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[Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
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Jane0_o
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JVM
23l1
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Yo creo que Britt terminara trabajando con San no le queda de otra y en el transcurso la morena aprovechará para acercarse...
Mientras haber como les va en la guarida jajajajaja
Mientras haber como les va en la guarida jajajajaja
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:Hola morra...
A pie de guerra jajaja
A ver si britt entra a la lista o la cierra definitivamente jajaja
Ya quiero que trabajen juntas!
Nos vemos!!
Hola lu, eso parece =/ Mmmm nose que me gustaría más en estos momentos XD Jajajaajjaaj aquí dejo el siguiente cap a ver si eso pasa! Saludos =D
micky morales escribió:Esta muy bueno ese plan de ver donde trabaja la guapisima gilipollas!!!a ver que descubren !
Hola, si, no¿? jajajajajajajaja. Esperemos y no cosas malas xD, pero aquí dejo el siguiente cap para saber más! Saludos =D
JVM escribió:Yo creo que Britt terminara trabajando con San no le queda de otra y en el transcurso la morena aprovechará para acercarse...
Mientras haber como les va en la guarida jajajajaja
Hola, la vrdd esk no xD para q hacernos, no¿? xD Espero y en el segundo punto tengas razón, xq yo espero lo mismo xD Jajajajajajaajaja esperemos y bn xD, pero aquí dejo el siguiente cap para eso! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 3 - P II
Capitulo 3 - Parte II
Brittany
Salimos del pub y cogemos un taxi hasta la 56 Oeste con la Sexta.
Por suerte, el vestíbulo está desierto; el guardia de seguridad debe de estar haciendo la ronda, así que no necesitamos ninguna excusa para colarnos.
En el ascensor tenemos algún que otro ataque de risa, pero conseguimos llegar a la planta sesenta sin problemas.
Pasamos junto a la oficina de Charlie y nos detenemos frente a una puerta de cristal con aspecto muy pesado y en la que puede leerse en unas discretas y sencillas letras blancas «Wilde, López y Fabray».
Pongo la palma de la mano sobre el cristal y, justo antes de empujar, tengo un último ataque de dudas.
Haces esto por el señor Figgins, Bluebird. No puedes echarte atrás ahora, me recuerdo.
Asiento reafirmándome y al fin impulso la puerta.
No se mueve.
Empujo más fuerte.
—No se abre —me lamento.
Lo más probable es que no quede nadie y la oficina esté cerrada.
¡Maldita sea!
—Joder —vuelvo a protestar.
Mercedes observa concienzudamente la puerta, alza la mano y, en lugar de empujar, tira del reluciente manillar de metal hacia nosotras, moviendo la puerta sin problemas.
Yo arrugo la nariz y asiento bajo la atenta mirada de mi amiga, que mantiene la entrada abierta.
—Lo mejor será que nos olvidemos de este incidente sin importancia. Han sido los daiquiris—me disculpo.
Sin más, entro y Mercedes me sigue con una sonrisilla de lo más impertinente.
Pasamos la recepción y, junto a una sofisticada sala de espera, la oficina se divide en dos pasillos.
—¿Cuál crees que será su despacho? —inquiero.
Mercedes se encoge de hombros.
Yo miro hacia ambos lados.
La cosa se está complicando.
Cogemos el pasillo de la izquierda como podríamos haber optado por el de la derecha, pero la única oficina que hay está cerrada.
—¿Sabes lo que me vendría bien para saber si puedo o no confiar en Santana López?—comento mientras desandamos nuestros pasos en busca del otro pasillo—Hacer una lista; ya sabes, valorar los pros y los contras.
Mi amiga asiente muy concentrada.
—Es la mejor manera de tomar una decisión—continúo—, Y desde luego la más inteligente.
Mercedes se detiene delante de un despacho con las paredes de cristal.
Parece una pecera.
—En los contras estarían que no lo conozco, que lo manda el comprador, que es un completo engreído—asiento a mis propias palabras—Ése, sin duda, es el peor contra, ¿o quizá el mejor?
Abre el despacho y entra.
—Un pro seguro que sería que es muy inteligente... y lo de las leyendas urbanas—confieso con una risilla.
La luz al otro lado de la pared de cristal encendiéndose me hace dar un respingo.
—¿Qué haces ahí?—grito en un susurro.
—Estoy buscando un lápiz—responde sin ver ningún problema—, Para tu lista.
No acaba de parecerme buena idea.
El guardia de seguridad podría aparecer en cualquier momento y pillarnos con las manos en la masa.
—Coge también papel—le pido, trabándome en la última palabra por culpa del alcohol.
—No he encontrado ninguno—confirma tras revisar uno a uno todos los cajones—, Pero esto servirá—añade, con un rotulador negro en la mano.
Camina hasta que nos situamos cada una a un lado del cristal. Destapa el rotulador y, algo torpe, se aparta uno de sus rizos afro de la cara.
—¿Cuál decías que es el primer contra?
—Lo manda el comprador —repito.
Un largo bostezo se me escapa de los labios, pero el gesto se me corta y los ojos se me abren como platos cuando la veo escribiendo en la pared de cristal.
—¡Estás loca! —murmuro.
—¿Quieres que me ponga a buscar una hoja de papel? —replica—¿Es que quieres que nos pillen?
Recapacito sobre sus propias palabras y todos los daiquiris de fresa que llevo en el cuerpo le dan la razón.
Rodeo la pequeña pecera y finalmente entro.
—¿El segundo contra?—me pregunta.
No sé cuánto tiempo después, hemos escrito una enorme lista de pros y contras, además de todo lo que pensamos de Santana, como que tiene el culo mejor puesto de todo Nueva York o pelo de recién follada.
También escribimos su mote, Guapísima Gilipollas, un centenar de veces, alguna letra de canción que la describe a la perfección y, en un alarde creativo, un intento de dibujo de una postura del Kamasutra porque, de acuerdo con su leyenda urbana, es un dios del sexo sin parangón y eso es un contra importantísimo... o un pro, ya no me acuerdo.
No dejamos de reírnos y, cuando Mercedes pone la canción Let’s go, de Tiësto con Icona Pop, en bucle en su móvil, comenzamos a cantar y bailar.
Estamos tan entusiasmadas que no nos damos cuenta de que la luz del vestíbulo se enciende y también la de nuestro pasillo.
Ni siquiera nos percatamos de nada cuando alguien se detiene al otro lado del cristal y empieza a leer todo lo que hemos escrito.
—Joder—grito con la voz evaporada cuando me giro y veo a la mismísima Santana López leyendo todo lo que pone en el cristal.
¡Joder!
¡Joder!
¡Joder!
Apago la música rápidamente, le doy un manotazo en el hombro a Mercedes, que se vuelve sorprendida, y creo que las dos tragamos saliva a la vez.
Santana está al otro lado de la pared transparente, ladeando suavemente la cabeza mientras lee y sonríe y continúa leyendo con una expresión que entremezcla la curiosidad, la diversión y todo el engreimiento del mundo.
La Guapísima Gilipollas está disfrutando con esto.
Despacio, como en esa canción de Maroon 5 que escuchamos en el Goose, rodea la pared y entra en la pequeña pecera.
El alcohol se evapora de golpe.
—Buenas noches, señoritas—nos saluda con la voz ronca.
De prisa, Mercedes coge su móvil de encima de la mesa y se lo lleva al oído.
—¿Diga?—miente descaradamente.
Yo abro la boca escandalizada mientras clavo mi vista en ella.
¡Nadie la ha llamado!
—¿Que tu mamá está en el hospital?—prácticamente grita—Voy para allá.
Finge colgar su falsa llamada y se dirige hacia la puerta sin mirar atrás.
—¿Adónde vas?—protesto.
—¿No lo has odio?—se queja girándose para verme, pero sin ninguna intención de detenerse—Su mamá está en el hospital.
Yo alzo las manos.
No puedo creerme que vaya a echarle tanto morro.
¡Todo esto fue idea suya!
—¡Mercedes!—protesto de nuevo, pero no hay nada que hacer.
Probablemente ya esté en la frontera con México.
Bajo los brazos y contengo todo mi nerviosismo para no empezar a dar golpecitos con el tacón sobre el parqué.
Mientras, Santana López me observa, estudiándome.
Maldita sea, ¿qué va a pensar de mí ahora?
«Eso debiste pensarlo tú antes de colarte en la oficina.»
Oh, cállate.
Lo mejor será fingir que no tengo nada por lo que avergonzarme, que es de lo más común entrar en el despacho de otros ejecutivos a escribir obscenidades en las paredes.
Además, si no quería que eso pasase, no debería haber puesto unas paredes de cristal tan tentadoras para locas borrachas.
—¿Ha sido divertido?—pregunta con una impertinente sonrisa.
—No era diversión, era trabajo—respondo sin achantarme—Estaba tratando de tomar una importante decisión.
—¿Sobre mí?
—Exacto—contesto alzando la barbilla altiva y cruzándome de brazos.
Eso es.
Sólo tengo que fingir ser una fría ejecutiva de una peli de los ochenta un poco más.
—¿Sobre cómo se me da follar?—inquiere socarrona, inclinándose ligeramente hacia delante.
—Sí... digo, no—me retracto en cuanto analizo su pregunta.
Santana sonríe, se incorpora de nuevo y comienza a andar desenfadada hacia la pared garabateada.
Incluso cuando parece despreocupada, sigue resultando increíblemente femenina.
Yo hundo los hombros y me doy cuenta de que esta estrategia no me está dejando demasiado bien.
Debería sincerarme.
—Mira—arranco caminando hasta colocarme a su lado—Yo sólo quería saber si puedo confiar en ti.
Santana alza la mirada, fijándose en las frases de más arriba. La luz que llega desde el pasillo incide en sus ojos y de pronto se ven increíblemente negros.
Yo pestañeo y me obligo de inmediato a dejar de observarla.
—Figgins Media es muy importante para mí—añado.
De reojo puedo ver cómo deja de contemplar la pared y centra su mirada en mí.
—¿Por qué es tan importante para ti salvar esa empresa?
—Porque el señor Figgins me salvó a mí—hago una pequeña pausa, recordando exactamente qué significan esas palabras—Se lo debo.
Levanto la cabeza y volvemos a encontrarnos frente a frente.
No he mentido.
El señor Figgins me salvó cuando nadie daba un mísero centavo por mí. Si tengo que tragarme mi orgullo y trabajar con López, tener al enemigo en casa, lo haré, pero antes necesito saber que de verdad va a permitirme sacar a Figgins Media del pozo y que ofrecerme salvarla no es sólo una estrategia para terminar de hundirla.
Seguimos mirándonos y creo que estudiándonos la una a la otra.
Me gustaría que me dijera exactamente lo que necesito escuchar, aunque, para ser franca, no sé si podría creerlo.
—Será mejor que te marches a casa—dice tras humedecerse el labio inferior—El chófer está abajo, él te llevará.
Asiento.
Tiene razón.
En el ascensor estamos prudentemente separadas. Yo, apoyada en una de las paredes laterales con los brazos cruzados; ella, en la otra esquina de la pared frontal, con los brazos estirados y sus manos apoyadas en la barandilla que rodea todo el cubículo a poco más de un metro del suelo.
El silencio se instala entre ambos, pero, por algún extraño motivo, no es algo violento.
En realidad, desde que la conozco, la he odiado e incluso he querido golpearla en la cara con algo increíblemente pesado, pero nunca me he sentido incómoda a su lado.
Quizá ése sea un buen punto de partida para trabajar juntas.
Atravesamos el vestíbulo caminando una junto a la otra.
Santana me abre la puerta y, al salir, debido al aire frío de mediados de diciembre, todo mi cuerpo se tensa y las preguntas se estrellan unas contra otras en mi cerebro.
Tengo mucho en lo que pensar esta noche.
Un hombre de unos cincuenta años cuadra los hombros profesional al ver a Santana y se separa un paso del Jaguar negro en el que estaba apoyado.
—Lleve a la señorita Pierce a su casa—informa Santana—Ella le dará la dirección.
El conductor asiente y, presto, me abre la puerta de atrás. Santana me mira, pero sigue en silencio. Yo no sé qué decir.
Supongo que lo mejor es que me marche ya.
Asiento suavemente para reafirmarme y giro sobre mis pies para montarme en el coche.
—Al final es una cuestión de confianza —dice.
Su voz es ronca, pero extrañamente cálida, y detiene mis pies en seco antes de que mi cerebro hubiese decidido que quería pararme y enfrentarla.
—La confianza en sí, quiero decir. Es una jodida paradoja—continúa hablando con una suave sonrisa rascándose la barbilla—, Como aquella historia de los prisioneros y los policías de Dresher. Si quieres confiar en mí, tienes que confiar en que puedes confiar. Te lo dije esta tarde y vuelvo a repetírtelo: no hay nada escrito sobre Figgins Media. Todavía puedes salvarla.
Yo suspiro manteniéndole la mirada.
—Gracias —respondo.
Giro sobre mis pies de nuevo y entro en el coche. El conductor cierra tras mi paso y, por un momento, sigo observando a Santana a través del cristal.
Tiene razón, pero yo la tenía en que, aunque dijese lo que yo quería escuchar, no sabría si podría creerlo.
—Siento haber pintado tu pared—le digo tras bajar la ventanilla, asomándome.
El vehículo arranca y avanza los primeros metros. Santana sonríe y, sin esperar a que nos alejemos del todo, da media vuelta y regresa al edificio.
Definitivamente, tengo muchísimo en lo que pensar.
Por suerte, el vestíbulo está desierto; el guardia de seguridad debe de estar haciendo la ronda, así que no necesitamos ninguna excusa para colarnos.
En el ascensor tenemos algún que otro ataque de risa, pero conseguimos llegar a la planta sesenta sin problemas.
Pasamos junto a la oficina de Charlie y nos detenemos frente a una puerta de cristal con aspecto muy pesado y en la que puede leerse en unas discretas y sencillas letras blancas «Wilde, López y Fabray».
Pongo la palma de la mano sobre el cristal y, justo antes de empujar, tengo un último ataque de dudas.
Haces esto por el señor Figgins, Bluebird. No puedes echarte atrás ahora, me recuerdo.
Asiento reafirmándome y al fin impulso la puerta.
No se mueve.
Empujo más fuerte.
—No se abre —me lamento.
Lo más probable es que no quede nadie y la oficina esté cerrada.
¡Maldita sea!
—Joder —vuelvo a protestar.
Mercedes observa concienzudamente la puerta, alza la mano y, en lugar de empujar, tira del reluciente manillar de metal hacia nosotras, moviendo la puerta sin problemas.
Yo arrugo la nariz y asiento bajo la atenta mirada de mi amiga, que mantiene la entrada abierta.
—Lo mejor será que nos olvidemos de este incidente sin importancia. Han sido los daiquiris—me disculpo.
Sin más, entro y Mercedes me sigue con una sonrisilla de lo más impertinente.
Pasamos la recepción y, junto a una sofisticada sala de espera, la oficina se divide en dos pasillos.
—¿Cuál crees que será su despacho? —inquiero.
Mercedes se encoge de hombros.
Yo miro hacia ambos lados.
La cosa se está complicando.
Cogemos el pasillo de la izquierda como podríamos haber optado por el de la derecha, pero la única oficina que hay está cerrada.
—¿Sabes lo que me vendría bien para saber si puedo o no confiar en Santana López?—comento mientras desandamos nuestros pasos en busca del otro pasillo—Hacer una lista; ya sabes, valorar los pros y los contras.
Mi amiga asiente muy concentrada.
—Es la mejor manera de tomar una decisión—continúo—, Y desde luego la más inteligente.
Mercedes se detiene delante de un despacho con las paredes de cristal.
Parece una pecera.
—En los contras estarían que no lo conozco, que lo manda el comprador, que es un completo engreído—asiento a mis propias palabras—Ése, sin duda, es el peor contra, ¿o quizá el mejor?
Abre el despacho y entra.
—Un pro seguro que sería que es muy inteligente... y lo de las leyendas urbanas—confieso con una risilla.
La luz al otro lado de la pared de cristal encendiéndose me hace dar un respingo.
—¿Qué haces ahí?—grito en un susurro.
—Estoy buscando un lápiz—responde sin ver ningún problema—, Para tu lista.
No acaba de parecerme buena idea.
El guardia de seguridad podría aparecer en cualquier momento y pillarnos con las manos en la masa.
—Coge también papel—le pido, trabándome en la última palabra por culpa del alcohol.
—No he encontrado ninguno—confirma tras revisar uno a uno todos los cajones—, Pero esto servirá—añade, con un rotulador negro en la mano.
Camina hasta que nos situamos cada una a un lado del cristal. Destapa el rotulador y, algo torpe, se aparta uno de sus rizos afro de la cara.
—¿Cuál decías que es el primer contra?
—Lo manda el comprador —repito.
Un largo bostezo se me escapa de los labios, pero el gesto se me corta y los ojos se me abren como platos cuando la veo escribiendo en la pared de cristal.
—¡Estás loca! —murmuro.
—¿Quieres que me ponga a buscar una hoja de papel? —replica—¿Es que quieres que nos pillen?
Recapacito sobre sus propias palabras y todos los daiquiris de fresa que llevo en el cuerpo le dan la razón.
Rodeo la pequeña pecera y finalmente entro.
—¿El segundo contra?—me pregunta.
No sé cuánto tiempo después, hemos escrito una enorme lista de pros y contras, además de todo lo que pensamos de Santana, como que tiene el culo mejor puesto de todo Nueva York o pelo de recién follada.
También escribimos su mote, Guapísima Gilipollas, un centenar de veces, alguna letra de canción que la describe a la perfección y, en un alarde creativo, un intento de dibujo de una postura del Kamasutra porque, de acuerdo con su leyenda urbana, es un dios del sexo sin parangón y eso es un contra importantísimo... o un pro, ya no me acuerdo.
No dejamos de reírnos y, cuando Mercedes pone la canción Let’s go, de Tiësto con Icona Pop, en bucle en su móvil, comenzamos a cantar y bailar.
Estamos tan entusiasmadas que no nos damos cuenta de que la luz del vestíbulo se enciende y también la de nuestro pasillo.
Ni siquiera nos percatamos de nada cuando alguien se detiene al otro lado del cristal y empieza a leer todo lo que hemos escrito.
—Joder—grito con la voz evaporada cuando me giro y veo a la mismísima Santana López leyendo todo lo que pone en el cristal.
¡Joder!
¡Joder!
¡Joder!
Apago la música rápidamente, le doy un manotazo en el hombro a Mercedes, que se vuelve sorprendida, y creo que las dos tragamos saliva a la vez.
Santana está al otro lado de la pared transparente, ladeando suavemente la cabeza mientras lee y sonríe y continúa leyendo con una expresión que entremezcla la curiosidad, la diversión y todo el engreimiento del mundo.
La Guapísima Gilipollas está disfrutando con esto.
Despacio, como en esa canción de Maroon 5 que escuchamos en el Goose, rodea la pared y entra en la pequeña pecera.
El alcohol se evapora de golpe.
—Buenas noches, señoritas—nos saluda con la voz ronca.
De prisa, Mercedes coge su móvil de encima de la mesa y se lo lleva al oído.
—¿Diga?—miente descaradamente.
Yo abro la boca escandalizada mientras clavo mi vista en ella.
¡Nadie la ha llamado!
—¿Que tu mamá está en el hospital?—prácticamente grita—Voy para allá.
Finge colgar su falsa llamada y se dirige hacia la puerta sin mirar atrás.
—¿Adónde vas?—protesto.
—¿No lo has odio?—se queja girándose para verme, pero sin ninguna intención de detenerse—Su mamá está en el hospital.
Yo alzo las manos.
No puedo creerme que vaya a echarle tanto morro.
¡Todo esto fue idea suya!
—¡Mercedes!—protesto de nuevo, pero no hay nada que hacer.
Probablemente ya esté en la frontera con México.
Bajo los brazos y contengo todo mi nerviosismo para no empezar a dar golpecitos con el tacón sobre el parqué.
Mientras, Santana López me observa, estudiándome.
Maldita sea, ¿qué va a pensar de mí ahora?
«Eso debiste pensarlo tú antes de colarte en la oficina.»
Oh, cállate.
Lo mejor será fingir que no tengo nada por lo que avergonzarme, que es de lo más común entrar en el despacho de otros ejecutivos a escribir obscenidades en las paredes.
Además, si no quería que eso pasase, no debería haber puesto unas paredes de cristal tan tentadoras para locas borrachas.
—¿Ha sido divertido?—pregunta con una impertinente sonrisa.
—No era diversión, era trabajo—respondo sin achantarme—Estaba tratando de tomar una importante decisión.
—¿Sobre mí?
—Exacto—contesto alzando la barbilla altiva y cruzándome de brazos.
Eso es.
Sólo tengo que fingir ser una fría ejecutiva de una peli de los ochenta un poco más.
—¿Sobre cómo se me da follar?—inquiere socarrona, inclinándose ligeramente hacia delante.
—Sí... digo, no—me retracto en cuanto analizo su pregunta.
Santana sonríe, se incorpora de nuevo y comienza a andar desenfadada hacia la pared garabateada.
Incluso cuando parece despreocupada, sigue resultando increíblemente femenina.
Yo hundo los hombros y me doy cuenta de que esta estrategia no me está dejando demasiado bien.
Debería sincerarme.
—Mira—arranco caminando hasta colocarme a su lado—Yo sólo quería saber si puedo confiar en ti.
Santana alza la mirada, fijándose en las frases de más arriba. La luz que llega desde el pasillo incide en sus ojos y de pronto se ven increíblemente negros.
Yo pestañeo y me obligo de inmediato a dejar de observarla.
—Figgins Media es muy importante para mí—añado.
De reojo puedo ver cómo deja de contemplar la pared y centra su mirada en mí.
—¿Por qué es tan importante para ti salvar esa empresa?
—Porque el señor Figgins me salvó a mí—hago una pequeña pausa, recordando exactamente qué significan esas palabras—Se lo debo.
Levanto la cabeza y volvemos a encontrarnos frente a frente.
No he mentido.
El señor Figgins me salvó cuando nadie daba un mísero centavo por mí. Si tengo que tragarme mi orgullo y trabajar con López, tener al enemigo en casa, lo haré, pero antes necesito saber que de verdad va a permitirme sacar a Figgins Media del pozo y que ofrecerme salvarla no es sólo una estrategia para terminar de hundirla.
Seguimos mirándonos y creo que estudiándonos la una a la otra.
Me gustaría que me dijera exactamente lo que necesito escuchar, aunque, para ser franca, no sé si podría creerlo.
—Será mejor que te marches a casa—dice tras humedecerse el labio inferior—El chófer está abajo, él te llevará.
Asiento.
Tiene razón.
En el ascensor estamos prudentemente separadas. Yo, apoyada en una de las paredes laterales con los brazos cruzados; ella, en la otra esquina de la pared frontal, con los brazos estirados y sus manos apoyadas en la barandilla que rodea todo el cubículo a poco más de un metro del suelo.
El silencio se instala entre ambos, pero, por algún extraño motivo, no es algo violento.
En realidad, desde que la conozco, la he odiado e incluso he querido golpearla en la cara con algo increíblemente pesado, pero nunca me he sentido incómoda a su lado.
Quizá ése sea un buen punto de partida para trabajar juntas.
Atravesamos el vestíbulo caminando una junto a la otra.
Santana me abre la puerta y, al salir, debido al aire frío de mediados de diciembre, todo mi cuerpo se tensa y las preguntas se estrellan unas contra otras en mi cerebro.
Tengo mucho en lo que pensar esta noche.
Un hombre de unos cincuenta años cuadra los hombros profesional al ver a Santana y se separa un paso del Jaguar negro en el que estaba apoyado.
—Lleve a la señorita Pierce a su casa—informa Santana—Ella le dará la dirección.
El conductor asiente y, presto, me abre la puerta de atrás. Santana me mira, pero sigue en silencio. Yo no sé qué decir.
Supongo que lo mejor es que me marche ya.
Asiento suavemente para reafirmarme y giro sobre mis pies para montarme en el coche.
—Al final es una cuestión de confianza —dice.
Su voz es ronca, pero extrañamente cálida, y detiene mis pies en seco antes de que mi cerebro hubiese decidido que quería pararme y enfrentarla.
—La confianza en sí, quiero decir. Es una jodida paradoja—continúa hablando con una suave sonrisa rascándose la barbilla—, Como aquella historia de los prisioneros y los policías de Dresher. Si quieres confiar en mí, tienes que confiar en que puedes confiar. Te lo dije esta tarde y vuelvo a repetírtelo: no hay nada escrito sobre Figgins Media. Todavía puedes salvarla.
Yo suspiro manteniéndole la mirada.
—Gracias —respondo.
Giro sobre mis pies de nuevo y entro en el coche. El conductor cierra tras mi paso y, por un momento, sigo observando a Santana a través del cristal.
Tiene razón, pero yo la tenía en que, aunque dijese lo que yo quería escuchar, no sabría si podría creerlo.
—Siento haber pintado tu pared—le digo tras bajar la ventanilla, asomándome.
El vehículo arranca y avanza los primeros metros. Santana sonríe y, sin esperar a que nos alejemos del todo, da media vuelta y regresa al edificio.
Definitivamente, tengo muchísimo en lo que pensar.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
hola morra,....
bueno britt ya encontró su respuesta,..
como la mato el inconsciente y la dejo en evidencia jajaja
a ver como va cuando se vean??
nos vemos!!
bueno britt ya encontró su respuesta,..
como la mato el inconsciente y la dejo en evidencia jajaja
a ver como va cuando se vean??
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
bueno, las cosas parecen mejorar!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,....
bueno britt ya encontró su respuesta,..
como la mato el inconsciente y la dejo en evidencia jajaja
a ver como va cuando se vean??
nos vemos!!
Hola lu, si... y eso es bueno o malo¿? xD jajajajaajajaj pobre rubia xD ajjaajajajajaj. Espero y ya mejor xD Saludos =D
micky morales escribió:bueno, las cosas parecen mejorar!!!!!!
Hola, y eso es más que bueno...solo espero y siga o sea así jaajjaajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 4 - P I
Capitulo 4 - Parte I
Santana
Corro más rápido de lo habitual, o por lo menos ésa es la sensación que tengo, porque las treinta y cinco manzanas hasta la catedral de San Patricio se funden como si sólo hubiesen sido una.
Acelero el ritmo.
Times Square. Central Park. De vuelta en el Upper East Side. Me detengo en seco frente a mi edificio y prácticamente me arranco los cascos de golpe.
What makes a good man?, de The Heavy, sigue sonando débil desde mi mano.
No he conseguido dejar de pensar.
Yo siempre consigo dejar de pensar.
Sacudo la cabeza, me echo el pelo hacia atrás con una mano y entro. Desde que ayer descubrí a Brittany en mi oficina, más concretamente desde que dijo que señor Figgins la salvó, no he podido parar de darle vueltas a las mismas preguntas.
¿De qué la salvó?
¿Qué ocurrió?
¿Cuándo?
Además, está el molesto hecho de cuánto me importa que ella no tenga claro que puede confiar en mí ni siquiera después de haberle dicho específicamente que todavía podemos salvar Figgins Media.
No soy ninguna gilipollas sin moral.
No voy a mandar una compañía con más de doscientas personas al traste sin antes intentar reflotarla.
Resoplo y salgo del ascensor.
También es verdad que nunca me ha temblado el pulso cuando acabar desmantelándola y vendiéndola ha sido lo que he tenido que hacer.
Abro el grifo de la ducha.
El baño se llena al instante de vapor. Me quito el sujetador deportivo y me meto bajo el chorro de agua caliente, casi hirviendo.
Quiero que confíe en mí y quiero que trabaje conmigo, aunque no tenga claro por qué quiero ninguna de esas dos cosas.
Me acomodo el pelo un par de veces mientras observo el Rock Center a través del enorme ventanal.
Me pregunto si ya habrá llegado, qué habrá decidido.
Repito el gesto y me concentro en el prospecto de inversiones que tengo delante.
No alzo la mirada cuando la oigo entrar.
Sé que podría ponerle las cosas más fáciles, pero yo ya dije todo lo que tenía que decir.
La decisión ahora depende de ella.
Me observa unos segundos y finalmente hunde los hombros como si se rindiese a la elección que ya ha hecho.
Camina hasta mí, coge una carpeta y se sienta a mi lado.
Ladeo la cabeza satisfecha y la observo un segundo antes de volver a mis papeles.
Sonrío.
Ha hecho lo que tenía que hacer.
—Que trabajemos juntas no significa que necesite ver tu sonrisa cada quince segundos—apunta.
Mi gesto automáticamente se ensancha.
—Yo tampoco necesito ver muchas cosas de ti que me hacen pensar otras muchas cosas y aquí estoy, dejándome llevar y disfrutando—replico.
—Descarada—responde divertida.
Sonrío de nuevo y ella también lo hace.
No sé por qué, pero me gusta tenerla cerca.
Un poco antes de la una, bajo a mi despacho.
Quiero tratar algunos asuntos con Emma antes de que se vaya a comer.
Trabajar con Brittany ha sido... diferente, mejor.
En la oficina, aunque Kitty, Quinn y yo sabemos exactamente lo que queremos y cómo lo queremos, también preferimos repartirnos el trabajo para que cada uno disfrute de su autonomía y no tengamos que molestarnos las unas a las otras para la toma de decisiones, así que siempre he trabajado sola y, por supuesto, nunca he estado sentada con alguien cinco horas sobre el suelo de moqueta de una planta desierta revisando proyectos.
No ha sido violento, ni siquiera incómodo.
No tenía dudas de que Brittany es inteligente, pero la manera en la que me ha aguantado el ritmo con cosas como inversiones o prospectos de capitalizaciones, que están tan alejadas de su campo, me ha sorprendido.
—Emma—la llamo tamborileando suavemente con los dedos sobre su escritorio de camino a mi despacho.
Ella se levanta y me sigue.
Mercedes no pierde detalle desde su mesa. Yo la observo hasta que deja de mirar a mi secretaria y me mira a mí, y sonrío. Ella disimula de inmediato a la vez que aparta la vista.
Fue la cómplice de Pierce.
Me pregunto hasta qué punto serán amigas.
Le pido varios informes a Emma y regreso con ella a la sala principal.
Hoy comeré con Noah Puckerman y revisaré algunos asuntos del edificio Pisano.
No hemos llegado todavía a su mesa cuando veo a Brittany salir de su despacho.
Pestañeo un par de veces mientras la sigo con la mirada.
Está diferente.
Se ha cambiado de vestido y se ha maquillado. De pronto parece una niña buena de familia adinerada.
La estudio de pie, esperando los ascensores.
Sigue estando preciosa, pero no parece ella, como si llevase puesto un uniforme.
Las puertas cerrándose me sacan de mi ensoñación y tardo un segundo entero en reordenar mis ideas...
¿Adónde demonios va?
Las reuniones con Noah Puckerman nunca son mi momento favorito del día, pero hoy me está resultando más insoportable de lo habitual.
Este hombre parece estar volviéndose más idiota por segundos.
Aún no ha terminado el primer plato cuando saco mi iPhone y, casi sin pensarlo, busco en Google el nombre de Brittany Pierce.
Quizá sea de una familia acomodada o algo por el estilo. La manera en la que iba vestida tiene una intención.
No es algo aleatorio.
Sin embargo, no hay nada.
Lo único remotamente interesante es que comparte apellido con una actriz
de los años setenta, Cara Pierce, que desapareció del panorama cinematográfico a principios de los ochenta.
Después de la tediosa comida, en lugar de regresar a Figgins Media, voy a mi oficina.
Necesito empezar a cerrar algunos asuntos y Quinn y Kitty querrán saber cómo ha ido todo con Puckerman. Podría haberlas llamado por teléfono, pero insultarnos en directo siempre resulta más divertido.
Saludo a Sugar y recojo los papeles con algunas llamadas anotadas que me tiende.
Nada importante.
Voy directo al despacho de Kitty. En cuanto me ve, su secretaria se levanta de un salto con cara de susto dispuesta a impedirme el paso.
—A la señorita Wilde no le gusta que lo interrumpan—balbucea.
Yo le guiño un ojo y le sonrío sin detenerme, y abro la puerta sin ni siquiera llamar.
Kitty alza la cabeza sentado al otro lado de su mesa y me fulmina con la mirada.
—No seas gruñona, joder—me quejo, cerrando la puerta tras de mí.
—¿Tú no tendrías que estar en Figgins Media?—inquiere arisca.
—Te echaba de menos.
Mi socia cabecea mostrando una sonrisa, dejándome por imposible, mientras vuelve a sus papeles.
—No finjas que tú no me echas de menos a mí—replico divertida.
—¿Qué tal ha ido con Puckerman?
Bufo mientras paso los dedos desinteresado por la colección de libros de economía de Kitty.
—Mal —respondo al fin.
—Deberíamos despedirlo.
—¿Y dejar al frente de Pisano a Jesse St.James? Ese tío tiene nombre de piloto de la NASCAR.
Las dos sonreímos.
Cojo un libro de derecho constitucional, uno increíble de Sullivan Matthews, y me siento en el borde de su mesa, dándole la espalda, al tiempo que empiezo a ojearlo.
—Además, Q no lo soportaría—le recuerdo—Lo odia a muerte desde que intentó ligarse a Rachel.
—Eso es cierto.
Kitty continúa trabajando y yo comienzo a leer.
Durante unos minutos permanecemos en silencio, cada una concentrada en lo que tiene delante.
Éste es uno de mis libros favoritos.
Sullivan Matthews fue el primero en decir que el Estado debía estar al servicio de los ciudadanos y no al revés, una especie de Revolución francesa, pero sin guillotina ni asaltos a prisiones. Él se limitó a señalar lo que era obvio y el reajuste fue orgánico y tranquilo.
Siempre me ha gustado esa idea.
Sabes lo que quieres, lo coges y lo conviertes en tu forma de vida sin dramatismos, todo lleno del control que uno siempre debe tener sobre lo que lo rodea.
—¿Te acuerdas de por qué decidimos montar esta empresa?—le pregunto, ladeando la cabeza para mirarla por encima del hombro.
—Sabíamos lo que queríamos—responde como si fuera obvio—, Buscábamos ganar dinero...—lo piensa un instante—... Y supongo que somos demasiado gilipollas para aguantar trabajar para otros.
Las dos volvemos a sonreír.
Yo también habría contestado eso, pero creo que hubo algo más.
—Sobre todo tú—añado.
—Es lógico, también soy la que tiene más dinero.
—Por eso Marley sigue contigo—bromeo.
—Capullo—replica conteniendo una sonrisa.
Continuamos en silencio unos minutos más.
—¿Te suena de algo el nombre de Brittany Pierce?—inquiero, esta vez con la vista aún clavada en el libro.
—Es la vicepresidenta de Figgins Media, ¿no?
—No me refiero a eso—me apresuro a aclarar—Quiero decir si reconoces a los Pierce como una de esas familias de gente absurdamente rica de Glen Cove.
Kitty lo piensa un momento y finalmente niega con la cabeza.
—No, pero tampoco conozco a todos los ricos del estado—apuntilla socarrona.
Frunzo los labios.
Esa respuesta no me vale.
—¿Por qué lo preguntas?
—Por nada. Me está ayudando a valorar las posibilidades de la compañía.
De pronto mi cuerpo entra en una extraña tensión y no sabría decir por qué.
¿Acaso no es la verdad?
—Estoy estudiando todas las opciones—añado encogiéndome de hombros, en cierta manera poniéndome en guardia.
—¿Y cómo van esas opciones?
Sonríe con cierta malicia y, aunque mi primer impulso es algo desconocido que no sé muy bien cómo gestionar, yo también sonrío y me relajo al instante, como si las aguas volviesen a su cauce.
—Si te refieres a la empresa, aún no hay nada decidido y, si te refieres a Brittany Pierce...
—¿Por qué das por hecho que me refería a ella?—contraataca.
—Porque eres una pervertida.
—Mira quién fue hablar.
—No me la estoy tirando ni nada parecido.
No sé por qué necesito aclararlo.
Es preciosa; puede que no en el sentido más convencional de la palabra, pero lo es, y no voy a negar que he fantaseado un par de veces con la idea de follármela.
Entonces, ¿cuál es el problema?
¿Por qué me molesta tanto que sea otra persona quien lo insinúe?
Además, ¿ le gustara las mujeres?
Cuando la miro descaradamente no se molesta, es más, sé que le gusta.
¿A quién no le gusta que la mire Santana López?
Kitty se recuesta sobre su silla y se toma unos segundos para observarme.
—Sabes que Evans no quiere salvar la compañía, ¿verdad?
—Entonces es una suerte que sea un gilipollas incapaz de trabajar para nadie.
Mi amiga sonríe más que satisfecha de la respuesta que acabo de darle y yo salgo de su despacho.
De camino al mío, sacudo la cabeza.
No hay por qué analizarlo todo en el preciso instante en que sucede, ni darle más vueltas de las precisas.
No tengo que comportarme conmigo como me comporto con un prospecto de inversiones, estudiándolo al detalle.
—Nada de dramatismos—murmuro.
Acelero el ritmo.
Times Square. Central Park. De vuelta en el Upper East Side. Me detengo en seco frente a mi edificio y prácticamente me arranco los cascos de golpe.
What makes a good man?, de The Heavy, sigue sonando débil desde mi mano.
No he conseguido dejar de pensar.
Yo siempre consigo dejar de pensar.
Sacudo la cabeza, me echo el pelo hacia atrás con una mano y entro. Desde que ayer descubrí a Brittany en mi oficina, más concretamente desde que dijo que señor Figgins la salvó, no he podido parar de darle vueltas a las mismas preguntas.
¿De qué la salvó?
¿Qué ocurrió?
¿Cuándo?
Además, está el molesto hecho de cuánto me importa que ella no tenga claro que puede confiar en mí ni siquiera después de haberle dicho específicamente que todavía podemos salvar Figgins Media.
No soy ninguna gilipollas sin moral.
No voy a mandar una compañía con más de doscientas personas al traste sin antes intentar reflotarla.
Resoplo y salgo del ascensor.
También es verdad que nunca me ha temblado el pulso cuando acabar desmantelándola y vendiéndola ha sido lo que he tenido que hacer.
Abro el grifo de la ducha.
El baño se llena al instante de vapor. Me quito el sujetador deportivo y me meto bajo el chorro de agua caliente, casi hirviendo.
Quiero que confíe en mí y quiero que trabaje conmigo, aunque no tenga claro por qué quiero ninguna de esas dos cosas.
Me acomodo el pelo un par de veces mientras observo el Rock Center a través del enorme ventanal.
Me pregunto si ya habrá llegado, qué habrá decidido.
Repito el gesto y me concentro en el prospecto de inversiones que tengo delante.
No alzo la mirada cuando la oigo entrar.
Sé que podría ponerle las cosas más fáciles, pero yo ya dije todo lo que tenía que decir.
La decisión ahora depende de ella.
Me observa unos segundos y finalmente hunde los hombros como si se rindiese a la elección que ya ha hecho.
Camina hasta mí, coge una carpeta y se sienta a mi lado.
Ladeo la cabeza satisfecha y la observo un segundo antes de volver a mis papeles.
Sonrío.
Ha hecho lo que tenía que hacer.
—Que trabajemos juntas no significa que necesite ver tu sonrisa cada quince segundos—apunta.
Mi gesto automáticamente se ensancha.
—Yo tampoco necesito ver muchas cosas de ti que me hacen pensar otras muchas cosas y aquí estoy, dejándome llevar y disfrutando—replico.
—Descarada—responde divertida.
Sonrío de nuevo y ella también lo hace.
No sé por qué, pero me gusta tenerla cerca.
Un poco antes de la una, bajo a mi despacho.
Quiero tratar algunos asuntos con Emma antes de que se vaya a comer.
Trabajar con Brittany ha sido... diferente, mejor.
En la oficina, aunque Kitty, Quinn y yo sabemos exactamente lo que queremos y cómo lo queremos, también preferimos repartirnos el trabajo para que cada uno disfrute de su autonomía y no tengamos que molestarnos las unas a las otras para la toma de decisiones, así que siempre he trabajado sola y, por supuesto, nunca he estado sentada con alguien cinco horas sobre el suelo de moqueta de una planta desierta revisando proyectos.
No ha sido violento, ni siquiera incómodo.
No tenía dudas de que Brittany es inteligente, pero la manera en la que me ha aguantado el ritmo con cosas como inversiones o prospectos de capitalizaciones, que están tan alejadas de su campo, me ha sorprendido.
—Emma—la llamo tamborileando suavemente con los dedos sobre su escritorio de camino a mi despacho.
Ella se levanta y me sigue.
Mercedes no pierde detalle desde su mesa. Yo la observo hasta que deja de mirar a mi secretaria y me mira a mí, y sonrío. Ella disimula de inmediato a la vez que aparta la vista.
Fue la cómplice de Pierce.
Me pregunto hasta qué punto serán amigas.
Le pido varios informes a Emma y regreso con ella a la sala principal.
Hoy comeré con Noah Puckerman y revisaré algunos asuntos del edificio Pisano.
No hemos llegado todavía a su mesa cuando veo a Brittany salir de su despacho.
Pestañeo un par de veces mientras la sigo con la mirada.
Está diferente.
Se ha cambiado de vestido y se ha maquillado. De pronto parece una niña buena de familia adinerada.
La estudio de pie, esperando los ascensores.
Sigue estando preciosa, pero no parece ella, como si llevase puesto un uniforme.
Las puertas cerrándose me sacan de mi ensoñación y tardo un segundo entero en reordenar mis ideas...
¿Adónde demonios va?
Las reuniones con Noah Puckerman nunca son mi momento favorito del día, pero hoy me está resultando más insoportable de lo habitual.
Este hombre parece estar volviéndose más idiota por segundos.
Aún no ha terminado el primer plato cuando saco mi iPhone y, casi sin pensarlo, busco en Google el nombre de Brittany Pierce.
Quizá sea de una familia acomodada o algo por el estilo. La manera en la que iba vestida tiene una intención.
No es algo aleatorio.
Sin embargo, no hay nada.
Lo único remotamente interesante es que comparte apellido con una actriz
de los años setenta, Cara Pierce, que desapareció del panorama cinematográfico a principios de los ochenta.
Después de la tediosa comida, en lugar de regresar a Figgins Media, voy a mi oficina.
Necesito empezar a cerrar algunos asuntos y Quinn y Kitty querrán saber cómo ha ido todo con Puckerman. Podría haberlas llamado por teléfono, pero insultarnos en directo siempre resulta más divertido.
Saludo a Sugar y recojo los papeles con algunas llamadas anotadas que me tiende.
Nada importante.
Voy directo al despacho de Kitty. En cuanto me ve, su secretaria se levanta de un salto con cara de susto dispuesta a impedirme el paso.
—A la señorita Wilde no le gusta que lo interrumpan—balbucea.
Yo le guiño un ojo y le sonrío sin detenerme, y abro la puerta sin ni siquiera llamar.
Kitty alza la cabeza sentado al otro lado de su mesa y me fulmina con la mirada.
—No seas gruñona, joder—me quejo, cerrando la puerta tras de mí.
—¿Tú no tendrías que estar en Figgins Media?—inquiere arisca.
—Te echaba de menos.
Mi socia cabecea mostrando una sonrisa, dejándome por imposible, mientras vuelve a sus papeles.
—No finjas que tú no me echas de menos a mí—replico divertida.
—¿Qué tal ha ido con Puckerman?
Bufo mientras paso los dedos desinteresado por la colección de libros de economía de Kitty.
—Mal —respondo al fin.
—Deberíamos despedirlo.
—¿Y dejar al frente de Pisano a Jesse St.James? Ese tío tiene nombre de piloto de la NASCAR.
Las dos sonreímos.
Cojo un libro de derecho constitucional, uno increíble de Sullivan Matthews, y me siento en el borde de su mesa, dándole la espalda, al tiempo que empiezo a ojearlo.
—Además, Q no lo soportaría—le recuerdo—Lo odia a muerte desde que intentó ligarse a Rachel.
—Eso es cierto.
Kitty continúa trabajando y yo comienzo a leer.
Durante unos minutos permanecemos en silencio, cada una concentrada en lo que tiene delante.
Éste es uno de mis libros favoritos.
Sullivan Matthews fue el primero en decir que el Estado debía estar al servicio de los ciudadanos y no al revés, una especie de Revolución francesa, pero sin guillotina ni asaltos a prisiones. Él se limitó a señalar lo que era obvio y el reajuste fue orgánico y tranquilo.
Siempre me ha gustado esa idea.
Sabes lo que quieres, lo coges y lo conviertes en tu forma de vida sin dramatismos, todo lleno del control que uno siempre debe tener sobre lo que lo rodea.
—¿Te acuerdas de por qué decidimos montar esta empresa?—le pregunto, ladeando la cabeza para mirarla por encima del hombro.
—Sabíamos lo que queríamos—responde como si fuera obvio—, Buscábamos ganar dinero...—lo piensa un instante—... Y supongo que somos demasiado gilipollas para aguantar trabajar para otros.
Las dos volvemos a sonreír.
Yo también habría contestado eso, pero creo que hubo algo más.
—Sobre todo tú—añado.
—Es lógico, también soy la que tiene más dinero.
—Por eso Marley sigue contigo—bromeo.
—Capullo—replica conteniendo una sonrisa.
Continuamos en silencio unos minutos más.
—¿Te suena de algo el nombre de Brittany Pierce?—inquiero, esta vez con la vista aún clavada en el libro.
—Es la vicepresidenta de Figgins Media, ¿no?
—No me refiero a eso—me apresuro a aclarar—Quiero decir si reconoces a los Pierce como una de esas familias de gente absurdamente rica de Glen Cove.
Kitty lo piensa un momento y finalmente niega con la cabeza.
—No, pero tampoco conozco a todos los ricos del estado—apuntilla socarrona.
Frunzo los labios.
Esa respuesta no me vale.
—¿Por qué lo preguntas?
—Por nada. Me está ayudando a valorar las posibilidades de la compañía.
De pronto mi cuerpo entra en una extraña tensión y no sabría decir por qué.
¿Acaso no es la verdad?
—Estoy estudiando todas las opciones—añado encogiéndome de hombros, en cierta manera poniéndome en guardia.
—¿Y cómo van esas opciones?
Sonríe con cierta malicia y, aunque mi primer impulso es algo desconocido que no sé muy bien cómo gestionar, yo también sonrío y me relajo al instante, como si las aguas volviesen a su cauce.
—Si te refieres a la empresa, aún no hay nada decidido y, si te refieres a Brittany Pierce...
—¿Por qué das por hecho que me refería a ella?—contraataca.
—Porque eres una pervertida.
—Mira quién fue hablar.
—No me la estoy tirando ni nada parecido.
No sé por qué necesito aclararlo.
Es preciosa; puede que no en el sentido más convencional de la palabra, pero lo es, y no voy a negar que he fantaseado un par de veces con la idea de follármela.
Entonces, ¿cuál es el problema?
¿Por qué me molesta tanto que sea otra persona quien lo insinúe?
Además, ¿ le gustara las mujeres?
Cuando la miro descaradamente no se molesta, es más, sé que le gusta.
¿A quién no le gusta que la mire Santana López?
Kitty se recuesta sobre su silla y se toma unos segundos para observarme.
—Sabes que Evans no quiere salvar la compañía, ¿verdad?
—Entonces es una suerte que sea un gilipollas incapaz de trabajar para nadie.
Mi amiga sonríe más que satisfecha de la respuesta que acabo de darle y yo salgo de su despacho.
De camino al mío, sacudo la cabeza.
No hay por qué analizarlo todo en el preciso instante en que sucede, ni darle más vueltas de las precisas.
No tengo que comportarme conmigo como me comporto con un prospecto de inversiones, estudiándolo al detalle.
—Nada de dramatismos—murmuro.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Hola morra...
Bueno para ser el primer dia de trabajo van bien hasta ahora!!
Mmmmm a ver hasta donde puede aguantar san sin intentar tirarse a britt jajaja
Nos vemos!!!
Bueno para ser el primer dia de trabajo van bien hasta ahora!!
Mmmmm a ver hasta donde puede aguantar san sin intentar tirarse a britt jajaja
Nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Las cosas parecen encaminadas, espero continuen asi!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Pues por ahora una especie de tregua para trabajar ... Aunque San esta cada vez mas interesada en Britt.
Y al final que decidirá San hacerle caso a Evans o salvar la compañía?
Y al final que decidirá San hacerle caso a Evans o salvar la compañía?
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:Hola morra...
Bueno para ser el primer dia de trabajo van bien hasta ahora!!
Mmmmm a ver hasta donde puede aguantar san sin intentar tirarse a britt jajaja
Nos vemos!!!
Hola lu, eso mismo, hasta ahora, es la palabra clave jajajajajaja y espero siga así y mejore! ajajajajaja. Mmmm... espero y nada tampoco xD jajajaja. Saludos =D
micky morales escribió:Las cosas parecen encaminadas, espero continuen asi!!!!!
Hola, si y espero sea y siga así xD jajajajaja. JAjajajajaa lo mismo pienso xD Saludos =D
JVM escribió:Pues por ahora una especie de tregua para trabajar ... Aunque San esta cada vez mas interesada en Britt.
Y al final que decidirá San hacerle caso a Evans o salvar la compañía?
Hola, algo es algo, no¿? xD Si, y como no¿? ajjaajajajajaj, pero bn ai xD =/ espero y salvar la compañía la vrdd =/ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 4 - P II
Capitulo 4 - Parte II
Santana
Me paso las siguientes horas trabajando y, antes de irme a mi departamento, darme una ducha y marcharme al Archetype, decido pasar por Figgins Media para asegurarme de que han mandado todo lo que pedí desde el edificio Pisano.
Estoy ojeando la tercera carpeta cuando me doy cuenta de que varias cosas no están saliendo como quiero.
Miro el reloj y resoplo.
Si me doy prisa, podré tenerlo todo listo en una hora.
Cojo los archivos que necesito y subo a la última planta.
Acabo de cruzar el austero marco cuando veo a Brittany de pie, de cara a los inmensos ventanales.
Ya no está vestida como este mediodía y es obvio que está llorando.
Doy un paso más sin saber muy bien qué hacer. Una parte de mí quiere darse media vuelta, salir de aquí y llamar a Mercedes para que sea ella quien se ocupe de consolarla.
La otra quiere saber qué le ha ocurrido y pegarle una paliza al que haya provocado que esté así.
La segunda parte me inquieta bastante, pero también pesa más que la primera.
—Hola—digo, e inmediatamente pongo los ojos en blanco.
¿En serio no podía ocurrírseme nada mejor?
Al oírme, Brittany da un brinco y, rápida, se seca las lágrimas con el reverso de las manos.
—Maldita sea—susurra avergonzada—Creí que ya no volverías a la oficina por hoy—balbucea como excusa y se dirige hacia la puerta.
—Espera—le pido, agarrándola de la muñeca y obligándola a girarse.
El contacto nos pilla por sorpresa a ambas.
Ella clava la mirada en mis dedos rodeando su piel. No está enfadada, ni siquiera sorprendida.
Sus ojos están llenos de... curiosidad.
Abro la boca dispuesta a decir algo, pero acabo humedeciéndome los labios sin saber qué palabras pronunciar.
—No tienes que marcharte. Puedes contarme lo que te ha pasado.
Parece salir de su ensoñación y alza la cabeza buscando mi mirada.
—No me parece una buena idea.
—¿Por qué no? Es obvio que necesitas hablar y pensé que, después de que aceptaras que trabajáramos juntos, tenías claro que podías confiar en mí.
Me observa un segundo más y, como si cayera en la cuenta de algo, arruga el ceño.
—Pero eso no significa que seamos amigos.
Bufo a la vez que aparto mi mano de su muñeca.
Esta mujer es exasperante.
—Yo no he dicho eso—gruño—Por Dios, deja de estar siempre a la defensiva.
—Y tú deja de darlo todo por hecho—replica impertinente.
Sonrío y ni siquiera sé por qué, esto no tiene ninguna gracia, pero la sensación de tener cristalinamente claro que cada paso con Brittany va a ser una batalla me calienta por dentro.
—Discutir mejor que llorar, ¿no?
Ahora es ella la que sonríe.
—He discutido con mi hermano, Sam—dice al fin—Hoy hemos almorzado juntos y hemos acabado peleándonos—su respiración vuelve a entrecortarse—Las cosas son complicadas con él.
Se encoge de hombros y yo estudio cada gesto que hace.
—¿Por qué las cosas son complicadas con él?
—No está de acuerdo con algunas decisiones que tomé.
—¿Y tus padres?
—Sólo estamos él y yo—se apresura a responder—Es mi hermano mayor y está convencido de que tiene que cuidar de mí.
Asiento y durante un par de segundos nos quedamos calladas.
Es curioso, pero con ninguna pregunta he tenido la necesidad de pedir disculpas por ser un entrometido, ni Brittany se ha negado a contestar; tampoco me ha importado estar sabiendo más de ella.
—Y, si no tienen una buena relación, ¿por qué aceptas comer con él?
Brittany arruga el gesto de nuevo, como si no entendiese mi pregunta.
—Porque es mi hermano—contesta como si fuera obvio.
Yo le mantengo la mirada y volvemos a quedarnos en silencio.
Eso es algo que jamás podré entender, pero en lo que no voy a meterme.
¿Por qué mantener en tu vida a alguien que no es bueno para ti?
Todo es más sencillo.
Experimentación y resultado.
Causa y efecto.
Si algo no funciona, apártalo.
—¿Y por qué han discutido?
Se sorbe los mocos, clava los ojos en sus propias manos y niega suavemente con la cabeza.
No puedo evitar sonreír contemplándola, es adorable.
—Por lo de siempre—responde—Él quiere que me comporte de una determinada manera, que haga las cosas que cree que debo hacer, y eso es muy difícil por demasiados motivos—se lleva la palma de una mano a la frente, casi tocándose los ojos, y sonríe nerviosa—Por Dios, debo de estar aburriéndote soberanamente.
—No te preocupes, con la segunda palabra me he puesto a pensar en el partido del New York City—replico con una sonrisa, buscando su mirada.
Brittany aparta la mano y me devuelve el gesto. Me gusta verla sonreír después de todo lo que me ha contado.
—Empató—responde pillándome por sorpresa. ¿Acaso le gusta el soccer?—Dos a dos, con el Dallas.
Yo sonrío divertida, eso sí que no me lo esperaba, y ella se encoge de hombros.
—¿Por qué no me cuentas algo de ti?—me pide—De tu familia. Así estaremos en paz.
Lo medito un instante estudiando su cara, sus ojos grandes y azules, su nariz respingona y sus labios.
No es una chica guapa, pero tampoco quiero dejar de mirarla.
—Mi familia era como cualquier familia Puerto Rico del este de Portland—contesto sin darle importancia—Diecisiete hermanos peleándonos por el cuarto de baño.
—¿Son diecisiete hermanos?—exclama con cara de susto.
Yo asiento de nuevo, encogiéndome de hombros, burlándome de ella.
—No—digo al fin, conteniendo una carcajada—Soy hija única. Me criaron mis abuelos.
—Eso no es muy Latino—conviene enarcando las cejas.
—Pero tener un papá que vive en el bar, sí.
Su expresión vuelve a cambiar en una décima de segundo.
—Lo siento, Santana—se disculpa, sintiéndose culpable por haber bromeado.
—No hay nada que sentir, Pierce. Mi papá eligió la vida que llevó. Yo estuve con mis abuelos y mi tía—busco de nuevo su mirada—Yo tuve una familia fantástica, él no—sentencio.
Al ver mi sonrisa, inmediatamente se contagia en sus labios.
Otra vez me sorprende la rapidez con la que hemos hablado de algo íntimo y personal y cómo ninguna de las dos parece haberse sentido incómoda con la situación.
—Todas estas violentas confidencias—bromeo, haciendo un vago gesto entre las dos con el que consigo que vuelva a sonreír—, Nos obligan a cenar algo.
Creo que Brittany niega con la cabeza incluso antes de que termine de pronunciar la última palabra.
—No puedo—se reafirma—No puedo ir a cenar contigo.
Yo pongo los ojos en blanco, la cojo de la mano y tiro de ella, obligándola a caminar.
—Sólo voy a invitarte a una hamburguesa con queso y patatas en la primera cafetería que encuentre—le dejo claro—No es una cita, Pierce. No voy a usar mi telequinesis para follarte en mi cama—suelto, girándome hacia ella, alzando la mano a la altura de los ojos y fingiendo que tengo poderes mentales.
Ella sonríe de nuevo.
—No sería telequinesis—me corrige redicha—, Tendrías que hipnotizarme.
—¿De verdad?—replico socarrona.
Brittany entiende de inmediato que me estaba burlando de ella y me golpea en el hombro, divertida.
—Eres idiota—se queja cantarina.
Yo sonrío y la obligo a bajar las escaleras.
—¿Por qué haces todo esto?—me pregunta cuando alcanzamos el último peldaño, sólo a unos metros de la puerta que nos llevará de regreso a la sala principal.
Me detengo y ella lo hace a mi lado, sin soltarse de mi mano. Mi sonrisa desaparece, pero vuelve en cuanto encuentro la respuesta.
—Porque me gusta hablar contigo.
Me preocupa sonar prepotente, pero la sensación apenas dura unos segundos.
Es que yo, Santana López, en mis veintiocho de plácida existencia, nunca me había parado a hablar con las mujeres más allá de dos frases vacías para llevármela a la cama... y, con Brittany, esa cálida sensación de intimidad, no es algo de lo que quiera huir, ni siquiera lo considero una antesala de nada más.
Y por algún extraño motivo sé que ella ha entendido cada palabra.
Su sonrisa se dulcifica y ahora es Brittany la que tira de mí para que sigamos andando.
—Ése es un buen motivo, López. Creo que me va a gustar que seamos amigas.
Estoy ojeando la tercera carpeta cuando me doy cuenta de que varias cosas no están saliendo como quiero.
Miro el reloj y resoplo.
Si me doy prisa, podré tenerlo todo listo en una hora.
Cojo los archivos que necesito y subo a la última planta.
Acabo de cruzar el austero marco cuando veo a Brittany de pie, de cara a los inmensos ventanales.
Ya no está vestida como este mediodía y es obvio que está llorando.
Doy un paso más sin saber muy bien qué hacer. Una parte de mí quiere darse media vuelta, salir de aquí y llamar a Mercedes para que sea ella quien se ocupe de consolarla.
La otra quiere saber qué le ha ocurrido y pegarle una paliza al que haya provocado que esté así.
La segunda parte me inquieta bastante, pero también pesa más que la primera.
—Hola—digo, e inmediatamente pongo los ojos en blanco.
¿En serio no podía ocurrírseme nada mejor?
Al oírme, Brittany da un brinco y, rápida, se seca las lágrimas con el reverso de las manos.
—Maldita sea—susurra avergonzada—Creí que ya no volverías a la oficina por hoy—balbucea como excusa y se dirige hacia la puerta.
—Espera—le pido, agarrándola de la muñeca y obligándola a girarse.
El contacto nos pilla por sorpresa a ambas.
Ella clava la mirada en mis dedos rodeando su piel. No está enfadada, ni siquiera sorprendida.
Sus ojos están llenos de... curiosidad.
Abro la boca dispuesta a decir algo, pero acabo humedeciéndome los labios sin saber qué palabras pronunciar.
—No tienes que marcharte. Puedes contarme lo que te ha pasado.
Parece salir de su ensoñación y alza la cabeza buscando mi mirada.
—No me parece una buena idea.
—¿Por qué no? Es obvio que necesitas hablar y pensé que, después de que aceptaras que trabajáramos juntos, tenías claro que podías confiar en mí.
Me observa un segundo más y, como si cayera en la cuenta de algo, arruga el ceño.
—Pero eso no significa que seamos amigos.
Bufo a la vez que aparto mi mano de su muñeca.
Esta mujer es exasperante.
—Yo no he dicho eso—gruño—Por Dios, deja de estar siempre a la defensiva.
—Y tú deja de darlo todo por hecho—replica impertinente.
Sonrío y ni siquiera sé por qué, esto no tiene ninguna gracia, pero la sensación de tener cristalinamente claro que cada paso con Brittany va a ser una batalla me calienta por dentro.
—Discutir mejor que llorar, ¿no?
Ahora es ella la que sonríe.
—He discutido con mi hermano, Sam—dice al fin—Hoy hemos almorzado juntos y hemos acabado peleándonos—su respiración vuelve a entrecortarse—Las cosas son complicadas con él.
Se encoge de hombros y yo estudio cada gesto que hace.
—¿Por qué las cosas son complicadas con él?
—No está de acuerdo con algunas decisiones que tomé.
—¿Y tus padres?
—Sólo estamos él y yo—se apresura a responder—Es mi hermano mayor y está convencido de que tiene que cuidar de mí.
Asiento y durante un par de segundos nos quedamos calladas.
Es curioso, pero con ninguna pregunta he tenido la necesidad de pedir disculpas por ser un entrometido, ni Brittany se ha negado a contestar; tampoco me ha importado estar sabiendo más de ella.
—Y, si no tienen una buena relación, ¿por qué aceptas comer con él?
Brittany arruga el gesto de nuevo, como si no entendiese mi pregunta.
—Porque es mi hermano—contesta como si fuera obvio.
Yo le mantengo la mirada y volvemos a quedarnos en silencio.
Eso es algo que jamás podré entender, pero en lo que no voy a meterme.
¿Por qué mantener en tu vida a alguien que no es bueno para ti?
Todo es más sencillo.
Experimentación y resultado.
Causa y efecto.
Si algo no funciona, apártalo.
—¿Y por qué han discutido?
Se sorbe los mocos, clava los ojos en sus propias manos y niega suavemente con la cabeza.
No puedo evitar sonreír contemplándola, es adorable.
—Por lo de siempre—responde—Él quiere que me comporte de una determinada manera, que haga las cosas que cree que debo hacer, y eso es muy difícil por demasiados motivos—se lleva la palma de una mano a la frente, casi tocándose los ojos, y sonríe nerviosa—Por Dios, debo de estar aburriéndote soberanamente.
—No te preocupes, con la segunda palabra me he puesto a pensar en el partido del New York City—replico con una sonrisa, buscando su mirada.
Brittany aparta la mano y me devuelve el gesto. Me gusta verla sonreír después de todo lo que me ha contado.
—Empató—responde pillándome por sorpresa. ¿Acaso le gusta el soccer?—Dos a dos, con el Dallas.
Yo sonrío divertida, eso sí que no me lo esperaba, y ella se encoge de hombros.
—¿Por qué no me cuentas algo de ti?—me pide—De tu familia. Así estaremos en paz.
Lo medito un instante estudiando su cara, sus ojos grandes y azules, su nariz respingona y sus labios.
No es una chica guapa, pero tampoco quiero dejar de mirarla.
—Mi familia era como cualquier familia Puerto Rico del este de Portland—contesto sin darle importancia—Diecisiete hermanos peleándonos por el cuarto de baño.
—¿Son diecisiete hermanos?—exclama con cara de susto.
Yo asiento de nuevo, encogiéndome de hombros, burlándome de ella.
—No—digo al fin, conteniendo una carcajada—Soy hija única. Me criaron mis abuelos.
—Eso no es muy Latino—conviene enarcando las cejas.
—Pero tener un papá que vive en el bar, sí.
Su expresión vuelve a cambiar en una décima de segundo.
—Lo siento, Santana—se disculpa, sintiéndose culpable por haber bromeado.
—No hay nada que sentir, Pierce. Mi papá eligió la vida que llevó. Yo estuve con mis abuelos y mi tía—busco de nuevo su mirada—Yo tuve una familia fantástica, él no—sentencio.
Al ver mi sonrisa, inmediatamente se contagia en sus labios.
Otra vez me sorprende la rapidez con la que hemos hablado de algo íntimo y personal y cómo ninguna de las dos parece haberse sentido incómoda con la situación.
—Todas estas violentas confidencias—bromeo, haciendo un vago gesto entre las dos con el que consigo que vuelva a sonreír—, Nos obligan a cenar algo.
Creo que Brittany niega con la cabeza incluso antes de que termine de pronunciar la última palabra.
—No puedo—se reafirma—No puedo ir a cenar contigo.
Yo pongo los ojos en blanco, la cojo de la mano y tiro de ella, obligándola a caminar.
—Sólo voy a invitarte a una hamburguesa con queso y patatas en la primera cafetería que encuentre—le dejo claro—No es una cita, Pierce. No voy a usar mi telequinesis para follarte en mi cama—suelto, girándome hacia ella, alzando la mano a la altura de los ojos y fingiendo que tengo poderes mentales.
Ella sonríe de nuevo.
—No sería telequinesis—me corrige redicha—, Tendrías que hipnotizarme.
—¿De verdad?—replico socarrona.
Brittany entiende de inmediato que me estaba burlando de ella y me golpea en el hombro, divertida.
—Eres idiota—se queja cantarina.
Yo sonrío y la obligo a bajar las escaleras.
—¿Por qué haces todo esto?—me pregunta cuando alcanzamos el último peldaño, sólo a unos metros de la puerta que nos llevará de regreso a la sala principal.
Me detengo y ella lo hace a mi lado, sin soltarse de mi mano. Mi sonrisa desaparece, pero vuelve en cuanto encuentro la respuesta.
—Porque me gusta hablar contigo.
Me preocupa sonar prepotente, pero la sensación apenas dura unos segundos.
Es que yo, Santana López, en mis veintiocho de plácida existencia, nunca me había parado a hablar con las mujeres más allá de dos frases vacías para llevármela a la cama... y, con Brittany, esa cálida sensación de intimidad, no es algo de lo que quiera huir, ni siquiera lo considero una antesala de nada más.
Y por algún extraño motivo sé que ella ha entendido cada palabra.
Su sonrisa se dulcifica y ahora es Brittany la que tira de mí para que sigamos andando.
—Ése es un buen motivo, López. Creo que me va a gustar que seamos amigas.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
bueno cuando conozca san a su cuñado creo que el odio va a ser mas,.. jajaja
van bien las cosas por ahora,..
van por el principio jajaja,..
nos vemos!!!
bueno cuando conozca san a su cuñado creo que el odio va a ser mas,.. jajaja
van bien las cosas por ahora,..
van por el principio jajaja,..
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Al fin, por Dios, por algo se empieza!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
bueno cuando conozca san a su cuñado creo que el odio va a ser mas,.. jajaja
van bien las cosas por ahora,..
van por el principio jajaja,..
nos vemos!!!
Hola lu, XD pienso igual la vrdd xD Si, y espero siga así! Jajaajjaajaj y eso es bueno jajajaja. Saludos =D
micky morales escribió:Al fin, por Dios, por algo se empieza!!!!!
Hola, jajaajjajajaaja sii!!! ya era hora xD jaajajajaj. Y si, como dices, x algo se empieza jajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 5 - P I
Capitulo 5 - Parte I
Brittany
Estoy a punto de llegar a las escaleras cuando oigo que Mercedes me llama.
Al volverme, la veo correr hacía mí, exhausta y con cara de pocos amigos a la vez.
—¿Has estado hasta ahora en la reunión?—pregunto sorprendida.
—Santana está loca—refunfuña—En la rueda de prensa pretende revisar los archivos contables, de inversiones y de capitalización... ¡de los últimos cinco años!
Sonrío.
Santana ha organizado, para dentro de ocho semanas, una importantísima reunión.
Intervienen tantos departamentos y empresas diferentes que designó un pequeño grupo que se encarga de coordinar y gestionar toda la documentación que se revisará en la reunión.
Mercedes está en dicho grupo.
A la rueda de prensa, como la llama Mercedes, porque según ella nunca vamos a ver más trajes de firma gris marengo juntos, vendrán las dos socias de Santana, Kitty Wilde y Quinn Fabray, además de abogados del despacho jurídico que representa al comprador y este último.
Lo sigo llamando comprador porque no sé ningún detalle sobre él, ni siquiera su nombre, y no ha sido por falta de ganas, pero, cada vez que he intentado usar algún subterfugio para averiguar algo, he acabado dándome de bruces con Santana, que siempre repite la misma frase: «el comprador quiere permanecer en el anonimato y la discreción es una regla fundamental para Wilde, López y Fabray».
A mi curiosidad y a mí no nos cae muy bien cuando dice eso.
—Si Santana les ha pedido tanta documentación, será por un buen motivo. Sabe lo que hace.
Mi amiga entorna los ojos y me barre con la mirada.
—¿Qué? —pregunto confusa.
—Nada —responde perspicaz al cabo de unos segundos.
Pongo los ojos en blanco y reanudo mi camino. No sé qué es lo que se está imaginando, pero no puedo quedarme a descubrirlo, tengo muchísimo trabajo.
—Recuerdas lo de esta tarde, ¿verdad? —inquiero girándome y andando de espaldas—Tienes que darle la medicina del tapón rojo. Es muy importante.
Lo pienso un instante:
—Será mejor que lo cancele todo y vaya a casa...
—No te preocupes—me interrumpe—Está todo controlado.
Frunzo los labios y finalmente me rindo.
Tiene razón.
—¿Qué haría sin ti? —le digo empujando la puerta de acceso a las escaleras con el culo.
—Sabes que no podrías vivir sin mí, pequeña.
—Lo sé, pequeña —sentencio con una sonrisa.
Subo de prisa las escaleras y en apenas un minuto estoy en la planta superior. Me quito los zapatos y, tras sonreírle al Rock Center, cojo una de las carpetas de las decenas apiladas y me siento junto a Santana.
Es curioso lo rápido que nos hemos acostumbrado la una a la otra en el sentido laboral.
Santana no está obsesionada con el trabajo, pero sí disfruta muchísimo con lo que hace y eso lo vuelve todo más fácil.
Sólo llevamos dos semanas colaborando, pero nos compenetramos muy bien.
Algunas personas tardan mucho más tiempo en lograrlo y en el ochenta por ciento de los casos ni siquiera acaba funcionando.
Abro el dosier sobre mi regazo y cojo un lápiz del cubilete entre los dos, el único material o mobiliario de oficina de toda la planta.
Reviso el primer documento.
Es la propuesta de inversión de Ryder Lynn, algo muy provechoso para Figgins Media y que probablemente nos sacaría del pozo.
El señor Figgins le ha pedido a Santana que se encargue de las gestiones y, en última estancia, decida si aceptamos o no la propuesta, aunque es un mero trámite, está claro que dirá que sí.
Concentrada, me llevo el lápiz a los dientes.
—Ni se te ocurra—murmura con la mirada fija en la tabla de inversiones que corrige.
No puede hacerme esto.
Tengo la costumbre de mordisquear los lápices desde la escuela primera.
—Así pienso mejor—me defiendo.
—¿Tengo pinta de que me importe?
Entorno los ojos y acabo dedicándole un mohín a la vez que dejo caer el lápiz en el cubilete.
Eso también ha sido muy de escuela primaria.
—¿Cuántos años dices que tienes?—pregunta burlona, aún sin levantar la mirada—Aunque no sé por qué pregunto, el otro día encontré una piruleta en tu bolso.
—La piruleta no era mía—protesto.
—Entonces, ¿de quién era?—contraataca sin dejar de prestar atención a sus papeles.
Abro la boca dispuesta a contestar, pero la cierro de inmediato, frenándome a mí misma. Frunzo los labios y lo pienso un instante.
Sonrío.
Tengo la respuesta perfecta.
—No vayas por ahí, López—replico veloz—Tengo muchos trapos sucios sobre ti. Ayer te vi robarle una chocolatina a una chica de su mesa.
Santana sonríe.
—Uno, no era una chocolatina—dice ladeando la cabeza para mirarme—Era una Three Musketeers.
Yo me llevo dos dedos a la boca abierta, fingiendo que sólo de oír el nombre del dulce me dan ganas de vomitar.
Santana me observa muy seria, tratando de contener una sonrisa.
—¿Y dos?—la apremio impertinente, como si no hubiese hecho nada fuera de lo común.
—Y dos, no le estaba robando nada. Había escrito su número de teléfono en el envoltorio—sentencia con una sonrisa traviesa.
Le dedico un nuevo mohín, se lo ha ganado a pulso, pero de pronto caigo en la cuenta de algo que, en realidad, llevo pensando semanas.
Santana López es el sexo con piernas.
Es un hecho objetivo.
Hay algo en su forma de moverse, de mirar... Y cuando tu vida sexual se para de golpe y para siempre a los diecisiete años, una mujer así resulta, cuando menos, intrigante.
—Háblame de tus experiencias sexuales, Señorita Mujeriega.
Santana se echa a reír sincero.
Mi comentario y su apodo le han pillado por sorpresa.
—¿Que te hable de qué?—hace una pequeña pausa—No sé. Creo que no quiero—confiesa sin que la sonrisa lo abandone.
—Vamos—gimoteo girándome hacia ella—Vamos, vamos—añado con voz de cachorrito.
Ya hablamos de todo.
Como que sabe que soy bisexual y yo se que ella es lesbiana. Tenemos esa clase de confianza que me permite, por ejemplo, llamarla capullo cuando se lo merece, cosa que ocurre la mayor parte del tiempo, y ella la tiene para comerse la mitad de mi sándwich y beberse tres cuartas partes de mi refresco después de haber dicho que no quería almorzar.
¿Por qué hablar de sexo iba a ser diferente?
—Está bien—claudica resignada.
Yo sonrío de oreja a oreja, incluso doy unas palmaditas.
—¿Qué quieres saber?
—No lo sé...—tengo la sensación de que estoy a punto de mantener una conversación con uno de los protagonistas de novela romántica que tanto me gusta leer...
Me llevo el pulgar a la boca, pero Santana alza la mano y lo aparta.
Eso tampoco es nada justo.
Necesito hacerlo cuando estoy nerviosa.
Santana me observa impasible y yo acabo arrugando la nariz sólo para que deje de mirarme como un profesor de escuela.
—Quiero saberlo todo—contesto al fin muy segura.
Bien dicho, Bluebird. No todos los días puedes recibir una pizca de sabiduría directamente de la dalái lama del sexo.
—No voy a contártelo todo—replica conteniendo una nueva carcajada—Un mago necesita guardarse algunos trucos.
—¿Piensas usarlos conmigo, López?—bromeo.
—¿Piensas darme la oportunidad, Pierce?
—Eso depende —digo muy resuelta.
Santana frunce el ceño y me mira con interés.
—Desde luego no me esperaba esa respuesta—confiesa con una sonrisa—Y... ¿se puede saber de qué depende?
—De tus experiencias.
Por un momento parece todavía más confusa y yo no puedo evitar sonreír un poco satisfecha y con un poco de malicia.
No pasa muy a menudo, por no decir nunca, que consiga dejarla fuera de juego.
Normalmente es al revés.
—Estoy calibrándote—me explico divertida y también un poco desafiante.
Me observa un segundo y se humedece el labio inferior justo antes de empezar a hablar.
Sencillamente ha recuperado el control.
—He hecho todo lo que he querido con quien ha querido compartirlo conmigo.
Uau.
Pestañeo y reordeno las ideas.
Esa frase ha sido lo más sensual que he oído en diez años.
—No le has dicho que no a muchas mujeres, ¿verdad?
Quiero sonar divertida, o por lo menos desenfadada, pero no tengo claro que lo haya conseguido.
Santana vuelve a sonreír al tiempo que recoge su pierna. Sin pretenderlo, la tela roza mi muslo.
Ella no se mueve.
Yo tampoco.
No quiero.
—¿Me estás llamando fácil?
Alzo la mirada a la vez que balanceo la cabeza suavemente, meditando la respuesta.
—Mujeriega.
—Otra vez.
Por una décima de segundo parece molesta, pero su sonrisa brilla de nuevo y me doy cuenta de que obviamente lo he malinterpretado.
—Me gustan las mujeres, y no me avergüenzo de ello, Niña Buena—su apodo me pilla por sorpresa, pero inexplicablemente también consigue que algo dentro de mí se tense deliciosamente—He disfrutado con ellas y ellas también lo han hecho conmigo. He probado casi todo lo que me han ofrecido y digamos que he aprendido cuáles son mis perversiones favoritas.
Su sonrisa se oscurece y tengo la sensación de que el lobo está saliendo de su letargo.
—¿Y... y cuáles son? —balbuceo.
Santana se inclina un poco más.
Ya no sólo me toca su pierna.
Nuestros hombros casi se rozan y me doy cuenta de cómo de cerca está su mano de la mía. Sólo tendría que estirar los dedos y podría rozarla o, mejor aún, ella podría rozar la mía.
Lo que ha dicho, cada palabra que ha pronunciado y cómo lo ha hecho, han provocado que me diluya en el deseo más íntimo y sensual que he sentido en mi vida.
Estoy hipnotizada y quiero más.
—Todas y cada una de ellas—susurra salvajemente sensual.
Joder.
Me quedo observándola.
No quiero, pero tampoco soy capaz de dejar de hacerlo.
Santana se aparta y, con el movimiento, de pronto, la manera en la que lleva el vestido a rayas, me llama poderosamente la atención.
Maldita sea, viene a trabajar así todos los días, ¿por qué parece que acabo de descubrirlo hoy?
Noto algo entre los dos y al fin consigo salir de esta especie de ensoñación.
Agacho la cabeza y, confusa, observo cómo me está tendiendo uno de los lápices del cubilete.
—Te lo presto—dice con una media sonrisa de lo más socarrona—Parece que ahora sí necesitas algo con lo que entretenerte.
Abro la boca escandalizada, enfadada y muy indignada, y, cuando la veo sonreír encantado por su propia broma... sencillamente es el colmo.
Cojo los tres lápices que quedan en el cubilete y rápidamente los lamo de arriba abajo bajo su atónita mirada. Los suelto en el bote y, antes de que pueda pensar con claridad en lo que acabo de hacer, rompo a reír como una niña.
—Malditos veintisiete años—farfulla divertida, cabeceando y volviendo a los documentos que revisaba.
Cuando mis carcajadas se diluyen, lo imito y vuelvo al trabajo.
Sin embargo, no han pasado más de un par de segundos cuando pierdo la vista en el Rock Center justo en el mismo instante en el que mi mente decide regalarme imágenes muy vívidas de todo lo que acaba de contarme Santana, con ella como protagonista.
Suspiro discretamente y vuelvo la vista a las carpetas.
Ahí está la diferencia entre hablar de sexo y hacerlo de todo lo demás, que ahora no puedo dejar de imaginármela desnuda... Guapísima Gilipollas.
Al volverme, la veo correr hacía mí, exhausta y con cara de pocos amigos a la vez.
—¿Has estado hasta ahora en la reunión?—pregunto sorprendida.
—Santana está loca—refunfuña—En la rueda de prensa pretende revisar los archivos contables, de inversiones y de capitalización... ¡de los últimos cinco años!
Sonrío.
Santana ha organizado, para dentro de ocho semanas, una importantísima reunión.
Intervienen tantos departamentos y empresas diferentes que designó un pequeño grupo que se encarga de coordinar y gestionar toda la documentación que se revisará en la reunión.
Mercedes está en dicho grupo.
A la rueda de prensa, como la llama Mercedes, porque según ella nunca vamos a ver más trajes de firma gris marengo juntos, vendrán las dos socias de Santana, Kitty Wilde y Quinn Fabray, además de abogados del despacho jurídico que representa al comprador y este último.
Lo sigo llamando comprador porque no sé ningún detalle sobre él, ni siquiera su nombre, y no ha sido por falta de ganas, pero, cada vez que he intentado usar algún subterfugio para averiguar algo, he acabado dándome de bruces con Santana, que siempre repite la misma frase: «el comprador quiere permanecer en el anonimato y la discreción es una regla fundamental para Wilde, López y Fabray».
A mi curiosidad y a mí no nos cae muy bien cuando dice eso.
—Si Santana les ha pedido tanta documentación, será por un buen motivo. Sabe lo que hace.
Mi amiga entorna los ojos y me barre con la mirada.
—¿Qué? —pregunto confusa.
—Nada —responde perspicaz al cabo de unos segundos.
Pongo los ojos en blanco y reanudo mi camino. No sé qué es lo que se está imaginando, pero no puedo quedarme a descubrirlo, tengo muchísimo trabajo.
—Recuerdas lo de esta tarde, ¿verdad? —inquiero girándome y andando de espaldas—Tienes que darle la medicina del tapón rojo. Es muy importante.
Lo pienso un instante:
—Será mejor que lo cancele todo y vaya a casa...
—No te preocupes—me interrumpe—Está todo controlado.
Frunzo los labios y finalmente me rindo.
Tiene razón.
—¿Qué haría sin ti? —le digo empujando la puerta de acceso a las escaleras con el culo.
—Sabes que no podrías vivir sin mí, pequeña.
—Lo sé, pequeña —sentencio con una sonrisa.
Subo de prisa las escaleras y en apenas un minuto estoy en la planta superior. Me quito los zapatos y, tras sonreírle al Rock Center, cojo una de las carpetas de las decenas apiladas y me siento junto a Santana.
Es curioso lo rápido que nos hemos acostumbrado la una a la otra en el sentido laboral.
Santana no está obsesionada con el trabajo, pero sí disfruta muchísimo con lo que hace y eso lo vuelve todo más fácil.
Sólo llevamos dos semanas colaborando, pero nos compenetramos muy bien.
Algunas personas tardan mucho más tiempo en lograrlo y en el ochenta por ciento de los casos ni siquiera acaba funcionando.
Abro el dosier sobre mi regazo y cojo un lápiz del cubilete entre los dos, el único material o mobiliario de oficina de toda la planta.
Reviso el primer documento.
Es la propuesta de inversión de Ryder Lynn, algo muy provechoso para Figgins Media y que probablemente nos sacaría del pozo.
El señor Figgins le ha pedido a Santana que se encargue de las gestiones y, en última estancia, decida si aceptamos o no la propuesta, aunque es un mero trámite, está claro que dirá que sí.
Concentrada, me llevo el lápiz a los dientes.
—Ni se te ocurra—murmura con la mirada fija en la tabla de inversiones que corrige.
No puede hacerme esto.
Tengo la costumbre de mordisquear los lápices desde la escuela primera.
—Así pienso mejor—me defiendo.
—¿Tengo pinta de que me importe?
Entorno los ojos y acabo dedicándole un mohín a la vez que dejo caer el lápiz en el cubilete.
Eso también ha sido muy de escuela primaria.
—¿Cuántos años dices que tienes?—pregunta burlona, aún sin levantar la mirada—Aunque no sé por qué pregunto, el otro día encontré una piruleta en tu bolso.
—La piruleta no era mía—protesto.
—Entonces, ¿de quién era?—contraataca sin dejar de prestar atención a sus papeles.
Abro la boca dispuesta a contestar, pero la cierro de inmediato, frenándome a mí misma. Frunzo los labios y lo pienso un instante.
Sonrío.
Tengo la respuesta perfecta.
—No vayas por ahí, López—replico veloz—Tengo muchos trapos sucios sobre ti. Ayer te vi robarle una chocolatina a una chica de su mesa.
Santana sonríe.
—Uno, no era una chocolatina—dice ladeando la cabeza para mirarme—Era una Three Musketeers.
Yo me llevo dos dedos a la boca abierta, fingiendo que sólo de oír el nombre del dulce me dan ganas de vomitar.
Santana me observa muy seria, tratando de contener una sonrisa.
—¿Y dos?—la apremio impertinente, como si no hubiese hecho nada fuera de lo común.
—Y dos, no le estaba robando nada. Había escrito su número de teléfono en el envoltorio—sentencia con una sonrisa traviesa.
Le dedico un nuevo mohín, se lo ha ganado a pulso, pero de pronto caigo en la cuenta de algo que, en realidad, llevo pensando semanas.
Santana López es el sexo con piernas.
Es un hecho objetivo.
Hay algo en su forma de moverse, de mirar... Y cuando tu vida sexual se para de golpe y para siempre a los diecisiete años, una mujer así resulta, cuando menos, intrigante.
—Háblame de tus experiencias sexuales, Señorita Mujeriega.
Santana se echa a reír sincero.
Mi comentario y su apodo le han pillado por sorpresa.
—¿Que te hable de qué?—hace una pequeña pausa—No sé. Creo que no quiero—confiesa sin que la sonrisa lo abandone.
—Vamos—gimoteo girándome hacia ella—Vamos, vamos—añado con voz de cachorrito.
Ya hablamos de todo.
Como que sabe que soy bisexual y yo se que ella es lesbiana. Tenemos esa clase de confianza que me permite, por ejemplo, llamarla capullo cuando se lo merece, cosa que ocurre la mayor parte del tiempo, y ella la tiene para comerse la mitad de mi sándwich y beberse tres cuartas partes de mi refresco después de haber dicho que no quería almorzar.
¿Por qué hablar de sexo iba a ser diferente?
—Está bien—claudica resignada.
Yo sonrío de oreja a oreja, incluso doy unas palmaditas.
—¿Qué quieres saber?
—No lo sé...—tengo la sensación de que estoy a punto de mantener una conversación con uno de los protagonistas de novela romántica que tanto me gusta leer...
Me llevo el pulgar a la boca, pero Santana alza la mano y lo aparta.
Eso tampoco es nada justo.
Necesito hacerlo cuando estoy nerviosa.
Santana me observa impasible y yo acabo arrugando la nariz sólo para que deje de mirarme como un profesor de escuela.
—Quiero saberlo todo—contesto al fin muy segura.
Bien dicho, Bluebird. No todos los días puedes recibir una pizca de sabiduría directamente de la dalái lama del sexo.
—No voy a contártelo todo—replica conteniendo una nueva carcajada—Un mago necesita guardarse algunos trucos.
—¿Piensas usarlos conmigo, López?—bromeo.
—¿Piensas darme la oportunidad, Pierce?
—Eso depende —digo muy resuelta.
Santana frunce el ceño y me mira con interés.
—Desde luego no me esperaba esa respuesta—confiesa con una sonrisa—Y... ¿se puede saber de qué depende?
—De tus experiencias.
Por un momento parece todavía más confusa y yo no puedo evitar sonreír un poco satisfecha y con un poco de malicia.
No pasa muy a menudo, por no decir nunca, que consiga dejarla fuera de juego.
Normalmente es al revés.
—Estoy calibrándote—me explico divertida y también un poco desafiante.
Me observa un segundo y se humedece el labio inferior justo antes de empezar a hablar.
Sencillamente ha recuperado el control.
—He hecho todo lo que he querido con quien ha querido compartirlo conmigo.
Uau.
Pestañeo y reordeno las ideas.
Esa frase ha sido lo más sensual que he oído en diez años.
—No le has dicho que no a muchas mujeres, ¿verdad?
Quiero sonar divertida, o por lo menos desenfadada, pero no tengo claro que lo haya conseguido.
Santana vuelve a sonreír al tiempo que recoge su pierna. Sin pretenderlo, la tela roza mi muslo.
Ella no se mueve.
Yo tampoco.
No quiero.
—¿Me estás llamando fácil?
Alzo la mirada a la vez que balanceo la cabeza suavemente, meditando la respuesta.
—Mujeriega.
—Otra vez.
Por una décima de segundo parece molesta, pero su sonrisa brilla de nuevo y me doy cuenta de que obviamente lo he malinterpretado.
—Me gustan las mujeres, y no me avergüenzo de ello, Niña Buena—su apodo me pilla por sorpresa, pero inexplicablemente también consigue que algo dentro de mí se tense deliciosamente—He disfrutado con ellas y ellas también lo han hecho conmigo. He probado casi todo lo que me han ofrecido y digamos que he aprendido cuáles son mis perversiones favoritas.
Su sonrisa se oscurece y tengo la sensación de que el lobo está saliendo de su letargo.
—¿Y... y cuáles son? —balbuceo.
Santana se inclina un poco más.
Ya no sólo me toca su pierna.
Nuestros hombros casi se rozan y me doy cuenta de cómo de cerca está su mano de la mía. Sólo tendría que estirar los dedos y podría rozarla o, mejor aún, ella podría rozar la mía.
Lo que ha dicho, cada palabra que ha pronunciado y cómo lo ha hecho, han provocado que me diluya en el deseo más íntimo y sensual que he sentido en mi vida.
Estoy hipnotizada y quiero más.
—Todas y cada una de ellas—susurra salvajemente sensual.
Joder.
Me quedo observándola.
No quiero, pero tampoco soy capaz de dejar de hacerlo.
Santana se aparta y, con el movimiento, de pronto, la manera en la que lleva el vestido a rayas, me llama poderosamente la atención.
Maldita sea, viene a trabajar así todos los días, ¿por qué parece que acabo de descubrirlo hoy?
Noto algo entre los dos y al fin consigo salir de esta especie de ensoñación.
Agacho la cabeza y, confusa, observo cómo me está tendiendo uno de los lápices del cubilete.
—Te lo presto—dice con una media sonrisa de lo más socarrona—Parece que ahora sí necesitas algo con lo que entretenerte.
Abro la boca escandalizada, enfadada y muy indignada, y, cuando la veo sonreír encantado por su propia broma... sencillamente es el colmo.
Cojo los tres lápices que quedan en el cubilete y rápidamente los lamo de arriba abajo bajo su atónita mirada. Los suelto en el bote y, antes de que pueda pensar con claridad en lo que acabo de hacer, rompo a reír como una niña.
—Malditos veintisiete años—farfulla divertida, cabeceando y volviendo a los documentos que revisaba.
Cuando mis carcajadas se diluyen, lo imito y vuelvo al trabajo.
Sin embargo, no han pasado más de un par de segundos cuando pierdo la vista en el Rock Center justo en el mismo instante en el que mi mente decide regalarme imágenes muy vívidas de todo lo que acaba de contarme Santana, con ella como protagonista.
Suspiro discretamente y vuelvo la vista a las carpetas.
Ahí está la diferencia entre hablar de sexo y hacerlo de todo lo demás, que ahora no puedo dejar de imaginármela desnuda... Guapísima Gilipollas.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Hola morra...
Jajaja arma de doble filo es hablar con san de sexo!!!
Bueno la están pasando bien dentro de todo!!
Ya no.creo que britt sola imagine a san sino al revés jajaja...
Nos vemos!!!!
Jajaja arma de doble filo es hablar con san de sexo!!!
Bueno la están pasando bien dentro de todo!!
Ya no.creo que britt sola imagine a san sino al revés jajaja...
Nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
ahi vamos, poco a poco!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Jajajaja pues que se lleven bien ya es un gran paso.....
Ahora el hermano de Britt quiere comprar la compañía para que haga lo que el quiere???
Espero que las cosas sigan igual entre las chicas y que avancen mas !
Ahora el hermano de Britt quiere comprar la compañía para que haga lo que el quiere???
Espero que las cosas sigan igual entre las chicas y que avancen mas !
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:Hola morra...
Jajaja arma de doble filo es hablar con san de sexo!!!
Bueno la están pasando bien dentro de todo!!
Ya no.creo que britt sola imagine a san sino al revés jajaja...
Nos vemos!!!!
Hola lu, jajajajajaja si, si que lo es xD jajajajajajaja. Y eso es buenos, y tmbn espero que siga así xD jajajajaajjaaj. JAjajajajajaaj yo tmbn... ambas lo hacen! jajaja. Saludos =D
micky morales escribió:ahi vamos, poco a poco!!!!!
Hola, jajajajajaaj si, van avanzando bn esas dos! y es muy bueno! ajajajjaa. Saludos =D
JVM escribió:Jajajaja pues que se lleven bien ya es un gran paso.....
Ahora el hermano de Britt quiere comprar la compañía para que haga lo que el quiere???
Espero que las cosas sigan igual entre las chicas y que avancen mas !
Hola, si, si q lo es! esperemos y siga así ajajajjaaj. ¬¬ que clase de hermano es ese ¬¬ Yo tmbn, espero y sea así tmbn jajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 5 - P II
Capitulo 5 - Parte II
Brittany
Más tarde, sigo trabajando.
Ya ha anochecido y todos se han marchado a casa, pero yo necesito terminar el informe sobre la propuesta de inversión de Ryder Lynn.
Es muy importante, pero no encuentro la maldita carpeta que necesito.
—¿Dónde he metido esos condenados archivos?—me quejo levantando cada carpeta de mi escritorio.
Resoplo y me llevo las manos a las caderas.
En ese momento la puerta se abre y entra Santana.
—Tengo hambre, Niña Buena. Nos vamos a cenar.
—No puedo—respondo.
Necesito encontrar esos papales, así que voy a dejar para otro momento el explicarle a la señorita «el mundo es mío» que el que tiene hambre es ella, no yo, así que no tengo por qué ir; además de repasar las grandes batallas: tienes que llamar antes de entrar y no me llames Niña Buena.
Sonrío.
¿A quién pretendo engañar?
Es una causa perdida.
—Sí que puedes —contraataca.
—No, en serio. Tengo que encontrar los archivos de la propuesta de Ryder Lynn para acabar el informe. El señor Figgins lo quiere a primera hora... y no sé dónde está la maldita carpeta—concluyo levantando por tercera vez mi portátil como si mágicamente hubiese ido a parar ahí.
Tan pronto como dejo de nuevo el ordenador sobre la mesa, tuerzo el gesto.
Acabo de recordar dónde la dejé; más concretamente, la he visualizado sobre otros dosieres, perfectamente cuadrados y ordenados encima de la mesa de Matt Rutherford, el jefe del departamento contable.
Yo misma se la llevé esta tarde y olvidé recogerla.
¡Soy idiota!
—Está en el despacho de Rutherford —gimoteo.
—Bueno ve a buscarla.
—Ya se ha marchado.
—Bueno entra en su despacho—responde como si fuera obvio.
—Está cerrado con llave.
—Llama al conserje y dile que te abra la puerta. El despacho es tuyo.
Yo sonrío socarrona.
—Y todos los que trabajan aquí—continúo con la voz grave, burlándome de que haya hablado como si fuera la dueña de una plantación sureña en 1817—No puedo hacerlo. Además, Rutherford está obsesionado con su despacho. No deja que nadie entre si él no está. Una vez ya hice que el guardia de seguridad me abriese y, al enterarse, le estuvo gritando durante quince minutos. No sé qué demonios guarda ahí.
—Porno —contesta sin más.
Finjo no oírla.
—Porno de importación—se extiende—, De ese que viene de Japón, y seguro que lo ve con una muñeca hinchable ultrarrealista vestida de criada sexy.
—Para—me quejo entre risas—No quiero saberlo.
—Él mismo le plancha el vestidito negro y los ligeros cada noche.
—¡Santana! —exclamo.
Pongo cara de asco al no poder evitar imaginarme la escena, y ella rompe a reír.
—Así es nuestro jefe contable—sentencia.
No voy a negar que ha conseguido que la situación tenga algo de gracia, pero necesito una solución.
Debo terminar mi informe.
—¿Qué voy a hacer? —pregunto llevándome el pulgar a los dientes.
Santana me aparta la mano de la boca y yo la fulmino con la mirada.
No es un buen momento para quitarme mis manías, López.
—Bueno, si no puedes pedirle al guardia de seguridad que te abra, habrá que conseguir las llaves.
—¿Cómo?
—¿Tú cómo crees?
Frunzo el ceño, confusa.
¿A qué demonios se refiere?
—Tendremos que robarlas, Pierce—suelta en un bufido sonriendo, desesperado porque no lo haya deducido por mí misma.
—No —respondo—No pienso hacerlo.
—Será divertido—replica con una nueva sonrisa.
Está claro que el día que dije que era como una cría con un vestimenta cara no me equivoqué.
Exactamente, una cría de diecisiete años con una carísimo vestimenta a medida.
—He dicho que no.
—Como quieras —responde fingidamente resignada, dando un paso hacia atrás—Supongo que no te importa que mañana Figgins llegue y se lleve la enorme decepción de comprobar que no has hecho lo que te pidió.
Entorno los ojos.
Lo está haciendo a propósito para que me sienta culpable.
—El pobre ya lo está pasando lo suficientemente mal, ¿encima quieres decepcionarlo?
—Eres una cabronaza.
Santana se encoge de hombros.
Maldita sea, ¡está consiguiendo que me lo plantee en serio!
—Va a ser muy divertido—repite, envolviendo de sexy aventura cada palabra.
Cabeceo a la vez que exhalo sin poder creerme que esté a punto de decir que sí.
La sonrisa de Santana se ensancha, me coge de la mano y me saca de mi despacho.
—¡Aún no he aceptado!—protesto mientras atravesamos la desierta planta camino de los ascensores.
—Tú nunca vas a decirme a nada que no, Niña Buena—responde engreída.
Abro la boca escandalizada e indignadísima.
Santana nos mete en los ascensores y yo me suelto de inmediato de su mano y me cruzo de brazos.
Ha sido una auténtica capullo por decir eso.
—Te lo tienes demasiado creído—le espeto con la vista clavada al frente, alzando la barbilla altanera.
Santana, también mirando las puertas de acero, se encoge de nuevo de hombros con las manos metidas detrás de la espalda.
—Y tú estás preciosa cuando te enfadas.
¿Qué?
Las mariposas despiertan en mi estómago y todo mi cuerpo se ilumina.
¡Ha dicho preciosa!
Sonrío como una idiota y bajo la cara para disimularlo. De reojo puedo ver cómo ladea la cabeza, me observa un segundo y también sonríe.
El ascensor llega al vestíbulo y tengo que reconocer que necesito un segundo antes de salir.
Me dispongo a caminar hasta Dave, el guardia de seguridad, que está tras el mostrador, en el centro del enorme vestíbulo de mármol, pero Santana vuelve a agarrarme de la muñeca y tira de mí hasta escondernos pegados a la pared del inmenso pasillo que da a las oficinas de la planta de abajo.
—Tienes que distraerlo—me informa en un susurro.
—¿Qué? No—contesto imitando su tono de voz.
Santana pone los ojos en blanco y resopla.
—¿Quieres dejar de protestar? Ve ahí y distráelo. Tienes que hacerlo para que yo pueda robarle las llaves.
—¿Y cómo se supone que voy a hacerlo?
—¿Tú cómo crees?
—¿Tengo que intentar ligar con él?
Santana se incorpora y me mira muy seria.
—No—afirma como si no hubiera posibilidad alguna de usar esa opción.
Yo abro la boca dispuesta a decir algo, pero la verdad es que no sé qué. En las películas de espías siempre usan la técnica de ligar como distracción, ¿no?
¿Por qué le ha molestado tanto que lo proponga?
—Está bien —claudico.
—Vamos, ve.
Santana me gira entre sus brazos y me empuja con suavidad.
—Sigo sin saber cómo hacerlo —replico susurrando.
—Lo harás bien. Confío en ti—me da una palmada en el trasero y me deja prácticamente en mitad del vestíbulo.
Yo me giro y la fulmino con la mirada.
—Vamos—repite como si no hubiese hecho nada fuera de lo común.
¡Dios!
Ahora mismo la odio.
Me vuelvo, bufo y hecho a andar.
¿Por qué estoy haciendo esto?
Tengo veintisiete años, por el amor de Dios.
—Hola, Dave —lo saludo cantarina.
—Buenas noches, señorita Pierce. ¿En qué puedo ayudarla?
—Verás...
Tendría que haber pensado con qué distraerlo antes de intentar distraerlo.
¡En realidad no tendría que estar tratando de distraerlo de ninguna manera!
—¿Sí? —me anima a continuar.
Yo abro la boca sin saber qué decir.
Últimamente hago mucho eso.
—He oído un ruido en la planta diecinueve.
Eso es.
—¿Segura? —pregunta levantándose.
Asiento con la cabeza varias veces.
—Sí—me reafirmo, mintiendo estrepitosamente mal—Y he visto luces... linternas—especifico.
—Yo me encargo, señorita Pierce —responde profesional, echando a andar hacia los ascensores.
Lo observo hasta que las puertas se cierran y miro hacia Santana, que ya camina en mi dirección.
—Eres la peor mentirosa del mundo, Pierce —se queja socarrona.
—Yo ya he hecho mi parte. Haz tú la tuya, criminal.
Santana llega hasta el mostrador, se sienta en la silla de Dave y comienza a trastear en busca de las llaves, mientras yo vigilo que no venga nadie.
—No están —comenta tras unos segundos.
—¿Cómo que no están?—replico rodeando el mostrador y comenzando a buscar también—¿Por qué tiene esto aquí?—inquiero confusa al cabo de unos segundos, sacando un paquete de galletas Oreo que estaba escondido junto a los monitores de seguridad.
—No seas así, Pierce. Lo tendrá por si nos atacan.
Frunzo el ceño aún más confundida.
¿Se refiere a comida para una situación de emergencia prolongada o algo así?
—Por si nos ataca, ¿quién?
—El monstruo de las galletas.
Rompo a reír, aunque es lo último que quiero, y me agacho para seguir buscando.
Santana y yo nos movemos a la vez y de pronto, sin que ninguna de las dos lo pretenda, acabo acuclillada frente a ella.
Por un momento nos quedamos en silencio, muy quietas.
Santana me recorre con la mirada: mis tacones rojos sobre el brillante mármol, mi vestido gris entallado, mis hombros, mi cuello, mi cara y por fin mis ojos azules.
A cada centímetro que ha recorrido, mi respiración se ha acelerado un poco más y ahora, frente a sus ojos oscuros, ni siquiera sé qué debería pensar.
Santana alza una mano, pero, cuando apenas la ha separado unos centímetros de la rodilla donde la tenía apoyada, la cierra en un puño.
—Busquemos las malditas llaves —prácticamente gruñe.
Asiento y me giro para seguir hurgando en los cajones. Sin embargo, no puedo evitar mirar de reojo cómo su mano sigue cerrada con fuerza, casi con rabia.
¿Qué es lo que ha pasado?
¿Acaso iba a acariciarme?
«Ya te gustaría, ladrona de pacotilla.»
Cabeceo y me obligo a concentrarme en las llaves.
Abro el primer cajón. Rebusco. Nada.
Abro el segundo. Repito la operación. Nada.
Pero al abrir el tercero, el ruido del metal tintineando entre sí me hace sonreír de oreja a oreja.
—Están aquí —susurro feliz.
Oigo un ruido a mi espalda.
Reviso los pequeños llaveros identificativos hasta que encuentro el de nuestra planta.
—Las tengo —digo cogiendo el manojo de llaves e incorporándome.
—Abortar misión —grita Santana en un susurro levantándose.
—¿Qué? —pregunto confusa.
Pero, cuando me giro para mirarla, ya ha desaparecido.
— Santana —lo llamo.
—Señorita Pierce —dicen a mi espalda.
Cierro los ojos.
Quiero que la tierra me trague.
—¿Qué está haciendo? —pregunta Dave.
No puedo darme la vuelta.
No quiero.
¡Acaba de pillarme con las manos en la masa!
—Sólo estaba buscando las llaves—aclaro girándome al fin, rezando para que Santana tenga razón y efectivamente parezca una niña buena—, Para subir a ayudarte.
—Ésas no son las llaves de la planta diecinueve —replica.
—¿No?—pregunto con una sonrisa nerviosa—¡Qué torpe soy!
Voy a morirme de la vergüenza de un momento a otro.
—Señorita Pierce, ¿estaba registrando mi mostrador?
—¿Yo? No —contesto con un bufido.
Él observa su mesa.
—Creo que sí—señala—Tendré que llamar al jefe de seguridad —sentencia caminando hasta la barra de metal y madera para coger el teléfono.
—No.
¡No, por Dios!
—Otra vez, señorita Pierce—interviene Santana caminando muy convencida hasta nosotros.
Dave se sobresalta al verla y yo la asesino con la mirada.
¡Me ha dejado tirada en pleno crimen!
—Ya le dije que, si volvía a cerrar mi despacho con las llaves dentro, tendríamos una charla, pero no hacía falta que intentara robarlas —continúa sin un gramo de vergüenza, mintiendo como un absoluto bellaca.
—Señorita López...—la llama el guardia de seguridad algo aturdido.
—No se preocupe, Dave, yo me encargo—lo interrumpe. Coge las llaves y me agarra del brazo, obligándome a echar a andar hacia los ascensores—Y no se preocupe, la señorita Pierce recibirá el castigo que se merece.
Yo ladeo la cabeza y la observo buscando una explicación silenciosa a por qué parece haber disfrutado cuando ha dicho la palabra castigo.
Santana me dedica su media sonrisa por respuesta.
Las dos nos volvemos a la vez y vemos a Dave, aún de pie, observando su mesa, tratando de averiguar si efectivamente todo está donde tiene que estar.
—Y suba a la planta diecinueve—le ordena Santana justo antes de que entremos en el ascensor—Nos están robando.
El guardia sale disparado.
Las puertas se cierran y, antes de que ninguna de las dos diga nada, rompemos a reír.
—Eres lo peor—protesto cuando nuestras carcajadas se calman—Me has dejado tirada.
—Te he avisado, pero tú estabas tan feliz contemplando tu primer objeto robado que no me has oído.
Le pego en el hombro.
La sensación es tan buena que la repito y una décima de segundo después estoy golpeándola con ambas manos.
—Para—protesta Santana entre risas.
Lo hago, pero las dos nos quedamos muy cerca y, sin quererlo, volvemos a esa especie de silencio.
Santana da un paso hacia mí y me mete un mechón de pelo tras la oreja. Es un gesto de lo más inocente, pero, inexplicablemente, mi cuerpo no piensa lo mismo.
—Has sido muy valiente, Pierce.
—Tú tampoco has estado mal, López.
Santana sonríe.
El silencio se hace un poco más intenso y, aunque no nos movemos, creo que nos acercamos un poco más la una a la otra.
Las puertas se abren.
¿Por qué tiene que ser tan increíblemente guapa?
La sonrisa de Santana se ensancha como si pudiese leer mi mente y yo aparto la vista nerviosa para acto seguido alzarla altiva e impertinente.
Si piensa que me tiene en la palma de la mano, está muy equivocada.
—Vamos—dice cogiéndome de la mano absolutamente en contra de mi voluntad y tirando de mí para que salgamos—Quiero ver todo ese porno.
Aunque es lo último que quiero, otra vez rompo a reír.
Santana se gira sin dejar de caminar y me mira sólo un segundo, con el mismo gesto en los labios.
Cuando se vuelve, una sonrisa sincera inunda los míos. Creo que hacía muchísimo tiempo que no me reía así y más de diez años que no cometía una estúpida locura como ésta.
Supongo que debería darle las gracias a la Guapísima Gilipollas.
—Gracias—suelto mientras prueba las llaves, intentando abrir el despacho de Rutherford.
—¿Por qué?—pregunta abriendo la puerta y girándose.
Yo la miro y sonrío.
—Sólo gracias—sentencio pasando junto a ella y entrando.
Sienta bien ser la sexy misteriosa por una vez.
Cojo la carpeta de la mesa del jefe de contabilidad, me doy media vuelta para salir y entonces la veo.
Santana está de pie, bajo el umbral; la habitación en penumbra se alía con ella y parece todavía más atractiva.
Hechizada, como las polillas lo están cuando vuelan hacia la luz, sigo caminando hasta quedarme a un mísero paso de ella.
Su olor me envuelve y todo mi cuerpo se tensa deliciosamente.
Santana se humedece su carnoso labio inferior y se mueve despacio sobre mí.
—Un placer—responde con su voz ronca y sin esperar respuesta, sale de la estancia.
Yo me quedo inmóvil, incapaz de reaccionar durante largos segundos, hasta que finalmente salgo del despacho de Rutherford.
—Espera, ¿ya no quieres ver porno conmigo? —prácticamente grito.
Santana se detiene en el centro de la sala, camino de su oficina, y se gira despacio.
Sólo entonces me doy cuenta de lo que he dicho.
—Yo...—¿cómo salgo de ésta?—, Sólo quería decir que...—trato de rectificar, pero esa frase es imposible de solucionar la mires por donde la mires.
Santana sonríe, mitad incrédula, mitad encantada, viendo cómo procuro salir de este lío lingüístico.
—Santana—me quejo al fin, absolutamente exasperada.
—No te preocupes, Pierce—replica riéndose claramente de mí—Podemos ver porno cuando quieras.
—Eres una capullo—protesto cruzándome de brazos.
La sonrisa de Santana se ensancha. Gira sobre sus talones y emprende de nuevo la marcha hacia su despacho.
—Tienes diez minutos para terminar ese informe—me advierte sin detenerse—Me muero de hambre.
Yo la fulmino con la mirada, pero casi en el mismo instante sonrío.
No puedo evitarlo.
Ha conseguido que me comporte como si tuviese diecisiete años otra vez, y sienta de maravilla.
Ya ha anochecido y todos se han marchado a casa, pero yo necesito terminar el informe sobre la propuesta de inversión de Ryder Lynn.
Es muy importante, pero no encuentro la maldita carpeta que necesito.
—¿Dónde he metido esos condenados archivos?—me quejo levantando cada carpeta de mi escritorio.
Resoplo y me llevo las manos a las caderas.
En ese momento la puerta se abre y entra Santana.
—Tengo hambre, Niña Buena. Nos vamos a cenar.
—No puedo—respondo.
Necesito encontrar esos papales, así que voy a dejar para otro momento el explicarle a la señorita «el mundo es mío» que el que tiene hambre es ella, no yo, así que no tengo por qué ir; además de repasar las grandes batallas: tienes que llamar antes de entrar y no me llames Niña Buena.
Sonrío.
¿A quién pretendo engañar?
Es una causa perdida.
—Sí que puedes —contraataca.
—No, en serio. Tengo que encontrar los archivos de la propuesta de Ryder Lynn para acabar el informe. El señor Figgins lo quiere a primera hora... y no sé dónde está la maldita carpeta—concluyo levantando por tercera vez mi portátil como si mágicamente hubiese ido a parar ahí.
Tan pronto como dejo de nuevo el ordenador sobre la mesa, tuerzo el gesto.
Acabo de recordar dónde la dejé; más concretamente, la he visualizado sobre otros dosieres, perfectamente cuadrados y ordenados encima de la mesa de Matt Rutherford, el jefe del departamento contable.
Yo misma se la llevé esta tarde y olvidé recogerla.
¡Soy idiota!
—Está en el despacho de Rutherford —gimoteo.
—Bueno ve a buscarla.
—Ya se ha marchado.
—Bueno entra en su despacho—responde como si fuera obvio.
—Está cerrado con llave.
—Llama al conserje y dile que te abra la puerta. El despacho es tuyo.
Yo sonrío socarrona.
—Y todos los que trabajan aquí—continúo con la voz grave, burlándome de que haya hablado como si fuera la dueña de una plantación sureña en 1817—No puedo hacerlo. Además, Rutherford está obsesionado con su despacho. No deja que nadie entre si él no está. Una vez ya hice que el guardia de seguridad me abriese y, al enterarse, le estuvo gritando durante quince minutos. No sé qué demonios guarda ahí.
—Porno —contesta sin más.
Finjo no oírla.
—Porno de importación—se extiende—, De ese que viene de Japón, y seguro que lo ve con una muñeca hinchable ultrarrealista vestida de criada sexy.
—Para—me quejo entre risas—No quiero saberlo.
—Él mismo le plancha el vestidito negro y los ligeros cada noche.
—¡Santana! —exclamo.
Pongo cara de asco al no poder evitar imaginarme la escena, y ella rompe a reír.
—Así es nuestro jefe contable—sentencia.
No voy a negar que ha conseguido que la situación tenga algo de gracia, pero necesito una solución.
Debo terminar mi informe.
—¿Qué voy a hacer? —pregunto llevándome el pulgar a los dientes.
Santana me aparta la mano de la boca y yo la fulmino con la mirada.
No es un buen momento para quitarme mis manías, López.
—Bueno, si no puedes pedirle al guardia de seguridad que te abra, habrá que conseguir las llaves.
—¿Cómo?
—¿Tú cómo crees?
Frunzo el ceño, confusa.
¿A qué demonios se refiere?
—Tendremos que robarlas, Pierce—suelta en un bufido sonriendo, desesperado porque no lo haya deducido por mí misma.
—No —respondo—No pienso hacerlo.
—Será divertido—replica con una nueva sonrisa.
Está claro que el día que dije que era como una cría con un vestimenta cara no me equivoqué.
Exactamente, una cría de diecisiete años con una carísimo vestimenta a medida.
—He dicho que no.
—Como quieras —responde fingidamente resignada, dando un paso hacia atrás—Supongo que no te importa que mañana Figgins llegue y se lleve la enorme decepción de comprobar que no has hecho lo que te pidió.
Entorno los ojos.
Lo está haciendo a propósito para que me sienta culpable.
—El pobre ya lo está pasando lo suficientemente mal, ¿encima quieres decepcionarlo?
—Eres una cabronaza.
Santana se encoge de hombros.
Maldita sea, ¡está consiguiendo que me lo plantee en serio!
—Va a ser muy divertido—repite, envolviendo de sexy aventura cada palabra.
Cabeceo a la vez que exhalo sin poder creerme que esté a punto de decir que sí.
La sonrisa de Santana se ensancha, me coge de la mano y me saca de mi despacho.
—¡Aún no he aceptado!—protesto mientras atravesamos la desierta planta camino de los ascensores.
—Tú nunca vas a decirme a nada que no, Niña Buena—responde engreída.
Abro la boca escandalizada e indignadísima.
Santana nos mete en los ascensores y yo me suelto de inmediato de su mano y me cruzo de brazos.
Ha sido una auténtica capullo por decir eso.
—Te lo tienes demasiado creído—le espeto con la vista clavada al frente, alzando la barbilla altanera.
Santana, también mirando las puertas de acero, se encoge de nuevo de hombros con las manos metidas detrás de la espalda.
—Y tú estás preciosa cuando te enfadas.
¿Qué?
Las mariposas despiertan en mi estómago y todo mi cuerpo se ilumina.
¡Ha dicho preciosa!
Sonrío como una idiota y bajo la cara para disimularlo. De reojo puedo ver cómo ladea la cabeza, me observa un segundo y también sonríe.
El ascensor llega al vestíbulo y tengo que reconocer que necesito un segundo antes de salir.
Me dispongo a caminar hasta Dave, el guardia de seguridad, que está tras el mostrador, en el centro del enorme vestíbulo de mármol, pero Santana vuelve a agarrarme de la muñeca y tira de mí hasta escondernos pegados a la pared del inmenso pasillo que da a las oficinas de la planta de abajo.
—Tienes que distraerlo—me informa en un susurro.
—¿Qué? No—contesto imitando su tono de voz.
Santana pone los ojos en blanco y resopla.
—¿Quieres dejar de protestar? Ve ahí y distráelo. Tienes que hacerlo para que yo pueda robarle las llaves.
—¿Y cómo se supone que voy a hacerlo?
—¿Tú cómo crees?
—¿Tengo que intentar ligar con él?
Santana se incorpora y me mira muy seria.
—No—afirma como si no hubiera posibilidad alguna de usar esa opción.
Yo abro la boca dispuesta a decir algo, pero la verdad es que no sé qué. En las películas de espías siempre usan la técnica de ligar como distracción, ¿no?
¿Por qué le ha molestado tanto que lo proponga?
—Está bien —claudico.
—Vamos, ve.
Santana me gira entre sus brazos y me empuja con suavidad.
—Sigo sin saber cómo hacerlo —replico susurrando.
—Lo harás bien. Confío en ti—me da una palmada en el trasero y me deja prácticamente en mitad del vestíbulo.
Yo me giro y la fulmino con la mirada.
—Vamos—repite como si no hubiese hecho nada fuera de lo común.
¡Dios!
Ahora mismo la odio.
Me vuelvo, bufo y hecho a andar.
¿Por qué estoy haciendo esto?
Tengo veintisiete años, por el amor de Dios.
—Hola, Dave —lo saludo cantarina.
—Buenas noches, señorita Pierce. ¿En qué puedo ayudarla?
—Verás...
Tendría que haber pensado con qué distraerlo antes de intentar distraerlo.
¡En realidad no tendría que estar tratando de distraerlo de ninguna manera!
—¿Sí? —me anima a continuar.
Yo abro la boca sin saber qué decir.
Últimamente hago mucho eso.
—He oído un ruido en la planta diecinueve.
Eso es.
—¿Segura? —pregunta levantándose.
Asiento con la cabeza varias veces.
—Sí—me reafirmo, mintiendo estrepitosamente mal—Y he visto luces... linternas—especifico.
—Yo me encargo, señorita Pierce —responde profesional, echando a andar hacia los ascensores.
Lo observo hasta que las puertas se cierran y miro hacia Santana, que ya camina en mi dirección.
—Eres la peor mentirosa del mundo, Pierce —se queja socarrona.
—Yo ya he hecho mi parte. Haz tú la tuya, criminal.
Santana llega hasta el mostrador, se sienta en la silla de Dave y comienza a trastear en busca de las llaves, mientras yo vigilo que no venga nadie.
—No están —comenta tras unos segundos.
—¿Cómo que no están?—replico rodeando el mostrador y comenzando a buscar también—¿Por qué tiene esto aquí?—inquiero confusa al cabo de unos segundos, sacando un paquete de galletas Oreo que estaba escondido junto a los monitores de seguridad.
—No seas así, Pierce. Lo tendrá por si nos atacan.
Frunzo el ceño aún más confundida.
¿Se refiere a comida para una situación de emergencia prolongada o algo así?
—Por si nos ataca, ¿quién?
—El monstruo de las galletas.
Rompo a reír, aunque es lo último que quiero, y me agacho para seguir buscando.
Santana y yo nos movemos a la vez y de pronto, sin que ninguna de las dos lo pretenda, acabo acuclillada frente a ella.
Por un momento nos quedamos en silencio, muy quietas.
Santana me recorre con la mirada: mis tacones rojos sobre el brillante mármol, mi vestido gris entallado, mis hombros, mi cuello, mi cara y por fin mis ojos azules.
A cada centímetro que ha recorrido, mi respiración se ha acelerado un poco más y ahora, frente a sus ojos oscuros, ni siquiera sé qué debería pensar.
Santana alza una mano, pero, cuando apenas la ha separado unos centímetros de la rodilla donde la tenía apoyada, la cierra en un puño.
—Busquemos las malditas llaves —prácticamente gruñe.
Asiento y me giro para seguir hurgando en los cajones. Sin embargo, no puedo evitar mirar de reojo cómo su mano sigue cerrada con fuerza, casi con rabia.
¿Qué es lo que ha pasado?
¿Acaso iba a acariciarme?
«Ya te gustaría, ladrona de pacotilla.»
Cabeceo y me obligo a concentrarme en las llaves.
Abro el primer cajón. Rebusco. Nada.
Abro el segundo. Repito la operación. Nada.
Pero al abrir el tercero, el ruido del metal tintineando entre sí me hace sonreír de oreja a oreja.
—Están aquí —susurro feliz.
Oigo un ruido a mi espalda.
Reviso los pequeños llaveros identificativos hasta que encuentro el de nuestra planta.
—Las tengo —digo cogiendo el manojo de llaves e incorporándome.
—Abortar misión —grita Santana en un susurro levantándose.
—¿Qué? —pregunto confusa.
Pero, cuando me giro para mirarla, ya ha desaparecido.
— Santana —lo llamo.
—Señorita Pierce —dicen a mi espalda.
Cierro los ojos.
Quiero que la tierra me trague.
—¿Qué está haciendo? —pregunta Dave.
No puedo darme la vuelta.
No quiero.
¡Acaba de pillarme con las manos en la masa!
—Sólo estaba buscando las llaves—aclaro girándome al fin, rezando para que Santana tenga razón y efectivamente parezca una niña buena—, Para subir a ayudarte.
—Ésas no son las llaves de la planta diecinueve —replica.
—¿No?—pregunto con una sonrisa nerviosa—¡Qué torpe soy!
Voy a morirme de la vergüenza de un momento a otro.
—Señorita Pierce, ¿estaba registrando mi mostrador?
—¿Yo? No —contesto con un bufido.
Él observa su mesa.
—Creo que sí—señala—Tendré que llamar al jefe de seguridad —sentencia caminando hasta la barra de metal y madera para coger el teléfono.
—No.
¡No, por Dios!
—Otra vez, señorita Pierce—interviene Santana caminando muy convencida hasta nosotros.
Dave se sobresalta al verla y yo la asesino con la mirada.
¡Me ha dejado tirada en pleno crimen!
—Ya le dije que, si volvía a cerrar mi despacho con las llaves dentro, tendríamos una charla, pero no hacía falta que intentara robarlas —continúa sin un gramo de vergüenza, mintiendo como un absoluto bellaca.
—Señorita López...—la llama el guardia de seguridad algo aturdido.
—No se preocupe, Dave, yo me encargo—lo interrumpe. Coge las llaves y me agarra del brazo, obligándome a echar a andar hacia los ascensores—Y no se preocupe, la señorita Pierce recibirá el castigo que se merece.
Yo ladeo la cabeza y la observo buscando una explicación silenciosa a por qué parece haber disfrutado cuando ha dicho la palabra castigo.
Santana me dedica su media sonrisa por respuesta.
Las dos nos volvemos a la vez y vemos a Dave, aún de pie, observando su mesa, tratando de averiguar si efectivamente todo está donde tiene que estar.
—Y suba a la planta diecinueve—le ordena Santana justo antes de que entremos en el ascensor—Nos están robando.
El guardia sale disparado.
Las puertas se cierran y, antes de que ninguna de las dos diga nada, rompemos a reír.
—Eres lo peor—protesto cuando nuestras carcajadas se calman—Me has dejado tirada.
—Te he avisado, pero tú estabas tan feliz contemplando tu primer objeto robado que no me has oído.
Le pego en el hombro.
La sensación es tan buena que la repito y una décima de segundo después estoy golpeándola con ambas manos.
—Para—protesta Santana entre risas.
Lo hago, pero las dos nos quedamos muy cerca y, sin quererlo, volvemos a esa especie de silencio.
Santana da un paso hacia mí y me mete un mechón de pelo tras la oreja. Es un gesto de lo más inocente, pero, inexplicablemente, mi cuerpo no piensa lo mismo.
—Has sido muy valiente, Pierce.
—Tú tampoco has estado mal, López.
Santana sonríe.
El silencio se hace un poco más intenso y, aunque no nos movemos, creo que nos acercamos un poco más la una a la otra.
Las puertas se abren.
¿Por qué tiene que ser tan increíblemente guapa?
La sonrisa de Santana se ensancha como si pudiese leer mi mente y yo aparto la vista nerviosa para acto seguido alzarla altiva e impertinente.
Si piensa que me tiene en la palma de la mano, está muy equivocada.
—Vamos—dice cogiéndome de la mano absolutamente en contra de mi voluntad y tirando de mí para que salgamos—Quiero ver todo ese porno.
Aunque es lo último que quiero, otra vez rompo a reír.
Santana se gira sin dejar de caminar y me mira sólo un segundo, con el mismo gesto en los labios.
Cuando se vuelve, una sonrisa sincera inunda los míos. Creo que hacía muchísimo tiempo que no me reía así y más de diez años que no cometía una estúpida locura como ésta.
Supongo que debería darle las gracias a la Guapísima Gilipollas.
—Gracias—suelto mientras prueba las llaves, intentando abrir el despacho de Rutherford.
—¿Por qué?—pregunta abriendo la puerta y girándose.
Yo la miro y sonrío.
—Sólo gracias—sentencio pasando junto a ella y entrando.
Sienta bien ser la sexy misteriosa por una vez.
Cojo la carpeta de la mesa del jefe de contabilidad, me doy media vuelta para salir y entonces la veo.
Santana está de pie, bajo el umbral; la habitación en penumbra se alía con ella y parece todavía más atractiva.
Hechizada, como las polillas lo están cuando vuelan hacia la luz, sigo caminando hasta quedarme a un mísero paso de ella.
Su olor me envuelve y todo mi cuerpo se tensa deliciosamente.
Santana se humedece su carnoso labio inferior y se mueve despacio sobre mí.
—Un placer—responde con su voz ronca y sin esperar respuesta, sale de la estancia.
Yo me quedo inmóvil, incapaz de reaccionar durante largos segundos, hasta que finalmente salgo del despacho de Rutherford.
—Espera, ¿ya no quieres ver porno conmigo? —prácticamente grito.
Santana se detiene en el centro de la sala, camino de su oficina, y se gira despacio.
Sólo entonces me doy cuenta de lo que he dicho.
—Yo...—¿cómo salgo de ésta?—, Sólo quería decir que...—trato de rectificar, pero esa frase es imposible de solucionar la mires por donde la mires.
Santana sonríe, mitad incrédula, mitad encantada, viendo cómo procuro salir de este lío lingüístico.
—Santana—me quejo al fin, absolutamente exasperada.
—No te preocupes, Pierce—replica riéndose claramente de mí—Podemos ver porno cuando quieras.
—Eres una capullo—protesto cruzándome de brazos.
La sonrisa de Santana se ensancha. Gira sobre sus talones y emprende de nuevo la marcha hacia su despacho.
—Tienes diez minutos para terminar ese informe—me advierte sin detenerse—Me muero de hambre.
Yo la fulmino con la mirada, pero casi en el mismo instante sonrío.
No puedo evitarlo.
Ha conseguido que me comporte como si tuviese diecisiete años otra vez, y sienta de maravilla.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Pobre britt, santana la hace hacer cosas que ni se imagina!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
hola morra,...
ya parecen dos adolescentes divirtiendo se jajajaja
me encantan cuando estan juntas!!!!
van las cosas demasiado bien,... mucho muy bien!!!
nos vemos!!!
ya parecen dos adolescentes divirtiendo se jajajaja
me encantan cuando estan juntas!!!!
van las cosas demasiado bien,... mucho muy bien!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:Pobre britt, santana la hace hacer cosas que ni se imagina!!!!!
Hola, jajajajajajaajjaajaj si xD jajaajajjaajajajajaj... o no tanto "jaja" no sabemos si eso es bueno o malo =/ Saludos =D
3:) escribió:hola morra,...
ya parecen dos adolescentes divirtiendo se jajajaja
me encantan cuando estan juntas!!!!
van las cosas demasiado bien,... mucho muy bien!!!
nos vemos!!!
Hola lu, jajaajaj si q si ajjaajajaj... son tan lindas! SI! y a mi tmbn! son lo mejor! SI! espero y siga así la vrdd! osea se lo merecen... y nosotras tmbn! jajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 5 - P III
Capitulo 5 - Parte III
Brittany
El sábado por la mañana me levanto más nerviosa que cualquier otro día de la semana y no tiene nada que ver con Figgins Media.
De hecho, hoy ni siquiera tengo que ir a la oficina.
Resoplo girándome en la cama y clavo la mirada en el techo. He quedado para comer con Griffin.
Cuando hablamos ayer por la tarde e insistió en que quedáramos para almorzar, tendría que haber dicho que no, pero no puedo dejar de pensar que quizá quiera empezar a hacer las cosas bien y, si al fin ha entendido eso, no puedo ser yo la que se niegue ahora.
Apenas he puesto un pie descalzo en el parqué cuando oigo la puerta principal abrirse y a Adele, la mamá de Mercedes, gritar desde la cocina que ha hecho tortitas para desayunar.
Vivir en el mismo edificio que Mercedes es genial, pero vivir al lado del de Adele, no tiene precio.
Hace las mejores tortitas del mundo.
Me recojo mi media melena en una cola algo desastrosa y voy hasta la cocina.
Adele ya está sirviendo el desayuno mientras Mercedes y Saint Lake City están poniendo la mesa.
Obviamente ése no es el nombre de mi otra mejor amiga. Empezamos a llamarnos por nuestras ciudades natales, Saint Lake City, en su caso, y Nueva York, en el mío, y el de Mercedes es Ohio en ese estado cuando sus padres regresaban en coche a Nueva York desde San Diego, de vuelta de su luna de miel; con el paso de los años, diez en concreto, esa broma ha terminado por convertirse en una auténtica tradición.
Saludo a Adele con un beso enorme en la mejilla y ayudo a las chicas a terminar de prepararlo todo.
En mitad del desayuno, mi móvil suena avisándome de un nuevo mensaje. Me levanto y regreso a la mesa con la vista puesta en la pantalla de mi BlackBerry.
Es un mensaje de Griffin en el que me anuncia el lugar donde quiere quedar.
Por supuesto no hay ni un «buenos días», ni un «por favor», ni un «gracias».
Es un auténtico imbécil.
Respondo con un escueto «sí» y él tiene el valor de responderme quejándose y advirtiéndome de que, si no quiero ir, que no lo haga.
Yo resoplo discretamente.
Además de un imbécil, es un malnacido.
¿Por qué tuvo que volver?
—¿Con quién te traes tantos mensajitos? —pregunta Mercedes, perspicaz, al otro lado de la isla de mi cocina—¿No será con cierta Guapísima Gilipollas?
La miro, pero por un momento me quedo bloqueada.
No quiero decirles que he quedado con Griffin.
No es santo de la devoción de ninguna de las tres, con toda la razón. Y, por otra parte, tampoco entiendo a qué viene ese comentario sobre Santana.
Sólo somos amigas; mejor dicho, compañeras de trabajo.
Aunque, siendo sincera, desde la conversación que mantuvimos ayer, quizá haya tenido uno... o puede que unos veinte pensamientos que no podrían encuadrase específicamente en la sección de cosas que piensas sobre tus compañeros de trabajo, a no ser que trabajes en el hospital de «Anatomía de Grey».
—Por supuesto que no —respondo al fin.
No sé qué cree que me traigo con Santana, así que mejor no darle más leña para ese fuego.
—¿Saben?—interviene Saint Lake City—Me muero de ganas de conocer a esa mujer. Tiene que ser realmente increíble si ha conseguido que recuerdes que tienes vagina—me suelta sin ningún remordimiento.
Yo entorno los ojos y frunzo los labios enfurruñada.
—Claro que recuerdo que tengo vagina—protesto—Quiero decir—continúo cruzando los brazos—, Que no necesito recordarlo porque sé perfectamente dónde está, aunque no la use—resoplo. Maldita sea, acabo de darle la razón—Sí la uso—rectifico—, Mucho... muchísimo... Son lo peor—me quejo
malhumorada, rindiéndome y provocando las risas de Mercedes y Saint Lake City.
—Y tú tienes que echar un polvo —replica la primera.
—Chicas —las regaña Adele, salvándome.
Las dos se callan de golpe y yo sonrío satisfecha.
Les va a caer una buena.
—Muy bien dicho, Adele. ¿Qué clase de tema de conversación es éste para el desayuno? —la espoleo, sabiendo lo importante que son para la mamá de Mercedes los modales en la mesa—Y ella ha dicho vagina —avivo el fuego señalando a Saint Lake.
—Y ya va siendo hora de que asumas que tienes una o acabará pareciendo una cueva llena de murciélagos—me replica Adele.
Las tres la miramos con los ojos como platos.
—Apuesto toda mi pensión a que esa Guapísima Gilipollas sabe muy bien lo que se hace en la cama—añade—Si tú no te decides, me presentaré en tu oficina y le explicaré cómo hacíamos las cosas en mi época.
Se hace un segundo de denso silencio en la cocina y acto seguido las cuatro estallamos en carcajadas.
—¿Entendido?—me advierte cuando nuestras risotadas se aplacan, señalándome con el tenedor.
—Entendido —respondo.
El desayuno fue genial, como siempre que estoy con las chicas, pero ahora vuelvo a estar nerviosa, mucho, de pie en la esquina de la 28 Oeste con la Octava, muy cerquita del Madison Square Garden, esperando a Griffin.
Miro mi reloj de pulsera una vez y vuelvo a girar sobre mis pies.
Ya he perdido la cuenta de cuántos paseos absurdamente cortos he dado.
Mi teléfono comienza a sonar al fondo del pequeño bolso que llevo cruzado. Miro la pantalla y frunzo el ceño, confusa.
Es Griffin.
—Hola—respondo—¿Dónde estás?
Echo a andar de nuevo y una ráfaga de viento helado me sacude al acercarme a la intersección entre las dos calles.
Hace un frío que pela.
—Creo que es mejor que nos olvidemos de la comida, Brittany—suelta de un tirón.
Yo arrugo aún más la frente.
¿Cómo puede pedirme eso?
—Fue idea tuya, Griffin—le recuerdo molesta.
—Ya lo sé—se apresura a interrumpirme—, Pero lo he estado pensado y no me parece bien. No estaríamos actuando de la manera más correcta.
Esa frase, no lo que ha dicho, sino las palabras que ha utilizado, llaman mi atención e inmediatamente mi enfado se multiplica por mil.
—Has hablado con mi hermano Sam, ¿verdad?
Griffin guarda silencio al otro lado de la línea.
No me lo puedo creer.
Estoy cansada de revivir la misma situación una y otra vez.
—Tiene razón, Brittany. Deberíamos hacer las cosas de otra forma.
—Bueno ven a comer y hablémoslo—replico exasperada.
Me paso las manos por el pelo y cierro los ojos tratando de recordar por qué hago esto a pesar de que Griffin no merece la pena en ningún sentido.
—Has estado desaparecido prácticamente diez años, hasta que un día llegaste prometiendo cosas que no has cumplido—le espeto cabreada—Aun así, cada vez que me has pedido una oportunidad, te la he dado y ¿ahora me sales con éstas?
—Ya he tomado una decisión—me informa altivo.
—Bueno, cuando cambies de opinión, no vengas a buscarme.
Sin decir nada más, ni darle oportunidad de que él lo haga, cuelgo.
¡Estoy harta!
Cómo me gustaría poder borrarlo de mi vida de un plumazo. Es un cobarde incapaz de hacer lo que quiere hacer, ni siquiera lo que cree que es correcto.
Rebufo y, antes de que la idea cristalice en mi mente, llamo a mi hermano Sam.
Él también tiene mucha culpa de toda esta situación.
—Tienes que dejar de meterte en mi vida—siseo en cuanto descuelga—Maldita sea, no soy ninguna niña.
—Esa comida no era buena idea, Britt—rebate pausado.
—¿Por qué? —prácticamente vocifero. Ya no aguanto más—¿Porque tú lo has decidido? ¡Es mi vida y son mis decisiones!
—¿Y qué buena decisión podrías tomar con Griffin? Es un maldito idiota.
—Ya lo sé. Si alguien sabe lo imbécil y miserable que es, ésa soy yo, pero no puedo echarlo de mi vida sin más, aunque lo esté deseando. Por favor, entiéndelo de una vez.
Sam guarda silencio un segundo.
—Quizá tú no puedas, pero yo sí—sentencia.
¡Dios!
Es como vivir en un maldito bucle.
—Yo no quiero que lo hagas.
—Britt...
—Me da igual todo lo que vayas a decirme—me adelanto.
No quiero escuchar otra vez la cantinela de siempre sobre que sólo quiere cuidar de mí.
Es injusto y llega demasiado tarde, concretamente diez años tarde.
—Sólo estoy haciendo lo que papá hubiese querido que hiciese.
Aprieto los labios con fuerza y siento el llanto detrás de mis ojos.
No quiero pensar en mi papá ahora.
—Tengo que colgar, Sam—murmuro.
—Podemos ir a comer juntos—me propone, tratando de sonar todo lo dulce que es capaz.
Suspiro.
Es mi hermano y lo quiero, pero no me gustaría aceptar quedar con él, estar bien los cinco primeros minutos y acabar discutiendo por Griffin y todo lo demás.
Me merezco un descanso.
—Gracias—respondo serenando también mi tono de voz—, Pero prefiero irme a casa.
—Brittany...—me llama.
—Adiós, Sam.
Cuelgo y contengo el aluvión de lágrimas.
Me gustaría decir que son de pura rabia, pero hay muchas más cosas...
Cabeceo y cuadro los hombros.
No quiero pensar en eso, es lo último que necesito.
Giro mi BlackBerry entre mis manos. Llamaré a las chicas, podemos almorzar juntas y después irnos de tiendas o a dar una vuelta por el parque.
Lo intento con Mercedes, pero salta el contestador y en ese momento recuerdo que se iba con su mamá a pasar la tarde a Jersey, a casa de su abuela.
Vuelvo a marcar.
—Hola, Nueva York—descuelga cantarina al otro lado.
—Hola, Saint Lake—respondo con una sonrisa—¿Te apetece que comamos juntas?
—Lo siento, no puedo—se disculpa.
Toda mi esperanza de pasar un día de chicas se apaga.
Parece que al final sí que tendré que volver sola a mi apartamento.
—He quedado con... con alguien.
En cuanto oigo sus palabras, sonrío de oreja a oreja.
—Eso es genial. ¿Quién es la afortunada? ¿La conozco? ¿La conoce Ohio? Si se lo has contado a ella antes que a mí, pienso dejar de hablarte—bromeo.
—No le he dicho nada—responde entre risas—Sólo estamos... quedando—me explica—No es nada serio.
Apuesto a que ahora mismo la sonrisa que tiene es tan grande que va a partirle la cara en dos.
Me alegro mucho por ella.
Se lo merece.
—Sea lo que sea, quiero detalles—le exijo—Sube a verme cuando termines.
—Cuenta con ello.
—Diviértete.
—Lo mismo digo.
Cuelgo y frunzo los labios mirando a mi alrededor.
Me he quedado sin comida con las chicas. Por lo menos ahora estoy de mejor humor y creo que por eso una idea bastante absurda cruza por mi mente.
Cabeceo desechándola automáticamente y atravieso la calle para llegar a la parada de metro de la 28. Sin embargo, aún estoy a unos pasos de la estación cuando me detengo en seco y simplemente sopeso el descabellado pensamiento.
Puedo llamarla y podemos almorzar juntas.
En la oficina lo hemos hecho algo así como un millón de veces. No es nada raro, somos amigas, quiero decir, compañeras de trabajo.
Saco el teléfono una vez más y deslizo el pulgar sobre su nombre.
Cuatro tonos después, responde.
—¿Diga?
De pronto mi cuerpo se tensa hasta el último centímetro.
Es sábado.
Lo más probable es que se haya levantado en la cama de una chica con pinta de supermodelo y ahora piense tirársela en la ducha.
Qué idiota puedes llegar a ser, Bluebird.
—¿Brittany?—me llama algo confusa.
—Hola—digo al fin, y acto seguido me golpeo en la frente con la palma de la mano.
Durante unos segundos eternos se hace el silencio en la línea telefónica.
—Hola—repite con la voz ronca.
Sin quererlo, me quedo callada.
Estoy en blanco.
¡Por el amor de Dios, esto es ridículo!
¡Habla, mema!
—A lo mejor te parece un poco extraño—me disculpo por adelantado—, Pero había quedado para comer y me han dado plantón, y he pensado que quizá te apetecía que almorzáramos juntas. ¿Qué me dices?—añado, e inmediatamente me doy cuenta de lo impaciente que he sonado.
Soy un absoluto desastre.
Otra vez un silencio de lo más angustioso se apodera de la línea.
Vamos, Guapísima Gilipollas, di que no para que pueda colgar, dejar que la tierra me trague y seguir adelante con mi vida en el inframundo.
—Así que plantón—pronuncia socarrona—¿Significa que soy tu plan B, Pierce?
—En realidad eres el plan D—respondo encogiendo los hombros.
Santana rompe a reír y yo consigo relajarme un poco.
—¿Dónde estás?—quiere saber.
—En la 28 Oeste, cerca del Madison Square Garden.
Oigo algunos ruidos al otro lado de la línea que no consigo identificar y a Santana tarareando You only live once, de The Strokes.
Sonrío.
Siempre que está pensando, tararea alguna canción muy bajito.
A veces creo que ni siquiera se da cuenta de que lo hace.
—Hay una cafetería cerca de Herald Square, a unas pocas de manzanas de la estación. Se llama Daisy’s. Nos vemos ahí en veinte minutos.
De hecho, hoy ni siquiera tengo que ir a la oficina.
Resoplo girándome en la cama y clavo la mirada en el techo. He quedado para comer con Griffin.
Cuando hablamos ayer por la tarde e insistió en que quedáramos para almorzar, tendría que haber dicho que no, pero no puedo dejar de pensar que quizá quiera empezar a hacer las cosas bien y, si al fin ha entendido eso, no puedo ser yo la que se niegue ahora.
Apenas he puesto un pie descalzo en el parqué cuando oigo la puerta principal abrirse y a Adele, la mamá de Mercedes, gritar desde la cocina que ha hecho tortitas para desayunar.
Vivir en el mismo edificio que Mercedes es genial, pero vivir al lado del de Adele, no tiene precio.
Hace las mejores tortitas del mundo.
Me recojo mi media melena en una cola algo desastrosa y voy hasta la cocina.
Adele ya está sirviendo el desayuno mientras Mercedes y Saint Lake City están poniendo la mesa.
Obviamente ése no es el nombre de mi otra mejor amiga. Empezamos a llamarnos por nuestras ciudades natales, Saint Lake City, en su caso, y Nueva York, en el mío, y el de Mercedes es Ohio en ese estado cuando sus padres regresaban en coche a Nueva York desde San Diego, de vuelta de su luna de miel; con el paso de los años, diez en concreto, esa broma ha terminado por convertirse en una auténtica tradición.
Saludo a Adele con un beso enorme en la mejilla y ayudo a las chicas a terminar de prepararlo todo.
En mitad del desayuno, mi móvil suena avisándome de un nuevo mensaje. Me levanto y regreso a la mesa con la vista puesta en la pantalla de mi BlackBerry.
Es un mensaje de Griffin en el que me anuncia el lugar donde quiere quedar.
Por supuesto no hay ni un «buenos días», ni un «por favor», ni un «gracias».
Es un auténtico imbécil.
Respondo con un escueto «sí» y él tiene el valor de responderme quejándose y advirtiéndome de que, si no quiero ir, que no lo haga.
Yo resoplo discretamente.
Además de un imbécil, es un malnacido.
¿Por qué tuvo que volver?
—¿Con quién te traes tantos mensajitos? —pregunta Mercedes, perspicaz, al otro lado de la isla de mi cocina—¿No será con cierta Guapísima Gilipollas?
La miro, pero por un momento me quedo bloqueada.
No quiero decirles que he quedado con Griffin.
No es santo de la devoción de ninguna de las tres, con toda la razón. Y, por otra parte, tampoco entiendo a qué viene ese comentario sobre Santana.
Sólo somos amigas; mejor dicho, compañeras de trabajo.
Aunque, siendo sincera, desde la conversación que mantuvimos ayer, quizá haya tenido uno... o puede que unos veinte pensamientos que no podrían encuadrase específicamente en la sección de cosas que piensas sobre tus compañeros de trabajo, a no ser que trabajes en el hospital de «Anatomía de Grey».
—Por supuesto que no —respondo al fin.
No sé qué cree que me traigo con Santana, así que mejor no darle más leña para ese fuego.
—¿Saben?—interviene Saint Lake City—Me muero de ganas de conocer a esa mujer. Tiene que ser realmente increíble si ha conseguido que recuerdes que tienes vagina—me suelta sin ningún remordimiento.
Yo entorno los ojos y frunzo los labios enfurruñada.
—Claro que recuerdo que tengo vagina—protesto—Quiero decir—continúo cruzando los brazos—, Que no necesito recordarlo porque sé perfectamente dónde está, aunque no la use—resoplo. Maldita sea, acabo de darle la razón—Sí la uso—rectifico—, Mucho... muchísimo... Son lo peor—me quejo
malhumorada, rindiéndome y provocando las risas de Mercedes y Saint Lake City.
—Y tú tienes que echar un polvo —replica la primera.
—Chicas —las regaña Adele, salvándome.
Las dos se callan de golpe y yo sonrío satisfecha.
Les va a caer una buena.
—Muy bien dicho, Adele. ¿Qué clase de tema de conversación es éste para el desayuno? —la espoleo, sabiendo lo importante que son para la mamá de Mercedes los modales en la mesa—Y ella ha dicho vagina —avivo el fuego señalando a Saint Lake.
—Y ya va siendo hora de que asumas que tienes una o acabará pareciendo una cueva llena de murciélagos—me replica Adele.
Las tres la miramos con los ojos como platos.
—Apuesto toda mi pensión a que esa Guapísima Gilipollas sabe muy bien lo que se hace en la cama—añade—Si tú no te decides, me presentaré en tu oficina y le explicaré cómo hacíamos las cosas en mi época.
Se hace un segundo de denso silencio en la cocina y acto seguido las cuatro estallamos en carcajadas.
—¿Entendido?—me advierte cuando nuestras risotadas se aplacan, señalándome con el tenedor.
—Entendido —respondo.
El desayuno fue genial, como siempre que estoy con las chicas, pero ahora vuelvo a estar nerviosa, mucho, de pie en la esquina de la 28 Oeste con la Octava, muy cerquita del Madison Square Garden, esperando a Griffin.
Miro mi reloj de pulsera una vez y vuelvo a girar sobre mis pies.
Ya he perdido la cuenta de cuántos paseos absurdamente cortos he dado.
Mi teléfono comienza a sonar al fondo del pequeño bolso que llevo cruzado. Miro la pantalla y frunzo el ceño, confusa.
Es Griffin.
—Hola—respondo—¿Dónde estás?
Echo a andar de nuevo y una ráfaga de viento helado me sacude al acercarme a la intersección entre las dos calles.
Hace un frío que pela.
—Creo que es mejor que nos olvidemos de la comida, Brittany—suelta de un tirón.
Yo arrugo aún más la frente.
¿Cómo puede pedirme eso?
—Fue idea tuya, Griffin—le recuerdo molesta.
—Ya lo sé—se apresura a interrumpirme—, Pero lo he estado pensado y no me parece bien. No estaríamos actuando de la manera más correcta.
Esa frase, no lo que ha dicho, sino las palabras que ha utilizado, llaman mi atención e inmediatamente mi enfado se multiplica por mil.
—Has hablado con mi hermano Sam, ¿verdad?
Griffin guarda silencio al otro lado de la línea.
No me lo puedo creer.
Estoy cansada de revivir la misma situación una y otra vez.
—Tiene razón, Brittany. Deberíamos hacer las cosas de otra forma.
—Bueno ven a comer y hablémoslo—replico exasperada.
Me paso las manos por el pelo y cierro los ojos tratando de recordar por qué hago esto a pesar de que Griffin no merece la pena en ningún sentido.
—Has estado desaparecido prácticamente diez años, hasta que un día llegaste prometiendo cosas que no has cumplido—le espeto cabreada—Aun así, cada vez que me has pedido una oportunidad, te la he dado y ¿ahora me sales con éstas?
—Ya he tomado una decisión—me informa altivo.
—Bueno, cuando cambies de opinión, no vengas a buscarme.
Sin decir nada más, ni darle oportunidad de que él lo haga, cuelgo.
¡Estoy harta!
Cómo me gustaría poder borrarlo de mi vida de un plumazo. Es un cobarde incapaz de hacer lo que quiere hacer, ni siquiera lo que cree que es correcto.
Rebufo y, antes de que la idea cristalice en mi mente, llamo a mi hermano Sam.
Él también tiene mucha culpa de toda esta situación.
—Tienes que dejar de meterte en mi vida—siseo en cuanto descuelga—Maldita sea, no soy ninguna niña.
—Esa comida no era buena idea, Britt—rebate pausado.
—¿Por qué? —prácticamente vocifero. Ya no aguanto más—¿Porque tú lo has decidido? ¡Es mi vida y son mis decisiones!
—¿Y qué buena decisión podrías tomar con Griffin? Es un maldito idiota.
—Ya lo sé. Si alguien sabe lo imbécil y miserable que es, ésa soy yo, pero no puedo echarlo de mi vida sin más, aunque lo esté deseando. Por favor, entiéndelo de una vez.
Sam guarda silencio un segundo.
—Quizá tú no puedas, pero yo sí—sentencia.
¡Dios!
Es como vivir en un maldito bucle.
—Yo no quiero que lo hagas.
—Britt...
—Me da igual todo lo que vayas a decirme—me adelanto.
No quiero escuchar otra vez la cantinela de siempre sobre que sólo quiere cuidar de mí.
Es injusto y llega demasiado tarde, concretamente diez años tarde.
—Sólo estoy haciendo lo que papá hubiese querido que hiciese.
Aprieto los labios con fuerza y siento el llanto detrás de mis ojos.
No quiero pensar en mi papá ahora.
—Tengo que colgar, Sam—murmuro.
—Podemos ir a comer juntos—me propone, tratando de sonar todo lo dulce que es capaz.
Suspiro.
Es mi hermano y lo quiero, pero no me gustaría aceptar quedar con él, estar bien los cinco primeros minutos y acabar discutiendo por Griffin y todo lo demás.
Me merezco un descanso.
—Gracias—respondo serenando también mi tono de voz—, Pero prefiero irme a casa.
—Brittany...—me llama.
—Adiós, Sam.
Cuelgo y contengo el aluvión de lágrimas.
Me gustaría decir que son de pura rabia, pero hay muchas más cosas...
Cabeceo y cuadro los hombros.
No quiero pensar en eso, es lo último que necesito.
Giro mi BlackBerry entre mis manos. Llamaré a las chicas, podemos almorzar juntas y después irnos de tiendas o a dar una vuelta por el parque.
Lo intento con Mercedes, pero salta el contestador y en ese momento recuerdo que se iba con su mamá a pasar la tarde a Jersey, a casa de su abuela.
Vuelvo a marcar.
—Hola, Nueva York—descuelga cantarina al otro lado.
—Hola, Saint Lake—respondo con una sonrisa—¿Te apetece que comamos juntas?
—Lo siento, no puedo—se disculpa.
Toda mi esperanza de pasar un día de chicas se apaga.
Parece que al final sí que tendré que volver sola a mi apartamento.
—He quedado con... con alguien.
En cuanto oigo sus palabras, sonrío de oreja a oreja.
—Eso es genial. ¿Quién es la afortunada? ¿La conozco? ¿La conoce Ohio? Si se lo has contado a ella antes que a mí, pienso dejar de hablarte—bromeo.
—No le he dicho nada—responde entre risas—Sólo estamos... quedando—me explica—No es nada serio.
Apuesto a que ahora mismo la sonrisa que tiene es tan grande que va a partirle la cara en dos.
Me alegro mucho por ella.
Se lo merece.
—Sea lo que sea, quiero detalles—le exijo—Sube a verme cuando termines.
—Cuenta con ello.
—Diviértete.
—Lo mismo digo.
Cuelgo y frunzo los labios mirando a mi alrededor.
Me he quedado sin comida con las chicas. Por lo menos ahora estoy de mejor humor y creo que por eso una idea bastante absurda cruza por mi mente.
Cabeceo desechándola automáticamente y atravieso la calle para llegar a la parada de metro de la 28. Sin embargo, aún estoy a unos pasos de la estación cuando me detengo en seco y simplemente sopeso el descabellado pensamiento.
Puedo llamarla y podemos almorzar juntas.
En la oficina lo hemos hecho algo así como un millón de veces. No es nada raro, somos amigas, quiero decir, compañeras de trabajo.
Saco el teléfono una vez más y deslizo el pulgar sobre su nombre.
Cuatro tonos después, responde.
—¿Diga?
De pronto mi cuerpo se tensa hasta el último centímetro.
Es sábado.
Lo más probable es que se haya levantado en la cama de una chica con pinta de supermodelo y ahora piense tirársela en la ducha.
Qué idiota puedes llegar a ser, Bluebird.
—¿Brittany?—me llama algo confusa.
—Hola—digo al fin, y acto seguido me golpeo en la frente con la palma de la mano.
Durante unos segundos eternos se hace el silencio en la línea telefónica.
—Hola—repite con la voz ronca.
Sin quererlo, me quedo callada.
Estoy en blanco.
¡Por el amor de Dios, esto es ridículo!
¡Habla, mema!
—A lo mejor te parece un poco extraño—me disculpo por adelantado—, Pero había quedado para comer y me han dado plantón, y he pensado que quizá te apetecía que almorzáramos juntas. ¿Qué me dices?—añado, e inmediatamente me doy cuenta de lo impaciente que he sonado.
Soy un absoluto desastre.
Otra vez un silencio de lo más angustioso se apodera de la línea.
Vamos, Guapísima Gilipollas, di que no para que pueda colgar, dejar que la tierra me trague y seguir adelante con mi vida en el inframundo.
—Así que plantón—pronuncia socarrona—¿Significa que soy tu plan B, Pierce?
—En realidad eres el plan D—respondo encogiendo los hombros.
Santana rompe a reír y yo consigo relajarme un poco.
—¿Dónde estás?—quiere saber.
—En la 28 Oeste, cerca del Madison Square Garden.
Oigo algunos ruidos al otro lado de la línea que no consigo identificar y a Santana tarareando You only live once, de The Strokes.
Sonrío.
Siempre que está pensando, tararea alguna canción muy bajito.
A veces creo que ni siquiera se da cuenta de que lo hace.
—Hay una cafetería cerca de Herald Square, a unas pocas de manzanas de la estación. Se llama Daisy’s. Nos vemos ahí en veinte minutos.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
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