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[Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
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Jane0_o
3:)
JVM
23l1
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Página 4 de 8.
Página 4 de 8. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Jajaja este amor odio.......... estas chicas me vuelven loca!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,...
nunca digas nunca,.. porque es mas que nunca!!!
jajajaja amo a britt y su forma de molestar a san,.. la hizo bien!!!
ahora todo depende de san,.. la pelota esta del lado de san!!!
juega o no???!!! no van a aguantar!!!!!
nos vemos!!
Hola lu, jajajajajaajajajaj dices tu¿? Nah! es vrdd ajajajajajajajaa. o no¿? Ja! es la mejor jajajajaajajajajaj. Si, y esperemos q haga bn las cosas ¬¬ JAjajaaj tampoco lo creo, pero aquí te dejo otro cap para saber más! Saludos =D
monica.santander escribió:Jajaja este amor odio.......... estas chicas me vuelven loca!!!
Saludos
Hola, jajajajajajaj la vrdd si, pero tmbn gusta xD al menos a mi XD ajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 8
Capitulo 8
Santana
—¿Por qué te sientes así?
Sé la respuesta, pero quiero escucharla de sus labios.
—No lo sé.
Nuestras respiraciones entrecortadas cada vez suenan más rápidas, más descontroladas, comiéndose los sonidos de Nueva York veinte plantas más abajo y llenando por completo la habitación.
—Sí lo sabes, dímelo.
—Eres tú. Es sólo por ti.
Suena frustrada, incluso un poco enfadada. Ella también ha luchado con todas sus fuerzas para no acabar exactamente así y eso sólo hace que la desee aún más.
—¿Y si lo que quiero es tocarte?—pregunto atrapando de nuevo su mirada.
Quiero que entienda que hablo completamente en serio. Se acabaron los juegos, las huidas hacia delante.
Es hora de follar.
—Hazlo—responde valiente, con una curiosidad casi infinita, sin apartar sus ojos de los míos.
Alargo la mano y la poso en su mejilla. Acaricio su labio inferior, imaginando su boca en otra parte de mi cuerpo, recordando cómo pronuncio «correrte en su boca» hace cinco putos minutos con esa mezcla de curiosidad y sensualidad.
Joder, había incluso algo de inocencia, como si fuese la última chica cándida sobre la faz de la tierra y yo, la cabrona con más suerte del mundo.
La deslizo por su mandíbula, la suave piel de su cuello y continúo bajando, conteniéndome por no ser todo lo dominante y dura que quiero ser, pero sin poder dejar de pensar en tumbarla en el suelo, sostenerle las muñecas contra la moqueta y follármela hasta que el planeta se salga de su maldita órbita.
Acaricio su pecho, que se desliza en mi mano arriba y abajo presa de su respiración agitada. Gime despacio y mi cuerpo se excita todavía más dura.
Es el sonido más sexy y sensual que he oído en mi vida.
Aprieto mi mano en su cadera, otra vez luchando. He perdido la cuenta de cuántas veces me he visualizado a mí misma agarrando esa parte de su cuerpo, dejando la marca de mis dedos en ella.
Hundo mis dedos en su pelo hasta llegar a su nuca y, brusca, la atraigo hacia mí.
Ya puedo adivinar su sabor y sé que me volverá jodidamente loca.
—Bésame —me pide.
Mi sonrisa más canalla inunda mis labios.
—Creo que puedes pedírmelo mucho mejor—replico engreída contra su boca.
—Bésame, por favor.
Trago saliva.
Toda la anticipación, todo el deseo rodando vivo por mis venas, la excitación, la adrenalina, el estar hambrienta, es lo mejor del maldito mundo.
—Dime que lo quieres.
—Lo quiero —repite sin dudar.
—Dime que lo necesitas.
—Lo necesito, por favor —suplica.
Joder.
Estrello su boca contra la mía y la devoro sin contemplaciones.
Sus labios son aún mejor de lo que llevo imaginándome semanas: suaves, dulces, ansiosos y, sobre todo, curiosos, exactamente como es ella, con esas ganas de dejarse hacer, luchando por no explotar y dejarse llevar... y eso es precisamente lo que quiero conseguir.
Quiero que pierdas el control, Niña Buena.
Deslizo una mano por su cuello, vuelvo a su pecho, su cintura, su vientre, mientras sigo besándola.
Besos largos, desbocados, como si no necesitáramos nada más.
Alzo las caderas buscando más placer; Brittany se balancea sobre mí y, en un mísero segundo, volvemos a acoplarnos, sintiéndola deslizarse sobre mis piernas a medida una y otra vez.
Paso mi mano al otro lado de la tela de su vestido.
Quiero tocar su piel.
Ella vuelve a gemir, pero ni siquiera entonces la dejo separarse.
Mis dedos no se detienen.
Se pasean por sus muslos y llegan a sus bragas. El roce me lleva a la visión de ella desnuda, delante de mí, y todo el deseo se recrudece.
—Santana.
Gime mi nombre cuando la acaricio exactamente donde tengo que hacerlo. Su cuerpo se tensa y otra vez toda esa inocencia vuelve a relucir.
Se está entregando sin miedos, sin preguntas, sin ninguna coraza.
Pierdo mis dedos en su interior y todo su cuerpo se arquea hacia delante como respuesta. Vuelvo a llevar su boca contra la mía, a casi besarla.
—¿Sientes lo mojada que estás?—susurro contra sus labios—Quiero que imagines todo lo que voy a hacerte hasta que te corras.
Brittany asiente con los ojos cerrados, completamente extasiada.
La embisto más rápido, con más fuerza. Ella comienza a cabalgar mi mano, pero la freno en seco sujetándola por las caderas.
—De eso nada —la reprendo.
Saco los dedos y le doy un azote justo sobre su clítoris. Ella suelta un gemido evaporado por la sorpresa y toda la excitación, pero no se mueve.
La mejor reacción de todas.
Espero a que abra los ojos de nuevo y atrapo su mirada sin dejarle ninguna escapatoria.
—Yo decido si te corres y cuándo te corres.
Sus ojos azules llenos de curiosidad se oscurecen un poco más y algo dentro de mí se relame.
Ella asiente despacio y yo sonrío, hambrienta de ella.
Bienvenida al club.
Empiezo a bombear de nuevo.
Está húmeda, cálida, resbaladiza.
Mi boca se pierde en su cuello y su olor me envuelve. Siempre huele demasiado bien, a flores, a fresco, a algo suave y pequeño.
Su respiración se vuelve más y más irregular.
Aprieto la palma.
Sigo moviendo los dedos.
—Quiero que me lo digas cuando estés cerca—ordeno contra la piel de su cuello—Quiero que grites. No me importa quién coño pueda oírnos.
—Estoy cerca—murmura casi de inmediato—Estoy... muy cerca.
Se abre un poco más para mí.
La beso, la muerdo.
Joder, esto es mejor que nada.
—¡Santana!—grita.
Su cuerpo se convulsiona, tiembla, y un orgasmo casi violento la recorre entera mientras sus dedos retuercen mis hombros, sin dejar de gemir, de gritar... y yo estoy hipnotizada contemplando el espectáculo de verla deshacerse con mi nombre en los labios.
El placer se diluye lentamente y Brittany se queda muy quieta. Yo saco mis dedos despacio y, aún más, ella abre los ojos.
Tiene la mirada febril, incluso un poco perdida, pero todo lo que he sentido cada vez que la he mirado sigue ahí, como si ahora, la mezcla entre esa parte adorable y esa otra tan sexy, sin ni siquiera saberlo, se hubiesen multiplicado, como si mi cerebro acabase de asimilar que la Brittany de mis
fantasías y la Brittany real son la misma.
Otra vez sólo se oyen nuestras respiraciones.
—Vuelve a tu despacho—le ordeno.
Mi voz suena aún más ronca.
No espero respuesta por su parte y la pongo en pie tomándola por las caderas.
Le tiemblan las piernas.
Espero unos segundos para asegurarme de que no va a desplomarse contra el suelo y aparto las manos de ella, pero es lo último que quiero, joder.
Me siento como en el maldito ojo del huracán.
—Será lo mejor—musita nerviosa, alejándose unos pasos.
Siempre finge seguridad cuando algo la descoloca y ésta es la primera vez que no la veo hacerlo.
Cuando me quedo sola de nuevo, me froto los ojos con las palmas de las manos y acabo pasándomelas por el pelo hasta dejarlas en mi nuca.
¿Qué coño ha pasado?
La he hecho correrse en mi mano y ahora no puedo pensar en otra cosa.
No bajo a comer.
La cabeza me va a mil kilómetros por hora.
Sin embargo, cuando son más de las cinco y no he visto a Brittany, una punzada de culpabilidad me atraviesa.
Quizá debería buscarla, hablar con ella.
En mitad de todos esos pensamientos inconexos, oigo unos tacones subir las escaleras y mi cuerpo se tensa de repente.
Aprieto la mandíbula y me obligo a relajarme y a continuar revisando la carpeta que tengo delante y con la que llevo trabajando, incapaz de concentrarme, prácticamente desde que Brittany se marchó.
No tengo por qué darle más vueltas y lo que ha pasado ni siquiera tiene por
qué cambiar las cosas.
El rumor de los pasos se hace más cercano.
La presión bajo mis costillas se intensifica. Y finalmente Mercedes entra en la habitación.
Pestañeo confusa.
Estaba convencido de que sería Brittany.
¿Dónde está Brittany?
—Santana, la señorita Pierce me ha pedido que suba con usted para terminar todos los asuntos que quedan pendientes—me explica tendiéndome unos dosieres.
No necesito verlos para saber que son los que Brittany se llevó a casa para seguir estudiándolos ahí:
—Si está de acuerdo, a partir de ahora yo trabajaré con usted.
Pero ¿qué coño...?
—¿Dónde está Brittany?—repito, esta vez en voz alta.
La rabia inunda mi voz, aunque no es lo que quiero.
—Abajo —responde lacónica.
Me humedezco el labio inferior, me levanto y salgo de la estancia sin dar explicaciones.
Creo que bajo los escalones de dos en dos o de tres en tres, qué coño sé.
Nunca había estado tan furiosa.
Empujo la puerta de acceso a las escaleras con fuerza y no tardo más de un par de segundos en divisarla entrando en mi despacho con varias carpetas en la mano.
Atravieso la planta como un ciclón, entro en mi oficina y cierro de un portazo. El ruido le hace dar un respingo cuando dejaba los archivos sobre mi mesa y se gira con la respiración agitada.
—Si no quieres verme, ten el valor de decírmelo—rujo caminando hasta ella—No te comportes como una cría y envíes a una de tus amigas. Llevo trabajando en esta maldita empresa más de un mes y ya he perdido bastante tiempo enseñándote. No pienso empezar de cero con otra secretaria.
¡Joder!
¡Estoy muy cabreada!
—Lo siento —murmura.
—Eso no me vale —replico apuntando la mesa con el índice.
¿Por qué me ha molestado tanto que quisiese evitarme?
—¿Y qué quieres que te diga? —responde tan molesta como yo.
—Quiero que me digas que entiendes cómo son las cosas. Somos adultas, Brittany. Lo que ha pasado no tiene por qué significar nada.
Mis últimas palabras nos silencian de golpe y yo me arrepiento nada más pronunciarlas.
No sólo porque sean mentira y, por mucho que intente negármelo, sea plenamente consciente de ello, sino por la mirada que ella me devuelve.
Nunca pensé que podría removerme de esa manera que alguien me mirara así.
—¿Eso es lo que te preocupa? —inquiere dolida, pero, sobre todo, decepcionada—, ¿Qué me pille por ti y me convierta en un estorbo?
—Yo no he dicho eso.
Es lo último que quería decir, joder.
—Claro que sí —sentencia.
Frunzo el ceño.
¿Y por qué coño está tan segura?
¿Por qué siempre tiene que pensar que me acabaré comportando como una auténtica cabrona?
Ahora ya tengo dos putos motivos para estar cabreada.
—¿Por qué siempre tienes que pensar lo peor de mí?
—Porque así es cómo te comportas con las mujeres, siempre—pronuncia sin dudarlo un mísero segundo—¿Qué tal si le preguntamos a la pobre Maribel?
No me puedo creer que se haya atrevido a mencionarla.
Mi enfado se esfuma de golpe y otro mucho más profundo ocupa su lugar.
—Tú no tienes ni idea de cómo me comporto con las mujeres—escupo con la voz amenazadoramente suave—¿Crees que, porque hayamos charlado sobre sexo un par de veces y haya bromeado contigo, sabes cómo soy? Yo jamás he engañado a una mujer y nunca les he dado falsas esperanzas, y no pienso empezar contigo.
Brittany me mantiene la mirada, pero mis palabras pesan más y acaba apartándola.
Asiente varias veces y, sin decir nada más, sale de la habitación. Yo observo la puerta por la que acaba de marcharse y finalmente lanzo un «joder» entre dientes a la vez que me dejo caer hasta sentarme en la mesa y me paso las manos por el pelo para dejarlas en mi nuca.
¿Por qué ha tenido que mencionar a Maribel?
¡Joder!
Los motivos por los que me hice ese tatuaje resplandecen con fuerza, pero, como si no fuese capaz de ver las putas señales, me incorporo de un salto y salgo del despacho.
Atravieso la planta aún más rápido que antes.
Su oficina está entreabierta.
No está.
La puerta de acceso a las escaleras entra en mi campo de visión. Subo los escalones de prisa. Entro en la estancia. Otra vez sin avisar, sin saludar.
—No quería decir eso.
No estoy segura de que sea una disculpa, pero, desde luego, no uso el tono adecuado.
—No tienes que disculparte.
—Brittany...
—Santana, déjalo estar.
—No pienso dejarlo estar.
—Por favor...
—Brittany—repito interrumpiéndola.
—Era mi primer orgasmo, ¿vale? —prácticamente grita.
¿Qué?
Mi cerebro se niega a procesar lo que acaba de escuchar.
Es imposible.
Brittany me mira abochornada y nerviosa.
Tiene el cuerpo tenso y diría que está pensando en salir corriendo en cualquier momento.
Es preciosa...
¿Cómo es posible que nunca haya estado con una persona que haya sabido lo que se hacía?
Sé la respuesta, pero quiero escucharla de sus labios.
—No lo sé.
Nuestras respiraciones entrecortadas cada vez suenan más rápidas, más descontroladas, comiéndose los sonidos de Nueva York veinte plantas más abajo y llenando por completo la habitación.
—Sí lo sabes, dímelo.
—Eres tú. Es sólo por ti.
Suena frustrada, incluso un poco enfadada. Ella también ha luchado con todas sus fuerzas para no acabar exactamente así y eso sólo hace que la desee aún más.
—¿Y si lo que quiero es tocarte?—pregunto atrapando de nuevo su mirada.
Quiero que entienda que hablo completamente en serio. Se acabaron los juegos, las huidas hacia delante.
Es hora de follar.
—Hazlo—responde valiente, con una curiosidad casi infinita, sin apartar sus ojos de los míos.
Alargo la mano y la poso en su mejilla. Acaricio su labio inferior, imaginando su boca en otra parte de mi cuerpo, recordando cómo pronuncio «correrte en su boca» hace cinco putos minutos con esa mezcla de curiosidad y sensualidad.
Joder, había incluso algo de inocencia, como si fuese la última chica cándida sobre la faz de la tierra y yo, la cabrona con más suerte del mundo.
La deslizo por su mandíbula, la suave piel de su cuello y continúo bajando, conteniéndome por no ser todo lo dominante y dura que quiero ser, pero sin poder dejar de pensar en tumbarla en el suelo, sostenerle las muñecas contra la moqueta y follármela hasta que el planeta se salga de su maldita órbita.
Acaricio su pecho, que se desliza en mi mano arriba y abajo presa de su respiración agitada. Gime despacio y mi cuerpo se excita todavía más dura.
Es el sonido más sexy y sensual que he oído en mi vida.
Aprieto mi mano en su cadera, otra vez luchando. He perdido la cuenta de cuántas veces me he visualizado a mí misma agarrando esa parte de su cuerpo, dejando la marca de mis dedos en ella.
Hundo mis dedos en su pelo hasta llegar a su nuca y, brusca, la atraigo hacia mí.
Ya puedo adivinar su sabor y sé que me volverá jodidamente loca.
—Bésame —me pide.
Mi sonrisa más canalla inunda mis labios.
—Creo que puedes pedírmelo mucho mejor—replico engreída contra su boca.
—Bésame, por favor.
Trago saliva.
Toda la anticipación, todo el deseo rodando vivo por mis venas, la excitación, la adrenalina, el estar hambrienta, es lo mejor del maldito mundo.
—Dime que lo quieres.
—Lo quiero —repite sin dudar.
—Dime que lo necesitas.
—Lo necesito, por favor —suplica.
Joder.
Estrello su boca contra la mía y la devoro sin contemplaciones.
Sus labios son aún mejor de lo que llevo imaginándome semanas: suaves, dulces, ansiosos y, sobre todo, curiosos, exactamente como es ella, con esas ganas de dejarse hacer, luchando por no explotar y dejarse llevar... y eso es precisamente lo que quiero conseguir.
Quiero que pierdas el control, Niña Buena.
Deslizo una mano por su cuello, vuelvo a su pecho, su cintura, su vientre, mientras sigo besándola.
Besos largos, desbocados, como si no necesitáramos nada más.
Alzo las caderas buscando más placer; Brittany se balancea sobre mí y, en un mísero segundo, volvemos a acoplarnos, sintiéndola deslizarse sobre mis piernas a medida una y otra vez.
Paso mi mano al otro lado de la tela de su vestido.
Quiero tocar su piel.
Ella vuelve a gemir, pero ni siquiera entonces la dejo separarse.
Mis dedos no se detienen.
Se pasean por sus muslos y llegan a sus bragas. El roce me lleva a la visión de ella desnuda, delante de mí, y todo el deseo se recrudece.
—Santana.
Gime mi nombre cuando la acaricio exactamente donde tengo que hacerlo. Su cuerpo se tensa y otra vez toda esa inocencia vuelve a relucir.
Se está entregando sin miedos, sin preguntas, sin ninguna coraza.
Pierdo mis dedos en su interior y todo su cuerpo se arquea hacia delante como respuesta. Vuelvo a llevar su boca contra la mía, a casi besarla.
—¿Sientes lo mojada que estás?—susurro contra sus labios—Quiero que imagines todo lo que voy a hacerte hasta que te corras.
Brittany asiente con los ojos cerrados, completamente extasiada.
La embisto más rápido, con más fuerza. Ella comienza a cabalgar mi mano, pero la freno en seco sujetándola por las caderas.
—De eso nada —la reprendo.
Saco los dedos y le doy un azote justo sobre su clítoris. Ella suelta un gemido evaporado por la sorpresa y toda la excitación, pero no se mueve.
La mejor reacción de todas.
Espero a que abra los ojos de nuevo y atrapo su mirada sin dejarle ninguna escapatoria.
—Yo decido si te corres y cuándo te corres.
Sus ojos azules llenos de curiosidad se oscurecen un poco más y algo dentro de mí se relame.
Ella asiente despacio y yo sonrío, hambrienta de ella.
Bienvenida al club.
Empiezo a bombear de nuevo.
Está húmeda, cálida, resbaladiza.
Mi boca se pierde en su cuello y su olor me envuelve. Siempre huele demasiado bien, a flores, a fresco, a algo suave y pequeño.
Su respiración se vuelve más y más irregular.
Aprieto la palma.
Sigo moviendo los dedos.
—Quiero que me lo digas cuando estés cerca—ordeno contra la piel de su cuello—Quiero que grites. No me importa quién coño pueda oírnos.
—Estoy cerca—murmura casi de inmediato—Estoy... muy cerca.
Se abre un poco más para mí.
La beso, la muerdo.
Joder, esto es mejor que nada.
—¡Santana!—grita.
Su cuerpo se convulsiona, tiembla, y un orgasmo casi violento la recorre entera mientras sus dedos retuercen mis hombros, sin dejar de gemir, de gritar... y yo estoy hipnotizada contemplando el espectáculo de verla deshacerse con mi nombre en los labios.
El placer se diluye lentamente y Brittany se queda muy quieta. Yo saco mis dedos despacio y, aún más, ella abre los ojos.
Tiene la mirada febril, incluso un poco perdida, pero todo lo que he sentido cada vez que la he mirado sigue ahí, como si ahora, la mezcla entre esa parte adorable y esa otra tan sexy, sin ni siquiera saberlo, se hubiesen multiplicado, como si mi cerebro acabase de asimilar que la Brittany de mis
fantasías y la Brittany real son la misma.
Otra vez sólo se oyen nuestras respiraciones.
—Vuelve a tu despacho—le ordeno.
Mi voz suena aún más ronca.
No espero respuesta por su parte y la pongo en pie tomándola por las caderas.
Le tiemblan las piernas.
Espero unos segundos para asegurarme de que no va a desplomarse contra el suelo y aparto las manos de ella, pero es lo último que quiero, joder.
Me siento como en el maldito ojo del huracán.
—Será lo mejor—musita nerviosa, alejándose unos pasos.
Siempre finge seguridad cuando algo la descoloca y ésta es la primera vez que no la veo hacerlo.
Cuando me quedo sola de nuevo, me froto los ojos con las palmas de las manos y acabo pasándomelas por el pelo hasta dejarlas en mi nuca.
¿Qué coño ha pasado?
La he hecho correrse en mi mano y ahora no puedo pensar en otra cosa.
No bajo a comer.
La cabeza me va a mil kilómetros por hora.
Sin embargo, cuando son más de las cinco y no he visto a Brittany, una punzada de culpabilidad me atraviesa.
Quizá debería buscarla, hablar con ella.
En mitad de todos esos pensamientos inconexos, oigo unos tacones subir las escaleras y mi cuerpo se tensa de repente.
Aprieto la mandíbula y me obligo a relajarme y a continuar revisando la carpeta que tengo delante y con la que llevo trabajando, incapaz de concentrarme, prácticamente desde que Brittany se marchó.
No tengo por qué darle más vueltas y lo que ha pasado ni siquiera tiene por
qué cambiar las cosas.
El rumor de los pasos se hace más cercano.
La presión bajo mis costillas se intensifica. Y finalmente Mercedes entra en la habitación.
Pestañeo confusa.
Estaba convencido de que sería Brittany.
¿Dónde está Brittany?
—Santana, la señorita Pierce me ha pedido que suba con usted para terminar todos los asuntos que quedan pendientes—me explica tendiéndome unos dosieres.
No necesito verlos para saber que son los que Brittany se llevó a casa para seguir estudiándolos ahí:
—Si está de acuerdo, a partir de ahora yo trabajaré con usted.
Pero ¿qué coño...?
—¿Dónde está Brittany?—repito, esta vez en voz alta.
La rabia inunda mi voz, aunque no es lo que quiero.
—Abajo —responde lacónica.
Me humedezco el labio inferior, me levanto y salgo de la estancia sin dar explicaciones.
Creo que bajo los escalones de dos en dos o de tres en tres, qué coño sé.
Nunca había estado tan furiosa.
Empujo la puerta de acceso a las escaleras con fuerza y no tardo más de un par de segundos en divisarla entrando en mi despacho con varias carpetas en la mano.
Atravieso la planta como un ciclón, entro en mi oficina y cierro de un portazo. El ruido le hace dar un respingo cuando dejaba los archivos sobre mi mesa y se gira con la respiración agitada.
—Si no quieres verme, ten el valor de decírmelo—rujo caminando hasta ella—No te comportes como una cría y envíes a una de tus amigas. Llevo trabajando en esta maldita empresa más de un mes y ya he perdido bastante tiempo enseñándote. No pienso empezar de cero con otra secretaria.
¡Joder!
¡Estoy muy cabreada!
—Lo siento —murmura.
—Eso no me vale —replico apuntando la mesa con el índice.
¿Por qué me ha molestado tanto que quisiese evitarme?
—¿Y qué quieres que te diga? —responde tan molesta como yo.
—Quiero que me digas que entiendes cómo son las cosas. Somos adultas, Brittany. Lo que ha pasado no tiene por qué significar nada.
Mis últimas palabras nos silencian de golpe y yo me arrepiento nada más pronunciarlas.
No sólo porque sean mentira y, por mucho que intente negármelo, sea plenamente consciente de ello, sino por la mirada que ella me devuelve.
Nunca pensé que podría removerme de esa manera que alguien me mirara así.
—¿Eso es lo que te preocupa? —inquiere dolida, pero, sobre todo, decepcionada—, ¿Qué me pille por ti y me convierta en un estorbo?
—Yo no he dicho eso.
Es lo último que quería decir, joder.
—Claro que sí —sentencia.
Frunzo el ceño.
¿Y por qué coño está tan segura?
¿Por qué siempre tiene que pensar que me acabaré comportando como una auténtica cabrona?
Ahora ya tengo dos putos motivos para estar cabreada.
—¿Por qué siempre tienes que pensar lo peor de mí?
—Porque así es cómo te comportas con las mujeres, siempre—pronuncia sin dudarlo un mísero segundo—¿Qué tal si le preguntamos a la pobre Maribel?
No me puedo creer que se haya atrevido a mencionarla.
Mi enfado se esfuma de golpe y otro mucho más profundo ocupa su lugar.
—Tú no tienes ni idea de cómo me comporto con las mujeres—escupo con la voz amenazadoramente suave—¿Crees que, porque hayamos charlado sobre sexo un par de veces y haya bromeado contigo, sabes cómo soy? Yo jamás he engañado a una mujer y nunca les he dado falsas esperanzas, y no pienso empezar contigo.
Brittany me mantiene la mirada, pero mis palabras pesan más y acaba apartándola.
Asiente varias veces y, sin decir nada más, sale de la habitación. Yo observo la puerta por la que acaba de marcharse y finalmente lanzo un «joder» entre dientes a la vez que me dejo caer hasta sentarme en la mesa y me paso las manos por el pelo para dejarlas en mi nuca.
¿Por qué ha tenido que mencionar a Maribel?
¡Joder!
Los motivos por los que me hice ese tatuaje resplandecen con fuerza, pero, como si no fuese capaz de ver las putas señales, me incorporo de un salto y salgo del despacho.
Atravieso la planta aún más rápido que antes.
Su oficina está entreabierta.
No está.
La puerta de acceso a las escaleras entra en mi campo de visión. Subo los escalones de prisa. Entro en la estancia. Otra vez sin avisar, sin saludar.
—No quería decir eso.
No estoy segura de que sea una disculpa, pero, desde luego, no uso el tono adecuado.
—No tienes que disculparte.
—Brittany...
—Santana, déjalo estar.
—No pienso dejarlo estar.
—Por favor...
—Brittany—repito interrumpiéndola.
—Era mi primer orgasmo, ¿vale? —prácticamente grita.
¿Qué?
Mi cerebro se niega a procesar lo que acaba de escuchar.
Es imposible.
Brittany me mira abochornada y nerviosa.
Tiene el cuerpo tenso y diría que está pensando en salir corriendo en cualquier momento.
Es preciosa...
¿Cómo es posible que nunca haya estado con una persona que haya sabido lo que se hacía?
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Vaya mierda.... Morí cuando de quitó el vestido jajajajaajjaa
Y bueno por fin se dejaron llevar a medias y lo digo por San porque en cuanto pudo pensar hizo sus idioteces.
Y para Britt ha de ser horrible escuchar todas las tonterías de San y la forma en que la trata pero al fin esta dejando en claro que la mujeriega que se imaginaba esta ahí diciéndole que por ella no cambiará y que no es especial.
Haber que hace ahora San....
Y bueno por fin se dejaron llevar a medias y lo digo por San porque en cuanto pudo pensar hizo sus idioteces.
Y para Britt ha de ser horrible escuchar todas las tonterías de San y la forma en que la trata pero al fin esta dejando en claro que la mujeriega que se imaginaba esta ahí diciéndole que por ella no cambiará y que no es especial.
Haber que hace ahora San....
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
No puede ser me he pasado toda la noche leyendo y queda ahi.......
Me tiene super intrigada el pasado de Brittany. Quien es ese tal Grifft no se que.... Sam que papel juega en la vida de Brit ademas de ser su hermano..... Que error cometio la rubia...
Maribel es en esta historia o fue la mama de Santana o una mujer de ocasión, por que tanto misterio......mas el Tatuaje...Tantas explicaciones........ Aunque ya se que el quinto tatuaje sera dedicado a Brittany espero no equivocarme.... saludos......espero actualizacion.
Me tiene super intrigada el pasado de Brittany. Quien es ese tal Grifft no se que.... Sam que papel juega en la vida de Brit ademas de ser su hermano..... Que error cometio la rubia...
Maribel es en esta historia o fue la mama de Santana o una mujer de ocasión, por que tanto misterio......mas el Tatuaje...Tantas explicaciones........ Aunque ya se que el quinto tatuaje sera dedicado a Brittany espero no equivocarme.... saludos......espero actualizacion.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
la verdad es que hay muchos cabos sueltos entre estas dos, abra que ver como siguen las cosas despues de esto!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Hola morra...
Dios... En serio!!!
Se nota que les afecto mucho a las dos!!!
San tampoco lo hace fácil!!!
A ver como van las cosas??
Nos vemos!!!
Dios... En serio!!!
Se nota que les afecto mucho a las dos!!!
San tampoco lo hace fácil!!!
A ver como van las cosas??
Nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Jaja con lo del vestido, la dejo loca a san. ¿y ahora? Que pasara con las chicas.. Ai muchas cosas que no quedan claras.
Tati.94******* - Mensajes : 442
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
JVM escribió:Vaya mierda.... Morí cuando de quitó el vestido jajajajaajjaa
Y bueno por fin se dejaron llevar a medias y lo digo por San porque en cuanto pudo pensar hizo sus idioteces.
Y para Britt ha de ser horrible escuchar todas las tonterías de San y la forma en que la trata pero al fin esta dejando en claro que la mujeriega que se imaginaba esta ahí diciéndole que por ella no cambiará y que no es especial.
Haber que hace ahora San....
Hola, XD jajajajaajajajajajajaajajajajaajjajajajaja yo morí con tu comentario xD jajajajajajaajaja. M ¬¬ haceuna cosa bn y 78373 mal ¬¬ Aquí la q sufre es britt y san lo sabe, pero no hace nada, solo ve por ella ¬¬ Espero y muchas cosas para solucionar lo q hizo ¬¬ Saludos =D
marthagr81@yahoo.es escribió:No puede ser me he pasado toda la noche leyendo y queda ahi.......
Me tiene super intrigada el pasado de Brittany. Quien es ese tal Grifft no se que.... Sam que papel juega en la vida de Brit ademas de ser su hermano..... Que error cometio la rubia...
Maribel es en esta historia o fue la mama de Santana o una mujer de ocasión, por que tanto misterio......mas el Tatuaje...Tantas explicaciones........ Aunque ya se que el quinto tatuaje sera dedicado a Brittany espero no equivocarme.... saludos......espero actualizacion.
Hola, jajajajajajajaajaja xD suele pasar... y es lo peor XD jajajajajajaja. Si, no solo el pasado de san llama la atención... y los hombres que tiene hasta ahora son un 0 a la izquierda... y san se esta sumando ¬¬ Jajajajaaj la vrdd espero y sea la mamá xD y tmbn espero q el siguiente tatuaje sea para britt ajjajajaaj. Aquí dejo el siguiente cap! Saludos =D
micky morales escribió:la verdad es que hay muchos cabos sueltos entre estas dos, abra que ver como siguen las cosas despues de esto!!!!
Hola, si que los ai... y nadie dice nada ¬¬ Aquí el siguiente cap para saberlo... espero xD Saludos =D
3:) escribió:Hola morra...
Dios... En serio!!!
Se nota que les afecto mucho a las dos!!!
San tampoco lo hace fácil!!!
A ver como van las cosas??
Nos vemos!!!
Hola lu, xD eso parece xD Si, pero no quita q una sufra xq quiere ¬¬ Eso digo yo, eso digo yo ¬¬ Aquí el siguiente cap para saber más... espero xD Saludos =D
Tati.94 escribió:Jaja con lo del vestido, la dejo loca a san. ¿y ahora? Que pasara con las chicas.. Ai muchas cosas que no quedan claras.
Hola, jajajajaja si q si xD jajajajaaj. Y espero que las aclaren ya! y para eso dijo el siguiente cap! ajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 9 - P I
Capitulo 9 - Parte I
Brittany
—¿Eres virgen?—pregunta con el ceño fruncido.
—No—me apresuro a responder—Claro que no.
¿Por qué he tenido que contárselo?
¿Por qué tengo que ser tan bocazas?
—¿Entonces?
Tomo aire.
No quiero seguir hablando de esto, pero creo que, llegados a este punto, tampoco tengo alternativa.
—Perdí la virginidad con diecisiete y las cosas no salieron como pensé que saldrían... se complicaron.
No quiero contarle toda la historia.
La conozco y sé que, si lo hago, todo cambiará:
—Y, después de eso, he estado con un par de personas, pero no ha salido bien.
No he huido del sexo ni nada parecido.
Cuando he dicho que las cosas se complicaron, no ha sido sólo una manera de salir del paso.
No lo he tenido fácil, aunque haya merecido la pena, y, cuando a tu día le faltan de media diez horas para hacer todo lo que necesitas hacer, poco a poco, y sin quererlo, vas sacrificando tu vida social, y si además hay que añadir que, también en contra de tu voluntad, tienes que cargar con un idiota miserable como Griffin, la cosa se complica todavía más.
Santana me mira sin saber qué pensar y el bochorno, la culpabilidad e incluso el enfado empiezan a hacer mella.
No tiene que cambiar la decisión que ha tomado sobre nosotras por lo que acabo de decirle.
—De todas formas, lo que acabo de decirte no cambia nada—añado rápidamente—No tienes por qué sentirte culpable, ni cambiar de idea con respecto a nosotras.
—Brittany...
Niego con la cabeza y, sin quererlo, los ojos se me llenan de lágrimas.
Antes, cuando estuvimos las dos en esta misma habitación, rocé el cielo con los dedos.
Fue increíble.
Me hizo sentir diferente, especial... pero Santana López es una mujeriega y eso no puedo cambiarlo por mucho que quiera.
Es obvio que para ella no significo nada.
¿Por qué tendría que hacerlo?
Siempre que ha querido estar con una mujer, lo ha hecho, chicas guapísimas, llenas de experiencia.
¿Por qué iba a cambiar su manera de afrontar las relaciones por mí?
—Lo he entendido—la interrumpo con la voz entrecortada.
—No—replica, y ahora es ella quien niega con la cabeza, lleno de una rotunda seguridad—, No has entendido absolutamente nada.
Cubre la distancia que nos separa, atrapa mi cara entre sus manos y me besa con fuerza, llevándome contra el enorme ventanal.
De golpe al paraíso en una sola décima de segundo.
Le devuelvo cada beso y ella reacciona estrechándome contra su cuerpo, aprisionándome contra el frío cristal un poco más, consiguiendo que mi corazón lata más y más de prisa.
—No quiero que las cosas cambien porque te echaría de menos—susurra sin dejar de besarme.
Trato de reordenar mis ideas, de pensar.
No lo consigo.
—Estoy muerta de miedo—murmuro.
Mis palabras la detienen en seco y lentamente se aparta sin dejar de observarme; algo me dice que nunca podré escapar de esa mirada, como si ya supiese lo que voy a decirle antes de hacerlo, como si pudiese leer en mí.
Es intimidante.
—No quiero perderte—me sincero encogiéndome de hombros, casi disculpándome.
Estoy segura de que escuchar algo así es lo último que quiere de una chica.
Santana suspira largo y pausando, recorriendo mi cara con sus ojos negros.
Maldita sea, no puedo colarme por ella.
Tengo que protegerme.
—Yo tampoco quiero perderte a ti.
Esa respuesta es lo último que me esperaba.
La sonrisa más tonta del mundo amenaza con aparecer en mis labios y sólo se me ocurre suspirar para controlarla.
—Bueno entonces está claro que tenemos un problema—convengo llena de espontaneidad.
Sólo me doy cuenta de la tontería que he dicho cuando la escucho en voz alta.
Santana sonríe.
—Sí, está claro que tenemos un problema—replica burlona.
Entorno los ojos divertida y frunzo los labios.
La muy descarada se está riendo de mí.
Me encantaría resultar igual de intimidante que ella cuando se lo propone, aunque, para ser sincera, me conformaría con poder disimular que me hace gracia.
Se mueve de nuevo sobre mí y otra vez siento que me falta el aire.
—¿Y qué sugiere que hagamos, señorita Pierce?—susurra a escasos milímetros de mis labios.
Piensa, Bluebird. No te desconcentres ahora.
—A lo mejor—prácticamente tartamudeo con la mirada fija en su boca.
Dios, es muy difícil mantener la compostura cuando está tan cerca:
—, Todo lo que necesitamos es estar juntas una vez... Sólo para dejar de pensar en cómo sería—añado rápidamente—Y poder pasar página y seguir siendo amigas.
Soy plenamente consciente de que no es la mejor idea del mundo, pero quizá sí justamente lo que necesitamos.
Después de lo que pasó hace unas horas y de las cosas que acabamos de decirnos, es más que obvio que existe algo que nos empuja la una contra la otra y, si ignorarla no funciona, tirarnos de cabeza a ello, sólo una vez, puede ser la solución.
Además, no voy a negar que la mera idea me produce una mezcla de curiosidad, deseo y excitación digna, por lo menos, de una trilogía romántico-erótica.
Santana me observa en silencio durante largos segundos y yo empiezo a arrepentirme de mi propuesta.
¿Y si piensa que estoy loca?
¿Y si considera que es una soberana tontería?
¿Y si no tiene el más mínimo interés en acostarse con alguien que acaba de confesarle que apenas tiene experiencia?
—¿Qué me dices?—musito, mitad nerviosa, mitad impaciente.
Si va a mandarme al diablo, prefiero que lo haga ya.
Pero entonces, tomándome por sorpresa, vuelve a apresarme contra el cristal y me besa con fuerza.
Esto es una locura.
Me siento como si nada más importase, como si volviese a tener diecisiete años, como si pudiese simplemente dejarme llevar... ¡y es increíble!
Sus manos vuelan bajo mi vestido, recorre el encaje de mis medias, rodea mis muslos y me sube a pulso, anclándose a mi culo y estrechándome aún más contra su perfecto cuerpo.
—Santana—jadeo.
Ya no necesito más.
Me besa la mandíbula, el cuello, la curva de la clavícula. Sus dientes siguen a sus labios cada vez con más fuerza.
Me dejarán marca, lo sé, y creo que eso es lo mejor de todo.
No soy consciente de lo que he dicho hasta que percibo su sonrisa vibrar contra mi piel y comprendo que he sonado muy impaciente y, definitivamente, entregadísima.
Santana se incorpora hasta que quedamos frente a frente.
—¿Has pensado muchas veces en cómo sería esto?—pregunta, aunque es una afirmación en toda regla.
Yo abro la boca dispuesta a decir que no, pero en el último segundo me falta valor para soltar semejante mentira.
Santana enarca las cejas burlona, mirándome hasta que cierro los labios y vuelvo a abrirlos para pronunciar un sí que le hace sonreír engreída.
Resoplo nerviosa y con un ardor en cada centímetro de mi cuerpo que ni siquiera puedo controlar.
Me llevo las manos a la cara tratando de huir de este bochorno, pero, en ese mismo segundo, Santana me coge de las muñecas y las atrapa contra la pared.
La excitación se hace más caliente, más líquida.
Sonríe de nuevo, un gesto mucho más sexy, más animal, y me besa. Sin embargo, en el último microsegundo, cuando ya casi podía rozar sus labios, se aparta apenas un centímetro.
—Dime cómo imaginabas que te follaría —me ordena.
Lanzo un profundo suspiro, tratando inútilmente de controlar mi respiración.
Lo he imaginado un millón de veces.
Creo que no he sido capaz de pensar en otra cosa las seis últimas semanas.
Vuelve a moverse sobre mí, vuelvo a sentir sus labios demasiado cerca, pero otra vez, en el último instante, vuelve a apartarse.
Gimo frustrada.
—No... no puedo —jadeo.
No puedo ordenar las palabras para que salgan con sentido de mis labios y, sobre todo, no quiero parecerle otra vez una chica sin experiencia.
Mi imaginación no está al nivel.
Se incorpora despacio, asegurándose de que todo mi cuerpo se hace consciente del suyo, mandándole el mensaje de que lo mejor está por llegar, pero no va a darme nada que no me haya ganado.
La Guapísima Gilipollas en todo su esplendor.
—Bueno entonces sí que tenemos un problema—me advierte con la voz amenazadoramente suave.
Trago saliva.
Tengo la sensación de que acabo de meterme en un buen lío y ni siquiera ahora puedo dejar de mirarla.
Sin previo aviso, agarra las solapas de mi blusa y la abre de un brusco tirón.
Gimo y mi respiración se acelera todavía más, mientras los botones resuenan contra el cristal.
—¿Quieres probar qué se siente jugando conmigo, Niña Buena? Bueno éstas son mis reglas: no quiero crías avergonzadas y tampoco las necesito. Demuéstrame la misma seguridad con la que te enfrentas a todo.
No hay un solo gramo de piedad en su voz.
Yo le mantengo la mirada.
Un enfado bullicioso, que sólo ella sabe despertarme, comienza a recorrerme entera, mezclado con todo el deseo.
No soy ninguna cría avergonzada.
—Me imagino que me besas.
Mi voz apenas es un hilo, pero está llena de una genuina seguridad.
Puedo hacerlo.
—¿Cómo?—inquiere inmisericorde.
No piensa ponérmelo fácil.
La miro y aprieto los labios.
Ahora mismo la odio.
Recuerdo cada vez que he cerrado los ojos en mi cama y la he imaginado sobre mí, desnuda, sudada, con todo ese femenino atractivo excitándome más y más.
—Como si no pudieses pensar en otra cosa—respondo.
Exactamente como me siento yo.
—Buena chica—susurra acercándose a mí, torturándome.
Toda mi atención vuelve a su boca.
Estamos muy cerca.
—¿Qué más? —me ordena de nuevo.
Su voz es lo mejor de todo.
—Me follas —contesto con tono trémulo.
Suspiro bajito.
Bésame, por favor.
—¿Cómo?
No puedo más.
Estoy a punto de arder por combustión espontánea.
—Salvaje —jadeo.
—Joder —gruñe.
Me besa llena de brusquedad de nuevo, sin delicadezas ni permisos, buscando lo que quiere y llevándoselo.
Acaricia mis pechos y baja hasta mis caderas.
—Ya sé lo mojada que estás y ni siquiera te he tocado.
Relía mis bragas en sus dedos y me las arranca de un tirón. La tela se deshace entre mis muslos y sus manos, y un largo y descontrolado gemido se escapa de mis labios mientras todo mi cuerpo se arquea.
—Esto te gusta, ¿verdad?—me desafía engreída, con las manos perdidas entre las dos, subiéndose el vestido y bajando sus bragas liberando su sexo— A la Niña Buena le gusta que me comporte como una animal con ella, ¿por qué será que no me sorprende?
Termina de pronunciar la última palabra cuando deja su húmedo sexo cerca del mio y todo mi cuerpo recibe una sacudida de puro placer.
Santana hunde las manos en mi pelo y me besa, acallando todos mis gemidos.
Una parte de mí quiere decirle que pare, que se calle, pero otra aún mayor está fascinada.
Quiero exactamente eso y, el hecho de que ella lo tenga tan claro, solo hace que toda mi excitación y su atractivo suban diez mil enteros de golpe.
Es lo más sexy que he visto en todos los días de mi vida.
Santana sonríe canalla, encantada con que esté rendida a ella, a esto, en todos los sentidos.
Brusca lleva mis manos contra el cristal por encima de mi cabeza y las sujeta con una de las suyas.
—Ahora es cuando vas a gritar de verdad—me dice, mitad burlona, mitad llena de arrogancia, incluso con un poco de malicia, como si supiese que, después de esto, todas las chicas pierden la cabeza por ella.
Se queda muy cerca, casi besándome pero sin hacerlo, y con un único movimiento empuja las caderas y me penetra con un dedo al tiempo se une nuestros sexos.
¡Joder!
Grito.
Entreabro los labios, jadeante, buscando su boca, pero ella sigue inaccesible, a escasos milímetros, contemplando su obra.
Retuerzo las manos bajo el agarre de la suya.
Me quedo sin aire.
Maldita sea, es demasiado buena.
Me penetra con otro dedo más.
Me llena entera.
Me abre para al.
Otro dedo más.
Me duele.
Me gusta.
¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!
—Santana—su nombre se evapora en mis labios.
Sonríe de nuevo.
Es una exquisita torturadora.
—Necesito.. —empiezo a decir, pero ni siquiera sé cómo seguir.
¿Necesito que me dé un segundo?
¿Que se mueva?
¿Que no pare nunca?
—Necesitas, ¿qué?
Esas dos palabras me dejan cristalinamente claro que ella conoce la respuesta a la perfección.
—San—suplico jadeando mientras cabeceo inconexa.
Todos los interruptores de mi cerebro se han desconectado.
Su sonrisa se ensancha.
Sale de mí.
Gimo.
Y me embiste de nuevo, empezando un delirante ritmo constante, cada vez más profundo, más duro, más brusco.
Gimo.
Grito.
Todo mi cuerpo se arquea sin dejar un solo centímetro de aire entre las dos.
Marca el compás, el control.
Me besa mientras lucho por no deshacerme como si fuera un azucarillo en la punta de su deliciosa lengua.
Mi cuerpo se tensa.
Retuerzo la tela de su vestido la altura de sus hombros.
Tiemblo.
Grito.
Maldita sea, es como vivir un terremoto subida a una lavadora mientras centrifuga...
¡Dios!
Y un orgasmo lleno de fuerza me recorre de pies a cabeza, llenándome de un placer puro, duro, sin edulcorar.
—Necesitas exactamente esto—sisea otra vez contra mi boca, con la respiración jadeante y la excitación rebosando en cada centímetro de nuestros cuerpos—Y sólo acaba de empezar.
Aprieta mis muñecas con más fuerza y comienza a moverse de nuevo, entrando y saliendo, una y otra vez.
—Santana, por favor.
El placer lo inunda todo.
No puedo pensar.
No puedo respirar.
Mi cuerpo arde.
—Quiero ver cómo te corres otra vez, Niña Buena —me ordena.
No puedo.
Me partiré en pedazos.
—San...—murmuro de nuevo.
Mi cuerpo empieza a convulsionarse suavemente. Mis jadeos se transforman en gemidos. Los gemidos, en gritos.
Todo vuelve a empezar.
Todo da vueltas.
—Dámelo, Britt—ruge.
Y sencillamente obedezco.
El deseo, la excitación, la adrenalina, todo estalla dentro de mí y vuelvo al placer, al pecado, al paraíso made in Santana López y me corro, liberando mi cuerpo con otro maravilloso orgasmo.
Ella saca sus dedos de mí para unir nuevamente nuestros húmedos sexo y me embiste una vez más. Sus dedos se hacen más posesivos en mi cadera, en mis muñecas; su boca me posee con más fuerza. Apoya su frente en la mía y, con un juramento ininteligible, alcanza también ella clímax, dejando que la electricidad más pura y el placer más absoluto lo dominen todo.
Nos quedamos muy quietas mientras nuestras respiraciones, poco a poco, van calmándose.
Santana abre su mano lentamente y deja escapar las mías. Justo antes de que se separen por completo, me acaricia el corazón de la muñeca con el pulgar y los músculos de mi vientre vuelven a tensarse deliciosamente.
Ha sido increíble.
Ella es increíble.
Se separa despacio y clava sus ojos en los míos.
Siempre me ha sido complicado no quedarme embobada con su mirada, pero justamente ahora creo que es una misión imposible.
—Ha sido increíble —repito, esta vez en voz alta.
Un mechón de pelo me cae sobre la frente. Mi cuerpo lánguido y satisfecho no piensa hacer ningún esfuerzo para librarse de él y soplo dirigiendo los labios hacia arriba en un pobre intento por apartarlo.
Obviamente no lo consigo.
Santana sonríe, alza la mano y suavemente me aparta el rebelde mechón.
—Ha estado genial querida—conviene.
—¿Qué significa querida?
Su sonrisa se vuelve más dura y más sexy.
No va a contestarme.
Frunzo los labios, pero no tardo más de un par de segundos en acabar sonriendo, no puedo evitar hacerlo.
Me siento tan cómoda con ella, en todos los sentidos, y eso es lo que no quiero perder por nada del mundo.
Por eso esto no puede volver a pasar.
Santana me gusta muchísimo; ni mi corazón ni yo sobreviviríamos a esta experiencia casi religiosa y acabaría enamorada de ella hasta las trancas, justo lo que ella jamás aceptaría.
Lentamente aparto mis piernas de su cintura. Me baja despacio hasta que mis pies tocan de nuevo el suelo y se aleja unos centímetros más.
La miro y el corazón comienza a latirme muy de prisa otra vez.
Es lo mejor, Bluebird. Si te enamoras de ella, la perderás en todos los sentidos.
Me obligo a apartar la vista de ella y comienzo a arreglarme la ropa.
Pasamos los minutos en silencio, cada una concentrada en lo que sus propias manos hacen.
Sin embargo, en contra de mi voluntad, incluso de mi sentido común, soy hiperconsciente de cada uno de sus movimientos.
Resoplo y lucho por centrarme en tratar de abrocharme la blusa de algún modo.
Santana me observa e involuntariamente me pongo nerviosa, mucho.
Si no fuera porque no estoy completamente segura de que la planta esté vacía, bajaría así hasta mi despacho, donde dejé mi abrigo.
De reojo la veo caminar hacia mí. Alzo la cabeza, confusa, y por un momento simplemente la observo tomando su chaqueta. Tardo un segundo más de lo estrictamente necesario en comprender que sólo quiere prestármela para que pueda bajar sin correr el peligro de que algún informático me acorrale hasta su guarida de la planta dieciocho.
Dejo de abrocharme la blusa y bajo las manos. Santana coloca su chaqueta a mi espalda para que pueda ponérmela y, paciente, espera frente a mí.
Me queda un poco justa… de esperar si es mas bajita que yo, ¿no?
Al mover mi brazo, la blusa resbala por uno de mis hombros y la marca de sus dientes dibujada en mi pálida piel queda al descubierto.
Las dos contemplamos la señal a la vez y, cuando levanto la mirada, la suya ya está esperándome.
Quiero decirle que me gustó que me mordiera, que ahora sus dientes estén marcados en mi piel, que me siento sexy y viva, pero no me atrevo.
Por la manera en la que me mira, creo que sabe exactamente en lo que estoy pensando, así que decido encogerme de hombros con una torpe sonrisa en los labios, disculpándome una vez más, en esta ocasión por confundir la lujuria del sexo con todo los demás.
Santana frunce el ceño apenas un segundo, como si tratara de analizar mi gesto, y finalmente me abrocha su chaqueta.
—Gracias —le digo, y no es sólo por la prenda prestada.
Ella vuelve a tomarse un segundo para observarme y finalmente exhala todo el aire de sus pulmones.
—Ha sido un placer —sentencia con una sonrisa.
Yo le devuelvo el gesto. Me muerdo el labio inferior y, en un ataque valentía, apoyo las temblorosas palmas de mis manos entre sus pechos y le doy un beso en la mejilla.
Su olor me envuelve una vez más y, al separarme, dudo seriamente de que las piernas vayan a responderme.
Santana no aparta sus ojos de mí, pero no dice nada y yo no sé si he metido la pata hasta el fondo o no, pero era mi última oportunidad de estar tan cerca de ella y no quería desaprovecharla.
Finalmente me separo y me dirijo hacia la puerta.
—Hasta mañana —me despido.
—Hasta mañana.
Bajo tan de prisa como soy capaz.
Me tomo como una victoria que sea la segunda vez que lo hago en lo que va de día y no haya acabado rodando escaleras abajo ninguna de las dos veces.
Afortunadamente no hay nadie en la planta principal.
Vuelo hasta mi despacho, me quito la chaqueta y de inmediato me pongo el abrigo.
Perfectamente cubierta, miro la prenda de Santana y, antes de que me dé cuenta, la cojo, la doblo con cuidado y la mantengo entre mis manos.
No puedo colarme por ella y eso incluye nada de llevarme su ropa a casa y olerla hasta quedarme dormida, aunque la tentación sea grande.
Resoplo de nuevo y, rápida como un gato, voy hasta su despacho y dejo la chaqueta sobre su silla.
Los treinta segundos que tardo en volver a salir se me hacen angustiosamente eternos y le dan a mi cerebro el suficiente tiempo como para preguntarse qué hago si entra ahora, si me besa, si vuelve a llevarme contra la pared... No me permito el lujo de contestar a ninguna de esas cuestiones.
La respuesta no encajaría muy bien con esa premisa todopoderosa de que no puedo colarme por la mujeriega de Santana López.
Justo antes de entrar en mi edificio, decido hacer una escapada al de al lado.
Llevo todo el camino en metro aleccionándome sobre no olvidar los errores cometidos y, sobre todo, no volver a cometerlos.
Necesito una amiga o, mejor aún, dos.
—Hola, Nueva York—me saluda cantarina en cuanto abre la puerta.
La mejor ventaja de que, entre el 255 y el 257 de la 93 Oeste, vivan mis dos mejores amigas es que resulta muy fácil conseguir una sesión de terapia y helado de chocolate para hablar de parejas.
—Saint Lake City—digo a modo de saludo, llevándome dos dedos a la frente.
—Pasa. Acaba de estar aquí el repartidor de comida china—me informa, haciéndose a un lado con la puerta.
Sonrío y entro sin dudar.
—Tengo que llamar a Ohio—le explico buscando el móvil en mi bolso.
Saint Lake niega con la cabeza.
—Ha ido con Biff y Adele a alquilar una peli.
Sonrío de nuevo.
Creo que somos las únicas personas que todavía van al videoclub.
—¿Qué tal te ha ido el día?—pregunta colocándose a un lado de la isla de la cocina y abriendo una de las bolsas.
—Bien—prácticamente balbuceo—... Diferente.
Saint Lake City alza la cabeza y me observa mientras dejo el bolso sobre uno de los taburetes, me dispongo a quitarme el abrigo y, en el último momento, me freno al recordar que tengo hecha jirones la blusa.
—¿Bien o diferente?
—Puede estar bien y ser diferente, ¿no?
—¿Qué ha pasado, Britt?—inquiere dejando la caja de fideos con verduras del Tang Pavilion sobre la encimera.
Me conoce demasiado.
Yo me muerdo el labio inferior; ni siquiera sé por dónde empezar.
—Me he acostado con alguien —suelto de un tirón.
—¿Qué? —pregunta increíblemente sorprendida.
—No lo digas de esa manera —me quejo—. No he estado en un convento.
—Casi —responde sin dudar y sin ningún remordimiento.
Le dedico mi peor mohín y ella sonríe.
—Lo siento—dice al fin—¿No habrá sido con Griffin?—inquiere de pronto, dejando de reír al instante.
—¡Claro que no!
No me acostaría con Griffin ni aunque el presidente me mandase una carta diciéndome que es la única manera de salvar al país y a toda la raza humana.
En ese caso, me sacaría la carrera de microbiología, sintetizaría el ADN humano en guisantes ultracongelados y repoblaría el mundo con niños probeta.
Todo, antes de dejar que Griffin volviese a ponerme una mano encima.
Hago el ademán de quitarme el abrigo de nuevo, pero otra vez recuerdo que no puedo hacerlo.
—¿Entonces?
—Es alguien del trabajo —respondo escueta.
—¿Chico o chica?
—Chica.
Mejor obviar el hecho de que ha sido con la Guapísima Gilipollas.
—Sexo en el trabajo —comenta con una sonrisa divertida, pero también con un punto de malicia—, El pilar principal de la literatura erótica y de que el absentismo laboral no esté en el setenta por ciento.
Asiento mientras abro otra de las cajitas de cartón y robo una miniempanadilla.
Ésa es una verdad irrefutable.
—Bueno, ¿y qué tal fue?
Yo finjo estar muy concentrada en el trozo de empanadilla que aún tengo entre los dedos y en el que ya me estoy comiendo.
—Estuvo—digo al fin sin levantar la vista—... Muy bien. Estuvo realmente bien, más que bien.
Asiento varias veces, probablemente diez más de lo necesario, ante la atenta mirada de mi amiga, hasta que no puedo más y una risa catártica, casi liberadora, que nace en mi estómago y me recorre todo el cuerpo, sale de mis labios.
—Fue increíble —sentencio entre carcajadas.
—Ya veo —responde riendo también.
Sigo estando nerviosa y también hecha un completo lío, pero me siento genial.
El sexo fue liberador y recordarlo sigue teniendo el mismo efecto.
—¿Y vas a volver a verla?
—Somos amigas—le aclaro—, Y vamos a seguir siendo sólo eso, sin sexo.
—¿Por qué?
—Porque es lo mejor.
—No todas las personas acaban siendo unas capullos integrales como Griffin, ¿sabes?—me recuerda.
—Lo sé, pero no quiero perderla como amiga. Me gusta estar con ella, hablar con ella. Si vamos más allá, estoy segura de que al final me enamoraré y ella es una mujeriega de los que hacen historia. Todo acabaría complicándose y la perdería.
Tuerzo el gesto.
Odio pensar en esa posibilidad.
Me desabrocho el primer botón del abrigo, pero, cuando mis dedos van a tocar el segundo, recuerdo el estado de mi blusa.
Vuelvo a abotonarme el primero y resoplo malhumorada, ¡maldita sea!
Saint Lake asiente, rodea la isla de la cocina muy decida y se sienta en el desvencijado taburete junto al mío.
—Las personas no siempre se van.
Esa simple frase me remueve por dentro de demasiadas maneras.
—No puedes tener ese miedo siempre —sentencia.
—Lo sé —murmuro.
Sé que tiene razón, pero es demasiado difícil.
—Si te gusta, inténtalo. Si prefieres tenerla como amiga, deja las cosas como están. Es verdad que puede que salga espantada o salgas espantada tú, ¿quién sabe?—las dos sonreímos—, Pero te puedo garantizar que, si la pierdes, es porque no merecía la pena. Las personas que te queremos siempre vamos a estar aquí para ti. Así que cuenta con que no vas a poder librarte de mí, ni de Mercedes, ni de Adele, ni del señor Figgins, ni de Biff, por supuesto... y sospecho que, aunque quisieras, tampoco podrías librarte de Sam.
—Eso puedo asegurártelo—bromeo. Sonrío de nuevo y me lanzo a sus brazos sin dudarlo.
Puede que hace diez años perdiera a toda mi familia salvo a mi hermano, pero los encontré a ellos.
Son mi familia ahora y no podría tener una mejor.
Saint Lake se separa, me da un sonoro beso en la mejilla y regresa a su lado de la isla de la cocina.
—Ahora más te vale ir a mi habitación y cambiarte de blusa o vas a ganarte un interrogatorio en toda regla de Adele.
Yo abro la boca dispuesta a decir algo, pero acabo cerrándola. Vuelvo a abrirla y vuelvo a cerrarla.
¿Cómo lo ha sabido?
—Tengo la calefacción puesta y tú has intentado quitarte el abrigo tres veces. Creo que el sexo en la oficina fue sexo salvaje en la oficina. No está nada mal para acabar de salir del convento—apunta socarrona.
Entorno los ojos dispuesta a contestarle, pero no se me ocurre nada, así que acabo dedicándole otro mohín y poniendo rumbo a su dormitorio.
—¿Te ha dejado algún botón en su sitio? —se burla a gritos.
—Pienso ponerme tu blusa de Sarah Burton y llenártela de salsa agridulce—replico divertida.
—Qué perra, Nueva York.
—Todo lo que sé, lo he aprendido de ti, Saint Lake—sonrío de verdad.
Sabía que necesitaba una charla con mis amigas para remontar el vuelo.
—No—me apresuro a responder—Claro que no.
¿Por qué he tenido que contárselo?
¿Por qué tengo que ser tan bocazas?
—¿Entonces?
Tomo aire.
No quiero seguir hablando de esto, pero creo que, llegados a este punto, tampoco tengo alternativa.
—Perdí la virginidad con diecisiete y las cosas no salieron como pensé que saldrían... se complicaron.
No quiero contarle toda la historia.
La conozco y sé que, si lo hago, todo cambiará:
—Y, después de eso, he estado con un par de personas, pero no ha salido bien.
No he huido del sexo ni nada parecido.
Cuando he dicho que las cosas se complicaron, no ha sido sólo una manera de salir del paso.
No lo he tenido fácil, aunque haya merecido la pena, y, cuando a tu día le faltan de media diez horas para hacer todo lo que necesitas hacer, poco a poco, y sin quererlo, vas sacrificando tu vida social, y si además hay que añadir que, también en contra de tu voluntad, tienes que cargar con un idiota miserable como Griffin, la cosa se complica todavía más.
Santana me mira sin saber qué pensar y el bochorno, la culpabilidad e incluso el enfado empiezan a hacer mella.
No tiene que cambiar la decisión que ha tomado sobre nosotras por lo que acabo de decirle.
—De todas formas, lo que acabo de decirte no cambia nada—añado rápidamente—No tienes por qué sentirte culpable, ni cambiar de idea con respecto a nosotras.
—Brittany...
Niego con la cabeza y, sin quererlo, los ojos se me llenan de lágrimas.
Antes, cuando estuvimos las dos en esta misma habitación, rocé el cielo con los dedos.
Fue increíble.
Me hizo sentir diferente, especial... pero Santana López es una mujeriega y eso no puedo cambiarlo por mucho que quiera.
Es obvio que para ella no significo nada.
¿Por qué tendría que hacerlo?
Siempre que ha querido estar con una mujer, lo ha hecho, chicas guapísimas, llenas de experiencia.
¿Por qué iba a cambiar su manera de afrontar las relaciones por mí?
—Lo he entendido—la interrumpo con la voz entrecortada.
—No—replica, y ahora es ella quien niega con la cabeza, lleno de una rotunda seguridad—, No has entendido absolutamente nada.
Cubre la distancia que nos separa, atrapa mi cara entre sus manos y me besa con fuerza, llevándome contra el enorme ventanal.
De golpe al paraíso en una sola décima de segundo.
Le devuelvo cada beso y ella reacciona estrechándome contra su cuerpo, aprisionándome contra el frío cristal un poco más, consiguiendo que mi corazón lata más y más de prisa.
—No quiero que las cosas cambien porque te echaría de menos—susurra sin dejar de besarme.
Trato de reordenar mis ideas, de pensar.
No lo consigo.
—Estoy muerta de miedo—murmuro.
Mis palabras la detienen en seco y lentamente se aparta sin dejar de observarme; algo me dice que nunca podré escapar de esa mirada, como si ya supiese lo que voy a decirle antes de hacerlo, como si pudiese leer en mí.
Es intimidante.
—No quiero perderte—me sincero encogiéndome de hombros, casi disculpándome.
Estoy segura de que escuchar algo así es lo último que quiere de una chica.
Santana suspira largo y pausando, recorriendo mi cara con sus ojos negros.
Maldita sea, no puedo colarme por ella.
Tengo que protegerme.
—Yo tampoco quiero perderte a ti.
Esa respuesta es lo último que me esperaba.
La sonrisa más tonta del mundo amenaza con aparecer en mis labios y sólo se me ocurre suspirar para controlarla.
—Bueno entonces está claro que tenemos un problema—convengo llena de espontaneidad.
Sólo me doy cuenta de la tontería que he dicho cuando la escucho en voz alta.
Santana sonríe.
—Sí, está claro que tenemos un problema—replica burlona.
Entorno los ojos divertida y frunzo los labios.
La muy descarada se está riendo de mí.
Me encantaría resultar igual de intimidante que ella cuando se lo propone, aunque, para ser sincera, me conformaría con poder disimular que me hace gracia.
Se mueve de nuevo sobre mí y otra vez siento que me falta el aire.
—¿Y qué sugiere que hagamos, señorita Pierce?—susurra a escasos milímetros de mis labios.
Piensa, Bluebird. No te desconcentres ahora.
—A lo mejor—prácticamente tartamudeo con la mirada fija en su boca.
Dios, es muy difícil mantener la compostura cuando está tan cerca:
—, Todo lo que necesitamos es estar juntas una vez... Sólo para dejar de pensar en cómo sería—añado rápidamente—Y poder pasar página y seguir siendo amigas.
Soy plenamente consciente de que no es la mejor idea del mundo, pero quizá sí justamente lo que necesitamos.
Después de lo que pasó hace unas horas y de las cosas que acabamos de decirnos, es más que obvio que existe algo que nos empuja la una contra la otra y, si ignorarla no funciona, tirarnos de cabeza a ello, sólo una vez, puede ser la solución.
Además, no voy a negar que la mera idea me produce una mezcla de curiosidad, deseo y excitación digna, por lo menos, de una trilogía romántico-erótica.
Santana me observa en silencio durante largos segundos y yo empiezo a arrepentirme de mi propuesta.
¿Y si piensa que estoy loca?
¿Y si considera que es una soberana tontería?
¿Y si no tiene el más mínimo interés en acostarse con alguien que acaba de confesarle que apenas tiene experiencia?
—¿Qué me dices?—musito, mitad nerviosa, mitad impaciente.
Si va a mandarme al diablo, prefiero que lo haga ya.
Pero entonces, tomándome por sorpresa, vuelve a apresarme contra el cristal y me besa con fuerza.
Esto es una locura.
Me siento como si nada más importase, como si volviese a tener diecisiete años, como si pudiese simplemente dejarme llevar... ¡y es increíble!
Sus manos vuelan bajo mi vestido, recorre el encaje de mis medias, rodea mis muslos y me sube a pulso, anclándose a mi culo y estrechándome aún más contra su perfecto cuerpo.
—Santana—jadeo.
Ya no necesito más.
Me besa la mandíbula, el cuello, la curva de la clavícula. Sus dientes siguen a sus labios cada vez con más fuerza.
Me dejarán marca, lo sé, y creo que eso es lo mejor de todo.
No soy consciente de lo que he dicho hasta que percibo su sonrisa vibrar contra mi piel y comprendo que he sonado muy impaciente y, definitivamente, entregadísima.
Santana se incorpora hasta que quedamos frente a frente.
—¿Has pensado muchas veces en cómo sería esto?—pregunta, aunque es una afirmación en toda regla.
Yo abro la boca dispuesta a decir que no, pero en el último segundo me falta valor para soltar semejante mentira.
Santana enarca las cejas burlona, mirándome hasta que cierro los labios y vuelvo a abrirlos para pronunciar un sí que le hace sonreír engreída.
Resoplo nerviosa y con un ardor en cada centímetro de mi cuerpo que ni siquiera puedo controlar.
Me llevo las manos a la cara tratando de huir de este bochorno, pero, en ese mismo segundo, Santana me coge de las muñecas y las atrapa contra la pared.
La excitación se hace más caliente, más líquida.
Sonríe de nuevo, un gesto mucho más sexy, más animal, y me besa. Sin embargo, en el último microsegundo, cuando ya casi podía rozar sus labios, se aparta apenas un centímetro.
—Dime cómo imaginabas que te follaría —me ordena.
Lanzo un profundo suspiro, tratando inútilmente de controlar mi respiración.
Lo he imaginado un millón de veces.
Creo que no he sido capaz de pensar en otra cosa las seis últimas semanas.
Vuelve a moverse sobre mí, vuelvo a sentir sus labios demasiado cerca, pero otra vez, en el último instante, vuelve a apartarse.
Gimo frustrada.
—No... no puedo —jadeo.
No puedo ordenar las palabras para que salgan con sentido de mis labios y, sobre todo, no quiero parecerle otra vez una chica sin experiencia.
Mi imaginación no está al nivel.
Se incorpora despacio, asegurándose de que todo mi cuerpo se hace consciente del suyo, mandándole el mensaje de que lo mejor está por llegar, pero no va a darme nada que no me haya ganado.
La Guapísima Gilipollas en todo su esplendor.
—Bueno entonces sí que tenemos un problema—me advierte con la voz amenazadoramente suave.
Trago saliva.
Tengo la sensación de que acabo de meterme en un buen lío y ni siquiera ahora puedo dejar de mirarla.
Sin previo aviso, agarra las solapas de mi blusa y la abre de un brusco tirón.
Gimo y mi respiración se acelera todavía más, mientras los botones resuenan contra el cristal.
—¿Quieres probar qué se siente jugando conmigo, Niña Buena? Bueno éstas son mis reglas: no quiero crías avergonzadas y tampoco las necesito. Demuéstrame la misma seguridad con la que te enfrentas a todo.
No hay un solo gramo de piedad en su voz.
Yo le mantengo la mirada.
Un enfado bullicioso, que sólo ella sabe despertarme, comienza a recorrerme entera, mezclado con todo el deseo.
No soy ninguna cría avergonzada.
—Me imagino que me besas.
Mi voz apenas es un hilo, pero está llena de una genuina seguridad.
Puedo hacerlo.
—¿Cómo?—inquiere inmisericorde.
No piensa ponérmelo fácil.
La miro y aprieto los labios.
Ahora mismo la odio.
Recuerdo cada vez que he cerrado los ojos en mi cama y la he imaginado sobre mí, desnuda, sudada, con todo ese femenino atractivo excitándome más y más.
—Como si no pudieses pensar en otra cosa—respondo.
Exactamente como me siento yo.
—Buena chica—susurra acercándose a mí, torturándome.
Toda mi atención vuelve a su boca.
Estamos muy cerca.
—¿Qué más? —me ordena de nuevo.
Su voz es lo mejor de todo.
—Me follas —contesto con tono trémulo.
Suspiro bajito.
Bésame, por favor.
—¿Cómo?
No puedo más.
Estoy a punto de arder por combustión espontánea.
—Salvaje —jadeo.
—Joder —gruñe.
Me besa llena de brusquedad de nuevo, sin delicadezas ni permisos, buscando lo que quiere y llevándoselo.
Acaricia mis pechos y baja hasta mis caderas.
—Ya sé lo mojada que estás y ni siquiera te he tocado.
Relía mis bragas en sus dedos y me las arranca de un tirón. La tela se deshace entre mis muslos y sus manos, y un largo y descontrolado gemido se escapa de mis labios mientras todo mi cuerpo se arquea.
—Esto te gusta, ¿verdad?—me desafía engreída, con las manos perdidas entre las dos, subiéndose el vestido y bajando sus bragas liberando su sexo— A la Niña Buena le gusta que me comporte como una animal con ella, ¿por qué será que no me sorprende?
Termina de pronunciar la última palabra cuando deja su húmedo sexo cerca del mio y todo mi cuerpo recibe una sacudida de puro placer.
Santana hunde las manos en mi pelo y me besa, acallando todos mis gemidos.
Una parte de mí quiere decirle que pare, que se calle, pero otra aún mayor está fascinada.
Quiero exactamente eso y, el hecho de que ella lo tenga tan claro, solo hace que toda mi excitación y su atractivo suban diez mil enteros de golpe.
Es lo más sexy que he visto en todos los días de mi vida.
Santana sonríe canalla, encantada con que esté rendida a ella, a esto, en todos los sentidos.
Brusca lleva mis manos contra el cristal por encima de mi cabeza y las sujeta con una de las suyas.
—Ahora es cuando vas a gritar de verdad—me dice, mitad burlona, mitad llena de arrogancia, incluso con un poco de malicia, como si supiese que, después de esto, todas las chicas pierden la cabeza por ella.
Se queda muy cerca, casi besándome pero sin hacerlo, y con un único movimiento empuja las caderas y me penetra con un dedo al tiempo se une nuestros sexos.
¡Joder!
Grito.
Entreabro los labios, jadeante, buscando su boca, pero ella sigue inaccesible, a escasos milímetros, contemplando su obra.
Retuerzo las manos bajo el agarre de la suya.
Me quedo sin aire.
Maldita sea, es demasiado buena.
Me penetra con otro dedo más.
Me llena entera.
Me abre para al.
Otro dedo más.
Me duele.
Me gusta.
¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!
—Santana—su nombre se evapora en mis labios.
Sonríe de nuevo.
Es una exquisita torturadora.
—Necesito.. —empiezo a decir, pero ni siquiera sé cómo seguir.
¿Necesito que me dé un segundo?
¿Que se mueva?
¿Que no pare nunca?
—Necesitas, ¿qué?
Esas dos palabras me dejan cristalinamente claro que ella conoce la respuesta a la perfección.
—San—suplico jadeando mientras cabeceo inconexa.
Todos los interruptores de mi cerebro se han desconectado.
Su sonrisa se ensancha.
Sale de mí.
Gimo.
Y me embiste de nuevo, empezando un delirante ritmo constante, cada vez más profundo, más duro, más brusco.
Gimo.
Grito.
Todo mi cuerpo se arquea sin dejar un solo centímetro de aire entre las dos.
Marca el compás, el control.
Me besa mientras lucho por no deshacerme como si fuera un azucarillo en la punta de su deliciosa lengua.
Mi cuerpo se tensa.
Retuerzo la tela de su vestido la altura de sus hombros.
Tiemblo.
Grito.
Maldita sea, es como vivir un terremoto subida a una lavadora mientras centrifuga...
¡Dios!
Y un orgasmo lleno de fuerza me recorre de pies a cabeza, llenándome de un placer puro, duro, sin edulcorar.
—Necesitas exactamente esto—sisea otra vez contra mi boca, con la respiración jadeante y la excitación rebosando en cada centímetro de nuestros cuerpos—Y sólo acaba de empezar.
Aprieta mis muñecas con más fuerza y comienza a moverse de nuevo, entrando y saliendo, una y otra vez.
—Santana, por favor.
El placer lo inunda todo.
No puedo pensar.
No puedo respirar.
Mi cuerpo arde.
—Quiero ver cómo te corres otra vez, Niña Buena —me ordena.
No puedo.
Me partiré en pedazos.
—San...—murmuro de nuevo.
Mi cuerpo empieza a convulsionarse suavemente. Mis jadeos se transforman en gemidos. Los gemidos, en gritos.
Todo vuelve a empezar.
Todo da vueltas.
—Dámelo, Britt—ruge.
Y sencillamente obedezco.
El deseo, la excitación, la adrenalina, todo estalla dentro de mí y vuelvo al placer, al pecado, al paraíso made in Santana López y me corro, liberando mi cuerpo con otro maravilloso orgasmo.
Ella saca sus dedos de mí para unir nuevamente nuestros húmedos sexo y me embiste una vez más. Sus dedos se hacen más posesivos en mi cadera, en mis muñecas; su boca me posee con más fuerza. Apoya su frente en la mía y, con un juramento ininteligible, alcanza también ella clímax, dejando que la electricidad más pura y el placer más absoluto lo dominen todo.
Nos quedamos muy quietas mientras nuestras respiraciones, poco a poco, van calmándose.
Santana abre su mano lentamente y deja escapar las mías. Justo antes de que se separen por completo, me acaricia el corazón de la muñeca con el pulgar y los músculos de mi vientre vuelven a tensarse deliciosamente.
Ha sido increíble.
Ella es increíble.
Se separa despacio y clava sus ojos en los míos.
Siempre me ha sido complicado no quedarme embobada con su mirada, pero justamente ahora creo que es una misión imposible.
—Ha sido increíble —repito, esta vez en voz alta.
Un mechón de pelo me cae sobre la frente. Mi cuerpo lánguido y satisfecho no piensa hacer ningún esfuerzo para librarse de él y soplo dirigiendo los labios hacia arriba en un pobre intento por apartarlo.
Obviamente no lo consigo.
Santana sonríe, alza la mano y suavemente me aparta el rebelde mechón.
—Ha estado genial querida—conviene.
—¿Qué significa querida?
Su sonrisa se vuelve más dura y más sexy.
No va a contestarme.
Frunzo los labios, pero no tardo más de un par de segundos en acabar sonriendo, no puedo evitar hacerlo.
Me siento tan cómoda con ella, en todos los sentidos, y eso es lo que no quiero perder por nada del mundo.
Por eso esto no puede volver a pasar.
Santana me gusta muchísimo; ni mi corazón ni yo sobreviviríamos a esta experiencia casi religiosa y acabaría enamorada de ella hasta las trancas, justo lo que ella jamás aceptaría.
Lentamente aparto mis piernas de su cintura. Me baja despacio hasta que mis pies tocan de nuevo el suelo y se aleja unos centímetros más.
La miro y el corazón comienza a latirme muy de prisa otra vez.
Es lo mejor, Bluebird. Si te enamoras de ella, la perderás en todos los sentidos.
Me obligo a apartar la vista de ella y comienzo a arreglarme la ropa.
Pasamos los minutos en silencio, cada una concentrada en lo que sus propias manos hacen.
Sin embargo, en contra de mi voluntad, incluso de mi sentido común, soy hiperconsciente de cada uno de sus movimientos.
Resoplo y lucho por centrarme en tratar de abrocharme la blusa de algún modo.
Santana me observa e involuntariamente me pongo nerviosa, mucho.
Si no fuera porque no estoy completamente segura de que la planta esté vacía, bajaría así hasta mi despacho, donde dejé mi abrigo.
De reojo la veo caminar hacia mí. Alzo la cabeza, confusa, y por un momento simplemente la observo tomando su chaqueta. Tardo un segundo más de lo estrictamente necesario en comprender que sólo quiere prestármela para que pueda bajar sin correr el peligro de que algún informático me acorrale hasta su guarida de la planta dieciocho.
Dejo de abrocharme la blusa y bajo las manos. Santana coloca su chaqueta a mi espalda para que pueda ponérmela y, paciente, espera frente a mí.
Me queda un poco justa… de esperar si es mas bajita que yo, ¿no?
Al mover mi brazo, la blusa resbala por uno de mis hombros y la marca de sus dientes dibujada en mi pálida piel queda al descubierto.
Las dos contemplamos la señal a la vez y, cuando levanto la mirada, la suya ya está esperándome.
Quiero decirle que me gustó que me mordiera, que ahora sus dientes estén marcados en mi piel, que me siento sexy y viva, pero no me atrevo.
Por la manera en la que me mira, creo que sabe exactamente en lo que estoy pensando, así que decido encogerme de hombros con una torpe sonrisa en los labios, disculpándome una vez más, en esta ocasión por confundir la lujuria del sexo con todo los demás.
Santana frunce el ceño apenas un segundo, como si tratara de analizar mi gesto, y finalmente me abrocha su chaqueta.
—Gracias —le digo, y no es sólo por la prenda prestada.
Ella vuelve a tomarse un segundo para observarme y finalmente exhala todo el aire de sus pulmones.
—Ha sido un placer —sentencia con una sonrisa.
Yo le devuelvo el gesto. Me muerdo el labio inferior y, en un ataque valentía, apoyo las temblorosas palmas de mis manos entre sus pechos y le doy un beso en la mejilla.
Su olor me envuelve una vez más y, al separarme, dudo seriamente de que las piernas vayan a responderme.
Santana no aparta sus ojos de mí, pero no dice nada y yo no sé si he metido la pata hasta el fondo o no, pero era mi última oportunidad de estar tan cerca de ella y no quería desaprovecharla.
Finalmente me separo y me dirijo hacia la puerta.
—Hasta mañana —me despido.
—Hasta mañana.
Bajo tan de prisa como soy capaz.
Me tomo como una victoria que sea la segunda vez que lo hago en lo que va de día y no haya acabado rodando escaleras abajo ninguna de las dos veces.
Afortunadamente no hay nadie en la planta principal.
Vuelo hasta mi despacho, me quito la chaqueta y de inmediato me pongo el abrigo.
Perfectamente cubierta, miro la prenda de Santana y, antes de que me dé cuenta, la cojo, la doblo con cuidado y la mantengo entre mis manos.
No puedo colarme por ella y eso incluye nada de llevarme su ropa a casa y olerla hasta quedarme dormida, aunque la tentación sea grande.
Resoplo de nuevo y, rápida como un gato, voy hasta su despacho y dejo la chaqueta sobre su silla.
Los treinta segundos que tardo en volver a salir se me hacen angustiosamente eternos y le dan a mi cerebro el suficiente tiempo como para preguntarse qué hago si entra ahora, si me besa, si vuelve a llevarme contra la pared... No me permito el lujo de contestar a ninguna de esas cuestiones.
La respuesta no encajaría muy bien con esa premisa todopoderosa de que no puedo colarme por la mujeriega de Santana López.
Justo antes de entrar en mi edificio, decido hacer una escapada al de al lado.
Llevo todo el camino en metro aleccionándome sobre no olvidar los errores cometidos y, sobre todo, no volver a cometerlos.
Necesito una amiga o, mejor aún, dos.
—Hola, Nueva York—me saluda cantarina en cuanto abre la puerta.
La mejor ventaja de que, entre el 255 y el 257 de la 93 Oeste, vivan mis dos mejores amigas es que resulta muy fácil conseguir una sesión de terapia y helado de chocolate para hablar de parejas.
—Saint Lake City—digo a modo de saludo, llevándome dos dedos a la frente.
—Pasa. Acaba de estar aquí el repartidor de comida china—me informa, haciéndose a un lado con la puerta.
Sonrío y entro sin dudar.
—Tengo que llamar a Ohio—le explico buscando el móvil en mi bolso.
Saint Lake niega con la cabeza.
—Ha ido con Biff y Adele a alquilar una peli.
Sonrío de nuevo.
Creo que somos las únicas personas que todavía van al videoclub.
—¿Qué tal te ha ido el día?—pregunta colocándose a un lado de la isla de la cocina y abriendo una de las bolsas.
—Bien—prácticamente balbuceo—... Diferente.
Saint Lake City alza la cabeza y me observa mientras dejo el bolso sobre uno de los taburetes, me dispongo a quitarme el abrigo y, en el último momento, me freno al recordar que tengo hecha jirones la blusa.
—¿Bien o diferente?
—Puede estar bien y ser diferente, ¿no?
—¿Qué ha pasado, Britt?—inquiere dejando la caja de fideos con verduras del Tang Pavilion sobre la encimera.
Me conoce demasiado.
Yo me muerdo el labio inferior; ni siquiera sé por dónde empezar.
—Me he acostado con alguien —suelto de un tirón.
—¿Qué? —pregunta increíblemente sorprendida.
—No lo digas de esa manera —me quejo—. No he estado en un convento.
—Casi —responde sin dudar y sin ningún remordimiento.
Le dedico mi peor mohín y ella sonríe.
—Lo siento—dice al fin—¿No habrá sido con Griffin?—inquiere de pronto, dejando de reír al instante.
—¡Claro que no!
No me acostaría con Griffin ni aunque el presidente me mandase una carta diciéndome que es la única manera de salvar al país y a toda la raza humana.
En ese caso, me sacaría la carrera de microbiología, sintetizaría el ADN humano en guisantes ultracongelados y repoblaría el mundo con niños probeta.
Todo, antes de dejar que Griffin volviese a ponerme una mano encima.
Hago el ademán de quitarme el abrigo de nuevo, pero otra vez recuerdo que no puedo hacerlo.
—¿Entonces?
—Es alguien del trabajo —respondo escueta.
—¿Chico o chica?
—Chica.
Mejor obviar el hecho de que ha sido con la Guapísima Gilipollas.
—Sexo en el trabajo —comenta con una sonrisa divertida, pero también con un punto de malicia—, El pilar principal de la literatura erótica y de que el absentismo laboral no esté en el setenta por ciento.
Asiento mientras abro otra de las cajitas de cartón y robo una miniempanadilla.
Ésa es una verdad irrefutable.
—Bueno, ¿y qué tal fue?
Yo finjo estar muy concentrada en el trozo de empanadilla que aún tengo entre los dedos y en el que ya me estoy comiendo.
—Estuvo—digo al fin sin levantar la vista—... Muy bien. Estuvo realmente bien, más que bien.
Asiento varias veces, probablemente diez más de lo necesario, ante la atenta mirada de mi amiga, hasta que no puedo más y una risa catártica, casi liberadora, que nace en mi estómago y me recorre todo el cuerpo, sale de mis labios.
—Fue increíble —sentencio entre carcajadas.
—Ya veo —responde riendo también.
Sigo estando nerviosa y también hecha un completo lío, pero me siento genial.
El sexo fue liberador y recordarlo sigue teniendo el mismo efecto.
—¿Y vas a volver a verla?
—Somos amigas—le aclaro—, Y vamos a seguir siendo sólo eso, sin sexo.
—¿Por qué?
—Porque es lo mejor.
—No todas las personas acaban siendo unas capullos integrales como Griffin, ¿sabes?—me recuerda.
—Lo sé, pero no quiero perderla como amiga. Me gusta estar con ella, hablar con ella. Si vamos más allá, estoy segura de que al final me enamoraré y ella es una mujeriega de los que hacen historia. Todo acabaría complicándose y la perdería.
Tuerzo el gesto.
Odio pensar en esa posibilidad.
Me desabrocho el primer botón del abrigo, pero, cuando mis dedos van a tocar el segundo, recuerdo el estado de mi blusa.
Vuelvo a abotonarme el primero y resoplo malhumorada, ¡maldita sea!
Saint Lake asiente, rodea la isla de la cocina muy decida y se sienta en el desvencijado taburete junto al mío.
—Las personas no siempre se van.
Esa simple frase me remueve por dentro de demasiadas maneras.
—No puedes tener ese miedo siempre —sentencia.
—Lo sé —murmuro.
Sé que tiene razón, pero es demasiado difícil.
—Si te gusta, inténtalo. Si prefieres tenerla como amiga, deja las cosas como están. Es verdad que puede que salga espantada o salgas espantada tú, ¿quién sabe?—las dos sonreímos—, Pero te puedo garantizar que, si la pierdes, es porque no merecía la pena. Las personas que te queremos siempre vamos a estar aquí para ti. Así que cuenta con que no vas a poder librarte de mí, ni de Mercedes, ni de Adele, ni del señor Figgins, ni de Biff, por supuesto... y sospecho que, aunque quisieras, tampoco podrías librarte de Sam.
—Eso puedo asegurártelo—bromeo. Sonrío de nuevo y me lanzo a sus brazos sin dudarlo.
Puede que hace diez años perdiera a toda mi familia salvo a mi hermano, pero los encontré a ellos.
Son mi familia ahora y no podría tener una mejor.
Saint Lake se separa, me da un sonoro beso en la mejilla y regresa a su lado de la isla de la cocina.
—Ahora más te vale ir a mi habitación y cambiarte de blusa o vas a ganarte un interrogatorio en toda regla de Adele.
Yo abro la boca dispuesta a decir algo, pero acabo cerrándola. Vuelvo a abrirla y vuelvo a cerrarla.
¿Cómo lo ha sabido?
—Tengo la calefacción puesta y tú has intentado quitarte el abrigo tres veces. Creo que el sexo en la oficina fue sexo salvaje en la oficina. No está nada mal para acabar de salir del convento—apunta socarrona.
Entorno los ojos dispuesta a contestarle, pero no se me ocurre nada, así que acabo dedicándole otro mohín y poniendo rumbo a su dormitorio.
—¿Te ha dejado algún botón en su sitio? —se burla a gritos.
—Pienso ponerme tu blusa de Sarah Burton y llenártela de salsa agridulce—replico divertida.
—Qué perra, Nueva York.
—Todo lo que sé, lo he aprendido de ti, Saint Lake—sonrío de verdad.
Sabía que necesitaba una charla con mis amigas para remontar el vuelo.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
seguro que amigas van a seguir siendo,.. y el sexo va a estar y no creo que lo frenen ahi muchos amigas con derecho y si afectar la amistad!!
ammmm no se pero el miedo que se valla san puede que se baraje y britt lo tenga presente!!! espero que san no jajaja
nos vemos!!!
seguro que amigas van a seguir siendo,.. y el sexo va a estar y no creo que lo frenen ahi muchos amigas con derecho y si afectar la amistad!!
ammmm no se pero el miedo que se valla san puede que se baraje y britt lo tenga presente!!! espero que san no jajaja
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
seguro que amigas van a seguir siendo,.. y el sexo va a estar y no creo que lo frenen ahi muchos amigas con derecho y si afectar la amistad!!
ammmm no se pero el miedo que se valla san puede que se baraje y britt lo tenga presente!!! espero que san no jajaja
nos vemos!!!
Hola lu, jaajaajajaj si ellas lo dicen... Jajajajaajajajajajaja si q va a estar!, pero ufff q no afecte... no lo se =/ Aaaaah jajaajaajajajaj espero lo mismo ajjaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 9 - P II
Capitulo 9 - Parte II
Brittany
Al día siguiente me levanto ridículamente temprano incluso tratándose de mí.
Antes de decidir por fin que no puedo seguir escurriendo más el bulto y debo marcharme a la oficina, he bajado a las lavadoras del sótano a hacer la colada, he limpiado la cocina, he preparado tortitas para desayunar, he vuelto a limpiar la cocina y he arreglado todos los armarios de la casa... además de ponerme al día con una veintena de correos electrónicos de trabajo, cerrar cuatro estudios de marketing cuyas carpetas estaban abarrotando el lado derecho de mi cama desde hace cuatro días y corregir por última vez mi proyecto del máster.
He llegado a la oficina a eso de las nueve.
Detesto ser impuntual, pero no tengo ni una mísera idea de cómo debo enfrentarme a Santana después de lo que pasó ayer.
No es que la teoría no esté clara: seguimos siendo amigas y nada más que amigas, sólo que ahora somos amigas que han gritado el nombre de la otra mientras llegaban al orgasmo, en mi caso tres veces.
El inquietante problema es la práctica.
¿Cómo voy a fingir que no tengo cristalinamente claro que la Guapísima Gilipollas folla de miedo ahora que lo sé por experiencia propia?
No tengo mucho con qué comparar, es cierto, pero también es mezquinamente verdad que, por riguroso orden en dioses del sexo, tenemos a Santana López, en primer lugar y estoy segura de que la distancia con el segundo es larguísima.
Por Dios, ¿qué voy a hacer?
«Eso debiste pensarlo antes de proponerle echar un polvo.»
Voz de la conciencia, no ayudas.
Atravieso la planta y me dirijo a su despacho con andar inseguro.
Si algo tengo claro es que no pienso dejar que crea que me estoy comportando como una cría evitándola y, teniendo en cuenta que estoy pisando Figgins Media una hora tarde, lo mejor es pasarme por su oficina y dar las oportunas explicaciones.
Llamo y espero nerviosa.
—Adelante —me da paso.
Su voz, a pesar de la distancia y de la madera maciza, me atraviesa y algo dentro de mí me recuerda una vez más a quién voy a ver y todo lo que pasó ayer.
Respiro hondo y abro decidida la puerta.
Puedo con esto.
Sólo tengo que mostrarme natural, como si eso que me empeño en rememorar a cada segundo no hubiese sucedido.
—Hola—la saludo cantarina, caminando hasta el centro del despacho.
Santana sonríe sin levantar su vista de los documentos que revisa.
Probablemente he estado un pelín más efusiva de lo normal.
Está increíblemente guapa.
Un traje de dos piezas negro, una camisa de rayas; los ojos negros concentrados en lo que lee y el pelo en una coleta.
¡Qué injusticia!
—Has llegado un poco tarde, Pierce —comenta burlona.
Por un momento sólo lo observo escribir algo con su reluciente estilográfica.
¿He vuelto a ser Pierce?
Eso es positivo.
Es bueno para las dos.
Volver al terreno de la amistad y nada más.
«¿Cómo era eso? Ah, sí, las vicepresidentas listas no se autoengañan... Pierce.»
Doy el suspiro mental más largo de la historia.
Todavía puedo con esto.
—Eres muy observadora, López—comento socarrona sentándome en el borde de su mesa.
Si yo vuelvo a ser Pierce, ella vuelve a ser López:
—Tenía cosas que hacer y he adelantado mucho al no tenerte a ti incordiándome cada quince segundos—suelto una risilla, encantada con mi propia broma.
Santana levanta al fin la cabeza.
—Incordiar... qué interesante palabra—comenta fingidamente pensativa, alzando la mirada.
Me temo lo peor:
—Me pregunto en qué idioma «Santana, sí, por favor, sí»—pronuncia en un jadeo, imitando mi voz—Significa decirle a alguien que te incordia... cada quince segundos—sentencia, riéndose claramente de mí.
Yo abro la boca absolutamente escandalizada bajo su atenta mirada.
Santana se levanta.
—Eres una cabronaza—protesto divertida.
He perdido la cuenta de cuántas veces se la he dicho ya.
—Y tú estás encantada—replica apoyando las manos en la mesa e inclinándose hacia delante, quedándose muy cerca de mí.
Frunzo los labios sin poder apartar mis ojos de los suyos, conteniendo una sonrisa y también muchas otras cosas.
—Alguien debería enseñarte a comportarte.
—¿Segura?—susurra un poco más cerca, un poco más indomable, con una media sonrisa y toda esa seguridad en sí misma.
—Brittany.
Quiero dejar de mirarla, pero no puedo.
Maldita sea, ¿por qué tiene que ser tan rematadamente sexy?
—Brittany—la voz de Mercedes desde la puerta me saca de mi ensoñación.
Creo que no es la primera vez que me llamaba.
—¿Sí? —respondo girándome.
—Han llamado de la secretaría del máster. Han adelantado la fecha de consignación del proyecto. Tienes que entregarlo hoy.
¿En serio?
No pasa nada.
Lo tengo todo controlado.
Me levanto de un salto a la vez que miro mi reloj de pulsera. Ahora mismo me alegro muchísimo de haberme levantado tan temprano esta mañana.
—No hay problema—me parafraseo en voz alta, repasando mentalmente lo que me queda por hacer: recoger el proyecto de la tienda donde lo dejé esta mañana para que lo imprimieran, revisar la encuadernación, añadir la tarjeta de memoria con las demos, asegurarme de que me quedo con una copia para preparar la presentación y llevarlo todo a la New York Advertising Association—¿Puedes pedirme un taxi?—le pregunto a Mercedes.
Obviamente me va a hacer falta.
—No es necesario—nos interrumpe Santana— Tengo una reunión en los juzgados del distrito. Puedo dejarte en la New York Advertising Association.
Asiento encantada e involuntariamente me tomo un segundo de más para observarla.
Sólo son amigas, Bluebird.
Asiento de nuevo, esta vez para mí, y me dirijo hacia la puerta a paso ligero.
—Dame veinte minutos, López.
—Tienes diez, Pierce—replica—, Así que mueve el culo.
Le dedico mi peor mohín y ella, cogiéndome por sorpresa, me lo devuelve, lo que me hace frenarme en seco y sonreír, casi reír.
Definitivamente sólo podemos ser amigas.
No quiero perder esto por nada del mundo.
Diez minutos después estamos montados en su elegante Jaguar.
Por suerte, en la imprenta han sido de lo más profesionales y lo tenían todo listo.
La encuadernación es perfecta e incluso han dejado un práctico espacio para poder colocar la tarjeta de memoria.
—No vamos a llegar —gimoteo mirando el reloj y, a continuación, el centenar de coches que nos rodean en pleno atasco en la Quinta Avenida.
—Sí vamos a llegar—responde Santana paciente—Estaremos ahí en unos minutos.
—No veo cómo —protesto.
El Jaguar avanza unos metros y vuelve a detenerse en seco.
Resoplo.
—Vas a llegar a tiempo —me recuerda Santana.
Yo frunzo el ceño, miro por la ventanilla y vuelvo a resoplar. El tráfico de Manhattan piensa ponérmelo difícil esta mañana.
Una musiquilla inunda de pronto el interior del coche. Miro a mi alrededor y comprendo que es el móvil de Santana. Lo descuelga sin ni siquiera mirar quién es.
—López—responde—... 9,5 millones sería lo mínimo. No nos interesa si el capital imponible es menor... La legislación china es bastante estricta en ese aspecto, pero podemos introducirlo a través de cualquiera de sus ciudades estado. Hablamos de un 2,7 en vez de un 3,4 en el impuesto base, y alrededor de unos cien mil yuanes por dólar en las tasas impositivas... Definitivamente, no—sentencia perdiendo su mirada en la ventanilla—Hay que olvidarse de ese aspecto. La demanda civil pasaría a ser penal, iríamos a juicio y, si hablamos del juez Cooper, podría invalidar todos los acuerdos que se firmaron con la empresa matriz en Corea del Sur y tendríamos que volver a renegociar con Houston.
La contemplo casi hipnotizada.
Es abrumadora la rapidez con la que pasa de hablar de bolsa a legislación internacional o derecho nacional.
—Llámame cuando estén listos todos los prospectos de inversión. Los revisaré y añadiré todos los anexos sobre la compraventa.—cuelga y vuelve a guardarse el iPhone.
Cuando se da cuenta de que la observo, me mantiene la mirada hasta que finalmente se humedece el labio inferior y sonríe.
—En serio, ¿a qué se dedica tu empresa?—pregunto como si ya no pudiese más con la curiosidad y, es cierto, no puedo.
La sonrisa de Santana se ensancha hasta casi reír.
—No puedo contártelo.
—Vamos —gimoteo.
—Si lo hago, tendré que matarte —bromea.
Frunzo los labios y giro el cuerpo sobre la impoluta tapicería para tenerla de frente.
—Cuéntamelo, López. Sé guardar un secreto.
Santana vuelve a humedecerse el labio inferior, sopesando mis palabras.
—Interesante, Pierce. Confiésame un secreto y yo te contaré a qué se dedica mi empresa.
—¿Qué? No —me quejo—. No es justo.
—No me interesa ser justo —replica.
—Santana—protesto otra vez—, Que no te interese ser justo no es... justo.
Sonríe, encantado por mi pataleta.
Está claro que no voy a convencerlo.
—Yo he preguntado primero—le recuerdo, intentando salirme con la mía.
—Yo salgo a correr todos los días.
Arrugo el ceño.
—¿A qué viene eso? —inquiero confusa.
—No lo sé, creía que estábamos diciendo cosas que no tuviesen ninguna importancia en esta conversación.
La fulmino con la mirada y ella enarca las cejas sin ningún arrepentimiento.
—Eres lo peor.
—Quiero un secreto de los buenos—me advierte—Nada tipo la Niña Buena una vez no hizo los deberes.
La miro mal, otra vez, al tiempo que analizo todos mis recuerdos.
Quiero contarle algo que la deje totalmente escandalizada y, de paso, le haga tragarse toda esa arrogancia.
—Cuando tenía quince años, una compañera de clase y yo robamos el examen final de arte y...
Santana chasquea la lengua contra el paladar, interrumpiéndome, a la vez que niega con la cabeza.
—Eso no me vale. Quiero algo más morboso —añade con una media sonrisa.
—A los dieciséis, me cole en un concierto de Maroon 5 y...
—Ah, ah—vuelve a cortarme—, Quiero algo más especial—su voz se vuelve más ronca con la última palabra y, de pronto, el ambiente parece hacerse más íntimo, más sensual—Quiero algo que nos incumba a ti y a mí.
Trago saliva.
No sé qué contestar, ni siquiera sé qué hacer.
¿Cómo puede ser tan fácil para ella hacerse con todo el control, con el ambiente entre las dos, conmigo?
—A veces me haces sentir como si tuviese diecisiete años otra vez—murmuro.
Santana sonríe canalla mientras recorre mi cara con la mirada.
—¿Y eso es malo?
—No lo sé, pero yo no puedo dejarme llevar—me apresuro a responder a la vez que agacho la cabeza.
No soy una cría.
Tengo responsabilidades.
Santana coloca el reverso de su mano en mi barbilla y me obliga a alzarla suavemente. Cuando lo hago, sus ojos ya me están esperando.
—No pasa nada por dejarse llevar.
Me siento como Eva en el paraíso.
Es tan tentadora.
—Ojalá fuese tan fácil—musito otra vez, dejándome arrastrar por esa mirada llena de atractivo, sensualidad y arrogancia a partes iguales.
—Sólo tienes que desearlo.
Mis ojos bailan de los suyos a su boca. Quiero que me bese a pesar de tener clarísimo la mala idea que sería.
No puedo pensar en otra cosa.
—El deseo es lo que mueve el mundo, Niña Buena —sentencia y su cálido aliento ya baña mis labios.
No quiero quererla, pero ya no puedo evitarlo.
Cierro los ojos.
Noto su sonrisa traspasar mi cuerpo.
—Ya hemos llegado—me anuncia, rompiendo su hechizo y volviéndose a dejar caer contra el sillón.
Yo abro los ojos desorientada.
El Jaguar se ha detenido delante del edificio de la New York Advertising Association. Ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos dejado el atasco atrás y ya nos movíamos.
Llevo mi vista hacia Santana sólo un segundo y rápidamente la aparto.
¡Prácticamente he estado a punto de pedirle que me besara!
Pero ¿qué me pasa?
Miro mi reloj de pulsera y balbuceo un par de palabras de la manera más torpe y bochornosa posible hasta que una frase sale con claridad de mis labios.
—Será mejor que baje ya si quiero encontrar la secretaría abierta.
Santana asiente y le hace un imperceptible gesto al chófer, que automáticamente desciende y nos abre la puerta.
En los pocos metros hasta la puerta del edificio y mientras cruzamos el vestíbulo después, ninguna de las dos dice nada.
Yo sigo en ese limbo fabricado a base de excitación y puro deseo que se creó en el coche.
«El deseo es lo que mueve el mundo.»
¿Por qué todo lo que dice tiene que sonar a sexo?
Desde luego, eso no me pone las cosas fáciles.
—Me debes una respuesta, López—me quejo mientras esperamos a que las puertas del ascensor se abran.
Lo que ha pasado en el Jaguar no cambia las normas.
Sólo somos Pierce y López, aunque Pierce se imagine a López desnuda más veces de las que debería.
Santana frunce el ceño un segundo, con la mirada aún fija en el acero, y finalmente sonríe.
—¿Estás dispuesta a correr ese riesgo, Pierce? —inquiere girando la cabeza para mirarme.
—Sin dudar.
—Soy una especie de asesora—dice eligiendo cuidadosamente cada palabra—. Ayudo a mis clientes en todo lo que necesiten.
Frunzo los labios pensativa.
Esa respuesta es exquisitamente ambigua.
—¿Eres economista?
—En parte.
—¿Un agente de inversiones?
Lo sopesa un instante y, tras un par de segundos, niega con la cabeza.
—No exactamente.
—¿Abogada?
—Si el cliente necesita que lo sea, sí.
—Pero no vas a juicios...
—No es mi especialidad.
La miro meditando mi próxima pregunta, pero finalmente choco las palmas de mis manos contra mis costados en una clara señal de rendición.
—Me he perdido—confieso, encogiéndome de hombros y concentrándome de nuevo en las puertas del ascensor.
—Es tan sencillo como que les digo a mis clientes dónde, cómo y cuándo invertir, gestiono su patrimonio, llevo sus asuntos legales, robo cajas fuertes en fiestas elegantes...
Al escuchar la última parte, me giro con los ojos entornados y la sonrisa contenida, pero Santana, lejos de admitir que bromeaba, me observa como si no hubiese dicho nada fuera de lo común y, al cabo de un par de segundos, los dos estallamos en risas.
—Eso me suena a chica de los recados con traje y vestidos caro—sentencio burlona en cuanto nuestras carcajadas se calman.
Ella suelta un silbido, fingiendo que mis palabras le han dolido.
—Viniendo de una vendemotos—replica—, No me lo tomaré como algo personal.
Le hago un mohín y ella me devuelve su sonrisa más impertinente.
—¿Y qué estudiaste?
—Económicas y derecho en Columbia, y un máster en administración de empresas y comercio exterior en la Universidad de Washington.
—¿Washington? —pregunto confusa.
Es una universidad muy buena, pero alguien como ella seguro que pudo optar a Harvard, Northwestern o la propia Columbia. Además, adora Nueva York.
Por un momento parece un poco incómoda.
—Soy de Portland—responde sin darle ninguna importancia—Me apetecía estar más cerca de casa un tiempo.
Asiento.
Tiene sentido.
En ese instante las puertas del ascensor se abren. Amanda Harris, otra de las alumnas del máster, está dentro, apoyada en la pared del fondo, con un carísimo vestido, unos carísimos tacones y su melena pelirroja cayendo en una kilométrica cascada, revisando lo que imagino es su proyecto.
No me cae mal, pero tampoco somos amigas.
Cuando llegué aquí, hace casi un año ya, vine sin ninguna idea preconcebida, sólo a aprender. Muy pronto me di cuenta de que Amanda no pretendía lo mismo.
Ser el número uno de este máster abre muchas puertas, y ella no piensa hacer amigos ni prisioneros.
—Buenos días—la saludo entrando y caminando hasta la esquina opuesta.
—Buenos días —responde por inercia.
No repara en mí más que unos segundos, pero, justo cuando va a volver a sus papeles, Santana entra en el ascensor y capta de inmediato su atención. Se saludan y, aunque ella agacha de nuevo la mirada hacia su dosier, de reojo sigue observándola.
Santana, entre las dos pero más cerca de mí, estira las manos a lo largo de la baranda que sigue la pared del ascensor y pierde su vista al frente.
Amanda vuelve a mirarla apenas un segundo y se incorpora suavemente.
—Ha sido una auténtica locura, ¿verdad?—comenta Amanda—Creí que no conseguiría entregar el proyecto a tiempo. ¿Tú qué tal?
La palabra proyecto es la que me hace darme cuenta de que está hablando conmigo.
Sonrío algo confusa y también me incorporo.
Creo que es la tercera vez que me dirige la palabra en un año.
—Esta mañana me levante temprano... por pura casualidad—añado evitando la mirada de Santana—Supongo que he tenido suerte.
Nos detenemos en el séptimo piso. Las puertas se abren y sube Casey Szicoski. En cuanto nuestras miradas se encuentran, me barre de arriba abajo.
Es un buena mujer, pero a veces hace que me sienta un poco incómoda.
Al verla, la expresión de Santana cambia por completo en una décima de segundo.
Si no fuera imposible, diría que se ha puesto tensa, en guardia.
—Hola, Brittany—me saluda con una sonrisa, sacándome de mi ensoñación.
El ascensor arranca de nuevo
—Amanda.
Ella asiente y los dos miran a Santana a la vez, aunque con expresiones completamente diferentes.
—Chicas, ella es Santana López—las presento—Santana, ellas son Amanda y Casey.
—¿Santana López?—prácticamente me interrumpe Amanda dando un paso hacia ella—¿Bromeas?—añade, llevándose la palma de la mano al pecho—Trabajo para Carl Howell. Tu empresa le hizo ganar sesenta y siete millones de dólares el trimestre pasado. Eres una mujer muy popular por ahí.
Santana le sonríe.
Miro la pantalla del ascensor.
¿Por qué los números pasan tan increíblemente lentos?
—¿Has tenido problemas con el proyecto? —me pregunta Casey.
—No—niego, pero en realidad no le estoy prestando atención.
Amanda sigue coqueteando descaradamente con Santana y no parece sentirse muy incómoda.
—Ha sido realmente estresante —continúa.
—Sí —balbuceo.
Amanda murmura algo y se acerca un poco más y Santana se humedece el labio inferior y sonríe.
¿En serio?
¡Estoy aquí!
—Estaba pensando que podríamos tomarnos una copa para celebrarlo.
Ella alza la mano y acaricia su antebrazo mientras vuelve a decir algo y sonríe encantadísima. Santana no la aparta.
Nos acostamos ayer.
¿Ni siquiera piensa esperar veinticuatro horas antes de tontear con otra chica?
—Brittany.
—¿Sí?—respondo volviendo a mi realidad—¿Qué?—añado torpe al comprender que me ha dicho algo y no le estaba escuchando.
Casey sonríe.
—Te preguntaba si quieres salir a tomar una copa.
—No lo sé —musito.
Vuelvo a mirar a Santana. En ese instante ella ladea la cabeza y nuestras miradas se encuentran un segundo justo antes de que yo aparte la mía.
Casey se acerca un poco más y me acaricia la mejilla con el reverso de los dedos. Mi primera reacción es apartarme de un salto, pero mi cuerpo se queda extrañamente paralizado por la propia incomodidad que siento.
Después no lo hago porque no quiero.
Si Santana puede tontear en un lugar ridículamente pequeño conmigo delante, yo también puedo hacerlo.
Las observo de reojo todo lo discreta que soy capaz.
Santana tiene la mirada clavada en nosotras, en lo que hacemos. Otra vez parece tensa.
—¿Qué me dices?—inquiere de nuevo Casey.
Amanda vuelve a decir algo, vuelve a sonreír y Santana sigue ahí con ella.
No pienso dejar que piense que me tiene donde quiere. Si no le molesta su mano en su antebrazo, a mí no me molesta la mano de Casey en mi mejilla.
Las puertas del ascensor se abren.
Santana le sonríe.
No lo soporto.
—Deberíamos salir o cerrarán la secretaría —respondo.
No quiero seguir un segundo más aquí.
Antes de abandonar el diminuto cubículo, mi mirada se cruza un instante con la de Santana, pero no dejo que la atrape.
Ahora mismo estoy demasiado enfadada.
Santana se queda haciendo unas llamadas mientras Amanda, Casey y yo pasamos a secretaría.
Antes de decidir por fin que no puedo seguir escurriendo más el bulto y debo marcharme a la oficina, he bajado a las lavadoras del sótano a hacer la colada, he limpiado la cocina, he preparado tortitas para desayunar, he vuelto a limpiar la cocina y he arreglado todos los armarios de la casa... además de ponerme al día con una veintena de correos electrónicos de trabajo, cerrar cuatro estudios de marketing cuyas carpetas estaban abarrotando el lado derecho de mi cama desde hace cuatro días y corregir por última vez mi proyecto del máster.
He llegado a la oficina a eso de las nueve.
Detesto ser impuntual, pero no tengo ni una mísera idea de cómo debo enfrentarme a Santana después de lo que pasó ayer.
No es que la teoría no esté clara: seguimos siendo amigas y nada más que amigas, sólo que ahora somos amigas que han gritado el nombre de la otra mientras llegaban al orgasmo, en mi caso tres veces.
El inquietante problema es la práctica.
¿Cómo voy a fingir que no tengo cristalinamente claro que la Guapísima Gilipollas folla de miedo ahora que lo sé por experiencia propia?
No tengo mucho con qué comparar, es cierto, pero también es mezquinamente verdad que, por riguroso orden en dioses del sexo, tenemos a Santana López, en primer lugar y estoy segura de que la distancia con el segundo es larguísima.
Por Dios, ¿qué voy a hacer?
«Eso debiste pensarlo antes de proponerle echar un polvo.»
Voz de la conciencia, no ayudas.
Atravieso la planta y me dirijo a su despacho con andar inseguro.
Si algo tengo claro es que no pienso dejar que crea que me estoy comportando como una cría evitándola y, teniendo en cuenta que estoy pisando Figgins Media una hora tarde, lo mejor es pasarme por su oficina y dar las oportunas explicaciones.
Llamo y espero nerviosa.
—Adelante —me da paso.
Su voz, a pesar de la distancia y de la madera maciza, me atraviesa y algo dentro de mí me recuerda una vez más a quién voy a ver y todo lo que pasó ayer.
Respiro hondo y abro decidida la puerta.
Puedo con esto.
Sólo tengo que mostrarme natural, como si eso que me empeño en rememorar a cada segundo no hubiese sucedido.
—Hola—la saludo cantarina, caminando hasta el centro del despacho.
Santana sonríe sin levantar su vista de los documentos que revisa.
Probablemente he estado un pelín más efusiva de lo normal.
Está increíblemente guapa.
Un traje de dos piezas negro, una camisa de rayas; los ojos negros concentrados en lo que lee y el pelo en una coleta.
¡Qué injusticia!
—Has llegado un poco tarde, Pierce —comenta burlona.
Por un momento sólo lo observo escribir algo con su reluciente estilográfica.
¿He vuelto a ser Pierce?
Eso es positivo.
Es bueno para las dos.
Volver al terreno de la amistad y nada más.
«¿Cómo era eso? Ah, sí, las vicepresidentas listas no se autoengañan... Pierce.»
Doy el suspiro mental más largo de la historia.
Todavía puedo con esto.
—Eres muy observadora, López—comento socarrona sentándome en el borde de su mesa.
Si yo vuelvo a ser Pierce, ella vuelve a ser López:
—Tenía cosas que hacer y he adelantado mucho al no tenerte a ti incordiándome cada quince segundos—suelto una risilla, encantada con mi propia broma.
Santana levanta al fin la cabeza.
—Incordiar... qué interesante palabra—comenta fingidamente pensativa, alzando la mirada.
Me temo lo peor:
—Me pregunto en qué idioma «Santana, sí, por favor, sí»—pronuncia en un jadeo, imitando mi voz—Significa decirle a alguien que te incordia... cada quince segundos—sentencia, riéndose claramente de mí.
Yo abro la boca absolutamente escandalizada bajo su atenta mirada.
Santana se levanta.
—Eres una cabronaza—protesto divertida.
He perdido la cuenta de cuántas veces se la he dicho ya.
—Y tú estás encantada—replica apoyando las manos en la mesa e inclinándose hacia delante, quedándose muy cerca de mí.
Frunzo los labios sin poder apartar mis ojos de los suyos, conteniendo una sonrisa y también muchas otras cosas.
—Alguien debería enseñarte a comportarte.
—¿Segura?—susurra un poco más cerca, un poco más indomable, con una media sonrisa y toda esa seguridad en sí misma.
—Brittany.
Quiero dejar de mirarla, pero no puedo.
Maldita sea, ¿por qué tiene que ser tan rematadamente sexy?
—Brittany—la voz de Mercedes desde la puerta me saca de mi ensoñación.
Creo que no es la primera vez que me llamaba.
—¿Sí? —respondo girándome.
—Han llamado de la secretaría del máster. Han adelantado la fecha de consignación del proyecto. Tienes que entregarlo hoy.
¿En serio?
No pasa nada.
Lo tengo todo controlado.
Me levanto de un salto a la vez que miro mi reloj de pulsera. Ahora mismo me alegro muchísimo de haberme levantado tan temprano esta mañana.
—No hay problema—me parafraseo en voz alta, repasando mentalmente lo que me queda por hacer: recoger el proyecto de la tienda donde lo dejé esta mañana para que lo imprimieran, revisar la encuadernación, añadir la tarjeta de memoria con las demos, asegurarme de que me quedo con una copia para preparar la presentación y llevarlo todo a la New York Advertising Association—¿Puedes pedirme un taxi?—le pregunto a Mercedes.
Obviamente me va a hacer falta.
—No es necesario—nos interrumpe Santana— Tengo una reunión en los juzgados del distrito. Puedo dejarte en la New York Advertising Association.
Asiento encantada e involuntariamente me tomo un segundo de más para observarla.
Sólo son amigas, Bluebird.
Asiento de nuevo, esta vez para mí, y me dirijo hacia la puerta a paso ligero.
—Dame veinte minutos, López.
—Tienes diez, Pierce—replica—, Así que mueve el culo.
Le dedico mi peor mohín y ella, cogiéndome por sorpresa, me lo devuelve, lo que me hace frenarme en seco y sonreír, casi reír.
Definitivamente sólo podemos ser amigas.
No quiero perder esto por nada del mundo.
Diez minutos después estamos montados en su elegante Jaguar.
Por suerte, en la imprenta han sido de lo más profesionales y lo tenían todo listo.
La encuadernación es perfecta e incluso han dejado un práctico espacio para poder colocar la tarjeta de memoria.
—No vamos a llegar —gimoteo mirando el reloj y, a continuación, el centenar de coches que nos rodean en pleno atasco en la Quinta Avenida.
—Sí vamos a llegar—responde Santana paciente—Estaremos ahí en unos minutos.
—No veo cómo —protesto.
El Jaguar avanza unos metros y vuelve a detenerse en seco.
Resoplo.
—Vas a llegar a tiempo —me recuerda Santana.
Yo frunzo el ceño, miro por la ventanilla y vuelvo a resoplar. El tráfico de Manhattan piensa ponérmelo difícil esta mañana.
Una musiquilla inunda de pronto el interior del coche. Miro a mi alrededor y comprendo que es el móvil de Santana. Lo descuelga sin ni siquiera mirar quién es.
—López—responde—... 9,5 millones sería lo mínimo. No nos interesa si el capital imponible es menor... La legislación china es bastante estricta en ese aspecto, pero podemos introducirlo a través de cualquiera de sus ciudades estado. Hablamos de un 2,7 en vez de un 3,4 en el impuesto base, y alrededor de unos cien mil yuanes por dólar en las tasas impositivas... Definitivamente, no—sentencia perdiendo su mirada en la ventanilla—Hay que olvidarse de ese aspecto. La demanda civil pasaría a ser penal, iríamos a juicio y, si hablamos del juez Cooper, podría invalidar todos los acuerdos que se firmaron con la empresa matriz en Corea del Sur y tendríamos que volver a renegociar con Houston.
La contemplo casi hipnotizada.
Es abrumadora la rapidez con la que pasa de hablar de bolsa a legislación internacional o derecho nacional.
—Llámame cuando estén listos todos los prospectos de inversión. Los revisaré y añadiré todos los anexos sobre la compraventa.—cuelga y vuelve a guardarse el iPhone.
Cuando se da cuenta de que la observo, me mantiene la mirada hasta que finalmente se humedece el labio inferior y sonríe.
—En serio, ¿a qué se dedica tu empresa?—pregunto como si ya no pudiese más con la curiosidad y, es cierto, no puedo.
La sonrisa de Santana se ensancha hasta casi reír.
—No puedo contártelo.
—Vamos —gimoteo.
—Si lo hago, tendré que matarte —bromea.
Frunzo los labios y giro el cuerpo sobre la impoluta tapicería para tenerla de frente.
—Cuéntamelo, López. Sé guardar un secreto.
Santana vuelve a humedecerse el labio inferior, sopesando mis palabras.
—Interesante, Pierce. Confiésame un secreto y yo te contaré a qué se dedica mi empresa.
—¿Qué? No —me quejo—. No es justo.
—No me interesa ser justo —replica.
—Santana—protesto otra vez—, Que no te interese ser justo no es... justo.
Sonríe, encantado por mi pataleta.
Está claro que no voy a convencerlo.
—Yo he preguntado primero—le recuerdo, intentando salirme con la mía.
—Yo salgo a correr todos los días.
Arrugo el ceño.
—¿A qué viene eso? —inquiero confusa.
—No lo sé, creía que estábamos diciendo cosas que no tuviesen ninguna importancia en esta conversación.
La fulmino con la mirada y ella enarca las cejas sin ningún arrepentimiento.
—Eres lo peor.
—Quiero un secreto de los buenos—me advierte—Nada tipo la Niña Buena una vez no hizo los deberes.
La miro mal, otra vez, al tiempo que analizo todos mis recuerdos.
Quiero contarle algo que la deje totalmente escandalizada y, de paso, le haga tragarse toda esa arrogancia.
—Cuando tenía quince años, una compañera de clase y yo robamos el examen final de arte y...
Santana chasquea la lengua contra el paladar, interrumpiéndome, a la vez que niega con la cabeza.
—Eso no me vale. Quiero algo más morboso —añade con una media sonrisa.
—A los dieciséis, me cole en un concierto de Maroon 5 y...
—Ah, ah—vuelve a cortarme—, Quiero algo más especial—su voz se vuelve más ronca con la última palabra y, de pronto, el ambiente parece hacerse más íntimo, más sensual—Quiero algo que nos incumba a ti y a mí.
Trago saliva.
No sé qué contestar, ni siquiera sé qué hacer.
¿Cómo puede ser tan fácil para ella hacerse con todo el control, con el ambiente entre las dos, conmigo?
—A veces me haces sentir como si tuviese diecisiete años otra vez—murmuro.
Santana sonríe canalla mientras recorre mi cara con la mirada.
—¿Y eso es malo?
—No lo sé, pero yo no puedo dejarme llevar—me apresuro a responder a la vez que agacho la cabeza.
No soy una cría.
Tengo responsabilidades.
Santana coloca el reverso de su mano en mi barbilla y me obliga a alzarla suavemente. Cuando lo hago, sus ojos ya me están esperando.
—No pasa nada por dejarse llevar.
Me siento como Eva en el paraíso.
Es tan tentadora.
—Ojalá fuese tan fácil—musito otra vez, dejándome arrastrar por esa mirada llena de atractivo, sensualidad y arrogancia a partes iguales.
—Sólo tienes que desearlo.
Mis ojos bailan de los suyos a su boca. Quiero que me bese a pesar de tener clarísimo la mala idea que sería.
No puedo pensar en otra cosa.
—El deseo es lo que mueve el mundo, Niña Buena —sentencia y su cálido aliento ya baña mis labios.
No quiero quererla, pero ya no puedo evitarlo.
Cierro los ojos.
Noto su sonrisa traspasar mi cuerpo.
—Ya hemos llegado—me anuncia, rompiendo su hechizo y volviéndose a dejar caer contra el sillón.
Yo abro los ojos desorientada.
El Jaguar se ha detenido delante del edificio de la New York Advertising Association. Ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos dejado el atasco atrás y ya nos movíamos.
Llevo mi vista hacia Santana sólo un segundo y rápidamente la aparto.
¡Prácticamente he estado a punto de pedirle que me besara!
Pero ¿qué me pasa?
Miro mi reloj de pulsera y balbuceo un par de palabras de la manera más torpe y bochornosa posible hasta que una frase sale con claridad de mis labios.
—Será mejor que baje ya si quiero encontrar la secretaría abierta.
Santana asiente y le hace un imperceptible gesto al chófer, que automáticamente desciende y nos abre la puerta.
En los pocos metros hasta la puerta del edificio y mientras cruzamos el vestíbulo después, ninguna de las dos dice nada.
Yo sigo en ese limbo fabricado a base de excitación y puro deseo que se creó en el coche.
«El deseo es lo que mueve el mundo.»
¿Por qué todo lo que dice tiene que sonar a sexo?
Desde luego, eso no me pone las cosas fáciles.
—Me debes una respuesta, López—me quejo mientras esperamos a que las puertas del ascensor se abran.
Lo que ha pasado en el Jaguar no cambia las normas.
Sólo somos Pierce y López, aunque Pierce se imagine a López desnuda más veces de las que debería.
Santana frunce el ceño un segundo, con la mirada aún fija en el acero, y finalmente sonríe.
—¿Estás dispuesta a correr ese riesgo, Pierce? —inquiere girando la cabeza para mirarme.
—Sin dudar.
—Soy una especie de asesora—dice eligiendo cuidadosamente cada palabra—. Ayudo a mis clientes en todo lo que necesiten.
Frunzo los labios pensativa.
Esa respuesta es exquisitamente ambigua.
—¿Eres economista?
—En parte.
—¿Un agente de inversiones?
Lo sopesa un instante y, tras un par de segundos, niega con la cabeza.
—No exactamente.
—¿Abogada?
—Si el cliente necesita que lo sea, sí.
—Pero no vas a juicios...
—No es mi especialidad.
La miro meditando mi próxima pregunta, pero finalmente choco las palmas de mis manos contra mis costados en una clara señal de rendición.
—Me he perdido—confieso, encogiéndome de hombros y concentrándome de nuevo en las puertas del ascensor.
—Es tan sencillo como que les digo a mis clientes dónde, cómo y cuándo invertir, gestiono su patrimonio, llevo sus asuntos legales, robo cajas fuertes en fiestas elegantes...
Al escuchar la última parte, me giro con los ojos entornados y la sonrisa contenida, pero Santana, lejos de admitir que bromeaba, me observa como si no hubiese dicho nada fuera de lo común y, al cabo de un par de segundos, los dos estallamos en risas.
—Eso me suena a chica de los recados con traje y vestidos caro—sentencio burlona en cuanto nuestras carcajadas se calman.
Ella suelta un silbido, fingiendo que mis palabras le han dolido.
—Viniendo de una vendemotos—replica—, No me lo tomaré como algo personal.
Le hago un mohín y ella me devuelve su sonrisa más impertinente.
—¿Y qué estudiaste?
—Económicas y derecho en Columbia, y un máster en administración de empresas y comercio exterior en la Universidad de Washington.
—¿Washington? —pregunto confusa.
Es una universidad muy buena, pero alguien como ella seguro que pudo optar a Harvard, Northwestern o la propia Columbia. Además, adora Nueva York.
Por un momento parece un poco incómoda.
—Soy de Portland—responde sin darle ninguna importancia—Me apetecía estar más cerca de casa un tiempo.
Asiento.
Tiene sentido.
En ese instante las puertas del ascensor se abren. Amanda Harris, otra de las alumnas del máster, está dentro, apoyada en la pared del fondo, con un carísimo vestido, unos carísimos tacones y su melena pelirroja cayendo en una kilométrica cascada, revisando lo que imagino es su proyecto.
No me cae mal, pero tampoco somos amigas.
Cuando llegué aquí, hace casi un año ya, vine sin ninguna idea preconcebida, sólo a aprender. Muy pronto me di cuenta de que Amanda no pretendía lo mismo.
Ser el número uno de este máster abre muchas puertas, y ella no piensa hacer amigos ni prisioneros.
—Buenos días—la saludo entrando y caminando hasta la esquina opuesta.
—Buenos días —responde por inercia.
No repara en mí más que unos segundos, pero, justo cuando va a volver a sus papeles, Santana entra en el ascensor y capta de inmediato su atención. Se saludan y, aunque ella agacha de nuevo la mirada hacia su dosier, de reojo sigue observándola.
Santana, entre las dos pero más cerca de mí, estira las manos a lo largo de la baranda que sigue la pared del ascensor y pierde su vista al frente.
Amanda vuelve a mirarla apenas un segundo y se incorpora suavemente.
—Ha sido una auténtica locura, ¿verdad?—comenta Amanda—Creí que no conseguiría entregar el proyecto a tiempo. ¿Tú qué tal?
La palabra proyecto es la que me hace darme cuenta de que está hablando conmigo.
Sonrío algo confusa y también me incorporo.
Creo que es la tercera vez que me dirige la palabra en un año.
—Esta mañana me levante temprano... por pura casualidad—añado evitando la mirada de Santana—Supongo que he tenido suerte.
Nos detenemos en el séptimo piso. Las puertas se abren y sube Casey Szicoski. En cuanto nuestras miradas se encuentran, me barre de arriba abajo.
Es un buena mujer, pero a veces hace que me sienta un poco incómoda.
Al verla, la expresión de Santana cambia por completo en una décima de segundo.
Si no fuera imposible, diría que se ha puesto tensa, en guardia.
—Hola, Brittany—me saluda con una sonrisa, sacándome de mi ensoñación.
El ascensor arranca de nuevo
—Amanda.
Ella asiente y los dos miran a Santana a la vez, aunque con expresiones completamente diferentes.
—Chicas, ella es Santana López—las presento—Santana, ellas son Amanda y Casey.
—¿Santana López?—prácticamente me interrumpe Amanda dando un paso hacia ella—¿Bromeas?—añade, llevándose la palma de la mano al pecho—Trabajo para Carl Howell. Tu empresa le hizo ganar sesenta y siete millones de dólares el trimestre pasado. Eres una mujer muy popular por ahí.
Santana le sonríe.
Miro la pantalla del ascensor.
¿Por qué los números pasan tan increíblemente lentos?
—¿Has tenido problemas con el proyecto? —me pregunta Casey.
—No—niego, pero en realidad no le estoy prestando atención.
Amanda sigue coqueteando descaradamente con Santana y no parece sentirse muy incómoda.
—Ha sido realmente estresante —continúa.
—Sí —balbuceo.
Amanda murmura algo y se acerca un poco más y Santana se humedece el labio inferior y sonríe.
¿En serio?
¡Estoy aquí!
—Estaba pensando que podríamos tomarnos una copa para celebrarlo.
Ella alza la mano y acaricia su antebrazo mientras vuelve a decir algo y sonríe encantadísima. Santana no la aparta.
Nos acostamos ayer.
¿Ni siquiera piensa esperar veinticuatro horas antes de tontear con otra chica?
—Brittany.
—¿Sí?—respondo volviendo a mi realidad—¿Qué?—añado torpe al comprender que me ha dicho algo y no le estaba escuchando.
Casey sonríe.
—Te preguntaba si quieres salir a tomar una copa.
—No lo sé —musito.
Vuelvo a mirar a Santana. En ese instante ella ladea la cabeza y nuestras miradas se encuentran un segundo justo antes de que yo aparte la mía.
Casey se acerca un poco más y me acaricia la mejilla con el reverso de los dedos. Mi primera reacción es apartarme de un salto, pero mi cuerpo se queda extrañamente paralizado por la propia incomodidad que siento.
Después no lo hago porque no quiero.
Si Santana puede tontear en un lugar ridículamente pequeño conmigo delante, yo también puedo hacerlo.
Las observo de reojo todo lo discreta que soy capaz.
Santana tiene la mirada clavada en nosotras, en lo que hacemos. Otra vez parece tensa.
—¿Qué me dices?—inquiere de nuevo Casey.
Amanda vuelve a decir algo, vuelve a sonreír y Santana sigue ahí con ella.
No pienso dejar que piense que me tiene donde quiere. Si no le molesta su mano en su antebrazo, a mí no me molesta la mano de Casey en mi mejilla.
Las puertas del ascensor se abren.
Santana le sonríe.
No lo soporto.
—Deberíamos salir o cerrarán la secretaría —respondo.
No quiero seguir un segundo más aquí.
Antes de abandonar el diminuto cubículo, mi mirada se cruza un instante con la de Santana, pero no dejo que la atrape.
Ahora mismo estoy demasiado enfadada.
Santana se queda haciendo unas llamadas mientras Amanda, Casey y yo pasamos a secretaría.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Hola morra...
.mmmmm juego de celos!!!
Van bien las cosas... Después del día D jajaja
A ver como términa el día!!
Nos vemos!!
.mmmmm juego de celos!!!
Van bien las cosas... Después del día D jajaja
A ver como términa el día!!
Nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Pues si iban a regresar a su amistad pero tiene razón Britt hubiera tenido un poco mas de tacto y alejarse al menos de Amanda ....
Haber como les va y si acepta salir a celebrar Britt con la otra chica
Haber como les va y si acepta salir a celebrar Britt con la otra chica
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:Hola morra...
.mmmmm juego de celos!!!
Van bien las cosas... Después del día D jajaja
A ver como términa el día!!
Nos vemos!!
Hola lu, siii... y creo q resulta XD jajajajajaaj. Jajajajaja esperemos y sigan así! ajjaaj. Aquí el siguiente cap para saber mas! Saludos =D
JVM escribió:Pues si iban a regresar a su amistad pero tiene razón Britt hubiera tenido un poco mas de tacto y alejarse al menos de Amanda ....
Haber como les va y si acepta salir a celebrar Britt con la otra chica
Hola, si, osea las cosas o se hacen bn o no se hacen ¬¬ y menos como san ¬¬ Para saber eso aquí dejo el siguiente cap! SAludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 9 - P III
Capitulo 9 - Parte III
Brittany
Los veinte minutos que tardamos consignando los trabajos, no deja de sonreír como una idiota.
Sé perfectamente quién es el responsable de esa sonrisa y las odio a las dos.
Afortunadamente, uno de los profesores retiene a Casey y Amanda. No me apetece compartir ascensor de vuelta con nadie.
—Brittany—me llama Amanda cuando estoy a punto de salir de secretaría.
Resoplo y me giro malhumorada.
¿Qué es lo que quiere?
—Dale esto a Santana, por favor—me pide sin mucha amabilidad, tendiéndome un trozo de papel que acaba de arrancar de su agenda—Gracias.
Sin esperar respuesta, se marcha y yo me quedo mirando con cara de idiota el papel con su nombre y su número de teléfono.
Definitivamente, esto tiene que ser alguna broma de cámara oculta.
Salgo de la secretaría furiosa como lo he estado pocas veces en mi vida. Santana está apoyada, en una de las ventanas, con las manos sobre el poyete y la mirada perdida a su espalda.
Al darse cuenta de mi presencia, se incorpora y camina hasta mí.
También parece enfadada, pero no me importa porque yo lo estoy mucho más.
El papel en la mano derecha me arde.
Soy plenamente consciente de que no somos nada, pero por lo menos podría haber tenido un poco más de tacto antes de ponerse a ligar con Amanda.
Maldita sea, ¿cómo pensó que iba a sentarme?
Mi cabreo aumenta hasta un límite insospechado.
Está a unos pasos cuando hecho a andar, prácticamente a correr, hacia el ascensor.
—¿Qué demonios?—le oigo farfullar antes de salir de la antesala de secretaría y enfilar el soleado pasillo tras de mí.
Pulso el botón con rabia y me cruzo de brazos, esperando. Por suerte está en planta y las puertas de acero se abren inmediatamente, dejándome paso.
En cuanto estoy dentro, aprieto el botón para que se cierre y se mueva.
No quiero verla.
Sé que debería calmarme, es lo mejor y más sensato, pero sencillamente no soy capaz.
Cuando por fin las puertas comienzan a cerrarse, sonrío victoriosa, pero, justo antes de conseguir mi propósito, Santana llega con el paso acelerado y logra entrar.
—¿Se puede saber qué te pasa? —protesta arisca.
Yo sonrío irónica y muy cabreada.
—¿En serio tienes que preguntármelo?
—Brittany—me reprende con la voz amenazadoramente suave.
Logra intimidarme, pero no dejo que lo vea.
—Toda la culpa es tuya —me quejo.
—Tienes que estar de broma —replica malhumorada.
Su respuesta me deja fuera de juego.
¿A qué se refiere?
Rápido, se pasa las manos por el cuello y acaba llevándolas hasta sus caderas. Con el movimiento, dejando su cuerpo armónicamente tenso un poco más al descubierto.
Está furiosa, pero, sobre todo, parece frustrada.
¿Por qué?
De pronto lo entiendo todo.
—Si estás tan enfadada porque te preocupa no haber podido conseguir el teléfono de Amanda, no le des más vueltas. Ella ha pensado en todo—añado con desdén, tendiéndole el trozo de papel con su número.
Santana observa el teléfono unos segundos y clava sus ojos negros, fríos y endurecidos en mí. Golpea el botón de parada del ascensor con la palma y, con una seguridad endiablada, me acorrala contra la pared.
—Tú y yo no somos nada—pronuncia con una voz suave pero mil veces peor que un grito.
—Eso ya lo sé —me quejo.
No soy estúpida.
Entiendo cómo son las cosas.
No necesito que ella me las repita.
Santana aprieta los dientes, conteniéndose. Su cuerpo se tensa un poco más; me estrecha un poco más entre ella y la pared.
—Escúchame bien porque no pienso volver a repetirlo: deja de comportarte como una cría y deja de dar por hecho que voy follándome a todo lo que se mueve.
Sus palabras me sacuden.
Una parte de mí no para de gritar que es una mujeriega, que no cometa el kamikaze error de creerlo, pero otra mucho mayor necesita desesperadamente que sea verdad.
Necesita saber que, aunque no vayamos a estar juntas, no tendré que preocuparme por cada Amanda Harris que se cruce en su camino.
—Santana—la llamo sin saber cómo continuar, sin poder dejar de mirarla de ningún modo.
Dame alguna prueba, oblígame a confiar en ti.
—No voy a seguir hablando de esto, Brittany —sentencia.
Sin alargar un segundo más la agonía, se separa de mí, dejando el teléfono de Amanda en mi mano. Pulsa el botón y el ascensor reanuda la marcha tras un brusco tirón.
Cuando las puertas se abren en la planta baja, sale decidido, sin mirar atrás.
Yo observo un momento el papel entre mis dedos y la sigo. Aún estoy enfadada, pero también estoy hecha un auténtico y verdadero lío.
A unos pasos del Jaguar, me detengo en seco y pierdo la mirada en la calle Chambers.
Necesito alejarme de ella cinco minutos y poder pensar.
—Acabo de recordar que tengo que tratar unos asuntos cerca de aquí—miento—No sé cuánto tardaré. Será mejor que regrese en taxi a la oficina.
Santana me observa durante un par de segundos que se me hacen eternos.
La sensación de que puede leer en mí y, en concreto, saber que le estoy engañando, se agudiza y me intimida.
No quiero hacer las cosas así, pero de verdad que necesito tomar aire, perspectiva y pensar.
—Nos veremos en la oficina, entonces—dice al fin y, sin más, entra en el coche.
Sigue molesta y también sabe que le he mentido.
Creo que ella tampoco quiere tenerme cerca ahora mismo.
La idea me entristece.
Empiezo a caminar sin mucho sentido y acabo en un Dean & DeLuca con un capuchino doble con canela y virutas de chocolate, sentada junto a un inmenso ventanal, como si mi vida fuera una teleserie de la tele por cable, y no de esas que ganan cinco premios Emmy, sino más bien de las que acaban canceladas por falta de audiencia.
No puedo enfadarme porque coquetee o se acueste con quien le dé la gana.
Sólo somos amigas.
Suspiro.
Puede que esté molesta con ella, pero creo que con quien lo estoy más es conmigo.
Tengo que asumir cómo son las cosas.
Es urgente.
«Mucho.»
Miro por la ventana y me topo con la enorme escultura de la palabra love, en mayúsculas, de Robert Indiana. Delante de ella, un chico enchaquetado y una chica pelirroja se besan con una pasión considerable. Mientras, a sólo unos pasos, una joven se hace una foto con la escultura con su móvil y un palo de selfie.
Pongo los ojos en blanco y me levanto malhumorada.
El universo y la isla de Manhattan acaban de aliarse para reírse de mí.
Regreso a Figgins Media y, prudentemente, me encierro en mi oficina.
Al menos he llegado antes de que la suave llovizna se convirtiera en la tormenta que es ahora.
Apenas he avanzado con un par de dosieres cuando comienzo a darle vueltas otra vez a todo lo que ha ocurrido hoy, a Santana y, sobre todo, a todo lo que pasó ayer.
Antes de que me dé cuenta, vuelvo a revivir cada beso, cada caricia.
Nunca me había sentido así.
Fue como si ella supiese lo que yo quería antes siquiera de desearlo, como si, de alguna manera, la forma en la que me tocaba y toda mi excitación estuviesen perfectamente conectadas.
Recuerdo cómo me llamó querida y toda mi piel se calienta.
Doy un largo suspiro con la mirada fija en el teclado. Sé que es una estupidez, pero ahora mismo me ayudaría mucho saber que eso significa «amor mío» o «chica maravillosa sin la cual acabo de aprender en este mísero instante que no puedo vivir»; es un poco largo, pero efectivo.
Abro el traductor de Google y selecciono la opción de español. querid podría significar cualquier cosa en cualquier idioma, pero supongo que tiene más posibilidades de ser gaélico o algo parecido.
La escribo y pulso «Enter».
Los dos segundos en los que tarda en aparecer el resultado, se me hacen eternos, y después allí está, escrito en mayúsculas: «AMIGA.»
—¿En serio?—murmuro decepcionada.
Observo la palabra y suspiro.
Ni siquiera un nena o un cariño, sólo amiga.
Llaman a la puerta y entran sin esperar respuesta. Antes de que pueda reaccionar, Santana está dentro de mi diminuto despacho. Se ha quitado la coleta y tiene el pelo suelto, pero perfectamente arreglado.
Camina hasta mi mesa con paso seguro y apoya las manos en la madera, inclinándose hacia delante y consiguiendo que esa impresionante mirada esté a escasísimos centímetros de mis ojos.
Su atractivo es mi cruz.
Nunca he tenido nada tan claro.
—Tendríamos que hablar, pero prefiero fingir que esta mañana no ha pasado nada y sé que tú también—suelta con una sonrisa de lo más traviesa—Te echo de menos, Pierce. Echo de menos estar contigo—sonríe de nuevo, pero esta vez es un gesto un poco frustrado—Echo de menos pasar tiempo contigo—rectifica—Y odio tener que elegir tan cuidadosamente las palabras—continúa inclinándose un poco más.
Ahora sonreímos ambas.
Tiene razón, es un auténtico coñazo:
—¿Qué me dices? ¿Nos olvidamos del mundo?
¿Cómo puede ser tan endiabladamente tentadora?
Es como si ese ofrecimiento lo hiciera el mismísimo diablo, como si pudiese dejarme clarísimo, sin usar una sola palabra, sólo con sus ojos, que lo mejor, lo que quiera, todo el placer, está únicamente a un sí de distancia.
—¿Y cómo propones que nos olvidemos del mundo?—pregunto enarcando las cejas.
Mejor fingir una seguridad que no siento.
—Desgraciadamente—comienza a decir mientras se sienta en el borde de mi escritorio—, Las opciones en las que estás desnuda y en mi cama están descartadas.
—¿A eso lo llamas tú elegir cuidadosamente las palabras?
—Oh, créeme, están muy bien elegidas —replica.
Frunzo los labios.
Es una auténtica sinvergüenza.
—Descarada.
—Me gusta cuando te escandalizas, Niña Buena.
—No hay nada de malo en ser una niña buena. De las personas sinvergüenzas impertinentes, engreídas y, por supuesto, descaradas, no sé si puede decir lo mismo—concluyo, muy orgullosa de mí misma.
Chúpate esa, López.
—Se te ha olvidado «y que follan de miedo».
—Te lo tienes demasiado creída.
Santana entorna los ojos divertida, estudiándome.
Yo me cruzo de brazos insolente, esperando su respuesta.
Vuelve a sonreír de esa manera llena de arrogancia y encanto a partes iguales y me acaricia la punta de la nariz con el índice.
—Cuando mientes, arrugas la nariz y estás adorable—comenta socarrona.
Pero, bueno, ¿en algún momento piensa dejar de reírse de mí?
Abro la boca sin saber qué decir. Vuelvo a cerrarla y vuelvo a abrirla, hasta que finalmente resoplo malhumorada mientras ella empieza a juguetear con los bolígrafos de mi lapicero.
—¿Sólo has venido a molestarme?—protesto rodeando la mesa, colocándome frente a ella y apartando el cubilete de su mano como represalia.
—Es divertido —responde con una sonrisa, como si fuera obvio.
Yo le dedico mi peor mohín y ella lo ignora estoicamente.
—¿En qué estás trabajando? —inquiere.
Coge mi portátil y no es hasta que le da la vuelta, y una nueva insolente sonrisa se acomoda en sus labios, que recuerdo lo que estaba mirando justo antes de que entrara.
¡Maldita sea!
—Deja en paz mi ordenador—me quejo hostil intentando cerrarlo.
—Te estás volviendo muy multicultural —se burla con la misma impertinente sonrisa.
Se acabó.
No pienso quedarme a ver cómo sigue riéndose de mí.
—Eres una capullo —siseo.
Me giro dispuesta a marcharme, pero, antes de que logre alcanzar la puerta, Santana estira su armónico cuerpo, me agarra de la muñeca y vuelve a llevarme hasta ella y me deja entre sus piernas, pero no me suelta.
—Si querías saber lo que significa querida, ¿por qué no me lo preguntaste?—me desafía, mirándome directamente a los ojos.
—Lo hice y tú no me respondiste.
—¿Y siempre vas a rendirte a la primera, Niña Buena?
Esa frase parece esconder muchas cosas que no soy capaz de adivinar.
Otra vez está retándome, como si siempre quisiese que tuviera que armarme de valor y dar un paso más.
—No quería que pensaras que le estaba dando importancia, porque no la tiene—le digo y, sin quererlo, mi voz se agrava, presa de que estemos así de cerca, de que me tenga entre sus piernas, y, sobre todo, de que su mano siga sujetando mi muñeca—Además, es lo que somos, ¿no? querida significa amiga.
Ahora quien la desafía soy yo.
Santana niega suavemente con la cabeza.
—Ésa es su traducción más común, pero no es su único significado—sonríe como sólo ella sabe hacerlo y todo mi cuerpo se tensa—Querida significa nuestra conexión con el otro—susurra con una voz sencillamente perfecta—Así que, cuando se lo llamamos a otra persona, es como si mencionáramos en dos palabras todo lo que nos une a ella—libera mi muñeca, mueve su mano y abre la palma, posesiva, sobre mi estómago—,
Todo lo que nos gusta—avanza hasta mi cadera y se agarra con fuerza, casi haciéndome daño, y una oleada de placer se desata por todo mi cuerpo—, Todo lo que deseamos.
—Santana—murmuro inconexa a la vez que coloco mi mano sobre la suya.
Debería pedirle que se marchara, debería empezar a ser consecuente conmigo misma, con lo que es mejor para mí.
—¿Te gustó que lo hiciera?
—Sí —murmuro.
Otra vez el ambiente que nos rodea parece querer demostrarnos todo el deseo que un puñado de palabras pueden contener.
Su cuerpo ordena y el mío responde.
Ni siquiera sé cómo hemos llegado a este punto, pero ya no tengo nada claro que quiera escapar.
—¿Por qué?
—¿Por qué siempre tienes que preguntarme por qué?
—Porque me gusta ponerte al límite, Niña Buena —sentencia sexy, sensual, engreída, exactamente todo lo que es Santana López.
Mi BlackBerry empieza a sonar en algún punto del despacho, pero yo lo oigo como si sonara en otro continente.
No quiero moverme de aquí por nada del mundo.
Santana vuelve a sonreír y se inclina despacio sobre mí, hasta que sus labios casi acarician el lóbulo de mi oreja.
—Deberías cogerlo —susurra divertida.
Se aparta al tiempo que su sonrisa se ensancha y yo vuelvo a la realidad de golpe.
—Claro —prácticamente balbuceo.
Vuelvo al otro lado de la mesa y recupero mi móvil. Logro descolgar justo antes de que la llamada sea desviada al buzón de voz.
—Britt.
Sonrío cuando reconozco la voz.
—Hola, Adele... Es la mamá de Mercedes—le susurro a Santana, que asiente, tapando el auricular—¿Todo bien?—vuelvo a hablar con ella.
—Griffin no ha aparecido—me explica.
—¿Qué?—mi voz y mi sonrisa se evaporan de repente.
Mi cambio de tono hace que Santana alce la mirada y me observe preocupada.
—¿Cómo que no ha aparecido?
No puede ser verdad.
No puede haberlo hecho otra vez.
—Llevamos esperándolo más de una hora.
En ese momento llaman a la puerta de mi despacho y Mercedes entra. No tiene cara de buenos amigas.
Se dispone a hablar, pero algo a su espalda me distrae y, cuando veo a Griffin salir del ascensor, pierdo la poca cordura que me queda.
—Maldito hijo de puta —siseo.
Salgo del despacho como una exhalación y del mismo modo cruzo la sala.
Cuando al fin lo tengo delante, ni siquiera lo pienso y le doy una sonora bofetada delante de medio departamento de contabilidad.
—¿Cómo has podido atreverte?—grito—¿Eso es lo que vale tu palabra? ¿Tan poco hombre eres?
—Brittany, déjame explicarme.
—¡No!—grito de nuevo con la rabia saturando mi voz—¡No pienso volver a escucharte nunca! Eres un cobarde de mierda que no se merece lo que tiene. No te lo mereces.
Las lágrimas comienzan a caer por mis mejillas.
¿Cómo ha sido capaz?
—Brittany, tienes que ayudarme —me exige.
Ahogo una sonrisa irónica y fugaz en un suspiro aún más corto.
—¿Cómo tienes el valor de pedirme eso? Lárgate.
—Ni lo sueñes.
—¡Lárgate!
¡No quiero escucharlo!
¡No quiero tenerlo cerca!
—No pienso irme de aquí sin que me ayudes —me amenaza.
—Te ha dicho que te largues—lo interrumpe Santana con su voz amenazadoramente suave, colocándose a mi lado—¿Eres tan jodidamente idiota que no entiendes esa palabra?
Griffin traga saliva, pero la mira de arriba abajo comiéndosela con la mirada.
Maldito imbécil.
—Esto no es asunto tuyo—gruñe, tratando de que no se note el gusano miserable que es.
—Brittany es asunto mío—replica Santana dando un paso adelante, llena de una intimidante seguridad—Así que no te haces una idea del puto problema en el que acabas de meterte.
Miro a Santana y por un momento me siento increíblemente protegida.
Nadie en diez años había conseguido que me sintiese así.
—Márchate, Griffin —le pido más serena.
—¡No voy a largarme! —grita desagradable.
—No se te ocurra volver a hablarle así —lo corta Santana.
Griffin retrocede un paso.
—He metido la pata, Brittany —recapacita, tratando de sonar más amable—, Pero no puedes pasar de mí.
Que reconozca su error no cambia las cosas.
No es la primera vez que lo hace y sus palabras acaban cayendo en saco roto.
—Márchate, por favor—repito, cruzándome de brazos y bajando la mirada.
Una vez más ha conseguido que sienta que mido sólo dos centímetros.
—Brittany, no lo hagas por mí.
Alzo la cabeza.
Las lágrimas vuelven a caer.
¿Por qué ha tenido que decir precisamente eso?
Sé perfectamente quién es el responsable de esa sonrisa y las odio a las dos.
Afortunadamente, uno de los profesores retiene a Casey y Amanda. No me apetece compartir ascensor de vuelta con nadie.
—Brittany—me llama Amanda cuando estoy a punto de salir de secretaría.
Resoplo y me giro malhumorada.
¿Qué es lo que quiere?
—Dale esto a Santana, por favor—me pide sin mucha amabilidad, tendiéndome un trozo de papel que acaba de arrancar de su agenda—Gracias.
Sin esperar respuesta, se marcha y yo me quedo mirando con cara de idiota el papel con su nombre y su número de teléfono.
Definitivamente, esto tiene que ser alguna broma de cámara oculta.
Salgo de la secretaría furiosa como lo he estado pocas veces en mi vida. Santana está apoyada, en una de las ventanas, con las manos sobre el poyete y la mirada perdida a su espalda.
Al darse cuenta de mi presencia, se incorpora y camina hasta mí.
También parece enfadada, pero no me importa porque yo lo estoy mucho más.
El papel en la mano derecha me arde.
Soy plenamente consciente de que no somos nada, pero por lo menos podría haber tenido un poco más de tacto antes de ponerse a ligar con Amanda.
Maldita sea, ¿cómo pensó que iba a sentarme?
Mi cabreo aumenta hasta un límite insospechado.
Está a unos pasos cuando hecho a andar, prácticamente a correr, hacia el ascensor.
—¿Qué demonios?—le oigo farfullar antes de salir de la antesala de secretaría y enfilar el soleado pasillo tras de mí.
Pulso el botón con rabia y me cruzo de brazos, esperando. Por suerte está en planta y las puertas de acero se abren inmediatamente, dejándome paso.
En cuanto estoy dentro, aprieto el botón para que se cierre y se mueva.
No quiero verla.
Sé que debería calmarme, es lo mejor y más sensato, pero sencillamente no soy capaz.
Cuando por fin las puertas comienzan a cerrarse, sonrío victoriosa, pero, justo antes de conseguir mi propósito, Santana llega con el paso acelerado y logra entrar.
—¿Se puede saber qué te pasa? —protesta arisca.
Yo sonrío irónica y muy cabreada.
—¿En serio tienes que preguntármelo?
—Brittany—me reprende con la voz amenazadoramente suave.
Logra intimidarme, pero no dejo que lo vea.
—Toda la culpa es tuya —me quejo.
—Tienes que estar de broma —replica malhumorada.
Su respuesta me deja fuera de juego.
¿A qué se refiere?
Rápido, se pasa las manos por el cuello y acaba llevándolas hasta sus caderas. Con el movimiento, dejando su cuerpo armónicamente tenso un poco más al descubierto.
Está furiosa, pero, sobre todo, parece frustrada.
¿Por qué?
De pronto lo entiendo todo.
—Si estás tan enfadada porque te preocupa no haber podido conseguir el teléfono de Amanda, no le des más vueltas. Ella ha pensado en todo—añado con desdén, tendiéndole el trozo de papel con su número.
Santana observa el teléfono unos segundos y clava sus ojos negros, fríos y endurecidos en mí. Golpea el botón de parada del ascensor con la palma y, con una seguridad endiablada, me acorrala contra la pared.
—Tú y yo no somos nada—pronuncia con una voz suave pero mil veces peor que un grito.
—Eso ya lo sé —me quejo.
No soy estúpida.
Entiendo cómo son las cosas.
No necesito que ella me las repita.
Santana aprieta los dientes, conteniéndose. Su cuerpo se tensa un poco más; me estrecha un poco más entre ella y la pared.
—Escúchame bien porque no pienso volver a repetirlo: deja de comportarte como una cría y deja de dar por hecho que voy follándome a todo lo que se mueve.
Sus palabras me sacuden.
Una parte de mí no para de gritar que es una mujeriega, que no cometa el kamikaze error de creerlo, pero otra mucho mayor necesita desesperadamente que sea verdad.
Necesita saber que, aunque no vayamos a estar juntas, no tendré que preocuparme por cada Amanda Harris que se cruce en su camino.
—Santana—la llamo sin saber cómo continuar, sin poder dejar de mirarla de ningún modo.
Dame alguna prueba, oblígame a confiar en ti.
—No voy a seguir hablando de esto, Brittany —sentencia.
Sin alargar un segundo más la agonía, se separa de mí, dejando el teléfono de Amanda en mi mano. Pulsa el botón y el ascensor reanuda la marcha tras un brusco tirón.
Cuando las puertas se abren en la planta baja, sale decidido, sin mirar atrás.
Yo observo un momento el papel entre mis dedos y la sigo. Aún estoy enfadada, pero también estoy hecha un auténtico y verdadero lío.
A unos pasos del Jaguar, me detengo en seco y pierdo la mirada en la calle Chambers.
Necesito alejarme de ella cinco minutos y poder pensar.
—Acabo de recordar que tengo que tratar unos asuntos cerca de aquí—miento—No sé cuánto tardaré. Será mejor que regrese en taxi a la oficina.
Santana me observa durante un par de segundos que se me hacen eternos.
La sensación de que puede leer en mí y, en concreto, saber que le estoy engañando, se agudiza y me intimida.
No quiero hacer las cosas así, pero de verdad que necesito tomar aire, perspectiva y pensar.
—Nos veremos en la oficina, entonces—dice al fin y, sin más, entra en el coche.
Sigue molesta y también sabe que le he mentido.
Creo que ella tampoco quiere tenerme cerca ahora mismo.
La idea me entristece.
Empiezo a caminar sin mucho sentido y acabo en un Dean & DeLuca con un capuchino doble con canela y virutas de chocolate, sentada junto a un inmenso ventanal, como si mi vida fuera una teleserie de la tele por cable, y no de esas que ganan cinco premios Emmy, sino más bien de las que acaban canceladas por falta de audiencia.
No puedo enfadarme porque coquetee o se acueste con quien le dé la gana.
Sólo somos amigas.
Suspiro.
Puede que esté molesta con ella, pero creo que con quien lo estoy más es conmigo.
Tengo que asumir cómo son las cosas.
Es urgente.
«Mucho.»
Miro por la ventana y me topo con la enorme escultura de la palabra love, en mayúsculas, de Robert Indiana. Delante de ella, un chico enchaquetado y una chica pelirroja se besan con una pasión considerable. Mientras, a sólo unos pasos, una joven se hace una foto con la escultura con su móvil y un palo de selfie.
Pongo los ojos en blanco y me levanto malhumorada.
El universo y la isla de Manhattan acaban de aliarse para reírse de mí.
Regreso a Figgins Media y, prudentemente, me encierro en mi oficina.
Al menos he llegado antes de que la suave llovizna se convirtiera en la tormenta que es ahora.
Apenas he avanzado con un par de dosieres cuando comienzo a darle vueltas otra vez a todo lo que ha ocurrido hoy, a Santana y, sobre todo, a todo lo que pasó ayer.
Antes de que me dé cuenta, vuelvo a revivir cada beso, cada caricia.
Nunca me había sentido así.
Fue como si ella supiese lo que yo quería antes siquiera de desearlo, como si, de alguna manera, la forma en la que me tocaba y toda mi excitación estuviesen perfectamente conectadas.
Recuerdo cómo me llamó querida y toda mi piel se calienta.
Doy un largo suspiro con la mirada fija en el teclado. Sé que es una estupidez, pero ahora mismo me ayudaría mucho saber que eso significa «amor mío» o «chica maravillosa sin la cual acabo de aprender en este mísero instante que no puedo vivir»; es un poco largo, pero efectivo.
Abro el traductor de Google y selecciono la opción de español. querid podría significar cualquier cosa en cualquier idioma, pero supongo que tiene más posibilidades de ser gaélico o algo parecido.
La escribo y pulso «Enter».
Los dos segundos en los que tarda en aparecer el resultado, se me hacen eternos, y después allí está, escrito en mayúsculas: «AMIGA.»
—¿En serio?—murmuro decepcionada.
Observo la palabra y suspiro.
Ni siquiera un nena o un cariño, sólo amiga.
Llaman a la puerta y entran sin esperar respuesta. Antes de que pueda reaccionar, Santana está dentro de mi diminuto despacho. Se ha quitado la coleta y tiene el pelo suelto, pero perfectamente arreglado.
Camina hasta mi mesa con paso seguro y apoya las manos en la madera, inclinándose hacia delante y consiguiendo que esa impresionante mirada esté a escasísimos centímetros de mis ojos.
Su atractivo es mi cruz.
Nunca he tenido nada tan claro.
—Tendríamos que hablar, pero prefiero fingir que esta mañana no ha pasado nada y sé que tú también—suelta con una sonrisa de lo más traviesa—Te echo de menos, Pierce. Echo de menos estar contigo—sonríe de nuevo, pero esta vez es un gesto un poco frustrado—Echo de menos pasar tiempo contigo—rectifica—Y odio tener que elegir tan cuidadosamente las palabras—continúa inclinándose un poco más.
Ahora sonreímos ambas.
Tiene razón, es un auténtico coñazo:
—¿Qué me dices? ¿Nos olvidamos del mundo?
¿Cómo puede ser tan endiabladamente tentadora?
Es como si ese ofrecimiento lo hiciera el mismísimo diablo, como si pudiese dejarme clarísimo, sin usar una sola palabra, sólo con sus ojos, que lo mejor, lo que quiera, todo el placer, está únicamente a un sí de distancia.
—¿Y cómo propones que nos olvidemos del mundo?—pregunto enarcando las cejas.
Mejor fingir una seguridad que no siento.
—Desgraciadamente—comienza a decir mientras se sienta en el borde de mi escritorio—, Las opciones en las que estás desnuda y en mi cama están descartadas.
—¿A eso lo llamas tú elegir cuidadosamente las palabras?
—Oh, créeme, están muy bien elegidas —replica.
Frunzo los labios.
Es una auténtica sinvergüenza.
—Descarada.
—Me gusta cuando te escandalizas, Niña Buena.
—No hay nada de malo en ser una niña buena. De las personas sinvergüenzas impertinentes, engreídas y, por supuesto, descaradas, no sé si puede decir lo mismo—concluyo, muy orgullosa de mí misma.
Chúpate esa, López.
—Se te ha olvidado «y que follan de miedo».
—Te lo tienes demasiado creída.
Santana entorna los ojos divertida, estudiándome.
Yo me cruzo de brazos insolente, esperando su respuesta.
Vuelve a sonreír de esa manera llena de arrogancia y encanto a partes iguales y me acaricia la punta de la nariz con el índice.
—Cuando mientes, arrugas la nariz y estás adorable—comenta socarrona.
Pero, bueno, ¿en algún momento piensa dejar de reírse de mí?
Abro la boca sin saber qué decir. Vuelvo a cerrarla y vuelvo a abrirla, hasta que finalmente resoplo malhumorada mientras ella empieza a juguetear con los bolígrafos de mi lapicero.
—¿Sólo has venido a molestarme?—protesto rodeando la mesa, colocándome frente a ella y apartando el cubilete de su mano como represalia.
—Es divertido —responde con una sonrisa, como si fuera obvio.
Yo le dedico mi peor mohín y ella lo ignora estoicamente.
—¿En qué estás trabajando? —inquiere.
Coge mi portátil y no es hasta que le da la vuelta, y una nueva insolente sonrisa se acomoda en sus labios, que recuerdo lo que estaba mirando justo antes de que entrara.
¡Maldita sea!
—Deja en paz mi ordenador—me quejo hostil intentando cerrarlo.
—Te estás volviendo muy multicultural —se burla con la misma impertinente sonrisa.
Se acabó.
No pienso quedarme a ver cómo sigue riéndose de mí.
—Eres una capullo —siseo.
Me giro dispuesta a marcharme, pero, antes de que logre alcanzar la puerta, Santana estira su armónico cuerpo, me agarra de la muñeca y vuelve a llevarme hasta ella y me deja entre sus piernas, pero no me suelta.
—Si querías saber lo que significa querida, ¿por qué no me lo preguntaste?—me desafía, mirándome directamente a los ojos.
—Lo hice y tú no me respondiste.
—¿Y siempre vas a rendirte a la primera, Niña Buena?
Esa frase parece esconder muchas cosas que no soy capaz de adivinar.
Otra vez está retándome, como si siempre quisiese que tuviera que armarme de valor y dar un paso más.
—No quería que pensaras que le estaba dando importancia, porque no la tiene—le digo y, sin quererlo, mi voz se agrava, presa de que estemos así de cerca, de que me tenga entre sus piernas, y, sobre todo, de que su mano siga sujetando mi muñeca—Además, es lo que somos, ¿no? querida significa amiga.
Ahora quien la desafía soy yo.
Santana niega suavemente con la cabeza.
—Ésa es su traducción más común, pero no es su único significado—sonríe como sólo ella sabe hacerlo y todo mi cuerpo se tensa—Querida significa nuestra conexión con el otro—susurra con una voz sencillamente perfecta—Así que, cuando se lo llamamos a otra persona, es como si mencionáramos en dos palabras todo lo que nos une a ella—libera mi muñeca, mueve su mano y abre la palma, posesiva, sobre mi estómago—,
Todo lo que nos gusta—avanza hasta mi cadera y se agarra con fuerza, casi haciéndome daño, y una oleada de placer se desata por todo mi cuerpo—, Todo lo que deseamos.
—Santana—murmuro inconexa a la vez que coloco mi mano sobre la suya.
Debería pedirle que se marchara, debería empezar a ser consecuente conmigo misma, con lo que es mejor para mí.
—¿Te gustó que lo hiciera?
—Sí —murmuro.
Otra vez el ambiente que nos rodea parece querer demostrarnos todo el deseo que un puñado de palabras pueden contener.
Su cuerpo ordena y el mío responde.
Ni siquiera sé cómo hemos llegado a este punto, pero ya no tengo nada claro que quiera escapar.
—¿Por qué?
—¿Por qué siempre tienes que preguntarme por qué?
—Porque me gusta ponerte al límite, Niña Buena —sentencia sexy, sensual, engreída, exactamente todo lo que es Santana López.
Mi BlackBerry empieza a sonar en algún punto del despacho, pero yo lo oigo como si sonara en otro continente.
No quiero moverme de aquí por nada del mundo.
Santana vuelve a sonreír y se inclina despacio sobre mí, hasta que sus labios casi acarician el lóbulo de mi oreja.
—Deberías cogerlo —susurra divertida.
Se aparta al tiempo que su sonrisa se ensancha y yo vuelvo a la realidad de golpe.
—Claro —prácticamente balbuceo.
Vuelvo al otro lado de la mesa y recupero mi móvil. Logro descolgar justo antes de que la llamada sea desviada al buzón de voz.
—Britt.
Sonrío cuando reconozco la voz.
—Hola, Adele... Es la mamá de Mercedes—le susurro a Santana, que asiente, tapando el auricular—¿Todo bien?—vuelvo a hablar con ella.
—Griffin no ha aparecido—me explica.
—¿Qué?—mi voz y mi sonrisa se evaporan de repente.
Mi cambio de tono hace que Santana alce la mirada y me observe preocupada.
—¿Cómo que no ha aparecido?
No puede ser verdad.
No puede haberlo hecho otra vez.
—Llevamos esperándolo más de una hora.
En ese momento llaman a la puerta de mi despacho y Mercedes entra. No tiene cara de buenos amigas.
Se dispone a hablar, pero algo a su espalda me distrae y, cuando veo a Griffin salir del ascensor, pierdo la poca cordura que me queda.
—Maldito hijo de puta —siseo.
Salgo del despacho como una exhalación y del mismo modo cruzo la sala.
Cuando al fin lo tengo delante, ni siquiera lo pienso y le doy una sonora bofetada delante de medio departamento de contabilidad.
—¿Cómo has podido atreverte?—grito—¿Eso es lo que vale tu palabra? ¿Tan poco hombre eres?
—Brittany, déjame explicarme.
—¡No!—grito de nuevo con la rabia saturando mi voz—¡No pienso volver a escucharte nunca! Eres un cobarde de mierda que no se merece lo que tiene. No te lo mereces.
Las lágrimas comienzan a caer por mis mejillas.
¿Cómo ha sido capaz?
—Brittany, tienes que ayudarme —me exige.
Ahogo una sonrisa irónica y fugaz en un suspiro aún más corto.
—¿Cómo tienes el valor de pedirme eso? Lárgate.
—Ni lo sueñes.
—¡Lárgate!
¡No quiero escucharlo!
¡No quiero tenerlo cerca!
—No pienso irme de aquí sin que me ayudes —me amenaza.
—Te ha dicho que te largues—lo interrumpe Santana con su voz amenazadoramente suave, colocándose a mi lado—¿Eres tan jodidamente idiota que no entiendes esa palabra?
Griffin traga saliva, pero la mira de arriba abajo comiéndosela con la mirada.
Maldito imbécil.
—Esto no es asunto tuyo—gruñe, tratando de que no se note el gusano miserable que es.
—Brittany es asunto mío—replica Santana dando un paso adelante, llena de una intimidante seguridad—Así que no te haces una idea del puto problema en el que acabas de meterte.
Miro a Santana y por un momento me siento increíblemente protegida.
Nadie en diez años había conseguido que me sintiese así.
—Márchate, Griffin —le pido más serena.
—¡No voy a largarme! —grita desagradable.
—No se te ocurra volver a hablarle así —lo corta Santana.
Griffin retrocede un paso.
—He metido la pata, Brittany —recapacita, tratando de sonar más amable—, Pero no puedes pasar de mí.
Que reconozca su error no cambia las cosas.
No es la primera vez que lo hace y sus palabras acaban cayendo en saco roto.
—Márchate, por favor—repito, cruzándome de brazos y bajando la mirada.
Una vez más ha conseguido que sienta que mido sólo dos centímetros.
—Brittany, no lo hagas por mí.
Alzo la cabeza.
Las lágrimas vuelven a caer.
¿Por qué ha tenido que decir precisamente eso?
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
ah nooooo hasta cuando sin saber quien demonios es ese imbecil manipulador de m......??????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
que ganas de molestar tiene ese idiota,...
me gusta los juego de las dos el tonteo ese es divertido jajaj
a ver que pasa ahora???
nos vemos!!!
que ganas de molestar tiene ese idiota,...
me gusta los juego de las dos el tonteo ese es divertido jajaj
a ver que pasa ahora???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:ah nooooo hasta cuando sin saber quien demonios es ese imbecil manipulador de m......??????
Hola, nose! maldito! osea q se cree¿? :@ Saludos =D
3:) escribió:hola morra,..
que ganas de molestar tiene ese idiota,...
me gusta los juego de las dos el tonteo ese es divertido jajaj
a ver que pasa ahora???
nos vemos!!!
Hola lu, si! como me gustaría darle su merecido ¬¬ Jajajaajajaj si, la vrdd esk si, tiene ese nose q jaajajajajaj. Aquí el siguiente cap para saber más! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 10 - P I
Capitulo 10 - Parte I
Santana
—No lo hagas por mí—repite el maldito gilipollas.
Nunca había tenido tantas ganas de partirle la cara a alguien.
Doy un paso más hacia él. Cierro los puños con rabia.
La ha hecho llorar.
No puedo pensar en otra jodida cosa.
—Lárgate o te juro por Dios que no respondo—siseo.
El imbécil ni siquiera es capaz de mantenerme la mirada.
—Brittany, sabes qué es lo que tienes que hacer—prácticamente le exige.
Aprieto la mandíbula.
Esta estupidez se acabó.
Clases de defensa personal, allá vamos.
Me giro hacia ella para decirle que me espere en mi despacho mientras me encargo de él y la sangre me hierve cuando la veo dar un paso en su dirección.
Sigue llorando.
Está triste, furiosa, dolida.
Joder, sea lo que sea lo que este gilipollas ha hecho, la ha dejado hundida y piensa marcharse con él.
—Tiene que ser una puta broma—protesto arisca, agarrándola de la muñeca y obligándola a girarse.
—Santana, por favor—balbucea.
Me mantiene la mirada y en sus ojos veo demasiado dolor.
No es sólo este momento, son muchos otros que ni siquiera me ha contado.
La rabia se instala bajo mis costillas y vuelvo a sentirme como me sentí en el bar viéndola hablar con esa tipa, como hace diez años que no me sentía.
—No vas a irte con él —rujo.
No pienso permitirlo.
Voy a cuidar de ti, Niña Buena.
—Brittany, vámonos—le reclama.
Ella me mira un segundo más, como si estuviese reuniendo valor para decirme algo, y finalmente cabecea.
—Lo siento, San—murmura y camina hasta él. Cruza la diáfana planta andando a su lado.
Yo la observo inmóvil.
Ahora mismo sólo quiero cargarla y sacarla de aquí.
¿Por qué se marcha con él?
¿Quién coño es?
¿Qué le ha hecho?
Justo antes de montarse en el ascensor, Brittany vuelve la cabeza y nuestras miradas se encuentran.
Está más triste que antes.
La rabia crece.
Echo a andar hacia ella.
No pienso permitir esto.
Tengo que cuidar de ella, tengo que protegerla, pero, cuando estoy a unos pasos, Brittany pronuncia sin emitir sonido alguno el «por favor» más triste del mundo a la vez que niega con la cabeza, frenándome en seco, y finalmente entra en el ascensor.
Cuando las puertas de acero se cierran por completo, sencillamente ya no puedo pensar.
Regreso a mi despacho con el paso acelerado y cierro de un portazo.
La adrenalina hirviendo recorre todo mi cuerpo. Todo lo que sentía cuando tenía dieciséis, diecisiete, dieciocho años, se recrudece.
El dolor, la rabia.
—Joder —rujo.
Me paso las manos por el pelo.
Trato de controlarme.
Pero todo es inútil.
Sólo puedo pensar en una cosa.
Salgo del edificio.
Sigue lloviendo.
No me importa.
No sé cuántas manzanas recorro hasta encontrar un bar con una pinta deleznable.
Sonrío con malicia contemplando la puerta llena de restos de carteles y pegamento barato, las motos aparcadas en la entrada, el neón que ya no se ilumina.
Entro y me siento en uno de los taburetes de la barra. Me pido un whisky y me lo bebo de un trago. Miro a mi alrededor y la misma sonrisa con la misma malicia acude de nuevo a mis labios cuando veo a cuatro tías con pinta de chicas malas, bebiéndose unas cervezas en una de las mesas junto a la máquina de discos.
Pido otra copa.
Camino hasta ellas y suena Heart of a dog, de The Kills. Siempre me he sentido identificada con esta canción. Siempre he tenido miedo de estar perdida, pero, al final, siempre regreso al mismo sitio, a las mismas situaciones, y eso es lo que me permite volver a encontrarme, mi única manera de regresar al camino, a casa, a la Santana que yo he decidido ser.
—Las estaba mirando desde ahí—digo deteniéndome junto a su mesa y apuntando a la barra con mi copa—Y no he podido evitar hacerme una pregunta.
—¿Qué?—responde una de ellas mirándome de arriba abajo.
Me bebo la copa de un trago y la dejo sobre la mesa bajo sus atentas miradas.
—¿Cuál de las cuatro grita más o es más perra en la cama?
De repente el bar se sume en un sepulcral silencio.
—Pero ¿qué coño?—masculla una de ellas levantándose.
Yo sonrío encantada.
Acabo de encontrar justo lo que quería.
Esquivo el primer golpe.
El segundo.
La tumbo sobre la mesa de un puñetazo.
Las otros tres se levantan.
El pómulo.
Las costillas.
Golpeo.
Me defiendo.
La ira se calma.
Otra aparece.
Pelear.
Caer.
Levantarse... Olvidar... Volver a ser yo.
Me sacan a la calle de un empujón.
La sangre se mezcla con la lluvia en mis labios, tirada en un callejón cualquiera de la 44 Oeste.
La golpeo.
La tiro al suelo.
Una de las tías, con la cara con sangre que le sale de la ceja rota, corre hacia mí, me embiste y me deja caer de espaldas contra el suelo.
Toso.
No puedo respirar.
Las costillas me aprietan los pulmones.
Pelear. Caer. Levantarse... Olvidar... Volver a ser yo.
Volver a ser yo.
Me pongo en pie.
Sólo quiero volver a ser yo.
La golpeo y se tambalea.
Un coche derrapa a mi espalda.
La golpeo otra vez.
Necesito volver a ser yo.
—¡Sepárense!—un policía me empuja, apartándome de la tipa, pero yo aún no he terminado.
El agua cae helada.
La boca me sabe a sangre.
Vuelvo a tener diecisiete años.
Vuelvo a estar en Portland Este.
He vuelto a ver a mi papá borracho, llorando por ella.
Me paso las manos por el pelo.
¿Por qué Brittany no me ha dejado protegerla?
Casi había olvidado cómo es un maldito calabozo.
A través de las rejas, miro al policía leer el periódico sobre su escritorio. Nunca entenderé por qué ponen al policía a punto de jubilarse, que hace años que decidió traerse dos tarteras en vez de una y la pistola, a defender
los calabozos.
—López—me llama un segundo policía abriendo la celda—, Sal. Han pagado tu fianza.
Me levanto malhumorada y abandono la celda. El policía me lleva, agarrándome del brazo, hasta la planta de arriba y no tardo en ver a Kitty firmando unos papales en el mostrador de la comisaría del distrito centro sur.
Cuando el agente me suelta a unos pasos de él, mi amiga alza la cabeza, me mira de abajo arriba y vuelve a prestar atención a los papeles que tiene delante.
—Te has ido a un bar, te has partido la cara con cuatro tías y has acabado en comisaría—dice sin volver a mirarme—Creía que ya teníamos superado esto.
Me encojo de hombros.
—No ha pasado nada —replico arisca.
—Seguro que no—contesta irónica—Vámonos—añade dejando caer el boli sobre los documentos—Quinn nos está esperando fuera.
No digo nada y la sigo mientras cruzamos la comisaría hacia la calle.
Todavía estoy demasiado enfadada.
Normalmente, a estas alturas, después de semejante pelea, debería estar relajada, curándome las heridas en algún otro bar, bebiendo un Glenlivet y a punto de echar un polvo.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar en presentarme en casa de Brittany y asegurarme de que está bien.
Soy plenamente consciente de que eligió marcharse con él, pero, cada vez que recuerdo cómo lloraba, una corriente eléctrica sorda y desagradable me recorre la columna.
Quinn está apoyada en uno de los coches aparcados en la acera frente a la entrada de la comisaría, con los brazos cruzados. Al verme salir, sonríe y se incorpora.
—¿Cuántos personas han sido esta vez?—pregunta.
—Chicas, esta vez fueron chicas. Cuatro—responde Kitty, bajando los escalones de piedra maciza—Y tendrías que verlas. Además de buenas, pegaban más que bien.
—Ya sabes lo que dicen de las latinas—replica burlona, girándose y abriendo la puerta de atrás del Jaguar para que me monte—Que son muy peleonas.
Me detengo a unos pasos.
Kitty rodea el vehículo y abre la puerta del copiloto. Quinn me observa. Se fija en mi ropa manchada de sangre. También se fija en mi pómulo y mi mentón amoratados y en la pequeña brecha de la frente y, sobre todo, se fija en las ganas de pelea que todavía me llenan por dentro.
—¿Estás bien? —inquiere.
Yo me encojo de hombros.
—No ha pasado nada.
Quinn asiente y me hace un gesto con la cabeza para que entre en el coche.
Lo hago y cierra tras de mí.
Hace mucho que perdí la cuenta de cuántas veces Kitty o Quinn tuvieron que sacarme de comisaría, y hace aún más que dejé de pensar en eso, porque ya ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez.
Vamos a un pequeño pub situado en un callejón cerca de la oficina.
Alguna vez hemos comido ahí y muchas veces hemos bebido después del trabajo.
Nos acomodamos en una de las mesas y la camarera, e hija del dueño, no tarda en acercarse.
—¿Qué les sirvo, chicas?—pregunta mientras limpia la mesa con una bayeta.
Durante unos segundos, el aire se llena de un intenso olor a limón y desinfectante.
—Tres Glenlivet—responde Kitty—Y busca algo para curarle las heridas.
—Claro—contesta diligente.
La chica se marcha y yo me revuelvo en mi asiento.
—No necesito que nadie me cure nada —me quejo.
—Alégrate de que te las vaya a curar esa monada y no su papá—replica Kitty.
—¿Cuál de las dos se tiró a esa monada?—inquiere Quinn.
—El Pelapatatas.
—Oh, así que ahora vamos a vivir un momento de lo más romántico—continúa Quinn, con esa mezcla de burla, pura ironía y maldad que la caracteriza—Seguro que está de lo más emocionada buscando la crema antiséptica y pensando en ti.
Las dos sonríen, yo no.
Ni siquiera quiero estar aquí.
—Joder—gruño justo antes de levantarme—Me largo.
—¿Adónde coño vas?—farfulla Kitty—Siéntate y bébete una copa con nosotras. Me has sacado de mi departamento en plena noche, donde estaba a punto de convencer a mi preciosa novia de muchísimas cosas. Me lo debes.
Yo me freno en seco y me vuelvo malhumorada.
Kitty enarca las cejas.
—Eso es chantaje, capullo de mierda—protesto sentándome de nuevo.
—Llámalo como quieras—sentencia más que satisfecha.
—¿Se puede saber qué te pasa?—interviene Quinn—Hacía años que no acababas en comisaría.
—No ha pasado nada—respondo mecánica.
No quiero hablar, joder.
—¿Estás así por esa mujer que trabaja en Figgins Media?—pregunta Kitty—La que tiene el culo increíble.
—No es ninguna mujer—gruño de nuevo—Y deja de mirarle el culo o míraselo—rectifico rápidamente—, Pero no me lo cuentes.
Kitty y Quinn intercambian un par de miradas y entonces me doy cuenta de que sólo ha dicho eso para ver cuál era mi reacción.
Por la manera en la que me observa ahora mismo, está más que claro que he reaccionado exactamente como esperaba.
—¿Te la estás tirando?—inquiere sin apartar sus ojos de los míos.
Así es Kitty Wilde, una mujer de exquisito tacto.
—No es asunto tuyo.
—Eso es un sí—apuntilla Quinn.
—Eso es un «no se metan en mi vida»—aclaro.
La camarera regresa con nuestras copas. Tras dejarlas en la mesa, abandona la bandeja en otra y se acerca a mí con un bote de crema antiséptica.
Miro a las gilipollas de mis mejores amigas, con un par de sonrisas en la cara, y resoplo aún más malhumorada.
—Gracias, encanto, pero no hace falta—la freno.
—De veras que no me importa, Santana.
Me sonríe y algo dentro de mí se revuelve.
Me cabreé con Brittany cuando dijo que quería acostarme con su compañera del máster. Me sentó como una patada en el estómago que siquiera lo insinuase, pero en el fondo es lo que soy, ¿no?
El sexo indiscriminado es la única manera en la que me relaciono con las mujeres y siempre me ha funcionado.
¿Por qué tengo que cuestionarlo?
¿Por qué no puedo volver a comportarme como siempre?
—Podemos ir al despacho—me propone—Estaremos más tranquilas.
—Gracias—repito tratando de sonar más amable—, Pero no, Leighton.
Todo mi maldito mundo se está tambaleando, joder.
—Como quieras—replica, dejando el pequeño bote de crema sobre la mesa.
La chica se marcha y yo tuerzo el gesto, clavando la vista en mi vaso de whisky.
—Brittany te gusta, ¿verdad?—pronuncia Kitty.
—Brittany es increíble—estallo llena de rabia—Me vuelve loca. Y no es un maldito halago, joder. No sé por qué tiene que conseguir que me cuestione todo lo que ya funciona en mi vida.
¡Joder!
Me llevo las palmas de las manos a los ojos y me los froto con fuerza.
De pronto caigo en la cuenta de algo.
Soy yo quien le está permitiendo hacerlo, quien ha decidido que es diferente, especial, que no puedo sentirme con otra chica como me siento estando con ella.
Soy yo quien la ha dejado entrar en mi vida.
Me levanto de un salto y mis costillas se resienten. Aprieto los dientes.
—Tengo que irme—digo con un convencimiento absoluto.
Las chicos protestan, pero no las escucho.
Salgo del bar y paro el primer taxi que aparece por la 59. El agua de las aceras se ha transformado en nieve.
Regreso a mi departamento, voy flechada a la cocina, me sirvo un whisky y me lo bebo de un trago.
Ni siquiera he encendido las luces y la casa sólo está iluminada por Nueva York desde el inmenso ventanal.
No quiero estar aquí.
Quiero ir a cualquier bar, volver a pelearme.
Si no ha funcionado la primera vez, funcionará la segunda.
Giro sobre mis pasos y cojo las llaves de mi coche del mueble del recibidor mientras abro rápido la puerta. Estoy cruzando el umbral cuando mi móvil comienza a sonar.
Mi primer instinto es ignorarlo, pero, no sé por qué, algo me impide hacerlo.
Miro la pantalla.
Toda la rabia se recrudece.
Es Brittany.
Aprieto la mandíbula.
Sólo puedo pensar en el gilipollas de Griffin.
Descuelgo, pero no digo nada.
—¿Hola?—dice ella al otro lado—¿Santana?—añade inmediatamente.
Tiene la voz tomada.
Es obvio que sigue llorando.
De pronto todo mi enfado se diluye o se transforma en otro distinto, no lo sé.
Quiero decirle muchas cosas: que estoy muy cabreada, que me he partido la cara con cuatro tías en un bar porque no podía dejar de pensar en cómo se había marchado llorando.
Quiero preguntarle por qué se largó con ese capullo, por qué eligió irse con él a quedarse conmigo, por qué no me dejó protegerla.
Lo único que quiero es protegerla.
—Santana, por favor—solloza—, Di algo.
No lo hago.
Tengo demasiada rabia dentro.
Me revuelvo prácticamente sin moverme del sitio y acabo perdiendo la mirada al frente.
Me gustaba mi vida exactamente como era y ella lo ha cambiado todo.
Cuelgo y me llevo el teléfono a la frente.
Por esto me tatué su nombre.
Por esto no puedes dejar entrar a una mujer en tu vida.
—Joder —rujo.
Cierro de un portazo y bajo los veinte pisos por las escaleras. Salgo de mi edificio y el aire frío de enero me recibe en mitad del Upper East Side. Doy una bocanada y el oxígeno helado me atraviesa los pulmones.
Sólo puedo pensar en ella, en el gilipollas de Griffin, en mí.
Necesito protegerla.
Necesito saber que está bien.
Brittany me importa.
Me paso las manos por el pelo y acabo tirándome de él.
Sé quién soy.
Sé cómo soy.
Me subo el cuello de la chaqueta, me meto las manos en los bolsillos y comienzo a caminar.
Tengo demasiadas cosas en que pensar.
Nunca había tenido tantas ganas de partirle la cara a alguien.
Doy un paso más hacia él. Cierro los puños con rabia.
La ha hecho llorar.
No puedo pensar en otra jodida cosa.
—Lárgate o te juro por Dios que no respondo—siseo.
El imbécil ni siquiera es capaz de mantenerme la mirada.
—Brittany, sabes qué es lo que tienes que hacer—prácticamente le exige.
Aprieto la mandíbula.
Esta estupidez se acabó.
Clases de defensa personal, allá vamos.
Me giro hacia ella para decirle que me espere en mi despacho mientras me encargo de él y la sangre me hierve cuando la veo dar un paso en su dirección.
Sigue llorando.
Está triste, furiosa, dolida.
Joder, sea lo que sea lo que este gilipollas ha hecho, la ha dejado hundida y piensa marcharse con él.
—Tiene que ser una puta broma—protesto arisca, agarrándola de la muñeca y obligándola a girarse.
—Santana, por favor—balbucea.
Me mantiene la mirada y en sus ojos veo demasiado dolor.
No es sólo este momento, son muchos otros que ni siquiera me ha contado.
La rabia se instala bajo mis costillas y vuelvo a sentirme como me sentí en el bar viéndola hablar con esa tipa, como hace diez años que no me sentía.
—No vas a irte con él —rujo.
No pienso permitirlo.
Voy a cuidar de ti, Niña Buena.
—Brittany, vámonos—le reclama.
Ella me mira un segundo más, como si estuviese reuniendo valor para decirme algo, y finalmente cabecea.
—Lo siento, San—murmura y camina hasta él. Cruza la diáfana planta andando a su lado.
Yo la observo inmóvil.
Ahora mismo sólo quiero cargarla y sacarla de aquí.
¿Por qué se marcha con él?
¿Quién coño es?
¿Qué le ha hecho?
Justo antes de montarse en el ascensor, Brittany vuelve la cabeza y nuestras miradas se encuentran.
Está más triste que antes.
La rabia crece.
Echo a andar hacia ella.
No pienso permitir esto.
Tengo que cuidar de ella, tengo que protegerla, pero, cuando estoy a unos pasos, Brittany pronuncia sin emitir sonido alguno el «por favor» más triste del mundo a la vez que niega con la cabeza, frenándome en seco, y finalmente entra en el ascensor.
Cuando las puertas de acero se cierran por completo, sencillamente ya no puedo pensar.
Regreso a mi despacho con el paso acelerado y cierro de un portazo.
La adrenalina hirviendo recorre todo mi cuerpo. Todo lo que sentía cuando tenía dieciséis, diecisiete, dieciocho años, se recrudece.
El dolor, la rabia.
—Joder —rujo.
Me paso las manos por el pelo.
Trato de controlarme.
Pero todo es inútil.
Sólo puedo pensar en una cosa.
Salgo del edificio.
Sigue lloviendo.
No me importa.
No sé cuántas manzanas recorro hasta encontrar un bar con una pinta deleznable.
Sonrío con malicia contemplando la puerta llena de restos de carteles y pegamento barato, las motos aparcadas en la entrada, el neón que ya no se ilumina.
Entro y me siento en uno de los taburetes de la barra. Me pido un whisky y me lo bebo de un trago. Miro a mi alrededor y la misma sonrisa con la misma malicia acude de nuevo a mis labios cuando veo a cuatro tías con pinta de chicas malas, bebiéndose unas cervezas en una de las mesas junto a la máquina de discos.
Pido otra copa.
Camino hasta ellas y suena Heart of a dog, de The Kills. Siempre me he sentido identificada con esta canción. Siempre he tenido miedo de estar perdida, pero, al final, siempre regreso al mismo sitio, a las mismas situaciones, y eso es lo que me permite volver a encontrarme, mi única manera de regresar al camino, a casa, a la Santana que yo he decidido ser.
—Las estaba mirando desde ahí—digo deteniéndome junto a su mesa y apuntando a la barra con mi copa—Y no he podido evitar hacerme una pregunta.
—¿Qué?—responde una de ellas mirándome de arriba abajo.
Me bebo la copa de un trago y la dejo sobre la mesa bajo sus atentas miradas.
—¿Cuál de las cuatro grita más o es más perra en la cama?
De repente el bar se sume en un sepulcral silencio.
—Pero ¿qué coño?—masculla una de ellas levantándose.
Yo sonrío encantada.
Acabo de encontrar justo lo que quería.
Esquivo el primer golpe.
El segundo.
La tumbo sobre la mesa de un puñetazo.
Las otros tres se levantan.
El pómulo.
Las costillas.
Golpeo.
Me defiendo.
La ira se calma.
Otra aparece.
Pelear.
Caer.
Levantarse... Olvidar... Volver a ser yo.
Me sacan a la calle de un empujón.
La sangre se mezcla con la lluvia en mis labios, tirada en un callejón cualquiera de la 44 Oeste.
La golpeo.
La tiro al suelo.
Una de las tías, con la cara con sangre que le sale de la ceja rota, corre hacia mí, me embiste y me deja caer de espaldas contra el suelo.
Toso.
No puedo respirar.
Las costillas me aprietan los pulmones.
Pelear. Caer. Levantarse... Olvidar... Volver a ser yo.
Volver a ser yo.
Me pongo en pie.
Sólo quiero volver a ser yo.
La golpeo y se tambalea.
Un coche derrapa a mi espalda.
La golpeo otra vez.
Necesito volver a ser yo.
—¡Sepárense!—un policía me empuja, apartándome de la tipa, pero yo aún no he terminado.
El agua cae helada.
La boca me sabe a sangre.
Vuelvo a tener diecisiete años.
Vuelvo a estar en Portland Este.
He vuelto a ver a mi papá borracho, llorando por ella.
Me paso las manos por el pelo.
¿Por qué Brittany no me ha dejado protegerla?
Casi había olvidado cómo es un maldito calabozo.
A través de las rejas, miro al policía leer el periódico sobre su escritorio. Nunca entenderé por qué ponen al policía a punto de jubilarse, que hace años que decidió traerse dos tarteras en vez de una y la pistola, a defender
los calabozos.
—López—me llama un segundo policía abriendo la celda—, Sal. Han pagado tu fianza.
Me levanto malhumorada y abandono la celda. El policía me lleva, agarrándome del brazo, hasta la planta de arriba y no tardo en ver a Kitty firmando unos papales en el mostrador de la comisaría del distrito centro sur.
Cuando el agente me suelta a unos pasos de él, mi amiga alza la cabeza, me mira de abajo arriba y vuelve a prestar atención a los papeles que tiene delante.
—Te has ido a un bar, te has partido la cara con cuatro tías y has acabado en comisaría—dice sin volver a mirarme—Creía que ya teníamos superado esto.
Me encojo de hombros.
—No ha pasado nada —replico arisca.
—Seguro que no—contesta irónica—Vámonos—añade dejando caer el boli sobre los documentos—Quinn nos está esperando fuera.
No digo nada y la sigo mientras cruzamos la comisaría hacia la calle.
Todavía estoy demasiado enfadada.
Normalmente, a estas alturas, después de semejante pelea, debería estar relajada, curándome las heridas en algún otro bar, bebiendo un Glenlivet y a punto de echar un polvo.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar en presentarme en casa de Brittany y asegurarme de que está bien.
Soy plenamente consciente de que eligió marcharse con él, pero, cada vez que recuerdo cómo lloraba, una corriente eléctrica sorda y desagradable me recorre la columna.
Quinn está apoyada en uno de los coches aparcados en la acera frente a la entrada de la comisaría, con los brazos cruzados. Al verme salir, sonríe y se incorpora.
—¿Cuántos personas han sido esta vez?—pregunta.
—Chicas, esta vez fueron chicas. Cuatro—responde Kitty, bajando los escalones de piedra maciza—Y tendrías que verlas. Además de buenas, pegaban más que bien.
—Ya sabes lo que dicen de las latinas—replica burlona, girándose y abriendo la puerta de atrás del Jaguar para que me monte—Que son muy peleonas.
Me detengo a unos pasos.
Kitty rodea el vehículo y abre la puerta del copiloto. Quinn me observa. Se fija en mi ropa manchada de sangre. También se fija en mi pómulo y mi mentón amoratados y en la pequeña brecha de la frente y, sobre todo, se fija en las ganas de pelea que todavía me llenan por dentro.
—¿Estás bien? —inquiere.
Yo me encojo de hombros.
—No ha pasado nada.
Quinn asiente y me hace un gesto con la cabeza para que entre en el coche.
Lo hago y cierra tras de mí.
Hace mucho que perdí la cuenta de cuántas veces Kitty o Quinn tuvieron que sacarme de comisaría, y hace aún más que dejé de pensar en eso, porque ya ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez.
Vamos a un pequeño pub situado en un callejón cerca de la oficina.
Alguna vez hemos comido ahí y muchas veces hemos bebido después del trabajo.
Nos acomodamos en una de las mesas y la camarera, e hija del dueño, no tarda en acercarse.
—¿Qué les sirvo, chicas?—pregunta mientras limpia la mesa con una bayeta.
Durante unos segundos, el aire se llena de un intenso olor a limón y desinfectante.
—Tres Glenlivet—responde Kitty—Y busca algo para curarle las heridas.
—Claro—contesta diligente.
La chica se marcha y yo me revuelvo en mi asiento.
—No necesito que nadie me cure nada —me quejo.
—Alégrate de que te las vaya a curar esa monada y no su papá—replica Kitty.
—¿Cuál de las dos se tiró a esa monada?—inquiere Quinn.
—El Pelapatatas.
—Oh, así que ahora vamos a vivir un momento de lo más romántico—continúa Quinn, con esa mezcla de burla, pura ironía y maldad que la caracteriza—Seguro que está de lo más emocionada buscando la crema antiséptica y pensando en ti.
Las dos sonríen, yo no.
Ni siquiera quiero estar aquí.
—Joder—gruño justo antes de levantarme—Me largo.
—¿Adónde coño vas?—farfulla Kitty—Siéntate y bébete una copa con nosotras. Me has sacado de mi departamento en plena noche, donde estaba a punto de convencer a mi preciosa novia de muchísimas cosas. Me lo debes.
Yo me freno en seco y me vuelvo malhumorada.
Kitty enarca las cejas.
—Eso es chantaje, capullo de mierda—protesto sentándome de nuevo.
—Llámalo como quieras—sentencia más que satisfecha.
—¿Se puede saber qué te pasa?—interviene Quinn—Hacía años que no acababas en comisaría.
—No ha pasado nada—respondo mecánica.
No quiero hablar, joder.
—¿Estás así por esa mujer que trabaja en Figgins Media?—pregunta Kitty—La que tiene el culo increíble.
—No es ninguna mujer—gruño de nuevo—Y deja de mirarle el culo o míraselo—rectifico rápidamente—, Pero no me lo cuentes.
Kitty y Quinn intercambian un par de miradas y entonces me doy cuenta de que sólo ha dicho eso para ver cuál era mi reacción.
Por la manera en la que me observa ahora mismo, está más que claro que he reaccionado exactamente como esperaba.
—¿Te la estás tirando?—inquiere sin apartar sus ojos de los míos.
Así es Kitty Wilde, una mujer de exquisito tacto.
—No es asunto tuyo.
—Eso es un sí—apuntilla Quinn.
—Eso es un «no se metan en mi vida»—aclaro.
La camarera regresa con nuestras copas. Tras dejarlas en la mesa, abandona la bandeja en otra y se acerca a mí con un bote de crema antiséptica.
Miro a las gilipollas de mis mejores amigas, con un par de sonrisas en la cara, y resoplo aún más malhumorada.
—Gracias, encanto, pero no hace falta—la freno.
—De veras que no me importa, Santana.
Me sonríe y algo dentro de mí se revuelve.
Me cabreé con Brittany cuando dijo que quería acostarme con su compañera del máster. Me sentó como una patada en el estómago que siquiera lo insinuase, pero en el fondo es lo que soy, ¿no?
El sexo indiscriminado es la única manera en la que me relaciono con las mujeres y siempre me ha funcionado.
¿Por qué tengo que cuestionarlo?
¿Por qué no puedo volver a comportarme como siempre?
—Podemos ir al despacho—me propone—Estaremos más tranquilas.
—Gracias—repito tratando de sonar más amable—, Pero no, Leighton.
Todo mi maldito mundo se está tambaleando, joder.
—Como quieras—replica, dejando el pequeño bote de crema sobre la mesa.
La chica se marcha y yo tuerzo el gesto, clavando la vista en mi vaso de whisky.
—Brittany te gusta, ¿verdad?—pronuncia Kitty.
—Brittany es increíble—estallo llena de rabia—Me vuelve loca. Y no es un maldito halago, joder. No sé por qué tiene que conseguir que me cuestione todo lo que ya funciona en mi vida.
¡Joder!
Me llevo las palmas de las manos a los ojos y me los froto con fuerza.
De pronto caigo en la cuenta de algo.
Soy yo quien le está permitiendo hacerlo, quien ha decidido que es diferente, especial, que no puedo sentirme con otra chica como me siento estando con ella.
Soy yo quien la ha dejado entrar en mi vida.
Me levanto de un salto y mis costillas se resienten. Aprieto los dientes.
—Tengo que irme—digo con un convencimiento absoluto.
Las chicos protestan, pero no las escucho.
Salgo del bar y paro el primer taxi que aparece por la 59. El agua de las aceras se ha transformado en nieve.
Regreso a mi departamento, voy flechada a la cocina, me sirvo un whisky y me lo bebo de un trago.
Ni siquiera he encendido las luces y la casa sólo está iluminada por Nueva York desde el inmenso ventanal.
No quiero estar aquí.
Quiero ir a cualquier bar, volver a pelearme.
Si no ha funcionado la primera vez, funcionará la segunda.
Giro sobre mis pasos y cojo las llaves de mi coche del mueble del recibidor mientras abro rápido la puerta. Estoy cruzando el umbral cuando mi móvil comienza a sonar.
Mi primer instinto es ignorarlo, pero, no sé por qué, algo me impide hacerlo.
Miro la pantalla.
Toda la rabia se recrudece.
Es Brittany.
Aprieto la mandíbula.
Sólo puedo pensar en el gilipollas de Griffin.
Descuelgo, pero no digo nada.
—¿Hola?—dice ella al otro lado—¿Santana?—añade inmediatamente.
Tiene la voz tomada.
Es obvio que sigue llorando.
De pronto todo mi enfado se diluye o se transforma en otro distinto, no lo sé.
Quiero decirle muchas cosas: que estoy muy cabreada, que me he partido la cara con cuatro tías en un bar porque no podía dejar de pensar en cómo se había marchado llorando.
Quiero preguntarle por qué se largó con ese capullo, por qué eligió irse con él a quedarse conmigo, por qué no me dejó protegerla.
Lo único que quiero es protegerla.
—Santana, por favor—solloza—, Di algo.
No lo hago.
Tengo demasiada rabia dentro.
Me revuelvo prácticamente sin moverme del sitio y acabo perdiendo la mirada al frente.
Me gustaba mi vida exactamente como era y ella lo ha cambiado todo.
Cuelgo y me llevo el teléfono a la frente.
Por esto me tatué su nombre.
Por esto no puedes dejar entrar a una mujer en tu vida.
—Joder —rujo.
Cierro de un portazo y bajo los veinte pisos por las escaleras. Salgo de mi edificio y el aire frío de enero me recibe en mitad del Upper East Side. Doy una bocanada y el oxígeno helado me atraviesa los pulmones.
Sólo puedo pensar en ella, en el gilipollas de Griffin, en mí.
Necesito protegerla.
Necesito saber que está bien.
Brittany me importa.
Me paso las manos por el pelo y acabo tirándome de él.
Sé quién soy.
Sé cómo soy.
Me subo el cuello de la chaqueta, me meto las manos en los bolsillos y comienzo a caminar.
Tengo demasiadas cosas en que pensar.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Por favor maratón.... tengo muchas dudas......
He quemado las ultimas neuronas que tenia.... como me despitastes andaba detras de este ultimo libro.... porque salio en Enero de este año....Dime que lo compraste por que es casi imposible descargarlo..
Chicas agradezcan que les han dado, una adaptación de uno de los libros mas esperados este año..... esto es como pan recién salido del horno....Gracias......jajajaj me encanta lo que esta haciendo con los nombres......
He quemado las ultimas neuronas que tenia.... como me despitastes andaba detras de este ultimo libro.... porque salio en Enero de este año....Dime que lo compraste por que es casi imposible descargarlo..
Chicas agradezcan que les han dado, una adaptación de uno de los libros mas esperados este año..... esto es como pan recién salido del horno....Gracias......jajajaj me encanta lo que esta haciendo con los nombres......
Última edición por marthagr81@yahoo.es el Sáb Abr 01, 2017 1:49 am, editado 1 vez
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Me saca Brittany con tanto misterio!!!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
si casi muero cuando vi estas fotos, naya con su abuelo en haway, a veces no se que tiene en la cabeza, volvio a las andadas ahora, por favor, que buena se puso la historia, que hara santana ahora, y britt como se librara de ese imbecil??????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
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