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Mensaje por 23l1 Jue Mar 01, 2018 7:25 pm

3:) escribió:hola morra,..

muy buen encuentro entre las dos jajajajajaja
a ver quien llega a aprender mas de la otra y llega a dominar la!!!
como se a dicho que empiece el juego!!!

nos vemos!!!






Hola lu, oooh si que si, no¿? jajajaj. Mmmm interesante pregunta...ambas jajajaja. SI! a ver quien gana...o quienes¿? Saludos =D





monica.santander escribió:jajjajaj pesadisima Santana!!
Espero que Britt sepa ponerla en su lugar!!!
Saludos





Hola, o no¿? xD ajajaj esa morena, esa morena xD Espero lo mismo la vrdd...osea tiene q XD Saludos =D






micky morales escribió:Que insufrible esta Santana, espero que Brittany no se deje tan facilmente!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 1163780127 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 4065562827 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 3287304868






Hola, o no¿? jajajajaajajaja xD Espero lo mismo la vrdd, que le enseñe las cosas como son! Saludos =D





Isabella28 escribió:Jajaja que pasada de lista santana yo creo que britt se la va a dar vuelta.




Hola, la vrdd esk si xD ¬¬ Espero y tengas toda la razón xD Saludos =D




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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 5

Mensaje por 23l1 Jue Mar 01, 2018 7:26 pm

Capitulo 5



Mierdas De Princesa…



Ya casi había olvidado la vibrante sensación que me sacudía en cuanto pisaba el pulido suelo del gimnasio, aunque tras meses de nula actividad física me sentía un poco insegura.

Aun así, me obligué a entrar.

En cuanto me vio, Emily dejó lo que estaba haciendo (indicarle a Ryder que diese los golpes más bajos), y alzó una mano en alto a modo de saludo.

—Vaya, vaya, mira quién se ha dignado a volver por aquí…

—Lo necesitaba. Exceso de energía, ya sabes.

Sonreí y Emily correspondió el gesto antes de inclinarse para coger unos guantes. Me los tendió.

—Siempre eres bienvenida. Y ahora, ¡venga, mueve el culo! ¡Ve a prepararte!

Me dirigí a la zona de los vestuarios con una sensación cálida en el pecho.

Nunca debería haber dejado los entrenamientos. Emily era dura, sí, y a veces también un poco inflexible y testaruda, pero conseguía sacar lo peor de mí.

Y eso era bueno.

Sacarlo y dejarlo ahí, entre esas cuatro paredes, para no tener que llevármelo a casa y torturarme mentalmente durante horas.

Ella había sido mi mejor aliada cuando mi compromiso con Sam se rompió.

Emily tenía mi misma edad, veintinueve años, y era simpática y extrovertida. El primer día que entré en el gimnasio, tras ver un anuncio pegado al poste de una farola, me miró como si fuese una mota de polvo en la suela de su zapatilla.

Pero sus reparos se esfumaron en cuanto descubrió que se enfrentaba a una mujer despechada, furiosa y con tal cantidad de rabia acumulada que fue un milagro que no me provocase una úlcera.

Lo dejé salir todo dentro del ring de boxeo.

Cuando entrenaba, hablaba por los codos. Me di cuenta de que, si expresaba en voz alta lo que sentía, la ira fluía con más intensidad, como si al vestir con palabras los sentimientos se volviesen más reales.

Así que, conforme fueron pasando los días, Emily terminó enterándose de todo lo ocurrido con Sam. De hecho, en ocasiones lo utilizaba para enfurecerme si algún día estaba más decaída o sin ganas de entrenar.

Mientras sujetaba el saco, preguntaba cosas como: «Después de cancelar tu boda, ¿no tienes la sensación de haber tirado a la basura los últimos ocho años de tu vida saliendo con ese imbécil?».

Seguro que estarán pensando que Emily era una cabrona de primera, pero no, no es el caso. Ella había llegado a conocerme lo suficiente como para saber qué teclas podía tocar y también en qué momento era mejor aflojar las riendas y darme un respiro.

No solo se había convertido en mi entrenadora preferida, sino también en una confidente, una amiga.

Pero, por desgracia, cuando el tiempo fue curando las heridas, dejé de ir con asiduidad. Y ahora hacía casi dos meses que no pisaba el gimnasio.

Tras cambiarme, regresé a la sala principal y observé a Ryder golpear con fuerza un pequeño punching. Emily ya estaba esperándome con cierta impaciencia en el otro extremo del gimnasio, al lado de un enorme saco de boxeo.

Me acerqué mientras me colocaba bien los guantes sobre el vendaje y suspiré hondo.

Estaba inquieta e insegura.

Emily me sonrió con suficiencia.

—Me pregunto qué será lo que te ha traído de vuelta a mi humilde gimnasio… ¡No jodas que has tenido noticias de Sam!—exclamó como la cotilla de barrio que era.

Sin previo aviso, di el primer golpe. Y lo di mal, haciéndome daño en los nudillos.

La risa de Emily retumbó en las paredes del gimnasio.

—¡Por favor, Brittany, concéntrate! Me estás avergonzado, ¿desde cuándo golpeas como una nena que teme partirse una uña?

Gruñí y di un golpe más. A pesar de mis esfuerzos, era evidente que ya no estaba en forma y eso me enfureció.

—¡No tiene nada que ver con Sam!—grité sin dejar de atestarle puñetazos al saco que Emily sujetaba—¡Es una mujer! ¡Pero igual de idiota!

Emily silbó alegremente y arqueó las cejas.

—¿Problemas en el paraíso otra vez?

—¡No! ¡Es un asunto laboral!—bramé y volví a sentir un dolor punzante en la muñeca tras otro golpe mal ejecutado—Y es… es… ¡insoportable!

—¡Eh, esos reflejos!—me regañó cuando, a pesar del movimiento ondulante del saco, no moví los pies del suelo. Se puso seria unos instantes—No te quedes parada, vamos, corrige la postura.

Asentí y comencé a moverme sin apartar la mirada del saco.

Ya sentía los brazos un poco temblorosos y eso era bueno, porque se traducía en adrenalina y energías gastadas. Protegiéndome el rostro, mantuve una mano atrás, y golpeé con la otra con todas mis fuerzas.

—Cálmate, chica, despacio.

—¡Ni siquiera la conozco y ya la odio!—continué, ajena al hecho de que Ryder parecía más interesado en mis problemas que en su propio entrenamiento con el punching—¡Es arrogante, rastrera y manipuladora!

—¡Guau, parece todo un partido!

—¡No te burles, Emily! ¡Esto es serio! ¡Se trata de un caso de trabajo muy importante que tengo que ganar! ¡Ha estado investigándome!

—¿Para qué? ¿Escondes trapos sucios?

—¡No! Solo para conseguir sacarme de quicio.

La pillé de improviso al golpear el saco de boxeo justo cuando ella estaba a punto de soltarlo, dándole en el codo. Me miró sorprendida tras frotarse la zona dolorida.

—Ya veo…—suspiró e ignoró el dolor del golpe. Abrazó de nuevo la dura superficie de plástico y la retuvo frente a mí, como si fuese una especie de ofrenda—Desahógate, cariño. Este gimnasio siempre será tu puto santuario. ¡Vamos, dale fuerte!




Esa noche volví a dormir del tirón.

No me levanté para ir al servicio ni para coger un trozo de chocolate de la tableta que guardaba siempre en la despensa. Ni siquiera los persistentes maullidos de Lord T; exigiendo más comida me despertaron.

Y entre unos minutos más de sueño que me concedí y tener que pasar por Beth’s Cupcakes, la mejor pastelería de West Village, llegué tarde por primera vez en mucho tiempo.

Una de las secretarias, que estaba apoyada sobre la barra de recepción de la oficina, abrió mucho los ojos cuando me vio entrar, sorprendida por no verme aparecer con mis habituales quince minutos de antelación (debo confesar que, en tres vergonzosas ocasiones, había acudido al trabajo incluso antes de que se abriesen las puertas, congelándome en la entrada a la espera de que el conserje del edificio apareciese pronto).

Estaba agotada tras el entrenamiento del día anterior; me dolían todas las extremidades y me sentía como si me hubiese atropellado un camión cargado con veinte elefantes.

Aun así, corrí como pude hasta llegar a la segunda planta.

A pesar de que la puerta de la sala de reuniones estaba cerrada, distinguí a lo lejos los gritos de Sugar Motta y Artie Abrams.

Vale, aquello no pintaba nada bien.

Irrumpí en la estancia como un huracán y, sin mediar palabra (no creía que Santana mereciese un saludo y su cliente me era indiferente), me senté al lado de Sugar y, tal como había hecho el día anterior, comencé a sacar los papeles del caso que guardaba en el maletín.

—Buenos días, Brittany—saludó Santana.

La miré antes de dedicarle una tensa sonrisa.

—Ya que ayer la reunión se vio interrumpida a causa de que tenías hambre—recalqué mientras le tendía una hoja de papel—, Tuve tiempo para realizar un análisis detallado sobre los puntos a tratar. Los he divido en tres secciones, según el nivel de importancia—le indiqué señalando el folio.

Santana arrugó el ceño y sus labios se fruncieron con lentitud al tiempo que clavaba los ojos en el papel que acababa de darle, como si en realidad estuviese observando un informe que probaba científicamente la existencia de los unicornios.

Ignoré su actitud y saqué del maletín una pequeña caja de cartón que había comprado en la pastelería. La abrí sobre la mesa, dejando al descubierto cuatro coloridos cupcakes adornados con una pequeña flor en la punta superior.

—Con la esperanza de que nadie vuelva a tener ningún percance relacionado con el apetito, me he tomado la licencia de comprar unos aperitivos—expliqué con orgullo.

Sugar Motta hizo una mueca de asco.

—¿Sabes las grasas saturadas que llevan esas magdalenas? ¡Miles de calorías! ¡No! ¡Millones! Porque «millones» es más que «miles», ¿verdad?

«Estúpida e insoportable cría…»

Santana fingió no haber oído nada y cogió con sus largos dedos un cupcake de color rosa. Lo observó unos instantes y terminó dándole un enorme mordisco.

Dios. Verla comer era erótico. En serio.

¿Con qué persona ocurría algo semejante?

Tragué saliva y estuve a punto de protestar cuando unas cuantas migajas cayeron sobre la hoja del análisis que le había facilitado. Por supuesto, ella no se molestó en apartarlas.

—¡Me encantan estas cosas!—masticó como un animal—¡Son como mierdas de princesa! Gracias por el aporte, Brittany, pero la próxima vez estírate un poco más, ¿un pastelito por cabeza? Cualquiera que no te conozca podría llegar a pensar que eres un poco agarrada.

Abrí la boca dispuesta a replicar, pero ella me hizo callar alzando una mano en alto.

—No te ofendas, nena, la intención es lo que cuenta. Y están de muerte.

Contemplé cómo sus labios apresaban el último bocado, instantes antes de que se los relamiese sin ningún atisbo de vergüenza.

Intenté recomponerme.

—Por el bien de la reunión, voy a ignorar los primeros minutos de la sesión—dije sin perder la sonrisa—Y ahora, vayamos al grano. Para que podamos entendernos mejor y estar al tanto de los asuntos clave, he hecho también copias para ustedes—les tendí los papeles—Si les parece bien, podemos empezar por el punto uno: La villa Mailer de California.

Santana emitió una estúpida risita y, frente a mis narices, cogió la copia que le había dado y la arrugó con el puño de la mano, formando una irregular bola de papel que dejó sobre la mesa, al lado de algunas migas del pastelito que acababa de zamparse.

—Esto es una pantomima—afirmó con rotundidad antes de inclinarse sobre la mesa y clavar sus penetrantes ojos en mí—Seamos realistas, Brittany. Mi cliente es un respetado actor de Hollywood que lleva años trabajando duro para conseguir su pequeña fortuna. No esperarás que le regale la mitad de sus bienes a una chica cualquiera que conoció hace menos de un año. ¡Vamos, esto es de risa!

—¡Yo no soy una chica cualquiera!—gritó la aludida.

Santana la ignoró y a mí me empezó a latir el párpado izquierdo.

Al parecer, no había conseguido eliminar toda la rabia durante el entrenamiento del día anterior. Eso, o bien ese hombre conseguía duplicarla en cuestión de segundos.

—Lo que sí es de risa es que tu cliente no hiciese ningún acuerdo prematrimonial antes de casarse, razón por la cual estamos aquí. Como espero que comprendas, no viene al caso debatir sobre qué es justo o no.

Santana suspiró hondo y se recostó sobre el respaldo de la silla.

—Sugar puede quedarse con la casa de la playa, con un quince por ciento del dinero que ambos tienen en la cuenta común y un tercio de las acciones disponibles—dijo sin apenas pestañear.

Me faltó poco para desternillarme de risa.

—Imagino que esta es una de tus bromas…

—No. De hecho, es mi última oferta.

Sus ojos parecían decir la verdad. Mantenía los brazos cruzados en actitud desafiante y me retaba con la mirada, como si aquel caso se hubiese convertido en algo personal.

—No te ofendas, pero nadie en su sano juicio aceptaría un trato semejante—
repliqué.

—Creo que la señorita Sugar Motta no está en situación de exigir nada. Al menos, no después de romper los votos matrimoniales—aclaró—Es más, cualquier juez podría intuir, dados los hechos, que su clienta se casó con Artie Abrams con el único propósito de conseguir una parte de su fortuna.

Fruncí el ceño, intentando comprender qué demonios estaba…

—¡Te acostaste con nuestro jardinero!—gritó Artie de pronto, impulsándose violentamente en la silla como si alguien acabase de activar un muelle bajo su trasero.

Sugar se levantó y lo señaló con el dedo.

—¡Eres un mentiroso de mierda! ¡No me acosté con él! ¡Solo se la chupé!—bramó—¡Deja de acusarme falsamente!

¿CÓMO…?

Me esforcé por no comenzar a hiperventilar.

Aquello no estaba pasando, no. Seguro que, si cerraba los ojos durante unos segundos, al abrirlos volvería a encontrar frente a mí a la pobre y frágil Sugar.

La gatita inocente de pelo suave.

El sexto miembro de las Spice Girls.

La chica que no había roto un plato en su vida…

Santana emitió una risita.

—Tranquila, Sugar. Nadie pone en entredicho los beneficios del sexo oral, pero entiende que para mi cliente, en el caso que nos concierne, tus actos pueden suponer una falta de respeto hacia vuestro matrimonio.

Estaba bloqueada.

Ni siquiera era capaz de abrir la boca para defender a Sugar.

Permanecí durante unos instantes con la mirada clavada en la mesa de madera, a la espera de que mágicamente se solucionase aquel malentendido.

¿Por qué demonios no me había contado ese detallito de nada?

¿Por qué?

¿Por qué?

¿POR QUÉ, JODER?

—Brittany, ¿te encuentras bien?—preguntó Santana con cierto tonito sarcástico.

Iba a ganarle. No sé cómo demonios… ¡pero lo haría!

Es más, acababa de convertirse en el único propósito firme y real en mi vida: derrocar a Santana López y sacar el máximo beneficio económico de ese caso.

Ya tenía una razón para seguir respirando.

—Perfectamente—logré sonreír, a pesar de que me temblaban las comisuras de la boca—Es injusto que lo ocurrido con el…, ejem, jardinero, pueda poner en duda las razones por las que mi clienta contrajo matrimonio. Sugar se ha sentido muy abandonada y sola durante los últimos meses, quizá a raíz de los problemas que el señor Abrams parece tener con ciertos asuntos turbios. Dada la complejidad del caso que nos atañe, lo mejor sigue siendo que intentemos llegar a un acuerdo justo que los beneficie a ambos.

—¿Tienes pruebas contra mi cliente? Porque imagino que eres consciente de la gravedad que implican tus acusaciones.

No, no tenía ni una mísera prueba.

Lo único que sabía era lo que la pequeña mentirosa de Sugar Motta le había relatado a Sue y un par de estúpidos rumores que corrían como la pólvora dentro del mundo de la farándula.

—Sí, por supuesto que las tengo—mentí.

Santana se mostró sorprendida durante una milésima de segundo, pero logró disimularlo antes de que pudiese regocijarme en ello. Aproveché el escaso momento de debilidad para continuar atacando.

—Por eso mismo, no creo que para el señor Abrams sea positivo que el divorcio se convierta en un espectáculo y ciertos detalles se filtren y lleguen a oídos de la prensa, ¿no crees, Santana?—mi sonrisa era toda falsedad—Es mejor que los trapos sucios se laven en casa. Si llegamos a un convenio, mi clienta se comprometerá a firmar un acuerdo de confidencialidad.

Un tenso silencio se apoderó de la estancia.

Finalmente, Santana lo rompió cuando apoyó ambas manos sobre la mesa y se levantó, indicándole con un gesto a Artie Abrams que hiciese lo mismo.

—Disculparnos un momento, tengo que hablar con mi cliente a solas.

Los observé mientras salían de la sala de reuniones. Haciendo uso de toda mi fuerza mental, centré la mirada en la espalda de Santana y evité descenderla hacia su trasero, que era lo que de verdad deseaba evaluar.

¿Sería de diez, de siete o un pobre cinco raspado?

Y todavía más importante, ¿por qué pensaba en eso durante el trabajo?

¡La situación era seria, casi de vida o muerte!

Furiosa conmigo misma, me centré en Sugar que, ajena a todo, se limpiaba una uña con parsimonia.

—¿Por qué no me habías contado lo del jardinero? ¿Sabes lo mucho que puede perjudicarnos algo así?—siseé enfadada.

Sugar frunció el ceño, ofendida.

—¡Le quiero! ¡Rory es bueno y tierno y me regala flores todos los días!

Probablemente en aquellos instantes mis labios formaron una enorme «O» y se quedaron congelados a causa de la sorpresa.

—¿Rory es el jardinero? ¿Sigues viéndote con él?—me llevé una mano al pecho temiendo sufrir un infarto—¿Te has vuelto loca?

Era como estar dentro de una telenovela, solo que en la vida real no molaba tanto.

Ella se dispuso a contestar junto cuando los otros dos volvían a entrar en la sala.

Fuera de control, me incliné hacia Sugar y le tapé la boca con la mano. Jamás en mis cinco años de trabajo había hecho algo semejante pero, cada vez que esa niñata abría la boca, perdía puntos en el caso.

No podía permitirme el lujo de que volviese a pronunciar ni una sola barbaridad más.

Santana se quedó quieta, mirándome como si acabase de escaparme de un manicomio de alta seguridad.

Aparté la mano de la boca de mi clienta y volví a colocarme en mi silla. Saqué un pañuelo del maletín, haciendo uso de la poca dignidad que me quedaba, y me limpié de los dedos los restos del pintalabios de color rosa chicle.

—¿Ya han terminado?

Santana se entretuvo colocándose bien los aretes.

—Sí. Y lamento comunicarte que mi cliente no está dispuesto a entregarle a la señorita Motta la mitad de su fortuna, así que supongo que nos veremos en el juzgado.







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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!


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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Jue Mar 01, 2018 8:46 pm

hola morra,...

bueee,... sugi no es ninguna santa que digamos!!!
a litigio definitivo??? a ver como va?

nos vemos!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Isabella28 Vie Mar 02, 2018 5:27 am

A britt le van a salir canas verdes soportando a ese trio de la risa.
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Mensaje por micky morales Vie Mar 02, 2018 6:05 am

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Mensaje por 23l1 Vie Mar 02, 2018 7:33 pm

3:) escribió:hola morra,...

bueee,... sugi no es ninguna santa que digamos!!!
a litigio definitivo??? a ver como va?

nos vemos!!





Hola lu, jajajajajaj xD jajaajaj lo es, lo es xD jajaajajaj. Eso dicen XD Esperemos y bn..., pero para cual¿? Saludos =D






Isabella28 escribió:A britt le van a salir canas verdes soportando a ese trio de la risa.





Hola, jajajajajaajja xD jajajaajajajaj o no¿? jajajaajjaja pobre rubia xD Saludos =D





micky morales escribió:[Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 2414267551 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 1163780127 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 4065562827 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 3287304868 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 2446003554




Hola, jaajajajaj esas caritas suelen causar las brittana y sus acciones jajajaja. Saludos =D




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El mundo de Brittany

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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 6

Mensaje por 23l1 Vie Mar 02, 2018 7:34 pm

Capitulo 6



Archienemigas…



Odiaba a Santana López, casi tanto como a su cliente y a Sugar Motta.

Los tres habían pasado a encabezar los primeros puestos en mi lista negra de enemigos, sobrepasando incluso al idiota de Sam que, tan solo unos días atrás, se mantenía estable con una medalla de oro colgando del cuello.

Mi jefa me había echado una bronca tremenda.

Era la primera vez que Sue estaba enfadada conmigo. O cito textualmente: «decepcionado». Y ahora esa palabra me perseguía a todas horas.

«Decepcionado», participio del verbo «decepcionar», cuya definición según mi diccionario se correspondía a: “Desengañar, no responder a las expectativas”.

De modo que me había convertido en una estafadora, una vendedora de humo incapaz de cumplir con mis obligaciones. El tipo de persona en la que su jefa nunca confía y queda apartada de las reuniones importantes cuando le piden, siempre con exquisita sutilidad, que baje a por unos cafés para así mantenerla ocupada y distanciada a un mismo tiempo, con la esperanza de que deje de joder el trabajo de los demás.

Para lograr que esa dolorosa palabra dejase de estar presente en mi cabeza, había tenido que realizar entrenamientos dobles hasta el punto de que, la noche del viernes, Emily casi tuvo que tirarme del gimnasio, cansada y agotada, porque aunque había pasado la hora de cerrar, me negaba a salir de ahí.

Yo solo quería golpear, gritar y golpear, mientras imaginaba la cara de Santana en el centro del saco de boxeo, justo donde mis puños aterrizaban una y otra vez.

¿Por qué Sue me echaba la culpa?

¡Era imposible que hubiese podido adivinar que Sugar Motta era una esposa infiel que se tiraba a su empleado!

Perdón, que se la chupaba al dichoso jardinero.

¿Cómo iba a saberlo?

No acostumbraba a mirar los posos de café o a lanzar las cartas para tantear el futuro y decidir en qué dirección reconducir los casos que representaba.

Ahora ya no había vuelta atrás: tendríamos que ir a juicio e invertir mucho más dinero.

Puede que fuese el fin de mi carrera.

Puede que terminase viviendo debajo de un puente, abandonada a la deriva tras haber sido despedida cruelmente por una jefa que se negaba a atender a razones.

Puede… puede que…

Interrumpí mis dramáticos pensamientos cuando la melodía del teléfono rompió el perpetuo silencio del comedor. Sentada en el sofá, me incliné hacia la mesita para cogerlo.

—Hola, Hanna—murmuré deprimida.

—¿Tienes planes para mañana por la noche?

—No. Nunca tengo nada que hacer.

—¡Genial!
—exclamó Hanna ignorando mi mal humor—Tengo que ir con mis padres a una fiesta en la Mansión de los Berry, ¿por qué no me acompañas?

—Odio esas reuniones tan serias. Nunca tengo nada elegante que ponerme. Y solo sirven diminutos canapés que no sé si debo mordisquear o metérmelos enteros en la boca.

—¡Por favor!
—suplicó—¡No quiero ir sola, siempre es muy aburrido!

—No sé, no sé…

—¡Te dejaré un vestido, zapatos y todo lo que tú quieras!


Vale, evidentemente eso cambiaba las cosas.

—¿A qué hora tengo que acudir a tu casa?




Sé que estarán pensando que fue una gilipollez que accediese a ir a una fiesta solo por el aliciente de coger prestado uno de los vestidos de Hanna, pero no, no lo era.

En cuanto puse un pie en su vestidor, que era más o menos igual de grande que mi departamento, cientos, miles, millones de prendas comenzaron a desfilar ante mi atenta mirada.

Armarios blancos e impolutos se alzaban conteniendo en su interior vestidos de diseño. Algunos ni siquiera estaban disponibles en las tiendas, la marca tan solo accedía a concederte el permiso para comprarlos si pensaba que eras un cliente digno de ello.

El colmo del esnobismo.

Levanté la cabeza para echarle un vistazo a los incontables bolsos que estaban alineados en las estanterías de la parte superior.

—Creo que te iría bien algo claro—opinó Hanna con voz cantarina.

Negué con la cabeza mientras abría diferentes puertas de armarios y evaluaba el interior con rapidez.

Solía ser la típica persona que, cuando iba de compras, arrasaba en la primera tienda y en menos de media hora salía cargada con mil quinientas bolsas.

Vamos, que si un pantalón me quedaba bien, cogía el mismo modelo en diferentes colores para no complicarme la vida. Como en el trabajo, era práctica, eficiente y veloz.

—¡Siempre eliges cosas negras!—se quejó Hanna quitándome de las manos un vestido de gasa de ese color—No, en serio. Esta vez deja que te aconseje.

Me tentaba la idea, pero me sentía insegura fuera de mi zona de confort. El negro era mi refugio, el color que usaba para ir trabajar. El resto del tiempo vestía vaqueros, camisetas y vestidos sencillos.

Tampoco es que fuese habitualmente a muchos actos importantes; solo acudía a las fiestas a las que Hanna me invitaba y a alguna cena de negocios.

Hanna sacó un increíble vestido de color plateado, largo, cuya tela caía libremente hasta los pies con un corte recto y sencillo. Negué con la cabeza a pesar de lo mucho que me gustaba aquel diseño tan minimalista.

—Es demasiado llamativo.

—Solo tú lo ves así y es porque estás acostumbrada al negro. ¡Vamos, pruébatelo!—su mirada se dulcificó cuando di un paso atrás—Por favor, por favor…




Una hora más tarde, me encontraba en el interior de una enorme limusina envuelta en un reluciente vestido plateado, con las manos cruzadas sobre mi regazo (pretendía potenciar mi limitada faceta de niña buena) y la mirada fija en los padres de Hanna, que estaban sentados frente a nosotras.

El señor Marin me hizo algunas preguntas relacionadas con mi trabajo, pero su mujer se mantuvo en silencio, mirándome de reojo como si fuese una especie de cucaracha gigante y no entendiese mi presencia en su limusina.

Marley y yo habíamos conocido a Hanna años atrás durante una fiesta que se celebraba en la fraternidad de la que ella formaba parte. Nos la encontramos llorando en el cuarto de baño del piso de arriba cuando fuimos ahí porque Marley quería meterle a una de las chicas algo raro en la pasta de dientes.

Hanna estaba sentada en el suelo, vestida con un disfraz de ángel que dejaba poco a la imaginación y el rostro lleno de rímel. Nos contó que la líder del grupo le estaba haciendo la vida imposible y que, solo para marcar territorio y hacerle entender quién mandaba ahí, se había tirado a su novio.

Las tres llevábamos varias copas de más esa noche, así que no recuerdo bien cómo ocurrió, pero terminamos en la habitación de Hanna, sentadas en el suelo, con una botella de vino y bebiendo a morro por turnos.

Gritamos como posesas que ese tío era un idiota que no la merecía y ella una zorra insegura y, sobre las tres de la madrugada, Hanna se arrancó las alas de ángel, se acercó a la ventana y dio un discurso al estilo Scarlett O'Hara antes de lanzar parte de su disfraz por los aires, literalmente.

Cuando nos despertamos al día siguiente babeando encima de la moqueta, teníamos la sensación de conocernos «de toda la vida» y ya no volvimos a separarnos.

Hanna siguió manteniendo su habitación en la fraternidad pero, para descontento de su mamá, casi siempre terminaba quedándose a dormir en el diminuto piso que Marley y yo compartíamos fuera del campus de la Universidad de Columbia.

A los padres de Hanna nunca les gustó que se alejase de «su entorno» para acercarse al nuestro.

Y a mí nunca me gustaron ellos.

Ambos eran distantes, fríos y superficiales… todo lo contrario a su hija, que estaba llena de vida y alegría y no tenía ni un ápice de maldad. Cada vez que tenía que pasar el mal trago de compartir con los Marin el mismo oxígeno, me esforzaba por mostrarme serena y elegante, como si me hubiese criado en un palacio con cinco sirvientas a mi cargo y una amable niñera que me leía cuentos infantiles al caer la noche.

Y me frustraba un poco sentirme inferior y obligarme a fingir algo que no era.

Así que cuando la limusina estacionó enfrente de la mansión de los Berry, sentí un alivio inmenso. Bajamos y Hanna me cogió del brazo sonriendo felizmente.

—Estos zapatos que me has dejado son un delito contra la salud pública—le susurré al oído y ella se echó a reír y dijo eso de «para presumir hay que sufrir».

Los zapatos de tacón que calzaba los había diseñado un tal Valentino. Por supuesto, claro, ¿quién mejor que un hombre para hacerlo?

Así él podía forrarse y empapelar las paredes de su casa con billetes, mientras nosotras pagábamos para torturarnos y sufrir en silencio, como con las hemorroides.

Intenté convencerme de que el dolor que me producían los zapatos solo era mental y alcé la mirada hasta posarla en la casa más gigantesca que había visto en mi vida, capaz de albergar a todos los indigentes de Nueva York.

Las puertas principales estaban abiertas de par en par y en su interior se escuchaban las voces y las risas de los presentes. Lo cual, dicho sea de paso, fue toda una sorpresa, porque hasta el momento no sabía que la gente billonaria podía permitirse el lujo de reír abiertamente.

Desde luego, era algo que no entraba en el protocolo que seguían los padres de Hanna, que siempre se mostraban aburridos como un par de ostras disecadas.

El interior era igual de impresionante que la fachada, con las paredes decoradas con brillante piedra grisácea que ascendía desde el suelo de mármol hasta los altos techos, de los que pendían enormes lámparas de araña.

La primera planta de la casa estaba repleta de invitados, vestidos todos con impolutos trajes, mientras hablaban y bebían champagne en relucientes copas de cristal.

En cuanto Hanna divisó a un grupito de chicas que conocía, se despidió de sus padres y me arrastró a su paso. Una de esas jóvenes llevaba unas plumas de color verde en la cabeza a modo de turbante y un bolso tan diminuto que sería toda una hazaña meter ahí más de tres caramelos de menta.

—Chicas, les presento a mi amiga Brittany—anunció Hanna.

—Encantada—logré decir, incapaz de apartar los ojos de las plumas que se balanceaban al son de sus movimientos imitando a un pavo real.

—Creo que ya nos conocemos. Me llamo Alison, ¿recuerdas?—dijo una de ellas—Nos vimos en el cumpleaños de Hanna. Tú eras la chica que se emborrachó con el ponche y terminó bailando encima de la mesa de los pastelitos.

—Ah, sí, eso…, bueno…

Intenté pensar alguna excusa, pero Hanna se me adelantó.

—Su novio acababa de dejarla por otra.

El colmo de lo patético, haber hecho el ridículo delante de un grupo de chicas que sufrían una urticaria cada vez que alguien pronunciaba las palabras «grandes almacenes» y encima darles más carnaza, por si aún no les parecía lo suficientemente triste.

Alison le dio un minúsculo sorbo a su copa y me sonrió. No era una sonrisa
sincera.

—Lo siento. Debió de ser duro.

Asentí con la cabeza sin prestarle mucha atención y me moví a un lado para coger unos cuantos canapés que un camarero me ofreció. Lo único bueno de ese tipo de fiestas era la comida que servían.

Me metí dos en la boca mientras intentaba ignorar el dolor que me producían los zapatos.

Joder.

Era peor que una tortura china.



Desconecté cuando empezaron a criticar la fiesta de compromiso de una chica que no conocía.

La verdad es que me importaba bien poco que los globos azul cobalto no conjuntasen con el resto de la decoración en tonos azul bebé.

Aproveché que un camarero pasaba por mi lado para coger un vaso de whisky.

Alison y sus secuaces me miraron como si fuese el mismísimo diablo en cuanto le di un trago largo a la bebida. Por suerte para mí, Tina apareció en escena acompañada por Mercedes. Eran las dos únicas amigas de Hanna que me caían bien y coincidíamos a menudo cuando íbamos a tomar una copa los fines de semana.

Mercedes gesticulaba mucho con las manos, sonreían sin parar y tenían un tono de voz muy dulce. Por el contrario, Tina era algo más retraída, pero dejaba atrás todo rastro de timidez en cuanto empezaba a sentirse cómoda.

—¿Te has cortado el pelo? Te queda genial.

—¿De verdad te gusta?—Mercedes se tocó las puntas, que no llegaban a rozarle el hombro, y me sonrió—Estaba pensando en hacerme las mechas californianas y al final dije, ¡nada de eso, lo que necesito son unas buenas tijeras!

Es curioso lo mucho que una mujer puede trasmitir a través de su cabello.

Mercedes no era la primera ni la última persona que asociaba un cambio radical en su vida (acababa de dejar su trabajo en la empresa familiar para montar su propio estudio de arquitectura), con un corte de pelo.

Yo estuve a punto de hacerlo cuando rompí con Sam pero, al final, no me atreví, como siempre, y le dije a la peluquera que tan solo quería retocarme las puntas.

—Estás preciosa—le aseguré.

—Voy a empezar a ponerme celosa—bromeó Tina antes de señalar mi vaso y echarse a reír—Sabes que si la mamá de Hanna te ve con eso en la mano te odiará eternamente, ¿verdad?

—Ya lo hace. No pierdo nada.

Bebí otro trago y, tras comentar que necesitaba ir al servicio, Hanna me indicó que estaba en la segunda planta. Asentí con la cabeza y me dirigí hacia ahí. Mis pies estaban al borde del colapso; puede que tuviesen que amputármelos si no hacía algo al respecto.

Albergaba la esperanza de que los billonarios tuviesen tiritas en el mueble del servicio.

Avancé entre los invitados, procurando no tropezar y caminar recta y erguida como si fuese una jirafa de exposición. Cuando la mamá de Hanna me vio, me hizo una señal con el dedo y tuve que acercarme y dejar que me presentase a sus amigas.

Me esforcé por mostrar una eterna sonrisa, a pesar de que me temblaban las comisuras de la boca, e intenté mantener pegado a mi costado el vaso que aún sostenía en la mano derecha.



Cinco minutos después, tras escuchar el relato sobre la trágica muerte del canario de una de esas señoras y darle mis más sinceras condolencias, logré escapar de ahí.

A pesar del inmenso tamaño de la casa, no tardé en encontrar las escaleras que conducían hacia la segunda planta. Con la mano que tenía libre recogí el bajo del vestido, intentando así no tropezar, fijando la vista en los dichosos escalones.

Solo tenía que subir uno… y después otro, y luego otro más… y algún día, quizá, si los astros se alineaban, lograría llegar al servicio.

—¿Qué coño haces tú aquí?

Alcé la cabeza y descubrí el rostro de Santana. Entrecerré los ojos y noté que se me tensaba la mandíbula.

Aquello no podía estar pasando.

No era justo.

Yo solo quería salir por ahí una noche, tener un plan más allá del de quedarme rezagada en el sofá de casa y olvidarme de que, por culpa de esa abogada de pacotilla, mi vida era una gran mierda.

Así que apreté los labios con elegancia, como si fuese descendiente de la
realeza.

—Yo podría hacerte la misma pregunta.

—Supongo que sí. Y en ese caso, te contestaría que estoy en mi casa, pasando una velada agradable y preguntándome quién demonios te ha invitado a la fiesta.

Já. Ya. No caería en su trampa otra vez.

—Claro, muy graciosa. Ah, sí, ¿sabes…? Mi hermana es Cameron Díaz y olvidé decirte que en verano nos vamos juntas a Hawái, practicamos surf y compartimos un helado de pistacho, que es nuestro preferido. Y ahora, si me disculpas, necesito ir al servicio, así que apártate.

Conseguí ascender un escalón más antes de que Santana se interpusiese en mi camino, apoyando una mano en la barandilla de metal. Estaba lo suficientemente cerca como para que pudiese sentir la calidez que desprendía su cuerpo.

Y olía demasiado bien. Me penalicé con tres puntos menos al bajar la mirada un segundito de nada para comprobar lo puñeteramente bien que le quedaba el vestido.

Cuando sonrió, tragué saliva despacio, como si tuviese algo atascado en la parte superior de la garganta.

Iba a llorar por pura impotencia.

—Nena, no quiero parecer una mala anfitriona, pero entiende que, teniendo en cuenta nuestro historial, no me entusiasma la idea de tenerte husmeando por aquí.

Seguramente los zapatos ya me habrían provocado más de una herida, porque la piel me quemaba.

«Gracias, Valentino».

Cambié el peso del cuerpo de un pie al otro para mitigar el dolor y luego alcé la voz:

—Estás pirada, ¡esta no es tu casa! Y te guste o no, necesito ir al servicio porque estos zapatos me están matando.

—Mira, hoy es tu día de suerte, me siento benévola. Te dejaré usar el servicio. No hace falta que me lo agradezcas.

«Ya, como si pensase hacerlo…»

Se hizo a un lado en la escalera, dejándome espacio, y suspiré aliviada en cuanto comencé a subir los peldaños.

Cuando puse un pie en la segunda planta, el vaso de whisky desapareció de mi mano izquierda. Me giré con la paciencia bajo mínimos.

Santana tenía el entrecejo arrugado y la vista fija en el líquido de color ámbar. Le dio un trago y sus labios se movieron lentamente al saborearlo, provocadores, logrando que mirase atontada a la mujer que se había propuesto fastidiarme la vida.

—No pensé que fueses de las que beben whisky.

—Claro, porque tú no «piensas».

Ajena a mi enfado, Santana se rio.

Caminé a trompicones por el pasillo, que apenas estaba iluminado, esforzándome por ignorar el hecho de que una persona me seguía como si fuese una reclusa.

Ni siquiera me molesté en recuperar mi copa. Ojalá se atragantase.

—Frío, frío…—canturreó Santana apoyada en la pared—Si fuese tú, probaría a ir en la dirección contraria. Quizá así tengas más suerte.

Me di la vuelta, presa de la frustración y clavé mis ojos en ella; parecía estar disfrutando de la situación, como si aquel momento fuese su fiesta particular y no el espectáculo de aburridos ricos que acontecía en la planta inferior.

—Enhorabuena—aplaudí secamente—Por fin aciertas algo. Sí, tienes razón, mi suerte brilla por su ausencia. Si la tuviese, ten por seguro que tú no estarías aquí.

Se llevó una mano al pecho simulando sentirse dolida.

La odiaba. Mucho y muy profundamente.

—Pasaré por alto tu injustificada ira porque, como te he dicho, hoy estoy de buen humor—hizo una pausa y su mirada se posó en mis doloridos pies para, después, ascender hasta llegar al pronunciado escote que aquel vestido dejaba a la vista. Ladeó la cabeza, como si estuviese valorando qué nota otorgarme y, finalmente, cuando ya me planteaba seriamente la idea de darle un puñetazo, sus ojos volvieron a encontrar los míos. Torció los labios mostrando una irritante sonrisa, le dio otro sorbo a mi copa y tragó con lentitud—El servicio está en la segunda puerta a la derecha.

Suspiré hondo, rompiendo el extraño y tenso momento que Santana había provocado. Me dirigí hacia ahí e intenté esconder mi sorpresa cuando encendí la luz y vislumbré la impresionante estancia.

Pequeños cristalitos azulados formaban un hermoso mosaico en la pared de enfrente. Tenía el tamaño de mi comedor. Y el término «bañera» era debatible en este caso, porque parecía casi una piscina.

Tras el impacto inicial, me giré para cerrar la puerta, pero choqué contra el hombro de Santana.

—¿A dónde crees que vas sin mí?—preguntó.

Estaba empezando a cansarme de aquel juego.

—Deduzco que tienes grandes inseguridades, ya que pareces incapaz de soportar dejar de ser el centro de atención durante un miserable minuto—mascullé.

Curiosamente, esa afirmación no pareció hacerle ninguna gracia. Frunció el ceño con una lentitud pasmosa, como si estuviese sopesando mis palabras.

Tras respirar hondo, clavó sus fríos ojos en mí y sonrió sin humor.

—¿Insegura? ¡Vamos, esfuérzate un poco más! Y por cierto, nena, deja de mirarme el trasero cada vez que me giro. Vas a desgastarme.

—¿Y…? Tú me miras las tetas.

—Culpable. Ahora déjame entrar.

—¿Quieres que te denuncie por acoso?

—¿Quieres que lo haga yo por allanamiento de morada?

El dolor de pies era insoportable, pero no sé si peor que tener que aguantar la presencia de Santana.

—¿En serio? ¿Cuánto tiempo más piensas seguir con el jueguecito de fingir que esta es tu casa? Empiezas a parecerme aburrida.

—Vale, tienes razón, no es mi casa, pero sí de mi papá, así que contrólate—
exigió con cierta aspereza y yo puse los ojos en blanco.

—¿Desde cuándo te llamas Santana «Berry»?

—Desde nunca, porque uso el apellido de mi mamá.

Me mantuve en silencio unos segundos, sin dejar de observarla, sopesando si me estaba tomando el pelo o decía la verdad. Noté que algo se encogía en mi estómago cuando deduje por su expresión que Santana no bromeaba, sino que permanecía extrañamente seria, evaluando con detenimiento mi reacción.

Aparté la mirada.

Las voces de los invitados que estaban en el primer piso se escuchaban amortiguadas. Para romper la tensión de momento, solo se me ocurrió decir:

—Necesito una tirita. O dos. Quizá incluso tres.

Santana alzó una ceja en alto y una sonrisa curvó sus labios.

—Recapitulemos. Me jodes un caso importante, a pesar de que te propuse una oferta inmejorable para tu clienta; te presentas en mi casa, te bebes mi whisky escocés—alzó en alto el vaso que todavía sostenía y el hielo tintineó contra el cristal—¿Y finalmente me pides, no una, sino tres tiritas?—preguntó divertida.

—Gracias por recordarme que fui yo la que decidió ir a juicio, ¡lo había olvidado! A veces no sé ni dónde tengo la cabeza. ¿Y de verdad la tierra es redonda? ¡Guau!

—Me obligaste a hacerlo.

—Cierto, cuando te coaccioné al apuntarte con una pistola en la sien—repliqué sarcástica.

Tenía su gracia que todos mis esfuerzos hasta la fecha se hubiesen concentrado en evitar terminar en los juzgados.

Nos miramos en silencio durante unos segundos hasta que Santana rompió el momento de tensión al pasar por mi lado y entrar en el servicio.

Cruzada de brazos, la observé con atención rebuscar en uno de los muebles. Y sí, volví a mirarle el trasero en cuanto se agachó para abrir un cajón. Tampoco es que mirar pudiese considerarse un delito.

No era de piedra.

¿Que si me molestaba el hecho de que estuviese tremenda?

Bueno sí, un poco sí.

¿Que si era frustrante lo bien que le quedaban los vestidos, las faldas y los pantalones?

Sí, eso también.

Y qué decir de sus pechos.

Por suerte, cada vez que abría esa bocaza suya conseguía que su envidiable físico me resultase tan apetecible como un insípido trozo de tofu sin sal.

—Lamento comunicarte que solo nos quedan tiritas de La Sirenita—dijo tras tenderme el paquete—Espero que eso no sea un problema para ti.

Le arrebaté las tiritas de la mano.

—Claro que tienes, ¿acaso a ti no te duele usar tacones?—me senté en el borde de la bañera y me desabroché los zapatos.

¡Por fin! ¡Qué alivio!

Aunque tenía alguna rozadura, el dolor disminuyó de inmediato.

—No sé, como eres tan estirada…

—¡Yo no soy estirada! No me conoces.

—No, pero soy muy intuitiva. Calo a la gente.

Me levanté tras pegarme en el talón una última tirita en la que salía un simpático cangrejo. Ella estaba bloqueando la puerta de salida con su cuerpo.

Qué sorpresa.

Siendo más bajita con los tacones que ella usaba, estaba de mi estatura.

Sus ojos, fríos y brillantes, me observaban con interés como si estuviese esperando algo.

¿Qué narices quería exactamente?

No le pillaba el punto.

Cuando daba un paso a la derecha, ella lo daba hacia la izquierda; cuando tenía frío, ella sentía calor.

Esa mujer me confundía y tenerle tan cerca no me ayudaba a la hora de pensar con claridad.

Dejé de respirar por la nariz cuando me llegó su aroma a jabón y a perfume.

—Santana, apártate.

—¿Y si no lo hago…?

—Gritaré con todas mis fuerzas.

—¿En plan «psicosis» o estilo «damisela en apuros»?

—Eres agotadora, ¿nunca te lo han dicho antes?

Intenté empujarle, pero lo único que conseguí fue que la copa de whisky que sostenía en la mano se derramase por el escote de mi vestido por culpa de la brusca sacudida.

—¡Oh, joder, no! ¿Sabes cuánto cuesta este vestido?—chillé.

Santana me observó aturdida y dejó el vaso vacío encima del mueble del baño.

—No, ¿cuánto cuesta?

—¡No lo sé!—grité desesperada. Cogí la primera toalla blanca que encontré y me sequé con ella—¡El vestido ni siquiera es mío!

¿Y cómo iba a bajar con esas pintas delante de todos los invitados, incluidos los gélidos padres de Hanna?

Malhumorada, me quité los zapatos de tacón y caminé descalza hasta el lavabo.

Santana me observaba con los brazos cruzados, apoyada en la pared, disfrutando del momento como si estuviese presenciando el partido de béisbol más interesante de toda la temporada.

Maravilloso.

—¿Eres consciente de que tú, solo tú, has logrado destrozarme la vida en apenas una semana?—la contemplé a través del espejo del servicio mientras volvía a enjuagar la toalla bajo el grifo del agua—¿Y ahora qué hago, eh?

—Tampoco es para tanto, no seas dramática.

—¡No soy dramática! ¡Acabas de rociarme con whisky, joder!

—Uhm, seguro que ahora sabes aún mejor de lo que imagino.

—¿Estás intentando ligar conmigo en este momento tan oportuno?—ironicé furiosa.

Sonrió como una gilipollas de primera y yo hice el esfuerzo de mi vida para no abalanzarme sobre ella.

En serio.

Una vez, cuatro años atrás, entrené todos los días durante tres meses para poder competir en la maratón de Nueva York y ese sacrifico no fue nada comparado con lo que me costaba mantener el control cuando ella estaba cerca.

—Nena, si hubiese intentado ligar contigo ya estarías ahora mismo entre mis brazos rogándome que nos metiésemos en una habitación.

—Lo haces adrede, ¿verdad?—advertí.

Santana se echó a reír y alzó las manos con inocencia.

—No puedo evitarlo. Me encantas cuando te enfadas.

—¡Eres una capullo de primera! ¡Mereces un puto pin o algo!

—Para de gritar. Ven, te dejaré algo de ropa.

No estaba segura de haberlo oído bien, pero terminé siguiéndola por el pasillo hasta una de las habitaciones del fondo. Santana abrió la puerta y encendió la luz, dejando ver una estancia propia de un adolescente, con las paredes vestidas con posters de los Yankees. Abrió el armario y yo aproveché el momento para acercarme hasta un corcho con fotografías.

Vale, sí, definitivamente esta era su casa, porque una Santana más joven y sonriente protagonizaba casi todas las instantáneas.

—¿Te sirve esto…?—me enseñó un pantalón de chándal y una camiseta a juego, pero antes de que pudiese contestar, volvió a meter la ropa arrugada en el armario—Mejor espera aquí, voy a llamar a mi hermana, ella tiene más ropa aquí que yo.

—¿Qué? ¡No! No lo hagamos más… incómodo. Me servirá con eso. Y puedo llamar a un taxi y salir por la puerta de atrás que seguramente tendréis para el servicio como ricos clásicos que son—balbuceé.

Ella me miró como si hubiese perdido la cabeza.

—Ahora vuelvo.

Mierda.

Me quedé ahí sola, en la habitación de mi archienemiga, acompañada por un silencio denso.

Suspiré hondo y me senté en la cama. La parte superior del vestido era de un gris más oscuro que el resto al estar mojada. Creo que era de Dior o algo por el estilo y aunque tenía un buen sueldo, no era tan generoso como para poder permitirme caprichos así.

Además, ni siquiera lo necesitaba.

¿Por qué había tenido que embutirme en ese vestido tan caro y tan delicado y tan…?

La puerta se abrió y una chica morena de piernas largas, pero de baja estatura, lo cual era raro, entró en la estancia acompañada por Hanna y Santana.

Me levanté y empecé a disculparme, pero mi amiga me calló de inmediato asegurando que no tenía importancia y la hermana de Santana me sonrió y me tendió unas prendas de ropa para que me cambiase.

—Por lo que veo, guardar algo de tu ropa formal San sirvió de algo, ella es casi tu misma talla. Creo que te servirá.

—Muchas gracias, esto es un poco…—tragué, sin saber qué más decir—Siento las molestias.

—Seguro que sí…—masculló Santana con ironía.

Su hermana la fulminó con la mirada antes de estrechar mi mano y decidí de inmediato que esa chica me caía bien.

—No te preocupes. Encantada de conocerte, me llamo Rachel. Lamento que la bruta de mi hermana te haya tirado esa copa encima, seguro que el vestido se arreglará si lo llevamos a la tintorería. San en persona se encargará de hacerlo, ¿cierto?

Santana giró la cabeza hacia ella con brusquedad.

—Claro que sí. Y oye, luego si me sobra tiempo la acompaño a que nos hagan la manicura. Corre de mi cuenta. ¿Qué les parece, chicas?—replicó burlona antes de poner los ojos en blanco—A propósito, Brittany, tenías razón, sí que tenemos puerta de atrás. Mejor sal por ahí—aclaró antes de abandonar la habitación dando un portazo.

Hanna dio un saltito asustada por el ruido que hizo la puerta al cerrarse de golpe y arrugó su diminuta nariz antes de mirarme.

—Les diré a mis padres que no te encuentras bien y que nos vamos por nuestra cuenta.

Rachel suspiró hondo cuando nos quedamos a solas. Llevaba un vestido azul que resaltaba su esbelta figura.

Deduje que la cosa era genética. Lo del físico, no lo de la simpatía, claro.

—Ignora a mi hermana. Es complicada.

—Más que la teoría de la relatividad—bromeé.

Ella dejó escapar una carcajada y luego ladeó la cabeza y me miró con cierta curiosidad.

—¿De qué se conocen? No pretendo ser entrometida, pero…

—Trabajo. Un divorcio—la corté.

—Así que eres esa Brittany. Fascinante.

—Espera, ¿Santana te ha hablado de mí?

—Comentó de pasada algo sobre una abogada que le estaba dificultando las cosas. ¿Quieres un consejo? No confíes en ella. Es mi hermana y la quiero, pero cuando se trata de trabajo es capaz de hacer cualquier cosa con tal de lograr sus objetivos. Y créeme, otra cosa no, pero es muy persuasiva e inteligente.

—No hace falta que lo jures.







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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!


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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Vie Mar 02, 2018 8:53 pm

hola morra,..

mmmmm del amor al odio ahi un paso!! y ellas ya empiezan a correr jajaja
a ver cuanto le sirve a britt la info de lo que puede hacer san o no???

nos vemos!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Isabella28 Sáb Mar 03, 2018 8:40 am

Santana es bien enfermante y cargante paciencia para la pobre britt.
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Sáb Mar 03, 2018 1:44 pm

De verdad juro que odio a la Santana de esta historia, no es broma!!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 3287304868 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 2602412967 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 2446003554
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Sáb Mar 03, 2018 7:33 pm

3:) escribió:hola morra,..

mmmmm del amor al odio ahi un paso!! y ellas ya empiezan a correr jajaja
a ver cuanto le sirve a britt la info de lo que puede hacer san o no???

nos vemos!!




Hola lu, mmm la vrdd esk si, pero tienes certeza¿? Ooooh sii jaajajaj. Mmm esperemos y mucho¿? jajaja, en esta historia apoyo a la rubia ajajaj. Saludos =D






Isabella28 escribió:Santana es bien enfermante y cargante paciencia para la pobre britt.





Hola, jajaajaja no se puede negar lo q dices xD Si, pobre rubia =/ Saludos =D






micky morales escribió:De verdad juro que odio a la Santana de esta historia, no es broma!!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 3287304868 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 2602412967 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 2446003554





Hola, jajajajajaja nose si tanto (yo), pero apoyo a britt en todo jaajjaajaj. AJajajajajja Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 7

Mensaje por 23l1 Sáb Mar 03, 2018 7:34 pm

Capitulo 7



Remedios Urgentes….




Mi jefa estaba rara.

O eso deduje después de, durante la mañana del lunes, analizar sus gestos y las afiladas miradas que me dirigía mientras estábamos reunidos todos los integrantes del bufete para organizar la semana.

Cuando todo terminó, antes de que pudiese salir de la sala junto al resto de mis compañeros, me pidió que me quedase. Se sentó en la mesa con aparente informalidad y dio unos toquecitos con el dedo sobre la madera.

—Te dije que fueses con cuidado.

—Ya hablamos de esto, Sue, no sabía que Sugar…

—Eso no es excusa.

¿En serio?

Porque yo pensaba que era una excusa inmensa, de esas que se ven a millas iluminadas con luces de neón.

Que Sugar Motta fuese una esposa adúltera lo cambiaba todo, incluso la baza de hacer del divorcio un espectáculo, porque seguro que la prensa y el público se pondría de parte de Artie y dirían cosas como «pobrecillo» o «se aprovechó de él».

—No voy a volver a echarte la bronca, pero quiero saber qué planes tienes. No has abierto la boca durante toda la reunión.

—Ya sabes que llevo más casos, pensaba centrarme en el juicio de Will Schuester que se celebrará dentro de una semana y después…

—Quiero un plan, Brittany. Un plan para Sugar Motta.

—Todavía estoy meditando los siguientes pasos.

En realidad, no.

Me había pasado el domingo tirada en casa, compadeciéndome de mí misma, recordando la sonrisa insolente de Santana y esa mirada de superioridad que pensaba borrarle de la cara más pronto que tarde.

O a esa conclusión llegué mientras acariciaba a Lord Tubbington en mi regazo y me reía como las malas de las películas de dibujos animados, «muahaha».

Estaba perdiendo la puta cabeza.

—Bueno no tardes mucho en meditarlo.

—De acuerdo. ¿Puedo irme ya?

Sue asintió y yo me escabullí todo lo rápido que me permitieron los tacones que llevaba puestos. Me encerré en mi despacho y suspiré hondo sin apartar la mirada de la ventana que daba a una transitada calle; a lo lejos, se escuchaban los pitidos de los coches y el ajetreo propio del primer día laborable de la semana.

¿Qué iba a hacer?

Si finalmente la cosa terminaba en los tribunales, tendría que prepararme mucho.

Necesitaba pruebas.

Pruebas que demostrasen que Artie era un tipo horrible y un marido aún peor para justificar el desliz de mi clienta.

Conocía de cerca algún caso similar en el que se había conseguido una pensión compensatoria bastante cuantiosa tras la repartición de bienes.

O también estaba la opción de intentar encontrar algún trapo sucio que Artie desease mantener en la intimidad a cambio de un acuerdo de confidencialidad.

Me llevé la mano al entrecejo, pensativa, mientras encendía el ordenador. Dos minutos después, revisé los mensajes que se acumulaban en la bandeja de entrada del correo.

Uno de ellos llamó mi atención. Lo abrí tras respirar hondo.


De:Santana López.
Para:Brittany Pierce.
Asunto:¡Buenos días, princesa!
He estado pensando y creo que deberíamos retomar las negociaciones. Soy una mujer muy flexible, ya sabes. Ahora en serio, seamos razonables, mi cliente no está dispuesto a ceder el cincuenta por ciento de sus bienes, pero podemos llegar a un acuerdo que contente a las dos partes. Di que sí y me harás la mujer más feliz del mundo.
Santana, (arrepentida por tirarte encima un vaso de whisky).



Volví a leerlo, frunciendo la nariz al toparme de nuevo con el asunto del mensaje.

Por un lado, el cambio de rumbo me favorecía. Por otro lado, no me fiaba un pelo de ella. Y en medio de esos dos lados, no dejaba de ver el rostro sonriente y orgulloso de Sue cuando le diese la noticia de que el tema de ir a juicio quedaba aplazado.

Vale, dejaría las puertas abiertas, pero mostraría mi enfado hacia la situación que ella misma había provocado.


De:Brittany Pierce.
Para:Santana López.
Asunto:¡Buenos días, tarada!
Tu palabra no es una garantía. He querido negociar los términos del divorcio desde el primer día, pero ni siquiera permitiste que empezásemos a hablarlo. ¿Cómo sé que esto no es otro de tus juegos? ¿Intentas ganar tiempo por alguna razón que desconozco? Te diré una cosa, me he enfrentado a personas mucho más retorcidos que tú.
Puede que sea cierto y tengas la capacidad de calar a la gente, pero yo tengo el súper poder de hundir a aquellos que van de listillos, así que piensa bien qué decir antes de escribir el siguiente correo.
Brittany Pierce.



De:Santana López.
Para:Brittany Pierce.
Asunto:Hmmm…
Súper poderes, ¿eh? Te acabo de visualizar vestida de catwoman. Interesante, interesante…
Santana, (con una imaginación desbordante).



No pensaba contestar.

No.

Tenía que encontrar la manera de marcar el límite entre lo aceptable y lo no aceptable. El problema era que no conseguía controlarlo.

Me metí un caramelo en la boca y volví a centrar la mirada en la pantalla al ver que acababa de recibir otro mensaje.


De:Santana López.
Para:Brittany Pierce.
Asunto:Comida. Tú. Yo.
Te invito a comer. Tómatelo como una ofrenda de paz. Podemos empezar a discutir los términos. A las doce en Tonny’s, a dos manzanas de tu oficina.
Santana, (hambrienta).



Sopesé mis opciones, aunque en realidad no tenía muchas. No quería cabrearle y que se echase atrás, pero tampoco seguirle el juego.

Decidí no contestar y aparecer directamente por ahí.



Llegué cinco minutos tarde a propósito y dejé de respirar al verla tras el ventanal del pequeño restaurante.

Ese día vestía informal, vaqueros y suéter oscuro; parecía distraído mientras leía la carta del sitio.

Entré y me acerqué despacio hasta la mesa que había ocupado en un rincón. El lugar estaba poco iluminado y la fachada era tan estrecha que era fácil pasar de largo si uno no se fijaba bien.

Colgué mi bolso del respaldo de la silla y ella alzó la mirada hacia mí. Sonrió.

Una de esas sonrisas que roban el aliento.

—Sabía que vendrías—masculló.

—Claro, tú lo sabes todo, oh, mi gran mesías.

—Así me gusta, que empieces a tratarme como merezco—bromeó, luego me miró—¿Habías estado antes en este sitio?

—No.

—Bueno te recomiendo la hamburguesa con queso camembert y nueces. Cada bocado es un escalón directo hacia el cielo.

—Gracias, pero si tengo que compartir ese cielo contigo, creo que prefiero quedarme en el infierno—contesté instantes antes de que el camarero se acercarse para anotar el pedido—Yo una ensalada completa y agua para beber.

Santana frunció el ceño, pidió una hamburguesa, y se inclinó un poco sobre la mesa cuando el camarero se marchó.

—Te ha faltado pedir «aire» de postre.

—Cierto, gracias, ahora se lo diré.

—Me encanta esa boquita contestona que tienes.

—Y a mí la tuya, sobre todo cuando la mantienes cerrada—repliqué y después dejé escapar un suspiro—Ahora en serio, hablemos del caso. Necesito que nos dejemos de juegos que no conducen a ninguna parte y empecemos a pactar acuerdos, aunque sean pequeños. Podríamos comenzar por las acciones, por ejemplo.

—¿Quieres que trabaje mientras cómo?

—Santana…

Cruzó las manos sobre la mesa.

—Está bien, está bien. Las acciones. Supongo que mi cliente, en un alarde de generosidad, podría acceder a darle la mitad.

La miré con los ojos entrecerrados.

—¿Dónde está el truco?

—No lo hay. ¿Por qué desconfías?

—Santana, hasta tu propia hermana me advirtió que no me fiase de ti. Como imaginarás, eso no dice mucho a tu favor.

—Mi hermana me guarda mucho rencor desde que rompí el vestido que venía de serie con «Barby Malibú». No se lo tengas en cuenta—replicó con ironía—Y ahora ¿podemos volver a centrarnos en el caso?

—De acuerdo, nos quedamos la mitad de las acciones.

—Vamos progresando.

Ambas guardamos silencio cuando trajeron la comida. Su hamburguesa tenía una pinta estupenda. Mi ensalada era… bueno, una ensalada. Removí los trozos de lechuga con el tenedor.

Al fondo había dos olivas, ¡mi día de suerte! Alcé la mirada.

Dios.

La odié aún más cuando vi cómo daba un bocado inmenso y se relamía los labios después.

¿Por qué a ella no le importaba comer tanto?

—Me sorprendes, Brittany.

—¿Puedo saber por qué?

—¿Una ensalada cuando tu comida favorita es pizza de cuatro quesos? No tiene mucho sentido. Seguro que por dentro estás deseando robarme un par de patatas, pero, claro, no lo harás, porque la apariencia es lo primero ¿me equivoco?

—Sí, te equivocas desde la primera hasta la última palabra—mentí—¿Crees que aquella noche en Greenhouse Club te dije la verdad? No me hagas reír. No voy por ahí confesando mis gustos a todos los pardillos que se me acercan. Y para que lo sepas, mi debilidad son las berenjenas rellenas de atún—me iba a crecer mucho la nariz.

Santana prorrumpió en una carcajada.

Puse los ojos en blanco. No tenía arreglo.

—Vale, así que, las berenjenas con atún—dijo entre risas—¿Quieres que pregunte si tienen en la cocina aunque no esté incluido en la carta? En este sitio son muy serviciales.

La fulminé con la mirada.

—Gracias, pero no. Que me guste algo no significa que me atiborre de eso todos los putos días—cerré los ojos, consciente de que acababa de perder los papeles.

Santana, uno-Brittany, cero.

—¿Por dónde íbamos? Las acciones. Nos quedamos la mitad. Hablemos de la casa de California.

—Espera, espera, no te precipites.

—No me jodas, Santana.

—Por desgracia, no lo hago.

Dejé el tenedor apoyado en el plato, me llevé los dedos al puente de la nariz y suspiré hondo. Ojalá vendiesen dosis de paciencia en alguna tienda mágica, porque iba a necesitar reponer mis reservas.

—De acuerdo. No nos atasquemos, siguiente punto. Coches. Tienen tres, mi clienta se conformaría con el Audi, el más económico de todos.

Santana dejó la hamburguesa en el plato y se limpió las manos con la servilleta roja de tela con actitud pensativa. Finalmente, asintió con la cabeza.

—Vale. Hecho.

Intenté ocultar mi sorpresa. Íbamos por buen camino.

Nos quedamos en silencio un par de minutos mientras comíamos. La pared del lugar estaba decorada con ladrillos rojos y carteles de películas antiguas bajo cálidas guirnaldas de luces.

La miré de reojo.

Tampoco es que fuese la mujer más guapa que había visto en mi vida, pero tenía un puntito arrogante que me podía.

Tragué el bocado de insípida lechuga.

—Así que la otra noche… mentías—susurró.

—Me asaltaste en mitad del local, no tuve más remedio—recé para que no advirtiese el ligero temblor que se apoderó de mi voz.

—Y tampoco estuviste a punto de besarme.

—En serio ¿qué te fumaste ese día? Porque hay gente que pagaría cantidades desorbitadas de dinero por conseguir flipar la mitad que tú.

Sonrió despacio; muy, muy despacio. Ni aunque estuviese con la cabeza metida dentro de una guillotina admitiría que llegué a pensar que iba a besarme.

En mi defensa, eso fue antes de conocerla, cuando todavía creía que era una mujer normal y no una que necesitase un psicólogo.

Me limpié la boca con la servilla antes de coger mi bolso y levantarme para ir al servicio.

—Ahora vuelvo. Puedes ir pensando tu próxima oferta—respiré hondo al alejarme de ella.

La tensión que creaba era insoportable.

Usé el servicio y luego salí y me limpié las manos en el lavabo sin apartar los ojos de la imagen que me devolvía el espejo circular. A pesar del maquillaje, tenía unas ojeras tremendas. Ese día me había dejado el cabello suelto y caía hasta media espalda.

Estaba sacando del bolso el corrector cuando sonó el móvil. Un mensaje. De Santana. Pestañeé confundida antes de abrirlo.


De:Santana López.
Para:Brittany Pierce.
Asunto:Lamerte.
Que sepas que esa noche tuve que contenerme para no arrastrarte dentro de los servicios del local y follarte contra la pared. Y olías… Mmm ¿a qué demonios olías? ¿Ralph Lauren? No estoy segura, lo único que sé es que me entraron ganas de lamerte el cuello. Palabra.

PD: Seguiremos otro día, he tenido que marcharme por un asunto urgente.
Santana, (negociadora adorable, mejor persona).



—Joder.

Me sujeté al lavabo para no caerme. El corazón empezó a latirme descontrolado.

¿Cómo podían unas simples palabras provocar tal incendio en mi interior?

Algo estaba mal en mí, eso desde luego.

Me calmé, a riesgo de terminar lanzando el móvil dentro del retrete. Vale, tenía que ponerle remedio a la situación, eso era evidente.

Salí caminando a paso rápido y, como era de esperar, Santana ya no estaba. Había dejado varios billetes encima de la mesa.

Reprimí las ganas de coger un par de las patatas doradas que todavía estaban en su plato y escapé de ahí con un nuevo objetivo en mente.

Caminé tres manzanas antes de entrar en el establecimiento indicado.

Bien.

Eso tenía que servir ¿no?

Una de mis amigas de la universidad aseguraba que era mejor que tener a Brad Pitt atado al cabezal de la cama.

Le sonreí a la dependienta cuando se acercó.

—Buenos días, ¿puedo ayudarla?

—Sí, necesito algo… útil. Usted ya me entiende.

Parpadeó y luego me miró divertida.

—Claro, acompáñeme, le enseñaré los últimos modelos de consoladores que han llegado a la tienda. Además de unos vibradores. Seguro que encontramos uno que se ajuste a lo que está buscando.







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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!



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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Dom Mar 04, 2018 8:00 am

jajajajajajajajajaja ese almuerzo hasta provoco la compra de un consolador??????
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Mensaje por Isabella28 Dom Mar 04, 2018 8:16 am

Jajajaja britt igual se estresa porque quiere debería seguirle el juego.
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Mensaje por 23l1 Dom Mar 04, 2018 7:18 pm

micky morales escribió:jajajajajajajajajaja ese almuerzo hasta provoco la compra de un consolador??????





Hola, jajaajaj xD ajajajajaj jajaajajaj xD ajajajajajaja esa una loquilla xD Saludos =D






Isabella28 escribió:Jajajaja britt igual se estresa porque quiere debería seguirle el juego.






Hola, jaajajajaj xD ajajaj igual pierde XD pobre britt xD Saludos =D




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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 8

Mensaje por 23l1 Dom Mar 04, 2018 7:20 pm

Capitulo 8



Entre Amigas, Familia y Naya Rivera…
[/i]


La cara de Marley ocupaba la pantalla del ordenador que había dejado sobre la mesa auxiliar, frente al sofá.

Hanna estaba sentada a mi lado, comiendo palomitas mientras Marley nos ponía al corriente de los últimos avances que había hecho en la editorial que fundó el año pasado en California.

Por lo visto, había fichado la trilogía de una tal Rachel Makencie que estaba dando sus frutos.

—Pero no hablemos más de mí—dijo con un suspiro—Britt, tienes un problema. De los gordos. Y ni veinte consoladores podrán solucionarlo.

—Bueno, veinte es una cifra que…

—En serio, olvídate de ella
—me cortó—No puedes tirarte al enemigo.

—¿Quién ha dicho nada de tirármela?
—grité.

—Te conozco mejor de lo que a veces me conozco a mí misma. Sé que cuando una idea se te mete entre ceja y ceja, no descansas hasta lograr tu objetivo. Y sí, es una desgracia que para una vez que te atrae una persona sea tu contrincante, pero no me gusta lo que me has contado de ella. No me gusta nada.

Si quería dejar de escuchar los consejos de Marley solo tenía que inclinarme un poco y cerrar la tapa del ordenador. En mi cabeza, una irritante vocecita me dijo que el mero hecho de que me plantease hacerlo ya resultaba preocupante.

Suspiré dramáticamente y hundí la mano en el bol que Hanna sostenía entre sus piernas cruzadas. Me llevé un puñado de palomitas a la boca.

—Tienes razón—mascullé hablando con la boca llena—Pero, joder, ¡tú no la has visto! Es… es… tiene un aire a Naya Rivera.

—Vale, ¡tíratela!


Las tres nos reímos. Cogí más palomitas.

—Lo decía de broma—aclaró Marley—Es que es oír Naya Rivera y solo puedo pensar en palabras como «boda», «cuerpazo», «dámelo todo» y mayonesa. Sí, eso, añades un poco de mayonesa después de dejarlo reposar al sacarlo del horno…

Hanna y yo sofocamos una carcajada al deducir que Kitty estaría cerca y, efectivamente, unos segundos después su cara apareció junto a la de Marley.

Nos saludó alzando una mano en alto. No llevaba camiseta, tenía ese cuerpo que parece conseguirse tras horas de surf y el pelo revuelto.

—¿Mayonesa? Eso es porque no han probado mi salsa holandesa—sonrió fanfarrona y un hoyuelo se dibujó en su mejilla izquierda—¿Cómo va eso, chicas?

—Aquí, debatiendo sobre si Britt debería tirarse a Santana.

—¡HANNA!
—la fulminé con la mirada.

Kitty entrecerró los ojos al reírse.

—Quizá te vendría bien. El sexo pone de buen humor.

—Maravillosa aportación
—ironizó Marley y le dio un empujoncito en el hombro con suavidad.

Kitty se levantó y sus abdominales acapararon la pantalla del ordenador.

¡Señor, lo que me faltaba!

—Qué cotilla eres. ¿No tienes que irte a trabajar?

La cara de Kitty apareció por última vez.

—¿Ven? Si hoy me hubiese despertado antes, Marley estaría más feliz. Lástima. Hablamos pronto, chicas—se despidió.

—¡Serás cerda!—gritó Marley y, por lo que pudimos escuchar, lanzó algo por los aires. Un minuto después, tras cerrarse una puerta, volvió a acomodarse y se peinó con los dedos—Vale, ¿por dónde íbamos?

—Naya Rivera
—recordó Hanna.

—Cierto. No puedes quedarte solo con el envoltorio. Y no te ofendas, porque aunque lo niegues sé que a ti te ponen a tono las personas que están un pelín taradas, pero es que, por lo que me has contado de este, apostaría mi brazo izquierdo a que además es de los que va dejando a su paso corazones rotos.

—¿Y por qué no el brazo derecho?
—preguntó Hanna.

—Solo era un decir, cielo[/i]—aclaró y luego alzó la muñeca y miró su reloj—Lo siento, pero tengo que irme ya. ¿Hablamos en otro momento?

—Claro, no te preocupes.

—Mantenme informada.


Nos lanzó un par de «besos virtuales», como ella misma solía decir, y cerré la tapa del ordenador antes de dejarme caer sobre el respaldo del sofá y arrebatarle a Hanna el cuenco de las palomitas. Ella se recogió el largo cabello rubio en una coleta con gesto distraído.

Sabía que Hanna solía ser muy despistada, así que le pedí que volviese a relatarme todo lo que conocía de Santana, dado que ambas se movían en el mismo ambiente, a pesar de que llevaba interrogándola desde primera hora de la tarde.

En resumen, había averiguado que Santana era la hija bastarda de los Berry.

Hasta ese mismo día, ni siquiera sabía que siguiese usándose esa palabra, «bastarda». Y no me gustaba como sonaba. La cosa es que, al parecer, el señor Berry tuvo una aventura con la mamá de Santana y ella fue la consecuencia, aunque no la reconoció como hija suyo hasta que cumplió los ocho años. Desde entonces, Santana pasaba dos fines de semana al mes en la mansión de la familia paterna, junto a su hermanastra, Rachel, y los otros dos hijos mayores.

Hanna empezó a coincidir con ella durante esa época.

—Creo que no se lleva bien con sus hermanastros—prosiguió—Y cuando venía a los cumpleaños, siempre solía jugar sola. Ya sabes, era un poco rara. Muy suyo. Por lo que conozco al señor Berry, seguro que la cosa fue complicada.

Me relamí los labios salados.

—¿Por qué dices eso?

—Porque Leroy Berry es muy duro.

—¿A qué te refieres?

—Siempre está cabreado y tiene una voz profunda que da mucho miedo; recuerdo que cuando era una niña evitaba cruzarme con él cada vez que acudíamos a sus fiestas. Ya sabes, es uno de esos hombres que gruñe por todo y nunca parece satisfecho. Por lo que sé de él, no creo que aceptase a Santana como hija con los brazos abiertos. Y hermanos, Jake y Noah, tampoco son encantadores. Ambos están ahora a cargo de la empresa familiar, aunque dudo que Leroy Berry deje que la dirijan sin su aprobación. Le gusta tenerlo todo controlado, o eso suele decir mi papá.

—¿De qué es la empresa?

—Creo que de seguros.

Emití un suspiro cansado.

—¿Y ella? ¿ Rachel?

Hanna sonrió abiertamente.

—Rachel es encantadora. Y quiere mucho a Santana.

—Bueno no me lo pareció la otra noche…

—De pequeñas siempre intentaban fastidiarse la una a la otra; Rachel escarbaba entre sus cosas y Santana le rompía los juguetes. Recuerdo un día que Rachel estuvo llorando toda la tarde porque Santana le arrancó la cabeza a una de sus muñecas—rio—Pero en el fondo se adoran. Con los hermanos no tiene una relación tan estrecha. Y no sé mucho más. Ya sabes que en el mundo de los Berry los trapos sucios se lavan en casa.

«Y en el de ella» advertí, recordando la cantidad de asuntos turbios que Hanna me había contado sobre sus padres a lo largo de los años; desde infidelidades, negocios fallidos, enemistades… Sentí un escalofrío cuando pensé en lo felices que parecían los señores Marin el otro día en la fiesta, cogidos de la mano, sonriéndose con complicidad.

Y todo era falso.

A saber los secretos que guardarían los Berry a pesar de parecer perfectos de cara a la galería.

Me removí incómoda en el sofá al darme cuenta de que a veces yo misma era un poco así, porque la imagen eficiente e impoluta que mostraba en mi trabajo distaba mucho de la realidad.

Mi realidad.

Y algo parecido había ocurrido con Sam. Él sí, que parecía el novio ideal y al final terminó siendo una rana más. Venenosa. Y de las que te dejan tocada.

—Debería irme, he quedado con una agente inmobiliaria para echarle un vistazo a algunos locales. Esto de encontrar el lugar para abrir la empresa está siendo una pesadilla—Hanna se inclinó y me dio un beso en la mejilla tras coger su bolso—¿Nos vemos el viernes donde siempre?

Greenhouse Club. Pensar en aquel sitio hizo que me diese un vuelco el estómago.

La semana anterior habíamos roto nuestra fiel rutina porque Hanna no se encontraba bien y la otra… Negué con la cabeza al recordar mi primer encuentro con Santana cuando aún pensaba que era «Santana-debería-ser-ilegal» y no « Santana-la-gilipollas».

Qué desperdicio de mujer.

Suspiré desilusionada.

—De acuerdo. A las nueve en la puerta.

—¿Prefieres que pase en taxi a por ti?

—No, iré por mi cuenta. Además, creo que intentaré salir un poco antes del trabajo para acercarme a ver a mi mamá…—medité, sintiendo de pronto una punzada de culpabilidad—Te mando un mensaje si veo que se me hace tarde. Y suerte con la búsqueda de ese local—añadí antes de despedirme de ella con un abrazo.





No supe nada de Santana desde el lunes.

Cuatro días.

Cuatro insoportables días mirando la bandeja de entrada del correo cada dos por tres a la espera de ver su nombre parpadeando en los «no leídos».

Algo que, dicho sea de paso, nunca ocurrió.

Y eso que el miércoles, presa de la desesperación, rompí mis propias reglas y le envié un email pidiéndole si podíamos seguir con las negociaciones.

De momento, habíamos avanzado en dos puntos y Sue volvía a mostrarse relajado y conforme tras saber que no iríamos a juicio y que la cosa progresaba por el buen camino.

Lancé el móvil en mi bolso de mala gana tras comprobar que seguía sin tener noticias y apoyé la cabeza en el cristal del autobús. Era un viernes frío, a pesar de que el cielo tenía un tono azulado.

Observé nostálgica la urbanización a las afueras en la que me había criado y me puse en pie cuando vi a lo lejos la parada en la que tenía que bajar.

Caminé un par de manzanas con gesto distraído y paré enfrente de la casa con cortinas blanquecinas que tan bien recordaba. Abrí la pequeña valla de madera y entré.

Supuse que me habría visto llegar, porque mi mamá me recibió en la puerta antes de que pudiese llamar al timbre.

—¡Cariño!—me estrechó entre sus brazos—¡Qué sorpresa me llevé cuando me llamaste! Ya pensé que no te vería hasta Navidad. Vamos, entra.

Todo estaba impoluto, como siempre.

El suelo brillaba demasiado, los cristales estaban tan limpios que daba la impresión de que la ventana estaba abierta, y olía a desinfectante y a limón.

—¿Qué tal estás?—pregunté.

—¿Yo? Bien, bien, como siempre.

En cuanto colgué el abrigo en el perchero, ella empezó a quitar todas las minúsculas bolitas que encontró en la tela.

Una a una. Con los ojos entornados.

—Mamá, déjalo.

—Espera… solo una más…

—Venga, mamá—tiré de la manga de su suéter y me miró con esos ojillos pequeños que se escondían tras las redondas gafas—¿Te ayudo a preparar la comida?

—Ya está hecha. Pizza de cuatro quesos, tu preferida.

Entré en la cocina. Efectivamente, olía a masa recién horneada. El rallador de queso, los platos y el rodillo ya estaban fregados.

Mi mamá era el tipo de mujer que apretaba la yema del dedo sobre la superficie de las mesas para cazar motas de polvo; después no las sacudía sin más, sino que se levantaba, iba hasta el cubo de la basura, y dejaba caer dentro ese microscópico trozo de suciedad.

Era obsesiva.

Y aunque yo intentaba evitarlo, sabía que también había caído un poco en ello. No dominaba «el arte de la limpieza» a su nivel, si tenemos en cuenta que mi mamá ni siquiera entendía ciertos aspectos básicos como no limpiar los cristales cuando estaba lloviendo.

Llo-vien-do.

Le llamabas la atención y te miraba extrañada, como si te hubiese crecido un tubérculo en la nariz, y después se giraba y seguía frotando y frotando la translúcida superficie.

—Sacaré la pizza, encárgate tú de la mesa.

—De acuerdo.

Obedecí.

Puse el mantel antes de llevar los cubiertos, los vasos y las servilletas con dibujos florales. Nos sentamos la una frente a la otra y empezamos a comer en silencio.

Me fijé en el mueble del comedor, con todas las figuritas impolutas y alineadas. En eso me parecía a ella, aunque no era de extrañar teniendo en cuenta que había crecido entre cajas numeradas de juguetes y en una casa donde pronunciar la palabra «bacteria» era casi un delito penal.

El orden era control. Y el control, estabilidad.

—Está riquísima —dije.

—Gracias, cariño—se limpió la boca con la servilleta—Pero cuéntame qué tal te van las cosas. Quiero saber todo lo que hace mi pequeña en la gran ciudad.

—Bueno… pues… Tengo varios casos entre manos, sí. Uno de ellos, el de Will, está casi ganado, así que el trabajo marcha bien, más o menos.

—¿Más o menos?

—Es un decir, ya sabes.

Ella me miró con preocupación y yo tragué para deshacer el nudo que tenía en el estómago.

Whitney, mi mamá, había invertido todo su dinero en mi educación. Todo.

Además de limpiar, su otra gran obsesión era que yo lograse un futuro prometedor.

Cuando era pequeña, cada noche al arroparme en la cama me daba un beso en la frente y me susurraba «yo te veré triunfar».

«¿Presióooon? No, para nada. Cero».

—Todo va genial, mamá.

—¿Y has conocido a algún chico o chica?

—No, nada nuevo bajo el sol.

—Todavía no puedo entender lo de Sam, parecía encantador. Recuerdo la última visita que me hicieron juntas, cuando me ayudó a doblar las sábanas limpias. No sé qué locura se le pasaría por la cabeza para hacer lo que hizo. ¿Sabes algo de él?

Negué con la cabeza, aunque algo sí sabía.

Tras romper nuestro compromiso, había tenido que cancelar los pocos preparativos para la boda que había concretado hasta la fecha.

Sam estuvo meses pidiéndome perdón, rogándome que no tirase por la borda una relación de ocho años por «un desliz de nada». Y sí, me avergonzaba reconocer que por momentos estuve a puntito de pasar por alto lo que había ocurrido, pero Marley y Hanna me hicieron darme cuenta de que me merecía algo mejor.

A día de hoy, todavía recibía de él algún mensaje suplicante y poco original que terminaba con un lastimero «te echo de menos»; casi siempre ocurría durante los fines de semana, lo que reafirmaba mi teoría de que a Sam nunca le sentó nada bien tomarse dos copas de más (algo que solía negar y por lo que discutíamos cada dos por tres).

Tenía entendido que actualmente Sam trabajaba en otro bufete de abogados.

O eso fue lo que escuché un día cuando un par de compañeras cotilleaban delante de la máquina de café.

Por suerte, a pesar de que a menudo ambos pisábamos los juzgados, solo me había cruzado con él en una ocasión. Ocurrió en el pasillo de la sala de espera mientras mi cliente rellenaba unos documentos en la zona de recepción y, por supuesto, intentó «arreglar» lo nuestro.

Supongo que, en ocasiones, hay cosas que se rompen y pueden repararse, pero la relación que tuvimos no era una de esas cosas. Y sí, fue duro ignorarlo todo; los años de idílico noviazgo en la universidad, los primeros pasos juntos en la gran ciudad, la búsqueda de un departamento que compartir, el día que me pidió matrimonio arrodillándose en el suelo de aquel famoso restaurante como si estuviésemos dentro de nuestra propia película romántica, los sábados visitando tiendas de decoración e imaginando lo bien que quedaría ese cuadro turquesa en el salón donde nos acurrucábamos cada noche…

—Deberías salir con alguien—sentenció mi mamá.

Puse los ojos en blanco y le di otro bocado a mi pizza.

—Ya sabes que no tengo mucho tiempo…

—Tienes tiempo de sobra—replicó—Cariño, no quiero que te quedes sola. Por desgracia, sé lo duro que es mirar cada noche el otro lado vacío de la cama. Me duele pensar en esa vida para ti. ¿Ya no recuerdas lo bonito que es estar enamorada? El tirón en el estómago, los nervios, la ilusión…

—Por favor, mamá, ¡pareces una novela rosa andante!

Me reí y ella también lo hizo.

A veces olvidaba lo mucho que la quería. Cuando iba de visita, me frustraba verlo todo tan reluciente.

Me veía a mí reflejada en ella.

Era claustrofóbico. Agobiante. Tanto, que me daban ganas de salir corriendo.

Luego me tranquilizaba, consciente de que mi mamá había sufrido lo suyo por culpa de mi papá, un hombre casado que jamás quiso hacerse cargo de mí y que le pidió que no se acercarse a su «verdadera» familia al enterarse de que estaba embarazada.

Sola, únicamente con la herencia de mis abuelos para empezar desde cero, me había sacado adelante. Tomó las riendas, recuperó el control y se propuso tener la casa más pulcra del barrio y la hija más ordenada en cien millas a la redonda.

Y vaya si lo logró.

—Ya encontraré a alguien—le dije.

—Eso espero. Quiero nietos—iba de rebatir, pero me corto—Y no me vengas con excusas de las chicas, porque puede demorar, pero dos chicas pueden ser madres. Quiero nietos.

—Y yo un Ferrari. ¿Queda café hecho?

—Sí, cariño, pero…

—No, no te levantes. Yo me encargo—me apresuré a decir mientras recogía los platos vacíos de la mesa—¿Con una de azúcar?—asintió complacida y me sonrió.





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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!


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Mensaje por monica.santander Dom Mar 04, 2018 11:51 pm

Hola!!!! Santana aflojando y Britt a mil por ella jajajajj!!
Saludos
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Mensaje por micky morales Lun Mar 05, 2018 7:00 am

Bueno estamos en una especie de stan bay sin nada interesante asi que esperare su proximo encuentro!!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 1206646864 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 918367557 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 1163780127
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Lun Mar 05, 2018 8:58 am

Hola morra....

A la larga tienen que ir a dialogo, agotar las instancias!!!!!
De cierta forma se rifaron con los padres Jajaja yo tambien quiero una ferrari!!?

Nos vemos!!!
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Mensaje por 23l1 Lun Mar 05, 2018 7:24 pm

monica.santander escribió:Hola!!!! Santana aflojando y Britt a mil por ella jajajajj!!
Saludos





Hola, jaajajajaja los planetas se están alineando¿? mmm¿? jajaja. Saludos =D







micky morales escribió:Bueno estamos en una especie de stan bay sin nada interesante asi que esperare su proximo encuentro!!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 1206646864 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 918367557 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 2 1163780127




Hola, jajaajaj si que lo están..., lo cual les conviene a las dos, no¿? xD Saludos =D






3:) escribió:Hola morra....

A la larga tienen que ir a dialogo, agotar las instancias!!!!!
De cierta forma se rifaron con los padres Jajaja yo tambien quiero una ferrari!!?

Nos vemos!!!





Hola lu, jajaaj si, pero sería mejor si lo hicieran desde el principio, no¿?JAjaajaj las cosas de la vida, no¿? AJajja y quien no¿? xD Saludos =D




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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 9

Mensaje por 23l1 Lun Mar 05, 2018 7:25 pm

Capitulo 9


Y Entonces Llegó Ella…



Como todos los viernes, Greenhouse Club estaba lleno.

Se habían apuntado al plan Tina y Mercedes, las amigas de Hanna, y todas llevábamos un par de copas encima cuando decidimos salir del reservado para ir a la pista a bailar.

Hanna había encontrado un local para su negocio la tarde anterior y parecía con ganas de celebrarlo por todo lo alto.

Me reí a carcajadas cuando empezó a bailar como si fuese una gallina y sus amigas le hicieron el vacío, avergonzadas. Me acerqué a la barra más cercana y pedí una cerveza a gritos antes de volver a la sala central.

Las luces de colores brillaban al son de la melodía que sonaba por los altavoces y terminé cerrando los ojos y bailando junto a todas aquellas personas anónimas que me rodeaban.

—¿Disfrutando de la noche?

Me giré.

Era un chico mono, de sonrisa afable y ojos oscuros. Le sonreí y el gesto fue la invitación que necesitaba para acercarse más, posar sus manos a ambos lados de mi cuerpo y acoplarse a mi ritmo, moviéndose al compás de la música.

—¿Cómo te llamas?—preguntó.

—Brittany—contesté alzando la voz.

—Encantado. Yo Finn.

Asentí.

La verdad es que lo último que me apetecía era hablar, así que me concentré en bailar, en lo agradable que era el tacto de sus manos y en su bonita sonrisa.

No me apetecía ir más allá y caer en el típico «¿y a qué te dedicas?» que precede casi todos los inicios.

Por una noche, solo quería pasármelo bien, disfrutar con mis amigas, olvidarme de todo.

Olvidarme de ella, para empezar. Santana.

¿Por qué no había dado señales de vida en toda la semana?

Sacudí la cabeza.

Finn, sí. Eso era. Finn sonaba bien. Con una copa más, acabaría sonando aún mejor.

Me acerqué a él cuando se inclinó para susurrarme al oído.

—Así que, ¿a qué te dedicas?

Ya. Maldita probabilidad.

Recordé lo descolocada que me había dejado Santana aquella primera noche al preguntarme por mi comida favorita.

—Trabajo en un bufete de abogados.

—Suena muy sexy.

«¿En serio?»

Eso era porque nunca había estado en mi oficina y se había cruzado con Sue, o porque directamente en el arte de ligar se defendía tan mal como yo.

Bien.

Ya teníamos un punto en común. En eso se resumía todo, ¿no?

En encontrar afinidades.

—¿Y tú en qué trabajas?

—Agente publicitario.

—Ah, así que eres un tipo creativo…—tonteé.

—Algo así. Para ser sincero, suelo ocuparme de los presupuestos que destinamos a cada proyecto según las acciones que llevemos a cabo y… ¿te estoy aburriendo? Dímelo sin cortarte, de verdad. Hablo sin parar.

—No, es interesante—mentí.

Sonreí sin saber qué más decir.

Un silencio algo incómodo se formó entre nosotros, así que empecé a bailar de nuevo con la intención de que entendiese que lo último que me apetecía era seguir con la tópica conversación. Él captó la indirecta y se aproximó más a mí.

Lo miré.

Tenía las cejas y los dientes demasiado perfectos y el pelo de color castaño, muy sedoso, y daban ganas de acariciarlo con la punta de los dedos.

Me pregunté si sería capaz de dejar de ser yo misma tan solo durante unas horas y terminar la noche en mi departamento, con el tal Finn entre mis piernas.

Ahí, bajo las luces palpitantes y la música atronadora, no parecía una idea tan descabellada.

Todo lo contrario.

Puede que fuese la mejor idea que había tenido en mucho tiempo. Me fijé en sus labios, en esa curvatura que parecía pedir un beso a gritos, y antes de ser consciente de lo que estaba haciendo, me acerque lentamente…

—¡Hermanita!—gritó una voz familiar mientras sentía unas manos rodeándome la cintura y empujándome hacia atrás—¿Dónde te habías metido? Llevaba horas buscándote. ¿Otra vez se te ha ido la mano con el ron?

—¡Santana…!—siseé entre dientes.

La aludida sonrió felizmente y le tendió la mano a Finn que, algo aturdido, la aceptó. Santana lo señaló con la cabeza y luego me miró.

—¿Te pone mi hermana? ¡Es una fierecilla!—le palmeó el hombro a Finn con más fuerza de lo que yo consideraría normal—Pareces un buen tipo, me gustas. ¿Qué tal se te da lo de cambiar pañales?

Finn frunció el ceño.

—¿Cambiar pañales…?

—Santana, maldita seas, ¡déjalo ya o…!

Santana se tapó la boca con la mano y me miró.

—¿No le has hablado de los trillizos? Oh, joder, lo siento—suspiró dramáticamente y se giró hacia un Finn que parecía querer que la tierra se abriese a sus pies y se lo tragase—Pensaba que ibais en serio, creo que te he confundido con el tipo que conoció mi querida hermana la semana pasada. Pero, eh, tío, te aseguro que mis sobrinos son adorables. Tres. Tres bebés de mofletes sonrosados. Todavía me pregunto cómo es posible que el papá huyese a Canadá. En fin. ¿Te invito a una birra?

—Eh… Yo casi que mejor…

Ni siquiera llegó a murmurar «me voy» antes de dar media vuelta y desaparecer a codazos entre la multitud.

Apreté los puños y me giré furiosa hacia Santana. Ojalá hubiese tenido algún súper poder para electrocutarla con la mirada.

—¿Qué coño ha sido eso?

—Eso ha sido ser una héroe. De nada.

—¿Una héroe?

—Estabas a punto de besar a ese panoli, deberías darme las gracias. Quizá no te haya dado motivos para creerlo pero, de verdad, puedes aspirar a algo mejor—me arrebató la cerveza de la mano y le dio un trago largo.

—¡Joder, dame mi puta cerveza!

—¡Uh, menuda boquita!

—¡Serás…!

Ignorando que estábamos en un sitio público, salté sobre ella y alargué el brazo para intentar alcanzar mi botellín, pero lo alejó más mientras reía y posaba una mano en la parte baja de mi espalda.

Hasta que no me estremecí al sentir su aliento cálido, no me di cuenta de que estaba pegada a su cuerpo.

—Nena, si querías una excusa para lanzarte a mis brazos, solo tenías que pedirlo.

Di un paso hacia atrás y me recoloqué como pude el vestido negro y ceñido que me abrazaba como una segunda piel.

Joder.

Cada vez que esa mujer estaba delante, me sentía desnuda y demasiado expuesta, demasiado… todo.

Tiré de la zona del escote para subirme la tela.

—Adiós al paisaje—canturreó.

—Eres una cerda.

—Va, ¡no te enfades! Te invito a una cerveza.

—Lo que no sería necesario si me devolvieses MI cerveza.

—¿Y qué gracia tendría eso?

—No lo sé. Dímelo tú. Eres la que ha estado ignorándome toda la semana para ahora venir aquí y fastidiarme la noche. Tenía ganas de terminar la velada con ese tío, pero gracias por chafarme el plan.

Santana frunció el ceño con lentitud, como si estuviese meditando mis palabras, y cuando ya pensé que no diría nada, volvió a sonreír traviesa.

—Así que por ahí van los tiros. Estás enfadada porque no has tenido noticias mías.

—¿Qué? ¡No! ¡Sí! Demonios, tengo que cumplir con mis obligaciones. Mi jefa quiere resultados. No sé qué tipo de filosofía cutre de trabajo sigues tú, pero en mi empresa no dejamos las reuniones a medias. Somos así de extraterrestres.

—¿De Marte o de Venus?

—¿Cómo puedes ser tan cría?

—¿Prefieres que me ponga seria…?—se mordió el labio inferior con gesto seductor y dio un paso hacia mí.

Me faltó poco para caer. Suerte que me rodeó la cintura con la mano.

—Porque me gusta jugar, pero también se me da bien ir al grano—susurró y a mí se me secó la boca.

Ay, joder, ¿por qué me ponía tanto?

Con un suspiro, aproveché que estaba algo distraída y volví a recuperar mi cerveza tras apartarme de ella. Le di un trago intentando aliviar la sequedad y le eché un vistazo a la sala. No había ni rastro de Hanna y las demás chicas.

Y de pronto la sentí: los pechos de Santana pegados a mi espalda, sus manos rodeándome la cintura con delicadeza y su respiración pausada en la nuca.

Cerré los ojos.

La cosa no podía terminar bien, no, pero era incapaz de alejarme.

Sonaba This is what you came for cuando ella empezó a moverse con lentitud, sus caderas acoplándose al ritmo de las mías mientras sus labios me rozaban el cuello. Sentí cómo se me erizaba la piel y contuve el aliento cuando su boca ascendió dejando un camino hormigueante a su paso. Su mano ejerció más presión sobre mi estómago, acercándome a ella.

Joder.

¡Olía tan bien…!

Era el perfume. Todo culpa del puto perfume. Denunciaría a los fabricantes si era necesario, pero no sucumbiría a la tentación.

Me di la vuelta con el corazón agitado.

—¿Qué pretendes…?

—Tú. Yo. Eso pretendo…—sonrió. Una sonrisa increíble.

Entrecerró los ojos y me miró divertida tras las espesas pestañas negras cuando me crucé de brazos; todavía me temblaban las piernas después de notar sus labios en la nuca.

O sería fruto del alcohol. Eso. Sí.

—Definitivamente, el juego termina aquí.

—¿Por qué eres tan aguafiestas?

—¿Por qué eres tú tan capullo?

—Vamos, confiésalo. Admite que nunca haces nada inesperado y ya está. No pasa nada—alzó las cejas con esa actitud provocadora que me sacaba de quicio—Me apuesto lo que sea a que lo llevas todo apuntado en tu agenda. Seguro que tienes hasta un horario para ir al servicio y si te pasas de lo previsto, te penalizas—rio antes de imitar mi voz—¡Oh, no! ¡Hoy voy estreñida! ¡Adiós a la planificación del día!

—Eres patética ¿lo sabías? ¡Y hago millones de cosas inesperadas! ¡Me encanta improvisar!—mentí a voz de grito.

—Vale, ponme un ejemplo. Demuéstramelo.

Y entonces la besé. Así, sin más. La besé.

No sé qué tipo de locura transitoria se apoderó de mi cabeza, pero lo siguiente que supe fue que mis labios estaban sobre los suyos, moviéndose con cierta torpeza.

Santana tardó más de lo previsto en reaccionar pero, cuando lo hizo, sus manos tiraron de mis caderas hacia ella y el beso se tornó más furioso, más urgente.

Su boca era suave y cálida.

Incapaz de parar aquello, enredé los dedos en su cabello oscuro y entreabrí los labios, permitiendo que nuestras lenguas se acariciasen. Santana gimió y creo que fue el sonido más erótico que había escuchado en toda mi vida.

Me sobresalté cuando una de sus manos descendió hasta llegar a mi trasero. Me dio un pequeño apretón y sonrió contra mis labios. Contrariada, hice lo mismo. Le toqué el culo, descubriendo que era digno de ser asegurado al estilo Jennifer López, lo que terminé susurrándole al oído en plan pirada total. Ella se rio y su pecho vibró contra el mío.

—Y por cosas así me vuelves loca…

—No, tú ya estabas loca cuando te conoc…

—Shh, cállate. No lo estropees.

—¿Por qué tienes que ser tan…?

No me dejó terminar.

Su boca atrapó la mía con un hambre voraz. Cerré los ojos y posé una mano en su pecho intentando mantener el poco control que me quedaba. Pero mandé a la mierda ese control cuando me lamió con lentitud el labio inferior.

Me temblaban las rodillas, sentía un deseo palpitante entre las piernas y lo cerca que estábamos no aliviaba esa sensación de urgencia.

Nos movimos por la pista de baile, ajenas a la música y a la gente que danzaba a nuestro alrededor. Era incapaz de dejar de besarla, de abandonar esos labios cálidos y exigentes.

Y no sé muy bien cómo, buscando la puerta de salida, terminamos metidas en los servicios.

Los sonidos del exterior sonaban lejanos, amortiguados; en cambio, nuestras respiraciones agitadas se volvieron más nítidas.

Santana me aprisionó contra la pared y acabé clavándome el aparatito del que colgaba el papel higiénico, pero en esos momentos ni me importó. En realidad, no me importaba nada más allá de las sensaciones que me sacudían.

La odiaba.

La deseaba.

Era todo una contradicción.

Ella me mordisqueó la barbilla antes de entreabrir los ojos y apoyar una mano en la pared que estaba a mi espalda. Deslizó la vista por mi cuello hasta posarla en mi escote, se mordió el labio inferior de una forma que me hizo desear desnudarlo ahí mismo y luego volvió a mirarme.

—Joder, me estás matando…—susurró.

Dejé escapar el aire que estaba conteniendo al sentir su mano derecha descendiendo despacio por mi clavícula antes de internarse en la abertura del vestido.

Me estremecí.

Bajó un poco la tela y trazó círculos con el dedo pulgar en la zona de piel que el sujetador dejaba a la vista.

Dios.

Moriría por combustión espontánea de un momento a otro.

Santana dejó escapar un suspiro antes de volver a cubrir mis labios con un beso.

—Te lo dije—gruñó y se apretó más contra mí—Te follaría aquí, en este baño, contra la pared…

Se me dispararon las pulsaciones; era como si todo mi autocontrol lo aplastasen sus palabras, sus manos tocándome, sus labios acoplándose a los míos al deslizar la lengua dentro de mi boca.

Y sabía tan bien… Sabía a vodka y a ella, sabía a Santana, a caos y a algo prohibido.

—La primera vez que te vi…

—¿Qué quieres decir?

Santana sacudió la cabeza.

—Olvídalo. Vamos a pedir un puto taxi.

—¿Britt? ¿Estás aquí…? ¡Britt!

Parpadeé confusa al escuchar la voz de Hanna.

Joder. Joder.

Aparté a Santana de un empujón y ella abrió los ojos por la brusquedad del gesto antes de fruncir el ceño.

—¡Sí! ¡Ahora salgo!—grité con voz temblorosa.

—¿Qué estás haciendo?—preguntó con inocente curiosidad tras la puerta.

—Nada. Bueno, sí, quitarme las medias, se me han roto—mentí sin titubear y hasta a mí me sorprendió lo convincente que sonó—Espérame fuera. Dame un minuto—me pasé una mano por la frente, todavía algo aturdida.

Miré a Santana, que se había alejado hasta apoyar la espalda en la pared de enfrente.

Estaba tremenda.

Tenía los labios enrojecidos y el pelo un poco revuelto, pero su mirada oscura había adquirido cierta frialdad. Tragué saliva antes de hablar, sin saber muy bien qué decir.

—Yo… tengo que…

—Irte—concluyó secamente.

—Esto ha sido un error—susurré.

No contestó. Dio un paso adelante y abrió la puerta de manera que yo pudiese salir y ella quedase atrás. La cerró en cuanto lo hice.

Suspiré profundamente, evitando ver mi reflejo en los espejos que se alineaban en la pared, y salí de ahí.

Tal como había prometido, Hanna estaba esperándome fuera de los servicios.

—Ya te dije que esas medias te durarían dos días—parloteó mientras me cogía del brazo y avanzábamos entre la gente—Hemos decidido terminar la noche en el departamento de Tina. Mojitos, nachos y un par de películas, suena bien ¿no?

—Genial—contesté.

Tenía un nudo en la garganta.

Un nudo que no conseguí que desapareciese ni siquiera con el paso de los días.

Y es que ese nudo tenía nombre y apellidos.

Santana.

Santana López y esa mirada enigmática y dura que me había dirigido antes de abrirme la puerta.







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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!



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Mensaje por 3:) Lun Mar 05, 2018 9:17 pm

hola morra,...

buuuueeennnooo!!!! sea oportuno el momento! ok no jajaja
a ver cuanto aguantan sin tocarse jajaja

nos vemos!!
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Mensaje por Isabella28 Mar Mar 06, 2018 5:20 am

Esas dos se tienen las tremendas ganas.
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Mensaje por micky morales Mar Mar 06, 2018 4:05 pm

Bueno Britt es que la dejaste con las ganas, podias haberte ido con ella no????
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Mensaje por 23l1 Mar Mar 06, 2018 7:23 pm

3:) escribió:hola morra,...

buuuueeennnooo!!!! sea oportuno el momento! ok no jajaja
a ver cuanto aguantan sin tocarse jajaja

nos vemos!!




Hola lu, jaajajajaja lo crees¿? xD jajaajajaj. jaajajajaj xD Mmmm interesante pregunta xD ajajajaj. SAludos =D





Isabella28 escribió:Esas dos se tienen las tremendas ganas.




Hola, jajaajajajaj o no¿? xD Más q ganar el caso la vrdd jaajaj xD Saludos =D






micky morales escribió:Bueno Britt es que la dejaste con las ganas, podias haberte ido con ella no????





Hola, jajajaaj si q si ajajajajajaaj. Eso mismo...o algo, no¿? xD Saludos =D




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