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[Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Santana si esta celosa a mi no me engaña.
Pd: la raza akita es hermosa aunque es considerada peligrosa pero mi marley es un encanto.
Pd: la raza akita es hermosa aunque es considerada peligrosa pero mi marley es un encanto.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Santana aparece y todo lo demas deja de importar!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
Seria algo asi como tapar el sol con la mano!!!
A ver hasta donde llegas (antes de lastimarse?) y asuman lo que siente o se den cuenta???
Nos vemos!?
Seria algo asi como tapar el sol con la mano!!!
A ver hasta donde llegas (antes de lastimarse?) y asuman lo que siente o se den cuenta???
Nos vemos!?
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Isabella28 escribió:Santana si esta celosa a mi no me engaña.
Pd: la raza akita es hermosa aunque es considerada peligrosa pero mi marley es un encanto.
Hola, jaajajajajajaja yo tmbn lo creo y espero q no nos equivoquemos la vrdd jajaja. Saludos =D
Pd: ningún perro lo es, es quien lo cría. Asik te creo totalmente cuando me dices q es un encanto!
micky morales escribió:Santana aparece y todo lo demas deja de importar!!!!!
Hola, jajaajajajaj o no¿? es uno de los efectos de la morena linda ajajajja. Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
Seria algo asi como tapar el sol con la mano!!!
A ver hasta donde llegas (antes de lastimarse?) y asuman lo que siente o se den cuenta???
Nos vemos!?
Hola lu, eso quiere o cree la vrdd, pero todos sabemos q es imposible xD Mmm interesante pregunta, pero espero q no lleguen al momento de lastimarse la vrdd =/ pero asuman lo q sienten por la otra. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 17
Capitulo 17
Las Personas de Telenovela No Gruñen Tanto….
Olía a café. Y a bacon. Y a algo delicioso.
Estiré los brazos en alto y bostecé. La cama estaba vacía. Me froté los ojos y me obligué a levantarme al contar hasta tres, aunque habría podido dormir durante varias horas más.
Se escuchaba el chisporroteo del fuego en la cocina.
Entré en el cuarto de baño y me lavé la cara con agua fría; no me molesté en peinarme porque, total, a esas alturas Santana me había visto vomitar, borracha y con un aspecto bastante peor.
La encontré en la cocina volcando el contenido de una sartén en un plato limpio.
Me miró sonriente; estaba estupenda, en su línea.
—Buenos días—dije.
—¿Te gusta el revuelto de huevos?
—Sí, mucho—respondí mientras servía el café—¿Lo tomas con azúcar?
—No, y lo prefiero corto de leche.
—Por supuesto, mi ama—bromeé.
—Me encanta cuando llamas a las cosas por su nombre—se rio y me dio un beso corto cuando pasó por mi lado para coger un par de tenedores del cajón de los cubiertos.
Nos encaminamos juntas hacia el comedor y Santana dejó la bandeja del desayuno encima de la mesa auxiliar. No me parecía el mejor lugar para comer, sentados en el sofá (que podía ensuciarse), pero terminé por no decir nada e intentar disfrutar del momento; al fin y al cabo, Santana se había esforzado: había bacon, tostadas, revuelto, queso y un bol con un poco de fruta recién cortada.
—¿Cuánto tiempo llevas en la cocina?
—Un buen rato—admitió y se metió una rodaja de plátano en la boca—Aunque, para tu interés, también he tenido tiempo de averiguar ciertas cosas…—el tono risueño de su voz me hizo ponerme en tensión.
Empezaba a conocerla lo suficiente como para saber que su felicidad era directamente proporcional a mis enfados.
—Habla—ordené secamente.
—Mejor te lo enseño. Y que quede claro que no quería cotillear, solo pretendía ver las noticias del día—explicó justo cuando le daba al botón rojo del mando a distancia y encendía la televisión.
La pantalla mostró el videoclub online, que era lo último que había visto la tarde anterior antes de arreglarme para salir.
Suspiré hondo.
Siendo sincera, la carátula era bastante cutre, con un hombre moreno con un torso impresionante que la chaqueta vaquera abierta dejaba al descubierto.
—Así que no mentías. «El cuerpo del deseo» no era una porno—sonrió.
—¡Qué tonta eres! Dame el mando.
Santana alejó la mano y me impidió cogerlo mientras reía como una cría.
—¿En serio? ¿La gran fan de Tarantino ve telenovelas a escondidas?
—No, no las veo a escondidas.
—Pequeña mentirosa…
Empecé a cabrearme de verdad.
—Ni siquiera sé por qué sigues aquí esta mañana.
—Me gané el derecho anoche consiguiéndote tres orgasmos, ¿recuerdas?
Me sonrojé.
Sí, después de todo lo que habíamos hecho, me sonrojé como una idiota tras oírle decir aquello y solo conseguí que su carcajada se tornase aún más fuerte.
—Creo que tenemos que fijar nuevas normas.
—Vamos, no te enfades, nena—fue a darme un beso, pero me aparté y terminó besándome en la mejilla—Solo estoy sorprendida, eso es todo.
—¿Has visto alguna vez una telenovela?
—¡Joder, no! Soy una mujer con deberes y cosas mejores que ver.
—Yo diría que eres demasiado prejuiciosa—declaré mientras cogía una tostada y ponía encima beicon y huevos revueltos—¿Qué quieres que te diga? No pienso sentirme culpable. Las telenovelas enganchan. Y mucho.
—Va, pon un capítulo mientras desayunamos.
—¿Estás de broma?
Ante mi atónita mirada, Santana pulsó el botón de «play» y el capítulo ciento veintinueve empezó a reproducirse.
Ignoré sus caras de dolor cuando la música de la entradilla comenzó a sonar y luego disfruté de aquel desayuno como una enana, comiendo sin parar mientras le explicaba a Santana la historia de cada personaje.
Que si el atractivo protagonista, Don Pedro José Donoso, era en realidad un hombre mayor reencarnado en un cuerpo de escándalo que había vuelto a la villa familiar en busca de venganza.
Que si la que fue su mujer, Isabel Arroyo, tan solo se casó con él por su dinero.
Que si el mayordomo lo odiaba y su suegra era una interesada…
No sé si se enteró de mucho, porque salían un montón de personajes de lo más variopintos y ya había ocurrido de todo a esas alturas, pero sí sé que al menos terminó picándose, porque no dijo ni mu cuando dio comienzo de forma automática el siguiente capítulo.
Yo solía preferir verla con subtítulos, pero, en este caso, el doblaje no estaba nada mal e imaginé que para Santana sería más «soportable».
—¿Y quién es la tipa esa?—preguntó al rato.
—Valeria, la prima de la que fue su esposa.
Suspiró con desagrado y cogió el último trozo de fruta que quedaba en el bol antes de reclinarse en el sofá.
—Más le vale quedarse sola—farfulló.
—La idea es que acabe con Valeria.
—¿Para qué?
—¿Para ser feliz? Valeria es buena.
—¡Memeces!—exclamó pasota. Pulsé el botón de «stop» y me miró como si
hubiese cometido un gran crimen—¡Eh! ¿Qué coño haces? Ahora se estaba poniendo por fin interesante después de tanto parloteo.
Ignoré esa vocecita interior que me gritaba con mucha insistencia que no me metiese en sus asuntos y dejé salir a la insana curiosidad que no dejaba de provocarme:
—Creo que este sería un momento idóneo para que me contases qué ocurrió con esa chica que te partió el corazón. Somos algo así como amigas, ¿no? Puedes confiar en mí.
Con la mirada que me dirigió podría haber congelado el desierto del Sahara.
—Nadie me ha partido el puto corazón. Y no somos amigas, Brittany—sentenció antes de levantarse del sofá y dirigirse hacia la habitación para buscar sus cosas.
La seguí.
—¡Bueno menuda forma de reaccionar para no sentirte dolida!
—Reacciono como me de la gana.
Aplaudí secamente mientras ella abría la puerta.
—¡Enhorabuena, ya eres una macho alfa oficial!
Santana cerró de un portazo y el departamento se quedó sumido en un silencio absoluto.
Respiré hondo, en medio del pasillo, sin saber muy bien qué hacer a continuación.
Decidí prepararme un segundo café, a pesar de que estaba algo nerviosa, y al rato llamé a mi mamá y me tranquilicé mientras hablaba con ella sobre la mejor forma de limpiar y barnizar el suelo de madera.
En realidad, ella hablaba y yo escuchaba, pero a veces basta con oír un voz familiar para volver a sentirte en casa, protegida y feliz.
—He encontrado un producto maravilloso para las juntas. Es un poco caro, pero vale la pena. ¿Estás ahí, Britty?
—Sí, sí. Las juntas.
—Te noto distante.
—No, no es nada.
—¿Va todo bien? Cariño, soy tu mamá, te conozco. No quiero preocuparme tontamente, pero desde hace unas semanas estás algo… rara. Sí, eso es. Rara. Tengo la sensación de que tienes la cabeza en otra parte.
«Otra parte… otra parte. En las partes de Santana, por ejemplo, sí».
Puede que tuviese algo de razón.
Me pasaba el día mentalmente ocupada, primero odiándolo, después deseándola; además, aún no tenía claro qué otro caso escoger ni si al final saldría bien todo el asunto de Sugar Motta.
Lo último que me apetecía era tener que ir a esos dos lugares que Artie frecuentaba, pero no estaba segura de hasta cuándo podría retrasar el momento.
Decidí que le pediría a Hanna que me acompañase.
—Es cierto que estoy un poco dispersa estos días, pero todo va bien, mamá.
—¿Has conocido a alguien?—adivinó.
—No. O sí. Más o menos.
—¿Y no pensabas contármelo?
¿Qué iba a decirle?
No podía explicarle que me estaba acostando con el enemigo, así que opté por relatarle una verdad a medias.
Le hablé sobre la web de citas a la que Hanna me había apuntado y admití que tenía razón, que ya iba siendo hora de volver a enamorarme y encontrar a esa persona que me hiciese ver la vida color de rosa.
Quería pensar en el futuro de nuevo, hacer planes, imaginar un mañana.
Cuando corté la llamada media hora más tarde, regresé al sofá y encendí el ordenador.
Al intentar entrar en mi perfil de la web para ver lo que Santana había rellenado (más me valía revisarlo pronto), descubrí que mi antigua contraseña ya no era correcta.
«¡Maldita Santana mil veces!»
Deduje que, como dejé la página abierta en su casa, la cambiaría antes de que se cerrase la sesión para asegurarse de poder entrar.
Clavé la mirada en el techo y me tragué mi orgullo al escribirle un mensaje:
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Acceso.
Dame la nueva contraseña de mi perfil.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Preocupante...
¿En serio? ¿Me marcho y en una hora ya estás desesperada buscando nuevos pretendientes? No imaginé que estuvieses tan necesitada.
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ¿Hola?
Invertir en un psicólogo no siempre es dinero perdido. Piénsalo.
Y sí, quiero mi contraseña. Yo tampoco imaginaba que tú fueses tan sensible. Te he preguntado sobre una chica, vaya, no sobre las coordenadas de un arma de destrucción masiva que mantengas en secreto para el gobierno.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Toda tuya.
La contraseña es «BuscoMaridoOEsposaDesesperadamente», así todo junto.
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: (sin asunto)
Capullo.
Brittany Pierce.
Grité varios insultos más cuando metí la contraseña y, efectivamente, era correcta.
No es que fuese exactamente mentira, ¿pero de verdad hacía falta especificarlo?
Y lo peor es que la había cambiado antes de que tuviésemos esa especie de… ¿discusión?
Ni siquiera estaba segura de qué había ocurrido.
¿Seguíamos juntas?
«Juntas» en un sentido figurado, claro.
¿O acaso había terminado todo así, de golpe, solo por preguntarle esa tontería de nada…?
Me obligué a tragar saliva para deshacer el nudo que se me formó en la garganta al pensar en esa posibilidad e intenté olvidarme de ella (y de sus manos, el tacto de sus labios, su risa ronca) mientras le echaba un vistazo a lo que había rellenado del perfil.
Había respondido a casi todas las preguntas de forma directa y corta (yo me hubiese enrollado mucho más), algunas eran pasables, pero otras…
«¿Tienes algún sueño por cumplir?»
«Seguir siendo feliz».
Ya, claro.
El problema era que no me sentía feliz, así que la palabra «seguir» no tenía demasiado sentido. Podría haber puesto «conseguir ser feliz» o «encontrar la felicidad», pero, ¿qué narices?, aquello era una web de citas y yo quería una dichosa cita, así que lo cambié por:
«¿Tienes algún sueño por cumplir?»
«Encontrar a mi alma gemela (y ser feliz)».
Retoqué ciertos detalles de algunas respuestas más que, o bien eran muy hippies (en plan paz, amor y felicidad), o bien excesivamente escuetas (¿era necesario ser tan misteriosa?).
Lord Tubbington se tumbó en el lado derecho del sofá y me miró con sus ojos verdes antes de hacerse un ovillo para dormir.
Entre el ronroneo del gato, mis dedos se quedaron paralizados antes de llegar al teclado cuando leí el siguiente punto:
«¿Cuáles son tus aficiones?»
«Siempre estoy abierta a probar y descubrir cosas nuevas, pero, en general, me encanta leer, el cine (soy una incondicional de las películas de Tarantino), los días de lluvia y de invierno y cuando llega la Navidad y la ciudad se convierte en un lugar lleno de luces y magia. También me gustan los gatos y practicar boxeo en mis ratos libres».
Inspiré hondo al notar un cosquilleo extraño en el estómago.
Volví a releer la respuesta con la intención de encontrar algún error, pero al final no cambié ni una coma.
Todo estaba bien.
Giré la cabeza hacia Lord Tubbington.
—Vale, parece ser que la tarada de Santana también sabe escuchar—dije en voz alta y con el mal presentimiento de que si seguía por ese camino la cosa acabaría mal—No debería estar hablando contigo, eres un gato—resalté lo evidente cuando el felino bostezó y me miró con los ojos entrecerrados—¿Dónde está ese meteorito tan necesario cuando una necesita callarse?
Dejé de hacer el idiota, corregí las respuestas que quedaban y elegí uno de los dos casos que Sue me había propuesto.
Esa misma noche aparecieron cinco solicitudes, así que me entretuve leyendo sus perfiles y me dije a mí misma que había llegado el momento de empezar a tener citas.
Estiré los brazos en alto y bostecé. La cama estaba vacía. Me froté los ojos y me obligué a levantarme al contar hasta tres, aunque habría podido dormir durante varias horas más.
Se escuchaba el chisporroteo del fuego en la cocina.
Entré en el cuarto de baño y me lavé la cara con agua fría; no me molesté en peinarme porque, total, a esas alturas Santana me había visto vomitar, borracha y con un aspecto bastante peor.
La encontré en la cocina volcando el contenido de una sartén en un plato limpio.
Me miró sonriente; estaba estupenda, en su línea.
—Buenos días—dije.
—¿Te gusta el revuelto de huevos?
—Sí, mucho—respondí mientras servía el café—¿Lo tomas con azúcar?
—No, y lo prefiero corto de leche.
—Por supuesto, mi ama—bromeé.
—Me encanta cuando llamas a las cosas por su nombre—se rio y me dio un beso corto cuando pasó por mi lado para coger un par de tenedores del cajón de los cubiertos.
Nos encaminamos juntas hacia el comedor y Santana dejó la bandeja del desayuno encima de la mesa auxiliar. No me parecía el mejor lugar para comer, sentados en el sofá (que podía ensuciarse), pero terminé por no decir nada e intentar disfrutar del momento; al fin y al cabo, Santana se había esforzado: había bacon, tostadas, revuelto, queso y un bol con un poco de fruta recién cortada.
—¿Cuánto tiempo llevas en la cocina?
—Un buen rato—admitió y se metió una rodaja de plátano en la boca—Aunque, para tu interés, también he tenido tiempo de averiguar ciertas cosas…—el tono risueño de su voz me hizo ponerme en tensión.
Empezaba a conocerla lo suficiente como para saber que su felicidad era directamente proporcional a mis enfados.
—Habla—ordené secamente.
—Mejor te lo enseño. Y que quede claro que no quería cotillear, solo pretendía ver las noticias del día—explicó justo cuando le daba al botón rojo del mando a distancia y encendía la televisión.
La pantalla mostró el videoclub online, que era lo último que había visto la tarde anterior antes de arreglarme para salir.
Suspiré hondo.
Siendo sincera, la carátula era bastante cutre, con un hombre moreno con un torso impresionante que la chaqueta vaquera abierta dejaba al descubierto.
—Así que no mentías. «El cuerpo del deseo» no era una porno—sonrió.
—¡Qué tonta eres! Dame el mando.
Santana alejó la mano y me impidió cogerlo mientras reía como una cría.
—¿En serio? ¿La gran fan de Tarantino ve telenovelas a escondidas?
—No, no las veo a escondidas.
—Pequeña mentirosa…
Empecé a cabrearme de verdad.
—Ni siquiera sé por qué sigues aquí esta mañana.
—Me gané el derecho anoche consiguiéndote tres orgasmos, ¿recuerdas?
Me sonrojé.
Sí, después de todo lo que habíamos hecho, me sonrojé como una idiota tras oírle decir aquello y solo conseguí que su carcajada se tornase aún más fuerte.
—Creo que tenemos que fijar nuevas normas.
—Vamos, no te enfades, nena—fue a darme un beso, pero me aparté y terminó besándome en la mejilla—Solo estoy sorprendida, eso es todo.
—¿Has visto alguna vez una telenovela?
—¡Joder, no! Soy una mujer con deberes y cosas mejores que ver.
—Yo diría que eres demasiado prejuiciosa—declaré mientras cogía una tostada y ponía encima beicon y huevos revueltos—¿Qué quieres que te diga? No pienso sentirme culpable. Las telenovelas enganchan. Y mucho.
—Va, pon un capítulo mientras desayunamos.
—¿Estás de broma?
Ante mi atónita mirada, Santana pulsó el botón de «play» y el capítulo ciento veintinueve empezó a reproducirse.
Ignoré sus caras de dolor cuando la música de la entradilla comenzó a sonar y luego disfruté de aquel desayuno como una enana, comiendo sin parar mientras le explicaba a Santana la historia de cada personaje.
Que si el atractivo protagonista, Don Pedro José Donoso, era en realidad un hombre mayor reencarnado en un cuerpo de escándalo que había vuelto a la villa familiar en busca de venganza.
Que si la que fue su mujer, Isabel Arroyo, tan solo se casó con él por su dinero.
Que si el mayordomo lo odiaba y su suegra era una interesada…
No sé si se enteró de mucho, porque salían un montón de personajes de lo más variopintos y ya había ocurrido de todo a esas alturas, pero sí sé que al menos terminó picándose, porque no dijo ni mu cuando dio comienzo de forma automática el siguiente capítulo.
Yo solía preferir verla con subtítulos, pero, en este caso, el doblaje no estaba nada mal e imaginé que para Santana sería más «soportable».
—¿Y quién es la tipa esa?—preguntó al rato.
—Valeria, la prima de la que fue su esposa.
Suspiró con desagrado y cogió el último trozo de fruta que quedaba en el bol antes de reclinarse en el sofá.
—Más le vale quedarse sola—farfulló.
—La idea es que acabe con Valeria.
—¿Para qué?
—¿Para ser feliz? Valeria es buena.
—¡Memeces!—exclamó pasota. Pulsé el botón de «stop» y me miró como si
hubiese cometido un gran crimen—¡Eh! ¿Qué coño haces? Ahora se estaba poniendo por fin interesante después de tanto parloteo.
Ignoré esa vocecita interior que me gritaba con mucha insistencia que no me metiese en sus asuntos y dejé salir a la insana curiosidad que no dejaba de provocarme:
—Creo que este sería un momento idóneo para que me contases qué ocurrió con esa chica que te partió el corazón. Somos algo así como amigas, ¿no? Puedes confiar en mí.
Con la mirada que me dirigió podría haber congelado el desierto del Sahara.
—Nadie me ha partido el puto corazón. Y no somos amigas, Brittany—sentenció antes de levantarse del sofá y dirigirse hacia la habitación para buscar sus cosas.
La seguí.
—¡Bueno menuda forma de reaccionar para no sentirte dolida!
—Reacciono como me de la gana.
Aplaudí secamente mientras ella abría la puerta.
—¡Enhorabuena, ya eres una macho alfa oficial!
Santana cerró de un portazo y el departamento se quedó sumido en un silencio absoluto.
Respiré hondo, en medio del pasillo, sin saber muy bien qué hacer a continuación.
Decidí prepararme un segundo café, a pesar de que estaba algo nerviosa, y al rato llamé a mi mamá y me tranquilicé mientras hablaba con ella sobre la mejor forma de limpiar y barnizar el suelo de madera.
En realidad, ella hablaba y yo escuchaba, pero a veces basta con oír un voz familiar para volver a sentirte en casa, protegida y feliz.
—He encontrado un producto maravilloso para las juntas. Es un poco caro, pero vale la pena. ¿Estás ahí, Britty?
—Sí, sí. Las juntas.
—Te noto distante.
—No, no es nada.
—¿Va todo bien? Cariño, soy tu mamá, te conozco. No quiero preocuparme tontamente, pero desde hace unas semanas estás algo… rara. Sí, eso es. Rara. Tengo la sensación de que tienes la cabeza en otra parte.
«Otra parte… otra parte. En las partes de Santana, por ejemplo, sí».
Puede que tuviese algo de razón.
Me pasaba el día mentalmente ocupada, primero odiándolo, después deseándola; además, aún no tenía claro qué otro caso escoger ni si al final saldría bien todo el asunto de Sugar Motta.
Lo último que me apetecía era tener que ir a esos dos lugares que Artie frecuentaba, pero no estaba segura de hasta cuándo podría retrasar el momento.
Decidí que le pediría a Hanna que me acompañase.
—Es cierto que estoy un poco dispersa estos días, pero todo va bien, mamá.
—¿Has conocido a alguien?—adivinó.
—No. O sí. Más o menos.
—¿Y no pensabas contármelo?
¿Qué iba a decirle?
No podía explicarle que me estaba acostando con el enemigo, así que opté por relatarle una verdad a medias.
Le hablé sobre la web de citas a la que Hanna me había apuntado y admití que tenía razón, que ya iba siendo hora de volver a enamorarme y encontrar a esa persona que me hiciese ver la vida color de rosa.
Quería pensar en el futuro de nuevo, hacer planes, imaginar un mañana.
Cuando corté la llamada media hora más tarde, regresé al sofá y encendí el ordenador.
Al intentar entrar en mi perfil de la web para ver lo que Santana había rellenado (más me valía revisarlo pronto), descubrí que mi antigua contraseña ya no era correcta.
«¡Maldita Santana mil veces!»
Deduje que, como dejé la página abierta en su casa, la cambiaría antes de que se cerrase la sesión para asegurarse de poder entrar.
Clavé la mirada en el techo y me tragué mi orgullo al escribirle un mensaje:
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Acceso.
Dame la nueva contraseña de mi perfil.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Preocupante...
¿En serio? ¿Me marcho y en una hora ya estás desesperada buscando nuevos pretendientes? No imaginé que estuvieses tan necesitada.
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ¿Hola?
Invertir en un psicólogo no siempre es dinero perdido. Piénsalo.
Y sí, quiero mi contraseña. Yo tampoco imaginaba que tú fueses tan sensible. Te he preguntado sobre una chica, vaya, no sobre las coordenadas de un arma de destrucción masiva que mantengas en secreto para el gobierno.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Toda tuya.
La contraseña es «BuscoMaridoOEsposaDesesperadamente», así todo junto.
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: (sin asunto)
Capullo.
Brittany Pierce.
Grité varios insultos más cuando metí la contraseña y, efectivamente, era correcta.
No es que fuese exactamente mentira, ¿pero de verdad hacía falta especificarlo?
Y lo peor es que la había cambiado antes de que tuviésemos esa especie de… ¿discusión?
Ni siquiera estaba segura de qué había ocurrido.
¿Seguíamos juntas?
«Juntas» en un sentido figurado, claro.
¿O acaso había terminado todo así, de golpe, solo por preguntarle esa tontería de nada…?
Me obligué a tragar saliva para deshacer el nudo que se me formó en la garganta al pensar en esa posibilidad e intenté olvidarme de ella (y de sus manos, el tacto de sus labios, su risa ronca) mientras le echaba un vistazo a lo que había rellenado del perfil.
Había respondido a casi todas las preguntas de forma directa y corta (yo me hubiese enrollado mucho más), algunas eran pasables, pero otras…
«¿Tienes algún sueño por cumplir?»
«Seguir siendo feliz».
Ya, claro.
El problema era que no me sentía feliz, así que la palabra «seguir» no tenía demasiado sentido. Podría haber puesto «conseguir ser feliz» o «encontrar la felicidad», pero, ¿qué narices?, aquello era una web de citas y yo quería una dichosa cita, así que lo cambié por:
«¿Tienes algún sueño por cumplir?»
«Encontrar a mi alma gemela (y ser feliz)».
Retoqué ciertos detalles de algunas respuestas más que, o bien eran muy hippies (en plan paz, amor y felicidad), o bien excesivamente escuetas (¿era necesario ser tan misteriosa?).
Lord Tubbington se tumbó en el lado derecho del sofá y me miró con sus ojos verdes antes de hacerse un ovillo para dormir.
Entre el ronroneo del gato, mis dedos se quedaron paralizados antes de llegar al teclado cuando leí el siguiente punto:
«¿Cuáles son tus aficiones?»
«Siempre estoy abierta a probar y descubrir cosas nuevas, pero, en general, me encanta leer, el cine (soy una incondicional de las películas de Tarantino), los días de lluvia y de invierno y cuando llega la Navidad y la ciudad se convierte en un lugar lleno de luces y magia. También me gustan los gatos y practicar boxeo en mis ratos libres».
Inspiré hondo al notar un cosquilleo extraño en el estómago.
Volví a releer la respuesta con la intención de encontrar algún error, pero al final no cambié ni una coma.
Todo estaba bien.
Giré la cabeza hacia Lord Tubbington.
—Vale, parece ser que la tarada de Santana también sabe escuchar—dije en voz alta y con el mal presentimiento de que si seguía por ese camino la cosa acabaría mal—No debería estar hablando contigo, eres un gato—resalté lo evidente cuando el felino bostezó y me miró con los ojos entrecerrados—¿Dónde está ese meteorito tan necesario cuando una necesita callarse?
Dejé de hacer el idiota, corregí las respuestas que quedaban y elegí uno de los dos casos que Sue me había propuesto.
Esa misma noche aparecieron cinco solicitudes, así que me entretuve leyendo sus perfiles y me dije a mí misma que había llegado el momento de empezar a tener citas.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,....
se esta saliendo de las manos, por lo menos par britt!!!
san san san,..es un dolor de ovarios cuando lo quiere jajaja
a ver si encuentra su ideal britt ahora??
nos vemos!!!
se esta saliendo de las manos, por lo menos par britt!!!
san san san,..es un dolor de ovarios cuando lo quiere jajaja
a ver si encuentra su ideal britt ahora??
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Santana que sensible, con esa actitud solo confirmo que de verdad le rompieron el corazón.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Lo de las condenadas citas no me gusta mucho, eso para que si tiene a San???? bueno, parece que Santana aun no lo sabe!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,....
se esta saliendo de las manos, por lo menos par britt!!!
san san san,..es un dolor de ovarios cuando lo quiere jajaja
a ver si encuentra su ideal britt ahora??
nos vemos!!!
Hola lu, ooohh si y no lo esta notando del todo...o nada xD Jajaajaj si q lo es la vrdd xD Mmm espero y no xD xq kiero q la encuentre en cierta morena pesadita xD Saludos =D
Isabella28 escribió:Santana que sensible, con esa actitud solo confirmo que de verdad le rompieron el corazón.
Hola, la vrdd esk si...o algo por ai, pero malo para ella si q le paso...sin contar lo del papá ¬¬ Saludos =D
micky morales escribió:Lo de las condenadas citas no me gusta mucho, eso para que si tiene a San???? bueno, parece que Santana aun no lo sabe!!!!!
Hola, jajaajajajaajaja xD pero esk britt kiere a su amor para siempre y eso san no lo vi ni por milimetros xD Eso mismo xD jajajaja. Saludos =D
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 18
Capitulo 18
Primera Cita…
Me miré en el espejo una última vez antes de salir de casa y coger el metro.
Me había vestido informal, pero eligiendo cada prenda meticulosamente. Un poco como la cita a la que asistía.
Había leído el perfil de Blaine Anderson unas cuatro veces antes de atreverme a decirle que sí, que quedaríamos para tomar algo en un local de copas en el barrio del Soho.
Por lo que me había dicho Hanna (aunque últimamente estaba más distraída de lo normal y no me había devuelto la llamada del día anterior), lo más clásico era quedar para cenar, pero me parecía demasiado «íntimo» para una primera toma de contacto.
Si solo pedía una copa y el candidato no me convencía, podía largarme de ahí en menos de media hora.
Era lunes.
Tras la huida (injustificada) de Santana, me había pasado el resto del fin de semana organizando mi vida. Es decir, que había impreso un calendario y había marcado en rojo los días en los que tendría citas (hoy lunes, miércoles y viernes).
En azul había señalizado la llegada de Artie Abrams para tenerlo presente e intentar acercarme antes a esas dos direcciones que Sugar me había dado.
Y luego había usado el naranja para marcar los festivos por Navidad y los días que vería a mi mamá.
Eso era lo que necesitaba. Orden. Control.
Blaine Anderson era arquitecto, tenía treinta y dos años y un perfil tan perfecto que suspiré tres veces al terminar de leerlo.
Le gustaban las comedias románticas, pedir comida a domicilio, los gatos y, por encima de todo, valoraba la sinceridad.
Era como leer un informe detallado de cómo quería que fuese mi futuro marido.
Supongo que por eso estaba entre nerviosa y emocionada cuando llegué al lugar donde habíamos quedado.
Era un local pequeño, de luces anaranjadas y altos taburetes de madera alrededor de la barra principal.
Sin embargo, lo encontré sentado en una de las pocas mesas que ahí había. Se levantó en cuanto me vio. Era muy guapo y su corte de pelo, con gel todo para atrás, típico de los niños de papá.
Unas atractivas arrugas aparecieron en la comisura de sus ojos cuando sonrió tras estrecharme la mano. Me quité el abrigo y me senté en la silla que estaba libre.
—Bonita blusa—halagó.
—Oh, ¡gracias!—sonreí.
Supongo que en ese momento debería haber empezado a sospechar, pero,
¿quién no desea que un hombre se fije en su ropa cuando asiste a una cita?
Además, la blusa era preciosa, de color verde botella, y me la había comprado esa misma mañana (después de admitir que no podía seguir con un armario propio de una viuda de los años cincuenta).
Pedimos un par de refrescos y empezamos a hablar sobre la web de citas en las que nos habíamos conocido.
Le conté que me inscribió mi amiga Hanna y él me dijo que terminó ahí por casualidad buscando un poco de «aire fresco».
—¿Aire fresco? ¿A qué te refieres?—pregunté.
—Las que están especializadas son un engorro. Tengo la sensación de que todos los perfiles son iguales, todo está mucho más enfocado a ir directamente al grano, no sé, no es lo que busco en este momento.
¡Ay, podría enamorarme perfectamente de él…!
—La cuestión es que necesito algo más profundo—sacudió la cabeza y se metió la pajita en la boca para darle un sorbo a su bebida. Tragó y me sonrió—Cuando vi tu perfil sentí una especie de conexión. Todas tus respuestas se parecían a las mías. Me dije que teníamos tantas cosas en común que debíamos conocernos en persona. ¿Sabes…? Hace solo unos meses que me mudé a Nueva York y no conozco a mucha gente.
Ya.
Esa forma densa de hablar y el acento de Alabama solo lo hacía aún más atractivo.
Me fijé en su ropa, en los puños perfectamente abotonados de su camisa y en lo bien planchada que estaba (mi mamá le hubiese dado el aprobado alto solo por eso).
—Lo entiendo. Debe de ser duro dejar atrás a tu familia.
—Mucho. Mis padres son encantadores.
Sumaba puntos por momentos…
—¿Te gusta Nueva York?
—Sí, es fascinante, aunque al principio me costó un poco acostumbrarme. Vengo de un pueblo muy pequeño de Alabama, así que el contraste fue duro. ¿Tú eres de aquí?
Durante lo que me pareció una eternidad, estuvimos hablando de películas, de lugares, de costumbres, de música, del trabajo…, cuando quise darme cuenta eran casi las nueve de la noche y llevábamos más de una hora y media sentados en esa mesa.
Me levanté con una sonrisa, dejé el móvil y el bolso encima de la mesa y le dije que necesitaba ir al servicio. Al hacerlo, eché en falta no haber cogido al menos el pintalabios o haberme arreglado un poco más antes de asistir a la cita.
Salí unos minutos más tarde y, cuando me acerqué, vi que Blaine tenía mi móvil en la mano.
—¡Lo siento! No quería… de verdad que no quería mirar, pero te ha llamado una tal Santana dos veces y la pantalla se ha iluminado…—volvió a dejarlo encima de la mesa y me miró con inocencia—Es muy guapa—añadió.
Pestañeé confundida, hasta que caí en la cuenta de que días atrás había cogido la fotografía que Santana tenía en linkedin para asociarla a su tono de llamada.
Me senté con lentitud, procesando sus palabras.
—No te preocupes —susurré.
—¿Es alguien importante? —preguntó.
—Eh… bueno, no exactamente.
—¡Vamos, a mí puedes contármelo! Tu perfil decía que bisexual—alargó una mano por encima de la mesa y cogió la mía, sus dedos eran cálidos y me envolvieron con cariño—¿No tienes tú también la sensación de que nos conocemos desde siempre? Esa Santana tiene pinta de ser una jugadora. Créeme, sé lo que me digo por experiencia.
Fijé la mirada en la etiqueta de la Coca-Cola que ambos habíamos pedido, pero, no, no llevaba alcohol, obviamente.
Así que…
—Creo que me estoy perdiendo algo—logré decir.
—¿Tienes un lío con ella?—soltó mi mano y se tocó las puntas del pelo mientras me miraba con interés, como si estuviese esperando pacientemente a que le relatase todas mis memorias.
—No parece apropiado que hablemos de esto.
—¿Por qué no? ¡Somos amigos!
—¿Amigos? Sí, claro, pero también…
—¡Oh, mierda!—se llevó una mano al pecho—Cariño, no pensarás que… oh, mierda—dijo otra vez y cerró los ojos mientras suspiraba—Brittany, soy gay.
—Eres gay—repetí como si necesitase decirlo en voz alta para convencerme de ello.
—Exacto. Cariño, esto es un poco…
—No, no te disculpes.
—Te he dicho que mi película preferida es Pretty Woman—insistió.
—Esto ha sido un error.
—Cuando leí tu perfil me pareciste encantadora y me sentía un poco solo, pensé que podríamos ser amigos. A mí también me encanta la Navidad y los gatos y los días de lluvia…
Suspiré profundamente.
Lo miré.
¡Era tan perfecto!
Demasiado perfecto, sí, ahora lo veía claro.
Su expresión de incertidumbre me hizo reír. Lo cierto es que resultaba adorable y yo era incapaz de levantarme y largarme de ahí, así que pedimos otra ronda, esta vez de cervezas, y nos quedamos toda la noche hablando.
Terminé contándole la historia de Santana casi sin filtros, incluyendo el detalle de que ella misma había rellenado mi perfil de la web (aunque más tarde acabase cambiando la mitad de las respuestas) y él se desahogó y aseguró que estaba harto de los hombres y de que solo se interesasen por el sexo.
Blaine buscaba pareja estable y le estaba costando mucho encontrar a un tipo decente con el que compartir su vida.
Visto en perspectiva, teníamos muchas cosas en común.
—Así que cuando leí que eras bisexual, que querías a un hombre bueno, sincero, que supiese escuchar y fuese tu mejor amigo, supe que estábamos en el mismo barco—explicó mientras caminábamos por las calles de Nueva York cogidos del brazo como hacen las ancianas cuando van a pasear.
—Un barco que se hunde—me reí.
—Puede ser. Nos hundiremos juntos—añadió tras soltar una carcajada.
Luego nos quedamos un rato callados, pero no fue un silencio incómodo
—Así que, ¿qué piensas hacer con la tal Santana? Es evidente que lo suyo no ha terminado porque acaba de llamarte hace un rato.
—Creo que con ella solo puedo improvisar.
—Suena bien. Y excitante.
—No creas, porque eso significa que, más que nunca, tendré que planificar bien el resto de mi vida. No puedo dejar que las cosas se tuerzan. No puedo perder el control.
Blaine gritó «¡así se habla!» y un rato más tarde nos despedimos en la entrada de la boca del metro tras prometer que quedaríamos pronto para tomar algo.
Cuando llegué a mi departamento, me acurruqué en el sofá dispuesta a ver un nuevo capítulo, pero antes de que mis manos encontrasen el mando dieron con el teléfono y cuando quise darme cuenta estaba devolviéndole a Santana la llamada, a pesar de que me había prometido esperar al menos hasta el día siguiente como demostración sutil de lo mucho que me había molestado esa reacción tan desmedida.
—Hola—saludé.
—¿Qué quieres?
«¡La madre que la parió…!»
—Me has llamado tú—contesté.
—Ah, sí, cierto. Ya no me acordaba—replicó con desgana.
—¿Crees que soy idiota?
—No lo sé, ¿eres idiota, Brittany?
—No, pero empezaré a ser violenta a no ser que te dejes de juegos y empieces a comportarte como una persona medio normal—farfullé enfadada.
—Así que estamos jugando…—ronroneó—¿Qué llevas puesto?
—No me jodas. Santana esto no es…
—Podemos joder por teléfono.
—Se supone que estamos enfadadas. Deberíamos hablarlo—dije en un alarde de sensatez, aunque hubiese preferido lo del sexo telefónico.
—Bueno ya no estoy enfadada, ahora solo tengo ganas de tocarte.
—Santana, acabo de llegar, estoy cansada y quiero que dejemos algunas cosas claras.
—¿Dónde has estado?
Dudé, pero solo un segundo.
—Tenía una cita.
—Uhmm. Vale.
—¿Qué significa «uhmm»?
—Que me alegro mucho por ti, eso significa—replicó y noté un cambio apenas perceptible en el timbre de su voz—¿Y bien? ¿No piensas contarme qué tal ha ido?
—Ha estado bien. Muy bien.
No vi necesario añadir que Blaine era gay.
—¿Hubo beso de despedida?—preguntó burlona.
Y creo que fue precisamente ese tonito chistoso lo que me hizo cabrearme de nuevo con ella.
¿Por qué lo decía así, como si fuese algo insólito que de verdad pudiese interesarle a un hombre o mujer?
Apreté el teléfono hasta que se me quedaron los nudillos blancos.
—Brittany, ¿sigues ahí?
—Sí, sigo aquí, perdona, estaba recordando el beso—mentí, incapaz de tragarme el orgullo y la decepción—Y por si también te lo preguntas, ha sido magnífico. Ahora tengo que colgar, creo que voy a darme una ducha de agua fría para calmarme un poco.—y, evitando pensar y valorar lo que acababa de hacer, colgué.
Lancé el teléfono hasta el otro extremo del sofá, preguntándome qué demonios me pasaba.
Algo estaba ocurriendo.
Algo que no era capaz de entender.
¿Por qué reaccionaba así?
¿Por qué Santana me hacía comportarme como una niñata en plena etapa de la pubertad?
¡Por favor!
Si era una mujer adulta, tenía un trabajo estable, un departamento propio, un gato algo arisco, y ahí estaba, inventándome batallitas y sintiéndome más insegura que nunca.
Me había vestido informal, pero eligiendo cada prenda meticulosamente. Un poco como la cita a la que asistía.
Había leído el perfil de Blaine Anderson unas cuatro veces antes de atreverme a decirle que sí, que quedaríamos para tomar algo en un local de copas en el barrio del Soho.
Por lo que me había dicho Hanna (aunque últimamente estaba más distraída de lo normal y no me había devuelto la llamada del día anterior), lo más clásico era quedar para cenar, pero me parecía demasiado «íntimo» para una primera toma de contacto.
Si solo pedía una copa y el candidato no me convencía, podía largarme de ahí en menos de media hora.
Era lunes.
Tras la huida (injustificada) de Santana, me había pasado el resto del fin de semana organizando mi vida. Es decir, que había impreso un calendario y había marcado en rojo los días en los que tendría citas (hoy lunes, miércoles y viernes).
En azul había señalizado la llegada de Artie Abrams para tenerlo presente e intentar acercarme antes a esas dos direcciones que Sugar me había dado.
Y luego había usado el naranja para marcar los festivos por Navidad y los días que vería a mi mamá.
Eso era lo que necesitaba. Orden. Control.
Blaine Anderson era arquitecto, tenía treinta y dos años y un perfil tan perfecto que suspiré tres veces al terminar de leerlo.
Le gustaban las comedias románticas, pedir comida a domicilio, los gatos y, por encima de todo, valoraba la sinceridad.
Era como leer un informe detallado de cómo quería que fuese mi futuro marido.
Supongo que por eso estaba entre nerviosa y emocionada cuando llegué al lugar donde habíamos quedado.
Era un local pequeño, de luces anaranjadas y altos taburetes de madera alrededor de la barra principal.
Sin embargo, lo encontré sentado en una de las pocas mesas que ahí había. Se levantó en cuanto me vio. Era muy guapo y su corte de pelo, con gel todo para atrás, típico de los niños de papá.
Unas atractivas arrugas aparecieron en la comisura de sus ojos cuando sonrió tras estrecharme la mano. Me quité el abrigo y me senté en la silla que estaba libre.
—Bonita blusa—halagó.
—Oh, ¡gracias!—sonreí.
Supongo que en ese momento debería haber empezado a sospechar, pero,
¿quién no desea que un hombre se fije en su ropa cuando asiste a una cita?
Además, la blusa era preciosa, de color verde botella, y me la había comprado esa misma mañana (después de admitir que no podía seguir con un armario propio de una viuda de los años cincuenta).
Pedimos un par de refrescos y empezamos a hablar sobre la web de citas en las que nos habíamos conocido.
Le conté que me inscribió mi amiga Hanna y él me dijo que terminó ahí por casualidad buscando un poco de «aire fresco».
—¿Aire fresco? ¿A qué te refieres?—pregunté.
—Las que están especializadas son un engorro. Tengo la sensación de que todos los perfiles son iguales, todo está mucho más enfocado a ir directamente al grano, no sé, no es lo que busco en este momento.
¡Ay, podría enamorarme perfectamente de él…!
—La cuestión es que necesito algo más profundo—sacudió la cabeza y se metió la pajita en la boca para darle un sorbo a su bebida. Tragó y me sonrió—Cuando vi tu perfil sentí una especie de conexión. Todas tus respuestas se parecían a las mías. Me dije que teníamos tantas cosas en común que debíamos conocernos en persona. ¿Sabes…? Hace solo unos meses que me mudé a Nueva York y no conozco a mucha gente.
Ya.
Esa forma densa de hablar y el acento de Alabama solo lo hacía aún más atractivo.
Me fijé en su ropa, en los puños perfectamente abotonados de su camisa y en lo bien planchada que estaba (mi mamá le hubiese dado el aprobado alto solo por eso).
—Lo entiendo. Debe de ser duro dejar atrás a tu familia.
—Mucho. Mis padres son encantadores.
Sumaba puntos por momentos…
—¿Te gusta Nueva York?
—Sí, es fascinante, aunque al principio me costó un poco acostumbrarme. Vengo de un pueblo muy pequeño de Alabama, así que el contraste fue duro. ¿Tú eres de aquí?
Durante lo que me pareció una eternidad, estuvimos hablando de películas, de lugares, de costumbres, de música, del trabajo…, cuando quise darme cuenta eran casi las nueve de la noche y llevábamos más de una hora y media sentados en esa mesa.
Me levanté con una sonrisa, dejé el móvil y el bolso encima de la mesa y le dije que necesitaba ir al servicio. Al hacerlo, eché en falta no haber cogido al menos el pintalabios o haberme arreglado un poco más antes de asistir a la cita.
Salí unos minutos más tarde y, cuando me acerqué, vi que Blaine tenía mi móvil en la mano.
—¡Lo siento! No quería… de verdad que no quería mirar, pero te ha llamado una tal Santana dos veces y la pantalla se ha iluminado…—volvió a dejarlo encima de la mesa y me miró con inocencia—Es muy guapa—añadió.
Pestañeé confundida, hasta que caí en la cuenta de que días atrás había cogido la fotografía que Santana tenía en linkedin para asociarla a su tono de llamada.
Me senté con lentitud, procesando sus palabras.
—No te preocupes —susurré.
—¿Es alguien importante? —preguntó.
—Eh… bueno, no exactamente.
—¡Vamos, a mí puedes contármelo! Tu perfil decía que bisexual—alargó una mano por encima de la mesa y cogió la mía, sus dedos eran cálidos y me envolvieron con cariño—¿No tienes tú también la sensación de que nos conocemos desde siempre? Esa Santana tiene pinta de ser una jugadora. Créeme, sé lo que me digo por experiencia.
Fijé la mirada en la etiqueta de la Coca-Cola que ambos habíamos pedido, pero, no, no llevaba alcohol, obviamente.
Así que…
—Creo que me estoy perdiendo algo—logré decir.
—¿Tienes un lío con ella?—soltó mi mano y se tocó las puntas del pelo mientras me miraba con interés, como si estuviese esperando pacientemente a que le relatase todas mis memorias.
—No parece apropiado que hablemos de esto.
—¿Por qué no? ¡Somos amigos!
—¿Amigos? Sí, claro, pero también…
—¡Oh, mierda!—se llevó una mano al pecho—Cariño, no pensarás que… oh, mierda—dijo otra vez y cerró los ojos mientras suspiraba—Brittany, soy gay.
—Eres gay—repetí como si necesitase decirlo en voz alta para convencerme de ello.
—Exacto. Cariño, esto es un poco…
—No, no te disculpes.
—Te he dicho que mi película preferida es Pretty Woman—insistió.
—Esto ha sido un error.
—Cuando leí tu perfil me pareciste encantadora y me sentía un poco solo, pensé que podríamos ser amigos. A mí también me encanta la Navidad y los gatos y los días de lluvia…
Suspiré profundamente.
Lo miré.
¡Era tan perfecto!
Demasiado perfecto, sí, ahora lo veía claro.
Su expresión de incertidumbre me hizo reír. Lo cierto es que resultaba adorable y yo era incapaz de levantarme y largarme de ahí, así que pedimos otra ronda, esta vez de cervezas, y nos quedamos toda la noche hablando.
Terminé contándole la historia de Santana casi sin filtros, incluyendo el detalle de que ella misma había rellenado mi perfil de la web (aunque más tarde acabase cambiando la mitad de las respuestas) y él se desahogó y aseguró que estaba harto de los hombres y de que solo se interesasen por el sexo.
Blaine buscaba pareja estable y le estaba costando mucho encontrar a un tipo decente con el que compartir su vida.
Visto en perspectiva, teníamos muchas cosas en común.
—Así que cuando leí que eras bisexual, que querías a un hombre bueno, sincero, que supiese escuchar y fuese tu mejor amigo, supe que estábamos en el mismo barco—explicó mientras caminábamos por las calles de Nueva York cogidos del brazo como hacen las ancianas cuando van a pasear.
—Un barco que se hunde—me reí.
—Puede ser. Nos hundiremos juntos—añadió tras soltar una carcajada.
Luego nos quedamos un rato callados, pero no fue un silencio incómodo
—Así que, ¿qué piensas hacer con la tal Santana? Es evidente que lo suyo no ha terminado porque acaba de llamarte hace un rato.
—Creo que con ella solo puedo improvisar.
—Suena bien. Y excitante.
—No creas, porque eso significa que, más que nunca, tendré que planificar bien el resto de mi vida. No puedo dejar que las cosas se tuerzan. No puedo perder el control.
Blaine gritó «¡así se habla!» y un rato más tarde nos despedimos en la entrada de la boca del metro tras prometer que quedaríamos pronto para tomar algo.
Cuando llegué a mi departamento, me acurruqué en el sofá dispuesta a ver un nuevo capítulo, pero antes de que mis manos encontrasen el mando dieron con el teléfono y cuando quise darme cuenta estaba devolviéndole a Santana la llamada, a pesar de que me había prometido esperar al menos hasta el día siguiente como demostración sutil de lo mucho que me había molestado esa reacción tan desmedida.
—Hola—saludé.
—¿Qué quieres?
«¡La madre que la parió…!»
—Me has llamado tú—contesté.
—Ah, sí, cierto. Ya no me acordaba—replicó con desgana.
—¿Crees que soy idiota?
—No lo sé, ¿eres idiota, Brittany?
—No, pero empezaré a ser violenta a no ser que te dejes de juegos y empieces a comportarte como una persona medio normal—farfullé enfadada.
—Así que estamos jugando…—ronroneó—¿Qué llevas puesto?
—No me jodas. Santana esto no es…
—Podemos joder por teléfono.
—Se supone que estamos enfadadas. Deberíamos hablarlo—dije en un alarde de sensatez, aunque hubiese preferido lo del sexo telefónico.
—Bueno ya no estoy enfadada, ahora solo tengo ganas de tocarte.
—Santana, acabo de llegar, estoy cansada y quiero que dejemos algunas cosas claras.
—¿Dónde has estado?
Dudé, pero solo un segundo.
—Tenía una cita.
—Uhmm. Vale.
—¿Qué significa «uhmm»?
—Que me alegro mucho por ti, eso significa—replicó y noté un cambio apenas perceptible en el timbre de su voz—¿Y bien? ¿No piensas contarme qué tal ha ido?
—Ha estado bien. Muy bien.
No vi necesario añadir que Blaine era gay.
—¿Hubo beso de despedida?—preguntó burlona.
Y creo que fue precisamente ese tonito chistoso lo que me hizo cabrearme de nuevo con ella.
¿Por qué lo decía así, como si fuese algo insólito que de verdad pudiese interesarle a un hombre o mujer?
Apreté el teléfono hasta que se me quedaron los nudillos blancos.
—Brittany, ¿sigues ahí?
—Sí, sigo aquí, perdona, estaba recordando el beso—mentí, incapaz de tragarme el orgullo y la decepción—Y por si también te lo preguntas, ha sido magnífico. Ahora tengo que colgar, creo que voy a darme una ducha de agua fría para calmarme un poco.—y, evitando pensar y valorar lo que acababa de hacer, colgué.
Lancé el teléfono hasta el otro extremo del sofá, preguntándome qué demonios me pasaba.
Algo estaba ocurriendo.
Algo que no era capaz de entender.
¿Por qué reaccionaba así?
¿Por qué Santana me hacía comportarme como una niñata en plena etapa de la pubertad?
¡Por favor!
Si era una mujer adulta, tenía un trabajo estable, un departamento propio, un gato algo arisco, y ahí estaba, inventándome batallitas y sintiéndome más insegura que nunca.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
se estan empezando a mover las fichas para las dos!!!
britt tiene un as en la manga espero que sepa usarlo aunque sea inconsciente jajaja
a ver a san como le va con la nueva "relación" de britt!!!???
nos vemos!!!
se estan empezando a mover las fichas para las dos!!!
britt tiene un as en la manga espero que sepa usarlo aunque sea inconsciente jajaja
a ver a san como le va con la nueva "relación" de britt!!!???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Hola Hola!! !
Nos merecemos un maraton o No?? ??
Saludos
Nos merecemos un maraton o No?? ??
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Estoy de acuerdo con monica :-D
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Bueno a ver como toma Santana el hecho de que Britt tuvo su primera cita!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
se estan empezando a mover las fichas para las dos!!!
britt tiene un as en la manga espero que sepa usarlo aunque sea inconsciente jajaja
a ver a san como le va con la nueva "relación" de britt!!!???
nos vemos!!!
Hola lu, ooohh si que si! lo cual me encanta jajajajaja. Espero lo mismo la vrdd...y no le juegue una mala pasada xD Espero que le haga abrir sus ojos y corazón! Saludos =D
monica.santander escribió:Hola Hola!! !
Nos merecemos un maraton o No?? ??
Saludos
Holas, =o noo!!! siiii y se los debía de la semana pasada, pero me olvide! ahora se los subo! Saludos =D
Isabella28 escribió:Estoy de acuerdo con monica :-D
Hola, jajajaaj y como dije arriba, lo siento, pero justo tengo unos caps asik se los subo ahora! Saludos =D
micky morales escribió:Bueno a ver como toma Santana el hecho de que Britt tuvo su primera cita!!!!
Hola, espero que mal asi la hace abrir los ojos y su corazón, asi se da cuenta de lo que siente! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 19
Capitulo 19
Segunda Cita…
Me costó lo mío, pero finalmente convencí a Hanna para que me acompañase a la siguiente cita.
La idea era que se tomase un capuchino sentada en una de las mesas del local para que, en caso de que la cosa saliese fatal, ella se cruzase casualmente en mi camino y me reconociese como esa gran amiga de la facultad con la que perdió el contacto hace años y, «¡ups!, lo siento, me tengo que ir, quizá podamos vernos en otro momento».
La cita en cuestión se llamaba Matt Rutherford, tenía treinta años, era aficionado al béisbol, al boxeo (punto a su favor) y trabajaba como fotógrafo freelance para algunas revistas.
Su perfil era claro, directo y sencillo.
En la fotografía salía sonriente, con los ojos entrecerrados por el sol y una cámara Canon colgando del cuello.
No era ningún adonis, pero precisamente buscaba a un tipo normal y agradable, así que decidí darle una oportunidad y quedar con él en una cafetería a media tarde.
—¡Esto es muy emocionante!—exclamó Hanna dando un saltito justo cuando divisamos al otro lado de la calle la cafetería en cuestión.
—Más que emocionante, un engorro—puntualicé.
Ojalá pudiese chasquear los dedos y, ¡zas!, que apareciese frente a mí la persona de mi vida.
¿Por qué era tan difícil encontrar a alguien decente que me atrajese físicamente y que estuviese dispuesta a comprometerse?
Yo no era una diosa de la belleza, pero tampoco estaba tan mal.
Tenía un cuerpo proporcionado a pesar de ser alta, la cintura estrecha y unos pechos que aún se mantenían firmes (probablemente gracias a su tamaño reducido); tenía un trabajo estable, un departamento en una buena zona de la ciudad y gustos bastante comunes.
—Así que si me envías un mensaje con la palabra «troll», tengo que ir en tu busca.
—Exacto. Cuando vayas a salir de la cafetería, ¡sorpresa!, finges que acabamos de encontrarnos después de un montón de tiempo y me rescatas de sus garras.
—Esto va a ser divertido.
—Quizá me guste—repliqué—Tenía un perfil interesante.
—Se llama Matt, ¿verdad?
—Sí. Vamos, se está haciendo tarde. Entra tú primero y yo iré en unos minutos.
Hanna asintió decidida, me dio un beso en la mejilla y se acercó al paso de
peatones para cruzar la calle. Varios hombres le miraron descaradamente el trasero y me obligué a no poner los ojos en blanco.
La vi caminar por la acera de enfrente directa hacia la cafetería. Hanna irradiaba felicidad. Era como si tuviese un sol gigante encima o algo así, lo que me hizo recordar que, desde hacía unos días, estaba un poco rara.
No me había devuelto las llamadas en dos ocasiones y parecía más distraída de lo normal, que ya es decir, porque a veces estaba tan metida en su propio mundo que olvidaba ponerse los zapatos al salir a la calle, por ejemplo, o tiraba al cubo de la basura una barrita de chocolate, en lugar del envoltorio que acababa de quitarle; hacía ese tipo de cosas todo el tiempo.
Quizá no debería preocuparme, pero, casualmente, había estado hablando por Skype con Marley la pasada noche, contándole el resultado de la cita con Blaine y mis últimos avances (o no avances) con Santana, y luego el tema se desvió y ambas terminamos comentando lo mismo: a Hanna le ocurría algo.
Suspiré y repasé mi atuendo: vaqueros ajustados, zapatos de tacón, blusa y abrigo oscuro encima.
Luego hice algo más de tiempo revisando el correo.
Era miércoles y no había vuelto a saber nada de Santana después de colgarle el lunes asegurándole que necesitaba una ducha fría tras mi sensual y excitante cita de ese día con un tío con el que me pasé la noche hablando de comedias románticas y de lo genial que era el papel de Kate Hudson en Cómo perder a un chico en diez días.
No podía culparle por su silencio, pero tampoco tenía razones para cabrearse: ella misma me había ayudado en esto de las citas. O, peor aún, puede que ni siquiera estuviese enfadada, quizá simplemente había empezado a aburrirse de mí y no recordaba mi existencia.
Por desgracia, yo me pasaba las veinticuatro horas del día con «Santana-ilegal» en mi cabeza.
Por culpa de ese último pensamiento, cuando me dirigí hacia la cafetería lo hice un poco cabreada, ansiosa por encontrarme con un buen tipo.
Matt estaba ahí, acomodado en una mesa.
Me gustaba llegar a las citas unos minutos tarde precisamente por eso, para poder observarlos antes.
Me acerqué y lo saludé. Él sonrió.
—Un café con leche y canela—le pedí al camarero.
—Vaya, mi hermano tenía razón. Eres muy guapa—dijo.
—Oh, gracias—sonreí, pero luego fruncí el ceño—¿Tu hermano?
—Eh, sí. Lo cierto es que creó el perfil y lo rellenó, ya sabes. A mí no se me dan muy bien esas cosas y él es todo un ligón—rio y me fijé en que le temblaba un poco el labio superior al hacerlo.
—A mí también me ayudó una amiga—o dos, omití—, Es normal. Y dime, Matt, en tu perfil ponía que te gustaba el boxeo, ¿sueles practicarlo?—le di un sorbo al café que acababan de servirme.
—No, no. El boxeo le gusta a mi hermano, aunque de vez en cuando he ido a verle a alguna competición de segunda, ya sabes—se removió intranquilo en la silla y nos quedamos en silencio dando paso a un momento bastante incómodo.
Él no parecía muy dado a sacar tema de conversación, así que intenté omitir mi decepción y seguir como si no ocurriese nada.
Desvié un instante mi mirada hacia el fondo del local y atisbé a ver a Hanna, que estaba tecleando en su móvil con una sonrisa tonta en la boca y sin ser consciente de que varios tíos, más de una mujer, babeaban a su alrededor.
Angelito.
—¿Y el béisbol?—pregunté.
—Alguna vez quedo con mi hermano para ver los partidos más importantes. Él es un gran hincha de los Yankees.
Estuve tentada de pedirle que me diese el teléfono de su querido hermano, pero me tranquilicé a tiempo.
Le di otro sorbo rápido al café.
—Al menos serás fotógrafo, ¿no?
—Sí, ¡claro!
Volvimos a quedarnos en silencio.
Hablar con Matt era como arrancarle a una persona palabras que no quiere decir, sílaba a sílaba, con mucho esfuerzo.
Llevaba solo cinco minutos sentada, así que pensé que quizá sería un poco precipitado pedirle a Hanna que me rescatase.
—¿Y qué es lo que te gusta hacer?—insistí.
—No sé si debería…—respiró intranquilo—Mi hermano me pidió que no hablase de ello durante la cita.
—¿Por qué?
—Pensó que no te gustaría.
—¡Bobadas! Soy toda oídos—me obligué a sonreír.
Matt era muy tierno y la inseguridad que lo envolvía me daba un poco de lástima.
Le dediqué una mirada alentadora.
—Colecciono braguitas.
—¿Cómo dices?
—Braguitas de mujer.
Silencio.
Un silencio prolongado.
—Bueno qué… original.
Matt estaba sudando, nervioso, a pesar de que estábamos en pleno invierno.
Yo sentía que tenía algo atascado en la garganta y, de pronto, era incapaz de seguir dándole conversación.
Porque, a ver, ¿qué se puede decir en esta situación?
«¿Y cuáles son tus preferidas; de encaje, tangas, lisas, con dibujitos…?»
—No es lo que parece, no soy un pervertido—se apresuró a decir—Solo es que me gusta… tocarlas y, no sé, imaginar el cuerpo de una mujer con la prenda puesta. Aunque algunas no pueden salir de su caja, perderían todo su valor.
—Entiendo…—rebusqué en mi bolso, accedí rápidamente a los mensajes y tecleé «troll» antes de enviárselo a Hanna.
Ella se levantó como un resorte en cuanto lo recibió y se aproximó al mostrador para pagar cuanto antes.
—Hay muchos coleccionistas de ropa interior femenina en el país, ¿sabes? No soy el único. Me uní hace poco a una comunidad que encontré en Internet y es genial poder compartir algo que uno lleva tan adentro con otras personas.
—Supongo que sí.
—A pesar de lo que diga mi hermano, me gustaría que la mujer que me quisiese pudiese también entender y apoyar mi pasión. «A veces las cosas más pequeñas ocupan el mayor espacio en tu corazón»—concluyó mirándome intensamente.
—Ya. Esa frase es de Winnie The Pooh.
Lo sabía porque los dibujos de la factoría Disney eran los únicos que mi mamá me había permitido ver durante mi infancia y, como empecé a ser una sabelotodo controladora cuando tenía entre dos y tres años, me aprendí los diálogos de todas las películas de memoria, incluidas las canciones y muchos de los nombres que aparecían en los créditos del final.
—¿Brittanyyyyy? ¿Eres túuuu?—gritó Hanna.
Después, sobreactuando en exceso tal y como le había pedido que no hiciese, se llevó una mano a la boca para fingir aún más sorpresa si cabe.
—¡No me lo puedo creer!—continuó.
Matt la miró deslumbrado.
—¡Qué casualidad!—me levanté y le di un beso en la mejilla—Pensaba que seguías en San Francisco.
—¡No, me mudé aquí hace unos meses, pero perdí el teléfono y todos los números! ¡Fue un desastre!—hizo un mohín de lo más gracioso—Veo que estás ocupada y sé que es un poco precipitado, pero justo iba ahora a probarme el traje de novia que me han hecho a medida y nada me haría más feliz que me lo pudieses ver puesto.
Juro que vi cómo a Hanna se le caía una lágrima por la mejilla.
Qué pena que sus padres no la dejasen apuntarse a ese curso de teatro que ella se empeñó en hacer.
Era magnífica.
Miré a mi cita con gesto dubitativo.
—¿Te importaría…?
—Supongo que podríamos seguir en otro momento—dijo tras ponerse también en pie; me tendió la mano sin dejar de mirarle el escote a Hanna—¿Qué tal mañana?
Chasqueé la lengua.
—¿Pasado? ¿El sábado?—continuó.
—Yo te llamaré—mentí.
Hanna entrelazó su brazo con el mío y le dedicó su sonrisa más radiante antes de despedirse agitando una mano en alto con su positivismo habitual.
—¡Hasta pronto, Matt!—gritó felizmente.
Mierda.
Cerré los ojos con fuerza.
—Eh, ¿cómo sabes mi nombre?
Ella se puso nerviosa. Me miró buscando ayuda, pero tampoco supe qué hacer.
Hanna intentó arreglarlo sin mucho éxito:
—Tienes cara de Matt—se encogió de hombros.
«Magnífico».
Nos encaminamos hacia la puerta de salida a toda prisa mientras Matt alzaba la voz asegurando que seguro que éramos «de esas que llevan bragas blancas de abuela». Exclamé ofendida que usaba tanga y salimos al exterior ante las curiosas miradas de todos los presentes en la cafetería.
Noté que me ardían las mejillas, pero al mismo tiempo nos entró la risa tonta y llamamos aún más la atención de varios de los transeúntes que se cruzaron con nosotras de camino hacia Central Park.
—¿Qué problema tiene con las bragas?—preguntó Hanna.
—Uno bien gordo. Ahora que lo pienso, ¿no dijiste que un tipo te preguntó si tus bragas olían a vainilla cuando te inscribiste en esa web? ¿Cuántos depravados por las bragas pueden haber en la ciudad de Nueva York?
—Más de los que me gustaría imaginar.
Como había dejado mi café a medias, pedimos uno cada una para llevar antes de terminar paseando por Central Park.
Los árboles desnudos y las hojas de colores ocres, marrones y amarillas vestían el suelo que pisábamos.
Me encantaba caminar por ahí.
Lo tenía más que visto porque, no solo me acercaba con frecuencia en primavera, también era recurrente en los libros, las películas y las series que caían en mis manos. Y a pesar de ello me seguía pareciendo uno de los lugares más especiales de Nueva York y no podía dejar de imaginar lo fantástico que debía de ser que alguien se te declarase en el Bow Bridge, el romántico puente que atravesaba el lago uniendo Cherry Hill y The Ramble. Inspiré hondo.
—¿Y qué tal te ha ido a ti con la web de citas?
—¿A mí?—Hanna frunció el ceño—Ah, sí, bueno, no le estoy poniendo mucho empeño. Ya sabes, el trabajo me tiene muy ocupada, conseguir clientes está siendo más difícil de lo que pensaba y no quiero tirar de los contactos de mis padres.
—Ten paciencia.
—Eso intento—sonrió con optimismo—¿Llamamos a Marley y le contamos lo de las bragas?
—Oh, seguro que le encantará—dije buscando el teléfono en mi bolso.
La idea era que se tomase un capuchino sentada en una de las mesas del local para que, en caso de que la cosa saliese fatal, ella se cruzase casualmente en mi camino y me reconociese como esa gran amiga de la facultad con la que perdió el contacto hace años y, «¡ups!, lo siento, me tengo que ir, quizá podamos vernos en otro momento».
La cita en cuestión se llamaba Matt Rutherford, tenía treinta años, era aficionado al béisbol, al boxeo (punto a su favor) y trabajaba como fotógrafo freelance para algunas revistas.
Su perfil era claro, directo y sencillo.
En la fotografía salía sonriente, con los ojos entrecerrados por el sol y una cámara Canon colgando del cuello.
No era ningún adonis, pero precisamente buscaba a un tipo normal y agradable, así que decidí darle una oportunidad y quedar con él en una cafetería a media tarde.
—¡Esto es muy emocionante!—exclamó Hanna dando un saltito justo cuando divisamos al otro lado de la calle la cafetería en cuestión.
—Más que emocionante, un engorro—puntualicé.
Ojalá pudiese chasquear los dedos y, ¡zas!, que apareciese frente a mí la persona de mi vida.
¿Por qué era tan difícil encontrar a alguien decente que me atrajese físicamente y que estuviese dispuesta a comprometerse?
Yo no era una diosa de la belleza, pero tampoco estaba tan mal.
Tenía un cuerpo proporcionado a pesar de ser alta, la cintura estrecha y unos pechos que aún se mantenían firmes (probablemente gracias a su tamaño reducido); tenía un trabajo estable, un departamento en una buena zona de la ciudad y gustos bastante comunes.
—Así que si me envías un mensaje con la palabra «troll», tengo que ir en tu busca.
—Exacto. Cuando vayas a salir de la cafetería, ¡sorpresa!, finges que acabamos de encontrarnos después de un montón de tiempo y me rescatas de sus garras.
—Esto va a ser divertido.
—Quizá me guste—repliqué—Tenía un perfil interesante.
—Se llama Matt, ¿verdad?
—Sí. Vamos, se está haciendo tarde. Entra tú primero y yo iré en unos minutos.
Hanna asintió decidida, me dio un beso en la mejilla y se acercó al paso de
peatones para cruzar la calle. Varios hombres le miraron descaradamente el trasero y me obligué a no poner los ojos en blanco.
La vi caminar por la acera de enfrente directa hacia la cafetería. Hanna irradiaba felicidad. Era como si tuviese un sol gigante encima o algo así, lo que me hizo recordar que, desde hacía unos días, estaba un poco rara.
No me había devuelto las llamadas en dos ocasiones y parecía más distraída de lo normal, que ya es decir, porque a veces estaba tan metida en su propio mundo que olvidaba ponerse los zapatos al salir a la calle, por ejemplo, o tiraba al cubo de la basura una barrita de chocolate, en lugar del envoltorio que acababa de quitarle; hacía ese tipo de cosas todo el tiempo.
Quizá no debería preocuparme, pero, casualmente, había estado hablando por Skype con Marley la pasada noche, contándole el resultado de la cita con Blaine y mis últimos avances (o no avances) con Santana, y luego el tema se desvió y ambas terminamos comentando lo mismo: a Hanna le ocurría algo.
Suspiré y repasé mi atuendo: vaqueros ajustados, zapatos de tacón, blusa y abrigo oscuro encima.
Luego hice algo más de tiempo revisando el correo.
Era miércoles y no había vuelto a saber nada de Santana después de colgarle el lunes asegurándole que necesitaba una ducha fría tras mi sensual y excitante cita de ese día con un tío con el que me pasé la noche hablando de comedias románticas y de lo genial que era el papel de Kate Hudson en Cómo perder a un chico en diez días.
No podía culparle por su silencio, pero tampoco tenía razones para cabrearse: ella misma me había ayudado en esto de las citas. O, peor aún, puede que ni siquiera estuviese enfadada, quizá simplemente había empezado a aburrirse de mí y no recordaba mi existencia.
Por desgracia, yo me pasaba las veinticuatro horas del día con «Santana-ilegal» en mi cabeza.
Por culpa de ese último pensamiento, cuando me dirigí hacia la cafetería lo hice un poco cabreada, ansiosa por encontrarme con un buen tipo.
Matt estaba ahí, acomodado en una mesa.
Me gustaba llegar a las citas unos minutos tarde precisamente por eso, para poder observarlos antes.
Me acerqué y lo saludé. Él sonrió.
—Un café con leche y canela—le pedí al camarero.
—Vaya, mi hermano tenía razón. Eres muy guapa—dijo.
—Oh, gracias—sonreí, pero luego fruncí el ceño—¿Tu hermano?
—Eh, sí. Lo cierto es que creó el perfil y lo rellenó, ya sabes. A mí no se me dan muy bien esas cosas y él es todo un ligón—rio y me fijé en que le temblaba un poco el labio superior al hacerlo.
—A mí también me ayudó una amiga—o dos, omití—, Es normal. Y dime, Matt, en tu perfil ponía que te gustaba el boxeo, ¿sueles practicarlo?—le di un sorbo al café que acababan de servirme.
—No, no. El boxeo le gusta a mi hermano, aunque de vez en cuando he ido a verle a alguna competición de segunda, ya sabes—se removió intranquilo en la silla y nos quedamos en silencio dando paso a un momento bastante incómodo.
Él no parecía muy dado a sacar tema de conversación, así que intenté omitir mi decepción y seguir como si no ocurriese nada.
Desvié un instante mi mirada hacia el fondo del local y atisbé a ver a Hanna, que estaba tecleando en su móvil con una sonrisa tonta en la boca y sin ser consciente de que varios tíos, más de una mujer, babeaban a su alrededor.
Angelito.
—¿Y el béisbol?—pregunté.
—Alguna vez quedo con mi hermano para ver los partidos más importantes. Él es un gran hincha de los Yankees.
Estuve tentada de pedirle que me diese el teléfono de su querido hermano, pero me tranquilicé a tiempo.
Le di otro sorbo rápido al café.
—Al menos serás fotógrafo, ¿no?
—Sí, ¡claro!
Volvimos a quedarnos en silencio.
Hablar con Matt era como arrancarle a una persona palabras que no quiere decir, sílaba a sílaba, con mucho esfuerzo.
Llevaba solo cinco minutos sentada, así que pensé que quizá sería un poco precipitado pedirle a Hanna que me rescatase.
—¿Y qué es lo que te gusta hacer?—insistí.
—No sé si debería…—respiró intranquilo—Mi hermano me pidió que no hablase de ello durante la cita.
—¿Por qué?
—Pensó que no te gustaría.
—¡Bobadas! Soy toda oídos—me obligué a sonreír.
Matt era muy tierno y la inseguridad que lo envolvía me daba un poco de lástima.
Le dediqué una mirada alentadora.
—Colecciono braguitas.
—¿Cómo dices?
—Braguitas de mujer.
Silencio.
Un silencio prolongado.
—Bueno qué… original.
Matt estaba sudando, nervioso, a pesar de que estábamos en pleno invierno.
Yo sentía que tenía algo atascado en la garganta y, de pronto, era incapaz de seguir dándole conversación.
Porque, a ver, ¿qué se puede decir en esta situación?
«¿Y cuáles son tus preferidas; de encaje, tangas, lisas, con dibujitos…?»
—No es lo que parece, no soy un pervertido—se apresuró a decir—Solo es que me gusta… tocarlas y, no sé, imaginar el cuerpo de una mujer con la prenda puesta. Aunque algunas no pueden salir de su caja, perderían todo su valor.
—Entiendo…—rebusqué en mi bolso, accedí rápidamente a los mensajes y tecleé «troll» antes de enviárselo a Hanna.
Ella se levantó como un resorte en cuanto lo recibió y se aproximó al mostrador para pagar cuanto antes.
—Hay muchos coleccionistas de ropa interior femenina en el país, ¿sabes? No soy el único. Me uní hace poco a una comunidad que encontré en Internet y es genial poder compartir algo que uno lleva tan adentro con otras personas.
—Supongo que sí.
—A pesar de lo que diga mi hermano, me gustaría que la mujer que me quisiese pudiese también entender y apoyar mi pasión. «A veces las cosas más pequeñas ocupan el mayor espacio en tu corazón»—concluyó mirándome intensamente.
—Ya. Esa frase es de Winnie The Pooh.
Lo sabía porque los dibujos de la factoría Disney eran los únicos que mi mamá me había permitido ver durante mi infancia y, como empecé a ser una sabelotodo controladora cuando tenía entre dos y tres años, me aprendí los diálogos de todas las películas de memoria, incluidas las canciones y muchos de los nombres que aparecían en los créditos del final.
—¿Brittanyyyyy? ¿Eres túuuu?—gritó Hanna.
Después, sobreactuando en exceso tal y como le había pedido que no hiciese, se llevó una mano a la boca para fingir aún más sorpresa si cabe.
—¡No me lo puedo creer!—continuó.
Matt la miró deslumbrado.
—¡Qué casualidad!—me levanté y le di un beso en la mejilla—Pensaba que seguías en San Francisco.
—¡No, me mudé aquí hace unos meses, pero perdí el teléfono y todos los números! ¡Fue un desastre!—hizo un mohín de lo más gracioso—Veo que estás ocupada y sé que es un poco precipitado, pero justo iba ahora a probarme el traje de novia que me han hecho a medida y nada me haría más feliz que me lo pudieses ver puesto.
Juro que vi cómo a Hanna se le caía una lágrima por la mejilla.
Qué pena que sus padres no la dejasen apuntarse a ese curso de teatro que ella se empeñó en hacer.
Era magnífica.
Miré a mi cita con gesto dubitativo.
—¿Te importaría…?
—Supongo que podríamos seguir en otro momento—dijo tras ponerse también en pie; me tendió la mano sin dejar de mirarle el escote a Hanna—¿Qué tal mañana?
Chasqueé la lengua.
—¿Pasado? ¿El sábado?—continuó.
—Yo te llamaré—mentí.
Hanna entrelazó su brazo con el mío y le dedicó su sonrisa más radiante antes de despedirse agitando una mano en alto con su positivismo habitual.
—¡Hasta pronto, Matt!—gritó felizmente.
Mierda.
Cerré los ojos con fuerza.
—Eh, ¿cómo sabes mi nombre?
Ella se puso nerviosa. Me miró buscando ayuda, pero tampoco supe qué hacer.
Hanna intentó arreglarlo sin mucho éxito:
—Tienes cara de Matt—se encogió de hombros.
«Magnífico».
Nos encaminamos hacia la puerta de salida a toda prisa mientras Matt alzaba la voz asegurando que seguro que éramos «de esas que llevan bragas blancas de abuela». Exclamé ofendida que usaba tanga y salimos al exterior ante las curiosas miradas de todos los presentes en la cafetería.
Noté que me ardían las mejillas, pero al mismo tiempo nos entró la risa tonta y llamamos aún más la atención de varios de los transeúntes que se cruzaron con nosotras de camino hacia Central Park.
—¿Qué problema tiene con las bragas?—preguntó Hanna.
—Uno bien gordo. Ahora que lo pienso, ¿no dijiste que un tipo te preguntó si tus bragas olían a vainilla cuando te inscribiste en esa web? ¿Cuántos depravados por las bragas pueden haber en la ciudad de Nueva York?
—Más de los que me gustaría imaginar.
Como había dejado mi café a medias, pedimos uno cada una para llevar antes de terminar paseando por Central Park.
Los árboles desnudos y las hojas de colores ocres, marrones y amarillas vestían el suelo que pisábamos.
Me encantaba caminar por ahí.
Lo tenía más que visto porque, no solo me acercaba con frecuencia en primavera, también era recurrente en los libros, las películas y las series que caían en mis manos. Y a pesar de ello me seguía pareciendo uno de los lugares más especiales de Nueva York y no podía dejar de imaginar lo fantástico que debía de ser que alguien se te declarase en el Bow Bridge, el romántico puente que atravesaba el lago uniendo Cherry Hill y The Ramble. Inspiré hondo.
—¿Y qué tal te ha ido a ti con la web de citas?
—¿A mí?—Hanna frunció el ceño—Ah, sí, bueno, no le estoy poniendo mucho empeño. Ya sabes, el trabajo me tiene muy ocupada, conseguir clientes está siendo más difícil de lo que pensaba y no quiero tirar de los contactos de mis padres.
—Ten paciencia.
—Eso intento—sonrió con optimismo—¿Llamamos a Marley y le contamos lo de las bragas?
—Oh, seguro que le encantará—dije buscando el teléfono en mi bolso.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 20
Capitulo 20
Tercera Cita…
Kurt Hummel era castañoo, tenía la piel muy blanca y llena de diminutas pecas, y unos ojos tan claros que no sabría decir de qué color eran exactamente.
Trabajaba por las mañanas en una clínica veterinaria y casi todas las tardes acudía a un refugio de animales como voluntario.
Evidentemente, en su perfil decía ser un amante de los gatos y de cualquier otro ser vivo.
Habíamos hablado un par de veces a través del chat de la web, aunque él solía ir ajustado de tiempo a lo largo del día y tan solo lograba sentarse frente al ordenador cuando caía la noche.
Era muy agradable y no parecía que le fascinasen las bragas, algo que, sin duda, a esas alturas valoraba como un punto a favor.
Sin embargo, cuando lo vi apoyado en la columna de aquel bar deportivo en el que habíamos quedado, descubrí que no era la clase de hombre que tanto deseaba encontrar.
Y lo supe por la forma en la que estaba mirándole el trasero al tío que tenía enfrente, comiéndoselo con los ojos.
Aquel día me había arreglado para nada (creí que era un buen momento para estrenar una faldita color burdeos y los nuevos botines que había tenido la tentación de comprar al pasar frente al escaparate de una tienda con un toque vintage).
Me acerqué a él y le saludé tendiéndole la mano.
—Encantado—respondió efusivamente.
Era peculiar, pero atractivo.
—Lo mismo digo.
—¿Nos sentamos en una mesa o prefieres que nos quedemos en la barra?
—La barra, si no te importa—respondí.
Nos acomodamos en sendos taburetes y pedí una soda antes de empezar a quitarme los guantes de lana y guardármelos después en el bolsillo del abrigo que había dejado doblado sobre mis piernas.
Kurt parecía nervioso.
—Así que eres abogada…
—Sí, y tú veterinario. Y gay.
—¿Perdona, qué has dicho?
—Te he visto mirándole el trasero a ese tío de ahí—señalé al chaval musculoso que reía junto a sus amigos un poco más allá—Lamento ser tan directa, Kurt, pero tú sabrás que soy bisexual porque lo dice mi perfil. Además que esto de las citas está resultando más difícil de lo que pensaba y no tengo mucho tiempo que perder. Ya sabes, me acerco a la treintena. Necesito retomar el control de mi vida—me callé cuando él dejó escapar un suspiro apesadumbrado.
Tampoco merecía que le relatase todos mis dramas, esa tortura me la reservaba para mis enemigos.
—Lo siento mucho—susurró—Mi mamá es un poco… de la vieja usanza, le cuesta aceptarme tal y como soy. Piensa que si conozco a la mujer adecuada, dejaré de interesarme por los hombres.
—Y le prometiste tener un par de citas solo para que te dejase tranquilo.
—Básicamente. Me pareciste muy auténtica cuando leí tu perfil y más aún al decir que te gustan tanto los hombres como las mujeres, muy sincera la verdad. Te entiendo, ¿sabes? Es agotador intentar encontrar a un buen tío, sincero y que esté dispuesto a conocerte y escucharte. Todos van a lo que van.
Asentí.
Vale, en cuanto llegase a casa cambiaría de inmediato la respuesta de esa pregunta porque, muy a mi pesar, no estaba dándome los resultados que esperaba.
Y de pronto, mientras me torturaba mentalmente por acumular otro fracaso más, se me encendió la bombilla.
Presa de la emoción, lo cogí del brazo.
—¡Yo podría presentarte a alguien!
—¿Tú?—alzó una ceja en alto.
—¡Sí!—sonreí—Se llama Blaine y es absolutamente encantador. Es un arquitecto guapísimo, sensible y muy divertido. Creo que seríais perfectos el uno para el otro.
La mirada de Kurt se iluminó.
Trabajaba por las mañanas en una clínica veterinaria y casi todas las tardes acudía a un refugio de animales como voluntario.
Evidentemente, en su perfil decía ser un amante de los gatos y de cualquier otro ser vivo.
Habíamos hablado un par de veces a través del chat de la web, aunque él solía ir ajustado de tiempo a lo largo del día y tan solo lograba sentarse frente al ordenador cuando caía la noche.
Era muy agradable y no parecía que le fascinasen las bragas, algo que, sin duda, a esas alturas valoraba como un punto a favor.
Sin embargo, cuando lo vi apoyado en la columna de aquel bar deportivo en el que habíamos quedado, descubrí que no era la clase de hombre que tanto deseaba encontrar.
Y lo supe por la forma en la que estaba mirándole el trasero al tío que tenía enfrente, comiéndoselo con los ojos.
Aquel día me había arreglado para nada (creí que era un buen momento para estrenar una faldita color burdeos y los nuevos botines que había tenido la tentación de comprar al pasar frente al escaparate de una tienda con un toque vintage).
Me acerqué a él y le saludé tendiéndole la mano.
—Encantado—respondió efusivamente.
Era peculiar, pero atractivo.
—Lo mismo digo.
—¿Nos sentamos en una mesa o prefieres que nos quedemos en la barra?
—La barra, si no te importa—respondí.
Nos acomodamos en sendos taburetes y pedí una soda antes de empezar a quitarme los guantes de lana y guardármelos después en el bolsillo del abrigo que había dejado doblado sobre mis piernas.
Kurt parecía nervioso.
—Así que eres abogada…
—Sí, y tú veterinario. Y gay.
—¿Perdona, qué has dicho?
—Te he visto mirándole el trasero a ese tío de ahí—señalé al chaval musculoso que reía junto a sus amigos un poco más allá—Lamento ser tan directa, Kurt, pero tú sabrás que soy bisexual porque lo dice mi perfil. Además que esto de las citas está resultando más difícil de lo que pensaba y no tengo mucho tiempo que perder. Ya sabes, me acerco a la treintena. Necesito retomar el control de mi vida—me callé cuando él dejó escapar un suspiro apesadumbrado.
Tampoco merecía que le relatase todos mis dramas, esa tortura me la reservaba para mis enemigos.
—Lo siento mucho—susurró—Mi mamá es un poco… de la vieja usanza, le cuesta aceptarme tal y como soy. Piensa que si conozco a la mujer adecuada, dejaré de interesarme por los hombres.
—Y le prometiste tener un par de citas solo para que te dejase tranquilo.
—Básicamente. Me pareciste muy auténtica cuando leí tu perfil y más aún al decir que te gustan tanto los hombres como las mujeres, muy sincera la verdad. Te entiendo, ¿sabes? Es agotador intentar encontrar a un buen tío, sincero y que esté dispuesto a conocerte y escucharte. Todos van a lo que van.
Asentí.
Vale, en cuanto llegase a casa cambiaría de inmediato la respuesta de esa pregunta porque, muy a mi pesar, no estaba dándome los resultados que esperaba.
Y de pronto, mientras me torturaba mentalmente por acumular otro fracaso más, se me encendió la bombilla.
Presa de la emoción, lo cogí del brazo.
—¡Yo podría presentarte a alguien!
—¿Tú?—alzó una ceja en alto.
—¡Sí!—sonreí—Se llama Blaine y es absolutamente encantador. Es un arquitecto guapísimo, sensible y muy divertido. Creo que seríais perfectos el uno para el otro.
La mirada de Kurt se iluminó.
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 21
Capitulo 21
Confesiones Y Abrazos…
Cuando bajé del taxi, me quedé unos segundos en medio de la calzada, frente a esos escaloncitos que conducían hacia la casa de ladrillo rojo que se alzaba imponente.
Aún no tenía claro qué hacía ahí, pero, tras terminar la cita con Kurt, le dije a Hanna que esa noche no me apetecía ir a Greenhouse Club y decidí dar un paseo sin rumbo fijo.
Tras un rato caminando sola y pensativa, mis pies se acercaron por voluntad propia a la parada de taxis más cercana. Y ahora estaba enfrente de la casa de Santana, con el que, dicho sea de paso, no había vuelto a hablar tras la tensa llamada telefónica del lunes.
Lo más probable, además, era que un viernes por la noche no estuviese ahí.
«O peor aún, que estuviese bien acompañada», pensé.
El cielo oscuro se cernía sobre mí cuando me armé de valor y decidí tocar el
timbre. Santana abrió la puerta y, tras la sorpresa inicial, su rostro se tiñó de indiferencia.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Yo… bueno, no lo sé...
Nos miramos fijamente en silencio.
—¿No lo sabes?—repitió.
—Eso he dicho.
Apoyó la cadera en el dintel de la puerta y suspiró; parecía apática y cansada.
Todavía iba vestida de calle, se tocó el pelo con los dedos antes de dejar caer la mano a un lado.
—¿Qué quieres, Brittany?
—Solo pasaba por aquí…—se me trabó la lengua.
Santana había dejado de ser una extraño más y estaba segura de que no podría engañarle sin que ella lo notase, así que opté por ser sincera.
—Miento. Estaba en la otra punta de la ciudad, pero me apetecía verte—admití.
Santana volvió a suspirar y luego me tendió una mano y tiró de la mía con suavidad hacia el interior de la casa. Cerró la puerta y sus dedos tantearon mi rostro en medio de la oscuridad del recibidor hasta encontrar mis labios y acariciarlos antes de cubrirlos con los suyos.
Y fue un beso lento y húmedo y erótico que me dejó en una nube.
—No quiero que nadie más te bese—dijo con un gruñido—Pensaba que sí, pero no. Al menos, mientras esto dure, hasta que conozcas a alguien que te guste lo suficiente como para que no tengas que volver aquí.
Dejé escapar un jadeo entrecortado cuando pegó su cuerpo al mío. La abracé y colé las manos bajo su camiseta buscando el calor que desprendía su piel y el tacto suave y femenino.
—No hubo ningún beso alucinante.
—¿Cómo dices?
—En realidad, no hubo beso, a secas.
Dio un paso hacia atrás para poder mirarme a la cara.
Sus ojos echaban chispas; una mezcla entre alivio, enfado y diversión. Sonrió. Una de esas sonrisas ladeadas que no presagiaban nada bueno.
—Esta me la guardo, cariño—susurró y luego sus brazos volvieron a rodearme la cintura y sus labios se posaron sobre los míos—Estás dispuesta a cualquier cosa con tal de salirte con la tuya, ¿no? Eres inevitablemente controladora.
Mientras nos movíamos, dejé de besarla para poder hablar.
—No es verdad. Me enfadaste.
—Te enfadé—gruñó tras darme un mordisquito en el cuello.
—Por el tonito que usaste.
—¿Y qué tono usé exactamente?—una de sus manos se coló bajo mi blusa y acarició el borde del sujetador con lentitud.
Me contoneé intentando encontrar el ángulo perfecto para que me tocase justo donde quería que lo hiciese. Apartó la mano a propósito.
—Un tono condescendiente. Ya sabes, puedes ser muy egocéntrica si te lo propones. Y no me gustó que te sorprendiese que mi cita pudiese querer despedirse con un beso, ¿por qué no? No soy tan horrible. Quiero decir, quizá no tan deslumbrante como una de tus dichosas modelos, pero, eh, me conservo bien para mi edad y además…
—Para de hablar—ordenó tras silenciarme al colocar su dedo sobre mis labios.
Reprimí la tentación de morderle, me ofuscaba cuando se ponía en plan «mandona líder del pelotón».
—Lo entendiste mal. Cualquier persona querría estar ahora mismo en mi lugar. Eres preciosa. Y me paso el día como una puta adolescente deseando que llegue el momento de besarte, de tocarte… de lamerte…
Vale, eso era un plus para la autoestima.
Me sujeté a sus hombros cuando tropezamos con el primer peldaño de la larga escalera semicircular que conducía a la planta superior.
Conseguimos subir un par de peldaños más antes de terminar en el suelo, quitándonos la ropa. Estaba sentada en uno de esos escalones cuando Santana me subió la falda con brusquedad y me quitó los botines y las medias de un tirón.
Sin darme tiempo a asimilar lo que estaba a punto de hacer, apartó a un lado con los dedos la ropa interior y hundió la cabeza entre mis piernas. Creo que dejé de respirar al sentir su lengua acariciándome a un ritmo lento y enloquecedor.
Jamás imaginé que la boca de Santana, esa misma boca que me sacaba de quicio casi todo el tiempo, pudiese llegar a ser tan increíble.
Me sujeté al borde del escalón cuando noté que temblaba de placer y aunque, como siempre, intenté mantener el control, lo perdí en menos de un minuto, literalmente.
Santana se apartó y me miró alzando una ceja en alto antes de relamerse los labios.
—¿Ya has terminado?—preguntó.
Asentí con la cabeza, aún con las mejillas ardiendo y el corazón agitado. Ella pareció satisfecha y luego soltó una risita pretenciosa, pero en ese momento podría haber pasado por alto casi cualquier cosa.
Me alzó y subió la escalera llevándome en brazos antes de ir directo hacia el dormitorio. Sentí su mirada hambrienta sobre mí cuando me dejó sobre la colcha azul de su cama.
Se despojó de la ropa interior y me quitó a mí la falda que todavía llevaba puesta y arrugada en torno a la cintura. Después me besó la rodilla, el interior del muslo, el ombligo, los pechos y la clavícula; cuando nuestros labios se encontraron, nos acomodó para que nuestros centros se rozaran.
Permaneció quieta unos segundos mientras su boca exploraba la mía y su lengua me buscaba, y luego comenzó a moverse lento, muy lento, sin dejar de susurrarme al oído todo lo que había deseado hacerme durante aquellos días de ausencia y todo lo que sí me haría durante los siguientes.
Cuando terminó, me quedé tumbada en la cama, inerte pero complacida, se dejó caer a mi lado sin mucha delicadeza. Me arropé con el edredón y me acurruqué junto a ella, que suspiró hondo.
No sé cuánto tiempo estuvimos calladas, escuchando nuestras propias respiraciones, pero cuando habló me pareció que hacía una eternidad que no escuchaba su voz y pensé que quizá me estaba empezando a gustar demasiado ese timbre ronco y profundo.
—¿Entonces no hubo suerte con las citas?
—No, tú tenías razón.
—¿Alguna chica?
—No, solo hombres. Quedé con tres y dos estaban en el otro bando.
—¿Qué pasó con el tercero?
—Coleccionaba braguitas —susurré.
Santana emitió una vibrante carcajada y me rodeó con los brazos pegándome a su pecho desnudo. Le acaricié el estómago con la mano y subí la mano y jugueteé distraídamente entre sus pechos.
—Tengo que cambiar ese perfil…—admití.
—¿Quieres que te eche una mano?
—No, creo que es mejor que a partir de ahora me ocupe de ese asunto por mi cuenta—me moví para poder mirarle desde abajo—Pero te prometo que mientras tenga algo contigo no habrá besos, tocamientos, ni nada raro, ¿trato?
—Eres una negociadora nata—se burló.
—Puedo hacerlo. De hecho, ahí está la clave. La persona perfecta tiene que quererme por esto—me llevé la mano a la cabeza—, Y no por esto—añadí señalándome las tetas.
Santana pensó que aquel era un momento de lo más oportuno para pellizcarme un pezón y yo gruñí en respuesta.
—Así que sabré que es ESA persona si no intenta meterse entre mis piernas a la primera de cambio.
Puso los ojos en blanco y me miró divertida.
—Qué sopor. Eres como un somnífero cuando te pones a hablar del amor y blablablá.
—¿En serio?—me incorporé y me senté en la cama llevándome el edredón conmigo—Bueno tú te conviertes en un ogro. Eso me recuerda que sigo enfadada contigo por cómo reaccionaste el otro día. No me gusta que me griten.
—Ni a mí que me toquen los cojones.
—Ya te los he tocado porque no los tienes, cierto, lo que significa que ha llegado la hora de irme. Gracias por lo de hoy, ha sido… ha estado muy bien—resumí antes de ponerme en pie y coger mi falda del suelo.
Salí de la habitación mientras Santana mascullaba algo a mi espalda y avancé por el pasillo hacia las escaleras para recuperar el resto de mi ropa.
Me puse las braguitas y el sujetador. Las medias estaban rotas, «genial».
—¿Adónde crees que vas?
—A mi casa, supongo.
—De eso nada—masculló rodeándome la cintura y atrayéndome hacia ella—No debería haberte gritado el otro día, lo siento. Pero hay cosas de las que prefiero no hablar con nadie, no es nada personal. Tú también te guardas tus asuntos.
—No es verdad, no tengo nada que esconder.
—Vale, entonces imagino que no te importará hablarme de ese chico que nombraste el otro día. Es más, ¿qué te parece si preparo algo para cenar y hacemos una noche temática sobre «Sam»? Suena bien.
—No tiene gracia, Santana—siseé.
—Lo sé, por eso es mejor que dejemos las cosas tal y como están—me dio un beso en la comisura de la boca y luego otro en los labios, más dulce, más casto—Nos lo pasamos bien juntas, que es lo que importa. Quiero que te quedes a dormir. Y lo de hacerte la cena iba en serio.
Tardé unos segundos en responder.
—¿Sabes cocinar?
—Me defiendo.
Quince minutos después, las dos estábamos en la cocina.
Yo llevaba puesto un pijama rojo de Santana que me había dejado tras asegurarme que era el más grande que tenía; Santana también se había puesto cómodo con una camiseta gris y un pantalón del mismo color.
Le miré el trasero mientras se ocupaba de los fogones y luego llevé al comedor vasos y cubiertos cuando me dijo que la cena estaba casi lista.
Había preparado una ensalada con tomate, rúcula y queso parmesano para acompañar la carne a la plancha con una «salsa secreta».
—¿De verdad no piensas decirme qué lleva esa salsa?—insistí mientras nos
sentábamos en el sofá y ella acercaba la mesa auxiliar.
—Lo sabrías si prestases atención en vez de mirarme el culo—mojó una rebanada de pan y me la acercó a la boca—Vamos, pruébala, dime si te gusta.
—Riquísima.
—Eso me parecía—sonrió.
—Tú y tu ego—pinché un trozo de carne y giré la cabeza hacia ella sin dejar de masticar—¿Qué hubiese pasado si no llego a venir? Quiero decir, no pensabas volver a llamarme, ¿verdad?
Y conforme pronunciaba aquellas palabras, me di cuenta de que me dolía esa idea, la posibilidad de que no volviésemos a vernos así, fuera del trabajo.
De pronto, Santana se mostró incómoda y prudente.
—Sí iba a llamarte—aseguró—Pero he tenido una semana difícil. Mucho trabajo, ya sabes.
—¿Cuántos casos llevas?
—Demasiados, entre otras cosas.
—¿Qué otras cosas?—indagué.
—Ah, pequeña tramposa, ¿estás intentando conseguir información?—se rio tras tenderme la ensalada y dedicar toda su atención a la carne.
—No, ¡ni que te hubiese preguntado en qué paraíso fiscal esconde Artie Abrams parte de su fortuna!—me burlé y la apunté con el tenedor—Sabes que ese hombre es un gañán, ¿cierto?
—Un gañán que paga muy bien—añadió—¿Y qué tal te va a ti con la inocente Sugar Motta? Ya me imagino sus largas conversaciones en el despacho analizando Guerra y paz capítulo a capítulo. Me apuesto lo que sea a que León Tolstoi volvería a la vida solo para apuntar en su bloc de notas todo lo que esa chica tiene que decir.
—Eres cruel—repliqué.
—Vamos, nena, ¡no me digas que no piensas lo mismo! Sugar es una cazafortunas de manual. Y además, infiel. No sabe mantener las manos quietas; ni la boca, ya puestos a entrar en detalles.
Me fijé en su expresión contrariada y até cabos antes de deducir que, por alguna razón que se me escapaba, para Santana la lealtad era algo muy importante.
Me di cuenta de que no se sentía celosa al pensar que podía besar a otra persona durante una de mis citas, sino traicionado, que era muy diferente.
Su desconfianza habitual y las barreras que imponía la mantenían a salvo.
Y quizá eso mismo me ocurría a mí, porque advertí que no había sido diferente a ella al ser incapaz de hablarle de Sam.
¿Por qué me daba tanto miedo contarle lo que había ocurrido?
¿Temía que pensase que era tonta, débil o ingenua?
Yo no tenía nada de lo que avergonzarme, había sido Sam el que cometió un error.
—No sé si deberíamos hablar de trabajo…—concluí vacilante.
—Ya. Es complicado—suspiró hondo y me miró con interés tras dejar su plato vacío encima de la mesa—¿Tú has pensado alguna vez en irte a otro sitio?—su expresión cambió y se volvió cauta cuando me vio fruncir el ceño—Quiero decir, le eché un vistazo a tu currículum hace unas semanas y vi que ganaste ese caso relacionado con la publicidad de comida basura dirigida a un público infantil. Creo que eres buena, muy buena, y que podrías estar trabajando en alguna compañía más grande y ambiciosa.
—Sue me contrató antes de terminar la carrera…—contesté como si eso lo justificase todo.
Santana pareció entender que no era una buena idea seguir hablando del tema y se quedó callada mientras yo repasaba con la mirada las películas que tenía en la estantería del comedor.
—¿Te apetece que veamos alguna de Tarantino?
—¿«Kill Bill»?—propuso.
—¿Qué tal «Pulp Fiction»?
Se inclinó para coger una moneda del cuenco de cristal anaranjado, que había dejado de ser decorativo para pasar a estar lleno de trastos inútiles, y la lanzó al aire tras anunciar que ella sería cruz.
Dada mi suerte habitual, sí, salió cruz.
Santana se levantó y puso la película antes de que llevásemos los platos a la cocina y volviésemos a sentarnos en el sofá.
Cuando lo hicimos, me cogió de la cintura y me arrastró hacia ella.
—¿Qué haces?
—Ponerme cómoda.
Sentí un hormigueo cuando me apretó contra su pecho y aguanté la respiración unos segundos.
Santana se había tumbado y yo estaba sobre ella, tensa y sintiéndome fuera de lugar. Una de sus manos me abrazaba con despreocupación y mi mejilla estaba apoyada en su pecho. Podía escuchar su corazón latiendo a un ritmo monótono, relajado, justo lo contrario a lo que en esos instantes ocurría con el mío.
Apenas presté atención a las primeras escenas.
No podía evitar relacionar la situación con Sam. Así era como solíamos tumbarnos en el comedor de casa, abrazados, encontrándonos al caer la noche después de días de trabajo y estrés y rutina.
Agradecí que Santana fuera mujer y no tener el olor de Sam, porque entonces no habría podido soportarlo. Y el pecho de Santana era cálido y estar tumbada junto a ella resultaba agradable, muy agradable.
Intenté centrarme en la película y recité mentalmente algunos diálogos en plan mantra para lograr calmarme: «para aquellos considerados guerreros: cuando entablas combate, el triunfo sobre tu enemigo puede ser la única preocupación. Domina toda compasión y emoción humana. Mata a quien quiera que esté en tu camino, aún si es Dios o el mismo Buda. Esta verdad se halla en el corazón del arte del combate».
Pero ni eso impidió que Santana parase la película y se separase un poco de mí para mirarme con el ceño fruncido.
—Llevas media película a punto de sufrir un puto infarto—me cogió la muñeca y pegó la yema de sus dedos contra mis venas para contar mis pulsaciones—¿Qué demonios te pasa?
—Solo… nada.
—¿Nada?—replicó.
—Nada que quiera contarte—mi respuesta sonó seca y brusca, pero me había puesto nerviosa al sentir los ojos algo irritados porque, para empezar, yo jamás lloraba, eso no iba conmigo.
¿Qué sentido tenía que tras más de un año de ausencia ahora me pusiese sentimental y nostálgica?
Inspiré hondo recuperando el control y rodeé la cintura de Santana con fuerza, pegándome a ella como si necesitase el contacto.
Noté su pecho hincharse al coger aire, justo antes de que dejase correr el momento y retomásemos la película.
Estaba a punto de cerrar los ojos cuando salieron las líneas de crédito.
Santana me dijo en voz baja que nos fuésemos a la cama y subimos las escaleras a paso lento sin encender las luces. Me metí bajo el edredón en cuanto lo apartó y me acurruqué junto a ella.
Fuera se escuchaba el viento del invierno soplando entre las calles de la ciudad.
Me planteé que quizá ya estaría dormida, pero, aun así, las palabras se me escaparon en medio de la oscuridad.
—Estuve con Sam ocho años. Empezamos a salir en la universidad y, aparentemente, teníamos una relación perfecta. Me pidió matrimonio en un restaurante, arrodillándose delante de todo el mundo y gritando a los cuatro vientos que era la mujer de su vida, su gran amor.
Santana alzó una mano y me acarició el pelo con delicadeza.
—Lo pillé con otra dos meses más tarde un día que salí del trabajo antes de lo habitual. Quería perdonarlo, quería que todo siguiese tal y como estaba, pero no pude hacerlo. Ya quedó atrás—suspiré—, Pero necesitaba contártelo.
—Siento que tuvieses que pasar por eso.
Y sus palabras fueron sinceras, acogedoras.
Aún no tenía claro qué hacía ahí, pero, tras terminar la cita con Kurt, le dije a Hanna que esa noche no me apetecía ir a Greenhouse Club y decidí dar un paseo sin rumbo fijo.
Tras un rato caminando sola y pensativa, mis pies se acercaron por voluntad propia a la parada de taxis más cercana. Y ahora estaba enfrente de la casa de Santana, con el que, dicho sea de paso, no había vuelto a hablar tras la tensa llamada telefónica del lunes.
Lo más probable, además, era que un viernes por la noche no estuviese ahí.
«O peor aún, que estuviese bien acompañada», pensé.
El cielo oscuro se cernía sobre mí cuando me armé de valor y decidí tocar el
timbre. Santana abrió la puerta y, tras la sorpresa inicial, su rostro se tiñó de indiferencia.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Yo… bueno, no lo sé...
Nos miramos fijamente en silencio.
—¿No lo sabes?—repitió.
—Eso he dicho.
Apoyó la cadera en el dintel de la puerta y suspiró; parecía apática y cansada.
Todavía iba vestida de calle, se tocó el pelo con los dedos antes de dejar caer la mano a un lado.
—¿Qué quieres, Brittany?
—Solo pasaba por aquí…—se me trabó la lengua.
Santana había dejado de ser una extraño más y estaba segura de que no podría engañarle sin que ella lo notase, así que opté por ser sincera.
—Miento. Estaba en la otra punta de la ciudad, pero me apetecía verte—admití.
Santana volvió a suspirar y luego me tendió una mano y tiró de la mía con suavidad hacia el interior de la casa. Cerró la puerta y sus dedos tantearon mi rostro en medio de la oscuridad del recibidor hasta encontrar mis labios y acariciarlos antes de cubrirlos con los suyos.
Y fue un beso lento y húmedo y erótico que me dejó en una nube.
—No quiero que nadie más te bese—dijo con un gruñido—Pensaba que sí, pero no. Al menos, mientras esto dure, hasta que conozcas a alguien que te guste lo suficiente como para que no tengas que volver aquí.
Dejé escapar un jadeo entrecortado cuando pegó su cuerpo al mío. La abracé y colé las manos bajo su camiseta buscando el calor que desprendía su piel y el tacto suave y femenino.
—No hubo ningún beso alucinante.
—¿Cómo dices?
—En realidad, no hubo beso, a secas.
Dio un paso hacia atrás para poder mirarme a la cara.
Sus ojos echaban chispas; una mezcla entre alivio, enfado y diversión. Sonrió. Una de esas sonrisas ladeadas que no presagiaban nada bueno.
—Esta me la guardo, cariño—susurró y luego sus brazos volvieron a rodearme la cintura y sus labios se posaron sobre los míos—Estás dispuesta a cualquier cosa con tal de salirte con la tuya, ¿no? Eres inevitablemente controladora.
Mientras nos movíamos, dejé de besarla para poder hablar.
—No es verdad. Me enfadaste.
—Te enfadé—gruñó tras darme un mordisquito en el cuello.
—Por el tonito que usaste.
—¿Y qué tono usé exactamente?—una de sus manos se coló bajo mi blusa y acarició el borde del sujetador con lentitud.
Me contoneé intentando encontrar el ángulo perfecto para que me tocase justo donde quería que lo hiciese. Apartó la mano a propósito.
—Un tono condescendiente. Ya sabes, puedes ser muy egocéntrica si te lo propones. Y no me gustó que te sorprendiese que mi cita pudiese querer despedirse con un beso, ¿por qué no? No soy tan horrible. Quiero decir, quizá no tan deslumbrante como una de tus dichosas modelos, pero, eh, me conservo bien para mi edad y además…
—Para de hablar—ordenó tras silenciarme al colocar su dedo sobre mis labios.
Reprimí la tentación de morderle, me ofuscaba cuando se ponía en plan «mandona líder del pelotón».
—Lo entendiste mal. Cualquier persona querría estar ahora mismo en mi lugar. Eres preciosa. Y me paso el día como una puta adolescente deseando que llegue el momento de besarte, de tocarte… de lamerte…
Vale, eso era un plus para la autoestima.
Me sujeté a sus hombros cuando tropezamos con el primer peldaño de la larga escalera semicircular que conducía a la planta superior.
Conseguimos subir un par de peldaños más antes de terminar en el suelo, quitándonos la ropa. Estaba sentada en uno de esos escalones cuando Santana me subió la falda con brusquedad y me quitó los botines y las medias de un tirón.
Sin darme tiempo a asimilar lo que estaba a punto de hacer, apartó a un lado con los dedos la ropa interior y hundió la cabeza entre mis piernas. Creo que dejé de respirar al sentir su lengua acariciándome a un ritmo lento y enloquecedor.
Jamás imaginé que la boca de Santana, esa misma boca que me sacaba de quicio casi todo el tiempo, pudiese llegar a ser tan increíble.
Me sujeté al borde del escalón cuando noté que temblaba de placer y aunque, como siempre, intenté mantener el control, lo perdí en menos de un minuto, literalmente.
Santana se apartó y me miró alzando una ceja en alto antes de relamerse los labios.
—¿Ya has terminado?—preguntó.
Asentí con la cabeza, aún con las mejillas ardiendo y el corazón agitado. Ella pareció satisfecha y luego soltó una risita pretenciosa, pero en ese momento podría haber pasado por alto casi cualquier cosa.
Me alzó y subió la escalera llevándome en brazos antes de ir directo hacia el dormitorio. Sentí su mirada hambrienta sobre mí cuando me dejó sobre la colcha azul de su cama.
Se despojó de la ropa interior y me quitó a mí la falda que todavía llevaba puesta y arrugada en torno a la cintura. Después me besó la rodilla, el interior del muslo, el ombligo, los pechos y la clavícula; cuando nuestros labios se encontraron, nos acomodó para que nuestros centros se rozaran.
Permaneció quieta unos segundos mientras su boca exploraba la mía y su lengua me buscaba, y luego comenzó a moverse lento, muy lento, sin dejar de susurrarme al oído todo lo que había deseado hacerme durante aquellos días de ausencia y todo lo que sí me haría durante los siguientes.
Cuando terminó, me quedé tumbada en la cama, inerte pero complacida, se dejó caer a mi lado sin mucha delicadeza. Me arropé con el edredón y me acurruqué junto a ella, que suspiró hondo.
No sé cuánto tiempo estuvimos calladas, escuchando nuestras propias respiraciones, pero cuando habló me pareció que hacía una eternidad que no escuchaba su voz y pensé que quizá me estaba empezando a gustar demasiado ese timbre ronco y profundo.
—¿Entonces no hubo suerte con las citas?
—No, tú tenías razón.
—¿Alguna chica?
—No, solo hombres. Quedé con tres y dos estaban en el otro bando.
—¿Qué pasó con el tercero?
—Coleccionaba braguitas —susurré.
Santana emitió una vibrante carcajada y me rodeó con los brazos pegándome a su pecho desnudo. Le acaricié el estómago con la mano y subí la mano y jugueteé distraídamente entre sus pechos.
—Tengo que cambiar ese perfil…—admití.
—¿Quieres que te eche una mano?
—No, creo que es mejor que a partir de ahora me ocupe de ese asunto por mi cuenta—me moví para poder mirarle desde abajo—Pero te prometo que mientras tenga algo contigo no habrá besos, tocamientos, ni nada raro, ¿trato?
—Eres una negociadora nata—se burló.
—Puedo hacerlo. De hecho, ahí está la clave. La persona perfecta tiene que quererme por esto—me llevé la mano a la cabeza—, Y no por esto—añadí señalándome las tetas.
Santana pensó que aquel era un momento de lo más oportuno para pellizcarme un pezón y yo gruñí en respuesta.
—Así que sabré que es ESA persona si no intenta meterse entre mis piernas a la primera de cambio.
Puso los ojos en blanco y me miró divertida.
—Qué sopor. Eres como un somnífero cuando te pones a hablar del amor y blablablá.
—¿En serio?—me incorporé y me senté en la cama llevándome el edredón conmigo—Bueno tú te conviertes en un ogro. Eso me recuerda que sigo enfadada contigo por cómo reaccionaste el otro día. No me gusta que me griten.
—Ni a mí que me toquen los cojones.
—Ya te los he tocado porque no los tienes, cierto, lo que significa que ha llegado la hora de irme. Gracias por lo de hoy, ha sido… ha estado muy bien—resumí antes de ponerme en pie y coger mi falda del suelo.
Salí de la habitación mientras Santana mascullaba algo a mi espalda y avancé por el pasillo hacia las escaleras para recuperar el resto de mi ropa.
Me puse las braguitas y el sujetador. Las medias estaban rotas, «genial».
—¿Adónde crees que vas?
—A mi casa, supongo.
—De eso nada—masculló rodeándome la cintura y atrayéndome hacia ella—No debería haberte gritado el otro día, lo siento. Pero hay cosas de las que prefiero no hablar con nadie, no es nada personal. Tú también te guardas tus asuntos.
—No es verdad, no tengo nada que esconder.
—Vale, entonces imagino que no te importará hablarme de ese chico que nombraste el otro día. Es más, ¿qué te parece si preparo algo para cenar y hacemos una noche temática sobre «Sam»? Suena bien.
—No tiene gracia, Santana—siseé.
—Lo sé, por eso es mejor que dejemos las cosas tal y como están—me dio un beso en la comisura de la boca y luego otro en los labios, más dulce, más casto—Nos lo pasamos bien juntas, que es lo que importa. Quiero que te quedes a dormir. Y lo de hacerte la cena iba en serio.
Tardé unos segundos en responder.
—¿Sabes cocinar?
—Me defiendo.
Quince minutos después, las dos estábamos en la cocina.
Yo llevaba puesto un pijama rojo de Santana que me había dejado tras asegurarme que era el más grande que tenía; Santana también se había puesto cómodo con una camiseta gris y un pantalón del mismo color.
Le miré el trasero mientras se ocupaba de los fogones y luego llevé al comedor vasos y cubiertos cuando me dijo que la cena estaba casi lista.
Había preparado una ensalada con tomate, rúcula y queso parmesano para acompañar la carne a la plancha con una «salsa secreta».
—¿De verdad no piensas decirme qué lleva esa salsa?—insistí mientras nos
sentábamos en el sofá y ella acercaba la mesa auxiliar.
—Lo sabrías si prestases atención en vez de mirarme el culo—mojó una rebanada de pan y me la acercó a la boca—Vamos, pruébala, dime si te gusta.
—Riquísima.
—Eso me parecía—sonrió.
—Tú y tu ego—pinché un trozo de carne y giré la cabeza hacia ella sin dejar de masticar—¿Qué hubiese pasado si no llego a venir? Quiero decir, no pensabas volver a llamarme, ¿verdad?
Y conforme pronunciaba aquellas palabras, me di cuenta de que me dolía esa idea, la posibilidad de que no volviésemos a vernos así, fuera del trabajo.
De pronto, Santana se mostró incómoda y prudente.
—Sí iba a llamarte—aseguró—Pero he tenido una semana difícil. Mucho trabajo, ya sabes.
—¿Cuántos casos llevas?
—Demasiados, entre otras cosas.
—¿Qué otras cosas?—indagué.
—Ah, pequeña tramposa, ¿estás intentando conseguir información?—se rio tras tenderme la ensalada y dedicar toda su atención a la carne.
—No, ¡ni que te hubiese preguntado en qué paraíso fiscal esconde Artie Abrams parte de su fortuna!—me burlé y la apunté con el tenedor—Sabes que ese hombre es un gañán, ¿cierto?
—Un gañán que paga muy bien—añadió—¿Y qué tal te va a ti con la inocente Sugar Motta? Ya me imagino sus largas conversaciones en el despacho analizando Guerra y paz capítulo a capítulo. Me apuesto lo que sea a que León Tolstoi volvería a la vida solo para apuntar en su bloc de notas todo lo que esa chica tiene que decir.
—Eres cruel—repliqué.
—Vamos, nena, ¡no me digas que no piensas lo mismo! Sugar es una cazafortunas de manual. Y además, infiel. No sabe mantener las manos quietas; ni la boca, ya puestos a entrar en detalles.
Me fijé en su expresión contrariada y até cabos antes de deducir que, por alguna razón que se me escapaba, para Santana la lealtad era algo muy importante.
Me di cuenta de que no se sentía celosa al pensar que podía besar a otra persona durante una de mis citas, sino traicionado, que era muy diferente.
Su desconfianza habitual y las barreras que imponía la mantenían a salvo.
Y quizá eso mismo me ocurría a mí, porque advertí que no había sido diferente a ella al ser incapaz de hablarle de Sam.
¿Por qué me daba tanto miedo contarle lo que había ocurrido?
¿Temía que pensase que era tonta, débil o ingenua?
Yo no tenía nada de lo que avergonzarme, había sido Sam el que cometió un error.
—No sé si deberíamos hablar de trabajo…—concluí vacilante.
—Ya. Es complicado—suspiró hondo y me miró con interés tras dejar su plato vacío encima de la mesa—¿Tú has pensado alguna vez en irte a otro sitio?—su expresión cambió y se volvió cauta cuando me vio fruncir el ceño—Quiero decir, le eché un vistazo a tu currículum hace unas semanas y vi que ganaste ese caso relacionado con la publicidad de comida basura dirigida a un público infantil. Creo que eres buena, muy buena, y que podrías estar trabajando en alguna compañía más grande y ambiciosa.
—Sue me contrató antes de terminar la carrera…—contesté como si eso lo justificase todo.
Santana pareció entender que no era una buena idea seguir hablando del tema y se quedó callada mientras yo repasaba con la mirada las películas que tenía en la estantería del comedor.
—¿Te apetece que veamos alguna de Tarantino?
—¿«Kill Bill»?—propuso.
—¿Qué tal «Pulp Fiction»?
Se inclinó para coger una moneda del cuenco de cristal anaranjado, que había dejado de ser decorativo para pasar a estar lleno de trastos inútiles, y la lanzó al aire tras anunciar que ella sería cruz.
Dada mi suerte habitual, sí, salió cruz.
Santana se levantó y puso la película antes de que llevásemos los platos a la cocina y volviésemos a sentarnos en el sofá.
Cuando lo hicimos, me cogió de la cintura y me arrastró hacia ella.
—¿Qué haces?
—Ponerme cómoda.
Sentí un hormigueo cuando me apretó contra su pecho y aguanté la respiración unos segundos.
Santana se había tumbado y yo estaba sobre ella, tensa y sintiéndome fuera de lugar. Una de sus manos me abrazaba con despreocupación y mi mejilla estaba apoyada en su pecho. Podía escuchar su corazón latiendo a un ritmo monótono, relajado, justo lo contrario a lo que en esos instantes ocurría con el mío.
Apenas presté atención a las primeras escenas.
No podía evitar relacionar la situación con Sam. Así era como solíamos tumbarnos en el comedor de casa, abrazados, encontrándonos al caer la noche después de días de trabajo y estrés y rutina.
Agradecí que Santana fuera mujer y no tener el olor de Sam, porque entonces no habría podido soportarlo. Y el pecho de Santana era cálido y estar tumbada junto a ella resultaba agradable, muy agradable.
Intenté centrarme en la película y recité mentalmente algunos diálogos en plan mantra para lograr calmarme: «para aquellos considerados guerreros: cuando entablas combate, el triunfo sobre tu enemigo puede ser la única preocupación. Domina toda compasión y emoción humana. Mata a quien quiera que esté en tu camino, aún si es Dios o el mismo Buda. Esta verdad se halla en el corazón del arte del combate».
Pero ni eso impidió que Santana parase la película y se separase un poco de mí para mirarme con el ceño fruncido.
—Llevas media película a punto de sufrir un puto infarto—me cogió la muñeca y pegó la yema de sus dedos contra mis venas para contar mis pulsaciones—¿Qué demonios te pasa?
—Solo… nada.
—¿Nada?—replicó.
—Nada que quiera contarte—mi respuesta sonó seca y brusca, pero me había puesto nerviosa al sentir los ojos algo irritados porque, para empezar, yo jamás lloraba, eso no iba conmigo.
¿Qué sentido tenía que tras más de un año de ausencia ahora me pusiese sentimental y nostálgica?
Inspiré hondo recuperando el control y rodeé la cintura de Santana con fuerza, pegándome a ella como si necesitase el contacto.
Noté su pecho hincharse al coger aire, justo antes de que dejase correr el momento y retomásemos la película.
Estaba a punto de cerrar los ojos cuando salieron las líneas de crédito.
Santana me dijo en voz baja que nos fuésemos a la cama y subimos las escaleras a paso lento sin encender las luces. Me metí bajo el edredón en cuanto lo apartó y me acurruqué junto a ella.
Fuera se escuchaba el viento del invierno soplando entre las calles de la ciudad.
Me planteé que quizá ya estaría dormida, pero, aun así, las palabras se me escaparon en medio de la oscuridad.
—Estuve con Sam ocho años. Empezamos a salir en la universidad y, aparentemente, teníamos una relación perfecta. Me pidió matrimonio en un restaurante, arrodillándose delante de todo el mundo y gritando a los cuatro vientos que era la mujer de su vida, su gran amor.
Santana alzó una mano y me acarició el pelo con delicadeza.
—Lo pillé con otra dos meses más tarde un día que salí del trabajo antes de lo habitual. Quería perdonarlo, quería que todo siguiese tal y como estaba, pero no pude hacerlo. Ya quedó atrás—suspiré—, Pero necesitaba contártelo.
—Siento que tuvieses que pasar por eso.
Y sus palabras fueron sinceras, acogedoras.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,...
era obvio que san iba a claudicar mas rápido en asumir que no quiere compartir a britt con nadies jajajaj
te juro que casi lloro de la risa cuando lei lo de matt jaja bueno cada uno colecciona lo que quiere no??? (yo tengo varias colecciones monedas,perfumes, comics marvel de preferencia, peliculas, cd, vinilos, libros, y sobre todos muñequitos)
a ver como va la exclusividad???
nos vemos!!!
era obvio que san iba a claudicar mas rápido en asumir que no quiere compartir a britt con nadies jajajaj
te juro que casi lloro de la risa cuando lei lo de matt jaja bueno cada uno colecciona lo que quiere no??? (yo tengo varias colecciones monedas,perfumes, comics marvel de preferencia, peliculas, cd, vinilos, libros, y sobre todos muñequitos)
a ver como va la exclusividad???
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3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Gracias por el maraton!!!
Genial como Siempre!! !
Saludos!!
Genial como Siempre!! !
Saludos!!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Yo tengo la coleccion de revistas de rebelde :-D gracias por el maraton.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Bueno esta cosa entre ellas es extraña, deberian tener una aventura en toda regla el tiempo que dure sin esas tontas citas de Britt!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,...
era obvio que san iba a claudicar mas rápido en asumir que no quiere compartir a britt con nadies jajajaj
te juro que casi lloro de la risa cuando lei lo de matt jaja bueno cada uno colecciona lo que quiere no??? (yo tengo varias colecciones monedas,perfumes, comics marvel de preferencia, peliculas, cd, vinilos, libros, y sobre todos muñequitos)
a ver como va la exclusividad???
nos vemos!!!
Hola lu, jajajaajajajajaj si, es solo que es reticente al compromiso de algo serio y colocarle un nombre =/ Jajajaajaj yo tmbn xD y hanna tuvo mucho que ver ai jajajajajajaaj xD Jajajajaja si uno tiene sus colecciones /yo al menos no tantas, pero quizas deberia) pero eso de la ropa interior xD pero cada quien con lo suyo, no¿? Espere que mas q bn y las lleve mas alla XD Saludos =D
monica.santander escribió:Gracias por el maraton!!!
Genial como Siempre!! !
Saludos!!
Hola, de nada, gracias a ti por leer y comentar! Espero siga siendo asi ajajajajaja xD Saludos =D
Isabella28 escribió:Yo tengo la coleccion de revistas de rebelde :-D gracias por el maraton.
Hola, jajaajaajajaj xD jajajaaja el grupo de musica¿? De nada, gracias a ti por leer y comentar. Saludos =D
micky morales escribió:Bueno esta cosa entre ellas es extraña, deberian tener una aventura en toda regla el tiempo que dure sin esas tontas citas de Britt!!!!
Hola, ajajajajajajaj xD jajajaajaajaj esk solo les falta "EL" nombre y sería perfecto ¬¬ pero san le tiene repelus no¿? ¬¬ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 22
Capitulo 22
Hasta «Santana» Tiene Sus Días Tiernos…
Me di la vuelta en la cama envuelta en el grueso edredón e inspiré hondo.
Olía a Santana, a su perfume, a su piel.
Y fue entonces cuando recordé que no estaba en mi cama, sino en la suya, en su casa de Park Slope.
Abrí los ojos de golpe.
Santana no estaba a mi lado y, aunque la oscuridad reinaba en la habitación porque las cortinas estaban corridas, se escuchaban pisadas y voces que provenían de la primera planta.
Estuve un buen rato valorando la situación.
La peor alternativa era que su mamá estuviese ahí abajo.
La mejor, que se tratase de su hermana Rachel, porque al menos me caía bien y ya estaba al tanto de lo que nos traíamos entre manos (a pesar de que le había asegurado que solo fue un «desliz aislado», cuando, en realidad, casi podía empezar a considerarlo parte de mi rutina).
Terminé levantándome de la cama para ir al servicio y, gracias a mi suerte habitual, comprobé que la puerta no se abría cuando intenté salir después de asearme un poco frente al espejo y lavarme la cara con agua fría.
¡Mierda!
Bajé la manivela de nuevo un par de veces, pero nada. Pasé al plan dos: golpear la puerta para ver si se desatascaba.
Imagino que hice mucho ruido, porque cinco minutos después Santana estaba tras la puerta del baño riéndose a carcajadas. Nunca había sido de las que tienen mal despertar, pero ella tenía la insólita capacidad de cabrearme de buena mañana.
—¿Qué coño has hecho?
—¿Cerrar la puerta? Te lo he dicho, se ha atascado—apunté—¿Puedes… puedes dejar de reírte y sacarme de aquí? Mi estómago vacío y yo te lo agradeceríamos mucho.
Escuché más risas.
«Más» en toda la extensión de la palabra; no solo Santana se descojonaba tras la puerta, había alguien más.
Estaba a punto de pegar la oreja a la madera para poder oír mejor, cuando ella me pidió que me apartase y golpeó la puerta un par de veces antes de conseguir abrirla.
Y ahí, mirándome fijamente como si fuese un marsupial recién descubierto, estaba la niña rubita que había achuchado a mi gato semanas atrás, acompañada por una mujer que tendría la edad de Santana.
—Encantada de conocerte, Brittany—me tendió la mano con gesto firme, a pesar de que parecía estar conteniéndose para no partirse de risa; la acepté algo desubicada—Santana me ha hablado mucho de ti. Me llamo Quinn, por cierto—sonrió.
—¡Es mi mamá!—canturreó Beth.
Todavía confundida, seguí sus pasos escaleras abajo. Santana apoyó una mano en mi espalda sin dejar de caminar tras ellas y se inclinó para susurrarme al oído que había olvidado que hoy le tocaba cuidar de Beth.
Al entrar en la cocina, descubrí que en la mesa había un plato repleto de humeantes tortitas recién hechas y una jarra de zumo de naranja.
—¿Te gustan las tortitas?—me preguntó la pequeña con esa vocecita dulce con la que parecía ser capaz de conseguir cualquier cosa que se propusiese.
—Claro, como a todo el mundo—sonreí.
—Santana las odia, pero las hace para mí.
Alcé las cejas sorprendida y miré a la aludida.
—Bueno, supongo que hasta «Santana» tiene sus días tiernos.
De pronto, Quinn se echó a reír. Y fue una risa sincera y agradable que consiguió que Santana gruñese en respuesta antes de, ante mi atónita mirada, sacar del armario una caja de cereales para niños y volcar en su taza de leche un montón de esas cositas coloridas que yo había dejado de comer a los ocho o nueve años.
Alcé una ceja que ella respondió con una mirada desafiante; por suerte, no tuve que esforzarme demasiado, porque Beth se encargó de recalcar que Santana siempre comía «cereales para bebés».
Después, las tres empezaron a desayunar como si fuese lo más normal del mundo hacerlo con una extraña sentada junto a ellas.
Quinn tenía los ojos verdes, el pelo rubio como su hija Beth y unos rasgos muy femeninos que le daban cierto aire misterioso.
Me miró con interés sin dejar de masticar, tragó y se dirigió a Santana.
—No me puedo creer que lleve tu pijama.
Avergonzada, bajé la vista hacia mi propia ropa.
—Ni yo que todavía siga viva—soltó Beth.
—Creo que la están asustando—replicó Santana y noté un torrente cálido en el pecho al sentirme arropada por ella.
—No quería asustarte, pero es que la otra noche pensé que te irías a morir. Mi profesora de arte, Tina Speark, siempre dice que las drogas cambian a las personas. Su hermano cambió por eso, aunque ahora ya está bien. Nos lo explicó él mismo el día de puertas abiertas.
No estaba segura de que las lecciones que le daban en ese colegio suyo fuesen apropiadas para su edad, pero ella sonrió felizmente; tenía los dientes muy blancos y las palas superiores un poco separadas entre sí, lo que le otorgaba un aire travieso.
—Bueno lo mismo me ocurrió a mí, ¡ya estoy curada!—exclamé con una alegría desbordante.
Beth aplaudió animada ante las buenas noticias y luego mordisqueó su última tortita, nos dio a cada uno un sonoro beso en la mejilla y corrió a toda velocidad hacia el comedor gritando que estaban a punto de empezar sus dibujos animados preferidos.
Cuando nos quedamos a solas, el silencio se volvió un poco incómodo hasta que Quinn se decidió a romperlo:
—Yo tampoco pretendía asustarte, es que… bueno, San no suele dejarle sus pijamas a nadie y, ¡auch!—se quejó cuando el aludido le dio una patada por debajo de la mesa antes de meterse una cucharada de coloridos cereales en la boca—¿De qué vas? ¡Era solo un comentario de nada!
—Cierra la boca, Q—gruñó.
Quinn puso los ojos en blanco antes de dedicarme una sonrisa encantadora.
—Así que, cuéntame, Brittany, ¿qué tal te trata la vida?
—Eso sigue siendo «asustar a la gente»—masculló Santana.
—No, no te preocupes—dije tras darle un sorbo al zumo de naranja. Empezaba a sentirme más relajada—La vida bien, no me quejo. Podría ir mejor, pero, ya sabes, supongo que siempre queremos más, es inevitable. ¿Qué tal tú, Quinn?
Santana nos miró alternativamente como si no pudiese creerse que estuviésemos manteniendo ese tipo de conversación inverosímil en su cocina.
Quinn suspiró hondo.
—Jodido. ¿Sabes lo difícil que es tener una cita decente en esta ciudad? La última parecía que había ido bien y de repente, ¡pum!, ayer me manda un mensaje diciéndome que lo siente, que no puede hacerse cargo de la responsabilidad que supone salir con una mujer que tiene una hija.
Nunca me había sentido tan identificada con alguien.
No en la situación en sí, claro, sino por el trasfondo de la conversación. Me llevé una mano al pecho.
—¡A mí me ocurre lo mismo! Ayer tuve una cita desastrosa.
—¿Ayer? ¿Ayer no estabas con San?
—Sí, ¿no te lo ha contado? Mantenemos una relación muy especial, que se resume en que tengo citas mientras quedo con ella.
Quinn frunció el ceño mientras Santana evitaba su mirada y se levantaba para dejar los platos dentro de la pila de la cocina; parecía incómoda y tensa.
—Ah, mira, pues lleva varias semanas hablando de ti y justo se le olvidó mencionar ese detalle. Qué casualidad. San, ¿tienes algo que decir?
—Sí, ¿no entrabas a trabajar a las diez? Vas a llegar tarde, hay tráfico.
Quinn se rio al tiempo que se ponía en pie y se alisaba la camisa azul que vestía. Me miró y negó con la cabeza sin dejar de sonreír; daba la impresión de estar pasándoselo en grande.
—La sutilidad nunca ha sido lo suyo, no se lo tengas en cuenta. Ya en la universidad tenía algunos problemas para dejar de comportarse como una cretina…
—¡Lucy!
—¡Vale, vale!—alzó las manos en alto y sonrió con inocencia, aunque parecía más bien todo lo contrario—Ya me voy. Tienes razón, es tarde—me tendió la mano—Encantada de conocerte, Brittany. Ha sido un placer. Espero que volvamos a vernos pronto—añadió con sinceridad.
La estancia se quedó sumida en un silencio tenso cuando Quinn se fue.
Suspiré, sintiéndome llena tras el copioso desayuno, y me puse en pie con la intención de ayudar a Santana a fregar los platos. Ella estaba apoyada en uno de los muebles de la cocina y parecía pensativa.
—¿Estás bien?—pregunté.
—Sí, ¿y tú?—susurró.
—Perfectamente.
—A veces Quinn es un poco entrometida—la justificó—Bueno, ahora que lo pienso, casi toda la gente que me rodea es así; mi hermana, mi madrastra…
—Quizá el problema sea que tú eres demasiado reservada.
Me ignoró y me abrazó por la espalda mientras yo enjabonaba un plato; sus manos me rodearon la cintura y sus labios se pegaron a mi cuello dejando un reguero de besos que consiguieron ponerme la piel de gallina.
«Buena táctica para cambiar de tema», pensé.
Cuando acabé lo que estaba haciendo, me giré y sus labios encontraron los míos y se fundieron en un beso lento y largo que interrumpimos de golpe cuando Beth entró en la cocina.
—¡Puag, qué asco!—se burló.
—Ojalá digas eso mismo dentro de unos años…—farfulló Santana por lo bajo.
—¿Vamos a ir al acuario de Coney Island? ¡Me lo prometiste!
—No sé si es una buena idea…
—¿Por qué no? ¡Porfa, porfa, porfa!
—Está bien, iremos—accedió.
—¿Las tres?—una sonrisa inmensa se adueñó de su rostro infantil.
—Es que… tengo muchas cosas que hacer…—me excusé, aunque no sonó muy convincente.
Santana se rascó el mentón y me miró con una sonrisa que no presagiaba que fuese a darse por vencida fácilmente.
—Todo villano necesita un esbirro, nena.
—¿De qué estás hablando?
—¡Yo soy la princesa!—exclamó Beth—Mamá es la héroe, la tía Rach la doncella de la princesa y Santana la villana.
No pude evitar reírme.
—Diría que me sorprende, pero…
—No intentes hacer un chiste—replicó Santana.
—De todas formas, y aunque me encantaría, no podré acompañarlas—insistí.
Lo cierto era que no tenía nada mejor que hacer y pensaba quedarme el día en casa viendo la televisión y adelantando un poco de trabajo:
—Quizá en otra ocasión.
—¡Pero ahora tú eres su esbirro, no puedes irte!—sentenció Beth y luego miró a Santana con inocente curiosidad—¿Qué es un esbirro?
—Alguien que tiene que hacer todo lo que se le ordene—Santana se mostró pensativa unos segundos—Pero como soy una villana benévola, he decidido que prescindiré temporalmente de mi poder y lo echaremos a suertes. Cielo, trae la moneda del comedor—le pidió a Beth y ella corrió hacia ahí con una sonrisa traviesa.
—¿Qué estás haciendo?—siseé molesta.
—Si sale cruz, nos acompañas. Si sale cara, te llevamos a casa antes de acercarnos al acuario—cogió la moneda que Beth le tendía y la lanzó al aire, dio unas cuantas vueltas antes de caer al suelo produciendo un sonoro tintineo.
Salió cruz.
Puse los ojos en blanco:
—Vamos, sube a cambiarte, ¡no tenemos todo el día, esbirro!—dijo tras palmearme el trasero.
Beth se echó a reír.
—¿Acabas de darme una palmada en el culo?
—Manías que tengo los sábados por la mañana.
Las dejé ahí riéndose de alguna broma que desde luego se me escapaba, y bajé cinco minutos después lista para ir a un acuario.
Santana me explicó que cogeríamos el coche de Quinn y, ya dentro del vehículo, la convencí para que pasásemos antes por mi departamento para poder cambiarme de ropa y darle de comer a Lord Tubbington, aunque el día anterior le había dejado el cuenco repleto de comida.
Al subir, Beth se entretuvo con el gato y Santana se sentó en el sofá.
Me di la ducha más rápida de mi vida y, bajo el agua, pensé en lo peculiar que era la situación; la estrecha relación que Santana parecía tener con Quinn y su hija, su extraña situación familiar, su hermetismo…
Cuando salí de la ducha, escuché a lo lejos la voz de Don Pedro José Donoso. Frunciendo el ceño, me puse la ropa interior, unos vaqueros y un suéter azul de cuello alto antes de abrir la puerta y acercarme al comedor.
Beth seguía jugando con Lord Tubbington, lanzándole una de sus pelotas que habría encontrado debajo del sofá.
Santana, con la vista fija en la pantalla de la televisión, tenía aún el mando a distancia en la mano.
—¿Estás viendo mi telenovela?—pregunté.
Me miró por encima del hombro.
—Sí, ¿qué pasa?
—Es solo que… bueno…
—Dime que Isabel Arroyo muere al final.
—No lo sé, aún no he terminado de verla.
—¡Lástima! Ya me lo contarás—chasqueó la lengua, apagó la televisión y se puso en pie—Venga, Beth, levántate; a este paso los peces se habrán dormido de aburrimiento cuando lleguemos al acuario.
Ella se rio mientras bajábamos en el ascensor.
—¡Los peces no pueden dormir!—gritó.
—Eso no es del todo cierto, señorita.
Así que durante casi todo el camino en coche hacia Coney Island, Santana estuvo explicando al detalle los numerosos estados de reposo que adoptaban los peces y las diversas formas de hacerlo en relación a su condición, su especie, su temperatura corporal y varios factores más que ni Beth ni yo estábamos dispuestas a seguir escuchando.
—¡Eres una muermo, Tana!—replicó la niña, quitándome las palabras de la boca—Cuéntanos algo más interesante.
—¿Interesante?
—Interesante para una princesa.
—Eso limita bastante las cosas—admitió.
—¿Te gustan los cuentos?—le pregunté mirándola por el espejo retrovisor y ella asintió con la cabeza entusiasmada—¿Te apetece que te cuente uno?
—¡Sí, por favor!
—Está bien—sonreí al recordar las veces que mi mamá me había contado esa historia cuando era pequeña tras arroparme en la cama—La señorita Ardilla era muy ordenada, siempre tenía sus vestidos de lunares bien planchados colgados en su casa del árbol y colocaba las nueces y las semillas que recolectaba en la estantería; se aseaba peinándose con dos trenzas, salía en busca de comida por las mañanas y tejía por las tardes.
—Bueno sí que estaba ocupada la ardilla…—masculló Santana y le lancé una mirada furiosa que le hizo reír antes de que el siguiente semáforo se pusiese en verde.
—La señorita Ardilla vendía las bufandas que tejía y ahorraba todo el dinero que ganaba. Sin embargo, un día de caluroso verano, un pajarito precioso de plumas coloridas apareció en la puerta de su casa. Cuando la señorita Ardilla se dio cuenta de que tenía un ala rota, lo dejó dormir en su morada y le vendó el ala y le abrigó el cuello con su bufanda más gruesa y suave.
Hice una pausa y Beth se mostró intrigada.
—¿Y qué pasó después? ¿Vivieron felices?
—No, no exactamente. Al día siguiente, la señorita Ardilla dejó al pajarito descansando y se fue con una cestita de mimbre a la orilla del río para buscar unas semillas crujientes que caían de un árbol cercano. Tras una mañana de duro trabajo, la señorita Ardilla regresó a su hogar y se lo encontró todo revuelto. ¡No quedaba nada! El pajarito la había engañado fingiendo que tenía el ala rota y se había llevado el dinero, las bufandas y la comida que llevaba meses recolectando para el invierno—relaté—Y así fue como la señorita Ardilla aprendió que debía ser más precavida y cauta y se prometió a sí misma que no volvería a confiar en el primer pajarito colorido que llamase a su puerta.
Un silencio aplastante reinó en el coche.
Santana apartó la mirada de la carretera solo un segundo para mirarme con el ceño arrugado.
Beth se inclinó en su asiento y posó su manita sobre el mío.
—¿El cuento acaba así?—preguntó.
—Sí, ¿te ha gustado?
—No lo sé—respondió pensativa.
—¿Cómo va a acabar así? Solo le has contado la primera parte—objetó Santana—Lo divertido llega en la segunda, cuando la señorita Ardilla descubre que en realidad el pajarito solo le estaba gastando una broma para demostrarle que tenía que ser más confiada y no tomarse la vida tan en serio.
—¡Qué pajarito más travieso!—Beth sonrió.
—Sí que lo era—dijo Santana—Y después los dos se dieron cuenta de que estaban hechos el uno para el otro, el pajarito picaba las ramas haciendo caer las semillas y la señorita Ardilla las recogía y se las guardaba en los mofletes. Así que se casaron, tuvieron bebés y vivieron felices.
—¿Cómo son los bebés de un pájaro y de una ardilla? ¿Pueden volar?
—Beth, solo es un cuento—replicó, aunque a mí me pareció que la pregunta tenía toda la lógica del mundo.
Yo misma hubiese cuestionado lo mismo de pequeña.
Me mantuve callada hasta que llegamos al acuario. No entendía por qué Santana le había quitado toda la gracia al cuento de la Ardilla que tanto había disfrutado durante mi infancia.
Puede que no fuese perfecto, sí, pero las historias con finales ideales abundaban y eran todas iguales; en cambio, mi relato tenía una moraleja y era útil y estaba lleno de sabiduría: nadie debería fiarse de los pajaritos insolentes.
Una vez dentro, Beth empezó a correr de un lado a otro, posando sus pequeñas manitas en el cristal y observando a los llamativos peces de colores y brillantes escamas que danzaban a nuestro alrededor.
Una anguila asomó la cabeza tras una roca y nos quedamos rezagados dejando que Beth disfrutase un rato de esa primera zona.
Tenía casi su misma edad la última vez que había visitado el acuario.
Lo hice con mi mamá y fue una de las pocas escapadas que nos permitimos hacer juntas; recuerdo que era verano y que, después, comimos en el famoso puesto de perritos calientes que está en el paseo de Coney Island, al lado del parque de atracciones.
Mi mamá llevaba puesto un vestido que me encantaba y que siempre intentaba probarme cuando no me veía; era azul con flores blancas, se ajustaba a la cintura y tenía un corte estilo años cincuenta.
Estaba muy guapa. Aún era guapa hoy en día.
Me pregunté por qué nunca había intentado rehacer su vida, salir más, confiar de nuevo…
Santana me cogió del brazo cuando Beth se alejó siguiendo a unos peces amarillos.
—¿Qué demonios ha sido eso?—preguntó—¿A quién se le ocurre contarle un cuento así a una chiquilla? ¡Acaba de cumplir ocho años!
—No es para tanto. Yo me lo sé desde los seis.
—¿Desde los seis años? ¿Qué problema tienen tus padres?
—Solo mamá, no conozco a mi papá, y ni se te ocurra meterte con ella—repliqué enfadada—El cuento de la señorita Ardilla es auténtico, una historia con mensaje.
—¡Oh, claro, qué gran mensaje! No creas en el amor, niña, ¡dedícate solo a recoger putas semillas! Empiezo a entender muchas cosas. Empiezo a entenderte a ti—sentenció y, de repente, su rostro dejó atrás cualquier atisbo de enfado y se mostró compasiva.
Sentí que se me erizaba la piel. No me gustaba esa mirada suya, esa especie de lástima que se adivinaba en sus ojos.
—No digas nada más—me adelanté—Tuve una infancia feliz y plena. Y me sorprende que no estés de acuerdo con la moraleja de la señorita Ardilla porque, si mal no recuerdo, tú eres la misma persona que hace unas semanas alardeaba de no comprometerse con nadie y es evidente que la sola mención de la palabra «amor» te da pavor. A eso se le llama hipocresía.
Se inclinó para susurrarme al oído.
—No soy una hipócrita. Es cierto que no creo en el amor, en las relaciones largas ni en toda esa mierda, pero me parece que Beth tiene derecho a descubrir por sí misma si quiere pasar con un pajarito toda su vida o prefiere buscar alternativas. Se llama libertad. Y por desgracia, ella sabe que no siempre todos los finales son felices, créeme.
—Lo siento, no pretendía herirla…
—No he dicho que hicieses eso, Brittany. Solo te pido que tengas un poco de tacto con ella, en el fondo es muy sensible—explicó—Olvídalo. Ven, vamos a disfrutar del día, ¿te parece?
Asentí con la cabeza y tomé la mano que me ofrecía, cálida y familiar.
Avanzamos detrás de Beth por un túnel de paredes de cristal hasta llegar a la zona de los tiburones y pensé en las palabras de Santana, en la mamá y la esposa que Quinn y Beth perdieron, y en la pobre señorita Ardilla que ahora estaría en su impoluta casa del árbol, mirando sus avellanas alineadas y tejiendo perfectas bufandas, pero sola, muy sola.
Pasamos el resto del día entre risas y bromas, disfrutando del acuario, especialmente de la zona de las medusas, que brillaban y se mecían en el agua capturando toda la atención de Beth.
Cuando llegó la hora de alimentar a los animales, uno de los momentos clave de la visita al acuario, estuvo a punto de empezar a hiperventilar de la emoción y no perdió detalle de lo que hacían los voluntarios que trabajaban en el centro.
—¿Te gusta?—me puse de cuclillas a su lado.
—¡Me encanta! Algún día trabajaré aquí—dijo con decisión—Seré veterinaria y me ocuparé de que todos los animales del mundo estén contentos.
—Eso suena increíble. Ahora entiendo por qué le caes tan bien a Lord Tubbington, no suele ser tan dócil con los desconocidos, ¿sabes?
—¿Lo dices en serio?—preguntó.
—Te lo prometo.
Beth me abrazó y tardé unos segundos en reaccionar y apresar su pequeño cuerpecito entre mis brazos; olía a fresas y parecía feliz y satisfecha.
—Mami no me deja tener animales en casa, dice que casi no tiene tiempo ni para respirar y que es una gran responsabilidad—se quejó.
—En eso último tiene razón.
—¡Pero yo lo cuidaría!
—Beth, no empieces con eso otra vez—Santana la cogió en brazos, le hizo
cosquillas y ella trepó hasta colgarse de su espalda.
Comenzamos a caminar bajo el techo lleno de relucientes pececillos:
—Algún día tendrás tu mascota, cuando tu mamá consiga otro turno de trabajo más cómodo y tú seas lo suficientemente mayor como para encargarte de ello.
Beth refunfuñó por lo bajo, pero no volvió a protestar.
Un rato más tarde, salimos del acuario y nos dirigimos a un restaurante de comida rápida.
Pedimos tres hamburguesas con sus correspondientes refrescos y patatas fritas.
Santana se empeñó en pagar y nos sentamos en una mesa de color granate al lado de la ventana desde la que se veía el mar y el cielo plomizo que lo envolvía.
Beth se comió media hamburguesa y unas cuantas patatas antes de convencer a Santana para que la dejase irse sola a la zona de juegos en la que había una especie de castillo hinchable con bolas de colores.
Le permitió hacerlo con la condición de que se mantuviese a la vista en todo momento.
—Es muy bonito lo que haces por ella—dije cuando se marchó.
Santana se metió la pajita de su Coca-Cola en la boca y bebió un trago largo antes de contestar.
—No es bonito, es… natural. Beth y Quinn son parte de mi familia.
—Aun así…—insistí, y jugueteé con una patata frita que terminé dejando en la bolsa antes de limpiarme los dedos con la servilleta de papel—¿Cómo se
conocieron Quinn y tú?
—De pequeñas. Crecimos en el mismo barrio.
—Ah, creía que fue en la universidad.
—No. Quinn y yo éramos vecinas, vivía en la casa de al lado y solíamos jugar juntas todos los días. Fuimos al mismo instituto y luego cada uno acabó en una universidad, porque ella estudió medicina, pero decidimos compartir piso para no tener que tomar rumbos tan distintos. Esa es la historia. Nuestra historia.
—¿Y ella? ¿La mamá de Beth?
Santana suspiró hondo.
—Quinn conoció a Elaine en una cafetería y se enamoró de ella al instante. Elaine era guapa, lista, divertida e increíble en todos los sentidos. Quinn la quiso muchísimo y le ha costado superar…, ya sabes, lo que ocurrió. Todavía intenta hacerlo a día de hoy.
Suspiré hondo.
—¿Y Beth? ¿Sufrió mucho?
—Fue duro. Elaine pasó mucho tiempo en el hospital, tuvo varias recaídas hasta que el cáncer la venció. Beth era muy pequeña por aquel entonces y Quinn pasaba mucho tiempo en el hospital, así que solía quedarse conmigo o con mi hermana Rachel. No recuerda a Elaine tanto como cabría esperar, casi todo lo que sabe de ella es lo que le hemos contado, las fotografías que le enseñamos…—carraspeó y apartó la mirada—Suele mirar el álbum casi todas las noches, le encanta hacerlo—concluyó.
Nos quedamos en silencio mientras Beth jugaba a lo lejos con otros niños y tampoco hablamos demasiado durante el camino de regreso.
Ella se quejó y lloriqueó cuando Santana estacionó en West Village enfrente del portal de mi departamento.
—¿Por qué no puede cenar con nosotras?
Evité mirar por el espejo retrovisor para no ver sus ojos acuosos.
—A Tubbi no le gusta estar solo todo el día—apunté, en un burdo intento por ahorrarle a Santana el mal trago que, de pronto, parecía cansada y perdida en sus propios pensamientos.
—¿Y cuándo volveré a verte?
—No lo sé, pero espero que pronto.
—¿Puede venir a patinar con nosotras la próxima semana, Tana? Mamá me prometió que iríamos a la pista de hielo de Bryant Park. Todos los años vamos. ¡Por favor, por favor!—juntó las manos en plan rezo para darle más énfasis a sus palabras.
Nos quedamos en silencio.
Santana suspiró hondo, con la espalda apoyada contra el respaldo del coche.
Cuando me miró, no supe si estaba complacida o enfadada.
O quizá ambas cosas a la vez.
—¿Puedes…? —preguntó con sequedad.
—Lo intentaré—respondí antes de salir del coche.
Olía a Santana, a su perfume, a su piel.
Y fue entonces cuando recordé que no estaba en mi cama, sino en la suya, en su casa de Park Slope.
Abrí los ojos de golpe.
Santana no estaba a mi lado y, aunque la oscuridad reinaba en la habitación porque las cortinas estaban corridas, se escuchaban pisadas y voces que provenían de la primera planta.
Estuve un buen rato valorando la situación.
La peor alternativa era que su mamá estuviese ahí abajo.
La mejor, que se tratase de su hermana Rachel, porque al menos me caía bien y ya estaba al tanto de lo que nos traíamos entre manos (a pesar de que le había asegurado que solo fue un «desliz aislado», cuando, en realidad, casi podía empezar a considerarlo parte de mi rutina).
Terminé levantándome de la cama para ir al servicio y, gracias a mi suerte habitual, comprobé que la puerta no se abría cuando intenté salir después de asearme un poco frente al espejo y lavarme la cara con agua fría.
¡Mierda!
Bajé la manivela de nuevo un par de veces, pero nada. Pasé al plan dos: golpear la puerta para ver si se desatascaba.
Imagino que hice mucho ruido, porque cinco minutos después Santana estaba tras la puerta del baño riéndose a carcajadas. Nunca había sido de las que tienen mal despertar, pero ella tenía la insólita capacidad de cabrearme de buena mañana.
—¿Qué coño has hecho?
—¿Cerrar la puerta? Te lo he dicho, se ha atascado—apunté—¿Puedes… puedes dejar de reírte y sacarme de aquí? Mi estómago vacío y yo te lo agradeceríamos mucho.
Escuché más risas.
«Más» en toda la extensión de la palabra; no solo Santana se descojonaba tras la puerta, había alguien más.
Estaba a punto de pegar la oreja a la madera para poder oír mejor, cuando ella me pidió que me apartase y golpeó la puerta un par de veces antes de conseguir abrirla.
Y ahí, mirándome fijamente como si fuese un marsupial recién descubierto, estaba la niña rubita que había achuchado a mi gato semanas atrás, acompañada por una mujer que tendría la edad de Santana.
—Encantada de conocerte, Brittany—me tendió la mano con gesto firme, a pesar de que parecía estar conteniéndose para no partirse de risa; la acepté algo desubicada—Santana me ha hablado mucho de ti. Me llamo Quinn, por cierto—sonrió.
—¡Es mi mamá!—canturreó Beth.
Todavía confundida, seguí sus pasos escaleras abajo. Santana apoyó una mano en mi espalda sin dejar de caminar tras ellas y se inclinó para susurrarme al oído que había olvidado que hoy le tocaba cuidar de Beth.
Al entrar en la cocina, descubrí que en la mesa había un plato repleto de humeantes tortitas recién hechas y una jarra de zumo de naranja.
—¿Te gustan las tortitas?—me preguntó la pequeña con esa vocecita dulce con la que parecía ser capaz de conseguir cualquier cosa que se propusiese.
—Claro, como a todo el mundo—sonreí.
—Santana las odia, pero las hace para mí.
Alcé las cejas sorprendida y miré a la aludida.
—Bueno, supongo que hasta «Santana» tiene sus días tiernos.
De pronto, Quinn se echó a reír. Y fue una risa sincera y agradable que consiguió que Santana gruñese en respuesta antes de, ante mi atónita mirada, sacar del armario una caja de cereales para niños y volcar en su taza de leche un montón de esas cositas coloridas que yo había dejado de comer a los ocho o nueve años.
Alcé una ceja que ella respondió con una mirada desafiante; por suerte, no tuve que esforzarme demasiado, porque Beth se encargó de recalcar que Santana siempre comía «cereales para bebés».
Después, las tres empezaron a desayunar como si fuese lo más normal del mundo hacerlo con una extraña sentada junto a ellas.
Quinn tenía los ojos verdes, el pelo rubio como su hija Beth y unos rasgos muy femeninos que le daban cierto aire misterioso.
Me miró con interés sin dejar de masticar, tragó y se dirigió a Santana.
—No me puedo creer que lleve tu pijama.
Avergonzada, bajé la vista hacia mi propia ropa.
—Ni yo que todavía siga viva—soltó Beth.
—Creo que la están asustando—replicó Santana y noté un torrente cálido en el pecho al sentirme arropada por ella.
—No quería asustarte, pero es que la otra noche pensé que te irías a morir. Mi profesora de arte, Tina Speark, siempre dice que las drogas cambian a las personas. Su hermano cambió por eso, aunque ahora ya está bien. Nos lo explicó él mismo el día de puertas abiertas.
No estaba segura de que las lecciones que le daban en ese colegio suyo fuesen apropiadas para su edad, pero ella sonrió felizmente; tenía los dientes muy blancos y las palas superiores un poco separadas entre sí, lo que le otorgaba un aire travieso.
—Bueno lo mismo me ocurrió a mí, ¡ya estoy curada!—exclamé con una alegría desbordante.
Beth aplaudió animada ante las buenas noticias y luego mordisqueó su última tortita, nos dio a cada uno un sonoro beso en la mejilla y corrió a toda velocidad hacia el comedor gritando que estaban a punto de empezar sus dibujos animados preferidos.
Cuando nos quedamos a solas, el silencio se volvió un poco incómodo hasta que Quinn se decidió a romperlo:
—Yo tampoco pretendía asustarte, es que… bueno, San no suele dejarle sus pijamas a nadie y, ¡auch!—se quejó cuando el aludido le dio una patada por debajo de la mesa antes de meterse una cucharada de coloridos cereales en la boca—¿De qué vas? ¡Era solo un comentario de nada!
—Cierra la boca, Q—gruñó.
Quinn puso los ojos en blanco antes de dedicarme una sonrisa encantadora.
—Así que, cuéntame, Brittany, ¿qué tal te trata la vida?
—Eso sigue siendo «asustar a la gente»—masculló Santana.
—No, no te preocupes—dije tras darle un sorbo al zumo de naranja. Empezaba a sentirme más relajada—La vida bien, no me quejo. Podría ir mejor, pero, ya sabes, supongo que siempre queremos más, es inevitable. ¿Qué tal tú, Quinn?
Santana nos miró alternativamente como si no pudiese creerse que estuviésemos manteniendo ese tipo de conversación inverosímil en su cocina.
Quinn suspiró hondo.
—Jodido. ¿Sabes lo difícil que es tener una cita decente en esta ciudad? La última parecía que había ido bien y de repente, ¡pum!, ayer me manda un mensaje diciéndome que lo siente, que no puede hacerse cargo de la responsabilidad que supone salir con una mujer que tiene una hija.
Nunca me había sentido tan identificada con alguien.
No en la situación en sí, claro, sino por el trasfondo de la conversación. Me llevé una mano al pecho.
—¡A mí me ocurre lo mismo! Ayer tuve una cita desastrosa.
—¿Ayer? ¿Ayer no estabas con San?
—Sí, ¿no te lo ha contado? Mantenemos una relación muy especial, que se resume en que tengo citas mientras quedo con ella.
Quinn frunció el ceño mientras Santana evitaba su mirada y se levantaba para dejar los platos dentro de la pila de la cocina; parecía incómoda y tensa.
—Ah, mira, pues lleva varias semanas hablando de ti y justo se le olvidó mencionar ese detalle. Qué casualidad. San, ¿tienes algo que decir?
—Sí, ¿no entrabas a trabajar a las diez? Vas a llegar tarde, hay tráfico.
Quinn se rio al tiempo que se ponía en pie y se alisaba la camisa azul que vestía. Me miró y negó con la cabeza sin dejar de sonreír; daba la impresión de estar pasándoselo en grande.
—La sutilidad nunca ha sido lo suyo, no se lo tengas en cuenta. Ya en la universidad tenía algunos problemas para dejar de comportarse como una cretina…
—¡Lucy!
—¡Vale, vale!—alzó las manos en alto y sonrió con inocencia, aunque parecía más bien todo lo contrario—Ya me voy. Tienes razón, es tarde—me tendió la mano—Encantada de conocerte, Brittany. Ha sido un placer. Espero que volvamos a vernos pronto—añadió con sinceridad.
La estancia se quedó sumida en un silencio tenso cuando Quinn se fue.
Suspiré, sintiéndome llena tras el copioso desayuno, y me puse en pie con la intención de ayudar a Santana a fregar los platos. Ella estaba apoyada en uno de los muebles de la cocina y parecía pensativa.
—¿Estás bien?—pregunté.
—Sí, ¿y tú?—susurró.
—Perfectamente.
—A veces Quinn es un poco entrometida—la justificó—Bueno, ahora que lo pienso, casi toda la gente que me rodea es así; mi hermana, mi madrastra…
—Quizá el problema sea que tú eres demasiado reservada.
Me ignoró y me abrazó por la espalda mientras yo enjabonaba un plato; sus manos me rodearon la cintura y sus labios se pegaron a mi cuello dejando un reguero de besos que consiguieron ponerme la piel de gallina.
«Buena táctica para cambiar de tema», pensé.
Cuando acabé lo que estaba haciendo, me giré y sus labios encontraron los míos y se fundieron en un beso lento y largo que interrumpimos de golpe cuando Beth entró en la cocina.
—¡Puag, qué asco!—se burló.
—Ojalá digas eso mismo dentro de unos años…—farfulló Santana por lo bajo.
—¿Vamos a ir al acuario de Coney Island? ¡Me lo prometiste!
—No sé si es una buena idea…
—¿Por qué no? ¡Porfa, porfa, porfa!
—Está bien, iremos—accedió.
—¿Las tres?—una sonrisa inmensa se adueñó de su rostro infantil.
—Es que… tengo muchas cosas que hacer…—me excusé, aunque no sonó muy convincente.
Santana se rascó el mentón y me miró con una sonrisa que no presagiaba que fuese a darse por vencida fácilmente.
—Todo villano necesita un esbirro, nena.
—¿De qué estás hablando?
—¡Yo soy la princesa!—exclamó Beth—Mamá es la héroe, la tía Rach la doncella de la princesa y Santana la villana.
No pude evitar reírme.
—Diría que me sorprende, pero…
—No intentes hacer un chiste—replicó Santana.
—De todas formas, y aunque me encantaría, no podré acompañarlas—insistí.
Lo cierto era que no tenía nada mejor que hacer y pensaba quedarme el día en casa viendo la televisión y adelantando un poco de trabajo:
—Quizá en otra ocasión.
—¡Pero ahora tú eres su esbirro, no puedes irte!—sentenció Beth y luego miró a Santana con inocente curiosidad—¿Qué es un esbirro?
—Alguien que tiene que hacer todo lo que se le ordene—Santana se mostró pensativa unos segundos—Pero como soy una villana benévola, he decidido que prescindiré temporalmente de mi poder y lo echaremos a suertes. Cielo, trae la moneda del comedor—le pidió a Beth y ella corrió hacia ahí con una sonrisa traviesa.
—¿Qué estás haciendo?—siseé molesta.
—Si sale cruz, nos acompañas. Si sale cara, te llevamos a casa antes de acercarnos al acuario—cogió la moneda que Beth le tendía y la lanzó al aire, dio unas cuantas vueltas antes de caer al suelo produciendo un sonoro tintineo.
Salió cruz.
Puse los ojos en blanco:
—Vamos, sube a cambiarte, ¡no tenemos todo el día, esbirro!—dijo tras palmearme el trasero.
Beth se echó a reír.
—¿Acabas de darme una palmada en el culo?
—Manías que tengo los sábados por la mañana.
Las dejé ahí riéndose de alguna broma que desde luego se me escapaba, y bajé cinco minutos después lista para ir a un acuario.
Santana me explicó que cogeríamos el coche de Quinn y, ya dentro del vehículo, la convencí para que pasásemos antes por mi departamento para poder cambiarme de ropa y darle de comer a Lord Tubbington, aunque el día anterior le había dejado el cuenco repleto de comida.
Al subir, Beth se entretuvo con el gato y Santana se sentó en el sofá.
Me di la ducha más rápida de mi vida y, bajo el agua, pensé en lo peculiar que era la situación; la estrecha relación que Santana parecía tener con Quinn y su hija, su extraña situación familiar, su hermetismo…
Cuando salí de la ducha, escuché a lo lejos la voz de Don Pedro José Donoso. Frunciendo el ceño, me puse la ropa interior, unos vaqueros y un suéter azul de cuello alto antes de abrir la puerta y acercarme al comedor.
Beth seguía jugando con Lord Tubbington, lanzándole una de sus pelotas que habría encontrado debajo del sofá.
Santana, con la vista fija en la pantalla de la televisión, tenía aún el mando a distancia en la mano.
—¿Estás viendo mi telenovela?—pregunté.
Me miró por encima del hombro.
—Sí, ¿qué pasa?
—Es solo que… bueno…
—Dime que Isabel Arroyo muere al final.
—No lo sé, aún no he terminado de verla.
—¡Lástima! Ya me lo contarás—chasqueó la lengua, apagó la televisión y se puso en pie—Venga, Beth, levántate; a este paso los peces se habrán dormido de aburrimiento cuando lleguemos al acuario.
Ella se rio mientras bajábamos en el ascensor.
—¡Los peces no pueden dormir!—gritó.
—Eso no es del todo cierto, señorita.
Así que durante casi todo el camino en coche hacia Coney Island, Santana estuvo explicando al detalle los numerosos estados de reposo que adoptaban los peces y las diversas formas de hacerlo en relación a su condición, su especie, su temperatura corporal y varios factores más que ni Beth ni yo estábamos dispuestas a seguir escuchando.
—¡Eres una muermo, Tana!—replicó la niña, quitándome las palabras de la boca—Cuéntanos algo más interesante.
—¿Interesante?
—Interesante para una princesa.
—Eso limita bastante las cosas—admitió.
—¿Te gustan los cuentos?—le pregunté mirándola por el espejo retrovisor y ella asintió con la cabeza entusiasmada—¿Te apetece que te cuente uno?
—¡Sí, por favor!
—Está bien—sonreí al recordar las veces que mi mamá me había contado esa historia cuando era pequeña tras arroparme en la cama—La señorita Ardilla era muy ordenada, siempre tenía sus vestidos de lunares bien planchados colgados en su casa del árbol y colocaba las nueces y las semillas que recolectaba en la estantería; se aseaba peinándose con dos trenzas, salía en busca de comida por las mañanas y tejía por las tardes.
—Bueno sí que estaba ocupada la ardilla…—masculló Santana y le lancé una mirada furiosa que le hizo reír antes de que el siguiente semáforo se pusiese en verde.
—La señorita Ardilla vendía las bufandas que tejía y ahorraba todo el dinero que ganaba. Sin embargo, un día de caluroso verano, un pajarito precioso de plumas coloridas apareció en la puerta de su casa. Cuando la señorita Ardilla se dio cuenta de que tenía un ala rota, lo dejó dormir en su morada y le vendó el ala y le abrigó el cuello con su bufanda más gruesa y suave.
Hice una pausa y Beth se mostró intrigada.
—¿Y qué pasó después? ¿Vivieron felices?
—No, no exactamente. Al día siguiente, la señorita Ardilla dejó al pajarito descansando y se fue con una cestita de mimbre a la orilla del río para buscar unas semillas crujientes que caían de un árbol cercano. Tras una mañana de duro trabajo, la señorita Ardilla regresó a su hogar y se lo encontró todo revuelto. ¡No quedaba nada! El pajarito la había engañado fingiendo que tenía el ala rota y se había llevado el dinero, las bufandas y la comida que llevaba meses recolectando para el invierno—relaté—Y así fue como la señorita Ardilla aprendió que debía ser más precavida y cauta y se prometió a sí misma que no volvería a confiar en el primer pajarito colorido que llamase a su puerta.
Un silencio aplastante reinó en el coche.
Santana apartó la mirada de la carretera solo un segundo para mirarme con el ceño arrugado.
Beth se inclinó en su asiento y posó su manita sobre el mío.
—¿El cuento acaba así?—preguntó.
—Sí, ¿te ha gustado?
—No lo sé—respondió pensativa.
—¿Cómo va a acabar así? Solo le has contado la primera parte—objetó Santana—Lo divertido llega en la segunda, cuando la señorita Ardilla descubre que en realidad el pajarito solo le estaba gastando una broma para demostrarle que tenía que ser más confiada y no tomarse la vida tan en serio.
—¡Qué pajarito más travieso!—Beth sonrió.
—Sí que lo era—dijo Santana—Y después los dos se dieron cuenta de que estaban hechos el uno para el otro, el pajarito picaba las ramas haciendo caer las semillas y la señorita Ardilla las recogía y se las guardaba en los mofletes. Así que se casaron, tuvieron bebés y vivieron felices.
—¿Cómo son los bebés de un pájaro y de una ardilla? ¿Pueden volar?
—Beth, solo es un cuento—replicó, aunque a mí me pareció que la pregunta tenía toda la lógica del mundo.
Yo misma hubiese cuestionado lo mismo de pequeña.
Me mantuve callada hasta que llegamos al acuario. No entendía por qué Santana le había quitado toda la gracia al cuento de la Ardilla que tanto había disfrutado durante mi infancia.
Puede que no fuese perfecto, sí, pero las historias con finales ideales abundaban y eran todas iguales; en cambio, mi relato tenía una moraleja y era útil y estaba lleno de sabiduría: nadie debería fiarse de los pajaritos insolentes.
Una vez dentro, Beth empezó a correr de un lado a otro, posando sus pequeñas manitas en el cristal y observando a los llamativos peces de colores y brillantes escamas que danzaban a nuestro alrededor.
Una anguila asomó la cabeza tras una roca y nos quedamos rezagados dejando que Beth disfrutase un rato de esa primera zona.
Tenía casi su misma edad la última vez que había visitado el acuario.
Lo hice con mi mamá y fue una de las pocas escapadas que nos permitimos hacer juntas; recuerdo que era verano y que, después, comimos en el famoso puesto de perritos calientes que está en el paseo de Coney Island, al lado del parque de atracciones.
Mi mamá llevaba puesto un vestido que me encantaba y que siempre intentaba probarme cuando no me veía; era azul con flores blancas, se ajustaba a la cintura y tenía un corte estilo años cincuenta.
Estaba muy guapa. Aún era guapa hoy en día.
Me pregunté por qué nunca había intentado rehacer su vida, salir más, confiar de nuevo…
Santana me cogió del brazo cuando Beth se alejó siguiendo a unos peces amarillos.
—¿Qué demonios ha sido eso?—preguntó—¿A quién se le ocurre contarle un cuento así a una chiquilla? ¡Acaba de cumplir ocho años!
—No es para tanto. Yo me lo sé desde los seis.
—¿Desde los seis años? ¿Qué problema tienen tus padres?
—Solo mamá, no conozco a mi papá, y ni se te ocurra meterte con ella—repliqué enfadada—El cuento de la señorita Ardilla es auténtico, una historia con mensaje.
—¡Oh, claro, qué gran mensaje! No creas en el amor, niña, ¡dedícate solo a recoger putas semillas! Empiezo a entender muchas cosas. Empiezo a entenderte a ti—sentenció y, de repente, su rostro dejó atrás cualquier atisbo de enfado y se mostró compasiva.
Sentí que se me erizaba la piel. No me gustaba esa mirada suya, esa especie de lástima que se adivinaba en sus ojos.
—No digas nada más—me adelanté—Tuve una infancia feliz y plena. Y me sorprende que no estés de acuerdo con la moraleja de la señorita Ardilla porque, si mal no recuerdo, tú eres la misma persona que hace unas semanas alardeaba de no comprometerse con nadie y es evidente que la sola mención de la palabra «amor» te da pavor. A eso se le llama hipocresía.
Se inclinó para susurrarme al oído.
—No soy una hipócrita. Es cierto que no creo en el amor, en las relaciones largas ni en toda esa mierda, pero me parece que Beth tiene derecho a descubrir por sí misma si quiere pasar con un pajarito toda su vida o prefiere buscar alternativas. Se llama libertad. Y por desgracia, ella sabe que no siempre todos los finales son felices, créeme.
—Lo siento, no pretendía herirla…
—No he dicho que hicieses eso, Brittany. Solo te pido que tengas un poco de tacto con ella, en el fondo es muy sensible—explicó—Olvídalo. Ven, vamos a disfrutar del día, ¿te parece?
Asentí con la cabeza y tomé la mano que me ofrecía, cálida y familiar.
Avanzamos detrás de Beth por un túnel de paredes de cristal hasta llegar a la zona de los tiburones y pensé en las palabras de Santana, en la mamá y la esposa que Quinn y Beth perdieron, y en la pobre señorita Ardilla que ahora estaría en su impoluta casa del árbol, mirando sus avellanas alineadas y tejiendo perfectas bufandas, pero sola, muy sola.
Pasamos el resto del día entre risas y bromas, disfrutando del acuario, especialmente de la zona de las medusas, que brillaban y se mecían en el agua capturando toda la atención de Beth.
Cuando llegó la hora de alimentar a los animales, uno de los momentos clave de la visita al acuario, estuvo a punto de empezar a hiperventilar de la emoción y no perdió detalle de lo que hacían los voluntarios que trabajaban en el centro.
—¿Te gusta?—me puse de cuclillas a su lado.
—¡Me encanta! Algún día trabajaré aquí—dijo con decisión—Seré veterinaria y me ocuparé de que todos los animales del mundo estén contentos.
—Eso suena increíble. Ahora entiendo por qué le caes tan bien a Lord Tubbington, no suele ser tan dócil con los desconocidos, ¿sabes?
—¿Lo dices en serio?—preguntó.
—Te lo prometo.
Beth me abrazó y tardé unos segundos en reaccionar y apresar su pequeño cuerpecito entre mis brazos; olía a fresas y parecía feliz y satisfecha.
—Mami no me deja tener animales en casa, dice que casi no tiene tiempo ni para respirar y que es una gran responsabilidad—se quejó.
—En eso último tiene razón.
—¡Pero yo lo cuidaría!
—Beth, no empieces con eso otra vez—Santana la cogió en brazos, le hizo
cosquillas y ella trepó hasta colgarse de su espalda.
Comenzamos a caminar bajo el techo lleno de relucientes pececillos:
—Algún día tendrás tu mascota, cuando tu mamá consiga otro turno de trabajo más cómodo y tú seas lo suficientemente mayor como para encargarte de ello.
Beth refunfuñó por lo bajo, pero no volvió a protestar.
Un rato más tarde, salimos del acuario y nos dirigimos a un restaurante de comida rápida.
Pedimos tres hamburguesas con sus correspondientes refrescos y patatas fritas.
Santana se empeñó en pagar y nos sentamos en una mesa de color granate al lado de la ventana desde la que se veía el mar y el cielo plomizo que lo envolvía.
Beth se comió media hamburguesa y unas cuantas patatas antes de convencer a Santana para que la dejase irse sola a la zona de juegos en la que había una especie de castillo hinchable con bolas de colores.
Le permitió hacerlo con la condición de que se mantuviese a la vista en todo momento.
—Es muy bonito lo que haces por ella—dije cuando se marchó.
Santana se metió la pajita de su Coca-Cola en la boca y bebió un trago largo antes de contestar.
—No es bonito, es… natural. Beth y Quinn son parte de mi familia.
—Aun así…—insistí, y jugueteé con una patata frita que terminé dejando en la bolsa antes de limpiarme los dedos con la servilleta de papel—¿Cómo se
conocieron Quinn y tú?
—De pequeñas. Crecimos en el mismo barrio.
—Ah, creía que fue en la universidad.
—No. Quinn y yo éramos vecinas, vivía en la casa de al lado y solíamos jugar juntas todos los días. Fuimos al mismo instituto y luego cada uno acabó en una universidad, porque ella estudió medicina, pero decidimos compartir piso para no tener que tomar rumbos tan distintos. Esa es la historia. Nuestra historia.
—¿Y ella? ¿La mamá de Beth?
Santana suspiró hondo.
—Quinn conoció a Elaine en una cafetería y se enamoró de ella al instante. Elaine era guapa, lista, divertida e increíble en todos los sentidos. Quinn la quiso muchísimo y le ha costado superar…, ya sabes, lo que ocurrió. Todavía intenta hacerlo a día de hoy.
Suspiré hondo.
—¿Y Beth? ¿Sufrió mucho?
—Fue duro. Elaine pasó mucho tiempo en el hospital, tuvo varias recaídas hasta que el cáncer la venció. Beth era muy pequeña por aquel entonces y Quinn pasaba mucho tiempo en el hospital, así que solía quedarse conmigo o con mi hermana Rachel. No recuerda a Elaine tanto como cabría esperar, casi todo lo que sabe de ella es lo que le hemos contado, las fotografías que le enseñamos…—carraspeó y apartó la mirada—Suele mirar el álbum casi todas las noches, le encanta hacerlo—concluyó.
Nos quedamos en silencio mientras Beth jugaba a lo lejos con otros niños y tampoco hablamos demasiado durante el camino de regreso.
Ella se quejó y lloriqueó cuando Santana estacionó en West Village enfrente del portal de mi departamento.
—¿Por qué no puede cenar con nosotras?
Evité mirar por el espejo retrovisor para no ver sus ojos acuosos.
—A Tubbi no le gusta estar solo todo el día—apunté, en un burdo intento por ahorrarle a Santana el mal trago que, de pronto, parecía cansada y perdida en sus propios pensamientos.
—¿Y cuándo volveré a verte?
—No lo sé, pero espero que pronto.
—¿Puede venir a patinar con nosotras la próxima semana, Tana? Mamá me prometió que iríamos a la pista de hielo de Bryant Park. Todos los años vamos. ¡Por favor, por favor!—juntó las manos en plan rezo para darle más énfasis a sus palabras.
Nos quedamos en silencio.
Santana suspiró hondo, con la espalda apoyada contra el respaldo del coche.
Cuando me miró, no supe si estaba complacida o enfadada.
O quizá ambas cosas a la vez.
—¿Puedes…? —preguntó con sequedad.
—Lo intentaré—respondí antes de salir del coche.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
bueno como familia lo llevan bien va cuando no abren la boca jajaj
que onda con san y su bipolaridad??'
nos vemos!!
bueno como familia lo llevan bien va cuando no abren la boca jajaj
que onda con san y su bipolaridad??'
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3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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