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[Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
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Jane0_o
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JVM
23l1
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
San definitivamente esta hasta la nube con britt!!!
Iba a matar a alguien san si no se fue al bar de riña jajaja a ver cuando la vea britt como quedo???
Nos vemos!!!
San definitivamente esta hasta la nube con britt!!!
Iba a matar a alguien san si no se fue al bar de riña jajaja a ver cuando la vea britt como quedo???
Nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Necesitamos saber la historia completa de ambas el tipo este que significa para Britt y porque sigue ayudándolo aunque ya no quiera hacerlo, con que la chantajea???
San bueno que significan en verdad los tatuajes para ella, quien es maribel y pues espero que decida cambiar tal vez su vida necesita un giro...
San bueno que significan en verdad los tatuajes para ella, quien es maribel y pues espero que decida cambiar tal vez su vida necesita un giro...
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
marthagr81@yahoo.es escribió:Por favor maratón.... tengo muchas dudas......
He quemado las ultimas neuronas que tenia.... como me despitastes andaba detras de este ultimo libro.... porque salio en Enero de este año....Dime que lo compraste por que es casi imposible descargarlo..
Chicas agradezcan que les han dado, una adaptación de uno de los libros mas esperados este año..... esto es como pan recién salido del horno....Gracias......jajajaj me encanta lo que esta haciendo con los nombres......
Hola, =O mm interesante petición... voy a ver si puedo adelantar caps para subirlo oi mismo o más tardar mñn, ok¿? Jajajajajajajajajaajaja xD =O Osea que ya esta! ni lo sabia ni sikira el nombre, asik me lo puede dar para verlo, xfa¿? Emm no entendi tu segundo parrafo la vrdd =/ a que te refieres¿? y tmpoco con lo de los nombres =/ jajaja. Saludos =D
monica.santander escribió:Me saca Brittany con tanto misterio!!!
Hola, aiiii si!!! esk xq no nos dice algo¿? ah¿? que le cuesta ¬¬ ajajja. Saludos =D
marthagr81@yahoo.es escribió:MIREN QUE ASCO
Hola otra vez ajajajaj, mmmm la vrdd yo digo q mientras sea feliz naya todo bn!..., pero este tipo no me gusta... =/ nada nada =/ Saludos =D
micky morales escribió:si casi muero cuando vi estas fotos, naya con su abuelo en haway, a veces no se que tiene en la cabeza, volvio a las andadas ahora, por favor, que buena se puso la historia, que hara santana ahora, y britt como se librara de ese imbecil??????
Hola, mmm eso digo yo, es muy mayor! y feo ¬¬ naya no merece eso..., pero si ella es feliz... nah! en este caso no ¬¬ JAjaajajajaj es el efecto brittana! ajajajaajajajajajaja, aquí otro cap para saber más! Saludos =D
3:) escribió:Hola morra....
San definitivamente esta hasta la nube con britt!!!
Iba a matar a alguien san si no se fue al bar de riña jajaja a ver cuando la vea britt como quedo???
Nos vemos!!!
Hola lu, si!!!! ahora que lo reconozca y diga y tod más q bn! jajajaajajaja. Lo más probable... pero lo pudo a ver hecho con ese griffin ¬¬ Ufff ai sufrira la rubia x su morena =/ Saludos =D
JVM escribió:Necesitamos saber la historia completa de ambas el tipo este que significa para Britt y porque sigue ayudándolo aunque ya no quiera hacerlo, con que la chantajea???
San bueno que significan en verdad los tatuajes para ella, quien es maribel y pues espero que decida cambiar tal vez su vida necesita un giro...
Hola, si! espero y este caps nos de un poco más de esa información o al menos de una! X eso digo q deberian al menos una darnos mas detalles de su vida, no¿? jajajajaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 10 - P II
Capitulo 10 - Parte II
Santana
El aire acondicionado se ha estropeado.
Son las diez de la mañana del sábado y mi departamento está a más de treinta grados.
—No, el control de temperatura parece haberse quedado colgado—le digo al encargado de mantenimiento por teléfono, mientras pulso varios botones del pequeño panel digital del termostato.
—Debe de ser un problema en la caja de fusibles del sótano. Lo arreglaremos en seguida, señorita López.
—Dense prisa—exijo antes de colgar.
Cualquier otro día probablemente ni siquiera me habría importado; me hubiese largado a entretenerme hasta que hubiese podido volver a mi piso con su temperatura perfecta, pero hoy no quiero salir.
Sólo quiero estar en mi maldita casa, beberme una botella de Glenlivet y pensar.
Si quiero volver a ser yo, tengo que poner algunas cosas en su sitio; una cosa, en realidad: Brittany.
Llaman a la puerta.
Dejo el teléfono sobre la isla de la cocina y voy a abrir. Camino descalza por el recibidor, sopesando seriamente cambiarme los vaqueros por unos pantalones cortos y directamente estar solo en sujetador.
Hace un calor insoportable.
Lo primero que veo es un par de Converse gastadas en el umbral de la puerta, unos vaqueros y el mismo abrigo enorme que recordaba.
Lleva el pelo suelto y algo desordenado, con las puntas casi rozándole el hombro.
Sus inmensos ojos azules están más tristes que nunca y es obvio que no ha dormido, como yo.
Exhalo el aire apretando los dientes.
¿Qué hace Brittany aquí?
Todo mi cuerpo me grita que da igual lo furiosa que siga con ella, con la situación en general, quiero que esté aquí.
—¿Podemos hablar?—susurra mirándose las manos.
—No lo sé—replico arisca—, ¿Podemos?
Podría ponérselo más fácil, pero no quiero, y no se trata de un estúpido juego para que gane confianza o algo parecido.
No me importa que se largara con un tío, no estamos juntas, ¡por el amor de Dios!, pero sí cómo lo hizo.
Básicamente me miró a los ojos y me pidió que me guardara para mí esa incómoda y acuciante necesidad de cuidar de ella.
Brittany pronuncia un sonido a medio camino entre un suspiro y un sollozo, y al fin se arma de valor para levantar la cabeza.
Cuando repara en mis heridas, su expresión cambia por completo y da un paso al frente, alzando la mano para tocarme.
—Dios, Santana, ¿qué te ha pasado?—pregunta realmente preocupada.
—No ha pasado nada—respondo por millonésima vez.
La agarro de la muñeca antes de que pueda llegar a tocarme la mejilla y bajo su mano.
En seguida me arrepiento.
La corriente eléctrica que me sacude al entrar en contacto con su piel es abismal, dura y, sobre todo, una poderosa advertencia: ella no es como las demás y, por mucho que quiera, no puedo fingir que es así.
Brittany se muerde el labio inferior, suplicándome con la mirada que no haga esto, que no la deje al margen, y yo doy una bocanada de aire, tratando de reorganizar mis pensamientos.
—Me peleé en un bar—me explico lacónica, soltando su muñeca para poder pensar con claridad y dando un paso atrás porque necesito marcar las distancias.
—¿Estás bien?
—¿Qué quieres, Brittany? —la interrumpo.
No voy a dejar que volvamos a ser ella y yo y fingir que no ha pasado nada. Es una salida demasiado cómoda y, por primera vez, no quiero tomarla.
—Sólo quiero hablar contigo —murmura.
—Hablar, ¿de qué? ¿De cómo te largaste ayer? Porque eso me encantaría. Joder, me encantaría saber en qué coño estabas pensando para largarte con ese tío—le digo llena de toda la rabia que siento.
—Tú no lo entiendes.
—Claro que no lo entiendo—estallo. ¡Es imposible entenderlo!—Se comportó como un capullo, te gritó, te hizo llorar y prácticamente te arrastró con él, y tú no hiciste nada.
Y tampoco dejaste que lo hiciese yo.
Brittany me mantiene la mirada.
Está jodidamente triste, nerviosa, casi sobrepasada, y yo tengo que controlarme para no atravesar la distancia que nos separa y estrecharla contra mi cuerpo.
—Es más complicado.
—¿Por qué?
—No puedo decírtelo —responde.
Ahogo una sonrisa irónica y exasperada en un bufido.
No puede hacer esto.
No puede pretender que lo acepte sin ni siquiera explicármelo.
—Márchate, Brittany.
En cuanto pronuncio esas palabras, me arrepiento.
No quiero que se vaya, joder.
—San...—me llama, y una lágrima cae por su mejilla.
—¿Qué?—la interrumpo—¿Qué vas a decirme, Brittany?
Tomo aire.
Trato de pensar.
No soporto verla llorar.
Toda la impotencia de ayer vuelve.
—¿Te haces una jodida idea de cómo me sentí ayer? —prácticamente grito.
—Lo siento, ¿vale?—responde desesperada, contagiándose de mi tono de voz—No quería que nada de lo que pasó ayer pasase.
—¡Yo sólo quería protegerte!
¿Por qué no puede entenderlo?
Sólo necesito saber que, pase lo que pase, estará bien.
Brittany suspira, luchando por contener las lágrimas y fracasando estrepitosamente.
—Yo no necesito que me protejan —murmura con la voz llena de tristeza.
Ahora la que suspira soy yo.
—Bueno yo necesito hacerlo, Brittany. Así que tenemos un jodido problema—sentencio arrogante.
Doy un paso hacia ella y, de pronto, mi cuerpo se llena de seguridad, como si llevase dos días luchando por algo y al final pudiese agarrarlo con fuerza:
—No pienso permitir que nadie te haga daño. Voy a protegerte del maldito mundo y me importa muy poco lo que cualquiera, incluida tú, tenga que decir al respecto.
Mis últimas palabras las pronuncio tan cerca de ella que ya puedo sentir mi aliento entremezclándose con el suyo, la curiosidad de sus ojos bailando de los míos a mis labios, toda la electricidad maniatándonos contra la otra, reduciendo a cenizas cualquier posibilidad de que todo esto acabe con un apretón de manos y un «nos vemos mañana en la oficina».
—¿No quieres saber quién es Griffin? —inquiere en un susurro contra mis labios.
—No lo necesito.
Y es cierto, no lo necesito.
Es libre de irse a la cama con quien quiera, acostarse con quien quiera, pero más le vale empezar a elegir bien a los gilipollas con los que lo hace porque van a tener que merecérsela de verdad.
Hundo mis manos en su pelo y la beso con fuerza, calmando todas las malditas heridas, toda la rabia.
Cierro de un portazo, me deshago de su abrigo, de su camiseta, paseo mis manos por sus costillas, su pecho.
La deseo.
Estoy hambrienta de cada centímetro de su cuerpo.
Hace un calor asfixiante, pero no me importa.
Necesito tenerla cerca.
Después de dos polvos llenos de gemidos y de correrse tres veces, se quedó dormida entre mis brazos.
Estaba agotada, pero sé que no sólo era por el ejercicio físico y la satisfacción sexual.
Brittany necesitaba saber que las cosas entre nosotras estaban bien.
Estar en esa especie de limbo es lo que no nos dejó pegar ojo la noche anterior a ninguna de las dos.
Le aparto el pelo de la cara y la beso suavemente en los labios. Ella ronronea bajito y se da la vuelta, acurrucándose contra mi pecho.
Sonrío y me levanto con cuidado de no despertarla y me pongo una camisa grande blanca y camino hasta la cocina.
Después de beberme prácticamente de un trago una botellita de agua San Pellegrino sin gas, saco zanahorias, huevos, algo de carne y todo lo que necesito del frigo y los armaritos para preparar una comida decente.
Son más de las cinco.
Además, apuesto a que ayer tampoco cenó demasiado y se levantará hambrienta.
Una media hora después, oigo algunos ruidos en la habitación y no tardo en ver a Brittany salir ya vestida y recogiéndose el pelo en una cola.
Tiene un aspecto descansado y feliz, y yo sonrío victoriosa.
Al verme, me recorre golosa con la mirada y, cuando se da cuenta de que la he pillado con las manos en la masa, aparta la vista.
—¿Por qué hace tanto calor?—pregunta tratando de cambiar de tema—Debemos de estar a treinta grados.
—Treinta y dos—concreto—El aire acondicionado se ha estropeado. Lo están arreglando.
Ella asiente y se abanica con la mano.
—Coge una botella de agua y quítate los pantalones o vas a derretirte—le digo prestando atención a lo que tengo en los fogones.
De reojo puedo ver cómo Brittany frunce los labios, sopesando mis palabras. Va hasta la nevera, coge la botella y camina hasta la isla.
Tras pensarlo varios segundos, finalmente se quita los pantalones llena de timidez y rápidamente se sube al taburete para que no pueda verla sin ellos.
Yo sonrío.
Joder, es adorable.
—¿Normalmente les preparas el desayuno a todos tus ligues?—pregunta impertinente.
—Más bien es un almuerzo—la corrijo—, Pero, en cualquier caso, ofrezco una experiencia completa. Les doy algo de comer en el dormitorio y fuera de él.
Brittany arruga la nariz con cara de asco y yo no puedo evitar echarme a reír.
—Eres una pervertida—se queja divertida.
—Un chico educado del este de Portland, nada más.
Cojo la sartén, camino hasta la isla y dejo un solomillo de ternera marinado con huevos revueltos y verduras en su plato y otro en el mío.
—Cuéntame más cosas de Portland.
—¿Qué quieres saber?
—No sé—responde llevándose un trozo de zanahoria a la boca—¿Te gustaba vivir ahí?
—Sí, pero prefiero Nueva York—asiente—¿Y a ti? ¿Te gustaba vivir en ese pueblecito tan mono de...—lo pienso un instante—... Carolina del Norte?
Niega con la cabeza.
—¿Virginia?
—Te equivocas.
—¿Georgia?
—Soy de Nueva York, idiota—protesta. Mi sonrisa se ensancha—, Así que vete de mi ciudad, latinasucha. Ya hay demasiados latinos aquí.
—Y todos se hacen policías—replico. Las dos sonreímos divertidos—Por cierto, a Kitty le va a encantar lo de latinasucha.
Al pronunciar el nombre de mi amiga, caigo en la cuenta de algo.
Hoy tenía la teleconferencia con el presidente de los Astilleros Sutherland e hijos. Me levanto, cojo el móvil del otro extremo de la encimera y reviso los emails.
No tardo en ver uno de Kitty informándonos de que todo ha ido bien, a lo que ha añadido que es lo que siempre pasa cuando ella se encarga de las cosas.
Le contesto con un «Bien hecho, gilipollas» y vuelvo a dejar el teléfono sobre el granito.
—¿Todo bien?—inquiere revolviendo la comida de su plato.
De pronto parece muy pensativa.
—Todo bien —respondo sentándome a su lado.
—Santana—me llama, después de meditarlo una eternidad—, Si tienes planes...
Sonrío, pero en el fondo no es más que una respuesta refleja.
—No tengo planes—la interrumpo—, Y ya te lo dije una vez: deja de pensar que, estando contigo, no estoy donde quiero estar. ¿Entendido?
Ella asiente y esa sonrisa feliz vuelve a sus labios.
—Entendido.
—Más te vale —sentencio, imitando su gesto.
Durante el siguiente par de minutos comemos en silencio.
—Sigue contándome cosas de Portland—me pide—¿Cómo fue criarte con tus abuelos?
—Estuvo genial. Mi abuelo era increíble. Me enseñó muchísimas cosas.
—¿Por ejemplo? —demanda curiosa.
—Por ejemplo, a no pelearme—recuerdo con una sonrisa.
Brittany tuerce el gesto. La conozco y ahora se siente culpable porque me peleara ayer.
—Fui un mocoso un poco... complicado—le explico—Cuando tenía quince años, lo único en lo que podía pensar era en ir a los billares y pelearme con la primera persona que me diese la oportunidad; cuanto más grande fuese, mejor. Estaba enfadada con el mundo. Así pasé los quince, los dieciséis, los diecisiete...
Las dos sonreímos.
Ya no me duele recordar aquello, anoche hubiese sido otra historia:
—Una tarde, llovía como si fuese el diluvio universal, mi abuelo me metió en el coche y me llevó a un gimnasio abierto cerca de la interestatal. Ni siquiera esperó a que dejara de llover—recuerdo perfectamente ese día—Yo acababa de pelearme en los billares. Me habían dado una buena paliza—sonrío de nuevo—Mi abuelo me miro y dijo «a ver si ahora eres tan valiente» y me hacia gesto para que lo enfrentara... y eso hice. Me dio una manera de soltar toda esa rabia. Ahí fue cuando me enseño a defenderme y si sacar mi rabia con un saco de box.
Ella deja el tenedor con cuidado en el plato y se gira despacio en el taburete, hasta quedar frente a mí.
—¿Por qué estabas tan enfadada?—me pregunta.
Sonrío, pero otra vez lo hago por inercia.
Hay cosas de las que no me apetece hablar, salieron de mi vida hace mucho y no van a volver a entrar jamás.
—Por muchas cosas, Niña Buena.
—¿Por tu papá?—contraataca.
Mi sonrisa se ensancha.
Está claro que no va a rendirse.
—Sí.
—¿Todavía está vivo? Tu papá, quiero decir.
—Sí—lanzo un profundo suspiro—Debe de estar al borde del coma etílico en el suelo mugriento de cualquier bar, pero sí, aún está vivo.
Recordar eso es un poco más complicado, pero tampoco me afecta. Cada uno está donde elige estar.
—¿Y no has pensado que sería mejor que hablaras con él y lo perdonaras? Así no necesitarías volver a pelearte—aparta la mirada al pronunciar las últimas palabras.
—Ayer no peleé por mi papá.
Brittany vuelve a mirarme y, cogiéndome por sorpresa, como si la simple idea le quemara en la punta de los dedos, se baja del taburete y me abraza con fuerza.
Rodea mi cuello con sus brazos y hunde su preciosa cara entre ellos y mi piel.
Su cuerpo se estrecha contra el mío y por un momento creo que he dejado de respirar.
Me siento como la primera vez que me abrazó en mitad de la calle, después de que yo arruinara su cita con aquella tía y justo antes de que se marchara precipitadamente en un taxi.
Mi cuerpo está sumergido en una extraña tensión.
No puedo permitirme bajar la guardia o, por lo menos, no del todo.
Desoyendo esa vorágine de pensamientos, alzo las manos despacio, las paseo por su cintura aún más lentamente y acabo estrechándola con fuerza contra mí.
Su pecho se infla bajo su camiseta de Black Sabbat y choca contra el mío, acercándonos todavía más.
—Lo siento —murmura.
Yo exhalo todo el aire de mis pulmones.
Ahora mismo dudo si me lo está poniendo demasiado difícil o demasiado fácil.
No sé cuantos minutos pasamos así.
Ni siquiera me importa el asfixiante calor.
Brittany se separa, pero no vuelve a su taburete y permanece entre mis piernas. Abre la boca y vuelve a cerrarla. Cabecea y repite el proceso.
Se está armando de valor para decir lo que sea que quiere decir.
—Griffin fue la primera persona con la que me acosté y la única aparte de ti—pronuncia al fin, manteniéndome la mirada.
—¿Qué?
Ella niega con la cabeza y aparta la vista.
—Tú has sido sincera y has confiado en mí contándome lo de tu papá—habla acelerada—Yo no puedo contártelo todo, así que vas a tener que confiar todavía más en mí, pero sí puedo contarte esto y quiero hacerlo—agita las manos sin saber qué hacer con ellas—Sé que antes me dijiste que no necesitabas saberlo, pero yo necesito explicártelo.
Me humedezco el labio inferior, observándola.
—¿Todavía te acuestas con él?—mi voz se agrava involuntariamente, como si la pregunta saliese desde el fondo de mis costillas.
—No—responde sin asomo de dudas—, Claro que no—añade, alzando la cabeza y mirándome de nuevo—Sólo me acuesto contigo.
Se encoge de hombros, disculpándose.
No es la primera vez que lo hace y yo empiezo a pensar que quizá ella cree que no debe sentirse así por mí, que no es lo que quiero.
—Por favor, dime que estamos bien, Santana—me pide casi desesperada—No quiero perderte.
Acabo de sentir que alguien me arranca el corazón del pecho y lo aprieta con fuerza.
—Estamos bien—respondo también sin asomo de dudas, agarrando su cara entre mis manos—Y no vas a perderme—la beso con fuerza—Siempre vamos a ser amigas—pronuncio contra sus labios.
Aunque lo que estamos haciendo, lo que hemos hecho durante toda la mañana en realidad, no pueda entrar exactamente en el cajón de la amistad.
La tumbo sobre la cama e inmediatamente me abalanzo sobre ella.
Nueva York reluce tras el cabecero, al otro lado del inmenso ventanal, lleno de diminutas luces, de farolas, del reflejo de los taxis amarillos.
Apoyo las manos a ambos lados de su cara y me mantengo a largos centímetros de ella, observándola, devorándola sin ni siquiera tocarla, mientras Brittany me contempla a mí.
La beso dejando que mi cuerpo, poco a poco, cubra el de ella. Brittany sonríe, enreda los dedos en mi pelo y me acerca más a ella.
Joder.
Paseo mis manos por sus pechos, sus costados, su cintura, sus caderas. Me balanceo entre sus muslos y todo vuelve a empezar.
La sed, el hambre, las ganas de ella, que parecen anular todo el mundo a mi alrededor.
—Santana—gime.
Muevo las caderas.
Las dos subimos un escalón más.
—Me vuelves loca, Niña Buena—susurro contra la piel de su cuello—Me vuelve loca tenerte así, en mi cama, sólo con esa camiseta y esas bragas, como si lo hicieses todos los putos días. Éstas también voy a arrancártelas; lo sabes, ¿verdad?
Su respiración se acelera con cada palabra.
Sonrío con malicia y su cuerpo se arquea persiguiendo el sonido.
—¿Por qué te gusta tanto arrancarme la ropa interior? —logra pronunciar entre jadeos.
—Porque, cada vez que lo hago, tu cuerpo se estremece—le caliento los pezones por encima de la camiseta con mi aliento y ella lanza un excitado gemido y se aferra con más fuerza a mi espalda—, Te humedeces todavía más y se me excitas sólo con imaginar todo lo que vas a dejar que te haga.
La muerdo.
Grita.
Sonrío.
—Eres mía, Niña Buena.
—¿Qué me harías?—inquiere de nuevo, con la respiración hecha un caos.
Yo le regalo un último beso en la cresta de su pecho y avanzo despacio hasta que nuestros ojos quedan a la misma altura.
—La boca sucia, Niña Buena, también hay que ganársela.
Ella va a decir algo, pero no es capaz de encontrar las palabras y acaba suspirando frustrada.
Yo me echo a reír y acallo todas sus protestas besándola con fuerza. Agarro el bajo de su camiseta y se la saco por la cabeza. Vuelvo a bajar, deslizándome por su perfecto cuerpo, chupando cada rincón, lamiéndola entera y mordiéndola cuando quiero.
Al llegar a sus bragas, me incorporo y me quedo de rodillas, albergando sus caderas entre mis piernas. Ella me observa con su pecho hinchándose y vaciándose de prisa de pura expectación.
—Ahora es cuando tengo que decidir qué voy a hacer contigo.
Paseo la punta de los dedos de una de sus caderas a la otra, asegurándome de que el roce sea mínimo, pero lo suficiente como para que no pueda pensar en otra cosa.
—Puedo besarte—propongo torturadora, haciendo un círculo alrededor de su ombligo con el índice—, Puedo chuparte—deslizo los dedos bajo la tela de encaje—, Puedo follarte.
—Sí—responde extasiada.
Vuelvo a sonreír.
Es muy receptiva y eso lo hace todo increíblemente divertido.
—O puedes chuparme tú a mí—replico, dándole un suave tirón del vello púbico.
Brittany gime e inmediatamente abre mucho los ojos y yo enarco las cejas en una orden silenciosa.
—¿Quieres jugar?—pregunto. Mi yo más engreída saca pecho, sé de sobra la respuesta—Bueno aquí mando yo y acabo de decirte lo que quiero que hagas.
Ella asiente aturdida y se arrastra despacio hasta salir de entre mis piernas. Sin levantar mis ojos de ella, me muevo hacia atrás y me quedo de pie, casi tocando el colchón.
Brittany recorre la pequeña distancia que nos separa y se arrodilla sobre la cama, frente a mí. Por un momento se queda muy quieta y luego me saca en la camisa quedándome desnuda frete a ella y sólo se oyen nuestras respiraciones.
Tímida, alza la mano y me acaricia los pechos con dedos temblorosos, siguiendo mi tatuaje del lobo, sin apartar sus enormes ojos azules del movimiento.
Todo bajo mi atenta mirada.
Desliza su mano despacio, casi agónica. Acaricia mi sexo de la misma manera al tiempo que baja la cabeza y mi respiración se acelera de golpe.
Mueve los dedos, explorando bajo su mirada curiosa.
Va a acabar conmigo, joder.
—Haz círculos en mi clítoris—rujo.
Ella obedece y con dos dedos hace lo que pido. Despacio, comienza a moverlos, apretando un poco más cada vez.
—¿Así?—murmura tímida contra mis labios, con la vista todavía abajo, demasiado cerca, demasiado dulce, demasiado inocente.
Nuestros alientos se entremezclan.
—Sí, joder.
Brittany se desliza sobre la cama hasta que su preciosa boca queda a la altura de mi sexo. Se muerde el labio inferior y me mira a través de sus pestañas.
No es un gesto ensayado, ni siquiera algo consciente.
Se trata de toda su curiosidad e ingenuidad puestas sobre la mesa y van
a volverme completamente loca.
Me da un beso suave y efímero. Yo dejo escapar todo el aire de mis pulmones y el sonido parece armarla de valor.
Me besa de nuevo, pero alarga el gesto, dejándome entrar. Gruño y enredo las manos en su pelo. Ella comienza un ritmo constante. Acompaña sus labios con una mano.
Joder, es demasiado bueno.
Brittany gime extasiada y usa le lengua.
La sensación es increíble.
—Otra vez.
Ella obedece.
Una media sonrisa se apodera de mis labios.
Bajo la cabeza y me pierdo en su precioso cuerpo estirado sobre la cama, en la curva de su trasero aún cubierto de encaje, en el final de su espalda, en la forma de sus hombros, en mis manos hundidas en su pelo.
Cuando llego a su boca y la manera en la que su lengua se pierde en mi sexo una y otra vez, todo el placer se multiplica por mil, llevándome al borde de abismo.
—Ven aquí —ordeno.
Otra vez se arrodilla hasta quedar muy cerca de mí. La recorro con las manos, de prisa, acariciándola con la punta de los dedos.
Es una puta delicia.
Brittany alza la mirada llena de una renovadora seguridad. Busca mis ojos y de pronto me siento al otro lado del maldito tablero.
Acaricia el nombre de Maribel sobre mis costillas. Se muerde el labio inferior.
No pienso perder el control.
La empujo contra el colchón, me abalanzo sobre ella y le rompo las bragas como prometí que haría.
Brittany gime.
El sonido aún no se ha diluido en el aire cuando me acomodo para unir nuestros sexos, esta especie de paraíso que sólo nos pertenece a nosotras dos.
—¡Santana!—grita.
Se aferra a mis hombros desesperada y yo me dejo caer sobre ella. Sin dejar de moverme, sin dejar de hacerla mía, de follármela como si el maldito mundo fuera a acabarse en cualquier momento.
—Santana, Santana, Santana—murmura inconexa, con los ojos cerrados y una fina capa de sudor bañando su cuerpo.
El placer, el deseo, la excitación, todo crece, se multiplica.
El calor asfixiante hace el resto y todo vuelve a darme vueltas como cada vez que estoy con ella, como si todo el puto alimento que necesito fuese su cuerpo, como si cada gemido, cada jadeo, me atasen a todo lo que siento cuando estamos juntas.
—Todavía no he tenido suficiente, Niña Buena.
Quiero que se deshaga de placer.
Quiero que lo desee tanto que no pueda respirar.
Que sólo haya excitación, sudor y mis manos en todo su cuerpo.
—Dios—gime balanceándose debajo de mí, buscándome—Dios, Santana...
Gemidos. Jadeos. Gritos.
Su cuerpo se tensa.
La sujeto por la cadera, manteniéndola contra el colchón, obligándola a digerir todo el placer.
—Quiero oír cómo te corres—rujo.
Me muevo más rápido y su cuerpo tiembla.
No le doy un solo segundo de tregua y obedece gritando y arqueando su cuerpo contra el mío.
—Joder —gruño.
Una corriente eléctrica me atraviesa por dentro, mi corazón, mi respiración, todo se dispara y, antes de que pueda controlarlo, de que pueda hacerme una jodida idea me corro con fuerza, moviéndome una última vez, disfrutando de cada centímetro de su piel.
Sólo dejo de moverme cuando mi cuerpo se estremece. Me dejo caer y apoyo mi frente en la suya, tratando de recuperar el aliento mientras nuestras respiraciones entrecortadas se entremezclan.
Ella gime bajito, casi un ronroneo, un sonido dulce e íntimo, jodidamente perfecto.
Abro los ojos y la observo girarse debajo de mí tiene la piel enrojecida por el contacto de la mía, el pelo revuelto y los ojos cerrados, y toda esa suave perfección parece extenderse por todo su cuerpo.
Ya he perdido la cuenta de cuántas veces me he dicho que objetivamente no es la chica más guapa del mundo, porque hace mucho tiempo que el «objetivamente» dejó de tener sentido aquí.
La marca de mis dientes resplandece en la piel de su clavícula, casi en su cuello.
Quiero que esa marca se quede ahí para siempre, recordándole lo que hemos hecho hoy aquí, un aviso para la o el próximo gilipollas que tenga la suerte de que ella le deje tocarla.
De repente me doy cuenta de que hay otra Brittany, la que estoy viendo ahora mismo, y, por algún extraño motivo, saber que otras personas podrán llegar a verla, que el imbécil de Griffin ha visto lo que ahora veo yo, me enfurece, y es algo ridículo e hipócrita.
Yo soy la mujeriega, la que tiene un historial sexual más que amplio.
Sin embargo, me vuelve loca pensar que esas personas vayan a ver esa sonrisa tan dulce, que vayan a escuchar esos sonidos tan sensuales, que vayan a verla vulnerable, entregada, que Griffin la haya visto ya.
Me levanto como un resorte y me froto la cara con las manos.
De pronto estoy furiosa conmigo misma, con ella, con todos esos cabrones.
—¿Ocurre algo?—pregunta Brittany, sentándose y tapándose con la sábana—¿He hecho algo mal?
Otra vez toda esa inocencia.
No puedo más, joder.
—No pasa nada—respondo—Sólo he recordado que tengo algo importante que hacer.
—¿A esta hora? —inquiere algo incrédula.
—Sí, a esta hora.
Ella ladea la cabeza y ambas miramos a la vez el reloj de la mesilla. Son casi las siete de la tarde de un sábado.
—Es tarde —murmura.
No le falta razón.
Me coloco la ropa interior y busco unos vaqueros y me pongo la camiseta prácticamente a la vez.
Brittany me observa desde la cama, sin saber qué hacer, y yo me siento como una auténtica cabrona.
¿Está decepcionada?
¿Herida?
¿Me odia?
Eso es lo último que quiero.
—Adiós, Britt.
Salgo de mi habitación, cruzo el salón como una exhalación, cojo el abrigo del recibidor y salgo del departamento.
En cuanto pongo un pie en la acera cubierta de nieve, me arrepiento.
¿Por qué me estoy largando?
¿Por qué de pronto estoy celosa?
Y, sobre todo, ¿por qué me siento como una basura por tener esa clase de emociones?
Yo no soy así.
No soy como mi papá.
No quiero esa parte del juego.
Nunca en toda mi maldita vida he sentido celos.
Nunca.
Jamás he tenido la primitiva necesidad de que ella hubiese estado metida en una urna de cristal hasta conocerme.
Joder, ¡no sé cómo lidiar con todo esto!
Me freno en seco y respiro hondo, con fuerza, dejando que el aire casi helado llene mis pulmones y los vacíe al instante.
No estoy siendo justo con ella.
Giro sobre mis pasos y vuelvo al edificio.
En el ascensor, pienso en todo lo que voy a decirle. Se merece una disculpa y una explicación.
Abro la puerta principal y cruzo mi departamento. Al alcanzar el umbral de mi habitación, me detengo en seco.
Ya se ha vestido y está buscando sus zapatos. Aún tiene la piel encendida y la marca de mis dientes en su piel sigue ahí.
Está preciosa y yo sólo quiero follármela otra vez, como si fuese un mecanismo de defensa: mientras controle el sexo, todos los incómodos sentimientos estarán también bajo control.
Brittany repara en mi presencia, pero no me mira.
—No te preocupes, ya me marcho —susurra con la voz quebrada, intentando sonar segura, aunque sé que no se siente así en absoluto—Sólo necesito encontrar mis zapatos.
—Brittany—la llamo dando un paso hacia ella.
—¿Qué?—me responde con rabia, mirándome al fin y una lágrima cae por su mejilla en ese preciso instante.
Yo trago saliva.
¿Por qué todo se está complicando tanto?
¿Por qué ya no puedo pensar con claridad cuando la tengo cerca?
—Será mejor que me vaya —añade.
Pasa por mi lado y su olor me sacude.
Me importa y no hay ninguna mísera posibilidad de poder dar marcha atrás.
—No—pronuncio con la voz más ronca, más dura.
Brittany se detiene en seco.
Sea el camino más complicado o no, no me importa, porque es el que me lleva directo a ella.
Son las diez de la mañana del sábado y mi departamento está a más de treinta grados.
—No, el control de temperatura parece haberse quedado colgado—le digo al encargado de mantenimiento por teléfono, mientras pulso varios botones del pequeño panel digital del termostato.
—Debe de ser un problema en la caja de fusibles del sótano. Lo arreglaremos en seguida, señorita López.
—Dense prisa—exijo antes de colgar.
Cualquier otro día probablemente ni siquiera me habría importado; me hubiese largado a entretenerme hasta que hubiese podido volver a mi piso con su temperatura perfecta, pero hoy no quiero salir.
Sólo quiero estar en mi maldita casa, beberme una botella de Glenlivet y pensar.
Si quiero volver a ser yo, tengo que poner algunas cosas en su sitio; una cosa, en realidad: Brittany.
Llaman a la puerta.
Dejo el teléfono sobre la isla de la cocina y voy a abrir. Camino descalza por el recibidor, sopesando seriamente cambiarme los vaqueros por unos pantalones cortos y directamente estar solo en sujetador.
Hace un calor insoportable.
Lo primero que veo es un par de Converse gastadas en el umbral de la puerta, unos vaqueros y el mismo abrigo enorme que recordaba.
Lleva el pelo suelto y algo desordenado, con las puntas casi rozándole el hombro.
Sus inmensos ojos azules están más tristes que nunca y es obvio que no ha dormido, como yo.
Exhalo el aire apretando los dientes.
¿Qué hace Brittany aquí?
Todo mi cuerpo me grita que da igual lo furiosa que siga con ella, con la situación en general, quiero que esté aquí.
—¿Podemos hablar?—susurra mirándose las manos.
—No lo sé—replico arisca—, ¿Podemos?
Podría ponérselo más fácil, pero no quiero, y no se trata de un estúpido juego para que gane confianza o algo parecido.
No me importa que se largara con un tío, no estamos juntas, ¡por el amor de Dios!, pero sí cómo lo hizo.
Básicamente me miró a los ojos y me pidió que me guardara para mí esa incómoda y acuciante necesidad de cuidar de ella.
Brittany pronuncia un sonido a medio camino entre un suspiro y un sollozo, y al fin se arma de valor para levantar la cabeza.
Cuando repara en mis heridas, su expresión cambia por completo y da un paso al frente, alzando la mano para tocarme.
—Dios, Santana, ¿qué te ha pasado?—pregunta realmente preocupada.
—No ha pasado nada—respondo por millonésima vez.
La agarro de la muñeca antes de que pueda llegar a tocarme la mejilla y bajo su mano.
En seguida me arrepiento.
La corriente eléctrica que me sacude al entrar en contacto con su piel es abismal, dura y, sobre todo, una poderosa advertencia: ella no es como las demás y, por mucho que quiera, no puedo fingir que es así.
Brittany se muerde el labio inferior, suplicándome con la mirada que no haga esto, que no la deje al margen, y yo doy una bocanada de aire, tratando de reorganizar mis pensamientos.
—Me peleé en un bar—me explico lacónica, soltando su muñeca para poder pensar con claridad y dando un paso atrás porque necesito marcar las distancias.
—¿Estás bien?
—¿Qué quieres, Brittany? —la interrumpo.
No voy a dejar que volvamos a ser ella y yo y fingir que no ha pasado nada. Es una salida demasiado cómoda y, por primera vez, no quiero tomarla.
—Sólo quiero hablar contigo —murmura.
—Hablar, ¿de qué? ¿De cómo te largaste ayer? Porque eso me encantaría. Joder, me encantaría saber en qué coño estabas pensando para largarte con ese tío—le digo llena de toda la rabia que siento.
—Tú no lo entiendes.
—Claro que no lo entiendo—estallo. ¡Es imposible entenderlo!—Se comportó como un capullo, te gritó, te hizo llorar y prácticamente te arrastró con él, y tú no hiciste nada.
Y tampoco dejaste que lo hiciese yo.
Brittany me mantiene la mirada.
Está jodidamente triste, nerviosa, casi sobrepasada, y yo tengo que controlarme para no atravesar la distancia que nos separa y estrecharla contra mi cuerpo.
—Es más complicado.
—¿Por qué?
—No puedo decírtelo —responde.
Ahogo una sonrisa irónica y exasperada en un bufido.
No puede hacer esto.
No puede pretender que lo acepte sin ni siquiera explicármelo.
—Márchate, Brittany.
En cuanto pronuncio esas palabras, me arrepiento.
No quiero que se vaya, joder.
—San...—me llama, y una lágrima cae por su mejilla.
—¿Qué?—la interrumpo—¿Qué vas a decirme, Brittany?
Tomo aire.
Trato de pensar.
No soporto verla llorar.
Toda la impotencia de ayer vuelve.
—¿Te haces una jodida idea de cómo me sentí ayer? —prácticamente grito.
—Lo siento, ¿vale?—responde desesperada, contagiándose de mi tono de voz—No quería que nada de lo que pasó ayer pasase.
—¡Yo sólo quería protegerte!
¿Por qué no puede entenderlo?
Sólo necesito saber que, pase lo que pase, estará bien.
Brittany suspira, luchando por contener las lágrimas y fracasando estrepitosamente.
—Yo no necesito que me protejan —murmura con la voz llena de tristeza.
Ahora la que suspira soy yo.
—Bueno yo necesito hacerlo, Brittany. Así que tenemos un jodido problema—sentencio arrogante.
Doy un paso hacia ella y, de pronto, mi cuerpo se llena de seguridad, como si llevase dos días luchando por algo y al final pudiese agarrarlo con fuerza:
—No pienso permitir que nadie te haga daño. Voy a protegerte del maldito mundo y me importa muy poco lo que cualquiera, incluida tú, tenga que decir al respecto.
Mis últimas palabras las pronuncio tan cerca de ella que ya puedo sentir mi aliento entremezclándose con el suyo, la curiosidad de sus ojos bailando de los míos a mis labios, toda la electricidad maniatándonos contra la otra, reduciendo a cenizas cualquier posibilidad de que todo esto acabe con un apretón de manos y un «nos vemos mañana en la oficina».
—¿No quieres saber quién es Griffin? —inquiere en un susurro contra mis labios.
—No lo necesito.
Y es cierto, no lo necesito.
Es libre de irse a la cama con quien quiera, acostarse con quien quiera, pero más le vale empezar a elegir bien a los gilipollas con los que lo hace porque van a tener que merecérsela de verdad.
Hundo mis manos en su pelo y la beso con fuerza, calmando todas las malditas heridas, toda la rabia.
Cierro de un portazo, me deshago de su abrigo, de su camiseta, paseo mis manos por sus costillas, su pecho.
La deseo.
Estoy hambrienta de cada centímetro de su cuerpo.
Hace un calor asfixiante, pero no me importa.
Necesito tenerla cerca.
Después de dos polvos llenos de gemidos y de correrse tres veces, se quedó dormida entre mis brazos.
Estaba agotada, pero sé que no sólo era por el ejercicio físico y la satisfacción sexual.
Brittany necesitaba saber que las cosas entre nosotras estaban bien.
Estar en esa especie de limbo es lo que no nos dejó pegar ojo la noche anterior a ninguna de las dos.
Le aparto el pelo de la cara y la beso suavemente en los labios. Ella ronronea bajito y se da la vuelta, acurrucándose contra mi pecho.
Sonrío y me levanto con cuidado de no despertarla y me pongo una camisa grande blanca y camino hasta la cocina.
Después de beberme prácticamente de un trago una botellita de agua San Pellegrino sin gas, saco zanahorias, huevos, algo de carne y todo lo que necesito del frigo y los armaritos para preparar una comida decente.
Son más de las cinco.
Además, apuesto a que ayer tampoco cenó demasiado y se levantará hambrienta.
Una media hora después, oigo algunos ruidos en la habitación y no tardo en ver a Brittany salir ya vestida y recogiéndose el pelo en una cola.
Tiene un aspecto descansado y feliz, y yo sonrío victoriosa.
Al verme, me recorre golosa con la mirada y, cuando se da cuenta de que la he pillado con las manos en la masa, aparta la vista.
—¿Por qué hace tanto calor?—pregunta tratando de cambiar de tema—Debemos de estar a treinta grados.
—Treinta y dos—concreto—El aire acondicionado se ha estropeado. Lo están arreglando.
Ella asiente y se abanica con la mano.
—Coge una botella de agua y quítate los pantalones o vas a derretirte—le digo prestando atención a lo que tengo en los fogones.
De reojo puedo ver cómo Brittany frunce los labios, sopesando mis palabras. Va hasta la nevera, coge la botella y camina hasta la isla.
Tras pensarlo varios segundos, finalmente se quita los pantalones llena de timidez y rápidamente se sube al taburete para que no pueda verla sin ellos.
Yo sonrío.
Joder, es adorable.
—¿Normalmente les preparas el desayuno a todos tus ligues?—pregunta impertinente.
—Más bien es un almuerzo—la corrijo—, Pero, en cualquier caso, ofrezco una experiencia completa. Les doy algo de comer en el dormitorio y fuera de él.
Brittany arruga la nariz con cara de asco y yo no puedo evitar echarme a reír.
—Eres una pervertida—se queja divertida.
—Un chico educado del este de Portland, nada más.
Cojo la sartén, camino hasta la isla y dejo un solomillo de ternera marinado con huevos revueltos y verduras en su plato y otro en el mío.
—Cuéntame más cosas de Portland.
—¿Qué quieres saber?
—No sé—responde llevándose un trozo de zanahoria a la boca—¿Te gustaba vivir ahí?
—Sí, pero prefiero Nueva York—asiente—¿Y a ti? ¿Te gustaba vivir en ese pueblecito tan mono de...—lo pienso un instante—... Carolina del Norte?
Niega con la cabeza.
—¿Virginia?
—Te equivocas.
—¿Georgia?
—Soy de Nueva York, idiota—protesta. Mi sonrisa se ensancha—, Así que vete de mi ciudad, latinasucha. Ya hay demasiados latinos aquí.
—Y todos se hacen policías—replico. Las dos sonreímos divertidos—Por cierto, a Kitty le va a encantar lo de latinasucha.
Al pronunciar el nombre de mi amiga, caigo en la cuenta de algo.
Hoy tenía la teleconferencia con el presidente de los Astilleros Sutherland e hijos. Me levanto, cojo el móvil del otro extremo de la encimera y reviso los emails.
No tardo en ver uno de Kitty informándonos de que todo ha ido bien, a lo que ha añadido que es lo que siempre pasa cuando ella se encarga de las cosas.
Le contesto con un «Bien hecho, gilipollas» y vuelvo a dejar el teléfono sobre el granito.
—¿Todo bien?—inquiere revolviendo la comida de su plato.
De pronto parece muy pensativa.
—Todo bien —respondo sentándome a su lado.
—Santana—me llama, después de meditarlo una eternidad—, Si tienes planes...
Sonrío, pero en el fondo no es más que una respuesta refleja.
—No tengo planes—la interrumpo—, Y ya te lo dije una vez: deja de pensar que, estando contigo, no estoy donde quiero estar. ¿Entendido?
Ella asiente y esa sonrisa feliz vuelve a sus labios.
—Entendido.
—Más te vale —sentencio, imitando su gesto.
Durante el siguiente par de minutos comemos en silencio.
—Sigue contándome cosas de Portland—me pide—¿Cómo fue criarte con tus abuelos?
—Estuvo genial. Mi abuelo era increíble. Me enseñó muchísimas cosas.
—¿Por ejemplo? —demanda curiosa.
—Por ejemplo, a no pelearme—recuerdo con una sonrisa.
Brittany tuerce el gesto. La conozco y ahora se siente culpable porque me peleara ayer.
—Fui un mocoso un poco... complicado—le explico—Cuando tenía quince años, lo único en lo que podía pensar era en ir a los billares y pelearme con la primera persona que me diese la oportunidad; cuanto más grande fuese, mejor. Estaba enfadada con el mundo. Así pasé los quince, los dieciséis, los diecisiete...
Las dos sonreímos.
Ya no me duele recordar aquello, anoche hubiese sido otra historia:
—Una tarde, llovía como si fuese el diluvio universal, mi abuelo me metió en el coche y me llevó a un gimnasio abierto cerca de la interestatal. Ni siquiera esperó a que dejara de llover—recuerdo perfectamente ese día—Yo acababa de pelearme en los billares. Me habían dado una buena paliza—sonrío de nuevo—Mi abuelo me miro y dijo «a ver si ahora eres tan valiente» y me hacia gesto para que lo enfrentara... y eso hice. Me dio una manera de soltar toda esa rabia. Ahí fue cuando me enseño a defenderme y si sacar mi rabia con un saco de box.
Ella deja el tenedor con cuidado en el plato y se gira despacio en el taburete, hasta quedar frente a mí.
—¿Por qué estabas tan enfadada?—me pregunta.
Sonrío, pero otra vez lo hago por inercia.
Hay cosas de las que no me apetece hablar, salieron de mi vida hace mucho y no van a volver a entrar jamás.
—Por muchas cosas, Niña Buena.
—¿Por tu papá?—contraataca.
Mi sonrisa se ensancha.
Está claro que no va a rendirse.
—Sí.
—¿Todavía está vivo? Tu papá, quiero decir.
—Sí—lanzo un profundo suspiro—Debe de estar al borde del coma etílico en el suelo mugriento de cualquier bar, pero sí, aún está vivo.
Recordar eso es un poco más complicado, pero tampoco me afecta. Cada uno está donde elige estar.
—¿Y no has pensado que sería mejor que hablaras con él y lo perdonaras? Así no necesitarías volver a pelearte—aparta la mirada al pronunciar las últimas palabras.
—Ayer no peleé por mi papá.
Brittany vuelve a mirarme y, cogiéndome por sorpresa, como si la simple idea le quemara en la punta de los dedos, se baja del taburete y me abraza con fuerza.
Rodea mi cuello con sus brazos y hunde su preciosa cara entre ellos y mi piel.
Su cuerpo se estrecha contra el mío y por un momento creo que he dejado de respirar.
Me siento como la primera vez que me abrazó en mitad de la calle, después de que yo arruinara su cita con aquella tía y justo antes de que se marchara precipitadamente en un taxi.
Mi cuerpo está sumergido en una extraña tensión.
No puedo permitirme bajar la guardia o, por lo menos, no del todo.
Desoyendo esa vorágine de pensamientos, alzo las manos despacio, las paseo por su cintura aún más lentamente y acabo estrechándola con fuerza contra mí.
Su pecho se infla bajo su camiseta de Black Sabbat y choca contra el mío, acercándonos todavía más.
—Lo siento —murmura.
Yo exhalo todo el aire de mis pulmones.
Ahora mismo dudo si me lo está poniendo demasiado difícil o demasiado fácil.
No sé cuantos minutos pasamos así.
Ni siquiera me importa el asfixiante calor.
Brittany se separa, pero no vuelve a su taburete y permanece entre mis piernas. Abre la boca y vuelve a cerrarla. Cabecea y repite el proceso.
Se está armando de valor para decir lo que sea que quiere decir.
—Griffin fue la primera persona con la que me acosté y la única aparte de ti—pronuncia al fin, manteniéndome la mirada.
—¿Qué?
Ella niega con la cabeza y aparta la vista.
—Tú has sido sincera y has confiado en mí contándome lo de tu papá—habla acelerada—Yo no puedo contártelo todo, así que vas a tener que confiar todavía más en mí, pero sí puedo contarte esto y quiero hacerlo—agita las manos sin saber qué hacer con ellas—Sé que antes me dijiste que no necesitabas saberlo, pero yo necesito explicártelo.
Me humedezco el labio inferior, observándola.
—¿Todavía te acuestas con él?—mi voz se agrava involuntariamente, como si la pregunta saliese desde el fondo de mis costillas.
—No—responde sin asomo de dudas—, Claro que no—añade, alzando la cabeza y mirándome de nuevo—Sólo me acuesto contigo.
Se encoge de hombros, disculpándose.
No es la primera vez que lo hace y yo empiezo a pensar que quizá ella cree que no debe sentirse así por mí, que no es lo que quiero.
—Por favor, dime que estamos bien, Santana—me pide casi desesperada—No quiero perderte.
Acabo de sentir que alguien me arranca el corazón del pecho y lo aprieta con fuerza.
—Estamos bien—respondo también sin asomo de dudas, agarrando su cara entre mis manos—Y no vas a perderme—la beso con fuerza—Siempre vamos a ser amigas—pronuncio contra sus labios.
Aunque lo que estamos haciendo, lo que hemos hecho durante toda la mañana en realidad, no pueda entrar exactamente en el cajón de la amistad.
La tumbo sobre la cama e inmediatamente me abalanzo sobre ella.
Nueva York reluce tras el cabecero, al otro lado del inmenso ventanal, lleno de diminutas luces, de farolas, del reflejo de los taxis amarillos.
Apoyo las manos a ambos lados de su cara y me mantengo a largos centímetros de ella, observándola, devorándola sin ni siquiera tocarla, mientras Brittany me contempla a mí.
La beso dejando que mi cuerpo, poco a poco, cubra el de ella. Brittany sonríe, enreda los dedos en mi pelo y me acerca más a ella.
Joder.
Paseo mis manos por sus pechos, sus costados, su cintura, sus caderas. Me balanceo entre sus muslos y todo vuelve a empezar.
La sed, el hambre, las ganas de ella, que parecen anular todo el mundo a mi alrededor.
—Santana—gime.
Muevo las caderas.
Las dos subimos un escalón más.
—Me vuelves loca, Niña Buena—susurro contra la piel de su cuello—Me vuelve loca tenerte así, en mi cama, sólo con esa camiseta y esas bragas, como si lo hicieses todos los putos días. Éstas también voy a arrancártelas; lo sabes, ¿verdad?
Su respiración se acelera con cada palabra.
Sonrío con malicia y su cuerpo se arquea persiguiendo el sonido.
—¿Por qué te gusta tanto arrancarme la ropa interior? —logra pronunciar entre jadeos.
—Porque, cada vez que lo hago, tu cuerpo se estremece—le caliento los pezones por encima de la camiseta con mi aliento y ella lanza un excitado gemido y se aferra con más fuerza a mi espalda—, Te humedeces todavía más y se me excitas sólo con imaginar todo lo que vas a dejar que te haga.
La muerdo.
Grita.
Sonrío.
—Eres mía, Niña Buena.
—¿Qué me harías?—inquiere de nuevo, con la respiración hecha un caos.
Yo le regalo un último beso en la cresta de su pecho y avanzo despacio hasta que nuestros ojos quedan a la misma altura.
—La boca sucia, Niña Buena, también hay que ganársela.
Ella va a decir algo, pero no es capaz de encontrar las palabras y acaba suspirando frustrada.
Yo me echo a reír y acallo todas sus protestas besándola con fuerza. Agarro el bajo de su camiseta y se la saco por la cabeza. Vuelvo a bajar, deslizándome por su perfecto cuerpo, chupando cada rincón, lamiéndola entera y mordiéndola cuando quiero.
Al llegar a sus bragas, me incorporo y me quedo de rodillas, albergando sus caderas entre mis piernas. Ella me observa con su pecho hinchándose y vaciándose de prisa de pura expectación.
—Ahora es cuando tengo que decidir qué voy a hacer contigo.
Paseo la punta de los dedos de una de sus caderas a la otra, asegurándome de que el roce sea mínimo, pero lo suficiente como para que no pueda pensar en otra cosa.
—Puedo besarte—propongo torturadora, haciendo un círculo alrededor de su ombligo con el índice—, Puedo chuparte—deslizo los dedos bajo la tela de encaje—, Puedo follarte.
—Sí—responde extasiada.
Vuelvo a sonreír.
Es muy receptiva y eso lo hace todo increíblemente divertido.
—O puedes chuparme tú a mí—replico, dándole un suave tirón del vello púbico.
Brittany gime e inmediatamente abre mucho los ojos y yo enarco las cejas en una orden silenciosa.
—¿Quieres jugar?—pregunto. Mi yo más engreída saca pecho, sé de sobra la respuesta—Bueno aquí mando yo y acabo de decirte lo que quiero que hagas.
Ella asiente aturdida y se arrastra despacio hasta salir de entre mis piernas. Sin levantar mis ojos de ella, me muevo hacia atrás y me quedo de pie, casi tocando el colchón.
Brittany recorre la pequeña distancia que nos separa y se arrodilla sobre la cama, frente a mí. Por un momento se queda muy quieta y luego me saca en la camisa quedándome desnuda frete a ella y sólo se oyen nuestras respiraciones.
Tímida, alza la mano y me acaricia los pechos con dedos temblorosos, siguiendo mi tatuaje del lobo, sin apartar sus enormes ojos azules del movimiento.
Todo bajo mi atenta mirada.
Desliza su mano despacio, casi agónica. Acaricia mi sexo de la misma manera al tiempo que baja la cabeza y mi respiración se acelera de golpe.
Mueve los dedos, explorando bajo su mirada curiosa.
Va a acabar conmigo, joder.
—Haz círculos en mi clítoris—rujo.
Ella obedece y con dos dedos hace lo que pido. Despacio, comienza a moverlos, apretando un poco más cada vez.
—¿Así?—murmura tímida contra mis labios, con la vista todavía abajo, demasiado cerca, demasiado dulce, demasiado inocente.
Nuestros alientos se entremezclan.
—Sí, joder.
Brittany se desliza sobre la cama hasta que su preciosa boca queda a la altura de mi sexo. Se muerde el labio inferior y me mira a través de sus pestañas.
No es un gesto ensayado, ni siquiera algo consciente.
Se trata de toda su curiosidad e ingenuidad puestas sobre la mesa y van
a volverme completamente loca.
Me da un beso suave y efímero. Yo dejo escapar todo el aire de mis pulmones y el sonido parece armarla de valor.
Me besa de nuevo, pero alarga el gesto, dejándome entrar. Gruño y enredo las manos en su pelo. Ella comienza un ritmo constante. Acompaña sus labios con una mano.
Joder, es demasiado bueno.
Brittany gime extasiada y usa le lengua.
La sensación es increíble.
—Otra vez.
Ella obedece.
Una media sonrisa se apodera de mis labios.
Bajo la cabeza y me pierdo en su precioso cuerpo estirado sobre la cama, en la curva de su trasero aún cubierto de encaje, en el final de su espalda, en la forma de sus hombros, en mis manos hundidas en su pelo.
Cuando llego a su boca y la manera en la que su lengua se pierde en mi sexo una y otra vez, todo el placer se multiplica por mil, llevándome al borde de abismo.
—Ven aquí —ordeno.
Otra vez se arrodilla hasta quedar muy cerca de mí. La recorro con las manos, de prisa, acariciándola con la punta de los dedos.
Es una puta delicia.
Brittany alza la mirada llena de una renovadora seguridad. Busca mis ojos y de pronto me siento al otro lado del maldito tablero.
Acaricia el nombre de Maribel sobre mis costillas. Se muerde el labio inferior.
No pienso perder el control.
La empujo contra el colchón, me abalanzo sobre ella y le rompo las bragas como prometí que haría.
Brittany gime.
El sonido aún no se ha diluido en el aire cuando me acomodo para unir nuestros sexos, esta especie de paraíso que sólo nos pertenece a nosotras dos.
—¡Santana!—grita.
Se aferra a mis hombros desesperada y yo me dejo caer sobre ella. Sin dejar de moverme, sin dejar de hacerla mía, de follármela como si el maldito mundo fuera a acabarse en cualquier momento.
—Santana, Santana, Santana—murmura inconexa, con los ojos cerrados y una fina capa de sudor bañando su cuerpo.
El placer, el deseo, la excitación, todo crece, se multiplica.
El calor asfixiante hace el resto y todo vuelve a darme vueltas como cada vez que estoy con ella, como si todo el puto alimento que necesito fuese su cuerpo, como si cada gemido, cada jadeo, me atasen a todo lo que siento cuando estamos juntas.
—Todavía no he tenido suficiente, Niña Buena.
Quiero que se deshaga de placer.
Quiero que lo desee tanto que no pueda respirar.
Que sólo haya excitación, sudor y mis manos en todo su cuerpo.
—Dios—gime balanceándose debajo de mí, buscándome—Dios, Santana...
Gemidos. Jadeos. Gritos.
Su cuerpo se tensa.
La sujeto por la cadera, manteniéndola contra el colchón, obligándola a digerir todo el placer.
—Quiero oír cómo te corres—rujo.
Me muevo más rápido y su cuerpo tiembla.
No le doy un solo segundo de tregua y obedece gritando y arqueando su cuerpo contra el mío.
—Joder —gruño.
Una corriente eléctrica me atraviesa por dentro, mi corazón, mi respiración, todo se dispara y, antes de que pueda controlarlo, de que pueda hacerme una jodida idea me corro con fuerza, moviéndome una última vez, disfrutando de cada centímetro de su piel.
Sólo dejo de moverme cuando mi cuerpo se estremece. Me dejo caer y apoyo mi frente en la suya, tratando de recuperar el aliento mientras nuestras respiraciones entrecortadas se entremezclan.
Ella gime bajito, casi un ronroneo, un sonido dulce e íntimo, jodidamente perfecto.
Abro los ojos y la observo girarse debajo de mí tiene la piel enrojecida por el contacto de la mía, el pelo revuelto y los ojos cerrados, y toda esa suave perfección parece extenderse por todo su cuerpo.
Ya he perdido la cuenta de cuántas veces me he dicho que objetivamente no es la chica más guapa del mundo, porque hace mucho tiempo que el «objetivamente» dejó de tener sentido aquí.
La marca de mis dientes resplandece en la piel de su clavícula, casi en su cuello.
Quiero que esa marca se quede ahí para siempre, recordándole lo que hemos hecho hoy aquí, un aviso para la o el próximo gilipollas que tenga la suerte de que ella le deje tocarla.
De repente me doy cuenta de que hay otra Brittany, la que estoy viendo ahora mismo, y, por algún extraño motivo, saber que otras personas podrán llegar a verla, que el imbécil de Griffin ha visto lo que ahora veo yo, me enfurece, y es algo ridículo e hipócrita.
Yo soy la mujeriega, la que tiene un historial sexual más que amplio.
Sin embargo, me vuelve loca pensar que esas personas vayan a ver esa sonrisa tan dulce, que vayan a escuchar esos sonidos tan sensuales, que vayan a verla vulnerable, entregada, que Griffin la haya visto ya.
Me levanto como un resorte y me froto la cara con las manos.
De pronto estoy furiosa conmigo misma, con ella, con todos esos cabrones.
—¿Ocurre algo?—pregunta Brittany, sentándose y tapándose con la sábana—¿He hecho algo mal?
Otra vez toda esa inocencia.
No puedo más, joder.
—No pasa nada—respondo—Sólo he recordado que tengo algo importante que hacer.
—¿A esta hora? —inquiere algo incrédula.
—Sí, a esta hora.
Ella ladea la cabeza y ambas miramos a la vez el reloj de la mesilla. Son casi las siete de la tarde de un sábado.
—Es tarde —murmura.
No le falta razón.
Me coloco la ropa interior y busco unos vaqueros y me pongo la camiseta prácticamente a la vez.
Brittany me observa desde la cama, sin saber qué hacer, y yo me siento como una auténtica cabrona.
¿Está decepcionada?
¿Herida?
¿Me odia?
Eso es lo último que quiero.
—Adiós, Britt.
Salgo de mi habitación, cruzo el salón como una exhalación, cojo el abrigo del recibidor y salgo del departamento.
En cuanto pongo un pie en la acera cubierta de nieve, me arrepiento.
¿Por qué me estoy largando?
¿Por qué de pronto estoy celosa?
Y, sobre todo, ¿por qué me siento como una basura por tener esa clase de emociones?
Yo no soy así.
No soy como mi papá.
No quiero esa parte del juego.
Nunca en toda mi maldita vida he sentido celos.
Nunca.
Jamás he tenido la primitiva necesidad de que ella hubiese estado metida en una urna de cristal hasta conocerme.
Joder, ¡no sé cómo lidiar con todo esto!
Me freno en seco y respiro hondo, con fuerza, dejando que el aire casi helado llene mis pulmones y los vacíe al instante.
No estoy siendo justo con ella.
Giro sobre mis pasos y vuelvo al edificio.
En el ascensor, pienso en todo lo que voy a decirle. Se merece una disculpa y una explicación.
Abro la puerta principal y cruzo mi departamento. Al alcanzar el umbral de mi habitación, me detengo en seco.
Ya se ha vestido y está buscando sus zapatos. Aún tiene la piel encendida y la marca de mis dientes en su piel sigue ahí.
Está preciosa y yo sólo quiero follármela otra vez, como si fuese un mecanismo de defensa: mientras controle el sexo, todos los incómodos sentimientos estarán también bajo control.
Brittany repara en mi presencia, pero no me mira.
—No te preocupes, ya me marcho —susurra con la voz quebrada, intentando sonar segura, aunque sé que no se siente así en absoluto—Sólo necesito encontrar mis zapatos.
—Brittany—la llamo dando un paso hacia ella.
—¿Qué?—me responde con rabia, mirándome al fin y una lágrima cae por su mejilla en ese preciso instante.
Yo trago saliva.
¿Por qué todo se está complicando tanto?
¿Por qué ya no puedo pensar con claridad cuando la tengo cerca?
—Será mejor que me vaya —añade.
Pasa por mi lado y su olor me sacude.
Me importa y no hay ninguna mísera posibilidad de poder dar marcha atrás.
—No—pronuncio con la voz más ronca, más dura.
Brittany se detiene en seco.
Sea el camino más complicado o no, no me importa, porque es el que me lleva directo a ella.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
hola morra,...
que tanto tiene britt en su pasado que no le puede decir a san lo que pasa???
san y sus escenas de celos,. sentimiento nuevo para aprender a controlar...
va a salir lo peor de san en el mejor sentido para cuidar a britt!!!
nos vemos!!!
que tanto tiene britt en su pasado que no le puede decir a san lo que pasa???
san y sus escenas de celos,. sentimiento nuevo para aprender a controlar...
va a salir lo peor de san en el mejor sentido para cuidar a britt!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Noooo Naya. Con ese viejo!!! No puede ser. ella lo puede hacer mucho mejor que eso. No me digas que ese es el enano que hace o hacia series comicas,mno puede ser. En el amor no hay edad, bien, pero es Naya, osea, se merece algo mejor ¿no?
En cuanto a Santana esta cada vez más fuera de control en cuanto a los sentimientos hacia Britt. Como siempre digo, que se deje llevar. Jajaj
En cuanto a Santana esta cada vez más fuera de control en cuanto a los sentimientos hacia Britt. Como siempre digo, que se deje llevar. Jajaj
Tati.94******* - Mensajes : 442
Fecha de inscripción : 08/12/2016
Edad : 30
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
si quieres celar a alguien ese alguien debe saber que sientes algo por ella, y si quieres que la otra persona te entienda deja los putos misterios!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,...
que tanto tiene britt en su pasado que no le puede decir a san lo que pasa???
san y sus escenas de celos,. sentimiento nuevo para aprender a controlar...
va a salir lo peor de san en el mejor sentido para cuidar a britt!!!
nos vemos!!!
Hola lu, nose nose!!! esk nose xq no lo cuenta de una ¬¬ y san q no al dejo cuando lo iba hacer ¬¬ JAjajaajaj sus propios sentimientos la estan volviendo loca, no¿? jajaajjaajaj. Jajajaja pienso igual xD Saludos =D
Tati.94 escribió:Noooo Naya. Con ese viejo!!! No puede ser. ella lo puede hacer mucho mejor que eso. No me digas que ese es el enano que hace o hacia series comicas,mno puede ser. En el amor no hay edad, bien, pero es Naya, osea, se merece algo mejor ¿no?
En cuanto a Santana esta cada vez más fuera de control en cuanto a los sentimientos hacia Britt. Como siempre digo, que se deje llevar. Jajaj
Hola, eso mismo... repito yo digo que mientras sea feliz..., pero esa cosa! nononononono. SI! eso mismo digo yo, nose quien rayos es el tipo, pero esk es mucho mayor y feo! ononononononon :@ JAjajajaaj pienso igual, osea su cuerpo y mienten ya lo saben, solo ella no kiere ver nada de nada jajaja. SAludos =D
micky morales escribió:si quieres celar a alguien ese alguien debe saber que sientes algo por ella, y si quieres que la otra persona te entienda deja los putos misterios!!!!!!
Hola, jajajaajaj q buen juego de palabras ai ajajajajajaja, pero mucha razón tmbn! Xq no lo reconoce y ya! jaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 11 - P I
Capitulo 11 - Parte I
Brittany
Debería salir corriendo sin mirar atrás, pero no puedo.
Se ha marchado de su propio departamento con una excusa barata. Y en el fondo no sé de qué me quejo.
Santana López es una mujeriega y, aunque sea capaz de prepararte el desayuno y dejarte dormir en su cama, en el fondo no quiere a una mujer ahí más allá del sexo, y tampoco lo necesita.
Estoy enfadada, dolida, triste.
Estoy asustada.
Sé que no puedo permitirme colarme por ella, que me haría daño y saldría mal, pero, da igual lo claro que lo tenga, no quiero perderla, no puedo, todavía no.
—No vas a irte a ningún sitio —sentencia a mi espalda.
Debería volver a ser una chica lista, pero creo que tampoco tengo ya esa opción.
Me giro despacio y ahí está, la persona más atractiva que he conocido nunca.
La única que ha conseguido que me tiemblen las rodillas, pero que también me ha hecho reír, me ha hecho sentir valiente, especial.
—Me he comportado como una imbécil—pronuncia sin asomo de dudas, clavando sus increíbles ojos en los míos—, Pero voy a ganarme que me perdones.
Sé que lo hará y sé que yo acabaré perdonándola.
Cabeceo.
Creo que todo esto se me está yendo de las manos.
¿Qué pasará la próxima vez?
¿Y si esa próxima vez incluye a una chica en su cama?
No somos novias.
Ella misma ha dicho que algún día conoceré a otra persona.
Debería salir corriendo.
No debería mirar atrás jamás.
—¿No tienes la sensación de que todo esto se ha complicado demasiado?—murmuro.
—Sí—responde casi en un susurro, con el tono aún más grave.
Aparto la mirada y me muerdo el labio inferior, tratando de contener las lágrimas.
—¿Crees que es posible encontrar a la persona perfecta para ti pero no poder estar con ella? Porque estás demasiado asustada, porque ha destrozado más corazones de los que ni siquiera recuerda, porque no quieres cometer los mismos errores.
—Sí—susurra de nuevo, todavía más cerca, con la voz llena de todo lo que está sintiendo, de la rabia, de la frustración.
Santana me besa y yo la recibo casi desesperada.
Sé que va a acabarse y que ese momento llegará pronto, pero ahora necesito vivir todo lo que ella quiera darnos, porque, aunque sé que es el mayor error que podría cometer, estoy enamorada de ella.
—Por favor, no me hagas daño.
La súplica ha cambiado, porque todos los sentimientos también lo han hecho.
El delirante salto al vacío sigue siendo el mismo, pero la altura se ha multiplicado por mil.
—Nunca haré nada que te haga daño, Britt.
Daría todo lo que tengo por poder creerlo.
Regresamos a su cama, a toda la pasión y el placer. Soy plenamente consciente de que no hemos hablado de nada, ni siquiera sé qué tenemos, pero volvemos a ser solamente ella y yo, y nada más importa.
Las dos semanas siguientes son una divertidísima locura.
Santana y yo no nos despegamos un solo instante y tengo que hacer uso de todo mi sentido de la responsabilidad, además de verme obligada a aceptar todo tipo de pervertidos chantajes sexuales, para no quedarme a dormir cada noche en su casa.
Mi momento preferido es la hora del almuerzo.
Prácticamente todos los días la hemos pasado en nuestro privilegiado rincón de moqueta verde con vistas al Rock Center, con Santana sentada en el suelo y yo, a horcajadas sobre ella, besándonos, acariciándonos, pero sin hacer nada más, sólo disfrutando de toda la excitación, la sensualidad y lo bien que se le da devorarme despacio.
—Definitivamente esto se parece mucho a tener diecisiete años—bromea contra mi boca, justo antes de atrapar mi labio inferior entre sus dientes y tirar de él.
Gimo bajito y sonrío a la vez.
Las manos de Santana en mi cintura me estrechan contra su cuerpo y volvemos a fundirnos en un beso largo y profundo.
Si Robert Doisneau nos viese, ya nos habría hecho medio centenar de fotos.
—Me gusta volver a tener diecisiete años otra vez contigo.
—Mañana vamos a cumplir la mayoría de edad y voy a volver a follarte contra esa ventana.
Sonrío encantada.
Hemos tenido sexo en mi despacho, en el suyo, en las escaleras de emergencia, y ayer me sugirió lo divertido que sería ir a comer algo al cuarto de la fotocopiadora.
Acepté pensando en chocolatinas y la verdad es que salí mucho más satisfecha.
—¿Me estás acosando laboralmente? —pregunto divertida.
—Realmente no trabajamos en la misma empresa, así que, técnicamente, no podría llamarse acoso laboral—me muerde el mentón y se desliza por mi cuello, marcando una cálida línea con su experta lengua.
Estoy a un delicioso beso más de cerrar los ojos y pedirle que sea ya nuestro cumpleaños.
—Y, entonces, ¿cómo se llamaría esto?, técnicamente hablando—especifico sin poder dejar de sonreír.
—Estar excitada todo el santo día—contesta sin una pizca de remordimiento—, Técnicamente hablando.
Se me escapa una carcajada y frunzo los labios para contener otra.
—Desde luego —replico divertida.
—Soy abogada—añade socarrona, separándose apenas unos centímetros para que volvamos a estar frente a frente—Tengo muchos recursos lingüísticos.
—Y siempre estas excitada.
Santana se humedece el labio inferior, tratando de ocultar una sonrisa y fracasando estrepitosamente.
—Oírtelo decir a ti no ayuda, ¿sabes?
—Puedo imaginarlo —contesto asintiendo.
Las dos nos echamos a reír.
Antes de que nuestras carcajadas se diluyan, Santana me besa de nuevo,
estrechándome otra vez con fuerza.
—Olvídate de esa reunión con el señor Figgins y vamos a echar un polvo.
—No puedo—replico sin dejar de besarnos—Y tú tampoco puedes. Tienes una reunión muy importante con Artie Abrams.
—Te prometo que va a ser muy divertido. Tengo dos amigas muy grande para que juegues—susurra entrecerrando los ojos, como si fuese a darme el mejor regalo del mundo.
—¡Santana!—la regaño entre risas.
Pero otra vez vuelve a besarme, acallando mis risas y mis protestas.
Sólo han pasado unos minutos cuando el móvil de Santana comienza a sonar. Corta la llamada sin separarse de mí y deja el smartphone en el suelo.
—Deberías haberlo cogido.
—No, de eso nada —replica.
Su teléfono vuelve a sonar.
—Santana—la llamo.
Me ignora por completo y mete sus manos debajo de mi blusa. Me acaricia el estómago, las costillas.
La muy tramposa está intentando distraerme... y lo está consiguiendo.
—Podría ser Emma con algo importante—digo agarrándome a mi último atisbo de cordura—O el señor Abrams.
Santana resopla, saca sus manos de golpe y se separa. Por un momento me siento como si me hubiesen sacado de un sueño. Me mira y sonríe con malicia mientras recupera su iPhone.
—Tú te lo has buscado —me espeta.
Le dedico mi peor mohín y me sonríe por respuesta.
—López—contesta—... Dime, Emma...
Yo suspiro y me concentro en arreglarle el pelo.
—... Sí—continúa—, Si el señor Abrams necesita adelantar su reunión, no tengo ningún problema...
Sonrío impertinente sin apartar la vista de mis manos sobre su lindo pelo. Yo tenía razón y debía coger el teléfono.
Santana se da cuenta y me pellizca la cadera. Suelto un lastimero «ay» sin dejar de sonreír y ella lo hace más que encantada.
—Quiero que salgas ya para la oficina y te asegures de que Sugar y la secretaria de Quinn lo tienen todo listo... Perfecto, adiós.
Cuelga y me observa en silencio mientras la peino otra vez.
—Cuando éramos críos, mi hermano Sam y yo siempre nos peleábamos por peinar a nuestros padres, más yo, claro está y más a papá. Nos encantaba pasar tiempo con él por las mañanas, antes de que se marchara al trabajo y nosotros tuviésemos que irnos al colegio. Siempre me llamaba Bluebird—recuerdo con una tenue sonrisa—, Como ese pájaro azul.
Santana sonríe y continúa contemplándome. Alza la mano y enreda los dedos al final de un mechón de mi pelo.
—¿Qué le pasó a tu papá?
—Murió—murmuro—Un ataque al corazón. Hace diez años.
—Lo siento —me dice sincero.
Yo niego con la cabeza y me obligo a sonreír.
—No te preocupes. Está todo bien.
Santana imita mi gesto, lleno de ternura.
—Estás perfecta—añado y de pronto caigo en la cuenta de algo y sonrío—¿Recuerdas cuando Mercedes y yo nos colamos en tu oficina?
Santana alza la mirada y se rasca la barbilla fingidamente pensativa.
—¿Escenas del Kamasutra en las paredes y una delincuente preciosa y algo borracha armada con un rotulador?
Frunzo los labios luchando por no sonreír por enésima vez, ¿acaba de decir que soy preciosa?
—Sí, efectivamente—replico alzando la barbilla altanera—Ya te dije que no soy una niña buena, López—me dedica su media sonrisa más sexy y por un momento nos miramos cómplices—Si fuimos hasta ahí, fue para conocer la guarida del lobo—digo llenando las palabras de expectación—Y también tienes tatuado uno—vuelve a sonreír más que satisfecha y yo me doy cuenta de que he sonado más admirada de lo que me gustaría, dejándole absolutamente claro que pienso en su cuerpo desnudo todos los días, cosa que es verdad pero que no tiene por qué saber.
Santana López no necesita que le inflen más ese ego:
—Va a resultar que es un animal que te va—me explico displicente—... Por lo del tatuaje—añado rápidamente—, No porque seas tan seductora como un lobo o tan enigmática...—su sonrisa se ensancha.
¿Por qué tengo la sensación de que estoy haciendo mi fosa más honda con cada palabra?
—... No eres nada de eso... nunca... jamás.
—Eres adorable.
Me da un último beso y me pone en pie.
Yo me aliso la falda y la observo de reojo, no quiero echar más leña a ese fuego, mientras se pone la chaqueta.
Recolocándose la ropa, camina hacia mí. Ese gesto es tan femenino y a la vez tan sensual, denotando una aplastante seguridad, que por un instante pierdo el hilo.
Decido dejar caer la última barrera y la miro de arriba abajo sin ningún disimulo.
Si quiere reírse de mí, que lo haga, el recuerdo de una modelo de la portada caminando hacia mí va a hacer mis noches más cálidas el resto de mi vida.
Santana sonríe.
Cuando mis ojos se concentran en su carnosa boca, su gesto se ensancha y se inclina sobre mí.
Me muerdo el labio inferior, absolutamente hechizada.
Ya casi puedo saborear sus besos.
Entreabre sus labios y su suave aliento calienta los míos.
La deseo. La deseo. La deseo.
—Te tengo donde quiero, Niña Buena—susurra a escasos centímetros de mi boca.
Me dedica su espectacular sonrisa y, sin más, sale de la habitación.
¿Qué?
¿Dónde está mi beso?
¡Qué cabronaza!
Corro tras ella y me asomo desde la barandilla para poder verla.
—Te lo tienes demasiado creído—replico insolente.
Santana se detiene en mitad de la escalera, alza la cabeza y vuelve a dedicarme esa sonrisa tan sexy por la que cualquier mujer cambiaría de peluquero y de religión.
Sus ojos negros, su pelo revuelto y todo su atractivo hacen el resto para que sencillamente tenga que tragarme mis palabras.
Me tiene donde quiere y ni siquiera ha necesitado decir una palabra para demostrarlo.
Se marcha encantadísima consigo misma y yo tengo que suspirar un par de veces para recuperar el control de mi cuerpo.
Guapísima Gilipollas: 1; Brittany: 0.
«Más bien, Guapísima Gilipollas: 21.487; Brittany: 0.»
Con una sonrisa de oreja a oreja, bajo un par de minutos después.
Tengo una reunión con el señor Figgins y luego quiero dejar varios asuntos cerrados.
La reunión con los socios de Santana y el comprador está a la vuelta de la esquina, y quiero que todo esté atado y bien atado.
Firmo un par de documentos que me trae una chica de contabilidad, recojo las carpetas de los asuntos que preciso discutir con el señor Figgins y me encamino a su despacho.
Todo va bien hasta que pongo un pie en su oficina.
Lo primero que veo es a el señor Figgins muy serio, casi cabizbajo, sentado a su precioso escritorio.
Después, a mi hermano Sam, frente a él.
—¿Qué haces aquí?—inquiero molesta, cerrando la puerta.
Sam lanza un profundo suspiro, se levanta y se gira hacia mí.
Sé que odia que siempre esté a la defensiva con él, pero a veces no me deja otra opción.
—Tenemos que hablar.
Sé lo que va a decirme y no quiero escucharlo.
—No.
—Brittany, no tomes esa actitud.
Quiere decidir por mí, como siempre.
Estoy cansada de esto.
—¿Por qué estás aquí? ¿Por Griffin o por mi trabajo?
— Brittany —me reprende.
—Deberías escucharlo—la voz del señor Figgins suena apesadumbrada.
Lo miro.
Parece abatido y automáticamente mi enfado se recrudece, porque sé que Sam es el responsable.
—Me he enterado de que van a comprar la compañía y van a desmantelarla—me explica mi hermano—Estoy aquí para ofrecerte que te vengas conmigo a la empresa familiar y te ahorres todo esto. Figgins Media está acabada.
El señor Figgins exhala todo el aire de sus pulmones al oír las palabras de Sam y, con todo mi enfado, se mezcla una punzada de culpabilidad y una aún mayor de tristeza.
—No es verdad—protesto volviéndole a prestar toda mi atención a mi hermano—Esta compañía va a salir adelante.
—Brittany, trata de ser objetiva—me pide—Las cuentas que manejarás en nuestra firma serán mucho más importantes. Es un salto de calidad para ti.
—No voy a moverme de Figgins Media.
Sam suspira y se abotona su elegante chaqueta.
Mi papá también hacía ese gesto. Siempre decía que le daba tiempo para pensar y que conseguía que todos a tu alrededor diesen por hecho que eras más importante de lo que en realidad eras.
—¿Sabes quién se encarga de la auditoría? Wilde, López y Fabray—se autorresponde—Son muy buenas y también muy duras. No tienes ninguna oportunidad.
—Santana López confía en nosotros—lo interrumpo.
Me prometió que me daría la oportunidad de salvar la empresa.
Confío en ella.
—Santana López tiene orden directa del comprador de adquirir Figgins Media, desmontarla y quedarse con los pocos activos que tengan valor, y eso es lo que está haciendo. No está aquí para ayudaros. Sólo quiere saber qué merecerá la pena cuando nada de esto esté ya en pie.
Cada palabra me ha clavado un poco más al suelo.
Puede que Sam y yo no nos llevemos muy bien y que odie que se meta en mi vida, pero nunca me ha mentido y, teniendo el poder que tiene, tampoco me extraña que haya obtenido esa información.
Cabeceo tratando de reordenar todas mis ideas.
Santana no nos traicionaría.
No tengo ninguna duda.
—Quizá ése fue su plan inicial—la defiendo—, Pero estoy segura de que ha visto nuestro potencial y mantendrá la compañía abierta.
Estoy convencida.
Ella misma impidió que firmáramos aquellos contratos con Lynn.
Mi hermano me observa con la mirada llena de una dulce condescendencia.
Nunca me ha gustado que me mire así. Siempre he tenido la sensación de que esa mirada va acompañada de un silencioso «eres demasiado inocente, hermanita» y, lo que es aún peor en esta situación, de un «estás terriblemente equivocada».
—Sólo quiero cuidar de ti.
—Lo sé—a pesar de todo, eso nunca podría dudarlo—Podrías dejarnos solos, por favor.
—Como quieras.
Sam se acerca a mí, me da un beso en la frente.
—Te quiero, hermanita.
—Y yo a ti.
Sale del despacho.
Me quedo un par de segundos muy quieta, con la mirada clavada en el suelo.
—Deberías aceptar su oferta—dice el señor Figgins.
—No—niego también con la cabeza—No voy a abandonarte.
—Y yo no voy a dejar que te hundas conmigo.
—No vas a hundirte. Conozco a Santana, señor Figgins.
—¿Realmente la conoces? —replica.
—Sí, y tú también. Has confiado en ella, has dejado que tome decisiones importantes.
Puede que no empezaran con buen pie, pero conozco a el señor Figgins y sé que aprecia a Santana de verdad.
—Y a lo mejor me he equivocado, Britt. Quizá luchar por esta empresa ya no tiene sentido.
—¿Por qué te estás rindiendo, Figgins?
No entiendo nada.
—Porque las cosas son como son y, por mucho que intentemos cambiarlas o simplemente fingir y mirar para otro lado, van a seguir así—sus palabras me sacuden por dentro en demasiados sentidos—Si la compra sigue adelante—añade—, Figgins Media desaparecerá—se levanta y rodea su mesa camino de la puerta.
Un peso duro y sordo se apodera de mi estómago y tira de él.
Sé lo que tengo que hacer, aunque ahora mismo sea lo último que deseo.
Con mi plan malévolo me desharía del comprador, pero también de Santana.
—Señor Figgins, no sé cómo, pero te prometo que voy a salvar Figgins Media.
Mi jefe se detiene frente a mí y me agarra por los hombres en un gesto lleno de cariño.
—Levanté esta empresa hace más de treinta años y la mejor decisión que he tomado desde entonces fue darte aquel puesto de recepcionista.
Sonríe lleno de ternura y yo le devuelvo el gesto.
Siempre se ha comportado como un papá para mí.
No puedo dejarlo en la estacada.
Regreso a mi despacho con la cabeza hecha un auténtico lío.
No puedo dejar que el señor Figgins lo pierda todo, pero tampoco puedo traicionar a Santana.
Además, ¿por qué estoy dando por hecho que Santana no va a ayudarnos?
Quizá vino aquí con la idea de comprarnos y deshacerse de nosotros, pero después cambió de opinión.
No va a abandonarnos.
Pondría la mano en el fuego por ella.
Pero lo cierto es que, al final, la decisión depende del comprador. Por muy buenos que sean los resultados de la auditoría de Santana, si ese empresario misterioso quiere reducirnos a cenizas, lo hará.
Resoplo con fuerza y me dejo caer en mi sillón.
Apenas un segundo después, estoy tapándome los ojos con las palmas de las manos y resoplando por segunda vez.
Tengo que deshacerme de ese comprador.
Se ha marchado de su propio departamento con una excusa barata. Y en el fondo no sé de qué me quejo.
Santana López es una mujeriega y, aunque sea capaz de prepararte el desayuno y dejarte dormir en su cama, en el fondo no quiere a una mujer ahí más allá del sexo, y tampoco lo necesita.
Estoy enfadada, dolida, triste.
Estoy asustada.
Sé que no puedo permitirme colarme por ella, que me haría daño y saldría mal, pero, da igual lo claro que lo tenga, no quiero perderla, no puedo, todavía no.
—No vas a irte a ningún sitio —sentencia a mi espalda.
Debería volver a ser una chica lista, pero creo que tampoco tengo ya esa opción.
Me giro despacio y ahí está, la persona más atractiva que he conocido nunca.
La única que ha conseguido que me tiemblen las rodillas, pero que también me ha hecho reír, me ha hecho sentir valiente, especial.
—Me he comportado como una imbécil—pronuncia sin asomo de dudas, clavando sus increíbles ojos en los míos—, Pero voy a ganarme que me perdones.
Sé que lo hará y sé que yo acabaré perdonándola.
Cabeceo.
Creo que todo esto se me está yendo de las manos.
¿Qué pasará la próxima vez?
¿Y si esa próxima vez incluye a una chica en su cama?
No somos novias.
Ella misma ha dicho que algún día conoceré a otra persona.
Debería salir corriendo.
No debería mirar atrás jamás.
—¿No tienes la sensación de que todo esto se ha complicado demasiado?—murmuro.
—Sí—responde casi en un susurro, con el tono aún más grave.
Aparto la mirada y me muerdo el labio inferior, tratando de contener las lágrimas.
—¿Crees que es posible encontrar a la persona perfecta para ti pero no poder estar con ella? Porque estás demasiado asustada, porque ha destrozado más corazones de los que ni siquiera recuerda, porque no quieres cometer los mismos errores.
—Sí—susurra de nuevo, todavía más cerca, con la voz llena de todo lo que está sintiendo, de la rabia, de la frustración.
Santana me besa y yo la recibo casi desesperada.
Sé que va a acabarse y que ese momento llegará pronto, pero ahora necesito vivir todo lo que ella quiera darnos, porque, aunque sé que es el mayor error que podría cometer, estoy enamorada de ella.
—Por favor, no me hagas daño.
La súplica ha cambiado, porque todos los sentimientos también lo han hecho.
El delirante salto al vacío sigue siendo el mismo, pero la altura se ha multiplicado por mil.
—Nunca haré nada que te haga daño, Britt.
Daría todo lo que tengo por poder creerlo.
Regresamos a su cama, a toda la pasión y el placer. Soy plenamente consciente de que no hemos hablado de nada, ni siquiera sé qué tenemos, pero volvemos a ser solamente ella y yo, y nada más importa.
Las dos semanas siguientes son una divertidísima locura.
Santana y yo no nos despegamos un solo instante y tengo que hacer uso de todo mi sentido de la responsabilidad, además de verme obligada a aceptar todo tipo de pervertidos chantajes sexuales, para no quedarme a dormir cada noche en su casa.
Mi momento preferido es la hora del almuerzo.
Prácticamente todos los días la hemos pasado en nuestro privilegiado rincón de moqueta verde con vistas al Rock Center, con Santana sentada en el suelo y yo, a horcajadas sobre ella, besándonos, acariciándonos, pero sin hacer nada más, sólo disfrutando de toda la excitación, la sensualidad y lo bien que se le da devorarme despacio.
—Definitivamente esto se parece mucho a tener diecisiete años—bromea contra mi boca, justo antes de atrapar mi labio inferior entre sus dientes y tirar de él.
Gimo bajito y sonrío a la vez.
Las manos de Santana en mi cintura me estrechan contra su cuerpo y volvemos a fundirnos en un beso largo y profundo.
Si Robert Doisneau nos viese, ya nos habría hecho medio centenar de fotos.
—Me gusta volver a tener diecisiete años otra vez contigo.
—Mañana vamos a cumplir la mayoría de edad y voy a volver a follarte contra esa ventana.
Sonrío encantada.
Hemos tenido sexo en mi despacho, en el suyo, en las escaleras de emergencia, y ayer me sugirió lo divertido que sería ir a comer algo al cuarto de la fotocopiadora.
Acepté pensando en chocolatinas y la verdad es que salí mucho más satisfecha.
—¿Me estás acosando laboralmente? —pregunto divertida.
—Realmente no trabajamos en la misma empresa, así que, técnicamente, no podría llamarse acoso laboral—me muerde el mentón y se desliza por mi cuello, marcando una cálida línea con su experta lengua.
Estoy a un delicioso beso más de cerrar los ojos y pedirle que sea ya nuestro cumpleaños.
—Y, entonces, ¿cómo se llamaría esto?, técnicamente hablando—especifico sin poder dejar de sonreír.
—Estar excitada todo el santo día—contesta sin una pizca de remordimiento—, Técnicamente hablando.
Se me escapa una carcajada y frunzo los labios para contener otra.
—Desde luego —replico divertida.
—Soy abogada—añade socarrona, separándose apenas unos centímetros para que volvamos a estar frente a frente—Tengo muchos recursos lingüísticos.
—Y siempre estas excitada.
Santana se humedece el labio inferior, tratando de ocultar una sonrisa y fracasando estrepitosamente.
—Oírtelo decir a ti no ayuda, ¿sabes?
—Puedo imaginarlo —contesto asintiendo.
Las dos nos echamos a reír.
Antes de que nuestras carcajadas se diluyan, Santana me besa de nuevo,
estrechándome otra vez con fuerza.
—Olvídate de esa reunión con el señor Figgins y vamos a echar un polvo.
—No puedo—replico sin dejar de besarnos—Y tú tampoco puedes. Tienes una reunión muy importante con Artie Abrams.
—Te prometo que va a ser muy divertido. Tengo dos amigas muy grande para que juegues—susurra entrecerrando los ojos, como si fuese a darme el mejor regalo del mundo.
—¡Santana!—la regaño entre risas.
Pero otra vez vuelve a besarme, acallando mis risas y mis protestas.
Sólo han pasado unos minutos cuando el móvil de Santana comienza a sonar. Corta la llamada sin separarse de mí y deja el smartphone en el suelo.
—Deberías haberlo cogido.
—No, de eso nada —replica.
Su teléfono vuelve a sonar.
—Santana—la llamo.
Me ignora por completo y mete sus manos debajo de mi blusa. Me acaricia el estómago, las costillas.
La muy tramposa está intentando distraerme... y lo está consiguiendo.
—Podría ser Emma con algo importante—digo agarrándome a mi último atisbo de cordura—O el señor Abrams.
Santana resopla, saca sus manos de golpe y se separa. Por un momento me siento como si me hubiesen sacado de un sueño. Me mira y sonríe con malicia mientras recupera su iPhone.
—Tú te lo has buscado —me espeta.
Le dedico mi peor mohín y me sonríe por respuesta.
—López—contesta—... Dime, Emma...
Yo suspiro y me concentro en arreglarle el pelo.
—... Sí—continúa—, Si el señor Abrams necesita adelantar su reunión, no tengo ningún problema...
Sonrío impertinente sin apartar la vista de mis manos sobre su lindo pelo. Yo tenía razón y debía coger el teléfono.
Santana se da cuenta y me pellizca la cadera. Suelto un lastimero «ay» sin dejar de sonreír y ella lo hace más que encantada.
—Quiero que salgas ya para la oficina y te asegures de que Sugar y la secretaria de Quinn lo tienen todo listo... Perfecto, adiós.
Cuelga y me observa en silencio mientras la peino otra vez.
—Cuando éramos críos, mi hermano Sam y yo siempre nos peleábamos por peinar a nuestros padres, más yo, claro está y más a papá. Nos encantaba pasar tiempo con él por las mañanas, antes de que se marchara al trabajo y nosotros tuviésemos que irnos al colegio. Siempre me llamaba Bluebird—recuerdo con una tenue sonrisa—, Como ese pájaro azul.
Santana sonríe y continúa contemplándome. Alza la mano y enreda los dedos al final de un mechón de mi pelo.
—¿Qué le pasó a tu papá?
—Murió—murmuro—Un ataque al corazón. Hace diez años.
—Lo siento —me dice sincero.
Yo niego con la cabeza y me obligo a sonreír.
—No te preocupes. Está todo bien.
Santana imita mi gesto, lleno de ternura.
—Estás perfecta—añado y de pronto caigo en la cuenta de algo y sonrío—¿Recuerdas cuando Mercedes y yo nos colamos en tu oficina?
Santana alza la mirada y se rasca la barbilla fingidamente pensativa.
—¿Escenas del Kamasutra en las paredes y una delincuente preciosa y algo borracha armada con un rotulador?
Frunzo los labios luchando por no sonreír por enésima vez, ¿acaba de decir que soy preciosa?
—Sí, efectivamente—replico alzando la barbilla altanera—Ya te dije que no soy una niña buena, López—me dedica su media sonrisa más sexy y por un momento nos miramos cómplices—Si fuimos hasta ahí, fue para conocer la guarida del lobo—digo llenando las palabras de expectación—Y también tienes tatuado uno—vuelve a sonreír más que satisfecha y yo me doy cuenta de que he sonado más admirada de lo que me gustaría, dejándole absolutamente claro que pienso en su cuerpo desnudo todos los días, cosa que es verdad pero que no tiene por qué saber.
Santana López no necesita que le inflen más ese ego:
—Va a resultar que es un animal que te va—me explico displicente—... Por lo del tatuaje—añado rápidamente—, No porque seas tan seductora como un lobo o tan enigmática...—su sonrisa se ensancha.
¿Por qué tengo la sensación de que estoy haciendo mi fosa más honda con cada palabra?
—... No eres nada de eso... nunca... jamás.
—Eres adorable.
Me da un último beso y me pone en pie.
Yo me aliso la falda y la observo de reojo, no quiero echar más leña a ese fuego, mientras se pone la chaqueta.
Recolocándose la ropa, camina hacia mí. Ese gesto es tan femenino y a la vez tan sensual, denotando una aplastante seguridad, que por un instante pierdo el hilo.
Decido dejar caer la última barrera y la miro de arriba abajo sin ningún disimulo.
Si quiere reírse de mí, que lo haga, el recuerdo de una modelo de la portada caminando hacia mí va a hacer mis noches más cálidas el resto de mi vida.
Santana sonríe.
Cuando mis ojos se concentran en su carnosa boca, su gesto se ensancha y se inclina sobre mí.
Me muerdo el labio inferior, absolutamente hechizada.
Ya casi puedo saborear sus besos.
Entreabre sus labios y su suave aliento calienta los míos.
La deseo. La deseo. La deseo.
—Te tengo donde quiero, Niña Buena—susurra a escasos centímetros de mi boca.
Me dedica su espectacular sonrisa y, sin más, sale de la habitación.
¿Qué?
¿Dónde está mi beso?
¡Qué cabronaza!
Corro tras ella y me asomo desde la barandilla para poder verla.
—Te lo tienes demasiado creído—replico insolente.
Santana se detiene en mitad de la escalera, alza la cabeza y vuelve a dedicarme esa sonrisa tan sexy por la que cualquier mujer cambiaría de peluquero y de religión.
Sus ojos negros, su pelo revuelto y todo su atractivo hacen el resto para que sencillamente tenga que tragarme mis palabras.
Me tiene donde quiere y ni siquiera ha necesitado decir una palabra para demostrarlo.
Se marcha encantadísima consigo misma y yo tengo que suspirar un par de veces para recuperar el control de mi cuerpo.
Guapísima Gilipollas: 1; Brittany: 0.
«Más bien, Guapísima Gilipollas: 21.487; Brittany: 0.»
Con una sonrisa de oreja a oreja, bajo un par de minutos después.
Tengo una reunión con el señor Figgins y luego quiero dejar varios asuntos cerrados.
La reunión con los socios de Santana y el comprador está a la vuelta de la esquina, y quiero que todo esté atado y bien atado.
Firmo un par de documentos que me trae una chica de contabilidad, recojo las carpetas de los asuntos que preciso discutir con el señor Figgins y me encamino a su despacho.
Todo va bien hasta que pongo un pie en su oficina.
Lo primero que veo es a el señor Figgins muy serio, casi cabizbajo, sentado a su precioso escritorio.
Después, a mi hermano Sam, frente a él.
—¿Qué haces aquí?—inquiero molesta, cerrando la puerta.
Sam lanza un profundo suspiro, se levanta y se gira hacia mí.
Sé que odia que siempre esté a la defensiva con él, pero a veces no me deja otra opción.
—Tenemos que hablar.
Sé lo que va a decirme y no quiero escucharlo.
—No.
—Brittany, no tomes esa actitud.
Quiere decidir por mí, como siempre.
Estoy cansada de esto.
—¿Por qué estás aquí? ¿Por Griffin o por mi trabajo?
— Brittany —me reprende.
—Deberías escucharlo—la voz del señor Figgins suena apesadumbrada.
Lo miro.
Parece abatido y automáticamente mi enfado se recrudece, porque sé que Sam es el responsable.
—Me he enterado de que van a comprar la compañía y van a desmantelarla—me explica mi hermano—Estoy aquí para ofrecerte que te vengas conmigo a la empresa familiar y te ahorres todo esto. Figgins Media está acabada.
El señor Figgins exhala todo el aire de sus pulmones al oír las palabras de Sam y, con todo mi enfado, se mezcla una punzada de culpabilidad y una aún mayor de tristeza.
—No es verdad—protesto volviéndole a prestar toda mi atención a mi hermano—Esta compañía va a salir adelante.
—Brittany, trata de ser objetiva—me pide—Las cuentas que manejarás en nuestra firma serán mucho más importantes. Es un salto de calidad para ti.
—No voy a moverme de Figgins Media.
Sam suspira y se abotona su elegante chaqueta.
Mi papá también hacía ese gesto. Siempre decía que le daba tiempo para pensar y que conseguía que todos a tu alrededor diesen por hecho que eras más importante de lo que en realidad eras.
—¿Sabes quién se encarga de la auditoría? Wilde, López y Fabray—se autorresponde—Son muy buenas y también muy duras. No tienes ninguna oportunidad.
—Santana López confía en nosotros—lo interrumpo.
Me prometió que me daría la oportunidad de salvar la empresa.
Confío en ella.
—Santana López tiene orden directa del comprador de adquirir Figgins Media, desmontarla y quedarse con los pocos activos que tengan valor, y eso es lo que está haciendo. No está aquí para ayudaros. Sólo quiere saber qué merecerá la pena cuando nada de esto esté ya en pie.
Cada palabra me ha clavado un poco más al suelo.
Puede que Sam y yo no nos llevemos muy bien y que odie que se meta en mi vida, pero nunca me ha mentido y, teniendo el poder que tiene, tampoco me extraña que haya obtenido esa información.
Cabeceo tratando de reordenar todas mis ideas.
Santana no nos traicionaría.
No tengo ninguna duda.
—Quizá ése fue su plan inicial—la defiendo—, Pero estoy segura de que ha visto nuestro potencial y mantendrá la compañía abierta.
Estoy convencida.
Ella misma impidió que firmáramos aquellos contratos con Lynn.
Mi hermano me observa con la mirada llena de una dulce condescendencia.
Nunca me ha gustado que me mire así. Siempre he tenido la sensación de que esa mirada va acompañada de un silencioso «eres demasiado inocente, hermanita» y, lo que es aún peor en esta situación, de un «estás terriblemente equivocada».
—Sólo quiero cuidar de ti.
—Lo sé—a pesar de todo, eso nunca podría dudarlo—Podrías dejarnos solos, por favor.
—Como quieras.
Sam se acerca a mí, me da un beso en la frente.
—Te quiero, hermanita.
—Y yo a ti.
Sale del despacho.
Me quedo un par de segundos muy quieta, con la mirada clavada en el suelo.
—Deberías aceptar su oferta—dice el señor Figgins.
—No—niego también con la cabeza—No voy a abandonarte.
—Y yo no voy a dejar que te hundas conmigo.
—No vas a hundirte. Conozco a Santana, señor Figgins.
—¿Realmente la conoces? —replica.
—Sí, y tú también. Has confiado en ella, has dejado que tome decisiones importantes.
Puede que no empezaran con buen pie, pero conozco a el señor Figgins y sé que aprecia a Santana de verdad.
—Y a lo mejor me he equivocado, Britt. Quizá luchar por esta empresa ya no tiene sentido.
—¿Por qué te estás rindiendo, Figgins?
No entiendo nada.
—Porque las cosas son como son y, por mucho que intentemos cambiarlas o simplemente fingir y mirar para otro lado, van a seguir así—sus palabras me sacuden por dentro en demasiados sentidos—Si la compra sigue adelante—añade—, Figgins Media desaparecerá—se levanta y rodea su mesa camino de la puerta.
Un peso duro y sordo se apodera de mi estómago y tira de él.
Sé lo que tengo que hacer, aunque ahora mismo sea lo último que deseo.
Con mi plan malévolo me desharía del comprador, pero también de Santana.
—Señor Figgins, no sé cómo, pero te prometo que voy a salvar Figgins Media.
Mi jefe se detiene frente a mí y me agarra por los hombres en un gesto lleno de cariño.
—Levanté esta empresa hace más de treinta años y la mejor decisión que he tomado desde entonces fue darte aquel puesto de recepcionista.
Sonríe lleno de ternura y yo le devuelvo el gesto.
Siempre se ha comportado como un papá para mí.
No puedo dejarlo en la estacada.
Regreso a mi despacho con la cabeza hecha un auténtico lío.
No puedo dejar que el señor Figgins lo pierda todo, pero tampoco puedo traicionar a Santana.
Además, ¿por qué estoy dando por hecho que Santana no va a ayudarnos?
Quizá vino aquí con la idea de comprarnos y deshacerse de nosotros, pero después cambió de opinión.
No va a abandonarnos.
Pondría la mano en el fuego por ella.
Pero lo cierto es que, al final, la decisión depende del comprador. Por muy buenos que sean los resultados de la auditoría de Santana, si ese empresario misterioso quiere reducirnos a cenizas, lo hará.
Resoplo con fuerza y me dejo caer en mi sillón.
Apenas un segundo después, estoy tapándome los ojos con las palmas de las manos y resoplando por segunda vez.
Tengo que deshacerme de ese comprador.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 11 - P II
Capitulo 11 - Parte II
Brittany
Me paso el resto de la tarde dándole vueltas a cada idea que se me ocurre para impedir la compra de Figgins Media sin tener que recurrir a mi malévolo plan.
Tanteo otras empresas de inversiones, hablo con Charlie, el hermano del señor Figgins, y reviso cada subasta pública, OPA o salida a bolsa de grandes compañías buscando un movimiento de compraventa que pudiese beneficiarnos.
No encuentro nada.
—¿Todavía estás aquí?—pregunta Mercedes, asomando la cabeza por la puerta de mi despacho—Es tardísimo. Vámonos a cenar.
Observo el reloj en la esquina inferior de la pantalla de mi Mac por inercia.
Son más de las ocho.
Miro a mi espalda y tuerzo el gesto al comprender que se ha hecho de noche y ni siquiera me he dado cuenta.
—No puedo—respondo aun así—Tengo que trabajar.
Abro la siguiente carpeta.
Necesito hallar la manera de deshacerme del comprador sin traicionar a Santana.
No puedo traicionar a Santana.
—¿Decisiones importantes? —inquiere.
—Mucho —prácticamente bufo.
—Bueno siento repetirme—replica abriendo la puerta por completo y entrando—, Pero sabes que, para tomar decisiones importantes, antes tienes que despejar la mente. Llevas encerrada en este despacho más de seis horas. Por mucho que sigas estrujándote el cerebro, no va a salir nada bueno de ahí.
La miro sopesando sus palabras.
Creo que tiene razón.
Cabeceo.
De todos modos, no quiero moverme de aquí.
—Sabes que tengo razón—apostilla, sabiendo perfectamente lo que acabo de decirme a mí misma—Vámonos a cenar y, si después quieres traer tu culo blanco de nuevo hasta aquí, yo misma te acompañaré.
Refunfuño un poco más, pero acabo aceptando.
Vamos a un pequeño gastropub cerca de Madison Avenue.
Ya tengo una hamburguesa con queso con una pinta realmente deliciosa delante cuando me revuelvo incómoda en mi silla.
—Me siento culpable —confieso—. Debería estar en la oficina.
—Se acabó —protesta indignadísima Mercedes.
En un rápido movimiento, coge mi bolso de la silla entre las dos y comienza a rebuscar frenética en él. No entiendo qué hace, pero entonces saca mis llaves de la oficina y mi BlackBerry y se las guarda en el bolsillo de su vestido estampado de Marc Jacobs.
—¿Qué haces? —me quejo.
—Aquí lo importante es lo que vas a hacer tú —dice devolviéndome el bolso—Vas a terminarte esa hamburguesa y vas a irte donde quieras, menos a la oficina—me aclara—, Y vas a distraerte. Necesitas dejar de pensar cinco malditos minutos o vas a volverte loca.
—No puedo.
—Brittany, te conozco. ¿Crees que no sé qué, sea lo que sea lo que te está pasando, te tiene muy preocupada?
No sé qué contestar y me siento culpable de nuevo, aunque por unos motivos completamente diferentes.
Me gustaría poder contárselo todo.
Nunca, desde que nos conocemos, nos hemos ocultado nada, pero implicaría tener que hablarle de todo lo que está ocurriendo con la empresa y el nuevo comprador, preocuparla; sincerarme acerca de Santana, decirle que nos estamos acostando, pero que no tengo la más remota idea de lo que hay entre nosotras y, sobre todo, confesarle que estoy enamorada de ella y preocuparla todavía más.
—Siento muchísimo no poder contártelo.
La expresión de Mercedes cambia al instante.
Sonríe llena de amor y me agarra las dos manos.
—Lo sé, y también sé que, cuando estés preparada, lo harás—sentencia.
Sonrío.
A veces no sé qué haría sin ella y Saint Lake City.
—Tienes que desconectar—me anuncia—, Descansar, y mañana verás las cosas muchísimo más claras. Yo me ocupo de todo en tu departamento—se adelanta a mi siguiente objeción, pero frunzo el ceño.
No puedo desaparecer de casa sin más.
—Tú sal a distraerte—continúa alzando las manos—, Bébete una copa, prueba a ligar—enarca las cejas con demasiada efusividad y no tengo más remedio que echarme a reír—No sé, lo que te apetezca, pero des-co-nec-ta.
La observo sopesando sus palabras y, para qué negarlo, pensando en cómo robarle las llaves de la oficina.
Sin embargo, tras poco más de un minuto, me doy cuenta de que tiene razón.
Si volviese ahora al despacho, sólo me agobiaría pensando en el señor Figgins y en todos los que trabajan ahí... Necesito un poco de aire.
—Está bien —claudico.
—Genial —sentencia satisfecha.
Le doy el primer bocado a mi hamburguesa y ella hace lo mismo con su sándwich.
Unos veinte minutos después, nos despedimos en la parada de metro de la 50.
He intentado convencerla para que, por lo menos, me deje volver a casa, pero, según ella, me metería en la cama con un montón de carpetas y tampoco conseguiría dejar de pensar en el trabajo.
Así que, sola, en mitad de una calle cualquiera de Manhattan, tengo que pensar qué hacer.
La respuesta llega casi automáticamente.
Santana ya debe de haber terminado la reunión. Quizá esté en su oficina.
Sonrío algo tímida, recorro la manzana que me separa de la Sexta Avenida y comienzo a caminar hasta el 1375.
El portero me deja pasar y subo hasta la planta sesenta. A mi paso, las luces van encendiéndose. La oficina de Charlie Figgins ya está cerrada y en Wilde, López y Fabray todo parece también muy tranquilo.
Quizá se haya marchado ya a casa.
No sé por qué he dado por hecho que estaría aquí.
—Buenas noches—me saluda una chica con una amable sonrisa desde detrás del mostrador de recepción—, ¿En qué puedo ayudarla?
—Buenas noches, estaba buscando a...
—Yo me ocupo, Sugar.
La voz me resulta familiar y me giro para comprobar a quién pertenece. Sonrío cuando veo a Kitty Wilde caminando hacia mí.
—Hola—la saludo.
—Hola, Brittany—me sonríe y deja unos documentos sobre el mostrador de recepción—Tres copias y súbelo a los iPad—informa a su empleada.
Ella asiente y le dedica una caída de pestañas muy cerca del aleteo a la vez que recoge los papeles y sonríe nerviosa.
No la culpo.
Trabajar en esta oficina tiene que ser como una tortura china.
Tienes tres jefas y las tres parece que se han escapado de una convención de modelos.
—Imagino que vienes a ver a la embaucadora que tengo por socia.
—Ese mismo—respondo con una sonrisa.
Kitty me la devuelve y me hace un gesto para que avance delante de él. Al pasar junto al despacho con las paredes de cristal, no puedo evitar bajar la cabeza avergonzada al tiempo que una nueva sonrisa se apodera de mis labios.
¿Sabrán Kitty y Quinn el espectáculo que Mercedes y yo montamos aquí?
Espero que no.
—Están en la sala de reuniones—me informa.
¿Están?
Imagino que se refiere a Santana y Quinn.
—Si estaban reunidos o algo parecido, puedo volver en otro momento—me disculpo.
¿Por qué no se me habrá ocurrido rescatar mi BlackBerry de manos de mi queridísima amiga y llamar antes de venir?
«Porque estabas un poco... impaciente.»
Kitty niega con la cabeza.
A unos pasos de la sala se oye un sonido muy rápido, como el de una palmada, y a alguien estallar en risas.
—Marley Rose, eres la peor jugadora del mundo—protesta Santana divertida.
Frunzo el ceño confusa e involuntariamente miro a Kitty. Sonríe y me indica con la mano la puerta que debemos traspasar. Bajo el umbral, ya puedo ver a Santana.
Está sentada en una enorme mesa de madera con las manos extendidas y, sobre las de ella, las de una chica muy guapa y muy joven con un precioso vestido.
No puede ser verdad, ¿están jugando a manitas calientes?
—Tienes que intimidarme—la reta Santana—Dedícame tu peor mirada.
Ella entorna los ojos, pero apenas un segundo después frunce los labios y acaba echándose a reír.
Quinn, sentado en una de las sillas al otro lado de la mesa, sonríe sincera sin levantar la vista de los documentos que revisa.
—¿Ésa es tu peor mirada?—se mofa Santana entre risas—Vamos a tener que decirle a tu novia que te enseñe un par.
Kitty sonríe con una arrogante satisfacción cuando oye la palabra novia. Creo que no me equivoco al decir que ella es la dueña de ese título.
—La culpa es tuya—contraataca Marley—Deja de sonreír.
La entiendo perfectamente.
—No estoy sonriendo—replica muy seria Santana.
La chica entorna los ojos de nuevo, pero, cuando más concentrada está, Kitty sonríe enseñándole todos los dientes, ella rompe a reír y la golpea en las palmas.
—Tramposa—protesta divertida Marley.
—Tres a uno—responde en absoluto arrepentida.
—Mira lo que tengo que aguantar—susurra Kitty ladeando la cabeza hacia mí.
Yo sonrío, me devuelve el gesto y finalmente entra:
—López, tienes visita—le avisa dirigiéndose hacia la mesa.
Santana alza la mirada, y, al encontrarse con la mía, su sonrisa se ensancha.
Marley de pronto se pone tensísima. Santana vuelve a prestarle atención, aparta las manos que aún tenía bajo las de ella y, con una sonrisa enorme, me señala con un leve gesto de cabeza.
Marley mira a Kitty, que también le sonríe y, tras dar un suspiro enorme, comienza a caminar hacia mí con el paso lento e inseguro.
Yo las observo sin entender nada.
Miro a Santana por encima del hombro de Marley y Kitty me guiña un ojo.
—Hola, soy Marley Rose—se presenta a punto del tartamudeo.
—Encantada—respondo—, Me llamo Brittany, Brittany Pierce.
Vuelve a suspirar.
Santana, Kitty y Marley nos observan en silencio, pero Kitty lo hace de una manera más intensa, un gesto llena de protección pero también de un amor casi infinito.
Finalmente Marley parece armarse de valor y me tiende la mano.
Yo arrugo la frente confusa.
Es una situación de lo más simple, una sencilla presentación, y, sin embargo, tengo la sensación de que estamos dando pasos de gigante.
Cuando se la estrecho, todo su cuerpo parece tensarse hasta un límite insospechado y tan sólo un segundo después sonríe nerviosa, incluso un poco desbocada, pero verdaderamente feliz.
No puedo evitar que el gesto se contagie a mis labios y, con ese intercambio de sonrisas, toda la tensión de la habitación se deshace.
—Encantada de conocerte—añade todavía con una sonrisa de oreja a oreja y, feliz, corre hacia Kitty, que, sentado en el borde de la elegante mesa, la estrecha entre sus brazos tomándola por la muñeca y le da un beso de película en mayúsculas.
Ese beso ha sido una recompensa en toda regla.
—¿Qué haces aquí, Niña Buena?—pregunta Santana ya frente a mí.
Su voz me distrae y me hace caer de lleno en su red.
¿Cómo puede sonar tan increíblemente femenina?
Abro la boca dispuesta a decir algo, pero la cierro. Vuelvo abrirla y vuelvo a cerrarla.
No sé por qué he venido.
Sólo quería estar con ella.
—No lo sé —digo al fin.
Santana entorna los ojos, estudiándome.
—Ven—dice al fin, cogiéndome de la muñeca y sacándome de la sala de reuniones.
—Hasta luego—me despido, pero no creo que ninguna haya podido oírme.
Cuando sólo nos hemos alejado unos pasos, su mano se desliza contra la mía y entrelaza nuestros dedos.
Cada vez que hace eso, lo hace llena de familiaridad, como si fuera la opción más natural entre nosotras, y su cuerpo manda un mensaje al mío: estamos conectadas.
Cruzamos el pasillo, volvemos a la recepción y tomamos el corredor opuesto.
Santana abre la segunda puerta con la que nos topamos y nos hace entrar. No puedo evitar que un suspiro de pura admiración se me escape.
¡Es un despacho espectacular!
Hay dos estanterías blancas envejecidas repletas de libros y lo que parece un centenar de tratados sobre derecho. En la pared opuesta hay un mullido sofá y en el centro, dominándolo todo, un precioso escritorio.
A sus lados no hay ningún mueble ni archivador, como si no quisiese que nada lo molestase cuando está metido en su burbuja de números, leyes y prospectos empresariales.
Es la mesa de alguien que adora su trabajo y realmente disfruta.
Santana cierra la puerta a mi espalda y me obliga a darme la vuelta. El movimiento, como pasó con su voz hace sólo unos minutos, consigue devolverme de nuevo a su red.
A veces me asusta lo sencillo que le resulta que todo lo demás deje de existir para mí.
—¿Qué pasa, Brittany?
—No pasa nada —me apresuro a responder.
Santana enarca las cejas.
Está claro que no me cree.
—¿Te he contado alguna vez que, cuando mientes, arrugas la nariz?—comenta socarrón.
—Bueno entonces no quiero contártelo, López—replico insolente, cruzándome de brazos.
—Britt—me reprende con suavidad.
—Estoy preocupada—me sincero al fin—...Nerviosa—rectifico—...Un poco. Y pensé que quizá tú podrías distraerme—pronuncio al fin en un murmuro.
—¿Distraerte? —repite divertida.
Asiento escondiendo un labio bajo el otro.
—Sí —me reafirmo.
—Distraerte, ¿hablando? —continúa burlona.
—Santana—me quejo—, Distraernos desnudas.
Me está torturando y lo está pasando en grande, la Guapísima Gilipollas.
—Cuando estoy contigo, me olvido de todo—me explico, encogiéndome de hombros, disculpándome—no creo que a ella le pase lo mismo, ni siquiera que sea lo que quiere escuchar—Y eso es lo que necesito.
Santana me observa durante un par de segundos que se me hacen eternos.
—¿Desnudas?—pregunta al fin, riéndose de mí.
—Mejor me marcho—replico asesinándola con la mirada y echando a andar hacia la puerta.
—Ven aquí—sentencia con una sonrisa, cogiéndome de la muñeca, estrechándome contra su cuerpo y besándome—Por supuesto que voy a distraerte—me lleva contra la puerta y sus manos vuelan hasta mi trasero.
Una parte de mí quiere seguir pensando, pero con cada caricia de su boca es más y más difícil.
He soltado los mandos de la nave y se los he entregado a ella.
Fabrica un reguero de besos desde mis labios a mi mandíbula, mi cuello, mi hombro. Me muerde con fuerza y espera a mi gemido para apretar un poco más y sentir cómo mi cuerpo se derrite contra el suyo.
—San—murmuro.
—Quiero llevarte a un sitio—me propone en un ronco susurro, atrapando mi mirada con sus increíbles ojos negros.
Ha sonado misteriosa, casi mágica, dejándome claro, sin usar una sola palabra más, que, sea donde sea que pretende llevarme, lo pasaré deliciosamente bien.
—De acuerdo —musito.
Salimos de su oficina.
El imponente Jaguar negro nos espera en la puerta. Santana intercambia un par de palabras con el conductor justo antes de acomodarse en el asiento de atrás conmigo.
Al arrancar, el equipo de música se activa y comienza a sonar una canción que no reconozco.
Lo hace muy bajito, como si la chica susurrara cada palabra en lugar de cantarla.
Santana me observa lleno de descaro. Sus ojos están repletos de un genuino deseo, ávido y hambriento, y toda la excitación crece y burbujea dentro de mí.
Si la diosa del sexo tiene ganas de lo que está por venir, es que debe ser algo sencillamente espectacular.
El chófer gira por la 50 Este y, unos segundos después, parecemos habernos adentrado en una especie de callejón.
Al bajarnos del vehículo, no puedo evitar mirar a mi alrededor curiosa.
Todo se ha vuelto más misterioso, más peligroso, pero también más sensual.
Santana vuelve a coger mi mano y caminamos hasta una puerta de hierro oscura y con aspecto realmente pesada, protegida por una mujer con cara de pocos amigas.
El portero le hace un gesto con la cabeza a Santana a modo de saludo y nos abre.
Me siento como si estuviésemos a punto de cruzar el umbral de un club clandestino.
Es muy emocionante.
Santana aprieta mi mano, me sonríe. Una nueva puerta frente a nosotras se abre y con ella se despliega el lugar más sexy y sofisticado que he visto nunca.
La decoración, las mesas y los íntimos sofás que las albergan son de unos suaves tonos grises y negros, mezclados con destellos de rojo justo en los lugares precisos.
Una barra enorme bordea toda la pared y, tras ella, varias camareras vestidas de pin-up se mueven diligentes.
Al fondo hay un pequeño escenario y, sobre él, cuelgan dos inmensas telas, también en tonos grises.
La clientela parece realmente exclusiva.
No conozco a nadie, pero, por la ropa que llevan, por la manera en la que se mueven, incluso por cómo se miran, está claro que éste no es un lugar al que puedas acceder simplemente pagando una entrada.
—Espérame un segundo—me pide Santana.
Yo asiento y la observo mientras se acerca a una de las camareras y habla algo con ella. Antes de que me dé cuenta, echo un nuevo vistazo a mi alrededor, casi embobada.
Definitivamente, este sitio es diferente a cualquier otro.
Al volver a centrarme en Santana, me percato de que varias personas prácticamente se lo están comiendo con la mirada.
Con rapidez, aparto la vista y trago saliva.
Todas son preciosas, y las mujeres con unos cuerpos de vértigo.
Santana no les presta la más mínima atención, pero eso no impide que mis inseguridades y veintisiete años de complejos me sacudan de golpe.
¿Cómo es posible que una mujer como ella prefiera estar conmigo?
Cuando vuelvo a mirarla, ya tiene sus ojos negros posados en mí. Se humedece el carnoso labio inferior y camina en mi dirección. Se detiene exactamente a un par de centímetros y, sin tocarme con ninguna otra parte de su cuerpo, me besa con fuerza una sola vez.
Un beso que me devuelve al único sitio donde quiero estar y borra todos mis miedos de un plumazo.
—¿Estás lista?
—Para todo—respondo antes de que mi cerebro analice las palabras que pronuncian mis labios.
Santana me dedica su media sonrisa.
—Es un buen comienzo—sentencia, impregnando sus palabras de sensualidad pura.
Vuele a coger mi mano y me lleva hasta una puerta situada al fondo de la sala.
Las personas siguen mirándonos, pero ahora no me importa, estoy en mi propia nube.
Justo cuando estamos a punto de cruzar el umbral, la luz de la sala baja hasta quedar casi en penumbra. Una canción comienza a sonar muy suave, otra vez casi un susurro. Las sábanas caen del techo y descubren en el escenario una inmensa cama.
La chica canta desde ahí, arqueando la espalda entre una decena de almohadones al ritmo de la música. Reconozco la canción, es Good for you, de Selena Gómez, y en ese preciso instante me doy cuenta.
¡Es la propia Selena la que está cantando!
Miro de nuevo a Santana, boquiabierta, y ella me devuelve la mirada más que satisfecha por cómo me he quedado hipnotizada por el espectáculo y con el club en general.
—Vamos —me ordena.
En esa única palabra están impresas todas las emociones que he sentido desde que llegamos aquí, toda la sensualidad, todo el peligro, la idea de que en este lugar puede ocurrir cualquier cosa.
Tras un pequeño pasillo, Santana abre una nueva puerta, más pesada y ornamentada que las demás.
La misma canción suena más fuerte.
Entramos...Y lo que veo me deja sin palabras.
La sala es aún más grande que la anterior, con un escenario redondo en el centro.
En él, cinco chicas vestidas con una delicadísima lencería negra bailan sexis, perfectamente compenetradas con el ritmo de la música y con una reluciente fusta de montar a caballo como atrezo.
El escenario está bordeado por al menos una veintena de inmensas camas idénticas. En cada una de ellas, hay parejas besándose, disfrutando del espectáculo, de todos los espectáculos de todas las camas en realidad, donde dan rienda suelta a sus fantasías: bondage, dominación, sado, mirar, ser mirado... Es como una bacanal romana llena de lencería de La Perla, elegancia y una sensualidad desbordante.
Todo lo que quieras.
Todo lo que desees puede hacerse realidad.
Santana me suelta la mano y desliza la suya por el final de mi espalda hasta alcanzar mi cadera. Aprieta con fuerza esa parte de mi cuerpo y me atrae hacia ella, encajándome a la perfección contra su pecho.
Se inclina sobre mí.
Sus labios acarician el lóbulo de mi oreja y todos mis músculos se tensan
deliciosamente.
—¿Querías ver la guarida del lobo, Niña Buena? Bueno aquí la tienes—susurra con su voz más femenina—Bienvenida al Archetype.
Tanteo otras empresas de inversiones, hablo con Charlie, el hermano del señor Figgins, y reviso cada subasta pública, OPA o salida a bolsa de grandes compañías buscando un movimiento de compraventa que pudiese beneficiarnos.
No encuentro nada.
—¿Todavía estás aquí?—pregunta Mercedes, asomando la cabeza por la puerta de mi despacho—Es tardísimo. Vámonos a cenar.
Observo el reloj en la esquina inferior de la pantalla de mi Mac por inercia.
Son más de las ocho.
Miro a mi espalda y tuerzo el gesto al comprender que se ha hecho de noche y ni siquiera me he dado cuenta.
—No puedo—respondo aun así—Tengo que trabajar.
Abro la siguiente carpeta.
Necesito hallar la manera de deshacerme del comprador sin traicionar a Santana.
No puedo traicionar a Santana.
—¿Decisiones importantes? —inquiere.
—Mucho —prácticamente bufo.
—Bueno siento repetirme—replica abriendo la puerta por completo y entrando—, Pero sabes que, para tomar decisiones importantes, antes tienes que despejar la mente. Llevas encerrada en este despacho más de seis horas. Por mucho que sigas estrujándote el cerebro, no va a salir nada bueno de ahí.
La miro sopesando sus palabras.
Creo que tiene razón.
Cabeceo.
De todos modos, no quiero moverme de aquí.
—Sabes que tengo razón—apostilla, sabiendo perfectamente lo que acabo de decirme a mí misma—Vámonos a cenar y, si después quieres traer tu culo blanco de nuevo hasta aquí, yo misma te acompañaré.
Refunfuño un poco más, pero acabo aceptando.
Vamos a un pequeño gastropub cerca de Madison Avenue.
Ya tengo una hamburguesa con queso con una pinta realmente deliciosa delante cuando me revuelvo incómoda en mi silla.
—Me siento culpable —confieso—. Debería estar en la oficina.
—Se acabó —protesta indignadísima Mercedes.
En un rápido movimiento, coge mi bolso de la silla entre las dos y comienza a rebuscar frenética en él. No entiendo qué hace, pero entonces saca mis llaves de la oficina y mi BlackBerry y se las guarda en el bolsillo de su vestido estampado de Marc Jacobs.
—¿Qué haces? —me quejo.
—Aquí lo importante es lo que vas a hacer tú —dice devolviéndome el bolso—Vas a terminarte esa hamburguesa y vas a irte donde quieras, menos a la oficina—me aclara—, Y vas a distraerte. Necesitas dejar de pensar cinco malditos minutos o vas a volverte loca.
—No puedo.
—Brittany, te conozco. ¿Crees que no sé qué, sea lo que sea lo que te está pasando, te tiene muy preocupada?
No sé qué contestar y me siento culpable de nuevo, aunque por unos motivos completamente diferentes.
Me gustaría poder contárselo todo.
Nunca, desde que nos conocemos, nos hemos ocultado nada, pero implicaría tener que hablarle de todo lo que está ocurriendo con la empresa y el nuevo comprador, preocuparla; sincerarme acerca de Santana, decirle que nos estamos acostando, pero que no tengo la más remota idea de lo que hay entre nosotras y, sobre todo, confesarle que estoy enamorada de ella y preocuparla todavía más.
—Siento muchísimo no poder contártelo.
La expresión de Mercedes cambia al instante.
Sonríe llena de amor y me agarra las dos manos.
—Lo sé, y también sé que, cuando estés preparada, lo harás—sentencia.
Sonrío.
A veces no sé qué haría sin ella y Saint Lake City.
—Tienes que desconectar—me anuncia—, Descansar, y mañana verás las cosas muchísimo más claras. Yo me ocupo de todo en tu departamento—se adelanta a mi siguiente objeción, pero frunzo el ceño.
No puedo desaparecer de casa sin más.
—Tú sal a distraerte—continúa alzando las manos—, Bébete una copa, prueba a ligar—enarca las cejas con demasiada efusividad y no tengo más remedio que echarme a reír—No sé, lo que te apetezca, pero des-co-nec-ta.
La observo sopesando sus palabras y, para qué negarlo, pensando en cómo robarle las llaves de la oficina.
Sin embargo, tras poco más de un minuto, me doy cuenta de que tiene razón.
Si volviese ahora al despacho, sólo me agobiaría pensando en el señor Figgins y en todos los que trabajan ahí... Necesito un poco de aire.
—Está bien —claudico.
—Genial —sentencia satisfecha.
Le doy el primer bocado a mi hamburguesa y ella hace lo mismo con su sándwich.
Unos veinte minutos después, nos despedimos en la parada de metro de la 50.
He intentado convencerla para que, por lo menos, me deje volver a casa, pero, según ella, me metería en la cama con un montón de carpetas y tampoco conseguiría dejar de pensar en el trabajo.
Así que, sola, en mitad de una calle cualquiera de Manhattan, tengo que pensar qué hacer.
La respuesta llega casi automáticamente.
Santana ya debe de haber terminado la reunión. Quizá esté en su oficina.
Sonrío algo tímida, recorro la manzana que me separa de la Sexta Avenida y comienzo a caminar hasta el 1375.
El portero me deja pasar y subo hasta la planta sesenta. A mi paso, las luces van encendiéndose. La oficina de Charlie Figgins ya está cerrada y en Wilde, López y Fabray todo parece también muy tranquilo.
Quizá se haya marchado ya a casa.
No sé por qué he dado por hecho que estaría aquí.
—Buenas noches—me saluda una chica con una amable sonrisa desde detrás del mostrador de recepción—, ¿En qué puedo ayudarla?
—Buenas noches, estaba buscando a...
—Yo me ocupo, Sugar.
La voz me resulta familiar y me giro para comprobar a quién pertenece. Sonrío cuando veo a Kitty Wilde caminando hacia mí.
—Hola—la saludo.
—Hola, Brittany—me sonríe y deja unos documentos sobre el mostrador de recepción—Tres copias y súbelo a los iPad—informa a su empleada.
Ella asiente y le dedica una caída de pestañas muy cerca del aleteo a la vez que recoge los papeles y sonríe nerviosa.
No la culpo.
Trabajar en esta oficina tiene que ser como una tortura china.
Tienes tres jefas y las tres parece que se han escapado de una convención de modelos.
—Imagino que vienes a ver a la embaucadora que tengo por socia.
—Ese mismo—respondo con una sonrisa.
Kitty me la devuelve y me hace un gesto para que avance delante de él. Al pasar junto al despacho con las paredes de cristal, no puedo evitar bajar la cabeza avergonzada al tiempo que una nueva sonrisa se apodera de mis labios.
¿Sabrán Kitty y Quinn el espectáculo que Mercedes y yo montamos aquí?
Espero que no.
—Están en la sala de reuniones—me informa.
¿Están?
Imagino que se refiere a Santana y Quinn.
—Si estaban reunidos o algo parecido, puedo volver en otro momento—me disculpo.
¿Por qué no se me habrá ocurrido rescatar mi BlackBerry de manos de mi queridísima amiga y llamar antes de venir?
«Porque estabas un poco... impaciente.»
Kitty niega con la cabeza.
A unos pasos de la sala se oye un sonido muy rápido, como el de una palmada, y a alguien estallar en risas.
—Marley Rose, eres la peor jugadora del mundo—protesta Santana divertida.
Frunzo el ceño confusa e involuntariamente miro a Kitty. Sonríe y me indica con la mano la puerta que debemos traspasar. Bajo el umbral, ya puedo ver a Santana.
Está sentada en una enorme mesa de madera con las manos extendidas y, sobre las de ella, las de una chica muy guapa y muy joven con un precioso vestido.
No puede ser verdad, ¿están jugando a manitas calientes?
—Tienes que intimidarme—la reta Santana—Dedícame tu peor mirada.
Ella entorna los ojos, pero apenas un segundo después frunce los labios y acaba echándose a reír.
Quinn, sentado en una de las sillas al otro lado de la mesa, sonríe sincera sin levantar la vista de los documentos que revisa.
—¿Ésa es tu peor mirada?—se mofa Santana entre risas—Vamos a tener que decirle a tu novia que te enseñe un par.
Kitty sonríe con una arrogante satisfacción cuando oye la palabra novia. Creo que no me equivoco al decir que ella es la dueña de ese título.
—La culpa es tuya—contraataca Marley—Deja de sonreír.
La entiendo perfectamente.
—No estoy sonriendo—replica muy seria Santana.
La chica entorna los ojos de nuevo, pero, cuando más concentrada está, Kitty sonríe enseñándole todos los dientes, ella rompe a reír y la golpea en las palmas.
—Tramposa—protesta divertida Marley.
—Tres a uno—responde en absoluto arrepentida.
—Mira lo que tengo que aguantar—susurra Kitty ladeando la cabeza hacia mí.
Yo sonrío, me devuelve el gesto y finalmente entra:
—López, tienes visita—le avisa dirigiéndose hacia la mesa.
Santana alza la mirada, y, al encontrarse con la mía, su sonrisa se ensancha.
Marley de pronto se pone tensísima. Santana vuelve a prestarle atención, aparta las manos que aún tenía bajo las de ella y, con una sonrisa enorme, me señala con un leve gesto de cabeza.
Marley mira a Kitty, que también le sonríe y, tras dar un suspiro enorme, comienza a caminar hacia mí con el paso lento e inseguro.
Yo las observo sin entender nada.
Miro a Santana por encima del hombro de Marley y Kitty me guiña un ojo.
—Hola, soy Marley Rose—se presenta a punto del tartamudeo.
—Encantada—respondo—, Me llamo Brittany, Brittany Pierce.
Vuelve a suspirar.
Santana, Kitty y Marley nos observan en silencio, pero Kitty lo hace de una manera más intensa, un gesto llena de protección pero también de un amor casi infinito.
Finalmente Marley parece armarse de valor y me tiende la mano.
Yo arrugo la frente confusa.
Es una situación de lo más simple, una sencilla presentación, y, sin embargo, tengo la sensación de que estamos dando pasos de gigante.
Cuando se la estrecho, todo su cuerpo parece tensarse hasta un límite insospechado y tan sólo un segundo después sonríe nerviosa, incluso un poco desbocada, pero verdaderamente feliz.
No puedo evitar que el gesto se contagie a mis labios y, con ese intercambio de sonrisas, toda la tensión de la habitación se deshace.
—Encantada de conocerte—añade todavía con una sonrisa de oreja a oreja y, feliz, corre hacia Kitty, que, sentado en el borde de la elegante mesa, la estrecha entre sus brazos tomándola por la muñeca y le da un beso de película en mayúsculas.
Ese beso ha sido una recompensa en toda regla.
—¿Qué haces aquí, Niña Buena?—pregunta Santana ya frente a mí.
Su voz me distrae y me hace caer de lleno en su red.
¿Cómo puede sonar tan increíblemente femenina?
Abro la boca dispuesta a decir algo, pero la cierro. Vuelvo abrirla y vuelvo a cerrarla.
No sé por qué he venido.
Sólo quería estar con ella.
—No lo sé —digo al fin.
Santana entorna los ojos, estudiándome.
—Ven—dice al fin, cogiéndome de la muñeca y sacándome de la sala de reuniones.
—Hasta luego—me despido, pero no creo que ninguna haya podido oírme.
Cuando sólo nos hemos alejado unos pasos, su mano se desliza contra la mía y entrelaza nuestros dedos.
Cada vez que hace eso, lo hace llena de familiaridad, como si fuera la opción más natural entre nosotras, y su cuerpo manda un mensaje al mío: estamos conectadas.
Cruzamos el pasillo, volvemos a la recepción y tomamos el corredor opuesto.
Santana abre la segunda puerta con la que nos topamos y nos hace entrar. No puedo evitar que un suspiro de pura admiración se me escape.
¡Es un despacho espectacular!
Hay dos estanterías blancas envejecidas repletas de libros y lo que parece un centenar de tratados sobre derecho. En la pared opuesta hay un mullido sofá y en el centro, dominándolo todo, un precioso escritorio.
A sus lados no hay ningún mueble ni archivador, como si no quisiese que nada lo molestase cuando está metido en su burbuja de números, leyes y prospectos empresariales.
Es la mesa de alguien que adora su trabajo y realmente disfruta.
Santana cierra la puerta a mi espalda y me obliga a darme la vuelta. El movimiento, como pasó con su voz hace sólo unos minutos, consigue devolverme de nuevo a su red.
A veces me asusta lo sencillo que le resulta que todo lo demás deje de existir para mí.
—¿Qué pasa, Brittany?
—No pasa nada —me apresuro a responder.
Santana enarca las cejas.
Está claro que no me cree.
—¿Te he contado alguna vez que, cuando mientes, arrugas la nariz?—comenta socarrón.
—Bueno entonces no quiero contártelo, López—replico insolente, cruzándome de brazos.
—Britt—me reprende con suavidad.
—Estoy preocupada—me sincero al fin—...Nerviosa—rectifico—...Un poco. Y pensé que quizá tú podrías distraerme—pronuncio al fin en un murmuro.
—¿Distraerte? —repite divertida.
Asiento escondiendo un labio bajo el otro.
—Sí —me reafirmo.
—Distraerte, ¿hablando? —continúa burlona.
—Santana—me quejo—, Distraernos desnudas.
Me está torturando y lo está pasando en grande, la Guapísima Gilipollas.
—Cuando estoy contigo, me olvido de todo—me explico, encogiéndome de hombros, disculpándome—no creo que a ella le pase lo mismo, ni siquiera que sea lo que quiere escuchar—Y eso es lo que necesito.
Santana me observa durante un par de segundos que se me hacen eternos.
—¿Desnudas?—pregunta al fin, riéndose de mí.
—Mejor me marcho—replico asesinándola con la mirada y echando a andar hacia la puerta.
—Ven aquí—sentencia con una sonrisa, cogiéndome de la muñeca, estrechándome contra su cuerpo y besándome—Por supuesto que voy a distraerte—me lleva contra la puerta y sus manos vuelan hasta mi trasero.
Una parte de mí quiere seguir pensando, pero con cada caricia de su boca es más y más difícil.
He soltado los mandos de la nave y se los he entregado a ella.
Fabrica un reguero de besos desde mis labios a mi mandíbula, mi cuello, mi hombro. Me muerde con fuerza y espera a mi gemido para apretar un poco más y sentir cómo mi cuerpo se derrite contra el suyo.
—San—murmuro.
—Quiero llevarte a un sitio—me propone en un ronco susurro, atrapando mi mirada con sus increíbles ojos negros.
Ha sonado misteriosa, casi mágica, dejándome claro, sin usar una sola palabra más, que, sea donde sea que pretende llevarme, lo pasaré deliciosamente bien.
—De acuerdo —musito.
Salimos de su oficina.
El imponente Jaguar negro nos espera en la puerta. Santana intercambia un par de palabras con el conductor justo antes de acomodarse en el asiento de atrás conmigo.
Al arrancar, el equipo de música se activa y comienza a sonar una canción que no reconozco.
Lo hace muy bajito, como si la chica susurrara cada palabra en lugar de cantarla.
Santana me observa lleno de descaro. Sus ojos están repletos de un genuino deseo, ávido y hambriento, y toda la excitación crece y burbujea dentro de mí.
Si la diosa del sexo tiene ganas de lo que está por venir, es que debe ser algo sencillamente espectacular.
El chófer gira por la 50 Este y, unos segundos después, parecemos habernos adentrado en una especie de callejón.
Al bajarnos del vehículo, no puedo evitar mirar a mi alrededor curiosa.
Todo se ha vuelto más misterioso, más peligroso, pero también más sensual.
Santana vuelve a coger mi mano y caminamos hasta una puerta de hierro oscura y con aspecto realmente pesada, protegida por una mujer con cara de pocos amigas.
El portero le hace un gesto con la cabeza a Santana a modo de saludo y nos abre.
Me siento como si estuviésemos a punto de cruzar el umbral de un club clandestino.
Es muy emocionante.
Santana aprieta mi mano, me sonríe. Una nueva puerta frente a nosotras se abre y con ella se despliega el lugar más sexy y sofisticado que he visto nunca.
La decoración, las mesas y los íntimos sofás que las albergan son de unos suaves tonos grises y negros, mezclados con destellos de rojo justo en los lugares precisos.
Una barra enorme bordea toda la pared y, tras ella, varias camareras vestidas de pin-up se mueven diligentes.
Al fondo hay un pequeño escenario y, sobre él, cuelgan dos inmensas telas, también en tonos grises.
La clientela parece realmente exclusiva.
No conozco a nadie, pero, por la ropa que llevan, por la manera en la que se mueven, incluso por cómo se miran, está claro que éste no es un lugar al que puedas acceder simplemente pagando una entrada.
—Espérame un segundo—me pide Santana.
Yo asiento y la observo mientras se acerca a una de las camareras y habla algo con ella. Antes de que me dé cuenta, echo un nuevo vistazo a mi alrededor, casi embobada.
Definitivamente, este sitio es diferente a cualquier otro.
Al volver a centrarme en Santana, me percato de que varias personas prácticamente se lo están comiendo con la mirada.
Con rapidez, aparto la vista y trago saliva.
Todas son preciosas, y las mujeres con unos cuerpos de vértigo.
Santana no les presta la más mínima atención, pero eso no impide que mis inseguridades y veintisiete años de complejos me sacudan de golpe.
¿Cómo es posible que una mujer como ella prefiera estar conmigo?
Cuando vuelvo a mirarla, ya tiene sus ojos negros posados en mí. Se humedece el carnoso labio inferior y camina en mi dirección. Se detiene exactamente a un par de centímetros y, sin tocarme con ninguna otra parte de su cuerpo, me besa con fuerza una sola vez.
Un beso que me devuelve al único sitio donde quiero estar y borra todos mis miedos de un plumazo.
—¿Estás lista?
—Para todo—respondo antes de que mi cerebro analice las palabras que pronuncian mis labios.
Santana me dedica su media sonrisa.
—Es un buen comienzo—sentencia, impregnando sus palabras de sensualidad pura.
Vuele a coger mi mano y me lleva hasta una puerta situada al fondo de la sala.
Las personas siguen mirándonos, pero ahora no me importa, estoy en mi propia nube.
Justo cuando estamos a punto de cruzar el umbral, la luz de la sala baja hasta quedar casi en penumbra. Una canción comienza a sonar muy suave, otra vez casi un susurro. Las sábanas caen del techo y descubren en el escenario una inmensa cama.
La chica canta desde ahí, arqueando la espalda entre una decena de almohadones al ritmo de la música. Reconozco la canción, es Good for you, de Selena Gómez, y en ese preciso instante me doy cuenta.
¡Es la propia Selena la que está cantando!
Miro de nuevo a Santana, boquiabierta, y ella me devuelve la mirada más que satisfecha por cómo me he quedado hipnotizada por el espectáculo y con el club en general.
—Vamos —me ordena.
En esa única palabra están impresas todas las emociones que he sentido desde que llegamos aquí, toda la sensualidad, todo el peligro, la idea de que en este lugar puede ocurrir cualquier cosa.
Tras un pequeño pasillo, Santana abre una nueva puerta, más pesada y ornamentada que las demás.
La misma canción suena más fuerte.
Entramos...Y lo que veo me deja sin palabras.
La sala es aún más grande que la anterior, con un escenario redondo en el centro.
En él, cinco chicas vestidas con una delicadísima lencería negra bailan sexis, perfectamente compenetradas con el ritmo de la música y con una reluciente fusta de montar a caballo como atrezo.
El escenario está bordeado por al menos una veintena de inmensas camas idénticas. En cada una de ellas, hay parejas besándose, disfrutando del espectáculo, de todos los espectáculos de todas las camas en realidad, donde dan rienda suelta a sus fantasías: bondage, dominación, sado, mirar, ser mirado... Es como una bacanal romana llena de lencería de La Perla, elegancia y una sensualidad desbordante.
Todo lo que quieras.
Todo lo que desees puede hacerse realidad.
Santana me suelta la mano y desliza la suya por el final de mi espalda hasta alcanzar mi cadera. Aprieta con fuerza esa parte de mi cuerpo y me atrae hacia ella, encajándome a la perfección contra su pecho.
Se inclina sobre mí.
Sus labios acarician el lóbulo de mi oreja y todos mis músculos se tensan
deliciosamente.
—¿Querías ver la guarida del lobo, Niña Buena? Bueno aquí la tienes—susurra con su voz más femenina—Bienvenida al Archetype.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 11 - P III
Capitulo 11 - Parte III
Brittany
Quiero decir algo, pero no sé qué.
Estoy conmocionada, excitada.
Mi curiosidad y mi libido se han aliado y han tomado el control de mi cuerpo.
Santana nos guía entre la multitud, sumergiéndonos poco a poco en este universo paralelo donde todo está permitido.
No puedo dejar de mirar cada escena que nos encontramos, de imaginarnos en ella.
Santana me observa y sonríe.
Creo que estoy reaccionando exactamente como quería.
Cuando salimos de la sala, tengo la respiración agitada y un millón de sensaciones a flor de piel.
Recorremos un pasillo muy parecido al primero y llegamos a lo que parece una habitación privada.
Santana me deja en el centro de la estancia y camina hasta una pequeña mesita, que hace las funciones de minibar, y se sirve una copa.
Mientras, yo observo cada detalle.
La elegancia y la sofisticación parecen la norma aquí y siguen muy presentes en esta sala. Hay algunos muebles de aspecto vintage, pero todo queda eclipsado por una enorme cama de metal.
—¿Te gusta? —pregunta a mi espalda.
Suspiro al darme cuenta de que no sé cuánto tiempo llevo observando la cama, y me giro despacio.
—Sí —respondo tratando de no sonar demasiado impresionada. No sé si lo consigo—, Este sitio es increíble, Santana.
Sonríe y le da un trago a su vaso con Glenlivet. Me observa de arriba abajo por encima del cristal, lleno del mismo descaro de siempre y con un deseo salvaje centelleando en su mirada. Al bajar la copa, sonríe de nuevo y todo mi cuerpo se rinde a ella.
Lucho por mantenerle la mirada y por dentro respiro hondo con la esperanza de encontrar un poco de seguridad extra y poder conservar el control sobre mí misma un poco más.
—Siempre vamos muy rápido, contra la pared, arrancándote la ropa...—comienza a decir con un brillo arrogante—Sólo puedo pensar en follarte como una loca.
Santana deja la copa sobre uno de los muebles, tomándose su tiempo.
Vuelve a colocarse frente a mí y, por sorpresa, me obliga a girarme. Gimo despacio por su brusquedad y mi respiración se acelera.
—Hoy vamos a ir despacio—prosigue—Vamos a jugar—susurra en mi oído.
Maldita sea, ha sido lo más sensual que he oído nunca.
Me baja la cremallera lentamente, mueve los tirantes de mi vestido por mis hombros y la prenda cae a mis pies.
En ese preciso instante, la misma canción que Selena Gómez cantaba en la sala principal y las chicas bailaban en la otra comienza a sonar.
—Vuélvete —me ordena.
Obedezco.
El corazón me late desbocado.
Alzo la mirada y la suya me atrapa por completo.
La idea de que Santana es sexo reluce en todo su esplendor entre estas cuatro paredes.
Todo, cada gesto, cada mirada, implican un sexy dominio.
Es la dueña del control, el pecado, el deseo y todo el placer del mundo.
Alza la mano y me acaricia el labio inferior con el pulgar. Baja despacio por mi cuello, el valle entre mis pechos, mis costillas, mi estómago.
La canción retumba en mis oídos, describiendo peligrosamente cómo mi piel se ha sincronizado con su respiración, las ganas que tengo de ser, en esta cama, en esta habitación, lo mejor para ella.
Me besa dejándome con ganas de más y su boca sigue el camino que han marcado sus manos, besándome, chupándome, mordiéndome.
Se acuclilla frente a mí.
Me acaricia la pelvis con la nariz y su aliento calienta mi piel por encima de la tela de mis bragas.
Gimo y lucho por mantenerme en pie.
Levanta la mirada y me observa arrogante, mientras me besa el ombligo, las caderas, la cara interior de los muslos, a la vez que sus manos aprietan con fuerza mi trasero.
El ambiente entre las dos se hace más sensual con cada bocanada de aire que tomamos, aislándonos del mundo.
Se incorpora triunfal y sus ojos en seguida atrapan los míos.
Mi pecho se hincha preso de mi respiración acelerada y choca con su perfecto traje a medida. Alza las manos y desabrocha mi sujetador, que cae al suelo en cuestión de segundos.
Me dedica su media sonrisa, más dura y sexy que nunca.
Sólo necesita su mirada para dominarme, y lo sabe.
—Santana—jadeo.
Necesito desesperadamente que me bese.
Pero Santana me chista y vuelve a recorrer mi pecho desnudo.
Cada caricia es una condena.
Estoy sobreexcitada, sobreestimulada, y ella sabe perfectamente cómo me está torturando, sin que el placer llegue del todo, sólo dándome un aperitivo de lo increíble que será cuando ella decida que me lo he ganado.
Pellizca mi pezón mientras su otra mano baja y vuelve a acariciarme por encima de la tela, apartándose cuando muevo las caderas en busca de más.
—Por favor —gimoteo.
Santana sonríe con toda esa frialdad, incluso esa distancia.
Mueve sus manos hasta agarrarme por las caderas y, cogiéndome por sorpresa, me rompe las bragas de un brusco tirón. El chasquido atraviesa el
ambiente, entremezclado con mi gemido.
Sin darme tiempo a reaccionar, me lleva contra la pared, atrapa mis manos por encima de mi cabeza y las sujeta con una de las suyas, mientras la otra se desliza en mi interior y me penetra sin preámbulos.
Grito al sentir sus dedos y la más pura satisfacción vuelve a recorrer su mirada.
La canción retumba en mis oídos.
—Me gusta que supliques, Niña Buena—susurra contra mi boca sin llegar a besarme, sin dejar de mirarme.
Maldita sea, no puedo pensar.
Bombea en mi interior lleno de habilidad, acariciándome en cada punto exacto, demostrándome quién es la dueña del control, de mi cuerpo, de todo mi placer.
Me aprieto contra ella y mi piel desnuda otra vez se encuentra con su camisa impolutamente blanca, con su traje de corte italiano, y toda la sensualidad se multiplica por mil.
Cierro los ojos.
Mi espalda se arquea, mi cuerpo se tensa.
Trato de soltarme, pero no me lo permite.
Acalla mis gemidos con su boca.
Me acaricia.
Me embiste.
Me muerde.
Me besa.
¡Joder!
Me corro contra su mano, sintiendo que mis piernas se vuelven plastilina y todo el placer centellea por mi cuerpo sin darme un solo segundo de tregua.
Santana me suelta las manos y sale de mí mientras yo trato de normalizar mi respiración.
—Mírame —me ordena.
Abro los ojos sin dudar y ella me recompensa con su media sonrisa.
—Túmbate en la cama y no te muevas.
Me tapo un labio con otro y asiento, preguntándome si seré capaz de cubrir la pequeña distancia que me separa del mueble.
Santana se inclina sobre mí y se queda a escasos, escasísimos, centímetros de mi boca.
Su olor me sacude y mi corazón vuelve a dispararse.
—Ahora, Niña Buena —me advierte.
Asiento de nuevo y camino bajo su atenta mirada hasta tumbarme en el colchón. Santana me observa unos segundos y anda despacio, repleto de toda esa femenina seguridad, hasta la cama.
Acaricia las sábanas blancas con la punta de los dedos y comienza a caminar rodeando la estructura. Lentamente, se libera de la chaqueta, se deshace de su camisa y sujetador.
Me encantan sus pechos.
Mi mirada vuela sobre cada una de los tatuajes que, bajo esta luz y, sobre todo, en este lugar, se vuelven más oscuros, más peligrosos, y acabo deleitándome sus pantalones.
La poderosa ejecutivo de Nueva York ha desaparecido.
Esta Santana es la que vivía en Portland Este, la que se pelea en bares de mala muerte, la que acaba en comisaría, la mujer que no quiere que la salven.
Va hasta uno de los muebles, coge algo que no alcanzo a ver y regresa a la cama. Deja eso que no he podido distinguir sobre el colchón y avanza sobre mi cuerpo, llamándolo a cada centímetro que recorre, hasta que se queda sobre mí, con una rodilla a cada lado.
De cerca no puedo evitar contemplarla casi admirada.
Tiene un cuerpo de infarto y los tatuajes no hacen más que agrandar su leyenda.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunta engreída.
—Sí —murmuro entregada.
Santana sonríe y automáticamente sé que esa respuesta me traerá, aproximadamente, una semana de burlas.
La verdad es que no me importa.
—Levanta las manos por encima de la cabeza.
Obedezco y observo cómo recoge una de las cosas que dejó en la cama.
Son unas esposas.
Mi respiración se evapora mientras siento el primer grillete cerrarse alrededor de mi muñeca. La cadena resuena al pasar entre los barrotes metálicos de la cama.
Cuando inmoviliza mi otra muñeca, Santana sonríe contemplando su obra y a continuación lleva su mirada hasta mis ojos.
La curiosidad sigue ganando a cualquier otro sentimiento, pero ahora también estoy nerviosa, incluso un poco inquieta.
Santana vuelve a estirar una mano por la cama y recoge otra cosa: un antifaz.
Vuelvo a sentir que me falta el aire.
Creo que la situación me está superando.
No sé si seré capaz.
Santana me coloca el trozo de tela con sumo cuidado y lo baja hasta tapar mis ojos por completo.
Los nervios aumentan.
La inquietud también.
Nunca he estado en una situación así.
Muevo las muñecas, intentando soltarme.
No puedo.
—San—susurro.
Me chista suavemente mientras noto el peso de su cuerpo tapar el mío. Coloca sus manos sobre las mías y automáticamente dejo de moverlas inconexa.
—¿Confías en mí? —inquiere.
Su voz me tranquiliza y me doy cuenta de que no tengo que pensar la respuesta a esa pregunta.
Mi cuerpo la conoce sin dudas, sin temores, y de golpe los nervios y la inquietud desaparecen y sólo queda ella.
—Sí —respondo.
—Buena chica.
Su tono se agrava con esas dos palabras justo antes de besarme como recompensa. Cuando todo mi cuerpo se rinde a ella, Santana se separa despacio.
—Si te corres antes de que yo diga que puedes hacerlo, te castigaré.
Trago saliva y asiento despacio.
Siento su cuerpo desplazarse por la cama y apenas unos segundos después comienza a besarme el cuello, los pechos, hasta llegar una vez más a mi pelvis.
Su boca calienta mi piel y sus dedos me acarician.
Llega a mi sexo y sus besos se vuelven más húmedos, más largos, más
perfectos.
Gimo una y otra vez.
El antifaz y las esposas lo intensifican todo.
No voy a poder aguantar.
—Santana... yo... no —jadeo.
Me pellizca el clítoris, lo calma con su lengua.
El placer serpentea por todo mi cuerpo.
Dios. Dios.
¡Dios!
Grito.
¡Todo se vuelve eléctrico!
Y un orgasmo maravilloso me recorre de pies a cabeza.
Santana chasquea la lengua contra el paladar y automáticamente el sonido se abre paso entre mis jadeos. Guardo silencio y me quedo muy quieta, recordando su amenaza.
—¿Qué voy a hacer contigo, Niña Buena?—me advierte de nuevo—Tendremos que volver a empezar.
Todo mi cuerpo se tensa antes siquiera de que me toque.
Comienza a besarme, a acariciarme de nuevo. Mi cuerpo agitado responde al primer contacto y se arquea cubierto de una suave capa de sudor.
Sólo necesita penetrarme con sus dedos una vez para colocarme al borde del precipicio.
—Santana —gimo.
No quiero correrme, pero ni siquiera tengo opción.
Santana mueve los dedos. Me besa, me chupa, me muerde y vuelvo a hacerlo soltando un alarido.
Santana se separa despacio de mí y avanza por mi cuerpo.
—Otra vez me has desobedecido —pronuncia contra mi boca.
—Yo...
Mi voz se evapora cuando vuelve a hundir sus dedos dentro de mí, una sola vez. Mueve la mano y esparce los restos de mi propia excitación por mis labios justo antes de besarme con fuerza, disfrutando de mí a través de mi boca.
Gimo de nuevo.
Nunca había vivido algo tan sensual.
—Ya sabes cuál es el castigo—sentencia, separándose un único centímetro de mí.
Y sin previo aviso, me embiste con tres dedos y con fuerza.
—¡Santana! —grito.
El deseo se vuelve eléctrico, delicioso, demoledor.
Tiro de mis manos sin sentido.
¡Voy a partirme en pedazos!
Santana hunde su cara en mi cuello y me muerde con fuerza a la vez que hace un delirante círculo con los dedos.
Toco el paraíso con la punta de los dedos.
—No puedo —jadeo con la voz entrecortada—. No puedo.
—Sí que puedes—replica Santana castigadora, con la voz entrecortada, acariciando con sus labios el lóbulo de mi oreja—Vas a poder porque yo quiero que puedas. Tu cuerpo es mío. Tú eres mía, Niña Buena—susurra—Sólo mía.
Sus palabras me enloquecen y me llenan de una manera que ni siquiera entiendo, conectándome a ella para siempre, grabando a fuego en mi piel la idea de que jamás me sentiré en los brazos de ninguna otra persona como me siento estando en los suyos.
Sigue moviéndose, sigue embistiéndome, subiendo más y más alto con cada empellón de sus dedos, creando un universo de sexo y placer sólo para mí.
—Dios —gimo.
—Córrete —ruge—. Dámelo todo.
Y obedezco sin dudar.
Mi cuerpo se deja ir, salto al vacío una vez más, a mi wanderlust del sexo, a
toda mi excitación, a mis diecisiete años, a mi placer.
—¡Santana! —grito.
Y llego al orgasmo con su nombre en mis labios, temblando, llena de luz, de placer, llena de ella.
—Joder —sisea.
Saca sus dedos de mi y se acomoda y me embiste un vez y se pierde en mi con un juramento ininteligible en los labios y susurrando mi nombre.
Ha sido espectacular.
Santana me quita el antifaz y, hábil, se deshace de las esposas. Baja mis manos con cuidado y, despacio, comienza a masajearlas justo antes de besarme con ternura cada una.
No se mueve de encima de mí y yo tampoco quiero que lo haga.
—Santana, ¿qué somos?—pregunto en un murmuro antes de poder controlar mis propias palabras.
Ella me devuelve una mirada un poco confundida, como si fuese la última pregunta que se esperase.
No la culpo.
Probablemente sea el peor momento para hacerla.
—¿Qué quieres decir, Brittany?—inquiere frunciendo el ceño.
—Quiero decir justamente eso. Somos amigas, pero nos acostamos, y dices cosas como que soy tuya y yo...
Y yo realmente lo pienso.
Una verdad que ya han establecido mi corazón y mi cuerpo.
—Y tú, ¿qué?—su voz cambia, se recrudece.
Trago saliva.
—Y yo quiero saber si lo piensas de verdad—respondo envalentonándome—O es algo que sólo has dicho porque estábamos follando.
Santana calla unos segundos, estudiando mi rostro, sopesando la bomba de relojería que acabo de lanzar entre las dos.
—Brittany, tú y yo somos amigas, pero...
No sabe cómo seguir.
Otra vez no la culpo.
Todo esto se está complicando demasiado o quizá lo estamos complicando nosotras mismos, quién sabe.
—Pero ¿qué?—la presiono.
Necesito que diga lo que tiene que decir, caerme, volver a levantarme y seguir adelante con mi vida.
Santana exhala con fuerza todo el aire de sus pulmones sin levantar sus ojos de los míos.
—Pero también eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no voy a perderte.
—¿Qué? —musito.
Mi corazón se hincha y resplandece dentro de mi pecho.
Santana me observa un segundo más.
—Lo que estás oyendo, Britt—replica arisca.
Se levanta prácticamente de un salto y, malhumorada, recoge su ropa del suelo a toda velocidad y se viste, pagando con cada prenda toda la rabia que siente ahora mismo.
Yo me incorporo hasta sentarme en la cama y me tapo con la sábana blanca revuelta.
—No voy a arriesgarme a perderte—continúa sin mirarme—, Así que no voy a arriesgarme a tener una relación de verdad contigo, joderla y que desaparezcas de mi vida.
Quiero gritarle que se está equivocando, que no será así, que funcionará, pero en el fondo yo tampoco lo tengo claro.
Mi vida es complicada y ella parece huir precisamente de todas las complicaciones.
Sexo y nada más, ése ha sido su lema con las mujeres.
¿Por qué iba a cambiarlo por mí?
¿Por qué iba a salir bien?
—¿Te estás acostando con otras mujeres?
De pronto no puedo pensar en otra cosa.
Necesito saberlo.
Necesito desesperadamente oír un no.
Algo dentro de mí no deja de pensar que ésa es la barrera que nos separa.
Santana frunce el ceño casi imperceptiblemente, estudiando mi reacción de nuevo.
También necesita saber por qué se lo pregunto.
Finalmente traga saliva y sus ojos se endurecen sobre los míos. Sabe que su contestación va a alejarnos un poco más.
Ahora soy yo la que desune nuestras miradas.
Acabo de darme cuenta de que yo también conozco esa respuesta.
—Sí—dice al fin, con la voz dura, distante, llena de rabia—Y tú también deberías estar con otras personas. Encontrar a alguien que merezca la pena, Brittany—dice la frase como un autómata, como si fuera algo que se obliga a repetirse.
Cabeceo conteniendo las lágrimas.
—¿Por qué me dices eso? —prácticamente grito.
No quiero estar con ninguna otra mujer, ¡sólo me vales tú!
—¡Porque es la verdad! —responde furiosa.
No, no es la verdad.
Me niego a que sea la verdad.
No podemos tener sólo esa salida.
—¿Y si sale bien? —inquiero imprudente.
—¿De verdad lo piensas? —pregunta a su vez arisca.
—No lo sé.
Quiero saberlo, pero lo cierto es que no puedo.
He vuelto al mismo punto de partida.
Ni siquiera he sido capaz de contarle todo lo que hay en mi vida. Ella ni siquiera puede considerar esto algo exclusivo.
¿Qué futuro nos espera si, en el fondo, aunque ninguna de los dos lo quiera, no podemos confiar la una en la otra?
—Brittany—me llama, apoyando los puños cerrados en el colchón e inclinándose sobre mí—, Mírame a los ojos y dime que de verdad crees que podría salir bien.
La quiero, pero tengo demasiado miedo de que me haga daño.
—No saldría bien —respondo con la voz entrecortada.
La razón y las responsabilidades han ganado al corazón.
—¿Lo ves?—replica, decepcionada—, En el fondo tú también lo sabes—se incorpora y sonríe fingiendo que es su gesto de siempre; no lo consigue—Es tarde. Deberías volver a casa. El chófer te espera fuera para llevarte a tu departamento.
Estoy conmocionada, excitada.
Mi curiosidad y mi libido se han aliado y han tomado el control de mi cuerpo.
Santana nos guía entre la multitud, sumergiéndonos poco a poco en este universo paralelo donde todo está permitido.
No puedo dejar de mirar cada escena que nos encontramos, de imaginarnos en ella.
Santana me observa y sonríe.
Creo que estoy reaccionando exactamente como quería.
Cuando salimos de la sala, tengo la respiración agitada y un millón de sensaciones a flor de piel.
Recorremos un pasillo muy parecido al primero y llegamos a lo que parece una habitación privada.
Santana me deja en el centro de la estancia y camina hasta una pequeña mesita, que hace las funciones de minibar, y se sirve una copa.
Mientras, yo observo cada detalle.
La elegancia y la sofisticación parecen la norma aquí y siguen muy presentes en esta sala. Hay algunos muebles de aspecto vintage, pero todo queda eclipsado por una enorme cama de metal.
—¿Te gusta? —pregunta a mi espalda.
Suspiro al darme cuenta de que no sé cuánto tiempo llevo observando la cama, y me giro despacio.
—Sí —respondo tratando de no sonar demasiado impresionada. No sé si lo consigo—, Este sitio es increíble, Santana.
Sonríe y le da un trago a su vaso con Glenlivet. Me observa de arriba abajo por encima del cristal, lleno del mismo descaro de siempre y con un deseo salvaje centelleando en su mirada. Al bajar la copa, sonríe de nuevo y todo mi cuerpo se rinde a ella.
Lucho por mantenerle la mirada y por dentro respiro hondo con la esperanza de encontrar un poco de seguridad extra y poder conservar el control sobre mí misma un poco más.
—Siempre vamos muy rápido, contra la pared, arrancándote la ropa...—comienza a decir con un brillo arrogante—Sólo puedo pensar en follarte como una loca.
Santana deja la copa sobre uno de los muebles, tomándose su tiempo.
Vuelve a colocarse frente a mí y, por sorpresa, me obliga a girarme. Gimo despacio por su brusquedad y mi respiración se acelera.
—Hoy vamos a ir despacio—prosigue—Vamos a jugar—susurra en mi oído.
Maldita sea, ha sido lo más sensual que he oído nunca.
Me baja la cremallera lentamente, mueve los tirantes de mi vestido por mis hombros y la prenda cae a mis pies.
En ese preciso instante, la misma canción que Selena Gómez cantaba en la sala principal y las chicas bailaban en la otra comienza a sonar.
—Vuélvete —me ordena.
Obedezco.
El corazón me late desbocado.
Alzo la mirada y la suya me atrapa por completo.
La idea de que Santana es sexo reluce en todo su esplendor entre estas cuatro paredes.
Todo, cada gesto, cada mirada, implican un sexy dominio.
Es la dueña del control, el pecado, el deseo y todo el placer del mundo.
Alza la mano y me acaricia el labio inferior con el pulgar. Baja despacio por mi cuello, el valle entre mis pechos, mis costillas, mi estómago.
La canción retumba en mis oídos, describiendo peligrosamente cómo mi piel se ha sincronizado con su respiración, las ganas que tengo de ser, en esta cama, en esta habitación, lo mejor para ella.
Me besa dejándome con ganas de más y su boca sigue el camino que han marcado sus manos, besándome, chupándome, mordiéndome.
Se acuclilla frente a mí.
Me acaricia la pelvis con la nariz y su aliento calienta mi piel por encima de la tela de mis bragas.
Gimo y lucho por mantenerme en pie.
Levanta la mirada y me observa arrogante, mientras me besa el ombligo, las caderas, la cara interior de los muslos, a la vez que sus manos aprietan con fuerza mi trasero.
El ambiente entre las dos se hace más sensual con cada bocanada de aire que tomamos, aislándonos del mundo.
Se incorpora triunfal y sus ojos en seguida atrapan los míos.
Mi pecho se hincha preso de mi respiración acelerada y choca con su perfecto traje a medida. Alza las manos y desabrocha mi sujetador, que cae al suelo en cuestión de segundos.
Me dedica su media sonrisa, más dura y sexy que nunca.
Sólo necesita su mirada para dominarme, y lo sabe.
—Santana—jadeo.
Necesito desesperadamente que me bese.
Pero Santana me chista y vuelve a recorrer mi pecho desnudo.
Cada caricia es una condena.
Estoy sobreexcitada, sobreestimulada, y ella sabe perfectamente cómo me está torturando, sin que el placer llegue del todo, sólo dándome un aperitivo de lo increíble que será cuando ella decida que me lo he ganado.
Pellizca mi pezón mientras su otra mano baja y vuelve a acariciarme por encima de la tela, apartándose cuando muevo las caderas en busca de más.
—Por favor —gimoteo.
Santana sonríe con toda esa frialdad, incluso esa distancia.
Mueve sus manos hasta agarrarme por las caderas y, cogiéndome por sorpresa, me rompe las bragas de un brusco tirón. El chasquido atraviesa el
ambiente, entremezclado con mi gemido.
Sin darme tiempo a reaccionar, me lleva contra la pared, atrapa mis manos por encima de mi cabeza y las sujeta con una de las suyas, mientras la otra se desliza en mi interior y me penetra sin preámbulos.
Grito al sentir sus dedos y la más pura satisfacción vuelve a recorrer su mirada.
La canción retumba en mis oídos.
—Me gusta que supliques, Niña Buena—susurra contra mi boca sin llegar a besarme, sin dejar de mirarme.
Maldita sea, no puedo pensar.
Bombea en mi interior lleno de habilidad, acariciándome en cada punto exacto, demostrándome quién es la dueña del control, de mi cuerpo, de todo mi placer.
Me aprieto contra ella y mi piel desnuda otra vez se encuentra con su camisa impolutamente blanca, con su traje de corte italiano, y toda la sensualidad se multiplica por mil.
Cierro los ojos.
Mi espalda se arquea, mi cuerpo se tensa.
Trato de soltarme, pero no me lo permite.
Acalla mis gemidos con su boca.
Me acaricia.
Me embiste.
Me muerde.
Me besa.
¡Joder!
Me corro contra su mano, sintiendo que mis piernas se vuelven plastilina y todo el placer centellea por mi cuerpo sin darme un solo segundo de tregua.
Santana me suelta las manos y sale de mí mientras yo trato de normalizar mi respiración.
—Mírame —me ordena.
Abro los ojos sin dudar y ella me recompensa con su media sonrisa.
—Túmbate en la cama y no te muevas.
Me tapo un labio con otro y asiento, preguntándome si seré capaz de cubrir la pequeña distancia que me separa del mueble.
Santana se inclina sobre mí y se queda a escasos, escasísimos, centímetros de mi boca.
Su olor me sacude y mi corazón vuelve a dispararse.
—Ahora, Niña Buena —me advierte.
Asiento de nuevo y camino bajo su atenta mirada hasta tumbarme en el colchón. Santana me observa unos segundos y anda despacio, repleto de toda esa femenina seguridad, hasta la cama.
Acaricia las sábanas blancas con la punta de los dedos y comienza a caminar rodeando la estructura. Lentamente, se libera de la chaqueta, se deshace de su camisa y sujetador.
Me encantan sus pechos.
Mi mirada vuela sobre cada una de los tatuajes que, bajo esta luz y, sobre todo, en este lugar, se vuelven más oscuros, más peligrosos, y acabo deleitándome sus pantalones.
La poderosa ejecutivo de Nueva York ha desaparecido.
Esta Santana es la que vivía en Portland Este, la que se pelea en bares de mala muerte, la que acaba en comisaría, la mujer que no quiere que la salven.
Va hasta uno de los muebles, coge algo que no alcanzo a ver y regresa a la cama. Deja eso que no he podido distinguir sobre el colchón y avanza sobre mi cuerpo, llamándolo a cada centímetro que recorre, hasta que se queda sobre mí, con una rodilla a cada lado.
De cerca no puedo evitar contemplarla casi admirada.
Tiene un cuerpo de infarto y los tatuajes no hacen más que agrandar su leyenda.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunta engreída.
—Sí —murmuro entregada.
Santana sonríe y automáticamente sé que esa respuesta me traerá, aproximadamente, una semana de burlas.
La verdad es que no me importa.
—Levanta las manos por encima de la cabeza.
Obedezco y observo cómo recoge una de las cosas que dejó en la cama.
Son unas esposas.
Mi respiración se evapora mientras siento el primer grillete cerrarse alrededor de mi muñeca. La cadena resuena al pasar entre los barrotes metálicos de la cama.
Cuando inmoviliza mi otra muñeca, Santana sonríe contemplando su obra y a continuación lleva su mirada hasta mis ojos.
La curiosidad sigue ganando a cualquier otro sentimiento, pero ahora también estoy nerviosa, incluso un poco inquieta.
Santana vuelve a estirar una mano por la cama y recoge otra cosa: un antifaz.
Vuelvo a sentir que me falta el aire.
Creo que la situación me está superando.
No sé si seré capaz.
Santana me coloca el trozo de tela con sumo cuidado y lo baja hasta tapar mis ojos por completo.
Los nervios aumentan.
La inquietud también.
Nunca he estado en una situación así.
Muevo las muñecas, intentando soltarme.
No puedo.
—San—susurro.
Me chista suavemente mientras noto el peso de su cuerpo tapar el mío. Coloca sus manos sobre las mías y automáticamente dejo de moverlas inconexa.
—¿Confías en mí? —inquiere.
Su voz me tranquiliza y me doy cuenta de que no tengo que pensar la respuesta a esa pregunta.
Mi cuerpo la conoce sin dudas, sin temores, y de golpe los nervios y la inquietud desaparecen y sólo queda ella.
—Sí —respondo.
—Buena chica.
Su tono se agrava con esas dos palabras justo antes de besarme como recompensa. Cuando todo mi cuerpo se rinde a ella, Santana se separa despacio.
—Si te corres antes de que yo diga que puedes hacerlo, te castigaré.
Trago saliva y asiento despacio.
Siento su cuerpo desplazarse por la cama y apenas unos segundos después comienza a besarme el cuello, los pechos, hasta llegar una vez más a mi pelvis.
Su boca calienta mi piel y sus dedos me acarician.
Llega a mi sexo y sus besos se vuelven más húmedos, más largos, más
perfectos.
Gimo una y otra vez.
El antifaz y las esposas lo intensifican todo.
No voy a poder aguantar.
—Santana... yo... no —jadeo.
Me pellizca el clítoris, lo calma con su lengua.
El placer serpentea por todo mi cuerpo.
Dios. Dios.
¡Dios!
Grito.
¡Todo se vuelve eléctrico!
Y un orgasmo maravilloso me recorre de pies a cabeza.
Santana chasquea la lengua contra el paladar y automáticamente el sonido se abre paso entre mis jadeos. Guardo silencio y me quedo muy quieta, recordando su amenaza.
—¿Qué voy a hacer contigo, Niña Buena?—me advierte de nuevo—Tendremos que volver a empezar.
Todo mi cuerpo se tensa antes siquiera de que me toque.
Comienza a besarme, a acariciarme de nuevo. Mi cuerpo agitado responde al primer contacto y se arquea cubierto de una suave capa de sudor.
Sólo necesita penetrarme con sus dedos una vez para colocarme al borde del precipicio.
—Santana —gimo.
No quiero correrme, pero ni siquiera tengo opción.
Santana mueve los dedos. Me besa, me chupa, me muerde y vuelvo a hacerlo soltando un alarido.
Santana se separa despacio de mí y avanza por mi cuerpo.
—Otra vez me has desobedecido —pronuncia contra mi boca.
—Yo...
Mi voz se evapora cuando vuelve a hundir sus dedos dentro de mí, una sola vez. Mueve la mano y esparce los restos de mi propia excitación por mis labios justo antes de besarme con fuerza, disfrutando de mí a través de mi boca.
Gimo de nuevo.
Nunca había vivido algo tan sensual.
—Ya sabes cuál es el castigo—sentencia, separándose un único centímetro de mí.
Y sin previo aviso, me embiste con tres dedos y con fuerza.
—¡Santana! —grito.
El deseo se vuelve eléctrico, delicioso, demoledor.
Tiro de mis manos sin sentido.
¡Voy a partirme en pedazos!
Santana hunde su cara en mi cuello y me muerde con fuerza a la vez que hace un delirante círculo con los dedos.
Toco el paraíso con la punta de los dedos.
—No puedo —jadeo con la voz entrecortada—. No puedo.
—Sí que puedes—replica Santana castigadora, con la voz entrecortada, acariciando con sus labios el lóbulo de mi oreja—Vas a poder porque yo quiero que puedas. Tu cuerpo es mío. Tú eres mía, Niña Buena—susurra—Sólo mía.
Sus palabras me enloquecen y me llenan de una manera que ni siquiera entiendo, conectándome a ella para siempre, grabando a fuego en mi piel la idea de que jamás me sentiré en los brazos de ninguna otra persona como me siento estando en los suyos.
Sigue moviéndose, sigue embistiéndome, subiendo más y más alto con cada empellón de sus dedos, creando un universo de sexo y placer sólo para mí.
—Dios —gimo.
—Córrete —ruge—. Dámelo todo.
Y obedezco sin dudar.
Mi cuerpo se deja ir, salto al vacío una vez más, a mi wanderlust del sexo, a
toda mi excitación, a mis diecisiete años, a mi placer.
—¡Santana! —grito.
Y llego al orgasmo con su nombre en mis labios, temblando, llena de luz, de placer, llena de ella.
—Joder —sisea.
Saca sus dedos de mi y se acomoda y me embiste un vez y se pierde en mi con un juramento ininteligible en los labios y susurrando mi nombre.
Ha sido espectacular.
Santana me quita el antifaz y, hábil, se deshace de las esposas. Baja mis manos con cuidado y, despacio, comienza a masajearlas justo antes de besarme con ternura cada una.
No se mueve de encima de mí y yo tampoco quiero que lo haga.
—Santana, ¿qué somos?—pregunto en un murmuro antes de poder controlar mis propias palabras.
Ella me devuelve una mirada un poco confundida, como si fuese la última pregunta que se esperase.
No la culpo.
Probablemente sea el peor momento para hacerla.
—¿Qué quieres decir, Brittany?—inquiere frunciendo el ceño.
—Quiero decir justamente eso. Somos amigas, pero nos acostamos, y dices cosas como que soy tuya y yo...
Y yo realmente lo pienso.
Una verdad que ya han establecido mi corazón y mi cuerpo.
—Y tú, ¿qué?—su voz cambia, se recrudece.
Trago saliva.
—Y yo quiero saber si lo piensas de verdad—respondo envalentonándome—O es algo que sólo has dicho porque estábamos follando.
Santana calla unos segundos, estudiando mi rostro, sopesando la bomba de relojería que acabo de lanzar entre las dos.
—Brittany, tú y yo somos amigas, pero...
No sabe cómo seguir.
Otra vez no la culpo.
Todo esto se está complicando demasiado o quizá lo estamos complicando nosotras mismos, quién sabe.
—Pero ¿qué?—la presiono.
Necesito que diga lo que tiene que decir, caerme, volver a levantarme y seguir adelante con mi vida.
Santana exhala con fuerza todo el aire de sus pulmones sin levantar sus ojos de los míos.
—Pero también eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no voy a perderte.
—¿Qué? —musito.
Mi corazón se hincha y resplandece dentro de mi pecho.
Santana me observa un segundo más.
—Lo que estás oyendo, Britt—replica arisca.
Se levanta prácticamente de un salto y, malhumorada, recoge su ropa del suelo a toda velocidad y se viste, pagando con cada prenda toda la rabia que siente ahora mismo.
Yo me incorporo hasta sentarme en la cama y me tapo con la sábana blanca revuelta.
—No voy a arriesgarme a perderte—continúa sin mirarme—, Así que no voy a arriesgarme a tener una relación de verdad contigo, joderla y que desaparezcas de mi vida.
Quiero gritarle que se está equivocando, que no será así, que funcionará, pero en el fondo yo tampoco lo tengo claro.
Mi vida es complicada y ella parece huir precisamente de todas las complicaciones.
Sexo y nada más, ése ha sido su lema con las mujeres.
¿Por qué iba a cambiarlo por mí?
¿Por qué iba a salir bien?
—¿Te estás acostando con otras mujeres?
De pronto no puedo pensar en otra cosa.
Necesito saberlo.
Necesito desesperadamente oír un no.
Algo dentro de mí no deja de pensar que ésa es la barrera que nos separa.
Santana frunce el ceño casi imperceptiblemente, estudiando mi reacción de nuevo.
También necesita saber por qué se lo pregunto.
Finalmente traga saliva y sus ojos se endurecen sobre los míos. Sabe que su contestación va a alejarnos un poco más.
Ahora soy yo la que desune nuestras miradas.
Acabo de darme cuenta de que yo también conozco esa respuesta.
—Sí—dice al fin, con la voz dura, distante, llena de rabia—Y tú también deberías estar con otras personas. Encontrar a alguien que merezca la pena, Brittany—dice la frase como un autómata, como si fuera algo que se obliga a repetirse.
Cabeceo conteniendo las lágrimas.
—¿Por qué me dices eso? —prácticamente grito.
No quiero estar con ninguna otra mujer, ¡sólo me vales tú!
—¡Porque es la verdad! —responde furiosa.
No, no es la verdad.
Me niego a que sea la verdad.
No podemos tener sólo esa salida.
—¿Y si sale bien? —inquiero imprudente.
—¿De verdad lo piensas? —pregunta a su vez arisca.
—No lo sé.
Quiero saberlo, pero lo cierto es que no puedo.
He vuelto al mismo punto de partida.
Ni siquiera he sido capaz de contarle todo lo que hay en mi vida. Ella ni siquiera puede considerar esto algo exclusivo.
¿Qué futuro nos espera si, en el fondo, aunque ninguna de los dos lo quiera, no podemos confiar la una en la otra?
—Brittany—me llama, apoyando los puños cerrados en el colchón e inclinándose sobre mí—, Mírame a los ojos y dime que de verdad crees que podría salir bien.
La quiero, pero tengo demasiado miedo de que me haga daño.
—No saldría bien —respondo con la voz entrecortada.
La razón y las responsabilidades han ganado al corazón.
—¿Lo ves?—replica, decepcionada—, En el fondo tú también lo sabes—se incorpora y sonríe fingiendo que es su gesto de siempre; no lo consigue—Es tarde. Deberías volver a casa. El chófer te espera fuera para llevarte a tu departamento.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Hola morra....
Tex por la maratón!
En serio así se lastiman las dos por no querer ser lastimadas una por la otra van en círculos así...
Y ninguna lo reconoce en vos alta!!!! Iban tan bien!!! También britt hace las preguntas en el momento mas inoportuno jajaja
Tendría que ser los borrachos,.. Niños,... Y orgasmos se dice la vedad jajajaja jajajaja ok no!
Nos vemos!!!
Tex por la maratón!
En serio así se lastiman las dos por no querer ser lastimadas una por la otra van en círculos así...
Y ninguna lo reconoce en vos alta!!!! Iban tan bien!!! También britt hace las preguntas en el momento mas inoportuno jajaja
Tendría que ser los borrachos,.. Niños,... Y orgasmos se dice la vedad jajajaja jajajaja ok no!
Nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Lo único que las separa es el miedo, prácticamente actúan ya como una pareja pero cuando lo notan hacen algo para alejarse..... Y de verdad San esta acostándose con alguien mas? No lo creo ....
Y ahora volver a su "amistad" lo veo muy complicado
Gracias por el maratón ... Haz otro ! Jjajajajajaja
Y ahora volver a su "amistad" lo veo muy complicado
Gracias por el maratón ... Haz otro ! Jjajajajajaja
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:Hola morra....
Tex por la maratón!
En serio así se lastiman las dos por no querer ser lastimadas una por la otra van en círculos así...
Y ninguna lo reconoce en vos alta!!!! Iban tan bien!!! También britt hace las preguntas en el momento mas inoportuno jajaja
Tendría que ser los borrachos,.. Niños,... Y orgasmos se dice la vedad jajajaja jajajaja ok no!
Nos vemos!!!
Hola lu, de nada, gracias a ti por leer! =/ la vrdd q estan pensando esas niñas locas ¬¬ una si me satura más ¬¬ creo q no hace falta decir cual, no¿? NO! al menos una lo admite en su yo interno y la otra nada de nada =/ SI!! eso mismo digo yo =/ XD si jajajajaja. JAjajaajajajajaja claro ajjaajajajajajajajajajajajajaaj xD Saludos =D
JVM escribió:Lo único que las separa es el miedo, prácticamente actúan ya como una pareja pero cuando lo notan hacen algo para alejarse..... Y de verdad San esta acostándose con alguien mas? No lo creo ....
Y ahora volver a su "amistad" lo veo muy complicado
Gracias por el maratón ... Haz otro ! Jjajajajajaja
Hola, si! ¬¬ jaajajajajaj q razón tienes, ya lo son, pero no lo dicen o se dan cuenta xD ¬¬ Eso dijo =/ pero tampoco lo creo o lo quiero creer la vrdd =/ Yo tmbn, osea después de todo no lo veo posible =/ De nada, jajaajaja podría ser, pero para el viernes¿? Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 12
Capitulo 12
Santana
Salgo de la habitación sin mirar atrás.
No puedo tener a Brittany cerca.
¿Por qué tiene que conseguir que me lo replantee todo?
Yo no soy así.
No dejo que nadie signifique para mí algo diferente a lo que yo he elegido.
Al principio sólo quería jugar con ella, después empezó a gustarme, aunque fui tan gilipollas de no entenderlo y, cuando por fin lo hice, sólo quería follármela.
¿Qué coño me pasa ahora?
¿Qué siento por ella?
Brittany me importa.
La quiero en mi vida cada maldito día. Pero no voy a permitirme que nada se escape de mi control.
Pienso en Portland, en mi papá, en Maribel.
Yo no soy así, joder, y no pienso cometer el error de dar ese paso.
Llego a casa de Dani por inercia.
La última vez que estuve aquí fue el día que conocí a Brittany y no pude dejar de pensar en ella y en ese maldito vestido rojo.
Ni siquiera entiendo por qué le he mentido diciéndole que sigo acostándome con otras mujeres cuando no es verdad.
No he tocado a ninguna desde aquel día.
Subo de prisa las escaleras y llamo a su puerta con fuerza. Son más de las doce. Debería haber llamado antes, pero no me importa.
Sé que está aquí, como también sé que no va a decirme que no.
—¿Quién es?—pregunta adormilada al otro lado.
—Abre —rujo.
Percibo el ruido del pestillo correrse.
Las manos me arden.
Dani abre y me abalanzo sobre ella cerrando de un portazo a mi espalda.
Me pregunta qué hago aquí, si estoy bien. No respondo a ninguna de sus preguntas. Sigo besándola desbocada, casi desesperada, llevándola hasta su habitación, pero no vamos todo lo rápido que necesito y la cojo en brazos, obligándola a rodear mi cintura con sus piernas.
Mi cuerpo se resiente, como si no quisiese estar aquí ni con ella, pero no me importa.
Joder, no me importa nada.
Mi vida es mía y de nadie más.
Nos dejo caer contra el colchón. Me deshago de su pijama. Ella sigue preguntando. Yo sigo acallándola con más besos.
No quiero hablar.
No lo necesito.
Pierdo mis manos por todo su cuerpo. Sus dedos se anclan a mis hombros. Trato de recordar cómo era antes, cómo me sentía antes. La beso, la muerdo. Su cuerpo se arquea contra el mío.
—Santana—gime.
Y me doy cuenta de que todo mi jodido mundo acaba de estallar en pedazos.
Sí es diferente.
Sí es especial.
Estoy loca por Brittany y nunca he sentido tanto miedo.
—¿Qué pasa? —me pregunta acariciándome la cara.
Ahora mismo me siento miserable.
Dani no se merece que le haga esto.
—Lo siento—digo contra sus labios—Lo siento de verdad—me levanto y me recoloco la ropa.
No tendría que haber venido.
No es justo para Brittany y, sobre todo, no es justo para Dani.
Estoy poniéndome la chaqueta cuando ella se levanta, se pone una bata y me coge de la mano, obligándome a girarme. El contacto me sorprende, pero no me aparto.
No ha habido electricidad, ni calor, no ha habido nada.
—Está claro que necesitas hablar—me dice—Te espero en la cocina con una taza de té.
Me sonríe con ternura y sale de la habitación. Yo miro confuso a mi alrededor sin saber qué hacer.
Me he colado en su casa en plena noche para hacer algo que ni siquiera he sido capaz de terminar y, aun así, ella se preocupa por mí.
Me pregunto qué habría pasado si la situación hubiese sido al revés, y me doy cuenta de que la Santana de hace unos meses y la de ahora no habrían reaccionado de la misma manera.
La de antes le habría dado unos minutos y la habría acabado convenciendo para tener sexo en mi cama; al fin y al cabo, por eso se había presentado ahí.
La de ahora... Joder.
Creo que ahora la habría dejado dormir en mi cama y me habría marchado al maldito sofá.
Frustrada, me paso las manos por el pelo a la vez que resoplo.
¿Significa eso que Dani también me importa?
En cualquier caso, no se merece esto.
No se merece que esté con ella pensando en otra persona por el simple hecho de que soy una gilipollas que ha creído que tener sexo con otra chica me serviría para autoconvencerme de que, sea lo que sea lo que siento por Brittany, podría deshacerme de ello.
Doy un paso hacia delante, tratando de reorganizar mis ideas.
La cómoda de Dani llama mi atención. Hay una pequeña figurita de Mickey Mouse de latón. La cojo y sonrío. Parece muy antigua. Recuerdo que una vez me contó que su papá la llevó a Disneylandia cuando era pequeña. Viajaron en coche durante horas y, al ver la costa de Florida, pensó que había llegado a la otra parte del mundo y más allá no había nada.
Sonrío de nuevo.
Dejo la figurita en su sitio y acaricio su bote de perfume, que está justo al lado. Ese olor siempre me recuerda a ella.
Comienzo a caminar por la estancia y una decena de pequeños detalles llaman mi atención. Los libros de historia de comercio americano de la estantería, un ejemplar de Descalzos por el parque, de Neil Simon, y un póster vintage, con palabras en francés, enmarcado sobre la cama.
De pronto me percato de que cada pequeño detalle la refleja a ella, que un dormitorio sí te dice cómo es su dueño.
Sólo tienes que estar dispuesto a verlo.
Conozco a Dani.
Sé cómo es.
Da igual que haya intentado mantener a las personas alejadas de mi vida.
Eso no es algo que se pueda elegir.
Alzo la mirada al techo y resoplo, frustrada por esta especie de revelación, y, sobre todo, al darme cuenta de que es obra de la señorita Brittany Pierce.
Antes de ella, jamás me habría planteado nada de esto.
Bufo de nuevo y hecho a andar hacia el salón. En los pocos metros de departamento que recorro, pienso en todo lo que debo decir.
—Aquí tienes tu té—dice señalando con la cabeza una bonita taza sobre la encimera, mientras ella, al otro lado, sopla suavemente otra sosteniéndola con las dos manos.
Yo ralentizo el paso hasta llegar a la isla de la cocina. Estamos frente a frente, separadas únicamente por el grueso mueble.
—Tenemos que hablar—le digo apoyando las dos manos sobre el granito.
—Lo imagino —responde ella con una tenue sonrisa.
—Yo... —frunzo el ceño tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero al cabo de unos segundos no tengo ni la más remota idea de cuáles son—Recuerdo la primera vez que te vi —continúo con una sonrisa.
—¿Mi primer día como recepcionista en Wilde, López y Fabray?
—No—respondo y sonrío, pero el gesto no me llega a los ojos—La primera vez que te vi fue en la fiesta de Navidad que Tina organizó en su oficina—me sincero.
Ella asiente.
—Me había comprado ese vestido para ti—calla un segundo y resopla algo avergonzada—Creo que en esa época todos los vestidos que me compraba eran para ti.
—Bueno está claro que no me merecía ninguno.
—Probablemente—sentencia dándole un sorbo a su té luego despacio, deja la taza sobre la encimera bajo mi atenta mirada.
—Nunca he querido hacerte daño, Dani—sin quererlo, mi voz se agrava.
—Lo sé—responde sin asomo de dudas.
—Eres una de las mejores personas que conozco. Cuando estábamos pasando por un mal momento y de la nada te pedí un hijo, tú aceptaste y no me dijiste nada. Cuando me di cuenta de lo estúpida que fui al pedírtelo, ya estaba hecho. Cuando me dijiste que no funciono sentí que me volvía el alma al cuerpo, lo que no quiere decir que no me iba hacer cargo del bebé, si el tratamiento hubiera funcionado, lo siento.
—Como tú misma lo dices, ambas estábamos en un mal momento. Yo tampoco sé cómo pude aceptar algo así. Y no te mentiré, al saber que dio negativo también me sentí bien. Lo que hicimos fue apresurado y no estaba bien, pero como tu también dices, no me arrepentiría si hubiera funcionando.
—Nuevamente lo repito, nunca he querido hacerte daño, ni antes, ni cuando te pedí algo cuando no estábamos preparadas, ni mucho menos ahora.
Sonrió con tristeza.
—Ya lo sé. Y creo que por eso eres tan peligrosa para las mujeres, Santana. Tú nunca engañas, no mientes, dejas muy claro lo que se puede esperar de ti y lo que no, pero, al final, tienes algo casi hipnótico. No se trata del atractivo, ni de ser guapa. Es algo más, algo que hace que ellas ignoren todas las señales de peligro y acaben enamoradas de ti.
Aprieto la mandíbula.
Tiene razón, joder, y yo siempre lo he aprovechado, creyendo que no me estaba comportando como una auténtica capullo porque nunca mentía a las mujeres ni les prometía cosas que no iba a cumplir, pero sí he dejado que se hicieran ilusiones sin preocuparme por ello, porque yo no las alentaba.
Pienso en Leighton, en Dani, en todas las chicas que han pasado por mi cama.
Ahora me doy cuenta de que todas las maneras en las que interactuamos con otra persona, aunque no las engañemos, les afectan.
Quizás como mujer me tuve que haber puesto en su lugar.
—Lo siento—susurro.
De verdad lo siento, joder.
—No te preocupes. Está todo bien.
Sé que no lo está.
Sé que ahora mismo me odia y me lo merezco.
Camino despacio hasta rodear la isla de la cocina y me detengo junto a Dani. No puedo arreglar lo que he roto, pero sí puedo parar con todo esto por Brittany, por ella y por mí.
—No puedo seguir con esto, Dani—me inclino despacio sobre ella y le doy un suave beso en la frente—Eres una chica increíble y algún día vas a hacer muy feliz a una gilipollas con demasiada suerte.
Puede que no la quiera, pero ahora sé que me importa y lo último que quiero es hacerle daño.
Dani ladea la cabeza, prolongando el roce. Un sollozo se escapa de sus labios. Se gira contra mi cuerpo y yo alzo las manos para abrazarla, pero en el último segundo me empuja suavemente.
—Márchate—me pide en un murmuro.
La miro incapaz de irme.
No quiero dejarla así, pero es obvio que tampoco puedo quedarme.
—Adiós, encanto—me despido forzando una sonrisa.
—Adiós, Pelapatatas—responde sonriendo también.
Cuando la puerta se cierra a mi espalda, exhalo con fuerza todo el aire de mis pulmones.
Mi vida ha cambiado.
Brittany me ha cambiado.
Y ya no es algo que pueda elegir.
No puedo tener a Brittany cerca.
¿Por qué tiene que conseguir que me lo replantee todo?
Yo no soy así.
No dejo que nadie signifique para mí algo diferente a lo que yo he elegido.
Al principio sólo quería jugar con ella, después empezó a gustarme, aunque fui tan gilipollas de no entenderlo y, cuando por fin lo hice, sólo quería follármela.
¿Qué coño me pasa ahora?
¿Qué siento por ella?
Brittany me importa.
La quiero en mi vida cada maldito día. Pero no voy a permitirme que nada se escape de mi control.
Pienso en Portland, en mi papá, en Maribel.
Yo no soy así, joder, y no pienso cometer el error de dar ese paso.
Llego a casa de Dani por inercia.
La última vez que estuve aquí fue el día que conocí a Brittany y no pude dejar de pensar en ella y en ese maldito vestido rojo.
Ni siquiera entiendo por qué le he mentido diciéndole que sigo acostándome con otras mujeres cuando no es verdad.
No he tocado a ninguna desde aquel día.
Subo de prisa las escaleras y llamo a su puerta con fuerza. Son más de las doce. Debería haber llamado antes, pero no me importa.
Sé que está aquí, como también sé que no va a decirme que no.
—¿Quién es?—pregunta adormilada al otro lado.
—Abre —rujo.
Percibo el ruido del pestillo correrse.
Las manos me arden.
Dani abre y me abalanzo sobre ella cerrando de un portazo a mi espalda.
Me pregunta qué hago aquí, si estoy bien. No respondo a ninguna de sus preguntas. Sigo besándola desbocada, casi desesperada, llevándola hasta su habitación, pero no vamos todo lo rápido que necesito y la cojo en brazos, obligándola a rodear mi cintura con sus piernas.
Mi cuerpo se resiente, como si no quisiese estar aquí ni con ella, pero no me importa.
Joder, no me importa nada.
Mi vida es mía y de nadie más.
Nos dejo caer contra el colchón. Me deshago de su pijama. Ella sigue preguntando. Yo sigo acallándola con más besos.
No quiero hablar.
No lo necesito.
Pierdo mis manos por todo su cuerpo. Sus dedos se anclan a mis hombros. Trato de recordar cómo era antes, cómo me sentía antes. La beso, la muerdo. Su cuerpo se arquea contra el mío.
—Santana—gime.
Y me doy cuenta de que todo mi jodido mundo acaba de estallar en pedazos.
Sí es diferente.
Sí es especial.
Estoy loca por Brittany y nunca he sentido tanto miedo.
—¿Qué pasa? —me pregunta acariciándome la cara.
Ahora mismo me siento miserable.
Dani no se merece que le haga esto.
—Lo siento—digo contra sus labios—Lo siento de verdad—me levanto y me recoloco la ropa.
No tendría que haber venido.
No es justo para Brittany y, sobre todo, no es justo para Dani.
Estoy poniéndome la chaqueta cuando ella se levanta, se pone una bata y me coge de la mano, obligándome a girarme. El contacto me sorprende, pero no me aparto.
No ha habido electricidad, ni calor, no ha habido nada.
—Está claro que necesitas hablar—me dice—Te espero en la cocina con una taza de té.
Me sonríe con ternura y sale de la habitación. Yo miro confuso a mi alrededor sin saber qué hacer.
Me he colado en su casa en plena noche para hacer algo que ni siquiera he sido capaz de terminar y, aun así, ella se preocupa por mí.
Me pregunto qué habría pasado si la situación hubiese sido al revés, y me doy cuenta de que la Santana de hace unos meses y la de ahora no habrían reaccionado de la misma manera.
La de antes le habría dado unos minutos y la habría acabado convenciendo para tener sexo en mi cama; al fin y al cabo, por eso se había presentado ahí.
La de ahora... Joder.
Creo que ahora la habría dejado dormir en mi cama y me habría marchado al maldito sofá.
Frustrada, me paso las manos por el pelo a la vez que resoplo.
¿Significa eso que Dani también me importa?
En cualquier caso, no se merece esto.
No se merece que esté con ella pensando en otra persona por el simple hecho de que soy una gilipollas que ha creído que tener sexo con otra chica me serviría para autoconvencerme de que, sea lo que sea lo que siento por Brittany, podría deshacerme de ello.
Doy un paso hacia delante, tratando de reorganizar mis ideas.
La cómoda de Dani llama mi atención. Hay una pequeña figurita de Mickey Mouse de latón. La cojo y sonrío. Parece muy antigua. Recuerdo que una vez me contó que su papá la llevó a Disneylandia cuando era pequeña. Viajaron en coche durante horas y, al ver la costa de Florida, pensó que había llegado a la otra parte del mundo y más allá no había nada.
Sonrío de nuevo.
Dejo la figurita en su sitio y acaricio su bote de perfume, que está justo al lado. Ese olor siempre me recuerda a ella.
Comienzo a caminar por la estancia y una decena de pequeños detalles llaman mi atención. Los libros de historia de comercio americano de la estantería, un ejemplar de Descalzos por el parque, de Neil Simon, y un póster vintage, con palabras en francés, enmarcado sobre la cama.
De pronto me percato de que cada pequeño detalle la refleja a ella, que un dormitorio sí te dice cómo es su dueño.
Sólo tienes que estar dispuesto a verlo.
Conozco a Dani.
Sé cómo es.
Da igual que haya intentado mantener a las personas alejadas de mi vida.
Eso no es algo que se pueda elegir.
Alzo la mirada al techo y resoplo, frustrada por esta especie de revelación, y, sobre todo, al darme cuenta de que es obra de la señorita Brittany Pierce.
Antes de ella, jamás me habría planteado nada de esto.
Bufo de nuevo y hecho a andar hacia el salón. En los pocos metros de departamento que recorro, pienso en todo lo que debo decir.
—Aquí tienes tu té—dice señalando con la cabeza una bonita taza sobre la encimera, mientras ella, al otro lado, sopla suavemente otra sosteniéndola con las dos manos.
Yo ralentizo el paso hasta llegar a la isla de la cocina. Estamos frente a frente, separadas únicamente por el grueso mueble.
—Tenemos que hablar—le digo apoyando las dos manos sobre el granito.
—Lo imagino —responde ella con una tenue sonrisa.
—Yo... —frunzo el ceño tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero al cabo de unos segundos no tengo ni la más remota idea de cuáles son—Recuerdo la primera vez que te vi —continúo con una sonrisa.
—¿Mi primer día como recepcionista en Wilde, López y Fabray?
—No—respondo y sonrío, pero el gesto no me llega a los ojos—La primera vez que te vi fue en la fiesta de Navidad que Tina organizó en su oficina—me sincero.
Ella asiente.
—Me había comprado ese vestido para ti—calla un segundo y resopla algo avergonzada—Creo que en esa época todos los vestidos que me compraba eran para ti.
—Bueno está claro que no me merecía ninguno.
—Probablemente—sentencia dándole un sorbo a su té luego despacio, deja la taza sobre la encimera bajo mi atenta mirada.
—Nunca he querido hacerte daño, Dani—sin quererlo, mi voz se agrava.
—Lo sé—responde sin asomo de dudas.
—Eres una de las mejores personas que conozco. Cuando estábamos pasando por un mal momento y de la nada te pedí un hijo, tú aceptaste y no me dijiste nada. Cuando me di cuenta de lo estúpida que fui al pedírtelo, ya estaba hecho. Cuando me dijiste que no funciono sentí que me volvía el alma al cuerpo, lo que no quiere decir que no me iba hacer cargo del bebé, si el tratamiento hubiera funcionado, lo siento.
—Como tú misma lo dices, ambas estábamos en un mal momento. Yo tampoco sé cómo pude aceptar algo así. Y no te mentiré, al saber que dio negativo también me sentí bien. Lo que hicimos fue apresurado y no estaba bien, pero como tu también dices, no me arrepentiría si hubiera funcionando.
—Nuevamente lo repito, nunca he querido hacerte daño, ni antes, ni cuando te pedí algo cuando no estábamos preparadas, ni mucho menos ahora.
Sonrió con tristeza.
—Ya lo sé. Y creo que por eso eres tan peligrosa para las mujeres, Santana. Tú nunca engañas, no mientes, dejas muy claro lo que se puede esperar de ti y lo que no, pero, al final, tienes algo casi hipnótico. No se trata del atractivo, ni de ser guapa. Es algo más, algo que hace que ellas ignoren todas las señales de peligro y acaben enamoradas de ti.
Aprieto la mandíbula.
Tiene razón, joder, y yo siempre lo he aprovechado, creyendo que no me estaba comportando como una auténtica capullo porque nunca mentía a las mujeres ni les prometía cosas que no iba a cumplir, pero sí he dejado que se hicieran ilusiones sin preocuparme por ello, porque yo no las alentaba.
Pienso en Leighton, en Dani, en todas las chicas que han pasado por mi cama.
Ahora me doy cuenta de que todas las maneras en las que interactuamos con otra persona, aunque no las engañemos, les afectan.
Quizás como mujer me tuve que haber puesto en su lugar.
—Lo siento—susurro.
De verdad lo siento, joder.
—No te preocupes. Está todo bien.
Sé que no lo está.
Sé que ahora mismo me odia y me lo merezco.
Camino despacio hasta rodear la isla de la cocina y me detengo junto a Dani. No puedo arreglar lo que he roto, pero sí puedo parar con todo esto por Brittany, por ella y por mí.
—No puedo seguir con esto, Dani—me inclino despacio sobre ella y le doy un suave beso en la frente—Eres una chica increíble y algún día vas a hacer muy feliz a una gilipollas con demasiada suerte.
Puede que no la quiera, pero ahora sé que me importa y lo último que quiero es hacerle daño.
Dani ladea la cabeza, prolongando el roce. Un sollozo se escapa de sus labios. Se gira contra mi cuerpo y yo alzo las manos para abrazarla, pero en el último segundo me empuja suavemente.
—Márchate—me pide en un murmuro.
La miro incapaz de irme.
No quiero dejarla así, pero es obvio que tampoco puedo quedarme.
—Adiós, encanto—me despido forzando una sonrisa.
—Adiós, Pelapatatas—responde sonriendo también.
Cuando la puerta se cierra a mi espalda, exhalo con fuerza todo el aire de mis pulmones.
Mi vida ha cambiado.
Brittany me ha cambiado.
Y ya no es algo que pueda elegir.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
hola morra,..
san ya decidió,.. y cambio!!! ahora britt???
espero que no sean tan cabezonas y se lo digas de una vez!!!
a ver que pasa cuando se vean???
nos vemos!!!
san ya decidió,.. y cambio!!! ahora britt???
espero que no sean tan cabezonas y se lo digas de una vez!!!
a ver que pasa cuando se vean???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Hola!!! Esto se llama enamorarse chicas!!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
3:) escribió:hola morra,..
san ya decidió,.. y cambio!!! ahora britt???
espero que no sean tan cabezonas y se lo digas de una vez!!!
a ver que pasa cuando se vean???
nos vemos!!!
Hola lu, bn! bn! ai por la morena y xfin! esperemos y no haga algo mal xD ella es así jajajajaajja. Ahora tiene q ir con todo y dejar más q loca a san jaajajaj.Nononono ni lo digas q lo son xD Si! q lo digan a todos tmbn! jaajjaj. Aquí el siguiente cap para saberlo! Saludos =D
monica.santander escribió:Hola!!! Esto se llama enamorarse chicas!!!!!
Saludos
Hola, si! bn ai por ellas y bienvenidas tmbn ajajjaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 13
Capitulo 13
Brittany
Suena el despertador.
No quiero levantarme.
Ayer me dormí llorando.
Empecé a hacerlo en el camino de vuelta a casa y ya no pude parar.
Nunca me he sentido más confusa y a la vez más triste. A veces creo que Santana quiere que me rinda, que deje de pensar que puede darme algo distinto a lo que ya tenemos y, otras, creo que quiere que luche por ella, que salte al vacío por las dos, que la convenza de que podemos ser felices.
También he pensado mucho en el señor Figgins.
Quiero a Santana, pero las dos sabemos que no tenemos ninguna oportunidad.
La acabaré perdiendo.
¿Merece entonces la pena arriesgarlo todo por algo que está abocado al fracaso?
Tomo una bocana de aire para contener las lágrimas.
No quiero seguir llorando. Y, por primera vez en mi vida, tampoco quiero seguir pensando.
Todavía estoy desayunando cuando recibo un mensaje de Casey, mi compañera del máster, invitándome a cenar y a una copa. Me siento muy halagada pero no quiero salir con nadie, mucho menos después de todo lo que pasó ayer con Santana.
Le pongo la primera excusa que se me ocurre, pero no tarda en responderme diciéndome que es una justa celebración con algunas semanas de atraso por haber terminado nuestros proyectos para el máster a tiempo.
Casey me cae muy bien y siempre es muy amable conmigo, pero no puedo.
Le pongo una nueva excusa, un poco más elaborada, y vuelvo a rechazar su invitación, aunque, si lo pienso fríamente, ni siquiera sé por qué lo hago.
Santana dejó muy claro que debía salir con otras personas. Ella se acuesta con otras mujeres.
El estómago se me encoje de golpe.
Cabeceo.
Odio esa idea.
La BlackBerry no tarda más de un par de segundos en volver a sonar. La silencio y me la meto en el bolsillo del pijama.
Después del desayuno, me escabullo rápida a mi habitación para empezar a arreglarme.
Lo mejor que puedo hacer es marcharme a la oficina y concentrar todos mis esfuerzos en encontrar una solución para Figgins Media.
Me quito el pijama y paso por delante del espejo que hay sobre el lavabo. Es un movimiento completamente rutinario, pero, entonces, las veo.
Tengo decenas de pequeñas marcas sonrosadas en el cuello, la clavícula, el estómago... Las acaricio con la punta de los dedos.
Todas son marcas de Santana, de todo lo que hicimos ayer.
Nunca pensé que sería el tipo de chica a la que le gustaran estas cosas, pero no puedo evitar sentirme más unida a ella cada vez que las miro.
Suspiro con fuerza con la vista perdida en mi reflejo en el espejo.
Cada vez que hemos intentado hablar de lo que tenemos, la conversación ha acabado siendo un absoluto desastre. Quizá lo mejor sea disfrutar del tiempo que vaya a durar, y olvidarnos de todo lo demás.
Cojo aire y contengo las lágrimas.
—Disfruta de ella, Bluebird, y deja lo de llorar para cuando ya no tengas nada más.
Meto la cara bajo el chorro de agua caliente y me obligo a cantar el Love myself, de Hailee Steinfeld, a pleno pulmón.
Siempre he oído que un cincuenta por ciento de cómo nos sentimos lo elegimos nosotros, así que pienso conseguir que esa mitad capte la indirecta de que vamos a estar bien.
Regreso a mi habitación envuelta en una toalla, aún tarareando mientras me seco el pelo con una más pequeña.
Al apartarme mi media melena rubia de la cara, doy un respingo con el que casi llego al techo.
—¿Es que quieres matarme?—protesto, llevándome la mano al pecho y viendo cómo Saint Lake se parte de risa sentada en mi cama por el susto que acaba de darme.
Divertida, la fulmino con la mirada y camino hasta la cómoda para coger mi ropa interior y después el vestido rojo de mi armario.
—Quería hablar contigo.
Asiento mientras regreso al cuarto de baño para vestirme.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Sí, claro que sí —respondo sin darme tiempo a pensarlo.
—¿De verdad?—contraataca—No es que no te crea—añade rápidamente y guarda un segundo de silencio—...Bueno, la verdad es que no te creo. Biff nos ha contado que ayer estabas llorando cuando hablaste con él por teléfono.
Frunzo el ceño.
Preocuparlo es lo último que quiero.
—Fue una tontería.
—¿Segura? —inquiere insistente.
—Créeme, estoy bien.
Estoy convencida de que, si lo digo unas doscientas veces más, acabará por hacerse realidad.
—Es por esa chica, ¿verdad?—sentencia al fin—Te gusta mucho.
Cojo aire y me siento en el borde de la bañera, a medio vestir.
—Estoy enamorada de ella—confieso.
—¿Qué?—el grito de mi amiga me llega amortiguado a través de la puerta.
Mis labios se curvan en una débil sonrisa.
No puedo decir que no la entienda. Desde que me conoce, jamás me ha oído decir esa frase ni ninguna remotamente parecida.
—Yo... ni siquiera sé cómo ha pasado. Al principio la odiaba, muchísimo; puede llegar a ser tan engreída y tan capullo—estallo al borde de la risa—, Pero después, poco a poco, fui conociéndola y nos hicimos amigas, y nos acostamos y hemos seguido haciéndolo, y las cosas en el trabajo se están
complicando y no sé qué hacer—antes de que pueda controlarlo, los ojos vuelven a llenárseme de lágrimas.
Saint Lake no lo duda, entra en el baño, se sienta a mi lado y me abraza con fuerza.
—Todo va a arreglarse—me consuela sin soltarme—No conozco a ese chica, pero estoy segura de que merece la pena y, sobre todo, estoy convencida de que sabe la suerte que tiene de tener a alguien como tú en su vida. Si es el centro de la ira de Ohio en el trabajo y ha sobrevivido, tiene que ser una tipa lista—sentencia.
Las dos sonreímos.
—Todo va a arreglarse.
No sé si hay algo en su voz o en el hecho de que haya repetido precisamente esa frase, pero sospecho que ella necesita hablar tanto como yo.
—¿Y tú estás bien? —inquiero.
Su cuerpo se tensa; mi pregunta la ha pillado por sorpresa, pero, aun así, no me suelta.
—Sí, claro que sí —se apresura a responder.
—¿Segura? —contraataco.
—Sí —contesta lacónica.
—Bueno no es que no te crea... —dejo en el aire sus propias palabras.
Donde las dan, las toman, señorita Saint Lake City.
Ella suspira, dispuesta a soltarlo todo, pero en ese preciso instante la puerta del baño se abre y, antes de que podamos reaccionar de ningún modo, un «ohhh» de lo más sentimental atraviesa el ambiente y Mercedes se une al abrazo, estrechándonos con fuerza.
—Las conozco demasiado bien y sé que ninguna de las dos está pasando un buen momento—dice—, Por eso he convencido a mi mamá de que nos haga tortitas. Son el remedio universal contra las personas cabronazas.
Aunque sospecho que Saint Lake lo quiere tan poco como yo, las tres estallamos en risas por el comentario de Mercedes.
—¿Estás en ropa interior?—inquiere mi morena amiga sin soltarnos.
—Sí —respondo.
—Bueno entonces deberíamos dejar de abrazarnos. La puerta está abierta y ayer vi a tu vecino de enfrente comprar unos prismáticos en la tienda del señor Tanaka.
Las tres volvemos a reír e inmediatamente nos separamos.
Mejor prevenir.
Llego a la oficina algo nerviosa, pero con la situación bajo control.
Tengo mucho trabajo que hacer, tomar muchas decisiones... y también tengo que ver a Santana.
Odio no saber cómo comportarme con ella.
Mercedes se queda resolviendo unos asuntos con el guardia de seguridad y yo subo a Figgins Media. Salgo del ascensor y camino con paso seguro hacia mi despacho. Apenas he cruzado la mitad de la planta cuando la puerta de su oficina se abre y Santana sale.
Está sencillamente espectacular y yo comienzo a preguntarme qué clase de binomio diabólico es ése, en el que, cuanto más alejada pretendo mantenerme de ella, más increíblemente atractiva está.
Me recorre de arriba abajo y su mirada finalmente se posa en la mía. Sus ojos describen un centenar de emociones, pero soy incapaz de descifrar ninguna.
—¡Britt!—grita Mercedes a mi espalda—¡Tienes que ver esto!
Tardo un segundo de más en girarme, pero al fin lo hago y prácticamente en ese mismo instante abro los ojos como platos al verla acercarse con un precioso ramo de rosas rojas.
—Son para ti—me informa entusiasmada.
No puedo evitarlo y vuelvo mi vista de nuevo hacia Santana. Ha tenido que ser ella.
Me acerco a Mercedes con una sonrisa de oreja a oreja y cojo el pequeño sobrecito blanco que hay en el centro del ramo. Mi gesto se apaga cuando saco la tarjeta y veo la firma de Casey al final.
—Espero que digas que sí—murmura Mercedes leyendo la nota—¿A qué quiere que digas que sí?—calla un segundo—¿Y quién es Casey?—añade al darse cuenta de que ésa es la pregunta realmente importante.
—Es una compañera del máster. Me ha invitado a cenar esta noche—respondo poco convencida.
Me giro discretamente y busco la mirada de Santana. Sigue de pie, a unos pasos de su despacho.
Creo que una parte de mí está deseando que atraviese la sala como una exhalación, tire el ramo de rosas contra la pared y me bese aquí, en mitad de Figgins Media.
Ésa es la misma mitad que siempre llora con el final de Cuando Harry encontró a Sally y se pasa una hora curioseando libros en la sección de romántica cada vez que va a Barnes & Noble.
Santana me observa, pero no dice nada y finalmente sonríe, y a mí nunca me había dolido tanto una sonrisa.
Le mantengo la mirada y me obligo a devolverle el gesto. Cojo las flores, que Mercedes se ha encargado de meter en un jarrón, y me encierro en mi despacho.
Me dejo caer en mi silla y observo las rosas encima de mi mesa como si fueran las culpables de ponerme en una especie de encrucijada. Me niego a seguir pasando por esta situación de puntillas y me niego a seguir llorando.
Santana quiere que conozca a otras personas, así que, ¿por qué no debería aceptar esta cita con Casey?
Salir, divertirme, acostarme con ella y las cosas que se supone que hace una chica de veintisiete años.
Aprovechando esta especie de ataque de valor, saco la BlackBerry y busco el nombre de mi compañera de máster en la agenda. Sin embargo, cuando estoy a punto de pulsar la tecla verde, me freno en seco.
¿Realmente es lo que quiero?
Suspiro con fuerza tratando de poner orden en mis ideas, pero, involuntariamente, una se hace paso a través de las demás: Santana se acuesta con otras mujeres.
Puede que no sepa si salir con Casey es lo que quiero, pero está claro que es lo que debo querer.
Me paso el resto del día trabajando e ignorando los nervios, malos y buenos a partes iguales, de mi estómago.
Santana se marchó a una reunión cerca del edificio Flatiron a primera hora y todavía no ha regresado.
Es la primera vez que no comemos juntas en dos semanas.
Mercedes no para de venir a mi despacho a preguntarme si ya he elegido vestido o zapatos. Creo que está más emocionada que yo.
Cuando me marcho a eso de las cinco, Santana aún no ha vuelto.
Estoy tentada de llamarla, sólo para hablar con ella de cualquier estupidez, pero me contengo.
Si quiero que mi cita con Casey tenga alguna posibilidad de funcionar, tengo que hacer todo lo posible por sacarme a Santana López de la cabeza.
No voy a negar que la idea es más que complicada.
Dejo todo organizado con Adele y Saint Lake City y me voy a mi departamento a empezar a arreglarme.
Ya me he dado una ducha rápida y me he puesto un bonito vestido blanco ajustado por la parte de arriba y con una falda de vuelo a partir de la cintura, cuando recuerdo que tengo que bajar y dejar mi colada y la de Mercedes lavándose. Al regresar de la oficina, ella se encargará de pasarla a la secadora y doblarla.
Termino de arreglarme, cojo mi bolso y mi chaqueta y meto mi ropa sucia en una enorme cesta de plástico. Subo al departamento de mi amiga y, con la llave de repuesto, cojo la suya.
Encima de toda la ropa, pongo mi iPod enchufado a un pequeño altavoz y bajo los tres pisos con el Hide away, de Daya.
Tiene algo irónico que esté cantando dónde se han metido todos los chicos buenos.
Estoy a punto de tener una cita con una y no me siento tan feliz como cabría esperar.
Estoy en el último tramo de escaleras, a sólo unos peldaños del vestíbulo, cuando la puerta principal se abre y el corazón me da un vuelco.
Hablando de chicas malas...
Me barre con la mirada y sus ojos se ensombrecen mientras recorre mi vestido.
Yo me quedo muy quieta, sin ni siquiera saber qué hacer, lo cual no es ninguna novedad, pero al fin consigo reaccionar y bajar los escalones que me quedan.
—¿Qué haces aquí?—inquiero confusa—¿Ha ido todo bien en la reunión?
La canción sigue sonando.
Santana no responde y por un momento las dos nos quedamos en silencio, mirándonos.
Nunca había estado en mi departamento, ni siquiera en mi edificio. Siempre me acompaña a casa en su Jaguar o un taxi, pero yo siempre insisto para que nos despidamos en él. A Santana no le hace demasiada gracia, pero yo lo prefiero así.
Hace que las cosas complicadas sean un poco menos complicadas.
—Sólo quería verte —suelta al fin.
Parece enfadada, mucho.
Yo estudio su rostro tratando de averiguar por qué, pero no soy capaz.
—Tengo que hacer la colada —comento señalando lo obvio.
Ella no dice nada más, cubre la distancia que nos separa y me quita la cesta de las manos. Sus dedos acarician los míos fugazmente y toda mi piel se electrifica.
Casi en ese instante mis ojos se encuentran con los suyos oscuros y me doy cuenta de que está tensa, en guardia; está llena de rabia.
Santana espera a que empiece a caminar para seguirme. Nerviosa, me muerdo el labio inferior y hecho a andar.
Llegamos a la lavandería en unos segundos. La pequeña estancia está desierta. Santana deja la cesta sobre una de las lavadoras. Yo abro la otra y comienzo a meter la ropa sin poder dejar de darle vueltas a por qué está aquí, a qué ha venido.
Quizá ha tenido una mala reunión o algo no ha salido como esperaba.
En mitad de todos esos pensamientos, Santana da un paso hacia mí. No me toca, pero su olor me sacude y me hago hiperconsciente de ella, de su cuerpo.
Siento su mirada sobre mí y mi corazón comienza a latir de prisa, retumbando en mis oídos.
Trago saliva y me obligo a no pensar en ella.
Echo el detergente y el suavizante y cierro la portezuela metálica. Meto la primera moneda de veinticinco centavos y empujo la pequeña bandeja de acero sobre el diminuto raíl.
La canción cambia.
Empieza a sonar Here’s to us.
Meto la segunda moneda.
Sigue mirándome.
Estoy demasiado nerviosa.
Empujo el mecanismo y resuena vibrante en la estancia, que parece haber encogido hasta medir un mísero metro cuadrado.
Mi respiración acelerada lo inunda todo, entremezclándose con la voz de Ellie Goulding.
Su cuerpo llama al mío.
Da un paso más.
Santana se mueve despacio, llena de una arrebatadora seguridad, y se coloca a mi espalda. No dice nada y al mismo tiempo me está dejando claras muchas cosas.
El ambiente se carga de una poderosa electricidad.
Sigo preguntándome qué hace aquí, a qué ha venido, pero creo que ya no me importa.
Intento meter la tercera moneda, pero las manos me tiemblan y cae sobre la lavadora. Santana la recoge y la coloca en la pequeña bandeja. La empuja sobre el raíl y el rumor metálico vuelve a resonar por toda la habitación.
El deseo y la excitación se entremezclan calientes por mis venas, por mis muslos.
—¿Por qué has venido? —murmuro.
No contesta y yo nunca he sido más consciente de que debería protegerme.
Debería salir de aquí, pero no puedo.
Quiero huir de ella, pero soy incapaz.
—Una vez me preguntaste si era posible encontrar a la persona perfecta para ti y no poder estar con ella.
Trago saliva.
Recuerdo perfectamente aquel día.
Recuerdo cómo me sentía.
Recuerdo el sí que pronunció, demostrándome que a veces está tan perdida como lo estoy yo.
—Ya la he encontrado—continúa diciendo, con la voz aún más ronca—La tengo delante. No quiero renunciar a ti. Esta noche no, Britt.
Las mariposas en mi estómago se despiertan de golpe, desbocadas y kamikazes.
Yo tampoco quiero perderla.
Santana me besa en el hombro despacio, calentando mi piel. Un suave gemido se escapa de mis labios. Se separa apenas unos centímetros y comienza a subir hasta mi cuello. Besos largos, profundos, que me mantienen atada a ella.
Toma mi media melena en un puño y tira de ella, colocando mi piel a su disposición. Se desplaza hasta mi nuca y una corriente eléctrica me sacude cuando sus labios tocan mi primera vertebra.
Poco a poco voy perdiendo la noción del tiempo, del espacio, mientras ella sigue rindiendo mi cuerpo centímetro a centímetro.
Ladea mi cabeza con un brusco tirón y asalta mi boca con esa mezcla de seguridad y desesperación, teniendo claro lo que quiere, sabiendo que jamás podría negárselo, pero con una urgencia casi infinita por conseguirlo ya.
Apoya su frente contra la mía y nuestros alientos se entremezclan justo antes de que vuelva a colocarme de espaldas a ella. Sus labios vuelven a mi nuca, su mano libre agarra mi cadera y me estrecha contra su cuerpo.
Inmediatamente noto su cadera chocar contra mi trasero y mis jadeos se solapan inconexos hasta transformarse en un largo gemido.
Sus manos bajan por mis piernas y suben arañando mi piel y levantando mi vestido con ellas.
Me gira brusco y me sienta sobre la lavadora, que comienza a moverse cada vez más descontrolada.
Me aferro a sus brazos, desesperada y sus manos vuelan entre las dos para acomodarnos para que nuestros sexos se rocen a la perfección, cortándome el aliento.
Grito... un sonido sordo y visceral que se entremezcla con la canción que aún suena.
Santana continúa moviéndose. Sus manos atrapan las mías, entrelaza nuestros dedos contra el borde de la lavadora.
Se mueve rápido uniéndonos más.
La máquina se mueve más rápido, vibrando desbocada, haciéndome vibrar a mí.
—¡Santana!—grito.
Me agarro con tanta fuerza a sus hombros que mis dedos se emblanquecen. El deseo se condensa rápido en mis entrañas.
Mis jadeos.
Sus gemidos.
Mis gemidos.
La voz de Ellie Goulding repitiendo que ésta va por nosotras, hablando de un amor triste, de nuestro amor triste.
Las caricias, los gemidos, el sexo, el amor, ella, yo... todo explota transformado en placer y electricidad, recorriéndome entera, llevándome al paraíso y trayéndome de vuelta sin piedad.
La quiero.
Voy a quererla toda mi vida.
Santana continúa moviéndose para alarga mi clímax, mordiéndome el cuello para contener sus gritos.
Nuestras respiraciones entrecortadas lo inundan todo.
Sus manos siguen sobre las mías. Y todo lo que me hace sentir resplandece con fuerza en la diminuta habitación, cegándome por completo.
—No va a tocarte—su voz es cruda, casi salvaje.
Alzo la mirada.
Mis ojos se encuentran con los suyos y de pronto lo entiendo todo.
Sé por qué está aquí, por qué me ha follado en la lavandería.
Lo único que quiere es demostrarme que, por muchas citas que tenga, jamás podré escapar de lo que me hace sentir.
Me zafo de sus manos y salgo del pequeño cuarto.
Ahora mismo la odio.
No puedo tenerla cerca.
Santana me sigue, me agarra del brazo, me obliga a girarme y me besa con fuerza, absolutamente furiosa, utilizando todo lo que siento por ella en mi contra.
Sus besos son todo lo que anhelo, pero no puedo permitir que haga esto, no así, no por estos motivos.
La empujo con fuerza hasta separarme de ella y le doy una bofetada. Santana se gira despacio y de inmediato clava sus ojos endurecidos en los míos.
—¿Quién te crees que eres?—prácticamente chillo, desesperada—Tú no puedes decidir si tengo citas o si quiero salir con otras personas.
—Claro que puedo, Brittany—replica intimidante—Tú eres mía.
—¿Y las otras mujeres también lo son?
Mis palabras caen como un jarro de agua fría entre las dos.
—¿Vas a salir con ella?—inquiere ignorando mi pregunta.
No respondo.
No quiero y ella no se lo merece.
—¿Vas a dejar que te bese?
—No lo sé—contesto con rabia.
—¿Vas a acostarte con ella?—añade acelerada.
—¿Y qué si lo hago? ¡Tú te acuestas con otras!—grito más enfadada que nunca, dolida.
—¡Esto no tiene nada que ver con ellas!—responde de la misma manera—¡Se trata de ti y de mí!
Cabeceo conteniendo las lágrimas.
Estoy furiosa, frustrada y triste.
—¿Cómo puedes decir eso?—siseo—¡Te acuestas con ellas, claro que tiene que ver!
—No, joder, no lo tiene—sentencia, y por un momento creo que se siente exactamente como me siento yo.
No puedo más.
—Me marcho —musito.
Ya no tengo fuerzas.
Santana murmura un juramento entre dientes y da un paso hacia mí, dispuesta a volver a besarme, a convencerme como mejor sabe para qué me deje llevar y me olvide de todo.
—No—le digo mirándola a los ojos, con los míos llenos de lágrimas.
Mi única palabra la frena en seco:
—Ahora quien no quiero que me toque eres tú—una lágrima cae por mi mejilla, pero me la seco con rabia.
No he dicho la verdad, pero tampoco me arrepiento.
No puedo dejar que me bese, que impida mi cita mientras ella se acuesta con otras mujeres.
Ella es lo único que quiero, pero no voy a ser tan idiota de dejárselo tan cristalinamente claro.
—Adiós, Santana.
Sus ojos negros están llenos de una veintena de emociones diferentes, pero una sensación de completo desahucio reina sobre todas ellas.
Cruzo el vestíbulo y salgo sin mirar atrás.
No quiero levantarme.
Ayer me dormí llorando.
Empecé a hacerlo en el camino de vuelta a casa y ya no pude parar.
Nunca me he sentido más confusa y a la vez más triste. A veces creo que Santana quiere que me rinda, que deje de pensar que puede darme algo distinto a lo que ya tenemos y, otras, creo que quiere que luche por ella, que salte al vacío por las dos, que la convenza de que podemos ser felices.
También he pensado mucho en el señor Figgins.
Quiero a Santana, pero las dos sabemos que no tenemos ninguna oportunidad.
La acabaré perdiendo.
¿Merece entonces la pena arriesgarlo todo por algo que está abocado al fracaso?
Tomo una bocana de aire para contener las lágrimas.
No quiero seguir llorando. Y, por primera vez en mi vida, tampoco quiero seguir pensando.
Todavía estoy desayunando cuando recibo un mensaje de Casey, mi compañera del máster, invitándome a cenar y a una copa. Me siento muy halagada pero no quiero salir con nadie, mucho menos después de todo lo que pasó ayer con Santana.
Le pongo la primera excusa que se me ocurre, pero no tarda en responderme diciéndome que es una justa celebración con algunas semanas de atraso por haber terminado nuestros proyectos para el máster a tiempo.
Casey me cae muy bien y siempre es muy amable conmigo, pero no puedo.
Le pongo una nueva excusa, un poco más elaborada, y vuelvo a rechazar su invitación, aunque, si lo pienso fríamente, ni siquiera sé por qué lo hago.
Santana dejó muy claro que debía salir con otras personas. Ella se acuesta con otras mujeres.
El estómago se me encoje de golpe.
Cabeceo.
Odio esa idea.
La BlackBerry no tarda más de un par de segundos en volver a sonar. La silencio y me la meto en el bolsillo del pijama.
Después del desayuno, me escabullo rápida a mi habitación para empezar a arreglarme.
Lo mejor que puedo hacer es marcharme a la oficina y concentrar todos mis esfuerzos en encontrar una solución para Figgins Media.
Me quito el pijama y paso por delante del espejo que hay sobre el lavabo. Es un movimiento completamente rutinario, pero, entonces, las veo.
Tengo decenas de pequeñas marcas sonrosadas en el cuello, la clavícula, el estómago... Las acaricio con la punta de los dedos.
Todas son marcas de Santana, de todo lo que hicimos ayer.
Nunca pensé que sería el tipo de chica a la que le gustaran estas cosas, pero no puedo evitar sentirme más unida a ella cada vez que las miro.
Suspiro con fuerza con la vista perdida en mi reflejo en el espejo.
Cada vez que hemos intentado hablar de lo que tenemos, la conversación ha acabado siendo un absoluto desastre. Quizá lo mejor sea disfrutar del tiempo que vaya a durar, y olvidarnos de todo lo demás.
Cojo aire y contengo las lágrimas.
—Disfruta de ella, Bluebird, y deja lo de llorar para cuando ya no tengas nada más.
Meto la cara bajo el chorro de agua caliente y me obligo a cantar el Love myself, de Hailee Steinfeld, a pleno pulmón.
Siempre he oído que un cincuenta por ciento de cómo nos sentimos lo elegimos nosotros, así que pienso conseguir que esa mitad capte la indirecta de que vamos a estar bien.
Regreso a mi habitación envuelta en una toalla, aún tarareando mientras me seco el pelo con una más pequeña.
Al apartarme mi media melena rubia de la cara, doy un respingo con el que casi llego al techo.
—¿Es que quieres matarme?—protesto, llevándome la mano al pecho y viendo cómo Saint Lake se parte de risa sentada en mi cama por el susto que acaba de darme.
Divertida, la fulmino con la mirada y camino hasta la cómoda para coger mi ropa interior y después el vestido rojo de mi armario.
—Quería hablar contigo.
Asiento mientras regreso al cuarto de baño para vestirme.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Sí, claro que sí —respondo sin darme tiempo a pensarlo.
—¿De verdad?—contraataca—No es que no te crea—añade rápidamente y guarda un segundo de silencio—...Bueno, la verdad es que no te creo. Biff nos ha contado que ayer estabas llorando cuando hablaste con él por teléfono.
Frunzo el ceño.
Preocuparlo es lo último que quiero.
—Fue una tontería.
—¿Segura? —inquiere insistente.
—Créeme, estoy bien.
Estoy convencida de que, si lo digo unas doscientas veces más, acabará por hacerse realidad.
—Es por esa chica, ¿verdad?—sentencia al fin—Te gusta mucho.
Cojo aire y me siento en el borde de la bañera, a medio vestir.
—Estoy enamorada de ella—confieso.
—¿Qué?—el grito de mi amiga me llega amortiguado a través de la puerta.
Mis labios se curvan en una débil sonrisa.
No puedo decir que no la entienda. Desde que me conoce, jamás me ha oído decir esa frase ni ninguna remotamente parecida.
—Yo... ni siquiera sé cómo ha pasado. Al principio la odiaba, muchísimo; puede llegar a ser tan engreída y tan capullo—estallo al borde de la risa—, Pero después, poco a poco, fui conociéndola y nos hicimos amigas, y nos acostamos y hemos seguido haciéndolo, y las cosas en el trabajo se están
complicando y no sé qué hacer—antes de que pueda controlarlo, los ojos vuelven a llenárseme de lágrimas.
Saint Lake no lo duda, entra en el baño, se sienta a mi lado y me abraza con fuerza.
—Todo va a arreglarse—me consuela sin soltarme—No conozco a ese chica, pero estoy segura de que merece la pena y, sobre todo, estoy convencida de que sabe la suerte que tiene de tener a alguien como tú en su vida. Si es el centro de la ira de Ohio en el trabajo y ha sobrevivido, tiene que ser una tipa lista—sentencia.
Las dos sonreímos.
—Todo va a arreglarse.
No sé si hay algo en su voz o en el hecho de que haya repetido precisamente esa frase, pero sospecho que ella necesita hablar tanto como yo.
—¿Y tú estás bien? —inquiero.
Su cuerpo se tensa; mi pregunta la ha pillado por sorpresa, pero, aun así, no me suelta.
—Sí, claro que sí —se apresura a responder.
—¿Segura? —contraataco.
—Sí —contesta lacónica.
—Bueno no es que no te crea... —dejo en el aire sus propias palabras.
Donde las dan, las toman, señorita Saint Lake City.
Ella suspira, dispuesta a soltarlo todo, pero en ese preciso instante la puerta del baño se abre y, antes de que podamos reaccionar de ningún modo, un «ohhh» de lo más sentimental atraviesa el ambiente y Mercedes se une al abrazo, estrechándonos con fuerza.
—Las conozco demasiado bien y sé que ninguna de las dos está pasando un buen momento—dice—, Por eso he convencido a mi mamá de que nos haga tortitas. Son el remedio universal contra las personas cabronazas.
Aunque sospecho que Saint Lake lo quiere tan poco como yo, las tres estallamos en risas por el comentario de Mercedes.
—¿Estás en ropa interior?—inquiere mi morena amiga sin soltarnos.
—Sí —respondo.
—Bueno entonces deberíamos dejar de abrazarnos. La puerta está abierta y ayer vi a tu vecino de enfrente comprar unos prismáticos en la tienda del señor Tanaka.
Las tres volvemos a reír e inmediatamente nos separamos.
Mejor prevenir.
Llego a la oficina algo nerviosa, pero con la situación bajo control.
Tengo mucho trabajo que hacer, tomar muchas decisiones... y también tengo que ver a Santana.
Odio no saber cómo comportarme con ella.
Mercedes se queda resolviendo unos asuntos con el guardia de seguridad y yo subo a Figgins Media. Salgo del ascensor y camino con paso seguro hacia mi despacho. Apenas he cruzado la mitad de la planta cuando la puerta de su oficina se abre y Santana sale.
Está sencillamente espectacular y yo comienzo a preguntarme qué clase de binomio diabólico es ése, en el que, cuanto más alejada pretendo mantenerme de ella, más increíblemente atractiva está.
Me recorre de arriba abajo y su mirada finalmente se posa en la mía. Sus ojos describen un centenar de emociones, pero soy incapaz de descifrar ninguna.
—¡Britt!—grita Mercedes a mi espalda—¡Tienes que ver esto!
Tardo un segundo de más en girarme, pero al fin lo hago y prácticamente en ese mismo instante abro los ojos como platos al verla acercarse con un precioso ramo de rosas rojas.
—Son para ti—me informa entusiasmada.
No puedo evitarlo y vuelvo mi vista de nuevo hacia Santana. Ha tenido que ser ella.
Me acerco a Mercedes con una sonrisa de oreja a oreja y cojo el pequeño sobrecito blanco que hay en el centro del ramo. Mi gesto se apaga cuando saco la tarjeta y veo la firma de Casey al final.
—Espero que digas que sí—murmura Mercedes leyendo la nota—¿A qué quiere que digas que sí?—calla un segundo—¿Y quién es Casey?—añade al darse cuenta de que ésa es la pregunta realmente importante.
—Es una compañera del máster. Me ha invitado a cenar esta noche—respondo poco convencida.
Me giro discretamente y busco la mirada de Santana. Sigue de pie, a unos pasos de su despacho.
Creo que una parte de mí está deseando que atraviese la sala como una exhalación, tire el ramo de rosas contra la pared y me bese aquí, en mitad de Figgins Media.
Ésa es la misma mitad que siempre llora con el final de Cuando Harry encontró a Sally y se pasa una hora curioseando libros en la sección de romántica cada vez que va a Barnes & Noble.
Santana me observa, pero no dice nada y finalmente sonríe, y a mí nunca me había dolido tanto una sonrisa.
Le mantengo la mirada y me obligo a devolverle el gesto. Cojo las flores, que Mercedes se ha encargado de meter en un jarrón, y me encierro en mi despacho.
Me dejo caer en mi silla y observo las rosas encima de mi mesa como si fueran las culpables de ponerme en una especie de encrucijada. Me niego a seguir pasando por esta situación de puntillas y me niego a seguir llorando.
Santana quiere que conozca a otras personas, así que, ¿por qué no debería aceptar esta cita con Casey?
Salir, divertirme, acostarme con ella y las cosas que se supone que hace una chica de veintisiete años.
Aprovechando esta especie de ataque de valor, saco la BlackBerry y busco el nombre de mi compañera de máster en la agenda. Sin embargo, cuando estoy a punto de pulsar la tecla verde, me freno en seco.
¿Realmente es lo que quiero?
Suspiro con fuerza tratando de poner orden en mis ideas, pero, involuntariamente, una se hace paso a través de las demás: Santana se acuesta con otras mujeres.
Puede que no sepa si salir con Casey es lo que quiero, pero está claro que es lo que debo querer.
Me paso el resto del día trabajando e ignorando los nervios, malos y buenos a partes iguales, de mi estómago.
Santana se marchó a una reunión cerca del edificio Flatiron a primera hora y todavía no ha regresado.
Es la primera vez que no comemos juntas en dos semanas.
Mercedes no para de venir a mi despacho a preguntarme si ya he elegido vestido o zapatos. Creo que está más emocionada que yo.
Cuando me marcho a eso de las cinco, Santana aún no ha vuelto.
Estoy tentada de llamarla, sólo para hablar con ella de cualquier estupidez, pero me contengo.
Si quiero que mi cita con Casey tenga alguna posibilidad de funcionar, tengo que hacer todo lo posible por sacarme a Santana López de la cabeza.
No voy a negar que la idea es más que complicada.
Dejo todo organizado con Adele y Saint Lake City y me voy a mi departamento a empezar a arreglarme.
Ya me he dado una ducha rápida y me he puesto un bonito vestido blanco ajustado por la parte de arriba y con una falda de vuelo a partir de la cintura, cuando recuerdo que tengo que bajar y dejar mi colada y la de Mercedes lavándose. Al regresar de la oficina, ella se encargará de pasarla a la secadora y doblarla.
Termino de arreglarme, cojo mi bolso y mi chaqueta y meto mi ropa sucia en una enorme cesta de plástico. Subo al departamento de mi amiga y, con la llave de repuesto, cojo la suya.
Encima de toda la ropa, pongo mi iPod enchufado a un pequeño altavoz y bajo los tres pisos con el Hide away, de Daya.
Tiene algo irónico que esté cantando dónde se han metido todos los chicos buenos.
Estoy a punto de tener una cita con una y no me siento tan feliz como cabría esperar.
Estoy en el último tramo de escaleras, a sólo unos peldaños del vestíbulo, cuando la puerta principal se abre y el corazón me da un vuelco.
Hablando de chicas malas...
Me barre con la mirada y sus ojos se ensombrecen mientras recorre mi vestido.
Yo me quedo muy quieta, sin ni siquiera saber qué hacer, lo cual no es ninguna novedad, pero al fin consigo reaccionar y bajar los escalones que me quedan.
—¿Qué haces aquí?—inquiero confusa—¿Ha ido todo bien en la reunión?
La canción sigue sonando.
Santana no responde y por un momento las dos nos quedamos en silencio, mirándonos.
Nunca había estado en mi departamento, ni siquiera en mi edificio. Siempre me acompaña a casa en su Jaguar o un taxi, pero yo siempre insisto para que nos despidamos en él. A Santana no le hace demasiada gracia, pero yo lo prefiero así.
Hace que las cosas complicadas sean un poco menos complicadas.
—Sólo quería verte —suelta al fin.
Parece enfadada, mucho.
Yo estudio su rostro tratando de averiguar por qué, pero no soy capaz.
—Tengo que hacer la colada —comento señalando lo obvio.
Ella no dice nada más, cubre la distancia que nos separa y me quita la cesta de las manos. Sus dedos acarician los míos fugazmente y toda mi piel se electrifica.
Casi en ese instante mis ojos se encuentran con los suyos oscuros y me doy cuenta de que está tensa, en guardia; está llena de rabia.
Santana espera a que empiece a caminar para seguirme. Nerviosa, me muerdo el labio inferior y hecho a andar.
Llegamos a la lavandería en unos segundos. La pequeña estancia está desierta. Santana deja la cesta sobre una de las lavadoras. Yo abro la otra y comienzo a meter la ropa sin poder dejar de darle vueltas a por qué está aquí, a qué ha venido.
Quizá ha tenido una mala reunión o algo no ha salido como esperaba.
En mitad de todos esos pensamientos, Santana da un paso hacia mí. No me toca, pero su olor me sacude y me hago hiperconsciente de ella, de su cuerpo.
Siento su mirada sobre mí y mi corazón comienza a latir de prisa, retumbando en mis oídos.
Trago saliva y me obligo a no pensar en ella.
Echo el detergente y el suavizante y cierro la portezuela metálica. Meto la primera moneda de veinticinco centavos y empujo la pequeña bandeja de acero sobre el diminuto raíl.
La canción cambia.
Empieza a sonar Here’s to us.
Meto la segunda moneda.
Sigue mirándome.
Estoy demasiado nerviosa.
Empujo el mecanismo y resuena vibrante en la estancia, que parece haber encogido hasta medir un mísero metro cuadrado.
Mi respiración acelerada lo inunda todo, entremezclándose con la voz de Ellie Goulding.
Su cuerpo llama al mío.
Da un paso más.
Santana se mueve despacio, llena de una arrebatadora seguridad, y se coloca a mi espalda. No dice nada y al mismo tiempo me está dejando claras muchas cosas.
El ambiente se carga de una poderosa electricidad.
Sigo preguntándome qué hace aquí, a qué ha venido, pero creo que ya no me importa.
Intento meter la tercera moneda, pero las manos me tiemblan y cae sobre la lavadora. Santana la recoge y la coloca en la pequeña bandeja. La empuja sobre el raíl y el rumor metálico vuelve a resonar por toda la habitación.
El deseo y la excitación se entremezclan calientes por mis venas, por mis muslos.
—¿Por qué has venido? —murmuro.
No contesta y yo nunca he sido más consciente de que debería protegerme.
Debería salir de aquí, pero no puedo.
Quiero huir de ella, pero soy incapaz.
—Una vez me preguntaste si era posible encontrar a la persona perfecta para ti y no poder estar con ella.
Trago saliva.
Recuerdo perfectamente aquel día.
Recuerdo cómo me sentía.
Recuerdo el sí que pronunció, demostrándome que a veces está tan perdida como lo estoy yo.
—Ya la he encontrado—continúa diciendo, con la voz aún más ronca—La tengo delante. No quiero renunciar a ti. Esta noche no, Britt.
Las mariposas en mi estómago se despiertan de golpe, desbocadas y kamikazes.
Yo tampoco quiero perderla.
Santana me besa en el hombro despacio, calentando mi piel. Un suave gemido se escapa de mis labios. Se separa apenas unos centímetros y comienza a subir hasta mi cuello. Besos largos, profundos, que me mantienen atada a ella.
Toma mi media melena en un puño y tira de ella, colocando mi piel a su disposición. Se desplaza hasta mi nuca y una corriente eléctrica me sacude cuando sus labios tocan mi primera vertebra.
Poco a poco voy perdiendo la noción del tiempo, del espacio, mientras ella sigue rindiendo mi cuerpo centímetro a centímetro.
Ladea mi cabeza con un brusco tirón y asalta mi boca con esa mezcla de seguridad y desesperación, teniendo claro lo que quiere, sabiendo que jamás podría negárselo, pero con una urgencia casi infinita por conseguirlo ya.
Apoya su frente contra la mía y nuestros alientos se entremezclan justo antes de que vuelva a colocarme de espaldas a ella. Sus labios vuelven a mi nuca, su mano libre agarra mi cadera y me estrecha contra su cuerpo.
Inmediatamente noto su cadera chocar contra mi trasero y mis jadeos se solapan inconexos hasta transformarse en un largo gemido.
Sus manos bajan por mis piernas y suben arañando mi piel y levantando mi vestido con ellas.
Me gira brusco y me sienta sobre la lavadora, que comienza a moverse cada vez más descontrolada.
Me aferro a sus brazos, desesperada y sus manos vuelan entre las dos para acomodarnos para que nuestros sexos se rocen a la perfección, cortándome el aliento.
Grito... un sonido sordo y visceral que se entremezcla con la canción que aún suena.
Santana continúa moviéndose. Sus manos atrapan las mías, entrelaza nuestros dedos contra el borde de la lavadora.
Se mueve rápido uniéndonos más.
La máquina se mueve más rápido, vibrando desbocada, haciéndome vibrar a mí.
—¡Santana!—grito.
Me agarro con tanta fuerza a sus hombros que mis dedos se emblanquecen. El deseo se condensa rápido en mis entrañas.
Mis jadeos.
Sus gemidos.
Mis gemidos.
La voz de Ellie Goulding repitiendo que ésta va por nosotras, hablando de un amor triste, de nuestro amor triste.
Las caricias, los gemidos, el sexo, el amor, ella, yo... todo explota transformado en placer y electricidad, recorriéndome entera, llevándome al paraíso y trayéndome de vuelta sin piedad.
La quiero.
Voy a quererla toda mi vida.
Santana continúa moviéndose para alarga mi clímax, mordiéndome el cuello para contener sus gritos.
Nuestras respiraciones entrecortadas lo inundan todo.
Sus manos siguen sobre las mías. Y todo lo que me hace sentir resplandece con fuerza en la diminuta habitación, cegándome por completo.
—No va a tocarte—su voz es cruda, casi salvaje.
Alzo la mirada.
Mis ojos se encuentran con los suyos y de pronto lo entiendo todo.
Sé por qué está aquí, por qué me ha follado en la lavandería.
Lo único que quiere es demostrarme que, por muchas citas que tenga, jamás podré escapar de lo que me hace sentir.
Me zafo de sus manos y salgo del pequeño cuarto.
Ahora mismo la odio.
No puedo tenerla cerca.
Santana me sigue, me agarra del brazo, me obliga a girarme y me besa con fuerza, absolutamente furiosa, utilizando todo lo que siento por ella en mi contra.
Sus besos son todo lo que anhelo, pero no puedo permitir que haga esto, no así, no por estos motivos.
La empujo con fuerza hasta separarme de ella y le doy una bofetada. Santana se gira despacio y de inmediato clava sus ojos endurecidos en los míos.
—¿Quién te crees que eres?—prácticamente chillo, desesperada—Tú no puedes decidir si tengo citas o si quiero salir con otras personas.
—Claro que puedo, Brittany—replica intimidante—Tú eres mía.
—¿Y las otras mujeres también lo son?
Mis palabras caen como un jarro de agua fría entre las dos.
—¿Vas a salir con ella?—inquiere ignorando mi pregunta.
No respondo.
No quiero y ella no se lo merece.
—¿Vas a dejar que te bese?
—No lo sé—contesto con rabia.
—¿Vas a acostarte con ella?—añade acelerada.
—¿Y qué si lo hago? ¡Tú te acuestas con otras!—grito más enfadada que nunca, dolida.
—¡Esto no tiene nada que ver con ellas!—responde de la misma manera—¡Se trata de ti y de mí!
Cabeceo conteniendo las lágrimas.
Estoy furiosa, frustrada y triste.
—¿Cómo puedes decir eso?—siseo—¡Te acuestas con ellas, claro que tiene que ver!
—No, joder, no lo tiene—sentencia, y por un momento creo que se siente exactamente como me siento yo.
No puedo más.
—Me marcho —musito.
Ya no tengo fuerzas.
Santana murmura un juramento entre dientes y da un paso hacia mí, dispuesta a volver a besarme, a convencerme como mejor sabe para qué me deje llevar y me olvide de todo.
—No—le digo mirándola a los ojos, con los míos llenos de lágrimas.
Mi única palabra la frena en seco:
—Ahora quien no quiero que me toque eres tú—una lágrima cae por mi mejilla, pero me la seco con rabia.
No he dicho la verdad, pero tampoco me arrepiento.
No puedo dejar que me bese, que impida mi cita mientras ella se acuesta con otras mujeres.
Ella es lo único que quiero, pero no voy a ser tan idiota de dejárselo tan cristalinamente claro.
—Adiós, Santana.
Sus ojos negros están llenos de una veintena de emociones diferentes, pero una sensación de completo desahucio reina sobre todas ellas.
Cruzo el vestíbulo y salgo sin mirar atrás.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Pensé por un momento que cuando San fue a buscar a Dani saliendo se toparía con Britt y se armaría un drama jajajaja
Y San muriendo de celos por ver que su rubia tendrá una cita pero el que le dijera que se acuesta con otras no fue su mejor idea y mas porque esta aceptando salir por coraje y celos. Espero que solucionen las cosas porque lo que prácticamente hizo la morena ahorita fue marcar a Britt
Y San muriendo de celos por ver que su rubia tendrá una cita pero el que le dijera que se acuesta con otras no fue su mejor idea y mas porque esta aceptando salir por coraje y celos. Espero que solucionen las cosas porque lo que prácticamente hizo la morena ahorita fue marcar a Britt
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Ahora si se armo la grande, espero que san no salga a buscar pelea por ahi, pq britt tiene que salir con casey? no lo entiendo, esa tonteria de que un clavo saca otro es mentira y mas cuando el clavo esta torcido!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
Hola morra...
Bueno san tiro demasiado de la cuerda y parece que se rompió???
Ahora san tiene que demostrarle a las que va a todo con britt!!!!
Y no ande con loca celos y este así de hermitaña no jodas!!
Nos vemos!!!
Bueno san tiro demasiado de la cuerda y parece que se rompió???
Ahora san tiene que demostrarle a las que va a todo con britt!!!!
Y no ande con loca celos y este así de hermitaña no jodas!!
Nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
JVM escribió:Pensé por un momento que cuando San fue a buscar a Dani saliendo se toparía con Britt y se armaría un drama jajajaja
Y San muriendo de celos por ver que su rubia tendrá una cita pero el que le dijera que se acuesta con otras no fue su mejor idea y mas porque esta aceptando salir por coraje y celos. Espero que solucionen las cosas porque lo que prácticamente hizo la morena ahorita fue marcar a Britt
Hola, ajajajaja no te lo imaginas! ajajajajajajajajajajaja todo se muere ai xD jaajajajajaja. Ufff q cosas con esa morena loca, no¿? no le salen bn las cosas xD Si, si q la marco! pienso igual... y si no se decide no ayuda q la marque, no¿? =/ y si q las solucione sus cosas no puede hacer nada =/ Saludos =D
micky morales escribió:Ahora si se armo la grande, espero que san no salga a buscar pelea por ahi, pq britt tiene que salir con casey? no lo entiendo, esa tonteria de que un clavo saca otro es mentira y mas cuando el clavo esta torcido!!!!!
Hola, si q si =/ ufff lo ultimo q le falta ¬¬ Nadie lo sabe xD o bueno ella si, para no pensar en la morena xD Ufff q razón tienes, q razón tienes! Saludos =D
3:) escribió:Hola morra...
Bueno san tiro demasiado de la cuerda y parece que se rompió???
Ahora san tiene que demostrarle a las que va a todo con britt!!!!
Y no ande con loca celos y este así de hermitaña no jodas!!
Nos vemos!!!
Hola lu, si q si =/ lamentable para ella... SI! q es hora la vrdd =/ jajajajajajaajajaj otro punto a tu favor xD ajjaaj keire todo, pero no da nada xD jajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Cap 14
Capitulo 14
Santana
Contemplo las escaleras, inmóvil en el centro del vestíbulo.
Vuelvo de golpe a Portland, a los billares.
Vuelvo a sentir toda esa impotencia.
Esta mañana, cuando la vi sonreír delante de aquel ramo de flores, una violenta corriente de adrenalina mezclada con una peligrosa cantidad de furia y la neandertal que llevo dentro invadieron todo mi cuerpo.
Observaba a Mercedes dar palmas entusiasmada mientras corría de un lado a otro a por un jarrón, a por agua.
Mientras, Brittany no dejaba de mirar las rosas. Leyó la tarjeta, habló de tener una cita con otra tía, y yo nunca había estado tan furiosa en toda mi vida.
Decidí que me enteraría de a qué hora tendría su cita, me presentaría aquí y me las ingeniaría para llevármela a la cama y follármela hasta que perdiese la noción del tiempo.
Soy plenamente consciente de que ha sido una cabronada demasiado grande incluso tratándose de mí, pero sólo necesité verla entreabrir sus perfectos labios mientras se inclinaba a oler las flores y que una de ellas le rozase tímidamente el escote para darme cuenta de que toda la cuestión moral quedaba atrás.
No pienso dejar que ninguna persona le ponga las manos encima.
Me da igual lo que dijera antes o lo segura que estoy de que no tenemos ninguna oportunidad de que esto salga bien.
Fui una completa gilipollas al decirle que me acostaba con otras mujeres cuando no es verdad.
No sé lo que siento por Brittany, pero quiero que sea feliz y tengo clarísimo que lo mejor para ella es encontrar a alguien.
Sin embargo, detesto esa idea.
No estoy celosa, joder, pero quiero que ella sólo esté conmigo.
Brittany es mía.
Aprieto los puños con rabia, conteniéndome.
Una decena de ideas recorren mi mente a toda velocidad. Pienso en llamarla, en averiguar dónde está, en presentarme en el maldito restaurante, cargarla, llevarla a mi departamento y demostrarle como mejor sé que todo esto es una estupidez, que puede que no tengamos ningún futuro, pero que no quiero perder lo que tenemos ahora.
Salgo de su edificio y, con el iPhone ya en la mano, me detengo en seco en mitad de una calle cualquiera del West Side.
Estoy a punto de perder el maldito control.
Yo no soy así.
Aprieto la mandíbula y me guardo el maldito teléfono en el bolsillo.
Las ganas de pelearme son más grandes que nunca. Sin embargo, sé que, si hago eso, Brittany se preocupará y se culpará. Esa idea se acomoda bajo mis costillas y las aprieta hasta impedirme respirar.
Lo último que quiero es que sufra.
Comienzo a deambular sin mucho sentido.
Manhattan siempre me ha gustado. Casi sin darme cuenta, poco a poco toda esa rabia descontrolada va transformándose en algo más profundo y la desconcertante presión bajo mis costillas crece.
¿Qué pasa si pierdo a Brittany?
¿Qué pasa si ella ya no quiere seguir con esto?
No creo que ninguna de las dos pudiese volver a donde estaba y acabaría perdiendo a la única mujer que ha significado algo para mí más allá del sexo.
Tres horas después, regreso a su departamento.
Tenemos que hablar, aunque no tenga ni idea de qué decirle.
Sigo siendo una egoísta de mierda y sólo quiero tenerla cerca.
La puerta del edificio está abierta, pero no hay nadie en su piso. Después de llamar media docena de veces, comprendo que aún no ha llegado y decido esperarla.
Sé que ahora mismo parezco alguien desesperada y vulnerable.
Prefiero no pensarlo.
Prefiero no ahondar en la idea de que en este jodido instante no podría parecerme más a él.
Cuando oigo pasos al fondo del pasillo, en las escaleras, estoy sentada en el rellano con las piernas estiradas a lo largo de la vieja tarima, esperando.
Alzo la cabeza.
Ya sé lo que voy a encontrarme.
Brittany está a un puñado de pasos de mí, mirándome. En ningún momento pensé en la posibilidad de que hubiera traído a esa tía hasta aquí.
De golpe la sangre me arde.
Ésa es otra idea que prefiero no pensar.
—¿Qué haces aquí?—pregunta con la voz tomada.
Yo exhalo con fuerza todo el aire de mis pulmones.
—No quiero que veas a otras personas—digo al fin—No significa que estemos juntas—callo un segundo, tratando de reordenar mis ideas—Joder, no sé lo que significa, Brittany.
O quizá justamente es eso lo que quiero decir y éste es el retorcido mecanismo de defensa que mi mente ha creado para ignorar la acuciante verdad, esa que dice «Ey, Santana López, estás bien jodida».
—¿Te das cuenta de que al final no son más que tus estúpidas reglas, tus límites?—me desafía sin moverse.
Ella también está harta de todo esto
—Sólo aceptas a mujeres que se adaptan a lo que tú buscas.
—Creo que me estoy cansada de todo eso—la interrumpo.
Brittany arruga el ceño confusa.
—¿Estás segura?
—Ahora mismo no estoy segura nada. Pero no quiero perderte, Niña Buena. Sólo quiero asegurarme de que te quedarás.
Brittany sopesa mis palabras durante largos segundos y finalmente echa a andar hacia mí. Se sienta a mi lado y suspira con fuerza.
Su vestido blanco resalta perfecto contra la tarima oscurecida.
Es la cosa más sexy y preciosa que he visto nunca.
—Y tú, ¿qué?—pregunta con la mirada clavada al frente.
Yo asiento, también con la vista posada en la pared.
—La última vez que me acosté con otra mujer fue el día que nos conocimos.
Ella suspira bruscamente.
Parece aliviada, pero también algo arrepentida y finalmente lanza algo parecido a una sonrisa cansada y apoya su cabeza en mi hombro. Ese pequeño contacto revoluciona todo mi cuerpo, pero al mismo tiempo tengo la sensación de que pone cada cosa en su lugar.
—Sólo acepté esa cita porque estaba demasiado furiosa y triste pensando que no era suficiente para ti.
Esa especie de revelación vuelve a arrasarlo todo dentro de mí, como una montaña rusa que nunca acaba.
No lo dudo.
Me giro y atrapo su hermosa cara entre mis manos.
—Eres lo mejor que me ha pasado en toda mi maldita vida, Brittany—digo con una convicción absoluta. No hay una mísera duda—, Y, desde luego, eres mucho más de lo que merezco.
Ella sonríe y yo la beso disfrutando de sus labios, de todo lo que me hace sentir aunque ni siquiera lo entienda, y suavemente nos tumbo sobre la tarima.
Mi cuerpo cubre el suyo; mis manos acarician sus pechos, se agarran a sus caderas, se pierden bajo su vestido y, al final, suben para entrelazarse con las suyas por encima de su cabeza.
Siento por ella más cosas de las que ni siquiera puedo explicar y por primea vez no me importa, no me importa absolutamente nada.
Despacio, acompasadas a la perfección, nos movemos hasta que mis caderas quedan entre las suyas.
Pierde su mano entre nosotras y con el pulso tembloroso baja sus bragas y luego sube mi falda, me baja las bragas, para luego acariciarme con ternura.
Nos acomodamos para que nuestros sexos se rocen, sin apartar mis ojos de los suyos, que se mantienen despiertos y curiosos, queriendo leer cada emoción que cruza mi mirada.
No hay nada entre nosotras y la intimidad crece, nos envuelve, nos ata de esa manera que me recuerda despacio, bajito, que ella es mi mayor tesoro, algo que tengo que cuidar, que proteger del mundo, como si Dios me hubiese hecho el mejor regalo.
Dejo caer mi frente contra la suya.
—Todo en lo que puedo pensar eres tú susurro contra su boca.
Su cuerpo comienza a temblar suavemente. Sigo moviéndome sin tener ninguna prisa por llegar al final, reviviendo cada segundo, cada gesto, cada mirada.
Brittany gime mi nombre, susurra cuánto me ha echado de menos, lo llena que se siente, lo feliz. Yo sonrío y la beso una y otra vez, diciéndole sin palabras que me siento exactamente igual.
Acelero el ritmo.
Ella se aferra a mis hombros, escondiendo su cuerpo bajo el mío, acercándonos más, uniéndonos más a pesar de estar completamente vestidas, de estar en el suelo, en mitad de su rellano, y entonces comprendo que esta vez es diferente, que, a partir de ahora, nosotras somos diferentes.
Se retuerce y mi nombre se evapora en sus labios y se corre despacio, gimiendo, mostrándose vulnerable, dulce, abriéndose para mí en todos los malditos sentidos.
La corriente eléctrica contagia mi cuerpo y sólo un par de segundos después me pierdo en ella gimiendo un juramento ininteligible.
La observo siguiendo el contorno de su cara con mis dedos.
Está preciosa en ese estado febril, con la piel encendida y el pelo revuelto.
Quiero conservarla así el máximo tiempo posible, así que me levanto, la cojo en brazos y la alzo suavemente del suelo. Brittany rodea mi cuello con sus brazos y hunde su cara en ellos.
Su olor se ha mezclado con el mío en mi piel.
Es perfecto, casi irreal.
Entramos y la tumbo en la cama, pero, antes de que me haya separado del todo, ella me toma de la mano con los ojos cerrados y la respiración tranquila.
—Por favor, no te vayas—murmura.
Yo sonrío sin poder apartar mis ojos de ella y, sin soltarla, me tumbo a su lado acomoda su espalda contra mi pecho, acurrucándose sobre mi brazo, y yo deslizo mi otra mano por su cintura y la estrecho contra mi cuerpo.
Otra vez sin dudas, ni preguntas, simplemente dejándonos llevar.
Pierdo la nariz en su pelo e inspiro suavemente.
—No voy a irme a ninguna parte —susurro.
La noto sonreír y, aún vestidas, nos quedamos dormidas.
Me despierto.
Aún es de noche.
Está nevando.
Miro el reloj de su mesita.
Son casi las seis.
Brittany sigue durmiendo a mi lado hecha un ovillo, con el pelo cubriéndole la cara. Está tan relajada, tan serena, que no puedo evitar acariciarle la nariz con la mía sólo para fastidiarla.
Acaba soltando algo parecido a un gruñido y se acurruca al lado contrario. Yo sonrío y me levanto con cuidado. Le quito los zapatos procurando no despertarla y la tapo con la colcha.
Soy plenamente consciente de que debería marcharme a casa, pero algo más fuerte que yo misma me grita que todo eso puede esperar y que haga lo que en realidad me muero de ganas de hacer.
Sonrío concediéndome esa tregua y me siento en la cama. Apoyo las manos a ambos lados de su cabeza y me inclino suavemente hasta que tengo su preciosa cara frente a la mía.
Dejo escapar el aire de mis pulmones sin parar de mirarla y casi involuntariamente comienzo a recordar todas las cosas que nos han pasado: la manera en la que nos conocimos, cuando la descubrí pintando las paredes de la pecera —ni Kitty, ni Quinn ni yo imaginamos el juego que daría ese despacho cuando nos mudamos a aquella oficina—, la primera vez que la besé...
Me pregunto si ella recordará la primera vez que nos vimos en la recepción de mi oficina cuando entró preguntando por el despacho de Charlie Figgins.
Fue un maldito segundo, pero me hice hiperconsciente de ella.
La vi y la deseé.
Sólo espero que esta especie de tierra en ninguna parte en la que nos encontramos le valga.
Sé que acabará saliendo mal, pero quiero estar con ella el tiempo que dure.
Brittany murmura algo en sueños sobre hacer los deberes y yo no puedo evitar sonreír.
¿Con qué demonios estará soñando?
Le doy un beso en los labios, que probablemente alargo más de lo que debería, y me obligo a salir de su habitación y de su departamento.
A eso de las once y media estoy cruzando la puerta de cristal y metal blanco envejecido del Malavita.
Estaba metida en la ducha cuando recibí un whatsapp de Quinn diciéndome que me esperaban para el brunch.
Después de apuntar que ya nunca nos vemos en antros sórdidos porque tienen dos novias muy monas y meterme un poco con ella, por el hecho de que me haya invitado a un restaurante caro el Día de San Valentín y por los brunchs en general, acepto.
—Buenos días —saludo acercándome a la mesa.
Quinn, Kitty y Marley ya están sentadas.
Me dejo caer en una de las sillas y cojo la carta.
—Marley Rose—la saludo.
—Santana López—responde divertida a mi lado.
Yo asiento con propiedad y me quito el marinero. Aquí hace muchísimo calor.
—¿Qué tal está mi católica favorita?—pregunta Kitty burlona.
—Muy bien—respondo repasando la carta—, Deseando que llegue el fin del mundo para ver cómo todos los capullos impíos presbiterianos arden en el infierno.
Kitty sonríe mientras Marley me mira escandalizada.
—No te preocupes—le digo ladeando la cabeza para acercarme a ella—Las chicas guapas siempre vamos al cielo.
Ella asiente con una sonrisa. Kitty entorna los ojos, mitad amenazante, mitad divertida, por lo que acabo de decirle a su novia.
—Si quieres, puedo bautizarte en el lavabo—bromeo.
—No, gracias—responde mi amiga recostándose sobre su silla—Me cuesta compartir oficina contigo, creo que religión ya sería demasiado. Además, no sé si quiero tener diecisiete hijos.
—Por lo menos te aseguras de que tienes sexo diecisiete veces para intentar hacerlos de forma natural—replico.
Kitty no tiene más remedio que echarse a reír a la vez que niega con la cabeza.
—Eres una cabronaza—murmura.
Sonrío y sigo revisando la carta.
Un par de segundos después, Rachel se acerca desde el fondo del local. Imagino que ha ido al baño y como cada vez que la veo, no puedo evitar sonreír con ternura.
Ya está de seis meses.
—¿Qué tal está mi ahijado?—pregunto cuando sólo está a unos pasos.
—Me parece que a éste también vas a tener que bautizarlo en el lavabo—murmura Quinn concentrado en el New York Times, tan exquisitamente distante como siempre.
Rachel toma asiento junto a su prometida y coge la carta, ignorándome estoicamente.
—¿Qué pasa? —pregunto con una sonrisa.
—No te hablo —responde sin mirarme.
Pretende sonar intimidante, o por lo menos muy enfadada, pero es una monada y no puedo evitar que mi sonrisa se ensanche.
—Sea lo que sea lo que creas que he hecho, me obligó Quinn—digo sin una pizca de arrepentimiento.
Mi amiga extiende las manos en un claro «¿por qué coño tienes que meterme?», pero yo sonrío y vuelvo a prestarle atención a Rachel para saber si mi broma ha funcionado.
—¿Ah, sí?—responde displicente—¿Quinny te obligó a partirle el corazón a Dani?
La sonrisa se me borra de golpe.
—Rach, yo...—empiezo a decir.
—Mira, sé que somos todas adultas y ese rollo—me interrumpe, y ahora sé que está realmente enfadada—, Y sé que tú nunca engañas a las chicas, pero es mi amiga y lo está pasando mal, por tu culpa—añade, resopla y vuelve a fijarse en la carta.
Un silencio sepulcral se hace en la mesa.
Tendría que haberme imaginado que Dani no lo está pasando bien y Rachel es su amiga.
Es lógico que ahora mismo no sea su persona favorita.
Miro a Quinn y ella enarca las cejas.
Las dos sabemos que tiene razón.
—¿Por qué tienes que ser tan encantadora?—dice Rachel de pronto, como si la frase le quemara en la lengua.
Todas la miramos sorprendidas.
Yo frunzo el ceño.
¿Qué se supone que debo contestar a eso?
—Rach...
—Ni siquiera puede odiarte—me interrumpe de nuevo—Quiere odiarte y no puede, y yo también quiero odiarte y no puedo—protesta indignadísima, lo que hace sonreír a las chicos.
Yo también lo hago.
No lo puedo evitar.
Ahora parece todavía más furiosa, pero también más adorable.
Creo que es su singular nariz.
—No se te ocurra sonreír—me amenaza con el índice
—Lo siento—me disculpo sincera—Dani es una chica increíble, pero no podía seguir con ella. Además, hacía dos meses que no nos acostábamos.
Ella finge no oírme de nuevo.
—Rach—la llamo.
Sigue con la vista clavada en la carta.
—Enanita—contraataco.
—Eso sólo me funciona a mí—comenta Quinn pasando una nueva página de su periódico.
Yo la fulmino con la mirada y ella me dedica una sonrisa displicente.
—Te llevaré al refugio del Bronx y te regalaré otro gato—le propongo.
—De eso nada—interviene su prometida.
—¿Un perro?—pruebo al ver que sigue sin hablarme.
—¿Te has vuelto loca?—se queja Quinn.
—¿Una ardilla?
—En mi ático no va a entrar un solo bicho más—me amenaza Fabray.
—¿Qué animales les gustan a las enanitas?—pregunto al aire.
Rachel, disimulando con la mirada fija en la carta, trata de impedirlo, pero sus labios se curvan en una sonrisa.
—¿Un koala?—propone Kitty.
—Yo no soy bajita—interviene Marley divertida—, Pero a ambas nos gustan los pingüinos.
—Estoy en una mesa de jodidas chifladas—se queja Quinn en un bufido.
Kitty sonríe.
Está claro que estamos haciendo esto para que Rachel me perdone, pero fastidiar a Quinn tampoco está mal.
—Ey, morena—la llamo inclinándome sobre la mesa. Ella al fin alza la cabeza con esa misma sonrisa que no puede disimular—, Te los regalo todos. Los dejamos en el ático en plena noche y nos largamos. ¿A ver cuánto tiempo tarda Quinn en perder los papeles?
Ella rompe a reír y yo también lo hago.
—Lo siento—repito en un susurro que sólo ella puede oír cuando nuestras carcajadas se calman, mientras Kitty sigue incordiando a Quinn y ésta la llama de todo.
Rachel asiente.
—Está todo bien —responde.
Le sonrío sincera y ella me devuelve el gesto.
Rachel y Marley son como mis hermanas y no me gusta que estén enfadadas conmigo.
—Si ya somos todas amiguitas de nuevo—comenta Kitty con ese tono arrogante que la caracteriza, buscando a la camarera con la mirada—, ¿Podemos pedir?
Todas asentimos.
La empleada se presenta en cuestión de segundos y todas encargamos el desayuno.
—¿Qué tal te va con Brittany?—pregunta Marley—¿La has vuelto a ver o es uno de esos ligues de una sola noche?
Sonrío.
Marley tiene una curiosidad científica arrolladora y la pone en juego continuamente para conocer cómo funciona la vida real, como si siempre estuviese tratando de comprobar si es verdad lo que lee en los libros o ve en las películas.
Mi sonrisa se ensancha.
Me recuerda a Brittany.
Todavía recuerdo cuando me pidió que le hablara de mi vida sexual.
—Brittany me gusta mucho—interviene Rachel—Es muy divertida.
—He seguido viéndola—les informo—De hecho, la he visto todos los días y ayer...—no sé cómo seguir—... Fue un día raro.
—¿Define raro?—pregunta Kitty perspicaz.
¿Por dónde empiezo?
¿Por qué le mandaron un ramo de flores y a mí me entraron ganas de buscar a esa capullo y darle una paliza?
¿Por qué me presenté en su casa para arruinar su cita?
¿O por qué acabé confesándole que no quiero que esté con otras personas y tuve el sexo más íntimo de toda mi vida en un rellano?
Me froto los ojos con las palmas de las manos y, ciertamente incómoda, les explico todo lo que pasó, incluida la bofetada y toda la conversación.
—Así que, básicamente, le has pedido que esté exclusivamente contigo, pero no le has ofrecido nada—recapitula Kitty.
Asiento.
—¿Y te la tiraste en su rellano? —continúa.
—Sí.
Joder, suena mucho peor en boca de otra persona.
Automáticamente miro a Marley y Rachel.
Su opinión es la que más me interesa.
Las dos guardan silencio, hasta que Rachel resopla indignadísima y creo que he vuelto a enfadarla.
—Eres una bastarda egoísta, Santana—suelta a bocajarro—Brittany es una buena chica, dulce, inteligente, divertida, y Dios sabe que te da la caña que te mereces. Si no estás dispuesta a ofrecerle nada, tampoco impidas que otra persona lo haga.
—¿Y si sí estoy dispuesta a ofrecerle algo?—las palabras salen de mi boca antes de que pueda controlarlas.
—¿El qué?—pregunta Rachel inmisericorde.
—No lo sé—me sincero.
—Ésa no es una respuesta.
—Eso sí lo sé—replico a la defensiva.
—¿De qué tienes tanto miedo?—me acorrala.
—De acabar jodiéndola —casi grito.
Las cuatro se quedan en silencio y mi nivel de incomodidad prácticamente se estrella contra el techo.
—No quiero perderla—gruño—No quiero tener que dejar de verla, aunque sólo sea como amigos.
—¿Y acaso te valdría ser sólo amiga suyo?—pregunta Quinn.
La asesino con la mirada y al cabo de un segundo resoplo exasperada.
Joder, claro que no me valdría ser sólo su amiga.
—No —respondo arisca.
—Contéstame a una cosa—me pide Kitty—Cuando se fue a esa cita, ¿cuál fue tu primera reacción?
Frustrada, resoplo de nuevo.
Lo sabe de sobra, me conoce demasiado bien.
Lo único que quería hacer era meterme en un bar y partirme la cara con alguna persona; cuanto más grande, mejor.
—Vale, ¿y por qué no lo hiciste?
—Kitty, joder—me quejo.
Esto no tiene ningún sentido.
—¿Quieres contestar de una vez?
—No lo hice por ella—respondo malhumorada—, ¿Es eso lo que querías oír? No quería preocuparla o hacer que se sintiera culpable.
Kitty sonríe, pero no dice nada, y un par de segundos después me doy cuenta de que todas están haciendo lo mismo.
—¿Se puede saber qué les pasa?—inquiero con el ceño fruncido.
—¿No lo entiendes, capullo?—interviene Quinn—Pudiste haberla jodido y no lo hiciste por ella. Probablemente salga mal, pero ¿qué vas a hacer hasta entonces? ¿Por qué no te levantas—continúa, agitando las manos con una urgencia displicente—, Vas a buscarla y le dices que lo que en realidad quieres es que sean novias y se toman de la manita en el cine para que podamos tomar el brunch tranquilas?
—Eres una gilipollas—protesto, pero lo hago con una sonrisa en los labios.
—Puede salir mal—añade Rachel—, Pero también puede salir bien, y deberías quedarte con esa parte.
Cabeceo.
Tienen razón, joder.
Me levanto de golpe y recupero mi abrigo del respaldo de la silla prácticamente a la vez.
Marley y Rachel me miran encantadas por ese arrebato, y Kitty y Quinn lo hacen con una sonrisa.
Me despido atropellada y mis viejas Adidas rechinan contra el suelo encerado. Paro un taxi y, acelerada, le doy la dirección de Brittany.
Tengo que hablar con ella.
Tengo que contarle esta especie de revelación.
Salga bien o mal, nos queda un camino por vivir, ¿por qué tener que hacerlo llenas de dudas?
Ella quiere estar conmigo y yo, aunque no tenga ni la más remota idea de lo que siento por Brittany, quiero estar con ella.
Subo los escalones de dos en dos y atravieso su rellano con el paso decidido.
Sonrío contemplando el suelo de tarima y, al fin, llego a su puerta. Llamo y espero.
La impaciencia me puede y estrello la palma de la mano contra la madera varias veces y por fin percibo pasos al otro lado.
Estoy nerviosa, inquieta, con la sangre bombeando de prisa por todo mi cuerpo y la adrenalina saturando mi cerebro, mi corazón y mi cabeza.
Asusta, joder, pero también es una sensación increíble.
La puerta se abre y un niño rubio de unos diez años aparece al otro lado. Tiene los ojos azules, grandes y curiosos.
Me recuerda a alguien.
Frunzo el ceño y miro los números dorados de la puerta para asegurarme de que no me he equivocado de departamento.
—Hola—me saluda—, Soy Biff. ¿Tú quién eres?
—Soy Santana—respondo sin entender nada.
Él asiente.
—¿Y qué quieres?
—Estoy buscando a Brittany.
Quizá sea el hijos de una amiga, un sobrino o algo así.
El chico asiente de nuevo
—Vale—se gira y mira hacia el interior del apartamento—Mamá, una mujer pregunta por ti.
Pero ¿qué coño?
Vuelvo de golpe a Portland, a los billares.
Vuelvo a sentir toda esa impotencia.
Esta mañana, cuando la vi sonreír delante de aquel ramo de flores, una violenta corriente de adrenalina mezclada con una peligrosa cantidad de furia y la neandertal que llevo dentro invadieron todo mi cuerpo.
Observaba a Mercedes dar palmas entusiasmada mientras corría de un lado a otro a por un jarrón, a por agua.
Mientras, Brittany no dejaba de mirar las rosas. Leyó la tarjeta, habló de tener una cita con otra tía, y yo nunca había estado tan furiosa en toda mi vida.
Decidí que me enteraría de a qué hora tendría su cita, me presentaría aquí y me las ingeniaría para llevármela a la cama y follármela hasta que perdiese la noción del tiempo.
Soy plenamente consciente de que ha sido una cabronada demasiado grande incluso tratándose de mí, pero sólo necesité verla entreabrir sus perfectos labios mientras se inclinaba a oler las flores y que una de ellas le rozase tímidamente el escote para darme cuenta de que toda la cuestión moral quedaba atrás.
No pienso dejar que ninguna persona le ponga las manos encima.
Me da igual lo que dijera antes o lo segura que estoy de que no tenemos ninguna oportunidad de que esto salga bien.
Fui una completa gilipollas al decirle que me acostaba con otras mujeres cuando no es verdad.
No sé lo que siento por Brittany, pero quiero que sea feliz y tengo clarísimo que lo mejor para ella es encontrar a alguien.
Sin embargo, detesto esa idea.
No estoy celosa, joder, pero quiero que ella sólo esté conmigo.
Brittany es mía.
Aprieto los puños con rabia, conteniéndome.
Una decena de ideas recorren mi mente a toda velocidad. Pienso en llamarla, en averiguar dónde está, en presentarme en el maldito restaurante, cargarla, llevarla a mi departamento y demostrarle como mejor sé que todo esto es una estupidez, que puede que no tengamos ningún futuro, pero que no quiero perder lo que tenemos ahora.
Salgo de su edificio y, con el iPhone ya en la mano, me detengo en seco en mitad de una calle cualquiera del West Side.
Estoy a punto de perder el maldito control.
Yo no soy así.
Aprieto la mandíbula y me guardo el maldito teléfono en el bolsillo.
Las ganas de pelearme son más grandes que nunca. Sin embargo, sé que, si hago eso, Brittany se preocupará y se culpará. Esa idea se acomoda bajo mis costillas y las aprieta hasta impedirme respirar.
Lo último que quiero es que sufra.
Comienzo a deambular sin mucho sentido.
Manhattan siempre me ha gustado. Casi sin darme cuenta, poco a poco toda esa rabia descontrolada va transformándose en algo más profundo y la desconcertante presión bajo mis costillas crece.
¿Qué pasa si pierdo a Brittany?
¿Qué pasa si ella ya no quiere seguir con esto?
No creo que ninguna de las dos pudiese volver a donde estaba y acabaría perdiendo a la única mujer que ha significado algo para mí más allá del sexo.
Tres horas después, regreso a su departamento.
Tenemos que hablar, aunque no tenga ni idea de qué decirle.
Sigo siendo una egoísta de mierda y sólo quiero tenerla cerca.
La puerta del edificio está abierta, pero no hay nadie en su piso. Después de llamar media docena de veces, comprendo que aún no ha llegado y decido esperarla.
Sé que ahora mismo parezco alguien desesperada y vulnerable.
Prefiero no pensarlo.
Prefiero no ahondar en la idea de que en este jodido instante no podría parecerme más a él.
Cuando oigo pasos al fondo del pasillo, en las escaleras, estoy sentada en el rellano con las piernas estiradas a lo largo de la vieja tarima, esperando.
Alzo la cabeza.
Ya sé lo que voy a encontrarme.
Brittany está a un puñado de pasos de mí, mirándome. En ningún momento pensé en la posibilidad de que hubiera traído a esa tía hasta aquí.
De golpe la sangre me arde.
Ésa es otra idea que prefiero no pensar.
—¿Qué haces aquí?—pregunta con la voz tomada.
Yo exhalo con fuerza todo el aire de mis pulmones.
—No quiero que veas a otras personas—digo al fin—No significa que estemos juntas—callo un segundo, tratando de reordenar mis ideas—Joder, no sé lo que significa, Brittany.
O quizá justamente es eso lo que quiero decir y éste es el retorcido mecanismo de defensa que mi mente ha creado para ignorar la acuciante verdad, esa que dice «Ey, Santana López, estás bien jodida».
—¿Te das cuenta de que al final no son más que tus estúpidas reglas, tus límites?—me desafía sin moverse.
Ella también está harta de todo esto
—Sólo aceptas a mujeres que se adaptan a lo que tú buscas.
—Creo que me estoy cansada de todo eso—la interrumpo.
Brittany arruga el ceño confusa.
—¿Estás segura?
—Ahora mismo no estoy segura nada. Pero no quiero perderte, Niña Buena. Sólo quiero asegurarme de que te quedarás.
Brittany sopesa mis palabras durante largos segundos y finalmente echa a andar hacia mí. Se sienta a mi lado y suspira con fuerza.
Su vestido blanco resalta perfecto contra la tarima oscurecida.
Es la cosa más sexy y preciosa que he visto nunca.
—Y tú, ¿qué?—pregunta con la mirada clavada al frente.
Yo asiento, también con la vista posada en la pared.
—La última vez que me acosté con otra mujer fue el día que nos conocimos.
Ella suspira bruscamente.
Parece aliviada, pero también algo arrepentida y finalmente lanza algo parecido a una sonrisa cansada y apoya su cabeza en mi hombro. Ese pequeño contacto revoluciona todo mi cuerpo, pero al mismo tiempo tengo la sensación de que pone cada cosa en su lugar.
—Sólo acepté esa cita porque estaba demasiado furiosa y triste pensando que no era suficiente para ti.
Esa especie de revelación vuelve a arrasarlo todo dentro de mí, como una montaña rusa que nunca acaba.
No lo dudo.
Me giro y atrapo su hermosa cara entre mis manos.
—Eres lo mejor que me ha pasado en toda mi maldita vida, Brittany—digo con una convicción absoluta. No hay una mísera duda—, Y, desde luego, eres mucho más de lo que merezco.
Ella sonríe y yo la beso disfrutando de sus labios, de todo lo que me hace sentir aunque ni siquiera lo entienda, y suavemente nos tumbo sobre la tarima.
Mi cuerpo cubre el suyo; mis manos acarician sus pechos, se agarran a sus caderas, se pierden bajo su vestido y, al final, suben para entrelazarse con las suyas por encima de su cabeza.
Siento por ella más cosas de las que ni siquiera puedo explicar y por primea vez no me importa, no me importa absolutamente nada.
Despacio, acompasadas a la perfección, nos movemos hasta que mis caderas quedan entre las suyas.
Pierde su mano entre nosotras y con el pulso tembloroso baja sus bragas y luego sube mi falda, me baja las bragas, para luego acariciarme con ternura.
Nos acomodamos para que nuestros sexos se rocen, sin apartar mis ojos de los suyos, que se mantienen despiertos y curiosos, queriendo leer cada emoción que cruza mi mirada.
No hay nada entre nosotras y la intimidad crece, nos envuelve, nos ata de esa manera que me recuerda despacio, bajito, que ella es mi mayor tesoro, algo que tengo que cuidar, que proteger del mundo, como si Dios me hubiese hecho el mejor regalo.
Dejo caer mi frente contra la suya.
—Todo en lo que puedo pensar eres tú susurro contra su boca.
Su cuerpo comienza a temblar suavemente. Sigo moviéndome sin tener ninguna prisa por llegar al final, reviviendo cada segundo, cada gesto, cada mirada.
Brittany gime mi nombre, susurra cuánto me ha echado de menos, lo llena que se siente, lo feliz. Yo sonrío y la beso una y otra vez, diciéndole sin palabras que me siento exactamente igual.
Acelero el ritmo.
Ella se aferra a mis hombros, escondiendo su cuerpo bajo el mío, acercándonos más, uniéndonos más a pesar de estar completamente vestidas, de estar en el suelo, en mitad de su rellano, y entonces comprendo que esta vez es diferente, que, a partir de ahora, nosotras somos diferentes.
Se retuerce y mi nombre se evapora en sus labios y se corre despacio, gimiendo, mostrándose vulnerable, dulce, abriéndose para mí en todos los malditos sentidos.
La corriente eléctrica contagia mi cuerpo y sólo un par de segundos después me pierdo en ella gimiendo un juramento ininteligible.
La observo siguiendo el contorno de su cara con mis dedos.
Está preciosa en ese estado febril, con la piel encendida y el pelo revuelto.
Quiero conservarla así el máximo tiempo posible, así que me levanto, la cojo en brazos y la alzo suavemente del suelo. Brittany rodea mi cuello con sus brazos y hunde su cara en ellos.
Su olor se ha mezclado con el mío en mi piel.
Es perfecto, casi irreal.
Entramos y la tumbo en la cama, pero, antes de que me haya separado del todo, ella me toma de la mano con los ojos cerrados y la respiración tranquila.
—Por favor, no te vayas—murmura.
Yo sonrío sin poder apartar mis ojos de ella y, sin soltarla, me tumbo a su lado acomoda su espalda contra mi pecho, acurrucándose sobre mi brazo, y yo deslizo mi otra mano por su cintura y la estrecho contra mi cuerpo.
Otra vez sin dudas, ni preguntas, simplemente dejándonos llevar.
Pierdo la nariz en su pelo e inspiro suavemente.
—No voy a irme a ninguna parte —susurro.
La noto sonreír y, aún vestidas, nos quedamos dormidas.
Me despierto.
Aún es de noche.
Está nevando.
Miro el reloj de su mesita.
Son casi las seis.
Brittany sigue durmiendo a mi lado hecha un ovillo, con el pelo cubriéndole la cara. Está tan relajada, tan serena, que no puedo evitar acariciarle la nariz con la mía sólo para fastidiarla.
Acaba soltando algo parecido a un gruñido y se acurruca al lado contrario. Yo sonrío y me levanto con cuidado. Le quito los zapatos procurando no despertarla y la tapo con la colcha.
Soy plenamente consciente de que debería marcharme a casa, pero algo más fuerte que yo misma me grita que todo eso puede esperar y que haga lo que en realidad me muero de ganas de hacer.
Sonrío concediéndome esa tregua y me siento en la cama. Apoyo las manos a ambos lados de su cabeza y me inclino suavemente hasta que tengo su preciosa cara frente a la mía.
Dejo escapar el aire de mis pulmones sin parar de mirarla y casi involuntariamente comienzo a recordar todas las cosas que nos han pasado: la manera en la que nos conocimos, cuando la descubrí pintando las paredes de la pecera —ni Kitty, ni Quinn ni yo imaginamos el juego que daría ese despacho cuando nos mudamos a aquella oficina—, la primera vez que la besé...
Me pregunto si ella recordará la primera vez que nos vimos en la recepción de mi oficina cuando entró preguntando por el despacho de Charlie Figgins.
Fue un maldito segundo, pero me hice hiperconsciente de ella.
La vi y la deseé.
Sólo espero que esta especie de tierra en ninguna parte en la que nos encontramos le valga.
Sé que acabará saliendo mal, pero quiero estar con ella el tiempo que dure.
Brittany murmura algo en sueños sobre hacer los deberes y yo no puedo evitar sonreír.
¿Con qué demonios estará soñando?
Le doy un beso en los labios, que probablemente alargo más de lo que debería, y me obligo a salir de su habitación y de su departamento.
A eso de las once y media estoy cruzando la puerta de cristal y metal blanco envejecido del Malavita.
Estaba metida en la ducha cuando recibí un whatsapp de Quinn diciéndome que me esperaban para el brunch.
Después de apuntar que ya nunca nos vemos en antros sórdidos porque tienen dos novias muy monas y meterme un poco con ella, por el hecho de que me haya invitado a un restaurante caro el Día de San Valentín y por los brunchs en general, acepto.
—Buenos días —saludo acercándome a la mesa.
Quinn, Kitty y Marley ya están sentadas.
Me dejo caer en una de las sillas y cojo la carta.
—Marley Rose—la saludo.
—Santana López—responde divertida a mi lado.
Yo asiento con propiedad y me quito el marinero. Aquí hace muchísimo calor.
—¿Qué tal está mi católica favorita?—pregunta Kitty burlona.
—Muy bien—respondo repasando la carta—, Deseando que llegue el fin del mundo para ver cómo todos los capullos impíos presbiterianos arden en el infierno.
Kitty sonríe mientras Marley me mira escandalizada.
—No te preocupes—le digo ladeando la cabeza para acercarme a ella—Las chicas guapas siempre vamos al cielo.
Ella asiente con una sonrisa. Kitty entorna los ojos, mitad amenazante, mitad divertida, por lo que acabo de decirle a su novia.
—Si quieres, puedo bautizarte en el lavabo—bromeo.
—No, gracias—responde mi amiga recostándose sobre su silla—Me cuesta compartir oficina contigo, creo que religión ya sería demasiado. Además, no sé si quiero tener diecisiete hijos.
—Por lo menos te aseguras de que tienes sexo diecisiete veces para intentar hacerlos de forma natural—replico.
Kitty no tiene más remedio que echarse a reír a la vez que niega con la cabeza.
—Eres una cabronaza—murmura.
Sonrío y sigo revisando la carta.
Un par de segundos después, Rachel se acerca desde el fondo del local. Imagino que ha ido al baño y como cada vez que la veo, no puedo evitar sonreír con ternura.
Ya está de seis meses.
—¿Qué tal está mi ahijado?—pregunto cuando sólo está a unos pasos.
—Me parece que a éste también vas a tener que bautizarlo en el lavabo—murmura Quinn concentrado en el New York Times, tan exquisitamente distante como siempre.
Rachel toma asiento junto a su prometida y coge la carta, ignorándome estoicamente.
—¿Qué pasa? —pregunto con una sonrisa.
—No te hablo —responde sin mirarme.
Pretende sonar intimidante, o por lo menos muy enfadada, pero es una monada y no puedo evitar que mi sonrisa se ensanche.
—Sea lo que sea lo que creas que he hecho, me obligó Quinn—digo sin una pizca de arrepentimiento.
Mi amiga extiende las manos en un claro «¿por qué coño tienes que meterme?», pero yo sonrío y vuelvo a prestarle atención a Rachel para saber si mi broma ha funcionado.
—¿Ah, sí?—responde displicente—¿Quinny te obligó a partirle el corazón a Dani?
La sonrisa se me borra de golpe.
—Rach, yo...—empiezo a decir.
—Mira, sé que somos todas adultas y ese rollo—me interrumpe, y ahora sé que está realmente enfadada—, Y sé que tú nunca engañas a las chicas, pero es mi amiga y lo está pasando mal, por tu culpa—añade, resopla y vuelve a fijarse en la carta.
Un silencio sepulcral se hace en la mesa.
Tendría que haberme imaginado que Dani no lo está pasando bien y Rachel es su amiga.
Es lógico que ahora mismo no sea su persona favorita.
Miro a Quinn y ella enarca las cejas.
Las dos sabemos que tiene razón.
—¿Por qué tienes que ser tan encantadora?—dice Rachel de pronto, como si la frase le quemara en la lengua.
Todas la miramos sorprendidas.
Yo frunzo el ceño.
¿Qué se supone que debo contestar a eso?
—Rach...
—Ni siquiera puede odiarte—me interrumpe de nuevo—Quiere odiarte y no puede, y yo también quiero odiarte y no puedo—protesta indignadísima, lo que hace sonreír a las chicos.
Yo también lo hago.
No lo puedo evitar.
Ahora parece todavía más furiosa, pero también más adorable.
Creo que es su singular nariz.
—No se te ocurra sonreír—me amenaza con el índice
—Lo siento—me disculpo sincera—Dani es una chica increíble, pero no podía seguir con ella. Además, hacía dos meses que no nos acostábamos.
Ella finge no oírme de nuevo.
—Rach—la llamo.
Sigue con la vista clavada en la carta.
—Enanita—contraataco.
—Eso sólo me funciona a mí—comenta Quinn pasando una nueva página de su periódico.
Yo la fulmino con la mirada y ella me dedica una sonrisa displicente.
—Te llevaré al refugio del Bronx y te regalaré otro gato—le propongo.
—De eso nada—interviene su prometida.
—¿Un perro?—pruebo al ver que sigue sin hablarme.
—¿Te has vuelto loca?—se queja Quinn.
—¿Una ardilla?
—En mi ático no va a entrar un solo bicho más—me amenaza Fabray.
—¿Qué animales les gustan a las enanitas?—pregunto al aire.
Rachel, disimulando con la mirada fija en la carta, trata de impedirlo, pero sus labios se curvan en una sonrisa.
—¿Un koala?—propone Kitty.
—Yo no soy bajita—interviene Marley divertida—, Pero a ambas nos gustan los pingüinos.
—Estoy en una mesa de jodidas chifladas—se queja Quinn en un bufido.
Kitty sonríe.
Está claro que estamos haciendo esto para que Rachel me perdone, pero fastidiar a Quinn tampoco está mal.
—Ey, morena—la llamo inclinándome sobre la mesa. Ella al fin alza la cabeza con esa misma sonrisa que no puede disimular—, Te los regalo todos. Los dejamos en el ático en plena noche y nos largamos. ¿A ver cuánto tiempo tarda Quinn en perder los papeles?
Ella rompe a reír y yo también lo hago.
—Lo siento—repito en un susurro que sólo ella puede oír cuando nuestras carcajadas se calman, mientras Kitty sigue incordiando a Quinn y ésta la llama de todo.
Rachel asiente.
—Está todo bien —responde.
Le sonrío sincera y ella me devuelve el gesto.
Rachel y Marley son como mis hermanas y no me gusta que estén enfadadas conmigo.
—Si ya somos todas amiguitas de nuevo—comenta Kitty con ese tono arrogante que la caracteriza, buscando a la camarera con la mirada—, ¿Podemos pedir?
Todas asentimos.
La empleada se presenta en cuestión de segundos y todas encargamos el desayuno.
—¿Qué tal te va con Brittany?—pregunta Marley—¿La has vuelto a ver o es uno de esos ligues de una sola noche?
Sonrío.
Marley tiene una curiosidad científica arrolladora y la pone en juego continuamente para conocer cómo funciona la vida real, como si siempre estuviese tratando de comprobar si es verdad lo que lee en los libros o ve en las películas.
Mi sonrisa se ensancha.
Me recuerda a Brittany.
Todavía recuerdo cuando me pidió que le hablara de mi vida sexual.
—Brittany me gusta mucho—interviene Rachel—Es muy divertida.
—He seguido viéndola—les informo—De hecho, la he visto todos los días y ayer...—no sé cómo seguir—... Fue un día raro.
—¿Define raro?—pregunta Kitty perspicaz.
¿Por dónde empiezo?
¿Por qué le mandaron un ramo de flores y a mí me entraron ganas de buscar a esa capullo y darle una paliza?
¿Por qué me presenté en su casa para arruinar su cita?
¿O por qué acabé confesándole que no quiero que esté con otras personas y tuve el sexo más íntimo de toda mi vida en un rellano?
Me froto los ojos con las palmas de las manos y, ciertamente incómoda, les explico todo lo que pasó, incluida la bofetada y toda la conversación.
—Así que, básicamente, le has pedido que esté exclusivamente contigo, pero no le has ofrecido nada—recapitula Kitty.
Asiento.
—¿Y te la tiraste en su rellano? —continúa.
—Sí.
Joder, suena mucho peor en boca de otra persona.
Automáticamente miro a Marley y Rachel.
Su opinión es la que más me interesa.
Las dos guardan silencio, hasta que Rachel resopla indignadísima y creo que he vuelto a enfadarla.
—Eres una bastarda egoísta, Santana—suelta a bocajarro—Brittany es una buena chica, dulce, inteligente, divertida, y Dios sabe que te da la caña que te mereces. Si no estás dispuesta a ofrecerle nada, tampoco impidas que otra persona lo haga.
—¿Y si sí estoy dispuesta a ofrecerle algo?—las palabras salen de mi boca antes de que pueda controlarlas.
—¿El qué?—pregunta Rachel inmisericorde.
—No lo sé—me sincero.
—Ésa no es una respuesta.
—Eso sí lo sé—replico a la defensiva.
—¿De qué tienes tanto miedo?—me acorrala.
—De acabar jodiéndola —casi grito.
Las cuatro se quedan en silencio y mi nivel de incomodidad prácticamente se estrella contra el techo.
—No quiero perderla—gruño—No quiero tener que dejar de verla, aunque sólo sea como amigos.
—¿Y acaso te valdría ser sólo amiga suyo?—pregunta Quinn.
La asesino con la mirada y al cabo de un segundo resoplo exasperada.
Joder, claro que no me valdría ser sólo su amiga.
—No —respondo arisca.
—Contéstame a una cosa—me pide Kitty—Cuando se fue a esa cita, ¿cuál fue tu primera reacción?
Frustrada, resoplo de nuevo.
Lo sabe de sobra, me conoce demasiado bien.
Lo único que quería hacer era meterme en un bar y partirme la cara con alguna persona; cuanto más grande, mejor.
—Vale, ¿y por qué no lo hiciste?
—Kitty, joder—me quejo.
Esto no tiene ningún sentido.
—¿Quieres contestar de una vez?
—No lo hice por ella—respondo malhumorada—, ¿Es eso lo que querías oír? No quería preocuparla o hacer que se sintiera culpable.
Kitty sonríe, pero no dice nada, y un par de segundos después me doy cuenta de que todas están haciendo lo mismo.
—¿Se puede saber qué les pasa?—inquiero con el ceño fruncido.
—¿No lo entiendes, capullo?—interviene Quinn—Pudiste haberla jodido y no lo hiciste por ella. Probablemente salga mal, pero ¿qué vas a hacer hasta entonces? ¿Por qué no te levantas—continúa, agitando las manos con una urgencia displicente—, Vas a buscarla y le dices que lo que en realidad quieres es que sean novias y se toman de la manita en el cine para que podamos tomar el brunch tranquilas?
—Eres una gilipollas—protesto, pero lo hago con una sonrisa en los labios.
—Puede salir mal—añade Rachel—, Pero también puede salir bien, y deberías quedarte con esa parte.
Cabeceo.
Tienen razón, joder.
Me levanto de golpe y recupero mi abrigo del respaldo de la silla prácticamente a la vez.
Marley y Rachel me miran encantadas por ese arrebato, y Kitty y Quinn lo hacen con una sonrisa.
Me despido atropellada y mis viejas Adidas rechinan contra el suelo encerado. Paro un taxi y, acelerada, le doy la dirección de Brittany.
Tengo que hablar con ella.
Tengo que contarle esta especie de revelación.
Salga bien o mal, nos queda un camino por vivir, ¿por qué tener que hacerlo llenas de dudas?
Ella quiere estar conmigo y yo, aunque no tenga ni la más remota idea de lo que siento por Brittany, quiero estar con ella.
Subo los escalones de dos en dos y atravieso su rellano con el paso decidido.
Sonrío contemplando el suelo de tarima y, al fin, llego a su puerta. Llamo y espero.
La impaciencia me puede y estrello la palma de la mano contra la madera varias veces y por fin percibo pasos al otro lado.
Estoy nerviosa, inquieta, con la sangre bombeando de prisa por todo mi cuerpo y la adrenalina saturando mi cerebro, mi corazón y mi cabeza.
Asusta, joder, pero también es una sensación increíble.
La puerta se abre y un niño rubio de unos diez años aparece al otro lado. Tiene los ojos azules, grandes y curiosos.
Me recuerda a alguien.
Frunzo el ceño y miro los números dorados de la puerta para asegurarme de que no me he equivocado de departamento.
—Hola—me saluda—, Soy Biff. ¿Tú quién eres?
—Soy Santana—respondo sin entender nada.
Él asiente.
—¿Y qué quieres?
—Estoy buscando a Brittany.
Quizá sea el hijos de una amiga, un sobrino o algo así.
El chico asiente de nuevo
—Vale—se gira y mira hacia el interior del apartamento—Mamá, una mujer pregunta por ti.
Pero ¿qué coño?
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Pd: Se sacan las historias del foro y las publican en otras partes. Por MI parte y MIS adaptaciones, cópienlas si quieren, pero al menos NOMBREN AL FORO! Minino en agradecimiento a las personas del foro.
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Sexy Amor (Adaptada) Epílogo
:o un hijo!!! Porque no esta con él.....???!
Esto impidiera que San le dirá su gran revelación????
Esto impidiera que San le dirá su gran revelación????
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
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