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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 10

Mensaje por 23l1 Mar Mar 06, 2018 7:24 pm

Capitulo 10



I Will Survive…



El viaje hasta el trabajo se me hizo eterno.

Era lunes, el metro estaba atestado de gente y el tío que estaba a mi lado todavía vivía en la prehistoria y no había descubierto las ventajas de usar desodorante.

Pero eso era incluso soportable al lado de lo que me esperaba aquella mañana: tener que ver de nuevo a la mujer con la que dos noches atrás me había liado en los servicios de una discoteca como una adolescente hormonada.

Todavía podía recordar su voz grave y ronca diciendo: «Vamos a pedir un puto taxi».

Y lo peor de todo es que si Hanna no hubiese interrumpido el momento habría respondido algo como: «¡SÍ!» o «Ni taxi ni leches, hagámoslo aquí mismo».

Evidentemente, llevar más de un año sin sexo me estaba pasando factura. Mi cuerpo lo echaba de menos. Mi vagina se sentía muy sola y abandonada.

¿Qué otra explicación tenía si no esa alarmante desesperación?

Yo era sensata, siempre valoraba las consecuencias y no me dejaba llevar por tont@s impulsos.

Además, odiaba a Santana. Me ponía de los nervios. Tenía la asombrosa capacidad de coger mi paciencia y retorcerla como nadie más lo había hecho antes.

Así que la fascinación que mi vagina parecía sentir por ella no iba en consonancia con mi mente amueblada. Era algo así como cuando un sistema informático se avería y empiezan a saltar errores del tipo 404 Not Found o 409 Conflict.

El viernes, cuando nos fuimos al departamento de Tina, seguía tan aturdida que fui incapaz de contarle a Hanna lo que había ocurrido. Me bebí tres mojitos, ataqué el cuenco de los nachos mientras veía con las chicas Leyendas de pasión y aplaudí cada vez que rebobinaron hacia atrás cuando Brad Pitt salía sin camisa.

A ese nivel de patetismo había llegado.

Yo, la chica que tiempo atrás parecía tenerlo todo controlado. La gran abogada de la ciudad que se casaría con un abogado igual de brillante llamado Sam y tendría unos hijos simétricamente perfectos.

El resto del fin de semana lo malgasté tumbada en el sofá junto a mi gato, revisando el correo cada pocas horas y pensando en Santana.

Lo que, dicho sea de paso, fue muy irresponsable por mi parte.

¿Qué diría Sue si ese beso desleal llegase a sus oídos?

Era mejor no imaginarlo. Seguro que dejaría de considerarme su adorable Geppetto y me desterraría al sótano (nadie quería nunca ir «al sótano», que en realidad era una habitación minúscula y sin ventanas llena de informes y archivos que a veces Sue usaba a modo de castigo, porque ordenar, revistar y catalogar casos antiguos era una tortura en toda regla).

Así que el lunes estaba decidida a retomar las riendas y a recuperar el control de mi vida.

Cuando entré en la oficina, caminé segura hasta mi despacho, recogí unos papeles que necesitaba y me dirigí a la segunda planta. Había quedado con Sugar diez minutos antes en la sala de reuniones para intentar trazar un plan infalible.

—¿Y cuál es ese plan?—preguntó tras sentarse.

—Que no hables.

Sugar me miró con los ojos entornados. Ese día llevaba un vestido de tubo estilo años cincuenta de color rosa pálido con botoncitos en la parte delantera y un generoso escote.

—No lo entiendo.

—Es fácil—atajé—Cada vez que abres la boca, el caso se complica más. ¿Quieres sacar un buen pellizco del divorcio o no?

—Sí.

—Vale. Bueno hazme caso.

Sugar sonrió como una niña pequeña, se cerró la boca con una cremallera y luego fingió que giraba una llave y la tiraba lejos, al otro lado de la sala.

«Señor, dame paciencia», rogué.

Justo en ese momento la puerta se abrió y Artie entró en la estancia con su habitual actitud de pasotismo. Contuve el aliento cuando Santana apareció.

Mamá mía. Inspiré hondo.

No era justo que estuviese igual de increíble con ropa de calle que con lo que vestía para trabajar. Sus ojos se detuvieron en los míos unos segundos, pero rápidamente rompió el contacto y ocupó su lugar.

—Bueno ya estamos todos…—me aclaré la garganta, incómoda e incapaz de ignorar el cosquilleo que me asaltaba en cuanto tenía cerca a esa mujer—Bien. Empecemos. Creo que la última vez dejamos claro el tema de las acciones y los vehículos. Quizá deberíamos ir hablando de las propiedades.

—Mi cliente propone vender la mansión de California y repartir a medias las ganancias a cambio de que Sugar acceda a olvidarse del departamento de París.

Alcé la cabeza hacia Santana. Estaba muy seria, tranquila.

Nunca la había visto así dentro de estas cuatro paredes. Sin su permanente sonrisilla canalla ni los mordaces comentarios de crío, casi parecía… normal.

Demasiado normal. Eso me descolocó.

Reflexioné su propuesta.

No era una mala oferta teniendo en cuenta que, tal y como estaban las cosas, Artie había pasado a representar el papel de «víctima» dentro de la relación.

Y además tenía la simpatía del público.

Me froté el entrecejo y releí algunas de las condiciones que yo había redactado.

—En caso de que existiese esa posibilidad, exigiríamos lo mismo con el departamento de Nueva York. Ponerlo a la venta y repartir las ganancias. Obviamente, antes de que ambas acciones se llevasen a cabo, se contrataría el servicio correspondiente para las dos tasaciones por ambas partes—giré la cabeza hacia mi clienta—¿Qué te parece, Sugar?

Sugar me miró. No pestañeó. No abrió la boca.

Santana se removió incómoda en su silla, como si estuviese deseando largarse de ahí.

No sé por qué había esperado justo lo contrario por su parte: un montón de bromas, indirectas y salidas de tono.

Volví a centrarme en la chica.

—¿Sugar? ¿Me estás escuchando?

—Mmmm…

—¿SUGAR?

Gimoteó y me miró con ojos de cachorrillo mientras se señalaba la boca cerrada.

«Ay, Dios».

Respiré hondo.

La llave. Que estuviese callada. «De perdidos al río», pensé, mientras, ante la curiosa mirada de Santana, alzaba la mano hacia sus labios y la giraba como si estuviese abriendo una puerta.

Cogí aire de golpe.

—Ya puedes hablar, cielo.

—¡Uff, menos mal!—se llevó una mano al pecho y me miró—Pero lo he hecho bien, ¿verdad?

—Demasiado bien—siseé.

—¿Podemos centrarnos en el caso?—se quejó Santana.

Fruncí el ceño. Joder, ¡qué rara era!

La mujer que el primer día no me dejó abrir la boca, que se quejó de que la reunión no podía continuar porque tenía hambre y que me tiró los trastos la última vez que quedamos en el restaurante, ahora iba de profesional.

Ladeé la cabeza.

¿Y si era su gemela buena?

No podía tratarse de la misma persona.

Ni siquiera se molestó en mirarme antes de dirigirse directamente a Sugar.

—¿Estás de acuerdo con la oferta?

—Sí, me parece bien—contestó mi clienta.

—Por supuesto, antes de cerrar nada, tenemos que estudiar las tasaciones—objeté—El resultado de las mismas será determinante.

—De acuerdo—Santana asintió con la cabeza mientras le echaba un vistazo al reloj que colgaba de su muñeca—Si les parece bien, retomaremos las negociaciones cuando obtengamos esos datos. Además, mi cliente estará fuera por asuntos laborales durante este mes; tiene un rodaje en Tailandia. Así que imagino que lo más prudente sería volver a reunirnos después de Navidad—se puso en pie y acodo la falda.

Los demás también nos levantamos.

A Sugar le tembló el labio inferior antes de dirigirse a un apático Artie.

—¿Y quién se quedará con Bigotitos mientras no estás?

—El personal del servicio—contestó el actor.

—¿Cómo puedes ser tan cruel?

—Sugar…—empecé a decir, pero me callé en cuanto vi en la mirada de Artie algo parecido a la compasión.

¿Sería posible que ese hombre al que nada parecía importarle realmente tuviese corazón?

Se rascó uno de los brazos con gesto pensativo antes de señalar a Sugar con el mentón.

—Está bien, puedes quedarte con Bigotitos estas semanas—cedió—Pero solo si firmas un contrato en el que te comprometas a devolvérmelo cuando vuelva; no me fío de ti. Santana, ¿podemos hacerlo?

La aludida asintió con la cabeza.

—Claro. Mañana mismo lo redactaré.

—Y antes pasará por mis manos—repuse rápidamente, temerosa de que el contrato implicase algo más y Sugar firmase sin molestarse en leerlo antes.

—¡Gracias, gracias!—gritó Sugar emocionada.

—Perfecto. Bueno entonces, todo en orden por ahora—atajó Santana y, sin girarse, siguió a Sugar y a Artie hacia el exterior.

Confusa y sintiéndome un poco torpe, la llamé antes de que se fuese.

—¿Podemos hablar…?

Se giró con lentitud. Alzó una ceja.

—¿Me dices a mí?

—¿A quién si no? Porque todavía te llamas Santana y no te han abducido unos extraterrestres para hacerte un lavado de cerebro ni nada parecido, ¿verdad?

No sonrió. Ni siquiera un poquito.

Y, ¡eh, era gracioso!

Suspiró hondo, cerró la puerta a su espalda y cruzo los brazos.

—Habla—ordenó.

—No me gusta ese tono.

—Bueno es el tono que tengo hoy, nena.

—¿A ti qué coño te pasa?

Dejó escapar una sonrisa irónica.

—¿En serio? Bueno, a ver, me pasa que hace tres días una mujer se me lanzó, me besó durante un buen rato y luego salió despavorida como si tuviese la puta malaria. En resumen, lo que comúnmente se conoce como una calentona.

Sentí que me hervía la sangre.

—¡Eres una idiota!

—Ya, una idiota a la que besaste.

—¡Claro! ¡Me pediste que fuese impulsiva!

—¿Y solo se te ocurrió abalanzarte sobre mí?

—¿Qué querías?

—No sé, haber seguido bailando sola, ¿a mí qué me cuentas?—entrecerró los ojos y me miró fanfarrona como si ella fuese una súper estrella de rock y yo una groupie de poca monta—¿O es que no puedes contenerte cuando se trata de besarme?

—Go on now go, walk out the door. Just turn around now, because you're not welcome anymore—moví el trasero de un lado a otro al ritmo de la única canción de Gloria Gaynor que me sabía—Oh no, not I, I will survive, oh, as long as I know how to love, I know I'll stay alive…

—¿Qué cojones haces?

—¡Bailar sola! ¡Eso hago! ¡Y decirte que no quiero besarte! Ni que me beses. Ni nada. No quiero nada contigo más allá de cerrar este caso. ¡Y por supuesto que puedo contenerme!—grité—Es más, no es que tenga que contenerme, es que tengo que hacer un esfuerzo para no pegarte después de lo que has dicho sobre la contención en eso de besarte y lo de calentona y además…

Santana emitió una vibrante carcajada.

—Te estás haciendo un lío, nena. Mira, llámame cuando te canses de luchar contra ti misma.

Furiosa, le seguí hasta la puerta.

—¿Perdona? ¿Qué has querido decir?

—Quiero decir que ahora mismo hay dentro de ti una Brittany prejuiciosa y aburrida que está intentando asesinar a la Brittany que me pone cachonda. Avísame si la palma la primera—y sin más, se marchó con ese aire de superioridad que me sacaba de quicio, como si creyese saber algo sobre mí.

Con el orgullo herido y la sensibilidad a niveles preocupantes, regresé a mi despacho. Tiré el maletín sobre la mesa y encendí el ordenador.


De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Matar el ego de Santana.
¿De qué vas…? Oh, vale, te besé. Pero, primer punto, había bebido. Mucho. Muchísimo. En plan embudo. Segundo punto, tú también correspondiste ese beso, ¿por qué tengo la sensación de que parece que fue algo que hice a solas? Las dos somos responsables.
Brittany Pierce.



Me gustaría decir que contestó al instante, pero no, no lo hizo. Y no parecía ser una de esas personas que ignora su móvil durante demasiado tiempo.




Pasé el resto de la mañana revisando otros dos casos que llevaba y, durante la hora del almuerzo, me quedé en el despacho comiendo galletitas saladas y viendo el capítulo quince mil quinientos (a saber cuál era) de la dramática telenovela.


De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Mi ego sigue perfecto, gracias.
¿Jugamos a las diferencias? ¿A ti te apartó alguien de un empujón cuando nos pillaron en los servicios? ¿No? Vale, entonces ahí tienes LA DIFERENCIA.
Santana, (y su ego intacto).



De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Seamos maduras.
¡Obviamente! ¿Qué querías que hiciese?
Brittany Pierce.



De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Vete a madurar…
¿Y entonces qué demonios querías hablar? Me acuesto con mujeres que tienen las cosas claras, no con niñatas caprichosas que se hacen un puto lío al hablar de la palabra «contener». Al final tenías razón. Me equivoqué contigo. No te calé. A partir de ahora, ciñámonos a lo estrictamente laborable. Hablamos en enero.
Santana López.



Me llevé la punta de los dedos a los labios y respiré hondo.

¿Qué hacer?

¿Responder a ese último mensaje…?

¿No responderlo?

Si lo dejaba todo así, las cosas se quedarían tal y como tendrían que haber estado desde el principio.

«¡A la mierda!»


De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto:
¿Pretendías acostarte conmigo?
Brittany Pierce.



De: Santana López.
Para:/b] Brittany Pierce.
[b]Asunto:
Aficiones.
No, quería que nos apuntásemos juntas a un curso de ganchillo porque vi la semana pasada una oferta de dos por uno.
Joder, ¡pero claro que quería follarte!
Santana López.



Tragué saliva e hice esfuerzos para no comenzar a hiperventilar como una cría idiota.

Que incluso a través del correo me pusiese a tono era ya muy triste. Quizá fuese solo por el contraste al compararla con la única persona que había tenido entre las piernas.

Sam nunca hablaba así.

Sam era correcto y educado y usaba frases como «hacer el amor», porque imagino que las guarradas más subidas de tono se las guardaba para la rubia de su oficina.

Me serené.


De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Reglas.
Trabajamos en un caso, habría sido poco ético.
Brittany Pierce.



De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Bah.
Pensaba que te habías dado cuenta pero, por si te quedan dudas, me importan una mierda las reglas. La única gracia de que existan es poder saltárselas.
Santana, (rebelde sin causa).



Pensé en seguir con la conversación diciéndole que me gustaba esa película, «Rebelde sin causa», pero al final dejé que el email que había empezado a redactar acabase en la carpeta de borradores y apagué el ordenador a toda prisa como si el teclado estuviese ardiendo.

La tentación era demasiado brillante y reluciente y de pronto había mutado y me estaba convirtiendo en una urraca avariciosa.

Puede que a ella le fuese eso de saltarse las reglas, pero no a mí.

No.

Yo había crecido en una casa con cajas catalogadas, la A para las muñecas, la B para los artículos de manualidades, la C para los cuentos.

Si alguna vez rompía el vestido de una de las muñecas, mi mamá me enseñaba a coserlo. Y, por supuesto, era mi tarea lavarlos a mano una vez al mes.

Pasar el plumero por las estanterías se convirtió en el juego divertido de los sábados, igual que gatear por el suelo y atrapar cualquier resquicio de suciedad.

A lo largo de mi adolescencia, mis notas nunca bajaron de nueve con catorce, como mi mamá solía recordarles a las vecinas constantemente mientras regaba los geranios del jardín al caer la tarde.

Me admitieron en todas las universidades que solicité y elegí la de Nueva York porque quedaba cerca de casa.

Ahí conocí a mis dos mejores amigas, Marley y Hanna, y a un hombre aparentemente modélico, Sam.

Años más tarde, entré como becaria en el bufete, me gradué con honores y terminaron contratándome.

El resto era historia.

De no ser por la traición de Sam que supuso una mancha imborrable en mi «expediente de vida», mi existencia rozaría la perfección.

Y ahora llegaba la mujer más imperfecta del mundo y ponía mi mundo patas arriba en menos de un mes.

No, no y no.

No caería en el juego.

En su juego.







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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!



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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Mar Mar 06, 2018 9:20 pm

hola morra,..

britt va a poner hasta la mas mínima fibra de su ser para no caer ja
san ya fue demasiado clara a ver quien cae primero!!!

nos vemos!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Miér Mar 07, 2018 7:20 pm

3:) escribió:hola morra,..

britt va a poner hasta la mas mínima fibra de su ser para no caer ja
san ya fue demasiado clara a ver quien cae primero!!!

nos vemos!!!





Hola lu, jajajaajajajaja tmbn lo creo, pero a q sirva de algo es otra cosa, no¿? xD AJajajajaja lo cual esta bn, las cosas siempre claras...interesante pregunta, interesante...aquí dejo otro cap para saber eso...espero xD Saludos =D




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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 11

Mensaje por 23l1 Miér Mar 07, 2018 7:24 pm

Capitulo 11




Alcohol, Fantasmas y Héroes…



Le di un puñetazo al saco de boxeo.

—Tenía que desear tirarme a mi enemiga número uno. No podía, no sé, fijarme en ese vecino mono de la puerta veintitrés que se mudó el mes pasado, o en la camarera de la cafetería o…

—En mí—sonrió Emily.

—Sí, ¡hasta eso sería una opción más razonable!—negué con la cabeza y me señalé la frente con el guante de boxeo aún puesto—Algo no está bien aquí dentro ¿verdad?

Emily dejó escapar una carcajada.

—No, tiene mucho sentido si te paras a pensarlo. Tú eres competitiva hasta la muerte, así que te atraen las personas igual de competitivas y exigentes. Sam lo era. Santana lo es. Necesitas que la cosa sea difícil, un reto.

—¡No es verdad! No busco eso.

—Puede que no conscientemente.

Respiré a trompicones, agotada, y me aparté del saco dando por finalizado el entrenamiento.

Era sábado y tras el ventanal del gimnasio se distinguía el cielo oscuro, así que debía de ser tarde. Emily había aguantado como una campeona mis golpes erráticos, mi mal humor y mi conversación poco fluida.

El día anterior le había pedido a Hanna que fuésemos a otro local de copas solo para demostrarle a Santana lo «impredecible» que era, aunque probablemente ella estaría por ahí con alguna mujer que soportase escucharlo durante más de dos minutos seguidos y jamás averiguaría mi gran acto de valentía.

Me quité los guantes y suspiré hondo tras apartarme algunos mechones del rostro que habían escapado de la coleta.

—Creo que hice algo malo en otra vida.

—¡No exageres! Va, ve a cambiarte. Te invito a tomar algo.

—¿Ahora? ¿Hoy? Es sábado.

—Ya, por eso mismo.

—¿Y alguien como tú no tiene nada mejor que hacer un sábado por la noche?

—¿Sinceramente? Sí, llevo una semana tonteando con dos gemelas rusas que quieren montárselo conmigo a la vez. Pero soy una buena amiga—me dio un empujoncito en el hombro para instarme a ir a los vestuarios—No tardes.




Media hora más tarde estábamos las dos en un local abarrotado cerca de Chinatown.

Emily engulló casi sin respirar dos platos de fideos fritos con gambas y yo intenté que me entrasen un par de bocados.

Los comensales que estaban en la mesa de al lado hablaban en un idioma que no conocía y la calefacción estaba demasiado alta.

Sonriente, Emily alzó su móvil en alto para enseñarme la fotografía de, efectivamente, dos gemelas rubias y esbeltas con una mirada tan soez que pensé que si no tenían algo de sexo pronto les daría un infarto.

—Muy… interesante—logré decir.

—Lo sé. Hemos quedado mañana por la noche.

Miré a Emily.

No me sorprendía que pudiese montárselo con quien quisiese, porque tenía unos finos y fuertes, era muy guapa, el tipo de mujer que consigue que una se descoyunte el cuello cuando va caminando tranquilamente por la calle.

Qué fácil habría sido la vida si me hubiese sentido atraída por ella.

Podría haberle pedido que se acostase conmigo como un pequeño favor para acabar así con ese hormigueo incómodo que me acompañaba durante los últimos días.

Por desgracia, aunque agradecía las vistas, no despertaba en mí ningún indicio de deseo.

—¿De verdad te satisface? Quiero decir, acostarte con dos chicas que ni siquiera eres capaz de distinguir entre ellas y de las que no sabes nada.

Emily frunció el ceño.

—¡Claro que sé distinguirlas! Y lo haré aún mejor cuando les vea las tetas, porque creo que Natasha se puso una talla más que Karenina.

—¡Qué asco, Emily!

—¿Las tetas te dan asco?

—¡No! Tu forma de hablar. Pareces un hombre.

—No por ser mujer voy a dejar de apreciar las tetas. Podría hablarte de su inmenso corazón, porque seguro que son bondadosas y maravillosas, pero si te digo la verdad solo las he visto una vez. Mi objetivo número uno son las tetas. Mi objetivo número dos, el culo. Mi objetivo número tres, conseguir su teléfono. El resto va sobre la marcha. No necesito una relación o una pareja estable, quiero vivir sin ataduras.

Me negaba a creer que habían personas que pensaran así. Es decir, había visto Leyendas de pasión la semana anterior y, vale, no es que pidiese tropezarme con un tipo como Tristan Ludlow, seamos realistas, pero me conformaba con alguien parecido a cualquiera de sus hermanos. Tenía los pies en la tierra.

—Tú también deberías probar lo del sexo sin compromiso. ¿Por qué no te acuestas con la tarad… digo, Santana? ¿Cuánto tiempo estuviste saliendo con Sam? ¿Casi una década? Eso no puede ser bueno para la salud—dio una palmada en la mesa con decisión como si estuviese defendiendo la abolición de la esclavitud—Date un respiro a ti misma, Brittany. ¡Sal por ahí, disfruta, deja de analizarlo todo!

—Yo no analizo nada—protesté.

—Seguro que has hecho un informe mental detallado sobre los pros y los contras de este restaurante y la posibilidad de pedirle al dueño el certificado de sanidad.

—Eso no es…—me callé y me mordí la lengua—Las leyes están para algo.

—Sí y tú ya te las has saltado.

—¡Solo fue un beso!

—Eso es como la excusa de «solo un poquito» que usaba con mi primera novia cuando tenía quince años—puso los ojos en blanco—Si las cosas se hacen, se hacen bien y punto. A ver, dame tu móvil, déjame leer esos correos que se han enviado.

Chasqueé la lengua, pero al final se lo tendí con un gesto de resignación.

Tener otra «perspectiva» no ayudaba en absoluto; prefería mil veces los consejos de Marley, que se resumían en: «es una capullo», «no te merece», «ya le gustaría meterse en tus bragas, hazle sufrir por todas esas mujeres a las que les habrá roto el corazón».

Y sí, mi amiga era bastante dada al dramatismo, pero en el fondo tenía razón.

Emily terminó de leer los correos con una sonrisa en los labios y me devolvió el teléfono deslizándolo por encima de la mesa.

—Esta mujer quiere follarte.

—Ya. Qué perspicaz—bromeé.

—¿Por qué no lo haces y ya está?

—¡Porque no puedo! Podría enumerarte unas mil razones, pero basta con saber que mi trabajo estaría en juego y, además, sigo buscando a la persona de mi vida y no puedo permitirme perder el tiempo con personas como Santana. Cumpliré treinta años dentro de siete meses… cuatro días y nueve horas resumí haciendo cálculos.

Ella se rio y pidió dos chupitos de tequila.

—No exageres. Nadie va a despedirte por un polvo rápido.

—Está claro que no puedo hablar contigo de estas cosas.

—¿Qué cosas? ¿Sexo? Soy la mujer más abierta del mundo en ese tema.

—Precisamente por eso.

En cuanto el camarero dejó los chupitos sobre la mesa me lancé a por uno de ellos, porque de verdad que necesitaba aliviar el nudo que me oprimía la garganta.

Un nudo que había aparecido ante la posibilidad de acostarme con Santana.

¿De verdad podía hacerlo?

Un encuentro aislado era todo lo que necesitaba para desquitarme y volver a ser yo misma.

Los riesgos son fruto de la desesperación, ¿no?

Me bebí el trago de tequila de golpe.

—Admite que le doy una nueva perspectiva a esta historia tuya con la tarada de Santana y eso te molesta. ¿O prefieres que me limite a decir lo mismo que seguramente te aconsejarán tus amigas?—bromeó antes de empezar a hablar con voz de pito imitándolas—«Oh, no, nena, no dejes que esa impresentable se meta en tu cama. Tú vales más que todo eso y ella solo busca un polvo». Pero la pregunta que de verdad debes hacerte es qué estás buscando tú, porque a menos que tengas en mente casarte con Santana y tener un montón de bebés, no veo cuál es el problema.

—¡No, claro que no! Por Dios. Sé que es cruel lo que voy a decir, pero deberían prohibirle tener hijos. Quiero decir, seguro que el diablo lleva una eternidad esperando su oportunidad para conquistar la tierra y esa oportunidad pasa por los genes de Santana.

—Me caes bien cuando bebes—Emily se rio y chasqueó los dedos para llamar la atención del camarero que pasaba a nuestro lado—¿Nos pones dos Blue Hawaii?

—Ahora mismo—respondió solícito.

—No pienso emborracharme—espete.

—Lamento decirte que ya estás un poco tocada. A ver, ¿por dónde íbamos? Los genes de Santana. Reconozco que me da un poco de tirria hablar de este tema, pero, como soy una amiga increíble, dejaré que te desahogues.

—¡No hablábamos de eso! No exactamente.

—Matices, matices… —se burló.

Le di un trago largo al Blue Hawaii y tosí mientras dejaba la copa en la mesa.

—¡Joder! Se han pasado con el ron.

—¡Qué va! Está en su punto—Emily se relamió los labios y le guiñó el ojo a las tres chicas que ocupaban el reservado de al lado cuando advirtió que la miraban.

Le di una patada suave por debajo de la mesa.

—Córtate. Se supone que hoy eres mi cita.

—¿En plan exclusivo?

—Sí, totalmente.

—Vale, sigamos con la terapia—emitió un suspiro de resignación—Pongamos que tienes razón, así que descartemos a Santana de momento. ¿Qué es lo que buscas en una persona? Porque tengo algunos amigos y amigas que quizá pueda presentarte.

Aplaudí emocionada.

Vale, sí, ella tenía razón y el alcohol empezaba a afectarme, pero la realidad era que llevaba más de un año sin tener citas, entristecida junto a mi solitaria vagina, sin apenas sociabilizarme.

Quedar con uno de los amigos de Emily para tomar algo sonaba extrañamente bien. Arreglarme para salir, los nervios, las ganas, esa primera impresión…

—No tengo un prototipo…—respondí mientras removía con la pajita los restos de mi copa—Pero me gusta que sean sinceras. Eso lo primero. Nada de mentiras ni infidelidades. Y que estén dispuestas a comprometerse.

—Perfecto, eso descarta al 80% de mis amigos, pero el 5% de mis amigas.

—Que sea bondadosa, detallista y humilde.

—Creo que estás describiendo a Aladdín y Jasmín.
—No me interrumpas justo ahora que me estoy viniendo arriba—repliqué y me terminé el Blue Hawaii de un trago—También quiero que sea independiente y que no me ponga límites. Ya sabes, no soporto a la típica persona que piensa que por metértela o sus dedos pasas a ser de su propiedad y desea tatuarte un puto código de barras en el culo.

Emily rio y le faltó poco para escupir su bebida.

—¡Ah, y el sexo, sí, importante! Que sea complaciente en la cama, que sepa que el sexo oral es algo recíproco y que entienda el significado de la palabra «preliminares».

—¿Lo crees?—se burló Emily inclinándose hacia delante—Ahora que lo mencionas, nunca me has contado qué tal se le daba a Sam el asunto.

—Eres una cotilla de barrio.

—Lo sé, no puedo evitarlo. En el gimnasio una acaba enterándose de todo y al final terminas cogiéndole el gustillo. Como dijo ese hombre que se llama como mi desayuno, «El conocimiento es poder».

—Pobre Francis Bacon.

—¡Lo tenía en la punta de la lengua! Pero, eh, no cambies de tema—Emily pidió dos margaritas más.

El ambiente en el local se había vuelto más animado y distendido. Las chicas de la mesa de al lado seguían con los ojos fijos en Emily y la pareja que ocupaba el reservado de delante no dejaba de reír y hacerse manitas por debajo del mantel.

Había unos farolillos diminutos en el centro, entre las dos copas, que invitaban a que la conversación se volviese más íntima.

—Supongo que era normal. No sé, él… él…—noté que empezaba a tener la boca un poco pastosa, así que le di un sorbo al margarita—Al principio se esforzaba más. Ya sabes, mi vida siguió un curso lógico y ordenado: primer beso en el patio del instituto a los quince, luego baile de graduación con sus manoseos correspondientes en el asiento trasero de la furgoneta de Joe y, más tarde, pérdida de la virginidad en la universidad, cuando conocí a Sam. Y estaba… bien. Era agradable, ya sabes.

Emily me miró en silencio durante un eterno minuto desde el otro lado de la mesa. Tenía la boca ligeramente entreabierta y los ojos algo vidriosos por el alcohol.

—¡Coño! A ver si lo he entendido, ¿intentas decirme que solo te has acostado con una persona, y para colmo un hombre, en toda tu vida? ¿EN TODA TU VIDA?—repitió alzando el tono de voz.

Me giré avergonzada y me removí en el asiento con cierta incomodidad, pero nadie parecía prestarnos atención.

Respondí un «sí» muy bajito y ella se recostó en el respaldo con una mueca de asombro cruzando su rostro.

A ver, vale, lo cierto es que a primera vista no aparentaba ser la típica mujer que solo ha tenido una experiencia sexual, pero, claro, había estado saliendo con Sam durante ocho largos años, lo que, en resumen, limitaba bastante mi tiempo de experimentación.

Nada de tríos locos en la universidad ni escarceos en el baño de alguna fiesta. Y después de la infidelidad de Sam lo último que me apetecía era tener un lío esporádico.

Estaba decidida a encontrar a la persona perfecta; mi media naranja, la horma de mi zapato, mi persona perdida y…

—Vale, necesito detalles—pidió Emily.

—No hay nada que explicar. Perdí la virginidad con Sam y ese mismo tío me engañó hace poco más de un año. Haz cálculos.

—Tenemos que ponerle remedio.

—No me va el tema de la prostitución—puntualicé. Empezaba a estar muy borracha y mis movimientos eran un poco torpes.

Emily rio a carcajadas, se levantó y me tendió una mano para ayudarme a hacer lo mismo. Me tropecé, a pesar de que, al ser sábado, había acudido al gimnasio vestida con vaqueros, cómodas zapatillas y una camiseta amarilla.

Era oficial: estaba como una cuba.

¿Sabes ese tipo de mareo brutal que no notas hasta que te pones en pie?

Bueno justo fue lo que sentí al salir del reservado.

Las luces del estrambótico local parecieron volverse más difusas y pequeñas a mi alrededor, pero seguí a Emily sin rechistar cuando salimos de ahí.


Unos minutos después, las dos estábamos dentro de otro lugar más ruidoso, más grande y más caótico si cabe.

Pedimos un par de cervezas en la barra, Emily empezó a relatarme algunos de sus escarceos amorosos y se le escaparon un par de cotilleos de lo que ocurría dentro del gimnasio (al parecer, la señora Holly Holliday estaba enamorada de Carl y la semana anterior se había colado desnuda en los vestuarios masculinos al grito de «soy toda tuya» que, poco después, fue precedido por un llanto tras el educado rechazo de Carl, por lo que a Emily le tocó consolarla durante horas).

Me reí, ajena a todo, disfrutando de la noche.

La sensación de mareo se volvió más leve, y empecé a sentirme liviana y relajada.

Era liberador dejar de controlarlo todo durante unas horas, incluso en lo referente a mí misma.

—Tenemos que encontrarte un ligue.

—¿Qué? ¡No!—protesté—Se suponía que ibas a presentarme a uno de tus
amigos.

—Ya, pero ninguno se acerca a tu descripción; ni siquiera las mujeres, lo que tú buscas se llama «robot»—Emily ignoró mis protestas mientras me empujaba hacia la zona de baile.

En cuanto empezó a moverse al son de la música con gesto seductor, varias personas aparecieron a nuestro alrededor. Las mujeres contoneándose y bailando de forma exagerada y los hombres, era obvio que les gustaba ver a dos mujeres bailando.

Eran como moscas.

En mi época, las cosas eran diferentes. Y darme cuenta de que acababa de decir mentalmente «en mi época» me hizo sentirme como una mujer octogenaria.

Le di un trago a la cerveza que todavía llevaba en mano, balanceándola peligrosamente, y pasé un buen rato dando vueltas por ahí, danzando sola, riéndome como loca cada vez que una persona intentaba entrarme (creo que eso las espantó, sí).



Media hora después, cuando volví al lugar donde había dejado a Emily, entrecerré los ojos al ver que una de las chicas le acariciaba el pelo con los dedos.

Vale, ella me ponía menos que una oliva rellena de anchoas (las olivas están de muerte), pero, eh, ¡era mi cita de esa noche!

Me acerqué hasta ellas al ritmo de la canción latina que sonaba y la aparté de un manotazo antes de lanzarme a sus brazos y alejarla de la manada que la rodeaba.

—¿Sabes? Tienes razón, consígueme un ligue. ¡Quieeeero echar un polvo!—grité enloquecida—¡Quiero hacerrrr alguna locura!

Emily se rio y me quitó la cerveza.

—¿Cuánto has bebido?

—Poquíshimo.

—Mañana vas a querer matarme—bromeó, me rodeó la cintura y salimos juntas de ahí.

El aire frío de Nueva York me golpeó en el rostro y reprimí una arcada.

Sí, todo muy bonito.

—Te prometo que te presentaré a un amigo la próxima semana, pero ahora será mejor que pidamos un taxi—dijo mientras nos acercábamos a trompicones a la fila de vehículos amarillos que estaban aparcados a un lado de la calzada—¿A dónde le digo que te lleve?

—¡A la cama! —grité.

—Tu dirección, Brittany.

—La calle de la Piruleta…—me reí rememorando el capítulo de una de mis series preferidas.

Emily empezó a ponerse seria, aunque ella también iba algo tocada, y le pidió al taxista unos segundos, pero este se negó a esperar cuando otras chicas aparecieron y se montaron en el asiento trasero del coche.

Reí más fuerte. Eso tuvo su gracia, sí.

La cosa es que… no recordaba exactamente mi dirección. Uhm… Calle Pirulet… no, Calle Raintraine…no.

Mierda.

Lo tenía en la punta de la lengua, justo al lado de las náuseas que me sacudían el estómago.

¿Iba a vomitar en medio de la calle delante de toda esa gente?

¿Qué diría Sue si me viese en ese estado?

Y lo que es peor, ¿por qué pensaba en mi jefa un sábado por la noche?

Tendría un pase si estuviese bueno, pero no era el caso; a menos que pudiese considerarse atractivo que alguien guardase unas diez semejanzas con los mamíferos pinnípedos: focas, elefantes marinos, morsas y otros amigos varios.

—Dame tu teléfono—pidió Emily.

Se lo tendí sin dudar. En esos momentos, podría haberme perdido que le diese mis bragas y me las habría quitado ahí mismo.

Era como un monigote.

La vi buscar algo en el móvil antes de llevárselo a la oreja. Mientras ella hablaba con alguien, yo reía y me lamentaba a la vez.

Reía porque me parecía de lo más gracioso el perro que un hombre trajeado paseaba por la calle de enfrente. Y me lamentaba porque mi vida era un verdadero fracaso.

Mi trabajo ya no era un terreno en el que me sintiese segura.

El que iba a ser mi futuro marido estaría ahora tirándose a alguna por ahí y yo ni siquiera podía controlar mis movimientos y caminar sin tropezarme.

—¿A quién has llamado?

Emily me metió el teléfono en el bolso.

—Santana viene hacia aquí.

—¿Qué has hesho qué?

—¡Era el único contacto de tu móvil que me sonaba! No sé dónde vives, ¿qué querías que hiciese?—se defendió antes de sonreír lentamente—Pero, eh, lo de la Calle de la Piruleta ha sido un puntazo. Mira, a ver qué te parece esto: un hombre dice «¡tiraos a la mar!», y la mar se quedó preñada.

—¡No me hace gracia!

—¿Por qué no? Es bueno.

—¡Has perdido la cabeza!

—¿Sabes por qué un elefante no puede viajar? Porque la huella digital no le entra en el pasaporte.

—¿Cómo se te ocurre llamar a Santana?

—No te enfades. Me das miedo cuando te enfadas—admitió.

—¡Bueno estoy muuuuy enfadada!—repliqué—No entiendo nada y hemos acabado aquí… en la calle… una calle que se mueve como plastilina.

—Mierda, estás como una cuba.

—¡No es verdad! ¿Cómo te atreves a llamarme borracha…?—balbuceé e intenté pegarle un puñetazo en el pecho, pero acabé golpeando la pared de enfrente y solté un alarido de dolor—¡Ay, joder!

—Hostia, ¿te has hecho daño?

Gimoteé como una cría idiota.

—¡Jamazz volveré a salir contigo de fiesta!

—Vamos, la cosa se ha descontrolado un poco, pero lo hemos pasado bien, ¿no? Ven, cariño, enséñame esa mano. Curasana, curasana, si no se cura hoy se curará maña…

Incluso en mi lamentable estado, pude notar la presencia de Santana antes de que apartase a Emily y se acercara hacia mí.

Y es que, demonios, ¡olía tan bien!

Olía como me imaginaba que deberían oler los ángeles. Un cielo de Carolina Herrena.

No quise pararme a pensar en la peste a alcohol que yo desprendería en esos momentos.

Sus ojos eran hielo puro mientras evaluaba mis dedos con detenimiento. Después, con gesto serio, se giró hacia Emily y le estrechó la mano con mucha fuerza, porque la otra se quejó, antes de pedirme que me despidiese de ella y dirigirme con determinación hacia el taxi con el motor encendido que nos esperaba estacionado a un lado.

Entré tras ella, casi obligada por el tirón que me dio, y fue entonces cuando reparé en que, estaba sentada en el otro extremo, con las manos cruzadas sobre el regazo, había una niña de unos ocho años.

—Hacia West Village—dijo Santana.

¡Oh, sí, justo ahí estaba mi departamento!

Noté una sacudida en el estómago cuando el taxi se puso en marcha y las calles de la ciudad se convirtieron en un dibujo difuso tras la ventanilla.

Le presté a la niña toda mi atención.

Era rubia, con dos graciosas coletas a ambos lados de un rostro redondeado y unos bonitos ojos azules. Llevaba puesto un vestido de color azul pálido y en la mano derecha sostenía un peluche de un mono.

Entrecerré los ojos.

¿Estaba teniendo visiones?

—Creo que hay un fantasma de una niña en el taxi…—balbuceé.

—Shh, cierra la boca—Santana se giró hacia la pequeña—Y esto es lo que pasa cuando bebes. Por eso estamos en contra de las drogas, ¿entendido?

—Entendido—respondió dulcemente.

—Así me gusta.

La niña se inclinó hacia delante y me miró.

—¿Se va a morir?

—No creo—contestó Santana.

—¡Eh, claro que no pienssso palmarla!—grité—Todo esto ha sido por tu… por tu culpa. Eres lo peor. Me hiciste comprar una vibrador al que llamé «Naya» y ni eso funcionó, ashí que… tuve que salir… buscar hombres o mujeres… alivio…

—¿Qué es un vibrador?—preguntó la niña.

—Es un aparato que consuela a las personas que están tristes y solas—explicó ella con sorprendente calma antes de dirigirse a mí—¿Crees que podrías mantener la boca cerrada hasta que lleguemos a tu departamento?

—Shí.

—Perfecto.

Tenía ganas de llorar.

De pronto, me entró un inmenso bajón.

Ya no me sentía liviana, ni mucho menos libre; tan solo notaba un malestar profundo y ganas de dejarme caer sobre un colchón con la firme intención de no volver a levantarme jamás.

Me dolía la cabeza, el estómago y me picaban los ojos.


Cuando llegamos a West Village, Santana le pagó al taxista y las tres bajamos (yo con cierta dificultad). Al menos estaba lo suficientemente despierta como para advertir que la escena era de lo más surrealista.

La adorable niña nos miraba en silencio con el mono colgando de su mano mientras Santana me arrebataba el bolso del brazo y rebuscaba en su interior hasta encontrar las llaves. Las sacó, se dirigió a la puerta de mi edificio, y abrió sin vacilar.

Las seguí cuando se metieron dentro, aunque tuve que apoyarme en la pared del pasillo para no caerme.

Maravilloso. Una noche estupenda.

—¿Qué piso es?—preguntó Santana en el ascensor.

—El tres. Creo.

La niña se me adelantó y apretó el botón con decisión. Sus ojos vivaces se clavaron en los míos y me dedicó una sonrisa infantil.

—Gracias por enseñarme las consecuencias de las drogas—dijo.

—Oh, no hay de qué. Eres un encanto—chapurreé.

Santana puso los ojos en blanco y suspiró sonoramente.

El ascensor se paró en la planta tres y, antes de que me diese cuenta, estaba por fin dentro de mi departamento.

Mi adorado y seguro y confortable departamento. Me dije que nunca volvería a salir de estas cuatro paredes.

Lord Tubbington se estiró y bostezó antes de darnos la bienvenida.

—¡Un gatito! ¡Es un gatito!—exclamó la chiquilla antes de apresarlo entre sus brazos.



Y no sé cómo ocurrió exactamente, pero cinco minutos después, ella estaba sentada en mi sofá, bebiéndose un tetrabrik de zumo de mi nevera, viendo mi televisión, con mi mascota sobre sus piernas.

Empecé a pensar que quizá todo fuese una alucinación mía.

Puede que no solo hubiese bebido como un ruso a cincuenta grados bajo cero, existía la posibilidad de haber caído en la tentación de fumar un poco de maría.

Sabía que me afectaba muchísimo, porque en la universidad Marley le compró un día un cogollo a un tipo de su clase y solo nos hizo falta darle cinco caladas para terminar bailando desnudas una canción de los Backstreet Boys en el salón del piso que compartíamos.

—¿Puedes esperarme un momento viendo ese canal en el que emiten dibujos todo el día?—le preguntó Santana y ella asintió—No tardaré, lo prometo—acto seguido, me cogió del brazo con firmeza y me llevó hasta la cocina.

—¿De verdad no es un fantasma? —insistí.

Santana me ignoró antes de preguntarme en qué cajón guardaba las pastillas. Sacó una, llenó un vaso con agua y me pidió que me la tragase.

—Mañana me darás las gracias. De rodillas—siseó.

—¿«De rodillas» en plan sexual o solo lo dices enfadaba?

—Jodidamente enfadada. Y tómate la pastilla.

—Está bien—la cogí, me la tragué de golpe e hice una mueca al notar una sacudida en el estómago—¡Mierda!

—¿Qué pasa?

—Tengo ganas de…

—¡Joder! Venga, corre.

Y ahí estaba yo, sí, arrodillada enfrente del retrete, vomitando mientras mi archienemiga (que, además, me ponía un montón) me sujetaba el pelo y me dedicaba alguna palabra de consuelo, algo que, dicho sea de paso, no era muy propio de ella.

Me preparó el cepillo de dientes cuando terminé y esperó pacientemente mientras me lavaba la cara e intentaba serenarme.

Menuda noche.

Definitivamente, primera y última vez que salía por ahí con Emily; nos limitaríamos a entrenar juntas.

—¿Mejor?—preguntó Santana.

Asentí.

La niña, todavía sentada en mi sofá con el gato durmiendo sobre sus piernecitas, nos saludó felizmente con la mano cuando cruzamos el comedor para ir hasta la habitación.

A esas alturas, ni me habría inmutado si se colasen por las ventanas unos cuantos Umpa Lumpa.

Santana suspiró hondo tras encender la luz.

—Podrás desvestirte tú sola ¿verdad?

—¿Te estás inshinuando?

Alzó una ceja al mirarme.

—Te aseguro que no.

¡Estaba tan guapa…!

En serio, llevaba unos ceñidos vaqueros desgastados y un suéter oscuro que le daba un aire muy sexy y tenía los ojos oscuros y brillantes…

Posiblemente todo eso fue lo que me impulsó a lanzarme hacia ella y rodearle el cuello con los brazos, pegándome a su cuerpo. Santana me miró serio, casi sin pestañear.

—Teníasss razón. Shí que deberíamos acostarnos.

—Me merezco algún tipo de premio honorífico por esto—comentó apartándome de ella con delicadeza. Luego, hizo a un lado las mantas de la cama—Quítate las zapatillas.

—¿Vamos a hacerlo ahora?—pregunté con la voz gangosa.

—Claro, nena. Empieza por esas zapatillas.

La vi contener la risa, pero estaba demasiado borracha como para pararme a analizar el gesto y no me lo pensé dos veces antes de alzar los brazos y quitarme la camiseta.

Del rostro de Santana se borró cualquier indicio de diversión.

—¿Pero qué demonios…?

—¡Tana! ¿Falta mucho? ¿Puedes preguntarle si tiene galletas de chocolate?—se escuchó la voz almibarada de la niña tras la puerta, hacia la que ella se lanzó para impedir que pudiese abrirla.

—¡Cariño, no hay galletas! ¡Salgo enseguida!

Para cuando volvió a girarse, ya me había desprendido de los vaqueros y de las zapatillas. La vi respirar profundamente mientras sus ojos se deslizaban por mi cuerpo y me gustó el deseo que encontré en ellos.

Hacía una eternidad que nadie me miraba así; tan intenso, tan contenido.

Santana cerró los ojos, sacudió la cabeza y me dio un empujoncito para que me metiese en la cama.

—Ni se te ocurra moverte, Brittany. Ahora vas a dormir, ¿entendido? Cuenta ovejas, respira hondo o haz lo que quieras, pero quédate quieta.

¿Dormir?

¿Quién quería dormir teniendo enfrente a esa mujer?

Yo no, desde luego.

Intenté decírselo, pero tenía la boca tan pastosa que terminé atragantándome y tosiendo.

Santana me tapó con las mantas, metiéndolas bajo el colchón como si intentase encarcelarme dentro de la cama, y luego me dio las buenas noches, abrió la puerta y salió.

Escuché susurros a lo lejos, la voz suave de una niña de coletas rubias y el tono más grave de Santana respondiéndole que «esto que había visto solo era una de las muchas consecuencias que acarreaba consumir drogas».

Después, con la garganta dolorida y los parpados pesados, me sumí en un profundo sueño.







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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!



¡FELIZ DÍA DE LA MUJER!



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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Miér Mar 07, 2018 8:47 pm

hola morra,...

bueno britt rompiendo esquemas jajajja tiene que salir mas con em!!!
britt le debe un "favor" a san a ver como se lo cobra jajaja

nos vemos!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Jue Mar 08, 2018 6:47 am

jajjajajajajajajajajaja Lo que hace el alcohol, en fin.... ahora que pasara cuando Brittany se despierte en la mañana, y quien sera la pequeña niña??????
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Jue Mar 08, 2018 7:54 pm

3:) escribió:hola morra,...

bueno britt rompiendo esquemas jajajja tiene que salir mas con em!!!
britt le debe un "favor"  a san a ver como se lo cobra jajaja

nos vemos!!





Hola lu, ajajajjaj se pone loquilla, pero feliz. AJajaja tmbn lo creo ajajaj. Mmm no sabría decirte xq se me ocurren unas cuantas jajaaj xD Saludos =D






micky morales escribió:jajjajajajajajajajajaja Lo que hace el alcohol, en fin.... ahora que pasara cuando Brittany se despierte en la mañana, y quien sera la pequeña niña??????





Hola, ajajajajajaj es un loquillo en nuestra sangre aajajjaj. Uff pobre rubia, peor cuando empiece acordarse de todo jajaja. Interesante...quien es¿? SAludos =D




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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 12

Mensaje por 23l1 Jue Mar 08, 2018 7:56 pm

Capitulo 12




Decisiones, Decisiones…



Me desperté con un dolor de cabeza insoportable y conseguí llegar al cuarto de baño a duras penas, tambaleándome por el pasillo.

Tenía el rostro lleno de rímel y parecía una punki de los ochenta tras una juerga loca.

La pasada noche me había transformado en una Brittany que era incapaz de reconocer al mirarme al espejo. Me lavé la cara con agua fría e ignoré la sacudida que noté en el estómago cuando los recuerdos me asaltaron y el rostro de Santana apareció en ellos.

Santana, en mi casa. En mi habitación.

Santana…

¿Y una niña rubia?

Sí, estaba casi segura de que no lo había imaginado.

Una niña con dos coletas la acompañaba.

Una niña que también subió a mi departamento, se sentó en mi sofá y achuchó a mi gato entre sus brazos mientras se entretenía viendo dibujos animados y yo vomitaba sin control.

Fabuloso.

Suspiré hondo y regresé al dormitorio en busca de mi teléfono móvil. Fue entonces, al ver los pantalones hechos un ovillo en el suelo, cuando advertí que solo llevaba puesta la ropa interior.

Ahogué un gemido.

«¿En qué momento exacto me había desnudado?».

Lo cierto es que no era capaz de ubicar la escena entre el manojo de recuerdos confusos que me sacudían y prefería no valorar demasiado la posibilidad de que Santana me hubiese quitado la ropa, así que opté por ignorarlo (temporalmente) y centrarme en encontrar el teléfono (veinte minutos más tarde descubrí que estaba en el cajón de las pastillas de la cocina, vete tú a saber por qué).

Tenía tres llamadas perdidas de Hanna.

Me convencí de que no me llevé una pequeña decepción al no ver el nombre de Santana en la pantalla y marqué el número de mi amiga tras beberme un vaso de agua para aliviar la sequedad en la garganta.

—¿Dónde te habías metido?

—Estaba durmiendo, es domingo.

—Prometiste ayudarme con el local, ¿recuerdas?

—¡Oh, mierda! Es verdad. Lo siento, Hanna.

—No pasa nad…

—Me doy una ducha rápida y estoy ahí en media hora
—la interrumpí—¿Qué te parece si compenso el retraso pasando por Starbucks y comprando dos cafés para llevar?

—El mío con canela y doble de nata.

—Eso está hecho, rubia.



Me duché a toda prisa antes de dirigirme hacia Tribeca, el barrio donde estaba el local que Hanna había alquilado para montar su negocio de organización de eventos; se encontraba en la zona más meridional de la isla de Manhattan y en los últimos años había adquirido cierta fama alejándose de su pasado como distrito industrial.

Era un buen lugar para empezar y algo parecido a calderilla para la familia Marin.




Cuando llegué, con un enorme vaso de café en cada mano, admiré la enorme cristalera que daba a una de las calles más transitadas.

La persiana estaba bajada hasta la mitad de la puerta, así que tuve que agacharme para entrar.

—¡Madre mía, Hanna! ¡Esto es increíble!

—¿Verdad que sí?—se acercó a mí dando saltitos—Creo que la luz es lo mejor. Y el espacio. Y ese papel raro de las paredes que no pienso cambiar. ¿Este es mi café?—cogió el que llevaba escrito «canela» en la etiqueta y me enseñó el resto del local.

Lo cierto es que la incansable búsqueda de Hanna había valido la pena, porque el sitio era perfecto, luminoso y amplio.

Me explicó los planes que tenía para cada rincón y lo maravilloso que quedaría incorporar un pequeño salón con cómodos sofás a un lado de la entrada para los clientes que tuviesen que esperar.

—Es una gran idea—opiné.

—Lo que todavía no tengo claro es si colocar la mesa al fondo o junto a la pared de la derecha, ¿tú qué opinas? Quiero que se vea desde la puerta principal, pero también tener un poco de intimidad.

—¿Y por qué no en la esquina?

Hanna ladeó la cabeza.

—Podría funcionar.

—¿Lo probamos?

—Ahora mismo.

Dejamos los cafés encima de una de las muchas cajas de cartón que seguían cerradas y amontonadas a un lado y entre las dos movimos la mesa, sobre la que tan solo había un ordenador portátil brillante y nuevo, la agenda de Hanna y un par de bolígrafos.


Al terminar el trabajo, nos alejamos unos pasos para ver el resultado final desde todos los ángulos.

—A mí me gusta —dijo.

—Y a mí. Es sencillo, pero efectivo.

—Desde aquí puedo controlar a los clientes que entren, pero también mantener un espacio propio para el que esté atendiendo. Es perfecto.

—¿Estás contenta? ¿Eso significa que puedo meterme el café que he traído en vena? Porque te juro que necesito mi dosis para seguir en pie. Anoche…bueno, no, no quieras saber lo que ocurrió anoche. En realidad, ahora que lo comento en voz alta, ni siquiera estoy segura de qué es lo que hice.

—¿Te acostaste con alguien?

—¿Qué? ¡No, claro que no!—fui a por los cafés, le entregué a Hanna el suyo cuando se sentó en la silla frente al escritorio blanquecino, y yo me acomodé en la esquina de la mesa.

—Bueno deberías hacerlo; conocer a chicos y chicas, tener citas, salir por ahí. Sam nos engañó a todas con esa pinta de cordero mono, pero es hora de dejarlo atrás.

Bebí un sorbo de café y sonreí.

—¿Existen los corderos «monos»?

—Ya sabes lo que quiero decir.

Hanna se había tomado la traición de Sam como algo personal, cosa que también hizo a la inversa con el idílico reencuentro entre Marley y Kitty.

Así era ella, sensible y empática a niveles insospechados. El día que decidí que no me casaría con él, Hanna estuvo a mi lado, llorando incluso cuando yo no lo hacía, comiendo helado mientras veíamos una telenovela cutre para intentar dejar de hablar de ese hombre con el que pensé que pasaría el resto de mi vida.

Días más tarde, tras coger un avión, Marley se unió al plan. Y ese era el secreto de nuestra amistad: sostenernos entre nosotras a pesar de lo diferentes que éramos y no dejar que la distancia afectase a nuestra relación.

—Ayer salí por ahí con Emily.

—¿Emily? ¿Quién es Emily? ¿Por qué no me has hablado de ella hasta ahora?—Hanna me miró indignada con sus ojos azules abiertos de par en par.

—No te emociones. Emily solo es la chica con la que entreno y a la que, por cierto, pienso matar en cuanto vuelva a verla. La cosa es que me invitó a cenar, terminamos pidiendo un par de copas y lo siguiente que recuerdo es estar en otro local más grande, rodeada de gente y con ganas de vomitar. Después no conseguí recordar el nombre de mi calle, así que a Emily se le ocurrió la fantástica idea de llamar a Santana.

—¿Santana la abogad?

—Ajá, esa Santana. Y apareció, sí, junto a una niña. No preguntes. Yo tampoco tengo ni idea de qué pintaba en la escena, aunque era una preciosidad. La cuestión es que me llevó hasta mi departamento y hoy me he despertado en ropa interior.

Hanna se echó a reír y estuvo a punto de escupir el café. Tragó como pudo.

—Eso no cuenta como cita, tan solo como noche loca. ¿Sabes?, no importa, también te hacía falta algo así, desmadrarte un poco—se enroscó en el dedo un mechón de cabello—Creo que la solución de todos tus problemas pasa por acostarte con Santana. Además, tiene fama de saber lo que se hace; salió durante tres meses con la modelo Dani Rowen.

—Vale, eso no es de gran ayuda para mi autoestima—protesté, y me lo imaginé de inmediato al lado de una joven de piernas kilométricas y sonrisa perfecta a lo Julia Roberts. Noté un pequeño (pequeñísimo) tirón en el estómago—Además, no sé por qué a nadie le importan las normas y empiezo a entender las razones por las que los juzgados siempre están llenos. Tenemos un caso pendiente, ¿recuerdas?

—¿No me dijiste que se aplazaba hasta después de Navidad?

—Sí, pero mi idea era aprovechar ese tiempo para conseguir información. No tengo ninguna ventaja y necesito algo sólido para cubrirme las espaldas.

—Una cosa no quita la otra. Sigue indagando mientras te acuestas con ella.

Me quedé callada mirando fijamente a Hanna.

Fue como si los minutos se convirtiesen en segundos y las manecillas del reloj se detuviesen entre nosotras. Tenía tiempo para encontrar información valiosa sobre Artie Abrams.

Tiempo durante el cual, en mi trabajo, me dedicaría a otros casos.

Teóricamente, mientras tanto estaba fuera del caso, ¿no?

Bueno, no, lo cierto es que no porque seguía siendo mío, vale, pero era algo así como estar en stand by.

«¿Qué narices me pasaba?».

No, esa no era la solución.

—Lo que sí debería hacer es tener alguna cita o algo del estilo. Y con alguien que no sea Santana—puntualicé—¿Cómo es posible que resulte tan complicado encontrar a una persona decente en una ciudad con millones de ellas? Está claro que algo no funciona en el proceso de fabricación.

—Así son las relaciones de pareja en el siglo XXI. Cortas, superficiales e insatisfechas—estaba a punto de admitir que era una de las frases más inteligentes que le había oído decir en toda mi vida, cuando añadió—¡Pero existe un aliado! ¡Las webs de citas!—exclamó alegremente antes de abrir la pantalla del portátil—Veamos… la última en la que nos inscribimos Tina y yo tenía un montón de filtros, lo que es genial porque así te ahorras tratar con todos los perturbados de Nueva York.

Es un poco lío tener que rellenar todos los datos y contestar tantas preguntas, pero vale la pena.


Antes de hacerlo, dos tíos me preguntaron si mis tangas olían a vainilla. Y hubo una que, para pedirme amistad, me envió una fotografía de sus tetas con una carita sonriente dibujada entre ellos con rotulador.

—¡Joder, Hanna! Si esperabas convencerme con eso…

—No, no, tranquila. Una vez rellenes el formulario, el sistema te sugerirá posibles parejas afines a ti, ¡así tienes cosas en común! Y luego tú eliges con quién te apetece hablar si te gusta su fotografía de perfil o sus intereses… Mira, vamos a probarlo ahora mismo. Te abriré una ficha.

—No sé yo…

—¿Quieres conocer al papá o mamá de tus hijos?

—Eh, sí, pero… es que… apenas tengo tiempo…

—Deja de poner excusas.

—¡Está bien, está bien!

—¡Ficha abierta!—canturreó.





Así que durante la siguiente media hora larga estuve respondiendo cosas como «¿qué esperas encontrar en una persona?», «¿cómo te ves a ti misma dentro de diez años?», «¿playa o montaña?», y un sinfín de cuestiones del estilo que nos sacaron más de una carcajada.


Para cuando regresé en metro a mi departamento, volvía a sentirme algo más segura y calmada, más yo.

Al menos hasta que saqué el móvil del bolso y lo toqueteé con cierto nerviosismo antes de abrir un nuevo correo.

Suspiré hondo.

Era lo mínimo que podía hacer, las cosas como son.


De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Gracias.
Solo quería darte las gracias por lo de anoche. Siento mucho que Emily decidiese llamarte justo a ti de entre todos los contactos que había en mi teléfono… La cosa es que… gracias. No tenías por qué ir y lo hiciste, así que supongo que te debo una.

PD: Llevo todo el día intentando ignorarlo, pero, ¿por casualidad no sabrás tú por qué me he levantado desnuda? Quiero decir… de verdad espero que NO LO SEPAS y me diese por desvestirme después de que te fueses. Es una pequeña laguna que tengo.
Brittany Pierce.



Pulsé el botón de enviar y me entretuve observando los rostros de los pasajeros del metro que estaban sentados en la fila de enfrente.

De pequeña, solía intentar imaginar cómo serían las vidas de las personas que había a mi alrededor, esas que nunca llegaría a conocer pero con las que, probablemente, compartía casi a diario un trayecto de media hora.

Me pregunté si la chica morena con flequillo recto habría encontrado a su gran amor o si el tipo de al lado acababa de empezar algún tipo de dieta y por eso se zampaba una manzana verde con gesto distraído mientras leía un periódico.

Bajé la vista a mi teléfono cuando vibró y sentí tal desilusión al ver el nombre de Emily en la pantalla que cualquiera de esos desconocidos a los que yo analizaba podría haber adivinado cómo me sentía.


De: Emily Fields.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: ¿Estás viva?
¡Buenos días! (o más bien tardes) ¿Estás viva? Espero que sí. Que sepas que llevo todo el día con una resaca monumental (eso debería hacerte sentir mejor). O por si acaso no lo he conseguido a la primera, probaré con una segunda táctica: ¿sabes cuál es el animal más antiguo del mundo? El pingüino, porque está en blanco y negro.
Emily Fields.



Presioné los labios para no reírme.


De: Brittany Pierce.
Para: Emily Fields.
Asunto: Viva y vengativa.
Gracias por preocuparte. Sí, sigo viva. Sí, me consuela saber que también tienes resaca. Y sí, pienso machacarte durante el próximo entrenamiento. Ah, y no, el chiste no es gracioso.
Brittany Pierce.



Suspiré cuando el móvil volvió a vibrar, convencida de que Emily se tomaría
aquello como un reto.

En realidad, cuando estábamos dentro del ring, ella disfrutaba de forma proporcional al nivel de mi cabreo, así que esa semana iba a pasárselo bien.

Pero esta vez no era ella, sino Santana.


De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Desnuda.
Ya lo creo que me debes una. No, me debes varias en realidad. Por alejarte de ese idiota como-se-llame, por ir a por ti y por obligarme a hacer de niñera un sábado por la noche. De momento, me tomaré el striptease que me dedicaste como un pago anticipado por mis educados servicios.
Santana López, (de aquí en adelante, tu héroe).



De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: DIME QUE MIENTES.
¿Hablas en serio? ¿Te dediqué un striptease?
Brittany Pierce.



De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Keep Calm.
Tranquila, nena, te estaba tomando el pelo. No hiciste ningún striptease, solo te desnudaste delante de mí.
Santana López, (la mirona).



De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto:
¡Eso es jodidamente lo mismo!
Brittany Pierce.



De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Así es la vida.
¿Y qué querías que hiciese? Estabas como una regadera. Se me olvidaba, ¿te he contado ya que confesaste que querías follarme? Yo tenía razón. Los borrachos no mienten.
Santana López, (conocedora de tus sucios secretos).



¡Joder!

Estuve a punto de darme un tortazo a mí misma delante de los demás pasajeros al advertir que me había pasado dos paradas. Los efectos secundarios de Santana no tenían límites.

Me levanté a toda prisa, bajé en la siguiente y, no sé qué me dio, pero terminé acercándome a una cafetería y sentándome en una de las mesas del fondo.

No estaba lejos de casa, así que podía ir más tarde dando un paseo, pero por alguna razón no me apetecía encerrarme ya entre esas cuatro paredes.

Pedí otro café, a riesgo de que me diese un infarto, y volví a releer el último mensaje.

Vale, en esa la había pillado. Yo no hablaba así.


De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Pinocho.
¿Dije exactamente «quiero follarte»?
Brittany Pierce.



De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Tecnicismos.
Venía a ser lo mismo, pero, si quieres que sea precisa, creo que fue algo parecido a «tienes razón, deberíamos acostarnos». No sé por qué sigues empeñada en fingir que no estás loca por mí, ¿tan horrible es? Ah, por cierto, ¿cómo está «Naya»?, ¿te deja satisfecha?
Santana López, (curiosa).



¡Joder, le había hablado de «Naya»!

Tragué el sorbo de café bruscamente.

Inspiré hondo mientras releía los mensajes e intentaba tomar una decisión.

Una decisión que era arriesgada, impropia de mí e irresponsable. Probablemente, cuando contesté, más que «escuchar mi corazón» en plan místico, lo único que tuve en cuenta fue el deseo que sentía entre las piernas.

Pero es que Santana me podía y me invadió de pronto el pensamiento de que la vida era corta y de que, al fin y al cabo, todos íbamos a morir pronto y blablablá.

La cuestión es que me dije que de perdidos al río.



De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Solo son suposiciones…
Suponiendo que tú tengas un poco de razón (y que «Naya» fuese una pequeña decepción), y yo estuviese dispuesta a saltarme las reglas… ¿Cómo lo haríamos? Quiero decir, ¿en tu casa o en la mía? (suena terrible, pero…)
Brittany Pierce.



Conociéndole, crucé los dedos para que no me hiciese suplicar o, peor aún, decidiese tomárselo como una broma y lo usase para partirse de risa de mí hasta el fin de sus días.


Tardó más de lo previsto en contestar, pero, cuando lo hizo, el corazón me dio un vuelco.


De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: No podría sonar mejor.
Entonces supongamos que estaré en tu casa sobre las diez y que pienso hacer que recuerdes esta noche cada vez que vuelvas a divertirte con «Naya».
Santana López, (loca por lamerte entera).







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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!



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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Jue Mar 08, 2018 9:49 pm

hola morra,...

jajaja si no se levantaban con resaca monumental no sos humano jajaja
bueno ya se pusieron los puntos claros,... se viene el follon!!! se dará???

nos vemos!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Vie Mar 09, 2018 6:59 am

Hay Dios, llego la hora!!!!! Brittany se dejo de remilgos, adios Naya!!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 918367557 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 918367557 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 2145353087 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 918367557
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Vie Mar 09, 2018 7:27 pm

3:) escribió:hola morra,...

jajaja si no se levantaban con resaca monumental no sos humano jajaja
bueno ya se pusieron los puntos claros,... se viene el follon!!! se dará???

nos vemos!!




Hola lu, jajaajja xD ajajajajajaj eso parece...,pero lo dices por experiencia¿? mmm¿? Si que si! y es muy bueno eso! =O jaajajajja dices tu¿? jaajajajaj. Saludos =D






micky morales escribió:Hay Dios, llego la hora!!!!! Brittany se dejo de remilgos, adios Naya!!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 918367557 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 918367557 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 2145353087 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 918367557




Hola, eso dicen por ai ajajajajaj. Jajajajaaja mejor por san y todo mejor jajajaja. Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 13

Mensaje por 23l1 Vie Mar 09, 2018 7:29 pm

Capitulo 13



El Diablo Entre Mis Sábanas…



Esa tarde volví a la tierna adolescencia.

Me di una segunda ducha, me depilé, me miré en el espejo durante más de media hora y pasé otras dos probándome diferentes modelitos a cada cual más horrible.

Porque, vamos a ver, ¿cómo se viste una cuando ha quedado con su cita en casa?

En pijama no, obvio, pero si me ponía unos taconazos parecería demasiado forzada.

Llamé a Marley por Skype y puse el manos libres con Hanna.

—La falda no me convence.

—A mí tampoco
—admití.

—¿Estás segura de lo que vas a hacer?

—No quiero pensarlo más. Y una locura al año no hace daño.

—No pareces tú
—Marley rio.

Puede que tuviese razón, puede que quedar con una mujer para echar un polvo así en frío no tuviese mucho que ver con la Brittany que todos conocían, pero no siempre lo sabemos todo sobre nosotros mismos.

A veces nos sorprendemos.

A veces nos damos cuenta de que llevamos tiempo reprimiendo cosas que queremos.

A veces nos alejamos de aquello que deseamos ser y nos acercamos a lo que simplemente nos nace hacer.

Uno nunca deja de seguir conociéndose.

Yo me había pasado ocho años acomodada entre los brazos de un hombre que, al final, no me quiso lo suficiente, y ahora estaba cansada de ceñirme a lo correcto.

Seguía deseando encontrar al amor de mi vida, claro, pero la búsqueda podía esperar un día más. Porque solo sería eso, un día, una noche.

—¿Qué vestidos tienes?—preguntó Marley.

—No, vestido no—repuso Hanna—Si fuese verano, sí. Pero ahora tendrías que ponerte medias, botas… se supone que quieres que piense que no te has esforzado demasiado para recibirle.

—Madre mía, presiento que esto es una mala idea. Ya sabéis que soy un poco bruja y tengo una premotición, premonición, como se diga eso.

—Marley, ¿qué te da de beber Kitty en California?
—pregunté antes de echarme a reír.

—Caipiriñas, mojitos, mucho tequila. Ya no me quedan neuronas.

—En serio, deja de preocuparte. Tú tuviste tus líos locos en la universidad, yo nunca he podido probar eso de tirarme a un tío y despertarme sola por la mañana en la cama. Y me apetece mucho. Creo que será… liberador, sí.

—¿Podemos volver al tema de la ropa?

—Sí, Hanna, perdona, cariño. Decías que vestido no.

—Ponte unos vaqueros que te queden bien y que te hagan el culo respingón, y lo combinas con algún suéter sencillo que no sea de cuello cerrado y que tenga un buen escote. Te queda bien el pelo suelto, así natural como cuando te lo peinas con los dedos.




Me despedí de ellas un rato después tras asegurarles que al día siguiente las llamaría para ponerlas al corriente.

La última vez que mantuve una conversación del estilo con mis amigas fue cuando tenía veinte años y aquel momento parecía tan lejano e irreal…

Estábamos en la universidad, en la habitación de Hanna (que era la única que pertenecía a una hermandad porque su mamá, su abuela y, en resumen, todas sus antepasadas habían formado parte de esa especie de secta en la que todas se denominaban «hermanas» pero luego se apuñalaban por la espalda), y recuerdo que pusimos patas arriba su (inmenso) armario y al final terminé vistiéndome con una falda vaquera y una camiseta blanca de lo más simple.

¡Estaba tan nerviosa…!

Al irme, me faltó poco para caerme por las escaleras y, cuando llegué bajo el árbol donde había quedado con Sam, temblaba por dentro como una cría.

Lo cierto es que apenas nos habíamos dirigido un par de palabras durante los primeros años de carrera, pero todo cambió cuando la profesora nos emparejó para hacer juntos el trabajo de fin de año. Yo me enamoré de él en un pestañeo y, cuando me pidió salir aquel 11 de abril, pensé que estaba soñando.

Sam era…perfecto.

Era encantador, atento, inteligente y divertido.

Se le daban bien los deportes, los estudios y las chicas. Estar con él era como vivir dentro de un anuncio de detergente en el que solo hay sonrisas, ropa de un blanco cegador y familias felices que corren alegres por un campo verde.

Así que me pasé la mitad de mi vida intentando contentar a mi mamá y la otra mitad esforzándome por estar a la altura de mi maravilloso e ideal novio.

Y ahora que por fin era yo misma, sin tener que proyectar ninguna imagen concreta frente a los demás, me sentía un poco perdida; como si necesitase agarrarme al papel de «hija», «novia» o cualquier otra «etiqueta» para estar completa.

Pero empezaba a tomar mis propias decisiones.

Santana era una de ellas.

La atracción que sentía por ella había sido sin duda el detonante principal, pero también me llamaba el riesgo, hacer algo «malo» por una vez en mi vida, sin pensar, sin juzgarme.

Hacerlo y ya está.

Desquitarme.

Olvidarlo después. Seguir adelante.

Encontrar a la persona con la que pasar el resto de mis días…

«¡Ya estoy planificando y esquematizándolo todo!», pensé con cierta molestia.

Sacudí la cabeza, me levanté del sofá y me dirigí hacia la cocina. Hacía rato que había terminado de vestirme y el tiempo parecía haberse ralentizado.

Estaba nerviosa e inquieta y, en dos ocasiones, cogí el teléfono con la intención de mandarle a Santana un mensaje cancelando los planes, pero, no sé por qué, ninguna de esas veces fui capaz de darle al botón de enviar.

Suspiré hondo y decidí abrir una botella de vino.

Eran las diez y cuarto. Me serví en una copa y le di un buen trago. Diez y diecisiete.

¿Dónde se habría metido?

Me fastidiaba tener que esperarle. El timbre sonó a las diez y veintidós.

Esperé junto a la puerta, incómoda, incapaz de mantener las piernas quietas. De pronto me preguntaba qué hacer con mis brazos (eran dos extensiones de mi cuerpo con las que llevaba conviviendo veintinueve años y, así, de golpe y de repente, habían dejado de pertenecerme), ¿por qué estaba tan nerviosa?

Yo no me ponía así de nerviosa nunca.

Intenté apartar esa sensación mientras abría la puerta, pero, conforme lo hice, regresó con más fuerza.

Me quedé mirándola en silencio, todavía sin dejarla entrar.

Estaba muy guapa. Demasiado guapa.

Vestía unos ceñidos vaqueros oscuros y una chaqueta negra y azul de motorista, lo que me hizo fijarme en el casco que sostenía en la mano derecha.

Imaginé que esa era la razón de que llevase el pelo algo despeinado y, como si estuviese escuchando mis pensamientos, se lo revolvió aún más mientras me sonreía con inocencia.

—¿Piensas dejarme entrar o…?

—Llegas tarde—apunté.

—Puedo explicártelo, nena—ladeó la cabeza—¿Has visto? Ya empezamos a sonar como un viejo matrimonio. Vamos, déjame entrar. Sé buena.

Ni siquiera sabía si estaba cabreada o tan solo inquieta por estar a punto de sufrir un infarto, pero terminé apartándome a un lado y ella se coló en mi departamento con naturalidad, como si lo hiciese todos los días.

Respiré hondo, con las pulsaciones a mil por hora. Era como si invadiese mi espacio, el lugar, todo.

Se quitó la chaqueta y la dejó con cuidado sobre el brazo del sofá.

—¿Tienes algo para beber?

—Sí, acabo de abrir una botella de vino.

Pasamos a la cocina y le tendí la botella mientras me ponía de puntillas para alcanzar otra copa. Ella la alzó en alto y me miró divertida.

—¿Y dices que «acabas» de abrirla?

—Bueno, hace un rato. ¡No llegabas! ¿Qué querías que hiciese? Me estabas… poniendo nerviosa…—me mordí el labio inferior.

—No hagas eso.

—¿El qué?

—Tentarme, morderte así…—Santana dejó la botella a un lado y, un segundo después, estaba frente a mí, con los brazos apoyados en la encimera contra la que acababa de arrinconarme.

El corazón empezó a latirme muy rápido; tanto, que temí que ella también lo escuchase.

Su aliento cálido me hizo cosquillas en la garganta cuando se inclinó y sus labios me rozaron la piel del cuello…

—Aún no me has dicho por qué has llegado tarde.

Me amonesté mentalmente por interrumpir ese momento.

Una parte de mí quería que su boca siguiese trazando un camino hasta llegar a la mía, pero la otra parte estaba asustada porque todo estaba yendo muy rápido y necesitaba unos segundos para convencerme de que aquello era real.

De que Santana, mi contrincante, se encontraba ahí, en mi departamento.

Ella negó con la cabeza y sonrió.

—Sabía que no lo dejarías estar.

—¡Así soy yo!—solté una risita nerviosa.

Por su expresión, supe que Santana se había percatado del miedo que me envolvía; se movió un poco hacia atrás, pero no me soltó.

—Tenía que cuidar de Beth. Pero he venido lo más rápido que he podido, no sé cuántos semáforos me he saltado…—susurró al tiempo que deslizaba los dedos por mi brazo, poniéndome la piel de gallina; llegó al lóbulo de la oreja y lo acarició con lentitud—¿Nos tomamos esa copa de vino?—se apartó de repente y yo pestañeé confundida.

Me humedecí los labios mientras ella se servía y la observé darle un trago largo después.

Era extraño, pero me sentía fuera de lugar en mi propia casa.

Santana apoyó una mano en la encimera de la cocina y me miró con curiosidad.

—¿Te encuentras bien?

—Sí—mentí.

—Estás nerviosa.

—¿Tanto se nota?

—Antes estabas temblando.

—Esto ha sido una mala idea… muy mala idea—caminé de un lado a otro y me llevé una mano a la frente—¿Podemos olvidarnos de todo…? A riesgo de que al final tengas razón y yo sea una calientapollas, creo que no puedo hacerlo… no saldría bien—parloteé histérica.

Paré de moverme cuando Santana me cogió del brazo con suavidad y trazó círculos con el pulgar sobre el dorso de mi mano.

—Eh, cálmate. No tienes que hacer nada que no quieras—aseguró muy seria—Y la otra vez solo te dije eso porque me sentía dolida, no me gustó cómo me apartaste. Ahora, ¿qué te parece si nos olvidamos de lo que en teoría iba a pasar esta noche y nos tomamos esa copa? No diría que no a algo de picar, por cierto.

—¿No has cenado?

—Solo un puñado de Froot Loops.

Me reí, porque era gracioso imaginar a alguien tan fría comiendo cereales de colores a puñados.

Le enseñé lo que tenía en la despensa y terminó conformándose con unas patatas fritas de bolsa. Y así fue como acabé sentada en el comedor al lado de Santana, viendo la televisión y bebiendo vino.

Crucé las piernas encima del sofá.

—Siento lo de esta noche—susurré muy bajito.

—Olvídalo. No tienes que sentir nada.

—¿Beth es la niña que te acompañaba el otro día?—pregunté presa de la curiosidad. Ella asintió con la cabeza y, de pronto, caí en la cuenta de algo— ¡Ay, joder! ¿Es tu hija? ¿Tienes una hija?

Santana frunció el ceño.

—No. Es la hija de mi mejor amiga.

—Vale—suspiré y la miré pensativa—Acabo de darme cuenta de que, en realidad, no sé nada de ti. Por ejemplo, vas en moto—señalé la cazadora que seguía sobre el brazo del sofá y reprimí el impulso de puntualizar que no era el sitio más adecuado para dejarla—Jamás imaginé que tuvieses moto. No te pega. O sí. No lo sé, es raro.

—Tú también eres rara fuera del trabajo—dijo antes de engullir varias patatas de golpe.

—¿A qué te refieres?

—No pareces la misma. Vamos, que no parece que tengas un palo metido por el…

—¡Cállate! ¿Por qué eres siempre así?

—¿Encantadora? ¿Adorable?

—Justo lo contrario. La cuestión es que llevo razón, no nos conocemos.

—Bueno, yo te investigué, ¿recuerdas? Me sé tú rutina semanal al dedillo.

—Ya y lo preocupante es que creas conocerme por eso. Yo también he indagado sobre ti.

Santana se metió una patata en la boca, masticó, tragó y me miró con los ojos entrecerrados.

De fondo, en la televisión, estaban emitiendo un viejo programa de cocina.

—¿Qué es lo que sabes? Sorpréndeme.

—No mucho, tan solo que Leroy Berry te reconoció como hija cuando tenías ocho años y que tienes una hermana y dos hermanos. Ah, también que saliste con una modelo, uhm… ¿cómo se llamaba? Bueno, no importa. El caso es que ese tipo de cosas, como la rutina de una persona, no me parecen esclarecedoras para dictar un veredicto sobre cómo es alguien.

—Deja de hablar como si estuviésemos en los juzgados—rompió la tensión del momento con una sonrisa—Vale, tienes razón. Cuéntame cosas sobre ti. Adelante.

Pensativa, volví a morderme el labio inferior y me estremecí cuando sus ojos oscuros descendieron hasta mi boca.

Fue como si me tocase con la mirada. Ahí había deseo y contención y algo que no supe descifrar.

¿Pero qué estaba haciendo hablando con ella de tonterías?

Ni siquiera quería que me conociese. Y tampoco sabía qué decirle.

¿Cómo era yo?

¿Práctica, eficiente, profesional…?

No eran adjetivos que resultasen muy interesantes.

Tragué saliva. Ella me miraba atenta, imperturbable.

Quizá por eso me obligué a responder y al final dije de verdad lo primero que se me pasó por la cabeza, sin adornos.

—Bueno… no sé. Ahora así en frío… Me gustan los días de lluvia, el invierno, la Navidad, los gatos, Tarantino, leer…

Santana me prestó toda su atención.

—¿Tarantino? ¿En serio?

—«Lo que me falta es compasión, perdón y piedad; no raciocinio»—dije recitando una frase de Kill Bill.

—Me estás poniendo muy cachonda.

Reí con ganas, dejándome llevar, y de pronto me di cuenta de que estaba mucho más relajada. Y no sé si fue eso, o el hecho de verla lamerse la sal de los labios antes de terminarse la copa de vino de un trago, pero sin previo aviso alcé una mano y la posé en su boca.

Bajo su atenta mirada, le acaricié despacio los labios entreabiertos, que eran gruesos, suaves y tentadores.

Me estremecí al sentir su aliento cálido soplar sobre mis dedos y ella me sujetó por la muñeca antes de que pudiese apartar la mano. Nos miramos en silencio.

Su pecho subiendo y bajando al compás de su respiración; tenía los ojos brillantes y la mandíbula en tensión. Tiró de mí con suavidad y la distancia entre ambas se acortó hasta volverse inexistente.

El silencio resultaba turbador y, al mismo tiempo, excitante. Y de pronto todos mis sentidos estaban concentrados en ella.

En ella y el tacto seguro y confortable de sus manos.

En ella y su ceño fruncido, como si también se sintiese algo descolocada.

En ella y en el aroma que desprendía, tan femenino, tan atrayente…

Cerré los ojos cuando sus labios rozaron los míos. Y joder, fue como recibir una descarga eléctrica que me hizo reaccionar al fin y responderle casi con desesperación.

Hundí la lengua en su boca y acaricié la suya lentamente, disfrutando del sabor de lo prohibido, de ese preciso momento que estábamos compartiendo.

Santana acogió mi mejilla con su mano, me chupó el labio inferior y lo siguiente que supe fue que estaba sentada encima de ella, a horcajadas, con mis manos enredadas en su cabello y las suyas deslizándose por mi espalda; una de ellas se internó bajo el suéter y su piel más áspera acarició la mía ascendiendo poco a poco.

—Una cosa—susurré con la voz agitada—Esto no saldrá de aquí, ¿verdad?

—Me gusta saltarme las reglas, pero no soy una suicida.

—Eso me tranquiliza…

Volvió a acoger mis labios entre los suyos con un gruñido seductor que casi hizo que se me fundiesen los cables. Aun así, una parte minúscula de mi cerebro seguía en pleno funcionamiento, atormentándome.

Apoyé una mano en su pecho y me aparté hacia atrás respirando con cierta dificultad.

—Santana… espera…

—¿Qué pasa ahora?

—Solo… quiero aclarar que esto es únicamente sexo y nada más. Lo entiendes, ¿no?

Santana prorrumpió en una carcajada.

—Nena, no te ofendas, pero si pensase que esto pudiese ser algo más, no estaría aquí ahora mismo. Yo no me comprometo con nadie.

—Me alegra saberlo.

—Y ahora bésame, porque te juro que esta noche me estás matando. Si es una táctica para volverme loca, tengo que darte la enhorabuena.

—No, en realidad no era ninguna tac…

Santana me silenció con un beso exigente y me apretó más contra ella. Ahogué un gemido al chocar nuestros centros y de repente los vaqueros que ambas llevábamos puestos me parecieron de lo más innecesarios y prescindibles.

Me froté contra ella, ansiosa.

Hacía una eternidad que no me sentía así, tan excitada, tan deseable.

Ella interrumpió el beso para poder quitarme el suéter y luego me mordisqueó la barbilla con suavidad antes de ascender y volver a atrapar mi labio inferior entre sus dientes mientras una de sus manos se colaba bajo el sujetador.

¡Y Dios…!

Sentir sus dedos ahí, acariciándome el pezón con lentitud, me hizo temblar. Sonrió al advertir mi reacción y un segundo más tarde la prenda que se interponía en su camino terminó en el suelo.

Acogió mis pechos con ambas manos y una mirada ardiente.

—Son perfectos. Eres perfecta.

—No hagas… No digas eso—pedí.

Santana fijó sus ojos en los míos.

Era cierto, ni me sentía así ni quería volver a oír la palabra «perfección» estando con ella, porque era justo ese momento en el que no tenía que esforzarme para ser aún «mejor» ni demostrarle nada a nadie.

Ella alzó una ceja en alto, travieso.

—¿Prefieres que te diga cosas sucias?

—Prueba a ver…—sonreí y luego me centré en arrancarle la camiseta casi a tirones y sacársela por la cabeza sin mucha delicadeza.

Santana se levantó llevándome consigo con las piernas enredadas en torno a sus caderas.

Mi espalda chocó contra la puerta del dormitorio y sus manos se hundieron en mi pelo mientras su boca presionaba la mía con fuerza, impaciente.

Gemí.

Esos labios… esos labios tenían algo que conseguía que dejase de pensar y me centrase solo en lo que estaba sintiendo. Y lo único que sentía eran unas ganas inmensas de tenerla dentro u unida a mí.

Jadeé cuando la humedad de su lengua descendió hasta mis pechos; estaba a punto de empezar a suplicar cuando me bajó y me dio la vuelta.

Apoyé las manos en la pared y ella se pegó a mi espalda y frotó sus caderas con lentitud contra mis nalgas.

No estaba segura de poder pensar en ninguna cosa coherente después de esa noche.

—¿Quieres que te diga la verdad?—preguntó mientras me desabrochaba el botón de los vaqueros y su mano se colaba dentro de mi ropa interior—La verdad es que la primera vez que te vi no debería haber hablado contigo. Había leído el informe del investigador días antes y solo había visto un par de fotos tuyas—prosiguió y, cuando sus dedos me rozaron ahí abajo, me temblaron las rodillas. Me sostuvo rodeándome la cintura con el otro brazo y pegándome aún más a ella; su boca me hacía cosquillas en la oreja—Pero, después de ir a una cena, pasé por esa calle con la moto y tuve el impulso… el impulso de entrar y comprobar si realmente estabas por ahí…

No pude evitar gemir cuando su dedo resbaló en mi interior al tiempo que seguía acariciándome con el pulgar.

—Y cuando te vi… joder, se me puse húmeda solo con mirarte. Me pareciste preciosa, apoyada en esa pared con el ceño fruncido como si el mundo entero te molestase. Tuve que acercarme. Y fue un error, porque deseé tenerte como te tengo ahora mismo desde ese momento, así, a punto de correrte entre mis manos, por mis manos…—sonrió contra mi cuello y, efectivamente, tan solo hicieron falta un par de caricias más para que me sacudiese un orgasmo tan intenso que terminé mareada.

—Joder… Santana…—balbuceé.

—¿Mejor que «Naya»?—preguntó divertida.

Me di la vuelta con una sonrisa lánguida.

—Mucho mejor.

Volvimos a besarnos y me di cuenta de que había echado de menos eso, el contacto de sus labios, la calidez de su boca.

Nos quitamos el resto de la ropa sin dejar de avanzar hacia la cama. Sus ojos estaban llenos de deseo mientras se tumbaba sobre mí. Me apartó el pelo de la cara con el dorso de la mano.

—Te tengo tantas ganas…—gruñó instantes antes de acomodar nuestros centros y hacer que se rozaran a la perfección.

Cerré los ojos con un gemido y le rodeé la cintura con las piernas y me moví un poco para una mejor fricción. Santana jadeó:

—Joder, no hagas eso si no quieres que me corra ya—sonrió a duras penas con gesto de concentración y luego comenzó a moverse lento, muy lento, pero al mismo tiempo también fuerte e intenso, llevándome con ella.

Y fue como ver las estrellas.

No, mejor aún, como una estrella que estalla en mil pedazos que terminan desintegrándose en la oscuridad. Así me sentí mientras Santana se movía en mí cada vez más rápido, más fricción; busqué sus labios en medio del vaivén en el que nos mecíamos y le di un beso húmedo que provocó que me embistiese con dureza y que su respiración se volviese más agitada.

Sentí sus músculos contraerse sobre mi cuerpo y la abracé cuando ella acabó con un gruñido ronco; me resultó tan erótico, que quise grabar ese sonido en mi memoria.

Santana se apartó con un suspiro y nos quedamos ahí, boca arriba, con la mirada fija en el techo de la habitación y las respiraciones aún entrecortadas.

Tan solo se escuchaba el murmullo lejano de la televisión que habíamos dejado encendida en el salón.


Pasados unos minutos, ella se giró y me cubrió el pecho derecho con la mano como si reclamase su lugar. Mi piel se erizó en respuesta.

—Me has puesto a cien con eso de ahora no, ahora sí, ahora no…—su mano
descendió hasta acariciarme la tripa con un suave roce—Pero puedo mejorarlo.

Me reí, satisfecha y relajada.

—¿Qué dices? Ha sido increíble.

—Entonces supongo que no dirás que no a un segundo asalto…

Sonreí y cerré los ojos mientras sus dedos volvían a colarse entre mis piernas.

«Debería haber hecho esto mucho antes», me dije.

Porque sí, después de lo de Sam tendría que haber salido, haberme dado el gusto de tener un lío esporádico o de tontear con alguien, vivir al día, dejarme llevar y no encerrarme durante meses en el dolor que sentía.



Santana se aseguró de convencerme del todo con esa segunda ronda.

Terminamos exhaustas y saciadas.

Hacía una eternidad que no me sentía tan liviana, tan en calma.

Deslicé la mirada por el torso desnudo de Santana, admirando sus pechos y los músculos y baje la mirada un poco más hacia mi nueva y gran tentación.

Me humedecí los labios.

No estaba muy segura de si aquel deseo tenía que ver con el tiempo que llevaba sin tener sexo o todo era cosa de Santana y lo mucho que me atraía, pero lo que sí tenía claro era que iba a ser una gran pérdida no poder disfrutar nuevamente de ella.

Mundo cruel.

Estaba dándole vueltas a qué frase usar como despedida, porque no quería sonar demasiado brusca, cuando ella se puso la ropa interior, apagó la luz y volvió a meterse en la cama.

Me pilló tan de sorpresa que tardé unos segundos en reaccionar.

—No vas a quedarte a dormir, Santana.

—Claro que sí—me ignoró y pegó su cuerpo al mío todo lo posible.

—No, esto no está bien. Levántate.

—Shh, nena. Si hablas, no puedo dormir.

—Santana…—intenté girarme hacia ella, pero me lo impidió sujetándome por la cintura—Esto no debería ser así, mi fantasía incluía despertarme sola en la cama.

—¿Qué tipo de fantasía de mierda es esa?—me susurró al oído y agradecí no poder verle la cara porque en ese momento le habría dado un puñetazo en el ojo—Busca una mejor. Como despertarte con mi lengua entre tus piernas de madrugada, por ejemplo.

No pude evitar estremecerme cuando sus labios dejaron una caricia suave en mi cuello:

—Además, si puedes follarme, no veo cuál es el problema. Solo es dormir. No implica nada.

—Para mí, sí.

—Tenía entendido que tú no eras de ese tipo sensibleras.

Antes de que pudiese decir una sola palabra más, me giré hacia ella y enrosqué una pierna alrededor de su cintura. Me pegué a su cuerpo todo lo posible como si fuese un pulpo y mis extremidades tentáculos.

—¿Qué coño haces?—había una nota de alarma en su voz.

—Te abrazo. ¿Cuál es el problema? No implica nada, ¿verdad?—contesté repitiendo sus mismas palabras.

Hubo un instante de silencio.

—Verdad.

—Genial.

Ninguna de las dos volvió a decir nada.

El cuerpo de Santana estaba rígido, notaba la tensión en sus músculos y su pecho subía y bajaba a un ritmo más rápido de lo normal.

Sonreí satisfecha.

No era nada fácil intimidar a esa mujer. Punto para mí.



No sé cuánto tiempo estuvimos abrazadas como dos robots, pero ninguna quiso dar su brazo a torcer y apartarse.

En algún momento indeterminado, noté que se relajaba y su respiración se tornaba más pausada y lenta.

En cambio, yo tardé horas en conciliar el sueño.

Era incapaz de ignorar su presencia; que estaba ahí, que la calidez de su cuerpo parecía envolverme y que sus dedos se clavaban en mi cintura como si no quisiese soltarme.

Y olía tan bien que recordé por qué la primera vez que la vi pensé que debería ser «ilegal»; porque era un peligro para la sociedad, para las personas demasiado enamoradizas y para mi propio autocontrol, para empezar.






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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!


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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Vie Mar 09, 2018 10:51 pm

hola morra,..

el primer asalto de mucho,...
seeee solo sexo seeeee aja!!!!
a ver como va el día después para las dos??

nos vemos!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Sáb Mar 10, 2018 7:08 am

Solo sexo? ja, eso nunca sera entre estas dos, a ver como es el despertar!!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 918367557 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 2145353087 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 918367557
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Dom Mar 11, 2018 7:27 pm

3:) escribió:hola morra,..

el primer asalto de mucho,...
seeee solo sexo seeeee aja!!!!
a ver como va el día después para las dos??

nos vemos!





Hola lu, ooohh siii ajajajajaj, tmbn lo espero ajjaajaj. Si, si, si como no jajaajaj. De lo mejor, hasta q lo kieran volver a repetir ai mismo jajaja y ya ajjaj. Saludos =D







micky morales escribió:Solo sexo? ja, eso nunca sera entre estas dos, a ver como es el despertar!!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 918367557 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 2145353087 [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo - Página 3 918367557





Hola, ni ellas se lo creen del todo jajajaajaj. Tmpoco lo creo jajajajaja. Espero q tan bn q lo repitan ajajajaj. Saludos =D




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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 14

Mensaje por 23l1 Dom Mar 11, 2018 7:30 pm

Capitulo 14




Un Callejón Sin Salida…



Cuando me desperté a la mañana siguiente, Santana ya se había ido, pero me sorprendió descubrir que había trasteado en los armarios hasta encontrar el bote donde guardaba el café y toda la casa olía a ese aroma tan delicioso.

Me serví una taza con una sonrisa en los labios y cogí la nota que Santana había dejado al lado:


«Tres tomates caminan por la calle. Papá tomate, mamá tomate y bebé tomate. El bebé tomate se despista y papá tomate se enfada muchísimo. Vuelve atrás, le aplasta y dice: Kepchup». Pulp Fiction.



Me reí rememorando ese diálogo. Al menos teníamos algo en común: Tarantino.

No sé si era demasiado preocupante que la cosa estuviese relacionada con violencia, mucha sangre gratuita y personajes al borde de la locura. Pero lo que sí sé es que ese día el trayecto en metro hasta el trabajo se me hizo más corto de lo habitual, llegué dos minutos tarde (algo aceptable) y cuando les sonreí a las chicas de recepción me miraron extrañadas, como si estuviese a punto de palmarla por algún tipo de enfermedad rara.



Estuve un par de horas trabajando en los casos que tenía pendientes, concentrada, pero cuando me tocó asistir a una reunión general después del almuerzo, empecé a recordar momentos y sensaciones de la noche anterior.

Había sido increíble.

Incluso a pesar de que quisiese quedarse a dormir, porque me di cuenta de que, al final, accedió a cumplir mi fantasía y me desperté sola en la cama, satisfecha y feliz.

—¿Brittany? ¿Tienes el último informe?

—¿El último informe…?—rebusqué entre los papeles que tenía enfrente intentando encontrar alguno con la palabra «informe» en rojo y con letras muy grandes.

Porque, a ver, ¿de qué me estaba hablando?

Hacía varios minutos que había perdido el hilo de la conversación.

—Bueno… ahora mismo… no lo encuentro—susurré muy bajito, como si el profesor me estuviese pegando la bronca delante de todos mis compañeros que, en esencia, venía a ser lo que estaba ocurriendo.

La cosa es que a mí jamás de los jamases me llamaban la atención, no hacía falta.

—El informe de la resolución del caso de Will.

Sue se cruzó de brazos y me fulminó con la mirada.

—Ah, sí, ya—tragué saliva y se lo tendí.

—Bien. Gracias, Brittany—respondió cortante.

Bajé la cabeza y me quedé en silencio, convenciéndome de que mi despiste no había sido para tanto.

Observé a los ahí presentes: todos tenían sus ojos fijos en Sue. Tan solo dos abogados llevaban ahí más tiempo que yo, los demás eran jóvenes.

Sue solía decir que le gustaba la frescura que aportaban, las ganas que todos tenían de comerse el mundo tras terminar los estudios. Y quizá sí que llevaba razón, porque había una chica pelirroja con flequillo que la miraba con absoluta adoración; me pregunté si años atrás yo también llegué a mirarla así.


Sue me pidió que me quedase cuando la reunión acabó y todos se marcharon.

—¿Qué ocurre?—pregunté.

—No lo sé, dímelo tú.

La miré algo cohibida.

—No me pasa nada.

—Estás distraída, Brittany—refunfuñó—Y no te pago para que te quedes ahí mirando las musarañas. ¿Qué me dices del caso de Sugar Motta?

—Todo está en orden. Quedamos en proceder con la tasación de las propiedades, lo que llevará su tiempo, y en reunirnos después de las vacaciones de Navidad. ¿Cuál es el problema?

—El problema es que no es suficiente.

—¿Qué quieres decir?

—Te dije que íbamos a comisión. Quiero que saques más beneficio; la gracia de tener un limón en la mano es poder extraer todo el jugo. Y si alguien puede hacerlo, eres tú.

—Pero…

—Confío en ti. Ponte las pilas—Sue abandonó la sala de reuniones antes de que pudiese decir ni una sola palabra.

Me quedé un largo minuto con la mirada clavada en la puerta, preguntándome cómo demonios iba a conseguir sacarle más rentabilidad al caso.

Dadas las circunstancias, ya me parecía un milagro lo mucho que había cedido la otra parte y pensaba que los acuerdos estaban siendo justos y buenos.

Todavía teníamos que discutir bastantes cosas, pero todo avanzaba por buen camino.

¿Por qué Sue se empeñaba en apretar más las tuercas?

No era aconsejable cabrear a Santana.

¡Y madre mía…! Santana.

Sentí un hormigueo solo al recordar su nombre.

Si algún día Sue se enteraba de lo que había ocurrido la noche anterior, me desterraría a algún lugar muy feo y muy desagradable: el cruel desempleo.

Y tenía que mantener el departamento, claro, eso era lo primero.

No había sido nada fácil encontrar una casa bonita y asequible en West Village y me encantaba esa zona de Nueva York.

Era como un pequeño pueblo europeo en medio de la ciudad y aunque solía estar lleno de turistas que paseaban por las tiendas y las galerías de arte, el ambiente tenía un toque bohemio y era tranquilo y muy agradable.


Así que regresé a mi despacho con la cabeza hecha un lío y sin saber que lo que me esperaba ahí dentro era aún peor.

Mi cara de sorpresa debió de ser total al abrir la puerta, porque Rachel se llevó una mano al pecho, apesadumbrada, y me pidió perdón varias veces seguidas hablando muy rápido.

—De verdad que lo siento, la chica de recepción me dijo que estabas en una
reunión y que podía esperarte en tu despacho—insistió.

—No, no pasa nada. Tranquila—le sonreí, pero la que no estaba nada tranquila era yo.

¿Qué hacía ahí la hermana de la mujer con la que me había acostado hacía unas horas?

Ah, claro, el vestido de Dior.

Me calmé un poco cuando vi que lo llevaba en la mano dentro de una funda.

—Me gustaría haber podido traértelo antes, pero pasé unos días en Los Hamptons.

—Ya te dije que no tenías que hacerlo…

—Oh, ¡por supuesto que sí! ¿Qué clase de anfitriones seríamos si no?

—Muchas gracias. Dime cuánto te ha costado y yo lo pagaré.

—¡Ni hablar! Esto es una compensación por lo bruta que es mi hermana; espero que no se lo tengas en cuenta, le pierde esa boca que tiene.

Dios.

Sí, su boca sí que era mi perdición.

Me obligué a pensar en cualquier otra cosa.

—Santana no es tan horrible. Ya sabes, todos tenemos nuestros días malos.

Rachel, que había estado echándole un vistazo a mi escritorio, se giró de golpe y su cabello castaño oscuro y lacio ondeó como una cortina. Me estudió con los ojos entrecerrados.

—Oh, no, ¿te has acostado con mi hermana?

—¿Qué? ¿Por qué dices eso?—me reí como una histérica. Genial—¡No, por supuesto que no! Somos contrincantes. Y profesionales.

Y unas mentirosas, también.

—Te has acostado con ella—esta vez no hubo duda en su voz, fue una afirmación; ladeó la cabeza y me observó con interés—Tienes que salir a comer ahora ¿cierto? Conozco un sitio que está aquí cerca. Yo invito.

A ver, ¿cómo se rechazaba a la hermana de tu reciente ligue sin que pareciese que lo estabas haciendo?

No se me ocurrió ninguna buena excusa y, además, era demasiado simpática como para comportarme como una bruja con ella; se había tomado la molestia de traerme ese vestido en persona.

Ella.

Una chica que días atrás habría estado haciendo «cosas de ricos» en Los Hamptons, como cepillar a su caballo o vete tú a saber qué.

Solo por pronunciar ese nombre te cobraban.
«Los Hamptons».

Diez dólares.

«Los Hamptons».

Veinte dólares.

«Los Hamptons».

Treinta dólares.

Así que al final terminé por dedicarle una sonrisa y aceptar su oferta.




Caminar con Rachel por las calles de la ciudad era parecido a ir con Hanna: todos los tíos giraban la cabeza hacia ella y era difícil culparles por hacerlo, porque las dos llamaban la atención sin siquiera proponérselo, a pesar de que la hermana de Santana parecía ser muy consciente de su atractivo.

Terminamos el paseo en un restaurante de comida japonesa. Yo pedí sushi variado y Rachel un plato de pollo teriyaki.

—Así que se han acostado.

—Quizá quieras hablar de otra cosa mientras comemos—sugerí con tacto.

—No, no te preocupes, cielo—se encogió de hombros y sacudió la mano—A estas alturas ya estoy acostumbrada. No hay nada que Santana pueda hacer para sorprenderme.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Puede que ya lo hayas notado, pero para Santana no existen los límites. Hace o dice lo que quiere sin pensárselo demasiado—atacó su plato de comida en cuanto nos sirvieron—Lo curioso de la situación—me señaló con los palillos—, Es que el trabajo siempre ha sido lo único sagrado para ella. Y ahora también ha traspasado esa línea. Me pregunto por qué.

Me encogí de hombros.

—Quizá se sentía necesitada.

—No sé si eres consciente de ello, pero mi hermana está considerada como una «soltera de oro». Al fin y al cabo, es uno de los cuatro herederos de la fortuna de los Berry.

Abrí la boca, consternada, y volví a dejar en el plato el maki que estaba a punto de tragarme.

—¿Piensas que me acosté con ella por eso? Oh, no, no. Te estás equivocando. De hecho, no volverá a ocurrir, puedes estar tranquila. No te ofendas, pero tu hermana no me interesa. Busco un prototipo de persona… diferente—aclaré.

—Ya sé que no estás interesada en su dinero—se rio felizmente—Me refería a que tiene ofertas de sobra si la razón fuese por sentirse necesitada. Uhm, por cierto, el pollo está riquísimo, ¿quieres probarlo?

La miré un poco cohibida.  

Era tan impredecible como Santana.

Terminé asintiendo con la cabeza y atrapando un trozo de pollo y un par de verduras con los palillos.

Bueno sí, tenía razón, estaba de muerte.

Le ofrecí mi plato de sushi y Rachel cogió un par de salmón.

—¿A qué te dedicas? —pregunté.

—Soy diseñadora de interiores.

—¿Trabajas por tu cuenta?

—Sí—rebuscó en su diminuto bolsito burdeos y me tendió una tarjeta—Toma, por si alguna vez me necesitas.

—Gracias. Lo tendré en cuenta.

—¿Eres de Nueva York?

—Sí, me críe en las afueras.

—¿Y tienes hermanos?

—No, soy hija única.

—Una parte de mí te envidia, aunque no podría vivir sin ellos—sonrió de lado y luego comió, tragó y siguió hablando—Imagino que no lo sabes, pero mis hermanos mayores son mellizos, siempre han estado muy unidos, así que pasé gran parte de mi infancia persiguiéndoles y esforzándome por caerles bien para que me dejasen jugar con ellos, pero no hubo manera. Y entonces, un día cualquiera, Santana llegó a la familia y así, de repente, tenía una hermana que sí me hacía caso, a pesar de que se la tuviese jurada a mis muñecas.

—Debió de ser difícil—atisbé a decir.

—¡No creas!—sacudió una mano en alto—Para mí fue genial. Se convirtió rápidamente en mi hermano favorito de los tres. No me malinterpretes, adoro a Jake y Noah, pero a veces pueden ser un poco egoístas. Mi mamá también la aceptó muy bien, a pesar de que a raíz de su llegada salieron a relucir las muchas infidelidades de mi papá, pero él… bueno, mi papá es un caso aparte. Ser hijo de Leroy Berry te condena a intentar superarte a ti mismo una y otra vez.

—Eso me suena de algo…

—¿Qué quieres decir?—preguntó con interés.

Me removí incómoda por haber hablado de más.

No parecía lo más apropiado abrirme y desahogarme con la hermana de la mujer a la que me había tirado y contra la que, además, tenía que ganar un caso.

Un caso que Sue se empeñaba en complicar todavía más.

—Mi mamá también puede ser exigente si se lo propone—confesé al final—Pero reconozco que mi mayor enemiga siempre he sido yo misma. Ya sabes, a veces parece que nunca tenemos suficiente.

Rachel asintió con gesto pensativo y después terminamos de comer mientras hablábamos de cosas más banales, como de los nuevos azulejos europeos de moda que ella había empezado a incorporar en sus diseños o de las complejidades del mundo del boxeo incluso para principiantes.

Al final la convencí y me aseguró que preguntaría por las clases en su gimnasio habitual.



Nos despedimos en la puerta del restaurante.

—Ha sido un placer comer contigo—aseguró.

—Lo mismo digo. Y gracias por lo del vestido—estaba a punto de darme la vuelta para volver a la oficina, cuando ella me frenó.

—Una cosa más, Brittany.

—Claro, dime.

—Sé que está mal lo que voy a decir, pero me pareces encantadora y una buena chica y no me gustaría que mi hermana te hiciese daño. Santana no es de los que se comprometen. Solo ha estado enamorada una vez en su vida, hace ya muchos años, y esa persona le rompió el corazón. No cambiará por nadie. Y si te confieso esto es porque puede llegar a ser muy… persuasiva. Cuando quiere algo, lo consigue.

—No creo que eso vaya a ser un problema conmigo, Rachel.

—Eso espero—suspiró y luego sonrió y lanzó un beso al aire antes de desaparecer entre la multitud que caminaba por una de las principales avenidas de Nueva York.

Negué con la cabeza y regresé a toda prisa a la oficina, porque iba justa de tiempo y después de la pequeña bronca de Sue lo último que quería era darle más motivos para hacerle enfadar.

Así que entré, me senté en mi despacho y me propuse adelantar todo el trabajo posible.

O, al menos, lo hice hasta que me llegó un mensaje de Santana.


De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Planes.
¿A qué hora sales del trabajo? Puedo pasar a recogerte. ¿Quedamos a tres manzanas de tu oficina, enfrente de esa floristería que hace esquina?
Santana López, (con ganas de verte).



Lo leí varias veces.

Ya era casi una costumbre cuando se trataba de sus mensajes.

¿Cómo era posible que lo plantease así, tan natural, como si lo hiciésemos a diario?

Tragué saliva al recordar la pasada velada. No es que no me apeteciese repetir.

¡Claro que me apetecía!

Pero no podía.

La gracia de lo ocurrido era que sería solo algo anecdótico y puntual y que a partir de ahora seguiría adelante con mi vida.

Ya había hecho planes para esa misma noche.

Planes que consistían en una copa de vino, un trozo de pizza y esa web de citas en la que Hanna me había inscrito.

Me habían llegado un par de solicitudes, pero todavía no había encontrado el momento de valorarlas.


De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Ese era el trato...
Lo siento, pero se suponía que sería solo un lío de una noche. Y a pesar de que te aseguro que me lo pasé genial, no puedo permitirme que vuelva a ocurrir. Espero que lo entiendas.
Hablamos pronto.
Brittany Pierce.



De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Me he perdido algo.
Sácame de dudas, ¿por qué no puedes permitírtelo?
Santana López, (cotilla).



De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Futuro.
Dejando a un lado que sigues siendo mi rival y que lo que hicimos está terriblemente mal (muy, muy mal de verdad), estoy buscando a mi persona ideal.
Brittany Pierce.



De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Sin sentido.
¿De qué coño estás hablando?
Santana López, (confundida).



Suspiré dramáticamente.

No era algo tan difícil de entender, vamos.

No sé si fue porque me molestaba estar reprimiendo las ganas que tenía de estar con ella o si se me cruzaron un poco los cables, pero mi siguiente mensaje fue algo caótico:


De: Brittany Pierce.
Para: Santana López.
Asunto: Propósitos.
Tengo casi treinta años. O los cumpliré dentro de siete meses y no sé cuántos días más, ya he perdido la cuenta. La cuestión es que necesito encontrar a una persona con la que pasar el resto de mis días, una persona que quiera boda, bebés y ese tipo de cosas que a las personas como tú les producen urticaria. Así que me he inscrito en una web de citas y me he propuesto encontrar a esa persona especial durante los próximos meses.  Por eso no puedo repetir lo que ocurrió. Ya no me queda tiempo que perder. Brittany Pierce.



De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: Es perfecto.
¡Gracias! Hacía tiempo que no me reía tanto. En serio, iba caminando por la calle mientras leía tu mensaje y he tenido que parar… ¿Tan desesperada estás? No te enfades, nena, pero el mundo de las webs de citas es más complejo de lo que parece a simple vista. ¿Sabes? Yo podría echarte una mano. De hecho, sería perfecto, ¿no te parece? Tú y yo divirtiéndonos juntas mientras buscamos a la persona ideal para ti.
Imagino que a las cuatro habrás acabado, te recojo a esa hora enfrente de la floristería. No llegues tarde.
Santana López, (especialista en webs de citas).



«¿Pero qué narices…?».

Me encontré a mí misma debatiéndome.

Recordé lo que su hermana había dicho sobre que podía ser muy persuasiva.

¡Y vaya si lo era!

El problema era que en ese momento de mi vida me sentía muy dada a caer en tentaciones.

Dejé el mensaje sin contestar, vacilante, pero no pensé en ninguna otra cosa durante el resto de la jornada.

Santana.

Santana y esa sonrisa canalla.

Santana y el brillo inquieto de sus ojos.

Santana y sus manos.

Sacudí la cabeza.

La única certeza era que ella y yo estábamos de acuerdo en lo esencial: tenía que encontrar a mi media naranja.

Cuando lo hiciese, todas las piezas encajarían solas.

Me olvidaría de esa atracción tonta que sentía por Santana y, al mismo tiempo, seguiría de nuevo el rumbo correcto.




A las cuatro de la tarde llegué a la puerta de la floristería.

Ya estaba maldiciendo por dentro por permitirle llegar tarde otra vez, cuando me di cuenta de que la persona que me miraba subida en una moto al lado del arcén, era ella.

Vaya, vaya.

Bueno al final sí que la imaginaba en moto; de hecho, encajaba con ella, con esa actitud despreocupada de la que hacía gala.

Sonreí y me acerqué.

Santana me tendió un casco y terminé enredándome el pelo en el cierre de seguridad, lo que provocó que ella suspirase dramáticamente antes de abrochármelo, como si le pareciese tonta o algo así.

Aunque, pensándolo bien, era cierto que mi nivel de lucidez descendía un poco cuando ella estaba cerca.


Nos incorporamos a la carretera.

Terminé sujetándome a su espalda cuando cogió más velocidad. Avanzamos entre el tráfico antes de cruzar el puente de Brooklyn y dirigirnos hacia el sur.

El sol rojizo teñía la ciudad de un tono caramelizado y los árboles desnudos o de hojas marrones reflejaban el invierno.

Le rodeé la cintura con más fuerza y de pronto fui consciente de que sí, estaba ahí, con ella, recorriendo en moto las calles de Brooklyn.

Si echaba la vista atrás, mi vida había cambiado mucho en apenas unas semanas.

Santana redujo la velocidad cuando llegamos al barrio de Park Slope.

Siempre me había gustado esa zona; próxima al parque más famoso del distrito, con casas unifamiliares a ambos lados de una calzada amplia, algunas de estilo brownstone, y muchas cafeterías, restaurantes y boutiques.

Era, en esencia, un barrio muy familiar y, desde luego, a Santana no le pegaba en absoluto.

Me quité el casco de la moto en cuanto bajé con cierta dificultad.

—No me digas que vives aquí…

—¿Te sorprende?

—Un poco—admití.

—¿Tú no eras la señorita que no juzga a nadie?—replicó burlón tras guardarse las llaves de la moto en el bolsillo de la chaqueta y colgarse el casco del codo.

—No es lo mismo «juzgar» que «suponer». Y sí, supuse que vivirías, no sé, en una de las últimas plantas de un rascacielos minimalista con las paredes de cristal en el Upper East Side.

—Has visto demasiadas películas—Santana negó con la cabeza con una sonrisa y yo la seguí caminando por la acera.

Escondí mi asombro cuando subimos los escalones que conducían hasta la puerta principal de una casa de dos alturas, con una fachada preciosa de ladrillos rojos y ventanales alargados.

En el pequeño porche que tenían todas las viviendas de esa calle, crecían arbustos verdosos y plantas con diminutas flores amarillas.

La acera estaba llena de hojas secas que habían caído de los árboles.

Entré tras ella cuando abrió la puerta, pero antes de que pudiese echarle un vistazo al interior de la casa, Santana me aprisionó contra la pared del recibidor y sus labios chocaron contra los míos, suaves pero exigentes.

Respondí con la misma ferocidad.

Las llaves produjeron un chasquido cuando las dejó caer al suelo y, un segundo después, nuestras ropas siguieron el mismo camino.

No sé cómo lo conseguía, pero con ella podía pasar de cero a cien en un segundo.

Sus manos me buscaban, acariciando cada tramo de mi piel, memorizando esos puntos más sensibles que me hacían temblar.

Mantuve los ojos cerrados cuando Santana me embistió con sus dedos con fuerza ahí mismo, contra la pared, de pie, ambas jadeantes y demasiado ansiosas como para esperar hasta llegar al dormitorio.

Y si pensaba que nuestra primera vez había sido insuperable, me equivocaba.

La segunda fue aún mejor.

Fue como celebrar el cuatro de julio por anticipado y ser testigo de un montón de fuegos artificiales detonando entre ambos.



Cuando terminamos, ya vestidas (aunque ella llevaba la camisa arrugada y por fuera), nos miramos fijamente en la cocina mientras bebíamos un vaso de agua.

Incluso después de lo que acababa de ocurrir, sentía un deseo latente al observarla; no sé si era por la pose, los gestos o su forma de moverse, pero cada detalle suyo me resultaba tentador e intrigante.

Dejé el vaso vacío dentro del fregadero.

—¿Piensas enseñarme alguna estancia más? Aparte del recibidor, claro.

—Estamos en la cocina. Y la cosa debería ir a orgasmo por habitación—paró de reírse cuando le di un puñetazo en el hombro—¡Eh, eso ha dolido!

Sonreí con orgullo.

—Practico boxeo.

—¿Estás de broma?

—No. La chica que conociste la otra noche, Emily, es mi entrenadora.

—Parecía una gilipollas—torció el gesto—¿Y por qué lo haces?

—Me ayuda a liberar el estrés. Ahora que lo pienso… retomé las clases gracias a ti. Me sacabas de quicio. Perdón, aún me sacas de quicio. Y Emily no es ninguna gilipollas.

Santana frunció el ceño y me miró con atención.

—¿También te acuestas con ella?

—¿Qué? ¡No! ¡Claro que no! Solo somos amigas.

—¿Segura? Creo que quiere conseguir meterse entre tus piernas—gruñó.

—Suenas tan rancia que paso de contestarte.

Apenas había dado dos zancadas al frente cuando ella me retuvo sujetándome de la muñeca con suavidad y, con un pequeño tirón, me atrajo hacia su pecho.

Olía tan bien como siempre. O aún mejor, aunque no sé si eso era posible.

—Está bien, quizá tú tengas razón, pero quiero la exclusividad mientras esto dure.

«Claro, como si me pasase la vida teniendo sexo desenfrenado con unos y con otros».

Suspiré hondo e imaginé que, por el contrario, esa sería su rutina habitual. Sacudí la cabeza y recordé lo que estaba haciendo ahí.

—Ya, entonces auguro que la duración será corta, porque te recuerdo que estoy buscando al futuro y encantador papá o mamá de mis hijos.

—No sufras. Me gusta lo «corto» si hablamos de relaciones.

—Qué halagador. Todavía estoy esperando que me expliques eso de «especialista en web de citas», ¿recuerdas? Lo prometiste.

—Nena, siempre cumplo mis promesas—me tendió la mano y yo la acepté.



No me soltó mientras recorríamos la casa y me enseñaba las diferentes estancias.

Era más pequeña de lo que parecía desde fuera y estaba decorada con mucho gusto; femenina, pero con personalidad. Colores cálidos, estanterías llenas de libros y películas, cuadros atípicos, espacios poco recargados y muy luminosos.

—¿Qué te parece?

—Muy bonita.

—Y eso que aún no has visto lo mejor…

A un lado de su dormitorio, que era sencillo con una colcha azulada, había una puerta corredera. Santana la movió, dejando ver la preciosa terraza que se escondía casi a ras del tejado de la casa.

Era de proporciones reducidas, pero eso solo le daba más encanto; había una especie de banco tapizado y lleno de cojines y en el suelo una colorida alfombra y varias macetas con plantas.

Era íntima, porque el muro y el propio tejado la mantenían oculta. Y tenía un aire bohemio, único.

—Esta fue la razón por la que compré la casa. No hay otra en toda la manzana que tenga terraza; imagino que el anterior dueño la haría construir—se encogió de hombros—Bueno, también tuvo que ver que Quinn y Beth viviesen justo enfrente.

—¿Quinn es tu mejor amiga?—Santana asintió con la cabeza—¿No está casada?

—Lo estuvo, pero Elaine murió hace unos años.

—Lo siento.

Nos sumimos en un silencio incómodo, así que me asomé a la terraza poniéndome de puntillas y observé la calle.

Recordé la visita de Rachel:

—Por cierto, quizá debería habértelo dicho antes, pero tu hermana vino hoy a mi oficina para traerme ese vestido que tú ensuciaste y terminó invitándome a comer.

Santana arrugó la frente.

—¿Y qué quería?

—Nada, solo comer. Ya te lo he dicho.

—Tú no conoces a mi hermana. Es la persona más entrometida del mundo, sobre todo en lo referente a mi vida. Ya tendré una charla con ella—apoyó los codos en el muro, a mi lado.

El viento frío le sacudía el cabello oscuro.

Me mordisqueé el labio inferior, nerviosa. Quizá Rachel esperaba que esa comida quedase entre ella y yo, pero me pareció un poco feo no decirle nada a Santana y, además, tampoco especifiqué nada con ella.

Ella notó mi debate interior y a una parte de mí le molestó que lo hiciese y fuese tan observador.

—No te preocupes, adoro a Rachel; solo quiero que entienda que no puede ir por ahí hablando de más porque, como la conozco mejor de lo que a veces me conozco a mí misma, daré por hecho que te contó cosas mías ¿cierto?— Santana alzó una ceja.

Tragué saliva.

—No creas. Apenas dijo nada.

—Concreta ese «apenas».

—Va en serio, Santana. Lo único que comentó fue que eras persuasiva y que estás medio pirada, algo que ya tenía claro. Ah, y que te partieron el corazón, sí. Pero no dijo quién, ni cómo ni cuándo, así que, tranquila. Además, a estas alturas, deberías saber que no me interesa lo más mínimo lo que sea que te ocurriese en el pasado.

Santana puso los ojos en blanco y rio sin humor.

—¿Dijo que me partieron el corazón? ¡Esa chica cada día tiene más pájaros en la cabeza!—farfulló y se apartó del muro con la intención de volver a entrar en casa. Me miró antes de abrir la puerta corredera que conducía a la habitación—¿Nos ponemos en marcha con esa web de citas?

Sonreí, asentí y seguí sus pasos.







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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!


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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Lun Mar 12, 2018 6:35 am

Ahora tengo curiosidad por saber quien y de que forma le partieron el corazon a Santana, algo mas de ella tal vez????
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Mensaje por Isabella28 Lun Mar 12, 2018 6:50 am

Volvi!!! Fue una semana de locos mi hijo entro a clases, estoy en la compra de los muebles de mi casa y mi perrita tuvo a sus cachorritos por eso no podia comentar porque tocaba la cama y me dormia.
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Mensaje por 3:) Lun Mar 12, 2018 10:37 am

Hola morra....

Ahi aha ese corto tiempo!!!!
Web y la pareja ideal... Pone le!!!?
Les va a salir mal la exclusividad!!!

Nos vemos!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Lun Mar 12, 2018 7:18 pm

micky morales escribió:Ahora tengo curiosidad por saber quien y de que forma le partieron el corazon a Santana, algo mas de ella tal vez????





Hola, y no eres la unica =/ SI! jala britt le pueda sacar mas información...aunk conociendo a cierta morena, fácil no va hacer jaaajajaja. Saludos =D





Isabella28 escribió:Volvi!!! Fue una semana de locos mi hijo entro a clases, estoy en la compra de los muebles de mi casa y mi perrita tuvo a sus cachorritos por eso no podia comentar porque tocaba la cama y me dormia.




Hola, si!! bienvenida jaajajaj, suponia que el colegio tenia algo que ver, pero pasaron algunas cosa, minimas, (si, como no) de mas ajajajaj. Espero y todo este mejor ahora! JAjaaja si suele pasar ajja. Saludos =D

Pd: cuantos nuevos integrantes¿?






3:) escribió:Hola morra....

Ahi aha ese corto tiempo!!!!
Web y la pareja ideal... Pone le!!!?
Les va a salir mal la exclusividad!!!

Nos vemos!!!




Hola lu, dices tú¿? jajajajaa. Mmm eso dicen, eso creen nose xD ajajaj. =o dices tu¿ =o Saludos =D




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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 15

Mensaje por 23l1 Lun Mar 12, 2018 7:20 pm

Capitulo 15



]Yo Amo Las Berenjenas Con Atún…



—Vale, déjame ver ese perfil que has creado.

—Hanna me ayudó—me apresuré a decir mientras tecleaba la dirección de la página web en el ordenador portátil que Santana había dejado encima de mis piernas.

Estábamos sentadas en el amplio sofá de color tostado que presidía el salón.

Ella se había quitado la camisa y ahora vestía los mismos vaqueros pero conjuntados con una cómoda y sencilla camiseta.

Mientras se cargaba la web, la observé de reojo remangarse con gesto distraído. No sabía decir por qué, pero la situación me ponía nerviosa.

Aquello era… íntimo.

Y entre Santana y yo no debería existir esa intimidad, lógicamente.

Suspiré, ingresé los datos de mi cuenta y aparecieron las tres solicitudes que había recibido en poco más de veinticuatro horas.

No estaba nada mal, ¿no?

Santana se inclinó hacia mí para ver mejor y luego señaló cada una de esas tres fotografías con actitud crítica.

—Pardillo, pardillo y, a ver, amplía un poco… sí, también pardillo.

—Oye, ¿de qué vas? Ni siquiera le has echado un vistazo a sus perfiles.

—Uno de los tíos lleva pajarita.

—¿Y?—cuestioné, aunque tampoco es que me entusiasmase la idea.

—No me hagas explicártelo.

—De acuerdo, ¿cuál es el problema del primero?

—La fotografía no tiene calidad. Mira, nena, te diré algo: cuando alguien te parezca muy atractivo en una web o una red social, en realidad será solo atractivo a secas. Si te resulta atractivo, será normal. Y si te parece normal…mejor no te molestes en descubrir la realidad que se esconde tras ese perfil.

—Eres cruel—me quejé.

—No es cierto, es la primera regla, la más importante. No te fíes de las fotografías, ni mucho menos de las que lleven mil filtros, asegúrate de que la imagen tenga la calidad suficiente como para distinguir bien los rasgos.

—Lo que tú digas—puse los ojos en blanco—¿Qué pasa con el tercer perfil?

—Depravada.

—¿Qué?

—¿No te has fijado en su nick?

Clavé la mirada en la pantalla del ordenador.

—@Ian.calientaconejos —susurré muy bajito.

—Así que a menos que estés buscando que te calienten el conejo…— Santana empezó a reírse y le di un manotazo en el hombro, avergonzada.

¡Por favor!

Podría haber accedido perfectamente a quedar con ese tipo; de hecho, en la fotografía parecía decente.

Tenía unos ojos bonitos.

—Me fijaré en los nombres a partir de ahora.

—Buena idea

—Y, ¿la mujer?

—Guapa, pero tiene creo que es un poco mayor para ti. Necesito ver tu perfil—añadió antes de acceder a través de la pestaña correspondiente—¡Joder, me cago en la puta!

—¿Qué pasa?—grité.

—¿Te has vuelto loca?

—No, ¿por qué?

—«¿Cómo te ves dentro de diez años?»—leyó en voz alta y luego siguió con la respuesta que yo había dado—«Felizmente casada, celebrando mi décimo aniversario en algún pequeño y coqueto restaurante de París. Con hijos. Uno o dos, todavía no lo he decidido. Trabajo estable, vehículo propio, quizá viviendo a las afueras de la ciudad en alguna casa adosada que, a ser posible, tenga jardín para mi futuro perro. Largos veranos en alguna zona de la costa e inviernos familiares».

Yo también volví a releerlo.

Y sinceramente, era perfecto.

—¿Cuál es el problema? Me parece un buen futuro.

—Sobre todo si le cortas las pelotas a tu príncipe azul o las tetas a tu princesa y las usas de llavero. Vuelve a leerlo, nena. Estás decidiendo sola los próximos diez años de tu vida. ¡Hasta el detalle del perro! Oh, mira, olvidaste especificar de qué raza será—ironizó.

—Labrador—respondí resuelta.

—¿Ves? A eso me refiero. Una persona decente, con personalidad, no quiere que le muestres un resumen de lo que será su relación, sino poder descubrirla por sí misma. Ya sabes, una pizca de misterio, algo más abierto. Así que… vamos a eliminarlo todo.

—¿Todo? Tardé diez minutos en escribirlo.

—Los diez minutos peor invertidos de tu vida—subrayó el texto y le dio al botón de suprimir antes de que pudiese impedírselo.

Vale, quizá me había pasado un poco especificando el destino de nuestro décimo aniversario y el asunto del perro, pero todo lo demás es el curso lógico de la vida, ¿qué misterio ni qué diantres?

Me crucé de brazos, algo enfurruñada por no entenderlo, y leí de reojo lo que ella iba escribiendo.

«¿Dentro de diez años…? Todavía falta mucho tiempo para eso y me gusta pensar en el presente, en disfrutar cada segundo de la vida como si fuese un pequeño regalo. Pero supongo que me conformaría con ser feliz, muy feliz».

Santana me miró orgullosa.

—¿Qué te parece? —preguntó.

—Supongo que podría servir—lo cierto es que me gustó, pero jamás lo admitiría delante de ella.

Ya se lo tenía demasiado creído como para darle más motivos.

—A partir de ahora, puedes llamarme «poeta del amor»—dijo divertida.

Justo lo que estaba diciendo. Exceso de ego.

—Lo haría si supieses algo del amor.

—¿Intentas decirme que tú eres una experta?

De repente me sentí muy incómoda y le presté toda mi atención a una pielecita que tenía al lado de la uña del dedo índice.

—Algo así. Podría ser. Tuve una relación de ocho años.
—¿Y qué ocurrió?

—¿A qué te refieres?

—Estamos buscándote un marido o una esposa, hablas en pasado y follas conmigo, lo que me hace ponerme en modo Sherlock Holmes y deducir que no tienes pareja—bromeó, aunque a mí no me hizo ni pizca de gracia—Algo pasaría para que la relación terminase, ¿no?

Hubo un tenso silencio entre nosotras.

—No te ofendas, pero eres la última persona con la que quiero hablar de mis
relaciones.

—Pero sí la primera para buscarte pareja. Es curioso. Eh, vamos, ven aquí, no te enfades—me cogió de la barbilla antes de que pudiese alejarme y sus labios chocaron contra los míos, dejándome un poco aturdida.

No solo por el beso en sí, cálido, húmedo y electrizante, sino porque era la primera vez que Santana me besaba sin tener ninguna intención de quitarme la ropa.

Me di cuenta de que mis suposiciones eran ciertas cuando ella se levantó y dejó el ordenador a un lado del sofá.

—Hay un sitio aquí cerca de comida casera para llevar que aceptan encargos por teléfono, voy a pedir algo para cenar.

Dudé, pero no dije nada.

Aún teníamos que seguir con el asunto de la web de citas y, teniendo en cuenta las tres solicitudes que había recibido, quizá sí necesitaba un empujoncito.

Esperé en el salón mientras escuchaba a lo lejos el murmullo de su voz al teléfono.

Me levanté.

Al lado del enorme televisor había una estantería con algunos libros apilados sin mucho orden, como si hubiese dejado ahí sus últimas lecturas, y justo a la derecha una fotografía en la que salían ella y Rachel, sonrientes; estaban en Long Island y se distinguía a su espalda el famoso faro de Montauk y un trozo de costa.

No había ninguna otra instantánea familiar.

Me fijé en los estantes llenos de películas. Tenía todas las de Tarantino. Sonreí mientras deslizaba los dedos por el lomo de las carátulas.

—¿Cotilleando un poco?

Me giré, pero no me aparté.

—¿Qué te pareció Stoker? He oído buenas críticas, pero todavía no la he visto.

—Yo tampoco, la tengo pendiente.

—Será mejor que sigamos—propuse antes de volver a acomodarme en el sofá.

Ella tenía el ordenador sobre las piernas cuando alargó un brazo y lo apoyó en el respaldo, tras mi cabeza.

No tardé en relajarme.

Señalé una de las respuestas.

—No me digas que esa tampoco está bien, porque es perfecta. Entre playa o montaña, elijo playa. No hay margen de error.

A Santana pareció divertirle mi comentario.

—Te la pasaré por buena.

—¿Y la siguiente?

—Por encima de mi cadáver—murmuró al tiempo que pulsaba el botón de suprimir sin vacilar—No puedes contestar eso cuando te preguntan qué buscas en una persona. ¿De verdad esperas sinceridad, bondad, un amigo y alguien que sepa escuchar? Nena, si pegas en una farola un cartel con ese texto, te llama la mitad de la comunidad gay.

—Muy graciosa, ¡ni es verdad ni debería haber dejado que lo borrases! Y sí, quiero una persona sincera, bondadosa, que sea mi mejor amigo y que sepa escucharme. ¿Tanto estoy pidiendo?

—Pedir un yate me parecería más realista.

—¿Qué sabrás tú? Esta pregunta es personal. Y sé lo que quiero.

Santana dejó escapar un suspiro hondo.

—Está bien, está bien. Mira, restauro lo que tenías. Luego no te quejes si no encuentras a tu principito. Aunque, bueno, pensándolo bien, me da que sí vas a tropezarte con muchos príncipes. O reinas. Lo que sea. Siguiente pregunta: «¿Cómo sería tu cita ideal?». Respuesta: «Bajo la luz de las velas en algún restaurante elegante, seguido de un paseo por Central Park cogidos de la mano en una cálida noche primaveral»—me miró muy serio— Te juro que si metes un puto tópico más, vomito.

—Bueno qué pena, pero a mí me gusta.

Me encogí de hombros y Santana se levantó cuando llamaron al timbre de la puerta.

—¡Menos mal! Cierra ese ordenador antes de que borre todo tu perfil o lo lance por la ventana. Vamos a cenar.

Le dediqué una mueca de burla mientras ella desaparecía para atender al repartidor.

Regresó un minuto después.

—¿Tienes hambre?—preguntó sonriente.

—¡Mucha! ¿Qué hay para cenar?—la seguí a la cocina.

Santana parecía extrañamente feliz mientras dejaba la bolsa sobre la encimera. Sacó un par de platos del mueble más alto y luego desenvolvió la cena. Se inclinó, me dio un beso en los labios y una palmada en el trasero.

—Pizza para mí y berenjena rellena de atún para mi chica preferida—canturreó.

«¡Maldita cabrona!»

Me mordí el labio inferior para evitar soltar varios improperios.

Era oficial: Santana era la persona más retorcida, testaruda e imprevisible que había conocido en toda mi vida.

¿Cómo podía seguir dándole vueltas a ese detalle estúpido…?

Se me hizo la boca agua cuando ella abrió la caja de cartón y el aroma a pizza de cuatro quesos inundó la estancia. Luego tuve que reprimir el impulso de arrugar la nariz al sostener el plato mientras me servía la berenjena que, además, tenía un aspecto terrible.

—¿Estás bien, cariño?

—No me llames «cariño»—escupí.

Esbozó una sonrisa aún más amplia. Claro, para ella todo aquello era muy divertido.

Y lo peor es que se lo había servido en bandeja, nunca mejor dicho.

—No hace falta que me des las gracias por ser una persona maravillosa que se preocupa por tus apetencias, pero acepto sobornos sexuales como compensación.

—Eres lo peor—maldije por lo bajo.

Me di la vuelta, dispuesta a regresar al salón, tragarme la berenjena lo más rápido posible y regresar a mi casa, pero ella me retuvo por la espalda y me pegó a su pecho. Apoyó la barbilla en mi hombro y me hizo cosquillas al respirar.

—Vamos, nena. Tan solo admite que eres una mentirosa de cuidado y podremos compartir esa deliciosa pizza. Uhmm, ¿la hueles? Bueno confía en mí, sabe aún mejor. Es la mejor pizza de todo Brooklyn.

Se apartó a un lado cuando me giré.

—¡Está bien, tú ganas!

—Sé más específica.

—Me pierde la pizza—confesé.

—Y eres una mentirosa.

—Me haces ser mentirosa—especifiqué.

—No está mal. Vamos, dame eso—me quitó el plato con la berenjena, abrió la nevera y lo dejó ahí—¿Qué quieres beber?

Le dije que Coca-Cola y ella sacó un par antes de encaminarnos hacia el salón. Dejó la caja de la pizza en la mesita auxiliar y me tendió una servilleta antes de coger un trozo y darle un gran mordisco.

La imité. Y joder, ¡estaba de muerte!

Casi gemí cuando saboreé la mezcla de quesos fundidos y la masa estaba justo en su punto.

Santana se rio al ver mi reacción.

—Está increíble. Tienes que darme la dirección de ese sitio.

—Lo pensaré—replicó—¿Quieres que ponga la película?

—¿Cuál de todas?

—Esa que has nombrado antes. Stoker.

—Vale—accedí y cogí otro trozo de pizza.



La película era violenta, intimista y muy poética.

Fue agradable verla junto a ella.

Cada vez que había algún diálogo brillante, Santana paraba la cinta y lo comentábamos. La fotografía era espectacular, al igual que el ritmo, los simbolismos y las metáforas que se sucedieron hasta el final.

No dejamos ni un trozo de la pizza tamaño familiar y, cuando terminó, estuvimos un buen rato hablando sobre algunas escenas.

Sentada en el sofá, Santana estiró los brazos. Ya había anochecido.

—Debería irme a casa.

Ella pareció dudar unos segundos, pero finalmente asintió con la cabeza. Recogimos los restos de la cena, nos pusimos la ropa de abrigo y salimos a la calle.



Hacía mucho frío mientras avanzábamos en moto hacia West Village, así que me apreté junto a ella y la abracé con fuerza hasta que llegamos a nuestro destino.

Santana paró el motor y yo bajé, me quité el casco y se lo tendí.

—Casi me asfixias, ¿tan mal te lo has pasado?

Me reí mientras me peinaba el pelo con los dedos.

—Tenía mucho frío—aclaré.

—Todavía no hemos terminado con tu perfil, así que le echaré un vistazo mañana; te aviso cuando esté listo—dijo y recordé que había dejado la cuenta abierta en su ordenador. Mierda—Vas a aburrirte de quedar con esas personas, pero, si de verdad estás buscando algo serio, recuerda la famosa regla de las tres citas. Todo el mundo lo sabe. Si le gustas de verdad, esperará. Nada de lanzarte a la primera de cambio. No mientras estés conmigo, claro.

—Lo que tú digas, jefa—me burlé.

—Va en serio, Brittany. Nada de bromas en esto.

—¿Por qué te preocupa tanto?

—No me preocupa. Solo quiero que cuando te apetezca tirarte a otra persona o empezar una relación, te tomes la molestia de decirme que lo nuestro ha terminado—sonrió fanfarrona—A menos que me haya cansado antes de ti, que es lo más probable—volvió a ponerse el casco, arrancó el motor y se alejó calle abajo.

Me quedé ahí unos segundos, plantada en medio de la acera.

«¡Será capullo!», pensé.

Aunque no debería sorprenderme, eso por descontado. Pero aun así… dolía ese tonito chulesco con el que había asegurado que probablemente pronto me daría la patada.

Y es que, sinceramente, todavía no entendía qué hacía conmigo pudiendo tener a una chica diferente cada noche, pero lo que sí sabía era que no pensaba volver a sentirme inferior.

Mira, quizá hasta surgía un golpe de suerte y encontraba a mi persona ideal en la primera cita.

Sonreí mientras entraba en casa y Lord Tubbington se paseaba entre mis piernas.

Sí, puede que al final fuese yo la que pusiese el punto final a nuestra corta historia.






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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Lun Mar 12, 2018 10:05 pm

hola morra,..

sigo diciendo que el tiro le va a salir por la culata!!! a ambas,..
quien se cansa de quien!???

nos vemos!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Isabella28 Lun Mar 12, 2018 10:06 pm

Jajajaja santana se hace la fuerte la que no siente y ya esta mas enganchada de britt.
Pd: tuvo 4 cachorritos hermosos
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Mar Mar 13, 2018 7:38 pm

3:) escribió:hola morra,..

sigo diciendo que el tiro le va a salir por la culata!!! a ambas,..
quien se cansa de quien!???

nos vemos!!!





Hola lu, nose xq ahora te estoy creyendo jajaajajajaj...y espero q sea así la vrdd ajajaj. Mmm ninguna...o al menos no ese tipo de cansancio de la otra xD Saludos =D






Isabella28 escribió:Jajajaja santana se hace la fuerte la que no siente y ya esta mas enganchada de britt.
Pd: tuvo 4 cachorritos hermosos




Hola, jajaajaj creo lo mismo y espero con todo que sea así ajajajaj. Saludos =D

Pd: ayyy q amorr!!! son tan lindosss!




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Finalizado FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Cap 16

Mensaje por 23l1 Mar Mar 13, 2018 7:40 pm

Capitulo 16




Retomando El Control…



Había quedado con Sugar Motta en un restaurante de comida vegetariana que apenas llevaba dos meses abierto.

El lugar era bonito, con plantas de hojas ovaladas en cada esquina y mesas de madera a juego con las sillas. Me senté cerca del ventanal que daba a una calle de Murray Hill y esperé pacientemente durante veinte largos minutos.

Estuve a punto de sufrir un infarto cuando la vi atravesar la puerta principal acompañada por un hombre. Iba vestida con un conjunto de color rojo cereza y pronunciado escote que, desde luego, no parecía demasiado apropiado para las bajas temperaturas que azotaban la ciudad desde comienzos del invierno.

Me puse en pie. Y entonces lo vi.

Llevaba una especie de rata dentro del escote. Era de color negro, con dos ojillos redondos y brillantes y la cabeza calva.

Pestañeé confundida.

—¿Qué demonios es eso?—pregunté.

—¿Esto? Ah, ¡Bigotitos! ¿No es adorable?

—Pero…—comencé a decir.

—Señorita, no está permitido entrar con animales de compañía en el establecimiento—se apresuró a sancionar uno de los camareros.

Malhumorada, Sugar arrugó la nariz.

—¿Qué tipo de vegetarianos son? ¡No puedo abandonar a mi perro fuera! ¿Dejaríais que un animal muriese de frío?—gritó, y varias personas que estaban comiendo en el restaurante se giraron para contemplar la escena.

Deseé que se me tragase la tierra.

—Señorita, nosotros no…

—¿Ustedes no qué? ¿No aman a los animales?

Un agujero.

Solo pedía que un agujero se abriese bajo mis pies para poder desaparecer.

Me llevé los dedos al puente de la nariz y suspiré hondo.

—Está bien. Puede quedarse si no lo saca de… de… ahí—el pobre camarero señaló a la mascota que, en aquellos momentos, era como una tercera teta apretujada entre las otras dos—Ahora les traeré la carta.

Sugar y yo nos sentamos, pero su acompañante se disculpó para ir a los servicios.

Me incliné un poco sobre la mesa e hice un esfuerzo para apartar la mirada de Bigotitos y centrarla en ella. A decir verdad, el chihuahua era una monada y eso que a mí jamás me habían gustado los perros.

—Espero que no se te haya ocurrido la brillante idea de traer al jardinero—la advertí.

—¿Qué jardinero?—Sugar arrugó el entrecejo.

«No sé, no sé, ¿al que se la chupaste?», estuve a punto de decir a voz de grito.

Me mordí la lengua e intenté buscar las palabras adecuadas.

—Tu amante. O algo así.

—Ah, ¡ése jardinero!—soltó una carcajada.

—¿A cuántos jardineros has conocido tú?

—A uno—Sugar me miró extrañada.

Tomé un par de inspiraciones seguidas.

Era imposible mantener con ella una conversación coherente; decir que tenía una neurona era ser demasiado optimista.

—Vale, olvídate de eso. ¿Quién es ese hombre que ha venido contigo?

—Su representante—respondió una voz masculina a mi espalda.

El tipo, que era alto, de ojos verdes y el cabello castaño corto, se sentó al lado de Sugar y metió la mano entre sus tetas para acariciar al chihuahua.

Antes de que pudiese decir nada, apareció el camarero con la carta y poco después tomó nota del pedido.

Crucé las manos sobre la mesa.

—No me habías dicho que tenías un representante…

—Claro, porque antes no lo tenía—respondió Sugar, tan obvia como siempre—Lo conocí este fin de semana. Joe se ha ofrecido a convertirme en una estrella. ¿Y no te parece una feliz coincidencia? Sugar y Joe. Supe que tenía que ser una señal.

Aproveché que acababan de servirnos las bebidas para darle un sorbo a mi zumo de naranja natural y tomarme unos segundos para procesar la situación.

«Cálmate», me dije a mí misma.

—¿Qué clase de estrella?—le pregunté directamente a Joe.

—Quiero potenciar su don natural.

—¡Vuelvo a la barra!—canturreó Sugar felizmente.

—¿La barra?

—¡La barra de stripper!

—Oh, ¡no, no, no!—me faltó poco para escupir el zumo y el chihuahua pareció asustarse cuando alcé el tono de voz—¡De ninguna manera, Sugar! Al menos, no hasta que hayamos formalizado todos los trámites del divorcio. Después, por mí puedes dedicarte a la industria del porno si es lo que quieres.

—Uhm, el porno…—tanteó pensativa.

—No se me había ocurrido—Joe me sonrió fascinado como si fuese una descendiente perdida de Einstein.

Cerré los ojos e ignoré que acababa de llegarme un mensaje al móvil.

—Por favor, chicos, centrémonos. Necesitamos mantener una actitud lo más neutra posible hasta que el divorcio quede cerrado; de hecho, quería proponerte que asistieses a alguna actividad de voluntariado durante estas próximas semanas. Por ejemplo, servir la cena de Navidad en algún comedor social. Tenemos que cubrirnos las espaldas y si algo saliese mal y al final hubiese que ir a juicio, no está de más tener ciertas bazas.

Sugar arrugó la nariz.

—¿Servir cenas?

—Eso he dicho. Te dará buena imagen.

Joe asintió con la cabeza y me miró con admiración antes de volver a centrar sus ojos en su compañera.

—¡Tiene razón! Imagínate. Podemos explotarlo después del divorcio. Ya veo los carteles con tu fotografía empapelando toda la ciudad con el lema «De ángel a demonio»; la chica que cambió por amor y perdió su inocencia.

Tampoco es que lo de que se me tragase la tierra fuese primordial. Me conformaba con que un meteorito cayese encima del restaurante. O con un ataque nuclear.

No sé, cualquier cosa era mejor que tener que comer con Joe y Sugar.

Ella aplaudió animada. Qué sorpresa.

—¡Es maravilloso! —exclamó.

—Bien, entonces harás el voluntariado—atajé y, cuando el camarero pasó por mi lado le pregunté si podía ponerme la comida para llevar porque me había surgido un imprevisto—Ahora, necesito que me digas qué lugares suele frecuentar Artie cuando está en la ciudad, ¿recuerdas alguno?

—Bueno… le gusta ir a Coudark, una de esas tabernas oscuras. Y también al club de striptease en el que nos conocimos, claro.

—¿Puedes darme la dirección de ambos sitios?



Salí del restaurante vegetariano con una bolsa de comida en la mano y dos lugares que no me apetecía nada visitar, pero a los que me acercaría para ver si conseguía averiguar algo que me fuese útil.

Pensar en el caso me hizo sentir un tirón en el estómago.

Santana.

No la había visto desde hacía tres días, pero tenía la sensación de que habían pasado meses desde la última vez que estuvimos juntas en su casa.

Me estaba preguntando si ella también estaría trabajando, cuando saqué el móvil del bolso y leí el mensaje que me había llegado antes de bajar a la estación de metro.


De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: ¿Estás libre?
¿Qué haces esta noche? Quiero verte.
Y tengo listo tu perfil…
Santana López (con los deberes hechos)



De: Brittany Pierce.
Para: Santana López
Asunto: ¿Mañana?
Hoy es viernes, he quedado con las chicas.
¿Nos vemos mañana?
PD: Tengo que revisar ese perfil.
Brittany Pierce.



De: Santana López.
Para: Brittany Pierce.
Asunto: No puedo
Dada tu imprevisibilidad habitual, deduzco que estarás por Greenhouse Club, ¿cierto? El sábado por la noche tengo que quedarme con Beth. Te llamo el domingo.
Santana López (Holmes)



«¡Qué idiota!»

Aunque, sí, estaría por ahí.

Pero no porque fuese «predecible» como ella pensaba, tan solo era que teníamos la costumbre de quedar en ese lugar…¿por qué cambiar algo que nos funcionaba genial?

Puse los ojos en blanco antes de contestar y meter el móvil en el bolso.



Llegué a casa, comí mientras veía el capítulo ciento veintiocho de la telenovela (la lasaña vegetal estaba riquísima), y luego estuve leyendo un par de informes.

Tras cerrar el caso de Will, tenía que elegir algún otro del que ocuparme y Sue me había ofrecido dos opciones diferentes.



Hacia mitad de la tarde, cansada, llamé a mamá y estuve un rato hablando con ella y escuchando los milagros del último producto de limpieza que había descubierto (una lejía con jabón y olor a hierbabuena, lo que me hizo pensar que el fin del mundo estaba cerca).

Después vi otro capítulo antes de meterme en la ducha y empezar a arreglarme.

Esa noche había quedado con Hanna, Tina y Mercedes en el local de siempre, pero también con Emily.

Tan solo había ido a entrenar un día en toda la semana y, a raíz de eso, Emily había creído deducir que seguía enfadada con ella, algo que no era cierto.

Simplemente sentía… menos estrés.

Y puede que el sexo tuviese algo que ver, sí.

La cuestión es que, para que dejase de repetírmelo y convencerle de ello, le dije que se apuntase al plan del viernes por la noche y ella aceptó encantada y me aseguró que, además, se traería a su amigo más decente, es decir, una mujer.

Así que tenía una especie de cita…

¿Qué se ponía una para una «especie» de cita?

Cobijada bajo el albornoz, repasé mi armario.

Tenía vestidos negros con escotes ovalados, cuadrados, cerrados e incluso uno que se perdía hacia abajo como si quisiese llegar al ombligo y que tenía que ponerme sin sujetador.

También había todo tipo de medidas; largos, por debajo o encima de la rodilla y algunos ridículamente cortos.

Suspiré.

Era como estar dentro de un funeral. La verdad es que el negro me gustaba, y mucho; me parecía elegante y sexy, pero quizá sí debería empezar a ser un poco más abierta, más… impredecible.

Terminé decantándome por una blusa negra, de tela vaporosa y sin mangas, que combiné con una falda en tonos grises que tenía algunas lentejuelas.

«Al menos era un poco diferente», me dije mientras me miraba en el espejo, justo antes de ponerme los tacones y coger un bolsito pequeño que pendía de una cadena fina.



Cuando llegamos al local, estaba tan nerviosa que parecía un flan andante.

Nos sentamos en el reservado de siempre y pedimos cuatro margaritas. Casi le quité el mío al camarero cuando se acercó con las copas.

—Cualquiera diría que llevas siglos sin tener una cita…—bromeó Tina.

—Y así es. De hecho, faltaría poco para el siglo—admití.

Hanna dejó de beber y me miró consternada.

—¿Acostarte con Santana López no cuenta cómo cita?

Casi escupo el sorbo de margarita. Las otras dos se llevaron una mano a la boca con los ojos muy abiertos.

Mierda.

Y más mierda.

No es que quisiese mantenerlo en secreto, aunque, era lo más sensato, pero tampoco tenía intención de ir pregonándolo por ahí ni mucho menos delante de personas que lo conocían y se movían en su entorno.

Las amigas de Hanna me caían bien, pero no tenía con ellas la suficiente confianza como para relatarles con pelos y señales ese tipo de cosas.

Incluso en lo referente a Sam, había sido bastante escueta con ellas: me limitaba a proferir insultos sin ton ni son y poco más.

—¿Te has tirado a Santana? ¿A esa Santana?

—Bueno… es… es una larga historia—mentí.

—¡Genial! ¡Tenemos toda la noche!


Y así fue como me vi obligada a contarles por encima lo que había ocurrido; omití gran parte de la historia y resumí el resto sin entrar en detalles.

—¿Sabes la suerte que tienes?

—Eso me deja un poco a la altura del betún—me quejé.

—No quería decir eso, pero Santana es difícil de «cazar», tú ya me entiendes. Creo que su relación más larga fue con la modelo Dani Rowen, pero la dejó cuando ella se refirió a ella como «su pareja» en una entrevista para una revista de moda—explicó Tina—Se lo tiene demasiado creído, espero que tú le bajes esos humos.

Me encogí de hombros y le di otro trago a la bebida.

Lo cierto es que me daba igual si se lo tenía creído o no, porque a mí lo único que me importaba era lo que tenía entre sus… sí, piernas, ¿para qué adornar la aplastante realidad?

De cualquier modo, estaba convencida de que Santana era mucho más insegura de lo que aparentaba ser y que, quizá, lo camuflaba con su agresividad laboral y ese ego fuera de control.

Pero a mí sus dramas personales me parecían menos interesantes que la vida de un guisante desde su concepción hasta la salida de su vaina.

—Es algo esporádico, nada importante. Por eso estoy nerviosa con la cita de esta noche. Quiero decir, me cuesta un poco eso de conocer a alguien de verdad sin tener la intención de pasar por su cama después.

—Es fácil, tú limítate a preguntarle cosas sobre su vida; a los hombres les encanta hablar de sí mismos. Son narcisistas por naturaleza—atajó Mercedes.

—Es una mujer.

Hanna negó con la cabeza y me sonrió. Una de esas sonrisas suyas que serían capaces de conseguir que un asesino a sueldo dejase las armas y firmase un acuerdo de paz mundial.

—Olvida eso, ¡nada de fingir! Solo tienes que ser tú misma, Britt.

—¿Has leído esa frase en algún sobre de azúcar?—preguntó Tina tras soltar una carcajada—Vamos, fíjate lo que le ocurrió a la pobre con Sam: se relajó, fue ella misma y ¡zas! ¡Infiel a la vista! Por desgracia, todavía no he encontrado a ningún hombre que acepte que, sí, me tiro pedos, y sí, tengo inquietudes y además…

—¡Madre mía! ¿De verdad esta es la primera copa?—la interrumpió Mercedes.

—Verdades como puños—concluyó Tina.

—Chicas, creo que nos estamos desviando del tema. El problema es que no busco un lío, sino al papá o mamá de mis futuros hijos—expliqué y Hanna se llevó una mano al pecho y profirió un dulce «ohhh»—Así que no puedo estar fingiendo durante, no sé, cuarenta años, necesito gustarle. Y que él o ella me guste a mí, claro.

Mi móvil vibró en ese preciso instante. Era Emily. Habíamos acordado encontrarnos en la puerta cuando llegasen.

Le pedí a Hanna que me acompañase y nos encaminamos hacia ahí esquivando a los clientes que empezaban a llenar el local.

Una enredadera escalaba por el muro de la salida principal y ahí, apoyada en la pared, estaba Emily junto a una chica de cabello rubio, alta y de rasgos angulosos.

Hice un análisis completo de ella en menos de medio minuto, justo antes de que Emily me viese.

Primer filtro superado: era atractiva.

—¡Aquí está mi chica!—gritó Emily mientras me estrechaba entre sus brazos. Luego me soltó y bajó la barbilla—Porque sigues sin estar enfadada conmigo, ¿verdad?

—Deja de decir tonterías, nunca he estado enfadada contigo—le di un manotazo en el hombro mientras le dirigía una mirada coqueta a su amiga.

Visto de cerca era aún más mona, tenía una mandíbula fina y muy femenina.

—Brittany, te presento a Paula.

—Encantada de conocerte.

Me sonrió. Fue una sonrisa bonita.

—Lo mismo digo—correspondí el gesto antes de coger a Hanna del brazo—Ella es mi amiga Hanna. Tenemos un reservado dentro y nos están esperando, así que, si os parece, podemos tomar algo juntas—propuse.

Me parecía un buen plan poder ir conociendo a Paula estando cerca de las mías, así evitaríamos los silencios incómodos.

Nos encaminamos hacia ahí y les presentamos a Tina y Mercedes. Yo me terminé lo poco que quedaba de mi margarita y pedí otro.

Por suerte, pronto todas las presentes empezaron a hablar y me sentí más cómoda y relajada.

Paula jugueteó con la etiqueta de su cerveza antes de mirarme y dedicarme otra sonrisa radiante.

—Así que entrenas con Emily y eres abogada.

—Eso es—asentí—¿Ustedes se conocen desde hace mucho tiempo?

—Hará un par de años. Emily empezó a tontear con mi novia y yo fui a su gimnasio y le di una paliza. Lo bueno es que me libró de casarme con esa chica. Y lo malo que, no me preguntes cómo, pero terminamos por hacernos amigas y ya sabrás que aguantarle no es nada fácil.

Oh, era bueno. Me gustaba que tuviese sentido del humor.

—¿Están hablando de mí?—se inmiscuyó Emily desde el otro extremo del reservado.

—De ti y de lo capullo que eres, sí—respondió Paula.

Me giré feliz y radiante hacia Paula con la copa en la mano.

—¿Sabes? Veo que tenemos muchas cosas en común.



Estuvimos charlando un rato más; la conversación era fluida y agradable, pero tenía la sensación de que un par de nubarrones negros y muy feos se balanceaban sobre nuestras cabezas.

Por su forma de abordar los temas más recurrentes, Paula tenía experiencia en esto de las citas y, aunque me caía simpática, echaba en falta esa chispa de anticipación y atracción.

Mientras ella seguía hablando, me mordisqueé la uña del dedo meñique e intenté borrar de mi mente el estremecimiento que me sacudió la primera vez que mis ojos tropezaron con los de Santana en ese mismo local.

El deseo.

Las ganas de besarla a pesar de no conocerla de nada.

Mi debate interior al alejarme de ella…

Paula carraspeó suavemente llamando mi atención y continuó relatándome sus últimas hazañas con todo lujo de detalles.

A decir verdad, nuestras afinidades eran escasas.

Para empezar, a ella le encantaba el surf, la escalada y cualquier otro deporte de riesgo. Yo odiaba los deportes de ese tipo.



Y el primer problema surgió cuando media hora después, mientras bailábamos en la sala central, me propuso acompañarle a una playa cercana el próximo fin de semana:

—¡Claro! ¡Suena genial!

—Estupendo—sonrió.

El problema era que no sonaba nada genial y acababa de soltarle una mentira de las gordas.

Sonaba terrible: enfundarse en un incómodo traje de neopreno, meterse en el agua helada en esa época del año, intentar subirme a un trozo de madera como si el Titanic acabase de hundirse y caerme una y otra vez.

Chasqueé la lengua.

—Perdona, pero no. Lo siento.

Paula pestañeó confundida.

—¿Cómo dices…?

—Te he mentido. No me apetece ir a hacer surf, creo que es una cita muy original y estoy segura de que a cualquier otra chica le entusiasmará la idea, pero no es lo mío. Di unas cuantas clases cuando fui con mis amigas de viaje a California el año pasado, pero, si he de ser sincera, no le encontré la gracia.

Paula frunció el ceño en un primer momento, pero terminó suavizando su expresión sin dejar de moverse al son de la melodía que sonaba en la sala.

—Lo entiendo, no importa—dijo, aunque, teniendo en cuenta que un minuto
después se alejó de mí y empezó a bailar felizmente con una morena de metro ochenta y culo respingón, supuse que en realidad sí le había importado.

En fin.

Llegados a ese punto de mi vida, creía que era mejor ser sincera que perder el tiempo en citas que estaban destinadas al desastre desde antes de empezar.

Había perdido de vista a las chicas, así que cerré los ojos y bailé sin pensar en nada ni en nadie, tan solo disfrutando del momento.

Unas manos me rodearon la cintura con delicadeza.

Supe que era ella antes de girarme.

—Estás preciosa esta noche—me susurró.

Era increíble que en apenas una semana me hubiese aprendido de memoria el aroma de su perfume y el tacto de sus dedos sobre de mi piel.

Me di la vuelta.

Santana no bailaba, tan solo estaba ahí en medio de todos los que sí lo hacían, quieta, mirándome bajo las luces tenues que palpitaban al ritmo de la música.

Noté que se me encogía al estómago al ver lo guapa que estaba.

Tenía la insólita capacidad de conseguir que, de repente, el resto de la sala fuese invisible para mí.

—Gracias. No me dijiste que vendrías.

—No pensaba hacerlo. Tenía una cena de trabajo—me cogió de la mano y me atrajo hacia su pecho; le rodeé la espalda con un brazo sin dejar de bailar—Y luego no estaba segura de querer interrumpirte.

«Así que me había visto con Paula».

—¿Estás celosa?—me burlé.

—Nena, no me hagas reír.

—Solo era una pregunta.

—Una pregunta estúpida—replicó justo cuando apoyaba la cabeza en su hombro y ella seguía mis pasos a un ritmo lento y relajado—¿Era una especie de cita?—asentí—¿Y qué tal ha ido la cosa?

—No muy bien, aunque era maja y eso. Quería que quedásemos el próximo fin de semana para practicar surf y al principio contesté que sí, pero… luego le dije que estaba mintiendo y que en realidad no me gustaba el plan.

—¿No te gusta el surf?—me hizo cosquillas en la nuca al hablar y me estrechó con más fuerza contra su cuerpo.

Y era cálida y confortable.

Inhalé hondo, llevándome conmigo ese aroma que era una mezcla entre jabón y perfume.

—No. He probado un montón de deportes a lo largo de mi vida, porque a Sam le encantaban, pero a mí tan solo me han gustado el boxeo y correr.

—¿Quién es Sam?—preguntó.

Ni siquiera había sido consciente de estar pronunciando su nombre, compartiendo con Santana esa parte de mi vida; simplemente lo dije como si fuese lo más normal de mundo y ella ya estuviese al tanto de mi desengaño amoroso.

—Es… es un chico con el que estuve saliendo.

Santana asintió despacio y pareció captar a la primera que no quería hablar de eso con ella.

Me gustaba que siempre se diese cuenta de ese tipo de detalles, que pudiese anticiparse a lo que necesitaba en cada momento.

Me sostuvo por la barbilla y me vi obligada a mirarle a los ojos antes de que sus labios atrapasen los míos.

Nos besamos como si llevásemos días esperando ese momento.

Sus manos bajaron con lentitud hasta mis caderas y su cuerpo encajó con el mío cuando mi espalda chocó contra la pared de atrás. Nuestros labios se acariciaron, se buscaron y se encontraron durante lo que me parecieron horas; primero lentamente, suave, después casi con desesperación, ansiosos.

Terminé hundiendo los dedos en su cabello y le mordí con cuidado el labio inferior. Santana sonrió y me besó en la punta de la nariz antes de apoyar su frente sobre la mía.

—¿En qué piensas?—preguntó.

—En nada—mentí.

—Vamos, dímelo.

«Puñetera Santana».

—En que así de fácil debería ser todo.

Santana arqueó las cejas. Sé que me entendió.

Entendió que buscaba a una persona que no se parecía en nada a ella, sí, pero que en eso del deseo y la atracción me conformaba con encontrar algo similar a lo que sentía cuando estábamos juntas.

Porque no estaba segura de que pudiese ser «más».

Tenía las piernas temblorosas, los labios hinchados y aún ávidos de sus besos, y unas ganas terribles de marcharme de ahí y pasar un rato con ella entre las sábanas.

—Fácil…—repitió Santana en un susurro mientras me separaba un poco de la pared y deslizaba su mano por mi trasero.

Me entró la risa tonta un segundo, pero se extinguió de inmediato cuando noté sus dedos acariciando el borde del bajo de la falda.

—¿Qué estás haciendo?

—Shh, ¿no confías en mí?

—No mucho, la verdad.

Ella se echó a reír y subió un poco más hasta acariciarme el muslo. Tragué saliva y miré a mi alrededor.

Las luces intermitentes tenían la culpa de que apenas se distinguiesen los rostros de la gente que bailaba y saltaba en medio de la pista.

Nadie parecía prestarnos atención, pero aun así… aun así…

Tuve que sujetarme de su hombro cuando me presionó el culo con la mano. No estaba muy segura de si quería que parase o que siguiese un poco más.

Inspiré hondo, aturdida.

—Joder, llevas tanga…—masculló entre dientes—¿Tú quieres volverme loca?

—Vámonos a casa—supliqué.

No hizo falta que se lo repitiese.

Santana dejó de acariciarme, me colocó bien la falda y me cogió de la mano antes de encaminarse hacia la salida.


Ya en el taxi, hice malabarismos para enviarle un mensaje a Hanna mientras Santana se proponía terminar con todo mi autocontrol y ofrecerle al taxista un espectáculo gratuito (quise pensar que por eso nos cobró menos de lo que debía).

Al llegar a casa, no conseguimos entrar en la primera habitación.

Santana me arrinconó contra la puerta y esta vez sus manos se perdieron bajo mi falda sin ningún tipo de control, tirando de la ropa interior mientras yo me encargaba de quitarle la suya.

Lo hicimos en el suelo, rápido y fuerte, duro y ansioso como si llevásemos semanas sin tocarnos.

Al acabar, Santana rodó hacia un lado y, cuando nos miramos, ambas empezamos a reírnos a la vez.

—Creo que deberíamos dejar de hacerlo en los recibidores.

—Por intentarlo…—contestó Santana sonriente.







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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro. SI NO NOMBRAN AL FORO, AL MENOS, VOY A ELIMINAR MIS ADAPTACIONES!


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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo

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