[Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo

Capitulo 20 - Parte IV

Los días pasan demasiado despacio o demasiado de prisa, no lo sé.

Para mí son todos iguales.

No he vuelto a ver a Brittany.

Figgins Media ya forma parte del Smythe Enterprises Group, así que no necesitan nuestra ayuda. De vez en cuando —en realidad, todos los días—, llamo a el señor Figgins para asegurarme de que todo está bien y no tienen ningún problema.

También llamo a Mercedes.

Necesito saber que Dani y, sobre todo, Brittany están bien. Ella responde con monosílabos malhumorados y está a punto de colgarme cada vez, pero también sé que, si ocurriese algo, me lo contaría.

Las cosas no están saliendo como esperaba.

Han pasado casi dos semanas y no puedo dejar de pensar en ella.

Me había autoconvencido de que podría olvidarla, que sólo era una cuestión de tiempo y dejaría de doler, pero no podía estar más equivocada.

Empiezo a hacer verdaderas estupideces, como recordar cada momento que estuvimos juntas, cada vez que la tuve entre mis brazos.

Es preocupante y a cada hora que pasa me parezco más al protagonista de una puta novela romántica.

Por lo menos hoy tengo una excusa diferente para beber.

Mañana es la boda de Quinn y Rachel, y esta noche celebraremos la despedida de soltera en el Archetype.

—No entiendo por qué tienes que casarte precisamente el Día de San Patricio—me quejo recostándome en uno de los sillones.

—¿Y qué coño te importa?—protesta Quinn.

—¿No es como si fuera Navidad?—inquiere Kitty socarrona.

—Fastidiarte es mi Navidad—respondo contagiado de su humor.

Wilde lo piensa un instante.

—El sexo es la Navidad —comenta al fin.

—¿Qué tal beber? —propongo.

—Eso sí que ha sido latino—apunta Quinn.

—¿Alguna recuerda alguna vez que nací en Portland?

—Eso no es relevante.

Nos sirven una nueva ronda de Glenlivet.

—¿Cuánto tiempo hace que no te acuestas con una chica?

La pregunta de Kitty me pilla por sorpresa, pero casi en ese mismo instante la última vez que tuve a Brittany en la ducha de mi departamento acude a mi mente.

Recuerdo cómo gemía, lo bien que me sentí estando dentro de ella, su olor...

—Dieciséis días—respondo.

—Vaya, estoy muy orgullosa de ti—replica Quinn, riéndose de mí—A estas alturas pensé que ya habrías muerto.

—Mira el aspecto que tiene. Yo le doy diez días más—concluye Kitty, pasándoselo también de cine a mi costa.

—La verdad es que estoy a mucho menos de hacer una puta locura—confieso incómoda.

—¿Cómo qué?

—Esperar a Brittany en la puerta de su casa y secuestrarla—responde Quinn, adelantándose a lo que yo pensase decir.

—Presentarse en Figgins Media y secuestrarla—continúa Kitty.

—En la salida del metro.

—En la puerta del supermercado.

Las fulmino con la mirada mientras mis dos queridísimas amigas se lo pasan en grande burlándose de mí.

—Son dos cabronazas y dan miedo, joder —protesto.

—Y tú no sabes lo que quieres, San—contesta Quinn sin paños calientes—Conociste a Brittany y te enamoraste de ella y, cuando estaba más que claro que era así, tú todavía jugabas a tirártela en su rellano y decirle que eso no significaba que fueran novias. Te enteraste de que tenía un hijo y empezaste a plantearte que no eras bueno para ella y estuviste a punto de joderla. Pasó todo lo de Dani y te largaste a Portland y, cuando vuelves a recuperarla, vuelves a cagarla.

—Yo sólo quiero cuidar de ella, joder.

—Bueno esfuérzate un poco más, porque lo haces de pena.

—Perdona si no lo hago tan bien como tú con Rachel. Quizá debería comportarme como una capullo con ella y después echarla de mi casa sin ninguna explicación y esperar hasta que una buena persona se fije en ella para reaccionar.

Quinn me mira y resopla molesta.

—Eres una gilipollas.

—Quieren callarse de una vez—interviene Kitty.

—Espera—replico—, Que la gran Kitty Wilde tiene algo que decir. Tú eres la primera que tendría que callarse. Marley es una cría y encima es casi de tu familia y te la tiraste y, cuando la cosa se complicó porque la señorita «no quiero a nadie y no permito que nadie me quiera a mí» se enamoró, la echaste de tu casa y de tu vida. Te faltó mandarle un puto burofax.

Kitty se humedece el labio inferior y las tres nos fulminamos con la mirada en mitad de un silencio sepulcral.

Están locas por ellas, igual que yo lo estoy por Brittany, eso está claro, y es obvio que a ninguna de las tres nos gusta que nos recuerden cómo y cuándo la jodimos.

Sin embargo, un segundo después la tensión se esfuma, o por lo menos se transforma en otra cosa, y rompemos a reír.

—Somos un puto desastre—convengo cuando las carcajadas se diluyen, justo antes de darle un trago a mi copa.

Las dos asienten y durante un par de minutos permanecemos en silencio.

—¿De verdad quieres que todo termine así con Brittany?—pregunta Kitty desde su sillón.

Me encojo de hombros.

Claro que no.

Yo quiero que esté conmigo, abrazarla con fuerza y no soltarla jamás, joder, pero creo que ésa es una opción que ya no puedo tener.

—No—contesto sin asomo de dudas—, Pero han pasado demasiadas cosas—me echo hacia delante y me bebo el vaso de whisky de un trago.

—Pero también han pasado muchas cosas buenas—replica—Ya no eres la misma. Desde que Brittany entró en tu vida, has cambiado y has aprendido mucho.

—Sí—respondo arisca—, He aprendido que, por mucho que quieras a una persona, eso no es suficiente. Decidimos estar juntas y todo se puso en nuestra contra y ella sufrió demasiado.

—Brittany te quiere—me interrumpe Quinn.

—Nadie ha dicho que el amor sea suficiente—continúa Kitty—, Pero a veces el amor de verdad te cambia la vida y tú tienes que decidir si aceptas ese cambio y luchas por tu chica o bien te quedas aquí bebiendo, autocompadeciéndote y siendo un absoluto desastre. Al final todo depende de ti.

Quinn asiente.

Me quedo mirando mi copa, pensativo.

Brittany me cambió por dentro, dio igual que yo lo quisiese o no. Me enseñó que todas las maneras en las que interactuamos con alguien, aunque no lo engañemos, le afectan.

Por eso cambié con Dani, por eso intenté conocerla y por eso decidí cuidar de ella.

Gracias a Brittany, aprendí a ver a las mujeres de otra forma y, sobre todo, me di cuenta de que, por mucho que haya intentado mantener alejadas a las personas de mi vida, eso es algo que no se puede elegir.

Aun así, aunque sea en la única jodida cosa en la que puedo pensar, hay demasiados temas que siguen separándonos; todo lo que pasó no va a borrarse por arte de magia.

Resoplo y me dejo caer en el sillón.

La quiero, joder, y la echo de menos como una loca, pero Brittany nunca va a perdonarme.




A la mañana siguiente no me levanto demasiado temprano, pero sí salgo a correr.

Llevo tantos días bebiendo que lo de ayer me ha dejado una resaca bastante soportable y no tengo ningún problema en hacer mi recorrido de siempre.

Future starts slow, de The Kills, suena en mis cascos a todo volumen.

Siempre me ha gustado la letra, pero hoy parece haberse aliado con todo lo que Quinn y Kitty me dijeron ayer, todo lo que llevo pensando desde entonces.


De vuelta a casa, como algo, me doy una ducha y me pongo el elegante vestido de Carolina Herrena que llevaré a la boda.

Rachel eligió la firma y, después de toda una mañana peleándonos las tres en la tienda de la diseñadora en Madison Avenue, Kitty y yo nos pusimos de acuerdo para elegir tres modelos a medida de color rosado.

El vestido de Quinn es impresionante y se ve muy linda.


Salgo de mi departamento y, puntual como un reloj, subo las escaleras de la catedral Saint John The Divine con una sonrisa, ajustándome los aros.

A pesar de que el desfile del día que se está celebrando a muchísimas manzanas de aquí, me he cruzado con al menos un centenar de personas con la cara pintada de verde y banderas irlandesas atadas al cuello y la espalda.

No tardo en ver a Kitty de pie junto a uno de los primeros bancos, en el que Marley está sentada. A unos pasos está Quinn dando vueltas de un sitio a otro, como si fuera un ratoncito en un laberinto.

Se supone que tiene que esperar para hacer su gran entrada, para luego lo haga Rachel, pero no aquí esta.

La cabronaza está nerviosa y apuesto a que tiene resaca.

Me voy a divertir muchísimo.

—Ya ha llegado la dama de honor más guapa—anuncio deteniéndome junto a Kitty—La boda puede empezar.

Mi socia me mira y pone los ojos en blanco.

—Marley Rose, estás preciosa—digo dándole un beso en la mejilla.

Ella me devuelve una sonrisa y un «tú también» mientras su novia me mira francamente mal, no sé si por la sonrisa, por el «tú también» o por el beso.

Torturarla es una delicia.

—¿Qué tal está la novia?—pregunto socarrona.

Sé de sobra cómo está.

Sólo he necesitado echarle un vistazo.

—De un humor encantador—responde Kitty irónica.

—Debería ser primero la luna de miel y después la boda—comento—Llegaría mucho más relajados.

Marley comienza a reírse y yo sonrío encantada.

Esta chica es mi mejor público.


Unos minutos después comienzan a llegar más invitados y poco a poco la iglesia empieza a llenarse.

Reconozco la mayoría de las caras y en seguida identifico a la familia de Tina.

Parece que, al final, consiguió salirse con la suya.


Una media hora después, Becky, la amiga de Rachel, entra en la iglesia para decirnos que la novia ya está aquí. Le hago un gesto a Kitty y las dos nos acercamos a Quinn.

—Rubia, ha llegado el momento de la verdad—le digo frotándome las manos y ocupando el puesto frente al altar que el cura nos indicó en el ensayo de hace una semana—Inexplicablemente, Rach ha decidido aparecer en vez de fugarse. Lo más difícil ya está hecho.

Quinn bufa resignada y Kitty me mira conteniendo una sonrisa.

—Debajo de esa cara de latina adorable se esconde una auténtica cabronaza.

—Estamos en la casa de Dios, Wilde—protesto fingidamente seria—, Compórtate.

Quinn, sin ni siquiera mirarme, sonríe relajándose una pizca y yo lo hago satisfecha.

He conseguido mi objetivo.

Kitty sale a esperar a Rachel.

Mi móvil comienza a sonar y frunzo el ceño al mirar la pantalla.

Es Mercedes, una de las últimas personas que esperaría que me llamase, y en ese mismo instante una idea cruza mi cabeza como un ciclón: si lo hace, es porque ha pasado algo con Brittany.

Le hago un gesto a Quinn para indicarle que sólo será un segundo y me alejo unos pasos.

—¿Diga?—respondo inquieta.

—López, sí que necesitas tiempo para contestar al teléfono—se queja al otro lado.

—¿Qué quieres?—pregunto impaciente.

—Tenemos que hablar—me suelta sin más.

Mi impaciencia aumenta.

Mi inquietud también.

Mercedes Jones no me ha dirigido la palabra por voluntad propia en los casi tres meses que me he pasado trabajando en Figgins Media.

—¿Qué ocurre?

—Se trata de Britt.

—¿Está bien?—inquiero, interrumpiéndola antes de que pueda terminar la frase.

—Sí, está bien—dice sin asomo de dudas—...Bueno... —recapacita sobre sus propias palabras—...En realidad, no.

Todo mi cuerpo se tensa.

—Quieres hablar claro de una maldita vez—mascullo—Va a darme un puto infarto, joder.

Mercedes comienza a reírse al otro lado del teléfono y yo ya no sólo no entiendo nada, sino que comienzo a enfadarme, mucho.

—¿De qué coño te ríes?

—De ti, gilipollas—responde sin ningún remordimiento.

Aprieto la mandíbula.

Siempre he tenido más delicadeza con ella porque, a, es mi género y, b, es una de las mejores amigas de Brittany, pero se está ganando a pulso que me olvide de las dos cosas.

—Tienes dos putos minutos para explicarte—rujo.

—Britt quiere marcharse.

—¿Qué?

De golpe el corazón deja de latirme.

Durante estas dos semanas tenía claro que no podía verla ni tocarla, pero saber que estaba en Nueva York, de alguna manera, me reconfortaba.

—¿Por qué?—añado veloz, antes de dejarla contestar a la primera pregunta.

—Te echa de menos—responde sincera—, Inexplicablemente—añade, y eso también ha sonado muy sincero—Está hecha polvo y lleva así desde que te pidió que te marcharas después de descubrir que habías sido tan cabronaza de acostarte también con Dani.

—Basta—la freno malhumorada—Yo no sabía que eran amigas y la última vez que me acosté con Dani fue el día que conocí a Britt.

—¿Crees que, si no lo tuviese claro, te llamaría?

Su comentario me pilla por sorpresa; aun así, no bajo la guardia.

—Más te vale—la advierto.

—Va a irse a Chicago—continúa—Ryan Bryan, la mano derecha de Charlie Figgins, quiere abrir su propia agencia de marketing, publicidad y relaciones públicas y va a establecerse ahí. Le ha ofrecido un buen puesto.

Había oído algo de que Bryan iba a marcharse, básicamente los saltos de alegría de Tina por quitárselo de encima, pero nunca pensé que se llevaría a Brittany con él.

No puede ser, joder.

—No puede irse—siseo en voz alta.

—Bueno haz algo para evitarlo—me apremia.

—¿Crees que no me gustaría, joder?—estallo en un grito.

Inmediatamente miro a mi alrededor por si he despertado la atención de alguien. Por suerte el murmullo de los invitados me ha cubierto y Quinn está demasiado nerviosa como para recordar que estoy hablando por teléfono.

—No es tan fácil—sentencio bajando la voz, pero volviéndola más ronca como contrapartida.

Oigo cómo Mercedes resopla al otro lado de la línea.

—En realidad, sí que lo es. Mira, Santana, no eres mi persona favorita en el mundo y hasta hace poco más de dos semanas tenía mis motivos, pero, cuando Biff fue a tu despacho, vi cómo lo mirabas, te preocupaba de verdad, y después conseguiste salvar Figgins Media por Britt. Además, cuando Dani perdió al bebé, podrías haberte desentendido de ella, pero la cuidaste y la sigues cuidando. Supongo que, al final, eres una buen tía.

Sonrío por sus últimas palabras, pero no me llega a los ojos.

Odio recordar cuando Biff se presentó en mi despacho, la impotencia de tener que decirle que no, que no podía ayudar a su mamá.

Por suerte después conseguí arreglarlo. Con Dani sólo hice lo que tenía que
hacer.

—Mercedes, Brittany no va a olvidar todo lo que pasó con Dani.

—No te preocupes, ya hay alguien que va a encargarse de eso.

Resoplo.

El corazón comienza a martillearme con fuerza contra las costillas. Quiero volver con Brittany más que nada en el mundo, pero no puedo lanzarme al vacío sin más, no puedo volver a hacerle daño.

—No quiero que vuelva a sufrir.

—Ella ya está sufriendo, Santana, así que haz algo y hazlo ya.

Me paso la mano por el cuello y pierdo la mirada en el impoluto suelo de mármol que se extiende ante mí.

Me he obligado a mantenerme alejado de ella, ¿qué se supone que tengo que hacer ahora?

La quiero.

La quiero como una loca.

—Vamos a ir al desfile de san Patricio—me informa ante mi silencio— Me ha costado muchísimo convencerla—añade sardónica.

—Mercedes...

—Volveremos después de la actuación de Coldplay—me interrumpe, aunque en realidad tampoco sabía qué decir, ni siquiera sé qué coño debo hacer—Lo único que quiero es que mi amiga sea feliz y está claro que sólo va a serlo contigo.—sin esperar respuesta por mi parte, cuelga.

Yo me quedo mirando el teléfono unos segundos con la sangre recorriendo mi cuerpo de prisa, entremezclándose con toda la adrenalina.

¿Y si esa posibilidad fuera real?

¿Y si Brittany llegase a olvidar todo lo que pasó?

¿Y si pudiésemos volver a estar juntas?

El cuarteto de cuerda a unos metros de mí comienza a tocar una pieza de suave música clásica y regreso de repente a la realidad.

Echo a andar hacia el altar al tiempo que miro el reloj.

La actuación de Coldplay es el broche final al desfile. Si Brittany volverá a casa cuando termine, tengo poco más de dos hora.

Me coloco junto a Quinn y me obligo a sonreír para tranquilizarla. El cura se acerca y las puertas se abren. Primero entran Becky y Tina, las damas de honor.

Cuando Tina llega a la altura de su familia, al menos quince personas comienzan a echarle fotos emocionadísimas.

Ella se queja entre sonrisas, pero en el fondo está encantada, sobre todo cuando su mirada se cruza con la de Mike, sentado en uno de los bancos, y él le guiña un ojo.

Ese hombre me cae realmente bien y hace muy feliz a Tina.

Me fijo en todos los detalles, pero sigo dándole vueltas.

En dos horas podré ver a Brittany.

Sólo para hablar.

Quizá no necesitemos más que eso, hablar, despedirnos, y las dos pasaremos página y podrá quedarse en Nueva York.

La marcha nupcial comienza a sonar y todos se levantan. Puedo ver la enorme sonrisa de Rachel desde aquí.

Está sencillamente preciosa.

Entra del brazo de Kitty mirando a los invitados, a Quinn, sin dejar de sonreír, cuando llegan al altar, Kitty la deja junto a nuestra amiga y se coloca a mi lado.

Van a ser muy felices.

Recuerdo lo que Kitty dijo ayer sobre que el amor de verdad te cambia la vida y tú tienes que decidir si luchar por tu persona o no.

Las ideas se entremezclan.

Recuerdo la primera vez que vi a Brittany en la recepción de nuestra oficina y cuando volví a hacerlo en Figgins Media. Recuerdo lo enfadada que estaba y lo divertida y excitante que me pareció conseguir alterarla de esa manera.

Recuerdo nuestras charlas en la planta de arriba, toda su curiosidad.

Recuerdo la primera vez que involuntariamente mi cuerpo tocó el suyo, la primera vez que me abrazo, que la besé.

No quiero hablar con ella.

No quiero que pasemos página.

Quiero que sigamos donde lo dejamos, poder volver a estar con ella, volver a tocarla, a verla sonreír.

Quiero estar con ella.

Lo quiero más que nada.

—Perdonen—mi voz resuena por la iglesia, interrumpiendo al cura.

De pronto se hace un silencio sepulcral y el párroco, todos los invitados, Becky, Tina, Kitty, Quinn y Rachel me miran como si acabase de salirme una segunda cabeza.

—¿Qué ocurre, hija?—inquiere el cura.

—Sólo me preguntaba si podemos darnos un poco de prisa... Es que tengo que ir a buscar a mi chica—sentencio con una sonrisa.

Tras unos segundos que se me hacen interminables, mi gesto se contagia en los labios de mis amigas, en especial en los de Quinn y Rachel.

La ojiverde se gira y toma la cara de su Enanita entre las manos.

—Te quiero, Rach—declara con una seguridad absoluta—Creo que te quise desde la primera vez que vi. Tú me demostrarse que todo lo que está roto puede arreglarse. Te prometo que voy a cuidar de ti, que voy a luchar por ti, y que vamos a ser felices. ¿Qué me dices, Enanita? ¿Aceptas?

—Te quiero—responde completamente embelesada por la declaración de Quinn, arrancando una sonrisa general—Sí, quiero—añade al salir de su ensoñación.

Quinn sonríe satisfecha.

—Yo también te quiero.

Las dos sonríen de nuevo.

La rubia está loca por ella y es algo completamente recíproco.

—Va a tener que valerle con eso, padre—continúa sin levantar sus ojos de Rachel—Ya ha oído, tenemos un poco de prisa.

Rachel asiente dichosa.

El cura las mira sin poder creer lo que ve y finalmente suspira, cediendo.

Al fin y al cabo, las bodas significan gritarle tu amor al mundo, y Quinn y Rachel acaban de hacerlo en mayúsculas.

—Ha sido un poco peculiar, pero yo las declaro mujer y mujer. Pueden besarse las novias.

Mi amiga sonríe y la besa con fuerza.

Todos empezamos a aplaudir y Kitty y yo silbamos emocionadas y lanzamos algunos vítores.

—Ésa es mi rubia—grita Wilde mientras el beso de las novias sigue alargándose más de lo estrictamente necesario.

Quinn le da un beso más suave en los labios y se separa de Rachel al tiempo que entrelaza sus manos.

—¿Dónde se supone que tenemos que ir?—me pregunta llevando su vista hacia mí.

—Al desfile del Día de San Patricio—respondo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Claro que sí, joder—apuntilla Kitty burlona.

Todos me miran divertidos y yo me encojo de hombros.

—Los latinos somos así—sentencio.

Atravesamos la iglesia y bajo de prisa las escaleras seguida de Quinn, Rachel, Kitty y Marley.

Estoy impaciente.

No puedo esperar para volver a verla.

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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.

Capitulo 21 - Último

Me arrodillo delante de Biff y le subo la cremallera del abrigo hasta el cuello.

Hace muchísimo frío.

No sé cómo he dejado que Mercedes me convenza para ir al desfile del Día de San Patricio, y no lo digo por el frío precisamente.

«Es la curiosa manera en la que el universo te demuestra su sentido del humor.»

Me levanto y observo cómo mi pequeño se pone su gorro de lana.

—¿Listo? —pregunto.

—Listo —responde Biff.

Salimos del departamento y llamo a Mercedes asomándome por el hueco de las escaleras. En un par de minutos baja y recogemos a Dani y a Adele en la puerta de su edificio.

Las calles están inundadas de banderas de Irlanda, duendecillos de la fortuna y el color verde en trozos de tela, gorros, camisetas e incluso las caras de la gente.

Si eres neoyorquino, el día 17 de marzo te vuelves irlandés, lo quieras o no.

Ése es uno de los motivos por el que no quería venir, por el que ni siquiera quería salir hoy de casa.

Todo tiene un motivo relacionado con fiestas y así es francamente complicado dejar de pensar en fiestas ahora.

Aun así, no puedo evitar que el ambiente me saque más de una sonrisa.

Cada rincón está decorado y todo el mundo está en la calle, divirtiéndose.

Esta ciudad tiene una magia especial y en días como éste parece ponerla a disposición de cuantos quieran disfrutarla.

Definitivamente voy a echar mucho de menos Nueva York.

Caminamos hasta la 80 Este y nos abrimos paso hasta una de las vallas de seguridad.

Estamos relativamente cerca del escenario, cosa que Mercedes agradece muchísimo.

Coldplay cantará tres canciones como fin de fiesta y es su grupo favorito.

Biff también está encantado, encaramado a una de las vallas y viendo duendecillos irlandeses dando volteretas y haciendo acrobacias.

Unos minutos después llegan las majorettes, una banda gigantesca de gaitas, violines y guitarras tocando música típica irlandesa y más de un centenar de bailarines interpretando la danza tradicional de su país, ese baile en el que mueven los pies a un ritmo vertiginoso manteniendo tenso el resto del cuerpo.

—No puedo creerme que vayamos a ver a Coldplay—dice Mercedes con una sonrisa de oreja a oreja, casi pletórica—Espero que canten todas mis canciones preferidas.

—Lo veo poco probable, ya que tienes unas veinte canciones preferidas—replico burlona.

—Me refiero a mis canciones súper—señala haciendo hincapié en esa palabra—Preferidas.

—Entonces...—arrugo la nariz como si estuviese haciendo unos cálculos increíblemente complicados—, ¿Diecinueve?

Ella me fulmina con la mirada y yo no puedo evitar echarme a reír.

—Hace un frío que pela—comenta Adele.

Miro a mi alrededor poniéndome de puntillas para poder observar las tiendas de la calle.

—Voy a por unos cafés—digo al fin, divisando una cafetería.

—La mejor idea que has tenido en tu vida, pequeña—sentencia Mercedes.

Mi sonrisa se ensancha.

—¿Quieres un chocolate, peque?—le pregunto a Biff, dándole un abrazo por la espalda.

Él asiente sin dejar de mirar el desfile. Lo está pasando en grande. Sólo por eso ya ha merecido la pena venir.

—Te acompaño—me propone Dani.

—No tardes mucho—nos advierte Mercedes cuando empezamos a caminar—La actuación de Coldplay está a punto de empezar.

Las dos nos giramos y comenzamos a sacarle la lengua y hacerle muecas.

Ella tuerce el gesto y nosotras rompemos a reír hasta que estoy a punto de chocarme con una farola y la que estalla en carcajadas es ella.

Supongo que, donde las dan, las toman.

La distancia hasta la cafetería es corta, pero hay tantas personas que nos lleva unos diez minutos y unos veinte «feliz Día de San Patricio» alcanzar el local.

—Hola. Cuatro cafés y un chocolate caliente, por favor —pido a la camarera.

Ella asiente y comienza a preparar nuestras bebidas. Un hombre se detiene en la puerta de la cafetería y empieza a cantar a pleno pulmón el himno de Irlanda.

Dani y yo, como el resto de presentes en el establecimiento, lo miramos divertidas.

—¡Viva la Isla Esmeralda! ¡Viva Dios, Nuestro Señor! ¡Y vivan todas las mujeres guapas!

Antes de que termine la frase, media docena de persona en la calle y toda la cafetería gritamos «¡Viva!».

Dani y yo nos miramos y automáticamente nos echamos a reír.

—Britt—me llama cuando nuestras carcajadas se calman.

—Dime—respondo cogiendo la pequeña bandeja con los vasos de cartón que la camarera me tiende.

—Tenemos que hablar.

Lo doy un billete de veinte y miro a Dani.

—Claro —respondo sin dudar—. ¿De qué?

—De ti —replica con una sonrisa.

Frunzo el ceño confusa.

—¿De mí?

Una sonrisa nerviosa se me escapa.

—Y de Santana —añade.

Mi expresión cambia por completo y una punzada de culpabilidad me atraviesa.

—Dani... —murmuro sin saber muy bien cómo seguir.

Desde que salimos del hospital, Dani ha intentado que hablemos de Santana, pero yo siempre he fingido que no había por qué hacerlo.

Han pasado demasiadas cosas.

No podemos estar juntas.

Voy a estar enamorada de ella toda la vida y supongo que tendré que aprender a vivir con ello, aunque todavía no tenga muy claro cómo.

—Sé que vas a fingir que no hay de qué hablar y aproximadamente doce segundos después cambiarás de tema, pero esto es importante. Vas a marcharte a Chicago.

—Me marcho a Chicago por trabajo —replico veloz mientras cojo la vuelta de un platito de madera, me guardo una parte en el bolsillo del abrigo y me dispongo a echar la otra en el bote de las propinas.

El trabajo con el señor Bryan es una gran oportunidad y el seños Figgins ya no me necesita.

Ahora forma parte del Smythe Group y no volverá a tener problemas.

—Es una gran oportunidad profesional —repito en voz alta—No tiene nada que ver con Santana.

Cada moneda resuena contra las del fondo y cada sonido parece una señal ruidosa de que estoy mintiendo.

—Por favor—se queja Dani—, Eso no te lo crees ni tú.

Cabeceo exasperada.

¿Qué quiere que le diga?

¡No puedo quedarme aquí!

Cada calle de Manhattan me recuerda a Santana.

—No quiero seguir hablando de esto.

—Britt, no eres feliz.

—¿Y qué?—bufo nerviosa—¿Tú eres feliz? Mucha gente no es feliz.

Enarca ambas cejas y yo tuerzo el gesto.

Me parece que acabo de darle la razón.

—Quiero decir... me gusta mi vida... casi... es una vida considerablemente agradable—resoplo. ¿Por qué nunca puedo dejar de hablar?—Volverá a gustarme cuando esté en Chicago—concluyo exasperada.

Dani sonríe.

—Santana está enamorada de ti.

Esa frase me pilla con la guardia baja, aunque en realidad creo que nunca estaré preparada para escucharla y no sentir mariposas haciendo triples mortales en mi estómago.

—Dani, por favor.

—Conozco a Santana desde hace dos años. Era una sinvergüenza con demasiado encanto y nunca, jamás, se preocupó de conocer a una mujer, y entonces llegaste tú y cambió y tú cambiaste con ella. Te ha hecho volver a vivir, Britt.

—Desde que la conozco, todo se ha complicado—objeto cabeceando—Me he sentido como si tuviese diecisiete años otra vez. He visto cómo todo se torcía, he llorado, he pensado que las cosas podían ser diferentes y he vuelto a pasarlo mal.

Y ha dolido, mucho.

—Y a eso se le llama vivir—contraataca—Sé que ha sido duro, pero mírame a los ojos y dime que no ha sido también algo increíble.

Involuntariamente recuerdo sus besos, sus brazos rodeándome, su olor.

—Sí, fue algo maravilloso—respondo sin dudar.

—¿Y por qué tienes que perderla?—me pregunta exasperada.

Abro la boca dispuesta a decir algo, pero vuelvo a cerrarla.

Es mucho más complicado que querer o no estar con ella.

¡Claro que quiero!, pero la realidad es que no puedo.

—Santana y yo no podemos estar juntas.

—Sí que pueden.

—No, no después de todo lo que ha pasado. Dani, tú y Mercedes son mi familia. No puedo traicionarte.

La mirada de mi amiga se hace más intensa sobre la mía y me coge de las manos.

—Quererla no significa traicionarme—afirma llena de seguridad, pero también de todo el cariño y el amor que sentimos la una por la otra—Eres una de las personas más importantes de mi vida y quiero que seas feliz.

Yo aprieto los labios, tratando de controlar todos los sentimientos que me están arrollando por dentro, las ganas de llorar.

—Tú también la quieres —murmuro.

—Pero ella está loca por ti.

Miro a Dani sin saber qué decir.

Santana me quiere, pero también he tenido que despedirme de ella demasiadas veces y el dolor en todas ellas ha sido sobrehumano.

Si volviéramos a estar juntas y todo saliese mal de nuevo, no sé si podría soportarlo.

La primera vez que pensé que me estaba colando por Santana, me dije que debía protegerme.

Creo que ha llegado el momento de escuchar mi propio consejo.

—Voy a marcharme a Chicago —sentencio. Cojo aire y por un momento centro la mirada en los cafés humeantes—Será mejor que volvamos —le pido.

Dani me observa un segundo, sopesando mis palabras y, más aún, todo lo que he pensado y no he dicho en voz alta.

—Vamos —responde al fin.

Salimos de la cafetería y regresamos con Biff y las chicas.

El desfile ha seguido avanzado y prácticamente ha terminado. Al escenario no dejan de subir personas del equipo técnico, preparando los últimos detalles.

La actuación debe de estar a punto de comenzar.

—Vamos a ver a Coldplay—repite Mercedes pletórica.

Me obligo a sonreír, pero no es un gesto auténtico.

No puedo dejar de darle vueltas a lo que he hablado con Dani.

Adele nos chista y señala el escenario. Ahí el movimiento se hace más frenético y aparece Bill de Blasio, el alcalde.

—Ciudadanos de Nueva York—empieza su discurso—, Estamos aquí hoy como cada año para celebrar el Día de San Patricio y sacar al irlandés que todos llevamos dentro.

La gente estalla en aplausos enfervorecida y el alcalde sonríe pidiendo calma con las manos.

—Hace dos años que soy alcalde de Nueva York y este día siempre ha sido muy especial para mí, porque lo es para toda la ciudad, pero, no se preocupen, no voy a aburriros con un discurso. Hoy estamos aquí para divertirnos.

Todos estallan en aplausos otra vez y el alcalde se echa a reír encantado.

—¡Disfruten de Coldplay! ¡Y feliz Día de San Patricio, Nueva York!

Las miles de personas que abarrotan la Quinta Avenida comienzan a gritar y a vitorear a Coldplay y al propio alcalde.

Mercedes está a punto de sufrir un ataque al ver a Chris Martin, el vocalista, subir las escaleras de uno de los laterales del escenario.

Sin embargo, justo cuando va a alcanzar el último peldaño, se detiene en seco y fija la vista en la parte de atrás, como si hubiese visto u oído algo fuera de lo común, y en ese mismo instante…

¡Santana aparece en el escenario!

De pronto los vítores y los gritos se apagan y todo el mundo observa la enorme plataforma negra sin saber qué está pasando.

Las chicas nos miramos boquiabiertas, como lo hacen los miembros de Coldplay y el alcalde.

Es tan increíblemente surrealista que alguien se haya colado de esa forma que ni siquiera son capaces de reaccionar.

—Sólo será un momento, se los prometo—se disculpa Santana mirando a Bill de Blasio y a Chris Martin.

Un suave murmullo se levanta entre todos los asistentes y yo la observo sin poder creérmelo.

¿Qué está haciendo aquí?

¿Qué pretende?

—Estoy buscando a mi chica—responde como si pudiese adivinar las preguntas que no he llegado a formular en voz alta.

Su seguridad es aplastante, la misma que me ha marcado a fuego desde la primera vez que la vi.

Agarra el micrófono con una mano y pierde la vista al frente como si fuera capaz de mirar a los ojos a cada persona de esta calle, ganándose su atención al instante con esas cinco palabras.

—Es increíble—continúa—, La mujer más testaruda e insolente que he conocido jamás. Es responsable incluso cuando no tendría que serlo y tiene la extraña habilidad de conseguir que me lo replantee todo—guarda silencio un segundo, como si recordara un instante en concreto—Cuando la conocí, me enamoré. No fue algo premeditado, ni siquiera fui capaz de entenderlo, pero pasó, y de pronto aprendí lo que significa que alguien te importe de verdad, las ganas de querer conocerla, tocarla, protegerla del mundo... Y después la jodí y la perdí.

Santana vuelve a guardar silencio mientras algunos «ohhh» decepcionados suenan entre el público.

Yo la miro con los ojos llenos de lágrimas.

La quiero y en este preciso momento la quiero todavía más.

Ella no me perdió, nos perdimos ambas.

Todo a nuestro alrededor nos puso demasiado complicado poder estar juntas y creo que, al final, eso es lo que más duele.

Nosotras nunca dejamos de querernos, pero sencillamente ya no podíamos hacerlo.

Una lágrima cae por mi mejilla, pero me la seco rápidamente.

—Durante dos semanas he estado repitiéndome que era lo mejor, lo que tenía que pasar, también me he pasado dos semanas bebiendo.

Todos sonríen, pero nadie hace un ruido más allá de eso, pendientes de lo que tiene que decir.

—Pero hoy me he dado cuenta de que no tiene por qué ser así. Te quiero, Niña Buena—dice, haciendo toda esa seguridad aún más latente, más femenina, más fuerte—Te quiero porque eres inteligente, preciosa, divertida y valiente. Te quiero porque nunca dejas de hablar y cuentas los peores chistes del mundo. Y te quiero porque ya no sé vivir sin ti—su voz se entrecorta, pero también se vuelve más dura, más indomable—, Porque, cada vez que intento respirar, parece que no sé si no te tengo cerca.

Intento controlar las lágrimas, pero soy incapaz.

La quiero, pero tengo demasiado miedo a volver a sufrir.

—Ey, morena linda—la llama un hombre en las primeras filas—, ¿Cómo se llama su chica?

—Brittany—responde Santana.

—¡Brittany!—grita el mismo hombre del público—¡Brittany!

Todos a su alrededor comienzan a imitarlo y, unos segundos después, miles de personas gritan mi nombre. Yo sonrío nerviosa, sin saber qué hacer, con las mariposas revoloteando sin control por mi estómago y por todo mi cuerpo.

—¡Está aquí!—grita Dani encaramándose a la valla de hierro junto a Biff—¡Ella es Brittany!—añade señalándome.

Yo la miro boquiabierta.

Un par de policías se acercan y separan la valla para que pueda salir, mientras Mercedes, Dani, Adele y las personas a nuestro alrededor que se han dado cuenta de que soy esa Brittany me jalean para que salga.

Cabeceo tratando de organizar mis ideas, pero no lo logro.

Las palabras de Santana se han metido dentro de mí y no han dejado sitio para nada más.

—¿Tú qué opinas? —le pregunto a Biff.

Él piensa un segundo su respuesta.

—Creo que deberías salir, mamá —sentencia con una sonrisa.

Automáticamente su gesto se contagia en mis labios.

—Te quiero mucho, peque.

—Yo también te quiero.

Asiento al policía que mantiene la valla abierta y salgo. En cuanto pongo un pie en el tramo de calle vacío por el que ha trascurrido el desfile, los gritos con mi nombre van desapareciendo y todos se quedan muy callados, esperando a ver qué sucederá ahora.

Creo que nunca había visto Manhattan sumida en un silencio así.

—Brittany—susurra Santana desde lo alto del escenario de una manera casi inaudible, con los ojos clavados en mí.

Yo suspiro conteniendo las lágrimas.

Me muerdo el labio inferior y asiento sin dejar de mirarla, tratando de digerir todo lo que siento por ella, lo asustada que estoy, las ganas que tengo de que me abrace, de que me bese, de ser feliz con ella.

Santana se baja de un salto, pasa las vallas de seguridad con otro y sale corriendo hacia mí.

No me lo puedo creer.

No me puedo creer que esto esté pasando.

Nos fundimos en un abrazo y por fin, sencillamente, vuelvo a sentirme completa.

Todos estallan en aplausos.

Me aferro a ella con tanta fuerza, con las manos retorciendo la tela de su abrigo, que casi no puedo respirar, pero no me importa.

Vuelvo a ser feliz.

—Te quiero—dice separándose lo justo para atrapar mi mirada, tomando mi cara entre sus manos.

—Te quiero —respondo.

—Va a salir bien; lo sabes, ¿verdad?

—Sí.

Se acabaron los miedos, las dudas.

—Mi vida sólo merece la pena porque tú estás en ella y voy a encargarme cada día de que seas feliz—sentencia.

Y sin decir nada más, sella este cuento de hadas besándome con fuerza.

Nueva York grita y aplaude.

Coldplay empieza a tocar Charlie Brown.

Cada deseo, cada sueño que he tenido, sencillamente se hace realidad.

La quiero y Santana López me quiere a mí.

Nos hemos odiado, hemos sido amigas, nos hemos deseado y nos hemos querido, y sé que, a partir de ahora, todo eso sucederá a la vez, por eso es amor de verdad, por eso los cuentos de hadas todavía existen, por eso tengo claro que vamos a tener nuestro «felices para siempre».

Epílogo

—¿Están listos?—pregunto dejando la maleta de Brittany a los pies de la escalera.

—Ya vamos—responde desde la planta de arriba.

Miro a mi alrededor y sonrío.

La casa de abuela siempre está igual, como si no hubiese pasado un solo día desde que viví aquí de niña.

Oigo pasos y Biff baja las escaleras de prisa. Cuando pone un pie en el último peldaño, lo cojo de la cintura y lo llevo hasta mí haciéndole cosquillas e inmovilizándolo para que no pueda defenderse.

Él se queja entre risas.

—Déjalo ya—protesta mi abuela apareciendo desde la cocina.

Obedezco a regañadientes y él tuerce el gesto tratando de resultar intimidante cuando logra alejarse unos pasos.

Sonrío divertida y entonces alzo la cabeza, como si algo me pidiese que me hiciese el favor de hacerlo.

Brittany está de pie en mitad de la escalera, observando toda la escena con una sonrisa en los labios e inmediatamente le devuelvo el gesto.

La quiero, joder, y verla aquí sólo hace que la quiera todavía más.

—Esto es para ti—le dice la abuela a Biff, tendiéndole mi balón de rugby.

Él lo coge y lo observa con una sonrisa de oreja a oreja.

—Muchas gracias, abuela.

Sí, su primera palabra en español fue esa.

—Ese balón es del abuelo Pedro, pero algo me dice que ya tiene nuevo dueño.

Alma me mira y sonríe cómplice.

Tiene razón.

Ya tiene un nuevo dueño.

Es otro efecto colateral del huracán Brittany.

—Vamos a la cocina—le propone Alma a Biff—Te he preparado un sándwich de crema de cacahuete y mermelada de arándanos para el camino.

El niño asiente y los dos se marchan.

Yo doy un paso hacia Brittany.

—Me gusta tenerte aquí.

—¿Ah, sí?—inquiere haciéndose la interesante.

—Aunque me gustaría más tenerte desnuda aquí.

Brittany abre la boca escandalizada y yo le guiño un ojo a la vez que le dedico una sonrisa.

—No pienso acostarme contigo en estas escaleras, Santana López—replica muy seria, poniendo los brazos en jarras.

Comienzo a subir los escalones despacio, sin liberar su mirada.

—Te acorralaría contra la pared—subo un escalón más—, Con esas preciosas piernas rodeando mi cintura—otro más—Te taparía la boca con la palma de la mano—y otro—Para que nadie oyese tus gritos mientras te estoy haciendo el amor—la última palabra la pronuncio a escasos, escasísimos, centímetros de su boca, y ya sé que me dejará hacerle todo lo que quiera.

La agarro de la muñeca, la atraigo hasta mí y la llevo contra el papel pintado. Acaricio el reservo de su muñeca y sonrío con la vista perdida en el L, la pequeña letra que tiene ahí tatuado.

Todavía recuerdo cómo me sentí el día que me lo enseñó y creo que ni siquiera ahora sería capaz de explicarlo.

Me dijo que lo había hecho para tener algo que siempre le recordara a mí, a lo que somos, a la suerte que tenemos por habernos encontrado la una a la otra, pero para mí significó todavía más.

Brittany Pierce es lo mejor que me ha pasado en todos los días de mi vida.

Anclo mis manos a sus caderas. Brittany gime y todo mi cuerpo se llena de adrenalina y sangre caliente.

Tocarla es lo mejor del maldito universo.

—Además, también sería la primera vez para mí—susurro contra sus labios, torturándola un poco más.

—¿Me estás diciendo que la gran Santana López nunca se ha follado a una inocente chica de Portland Este en estas escaleras?—inquiere jadeante, luchando por sonar insolente.

Yo sonrío y me aprieto un poco más contra ella y un nuevo gemido se escapa de sus labios y otra vez sé que la tengo exactamente donde quiero.

—Bueno, puede que haya habido un par de encuentros en un par de escaleras—muevo las caderas.

Brittany cierra los ojos y se muerde el labio inferior tratando de no hacer más ruido.

—¿Con quién?—pregunta en un esforzado murmuro, observándome de nuevo.

—¿Recuerdas a la señora Robinson?

Brittany abre la boca ofendidísima y me golpea en el hombro.

—¿Otra vez riéndote de mí, López?

—Es que me lo pones muy fácil, Niña Buena.

La beso antes de que pueda protestar y mis manos vuelan hasta colarse debajo de su vestido. Me separo para poder mirarla a los ojos mientras deslizo mis dedos bajo sus bragas.

Oímos ruidos en la cocina.

La embisto. Brittany grita, pero acallo el sonido tapándole la boca con la palma de la mano mientras ella me mira con una mezcla de ansiedad porque nos descubran y todo el placer por haber hecho exactamente lo que le prometí.

Ese simple hecho, el tenerla en mis manos en todos los sentidos, nos excita más de lo que ninguna de las dos pueda siquiera explicar.

Retiro los dedos, la cojo de la mano y la obligo a subir las escaleras de prisa. La meto en mi antigua habitación y cierro con pestillo a su paso.

Brittany se queda muy quieta en el centro de la estancia, con la respiración agitada y su mirada perdida en mi cuerpo, en mis manos, en mis ojos, en mí.

Nos hemos pasado diez días en este cuarto.

Cada noche, después de sentirla corriéndose entre mis brazos, Brittany observaba cada detalle y me preguntaba cosas sobre mi vida aquí, sobre mi abuelo, sobre mí, hasta que se le cerraban los ojos en contra de su voluntad y se dormía agotada.

Yo me pasaba horas viéndola dormir, sintiendo cómo mi mundo volvía a encajar.

Doy un paso hacia ella y comienzo a desabrocharle los botones de su blusa. La obligo a caminar hacia atrás hasta que el reverso de sus rodillas choca contra la cama.

La blusa cae al suelo y por fin puedo tocar otra vez su piel.

—San—murmura completamente sobrepasada, comportándose otra vez como la cosa más sexy y dulce que he visto nunca.

Todo lo que sentimos la una por la otra, todo el deseo, la está arrasando por dentro.

Necesita un segundo para poner en orden sus ideas, pero no pienso dárselo.

No quiero.

Quiero que todo sea una locura, que sienta que no puede respirar, que el placer, la excitación y el amor se entremezclen, inundándola, porque así es exactamente como me siento yo.

La tumbo sobre la cama cubriendo con mi cuerpo el suyo.

Ahora mismo no puedo pensar en nada más.

Quitándome la parte de abajo y las bragas me apresuro a unir nuestros sexos.

—San—gime arqueando su cuerpo bajo el mío.

La vi y me enamoré.

La toqué por primera vez y perdí cualquier mísera oportunidad de vivir sin ella.


Regresamos a la cocina fingiendo que no ha pasado nada.

A mí se me da un poco mejor que a Brittany, que durante los treinta primeros
segundos no es capaz de mirar a nadie a los ojos.

Cuando el taxi toca el claxon, nos dirigimos a la puerta principal.

—Te mandaré un coche para que te recoja en el aeropuerto—le recuerdo a Jane.

—Nueva York te encantará —interviene Brittany.

Aprieto la mandíbula.

Aún no sé si me gusta o no que Jane vaya a trasladarse a Nueva York para continuar estudiando ahí.

Por un lado la tendré cerca y podré cuidar de ella para que ningún gilipollas se le acerque, pero, por otro, Nueva York es una ciudad muy grande y está llena de gilipollas.


Nos despedimos de todas y nos montamos en el taxi.

El vuelo es relativamente agradable y el Jaguar ya está esperándonos cuando aterrizamos en el JFK.




De camino a mi piso, Biff se queda dormido.

Lo subo en brazos y lo tumbo en su cama.

Brittany sigue conservando su departamento, pero podría decirse que oficialmente vivimos en el mío.

Transformamos el cuarto de invitados en la habitación de Biff. Mandé pintar las paredes y la llené de juguetes, balones de soccer y piezas de lego.

Cuando la vio, se encerró dentro y pasó tres días saliendo sólo para comer.

Le quito los zapatos y la chaqueta. Él gruñe somnoliento y, en cuanto lo tapo con la colcha, se acurruca a un lado y sigue durmiendo plácidamente.

Brittany sonríe y deja el balón de rugby en su mesita junto a la maqueta de un cohete y la foto firmada de la plantilla del New York City que Kitty le regaló hace un par de semanas.

Las dos sonreímos y salimos con cuidado de la estancia.

Sosteniendo la puerta bajo el umbral, observo a Biff un segundo. Nunca me
imaginé mi vida así, pero este niño me ha puesto las cosas muy fáciles, o quizá demasiado difíciles, porque ahora tengo clarísimo que son dos las personas a las que tengo que proteger pase lo que pase.

—Lo he pasado muy bien en Portland—comenta Brittany rodeando la isla de la cocina, abriendo el frigo y sacando dos Budweiser heladas—Y Biff también. La abuela es una mujer increíble.

—Se ha vuelto loca por Biff—respondo con una sonrisa, acercándome a ella y cogiendo una de las cervezas—Ya nadie podría convencerla de que no es su nieto. Creo que, de hecho, se enfadaría bastante si lo intentaran.

Nuestras sonrisas se ensanchan.

—Quiere bautizarlo—comenta Brittany dando un sorbo.

—Quiere bautizarte a ti—respondo imitando su gesto.

Sonríe de nuevo divertida y camina hasta que nos quedamos muy cerca.

—Hablando de familia...—comento observando la reacción de Brittany.


Ella arruga la nariz y se aleja intentando escapar de la conversación. Yo la cojo de la muñeca y vuelvo a atraerla hasta mí, puede que un poco más cerca de lo que estaba antes.

Ésa es mi recompensa.

—No vas a escaparte, Niña Buena.

Brittany resopla impertinente y entorna los ojos tratando de resultar intimidante.

No sólo no lo logra, sino que consigue que empiece a imaginármela desnuda sobre la encimera.

—En Portland me convenciste para que fuera a ver a mi papá. Estuviste tres días pidiéndomelo e incluso te aliaste con la abuela y Bree para conseguirlo. A cambio prometiste algo, ¿recuerdas?

—¿Sexo indiscriminado?—inquiere enarcando las cejas. Su respuesta me pilla por sorpresa y no puedo evitar sonreír—Podemos empezar ahora mismo, si quieres—me ofrece fingidamente inocente.

Yo me humedezco el labio inferior, tratando de ocultar el hecho de que, en efecto, por mí podríamos empezar ahora mismo y acabar dentro de dos semanas, pero me prometió algo y va a cumplirlo.

—Tienes que hablar con tu mamá—sentencio.

Brittany cabecea tozuda.

—Ya hice las paces con Sam, ¿no es suficiente?

Ahora la que niega soy yo.

—No, no lo es—replico—Britt, te mereces tener a toda la gente que te quiere en tu vida.

—Mi mamá no me quiere en su vida—me recuerda triste.

—Tu mamá se equivocó.

Odio tener que defenderla y no lo hago por ella, no movería un dedo si sólo se tratara de ella, lo hago por Brittany.

Es lo único que me importa.

—San, no la necesito. Yo ya tengo a mi familia.

—Y vas a seguir teniéndola siempre. A mí, a las chicas, a el señor Figgins, a Sam y, además, ya tienes el honor de formar parte de la familia Wilde, López y Fabray.


—Es un honor bastante dudoso—replica insolente, y a los pocos segundos se echa a reír, encantada con su propia broma.

Yo la observo luchando una vez más por no sonreír.

La atraigo un poco más hacia mí y le pellizco la cadera. Brittany estalla en risas de nuevo, a la vez que se lamenta.

Cuando sus carcajadas se apaciguan, le meto un mechón de pelo tras la oreja mientras contemplo cada centímetro de su cara.

—Sólo es una cena —susurro y mi voz suena más ronca y mis ojos atrapan los suyos.

—No quiero que le haga daño a Biff.

—Nunca lo permitiría.

Brittany se muerde el labio inferior, manteniéndome la mirada.

Sé que ahora mismo está pensando y repesando cada pro y cada contra para tomar la mejor decisión.

Me alegro de que al final no hiciera eso conmigo.

No tengo muy claro qué hubiese ganado.

—Está bien, iré —responde al fin.

—Ésa es mi chica.

Sonrío, Brittany me devuelve el gesto y yo la beso con fuerza. Mis manos vuelan hasta su trasero y, girándome, la siento sobre la encimera.

—San—murmura entre jadeos.

Otra vez está sobrepasada y otra vez me siento jodidamente invencible.

—Ésta es tu recompensa—susurro sin dejar de besarla, con la voz aún más salvaje—Y vas a ver las putas estrellas.




—Cuando sea mayor, fabricaré robots—dice Biff, completamente convencido, mientras cruzamos el semáforo de la 43 con la Octava—Y también cohetes.

—O puedes construir un robot que se transforme en un cohete—le propongo.

Lo piensa un instante.

—¿Cómo un transformer? —inquiere curioso.

—Sí, pero más grande.

—Y con luces por todos lados... y podría tener un superturbo que le haga alcanzar la velocidad del sonido—añade emocionado, acelerando el paso para colocarse frente a mí y seguir caminando de espaldas.

Yo sonrío y le revuelvo el pelo.

—Está claro que tu universidad va a salirme por una pasta—murmuro socarrona.

Brittany me golpea divertida en el hombro y Biff sonríe ajeno a todo.

Apuesto cien pavos a que todavía está pensando en robots-cohete.

Su BlackBerry comienza a sonar. Mira la pantalla y me la enseña con una sonrisa.

Es el señor Figgins.

Yo le devuelvo el gesto.

Desde que el Smythe Group compró Figgins Media, las cosas no podrían ir mejor en la empresa.

Además, Brittany, esforzándose al máximo, consiguió terminar el número uno de su promoción en el máster de altos ejecutivos.

Eso llamó la atención de las principales compañías de marketing de Nueva York, pero ella rechazó todas las ofertas y se quedó con el señor Figgins.

Según sus propias palabras, «ya está exactamente donde quiere estar».

Es la chica más leal del jodido universo.


Un par de minutos después llegamos al Malavita.

Es domingo y hemos quedado todos para el brunch.

Nada más entrar, ya distingo una mesa enorme y un murmullo de risas y voces alborotando el local.

—Miren quiénes han vuelto de Portland—comenta Kitty al vernos llegar—Y Brittany aún sigue aquí, me debes veinte pavos—añade señalando a Quinn.

Quinn bufa malhumorada.

Se saca un billete de veinte del bolsillo de los vaqueros y se lo entrega a Kitty.

—¿Habían apostado a que saldría huyendo cuando viese mi ciudad?—inquiero indignada.

—No—responde Kitty—Apostamos veinte pavos a que no soportaría estar contigo y esa sonrisa seis horas encerrada en un avión.

—¿Se puede ser más cabronaza?—vuelvo a preguntar.

Oficialmente tengo las peores amigas del mundo.

—Fue complicado—dice de pronto Brittany, sentándose junto a Biff—, Pero pusieron una buena película y fingí que estaba dormida el resto del viaje.

—Pero ¿qué coño...?

La miro conteniendo una sonrisa, mientras ella me dedica una mostrándome su perfecta dentadura y Kitty, Marley, Quinn y Rachel se mueren de risa.

—Déjenme en paz—me quejo—Me voy con mi ahijado.

Rodeo la mesa y me acerco hasta el cochecito donde está el bebé más guapo del planeta. Comienzo a hacerle carantoñas como una completa gilipollas, pero la verdad es que me importa bastante poco.

Adoro a este niños.

—Gracias a Dios, se parece a Rach y no a ti—comento.

—Eres una mentirosa de mierda—se queja Quinn—Es igualito a mí.

—Y claramente ya es más maduro que tú.

—¿Sabes que mi Enanita ha invitado a Emma al brunch?—me dice Quinn disfrutando de cada palabra.

—¿Mi Emma?—pregunto cauta—¿Por qué?

Rachel se encoje de hombros y me dedica una sonrisa enorme, buscando que la perdone por adelantado.

—Porque Marley ha invitado a Will—confiesa la señora Fabray-Berry.

—¿Qué? No—protesto.

—Es tu secretaria, no tu mamá—replica—, Y sólo por aguantarte a ti ya se merece encontrar el amor.

—¿Entonces qué hacemos con la secretaria de tu esposa?—bufo—, ¿Le pagamos un fin de semana en la mansión de supermodelos masculinos de Armani?

Rachel se echa a reír y Quinn me enseña el dedo corazón.

—Esto es una emboscada—refunfuño.

—Emma nunca va a dejar de quererte—interviene Brittany burlona.

—Tú, cállate—replico divertida—Todavía estoy enfadada contigo por lo de la apuesta.

—Yo no—susurra casi sin voz e inmediatamente me dedica una sonrisa enorme que no tengo más remedio que imitar.


Poco después ya estamos todas y comenzamos a comer.

Casi sin darme cuenta observo la mesa.

Quinn está sentado junto a Rachel y ella tiene a su bebé en brazos. Mi amiga los mira, la besa en la frente y un segundo después lo hace en sus labios como si lo necesitara tanto como necesita respirar.

Han sufrido demasiado y ahora se merecen ser simplemente felices.

—Mike es el mejor nombre del mundo—le dice Mike, el novio de Tina, a mi pequeño Biff—Te lo digo yo—sentencia.

Tina, sentada a su lado, pone los ojos en blanco y se apoya sobre la mesa para acercarse a nuestro niño.

—Lo importante es tener los ojazos que tú tienes—le dice—, Lo del nombre es secundario.

Dani y Mercedes, al lado del pequeño, sonríen y asienten.

—Es que es el niño de diez años más guapo del mundo—conviene Mercedes—Ha salido a mí—añade fingidamente seria.

Sonrío.

Al final no hemos tenido más remedio que hacernos amigas y creo que vamos a ser de las buenos.

Miro a Dani.

Me alegro de que todo se arreglara.

Siempre estaré en deuda con ella.

Sigo contemplando la mesa... a Kitty susurrándole a Marley cualquier perversión al oído mientras la castaña sonríe tímida y se muerde el labio inferior.

La sucia ojiverde está enamorada de Marley hasta las trancas.

Emily la interrumpe, Kitty pone los ojos en blanco y Marley tuerce el gesto a la vez que coloca los brazos en jarras y se queja de que siempre sea tan arisca.

Emily Fields, la hermanastra de Marley, es la cruz de Kitty Wilde y me encanta porque tiene pinta de que no va a rendirse nunca.

A su lado, Hanna sonríe.

Me pregunto qué hay entre esas dos.

La excusa de que se han encontrado en la calle justo antes de entrar no se la cree nadie.

Junto a ellas está Emma, mi Emma, charlando animadamente con Will.

Tuerzo el gesto, pero, cuando él dice algo, no consigo escuchar qué, y ella sonríe, casi ríe, no tengo más remedio que alegrarme por los dos.

Sólo espero que Will sepa lo que hace y no se le ocurra meter la pata con ella.

Será mejor que después tenga una charla con él al respecto.

Quinn y Kitty pierden su mirada en la mesa y las tres nos encontramos.

Nos sonreímos cómplices, satisfechas y, más que todo, felices.

Hace más o menos un año ninguna habría dicho que acabaríamos así, ninguna siquiera lo habría imaginado, pero ahora las tres tenemos claro que es sencillamente imposible que haya algo mejor.

Ésta es nuestra familia, grande, ruidosa, y probablemente un poco disfuncional, pero nadie dudaría un solo segundo de que haríamos lo que fuera los unos por los otros y, al final, eso es lo importante, ¿no?

En eso consiste el amor, en encontrar a alguien, ser jodidamente feliz con esa persona y quererla incondicionalmente.

Mercedes le dice algo a Brittany y ella rompe a reír. Yo sonrío y toda mi atención se centra en ella.

Esa risa destartalada cambió mi mundo desde la primera vez que la oí en el rellano de Dani.

—¿Te han dicho alguna vez que tienes la risa más chillona del mundo?—susurro divertida, ladeando la cabeza para que sólo ella pueda oírme.

Ella tuerce los labios, contagiándose de mi humor.

—¿Y a ti te han dicho alguna vez que sonríes cada quince segundos?—inquiere impertinente—Hay incluso leyendas urbanas sobre ello.

—¿Y qué más dicen esas leyendas urbanas?

—Que eres increíblemente fea e increíblemente mala en la cama.

Finjo sopesar sus palabras.

—Lo primero no tiene solución, pero para lo segundo lo mejor es la práctica.

—Eres una descarada, López.

Yo sonrío sin dejar de observarla.

Es mi chica y va a serlo el resto de mi vida.

—Te quiero, Niña Buena.

Ella también sonríe.

—Te quiero, Guapísima Gilipollas.