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[Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
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JVM
mayre94
6 participantes
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Jajaja bien guapote el Ryder, pero lo bueno es que lograron dejar mal al tonto de Jack
Y Emily y Hanna jajajajajjajaa las amo!!!!
Pobre Britt siempre le toca ser encontrada por la doctora en situaciones nada bonitas, pero me encanta que aunque este disfrazada siempre la morena se deja atrapar por algo de.ella.
Espero que pronto se vuelvan a "encontrar" para que ya dejen de sufrir y aclaren todas las cosas que se imaginaron !!
Y Emily y Hanna jajajajajjajaa las amo!!!!
Pobre Britt siempre le toca ser encontrada por la doctora en situaciones nada bonitas, pero me encanta que aunque este disfrazada siempre la morena se deja atrapar por algo de.ella.
Espero que pronto se vuelvan a "encontrar" para que ya dejen de sufrir y aclaren todas las cosas que se imaginaron !!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
micky morales escribió:pobre san y que mal concepto tiene brittany de ella, creo yo que podria preguntarle a bree quienes eran las 2 mujeres que han visitado a su mama!!!!
Hola, si =/ como hacen daños las personas y perjudican a otras =/ Esa seria una buena opcion y asi como no kiere la cosa jajajaj, a ver q pasa! Saludos =D
JVM escribió:Jajaja bien guapote el Ryder, pero lo bueno es que lograron dejar mal al tonto de Jack
Y Emily y Hanna jajajajajjajaa las amo!!!!
Pobre Britt siempre le toca ser encontrada por la doctora en situaciones nada bonitas, pero me encanta que aunque este disfrazada siempre la morena se deja atrapar por algo de.ella.
Espero que pronto se vuelvan a "encontrar" para que ya dejen de sufrir y aclaren todas las cosas que se imaginaron !!
Hola, o no¿? jajajajajaajaj y eso es lo mejor! jajajajajajaj. Jajajaja o no¿? jajajajaaja son tan chistosas jajajajajaaj. Jajajajaja son los pequeños y extraños acercamientos jajajajaja, jajajajjajajaja es el efecto que causan en la otra ajjaajajajaj. Sería algo muy bueno q pasara, no¿? y espero q pase jajaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 15
Capitulo 15
Santana estaba cansada.
Una operación que, en principio, no revestía gran dificultad se había complicado y se había alargado varias horas más de lo previsto.
Con rapidez, atravesó el vestíbulo de la finca en dirección al ascensor con un único pensamiento en mente: subir a su piso y darse una larga ducha caliente.
Oyó un ladrido, se volvió y descubrió a Pongo que se acercaba a ella meneando el rabo alegremente. Por unos instantes, permaneció inmóvil, mirándola muy sorprendida.
—Pongo, muchacho, ¿qué haces tú aquí solo?—se agachó y acarició al perro detrás de las orejas, lo que le valió una mirada de rendida adoración.
La médico miró a su alrededor, pero no encontró ni rastro de su hija ni de Mercedes, quien, de vez en cuando, aunque siempre a regañadientes, aceptaba sacar a pasear al animal si a Bree o a ella les resultaba imposible.
Extrañada, notó que la puerta de la portería estaba entreabierta y vio que el perro desaparecía con toda naturalidad en su interior.
Santana aguzó el oído y oyó el sonido de varias personas que trataban de hablar a la vez. Con una ligera sensación de incomodidad, se acercó a la puerta y permaneció escuchando.
—¡Les digo que no lo haré! Ya pueden venir todos de rodillas en fila india a suplicarme, que no pienso volver a hurgar en la apestosa basura del sospechoso. ¡Ni aunque me ofrecierais el mismísimo Koh-i-noor para hacerme una gargantilla destroza-cervicales!
A Santana le llevó un tiempo asociar aquella voz cautivadora con los ásperos gruñidos con los que le obsequiaba a la señora Santos habitualmente, y su matiz sedoso agitó memorias casi olvidadas que le pusieron la carne de gallina.
Los dedos le temblaban levemente al empujar la hoja de madera lo suficiente para ver sin ser vista.
En el pequeño salón de la portería estaban agolpadas lo que parecía un número excesivo de personas.
Recostada en un puf de espaldas a ella estaba su hija Bree, a la que reconoció por su larga melena oscura. Junto a ella descubrió a una mujer que lucía unos cabellos desordenados, a la que había pescado en más de una ocasión merodeando por las proximidades del edificio.
Recordó que había pensado en poner a su hija en guardia contra aquella mujer, pero con el lío que tenía en su cabeza en los últimos tiempos se había olvidado de ello por completo.
Frente a ella, sentadas en un sofá con pinta de incómodo, se encontraban su vecina, la señorita Sylvester, otra mujer que le sonaba vagamente y, a su lado...
¡Imposible!
Santana López se quedó clavada donde estaba, incapaz de asimilar lo que captaban sus pupilas.
Por un momento, pensó que la tensión de las últimas semanas le estaba pasando factura y que veía visiones producto de su mente enferma.
Sin embargo, sentada en el horrible sillón, con la horrible bata floreada, estaba la portera; pero, en vez de su horrible cara, su horrible moño tirante, las horribles gafas de cristales azulados y la espesa sombra del horrible bigote en su labio superior, era el rostro adorable de Brittany, que reía a carcajadas de algo que la hippie acababa de decir, lo que ahora contemplaba, estupefacta.
Santana notó que se le aflojaban las piernas y tuvo que aferrarse al pomo de la puerta para sujetarse.
Seguía sin aceptar lo que sus ojos le mostraban; pero, a pesar de que parpadeó varias veces y los cerró con fuerza durante un minuto completo, al abrirlos de nuevo, además de algunas manchas voladoras, la extraña criatura mitológica con el cuerpo de la señora Santos y la cabeza de Brittany seguía frente a ella, así que no le quedó más remedio que aceptarlo: Brittany, su Brittany, y la portera eran la misma persona.
Entonces Santana cayó en la cuenta de por qué la mujer que estaba a su lado le resultaba tan familiar; era la amiga que había acudido con su novia y con Brittany al congreso de Alcobendas.
Y justo en ese mismo instante, la médico se percató de la presencia de otra mujer más sentada en el suelo en la postura de un yogui hindú.
Sin duda era la misma chica a la que confundió con Brittany cuando vigilaba el que creía que era el portal de su casa.
¡Otra que le había mentido con descaro y la había tomado por idiota!
Apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
De pronto, le entraron unas ganas irresistibles de entrar ahí dentro, agarrar a Brittany por los hombros y sacudirla hasta descolocar todos y cada uno de los huesos de su embustera persona, pero la médico —que al fin y al cabo era una mujer práctica, poco dado a las escenas dramáticas— logró dominar
sus instintos asesinos mientras su mente racional empezaba a elaborar a toda velocidad un plan que le permitiera estar a solas con la rubia cuando le exigiera explicaciones.
Ra rubia se rio de nuevo y Santana se quedó sin aliento.
¡Qué guapa era!
En eso, el recuerdo que guardaba no había exagerado ni un poquito.
A pesar de la bata informe que la cubría, su melena color amarrilla, suelta sobre los hombros, acompañaba cada uno de sus movimientos igual que un
vistoso eco, y la doctora López recordó la suavidad de aquellos brillantes mechones cuando los tuvo enredados entre los dedos.
Al mirarla, no podía pensar en otra cosa que en encerrarla de nuevo entre sus brazos y no dejarla escapar nunca más mientras le hacía el amor, una y otra vez, hasta someter su voluntad por completo.
Sin embargo, por ahora debía ignorar sus bajos instintos, se dijo, si no quería volver a sufrir como una idiota.
Antes tenía que averiguar qué clase de juego se traía esa...esa arpía farsante entre manos, y qué lugar ocupaba en sus extraños planes.
Saltaba a la vista que Brittany no era una portera de verdad.
De pronto, un pensamiento inquietante surgió en su mente: a lo mejor había adoptado ese disfraz para esconderse de algo o de alguien.
Sólo de pensar que alguna persona quisiera hacerle daño, a Santana le hirvió la sangre, aunque en seguida empezó a plantearse nuevas preguntas aún más sombrías.
¿Y si, tal vez, era una de esas mujeres que coleccionaba experiencias como otros coleccionaban latas de refrescos exóticos?
En realidad, lo único que sabía de manera fehaciente era que todo en la rubia era un engaño, una mentira.
A lo mejor no era más que la última conquista de una larga lista... pero ¿quién decía que ni siquiera fuese la última?
¿Cuántos incautos más habrían caído en sus redes después de ella?
Sus elucubraciones la estaban poniendo tan enferma que, sin querer, golpeó la puerta con el puño.
—Esperen, ¿están llamando? Me ha parecido oír un golpe—la mirada de Brittany se volvió hacia la puerta, y tuvo el tiempo justo para echarse hacia atrás y evitar que la pescara espiando—Voy a ver.
Brittany se asomó a la puerta y miró a derecha y a izquierda, pero no vio a nadie, así que se encogió de hombros, regresó adentro y cerró la puerta a su espalda.
De perfil detrás de la columna de escayola blanca imitando mármol que adornaba el portal, la médico percibía el apresurado latir de su corazón.
¡Se había librado por los pelos de ser descubierta!
Anduvo sobre las puntas de los pies para no hacer ruido y decidió subir por la escalera en vez de hacerlo por el ascensor.
Brittany no debía enterarse antes de tiempo de que conocía su secreto; esta vez, sería la directora de esa comedia bufa en la que, hasta el momento, el único papel que había desempeñado había sido el de tonto útil.
El esfuerzo de subir doce tramos de escalera a toda velocidad aclaró un poco la confusión que reinaba en su cerebro y, más tarde, la ducha despejó su mente por completo.
¡Brittany y la espeluznante señora Santos eran la misma persona!
Mientras el chorro caliente relajaba poco a poco sus músculos agarrotados, Santana se dijo que debía andarse con cuidado.
La sensación de euforia que lo embargaba desde que había encontrado a Brittany le preocupaba; no debería sentir semejante alegría por volver a verla
cuando la ojiazul, desde el principio, lo único que había hecho había sido burlarse de ella.
La había utilizado, se recordó, había usado su cuerpo con indiferencia.
Esa portera impostora le había hecho sentirse como una de esos pañuelos de usar y tirar, lo había humillado sin piedad y, a juzgar por lo feliz que se la veía hacía unos minutos, no sentía por ello ni pizca de remordimientos.
De pronto, imágenes de cómo Brittany había abusado de ella se proyectaron en su mente.
La forma en que esos dedos curiosos habían acariciado hasta el último rincón de su piel; sus labios, llenos y suaves, que se habían pegado a su boca con avidez, y, luego, esos mismos labios enloquecedores que habían recorrido su rostro, su cuello, su pecho, como si desearan aprenderse la orografía de su cuerpo de memoria...
Soltó un gemido y dio un par de vueltas más al grifo del agua fría.
En cuanto se hubo aclarado bien, salió de la ducha y se secó con una toalla que después enrolló alrededor de su pecho. Abrió la puerta del baño, dejando que se escapase el espeso vaho que enturbiaba el interior, y se tumbó sobre la cama con los brazos detrás de la nuca, en su posición favorita cuando necesitaba concentrarse en algo que la preocupaba.
«Está bien—soliloquió—Puedo aceptar que me utilice de vez en cuando, soy una persona adulta y puedo manejarlo, es más, quizá hasta le
coja el gustillo... ¡Al demonio! No sé a quién pretendo engañar. Esa mujer me ha embrujado. Debió de verter unos polvos mágicos en mi copa aquella noche o esa droga que anula la voluntad y te vuelve una esclava. Pero no le
daré el gusto de saber que me ha sorbido el seso hasta ese punto, a partir de ahora seré yo quien controle esta... esta... esta cosa que ha crecido dentro de mí. Y ya veremos quién ríe al último.»
Tras soltar un desganado «ja, ja» en voz alta, la médico siguió dándole vueltas a un plan que le permitiera enfrentarse a Brittany a solas, de forma que pudiera decirle a la cara y sin interrupciones lo que realmente pensaba de ella.
Los dedos de Brittany volaban sobre el teclado en un arrebato de inspiración.
La escena del asesinato con el cortapizza le estaba quedando bordada.
El homicida había necesitado tres pasadas por el cuello de su víctima con la afilada ruedecilla hasta que, por fin, logró seccionarle la carótida. Eso sí, había puesto perdida la cocina de la pequeña granja donde se desarrollaban los luctuosos hechos y le iba a costar Dios y ayuda eliminar las huellas de sangre de su ropa.
Tras decidir que el malvado asesino en serie se desharía de las prendas manchadas quemándolas en la chimenea, a Brittany se le presentaba un nuevo dilema: qué se pondría después el chapucero psicópata, habida cuenta de que la mujer a la que acababa de liquidar vivía sola y apenas alcanzaba los ciento cincuenta y cinco centímetros de estatura, mientras que él, descalzo, medía casi dos metros.
—¡Ejem!
Brittany estaba tan concentrada que dio un violento respingo en la silla y se llevó ambas manos a su desbocado corazón.
Frente a ella estaba la propietaria del 6.º derecha mirándola con cara de pocos amigos.
A toda prisa, se puso las gafas que se había quitado para ver bien la pantalla y se enfrentó a la morena con su ceño más amenazador.
—¡Casi me mata del susto!—le reprochó con aspereza.
—¿No debería estar más atenta a quién entra y quién sale de la finca, señora Santos? Estaba usted tan abstraída con su ordenador que una pandilla de ucranianos revienta-pisos podrían haber pasado delante de usted armados con ganzúas y barras de hierro y usted no se habría enterado—replicó la recién llegada, sarcástica.
—Por supuesto que estaba atenta, yo siempre estoy ojo avizor, así que no me diga cómo tengo que hacer mi trabajo—se defendió de malos modos—Yo no le digo a usted si tiene que rematar las suturas de sus pacientes con un nudo en ocho o con un nudo culo de puerco, ¿no?
A Santana le costó ocultar la sonrisa que pugnaba por asomarse a sus labios.
Debía reconocer que era graciosa la condenada, y que ejecutaba a la perfección su papel de portera intratable.
Mientras estaba tan concentrada en lo que quisiera que fuera lo que estaba escribiendo en su portátil, había podido observarla con detenimiento.
De su moño, ese día no tan tirante, se había escapado un mechón y sus dedos cosquilleaban ansiosos por retirarlo de su rostro.
Las pestañas, largas y rubias, sombreaban sus mejillas algo pálidas y había tenido un atisbo de los preciosos iris azules antes de que se pusiera las gafas.
El disfraz de Brittany era sencillo y perfecto, pensado al detalle para que nadie se parase a mirarla dos veces.
Ahora, mientras hablaba, las pupilas de la médico se clavaron de lleno en esa boca de labios que la sombra del bigote no conseguía desfigurar.
—Para ser una portera tiene usted unos extensos conocimientos sobre informática y nudos marineros. Curioso—comentó sin apartar la mirada de sus labios.
Al sentir aquellos cálidos ojos castaños fijos en su boca, Brittany se revolvió, incómoda, pero trató de ocultar su turbación y respondió con impertinencia:
—¿Qué pasa, es usted tan clasista que cree que una humilde portera como yo está obligada a ser una ignorante?
En seguida, recogió velas.
En su mente, la señora Santos era, en efecto, una portera ignorante y cazurra, así que, si no quería perder credibilidad, sería mejor que no se saliera del guion.
—Sin embargo, reconozco que estos trastos son un invento diabólico. Un sobrino me ha pedido que se lo guardara y confieso que, por un instante, me he visto tentada por El Buscaminas, pero no piense ni por un minuto que voy a enredar en el internés ese. Ni hablar. Eso es sólo para pecadores, pederastas, asesinos en serie y golfos de distinto pelaje.
—Así que El Buscaminas, ¿eh? Sí, reconozco que es un juego adictivo—Santana, a su pesar, se lo estaba pasando en grande.
—Y hay que pensar mucho, no crea. No es para tontos—puntualizó la portera con un gesto de suficiencia.
—Su inteligencia y... otras cosas saltan a la vista, señora Santos—respondió la médico, al tiempo que se acodaba sobre el mostrador de madera de la garita y acercaba tanto su rostro al de la rubia que, sobresaltada.
Brittany echó la silla hacia atrás en el acto, lo que produjo un desagradable chirrido.
—Perdone, por unos segundos me había olvidado de que padece usted de afenfosfobia—se disculpó, sardónica, sin hacer ni el más mínimo intento de alejarse.
—¿Puede saberse qué es lo que quiere?
La actitud insolente de la médico, tan alejada de su comportamiento habitual, la estaba poniendo nerviosa.
—Necesito que suba este sábado a echar un vistazo al grifo de mi ducha. Gotea. Me ha comentado la señorita Sylvester que es usted una experta en este tipo de averías—los ojos oscuros se deslizaron acariciadores por su rostro, y la pobre Brittany notó que empezaba a hiperventilar.
—El sábado es mi día libre—protestó—¡Ni que fuera una esclava!
—Mmm, una esclava... No, por desgracia los tiempos de los amos y los esclavos ya pasaron.
El tono que empleó, ronco y sensual, provocó una salvaje oleada de rubor que engulló el rostro de Brittany sin que ella pudiera evitarlo.
«¿Qué demonios le ocurre a esta mujer?—se preguntó, víctima de una fuerte taquicardia—Definitivamente, es una pervertida.»
No encontró otra manera de explicar que un tipo como la doctora López le lanzara insinuaciones sexuales a una mujer como la señora Santos.
—Verá—se separó del mostrador y se irguió de nuevo con una expresión tan indiferente que Brittany dudó una vez más y se preguntó si su mente calenturienta habría imaginado lo anterior—, Necesito estar presente para explicarle unas cosas y sólo puedo hacerlo durante el fin de semana. Le prometo que no le llevará mucho tiempo y le daré una buena propina.
La falsa portera reconsideró la cuestión con desgana.
—Está bien, estaré ahí a las diez. Pero no se acostumbre. Mi turno de trabajo ya es lo suficientemente largo sin tener que hacer horas extra. Por cierto—miró su reloj y cerró la tapa del portátil de golpe—, He terminado por hoy. Buenas tardes, doctora López.
Se levantó y desapareció a toda prisa tras la puerta de la portería, mientras Santana permanecía con los ojos clavados en esa misma puerta, luchando contra las ganas de seguirla.
Un rato después, sacudió la cabeza, se dirigió hacia el ascensor y se encontró deseando que llegara el sábado con una expectación que hacía mucho que no sentía.
El sábado, a las diez en punto, Brittany pulsó con decisión el timbre del 6º derecha.
Llevaba el moño más tirante que nunca y había extendido una capa doble de sombra de ojos sobre su labio superior.
A los pocos segundos, la doctora López, descalza, con el cabello aún húmedo de la ducha, unos vaqueros desgastados y una vieja camiseta oscura desteñida por los continuos lavados que ponía de relieve la forma de sus pechos y sus brazos, abrió la puerta y la invitó a pasar.
Era la primera vez que Brittany la veía vestido de manera tan informal y, con una respuesta más condicionada que la del perro de Pavlov, empezó a salivar.
—Buenos días—saludó la señora Santos, desabrida—¿No está Mercedes?
—Mercedes no trabaja los fines de semana.
—¿Y Bree?—preguntó, inquieta, mientras la médico la conducía por el pasillo.
—Bree se quedó ayer por la noche a dormir en casa de una amiga.
—¿Pongo tampoco está?—las palabras le salieron ligeramente temblorosas.
—Tampoco, y antes de que siga preguntando, le diré que no hay nadie más en la casa. A la amiga de mi hija le encantan los perros y en sus invitaciones los incluye siempre a ambos. Hoy estamos solitas.
Brittany detectó la burla sutil que se ocultaba tras los ojos castaños y se sintió aún más intranquila.
Sin querer, se mordió el labio inferior, preocupada, y notó que las pupilas de la doctora seguían su gesto con avidez.
—Bien, no tengo todo el día. ¿Dónde está ese grifo goteante?
Las comisuras de la boca de la doctora subieron hacia arriba en una casi imperceptible sonrisa, al tiempo que abría una de las puertas y se hacía a un lado para dejarla pasar, aunque dejó tan poco espacio que Brittany no pudo evitar que sus cuerpos se rozaran cuando entró en el dormitorio.
El corazón empezó a latirle en el pecho con tanta fuerza que temió que la mujer que estaba a su lado pudiera oírla.
En un intento por recobrar la serenidad, inspiró hondo y miró a su alrededor con curiosidad.
Lo que había visto del piso le había parecido amplio y luminoso, y el dormitorio seguía esas dos pautas. Una enorme cama ocupaba gran parte del espacio.
Las sábanas estaban arrugadas y revueltas, y daba la sensación de que aún conservaban el calor de la persona que había dormido entre ellas.
Con rapidez, apartó la mirada y tragó saliva un par de veces; tenía la sofocante sensación de que la doctora López no le quitaba la vista de encima mientras analizaba todas y cada una de las emociones que pasaban por su rostro.
Cada vez más turbada, Brittany señaló otra puerta que había en el interior de la habitación.
—¿Es ése el baño?—se dio cuenta de que sonaba falta de aliento y procuró dominarse.
Sin esperar la respuesta, se metió en el interior con la intención de poner la mayor distancia posible entre ellos, pero fue en vano.
La médico la siguió y se pegó tanto a ella que, aunque el cuarto de baño tenía buen tamaño, a Brittany le empezó a entrar claustrofobia.
—Por favor, doctora López, recuerde mi enfermedad. Necesito que corra el aire... ¿Podría alejarse un poco de mí?—suplicó, al borde del desmayo.
—¿Sabe? Creo que es la primera vez que me pide algo por favor...—su tono, suave y ronco, reverberó entre las paredes de mármol blanco y se introdujo en los oídos de Brittany como una caricia.
La rubia procuró ignorar el escalofrío que le había erizado cada poro de su cuerpo y se acercó a la enorme ducha de obra, construida con el mismo mármol blanco impoluto que revestía las paredes, la encimera y el suelo.
Se colocó encima del plato y trató de sonar profesional:
—¿Es éste el grifo defectuoso?
—En efecto. He procurado secarlo todo bien después de ducharme para que no se resbale.
Una vez más, aquella morena enervante la siguió hasta el interior de la ducha y se colocó casi pegado a su espalda. Aún olía al champú que había usado la médico esa mañana, y ese insignificante detalle le pareció tan tremendamente íntimo que empezó a sudar.
—No... no parece que le pase nada al grifo—sus dedos temblaban al deslizarlos por la brillante superficie cromada.
—Qué raro... esta mañana no paraba de gotear. Déjeme ver.
Extendió un brazo, colocó la mano en la llave y quedó tan cerca de ella que Brittany notó los pechos de la pelinegra contra su espalda.
Alarmada, se dio la vuelta con rapidez, pero sólo para quedar atrapada entre la pared de la ducha y el cuerpo de la doctora López.
—¡Aléjese de mí! —ordenó sin aliento.
La morena apoyó la otra mano al otro lado de su cabeza y preguntó con voz
perezosa:
—¿Y si no quiero?
—¡La denunciaré por acoso! No piense que soy una pobre portera indefensa; conozco mis derechos, tengo un amigo en la CNT que es abogado. Acabaré con su reputación y no le quedará otra que irse a la isla de Malpelo a ejercer la medicina.
Sus amenazas sonaron vacilantes incluso en sus propios oídos.
—Es usted una portera con una vasta cultura. Nunca había oído hablar de esa isla. ¿Por qué la llaman así? ¿Acaso sus habitantes son todos calvos?—susurró su acosadora con aparente interés, al tiempo que se inclinaba sobre ella hasta que su nariz le rozó el cuello, justo debajo del lóbulo de la oreja; entonces, aspiró con fuerza y cerró los ojos, embebido en el aroma de su piel.
¡Maldito fuera, una vez más había encontrado su punto débil a la primera!
Brittany permaneció muy quieta, procurando mantener al mínimo cualquier contacto con aquel cuerpo granítico, y respondió, jadeante:
—Tendrá ocasión de comprobarlo cuando la destinen ahí de por vida. Y tenga por seguro que lo harán si no me suelta en este mismo instante.
La seductora risa de la médica vibró contra su garganta, y un latigazo de deseo azotó a Brittany a traición, dejándola a su merced.
—Me arriesgaré a ese destino tan cruel—afirmó con voz ronca.
Con un suave movimiento, la doctora le quitó las gafas que habían resbalado por el puente de su nariz y se las guardó en el bolsillo, después enterró los dedos en el moño que aprisionaba los brillantes cabellos y, ya con menos delicadeza, tiró de la goma, pero, antes de que la rubia pudiera protestar, los labios de la morena se abatieron sobre la piel delicada de su cuello, codiciosos.
El cerebro de Brittany se quedó en blanco, y las pocas neuronas operativas que le quedaban se concentraron en cada centímetro de su epidermis donde
esa boca enloquecedora dejaba su rastro.
Por fin, esos labios ávidos abandonaron su cuello, pero sólo para atrapar su boca en un beso lleno de pasión.
Sin ser del todo consciente de sus actos, Brittany permitió que la lengua impaciente de la doctor retozara con la suya en un juego lujurioso, mientras las hábiles manos se deslizaban a lo largo de sus brazos, que permanecían caídos a lo largo de sus costados, en una lenta caricia.
Santana entrelazó los dedos con los suyos, le alzó las manos y la inmovilizó por completo contra la fría pared de la ducha, al tiempo que sus cuerpos, llenos de curvas, se pegaba a ella aún más.
Un gemido de deseo escapó de la garganta de Brittany, y fue ese mismo sonido el que la sacó de aquel estado de enajenación mental en el que las frenéticas caricias de la médica la habían sumido.
De repente, su tercer ojo percibió con tanta nitidez como si los tuviera frente a ella los rostros de las dos mujeres, una castaña claro y la otra castaña oscura, con las que el médico mantenía relaciones.
Luego, ese mismo ojo inmisericorde le mostró el aspecto infame que tenía con su disfraz de portera y, al verse a sí misma en su mente tal y como había salido aquella mañana de su casa, consiguió recuperar sus perdidas facultades mentales.
No había duda, se dijo.
Las apariencias engañaban una vez más y la circunspecta doctora López, en realidad, era una adicto al sexo.
Le daba igual si tenía enfrente a una belleza hollywoodense llena de glamur o a la hembra peluda del abominable hombre de las nieves; cualquier persona despertaba en la morena sus más bajos instintos.
Si viviera en Estados Unidos, la habrían recluido hacía tiempo en una de esas clínicas de desintoxicación por las que tantos famosos pasaban.
La mujer era una pervertida... una depredadora sexual... una sátira... una...
Apartó la boca de la suya y se revolvió entre sus brazos, al tiempo que golpeaba su pecho con los puños.
—¡Es usted una ninfómana!—gritó.
—¡Estate quieta, Brittany!
Santana había agarrado sus muñecas con fuerza para evitar que se hiciera daño, pero, al oír su nombre, dejó de debatirse en el acto y la miró boquiabierta.
—¿Cómo me ha llamado?
—Ya puedes dejar de fingir, Brittany—ordenó con sequedad—Sé perfectamente quién se esconde debajo de esa espantosa bata de flores.
A pesar de la descomunal excitación que la cercanía que esa mujer despertaba en ella, algo del enojo que sentía regresó con fuerza y, gracias a ello, consiguió dominar aquella acuciante necesidad de cogerla en brazos,
dejarla caer sobre su cama y repetir, punto por punto y coma por coma, hasta el último detalle de los acontecimientos de aquella noche inolvidable.
Santana sacudió la cabeza con fuerza en un intento de volver al presente y se dio cuenta de que la rubia la miraba aturdida, así que se obligó a apartar la mirada de aquellos labios trémulos, que mostraban el provocativo aspecto irritado y ligeramente hinchado de las bocas recién besadas, para evitar inclinarse de nuevo sobre ellos y devorarlos.
—Te habrás reído de mí con ganas, ¿no? Tú y tu hermana se lo deben de haber pasado de miedo a mi costa. ¿Qué pretendes con este engaño? Y te agradecería que me dijeras la verdad esta vez.
Brittany detectó tanta furia en los ojos oscuros que no pudo evitar que su voz temblara al suplicar:
—Te diré lo que quieras, pero, por favor, déjame salir de aquí. No... no puedo pensar si estás tan cerca.
Santana se apartó de la rubia con desgana, aunque no soltó su muñeca. La condujo hasta el salón y la obligó a sentarse en uno de los cómodos sillones de color piedra.
Ella se sentó a su lado, demasiado pegado para el gusto de Brittany, ya que el calor de aquel muslo sólido, tan cerca del suyo, le dificultaba la concentración.
—Tienes... tienes una casa preciosa...—trató de sonar serena y confiada, pero, una vez más, el ligero temblor de su voz la delató.
—Me alegro de que te guste. Mi hermana me ayudó a decorarla. Me gustan los espacios amplios, sin recargar, y los colores neutros. Y creo que con esto ya hemos tenido suficiente charla insustancial por hoy, así que, ¡venga, empieza a largar!
A pesar de la aspereza de sus palabras, seguía reteniendo entre las suyas la mano de Brittany.
De forma casi inconsciente, su pulgar empezó a acariciar la piel sensible del interior de la muñeca de piel blanca y sintió el latir acelerado de su pulso bajo su yema.
El delicado roce de ese dedo desencadenó un chispazo que viajó a la velocidad de la luz por todas las terminaciones nerviosas del cuerpo de Brittany, hasta concentrarse en sus pechos y entre sus muslos, generando una intensa descarga de deseo traidor.
—Será mejor que no... que no me toques—apartó la mano con suavidad—No sé qué pasa con tus dedos, hay algo extraño en ellos. Pensé que el suelo de tu piso estaría enmoquetado, pero ya veo que no es así.
A pesar de lo críptico de sus palabras, Santana pareció captar su significado
a la primera y una sonrisa de complacencia se extendió por su rostro.
—Si te sirve de consuelo, a mí me pasa algo parecido cada vez que me acerco a ti—satisfecha, observó el rubor que inundó de lleno sus mejillas y añadió—Y ahora, por favor, cuéntame por qué trabajas de portera y te ocultas bajo un disfraz esperpéntico.
Su instinto de supervivencia —agudizado al máximo desde que se enteró de la infidelidad de su marido— la advirtió de que no sería prudente contarle toda la verdad a Santana López, una mujer que le había demostrado ser una maestra a la hora de manipular su buen sentido, así que los engranajes de su mente trabajaron a toda máquina hasta encontrar una buena excusa, y tan sólo comentó que estaba escribiendo un libro y que había pensado que cambiar su vida por completo le ayudaría a encontrar una nueva perspectiva a la hora de estructurar su novela y dar un giro más profundo a sus personajes.
—Un poco drástico, ¿no? Además, eso de la portera ya lo he visto antes...—se quedó un rato pensativa—¡Ya recuerdo! Hay un libro de una portera y un japonés... No recuerdo el título ni el autor, pero la historia me pareció original.
—La elegancia del erizo, de Muriel Barbery.
—Sí. Ése. ¿No estarás pensando en plagiarlo?
Estaba sentado tan cerca que podía oler la deliciosa fragancia que tanto la había atormentado durante las últimas semanas.
Incapaz de despegar la mirada de la rubia, la contempló con avidez.
Con su bonito pelo suelto sobre los hombros, la sombra del bigote borrada por sus besos y los brillantes ojos azules liberados al fin de los antiestéticos cristales azules, pensó que era la mujer más preciosa que había visto nunca y, a pesar de que sentía que tenía motivos poderosos para estar furiosa con la más alta y era consciente de que lo más sensato sería mandarla a paseo con educada frialdad, no podía pensar en otra cosa que en hacerla suya una vez más.
Santana López no solía engañarse a sí misma.
No era una mujer de aspiraciones desmedidas, pero cuando quería algo no paraba hasta conseguirlo, y deseaba a esa mujer más de lo que había deseado nada en su vida, aunque se daba cuenta de que no estaba siendo del todo sincera con ella.
También era consciente de que corría serio peligro de enamorarse con locura, pero estaba dispuesta a arriesgarse.
Algo en su interior le decía que valdría la pena.
—No, no soy ninguna copiona—respondió, molesta.
De nuevo la doctora se vio obligado a contener una sonrisa; cada vez que Brittany abría la boca lo hacía reír.
—Mi novela es un thriller, lleno de acción, sangre y misterio, así que no tiene nada que ver.
La morena observó una vez más el aspecto, frágil y seductor, de aquel remedo de portera y comentó, divertida:
—Un thriller... ¡qué lástima! Pensé que sería una de esas historias eróticas que ahora están tan de moda y que a lo mejor tu protagonista estaría inspirado en mí.
Brittany desvió la mirada y carraspeó, turbada, pero, como si no se percatara de su incomodidad, la morena prosiguió:
—No sé por qué, pero creo que me ocultas algo... En fin, supongo que por el momento tendré que conformarme con esta explicación.
Una vez más, la médico observó el rubor que inundó sus mejillas y le alegró comprobar que, aunque la habilidad de Brittany para el camuflaje era notable, a la hora de mentir la pobre resultaba un cero a la izquierda.
Sin poder contenerse, alzó su barbilla con delicadeza y se inclinó de nuevo sobre esos labios sensuales; sin embargo, esta vez Brittany estaba preparada y se apartó en el acto.
—¡No quiero que me beses!—se puso en pie de un salto, como si el estar un nivel por encima de fuera a ayudarla a dominar la situación.
Sin hacer ningún amago de acercarse a ella, Santana apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y le dirigió una sonrisa lenta que multiplicó por nueve el temblor de las rodillas pálidas, mientras comentaba roncamente:
—Curioso, antes me ha dado la sensación de que disfrutabas bastante...
—¡Yo no he dicho que no me gusten tus besos!—al darse cuenta de lo que acababa de confesar, el rojo de sus mejillas adquirió un matiz chillón—Lo que pasa... lo que pasa es que no tengo ninguna intención de... de enrollarme con nadie.
—No te estoy proponiendo un rollo, Brittany. Es verdad que hemos empezado la casa por el tejado, aunque no puedo decir que me arrepienta en absoluto de ello.
De nuevo sus labios firmes esbozaron aquella perezosa sonrisa y, si los capilares de sus mejillas no hubieran alcanzado su límite de dilatación hacía rato, la pobre Brittany se habría puesto aún más colorada.
—Pero lo que quiero es tener una cita contigo. Deseo saber si te gusta la política o la moda; si te vuelve loca la paella o si prefieres el sushi; si odias la lluvia o, por el contrario, adoras bailar debajo de ella a la luz de la luna. En resumen: quiero conocerte en profundidad.
Sus palabras, envueltas en esa voz grave y acariciadora, se enroscaron a su alrededor como un encantamiento y, por un instante, Brittany sintió la tentación de decirle que sí, que a ella también le gustaría averiguar si prefería la noche al día; las películas de acción o las comedias románticas; si disfrutaba de una buena exposición de pintura o le iba más hacer senderismo por la sierra.
Pero, de pronto, se acordó de Sam; de cómo lo había amado casi desde que tuvo uso de razón, de la inmensa confianza que había depositado en él, y la manera en que su exmarido la había traicionado de la forma más dolorosa, y tuvo miedo.
Sabía que un hombre la había dañado, pero así era el amor, entonces al enamorarse de una mujer sería lo mismo.
Ambos eran los mismo.
Daño.
Habría temido a cualquier persona que le fuera con una proposición semejante, pero, además, considerando que bajo su aspecto equilibrado y fiable la doctora López ocultaba una adolescente libidinosa con triple ración de excitación y que en cuanto la tocaba ella se convertía en un patético ser sin voluntad, el miedo de Brittany se convirtió en terror.
—No—sacudió la cabeza, decidida—, No quiero seguir con esto. Lo nuestro fue un error. A pesar de lo que puedas pensar, no acostumbro a irme a la cama con una persona a la que acabo de conocer.
—Ya me conocías de antes—puntualizó la médico.
—Sí, claro, decir un: «Buenos días, doctora López o buenas tardes, doctora López » cuando te encuentras con alguien mientras barres la escalera te permite meterte hasta el corvejón en los vericuetos del alma de esa persona—se refugió en la ironía en un intento de sacudirse su nerviosismo—Mira, doctora...
—Santana—la interrumpió en el acto—Creo que lo que pasó entre nosotras te da derecho a llamarme por mi nombre de pila.
—Muy bien, Santana—la miró desafiante, a pesar de que notaba que su rostro seguía en llamas, y declaró con firmeza—Será mejor que nos olvidemos de aquella noche. No tengo ninguna intención de que se repita. Yo seguiré siendo la señora Santos para ti y tú serás la doctora López, la propietaria del 6.º derecha, para mí. Ahora lo mejor es que me vaya. Creo que lo de tu grifo ha sido una avería pasajera.
Se dirigió hacia la puerta con rapidez, pero antes de que pudiera salir la pelinegra la agarró de los hombros, la hizo girar con brusquedad y, arrinconándola contra la plancha de madera, se acercó a ella hasta que el calor de su cuerpo estuvo a punto de abrasarla.
Brittany temió que se repitiera el asalto que había tenido lugar en la ducha, ya que era consciente de que en esta ocasión tampoco sería capaz de resistirse; sin embargo, la morena se limitó a enmarcar su rostro entre las manos con inesperada dulzura, al tiempo que acariciaba su labio inferior con el pulgar.
—No... no me hagas esto—balbuceó, mirándolo suplicante.
Con los ardientes ojos castaños clavados en ella, la médico declaró:
—Sé que hay mucho más que no me has contado, Brittany, pero, créeme, lo averiguaré. Y, respecto a que no piensas repetir lo de aquella noche, sólo te digo una cosa: sé que cuando te toco pierdes la cabeza. A mí me ocurre lo mismo...—levanto un poco los pies y mordisqueó su labio inferior mientras la rubia cerraba los ojos y se abandonaba a sus caricias, temblorosa.
Al cabo de unos minutos, Santana alejo la cabeza de mala gana y prosiguió en el mismo tono, ronco y cautivador, que la ponía fuera de sí:
—Podría seducirte ahora mismo, sé que no te resistirías... sin embargo, no lo haré. Quiero que nos conozcamos mejor. Y te lo advierto: quizá no ocurrirá de inmediato, pero, más temprano que tarde, tú y yo volveremos a hacer el
amor.
En ese momento, se liberó de su abrazo con brusquedad, abrió la puerta y corrió escaleras abajo sin que la morena hiciera nada por retenerla.
Una operación que, en principio, no revestía gran dificultad se había complicado y se había alargado varias horas más de lo previsto.
Con rapidez, atravesó el vestíbulo de la finca en dirección al ascensor con un único pensamiento en mente: subir a su piso y darse una larga ducha caliente.
Oyó un ladrido, se volvió y descubrió a Pongo que se acercaba a ella meneando el rabo alegremente. Por unos instantes, permaneció inmóvil, mirándola muy sorprendida.
—Pongo, muchacho, ¿qué haces tú aquí solo?—se agachó y acarició al perro detrás de las orejas, lo que le valió una mirada de rendida adoración.
La médico miró a su alrededor, pero no encontró ni rastro de su hija ni de Mercedes, quien, de vez en cuando, aunque siempre a regañadientes, aceptaba sacar a pasear al animal si a Bree o a ella les resultaba imposible.
Extrañada, notó que la puerta de la portería estaba entreabierta y vio que el perro desaparecía con toda naturalidad en su interior.
Santana aguzó el oído y oyó el sonido de varias personas que trataban de hablar a la vez. Con una ligera sensación de incomodidad, se acercó a la puerta y permaneció escuchando.
—¡Les digo que no lo haré! Ya pueden venir todos de rodillas en fila india a suplicarme, que no pienso volver a hurgar en la apestosa basura del sospechoso. ¡Ni aunque me ofrecierais el mismísimo Koh-i-noor para hacerme una gargantilla destroza-cervicales!
A Santana le llevó un tiempo asociar aquella voz cautivadora con los ásperos gruñidos con los que le obsequiaba a la señora Santos habitualmente, y su matiz sedoso agitó memorias casi olvidadas que le pusieron la carne de gallina.
Los dedos le temblaban levemente al empujar la hoja de madera lo suficiente para ver sin ser vista.
En el pequeño salón de la portería estaban agolpadas lo que parecía un número excesivo de personas.
Recostada en un puf de espaldas a ella estaba su hija Bree, a la que reconoció por su larga melena oscura. Junto a ella descubrió a una mujer que lucía unos cabellos desordenados, a la que había pescado en más de una ocasión merodeando por las proximidades del edificio.
Recordó que había pensado en poner a su hija en guardia contra aquella mujer, pero con el lío que tenía en su cabeza en los últimos tiempos se había olvidado de ello por completo.
Frente a ella, sentadas en un sofá con pinta de incómodo, se encontraban su vecina, la señorita Sylvester, otra mujer que le sonaba vagamente y, a su lado...
¡Imposible!
Santana López se quedó clavada donde estaba, incapaz de asimilar lo que captaban sus pupilas.
Por un momento, pensó que la tensión de las últimas semanas le estaba pasando factura y que veía visiones producto de su mente enferma.
Sin embargo, sentada en el horrible sillón, con la horrible bata floreada, estaba la portera; pero, en vez de su horrible cara, su horrible moño tirante, las horribles gafas de cristales azulados y la espesa sombra del horrible bigote en su labio superior, era el rostro adorable de Brittany, que reía a carcajadas de algo que la hippie acababa de decir, lo que ahora contemplaba, estupefacta.
Santana notó que se le aflojaban las piernas y tuvo que aferrarse al pomo de la puerta para sujetarse.
Seguía sin aceptar lo que sus ojos le mostraban; pero, a pesar de que parpadeó varias veces y los cerró con fuerza durante un minuto completo, al abrirlos de nuevo, además de algunas manchas voladoras, la extraña criatura mitológica con el cuerpo de la señora Santos y la cabeza de Brittany seguía frente a ella, así que no le quedó más remedio que aceptarlo: Brittany, su Brittany, y la portera eran la misma persona.
Entonces Santana cayó en la cuenta de por qué la mujer que estaba a su lado le resultaba tan familiar; era la amiga que había acudido con su novia y con Brittany al congreso de Alcobendas.
Y justo en ese mismo instante, la médico se percató de la presencia de otra mujer más sentada en el suelo en la postura de un yogui hindú.
Sin duda era la misma chica a la que confundió con Brittany cuando vigilaba el que creía que era el portal de su casa.
¡Otra que le había mentido con descaro y la había tomado por idiota!
Apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
De pronto, le entraron unas ganas irresistibles de entrar ahí dentro, agarrar a Brittany por los hombros y sacudirla hasta descolocar todos y cada uno de los huesos de su embustera persona, pero la médico —que al fin y al cabo era una mujer práctica, poco dado a las escenas dramáticas— logró dominar
sus instintos asesinos mientras su mente racional empezaba a elaborar a toda velocidad un plan que le permitiera estar a solas con la rubia cuando le exigiera explicaciones.
Ra rubia se rio de nuevo y Santana se quedó sin aliento.
¡Qué guapa era!
En eso, el recuerdo que guardaba no había exagerado ni un poquito.
A pesar de la bata informe que la cubría, su melena color amarrilla, suelta sobre los hombros, acompañaba cada uno de sus movimientos igual que un
vistoso eco, y la doctora López recordó la suavidad de aquellos brillantes mechones cuando los tuvo enredados entre los dedos.
Al mirarla, no podía pensar en otra cosa que en encerrarla de nuevo entre sus brazos y no dejarla escapar nunca más mientras le hacía el amor, una y otra vez, hasta someter su voluntad por completo.
Sin embargo, por ahora debía ignorar sus bajos instintos, se dijo, si no quería volver a sufrir como una idiota.
Antes tenía que averiguar qué clase de juego se traía esa...esa arpía farsante entre manos, y qué lugar ocupaba en sus extraños planes.
Saltaba a la vista que Brittany no era una portera de verdad.
De pronto, un pensamiento inquietante surgió en su mente: a lo mejor había adoptado ese disfraz para esconderse de algo o de alguien.
Sólo de pensar que alguna persona quisiera hacerle daño, a Santana le hirvió la sangre, aunque en seguida empezó a plantearse nuevas preguntas aún más sombrías.
¿Y si, tal vez, era una de esas mujeres que coleccionaba experiencias como otros coleccionaban latas de refrescos exóticos?
En realidad, lo único que sabía de manera fehaciente era que todo en la rubia era un engaño, una mentira.
A lo mejor no era más que la última conquista de una larga lista... pero ¿quién decía que ni siquiera fuese la última?
¿Cuántos incautos más habrían caído en sus redes después de ella?
Sus elucubraciones la estaban poniendo tan enferma que, sin querer, golpeó la puerta con el puño.
—Esperen, ¿están llamando? Me ha parecido oír un golpe—la mirada de Brittany se volvió hacia la puerta, y tuvo el tiempo justo para echarse hacia atrás y evitar que la pescara espiando—Voy a ver.
Brittany se asomó a la puerta y miró a derecha y a izquierda, pero no vio a nadie, así que se encogió de hombros, regresó adentro y cerró la puerta a su espalda.
De perfil detrás de la columna de escayola blanca imitando mármol que adornaba el portal, la médico percibía el apresurado latir de su corazón.
¡Se había librado por los pelos de ser descubierta!
Anduvo sobre las puntas de los pies para no hacer ruido y decidió subir por la escalera en vez de hacerlo por el ascensor.
Brittany no debía enterarse antes de tiempo de que conocía su secreto; esta vez, sería la directora de esa comedia bufa en la que, hasta el momento, el único papel que había desempeñado había sido el de tonto útil.
El esfuerzo de subir doce tramos de escalera a toda velocidad aclaró un poco la confusión que reinaba en su cerebro y, más tarde, la ducha despejó su mente por completo.
¡Brittany y la espeluznante señora Santos eran la misma persona!
Mientras el chorro caliente relajaba poco a poco sus músculos agarrotados, Santana se dijo que debía andarse con cuidado.
La sensación de euforia que lo embargaba desde que había encontrado a Brittany le preocupaba; no debería sentir semejante alegría por volver a verla
cuando la ojiazul, desde el principio, lo único que había hecho había sido burlarse de ella.
La había utilizado, se recordó, había usado su cuerpo con indiferencia.
Esa portera impostora le había hecho sentirse como una de esos pañuelos de usar y tirar, lo había humillado sin piedad y, a juzgar por lo feliz que se la veía hacía unos minutos, no sentía por ello ni pizca de remordimientos.
De pronto, imágenes de cómo Brittany había abusado de ella se proyectaron en su mente.
La forma en que esos dedos curiosos habían acariciado hasta el último rincón de su piel; sus labios, llenos y suaves, que se habían pegado a su boca con avidez, y, luego, esos mismos labios enloquecedores que habían recorrido su rostro, su cuello, su pecho, como si desearan aprenderse la orografía de su cuerpo de memoria...
Soltó un gemido y dio un par de vueltas más al grifo del agua fría.
En cuanto se hubo aclarado bien, salió de la ducha y se secó con una toalla que después enrolló alrededor de su pecho. Abrió la puerta del baño, dejando que se escapase el espeso vaho que enturbiaba el interior, y se tumbó sobre la cama con los brazos detrás de la nuca, en su posición favorita cuando necesitaba concentrarse en algo que la preocupaba.
«Está bien—soliloquió—Puedo aceptar que me utilice de vez en cuando, soy una persona adulta y puedo manejarlo, es más, quizá hasta le
coja el gustillo... ¡Al demonio! No sé a quién pretendo engañar. Esa mujer me ha embrujado. Debió de verter unos polvos mágicos en mi copa aquella noche o esa droga que anula la voluntad y te vuelve una esclava. Pero no le
daré el gusto de saber que me ha sorbido el seso hasta ese punto, a partir de ahora seré yo quien controle esta... esta... esta cosa que ha crecido dentro de mí. Y ya veremos quién ríe al último.»
Tras soltar un desganado «ja, ja» en voz alta, la médico siguió dándole vueltas a un plan que le permitiera enfrentarse a Brittany a solas, de forma que pudiera decirle a la cara y sin interrupciones lo que realmente pensaba de ella.
Los dedos de Brittany volaban sobre el teclado en un arrebato de inspiración.
La escena del asesinato con el cortapizza le estaba quedando bordada.
El homicida había necesitado tres pasadas por el cuello de su víctima con la afilada ruedecilla hasta que, por fin, logró seccionarle la carótida. Eso sí, había puesto perdida la cocina de la pequeña granja donde se desarrollaban los luctuosos hechos y le iba a costar Dios y ayuda eliminar las huellas de sangre de su ropa.
Tras decidir que el malvado asesino en serie se desharía de las prendas manchadas quemándolas en la chimenea, a Brittany se le presentaba un nuevo dilema: qué se pondría después el chapucero psicópata, habida cuenta de que la mujer a la que acababa de liquidar vivía sola y apenas alcanzaba los ciento cincuenta y cinco centímetros de estatura, mientras que él, descalzo, medía casi dos metros.
—¡Ejem!
Brittany estaba tan concentrada que dio un violento respingo en la silla y se llevó ambas manos a su desbocado corazón.
Frente a ella estaba la propietaria del 6.º derecha mirándola con cara de pocos amigos.
A toda prisa, se puso las gafas que se había quitado para ver bien la pantalla y se enfrentó a la morena con su ceño más amenazador.
—¡Casi me mata del susto!—le reprochó con aspereza.
—¿No debería estar más atenta a quién entra y quién sale de la finca, señora Santos? Estaba usted tan abstraída con su ordenador que una pandilla de ucranianos revienta-pisos podrían haber pasado delante de usted armados con ganzúas y barras de hierro y usted no se habría enterado—replicó la recién llegada, sarcástica.
—Por supuesto que estaba atenta, yo siempre estoy ojo avizor, así que no me diga cómo tengo que hacer mi trabajo—se defendió de malos modos—Yo no le digo a usted si tiene que rematar las suturas de sus pacientes con un nudo en ocho o con un nudo culo de puerco, ¿no?
A Santana le costó ocultar la sonrisa que pugnaba por asomarse a sus labios.
Debía reconocer que era graciosa la condenada, y que ejecutaba a la perfección su papel de portera intratable.
Mientras estaba tan concentrada en lo que quisiera que fuera lo que estaba escribiendo en su portátil, había podido observarla con detenimiento.
De su moño, ese día no tan tirante, se había escapado un mechón y sus dedos cosquilleaban ansiosos por retirarlo de su rostro.
Las pestañas, largas y rubias, sombreaban sus mejillas algo pálidas y había tenido un atisbo de los preciosos iris azules antes de que se pusiera las gafas.
El disfraz de Brittany era sencillo y perfecto, pensado al detalle para que nadie se parase a mirarla dos veces.
Ahora, mientras hablaba, las pupilas de la médico se clavaron de lleno en esa boca de labios que la sombra del bigote no conseguía desfigurar.
—Para ser una portera tiene usted unos extensos conocimientos sobre informática y nudos marineros. Curioso—comentó sin apartar la mirada de sus labios.
Al sentir aquellos cálidos ojos castaños fijos en su boca, Brittany se revolvió, incómoda, pero trató de ocultar su turbación y respondió con impertinencia:
—¿Qué pasa, es usted tan clasista que cree que una humilde portera como yo está obligada a ser una ignorante?
En seguida, recogió velas.
En su mente, la señora Santos era, en efecto, una portera ignorante y cazurra, así que, si no quería perder credibilidad, sería mejor que no se saliera del guion.
—Sin embargo, reconozco que estos trastos son un invento diabólico. Un sobrino me ha pedido que se lo guardara y confieso que, por un instante, me he visto tentada por El Buscaminas, pero no piense ni por un minuto que voy a enredar en el internés ese. Ni hablar. Eso es sólo para pecadores, pederastas, asesinos en serie y golfos de distinto pelaje.
—Así que El Buscaminas, ¿eh? Sí, reconozco que es un juego adictivo—Santana, a su pesar, se lo estaba pasando en grande.
—Y hay que pensar mucho, no crea. No es para tontos—puntualizó la portera con un gesto de suficiencia.
—Su inteligencia y... otras cosas saltan a la vista, señora Santos—respondió la médico, al tiempo que se acodaba sobre el mostrador de madera de la garita y acercaba tanto su rostro al de la rubia que, sobresaltada.
Brittany echó la silla hacia atrás en el acto, lo que produjo un desagradable chirrido.
—Perdone, por unos segundos me había olvidado de que padece usted de afenfosfobia—se disculpó, sardónica, sin hacer ni el más mínimo intento de alejarse.
—¿Puede saberse qué es lo que quiere?
La actitud insolente de la médico, tan alejada de su comportamiento habitual, la estaba poniendo nerviosa.
—Necesito que suba este sábado a echar un vistazo al grifo de mi ducha. Gotea. Me ha comentado la señorita Sylvester que es usted una experta en este tipo de averías—los ojos oscuros se deslizaron acariciadores por su rostro, y la pobre Brittany notó que empezaba a hiperventilar.
—El sábado es mi día libre—protestó—¡Ni que fuera una esclava!
—Mmm, una esclava... No, por desgracia los tiempos de los amos y los esclavos ya pasaron.
El tono que empleó, ronco y sensual, provocó una salvaje oleada de rubor que engulló el rostro de Brittany sin que ella pudiera evitarlo.
«¿Qué demonios le ocurre a esta mujer?—se preguntó, víctima de una fuerte taquicardia—Definitivamente, es una pervertida.»
No encontró otra manera de explicar que un tipo como la doctora López le lanzara insinuaciones sexuales a una mujer como la señora Santos.
—Verá—se separó del mostrador y se irguió de nuevo con una expresión tan indiferente que Brittany dudó una vez más y se preguntó si su mente calenturienta habría imaginado lo anterior—, Necesito estar presente para explicarle unas cosas y sólo puedo hacerlo durante el fin de semana. Le prometo que no le llevará mucho tiempo y le daré una buena propina.
La falsa portera reconsideró la cuestión con desgana.
—Está bien, estaré ahí a las diez. Pero no se acostumbre. Mi turno de trabajo ya es lo suficientemente largo sin tener que hacer horas extra. Por cierto—miró su reloj y cerró la tapa del portátil de golpe—, He terminado por hoy. Buenas tardes, doctora López.
Se levantó y desapareció a toda prisa tras la puerta de la portería, mientras Santana permanecía con los ojos clavados en esa misma puerta, luchando contra las ganas de seguirla.
Un rato después, sacudió la cabeza, se dirigió hacia el ascensor y se encontró deseando que llegara el sábado con una expectación que hacía mucho que no sentía.
El sábado, a las diez en punto, Brittany pulsó con decisión el timbre del 6º derecha.
Llevaba el moño más tirante que nunca y había extendido una capa doble de sombra de ojos sobre su labio superior.
A los pocos segundos, la doctora López, descalza, con el cabello aún húmedo de la ducha, unos vaqueros desgastados y una vieja camiseta oscura desteñida por los continuos lavados que ponía de relieve la forma de sus pechos y sus brazos, abrió la puerta y la invitó a pasar.
Era la primera vez que Brittany la veía vestido de manera tan informal y, con una respuesta más condicionada que la del perro de Pavlov, empezó a salivar.
—Buenos días—saludó la señora Santos, desabrida—¿No está Mercedes?
—Mercedes no trabaja los fines de semana.
—¿Y Bree?—preguntó, inquieta, mientras la médico la conducía por el pasillo.
—Bree se quedó ayer por la noche a dormir en casa de una amiga.
—¿Pongo tampoco está?—las palabras le salieron ligeramente temblorosas.
—Tampoco, y antes de que siga preguntando, le diré que no hay nadie más en la casa. A la amiga de mi hija le encantan los perros y en sus invitaciones los incluye siempre a ambos. Hoy estamos solitas.
Brittany detectó la burla sutil que se ocultaba tras los ojos castaños y se sintió aún más intranquila.
Sin querer, se mordió el labio inferior, preocupada, y notó que las pupilas de la doctora seguían su gesto con avidez.
—Bien, no tengo todo el día. ¿Dónde está ese grifo goteante?
Las comisuras de la boca de la doctora subieron hacia arriba en una casi imperceptible sonrisa, al tiempo que abría una de las puertas y se hacía a un lado para dejarla pasar, aunque dejó tan poco espacio que Brittany no pudo evitar que sus cuerpos se rozaran cuando entró en el dormitorio.
El corazón empezó a latirle en el pecho con tanta fuerza que temió que la mujer que estaba a su lado pudiera oírla.
En un intento por recobrar la serenidad, inspiró hondo y miró a su alrededor con curiosidad.
Lo que había visto del piso le había parecido amplio y luminoso, y el dormitorio seguía esas dos pautas. Una enorme cama ocupaba gran parte del espacio.
Las sábanas estaban arrugadas y revueltas, y daba la sensación de que aún conservaban el calor de la persona que había dormido entre ellas.
Con rapidez, apartó la mirada y tragó saliva un par de veces; tenía la sofocante sensación de que la doctora López no le quitaba la vista de encima mientras analizaba todas y cada una de las emociones que pasaban por su rostro.
Cada vez más turbada, Brittany señaló otra puerta que había en el interior de la habitación.
—¿Es ése el baño?—se dio cuenta de que sonaba falta de aliento y procuró dominarse.
Sin esperar la respuesta, se metió en el interior con la intención de poner la mayor distancia posible entre ellos, pero fue en vano.
La médico la siguió y se pegó tanto a ella que, aunque el cuarto de baño tenía buen tamaño, a Brittany le empezó a entrar claustrofobia.
—Por favor, doctora López, recuerde mi enfermedad. Necesito que corra el aire... ¿Podría alejarse un poco de mí?—suplicó, al borde del desmayo.
—¿Sabe? Creo que es la primera vez que me pide algo por favor...—su tono, suave y ronco, reverberó entre las paredes de mármol blanco y se introdujo en los oídos de Brittany como una caricia.
La rubia procuró ignorar el escalofrío que le había erizado cada poro de su cuerpo y se acercó a la enorme ducha de obra, construida con el mismo mármol blanco impoluto que revestía las paredes, la encimera y el suelo.
Se colocó encima del plato y trató de sonar profesional:
—¿Es éste el grifo defectuoso?
—En efecto. He procurado secarlo todo bien después de ducharme para que no se resbale.
Una vez más, aquella morena enervante la siguió hasta el interior de la ducha y se colocó casi pegado a su espalda. Aún olía al champú que había usado la médico esa mañana, y ese insignificante detalle le pareció tan tremendamente íntimo que empezó a sudar.
—No... no parece que le pase nada al grifo—sus dedos temblaban al deslizarlos por la brillante superficie cromada.
—Qué raro... esta mañana no paraba de gotear. Déjeme ver.
Extendió un brazo, colocó la mano en la llave y quedó tan cerca de ella que Brittany notó los pechos de la pelinegra contra su espalda.
Alarmada, se dio la vuelta con rapidez, pero sólo para quedar atrapada entre la pared de la ducha y el cuerpo de la doctora López.
—¡Aléjese de mí! —ordenó sin aliento.
La morena apoyó la otra mano al otro lado de su cabeza y preguntó con voz
perezosa:
—¿Y si no quiero?
—¡La denunciaré por acoso! No piense que soy una pobre portera indefensa; conozco mis derechos, tengo un amigo en la CNT que es abogado. Acabaré con su reputación y no le quedará otra que irse a la isla de Malpelo a ejercer la medicina.
Sus amenazas sonaron vacilantes incluso en sus propios oídos.
—Es usted una portera con una vasta cultura. Nunca había oído hablar de esa isla. ¿Por qué la llaman así? ¿Acaso sus habitantes son todos calvos?—susurró su acosadora con aparente interés, al tiempo que se inclinaba sobre ella hasta que su nariz le rozó el cuello, justo debajo del lóbulo de la oreja; entonces, aspiró con fuerza y cerró los ojos, embebido en el aroma de su piel.
¡Maldito fuera, una vez más había encontrado su punto débil a la primera!
Brittany permaneció muy quieta, procurando mantener al mínimo cualquier contacto con aquel cuerpo granítico, y respondió, jadeante:
—Tendrá ocasión de comprobarlo cuando la destinen ahí de por vida. Y tenga por seguro que lo harán si no me suelta en este mismo instante.
La seductora risa de la médica vibró contra su garganta, y un latigazo de deseo azotó a Brittany a traición, dejándola a su merced.
—Me arriesgaré a ese destino tan cruel—afirmó con voz ronca.
Con un suave movimiento, la doctora le quitó las gafas que habían resbalado por el puente de su nariz y se las guardó en el bolsillo, después enterró los dedos en el moño que aprisionaba los brillantes cabellos y, ya con menos delicadeza, tiró de la goma, pero, antes de que la rubia pudiera protestar, los labios de la morena se abatieron sobre la piel delicada de su cuello, codiciosos.
El cerebro de Brittany se quedó en blanco, y las pocas neuronas operativas que le quedaban se concentraron en cada centímetro de su epidermis donde
esa boca enloquecedora dejaba su rastro.
Por fin, esos labios ávidos abandonaron su cuello, pero sólo para atrapar su boca en un beso lleno de pasión.
Sin ser del todo consciente de sus actos, Brittany permitió que la lengua impaciente de la doctor retozara con la suya en un juego lujurioso, mientras las hábiles manos se deslizaban a lo largo de sus brazos, que permanecían caídos a lo largo de sus costados, en una lenta caricia.
Santana entrelazó los dedos con los suyos, le alzó las manos y la inmovilizó por completo contra la fría pared de la ducha, al tiempo que sus cuerpos, llenos de curvas, se pegaba a ella aún más.
Un gemido de deseo escapó de la garganta de Brittany, y fue ese mismo sonido el que la sacó de aquel estado de enajenación mental en el que las frenéticas caricias de la médica la habían sumido.
De repente, su tercer ojo percibió con tanta nitidez como si los tuviera frente a ella los rostros de las dos mujeres, una castaña claro y la otra castaña oscura, con las que el médico mantenía relaciones.
Luego, ese mismo ojo inmisericorde le mostró el aspecto infame que tenía con su disfraz de portera y, al verse a sí misma en su mente tal y como había salido aquella mañana de su casa, consiguió recuperar sus perdidas facultades mentales.
No había duda, se dijo.
Las apariencias engañaban una vez más y la circunspecta doctora López, en realidad, era una adicto al sexo.
Le daba igual si tenía enfrente a una belleza hollywoodense llena de glamur o a la hembra peluda del abominable hombre de las nieves; cualquier persona despertaba en la morena sus más bajos instintos.
Si viviera en Estados Unidos, la habrían recluido hacía tiempo en una de esas clínicas de desintoxicación por las que tantos famosos pasaban.
La mujer era una pervertida... una depredadora sexual... una sátira... una...
Apartó la boca de la suya y se revolvió entre sus brazos, al tiempo que golpeaba su pecho con los puños.
—¡Es usted una ninfómana!—gritó.
—¡Estate quieta, Brittany!
Santana había agarrado sus muñecas con fuerza para evitar que se hiciera daño, pero, al oír su nombre, dejó de debatirse en el acto y la miró boquiabierta.
—¿Cómo me ha llamado?
—Ya puedes dejar de fingir, Brittany—ordenó con sequedad—Sé perfectamente quién se esconde debajo de esa espantosa bata de flores.
A pesar de la descomunal excitación que la cercanía que esa mujer despertaba en ella, algo del enojo que sentía regresó con fuerza y, gracias a ello, consiguió dominar aquella acuciante necesidad de cogerla en brazos,
dejarla caer sobre su cama y repetir, punto por punto y coma por coma, hasta el último detalle de los acontecimientos de aquella noche inolvidable.
Santana sacudió la cabeza con fuerza en un intento de volver al presente y se dio cuenta de que la rubia la miraba aturdida, así que se obligó a apartar la mirada de aquellos labios trémulos, que mostraban el provocativo aspecto irritado y ligeramente hinchado de las bocas recién besadas, para evitar inclinarse de nuevo sobre ellos y devorarlos.
—Te habrás reído de mí con ganas, ¿no? Tú y tu hermana se lo deben de haber pasado de miedo a mi costa. ¿Qué pretendes con este engaño? Y te agradecería que me dijeras la verdad esta vez.
Brittany detectó tanta furia en los ojos oscuros que no pudo evitar que su voz temblara al suplicar:
—Te diré lo que quieras, pero, por favor, déjame salir de aquí. No... no puedo pensar si estás tan cerca.
Santana se apartó de la rubia con desgana, aunque no soltó su muñeca. La condujo hasta el salón y la obligó a sentarse en uno de los cómodos sillones de color piedra.
Ella se sentó a su lado, demasiado pegado para el gusto de Brittany, ya que el calor de aquel muslo sólido, tan cerca del suyo, le dificultaba la concentración.
—Tienes... tienes una casa preciosa...—trató de sonar serena y confiada, pero, una vez más, el ligero temblor de su voz la delató.
—Me alegro de que te guste. Mi hermana me ayudó a decorarla. Me gustan los espacios amplios, sin recargar, y los colores neutros. Y creo que con esto ya hemos tenido suficiente charla insustancial por hoy, así que, ¡venga, empieza a largar!
A pesar de la aspereza de sus palabras, seguía reteniendo entre las suyas la mano de Brittany.
De forma casi inconsciente, su pulgar empezó a acariciar la piel sensible del interior de la muñeca de piel blanca y sintió el latir acelerado de su pulso bajo su yema.
El delicado roce de ese dedo desencadenó un chispazo que viajó a la velocidad de la luz por todas las terminaciones nerviosas del cuerpo de Brittany, hasta concentrarse en sus pechos y entre sus muslos, generando una intensa descarga de deseo traidor.
—Será mejor que no... que no me toques—apartó la mano con suavidad—No sé qué pasa con tus dedos, hay algo extraño en ellos. Pensé que el suelo de tu piso estaría enmoquetado, pero ya veo que no es así.
A pesar de lo críptico de sus palabras, Santana pareció captar su significado
a la primera y una sonrisa de complacencia se extendió por su rostro.
—Si te sirve de consuelo, a mí me pasa algo parecido cada vez que me acerco a ti—satisfecha, observó el rubor que inundó de lleno sus mejillas y añadió—Y ahora, por favor, cuéntame por qué trabajas de portera y te ocultas bajo un disfraz esperpéntico.
Su instinto de supervivencia —agudizado al máximo desde que se enteró de la infidelidad de su marido— la advirtió de que no sería prudente contarle toda la verdad a Santana López, una mujer que le había demostrado ser una maestra a la hora de manipular su buen sentido, así que los engranajes de su mente trabajaron a toda máquina hasta encontrar una buena excusa, y tan sólo comentó que estaba escribiendo un libro y que había pensado que cambiar su vida por completo le ayudaría a encontrar una nueva perspectiva a la hora de estructurar su novela y dar un giro más profundo a sus personajes.
—Un poco drástico, ¿no? Además, eso de la portera ya lo he visto antes...—se quedó un rato pensativa—¡Ya recuerdo! Hay un libro de una portera y un japonés... No recuerdo el título ni el autor, pero la historia me pareció original.
—La elegancia del erizo, de Muriel Barbery.
—Sí. Ése. ¿No estarás pensando en plagiarlo?
Estaba sentado tan cerca que podía oler la deliciosa fragancia que tanto la había atormentado durante las últimas semanas.
Incapaz de despegar la mirada de la rubia, la contempló con avidez.
Con su bonito pelo suelto sobre los hombros, la sombra del bigote borrada por sus besos y los brillantes ojos azules liberados al fin de los antiestéticos cristales azules, pensó que era la mujer más preciosa que había visto nunca y, a pesar de que sentía que tenía motivos poderosos para estar furiosa con la más alta y era consciente de que lo más sensato sería mandarla a paseo con educada frialdad, no podía pensar en otra cosa que en hacerla suya una vez más.
Santana López no solía engañarse a sí misma.
No era una mujer de aspiraciones desmedidas, pero cuando quería algo no paraba hasta conseguirlo, y deseaba a esa mujer más de lo que había deseado nada en su vida, aunque se daba cuenta de que no estaba siendo del todo sincera con ella.
También era consciente de que corría serio peligro de enamorarse con locura, pero estaba dispuesta a arriesgarse.
Algo en su interior le decía que valdría la pena.
—No, no soy ninguna copiona—respondió, molesta.
De nuevo la doctora se vio obligado a contener una sonrisa; cada vez que Brittany abría la boca lo hacía reír.
—Mi novela es un thriller, lleno de acción, sangre y misterio, así que no tiene nada que ver.
La morena observó una vez más el aspecto, frágil y seductor, de aquel remedo de portera y comentó, divertida:
—Un thriller... ¡qué lástima! Pensé que sería una de esas historias eróticas que ahora están tan de moda y que a lo mejor tu protagonista estaría inspirado en mí.
Brittany desvió la mirada y carraspeó, turbada, pero, como si no se percatara de su incomodidad, la morena prosiguió:
—No sé por qué, pero creo que me ocultas algo... En fin, supongo que por el momento tendré que conformarme con esta explicación.
Una vez más, la médico observó el rubor que inundó sus mejillas y le alegró comprobar que, aunque la habilidad de Brittany para el camuflaje era notable, a la hora de mentir la pobre resultaba un cero a la izquierda.
Sin poder contenerse, alzó su barbilla con delicadeza y se inclinó de nuevo sobre esos labios sensuales; sin embargo, esta vez Brittany estaba preparada y se apartó en el acto.
—¡No quiero que me beses!—se puso en pie de un salto, como si el estar un nivel por encima de fuera a ayudarla a dominar la situación.
Sin hacer ningún amago de acercarse a ella, Santana apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y le dirigió una sonrisa lenta que multiplicó por nueve el temblor de las rodillas pálidas, mientras comentaba roncamente:
—Curioso, antes me ha dado la sensación de que disfrutabas bastante...
—¡Yo no he dicho que no me gusten tus besos!—al darse cuenta de lo que acababa de confesar, el rojo de sus mejillas adquirió un matiz chillón—Lo que pasa... lo que pasa es que no tengo ninguna intención de... de enrollarme con nadie.
—No te estoy proponiendo un rollo, Brittany. Es verdad que hemos empezado la casa por el tejado, aunque no puedo decir que me arrepienta en absoluto de ello.
De nuevo sus labios firmes esbozaron aquella perezosa sonrisa y, si los capilares de sus mejillas no hubieran alcanzado su límite de dilatación hacía rato, la pobre Brittany se habría puesto aún más colorada.
—Pero lo que quiero es tener una cita contigo. Deseo saber si te gusta la política o la moda; si te vuelve loca la paella o si prefieres el sushi; si odias la lluvia o, por el contrario, adoras bailar debajo de ella a la luz de la luna. En resumen: quiero conocerte en profundidad.
Sus palabras, envueltas en esa voz grave y acariciadora, se enroscaron a su alrededor como un encantamiento y, por un instante, Brittany sintió la tentación de decirle que sí, que a ella también le gustaría averiguar si prefería la noche al día; las películas de acción o las comedias románticas; si disfrutaba de una buena exposición de pintura o le iba más hacer senderismo por la sierra.
Pero, de pronto, se acordó de Sam; de cómo lo había amado casi desde que tuvo uso de razón, de la inmensa confianza que había depositado en él, y la manera en que su exmarido la había traicionado de la forma más dolorosa, y tuvo miedo.
Sabía que un hombre la había dañado, pero así era el amor, entonces al enamorarse de una mujer sería lo mismo.
Ambos eran los mismo.
Daño.
Habría temido a cualquier persona que le fuera con una proposición semejante, pero, además, considerando que bajo su aspecto equilibrado y fiable la doctora López ocultaba una adolescente libidinosa con triple ración de excitación y que en cuanto la tocaba ella se convertía en un patético ser sin voluntad, el miedo de Brittany se convirtió en terror.
—No—sacudió la cabeza, decidida—, No quiero seguir con esto. Lo nuestro fue un error. A pesar de lo que puedas pensar, no acostumbro a irme a la cama con una persona a la que acabo de conocer.
—Ya me conocías de antes—puntualizó la médico.
—Sí, claro, decir un: «Buenos días, doctora López o buenas tardes, doctora López » cuando te encuentras con alguien mientras barres la escalera te permite meterte hasta el corvejón en los vericuetos del alma de esa persona—se refugió en la ironía en un intento de sacudirse su nerviosismo—Mira, doctora...
—Santana—la interrumpió en el acto—Creo que lo que pasó entre nosotras te da derecho a llamarme por mi nombre de pila.
—Muy bien, Santana—la miró desafiante, a pesar de que notaba que su rostro seguía en llamas, y declaró con firmeza—Será mejor que nos olvidemos de aquella noche. No tengo ninguna intención de que se repita. Yo seguiré siendo la señora Santos para ti y tú serás la doctora López, la propietaria del 6.º derecha, para mí. Ahora lo mejor es que me vaya. Creo que lo de tu grifo ha sido una avería pasajera.
Se dirigió hacia la puerta con rapidez, pero antes de que pudiera salir la pelinegra la agarró de los hombros, la hizo girar con brusquedad y, arrinconándola contra la plancha de madera, se acercó a ella hasta que el calor de su cuerpo estuvo a punto de abrasarla.
Brittany temió que se repitiera el asalto que había tenido lugar en la ducha, ya que era consciente de que en esta ocasión tampoco sería capaz de resistirse; sin embargo, la morena se limitó a enmarcar su rostro entre las manos con inesperada dulzura, al tiempo que acariciaba su labio inferior con el pulgar.
—No... no me hagas esto—balbuceó, mirándolo suplicante.
Con los ardientes ojos castaños clavados en ella, la médico declaró:
—Sé que hay mucho más que no me has contado, Brittany, pero, créeme, lo averiguaré. Y, respecto a que no piensas repetir lo de aquella noche, sólo te digo una cosa: sé que cuando te toco pierdes la cabeza. A mí me ocurre lo mismo...—levanto un poco los pies y mordisqueó su labio inferior mientras la rubia cerraba los ojos y se abandonaba a sus caricias, temblorosa.
Al cabo de unos minutos, Santana alejo la cabeza de mala gana y prosiguió en el mismo tono, ronco y cautivador, que la ponía fuera de sí:
—Podría seducirte ahora mismo, sé que no te resistirías... sin embargo, no lo haré. Quiero que nos conozcamos mejor. Y te lo advierto: quizá no ocurrirá de inmediato, pero, más temprano que tarde, tú y yo volveremos a hacer el
amor.
En ese momento, se liberó de su abrazo con brusquedad, abrió la puerta y corrió escaleras abajo sin que la morena hiciera nada por retenerla.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =
DHola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,...
definitivamente san tiene la zarten por el mango y britt se esta quemando muy lentamente jajaja
bueno no duro mucho la farsa de britt con san jajaja,.. digamos que tampoco no eran muy cuidadosas,..
nos vemos!!
definitivamente san tiene la zarten por el mango y britt se esta quemando muy lentamente jajaja
bueno no duro mucho la farsa de britt con san jajaja,.. digamos que tampoco no eran muy cuidadosas,..
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Vaya forma de enterarse !!!!! Además del plan de la morena, pero ya era necesario que se supiera o se volvieran a encontrar. Solo que ambas siguen pensando cosas que no son, Britt que la doctora es una adicta al sexo jajajajaja
Y San que la rubia sólo jugo con ella además de que sabe que le sigue ocultando algo. Sin embargo que ya sepa su identidad es un gran paso!
Ahora no creó que la morena se rinda con esa rubia tan terca!
Y San que la rubia sólo jugo con ella además de que sabe que le sigue ocultando algo. Sin embargo que ya sepa su identidad es un gran paso!
Ahora no creó que la morena se rinda con esa rubia tan terca!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Vaya, bastante descuidadas las chicas de la porteria, ahora que San descubrio todo, las cosas se ponen buenas!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,...
definitivamente san tiene la zarten por el mango y britt se esta quemando muy lentamente jajaja
bueno no duro mucho la farsa de britt con san jajaja,.. digamos que tampoco no eran muy cuidadosas,..
nos vemos!!
Hola lu, si! ahora si q si tiene las cosas a su favor ajajajajajaja Jajajajaj y la rubia no tiene idea de nada y como bn dices, se esta quemando lentamente xD jajajajaja. Jajaja nop XD y la vrdd era poco probable q lo fuera xD jajajajajaj eso mismo pienso yo ajajjaja. Saludos =D
JVM escribió:Vaya forma de enterarse !!!!! Además del plan de la morena, pero ya era necesario que se supiera o se volvieran a encontrar. Solo que ambas siguen pensando cosas que no son, Britt que la doctora es una adicta al sexo jajajajaja
Y San que la rubia sólo jugo con ella además de que sabe que le sigue ocultando algo. Sin embargo que ya sepa su identidad es un gran paso!
Ahora no creó que la morena se rinda con esa rubia tan terca!
Hola, o no¿? jajajajaa xD rayos xD Tienes razón ai, pero es mejor q se enterara a q se volvieran a juntar asi ya no ai mentiras... jajajajajaja. No todo podía ser perfecto, no¿? y mientras ninguna enfrente las cosas no sabran la vrdd de la otra ¬¬ Bn, como dices, algo es algo, no¿? jajaajajjaajaj. JAjaja ambas caeran osea imposible q no caigan en la otra, no¿? jajajaajaj, y creo q la morena aplicara todo lo suyo para q la rubia seda jajajaj. Saludos =D
micky morales escribió:Vaya, bastante descuidadas las chicas de la porteria, ahora que San descubrio todo, las cosas se ponen buenas!!!!
Hola, jajaajajaj un poco si xD jajaajajajaj. Esk si no le decian tenia q descubrirlo, no¿? jajajajajaja. Si q si! jajajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 16
Capitulo 16
—¡Hola, mamá!
Como de costumbre, Bree entró en su casa dando voces mientras Pongo se dirigía a toda velocidad hacia la cocina en busca de su bebedero.
Santana salió a recibir a su hija con un abrazo y un beso.
—¿Te lo has pasado bien? Pensé que te quedarías hasta el domingo en
casa de Tina.
—Es que tengo muchos deberes, quería terminarlos.
Su mamá la miró con escepticismo, pero no se dio por aludida.
Había decidido que tenía que estar preparada para la Operación Atrapa al asesino del 4.º; el viernes siguiente era día quince y quería tenerlo todo listo.
Necesitaba hablar con Brittany para convencerla de que la dejara ir con ellas, y si no lo conseguía... bueno, entonces ya pensaría en un plan alternativo.
Con rapidez, cambió de tema para que su mamá no empezara a hacerle preguntas de difícil respuesta.
—¡Ah, se me olvidó decírtelo, mamá! Ayer te llamó la pesada esa, ya sabes, Elaine. Me imagino que quería salir a cenar o a algo...
—No la llames pesada, y te he dicho mil veces que hay que dar los recados—la regañó, al tiempo que recogía la pequeña maleta que su hija había dejado tirada de cualquier manera en mitad del recibidor.
—Lo siento, de verdad.
Pero, en realidad, no lo sentía lo más mínimo.
No tragaba a esa estirada que perseguía a su mamá sin descanso.
No es que ella fuera la típica niña mimada que tuviera celos de cualquier mujer que entrara en la vida de su progenitora. Daba por supuesto que, algún día, volvería a enamorarse y que se casaría de nuevo.
Lo que ocurría era que la conocía tan bien que sabía perfectamente que Elaine Galindo no sería capaz de hacerlo feliz.
A su mamá no le convenía tener a su lado a una redicha que sólo sabía hablar de trabajo y de lo mucho que valía; lo que necesitaba era una chica, dulce y alegre, que le hiciera disfrutar de la vida y tomársela menos en serio.
Bree observó los desgastados vaqueros que llevaba su mamá y la vieja camiseta y preguntó:
—¿No has quedado con nadie?
Santana llevaba todo el día tumbada en la cama, sin dejar de pensar en Brittany.
Ni siquiera había tenido ganas de salir a correr.
—No, no tengo ningún plan. ¿Quieres que vayamos al cine o a tomar algo por ahí?
—Prefiero quedarme. Si quieres puedo preparar unos tortellini, ¿te apetecen?
—Me parece perfecto.
Ya en la cocina, la médico dispuso los cubiertos, se sentó en uno de los altos taburetes de la isla central y charló con Bree mientras ella preparaba la pasta.
La niña le contó cómo le había ido la última semana en el colegio, aunque no mencionó en ningún momento que Ryder seguía yendo a buscarla todos los viernes en su moto.
Los dos se habían hecho buenos amigos y Bree incluso había conocido a su novia, a la cual le parecía muy divertida su pequeña conspiración.
Su mamá, a su vez, le habló de los pormenores de las últimas intervenciones que había llevado a cabo.
A Bree, que estaba decidida a estudiar medicina, le encantaba escucharla y, cuanto más truculentos eran los detalles, más disfrutaba.
En cuanto estuvieron listos los tortellini, se sentó junto a su mamá y empezaron a comer.
—Eres una gran cocinera—la alabó tras llevarse el tenedor a la boca.
—Lo sé. Hervir la pasta es todo un arte. Por cierto, cuando terminemos sacaré un rato a Pongo.
—¿Otra vez?—entornó los ojos, escamada.
Al ver la mirada inocente que le devolvió su hija tuvo una súbita inspiración, así que clavó en ella sus pupilas penetrantes y formuló una nueva pregunta:
—¿No será que quieres hablar con la portera?
Ante una interpelación tan directa, Bree fue incapaz de mentir.
—Bueno sí, quería hablar con ella de unos asuntos. Al venir he llamado, pero no había nadie en la portería.
Así que había salido, se dijo Santana y, presa de un molesto desasosiego, se preguntó con quién.
Enojada consigo mismo, trató de hacer aquella incómoda sensación a un lado y prosiguió con el interrogatorio:
—¿Se puede saber qué se traen entre manos Brittany y tú?
—¿Cómo es que de repente llamas a la señora Santos por su nombre de pila?—preguntó a su vez, extrañada.
—Digamos que he descubierto quién se oculta debajo de ese disfraz de portera gruñona. Los médicos somos muy observadores y no se nos suele escapar ningún detalle importante—alzó una de sus cejas oscuras con suficiencia.
Desde luego, no estaba dispuesta a contarle que su tan cacareada perspicacia era fruto de la más pura casualidad.
La niña se la quedó mirando llena de admiración.
—Bueno a mí me costó adivinarlo—confesó—Hasta que la vi un día con el pelo suelto y sin gafas mientras hablaba con Emily no me di cuenta.
Su mamá frunció la nariz como si algo oliera mal.
—¿Emily? ¿Quién es Emily?
—Es una amiga de Brittany y ahora también es mi amiga. Es muy divertida y me río mucho con ella.
—¿Esa tal Emily lleva un peinado desordenado?
—Si, ella misma.
Santana no pudo contenerse un minuto más y, sin dejar de tamborilear con dedos nerviosos sobre la superficie de mármol de la encimera, le hizo la pregunta que la atormentaba:
—¿Esa mujer es la novia de Brittany o es que tiene novio?
Bree, que no tenía un pelo de tonta, se dio cuenta de que el interés de su mamá por la portera era mucho más personal de lo que cabía esperar y entrecerró los ojos, calculadora.
Ahora que lo pensaba, Brittany y su mamá harían buena pareja.
Brittany era guapa, divertida y encantadora y, de repente, no le cupo la menor duda de que sería una buena madrastra. Se había portado muy bien con ella con el asunto de Jake y, aunque era innegable que estaba un poco loca —¿a quién se le ocurría abandonarlo todo y meterse a trabajar de portera?—, al menos no estaba tan pirada como su hermana Hanna.
Bree observó a su mamá con detenimiento.
Notó la forma en que la vieja camiseta se pegaba a sus pechos subrayando la anchura de sus hombros y su vientre plano, y tuvo que admitir que, para ser una treintón, se mantenía en forma y era muy atractiva—al menos eso pensaban las demás los padres y más de una madres separadas de sus amigas— y la pobre estaba muy sola.
Y, de pronto, lo vio muy claro:
¡Brittany y su mamá harían una pareja perfecta!
Notó que su mamá esperaba su respuesta con impaciencia y contuvo una sonrisa maliciosa.
—¡Qué va! Brittany se enamora de las personas no del sexo, ella misma lo dice. Y Emily no es su novia. La pobre aún se está recuperando de un palo muy gordo.
Al escuchar la segunda parte de su contestación, el alivio que había experimentado la doctor se desvaneció en el acto.
—¿Un palo? ¿Qué palo?
—¿Por qué, de repente, te interesa tanto la vida de Brittany? Pensaba que te caía fatal.
Los agudos ojos castaños de su hija, tan parecidos a los suyos, no le quitaban la vista de encima y no se le escapó el leve rubor que asomó en las mejillas morenas de su mamá.
—Te has puesto roja.
Su comentario aumentó el flujo de sangre a su rostro, pero Santana trató de disimular su turbación con una tosecilla poco natural.
—¡Qué tontería! Las mujeres frías y serias como yo nunca se ponen rojas. Lo que pasa es que los tortellini aún están muy calientes. La vida de esa falsa portera no me interesa especialmente—trató de sonar indiferente, aunque no la engañó ni por un segundo—, Es un tema de conversación como otro cualquiera, aunque confieso que tu comentario me ha provocado un poco de curiosidad.
La adolescente estaba encantada al comprender que, por una vez, era ella la que ponía a su mamá a la defensiva con sus preguntas; sin embargo, se apiadó de ella y decidió contarle lo que sabía.
—Emily me contó que Brittany pilló a su marido engañándola con otra—declaró de sopetón.
—¡Está casada!
Ahora la piel de las mejillas adquirió un tono grisáceo.
A lo mejor Brittany se había acostado con ella para vengarse del adúltero, pensó, y la sola idea hizo que le entraran ganas de vomitar.
—Divorciada.
Aquella palabra hizo que la médico recuperara algo de su sangre fría.
—¿Desde hace cuánto?
En otras circunstancias, no se habría prestado a hacer averiguaciones a espaldas de la persona en la que estaba interesada, pero, en esa ocasión, sentía la apremiante necesidad de averiguar todo lo que pudiera sobre Brittany, sin importar que sus métodos no resultaran del todo honestos.
—Creo que se separaron hace año y medio más o menos. Según Emily, Brittany se enamoró de su marido, bueno, exmarido, cuando los dos eran adolescentes. Llevaba casi la mitad de su existencia con él, así que era lo último que se esperaba. Ahora la pobrecilla está hecha polvo. Por eso se metió a portera, quería alejarse de todo lo que había sido su vida hasta entonces. Hasta creo que vendió su casa. Pobre Brittany... debía de quererlo mucho—la compasión de Bree era sincera.
—Sí, debía de quererlo mucho. Valiente hijo de...
Santana se detuvo en el acto; jamás soltaba tacos delante de su hija, pero estaba tan cabreada que le había costado morderse la lengua.
Así que ése era el secreto de Brittany, se dijo.
Por eso no quería tener una relación con ella. Aún estaba enamorada de ese bastardo, ese gusano desleal, ese...
Sin poder contenerse, se levantó y empezó a pasear arriba y abajo de la cocina mientras apretaba los puños con fuerza.
La mezcla de indignación y celos la estaba volviendo loca.
Notó que su hija la miraba asombrada y procuró tranquilizarse. Cogió su plato, lo metió en el lavaplatos y siguió recogiendo la cocina en un intento de aplacar sus ansias homicidas.
—No hace falta que me ayudes, Bree. Si quieres, vete a la portería a ver si ha vuelto Brittany.
Necesitaba estar a solas para pensar, así que se alegró cuando su hija aceptó su oferta al vuelo y salió corriendo de la cocina.
Ahora estaba todo claro; Brittany pensaba que por la sabandija de su exmarido el amor era nada.
Era evidente que había perdido la confianza en el amor y no estaba dispuesta a darle una oportunidad, pero ella tampoco estaba dispuesta a dejarla escapar.
La había encontrado de forma casi milagrosa y estaba convencida de que ese hecho no era una mera casualidad.
Entre ellas había algo especial, si no, ¿por qué no había logrado olvidarla?
La atracción física seguía ahí y era evidente que Brittany también la sentía; sólo de pensar en cómo se derretía cuando la tocaba le hacía ponerse excitada.
Pero no se conformaba con eso; quería más.
Quería conocerla, ser capaz de descifrar hasta el más mínimo de sus estados de ánimo, saber qué situaciones desencadenaban aquel brillo de en sus ojos...
Estaba convencida de que lo que había entre ellas iba mucho más allá del deseo voraz que sentía y no pararía hasta estar completamente segura de ello.
Lo quería todo de la rubia y no se conformaría con menos.
No, se dijo, Brittany tendría que aprender a confiar de nuevo.
El timbre de la puerta volvió a sonar, pero, como había hecho la vez anterior, Brittany no se movió de la cama.
No quería ver ni hablar con nadie; también había desconectado el teléfono.
Desde que había salido del piso de la doctora López, lo único que había hecho había sido aporrear sin descanso el teclado de su ordenador.
Era increíble la avalancha de inspiración resultante de un simple intercambio de saliva; además de acabar con un capítulo que llevaba días resistiéndosele, había escrito dos más.
La única pega fue que, cuando por fin hizo a un lado el portátil, los pensamientos que había relegado a un rincón oscuro de su cerebro volvieron en tromba a atormentarla.
¿Qué iba a hacer ahora?
Quizá debería abandonar la portería, pero ¿dónde encontraría otro lugar tan perfecto para escribir su libro?
Desde que estaba ahí, parecía que las páginas se llenaran solas.
No le apetecía cambiar de sitio, ¿y si Calíope, Clío, Lexus o como quiera que se llamara su musa se perdía en el camino y no volvía a encontrarla?
No.
Se quedaría ahí, en esa pequeña portería, aunque tuviera que luchar contra médicos libidinosos, asesinos en serie y cualquier otro peligro que pudiera acecharla.
Brittany se dijo que lo más práctico para sobrellevar la situación sería evitar a toda costa quedarse a solas con la propietaria del 6.º derecha.
Si cada vez que la veía se convertía automáticamente en un esclavo Épsilon que sólo ansía su ración diaria de soma, lo que debía hacer al respecto era alejarse de su órbita lo más posible, y cambiar el soma por una ración doble de chocolate.
A pesar de que hacía semanas que no pensaba en él o, al menos, lo hacía tan sólo durante un par de minutos al día, Sam se hizo presente en sus reflexiones.
Aunque a punto de cicatrizar, si algún roce levantaba un poco de costra, la herida volvía a escocer con fuerza.
Brittany se había casado con Sam sintiendo la misma confianza que un trapecista que, al terminar su número, se arroja desde el columpio con una pirueta que corta la respiración del público y cae ligero como una pluma sobre la inmensa red de seguridad que le espera abajo.
Sólo que en su matrimonio alguien quitó esa red sin avisar, y ella aún estaba recuperándose del terrible batacazo.
No estaba dispuesta a volver a pasar por aquello.
Nunca más.
Y menos con una mujer en la que ni siquiera confiaba.
Bree, Brittany y la señorita Sylvester esperaban sentadas en el sillón del salón de la portería, apretadas y expectantes.
Desde el minúsculo cuarto de baño situado junto al dormitorio de Brittany, les llegaba el sonido ahogado de golpes y de imprecaciones varias.
Por fin, al cabo de un buen rato, se abrió la puerta y apareció Emily, que se plantó de un salto frente a la concurrencia y exclamó:
—Voilà!
El silencio que se hizo se podría haber cortado con un cuchillo, o con una navaja; incluso con una maquinilla de afeitar que ya tuviera algunos usos.
—¿Puede saberse qué hacen tres señoritas bien mirándome los pechos?
En efecto, los ojos de todas ellas convergían sin desviarse ni un milímetro en los pechos de la morena.
Por fin, Brittany recuperó la voz:
—¡No puedes salir así a la calle!
—Desde luego que no. Te detendrían por escándalo público—abundó Sue Sylvester, al tiempo que se abanicaba con el díptico de propaganda de una carpintería que había encontrado sobre la mesa.
—¡Tú te has metido unos calcetines ahí dentro!—concluyó Bree.
—Está bien—Emily, alzó las palmas de las manos en un ademán de rendición—, Han descubierto por qué cuando me duchaba en el insti después de la clase de deporte o la natación me llamaban doña Cuerpo Perfecto y ahora me comparan con la mujer del tiempo de la 1—hizo un gesto de falsa modestia y añadió—Pero no es en eso en lo que se tienen que fijar. Quiero que me digan, con sinceridad, qué tal me queda este vestido. Es importante. Tengo una reunión con unos tíos y necesito que se conviertan en socios capitalistas de mi nuevo business.
Brittany logró, al fin, apartar los ojos de semejante exceso de la naturaleza para estudiar el resto del conjunto.
El vestido era indescriptible; dejaba ver sus hombros morenos y el escote era de muerte, se ajustaba como una segunda piel de Emily, desembocaban, de pronto.
La tela tenía unos brillos que herían las córneas y sólo le faltaba colgarle una etiqueta que advirtiera: «¡Peligro, altamente inflamable!».
—¡Ejem, ejem!—Brittany carraspeó unas cuantas veces en un intento de ganar algo de tiempo—¿De dónde lo has sacado?
Emily sacudió una diminuta mota de polvo y respondió, orgulloso:
—Era de mi vieja. Me contó que lo llevaba puesto en su primera cita y que todas las personas del barrio habían suspirado de envidia.
—¡Qué espanto!—susurró Bree; por fortuna, Emily no la oyó.
—Lo que no entiendo es por qué necesitas disfra...—Brittany se mordió la lengua justo a tiempo—... Ir tan elegante para hablar con esos señores. Yo diría que en la actividad laboral que desarrollas lucirías mejor con un pantalón de chándal oscuro, una sudadera con capucha y unas zapatillas de deporte.
—Te equivocas, Brittany. Estos hombres no tienen nada que ver con mi ámbito de negocio habitual. El otro día, después de fumarme tres petas seguidos tumbada en el sofá-cama de casa mientras veía una de las cutrepelículas porno de mi hermano, tuve una revelación: ha llegado la hora de que siente la cabeza y tenga una familia. Ya tengo veintiocho años. Me gustaría tener unos cuantos enanos correteando a mi alrededor, y a ver cómo van a explicar a su señorita en el cole que papi es un camello. ¡Ni hablar! Si algún día tienen que hablar de camellos, que lo hagan de los que montan los Reyes Magos.
Brittany miró por encima del hombro de Emily con fijeza, en un intento de pillar al ventrílocuo invisible que lo había abducido y se había apoderado de su voz mientras que, con el brazo oculto por debajo de la camisa del vestido de su amiga, abría y cerraba su boca con un movimiento muy realista..., pero no descubrió nada.
—Aunque no lo sepan, yo tengo más facetas que un brillante—de nuevo, ese gesto de falsa modestia—Soy ingeniera agrónomo, hasta me saqué el doctorado. ¡Chicas, se les van a salir los ojos disparados de las órbitas y me van a hacer daño! Gracias a mi dedicación sin reservas a la plantación de maría, he desarrollado un sistema de cultivo revolucionario que permite sembrar en la mitad de espacio, ahorrar un montón en agua, sustratos y... en fin, es largo de contar. Con mis ahorrillos de estos años he comprado un par de parcelas en Aranjuez y quiero dedicarme a cultivar frutas y hortalizas de la mejor calidad, por supuesto libres de aditivos y pesticidas, para venderlas a los mejores restaurantes de Madrid. He encontrado a un par de tipos que están muy interesados en el negocio y quiero impresionarlos. Así que, venga, díganme la verdad, ¿cómo me ven?
—Pero Emily, ¿no eras tú la que decías aquello tan bonito de: «No hay nada especialmente encomiable en el trabajo. Se trabaja para disfrutar del tiempo libre. Sólo la gente estúpida trabaja por no saber qué hacer consigo misma cuando no está trabajando»?
—Me halaga que te acuerdes tan bien de mis palabras, Brittany, aunque no son mías, en realidad, sino de mi admirado Somerset Maugham, pero he cambiado de opinión; si quiero sentar la cabeza, y quiero, créeme, necesito
un buen trabajo.
—Pero ¿con quién te vas a casar?—Bree consiguió recuperar, por fin, el uso de sus cuerdas vocales.
—Con Hanna, por supuesto—afirmó con la misma seguridad con la que alguien pronunciaría su propio nombre.
—Emily, Emily...—la voz de Brittany rezumaba compasión—Hanna ha jurado por activa y por pasiva que jamás se casará, que piensa acabar sus días en el áshram de Ahmedabad, el mismo en donde Gandhi pasó una temporada, meditando y recibiendo cursos de terapias orientales. Tampoco tiene una buena opinión del capitalismo, lo digo por tu nuevo negocio; de hecho, cuando yo vivía acorde con el sueldazo que ganaba como broker me llamaba alimaña codiciosa, aunque, eso sí, no parecía tener mucho reparo a la hora de tomar prestada de vez en cuando mi ropa de marca. Además, y
sin ánimo de ofender, siempre le han gustado unos tíos enormes y musculosos y unas tías con vestidos y esas cosas; su último novio medía casi dos metros y su última novia tenía más pecho que ella...
La expresión de confianza del rostro de Emily no varió en absoluto al escuchar sus palabras.
—Y no se ha casado con ninguno de ellos, ¿no es así? Tu hermana ha estado buscando en la dirección equivocada. Créeme, Brittany, en cuanto la vi, supe que Hanna era la mujer de mi vida.
—¡Qué bonito!—exclamó la señorita Sylvester, llevándose su eterno pañuelito de encaje a la comisura de los ojos.
—¡Cuenta conmigo, Emily! ¡Te ayudaré en lo que sea!—afirmó Bree con entusiasmo.
—En fin. Yo ya te he avisado—suspiró Brittany, resignada—Lo único que puedo hacer por ti en estos momentos es ayudarte a encontrar un vestido en condiciones el resto corre de tu cuenta.
—¡Perfecto! Confíen en mí, chicas—les guiñó un ojo con picardía.
—Hablando de otra cosa, les recuerdo que este viernes es día quince—interrumpió la ex vedette, al tiempo que les lanzaba una de esas miradas cargadas de significado a las que era tan aficionada.
—No se preocupe, Sue, está todo bajo control. Lo único que nos queda ya es sincronizar los relojes—respondió Emily con convicción; luego miró el suyo y añadió—Y hablando de relojes, me tengo que ir. Entonces, Brittany, quedamos para ir de compras, ¿no? Y este viernes, a las diez y media de la noche, esperaremos todos en mi furgoneta a que este pájaro salga de su nido. A partir de ese momento, comenzará la operación secreta: Caza al pichón.
Como de costumbre, Bree entró en su casa dando voces mientras Pongo se dirigía a toda velocidad hacia la cocina en busca de su bebedero.
Santana salió a recibir a su hija con un abrazo y un beso.
—¿Te lo has pasado bien? Pensé que te quedarías hasta el domingo en
casa de Tina.
—Es que tengo muchos deberes, quería terminarlos.
Su mamá la miró con escepticismo, pero no se dio por aludida.
Había decidido que tenía que estar preparada para la Operación Atrapa al asesino del 4.º; el viernes siguiente era día quince y quería tenerlo todo listo.
Necesitaba hablar con Brittany para convencerla de que la dejara ir con ellas, y si no lo conseguía... bueno, entonces ya pensaría en un plan alternativo.
Con rapidez, cambió de tema para que su mamá no empezara a hacerle preguntas de difícil respuesta.
—¡Ah, se me olvidó decírtelo, mamá! Ayer te llamó la pesada esa, ya sabes, Elaine. Me imagino que quería salir a cenar o a algo...
—No la llames pesada, y te he dicho mil veces que hay que dar los recados—la regañó, al tiempo que recogía la pequeña maleta que su hija había dejado tirada de cualquier manera en mitad del recibidor.
—Lo siento, de verdad.
Pero, en realidad, no lo sentía lo más mínimo.
No tragaba a esa estirada que perseguía a su mamá sin descanso.
No es que ella fuera la típica niña mimada que tuviera celos de cualquier mujer que entrara en la vida de su progenitora. Daba por supuesto que, algún día, volvería a enamorarse y que se casaría de nuevo.
Lo que ocurría era que la conocía tan bien que sabía perfectamente que Elaine Galindo no sería capaz de hacerlo feliz.
A su mamá no le convenía tener a su lado a una redicha que sólo sabía hablar de trabajo y de lo mucho que valía; lo que necesitaba era una chica, dulce y alegre, que le hiciera disfrutar de la vida y tomársela menos en serio.
Bree observó los desgastados vaqueros que llevaba su mamá y la vieja camiseta y preguntó:
—¿No has quedado con nadie?
Santana llevaba todo el día tumbada en la cama, sin dejar de pensar en Brittany.
Ni siquiera había tenido ganas de salir a correr.
—No, no tengo ningún plan. ¿Quieres que vayamos al cine o a tomar algo por ahí?
—Prefiero quedarme. Si quieres puedo preparar unos tortellini, ¿te apetecen?
—Me parece perfecto.
Ya en la cocina, la médico dispuso los cubiertos, se sentó en uno de los altos taburetes de la isla central y charló con Bree mientras ella preparaba la pasta.
La niña le contó cómo le había ido la última semana en el colegio, aunque no mencionó en ningún momento que Ryder seguía yendo a buscarla todos los viernes en su moto.
Los dos se habían hecho buenos amigos y Bree incluso había conocido a su novia, a la cual le parecía muy divertida su pequeña conspiración.
Su mamá, a su vez, le habló de los pormenores de las últimas intervenciones que había llevado a cabo.
A Bree, que estaba decidida a estudiar medicina, le encantaba escucharla y, cuanto más truculentos eran los detalles, más disfrutaba.
En cuanto estuvieron listos los tortellini, se sentó junto a su mamá y empezaron a comer.
—Eres una gran cocinera—la alabó tras llevarse el tenedor a la boca.
—Lo sé. Hervir la pasta es todo un arte. Por cierto, cuando terminemos sacaré un rato a Pongo.
—¿Otra vez?—entornó los ojos, escamada.
Al ver la mirada inocente que le devolvió su hija tuvo una súbita inspiración, así que clavó en ella sus pupilas penetrantes y formuló una nueva pregunta:
—¿No será que quieres hablar con la portera?
Ante una interpelación tan directa, Bree fue incapaz de mentir.
—Bueno sí, quería hablar con ella de unos asuntos. Al venir he llamado, pero no había nadie en la portería.
Así que había salido, se dijo Santana y, presa de un molesto desasosiego, se preguntó con quién.
Enojada consigo mismo, trató de hacer aquella incómoda sensación a un lado y prosiguió con el interrogatorio:
—¿Se puede saber qué se traen entre manos Brittany y tú?
—¿Cómo es que de repente llamas a la señora Santos por su nombre de pila?—preguntó a su vez, extrañada.
—Digamos que he descubierto quién se oculta debajo de ese disfraz de portera gruñona. Los médicos somos muy observadores y no se nos suele escapar ningún detalle importante—alzó una de sus cejas oscuras con suficiencia.
Desde luego, no estaba dispuesta a contarle que su tan cacareada perspicacia era fruto de la más pura casualidad.
La niña se la quedó mirando llena de admiración.
—Bueno a mí me costó adivinarlo—confesó—Hasta que la vi un día con el pelo suelto y sin gafas mientras hablaba con Emily no me di cuenta.
Su mamá frunció la nariz como si algo oliera mal.
—¿Emily? ¿Quién es Emily?
—Es una amiga de Brittany y ahora también es mi amiga. Es muy divertida y me río mucho con ella.
—¿Esa tal Emily lleva un peinado desordenado?
—Si, ella misma.
Santana no pudo contenerse un minuto más y, sin dejar de tamborilear con dedos nerviosos sobre la superficie de mármol de la encimera, le hizo la pregunta que la atormentaba:
—¿Esa mujer es la novia de Brittany o es que tiene novio?
Bree, que no tenía un pelo de tonta, se dio cuenta de que el interés de su mamá por la portera era mucho más personal de lo que cabía esperar y entrecerró los ojos, calculadora.
Ahora que lo pensaba, Brittany y su mamá harían buena pareja.
Brittany era guapa, divertida y encantadora y, de repente, no le cupo la menor duda de que sería una buena madrastra. Se había portado muy bien con ella con el asunto de Jake y, aunque era innegable que estaba un poco loca —¿a quién se le ocurría abandonarlo todo y meterse a trabajar de portera?—, al menos no estaba tan pirada como su hermana Hanna.
Bree observó a su mamá con detenimiento.
Notó la forma en que la vieja camiseta se pegaba a sus pechos subrayando la anchura de sus hombros y su vientre plano, y tuvo que admitir que, para ser una treintón, se mantenía en forma y era muy atractiva—al menos eso pensaban las demás los padres y más de una madres separadas de sus amigas— y la pobre estaba muy sola.
Y, de pronto, lo vio muy claro:
¡Brittany y su mamá harían una pareja perfecta!
Notó que su mamá esperaba su respuesta con impaciencia y contuvo una sonrisa maliciosa.
—¡Qué va! Brittany se enamora de las personas no del sexo, ella misma lo dice. Y Emily no es su novia. La pobre aún se está recuperando de un palo muy gordo.
Al escuchar la segunda parte de su contestación, el alivio que había experimentado la doctor se desvaneció en el acto.
—¿Un palo? ¿Qué palo?
—¿Por qué, de repente, te interesa tanto la vida de Brittany? Pensaba que te caía fatal.
Los agudos ojos castaños de su hija, tan parecidos a los suyos, no le quitaban la vista de encima y no se le escapó el leve rubor que asomó en las mejillas morenas de su mamá.
—Te has puesto roja.
Su comentario aumentó el flujo de sangre a su rostro, pero Santana trató de disimular su turbación con una tosecilla poco natural.
—¡Qué tontería! Las mujeres frías y serias como yo nunca se ponen rojas. Lo que pasa es que los tortellini aún están muy calientes. La vida de esa falsa portera no me interesa especialmente—trató de sonar indiferente, aunque no la engañó ni por un segundo—, Es un tema de conversación como otro cualquiera, aunque confieso que tu comentario me ha provocado un poco de curiosidad.
La adolescente estaba encantada al comprender que, por una vez, era ella la que ponía a su mamá a la defensiva con sus preguntas; sin embargo, se apiadó de ella y decidió contarle lo que sabía.
—Emily me contó que Brittany pilló a su marido engañándola con otra—declaró de sopetón.
—¡Está casada!
Ahora la piel de las mejillas adquirió un tono grisáceo.
A lo mejor Brittany se había acostado con ella para vengarse del adúltero, pensó, y la sola idea hizo que le entraran ganas de vomitar.
—Divorciada.
Aquella palabra hizo que la médico recuperara algo de su sangre fría.
—¿Desde hace cuánto?
En otras circunstancias, no se habría prestado a hacer averiguaciones a espaldas de la persona en la que estaba interesada, pero, en esa ocasión, sentía la apremiante necesidad de averiguar todo lo que pudiera sobre Brittany, sin importar que sus métodos no resultaran del todo honestos.
—Creo que se separaron hace año y medio más o menos. Según Emily, Brittany se enamoró de su marido, bueno, exmarido, cuando los dos eran adolescentes. Llevaba casi la mitad de su existencia con él, así que era lo último que se esperaba. Ahora la pobrecilla está hecha polvo. Por eso se metió a portera, quería alejarse de todo lo que había sido su vida hasta entonces. Hasta creo que vendió su casa. Pobre Brittany... debía de quererlo mucho—la compasión de Bree era sincera.
—Sí, debía de quererlo mucho. Valiente hijo de...
Santana se detuvo en el acto; jamás soltaba tacos delante de su hija, pero estaba tan cabreada que le había costado morderse la lengua.
Así que ése era el secreto de Brittany, se dijo.
Por eso no quería tener una relación con ella. Aún estaba enamorada de ese bastardo, ese gusano desleal, ese...
Sin poder contenerse, se levantó y empezó a pasear arriba y abajo de la cocina mientras apretaba los puños con fuerza.
La mezcla de indignación y celos la estaba volviendo loca.
Notó que su hija la miraba asombrada y procuró tranquilizarse. Cogió su plato, lo metió en el lavaplatos y siguió recogiendo la cocina en un intento de aplacar sus ansias homicidas.
—No hace falta que me ayudes, Bree. Si quieres, vete a la portería a ver si ha vuelto Brittany.
Necesitaba estar a solas para pensar, así que se alegró cuando su hija aceptó su oferta al vuelo y salió corriendo de la cocina.
Ahora estaba todo claro; Brittany pensaba que por la sabandija de su exmarido el amor era nada.
Era evidente que había perdido la confianza en el amor y no estaba dispuesta a darle una oportunidad, pero ella tampoco estaba dispuesta a dejarla escapar.
La había encontrado de forma casi milagrosa y estaba convencida de que ese hecho no era una mera casualidad.
Entre ellas había algo especial, si no, ¿por qué no había logrado olvidarla?
La atracción física seguía ahí y era evidente que Brittany también la sentía; sólo de pensar en cómo se derretía cuando la tocaba le hacía ponerse excitada.
Pero no se conformaba con eso; quería más.
Quería conocerla, ser capaz de descifrar hasta el más mínimo de sus estados de ánimo, saber qué situaciones desencadenaban aquel brillo de en sus ojos...
Estaba convencida de que lo que había entre ellas iba mucho más allá del deseo voraz que sentía y no pararía hasta estar completamente segura de ello.
Lo quería todo de la rubia y no se conformaría con menos.
No, se dijo, Brittany tendría que aprender a confiar de nuevo.
El timbre de la puerta volvió a sonar, pero, como había hecho la vez anterior, Brittany no se movió de la cama.
No quería ver ni hablar con nadie; también había desconectado el teléfono.
Desde que había salido del piso de la doctora López, lo único que había hecho había sido aporrear sin descanso el teclado de su ordenador.
Era increíble la avalancha de inspiración resultante de un simple intercambio de saliva; además de acabar con un capítulo que llevaba días resistiéndosele, había escrito dos más.
La única pega fue que, cuando por fin hizo a un lado el portátil, los pensamientos que había relegado a un rincón oscuro de su cerebro volvieron en tromba a atormentarla.
¿Qué iba a hacer ahora?
Quizá debería abandonar la portería, pero ¿dónde encontraría otro lugar tan perfecto para escribir su libro?
Desde que estaba ahí, parecía que las páginas se llenaran solas.
No le apetecía cambiar de sitio, ¿y si Calíope, Clío, Lexus o como quiera que se llamara su musa se perdía en el camino y no volvía a encontrarla?
No.
Se quedaría ahí, en esa pequeña portería, aunque tuviera que luchar contra médicos libidinosos, asesinos en serie y cualquier otro peligro que pudiera acecharla.
Brittany se dijo que lo más práctico para sobrellevar la situación sería evitar a toda costa quedarse a solas con la propietaria del 6.º derecha.
Si cada vez que la veía se convertía automáticamente en un esclavo Épsilon que sólo ansía su ración diaria de soma, lo que debía hacer al respecto era alejarse de su órbita lo más posible, y cambiar el soma por una ración doble de chocolate.
A pesar de que hacía semanas que no pensaba en él o, al menos, lo hacía tan sólo durante un par de minutos al día, Sam se hizo presente en sus reflexiones.
Aunque a punto de cicatrizar, si algún roce levantaba un poco de costra, la herida volvía a escocer con fuerza.
Brittany se había casado con Sam sintiendo la misma confianza que un trapecista que, al terminar su número, se arroja desde el columpio con una pirueta que corta la respiración del público y cae ligero como una pluma sobre la inmensa red de seguridad que le espera abajo.
Sólo que en su matrimonio alguien quitó esa red sin avisar, y ella aún estaba recuperándose del terrible batacazo.
No estaba dispuesta a volver a pasar por aquello.
Nunca más.
Y menos con una mujer en la que ni siquiera confiaba.
Bree, Brittany y la señorita Sylvester esperaban sentadas en el sillón del salón de la portería, apretadas y expectantes.
Desde el minúsculo cuarto de baño situado junto al dormitorio de Brittany, les llegaba el sonido ahogado de golpes y de imprecaciones varias.
Por fin, al cabo de un buen rato, se abrió la puerta y apareció Emily, que se plantó de un salto frente a la concurrencia y exclamó:
—Voilà!
El silencio que se hizo se podría haber cortado con un cuchillo, o con una navaja; incluso con una maquinilla de afeitar que ya tuviera algunos usos.
—¿Puede saberse qué hacen tres señoritas bien mirándome los pechos?
En efecto, los ojos de todas ellas convergían sin desviarse ni un milímetro en los pechos de la morena.
Por fin, Brittany recuperó la voz:
—¡No puedes salir así a la calle!
—Desde luego que no. Te detendrían por escándalo público—abundó Sue Sylvester, al tiempo que se abanicaba con el díptico de propaganda de una carpintería que había encontrado sobre la mesa.
—¡Tú te has metido unos calcetines ahí dentro!—concluyó Bree.
—Está bien—Emily, alzó las palmas de las manos en un ademán de rendición—, Han descubierto por qué cuando me duchaba en el insti después de la clase de deporte o la natación me llamaban doña Cuerpo Perfecto y ahora me comparan con la mujer del tiempo de la 1—hizo un gesto de falsa modestia y añadió—Pero no es en eso en lo que se tienen que fijar. Quiero que me digan, con sinceridad, qué tal me queda este vestido. Es importante. Tengo una reunión con unos tíos y necesito que se conviertan en socios capitalistas de mi nuevo business.
Brittany logró, al fin, apartar los ojos de semejante exceso de la naturaleza para estudiar el resto del conjunto.
El vestido era indescriptible; dejaba ver sus hombros morenos y el escote era de muerte, se ajustaba como una segunda piel de Emily, desembocaban, de pronto.
La tela tenía unos brillos que herían las córneas y sólo le faltaba colgarle una etiqueta que advirtiera: «¡Peligro, altamente inflamable!».
—¡Ejem, ejem!—Brittany carraspeó unas cuantas veces en un intento de ganar algo de tiempo—¿De dónde lo has sacado?
Emily sacudió una diminuta mota de polvo y respondió, orgulloso:
—Era de mi vieja. Me contó que lo llevaba puesto en su primera cita y que todas las personas del barrio habían suspirado de envidia.
—¡Qué espanto!—susurró Bree; por fortuna, Emily no la oyó.
—Lo que no entiendo es por qué necesitas disfra...—Brittany se mordió la lengua justo a tiempo—... Ir tan elegante para hablar con esos señores. Yo diría que en la actividad laboral que desarrollas lucirías mejor con un pantalón de chándal oscuro, una sudadera con capucha y unas zapatillas de deporte.
—Te equivocas, Brittany. Estos hombres no tienen nada que ver con mi ámbito de negocio habitual. El otro día, después de fumarme tres petas seguidos tumbada en el sofá-cama de casa mientras veía una de las cutrepelículas porno de mi hermano, tuve una revelación: ha llegado la hora de que siente la cabeza y tenga una familia. Ya tengo veintiocho años. Me gustaría tener unos cuantos enanos correteando a mi alrededor, y a ver cómo van a explicar a su señorita en el cole que papi es un camello. ¡Ni hablar! Si algún día tienen que hablar de camellos, que lo hagan de los que montan los Reyes Magos.
Brittany miró por encima del hombro de Emily con fijeza, en un intento de pillar al ventrílocuo invisible que lo había abducido y se había apoderado de su voz mientras que, con el brazo oculto por debajo de la camisa del vestido de su amiga, abría y cerraba su boca con un movimiento muy realista..., pero no descubrió nada.
—Aunque no lo sepan, yo tengo más facetas que un brillante—de nuevo, ese gesto de falsa modestia—Soy ingeniera agrónomo, hasta me saqué el doctorado. ¡Chicas, se les van a salir los ojos disparados de las órbitas y me van a hacer daño! Gracias a mi dedicación sin reservas a la plantación de maría, he desarrollado un sistema de cultivo revolucionario que permite sembrar en la mitad de espacio, ahorrar un montón en agua, sustratos y... en fin, es largo de contar. Con mis ahorrillos de estos años he comprado un par de parcelas en Aranjuez y quiero dedicarme a cultivar frutas y hortalizas de la mejor calidad, por supuesto libres de aditivos y pesticidas, para venderlas a los mejores restaurantes de Madrid. He encontrado a un par de tipos que están muy interesados en el negocio y quiero impresionarlos. Así que, venga, díganme la verdad, ¿cómo me ven?
—Pero Emily, ¿no eras tú la que decías aquello tan bonito de: «No hay nada especialmente encomiable en el trabajo. Se trabaja para disfrutar del tiempo libre. Sólo la gente estúpida trabaja por no saber qué hacer consigo misma cuando no está trabajando»?
—Me halaga que te acuerdes tan bien de mis palabras, Brittany, aunque no son mías, en realidad, sino de mi admirado Somerset Maugham, pero he cambiado de opinión; si quiero sentar la cabeza, y quiero, créeme, necesito
un buen trabajo.
—Pero ¿con quién te vas a casar?—Bree consiguió recuperar, por fin, el uso de sus cuerdas vocales.
—Con Hanna, por supuesto—afirmó con la misma seguridad con la que alguien pronunciaría su propio nombre.
—Emily, Emily...—la voz de Brittany rezumaba compasión—Hanna ha jurado por activa y por pasiva que jamás se casará, que piensa acabar sus días en el áshram de Ahmedabad, el mismo en donde Gandhi pasó una temporada, meditando y recibiendo cursos de terapias orientales. Tampoco tiene una buena opinión del capitalismo, lo digo por tu nuevo negocio; de hecho, cuando yo vivía acorde con el sueldazo que ganaba como broker me llamaba alimaña codiciosa, aunque, eso sí, no parecía tener mucho reparo a la hora de tomar prestada de vez en cuando mi ropa de marca. Además, y
sin ánimo de ofender, siempre le han gustado unos tíos enormes y musculosos y unas tías con vestidos y esas cosas; su último novio medía casi dos metros y su última novia tenía más pecho que ella...
La expresión de confianza del rostro de Emily no varió en absoluto al escuchar sus palabras.
—Y no se ha casado con ninguno de ellos, ¿no es así? Tu hermana ha estado buscando en la dirección equivocada. Créeme, Brittany, en cuanto la vi, supe que Hanna era la mujer de mi vida.
—¡Qué bonito!—exclamó la señorita Sylvester, llevándose su eterno pañuelito de encaje a la comisura de los ojos.
—¡Cuenta conmigo, Emily! ¡Te ayudaré en lo que sea!—afirmó Bree con entusiasmo.
—En fin. Yo ya te he avisado—suspiró Brittany, resignada—Lo único que puedo hacer por ti en estos momentos es ayudarte a encontrar un vestido en condiciones el resto corre de tu cuenta.
—¡Perfecto! Confíen en mí, chicas—les guiñó un ojo con picardía.
—Hablando de otra cosa, les recuerdo que este viernes es día quince—interrumpió la ex vedette, al tiempo que les lanzaba una de esas miradas cargadas de significado a las que era tan aficionada.
—No se preocupe, Sue, está todo bajo control. Lo único que nos queda ya es sincronizar los relojes—respondió Emily con convicción; luego miró el suyo y añadió—Y hablando de relojes, me tengo que ir. Entonces, Brittany, quedamos para ir de compras, ¿no? Y este viernes, a las diez y media de la noche, esperaremos todos en mi furgoneta a que este pájaro salga de su nido. A partir de ese momento, comenzará la operación secreta: Caza al pichón.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,...
bueno san ya sabe lo esencial de britt,.. estuvo casada!!!
amo a em y sus locuras,.. jajaja asi cualquiera consigue inversores en donde sea!!!
a ver como va lo de sherlok de nuevo!!!
nos vemos!!
bueno san ya sabe lo esencial de britt,.. estuvo casada!!!
amo a em y sus locuras,.. jajaja asi cualquiera consigue inversores en donde sea!!!
a ver como va lo de sherlok de nuevo!!!
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
ya quisiera saber como va a resultar todo ese plan que tienen armado, cuesta arriba se le va a hacer a emily conquistar a hanna!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,...
bueno san ya sabe lo esencial de britt,.. estuvo casada!!!
amo a em y sus locuras,.. jajaja asi cualquiera consigue inversores en donde sea!!!
a ver como va lo de sherlok de nuevo!!!
nos vemos!!
Hola lu, si que si! Se podría decir que las cosas van mejorando¿? o empeorando¿? jajajaajajaja. Jajajajaaj es una loquilla jajajajaajajaj. Jajajajaja la vrdd esk si xD es un buen incentivo, no¿? Jajajajaja esperemos y bn, no¿? jajajaja. Saludos =D
micky morales escribió:ya quisiera saber como va a resultar todo ese plan que tienen armado, cuesta arriba se le va a hacer a emily conquistar a hanna!!!!
Hola, jajajajaja aquí el siguiente cap para saber eso o algo al menos! jajajajaajja. Mmmm si la vrdd esk si xD jajaajajajajaja no se le ve facil las cosas con al rubia... esas hermanas complican a las morenas, no¿? xD ajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 17
Capitulo 17
La luna se ocultaba tras densos nubarrones y la lluvia había empezado a caer con suavidad, pero, a pesar de aquella atmósfera desapacible, el viernes, a las diez y media en punto, los conspiradores aguardaban, pacientes, en la furgoneta del hermano de Emily la salida del pichón.
El vehículo sólo tenía dos asientos en la parte delantera, así que decidieron
que Hanna, que era la que mejor veía en la oscuridad, se sentara ahí para no perder de vista el objetivo y a Brittany le tocó introducirse a regañadientes
en la zona de carga, sin parar de protestar por la horrorosa peste a pescado que impregnaba el interior.
La furgoneta estaba vacía excepto por un bulto tapado por una manta llena de manchas sospechosas de la que Brittany procuró mantenerse lo más alejada posible.
Después de esperar durante casi hora y media sentada en el incómodo suelo de metal, sin otro entretenimiento que escuchar las pullas que Hanna y Emily se lanzaban la una a la otra sin tregua, y con el olor a pescado rodeándola como una miasma infecciosa, Brittany estaba al borde del ataque de nervios.
—¡Ustedes dos, déjenlo ya!—ordenó, furiosa.
—¡No te pongas así, hermanita! Qué poca paciencia, se ve que no tienes madera de detective. Espera... ¡¿Emily, no es ése el tipo que buscamos?!
Las dos habían estado tan entretenidos en su lucha de ingenios que, por unos momentos, habían perdido de vista el fin último de la misión.
En efecto, del número 185 acababa de salir un bajo y flaco.
El tipo iba cubierto de pies a cabeza con un impermeable oscuro que le daba una apariencia rocosa y entre sus brazos cargaba un bulto bastante grande envuelto en plástico negro.
—¡Lleva un muerto!—exclamó Brittany, quien, de cuclillas tras los asientos, observaba también al sospechoso.
—Bueno, tampoco hay que perder la cabeza. Podría ser cualquier cosa, desde una alfombra persa que lleva a limpiar hasta...
—¡Ah!—gritaron los tres a la vez, horrorizados al descubrir un pie infantil que se balanceaba bajo la capa de plástico, al ritmo de una nana silenciosa y siniestra.
El hombre abrió el maletero de un viejo Ford Focus gris que estaba aparcado frente al portal y dejó caer el cuerpo en el interior sin la menor delicadeza.
Luego se subió al vehículo, arrancó y rodó calle abajo.
—¡Dios mío, este tío es el Ted Bundy madrileño, sólo que en feo!—Brittany, antes de empezar a escribir su novela, se había documentado a fondo sobre los asesinos en serie.
—¡Arranca el coche, Emily! ¡Arráncalo, por Dios!—exclamó Hanna, histérica.
Emily logró poner en marcha la furgoneta a la primera y salieron en persecución del asesino envueltos en un desagradable chirrido de ruedas.
El hombre conducía despacio y no fue difícil seguirlo por las calles estrechas—y a esas horas mucho más tranquilas— del barrio de Salamanca, aunque Emily procuraba no acercarse demasiado para que no los descubriera.
A pesar de guiñar mucho los ojos Emily le deslumbraban las luces de los otros coches, así que, una vez más, Hanna se hizo con el papel de Luis Moya.
—Emily, a la derecha, ras, ¡no, ésa es prohibida! Sigue, va por ahí. No, no, izquierda, izquierda. ¡Por Dios, no ves tres en un burro, tendría que conducir otra!
—¡Bueno conduce tú, listilla!—estaba empezando a ponerse nerviosa.
—No sé conducir. Brittany, será mejor que cojas tú el volante, o en breve nos convertiremos en una luctuosa estadística más de la Dirección General
de Tráfico.
—Yo tengo astigmatismo, de noche no veo un pimiento. Casi que lo dejamos y volvemos otro día con Quinn, que es la única persona que conozco que nunca se ha dado un golpe con el coche y ve en la oscuridad como los gatos—sugirió Brittany, que iba dando bandazos en el interior de la furgoneta.
De repente, el bulto que había debajo de la manta cobró vida y la joven soltó un alarido de terror que hizo que Emily diera un volantazo.
—¡Joder, Brittany! ¿Qué pasa?
En el último segundo, consiguió enderezar el vehículo y logró esquivar la acera derecha.
—¡Bree! Pero ¡¿qué haces aquí?!
La niña echó la manta a un lado y la miró desafiante.
—¡Esta misión es tan mía como suya!
Saltaba a la vista que se le había pegado la vena dramática de Sue Sylvester.
Brittany le devolvió la mirada muy enfadada y replicó:
—¡Sólo falta que tu mamá descubra que no estás en tu cama! ¿No te das cuenta de que le puedes dar un susto de muerte? Quizá hasta llame a la policía y nos meta a todos en un buen jaleo.
—No te preocupes, le he dejado una nota. Además, la pobre llega tan cansada del trabajo que duerme como un tronco. ¡Qué horror, casi no podía
respirar debajo de esa manta, no puedes imaginarte lo mal que huele!—hizo una mueca de asco.
—Ésa es otra. Has estado más de una hora debajo de eso—Brittany señaló con un gesto de repugnancia la tela manchada—Vamos a tener que descontaminarte y hoy no me he traído mi traje NBQ.
—Mierda, Emily, te he dicho derecha, de-re-cha, ¿estás sorda?, ¿o es que te perdiste el capítulo de «Barrio Sésamo» donde se explicaba la diferencia entre izquierda y derecha?—el tono furibundo de Hanna interrumpió su discusión.
—¿Puedes dejar de gritarme? Me pones nerviosa—irritado, Emily golpeó el volante con fuerza.
Acababan de entrar en la M-30 cuando una tromba de agua, tan intensa como si alguien se hubiera dejado abiertas las compuertas de la presa de las Tres Gargantas, empezó a descargar sobre ellos.
El estruendo de las gotas de lluvia sobre el techo metálico de la camioneta los silenció en el acto.
Emily levantó el pie del acelerador y el velocímetro del coche descendió hasta los veinte kilómetros por hora.
—No se ve nada—susurró Brittany con la vista clavada en el parabrisas, al tiempo que rodeaba con un brazo los hombros de la niña, que también observaba, asustada, el impenetrable muro de agua que tenían enfrente.
En ese momento, un enorme camión que circulaba ilegalmente por la vía pasó bramando tan cerca de ellos que rozó el retrovisor de la furgoneta.
Emily giró el volante con brusquedad en un vano intento por esquivarlo, y el
vehículo empezó a patinar sin control por el asfalto empapado.
En un acto reflejo, Brittany envolvió a Bree entre sus brazos, tratando de impedir que se golpeara contra las paredes de la Kangoo, mientras el interior de la furgoneta se llenaba de gritos de terror.
Durante unos instantes eternos, siguieron girando sobre sí mismas hasta que el vehículo chocó contra un guardarraíl y se detuvo al fin.
—¿Están todos bien?—la voz de Emily rompió el pesado silencio que se había hecho tras la colisión.
Entonces encendió la luz interior, y casi se sentó encima de Hanna en su afán de comprobar si estaba herida. Con dedos temblorosos empezó a palpar sus brazos y sus piernas hasta que la rubia protestó.
—Déjame, Emily, estoy bien.
Trató de apartarse, pero la morena le sujetó la cara entre sus manos y, durante unos segundos, la miró fijamente a los ojos.
—¿Seguro que estás bien?—preguntó con voz ronca.
—Que sí, ya te lo he dicho—sacudió la cabeza tratando de liberarse y la más alta la soltó al fin.
En realidad, Hanna era la que había salido mejor parada, ya que llevaba puesto el único cinturón de seguridad que no estaba roto.
—Yo también estoy bien—anunció Bree, con voz trémula, y al alzar el rostro que mantenía enterrado en el pecho de Brittany gritó, asustada—¡Britt, tienes sangre en la frente!
De un pequeño corte en su sien derecha manaba un hilo de sangre. Brittany se tocó la herida y luego utilizó la manga de su jersey para detener la hemorragia.
—No te preocupes, Bree, no es nada.
—¿Y a ti qué te ocurre, Emily? Estás muy pálida—a Hanna no se le había escapado la ligera mueca de dolor que esbozó al volver a su asiento.
—Me duele un poco el costado, creo que me he golpeado con el volante—se llevó una mano a la zona y, de nuevo, hizo un gesto de dolor.
La hermana de Brittany se volvió hacia la pelinegra para examinarla. Sin pedirle permiso levantó el viejo jersey de lana gris y la camiseta que llevaba
debajo y, con mucha suavidad, empezó a recorrer con las yemas de los dedos aquellos firmes y lindos pechos y bien formados.
—¿Dónde te duele?
Emily señaló su costado derecho, apoyó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos y se dispuso a disfrutar de aquel inesperado contacto. De los dedos hábiles de Hanna surgía una agradable calidez que comenzó a calmar el dolor casi de inmediato.
—Mmm—suspiró, extasiada—Tienes unos dedos mágicos, Hanna... ¿te importaría tocarme un poco más arriba?
La rubia la ignoró por completo y siguió palpando su tórax con delicadeza.
—Creo que tienes una contusión, pero no te has roto la costilla. De todas formas, deberías ir a un hospital a hacerte una radiografía. Sólo he dado unas cuantas clases, así que aún no soy ninguna experta.
—No pienso ir a ningún hospital, confío plenamente en tu diagnóstico, Candace, aunque creo que me vendría bien un buen masaje...
Sin hacerle el menor caso, Hanna le bajó de nuevo la camiseta y el jersey, y se volvió hacia las ocupantes de la parte de atrás.
Cuando se cercioró de que nadie estaba herida de gravedad, empezó a dar órdenes a diestro y siniestro.
—Emily, quítate de ahí. Yo te ayudo, despacio, ¡con cuidado! ¡Brittany, intenta arrancar el coche!
Su hermana obedeció con dificultad y se puso al volante, pero al girar la llave de contacto tan sólo se oyó un desagradable chirrido metálico.
—Me temo que no va a funcionar—anunció con serenidad. Luego acercó el rostro al cristal astillado del parabrisas y añadió—Por lo poco que veo del capó, la sirena ha quedado varada de por vida. Habrá que llamar a la grúa.
Emily rebuscó en la guantera y sacó los papeles del vehículo; por fortuna, estaba todo en orden y la furgoneta contaba con un seguro a todo riesgo.
La asistencia tardó bastante en llegar; aquélla era una de esas noches en las que los bomberos, la policía y las emergencias en general no daban abasto.
Casi tres horas después, un taxi los dejaba a los cuatro, exhaustos y ateridos, frente al 185 de la calle Lagasca, y Hanna le pidió al conductor que esperase un momento mientras bajaban a acompañar a Bree y a su hermana.
Sin embargo, las desdichas nocturnas no parecían haber terminado aún.
Nada más posar los pies sobre la acera, la doctora López, parapetada bajo un enorme paraguas de golf, salió a su encuentro echando chispas.
—¡Bree, ¿puede saberse de dónde vienes a estas horas?!
La niña abrió la boca para tratar de explicarse, pero al ver su rostro, pálido y
agotado, su mamá la interrumpió sin miramientos y ordenó:
—Déjalo, sube a casa, date una ducha caliente y acuéstate, ya hablaremos mañana tú y yo.
La mirada compungida de Bree se posó en Brittany, quien le guiñó un ojo indicándole que no se preocupara, así que la adolescente entró en el portal sin protestar.
Al ver la ira que brillaba en los iris oscuros de la médico, Hanna se dijo que había llegado el momento de desaparecer también.
—Nosotras nos vamos. Esta noche puedes pasarla en mi piso, Emily. Quiero vigilar esa contusión.
Por la cara de Emily pasó un abanico de emociones que la hermana de Brittany no tuvo ninguna dificultad en interpretar, así que agregó:
—No te hagas ilusiones. Dormirás en el sofá.
La expresión de decepción de su amiga fue tan cómica que, a pesar de lo cansada que estaba, Brittany no pudo reprimir una carcajada.
—Te parece todo muy divertido, ¿no es así? Llevo desde las doce y media, muerta de preocupación, esperando bajo el diluvio a que aparezcan.
El aspecto de la doctora era tan aterrador que Brittany, al ver a Emily y a su hermana desaparecer dentro del taxi a toda prisa, estuvo a punto de salir corriendo detrás de ellas.
Sin embargo, no le quedó otra que enfrentarse sola a esa energúmena de pupilas fulgurantes.
—Será mejor que entremos—trató de sonar tranquila, pero la morena detectó un ligero temblor en su voz.
La siguió en silencio al interior del portal y al encender la luz descubrió, alarmado, las huellas de sangre en su rostro.
—¡Estás herida! ¿Qué ha pasado? ¡Abre la puerta—exigió—, Tengo que examinar esa herida!
Demasiado cansada para protestar, Brittany sacó sus llaves y la condujo hasta el pequeño cuarto de baño al fondo del pasillo.
Santana la tomó de la barbilla y, moviendo su cabeza con delicadeza a un lado y a otro, inspeccionó el corte bajo la luz del fluorescente.
—No es grave, pero es profunda. Tendré que darte algunos puntos—sin mostrar la menor compasión al ver su expresión horrorizada siguió dando órdenes—Subiré a casa a buscar mi botiquín, mientras tanto date tú también una ducha caliente. Estás tiritando.
En cuanto salió por la puerta, Brittany corrió al cuarto de baño y se metió bajo el chorro de agua caliente hasta que su cuerpo empezó a reaccionar al
cabo de diez minutos.
Salió de la ducha, se secó el pelo con una toalla y se puso uno de los gruesos pijamas de felpa —muy alejado de los camisones de raso y encaje que usaba en su vida anterior—, decorado con corazones azules y rosas, que, previsora, había comprado en un hipermercado para capear las frías noches de invierno.
Al mirarse en el espejo, pensó que nadie podría acusarla de intentar seducir a la doctora.
Santana la esperaba sentado en el sofá del salón.
Su pequeño maletín estaba abierto sobre la mesa de centro y había acercado la lámpara de pie que había encontrado en la zona del comedor, de manera que el sofá quedaba convenientemente iluminado.
—Siéntate—ordenó con frialdad.
Brittany tragó saliva y se sentó en la otra punta del sillón. La médico se limitó a mirarla con severidad y, de mala gana, la joven se fue acercando, centímetro a centímetro, hasta quedar a una distancia adecuada.
Santana colocó un dedo bajo su barbilla, alzó su rostro hacia la luz y, al ver la aprensión reflejada en aquellos expresivos ojos azules, anunció inflexible:
—Voy a ponerte un poco de anestesia local, luego te limpiaré la herida y te daré unos puntos.
Rebuscó en el maletín y sacó una jeringuilla. Al ver la aguja la rubia dio un violento respingo y se encogió todavía más.
—La señora portera nos ha salido un poco miedica, ¿no?—comentó con sarcasmo—Estate quieta o te dolerá más.
Intimidada por su frialdad, Brittany obedeció y permaneció muy quieta, mientras la pinchaba. A pesar de sus temores, apenas notó el aguijonazo en su piel.
La doctora López —como había descubierto en sus propias carnes— tenía unos dedos muy hábiles.
Los bonitos ojos castaños, rodeados de espesas pestañas oscuras, estaban tan cerca de los suyos que Brittany casi podía contar las atractivas pintas doradas que salpicaban sus iris.
Notó que se le aceleraba la respiración, pero lo achacó a sus nervios destrozados por los calamitosos acontecimientos nocturnos.
—Esperaré un poco a que haga efecto; mientras tanto, quiero que me cuentes qué ha ocurrido esta noche.
Brittany decidió colaborar y le contó la historia desde el principio.
Le habló de las fundadas sospechas que tenían de que el inquilino del 4.º izquierda fuera un asesino en serie y de cómo, entre todos, habían elaborado un plan para cazar al pichón.
Santana conservó su aspecto adusto mientras terminaba de limpiar la herida, a pesar de que, en más de una ocasión, se vio obligada a reprimir una sonrisa al escuchar el relato de las peripecias surrealistas de aquellas aprendices de cazador.
—¡Te juro que le prohibí a Bree que viniera con nosotras, Santana, tienes que creerme! Ni siquiera sabía que estaba en la furgoneta cuando nos pusimos en marcha. Se había escondido debajo de una manta, tan repugnante que, a lo mejor, tienes que hacerle las pruebas del tifus. Siento muchísimo lo que ha pasado y entiendo que estés tan enfadada. Lo siento de verdad.
Los ojos color cielo irradiaban sinceridad, y Santana no puso en duda sus explicaciones.
Conocía de sobra a su hija y sabía que, cuando se le metía algo en la cabeza, no paraba hasta conseguirlo.
En eso era igualita que ella.
—Ahora tienes que quedarte muy quieta—exigió que entretanto, había terminado de enhebrar el hilo de sutura en una pequeña aguja.
Asustada, Brittany cerró los ojos, y notó el tacto delicado de esos dedos competentes sobre su sien. La anestesia había hecho efecto y no sintió dolor alguno.
Después de unos instantes oyó que la médico decía con voz ronca:
—Ya puedes abrir los ojos. He terminado.
Muy despacio, abrió los párpados y se encontró los labios de la doctora López a menos de dos centímetros de los suyos, pero, antes de poder pensar siquiera en apartarse, aquella boca ansiosa se apoderó de la suya y, una vez más, perdió la cabeza ante el asalto de esos labios expertos.
Con un gemido, alzó los brazos, rodeó el cuello de la médico y la atrajo aún más hacia ella.
Su ardor la enloqueció.
Impaciente, introdujo la mano bajo la camisa del pijama y la subió despacio por su costado desnudo, dejando a su paso un rastro de fuego y carne de gallina, hasta posarla sobre su seno.
El sensible pezón de Brittany se irguió aún más bajo el roce de su pulgar y un gemido ahogado escapó de su garganta; al oírlo, la excitación de Santana
creció de forma exponencial.
Al verla salir de la ducha con ese ridículo pijama, el pelo mojado y la cara pálida de cansancio, le había invadido tal sensación de ternura que había tenido que luchar con todas sus fuerzas para recordarse a sí misma que estaba enfadada con la más alta, pero no había podido resistirlo más.
Mientras cosía aquella piel suave, la intensidad de su deseo había alcanzado el punto de no retorno.
No podía seguir engañándose.
A pesar de que apenas la conocía, se había enamorado de Brittany con toda la vehemencia de un corazón solitario que hacía tiempo que no sentía a su lado la dulzura de una presencia femenina.
De repente, sin saber muy bien cómo, se encontró tumbada sobre la rubia en el incómodo sillón. Las manos de Brittany le acariciaban la espalda por debajo de la camisa con abandono e, igual que le ocurrió en la otra ocasión
en que estuvieron juntas, no pudo evitar temblar al sentir su contacto mientras sus propios dedos exploraban, llenos de curiosidad, bajo la cinturilla del pantalón del pijama y acariciaban la piel tersa de su cadera y sus nalgas con avidez.
Incapaz de resistirlo un segundo más, desató la hebilla de su cinturón y se desabrochó el botón del pantalón dispuesta a unirse sin más preámbulos en el húmedo sexo de Brittany, cuya pelvis se movía contra sus muslos en una clara invitación.
Sin embargo, al sentir aquella conocido calor contra su vientre, la rubia recobró un atisbo de cordura y, con un esfuerzo sobrehumano, colocó las palmas de las manos contra su pecho y exclamó:
—¡Santana, no podemos!
Aquellas palabras penetraron con la precisión de un bisturí la bruma de deseo que nublaba la mente de la médico, que se detuvo en el acto.
Por unos instantes, permaneció tendida sobre el cuerpo de Brittany, jadeante, hasta que, por fin, se incorporó sobre sus antebrazos y clavó las pupilas en los preciosos ojos azules que rezumaban aún un deseo intenso.
Durante unos segundos, se estableció entre ellas una extraña comunicación sin cables, hasta que, finalmente, se inclinó sobre Brittany, depositó una vez más un beso ligero sobre sus labios, algo magullados, y se levantó del sofá.
—Perdona, he perdido la cabeza—se disculpó con voz ronca mientras, de espaldas a la rubia, luchaba con dedos trémulos con su pantalón.
—No hay nada que perdonar—descartó Brittany, quien, a toda prisa, se dedicaba también a recomponer su apariencia, bastante maltrecha después
del apasionado encuentro.
Un poco más presentable, Santana se sentó a su lado y la tomó de la mano, pero apartó la suya con rapidez.
—Será mejor que no me toques, Santana. Cuando lo haces pierdo los papeles—reconoció con los ojos bajos.
El ritmo cardiaco de la doctora, que aún no había recuperado la normalidad, se disparó de nuevo al escuchar aquella sencilla confesión y tuvo que recurrir a todo su autodominio para no estrecharla de nuevo entre sus brazos y terminar de una vez lo que habían comenzado.
—Es evidente que a mí me pasa lo mismo, Brittany; no puedo estar cerca de ti un segundo sin tocarte—admitió sin rodeos.
Entonces, las miradas de ambas se cruzaron y se sonrieron.
—Y esta enfermedad, doctora, ¿es grave?—los ojos azules relucían con picardía.
—Me temo que sí, señora Santos. Creo que es fatal—afirmó en un tono redicho, que hizo que la rubia soltara una carcajada—En serio, Brittany, quiero conocerte. Quedemos en un sitio público, donde, simplemente, podamos hablar.
Como si tuviera voluntad propia, su mano agarró de nuevo la de Brittany y, al instante, la yema de su pulgar localizó aquel pulso delator que se agitaba bajo la piel delicada de su muñeca.
La rubia trató en vano de controlar el efecto de las pequeñas descargas eléctricas que la rítmica caricia de su dedo provocaba y, en ese momento, el recuerdo de la imagen de la mujer castaña vino en su ayuda.
—¿Y qué pasa con tu novia?
—¿Novia?—la miró perpleja.
—Sí, tu novia, no te hagas el inocente. Estás viviendo con una mujer y me parece fatal que cuando no la tienes a mano te desfogues con la portera—sus ojos echaban chispas.
—Estás loca. Yo vivo sólo con mi hija—de repente, una bombilla se encendió en su cerebro y añadió—No estarás refiriéndote a mi hermana, ¿verdad?
—¡¿Tu hermana?!
La famosa piedra de dos toneladas que a veces aplastaba los corazones y que hasta ese momento había estado chafando el de Brittany con saña se desintegró en el aire.
—Castaña, elegante, no muy alta más bien bajita...
—Es mi hermana Camila. Se quedó varios días porque necesitaba organizar unos papeles en Madrid. Ella vive en León con su familia. Ahora entiendo por qué me llamaste ninfómana aquel día en mi casa—afirmó, divertida, al recordar la expresión que había utilizado Brittany y que tanta gracia le había hecho.
Incapaz de sostener aquella mirada llena de ternura, Brittany bajó los ojos, avergonzada, y empezó a confesar en un ronco susurro lo que había llegado
a pensar de la morena.
—Creía que eras un conquistadora. Primero aquella noche en que lo manejaste todo con tanta habilidad; luego la mujer castaña; la otra mujer castaña clara que viene de vez en cuando a visitarte y, después, cuando le tiraste los tejos a la horrible señora Santos...
—¡Caramba, visto así parezco la mismísima Barba Azul!
Una lenta sonrisa se dibujó en los labios carnosos, y a Brittany le pareció tan atractiva que tuvo que llamarse al orden para no arrojarse en plancha sobre ella y colgarse de su boca una vez más.
Sin embargo, la doctora en seguida recuperó la seriedad y declaró:
—No soy una depredadora, Brittany. No he tenido una relación seria con ninguna mujer desde que la mía murió. La castaña bajita de la que hablas es mi hermana, la castaña mas alta es una compañera de trabajo más insistente de lo debido. Y a la portera de mi edificio comencé a acosarla cuando descubrí que era la misma mujer que me sorbió el seso aquella noche tan especial, en la que estaba tan nerviosa como una adolescente en su primera cita.
Aquel sencillo discurso y la franqueza que brillaba en los iris castaños la conmovieron profundamente.
Santana López era una mujer íntegra, tal como su corazón, en lucha constante con su cerebro, había sospechado desde el principio.
Y, de repente, reconocerlo la asustó aún más.
Si cuando pensaba que era una pervertida no había podido resistirse a ella, ahora que sabía que era una mujer que merecía la pena, ¿qué pasaría?
Como si de pronto hubiera percibido su temor, la médico se levantó del sillón y le dijo:
—Ahora te dejaré sola, debes de estar agotada y no es el momento de hablar. Yo aún siento los... los desconcertantes efectos de nuestro breve encuentro—notó, complacida, que Brittany se ponía colorada—¿Quieres comer mañana conmigo en algún restaurante? Te prometo que no te tocaré—añadió, burlona.
Turbada, Brittany asintió en silencio mientras la acompañaba hasta la puerta.
—Entonces te recogeré a las doce. Hasta mañana—la empujó contra la pared, tomándola completamente desprevenida, y la inmovilizó con su cuerpo, al tiempo que depositaba un beso brusco y hambriento sobre sus labios.
Cuando la soltó, a Brittany le temblaban las piernas de mala manera y apenas acertó a balbucear:
—Dijiste... Has prometido que... que no me tocarías.
—He prometido que mañana no te tocaría, pero no he dicho nada de esta noche.
Por fin la soltó y, sin decir nada más, desapareció escaleras arriba a toda velocidad.
Brittany, entretanto, permaneció apoyada en la puerta, jadeante, mientras escuchaba desvanecerse el eco de sus pasos en los peldaños de piedra.
El vehículo sólo tenía dos asientos en la parte delantera, así que decidieron
que Hanna, que era la que mejor veía en la oscuridad, se sentara ahí para no perder de vista el objetivo y a Brittany le tocó introducirse a regañadientes
en la zona de carga, sin parar de protestar por la horrorosa peste a pescado que impregnaba el interior.
La furgoneta estaba vacía excepto por un bulto tapado por una manta llena de manchas sospechosas de la que Brittany procuró mantenerse lo más alejada posible.
Después de esperar durante casi hora y media sentada en el incómodo suelo de metal, sin otro entretenimiento que escuchar las pullas que Hanna y Emily se lanzaban la una a la otra sin tregua, y con el olor a pescado rodeándola como una miasma infecciosa, Brittany estaba al borde del ataque de nervios.
—¡Ustedes dos, déjenlo ya!—ordenó, furiosa.
—¡No te pongas así, hermanita! Qué poca paciencia, se ve que no tienes madera de detective. Espera... ¡¿Emily, no es ése el tipo que buscamos?!
Las dos habían estado tan entretenidos en su lucha de ingenios que, por unos momentos, habían perdido de vista el fin último de la misión.
En efecto, del número 185 acababa de salir un bajo y flaco.
El tipo iba cubierto de pies a cabeza con un impermeable oscuro que le daba una apariencia rocosa y entre sus brazos cargaba un bulto bastante grande envuelto en plástico negro.
—¡Lleva un muerto!—exclamó Brittany, quien, de cuclillas tras los asientos, observaba también al sospechoso.
—Bueno, tampoco hay que perder la cabeza. Podría ser cualquier cosa, desde una alfombra persa que lleva a limpiar hasta...
—¡Ah!—gritaron los tres a la vez, horrorizados al descubrir un pie infantil que se balanceaba bajo la capa de plástico, al ritmo de una nana silenciosa y siniestra.
El hombre abrió el maletero de un viejo Ford Focus gris que estaba aparcado frente al portal y dejó caer el cuerpo en el interior sin la menor delicadeza.
Luego se subió al vehículo, arrancó y rodó calle abajo.
—¡Dios mío, este tío es el Ted Bundy madrileño, sólo que en feo!—Brittany, antes de empezar a escribir su novela, se había documentado a fondo sobre los asesinos en serie.
—¡Arranca el coche, Emily! ¡Arráncalo, por Dios!—exclamó Hanna, histérica.
Emily logró poner en marcha la furgoneta a la primera y salieron en persecución del asesino envueltos en un desagradable chirrido de ruedas.
El hombre conducía despacio y no fue difícil seguirlo por las calles estrechas—y a esas horas mucho más tranquilas— del barrio de Salamanca, aunque Emily procuraba no acercarse demasiado para que no los descubriera.
A pesar de guiñar mucho los ojos Emily le deslumbraban las luces de los otros coches, así que, una vez más, Hanna se hizo con el papel de Luis Moya.
—Emily, a la derecha, ras, ¡no, ésa es prohibida! Sigue, va por ahí. No, no, izquierda, izquierda. ¡Por Dios, no ves tres en un burro, tendría que conducir otra!
—¡Bueno conduce tú, listilla!—estaba empezando a ponerse nerviosa.
—No sé conducir. Brittany, será mejor que cojas tú el volante, o en breve nos convertiremos en una luctuosa estadística más de la Dirección General
de Tráfico.
—Yo tengo astigmatismo, de noche no veo un pimiento. Casi que lo dejamos y volvemos otro día con Quinn, que es la única persona que conozco que nunca se ha dado un golpe con el coche y ve en la oscuridad como los gatos—sugirió Brittany, que iba dando bandazos en el interior de la furgoneta.
De repente, el bulto que había debajo de la manta cobró vida y la joven soltó un alarido de terror que hizo que Emily diera un volantazo.
—¡Joder, Brittany! ¿Qué pasa?
En el último segundo, consiguió enderezar el vehículo y logró esquivar la acera derecha.
—¡Bree! Pero ¡¿qué haces aquí?!
La niña echó la manta a un lado y la miró desafiante.
—¡Esta misión es tan mía como suya!
Saltaba a la vista que se le había pegado la vena dramática de Sue Sylvester.
Brittany le devolvió la mirada muy enfadada y replicó:
—¡Sólo falta que tu mamá descubra que no estás en tu cama! ¿No te das cuenta de que le puedes dar un susto de muerte? Quizá hasta llame a la policía y nos meta a todos en un buen jaleo.
—No te preocupes, le he dejado una nota. Además, la pobre llega tan cansada del trabajo que duerme como un tronco. ¡Qué horror, casi no podía
respirar debajo de esa manta, no puedes imaginarte lo mal que huele!—hizo una mueca de asco.
—Ésa es otra. Has estado más de una hora debajo de eso—Brittany señaló con un gesto de repugnancia la tela manchada—Vamos a tener que descontaminarte y hoy no me he traído mi traje NBQ.
—Mierda, Emily, te he dicho derecha, de-re-cha, ¿estás sorda?, ¿o es que te perdiste el capítulo de «Barrio Sésamo» donde se explicaba la diferencia entre izquierda y derecha?—el tono furibundo de Hanna interrumpió su discusión.
—¿Puedes dejar de gritarme? Me pones nerviosa—irritado, Emily golpeó el volante con fuerza.
Acababan de entrar en la M-30 cuando una tromba de agua, tan intensa como si alguien se hubiera dejado abiertas las compuertas de la presa de las Tres Gargantas, empezó a descargar sobre ellos.
El estruendo de las gotas de lluvia sobre el techo metálico de la camioneta los silenció en el acto.
Emily levantó el pie del acelerador y el velocímetro del coche descendió hasta los veinte kilómetros por hora.
—No se ve nada—susurró Brittany con la vista clavada en el parabrisas, al tiempo que rodeaba con un brazo los hombros de la niña, que también observaba, asustada, el impenetrable muro de agua que tenían enfrente.
En ese momento, un enorme camión que circulaba ilegalmente por la vía pasó bramando tan cerca de ellos que rozó el retrovisor de la furgoneta.
Emily giró el volante con brusquedad en un vano intento por esquivarlo, y el
vehículo empezó a patinar sin control por el asfalto empapado.
En un acto reflejo, Brittany envolvió a Bree entre sus brazos, tratando de impedir que se golpeara contra las paredes de la Kangoo, mientras el interior de la furgoneta se llenaba de gritos de terror.
Durante unos instantes eternos, siguieron girando sobre sí mismas hasta que el vehículo chocó contra un guardarraíl y se detuvo al fin.
—¿Están todos bien?—la voz de Emily rompió el pesado silencio que se había hecho tras la colisión.
Entonces encendió la luz interior, y casi se sentó encima de Hanna en su afán de comprobar si estaba herida. Con dedos temblorosos empezó a palpar sus brazos y sus piernas hasta que la rubia protestó.
—Déjame, Emily, estoy bien.
Trató de apartarse, pero la morena le sujetó la cara entre sus manos y, durante unos segundos, la miró fijamente a los ojos.
—¿Seguro que estás bien?—preguntó con voz ronca.
—Que sí, ya te lo he dicho—sacudió la cabeza tratando de liberarse y la más alta la soltó al fin.
En realidad, Hanna era la que había salido mejor parada, ya que llevaba puesto el único cinturón de seguridad que no estaba roto.
—Yo también estoy bien—anunció Bree, con voz trémula, y al alzar el rostro que mantenía enterrado en el pecho de Brittany gritó, asustada—¡Britt, tienes sangre en la frente!
De un pequeño corte en su sien derecha manaba un hilo de sangre. Brittany se tocó la herida y luego utilizó la manga de su jersey para detener la hemorragia.
—No te preocupes, Bree, no es nada.
—¿Y a ti qué te ocurre, Emily? Estás muy pálida—a Hanna no se le había escapado la ligera mueca de dolor que esbozó al volver a su asiento.
—Me duele un poco el costado, creo que me he golpeado con el volante—se llevó una mano a la zona y, de nuevo, hizo un gesto de dolor.
La hermana de Brittany se volvió hacia la pelinegra para examinarla. Sin pedirle permiso levantó el viejo jersey de lana gris y la camiseta que llevaba
debajo y, con mucha suavidad, empezó a recorrer con las yemas de los dedos aquellos firmes y lindos pechos y bien formados.
—¿Dónde te duele?
Emily señaló su costado derecho, apoyó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos y se dispuso a disfrutar de aquel inesperado contacto. De los dedos hábiles de Hanna surgía una agradable calidez que comenzó a calmar el dolor casi de inmediato.
—Mmm—suspiró, extasiada—Tienes unos dedos mágicos, Hanna... ¿te importaría tocarme un poco más arriba?
La rubia la ignoró por completo y siguió palpando su tórax con delicadeza.
—Creo que tienes una contusión, pero no te has roto la costilla. De todas formas, deberías ir a un hospital a hacerte una radiografía. Sólo he dado unas cuantas clases, así que aún no soy ninguna experta.
—No pienso ir a ningún hospital, confío plenamente en tu diagnóstico, Candace, aunque creo que me vendría bien un buen masaje...
Sin hacerle el menor caso, Hanna le bajó de nuevo la camiseta y el jersey, y se volvió hacia las ocupantes de la parte de atrás.
Cuando se cercioró de que nadie estaba herida de gravedad, empezó a dar órdenes a diestro y siniestro.
—Emily, quítate de ahí. Yo te ayudo, despacio, ¡con cuidado! ¡Brittany, intenta arrancar el coche!
Su hermana obedeció con dificultad y se puso al volante, pero al girar la llave de contacto tan sólo se oyó un desagradable chirrido metálico.
—Me temo que no va a funcionar—anunció con serenidad. Luego acercó el rostro al cristal astillado del parabrisas y añadió—Por lo poco que veo del capó, la sirena ha quedado varada de por vida. Habrá que llamar a la grúa.
Emily rebuscó en la guantera y sacó los papeles del vehículo; por fortuna, estaba todo en orden y la furgoneta contaba con un seguro a todo riesgo.
La asistencia tardó bastante en llegar; aquélla era una de esas noches en las que los bomberos, la policía y las emergencias en general no daban abasto.
Casi tres horas después, un taxi los dejaba a los cuatro, exhaustos y ateridos, frente al 185 de la calle Lagasca, y Hanna le pidió al conductor que esperase un momento mientras bajaban a acompañar a Bree y a su hermana.
Sin embargo, las desdichas nocturnas no parecían haber terminado aún.
Nada más posar los pies sobre la acera, la doctora López, parapetada bajo un enorme paraguas de golf, salió a su encuentro echando chispas.
—¡Bree, ¿puede saberse de dónde vienes a estas horas?!
La niña abrió la boca para tratar de explicarse, pero al ver su rostro, pálido y
agotado, su mamá la interrumpió sin miramientos y ordenó:
—Déjalo, sube a casa, date una ducha caliente y acuéstate, ya hablaremos mañana tú y yo.
La mirada compungida de Bree se posó en Brittany, quien le guiñó un ojo indicándole que no se preocupara, así que la adolescente entró en el portal sin protestar.
Al ver la ira que brillaba en los iris oscuros de la médico, Hanna se dijo que había llegado el momento de desaparecer también.
—Nosotras nos vamos. Esta noche puedes pasarla en mi piso, Emily. Quiero vigilar esa contusión.
Por la cara de Emily pasó un abanico de emociones que la hermana de Brittany no tuvo ninguna dificultad en interpretar, así que agregó:
—No te hagas ilusiones. Dormirás en el sofá.
La expresión de decepción de su amiga fue tan cómica que, a pesar de lo cansada que estaba, Brittany no pudo reprimir una carcajada.
—Te parece todo muy divertido, ¿no es así? Llevo desde las doce y media, muerta de preocupación, esperando bajo el diluvio a que aparezcan.
El aspecto de la doctora era tan aterrador que Brittany, al ver a Emily y a su hermana desaparecer dentro del taxi a toda prisa, estuvo a punto de salir corriendo detrás de ellas.
Sin embargo, no le quedó otra que enfrentarse sola a esa energúmena de pupilas fulgurantes.
—Será mejor que entremos—trató de sonar tranquila, pero la morena detectó un ligero temblor en su voz.
La siguió en silencio al interior del portal y al encender la luz descubrió, alarmado, las huellas de sangre en su rostro.
—¡Estás herida! ¿Qué ha pasado? ¡Abre la puerta—exigió—, Tengo que examinar esa herida!
Demasiado cansada para protestar, Brittany sacó sus llaves y la condujo hasta el pequeño cuarto de baño al fondo del pasillo.
Santana la tomó de la barbilla y, moviendo su cabeza con delicadeza a un lado y a otro, inspeccionó el corte bajo la luz del fluorescente.
—No es grave, pero es profunda. Tendré que darte algunos puntos—sin mostrar la menor compasión al ver su expresión horrorizada siguió dando órdenes—Subiré a casa a buscar mi botiquín, mientras tanto date tú también una ducha caliente. Estás tiritando.
En cuanto salió por la puerta, Brittany corrió al cuarto de baño y se metió bajo el chorro de agua caliente hasta que su cuerpo empezó a reaccionar al
cabo de diez minutos.
Salió de la ducha, se secó el pelo con una toalla y se puso uno de los gruesos pijamas de felpa —muy alejado de los camisones de raso y encaje que usaba en su vida anterior—, decorado con corazones azules y rosas, que, previsora, había comprado en un hipermercado para capear las frías noches de invierno.
Al mirarse en el espejo, pensó que nadie podría acusarla de intentar seducir a la doctora.
Santana la esperaba sentado en el sofá del salón.
Su pequeño maletín estaba abierto sobre la mesa de centro y había acercado la lámpara de pie que había encontrado en la zona del comedor, de manera que el sofá quedaba convenientemente iluminado.
—Siéntate—ordenó con frialdad.
Brittany tragó saliva y se sentó en la otra punta del sillón. La médico se limitó a mirarla con severidad y, de mala gana, la joven se fue acercando, centímetro a centímetro, hasta quedar a una distancia adecuada.
Santana colocó un dedo bajo su barbilla, alzó su rostro hacia la luz y, al ver la aprensión reflejada en aquellos expresivos ojos azules, anunció inflexible:
—Voy a ponerte un poco de anestesia local, luego te limpiaré la herida y te daré unos puntos.
Rebuscó en el maletín y sacó una jeringuilla. Al ver la aguja la rubia dio un violento respingo y se encogió todavía más.
—La señora portera nos ha salido un poco miedica, ¿no?—comentó con sarcasmo—Estate quieta o te dolerá más.
Intimidada por su frialdad, Brittany obedeció y permaneció muy quieta, mientras la pinchaba. A pesar de sus temores, apenas notó el aguijonazo en su piel.
La doctora López —como había descubierto en sus propias carnes— tenía unos dedos muy hábiles.
Los bonitos ojos castaños, rodeados de espesas pestañas oscuras, estaban tan cerca de los suyos que Brittany casi podía contar las atractivas pintas doradas que salpicaban sus iris.
Notó que se le aceleraba la respiración, pero lo achacó a sus nervios destrozados por los calamitosos acontecimientos nocturnos.
—Esperaré un poco a que haga efecto; mientras tanto, quiero que me cuentes qué ha ocurrido esta noche.
Brittany decidió colaborar y le contó la historia desde el principio.
Le habló de las fundadas sospechas que tenían de que el inquilino del 4.º izquierda fuera un asesino en serie y de cómo, entre todos, habían elaborado un plan para cazar al pichón.
Santana conservó su aspecto adusto mientras terminaba de limpiar la herida, a pesar de que, en más de una ocasión, se vio obligada a reprimir una sonrisa al escuchar el relato de las peripecias surrealistas de aquellas aprendices de cazador.
—¡Te juro que le prohibí a Bree que viniera con nosotras, Santana, tienes que creerme! Ni siquiera sabía que estaba en la furgoneta cuando nos pusimos en marcha. Se había escondido debajo de una manta, tan repugnante que, a lo mejor, tienes que hacerle las pruebas del tifus. Siento muchísimo lo que ha pasado y entiendo que estés tan enfadada. Lo siento de verdad.
Los ojos color cielo irradiaban sinceridad, y Santana no puso en duda sus explicaciones.
Conocía de sobra a su hija y sabía que, cuando se le metía algo en la cabeza, no paraba hasta conseguirlo.
En eso era igualita que ella.
—Ahora tienes que quedarte muy quieta—exigió que entretanto, había terminado de enhebrar el hilo de sutura en una pequeña aguja.
Asustada, Brittany cerró los ojos, y notó el tacto delicado de esos dedos competentes sobre su sien. La anestesia había hecho efecto y no sintió dolor alguno.
Después de unos instantes oyó que la médico decía con voz ronca:
—Ya puedes abrir los ojos. He terminado.
Muy despacio, abrió los párpados y se encontró los labios de la doctora López a menos de dos centímetros de los suyos, pero, antes de poder pensar siquiera en apartarse, aquella boca ansiosa se apoderó de la suya y, una vez más, perdió la cabeza ante el asalto de esos labios expertos.
Con un gemido, alzó los brazos, rodeó el cuello de la médico y la atrajo aún más hacia ella.
Su ardor la enloqueció.
Impaciente, introdujo la mano bajo la camisa del pijama y la subió despacio por su costado desnudo, dejando a su paso un rastro de fuego y carne de gallina, hasta posarla sobre su seno.
El sensible pezón de Brittany se irguió aún más bajo el roce de su pulgar y un gemido ahogado escapó de su garganta; al oírlo, la excitación de Santana
creció de forma exponencial.
Al verla salir de la ducha con ese ridículo pijama, el pelo mojado y la cara pálida de cansancio, le había invadido tal sensación de ternura que había tenido que luchar con todas sus fuerzas para recordarse a sí misma que estaba enfadada con la más alta, pero no había podido resistirlo más.
Mientras cosía aquella piel suave, la intensidad de su deseo había alcanzado el punto de no retorno.
No podía seguir engañándose.
A pesar de que apenas la conocía, se había enamorado de Brittany con toda la vehemencia de un corazón solitario que hacía tiempo que no sentía a su lado la dulzura de una presencia femenina.
De repente, sin saber muy bien cómo, se encontró tumbada sobre la rubia en el incómodo sillón. Las manos de Brittany le acariciaban la espalda por debajo de la camisa con abandono e, igual que le ocurrió en la otra ocasión
en que estuvieron juntas, no pudo evitar temblar al sentir su contacto mientras sus propios dedos exploraban, llenos de curiosidad, bajo la cinturilla del pantalón del pijama y acariciaban la piel tersa de su cadera y sus nalgas con avidez.
Incapaz de resistirlo un segundo más, desató la hebilla de su cinturón y se desabrochó el botón del pantalón dispuesta a unirse sin más preámbulos en el húmedo sexo de Brittany, cuya pelvis se movía contra sus muslos en una clara invitación.
Sin embargo, al sentir aquella conocido calor contra su vientre, la rubia recobró un atisbo de cordura y, con un esfuerzo sobrehumano, colocó las palmas de las manos contra su pecho y exclamó:
—¡Santana, no podemos!
Aquellas palabras penetraron con la precisión de un bisturí la bruma de deseo que nublaba la mente de la médico, que se detuvo en el acto.
Por unos instantes, permaneció tendida sobre el cuerpo de Brittany, jadeante, hasta que, por fin, se incorporó sobre sus antebrazos y clavó las pupilas en los preciosos ojos azules que rezumaban aún un deseo intenso.
Durante unos segundos, se estableció entre ellas una extraña comunicación sin cables, hasta que, finalmente, se inclinó sobre Brittany, depositó una vez más un beso ligero sobre sus labios, algo magullados, y se levantó del sofá.
—Perdona, he perdido la cabeza—se disculpó con voz ronca mientras, de espaldas a la rubia, luchaba con dedos trémulos con su pantalón.
—No hay nada que perdonar—descartó Brittany, quien, a toda prisa, se dedicaba también a recomponer su apariencia, bastante maltrecha después
del apasionado encuentro.
Un poco más presentable, Santana se sentó a su lado y la tomó de la mano, pero apartó la suya con rapidez.
—Será mejor que no me toques, Santana. Cuando lo haces pierdo los papeles—reconoció con los ojos bajos.
El ritmo cardiaco de la doctora, que aún no había recuperado la normalidad, se disparó de nuevo al escuchar aquella sencilla confesión y tuvo que recurrir a todo su autodominio para no estrecharla de nuevo entre sus brazos y terminar de una vez lo que habían comenzado.
—Es evidente que a mí me pasa lo mismo, Brittany; no puedo estar cerca de ti un segundo sin tocarte—admitió sin rodeos.
Entonces, las miradas de ambas se cruzaron y se sonrieron.
—Y esta enfermedad, doctora, ¿es grave?—los ojos azules relucían con picardía.
—Me temo que sí, señora Santos. Creo que es fatal—afirmó en un tono redicho, que hizo que la rubia soltara una carcajada—En serio, Brittany, quiero conocerte. Quedemos en un sitio público, donde, simplemente, podamos hablar.
Como si tuviera voluntad propia, su mano agarró de nuevo la de Brittany y, al instante, la yema de su pulgar localizó aquel pulso delator que se agitaba bajo la piel delicada de su muñeca.
La rubia trató en vano de controlar el efecto de las pequeñas descargas eléctricas que la rítmica caricia de su dedo provocaba y, en ese momento, el recuerdo de la imagen de la mujer castaña vino en su ayuda.
—¿Y qué pasa con tu novia?
—¿Novia?—la miró perpleja.
—Sí, tu novia, no te hagas el inocente. Estás viviendo con una mujer y me parece fatal que cuando no la tienes a mano te desfogues con la portera—sus ojos echaban chispas.
—Estás loca. Yo vivo sólo con mi hija—de repente, una bombilla se encendió en su cerebro y añadió—No estarás refiriéndote a mi hermana, ¿verdad?
—¡¿Tu hermana?!
La famosa piedra de dos toneladas que a veces aplastaba los corazones y que hasta ese momento había estado chafando el de Brittany con saña se desintegró en el aire.
—Castaña, elegante, no muy alta más bien bajita...
—Es mi hermana Camila. Se quedó varios días porque necesitaba organizar unos papeles en Madrid. Ella vive en León con su familia. Ahora entiendo por qué me llamaste ninfómana aquel día en mi casa—afirmó, divertida, al recordar la expresión que había utilizado Brittany y que tanta gracia le había hecho.
Incapaz de sostener aquella mirada llena de ternura, Brittany bajó los ojos, avergonzada, y empezó a confesar en un ronco susurro lo que había llegado
a pensar de la morena.
—Creía que eras un conquistadora. Primero aquella noche en que lo manejaste todo con tanta habilidad; luego la mujer castaña; la otra mujer castaña clara que viene de vez en cuando a visitarte y, después, cuando le tiraste los tejos a la horrible señora Santos...
—¡Caramba, visto así parezco la mismísima Barba Azul!
Una lenta sonrisa se dibujó en los labios carnosos, y a Brittany le pareció tan atractiva que tuvo que llamarse al orden para no arrojarse en plancha sobre ella y colgarse de su boca una vez más.
Sin embargo, la doctora en seguida recuperó la seriedad y declaró:
—No soy una depredadora, Brittany. No he tenido una relación seria con ninguna mujer desde que la mía murió. La castaña bajita de la que hablas es mi hermana, la castaña mas alta es una compañera de trabajo más insistente de lo debido. Y a la portera de mi edificio comencé a acosarla cuando descubrí que era la misma mujer que me sorbió el seso aquella noche tan especial, en la que estaba tan nerviosa como una adolescente en su primera cita.
Aquel sencillo discurso y la franqueza que brillaba en los iris castaños la conmovieron profundamente.
Santana López era una mujer íntegra, tal como su corazón, en lucha constante con su cerebro, había sospechado desde el principio.
Y, de repente, reconocerlo la asustó aún más.
Si cuando pensaba que era una pervertida no había podido resistirse a ella, ahora que sabía que era una mujer que merecía la pena, ¿qué pasaría?
Como si de pronto hubiera percibido su temor, la médico se levantó del sillón y le dijo:
—Ahora te dejaré sola, debes de estar agotada y no es el momento de hablar. Yo aún siento los... los desconcertantes efectos de nuestro breve encuentro—notó, complacida, que Brittany se ponía colorada—¿Quieres comer mañana conmigo en algún restaurante? Te prometo que no te tocaré—añadió, burlona.
Turbada, Brittany asintió en silencio mientras la acompañaba hasta la puerta.
—Entonces te recogeré a las doce. Hasta mañana—la empujó contra la pared, tomándola completamente desprevenida, y la inmovilizó con su cuerpo, al tiempo que depositaba un beso brusco y hambriento sobre sus labios.
Cuando la soltó, a Brittany le temblaban las piernas de mala manera y apenas acertó a balbucear:
—Dijiste... Has prometido que... que no me tocarías.
—He prometido que mañana no te tocaría, pero no he dicho nada de esta noche.
Por fin la soltó y, sin decir nada más, desapareció escaleras arriba a toda velocidad.
Brittany, entretanto, permaneció apoyada en la puerta, jadeante, mientras escuchaba desvanecerse el eco de sus pasos en los peldaños de piedra.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,..
no como investigadoras,... seriamente se mueren de hambre no jodan..jajaja
bueno ya se aclararon las cosas sobre las "conquistas" de san,..
a ver como va la "primera cita" entre las dos!!! y si san cumple la promesa?
nos vemos!
no como investigadoras,... seriamente se mueren de hambre no jodan..jajaja
bueno ya se aclararon las cosas sobre las "conquistas" de san,..
a ver como va la "primera cita" entre las dos!!! y si san cumple la promesa?
nos vemos!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Jajajajajaja vaya investigadoras! Lo bueno es que no les paso nada y Em salió ganando jajajaja pasará la noche con su rubia.
Y las brittana pues aclarando su situación poco a poco.
Haber que tal les va en su primer cita!
Y las brittana pues aclarando su situación poco a poco.
Haber que tal les va en su primer cita!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Menos mal que estas mujeres no son detectives pq ya las hubiesen despedido sin miramientos, Emily logro su objetivo y se fue a la casa de Hanna y en cuanto a san y britt, las cosas van por muy buen camino!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,..
no como investigadoras,... seriamente se mueren de hambre no jodan..jajaja
bueno ya se aclararon las cosas sobre las "conquistas" de san,..
a ver como va la "primera cita" entre las dos!!! y si san cumple la promesa?
nos vemos!
Hola lu, jajajajaajajaj un poco si... no muy muertas la vrdd ajajajajajaja xD pobres jajajajajaajjaja. Y eso es muy bueno y un gran avance para ellas, no¿? Uyy espero y de lo mejor así ya confirman lo suyo! jajaajajajajaj. Mmmm ai lo veo mas dificil jajajaja. Saludos =D
JVM escribió:Jajajajajaja vaya investigadoras! Lo bueno es que no les paso nada y Em salió ganando jajajaja pasará la noche con su rubia.
Y las brittana pues aclarando su situación poco a poco.
Haber que tal les va en su primer cita!
Hola, jajajaajajajajajaj pobres jajajaajajajajajajajaj. Sip, viste todo tiene su lado bueno jajajaajajja. Jajajaja por lo menos alguien si consiguió algo, no¿? jajaajajajajjajaa. Van avanzando tmbn y eso es bueno jajajaajajaj. Aquí otro cap para saber mas! Saludos =D
micky morales escribió:Menos mal que estas mujeres no son detectives pq ya las hubiesen despedido sin miramientos, Emily logro su objetivo y se fue a la casa de Hanna y en cuanto a san y britt, las cosas van por muy buen camino!!!!!
Hola, jajajaajajajajajajajaj xD jajaajajajajajaajja la vrdd esk si xD ajajajaja pobres jajaajajajaj. Bn ai por una de las morenas, alguien si consiguio algo, no¿? jajajajaajajaj. Bn ai tmbn, ellas tambien avanzaron jajajaajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 18
Capitulo 18
A Brittany le habría gustado tener un fondo de armario más surtido donde poder elegir, pero no le quedó más remedio que echar mano de la poca ropa que se había llevado a la portería.
Por fin, se decidió por unos vaqueros ajustados, botas de tacón y una elegante camisa de seda blanca, acompañada por un fular de gasa estampado y unos llamativos pendientes.
—Arreglá pero informal. En fin, es a lo más que puedo aspirar—comentó en voz alta, mientras terminaba de aplicarse un poco de máscara de pestañas y se daba el toque final con el gloss.
En ese momento, sonó el timbre y corrió a abrir.
Al otro lado, la doctora López, vestida con unos pantalones claros y un polo blanca, ambos ceñidos a sus curvas, sujetaba con firmeza la correa de un excitado Pongo que movía la cola con tanto brío que resultaba la imagen misma de la felicidad.
Los ojos castaños la recorrieron de arriba abajo, apreciativos, y la saludó con
calidez:
—Estás muy guapa.
Brittany pertenecía a ese tipo de mujeres que aunque fueran envueltas en un trapo creaban tendencia, y Santana, cada vez que la veía sin su disfraz de portera la encontraba extremadamente atractiva; aunque, si era sincera consigo misma, de un tiempo a esta parte le parecía preciosa incluso con la repelente bata floreada.
—Tú también estás muy bien, doctora—le sonrió con sincera calidez y añadió—Dime si hay moros en la costa, quiero que la señora Santos conserve su legendaria reputación de ser una de las mujeres peor vestidas de España.
—Vestíbulo despejado, cambio—fingió hablarle a un dispositivo camuflado en su reloj.
Entre risas, las dos salieron a la calle precedidos por el perro.
Hacía una de esas mañanas primaverales, tan raras en Madrid, en las que a pesar de que el sol brillaba con fuerza la temperatura era muy agradable, así que fueron paseando en dirección a El Retiro.
Al parecer todos los habitantes de la ciudad habían tenido la misma idea, ya que, mientras deambulaban cerca del estanque, sumidas en una animada conversación, una multitud de ciclistas, malabaristas, mimos y familias llenas de niños que se paraban en cada uno de los guiñoles que sembraban el paseo los rodeó.
Después de caminar durante un buen rato, decidieron sentarse al aire libre en la única mesa desocupada de un quiosco abarrotado.
—Qué bien se está—tras dar un buen sorbo a su cerveza, Brittany disfrutaba de los cálidos rayos de sol sobre su rostro con los ojos cerrados.
—En la gloria—corroboró su acompañante, devorándola con la mirada.
Mientras se comían, en un entusiasta mano a mano, la escandalosa cantidad de raciones que habían pedido, siguieron hablando y riendo sin parar como habían estado haciendo a lo largo de la mañana.
Acababan de terminarse el café cuando una voz conocida cortó de raíz la alegría de Brittany.
—¡Brittany, no me lo puedo creer! ¡¿Cuándo has vuelto de Nueva York?!
Al notar la súbita rigidez de la joven, la médico examinó con curiosidad al recién llegado que, plantado junto a su mesa, contemplaba a Brittany con una mirada hambrienta.
Era un hombre alto y rubio, de unos treinta y tantos años que, a juzgar por los pantalones cortos, la camiseta y las zapatillas de deporte que llevaba, había interrumpido de golpe su sesión de footing para acercarse a ellas.
—Volví...—Brittany miró a Santana, muy nerviosa, y soltó la primera mentira—Volví ayer.
La cara de la médica permaneció inexpresiva por completo mientras sus agudos ojos castaños los escudriñaban a ambos.
—Brittany, ¿podemos hablar?—el rubio se pasó una mano nerviosa por el rostro sudoroso y apartó un mechón húmedo de su frente; parecía haber olvidado por completo que no estaba sola.
—Yo... no creo que sea buen momento—echó una ojeada al reloj con un ademán exagerado y se puso en pie de un salto—¡Uy, es tardísimo! Tenemos que irnos.
—¿No me presentas a tu amiga, Brittany?—con los párpados entrecerrados, el rubio inspeccionó a Santana con arrogancia y de forma lujuriosa.
—De verdad que lo siento, Sam, pero se nos ha hecho tardísimo—repitió Brittany, cada vez más nerviosa.
Sin hacerle el menor caso, las otras dos personas se midieron con los ojos, retadores, hasta que al fin Sam anunció, desafiante:
—Soy Sam Evans, el marido de Brittany.
Al oír aquello, la rubia saltó como si se acabara de clavar una alcayata en la planta del pie.
—¡Ya no, Sam! Te recuerdo que estamos divorciados. Está bien, te presento a Santana López, mi... mi novia—las palabras salieron de su boca antes de que pudiera hacer nada por detenerlas.
Avergonzada, le dirigió a la médico una mirada suplicante, pero en el rostro de la morena, que continuaba impasible, no se movió ni un músculo.
—¿Una mujer? ¿Sigues con que eres bisexual? ¿Desde cuándo están saliendo?—los ojos verdes del exmarido de Brittany adquirieron un matiz turbulento mientras iban de la una a la otra.
—En realidad no es de tu incumbencia, pero salimos desde hace unos seis meses. Y sabes perfectamente que me fijo en los sentimientos no si es hombre o mujer—se había embalado, y cualquiera que la conociera un poco sabría que ya no sería capaz de detenerse—Santana es médico. La conocí cuando operó a mamá de... de...
—Hemorroides—apuntó muy seria; era la primera vez que abría la boca desde la aparición del otro y, al oírlo, Brittany no pudo evitar dar un respingo.
—¿Y cómo es que nadie me ha dicho nada?—saltaba a la vista que su ex estaba rabioso.
—¿Y por qué habría tenido nadie que decírtelo? Estamos divorciados, ¿recuerdas?—respondió con agresividad.
De repente, estaba furiosa y lo único que quería era largarse de ahí cuanto antes.
—Además, lo de mi mamá... en fin, que no es un tema que la gente vaya proclamando a voz en grito, como comprenderás.
A pesar de que estaba enfadada con Brittany por utilizarla para tratar de dar celos a su exmarido, Santana tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener una sonrisa.
Ya ajustaría cuentas con la rubia más tarde, se dijo, y decidió colaborar.
Alargó el brazo, rodeó la cintura de la más alta y la atrajo hacia sí con un ademán posesivo y, al detectar un brillo asesino en los ojos de su rival, se sintió recompensada.
—Será mejor que nos vayamos, cariño. Es nuestra hora de... ya sabes—le guiñó un ojo, picarona, y sin hacer caso de la mirada horrorizada que le lanzó Brittany, la empujó con disimulo en dirección a la puerta del parque—Bueno, Sam. Encantado de conocerte por fin. Britt-Britt me ha hablado mucho de ti. Ya nos veremos por ahí un día de éstos. Vamos, Pongo.
Casi habían llegado a la puerta cuando Brittany recuperó el habla.
—¿Puede saberse por qué has dicho semejante cosa?—preguntó, airada— Me has hecho parecer una... una...
—¿Ninfómana? Parece que hoy tenemos dificultades para encontrar las palabras adecuadas—respondió con sorna, sin dejar de arrastrarla hacia la calle.
—No tenías ningún derecho—se retorció, tratando de liberarse.
—¿No? Pensé que habías dicho que era tu novia.
Las mejillas de Brittany se tiñeron de rojo.
—Lo he dicho porque... lo he dicho porque...
—Sé por qué lo has dicho—la interrumpió con dureza—Querías darle celos a mi costa.
—¡No es así!—sacudió la cabeza en una negativa tajante, aunque luego se quedó un rato pensativa y reconoció—Está bien, quizá hay algo de eso, pero es que me ha cogido totalmente por sorpresa. Lo último que esperaba era que él apareciera de repente.
—Así que, cada vez que algún fantasma de tu pasado aparezca de repente, vas a echar mano de la pobrecilla de la médico para ponerlo celoso—a pesar de que Santana no había levantado la voz, la aspereza de su tono le hizo dar un bote.
—¡No digas eso! Cualquiera diría que desayuno personas crudas nada más levantarme de la cama. No lo he pensado, de verdad. Es que, de pronto, me han entrado ganas de hacerlo sufrir aunque sea una milésima parte de lo que él me hizo sufrir a mí. Es patético, lo sé, perdóname.
—No tan patético. Créeme cuando te digo que a tu ex se le han retorcido las entrañas cuando te he agarrado de la cintura.
Brittany alzó los ojos hacia la morena y la miró dubitativa.
—¿Lo crees de verdad?
Santana López se detuvo de súbito en mitad de la acera sin importarle las protestas de algunos viandantes y, volviéndose hacia la ojiazul, la sujetó de los brazos con fuerza.
—¿Tanto te importa? ¿Acaso sigues enamorada de él?—sin darse cuenta, hundió los dedos en su carne mientras esperaba, angustiado, su respuesta.
Brittany permaneció muy quieta y consideró la cuestión en profundidad.
Estaba tan concentrada que ni siquiera notaba el fuerte apretón de aquellos dedos que le estaban dejando marcas en la piel que serían visibles al día siguiente.
—Creo que hay traiciones que hacen tanto daño que, una vez superado el dolor, es imposible perdonar. Al menos en mi caso—declaró finalmente.
—Y entonces, ¿a cuento de qué viene esa necesidad de ponerlo celoso?—la sacudió un poco y añadió sin apartar la vista de su rostro—No voy a prestarme para este tipo de juegos, Brittany, quiero que te quede muy claro.
—Ya te he pedido perdón. No pretendo jugar a ningún juego; no quiero saber nada de él, pero reconozco que soy humana y que, por un momento, me ha tentado la idea de devolverle algo del daño que me ha hecho—se defendió con vehemencia.
Y a pesar de que los límpidos ojos azules la miraban llenos de sinceridad, Santana no quedó muy convencida.
«Estoy segura de que aún sigue medio enamorada de ese guapito labios de pez», se dijo, entre triste y furiosa, y no tuvo ningún problema en reconocer la emoción que la atormentaba: era un caso clarísimo de celos salvajes.
Siguieron caminando en silencio hasta que llegaron al número 185.
Una vez en el interior del vestíbulo, la médico se detuvo a su lado mientras daba la vuelta a la llave, pero Brittany entreabrió la puerta lo justo para hacerle ver que no tenía ninguna intención de invitarla a pasar y, con su mejor sonrisa de visita, se volvió hacia la morena y le dijo:
—Muchas gracias por un día maravilloso, Santana. Lo he pasado muy bien; sin embargo, creo que no deberíamos repetirlo. No sé si buscas una relación superficial o algo más serio, pero yo aún no estoy preparada para ninguna de las dos...
De pronto, la empujó hacia el interior y cerró la puerta a sus espaldas, interrumpiendo el resto del sereno y cortés discurso que la más alta había ido rumiando por el camino.
Indignada, abrió la boca para protestar, pero antes de poder decir ni una palabra, la médico la inmovilizó con su cuerpo contra la pared como tenía por costumbre y empezó a devorar su boca con un ansia que no tenía nada que envidiar a la de una fiera hambrienta.
Estaban tan juntas que podían sentir los pezones duros de la otra.
Brittany se sentía flotar llena de excitación y no supo cuánto tiempo pasó hasta que, sin saber cómo, logró sacar fuerzas de algún rincón de su ser y, apartando el rostro de aquellos labios que le robaban la razón, colocó las manos sobre el pecho en un vano intento de alejar a la morena de ella.
—Esto no... esto no es lo que habíamos acordado—susurró, temblorosa, al tiempo que sentía bajo sus palmas los agitados latidos del corazón de la pelinegra, completamente en sintonía con el suyo propio.
—¿A qué te refieres? ¿A cuando te dije que hoy no te tocaría?—preguntó la doctora con esa voz suya, ronca y tierna, que convertía sus rodillas en jalea, mientras acariciaba con el pulgar su trémulo labio inferior.
Incapaz de contestar, la rubia se limitó a asentir con la cabeza.
—Te mentí—afirmó con tanta tranquilidad que Brittany se enfadó y, de golpe, recuperó el uso de sus extremidades y de su lengua.
—¡Eso no está bien!—furiosa, empujó con todas sus fuerzas aquella morena que la mantenía atrapada.
Sin embargo, fue como tratar de mover una puerta acorazada sin tener la combinación.
—¿Es que no puedo confiar en nadie?
—Por supuesto que puedes confiar en mí... salvo por un pequeño detalle—Santana la contempló embelesada y, de pronto, confesó en un áspero susurro que la hizo estremecer—Me vuelves loca, Brittany. No consigo apartar las manos de ti, llevo todo el día deseando hacer esto.
Enmarcó el rostro pálido entre sus dedos y, de nuevo, se volvió sobre sus labios enrojecidos con un ardor irreprimible que hizo que la rubia se olvidara de todo lo que no fuera esa boca que parecía decidida a devorarla.
Luego la médico bajó las manos hasta colocarlas sobre sus nalgas y la apretó aún más contra sí, de forma que dejó clara, más allá de cualquier duda, la intensidad de su deseo y, en ese instante, la pobre Brittany perdió por completo la cabeza.
Su grado de excitación era tan intenso que, si no hubiera sido por Pongo —que se había quedado fuera y eligió ese preciso momento para arañar la puerta y emitir un agudo gemido—, la joven le habría permitido la doctor López satisfacer sus perversas intenciones con su más entusiasta colaboración.
—¡Maldición!—masculló la médico entre dientes, al tiempo que se volvía para abrir la puerta y dejaba pasar al inoportuno can.
Brittany aprovechó el inesperado tiempo muerto para alejarse de la más baja y parapetarse detrás del sofá.
Al verla, Santana se atusó el pelo con dedos temblorosos y sin poder controlar su respiración alterada comentó, irritada:
—Puedes salir de ahí detrás, no voy a violarte.
Brittany se aferró al respaldo del asiento hasta que sus nudillos se volvieron blancos, alzó la nariz y respondió desafiante:
—Bueno yo no puedo hacerte promesas. No estoy segura de poder contenerme.
Al oírla, el enfado de la médico se esfumó de golpe.
Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada:
—Brittany, Britt, Britt-Britt, qué voy a hacer contigo...—le tendió ambos brazos en un gesto amistoso, pero la rubia permaneció donde estaba y la miró con desconfianza.
—No voy a picar.
Sin perder la sonrisa, la doctor López se metió ambas manos en los bolsillos de su pantalón y anunció:
—Ya puedes salir.
Despacio y sin apartar sus ojos recelosos de la morena, Brittany abandonó su refugio.
—Esto no puede seguir así. Tienes que prometerme...—se interrumpió a sí misma con un encogimiento de hombros—¡Bah! ¿Y de qué serviría? No tienes palabra y yo tengo menos fuerza de voluntad que una ameba.
Brittany se derrumbó sobre el sofá y Santana se sentó a su lado, luchando por no sonreír al observar su aspecto abatido.
—Pero te lo digo en serio, Santana, no deseo involucrarme en ninguna relación.
Sus palabras hicieron que la médico recuperase la seriedad en el acto.
—¿Cuánto hace desde que te enteraste de que tu ex te engañaba?
Al oírlo, Brittany saltó como si la hubieran pinchado y preguntó, furibunda:
—¿Quién te lo ha dicho?
La doctora contestó sin inmutarse:
—Me lo contó Bree.
—¡Ya no me queda ni siquiera un mínimo derecho a conservar un pedacito de orgullo! ¡Hala! ¡Que se entere todo el mundo: la patética Brittany Pierce es una cornuda!—los iris azules despedían chispas ardientes.
Sin hacerle caso, Santana insistió:
—Venga, contéstame.
—Para tu información, si tanto te interesa, me enteré hace ya casi un año y cuatro meses; exactamente un 20 de enero, lo recuerdo bien—su voz sonó cargada de desdén—Me lo dijo «un buen amigo». Claro que yo fui tan estúpida que ni siquiera le creí, tuve que verlo con mis propios ojos para darme por aludida. Una tarde, salí del trabajo antes de lo habitual y decidí ir a la sucursal del banco donde trabaja Sam de director para darle una sorpresa. Ni que decir tiene que la sorpresa me la llevé yo.
La expresión de su rostro rezumaba amargura y Santana sintió una necesidad, casi dolorosa, de ir corriendo a buscar al energúmeno del parque y partirle la cara de un puñetazo; sin embargo, tuvo que conformarse con apretar la mano de la ojiazul entre las suyas, procurando transmitirle un consuelo que sabía a todas luces insuficiente.
—Mira, Brittany, aunque por otros motivos, sé lo que es perder a la persona que amas y créeme cuando te digo que abandonarse a la amargura no conduce a nada.
Brittany alzó la vista hacia el atractivo rostro moreno y, de pronto, se dio cuenta de que hasta ese momento no se había parado a pensar en la pérdida que había sufrido Santana López.
Estaba tan absorta en su propio dolor que ni siquiera había caído en la cuenta de que, muy cerca de ella, había otras personas que lo habían pasado mucho peor.
Avergonzada de sí misma, alzó la mano y, con cierta timidez, la posó con suavidad sobre la suave mejilla y la miró con compasión.
Permanecieron un rato en silencio, con las pupilas entrelazadas, hasta que la más baja agarró su mano, giró un poco el rostro y, con delicadeza, depositó un cálido beso en la palma.
La ternura de aquel gesto empañó los ojos de Brittany y, a pesar de que trató de sonreír, no pudo evitar que sus labios temblaran.
—Las dos hemos sufrido, Brittany, pero estoy convencida de que esto que ha surgido entre nosotras merece la pena. No podemos dejar que el miedo a sufrir de nuevo nos haga dejar escapar algo valioso. Démonos una oportunidad, te prometo...—al oírse a sí misma, hizo una mueca que la hizo sonreír de nuevo—... Te prometo que intentaré que las cosas vayan despacio, aunque me lo pones muy, muy difícil.
La ternura que brillaba en los oscuros iris era difícil de resistir y, asustada ante la disparidad entre lo que le decía su cerebro y lo que le pedía su cuerpo, Brittany se puso en pie con brusquedad y le dijo en lo que esperó que fuera un tono sereno:
—Ahora será mejor que te vayas, San. Creo que aún estoy en estado de shock y necesito estar sola y pensar.
La médica creyó detectar un rastro de temor en los francos iris azules y no protestó. Se levantó, cogió la correa de Pongo y se dirigió a la puerta.
Era evidente que Brittany necesitaba más tiempo, y ella se lo daría; eso sí, no le permitiría alejarse demasiado.
No quería que empezara a darles vueltas a las cosas y a erigir barreras absurdas entre ambas.
La vigilaría de cerca, se dijo, y le demostraría algo de lo que ella, a pesar del poco tiempo que hacía desde que se conocían, estaba más que segura: se había enamorado de Brittany y la rubia también sentía algo por ella.
—Nos vemos, Britt—se despidió con un suave beso en su mejilla.
—Nos vemos, San—repitió conteniendo el impulso de llevarse la mano a la mejilla y posarla en el mismo lugar donde la piel le cosquilleaba tras esa leve caricia.
Por fin, se decidió por unos vaqueros ajustados, botas de tacón y una elegante camisa de seda blanca, acompañada por un fular de gasa estampado y unos llamativos pendientes.
—Arreglá pero informal. En fin, es a lo más que puedo aspirar—comentó en voz alta, mientras terminaba de aplicarse un poco de máscara de pestañas y se daba el toque final con el gloss.
En ese momento, sonó el timbre y corrió a abrir.
Al otro lado, la doctora López, vestida con unos pantalones claros y un polo blanca, ambos ceñidos a sus curvas, sujetaba con firmeza la correa de un excitado Pongo que movía la cola con tanto brío que resultaba la imagen misma de la felicidad.
Los ojos castaños la recorrieron de arriba abajo, apreciativos, y la saludó con
calidez:
—Estás muy guapa.
Brittany pertenecía a ese tipo de mujeres que aunque fueran envueltas en un trapo creaban tendencia, y Santana, cada vez que la veía sin su disfraz de portera la encontraba extremadamente atractiva; aunque, si era sincera consigo misma, de un tiempo a esta parte le parecía preciosa incluso con la repelente bata floreada.
—Tú también estás muy bien, doctora—le sonrió con sincera calidez y añadió—Dime si hay moros en la costa, quiero que la señora Santos conserve su legendaria reputación de ser una de las mujeres peor vestidas de España.
—Vestíbulo despejado, cambio—fingió hablarle a un dispositivo camuflado en su reloj.
Entre risas, las dos salieron a la calle precedidos por el perro.
Hacía una de esas mañanas primaverales, tan raras en Madrid, en las que a pesar de que el sol brillaba con fuerza la temperatura era muy agradable, así que fueron paseando en dirección a El Retiro.
Al parecer todos los habitantes de la ciudad habían tenido la misma idea, ya que, mientras deambulaban cerca del estanque, sumidas en una animada conversación, una multitud de ciclistas, malabaristas, mimos y familias llenas de niños que se paraban en cada uno de los guiñoles que sembraban el paseo los rodeó.
Después de caminar durante un buen rato, decidieron sentarse al aire libre en la única mesa desocupada de un quiosco abarrotado.
—Qué bien se está—tras dar un buen sorbo a su cerveza, Brittany disfrutaba de los cálidos rayos de sol sobre su rostro con los ojos cerrados.
—En la gloria—corroboró su acompañante, devorándola con la mirada.
Mientras se comían, en un entusiasta mano a mano, la escandalosa cantidad de raciones que habían pedido, siguieron hablando y riendo sin parar como habían estado haciendo a lo largo de la mañana.
Acababan de terminarse el café cuando una voz conocida cortó de raíz la alegría de Brittany.
—¡Brittany, no me lo puedo creer! ¡¿Cuándo has vuelto de Nueva York?!
Al notar la súbita rigidez de la joven, la médico examinó con curiosidad al recién llegado que, plantado junto a su mesa, contemplaba a Brittany con una mirada hambrienta.
Era un hombre alto y rubio, de unos treinta y tantos años que, a juzgar por los pantalones cortos, la camiseta y las zapatillas de deporte que llevaba, había interrumpido de golpe su sesión de footing para acercarse a ellas.
—Volví...—Brittany miró a Santana, muy nerviosa, y soltó la primera mentira—Volví ayer.
La cara de la médica permaneció inexpresiva por completo mientras sus agudos ojos castaños los escudriñaban a ambos.
—Brittany, ¿podemos hablar?—el rubio se pasó una mano nerviosa por el rostro sudoroso y apartó un mechón húmedo de su frente; parecía haber olvidado por completo que no estaba sola.
—Yo... no creo que sea buen momento—echó una ojeada al reloj con un ademán exagerado y se puso en pie de un salto—¡Uy, es tardísimo! Tenemos que irnos.
—¿No me presentas a tu amiga, Brittany?—con los párpados entrecerrados, el rubio inspeccionó a Santana con arrogancia y de forma lujuriosa.
—De verdad que lo siento, Sam, pero se nos ha hecho tardísimo—repitió Brittany, cada vez más nerviosa.
Sin hacerle el menor caso, las otras dos personas se midieron con los ojos, retadores, hasta que al fin Sam anunció, desafiante:
—Soy Sam Evans, el marido de Brittany.
Al oír aquello, la rubia saltó como si se acabara de clavar una alcayata en la planta del pie.
—¡Ya no, Sam! Te recuerdo que estamos divorciados. Está bien, te presento a Santana López, mi... mi novia—las palabras salieron de su boca antes de que pudiera hacer nada por detenerlas.
Avergonzada, le dirigió a la médico una mirada suplicante, pero en el rostro de la morena, que continuaba impasible, no se movió ni un músculo.
—¿Una mujer? ¿Sigues con que eres bisexual? ¿Desde cuándo están saliendo?—los ojos verdes del exmarido de Brittany adquirieron un matiz turbulento mientras iban de la una a la otra.
—En realidad no es de tu incumbencia, pero salimos desde hace unos seis meses. Y sabes perfectamente que me fijo en los sentimientos no si es hombre o mujer—se había embalado, y cualquiera que la conociera un poco sabría que ya no sería capaz de detenerse—Santana es médico. La conocí cuando operó a mamá de... de...
—Hemorroides—apuntó muy seria; era la primera vez que abría la boca desde la aparición del otro y, al oírlo, Brittany no pudo evitar dar un respingo.
—¿Y cómo es que nadie me ha dicho nada?—saltaba a la vista que su ex estaba rabioso.
—¿Y por qué habría tenido nadie que decírtelo? Estamos divorciados, ¿recuerdas?—respondió con agresividad.
De repente, estaba furiosa y lo único que quería era largarse de ahí cuanto antes.
—Además, lo de mi mamá... en fin, que no es un tema que la gente vaya proclamando a voz en grito, como comprenderás.
A pesar de que estaba enfadada con Brittany por utilizarla para tratar de dar celos a su exmarido, Santana tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener una sonrisa.
Ya ajustaría cuentas con la rubia más tarde, se dijo, y decidió colaborar.
Alargó el brazo, rodeó la cintura de la más alta y la atrajo hacia sí con un ademán posesivo y, al detectar un brillo asesino en los ojos de su rival, se sintió recompensada.
—Será mejor que nos vayamos, cariño. Es nuestra hora de... ya sabes—le guiñó un ojo, picarona, y sin hacer caso de la mirada horrorizada que le lanzó Brittany, la empujó con disimulo en dirección a la puerta del parque—Bueno, Sam. Encantado de conocerte por fin. Britt-Britt me ha hablado mucho de ti. Ya nos veremos por ahí un día de éstos. Vamos, Pongo.
Casi habían llegado a la puerta cuando Brittany recuperó el habla.
—¿Puede saberse por qué has dicho semejante cosa?—preguntó, airada— Me has hecho parecer una... una...
—¿Ninfómana? Parece que hoy tenemos dificultades para encontrar las palabras adecuadas—respondió con sorna, sin dejar de arrastrarla hacia la calle.
—No tenías ningún derecho—se retorció, tratando de liberarse.
—¿No? Pensé que habías dicho que era tu novia.
Las mejillas de Brittany se tiñeron de rojo.
—Lo he dicho porque... lo he dicho porque...
—Sé por qué lo has dicho—la interrumpió con dureza—Querías darle celos a mi costa.
—¡No es así!—sacudió la cabeza en una negativa tajante, aunque luego se quedó un rato pensativa y reconoció—Está bien, quizá hay algo de eso, pero es que me ha cogido totalmente por sorpresa. Lo último que esperaba era que él apareciera de repente.
—Así que, cada vez que algún fantasma de tu pasado aparezca de repente, vas a echar mano de la pobrecilla de la médico para ponerlo celoso—a pesar de que Santana no había levantado la voz, la aspereza de su tono le hizo dar un bote.
—¡No digas eso! Cualquiera diría que desayuno personas crudas nada más levantarme de la cama. No lo he pensado, de verdad. Es que, de pronto, me han entrado ganas de hacerlo sufrir aunque sea una milésima parte de lo que él me hizo sufrir a mí. Es patético, lo sé, perdóname.
—No tan patético. Créeme cuando te digo que a tu ex se le han retorcido las entrañas cuando te he agarrado de la cintura.
Brittany alzó los ojos hacia la morena y la miró dubitativa.
—¿Lo crees de verdad?
Santana López se detuvo de súbito en mitad de la acera sin importarle las protestas de algunos viandantes y, volviéndose hacia la ojiazul, la sujetó de los brazos con fuerza.
—¿Tanto te importa? ¿Acaso sigues enamorada de él?—sin darse cuenta, hundió los dedos en su carne mientras esperaba, angustiado, su respuesta.
Brittany permaneció muy quieta y consideró la cuestión en profundidad.
Estaba tan concentrada que ni siquiera notaba el fuerte apretón de aquellos dedos que le estaban dejando marcas en la piel que serían visibles al día siguiente.
—Creo que hay traiciones que hacen tanto daño que, una vez superado el dolor, es imposible perdonar. Al menos en mi caso—declaró finalmente.
—Y entonces, ¿a cuento de qué viene esa necesidad de ponerlo celoso?—la sacudió un poco y añadió sin apartar la vista de su rostro—No voy a prestarme para este tipo de juegos, Brittany, quiero que te quede muy claro.
—Ya te he pedido perdón. No pretendo jugar a ningún juego; no quiero saber nada de él, pero reconozco que soy humana y que, por un momento, me ha tentado la idea de devolverle algo del daño que me ha hecho—se defendió con vehemencia.
Y a pesar de que los límpidos ojos azules la miraban llenos de sinceridad, Santana no quedó muy convencida.
«Estoy segura de que aún sigue medio enamorada de ese guapito labios de pez», se dijo, entre triste y furiosa, y no tuvo ningún problema en reconocer la emoción que la atormentaba: era un caso clarísimo de celos salvajes.
Siguieron caminando en silencio hasta que llegaron al número 185.
Una vez en el interior del vestíbulo, la médico se detuvo a su lado mientras daba la vuelta a la llave, pero Brittany entreabrió la puerta lo justo para hacerle ver que no tenía ninguna intención de invitarla a pasar y, con su mejor sonrisa de visita, se volvió hacia la morena y le dijo:
—Muchas gracias por un día maravilloso, Santana. Lo he pasado muy bien; sin embargo, creo que no deberíamos repetirlo. No sé si buscas una relación superficial o algo más serio, pero yo aún no estoy preparada para ninguna de las dos...
De pronto, la empujó hacia el interior y cerró la puerta a sus espaldas, interrumpiendo el resto del sereno y cortés discurso que la más alta había ido rumiando por el camino.
Indignada, abrió la boca para protestar, pero antes de poder decir ni una palabra, la médico la inmovilizó con su cuerpo contra la pared como tenía por costumbre y empezó a devorar su boca con un ansia que no tenía nada que envidiar a la de una fiera hambrienta.
Estaban tan juntas que podían sentir los pezones duros de la otra.
Brittany se sentía flotar llena de excitación y no supo cuánto tiempo pasó hasta que, sin saber cómo, logró sacar fuerzas de algún rincón de su ser y, apartando el rostro de aquellos labios que le robaban la razón, colocó las manos sobre el pecho en un vano intento de alejar a la morena de ella.
—Esto no... esto no es lo que habíamos acordado—susurró, temblorosa, al tiempo que sentía bajo sus palmas los agitados latidos del corazón de la pelinegra, completamente en sintonía con el suyo propio.
—¿A qué te refieres? ¿A cuando te dije que hoy no te tocaría?—preguntó la doctora con esa voz suya, ronca y tierna, que convertía sus rodillas en jalea, mientras acariciaba con el pulgar su trémulo labio inferior.
Incapaz de contestar, la rubia se limitó a asentir con la cabeza.
—Te mentí—afirmó con tanta tranquilidad que Brittany se enfadó y, de golpe, recuperó el uso de sus extremidades y de su lengua.
—¡Eso no está bien!—furiosa, empujó con todas sus fuerzas aquella morena que la mantenía atrapada.
Sin embargo, fue como tratar de mover una puerta acorazada sin tener la combinación.
—¿Es que no puedo confiar en nadie?
—Por supuesto que puedes confiar en mí... salvo por un pequeño detalle—Santana la contempló embelesada y, de pronto, confesó en un áspero susurro que la hizo estremecer—Me vuelves loca, Brittany. No consigo apartar las manos de ti, llevo todo el día deseando hacer esto.
Enmarcó el rostro pálido entre sus dedos y, de nuevo, se volvió sobre sus labios enrojecidos con un ardor irreprimible que hizo que la rubia se olvidara de todo lo que no fuera esa boca que parecía decidida a devorarla.
Luego la médico bajó las manos hasta colocarlas sobre sus nalgas y la apretó aún más contra sí, de forma que dejó clara, más allá de cualquier duda, la intensidad de su deseo y, en ese instante, la pobre Brittany perdió por completo la cabeza.
Su grado de excitación era tan intenso que, si no hubiera sido por Pongo —que se había quedado fuera y eligió ese preciso momento para arañar la puerta y emitir un agudo gemido—, la joven le habría permitido la doctor López satisfacer sus perversas intenciones con su más entusiasta colaboración.
—¡Maldición!—masculló la médico entre dientes, al tiempo que se volvía para abrir la puerta y dejaba pasar al inoportuno can.
Brittany aprovechó el inesperado tiempo muerto para alejarse de la más baja y parapetarse detrás del sofá.
Al verla, Santana se atusó el pelo con dedos temblorosos y sin poder controlar su respiración alterada comentó, irritada:
—Puedes salir de ahí detrás, no voy a violarte.
Brittany se aferró al respaldo del asiento hasta que sus nudillos se volvieron blancos, alzó la nariz y respondió desafiante:
—Bueno yo no puedo hacerte promesas. No estoy segura de poder contenerme.
Al oírla, el enfado de la médico se esfumó de golpe.
Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada:
—Brittany, Britt, Britt-Britt, qué voy a hacer contigo...—le tendió ambos brazos en un gesto amistoso, pero la rubia permaneció donde estaba y la miró con desconfianza.
—No voy a picar.
Sin perder la sonrisa, la doctor López se metió ambas manos en los bolsillos de su pantalón y anunció:
—Ya puedes salir.
Despacio y sin apartar sus ojos recelosos de la morena, Brittany abandonó su refugio.
—Esto no puede seguir así. Tienes que prometerme...—se interrumpió a sí misma con un encogimiento de hombros—¡Bah! ¿Y de qué serviría? No tienes palabra y yo tengo menos fuerza de voluntad que una ameba.
Brittany se derrumbó sobre el sofá y Santana se sentó a su lado, luchando por no sonreír al observar su aspecto abatido.
—Pero te lo digo en serio, Santana, no deseo involucrarme en ninguna relación.
Sus palabras hicieron que la médico recuperase la seriedad en el acto.
—¿Cuánto hace desde que te enteraste de que tu ex te engañaba?
Al oírlo, Brittany saltó como si la hubieran pinchado y preguntó, furibunda:
—¿Quién te lo ha dicho?
La doctora contestó sin inmutarse:
—Me lo contó Bree.
—¡Ya no me queda ni siquiera un mínimo derecho a conservar un pedacito de orgullo! ¡Hala! ¡Que se entere todo el mundo: la patética Brittany Pierce es una cornuda!—los iris azules despedían chispas ardientes.
Sin hacerle caso, Santana insistió:
—Venga, contéstame.
—Para tu información, si tanto te interesa, me enteré hace ya casi un año y cuatro meses; exactamente un 20 de enero, lo recuerdo bien—su voz sonó cargada de desdén—Me lo dijo «un buen amigo». Claro que yo fui tan estúpida que ni siquiera le creí, tuve que verlo con mis propios ojos para darme por aludida. Una tarde, salí del trabajo antes de lo habitual y decidí ir a la sucursal del banco donde trabaja Sam de director para darle una sorpresa. Ni que decir tiene que la sorpresa me la llevé yo.
La expresión de su rostro rezumaba amargura y Santana sintió una necesidad, casi dolorosa, de ir corriendo a buscar al energúmeno del parque y partirle la cara de un puñetazo; sin embargo, tuvo que conformarse con apretar la mano de la ojiazul entre las suyas, procurando transmitirle un consuelo que sabía a todas luces insuficiente.
—Mira, Brittany, aunque por otros motivos, sé lo que es perder a la persona que amas y créeme cuando te digo que abandonarse a la amargura no conduce a nada.
Brittany alzó la vista hacia el atractivo rostro moreno y, de pronto, se dio cuenta de que hasta ese momento no se había parado a pensar en la pérdida que había sufrido Santana López.
Estaba tan absorta en su propio dolor que ni siquiera había caído en la cuenta de que, muy cerca de ella, había otras personas que lo habían pasado mucho peor.
Avergonzada de sí misma, alzó la mano y, con cierta timidez, la posó con suavidad sobre la suave mejilla y la miró con compasión.
Permanecieron un rato en silencio, con las pupilas entrelazadas, hasta que la más baja agarró su mano, giró un poco el rostro y, con delicadeza, depositó un cálido beso en la palma.
La ternura de aquel gesto empañó los ojos de Brittany y, a pesar de que trató de sonreír, no pudo evitar que sus labios temblaran.
—Las dos hemos sufrido, Brittany, pero estoy convencida de que esto que ha surgido entre nosotras merece la pena. No podemos dejar que el miedo a sufrir de nuevo nos haga dejar escapar algo valioso. Démonos una oportunidad, te prometo...—al oírse a sí misma, hizo una mueca que la hizo sonreír de nuevo—... Te prometo que intentaré que las cosas vayan despacio, aunque me lo pones muy, muy difícil.
La ternura que brillaba en los oscuros iris era difícil de resistir y, asustada ante la disparidad entre lo que le decía su cerebro y lo que le pedía su cuerpo, Brittany se puso en pie con brusquedad y le dijo en lo que esperó que fuera un tono sereno:
—Ahora será mejor que te vayas, San. Creo que aún estoy en estado de shock y necesito estar sola y pensar.
La médica creyó detectar un rastro de temor en los francos iris azules y no protestó. Se levantó, cogió la correa de Pongo y se dirigió a la puerta.
Era evidente que Brittany necesitaba más tiempo, y ella se lo daría; eso sí, no le permitiría alejarse demasiado.
No quería que empezara a darles vueltas a las cosas y a erigir barreras absurdas entre ambas.
La vigilaría de cerca, se dijo, y le demostraría algo de lo que ella, a pesar del poco tiempo que hacía desde que se conocían, estaba más que segura: se había enamorado de Brittany y la rubia también sentía algo por ella.
—Nos vemos, Britt—se despidió con un suave beso en su mejilla.
—Nos vemos, San—repitió conteniendo el impulso de llevarse la mano a la mejilla y posarla en el mismo lugar donde la piel le cosquilleaba tras esa leve caricia.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,...
sam se merecía que san le pegue,..
aunque la mentira fue divertida jajajja,..
es algo bonito lo que tienen espero que britt le de una oportunidad,..
nos vemos!!
sam se merecía que san le pegue,..
aunque la mentira fue divertida jajajja,..
es algo bonito lo que tienen espero que britt le de una oportunidad,..
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Ese Sam no se que quiere, ya paso su tiempo y momento con Britt.
Y pues espero que la rubia haga caso de lo que le dijo San y sea valiente para darse otra oportunidad, no puede dejar que el miedo decida por ella!
Y pues espero que la rubia haga caso de lo que le dijo San y sea valiente para darse otra oportunidad, no puede dejar que el miedo decida por ella!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Espero de verdad que Brittany haya desterrado cualquier sentimiento hacia ese labios de pez, no me gustaria para nada que hiciera sufrir a San!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,...
sam se merecía que san le pegue,..
aunque la mentira fue divertida jajajja,..
es algo bonito lo que tienen espero que britt le de una oportunidad,..
nos vemos!!
Hola lu, si! y britt tmbn! :@ Jajajjajaaj son unas loquilas las brittana jajajjaajaja. Si q lo es! y espero lo mismo la vrdd =/ ambas se merecen al menos eso. Saludos =D
JVM escribió:Ese Sam no se que quiere, ya paso su tiempo y momento con Britt.
Y pues espero que la rubia haga caso de lo que le dijo San y sea valiente para darse otra oportunidad, no puede dejar que el miedo decida por ella!
Hola, ni yo ¬¬ si! paso su tiempo, el cual no aprovecho y desaprovecho en su totalidad! :@ Si, san aquí tiene toda, pero toda la razón y esperemos que britt la escuche, al menos para intentar =/ Saludos =D
micky morales escribió:Espero de verdad que Brittany haya desterrado cualquier sentimiento hacia ese labios de pez, no me gustaria para nada que hiciera sufrir a San!!!!!!
Hola, espero lo mismo =/ Ni a mi, y menos por ese boca excesivamente grande :@ Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 19
Capitulo 19
A Santana López le pareció que los días siguientes discurrían con una lentitud desesperante.
A pesar de que había intentado quedar con Brittany en más de una ocasión, la rubia se había negado en redondo y la médico, decidido a mostrarse paciente y a no atosigarla, había tratado de no enfadarse a pesar de su creciente desilusión.
A modo de excusa Brittany se dijo a sí misma que tenía que centrarse en su novela; apenas le quedaba dar los últimos toques al desenlace y ya había elegido dos editoriales a las que mandar el manuscrito.
No quería que nada la distrajera en un momento tan importante y se convenció de que, si de verdad lo que había entre ella y la doctora López merecía la pena, podría esperar unos cuantos meses.
Quizá para entonces ella sabría ya, por fin, qué era lo que quería hacer con su vida.
A pesar de todo, siempre que se encontraban en el vestíbulo o cuando ella estaba en su cubículo de la portería y la morena llegaba temprano, la médico se detenía a conversar un rato.
En una de aquellas ocasiones, Brittany fregaba con ímpetu las losetas de mármol del vestíbulo cuando la médico, que iba acompañada de su hija, la saludó con calidez y se detuvo a charlar con ella.
A Bree, que era una niña muy observadora, no le pasó desapercibido el hecho de que Brittany había suprimido de un plumazo dos elementos fundamentales de su disfraz; por un lado, ya no llevaba las horripilantes gafas de cristales azulados y, por otro, tampoco se pintaba esa sombra de bigote en el labio superior que tanto la desfiguraba.
Las pupilas curiosas de la adolescente iban de su progenitora a la falsa portera sin perder detalle.
En los ojos castaños de su mamá detectó un brillo tierno, distinto al que mostraban cuando la miraba a ella, que Bree no recordaba haber visto en ellos desde que murió su otra mamá.
«¡Prueba conseguida!», se dijo, estaba claro que su mamá estaba loca por Brittany.
Pero ¿y la rubia?
¿Qué sentía Brittany por su mamá?
A pesar de que Bree permaneció examinándola con tanta fijeza que, en un momento dado, Brittany se preguntó si se habría dejado algún cuerpo extraño en la nariz al sonarse esa mañana, no logró averiguar cuáles eran sus sentimientos.
Cierto que mientras hablaba con la morena mayor los ojos azules relucían como los del Nenuco que cuidaba con esmero cuando era una niña, y que sus mejillas cambiaban de color a menudo; pero, a pesar de ello, aunque Bree estaba segura de que a su nueva amiga le gustaba su mamá, no era capaz de adivinar hasta qué punto.
Lo que tenía muy claro era que su mamá había decidido no agobiarla.
Error.
Para Bree era obvia y cristalina la necesidad de agobiar a Brittany lo más posible, de acapararla, de aturdirla, de no dejarle ni un segundo libre para pensar.
En cuanto los adultos empezaban a darles vueltas a las cosas... malo.
Era mucho mejor la técnica del mazazo en la cabeza, en sentido figurado, por supuesto.
No había más que ver a Emily, quien, a base de volver loca a Hanna, y no precisamente de pasión, estaba consiguiendo que la ojiazul más baja se fijase en ella.
En fin, se dijo Bree con un imaginario encogimiento de hombros, no tendría más remedio que ejercer de casamentera; estaba claro que no se podían dejar cosas tan importantes como los asuntos del corazón en manos de una persona sola, más preciso, su mamá.
Su mamá no sabía la suerte que tenía de tener una hija inteligente, resolutiva y capaz, dispuesta a ayudarla a llevar esa historia a buen puerto.
Para empezar, tenía que conseguir que las dos se encontraran fuera del ámbito de la escalera del vestíbulo, así que la adolescente sugirió como si se le hubiera ocurrido de repente:
—Mamá, podrías venir el próximo jueves a casa de Brittany. Tenemos que reelaborar el plan Caza al pichón, y vamos a necesitar un coche en buen estado.
Brittany trató de protestar:
—Bree, tu mamá es una persona muy ocupada, no la metas en esto.
Sin embargo, Santana estaba feliz con la invitación de su hija. Brittany llevaba días rehuyéndola y ya iba siendo hora de ponerla firme.
—No te preocupes, Brittany, iré encantada. A eso de las ocho, ¿no?
El jueves la primera en llegar fue Hanna, que entró en tromba en la portería, sin parar de protestar, mientras se iba quitando prendas de ropa y las dejaba donde primero caían, de cualquier manera.
—¡No puedo soportarlo más, Britty!
Su hermana no tenía ni la menor idea de qué le estaba hablando, así que hizo un sonido con la garganta que podía significar cualquier cosa y siguió con los sándwiches que estaba preparando.
—¡No sabes lo que ha sido! Sólo la invité una noche para mantenerla en observación, pero la muy morruda se ha quedado todo el fin de semana, volviéndome loca con esa idea absurda de que ella y yo vamos a acabar juntas.
—Ah, hablas de Emily—respondió Brittany sin inmutarse mientras sacaba otro paquete de pan de molde de la despensa.
—Es como una mamá, pesadísima para más señas. Que si tengo que dejar de comer porquerías, que si estoy muy delgada... Me ha llenado el frigorífico de comida y esta mañana ni siquiera he podido encontrar mi paquete de tofu. ¿Te puedes creer que el domingo me preparó un cocido?—Hanna la miró como si el mundo hubiera enloquecido de repente.
—¿Y estaba bueno?—Brittany colocó la bandeja con los sándwiches en la mesa baja, frente al sofá.
—La verdad es que cocina de muerte. Hacía tiempo que no comía nada tan rico—confesó su hermana, al tiempo que apartaba un rubio mechón de pelo de su rostro con dedos impacientes—¿Tú crees que la maría le ha afectado el cerebro? No ha parado de hablar de los tres hijos que vamos a tener y de la casita rodeada de campo en la que vamos a vivir. ¡Me está volviendo loca!
Brittany sacó una Coca-Cola de la nevera, le quitó la chapa y se la pasó a su hermana.
—Está colada por ti. Creo que es un caso clarísimo de amor a primera vista.
—¡Pero si me trata fatal! No hace más que meterse conmigo. Además, Emily no es para nada mi tipo—descartó Hanna, antes de dar un trago directamente de la botella.
Su hermana, con la cabeza metida en la nevera, respondió:
—Ya se lo dije, pero no me ha hecho ni caso. ¡Vaya por Dios! Se ha acabado el Bitter Kas, y Sue Sylvester no bebe otra cosa...
—No te preocupes, iré a comprar un pack a los chinos de la esquina—se ofreció Hanna, servicial, así que volvió a ponerse cada una de las prendas que había dejado tiradas por ahí a pesar de que hacía bastante calor y salió de nuevo como una exhalación.
Cuando volvió, la puerta de la portería estaba entornada, así que entró sin llamar.
Sorprendida, se detuvo en seco al ver a la elegante desconocida, vestida de un traje de dos piezas que se ajustaba perfecto, que se volvió a mirarla.
La mujer no era muy alta, pero tenía muy buena facha; el traje azul marino resaltaba las cuervas y le sentaba a la perfección.
La hermana de Brittany tenía una debilidad que jamás había confesado a nadie, bueno la avergonzaba profundamente: a ella, Hanna Pierce Marin, que despreciaba cualquier cosa que oliese remotamente a capitalismo, le fascinaban las personas vestidas como esas personas de la City de Londres que cerraban en un par de segundos transacciones por millones de libras sin un pestañeo.
Y esa morena, en particular, le pareció que tenía un atractivo muy especial, con su largo pelo negro y bien peinado, los bonitos ojos oscuros que brillaban, guasones, en su rostro moreno, y la amplia sonrisa que mostraba unos dientes blancos y parejos.
Hanna se preguntó, una vez más, cómo se las arreglaba su hermana Brittany para conocer a esas mujeres tan seductoras.
—Qué, Hanna, ¿a qué estoy guapa?
La rubia se la quedó mirando pasmada, hasta que logró salir de su estupor y consiguió decir:
—¿Emily? ¿Es posible que seas tú?
—La misma, para servirte, mi querida Candace—se inclinó en una reverencia de lo más teatral.
—¿Y tus chascas? ¿Ropa ancha? ¿Y las gafas?
Aún no podía creer que aquella mujer tan elegante y tan guapa fuera la misma hippie costrosa con la que se había peleado sin tregua durante las últimas semanas.
—A Toda mujer nos gusta tener un buen cabello y me hecho unas lentillas—afirmó, sonriente. Luego añadió—Está claro que te he dejado sin habla, pequeña. Te prometo que cuando nos casemos me pondré este traje al menos una vez a la semana para que disfrutes o un lindo vestido.
Lo dijo tan convencido que Hanna se quedó sin saber qué decir, mientras le dirigía a su hermana Brittany una mirada de impotencia.
Por fortuna, la llegada del resto de las conspiradoras le evitó tener que responder, así que se sentó en su rincón habitual desde el que, de vez en cuando, lanzaba la nueva Emily miradas de soslayo por debajo de las largas
pestañas.
Brittany dio un par de palmadas para captar la atención general y anunció:
—Les presento, aunque creo que todas la conocen ya, la doctora Santana López, del 6.º derecha, que ha decidido unirse a nuestro aquelarre particular. De paso, ha ofrecido su coche para las labores de vigilancia y seguimiento.
Un fuerte aplauso resonó en la portería y la médico inclinó la cabeza, sonriente.
Entre Brittany y Hanna repartieron las bebidas y, cuando terminaron de devorar los sándwiches que la primera había preparado, dejaron de charlar de cosas intranscendentes y se pusieron serias.
—Les recuerdo que apenas quedan unos días para el treinta—anunció Sue Sylvester, tras dejar su plato vacío sobre la mesa—Esta vez no podemos fallar, no podemos permitir que haya más víctimas.
Todos estuvieron de acuerdo y cada uno expuso su punto de vista sobre el asunto; algunos tan delirantes como el de Emily, que propuso simular un incendio frente a la puerta del 4.º izquierda para hacerlo salir de su guarida, mientras ella se ofrecía a colarse dentro y echar un vistazo.
—Estás como una cabra, Emily—Hanna descartó aquella sugerencia con un ademán desdeñoso—Yo tengo una idea mucho mejor: me presentaré en su casa haciéndome pasar por una masajista a domicilio y, cuando lo tenga bien relajado en mi camilla portátil, aprovecharé para explorar el piso de forma discreta.
Emily se levantó de un salto y exclamó, enojada:
—Sí, claro, con minifalda, liguero y enseñando bien el escote. ¡Por encima de mi cadáver!
—¡Oye, tú a mí no me dices lo que puedo y no puedo hacer!—Hanna, hecha una furia, se puso también en pie y se enfrentó a la morena con los brazos en jarras.
—Como tu futura esposa tengo perfecto derecho a trazar una línea roja donde crea conveniente—replicó Emily mientras su dedo índice la apuntaba, amenazadora.
—¡Argh, no puedo más! ¡Que alguien le diga a esta cromagnon que nunca, jamás, en la vida me casaré con ella!—gritó Hanna, tirándose de los pelos.
—Bueno, tranquilas, haya paz—Brittany se interpuso entre ellas y declaró en tono sereno—Quedan terminantemente rechazadas ambas propuestas. Por unanimidad.
Al escuchar sus palabras, Emily y Hanna se volvieron hacia ella, indignadas, y, por una vez, pareció que se ponían de acuerdo para responder:
—¿Quién lo ha dicho?
—¿Qué unanimidad?
Brittany se volvió hacia el resto de las reunidas y dijo:
—Quien esté de acuerdo en rechazar las propuestas de Hanna y Emily que levante la mano.
La mayoría de ellas alzó la mano en el acto, aunque Bree titubeó unos segundos. En el fondo las dos proposiciones le parecían valientes e imaginativas; el tipo de plan que ella habría sido la primera en sugerir.
La niña miró a su mamá, que, como el resto, estaba con la mano en alto, y la pilló guiñando un ojo a Brittany con disimulo. A Bree tampoco se le escapó la sonrisa cómplice que se dibujó en los labios de la rubia y, complacida, pensó que su maquiavélico plan para conseguir una madrastra a su gusto antes de que acabara el año iba viento en popa.
Por su parte, Brittany se alegraba de que Santana hubiera decidido hacer acto de presencia en aquellas locas reuniones de los jueves.
Saltaba a la vista que la médico se lo estaba pasando en grande con las ocurrencias del personal. En seguida se había adaptado al ambiente y había aportado sus propios y disparatados comentarios, que la hicieron reír hasta que se le saltaron las lágrimas.
En ese aspecto, debía reconocer que era muy diferente de Sam.
Su ex nunca habría apreciado la compañía de alguien como Emily o Sue Sylvester y tampoco habría sido capaz de comprender por qué Brittany pasaba tan buenos ratos en compañía de unos personajes tan extravagantes y distintos de la gente a la que solían frecuentar.
Unas personas que nunca hablaban del siguiente país exótico que pensaban visitar durante las vacaciones, del cochazo que acababan de comprar o del último restaurante de moda en el que habían cenado.
Era curioso, se dijo; nadie al ver el aspecto serio y formal de la doctora López diría que tenía un sentido del humor tan desarrollado.
Reconocía que era una de las cosas que más le gustaban de la linda morena.
Eso y... irritada consigo misma, Brittany se llamó al orden.
Si seguía por ese camino, acabaría cediendo ante su cuerpo traidor y las cosas se complicarían. Y lo último que necesitaba ahora que por fin empezaba a recuperarse del golpe que había supuesto su divorcio era complicarse la vida con una nueva relación.
Al ver que sus maquinaciones eran rechazadas de plano por mayoría, Hanna y Emily se miraron, enarcaron las cejas, y se encogieron de hombros al unísono, pero justo entonces, la hermana de Brittany recordó que seguía enfadada con aquella morena que, a pesar de estar guapísima con su traje nuevo y ese pelo arreglado, no era otra que la misma y desesperante Emily de siempre, así que, con la dignidad de una princesa, alzó la nariz en el aire y fue a sentarse en su rincón de costumbre.
Siguieron discutiendo sobre el nuevo plan de acción mientras Brittany se levantaba a cada rato para sacar latas de aceitunas, patatas fritas... incluso se comieron los quicos rancios que habían sobrado del día de la mudanza.
Cuando, por fin, la despensa de la portería se vació por completo, decidieron que ya era hora de levantar el campamento.
Aunque el nuevo plan no se diferenciaba en nada —salvo en el cambio de modelo de coche, ya que habían quedado que se apretujarían como pudieran en el de la médico—del anterior, todas se fueron satisfechas.
Sue Sylvester fue la primera en retirarse para no perder ni un segundo de sueño reparador, y Emily y Hanna, como de costumbre, se marcharon juntas sin dejar de discutir.
Santana trataba de pensar en alguna excusa para no tener que despedirse de Brittany, cuando su hija salió al quite y preguntó:
—Brittany, ¿quieres venir a casa a cenar? Hoy tenemos pizza.
Tras un ligero titubeo la rubia respondió:
—No hace falta, gracias, llevo toda la tarde picoteando y no tengo hambre.
En realidad, lo que no deseaba era pasar más tiempo del necesario cerca de Santana López.
Notaba que le gustaba demasiado para su paz mental.
Bree miró a su mamá con disimulo y frunció el ceño, así que Santana, interpretando correctamente que era su turno de intervenir, añadió sus ruegos a los de su hija con tanta insistencia que a Brittany no le quedó más
remedio que aceptar.
Satisfecha, la niña le dirigió a su mamá una mirada encubierta de aprobación y subieron todas juntas en el ascensor, sin parar de charlar animadamente.
A Brittany le encantó la enorme y moderna cocina en tonos blancos y negros.
Bree le había contado que hasta que murió su otra mamá vivían en un chalé a las afueras de Madrid, pero su morena mamá pensó que sería mejor trasladarse a una casa que no albergara tantos recuerdos y por eso fueron a vivir al piso de la calle Lagasca.
En seguida, la niña puso a todo el mundo manos a la obra; mientras ella sacaba la masa de la pizza y el tomate de la nevera, le encargó a su mamá que pusiera la mesa y a Brittany, que se había ofrecido a ayudar, le dijo que cortara los champiñones.
Al tiempo que iba colocando manteles, platos y vasos, Santana no le quitaba ojo a Brittany, que parecía completamente a sus anchas trajinando en su cocina.
Llevaba puestos los pantalones oscuros que formaban parte del uniforme y una camiseta negra de manga larga y, con el pelo dorado recogido en una coleta de la que escapaba algún que otro mechón, el paño de cuadros que Bree le había prestado atado a la cintura y un enorme cuchillo en la mano, apenas parecía unos pocos años mayor que su hija.
Observó cómo bromeaba y charlaba sin parar con ésta; saltaba a la vista que ambas disfrutaban de su mutua compañía y, al verlas juntas, notó un pinchazo de anhelo.
En ese instante, se dio cuenta de que quería que aquella entrañable escena hogareña se repitiera todos los días.
De pronto, la necesidad de poner fin a esa soledad que durante tantos años había sido su más fiel compañera se hizo casi dolorosa.
Deseaba volver a compartir su vida con una mujer; amar y ser amado de nuevo; llegar a casa y que hubiera alguien esperándola para hablar de cómo les había ido el día, de sus ilusiones, de sus problemas; reír con ella de todo y de nada.
Quería despertar en su cama abrazada a un cuerpo cálido y vibrante tras haber pasado la noche haciendo el amor hasta caer rendidas.
Quería todo eso y más, pero, sobre todo, tenía claro quién era aquella persona que ansiaba tener a su lado: Brittany, la misma mujer que en ese preciso instante echaba la cabeza hacia atrás y reía a carcajadas de algo que había dicho su hija.
Las ganas que sentía Santana de estrecharla entre sus brazos eran abrumadoras y, justo entonces, como si Brittany hubiera oído el grito desesperado que profería su corazón, las pupilas se cruzaron con las suyas y la rubia recuperó la seriedad en el acto.
Los iris de ambas se trabaron, azul claro con castaño oscuro, y el tiempo se detuvo durante unos instantes en los que ambas se olvidaron hasta de respirar.
Segundos más tarde, Brittany, con las mejillas encendidas, bajó la vista hacia los champiñones que estaba cortando y el encanto se rompió.
Santana reparó en que los vivos ojos castaños de Bree iban de una a otra con maliciosa curiosidad y, muerto de vergüenza, notó que ella misma también se ponía colorada como una ruborosa niña.
Para tratar de disimular su turbación, cogió un sacacorchos y con manos no muy firmes intentó abrir una botella de vino tinto, aunque lo único que consiguió fue incrustar el tapón hasta el fondo.
—¡Vaya por Dios!—exclamó, irritada.
—Ay, mamá, para ser cirujana a veces resultas de lo más torpe. Hoy estás rara, no sé, pareces nerviosa—declaró su hija con un tono de reproche burlón y añadió—¿Puedo tomar vino yo también?
—Mi hija resulta de lo más graciosa, ¿no es verdad, Britt?
La mirada centelleante de la mamá prometía represalias, pero Brittany, concentrada por completo en la apasionante tarea de cortar los champiñones en dos mitades perfectas, se limitó a emitir un sonido que podía querer decir cualquier cosa.
Cuando la adolescente sacó la pizza del horno, el ambiente de la cocina se había relajado bastante y las tres se sentaron sobre los altos taburetes que rodeaban el extremo de la isla y devoraron sus inmensas porciones, sumidas en una bulliciosa conversación.
Bree dio el último mordisco, se levantó de un salto y comentó con la boca llena:
—No les importa que no las ayude a recoger, ¿verdad? Acabo de acordarme de que me quedan dos problemas de matemáticas por hacer—tiró su servilleta sobre la mesa de cualquier manera y salió de la cocina sin esperar respuesta, dejándolas solas.
—Me parece que tu hija te ha salido un poco alcahueta—declaró Brittany, muy seria, ante la poco discreta maniobra de la adolescente.
—Sí, una alcahueta nada sutil, por cierto—frunció el ceño con fingido desagrado.
Ambas intercambiaron una sonrisa divertida, y Santana añadió:
—Aunque, si te soy sincera, se lo agradezco. Llevas toda la semana evitándome.
—Eso no es cierto. No te he evitado.
—Bueno, digamos que me has rehuido, soslayado, esquivado, eludido...
Brittany alzó una mano para detener la retahíla y reconoció a regañadientes:
—Está bien, lo admito, puede que te haya evitado un poco. Por cierto, resulta admirable tu dominio de los sinónimos, pensé que la escritora era yo.
—¿Qué pasa, que los matasanos sólo podemos manejar palabras tipo: esternocleidomastoideo y dimetilnitrosamina?
Brittany se la quedó mirando con admiración.
—Creo que sería incapaz de pronunciar ninguna de las dos.
—Reconozco que me han irritado la garganta—confesó, al tiempo que rellenaba las dos copas de vino—Ven, vamos al salón a terminarlas.
—Pero tenemos que recoger—protestó Brittany.
—Déjalo, ya has ayudado a preparar la pizza. Ya lo recogeré yo todo más tarde.
La médica reguló la iluminación del salón de modo que quedó sumido en una agradable semipenumbra, encendió un pequeño equipo de música de diseño y, al instante, una suave melodía inundó la habitación.
Luego le indicó a Brittany que se acomodara en el sillón, y ella a su vez se sentó tan cerca de la más alta que sus muslos se rozaban.
Brittany la miró con recelo y preguntó:
—No estarás pensando en seducirme, ¿verdad?
Santana pasó un brazo por el respaldo del sillón y la contempló, burlona:
—Hace días que no pienso en otra cosa, pero, con Bree estudiando dos tabiques más allá, creo que tendré que controlarme.
A pesar de sus palabras tranquilizadoras, los dedos que estaban sobre el respaldo se enredaron en uno de los suaves mechones que habían escapado de la coleta de Brittany.
La ojiazul no pudo evitar que su respiración se acelerara de cero a cien en un segundo y, sofocada, apartó la cabeza y se inclinó para coger su copa de vino de la mesa de centro y darle un buen sorbo mientras trataba de ganar tiempo.
—Tengo la sensación de que esto ya lo he vivido antes—declaró, inquieta.
La sonrisa que se dibujó en aquellos labios carnosos y firmes era tan seductora que a la pobre Brittany no le quedó más remedio que dar otro largo trago a su copa.
—Como sigas bebiendo a esa velocidad, la señora Santos tendrá mañana una espantosa resaca que le impedirá dejar la escalera como los chorros del oro.
Estaba claro que su agitación le divertía.
—No puedo evitarlo, me pones nerviosa.
Sin querer, los ojos de Brittany se clavaron en la boca carnosa y tragó saliva.
Santana contempló embelesada esos iris que, incapaces de disimular el deseo que la invadía, resultaban casi transparentes. Luego se inclinó sobre la rubia y susurró en su oído sin apenas rozarla:
—Me encantan tus ojos. Cuando me asomo a ellos, puedo afirmar que es cierto eso que dice la gente de que son el espejo del alma...
Su tono era ronco y, al oírla, Brittany sintió que se le erizaba la piel y sus labios se entreabrieron en una súplica inconsciente, la morena siguió:
—Me encanta tu pelo, tan suave y tan brillante. Me encanta tu piel, que tiene la tersura de la seda, pero lo que más me gusta de ti—siguió diciendo pegado a su oreja, mientras Brittany cerraba los ojos y se concentraba en las increíbles sensaciones que aquellas palabras y el roce de sus labios cálidos en su oreja despertaban en su cuerpo—Es lo que hay debajo de ese maravilloso envoltorio. A pesar de que hace poco que te conozco, me he dado cuenta de que esconde una profunda lealtad, una honestidad a prueba de bombas y una inmensa capacidad de amar.
Incapaz de resistirlo más, Brittany apoyó su mejilla contra la mejilla morena y murmuró algo entre dientes.
—No te he oído, ¿qué has dicho, Britt-Britt?
Apenas se tocaban, pero la morena se sentía profundamente excitada.
—He dicho que más te valdría hablarme de cosas como el ácido desoxirribonucleico y los encefalogramas.
La rubia sintió, más que vio, la sonrisa que se dibujó en el rostro de la médico y, con un suspiro, se separó de ella y se puso en pie.
—Será mejor que me vaya antes de que me lance en plancha sobre ti y nos pille tu hija.
—Venga, te acompaño—anunció Santana, levantándose a su vez.
—Ni hablar.
—Ya lo creo que sí.
—¡No!
La médico se llevó una mano al corazón y declaró:
—Prometo que sólo hablaré de mi última apendicectomía de urgencia.
—Me lo pones muy difícil, la verdad—la miró con desaprobación.
—¿Sabías que el apéndice vermicular es una prolongación delgada y hueca, de longitud variable, que se halla en la parte inferior del intestino ciego?—colocó su mano en la cintura de Brittany y la empujó con firmeza hacia la puerta.
—No tenía la menor idea, pero es fascinante.
—¡Pero mamá, por Dios! ¿Qué rollo le estás contando a la pobre Britt?
—Un estudio científico ha demostrado que las personas que espían detrás de las puertas son propensas a sufrir apendicectomías de urgencia sin anestesia—siguió hablando con placidez, como si no hubiera oído las palabras de su hija.
—A mí me habían contado también que a los cotillas luego los cosen con agujas de punto de veinticinco milímetros—añadió Brittany en el mismo tono—Hasta mañana, Bree.
—Hasta mañana—gruñó la niña.
Santana la acompañó en el ascensor sin parar de hablar en farragosos términos médicos y se coló en la pequeña vivienda del portero, detrás de Brittany.
—Doctora López, creo que no es una buena idea...
Nunca se supo lo que Brittany no consideraba una buena idea, porque la médico la atrapó entre sus brazos y pegó su boca a la suya con una urgencia tan apasionada que a la rubia no le quedó más remedio que enredar los dedos en los cabellos morenos, entreabrir los labios y responder con vehemencia a ese beso hambriento.
Brittany no supo cuánto tiempo pasó hasta que, por fin, Santana liberó su boca y apoyó la frente sobre la suya.
—Me vuelves loca—afirmó, respirando entrecortadamente.
—¡Ay, Dios!—fue lo único que consiguió contestar una Brittany rendida por completo a sus caricias.
La médico tomó su rostro entre sus manos, clavó sus pupilas ardientes en ella y anunció:
—Está bien, Britt-Britt. Me iré. Por ahora. Pero recuerda: no permitiré que te escondas el resto de tu vida en esta siniestra portería.
Sin más, depositó un casto beso sobre su frente antes de salir de la pequeña vivienda a toda prisa.
A pesar de que había intentado quedar con Brittany en más de una ocasión, la rubia se había negado en redondo y la médico, decidido a mostrarse paciente y a no atosigarla, había tratado de no enfadarse a pesar de su creciente desilusión.
A modo de excusa Brittany se dijo a sí misma que tenía que centrarse en su novela; apenas le quedaba dar los últimos toques al desenlace y ya había elegido dos editoriales a las que mandar el manuscrito.
No quería que nada la distrajera en un momento tan importante y se convenció de que, si de verdad lo que había entre ella y la doctora López merecía la pena, podría esperar unos cuantos meses.
Quizá para entonces ella sabría ya, por fin, qué era lo que quería hacer con su vida.
A pesar de todo, siempre que se encontraban en el vestíbulo o cuando ella estaba en su cubículo de la portería y la morena llegaba temprano, la médico se detenía a conversar un rato.
En una de aquellas ocasiones, Brittany fregaba con ímpetu las losetas de mármol del vestíbulo cuando la médico, que iba acompañada de su hija, la saludó con calidez y se detuvo a charlar con ella.
A Bree, que era una niña muy observadora, no le pasó desapercibido el hecho de que Brittany había suprimido de un plumazo dos elementos fundamentales de su disfraz; por un lado, ya no llevaba las horripilantes gafas de cristales azulados y, por otro, tampoco se pintaba esa sombra de bigote en el labio superior que tanto la desfiguraba.
Las pupilas curiosas de la adolescente iban de su progenitora a la falsa portera sin perder detalle.
En los ojos castaños de su mamá detectó un brillo tierno, distinto al que mostraban cuando la miraba a ella, que Bree no recordaba haber visto en ellos desde que murió su otra mamá.
«¡Prueba conseguida!», se dijo, estaba claro que su mamá estaba loca por Brittany.
Pero ¿y la rubia?
¿Qué sentía Brittany por su mamá?
A pesar de que Bree permaneció examinándola con tanta fijeza que, en un momento dado, Brittany se preguntó si se habría dejado algún cuerpo extraño en la nariz al sonarse esa mañana, no logró averiguar cuáles eran sus sentimientos.
Cierto que mientras hablaba con la morena mayor los ojos azules relucían como los del Nenuco que cuidaba con esmero cuando era una niña, y que sus mejillas cambiaban de color a menudo; pero, a pesar de ello, aunque Bree estaba segura de que a su nueva amiga le gustaba su mamá, no era capaz de adivinar hasta qué punto.
Lo que tenía muy claro era que su mamá había decidido no agobiarla.
Error.
Para Bree era obvia y cristalina la necesidad de agobiar a Brittany lo más posible, de acapararla, de aturdirla, de no dejarle ni un segundo libre para pensar.
En cuanto los adultos empezaban a darles vueltas a las cosas... malo.
Era mucho mejor la técnica del mazazo en la cabeza, en sentido figurado, por supuesto.
No había más que ver a Emily, quien, a base de volver loca a Hanna, y no precisamente de pasión, estaba consiguiendo que la ojiazul más baja se fijase en ella.
En fin, se dijo Bree con un imaginario encogimiento de hombros, no tendría más remedio que ejercer de casamentera; estaba claro que no se podían dejar cosas tan importantes como los asuntos del corazón en manos de una persona sola, más preciso, su mamá.
Su mamá no sabía la suerte que tenía de tener una hija inteligente, resolutiva y capaz, dispuesta a ayudarla a llevar esa historia a buen puerto.
Para empezar, tenía que conseguir que las dos se encontraran fuera del ámbito de la escalera del vestíbulo, así que la adolescente sugirió como si se le hubiera ocurrido de repente:
—Mamá, podrías venir el próximo jueves a casa de Brittany. Tenemos que reelaborar el plan Caza al pichón, y vamos a necesitar un coche en buen estado.
Brittany trató de protestar:
—Bree, tu mamá es una persona muy ocupada, no la metas en esto.
Sin embargo, Santana estaba feliz con la invitación de su hija. Brittany llevaba días rehuyéndola y ya iba siendo hora de ponerla firme.
—No te preocupes, Brittany, iré encantada. A eso de las ocho, ¿no?
El jueves la primera en llegar fue Hanna, que entró en tromba en la portería, sin parar de protestar, mientras se iba quitando prendas de ropa y las dejaba donde primero caían, de cualquier manera.
—¡No puedo soportarlo más, Britty!
Su hermana no tenía ni la menor idea de qué le estaba hablando, así que hizo un sonido con la garganta que podía significar cualquier cosa y siguió con los sándwiches que estaba preparando.
—¡No sabes lo que ha sido! Sólo la invité una noche para mantenerla en observación, pero la muy morruda se ha quedado todo el fin de semana, volviéndome loca con esa idea absurda de que ella y yo vamos a acabar juntas.
—Ah, hablas de Emily—respondió Brittany sin inmutarse mientras sacaba otro paquete de pan de molde de la despensa.
—Es como una mamá, pesadísima para más señas. Que si tengo que dejar de comer porquerías, que si estoy muy delgada... Me ha llenado el frigorífico de comida y esta mañana ni siquiera he podido encontrar mi paquete de tofu. ¿Te puedes creer que el domingo me preparó un cocido?—Hanna la miró como si el mundo hubiera enloquecido de repente.
—¿Y estaba bueno?—Brittany colocó la bandeja con los sándwiches en la mesa baja, frente al sofá.
—La verdad es que cocina de muerte. Hacía tiempo que no comía nada tan rico—confesó su hermana, al tiempo que apartaba un rubio mechón de pelo de su rostro con dedos impacientes—¿Tú crees que la maría le ha afectado el cerebro? No ha parado de hablar de los tres hijos que vamos a tener y de la casita rodeada de campo en la que vamos a vivir. ¡Me está volviendo loca!
Brittany sacó una Coca-Cola de la nevera, le quitó la chapa y se la pasó a su hermana.
—Está colada por ti. Creo que es un caso clarísimo de amor a primera vista.
—¡Pero si me trata fatal! No hace más que meterse conmigo. Además, Emily no es para nada mi tipo—descartó Hanna, antes de dar un trago directamente de la botella.
Su hermana, con la cabeza metida en la nevera, respondió:
—Ya se lo dije, pero no me ha hecho ni caso. ¡Vaya por Dios! Se ha acabado el Bitter Kas, y Sue Sylvester no bebe otra cosa...
—No te preocupes, iré a comprar un pack a los chinos de la esquina—se ofreció Hanna, servicial, así que volvió a ponerse cada una de las prendas que había dejado tiradas por ahí a pesar de que hacía bastante calor y salió de nuevo como una exhalación.
Cuando volvió, la puerta de la portería estaba entornada, así que entró sin llamar.
Sorprendida, se detuvo en seco al ver a la elegante desconocida, vestida de un traje de dos piezas que se ajustaba perfecto, que se volvió a mirarla.
La mujer no era muy alta, pero tenía muy buena facha; el traje azul marino resaltaba las cuervas y le sentaba a la perfección.
La hermana de Brittany tenía una debilidad que jamás había confesado a nadie, bueno la avergonzaba profundamente: a ella, Hanna Pierce Marin, que despreciaba cualquier cosa que oliese remotamente a capitalismo, le fascinaban las personas vestidas como esas personas de la City de Londres que cerraban en un par de segundos transacciones por millones de libras sin un pestañeo.
Y esa morena, en particular, le pareció que tenía un atractivo muy especial, con su largo pelo negro y bien peinado, los bonitos ojos oscuros que brillaban, guasones, en su rostro moreno, y la amplia sonrisa que mostraba unos dientes blancos y parejos.
Hanna se preguntó, una vez más, cómo se las arreglaba su hermana Brittany para conocer a esas mujeres tan seductoras.
—Qué, Hanna, ¿a qué estoy guapa?
La rubia se la quedó mirando pasmada, hasta que logró salir de su estupor y consiguió decir:
—¿Emily? ¿Es posible que seas tú?
—La misma, para servirte, mi querida Candace—se inclinó en una reverencia de lo más teatral.
—¿Y tus chascas? ¿Ropa ancha? ¿Y las gafas?
Aún no podía creer que aquella mujer tan elegante y tan guapa fuera la misma hippie costrosa con la que se había peleado sin tregua durante las últimas semanas.
—A Toda mujer nos gusta tener un buen cabello y me hecho unas lentillas—afirmó, sonriente. Luego añadió—Está claro que te he dejado sin habla, pequeña. Te prometo que cuando nos casemos me pondré este traje al menos una vez a la semana para que disfrutes o un lindo vestido.
Lo dijo tan convencido que Hanna se quedó sin saber qué decir, mientras le dirigía a su hermana Brittany una mirada de impotencia.
Por fortuna, la llegada del resto de las conspiradoras le evitó tener que responder, así que se sentó en su rincón habitual desde el que, de vez en cuando, lanzaba la nueva Emily miradas de soslayo por debajo de las largas
pestañas.
Brittany dio un par de palmadas para captar la atención general y anunció:
—Les presento, aunque creo que todas la conocen ya, la doctora Santana López, del 6.º derecha, que ha decidido unirse a nuestro aquelarre particular. De paso, ha ofrecido su coche para las labores de vigilancia y seguimiento.
Un fuerte aplauso resonó en la portería y la médico inclinó la cabeza, sonriente.
Entre Brittany y Hanna repartieron las bebidas y, cuando terminaron de devorar los sándwiches que la primera había preparado, dejaron de charlar de cosas intranscendentes y se pusieron serias.
—Les recuerdo que apenas quedan unos días para el treinta—anunció Sue Sylvester, tras dejar su plato vacío sobre la mesa—Esta vez no podemos fallar, no podemos permitir que haya más víctimas.
Todos estuvieron de acuerdo y cada uno expuso su punto de vista sobre el asunto; algunos tan delirantes como el de Emily, que propuso simular un incendio frente a la puerta del 4.º izquierda para hacerlo salir de su guarida, mientras ella se ofrecía a colarse dentro y echar un vistazo.
—Estás como una cabra, Emily—Hanna descartó aquella sugerencia con un ademán desdeñoso—Yo tengo una idea mucho mejor: me presentaré en su casa haciéndome pasar por una masajista a domicilio y, cuando lo tenga bien relajado en mi camilla portátil, aprovecharé para explorar el piso de forma discreta.
Emily se levantó de un salto y exclamó, enojada:
—Sí, claro, con minifalda, liguero y enseñando bien el escote. ¡Por encima de mi cadáver!
—¡Oye, tú a mí no me dices lo que puedo y no puedo hacer!—Hanna, hecha una furia, se puso también en pie y se enfrentó a la morena con los brazos en jarras.
—Como tu futura esposa tengo perfecto derecho a trazar una línea roja donde crea conveniente—replicó Emily mientras su dedo índice la apuntaba, amenazadora.
—¡Argh, no puedo más! ¡Que alguien le diga a esta cromagnon que nunca, jamás, en la vida me casaré con ella!—gritó Hanna, tirándose de los pelos.
—Bueno, tranquilas, haya paz—Brittany se interpuso entre ellas y declaró en tono sereno—Quedan terminantemente rechazadas ambas propuestas. Por unanimidad.
Al escuchar sus palabras, Emily y Hanna se volvieron hacia ella, indignadas, y, por una vez, pareció que se ponían de acuerdo para responder:
—¿Quién lo ha dicho?
—¿Qué unanimidad?
Brittany se volvió hacia el resto de las reunidas y dijo:
—Quien esté de acuerdo en rechazar las propuestas de Hanna y Emily que levante la mano.
La mayoría de ellas alzó la mano en el acto, aunque Bree titubeó unos segundos. En el fondo las dos proposiciones le parecían valientes e imaginativas; el tipo de plan que ella habría sido la primera en sugerir.
La niña miró a su mamá, que, como el resto, estaba con la mano en alto, y la pilló guiñando un ojo a Brittany con disimulo. A Bree tampoco se le escapó la sonrisa cómplice que se dibujó en los labios de la rubia y, complacida, pensó que su maquiavélico plan para conseguir una madrastra a su gusto antes de que acabara el año iba viento en popa.
Por su parte, Brittany se alegraba de que Santana hubiera decidido hacer acto de presencia en aquellas locas reuniones de los jueves.
Saltaba a la vista que la médico se lo estaba pasando en grande con las ocurrencias del personal. En seguida se había adaptado al ambiente y había aportado sus propios y disparatados comentarios, que la hicieron reír hasta que se le saltaron las lágrimas.
En ese aspecto, debía reconocer que era muy diferente de Sam.
Su ex nunca habría apreciado la compañía de alguien como Emily o Sue Sylvester y tampoco habría sido capaz de comprender por qué Brittany pasaba tan buenos ratos en compañía de unos personajes tan extravagantes y distintos de la gente a la que solían frecuentar.
Unas personas que nunca hablaban del siguiente país exótico que pensaban visitar durante las vacaciones, del cochazo que acababan de comprar o del último restaurante de moda en el que habían cenado.
Era curioso, se dijo; nadie al ver el aspecto serio y formal de la doctora López diría que tenía un sentido del humor tan desarrollado.
Reconocía que era una de las cosas que más le gustaban de la linda morena.
Eso y... irritada consigo misma, Brittany se llamó al orden.
Si seguía por ese camino, acabaría cediendo ante su cuerpo traidor y las cosas se complicarían. Y lo último que necesitaba ahora que por fin empezaba a recuperarse del golpe que había supuesto su divorcio era complicarse la vida con una nueva relación.
Al ver que sus maquinaciones eran rechazadas de plano por mayoría, Hanna y Emily se miraron, enarcaron las cejas, y se encogieron de hombros al unísono, pero justo entonces, la hermana de Brittany recordó que seguía enfadada con aquella morena que, a pesar de estar guapísima con su traje nuevo y ese pelo arreglado, no era otra que la misma y desesperante Emily de siempre, así que, con la dignidad de una princesa, alzó la nariz en el aire y fue a sentarse en su rincón de costumbre.
Siguieron discutiendo sobre el nuevo plan de acción mientras Brittany se levantaba a cada rato para sacar latas de aceitunas, patatas fritas... incluso se comieron los quicos rancios que habían sobrado del día de la mudanza.
Cuando, por fin, la despensa de la portería se vació por completo, decidieron que ya era hora de levantar el campamento.
Aunque el nuevo plan no se diferenciaba en nada —salvo en el cambio de modelo de coche, ya que habían quedado que se apretujarían como pudieran en el de la médico—del anterior, todas se fueron satisfechas.
Sue Sylvester fue la primera en retirarse para no perder ni un segundo de sueño reparador, y Emily y Hanna, como de costumbre, se marcharon juntas sin dejar de discutir.
Santana trataba de pensar en alguna excusa para no tener que despedirse de Brittany, cuando su hija salió al quite y preguntó:
—Brittany, ¿quieres venir a casa a cenar? Hoy tenemos pizza.
Tras un ligero titubeo la rubia respondió:
—No hace falta, gracias, llevo toda la tarde picoteando y no tengo hambre.
En realidad, lo que no deseaba era pasar más tiempo del necesario cerca de Santana López.
Notaba que le gustaba demasiado para su paz mental.
Bree miró a su mamá con disimulo y frunció el ceño, así que Santana, interpretando correctamente que era su turno de intervenir, añadió sus ruegos a los de su hija con tanta insistencia que a Brittany no le quedó más
remedio que aceptar.
Satisfecha, la niña le dirigió a su mamá una mirada encubierta de aprobación y subieron todas juntas en el ascensor, sin parar de charlar animadamente.
A Brittany le encantó la enorme y moderna cocina en tonos blancos y negros.
Bree le había contado que hasta que murió su otra mamá vivían en un chalé a las afueras de Madrid, pero su morena mamá pensó que sería mejor trasladarse a una casa que no albergara tantos recuerdos y por eso fueron a vivir al piso de la calle Lagasca.
En seguida, la niña puso a todo el mundo manos a la obra; mientras ella sacaba la masa de la pizza y el tomate de la nevera, le encargó a su mamá que pusiera la mesa y a Brittany, que se había ofrecido a ayudar, le dijo que cortara los champiñones.
Al tiempo que iba colocando manteles, platos y vasos, Santana no le quitaba ojo a Brittany, que parecía completamente a sus anchas trajinando en su cocina.
Llevaba puestos los pantalones oscuros que formaban parte del uniforme y una camiseta negra de manga larga y, con el pelo dorado recogido en una coleta de la que escapaba algún que otro mechón, el paño de cuadros que Bree le había prestado atado a la cintura y un enorme cuchillo en la mano, apenas parecía unos pocos años mayor que su hija.
Observó cómo bromeaba y charlaba sin parar con ésta; saltaba a la vista que ambas disfrutaban de su mutua compañía y, al verlas juntas, notó un pinchazo de anhelo.
En ese instante, se dio cuenta de que quería que aquella entrañable escena hogareña se repitiera todos los días.
De pronto, la necesidad de poner fin a esa soledad que durante tantos años había sido su más fiel compañera se hizo casi dolorosa.
Deseaba volver a compartir su vida con una mujer; amar y ser amado de nuevo; llegar a casa y que hubiera alguien esperándola para hablar de cómo les había ido el día, de sus ilusiones, de sus problemas; reír con ella de todo y de nada.
Quería despertar en su cama abrazada a un cuerpo cálido y vibrante tras haber pasado la noche haciendo el amor hasta caer rendidas.
Quería todo eso y más, pero, sobre todo, tenía claro quién era aquella persona que ansiaba tener a su lado: Brittany, la misma mujer que en ese preciso instante echaba la cabeza hacia atrás y reía a carcajadas de algo que había dicho su hija.
Las ganas que sentía Santana de estrecharla entre sus brazos eran abrumadoras y, justo entonces, como si Brittany hubiera oído el grito desesperado que profería su corazón, las pupilas se cruzaron con las suyas y la rubia recuperó la seriedad en el acto.
Los iris de ambas se trabaron, azul claro con castaño oscuro, y el tiempo se detuvo durante unos instantes en los que ambas se olvidaron hasta de respirar.
Segundos más tarde, Brittany, con las mejillas encendidas, bajó la vista hacia los champiñones que estaba cortando y el encanto se rompió.
Santana reparó en que los vivos ojos castaños de Bree iban de una a otra con maliciosa curiosidad y, muerto de vergüenza, notó que ella misma también se ponía colorada como una ruborosa niña.
Para tratar de disimular su turbación, cogió un sacacorchos y con manos no muy firmes intentó abrir una botella de vino tinto, aunque lo único que consiguió fue incrustar el tapón hasta el fondo.
—¡Vaya por Dios!—exclamó, irritada.
—Ay, mamá, para ser cirujana a veces resultas de lo más torpe. Hoy estás rara, no sé, pareces nerviosa—declaró su hija con un tono de reproche burlón y añadió—¿Puedo tomar vino yo también?
—Mi hija resulta de lo más graciosa, ¿no es verdad, Britt?
La mirada centelleante de la mamá prometía represalias, pero Brittany, concentrada por completo en la apasionante tarea de cortar los champiñones en dos mitades perfectas, se limitó a emitir un sonido que podía querer decir cualquier cosa.
Cuando la adolescente sacó la pizza del horno, el ambiente de la cocina se había relajado bastante y las tres se sentaron sobre los altos taburetes que rodeaban el extremo de la isla y devoraron sus inmensas porciones, sumidas en una bulliciosa conversación.
Bree dio el último mordisco, se levantó de un salto y comentó con la boca llena:
—No les importa que no las ayude a recoger, ¿verdad? Acabo de acordarme de que me quedan dos problemas de matemáticas por hacer—tiró su servilleta sobre la mesa de cualquier manera y salió de la cocina sin esperar respuesta, dejándolas solas.
—Me parece que tu hija te ha salido un poco alcahueta—declaró Brittany, muy seria, ante la poco discreta maniobra de la adolescente.
—Sí, una alcahueta nada sutil, por cierto—frunció el ceño con fingido desagrado.
Ambas intercambiaron una sonrisa divertida, y Santana añadió:
—Aunque, si te soy sincera, se lo agradezco. Llevas toda la semana evitándome.
—Eso no es cierto. No te he evitado.
—Bueno, digamos que me has rehuido, soslayado, esquivado, eludido...
Brittany alzó una mano para detener la retahíla y reconoció a regañadientes:
—Está bien, lo admito, puede que te haya evitado un poco. Por cierto, resulta admirable tu dominio de los sinónimos, pensé que la escritora era yo.
—¿Qué pasa, que los matasanos sólo podemos manejar palabras tipo: esternocleidomastoideo y dimetilnitrosamina?
Brittany se la quedó mirando con admiración.
—Creo que sería incapaz de pronunciar ninguna de las dos.
—Reconozco que me han irritado la garganta—confesó, al tiempo que rellenaba las dos copas de vino—Ven, vamos al salón a terminarlas.
—Pero tenemos que recoger—protestó Brittany.
—Déjalo, ya has ayudado a preparar la pizza. Ya lo recogeré yo todo más tarde.
La médica reguló la iluminación del salón de modo que quedó sumido en una agradable semipenumbra, encendió un pequeño equipo de música de diseño y, al instante, una suave melodía inundó la habitación.
Luego le indicó a Brittany que se acomodara en el sillón, y ella a su vez se sentó tan cerca de la más alta que sus muslos se rozaban.
Brittany la miró con recelo y preguntó:
—No estarás pensando en seducirme, ¿verdad?
Santana pasó un brazo por el respaldo del sillón y la contempló, burlona:
—Hace días que no pienso en otra cosa, pero, con Bree estudiando dos tabiques más allá, creo que tendré que controlarme.
A pesar de sus palabras tranquilizadoras, los dedos que estaban sobre el respaldo se enredaron en uno de los suaves mechones que habían escapado de la coleta de Brittany.
La ojiazul no pudo evitar que su respiración se acelerara de cero a cien en un segundo y, sofocada, apartó la cabeza y se inclinó para coger su copa de vino de la mesa de centro y darle un buen sorbo mientras trataba de ganar tiempo.
—Tengo la sensación de que esto ya lo he vivido antes—declaró, inquieta.
La sonrisa que se dibujó en aquellos labios carnosos y firmes era tan seductora que a la pobre Brittany no le quedó más remedio que dar otro largo trago a su copa.
—Como sigas bebiendo a esa velocidad, la señora Santos tendrá mañana una espantosa resaca que le impedirá dejar la escalera como los chorros del oro.
Estaba claro que su agitación le divertía.
—No puedo evitarlo, me pones nerviosa.
Sin querer, los ojos de Brittany se clavaron en la boca carnosa y tragó saliva.
Santana contempló embelesada esos iris que, incapaces de disimular el deseo que la invadía, resultaban casi transparentes. Luego se inclinó sobre la rubia y susurró en su oído sin apenas rozarla:
—Me encantan tus ojos. Cuando me asomo a ellos, puedo afirmar que es cierto eso que dice la gente de que son el espejo del alma...
Su tono era ronco y, al oírla, Brittany sintió que se le erizaba la piel y sus labios se entreabrieron en una súplica inconsciente, la morena siguió:
—Me encanta tu pelo, tan suave y tan brillante. Me encanta tu piel, que tiene la tersura de la seda, pero lo que más me gusta de ti—siguió diciendo pegado a su oreja, mientras Brittany cerraba los ojos y se concentraba en las increíbles sensaciones que aquellas palabras y el roce de sus labios cálidos en su oreja despertaban en su cuerpo—Es lo que hay debajo de ese maravilloso envoltorio. A pesar de que hace poco que te conozco, me he dado cuenta de que esconde una profunda lealtad, una honestidad a prueba de bombas y una inmensa capacidad de amar.
Incapaz de resistirlo más, Brittany apoyó su mejilla contra la mejilla morena y murmuró algo entre dientes.
—No te he oído, ¿qué has dicho, Britt-Britt?
Apenas se tocaban, pero la morena se sentía profundamente excitada.
—He dicho que más te valdría hablarme de cosas como el ácido desoxirribonucleico y los encefalogramas.
La rubia sintió, más que vio, la sonrisa que se dibujó en el rostro de la médico y, con un suspiro, se separó de ella y se puso en pie.
—Será mejor que me vaya antes de que me lance en plancha sobre ti y nos pille tu hija.
—Venga, te acompaño—anunció Santana, levantándose a su vez.
—Ni hablar.
—Ya lo creo que sí.
—¡No!
La médico se llevó una mano al corazón y declaró:
—Prometo que sólo hablaré de mi última apendicectomía de urgencia.
—Me lo pones muy difícil, la verdad—la miró con desaprobación.
—¿Sabías que el apéndice vermicular es una prolongación delgada y hueca, de longitud variable, que se halla en la parte inferior del intestino ciego?—colocó su mano en la cintura de Brittany y la empujó con firmeza hacia la puerta.
—No tenía la menor idea, pero es fascinante.
—¡Pero mamá, por Dios! ¿Qué rollo le estás contando a la pobre Britt?
—Un estudio científico ha demostrado que las personas que espían detrás de las puertas son propensas a sufrir apendicectomías de urgencia sin anestesia—siguió hablando con placidez, como si no hubiera oído las palabras de su hija.
—A mí me habían contado también que a los cotillas luego los cosen con agujas de punto de veinticinco milímetros—añadió Brittany en el mismo tono—Hasta mañana, Bree.
—Hasta mañana—gruñó la niña.
Santana la acompañó en el ascensor sin parar de hablar en farragosos términos médicos y se coló en la pequeña vivienda del portero, detrás de Brittany.
—Doctora López, creo que no es una buena idea...
Nunca se supo lo que Brittany no consideraba una buena idea, porque la médico la atrapó entre sus brazos y pegó su boca a la suya con una urgencia tan apasionada que a la rubia no le quedó más remedio que enredar los dedos en los cabellos morenos, entreabrir los labios y responder con vehemencia a ese beso hambriento.
Brittany no supo cuánto tiempo pasó hasta que, por fin, Santana liberó su boca y apoyó la frente sobre la suya.
—Me vuelves loca—afirmó, respirando entrecortadamente.
—¡Ay, Dios!—fue lo único que consiguió contestar una Brittany rendida por completo a sus caricias.
La médico tomó su rostro entre sus manos, clavó sus pupilas ardientes en ella y anunció:
—Está bien, Britt-Britt. Me iré. Por ahora. Pero recuerda: no permitiré que te escondas el resto de tu vida en esta siniestra portería.
Sin más, depositó un casto beso sobre su frente antes de salir de la pequeña vivienda a toda prisa.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,...
es bueno que san se este involucrando en las cosas de britt,.. o a lo sherlok!!!
me divierte bee de casamentera,.. no le va mal!!!
en serio no pueden estar lejos una de la otra y britt que se resiste,... a ver cuanto aguanta???
nos vemos!!
es bueno que san se este involucrando en las cosas de britt,.. o a lo sherlok!!!
me divierte bee de casamentera,.. no le va mal!!!
en serio no pueden estar lejos una de la otra y britt que se resiste,... a ver cuanto aguanta???
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,...
es bueno que san se este involucrando en las cosas de britt,.. o a lo sherlok!!!
me divierte bee de casamentera,.. no le va mal!!!
en serio no pueden estar lejos una de la otra y britt que se resiste,... a ver cuanto aguanta???
nos vemos!!
Hola lu, si que si, eso las junta mas y es bueno =) ajajajajajajajajaj son lo mejor todas ajajajajaj. Jajajaajaj esk kien no quiere a las brittana juntas¿? ajajajajaajajaj. No, osea como¿? es el efecto que tienen en la otra jaajajajaj. Esperemos y nada xD jajaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 20
Capitulo 20
Una semana después, a las diez y media de la noche, el comando de operaciones especiales casi al completo esperaba en el BMW X6 Coupé de la doctora, de tan sólo cuatro plazas, apretado como sardinas en lata.
—¡Emily, tía, no me lo puedo creer!—exclamó Hanna, indignada.
—Lo siento, Hanna, si no te movieses tanto... no lo puedo evitar. ¡Soy una mujer, caramba. También siento! Y estar así no puedo evitar abrazarte—sus brazos apretaron la cintura de la rubia con más fuerza, impidiéndole que se levantara de su regazo.
—¡Ustedes dos, que hay menores!—las amonestó Brittany, que sentada en el asiento del copiloto no apartaba la vista del portal.
—¿Vas muy incómoda conmigo encima, Sue?—preguntó Bree a la ex actriz, sin hacer caso del resto de los ocupantes del coche.
—No te preocupes, querida, no pesas nada—la señorita Sylvester, dominada por la emoción de la aventura, se sentía como una jovenzuela de
veinte años; hacía tiempo que no se divertía tanto.
—Nos estamos empañando—anunció Brittany, al tiempo que bajaba un poco la ventanilla cubierta de vaho.
Luego le dirigió una mirada de disculpa a Santana, que permanecía tranquilamente sentada frente al volante.
—Espero que esto sirva para algo, como el pichón decida no abandonar el nido esta noche...
En ese momento, la médico se irguió sobre el asiento y señaló hacia el portal.
—Mira, ¿no es él?
En efecto, de la finca acababa de salir el siniestro vecino del 4.º izquierda cargado con un nuevo bulto sospechoso, envuelto en plástico negro, entre sus brazos.
Una exclamación llena de horror se escapó de los labios de Brittany sin que ésta pudiera evitarlo:
—¡Se ha cargado a otro!
—¡Qué bestia! A una media de dos muertos al mes este tío va a aparecer en el libro Guinness—Bree se asomó por uno de los lados del reposacabezas, en un intento desesperado de no perderse ni el más mínimo detalle.
—Voy a seguirlo—anunció la doctora López, al tiempo que daba la vuelta a la llave de contacto y, con mucha suavidad, partía detrás del Ford Focus gris del sospechoso.
Por fortuna, esa noche no llovía y una gran luna llena brillaba en lo alto del cielo.
Gracias a la pericia de la médico al volante, se mantenían a la distancia justa para no perderlo de vista, pero sin correr el riesgo de que las descubriera.
—¡Emily, no me toquetees!—Hanna apartó de un manotazo la cálida palma de su muslo.
—Joder, Hanna, no te estoy toqueteando. Te recuerdo que vamos un poco justas de espacio y en algún sitio tengo que poner las manos. ¿Te gusta más aquí?
Con una exclamación indignada, la hermana de Brittany rechazó con brusquedad el contacto de aquella mano codiciosa que ahora se había posado sobre uno de sus pequeños pechos.
—Eres... eres...—se retorció para evitarla, pero en el escaso espacio del habitáculo era misión imposible.
Emily sonrió con malicia y, sin hacerle caso, la inmovilizó con uno de sus brazos, mientras que con la mano contraria apartaba la sedosa melena rubia de su cuello y se lanzaba en picado sobre la delicada piel de su nuca.
El estremecimiento de deseo que le provocó el suave mordisco de su acosador tomó a Hanna completamente desprevenida y, durante unos segundos, se quedó petrificada dejándole hacer.
—Estas dos ya sé yo cómo van a acabar...—afirmó Sue Sylvester sin dirigirse a nadie en particular.
—¡No, no y no! Emily, como no pares de una vez te voy a denunciar por acoso. ¡Te lo advierto!—Hanna estaba indignada, temblorosa y extrañamente alterada, pero eso último lo achacó a que habían pasado meses desde la última vez que una persona la había besado.
—Está bien, cariño. Te prometo que me comportaré, pero en algún lugar tengo que apoyar las manos. ¿Te parece bien aquí?
Las posó sobre su espalda y a la rubia no le quedó más remedio que aceptarlo a pesar de que, casi al instante, aquella morena desesperante empezó a trazar complicadas figuras con las yemas de sus dedos sobre su piel que le pusieron la carne de gallina.
Sin embargo, en esta ocasión no protestó y se dejó llevar por la extraordinaria sensación de bienestar que aquellos dedos hábiles desencadenaban.
A pesar del jaleo que armaban las ocupantes de la parte trasera, la doctora López no se había distraído de su objetivo y, media hora más tarde, aparcaba su reluciente coche negro a unos cincuenta metros del decrépito Ford, en una de las solitarias calles del polígono industrial al que se había dirigido el sospechoso.
—¿Qué está haciendo?—Brittany no veía un pimiento de lejos y menos de noche.
—Está sacando el cuerpo del maletero—informó la médico.
Todas permanecieron en silencio mientras observaban al flaquito señor Artie Abrams dirigirse con el bulto en brazos hacia una nave cercana y desaparecer tras la puerta.
—Será mejor que se queden aquí. Yo iré a echar un vistazo—la doctora López no había calculado el abucheo de desaprobación que desencadenarían sus valientes palabras.
—¡Sí, hombre, mamá!
—¡A mí nadie me va a tratar como a una anciana inútil!
—¡No pienso dejar que vayas sola!
—¡Oye, matasanos, que yo también soy muy valiente!
—¡La presencia tranquilizadora de una maestra de reiki nunca está de
más!
Santana López sacudió la cabeza, abrumada, alzó los brazos para contener la protesta y contestó:
—Está bien, calma. Iremos todas.
Salieron del coche y se dirigieron hacia la nave industrial en silencio.
La construcción tenía claros signos de abandono. Muchos de los sucios cristales de las pocas ventanas que se abrían en la fachada estaban rotos y la pintura se caía a pedazos.
La única entrada era una puerta de garaje llena de herrumbre en la que se abría otra más pequeña. En el letrero, colocado encima de la puerta de mayor tamaño, medio borrado por el tiempo y la humedad, apenas eran legibles unas cuantas palabras sin sentido: «Anima», «tado», «tions».
—¡Ánima! Eso quiere decir espíritu—los ilustró Sue Sylvester con voz tétrica—No me extrañaría nada que utilizara a sus víctimas para celebrar misas negras.
Brittany notó que Bree se estremecía y le pasó un brazo sobre los hombros para tranquilizarla.
—Está abierto—susurró la médico y empujó la puerta con cuidado para que no hiciera ruido.
A la luz exigua de una de las farolas que iluminaban la calle vieron que el interior estaba dividido en dos plantas; la de abajo, completamente diáfana, era evidente que estaba vacía.
Se miraron unas a otras sin decir palabra y, en silencio, empezaron a subir en fila india por una estrecha escalera que llevaba al nivel superior.
Santana López iba a la cabeza, seguido por Brittany, Bree, Sue y Hanna. Emily cerraba la marcha.
Esa planta, al contrario que la otra, estaba dividida en numerosos compartimentos y pasillos, lo que le daba un aspecto laberíntico.
Permanecieron inmóviles sin saber muy bien qué dirección tomar, hasta que el ruido seco de unos martillazos les heló la sangre en las venas.
—¡Está espachurrando el cuerpo para hacerlo desaparecer!—susurró Emily entre excitada y horrorizada.
—Lo dudo—dijo la doctora López—Deshacerse del cuerpo de una persona a martillazos le llevaría a cualquiera un par de siglos, mínimo.
—¡Tenemos que hacer algo! Ese animal no puede salirse con la suya—intervino la ex actriz con firmeza.
El semblante de Santana se tornó sombrío.
—¡Vamos a buscarlo!
Se llevó un dedo a los labios, pidiendo silencio, y, una vez más, se puso al frente de la expedición.
Brittany, que estaba muerta de miedo, agarraba a Bree con una mano y con la otra se aferraba con fuerza a la camisa de la médica.
Casi de puntillas avanzaron por corredores oscuros, llenos de polvo y restos de cajas de cartón. El ruido sordo de los martillazos reverberaba a su alrededor, lo que hacía difícil adivinar de dónde procedía el sonido.
A pesar de ello, siguieron avanzando y el estrépito se fue haciendo cada vez mayor.
—Los golpes vienen de ahí—la médico señaló una abertura, que resaltaba como una cicatriz siniestra en la pared del fondo, de la que dimanaba un tenue resplandor.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, se arrimaron más las unas a las otras bien protegidas en todo momento tras la espalda de la doctora y se acercaron a paso de caracol lisiado hacia lo que, para ellas, cada vez se asemejaba más a la antesala del infierno.
Recorrieron el estrecho pasillo sin despegarse ni por un momento, como una parvada de patitos corriendo, atolondrados, detrás de mamá pata, y llegaron a una amplia habitación en penumbra.
—¡Ahh!
El chillido desgarrador de Hanna y Sue Sylvester rasgó el silencio reinante antes de que Emily, sin mucha delicadeza, pudiera taparle la boca a la hermana de Brittany y que Bree hiciera lo propio con la ex vedette.
Con el corazón latiéndoles en los oídos, permanecieron todas inmóviles mientras contemplaban el esperpéntico espectáculo causante de aquellos gritos.
Colgado de una gruesa soga que, a su vez, estaba amarrada a una viga del techo, el cuerpo de una mujer se balanceaba rítmicamente.
Brittany, con la mano apretada contra su boca, en un intento de contener ella
también un alarido, anunció de repente en un susurro apremiante:
—¡Ya no se oyen los martillazos!
En efecto.
El golpeteo constante que las había acompañado hasta ese momento había cesado por completo. Se miraron asustados sin saber qué hacer, hasta que la médico, tomando una vez más la iniciativa, le pidió a Emily:
—Ayúdame a bajar el cuerpo a ver si todavía puedo reanimarla.
Emily obedeció en el acto y, mientras Santana sujetaba las piernas de la mujer, se subió a una silla que había cerca y cortó la cuerda con una navaja suiza que sacó del bolsillo de sus pantalones.
Con suavidad, tendieron el cadáver en el suelo y la médico se arrodilló junto a él mientras las demás formaban un semicírculo alrededor y contemplaban la escena, aterradas.
—¡Joder!—aquel taco insólito en la boca de la doctora López les hizo dar un respingo.
—¿Qué pasa?—a Brittany le temblaba la voz.
—¡Es un muñeco!
—¡¿Un muñeco?!—preguntaron las demás al mismo tiempo.
Sin contestar, la médico sacó su móvil del bolsillo trasero, encendió la aplicación que hacía las veces de linterna y alumbró el rostro de lo que quiera que fuese que yacía en el suelo y, una vez más, las otros fueron incapaces de contener una exclamación de estupor.
—¡Pero si soy yo!—la voz de una patidifusa Sue Sylvester, que no apartaba la mirada de la cara del muñeco, resonó una vez más en la habitación.
En efecto, el pseudocadáver era un clon increíblemente realista de la ex vedette. Incluso las largas pestañas postizas que remataban los párpados, abiertos de par en par, eran idénticas a las de la artista.
Al verlo, a las ahí reunidas les recorrió un escalofrío desde las cervicales hasta el coxis.
Justo en ese momento, las luces de la habitación se encendieron de golpe y
parpadeando con rapidez, medio cegadas, se volvieron hacia el hombre que
los apuntaba con una escopeta de cartuchos.
Con un rápido movimiento protector, Santana López agarró del brazo a Brittany y a su hija y las colocó detrás de su espalda, mientras Emily hacía lo propio con Hanna y la ex actriz.
Las morenas siendo las valientes es todo esto.
—¡¿Qué diablos hacen aquí?! ¡Voy a reventarlas a tiros!—frente a ellas, el odioso inquilino del 4.º izquierda, vestido con una de sus sempiternas camisetas de tirantes llena de manchas, blandía la escopeta, amenazador.
—¡Baje el arma!—ordenó la doctora López en un tono firme y sereno que hizo que Brittany contemplara su espalda con admiración.
—¿Doctora López?—el hombre la miró con estupor.
—La misma—respondió Santana, sorprendida a su vez de que el otro supiera su nombre.
—Y la señorita Sylvester —añadió el torvo individuo que, por vez primera, dirigió el cañón de la escopeta hacia el suelo, al tiempo que proseguía en tono sarcástico—Vaya, vaya, qué sorpresa tan agradable. No sé quiénes son todos los demás, pero quiero saber qué es lo que buscan aquí antes de que llame a la policía y las metan a todas en el calabozo. ¡Hable, doctora!
En ese momento, Brittany, que pensaba que no era justo que la pobre Santana cargara con toda la responsabilidad cuando habían sido ellas las que la habían metido en aquel fregado, asomó la cabeza por detrás de su espalda y, tras un breve carraspeo, anunció con un hilo de voz:
—Creíamos que era un asesino en serie y decidimos seguirlo para descubrir cómo se deshacía de los cadáveres.
Por unos momentos, el hombre se la quedó mirando con la incredulidad pintada en el rostro, hasta que, de pronto, echó la cabeza hacia atrás y lanzó una estrepitosa carcajada.
En silencio, las demás observaron, fascinadas, la forma en que aquel súbito ataque de hilaridad hacía que el cuerpo del tipo —que parecía incapaz de dejar de reír— se agitara igual que la jalea, hasta que Emily reaccionó y comentó, muy educada:
—¿Le importaría soltar la escopeta mientras se carcajea, machote? No molaría mucho que se le escapara un disparo. Ya se sabe que esas cosas las carga el diablo...
El tipo se secó las lágrimas que resbalaban por sus mejillas con el dorso de la mano y, obediente, dejó el arma a un lado apoyada contra la pared.
—No está cargada.
De pronto, Sue Sylvester salió del estupor en el que se había sumido al descubrir que el «cadáver» que habían rescatado de la horca era su doble idéntico y, con los brazos en jarras, se enfrentó a aquel extraño individuo y le pidió explicaciones, indignada:
—Quiero saber qué significa todo esto. ¿A cuento de qué viene tanto traer y llevar muñecos de acá para allá en mitad de la noche? ¿Y puede saberse por qué esta cosa siniestra sería clavada a mi hermana gemela, en el caso de que tuviera una?—sin poder contenerse, le pegó una patada al muñeco que yacía a sus pies, furiosa.
—¡Eh, cuidado! Que todavía no he terminado el corto—Artie Abrams se puso rodilla en tierra y, con una delicadeza nada acorde con su aspecto de antropoide, alzó a la inanimada versión de Sue Sylvester entre sus brazos.
—¿Corto?—preguntó Bree con curiosidad.
—Sí, corto. Vengan por aquí, les enseñaré todo esto.
Con inesperada amabilidad, el hombre, sin soltar el muñeco, las condujo hasta otro cuarto, en esta ocasión limpio y muy bien iluminado, en el que destacaban dos sofisticadas cámaras de vídeo colocadas sobre sendos trípodes y tres inmensos ordenadores de última generación, unidos a unos complicados teclados que ninguna de ellas había visto antes.
—Éste es mi estudio.
Las visitantes miraron a su alrededor con viva curiosidad.
Frente a las cámaras, alguien había colocado la figura de un niño —su asombrosa semejanza con un chaval de carne y hueso era tal que parecía que fuera a echar a correr en cualquier momento— y tras él una pared pintada en un tono verde brillante hacía de fondo.
—Me dedico a rodar películas y cortos con la técnica de animación stop-motion. Es un método que consiste en conseguir que objetos estáticos adquieran movimiento por medio de sucesivas imágenes fijas. Además, yo mismo creo a mis propios protagonistas; primero fabrico una armadura articulada y luego la recubro de látex. No me negarán que me quedan bien, ¿eh?—los miró con expresión satisfecha y continuó—He ganado un montón de premios y recibo cientos de encargos para todo tipo de producciones, incluso del extranjero.
De pronto, Emily, que siempre parecía estar al tanto de las últimas tendencias, preguntó, pasmada:
—¿No serás el dueño de Animación Artie Abrams Productions?
—El mismo—Artie hinchó el pecho con orgullo.
El penetrante silbido de admiración que lanzó la amiga de Quinn resonó en la habitación, luego se volvió hacia el resto y explicó:
—Animación Artie Abrams Productions es la empresa de animación más conocida de España. Uno de sus cortos estuvo nominado a los Oscar el año pasado.
Los ojos de las presentes relucían con sorprendido interés al posarlos una vez más en el inquilino del 4.º izquierda, quien lucía una sonrisa modesta en su rostro.
La verdad, pensó Brittany, no parecía la misma persona que hacía unos meses la había echado con cajas destempladas de su piso.
Como si quisiera hacer hincapié en el cambio radical de actitud que había sufrido, el señor Artie Abrams añadió:
—Debo confesar que tengo unos horarios un poco enrevesados. Me gusta trabajar de noche y dormir durante el día. Ahora iba a picar algo, si quieren pueden acompañarme.
Con amabilidad, las condujo por el laberíntico pasillo hasta una reluciente cocina muy bien equipada.
Brittany miró el reloj con disimulo.
Las dos de la madrugada.
Desde luego, los horarios del inquilino del 4.º izquierda eran bastante peculiares; a pesar de todo, no sabía si por las emociones nocturnas o qué, notó que estaba muerta de hambre y, a juzgar por las caras de las demás, a ninguna le desagradaba la idea de tomarse un tentempié.
Al final, el señor Artie Abrams resultó ser un anfitrión divertido y generoso, nada que ver con el tipo insociable y huraño por el que todas ellas la tenían.
En pocos minutos, había sacado un jamón ibérico inmenso, quesos variados, una lata de foie, varias botellas de vino y una Coca-Cola para Bree.
En resumen, fue un banquete nocturno memorable.
La comida y, sobre todo, el delicioso vino tinto se encargaron de desatar las lenguas, y el resto de la noche transcurrió entre risas y multitud de anécdotas picantes con las que, tanto el vecino del 4.º como Sue Sylvester, competían por divertirlos en un escandaloso mano a mano.
En un momento dado, Brittany, con las lágrimas corriéndole por las mejillas, alzó la vista y descubrió los ojos oscuros de la médico fijos en ella, rebosantes de risa y de ternura.
Se estremeció y permaneció muy quieta, incapaz de apartar la mirada de aquellos iris del color del chocolate fundido, y aún más calientes, que parecían querer absorberla por completo hasta someterla a la voluntad de su dueña.
Sue que por una vez no parecía estar preocupada por su cura de sueño.
Bree, a las que aquel revelador choque de miradas no les pasó desapercibido, intercambiaron sendos codazos, al tiempo que una sonrisa maliciosa se dibujaba en sus bocas.
—¡Emily, tía, no me lo puedo creer!—exclamó Hanna, indignada.
—Lo siento, Hanna, si no te movieses tanto... no lo puedo evitar. ¡Soy una mujer, caramba. También siento! Y estar así no puedo evitar abrazarte—sus brazos apretaron la cintura de la rubia con más fuerza, impidiéndole que se levantara de su regazo.
—¡Ustedes dos, que hay menores!—las amonestó Brittany, que sentada en el asiento del copiloto no apartaba la vista del portal.
—¿Vas muy incómoda conmigo encima, Sue?—preguntó Bree a la ex actriz, sin hacer caso del resto de los ocupantes del coche.
—No te preocupes, querida, no pesas nada—la señorita Sylvester, dominada por la emoción de la aventura, se sentía como una jovenzuela de
veinte años; hacía tiempo que no se divertía tanto.
—Nos estamos empañando—anunció Brittany, al tiempo que bajaba un poco la ventanilla cubierta de vaho.
Luego le dirigió una mirada de disculpa a Santana, que permanecía tranquilamente sentada frente al volante.
—Espero que esto sirva para algo, como el pichón decida no abandonar el nido esta noche...
En ese momento, la médico se irguió sobre el asiento y señaló hacia el portal.
—Mira, ¿no es él?
En efecto, de la finca acababa de salir el siniestro vecino del 4.º izquierda cargado con un nuevo bulto sospechoso, envuelto en plástico negro, entre sus brazos.
Una exclamación llena de horror se escapó de los labios de Brittany sin que ésta pudiera evitarlo:
—¡Se ha cargado a otro!
—¡Qué bestia! A una media de dos muertos al mes este tío va a aparecer en el libro Guinness—Bree se asomó por uno de los lados del reposacabezas, en un intento desesperado de no perderse ni el más mínimo detalle.
—Voy a seguirlo—anunció la doctora López, al tiempo que daba la vuelta a la llave de contacto y, con mucha suavidad, partía detrás del Ford Focus gris del sospechoso.
Por fortuna, esa noche no llovía y una gran luna llena brillaba en lo alto del cielo.
Gracias a la pericia de la médico al volante, se mantenían a la distancia justa para no perderlo de vista, pero sin correr el riesgo de que las descubriera.
—¡Emily, no me toquetees!—Hanna apartó de un manotazo la cálida palma de su muslo.
—Joder, Hanna, no te estoy toqueteando. Te recuerdo que vamos un poco justas de espacio y en algún sitio tengo que poner las manos. ¿Te gusta más aquí?
Con una exclamación indignada, la hermana de Brittany rechazó con brusquedad el contacto de aquella mano codiciosa que ahora se había posado sobre uno de sus pequeños pechos.
—Eres... eres...—se retorció para evitarla, pero en el escaso espacio del habitáculo era misión imposible.
Emily sonrió con malicia y, sin hacerle caso, la inmovilizó con uno de sus brazos, mientras que con la mano contraria apartaba la sedosa melena rubia de su cuello y se lanzaba en picado sobre la delicada piel de su nuca.
El estremecimiento de deseo que le provocó el suave mordisco de su acosador tomó a Hanna completamente desprevenida y, durante unos segundos, se quedó petrificada dejándole hacer.
—Estas dos ya sé yo cómo van a acabar...—afirmó Sue Sylvester sin dirigirse a nadie en particular.
—¡No, no y no! Emily, como no pares de una vez te voy a denunciar por acoso. ¡Te lo advierto!—Hanna estaba indignada, temblorosa y extrañamente alterada, pero eso último lo achacó a que habían pasado meses desde la última vez que una persona la había besado.
—Está bien, cariño. Te prometo que me comportaré, pero en algún lugar tengo que apoyar las manos. ¿Te parece bien aquí?
Las posó sobre su espalda y a la rubia no le quedó más remedio que aceptarlo a pesar de que, casi al instante, aquella morena desesperante empezó a trazar complicadas figuras con las yemas de sus dedos sobre su piel que le pusieron la carne de gallina.
Sin embargo, en esta ocasión no protestó y se dejó llevar por la extraordinaria sensación de bienestar que aquellos dedos hábiles desencadenaban.
A pesar del jaleo que armaban las ocupantes de la parte trasera, la doctora López no se había distraído de su objetivo y, media hora más tarde, aparcaba su reluciente coche negro a unos cincuenta metros del decrépito Ford, en una de las solitarias calles del polígono industrial al que se había dirigido el sospechoso.
—¿Qué está haciendo?—Brittany no veía un pimiento de lejos y menos de noche.
—Está sacando el cuerpo del maletero—informó la médico.
Todas permanecieron en silencio mientras observaban al flaquito señor Artie Abrams dirigirse con el bulto en brazos hacia una nave cercana y desaparecer tras la puerta.
—Será mejor que se queden aquí. Yo iré a echar un vistazo—la doctora López no había calculado el abucheo de desaprobación que desencadenarían sus valientes palabras.
—¡Sí, hombre, mamá!
—¡A mí nadie me va a tratar como a una anciana inútil!
—¡No pienso dejar que vayas sola!
—¡Oye, matasanos, que yo también soy muy valiente!
—¡La presencia tranquilizadora de una maestra de reiki nunca está de
más!
Santana López sacudió la cabeza, abrumada, alzó los brazos para contener la protesta y contestó:
—Está bien, calma. Iremos todas.
Salieron del coche y se dirigieron hacia la nave industrial en silencio.
La construcción tenía claros signos de abandono. Muchos de los sucios cristales de las pocas ventanas que se abrían en la fachada estaban rotos y la pintura se caía a pedazos.
La única entrada era una puerta de garaje llena de herrumbre en la que se abría otra más pequeña. En el letrero, colocado encima de la puerta de mayor tamaño, medio borrado por el tiempo y la humedad, apenas eran legibles unas cuantas palabras sin sentido: «Anima», «tado», «tions».
—¡Ánima! Eso quiere decir espíritu—los ilustró Sue Sylvester con voz tétrica—No me extrañaría nada que utilizara a sus víctimas para celebrar misas negras.
Brittany notó que Bree se estremecía y le pasó un brazo sobre los hombros para tranquilizarla.
—Está abierto—susurró la médico y empujó la puerta con cuidado para que no hiciera ruido.
A la luz exigua de una de las farolas que iluminaban la calle vieron que el interior estaba dividido en dos plantas; la de abajo, completamente diáfana, era evidente que estaba vacía.
Se miraron unas a otras sin decir palabra y, en silencio, empezaron a subir en fila india por una estrecha escalera que llevaba al nivel superior.
Santana López iba a la cabeza, seguido por Brittany, Bree, Sue y Hanna. Emily cerraba la marcha.
Esa planta, al contrario que la otra, estaba dividida en numerosos compartimentos y pasillos, lo que le daba un aspecto laberíntico.
Permanecieron inmóviles sin saber muy bien qué dirección tomar, hasta que el ruido seco de unos martillazos les heló la sangre en las venas.
—¡Está espachurrando el cuerpo para hacerlo desaparecer!—susurró Emily entre excitada y horrorizada.
—Lo dudo—dijo la doctora López—Deshacerse del cuerpo de una persona a martillazos le llevaría a cualquiera un par de siglos, mínimo.
—¡Tenemos que hacer algo! Ese animal no puede salirse con la suya—intervino la ex actriz con firmeza.
El semblante de Santana se tornó sombrío.
—¡Vamos a buscarlo!
Se llevó un dedo a los labios, pidiendo silencio, y, una vez más, se puso al frente de la expedición.
Brittany, que estaba muerta de miedo, agarraba a Bree con una mano y con la otra se aferraba con fuerza a la camisa de la médica.
Casi de puntillas avanzaron por corredores oscuros, llenos de polvo y restos de cajas de cartón. El ruido sordo de los martillazos reverberaba a su alrededor, lo que hacía difícil adivinar de dónde procedía el sonido.
A pesar de ello, siguieron avanzando y el estrépito se fue haciendo cada vez mayor.
—Los golpes vienen de ahí—la médico señaló una abertura, que resaltaba como una cicatriz siniestra en la pared del fondo, de la que dimanaba un tenue resplandor.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, se arrimaron más las unas a las otras bien protegidas en todo momento tras la espalda de la doctora y se acercaron a paso de caracol lisiado hacia lo que, para ellas, cada vez se asemejaba más a la antesala del infierno.
Recorrieron el estrecho pasillo sin despegarse ni por un momento, como una parvada de patitos corriendo, atolondrados, detrás de mamá pata, y llegaron a una amplia habitación en penumbra.
—¡Ahh!
El chillido desgarrador de Hanna y Sue Sylvester rasgó el silencio reinante antes de que Emily, sin mucha delicadeza, pudiera taparle la boca a la hermana de Brittany y que Bree hiciera lo propio con la ex vedette.
Con el corazón latiéndoles en los oídos, permanecieron todas inmóviles mientras contemplaban el esperpéntico espectáculo causante de aquellos gritos.
Colgado de una gruesa soga que, a su vez, estaba amarrada a una viga del techo, el cuerpo de una mujer se balanceaba rítmicamente.
Brittany, con la mano apretada contra su boca, en un intento de contener ella
también un alarido, anunció de repente en un susurro apremiante:
—¡Ya no se oyen los martillazos!
En efecto.
El golpeteo constante que las había acompañado hasta ese momento había cesado por completo. Se miraron asustados sin saber qué hacer, hasta que la médico, tomando una vez más la iniciativa, le pidió a Emily:
—Ayúdame a bajar el cuerpo a ver si todavía puedo reanimarla.
Emily obedeció en el acto y, mientras Santana sujetaba las piernas de la mujer, se subió a una silla que había cerca y cortó la cuerda con una navaja suiza que sacó del bolsillo de sus pantalones.
Con suavidad, tendieron el cadáver en el suelo y la médico se arrodilló junto a él mientras las demás formaban un semicírculo alrededor y contemplaban la escena, aterradas.
—¡Joder!—aquel taco insólito en la boca de la doctora López les hizo dar un respingo.
—¿Qué pasa?—a Brittany le temblaba la voz.
—¡Es un muñeco!
—¡¿Un muñeco?!—preguntaron las demás al mismo tiempo.
Sin contestar, la médico sacó su móvil del bolsillo trasero, encendió la aplicación que hacía las veces de linterna y alumbró el rostro de lo que quiera que fuese que yacía en el suelo y, una vez más, las otros fueron incapaces de contener una exclamación de estupor.
—¡Pero si soy yo!—la voz de una patidifusa Sue Sylvester, que no apartaba la mirada de la cara del muñeco, resonó una vez más en la habitación.
En efecto, el pseudocadáver era un clon increíblemente realista de la ex vedette. Incluso las largas pestañas postizas que remataban los párpados, abiertos de par en par, eran idénticas a las de la artista.
Al verlo, a las ahí reunidas les recorrió un escalofrío desde las cervicales hasta el coxis.
Justo en ese momento, las luces de la habitación se encendieron de golpe y
parpadeando con rapidez, medio cegadas, se volvieron hacia el hombre que
los apuntaba con una escopeta de cartuchos.
Con un rápido movimiento protector, Santana López agarró del brazo a Brittany y a su hija y las colocó detrás de su espalda, mientras Emily hacía lo propio con Hanna y la ex actriz.
Las morenas siendo las valientes es todo esto.
—¡¿Qué diablos hacen aquí?! ¡Voy a reventarlas a tiros!—frente a ellas, el odioso inquilino del 4.º izquierda, vestido con una de sus sempiternas camisetas de tirantes llena de manchas, blandía la escopeta, amenazador.
—¡Baje el arma!—ordenó la doctora López en un tono firme y sereno que hizo que Brittany contemplara su espalda con admiración.
—¿Doctora López?—el hombre la miró con estupor.
—La misma—respondió Santana, sorprendida a su vez de que el otro supiera su nombre.
—Y la señorita Sylvester —añadió el torvo individuo que, por vez primera, dirigió el cañón de la escopeta hacia el suelo, al tiempo que proseguía en tono sarcástico—Vaya, vaya, qué sorpresa tan agradable. No sé quiénes son todos los demás, pero quiero saber qué es lo que buscan aquí antes de que llame a la policía y las metan a todas en el calabozo. ¡Hable, doctora!
En ese momento, Brittany, que pensaba que no era justo que la pobre Santana cargara con toda la responsabilidad cuando habían sido ellas las que la habían metido en aquel fregado, asomó la cabeza por detrás de su espalda y, tras un breve carraspeo, anunció con un hilo de voz:
—Creíamos que era un asesino en serie y decidimos seguirlo para descubrir cómo se deshacía de los cadáveres.
Por unos momentos, el hombre se la quedó mirando con la incredulidad pintada en el rostro, hasta que, de pronto, echó la cabeza hacia atrás y lanzó una estrepitosa carcajada.
En silencio, las demás observaron, fascinadas, la forma en que aquel súbito ataque de hilaridad hacía que el cuerpo del tipo —que parecía incapaz de dejar de reír— se agitara igual que la jalea, hasta que Emily reaccionó y comentó, muy educada:
—¿Le importaría soltar la escopeta mientras se carcajea, machote? No molaría mucho que se le escapara un disparo. Ya se sabe que esas cosas las carga el diablo...
El tipo se secó las lágrimas que resbalaban por sus mejillas con el dorso de la mano y, obediente, dejó el arma a un lado apoyada contra la pared.
—No está cargada.
De pronto, Sue Sylvester salió del estupor en el que se había sumido al descubrir que el «cadáver» que habían rescatado de la horca era su doble idéntico y, con los brazos en jarras, se enfrentó a aquel extraño individuo y le pidió explicaciones, indignada:
—Quiero saber qué significa todo esto. ¿A cuento de qué viene tanto traer y llevar muñecos de acá para allá en mitad de la noche? ¿Y puede saberse por qué esta cosa siniestra sería clavada a mi hermana gemela, en el caso de que tuviera una?—sin poder contenerse, le pegó una patada al muñeco que yacía a sus pies, furiosa.
—¡Eh, cuidado! Que todavía no he terminado el corto—Artie Abrams se puso rodilla en tierra y, con una delicadeza nada acorde con su aspecto de antropoide, alzó a la inanimada versión de Sue Sylvester entre sus brazos.
—¿Corto?—preguntó Bree con curiosidad.
—Sí, corto. Vengan por aquí, les enseñaré todo esto.
Con inesperada amabilidad, el hombre, sin soltar el muñeco, las condujo hasta otro cuarto, en esta ocasión limpio y muy bien iluminado, en el que destacaban dos sofisticadas cámaras de vídeo colocadas sobre sendos trípodes y tres inmensos ordenadores de última generación, unidos a unos complicados teclados que ninguna de ellas había visto antes.
—Éste es mi estudio.
Las visitantes miraron a su alrededor con viva curiosidad.
Frente a las cámaras, alguien había colocado la figura de un niño —su asombrosa semejanza con un chaval de carne y hueso era tal que parecía que fuera a echar a correr en cualquier momento— y tras él una pared pintada en un tono verde brillante hacía de fondo.
—Me dedico a rodar películas y cortos con la técnica de animación stop-motion. Es un método que consiste en conseguir que objetos estáticos adquieran movimiento por medio de sucesivas imágenes fijas. Además, yo mismo creo a mis propios protagonistas; primero fabrico una armadura articulada y luego la recubro de látex. No me negarán que me quedan bien, ¿eh?—los miró con expresión satisfecha y continuó—He ganado un montón de premios y recibo cientos de encargos para todo tipo de producciones, incluso del extranjero.
De pronto, Emily, que siempre parecía estar al tanto de las últimas tendencias, preguntó, pasmada:
—¿No serás el dueño de Animación Artie Abrams Productions?
—El mismo—Artie hinchó el pecho con orgullo.
El penetrante silbido de admiración que lanzó la amiga de Quinn resonó en la habitación, luego se volvió hacia el resto y explicó:
—Animación Artie Abrams Productions es la empresa de animación más conocida de España. Uno de sus cortos estuvo nominado a los Oscar el año pasado.
Los ojos de las presentes relucían con sorprendido interés al posarlos una vez más en el inquilino del 4.º izquierda, quien lucía una sonrisa modesta en su rostro.
La verdad, pensó Brittany, no parecía la misma persona que hacía unos meses la había echado con cajas destempladas de su piso.
Como si quisiera hacer hincapié en el cambio radical de actitud que había sufrido, el señor Artie Abrams añadió:
—Debo confesar que tengo unos horarios un poco enrevesados. Me gusta trabajar de noche y dormir durante el día. Ahora iba a picar algo, si quieren pueden acompañarme.
Con amabilidad, las condujo por el laberíntico pasillo hasta una reluciente cocina muy bien equipada.
Brittany miró el reloj con disimulo.
Las dos de la madrugada.
Desde luego, los horarios del inquilino del 4.º izquierda eran bastante peculiares; a pesar de todo, no sabía si por las emociones nocturnas o qué, notó que estaba muerta de hambre y, a juzgar por las caras de las demás, a ninguna le desagradaba la idea de tomarse un tentempié.
Al final, el señor Artie Abrams resultó ser un anfitrión divertido y generoso, nada que ver con el tipo insociable y huraño por el que todas ellas la tenían.
En pocos minutos, había sacado un jamón ibérico inmenso, quesos variados, una lata de foie, varias botellas de vino y una Coca-Cola para Bree.
En resumen, fue un banquete nocturno memorable.
La comida y, sobre todo, el delicioso vino tinto se encargaron de desatar las lenguas, y el resto de la noche transcurrió entre risas y multitud de anécdotas picantes con las que, tanto el vecino del 4.º como Sue Sylvester, competían por divertirlos en un escandaloso mano a mano.
En un momento dado, Brittany, con las lágrimas corriéndole por las mejillas, alzó la vista y descubrió los ojos oscuros de la médico fijos en ella, rebosantes de risa y de ternura.
Se estremeció y permaneció muy quieta, incapaz de apartar la mirada de aquellos iris del color del chocolate fundido, y aún más calientes, que parecían querer absorberla por completo hasta someterla a la voluntad de su dueña.
Sue que por una vez no parecía estar preocupada por su cura de sueño.
Bree, a las que aquel revelador choque de miradas no les pasó desapercibido, intercambiaron sendos codazos, al tiempo que una sonrisa maliciosa se dibujaba en sus bocas.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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