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[Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Admiro la paciencia de britt que tiene con sugar y que rayos le paso a santana.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Es buena idea reedecorar para no pensar tanto, que abra pasado con Santana??????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
bueno san ya empezó con los peros!!!!,...
en serio a suger es para matarla joder que mujer!!!
re decoración es la que empieza britt???
nos vemos!!!
Hola lu, jaajaaj XD ¬¬ se venia venir ¬¬ Si que lo es...nose q tiene en la cabeza XD Limpiar o el corte de pelo ayuda siempre, no¿? Saludos =D
Isabella28 escribió:Admiro la paciencia de britt que tiene con sugar y que rayos le paso a santana.
Hola, siii.!!! es una santa en ese aspecto la vrdd. Pfff nose ¬¬ pero como dije antes, se venia venir ¬¬ Saludos =D
micky morales escribió:Es buena idea reedecorar para no pensar tanto, que abra pasado con Santana??????
Hola, eso mismo y la limpieza total ajajajajaj. Pfff interesante pregunta y espero q este cap nos diga algo ¬¬ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 28
Capitulo 28
Cuarta Cita Y Quinta Cita…
El fin de semana se presentaba como una de esas solitarias calles con tumbleweed, esos matojos rodantes que aparecen en las películas de Western.
Hanna tenía el teléfono apagado, Rory el jardinero no había respondido aún a mis llamadas ni a mis emails, mi mamá se despidió de mí apresuradamente antes de colgar cuando la señora April llamó el viernes por la tarde a su puerta para tomar el té y de Santana no había vuelto a tener noticias.
Puede que fuese por todo eso por lo que decidí abrir la web de citas con mi flamante contraseña y repasar los últimos candidatos que me habían hablado.
O quizá sencillamente lo hice porque estaba cabreada conmigo misma por, en primer lugar, colgarme por una mujer que estaba claro que no era para mí y, en segundo lugar, haber tirado a la basura días atrás una estatua horrenda, sí, pero que en su día costó unos trescientos dólares; lo que no significaba que la echase de menos pero, no sé, podría haberla vendido por internet o llevarla a una de esas tiendas de antigüedades.
La cuestión es que terminé con la agenda del sábado ocupada por dos citas.
Sí, dos.
Había llegado a la conclusión de que era tan difícil encontrar a una persona decente que lo mejor sería empezar a despacharlas de par en par, para ir rápido y no perder más tiempo.
Me sentía tan apática y desencantada que ni siquiera me molesté demasiado en elegir mi atuendo y terminé vistiéndome como lo hacía todos los días, con unos vaqueros, un suéter calentito, botines y el abrigo.
Dejé que mi cabello se deslizase libremente por mi espalda en suaves ondas y me puse un poco de rímel y de brillo en los labios, pero no me maquillé.
Brody Weston me había citado en un local moderno que se encontraba dentro de un hotel.
Lo distinguí entre la multitud en cuanto entré, porque su fotografía de perfil era nítida y tenía un rostro anguloso y llamativo que no era fácil confundir.
Vestía un traje de chaqueta oscuro, de marca, y leía unos papeles con gesto de concentración.
Me acerqué a él y alzó la mirada como si hubiese detectado mi presencia.
—Hola, Brittany—sonrió con gesto seductor, se levantó y, en vez de estrecharme la mano, depositó un beso suave en mi mejilla que sacó a flote mis nervios.
Me senté en la silla que había enfrente sintiéndome un poco incómoda.
Suspiré.
Brody llamó al camarero y pidió por mí una especie de cóctel de nombre raro. Fruncí el ceño.
—Te agradezco el detalle, pero en realidad me apetecía un café.
—Hazme caso, nena, este cóctel te encantará.
Mientras guardaba los papeles que había estado leyendo en el maletín que llevaba, intenté ignorar que ese «nena» sonaba mil veces mejor en los labios de Santana, porque lo decía en un tono diferente; divertido, cariñoso, íntimo.
—Así que… abogada, eso me gusta.
—Bien, me alegro—contesté sin saber qué otra cosa decir. Miré a mi alrededor—Es… es un lugar bonito.
Brody entornó los ojos.
—No tanto como tú…
—Oh, vaya, eres… eh, bastante directo.
—Según tu perfil, era lo que querías, ¿no?—siguió sin dejar de usar un tono que a mí se me antojaba extrañamente sexual (y no en un buen sentido)—Ponía «busco a alguien que tenga las cosas claras». Bueno te diré una cosa, Brittany, soy tu hombre, porque tengo claro que quiero que esta cita acabe en una de las habitaciones del hotel.
«¡Hostia puta!».
Estuve a punto de escupir el primer sorbo que acababa de darle al cóctel (que, por cierto, sabía amargo), pero tragué como pude ante la pétrea mirada de Brody.
En ese momento decidí que, al fin y al cabo, coleccionar braguitas no es tan malo.
Es una práctica sana, inofensiva, ¿no?
Bueno, al menos si lo comparaba con tener que lidiar con el típico «macho alfa empresario implacable» que tenía enfrente.
Pero no pensaba amedrentarme.
—Creo que nadie te ha dicho todavía que el rollito Christian Grey está más pasado de moda que los Teletubbies. Tu única posibilidad, y escúchame atentamente, es terminar en la habitación solo y cascándotela en la ducha.
—Me encanta. Una chica guerrera.
—No, lo relevante es que tú eres un…
«Puto cerdo», iba a decir, al menos hasta que su teléfono sonó y me silenció alzando una mano frente a mi cara como si fuese el jodido presidente de los Estados Unidos.
Nunca había tenido tantas ganas de golpear a otro ser humano.
Se levantó arrastrando la silla hacia atrás y se alejó hacia la puerta de la entrada con el móvil en la oreja, momento que aproveché para guardarme el mío en el bolso, tras comprobar que no tenía mensajes ni llamadas.
Me planteé la posibilidad de dejar un billete, pero, ¡a la mierda!; él había pedido ese cóctel y apenas le había dado un trago (y por educación).
Por desgracia, antes de que pudiese levantarme, él regresó y ocupó su sitio.
—Perdona, cielo, era la pesada de mi mujer—puso los ojos en blanco y luego sonrió y apoyó una mano en la mesa—¿Por dónde íbamos?
Me puse en pie respirando furiosa.
—Íbamos por esa parte en la que la chica se levanta y decide que ha llegado el momento de pirarse antes de que la cosa se le vaya de las manos y termine vomitando del asco—gruñí fuera de control—Y, por cierto, eres un puto cerdo—añadí solo por el placer de no quedarme con las ganas.
Y ante su mirada afilada, me di la vuelta y salí de ahí tan rápido como me lo permitieron mis botines.
Durante la siguiente media hora, lo insulté mentalmente alrededor de veintinueve minutos y el minuto restante lo reservé para meditar si lo mejor sería irme a casa y pasar de la siguiente cita.
Puede que Emily tuviese razón con lo que me había dicho la semana anterior; quizá lo único que debía hacer era abandonar la búsqueda de ese príncipe o princesa a lomos de un caballo y dejar que el destino marcase las normas.
Porque así era en las películas, ¿no?
Un imprevisto, un choque entre dos estudiantes delante de las taquillas y un montón de papeles desparramaos por el suelo; dos personas cogiendo a la vez la última chocolatina del estante del supermercado, sus dedos rozándose, sus miradas conectando y un cosquilleo en el estómago; ese o esa antigua mejor amig@ del colegio que aparece de repente y que resulta que está tan tremend@ que ni siquiera l@ reconoces hasta que no le echas un segundo vistazo y te das cuenta de que, oh, el o la tímid@ y desgarbad@ chic@ ahora tiene un aire a Ryan Gosling o Julia Roberts…
Inspiré hondo.
¿Qué hacía…?
¿Me quedaba?
¿Me marchaba?
Llegué a una conclusión: iría, pero sería la última cita. Y me prometí a mí misma que en cuanto la chica en cuestión empezase a hablarme de Pretty Woman, de braguitas de encaje o de esposas pesadas, me levantaría y me largaría sin molestarme en decir adiós.
Así que cuando entré en la cafetería que había elegido para citarme con Casey Foster, iba decidida a trazar el punto final de aquella fallida búsqueda.
Quizá por eso le saludé escuetamente, e intenté no encariñarme demasiado con esos ojos de color miel que me miraban con curiosidad y esos rizos dorados que acariciaban su frente.
Me senté, colgué mi bolso del respaldo de la silla y sonreí sin ganas. Ella ladeó la cabeza.
—¿Un mal día?—preguntó.
Tardé en contestar, valorando la posibilidad de mentirle o de escupir por la boca la primera cosa que me viniese a la cabeza.
Pero estaba tan cansada, tan enfadada conmigo misma por no dejar de pensar en Santana, que opté por escupir.
—Si se considera un mal día tener una cita con un tío que me ha interrumpido para poder contestar la llamada de su esposa, entonces sí, supongo que sí, he tenido un día de mierda.
Casey se rio. Tenía una risa bonita, sincera.
—Así que estás en esa fase de recurrir a las citas dobles—adivinó—Te entiendo. Es agotador. La semana pasada quedé con una chica que parecía de lo más normal; era divertida y guapa, así que cuando al acabar la cita me propuso tomar una copa en su departamento, le dije que sí.
—¿Y qué pasó?—pregunté.
—No pude entrar. En el departamento, quiero decir—aclaró—Resulta que vive en una casa de cincuenta metros cuadrados con veintitrés perros. Apenas conseguí dar dos pasos entre lametazos, colas agitadas y ladridos furiosos.
—¡No me lo puedo creer!—me reí llevándome una mano a la boca.
—Hui despavorida. No me malinterpretes, me encantan los perros, todos los animales en general, pero en esa casa apenas se podía respirar. Olía… no tengo palabras para describir ese olor—terminó diciendo entre risas.
Una camarera vino a tomarnos el pedido. Casey se mantuvo en silencio mientras yo me decidía por un café con canela y extra de nata, lo que fue un punto para ella dada mi anterior experiencia.
Y casi sin darme cuenta terminé relatándole por encima mis anteriores citas, hablándole de lo unidos que ahora estaban Blaine y Kurt y del coleccionista de braguitas.
Cuando volví a levantar la vista hacia el reloj que colgaba de la pared de la cafetería, descubrí que llevábamos un buen rato hablando sin parar y, aunque por lo que había visto en su perfil, Casey era una exitosa comercial de artículos deportivos, en ningún momento salió a relucir ningún tema relacionado con el trabajo.
En cambio, ante el silencio que precedió su último comentario, dijo:
—Me hizo gracia leer que te gustaba la Navidad. Mi mamá es una apasionada de estas fechas. Es… es una locura… Decora la casa con cientos de luces, se pasa días horneando galletas de jengibre y cuando salgo de su casa estoy una semana tarareando villancicos que se me pegan sin remedio.
Me reí alegremente, relajada.
—Tranquila, no llego a ese extremo, ni siquiera adorno mi departamento. Ya no—maticé, recordando que el primer y el segundo año que me mudé con Sam sí que lo hice; después, los dos empezamos a estar demasiado ocupados como para dedicarle tiempo—Pero sospecho que tu mamá me caería genial.
—Ya lo creo que sí. Y cada año nos envía a mí y a mis hermanos calcetines, bufandas y jerséis de lana a juego con motivos navideños. Un infierno. Aunque, ahora que lo digo, hoy me ha venido bien porque a veces soy un desastre y había olvidado hacer la colada—parloteó y estiró la pierna bajo la mesa levantándose un poco el camal del pantalón para enseñarme el calcetín rojo con ramitas de muérdago como estampado.
Sonreí.
Era adorable.
Casey siguió hablándome de sus hermanos y de su infancia porque, otra cosa no, pero hablar hablaba mucho.
Era totalmente transparente.
Era lo opuesto a Santana.
Mientras que ella se esforzaba por mantener el muro que había construido a su alrededor, conteniéndose y alejándose de mí, Casey se abría en canal y me descubría a esa chica simpática, tierna y entusiasta que se escondía tras su mirada amable.
Y me gustó.
Me gustó que la cita fuese fácil y fluida, que no hubiese silencios incómodos ni esposas esperando al otro lado del teléfono.
Me gustó que se dejase conocer, que me hablase de sus sueños más inmediatos (viajar a Berlín) y que no hubiese tensión entre nosotras.
Me gustó que me permitiese pagar la cuenta tras insistir, a pesar de que sabía que deseaba hacerlo ella, y me gustó que me acompañase hasta la boca del metro dando un paseo y se despidiese de mí con un beso dulce en la mejilla.
—Ha estado bien, ¿no?—preguntó insegura.
Sonreí y asentí con la cabeza.
—Más que bien.
—¿Eso significa que aceptarías tener una segunda cita conmigo?
—Me gustaría mucho—admití.
Casey tomó aire satisfecha y prometió llamarme el lunes.
Pasé el viaje en metro pensativa, intentando decidir cómo me sentía, pero estaba demasiado confusa para llegar a ninguna conclusión.
No podía seguir mintiéndome a mí misma: sentía algo por Santana.
Algo que provocaba que el estómago se me encogiese al verla y que siempre tuviese ganas de pasar más tiempo con ella, de escarbar en ese corazón de hielo que no parecía dispuesto a dejarme entrar.
Santana me atraía, me retaba, me sacaba de mi zona de confort y me obligaba a replantearme las cosas sin siquiera proponerse hacerlo.
Santana era todo lo que nunca había querido y, sorprendentemente, ahí estaba, pensando en ella, pensando en su sonrisa traviesa y en su mirada intensa; en sus labios cálidos apretándose contra los míos y en su forma de abrazarme por la espalda cuando dormíamos juntas…
Supongo que al hielo debía de caerle muy mal la señora fuego, pero, claro, a veces derretirse y pasar a convertirse en un charco de agua no es tan malo si el camino resulta delicioso, tentador y lleno de mariposas que aletean sin descanso.
Sacudí la cabeza y dejé de imaginar tonterías.
«¿Qué más daba lo que hubiese empezado a sentir?», Santana estaba fuera de mi alcance.
Suspiré con la mirada fija en el suelo del metro y pensé en Casey, en sus pestañas rubias, en su mirada cariñosa y en la promesa de un mañana.
Hanna tenía el teléfono apagado, Rory el jardinero no había respondido aún a mis llamadas ni a mis emails, mi mamá se despidió de mí apresuradamente antes de colgar cuando la señora April llamó el viernes por la tarde a su puerta para tomar el té y de Santana no había vuelto a tener noticias.
Puede que fuese por todo eso por lo que decidí abrir la web de citas con mi flamante contraseña y repasar los últimos candidatos que me habían hablado.
O quizá sencillamente lo hice porque estaba cabreada conmigo misma por, en primer lugar, colgarme por una mujer que estaba claro que no era para mí y, en segundo lugar, haber tirado a la basura días atrás una estatua horrenda, sí, pero que en su día costó unos trescientos dólares; lo que no significaba que la echase de menos pero, no sé, podría haberla vendido por internet o llevarla a una de esas tiendas de antigüedades.
La cuestión es que terminé con la agenda del sábado ocupada por dos citas.
Sí, dos.
Había llegado a la conclusión de que era tan difícil encontrar a una persona decente que lo mejor sería empezar a despacharlas de par en par, para ir rápido y no perder más tiempo.
Me sentía tan apática y desencantada que ni siquiera me molesté demasiado en elegir mi atuendo y terminé vistiéndome como lo hacía todos los días, con unos vaqueros, un suéter calentito, botines y el abrigo.
Dejé que mi cabello se deslizase libremente por mi espalda en suaves ondas y me puse un poco de rímel y de brillo en los labios, pero no me maquillé.
Brody Weston me había citado en un local moderno que se encontraba dentro de un hotel.
Lo distinguí entre la multitud en cuanto entré, porque su fotografía de perfil era nítida y tenía un rostro anguloso y llamativo que no era fácil confundir.
Vestía un traje de chaqueta oscuro, de marca, y leía unos papeles con gesto de concentración.
Me acerqué a él y alzó la mirada como si hubiese detectado mi presencia.
—Hola, Brittany—sonrió con gesto seductor, se levantó y, en vez de estrecharme la mano, depositó un beso suave en mi mejilla que sacó a flote mis nervios.
Me senté en la silla que había enfrente sintiéndome un poco incómoda.
Suspiré.
Brody llamó al camarero y pidió por mí una especie de cóctel de nombre raro. Fruncí el ceño.
—Te agradezco el detalle, pero en realidad me apetecía un café.
—Hazme caso, nena, este cóctel te encantará.
Mientras guardaba los papeles que había estado leyendo en el maletín que llevaba, intenté ignorar que ese «nena» sonaba mil veces mejor en los labios de Santana, porque lo decía en un tono diferente; divertido, cariñoso, íntimo.
—Así que… abogada, eso me gusta.
—Bien, me alegro—contesté sin saber qué otra cosa decir. Miré a mi alrededor—Es… es un lugar bonito.
Brody entornó los ojos.
—No tanto como tú…
—Oh, vaya, eres… eh, bastante directo.
—Según tu perfil, era lo que querías, ¿no?—siguió sin dejar de usar un tono que a mí se me antojaba extrañamente sexual (y no en un buen sentido)—Ponía «busco a alguien que tenga las cosas claras». Bueno te diré una cosa, Brittany, soy tu hombre, porque tengo claro que quiero que esta cita acabe en una de las habitaciones del hotel.
«¡Hostia puta!».
Estuve a punto de escupir el primer sorbo que acababa de darle al cóctel (que, por cierto, sabía amargo), pero tragué como pude ante la pétrea mirada de Brody.
En ese momento decidí que, al fin y al cabo, coleccionar braguitas no es tan malo.
Es una práctica sana, inofensiva, ¿no?
Bueno, al menos si lo comparaba con tener que lidiar con el típico «macho alfa empresario implacable» que tenía enfrente.
Pero no pensaba amedrentarme.
—Creo que nadie te ha dicho todavía que el rollito Christian Grey está más pasado de moda que los Teletubbies. Tu única posibilidad, y escúchame atentamente, es terminar en la habitación solo y cascándotela en la ducha.
—Me encanta. Una chica guerrera.
—No, lo relevante es que tú eres un…
«Puto cerdo», iba a decir, al menos hasta que su teléfono sonó y me silenció alzando una mano frente a mi cara como si fuese el jodido presidente de los Estados Unidos.
Nunca había tenido tantas ganas de golpear a otro ser humano.
Se levantó arrastrando la silla hacia atrás y se alejó hacia la puerta de la entrada con el móvil en la oreja, momento que aproveché para guardarme el mío en el bolso, tras comprobar que no tenía mensajes ni llamadas.
Me planteé la posibilidad de dejar un billete, pero, ¡a la mierda!; él había pedido ese cóctel y apenas le había dado un trago (y por educación).
Por desgracia, antes de que pudiese levantarme, él regresó y ocupó su sitio.
—Perdona, cielo, era la pesada de mi mujer—puso los ojos en blanco y luego sonrió y apoyó una mano en la mesa—¿Por dónde íbamos?
Me puse en pie respirando furiosa.
—Íbamos por esa parte en la que la chica se levanta y decide que ha llegado el momento de pirarse antes de que la cosa se le vaya de las manos y termine vomitando del asco—gruñí fuera de control—Y, por cierto, eres un puto cerdo—añadí solo por el placer de no quedarme con las ganas.
Y ante su mirada afilada, me di la vuelta y salí de ahí tan rápido como me lo permitieron mis botines.
Durante la siguiente media hora, lo insulté mentalmente alrededor de veintinueve minutos y el minuto restante lo reservé para meditar si lo mejor sería irme a casa y pasar de la siguiente cita.
Puede que Emily tuviese razón con lo que me había dicho la semana anterior; quizá lo único que debía hacer era abandonar la búsqueda de ese príncipe o princesa a lomos de un caballo y dejar que el destino marcase las normas.
Porque así era en las películas, ¿no?
Un imprevisto, un choque entre dos estudiantes delante de las taquillas y un montón de papeles desparramaos por el suelo; dos personas cogiendo a la vez la última chocolatina del estante del supermercado, sus dedos rozándose, sus miradas conectando y un cosquilleo en el estómago; ese o esa antigua mejor amig@ del colegio que aparece de repente y que resulta que está tan tremend@ que ni siquiera l@ reconoces hasta que no le echas un segundo vistazo y te das cuenta de que, oh, el o la tímid@ y desgarbad@ chic@ ahora tiene un aire a Ryan Gosling o Julia Roberts…
Inspiré hondo.
¿Qué hacía…?
¿Me quedaba?
¿Me marchaba?
Llegué a una conclusión: iría, pero sería la última cita. Y me prometí a mí misma que en cuanto la chica en cuestión empezase a hablarme de Pretty Woman, de braguitas de encaje o de esposas pesadas, me levantaría y me largaría sin molestarme en decir adiós.
Así que cuando entré en la cafetería que había elegido para citarme con Casey Foster, iba decidida a trazar el punto final de aquella fallida búsqueda.
Quizá por eso le saludé escuetamente, e intenté no encariñarme demasiado con esos ojos de color miel que me miraban con curiosidad y esos rizos dorados que acariciaban su frente.
Me senté, colgué mi bolso del respaldo de la silla y sonreí sin ganas. Ella ladeó la cabeza.
—¿Un mal día?—preguntó.
Tardé en contestar, valorando la posibilidad de mentirle o de escupir por la boca la primera cosa que me viniese a la cabeza.
Pero estaba tan cansada, tan enfadada conmigo misma por no dejar de pensar en Santana, que opté por escupir.
—Si se considera un mal día tener una cita con un tío que me ha interrumpido para poder contestar la llamada de su esposa, entonces sí, supongo que sí, he tenido un día de mierda.
Casey se rio. Tenía una risa bonita, sincera.
—Así que estás en esa fase de recurrir a las citas dobles—adivinó—Te entiendo. Es agotador. La semana pasada quedé con una chica que parecía de lo más normal; era divertida y guapa, así que cuando al acabar la cita me propuso tomar una copa en su departamento, le dije que sí.
—¿Y qué pasó?—pregunté.
—No pude entrar. En el departamento, quiero decir—aclaró—Resulta que vive en una casa de cincuenta metros cuadrados con veintitrés perros. Apenas conseguí dar dos pasos entre lametazos, colas agitadas y ladridos furiosos.
—¡No me lo puedo creer!—me reí llevándome una mano a la boca.
—Hui despavorida. No me malinterpretes, me encantan los perros, todos los animales en general, pero en esa casa apenas se podía respirar. Olía… no tengo palabras para describir ese olor—terminó diciendo entre risas.
Una camarera vino a tomarnos el pedido. Casey se mantuvo en silencio mientras yo me decidía por un café con canela y extra de nata, lo que fue un punto para ella dada mi anterior experiencia.
Y casi sin darme cuenta terminé relatándole por encima mis anteriores citas, hablándole de lo unidos que ahora estaban Blaine y Kurt y del coleccionista de braguitas.
Cuando volví a levantar la vista hacia el reloj que colgaba de la pared de la cafetería, descubrí que llevábamos un buen rato hablando sin parar y, aunque por lo que había visto en su perfil, Casey era una exitosa comercial de artículos deportivos, en ningún momento salió a relucir ningún tema relacionado con el trabajo.
En cambio, ante el silencio que precedió su último comentario, dijo:
—Me hizo gracia leer que te gustaba la Navidad. Mi mamá es una apasionada de estas fechas. Es… es una locura… Decora la casa con cientos de luces, se pasa días horneando galletas de jengibre y cuando salgo de su casa estoy una semana tarareando villancicos que se me pegan sin remedio.
Me reí alegremente, relajada.
—Tranquila, no llego a ese extremo, ni siquiera adorno mi departamento. Ya no—maticé, recordando que el primer y el segundo año que me mudé con Sam sí que lo hice; después, los dos empezamos a estar demasiado ocupados como para dedicarle tiempo—Pero sospecho que tu mamá me caería genial.
—Ya lo creo que sí. Y cada año nos envía a mí y a mis hermanos calcetines, bufandas y jerséis de lana a juego con motivos navideños. Un infierno. Aunque, ahora que lo digo, hoy me ha venido bien porque a veces soy un desastre y había olvidado hacer la colada—parloteó y estiró la pierna bajo la mesa levantándose un poco el camal del pantalón para enseñarme el calcetín rojo con ramitas de muérdago como estampado.
Sonreí.
Era adorable.
Casey siguió hablándome de sus hermanos y de su infancia porque, otra cosa no, pero hablar hablaba mucho.
Era totalmente transparente.
Era lo opuesto a Santana.
Mientras que ella se esforzaba por mantener el muro que había construido a su alrededor, conteniéndose y alejándose de mí, Casey se abría en canal y me descubría a esa chica simpática, tierna y entusiasta que se escondía tras su mirada amable.
Y me gustó.
Me gustó que la cita fuese fácil y fluida, que no hubiese silencios incómodos ni esposas esperando al otro lado del teléfono.
Me gustó que se dejase conocer, que me hablase de sus sueños más inmediatos (viajar a Berlín) y que no hubiese tensión entre nosotras.
Me gustó que me permitiese pagar la cuenta tras insistir, a pesar de que sabía que deseaba hacerlo ella, y me gustó que me acompañase hasta la boca del metro dando un paseo y se despidiese de mí con un beso dulce en la mejilla.
—Ha estado bien, ¿no?—preguntó insegura.
Sonreí y asentí con la cabeza.
—Más que bien.
—¿Eso significa que aceptarías tener una segunda cita conmigo?
—Me gustaría mucho—admití.
Casey tomó aire satisfecha y prometió llamarme el lunes.
Pasé el viaje en metro pensativa, intentando decidir cómo me sentía, pero estaba demasiado confusa para llegar a ninguna conclusión.
No podía seguir mintiéndome a mí misma: sentía algo por Santana.
Algo que provocaba que el estómago se me encogiese al verla y que siempre tuviese ganas de pasar más tiempo con ella, de escarbar en ese corazón de hielo que no parecía dispuesto a dejarme entrar.
Santana me atraía, me retaba, me sacaba de mi zona de confort y me obligaba a replantearme las cosas sin siquiera proponerse hacerlo.
Santana era todo lo que nunca había querido y, sorprendentemente, ahí estaba, pensando en ella, pensando en su sonrisa traviesa y en su mirada intensa; en sus labios cálidos apretándose contra los míos y en su forma de abrazarme por la espalda cuando dormíamos juntas…
Supongo que al hielo debía de caerle muy mal la señora fuego, pero, claro, a veces derretirse y pasar a convertirse en un charco de agua no es tan malo si el camino resulta delicioso, tentador y lleno de mariposas que aletean sin descanso.
Sacudí la cabeza y dejé de imaginar tonterías.
«¿Qué más daba lo que hubiese empezado a sentir?», Santana estaba fuera de mi alcance.
Suspiré con la mirada fija en el suelo del metro y pensé en Casey, en sus pestañas rubias, en su mirada cariñosa y en la promesa de un mañana.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,...
ohhh ohhh!!!!,.. a rey muerto rey puesto???
parece que britt ya encontró un "futuro"?
siempre ahi algo bueno!!!
nos vemos!!!
ohhh ohhh!!!!,.. a rey muerto rey puesto???
parece que britt ya encontró un "futuro"?
siempre ahi algo bueno!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Me gusto casey la apruebo para britt.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Lo que faltaba, a todos les gusta la dulce casey, pero este es un fic Brittana asi que por el bien de la humanidad y antes de que se me incendie el cerebro espero que esta chica s se vaya a Berlin cuanto antes y que la idiota de Santana aparezca de una buena vez!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,...
ohhh ohhh!!!!,.. a rey muerto rey puesto???
parece que britt ya encontró un "futuro"?
siempre ahi algo bueno!!!
nos vemos!!!
Hola lu, ajajajajaj eso parece...además se lo merece por tonta, asik si, rey puesto! Espero y si la vrdd, se lo merece. Si q si! Saludos =D
Isabella28 escribió:Me gusto casey la apruebo para britt.
Hola, ajajaj a mi tmbn y yo tmbn! esperemos y nos haga caso xD...o cierta morena abra los ojos ya! Saludos =D
micky morales escribió:Lo que faltaba, a todos les gusta la dulce casey, pero este es un fic Brittana asi que por el bien de la humanidad y antes de que se me incendie el cerebro espero que esta chica s se vaya a Berlin cuanto antes y que la idiota de Santana aparezca de una buena vez!!!!!
Hola, jajajajajajajajajajaj como bn dices a todas nos gusta casey, pero tmbn xq puede hacer q cierta morena abra los ojos y luche por lo q tiene y debe! asik es bueno q este casey, no¿? jajaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 29
Capitulo 29
He Conocido A Alguien…
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: milagro navideño.
No te lo vas a creer, pero sea lo que sea lo que le dijiste a Quinn, la hizo decidirse.
Ayer domingo vino a casa a hablar conmigo, me confesó que estaba loca por Rachel y que quería intentarlo. Ojalá hubieses estado delante, fue divertido; parecía una niña asustada, hasta me preguntó si no pensaba pegarle un puñetazo.
Tenía que contártelo.
Santana López (mejor amiga de la nueva novia de mi hermana pequeña)
Releí el mensaje.
Y me sentí pletórica por ellas, feliz de haber conseguido sin saber cómo que Quinn diese el paso y dejase de reprimir lo que sentía.
Pero luego me embargó cierta tristeza al darme cuenta de que el domingo Santana había estado en casa y no de viaje como me había dicho.
Noté una sacudida rara en el estómago.
¿Decepción, tristeza…?
Puede que ambas cosas.
Valoré la posibilidad de que hubiese llegado tarde, por la noche, porque era más fácil moldear la realidad a mi antojo que aceptar que nuestra relación había cambiado y que Santana ya no quería que siguiésemos viéndonos.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: RE: milagro navideño.
Me alegro mucho por ellas, de verdad, es una noticia fantástica. Dales la enhorabuena de mi parte. ¿Beth lo sabe? ¿Cómo se lo ha tomado?
PD: ¿Qué tal el fin de semana?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Necesito unas vacaciones.
Es broma (el asunto del mensaje, quiero decir). Todo bien, mucho trabajo, muchas reuniones en las que me convierto en la mujer más simpática y agradable del mundo, ¿te lo imaginas…?
¿Qué tal tú?
PD: Aún no han hablado con Beth, han acordado esperar un tiempo para ver qué tal avanza todo, pero tengo el presentimiento de que ha heredado mi instinto de algún modo mágico o algo así y que sabe más de lo que parece.
Santana López (instinto ganador)
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ¿Pero puedes ser simpática?
Si me esfuerzo mucho, sí, te imagino contentando a cualquiera que se te cruce, eres muy embaucadora y persuasiva si te lo propones. Ah, y me parece bien la decisión que han tomado antes de decirle nada a Beth.
PD: Mi fin de semana bien, productivo. Tuve una cita desastrosa, la peor de todas.
Un tal Brody que era terrible y odioso.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Pequeña princesa sin príncipe ni corona...
Tú y las citas, ¿cuándo aprenderás? Si me dejases haber escrito bien y al completo ese perfil no tendrías tantos problemas.
Santana López (infalible)
Tragué saliva.
Me enfadé y sentí rabia y un vacío en el estómago.
Santana tenía que saberlo.
Tenía que saber que empezaba a tener dudas sobre ella, sobre nosotras, porque le había preguntado aquello… lo de dejar de tener citas… cerrar esa posibilidad… Y ella había reaccionado ante ese momento de debilidad alejándose de mí.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: he conocido a alguien.
No todo fue malo. Tuve una segunda cita después y fue bien, muy bien.
PD: ¿Pasarás aquí las fiestas?
Brittany Pierce.
Terminé de teclear con la certeza de que en esa ocasión no había mentiras ni intentos de demostrarle nada, sino la verdad.
Puede que Santana me hiciese perder la cabeza, sí, pero Casey me interesaba; lo había pasado bien con ella, lo suficiente como para que al día siguiente, martes, fuésemos a quedar de nuevo.
Tal como dijo al despedirnos, había cumplido su palabra y me había llamado esa misma mañana para acordar una segunda cita; acepté cenar en un local del Soho que le habían recomendado unos amigos.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: (sin asunto)
¿Qué significa «bien, muy bien»?
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Es evidente.
Bueno eso mismo, que la cosa fue bien.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: (sin asunto)
¿Cómo se llama?
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ...
¿Por qué quieres saberlo?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: (sin asunto)
Lo investigaré.
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ...
¡No! ¿Has perdido la cabeza?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: (sin asunto)
Dame el nombre. Esto es por tu bien.
Santana López.
Dejé el móvil un segundo para coger el ordenador, entrar en la web de citas y cambiar mi contraseña (no sé por qué no lo había hecho hasta ese momento) antes de que se le ocurriese meterse y buscar entre los últimos candidatos con los que había hablado.
Abandoné mi etapa de «BuscoEsposoOEsposaDesesperadamente» y empecé una nueva bautizada como «Gato», que era la simple contraseña que usaba siempre.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: No te entrometas.
Santana, soy una persona adulta, te agradezco tu preocupación, pero puedo hacerme cargo de esto por mí misma. Casey es agradable, de verdad, me habló de su familia, de los países que había visitado y de lo mucho que desea encontrar una estabilidad en su vida. Hasta usa calcetines navideños, ¿puedes creértelo? (en realidad solo porque olvidó hacer la colada, no te burles). Así que, en fin, quédate tranquila. No tiene pinta de sicario ni de pertenecer a ninguna mafia. Tampoco intentó sobrepasarse.
Todo está en orden, mi capitana.
Brittany Pierce.
Menos de un minuto después de enviar el mensaje, mi teléfono sonó, pero en esa ocasión era una llamada entrante de Santana.
Descolgué insegura.
—¿Has cambiado la contraseña? ¿En serio?
—Sí y menos mal. Sabía que intentarías entrar. Al final va a resultar que te conozco mejor de lo que pensaba.[/b]—me levanté del sofá y me dirigí a la cocina mientras ella protestaba al otro lado el teléfono.
Abrí la despensa y cogí un puñado de frutos secos que me llevé a la boca.
[i]—… La cuestión es que no la conoces, podría ser peligrosa—concluyó.
—Santana, estás exagerando.
—Y tú eres una inconsciente.
—Lo que tú digas—mascullé para que me dejase en paz.
—Imagino que volverás a verla…
—Hemos quedado mañana para cenar.
—¿Para cenar?—repitió con frialdad.
Dejé los frutos secos que aún no me había comido encima del banco de la cocina y parpadeé más de lo normal mientras respiraba hondo.
—¿Por qué haces esto? Fingir que te importo…
—Sabes que me importas.
Contuve el aliento con la mirada fija en el ventanal tras el que se dibujaban las luces de la ciudad en medio de la oscuridad de la noche.
Me tragué mi orgullo y el dolor.
—Lo del otro día… la última vez que estuvimos juntas… fue una despedida para ti, ¿verdad? Sé sincera en esto, por favor.
Silencio.
Más silencio.
—Supongo que sí.
—Vale—respondí, aunque la palabra sonó hueca, como si de pronto todo atisbo de emoción me hubiese abandonado.
—Brittany…—susurró con la voz ronca.
—No, no te molestes, lo entiendo…
—Voy para allá. Llego en media hora.
—¿Qué? Santana, no, no lo hagas.—pero cuando terminé de decirlo, descubrí que ya había colgado.
No lo cogió cuando volví a llamarle un par de veces, frustrada y confundida.
Todo había terminado; lo aceptaba, sabía desde el principio que ese momento tenía que llegar, aunque me daba cuenta de que hubiese sido mucho más fácil dejarlo en una sola noche, como pretendí en su día, que alargarlo, conocerlo, aprenderme las pequeñas cicatrices de sus manos, el significado de cada gesto, su estado emocional según el tono de su voz o la intensidad de su mirada y esa ternura que salía a relucir cuando se dejaba llevar y que tanto intentaba esconder.
Apareció puntual.
Vestía unos vaqueros y una cazadora oscura. Llevaba el casco de la moto y una pequeña bolsa en la mano derecha y sus ojos relucían bajo la luz del descansillo.
Nos miramos en silencio, ella sin intentar entrar, yo sin invitarla a hacerlo… al menos hasta que alargó una mano y la dejó caer en mi nuca antes de besarme.
Y fue un beso que dijo muchas cosas.
Un beso de palabras, de dejar claro que aquello no era una reconciliación, sino una despedida de verdad.
Dejé escapar un gemido ahogado que se perdió en su boca.
Santana entró en el departamento sin parar de besarme y cerró la puerta a su espalda antes de pegarme a la pared. Sus manos, que estaban sobre mis mejillas memorizando mi rostro, pronto se perdieron bajo la ropa, encontraron la piel, provocaron escalofríos, me buscaron con impaciencia.
Y quizá fue cuando sus labios sobre mi cuello contaban las pulsaciones, o mientras me arrancaba la ropa interior, pero entre alguno de esos momentos sentí que conectábamos de una forma especial.
Y supe que ella también notó ese hilo que nos ató de pronto porque dejó de mirarme, sostuvo mi cuerpo contra la pared, alzándome, con el rostro escondido entre mi hombro y mi pelo antes de unir nuestros sexos.
La abracé, clavándole las uñas en la espalda y apretando los dientes para evitar gemir más fuerte.
Sus jadeos llenaron la estancia mientras se movía con fuerza susurrando mi nombre.
Fue una contradicción de principio a fin, como ella misma; rápido e intenso, suave y lento.
Antes de dejarme llevar junto a ella, me quedé los pequeños detalles; sus dedos clavándose en la piel de mis caderas, su aliento rozándome el cuello como una caricia con cada respiración entrecortada, su olor envolviéndome…
Y luego fuegos artificiales, plenitud, placer.
Y silencio.
Silencio roto.
—Mierda—susurró con la voz ronca y tuvo que sujetarme contra su pecho cuando mis pies tocaron el suelo de nuevo, porque estaba mareada y temblorosa—Joder… he perdido la puta cabeza.
Cogí su mano y le di un apretón.
—Eh, tranquilízate—titubeé—Todo bien…¿tú…?
Santana respiró aliviada y sonrió.
—También—acogió mi mejilla en una de sus manos y dejó un reguero de besos por mi rostro; en la nariz, en los labios, en los párpados cerrados—Me nublas la mente…—susurró.
—Debería ir a limpiarme—logré decir.
—Vale—me dedicó una mirada tierna.
Abandoné el calor de su cuerpo junto al mío y me encaminé hacia el cuarto del baño, pero me giré ante de entrar. Ella seguía ahí, terminando de acomodarse la ropa. Alzó la vista hacia mí cuando hablé.
—¿Estarás cuando salga?—pregunté insegura.
—Claro—una mueca traviesa cruzó su rostro—¿O prefieres que me duche contigo para asegurarte de que no me escapo?
Era tentador, pero quería estar sola.
Negué con la cabeza y cerré la puerta tras abrir el grifo del agua caliente. Me quité la camiseta que aún llevaba puesta antes de meterme debajo del chorro de la ducha.
Cerré los ojos.
Podría haberme limpiado en menos de un minuto, pero necesitaba alejarme de ella, acercarme a mí, calmarme.
Cuando salí un rato después envuelta en una toalla blanca, Santana me siguió a la habitación y, antes de que consiguiese coger algo de ropa, sus manos volvían a estar sobre mi piel.
La toalla cayó al suelo. Sus labios encontraron los míos, pero esta vez con delicadeza en un beso dulce y suave. Me tumbó en la cama y recorrió mi cuerpo desnudo descubriendo cada curva y cada lunar escondido.
Nos quedamos calladas, abrazadas.
Estaba a punto de dormirme cuando el susurro de su voz ronca se coló entre
nosotras.
—Cuéntame algo que no sepa nadie más.
Lo pensé unos segundos.
Tragué saliva.
—No lloro. Nunca lloro. No puedo llorar.
Al despertar a la mañana siguiente, encontré vacío el hueco al otro lado de la cama.
Las sábanas aún olían a ella y nos habíamos besado tanto rato durante la noche anterior, como dos adolescentes que no se atreven a ir a más, que casi podía sentir todavía el tacto cálido de sus labios suaves sobre los míos.
Pero supe que no ocurriría de nuevo.
Ella no estaba.
Santana se había ido.
Aunque había dejado algo antes de hacerlo.
Alargué la mano y cogí la pequeña bolsa que estaba encima de la mesilla de noche. Dentro había un regalo al que le quité rápidamente el papel rojo de envolver, sentada aún en la cama. Abrí la caja.
Era una bola de nieve. La giré y observé los copos que caían sobre un escenario en miniatura que sin duda era Bryant Park.
Sonreí.
Era un recuerdo. Un recuerdo solo nuestro.
Leí la pequeña nota que lo acompañaba:
Para: Brittany Pierce.
Asunto: milagro navideño.
No te lo vas a creer, pero sea lo que sea lo que le dijiste a Quinn, la hizo decidirse.
Ayer domingo vino a casa a hablar conmigo, me confesó que estaba loca por Rachel y que quería intentarlo. Ojalá hubieses estado delante, fue divertido; parecía una niña asustada, hasta me preguntó si no pensaba pegarle un puñetazo.
Tenía que contártelo.
Santana López (mejor amiga de la nueva novia de mi hermana pequeña)
Releí el mensaje.
Y me sentí pletórica por ellas, feliz de haber conseguido sin saber cómo que Quinn diese el paso y dejase de reprimir lo que sentía.
Pero luego me embargó cierta tristeza al darme cuenta de que el domingo Santana había estado en casa y no de viaje como me había dicho.
Noté una sacudida rara en el estómago.
¿Decepción, tristeza…?
Puede que ambas cosas.
Valoré la posibilidad de que hubiese llegado tarde, por la noche, porque era más fácil moldear la realidad a mi antojo que aceptar que nuestra relación había cambiado y que Santana ya no quería que siguiésemos viéndonos.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: RE: milagro navideño.
Me alegro mucho por ellas, de verdad, es una noticia fantástica. Dales la enhorabuena de mi parte. ¿Beth lo sabe? ¿Cómo se lo ha tomado?
PD: ¿Qué tal el fin de semana?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Necesito unas vacaciones.
Es broma (el asunto del mensaje, quiero decir). Todo bien, mucho trabajo, muchas reuniones en las que me convierto en la mujer más simpática y agradable del mundo, ¿te lo imaginas…?
¿Qué tal tú?
PD: Aún no han hablado con Beth, han acordado esperar un tiempo para ver qué tal avanza todo, pero tengo el presentimiento de que ha heredado mi instinto de algún modo mágico o algo así y que sabe más de lo que parece.
Santana López (instinto ganador)
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ¿Pero puedes ser simpática?
Si me esfuerzo mucho, sí, te imagino contentando a cualquiera que se te cruce, eres muy embaucadora y persuasiva si te lo propones. Ah, y me parece bien la decisión que han tomado antes de decirle nada a Beth.
PD: Mi fin de semana bien, productivo. Tuve una cita desastrosa, la peor de todas.
Un tal Brody que era terrible y odioso.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Pequeña princesa sin príncipe ni corona...
Tú y las citas, ¿cuándo aprenderás? Si me dejases haber escrito bien y al completo ese perfil no tendrías tantos problemas.
Santana López (infalible)
Tragué saliva.
Me enfadé y sentí rabia y un vacío en el estómago.
Santana tenía que saberlo.
Tenía que saber que empezaba a tener dudas sobre ella, sobre nosotras, porque le había preguntado aquello… lo de dejar de tener citas… cerrar esa posibilidad… Y ella había reaccionado ante ese momento de debilidad alejándose de mí.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: he conocido a alguien.
No todo fue malo. Tuve una segunda cita después y fue bien, muy bien.
PD: ¿Pasarás aquí las fiestas?
Brittany Pierce.
Terminé de teclear con la certeza de que en esa ocasión no había mentiras ni intentos de demostrarle nada, sino la verdad.
Puede que Santana me hiciese perder la cabeza, sí, pero Casey me interesaba; lo había pasado bien con ella, lo suficiente como para que al día siguiente, martes, fuésemos a quedar de nuevo.
Tal como dijo al despedirnos, había cumplido su palabra y me había llamado esa misma mañana para acordar una segunda cita; acepté cenar en un local del Soho que le habían recomendado unos amigos.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: (sin asunto)
¿Qué significa «bien, muy bien»?
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Es evidente.
Bueno eso mismo, que la cosa fue bien.
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: (sin asunto)
¿Cómo se llama?
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ...
¿Por qué quieres saberlo?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: (sin asunto)
Lo investigaré.
Santana López.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: ...
¡No! ¿Has perdido la cabeza?
Brittany Pierce.
De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: (sin asunto)
Dame el nombre. Esto es por tu bien.
Santana López.
Dejé el móvil un segundo para coger el ordenador, entrar en la web de citas y cambiar mi contraseña (no sé por qué no lo había hecho hasta ese momento) antes de que se le ocurriese meterse y buscar entre los últimos candidatos con los que había hablado.
Abandoné mi etapa de «BuscoEsposoOEsposaDesesperadamente» y empecé una nueva bautizada como «Gato», que era la simple contraseña que usaba siempre.
De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: No te entrometas.
Santana, soy una persona adulta, te agradezco tu preocupación, pero puedo hacerme cargo de esto por mí misma. Casey es agradable, de verdad, me habló de su familia, de los países que había visitado y de lo mucho que desea encontrar una estabilidad en su vida. Hasta usa calcetines navideños, ¿puedes creértelo? (en realidad solo porque olvidó hacer la colada, no te burles). Así que, en fin, quédate tranquila. No tiene pinta de sicario ni de pertenecer a ninguna mafia. Tampoco intentó sobrepasarse.
Todo está en orden, mi capitana.
Brittany Pierce.
Menos de un minuto después de enviar el mensaje, mi teléfono sonó, pero en esa ocasión era una llamada entrante de Santana.
Descolgué insegura.
—¿Has cambiado la contraseña? ¿En serio?
—Sí y menos mal. Sabía que intentarías entrar. Al final va a resultar que te conozco mejor de lo que pensaba.[/b]—me levanté del sofá y me dirigí a la cocina mientras ella protestaba al otro lado el teléfono.
Abrí la despensa y cogí un puñado de frutos secos que me llevé a la boca.
[i]—… La cuestión es que no la conoces, podría ser peligrosa—concluyó.
—Santana, estás exagerando.
—Y tú eres una inconsciente.
—Lo que tú digas—mascullé para que me dejase en paz.
—Imagino que volverás a verla…
—Hemos quedado mañana para cenar.
—¿Para cenar?—repitió con frialdad.
Dejé los frutos secos que aún no me había comido encima del banco de la cocina y parpadeé más de lo normal mientras respiraba hondo.
—¿Por qué haces esto? Fingir que te importo…
—Sabes que me importas.
Contuve el aliento con la mirada fija en el ventanal tras el que se dibujaban las luces de la ciudad en medio de la oscuridad de la noche.
Me tragué mi orgullo y el dolor.
—Lo del otro día… la última vez que estuvimos juntas… fue una despedida para ti, ¿verdad? Sé sincera en esto, por favor.
Silencio.
Más silencio.
—Supongo que sí.
—Vale—respondí, aunque la palabra sonó hueca, como si de pronto todo atisbo de emoción me hubiese abandonado.
—Brittany…—susurró con la voz ronca.
—No, no te molestes, lo entiendo…
—Voy para allá. Llego en media hora.
—¿Qué? Santana, no, no lo hagas.—pero cuando terminé de decirlo, descubrí que ya había colgado.
No lo cogió cuando volví a llamarle un par de veces, frustrada y confundida.
Todo había terminado; lo aceptaba, sabía desde el principio que ese momento tenía que llegar, aunque me daba cuenta de que hubiese sido mucho más fácil dejarlo en una sola noche, como pretendí en su día, que alargarlo, conocerlo, aprenderme las pequeñas cicatrices de sus manos, el significado de cada gesto, su estado emocional según el tono de su voz o la intensidad de su mirada y esa ternura que salía a relucir cuando se dejaba llevar y que tanto intentaba esconder.
Apareció puntual.
Vestía unos vaqueros y una cazadora oscura. Llevaba el casco de la moto y una pequeña bolsa en la mano derecha y sus ojos relucían bajo la luz del descansillo.
Nos miramos en silencio, ella sin intentar entrar, yo sin invitarla a hacerlo… al menos hasta que alargó una mano y la dejó caer en mi nuca antes de besarme.
Y fue un beso que dijo muchas cosas.
Un beso de palabras, de dejar claro que aquello no era una reconciliación, sino una despedida de verdad.
Dejé escapar un gemido ahogado que se perdió en su boca.
Santana entró en el departamento sin parar de besarme y cerró la puerta a su espalda antes de pegarme a la pared. Sus manos, que estaban sobre mis mejillas memorizando mi rostro, pronto se perdieron bajo la ropa, encontraron la piel, provocaron escalofríos, me buscaron con impaciencia.
Y quizá fue cuando sus labios sobre mi cuello contaban las pulsaciones, o mientras me arrancaba la ropa interior, pero entre alguno de esos momentos sentí que conectábamos de una forma especial.
Y supe que ella también notó ese hilo que nos ató de pronto porque dejó de mirarme, sostuvo mi cuerpo contra la pared, alzándome, con el rostro escondido entre mi hombro y mi pelo antes de unir nuestros sexos.
La abracé, clavándole las uñas en la espalda y apretando los dientes para evitar gemir más fuerte.
Sus jadeos llenaron la estancia mientras se movía con fuerza susurrando mi nombre.
Fue una contradicción de principio a fin, como ella misma; rápido e intenso, suave y lento.
Antes de dejarme llevar junto a ella, me quedé los pequeños detalles; sus dedos clavándose en la piel de mis caderas, su aliento rozándome el cuello como una caricia con cada respiración entrecortada, su olor envolviéndome…
Y luego fuegos artificiales, plenitud, placer.
Y silencio.
Silencio roto.
—Mierda—susurró con la voz ronca y tuvo que sujetarme contra su pecho cuando mis pies tocaron el suelo de nuevo, porque estaba mareada y temblorosa—Joder… he perdido la puta cabeza.
Cogí su mano y le di un apretón.
—Eh, tranquilízate—titubeé—Todo bien…¿tú…?
Santana respiró aliviada y sonrió.
—También—acogió mi mejilla en una de sus manos y dejó un reguero de besos por mi rostro; en la nariz, en los labios, en los párpados cerrados—Me nublas la mente…—susurró.
—Debería ir a limpiarme—logré decir.
—Vale—me dedicó una mirada tierna.
Abandoné el calor de su cuerpo junto al mío y me encaminé hacia el cuarto del baño, pero me giré ante de entrar. Ella seguía ahí, terminando de acomodarse la ropa. Alzó la vista hacia mí cuando hablé.
—¿Estarás cuando salga?—pregunté insegura.
—Claro—una mueca traviesa cruzó su rostro—¿O prefieres que me duche contigo para asegurarte de que no me escapo?
Era tentador, pero quería estar sola.
Negué con la cabeza y cerré la puerta tras abrir el grifo del agua caliente. Me quité la camiseta que aún llevaba puesta antes de meterme debajo del chorro de la ducha.
Cerré los ojos.
Podría haberme limpiado en menos de un minuto, pero necesitaba alejarme de ella, acercarme a mí, calmarme.
Cuando salí un rato después envuelta en una toalla blanca, Santana me siguió a la habitación y, antes de que consiguiese coger algo de ropa, sus manos volvían a estar sobre mi piel.
La toalla cayó al suelo. Sus labios encontraron los míos, pero esta vez con delicadeza en un beso dulce y suave. Me tumbó en la cama y recorrió mi cuerpo desnudo descubriendo cada curva y cada lunar escondido.
Nos quedamos calladas, abrazadas.
Estaba a punto de dormirme cuando el susurro de su voz ronca se coló entre
nosotras.
—Cuéntame algo que no sepa nadie más.
Lo pensé unos segundos.
Tragué saliva.
—No lloro. Nunca lloro. No puedo llorar.
Al despertar a la mañana siguiente, encontré vacío el hueco al otro lado de la cama.
Las sábanas aún olían a ella y nos habíamos besado tanto rato durante la noche anterior, como dos adolescentes que no se atreven a ir a más, que casi podía sentir todavía el tacto cálido de sus labios suaves sobre los míos.
Pero supe que no ocurriría de nuevo.
Ella no estaba.
Santana se había ido.
Aunque había dejado algo antes de hacerlo.
Alargué la mano y cogí la pequeña bolsa que estaba encima de la mesilla de noche. Dentro había un regalo al que le quité rápidamente el papel rojo de envolver, sentada aún en la cama. Abrí la caja.
Era una bola de nieve. La giré y observé los copos que caían sobre un escenario en miniatura que sin duda era Bryant Park.
Sonreí.
Era un recuerdo. Un recuerdo solo nuestro.
Leí la pequeña nota que lo acompañaba:
«Gracias por estas semanas. Gracias por todo.
Santana López (siempre tuya)».
Santana López (siempre tuya)».
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Por esta actitud de santana es que en estos momentos prefiero a casey.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
No tengo palabras!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Isabella28 escribió:Por esta actitud de santana es que en estos momentos prefiero a casey.
Hola, eso es la vrdd, osea se enoja y le dan celos, pero de lo mas bn q la deja como si nada ¬¬ Saludos =D
micky morales escribió:No tengo palabras!!!!
Hola, esk san las quita...para bn y lamentablemente para mal tmbn...q es mas doloroso =/ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 30
Capitulo 30
Navidad, Dulce Navidad…
El martes, y a pesar de que sentía que llevaba a Santana conmigo en cada poro de mi piel, quedé con Casey.
Cenamos en un restaurante que hacía unas patatas deliciosas con diferentes salsas que probamos y analizamos entre risas como si fuésemos expertas catadoras de comida.
Estar con Casey era agradable.
No despertaba en mí un deseo irrefrenable, aunque era atractiva y tenía una sonrisa preciosa, ni tampoco sentía un agujero en el pecho cada vez que nuestras miradas tropezaban.
Pero quizá ahí estaba la clave.
Quizá la intensidad tiene poco que ver con el amor, un amor más tranquilo, maduro y puro.
O eso fue lo que me dije cuando nos despedimos al terminar y dejé que sus labios rozasen los míos en un beso sosegado y cariñoso.
—¿Nos vemos después de las fiestas?
—Claro. Disfruta de la familia—dije.
—Lo mismo te digo.
Y eso hice.
Fui a recoger a mi mamá a la parada del autobús correspondiente y después cogimos juntas el metro hacia mi casa.
Me reí ante su cara de desconcierto cuando un grupo de hippies entró en nuestro mismo vagón y la adoré porque hiciese el esfuerzo de estar ahí, sujetándose a la barra de metal con un bonito pañuelo de algodón que, con toda seguridad, lavaría enérgicamente en cuanto llegásemos a casa.
Una vez en el departamento, mi mamá se convirtió en un halcón capaz de encontrar hasta la última mota de polvo, algo que no era fácil teniendo en cuenta que llevaba toda la semana limpiando de forma obsesiva y desahogando mi frustración sacándole brillo al mueble del salón.
Ese mueble que Sam se empeñó en comprar y que continuaba sin gustarme.
Decidí que algún día no muy lejano seguiría el mismo camino que la estatua que la pasada semana había desterrado de mi pequeño reino.
La acomodé en mi habitación tras asegurarle que el sofá era cómodo y grande y ahí dormiría perfectamente.
Juntas, sin apenas hablar, cambiamos las sábanas y pusimos las que mi mamá se había traído de casa.
Otra de sus manías, aunque todas estaban enlazadas entre sí por esa necesidad de mantener el control, de sentirse segura entre sus cosas.
Al caer la tarde fuimos a comprar al supermercado los ingredientes que necesitábamos para la cena de Navidad.
Y fue agradable estar con ella, pasear entre las hileras llenas y que resultase algo cotidiano y familiar.
Aparté la mirada de los cereales de colores para niños que tanto le gustaban a Santana y seguí adelante arrastrando el carrito con decisión por el pulido suelo del supermercado.
Mi mamá apoyó su mano delgada en mi hombro.
—¿Estás bien, cariño?
Hice un esfuerzo y sonreí.
—Sí, claro. No tengo té en casa, por cierto, olvidé comprarlo; vamos a ver si encontramos ese que tanto te gusta.
Eso es lo que pasa cuando una persona desaparece de repente de tu vida, que es imposible que los detalles, las palabras, las miradas y los recuerdos también se vayan igual de rápido, así, en un pestañeo.
Santana ya no estaba, pero sí todo lo que había dejado por el camino.
El tiempo se nos escurrió de las manos entre guardar la compra en la despensa y salir a tomar un café con leche calentito.
Estuvimos hablando, sentadas en unos mullidos sofás, relajadas (después de que ella hubiese limpiado el contorno de la taza en la que le sirvieron su bebida).
Le hablé del divorcio entre Sugar Motta y Artie Abrams y lo mucho que me había disgustado llevar ese caso desde el principio.
Me desahogué hasta quedarme sin palabras, poniéndolos verdes a los dos.
—No me gusta que no estés contenta con tu trabajo…
—No es eso, mamá. Es que… no sé, déjalo.
—Cuéntamelo, Britty.
Alcé la mirada hacia ella.
—No quiero decepcionarte.
Mi mamá posó su mano cálida sobre la mía.
—¿Por qué dices eso? Tú jamás podrías decepcionarme. Estoy muy orgullosa de ti, cariño.
Tragué para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—Desde hace un tiempo ya no me siento como antes ni tengo las mismas ganas de pisar la oficina cada lunes. Y no porque esté dejando de ser ambiciosa, no, creo que es justo lo contrario. Quiero hacer algo diferente. Quiero luchar por cosas que para mí valgan la pena, que me motiven…—susurré—Olvídalo. Es una tontería.
—De eso nada. Britty, escúchame, puedes hacer todo lo que te propongas. Siempre lo he sabido. Eres perseverante, lista e intuitiva, mucho más de lo que yo lo fui en su día cuando era joven; ojalá me hubiese parecido un poquito más a ti—dijo con los ojos brillantes—Si no estás contenta con tu trabajo, déjalo. Ya aparecerá alguna otra oportunidad que te llene.
—¿Lo dices en serio?
No podía creerme que mi mamá, la mujer que adoraba la seguridad, la estabilidad y la rutina, me animase a dejar mi trabajo.
—Por supuesto, cariño.
—Pero eso… eso es imposible.
—¿Imposible dejar tu trabajo?
—Tengo que pagar la hipoteca y no vivo en una zona precisamente económica. Tengo algunos ahorros, pero no sé hasta cuándo me durarían sin ingresos y… es demasiado arriesgado. No puedo hacerlo.
Nos quedamos calladas.
Ella le dio un sorbo a su café.
—¿Has conocido a alguien?—preguntó, y lo hizo con la seguridad de saber la respuesta de antemano.
—Sí… bueno, más o menos.
—Una relación complicada.
—Algo así—admití, porque no era fácil explicarle que esa relación ya no existía como tal y que, la mujer con la que había quedado los últimos días y con la que me enviaba algún que otro mensaje diario, era otra.
Cada vez que leía «Casey» en la bandeja de entrada, tenía que esforzarme para no desanimarme al no ver ese nombre que tanto echaba de menos.
Y me sentía horrible por ser incapaz de dejar de pensar en ella, pero, al mismo tiempo, una parte irracional de mí misma deseaba que lo de Casey funcionase, que, quizá, con el tiempo, esa otra persona fuese diluyéndose en el recuerdo entre citas divertidas y besos dulces.
—Todo se arreglará.
Asentí, incapaz de corregirla y sacarla de su error. Cogí la taza con las dos manos, agradeciendo el calor que desprendía, y le di un pequeño sorbo.
—Mamá, ¿puedo preguntarte algo…?
—Dime, cariño—aceptó mientras repasaba el extremo de la mesa de madera con una servilleta de papel que había cogido.
—¿Recuerdas ese cuento que me contabas de pequeña?—ella asintió con la cabeza, distraída—¿Tú… tú eras la Señorita Ardilla?
Me miró sorprendida, como si fuese la última pregunta del mundo que esperase escuchar de mis labios, pero, cuando la asimiló, asintió lentamente con la cabeza.
—Supongo que sí. Cuando eras una niña me sentía aún muy dolida por todo lo que ocurrió con tu papá. Enamorarme de él fue… fue lo peor que me ocurrió en la vida… pero ahora te miro a ti, que estás aquí, y sé que volvería a pasar por todo aquello sin dudarlo.
Sentí una opresión en el pecho.
—Mamá, no es necesario que me cuentes…
—No, déjame hacerlo. Quiero hacerlo—repitió sin dejar de frotar la mesa, esta vez con manos temblorosas y torpes—Cuando conocí a tu papá no sabía que estaba casado. Me enamoré de él. Era encantador y muy inteligente. Me dejé llevar y estuvimos viéndonos durante meses a escondidas, porque tus abuelos nunca hubiesen aceptado que saliese con un hombre que era quince años más mayor. Así que, cuando me quedé embarazada, él fue la primera persona a la que se lo conté. Yo estaba asustada, porque era joven y no tenía ni idea de cuidar a un bebé, pero también me sentía ilusionada, porque lo quería y pensé que aquello podía ser el comienzo de una nueva vida para nosotros y que mis padres tendrían que aceptarlo les gustase o no.
—¿Y fue entonces cuando te enteraste…?
Asintió con la mirada perdida.
—No quiso saber nada. A los pocos días, descubrí que tenía otra familia; una esposa, dos hijos de seis o siete años y una pequeña de apenas unos meses. Quería morirme. Pensé en hacerlo, incluso, pero luego recordaba a ese bebé que llevaba dentro y que no tenía la culpa de nada—dijo—Terminé contándoles a mis padres todo lo que había ocurrido y, lejos de lo que pensaba, los dos me apoyaron y me ayudaron. Quizá fue un error, pero desde ese instante me propuse no dejar entrar en mi vida al primer pajarito colorido que llamase a mi puerta. Sé que me he equivocado en muchas cosas, pero intenté hacerlo lo mejor posible. Quería que tuvieses un futuro brillante, una carrera y un buen trabajo con el que poder mantenerte a ti misma sin tener nunca la necesidad de depender de un hombre. Que fueses independiente y lista y todo aquello que yo no pude ser.
Respiré hondo, emocionada, y luego me levanté de mi asiento y me incliné sobre el suyo para abrazarla con fuerza. Aspiré su olor a suavizante y me dije que, para mí, incluso con todas sus rarezas y defectos, mi mamá era increíble.
—No podrías haberlo hecho mejor. Gracias, mamá.
Decidí que esos días tenían que ser especiales para ella, lo suficientemente buenos como para que a partir de entonces tuviese ganas de venir a visitarme a la ciudad un par de veces al año.
Al día siguiente, la invité a ir al ballet para ver El Cascanueces.
Y fue precioso.
Me embargó una sensación de alegría y satisfacción al verla emocionarse durante el espectáculo; la música de Tchaikovsky y la coreografía de Balanchine eran brillantes.
Al salir, paseamos por las calles, hablamos más que nunca y disfrutamos viendo la decoración espectacular de algunos escaparates.
Un día después, las dos estábamos picando zanahorias y cebolla en la encimera de mi cocina.
Aún era media tarde, pero mi mamá era una mujer previsora. Me dio un par de órdenes fáciles, asegurando que ella se ocuparía del plato principal, y me quitó el cuchillo de las manos cuando descubrió que los cortes no estaban siendo todo lo precisos y finos que ella esperaba.
Me reí y aproveché el momento para mirar mi teléfono.
Tenía varios mensajes felicitándome la Navidad. Uno de Hanna, que hacía días que se había marchado a la casa que sus padres poseían en los Los Hamptons y donde cada año se reunían con la familia materna; me decía que era la mejor amiga del universo (con una efusividad sorprendente hasta tratándose de ella) y que a la vuelta me lo contaría todo con pelos y señales (no le di mayor importancia porque Hanna solía decir muchas cosas que no entendía).
Otro era de Marley y Kitty, acompañado por una fotografía en la que salían ambas sonrientes.
Había uno de Casey, sencillo y cariñoso.
Y por último, uno de Sam.
Respiré hondo, con el pulgar congelado sobre el botón de eliminar. Hacía tiempo que no tenía noticias suyas, pero esto era propio de él, acordarse de fechas señaladas, como hizo en mi pasado cumpleaños.
Tan solo me deseaba que pasase unas felices fiestas junto a mi mamá, a la que sabía que en su día le había cogido cariño, y que ojalá todo me fuese maravillosamente bien.
Quise contestarle, desearle también una feliz Navidad, pero terminé dejando el teléfono a un lado.
—Deberíamos empezar con el postre—dijo mi mamá.
—Yo me encargo—le sonreí.
La noche hubiese sido perfecta de no ser por cierta persona a la que estaba empezando a odiar de un modo irracional, quizá, pero no podía evitarlo.
Teníamos la mesa lista, con dos velas encendidas en el centro, los platos sobre un mantel granate con bordados en hilo dorado y un olor delicioso flotando en el aire, cuando Sugar Motta decidió llamarme.
Ignoré la primera llamada, porque lo último que quería el día de Navidad era pensar en el trabajo, pero no pude hacer oídos sordos ante la segunda.
Mi mamá me animo a cogerlo, asegurándome que no pasaba nada.
—¿Qué ocurre?—pregunté.
—¡Este lugar es horrible!
—¿Estás en el comedor social?
—Sí, bueno, no, ahora he salido—explicó—Y no pienso volver a entrar ahí. Huele a pobres. En serio. Está todo lleno de pobres. Yo quería servir un plato de comida y que Joe me hiciese una fotografía haciéndolo, pero el hombre que se acercaba con la bandeja tenía el pelo enmarañado y sucio y no quiero que se me peguen piojos. Así que me he ido corriendo. No soporto la idea de tener que volver a entrar ahí…
—Bueno tienes que hacerlo si quieres tener alguna posibilidad. Escúchame bien, es muy posible que pronto se filtren cosas a la prensa relacionadas con Artie—dije recordando las bazas que aún me guardaba bajo la manga—Cuando eso ocurra, si intentan ensuciar tu imagen, necesitaré algo que demuestre que eres humana y que tienes corazón, así que entra ahí, sirve la comida y hazte fotografías. Y por favor, no salgas posando, que parezca algo casual.
—¡Tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer!—gritó—¡Llevo encima un vestido de ochocientos dólares y unos zapatos de quinientos, no pienso entrar en ese estercolero humano!
—Es un comedor social…
—Estoy harta. Consigue algo diferente, algo que pueda hacer. Para eso eres mi abogada y la cabeza pensante.
—¿Sabes? Todo esto se habría evitado y hubiese sido mucho más fácil desde el principio si tú no fueses una niñata caprichosa y bocazas.
—¿Qué…? ¿Pero cómo te atreves…?—la oí gritar antes de colgar la llamada.
Me llevé una mano al pecho, respirando con dificultad. Me temblaban las piernas.
Mi mamá, que había estado escuchándolo todo desde la puerta del comedor, vino y me rodeó la espalda con un brazo protector.
—Está bien, cariño, cálmate.
—He perdido el control…—gemí.
—Eres humana—replicó.
Torcí el gesto.
Llevaba tantas semanas al límite aguantando las tonterías de Sugar y de Artie, detestando tener que ocuparme de ese caso, alterada emocionalmente…
Conseguí tranquilizarme pasados veinte minutos, con la certeza de que la bronca de Sue sería épica si aquella conversación llegaba a sus oídos, pero también con la seguridad de que no pensaba pedir perdón por ello.
Estaba cansada de lidiar con las mentiras de Sugar que lo habían estropeado todo y con la nula colaboración cuando la finalidad era que viviese a costa de otra persona durante el resto de sus días.
Así que me olvidé de lo que acababa de hacer y disfruté de aquella cena con mi mamá, comentando lo jugosa que estaba la carne y lo cremoso que nos había salido el postre.
Al día siguiente, por la tarde, la acompañé a la estación de autobuses y me despedí de ella con un abrazo y la certeza de haber pasado juntas unos días sencillos pero inolvidables.
Cenamos en un restaurante que hacía unas patatas deliciosas con diferentes salsas que probamos y analizamos entre risas como si fuésemos expertas catadoras de comida.
Estar con Casey era agradable.
No despertaba en mí un deseo irrefrenable, aunque era atractiva y tenía una sonrisa preciosa, ni tampoco sentía un agujero en el pecho cada vez que nuestras miradas tropezaban.
Pero quizá ahí estaba la clave.
Quizá la intensidad tiene poco que ver con el amor, un amor más tranquilo, maduro y puro.
O eso fue lo que me dije cuando nos despedimos al terminar y dejé que sus labios rozasen los míos en un beso sosegado y cariñoso.
—¿Nos vemos después de las fiestas?
—Claro. Disfruta de la familia—dije.
—Lo mismo te digo.
Y eso hice.
Fui a recoger a mi mamá a la parada del autobús correspondiente y después cogimos juntas el metro hacia mi casa.
Me reí ante su cara de desconcierto cuando un grupo de hippies entró en nuestro mismo vagón y la adoré porque hiciese el esfuerzo de estar ahí, sujetándose a la barra de metal con un bonito pañuelo de algodón que, con toda seguridad, lavaría enérgicamente en cuanto llegásemos a casa.
Una vez en el departamento, mi mamá se convirtió en un halcón capaz de encontrar hasta la última mota de polvo, algo que no era fácil teniendo en cuenta que llevaba toda la semana limpiando de forma obsesiva y desahogando mi frustración sacándole brillo al mueble del salón.
Ese mueble que Sam se empeñó en comprar y que continuaba sin gustarme.
Decidí que algún día no muy lejano seguiría el mismo camino que la estatua que la pasada semana había desterrado de mi pequeño reino.
La acomodé en mi habitación tras asegurarle que el sofá era cómodo y grande y ahí dormiría perfectamente.
Juntas, sin apenas hablar, cambiamos las sábanas y pusimos las que mi mamá se había traído de casa.
Otra de sus manías, aunque todas estaban enlazadas entre sí por esa necesidad de mantener el control, de sentirse segura entre sus cosas.
Al caer la tarde fuimos a comprar al supermercado los ingredientes que necesitábamos para la cena de Navidad.
Y fue agradable estar con ella, pasear entre las hileras llenas y que resultase algo cotidiano y familiar.
Aparté la mirada de los cereales de colores para niños que tanto le gustaban a Santana y seguí adelante arrastrando el carrito con decisión por el pulido suelo del supermercado.
Mi mamá apoyó su mano delgada en mi hombro.
—¿Estás bien, cariño?
Hice un esfuerzo y sonreí.
—Sí, claro. No tengo té en casa, por cierto, olvidé comprarlo; vamos a ver si encontramos ese que tanto te gusta.
Eso es lo que pasa cuando una persona desaparece de repente de tu vida, que es imposible que los detalles, las palabras, las miradas y los recuerdos también se vayan igual de rápido, así, en un pestañeo.
Santana ya no estaba, pero sí todo lo que había dejado por el camino.
El tiempo se nos escurrió de las manos entre guardar la compra en la despensa y salir a tomar un café con leche calentito.
Estuvimos hablando, sentadas en unos mullidos sofás, relajadas (después de que ella hubiese limpiado el contorno de la taza en la que le sirvieron su bebida).
Le hablé del divorcio entre Sugar Motta y Artie Abrams y lo mucho que me había disgustado llevar ese caso desde el principio.
Me desahogué hasta quedarme sin palabras, poniéndolos verdes a los dos.
—No me gusta que no estés contenta con tu trabajo…
—No es eso, mamá. Es que… no sé, déjalo.
—Cuéntamelo, Britty.
Alcé la mirada hacia ella.
—No quiero decepcionarte.
Mi mamá posó su mano cálida sobre la mía.
—¿Por qué dices eso? Tú jamás podrías decepcionarme. Estoy muy orgullosa de ti, cariño.
Tragué para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—Desde hace un tiempo ya no me siento como antes ni tengo las mismas ganas de pisar la oficina cada lunes. Y no porque esté dejando de ser ambiciosa, no, creo que es justo lo contrario. Quiero hacer algo diferente. Quiero luchar por cosas que para mí valgan la pena, que me motiven…—susurré—Olvídalo. Es una tontería.
—De eso nada. Britty, escúchame, puedes hacer todo lo que te propongas. Siempre lo he sabido. Eres perseverante, lista e intuitiva, mucho más de lo que yo lo fui en su día cuando era joven; ojalá me hubiese parecido un poquito más a ti—dijo con los ojos brillantes—Si no estás contenta con tu trabajo, déjalo. Ya aparecerá alguna otra oportunidad que te llene.
—¿Lo dices en serio?
No podía creerme que mi mamá, la mujer que adoraba la seguridad, la estabilidad y la rutina, me animase a dejar mi trabajo.
—Por supuesto, cariño.
—Pero eso… eso es imposible.
—¿Imposible dejar tu trabajo?
—Tengo que pagar la hipoteca y no vivo en una zona precisamente económica. Tengo algunos ahorros, pero no sé hasta cuándo me durarían sin ingresos y… es demasiado arriesgado. No puedo hacerlo.
Nos quedamos calladas.
Ella le dio un sorbo a su café.
—¿Has conocido a alguien?—preguntó, y lo hizo con la seguridad de saber la respuesta de antemano.
—Sí… bueno, más o menos.
—Una relación complicada.
—Algo así—admití, porque no era fácil explicarle que esa relación ya no existía como tal y que, la mujer con la que había quedado los últimos días y con la que me enviaba algún que otro mensaje diario, era otra.
Cada vez que leía «Casey» en la bandeja de entrada, tenía que esforzarme para no desanimarme al no ver ese nombre que tanto echaba de menos.
Y me sentía horrible por ser incapaz de dejar de pensar en ella, pero, al mismo tiempo, una parte irracional de mí misma deseaba que lo de Casey funcionase, que, quizá, con el tiempo, esa otra persona fuese diluyéndose en el recuerdo entre citas divertidas y besos dulces.
—Todo se arreglará.
Asentí, incapaz de corregirla y sacarla de su error. Cogí la taza con las dos manos, agradeciendo el calor que desprendía, y le di un pequeño sorbo.
—Mamá, ¿puedo preguntarte algo…?
—Dime, cariño—aceptó mientras repasaba el extremo de la mesa de madera con una servilleta de papel que había cogido.
—¿Recuerdas ese cuento que me contabas de pequeña?—ella asintió con la cabeza, distraída—¿Tú… tú eras la Señorita Ardilla?
Me miró sorprendida, como si fuese la última pregunta del mundo que esperase escuchar de mis labios, pero, cuando la asimiló, asintió lentamente con la cabeza.
—Supongo que sí. Cuando eras una niña me sentía aún muy dolida por todo lo que ocurrió con tu papá. Enamorarme de él fue… fue lo peor que me ocurrió en la vida… pero ahora te miro a ti, que estás aquí, y sé que volvería a pasar por todo aquello sin dudarlo.
Sentí una opresión en el pecho.
—Mamá, no es necesario que me cuentes…
—No, déjame hacerlo. Quiero hacerlo—repitió sin dejar de frotar la mesa, esta vez con manos temblorosas y torpes—Cuando conocí a tu papá no sabía que estaba casado. Me enamoré de él. Era encantador y muy inteligente. Me dejé llevar y estuvimos viéndonos durante meses a escondidas, porque tus abuelos nunca hubiesen aceptado que saliese con un hombre que era quince años más mayor. Así que, cuando me quedé embarazada, él fue la primera persona a la que se lo conté. Yo estaba asustada, porque era joven y no tenía ni idea de cuidar a un bebé, pero también me sentía ilusionada, porque lo quería y pensé que aquello podía ser el comienzo de una nueva vida para nosotros y que mis padres tendrían que aceptarlo les gustase o no.
—¿Y fue entonces cuando te enteraste…?
Asintió con la mirada perdida.
—No quiso saber nada. A los pocos días, descubrí que tenía otra familia; una esposa, dos hijos de seis o siete años y una pequeña de apenas unos meses. Quería morirme. Pensé en hacerlo, incluso, pero luego recordaba a ese bebé que llevaba dentro y que no tenía la culpa de nada—dijo—Terminé contándoles a mis padres todo lo que había ocurrido y, lejos de lo que pensaba, los dos me apoyaron y me ayudaron. Quizá fue un error, pero desde ese instante me propuse no dejar entrar en mi vida al primer pajarito colorido que llamase a mi puerta. Sé que me he equivocado en muchas cosas, pero intenté hacerlo lo mejor posible. Quería que tuvieses un futuro brillante, una carrera y un buen trabajo con el que poder mantenerte a ti misma sin tener nunca la necesidad de depender de un hombre. Que fueses independiente y lista y todo aquello que yo no pude ser.
Respiré hondo, emocionada, y luego me levanté de mi asiento y me incliné sobre el suyo para abrazarla con fuerza. Aspiré su olor a suavizante y me dije que, para mí, incluso con todas sus rarezas y defectos, mi mamá era increíble.
—No podrías haberlo hecho mejor. Gracias, mamá.
Decidí que esos días tenían que ser especiales para ella, lo suficientemente buenos como para que a partir de entonces tuviese ganas de venir a visitarme a la ciudad un par de veces al año.
Al día siguiente, la invité a ir al ballet para ver El Cascanueces.
Y fue precioso.
Me embargó una sensación de alegría y satisfacción al verla emocionarse durante el espectáculo; la música de Tchaikovsky y la coreografía de Balanchine eran brillantes.
Al salir, paseamos por las calles, hablamos más que nunca y disfrutamos viendo la decoración espectacular de algunos escaparates.
Un día después, las dos estábamos picando zanahorias y cebolla en la encimera de mi cocina.
Aún era media tarde, pero mi mamá era una mujer previsora. Me dio un par de órdenes fáciles, asegurando que ella se ocuparía del plato principal, y me quitó el cuchillo de las manos cuando descubrió que los cortes no estaban siendo todo lo precisos y finos que ella esperaba.
Me reí y aproveché el momento para mirar mi teléfono.
Tenía varios mensajes felicitándome la Navidad. Uno de Hanna, que hacía días que se había marchado a la casa que sus padres poseían en los Los Hamptons y donde cada año se reunían con la familia materna; me decía que era la mejor amiga del universo (con una efusividad sorprendente hasta tratándose de ella) y que a la vuelta me lo contaría todo con pelos y señales (no le di mayor importancia porque Hanna solía decir muchas cosas que no entendía).
Otro era de Marley y Kitty, acompañado por una fotografía en la que salían ambas sonrientes.
Había uno de Casey, sencillo y cariñoso.
Y por último, uno de Sam.
Respiré hondo, con el pulgar congelado sobre el botón de eliminar. Hacía tiempo que no tenía noticias suyas, pero esto era propio de él, acordarse de fechas señaladas, como hizo en mi pasado cumpleaños.
Tan solo me deseaba que pasase unas felices fiestas junto a mi mamá, a la que sabía que en su día le había cogido cariño, y que ojalá todo me fuese maravillosamente bien.
Quise contestarle, desearle también una feliz Navidad, pero terminé dejando el teléfono a un lado.
—Deberíamos empezar con el postre—dijo mi mamá.
—Yo me encargo—le sonreí.
La noche hubiese sido perfecta de no ser por cierta persona a la que estaba empezando a odiar de un modo irracional, quizá, pero no podía evitarlo.
Teníamos la mesa lista, con dos velas encendidas en el centro, los platos sobre un mantel granate con bordados en hilo dorado y un olor delicioso flotando en el aire, cuando Sugar Motta decidió llamarme.
Ignoré la primera llamada, porque lo último que quería el día de Navidad era pensar en el trabajo, pero no pude hacer oídos sordos ante la segunda.
Mi mamá me animo a cogerlo, asegurándome que no pasaba nada.
—¿Qué ocurre?—pregunté.
—¡Este lugar es horrible!
—¿Estás en el comedor social?
—Sí, bueno, no, ahora he salido—explicó—Y no pienso volver a entrar ahí. Huele a pobres. En serio. Está todo lleno de pobres. Yo quería servir un plato de comida y que Joe me hiciese una fotografía haciéndolo, pero el hombre que se acercaba con la bandeja tenía el pelo enmarañado y sucio y no quiero que se me peguen piojos. Así que me he ido corriendo. No soporto la idea de tener que volver a entrar ahí…
—Bueno tienes que hacerlo si quieres tener alguna posibilidad. Escúchame bien, es muy posible que pronto se filtren cosas a la prensa relacionadas con Artie—dije recordando las bazas que aún me guardaba bajo la manga—Cuando eso ocurra, si intentan ensuciar tu imagen, necesitaré algo que demuestre que eres humana y que tienes corazón, así que entra ahí, sirve la comida y hazte fotografías. Y por favor, no salgas posando, que parezca algo casual.
—¡Tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer!—gritó—¡Llevo encima un vestido de ochocientos dólares y unos zapatos de quinientos, no pienso entrar en ese estercolero humano!
—Es un comedor social…
—Estoy harta. Consigue algo diferente, algo que pueda hacer. Para eso eres mi abogada y la cabeza pensante.
—¿Sabes? Todo esto se habría evitado y hubiese sido mucho más fácil desde el principio si tú no fueses una niñata caprichosa y bocazas.
—¿Qué…? ¿Pero cómo te atreves…?—la oí gritar antes de colgar la llamada.
Me llevé una mano al pecho, respirando con dificultad. Me temblaban las piernas.
Mi mamá, que había estado escuchándolo todo desde la puerta del comedor, vino y me rodeó la espalda con un brazo protector.
—Está bien, cariño, cálmate.
—He perdido el control…—gemí.
—Eres humana—replicó.
Torcí el gesto.
Llevaba tantas semanas al límite aguantando las tonterías de Sugar y de Artie, detestando tener que ocuparme de ese caso, alterada emocionalmente…
Conseguí tranquilizarme pasados veinte minutos, con la certeza de que la bronca de Sue sería épica si aquella conversación llegaba a sus oídos, pero también con la seguridad de que no pensaba pedir perdón por ello.
Estaba cansada de lidiar con las mentiras de Sugar que lo habían estropeado todo y con la nula colaboración cuando la finalidad era que viviese a costa de otra persona durante el resto de sus días.
Así que me olvidé de lo que acababa de hacer y disfruté de aquella cena con mi mamá, comentando lo jugosa que estaba la carne y lo cremoso que nos había salido el postre.
Al día siguiente, por la tarde, la acompañé a la estación de autobuses y me despedí de ella con un abrazo y la certeza de haber pasado juntas unos días sencillos pero inolvidables.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Muy bonita la navidad de britt con su mamá y santana donde esta.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Brittany deberia dejar sus miedos y abandonar ese condenado caso!!!! quien es SANTANA?????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
Que mande todo a la mierda!!!! De una puta vez!!!!!
Es bueno pasar esos momentos que tiene britt con la madre!!!....
Ahí que ponerle un gps a san???
Nos.vemos!!!
Que mande todo a la mierda!!!! De una puta vez!!!!!
Es bueno pasar esos momentos que tiene britt con la madre!!!....
Ahí que ponerle un gps a san???
Nos.vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Isabella28 escribió:Muy bonita la navidad de britt con su mamá y santana donde esta.
Hola, si que si. Al menos algo le salio bn, no¿? Mmm interesante pregunta =/ Saludos =D
micky morales escribió:Brittany deberia dejar sus miedos y abandonar ese condenado caso!!!! quien es SANTANA?????
Hola, mmmm creo q tienes un buen punto...y creo q britt tmbn lo sabe, pero no lo quiere asumir =/ Jajajaajajaj hasta el momento, nadie ¬¬ Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
Que mande todo a la mierda!!!! De una puta vez!!!!!
Es bueno pasar esos momentos que tiene britt con la madre!!!....
Ahí que ponerle un gps a san???
Nos.vemos!!!
Hola lu, eso mismo ajajajajajaja y como dije antes, creo q lo esta por hacer, solo le falta el último empujón XD Si, necesita a alguien que la apoye y no necesariamente una amiga. JAjaajajajaj o q la olviden xq eso esta buscado ¬¬ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 31
Capitulo 31
Cambios, Certezas, Decisiones…
Decir que sentí alivio cuando llegué a la oficina y me enteré de que Sue se había tomado dos días extras de vacaciones, sería quedarme muy corta.
Y eso me molestaba.
Alegrarme tantísimo por seguir conservando algo que en el fondo sabía que ya no me llenaba ni me emocionaba, pero supongo que el ser humano es adicto a las costumbres, a sentir que tiene ciertas garantías.
Mi trabajo, lejos de entusiasmarme, había pasado a ser eso: algo que me garantizaba que llegaría a fin de mes sin problemas.
El primer día llamé a Sugar, pero no me lo cogió.
El segundo día, Rachel apareció en mi despacho.
—No quería molestar, pero pensé que estarías libre durante la hora de la comida—dijo algo cohibida. Tenía muy buen aspecto; las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes—Y necesitaba agradecerte en persona lo que hiciste.
Me puse en pie y cogí el abrigo.
—No sé si me dará tiempo a comer, pero si quieres acompañarme a visitar un par de tiendas…—propuse—Tengo que comprarle a Hanna una cosa para su cumpleaños.
—Eso está hecho.
Bajamos a la calle y caminamos directas hacia un local de artículos de dudosa utilidad que sabía que a Hanna le encantaba.
Como era de esperar, ahí terminé encontrando lo que buscaba, que era un peluche gigantesco de un unicornio, con pelaje de color rosa chicle y un cuerno dorado y brillante.
Con total seguridad sus padres jamás le regalarían algo así y a Hanna le encantaban ese tipo de chorradas. Además, al día siguiente tenía que llegarme por correo la otra parte del regalo, de la que se había encargado Marley, y que era una álbum lleno de fotografías nuestras y adornado por cintas de seda, plumas, comentarios graciosos escritos con rotulador, mucha purpurina y otros artículos de papelería.
Decir que a Hanna le gustaban las cosas recargadas y brillantes era quedarse corto.
Durante el camino de regreso, compramos un perrito caliente en un puesto en plena calle mientras me esforzaba por ignorar las miradas curiosas, ya que el inmenso unicornio sobresalía completamente de la bolsa.
Nos alejamos unas manzanas hasta un pequeño parque y nos sentamos en un banco, al lado de un árbol.
Rachel estaba feliz y radiante y no dejaba de hablar de Quinn, de lo maravillosa que era, del beso desesperado que le había dado días después de la escapada a la pista de patinaje y de lo tremenda que era entre las sábanas.
—Eh… creo que no necesito más detalles—insistí.
—Es fascinante—siguió—, Llámame rara, pero nunca antes lo había hecho debajo de la ducha y te juro que me faltó poco para desmayarme. Y su boca…
—Basta o empiezo a hablarte de lo que tu hermana sabe hacer.
—¡Eso es cruel!—se rio antes de volver a ponerse seria—San y tú tienen que arreglar lo que sea que haya ocurrido entre ustedes, lo sabes, ¿no? Mi hermana puede ser una idiota, pero sé que tú eres muy especial para ella.
Le di un mordisco al perrito caliente, mastiqué y tragué.
—Hemos terminado—dije intentando que no me temblase la voz.
—No lo creo. Estás colada por ella.
—Eso no cambia las cosas.
—Debería cambiarlo todo…
—¿Qué sabes de ella?—pregunté de pronto—De la chica que le rompió el corazón.
Rachel ladeó la cabeza.
—No mucho. Nada, en realidad. Ni siquiera su nombre. Solo sé que San pasó unos años muy triste; bebía demasiado y empezó a centrarse en el trabajo de una forma obsesiva. Yo intenté hablar con ella varias veces, porque le hice saber que era consciente de que su problema llevaba falda, pero se cerró en banda. Ni siquiera tiempo después, cuando se recuperó, quiso contarme nada.
Le di otro bocado a mi comida y me fijé en un pajarito que canturreaba posado sobre la rama fina de un árbol. Ay, dichosos pajaritos encantadores…
—Ella nunca ha estado así con una chica—siguió, inmune a mi mirada suplicante, porque no quería seguir hablando de ella, hurgando en la herida—Quiero decir, incluyéndola en sus planes de esa forma… Te lo dije cuando comimos juntas, al principio de todo, te dije que San tenía que tener una buena razón para arriesgarse a estar contigo porque, para ella, el trabajo es lo primero. Siempre. Mi papá le ha lavado la cabeza lo suficiente como para que piense que su valía tiene mucho que ver con los éxitos que consiga. Y no es verdad, pero después de tantos años de carencias, San es incapaz de verlo cuando se trata de ella. Lo sé por experiencia; puede ser la mejor a la hora de dar consejos para los demás, pero no para sí misma.
—He conocido a alguien—la interrumpí.
—¿Qué?—me miró consternada.
—Se llama Casey. Y puede que no me haga vibrar como Santana ni me lleve al límite con una mirada, tampoco me cabrea el noventa por ciento del tiempo ni se pasa el día haciendo comentarios sarcásticos, pero es real, abierta y sincera.
—¿Eres consciente de que suenas tan emocionada como si hablases de un funeral?
—Quiero cosas, Rachel. Cosas que Santana no puede darme. Lo supe desde que la conocí, sencillamente en algún momento del camino quise ignorarlo y dejarme llevar.
—Creo que te estás equivocando…
—Ni siquiera depende de mí, Rachel.
—Piénsalo. No solo por ti, sino también por esa chica, Casey. No tiene la culpa de que tú te hayas enamorado de otra persona.
—¡Yo no estoy…!
—Déjalo—se puso en pie, suspirando—¿Sabes? Tú y mi hermana se parecen demasiado. Le das consejos a Quinn que no eres capaz de cumplir cuando es tu vida la que está en juego y te toca arriesgar. Eso es muy hipócrita.
—Rachel…—dije con un tono de advertencia.
—Solo me preocupo por ustedes—se excusó, inclinándose y dándome un beso en la mejilla antes de salir del parque y desaparecer calle abajo.
«Qué difícil es la vida», pensé justo antes de fijar de nuevo la mirada en el pajarito.
Cuando regresé veinte minutos más tarde a la oficina, me sentía intranquila y, tal y como la hermana de Santana había vaticinado, sí, también un poco hipócrita.
No paraba de darle vueltas a lo que había dicho sobre Casey, porque Rachel tenía parte de razón y puede que estuviese siendo injusta con ella, privándolo de tener una de esas historias de amor que dejan sin aliento.
Me senté en la silla de mi despacho sintiendo cierta culpabilidad y ansiedad en el pecho ante aquella revelación.
Recordé que esa noche habíamos quedado para cenar y las dudas empezaron a asaltarme, justo antes de que Sue abriese la puerta de mi despacho.
No la esperaba hasta el día siguiente.
—¿Qué demonios has hecho, Brittany?—bramó.
—Yo… fue solo que…
—¿Has perdido el juicio?
Como ella no tenía intención de sentarse, me puse también en pie. Apoyé las manos en el escritorio, intentando serenarme y explicarme lo mejor posible.
—Me sacó de quicio—terminé diciendo.
Sue tenía la cara roja de la rabia.
—¡Me importa una mierda! ¿Quién te has creído que eres? Esa chica tendrá dentro de nada una cuenta llena de ceros y eso es lo único relevante, ¿todavía no te has dado cuenta? Mientras tenga dinero, el cliente siempre llevará razón y tú te dedicarás a hacer tu trabajo y a besar el suelo que pise.
—Sé que me equivoqué y lo siento, pero…
—Da gracias de que no te despida ahora mismo.
—…No puedo seguir con esto—concluí.
Sue abrió los ojos consternado.
—¿Qué has dicho?
Me dolía el pecho.
De pronto, en uno de esos momentos dramáticos más propios de Marley que de mí misma, pensé que si iba a morir por un infarto al corazón o algo parecido, al menos quería hacerlo sabiendo que hasta el último instante estaba siendo fiel a mí misma.
Y no quería seguir con ese trabajo.
No quería.
Había sido feliz ahí, sí, había aprendido muchas cosas, volvería a entrar por esa puerta que conducía a la oficina tal como hice años atrás, pero esa etapa había acabado.
Porque la vida, de algún modo retorcido, se compone de eso, de etapas que vamos dejando atrás, de sueños de cumplimos, de otros que dejamos por el camino y de los nuevos que llegan y te sacuden gritándote que luches por lo que quieres.
—Lo dejo, Sue—susurré.
—No hablas en serio—replicó airada.
—Lo siento. Sé que ahora estás enfadada, pero quiero que sepas que agradezco todo lo que has hecho por mí durante estos años. Recogeré mis cosas—concluí.
Sue no contestó.
Me dedicó una mirada cargada de ira y decepción, y antes de que saliese del despacho dando un sonoro portazo, deseé que algún día llegase a comprender mi decisión con la certeza de que, en realidad, la única razón por la que necesitaba marcharme partía de mí misma, solo que, hasta entonces, no supe verlo.
Cambios.
Mi vida durante aquellos casi dos meses había estado llena de cambios, certezas y decisiones. A veces hay momentos tranquilos, llanos, y otros repletos de turbulencias en los que necesitas apoyarte en aquellos que te quieren y saben entenderte.
Esa noche quedé con Casey tal como tenía previsto, pero no hubo ninguna cena romántica, tan solo una velada entre amigas en la que le confesé cómo me sentía.
—Así que estás en esa fase de intentar encontrarte a ti misma—dijo.
—Algo así—la miré un poco avergonzada—Tenía que decírtelo, Casey. Llevo mucho tiempo deseando encontrar a alguien como tú. Eres perfecta. Eres todo lo que pensaba que buscaba, pero…
—No soy para ti—adivinó.
—Creo que mereces estar con una mujer que se derrita en cuanto te vea—le confesé con una sonrisa tímida—Y ten por seguro que, en algún momento, eso ocurrirá, porque eres maravillosa. No hay muchas personas como tú; te lo digo por experiencia, como bien sabes—reí cohibida cuando ella también lo hizo.
—Gracias por ser sincera conmigo—dijo.
Le contesté que era lo menos que podía hacer. Y porque era lo que más valoraba de una relación: la sinceridad, la transparencia.
Si en su día Sam me hubiese dicho que ya no me quería o que no sentía la misma atracción por mí, lo hubiese entendido.
Podríamos haber seguido siendo amigos después de romper, quizá.
Podríamos haber sido muchas cosas.
Pero prefirió mantenerme bajo su ala por todo lo que representaba egoístamente; por su seguridad, su comodidad y sus sentimientos. En ningún momento pensó en mí, en cómo me haría sentir que estuviese engañándome con otra, en darme la posibilidad de elegir mi camino; se dejó cegar por el deseo, por lo que él quería y necesitaba como si esa relación que manteníamos fuese solo de una sola persona y no de dos.
Y es que «relación» implica siempre otro corazón, ya sea el de una mamá, una amiga, una pareja o el del vecino de enfrente.
Un corazón que siente y sufre.
No fui consciente de todo lo que había cambiado mi vida en un solo día hasta que llegué a mi departamento.
Me senté en el sofá con el gato sobre mis rodillas y asimilé que acababa de perder por voluntad propia al mejor pretendiente para ser la mamá de mis hijos y, además, el empleo que pagaba mis facturas y, más concretamente, las cuatro paredes en las que me encontraba en ese preciso instante.
No sentí tristeza, tan solo un poco de vértigo.
Cogí el móvil y sin darme cuenta terminé leyendo algunos de los mensajes antiguos de Santana.
Llevaba una semana sin hablar con ella y la echaba tanto de menos que me resultaba incomprensible al pensar en el poco tiempo que había pasado desde que nuestros caminos se cruzaron en aquel club, antes de que la muy idiota se comportase como una cretina en la sala de reuniones.
Recordé aquellos días; su mirada retándome, ella engullendo de un solo bocado un cupcake, su ego (ese que ahora sabía que era de cartón) saliendo a relucir cada dos por tres…
Lancé el teléfono a un lado, porque me moría de ganas por hablar con ella.
Y no tenía nada que ver con el deseo ni con la atracción, no, sino de lo mucho que me apetecía preguntarle qué tal le había ido el día y contarle lo que había ocurrido en el mío.
Algo tan cotidiano como eso.
Y eso me molestaba.
Alegrarme tantísimo por seguir conservando algo que en el fondo sabía que ya no me llenaba ni me emocionaba, pero supongo que el ser humano es adicto a las costumbres, a sentir que tiene ciertas garantías.
Mi trabajo, lejos de entusiasmarme, había pasado a ser eso: algo que me garantizaba que llegaría a fin de mes sin problemas.
El primer día llamé a Sugar, pero no me lo cogió.
El segundo día, Rachel apareció en mi despacho.
—No quería molestar, pero pensé que estarías libre durante la hora de la comida—dijo algo cohibida. Tenía muy buen aspecto; las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes—Y necesitaba agradecerte en persona lo que hiciste.
Me puse en pie y cogí el abrigo.
—No sé si me dará tiempo a comer, pero si quieres acompañarme a visitar un par de tiendas…—propuse—Tengo que comprarle a Hanna una cosa para su cumpleaños.
—Eso está hecho.
Bajamos a la calle y caminamos directas hacia un local de artículos de dudosa utilidad que sabía que a Hanna le encantaba.
Como era de esperar, ahí terminé encontrando lo que buscaba, que era un peluche gigantesco de un unicornio, con pelaje de color rosa chicle y un cuerno dorado y brillante.
Con total seguridad sus padres jamás le regalarían algo así y a Hanna le encantaban ese tipo de chorradas. Además, al día siguiente tenía que llegarme por correo la otra parte del regalo, de la que se había encargado Marley, y que era una álbum lleno de fotografías nuestras y adornado por cintas de seda, plumas, comentarios graciosos escritos con rotulador, mucha purpurina y otros artículos de papelería.
Decir que a Hanna le gustaban las cosas recargadas y brillantes era quedarse corto.
Durante el camino de regreso, compramos un perrito caliente en un puesto en plena calle mientras me esforzaba por ignorar las miradas curiosas, ya que el inmenso unicornio sobresalía completamente de la bolsa.
Nos alejamos unas manzanas hasta un pequeño parque y nos sentamos en un banco, al lado de un árbol.
Rachel estaba feliz y radiante y no dejaba de hablar de Quinn, de lo maravillosa que era, del beso desesperado que le había dado días después de la escapada a la pista de patinaje y de lo tremenda que era entre las sábanas.
—Eh… creo que no necesito más detalles—insistí.
—Es fascinante—siguió—, Llámame rara, pero nunca antes lo había hecho debajo de la ducha y te juro que me faltó poco para desmayarme. Y su boca…
—Basta o empiezo a hablarte de lo que tu hermana sabe hacer.
—¡Eso es cruel!—se rio antes de volver a ponerse seria—San y tú tienen que arreglar lo que sea que haya ocurrido entre ustedes, lo sabes, ¿no? Mi hermana puede ser una idiota, pero sé que tú eres muy especial para ella.
Le di un mordisco al perrito caliente, mastiqué y tragué.
—Hemos terminado—dije intentando que no me temblase la voz.
—No lo creo. Estás colada por ella.
—Eso no cambia las cosas.
—Debería cambiarlo todo…
—¿Qué sabes de ella?—pregunté de pronto—De la chica que le rompió el corazón.
Rachel ladeó la cabeza.
—No mucho. Nada, en realidad. Ni siquiera su nombre. Solo sé que San pasó unos años muy triste; bebía demasiado y empezó a centrarse en el trabajo de una forma obsesiva. Yo intenté hablar con ella varias veces, porque le hice saber que era consciente de que su problema llevaba falda, pero se cerró en banda. Ni siquiera tiempo después, cuando se recuperó, quiso contarme nada.
Le di otro bocado a mi comida y me fijé en un pajarito que canturreaba posado sobre la rama fina de un árbol. Ay, dichosos pajaritos encantadores…
—Ella nunca ha estado así con una chica—siguió, inmune a mi mirada suplicante, porque no quería seguir hablando de ella, hurgando en la herida—Quiero decir, incluyéndola en sus planes de esa forma… Te lo dije cuando comimos juntas, al principio de todo, te dije que San tenía que tener una buena razón para arriesgarse a estar contigo porque, para ella, el trabajo es lo primero. Siempre. Mi papá le ha lavado la cabeza lo suficiente como para que piense que su valía tiene mucho que ver con los éxitos que consiga. Y no es verdad, pero después de tantos años de carencias, San es incapaz de verlo cuando se trata de ella. Lo sé por experiencia; puede ser la mejor a la hora de dar consejos para los demás, pero no para sí misma.
—He conocido a alguien—la interrumpí.
—¿Qué?—me miró consternada.
—Se llama Casey. Y puede que no me haga vibrar como Santana ni me lleve al límite con una mirada, tampoco me cabrea el noventa por ciento del tiempo ni se pasa el día haciendo comentarios sarcásticos, pero es real, abierta y sincera.
—¿Eres consciente de que suenas tan emocionada como si hablases de un funeral?
—Quiero cosas, Rachel. Cosas que Santana no puede darme. Lo supe desde que la conocí, sencillamente en algún momento del camino quise ignorarlo y dejarme llevar.
—Creo que te estás equivocando…
—Ni siquiera depende de mí, Rachel.
—Piénsalo. No solo por ti, sino también por esa chica, Casey. No tiene la culpa de que tú te hayas enamorado de otra persona.
—¡Yo no estoy…!
—Déjalo—se puso en pie, suspirando—¿Sabes? Tú y mi hermana se parecen demasiado. Le das consejos a Quinn que no eres capaz de cumplir cuando es tu vida la que está en juego y te toca arriesgar. Eso es muy hipócrita.
—Rachel…—dije con un tono de advertencia.
—Solo me preocupo por ustedes—se excusó, inclinándose y dándome un beso en la mejilla antes de salir del parque y desaparecer calle abajo.
«Qué difícil es la vida», pensé justo antes de fijar de nuevo la mirada en el pajarito.
Cuando regresé veinte minutos más tarde a la oficina, me sentía intranquila y, tal y como la hermana de Santana había vaticinado, sí, también un poco hipócrita.
No paraba de darle vueltas a lo que había dicho sobre Casey, porque Rachel tenía parte de razón y puede que estuviese siendo injusta con ella, privándolo de tener una de esas historias de amor que dejan sin aliento.
Me senté en la silla de mi despacho sintiendo cierta culpabilidad y ansiedad en el pecho ante aquella revelación.
Recordé que esa noche habíamos quedado para cenar y las dudas empezaron a asaltarme, justo antes de que Sue abriese la puerta de mi despacho.
No la esperaba hasta el día siguiente.
—¿Qué demonios has hecho, Brittany?—bramó.
—Yo… fue solo que…
—¿Has perdido el juicio?
Como ella no tenía intención de sentarse, me puse también en pie. Apoyé las manos en el escritorio, intentando serenarme y explicarme lo mejor posible.
—Me sacó de quicio—terminé diciendo.
Sue tenía la cara roja de la rabia.
—¡Me importa una mierda! ¿Quién te has creído que eres? Esa chica tendrá dentro de nada una cuenta llena de ceros y eso es lo único relevante, ¿todavía no te has dado cuenta? Mientras tenga dinero, el cliente siempre llevará razón y tú te dedicarás a hacer tu trabajo y a besar el suelo que pise.
—Sé que me equivoqué y lo siento, pero…
—Da gracias de que no te despida ahora mismo.
—…No puedo seguir con esto—concluí.
Sue abrió los ojos consternado.
—¿Qué has dicho?
Me dolía el pecho.
De pronto, en uno de esos momentos dramáticos más propios de Marley que de mí misma, pensé que si iba a morir por un infarto al corazón o algo parecido, al menos quería hacerlo sabiendo que hasta el último instante estaba siendo fiel a mí misma.
Y no quería seguir con ese trabajo.
No quería.
Había sido feliz ahí, sí, había aprendido muchas cosas, volvería a entrar por esa puerta que conducía a la oficina tal como hice años atrás, pero esa etapa había acabado.
Porque la vida, de algún modo retorcido, se compone de eso, de etapas que vamos dejando atrás, de sueños de cumplimos, de otros que dejamos por el camino y de los nuevos que llegan y te sacuden gritándote que luches por lo que quieres.
—Lo dejo, Sue—susurré.
—No hablas en serio—replicó airada.
—Lo siento. Sé que ahora estás enfadada, pero quiero que sepas que agradezco todo lo que has hecho por mí durante estos años. Recogeré mis cosas—concluí.
Sue no contestó.
Me dedicó una mirada cargada de ira y decepción, y antes de que saliese del despacho dando un sonoro portazo, deseé que algún día llegase a comprender mi decisión con la certeza de que, en realidad, la única razón por la que necesitaba marcharme partía de mí misma, solo que, hasta entonces, no supe verlo.
Cambios.
Mi vida durante aquellos casi dos meses había estado llena de cambios, certezas y decisiones. A veces hay momentos tranquilos, llanos, y otros repletos de turbulencias en los que necesitas apoyarte en aquellos que te quieren y saben entenderte.
Esa noche quedé con Casey tal como tenía previsto, pero no hubo ninguna cena romántica, tan solo una velada entre amigas en la que le confesé cómo me sentía.
—Así que estás en esa fase de intentar encontrarte a ti misma—dijo.
—Algo así—la miré un poco avergonzada—Tenía que decírtelo, Casey. Llevo mucho tiempo deseando encontrar a alguien como tú. Eres perfecta. Eres todo lo que pensaba que buscaba, pero…
—No soy para ti—adivinó.
—Creo que mereces estar con una mujer que se derrita en cuanto te vea—le confesé con una sonrisa tímida—Y ten por seguro que, en algún momento, eso ocurrirá, porque eres maravillosa. No hay muchas personas como tú; te lo digo por experiencia, como bien sabes—reí cohibida cuando ella también lo hizo.
—Gracias por ser sincera conmigo—dijo.
Le contesté que era lo menos que podía hacer. Y porque era lo que más valoraba de una relación: la sinceridad, la transparencia.
Si en su día Sam me hubiese dicho que ya no me quería o que no sentía la misma atracción por mí, lo hubiese entendido.
Podríamos haber seguido siendo amigos después de romper, quizá.
Podríamos haber sido muchas cosas.
Pero prefirió mantenerme bajo su ala por todo lo que representaba egoístamente; por su seguridad, su comodidad y sus sentimientos. En ningún momento pensó en mí, en cómo me haría sentir que estuviese engañándome con otra, en darme la posibilidad de elegir mi camino; se dejó cegar por el deseo, por lo que él quería y necesitaba como si esa relación que manteníamos fuese solo de una sola persona y no de dos.
Y es que «relación» implica siempre otro corazón, ya sea el de una mamá, una amiga, una pareja o el del vecino de enfrente.
Un corazón que siente y sufre.
No fui consciente de todo lo que había cambiado mi vida en un solo día hasta que llegué a mi departamento.
Me senté en el sofá con el gato sobre mis rodillas y asimilé que acababa de perder por voluntad propia al mejor pretendiente para ser la mamá de mis hijos y, además, el empleo que pagaba mis facturas y, más concretamente, las cuatro paredes en las que me encontraba en ese preciso instante.
No sentí tristeza, tan solo un poco de vértigo.
Cogí el móvil y sin darme cuenta terminé leyendo algunos de los mensajes antiguos de Santana.
Llevaba una semana sin hablar con ella y la echaba tanto de menos que me resultaba incomprensible al pensar en el poco tiempo que había pasado desde que nuestros caminos se cruzaron en aquel club, antes de que la muy idiota se comportase como una cretina en la sala de reuniones.
Recordé aquellos días; su mirada retándome, ella engullendo de un solo bocado un cupcake, su ego (ese que ahora sabía que era de cartón) saliendo a relucir cada dos por tres…
Lancé el teléfono a un lado, porque me moría de ganas por hablar con ella.
Y no tenía nada que ver con el deseo ni con la atracción, no, sino de lo mucho que me apetecía preguntarle qué tal le había ido el día y contarle lo que había ocurrido en el mío.
Algo tan cotidiano como eso.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
al fin britt va alineando los planetas!! digamos que falta que aparezca el sol no???
me gusta el nuevo rumbo que esta dando britt!!!
nos vemos!!!
al fin britt va alineando los planetas!! digamos que falta que aparezca el sol no???
me gusta el nuevo rumbo que esta dando britt!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Que bien que britt se decidió.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
al fin britt va alineando los planetas!! digamos que falta que aparezca el sol no???
me gusta el nuevo rumbo que esta dando britt!!!
nos vemos!!!
Hola lu, ajajajaj sii!!!! esk ya era tiempo la vrdd. Si, y esperemos que salga en este cap! Si que si, xq ami tmbn ajajajaj. Saludos =D
Isabella28 escribió:Que bien que britt se decidió.
Hola, si! las cosas estan saliendo bn para ella y espero sigan así! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 32
Capitulo 32
La Calma Que Precede A La Tormenta…
Cuando unos días después llegó la noche de fin de año, hice balance de todo lo que había cambiado en tan poco tiempo y supe que había tomado la dirección correcta, incluso a pesar de la caja de cartón que descansaba en el suelo llena de las cosas que había recogido de la oficina o de ese agujero en el pecho que sentía cada vez que la ausencia de Santana se tornaba más real y definitiva.
No tenía ni idea de los siguientes pasos que daría, había arrancado de la pared el calendario sobre el que solía garabatear y por primera vez en mi vida estaba improvisando sin saber qué me depararía el nuevo año.
Así que, con la certeza de que quería empezarlo con buen pie, el día anterior me había ido de compras (era una mujer desempleada y con mucho tiempo libre), y había terminado llevándome a casa un vestido rojo y sencillo, pero cuya tela caía hasta los pies y tenía un lateral abierto hasta el muslo.
En el probador me había mirado desde todos los ángulos, (derecha, izquierda, girándome, inclinándome), y estuve a punto de conformarme con un básico negro hasta que me dije: «¿Qué narices? El vestido rojo te queda tremendo», razón por la que, horas antes de que la famosa bola que simbolizaba el fin de año descendiese desde el edificio de Times Square, estaba intentando meterme en ese impresionante vestido.
Hanna había conseguido entradas para una fiesta en un local de copas de ambiente cálido e íntimo al no ser demasiado grande, y al final habían terminado uniéndose al plan Tina y su nuevo y flamante novio, Mike, Mercedes, Emily y dos amigos suyos.
Me maquillé, resaltando los ojos y los labios de un rojo intenso similar al del vestido. Piqué lo primero que encontré por casa y luego metí en el bolso de mano el móvil y la cartera antes de salir de casa y pedir un taxi.
Llevaba un abrigo marrón por encima, pero el frío era punzante y unos nubarrones oscuros cubrían el cielo amenazando tormenta.
Llegaba casi una hora tarde, porque me había tomado las cosas con calma y porque, aunque no me dirigía a una zona de la ciudad demasiado concurrida, el tráfico era caótico.
Terminé bajándome del taxi a un par de manzanas de distancia y cuando llegué al local ya empezaba a arrepentirme de haberme comprado esos zapatos de tacón.
¿Tan difícil era fabricar algo bonito y medianamente cómodo?
El lugar estaba lleno de gente y, a pesar de que seguían sirviendo bandejas con sándwiches y hamburguesas en miniatura y llamativos montaditos de comida, la mayoría de los presentes ya habían pasado a la segunda fase y sostenían coloridas copas en los dedos.
Era uno de esos sitios modernos, pero agradables, con luces tenues, a pesar de las decenas de bombillas que colgaban del techo, y muebles blancos y azules.
Me quité el abrigo y lo dejé en la zona del guardarropa junto a los regalos de Hanna.
Por suerte, rápidamente distinguí a Tina entre la multitud. Me presentó a su nuevo novio, que tenía unas facciones asiáticas que le daban un aire muy atractivo. Ella me abrazó y se rio tontamente confirmándome que casi con total probabilidad iría por la tercera copa.
—¡Has estado desaparecida!—gritó.
—Han sido unas semanas complicadas.
— Hanna está radiante!—sonrió.
—Seguro que sí. Por cierto, ¿dónde está?
—Al fondo, creo.
—Ahora vuelvo.
Dejé que me diese «un beso de borracha» casi en la comisura de los labios antes de internarme entre la gente y dirigirme hacia la otra punta del local.
La calefacción estaba alta y olía a algún ambientador floral que habían echado en exceso.
Hanna llevaba puesto un vestido dorado, muy en su línea para despedir el fin de año, y su cabello rubio y ondulado se deslizaba por su espalda descubierta.
Se giró como si hubiese sentido mi presencia y me dedicó una sonrisa inmensa antes de tirarse encima de mí y abrazarme. Otra que había bebido más de la cuenta.
—¡Feliz cumpleaños, rubia!—le susurré—Sé que aún faltan un par de horas, pero quería asegurarme de ser la primera. Ya sabes lo mucho que odio perder—bromeé.
—¡Gracias! ¡SOY TAN FELIZ!—gritó.
Me reí, porque Hanna era así, imprevisible, algo alocada. Que vale que celebrar el cumpleaños y despedir el año fuera algo bonito, pero su felicidad resultaba un poco desmesurada.
Negué con la cabeza y le quité la copa que llevaba en la mano, porque me moría de sed y Hanna y yo éramos de compartir lo que nos metíamos en el
estómago.
Ella empezó a hablar con voz chillona sin dejar de toquetearse el pelo con las manos.
—¡Tengo que contarte un millón de cosas!
—¿Lo pasaste bien en Los Hamptons?
—Sí, bueno, como siempre, pero…
La interrumpí al ver a Emily acercarse por detrás. Sonreí. Estaba como una cuba.
Llevaba en la cabeza un gorro gigante de Papá Noel, tenía los ojos vidriosos y alegres y una sonrisilla traviesa en los labios. Me dio un achuchón que por poco me deja sin respiración y, después, ante mi mirada patidifusa, cogió el pequeño rostro de Hanna entre sus manos y chocó sus labios contra los suyos en un beso salvaje y húmedo que conseguiría avergonzar al mismísimo Hugh Hefner.
«¿Pero qué demonios…?»
Aún con los ojos como platos, logré reaccionar y cogerla del brazo por detrás para tirar de ella y separarlo de mi amiga.
El corazón me latía a trompicones, furioso.
Le dirigí una mirada que podría haber derretido el Polo Norte.
—¿Qué coño crees que estás haciendo?—bramé.
Emily pestañeó confundida, borracha, y luego miró a Hanna de reojo.
—¿No dijiste que se lo habías contado?—le preguntó.
—¿Contarme qué?—siseé.
Hanna clavó sus ojos asustadizos en los míos y ese efímero contacto me bastó para entenderlo todo; su felicidad desmedida, la ilusión y esa expresión soñadora que la acompaña siempre y que parecía haberse acentuado aún más.
—Te lo conté por teléfono. Te dije que estaba enamorada de Emily.
—Oh, joder, ¿están juntas? ¿Juntas en serio?
—Muy en serio—añadió Emily.
Me llevé una mano al pecho, sin tener aún muy claro si estaba emocionada u horrorizada; pero antes de poder decidir hacia qué lado se decantaba la balanza, me hice un hueco entre las dos y las dejé atrás caminando directa hacia los servicios.
Y no, mi reacción no tenía ningún sentido a los ojos de los demás, pero sí para mí.
De pronto me sentía como la peor amiga del mundo por no haber insistido con Hanna en pedirle que me contase aquello que la tenía tan distraída y empecé a atar cabos y la culpa se tornó más grande.
Y luego estaba eso otro, lo mucho que me preocupaba que saliese con Emily.
Un montón de pensamientos se enredaron en mi cabeza y supe que necesitaba unos segundos para empezar a quitar nudos.
Entré en los servicios y varias chicas que estaban retocándose el maquillaje frente al espejo alzaron la vista hacia mí sin mucho interés. Escuché la puerta abriéndose a mi espalda y supe que Hanna me había seguido.
Pero no era ella.
No a menos que se hubiese transformado en morena y su presencia hiciese gritar a las ahí presentes.
—¡Este baño ya está lleno!—exclamó una de ellas con el pintalabios en la mano.
—¡Calma, cariño!—Emily alzó las manos en alto y se balanceó un poco hacia un lado—¡Soy su amiga! ¡Soy su mejor amiga! Y mi amiga acaba… acaba de descubrir que… su gato tiene un tumor, ¿les importa que la consuele?
—Oh, qué linda—la morena puso morritos—Pasa, pasa.
—Siempre igual, que bueno es tener de esas amigas—susurró la amiga sin ser consciente de lo difícil que era no oírla.
Puse los ojos en blanco y entré en el último cubículo seguida de Emily, que era también el más grande porque tenía uno de esos sitios para cambiarles el pañal a los bebés.
Benditos bebés, porque necesitaba algo de espacio y de silencio al lado el ruido que había en la sala.
—Ni se te ocurra volver a decir que mi gato tiene un tumor ni en broma, a ver si vas a ser gafe—siseé, porque fue lo primero que se me ocurrió y no sabía cómo romper el hielo y hablar de lo que de verdad me importaba, porque, ¿Hanna y Emily juntas?
Todavía seguía pareciéndome una broma de lo más original y rebuscada.
Ella se pasó una mano por el pelo y me salvó de seguir diciendo tonterías al ir directo al grano.
—La quiero.
—Emily …
—Estoy enamorada de ella.
Me quedé callada, mirándola.
—Eres una mujeriega…
—Era—puntualizó—Y te juro que porque hasta entonces no había encontrado a la mujer ideal para mí. Hanna es maravillosa. Es divertida y me paso el día riéndome con ella; está dispuesta a hacer cualquier locura que se me pase por la cabeza y es imprevisible y atolondrada y un poco caos como yo, pero nos entendemos bien…
«Ay, joder, qué bonito».
Inspiré hondo.
—Te juro que como le hagas daño…
—No lo haré—aseguró y vi en sus ojos que estaba siendo sincera.
La abracé, más calmada, sintiendo que las cosas encajaban al fin. Me separé de ella cuando alguien llamó a la puerta con golpecitos suaves.
—¡Ocupado! —grité.
—Soy yo, chicas—la voz de Hanna llegó desde el otro lado y quité el pestillo de inmediato. Ella nos miraba cohibida—¿Va todo bien?
—Sí, sigo viva—contestó Emily.
Le di una colleja mientras salíamos del cubículo. Ella se inclinó hacia Hanna y la besó de nuevo, como si realmente no pudiese dejar de hacerlo. Mi amiga se apartó con las mejillas encendidas y una sonrisa tonta en la cara antes de insistir en que nos tomásemos una copa a solas.
Así que eso hicimos.
Nos sentamos en uno de los extremos de la barra que cruzaba el local. Yo tuve que hacer malabarismos para que no se me viese todo por culpa de la abertura lateral del vestido, pero conseguí acomodarme cuando nos sirvieron dos margaritas.
Brindamos, sonrientes, y ambas le dimos un trago.
—Necesito que me lo cuentes.
—A ver, ¿por dónde empiezo…?
—El primer día—la animé.
—Sí, fue esa noche que lo invitaste a Greenhouse club y fue acompañada por una amiga, ¿recuerdas? Tú desapareciste, imagino que con Santana, así que terminamos la noche en otro local. Tina conoció al tipo que ahora la acompaña, Mercedes se enrolló con un amigo de Em que se encontró ahí en los lavabos en plan lío de una sola noche, y yo acabé tomándome una copa con Em. La cosa se alargó y cuando quise darme cuenta estábamos caminando por una calle cualquiera, dando un paseo y, no sé, estar con ella es tan divertida…
—Entonces fue un flechazo.
—Más o menos—se encogió de hombros—Me dijo que si en algún momento quería clases gratis, solo tenía que ir a su gimnasio. Y un día que estaba aburrida y cansada de trabajar, terminé pasándome por ahí y una cosa llevó a la otra y… en fin.
—¿Qué significa «en fin»?
—Lo hicimos en el suelo del ring.
—¿Qué? Mierda. No pienso volver a entrenar ahí.
—¡Lo siento!—alzó las manos, yo me terminé la copa de un trago—Es que me pone mucho cuando va en plan entrenadora exigente.
—Necesito otra copa.
—¿Mojito o algo más fuerte?
—Tequila—terminé decidiendo justo cuando el camarero nos prestó atención.
—Que sean dos—dijo Hanna.
—Vale, sigue con la historia.
—Después de eso a Emily le entró una especie de ataque de pánico al pensar que la matarías si llegabas a enterarte, así que me pidió que no te dijese nada todavía. ¡Y no te imaginas lo difícil que fue! ¡Quería contártelo a todas horas! ¡Soñaba que te lo contaba! Y siento haber sido una bruja traidora y una amiga aún peor.
—No digas tonterías—repliqué con el tequila quemándome la garganta.
—Emily me pidió una cita días más tarde y luego otra y otra. Así que cuando quise darme cuenta ya estaba más que pillada y le dije que teníamos que dejarlo. Te había oído hablar de ella alguna vez y sabía que no era de las que se comprometen, pero…
—Pero…—sonreí.
—Casi se pone a llorar cuando le propuse dejarla. En serio, te lo juro—suspiró en «plan Disney» y yo me terminé el mojito—Me dijo que nunca había sentido nada así por nadie, que solía aburrirse de las mujeres con las que salía incluso en la primera cita y me pidió que le diese una oportunidad… ¡Y, en fin, aquí estamos!
Suspiré emocionada.
—Sabes que me alegro muchísimo por ti, ¿verdad? Es solo que al principio me ha costado asimilarlo. El otro día, cuando me llamaste por teléfono, no oía nada de lo que decías porque no tenías cobertura, así que no me lo esperaba.
Hanna apartó los vasos que se interponían entre ambas y me cogió de la mano.
Eran las once de la noche, en una hora dejaríamos atrás aquel año y habían pasado tantas cosas…
—¿Y tú? ¿Qué ha ocurrido con Santana …?
—¿Con Santana? Eso sería solo la punta del iceberg. Ya te dije que dejé el trabajo, que no pienso volver a entrar en esa web de citas y que mi futuro ahora mismo es una hoja en blanco y no tengo ni idea de qué escribir en ella…
Empecé a divagar, efectos secundarios de la bebida, hablando de todo y de nada en realidad.
—Para lo demás puedes tomarte tu tiempo, me apuesto el dedo índice, bueno, mejor el meñique—corrigió haciéndome reír—, A que en un par de meses vuelves a tener un montón de planes. Eso no me preocupa. Pero Santana … Te gusta. Mucho. A mí puedes decírmelo.
Por una vez dejé de intentar aparentar que estaba bien, que aquello era solo una piedra en el camino que olvidaría en menos de lo que dura un pestañeo.
Porque, por mucho que intentase convencerme de ello, no era cierto.
La echaba de menos.
Echaba de menos poner una película y acurrucarme junto a ella, dormir a su lado, verlo comer cereales y hasta discutir, sí.
Replicarle cualquier tontería, descubrir ese brillo juguetón y contenido en su mirada.
Abrazarla muy fuerte mientras ella conducía por la ciudad o justo después de hacer el amor.
Por favor, si incluso echaba de menos a la pequeña Beth …
—Ella no quiere nada más conmigo.
—¿Le has dicho lo que sientes?
—Algo así, sí. Creo—susurré.
—Eso no suena muy convincente.
—Déjalo. Es demasiado difícil.
—¡No puedo entender que tú, justamente tú, digas algo así!—exclamó—¿Dónde está mi amiga Brittany y qué has hecho con ella? La chica que conozco se apuntó a una maratón solo porque un compañero de clase le dijo que tenía pinta de tener unas «rodillas envejecidas». Y esa misma chica fue a todas y cada una de las revisiones de sus exámenes solo para asegurarse de que todo estuviese correcto, no porque tuviese nada que reclamar. Esa chica que luchó siempre por lo que quería, aunque fuese la cosa más pequeña para los demás, no se rendiría a la primera de cambio en algo tan importante. Arriesgaría. ¿Vas a dejarlo escapar así, sin más, sin siquiera decirle lo que significa para ti…?
Estuve un buen rato mirándola con la boca abierta, alucinada.
Creo que jamás había escuchado a Hanna pronunciar un «discurso» tan largo y tan sentido.
Cada palabra fue como si me aguijonease el corazón. Y me vi, me vi a mí misma todos aquellos años sin conformarme, superando cada reto que se me ponía delante o esforzándome por lo que quería.
No me gustaba dejar las cosas al azar.
Y sin embargo, ahí estaba, sentada frente a una de mis mejores amigas negando con la cabeza y dando por perdida la partida antes siquiera de intentar ganarla.
—No puedo…
—¿Por qué no? Siempre has sido muy valiente.
—Pero es que Santana… ella… no sé…—sentí que el alcohol se me subía a la cabeza.
—Vamos, te conozco y sé que si no lo haces, si no sueltas todo lo que llevas dentro, te arrepentirás y no dejarás de preguntarte qué hubiese ocurrido.
—Me da miedo que me diga que no siente nada por mí… que todo este tiempo… no ha significado nada—tragué saliva—, No sé si estoy preparada para oír eso.
—Si fuese el caso, sería mejor saberlo que tener esa duda eternamente—sacó el móvil de su bolso de mano dorado—Es más, ¿sabes qué? Voy a llamar a Rachel para preguntarle dónde está su hermana.
—¿Qué? ¡No, has bebido demasiado!
—¿Todo bien, chicas?—Emily apareció de repente, le dio otro apasionado beso a Hanna y me miró sonriente antes de que la rubia se bajase del taburete y se alejase unos metros para hablar por teléfono.
—No, tu novia—puntualicé como si aún intentase asimilarlo—Está intentando averiguar el paradero de Santana porque piensa que debería presentarme allá donde esté como una pirada total y gritarle lo que siento por ella.
—Creo que es la mejor idea que Hanna ha tenido en su vida. Y eso que tiene ideas geniales todo el tiempo. ¿Te he contado que el otro día se le ocurrió que sería súper divertido comer comida mexicana con palillos japoneses?
—¡Están chifladas!—exclamé.
—Venga, Brittany, ahora en serio, nadie va a obligarte a hacer nada que no quieras. Eres tú la que debe tomar esa decisión, pero creo que si Hanna insiste es porque te conoce muy bien y sabe que necesitas quitarte esa espinita para poder seguir adelante, sea cual sea el camino.
—¿Qué coño les pasa a los dos hoy, eh? ¿Qué le echan a la bebida de este bar?—repliqué y luego enterré el rostro entre las manos porque, joder, ¡tenían razón!
Eso era lo peor.
Saber que ambos estaban en lo cierto y que necesitaba cerrar esa puerta que conducía a Santana o abrirla de par en par, pero no podía seguir dejándola entornada.
Hanna regresó con una sonrisa.
—Está en una fiesta privada en un hotel, no muy lejos de aquí. Tengo contactos, puedo meterte en la lista de invitados haciendo una llamada, ¿qué me dices?
Me daba vértigo, miedo, pavor.
Y luego estaba esa otra parte, esa que se moría de ganas por verla, esa que era incapaz de acallar y mantener bajo control.
Me puse en pie con decisión.
No tenía ni idea de los siguientes pasos que daría, había arrancado de la pared el calendario sobre el que solía garabatear y por primera vez en mi vida estaba improvisando sin saber qué me depararía el nuevo año.
Así que, con la certeza de que quería empezarlo con buen pie, el día anterior me había ido de compras (era una mujer desempleada y con mucho tiempo libre), y había terminado llevándome a casa un vestido rojo y sencillo, pero cuya tela caía hasta los pies y tenía un lateral abierto hasta el muslo.
En el probador me había mirado desde todos los ángulos, (derecha, izquierda, girándome, inclinándome), y estuve a punto de conformarme con un básico negro hasta que me dije: «¿Qué narices? El vestido rojo te queda tremendo», razón por la que, horas antes de que la famosa bola que simbolizaba el fin de año descendiese desde el edificio de Times Square, estaba intentando meterme en ese impresionante vestido.
Hanna había conseguido entradas para una fiesta en un local de copas de ambiente cálido e íntimo al no ser demasiado grande, y al final habían terminado uniéndose al plan Tina y su nuevo y flamante novio, Mike, Mercedes, Emily y dos amigos suyos.
Me maquillé, resaltando los ojos y los labios de un rojo intenso similar al del vestido. Piqué lo primero que encontré por casa y luego metí en el bolso de mano el móvil y la cartera antes de salir de casa y pedir un taxi.
Llevaba un abrigo marrón por encima, pero el frío era punzante y unos nubarrones oscuros cubrían el cielo amenazando tormenta.
Llegaba casi una hora tarde, porque me había tomado las cosas con calma y porque, aunque no me dirigía a una zona de la ciudad demasiado concurrida, el tráfico era caótico.
Terminé bajándome del taxi a un par de manzanas de distancia y cuando llegué al local ya empezaba a arrepentirme de haberme comprado esos zapatos de tacón.
¿Tan difícil era fabricar algo bonito y medianamente cómodo?
El lugar estaba lleno de gente y, a pesar de que seguían sirviendo bandejas con sándwiches y hamburguesas en miniatura y llamativos montaditos de comida, la mayoría de los presentes ya habían pasado a la segunda fase y sostenían coloridas copas en los dedos.
Era uno de esos sitios modernos, pero agradables, con luces tenues, a pesar de las decenas de bombillas que colgaban del techo, y muebles blancos y azules.
Me quité el abrigo y lo dejé en la zona del guardarropa junto a los regalos de Hanna.
Por suerte, rápidamente distinguí a Tina entre la multitud. Me presentó a su nuevo novio, que tenía unas facciones asiáticas que le daban un aire muy atractivo. Ella me abrazó y se rio tontamente confirmándome que casi con total probabilidad iría por la tercera copa.
—¡Has estado desaparecida!—gritó.
—Han sido unas semanas complicadas.
— Hanna está radiante!—sonrió.
—Seguro que sí. Por cierto, ¿dónde está?
—Al fondo, creo.
—Ahora vuelvo.
Dejé que me diese «un beso de borracha» casi en la comisura de los labios antes de internarme entre la gente y dirigirme hacia la otra punta del local.
La calefacción estaba alta y olía a algún ambientador floral que habían echado en exceso.
Hanna llevaba puesto un vestido dorado, muy en su línea para despedir el fin de año, y su cabello rubio y ondulado se deslizaba por su espalda descubierta.
Se giró como si hubiese sentido mi presencia y me dedicó una sonrisa inmensa antes de tirarse encima de mí y abrazarme. Otra que había bebido más de la cuenta.
—¡Feliz cumpleaños, rubia!—le susurré—Sé que aún faltan un par de horas, pero quería asegurarme de ser la primera. Ya sabes lo mucho que odio perder—bromeé.
—¡Gracias! ¡SOY TAN FELIZ!—gritó.
Me reí, porque Hanna era así, imprevisible, algo alocada. Que vale que celebrar el cumpleaños y despedir el año fuera algo bonito, pero su felicidad resultaba un poco desmesurada.
Negué con la cabeza y le quité la copa que llevaba en la mano, porque me moría de sed y Hanna y yo éramos de compartir lo que nos metíamos en el
estómago.
Ella empezó a hablar con voz chillona sin dejar de toquetearse el pelo con las manos.
—¡Tengo que contarte un millón de cosas!
—¿Lo pasaste bien en Los Hamptons?
—Sí, bueno, como siempre, pero…
La interrumpí al ver a Emily acercarse por detrás. Sonreí. Estaba como una cuba.
Llevaba en la cabeza un gorro gigante de Papá Noel, tenía los ojos vidriosos y alegres y una sonrisilla traviesa en los labios. Me dio un achuchón que por poco me deja sin respiración y, después, ante mi mirada patidifusa, cogió el pequeño rostro de Hanna entre sus manos y chocó sus labios contra los suyos en un beso salvaje y húmedo que conseguiría avergonzar al mismísimo Hugh Hefner.
«¿Pero qué demonios…?»
Aún con los ojos como platos, logré reaccionar y cogerla del brazo por detrás para tirar de ella y separarlo de mi amiga.
El corazón me latía a trompicones, furioso.
Le dirigí una mirada que podría haber derretido el Polo Norte.
—¿Qué coño crees que estás haciendo?—bramé.
Emily pestañeó confundida, borracha, y luego miró a Hanna de reojo.
—¿No dijiste que se lo habías contado?—le preguntó.
—¿Contarme qué?—siseé.
Hanna clavó sus ojos asustadizos en los míos y ese efímero contacto me bastó para entenderlo todo; su felicidad desmedida, la ilusión y esa expresión soñadora que la acompaña siempre y que parecía haberse acentuado aún más.
—Te lo conté por teléfono. Te dije que estaba enamorada de Emily.
—Oh, joder, ¿están juntas? ¿Juntas en serio?
—Muy en serio—añadió Emily.
Me llevé una mano al pecho, sin tener aún muy claro si estaba emocionada u horrorizada; pero antes de poder decidir hacia qué lado se decantaba la balanza, me hice un hueco entre las dos y las dejé atrás caminando directa hacia los servicios.
Y no, mi reacción no tenía ningún sentido a los ojos de los demás, pero sí para mí.
De pronto me sentía como la peor amiga del mundo por no haber insistido con Hanna en pedirle que me contase aquello que la tenía tan distraída y empecé a atar cabos y la culpa se tornó más grande.
Y luego estaba eso otro, lo mucho que me preocupaba que saliese con Emily.
Un montón de pensamientos se enredaron en mi cabeza y supe que necesitaba unos segundos para empezar a quitar nudos.
Entré en los servicios y varias chicas que estaban retocándose el maquillaje frente al espejo alzaron la vista hacia mí sin mucho interés. Escuché la puerta abriéndose a mi espalda y supe que Hanna me había seguido.
Pero no era ella.
No a menos que se hubiese transformado en morena y su presencia hiciese gritar a las ahí presentes.
—¡Este baño ya está lleno!—exclamó una de ellas con el pintalabios en la mano.
—¡Calma, cariño!—Emily alzó las manos en alto y se balanceó un poco hacia un lado—¡Soy su amiga! ¡Soy su mejor amiga! Y mi amiga acaba… acaba de descubrir que… su gato tiene un tumor, ¿les importa que la consuele?
—Oh, qué linda—la morena puso morritos—Pasa, pasa.
—Siempre igual, que bueno es tener de esas amigas—susurró la amiga sin ser consciente de lo difícil que era no oírla.
Puse los ojos en blanco y entré en el último cubículo seguida de Emily, que era también el más grande porque tenía uno de esos sitios para cambiarles el pañal a los bebés.
Benditos bebés, porque necesitaba algo de espacio y de silencio al lado el ruido que había en la sala.
—Ni se te ocurra volver a decir que mi gato tiene un tumor ni en broma, a ver si vas a ser gafe—siseé, porque fue lo primero que se me ocurrió y no sabía cómo romper el hielo y hablar de lo que de verdad me importaba, porque, ¿Hanna y Emily juntas?
Todavía seguía pareciéndome una broma de lo más original y rebuscada.
Ella se pasó una mano por el pelo y me salvó de seguir diciendo tonterías al ir directo al grano.
—La quiero.
—Emily …
—Estoy enamorada de ella.
Me quedé callada, mirándola.
—Eres una mujeriega…
—Era—puntualizó—Y te juro que porque hasta entonces no había encontrado a la mujer ideal para mí. Hanna es maravillosa. Es divertida y me paso el día riéndome con ella; está dispuesta a hacer cualquier locura que se me pase por la cabeza y es imprevisible y atolondrada y un poco caos como yo, pero nos entendemos bien…
«Ay, joder, qué bonito».
Inspiré hondo.
—Te juro que como le hagas daño…
—No lo haré—aseguró y vi en sus ojos que estaba siendo sincera.
La abracé, más calmada, sintiendo que las cosas encajaban al fin. Me separé de ella cuando alguien llamó a la puerta con golpecitos suaves.
—¡Ocupado! —grité.
—Soy yo, chicas—la voz de Hanna llegó desde el otro lado y quité el pestillo de inmediato. Ella nos miraba cohibida—¿Va todo bien?
—Sí, sigo viva—contestó Emily.
Le di una colleja mientras salíamos del cubículo. Ella se inclinó hacia Hanna y la besó de nuevo, como si realmente no pudiese dejar de hacerlo. Mi amiga se apartó con las mejillas encendidas y una sonrisa tonta en la cara antes de insistir en que nos tomásemos una copa a solas.
Así que eso hicimos.
Nos sentamos en uno de los extremos de la barra que cruzaba el local. Yo tuve que hacer malabarismos para que no se me viese todo por culpa de la abertura lateral del vestido, pero conseguí acomodarme cuando nos sirvieron dos margaritas.
Brindamos, sonrientes, y ambas le dimos un trago.
—Necesito que me lo cuentes.
—A ver, ¿por dónde empiezo…?
—El primer día—la animé.
—Sí, fue esa noche que lo invitaste a Greenhouse club y fue acompañada por una amiga, ¿recuerdas? Tú desapareciste, imagino que con Santana, así que terminamos la noche en otro local. Tina conoció al tipo que ahora la acompaña, Mercedes se enrolló con un amigo de Em que se encontró ahí en los lavabos en plan lío de una sola noche, y yo acabé tomándome una copa con Em. La cosa se alargó y cuando quise darme cuenta estábamos caminando por una calle cualquiera, dando un paseo y, no sé, estar con ella es tan divertida…
—Entonces fue un flechazo.
—Más o menos—se encogió de hombros—Me dijo que si en algún momento quería clases gratis, solo tenía que ir a su gimnasio. Y un día que estaba aburrida y cansada de trabajar, terminé pasándome por ahí y una cosa llevó a la otra y… en fin.
—¿Qué significa «en fin»?
—Lo hicimos en el suelo del ring.
—¿Qué? Mierda. No pienso volver a entrenar ahí.
—¡Lo siento!—alzó las manos, yo me terminé la copa de un trago—Es que me pone mucho cuando va en plan entrenadora exigente.
—Necesito otra copa.
—¿Mojito o algo más fuerte?
—Tequila—terminé decidiendo justo cuando el camarero nos prestó atención.
—Que sean dos—dijo Hanna.
—Vale, sigue con la historia.
—Después de eso a Emily le entró una especie de ataque de pánico al pensar que la matarías si llegabas a enterarte, así que me pidió que no te dijese nada todavía. ¡Y no te imaginas lo difícil que fue! ¡Quería contártelo a todas horas! ¡Soñaba que te lo contaba! Y siento haber sido una bruja traidora y una amiga aún peor.
—No digas tonterías—repliqué con el tequila quemándome la garganta.
—Emily me pidió una cita días más tarde y luego otra y otra. Así que cuando quise darme cuenta ya estaba más que pillada y le dije que teníamos que dejarlo. Te había oído hablar de ella alguna vez y sabía que no era de las que se comprometen, pero…
—Pero…—sonreí.
—Casi se pone a llorar cuando le propuse dejarla. En serio, te lo juro—suspiró en «plan Disney» y yo me terminé el mojito—Me dijo que nunca había sentido nada así por nadie, que solía aburrirse de las mujeres con las que salía incluso en la primera cita y me pidió que le diese una oportunidad… ¡Y, en fin, aquí estamos!
Suspiré emocionada.
—Sabes que me alegro muchísimo por ti, ¿verdad? Es solo que al principio me ha costado asimilarlo. El otro día, cuando me llamaste por teléfono, no oía nada de lo que decías porque no tenías cobertura, así que no me lo esperaba.
Hanna apartó los vasos que se interponían entre ambas y me cogió de la mano.
Eran las once de la noche, en una hora dejaríamos atrás aquel año y habían pasado tantas cosas…
—¿Y tú? ¿Qué ha ocurrido con Santana …?
—¿Con Santana? Eso sería solo la punta del iceberg. Ya te dije que dejé el trabajo, que no pienso volver a entrar en esa web de citas y que mi futuro ahora mismo es una hoja en blanco y no tengo ni idea de qué escribir en ella…
Empecé a divagar, efectos secundarios de la bebida, hablando de todo y de nada en realidad.
—Para lo demás puedes tomarte tu tiempo, me apuesto el dedo índice, bueno, mejor el meñique—corrigió haciéndome reír—, A que en un par de meses vuelves a tener un montón de planes. Eso no me preocupa. Pero Santana … Te gusta. Mucho. A mí puedes decírmelo.
Por una vez dejé de intentar aparentar que estaba bien, que aquello era solo una piedra en el camino que olvidaría en menos de lo que dura un pestañeo.
Porque, por mucho que intentase convencerme de ello, no era cierto.
La echaba de menos.
Echaba de menos poner una película y acurrucarme junto a ella, dormir a su lado, verlo comer cereales y hasta discutir, sí.
Replicarle cualquier tontería, descubrir ese brillo juguetón y contenido en su mirada.
Abrazarla muy fuerte mientras ella conducía por la ciudad o justo después de hacer el amor.
Por favor, si incluso echaba de menos a la pequeña Beth …
—Ella no quiere nada más conmigo.
—¿Le has dicho lo que sientes?
—Algo así, sí. Creo—susurré.
—Eso no suena muy convincente.
—Déjalo. Es demasiado difícil.
—¡No puedo entender que tú, justamente tú, digas algo así!—exclamó—¿Dónde está mi amiga Brittany y qué has hecho con ella? La chica que conozco se apuntó a una maratón solo porque un compañero de clase le dijo que tenía pinta de tener unas «rodillas envejecidas». Y esa misma chica fue a todas y cada una de las revisiones de sus exámenes solo para asegurarse de que todo estuviese correcto, no porque tuviese nada que reclamar. Esa chica que luchó siempre por lo que quería, aunque fuese la cosa más pequeña para los demás, no se rendiría a la primera de cambio en algo tan importante. Arriesgaría. ¿Vas a dejarlo escapar así, sin más, sin siquiera decirle lo que significa para ti…?
Estuve un buen rato mirándola con la boca abierta, alucinada.
Creo que jamás había escuchado a Hanna pronunciar un «discurso» tan largo y tan sentido.
Cada palabra fue como si me aguijonease el corazón. Y me vi, me vi a mí misma todos aquellos años sin conformarme, superando cada reto que se me ponía delante o esforzándome por lo que quería.
No me gustaba dejar las cosas al azar.
Y sin embargo, ahí estaba, sentada frente a una de mis mejores amigas negando con la cabeza y dando por perdida la partida antes siquiera de intentar ganarla.
—No puedo…
—¿Por qué no? Siempre has sido muy valiente.
—Pero es que Santana… ella… no sé…—sentí que el alcohol se me subía a la cabeza.
—Vamos, te conozco y sé que si no lo haces, si no sueltas todo lo que llevas dentro, te arrepentirás y no dejarás de preguntarte qué hubiese ocurrido.
—Me da miedo que me diga que no siente nada por mí… que todo este tiempo… no ha significado nada—tragué saliva—, No sé si estoy preparada para oír eso.
—Si fuese el caso, sería mejor saberlo que tener esa duda eternamente—sacó el móvil de su bolso de mano dorado—Es más, ¿sabes qué? Voy a llamar a Rachel para preguntarle dónde está su hermana.
—¿Qué? ¡No, has bebido demasiado!
—¿Todo bien, chicas?—Emily apareció de repente, le dio otro apasionado beso a Hanna y me miró sonriente antes de que la rubia se bajase del taburete y se alejase unos metros para hablar por teléfono.
—No, tu novia—puntualicé como si aún intentase asimilarlo—Está intentando averiguar el paradero de Santana porque piensa que debería presentarme allá donde esté como una pirada total y gritarle lo que siento por ella.
—Creo que es la mejor idea que Hanna ha tenido en su vida. Y eso que tiene ideas geniales todo el tiempo. ¿Te he contado que el otro día se le ocurrió que sería súper divertido comer comida mexicana con palillos japoneses?
—¡Están chifladas!—exclamé.
—Venga, Brittany, ahora en serio, nadie va a obligarte a hacer nada que no quieras. Eres tú la que debe tomar esa decisión, pero creo que si Hanna insiste es porque te conoce muy bien y sabe que necesitas quitarte esa espinita para poder seguir adelante, sea cual sea el camino.
—¿Qué coño les pasa a los dos hoy, eh? ¿Qué le echan a la bebida de este bar?—repliqué y luego enterré el rostro entre las manos porque, joder, ¡tenían razón!
Eso era lo peor.
Saber que ambos estaban en lo cierto y que necesitaba cerrar esa puerta que conducía a Santana o abrirla de par en par, pero no podía seguir dejándola entornada.
Hanna regresó con una sonrisa.
—Está en una fiesta privada en un hotel, no muy lejos de aquí. Tengo contactos, puedo meterte en la lista de invitados haciendo una llamada, ¿qué me dices?
Me daba vértigo, miedo, pavor.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
hola morra,...
ohhh a pie de guerra,... a ver como le va a britt???
jaja pobre britt iba a hacer una matanza con hanna y emy,..
nos vemos!!!
ohhh a pie de guerra,... a ver como le va a britt???
jaja pobre britt iba a hacer una matanza con hanna y emy,..
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
Vamos britt tu puedes!! ve por esa morena.
Isabella28****** - Mensajes : 378
Fecha de inscripción : 12/10/2017
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
LLego la hora Britt, todo o nada!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
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