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[Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
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JVM
mayre94
6 participantes
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,..
definitivamente en la mision necesitaban el temple de san sino se iban a terminar matando cualquiera,.. jajja
amo a en y las cosas que le hace a hanna jjajajaja
mmmmm a ver que va a inventar bee ahora???
nos vemos!!
definitivamente en la mision necesitaban el temple de san sino se iban a terminar matando cualquiera,.. jajja
amo a en y las cosas que le hace a hanna jjajajaja
mmmmm a ver que va a inventar bee ahora???
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,..
definitivamente en la mision necesitaban el temple de san sino se iban a terminar matando cualquiera,.. jajja
amo a en y las cosas que le hace a hanna jjajajaja
mmmmm a ver que va a inventar bee ahora???
nos vemos!!
Hola lu, jajajajajajajaaj jajaja si la vrdd esk si xD ajajajja xD Jajajajaja esas morena y rubia son los mejor... depues de las brittana ajajajajajajaj. Mmm esperemos y se algo q las junte si o si ajajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 21
Capitulo 21
Cuando por fin decidieron regresar, el sol hacía tiempo que había salido.
Brittany y Santana hablaban en voz baja para no despertar al resto del comando, que se había quedado dormido nada más subirse al coche.
—Mira qué cuadro—susurró la médico señalando hacia atrás con el pulgar.
Brittany se volvió y descubrió a Bree y a Sue profundamente dormidas la una en brazos de la otra, y a Hanna, completamente traspuesta, acurrucada sobre el pecho de Emily, que le guiñó un ojo con complicidad.
«Hanny, Hanny, me temo que estás perdida—se dijo Brittany—Qué gran verdad es eso de: El que la sigue la consigue.»
Santana desvió la vista de la calzada y las dos se miraron durante unos segundos, sin poder ocultar su felicidad.
Luego, la doctora alargó la mano y entrelazó sus dedos con los de la rubia en una simple caricia que, sin embargo, resultó tremendamente íntima.
Sin poder evitarlo, Brittany alzó su mano y besó los nudillos con ternura y, casi al instante, la soltó asustada por la elocuencia de ese sencillo gesto mientras se pegaba a la puerta, como si quisiera alejarse de la pelinegra lo más posible.
Santana permaneció en silencio, en apariencia concentrada en el escaso tráfico de una mañana de sábado a primera hora.
Unos minutos después, la miró de nuevo y musitó:
—Te quiero, Brittany.
Al oírla, Brittany se quedó sin aliento y su corazón se puso a bombear a la misma velocidad que una plataforma petrolífera a pleno rendimiento.
Confusa, desorientada, sin saber muy bien qué contestar, hizo un gesto negativo con la cabeza antes de responder en un tono bajo y apremiante:
—¡No! No digas eso, Santana, no me conoces de nada.
—Te conozco lo suficiente—replicó en el mismo tono—Tengo treinta años, Brittany, no soy una niña. Sé lo que siento.
—Las personas al llegar a los treinta años también pueden confundir sus sentimientos. La edad no te hace más sabio. Lo que hay entre nosotras es una inmensa atracción física, nada más. Tú quieres volver a llevarme a la cama y yo... yo también te deseo—notó el súbito calor de la sangre en las mejillas—, Pero no nos engañemos; no hace falta adornar con la palabra amor unas emociones tan primarias.
A ella misma le sorprendieron sus duras afirmaciones, pero estaba aturdida por aquella confesión y, no sabía por qué, de pronto le habían entrado ganas de herirla.
—Entiendo—se limitó a contestar su interlocutora, con la mirada fija en la calzada.
A Brittany no se le escapó el dolor encerrado en esa mera afirmación ni la súbita rigidez de su cuerpo y se sintió fatal consigo misma; no obstante, fue incapaz de decir nada que aliviara la tensión que, de pronto, se había instalado entre ellas.
Por fortuna, ya estaban llegando.
Pocos minutos después, la médico detuvo el coche frente al portal y bajó a despertar a Bree.
—Hanna, despierta.
Sin poder contenerse, Emily alzó con delicadeza la barbilla de la hermana de Brittany, que seguía durmiendo ajena a todo, y pegó sus labios a los de la más baja con suavidad.
Aún medio dormida, Hanna respondió instintivamente y, de repente, la delicada caricia se convirtió en un beso hambriento que la despertó en el acto.
Jadeante y muy excitada, abrió los párpados y miró a Emily con una mezcla de asombro y deseo y, al descubrir los apasionados ojos marrones tan cerca de los suyos, por primera vez en su vida no supo qué decir.
Como si entendiera su confusión, Emily le sonrió con infinita ternura, la besó en la frente por última vez y anunció:
—Ya hemos llegado.
Atontada y con las piernas temblorosas, Hanna se reunió con el resto de la comitiva en la acera y juntas entraron en el portal.
En cuanto cruzaron el umbral, el grito de sorpresa de su hermana atravesó sus tímpanos y la espabiló por completo.
—¡Mamá!
—¡Brittany!
—¡Sam!
—¡Santana!
—¡Antonio!
—¡Mamá!
—¡Hanna!
—¡¿Qué hacen ustedes aquí?!
Brittany, lívida, se tambaleó un poco y Santana se apresuró a rodear su cintura con un brazo para sujetarla, pero la rubia se apartó al instante y, herida en lo más hondo, la médico retrocedió un paso sin apartar la vista de su ex, que la miraba con odio.
El drama que se respiraba en el amplio vestíbulo de la finca hizo que Sue y Bree se desprendieran de los últimos restos de la modorra y, totalmente alertas, dirigieron sus miradas de unos a otros con curiosidad.
—Así que es cierto que no estabas en Nueva York—la respuesta a la afirmación materna era tan obvia que Brittany no se molestó en contestar.
—¿Quién es ése? ¿Y de qué conoce a la doctora López?—preguntó, en cambio, al tiempo que señalaba a un hombre de unos sesenta y muchos años, con buena planta y elegantemente vestido, que permanecía en un discreto segundo plano.
Su mamá se calmó lo suficiente para hacer las presentaciones:
—Niñas, les presento a Antonio Benjumea. Antonio, éstas son mis hijas, Brittany y Hanna.
El hombre se acercó a ellas y, como un caballero de otro siglo, tomó la mano de Brittany, se inclinó sobre ella sin llegar a posar los labios en el dorso y repitió el gesto con Hanna.
—Encantado de conoceros por fin. Whitney me ha hablado mucho de ustedes—con los ojos clavados en Brittany, explicó—Santana me operó de una úlcera hace unos meses. ¡Qué agradable coincidencia!
—¡Menudo cursi!—comentó Bree al oído de Sue en un sonoro susurro que los demás fingieron no oír.
—¡Y ahora quiero una explicación!—los ojos verdes de su mamá echaban chispas—¿Por qué me han estado engañando ustedes dos? Brittany, ¿qué es eso que me ha contado Sam de que trabajas aquí de portera? ¿Quién es toda esta gente tan extraña? ¿De dónde venís a estas horas? ¿Por qué...?
Brittany decidió cortar en seco, antes de que su mamá entrara en modo rifle de repetición.
—Tranquila, mamá, respira. Respira hondo...
—¡No me trates como a una estúpida, Brittany! ¡No te lo consiento! Quiero saber por qué tú y tu hermana me han engañado como a una china—Whitney hizo un puchero y su acompañante se apresuró a agarrarla por la cintura y a atraerla hacia sí, en un intento de consolarla.
Al ver a su mamá tan afectada, su hija mayor se llenó de remordimientos.
—Lo siento, mamá, de verdad. Sólo quería...—le costaba encontrar las palabras adecuadas—Sólo quería alejarme de todo y de todos para lamerme las heridas y acabar mi libro de una vez.
—Sí, mamá, no la tomes con Brittany. Yo también me quedé de piedra cuando me enteré de lo que había hecho, pero ya sabemos lo rarita que es la pobre—el torpe intento de Hanna de echarle un cable tan sólo le valió una mirada indignada de su hermana.
—¿Y qué pinta ella en todo esto?—Sam intervino por primera vez, señalando a la médico con su dedo índice.
Parecía muy furioso y Brittany, que por unos instantes se había olvidado de su presencia, se encaró con él, desafiante.
—¿Y a ti qué te importa? Ya no eres nada mío, no creas que puedes venir aquí pidiéndome explicaciones—llena de rabia, se retiró un mechón de pelo que había resbalado sobre su rostro con dedos temblorosos—Además, ahora la que quiere explicaciones soy yo: ¿puede saberse cómo me han encontrado?
La mirada de Brittany iba de su mamá a su ex y vuelta.
—Fácil. Aquel día en El Retiro después de hablar contigo te seguí hasta aquí. Luego te he visto en varias ocasiones barriendo la acera disfrazada de esperpento, así que le pedí a un amigo mío que hiciera las averiguaciones precisas. Todavía no entiendo esta absurda decisión de meterte a portera.
Ella lo contempló, boquiabierta, y cuando logró recuperar la voz preguntó:
—¿Por qué? ¿Qué puede importarte dónde viva o lo que haga? ¡No me gusta que me vigiles!
Sam enrojeció ligeramente, pero a pesar de ello respondió con firmeza:
—Estaba preocupado por ti, Brittany. No me gustan tus nuevas compañías.
Una vez más lanzó una mirada de odio en dirección a la médico, quien permanecía inmóvil cerca de su exmujer, siguiendo su intercambio con expresión impenetrable, Sam continuo:
—Quería asegurarme de que estabas bien. Al fin y al cabo soy tu marido, hemos estado casados ocho años y ya no recuerdo cuántos estuvimos de novios.
—Bueno ese detalle no pareció importarte mucho cuando decidiste ponerle los cuernos a mi hermana—intervino Hanna sin piedad y, en ese momento, a Santana le dieron ganas de darle un buen beso en los morros.
—¡Tú no te metas, Hanna!—ordenó Sam, airado, al tiempo que se pasaba una mano nerviosa por su pelo rubio—Nunca me has soportado.
—En efecto, siempre he pensado que no le llegabas a Brittany ni a la suela del zapato y tu comportamiento lo ha confirmado. Está claro que, como psicóloga, le doy mil vueltas a mi hermana.
—¡Basta ya!—la interrumpió Brittany que, de pronto, sentía la necesidad imperiosa de asesinar a alguien—Gracias por tu ayuda, Hanna, pero soy perfectamente capaz de luchar mis batallas yo sola. Mira, Sam, es ridículo que, de repente, vengas a pedirme explicaciones. Los dos firmamos el divorcio de mutuo acuerdo y los años que compartimos, muchos o pocos, ya no significan nada.
—¡Pero es que yo aún te quiero, Brittany!—a Sam no pareció importarle la considerable audiencia que seguía aquella conversación sin hacer el más mínimo intento de disimular su interés—Te he querido desde siempre. ¿Recuerdas cuando nos conocimos en aquellos autos de choque? ¿Recuerdas lo que sentimos nada más vernos o ya lo has olvidado?
Eso fue un golpe bajo.
Brittany se acordaba muy bien.
El pueblo de la sierra donde veraneaba estaba en fiestas y su hermana y ella, montadas en un pequeño coche color rosa, sufrían el acoso de todos los chicos del vecindario.
La diversión hacía rato que se había trocado en temor y las dos notaban las cervicales doloridas por los continuos topetazos.
Justo en ese instante, apareció Sam subido en un coche color azul —aunque a Brittany le pareció que lo hacía a lomos de un reluciente caballo blanco— y empezó a cargar, una y otra vez, contra el resto de los muchachos hasta que sonó la bocina que indicaba el final del tiempo y las hermanas pudieron bajarse, al fin, de su vehículo con las piernas temblorosas.
Aún le parecía estar viendo a Sam de pie a su lado, alto, rubio y muy seguro de sí mismo —a pesar de sus quince años recién cumplidos—, igualito que los príncipes azules que poblaban los cuentos que leía cuando era pequeña.
La tosecilla irritante que emitió su hermana la devolvió de golpe al presente, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no dejarse afectar por la memoria de aquellos días felices.
—Lo recuerdo muy bien, Sam. También recuerdo muy bien lo que sentí aquella tarde al verte abrazar y besar a aquella mujer cuando salían de la sucursal del banco. Recuerdo las espantosas noches en blanco, sin cesar de dar vueltas, mientras trataba de dilucidar qué parte de culpa tenía yo en todo el asunto. Sí, Sam, porque, a la incredulidad, al horrible sentimiento de pérdida y al espantoso dolor, le siguieron la debilitadora sensación de que yo no valía nada y un profundo sentimiento de culpa. Y todo ello vino de la última persona de la que podría haberlo esperado. Del hombre en el que confiaba ciegamente y al que había querido más que a nada en el mundo, incluso desde antes de ser una mujer.
Los ojos de Brittany brillaban por las lágrimas no derramadas, pero su voz, a pesar de estar cargada de emoción, no temblaba.
Bree tuvo que tragar saliva un par de veces y Sue, que se había llevado su eterno pañuelito a los ojos, esta vez lo retiró húmedo y con manchas de rímel.
Whitney apoyó la cabeza en el hombro de su acompañante, buscando refugio del desconsuelo que emanaba de las palabras de su hija, y Hanna hizo lo mismo sobre el pecho de Emily.
El dolor que asomó a las pupilas de Sam no era fingido y la lágrima que secó, impaciente, con el dorso de su mano, tampoco.
A Hanna le pareció curioso que un hombre tan gallito como su excuñado le había parecido siempre fuera capaz de desnudar sus sentimientos en público de aquella manera y, por primera vez desde que se enteró de su traición, sintió una cierta lástima por aquel guapo gigante que no podía disimular su angustia.
—Brittany—Sam se acercó, la agarró por los brazos y clavó su mirada en ella—Cometí un error, un inmenso error. Te juro que aquella mujer no significó nada para mí. Pasaba una mala racha, las cosas no me iban bien en el banco, había perdido una importante cantidad en aquel negocio que quise montar con Noah. Tú, en cambio, acababas de recibir un aumento de sueldo y tus jefes te habían ofrecido promocionarte. La gente te adoraba; eras la perfecta anfitriona, el alma de las fiestas, todo el mundo me felicitaba por la suerte que tenía de tener una esposa como tú. Mi autoestima estaba por los suelos. Sé que no es excusa, que es patético que llegara a sentir celos de la persona a la que más quiero, pero mi única excusa, Brittany, es que soy humano. Te ruego que me perdones, que me des otra oportunidad. Reconozco que soy tan vano que no podía creerlo cuando pediste el divorcio. Estos meses han sido infernales sabiendo que, por un error estúpido, había perdido a la única persona que hacía que valiera la pena levantarse por las mañanas. Perdóname, Brittany. Por favor, vuelve conmigo...
La mirada suplicante de su exmarido la hizo vacilar.
En el portal reinaba ahora un silencio denso y opresivo.
Brittany miró a su alrededor y notó todos los ojos fijos en ella y todos los oídos pendientes de sus labios.
Tanto ella como el resto de los presentes eran conscientes de que lo que dijera en ese momento cambiaría el rumbo de su vida para siempre.
Notaba la boca seca, le palpitaban las sienes y, una vez más, retiró un mechón de pelo de su rostro con dedos trémulos.
Quería arrojarse sobre el pecho de su mamá y dejar que ella se hiciera cargo de la situación, como cuando era niña, pero sabía desde hacía tiempo que tomar decisiones trascendentales y atenerse a las consecuencias era el precio que los adultos tenían que pagar si querían hacerse merecedores de ese nombre.
Sin poder evitarlo, sus pupilas se posaron sobre Santana López.
La médico había permanecido todo el tiempo de pie a su lado, con los brazos cruzados sobre el pecho y encerrado en un mutismo absoluto.
Su rostro, moreno y atractivo, no dejaba entrever ninguna emoción, pero a Brittany le pareció que estaba algo más pálido que de costumbre y notó el pequeño músculo que latía, incontrolable, en su mandíbula.
Sin embargo, la pelinegra no hizo el más mínimo amago, ni por gestos ni de palabra, de influir en su decisión.
Estaba aterrada.
¿Y si se equivocaba?
¿Y si dejaba pasar la oportunidad de su vida?
¿Y si...?
Antes de que pasara por su mente hasta la última de las posibilidades que existían de que metiera la pata, Brittany se oyó decir a sí misma:
—Lo siento, Sam. De verdad. Te juro que te perdono, pero no me siento capaz de olvidar. No es posible recuperar la confianza en una persona de la noche a la mañana, y me temo que a mí me llevaría toda la vida. A partir de ahora trataré de pensar sin amargura en lo que hubo entre nosotros, esos años fueron muy importantes para mí. Durante casi la mitad de mi vida tú has tenido un papel estelar en ella, pero no puedo vivir de recuerdos—tomó la cara de Sam entre sus manos y lo miró con los ojos rebosantes de ternura. Luego, se alzó de puntillas, depositó un suave beso sobre los labios de su exmarido y repitió—Lo siento, Sam.
Con rapidez, abrió la puerta de la portería, se metió dentro y volvió a cerrar.
El ruido de la llave al girar en la cerradura resonó en el vestíbulo con la contundencia de un disparo y les dejó claro a los ahí presentes que deseaba estar sola.
De pronto, el pesado silencio se quebró por el intenso zumbido producido por varias personas hablando al mismo tiempo.
Durante unos segundos, Sam permaneció inmóvil en el mismo sitio con el rostro gris y los ojos llenos de dolor. Entonces, notó el peso, leve y reconfortante, de una mano sobre su antebrazo.
—Me hubiera gustado que volvierais a estar juntos, Sam.
La lástima que percibió en la mirada de su exsuegra hizo que Sam apretara los dientes para contener el gemido que subía por su garganta.
Luchando por controlarse, se frotó el rostro un par de veces con las palmas de las manos y, algo más sereno, dirigió la vista hacia Santana, que seguía
en la misma postura en la que había permanecido desde que empezó la conversación, con expresión de aborrecimiento.
No importaba que esa sexy morena fuera hermosa, le estaba quitando el amor de Brittany.
Y declaró con una voz cargada de veneno:
—¡Esto no quedará así! No pienses que te la voy a ceder sin luchar. Brittany es y será la mujer de mi vida.
—Eso es ella la que tiene que decirlo—se limitó a contestar la médico, que aún tenía que hacer esfuerzos para no traicionar el alivio abrumador que había sentido al escuchar las palabras de Brittany.
Al oírlo, Sam le lanzó una nueva mirada de desprecio y dio media vuelta pero, antes de salir a toda velocidad, se volvió una vez más hacia la mamá de Brittany y le dijo:
—Adiós, Whitney. Quiero que sepas que lamenté no enterarme a tiempo de tu operación de hemorroides.
Ella se quedó boquiabierta, incapaz de apartar los ojos de la alta figura de su antiguo yerno que desaparecía ya calle abajo.
—¿Puede saberse a qué ha venido eso?—preguntó, perpleja—La verdad es que esto parece una de esas obras del teatro del absurdo en las que van apareciendo, uno detrás de otro, una serie de personajes extraños que no sueltan más que frases sin sentido—prosiguió muy enojada. Acto seguido, se encaró con su hija menor con los brazos en jarras—Aún no puedo creer que Brittany haya pasado todos estos meses escondida en este cuchitril mientras yo pensaba que estaba en una de las glamurosas sedes de su banco en Nueva York. ¡Me debes unas cuantas explicaciones, Hanna!
Emily apretó aún más el brazo que mantenía alrededor de su cintura en un gesto protector y la rubia se sintió extrañamente reconfortada.
—Lo que no entiendo, mamá—Hanna sabía bien que la mejor defensa era siempre un buen ataque—, Es qué haces tú aquí. Me dijiste que te ibas con Antonio a pasar unos días a su casa de Mallorca. Te hacía ahí desde hace una semana.
Como de costumbre, la táctica del despiste funcionó, y su mamá se apresuró a dar explicaciones sin que tampoco a ella, al parecer, le importara mucho tener una audiencia que parecía decidida, a pesar de la falta de sueño, a echar el resto del día en aquel portal.
—Sam me llamó hace unos días. Estaba muy raro. Me dijo que había localizado a Brittany, que en pocos días tendría las pruebas necesarias y que no te dijera nada a ti...
—¡Ésta sí que es buena!—la interrumpió Hanna, indignada—Así que alguien te dice semejante cosa y tú vas y le haces caso.
—Bueno claro que le hice caso, Hanna, que ya nos conocemos.
Sin prestar la menor atención al bufido de irritación que soltó su hija, Whitney
Continuó:
—Como comprenderás no me iba a ir a Mallorca de vacaciones sin haber averiguado antes qué estaba ocurriendo aquí. Antonio, tan amable como siempre, se hizo cargo de mi dilema al instante y anuló los billetes.
Por la mirada de adoración que le dirigió el aludido, Santana comprendió que el pobre Antonio era incapaz de oponerse al más mínimo deseo de su amada y no pudo evitar sentirse identificada con él.
Había algo en las mujeres de la familia Pierce, se dijo la médico, que las hacía absolutamente irresistibles.
—Sam me llamó esta mañana a una hora intempestiva y, asustada, yo llamé a mi vez a Antonio. Nos vinimos para acá a toda prisa y llevábamos más de una hora esperando en este portal cuando han aparecido. Por cierto, hija, ¿puede saberse quién es toda esta gente?
Hanna empezó al punto con las presentaciones, pero estaba claro que quienes le interesaban en realidad a su mamá eran las dos morenas mayores, Santana y Emily, que aún sostenía a Hanna de la cintura con aire posesivo.
—Así que eres médico... por casualidad no sabrás a qué se refería Sam cuando ha hablado de mi operación de hemorroides, ¿verdad?—los ojos de Whitney eran dos estrechas ranuras verde brillante.
—No tengo ni la menor idea—mintió Santana, muy seria.
—¿Y esa chica que no te suelta ni dos segundos?
Hanna se ruborizó ligeramente y se revolvió un poco para liberarse de su abrazo.
—¡Ah, sí! Ésta es Emily, una amiga de Quinn—contestó con aparente indiferencia, como si se hubiera olvidado de la morena.
Emily la miró con indignación, pero ella hizo como que no se daba cuenta y siguió hablando con su mamá:
—En fin, mamá, has descubierto el oscuro secreto de Brittany. En vez de irse a Nueva York, ha estado trabajando de portera en este edificio, está a punto de terminar su manuscrito y, además, se ha asegurado de que no haya un asesino en serie suelto por el barrio de Salamanca. Como verás—Hanna se tapó la boca con una mano para tratar de ocultar el bostezo que no había podido reprimir—, Han sido unos meses de lo más productivos.
Su mamá puso los ojos en blanco y anunció:
—Ya hablaremos más despacio de todo esto. Parecen todas a punto de quedarse dormidas de pie como los caballos. Mañana domingo las quiero a las dos en casa a la hora de comer. ¿Entendido?
Y dirigiendo a su hija una última mirada amenazadora, abandonó el portal agarrada del brazo de su acompañante.
Brittany y Santana hablaban en voz baja para no despertar al resto del comando, que se había quedado dormido nada más subirse al coche.
—Mira qué cuadro—susurró la médico señalando hacia atrás con el pulgar.
Brittany se volvió y descubrió a Bree y a Sue profundamente dormidas la una en brazos de la otra, y a Hanna, completamente traspuesta, acurrucada sobre el pecho de Emily, que le guiñó un ojo con complicidad.
«Hanny, Hanny, me temo que estás perdida—se dijo Brittany—Qué gran verdad es eso de: El que la sigue la consigue.»
Santana desvió la vista de la calzada y las dos se miraron durante unos segundos, sin poder ocultar su felicidad.
Luego, la doctora alargó la mano y entrelazó sus dedos con los de la rubia en una simple caricia que, sin embargo, resultó tremendamente íntima.
Sin poder evitarlo, Brittany alzó su mano y besó los nudillos con ternura y, casi al instante, la soltó asustada por la elocuencia de ese sencillo gesto mientras se pegaba a la puerta, como si quisiera alejarse de la pelinegra lo más posible.
Santana permaneció en silencio, en apariencia concentrada en el escaso tráfico de una mañana de sábado a primera hora.
Unos minutos después, la miró de nuevo y musitó:
—Te quiero, Brittany.
Al oírla, Brittany se quedó sin aliento y su corazón se puso a bombear a la misma velocidad que una plataforma petrolífera a pleno rendimiento.
Confusa, desorientada, sin saber muy bien qué contestar, hizo un gesto negativo con la cabeza antes de responder en un tono bajo y apremiante:
—¡No! No digas eso, Santana, no me conoces de nada.
—Te conozco lo suficiente—replicó en el mismo tono—Tengo treinta años, Brittany, no soy una niña. Sé lo que siento.
—Las personas al llegar a los treinta años también pueden confundir sus sentimientos. La edad no te hace más sabio. Lo que hay entre nosotras es una inmensa atracción física, nada más. Tú quieres volver a llevarme a la cama y yo... yo también te deseo—notó el súbito calor de la sangre en las mejillas—, Pero no nos engañemos; no hace falta adornar con la palabra amor unas emociones tan primarias.
A ella misma le sorprendieron sus duras afirmaciones, pero estaba aturdida por aquella confesión y, no sabía por qué, de pronto le habían entrado ganas de herirla.
—Entiendo—se limitó a contestar su interlocutora, con la mirada fija en la calzada.
A Brittany no se le escapó el dolor encerrado en esa mera afirmación ni la súbita rigidez de su cuerpo y se sintió fatal consigo misma; no obstante, fue incapaz de decir nada que aliviara la tensión que, de pronto, se había instalado entre ellas.
Por fortuna, ya estaban llegando.
Pocos minutos después, la médico detuvo el coche frente al portal y bajó a despertar a Bree.
—Hanna, despierta.
Sin poder contenerse, Emily alzó con delicadeza la barbilla de la hermana de Brittany, que seguía durmiendo ajena a todo, y pegó sus labios a los de la más baja con suavidad.
Aún medio dormida, Hanna respondió instintivamente y, de repente, la delicada caricia se convirtió en un beso hambriento que la despertó en el acto.
Jadeante y muy excitada, abrió los párpados y miró a Emily con una mezcla de asombro y deseo y, al descubrir los apasionados ojos marrones tan cerca de los suyos, por primera vez en su vida no supo qué decir.
Como si entendiera su confusión, Emily le sonrió con infinita ternura, la besó en la frente por última vez y anunció:
—Ya hemos llegado.
Atontada y con las piernas temblorosas, Hanna se reunió con el resto de la comitiva en la acera y juntas entraron en el portal.
En cuanto cruzaron el umbral, el grito de sorpresa de su hermana atravesó sus tímpanos y la espabiló por completo.
—¡Mamá!
—¡Brittany!
—¡Sam!
—¡Santana!
—¡Antonio!
—¡Mamá!
—¡Hanna!
—¡¿Qué hacen ustedes aquí?!
Brittany, lívida, se tambaleó un poco y Santana se apresuró a rodear su cintura con un brazo para sujetarla, pero la rubia se apartó al instante y, herida en lo más hondo, la médico retrocedió un paso sin apartar la vista de su ex, que la miraba con odio.
El drama que se respiraba en el amplio vestíbulo de la finca hizo que Sue y Bree se desprendieran de los últimos restos de la modorra y, totalmente alertas, dirigieron sus miradas de unos a otros con curiosidad.
—Así que es cierto que no estabas en Nueva York—la respuesta a la afirmación materna era tan obvia que Brittany no se molestó en contestar.
—¿Quién es ése? ¿Y de qué conoce a la doctora López?—preguntó, en cambio, al tiempo que señalaba a un hombre de unos sesenta y muchos años, con buena planta y elegantemente vestido, que permanecía en un discreto segundo plano.
Su mamá se calmó lo suficiente para hacer las presentaciones:
—Niñas, les presento a Antonio Benjumea. Antonio, éstas son mis hijas, Brittany y Hanna.
El hombre se acercó a ellas y, como un caballero de otro siglo, tomó la mano de Brittany, se inclinó sobre ella sin llegar a posar los labios en el dorso y repitió el gesto con Hanna.
—Encantado de conoceros por fin. Whitney me ha hablado mucho de ustedes—con los ojos clavados en Brittany, explicó—Santana me operó de una úlcera hace unos meses. ¡Qué agradable coincidencia!
—¡Menudo cursi!—comentó Bree al oído de Sue en un sonoro susurro que los demás fingieron no oír.
—¡Y ahora quiero una explicación!—los ojos verdes de su mamá echaban chispas—¿Por qué me han estado engañando ustedes dos? Brittany, ¿qué es eso que me ha contado Sam de que trabajas aquí de portera? ¿Quién es toda esta gente tan extraña? ¿De dónde venís a estas horas? ¿Por qué...?
Brittany decidió cortar en seco, antes de que su mamá entrara en modo rifle de repetición.
—Tranquila, mamá, respira. Respira hondo...
—¡No me trates como a una estúpida, Brittany! ¡No te lo consiento! Quiero saber por qué tú y tu hermana me han engañado como a una china—Whitney hizo un puchero y su acompañante se apresuró a agarrarla por la cintura y a atraerla hacia sí, en un intento de consolarla.
Al ver a su mamá tan afectada, su hija mayor se llenó de remordimientos.
—Lo siento, mamá, de verdad. Sólo quería...—le costaba encontrar las palabras adecuadas—Sólo quería alejarme de todo y de todos para lamerme las heridas y acabar mi libro de una vez.
—Sí, mamá, no la tomes con Brittany. Yo también me quedé de piedra cuando me enteré de lo que había hecho, pero ya sabemos lo rarita que es la pobre—el torpe intento de Hanna de echarle un cable tan sólo le valió una mirada indignada de su hermana.
—¿Y qué pinta ella en todo esto?—Sam intervino por primera vez, señalando a la médico con su dedo índice.
Parecía muy furioso y Brittany, que por unos instantes se había olvidado de su presencia, se encaró con él, desafiante.
—¿Y a ti qué te importa? Ya no eres nada mío, no creas que puedes venir aquí pidiéndome explicaciones—llena de rabia, se retiró un mechón de pelo que había resbalado sobre su rostro con dedos temblorosos—Además, ahora la que quiere explicaciones soy yo: ¿puede saberse cómo me han encontrado?
La mirada de Brittany iba de su mamá a su ex y vuelta.
—Fácil. Aquel día en El Retiro después de hablar contigo te seguí hasta aquí. Luego te he visto en varias ocasiones barriendo la acera disfrazada de esperpento, así que le pedí a un amigo mío que hiciera las averiguaciones precisas. Todavía no entiendo esta absurda decisión de meterte a portera.
Ella lo contempló, boquiabierta, y cuando logró recuperar la voz preguntó:
—¿Por qué? ¿Qué puede importarte dónde viva o lo que haga? ¡No me gusta que me vigiles!
Sam enrojeció ligeramente, pero a pesar de ello respondió con firmeza:
—Estaba preocupado por ti, Brittany. No me gustan tus nuevas compañías.
Una vez más lanzó una mirada de odio en dirección a la médico, quien permanecía inmóvil cerca de su exmujer, siguiendo su intercambio con expresión impenetrable, Sam continuo:
—Quería asegurarme de que estabas bien. Al fin y al cabo soy tu marido, hemos estado casados ocho años y ya no recuerdo cuántos estuvimos de novios.
—Bueno ese detalle no pareció importarte mucho cuando decidiste ponerle los cuernos a mi hermana—intervino Hanna sin piedad y, en ese momento, a Santana le dieron ganas de darle un buen beso en los morros.
—¡Tú no te metas, Hanna!—ordenó Sam, airado, al tiempo que se pasaba una mano nerviosa por su pelo rubio—Nunca me has soportado.
—En efecto, siempre he pensado que no le llegabas a Brittany ni a la suela del zapato y tu comportamiento lo ha confirmado. Está claro que, como psicóloga, le doy mil vueltas a mi hermana.
—¡Basta ya!—la interrumpió Brittany que, de pronto, sentía la necesidad imperiosa de asesinar a alguien—Gracias por tu ayuda, Hanna, pero soy perfectamente capaz de luchar mis batallas yo sola. Mira, Sam, es ridículo que, de repente, vengas a pedirme explicaciones. Los dos firmamos el divorcio de mutuo acuerdo y los años que compartimos, muchos o pocos, ya no significan nada.
—¡Pero es que yo aún te quiero, Brittany!—a Sam no pareció importarle la considerable audiencia que seguía aquella conversación sin hacer el más mínimo intento de disimular su interés—Te he querido desde siempre. ¿Recuerdas cuando nos conocimos en aquellos autos de choque? ¿Recuerdas lo que sentimos nada más vernos o ya lo has olvidado?
Eso fue un golpe bajo.
Brittany se acordaba muy bien.
El pueblo de la sierra donde veraneaba estaba en fiestas y su hermana y ella, montadas en un pequeño coche color rosa, sufrían el acoso de todos los chicos del vecindario.
La diversión hacía rato que se había trocado en temor y las dos notaban las cervicales doloridas por los continuos topetazos.
Justo en ese instante, apareció Sam subido en un coche color azul —aunque a Brittany le pareció que lo hacía a lomos de un reluciente caballo blanco— y empezó a cargar, una y otra vez, contra el resto de los muchachos hasta que sonó la bocina que indicaba el final del tiempo y las hermanas pudieron bajarse, al fin, de su vehículo con las piernas temblorosas.
Aún le parecía estar viendo a Sam de pie a su lado, alto, rubio y muy seguro de sí mismo —a pesar de sus quince años recién cumplidos—, igualito que los príncipes azules que poblaban los cuentos que leía cuando era pequeña.
La tosecilla irritante que emitió su hermana la devolvió de golpe al presente, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no dejarse afectar por la memoria de aquellos días felices.
—Lo recuerdo muy bien, Sam. También recuerdo muy bien lo que sentí aquella tarde al verte abrazar y besar a aquella mujer cuando salían de la sucursal del banco. Recuerdo las espantosas noches en blanco, sin cesar de dar vueltas, mientras trataba de dilucidar qué parte de culpa tenía yo en todo el asunto. Sí, Sam, porque, a la incredulidad, al horrible sentimiento de pérdida y al espantoso dolor, le siguieron la debilitadora sensación de que yo no valía nada y un profundo sentimiento de culpa. Y todo ello vino de la última persona de la que podría haberlo esperado. Del hombre en el que confiaba ciegamente y al que había querido más que a nada en el mundo, incluso desde antes de ser una mujer.
Los ojos de Brittany brillaban por las lágrimas no derramadas, pero su voz, a pesar de estar cargada de emoción, no temblaba.
Bree tuvo que tragar saliva un par de veces y Sue, que se había llevado su eterno pañuelito a los ojos, esta vez lo retiró húmedo y con manchas de rímel.
Whitney apoyó la cabeza en el hombro de su acompañante, buscando refugio del desconsuelo que emanaba de las palabras de su hija, y Hanna hizo lo mismo sobre el pecho de Emily.
El dolor que asomó a las pupilas de Sam no era fingido y la lágrima que secó, impaciente, con el dorso de su mano, tampoco.
A Hanna le pareció curioso que un hombre tan gallito como su excuñado le había parecido siempre fuera capaz de desnudar sus sentimientos en público de aquella manera y, por primera vez desde que se enteró de su traición, sintió una cierta lástima por aquel guapo gigante que no podía disimular su angustia.
—Brittany—Sam se acercó, la agarró por los brazos y clavó su mirada en ella—Cometí un error, un inmenso error. Te juro que aquella mujer no significó nada para mí. Pasaba una mala racha, las cosas no me iban bien en el banco, había perdido una importante cantidad en aquel negocio que quise montar con Noah. Tú, en cambio, acababas de recibir un aumento de sueldo y tus jefes te habían ofrecido promocionarte. La gente te adoraba; eras la perfecta anfitriona, el alma de las fiestas, todo el mundo me felicitaba por la suerte que tenía de tener una esposa como tú. Mi autoestima estaba por los suelos. Sé que no es excusa, que es patético que llegara a sentir celos de la persona a la que más quiero, pero mi única excusa, Brittany, es que soy humano. Te ruego que me perdones, que me des otra oportunidad. Reconozco que soy tan vano que no podía creerlo cuando pediste el divorcio. Estos meses han sido infernales sabiendo que, por un error estúpido, había perdido a la única persona que hacía que valiera la pena levantarse por las mañanas. Perdóname, Brittany. Por favor, vuelve conmigo...
La mirada suplicante de su exmarido la hizo vacilar.
En el portal reinaba ahora un silencio denso y opresivo.
Brittany miró a su alrededor y notó todos los ojos fijos en ella y todos los oídos pendientes de sus labios.
Tanto ella como el resto de los presentes eran conscientes de que lo que dijera en ese momento cambiaría el rumbo de su vida para siempre.
Notaba la boca seca, le palpitaban las sienes y, una vez más, retiró un mechón de pelo de su rostro con dedos trémulos.
Quería arrojarse sobre el pecho de su mamá y dejar que ella se hiciera cargo de la situación, como cuando era niña, pero sabía desde hacía tiempo que tomar decisiones trascendentales y atenerse a las consecuencias era el precio que los adultos tenían que pagar si querían hacerse merecedores de ese nombre.
Sin poder evitarlo, sus pupilas se posaron sobre Santana López.
La médico había permanecido todo el tiempo de pie a su lado, con los brazos cruzados sobre el pecho y encerrado en un mutismo absoluto.
Su rostro, moreno y atractivo, no dejaba entrever ninguna emoción, pero a Brittany le pareció que estaba algo más pálido que de costumbre y notó el pequeño músculo que latía, incontrolable, en su mandíbula.
Sin embargo, la pelinegra no hizo el más mínimo amago, ni por gestos ni de palabra, de influir en su decisión.
Estaba aterrada.
¿Y si se equivocaba?
¿Y si dejaba pasar la oportunidad de su vida?
¿Y si...?
Antes de que pasara por su mente hasta la última de las posibilidades que existían de que metiera la pata, Brittany se oyó decir a sí misma:
—Lo siento, Sam. De verdad. Te juro que te perdono, pero no me siento capaz de olvidar. No es posible recuperar la confianza en una persona de la noche a la mañana, y me temo que a mí me llevaría toda la vida. A partir de ahora trataré de pensar sin amargura en lo que hubo entre nosotros, esos años fueron muy importantes para mí. Durante casi la mitad de mi vida tú has tenido un papel estelar en ella, pero no puedo vivir de recuerdos—tomó la cara de Sam entre sus manos y lo miró con los ojos rebosantes de ternura. Luego, se alzó de puntillas, depositó un suave beso sobre los labios de su exmarido y repitió—Lo siento, Sam.
Con rapidez, abrió la puerta de la portería, se metió dentro y volvió a cerrar.
El ruido de la llave al girar en la cerradura resonó en el vestíbulo con la contundencia de un disparo y les dejó claro a los ahí presentes que deseaba estar sola.
De pronto, el pesado silencio se quebró por el intenso zumbido producido por varias personas hablando al mismo tiempo.
Durante unos segundos, Sam permaneció inmóvil en el mismo sitio con el rostro gris y los ojos llenos de dolor. Entonces, notó el peso, leve y reconfortante, de una mano sobre su antebrazo.
—Me hubiera gustado que volvierais a estar juntos, Sam.
La lástima que percibió en la mirada de su exsuegra hizo que Sam apretara los dientes para contener el gemido que subía por su garganta.
Luchando por controlarse, se frotó el rostro un par de veces con las palmas de las manos y, algo más sereno, dirigió la vista hacia Santana, que seguía
en la misma postura en la que había permanecido desde que empezó la conversación, con expresión de aborrecimiento.
No importaba que esa sexy morena fuera hermosa, le estaba quitando el amor de Brittany.
Y declaró con una voz cargada de veneno:
—¡Esto no quedará así! No pienses que te la voy a ceder sin luchar. Brittany es y será la mujer de mi vida.
—Eso es ella la que tiene que decirlo—se limitó a contestar la médico, que aún tenía que hacer esfuerzos para no traicionar el alivio abrumador que había sentido al escuchar las palabras de Brittany.
Al oírlo, Sam le lanzó una nueva mirada de desprecio y dio media vuelta pero, antes de salir a toda velocidad, se volvió una vez más hacia la mamá de Brittany y le dijo:
—Adiós, Whitney. Quiero que sepas que lamenté no enterarme a tiempo de tu operación de hemorroides.
Ella se quedó boquiabierta, incapaz de apartar los ojos de la alta figura de su antiguo yerno que desaparecía ya calle abajo.
—¿Puede saberse a qué ha venido eso?—preguntó, perpleja—La verdad es que esto parece una de esas obras del teatro del absurdo en las que van apareciendo, uno detrás de otro, una serie de personajes extraños que no sueltan más que frases sin sentido—prosiguió muy enojada. Acto seguido, se encaró con su hija menor con los brazos en jarras—Aún no puedo creer que Brittany haya pasado todos estos meses escondida en este cuchitril mientras yo pensaba que estaba en una de las glamurosas sedes de su banco en Nueva York. ¡Me debes unas cuantas explicaciones, Hanna!
Emily apretó aún más el brazo que mantenía alrededor de su cintura en un gesto protector y la rubia se sintió extrañamente reconfortada.
—Lo que no entiendo, mamá—Hanna sabía bien que la mejor defensa era siempre un buen ataque—, Es qué haces tú aquí. Me dijiste que te ibas con Antonio a pasar unos días a su casa de Mallorca. Te hacía ahí desde hace una semana.
Como de costumbre, la táctica del despiste funcionó, y su mamá se apresuró a dar explicaciones sin que tampoco a ella, al parecer, le importara mucho tener una audiencia que parecía decidida, a pesar de la falta de sueño, a echar el resto del día en aquel portal.
—Sam me llamó hace unos días. Estaba muy raro. Me dijo que había localizado a Brittany, que en pocos días tendría las pruebas necesarias y que no te dijera nada a ti...
—¡Ésta sí que es buena!—la interrumpió Hanna, indignada—Así que alguien te dice semejante cosa y tú vas y le haces caso.
—Bueno claro que le hice caso, Hanna, que ya nos conocemos.
Sin prestar la menor atención al bufido de irritación que soltó su hija, Whitney
Continuó:
—Como comprenderás no me iba a ir a Mallorca de vacaciones sin haber averiguado antes qué estaba ocurriendo aquí. Antonio, tan amable como siempre, se hizo cargo de mi dilema al instante y anuló los billetes.
Por la mirada de adoración que le dirigió el aludido, Santana comprendió que el pobre Antonio era incapaz de oponerse al más mínimo deseo de su amada y no pudo evitar sentirse identificada con él.
Había algo en las mujeres de la familia Pierce, se dijo la médico, que las hacía absolutamente irresistibles.
—Sam me llamó esta mañana a una hora intempestiva y, asustada, yo llamé a mi vez a Antonio. Nos vinimos para acá a toda prisa y llevábamos más de una hora esperando en este portal cuando han aparecido. Por cierto, hija, ¿puede saberse quién es toda esta gente?
Hanna empezó al punto con las presentaciones, pero estaba claro que quienes le interesaban en realidad a su mamá eran las dos morenas mayores, Santana y Emily, que aún sostenía a Hanna de la cintura con aire posesivo.
—Así que eres médico... por casualidad no sabrás a qué se refería Sam cuando ha hablado de mi operación de hemorroides, ¿verdad?—los ojos de Whitney eran dos estrechas ranuras verde brillante.
—No tengo ni la menor idea—mintió Santana, muy seria.
—¿Y esa chica que no te suelta ni dos segundos?
Hanna se ruborizó ligeramente y se revolvió un poco para liberarse de su abrazo.
—¡Ah, sí! Ésta es Emily, una amiga de Quinn—contestó con aparente indiferencia, como si se hubiera olvidado de la morena.
Emily la miró con indignación, pero ella hizo como que no se daba cuenta y siguió hablando con su mamá:
—En fin, mamá, has descubierto el oscuro secreto de Brittany. En vez de irse a Nueva York, ha estado trabajando de portera en este edificio, está a punto de terminar su manuscrito y, además, se ha asegurado de que no haya un asesino en serie suelto por el barrio de Salamanca. Como verás—Hanna se tapó la boca con una mano para tratar de ocultar el bostezo que no había podido reprimir—, Han sido unos meses de lo más productivos.
Su mamá puso los ojos en blanco y anunció:
—Ya hablaremos más despacio de todo esto. Parecen todas a punto de quedarse dormidas de pie como los caballos. Mañana domingo las quiero a las dos en casa a la hora de comer. ¿Entendido?
Y dirigiendo a su hija una última mirada amenazadora, abandonó el portal agarrada del brazo de su acompañante.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Ahora si se destapo la olla, el labios de salamandra disque aun ama a Brittany, si claro, el asesino no resulto como tal y la mama de las Pierce Marin, algo metiche para mi gusto, en fin.... a ver que viene ahora!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,...
no era muy difícil que encuentren a britt,...
bueno san consiguió dejar el pasado y sobre todo a sam,..!!!
pero todavía tengo ganas sobre humanas de matar a britt por no intentar con san por lo mas mínimo que sea,..!!
nos vemos!!!
no era muy difícil que encuentren a britt,...
bueno san consiguió dejar el pasado y sobre todo a sam,..!!!
pero todavía tengo ganas sobre humanas de matar a britt por no intentar con san por lo mas mínimo que sea,..!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
micky morales escribió:Ahora si se destapo la olla, el labios de salamandra disque aun ama a Brittany, si claro, el asesino no resulto como tal y la mama de las Pierce Marin, algo metiche para mi gusto, en fin.... a ver que viene ahora!!!!
Hola, si que si =0 ¬¬ eso mismo ¬¬ ahora se da cuenta y cuando le hizo daño nada q se acordo ¬¬ La vrdd esk si =/ para eso llama a las hijas o q se yo =/ Aquí otro cap para saber mas! Saludos =D
3:) escribió:hola morra,...
no era muy difícil que encuentren a britt,...
bueno san consiguió dejar el pasado y sobre todo a sam,..!!!
pero todavía tengo ganas sobre humanas de matar a britt por no intentar con san por lo mas mínimo que sea,..!!
nos vemos!!!
Hola lu, jajaaja no la vrdd esk no xD si de a poco se fueron enterando, como no la mamá¿? xD SI! bn a i por al rubia, ahora solo su presente con la linda morena latina! ajajajajajaj. Mmm si tienes razón, pero tiene que caer osea es obvio ajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 22-Ultimo
Capitulo 22 - Último
Durante el trayecto en ascensor hasta la 6.ª planta, Bree no había parado de bostezar, a pesar de ello, en cuanto entraron en su piso le preguntó a su mamá:
—¿Qué vas a hacer con Britt?
La pregunta de su hija la puso en guardia en el acto y respondió con fingida indiferencia:
—Bueno dejarla dormir, por supuesto.
—Vamos, mamá—replicó Bree, impaciente—Sé de sobra que estás colada por ella.
Al oírla, Santana notó un incómodo calor en el rostro, pero fue incapaz de negar aquella afirmación tan directa.
—Está claro que Brittany necesita tiempo para... pensar—respondió al fin con un ligero titubeo—Creo que lo mejor será no agobiarla.
—¡Ay! Pero ¿cómo pueden ser tan simples algunas personas?—se llevó ambas manos a las mejillas en un gesto cargado de desesperación—Tú le gustas, mamá. Créeme, he visto cómo te mira. Pero como le des mucho tiempo para pensárselo sé bien lo que va a pasar. Britt empezará a comerse el tarro sin parar; la cosa más insignificante se volverá superimportante a sus ojos; te meterá en el saco de las personas infieles en las que no se puede confiar y acabará convirtiéndose de verdad en una portera amargada. Sé lo que digo, mamá. Y tu también lo sabes. Somos mujeres...
Su mamá enarcó una ceja con escepticismo, y puntualizó:
—Está bien, yo casi una mujer y tu una mujer del todo. Y sabemos de sobra cómo funcionan nuestras mentes calenturientas y que no siguen en absoluto el camino, recto y aburrido. Ambas lo sabemos muy bien.
La vehemencia de su hija la cogió por sorpresa y notó cómo se le aceleraba el pulso.
—¿Tanto te gusta Brittany?—preguntó, nerviosa.
—Sí, mamá. Britt me gusta. Un montón.
—Había pensado...—de nuevo titubeó y emitió un ligero carraspeo—Sé que hace poco que la conozco, pero...—se detuvo, se apretó las cienes y, una vez más, notó ese desagradable calor en el rostro.
A pesar de todo, hizo un esfuerzo, aspiró con fuerza y lo soltó de golpe:
—Bree, estoy enamorada de Brittany. Voy a pedirle que se case conmigo.
Su hija le lanzó una mirada de superioridad.
—Pobre mamá, ¿te crees que a estas alturas no me había dado cuenta?
—Entonces... ¿no te importa?—un profundo alivio lo invadió y empezó a respirar casi con normalidad.
—Te lo estoy diciendo. Britt me cae fenomenal. Creo que es la mujer perfecta para ti; además, se ríen todas las gracias la una a la otra. No es una pesada como esa motivada de la vida que te persigue sin tregua y que está empeñada en hacerse amiga mía a toda costa. Britt ya es mi amiga, pero la pobre ha sufrido mucho. Si quieres que acepte casarse contigo sigue mi consejo, mamá: ¡Ataca! ¡Es ahora o nunca!
Emocionada, Santana miró los grandes ojos castaños de su hija antes de rodearla con los brazos y estrecharla con fuerza contra su pecho, al tiempo que hundía el rostro en los cabellos oscuros.
Permanecieron un rato así, saboreando el momento, hasta que la médico rompió el silencio por fin:
—Muy bien, hija mía. Prometo que seguiré tu consejo. La dejaré dormir unas horas, pero esta tarde me pertrecharé con el kit completo de asalto a fortalezas inexpugnables y te prometo que haré que se rinda.
—¡Ése es mi mamá!
Esa misma tarde, a eso de las seis, el timbre de la puerta despertó a Brittany de un sueño profundo.
Mascullando una sarta de imprecaciones, saltó de la cama y se acercó hasta la puerta sin molestarse siquiera en ponerse unas zapatillas.
—¿Quién es?—gruñó, frotándose los ojos una y otra vez.
—Abre, soy yo.
Al oír la voz de la médico, se espabiló en el acto, pero no hizo ningún intento de abrir la puerta.
—No puedo abrirte, estoy en pijama—trató de ganar tiempo mientras cambiaba el peso de un pie al otro, para que no se le congelaran.
—¿El de corazones azules y rosas? No hay problema. Lo conozco. Con ése estás a salvo.
Brittany no pudo evitar una sonrisa; Santana siempre conseguía hacerla reír.
—No, no es el de corazones azules y rosas. Éste tiene florecitas, bueno, en realidad son floripondios tamaño orquídeas de la selva. Naranjas y marrones.
—¡Demonios!
—Sip.
—Entonces, definitivamente, no hay de qué preocuparse. Abre la puerta antes de que baje algún vecino cotilla y me pille aquí, hablando sola frente a la casa de la portera.
—Está bien, pero promete que te comportarás—aceptó de mala gana, al tiempo que daba la vuelta a la llave.
—Por supuesto—replicó muy seria, antes de colarse en el interior y cerrar la puerta tras ella.
Brittany permanecía de pie, a la defensiva, con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión severa en su rostro.
En efecto, el pijama que llevaba era horroroso, pero con el pelo rubio revuelto, la marca de las sábanas en una de sus mejillas y los pies descalzos, Santana la encontró irresistible y le costó grandes dosis de autocontrol no abalanzarse sobre la más alta y estrujarla contra su pecho.
—Dime—dijo, en cambio, en un tono engañosamente tranquilo—¿Dónde encuentras esos saltos de cama tan sexis? No debe de ser fácil. ¿Te los hacen a medida?
Al notar su actitud relajada, Brittany bajó un poco la guardia y respondió en el mismo tono afable:
—Sí, me los hace a medida una modista. El lema de su negocio es: «Déjalas KO, por las buenas o por las malas». Voy a prepararme el desayuno, ¿quieres algo?
Sin dejar de reír, la médico la acompañó a la cocina y preparó el café mientras la rubia tostaba un poco de pan.
Luego cargó con la bandeja repleta y la depositó sobre la mesa del comedor. Las dos estaban hambrientas y dieron cuenta de las tostadas con rapidez, sin dejar de charlar de cosas intrascendentes.
Santana notó que era incapaz de apartar la vista del precioso rostro de Brittany; hasta el más mínimo de sus gestos se le antojaba encantador y esa mirada, acariciadora y sensual, empezaba a dificultar por momentos la respiración de la más joven.
—¡No me mires así!—exclamó al fin, sin poder contenerse.
—¿Así cómo?—preguntó sin cambiar de actitud.
—Como si..., como si...
—¿Como si quisiera devorarte?—siguió preguntando, solícita—¿Como si quisiera abalanzarme sobre ti y besarte hasta dejarte sin aliento? ¿Como si quisiera arrancarte a tiras ese horrible pijama y recorrer hasta el último milímetro de tu piel desnuda con mis manos? ¿Como si...?
—¡Basta!—ordenó, sonrojada, sin resuello y al borde de la taquicardia—Lo has entendido a la perfección. No me mires así.
—Caramba, Britt-Britt, no paras de dar órdenes. Habrías sido un capitán de fragata de primera—protestó con fingido enojo, al tiempo que se ponía en pie y avanzaba hacia la rubia, amenazadora.
Brittany echó la silla hacia atrás y se levantó a su vez a toda prisa:
—No me mires así, no quiero hablar de eso, no deseo volver a acostarme contigo, no me interesa una relación...
A medida que la pelinegra se acercaba, la rubia retrocedía sin perderla de vista, hasta que tropezó con el sofá y cayó de espaldas sobre él. Entonces, Santana se inclinó sobre ella y apoyó las manos sobre el respaldo del sillón, a ambos lados de su cabeza, de manera que quedó inmovilizada y con el rostro a menos de diez centímetros del rostro de la morena.
—Ya estoy cansada. Ahora voy a ser yo la que dé las órdenes.
Los ardientes ojos oscuros amenazaban con derretirla y la pobre Brittany, incapaz de moverse o protestar, se perdió en ellos, la morena continuo:
—Voy a besarte, voy a acariciarte de arriba abajo, de abajo arriba, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda hasta que me aprenda el relieve de tu cuerpo de memoria, voy a hacerte el amor y voy a casarme contigo. En ese orden.
La ojiauzl la miró atónita.
—¿Casarnos? Estás loca...
—Has oído bien. Nos vamos a casar, Bree necesita una segunda mamá.
Brittany se revolvió tratando de liberarse y le lanzó una mirada cargada de
indignación.
—¡Suéltame! Si buscas otra mamá para tu hija, no dudo que habrá un montón de mujeres que se ofrecerán voluntarias para el puesto. Pídeselo a
la castaña alta esa que te acosa.
—Es imposible. Bree no la soporta. En cambio tú le caes muy bien.
No podía creer lo que estaba oyendo y sus iris azules despedían chispas homicidas.
—¡Déjame salir de aquí de una vez, Santana! ¡No pienso casarme contigo y menos para convertirme en mamá de una adolescente! Quiero mucho a Bree, es una niña encantadora, pero nunca me casaría por esa razón. En realidad, no pienso casarme por esa razón ni por ninguna otra. El matrimonio se acabó para mí. He estado casada muchos años y mira cómo ha resultado. ¡No me casaré nunca! ¡Jamás!
Para levantarse del sillón tenía que empujar el pecho de la pelinegra, pero lo último que deseaba era tocar aquella piel que desprendía un calor abrasador incluso a través de la tela de la ropa.
—Britt, Britt...
Tuvo la desfachatez de chasquear la lengua contra el paladar y continuó en un tono sereno y desganado, como si se dirigiera a otra adolescente rebelde:
—No quieres enterarte, ¿verdad? No te estoy pidiendo que te cases conmigo. ¡Es una orden!
—¡Esto sí que es un caso claro de enajenación total y absoluta! ¡Vete de mi casa!
Nunca había sido una persona violenta pero, en ese momento, la palma de su mano ardía con el deseo de estrellarse contra ese rostro atractivo y borrar de golpe su sonrisa burlona.
—¿Es eso cierto, Britt? ¿Quieres que me vaya? Sólo tienes que decírmelo y lo haré.
Brittany se asomó a esos ojos castaños que le hacían perder el seso; observó aquellos labios, carnosos y seductores, separados de su boca por apenas unos pocos centímetros y tuvo que tragar saliva un par de veces antes de contestar en un murmullo casi inaudible:
—Vete.
En vez de obedecerla, la morena se acercó aún más y con la punta de la lengua dibujó el perfil de sus labios con morosidad, en una caricia sensual y
provocadora que anuló su voluntad por completo.
Con las manos apoyadas sobre el respaldo del sofá, a ambos lados de su cabeza, tan sólo la tocaba con la boca pero, para Brittany, era como si la hubiera sujetado con unos grilletes clavados en la pared.
Incapaz de apartarse de aquella dulce tortura, no pudo reprimir el gemido de deseo que subió a su garganta. Al oírlo, Santana sonrió contra sus labios y siguió besándola con pericia durante lo que a la rubia se le antojó un siglo.
Luego se separó con lentitud y, una vez más, no pudo evitar una sonrisa al oír el sonido de protesta que emitió la más joven.
Muy despacio, Brittany abrió los párpados.
Sus ojos azules reflejaban a la perfección el deseo que inundaba los ojos oscuros y tan sólo fue capaz de decir, casi sin aliento:
—Dijiste... dijiste que si te decía que te fueras lo... lo harías.
—Te mentí.
—Una vez más—la miró con expresión de disgusto—Para ser médico mientes mucho.
—Lo sé. Es una tara que tengo. Hay gente que acumula desperdicios en su casa, otros coleccionan dientes de leche... yo miento. En realidad, debo admitir que no es la única mentira que te he contado hoy—confesó en tono contrito.
Brittany reprimió una sonrisa y respondió, severa:
—¡Suéltalo de una vez!
—No te importa que me ponga cómoda, ¿verdad?, me está empezando a doler la espalda—sin esperar su permiso se sentó en el sofá y con un rápido movimiento la colocó sobre su regazo—Así está mucho mejor—afirmó, al tiempo que hundía la nariz en los fragantes cabellos color oro y aspiraba con fuerza.
Brittany agarró su cabeza y la apartó con firmeza, aunque no pudo evitar que sus dedos se enredaran durante unos segundos en las suaves ondas oscuras de su nuca.
—Venga, confiesa tus pecados y la hermana Brittany tendrá compasión de ti. O no.
Santana enmarcó el bonito rostro entre sus manos, clavó sus ojos en los suyos y se puso muy seria.
—Antes, cuando te he dicho que quería casarme contigo para darle otra mamá a Bree, te he mentido.
—Ah, ¿sí?—las palabras salieron con dificultad de su garganta, repentinamente seca.
—Sí. En realidad ha sido una gran mentira.
—Entonces, ¿ya no deseas casarte conmigo?
A pesar de que la idea del matrimonio le producía sarpullido, no pudo evitar sentirse desilusionada.
—No.
—¿No?—repitió con un hilo de voz.
—No, la mentira no es ésa.
Alzó los ojos al cielo, exasperada.
—¿Entonces?
—La verdadera razón por la que deseo casarme contigo es porque te quiero.
Al oírlo, el corazón de Brittany se aceleró al máximo y, una vez más, comenzaron sus problemas respiratorios.
—¿Me quieres?
—Te quiero—repitió muy seria, sin apartar la mirada de ella.
—A ti lo que te pasa es que quieres llevarme al huerto—los ojos azules brillaron, desconfiados.
—También.
—Nos hemos visto en contadas ocasiones, casi no nos conocemos.
—Te conozco lo suficiente.
—Es sólo sexo—afirmó, convencida.
—Es sexo y es amor—declaró con firmeza.
—Estás reaccionando como una adolescente con subidón hormonal. En realidad es sólo sexo—repitió como si tratara de persuadirse a sí misma.
—Está claro que me veré obligada a convencerte, señorita escéptica—replicó Santana, muy decidida.
Brittany se cruzó de brazos y la miró desafiante.
—Dudo que lo consigas, ¿qué pretendes hacer?
—Muy sencillo. Voy a hacer, exactamente, lo que te he dicho antes. Voy a besarte, voy a acariciarte de arriba abajo y voy a hacerte el amor con furia y, cuando terminemos, te pediré que te cases conmigo y tú aceptarás.
Lo dijo con tanta seguridad que la rubia se la quedó mirando boquiabierta.
—Estás loca—afirmó al fin.
—Por ti.
—No me casa...
—¡Basta de cháchara!—ordenó, autoritaria, luego atrajo el rostro de Brittany hacia sí y puso fin a sus protestas de manera expeditiva.
En cuanto la boca se posó sobre la suya, Brittany se olvidó de sus reparos y de sus miedos.
Profundamente excitada, volvió a enredar sus dedos en los cabellos oscuros y la acercó aún más; se sentía como si hubieran pasado años, en vez de minutos, desde la última vez que se besaron.
La boca de la médico tenía un extraño poder adictivo y ella se había vuelto completamente dependiente.
De pronto, notó que Santana introducía su mano bajo la camisa del pijama y, al notar la calidez de sus dedos encima de su pecho, se sintió enloquecer.
El estado de la doctora no era mucho mejor: en cuanto notó bajo su palma la piel delicada de su seno y la forma en que el pezón se irguió al instante al tocarlo con la yema del dedo, pensó que explotaría cuando hacía el amor por primera vez.
Jadeante, apretó los brazos en torno a su cuerpo y, con un poderoso impulso, se levantó del sofá sosteniéndola en alto.
—Lo siento, Britt. Quería que... quería que esta vez fuera lento, deseaba... recorrer tu cuerpo sin prisa con mis manos y mi boca, pero... no puedo más—confesó con voz entrecortada.
—Así que va a ser un «aquí te pillo, aquí te mato»...—susurró, provocativa, con los brazos estrechamente enlazados alrededor de su cuello, sin dejar de salpicar de besos y suaves mordiscos la sensible zona de su cuello.
—Exactamente.
Sin perder ni un segundo, la arrojó en la cama y se lanzó sobre la rubia. Con poca delicadeza le quitó la camisa del pijama por la cabeza, y un par de botones salieron disparados en distintas direcciones.
—Ya sabía yo que este pijama era demasiado provocativo—comentó Brittany con mansedumbre mientras la ayudaba a su vez a despojarse a toda
prisa de la ropa.
—Lo más sexy que he visto jamás—su voz sonó áspera antes de inclinarse, hambrienta, sobre sus pechos desnudos.
Al notar esa lengua incitante, primero sobre uno de sus pechos y luego sobre el otro, a Brittany se le quitaron las ganas de seguir hablando, así que hundió sus dedos en los cabellos oscuros y la atrajo aún más hacia sí.
Como si les hubieran anunciado que quedaban dos minutos para que se acabara el mundo, se despojaron la una a la otra del resto de sus ropas, frenéticas, y mucho antes de que acabara el plazo Santana estaba unida a Brittany y las dos cabalgaban en pos de un placer que, increíblemente, fue aún más intenso que el que compartieron la primera vez.
Estrechamente abrazadas, sudorosas y saciadas al fin, se miraron a los ojos, sonrientes.
—Prometo que la próxima vez trataré de sea más lento y sensible—murmuró Santana, al tiempo que se alzaba un poco sobre sus antebrazos y depositaba un beso lleno de ternura en su frente.
—A pesar de todo, no ha estado tan mal—admitió con aparente desinterés.
—Caramba, Britt-Britt, tú sí que sabes mimar el ego. En fin, creo que ha llegado el momento.
—Mmm—respondió, somnolienta.
—Nada de quedarse dormida. Ahora es cuando yo te pregunto: «¿Quieres casarte conmigo, Brittany?», y tú me contestas: «Por supuesto que sí, Santana, he caído de lleno en tu trampa. Eres una mujer muy inteligente».
—¿Y eso?—sus labios esbozaron una sonrisa perezosa.
—Mi querida Britt-Britt, estabas tan entusiasmada con mis habilidades amatorias que si te pidiera un hijo tu me dirías que si he iríamos de inmediato para hacerlos el tratamiento.
Santana había pensado que la rubia no se sentiría muy feliz ante idea, pero lo último que esperaba era que le respondiera con una risilla perversa.
—Inocente—la miró perpleja y la rubia prosiguió, muy divertida—Querida doctora, admítelo, he sido yo la que te ha tendido una trampa maquiavélica...
—¿Y eso?—repitió sus palabras mientras contemplaba, fascinada, los chispeantes ojos azules que relucían, traviesos.
—Llevo años deseando tener un hijo. Un tratamiento sería lo mejor.
A Santana le costaba creer que se pudiera ser más feliz de lo que se había sentido segundos antes, pero así fue.
—Así que solo me usarías para tener óvulos y mis facultades de doctora, ¿no?—frunció el ceño y la miró con fingido reproche, en tanto enredaba y desenredaba un suave mechón rubio en su dedo índice.
—Ajá.
—Entonces, ¿te casarás conmigo sólo por eso?—preguntó sin dejar de juguetear con su pelo.
—Bueno, está también la otra cosa—Brittany utilizó su tono más displicente.
—¿Qué otra cosa?
—Que te quiero.
Se inclinó sobre sus labios y la besó una vez más.
—¿Qué vas a hacer con Britt?
La pregunta de su hija la puso en guardia en el acto y respondió con fingida indiferencia:
—Bueno dejarla dormir, por supuesto.
—Vamos, mamá—replicó Bree, impaciente—Sé de sobra que estás colada por ella.
Al oírla, Santana notó un incómodo calor en el rostro, pero fue incapaz de negar aquella afirmación tan directa.
—Está claro que Brittany necesita tiempo para... pensar—respondió al fin con un ligero titubeo—Creo que lo mejor será no agobiarla.
—¡Ay! Pero ¿cómo pueden ser tan simples algunas personas?—se llevó ambas manos a las mejillas en un gesto cargado de desesperación—Tú le gustas, mamá. Créeme, he visto cómo te mira. Pero como le des mucho tiempo para pensárselo sé bien lo que va a pasar. Britt empezará a comerse el tarro sin parar; la cosa más insignificante se volverá superimportante a sus ojos; te meterá en el saco de las personas infieles en las que no se puede confiar y acabará convirtiéndose de verdad en una portera amargada. Sé lo que digo, mamá. Y tu también lo sabes. Somos mujeres...
Su mamá enarcó una ceja con escepticismo, y puntualizó:
—Está bien, yo casi una mujer y tu una mujer del todo. Y sabemos de sobra cómo funcionan nuestras mentes calenturientas y que no siguen en absoluto el camino, recto y aburrido. Ambas lo sabemos muy bien.
La vehemencia de su hija la cogió por sorpresa y notó cómo se le aceleraba el pulso.
—¿Tanto te gusta Brittany?—preguntó, nerviosa.
—Sí, mamá. Britt me gusta. Un montón.
—Había pensado...—de nuevo titubeó y emitió un ligero carraspeo—Sé que hace poco que la conozco, pero...—se detuvo, se apretó las cienes y, una vez más, notó ese desagradable calor en el rostro.
A pesar de todo, hizo un esfuerzo, aspiró con fuerza y lo soltó de golpe:
—Bree, estoy enamorada de Brittany. Voy a pedirle que se case conmigo.
Su hija le lanzó una mirada de superioridad.
—Pobre mamá, ¿te crees que a estas alturas no me había dado cuenta?
—Entonces... ¿no te importa?—un profundo alivio lo invadió y empezó a respirar casi con normalidad.
—Te lo estoy diciendo. Britt me cae fenomenal. Creo que es la mujer perfecta para ti; además, se ríen todas las gracias la una a la otra. No es una pesada como esa motivada de la vida que te persigue sin tregua y que está empeñada en hacerse amiga mía a toda costa. Britt ya es mi amiga, pero la pobre ha sufrido mucho. Si quieres que acepte casarse contigo sigue mi consejo, mamá: ¡Ataca! ¡Es ahora o nunca!
Emocionada, Santana miró los grandes ojos castaños de su hija antes de rodearla con los brazos y estrecharla con fuerza contra su pecho, al tiempo que hundía el rostro en los cabellos oscuros.
Permanecieron un rato así, saboreando el momento, hasta que la médico rompió el silencio por fin:
—Muy bien, hija mía. Prometo que seguiré tu consejo. La dejaré dormir unas horas, pero esta tarde me pertrecharé con el kit completo de asalto a fortalezas inexpugnables y te prometo que haré que se rinda.
—¡Ése es mi mamá!
Esa misma tarde, a eso de las seis, el timbre de la puerta despertó a Brittany de un sueño profundo.
Mascullando una sarta de imprecaciones, saltó de la cama y se acercó hasta la puerta sin molestarse siquiera en ponerse unas zapatillas.
—¿Quién es?—gruñó, frotándose los ojos una y otra vez.
—Abre, soy yo.
Al oír la voz de la médico, se espabiló en el acto, pero no hizo ningún intento de abrir la puerta.
—No puedo abrirte, estoy en pijama—trató de ganar tiempo mientras cambiaba el peso de un pie al otro, para que no se le congelaran.
—¿El de corazones azules y rosas? No hay problema. Lo conozco. Con ése estás a salvo.
Brittany no pudo evitar una sonrisa; Santana siempre conseguía hacerla reír.
—No, no es el de corazones azules y rosas. Éste tiene florecitas, bueno, en realidad son floripondios tamaño orquídeas de la selva. Naranjas y marrones.
—¡Demonios!
—Sip.
—Entonces, definitivamente, no hay de qué preocuparse. Abre la puerta antes de que baje algún vecino cotilla y me pille aquí, hablando sola frente a la casa de la portera.
—Está bien, pero promete que te comportarás—aceptó de mala gana, al tiempo que daba la vuelta a la llave.
—Por supuesto—replicó muy seria, antes de colarse en el interior y cerrar la puerta tras ella.
Brittany permanecía de pie, a la defensiva, con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión severa en su rostro.
En efecto, el pijama que llevaba era horroroso, pero con el pelo rubio revuelto, la marca de las sábanas en una de sus mejillas y los pies descalzos, Santana la encontró irresistible y le costó grandes dosis de autocontrol no abalanzarse sobre la más alta y estrujarla contra su pecho.
—Dime—dijo, en cambio, en un tono engañosamente tranquilo—¿Dónde encuentras esos saltos de cama tan sexis? No debe de ser fácil. ¿Te los hacen a medida?
Al notar su actitud relajada, Brittany bajó un poco la guardia y respondió en el mismo tono afable:
—Sí, me los hace a medida una modista. El lema de su negocio es: «Déjalas KO, por las buenas o por las malas». Voy a prepararme el desayuno, ¿quieres algo?
Sin dejar de reír, la médico la acompañó a la cocina y preparó el café mientras la rubia tostaba un poco de pan.
Luego cargó con la bandeja repleta y la depositó sobre la mesa del comedor. Las dos estaban hambrientas y dieron cuenta de las tostadas con rapidez, sin dejar de charlar de cosas intrascendentes.
Santana notó que era incapaz de apartar la vista del precioso rostro de Brittany; hasta el más mínimo de sus gestos se le antojaba encantador y esa mirada, acariciadora y sensual, empezaba a dificultar por momentos la respiración de la más joven.
—¡No me mires así!—exclamó al fin, sin poder contenerse.
—¿Así cómo?—preguntó sin cambiar de actitud.
—Como si..., como si...
—¿Como si quisiera devorarte?—siguió preguntando, solícita—¿Como si quisiera abalanzarme sobre ti y besarte hasta dejarte sin aliento? ¿Como si quisiera arrancarte a tiras ese horrible pijama y recorrer hasta el último milímetro de tu piel desnuda con mis manos? ¿Como si...?
—¡Basta!—ordenó, sonrojada, sin resuello y al borde de la taquicardia—Lo has entendido a la perfección. No me mires así.
—Caramba, Britt-Britt, no paras de dar órdenes. Habrías sido un capitán de fragata de primera—protestó con fingido enojo, al tiempo que se ponía en pie y avanzaba hacia la rubia, amenazadora.
Brittany echó la silla hacia atrás y se levantó a su vez a toda prisa:
—No me mires así, no quiero hablar de eso, no deseo volver a acostarme contigo, no me interesa una relación...
A medida que la pelinegra se acercaba, la rubia retrocedía sin perderla de vista, hasta que tropezó con el sofá y cayó de espaldas sobre él. Entonces, Santana se inclinó sobre ella y apoyó las manos sobre el respaldo del sillón, a ambos lados de su cabeza, de manera que quedó inmovilizada y con el rostro a menos de diez centímetros del rostro de la morena.
—Ya estoy cansada. Ahora voy a ser yo la que dé las órdenes.
Los ardientes ojos oscuros amenazaban con derretirla y la pobre Brittany, incapaz de moverse o protestar, se perdió en ellos, la morena continuo:
—Voy a besarte, voy a acariciarte de arriba abajo, de abajo arriba, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda hasta que me aprenda el relieve de tu cuerpo de memoria, voy a hacerte el amor y voy a casarme contigo. En ese orden.
La ojiauzl la miró atónita.
—¿Casarnos? Estás loca...
—Has oído bien. Nos vamos a casar, Bree necesita una segunda mamá.
Brittany se revolvió tratando de liberarse y le lanzó una mirada cargada de
indignación.
—¡Suéltame! Si buscas otra mamá para tu hija, no dudo que habrá un montón de mujeres que se ofrecerán voluntarias para el puesto. Pídeselo a
la castaña alta esa que te acosa.
—Es imposible. Bree no la soporta. En cambio tú le caes muy bien.
No podía creer lo que estaba oyendo y sus iris azules despedían chispas homicidas.
—¡Déjame salir de aquí de una vez, Santana! ¡No pienso casarme contigo y menos para convertirme en mamá de una adolescente! Quiero mucho a Bree, es una niña encantadora, pero nunca me casaría por esa razón. En realidad, no pienso casarme por esa razón ni por ninguna otra. El matrimonio se acabó para mí. He estado casada muchos años y mira cómo ha resultado. ¡No me casaré nunca! ¡Jamás!
Para levantarse del sillón tenía que empujar el pecho de la pelinegra, pero lo último que deseaba era tocar aquella piel que desprendía un calor abrasador incluso a través de la tela de la ropa.
—Britt, Britt...
Tuvo la desfachatez de chasquear la lengua contra el paladar y continuó en un tono sereno y desganado, como si se dirigiera a otra adolescente rebelde:
—No quieres enterarte, ¿verdad? No te estoy pidiendo que te cases conmigo. ¡Es una orden!
—¡Esto sí que es un caso claro de enajenación total y absoluta! ¡Vete de mi casa!
Nunca había sido una persona violenta pero, en ese momento, la palma de su mano ardía con el deseo de estrellarse contra ese rostro atractivo y borrar de golpe su sonrisa burlona.
—¿Es eso cierto, Britt? ¿Quieres que me vaya? Sólo tienes que decírmelo y lo haré.
Brittany se asomó a esos ojos castaños que le hacían perder el seso; observó aquellos labios, carnosos y seductores, separados de su boca por apenas unos pocos centímetros y tuvo que tragar saliva un par de veces antes de contestar en un murmullo casi inaudible:
—Vete.
En vez de obedecerla, la morena se acercó aún más y con la punta de la lengua dibujó el perfil de sus labios con morosidad, en una caricia sensual y
provocadora que anuló su voluntad por completo.
Con las manos apoyadas sobre el respaldo del sofá, a ambos lados de su cabeza, tan sólo la tocaba con la boca pero, para Brittany, era como si la hubiera sujetado con unos grilletes clavados en la pared.
Incapaz de apartarse de aquella dulce tortura, no pudo reprimir el gemido de deseo que subió a su garganta. Al oírlo, Santana sonrió contra sus labios y siguió besándola con pericia durante lo que a la rubia se le antojó un siglo.
Luego se separó con lentitud y, una vez más, no pudo evitar una sonrisa al oír el sonido de protesta que emitió la más joven.
Muy despacio, Brittany abrió los párpados.
Sus ojos azules reflejaban a la perfección el deseo que inundaba los ojos oscuros y tan sólo fue capaz de decir, casi sin aliento:
—Dijiste... dijiste que si te decía que te fueras lo... lo harías.
—Te mentí.
—Una vez más—la miró con expresión de disgusto—Para ser médico mientes mucho.
—Lo sé. Es una tara que tengo. Hay gente que acumula desperdicios en su casa, otros coleccionan dientes de leche... yo miento. En realidad, debo admitir que no es la única mentira que te he contado hoy—confesó en tono contrito.
Brittany reprimió una sonrisa y respondió, severa:
—¡Suéltalo de una vez!
—No te importa que me ponga cómoda, ¿verdad?, me está empezando a doler la espalda—sin esperar su permiso se sentó en el sofá y con un rápido movimiento la colocó sobre su regazo—Así está mucho mejor—afirmó, al tiempo que hundía la nariz en los fragantes cabellos color oro y aspiraba con fuerza.
Brittany agarró su cabeza y la apartó con firmeza, aunque no pudo evitar que sus dedos se enredaran durante unos segundos en las suaves ondas oscuras de su nuca.
—Venga, confiesa tus pecados y la hermana Brittany tendrá compasión de ti. O no.
Santana enmarcó el bonito rostro entre sus manos, clavó sus ojos en los suyos y se puso muy seria.
—Antes, cuando te he dicho que quería casarme contigo para darle otra mamá a Bree, te he mentido.
—Ah, ¿sí?—las palabras salieron con dificultad de su garganta, repentinamente seca.
—Sí. En realidad ha sido una gran mentira.
—Entonces, ¿ya no deseas casarte conmigo?
A pesar de que la idea del matrimonio le producía sarpullido, no pudo evitar sentirse desilusionada.
—No.
—¿No?—repitió con un hilo de voz.
—No, la mentira no es ésa.
Alzó los ojos al cielo, exasperada.
—¿Entonces?
—La verdadera razón por la que deseo casarme contigo es porque te quiero.
Al oírlo, el corazón de Brittany se aceleró al máximo y, una vez más, comenzaron sus problemas respiratorios.
—¿Me quieres?
—Te quiero—repitió muy seria, sin apartar la mirada de ella.
—A ti lo que te pasa es que quieres llevarme al huerto—los ojos azules brillaron, desconfiados.
—También.
—Nos hemos visto en contadas ocasiones, casi no nos conocemos.
—Te conozco lo suficiente.
—Es sólo sexo—afirmó, convencida.
—Es sexo y es amor—declaró con firmeza.
—Estás reaccionando como una adolescente con subidón hormonal. En realidad es sólo sexo—repitió como si tratara de persuadirse a sí misma.
—Está claro que me veré obligada a convencerte, señorita escéptica—replicó Santana, muy decidida.
Brittany se cruzó de brazos y la miró desafiante.
—Dudo que lo consigas, ¿qué pretendes hacer?
—Muy sencillo. Voy a hacer, exactamente, lo que te he dicho antes. Voy a besarte, voy a acariciarte de arriba abajo y voy a hacerte el amor con furia y, cuando terminemos, te pediré que te cases conmigo y tú aceptarás.
Lo dijo con tanta seguridad que la rubia se la quedó mirando boquiabierta.
—Estás loca—afirmó al fin.
—Por ti.
—No me casa...
—¡Basta de cháchara!—ordenó, autoritaria, luego atrajo el rostro de Brittany hacia sí y puso fin a sus protestas de manera expeditiva.
En cuanto la boca se posó sobre la suya, Brittany se olvidó de sus reparos y de sus miedos.
Profundamente excitada, volvió a enredar sus dedos en los cabellos oscuros y la acercó aún más; se sentía como si hubieran pasado años, en vez de minutos, desde la última vez que se besaron.
La boca de la médico tenía un extraño poder adictivo y ella se había vuelto completamente dependiente.
De pronto, notó que Santana introducía su mano bajo la camisa del pijama y, al notar la calidez de sus dedos encima de su pecho, se sintió enloquecer.
El estado de la doctora no era mucho mejor: en cuanto notó bajo su palma la piel delicada de su seno y la forma en que el pezón se irguió al instante al tocarlo con la yema del dedo, pensó que explotaría cuando hacía el amor por primera vez.
Jadeante, apretó los brazos en torno a su cuerpo y, con un poderoso impulso, se levantó del sofá sosteniéndola en alto.
—Lo siento, Britt. Quería que... quería que esta vez fuera lento, deseaba... recorrer tu cuerpo sin prisa con mis manos y mi boca, pero... no puedo más—confesó con voz entrecortada.
—Así que va a ser un «aquí te pillo, aquí te mato»...—susurró, provocativa, con los brazos estrechamente enlazados alrededor de su cuello, sin dejar de salpicar de besos y suaves mordiscos la sensible zona de su cuello.
—Exactamente.
Sin perder ni un segundo, la arrojó en la cama y se lanzó sobre la rubia. Con poca delicadeza le quitó la camisa del pijama por la cabeza, y un par de botones salieron disparados en distintas direcciones.
—Ya sabía yo que este pijama era demasiado provocativo—comentó Brittany con mansedumbre mientras la ayudaba a su vez a despojarse a toda
prisa de la ropa.
—Lo más sexy que he visto jamás—su voz sonó áspera antes de inclinarse, hambrienta, sobre sus pechos desnudos.
Al notar esa lengua incitante, primero sobre uno de sus pechos y luego sobre el otro, a Brittany se le quitaron las ganas de seguir hablando, así que hundió sus dedos en los cabellos oscuros y la atrajo aún más hacia sí.
Como si les hubieran anunciado que quedaban dos minutos para que se acabara el mundo, se despojaron la una a la otra del resto de sus ropas, frenéticas, y mucho antes de que acabara el plazo Santana estaba unida a Brittany y las dos cabalgaban en pos de un placer que, increíblemente, fue aún más intenso que el que compartieron la primera vez.
Estrechamente abrazadas, sudorosas y saciadas al fin, se miraron a los ojos, sonrientes.
—Prometo que la próxima vez trataré de sea más lento y sensible—murmuró Santana, al tiempo que se alzaba un poco sobre sus antebrazos y depositaba un beso lleno de ternura en su frente.
—A pesar de todo, no ha estado tan mal—admitió con aparente desinterés.
—Caramba, Britt-Britt, tú sí que sabes mimar el ego. En fin, creo que ha llegado el momento.
—Mmm—respondió, somnolienta.
—Nada de quedarse dormida. Ahora es cuando yo te pregunto: «¿Quieres casarte conmigo, Brittany?», y tú me contestas: «Por supuesto que sí, Santana, he caído de lleno en tu trampa. Eres una mujer muy inteligente».
—¿Y eso?—sus labios esbozaron una sonrisa perezosa.
—Mi querida Britt-Britt, estabas tan entusiasmada con mis habilidades amatorias que si te pidiera un hijo tu me dirías que si he iríamos de inmediato para hacerlos el tratamiento.
Santana había pensado que la rubia no se sentiría muy feliz ante idea, pero lo último que esperaba era que le respondiera con una risilla perversa.
—Inocente—la miró perpleja y la rubia prosiguió, muy divertida—Querida doctora, admítelo, he sido yo la que te ha tendido una trampa maquiavélica...
—¿Y eso?—repitió sus palabras mientras contemplaba, fascinada, los chispeantes ojos azules que relucían, traviesos.
—Llevo años deseando tener un hijo. Un tratamiento sería lo mejor.
A Santana le costaba creer que se pudiera ser más feliz de lo que se había sentido segundos antes, pero así fue.
—Así que solo me usarías para tener óvulos y mis facultades de doctora, ¿no?—frunció el ceño y la miró con fingido reproche, en tanto enredaba y desenredaba un suave mechón rubio en su dedo índice.
—Ajá.
—Entonces, ¿te casarás conmigo sólo por eso?—preguntó sin dejar de juguetear con su pelo.
—Bueno, está también la otra cosa—Brittany utilizó su tono más displicente.
—¿Qué otra cosa?
—Que te quiero.
Se inclinó sobre sus labios y la besó una vez más.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,...
al fin san jugo con toda la artillería,.. a matar o morir!!!
ame el consejo de bee,.. para san y su nueva mama jajaja
nos vemos!!!
al fin san jugo con toda la artillería,.. a matar o morir!!!
ame el consejo de bee,.. para san y su nueva mama jajaja
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Asi se hace Lopez, matar o morir, mejor imposible!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
jajajaj buen consejo ir al frente sin perder tiempo!!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,...
al fin san jugo con toda la artillería,.. a matar o morir!!!
ame el consejo de bee,.. para san y su nueva mama jajaja
nos vemos!!!
Hola lu, jajjajajaajaj si! y como iba a perder, no¿? jajaajajajaj. Aii si esa mini lopez lo hizo bn jajaajajaj. Saludos =D
micky morales escribió:Asi se hace Lopez, matar o morir, mejor imposible!!!!
Hola, jajajajaaj si!!! bravo, bravo! ajajajajajaja. Con todo! No, vrdd¿? ajajajajaj. Saludos =D
monica.santander escribió:jajajaj buen consejo ir al frente sin perder tiempo!!!!!
Saludos
Hola, jajajajaajajaj y q mejor¿? osea mira como les fue ajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte I
Epílogo - Parte I
Cuatro Años y Medio Después…
—Me siento como una acaudalada terrateniente que contempla, orgullosa, sus dominios.
—En realidad es para estar orgullosa, es increíble lo que has conseguido en tan poco tiempo.
La llegada de la primavera era palpable en los campos; la tierra fértil empezaba a dar fruto, y los brotes de color verde brillante se alineaban en ordenadas hileras hasta donde alcanzaba la vista.
—Sabes que nada de esto habría sido posible sin ti—los ojos marrones de Emily relucieron llenos de amor al posarse en el precioso rostro de la mujer que permanecía en pie a su lado.
—Deja de hacerte la modesta, pasar del trapicheo con marihuana a esto—Hanna hizo un gesto que abarcó todo lo que la rodeaba—No es algo que pueda hacer cualquiera.
—¡Shh! Ya sabes que dicen que pueden oírlo todo, y te recuerdo que ya sólo fumo en mis cumpleaños—Emily se arrodilló encima de la tierra parda sin importarle lo más mínimo que estuviera embarrada, agarró el redondeado vientre de Hanna entre sus manos y empezó a hablar con él—No hagas ningún caso, enano, a mami se le ha subido la infusión de camomila con pétalos de rosa del desayuno a la cabeza. Mamá es ahora una respetable agricultora—con delicadeza, alzó la amplia blusa de algodón y depositó una ristra de besos sobre la piel tirante de su vientre.
Hanna soltó un suspiro de placer, alzó la cara y cerró los ojos para recibir los tibios rayos de ese sol amistoso mientras acariciaba los largos cabellos de su esposa.
Era increíble cómo había cambiado su vida en apenas cuatro años y medio, pensó.
Aún no entendía cómo se las había apañado Emily para convencerla de que se casara con ella y se fueran a vivir a una modesta casita de campo a las afueras de Aranjuez, donde su esposa se ocupaba de su floreciente negocio de venta de frutas y hortalizas de primera calidad a restaurantes de lujo.
Y lo más curioso era que estaba encantada con su nueva existencia.
Tenía un pequeño local en aquella ciudad agradable y hermosa especializado en terapias y tratamientos reiki, en el que, además, vendía lociones y cremas que ella misma elaboraba con las hierbas medicinales que cultivaba en su pequeño huerto.
Había abierto hacía menos de un año y ya tenía una numerosa clientela. De hecho, había tenido que contratar a una ayudante, ya que en pocas semanas nacería su hijo y deseaba criarlo de una forma completamente natural, con leche materna, ropa ecológica y, por supuesto, pañales de tela; no pensaba contribuir a asfixiar el planeta a base de celulosa que tardaba quinientos años en desintegrarse.
Emily, en cambio, no estaba muy convencida, pero ya se encargaría ella de persuadirla.
En ese momento, su esposa se incorporó, la tomó entre sus brazos y empezó a besarla apasionadamente, y ella se olvidó de todo lo que no fueran aquellos labios, tiernos y ávidos, que desde la primera vez que se posaron sobre los suyos le habían hecho perder la razón.
En cuanto logró recuperar el aliento, la morena apoyó la frente sobre la suya y susurró ronco de deseo:
—Hann, volvamos a casa, creo que te vendría bien que te diera un masaje con ese fabuloso aceite de almendras que preparas.
—Me has leído el pensamiento, Emy. Justo acabo de sufrir un calambre—la miró con picardía y caminó en dirección al coche, que estaba aparcado a un lado del camino de tierra.
Emily permaneció un rato contemplando a su mujer, cuyo abultado vientre parecía demasiado pesado para su cuerpo diminuto y delicado, y pensó que, si la gente pudiera explotar por exceso de amor, ella saltaría en pedazos en ese mismo instante.
A pesar de su impaciencia, condujo con cuidado esquivando lo mejor que pudo los molestos baches del camino.
—Te pondrás el vestido ese bien apretadito esta noche para la entrega de premios, ¿no?
A Hanna le faltó relamerse cuando la miró y Emily, muy ufana, se sintió la mujer más atractiva del planeta Tierra, después de su esposa.
—Tus deseos son órdenes, mi Hann—respondió al tiempo que alargaba el brazo, entrelazaba sus dedos con los dedos de la rubia y alzaba su mano hasta sus labios.
—Conociendo a Brittany, tiene que estar de los nervios, y no quiero contarte cómo estará mi mamá, que ha aceptado quedarse a cuidar de los mellizos; bueno, de Lucifer y Belcebú, como los ha rebautizado. Menos mal que Antonio tiene buena mano con los niños.
Después de varias negativas, Brittany había logrado publicar su novela, que pasó con más pena que gloria por las librerías; sin embargo, un ejemplar había caído en manos Artie Abrams, el vecino del 4.º izquierda, quien, nada más acabarla y sin importarle que el sol aún estuviera alto en el horizonte, había subido corriendo los cuatro tramos de escalera que los separaban y se había presentado en su piso para convencerla de que adaptara su obra a un guion cinematográfico.
Incluso Sue Sylvester —encantada de volver al mundillo, aunque en esta ocasión fuera entre bambalinas— había intervenido en la realización con valiosos consejos y, a partir de ahí, había surgido la serie animada «El asesino del cortapizza», que había batido todos los índices de audiencia y que no había parado de recibir premios.
Ahora estaba nominada a los Goya y, desde que había recibido la noticia, Brittany flotaba en una nube de la que sólo su esposa, de la que cada día se sentía más enamorada, y sus hijos, a base de sustos que le quitaban años de vida, conseguían bajarla de vez en cuando.
Bree había recibido entusiasmada la noticia de que iba a tener dos hermanos de golpe.
Nunca le había gustado ser hija única y le encantaba ocuparse de ellos; en realidad, era la única persona, después de sus madres, a la que los mellizos respetaban y nunca le metían cucarachas muertas en su cama ni le escondían los zapatos, bromas de dudoso gusto de las que la pobre Mercedes, en cambio, no se libraba; aunque, para alivio de Brittany, lo llevaba con resignación.
Como también lo hacía Pongo, que sufría un grave conflicto de personalidad, ya que, de la noche a la mañana, había pasado de ser un perro a convertirse en un manso corcel.
Quinn y Rachel, que acababan de volver de Milán con su hija Kitty —«la niña más cool del mundo mundial después de Suri Cruise», en palabras de Bree—, también asistirían a la ceremonia de entrega de premios.
—¿Has pensado ya en algún nombre?—Emily se vio obligada a soltarle la mano para cambiar de marcha.
—Estoy barajando varios—apretó la mano contra su tripa y notó el bulto de un pequeño pie—¿Qué te parece Mahatma, en honor a Gandhi?
Emily empezó a sudar, pero trató de conservar la calma y contestó en tono sereno:
—Cariño, en mi colegio había un niño, un tal Genovevo, que era como el saco de las hostias. Todo el que pasaba a su lado le soltaba una colleja, y eso que ni siquiera era el empollón de la clase. No querrás que nuestro hijo
venga al mundo con un mal karma, ¿verdad?
—Entonces, ¿no te convence?—Hanna reprimió una sonrisa; le encantaba tomarle el pelo a su esposa—Bueno, tengo otro nombre en la recámara, pero es más vulgar.
Emily cerró los ojos durante un segundo, asustada.
—Dispara.
—He pensado que... tal vez podríamos llamarlo... ¿qué te parece...?
—¡Dilo de una vez!—se agarró con fuerza al volante.
—Ezra.
—¿Ezra?—Emily no podía creerlo.
—Sí, Ezra, ¿qué opinas?
—¡Ezra! Es cortito y no es el típico nombre que la gente le pone a su perro.
—¿Es eso un sí?—preguntó, burlona.
Al ver que su esposa enfilaba directo al arcén de la solitaria carretera que conducía hasta su casa, añadió:
—¿Por qué paramos?
—Necesito besarte y no quiero que nos matemos.
Emily se soltó el cinturón de seguridad, echó hacia atrás el asiento hasta que llegó al tope, se inclinó sobre la rubia y, con un movimiento fluido, la colocó sobre su regazo.
Luego posó una mano sobre la voluminosa barriga mientras que con la otra sujetaba la nuca, la atrajo hacia sí y la besó con vehemencia.
Hanna, que estaba incapacitada biológicamente para resistirse a sus caricias, enredó al instante los brazos alrededor de su cuello y le devolvió el beso con frenesí.
Al cabo de muchos, muchos minutos, con la mano posada sobre uno de los hinchados pechos de su mujer, Emily murmuró con voz ronca:
—Olvídate del masaje. ¿Cuánto tiempo hace que una embarazada respetable como tú no hace el amor en un coche tan chulo como éste?
Hanna apoyó la cabeza en su hombro, jadeante, y contestó:
—Una semana y tres días, exactamente.
—Bueno eso es demasiado tiempo—afirmó al tiempo que se inclinaba una vez más sobre su boca y atrapaba sus labios entre los suyos.
—En realidad es para estar orgullosa, es increíble lo que has conseguido en tan poco tiempo.
La llegada de la primavera era palpable en los campos; la tierra fértil empezaba a dar fruto, y los brotes de color verde brillante se alineaban en ordenadas hileras hasta donde alcanzaba la vista.
—Sabes que nada de esto habría sido posible sin ti—los ojos marrones de Emily relucieron llenos de amor al posarse en el precioso rostro de la mujer que permanecía en pie a su lado.
—Deja de hacerte la modesta, pasar del trapicheo con marihuana a esto—Hanna hizo un gesto que abarcó todo lo que la rodeaba—No es algo que pueda hacer cualquiera.
—¡Shh! Ya sabes que dicen que pueden oírlo todo, y te recuerdo que ya sólo fumo en mis cumpleaños—Emily se arrodilló encima de la tierra parda sin importarle lo más mínimo que estuviera embarrada, agarró el redondeado vientre de Hanna entre sus manos y empezó a hablar con él—No hagas ningún caso, enano, a mami se le ha subido la infusión de camomila con pétalos de rosa del desayuno a la cabeza. Mamá es ahora una respetable agricultora—con delicadeza, alzó la amplia blusa de algodón y depositó una ristra de besos sobre la piel tirante de su vientre.
Hanna soltó un suspiro de placer, alzó la cara y cerró los ojos para recibir los tibios rayos de ese sol amistoso mientras acariciaba los largos cabellos de su esposa.
Era increíble cómo había cambiado su vida en apenas cuatro años y medio, pensó.
Aún no entendía cómo se las había apañado Emily para convencerla de que se casara con ella y se fueran a vivir a una modesta casita de campo a las afueras de Aranjuez, donde su esposa se ocupaba de su floreciente negocio de venta de frutas y hortalizas de primera calidad a restaurantes de lujo.
Y lo más curioso era que estaba encantada con su nueva existencia.
Tenía un pequeño local en aquella ciudad agradable y hermosa especializado en terapias y tratamientos reiki, en el que, además, vendía lociones y cremas que ella misma elaboraba con las hierbas medicinales que cultivaba en su pequeño huerto.
Había abierto hacía menos de un año y ya tenía una numerosa clientela. De hecho, había tenido que contratar a una ayudante, ya que en pocas semanas nacería su hijo y deseaba criarlo de una forma completamente natural, con leche materna, ropa ecológica y, por supuesto, pañales de tela; no pensaba contribuir a asfixiar el planeta a base de celulosa que tardaba quinientos años en desintegrarse.
Emily, en cambio, no estaba muy convencida, pero ya se encargaría ella de persuadirla.
En ese momento, su esposa se incorporó, la tomó entre sus brazos y empezó a besarla apasionadamente, y ella se olvidó de todo lo que no fueran aquellos labios, tiernos y ávidos, que desde la primera vez que se posaron sobre los suyos le habían hecho perder la razón.
En cuanto logró recuperar el aliento, la morena apoyó la frente sobre la suya y susurró ronco de deseo:
—Hann, volvamos a casa, creo que te vendría bien que te diera un masaje con ese fabuloso aceite de almendras que preparas.
—Me has leído el pensamiento, Emy. Justo acabo de sufrir un calambre—la miró con picardía y caminó en dirección al coche, que estaba aparcado a un lado del camino de tierra.
Emily permaneció un rato contemplando a su mujer, cuyo abultado vientre parecía demasiado pesado para su cuerpo diminuto y delicado, y pensó que, si la gente pudiera explotar por exceso de amor, ella saltaría en pedazos en ese mismo instante.
A pesar de su impaciencia, condujo con cuidado esquivando lo mejor que pudo los molestos baches del camino.
—Te pondrás el vestido ese bien apretadito esta noche para la entrega de premios, ¿no?
A Hanna le faltó relamerse cuando la miró y Emily, muy ufana, se sintió la mujer más atractiva del planeta Tierra, después de su esposa.
—Tus deseos son órdenes, mi Hann—respondió al tiempo que alargaba el brazo, entrelazaba sus dedos con los dedos de la rubia y alzaba su mano hasta sus labios.
—Conociendo a Brittany, tiene que estar de los nervios, y no quiero contarte cómo estará mi mamá, que ha aceptado quedarse a cuidar de los mellizos; bueno, de Lucifer y Belcebú, como los ha rebautizado. Menos mal que Antonio tiene buena mano con los niños.
Después de varias negativas, Brittany había logrado publicar su novela, que pasó con más pena que gloria por las librerías; sin embargo, un ejemplar había caído en manos Artie Abrams, el vecino del 4.º izquierda, quien, nada más acabarla y sin importarle que el sol aún estuviera alto en el horizonte, había subido corriendo los cuatro tramos de escalera que los separaban y se había presentado en su piso para convencerla de que adaptara su obra a un guion cinematográfico.
Incluso Sue Sylvester —encantada de volver al mundillo, aunque en esta ocasión fuera entre bambalinas— había intervenido en la realización con valiosos consejos y, a partir de ahí, había surgido la serie animada «El asesino del cortapizza», que había batido todos los índices de audiencia y que no había parado de recibir premios.
Ahora estaba nominada a los Goya y, desde que había recibido la noticia, Brittany flotaba en una nube de la que sólo su esposa, de la que cada día se sentía más enamorada, y sus hijos, a base de sustos que le quitaban años de vida, conseguían bajarla de vez en cuando.
Bree había recibido entusiasmada la noticia de que iba a tener dos hermanos de golpe.
Nunca le había gustado ser hija única y le encantaba ocuparse de ellos; en realidad, era la única persona, después de sus madres, a la que los mellizos respetaban y nunca le metían cucarachas muertas en su cama ni le escondían los zapatos, bromas de dudoso gusto de las que la pobre Mercedes, en cambio, no se libraba; aunque, para alivio de Brittany, lo llevaba con resignación.
Como también lo hacía Pongo, que sufría un grave conflicto de personalidad, ya que, de la noche a la mañana, había pasado de ser un perro a convertirse en un manso corcel.
Quinn y Rachel, que acababan de volver de Milán con su hija Kitty —«la niña más cool del mundo mundial después de Suri Cruise», en palabras de Bree—, también asistirían a la ceremonia de entrega de premios.
—¿Has pensado ya en algún nombre?—Emily se vio obligada a soltarle la mano para cambiar de marcha.
—Estoy barajando varios—apretó la mano contra su tripa y notó el bulto de un pequeño pie—¿Qué te parece Mahatma, en honor a Gandhi?
Emily empezó a sudar, pero trató de conservar la calma y contestó en tono sereno:
—Cariño, en mi colegio había un niño, un tal Genovevo, que era como el saco de las hostias. Todo el que pasaba a su lado le soltaba una colleja, y eso que ni siquiera era el empollón de la clase. No querrás que nuestro hijo
venga al mundo con un mal karma, ¿verdad?
—Entonces, ¿no te convence?—Hanna reprimió una sonrisa; le encantaba tomarle el pelo a su esposa—Bueno, tengo otro nombre en la recámara, pero es más vulgar.
Emily cerró los ojos durante un segundo, asustada.
—Dispara.
—He pensado que... tal vez podríamos llamarlo... ¿qué te parece...?
—¡Dilo de una vez!—se agarró con fuerza al volante.
—Ezra.
—¿Ezra?—Emily no podía creerlo.
—Sí, Ezra, ¿qué opinas?
—¡Ezra! Es cortito y no es el típico nombre que la gente le pone a su perro.
—¿Es eso un sí?—preguntó, burlona.
Al ver que su esposa enfilaba directo al arcén de la solitaria carretera que conducía hasta su casa, añadió:
—¿Por qué paramos?
—Necesito besarte y no quiero que nos matemos.
Emily se soltó el cinturón de seguridad, echó hacia atrás el asiento hasta que llegó al tope, se inclinó sobre la rubia y, con un movimiento fluido, la colocó sobre su regazo.
Luego posó una mano sobre la voluminosa barriga mientras que con la otra sujetaba la nuca, la atrajo hacia sí y la besó con vehemencia.
Hanna, que estaba incapacitada biológicamente para resistirse a sus caricias, enredó al instante los brazos alrededor de su cuello y le devolvió el beso con frenesí.
Al cabo de muchos, muchos minutos, con la mano posada sobre uno de los hinchados pechos de su mujer, Emily murmuró con voz ronca:
—Olvídate del masaje. ¿Cuánto tiempo hace que una embarazada respetable como tú no hace el amor en un coche tan chulo como éste?
Hanna apoyó la cabeza en su hombro, jadeante, y contestó:
—Una semana y tres días, exactamente.
—Bueno eso es demasiado tiempo—afirmó al tiempo que se inclinaba una vez más sobre su boca y atrapaba sus labios entre los suyos.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,...
definitivamente em se salio con la suya jajaja
me encanta que todas armaron su famiia,...
que bueno lo de britt y su novela,.. y sobretodo los bebes lindos apodos por la abu jajaj
nos vemos!!
definitivamente em se salio con la suya jajaja
me encanta que todas armaron su famiia,...
que bueno lo de britt y su novela,.. y sobretodo los bebes lindos apodos por la abu jajaj
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Jajajajajaja por fin Em logro su cometido, ahora es una respetable agricultora y tiene la familia que deseaba!!!
Y las brittana con dos pequeños! Jajaja por mas que Britt se hilera del rogar ya estaba perdida por San.
Lo bueno es que la doctora siguió el consejo de su hija!!
Y las brittana con dos pequeños! Jajaja por mas que Britt se hilera del rogar ya estaba perdida por San.
Lo bueno es que la doctora siguió el consejo de su hija!!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
El que persevera alcanza, y Emily lo logro al fin, ahora a esperar la entrega de premios y si hay algo de la vida en familia de san y britt la portera!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,...
definitivamente em se salio con la suya jajaja
me encanta que todas armaron su famiia,...
que bueno lo de britt y su novela,.. y sobretodo los bebes lindos apodos por la abu jajaj
nos vemos!!
Hola lu, jajaja si ajaja y q mejor¿? ajajajajajaja. Y a mi tmbn! ajajajajaja bn ai!!! ajajajajajajajajajaja. Si, todo mejoro! AI q emocion! ajajajaj q emoción jajaajajaj. Saludos =D
JVM escribió:Jajajajajaja por fin Em logro su cometido, ahora es una respetable agricultora y tiene la familia que deseaba!!!
Y las brittana con dos pequeños! Jajaja por mas que Britt se hilera del rogar ya estaba perdida por San.
Lo bueno es que la doctora siguió el consejo de su hija!!
Hola, jajaja si! el q la sigue al consiguen, no¿? jajajaajajajajaj que es lo mejor! SI! ajajajajaj que mejor¿? JAjajajajaajajaj xD jajajaajajaj si q si ajajajjaajajajaj. Jajajajajajaaj que mejor¿? osea l@s siempre tienen la razón... o casi xD Saludos =D
micky morales escribió:El que persevera alcanza, y Emily lo logro al fin, ahora a esperar la entrega de premios y si hay algo de la vida en familia de san y britt la portera!!!!!
Hola, eso mismo digo digo yo jaajajajajajaja. JAjajajaaj fue lo mejro q paso! ajajaj a todas! ajajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Epílogo Parte II
Nueve Horas Más Tardes…
Brittany salió del cuarto de baño colocándose uno de los espectaculares pendientes de oro blanco con diamantes negros y blancos que Santana le había regalado tras el nacimiento de los mellizos.
Divertida, notó que su esposa, con los ojos fijos en ella, fracasaba, una y otra vez, en el intento de meter uno de sus aretes por el orificio de su oreja.
—¿Puedes subirme la cremallera, por favor?—preguntó con un mohín provocativo.
Santana dejó caer el arete sobre la mesilla de noche, impaciente, y con un brillo ardiente en sus ojos oscuros se acercó a la rubia en dos zancadas y preguntó con voz ronca:
—¿Le he dicho ya, señora López-Pierce, que es usted la mujer más hermosa del universo?
—Creo recordar que unas cuantas veces, pero no se preocupe, doctora Pierce-López, por mí puede repetirlo siempre que quiera, ya sabe que me encanta oírlo...
Se dio la vuelta y la morena no pudo contener un jadeo ahogado ante la visión de aquella espalda espectacular que el vertiginoso escote del vestido de noche dejaba casi totalmente al descubierto.
Con dedos torpes y algo temblorosos sujetó la cremallera, pero, antes siquiera de subir un solo centímetro, la otra mano, que había decidido ir por libre, apartó el tirante bordado con pedrería y dejó al descubierto un hombro sedoso.
Incapaz de resistirse ante aquella apetitosa visión, Santana bajó la cabeza y empezó a mordisquear con suavidad la delicada piel.
—¡Sanny, por favor, no me hagas esto! ¡No vamos a llegar!—suplicó Brittany, aunque, a juzgar por la manera en que se apartó la melena para facilitarle el acceso a ese punto tan erótico justo debajo del lóbulo de su oreja que su esposa conocía tan bien, lo hacía con la boca pequeña.
Al sentir la mano sobre su pecho desnudo y el intenso calor de aquel cuerpo firme contra sus caderas, soltó un suspiro cargado de deseo y volvió a pensar, como había hecho mil veces durante los últimos años, que aquellos habilidosos dedos de cirujana estaban llenos de magia.
—Mmm... No llevas sujetador—susurró en su oído, sin dejar de acariciarla.
—Es que es... imposible... con... ¡oh, Dios mío!... el... el escote de ¡ah!... este vestido—casi no sabía lo que decía, pero al notar la forma en que aquellos dedos curiosos descendían por dentro del vestido a lo largo de su costado y seguían bajando, y bajando, y bajando... su capacidad para enhebrar ni siquiera un pensamiento coherente desapareció de un plumazo y, muy excitada, se pegó aún más a la morena.
El golpeteo de un puño contra la puerta cerrada las sacó de sopetón de aquel universo paralelo en el que lo único que existía eran ellas dos y la intensa pasión que las envolvía con la densidad de una niebla otoñal.
Brittany escuchó la trabajosa respiración de su esposa mientras terminaba de subir la cremallera de su vestido, y su propia voz, jadeante y temblorosa, le sonó extraña al preguntar:
—¿Sí...? ¿Qué... qué ocurre?
—¿Lo ves, Whitney? No puede ni hablar, te dije que fijo que se estaban liando.
La voz de Bree atravesó la hoja de madera con claridad, y su mamá no pudo ocultar una enorme sonrisa al ver la forma en que las mejillas de Brittany enrojecían con furia bajo el maquillaje.
—¡Britty, hija, no hay tiempo para hacer lo que sea que están haciendo!—gritó su mamá, y subrayó—Y, que conste, que no tengo el menor interés de saber lo que es, ¿eh? En fin, que las esperan en el Centro de Convenciones en tres cuartos de hora, pero antes tienen que enfrentaros a un código rojo.
Brittany miró a su esposa a ver si estaba decente.
Con aquel vestido negro hecho a medida, sus curvas mejor dicho, estaba para empujarla encima de la cama y violarla media docena de veces; sin embargo, con un esfuerzo sobrehumano puso freno a aquel instinto de depredador sexual que la asaltaba cada vez que posaba la vista en la morena, le hizo un gesto con el dedo para que se acomodara un poco el vestido antes es de ir a abrir la puerta.
—Para tu información, mi querida Bree—trató de aparentar tranquilidad al dirigirse a su hijastra, que estaba preciosa con el vestido largo de color verde que habían comprado juntas para la ocasión—, Y aunque no es de tu incumbencia, te diré que tu mamá y yo no estábamos haciendo cochinadas.
Brittany cruzó los dedos detrás de la espalda y se alegró de no ser Pinocho.
—Ya, claro—Bree alzó una ceja con socarronería y colocó el tirante del vestido en su sitio y divertida, observó que hasta la piel del escote de Brittany se teñía de rubor—Y, por cierto, que sepas que se te ha corrido el lápiz de labios.
Muerta de vergüenza y deseosa de cambiar de tema, Brittany se volvió hacia su mamá:
—¿Cuál es la emergencia?
—Lucifer—ése era Santiago—Ha puesto el tapón en la bañera y ha abierto el grifo a plena potencia. Ha habido suerte porque Antonio se ha dado cuenta de que el pasillo estaba lleno de agua y creo que hemos llegado a tiempo de impedir que el vecino de abajo estrene una nueva gotera.
—¡Ay, Dios!
Aquélla era la respuesta habitual de Brittany cuando se enteraba de alguna de las travesuras de sus hijos.
—¡Tendrías que haberlo visto, Britt! Me lo he encontrado en traje de baño, con un cazamariposas en la mano, las gafas de bucear y las aletas puestas; según él, quería practicar la pesca submarina—Bree se moría de risa con las ocurrencias de sus hermanos pequeños.
—Y Belcebú...—su mamá hizo una pausa efectista y, al ver la forma en que casi se relamía antes de dar el parte de la última maldad de su hijo Biff, se temió lo peor—... Belcebú ha decidido convertir a Tambor en el primer «conejo bala» de la historia, así que lo ha colocado sobre la tapa del cubo de basura de la cocina y ha apretado el pedal. No sé cuántas veces lo ha disparado, pero creo que tendremos que organizar un funeral en breve.
—¡Oh, pobre Tambor!—Brittany se llevó las manos a las mejillas, horrorizada.
—Tranquila, déjame a mí—Santana, de nuevo presentable, se alejó por el pasillo en dirección a la habitación de los pequeños y ella suspiró, aliviada.
Estaba tan nerviosa que se sentía incapaz de hacerse cargo de una emergencia como aquélla.
Unos minutos después, con la situación bajo control, abandonaron la vivienda y se subieron al coche.
—¿Te has fijado, Sanny? La nueva portera es mucho peor que la anterior. En el vestíbulo había huellas de barro y nunca la veo pasar la escoba por la acera.
—Creo que el administrador jamás logrará dar con una portera tan profesional y tan espantosa como la señora Santos.
—¿De verdad era tan espantosa?—preguntó, mimosa, al tiempo que colocaba una mano sobre el muslo de su esposa y la acariciaba con suavidad.
—De verdad.
—¿Sabes qué?—siguió sin dejar de acariciarla.
—Dime—su voz sonaba más ronca.
—¿Conoces ese dicho de que las desgracias muchas veces son bendiciones disfrazadas? Siempre había pensado que era una tontería que dice la gente para consolarse, pero me he dado cuenta de que es cierto. Recuerdo la primera noche que pasé en la portería, llorando desconsolada sobre la almohada porque mi existencia, tal y como la conocía, se había venido abajo. Si alguien me hubiera dicho entonces que en ese mismo edificio encontraría al amor de mi vida, tendría tres hijos con ella y acabaría trabajando en algo que me apasiona, jamás le habría creído.
—¿El amor de tu vida?—agarró la mano que acariciaba su muslo y entrelazó los dedos con los suyos.
—El amor de mi vida, del que me vuelvo a enamorar todos y cada uno de los días que paso a su lado...
Santana hizo una brusca maniobra y aparcó a un lado de la calle. Por fortuna, no había mucho tráfico y apenas recibieron un par de bocinazos.
Sin decir una palabra, se soltó el cinturón, enredó la mano en su pelo y la atrajo hacia sí sin la menor delicadeza, aunque en el momento en que sus bocas se encontraron el beso resultó casi insoportablemente dulce.
Cuando la soltó, ambas inclinaron la cabeza a un tiempo hasta que sus frentes se tocaron y así permanecieron, muy quietas, mientras en el interior del vehículo tan sólo se oía el ritmo acelerado de sus respiraciones.
Unos minutos después, Brittany se apartó de mala gana, se atusó la revuelta melena y, al mirarse en el espejito del coche, lanzó una exclamación, horrorizada:
—¡Todo el mundo se va a dar cuenta de que nos hemos liado, como dice tu hija! Y la verdad, San, ya no tenemos edad para estas cosas; dentro de nada cumplo los treinta y cinco—protestó mientras, con dedos trémulos, buscaba la barra en el interior del pequeño clutch plateado y se retocaba los labios, para luego retocárselos a su morena.
—Bueno, con o sin edad, con o sin premio, prepárate para lo que te espera en cuanto lleguemos a casa esta noche—advirtió su esposa, amenazadora.
Y Más Tarde Aún…
Eran las cuatro de la madrugada y en la vivienda de las señoras LóPierce no se oía ni el vuelo de una mosca, aunque los ronquidos de Whitney, la mamá de Brittany, en la habitación de invitados eran otro cantar.
Bree, después de una de las noches más maravillosas de su vida, en la que incluso había posado junto a Brittany y su mamá en el photocall, soñaba, feliz, con la sonrisa de Mario Casas.
En el dormitorio contiguo, Santiago y Biff, profundamente dormidos también, se retorcían inquietos, seguramente maquinando alguna nueva travesura, mientras el viejo Pongo hacía lo propio tumbado sobre la alfombra colocada entre las dos camas; aunque, en su caso, era más probable que se tratara de una pesadilla con los mellizos como protagonistas.
En la habitación principal parecía que se hubiera producido un extraño fenómeno meteorológico y, como caídos del cielo, vestidos y dos pares de altísimos stilettos salpicaban el suelo en absoluto desorden.
El edredón caía por un lado de la cama; las sábanas, hechas un lío, estaban muy arrugadas y, sobre el colchón, una pareja, desnuda por completo, dormía fundida en un abrazo tan estrecho que hasta la melena color oro de y una de color negro se enroscaban como una atadura más.
Sobre la mesilla de noche, el busto de bronce de Goya observaba aquel lamentable espectáculo, desaprobador, a pesar de que su visión quedaba entorpecida por las delicadas prendas de raso y encaje que habías caído sobre su ojo derecho y otra a su lado izquierdo en un momento loco de la noche.
Divertida, notó que su esposa, con los ojos fijos en ella, fracasaba, una y otra vez, en el intento de meter uno de sus aretes por el orificio de su oreja.
—¿Puedes subirme la cremallera, por favor?—preguntó con un mohín provocativo.
Santana dejó caer el arete sobre la mesilla de noche, impaciente, y con un brillo ardiente en sus ojos oscuros se acercó a la rubia en dos zancadas y preguntó con voz ronca:
—¿Le he dicho ya, señora López-Pierce, que es usted la mujer más hermosa del universo?
—Creo recordar que unas cuantas veces, pero no se preocupe, doctora Pierce-López, por mí puede repetirlo siempre que quiera, ya sabe que me encanta oírlo...
Se dio la vuelta y la morena no pudo contener un jadeo ahogado ante la visión de aquella espalda espectacular que el vertiginoso escote del vestido de noche dejaba casi totalmente al descubierto.
Con dedos torpes y algo temblorosos sujetó la cremallera, pero, antes siquiera de subir un solo centímetro, la otra mano, que había decidido ir por libre, apartó el tirante bordado con pedrería y dejó al descubierto un hombro sedoso.
Incapaz de resistirse ante aquella apetitosa visión, Santana bajó la cabeza y empezó a mordisquear con suavidad la delicada piel.
—¡Sanny, por favor, no me hagas esto! ¡No vamos a llegar!—suplicó Brittany, aunque, a juzgar por la manera en que se apartó la melena para facilitarle el acceso a ese punto tan erótico justo debajo del lóbulo de su oreja que su esposa conocía tan bien, lo hacía con la boca pequeña.
Al sentir la mano sobre su pecho desnudo y el intenso calor de aquel cuerpo firme contra sus caderas, soltó un suspiro cargado de deseo y volvió a pensar, como había hecho mil veces durante los últimos años, que aquellos habilidosos dedos de cirujana estaban llenos de magia.
—Mmm... No llevas sujetador—susurró en su oído, sin dejar de acariciarla.
—Es que es... imposible... con... ¡oh, Dios mío!... el... el escote de ¡ah!... este vestido—casi no sabía lo que decía, pero al notar la forma en que aquellos dedos curiosos descendían por dentro del vestido a lo largo de su costado y seguían bajando, y bajando, y bajando... su capacidad para enhebrar ni siquiera un pensamiento coherente desapareció de un plumazo y, muy excitada, se pegó aún más a la morena.
El golpeteo de un puño contra la puerta cerrada las sacó de sopetón de aquel universo paralelo en el que lo único que existía eran ellas dos y la intensa pasión que las envolvía con la densidad de una niebla otoñal.
Brittany escuchó la trabajosa respiración de su esposa mientras terminaba de subir la cremallera de su vestido, y su propia voz, jadeante y temblorosa, le sonó extraña al preguntar:
—¿Sí...? ¿Qué... qué ocurre?
—¿Lo ves, Whitney? No puede ni hablar, te dije que fijo que se estaban liando.
La voz de Bree atravesó la hoja de madera con claridad, y su mamá no pudo ocultar una enorme sonrisa al ver la forma en que las mejillas de Brittany enrojecían con furia bajo el maquillaje.
—¡Britty, hija, no hay tiempo para hacer lo que sea que están haciendo!—gritó su mamá, y subrayó—Y, que conste, que no tengo el menor interés de saber lo que es, ¿eh? En fin, que las esperan en el Centro de Convenciones en tres cuartos de hora, pero antes tienen que enfrentaros a un código rojo.
Brittany miró a su esposa a ver si estaba decente.
Con aquel vestido negro hecho a medida, sus curvas mejor dicho, estaba para empujarla encima de la cama y violarla media docena de veces; sin embargo, con un esfuerzo sobrehumano puso freno a aquel instinto de depredador sexual que la asaltaba cada vez que posaba la vista en la morena, le hizo un gesto con el dedo para que se acomodara un poco el vestido antes es de ir a abrir la puerta.
—Para tu información, mi querida Bree—trató de aparentar tranquilidad al dirigirse a su hijastra, que estaba preciosa con el vestido largo de color verde que habían comprado juntas para la ocasión—, Y aunque no es de tu incumbencia, te diré que tu mamá y yo no estábamos haciendo cochinadas.
Brittany cruzó los dedos detrás de la espalda y se alegró de no ser Pinocho.
—Ya, claro—Bree alzó una ceja con socarronería y colocó el tirante del vestido en su sitio y divertida, observó que hasta la piel del escote de Brittany se teñía de rubor—Y, por cierto, que sepas que se te ha corrido el lápiz de labios.
Muerta de vergüenza y deseosa de cambiar de tema, Brittany se volvió hacia su mamá:
—¿Cuál es la emergencia?
—Lucifer—ése era Santiago—Ha puesto el tapón en la bañera y ha abierto el grifo a plena potencia. Ha habido suerte porque Antonio se ha dado cuenta de que el pasillo estaba lleno de agua y creo que hemos llegado a tiempo de impedir que el vecino de abajo estrene una nueva gotera.
—¡Ay, Dios!
Aquélla era la respuesta habitual de Brittany cuando se enteraba de alguna de las travesuras de sus hijos.
—¡Tendrías que haberlo visto, Britt! Me lo he encontrado en traje de baño, con un cazamariposas en la mano, las gafas de bucear y las aletas puestas; según él, quería practicar la pesca submarina—Bree se moría de risa con las ocurrencias de sus hermanos pequeños.
—Y Belcebú...—su mamá hizo una pausa efectista y, al ver la forma en que casi se relamía antes de dar el parte de la última maldad de su hijo Biff, se temió lo peor—... Belcebú ha decidido convertir a Tambor en el primer «conejo bala» de la historia, así que lo ha colocado sobre la tapa del cubo de basura de la cocina y ha apretado el pedal. No sé cuántas veces lo ha disparado, pero creo que tendremos que organizar un funeral en breve.
—¡Oh, pobre Tambor!—Brittany se llevó las manos a las mejillas, horrorizada.
—Tranquila, déjame a mí—Santana, de nuevo presentable, se alejó por el pasillo en dirección a la habitación de los pequeños y ella suspiró, aliviada.
Estaba tan nerviosa que se sentía incapaz de hacerse cargo de una emergencia como aquélla.
Unos minutos después, con la situación bajo control, abandonaron la vivienda y se subieron al coche.
—¿Te has fijado, Sanny? La nueva portera es mucho peor que la anterior. En el vestíbulo había huellas de barro y nunca la veo pasar la escoba por la acera.
—Creo que el administrador jamás logrará dar con una portera tan profesional y tan espantosa como la señora Santos.
—¿De verdad era tan espantosa?—preguntó, mimosa, al tiempo que colocaba una mano sobre el muslo de su esposa y la acariciaba con suavidad.
—De verdad.
—¿Sabes qué?—siguió sin dejar de acariciarla.
—Dime—su voz sonaba más ronca.
—¿Conoces ese dicho de que las desgracias muchas veces son bendiciones disfrazadas? Siempre había pensado que era una tontería que dice la gente para consolarse, pero me he dado cuenta de que es cierto. Recuerdo la primera noche que pasé en la portería, llorando desconsolada sobre la almohada porque mi existencia, tal y como la conocía, se había venido abajo. Si alguien me hubiera dicho entonces que en ese mismo edificio encontraría al amor de mi vida, tendría tres hijos con ella y acabaría trabajando en algo que me apasiona, jamás le habría creído.
—¿El amor de tu vida?—agarró la mano que acariciaba su muslo y entrelazó los dedos con los suyos.
—El amor de mi vida, del que me vuelvo a enamorar todos y cada uno de los días que paso a su lado...
Santana hizo una brusca maniobra y aparcó a un lado de la calle. Por fortuna, no había mucho tráfico y apenas recibieron un par de bocinazos.
Sin decir una palabra, se soltó el cinturón, enredó la mano en su pelo y la atrajo hacia sí sin la menor delicadeza, aunque en el momento en que sus bocas se encontraron el beso resultó casi insoportablemente dulce.
Cuando la soltó, ambas inclinaron la cabeza a un tiempo hasta que sus frentes se tocaron y así permanecieron, muy quietas, mientras en el interior del vehículo tan sólo se oía el ritmo acelerado de sus respiraciones.
Unos minutos después, Brittany se apartó de mala gana, se atusó la revuelta melena y, al mirarse en el espejito del coche, lanzó una exclamación, horrorizada:
—¡Todo el mundo se va a dar cuenta de que nos hemos liado, como dice tu hija! Y la verdad, San, ya no tenemos edad para estas cosas; dentro de nada cumplo los treinta y cinco—protestó mientras, con dedos trémulos, buscaba la barra en el interior del pequeño clutch plateado y se retocaba los labios, para luego retocárselos a su morena.
—Bueno, con o sin edad, con o sin premio, prepárate para lo que te espera en cuanto lleguemos a casa esta noche—advirtió su esposa, amenazadora.
Y Más Tarde Aún…
Eran las cuatro de la madrugada y en la vivienda de las señoras LóPierce no se oía ni el vuelo de una mosca, aunque los ronquidos de Whitney, la mamá de Brittany, en la habitación de invitados eran otro cantar.
Bree, después de una de las noches más maravillosas de su vida, en la que incluso había posado junto a Brittany y su mamá en el photocall, soñaba, feliz, con la sonrisa de Mario Casas.
En el dormitorio contiguo, Santiago y Biff, profundamente dormidos también, se retorcían inquietos, seguramente maquinando alguna nueva travesura, mientras el viejo Pongo hacía lo propio tumbado sobre la alfombra colocada entre las dos camas; aunque, en su caso, era más probable que se tratara de una pesadilla con los mellizos como protagonistas.
En la habitación principal parecía que se hubiera producido un extraño fenómeno meteorológico y, como caídos del cielo, vestidos y dos pares de altísimos stilettos salpicaban el suelo en absoluto desorden.
El edredón caía por un lado de la cama; las sábanas, hechas un lío, estaban muy arrugadas y, sobre el colchón, una pareja, desnuda por completo, dormía fundida en un abrazo tan estrecho que hasta la melena color oro de y una de color negro se enroscaban como una atadura más.
Sobre la mesilla de noche, el busto de bronce de Goya observaba aquel lamentable espectáculo, desaprobador, a pesar de que su visión quedaba entorpecida por las delicadas prendas de raso y encaje que habías caído sobre su ojo derecho y otra a su lado izquierdo en un momento loco de la noche.
FIN
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Hola, bueno aquí el final otra historia. Muchas Gracias a todas las personas que se dieron el tiempo de leerla y mas aun comentarla.
MUCHAS GRACIAS!
Ya subo el prólogo de otra.
Pd: como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, bueno aquí el final otra historia. Muchas Gracias a todas las personas que se dieron el tiempo de leerla y mas aun comentarla.
MUCHAS GRACIAS!
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Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Jjajajaa pobres con esos hijos jajajaja, al menos parece que San los controla un poco.
Y bueno al final lograron ser la mejor familia!
Y bueno al final lograron ser la mejor familia!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Que lindo final!!!!! esos mellizos terremotos jajaja!!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Gracias a ti por regalarnos siempre una historia cada vez mejor, hasta pronto!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
JVM escribió:Jjajajaa pobres con esos hijos jajajaja, al menos parece que San los controla un poco.
Y bueno al final lograron ser la mejor familia!
Hola, jajajaajaja saliron igual a la morena cuando jovenes, no¿? jajaajjaajaj por eso mismo esk puede jajajajaja. SI! bn ai por las brittana y todas! ajajaja. Saludos =D
monica.santander escribió:Que lindo final!!!!! esos mellizos terremotos jajaja!!!!!
Saludos
Hola, si¿? que bueno q te gustara! Jajajajaajajaj son igual a la morena cuando era de esa edad... o asi la imagino jajajaja. Saludos =D
micky morales escribió:Gracias a ti por regalarnos siempre una historia cada vez mejor, hasta pronto!!!!!
Hola, de nada, pero de vrdd gracias a ti por leerlas y mas a un comentarlas! Y es bueno que te gusten! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,..
me encanto la historia,..
ame a los mellis,.. jajajja
me gusto la familia que formaron!!!
nos vemos!!!
me encanto la historia,..
ame a los mellis,.. jajajja
me gusto la familia que formaron!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,..
me encanto la historia,..
ame a los mellis,.. jajajja
me gusto la familia que formaron!!!
nos vemos!!!
Hola lu, si¿? eso es mas que bueno! JAjaajajaj eran igual a san cuando ella tenía su edad estoy mas q segura... o asi me al imagino jajajaajajajaj. SI!!! tod@s! ajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
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