorada alguna vez?
Emily me miró fijamente antes de contestar.
—Creo que sí.
—Qué sorpresa.
Ella suspiró con incomodidad antes de apartarse del saco y dar por finalizado el entrenamiento.
Estuvimos hablando un rato más mientras me quitaba los guantes de boxeo, comentando los planes que teníamos esas navidades y me preguntó si ya sabía qué haría la noche de fin de año.
Le dije que no tenía ni idea, pero que ese mismo día era el cumpleaños de Hanna y que siempre acabábamos con una resaca tan grande que luego empezábamos el primer mes del año con buen pie al aborrecer (temporalmente) el alcohol.
Le conté que el año anterior bebimos demasiado durante la cena y al final terminamos la velada en el puente de Brooklyn, viendo desde ahí los fuegos artificiales sobre Midtown mientras Hanna gritaba como loca que el cielo lloraba purpurina de colores.
—Suena divertido.
Me incliné hacia delante para sacudir mi cabello y luego volví a erguirme haciéndome una coleta alta. Miré a Emily de reojo.
—Apúntate si te apetece.
—Puede que lo haga—asintió.
Seguimos hablando de planes y de trabajo.
Emily me dijo que cerraría tres días el gimnasio porque tenía pensado irse a Kansas para reunirse con su familia y a mí se me ocurrió de pronto que quizá podría invitar a mi mamá a mi departamento en vez de ir a su casa para celebrar el día de Navidad.
Sería bueno para ella salir de ahí y disfrutar de la gran ciudad; podríamos ir juntas a ver algún musical, caminar por las calles llenas de luces cogidas del brazo y preparar una cena navideña en casa entre las dos, como en los viejos tiempos.
Sonaba bien.
Sonaba mejor que bien.
Sin embargo, cuando unas horas después se lo comenté, ella no opinó lo mismo.
Empezó a poner excusas, como siempre; desde «¿quién limpiará la casa durante esos días?» hasta «sabes que el aire de la ciudad no me sienta bien».
Me armé de paciencia, con el teléfono sujeto al hombro mientras quitaba el polvo de los muebles con un plumero ultra eficiente que ella misma me había regalado por mi cumpleaños dos años atrás.
Terminé rebatiendo todas sus teorías y, tras prometerle que solo serían dos días en vez de tres y que le vendría genial salir un poco y abrirse al mundo, accedió.
Fue casi un milagro.
Cuando colgué la llamada vi que tenía un mensaje en la bandeja de entrada.
Era Blaine, el chico adorable de mi primera cita:
De: Blaine Anderson.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: ¡Gracias, gracias, gracias!
Te debo una muy gorda, Brittany. ¿Te he dicho ya que eres un sol cálido y lleno de bondad? Gracias por darme el teléfono de Kurt Hummel, ¡es perfecto! No, en serio, es como si el hombre de mis sueños hubiese aparecido de la nada. ¿Te dijo que es voluntario en un refugio de animales? Es adorable. Se me ocurrió aportar mi granito de arena diseñando los planos para una toma de agua que necesitan en la zona nueva del refugio. El otro día, al terminar nuestra tercera cita, lo invité a casa, le presente a Lady Gaga (mi gata persa) y ella se frotó contra sus piernas, ¿puedes creértelo? (Lady Gaga odia a todos los humanos, y a los no humanos, ya puestos a entrar en detalles).
Kurt es maravilloso (aunque, por lo que me ha contado, su mamá no tanto). Prometo mantenerte al corriente y convertirte en una de nuestras damas de honor si la cosa acaba en boda.
PD: ¿Sigues tirándote a la bomboncito de Santana?
Blaine Anderson.
Sonreí.
Blaine había sido una gran pérdida, por eso de que era perfecto (tan perfecto como Kurt, dicho sea de paso), pero me alegraba por ellos.
Hacían una pareja estupenda.
Le contesté diciéndole que sí, que seguía con «la bomboncito» y que esperaba de verdad que todo fuese viento en popa y la cosa terminase con un anillo de por medio y fuesen felices y comiesen perdices.
Respiré aliviada unos minutos más tarde cuando Santana me mandó un mensaje diciéndome que pasaría a recogerme en media hora.
Estaba agotada después del entrenamiento al que había acudido directamente tras salir del trabajo, llevándome la ropa del gimnasio de casa, pero aun así tenía ganas de pasar la tarde en Bryant Park.
Hacía años que no iba.
De hecho, la última vez que lo hice fue con Sam.
Sentí una desazón en el pecho al recordarlo.
Recordarlo a él, con su cabello rubio perfectamente peinado y esa sonrisa que pensaba que se reservaba solo para mí.
Recordar sus manos extendidas hacia mí animándome a que patinásemos juntos.
Recordar su risa suave, esos gestos que creía sinceros y que aún no sé cuándo dejaron de serlo, su respiración cálida…
Negué con la cabeza, confundida, y metí las narices en el armario intentando encontrar la bufanda más gruesa que tenía. No entendía por qué pensaba tanto en Sam últimamente.
Me había ocurrido lo mismo aquella noche, tumbada sobre Santana mientras veíamos Kill Bill, y no, no era porque lo echase de menos. Creo que, aunque suene raro, era porque por fin lo estaba dejando atrás.
Ya no estaba enfadada y la rabia había desaparecido, ahora tan solo me sentía triste y desencantada.
Me vestí con unos vaqueros ajustados que había comprado la semana anterior y que esperaba que me quedasen la mitad de bien de lo que me habían parecido dentro de ese probador de luces colocadas estratégicamente para hacerme más esbelta.
Luego me puse un suéter de color rojo y una bufanda del mismo color antes de recogerme el cabello en una coleta desenfadada.
Aún no había terminado de ponerme un poco de rímel cuando sonó el telefonillo y Santana me dijo que bajase.
Estaba sentada encima de la moto con los brazos apoyados en la parte superior y gesto pensativo. Sonrió al verme, una sonrisa sincera que me calentó por dentro.
Noté que empezaba a sonrojarme y me amonesté con tres puntos menos en mi propio examen mental sobre conducta adecuada.
¿Por qué me sentía así, tan inestable, tan confusa…?
Había hecho todo lo que se podía hacer con Santana, no tenía ningún sentido que de pronto me comportase como si fuese la primera vez que quedábamos fuera del trabajo.
—¿Qué te pasa?—me miró divertida, le brillaban los ojos.
—Nada, ¿por qué lo preguntas?
—No lo sé—se encogió de hombros—, Tienes pinta de querer lanzarte por un acantilado de un momento a otro, ¿tan pocas ganas tenías de verme?—ronroneó y posó una de sus manos sobre mi rodilla derecha cuando monté tras ella en la moto.
—¿Estás esperando a que lo niegue?
—Bueno, a mi ego le gusta que lo mimen.
—No sé cómo no te cansa mantener esa fachada de tipa narcisista durante todo el día. Eres un fraude, Santana.
Ella rio, y no sé si se dio cuenta de que mis palabras eran más un cumplido que otra cosa, pero no añadió nada más antes de que nos incorporásemos a la carretera y avanzásemos entre el tráfico de Nueva York.
Abracé a Santana e ignoré cualquier atisbo de sentido común cuando apoyé la mejilla en su espalda.
Hacía frío. Mucho frío.
Aparcamos poco después cerca de Bryant Park, situado en el corazón de Midtown entre altísimos rascacielos.
Casi había anochecido y la decoración navideña envolvía la ciudad ya de por sí llena de luces y magia.
Santana me cogió de la mano y la metió en el bolsillo de su abrigo junto a la suya para darme calor. Tragué saliva e intenté concentrarme en el abeto navideño que habían encendido semanas atrás, con sus características luces azul turquesa, y en las risas y las voces de la gente que nos rodeaba.
Rockefeller Center era también un lugar precioso al que acercarse durante esas fechas, pero Bryant Park siempre había sido mi debilidad.
El mercado de casitas de vidrio que rodeaba la pista de hielo era auténtico y estaba lleno de productos artesanales, de encanto y de vida.
Beth y Quinn nos esperaban al lado de un puesto lleno de botellines de cerveza de calabaza adornado con guirnaldas parpadeantes.
La rubia pequeña se lanzó a mis brazos en cuanto me vio y Quinn me saludó con un cálido apretón de mano y una sonrisa afable.
—Tienes mejor aspecto que en pijama.
—Gracias. Tú pareces más relajada.
—Es lo que tiene la Navidad, me hace ser mejor persona—dijo entre risas y luego se inclinó hacia mí mientras Santana y Beth seguían a lo suyo, ajenas a lo que me susurraba al oído—Sé que la pequeña princesa te puso en un apuro, pero gracias por venir, Brittany. De corazón. Le gustas mucho—añadió.
—No es… no es ninguna molestia—me sinceré.
Quinn asintió lentamente con la cabeza y me miró atenta.
Tenía la sensación de que estudiaba y analizaba cada uno de mis gestos y sus ojos verdes y penetrantes me ponían nerviosa, porque no tenía muy claro qué era lo que esperaba encontrar cuando me observaba de ese modo tan calculador.
—Eh, ¿qué estáis cuchicheando ustedes dos?—gritó Santana con Beth canturreando felizmente a su alrededor.
—De los precios de los carburantes.
Me reí ante la ocurrencia de Quinn y su sonrisa falsa hizo gruñir a Santana por lo bajo, pero, antes de que pudiese replicar, Rachel apareció jadeante y se llevó una mano a las costillas como si acabase de correr la maratón.
—Lamento… llegar… tarde—logró decir.
—¡Rach!—Beth la abrazó muy fuerte.
—¡Hola, pequeñaja!
A pesar de la carrera, y como siempre, Rachel estaba estupenda. Su cabello largo, lacio y oscuro resbalaba sobre su hombro derecho y tenía la piel tersa y luminosa.
Me mostró una sonrisa inmensa en la que distinguí la perfecta hilera superior de sus dientes blanquecinos; correspondí el gesto, aunque imagino que con peor resultado.
—¡Qué alegría volver a verte! Me hizo ilusión saber que vendrías cuando Quinn me lo dijo—torció el labio con gracia—Tienes muy buen aspecto, ¿te haces algún tratamiento semanal o algo así en el cutis?
—¿Yo? Oh, no, no. Qué va.
La idiota de su hermana se inclinó hacia mí con la excusa de abrocharme bien el pendiente y me susurró al oído que mi aspecto radiante tenía mucho que ver con sus manos (y más concretamente, con lo que sus dedos eran capaces de hacer).
Le di un codazo tan fuerte que la escuché gemir de dolor antes de echarse a reír.
—Tú sí que estás increíble. ¿Qué tal te va todo? ¿Conseguiste esos azulejos exclusivos de cerámica que buscabas?
—¡Sí! ¡Y me costó la vida encontrarlos!
Rachel se quejó cuando Santana le despeinó el pelo con la mano y luego las cinco comenzamos a caminar hacia la caseta correspondiente para alquilar los patines de hielo.
Rachel y Beth hablaban por los codos y Quinn parecía feliz y sonriente mientras las escuchaba a las dos parlotear sobre princesas, la última muñeca veterinaria que había salido al mercado (y que Rachel prometió pedirle a Santa Claus de su parte), justo antes de que volviese a resurgir el asunto de tener una mascota (Beth suplicó hasta la extenuación), pero enmudeció al llegar a nuestro destino.
Cuando nos pusimos en la cola, admiré la brillante y reluciente pista de hielo y sonreí emocionada.
Llevaba tiempo sin hacer cosas tan sencillas, como cuando el sábado visitamos el acuario, y me gustaban esos momentos en teoría normales y corrientes, pero que quizá no lo eran tanto en medio de la rutina diaria en la que se había convertido mi vida durante el último año.
—¿Preparada para que te machaque?
Puse los ojos en blanco y chasqueé la lengua.
—¿Por qué tienes que tomártelo todo como si fuese una competición?
Santana sonrió malévola y me dio un mordisquito en el cuello mientras Quinn, Rachel y Beth avanzaban en la cola delante de nosotros sin dejar de discutir el asunto de la mascota.
—Me encanta competir contigo, nena.
—Qué sensata y reflexiva—ironicé.
—Sabes que soy una linda inmadura—admitió con una sonrisa adorable curvando sus tentadores labios.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para no abalanzarme sobre ella y besarla.
Sentí un nudo en la garganta al recordar el caso en el que sí competíamos de verdad.
Ahora que por fin lo tenía todo bajo control (aunque Sugar aún no me había enviado los datos de contacto del jardinero), no me sentía tan triunfal como cabría esperar, sino dubitativa y extrañamente triste.
Reprimí un suspiro melancólico cuando cogí los patines y luego nos acercamos a la zona de las taquillas para prepararnos.
Observé cómo Santana ayudaba a Beth a ponerse bien los patines, preguntándome por qué de pronto todo lo que hacía me parecía adorable cuando, en teoría, ella era odiosa, egocéntrica y superficial.
«Por favor, ¿qué me estaba ocurriendo?»
Algo en la forma en la que se relacionaban Rachel y Quinn, que hablaban entre ellas, me hizo olvidarme durante unos segundos del caso, de Santana y de todos los vértices y bordes angulosos de su cambiante personalidad.
Enmudecí hasta que nos adentramos en la pista sujetándonos a la valla baja que la rodeaba.
Beth fue la primera en soltarse.
—¿Lista?—Santana me tendió la mano y yo la acepté sin sospechar que se proponía tirar de mí y deslizarse por el hielo como si fuésemos putos bailarines a punto de competir en un mundial de patinaje artístico.
—¡Ay, joder, Santana! ¡Para!
—¿Y tú eras la experta patinadora?
—Sé patinar, no hacer malditas piruetas.
Ella se echó a reír y me dirigió una mirada suave y tierna que me encogió el
estómago. Ignoré el extraño momento cuando Beth se nos acercó seguida por su mamá y Rachel.
La pista de hielo estaba llena de gente que danzaba a nuestro alrededor, de voces entusiastas y risas infantiles.
Me moví con cierta torpeza tras ellos.
—¿Seguro que estás bien?—preguntó Santana burlona, patinando (lo juro) de espaldas.
—Falta de práctica—atajé, y era verdad, recordaba hacerlo mucho mejor la última vez que había estado en aquel lugar con Sam, moviéndome bajo las luces azuladas del árbol navideño y mirándolo embelesada.
—¡Los esbirros no saben patinar!—rio Beth «la traidora».
—¡Shh!—Santana se llevó un dedo a los labios sin dejar de sonreír ni de moverse con soltura—¡No te metas con mi esbirro, pequeña princesa, o me veré obligada a asaltar tu reino!
—¡Inténtalo! ¡Tengo dos aliadas!—le sacó la lengua antes de resguardarse detrás de un sonriente Quinn y una callada Rachel de mejillas sonrosadas.
Estuvimos un rato patinando y, muy a mi pesar, me caí un par de veces, algo de lo que obviamente Santana disfrutó como una cría.
Cuando me cansé de hacer el ridículo, salí de la pista y me apoyé en la valla que la rodeaba. El lugar era precioso, lleno de encanto.
Reí al ver a Beth a lo lejos chillando como loca mientras Santana la perseguía y ella se deslizaba por el hielo cogida de la mano de Rachel.
—¿Te importa?—Quinn apareció a mi lado y yo negué con la cabeza y me aparté un poco para dejarle espacio, porque no éramos las únicas espectadores que disfrutaban del ambiente—Se lo están pasando bien.
—Ya lo creo que sí. Parecen profesionales.
No sé si notó el débil resquicio de mala perdedora que impregnaba mis palabras, pero si lo hizo lo ignoró y tan solo se limitó a sonreír nostálgica.
El viento frío le sacudía el cabello rubio.
—A Beth le encanta este lugar. Solíamos venir aquí hace años, pero cuando Elaine enfermó dejamos de hacerlo. Hace un par de Navidades volvimos a recuperar esa vieja tradición y ahora, mírala, parece feliz—concluyó sin apartar la vista de su hija, que aún huía despavorida de la villana de Santana.
—Debió de ser muy duro.
Quinn asintió con la cabeza.
—Aún sigue siéndolo—sus ojos se apartaron de Rachel y se movieron siguiendo el rumbo de Beth. Emitió un suspiro—Es difícil no pensar en Elaine cuando la miro—admitió apoyando un codo en la valla y girando el cuerpo hacia mí—, Sé que físicamente es muy parecida a mí, el color de pelo, ojos, piel, pero es muy parecida a Elaine, en los gestos, la sonrisa, esa mirada traviesa…
Me quedé en silencio sin saber qué decir, porque nada de lo que se me ocurrió me pareció que pudiese valer como consuelo.
Nada consuela la pérdida, nada sustituye ni enmascara.
Quinn me sonrió algo dubitativa mientras se sacaba la cartera del bolsillo y la abría. Me tendió una fotografía y la cogí con las manos temblorosas por culpa del frío invernal.
—Es Elaine. Es… era preciosa.
—Sin duda lo era—admití y no lo dije por compromiso.
Elaine salía tumbada sobre un prado verde salpicado de diminutas flores blancas.
Llevaba una camiseta holgada, granate, y unos vaqueros cortos algo deshilachados, pero no le hacía falta nada más para desprender sensualidad y feminidad.
Quizá era por su sonrisa adorable, o el brillo de su cabello largo que descansaba sobre el césped, o puede que el desencadenante de esa exótica belleza tuviese que ver con su mirada inteligente y divertida.
Pero, efectivamente, tal y como Quinn decía, Elaine era preciosa y no tenía nada que ver con un atractivo clásico o perfecto.
Le devolví la fotografía.
Nos quedamos calladas un rato más.
—¿Te gusta San? ¿Te gusta mucho?
—¿Cómo dices…?—la miré alzando una ceja.
—¡Vamos! Te prometo que lo que hablemos en este momento no saldrá de aquí—dijo dándome un codazo amistoso—Soy una mujer de palabra.
Tenía mis dudas.
Le eché un vistazo rápido al centro de la pista donde Santana, su hermana y Beth seguían patinando.
¿Nunca se cansaban?
Las tres parecían frescas y lozanas como si deslizarse por el hielo no supusiese ningún esfuerzo.
Me tragué mis miedos y volví a centrarme en Quinn.
—Aclararé tus dudas si tú también respondes a mis preguntas.
—Ah, ¿es eso?, ¿buscas información? No puedo decirte nada relacionado con ese caso que os traen entre manos. Además, si te soy sincera, casi nunca presto atención cuando me habla del tema—se adelantó.
—No. Preguntas sobre ti.
Se mostró interesada y flexionó una rodilla.
—¿Y qué puedes querer saber de mí?
—¿Hay trato o no hay trato?
—Trato—accedió sonriente.
—Vale. Contestando a tu pregunta, sí, me gusta Santana. No es lo que busco, pero me gusta. Espero que eso sacie tu curiosidad. Y ahora, en cuanto a ti, ¿tienes intención de rehacer tu vida?
—Espero hacerlo algún día—admitió.
—¿Y por qué no se lo dices?
—¿De qué estás hablando?
—Quinn … he visto cómo la miras.
Ella rompió el contacto visual un segundo, solo un segundo, pero ese segundo me bastó para saber que estaba en lo cierto y que no me había imaginado nada.
Puede que alguien que pasase tiempo con ellas habitualmente no se diese cuenta, precisamente por eso, por la familiaridad, la costumbre; pero a mí me habían bastado unos minutos para notar que Quinn parecía extrañamente risueña cuando estaba cerca de Rachel y, aún más revelador, que la castaña se sonrojaba cada vez que la ojiverde mayor abría la boca para decirle cualquier tontería, algo que desde luego no era propio de una chica que caminaba por ahí con la cabeza alta, pasos seguros y espalda recta como si nada ni nadie pudiese desestabilizarla.
—San tiene razón, estás totalmente chiflada—se rio nerviosa.
—¿Santana te ha dicho que estoy chiflada?—grité.
—No te alteres; ¡total, a ella le encanta eso de ti!
—Estás intentando cambiar de tema—insistí—¡Te gusta Rachel! Lo que todavía no consigo entender es cómo es posible que Santana, la infalible Santana que presume de calar a todo el mundo gracias a su gran instinto, no se haya dado cuenta. Y peor aún, ¿por qué no se lo has dicho tú?
—Baja la voz.
—No pueden oírnos desde aquí.
—Joder, Brittany, ¡es su hermana! No puedo… Es una de las leyes más básicas del código de colegas. Nada de hermanas. Está prohibido.
—Seguro que lo único que Santana quiere para las dos es que sean felices. Sé que parece una ogro, pero tiene corazón y todo—bromeé intentando disipar la tensión.
Quinn suspiró al tiempo que se frotaba el mentón con aire pensativo.
—Es complicado. Tú no lo entiendes. Y no sé cómo demonios hemos terminado hablando de mí y de mis problemas cuando se suponía que iba a interrogarte sobre San en plan «mejor amiga protectora».
—Créeme, Santana no necesita que la protejas. Ella solita ya se encarga de ponerse encima varias capas antiadherentes, una armadura de hierro y spray anti-emociones.
Quinn esbozó una sonrisa, pero fue débil y efímera, dije:
—¿ Rachel sabe lo que sientes? ¿Se lo has dicho alguna vez?
Ella dejó escapar un largo suspiro antes de asentir levemente con la cabeza. Apoyó la cadera en la valla de la pista de hielo, dándole la espalda a las otras tres.
—Estuve…—guardó silencio—, Estuve a punto de besarla. Y de eso hace casi medio año. Fue en verano, un día que se quedó en casa cuidando de Beth; cuando volví del trabajo y la vi ahí, en mi cocina…, no sé qué se me pasó por la cabeza. Pero conseguí evitarlo en el último momento; por poco, pero lo hice. Desde entonces, Rach está… ya sabes… enfadada conmigo, rara. O eso creo. Ya no hablamos como antes ni quedamos a solas… en fin, no sé por qué te estoy contando todo esto, Brittany.
—Porque piensas que no puedes hablarlo con Santana—repliqué con tristeza—Y eso es horrible. Ella es tu mejor amiga, ¿por qué no le explicas esto mismo que me estás diciendo? Seguro que lo entendería.
—No es tan sencillo.
—¿Por qué?
—Me gusta Rach, la adoro, pero no sé cómo funcionaríamos como pareja, no sé si nuestras vidas encajarían bien… ¿Y si no es así? No es una desconocida que pueda desaparecer en caso de que las cosas no salgan bien entre nosotras. Es su hermana; la persona que San más quiere en este mundo.
—Te da miedo arriesgar su amistad…
Quinn hizo un asentimiento con la cabeza y se giró de nuevo hacia la pista de hielo justo para ver a su hija deslizándose a toda velocidad hacia nosotras seguida por las otras dos a la carrera.
Casi por arte de magia, sustituyó la expresión taciturna por una espléndida sonrisa que Beth correspondió antes de abrazar a su mamá y que ésta la cogiese y la alzase para sentarla sobre la valla sin dejar de mantenerla agarrada.
—¿Me has visto patinar, mami?
—Todo el tiempo, princesa.
Rachel posó su mirada en Quinn y cuando ésta ladeó la cabeza y sus ojos se encontraron, ambas apartaron la vista a la vez.
Cogí a Santana del codo antes de que se inclinase para desabrochar los cordones de los patines, a pesar de que Beth insistía en seguir durante un rato más.
—¿Te apetece dar una vuelta por el mercado navideño?
—¿Tú quieres hacerlo?—preguntó dubitativa.
—Sí, no sé, podríamos picar cualquier cosa; llevo media hora oliendo la comida y casi puedo escuchar a mis tripas gritando de frustración.
Santana se rio y asintió.
Unos minutos después, y tras dejar a Quinn, Rachel y Beth inmersas en otra ronda de patinaje, nos perdimos entre la gente y el mercado de Navidad, «Holiday Shops», que reunía a artesanos y vendedores de todo el mundo.
Parecía sacado de un cuento infantil con sus casitas de cristal entre las luces ambarinas.
Caminamos a paso lento, sin prisa, disfrutando del ambiente. Olía a café, a calabaza y a gofres recién hechos.
Pasamos junto al famoso carrusel y seguimos caminando un rato más envueltas por un cómodo silencio que Santana terminó rompiendo:
—Te gusta esto, ¿verdad?
—¿Esto? ¿Bryant Park?
—Sí, la Navidad, el ambiente—aclaró y yo asentí con la cabeza—¿Por qué?
—Es mágico, familiar y cálido. Y también por todo lo que representa.
—¿Y qué representa?
—Cosas buenas. Encuentros, sonrisas, ilusión, recuerdos—le sonreí—Cuando era pequeña adoraba el día de Navidad. No es que hiciese nada especial pero… era especial. Ayudaba a mi mamá en la cocina y entre las dos preparábamos la cena y el pastel de frutas para el postre mientras escuchábamos alguno de sus discos antiguos y bailábamos… Era divertido—concluí con la sensación de que había hablado de más; de que, en realidad, Santana no querría escuchar todas esas niñerías de mi infancia.
Tragué saliva y, por supuesto, ella percibió mi incertidumbre.
—¿Qué ocurre?
—Te estoy contando tonterías.
—Me gustan tus tonterías—sonrió.
—¿Tomamos algo?—pregunté incómoda.
Estábamos frente a un puesto de bebidas, justo en medio de uno de relucientes bolas navideñas pintadas a mano y otro de dulces.
Yo me pedí una apple cinder calentita y Santana prefirió un pumpkin spice latte, que era un café con leche con un toque de calabaza, nuez moscada y clavo. Sorbí de mi pajita mientras seguíamos caminando.
—¿Y qué más hacíais?
—Nada. Eso. La cena para las dos.
Tras tragar, Santana ladeó la cabeza mirándome.
—¿No te reunías con tu familia?
—Mi mamá es mi única familia—expliqué.
—No lo sabía—añadió en un susurro.
Intenté sonar animada cuando hablé de nuevo:
—¿Y tú? ¿Qué hacías en Navidad?
—Mi mamá y yo solíamos celebrarlo con la familia de Quinn. Ya sabes, vivíamos casi puerta con puerta, como ahora; nos reuníamos todas ahí y era un poco caos, pero guardo buenos recuerdos de aquello. Desde que ella murió, suelo pasar esos días en casa de mi papá, aunque algún que otro año he terminado aprovechando estas fechas para viajar.
—Lamento lo de tu mamá, no tenía ni idea.
Santana abrió la boca para decir algo más, pero volvió a cerrarla.
—Era una mujer muy… triste.
—¿Qué quieres decir?
—Casi siempre estaba deprimida, tenía muchas recaídas—explicó—Todo el asunto de mi papá la destrozó, era como si se fuese consumiendo con el paso de los años. Y no pude hacer nada para evitarlo. Era incapaz de dejar de quererlo, estaba obsesionada.
El silencio se deslizó entre nosotras unos segundos, a pesar del jolgorio que nos rodeaba.
Me metí la pajita en la boca, le di un trago a mi bebida y degusté los grumos de manzana y el sabor más fuerte y cítrico de la naranja y las especias.
—¿Cómo es tu papá—me atreví a preguntar.
—Complicado. Sí, esa es la palabra que Leroy Berry debería llevar escrita en la frente—se rio a pesar de que el asunto parecía mantenerlo en tensión y yo me guardé mi opinión sobre lo raro que me resultaba que lo llamase por su nombre—Es exigente, perfeccionista y duro, pero sobre todo lo primero: exigente.
—¿En qué sentido?
Santana encestó el vaso ya vacío de su bebida en una papelera cercana y se metió las manos en los bolsillos.
Por un momento, solo un momento, parecíamos una pareja normal saliendo por ahí, hablando y conociéndonos sin barreras. Era, quizá, la primera vez que estábamos solas fuera de las cuatro paredes de nuestras casas y sin intentar quitarnos la ropa la una a la otra.
—Para él solo sirve aquello que es útil o que puede demostrarse mediante un papel, un contrato o un nuevo puesto de trabajo, qué sé yo, algo que pueda palpar. Es el mejor apartando las emociones a un lado y fijándose tan solo en lo esencial, en lo que de verdad importa.
—¿Qué se supone que es lo que de verdad importa?
—Ganar. Ser mejor. Tener siempre un objetivo. Y ser ambicioso. Muy ambicioso.
La miré de reojo antes de hablar en voz baja.
—¿Y tú estás de acuerdo?
—Supongo que sí—se encogió de hombros.
La melodía de su teléfono comenzó a sonar y lo sacó del bolsillo de su abrigo.
Era Quinn.
Santana habló con ella un par de minutos y acordaron verse al día siguiente. Cuando colgó, estaba frotándome las manos entumecidas por el frío.
—¿No vamos a volver con ellas?
—No—sonrió de lado, se acercó y me rodeó la cintura con un brazo—Me he dado cuenta de que nunca salimos solas por ahí y he decidido hacerte una demostración totalmente gratuita de lo que debería ser una cita perfecta con cualquiera de esos pardillos con los que piensas quedar.
Fruncí los labios para evitar reírme.
—¿Buscas una excusa para pasar más tiempo conmigo?—me burlé.
—En un ejercicio de modestia y humildad, admitiré que pasar tiempo contigo no es tan insufrible como pensaba; es más, me atrevería a decir que hace semanas que ya no llevas ese palo en el culo—logró esquivar mi puño, que iba directo hacia su cara—Así que si a eso le añadimos que no quiero que termines en el altar junto a algún capullo del que te divorcies unos meses después… bueno, ¿qué me dices?, ¿vas a negarte a tener una primera y última cita conmigo? Sabes que puedo ser muy persuasiva.
Inspiré hondo.
Me sentía enfadada, agradecida y dubitativa, todo a un mismo tiempo.
Y sensible, sí, muy sensible, como si cada palabra fuese un cuchillo afilado o una caricia suave.
Repasé mi calendario mental, intentando encontrar alguna explicación lógica a esas emociones enrevesadas y sin sentido que cada vez me asaltaban con más frecuencia.
Ah, ¡ahí estaba, sí!
En breve me llegaría el periodo.
Eso lo explicaba todo, ¿no?
La inestabilidad, los cambios de humor y ese alto nivel sensitivo.
Sonreí más tranquila.
—Está bien. Acepto esa cita.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
PD: Hoy se cumplen 3 años desde que finalizo Glee! lo que no quita que eso acabo, sino un nuevo comienzo con la mentalidad que nos enseño la serie...y las personas que logramos conocer gracias a ella!... y mejor aun... a las BRITTANA!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Glee!!!!! bueno, a mi no me parece que lo que tiene Britt es que le vaya a venir su periodo, o si, ustedes que creen????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Jajajjaja el periodo...britt es muy buena para mentirse sola
Glee...extraño glee
Glee...extraño glee
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
Ufff 3 años!!! Vuela la vida!!
Son abogados saben mentir mucho y a muerte con la causa asi que va a ver terquedad asta el final!!!
Nos vemos!!!
Ufff 3 años!!! Vuela la vida!!
Son abogados saben mentir mucho y a muerte con la causa asi que va a ver terquedad asta el final!!!
Nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:Glee!!!!! bueno, a mi no me parece que lo que tiene Britt es que le vaya a venir su periodo, o si, ustedes que creen????
Hola, Viva! ajajajajajaja. Mmmm interesante deducción... Puede que ya este hasta la coronilla tmbn, no¿? XD Saludos =D
Isabella28 escribió:Jajajjaja el periodo...britt es muy buena para mentirse sola
Glee...extraño glee
Hola, jaajajajjajajaaj xD o no¿? no le gusta reconocer lo que viene =/ Y yo tmbn =( Deberían darlo otra vez ¬¬ repiten todo menos eso ¬¬ Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
Ufff 3 años!!! Vuela la vida!!
Son abogados saben mentir mucho y a muerte con la causa asi que va a ver terquedad asta el final!!!
Nos vemos!!!
Hola lu, o no¿? uno parpadea y ufff =/ oooh si y saben ocultar las cosas...esperemos que una sea menos q la otra...aunk sabemos q es así, mejor esperemos q la mas terca reconozca lo q es ¬¬ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 26
Capitulo 26
La Cita Perfecta…
Santana condujo en silencio por las calles de Nueva York.
Cuando bajé de la moto, sentía las piernas entumecidas por el frío y el vaho escapaba de mis labios, pero me parecía un sufrimiento soportable a cambio de pasar aquella noche con ella perdidas en la gran ciudad.
Acepté su mano cálida y recorrimos un par de calles antes de parar frente a un restaurante cerca de Little Italy.
Tan solo había cuatro mesas y todas estaban distanciadas entre sí, creando un ambiente íntimo y privado.
Sonreí al fijarme en los manteles de cuadros blancos y rojos y en las velas dentro de antiguos farolillos que culminaban la romántica decoración. Las paredes eran preciosas, de ladrillo rojo y olía a pasta y a masa recién horneada.
Santana saludó al camarero antes de apartar mi silla en un alarde de educación. La miré burlona y ella entornó los ojos sin dejar de sonreír mientras se acomodaba a mi lado; y me gustó eso, que no se sentase enfrente, sino junto a mí. Su codo rozó mi mano cuando lo posó sobre la mesa y cogió la carta.
Como era de esperar, terminé pidiendo una pizza de cuatro quesos y Santana se decantó por la de champiñones.
—Cualquiera diría que tienes experiencia en esto de las citas, López bromeé.
—¿Intentando sonsacarme información?
Sus ojos oscuros brillaron traviesos.
—No me interesa lo más mínimo—repliqué.
—Nunca he conocido a una mujer que mienta tan mal como tú lo haces, pero admiro tu tenacidad—atrapó mi mano antes de que pudiese apartarla y su dedo pulgar trazó círculos sobre mi piel; me estremecí ante la intensidad de su mirada—¿Te he dicho ya que el color rojo te sienta especialmente bien? Estás muy guapa.
Tragué saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—¿Eso debería decir mi cita?
Santana respiró hondo y asintió despacio.
—Luego quizá haría algo así…—alzó la mano que tenía libre y me colocó tras la oreja el mechón de cabello que había escapado de la coleta.
«¿Cómo era posible que un gesto tan sencillo me provocase ese cosquilleo?», me pregunté.
—Y aprovecharía para rozarte la nuca o el lóbulo de la oreja—concluyó haciendo eso mismo.
—No está mal—logré decir.
Santana sonrió y soltó mi mano.
—¿Te gusta el sitio? Imagino que no se parece al tipo de restaurante que describías en ese perfil de la web de citas, pero tiene su encanto, ¿no crees?
Fruncí el ceño y resoplé.
—Es precioso y claro que podría encajar.
—Dijiste «cenar en algún restaurante elegante».
—Estaría condicionada. Este lugar es muy bonito.
—¿Condicionada?—arqueó una ceja y yo me cerré en banda—Nena, vamos, sé sincera conmigo. Es la gracia de las citas; ser auténtica, ser tal y como uno es.
Inspiré hondo y apoyé un brazo en la mesa.
—¿Piensas serlo tú?
—Te prometo que lo intentaré.
Y no sé si fue su voz ronca o el miedo que encontré en sus ojos, pero supe que estaba siendo sincera, como si esa noche se hubiese quitado al fin todas esas capas que lo protegían.
Me pareció real.
Me pareció que realmente la estaba viendo a ella.
Nuestras miradas se enredaron unos segundos.
—Está bien—accedí y suspiré—Creo… creo que estaba condicionada por Sam. Por él y por las películas, sí, eso también…—negué con la cabeza sintiéndome tonta, pero Santana no se rio, tan solo continuó mirándome extrañamente seria y creo que fue eso lo que me impulsó a seguir hablando como si las palabras resbalasen y se me escapasen sin control—A Sam solían gustarle los restaurantes lujosos y elegantes, los que estaban de moda en un momento determinado. Me pidió matrimonio en un sitio así y, bueno, fue muy de cuento, estábamos rodeados por un montón de comensales que estallaron en aplausos y luego se levantó y me besó y… en fin, uno de los camareros descorchó una botella cara de champagne…—sacudí la cabeza—Ahora que lo pienso, ni siquiera recuerdo los detalles, creo que estaba demasiado aturdida como para asimilarlo bien.
—¿Y era eso lo que querías?
Cogí un trozo de pan cuando el camarero dejó la cestita al lado del farolillo y lo mordisqueé distraída.
Y fue en ese momento cuando fui consciente de que cenando con Sam nunca hubiese empezado a roer un trozo de pan a secas antes de que nos trajesen la cena, por mucha hambre que tuviese.
Me habría contenido.
Habría mirado la maldita cesta con deseo, pero jamás hubiese dado el paso de alargar el brazo hacia ella. Y podía parecer un gesto estúpido o irrelevante, pero para mí fue determinante.
Porque no todos los días una descubre que ha estado reprimiéndose durante ocho años delante de otra persona y, aún peor, que es capaz de no hacerlo con una que conoce desde hace apenas un mes.
Alcé la mirada hacia ella.
—No estoy segura, Santana; creo que nunca me paré más de un segundo a pensarlo, estaba demasiado ocupada intentando planificar una vida perfecta que nunca existió. Pero, ahora mismo, si viajase atrás en el tiempo, preferiría que hubiese ocurrido en un lugar así, como este, sin aplausos ni espectáculo, solo nosotros.
Santana respiró por la boca y se alejó un poco al dejarse caer hacia atrás y apoyarse en el respaldo de la silla. Fijó la vista en la fulgurante luz de las velas y no la apartó de ahí cuando habló de nuevo.
—¿Sigues enamorada de él?
—¿De Sam? No, ya no.
Porque lo había estado.
A pesar de todo, a pesar de no poder ser siempre yo misma con él o de lo que hizo al final, lo había querido mucho.
Muchísimo.
Había intentado ser mejor, por y para él, aunque no por mí, y me gustaba pensar que nuestros primeros años juntos fueron bonitos e inolvidables.
—Ahora te toca a ti, Santana.
—¿Qué quieres saber?
Estiró las piernas bajo la mesa y rozó las mías.
—Lo que te ocurrió—susurré.
—Supongo que lo mismo que le pasa a todo el mundo—dijo con la voz un poco rota—Amar duele demasiado. Y a mí me dolió durante mucho tiempo.
Jamás había sido tan sincera, tan claro.
La noté en su mirada confusa y en el rítmico y nervioso movimiento de su pierna contra la mía.
—¿Quieres contármelo?
—Nunca lo he hecho.
Parpadeé desconcertada cuando entendí lo que quería decir.
—¿No lo has hablado con nadie?—pregunté y ella negó con la cabeza—¿Por qué no?
—Porque no, porque eso es mío.
—¿El dolor es tuyo?—adiviné.
—Algo así—se frotó el mentón con gesto pensativo justo cuando nos sirvieron las dos pizzas.
Parecía un poco aturdida, fuera de su zona de confort.
Y no soporté verla así, ver aún el dolor en sus ojos. Me incliné hacia ella y la cogí del cuello de la camisa antes de darle un beso suave en los labios. Al separarme, sonreí al ver su mueca de sorpresa.
—Menuda primera cita más intensa—bromeé y comencé a cortar la pizza como si no acabase de ocurrir nada inusual, como si no fuese la primera vez que Santana se relajaba y se dejaba ver, aunque solo hubiese sido un reflejo fugaz—Me dejarás probar algún trozo de la tuya, ¿no? Porque lo que te dije la otra vez sobre las berenjenas con atún iba en serio; que me guste algo no significa que no me apetezca comer nada más.
Santana me dedicó una sonrisa minúscula con la que logró que se me disparasen las pulsaciones, porque era íntima y real.
Se incorporó en su silla, suspiró más tranquila, y comenzó a cortar su pizza en pequeñas porciones tras coger los cubiertos.
Así que durante el resto de la noche, mientras las velas se consumían y la conversación se volvía más fluida y distendida, hablamos de todo un poco.
Santana me contó que, cuando era pequeña, solía montar en monopatín y escalar árboles y hacer cualquier cosa que implicase algún peligro, algo que explicaba las múltiples cicatrices pequeñas que tanto ella como Quinn tenían tras tantas caídas.
Yo le hablé de mi mamá, de los vestidos para mis muñecas que me enseñó a lavar y a coser, aunque ahora odiaba hacerlo.
Y, conforme fueron pasando los minutos, terminé contándole cosas de la universidad, de Marley y de Hanna, de los muchos momentos que habíamos vivido juntas.
Cuando salimos de aquel restaurante, me llevé conmigo que a Santana le daban miedo las avispas y que los únicos alimentos que no soportaba eran las alcachofas y los espárragos; que a veces la relajaba darse una ducha justo antes de acostarse, incluso aunque fuese después de cenar, y que tenía cierta debilidad por los cereales y las galletas para niños, razón por la que solía pedirle a Beth que fuese con ella al supermercado a comprarlas (según ella, porque la cajera la había mirado mal hasta el día que la vio acompañada por la dulce niña de coletas rubias).
—¿Adónde vamos?—pregunté.
El frío de la noche me mordía la piel, pero su mano sobre la mía me calentaba por dentro.
Nuestros hombros se rozaron al caminar.
—No lo sé. Improvisaremos.
Y eso hicimos.
Terminamos entrando en un local que estaba decorado con motivos un poco caribeños y matrículas de diferentes estados adornando las paredes de un amarillo limón.
Había bastante gente, la mayoría de ellos de habla hispana, igual que la bailable música que sonaba de fondo. Solo había estado en un lugar semejante durante mi viaje a California el año anterior.
Nos sentamos frente a la barra, en uno de los extremos, y pedimos un refresco de piña colada sin alcohol porque Santana tenía que conducir y, además, no parecía muy apropiado llegar al día siguiente haciendo eses a la oficina.
Nos sirvieron las bebidas.
Casi todo el mundo estaba en los pocos reservados que habían o bailando en el centro de la sala.
No sé si era bachata o algo parecido, porque dejé de observar sus gráciles movimientos cuando Santana posó su mano sobre una de mis rodillas y comenzó a ascender lentamente con una sonrisa canalla en sus labios.
—¿Te estás divirtiendo?
—Mucho—admití.
—Eso pensaba…
—¿Qué estás haciendo?—reí.
—En una cita, esto se llamaría «preparar el terreno». Si deja caer una mano sobre tus piernas, en realidad es que está deseando abrírtelas.
—Qué fina eres—gruñí divertida.
—Sé que te encanta.
Atrapé sus dedos antes de que avanzasen hasta el interior de mis muslos y dedicásemos a los ahí presentes un espectáculo gratuito. Santana alzó una ceja y me dedicó una especie de mohín.
—Eso es censura.
—Muy necesaria, en este caso—repliqué—Además, llevo toda la noche dándole vueltas a algo y creo que debería decírtelo. O quizá no, ¡es que no lo sé! Me confundes, porque nunca sé cómo vas a reaccionar, eres demasiado imprevisible.
Santana ladeó la cabeza y se mostró curiosa.
—Habla—ordenó.
—No me mandes así—siseé.
Su rostro se ablandó de forma fingida.
—Cariño, sabes que puedes confiar en mí y contarme cualquier cosa que te preocupe—me acarició con el dorso de la mano la mejilla y mi cerebro sufrió una especie de colapso que se disipó en cuanto advertí su sonrisa burlona—¿Mejor así?—añadió.
—Eres una cínica, pero sí, mucho mejor—tomé una bocanada de aire—El caso es que antes… he estado hablando con Quinn porque, bueno, me he dado cuenta de una cosa, pero prométeme que no te enfadarás.
Santana resopló y se giró hacia la barra poniendo los ojos en blanco antes de volver a enfrentarme.
—¿Qué mierda piensas que soy, una puta ogro?
—Bueno, a veces…
—Va, dime qué ocurre con Q.
Y ante la impaciencia que escondía su voz, terminé soltándolo todo de golpe.
Todo.
Que su hermana y Quinn estaban pilladas pero eran incapaces de darse una oportunidad por miedo a lo que Santana pudiese pensar.
Me pareció tan triste, tan horrible que dos personas que se habían encontrado no pudiesen disfrutar de ello, que supe que tenía que hacer algo en plan alcahueta aunque nadie me lo hubiese pedido.
Ella escuchó atentamente, sin pestañear, sin moverse.
—¿Y bien? ¿No piensas decir nada?
Repiqueteó con sus largos dedos sobre la barra.
—Ya lo sabía.
—¿Cómo?
—Lo sabía—repitió.
La miré confundida.
—¿Y por qué no haces nada?
—Porque no me corresponde a mí hacerlo, no me da la gana—masculló.
—No puedo creerme que seas así, que te interpongas en esto.
—Te estás equivocando, nena. Es justo al revés—aclaró—Si tuviese que elegir una persona de este planeta con el que me gustaría que Rach saliese, ten por seguro que mi primera opción sería Quinn.
—No lo entiendo.
—Si de verdad la quiere que lo demuestre, que tenga las tetas bien puestas y se digne a venir a mí y decirme que desea estar con ella, lo apruebe o no. Si no es capaz de dejar de ser una cobarde, es que lo que siente por Rach no es suficiente y ella se lo merece todo.
—¡Madre mía, eres un tópico de hermana mayor!—sonreí y cogí su mano cuando empezó a maldecir por lo bajo—Pero lo entiendo, de verdad que sí. Y es tierno que quieras lo mejor para ella; en el fondo, Rachel parece… sensible.
—Lo es. Rach lo ha pasado mal—se mordió el labio inferior con gesto pensativo antes de darle un trago a la piña colada sin soltar mi mano, que mantenía sujeta bajo la suya—Mi papá puede ser muy cruel si se lo propone. Todos… todos llevamos lo nuestro.
—¿A qué te refieres?
—Mis hermanos, Jake y Noah, son dos gilipollas que después de más de veinte años siguen llamándome «hermanastra»—confesó con sequedad y arrastrando las palabras al hablar—Pero ni siquiera lo estúpidos que pueden llegar a ser justifica que mi papá los trate como si fuesen basura; tan solo los tiene trabajando en la empresa familiar para poder mantenerlos controlados y que no hagan nada que a él pueda avergonzarlo. Y luego está Rach… Rach tuvo que enfrentarse a él para conseguir dedicarse a lo que le gustaba, porque según mi papá la decoración de interiores es una patraña de lo que, como mucho, debería ocuparse en sus ratos libres. Lo que de verdad él esperaba era que se casase con el hijo de los St.James, una familia más que acaudalada con la que le interesaba hacer negocios, y sí, Rach estuvo saliendo con Jesse St.James un par de años, pero terminó rompiendo con él. Mi papá entró en cólera, porque justo entonces estaba a punto de firmar un acuerdo muy interesante con los St.James que no siguió adelante, pero, como imaginarás, la felicidad de Rach le importaba entre poco y nada.
—¡Joder, es tan retorcido que parece la trama de una telenovela!—se me escapó y me llevé una mano a la boca, pero Santana se rio sin darle importancia.
—Después de aquello, Rach se fue de casa y estuvo unos meses viviendo conmigo, mientras lo preparaba todo para dedicarse por fin a lo que deseaba hacer. Yo le dejé el dinero, algo que a mi papá no le hizo ni puta gracia, pero… bueno, es mi hermana. Rach es la única persona por la que haría cualquier cosa, aunque eso signifique cabrear al viejo. Ella no es tan fuerte como parece, tiene muchas inseguridades y una gran falta de autoestima; supongo que es inevitable cuando llevas toda tu vida escuchando que tu única función en este mundo será ser la esposa de alguien—le dio un trago a la bebida e hizo una pausa antes de seguir—Imagino que fue durante esos meses cuando la relación entre ella y Q cambió, porque al vivir casi puerta con puerta pasaron a verse casi todos los días y siguieron haciéndolo a menudo cuando ella encontró un departamento cerca de ahí a buen precio y se mudó.
La miré.
Intenté asociar la primera imagen que había conocido de ella, esa superficial y egoísta, con la otra parte que ahora me estaba permitiendo conocer.
Y advertí que no encajaban.
Sentía que había algo que se interponía entre ambas facetas y que, por alguna razón, Santana no podía evitar ser una contradicción en sí misma.
Era como si las piezas estuviesen equivocadas.
Santana era demasiadas cosas a la vez, demasiado todo; cuidadosa e insensata, cercana y distante, alegre y taciturna, despreocupada y responsable, familiar y solitaria…
«¿Cómo era posible que fuese tan incoherente?»
No lo entendía.
No tenía sentido.
—¿Y tú?—pregunté—¿Qué pasó contigo?
Se rascó la barbilla con aire pensativo.
—Fue complicado. Mi papá no me quería, tan solo me aceptó cuando se demostró que era hija suyo ante la ley, aunque eso él ya lo sabía mucho antes. Yo iba a su casa dos fines de semana al mes y la mitad de las veces él ni siquiera estaba, así que apenas teníamos trato—suspiró sin apartar su mirada de la mía y entendí que estaba siendo sincera, tal y como me había prometido al comenzar la velada en el restaurante—La primera vez que se dirigió a mí como su hija fue cuando me gradué en la universidad; recuerdo que se acercó, me estrechó la mano y me dijo «hija, buen trabajo». Se me quedó grabado. Y en ese momento entendí que su interés por mí era proporcional a mis triunfos. Lo que, mirando el lado positivo, me convirtió en la mujer que soy ahora y supongo que, al menos, le debo eso.
Sus palabras me oprimieron el pecho.
—¿Y estás satisfecha, era lo que querías?
—Creo que sí. Es el camino que elegí.
—Un camino que implica muchas cosas.
Santana dejó escapar con lentitud el aire que estaba conteniendo y negó con la cabeza con gesto cansado.
—No puedes tenerlo todo, Brittany. A veces hay que tomar elecciones difíciles y seguir adelante hasta el final. Yo intento ser la mejor en mi trabajo, lo que no significa que cuando acabo mi jornada no pueda tomarme las cosas menos en serio, pero sí me exige cierta dedicación. Sacrificios.
—¿Qué tipo de sacrificios?
Ella me dirigió una mirada que no supe descifrar.
—Ahora mismo, además de los casos que llevo, estoy inmersa en otros asuntos relacionados con el bufete. Asuntos que implican que, si todo sale según lo previsto, tendré que pasar menos tiempo en la oficina y más tiempo dentro de un avión viajando de un lugar a otro.
No dije nada, tan solo la observé en silencio, asimilando sus palabras.
«¿Qué esperaba, a fin de cuentas?», no podíamos mantener esa especie de relación temporal toda la vida porque, precisamente, era eso, «temporal», y Santana no tenía la obligación de compartir conmigo en qué andaba metido o cuáles eran sus próximos planes.
—Es una consecuencia de tantas, decisiones que nos obligan a dejar el exceso de equipaje por el camino. ¿No te lo has planteado? ¿No te has parado a pensar en que lo tú buscas, amor, familia, seguridad…, afectará a tu trabajo?
Tenía un nudo en la garganta cuando respondí.
—Valdrá la pena—contesté secamente.
—Espero que sí—Santana suspiró y se puso en pie.
Regresamos sobre nuestros pasos sin apenas hablar, las dos sumidas en un silencio que parecía ir acompañado por enredados pensamientos.
Yo lo hacía.
Yo pensaba en sus palabras, en lo que había dicho.
Era consciente de ello, de que formar una familia y disfrutar de hacerlo, supondría también no pasarme el día en la oficina o, por ejemplo, dentro de un avión, tal y como ella pensaba hacer.
Pero al contrario de lo que le ocurría a Santana, estaba harta del éxito, de querer perseguir siempre ese «más» que perdía todo su valor una vez alcanzado, de buscar nuevos objetivos y esperar expectante una palmadita en la espalda y una felicitación de Sue para sentirme realizada.
Esas semanas a su lado me habían hecho darme cuenta de muchas cosas.
Adoraba mi trabajo, pero tenía la sensación de que se había comido parte de mi vida, engulléndola sin control.
Y al mirar a Santana, vi el reflejo de lo que Sam también había sido.
De lo que habíamos sido los dos como pareja, en realidad.
Rutinarios, centrados en nuestros empleos y anteponiéndolos siempre delante de cualquier otra cosa.
Pensé en Marley, que el año anterior había dejado su puesto en una prestigiosa editorial de Nueva York y ahora trabajaba para sí misma, tranquila, sin presión, con tiempo para salir por las tardes con Kitty a tomar algo o visitar alguno de los mercadillos ecológicos que tanto abundaban en la zona, ver el atardecer o dar un paseo por la playa…
Santana me abrochó el casco de la moto.
—¿Duermes conmigo?
—Mañana trabajamos…
—Te acerco a casa temprano y luego te dejo a una manzana de la oficina—instó con la voz ronca y no sé por qué, pero me pareció que necesitaba aquello.
Así que asentí con la cabeza.
Me coloqué tras ella y, pasadas un par de manzanas, cuando advirtió que no lo abrazaba como de costumbre, cogió mis manos y rodeó con ellas su cintura.
Apoyé la cabeza en su espalda.
Tenía un mal presentimiento, una sensación de angustia en la boca del estómago, atormentándome, como cuando tienes una piedrecita dentro del zapato y, sí, puedes caminar con ella, pero no deja de ser molesta, de gritarte que está ahí a cada paso que das.
Al llegar a su casa y, a pesar de que ya era un poco tarde, no me opuse cuando Santana dijo de ver una película.
Sin mediar palabra y como si fuese parte de nuestra rutina, metió una bolsa de palomitas en el microondas, me dio mi (su) pijama recién lavado y cinco minutos después las dos estábamos en el sofá, abrazadas, viendo Malditos bastardos con el estómago lleno.
Y la noté diferente, como si memorizase cada detalle, cada roce, cada vez que se inclinaba hacia mí y dejaba un beso salado en mis labios.
Besos que terminaron siendo insuficientes y que consiguieron que parásemos la película a medias y lo hiciésemos ahí mismo, en el sofá, lento, muy lento, sin dejar de mirarnos, sin dejar de preguntarnos qué significaba aquel silencio y esa necesidad.
Siguió besándome al acabar.
Su boca buscaba el calor de la mía, su lengua húmeda recorría cada recoveco en un beso sincero, pero también dulce y amargo a la vez.
Dulce porque sus labios eran cálidos y tiernos y parecían haber sido hechos para estar sobre los míos.
Amargo porque la sentí triste, como si fuese una especie de despedida.
Entre beso y beso, Santana cogió la manta que descansaba a los pies del sofá y nos tapó con ella. Sus manos recorrieron mi rostro en la oscuridad del salón; noté la punta de sus dedos sobre mis labios, acariciándolos y, sin ninguna razón, me entraron ganas de llorar.
Pero no lo hice.
No lloré.
Deseaba hacerlo, en el fondo, de algún modo retorcido, pero sencillamente no podía.
Tragué saliva con brusquedad.
Santana escondió el rostro en mi cuello, entre mi pelo, y las palabras que llevaba días conteniendo se me escaparon antes de que pudiese retenerlas.
—Santana…—susurré con la voz temblorosa.
—Dime, nena.
—¿Crees… tú crees que debería seguir teniendo citas?
El silencio nos envolvió y los segundos que lo precedieron se me antojaron eternos; tenía el estómago encogido y estaba conteniendo la respiración.
Deseé que dijese que no.
Un «no» decidido, firme y lleno de promesas.
Un «no» esperanzador.
Pero, en cambio, noté sus dudas antes de sentir el aliento cálido de Santana sobre mi piel cuando respondió:
—Sí, deberías seguir haciéndolo.
Cuando bajé de la moto, sentía las piernas entumecidas por el frío y el vaho escapaba de mis labios, pero me parecía un sufrimiento soportable a cambio de pasar aquella noche con ella perdidas en la gran ciudad.
Acepté su mano cálida y recorrimos un par de calles antes de parar frente a un restaurante cerca de Little Italy.
Tan solo había cuatro mesas y todas estaban distanciadas entre sí, creando un ambiente íntimo y privado.
Sonreí al fijarme en los manteles de cuadros blancos y rojos y en las velas dentro de antiguos farolillos que culminaban la romántica decoración. Las paredes eran preciosas, de ladrillo rojo y olía a pasta y a masa recién horneada.
Santana saludó al camarero antes de apartar mi silla en un alarde de educación. La miré burlona y ella entornó los ojos sin dejar de sonreír mientras se acomodaba a mi lado; y me gustó eso, que no se sentase enfrente, sino junto a mí. Su codo rozó mi mano cuando lo posó sobre la mesa y cogió la carta.
Como era de esperar, terminé pidiendo una pizza de cuatro quesos y Santana se decantó por la de champiñones.
—Cualquiera diría que tienes experiencia en esto de las citas, López bromeé.
—¿Intentando sonsacarme información?
Sus ojos oscuros brillaron traviesos.
—No me interesa lo más mínimo—repliqué.
—Nunca he conocido a una mujer que mienta tan mal como tú lo haces, pero admiro tu tenacidad—atrapó mi mano antes de que pudiese apartarla y su dedo pulgar trazó círculos sobre mi piel; me estremecí ante la intensidad de su mirada—¿Te he dicho ya que el color rojo te sienta especialmente bien? Estás muy guapa.
Tragué saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—¿Eso debería decir mi cita?
Santana respiró hondo y asintió despacio.
—Luego quizá haría algo así…—alzó la mano que tenía libre y me colocó tras la oreja el mechón de cabello que había escapado de la coleta.
«¿Cómo era posible que un gesto tan sencillo me provocase ese cosquilleo?», me pregunté.
—Y aprovecharía para rozarte la nuca o el lóbulo de la oreja—concluyó haciendo eso mismo.
—No está mal—logré decir.
Santana sonrió y soltó mi mano.
—¿Te gusta el sitio? Imagino que no se parece al tipo de restaurante que describías en ese perfil de la web de citas, pero tiene su encanto, ¿no crees?
Fruncí el ceño y resoplé.
—Es precioso y claro que podría encajar.
—Dijiste «cenar en algún restaurante elegante».
—Estaría condicionada. Este lugar es muy bonito.
—¿Condicionada?—arqueó una ceja y yo me cerré en banda—Nena, vamos, sé sincera conmigo. Es la gracia de las citas; ser auténtica, ser tal y como uno es.
Inspiré hondo y apoyé un brazo en la mesa.
—¿Piensas serlo tú?
—Te prometo que lo intentaré.
Y no sé si fue su voz ronca o el miedo que encontré en sus ojos, pero supe que estaba siendo sincera, como si esa noche se hubiese quitado al fin todas esas capas que lo protegían.
Me pareció real.
Me pareció que realmente la estaba viendo a ella.
Nuestras miradas se enredaron unos segundos.
—Está bien—accedí y suspiré—Creo… creo que estaba condicionada por Sam. Por él y por las películas, sí, eso también…—negué con la cabeza sintiéndome tonta, pero Santana no se rio, tan solo continuó mirándome extrañamente seria y creo que fue eso lo que me impulsó a seguir hablando como si las palabras resbalasen y se me escapasen sin control—A Sam solían gustarle los restaurantes lujosos y elegantes, los que estaban de moda en un momento determinado. Me pidió matrimonio en un sitio así y, bueno, fue muy de cuento, estábamos rodeados por un montón de comensales que estallaron en aplausos y luego se levantó y me besó y… en fin, uno de los camareros descorchó una botella cara de champagne…—sacudí la cabeza—Ahora que lo pienso, ni siquiera recuerdo los detalles, creo que estaba demasiado aturdida como para asimilarlo bien.
—¿Y era eso lo que querías?
Cogí un trozo de pan cuando el camarero dejó la cestita al lado del farolillo y lo mordisqueé distraída.
Y fue en ese momento cuando fui consciente de que cenando con Sam nunca hubiese empezado a roer un trozo de pan a secas antes de que nos trajesen la cena, por mucha hambre que tuviese.
Me habría contenido.
Habría mirado la maldita cesta con deseo, pero jamás hubiese dado el paso de alargar el brazo hacia ella. Y podía parecer un gesto estúpido o irrelevante, pero para mí fue determinante.
Porque no todos los días una descubre que ha estado reprimiéndose durante ocho años delante de otra persona y, aún peor, que es capaz de no hacerlo con una que conoce desde hace apenas un mes.
Alcé la mirada hacia ella.
—No estoy segura, Santana; creo que nunca me paré más de un segundo a pensarlo, estaba demasiado ocupada intentando planificar una vida perfecta que nunca existió. Pero, ahora mismo, si viajase atrás en el tiempo, preferiría que hubiese ocurrido en un lugar así, como este, sin aplausos ni espectáculo, solo nosotros.
Santana respiró por la boca y se alejó un poco al dejarse caer hacia atrás y apoyarse en el respaldo de la silla. Fijó la vista en la fulgurante luz de las velas y no la apartó de ahí cuando habló de nuevo.
—¿Sigues enamorada de él?
—¿De Sam? No, ya no.
Porque lo había estado.
A pesar de todo, a pesar de no poder ser siempre yo misma con él o de lo que hizo al final, lo había querido mucho.
Muchísimo.
Había intentado ser mejor, por y para él, aunque no por mí, y me gustaba pensar que nuestros primeros años juntos fueron bonitos e inolvidables.
—Ahora te toca a ti, Santana.
—¿Qué quieres saber?
Estiró las piernas bajo la mesa y rozó las mías.
—Lo que te ocurrió—susurré.
—Supongo que lo mismo que le pasa a todo el mundo—dijo con la voz un poco rota—Amar duele demasiado. Y a mí me dolió durante mucho tiempo.
Jamás había sido tan sincera, tan claro.
La noté en su mirada confusa y en el rítmico y nervioso movimiento de su pierna contra la mía.
—¿Quieres contármelo?
—Nunca lo he hecho.
Parpadeé desconcertada cuando entendí lo que quería decir.
—¿No lo has hablado con nadie?—pregunté y ella negó con la cabeza—¿Por qué no?
—Porque no, porque eso es mío.
—¿El dolor es tuyo?—adiviné.
—Algo así—se frotó el mentón con gesto pensativo justo cuando nos sirvieron las dos pizzas.
Parecía un poco aturdida, fuera de su zona de confort.
Y no soporté verla así, ver aún el dolor en sus ojos. Me incliné hacia ella y la cogí del cuello de la camisa antes de darle un beso suave en los labios. Al separarme, sonreí al ver su mueca de sorpresa.
—Menuda primera cita más intensa—bromeé y comencé a cortar la pizza como si no acabase de ocurrir nada inusual, como si no fuese la primera vez que Santana se relajaba y se dejaba ver, aunque solo hubiese sido un reflejo fugaz—Me dejarás probar algún trozo de la tuya, ¿no? Porque lo que te dije la otra vez sobre las berenjenas con atún iba en serio; que me guste algo no significa que no me apetezca comer nada más.
Santana me dedicó una sonrisa minúscula con la que logró que se me disparasen las pulsaciones, porque era íntima y real.
Se incorporó en su silla, suspiró más tranquila, y comenzó a cortar su pizza en pequeñas porciones tras coger los cubiertos.
Así que durante el resto de la noche, mientras las velas se consumían y la conversación se volvía más fluida y distendida, hablamos de todo un poco.
Santana me contó que, cuando era pequeña, solía montar en monopatín y escalar árboles y hacer cualquier cosa que implicase algún peligro, algo que explicaba las múltiples cicatrices pequeñas que tanto ella como Quinn tenían tras tantas caídas.
Yo le hablé de mi mamá, de los vestidos para mis muñecas que me enseñó a lavar y a coser, aunque ahora odiaba hacerlo.
Y, conforme fueron pasando los minutos, terminé contándole cosas de la universidad, de Marley y de Hanna, de los muchos momentos que habíamos vivido juntas.
Cuando salimos de aquel restaurante, me llevé conmigo que a Santana le daban miedo las avispas y que los únicos alimentos que no soportaba eran las alcachofas y los espárragos; que a veces la relajaba darse una ducha justo antes de acostarse, incluso aunque fuese después de cenar, y que tenía cierta debilidad por los cereales y las galletas para niños, razón por la que solía pedirle a Beth que fuese con ella al supermercado a comprarlas (según ella, porque la cajera la había mirado mal hasta el día que la vio acompañada por la dulce niña de coletas rubias).
—¿Adónde vamos?—pregunté.
El frío de la noche me mordía la piel, pero su mano sobre la mía me calentaba por dentro.
Nuestros hombros se rozaron al caminar.
—No lo sé. Improvisaremos.
Y eso hicimos.
Terminamos entrando en un local que estaba decorado con motivos un poco caribeños y matrículas de diferentes estados adornando las paredes de un amarillo limón.
Había bastante gente, la mayoría de ellos de habla hispana, igual que la bailable música que sonaba de fondo. Solo había estado en un lugar semejante durante mi viaje a California el año anterior.
Nos sentamos frente a la barra, en uno de los extremos, y pedimos un refresco de piña colada sin alcohol porque Santana tenía que conducir y, además, no parecía muy apropiado llegar al día siguiente haciendo eses a la oficina.
Nos sirvieron las bebidas.
Casi todo el mundo estaba en los pocos reservados que habían o bailando en el centro de la sala.
No sé si era bachata o algo parecido, porque dejé de observar sus gráciles movimientos cuando Santana posó su mano sobre una de mis rodillas y comenzó a ascender lentamente con una sonrisa canalla en sus labios.
—¿Te estás divirtiendo?
—Mucho—admití.
—Eso pensaba…
—¿Qué estás haciendo?—reí.
—En una cita, esto se llamaría «preparar el terreno». Si deja caer una mano sobre tus piernas, en realidad es que está deseando abrírtelas.
—Qué fina eres—gruñí divertida.
—Sé que te encanta.
Atrapé sus dedos antes de que avanzasen hasta el interior de mis muslos y dedicásemos a los ahí presentes un espectáculo gratuito. Santana alzó una ceja y me dedicó una especie de mohín.
—Eso es censura.
—Muy necesaria, en este caso—repliqué—Además, llevo toda la noche dándole vueltas a algo y creo que debería decírtelo. O quizá no, ¡es que no lo sé! Me confundes, porque nunca sé cómo vas a reaccionar, eres demasiado imprevisible.
Santana ladeó la cabeza y se mostró curiosa.
—Habla—ordenó.
—No me mandes así—siseé.
Su rostro se ablandó de forma fingida.
—Cariño, sabes que puedes confiar en mí y contarme cualquier cosa que te preocupe—me acarició con el dorso de la mano la mejilla y mi cerebro sufrió una especie de colapso que se disipó en cuanto advertí su sonrisa burlona—¿Mejor así?—añadió.
—Eres una cínica, pero sí, mucho mejor—tomé una bocanada de aire—El caso es que antes… he estado hablando con Quinn porque, bueno, me he dado cuenta de una cosa, pero prométeme que no te enfadarás.
Santana resopló y se giró hacia la barra poniendo los ojos en blanco antes de volver a enfrentarme.
—¿Qué mierda piensas que soy, una puta ogro?
—Bueno, a veces…
—Va, dime qué ocurre con Q.
Y ante la impaciencia que escondía su voz, terminé soltándolo todo de golpe.
Todo.
Que su hermana y Quinn estaban pilladas pero eran incapaces de darse una oportunidad por miedo a lo que Santana pudiese pensar.
Me pareció tan triste, tan horrible que dos personas que se habían encontrado no pudiesen disfrutar de ello, que supe que tenía que hacer algo en plan alcahueta aunque nadie me lo hubiese pedido.
Ella escuchó atentamente, sin pestañear, sin moverse.
—¿Y bien? ¿No piensas decir nada?
Repiqueteó con sus largos dedos sobre la barra.
—Ya lo sabía.
—¿Cómo?
—Lo sabía—repitió.
La miré confundida.
—¿Y por qué no haces nada?
—Porque no me corresponde a mí hacerlo, no me da la gana—masculló.
—No puedo creerme que seas así, que te interpongas en esto.
—Te estás equivocando, nena. Es justo al revés—aclaró—Si tuviese que elegir una persona de este planeta con el que me gustaría que Rach saliese, ten por seguro que mi primera opción sería Quinn.
—No lo entiendo.
—Si de verdad la quiere que lo demuestre, que tenga las tetas bien puestas y se digne a venir a mí y decirme que desea estar con ella, lo apruebe o no. Si no es capaz de dejar de ser una cobarde, es que lo que siente por Rach no es suficiente y ella se lo merece todo.
—¡Madre mía, eres un tópico de hermana mayor!—sonreí y cogí su mano cuando empezó a maldecir por lo bajo—Pero lo entiendo, de verdad que sí. Y es tierno que quieras lo mejor para ella; en el fondo, Rachel parece… sensible.
—Lo es. Rach lo ha pasado mal—se mordió el labio inferior con gesto pensativo antes de darle un trago a la piña colada sin soltar mi mano, que mantenía sujeta bajo la suya—Mi papá puede ser muy cruel si se lo propone. Todos… todos llevamos lo nuestro.
—¿A qué te refieres?
—Mis hermanos, Jake y Noah, son dos gilipollas que después de más de veinte años siguen llamándome «hermanastra»—confesó con sequedad y arrastrando las palabras al hablar—Pero ni siquiera lo estúpidos que pueden llegar a ser justifica que mi papá los trate como si fuesen basura; tan solo los tiene trabajando en la empresa familiar para poder mantenerlos controlados y que no hagan nada que a él pueda avergonzarlo. Y luego está Rach… Rach tuvo que enfrentarse a él para conseguir dedicarse a lo que le gustaba, porque según mi papá la decoración de interiores es una patraña de lo que, como mucho, debería ocuparse en sus ratos libres. Lo que de verdad él esperaba era que se casase con el hijo de los St.James, una familia más que acaudalada con la que le interesaba hacer negocios, y sí, Rach estuvo saliendo con Jesse St.James un par de años, pero terminó rompiendo con él. Mi papá entró en cólera, porque justo entonces estaba a punto de firmar un acuerdo muy interesante con los St.James que no siguió adelante, pero, como imaginarás, la felicidad de Rach le importaba entre poco y nada.
—¡Joder, es tan retorcido que parece la trama de una telenovela!—se me escapó y me llevé una mano a la boca, pero Santana se rio sin darle importancia.
—Después de aquello, Rach se fue de casa y estuvo unos meses viviendo conmigo, mientras lo preparaba todo para dedicarse por fin a lo que deseaba hacer. Yo le dejé el dinero, algo que a mi papá no le hizo ni puta gracia, pero… bueno, es mi hermana. Rach es la única persona por la que haría cualquier cosa, aunque eso signifique cabrear al viejo. Ella no es tan fuerte como parece, tiene muchas inseguridades y una gran falta de autoestima; supongo que es inevitable cuando llevas toda tu vida escuchando que tu única función en este mundo será ser la esposa de alguien—le dio un trago a la bebida e hizo una pausa antes de seguir—Imagino que fue durante esos meses cuando la relación entre ella y Q cambió, porque al vivir casi puerta con puerta pasaron a verse casi todos los días y siguieron haciéndolo a menudo cuando ella encontró un departamento cerca de ahí a buen precio y se mudó.
La miré.
Intenté asociar la primera imagen que había conocido de ella, esa superficial y egoísta, con la otra parte que ahora me estaba permitiendo conocer.
Y advertí que no encajaban.
Sentía que había algo que se interponía entre ambas facetas y que, por alguna razón, Santana no podía evitar ser una contradicción en sí misma.
Era como si las piezas estuviesen equivocadas.
Santana era demasiadas cosas a la vez, demasiado todo; cuidadosa e insensata, cercana y distante, alegre y taciturna, despreocupada y responsable, familiar y solitaria…
«¿Cómo era posible que fuese tan incoherente?»
No lo entendía.
No tenía sentido.
—¿Y tú?—pregunté—¿Qué pasó contigo?
Se rascó la barbilla con aire pensativo.
—Fue complicado. Mi papá no me quería, tan solo me aceptó cuando se demostró que era hija suyo ante la ley, aunque eso él ya lo sabía mucho antes. Yo iba a su casa dos fines de semana al mes y la mitad de las veces él ni siquiera estaba, así que apenas teníamos trato—suspiró sin apartar su mirada de la mía y entendí que estaba siendo sincera, tal y como me había prometido al comenzar la velada en el restaurante—La primera vez que se dirigió a mí como su hija fue cuando me gradué en la universidad; recuerdo que se acercó, me estrechó la mano y me dijo «hija, buen trabajo». Se me quedó grabado. Y en ese momento entendí que su interés por mí era proporcional a mis triunfos. Lo que, mirando el lado positivo, me convirtió en la mujer que soy ahora y supongo que, al menos, le debo eso.
Sus palabras me oprimieron el pecho.
—¿Y estás satisfecha, era lo que querías?
—Creo que sí. Es el camino que elegí.
—Un camino que implica muchas cosas.
Santana dejó escapar con lentitud el aire que estaba conteniendo y negó con la cabeza con gesto cansado.
—No puedes tenerlo todo, Brittany. A veces hay que tomar elecciones difíciles y seguir adelante hasta el final. Yo intento ser la mejor en mi trabajo, lo que no significa que cuando acabo mi jornada no pueda tomarme las cosas menos en serio, pero sí me exige cierta dedicación. Sacrificios.
—¿Qué tipo de sacrificios?
Ella me dirigió una mirada que no supe descifrar.
—Ahora mismo, además de los casos que llevo, estoy inmersa en otros asuntos relacionados con el bufete. Asuntos que implican que, si todo sale según lo previsto, tendré que pasar menos tiempo en la oficina y más tiempo dentro de un avión viajando de un lugar a otro.
No dije nada, tan solo la observé en silencio, asimilando sus palabras.
«¿Qué esperaba, a fin de cuentas?», no podíamos mantener esa especie de relación temporal toda la vida porque, precisamente, era eso, «temporal», y Santana no tenía la obligación de compartir conmigo en qué andaba metido o cuáles eran sus próximos planes.
—Es una consecuencia de tantas, decisiones que nos obligan a dejar el exceso de equipaje por el camino. ¿No te lo has planteado? ¿No te has parado a pensar en que lo tú buscas, amor, familia, seguridad…, afectará a tu trabajo?
Tenía un nudo en la garganta cuando respondí.
—Valdrá la pena—contesté secamente.
—Espero que sí—Santana suspiró y se puso en pie.
Regresamos sobre nuestros pasos sin apenas hablar, las dos sumidas en un silencio que parecía ir acompañado por enredados pensamientos.
Yo lo hacía.
Yo pensaba en sus palabras, en lo que había dicho.
Era consciente de ello, de que formar una familia y disfrutar de hacerlo, supondría también no pasarme el día en la oficina o, por ejemplo, dentro de un avión, tal y como ella pensaba hacer.
Pero al contrario de lo que le ocurría a Santana, estaba harta del éxito, de querer perseguir siempre ese «más» que perdía todo su valor una vez alcanzado, de buscar nuevos objetivos y esperar expectante una palmadita en la espalda y una felicitación de Sue para sentirme realizada.
Esas semanas a su lado me habían hecho darme cuenta de muchas cosas.
Adoraba mi trabajo, pero tenía la sensación de que se había comido parte de mi vida, engulléndola sin control.
Y al mirar a Santana, vi el reflejo de lo que Sam también había sido.
De lo que habíamos sido los dos como pareja, en realidad.
Rutinarios, centrados en nuestros empleos y anteponiéndolos siempre delante de cualquier otra cosa.
Pensé en Marley, que el año anterior había dejado su puesto en una prestigiosa editorial de Nueva York y ahora trabajaba para sí misma, tranquila, sin presión, con tiempo para salir por las tardes con Kitty a tomar algo o visitar alguno de los mercadillos ecológicos que tanto abundaban en la zona, ver el atardecer o dar un paseo por la playa…
Santana me abrochó el casco de la moto.
—¿Duermes conmigo?
—Mañana trabajamos…
—Te acerco a casa temprano y luego te dejo a una manzana de la oficina—instó con la voz ronca y no sé por qué, pero me pareció que necesitaba aquello.
Así que asentí con la cabeza.
Me coloqué tras ella y, pasadas un par de manzanas, cuando advirtió que no lo abrazaba como de costumbre, cogió mis manos y rodeó con ellas su cintura.
Apoyé la cabeza en su espalda.
Tenía un mal presentimiento, una sensación de angustia en la boca del estómago, atormentándome, como cuando tienes una piedrecita dentro del zapato y, sí, puedes caminar con ella, pero no deja de ser molesta, de gritarte que está ahí a cada paso que das.
Al llegar a su casa y, a pesar de que ya era un poco tarde, no me opuse cuando Santana dijo de ver una película.
Sin mediar palabra y como si fuese parte de nuestra rutina, metió una bolsa de palomitas en el microondas, me dio mi (su) pijama recién lavado y cinco minutos después las dos estábamos en el sofá, abrazadas, viendo Malditos bastardos con el estómago lleno.
Y la noté diferente, como si memorizase cada detalle, cada roce, cada vez que se inclinaba hacia mí y dejaba un beso salado en mis labios.
Besos que terminaron siendo insuficientes y que consiguieron que parásemos la película a medias y lo hiciésemos ahí mismo, en el sofá, lento, muy lento, sin dejar de mirarnos, sin dejar de preguntarnos qué significaba aquel silencio y esa necesidad.
Siguió besándome al acabar.
Su boca buscaba el calor de la mía, su lengua húmeda recorría cada recoveco en un beso sincero, pero también dulce y amargo a la vez.
Dulce porque sus labios eran cálidos y tiernos y parecían haber sido hechos para estar sobre los míos.
Amargo porque la sentí triste, como si fuese una especie de despedida.
Entre beso y beso, Santana cogió la manta que descansaba a los pies del sofá y nos tapó con ella. Sus manos recorrieron mi rostro en la oscuridad del salón; noté la punta de sus dedos sobre mis labios, acariciándolos y, sin ninguna razón, me entraron ganas de llorar.
Pero no lo hice.
No lloré.
Deseaba hacerlo, en el fondo, de algún modo retorcido, pero sencillamente no podía.
Tragué saliva con brusquedad.
Santana escondió el rostro en mi cuello, entre mi pelo, y las palabras que llevaba días conteniendo se me escaparon antes de que pudiese retenerlas.
—Santana…—susurré con la voz temblorosa.
—Dime, nena.
—¿Crees… tú crees que debería seguir teniendo citas?
El silencio nos envolvió y los segundos que lo precedieron se me antojaron eternos; tenía el estómago encogido y estaba conteniendo la respiración.
Deseé que dijese que no.
Un «no» decidido, firme y lleno de promesas.
Un «no» esperanzador.
Pero, en cambio, noté sus dudas antes de sentir el aliento cálido de Santana sobre mi piel cuando respondió:
—Sí, deberías seguir haciéndolo.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,...
no es la primer cita, sino mas a sabor de despedida silenciosa,...
son muy buenas mentirosas, a ver hasta donde les aguanta la mascara a las dos o la distancia???
nos vemos!!!
no es la primer cita, sino mas a sabor de despedida silenciosa,...
son muy buenas mentirosas, a ver hasta donde les aguanta la mascara a las dos o la distancia???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Esto me huele a despedida.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Que le pasa a Santana???? que capacidad tiene para cabrearme en cada historia cuando se comporta como una gilipollas!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,...
no es la primer cita, sino mas a sabor de despedida silenciosa,...
son muy buenas mentirosas, a ver hasta donde les aguanta la mascara a las dos o la distancia???
nos vemos!!!
Hola lu, la primera y la ultima¿? =/ Si que lo son, pero una más q la otra y estamos claras quien ¬¬ Saludos =D
Isabella28 escribió:Esto me huele a despedida.
Hola, sip...y no eres la unica por lo que veo =/ Saludos =D
micky morales escribió:Que le pasa a Santana???? que capacidad tiene para cabrearme en cada historia cuando se comporta como una gilipollas!!!!!!
Hola, nose ¬¬ JAajajajaja si que la tiene xq no eres a la unica q le pasa ¬¬ Espero y tenga una MUY buena explicación ¬¬ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 27
Capitulo 27
Desengaños…
Sue gruñó en cuanto me vio entrar en la oficina; paró de hablar con uno de mis compañeros cortándole con brusquedad y se dirigió a mí con paso amenazante antes de sisear un «te veo en mi despacho».
Así que dejé el maletín en mi escritorio y luego me dirigí hacia ahí.
Sue estaba sentada tras su mesa, con la mirada fija en un par de papeles que tenía encima y el ceño fruncido. Alzó la cabeza al escuchar el ruido que hice al cerrar la puerta a mi espalda.
Me senté.
—¿Todo va bien?—pregunté cohibida.
—Si a ir bien se le puede llamar a entregar dos informes tarde y seguir sin conseguir ni una mísera prueba con la que poder negociar con López y su equipo, sí, supongo que todo va bien—ironizó—¿A qué demonios estás jugando, Brittany?
—Lo tengo todo bajo control.
—Permíteme que lo dude—replicó enfadada—¿Y qué ocurre con esos informes?
Inspiré hondo y solté el aire despacito e intentando calmarme.
Llevaba años matándome, anteponiendo mi empleo a todo lo demás, llevándome a casa el exceso de trabajo y dedicándole mis tardes libres, tal como había hecho el lunes de esa misma semana al acercarme con Hanna a los dos lugares que Artie Abrams frecuentaba.
Y no me quejaba por lo que hacía, sino porque Sue era incapaz de ver nada de todo eso, valorarlo y reconocer que me esforzaba como nadie.
—Los informes los entregué dentro del plazo.
—Ya, pero es impropio de ti dejarlo para el último momento.
—¿Qué importa eso? Cumplí con mi trabajo, cumplí con el plazo—repetí—Llevo años dedicándome a este bufete en cuerpo y alma. No entiendo que estés decepcionada conmigo. He conseguido un buen trato en el divorcio de Sugar Motta teniendo en cuenta la situación, pero a ti no te parece suficiente—me defendí.
Sue me sostuvo la mirada y jugueteó con uno de sus bolígrafos mientras esbozaba una sonrisa lobuna.
—¿Sabes por qué son pocos los becarios que consiguen un contrato fijo en mi empresa y por qué decidí contratarte hace años? Porque busco a los mejores. No quiero gente mediocre, quiero personas ambiciosas. Y tú, Brittany, eras la ambición personificada.
«Y seguía siéndolo», me dije.
La única diferencia era que antes solo me importaba eso, no había nada más, y ahora quería poder centrarme también en otras cosas; en mí misma, para empezar, en mis amigas, en mi mamá, en salir por ahí al terminar el trabajo a tomar una copa sin pensar en la pila de informes que me esperaban para acompañarme hasta las tantas de la madrugada, y en conocer a alguien y ser feliz, disfrutar, viajar…
Contuve el aliento al recordar las palabras de Santana, esas palabras que habían roto cualquier atisbo de esperanza entre nosotras, y sacudí la cabeza, aturdida, porque no era el momento de pensar en eso.
—Lo siento… Yo… yo…
—Tú tienes que espabilar—gruñó.
—De acuerdo. Creo que el otro día… encontré algo…—balbuceé insegura, porque todavía no le había contado nada sobre las infidelidades de Artie ni la paliza que terminó dándole al famoso jardinero, antes quería tenerlo todo atado y bajo control—Te mantendré informada.
—Está bien—suspiró sonoramente, como si hablar conmigo fuese un fastidio para ella.
—¿Puedo irme?
—Sí, sí, vete—me despidió.
Salí del despacho más confundida que nunca.
Ni siquiera sabía ponerle nombre a lo que sentía. Una mezcla entre miedo, porque era incapaz de imaginarme sin ese trabajo, y al mismo tiempo rabia, porque pensaba que no me merecía el trato que Sue me estaba dando durante las últimas semanas.
Caminé a paso rápido hasta mi despacho y cerré la puerta al entrar antes de llamar a Sugar Motta.
No lo cogió.
Me armé de paciencia y le escribí un mensaje.
De: Brittany Pierce.
Para: Sugar Motta.
Asunto: Datos de contacto.
Sugar, tal como te pedí hace un par de días, necesito los datos de contacto del jardinero. Gracias.
Brittany Pierce.
Contestó a los diez minutos.
De: Sugar Motta.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Re: Datos de contacto.
¿Qué jardinero?
Sugar Motta.
«Joder».
Pensé que la vida era demasiado corta para estar perdiendo el tiempo con gente como Sugar Motta o Artie Abrams que, a esas alturas, estaba convencida de que, en el fondo, hacían una pareja ideal; porque eran igual de mentirosos, egoístas y simples.
Podría estar representando a alguien que tuviese un problema de verdad, salvando la selva del Amazonas en un tribunal o especializándome en aquel asunto de la comida basura dirigida a un público infantil que Santana comentó en su día y que tanto me enorgulleció ganar.
De: Brittany Pierce.
Para: Sugar Motta.
Asunto: Haz memoria…
El jardinero con el que practicaste sexo oral.
¿Recuerdas que quería ponerme en contacto con él?
Brittany Pierce.
Esperaba que no sonase muy brusco, pero a esas alturas mi paciencia estaba bajo mínimos.
Y no recordaba haber estado tan distraída en mucho tiempo.
No dejaba de repetir en mi cabeza las palabras de Santana: «sí, deberías seguir haciéndolo».
Sentí una opresión el pecho.
¿Qué esperaba?
Bueno, según mi caótica mente, que hubiese dicho algo como: «no, olvídate de esas citas, intentémoslo nosotras; al fin y al cabo, nos gustamos, nos entendemos y el sexo es brutal».
Y que luego me besase hasta la extenuación y me cogiese en volandas a lo Guardaespaldas antes de confesarme que todo ese tiempo había estado equivocada, no por ella, sino porque hasta entonces no había encontrado a la mujer de su vida.
Me sobresalté cuando sonó el teléfono.
Era Hanna. Cogí la llamada.
—¿Cómo estás?—saludé.
—Bien… Yo… tenemos que hablar—dijo, pero su voz sonaba entrecortada.
—¿Dónde estás? No te escucho bien.
—Creo… que… enamor…
—¿Hanna?
—Y es perfect… pero… entonces tú…
—Hanna, no tienes cobertura.—me levanté y me moví por el despacho hacia la ventana, aunque el problema no era mío, que siempre recibía ahí llamadas sin sufrir ningún percance, sino tuyo.
—Tenía que… decirte… namorada—siguió.
Escuché el sonido de otra llamada entrante y, al apartarme el teléfono de la oreja, vi que se trataba de Sugar Motta. Puse los ojos en blanco, porque lo último que me apetecía era hablar con esa mujer.
—Hanna, me están llamando y no te escucho bien, hablamos en otro momento—colgué y unos segundos después la voz aguda de Sugar llegó hasta mis oídos.
La escuché reír, diciéndome que no había caído con lo del jardinero y tuve que morderme la lengua para no contestarle de malos modos. Me dijo que me dictaba su correo y su teléfono electrónico y se equivocó tres veces al deletrearlo.
—¿Es cierto que Artie le propinó una paliza?—pregunté para recabar toda la información posible antes de hablar con el tal Rory.
—Sí, le rompió tres costillas. Y la nariz.
—¿En serio?—arrugué la nariz—Me sorprende que no se filtrase a la prensa.
—Le pagué para que no lo hiciese.
—¿Perdona, cómo dices?
—Le pagué—repitió puntualizando cada letra como si lo que yo no estuviese entendiendo fuese el significado de la palabra «pagar»—El pobre Artie estaba celoso.
—No te sigo—admití.
—Me pareció un acto bonito.
—¿La paliza?
—Ajá. Que defendiese mi honor, ya sabes.
Tomé un par de inspiraciones profundas antes de hablar entre dientes.
Era como un volcán en erupción, podría haber escupido fuego de habérmelo propuesto.
—PERO TÚ SE LA CHUPASTE—dije.
—¡Ya lo sé! Pero a toda mujer le gusta que dos personas se peleen por su amor. Fue muy romántico por parte de Artie, así que me aseguré de que el jardinero no hablase. No fui tan mala esposa, sabía valorar y premiar que mi marido hiciese algo bonito por mí[/i]—concluyó.
Y yo me alejé de mi mesa llena de bolígrafos porque, a esas alturas, era consciente de que no necesitaba mucho más para intentar cortarme las venas con la punta de uno de ellos o con cualquier otra cosa afilada que encontrase sobre el escritorio.
Quería decirle muchas cosas.
Quería decirle que era medio lela y que, para empezar, ni siquiera merecía el dinero que iba a recibir, porque incluso aunque él fuese un cerdo al menos se lo había ganado.
Quería gritar que por culpa de mujeres como ella, que se conforman con ser meros floreros o asocian los celos con algo bonito que debe ser recompensado, el mundo iba cada día un poco peor.
Quería decirle que el pobre perro no tenía por qué sufrir el tormento de ir todo el día metido entre sus enormes tetas.
Y, ante todo, quería decirle que era una de las personas más desagradables que había conocido.
Pero no lo hice.
Me quedé callada. Ausente. Fría.
—¿Brittany? ¿Sigues ahí?—gritó.
—Sí, gracias por los datos, veré lo que puedo hacer—logré decir—Te llamo después de las vacaciones de Navidad.
—Oh, ¡genial! ¡Este año las pasaré en Las Vegas!
—Me alegro por ti. Felices fiestas—mascullé antes de colgar.
Esa misma tarde, en casa, adelanté todo el trabajo que tenía hasta que no quedó nada que hacer.
Al terminar y a pesar del relajante ronroneo de mi gato sobre mis piernas, me sentí inquieta, aunque no tenía ninguna razón para estarlo.
Me puse un capítulo de la telenovela e intenté relajarme y concentrarme en lo que estaba sucediendo, pero tenía la mente en otra parte.
En otra persona.
En ella.
Acabé con el teléfono en la mano.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Me aburro.
¿Qué haces?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Ojalá me aburriese.
Todavía estoy trabajando…
Santana López (muy responsable).
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ¿En serio?
Eres una mujer insaciable (en todos los sentidos).
Brittany Pierce.
Sonreí tontamente antes de darle a enviar.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Puedes ser graciosa y todo.
Insaciable… en algunas cosas más que en otras.
Santana López (glotona).
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Planes.
¿Quedamos mañana?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: El deber me llama.
No puedo, nena. Tengo una cena de negocios.
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Pobre Santana.
¿Mejor el fin de semana?
Brittany Pierce.
Contuve la respiración al leer su siguiente mensaje y es que me vino a la cabeza ese presentimiento que había tenido la pasada noche.
Los besos dulces y amargos.
El sabor de una despedida.
La tristeza en sus ojos oscuros…
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Lo siento...
Estaré fuera, te llamo cuando vuelva.
¿Cómo van esas citas?
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Lo entiendo.
Bien, gracias por preocuparte.
Brittany Pierce.
Dejé el teléfono móvil a un lado y abracé uno de los cojines con fuerza.
Lord Tubbington me miró con sus ojos verdes desde el otro extremo del sofá y de verdad que su expresión parecía decir «eres estúpida, humana».
Puede que estuviese cierto.
Que esa chica fuese mi verdadero reflejo.
Estúpida. Tonta. Enamoradiza.
Y de pronto me sentí muy sola.
Y el departamento me pareció enorme y silencioso y demasiado pulcro, con todo en su lugar, sin nada que señalase que aquello era mío.
Me fijé en el mueble impoluto y grisáceo sobre el que estaba la televisión; lo había elegido Sam a pesar de que a mí nunca me convenció del todo.
Y al lado se alzaban esos jarrones chinos de diferentes tamaños de color rojo que, por cierto, me parecían un esperpento.
Suspiré.
No me veía a mí misma en nada de lo que me rodeaba.
De haberse desatado un incendio y haberme pedido que eligiese tres cosas que llevarme conmigo, me habría bastado con una: el gato.
Todo lo demás era prescindible.
Había objetos que me gustaban, claro, muebles, utensilios de cocina (estuve semanas buscando ese cortador de calabacines con forma de espaguetis en un intento fallido por engañar a mi estómago), cuadros y ropa, pero de pronto deseé cambiarlo todo.
Casi todo.
Cambiar los muebles que Sam escogió porque, en el fondo, ese aire tan minimalista no iba conmigo.
¿Y la especie de estatua griega que presidía el recibidor?
Era horrible.
Me asustaba cada vez que abría la puerta de casa.
Tras ponerme en pie, cogí un paquete de patatas fritas de la despensa y engullí varias de golpe. Mastiqué con furia.
Cada día me sentía más confusa y no tenía muy claro si estaba perdiendo el control y volviéndome loca o, por el contrario, dándome cuenta al fin de lo que quería y lo que no, valorando mi vida, mis prioridades.
Dejé el paquete sobre la encimera y me dirigí hacia el recibidor. Cogí la estatua y las llaves y salí del, departamento a pesar de llevar puestas las zapatillas de andar por casa.
Dudé un instante cuando llegué a la puerta de la entrada y me crucé con una vecina que me miró como si acabase de ver a un caribú en biquini, pero finalmente salí del edificio e ignoré el aire frío del invierno mientras caminaba a paso rápido hasta el cubo de basura más cercano.
Deposité la estatua al lado, que parecía mirarme enfadada en su postura imposible y regresé sobre mis pasos con la extraña sensación de no haber dejado ahí solo eso, sino también una parte de mi vida.
Así que dejé el maletín en mi escritorio y luego me dirigí hacia ahí.
Sue estaba sentada tras su mesa, con la mirada fija en un par de papeles que tenía encima y el ceño fruncido. Alzó la cabeza al escuchar el ruido que hice al cerrar la puerta a mi espalda.
Me senté.
—¿Todo va bien?—pregunté cohibida.
—Si a ir bien se le puede llamar a entregar dos informes tarde y seguir sin conseguir ni una mísera prueba con la que poder negociar con López y su equipo, sí, supongo que todo va bien—ironizó—¿A qué demonios estás jugando, Brittany?
—Lo tengo todo bajo control.
—Permíteme que lo dude—replicó enfadada—¿Y qué ocurre con esos informes?
Inspiré hondo y solté el aire despacito e intentando calmarme.
Llevaba años matándome, anteponiendo mi empleo a todo lo demás, llevándome a casa el exceso de trabajo y dedicándole mis tardes libres, tal como había hecho el lunes de esa misma semana al acercarme con Hanna a los dos lugares que Artie Abrams frecuentaba.
Y no me quejaba por lo que hacía, sino porque Sue era incapaz de ver nada de todo eso, valorarlo y reconocer que me esforzaba como nadie.
—Los informes los entregué dentro del plazo.
—Ya, pero es impropio de ti dejarlo para el último momento.
—¿Qué importa eso? Cumplí con mi trabajo, cumplí con el plazo—repetí—Llevo años dedicándome a este bufete en cuerpo y alma. No entiendo que estés decepcionada conmigo. He conseguido un buen trato en el divorcio de Sugar Motta teniendo en cuenta la situación, pero a ti no te parece suficiente—me defendí.
Sue me sostuvo la mirada y jugueteó con uno de sus bolígrafos mientras esbozaba una sonrisa lobuna.
—¿Sabes por qué son pocos los becarios que consiguen un contrato fijo en mi empresa y por qué decidí contratarte hace años? Porque busco a los mejores. No quiero gente mediocre, quiero personas ambiciosas. Y tú, Brittany, eras la ambición personificada.
«Y seguía siéndolo», me dije.
La única diferencia era que antes solo me importaba eso, no había nada más, y ahora quería poder centrarme también en otras cosas; en mí misma, para empezar, en mis amigas, en mi mamá, en salir por ahí al terminar el trabajo a tomar una copa sin pensar en la pila de informes que me esperaban para acompañarme hasta las tantas de la madrugada, y en conocer a alguien y ser feliz, disfrutar, viajar…
Contuve el aliento al recordar las palabras de Santana, esas palabras que habían roto cualquier atisbo de esperanza entre nosotras, y sacudí la cabeza, aturdida, porque no era el momento de pensar en eso.
—Lo siento… Yo… yo…
—Tú tienes que espabilar—gruñó.
—De acuerdo. Creo que el otro día… encontré algo…—balbuceé insegura, porque todavía no le había contado nada sobre las infidelidades de Artie ni la paliza que terminó dándole al famoso jardinero, antes quería tenerlo todo atado y bajo control—Te mantendré informada.
—Está bien—suspiró sonoramente, como si hablar conmigo fuese un fastidio para ella.
—¿Puedo irme?
—Sí, sí, vete—me despidió.
Salí del despacho más confundida que nunca.
Ni siquiera sabía ponerle nombre a lo que sentía. Una mezcla entre miedo, porque era incapaz de imaginarme sin ese trabajo, y al mismo tiempo rabia, porque pensaba que no me merecía el trato que Sue me estaba dando durante las últimas semanas.
Caminé a paso rápido hasta mi despacho y cerré la puerta al entrar antes de llamar a Sugar Motta.
No lo cogió.
Me armé de paciencia y le escribí un mensaje.
De: Brittany Pierce.
Para: Sugar Motta.
Asunto: Datos de contacto.
Sugar, tal como te pedí hace un par de días, necesito los datos de contacto del jardinero. Gracias.
Brittany Pierce.
Contestó a los diez minutos.
De: Sugar Motta.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Re: Datos de contacto.
¿Qué jardinero?
Sugar Motta.
«Joder».
Pensé que la vida era demasiado corta para estar perdiendo el tiempo con gente como Sugar Motta o Artie Abrams que, a esas alturas, estaba convencida de que, en el fondo, hacían una pareja ideal; porque eran igual de mentirosos, egoístas y simples.
Podría estar representando a alguien que tuviese un problema de verdad, salvando la selva del Amazonas en un tribunal o especializándome en aquel asunto de la comida basura dirigida a un público infantil que Santana comentó en su día y que tanto me enorgulleció ganar.
De: Brittany Pierce.
Para: Sugar Motta.
Asunto: Haz memoria…
El jardinero con el que practicaste sexo oral.
¿Recuerdas que quería ponerme en contacto con él?
Brittany Pierce.
Esperaba que no sonase muy brusco, pero a esas alturas mi paciencia estaba bajo mínimos.
Y no recordaba haber estado tan distraída en mucho tiempo.
No dejaba de repetir en mi cabeza las palabras de Santana: «sí, deberías seguir haciéndolo».
Sentí una opresión el pecho.
¿Qué esperaba?
Bueno, según mi caótica mente, que hubiese dicho algo como: «no, olvídate de esas citas, intentémoslo nosotras; al fin y al cabo, nos gustamos, nos entendemos y el sexo es brutal».
Y que luego me besase hasta la extenuación y me cogiese en volandas a lo Guardaespaldas antes de confesarme que todo ese tiempo había estado equivocada, no por ella, sino porque hasta entonces no había encontrado a la mujer de su vida.
Me sobresalté cuando sonó el teléfono.
Era Hanna. Cogí la llamada.
—¿Cómo estás?—saludé.
—Bien… Yo… tenemos que hablar—dijo, pero su voz sonaba entrecortada.
—¿Dónde estás? No te escucho bien.
—Creo… que… enamor…
—¿Hanna?
—Y es perfect… pero… entonces tú…
—Hanna, no tienes cobertura.—me levanté y me moví por el despacho hacia la ventana, aunque el problema no era mío, que siempre recibía ahí llamadas sin sufrir ningún percance, sino tuyo.
—Tenía que… decirte… namorada—siguió.
Escuché el sonido de otra llamada entrante y, al apartarme el teléfono de la oreja, vi que se trataba de Sugar Motta. Puse los ojos en blanco, porque lo último que me apetecía era hablar con esa mujer.
—Hanna, me están llamando y no te escucho bien, hablamos en otro momento—colgué y unos segundos después la voz aguda de Sugar llegó hasta mis oídos.
La escuché reír, diciéndome que no había caído con lo del jardinero y tuve que morderme la lengua para no contestarle de malos modos. Me dijo que me dictaba su correo y su teléfono electrónico y se equivocó tres veces al deletrearlo.
—¿Es cierto que Artie le propinó una paliza?—pregunté para recabar toda la información posible antes de hablar con el tal Rory.
—Sí, le rompió tres costillas. Y la nariz.
—¿En serio?—arrugué la nariz—Me sorprende que no se filtrase a la prensa.
—Le pagué para que no lo hiciese.
—¿Perdona, cómo dices?
—Le pagué—repitió puntualizando cada letra como si lo que yo no estuviese entendiendo fuese el significado de la palabra «pagar»—El pobre Artie estaba celoso.
—No te sigo—admití.
—Me pareció un acto bonito.
—¿La paliza?
—Ajá. Que defendiese mi honor, ya sabes.
Tomé un par de inspiraciones profundas antes de hablar entre dientes.
Era como un volcán en erupción, podría haber escupido fuego de habérmelo propuesto.
—PERO TÚ SE LA CHUPASTE—dije.
—¡Ya lo sé! Pero a toda mujer le gusta que dos personas se peleen por su amor. Fue muy romántico por parte de Artie, así que me aseguré de que el jardinero no hablase. No fui tan mala esposa, sabía valorar y premiar que mi marido hiciese algo bonito por mí[/i]—concluyó.
Y yo me alejé de mi mesa llena de bolígrafos porque, a esas alturas, era consciente de que no necesitaba mucho más para intentar cortarme las venas con la punta de uno de ellos o con cualquier otra cosa afilada que encontrase sobre el escritorio.
Quería decirle muchas cosas.
Quería decirle que era medio lela y que, para empezar, ni siquiera merecía el dinero que iba a recibir, porque incluso aunque él fuese un cerdo al menos se lo había ganado.
Quería gritar que por culpa de mujeres como ella, que se conforman con ser meros floreros o asocian los celos con algo bonito que debe ser recompensado, el mundo iba cada día un poco peor.
Quería decirle que el pobre perro no tenía por qué sufrir el tormento de ir todo el día metido entre sus enormes tetas.
Y, ante todo, quería decirle que era una de las personas más desagradables que había conocido.
Pero no lo hice.
Me quedé callada. Ausente. Fría.
—¿Brittany? ¿Sigues ahí?—gritó.
—Sí, gracias por los datos, veré lo que puedo hacer—logré decir—Te llamo después de las vacaciones de Navidad.
—Oh, ¡genial! ¡Este año las pasaré en Las Vegas!
—Me alegro por ti. Felices fiestas—mascullé antes de colgar.
Esa misma tarde, en casa, adelanté todo el trabajo que tenía hasta que no quedó nada que hacer.
Al terminar y a pesar del relajante ronroneo de mi gato sobre mis piernas, me sentí inquieta, aunque no tenía ninguna razón para estarlo.
Me puse un capítulo de la telenovela e intenté relajarme y concentrarme en lo que estaba sucediendo, pero tenía la mente en otra parte.
En otra persona.
En ella.
Acabé con el teléfono en la mano.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Me aburro.
¿Qué haces?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Ojalá me aburriese.
Todavía estoy trabajando…
Santana López (muy responsable).
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ¿En serio?
Eres una mujer insaciable (en todos los sentidos).
Brittany Pierce.
Sonreí tontamente antes de darle a enviar.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Puedes ser graciosa y todo.
Insaciable… en algunas cosas más que en otras.
Santana López (glotona).
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Planes.
¿Quedamos mañana?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: El deber me llama.
No puedo, nena. Tengo una cena de negocios.
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Pobre Santana.
¿Mejor el fin de semana?
Brittany Pierce.
Contuve la respiración al leer su siguiente mensaje y es que me vino a la cabeza ese presentimiento que había tenido la pasada noche.
Los besos dulces y amargos.
El sabor de una despedida.
La tristeza en sus ojos oscuros…
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Lo siento...
Estaré fuera, te llamo cuando vuelva.
¿Cómo van esas citas?
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Lo entiendo.
Bien, gracias por preocuparte.
Brittany Pierce.
Dejé el teléfono móvil a un lado y abracé uno de los cojines con fuerza.
Lord Tubbington me miró con sus ojos verdes desde el otro extremo del sofá y de verdad que su expresión parecía decir «eres estúpida, humana».
Puede que estuviese cierto.
Que esa chica fuese mi verdadero reflejo.
Estúpida. Tonta. Enamoradiza.
Y de pronto me sentí muy sola.
Y el departamento me pareció enorme y silencioso y demasiado pulcro, con todo en su lugar, sin nada que señalase que aquello era mío.
Me fijé en el mueble impoluto y grisáceo sobre el que estaba la televisión; lo había elegido Sam a pesar de que a mí nunca me convenció del todo.
Y al lado se alzaban esos jarrones chinos de diferentes tamaños de color rojo que, por cierto, me parecían un esperpento.
Suspiré.
No me veía a mí misma en nada de lo que me rodeaba.
De haberse desatado un incendio y haberme pedido que eligiese tres cosas que llevarme conmigo, me habría bastado con una: el gato.
Todo lo demás era prescindible.
Había objetos que me gustaban, claro, muebles, utensilios de cocina (estuve semanas buscando ese cortador de calabacines con forma de espaguetis en un intento fallido por engañar a mi estómago), cuadros y ropa, pero de pronto deseé cambiarlo todo.
Casi todo.
Cambiar los muebles que Sam escogió porque, en el fondo, ese aire tan minimalista no iba conmigo.
¿Y la especie de estatua griega que presidía el recibidor?
Era horrible.
Me asustaba cada vez que abría la puerta de casa.
Tras ponerme en pie, cogí un paquete de patatas fritas de la despensa y engullí varias de golpe. Mastiqué con furia.
Cada día me sentía más confusa y no tenía muy claro si estaba perdiendo el control y volviéndome loca o, por el contrario, dándome cuenta al fin de lo que quería y lo que no, valorando mi vida, mis prioridades.
Dejé el paquete sobre la encimera y me dirigí hacia el recibidor. Cogí la estatua y las llaves y salí del, departamento a pesar de llevar puestas las zapatillas de andar por casa.
Dudé un instante cuando llegué a la puerta de la entrada y me crucé con una vecina que me miró como si acabase de ver a un caribú en biquini, pero finalmente salí del edificio e ignoré el aire frío del invierno mientras caminaba a paso rápido hasta el cubo de basura más cercano.
Deposité la estatua al lado, que parecía mirarme enfadada en su postura imposible y regresé sobre mis pasos con la extraña sensación de no haber dejado ahí solo eso, sino también una parte de mi vida.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
bueno san ya empezó con los peros!!!!,...
en serio a suger es para matarla joder que mujer!!!
re decoración es la que empieza britt???
nos vemos!!!
bueno san ya empezó con los peros!!!!,...
en serio a suger es para matarla joder que mujer!!!
re decoración es la que empieza britt???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
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