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[Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II Primer15
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Finalizado [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por 23l1 Mar Ene 17, 2017 11:56 pm

Prólogo



Si bien era bisexual, ella decide que entre todas las personas quedarse con un hombre.

No salió como esperaba.

Destrozada tras descubrir que su marido y novio desde la infancia le es infiel, Brittany Pierce se divorcia y decide darle un giro de ciento ochenta grados a su vida.

Mientras su hermana y su maná piensan que está trabajando en una sucursal de su banco en Nueva York, ella, como su admirada heroína de la novela de Muriel Barbery, acepta el empleo de portera en un inmueble de la calle Lagasca en Madrid, una especie de universo paralelo poblado de seres a cuál más extravagantes.

Brittany está convencida de que aquella oscura portería, además de ser un lugar inmejorable donde lamerse las heridas que aún supuran de su matrimonio, será el escenario perfecto para terminar la novela que lleva varios años escribiendo.

Sin embargo, con lo que Brittany no cuenta es con la propietaria del 6º derecha, una atractiva doctora que hará todo lo que esté en su mano para que la rubia vuelva a confiar en las personas y en el amor.






*********************************************************************************************************************************

Hola, aquí les dejo el principio de esta nueva historia, espero y es guste!

Gracias por leer y comentar!

Pd: como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd2: aquí mis anteriores historias (adaptadas todas):
Wallbanger: https://gleelatino.forosactivos.net/t22310-resueltofanfic-brittanawallbanger-2-rustynailed-adaptada-final

El Affaire López: https://gleelatino.forosactivos.net/t22380-fanfic-brittana-el-affaire-lopez-4-algo-raro-y-preciso-adaptada-epilogo

A los 17: https://gleelatino.forosactivos.net/t22434-resueltofanfic-brittana-a-los-17-adaptada-cap-43-final

Tras el Telón de Pino: https://gleelatino.forosactivos.net/t22474-resueltofanfic-brittana-tras-el-telon-de-pino-adaptada-cap-36-final

Sin Condiciones: https://gleelatino.forosactivos.net/t22505-resueltofanfic-brittana-sin-condiciones-adaptada-cap-47-final

Blonde Girl: https://gleelatino.forosactivos.net/t22520-fanfic-brittana-blonde-girl-adaptada-prologo#538737

Ajuste de Cuentas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22532-resueltofanfic-brittana-ajuste-de-cuentas-adaptada-cap-12-fin

Pídeme lo que Quíeras: https://gleelatino.forosactivos.net/t22535-fanfic-brittana-pideme-lo-que-quieras-adaptada-prologo#539712

Mi Mujer: https://gleelatino.forosactivos.net/t22564-fanfic-brittana-mi-mujer-3-confesion-adaptada-cap-35#542092

Sorpréndeme: https://gleelatino.forosactivos.net/t22576-resueltofanfic-brittana-sorprendeme-adaptada-epilogo#543891

Palabras para Ti: https://gleelatino.forosactivos.net/t22583-resueltofanfic-brittana-palabras-para-ti-adaptada-epilogo

Un Vuelo con Escalas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22590-fanfic-brittana-un-vuelo-con-escalas-adaptada-cap-33-final#544923

Secretos del Pasado: https://gleelatino.forosactivos.net/t22595-resueltofanfic-brittana-secretos-del-pasado-adaptada-epilogo

En tus Brazos y Huir de Todo Mal: https://gleelatino.forosactivos.net/t22602-resueltofanfic-brittana-en-tus-brazos-y-huir-de-todo-mal-ii-pasion-adaptada-epilogo

Parejas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22615p195-resueltofanfic-brittana-parejas-adaptada-cap-41-final#547481

La Chica de Servicio: https://gleelatino.forosactivos.net/t22617-resueltofanfic-brittana-la-chica-de-servicio-3-rindete-adaptada-epilogo-santana

A su Manera: https://gleelatino.forosactivos.net/t22622-resueltofanfic-brittana-a-su-manera-adaptada-cap-50-final

Pídeme lo que Quiéras 4: Y yo te lo Darpe: https://gleelatino.forosactivos.net/t22630-fanfic-brittana-pideme-lo-que-quieras-4-y-yo-te-lo-dare-adaptada-epilogo

Angel de Fuego: https://gleelatino.forosactivos.net/t22633-resueltofanfic-brittana-angel-de-fuego-adaptada-cap-39-fin

Después de Todo: https://gleelatino.forosactivos.net/t22642-fanfic-brittana-despues-de-todo-adaptada-epilogo

Pintando la Luna: https://gleelatino.forosactivos.net/t22644-resueltofanfic-brittana-pintando-la-luna-adaptada-epilogo

La Luna de Media Noche: https://gleelatino.forosactivos.net/t22647-resueltofanfic-brittana-la-luna-de-media-noche-adaptada-epilogo

Amor en Espera: https://gleelatino.forosactivos.net/t22651-resueltofanfic-brittana-amor-en-espera-adaptada-epilogo

Storms: https://gleelatino.forosactivos.net/t22657-resueltofanfic-brittana-storms-adaptada-epilogo

Fue un Beso Tonto: https://gleelatino.forosactivos.net/t22660-resueltofanfic-brittana-fue-un-beso-tonto-adaptada-epilogo

La Luna de Santana: https://gleelatino.forosactivos.net/t22664-resueltofanfic-brittana-la-luna-de-santana-adaptada-epilogo

Con Todo mi Corazón: https://gleelatino.forosactivos.net/t22666-resueltofanfic-brittana-con-todo-mi-corazon-adaptada-epilogo

La Esposa Del Vecino: https://gleelatino.forosactivos.net/t22668-resueltofanfic-brittana-la-esposa-del-vecino-adaptada-epilogo

Dulce Brittany: https://gleelatino.forosactivos.net/t22671-resueltofanfic-brittana-dulce-brittany-adaptada-epilogo

Eres Para Mí: https://gleelatino.forosactivos.net/t22674-resueltofanfic-brittana-eres-para-mi-adaptada-epilogo

Vampira: https://gleelatino.forosactivos.net/t22679-resueltofanfic-brittana-vampira-adaptada-epilogo

Rojo: https://gleelatino.forosactivos.net/t22687-resueltofanfic-brittana-rojo-adaptada-cap-34-final

Retroceder el Tiempo: https://gleelatino.forosactivos.net/t22695-resueltofanfic-brittana-retroceder-el-tiempo-adaptada-epilogo

Dulce Travesura: https://gleelatino.forosactivos.net/t22699-resueltofanfic-brittana-dulce-travesura-adaptada-epilogo

Compañeras: https://gleelatino.forosactivos.net/t22704-resueltofanfic-brittana-companeras-ii-carretera-del-infierno-adaptada-cap-34-y-35-fin

Pequeño Amor: https://gleelatino.forosactivos.net/t22711-resueltofanfic-brittana-pequeno-amor-adaptada-epilogo

Por la Eternidad: https://gleelatino.forosactivos.net/t22718-resueltofanfic-brittana-por-la-eternidad-adaptada-epilogo

Besos: https://gleelatino.forosactivos.net/t22720-resueltofanfic-brittana-besos-adaptada-epilogo

Bambalinas: https://gleelatino.forosactivos.net/t22725-resueltofanfic-brittana-bambalinas-adaptada-epilogo

Razonable: https://gleelatino.forosactivos.net/t22733-resueltofanfic-brittana-razonable-iii-adaptada-epilogo

Seducción: https://gleelatino.forosactivos.net/t22737-resueltofanfic-brittana-seduccion-adaptada-epilogo

Pd3: dije que mañana las recompensaría por la falta de actualización estos días, pero me confundí jajajajaja pensé que era jueves oi xD Suele pasar en las vacaciones, no¿? jajaajaj. Asik el regalo será el viernes.



***************************************************************************************************************************

SE QUE ESTÁN SACANDO MIS ADAPTACIONES, POR "MI" PARTE Y "MIS" ADAPTACIONES NO ME MOLESTA, PERO AL MENOS NOMBREN AL FORO... SI SUBEN OTRO CAPITULO Y NO LO NOMBRAN, "EN CADA CAPITULO QUE SUBAN", VOY A BORRAR MIS ADAPTACIONES Y DENUNCIAR LA ADAPTACIÓN. Saludos =D



Última edición por 23l1 el Miér Abr 12, 2017 12:28 am, editado 1 vez
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por mayre94 Miér Ene 18, 2017 1:24 am

Holiiiiii!! jjajajaja soy fiel fan tuya, amo tus historias, ya te lo había dicho? No?? bueno ya te lo dije, solo quería decirte queeeeee! ya me leí el prologo y.... también me encanta obvio jajaja :P estaré esperando tus actus!! wii!! perdón si a veces desaparezco es que neta que me traen loca con las tareas!! Buenoo.. jajajaja ahora si ya me voy a hacer tarea porque si no :O Omg!! .... En cuanto a la historia, siempre me sorprendes con tramas únicos, osea jamas en la vida eh visto a Britt como una portera sera super entretenido y obvio San sera una espectacular doctora!! ... en fin.. ahora si ya me voy a hacer tarea jajaja :P cuídate, nos leemos pronto!! saludos! :3
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por JVM Miér Ene 18, 2017 3:13 pm

Vaya cambio que dará a su vida Britt .... Haber como le va superando lo de su marido y conociendo a la guapa doctora jaja
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por 23l1 Miér Ene 18, 2017 6:22 pm

mayre94 escribió:Holiiiiii!! jjajajaja soy fiel fan tuya, amo tus historias, ya te lo había dicho? No?? bueno ya te lo dije, solo quería decirte queeeeee! ya me leí el prologo y.... también me encanta obvio jajaja :P estaré esperando tus actus!! wii!! perdón si a veces desaparezco es que neta que me traen loca con las tareas!! Buenoo.. jajajaja ahora si ya me voy a hacer tarea porque si no :O Omg!! .... En cuanto a la historia, siempre me sorprendes con tramas únicos, osea jamas en la vida eh visto a Britt como una portera sera super entretenido y obvio San sera una espectacular doctora!! ... en fin.. ahora si ya me voy a hacer tarea jajaja :P cuídate, nos leemos pronto!! saludos! :3



Hola, eso es mas que bueno la vrdd y espero y sea así hasta q ya no suba adaptaciones jajajajaaj. Mmm la vrdd esk no o al menos no lo recuerdo =/ jajajajajajajaja. Entonces vamos mas q bn! espero y siga así jajaajaajaja. Aquí la dejo! No pasa nada, es mas q entendible y mientras puedas leer todo bn =) JAjajaajajajajaj, como digo, tontos, pero necesarios estudios ¬¬ ajajajjajjaajjajaaj. JAajajajajajaja eso es lo bueno y los efectos de las brittana jaajjaajajajajajjaaj. Jajajajja vamos q tu puedes! ajajajaj ya vienen las vacaciones o ya entraste¿? Gracias, tu tmbn! Eso espero! Saludos =D






JVM escribió:Vaya cambio que dará a su vida Britt .... Haber como le va superando lo de su marido y conociendo a la guapa doctora jaja




Hola, si =/ esperemos q nada con el ex marido y todo con la guapa doctora jajajajaajajaj. SAludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 1

Mensaje por 23l1 Miér Ene 18, 2017 6:23 pm

Capitulo 1



«Una portería en la calle Lagasca es lo más parecido que encontraré jamás a una buhardilla en el barrio de Montparnasse, en París», se dijo Brittany clavando sus pupilas en las pupilas invertidas, pero con un grado de dilatación idéntico, que el reflejo del inmenso espejo del cuarto de baño le devolvía.

Mojó las manos bajo el chorro de agua fría, se lavó la cara y volvió a mirarse en el espejo, como si esperase que algo hubiera cambiado entretanto.

—Es una locura, no puedo hacerlo...—le comentó en voz alta a ese clon, algo pálido y de ojos claros y asustados, que la miraba fijamente—No, no puedo hacerlo... ¡Pero lo haré!

Una vez tomada la decisión, se secó bien el rostro con la esponjosa toalla de rizo americano y regresó al elegante dormitorio, decorado por uno de los interioristas más conocidos de Madrid.

Cogió su iPhone de la mesilla de noche y, con determinación, marcó el número de Quinn.






Un mes más tarde, Brittany sacaba la última caja de cartón de la vieja furgoneta del hermano de Emily, la amiga hippie de Quinn, mientras rogaba a Dios que ninguno de los vecinos del inmueble se fijara en el espantoso rótulo que anunciaba la pescadería «Ay, sirena, que te pillo».

El día en que su amiga le anunció que una conocida suya se ocuparía de la pequeña mudanza, a Brittany le pareció perfecto; bastantes cosas tenía ya en la cabeza como para tener que ocuparse también de esos tediosos detalles, pero cuando vio la furgoneta de marras casi se cae de espaldas.

Al percatarse de su expresión horrorizada, Emily le explicó con amabilidad:

—Mi hermano siempre ha estado un poco salido.

La espantosa sirena que decoraba todo el lateral de la pequeña Renault Kangoo le devolvió a Brittany una mirada desafiante; incluso los enormes pechos desnudos que asomaban entre los ensortijados cabellos de color verde bilis parecían examinarla, amenazadores.

La amiga de Quinn continuó con su explicación, al tiempo que empezaba a meter bultos en el maletero, que olía, más que ligeramente, a pescado.

—En cuanto me percaté de que era bizca de pezones, me dije a mí misma: «¡Un momento, yo he visto antes ese par de tetas!». Entonces recordé mis últimas vacaciones en Torremolinos y caí en la cuenta de que eran las de la fresca de mi cuñada. Créanme, son inconfundibles.

—¿De verdad tenemos que entrar ahí?—le preguntó a Quinn en un susurro desanimado.

Si ese vehículo demencial era un presagio de lo que el futuro le deparaba, desde luego su porvenir no parecía muy prometedor.

—Venga, Britt, no seas tiquismiquis—su amiga hizo un gesto de impaciencia—A caballo regalado... Además, no tardaremos mucho en hacer la mudanza, lo has dejado casi todo en el guardamuebles.

Así que, resignada, Brittany se metió en la furgoneta y partieron rumbo a
ese destino incierto que le aguardaba.


Con un gruñido, dejó caer la última caja en el minúsculo recibidor de la vivienda del portero y se derrumbó sobre el horrible sillón de brazos de madera tapizado con inmensas flores naranjas y marrones, donde ya la esperaban repanchingados Quinn y su amiga.

—Ni siquiera después de fumarme cuatro petas seguidos he conseguido ver imágenes más psicodélicas que el estampado de este sofá—Emily sacó de una cajita un papel de liar cigarrillos y empezó a quemar una china.

—¡Eh, tía, ni hablar!—Brittany apagó la llama del mechero de un poderoso soplido—¿Estás loca o qué? ¿Pretendes que huela toda la portería a porro y que me echen antes siquiera de empezar?

—Joder, Britty-Britt, cómo te pones—protestó Emily, haciendo el signo de la paz con dos dedos.

—Para, Emily, Britt tiene razón. Si quieres fumar vete afuera, pero antes danos unas de esas cervezas que has traído, porfa.

Emily sacudió su largo cabello, resignada. Entonces se levantó, se subió la cinturilla elástica de los pantalones de estilo moruno que dejaban al aire unas bragas de color gris brillante y, arrastrando los pies, fue a la cocina y sacó de la vieja nevera General Electric que parecía sacada del plató de «Cuéntame» dos Mahou, ligeramente congeladas aún.

—Tomen—le tendió una a cada una y, de paso, les dio también una bolsa de quicos gigantes—Para que no se emborrachen, que luego vas a conducir tú, Quinny.

—¡Don’t worry, tronca! ¡Gracias!

En cuanto su amiga salió por la puerta, Quinn se volvió hacia Brittany, quien en ese momento daba un largo trago a la cerveza helada.

—¿Estás segura de esto?—hizo un expresivo gesto con la mano, abarcando todo lo que había a su alrededor.

En verdad, el piso era diminuto y oscuro.

Por los pequeños tragaluces situados en lo alto de las paredes se colaba una débil claridad, pero no se podía ver la calle, y los escasos muebles eran horrendas reliquias de los años sesenta que no aceptarían en Cáritas ni regalados.

—¿No te gusta la decoración vintage?—Brittany alzó una ceja, inquisitiva—Bueno, hija mía, está a la última.

No quería admitirlo, pero quizá sí que había cometido una terrible equivocación.

Después de todo, cualquier parecido de ese hediondo cuchitril —en el aire todavía quedaban rastros de los miles de guisotes elaborados en aquella cocina liliputiense— con el ático dúplex de La Finca que acababa de vender era pura coincidencia.

De repente, cualquier deseo de bromear se evaporó por completo y, sin poder evitarlo, sus labios empezaron a temblar y esbozó un patético puchero.

Al verlo, su amiga se apresuró a decir:

—Ay, Britt, no quiero ser la típica repelente y empezar con el «te lo dije» desde el minuto uno, pero ¿no habría sido mucho más sencillo pedir en tu banco el traslado a la sede de Estados Unidos o Canadá? Todavía estás a tiempo; puedes olvidarte de esta locura y decírselo a tu exjefe. Eres buena en tu trabajo; a pesar de la crisis, eres la única persona que conozco a la que no le habían bajado el sueldo, sino todo lo contrario...

Habían discutido el tema mil veces y Quinn había empleado argumentos parecidos, pero, al ver su mirada de compasión, Brittany irguió la espalda, encajó las escápulas y la interrumpió con firmeza:

—No, ahora no me voy a rajar. Ha sido un momento de debilidad, pero ya ha pasado, te lo prometo. Mis planes siguen adelante. He encontrado el refugio ideal para lamerme las heridas durante el año sabático que me he dado a mí misma y no voy a renunciar a él. Quiero ser Renée, la portera de La elegancia del erizo; ya te conté que ese libro me impactó.

—Bueno, a mí también me impactó Laura Ingalls en «La casa de la pradera» y no voy por ahí con dos trencitas y dientes de conejo...—comentó su interlocutora sin dejar de masticar el puñado de quicos gigantes que acababa de meterse en la boca.

—Reconoce que es el lugar ideal para desaparecer durante una temporada. ¿Tú crees que a alguien se le va a ocurrir venir a buscarme a
una portería del barrio de Salamanca? Así podré dedicarme en serio a escribir, sabes que llevo años intentando acabar mi manuscrito—se levantó del sofá y empezó a caminar de lado a lado del pequeño salón sin
parar de gesticular con las manos—Si me hubiera ido a Estados Unidos estaríamos en las mismas: trabajo diario de ocho de la mañana a diez de la noche y los fines de semana ocupados paseando a mi mamá, a mi hermana y a todas aquellas amigas suyas que decidieran cruzar el charco para ir de compras. Así es imposible concentrarse.

—Ya, pero reconoce que lo de meterse a portera es un tanto radical—Quinn dio un largo trago a su cerveza mientras seguía con la mirada los vaivenes de su amiga.

Brittany se encogió de hombros.

Llevaba puesto parte de lo que iba a ser su nuevo disfraz: moño bien apretado en la nuca, unas grandes gafas con cristales ahumados que no necesitaba, pantalones de globo —un corte que Quinn sólo había visto en un reportaje sobre la movida madrileña de los ochenta— y un jersey tres tallas más grande que disimulaba a la perfección su esbelta figura, la cual, desde que había estallado toda la historia del divorcio, se acercaba peligrosamente a la flacura.

—Imagínate que entre tus vecinos hay un japonés culto y amable; créeme, con esas pintas no te va a mirar dos veces—añadió apuntándola con el cuello de la botella vacía, para dar más énfasis a sus palabras.

—¡Bah!—Brittany se encogió de hombros—Lo último que busco ahora es una pareja y mucho menos un hombre, me da igual que sea japonés o conquense. Además, ya sabes que en estas viejas fincas del centro de Madrid sólo quedan jubilados con un pie en el más allá.

—De verdad, Britt, no entiendo tu cerrazón, hace ya casi un año que te divorciaste de Sam. No te digo que te tires de cabeza al viaducto del matrimonio; pero, hija mía, una cita con una tía de vez en cuando, aunque
sea exclusivamente para ir al cine, no creo que te haga daño. No tienes que incluir a las mujeres con lo que hacen los hombres, eso es lo bueno para nosotras al ser bisexual—las palabras de Quinn contenían un matiz de exasperación.

—Mira quién habló. Desde que lo dejaste con Finn, que yo sepa no has vuelto a salir con nadie, ya sea hombre o mujer, nadie,  salvo que a Emily la consideres alguien, claro está—contraatacó Brittany con mala idea.

—Te equivocas—su amiga sonrió de forma misteriosa.

—¿Me equivoco? ¡Cuéntame ahora mismo!—la aprendiz de portera se tiró de nuevo sobre el incómodo sofá dispuesta a averiguar hasta el último detalle—¿Dónde lo o la has conocido? ¿Cómo se llama?

—Bueno, te cuento, ¡pero, por Dios, quítate esas gafas que das miedo con ellas puestas!

—Bueno ni me había enterado de que las llevaba, oye—se quitó las gafas y las dejó sobre la mesita frente al sofá, una mala copia, algo coja, de un diseño de Luciano Ercolani—Está claro que mi nueva personalidad porteril se ha apoderado de mí. Y, ahora, cuéntamelo todo con pelos y señales.

—La conocí hace un mes en una conferencia sobre el calentamiento global...—empezó Quinn y, al oírla, Brittany puso los ojos en blanco.

—¡Otro fanático del planeta Tierra no, Dios mío!

—¡Sin faltar! Pero no, ella no iba a la conferencia. Yo entraba en el Círculo de Bellas Artes y el bajaba la escalera y... ¡Ay, Britt, fue como en las películas! Chocamos, se me cayó el paraguas, se le cayó la carpeta que llevaba, nos agachamos a la vez para recogerlos, nos dimos un golpe en la cabeza, nos miramos a los ojos, nos pedimos perdón al mismo tiempo, ella me invitó a tomar un café, yo mandé a hacer puñetas la conferencia...

Al observar los ojos soñadores de su amiga, Brittany sintió un leve pinchazo de envidia; ya no recordaba la última vez que ella experimentó una ilusión parecida, pero se repuso en el acto y preguntó:

—¿Y volvisteis a quedar otro día?

—Otro día, y otro, y otro...

Quinn seguía y seguía como el conejito de Duracell, pero, antes de rayarse del todo, consiguió salir de ese bucle infinito y cambiar de frase:

—Además, a diario hablamos tres o cuatro veces por teléfono.

—¡Caramba!

—Sí, ¡caramba!—una gran sonrisa se había hecho fuerte sobre los labios de su amiga.

Sin embargo, en seguida Quinn salió de su arrobamiento, se puso en pie con decisión y empezó a dar órdenes:

—Bueno, y basta ya de cháchara. Vamos a sacar las cajas y lo colocamos
todo. Así, mañana, cuando empieces a trabajar, por lo menos estarás un poco más cómoda.

Emily regresó en ese momento, pero no les fue de mucha ayuda; estaba tan colgada que se tumbó de espaldas en el sillón y permaneció las dos horas siguientes con los ojos bien abiertos, enumerando en voz alta cada
una de las extrañas figuras que se escondían en una antigua mancha de humedad que había en el techo.

Sin hacerle el menor caso, las amigas siguieron dale que te pego y no les llevó mucho tiempo vaciar las pocas cajas que Brittany había llevado consigo.

Luego sacó unas sábanas y, entre las dos, hicieron lo que debía de haber sido la cama de matrimonio de los últimos habitantes de la portería, aunque, a Dios gracias, el administrador se había ocupado de cambiar el colchón.

Era tan pequeña que su edredón arrastraba por todos los lados.

—No entiendo cómo puede dormir un matrimonio en una cama tan canija—comentó Brittany en cuanto terminaron de hacerla—No sé el resto de la humanidad, pero Sam tenía la horrible manía de dar patadas cuando
estaba dormido, así que yo procuraba ponerme lo más lejos posible, a salvo de sus tendencias futboleras.

—Eso lo dices porque llevaban ocho años casados y nueve de novios. Ya no te acuerdas de lo a gustito que se está cuando te acurrucas al lado del
hombre del que estás enamorada.

De nuevo, asomó a los ojos de Quinn aquella mirada soñadora que a Brittany le estaba empezando a dar dentera; sin embargo, se abstuvo de hacer ningún comentario.


Al acabar de colocar las pertenencias de Brittany en su sitio, el aspecto del pisito era tan desolador como al principio, pero, al menos, estaba un poco más lleno.

—Vas a tener que hacer algo con este lugar si pretendes aguantar aquí un año entero—Quinn trató de cerrar la puerta del aparador del salón de un empujón, aunque fue inútil; a los pocos segundos, volvía a abrirse como si fuera víctima de un extraño fenómeno poltergeist—¡Kiap!

La quinta vez que se abrió, Quinn le soltó una patada de karateca que astilló un poco la madera; pero, nada, emitiendo algo parecido a un gemido de dolor, la condenada puerta volvió a abrirse y así se quedó.

—Si algún día me siento con ganas, igual pinto un poquito y me paso por Ikea—Brittany se encogió de hombros, un gesto de desánimo que empezaba a serle habitual.



Cuando por fin se fueron Emily y Quinn y se quedó sola en la lúgubre vivienda, se tiró sobre la cama recién hecha y empezó a llorar.



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Última edición por 23l1 el Miér Abr 12, 2017 12:28 am, editado 1 vez
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por micky morales Miér Ene 18, 2017 7:18 pm

Muy interesante y bienvenida de nuevo, me gusta este inicio!!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por 3:) Miér Ene 18, 2017 10:20 pm

hola morra,..

se me hace que va a ser divertido!!!
a ver como va la nueva vida de birtt!!!!!!!

nos vemos!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por 23l1 Miér Ene 18, 2017 10:51 pm

micky morales escribió:Muy interesante y bienvenida de nuevo, me gusta este inicio!!!!



Hola, si¿? vamos bn entonces jajajaaj. Gracias, pero bienvenida tu y gracias por volver! Vamos bn y espero siga así jajajaja. Saludos =D






3:) escribió:hola morra,..

se me hace que va a ser divertido!!!
a ver como va la nueva vida de birtt!!!!!!!

nos vemos!!



Hola lu, espero y sea así jajajaajajajaj. Aquí otro cap para saber mas! Saludos =D




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Finalizado FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 2

Mensaje por 23l1 Miér Ene 18, 2017 10:53 pm

Capitulo 2


Era increíble que su vida hubiera cambiado tanto en tan poco tiempo, pensó abrazada a sus rodillas, sintiendo la almohada empapada bajo su mejilla.

Hacía tan sólo un año y dos meses era una auténtica triunfadora y tenía a sus pies todo lo que pudiera desear: un marido inteligente y guapo del que seguía enamorada a pesar de que llevaban juntos desde los quince años, una casa espectacular a la que no le faltaba detalle, dos coches último modelo en el garaje, un trabajo como broker en uno de los bancos de inversión más poderosos del mundo.

En fin, el kit completo de la felicidad humana según el concepto de la mayoría de los habitantes del planeta Tierra.

Y ahora...

Ahora no podía dejar de llorar hecha un ovillo sobre la cama de la siniestra portería de un antiguo edificio del barrio de Salamanca.



Al día siguiente daba comienzo su nueva etapa como portera, con las apasionantes y trascendentales obligaciones que semejante puesto conllevaba, a saber: vigilar las idas y venidas de los vecinos, abrir y cerrar el portal, limpiar la escalera y la entrada, repartir el correo, hacer alguna que otra chapuza, sacar la basura...

Todo un reto para una licenciada en Económicas que había estudiado un máster en el Instituto de Empresa, trilingüe en inglés, con buenos conocimientos de francés y su idioma natal, holandés.

Nadie en su sano juicio lo creería.

Su mamá y su hermana pensaban que, en efecto, se había ido a Estados Unidos, a la sede del banco en Nueva York.

La única que sabía la verdad era Quinn.

Durante esos últimos meses, terriblemente duros y difíciles, había comprobado que no todos aquellos a los que creía sus amigos lo eran en realidad; como decía a menudo su mamá: «Los amigos de los buenos tiempos, durante las tormentas, dejan que te ahogues».

Y ella había estado muy cerca de ahogarse.

Se levantó de la cama y fue a la cocina a prepararse la cena.

No tenía hambre, pero se obligaría a comer aunque tuviera que contener una arcada cada vez que se llevase el tenedor a la boca.

Al menos no habían tenido hijos, se dijo como ya lo había hecho mil veces antes.

Aunque era algo que deseaba desde hacía años, Sam le daba largas afirmando que aún no estaba preparado para ser papá, y ella no había querido presionarlo en un asunto tan importante.

Probablemente, a esas alturas, tampoco tendría ya la oportunidad de ser mamá.

La depresión la había rozado de cerca.

Había perdido casi diez kilos durante el tiempo que llevó su divorcio, hasta que tocó fondo.

Unos cuantos meses atrás, dio por fin una patada y consiguió impulsarse hasta la superficie; después de eso, se había jurado a sí misma que saldría adelante.

Su nuevo trabajo era la prueba de ello, eso sí que era un cambio de vida radical.

Si su mamá se enterara, sufriría violentos espasmos.

En cuanto se hubo comido hasta la última miga de su cena frugal, decidió irse a acostar.




Al día siguiente la esperaba una prueba aterradora, y pretendía estar lo más descansada posible para enfrentarse a lo desconocido.

Sacó el pijama, se quitó una a una las numerosas horquillas que sujetaban el horripilante moño en su sitio y se masajeó el cuero cabelludo durante unos minutos para que la sangre volviera a circular.

Luego se metió bajo las sábanas y estuvo dando vueltas un buen rato antes de quedarse dormida.



En cuanto sonó el despertador, saltó de la cama y se dirigió a la ducha.

A pesar de que a la escasa luz que se filtraba por los tragaluces no se sabía bien si era de noche o de día, Brittany se sentía llena de energía.

¿Quién decía que por la mañana las cosas se veían de otra manera?

¿Sócrates?

¿Descartes?

¿Su tía April?

No tenía ni idea de quién era el autor de tan sabias palabras, pero, desde luego, tenía toda la razón.

El chorro de agua, a pesar de resultar algo escaso, tenía la temperatura perfecta, lo que la animó aún más.

Tarareando una canción, se preparó una tostada y un café y, por primera vez desde hacía meses, fue capaz de saborear lo que comía.

Y llegó la hora de adoptar la personalidad de su álter ego, la señora Santos —una variante de su auténtico apellido: Pierce —, la portera del 185 de la calle Lagasca, tan desabrida y gruñona como la Renée del número 7 de la Rue Grenelle, aunque mucho menos culta.

Sobre sus pantalones oscuros y su jersey de algodón de cuello alto negro se puso una bata floreada sin mangas —idéntica a las de las mujeres de las aldeas gallegas que trabajaban en el campo— que le quedaba enorme, se peinó con un moño bien tirante y se colocó las gafas ahumadas en la nariz.

Brittany miró la imagen que le devolvía el espejo, fascinada, y decidió añadir el toque final a su disfraz.

Metió el índice en el estuche de sombra de ojos negra y se lo pasó por encima del labio superior, creando así la sombra oscura de un bozo considerable.

—¡Soy el mismito Emiliano Zapata, órale compadre!—le gritó a su reflejo, muerta de risa.

Se hizo una foto con el móvil y se la mandó a Quinn. Después miró el reloj; las ocho y media, buena hora para empezar la jornada.

El vestíbulo del viejo edificio acababa de ser remodelado.

Las losetas más estropeadas del antiguo suelo de mármol, con un diseño de damero blanco y negro, habían sido sustituidas por unas nuevas de aspecto envejecido que no desentonaban con el resto.

De la impresionante escalera de piedra, limpia de antiguas manchas de pintura y restos de chicle, habían desaparecido asimismo las pequeñas firmas de aquellos que buscan inmortalizar su nombre o el de su amor en los sitios más inesperados.

La cabina de madera de raíz del ascensor modernista acababa de ser restaurada, y su entramado de vetas claras y oscuras relucía recién barnizado.

También, la reja de forja que lo rodeaba, con las formas redondeadas de tipo orgánico de principios del siglo pasado, había recuperado su antiguo esplendor.

Brittany, con las manos cruzadas sobre el mango de la fregona y la barbilla apoyada encima de ellas, miró a su alrededor, satisfecha; al menos iba a ser portera de un edificio de categoría, se dijo.

Si se concentraba, tenía la sensación de que en cualquier momento vería pasar a una elegante pareja vestida a la moda de los años veinte.

Justo en ese instante, la reja de hierro del ascensor se abrió con brusquedad y estuvo a punto de derribar el cubo lleno de agua sucia que tenía junto a los pies, lo que la sacó de golpe de su ensoñación.

—Disculpe.

A través de los cristales de sus gafas, que le prestaban a todo un enfermizo tono azul, Brittany distinguió el rostro atractivo y sonriente de una mujer morena, de unos treinta años, que en ese momento salía del ascensor acompañada de una niña vestida con uniforme escolar —con ojo experto, dedujo que, al menos, debía de haberle dado una vuelta a la
cinturilla de la falda—, a la que calculó quince, y un perro labrador que le
pareció de edad indefinida.

—Casi me tira el cubo—gruñó, desabrida y con el ceño fruncido, inmersa de lleno en su papel de portera cascarrabias en guerra contra el resto de la humanidad.

Al oírla, la morena sufrió un ligero sobresalto y su sonrisa azulada se congeló.

Los ojos castaños tomaron nota de la extraña facha de aquella mujer que se dirigía a ella con expresión aviesa y, durante unos segundos, se detuvieron sobre la densa sombra de su labio superior.

—Perdone, no la había visto. ¿Es usted la nueva portera?

A Brittany no le pareció una pregunta muy inteligente.

¿Blanco y en botella?

¿Oro parece, plata no es?

¿Una mujer vestida con una espantosa bata floreada y una fregona entre sus manos en mitad del vestíbulo de un edificio?

—La misma. La señora Santos, pa servirle a ustez—frunció el entrecejo todavía más y sacó la mandíbula hacia afuera.

—Encantada, soy Santana López, del 6.º derecha. Buenos días. ¡Vamos, Bree!—le hizo una seña impaciente a la adolescente.

Era evidente que estaba deseando salir de la zona de influencia de aquella desagradable mirada.

—¡Joder, de qué casting habrá salido ésta!—susurró Bree de manera bien audible mientras luchaba con la correa de la que el excitado labrador color trigo tiraba con fuerza, ansioso por salir a la calle.

A Brittany le entró la risa, pero lo disimuló con un fingido ataque de tos.

—¡Shh, hija, y no digas palabrotas!—la reprendió su mamá.

Brittany las observó despedirse en la acera frente al portal.

La morena mayor se dirigió hacia la boca de metro con una mochila negra colgada del hombro que desentonaba por completo con su elegante abrigo oscuro y, curiosa, no pudo evitar preguntarse en qué trabajaría.

La morena menor debió de dar una vuelta a la manzana con el perro porque en seguida estuvo de vuelta y, como Brittany se había apostado consigo misma, una vez lejos de la mirada materna la cinturilla de la falda había sufrido dos nuevas vueltas de tuerca.

La adolescente subió a dejar al perro en su casa y diez minutos después, con su mochila turquesa de flores hawaianas de Roxy, salió rumbo al colegio tras dirigirle un educado «hasta luego», al que ella respondió con un nuevo gruñido.

Bueno, ya conocía a dos de sus vecinos, se dijo, satisfecha.

Interesante.

De hecho, aprovecharía la oportunidad para estudiar si alguno de ellos podría ser candidato a convertirse en uno de los personajes de la novela que se traía entre manos desde hacía casi dos años.

La niña prometía; esos ojos castaños, inteligentes y brillantes, indicaban que no era la típica adolescente sin interés.

En cuanto a la mamá, reconocía que no estaba nada mal, pero, de un tiempo a esta parte, odiaba de tal manera a las personas que no fueran familiares o amigos que más de una vez se le había pasado por la cabeza romper las trescientas páginas que llevaba escritas y convertir su novela de suspense policial en una utopía feminista en la que sólo salieran mujeres.

Mujeres triunfadoras, por supuesto; mujeres que no necesitan a los hombres para nada, pues claro; mujeres que se reproducen mediante esporas... en fin.

Pero por culpa de Sam, ya no creía en las relaciones, fuera con hombres o con mujeres.

Sacudió la cabeza y decidió que sería más productivo seguir fregando.




A eso de las doce del mediodía, cuando el vestíbulo y la escalera relucían de tal modo que daban ganas de entrecerrar los ojos y la pobre Brittany—derrumbada sobre la incómoda silla de enea con almohadón de ganchillo de la garita del portero— trataba de reponerse del agotamiento, conoció a otro de los vecinos del edificio.

Otra vez fue una vecina, y su repentina aparición la hizo parpadear varias veces tras los cristales de sus gafas.

La mujer salió del ascensor contoneándose sobre unos altísimos tacones con la sensualidad de una starlette de setenta y muchos.

Colocarse la capa de chapa y pintura en el rostro debía de haberle llevado al menos un par de horas pero, eso sí, no le faltaba detalle; hasta las pestañas de dos centímetros y medio estaban en su sitio.

Llevaba unas ajustadas mallas de manchas de leopardo y, por encima, un abrigado chaquetón de piel dorada de algún animal hace tiempo extinto.

De una correa, engastada con millares de diminutos cristales de Swarovski, colgaba un perrito repugnante, con pinta de rata calva, que lucía a su vez una mantita en animal print; en esta ocasión, una imitación de piel de cebra.

Sin que sus caderas perdieran ni por un segundo ese compás que debía de marcar algún metrónomo interior, la extravagante aparición se dirigió hacia el cubículo desde el cual Brittany la examinaba, fascinada.

—¿Es usted la nueva portera?

—La señora Santos, pa servirla.

Cuando estuvo más cerca, Brittany descubrió los finos hilillos de chillona pintura roja que anegaban las pequeñas arrugas de sus labios fruncidos.

La extravagante anciana alzó los párpados con dificultad debido al peso de esas pestañas excesivas y la observó a su vez.

A Brittany se le erizaron los pelos de la nuca; aquella mujer era un clon de Jane Lynch en la película

¿Qué fue de Lisa Gadman?

—Es evidente que a usted no la eligieron para el puesto por su belleza—la voz era áspera, como si hubiera pasado toda la vida con un cigarrillo colgando de la comisura de su boca—Así que me imagino que será la reina de las porteras.

Desde luego, no tenía pelos en la lengua.

A Brittany le entraron unas ganas tremendas de reír, pero se contuvo y, con el ceño más fruncido que nunca, respondió con frialdad:

—¿La señora deseaba algo?

—Bueno mire, sí. La señora desea que le diga usted al impresentable del 4.º izquierda, el piso que queda justo encima del mío, que haga el favor de dejar de aporrear las paredes, o lo que quiera que sea que aporrea ese
animal de bellota por las noches, y que deje descansar a los vecinos de bien. Una está ya en esa edad en la que necesita recibir su cura de sueño y belleza sin interrupciones. El contencioso entre el 4.º izquierda y el 3.º izquierda había sido durante muchos años una guerra larvada, pero los últimos acontecimientos, unas colillas arrojadas encendidas sobre los hermosos geranios de la terraza del 3.º y unos insultos, gravemente ofensivos, escritos sobre la puerta principal del 4.º con esmalte de uñas rojo pasión Trafalgar de Dior, habían hecho que las hostilidades estallaran de forma virulenta.

Sin embargo, en ese momento, Brittany no tenía la menor idea del follón que se le venía encima.

—Y entonces—trató de aclarar la situación, al tiempo que se subía con un dedo las gafas que tenían una molesta tendencia a deslizarse por el puente de su nariz—, Señora...

—Señorita, si no le importa. Señorita Sue Sylvester —hizo una pausa teatral y le lanzó una mirada cargada de significado.

—Señorita Sylvester, mmmm, esto...

Era evidente que aquella frase era su entrada para seguir con un diálogo preestablecido, pero no tenía ni la menor idea de cuál era la línea que venía a continuación.

Sin embargo, la mujer le ahorró la necesidad de decir nada.

—En efecto, Sue Sylvester, exactriz y exvedette. La misma Pitita Van Halen de Corazones atormentados y también Clara, la pobre huérfana del taquillazo Arrastrada a la ignominia. ¡No, no! ¡No le venderé mi inocencia a cambio de unas miserables monedas!—gritó, de repente, y se llevó una mano al pecho como si alguien acabara de apuñalarla.

—Sí, sí, Clarita. ¡Por supuesto que la conozco! Eh... un... un alegato lleno de intensidad sobre... sobre la virtud ultrajada...—Brittany, que en el fondo era un pedazo de pan, dobló una rodilla en una especie de reverencia que pareció complacer a la artista.

—Fue lo más. El diálogo más caliente que nadie se atreviera jamás a poner en escena en aquellos tiempos. Aún no sé cómo consiguió esquivar la censura; claro que el director tuvo que cambiar la escena en la que la huérfana se prostituía en un burdel por una danza moruna en un mercado, pero, a pesar de que el guion perdió algo de sentido, la película fue un éxito rotundo—un destello de nostalgia centelleó en las pupilas semiocultas tras las larguísimas pestañas.

—Un éxito, sí. Y esto... entonces quiere que vaya a hablar con su vecino, ¿no?

El brillo nostálgico desapareció en el acto de sus ojos y fue sustituido por el fulgor de un odio fanático.

—¡Exactamente! ¡Quiero que ese mastuerzo abominable sepa que, como no cese en su acoso, va a enterarse de quién es Sue Sylvester! Y fíjese lo que le digo: si tengo que hablar con Pedrito Maqueda, lo haré. Aún me debe un par de favores—al percatarse de la mirada de desconcierto de su interlocutora, añadió—Ya sabe, el ministro.

Brittany pensó que debían haber pasado unas cuantas décadas desde que el tal Pedrito ocupara el cargo, pero prefirió no decir nada al respecto.

—No se preocupe, señorita Sylvester. Hoy mismo hablaré con él—prometió con firmeza, al tiempo que se inclinaba en una nueva genuflexión.

—Muy bien, señora Santos, creo que usted y yo nos llevaremos bien—satisfecha, la mujer pegó un tirón de la correa del chucho asqueroso, que
no había parado de olisquearlo todo con una mueca desdeñosa, y salió a la calle.

Mientras la observaba alejarse, Brittany se relamió al pensar en el filón de
posibles personajes para su novela que pululaban en el edificio y buscó en el cajón de la mesa la libreta que guardaba ahí, para apuntar un par de
cosillas que se le habían ocurrido después de hablar con la señorita Sylvester.

—Buenas, así que es usted la nueva, ¿eh?—una alegre voz masculina, varios decibelios más alta de lo normal, hizo que alzara la vista—Aquí le dejo el correo, hoy va a tener que sudar para repartirlo todo, ja, ja.

El jocoso cartero depositó una montaña de cartas y paquetes varios sobre el mostrador de la garita al tiempo que le guiñaba un ojo y, al verlo, Brittany reprimió una sonrisa.

Sentía una inmensa admiración por las personas genuinamente simpáticas que iban por la vida con una palabra amable y una sonrisa a punto para todo el que se cruzara en su camino.

—Muchas gracias.

—De nada, y sonría, mujer, que hace un día precioso—el cartero agarró su carrito, le hizo un gesto de despedida y siguió repartiendo cartas y felicidad a diestro y siniestro por el barrio.

Brittany miró a través de la puerta de cristal y vio que, en efecto, el día, a
pesar del frío invernal, era soleado y el cielo brillaba muy azul entre las azoteas de los edificios.

Por un instante, pensó en su otra vida.

Si siguiera en su antiguo trabajo, estaría sentada frente al ordenador en una oficina diáfana en la planta cuarenta de la Torre Picasso con unas espectaculares vistas sobre Madrid.

«Pero—se dijo—Ni siquiera me hubiera dado cuenta del día tan espléndido que hace. A estas horas estaría siguiendo las cotizaciones de los índices bursátiles y, por la ojeada (pura deformación profesional) que acabo de echarle hace cinco minutos al Dow Jones, mi nivel de estrés habría subido como un géiser del parque de Yellowstone, y mis pulsaciones estarían al borde de batir el récord de ciento sesenta por minuto.»

Aquellas reflexiones le sirvieron para sacudirse cualquier amago de depresión que pudiera estar al acecho y, contenta a pesar de todo, decidió
que ya era hora de ir a comer.




Hacia las cinco, de nuevo en el cubículo de la portería, Brittany llevaba tecleadas con entusiasmo unas cuantas páginas en su portátil, cuando la alerta de correo entrante la distrajo.




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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por micky morales Jue Ene 19, 2017 8:21 pm

Como va Santana a fijarse en semejante bodrio???? amanecera y veremos!!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II 4065562827 [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II 210293833 [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II 210293833 [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II 3750214905 [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II 3750214905
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por 3:) Jue Ene 19, 2017 8:32 pm

hola morra,...

van bien los primeros dias de britt,..
san con una hija,..??? para el primer encuentro ni bueno ni malo!!!
a ver como van las cosas!!!

nos vemos!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por 23l1 Vie Ene 20, 2017 12:03 am

micky morales escribió:Como va Santana a fijarse en semejante bodrio???? amanecera y veremos!!!!! [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II 4065562827 [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II 210293833 [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II 210293833 [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II 3750214905 [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II 3750214905



Hola, jajajajajaj XD jajajajajajaj britt esta colocando todo de si para no gustarle a nadie, no¿? jajajaajjaajaj. Aquí el siguiente cap para saber mas jajajaj. Saludos =D





3:) escribió:hola morra,...

van bien los primeros dias de britt,..
san con una hija,..??? para el primer encuentro ni bueno ni malo!!!
a ver como van las cosas!!!

nos vemos!!!



Hola lu, mmm si, esperemos y sigan así, no¿?... o mucho mejor jajaajjaaj. Sip. Jajajaja mitad y mitad, no¿?jajajajaja. Aquí el siguiente cap para mas! Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 3

Mensaje por 23l1 Vie Ene 20, 2017 12:05 am

Capitulo 3



Hacia las cinco, de nuevo en el cubículo de la portería, Brittany llevaba tecleadas con entusiasmo unas cuantas páginas en su portátil, cuando la alerta de correo entrante la distrajo.


Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
CC: HannyHanna@hotmail.com
De: mamacibernetica@yahoo.es
Asunto: Viaje a NY

Britty, hija, hace una semana que no sé nada de ti y con las telecomunicaciones que hay hoy en día no tienes excusa. Después de todo el lío del divorcio no has vuelto a ser la misma y en cuanto no tengo noticias tuyas me quedo muy preocupada, así que, ya sabes, por favor, no creo que por darle un poco a la tecla te vayan a salir grietas en las yemas de los dedos. Te diré que toda la historia me pareció un poco precipitada. Entiendo que quieras alejarte de Sam y de todo lo que lo rodea, pero irte al quinto pino es un poco radical; ya sabes que no me gusta que mis polluelas vuelen lejos del nido, pero, bueno, supongo que es ley de vida y un año se pasa rápido. En realidad, pienso que un cambio de aires no te vendrá mal. Hanna y yo estamos pensando en hacerte una visita en cuanto te instales, así que avísanos.
Un beso, mamá.

PD: Creo que hay una cosa nueva que se llama Skype con la que puedes hablar y verte la cara al mismo tiempo. ¡¡¡Y GRATIS!!!



Brittany suspiró; no iba a ser fácil mantener la farsa.

Sólo había pasado una semana desde que hizo el paripé de marcharse al aeropuerto a coger un avión, y su mamá y su hermana ya estaban amenazando con ir a visitarla.

Tendría que quitárselas de encima con cualquier excusa.



Para: mamacibernetica@yahoo.es
CC: HannyHanna@hotmail.com
De: Britt-Britty-Britt@gmail.com
Asunto: Re: Viaje a NY

Hi, Mom! No te imaginas el jaleo que he tenido estos días, por eso no he podido escribirte.
Ni siquiera he podido instalarme como Dios manda todavía. Los precios de los pisos en Manhattan son prohibitivos y he tenido que alquilar un cuchitril en el departamento de una compañera de trabajo, así que por ahora no es posible que me visitéis. Repito: NO VISITS ALLOWED RIGHT NOW! (¡Que no aparezca por aquí ni el Tato!) Les mantendré informadas.
BSS, American Girl.

PD: Imposible utilizar Skype, cámara del portátil kaput (ahora, German Girl).


Más animada, Brittany pensó que aquello mantendría a su familia a raya durante un tiempo, así que agarró la escoba y salió al exterior dispuesta a dejar sus metros de acera como una patena.

Justo en ese momento, una Vespa se detuvo frente al portal y Bree se bajó de ella con agilidad. La niña se quitó el casco y se lo tendió al muchacho que conducía la moto. Él también se quitó el suyo, se pasó la mano hacia arriba por su corto cabello y, con una mueca fanfarrona en los labios, se aseguró de que las solapas de la chaqueta del uniforme no se le hubieran bajado durante el trayecto.

—Gracias por traerme, Jake.

—De nada, preciosa. Un beso, ¿no?

Avergonzada, la joven miró a Brittany, quien, apoyada cómodamente sobre el mango de la escoba, la observaba sin el menor disimulo, le dio un casto beso en la mejilla y se apartó con agilidad antes de que el chico lograra atraparla.

—Nos vemos mañana, adiós.

El tal Jake, con un casco colgado de cada brazo, arrancó y desapareció con rapidez calle abajo, envuelto en un penetrante chirriar de neumáticos.

—Hum. ¿Sabe su mamá que vuelve del colegio en moto?—Brittany frunció el ceño en su gesto habitual y se dijo que, por la noche, se echaría ración extra de crema hidratante; a ese paso, su nuevo papel de portera amargada le iba a dejar un par de surcos en el entrecejo de recuerdo.

La adolescente se volvió hacia ella, airada:

—Y a usted, ¿qué le importa? ¿Acaso me está espiando?—su delicada nariz apuntó hacia el cielo con insolencia.

—Bueno claro que la espío, ¿acaso no sabe que ésa es la función principal de toda portera que se precie? Así que mucho cuidado—levantó una de las manos y se llevó la punta del índice y el anular a los ojos, en un gesto que indicaba que la estaba vigilando—Ese chico no me gusta un pelo.

—¡Vieja cotilla!—exclamó Bree, indignada, al tiempo que se metía corriendo en el portal y cerraba con fuerza.

Sin embargo, la puerta de hierro y cristal tenía uno de esos amortiguadores antiportazo y el efecto dramático fue nulo.

Sonriente, Brittany siguió barriendo la acera.

Cuando terminó, decidió que repartir las cartas en los distintos buzones del vecindario sería una buena manera de familiarizarse con los nombres y los pisos de los propietarios.

Con el correo habían llegado un par de paquetes demasiado grandes para introducirlos por las ranuras; uno de ellos era para el señor Abrams del 4.º izquierda, el vecino que, según la antigua estrella de cine que ocupaba el piso justo debajo de él, le hacía la vida imposible y al que ella había prometido llamar la atención.

Subió por la escalera hasta el 1.º derecha, donde una empleada doméstica cogió el paquete que le tendía sin molestarse en darle las gracias, y siguió ascendiendo, escalón a escalón, hasta el 4.º izquierda.

Cuando llegó al rellano estaba sin resuello y tuvo que apoyarse un rato en la pared para recuperarse.

Desde luego, su forma física era pésima.

Durante los casi doce meses que había pasado sumida en la desesperación más absoluta sólo le habían quedado las energías justas para seguir trabajando como un autómata.

El resto de actividades —ir a la peluquería a hacerse la manicura, al gimnasio a la hora de comer, salir de compras, ir a tomar algo con las amigas...— habían quedado aplazadas sine die.

Si hubiera sido por ella, se habría hecho un ovillo en cualquier rincón oscuro y no habría vuelto a pisar la calle nunca más.

Hasta su propia higiene personal había quedado afectada.

El día en que Quinn apareció en su casa sin avisar y la pilló con la melena grasienta, la misma ropa que había usado durante tres días seguidos y un aliento infernal, marcó el comienzo de su recuperación.

Sin miramientos, su amiga la arrastró hasta la ducha y la obligó a meterse bajo el chorro de agua helada sin dejarse impresionar por los alaridos de Brittany.

Al final, la dramática situación había terminado en carcajadas histéricas e, incluso ahora, cuando alguna de las dos recordaba aquel día, les volvía a entrar la risa floja.

Por fortuna, el sentido del humor había acudido en su auxilio una vez más.

Después de eso, volvió a tomar las riendas de su vida y, al enterarse de que el puesto de portera en una finca de la calle Lagasca estaba vacante, no lo dudó.

Todavía apoyada en la pared, Brittany se prometió que aprovecharía su nuevo trabajo para ponerse en forma.

En cuanto recuperó el aliento, llamó al timbre de la vivienda de la izquierda. Se oyeron unos ruidos ahogados al otro lado de la puerta, como si alguien se apresurara de un lado a otro, y luego silencio.

Con firmeza, apoyó otra vez el índice sobre el botón y lo mantuvo pulsado un buen rato. Nuevas carreras, el arrastrar por el suelo de un objeto pesado y... nada más.

La puerta siguió cerrada a cal y canto.

Desconcertada, dio media vuelta y decidió dejar la entrega para otra ocasión.

Ya era hora de ponerle fin a su primera jornada laboral; estaba cansada.




Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
CC: mamacibernetica@yahoo.es
De: HannyHanna@hotmail.com
Asunto: Re: Re: Viaje a NY


Lo de los precios de los pisos en Manhattan me parece una excusa malísima. ¡¡¡Tía, tienes que estar archiforrada!!! Siempre has ganado un pastón y acabas de vender tu dúplex de La Finca, así que tírate el rollo un poquito y alquílate un piso guapo, mínimo tres habitaciones y dos baños, ¿eh? Mi amiga Marley se apunta al viaje; le han dicho que el IPad está ahí mucho más barato.
Bueno, quizá ahora hace un poco de frío para ir; pasear por las calles llenas de nieve me da una pereza mortal, pero de la primavera no pasa. Primavera en Nueva York, ¿a que parece el título de una película de amor? Busca, busca ¡YA!

PD: He visto que has dejado un montón de ropa en casa de mamá. Me imagino que no te importará que coja algo prestado de vez en cuando...


Tumbada en pijama sobre la cama, Brittany se preguntaba qué demonios iba a contestarle a su interesada hermanita cuando, de repente, se dio cuenta de que había desatendido una de las ineludibles tareas de cualquier
portera profesional:

¡Se había olvidado de sacar la basura!

—¡Mierda!—masculló, arrojando a un lado de la cama el cálido edredón.

No le apetecía nada vestirse de nuevo, así que se calzó unas zapatillas de deporte, se puso la abrigada zamarra de color marrón cuya capucha tenía un reborde de piel de animal indefinido —un cruce entre erizo y gato sarnoso, según la opinión de Quinn — y bajó al garaje.

En el último segundo, se acordó de ponerse las gafas, no fuera a ser que se encontrara con alguien.

Subir los dos cubos repletos de bolsas de basura por la rampa del garaje no fue tarea fácil.

Desde luego, ese trabajo le iba a dejar unos bíceps que ni los de Schwarzenegger, se dijo mientras avanzaba pasito a pasito.

En cuanto los dejó en la acera, listos para que se los llevara el camión de la basura, tuvo que acuclillarse en el suelo, medio asfixiada, para recuperar fuerzas.

Escondida detrás de los cubos vio llegar a la señora López, quien, a juzgar por los pantalones cortos, las zapatillas de deporte, la camiseta sudada y un labrador congestionado y con la lengua fuera trotando a su lado, volvía de correr.

Los ojos de Brittany se deslizaron por el cuerpo curvilíneo con detenimiento.

Si no hubiera sido porque después de lo de Sam se había jurado aborrecer todo tipo de relaciones—en especial a las personas atractivas y con buena facha—, se habría visto obligada a reconocer que la tal Santana López estaba para hacerle un favor.

De estatura normal aunque un poco más baja que ella, con hombros finos y, a juzgar por cómo se amoldaba la camiseta húmeda a su torso, sin un gramo de grasa en su cuerpo fibroso y unos perfectos pechos.

Como hacía con cualquier ser del sexo que fuera se cruzara en su camino, Brittany no pudo evitar compararlo con su ex.

Obviamente la diferencia más grande era que uno era una hombre y la otra era una mujer, pero sacando eso.

Todo lo que Sam tenía de rubio, la propietaria del 6.º derecha lo tenía de morena. Los ojos del innombrable eran verdes y, aunque ahora no podía verlos, sabía que los de esa morena eran castaños y estaban rodeados de espesas pestañas oscuras.

Sam era más alto, fornido, pero la señora López transmitía la impresión de una elegancia no exenta de fortaleza.

Sin embargo, en lo que se diferenciaban era en la nariz: la de su ex era ligeramente respingona; en cambio, la de la mujer que hacía estiramientos apoyada en el banco de la calle era pequeña y un poco curvada.

«Siempre he odiado a los narizotas», se dijo Brittany, al tiempo que se ponía en pie y salía de su escondite.

Sigilosa, se acercó hasta situarse a su espalda y habló con su tono más brusco:

—¡¿Se puede saber qué hace usted?! Esto es una zona decente; por aquí no estamos acostumbrados al brikindans o como se llame ese baile de negrata del gueto.

Al oír aquella voz tonante tan cerca de ella, la pobre morena se sobresaltó, perdió el equilibrio y estuvo a punto de caerse al suelo.

—¡Dios mío! ¡Menudo susto me ha dado!—jadeante, se llevó una mano al corazón igual que una damisela al borde del desmayo.

Al verla, Brittany se vio obligada a morderse el labio inferior para contener una carcajada.

—¡Ay, señora López, es usted! Perdone, le he confundido con uno de esos maleantes que pululan a estas horas por la ciudad.

Con la camiseta chorreando, las deportivas y el labrador sentado, obediente, sobre sus cuartos traseros, mirándola con adoración, parecía exactamente lo que era: una mujer que había salido a hacer deporte y, de paso, a pasear al perro.

Santana examinó a aquella extraña mujer que la observaba parapetada tras sus gafas oscuras en plena noche.

Tomó nota de los pantalones floreados, como de pijama, que asomaban por debajo del abrigo, y de la enorme capucha bordeada por una especie de peluche indescriptible que le cubría la cabeza y, una vez más, se vio obligado a reprimir un escalofrío.

No quería confesarse, ni siquiera a sí misma, que su siniestra portera le daba repelús y rogó a Dios que el administrador de la finca no hubiera contratado a una asesina en serie.

Como si leyera sus pensamientos, el ente que estaba parado frente a ella metió la mano en uno de los bolsillos de su horrible zamarra y la volvió a sacar con un rápido movimiento.

«¡Una navaja!», se dijo Santana, aterrada, y sin pararse a pensar agarró la muñeca femenina y apretó con fuerza hasta que la hizo soltar lo que sujetaba en el puño.

—¡Ay!—gimió, dolorida.

La morena bajó la vista al suelo donde a la luz de una farola cercana relucía un enorme manojo de llaves y, muy avergonzada, empezó a recitar un rosario de disculpas:

—¡Perdóneme, señora Santos, lo siento mucho! No sé qué es lo que se me ha pasado por la cabeza. Déjeme verle la muñeca. Soy médico.

Antes de que la rubia pudiera negarse, agarró su mano y la examinó con detenimiento.

Por unos segundos, Santana López tuvo la sensación de que acababa de agarrar un cable de alta tensión, aunque lo descartó al instante y achacó el calambre que lo había sacudido de arriba abajo a la grima que le daba tocar a aquella mujer.

Tenía la muñeca enrojecida y le sorprendió su delicadeza; era muy fina y pensó que podría quebrarla con sólo una ligera presión.

Luego observó el resto de la mano de dedos largos y esbeltos y uñas cortas; parecía la de una persona joven, pero, a pesar de que la señora Santos era una de esas mujeres de edad indefinida, se dijo que era imposible.

Se preguntó cuántos años tendría, ¿cuarenta?

¿Cincuenta y cinco...?

¿Setenta y dos?

—¿Tiene Trombocid en su casa, señora Santos? Si no, acompáñeme a la mía, tengo un botiquín muy completo.

La voz profunda de la doctora López la sacó del extraño mundo de sensaciones en el que la había sumido el exquisito tacto de aquella mano elegante y de uñas bien cuidadas.

Si no le hubiera dicho que era médico habría pensado que era pianista; podía imaginar a la perfección esos dedos tocando el Claro de luna de Debussy sobre su espalda, y aquella idea la puso tan nerviosa que se soltó con brusquedad y empezó a mascullar imprecaciones:

—¡Déjeme tranquila! Nadie osó jamás emplear tamaña violencia contra mi persona. Debería denunciarla a la Seguridad Social, o a los sindicatos o... al sursuncorda. ¡Proletarios de la tierra, uníos! —arengó Brittany a unas masas inexistentes agitando el puño bajo su nariz, después de lo cual, dio media vuelta y se metió en el portal a toda prisa.

—¡De verdad que lo siento!—acertó a gritar la doctora una vez más.

Luego sacudió la cabeza, agarró la correa del perro que había dejado atada al banco y siguió a la portera al interior del edificio.







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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D


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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por micky morales Vie Ene 20, 2017 10:29 am

jjajajajajajajajajajajaja proletarios de la tierra, unios????? santana va a descubrir a brittany con esos inesperados encuentros!!!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por 23l1 Vie Ene 20, 2017 7:04 pm

micky morales escribió:jjajajajajajajajajajajaja proletarios de la tierra, unios????? santana va a descubrir a brittany con esos inesperados encuentros!!!!!



Hola, jajajaj eso parece ajajajajajja. Mmmm puede, pero difícil con ese gran disfraz la vrdd, a mi parecer jajaa xD Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 4

Mensaje por 23l1 Vie Ene 20, 2017 7:06 pm

Capitulo 4



Cuando sonó el despertador, a Brittany le costó abrir los párpados.

Seguía cansada y le dolía todo el cuerpo de barrer y fregar.

Hasta ese momento, lo único que había tenido que ejercitar en su trabajo en el banco eran las yemas de los dedos cuando tecleaba en su ordenador a toda velocidad, pero ahora notaba un montón de músculos doloridos en los sitios más insospechados.

—¡Venga, Britty-Britt, que sólo llevas un día!—trató de darse ánimos a sí misma, aunque, al pensar en que todavía le quedaban trescientos sesenta y
cuatro por delante, lo único que consiguió fue sentirse todavía más abatida.

Mientras desayunaba comprobó que todo ese ejercicio le había abierto el apetito.

Hacía mucho tiempo que no devoraba una tostada con tantas ganas, así que se animó de nuevo.

Tarareando una canción se duchó, se puso el disfraz de portera y salió con sus herramientas de trabajo —cubo, fregona, escoba y bayetas varias— al vestíbulo.

Como el día anterior, la doctora López, su hija y el perro salían en ese momento del ascensor y se dijo, complacida, que en menos de una semana les habría cogido el tranquillo a las rutinas de todos los habitantes del edificio.

—Buenos días, señora Santos—saludó la morena mayor un poco turbada—, ¿Qué tal está su muñeca?

Aquella atractiva sonrisa parecía destinada a sorber el seso de cualquier persona, pero Brittany se había prohibido terminantemente volver a caer, al menos en esta vida, bajo el encanto de ningún posible amor, así que se limitó a dirigirle una mirada helada y hostil, hasta que el gesto se petrificó en los carnosos labios.

—Apenas he podido dormir debido al dolor—exageró Brittany.

Que en cuanto apoyó la cabeza sobre la almohada la noche anterior había entrado en coma y no se había movido hasta que sonó la alarma del despertador.

—Déjeme examinarla.

La doctora López extendió la mano, pero ella escondió la suya detrás de la espalda con presteza: no estaba dispuesta a que esos dedos volvieran a tocar ninguna fascinante sinfonía sobre su piel.

Al ver su gesto torcido, la médico añadió:

—O, si lo prefiere, puedo llevarla a urgencias.

—Pero, mamá, ¿a ti qué te importa lo que le pase en la muñeca a esta cotilla?—preguntó Bree, perpleja, mientras pasaba su mirada de una a otra.

—¡Bree, cállate! No seas maleducada—la regañó su mamá en el acto.

—¡Qué bonito! La mamá me ataca y la hija me insulta, pero yo acepto mi cruz con humildad—Brittany alzó los ojos al cielo como una mártir resignada.

—¡Bueno si la ha atacado será por algo! Mi mamá es la mejor persona que existe...

—¡Shh, Bree, déjalo ya! De verdad que lo siento, señora Santos. Si ve que el dolor va en aumento pásese por el Clínico, yo trabajo ahí. Así que, si decide acercarse, pregunte por mí.

Su insistencia la enterneció.

Estaba a punto de rendirse y reconocer que no había sido para tanto, cuando recordó su papel de portera amargada y su odio por las personas que no fueran cercanas a ella, incluso por los más atentos y educados, así que se limitó a soltar un gruñido al tiempo que movía la cabeza en un gesto negativo.

Sin saber muy bien qué más podía hacer, la doctora López se rindió y la dejó por imposible.

Su último pensamiento antes de salir del portal fue que la señora Santos debía de tener un grave problema de hirsutismo; tenía la sensación de que la sombra sobre su labio superior era aún más densa que cuando la vio por última vez.




El día transcurrió de forma muy parecida al anterior.

Al mediodía, Brittany volvió a subir al 4.º izquierda con el paquete, pero, a pesar de llamar al timbre durante un buen rato, nadie salió a abrir.

Observó el papel de estraza que cubría el envío con curiosidad; llevaba matasellos de Holanda y el remite estaba escrito en un idioma ininteligible, que imaginó que sería también holandés.

Por fin se dio por vencida y, decidida a hacer otro intento a última hora de la tarde, regresó a su piso.

En la puerta se encontró con Emily, la amiga de Quinn, que venía de visita.

Ya eran las dos en punto, así que a ella no le quedó más remedio que invitarla a comer.

—Te advierto que yo, como cocinera, no voy a ganar ningún premio.

—No te preocupes, Britt, a mí no me importa mucho lo que como, me conformo con hacerlo de forma regular.


Después de poner la mesa, Emily se sentó en el sofá del salón y acarició con reverencia la horrible tapicería de los almohadones.

Llevaba sus habituales pantalones anchos y una vieja camiseta descolorida por los lavados. Su única concesión al frío era un viejo jersey de lana gruesa, lleno de enganchones, que ahora descansaba sobre el aparador.

—La verdad es que este sillón me mola un huevo. Estoy pensando en ofrecerme para el puesto cuando termine tu contrato dentro de un año.

Brittany salió de la cocina con una fuente de humeante lasaña precocinada y la depositó sobre la minúscula mesa de formica naranja que había en un rincón del salón.

—No quiero ofenderte, Emily, pero me parece un trabajo demasiado duro para ti. Es mejor que sigas con el cultivo de psicotrópicos; creo que, a la larga, te dará más alegrías.

—Por supuesto que no renunciaría a mi trabajo de agricultora, éste es un sitio dabuten para una plantación de maría—tras las gafas redondas, tipo John Lennon, sus ojos marrones brillaron complacidos al mirar a su alrededor.

—Pero si en este cuchitril no entra ni gota de sol, aquí no sobreviviría ni un cactus.

Los cactus eran las únicas plantas verdaderamente resistentes que Brittany conocía; al menos, uno de ellos consiguió sobrevivir más de veinticuatro horas a sus cuidados cuando era niña.

—Qué ignorante eres, Brittany—respondió con infinita paciencia, en tanto se servía otra generosa ración de lasaña en el plato—El cultivo interior de marihuana se hace con luz artificial. Y, además, ¿quién iba a sospechar de un portero? Es la tapadera perfecta, podría llegar a hacerme un nombre en el barrio...

—Sí, claro, te conocerían como el Conserje Fumado. Sí, sí, muy interesante, Emily, pero, créeme, con las pintas que llevas nadie te contrataría para este puesto—afirmó mientras pelaba una mandarina.

—¿Qué quieres decir?—se llevó una mano su cabello con expresión ofendida—No me digas que tú, con esas trazas, resultas menos sospechosa que yo.

Brittany prefirió no enredarse en una polémica que sabía que no la llevaría a ninguna parte.

Ya conocía a Emily lo suficiente como para saber que lo que más le gustaba, después de la marihuana, por supuesto, era discutir.

Podía defender una cosa y la contraria en un mismo debate sin despeinarse y lo peor era que, en un periquete, podía convencer a cualquiera de, por ejemplo: las bondades del comunismo, para, diez minutos más tarde, persuadirla de que no había mejor sistema económico en el universo que el
capitalismo.

En fin, que después de la lasaña estaba demasiado amodorrada para disquisiciones inútiles.

—Me fumaría un peta—suspiró acto seguido, recostada en el sofá con las piernas extendidas sobre la falsa Ercolani.

Brittany, sentada a su lado con la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados, negó con la cabeza.

—Bueno entonces, podemos enrollarnos. Un buen polvo después de comer es lo segundo mejor para hacer la digestión...—la miró de reojo.

A pesar de esa bata hortera que llevaba, sin las gafas y con su melena rubia suelta y la sombra del labio superior medio borrada, estaba muy guapa.

—Ni lo sueñes—contestó sin molestarse siquiera en alzar los párpados—Aparte de que odio a las personas en general, a ti sólo te considero una conocido aspirante a amiga. Nada más.

—Está bien, no insistas. Lo he captado—se acomodó mejor en el sillón, apoyó también la cabeza en el respaldo, cerró los ojos y, dos minutos después, roncaba como una locomotora.

«Joder, Britty-Britt—se dijo con ironía—, Creo que le has roto el corazón.»

Como no estaba dispuesta a aguantar semejante matraca a la hora de la siesta, se levantó y se fue directa a su habitación. Cerró la puerta, se quitó los zapatos y, sin más, se tiró sobre la cama y en seguida se quedó dormida.




A las cuatro en punto, el timbre de la portería empezó a sonar con irritante insistencia.

Brittany se incorporó, sobresaltada, y se limpió el reguero de baba que se había deslizado por la comisura de su boca. Con la goma que llevaba en la muñeca se hizo el moño a toda velocidad, se puso las gafas que estaban sobre la mesilla de noche y abrió la puerta con cara de pocos amigos.

—¿Qué desea? Le recuerdo que mi horario de descanso es de dos a cuatro y media.

El gesto torcido y el tono áspero de la portera hicieron que Bree retrocediera un paso, acobardada, pero, casi al instante, recobró la sangre fría.

—Perdone, señora Santos, pero es que no tengo llaves de casa y Mercedes, mi cuidadora, tenía cita en el ambulatorio. Necesito que me abra la puerta, por favor—la niña le dedicó una sonrisa angelical.

Lo que hizo que Brittany se pusiera en guardia al instante; ella también había tenido quince años.

—¿Y por qué está aquí a estas horas, si puede saberse? Las clases no acaban hasta las cinco.

—Verá, ha habido un simulacro de incendio en el colegio y hemos tenido que desalojarlo. Como ya estábamos todos en la calle, el director ha aprovechado para decirnos que nos fuéramos a casa—la agradable sonrisa seguía prendida en los labios juveniles.

Una buena excusa, sí señor.

Si Brittany no hubiera disfrutado del dudoso honor de tener una hermana con una de las imaginaciones más fértiles del planeta (a los nueve años decidió que quería ver el ambiente de las Vistillas en San Isidro y cuando regresó a casa, a las diez de la noche y escoltada por dos amables agentes de la policía, contestó a las llorosas preguntas de su mamá con un «no recuerdo nada, creo que me abdujeron los extraterrestres» y su mirada más inocente), así que si esa niñata pretendía dársela con queso iba lista.

—Mmm... Así que un simulacro de incendio. Ande Bree, dígale a ese chico que la trajo el otro día en moto que ya puede irse a su casa, que la señora Santos no se chupa el dedo, y luego vuelva aquí, y se queda en la portería hasta que regrese Mercedes.

Al ver las chispas de ira en los grandes ojos castaños, tan parecidos a los de su progenitora, y la forma en que alzó la cabeza como un potro encabritado, Brittany alzó la mano con autoridad para detener la lluvia de insultos que amenazaban con salir a borbotones de su boca y añadió:

—Y más vale que haga lo que le digo si no quiere que le vaya con el cuento a su mamá.

La niña dio media vuelta y salió del portal hecha una furia.

Satisfecha, Brittany dejó la puerta entornada y se apresuró a ir al baño para emborronar su labio superior.


Unos minutos más tarde, el violento portazo que resonó en la minúscula vivienda anunció su regreso.

Sobresaltada, Emily se incorporó con tanta rapidez en el sofá que salió disparado del asiento.

—¡Joder! Pero ¡¿qué coño pasa?!

—¡Emily, no digas palabrotas!—Brittany salió del baño y se dirigió a la cocina—Te presento a Bree, la hija de la médico del 6.º derecha.

—Hola, Bree, encantada de conocerte, pero, por favor, la próxima vez no seas tan brusca, estaba soñando que me lo hacía con dos titis a la vez cuando me has despertado.

A pesar de su enfado, Bree no pudo evitar una risita al observar a aquella extraña individua, delgada, no muy alta y con sus cabellos alrgos y desordenados, que no paraba de tirar hacia arriba de la cinturilla de unos anchos pantalones de rayas con propensión a resbalar por sus estrechas caderas.

—No le digas marranadas a la niña—ordenó Brittany, severa, al tiempo que depositaba una bandeja con patatas, aceitunas y tres botellas de Coca-Cola sobre la mesa.

Bree estuvo a punto de abalanzarse sobre la merienda, pero recordó a tiempo que estaba enfadada con la portera y respondió con un tonillo impertinente:

—Ya no soy una niña y no sé por qué te metes en mi vida, horrible metomentodo.

—Entonces ¿fumas ya? ¿Quieres un porrito?—ofreció Emily, al tiempo que sacaba un papel de liar de la cajita que llevaba siempre en el bolsillo—Pero te advierto que tendremos que ir al parque de al lado, Br… digo, la señora Santos no me deja fumar en la portería.

—¡Emily!—exclamó Brittany, exasperada.

—No gracias, Emily—contestó la niña muy divertida—Mi mamá es médico y me ha explicado lo dañina que es esa mierda para el cerebro, así que paso.

—Bueno, al menos veo que la señorita tiene cabeza para alguna cosa, porque para otras... ¿Qué pretendía al subir a ese chico a su casa?—el tono
de Brittany estaba teñido de sarcasmo, y Bree apretó las mandíbulas al oírla.

—Tú qué crees, hija mía—Emily contestó por la morena menor, como si hablara con una tonta de remate—Está claro que iban a echar un casquete de los que hacen época.

—¡Por supuesto que no, estúpida! ¡No iba a acostarme con él!—replicó Bree, rabiosa.

Estaba completamente roja y sus ojos centelleaban con un brillo colérico.

—Ah, claro, perdón. La señorita iba a enseñarle a su amiguito su colección de acuarelas—afirmó la morena más alta, irónica, y flexionó la rodilla en una burlona reverencia.

—¡No tengo ninguna colección de acuarelas, idiota! Te lo dije: los porros te dejan el cerebro hecho mierda, estás totalmente pirado.

—Sin faltar, jovencita. Entonces, vamos a ver si llegamos a alguna conclusión—puso los brazos en jarras y se la quedó mirando con severidad—Decides subir a tu novio...

—No es mi novio—le cortó la niña, ruborizándose aún más.

—Calla, no me interrumpas o no llegaremos a ninguna parte. Sigo: decides subir a tu rollete, enamorado, amigo con derecho a roce o lo que quiera que sea ese chaval a tu piso aprovechando que no hay nadie.

—Bueno, está Pongo—puntualizó ella.

—¿Y ése quién es?—Emily alzó las cejas, curiosa—Tiene el nombre del perro de Ciento y un dálmatas.

—Es que es un perro, un labrador.

—¿Un labrador? Mmm... tendría que ser un dálmata...

—¿Podemos ir al forúnculo de la cuestión, por favor?—A Brittany aquella conversación empezaba a sacarla de quicio.

—Está bien. Rebobinemos: subes con tu lo que sea a tu casa, en la que el único ser vivo que queda de guardia es un perro, y pretendes que nos creamos que no ibas a jugar con él a los médico—su escepticismo era patente.

—¡Bueno claro que no!—repuso Bree, indignada—Quería enseñarle mi habitación, mis cosas, no sé... cómo soy.

—Mira, tía, o eres tonta o eres más inocente que Blancanieves antes de hacérselo con los siete enanos.

A Brittany no se le escapó el respingo que dio Bree al oír esas palabras y se alegró.

En el fondo, sabía que a la adolescente le iría bien escuchar de labios de una persona que no tenía pelos en la lengua precisamente, una lección sobre las verdades de la vida.

—Lo que ese tronco quería, ni más ni menos, era llevarte al catre, acostarse contigo, jugar al mariquito se pone encima de la mariquita, en fin, como quieras llamarlo. ¿Comprendes lo que te digo?

—¡Bueno claro que lo comprendo, no soy un bebé! Pero estás equivocada; Jake me quiere y me respeta, y... y está interesado en mí, en lo que pienso, en las cosas que me gustan...—sus ojos castaños brillaban, pero, en esta ocasión, por las lágrimas no derramadas, así que Brittany decidió intervenir.

—Esta conversación no nos lleva a ninguna parte. Sólo le voy a dar un consejo, señorita López: antes de tomar ninguna decisión importante, asegúrese de que eso es lo que usted desea en realidad, y que no se ve empujada a ello por la presión que pueda ejercer sobre usted otra persona o su grupo de amigos—se sentó y empezó a servir las Coca-Colas en los vasos llenos de hielo—Y después de estas sabias palabras, será mejor que merendemos porque me queda un cuarto de hora para volver a mi puesto.

Como si hubieran llegado a un acuerdo tácito, las otras dos se sentaron también y la merienda transcurrió en un ambiente pacífico, salpicado de vez en cuando por las carcajadas que los enloquecidos comentarios de Emily provocaban en su agradecido público.


Cuando por fin se despidió de ellas, Bree y Emily ya eran buenas amigas, y parecía que la niña no miraba a Brittany con la misma hostilidad.

En cuanto las chicas salieron de la portería y se sentaron en la garita apareció Mercedes, una oronda rumana que hablaba por los codos.

—Ya estás aquí, cielito. Venga, vamos a casa y te preparo la merienda.

Bree se colgó la mochila al hombro y respondió:

—No hace falta, Mercedes, la señora Santos me ha dado de merendar—luego se dirigió a Brittany—Muchas gracias. Por todo.

La mirada, cargada de significado, que le lanzó confirmó su primera impresión de Bree López; sus reacciones eran típicas de adolescente, pero tenía un sentido común fuera de lo normal para una niña de su edad.

Brittany le dirigió una casi inapreciable sonrisa, que a Mercedes le pasó completamente desapercibida, y las observó alejarse en dirección al ascensor.




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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por 3:) Vie Ene 20, 2017 10:28 pm

hola morra,...

mmm estan avanzando por lo menos las cosas con bee,...
pobre san jajajaja en serio birtt no tendría que ser así!!!
a ver como van las cosas!!!

nos vemos!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por 23l1 Sáb Ene 21, 2017 12:01 am

3:) escribió:hola morra,...

mmm estan avanzando por lo menos las cosas con bee,...
pobre san jajajaja en serio birtt no tendría que ser así!!!
a ver como van las cosas!!!

nos vemos!!




Hola lu, jajaaj si al menos en algo estan avanzando las cosas, no¿? jajajaajajajajaja. JAjajajajaaj no, osea la morena no tiene nada q ver ai jaajajajajaajj. Aquí el siguiente cap para saber mas! Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 5

Mensaje por 23l1 Sáb Ene 21, 2017 12:03 am

Capitulo 5


Hacia las ocho de la tarde, cuando su turno estaba a punto de terminar, Brittany decidió subir de nuevo a entregar el paquete al vecino del 4.º izquierda.

Se lo había enseñado antes a Emily para ver si el remitente era por casualidad alguno de sus proveedores habituales de semillas, pero había negado con la cabeza, diciendo que no le sonaba de nada aquel nombre.

Una vez más, Brittany tuvo que apoyarse en la pared para recobrar el resuello tras subir los cuatro pisos a pie.

Cuando se recuperó, pulsó el timbre que estaba junto a la puerta.

Nada.

Volvió a pulsarlo durante un rato más largo.

Nada.

Cada vez más irritada, ya que estaba segura de que había gente dentro, clavó el índice en el llamador dispuesta a fundirlo si era necesario.

Al final, por encima del estrépito, oyó cómo alguien daba vuelta a una llave en el interior del piso y la puerta se abrió de golpe, aunque sólo unos centímetros; la persona al otro lado había echado la cadena de seguridad.

—¡¿Qué coño quiere?!

La ruda voz masculina le provocó un estremecimiento de pavor, pero, metida de lleno en el papel de portera bragada que no retrocede ante nada, respondió:

—Soy la señora Santos, la portera, vengo a traerle un paquete y le rogaría que no empleara ese lenguaje conmigo.

—Disculpe—a pesar de las excusas, su tono seguía siendo desagradable.

—Tome—trató de introducir el paquete por la estrecha abertura, pero era demasiado grande y no cabía.

—Espere un segundo—se oyó el sonido de la cadena metálica al correrse y la puerta se abrió un poco más.

A pesar de la escasa iluminación del descansillo y de que el hombre no había encendido la luz del recibidor, Brittany distinguió a un individuo más bajo que ella, vestido con una sucia camiseta blanca de tirantes salpicada de manchas de algo siniestro —rogó que fuera pintura— que dejaba al aire unos brazos, largos y finos.

El tipo hizo amago de volver a cerrar, pero ella se lo impidió plantando su tosco zapato negro entre el marco y la puerta.

—¡Un momento! Quería hablar con usted.

—¿De qué?—la pregunta sonó como un disparo, pero ella no se amilanó.

—Verá, la señorita Sylvester, la vecina del 3.º izquierda, se ha quejado de que no puede dormir bien por las noches a causa de los ruidos que salen de este piso.

—¡Esa zorra! ¿Le ha dicho también la vieja que deja que ese chupachochos suyo se mee en la jamba de mi puerta todos los días?—escupió con violencia.

—¡Señor Abrams, no consiento semejante lenguaje en mi presencia!—respondió, indignada, y pensó para sí: «¡Menudo animal de corral!».

—Disculpe—repitió el espantoso antropoide, aunque, esta vez, tuvo la decencia de parecer algo avergonzado—, Lo que ocurre es que la vecina de abajo me tiene declarada la guerra.

—Yo no quiero líos, señor Abrams. Si lo desea, hablaré con ella con respecto a... a la micción matutina de su mascota, pero espero que a partir de las diez de la noche cesen los ruidos. ¿De acuerdo?

Al ver el ceño fruncido de la portera y la sombra de su bigote, el señor Abrams se acordó de su difunta mamá y se puso firme, como cuando era un chiquillo.

—Está bien, señora. Y ahora quite el pie de mi puerta.

Obedeció en el acto y el antipático individuo la cerró en sus narices de un violento portazo.

Brittany se quedó mirando con fijeza la madera de la puerta.

«Vaya elemento—pensó—Desde luego, no me sorprendería nada que este tipo escondiera algún oscuro secreto.»

Se prometió a sí misma que se mantendría vigilante y bajó a hablar con la señorita Sylvester.

Al primer timbrazo, una mujer ecuatoriana abrió la puerta con una amable sonrisa.

—Buenas tardes, soy la señora Santos, la portera. Quería hablar con la señorita Sylvester, ¿se encuentra en casa?

—Sí, sí, pase. Voy a avisarla.

Brittany miró a su alrededor con curiosidad; saltaba a la vista que en esa vivienda nunca se había oído hablar del concepto «minimalismo».

En las paredes no quedaba un hueco libre: espejos, marcos con fotos dedicadas, cuadros de flores y adornos varios llenaban hasta el último milímetro del espacio disponible, en tanto que el suelo, cubierto con una espesa moqueta sobre la que, a su vez, se habían colocado numerosas alfombras persas, resultaba tan mullido que Brittany, más que andar, parecía que flotase.

—¿Qué desea?

Estaba tan concentrada cotilleando a los personajes que aparecían en las fotografías que no la oyó llegar; así que, un poco avergonzada, se volvió hacia la mujer que la miraba a su vez con curiosidad.

A pesar de que parecía lista para irse a la cama, con su exagerada bata de seda fucsia llena de volantes y las zapatillas de dormir de tacón con un adorno de plumas del mismo tono, una gruesa capa de maquillaje cubría aún el rostro de la señorita Sylvester.

—Perdone, señorita Sylvester, pero no he podido evitar... ¿es Gracita Morales?

La mujer se acercó y miró la foto que le señalaba con afecto.

—En efecto, somos Gracita y yo cuando éramos poco más que unas crías.

Brittany hizo un cálculo rápido y, asombrada, llegó a la conclusión de que la propietaria del 3.º izquierda debía de rondar los ochenta y tantos.

—En esta foto no debíamos de tener más de quince años... Yo tuve la fortuna de alternar con las celebridades españolas de aquellos tiempos, aunque, en realidad, era más conocida en México, ya que viví ahí más de veinte años. Mire—señaló con el índice a un muchacho que aparecía a su lado—, El que está con nosotras es también un jovencísimo José Sazatornil, más conocido como Saza. Supongo que lo recordará.

—Sí, por supuesto que me acuerdo. A mi hermana y a mí nos dio una temporada por ir todos los jueves a la sesión de tarde del cine Doré a ver un ciclo de películas españolas antiguas. «¡Caramba con el señorito!» se convirtió en uno de nuestros gritos de guerra.

Llevada por el entusiasmo, Brittany olvidó por unos momentos su papel de portera huraña, pero la mirada extrañada que le dirigió la ex actriz se lo recordó de golpe, así que recuperó su habitual tono áspero y, cambiando de tema con brusquedad, añadió:

—Venía a decirle que he estado hablando con el vecino del 4.º izquierda.

—¿Y qué le ha dicho ese paquidermo? Espero que le haya metido el miedo en el cuerpo—bajo los inmensos abanicos de sus pestañas, sus ojillos azules refulgían con un brillo vengativo.

—El señor Abrams se ha comprometido a no hacer ruido a partir de las diez de la noche, pero, a cambio, él también tiene un ruego que hacerle...—se felicitó a sí misma por sus palabras, tan diplomáticas.

—¿Un ruego? ¡Cómo se atreve ese... ese... sujeto! ¡Voy a hablar ahora mismo con mi amigo Pedrito!—el generoso busto de la vedette subía y bajaba muy agitado.

Llena de indignación, dio media vuelta, pero, justo antes de salir del enorme recibidor, pareció recordar algo:

—Ahora que lo pienso, creo que hace tres meses estuve en el cementerio de la Almudena en el entierro del pobre Pedrito. ¡Dios mío! Cada vez quedamos menos de la vieja guardia.

Con manos temblorosas, sacó un delicado pañuelo de encaje del bolsillo de su bata y se llevó una esquina al rabillo del ojo, con cuidado de no estropear su impoluto maquillaje.

De pronto, Brittany sintió una inmensa lástima por la vieja estrella del cine y, con suavidad, le dio unas palmaditas en la espalda.

—No llore, señorita Sylvester, siento lo del pobre don Pedro, que en paz descanse, pero no lo vamos a necesitar. Lo único que pide el señor Abrams es que su perrito...

—Missi—interrumpió la ex actriz, todavía con el pañuelo cerca de sus pestañas.

—Eso, Missi. El señor Abrams le ruega, encarecidamente, que Missi no haga sus necesidades en la puerta de su casa.

Al instante, Sue Sylvester olvidó sus lágrimas, irguió la espalda, se apartó de los cariñosos toquecitos de Brittany y con una mirada malévola afirmó, satisfecha:

—Así que ese repugnante pedazo de carne se ha dado cuenta de mi pequeña venganza.

—Bueno sí, me atrevo a aventurar que el señor Abrams ha captado la indirecta—respondió su interlocutora con tacto.

—En ese caso, como muestra de mi buena voluntad, evitaré pasar por su puerta antes de sacar a Missi a su paseo diario.

—Perfecto. Entonces me voy ya, señorita Sylvester—respiró, aliviada.

Se disponía a marcharse cuando la mujer comentó:

—Por cierto, señora Santos, tengo un grifo que gotea en el baño de invitados. Le agradecería que subiera cuando tenga un momento a arreglarlo.

—Muy bien, señorita Sylvester. Buenas noches.

Al cerrar la puerta de la portería, todavía seguía dándole vueltas al tema del grifo.

Sabía de sobra que entre las labores de un portero estaba la de manitas todoterreno, pero ella jamás había sido capaz de cambiar ni siquiera una bombilla; Sam, su exmarido, se encargaba siempre de esos menesteres.

No tenía ni idea de cómo iba a hacerlo.

Preocupada, se dijo que lo mejor sería echar un vistazo en Internet, a ver si encontraba alguna pista de por dónde empezar.



Una vez que estuvo metida en la cama, tras cenar y ponerse el pijama, abrió su ordenador dispuesta a hacer un máster en grifos goteantes, pero descubrió que tenía un correo de su mamá y otro de su hermana, así que, con un suspiro de resignación, abrió primero el de su mamá:


Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
CC:De:[/b] mamacibernetica@yahoo.es
Asunto: ¡AYAYAY!

Hola, hija, espero que la búsqueda de piso vaya viento en popa, Hanna y yo ya estamos mirando vuelos para esta primavera. Marley y mi amiga Holly también se apuntan, así que, ya sabes, busca uno espacioso. Y ahora agárrate que vienen curvas: el otro día me encontré en el Real a Sam. Todavía no sé qué narices hacía ahí, porque creo recordar que el único espectáculo que le gusta a tu ex es ver el fútbol en el bar con sus amigotes mientras se hincha de cerveza (me parece que ha adelgazado, al menos ya no se le nota tanto esa tripita cervecera que estaba echando). Bueno, a lo que iba, que tuvo el descaro de acercarse a mí, con una mujer (bastante vulgar, la verdad, tú vales cien veces más, Britty-Britt), colgada de su brazo y me soltó como si nada:

—Hola, Whitney, estoy intentando hablar con tu hija para unas cuestiones muy importantes y no la localizo ni en su móvil ni en su correo electrónico.

Yo le dirigí una gélida mirada de las mías (sabes a cuáles me refiero, ¿no?) y le contesté:

—No creo que Britty tenga tiempo de hablar contigo, está demasiado ocupada con su nuevo trabajo en Nueva York y buscando piso.

—¡¿Nueva York?! —preguntó.

Creo que no le hizo ninguna gracia la noticia, pues noté que se puso algo pálido, pero se repuso al momento y me dijo:

—Whitney, necesito hablar con ella, de verdad. Es importante.

El pobre parecía muy angustiado y me dio mucha pena.
En resumen, que le di tu mail porque...



Horrorizada, Brittany cerró de golpe la tapa del portátil.

Precisamente, había cambiado el número de su móvil y su cuenta de correo electrónico para no tener noticias de Sam; no quería saber nada de él.

Durante casi un año, más que vivir, se había arrastrado de un día hasta el siguiente, abrumada por el dolor que le había causado su exmarido y, ahora que empezaba a salir del agujero, iba su mamá y le daba su dirección de correo.

«Voy a matarla», rechinó los dientes, furiosa, al tiempo que volvía a abrir el ordenador para seguir leyendo.


... pienso que es una lástima que hayan acabado tan mal después de tantos años juntos y que quizá, ahora que ha pasado algo de tiempo para ver las cosas en perspectiva, podríais arreglar sus diferencias o, al menos, podríais seguir siendo amigos y amigas, ya sabes que me encanta que a ti y a tu hermana también les gusten las mujeres.
Bueno, hija, ya me contarás. Besos.
Tu mamá.



Sintiéndose impotente y rabiosa, Brittany se apresuró a abrir el correo de su hermana.

Conocía bien a su mamá y estaba segura de que, después de pensarlo un rato, se había arrepentido de haber hecho lo que su hija le había rogado en todos los tonos que no hiciera.

Se apostaba un mes de su sueldo raquítico a que había corrido a pedirle a Hanna que mandara algún mensaje en plan bandera blanca, por si estaba enfadada.

En efecto, tal y como sospechaba, ahí estaba la ofrenda de paz de su hermana:


Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
[b]CC:
De: HannyHanna@hotmail.com
Asunto: ¡¡¡NO LO HAGAS!!!


Si has leído el mail de mamá antes que éste me imagino que estarás echando chispas hasta por las orejas, ¡¡PERO NO LO HAGAS!! ¡¡NO LA ASESINES!! Ya sabes que la pobre tiene buena intención. Me dijo que pensó que igual Sam tenía algo importante que comunicarte, que a lo mejor tú ya no estabas tan enfadada y te alegrarías de hablar con él... en fin, ya conoces las pajas mentales a las que es tan aficionada. Piensa que, aunque el innombrable te mande un correo, ni siquiera tienes que abrirlo si no quieres. Venga, hermanita, en serio, no te enfades con mamá. BSS




Brittany decidió no contestar a ninguna de las dos.

De pronto se sentía muy sola.

Desolada, se abrazó a la almohada y notó que las lágrimas comenzaban a resbalar por sus mejillas, mientras un vendaval de autocompasión se enroscaba a su alrededor.

Ni su madre ni su hermana parecían entender la hecatombe que esa capitulación había provocado; ahora, cada vez que abriera el ordenador temería encontrar un correo de Sam y, si la bandeja de entrada estaba vacía, volvería una vez más la tristeza de saber que no sólo nunca le había importado lo más mínimo, sino que todos esos años que estuvieron juntos fueron nada más una bonita mentira que sólo ella se había creído.

Gracias a la metedura de pata de su mamá, la sombra de Sam se había instalado de nuevo en su cerebro.

Había veces que Brittany odiaba a su familia.

Su papá había muerto cuando ella tenía seis años y Hanna cuatro.

Casi no lo recordaba, pero su mamá acostumbraba a decirle a menudo que era igualita que él en carácter y, aunque le alegraba la idea, le daba la sensación de que no lo decía como un cumplido, precisamente.

Cuando era pequeña estaba convencida de que sus verdaderos padres la habían abandonado en un cesto debajo del puente de Juan Bravo.

Recordaba que en cuanto veía pasar por la calle a una pareja que le gustaba, se la quedaba examinando con fijeza —hasta que sus pobres víctimas apretaban el paso, asustadas—, tratando de descubrir en sus rasgos algún parecido con ella misma.

A los doce años alguien le habló de los silogismos y ese día perdió todas sus esperanzas de ser adoptada.

La gente repetía que, físicamente Hanna era igual que ella, y su hermana, a su vez, era un calco de su mamá; así que, partiendo de esas dos premisas, la conclusión estaba clara: Brittany era clavada a su progenitora.

Aunque, por supuesto, sólo en el aspecto físico.

Con respecto a su carácter, las tres eran como el día, la noche y la noche.

Brittany era estudiosa, ordenada, responsable y le gustaba el deporte.

Su hermana, en cambio, era la reina de las pellas, la princesa del gorroneo y la marquesa de la frivolidad, y tan sólo tenía una afición deportiva conocida: pintarse las uñas.

En una tarde podía cambiar hasta tres veces el color de su manicura, aunque, si quería ser justa con ella, tenía que reconocer que, de un tiempo a esta parte, Hanna había dado un giro espiritual a su vida de lo más radical.

Su mamá también era alocada y superficial; su única lectura seria era el ¡Hola! y su actividad favorita, que Brittany reconocía que la mantenía en plena forma física, era ir de compras por la Milla de Oro de Madrid.

No es que no las quisiera.

Al contrario, las amaba con locura y pelearía a muerte con cualquiera que fuera capaz de amenazarlas; además, sabía de sobra que era correspondida en igual medida, pero, a veces, tenía la sensación de que, si les retirara la piel con cuidado, debajo aparecerían un par de alienígenas, verdes y llenos de baba, hablando en una jerigonza desconocida.

Sin embargo, a pesar de sus diferencias, las adoraba, aunque, muy menudo, no podía evitar encontrarlas exasperantes.

Como en ese momento, se dijo, golpeando la almohada con el puño.




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Finalizado FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 6

Mensaje por 23l1 Sáb Ene 21, 2017 12:05 am

Capitulo 6


Los días se escurrieron en una agradable rutina.

Una de las cosas que a Brittany le resultaban más relajantes de su oficio de portera era el no tener que pensar; su trabajo se desarrollaba completamente al margen de su actividad cerebral.

Durante sus sesiones de barrido de escalera, a menudo se le ocurría algún elemento para su novela que se apresuraba a anotar en la pequeña libreta que siempre llevaba en el bolsillo de la bata.

En sólo un mes había adelantado más con el manuscrito que en el último año y medio.

A esas alturas, ya conocía los hábitos de la mayoría de los vecinos y muchos de ellos le servían de inspiración, pero sus favoritos eran la hija de la médico y la señorita Sue Sylvester.

Aunque no entendía muy bien por qué (y al parecer su mamá tampoco, entonces en cuanto las descubría de charla en la portería se quedaba mirando a su hija, perpleja), Bree parecía fiarse de ella y, de vez en cuando, le confiaba alguno de los asuntos que la preocupaban y que era incapaz de contarle a su progenitor; a pesar de que, por lo que ella misma decía, era una mamá comprensiva y muy cariñosa.

La adolescente parecía tener un radar especial para detectar la presencia de Emily en la portería y le gustaba pasar a visitarla.

Pese a que discutían a menudo, ambas se llevaban muy bien y las tres habían pasado muchas tardes de lo más agradables en la portería, sin que las escasas interrupciones que sufría Brittany por su trabajo afectaran al buen ambiente reinante.

En cuanto a la señorita Sylvester, después de que le arreglara el grifo —aquella mañana había llamado a Emily al menos veinte veces y se vio obligada a hacer no menos de quince consultas en su iPhone a escondidas
— la invitó a tomar un café.

La pobre mujer estaba muy sola y vivía por y para sus recuerdos, así que Brittany tomó la costumbre de pasarse por su casa en cuanto terminaba su jornada laboral, hacia las siete de la tarde.

La ex actriz la invitaba a café (ella después no podía pegar ojo, pero a su anfitriona la cafeína no parecía afectarle lo más mínimo), y solían conversar alrededor de una hora, que se pasaba volando.

Sue Sylvester era una fuente incesante de historias picantes y cotilleos varios de los representantes de la farándula de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, y la joven, a la que siempre le habían vuelto loca las películas españolas de aquella época, la escuchaba fascinada.

Una de esas tardes en las que Brittany lloraba de risa tras escuchar una escandalosa anécdota aderezada con el ácido humor de la ex actriz, ésta la sorprendió al decirle de sopetón:


Flashback

—En fin, señora portera, creo que va siendo hora de que me cuentes de qué o de quién te escondes.

Las carcajadas de Brittany se cortaron en seco y se regañó a sí misma por no haberse dado cuenta de que, a pesar de su edad, nada se escapaba a los agudos ojillos de Sue Sylvester.

Comprendió que no le iba a servir de nada disimular, así que, resignada, decidió contarle sus desventuras con pelos y señales.

Después de media hora de hablar sin pausa, Brittany calló por fin; tenía la garganta seca, pero, al mismo tiempo, notaba una inmensa sensación de desahogo.

—Bueno, bueno, quién me iba a decir a mí que una simple portera iba a resultar tan entretenida...—fue el primer comentario de Sue en cuanto terminó de relatarle su historia—Imagino que esa ropa que llevas es un disfraz, como todo lo demás. A ver, quítate las gafas y suéltate el pelo—ordenó con aires de reina.

Brittany obedeció en el acto, y la señorita Sylvester dejó resbalar los ojos por su rostro y su figura con una mirada apreciativa.

—Desde luego es un magnífico disfraz, nadie adivinaría lo que se esconde debajo. Lo del bigote es maquiavélico.


Fin Flashback


De repente, les entró la risa y ya no pararon hasta que llegó la hora de que Brittany se fuera a su casa.

Al despedirse, se inclinó y besó a la anciana en la mejilla antes de bajar la escalera con pies ligeros, como si se le hubiera quitado un gran peso de encima.

Al llegar al vestíbulo, el ofensivo envoltorio de un caramelo que alguien había arrojado al suelo con descuido hizo que su sangre de portera perfeccionista entrase en ebullición.

Irritada, chasqueó la lengua y se agachó para recogerlo.

Justo en ese momento se abrió la puerta del ascensor, y Pongo y su dueña salieron ansiosos por iniciar su paseo nocturno, con tanto ímpetu que la doctora López no pudo esquivarla; tropezó con ella y las dos cayeron al suelo, Brittany boca arriba y la morena encima, todo lo larga que era.

—¡Ay!

—¡Demonios!

La médico bajó la cabeza y, al descubrir el rostro de la portera, más ceñudo que nunca, a menos de veinte centímetros del suyo, con su moño algo desgreñado y las gafas ladeadas por el golpe, se puso en pie a toda velocidad y la agarró de la mano para ayudarla a incorporarse, mientras la reconvenía en tono severo:

—Señora Santos, ¿se puede saber qué hacía agazapada en la oscuridad en mitad del vestíbulo? Podría haber provocado un accidente importante.

La rubia indignada por sus palabras y con un agudo dolor en salva sea la parte replicó, furiosa:

—Debería haber mirado antes de salir del ascensor como un elefante en plena estampida, doctora López. Para ser médico es usted un peligro público, cualquiera diría que está decidido a olvidar su juramento hipocrático y a acabar con mi vida.

Entretanto, el perro, sentado sobre sus cuartos traseros, las observaba con curiosidad. La boca abierta y la lengua colgando le daban un singular aspecto burlón.

—No diga tonterías, lo que ocurre es que usted tiene la manía de estar siempre donde no debe—al ver su expresión, entre ultrajada y dolorida se sintió culpable y, cambiando de tono, le dijo—A ver, dígame dónde se ha hecho daño, le echaré un vistazo.

Sólo de pensar en que la doctor López echara un vistazo a esa inconveniente parte de su anatomía, Brittany empezó a hiperventilar.

Aún le quedaba en la nariz un rastro del peculiar aroma de esa linda morena—una estimulante mezcla de deliciosos olores indefinibles: a suavizante de la ropa, a champú, gel de baño...—, que se le había subido a la cabeza cuando el cuerpo curvilíneo quedó tendido encima del suyo durante aquellos largos segundos.

Al percatarse del derrotero que tomaban sus pensamientos, sacudió la mano en un gesto airado.

—¡Déjeme, déjeme! Lo mejor es que se mantenga lo más alejada posible de mí. Es usted el imán de las desgracias, doctora López, el iceberg del Titanic, el incendio del Hindenburg... ¡Vade retro, Satanás!

Sin apartar la vista de la médico, como si esperase un nuevo ataque de un momento a otro, Brittany caminó de espaldas haciendo la señal de la cruz con los dedos y, en cuanto llegó a su vivienda, se metió dentro y cerró de un portazo.

Todavía algo atontada por el encontronazo, la médico se frotó la dolorida rodilla, mientras trataba de apartar de su mente la extraña sensación que había experimentado al tener ese cuerpo, suave y firme a la vez, debajo del suyo.

«¡Demonios!—se dijo, irritada consigo misma—Llevo tanto tiempo sin acostarme con una mujer que me está pasando factura. Sólo me falta sentirme atraída por una portera malcarada y con más bigote que Tom Selleck.»

Decidido a despejar su mente de ideas extrañas, esa noche Santana López corrió cinco kilómetros más de los habituales y, cuando cayó rendida en su cama, ni siquiera le dio tiempo a preguntarse qué sabría una portera ignorante como la señora Santos de juramentos hipocráticos y del incendio del Hindenburg antes de quedarse dormida.





Después de recibir varios correos tipo:


Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
CC:
De: mamacibernetica@yahoo.es
Asunto: Lo siento...

¿Sigues enfadada?


Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
CC:
De: mamacibernetica@yahoo.es
Asunto: Lo siento... II

¿Mucho?



Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
CC:
De: mamacibernetica@yahoo.es
Asunto: Lo siento... III

Por favor, hija, ¡HÁBLAME!



Para: Britt-Britty-Britt @gmail.com
CC:
De:
HannyHanna@hotmail.com
Asunto: ¡Ya te vale!

Joder, Britt, dile algo a mamá. Está al borde de la depresión; amenaza con quemar todos sus vestidos de Prada y morir respirando monóxido de carbono de marca. No querrás eso sobre tu conciencia, ¿verdad?




Y tras unos cuantos días flagelándolas con el látigo de su indiferencia, Brittany decidió contestar:


Para: mamacibernetica@yahoo.es
CC: HannyHanna@hotmail.com
De: Britt-Britty-Britt@gmail.com
Asunto: Está bien, las perdono.

No lo merecen, pero les doy mi bendición. Eso sí, mamá, me gustaría que en el futuro tuvieras la presencia de ánimo suficiente para no largar tu vida en verso (y la mía de paso) delante del primer impresentable que pase por la calle.
Y a ti, Hanna, sólo decirte que un poco más de apoyo por tu parte no me vendría mal.
Dicho esto, nuestro desencuentro es agua pasada. Su santa hija y hermana.

PD: Eso sí, la próxima que se vaya de la lengua igual se encuentra una cabeza de caballo en su cama... (tengo tres correos de Sam sin abrir en la bandeja de entrada).


Una vez restablecida la comunicación y la paz familiar, Brittany siguió con su plácida rutina.

Sin embargo, había un asunto que la tenía muy escamada: el vecino del 4.º izquierda.

Nunca lo había visto salir de su casa y, según afirmaba la señorita Sylvester, seguía haciendo todo tipo de extraños ruidos nocturnos.

Al final, la ex actriz había optado por comprarse unos tapones para los oídos en la farmacia; pero, eso sí, todas las mañanas, con la precisión de un reloj suizo, Missi levantaba la patita frente a la puerta del enemigo.

Los tambores de guerra resonaban, ensordecedores, en el edificio.

Últimamente, los conspiradores se reunían en la portería los jueves por la tarde.

A esas alturas de la semana, lo único que tenía Emily en los bolsillos eran telarañas —el fin de semana lo aprovechaba para hacer sus trapicheos y venirse arriba monetariamente hablando— y, como desde que Quinn tenía novia ya no era bienvenido en su piso, se pasaba por la portería con cara de perro apaleado rogando unas migajas, y a Brittany no le quedaba más remedio que invitarlo a unos sándwiches y una Coca-Cola.

Bree en seguida se enteró de estos conciliábulos y, en cuanto acababa los deberes, se escapaba de la mirada vigilante de Mercedes con la excusa de que salía a pasear al perro, a pesar de las protestas de esta última, que no entendía por qué, de un tiempo a esta parte, ese chucho tramposo —como solía llamarlo — necesitaba tanto paseo.

Aquellas reuniones llegaron, asimismo, a oídos de la señorita Sue Sylvester y, por supuesto, se apuntó también.

El tema favorito de esas veladas era, cómo no, el vecino del 4.º izquierda.

—Yo creo que es de los tuyos, Emily, un aficionado al cultivo de plantas «exóticas»—comentó Brittany una de aquellas tardes en la portería.

No le había quedado más remedio que pasarse con Emily y su nada glamurosa camioneta por Ikea a comprar un par de pufs, uno para la pelinegra y otro para la vecina del sexto, y así el sillón psicodélico quedaba para uso exclusivo de la ex vedette y suyo.

—Bueno yo creo que es algo mucho más turbio...—la señorita Sylvester entornó los párpados con una mirada misteriosa a caballo entre la de Mata Hari y la de la valenciana Bienvenida Pérez.

—¿Un mafioso kosovar?—preguntó Bree sin dejar de masticar los cacahuetes que se acababa de llevar a la boca.

—Bree, no flipes, que se apellida Abrams—Emily, recostada perezosamente sobre el cómodo puf, daba vueltas sin parar a un mechero naranja entre los dedos; un gesto inconsciente que hacía siempre que trataba de concentrarse.

—Joder, Emily, puede ser un nombre falso; tú, precisamente, deberías saberlo—Bree alzó las cejas con cara de entendida.

—Bree, no digas tacos—la reconvino Brittany de manera automática antes de preguntar con curiosidad—¿A qué se refiere cuando dice más turbio, señorita Sylvester?

De esos cónclaves sacaba un montón de ideas para su novela.

La artista hizo una pausa teatral antes de declarar en tono cavernoso:

—Creo que es un asesino.

—¡Un asesino!—exclamaron Bree y Emily a la vez, con los ojos brillantes de emoción.

La anciana sonrió, complacida, ante el efecto de sus palabras.

Saltaba a la vista que debía de haber sido una gran actriz dramática en sus tiempos.

—¿En qué se basa para decir eso? ¿Tiene alguna prueba?

Como escritora en ciernes, Brittany sabía de sobra que las tramas no podían estar cogidas por los pelos.

Si los hechos no encajaban sobre la base de una cierta lógica, la historia no resultaba verosímil.

—La única prueba que tengo es lo que vi con mis propios ojos; quizá eso no sirva de evidencia ante un jurado, pero, para mí, es indiscutible.

Lo dijo con una fuerza y una emotividad trágica tal que el resto de los presentes estuvo a punto de celebrarlo con una fuerte ovación y, de paso, pedirle un bis.

—¿Y qué es lo que vio, señorita Sylvester?—preguntó la adolescente, excitada.

—Verás, todo ocurrió una noche especialmente ruidosa en la que no paró de dar golpes hasta las tres de la madrugada...

A Brittany la puesta en escena le recordó las historias de miedo que se contaban en torno a la hoguera del campamento en sus tiempos de exploradora.

A juzgar por las expresiones de horrorizado entusiasmo de Bree y Emily, sólo le faltaba gritar: «¡Fuiste tú! ¡Tú me robaste el anillo!» para que las dos dieran un bote y soltaran un alarido de terror.

—Yo apenas había podido pegar ojo y tuve mucho tiempo para maquinar mi venganza. Cuando más entretenida estaba, decidiendo entre dejar una caquita de Missi frente a la puerta o un gallo negro degollado (el de la pollería está en el ajo y me lo puede conseguir sin problemas), oí que el ascensor se detenía en la cuarta planta. Miré el reloj; las tres y tres minutos. Confieso que estaba aterrorizada, pero el sendero del deber se extendía con claridad ante mí, así que me levanté y corrí al puesto de vigilancia número uno...

—Vamos, que incrustó el ojo en la mirilla, ¿no?—Emily alzó una ceja, socarrona.

La señorita Sylvester no se inmutó.

—Exacto. Una mujer que vive sola y que aún está de buen ver no debe bajar la guardia en ningún momento—aclaró antes de continuar—Entonces, me asomé y vi al monstruo con claridad a través de las puertas de cristal del ascensor. Missi ladraba sin parar, como siempre que siente la presencia de ese... ser.

De nuevo una pausa dramática que ninguna se atrevió a interrumpir.

Complacida con el interés que había despertado en su auditorio, la ex vedette prosiguió en el mismo tono apocalíptico:

—¿Adónde podía ir ese vil personaje a esas horas de la madrugada? Esta pregunta, aguda y sagaz, atormentaba mi mente sin descanso. Así que, una vez más, corrí al puesto de vigilancia número dos: el balcón del salón, desde el que puedo ver a todo el que entra y sale de la finca—dirigió a Bree, que tragó saliva un par de veces, una mirada llena de significado—El indeseable cargaba algo entre los brazos y lo metió en el maletero de su coche con una ferocidad extrema que me produjo un violento estremecimiento...

Brittany no pudo evitar pensar que, en esta ocasión, Sue Sylvester sobreactuaba —más que un estremecimiento, la mujer pareció sufrir un espasmo más propio de alguien que acabase de meter los dedos en un enchufe—, pero se limitó a esperar, paciente, el resto de la historia.

Muy divertida, observó a Emily y a Bree, que parecían dos carpas boqueando fuera del agua.

—¿Qué era lo que llevaba?—preguntó Bree en un ronco susurro en cuanto logró salir de su trance.

Sue alzó la barbilla, deslizó su mirada cargada de misterio sobre cada una de ellas y, finalmente, soltó la bomba:

—¡En los brazos llevaba un cadáver!

Al instante, comenzó una feroz andanada de preguntas:

—¿Vio al fiambre? ¿Sangraba mucho? ¿El cuerpo estaba eviscerado?

—¿Reconoció al muerto? ¿Era alguien famoso? Me han mandado un tuit que dice que Justin Bieber ha desaparecido.

—Una mujer, seguro. Violencia de género, ¿verdad? Los hombres son todos unos desgraciados que sólo sirven para hacernos la vida imposible, y nunca mejor dicho.

La señorita Sylvester miraba a su alrededor encantada con la expectación que había creado, pero al final se vio obligada a alzar los brazos —del mismo modo que una estrella que trata de detener la ovación de un público entregado— para hacerlos callar.

—No pude ver detalles. El cuerpo estaba cubierto con un plástico negro.

La expresión de decepción en los rostros de los reunidos fue de antología.

—Seguro que era la basura—Brittany se encogió de hombros, desdeñosa.

—O un colchón desahuciado que apestaba. Yo tuve que deshacerme el otro día del mío.

—Eres asquerosa, Emily—aseguró la niña, muy seria, antes de añadir su propia conjetura—Tal vez era la bolsa del gimnasio.

—Les puedo asegurar que no era ninguna de esas cosas—manifestó la ex actriz con una expresión triunfante—Cuando fue a cerrar la tapa del capó, ésta chocó con algo (aún se me pone la carne de gallina al recordar ese sonido siniestro) y un zapato de tacón cayó al suelo.

—¡Sabía que la víctima era una mujer!—exclamó Brittany, indignada.

—¡Tenemos que llamar a la poli!—los ojos de Bree relucían de entusiasmo.

—No podemos llamar a la madera, no tenemos ninguna prueba; sólo la palabra de una anciana que seguro que tiene unas cataratas tamaño Niágara—descartó Emily con un gesto de la mano—Lo que tenemos que hacer...

Estaba tan enfrascada en sus planes que no vio venir el manotazo que la alcanzó de lleno en la mejilla, con tanta fuerza, que sus cabellos desordenados volando en todas las direcciones.

—¡Oye, pinga jipiosa, anciana con cataratas lo será tu abuela!

Sue Sylvester estaba tan rabiosa que sus pestañas postizas aleteaban con la intensidad de un pájaro atrapado en un huracán, así que Brittany, temerosa de que de un momento a otro empezara a echar espuma por la boca, intervino con rapidez y le dirigió a su amiga, que se frotaba estupefacta la enrojecida mejilla, una mirada elocuente:

—Emily, ten cuidado con lo que dices. El testimonio de la señora Sylvester es tan sólido como el de cualquiera, más incluso, ya que todos conocemos su inmaculada trayectoria profesional.

Ligeramente apaciguada, la ex actriz bajó la otra mano con la que se aprestaba a hacerle partícipe, una vez más, de su manifiesta desaprobación.

—Perdone, señorita Sylvester, me ha entendido mal—se disculpó Emily, sin dejar de frotarse el dolorido carrillo—Lo que quise decir es que será mejor que consigamos alguna prueba concluyente antes de ir con el cuento a la policía.

—Mmm—Sue Sylvester pareció conformarse con su explicación y le hizo una seña para que prosiguiera.

—¡Tenemos que seguir a su vecino para ver adónde va y qué hace con los cuerpos!—Emily parecía haberse olvidado ya de la bofetada, y sus ojos oscuros brillaban de excitación.

—¡Es una idea genial! ¡Genial! ¡Genial!— Bree se levantó del puf y ejecutó un baile enloquecido por todo el salón.

—Veo un ligero fallo en su plan...

Las cabezas de los otros tres se volvieron en el acto en dirección a Brittany, quien permanecía sentada en el sofá sin perder la calma.

—Les recuerdo que ninguna de nosotras tiene coche.

—¡Podría pedírselo a mamá!—ofreció Bree con vehemencia; aunque, tras pensarlo un segundo, pareció desinflarse un poco—Claro que no sé qué excusa podría darle.

—Negativo—descartó su anfitriona al instante.

—O puedo decírselo a Jake. Tiene moto...

—Ni hablar del peluquín. Mira, jovencita, si de algo entiendo yo es de ese tipo de personas y te aseguro que ese chico no es trigo limpio.

Sin inmutarse ante la mirada de inquina que le lanzó la adolescente, Sue Sylvester se llevó otra aceituna a la boca.

—¡Tengo la solución!—la voz de Emily resonó, emocionada—Iremos en la furgoneta de mi hermano. Justo me comentó el otro día que traspasa el negocio y se va a vivir a Torremolinos, así que podemos contar con ella hasta que consiga un comprador. Vigilaremos al pollo ese y, en cuanto salga a deshacerse de alguna de sus víctimas, lo seguiremos y, ¡zas!, lo pescaremos con las manos en la masa.

—¿Y cómo sabremos cuándo será eso? ¿Vas a estar frente al portal día y noche con la furgoneta en marcha, hasta que le dé por cargarse a alguien y salir a enterrarlo? De verdad que tienes unas ideas...

—¡Joder, Brittany, no seas aguafiestas! Tú serás la encargada de vigilarlo;
bueno, tú y la señorita Sylvester.

Brittany abrió la boca para protestar, pero, antes de poder decir nada, la ex vedette asintió con frenesí.

—Me recuerda tanto a mi papel de Julita Miralles en Pasiones efervescentes...—de nuevo asomó a sus ojos una profunda añoranza.

—¡Perfecto!—Emily se frotó las manos, satisfecha—Entonces quedamos en eso.

—¡Prométanme que me avisaran!—exigió Bree con las pupilas clavadas en Brittany y el ceño fruncido.

—Ya veremos. No creo que a tu mamá le haga mucha gracia que te subas a la furgoneta de una panda de descerebrados para perseguir a un posible asesino en serie—trató de escurrir el bulto.

—¡Como no lo prometan ahora mismo, les juro que me subo al 4.º izquierda a avisar al tío ese de sus planes!—apretó la mandíbula con determinación.

A Brittany no le cupo duda de que era muy capaz de cumplir su amenaza.

—¡Joder con la cachorra esta!—Emily emitió un silbido de admiración—Está claro que vas a pisar fuerte por la vida, niñata. No sé los demás, pero yo te lo prometo.

Lejos de ofenderse, Bree le sonrió, complacida.

En ese momento, Brittany miró el reloj y, al ver la hora que era, deshizo la reunión en el acto.

—Hala, hala, cada mochuelo a su olivo, que ya es hora.

Al ver que se hacían los remolones tuvo que empujarlos uno a uno hasta la puerta.

En cuanto se quedó sola, cogió su portátil para apuntar unas cuantas ideas que se le habían ocurrido durante la reunión antes de que se le olvidaran.

Al encender el ordenador vio que tenía tres mensajes: uno de su mamá, uno de su hermana y otro de Sam.

Como de costumbre, fue incapaz de decidirse a leer el de su exmarido, así que lo metió en una carpeta aparte en la que se amontonaban, sin abrir, los cuatro correos que había recibido de él.





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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D


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El mundo de Brittany

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Finalizado FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 7

Mensaje por 23l1 Sáb Ene 21, 2017 12:07 am

Capitulo 7




Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
CC: HannyHanna@hotmail.com
De: mamacibernetica@yahoo.es
Asunto: New York, New York

Hola, hija. ¿Has encontrado ya un piso decente? Mira que la primavera está a la vuelta de la esquina; el almendro que hay en el parque de enfrente de casa ya está en flor y, dentro de nada, anunciarán que es primavera en El Corte Inglés.
Voy a tener que dejar de comentar que mi hija está en NY, porque cada vez se apunta más gente al viaje y esto empieza a ser un festival. ¡Luego dicen que hay crisis! En cuanto nos des el OK, Hanna saca los billetes, así que no tardes, que ya sabes que luego, si no, cuestan un dineral.
¿Puedes creer que me he vuelto a encontrar a tu ex?
El otro día, al salir de la peluquería, ¡paf!, me choqué con él y no en sentido figurado precisamente, porque se me cayó al suelo la bandeja de pasteles que acababa de comprar en la pastelería Mallorca.
La verdad es que estuvo muy atento, incluso me dijo que le encantaba mi nuevo peinado; en realidad, creo que el pobre hombre...



Una vez más, Brittany cerró la tapa del portátil de golpe.

A ese paso, el aparato iba a cascar antes de la famosa obsolescencia programada.

El pobre.

¡El pobre!

Lo que había que oír, lo de su mamá no tenía nombre, se dijo Brittany, rabiosa.

El pobre hombre que se había liado con una administrativa de la sucursal bancaria en la que trabajaba —¿puede concebirse un cliché más infame?—; el pobre hombre que no sólo la había dejado tirada después de ocho años de matrimonio y casi diez de noviazgo, sino que, además, había tenido la desfachatez de acusarla, poco menos, de que la culpa había sido suya porque estaba demasiado volcada en su carrera.

El pobre... con un movimiento brusco, Brittany abrió de nuevo la tapa y siguió leyendo.



...Se ha dado cuenta de su error, lo que no deja de ser lógico; la mujer con la que lo vi la otra vez era de una ordinariez que asustaba.
Quizá ha llegado la hora de perdonar, Britty, de tragarte tu orgullo. Como dijo no sé quién (Jesús, creo... no, espera, me parece que fue la última Miss España), la vida es muy corta para ir por ella guardando rencores.
Al fin y al cabo, llevas más de media vida con él. Piénsalo o, al menos, abre sus correos y te enteras de una vez de qué es lo que quiere. Si te soy sincera, a mí también me pica la curiosidad...



Todavía mascullando improperios, Brittany abrió el correo de su hermana:


Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
CC: mamacibernetica@yahoo.es
De: HannyHanna @hotmail.com
Asunto: Re: New York, New York

¡Ni se te ocurra, Britty! Al enemigo, ni agua. No le hagas caso a mamá. No sé a quién quiere engañar. Mira que decirte que no seas rencorosa, cuando ella todavía no le dirige la palabra a la tía April por coquetear el día de tu boda con ese novio canijo y medio bizco que le duró dos semanas.
Sam se ha portado como un capullo, así que: NI OLVIDO, NI PERDÓN. Tú te mereces algo mucho mejor que esa rata, hermanita. Aún no entiendo cómo pudiste aguantarlo durante tantos años, es como uno de esos inquietantes misterios de Alerta Ovni de «Cuarto Milenio», para no dormir. Pero dejémonos de elucubraciones sin sentido y vayamos a lo importante: ¿cómo va nuestro pisito en Nueva York?



Brittany no pudo evitar una sonrisa ante la vehemencia de su hermana; al
menos ella la comprendía, aunque también era cierto que nunca había tragado a Sam.

Desde que tenía trece años, afirmaba que no te podías fiar de una persona al que no le gustaban los perros (su ex les tenía pánico); claro que decía lo mismo de aquellos a los que les desagradaban los caballos, los gatos e, incluso, de los que no militaban en alguna organización para salvar a las tortugas bobas.

A lo mejor había algo de cierto en todo aquello porque, a pesar de que Hanna había tenido un montón de parejas, ninguna de ellas le había durado más de seis meses.

A pesar de sus sueños de ser escritora, Brittany reconocía que no tenía una
imaginación tan fértil como la de su hermana, así que le costó un buen rato
dar con una excusa convincente para que esas dos no se presentaran la próxima primavera en Nueva York con un tropel de amigas consumistas a la zaga.



Para: mamacibernetica@yahoo.es
CC: HannyHanna@hotmail.com
De: Britt-Britty-Britt@gmail.com
Asunto: Re: Re: New York, New York

Mamá, olvídate de tus sermones gandhianos, no te pegan nada. Tengo una mala noticia, chicas: sigo sin encontrar un piso en condiciones y, lo que es peor, ahora mismo acaban de decretar una alerta roja para toda la isla de Manhattan.
No ha salido en los telediarios porque no quieren alarmar a la población, pero unos desaprensivos han esparcido por el metro unos polvitos con bacterias que ríete tú de la gripe A. Bueno, de esa gripe os podéis reír, pero la enfermedad que provocan estos bichitos es una mezcla entre peste bubónica y Ébola, con un toque de varicela diarreica, así que ya sabéis: ni se os ocurra venir.
Y, por supuesto: NADA DE SACAR LOS BILLETES TODAVÍA. No creo que a mamá le gustara pasarse la visita encerrada en el WC, con el cutis lleno de ronchas asquerosas.
Las dejo, porque tengo que ir a comprar mascarillas y guantes de látex antes de que se agoten.


Satisfecha con su talento para el engaño y la mentira, Brittany se lavó la cabeza y se puso el pijama.

Empezaba a sumirse en la agradable modorra que le provocaba leer en la cama, cuando alguien golpeó con fuerza la puerta de entrada. Asustada, se levantó de un salto y fue a mirar quién llamaba a esas horas.

—¡Señora Santos, venga rápido, por favor! La señora se encuentra indispuesta—era Becky, la mujer que vivía en casa de la señorita Sylvester.

Al ver su expresión asustada, Brittany no perdió el tiempo en preguntas inútiles. Corrió a su habitación, se puso la bata que había dejado en una silla junto a la cama, se hizo un moño a toda prisa y se colocó las gafas por si las moscas.

Poco después, se encontraba junto a la cama de Sue Sylvester.

En esta ocasión, el rostro de la ex actriz estaba limpio de su habitual capa de maquillaje, y el color grisáceo de su tez le hacía aparentar todos los años
que tenía.

La pobre mujer se quejaba de un fuerte dolor en el pecho y de náuseas. Alarmada al pensar que pudiera tratarse de un infarto, Brittany envió a Becky a buscar a la doctora López.

Aunque la cuidadora no tardó mucho en regresar, a Brittany los minutos se le antojaron eternos y, en cuanto la vio llegar con la médico, sintió un profundo alivio y se hizo a un lado para dejarle sitio junto a la cama de la enferma.

La doctora sacó un estetoscopio de su maletín, apartó un poco el camisón de encaje, y lo aplicó al pecho de la anciana.

Mientras el silencio de la habitación se espesaba con la consistencia de un puré de patatas, Brittany observó con interés a la recién llegada.

Resultaba evidente que acababan de sacarla de la cama; sobre el pijama de rayas se había puesto un elegante batín de seda que desentonaba con su pelo revuelto.

Una vez más, no pudo evitar pensar que era una mujer muy atractiva y, mientras auscultaba con delicadeza a la señorita Sylvester, fue incapaz de despegar los ojos de aquellos dedos, largos y finos, que ejercían sobre ella una misteriosa fascinación.

—Dígame la verdad, doctora, ¿voy a morirme?

La voz de la ex actriz brotó de su garganta más ronca de lo habitual y, al oírla, Brittany y Becky tragaron saliva.

Sin embargo, la médico le lanzó una sonrisa, algo torcida y llena de dientes blancos, que encandiló a la antigua devoradora de hombres, antes de contestar con buen humor:

Santana tenia ese efecto en las personas.

—Algún día, supongo, como el resto de nosotros. ¿Qué ha cenado esta noche, señorita Sylvester?

—Nada especial. Unas lentejas con arroz que ha preparado Becky, acompañadas de vino tinto, un poco de pollo y un par de torrijas, que la Semana Santa está a la vuelta de la esquina.

—Y los pastelitos que le regaló el de la confitería—apuntó la empleada doméstica.

—Tienes razón, Becky, y tres o cuatro pasteles rellenos de crema.

El rostro de la ex actriz lucía ya mejor color, no como el de Brittany, a quien, sólo de pensar en cenar tal cantidad de cosas, le entraron ganas de vomitar.

—Creo que es un caso claro de acidez—la doctora la miró a los ojos y preguntó—¿Ha sentido antes pesadez después de comer y ganas de devolver?

—Bueno ahora que lo dice, doctora, llevo unos días con unos síntomas parecidos que se acentúan por las noches.

La médico volvió a guardar el estetoscopio en el maletín con esos movimientos pausados y distinguidos que a Brittany le fascinaban.

Luego sacó una caja de pastillas y la dejó sobre la mesilla de noche.

—Tómese un antiácido ahora y mañana consulte a su médico. Estoy casi segura de que lo que le ocurre es que tiene usted un poco de reflujo gastroesofágico. Nada grave. Con la medicación adecuada y un cambio de
dieta, eso se soluciona en un santiamén.

Al oírla, la señorita Sylvester le lanzó a Brittany, que permanecía de pie en silencio algo apartada, una débil sonrisa de alivio que ella le devolvió, ampliada.

A Santana López, a pesar de que hasta ese instante no había reparado en la presencia de la portera en la habitación, no le pasó desapercibido aquel intercambio de sonrisas y, llena de curiosidad, examinó a la portera con detenimiento tratando de averiguar qué era lo que esa noche le parecía diferente en esa mujer.

Para empezar, llevaba una bata de lana azul pálido que se ajustaba a un cuerpo que no era en absoluto tan delgado como había pensado cuando la veía barriendo la escalera con ese sobretodo informe que se ponía.

Del moño despeinado, en general tan tirante que le daba a su cara un efecto lifting, en esta ocasión se escapaban algunos mechones de pelo rubio y, a pesar de que llevaba aquellas sempiternas gafas de cristales azulados que le impedían ver sus ojos, notaba que su expresión se había suavizado.

Además, debía de haberse depilado, ya que no había ni rastro de esa sombra espesa que solía poblar su labio superior.

Frunció el ceño, intrigada, pero justo entonces Brittany se percató de su escrutinio, así que, con rapidez, compuso la expresión huraña que caracterizaba a la señora Santos —entrecejo arrugado y mandíbula inferior
proyectada hacia adelante— y, al instante, la médica descartó sus impresiones anteriores y las achacó a un efecto de la débil luz que arrojaba
la lámpara que estaba sobre la mesilla de noche.

Brittany tomó de las manos de Becky el vaso de agua que ésta acababa de
llevar, sacó una pastilla de la caja que había dejado ahí el médico y se acercó a la cama.

De pronto, una vaharada del suave perfume de su champú alcanzó las fosas nasales de la doctora López, que seguía sentada sobre el colchón, y le provocó un extraño efecto efervescente en el estómago.

Inquieta, se puso en pie y se alejó un poco.

Después de tragar la pastilla con ayuda del agua, la señorita Sylvester se dirigió a la médico llena de gratitud:

—Le agradezco su atención, doctora López. Perdóneme por haberla despertado a estas horas.

—No se preocupe, señorita Sylvester, me alegro de que al final no sea nada grave. Pero no olvide consultar mañana a su médico de cabecera. Ahora procure descansar. Buenas noches.

Tras lanzarle otra de sus atractivas sonrisas, cogió su maletín y salió de la habitación seguido de cerca por Becky, que no estaba dispuesta a permitir que la guapo doctora se abriera la puerta ella solo.

—Ahí tienes a una mujer encantador—a pesar de su aspecto agotado, Sue se las arregló para dirigirle una mirada maliciosa.

—Sí, encantadora. Pero, como ya le conté, señorita Sylvester, yo he renunciado a las relaciones. Nunca más permitiré que vuelvan a hacerme daño—declaró con firmeza, al tiempo que apartaba un mechón de cabellos de su rostro.

La ex actriz la contempló, divertida, y replicó:

—Créeme, Britt, las mujeres somos incapaces de renunciar a las relaciones. Si no quieres resultar lastimada, lo único que tienes que hacer la próxima vez es elegir mejor. Y con eso que te gustan las mujeres y los hombres tienes mucho mas por donde elegir. Además, fue un hombre el que te engaño, no una mujer.

—Ya lo sé, pero para mi es lo mismo. Me encantaría que fuera así de sencillo, pero no lo creo. Y ahora, señorita Sylvester, será mejor que me vaya. Ya ha oído al doctor, debe descansar—le subió las sábanas hasta la barbilla con un gesto cargado de cariño y, con una profunda sensación de bienestar, la anciana se quedó dormida casi en el acto.




Una soleada mañana de sábado, Brittany arrastraba el carrito de la compra por la calle cuando, al alzar la vista de la acera, descubrió a Quinn que la esperaba sentada en el banco frente al portal.

Su amiga le hizo un saludo desde lejos que ella se apresuró a devolver.

—¿De dónde vienes?—la interrogó en cuanto estuvo a su lado y luego, en un susurro, añadió—No sé cómo no te da vergüenza salir de paseo de esa guisa.

—Pobre señora Santos—exhaló un ruidoso suspiro—Nadie la quiere porque es fea.

—Y está amargada, y viste de pesadilla—la interrumpió la otra sin contemplaciones.

—Te lo digo en serio, Quinn, la vida es injusta con los que no somos guapos. Cualquiera diría que nos ponemos un manto de invisibilidad sobre los hombros en cuanto salimos de casa. A Brittany Pierce todo el mundo se desvivía por ayudarla, pero a la señora Santos la tratan a patadas. Nadie la cuela en las colas, ningún chico mono se ofrece a llevarle la bolsa, el pescadero no le sonríe al preguntarle qué quiere...

—¡Uis, qué penita, mare! Se me saltan las lágrimas. Oye, pesa un quintal el carrito, ¿qué has comprado?—preguntó con curiosidad.

—Bueno de todo un poco. Es que he ido al Mercado de la Paz y las cosas tienen tan buena pinta que no he podido resistirme. Te invito a comer si no has quedado con tu churri, claro. La verdad es que desde que salís juntas no te veo el pelo—se quejó al tiempo que abría la puerta del portal con su enorme manojo de llaves.

—Acepto la invitación. He quedado con mi enanita más tarde, es lo que venía a contarte. Te propongo un plan para esta noche.

Entraron en la portería, y Quinn ayudó a su amiga a guardar los paquetes en la nevera mientras le contaba el programa de festejos nocturnos.

—Ya sabes que Rach es comercial de unos laboratorios, ¿no?

Brittany no tenía ni idea, pero asintió con la cabeza, la ojiverde continuo:

—Esta tarde hay un congreso de medicina en Alcobendas, y por la noche habrá cóctel y baile. A Rach le han dado varios pases, así que he pensado en ti. Hace casi dos meses que no sales de esta horrible portería—le pegó una patada a la puerta entreabierta del pequeño aparador para demostrar su desagrado y ésta emitió su habitual lamento quejumbroso, al tiempo que volvía a abrirse con suavidad.

—Oye, no te cargues el mobiliario, que tiene solera. Para tu información, te diré que cada vez estoy más encantada con mi trabajo de portera. Mi libro va viento en popa y, aunque no te lo creas, me divierto mucho; he hecho amigas bastante curiosas. Además, aquí no corro el riesgo de encontrarme a nadie de mi antigua vida. Mi portería es como un confortable capullo que me protege del mundo—mientras hablaba aprovechó para cortar unas patatas y unas cebollas en rodajas y las metió en el horno, y dejó en la nevera la pescadilla que acababa de comprar para añadirla más tarde.

—¡A ver si ahora te va a dar por quedarte aquí toda la vida!—su amiga la observó, alarmada—Te recuerdo que dijimos un año, ni un día más.

—No te preocupes, Q. No voy a pasarme la vida huyendo, tan sólo estoy recuperando las fuerzas; en cuanto vea que vuelvo a ser la misma de siempre, me enfrentaré a los peligros de más allá del Muro, como Jon Nieve.

Quinn puso los ojos en blanco y, mientras terminaba de poner la mesa, preguntó:

—Por cierto, ¿hay algún Kakuro o Kukura en el edificio? Se llamaba así el protagonista del libro que me contaste, ¿no?

Por unos instantes, Brittany no supo a quién se refería su amiga, hasta que recordó que ése era el nombre del japonés que se enamoraba de la portera
en el libro de Muriel Barbery.

La imagen de la doctora Santana López destelló durante una milésima de segundo en su mente, pero en seguida la hizo a un lado, impaciente.

—Por supuesto que no. Nadie ha logrado atravesar la impenetrable coraza que supone esta bata floreada y mis gafas azules, para atisbar mi belleza interior—suspiró con fingido pesar, al tiempo que servía el vino blanco en las copas.

—No me extraña, hija mía, con ese bigotazo que te pintas das miedo—simuló un estremecimiento y las dos se echaron a reír.

Siguieron charlando de todo y nada mientras se hacía la pescadilla.

—Y ahora dime, ¿qué te parece mi plan planete?

Durante el rato que tardó en sacar la fuente del horno, Brittany consideró
su respuesta con atención.

—No sé qué decirte. Por un lado, no me importaría soltarme la melena durante unas horitas, en sentido real y figurado—mientras hablaba, puso una porción de pescado, patatas y cebolla en cada plato y los llevó a la mesa—Y me gusta que sea en una cosa de médicos en Alcobendas, porque no creo que vaya a encontrar ahí a nadie conocido. Por otro lado, no me apetece ejercer de carabina con Rach y contigo. Mmm... esto está riquísimo.

—¡Tonterías! Llevo varias semanas saliendo con ella y tú, mi mejor amiga, aún no lo conoces. Ésta es la ocasión perfecta—se llevó el tenedor a la boca y asintió—Bueno sí que está bueno, sí.

De repente, Brittany alzó la vista de su plato y exclamó:

—¡No tengo nada que ponerme! Aparte de mi disfraz de portera, aquí sólo tengo unos vaqueros y poco más. Dejé el resto de mi ropa en casa de mi mamá.

—Que no cunda el pánico—su amiga alzó las dos manos pidiendo calma—Me imaginé que algo de esto ocurriría y guardé algunas de tus cosas en casa.

Brittany se echó en sus brazos, emocionada, y le dio un sonoro beso en la
mejilla.

—¡Pero qué lista es mi niña! ¡Entonces, perfecto! Iré a tu casa a cambiarme y así nadie me verá salir de aquí bella y radiante.


Tomaron el postre y un café y, cuando Quinn se despidió, quedaron en que Brittany se pasaría por su casa a eso de las nueve.




Con el bonito vestido sin mangas —comprado antes de su tsunami sentimental—, que se ajustaba a su cuerpo casi a la perfección ya que aún no había recuperado su peso habitual, la original chaqueta corta a juego y los altísimos tacones, el rostro maquillado y la brillante melena suelta sobre sus hombros, Brittany apenas se reconoció a sí misma cuando se miró en el espejo.

—¡Dios mío, parece que ha pasado un siglo desde la última vez que fui vestida como un ser humano con algo de estilo y no como un espantapájaros sesentero!

Se dio la vuelta y examinó el efecto del conjunto por la parte de atrás.

—Te queda fenomenal—afirmó Quinn con sinceridad.

Ella también estaba muy atractiva.

El pelo rubio recogido en un moño flojo resaltaba sus enormes ojos verdes que el sabio uso de sombras y máscara de pestañas hacían aparecer aún más grandes.

—De repente me siento joven otra vez—emocionada, Brittany giró sobre sí misma—Últimamente, Matusalén a mi lado parecía un chicuelo imberbe. Tengo el presentimiento de que ésta va a ser una noche muy especial.

Encantada al ver el entusiasmo de su amiga, Quinn corrió a la cocina para contestar al portero automático que acababa de sonar.

—Vamos, Rach nos espera abajo.



Rachel resultó ser una mujer bajita, morena de unos treinta años, mitad americana, judía, lo que le daba ese atractivo añadido.

Era evidente que estaba muy enamorada de Quinn —ambas lo estaban—, y apenas podían mantener las manos alejadas la una de la otra.

Brittany y la morena se cayeron bien desde el principio, por lo que la noche no pudo empezar bajo mejor auspicio.






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Pd: Bn aquí mi disculpas y regalo por no actualizar los dias anteriores!



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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por micky morales Sáb Ene 21, 2017 7:54 am

Y esa noche "conocera" a la Dra Lopez y listo, ahora si las cosas estan tomando un mejor rumbo, espero que brittany logre en definitiva librarse de sus familiares y evitar esa visita!!!
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Finalizado Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II

Mensaje por JVM Sáb Ene 21, 2017 3:29 pm

Jajajajajaja me encanto la historia, no paro de reír.
San aunque no quiera ya le gusto la portera y a Britt ni se diga jajajaja
Y pienso igual que se encontrarán en la fiesta... Haber que pasa!
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Mensaje por 23l1 Sáb Ene 21, 2017 7:06 pm

micky morales escribió:Y esa noche "conocera" a la Dra Lopez y listo, ahora si las cosas estan tomando un mejor rumbo, espero que brittany logre en definitiva librarse de sus familiares y evitar esa visita!!!



Hola, jajajajajajajajajajjaja ahora si q si, no¿? jajajajajajaja. =O pobre rubia esta sufriendo ai jajajajaja, pero como dices, esperemos y si se logre librar de ellas jajaja. Saludos =D





JVM escribió:Jajajajajaja me encanto la historia, no paro de reír.
San aunque no quiera ya le gusto la portera y a Britt ni se diga jajajaja
Y pienso igual que se encontrarán en la fiesta... Haber que pasa!




Hola, si¿? vamos bn entonces jajajajaaj, jajaajajaj si es chistosa lo q es bueno jajajajaaja. JAjajajaaj cayo bajo los encantos... no encantos jajajajajajaaj, y britt como no caer, no¿? jajajajajajaaj. Esperemos y si, osea tienen q! jaajajaj. Aquí el siguiente cap para saber mas! Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 8

Mensaje por 23l1 Sáb Ene 21, 2017 7:08 pm

Capitulo 8




Llegaron al Centro de Arte Alcobendas en el momento justo.

Las ponencias de los participantes acababan de terminar y se empezaba a servir el cóctel; así que, tras estudiar el terreno durante unos segundos, Rachel las condujo hasta un punto estratégico del enorme salón por donde circulaban sin cesar los camareros con las bandejas repletas.

—Qué bien se lo montan los médicos—afirmó Brittany con un canapé en la mano y una copa de vino tinto en la otra—, Está todo buenísimo. Muchas gracias por invitarme, Rachel.

—De nada, Brittany, me ha encantado conocerte, eres tan agradable como
me había dicho Quinny.

Quinn le lanzó una mirada a su amiga como diciendo: «¿No es un encanto de mujer?».


Estuvieron charlando y riendo sin parar mientras se atiborraban de tartaletas, bocaditos y copas de vino.

Las tres formaban un grupo tan alegre y decorativo que en seguida empezaron a atraer las miradas de interés de otras personas.

Santana López, en particular, no había logrado despegar la vista de Brittany desde que la había descubierto al levantar los ojos de la bandeja que le ofrecía un camarero; no recordaba la última vez que se había sentido tan atraída por una mujer.

La chica parecía relucir desde sus cabellos rubios hasta los chispeantes ojos de un color que, desde donde ella se encontraba, no podía adivinar.

Sabía que no la había visto en su vida; sin embargo, había en la rubia algo vagamente familiar que la tenía intrigada.

Deseaba conocerla como hacía tiempo que no deseaba ninguna cosa, pero no era el tipo de persona que acostumbraba a abordar a desconocidas y no sabía muy bien cómo hacerlo.

Desasosegada, le dio un buen trago a su copa de vino sin dejar de observarla y se preguntó si sería la novia de alguna de las otras dos mujeres o solo serían amigas.

Las estudió con desagrado; tenían buena facha y eran guapas, pero, justo cuando empezaba a sentirse más que un poco irritada con la idea, la más bajita se movió sobre la chica rubia más baja, y depositó un leve beso en sus labios.

Al verlas, Santana sintió un alivio desproporcionado y le dio otro sorbo a la copa mientras hacía como que escuchaba la conversación de sus colegas, a pesar de que no se estaba enterando de nada.

—Te noto distraída, Santana.

La mujer que estaba a su lado colocó su mano de largas uñas rojas sobre la manga de su chaqueta y no le quedó más remedio que prestarle atención.

La conocía desde hacía tiempo; era una reputada ginecóloga y, más de una vez, durante alguno de esos congresos en los que coincidían de vez en cuando, Santana se había preguntado cómo sería tener una aventura con ella.

No era una mujer vanidosa, pero sabía que Elaine Galindo estaba interesada por ella.

Desde que murió su mujer, hacía ya más de cinco años, había mantenido alguna que otra relación esporádica, pero no le habían durado mucho.

Jamás había vuelto a experimentar el amor y la ternura que había sentido por Dani, así que se había hecho a la idea de no volver a casarse nunca más.

Sin embargo, a pesar de tener a su hija Bree, a la que quería con locura, había momentos en los que notaba de un modo agudo la soledad.

Miró el rostro aún terso y bien cuidado de su interlocutora; Elaine Galindo era una colega a la que apreciaba y tenían un montón de cosas en común, pero no sintió ni la más mínima punzada de deseo.

Justo en ese instante, alzó la vista y vio a la chica del vestido sin mangas echar la cabeza hacia atrás, riendo de algo que le había dicho su rubia amiga, y su cuello, largo y elegante, quedó expuesto a su mirada.

Santana sintió un aguijonazo en la ingle y, durante unos segundos, deseó ser un vampiro para abalanzarse con avidez sobre esa suave garganta y morderla hasta hacerla gritar de placer.

Al darse cuenta de que Elaine esperaba algún tipo de respuesta, despertó de golpe de su ensueño; sin embargo, se limitó a sonreír, sin tener la menor idea de qué era lo que acababa de contarle.


Por fin acabó el cóctel, y un disc jockey empezó a animar la reunión.

Elaine tenía otro congreso al día siguiente en Barcelona, así que la doctora se despidió de ella y del resto de sus colegas que también se marchaban y permaneció cerca de la pista de baile con la copa que acababa de llevarle un camarero en la mano.

Cualquiera que la observara pensaría que Santana mostraba lo que parecía un interés relativo por las contorsiones de los bailarines; pero, en realidad, no le quitaba ojo al grupo formado por Brittany y sus amigas que, en cuanto sonaron las notas de la siguiente canción, se lanzaron a bailar, enardecidas.

La médico notó que, a cada rato, alguna persona se acercaba a la joven soltera y le decía algo al oído, pero ella se lo sacudía en seguida y seguía bailando, concentrada por completo en el sugerente ritmo de la música.

¿Le gustarían las mujeres?

¿Tendría alguna oportunidad con la rubia?

Acababa de dar un largo trago a su copa cuando sonaron los primeros acordes de una canción lenta.

Quien no arriesga no gana.

Con decisión, dejó el vaso en una mesa cercana y, antes de que se le adelantara alguno de los moscones que la rondaban, se acercó a Brittany.

—¿Quieres bailar?

La rubia movió la cabeza y, por unos segundos, Santana leyó en sus ojos un asombro tan profundo que la dejó sorprendida; pero, sin darle tiempo a recuperarse, la agarró por la cintura y, en un gesto reflejo, la más alta alzó los brazos de forma que sus muñecas quedaron cruzadas sobre la nuca de la pelinegra.

Si no se negaba al baile, quiere decir que tenia algunas probabilidades.

Aquella cercanía provocó que la excitación de la médico alcanzara niveles de alerta roja y tuvo que reprimir el poderoso impulso de pegarla aún más contra ella, de forma que pudiera sentir cada resalte de esa carne firme y con curvas a la vez.

Gracias a los tacones de la rubia no eran tan altos y los de la morena si lo eran, los ojos de ambas quedaban casi al mismo nivel y sus cuerpos se acoplaban de una manera perfecta.

A fin de hacerse oír por encima de la música, Santana acercó la cabeza hasta que su boca quedó a la altura de la oreja la rubia, y el delicioso perfume de sus cabellos trajo a su mente una imagen fugaz que fue incapaz de retener.

—¿Cómo te llamas?

—Brittany, ¿y tú?—las palabras de vibraron en su oído, y todas las fibras de su cuerpo tocaron a rebato.

—Santana López.

—Encantada de conocerte..., Santana.

Una sonrisa, ligeramente burlona, se posó en los apetitosos labios y, al verla, la médico se quedó sin aliento.

Nunca había sido tan consciente del cuerpo de una mujer contra el suyo y eso que estaban vestidas.

Tenía la sensación de que las terminaciones nerviosas de su cuerpo e habían multiplicado por mil, de forma que cada contacto, cada roce con esa piel sedosa, producía un chispazo que amenazaba con un cortocircuito final.

Cuando terminó la canción, se vio obligada a hacer un inmenso esfuerzo para separarse de la más alta; aunque, sin darle tiempo a alejarse del todo, la agarró de la muñeca y gritó para hacerse oír:

—¡Vamos a tomar una copa!

Brittany se dejó conducir con docilidad hasta la barra.

Aún no podía creer que acabara de bailar una lenta con la propietario del 6.º derecha, ¡menuda coincidencia!

Y más aun que a la morena le gustaran las mujeres, y que la eligiera a ella.

Miró a su alrededor.

Quinn y Rachel seguían en la pista de lo más acarameladas, así que se relajó y decidió disfrutar del momento.

Aún le parecía sentir los brazos alrededor de su cintura, aquel pecho firme pegado al suyo, y le daba vueltas la cabeza.

Jamás había sentido atracción sexual por otra persona que no fuera Sam, así que achacó el extraño batiburrillo de emociones que había experimentado durante el baile a que hacía mucho tiempo que no bebía alcohol.

Santana le indicó que se sentara en uno de los taburetes colocados alrededor de una mesa alta cerca de una esquina y fue a buscar las bebidas.

Cuando regresó, posó las copas encima y se sentó frente a ella.

—Después del baile, es un poco tonta la pregunta, pero ¿te gustan las mujeres?

Brittany rio.

—Sí, para confirmarlo. Me gustan las personas, no su sexo.

—Bien, eso es bueno para mi. Cuéntame, Brittany, ¿a qué te dedicas?

Al estar alejadas de la pista, podían oírse la una a la otra sin necesidad de gritar.

Una chispa traviesa se encendió en los ojos azules al pensar en la profesión que ejercía de un tiempo a esta parte; sin embargo, se limitó a contestar:

—Hago un poco de todo.

—Qué misteriosa...—la sonrisa de la morena era irresistible, así que se vio obligada a devolvérsela.

—Sí—bajó las largas pestañas rubias con falsa modestia—En verdad soy una mujer misteriosa. Me es imposible revelar mi profesión; demasiados intereses están en juego. Digamos que velo por el bienestar de un grupo heterogéneo de personas que no son conscientes de ello.

—Veamos, podrías ser médico...

Brittany negó con la cabeza, encantada de que la seria doctora hubiera decidido seguirle la corriente.

—O tal vez seas una agente del CNI, inmersa en una misión de seguridad nacional...

—Frío, frío y es inútil que insistas, doctora, porque...—se llevó un dedo a cada una de sus sienes y cerró los ojos como si estuviera profundamente concentrada—Tú eres médico, ¿verdad?

—Impresionante. ¿Cómo lo has sabido?—fingió estar maravillada.

—No creas que ha sido porque te haya conocido en un congreso de medicina interna, ni porque vayas vestido con un vestido tan formal, ni siquiera es por esa tarjeta que cuelga en tu solapa que dice: doctora Santana López, Cirugía Gastrointestinal. Verás, tengo que hacerte una confesión...—se inclinó sobre la mesa y la morena la imitó.

Ahora sus rostros quedaban tan cerca que sus mejillas casi se rozaban y susurró:

—Tengo poderes.

Santana acercó la boca a su oreja aún más y, en un tono ronco que le produjo un erótico cosquilleo en el oído interno, le dijo:

—Resulta que soy una escéptica mujer de ciencia y no me queda más remedio que poner a prueba tus afirmaciones.

Hacía siglos que Brittany no se sentía tan viva.

No podía recordar la última vez que coqueteó con una persona, así que, incapaz de poner fin al excitante juego que se traían entre manos, respondió con la respiración algo agitada:

—¿Y cuál va a ser la prueba a la que me vas a someter?

—Debes adivinar con qué parte de mi cuerpo te voy a tocar...

Estaba tan cerca que el olor, sutil y embriagador, de su perfume se le subió a la cabeza de una manera tan violenta que se asustó; pero, antes de poder cortar por lo sano con aquella acalorada escena de seducción, la punta de la lengua de la pelinegra recorrió con incitante lentitud el lóbulo de su oreja y, de improviso, se introdujo, tentadora, por su canal auditivo.

Aquel leve contacto la dejó paralizada y, cuando al fin consiguió reaccionar, se apartó de la pelinegra en el acto y se la quedó mirando, confusa, con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas.

Como buen médico, Santana reconoció en esos leves signos el efecto de la acetilcolina, un neurotransmisor que se activa con el deseo sexual, y su propia excitación alcanzó un grado casi doloroso.

Sin embargo, al mismo tiempo, todo en el lenguaje corporal de la rubia —la rigidez de su espalda, las palmas de las manos apretadas contra la mesa— proclamaba sus ganas de salir huyendo, así que decidió bajar la intensidad de su ataque.

Necesitaba a aquella mujer debajo de su cuerpo esa misma noche y no estaba dispuesta a dejarla escapar.

—Y bien, ¿con qué parte te he tocado?—repitió, al tiempo que se echaba hacia atrás.

Aquella aparente indiferencia pareció tranquilizar un poco a Brittany, que parpadeó varias veces, como si saliera de un trance.

—¿Tu... tu lengua?—balbuceó con una voz ronca que apenas identificó como suya.

—¡Correcto! Está bien, me veo obligada a reconocer que me has dicho la verdad: es evidente que gozas de poderes extraordinarios.

De nuevo esa sonrisa, algo ladeada, que le aceleraba el pulso.

Brittany apenas reconocía en esa mujer, fascinante y seductora, a la comedida vecina del 6.º derecha, mamá de una adolescente quinceañera y paseante nocturno de perros, y se preguntó si la doctora López sería una especie de Mr. Hyde con las mujeres.

Algo alarmada, se dijo a sí misma que debía andarse con ojo; una coquetea, de acuerdo; una ratito divertido, muy bien; irse a la cama con esa casi desconocida... ¡ni hablar!

Decidió que le seguiría la corriente un rato y luego lanzaría a Quinn la señal de SOS para que acudiera al rescate.

Satisfecha con su resolución, Brittany dio un trago a su ron con Coca-Cola para darse fuerzas, sin percatarse de que cada sorbo de alcohol resquebrajaba sus defensas un poco más.

—Sólo con observar la forma de tu cabeza puedo adivinar muchas cosas de ti—presumió con un mohín de suficiencia, sintiéndose recuperada por completo de su anterior debilidad.

Santana notó, satisfecha, que el ambiente de sensualidad turbadora que las había envuelto minutos antes se había distendido y que se la veía mucho más relajada, así que siguió adelante con su perverso plan de atraerla hacia su tela de araña hasta que se enredase en ella de tal forma que le resultara imposible la huida.

—Dime alguna—siguió con su, en apariencia, inocente galanteo, esperando a que la rubia se confiara del todo.

—Por tu frente, descubro que te gustan los animales; yo diría que eres la dueña de un perro de buen tamaño, un pastor alemán..., no, más bien un labrador.

Percibió la ligera sorpresa que asomó en las pupilas de la morena y, aunque se advirtió a sí misma de que tendría que andarse con cuidado, no pudo reprimir una sonrisa maliciosa.

Mientras tanto, Santana estaba tan fascinada por aquella boca que se alzaba con suavidad en las comisuras que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartar sus pupilas de ella y contestarle:

—Eres buena.

—Ya te lo había advertido—le dirigió una mirada coqueta por debajo de sus largas pestañas.

Hacía tanto que no jugaba a ese juego que pensaba que se había olvidado por completo de las reglas, pero, complacida, se dio cuenta de que, en realidad, flirtear con una persona era como montar en bicicleta: nunca se olvida.

Santana, por su parte, la observaba hechizada.

Brittany no sólo era preciosa, sino que era divertida.

Por primera vez desde hacía años, sentía una crepitante tensión sexual a su alrededor que hacía todo lo que estaba en su mano para disimular.

No quería asustarla.

Quería poseerla esa noche como fuera y, para eso, tendría que echar mano de toda su, más que oxidada, habilidad para conquistar a una mujer.



Durante un par de horas siguieron hablando de lo primero que pasaba por sus cabezas.

Las carcajadas de las dos resonaban a menudo y, aunque todo en su actitud tenía una apariencia inocente, las miradas de ambas estaban cargadas de una intensa voluptuosidad enmascarada.

Brittany no sabría decir cuánto tiempo había pasado desde que habían bailado juntas, pero al ir a dar un sorbo a su copa descubrió, sorprendida, que volvía a estar llena.

—No querrás emborracharme, ¿verdad?

—Quizá...—de nuevo asomó su irresistible sonrisa y unos perfectos hoyuelos que le encantaban.

—Empiezo a sentirme preocupada—afirmó, burlona.

La pelinegra soltó una carcajada y, con un pícaro centelleo en sus ojos castaños, contestó:

—Haces bien.

En ese momento, aparecieron Quinn y Rachel para decir que se marchaban.

Al instante, Brittany empezó a bajar del taburete para irse con ellas, pero una de las manos de la médica le agarró la muñeca con firmeza y la detuvo en seco.

Era el primer contacto físico entre ambas desde que la morena había introducido la lengua en su oreja y, de pronto, las rodillas de la rubia se volvieron de gelatina.

—¡Quédate!—suplicó con los acariciadores iris oscuros clavados en los suyos—Luego te acompañaré a tu casa.

Brittany pensó que aquello resultaría de lo más inconveniente.

Llevaba toda la noche escuchando una vocecilla gritona dentro de su cabeza que le alertaba del peligro de seguir con ese juego; pero, por otra parte, tampoco se decidía a acabar así la velada.

Sin saber qué hacer, miró a Quinn y ella le devolvió la mirada, al tiempo que le guiñaba un ojo con disimulo.

—Si prometes que la llevarás de vuelta a casa, sana y salva, te la confiaremos, ¿verdad, Rach?

Su novia asintió, la doctora prometió solemnemente, y la pobre Brittany, incapaz de luchar contra esa especie de conspiración mundial, accedió con cierta sensación de fatalidad.

«Bueno—se dijo—, Al fin y al cabo, la conozco mucho más de lo que parece y me extrañaría bastante que fuera una violadora en serie. Cuando salgamos de aquí le diré que me deje en cualquier lado y luego cogeré un taxi para volver a la portería.»

Así que se despidieron de Quinn y su novia y se quedaron solas un rato más, sin dejar de charlar y de reír.




Por fin, a eso de las tres de la madrugada, terminó la fiesta y se vieron obligados a marcharse.

Brittany recogió su chaqueta del ropero y Santana la condujo con una leve presión de su mano en la cintura hasta donde había aparcado su coche, unas calles más abajo.

El nerviosismo de la joven rubia iba en aumento, y el tacto de aquellos cálidos dedos a través de la tela de su vestido no se lo estaba poniendo más fácil.

Lo cierto era que no tenía mucha experiencia en citas amorosas, las únicas que había tenido en los últimos quince años habían sido todas con su exmarido.

—¿Adónde te llevo?—preguntó Santana una vez que se sentaron dentro del
amplio y confortable vehículo.

A pesar de que esperaba la pregunta, no había tenido tiempo para pensar la respuesta, así que dijo lo primero que le vino a la cabeza y le dio la dirección del departamento donde vivía su hermana, que no quedaba demasiado lejos de la calle Lagasca.


Durante el trayecto siguieron hablando animadamente.

Brittany estaba sorprendida por lo a gusto que se encontraba al lado de esa mujer que siempre le había parecido tan seria.

A lo largo de la velada, había descubierto que tenían un sentido del humor muy parecido y en ningún momento había tenido que pararse a explicar a qué venía alguno de sus delirantes comentarios, lo cual no le había pasado ni siquiera con Sam, quien, a menudo, se quedaba mirándola, extrañado, como si no entendiera de qué demonios le hablaba.


Cuando el potente motor del coche se detuvo frente al portal indicado, Brittany se volvió hacia la pelinegra algo turbada.

—Muchas gracias, Santana, lo he pasado de maravilla.

—Soy yo la que debo darte las gracias, Brittany. No recuerdo la última vez que lo pasé tan bien.

Sus ojos le recordaron el chocolate, líquido y espeso, que servían en la churrería a la que las llevaba su mamá cuando eran pequeñas, y sintió que se achicharraba al sentir aquella mirada ardiente deslizándose sobre su rostro.




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