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[Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
+2
JVM
mayre94
6 participantes
Página 2 de 4.
Página 2 de 4. • 1, 2, 3, 4
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
aja brittany y ahora???? que situacion mas complicada !!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,...
muy buen encuentro entre britt y san,.. jajaja
a ver como va a ir las cosas con britt ahora cuando vuelva a la portería!!???
nos vemos!!!
muy buen encuentro entre britt y san,.. jajaja
a ver como va a ir las cosas con britt ahora cuando vuelva a la portería!!???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
micky morales escribió:aja brittany y ahora???? que situacion mas complicada !!!!!
Hola, mmm dejarse llevar... eso creo yojajajajaja xD Si que lo es, pero es san!!! jajajaja. Saludos =D
3:) escribió:hola morra,...
muy buen encuentro entre britt y san,.. jajaja
a ver como va a ir las cosas con britt ahora cuando vuelva a la portería!!???
nos vemos!!!
Hola lu, si jajajaja la vrdd esk si jajajajaajaj. Mmmm que mejoren la relación entre ambas¿? jajaajjaajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 9
Capitulo 9
—Buenas noches—su voz profunda, un poco ronca, hizo que los nervios de Brittany estuvieran a punto de romperse por la tensión.
Entonces, la médico colocó un dedo bajo su barbilla, se inclinó con lentitud y, al ver que la rubia no se apartaba, posó los labios con delicadeza primero en una de sus mejillas y luego en la otra; sin embargo, al terminar, en vez de retirarse, aquella misma boca resbaló, milímetro a milímetro, hasta posarse sobre la suya en una suave caricia que a Brittany le cortó la respiración.
Sin pararse a pensar, entreabrió los labios y permitió que el beso se hiciera más profundo.
Hacía mucho que nadie la besaba y en los últimos besos que había intercambiado con Sam había habido cariño y amor —al menos por su parte—, pero ya no quedaba rastro de la pasión que habían compartido tiempo atrás.
De repente, era como si volviera a tener quince años y acabara de descubrir que el simple roce de unos labios sobre los suyos podía desplegar ante ella todo un universo de sensaciones.
Al sentir su apasionada respuesta, Santana la estrechó con más fuerza.
Sus labios eran suaves y ávidos, dulces y agresivos, curiosos y enloquecedores.
Atrapada por la insistencia de esa boca, Brittany no pudo reprimir un gemido y, ajena por completo a la maldita palanca de cambios que se clavaba, empecinada, en su muslo derecho, se apretó aún más contra la morena y enredó los dedos en el pelo de su nuca.
De pronto, notó el roce de la mano sobre su pecho y, como había sospechado nada más fijarse en ellos, aquellos dedos musicales tocaron un
preludio por encima del vestido que la dejó sin aliento, incapaz de imaginar qué sentiría si algún día ejecutaban todo un concierto sobre su piel desnuda.
Durante aquel beso interminable, Brittany perdió la noción del tiempo y del espacio y sólo regresó al aquí y ahora cuando la pelinegra levantó la cabeza, jadeante, con una voz áspera, cargada de deseo, que le erizó la piel, la apremió:
—Subamos a tu casa.
Estaba a punto de decirle que a qué diablos estaban esperando, cuando recordó que ella, en realidad, no vivía ahí.
Alarmada al darse cuenta de que había estado a punto de delatarse, se apartó un poco mientras le daba la primera explicación que le vino a la cabeza:
—No, lo siento, no puedes subir. Vivo con una compañera. Además, nuestro casero es de Japón y las habitaciones no están divididas por tabiques sino por unos fusuma.
—¿Fusuma?—frunció el ceño, perpleja, al tiempo que se pasaba la mano por el pelo alborotado.
Complacida, Brittany comprobó que sus dedos temblaban ligeramente.
—Son puertas correderas hechas de madera y papel japonés. Se oye todo, así que mi compañera y yo hemos hecho un pacto solemne: ninguna subirá a nadie al piso. La última vez que ella trajo a un amigo fue como asistir a una peli porno en directo...—había que ver lo fértil que se había vuelto su imaginación con las dos copas que se había tomado.
—A mi casa tampoco podemos ir, tengo una hija de quince años—volvió a estrecharla contra su pecho, y la rubia fue consciente de que el corazón de ambas seguía latiendo a un ritmo endiablado.
De repente, como si no pudiera contenerse ni un segundo más, Santana se inclinó de nuevo sobre su boca y su cerebro sufrió un apagón integral.
A Brittany no le importó que estuvieran dentro de un coche y en mitad de la calle, aunque oscura y poco transitada; ni siquiera pensó en que casi no conocía de nada a la mujer que la besaba con semejante voracidad.
Simplemente, se dejó arrastrar por el delirio que despertaba en ella aquella
lengua indiscreta que se introducía en su boca gustando, probando, comprobando su suavidad, y por esas manos que la acariciaban por todas
partes, enloqueciéndola de deseo.
Mucho más tarde, le pareció oír una voz que provenía de muy lejos, pero, en esta ocasión, no era la voz acusadora de su conciencia.
Completamente atontada, Brittany cayó en la cuenta de que Santana le estaba hablando:
—No podemos seguir aquí. Ya no tengo edad para hacer el amor en un coche—más que respirar, la morena resollaba igual que un purasangre tras una carrera a galope tendido, aunque la ojiazul no le andaba a la zaga—Vayamos a un hotel. Hay uno en Velázquez.
Brittany dudó.
Siempre habría considerado bastante sórdidas aquellas aventuras de una noche en las que una mujer se va directa a la cama con una persona a la que acaba de conocer en un bar, pero, a pesar de ello, no podía negar que se sentía tentada.
Durante treinta años había sido el epítome de una buena chica: responsable, fiel cumplidora del manual de la perfecta esposa y la hija obediente, prudente, discreta... y, la verdad, ya estaba cansada, agotada, harta.
Había pasado una temporada espantosa por culpa de un marido que no había tenido nunca —ahora se daba cuenta— los mismos escrúpulos que ella, y quizá había llegado el momento de dejar atrás esos reparos y empezar a vivir acorde con los tiempos.
Al fin y al cabo, se preguntó, ¿qué tenía de malo pasar una noche con la atractiva doctora?
¿Probar cómo era el sexo con otra persona que no fuera Sam?
¿A quién hacía daño dejándose llevar?
De pronto, se dio cuenta de que, mientras estaba perdida en sus pensamientos, Santana López había puesto el coche en marcha de nuevo y enfilaba hacia la calle Velázquez.
Su primera reacción fue de alivio; era como si alguien hubiera tomado la decisión por ella y ya no tuviera que sentirse responsable de lo que fuera a ocurrir.
Sin embargo, la vocecilla que unas horas antes había escuchado en su cabeza volvió a la carga y le advirtió —en esta ocasión, histérica perdida— que no vería las cosas de la misma manera al día siguiente; pero, con decisión, ahogó la voz de su conciencia en un rincón oscuro de su cerebro y siguió adelante.
—Estás muy callada—Santana volvió la cabeza para mirarla y percibió el gesto grave de su rostro—¿Quieres que te lleve de vuelta a tu casa?
Era su oportunidad, pensó.
La oportunidad de detener esa locura y volver a ser ella misma, la sensata, la pragmática Brittany que no se dejaba llevar por un instante de enajenación mental transitoria.
—No, sigue—casi no podía creer que aquellas palabras hubieran salido de su propia garganta.
Se hizo un silencio incómodo, hasta que la rubia lo rompió una vez más.
—Yo... esto...
«¡Dios mío—pensó—, Qué violento resulta el asunto! En las películas estas cosas suceden de una forma mucho más espontánea, incluso suena una música de fondo preciosa y todo parece que fluye en una coreografía perfectamente ensayada... Claro que, si fuera una peli americana, a lo mejor, en vez de a un hotel nos dirigiríamos a un roñoso motel de carretera y...»
—Dime, Brittany, ¿qué te preocupa?—la voz de Santana, profunda y amable, cortó en seco su absurda disquisición mental.
—Estoy un poco nerviosa, jamás había hecho esto antes. Yo estoy me hago un chequeo todos los meses, y sé que eres chica, pero también nos podemos contagiar de alguna enfermedad—lo soltó de un tirón y notó que se ponía como un tomate.
¡Qué vergüenza, por Dios!
—Ahora que lo dices, yo tampoco. Pero como sabrás soy médico. Cuidar de mi cuerpo es lo primordial.
Por una parte, a la más alta le alegró comprobar que Santana López no había salido esa noche como una depredadora sexual en busca de su presa; por otra, pensó que se tomaba el asunto con una serenidad extrema, como si los amoríos de una noche fueran de lo más habitual.
«¿Qué estoy haciendo?», se preguntó una vez más.
«¡Demonios, parezco una adolescente ansiosa! Ni siquiera había caído en contagiarme de algo o a ella. Menuda médico estoy hecho. Ella no parece muy contenta que digamos; es más, diría que se está arrepintiendo por momentos. Y yo, ¿me estoy arrepintiendo?
La miró de reojo. A pesar de su cara de preocupación, Brittany estaba preciosa y comprobó que su excitación no había menguado ni una pizca—
No, no me arrepiento. No puedo dejar escapar esta ocasión, la deseo como hace años no deseaba a una mujer y necesito hacerla mía. Lo mejor será procurar que no se me note lo verde que estoy en estos menesteres.»
Finalmente, dejaron el coche en el aparcamiento del hotel y se dirigieron a
la recepción para pedir una habitación.
Brittany miró a su alrededor con una curiosidad distante; como si, en realidad, lo que estaba ocurriendo no fuera con ella.
El hotel era pulcro y sencillo, sin grandes lujos, pero muy lejos del roñoso motel de su imaginación, con las sábanas usadas y los somieres chirriantes.
—Vamos—la agarró de la mano con suavidad y la condujo hacia el ascensor.
Unos minutos después, cerraba a sus espaldas la puerta de la habitación que les había adjudicado el somnoliento conserje.
A Brittany se le hizo un nudo el estómago y sintió que se le humedecían las palmas de las manos; sin embargo, trató de disimular su nerviosismo.
La habitación era amplia, moderna y funcional, con una cama de buen tamaño de la que alguien había retirado la colcha.
Todo parecía estar muy limpio.
Santana López se despojó de la chaqueta y la dejó, bien colocada, sobre una butaca. Al verla, Brittany se mordió el labio hasta casi hacerse sangre, caminó hacia la ventana y permaneció con la mirada fija en la calle iluminada por la que, a esas horas, apenas si circulaban coches.
—Brittany...—la voz ronca, sonó a su espalda, pero no se volvió.
«Quiero irme de aquí, quiero irme de aquí»
Las palabras daban vueltas alrededor de su cabeza como aves de mal agüero, pero, antes de poder pronunciarlas en alto, notó las cálidas palmas apoyadas en sus hombros.
Luego, como si fuera una niña pequeña, le quitó la chaqueta con mucho cuidado y la arrojó sobre una silla cercana mientras la rubia se concentraba en mantener el ritmo regular de su respiración.
Con delicadeza, la médico apartó su melena a un lado con los dedos, se inclinó, anhelante, sobre su cuello y le dio un suave mordisco justo debajo del lóbulo de la oreja.
Aquel simple gesto fue tan efectivo como pulsar un interruptor.
Hasta entonces tan sólo su exmarido sabía que aquél era uno de los punto más erógenos de su anatomía, pero saltaba a la vista que la doctora era una experto en esas lides; no le había llevado ni un minuto averiguarlo.
Al instante, la pasión, que en lo que a ella concernía parecía haberse evaporado durante la última media hora, se avivó con incontrolable intensidad y, sin poder resistirse, Brittany ladeó la cabeza aún más, cerró los
ojos y se dejó llevar por el cálido y húmedo contacto de aquellos labios carnosos que desencadenaban un estremecimiento tras otro a lo largo de su columna vertebral.
Después de un lapso de tiempo inconmensurable, Santana la volvió hacia ella y apretó su boca contra la suya en un beso, lento y sensual, que borró de la mente de Brittany cualquier idea de huida.
Con decisión, entrelazó los brazos alrededor de su cuello, hundió los dedos en los cabellos oscuros y se ciñó a ella hasta que de la garganta brotó un irreprimible gemido de deseo que provocó una súbita descarga de humedad entre sus muslos.
Al descubrir su propio poder, Brittany perdió su inhibición inicial.
De pronto, se moría de ganas de sentirla aún más cerca, así que metió las manos por los tirantes y sujetador de la morena y recorrió con las yemas de los dedos su espalda sin que se le escapara la forma en que la morena temblaba bajo su contacto.
Aquello la hizo sentirse poderosa.
Después del palo de Sam, al menos había un hombre que la encontraba deseable, se dijo, triunfante; pero, justo en ese instante, la cálida mano de Santana se posó sobre su pecho y, entonces, se olvidó de todo lo demás, embebida por completo en aquel intercambio de encendidas caricias.
La médico bajó la cremallera de su vestido con inesperada torpeza, apartó la tela de sus hombros hasta que la prenda cayó a sus pies, y el cuerpo esbelto de Brittany —que tuvo que reprimir el súbito impulso de taparse al sentir sobre sí la ardiente mirada de una persona que no era su marido— quedó cubierto tan sólo por el breve conjunto de ropa interior.
La pelinegra la apartó un poco y, a la luz de la pequeña lámpara que había dejado encendida sobre la mesilla de noche, aquellos ojos oscuros y acariciadores la recorrieron, muy despacio, desde la frente hasta la punta de sus zapatos de tacón.
—Eres hermosa—gruñó antes de hundir la cabeza, una vez más, en la suave piel de su garganta con un apasionamiento feroz que la hizo olvidarse en el acto de su turbación.
A través de la bruma de excitación que enturbiaba su mente, Brittany le dedicó un pensamiento agradecido a su mamá, que insistía en que una chica debía ir siempre preparada para cualquier eventualidad.
En realidad, la eventualidad a la que su mamá se refería era la posibilidad de sufrir un accidente en plena calle, pero, en esta ocasión, Brittany se alegraba de no haber cedido a la tentación de ponerse una ropa interior más cómoda y menos sexi.
Desabrochó con habilidad el cierre del vestido y los broches del sujetador y las hizo a un lado, ansiosa, ambos cayeron hasta el suelo, dejando a la morena solo en una lindas y sexis bragas.
Los pechos de la médico, eran asombrosos y unos oscuros pezones la llamaban a lamerlos, la hicieron jadear.
Saltaba a la vista que era una mujer a la que le gustaba hacer deporte al aire libre.
Sin poder contenerse, Brittany se inclinó y esparció una lluvia de besos ligeros sobre la piel morena y darle la atención necesaria a esos lindos y erectos pezones morenos.
Al sentir aquellas leves caricias, Santana pensó que estallaría; sin embargo, no pudo evitar lanzar una carcajada temblorosa al escuchar su comentario:
—Tú también eres hermosa...
Incapaz de esperar ni un minuto más, la alzó entre sus brazos y la llevó hasta la cama, donde la depositó con suavidad. Sin apartar los ojos de la otra figura femenina que yacía tendida sobre el colchón con las pupilas fijas en ella, terminó las bragas y los tacones y se tendió sobre la ojiazul.
Con dedos trémulos desabrochó el sujetador de Brittany, se lo sacó por los hombros y lo arrojó al suelo sin miramientos, antes de bajar la cabeza y apoderarse de uno de sus pechos con glotonería, para seguir quitando la ropa de la rubia y dejarla en igual de condiciones.
La cabeza de Brittany daba vueltas, mientras diminutas explosiones de placer se sucedían a lo largo de todo su cuerpo.
Perdida en un gozo casi insoportable, se arqueó contra la más baja y hundió los dedos en los músculos de su espalda, al tiempo que enredaba las piernas
alrededor de las caderas, anhelante.
—Creo que no voy a poder aguantar mucho más.
Al oír aquel ronco murmullo, Brittany abrió los párpados y descubrió los ojos oscuros de la médico a escasos centímetros. Sus pupilas se habían dilatado de tal manera que los iris, casi negros, le hicieron pensar en abrasadores carbones encendidos.
—Adelante..., yo también... lo deseo—jadeó, al tiempo que movía las caderas contra la pelinegra en una sensual invitación.
Santana se posicionó entre sus muslos y, se acomodó para que sus sexos se unieran y rozaran de la mejor manera. Tan perfecta unión, que, por un instante, Brittany tuvo la sensación de que se habían convertido en una sola.
Aquél fue su último pensamiento racional.
Un segundo después, se borró de su cerebro todo lo que no fuera el embriagador contacto de sus cuerpos, fusionados hasta tal punto que era incapaz de distinguir qué parte era suya y cuál le correspondía a la morena.
Durante unos minutos, Santana se movió, una y otra vez, con un ritmo frenético que pronto las llevó a las dos al borde de la locura.
—¡Abre los ojos, Brittany! ¡Mírame!—ordenó en un susurro autoritario, y ella obedeció al instante, sin importarle hasta qué punto sus expresivos ojos azules traicionaban la descomunal excitación que se había apoderado de ella.
Con las pupilas encadenadas siguieron meciéndose en un mismo compás, hasta que la sangre que circulaba por sus venas alcanzó una temperatura capaz de fundir los dos polos terrestres y, poco después, llegó una explosiva liberación que las sacudió a ambas con una intensidad semejante al estallido de una supernova.
Segundos más tarde, Santana se dejó caer, agotada y sudorosa, sobre el pecho blanco que subía y bajaba muy agitado aún. Justo entonces, las bocas de las dos se abrieron y exclamaron a un tiempo:
—¡Dios mío!
La médico alzó la cabeza y se miraron sonrientes. Sus labios se encontraron con ternura una vez más y permanecieron estrechamente abrazadas hasta que, poco a poco, sus respiraciones se fueron normalizando y ambas se sumieron en un sueño profundo.
Brittany se despertó con un fuerte dolor de cabeza y el estómago revuelto.
Se preguntó qué hora sería y, al tratar de llevarse el reloj a los ojos, descubrió que su mano estaba atrapada debajo de algo pesado. Sorprendida, abrió los párpados y, a la débil claridad que se colaba por entre las cortinas de foscurit, descubrió que ese algo pesado era el pecho desnudo de una mujer.
Contuvo un grito, mientras los recuerdos de la noche anterior llegaban en tromba a su cerebro. Horrorizada, observó el plácido rostro dormido de la vecina del 6.º derecha.
Estaba muy seductora con el revuelto pelo oscuro sobre la almohada, pero para ella fue como despertar al lado del mismísimo diablo.
—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!—repitió, una y otra vez, en un susurro inaudible.
Con mucho cuidado, deslizó la mano por debajo de la figura inmóvil de la médico hasta que consiguió liberarse. Sin hacer ningún ruido, recogió su ropa, que yacía esparcida por toda la habitación, y se vistió.
Echó un último vistazo a su alrededor para ver si se dejaba algo, cogió su bolso y, de puntillas y con los zapatos en la mano, salió de la habitación.
El hombre que estaba de guardia en la recepción la miró sin interés mientras se escabullía en dirección a la calle.
«Seguro que piensa que soy una prostituta», se dijo, avergonzada.
Desde luego, se sentía como una de ellas.
No quería ni pensar en la imagen que debía de presentar con la ropa arrugada de la noche anterior, el maquillaje corrido y el pelo despeinado por completo.
Alzó la mano y detuvo al primer taxi que acertó a pasar por la calle.
Cuando el taxi se detuvo frente a su portal, pagó la carrera y se bajó del vehículo rogando para no encontrarse a ninguno de los vecinos.
Tuvo suerte; apenas eran las ocho de la mañana de un domingo y en la calle no había un alma.
A toda velocidad, se introdujo en la portería y cerró la puerta. Se quitó los zapatos con un suspiro de alivio y, como si haber conseguido llegar hasta ahí hubiera acabado con su última chispa de energía, se dirigió al dormitorio arrastrando los pies y se derrumbó sobre la cama.
Tumbada de espaldas sobre el colchón, permaneció con los brazos estirados a lo largo de su cuerpo y los ojos clavados en el techo mientras se
preguntaba qué especie de locura se había apoderado de ella la noche anterior.
Desde luego, no volvería a repetirse, se prometió con firmeza.
Al menos, se había asegurado de que Santana López no tuviera forma humana de contactar con ella.
Claro que, a lo mejor, tampoco estaría interesada en volverla a ver.
Ahora que se paraba a pensarlo con detenimiento, estaba segura de que era el tipo de persona que hacía aquello a menudo; como un hábil director de orquesta, lo había manejado todo a la perfección y, desde luego, su actuación había sido magistral.
Aún le ardía la sangre al pensar en lo ocurrido.
En una cosa tenía que darle la razón a su hermana Hanna, quien, cada vez que la veía deprimida, insistía en que se dejase llevar y tuviera una aventura; quizá se estaba perdiendo algo.
Enojada consigo misma por albergar semejantes pensamientos, sacudió la cabeza y se dijo, severa: «No ha sido más que una ilusión provocada por el alcohol».
En realidad, sabía bien que en este mundo, a veces tan defectuoso, no existían esas exaltadas emociones que producían la sensación de que una era capaz de tocar el cielo con las yemas de los dedos.
Aunque estaba despierta, Santana permaneció un rato más con los párpados cerrados y el esbozo de una sonrisa en los labios, recreándose en la sensación de plenitud que la embargaba.
Alargó una mano, tocó las sábanas arrugadas y siguió palpando a ciegas, pero a su lado tan sólo quedaba la frialdad del colchón.
Alarmada, abrió los ojos y comprobó que no había nadie más que ella en la habitación.
Llena de inquietud, se incorporó, arrojó las sábanas a un lado y fue al cuarto de baño a ver si la rubia se estaba arreglando.
No había nadie.
Brittany se había marchado.
De repente, cayó en la cuenta de que no conocía de la ojiazul más que su nombre de pila.
Durante la noche anterior se había mostrado deliberadamente misteriosa y, aunque se lo había tomado como parte del juego de seducción, ahora era consciente de que lo desconocía todo de ella.
Ni siquiera le había pedido su número de teléfono.
Frenética, revisó la habitación de arriba abajo buscando algún rastro de su presencia que pudiera proporcionarle alguna pista sobre la rubia.
—Al menos sé dónde vive—afirmó en voz alta, mientras se frotaba los ojos con nerviosismo.
Siguiendo un impulso, Santana cogió la almohada que Brittany había usado y hundió la nariz en ella; aún quedaba un ligero rastro de aquella fragancia sutil que se le subía a la cabeza.
Sin saber qué hacer, se sentó de nuevo sobre la cama con la almohada entre los brazos y pensó en lo ocurrido entre ellas.
Todavía no era capaz de asimilar qué era en realidad lo que había tenido lugar la noche anterior; el modo en que, tras aquel fugaz momento de pasión que habían compartido, se había sentido plena, colmada por completo.
Ahora comprendía por qué, desde el primer instante en que vio a Brittany en el Centro de Arte, había tenido esa necesidad perentoria de hacerla suya y sabía, igual que si alguien se lo hubiera marcado a fuego sobre la piel, que lo que había pasado entre ellas no podría relegarla al olvido como si fuera una historia sin importancia.
Santana se apartó el pelo de la frente con una mano nerviosa.
Estaba asustada.
¿Y si no la encontraba?
¿Y si no volvía a verla nunca más?
Quizá para la rubia no había sido más que un lío casual de una noche.
Sin embargo, recordó la incomodidad de Brittany cuando llegaron al hotel y descartó aquella idea al segundo; saltaba a la vista que acostarse con desconocidos no era algo que hiciera de manera habitual.
La buscaría, se dijo, inflexible.
No dejaría que desapareciera así como así.
No permitiría que el mundo continuara girando sobre su eje como si nada extraordinario hubiera ocurrido.
Decidida, se levantó, arrojó la almohada a un lado y le envió un WhatsApp a su hija, para que no se preocupara si se levantaba y veía que aún no había llegado.
Tomaría una ducha y, después, se iría a casa a pensar con tranquilidad en lo que haría a partir de ahora.
Sin embargo, de una cosa estaba segura: antes o después daría con la rubia de ojos azules.
Entonces, la médico colocó un dedo bajo su barbilla, se inclinó con lentitud y, al ver que la rubia no se apartaba, posó los labios con delicadeza primero en una de sus mejillas y luego en la otra; sin embargo, al terminar, en vez de retirarse, aquella misma boca resbaló, milímetro a milímetro, hasta posarse sobre la suya en una suave caricia que a Brittany le cortó la respiración.
Sin pararse a pensar, entreabrió los labios y permitió que el beso se hiciera más profundo.
Hacía mucho que nadie la besaba y en los últimos besos que había intercambiado con Sam había habido cariño y amor —al menos por su parte—, pero ya no quedaba rastro de la pasión que habían compartido tiempo atrás.
De repente, era como si volviera a tener quince años y acabara de descubrir que el simple roce de unos labios sobre los suyos podía desplegar ante ella todo un universo de sensaciones.
Al sentir su apasionada respuesta, Santana la estrechó con más fuerza.
Sus labios eran suaves y ávidos, dulces y agresivos, curiosos y enloquecedores.
Atrapada por la insistencia de esa boca, Brittany no pudo reprimir un gemido y, ajena por completo a la maldita palanca de cambios que se clavaba, empecinada, en su muslo derecho, se apretó aún más contra la morena y enredó los dedos en el pelo de su nuca.
De pronto, notó el roce de la mano sobre su pecho y, como había sospechado nada más fijarse en ellos, aquellos dedos musicales tocaron un
preludio por encima del vestido que la dejó sin aliento, incapaz de imaginar qué sentiría si algún día ejecutaban todo un concierto sobre su piel desnuda.
Durante aquel beso interminable, Brittany perdió la noción del tiempo y del espacio y sólo regresó al aquí y ahora cuando la pelinegra levantó la cabeza, jadeante, con una voz áspera, cargada de deseo, que le erizó la piel, la apremió:
—Subamos a tu casa.
Estaba a punto de decirle que a qué diablos estaban esperando, cuando recordó que ella, en realidad, no vivía ahí.
Alarmada al darse cuenta de que había estado a punto de delatarse, se apartó un poco mientras le daba la primera explicación que le vino a la cabeza:
—No, lo siento, no puedes subir. Vivo con una compañera. Además, nuestro casero es de Japón y las habitaciones no están divididas por tabiques sino por unos fusuma.
—¿Fusuma?—frunció el ceño, perpleja, al tiempo que se pasaba la mano por el pelo alborotado.
Complacida, Brittany comprobó que sus dedos temblaban ligeramente.
—Son puertas correderas hechas de madera y papel japonés. Se oye todo, así que mi compañera y yo hemos hecho un pacto solemne: ninguna subirá a nadie al piso. La última vez que ella trajo a un amigo fue como asistir a una peli porno en directo...—había que ver lo fértil que se había vuelto su imaginación con las dos copas que se había tomado.
—A mi casa tampoco podemos ir, tengo una hija de quince años—volvió a estrecharla contra su pecho, y la rubia fue consciente de que el corazón de ambas seguía latiendo a un ritmo endiablado.
De repente, como si no pudiera contenerse ni un segundo más, Santana se inclinó de nuevo sobre su boca y su cerebro sufrió un apagón integral.
A Brittany no le importó que estuvieran dentro de un coche y en mitad de la calle, aunque oscura y poco transitada; ni siquiera pensó en que casi no conocía de nada a la mujer que la besaba con semejante voracidad.
Simplemente, se dejó arrastrar por el delirio que despertaba en ella aquella
lengua indiscreta que se introducía en su boca gustando, probando, comprobando su suavidad, y por esas manos que la acariciaban por todas
partes, enloqueciéndola de deseo.
Mucho más tarde, le pareció oír una voz que provenía de muy lejos, pero, en esta ocasión, no era la voz acusadora de su conciencia.
Completamente atontada, Brittany cayó en la cuenta de que Santana le estaba hablando:
—No podemos seguir aquí. Ya no tengo edad para hacer el amor en un coche—más que respirar, la morena resollaba igual que un purasangre tras una carrera a galope tendido, aunque la ojiazul no le andaba a la zaga—Vayamos a un hotel. Hay uno en Velázquez.
Brittany dudó.
Siempre habría considerado bastante sórdidas aquellas aventuras de una noche en las que una mujer se va directa a la cama con una persona a la que acaba de conocer en un bar, pero, a pesar de ello, no podía negar que se sentía tentada.
Durante treinta años había sido el epítome de una buena chica: responsable, fiel cumplidora del manual de la perfecta esposa y la hija obediente, prudente, discreta... y, la verdad, ya estaba cansada, agotada, harta.
Había pasado una temporada espantosa por culpa de un marido que no había tenido nunca —ahora se daba cuenta— los mismos escrúpulos que ella, y quizá había llegado el momento de dejar atrás esos reparos y empezar a vivir acorde con los tiempos.
Al fin y al cabo, se preguntó, ¿qué tenía de malo pasar una noche con la atractiva doctora?
¿Probar cómo era el sexo con otra persona que no fuera Sam?
¿A quién hacía daño dejándose llevar?
De pronto, se dio cuenta de que, mientras estaba perdida en sus pensamientos, Santana López había puesto el coche en marcha de nuevo y enfilaba hacia la calle Velázquez.
Su primera reacción fue de alivio; era como si alguien hubiera tomado la decisión por ella y ya no tuviera que sentirse responsable de lo que fuera a ocurrir.
Sin embargo, la vocecilla que unas horas antes había escuchado en su cabeza volvió a la carga y le advirtió —en esta ocasión, histérica perdida— que no vería las cosas de la misma manera al día siguiente; pero, con decisión, ahogó la voz de su conciencia en un rincón oscuro de su cerebro y siguió adelante.
—Estás muy callada—Santana volvió la cabeza para mirarla y percibió el gesto grave de su rostro—¿Quieres que te lleve de vuelta a tu casa?
Era su oportunidad, pensó.
La oportunidad de detener esa locura y volver a ser ella misma, la sensata, la pragmática Brittany que no se dejaba llevar por un instante de enajenación mental transitoria.
—No, sigue—casi no podía creer que aquellas palabras hubieran salido de su propia garganta.
Se hizo un silencio incómodo, hasta que la rubia lo rompió una vez más.
—Yo... esto...
«¡Dios mío—pensó—, Qué violento resulta el asunto! En las películas estas cosas suceden de una forma mucho más espontánea, incluso suena una música de fondo preciosa y todo parece que fluye en una coreografía perfectamente ensayada... Claro que, si fuera una peli americana, a lo mejor, en vez de a un hotel nos dirigiríamos a un roñoso motel de carretera y...»
—Dime, Brittany, ¿qué te preocupa?—la voz de Santana, profunda y amable, cortó en seco su absurda disquisición mental.
—Estoy un poco nerviosa, jamás había hecho esto antes. Yo estoy me hago un chequeo todos los meses, y sé que eres chica, pero también nos podemos contagiar de alguna enfermedad—lo soltó de un tirón y notó que se ponía como un tomate.
¡Qué vergüenza, por Dios!
—Ahora que lo dices, yo tampoco. Pero como sabrás soy médico. Cuidar de mi cuerpo es lo primordial.
Por una parte, a la más alta le alegró comprobar que Santana López no había salido esa noche como una depredadora sexual en busca de su presa; por otra, pensó que se tomaba el asunto con una serenidad extrema, como si los amoríos de una noche fueran de lo más habitual.
«¿Qué estoy haciendo?», se preguntó una vez más.
«¡Demonios, parezco una adolescente ansiosa! Ni siquiera había caído en contagiarme de algo o a ella. Menuda médico estoy hecho. Ella no parece muy contenta que digamos; es más, diría que se está arrepintiendo por momentos. Y yo, ¿me estoy arrepintiendo?
La miró de reojo. A pesar de su cara de preocupación, Brittany estaba preciosa y comprobó que su excitación no había menguado ni una pizca—
No, no me arrepiento. No puedo dejar escapar esta ocasión, la deseo como hace años no deseaba a una mujer y necesito hacerla mía. Lo mejor será procurar que no se me note lo verde que estoy en estos menesteres.»
Finalmente, dejaron el coche en el aparcamiento del hotel y se dirigieron a
la recepción para pedir una habitación.
Brittany miró a su alrededor con una curiosidad distante; como si, en realidad, lo que estaba ocurriendo no fuera con ella.
El hotel era pulcro y sencillo, sin grandes lujos, pero muy lejos del roñoso motel de su imaginación, con las sábanas usadas y los somieres chirriantes.
—Vamos—la agarró de la mano con suavidad y la condujo hacia el ascensor.
Unos minutos después, cerraba a sus espaldas la puerta de la habitación que les había adjudicado el somnoliento conserje.
A Brittany se le hizo un nudo el estómago y sintió que se le humedecían las palmas de las manos; sin embargo, trató de disimular su nerviosismo.
La habitación era amplia, moderna y funcional, con una cama de buen tamaño de la que alguien había retirado la colcha.
Todo parecía estar muy limpio.
Santana López se despojó de la chaqueta y la dejó, bien colocada, sobre una butaca. Al verla, Brittany se mordió el labio hasta casi hacerse sangre, caminó hacia la ventana y permaneció con la mirada fija en la calle iluminada por la que, a esas horas, apenas si circulaban coches.
—Brittany...—la voz ronca, sonó a su espalda, pero no se volvió.
«Quiero irme de aquí, quiero irme de aquí»
Las palabras daban vueltas alrededor de su cabeza como aves de mal agüero, pero, antes de poder pronunciarlas en alto, notó las cálidas palmas apoyadas en sus hombros.
Luego, como si fuera una niña pequeña, le quitó la chaqueta con mucho cuidado y la arrojó sobre una silla cercana mientras la rubia se concentraba en mantener el ritmo regular de su respiración.
Con delicadeza, la médico apartó su melena a un lado con los dedos, se inclinó, anhelante, sobre su cuello y le dio un suave mordisco justo debajo del lóbulo de la oreja.
Aquel simple gesto fue tan efectivo como pulsar un interruptor.
Hasta entonces tan sólo su exmarido sabía que aquél era uno de los punto más erógenos de su anatomía, pero saltaba a la vista que la doctora era una experto en esas lides; no le había llevado ni un minuto averiguarlo.
Al instante, la pasión, que en lo que a ella concernía parecía haberse evaporado durante la última media hora, se avivó con incontrolable intensidad y, sin poder resistirse, Brittany ladeó la cabeza aún más, cerró los
ojos y se dejó llevar por el cálido y húmedo contacto de aquellos labios carnosos que desencadenaban un estremecimiento tras otro a lo largo de su columna vertebral.
Después de un lapso de tiempo inconmensurable, Santana la volvió hacia ella y apretó su boca contra la suya en un beso, lento y sensual, que borró de la mente de Brittany cualquier idea de huida.
Con decisión, entrelazó los brazos alrededor de su cuello, hundió los dedos en los cabellos oscuros y se ciñó a ella hasta que de la garganta brotó un irreprimible gemido de deseo que provocó una súbita descarga de humedad entre sus muslos.
Al descubrir su propio poder, Brittany perdió su inhibición inicial.
De pronto, se moría de ganas de sentirla aún más cerca, así que metió las manos por los tirantes y sujetador de la morena y recorrió con las yemas de los dedos su espalda sin que se le escapara la forma en que la morena temblaba bajo su contacto.
Aquello la hizo sentirse poderosa.
Después del palo de Sam, al menos había un hombre que la encontraba deseable, se dijo, triunfante; pero, justo en ese instante, la cálida mano de Santana se posó sobre su pecho y, entonces, se olvidó de todo lo demás, embebida por completo en aquel intercambio de encendidas caricias.
La médico bajó la cremallera de su vestido con inesperada torpeza, apartó la tela de sus hombros hasta que la prenda cayó a sus pies, y el cuerpo esbelto de Brittany —que tuvo que reprimir el súbito impulso de taparse al sentir sobre sí la ardiente mirada de una persona que no era su marido— quedó cubierto tan sólo por el breve conjunto de ropa interior.
La pelinegra la apartó un poco y, a la luz de la pequeña lámpara que había dejado encendida sobre la mesilla de noche, aquellos ojos oscuros y acariciadores la recorrieron, muy despacio, desde la frente hasta la punta de sus zapatos de tacón.
—Eres hermosa—gruñó antes de hundir la cabeza, una vez más, en la suave piel de su garganta con un apasionamiento feroz que la hizo olvidarse en el acto de su turbación.
A través de la bruma de excitación que enturbiaba su mente, Brittany le dedicó un pensamiento agradecido a su mamá, que insistía en que una chica debía ir siempre preparada para cualquier eventualidad.
En realidad, la eventualidad a la que su mamá se refería era la posibilidad de sufrir un accidente en plena calle, pero, en esta ocasión, Brittany se alegraba de no haber cedido a la tentación de ponerse una ropa interior más cómoda y menos sexi.
Desabrochó con habilidad el cierre del vestido y los broches del sujetador y las hizo a un lado, ansiosa, ambos cayeron hasta el suelo, dejando a la morena solo en una lindas y sexis bragas.
Los pechos de la médico, eran asombrosos y unos oscuros pezones la llamaban a lamerlos, la hicieron jadear.
Saltaba a la vista que era una mujer a la que le gustaba hacer deporte al aire libre.
Sin poder contenerse, Brittany se inclinó y esparció una lluvia de besos ligeros sobre la piel morena y darle la atención necesaria a esos lindos y erectos pezones morenos.
Al sentir aquellas leves caricias, Santana pensó que estallaría; sin embargo, no pudo evitar lanzar una carcajada temblorosa al escuchar su comentario:
—Tú también eres hermosa...
Incapaz de esperar ni un minuto más, la alzó entre sus brazos y la llevó hasta la cama, donde la depositó con suavidad. Sin apartar los ojos de la otra figura femenina que yacía tendida sobre el colchón con las pupilas fijas en ella, terminó las bragas y los tacones y se tendió sobre la ojiazul.
Con dedos trémulos desabrochó el sujetador de Brittany, se lo sacó por los hombros y lo arrojó al suelo sin miramientos, antes de bajar la cabeza y apoderarse de uno de sus pechos con glotonería, para seguir quitando la ropa de la rubia y dejarla en igual de condiciones.
La cabeza de Brittany daba vueltas, mientras diminutas explosiones de placer se sucedían a lo largo de todo su cuerpo.
Perdida en un gozo casi insoportable, se arqueó contra la más baja y hundió los dedos en los músculos de su espalda, al tiempo que enredaba las piernas
alrededor de las caderas, anhelante.
—Creo que no voy a poder aguantar mucho más.
Al oír aquel ronco murmullo, Brittany abrió los párpados y descubrió los ojos oscuros de la médico a escasos centímetros. Sus pupilas se habían dilatado de tal manera que los iris, casi negros, le hicieron pensar en abrasadores carbones encendidos.
—Adelante..., yo también... lo deseo—jadeó, al tiempo que movía las caderas contra la pelinegra en una sensual invitación.
Santana se posicionó entre sus muslos y, se acomodó para que sus sexos se unieran y rozaran de la mejor manera. Tan perfecta unión, que, por un instante, Brittany tuvo la sensación de que se habían convertido en una sola.
Aquél fue su último pensamiento racional.
Un segundo después, se borró de su cerebro todo lo que no fuera el embriagador contacto de sus cuerpos, fusionados hasta tal punto que era incapaz de distinguir qué parte era suya y cuál le correspondía a la morena.
Durante unos minutos, Santana se movió, una y otra vez, con un ritmo frenético que pronto las llevó a las dos al borde de la locura.
—¡Abre los ojos, Brittany! ¡Mírame!—ordenó en un susurro autoritario, y ella obedeció al instante, sin importarle hasta qué punto sus expresivos ojos azules traicionaban la descomunal excitación que se había apoderado de ella.
Con las pupilas encadenadas siguieron meciéndose en un mismo compás, hasta que la sangre que circulaba por sus venas alcanzó una temperatura capaz de fundir los dos polos terrestres y, poco después, llegó una explosiva liberación que las sacudió a ambas con una intensidad semejante al estallido de una supernova.
Segundos más tarde, Santana se dejó caer, agotada y sudorosa, sobre el pecho blanco que subía y bajaba muy agitado aún. Justo entonces, las bocas de las dos se abrieron y exclamaron a un tiempo:
—¡Dios mío!
La médico alzó la cabeza y se miraron sonrientes. Sus labios se encontraron con ternura una vez más y permanecieron estrechamente abrazadas hasta que, poco a poco, sus respiraciones se fueron normalizando y ambas se sumieron en un sueño profundo.
Brittany se despertó con un fuerte dolor de cabeza y el estómago revuelto.
Se preguntó qué hora sería y, al tratar de llevarse el reloj a los ojos, descubrió que su mano estaba atrapada debajo de algo pesado. Sorprendida, abrió los párpados y, a la débil claridad que se colaba por entre las cortinas de foscurit, descubrió que ese algo pesado era el pecho desnudo de una mujer.
Contuvo un grito, mientras los recuerdos de la noche anterior llegaban en tromba a su cerebro. Horrorizada, observó el plácido rostro dormido de la vecina del 6.º derecha.
Estaba muy seductora con el revuelto pelo oscuro sobre la almohada, pero para ella fue como despertar al lado del mismísimo diablo.
—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!—repitió, una y otra vez, en un susurro inaudible.
Con mucho cuidado, deslizó la mano por debajo de la figura inmóvil de la médico hasta que consiguió liberarse. Sin hacer ningún ruido, recogió su ropa, que yacía esparcida por toda la habitación, y se vistió.
Echó un último vistazo a su alrededor para ver si se dejaba algo, cogió su bolso y, de puntillas y con los zapatos en la mano, salió de la habitación.
El hombre que estaba de guardia en la recepción la miró sin interés mientras se escabullía en dirección a la calle.
«Seguro que piensa que soy una prostituta», se dijo, avergonzada.
Desde luego, se sentía como una de ellas.
No quería ni pensar en la imagen que debía de presentar con la ropa arrugada de la noche anterior, el maquillaje corrido y el pelo despeinado por completo.
Alzó la mano y detuvo al primer taxi que acertó a pasar por la calle.
Cuando el taxi se detuvo frente a su portal, pagó la carrera y se bajó del vehículo rogando para no encontrarse a ninguno de los vecinos.
Tuvo suerte; apenas eran las ocho de la mañana de un domingo y en la calle no había un alma.
A toda velocidad, se introdujo en la portería y cerró la puerta. Se quitó los zapatos con un suspiro de alivio y, como si haber conseguido llegar hasta ahí hubiera acabado con su última chispa de energía, se dirigió al dormitorio arrastrando los pies y se derrumbó sobre la cama.
Tumbada de espaldas sobre el colchón, permaneció con los brazos estirados a lo largo de su cuerpo y los ojos clavados en el techo mientras se
preguntaba qué especie de locura se había apoderado de ella la noche anterior.
Desde luego, no volvería a repetirse, se prometió con firmeza.
Al menos, se había asegurado de que Santana López no tuviera forma humana de contactar con ella.
Claro que, a lo mejor, tampoco estaría interesada en volverla a ver.
Ahora que se paraba a pensarlo con detenimiento, estaba segura de que era el tipo de persona que hacía aquello a menudo; como un hábil director de orquesta, lo había manejado todo a la perfección y, desde luego, su actuación había sido magistral.
Aún le ardía la sangre al pensar en lo ocurrido.
En una cosa tenía que darle la razón a su hermana Hanna, quien, cada vez que la veía deprimida, insistía en que se dejase llevar y tuviera una aventura; quizá se estaba perdiendo algo.
Enojada consigo misma por albergar semejantes pensamientos, sacudió la cabeza y se dijo, severa: «No ha sido más que una ilusión provocada por el alcohol».
En realidad, sabía bien que en este mundo, a veces tan defectuoso, no existían esas exaltadas emociones que producían la sensación de que una era capaz de tocar el cielo con las yemas de los dedos.
Aunque estaba despierta, Santana permaneció un rato más con los párpados cerrados y el esbozo de una sonrisa en los labios, recreándose en la sensación de plenitud que la embargaba.
Alargó una mano, tocó las sábanas arrugadas y siguió palpando a ciegas, pero a su lado tan sólo quedaba la frialdad del colchón.
Alarmada, abrió los ojos y comprobó que no había nadie más que ella en la habitación.
Llena de inquietud, se incorporó, arrojó las sábanas a un lado y fue al cuarto de baño a ver si la rubia se estaba arreglando.
No había nadie.
Brittany se había marchado.
De repente, cayó en la cuenta de que no conocía de la ojiazul más que su nombre de pila.
Durante la noche anterior se había mostrado deliberadamente misteriosa y, aunque se lo había tomado como parte del juego de seducción, ahora era consciente de que lo desconocía todo de ella.
Ni siquiera le había pedido su número de teléfono.
Frenética, revisó la habitación de arriba abajo buscando algún rastro de su presencia que pudiera proporcionarle alguna pista sobre la rubia.
—Al menos sé dónde vive—afirmó en voz alta, mientras se frotaba los ojos con nerviosismo.
Siguiendo un impulso, Santana cogió la almohada que Brittany había usado y hundió la nariz en ella; aún quedaba un ligero rastro de aquella fragancia sutil que se le subía a la cabeza.
Sin saber qué hacer, se sentó de nuevo sobre la cama con la almohada entre los brazos y pensó en lo ocurrido entre ellas.
Todavía no era capaz de asimilar qué era en realidad lo que había tenido lugar la noche anterior; el modo en que, tras aquel fugaz momento de pasión que habían compartido, se había sentido plena, colmada por completo.
Ahora comprendía por qué, desde el primer instante en que vio a Brittany en el Centro de Arte, había tenido esa necesidad perentoria de hacerla suya y sabía, igual que si alguien se lo hubiera marcado a fuego sobre la piel, que lo que había pasado entre ellas no podría relegarla al olvido como si fuera una historia sin importancia.
Santana se apartó el pelo de la frente con una mano nerviosa.
Estaba asustada.
¿Y si no la encontraba?
¿Y si no volvía a verla nunca más?
Quizá para la rubia no había sido más que un lío casual de una noche.
Sin embargo, recordó la incomodidad de Brittany cuando llegaron al hotel y descartó aquella idea al segundo; saltaba a la vista que acostarse con desconocidos no era algo que hiciera de manera habitual.
La buscaría, se dijo, inflexible.
No dejaría que desapareciera así como así.
No permitiría que el mundo continuara girando sobre su eje como si nada extraordinario hubiera ocurrido.
Decidida, se levantó, arrojó la almohada a un lado y le envió un WhatsApp a su hija, para que no se preocupara si se levantaba y veía que aún no había llegado.
Tomaría una ducha y, después, se iría a casa a pensar con tranquilidad en lo que haría a partir de ahora.
Sin embargo, de una cosa estaba segura: antes o después daría con la rubia de ojos azules.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Ambas se dejaron llevar y creo que estuvo bien porque después de sus parejas lo necesitaban.
Y ahora Britt es todo un misterio para San, si supiera que la tiene tan cerca jajaja. Sin embargo no creo que se rinda tan fácil la morena!
Y ahora Britt es todo un misterio para San, si supiera que la tiene tan cerca jajaja. Sin embargo no creo que se rinda tan fácil la morena!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Ahora la cosa se complica para Brittany pq Santana va a buscarla por cielo, mar y tierra y luego de ese encuentro no creo que Brittany se resista mucho a ser encontrada.
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,..
a ver hasta donde llega san para encontrar a britt!!???
definitivamente la pasaron buen,... en toda la noche!!!
nos vemos!!!
a ver hasta donde llega san para encontrar a britt!!???
definitivamente la pasaron buen,... en toda la noche!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
JVM escribió:Ambas se dejaron llevar y creo que estuvo bien porque después de sus parejas lo necesitaban.
Y ahora Britt es todo un misterio para San, si supiera que la tiene tan cerca jajaja. Sin embargo no creo que se rinda tan fácil la morena!
Hola, si la vrdd esk ellas y su cuerpo necesitaban algo así y mas si eran ellas jjaajajjaaj. Aiii esa rubia como hace sufrir a san =/ jajajjajajaja. Ni yo la vrdd jaajajajajaj, esperemos y tangamos razón jajaja. Saludos =D
micky morales escribió:Ahora la cosa se complica para Brittany pq Santana va a buscarla por cielo, mar y tierra y luego de ese encuentro no creo que Brittany se resista mucho a ser encontrada.
Hola, jajajaajajaj creo q es lo mejor para la rubia que san la busque y busque, osea tiene q ceder ya! ajjaajajajaj. Esperemos y no ponga tan resistencia como hasta ahora jajaja. Saludos =D
3:) escribió:hola morra,..
a ver hasta donde llega san para encontrar a britt!!???
definitivamente la pasaron buen,... en toda la noche!!!
nos vemos!!!
Hola lu, esperemos y hasta las ultimas consecuencias jajaajajaja. Si q si! jajaajaj y fue lo mejor! ajajajajaj. Toda, toda ajjajajajajaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 10
Capitulo 10
A las cuatro de la tarde, el timbre del teléfono la despertó.
Al ver en la pantalla el nombre de Quinn soltó un gemido, pero después de dudar un rato descolgó.
—Ya me estás contando.
Ni buenas tardes, ni nada; a Quinn le gustaba ir directa al grano.
—No sé qué quieres que te cuente—respondió Brittany con un bostezo.
—¡No me digas que acabas de levantarte! Joooder... ¡Desembucha!
Estaba claro que no se la iba a quitar de encima con cualquier excusa.
—Nada, bien... Una mujer simpática...
—Britt, ¿hace cuánto que somos amigas?
El súbito cambio de tema dejó a Brittany un poco descolocada y tuvo que concentrarse para contestar.
—Desde... mmm... ¿tercero de infantil?
—Correcto, así que es inútil que te andes por las ramas conmigo. ¿Te la tiraste?
—¡Hija, Lucy, qué burra eres! Vaya forma tienes de decir las cosas—le reprochó Brittany, irritada.
—Perdona, milady, ¿te la tiraste?—repitió, incisiva, Quinn.
La vampiro había olido un rastro de sangre y nada iba a distraerla hasta que lograra enterrar los colmillos en el cuello de su víctima.
—Digamos que... La verdad, Quinn, no creo que sea asunto tuyo. ¿Te he preguntado yo qué haces cuando estás con Rachel? No. Por supuesto que
no, porque no me incumbe en absoluto y...
—¡Así que te has acostado con una desconocida!
Su amiga estaba tan asombrada que la interrumpió sin contemplaciones.
—No es una desconocida exactamente—declaró Brittany, por fin, sin intentar negar la mayor.
—¿Sales con una mujer y no me cuentas nada? ¿Desde hace cuánto?—la indignación de Quinn era patente.
—No salgo con ella. Para nada—se apresuró a negar antes de que su amiga se montara en la cabeza una de esas películas románticas a las que era tan aficionada—Es Kakuro Ozu, en versión femenina.
—No tenía cara de japonesa—replicó Quinn en el acto.
Brittany casi podía ver su mirada desconfiada a través del teléfono.
—Mientes como una bellaca. Podría pasar por latina o italiana porque estaba muy buena, pero, por japonesa, ni de coña.
—¡Ay, Quinn, no seas obtusa, por Dios! Claro que no es japonesa, ni italiana. Es de Puerto rico, pero criada aquí. Me refiero a el Kakuro Ozu, el inquilino japonés de La elegancia del erizo.
—¡No!—al parecer esta vez lo había captado—¡No me digas que la guaperas de ayer es una vecina del edificio donde vives! Imposible, eso sólo pasa en las novelas. De qué se va a enamorar una tía así de una portera horripilante como tú.
—Oye, sin ofender—protestó Brittany—Renée, la portera de Muriel Barbery, tampoco era una belleza que digamos y el señor Ozu se enamora de ella locamente. Pero en este caso no sé qué hacemos hablando de enamoramientos, por supuesto que nosotras no estamos enamoradas.
—Bueno, hija, las miraditas que se lanzaban ayer la una a la otra... qué quieres que te diga. Hasta Rach, que no es especialmente observadora, se dio cuenta.
—Tonterías, ella me acababa de conocer.
—Pero ¿no dices que ya se conocían y que es tu vecina? No entiendo nada, de verdad—el desconcierto de Quinn era notorio.
—¡Caramba, Quinn, me estás poniendo nerviosa! ¡Lo que quiero decir es que ella no tiene ni idea de que la señora Santos y yo somos la misma persona!—gritó Brittany, exasperada.
—Calma, calma. Vamos por partes. ¿Me estás queriendo decir que la versión femenina del señor Ozú no tiene ni idea de que, en realidad, eres la portera de su edificio?
—No es Ozú, que pareces del sur. Es señor Ozu. Bueno, en realidad es la doctora Santana López del 6.º derecha. Es viuda y tiene una hija de quince años.
Pero al parecer Quinn ya no la escuchaba, ya que, a juzgar por su siguiente comentario, aún estaba tratando de digerir lo anterior.
—¿Y cuándo le vas a decir quién eres?
—Bueno en realidad..., nunca.
—¡¿Nunca?!
—La doctora López no se volverá a cruzar con Brittany. No pienso seguir con esta historia.
—¿Por qué? ¿Fue horrible? ¿Le olía mal el aliento?
A medida que le iba sacando la información a su amiga con cuentagotas, Quinn sentía que cada vez lo entendía todo un poco menos.
—¡Por supuesto que no! En realidad fue una noche maravillosa, pero no estoy dispuesta a repetirla—declaró Brittany, tajante.
—Pero ¡¿por qué no?!—Quinn estaba a punto de tirarse de los pelos—Acabas de confesar que fue una noche maravillosa, la tía es un bombón y, encima, parece encantadora. ¿Es porque es viuda? ¿Te da repelús que te compare con su primera mujer? ¿Quizá te asusta pensar que puedan ser tres en la cama?
A pesar de todo, a Brittany le entró la risa floja.
—De verdad, Q, deja el psicoanálisis, que no es lo tuyo. Mis razones no son tan morbosas. Simplemente, no estoy dispuesta a embarcarme en una relación sentimental. No estoy preparada para sufrir de nuevo y calculo que no lo estaré hasta, por lo menos, dentro de unos veinte años.
—Así que, porque un capullo te hace daño, te autocondenas a la soledad de por vida—la voz de su amiga sonaba cargada de indignación al otro lado del teléfono—Háztelo mirar, Brittany. Yo también he tenido desengaños amorosos y, mírame ahora, estoy encantada con Rachel. No seas tonta, no dejes pasar esta oportunidad. Tampoco tienes que casarte con ella, sólo pasa un buen rato y disfruta de la vida. Te lo mereces.
—Gracias por tus ánimos Quinny, pero te lo digo en serio: lo de anoche fue un error. Aunque, si te soy sincera, tampoco lo lamento. En realidad, para mí ha supuesto un subidón de autoestima, algo de lo que estaba bastante necesitada. Pero yo no soy así. A pesar de lo que pueda parecer, no soy de las que se acuestan con una persona sin estar enamoradas. No voy a renunciar a mis principios sólo porque el cabrón de Sam me haya herido y, de alguna manera retorcida, desee vengarme de él. A veces se cometen locuras, sobre todo cuando bebes más de la cuenta, pero ya he recobrado la sensatez. No volverá a ocurrir—el tono de Brittany era terminante y su amiga no se atrevió a insistir.
—Está bien, Britt. De todas formas, me alegro de que le dieras una alegría a tu cuerpo. Entonces, ¿vas a renunciar al oficio de portera? Me imagino que ver a tu vecina todos los días te resultará un poco violento...
—¡Por supuesto que no! Ya te he dicho que Brittany y la señora Santos no
tienen nada que ver. Son dos personajes independientes por completo y, créeme, voy a mantener a Brittany a buen recaudo durante una temporada, más que nada para que no se deje arrastrar a nuevas locuras.
—Bueno, tú sabrás. Ahora tengo que dejarte, me está llamando Rach. Mantenme informada de cualquier novedad. Ciao—Quinn se apresuró a colgar, así que Brittany se tendió de nuevo sobre la cama y trató de volver a dormirse.
Cuando se dio cuenta de que no lo conseguiría, se levantó y se dio una ducha.
Durante el resto del domingo se dedicó a teclear con furia en su ordenador y se dijo que una noche de buen sexo era el mejor revulsivo para la inspiración.
Por fin llegó el temido lunes.
A pesar de que Brittany estaba convencida de que, tras una intensa sesión de orientación psicológica ante el espejo del baño, ya estaba preparada para enfrentarse a la vecina del 6.º derecha, cuando la vio salir del ascensor, acompañada de su hija y el perro, no pudo evitar ponerse como un tomate.
Bree reparó en el extraño color de la, habitualmente pálida, portera y le preguntó, sorprendida:
—¿Se encuentra bien, señora Santos?
Al oír a su hija, la médico pareció salir de su ensimismamiento y miró a la portera con curiosidad.
—Sí, sí, señorita López, no es nada—turbada, Brittany agarró la escoba con más fuerza y empezó a barrer con frenesí.
—Mi hija tiene razón, parece usted muy sofocada, ¿no tendrá fiebre?
La morena mayor alargó una mano dispuesto a posarla en la frente de la portera, pero, a pesar de lo impersonal de su ademán, Brittany retrocedió sobresaltada y con la escoba en ristre, como si, en vez de la atenta doctora del 6.º derecha, la hubiera atacado una mamba negra.
—¡Atrás, no me toque!—su grito resonó en el amplio vestíbulo, y hasta el enorme y bonachón labrador emitió un gruñido de advertencia.
Al percibir las miradas de estupor de la médico y de su hija, Brittany se vio obligada a pensar sobre la marcha en una excusa para su extraño comportamiento y, por fortuna, le vino a la mente uno de los cuentos favoritos de su hermana Hanna.
—Verán, tengo una rara enfermedad. Padezco... afenfosfobia.
—¿Fafenfoqué?—preguntó Bree, perpleja.
—Afenfosfobia—repitió Santana, mirando a la portera con seriedad—, Es el miedo a la posibilidad de ser tocado. Lo siento señora Santos, no tenía ni idea.
—No se preocupe, doctora López, ¿cómo iba a saberlo?
A Brittany le habría gustado esbozar una sonrisa reconfortante, pero recordó a tiempo que la señora Santos no era de las que sonreían, así que cortó el gesto en seco y sus labios tan sólo dibujaron una mueca desagradable que hizo retroceder al doctor con más eficacia de lo que lo había hecho el palo de la escoba.
—Qué raro, no me ha parecido estos días que tuviera fanfenoscopia—desconfiada, la niña se la quedó mirando con los ojos entornados.
Brittany frunció el ceño, sacó la mandíbula y, como si ambas morenas fueran unas enviadas del maligno para poner a prueba su paciencia de santa, repitió con un gruñido:
—¡Afenfosfobia!
—¡Vale, vale, no hace falta que se ponga así, caramba!—y en un audible susurro, destinado sólo a los oídos de su mamá, añadió—Seguro que lleva dentadura postiza, si no, es imposible pronunciar bien esa palabreja.
Su mamá, abochornada, la mandó callar y se despidió de la portera, mientras empujaba a Bree en dirección a la calle.
—¿A cuántos pacientes te has cargado hoy?—la voz estentórea de su amigo, acompañada de una palmada en la espalda, arrancó a Santana de sus cavilaciones con brusquedad.
—Deberías tener cuidado, Mike, sabes mejor que nadie que ya vamos estando en una edad propicia para sufrir un infarto ante el menor sobresalto—trató de bromear mientras su amigo Mike Chang, un cirujano cardiovascular con el que llevaba trabajando en el Clínico desde hacía más de diez años, se derrumbaba sobre la silla colocada frente a su mesa.
—No te preocupes, tú con lo que te cuidas estás como un chaval. ¿Has conseguido localizar ya a tu bombón?
A las perspicaces pupilas del doctor Chang no se les escaparon las sombras oscuras bajo los ojos de su amiga y el hecho de que no paraba de juguetear, nerviosa, con un torso de plástico que albergaba pequeñas piezas de colores que imitaban los órganos del cuerpo humano.
Santana negó con la cabeza.
—Han pasado casi dos semanas y no he sabido nada más de ella—enojada, apretó el puño con fuerza y un hígado marrón y un pequeño estómago, rojo chillón, salieron disparados.
—Tranquila, San. Espero que no seas igual de delicada con tus pacientes—Mike soltó una carcajada, pero su amiga no estaba para bromas.
En tres ocasiones se había acercado hasta la dirección donde ella le había dicho que vivía, preguntando por una tal Brittany.
Había revisado todas las etiquetas de los buzones, llamó a la mayoría de las puertas y, la última vez, el portero del edificio la había amenazado con llamar a la policía si volvía a verla rondando por ahí; y, a pesar de todo, no la había encontrado.
No había ni rastro de la rubia.
Al final, no le había quedado más remedio que admitir que Brittany le había mentido.
—No sé dónde buscar—se pasó una mano nerviosa por el pelo—No conozco su apellido. Igual ni siquiera se llama Brittany. ¿Qué puedo hacer, Mike? ¡Necesito encontrarla!
—Bueno sí que te ha dado fuerte, la verdad.
Su amigo lo miró preocupado, no había visto así a su colega y amiga desde la muerte de su mujer.
—No sé qué decirte. Como no contrates a un detective..., pero no sé qué demonios le vas a explicar, tampoco sabes el nombre de sus amigos.
La doctora López ya le había dado mil vueltas a esos y otros argumentos parecidos y había llegado a la misma conclusión: no había nada que hacer.
Sin embargo, no quería darse por vencida.
A la salida del trabajo se pasaría una vez más por la dirección que la ojiazul le había dado.
Vigilaría el edificio durante unas horas y si no descubría nada... cortó sus pensamientos en seco.
No quería pensar en esa posibilidad.
Así que, en cuanto acabó su turno, Santana subió al coche y condujo directo hacia su objetivo.
Tuvo la suerte de encontrar un sitio libre a pocos metros del portal, desde donde podía ver a todo aquel que entraba o salía del edificio.
Por fortuna, parecía que el turno del portero había acabado, con lo cual no tenía que preocuparse de que pudiera pillarla espiando.
Después de dos horas de paciente espera, sin nada más que hacer que escuchar las noticias y las mismas canciones de siempre en la radio, Santana empezó a preguntarse qué demonios estaba haciendo.
Ya iba a dar la vuelta a la llave de contacto, furiosa consigo misma, cuando vio salir del portal una figura femenina que le pareció familiar.
Con el corazón bombeándole con fuerza en el pecho, se bajó del coche y la siguió de cerca.
La forma de vestir de la chica era peculiar; llevaba unos vaqueros ajustados que marcaban sus esbeltas caderas, una especie de poncho de lana de colores y unas botas de borrego.
De su hombro colgaba un gran bolso de punto, a juego con la boina que cubría su pelo.
No parecía la Brittany que conoció pero, de repente, un mechón de suave pelo rubio se escapó de su confinamiento y, sin poder reprimirse, Santana alargó la mano, la sujetó del brazo con fuerza y la obligó a volverse.
—¡Brittany!
Sin embargo, aunque el rostro de la mujer era muy similar al que desde hacía días poblaba sus sueños, percibió en el acto las diferencias: era diez centímetros más baja, y su cara era distinta, su nariz y mejillas.
La desilusión la arrolló como una manada de búfalos pero, a pesar de todo, siguió sujetándola, temerosa de que fuera a escaparse.
—Me imagino que ya te habrás dado cuenta de que yo no soy Brittany, soy su hermana Hanna—la chica la miró de arriba abajo con curiosidad, preguntándose desde cuándo conocía su hermanita a una morena tan apetitosa.
Al oírla, la esperanza regresó en tromba, apartando a manotazos a los búfalos del desencanto, y los ojos de Santana brillaron con intensidad al posarse en esos iris algunos más claros que los suyos.
—¿Tienes una hermana que se llama Brittany? ¡Dime dónde está! ¡Necesito hablar con ella! ¿Por qué no quiere verme?—con cada pregunta que formulaba, le daba una ligera sacudida, al tiempo que hundía sus dedos en los brazos esbeltos.
—¡Eh, tranquila, amiga! Me estás haciendo daño. Suéltame ahora mismo o pegaré tal alarido que en dos segundos tendremos aquí a un comando de los GEOS—al ver aquella mirada cargada de terribles amenazas, la médico la soltó en el acto.
—Perdona, perdona—se apresuró a disculparse—Es sólo que llevo varios días buscándola y es como si se la hubiera tragado la tierra. Estoy desesperada.
—Eso me suena a que la tal Brittany no desea que la encuentres.
Al oír sus propios temores en boca de una chica que se parecía de manera sorprendente a la mujer que la obsesionaba desde hacía días, Santana sintió
un potente arrebato de furia.
—¿Qué pasa, te ha dicho algo al respecto? ¿Qué problema tiene tu hermana? ¿Acostumbra a irse a la cama con desconocidas y, luego, si te he
visto no me acuerdo? Le gusta volver locas a las personas, ¿verdad? Seguro que se reirá mucho cuando le cuentes que te has encontrado con una pobre idiota que no ha parado de pensar en ella durante las últimas dos semanas.
—¡Oye, para el carro! Estás equivocado. La chica que buscas no es mi hermana Brittany.
—¡No mientas! Claro que es tu hermana. Se paren, con sus diferencias y todos, son como dos gotas de agua.
—Será por esas casualidades de la vida, dicen que todo el mundo tiene un doble en alguna parte. Pero es imposible que la mujer que te dejó tirada sea mi hermana; primero, porque Brittany es la última persona que tendría un rollete de una noche con una persona desconocida y, segundo, porque hace unos meses que se fue a trabajar a Nueva York y ahí sigue.
—¡Nueva York!—una vez más, los búfalos...—No puede ser. ¿Cómo explicas entonces el parecido contigo? No me creo tu teoría de los dobles en alguna parte, podríais ser mellizas; lo único que se diferencia es la forma de la nariz y la estatura.
Ahora Hanna estaba francamente intrigada por la seguridad con la que hablaba aquella extraña, así que preguntó a bocajarro:
—¿Cómo es tu Brittany?
—Es un poco mas alta que tú, tiene la nariz más larga, pero tienen el mismo color de piel, de pelo y sus ojos también solo que cuando esta excitada son más oscuros que de...—se detuvo en seco al advertir la mirada burlona de su interlocutora y notó que se ponía colorada.
—Excitada, ¿eh?—entornó los párpados y le lanzó una mirada maliciosa.
—No es de tu incumbencia—afirmó de malos modos—¿Cómo es tu hermana?
Hanna pensó a toda velocidad.
Estaba más claro que el agua que la mujer de la que hablaba esa mujer era su hermana Brittany; sería mucha casualidad que en un mismo universo habitaran dos personas exactas.
Pero Brittany llevaba meses en Nueva York... ¿o no?
Recordó los correos en los que su hermana no paraba de darles largas a propósito de su viaje y del alquiler del departamento con unas excusas que más parecían made in Hanna que otra cosa y empezó a dudar.
«¡Quinn!—pensó—Seguro que ella lo sabe todo.»
Pero ya reflexionaría sobre aquello más tarde, en ese momento no tenía tiempo para darle vueltas al asunto, se dijo.
Ahora, lo primero era lidiar con esa atractiva individua al que, al parecer —y ella no podía entender por qué—, Brittany no estaba dispuesta a ver más.
Sin embargo, las Pierce Marin, a pesar de sus pequeñas taras y diferencias, eran una piña y, si su hermana no quería que esa mujer la encontrara, no sería ella la que la traicionase.
—Lo siento, es mucho más baja que yo y sus ojos son marrones oscuros. Muy parecidos a los tuyos.
Al ver la expresión de profunda desolación que asomó a esos ojos de los que hablaba, Hanna se vio obligada a reprimir el poderoso impulso de arrojarse de rodillas al suelo, confesar que era todo una burda mentira y rogarle que la perdonara.
—Entonces será mejor que me vaya. Perdona si te he hecho daño...—Santana dio media vuelta y ella la observó alejarse con los hombros hundidos y arrastrando los pies.
«Aquí hay gato encerrado», se dijo.
Y no había cosa en el mundo que Hanna adorase más que un buen misterio.
Al ver en la pantalla el nombre de Quinn soltó un gemido, pero después de dudar un rato descolgó.
—Ya me estás contando.
Ni buenas tardes, ni nada; a Quinn le gustaba ir directa al grano.
—No sé qué quieres que te cuente—respondió Brittany con un bostezo.
—¡No me digas que acabas de levantarte! Joooder... ¡Desembucha!
Estaba claro que no se la iba a quitar de encima con cualquier excusa.
—Nada, bien... Una mujer simpática...
—Britt, ¿hace cuánto que somos amigas?
El súbito cambio de tema dejó a Brittany un poco descolocada y tuvo que concentrarse para contestar.
—Desde... mmm... ¿tercero de infantil?
—Correcto, así que es inútil que te andes por las ramas conmigo. ¿Te la tiraste?
—¡Hija, Lucy, qué burra eres! Vaya forma tienes de decir las cosas—le reprochó Brittany, irritada.
—Perdona, milady, ¿te la tiraste?—repitió, incisiva, Quinn.
La vampiro había olido un rastro de sangre y nada iba a distraerla hasta que lograra enterrar los colmillos en el cuello de su víctima.
—Digamos que... La verdad, Quinn, no creo que sea asunto tuyo. ¿Te he preguntado yo qué haces cuando estás con Rachel? No. Por supuesto que
no, porque no me incumbe en absoluto y...
—¡Así que te has acostado con una desconocida!
Su amiga estaba tan asombrada que la interrumpió sin contemplaciones.
—No es una desconocida exactamente—declaró Brittany, por fin, sin intentar negar la mayor.
—¿Sales con una mujer y no me cuentas nada? ¿Desde hace cuánto?—la indignación de Quinn era patente.
—No salgo con ella. Para nada—se apresuró a negar antes de que su amiga se montara en la cabeza una de esas películas románticas a las que era tan aficionada—Es Kakuro Ozu, en versión femenina.
—No tenía cara de japonesa—replicó Quinn en el acto.
Brittany casi podía ver su mirada desconfiada a través del teléfono.
—Mientes como una bellaca. Podría pasar por latina o italiana porque estaba muy buena, pero, por japonesa, ni de coña.
—¡Ay, Quinn, no seas obtusa, por Dios! Claro que no es japonesa, ni italiana. Es de Puerto rico, pero criada aquí. Me refiero a el Kakuro Ozu, el inquilino japonés de La elegancia del erizo.
—¡No!—al parecer esta vez lo había captado—¡No me digas que la guaperas de ayer es una vecina del edificio donde vives! Imposible, eso sólo pasa en las novelas. De qué se va a enamorar una tía así de una portera horripilante como tú.
—Oye, sin ofender—protestó Brittany—Renée, la portera de Muriel Barbery, tampoco era una belleza que digamos y el señor Ozu se enamora de ella locamente. Pero en este caso no sé qué hacemos hablando de enamoramientos, por supuesto que nosotras no estamos enamoradas.
—Bueno, hija, las miraditas que se lanzaban ayer la una a la otra... qué quieres que te diga. Hasta Rach, que no es especialmente observadora, se dio cuenta.
—Tonterías, ella me acababa de conocer.
—Pero ¿no dices que ya se conocían y que es tu vecina? No entiendo nada, de verdad—el desconcierto de Quinn era notorio.
—¡Caramba, Quinn, me estás poniendo nerviosa! ¡Lo que quiero decir es que ella no tiene ni idea de que la señora Santos y yo somos la misma persona!—gritó Brittany, exasperada.
—Calma, calma. Vamos por partes. ¿Me estás queriendo decir que la versión femenina del señor Ozú no tiene ni idea de que, en realidad, eres la portera de su edificio?
—No es Ozú, que pareces del sur. Es señor Ozu. Bueno, en realidad es la doctora Santana López del 6.º derecha. Es viuda y tiene una hija de quince años.
Pero al parecer Quinn ya no la escuchaba, ya que, a juzgar por su siguiente comentario, aún estaba tratando de digerir lo anterior.
—¿Y cuándo le vas a decir quién eres?
—Bueno en realidad..., nunca.
—¡¿Nunca?!
—La doctora López no se volverá a cruzar con Brittany. No pienso seguir con esta historia.
—¿Por qué? ¿Fue horrible? ¿Le olía mal el aliento?
A medida que le iba sacando la información a su amiga con cuentagotas, Quinn sentía que cada vez lo entendía todo un poco menos.
—¡Por supuesto que no! En realidad fue una noche maravillosa, pero no estoy dispuesta a repetirla—declaró Brittany, tajante.
—Pero ¡¿por qué no?!—Quinn estaba a punto de tirarse de los pelos—Acabas de confesar que fue una noche maravillosa, la tía es un bombón y, encima, parece encantadora. ¿Es porque es viuda? ¿Te da repelús que te compare con su primera mujer? ¿Quizá te asusta pensar que puedan ser tres en la cama?
A pesar de todo, a Brittany le entró la risa floja.
—De verdad, Q, deja el psicoanálisis, que no es lo tuyo. Mis razones no son tan morbosas. Simplemente, no estoy dispuesta a embarcarme en una relación sentimental. No estoy preparada para sufrir de nuevo y calculo que no lo estaré hasta, por lo menos, dentro de unos veinte años.
—Así que, porque un capullo te hace daño, te autocondenas a la soledad de por vida—la voz de su amiga sonaba cargada de indignación al otro lado del teléfono—Háztelo mirar, Brittany. Yo también he tenido desengaños amorosos y, mírame ahora, estoy encantada con Rachel. No seas tonta, no dejes pasar esta oportunidad. Tampoco tienes que casarte con ella, sólo pasa un buen rato y disfruta de la vida. Te lo mereces.
—Gracias por tus ánimos Quinny, pero te lo digo en serio: lo de anoche fue un error. Aunque, si te soy sincera, tampoco lo lamento. En realidad, para mí ha supuesto un subidón de autoestima, algo de lo que estaba bastante necesitada. Pero yo no soy así. A pesar de lo que pueda parecer, no soy de las que se acuestan con una persona sin estar enamoradas. No voy a renunciar a mis principios sólo porque el cabrón de Sam me haya herido y, de alguna manera retorcida, desee vengarme de él. A veces se cometen locuras, sobre todo cuando bebes más de la cuenta, pero ya he recobrado la sensatez. No volverá a ocurrir—el tono de Brittany era terminante y su amiga no se atrevió a insistir.
—Está bien, Britt. De todas formas, me alegro de que le dieras una alegría a tu cuerpo. Entonces, ¿vas a renunciar al oficio de portera? Me imagino que ver a tu vecina todos los días te resultará un poco violento...
—¡Por supuesto que no! Ya te he dicho que Brittany y la señora Santos no
tienen nada que ver. Son dos personajes independientes por completo y, créeme, voy a mantener a Brittany a buen recaudo durante una temporada, más que nada para que no se deje arrastrar a nuevas locuras.
—Bueno, tú sabrás. Ahora tengo que dejarte, me está llamando Rach. Mantenme informada de cualquier novedad. Ciao—Quinn se apresuró a colgar, así que Brittany se tendió de nuevo sobre la cama y trató de volver a dormirse.
Cuando se dio cuenta de que no lo conseguiría, se levantó y se dio una ducha.
Durante el resto del domingo se dedicó a teclear con furia en su ordenador y se dijo que una noche de buen sexo era el mejor revulsivo para la inspiración.
Por fin llegó el temido lunes.
A pesar de que Brittany estaba convencida de que, tras una intensa sesión de orientación psicológica ante el espejo del baño, ya estaba preparada para enfrentarse a la vecina del 6.º derecha, cuando la vio salir del ascensor, acompañada de su hija y el perro, no pudo evitar ponerse como un tomate.
Bree reparó en el extraño color de la, habitualmente pálida, portera y le preguntó, sorprendida:
—¿Se encuentra bien, señora Santos?
Al oír a su hija, la médico pareció salir de su ensimismamiento y miró a la portera con curiosidad.
—Sí, sí, señorita López, no es nada—turbada, Brittany agarró la escoba con más fuerza y empezó a barrer con frenesí.
—Mi hija tiene razón, parece usted muy sofocada, ¿no tendrá fiebre?
La morena mayor alargó una mano dispuesto a posarla en la frente de la portera, pero, a pesar de lo impersonal de su ademán, Brittany retrocedió sobresaltada y con la escoba en ristre, como si, en vez de la atenta doctora del 6.º derecha, la hubiera atacado una mamba negra.
—¡Atrás, no me toque!—su grito resonó en el amplio vestíbulo, y hasta el enorme y bonachón labrador emitió un gruñido de advertencia.
Al percibir las miradas de estupor de la médico y de su hija, Brittany se vio obligada a pensar sobre la marcha en una excusa para su extraño comportamiento y, por fortuna, le vino a la mente uno de los cuentos favoritos de su hermana Hanna.
—Verán, tengo una rara enfermedad. Padezco... afenfosfobia.
—¿Fafenfoqué?—preguntó Bree, perpleja.
—Afenfosfobia—repitió Santana, mirando a la portera con seriedad—, Es el miedo a la posibilidad de ser tocado. Lo siento señora Santos, no tenía ni idea.
—No se preocupe, doctora López, ¿cómo iba a saberlo?
A Brittany le habría gustado esbozar una sonrisa reconfortante, pero recordó a tiempo que la señora Santos no era de las que sonreían, así que cortó el gesto en seco y sus labios tan sólo dibujaron una mueca desagradable que hizo retroceder al doctor con más eficacia de lo que lo había hecho el palo de la escoba.
—Qué raro, no me ha parecido estos días que tuviera fanfenoscopia—desconfiada, la niña se la quedó mirando con los ojos entornados.
Brittany frunció el ceño, sacó la mandíbula y, como si ambas morenas fueran unas enviadas del maligno para poner a prueba su paciencia de santa, repitió con un gruñido:
—¡Afenfosfobia!
—¡Vale, vale, no hace falta que se ponga así, caramba!—y en un audible susurro, destinado sólo a los oídos de su mamá, añadió—Seguro que lleva dentadura postiza, si no, es imposible pronunciar bien esa palabreja.
Su mamá, abochornada, la mandó callar y se despidió de la portera, mientras empujaba a Bree en dirección a la calle.
—¿A cuántos pacientes te has cargado hoy?—la voz estentórea de su amigo, acompañada de una palmada en la espalda, arrancó a Santana de sus cavilaciones con brusquedad.
—Deberías tener cuidado, Mike, sabes mejor que nadie que ya vamos estando en una edad propicia para sufrir un infarto ante el menor sobresalto—trató de bromear mientras su amigo Mike Chang, un cirujano cardiovascular con el que llevaba trabajando en el Clínico desde hacía más de diez años, se derrumbaba sobre la silla colocada frente a su mesa.
—No te preocupes, tú con lo que te cuidas estás como un chaval. ¿Has conseguido localizar ya a tu bombón?
A las perspicaces pupilas del doctor Chang no se les escaparon las sombras oscuras bajo los ojos de su amiga y el hecho de que no paraba de juguetear, nerviosa, con un torso de plástico que albergaba pequeñas piezas de colores que imitaban los órganos del cuerpo humano.
Santana negó con la cabeza.
—Han pasado casi dos semanas y no he sabido nada más de ella—enojada, apretó el puño con fuerza y un hígado marrón y un pequeño estómago, rojo chillón, salieron disparados.
—Tranquila, San. Espero que no seas igual de delicada con tus pacientes—Mike soltó una carcajada, pero su amiga no estaba para bromas.
En tres ocasiones se había acercado hasta la dirección donde ella le había dicho que vivía, preguntando por una tal Brittany.
Había revisado todas las etiquetas de los buzones, llamó a la mayoría de las puertas y, la última vez, el portero del edificio la había amenazado con llamar a la policía si volvía a verla rondando por ahí; y, a pesar de todo, no la había encontrado.
No había ni rastro de la rubia.
Al final, no le había quedado más remedio que admitir que Brittany le había mentido.
—No sé dónde buscar—se pasó una mano nerviosa por el pelo—No conozco su apellido. Igual ni siquiera se llama Brittany. ¿Qué puedo hacer, Mike? ¡Necesito encontrarla!
—Bueno sí que te ha dado fuerte, la verdad.
Su amigo lo miró preocupado, no había visto así a su colega y amiga desde la muerte de su mujer.
—No sé qué decirte. Como no contrates a un detective..., pero no sé qué demonios le vas a explicar, tampoco sabes el nombre de sus amigos.
La doctora López ya le había dado mil vueltas a esos y otros argumentos parecidos y había llegado a la misma conclusión: no había nada que hacer.
Sin embargo, no quería darse por vencida.
A la salida del trabajo se pasaría una vez más por la dirección que la ojiazul le había dado.
Vigilaría el edificio durante unas horas y si no descubría nada... cortó sus pensamientos en seco.
No quería pensar en esa posibilidad.
Así que, en cuanto acabó su turno, Santana subió al coche y condujo directo hacia su objetivo.
Tuvo la suerte de encontrar un sitio libre a pocos metros del portal, desde donde podía ver a todo aquel que entraba o salía del edificio.
Por fortuna, parecía que el turno del portero había acabado, con lo cual no tenía que preocuparse de que pudiera pillarla espiando.
Después de dos horas de paciente espera, sin nada más que hacer que escuchar las noticias y las mismas canciones de siempre en la radio, Santana empezó a preguntarse qué demonios estaba haciendo.
Ya iba a dar la vuelta a la llave de contacto, furiosa consigo misma, cuando vio salir del portal una figura femenina que le pareció familiar.
Con el corazón bombeándole con fuerza en el pecho, se bajó del coche y la siguió de cerca.
La forma de vestir de la chica era peculiar; llevaba unos vaqueros ajustados que marcaban sus esbeltas caderas, una especie de poncho de lana de colores y unas botas de borrego.
De su hombro colgaba un gran bolso de punto, a juego con la boina que cubría su pelo.
No parecía la Brittany que conoció pero, de repente, un mechón de suave pelo rubio se escapó de su confinamiento y, sin poder reprimirse, Santana alargó la mano, la sujetó del brazo con fuerza y la obligó a volverse.
—¡Brittany!
Sin embargo, aunque el rostro de la mujer era muy similar al que desde hacía días poblaba sus sueños, percibió en el acto las diferencias: era diez centímetros más baja, y su cara era distinta, su nariz y mejillas.
La desilusión la arrolló como una manada de búfalos pero, a pesar de todo, siguió sujetándola, temerosa de que fuera a escaparse.
—Me imagino que ya te habrás dado cuenta de que yo no soy Brittany, soy su hermana Hanna—la chica la miró de arriba abajo con curiosidad, preguntándose desde cuándo conocía su hermanita a una morena tan apetitosa.
Al oírla, la esperanza regresó en tromba, apartando a manotazos a los búfalos del desencanto, y los ojos de Santana brillaron con intensidad al posarse en esos iris algunos más claros que los suyos.
—¿Tienes una hermana que se llama Brittany? ¡Dime dónde está! ¡Necesito hablar con ella! ¿Por qué no quiere verme?—con cada pregunta que formulaba, le daba una ligera sacudida, al tiempo que hundía sus dedos en los brazos esbeltos.
—¡Eh, tranquila, amiga! Me estás haciendo daño. Suéltame ahora mismo o pegaré tal alarido que en dos segundos tendremos aquí a un comando de los GEOS—al ver aquella mirada cargada de terribles amenazas, la médico la soltó en el acto.
—Perdona, perdona—se apresuró a disculparse—Es sólo que llevo varios días buscándola y es como si se la hubiera tragado la tierra. Estoy desesperada.
—Eso me suena a que la tal Brittany no desea que la encuentres.
Al oír sus propios temores en boca de una chica que se parecía de manera sorprendente a la mujer que la obsesionaba desde hacía días, Santana sintió
un potente arrebato de furia.
—¿Qué pasa, te ha dicho algo al respecto? ¿Qué problema tiene tu hermana? ¿Acostumbra a irse a la cama con desconocidas y, luego, si te he
visto no me acuerdo? Le gusta volver locas a las personas, ¿verdad? Seguro que se reirá mucho cuando le cuentes que te has encontrado con una pobre idiota que no ha parado de pensar en ella durante las últimas dos semanas.
—¡Oye, para el carro! Estás equivocado. La chica que buscas no es mi hermana Brittany.
—¡No mientas! Claro que es tu hermana. Se paren, con sus diferencias y todos, son como dos gotas de agua.
—Será por esas casualidades de la vida, dicen que todo el mundo tiene un doble en alguna parte. Pero es imposible que la mujer que te dejó tirada sea mi hermana; primero, porque Brittany es la última persona que tendría un rollete de una noche con una persona desconocida y, segundo, porque hace unos meses que se fue a trabajar a Nueva York y ahí sigue.
—¡Nueva York!—una vez más, los búfalos...—No puede ser. ¿Cómo explicas entonces el parecido contigo? No me creo tu teoría de los dobles en alguna parte, podríais ser mellizas; lo único que se diferencia es la forma de la nariz y la estatura.
Ahora Hanna estaba francamente intrigada por la seguridad con la que hablaba aquella extraña, así que preguntó a bocajarro:
—¿Cómo es tu Brittany?
—Es un poco mas alta que tú, tiene la nariz más larga, pero tienen el mismo color de piel, de pelo y sus ojos también solo que cuando esta excitada son más oscuros que de...—se detuvo en seco al advertir la mirada burlona de su interlocutora y notó que se ponía colorada.
—Excitada, ¿eh?—entornó los párpados y le lanzó una mirada maliciosa.
—No es de tu incumbencia—afirmó de malos modos—¿Cómo es tu hermana?
Hanna pensó a toda velocidad.
Estaba más claro que el agua que la mujer de la que hablaba esa mujer era su hermana Brittany; sería mucha casualidad que en un mismo universo habitaran dos personas exactas.
Pero Brittany llevaba meses en Nueva York... ¿o no?
Recordó los correos en los que su hermana no paraba de darles largas a propósito de su viaje y del alquiler del departamento con unas excusas que más parecían made in Hanna que otra cosa y empezó a dudar.
«¡Quinn!—pensó—Seguro que ella lo sabe todo.»
Pero ya reflexionaría sobre aquello más tarde, en ese momento no tenía tiempo para darle vueltas al asunto, se dijo.
Ahora, lo primero era lidiar con esa atractiva individua al que, al parecer —y ella no podía entender por qué—, Brittany no estaba dispuesta a ver más.
Sin embargo, las Pierce Marin, a pesar de sus pequeñas taras y diferencias, eran una piña y, si su hermana no quería que esa mujer la encontrara, no sería ella la que la traicionase.
—Lo siento, es mucho más baja que yo y sus ojos son marrones oscuros. Muy parecidos a los tuyos.
Al ver la expresión de profunda desolación que asomó a esos ojos de los que hablaba, Hanna se vio obligada a reprimir el poderoso impulso de arrojarse de rodillas al suelo, confesar que era todo una burda mentira y rogarle que la perdonara.
—Entonces será mejor que me vaya. Perdona si te he hecho daño...—Santana dio media vuelta y ella la observó alejarse con los hombros hundidos y arrastrando los pies.
«Aquí hay gato encerrado», se dijo.
Y no había cosa en el mundo que Hanna adorase más que un buen misterio.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra...
en serio va a reaccionar asi britt todas las veces que san este serca jajaj
se le esta saliendo de las manos a britt el juego sin que se de cuenta!!!
a ver que hace hanna???
nos vemos!!!
en serio va a reaccionar asi britt todas las veces que san este serca jajaj
se le esta saliendo de las manos a britt el juego sin que se de cuenta!!!
a ver que hace hanna???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra...
en serio va a reaccionar asi britt todas las veces que san este serca jajaj
se le esta saliendo de las manos a britt el juego sin que se de cuenta!!!
a ver que hace hanna???
nos vemos!!!
Hola lu, jajaajajaj y como no hacerlo¿? osea es san! ajajajjaajajaja. Jajajajaaj repito, y como no¿? osea es san! ajajajajajajaja. =o mmm esperemos y no perjudique a... nada que las junta ya! aajjaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 11
Capitulo 11
Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
CC:
De: mamacibernetica@yahoo.es
Asunto: Virus mortal
Qué raro que en el telediario no hayan dicho nada de lo del metro de Nueva York. Desde luego, estos yanquis son de lo más discreto. Creo que Hanna se ha asustado por tus noticias, ya que, desde hace unos días, cada vez que saco el tema de ir preparando una lista con todas las cosas que tenemos que comprar, me da largas.
Es la primera vez que veo a tu hermana asustada por algo, aunque sea un virus mortal; espero que no esté incubando una depresión. En fin, voy a esperar unos días a ver si empieza a mostrar más entusiasmo.
Y tú, Brittany, ¿cómo va todo? ¿Tienes mucho trabajo? ¿Has abierto los correos de Sam? A lo mejor has coincidido con Donald Trump, ahora son vecinos. Acabo de verlo en el ¡Hola! con esa nueva mujer que tiene (otro clon recauchutado de las anteriores) y su peinado a lo Anasagasti. Hay cosas que nunca cambian...
En fin, si ves a alguien conocido, hazle fotos con el móvil y me las mandas.
Un beso,
Tu mamá
PS: ¿Puedes mirar a cuánto está por ahí el Jasmin Noir de Bvlgari?
CC:
De: mamacibernetica@yahoo.es
Asunto: Virus mortal
Qué raro que en el telediario no hayan dicho nada de lo del metro de Nueva York. Desde luego, estos yanquis son de lo más discreto. Creo que Hanna se ha asustado por tus noticias, ya que, desde hace unos días, cada vez que saco el tema de ir preparando una lista con todas las cosas que tenemos que comprar, me da largas.
Es la primera vez que veo a tu hermana asustada por algo, aunque sea un virus mortal; espero que no esté incubando una depresión. En fin, voy a esperar unos días a ver si empieza a mostrar más entusiasmo.
Y tú, Brittany, ¿cómo va todo? ¿Tienes mucho trabajo? ¿Has abierto los correos de Sam? A lo mejor has coincidido con Donald Trump, ahora son vecinos. Acabo de verlo en el ¡Hola! con esa nueva mujer que tiene (otro clon recauchutado de las anteriores) y su peinado a lo Anasagasti. Hay cosas que nunca cambian...
En fin, si ves a alguien conocido, hazle fotos con el móvil y me las mandas.
Un beso,
Tu mamá
PS: ¿Puedes mirar a cuánto está por ahí el Jasmin Noir de Bvlgari?
El correo electrónico de su mamá la dejó pensativa.
Conocía demasiado bien a su hermana para pensar, ni por un segundo, que un mísero virus podía atemorizarla.
Hanna era de las que, si algún día se encontrara cara a cara con el mismísimo demonio, lo más probable era que le soltara un: «¡Menudos tochos te ha puesto alguna diablesa, so pringado!» para después reírse en su cara.
En fin, tendría que estar atenta; con su hermana nunca se sabía por dónde iba a salir.
Decidió que contestaría a su mamá más tarde, sólo le quedaba media hora para volver al trabajo y quería pensar con tranquilidad en lo que había sentido en esas dos últimas semanas cuando se encontraba con la vecina del 6.º derecha.
Sabía que, si decía que le era indiferente, mentiría.
Cada vez que la veía, sus rodillas se veían afectadas por el efecto gelatina y se ponían a temblequear como posesas.
Era injusto, se dijo; ¿por qué no podía hacer lo que, sin duda, había hecho la morena y no dedicarle ni un pensamiento más a lo ocurrido?
Aquella noche que pasó entre sus brazos no se le iba de la cabeza; a veces, incluso, despertaba en mitad de la oscuridad, temblorosa de deseo, y daba mil vueltas hasta que lograba dormirse de nuevo.
Nunca pensó que echar una cana al aire fuera a acabar con su paz mental.
Aunque, quizá, tan sólo era la falta de práctica; igual si lo hiciera más a menudo no estaría tan obsesionada con el asunto.
Era como cuando, estando casada con Sam, le daba por comer chocolate.
Empezaba por tomarse cuatro onzas y luego otras cuatro, lo cual le provocaba tales remordimientos de conciencia que al final se comía la tableta entera; total, para sentirte así de mal, más valía que fuera por algo que mereciera la pena.
Aunque no sabía a quién pretendía engañar.
Aquella noche ella había actuado de manera contraria a su forma de ser y no estaba orgullosa de ello.
«Conseguiré olvidarlo», se prometió, apretando los dientes.
Decidida, se rehízo el moño, tan tirante que sus ojos se volvieron rasgados como los de una oriental, se puso sus gafas oscuras y salió de nuevo a la portería, dispuesta a llevar a cabo, sin distracciones, su sagrada misión de espiar las idas y venidas de los vecinos.
Llevaba más de tres horas sentada en su puesto de vigilancia —el lúgubre cubículo de la portería en el que, abstraída, tecleaba a toda velocidad un capítulo especialmente dramático de su novela, a pesar de que el respaldo de la incómoda silla se le clavaba en todas y cada una de las vértebras de su columna— cuando un ruido seco le hizo levantar la vista de la pantalla del portátil, sobresaltada.
Sobre el mostrador de la garita, Bree López acababa de dejar caer de golpe su pesada mochila cargada de libros.
—¡Ah!—Brittany se llevó una mano a su palpitante corazón, pero, al ver el reguero de lágrimas que resbalaban sin control por las mejillas de la niña, no le hizo ningún reproche—¿Qué te ocurre, Bree? ¿Por qué lloras?
Muy preocupada, salió de la garita y estrechó a la temblorosa adolescente contra su pecho. Unos fuertes sollozos sacudían el delgado cuerpo de Bree y, en seguida , sus lágrimas empaparon la bata floreada de faena.
—¿Qué te ocurre, Bree? ¡Tienes que decírmelo!—asustada al ver que los lloros iban a más, la apretó con fuerza contra sí.
—Jake... me... me quiero morir...—unos sonidos apenas inteligibles, mezclados con violentos hipidos, fueron su única respuesta, pero, al menos, le sirvieron a Brittany para tener un poco más claro aquello a lo que se enfrentaba.
—¿Tu novio? ¿Jake? ¿Qué te ha hecho ese...?
Tuvo que morderse la lengua para no soltar una barbaridad y, al ver que la puerta de la calle empezaba a abrirse, empujó con rapidez a la niña dentro de la portería y cerró con fuerza.
La llevó hasta el sillón, donde la obligó a sentarse y ella lo hizo a su lado. Luego, sin soltarle los brazos, la apartó con suavidad, clavó la mirada en los iris castaños, brillantes por las lágrimas, y ordenó:
—Venga, Bree, tranquilízate. Dime lo que ha pasado.
Su tono sereno ejerció un beneficioso efecto relajante sobre los nervios de la adolescente y, con la voz entrecortada por algún que otro sollozo aislado, empezó a relatarle lo ocurrido:
—Hoy no había quedado con Jake. Me dijo que tenía que resolver unos asuntos después de clase—apartó un mechón de pelo húmedo de su cara con dedos trémulos—Me iba a casa cuando llegó mi amiga Elena y me dijo que fuera con ella, que tenía una sorpresa para mí. Me extrañó un poco porque, aunque Elena y yo hemos sido siempre bastante amigas, desde que empecé a salir con Jake la había dejado un poco de lado; pero, a pesar de todo, decidí seguirla. La verdad es que estaba intrigada. Me llevó corriendo hasta los recreativos que hay a dos manzanas del colegio y, bueno, al entrar al principio no vi nada, ya sabes que ese sitio es bastante lúgubre.
Brittany no tenía ni idea, pero asintió con la cabeza para no interrumpirla.
—Sin dejar de tirarme del brazo, Elena me llevó hasta un sillón donde una pareja se besaba... ¡Y una mierda, eso no era besarse! ¡Se estaban metiendo mano de mala manera!—ahora, los ojos castaños relucían de indignación—Me quedé ahí parada como una estúpida. Ni siquiera entonces era consciente de lo que estaba viendo; no lo entendí hasta que la rubia abrió los ojos y me pilló mirándola como un pasmarote. La muy asquerosa se empezó a reír y le dijo al chico: «Mira a quién tenemos aquí, Jaecky». Entonces la reconocí, era Mamen, el putón del colegio. Es sólo un año mayor que yo y dicen que, además de liarse con todos los chicos de 2.º de bachillerato del instituto de al lado, también se lo ha hecho con un par de profesores. En el colegio la llaman Mamenmelá, así que imagínate...
Brittany podía imaginárselo a la perfección; en su clase también había habido una Mamen —en realidad, una Nuria— que tenía fama de ser una diosa del sexo cuando las demás aún no acababan de entender bien lo que les explicaba sobre la reproducción de las plantas la profesora de ciencias naturales.
En el colegio corrían sobre ella todo tipo de leyendas urbanas, la mayoría de ellas sin fundamento; pero cuando el «¡churro va!» perdió su atractivo, el espinoso tema de su reputación manchada animaba los recreos.
—... Y estaba besando a Jake.
El dolor que asomó a los ingenuos ojos castaños, tan parecidos a los de su mamá, hizo que a Brittany se le retorciera el estómago.
Sabía muy bien lo que se sentía al ser víctima de la traición de la persona que más amabas en el mundo.
Bree continuó su relato en un susurro angustiado:
—Pero eso no fue lo peor de todo. Lo peor fue cuando Jake me miró sonriente y, sin mostrar ningún tipo de vergüenza ni arrepentimiento, me soltó: «La culpa es tuya, Bree, por ser una estrecha». En ese momento, Elena tiró de mi brazo y me sacó de ahí a rastras, y yo empecé a correr y no paré hasta llegar a casa.
Brittany la abrazó una vez más y dejó que el llanto exorcizara algo de ese afilado dolor que, por primera vez, se había clavado en aquel joven corazón, mientras acariciaba su espalda arriba y abajo.
Casi diez minutos después, los sollozos empezaron a espaciarse y cuando al fin cesaron, salvo algún hipido aislado, Brittany se levantó del sofá y dijo:
—Por fortuna, tengo un remedio infalible para el dolor de corazón.
En seguida volvió de la cocina con un tazón lleno de helado Chocolate Fudge Brownie de Ben & Jerry’s y se lo tendió.
—Toma.
—No puedo comer nada, tengo un nudo en el estómago—Bree dejó el cuenco sobre la mesa y se volvió de nuevo hacia ella—Dime la verdad: ¿tú sospechabas algo?
—Bueno, ya se sabe que las porteras tenemos un sexto sentido...
Al notar los vivos iris marrones clavados en ella con fijeza, Brittany se removió en el sillón, incómoda. Finalmente, le dirigió una mirada de disculpa y confesó:
—Está bien, el otro día cuando fui al Mercado de la Paz, vi a Jake sentado en un banco de la calle besando a una chica.
—A lo mejor era yo...
Brittany lamentó tener que apagar el brillo esperanzado que había aparecido en los grandes ojos castaños, pero no le quedó más remedio:
—Negativo. Era rubia y muy pechugona.
De modo automático, la niña bajó la vista hacia los pequeños senos que se adivinaban bajo la blusa Bree del uniforme y tragó saliva varias veces, pero, en cuanto se recobró, la miró indignada y preguntó:
—¿Y por qué no me lo dijiste?
—Tengo la suficiente experiencia, a estas alturas de mi vida, como para saber que la gente no agradece que le des malas noticias. De hecho, lo más habitual es que se enfade con el pobre mensajero. Apuesto mi escoba de bruja a que, en estos momentos, Elena no es para ti la amiga del año, precisamente.
—¡Por supuesto que esa serpiente asquerosa no es mi amiga! Estoy segura de que disfrutó de cada segundo y es capaz de haber hecho fotos y de subirlas a Tuenti. No pienso volver al colegio nunca más. No quiero ser el hazmerreír y que todo el mundo al verme pasar comente: «Allá va Bree, la patética pureta cornuda»—en sus labios se dibujó un puchero conmovedor.
Al verlo, Brittany frunció el ceño y declaró con firmeza:
—¡Alto! No podemos empezar con la destructiva autocompasión. No conduce a nada, créeme, lo sé por experiencia. Abre la boca—sorprendida, Bree obedeció y una cucharada rebosante de helado de chocolate aterrizó sobre su lengua—Rico, ¿eh? Bueno acábatelo. Necesitamos toda la energía de que dispongamos para trazar un plan. No podemos permitir que un donjuán liliputiense se ría de ti, antes desguazamos su moto y tiramos las piezas al Manzanares. Desde luego, los puñeteros empiezan pronto a portarse como auténticos capullos, habría que exterminarlos en sus cunas...
Sin parar de llevarse a la boca una cucharada de helado tras otra, Bree observó a Brittany, fascinada, mientras ésta iba y venía por el estrecho salón mascullando improperios, rabiosa como una tigresa enjaulada.
En ese momento sonó el timbre, y tuvo que interrumpir sus paseos para ir a abrir.
—Llegas pronto—le soltó al pobre Emily, mirándola con odio.
La peliengra le devolvió la mirada, asustado, y tartamudeó una disculpa.
—Joder, Britt, lo siento, no pensé que pudiera molestarte. Acabo de hacer un business por el barrio y, como es jueves, he pensado que estarías a punto de acabar tu turno.
—Y, claro, vienes aquí a ver si puedes sacar algo, ¿verdad?
Si hubieran sido látigos, los iris azules le habrían arrancado un par de tiras de piel.
—Eres como ellos, ¿no?—escupió con desprecio—, ¡Todos sois iguales y más de una mujer igual, gracias a ellos!
Emily miró con cara de perplejidad hacia el sofá desde donde Bree observaba la escena con interés, olvidada, por unos momentos, su propia congoja.
—Es que odiamos a los hombres, Emily y a las mujeres que se portan igual—explicó, servicial.
—Pero yo no he hecho nada, joder, mirad... hasta les he traído un regalo—la morena rebuscó por todos los bolsillos de su pantalón y del jersey gris que no parecía quitarse ni para dormir.
Por fin, sacó una bolsa de plástico llena de pegajosos regalices rojos y la agitó ante sus ojos a modo de bandera blanca.
—¿Ven? Siempre pensando en mis chicas...
Bree dio un salto y se abalanzó sobre las golosinas.
—Es curioso—comentó, examinando ensimismada el regaliz que acababa de morder—, Me estoy dando cuenta de que el desamor provoca una necesidad descomunal de azúcar. Igual, si algún día estudio medicina, haré la tesis sobre este tema.
—¿Desamor?—Emily frunció la nariz de la misma manera que un sabueso que acabara de olfatear una posible presa—Cuéntale a tía Emy, pequeña, soy una experta en los asuntos de esa víscera traidora. Aquí donde me ves, he servido de paño de lágrimas a más de una y a más de dos; creo que, como de costumbre, he llegado en el momento oportuno.
—En fin, estás aquí, así que ya no tiene remedio—afirmó Brittany de malos modos—Traeré algo salado de comer, porque, si no, nos va a dar una hiperglucemia y ya es lo que faltaba.
—Pobre Brittany, sigue tan amargada...—Emily sacudió sus cabellos despeinados, pesarosa.
—Desde luego odia a las personas que actúan como los hombres más que yo, ¿por qué?—preguntó Bree con curiosidad, aprovechando su ausencia.
—La pobre pilló a su marido haciéndoselo con la secretaria...
—¡No lo pillé in fraganti, gracias a Dios! Ni era su secretaria, era una administrativa de la sucursal donde trabaja. Y no estoy amargada—con brusquedad, Brittany depositó la bandeja que llevaba encima de la mesa de
Centro.
—Hija mía, tienes un oído que ni un tísico. Qué espía ha perdido el CNI.
—¿De verdad te hizo eso tu marido? ¡Qué cabronazo!—Bree estaba indignada—Hay que fijarnos en las mujeres, nosotras no somos así.
Brittany le dio una mirada dudosa.
—Buen no todas. Lo bueno es que a ustedes si les gustan las mujeres, pero a mi no. Yo estoy perdida. Cabronazos.
—¡Shh, no digas tacos! ¡A tu mamá no le gusta nada!
—¿Y qué puede importarte? Mi mamá no esta aquí ahora así que...—la niña se encogió de hombros, luego se abalanzó sobre las patatas fritas y, con la boca llena, añadió—De todas formas, mamá no es para nada como tu ex o el imbécil de Jake. Ni es ese tipo de mujer que se comporta como los hombres—miro de reojo a Emily—Mi mamá es la mejor persona del mundo.
—¿Sí?—a pesar de su aparente indiferencia, Brittany se moría por escuchar más, pero no quería mostrarse demasiado interesada.
—Una vez le dijo a una mujer con la que salía que era mejor que no siguieran viéndose, porque no podía darle lo que ella deseaba y no debía conformarse con menos.
—Eso es lo que yo llamo sacudirse a una tía con elegancia —declaró Emily llena de admiración.
—¡Que no, estúpida, te digo que lo hizo por su bien! La mujer no paraba de acosarla. Mi mamá podría haberse aprovechado de ella y, luego, si te he visto no me acuerdo, pero en ningún momento quiso engañarla.
—No deberías contarnos las intimidades de tu mamá—muy a su pesar, Brittany cortó en seco las confidencias—Y menos cuando me da la sensación de que has conseguido la información a base de pegar la oreja a
la puerta.
Bree tuvo el detalle de sonrojarse, lo que corroboró sus sospechas.
En ese momento, llamaron a la puerta y en cuanto Brittany abrió entró Sue
Sylvester, con la majestuosidad de una reina, dejando una estela de denso
perfume de violetas a su paso.
—Cada día empiezan antes, ¿qué me he perdido?
—Hay una alerta roja amorosa. A la niña le han roto el corazón—comentó Emily, despreocupada, señalando a Bree con el dedo pulgar.
—¡No soy ninguna niña! —exclamó, furiosa.
—La verdad, Emily, es que eres muy burra. Jake el Ruin se ha portado como una auténtica cucaracha y Bree ya no es ninguna niña—dijo la rubia.
La adolescente le dirigió una sonrisa agradecida a Brittany, que en ese momento limpiaba los cristales de sus gafas con la tela de la bata y, de pronto, tuvo una revelación.
—¡Pero Brittany, tú vas disfrazada! ¡En realidad no eres horrible; ni siquiera eres una vieja!
—Esta niña sale a mí—afirmó Sue, complacida—, No se le escapa una...
Brittany frunció el ceño; era un auténtico desastre, una vez más la habían
descubierto.
Resignada, se encogió de hombros, se llevó la mano al moño y se soltó las horquillas una a una.
—En fin, en vista de que tú también me has pillado, aprovecharé para irrigar de nuevo el cráneo y las neuronas. Nunca hubiera pensado que llevar la cabeza llena de horquillas fuera tan molesto. Mi cuero cabelludo parece un alfiletero.
Bree contempló la transformación, boquiabierta, y pasaron varios minutos hasta que consiguió decir:
—Pero tú no eres una portera de verdad, ¿a que no? Si eres guapísima... ¡Joder, no puedo entender que alguien se disfrace de portera horripilante!
—Las mujeres despechadas somos capaces de todo—apuntó Emily con mala idea.
—En efecto, lo somos—era evidente que Sue se disponía a hacerles una revelación—Aún recuerdo cuando encontré a Alberto Noguera, mi prometido, en la cama de Pili Acosta, esa segundona envidiosa que siempre deseó meterse en mis bragas. Perdonad lo vulgar de la expresión, pero nunca mejor dicho; un día la pillé en mi camerino robándome la ropa interior. Por supuesto, mi venganza se abatió sobre ellos a su debido tiempo...—la ex vedette se pasó la lengua por los labios rojos, relamiéndose.
—¡Dime qué hiciste! ¡Yo también quiero vengarme!
Sue Sylvester había captado la total atención de la niña.
También Brittany se mostraba muy interesada mientras que los ojos de Emily iban de la una a la otra, socarrones.
—Cerré la puerta con cuidado y llamé a un amigo fotógrafo. Las fotos de ambos, desnudos y con cara de susto, aparecieron en todos los noticieros del país al día siguiente, junto con un reportaje en el que yo anunciaba mi nuevo compromiso con el galán mexicano más famoso de la época. Durante meses fueron el hazmerreír y, por supuesto, usé mis contactos para asegurarme de que ninguno de ellos volviera a trabajar en una película de habla hispana. Creo que Alberto acabó alcoholizado y pidiendo limosna en la puerta de una iglesia, mientras que Pili terminó vendiendo su cuerpo, que no era nada del otro jueves, todo hay que decirlo, en los burdeles más miserables de los arrabales de DF. ¡Nadie juega con Sue Sylvester!
Tras lanzar aquella advertencia, la ex actriz permaneció muy erguida y respirando agitadamente en el centro de la sala, en tanto que Bree y Emily la miraban con rendida admiración.
Brittany, por otro lado, tenía sentimientos encontrados; aunque el asunto le parecía algo cruel, tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir las ganas de aplaudir.
Al fin y al cabo, era una venganza perfecta, como la que había soñado a menudo para Sam y su querida.
En ese instante, volvió a sonar el timbre de la puerta.
—¡Hombre, la que faltaba!—Emily dio paso a Quinn, que llegaba congestionada.
—¿Me han echado de menos?—fue directa a la nevera a sacar una Coca-Cola—¡Uf, no se pueden imaginar el calor que hace! Vengo a ayudarles a planear lo del vecino del 4.º izquierda. ¿Se ha cargado a alguien más?
—Vamos a tener que cambiar de planes—la interrumpió Sue sin abandonar su actitud dramática. Y dirigiéndole una mirada significativa a Bree, agregó—Ahora ha surgido un asunto aún más importante del que ocuparnos.
Encantada de ser el centro de atención, Bree se sentó en su puf con la Coca-Cola en la mano y se esforzó por exhibir su mejor expresión de desolación.
Emily se derrumbó a su lado encima del suyo, y las otras tres se apretaron en el incómodo sofá de dos plazas.
Tras dar un largo trago a su refresco, Quinn ordenó muerta de curiosidad:
—¡Cuéntenme!
—La niña, que le han roto el corazón—comentó Emily, al tiempo que le pasaba el brazo por encima de los hombros.
Por una vez, la adolescente no reaccionó indignada ante el apelativo, sino que le sonrió reconfortada por su ternura.
—Dinos qué te ha hecho ese cabroncete y voy pitando a partirle las piernas.
Pero antes de que ella pudiera abrir la boca, volvió a sonar el timbre.
—¡Por Dios, ¿han repartido octavillas de nuestras reuniones por todo el barrio?!—preguntó Brittany, irritada—¿Quién podrá ser ahora? Esto empieza a parecerse al camarote de los Marx.
—¿De quién?—preguntó Bree, extrañada.
—Ah, los jóvenes. Creen saberlo todo y no saben nada de nada...—suspiró Emily, meneando la cabeza pesarosa, como una abuela gruñona.
Brittany abrió la puerta y se quedó clavada en el umbral.
Antes de poder recuperar el habla, un brazo la hizo a un lado y su hermana se coló hasta adentro, mirando a su alrededor con curiosidad.
—¡Ah!—Quinn soltó un grito y se llevó la mano al corazón, igual que la heroína de un melodrama novecentista.
—Hanna, ¿qué haces aquí?—logró articular Brittany por fin—¿Cómo me has encontrado?
—¿Te crees que soy tonta? Sabes que no puedes ocultarme tus secretos, hermanita. Acuérdate de cuando encontré la llave de tu diario, lo que me pude reír. En cuanto empecé a sospechar que la historia de Nueva York era falsa, decidí seguir a tu amiga—señaló con un dedo a Quinn, que aún permanecía con la boca abierta—Y ella me ha traído derechita hasta aquí. Por cierto, ¿quién es toda esta gente?
Las aludidas miraban a la recién llegada con curiosidad, salvo Emily, que se había puesto en pie sin darse cuenta y contemplaba a Hanna sumida en un profundo trance.
Brittany suspiró; no era la primera vez que notaba el efecto que causaba su hermana pequeña en las personas.
Desde luego a ella no le pasaba jamás, y eso que decían que se parecían como dos gotas de agua.
Suspiró de nuevo, se encogió de hombros y empezó a hacer las presentaciones:
—Hanna, te presento a Sue...
Su hermana lanzó un agudo chillido y la interrumpió sin miramientos:
—¡Sue Sylvester! ¡Dios mío! ¡No se imagina cómo lloré cuando la vi en Arrastrada a la ignominia! Pobre Clarita; primero pierde a su padre, atropellado por su propio carro de chatarrero; luego a su madre, quien, al conocer la trágica noticia, se desmaya y cae sobre la cazuela de estofado de conejo que preparaba en la chimenea y muere abrasada entre espantosos gritos de dolor. Pero lo peor fue cuando, ese mismo día, su perrito Pillín es devorado por un lobo hambriento que baja de las montañas... Se lo aseguro, esa película me marcó.
Como una reina ante su súbdita predilecta, la señorita Sylvester inclinó la cabeza, complacida, y declaró:
—Me gusta tu hermana, Brittany.
—Toma y a mí.
Brittany apenas logró entender lo que farfullaba Emily; sin embargo, Hanna no la oyó.
—Hanna, te presento a Emily, amiga de Quinn y ahora, al parecer, una inquilina más de esta portería, y ésta es Bree López, que vive en el 6.º derecha.
—Hola, chicas. Cómo te lo pasas, hermanita. Será mejor que espere a que nos quedemos a solas para pedirte explicaciones—Hanna se quitó el poncho de colores de punto grueso que llevaba a pesar del calor que hacía afuera, lo tiró de forma descuidada sobre el aparador y, como si estuviera en su casa, fue a la nevera y sacó una cerveza—¡Perdonen la interrupción, por favor, sigan con lo que estuvieran haciendo!—gritó desde la cocina.
—A este paso, voy a tener que cobrar una cuota para bebidas. Me paso el día en el súper—rezongó su hermana, malhumorada.
Emily salió al fin de su ensoñación, pero, en cuanto Hanna reapareció en el salón, sus pupilas siguieron pendientes de hasta el más mínimo movimiento de aquella preciosa mujer que parecía encontrarse completamente a sus anchas, a pesar de haber irrumpido en mitad de una reunión a la que no había sido invitada.
Hanna era más menuda que Brittany y de movimientos nerviosos. Su pelo tenía un tono más claro que el de su hermana y, por contraste.
Con agilidad, se sentó en la postura del loto en mitad del suelo y los miró de una forma que sugería que tenía todo el tiempo del mundo y estaba dispuesta a pasar un buen rato.
—Venga, venga, no se corten.
—Adelante, Bree, aunque a veces no lo parezca, mi hermana es de confianza—animó Brittany a la adolescente, que se mostraba vacilante.
Así que Bree relató de nuevo los acontecimientos de la tarde, sintiéndose reconfortada por los comentarios de apoyo que, de vez en cuando, voceaba su auditorio:
—¡Menudo canalla! Ni Pepito Galán en Barba Azul—las largas pestañas de la ex vedette se agitaban de indignación.
—Deberíamos untarlo de miel y dejarlo cerca de un hormiguero. De hormigas rojas, que son las que pican—precisó Hanna que, a pesar del amor que decía profesar por la humanidad y de ser vegetariana, era bastante sanguinaria.
—¡Tengo un plan!—anunció Emily, de repente.
Las demás clavaron en ella la mirada, expectantes, y con expresión de triunfo y su voz más penetrante anunció:
—Bree, mañana irá a recogerte a la escuela una bella princesa montada en una limusina.
La niña palmoteó, encantada, pero Brittany, que ya conocía de sobra la inclinación de Emily a embellecer la realidad, preguntó con desconfianza:
—¿Y de dónde sacamos a la bella princesa? ¿Y la limusina? ¿Además que a ella no le gustan las mujeres.
—Aquí tienen a su princesa. Y mejor aún si llega con una mujer, así demuestra que ese tal Jake era tan malo que al hizo cambiar de bando— Emily se inclinó en una aparatosa reverencia. Luego imitó con la lengua un redoble de tambores, al tiempo que tocaba con unas baquetas invisibles y añadió en plan apoteosis final—¡Y tengo la furgoneta de mi hermano!
La mirada de la niña manifestó tal decepción que Brittany se vio obligada a reprimir una carcajada, pero lo que acabó de hundir a Emily fue el comentario de su hermana:
—Está bien, amiga, no niego que sea un buen plan, pero, desde luego, hay que buscar a otro protagonista. No quiero ser cruel, pero no tienes pinta de princesa, aunque quizá seas bella en un estilo peculiar—añadió con una mirada dubitativa en un intento, no demasiado sutil, de no herir su orgullo—Pero no te preocupes, Bree, el hermano pequeño de un miembro de mi grupo de música sánscrita es un auténtico bombón y seguro que estará encantado de hacer el papel.
La expresión ofendida de Emily fue tan cómica que ni Brittany ni la señorita Sylvester pudieron contenerse y empezaron a reírse como locas.
Muy enfadada, y olvidada por completo ese instante en el que, nada más verla, había decidido amarla para el resto de sus días, Emily se encaró con la recién llegada con los brazos en jarras y los ojos ardientes de ira.
—¿Y tú quién te crees que eres? ¡Llegas la última, dando órdenes y diciéndonos a todos lo que tenemos que hacer!
Hanna alzó ambas manos e hizo el signo de la paz, en un vano intento de apaciguarla.
—Tranqui, amiga. No quería ofenderte.
—Bueno sí, me has ofendido y, además, no me llames amiga. No soy tu amiga, ni tu colega, ni cualquier débil mental de esos que imagino que estás acostumbrada a manejar a tu antojo.
—Muy bien, listilla—su agresividad consiguió enfurecer a Hanna, quien, al fin y al cabo, nunca había sido ningún modelo de paciencia—¡Tú lo has querido! A partir de ahora no volveré a dirigirme a ti más que a través de terceros y sólo si es absolutamente necesario.
—Perfecto.
Ambas permanecieron un buen rato retándose con miradas incendiarias, hasta que Brittany se vio obligada a echar mano de toda su diplomacia para poner fin al enfrentamiento.
—No hagas caso, Emily, pero es cierto que tu plan tiene dos grandes pegas: primero, eres demasiado mayor para pasar por la novia de Bree y, segundo, si cuando hablas de la limusina te refieres a la furgoneta de la pescadería de tu hermano con la que hicimos la mudanza, casi que no... Pero lo de hacer el cambio de bando fue muy bueno, pero después ella tendrá problemas al querer salir.
—Muy bien, bueno a ver con qué se descuelga la listilla de tu hermana. Yo me lavo las manos—enfurruñada, la morena se arrellanó en su puf y clavó la vista en el suelo, dispuesta a no pronunciar ni una palabra más.
Sin hacerle el menor caso, Hanna se volvió hacia Bree y le dijo:
—No te preocupes de nada, déjalo en mis manos. Escríbeme en un papel la dirección de tu colegio, tu hora de salida y un punto de encuentro, y mañana por la tarde el hermano de mi amigo te estará esperando. ¿Tienes alguna foto que le pueda dejar?
Bree empezó a buscar, frenética, en su mochila y, finalmente, sacó el carné de la biblioteca municipal y se lo tendió a Hanna.
—No salgo muy bien, pero no tengo otra—se disculpó.
—Relájate, ésta servirá—abrió el enorme bolso tejido a mano en punto de vivos colores y rebuscó durante un buen rato, hasta que encontró una libreta con un colorido mandala en la cubierta y guardó el carné con cuidado en su interior, mientras los otros —salvo Emily, que insistía en aprenderse de memoria el trazo de la grieta de una de las baldosas de terrazo— daban las últimas vueltas al plan.
Por fin, hacia las nueve y media empezaron a desfilar.
Hanna se quedó en el pisito para hablar con su hermana, en tanto que Brittany rehacía su disfraz a toda velocidad y salía a despedir al resto al vestíbulo del edificio.
Bree aguardó a que los demás se hubieron marchado antes de decir:
—Muchas gracias por todo, Brittany. No sé qué habría hecho esta tarde sin ti.
Brittany le dirigió una tierna sonrisa y respondió:
—No hay de qué, Bree. Todo el mundo necesita de vez en cuando un hombro sobre el que llorar. Confía en mi hermana. Ya verás como mañana no será tan horrible como piensas.
Impulsiva, Bree se puso de puntillas y la besó en la mejilla.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Pobre San sufriendo por no encontrar a Britt, y El encontrar a su hermana no fue de mucha ayuda solo hizo que supiera de su plan jajajaja.
Y bueno Em ya cayó enamorada de Hanna, me va a encantar como se llevan.
Y con San espero que no se rinda o que Britt vuelva a aparecer por ella!
Y bueno Em ya cayó enamorada de Hanna, me va a encantar como se llevan.
Y con San espero que no se rinda o que Britt vuelva a aparecer por ella!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Queeeeee como lo dejas ahi???? estoy agonizando por escuchar la conversacion de las hermanas Pierce Marin!!!! (bueno, leer la conversacion)
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
JVM escribió:Pobre San sufriendo por no encontrar a Britt, y El encontrar a su hermana no fue de mucha ayuda solo hizo que supiera de su plan jajajaja.
Y bueno Em ya cayó enamorada de Hanna, me va a encantar como se llevan.
Y con San espero que no se rinda o que Britt vuelva a aparecer por ella!
Hola, aii mi pobre morena =/ Jajajajajaj la llegada de otra lópez (que britt no sabe q lo es) no ayudo XD jajajajaaj a birtt obvio jajjajaajaj. Jajajajajajjaaja a mi tmbn me gusta su interacción, esperemos y otra rubia de ojos azules haga sufrir a otra morena de ojos marrones jajajaajja. Jajajaj espero lo mismo la vrdd jaajajaj osea ya tienen q estar juntas jajaja. Saludos =D
micky morales escribió:Queeeeee como lo dejas ahi???? estoy agonizando por escuchar la conversacion de las hermanas Pierce Marin!!!! (bueno, leer la conversacion)
Hola, jajaja lo siento, pero para mi beneficio, el cap kedo ai jajaajaj. Jajajajajaa si ajajaj leer xD jajaaj aquí te dejo el siguiente cap y termino tu agonía! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 12
Capitulo 12
En ese momento se oyó un carraspeo, y ambas se volvieron a la vez para mirar al recién llegado.
En esta ocasión, se trataba más bien de recién llegadas. Santana López—más seductora que nunca vestida con unos pantalones ceñidos, una polera que mostraba un poco su escote y una americana, y el pelo oscuro ligeramente revuelto— rodeaba con su brazo la cintura de una mujer bastante atractiva unos años menor que Brittany, baja y con una estilosa melena castaña que le llegaba a la altura de la cintura.
Al verlas, a la rubia se le revolvió el estómago y le entraron unas ganas horribles de vomitar.
En cambio, en cuanto Bree se dio cuenta de quiénes eran, se abalanzó sobre la acompañante de la médico entre gritos de entusiasmo:
—¡Cami! ¡No sabía que venías!
La niña corrió a los brazos de la mujer, que la estrechó con fuerza. Saltaba a la vista que las dos se adoraban y a Brittany, no sabía por qué, eso le dolió aún más.
Incapaz de seguir contemplando aquella escena, se volvió hacia la morena mayor que permanecía en pie a su lado, con una irritante sonrisa de satisfacción en sus labios.
Al verla, una oleada de rabia arrasó su cerebro y se lo hizo ver todo rojo.
—Me están poniendo el vestíbulo hecho un asco—protestó con su tono más desabrido mientras señalaba con un dedo acusador unas huellas casi invisibles en el mármol—Claro, ninguno usa el felpudo, nooo, ¿para qué? Seguro que está ahí porque hace bonito. Nadie se para a pensar en la pobre señora Santos, que se desloma de sol a sol como una esclava. Ahora tendré que coger de nuevo la escoba para darle un repaso. ¡Pandilla de nuevos ricos egoístas, eso es lo que son todos!—esto último lo dijo en un sonoro susurro que todos pudieron oír con claridad.
Las caras de las dos adultas eran un poema: la doctora la miraba, acobardada, mientras que la mujer castaña lo hacía con una extraña mezcla de fascinación y horror.
Al verlas, a Bree se le escapó una risita que en seguida disimuló como si fuera un ataque de tos.
—Perdone, por favor—rogó al fin la castaña a la que, de repente, la situación le pareció también de lo más cómica—Le prometo que la próxima vez frotaré cada zapato contra el felpudo tres veces mínimo.
—Mmm...—la señora Santos simuló apaciguarse un poco, pero no pudo evitar añadir—Si no los restriega al menos cinco veces no quedan bien.
—Cinco, prometido.
La doctora López sacudió la cabeza, indignada, y decidió cortar por lo sano aquella absurda conversación.
—Vámonos. Buenas noches, señora Santos.
En el ascensor, lejos del alcance del oído de la portera, la médico estalló furiosa.
—Es increíble lo de esa mujer. Voy a hablar con el administrador, no pienso consentir que la portera de mi edificio me hable de semejante manera.
—¡Pero, mamá, déjala en paz! A mí la señora Santos me cae bien. Además, tiene el vestíbulo y la escalera mucho más limpios que la pareja que teníamos antes.
Su mamá entornó los párpados y le lanzó una mirada cargada de desconfianza.
—La verdad es que no veo a cuento de qué viene que estés todo el día juntas. Cada vez que llego las pillo hablando muy concentradas. ¿Desde cuándo son tan amigas?
Bree no quería que su mamá siguiera por ese camino, así que pasó al ataque.
—¿Qué pasa, mamá? ¿Ahora resulta que no voy a poder hablar con la portera? Nunca pensé que, precisamente tú, estuvieras llena de prejuicios clasistas. ¡Eres una anticuada!
Al oírla, la pelinegra mayor respondió, indignada:
—¡No soy ninguna clasista y no me importaría en absoluto que hablaras con la portera si ésta no fuera un ente siniestro que me asesina con la mirada cada vez que le dirijo la palabra! Lo que ocurre es que no me apetecería encontrar uno de estos días tus restos descuartizados, metidos en bolsas de basura dentro de uno de los cubos de la comunidad—mantuvo abierta la puerta del ascensor para que salieran.
—Mamá, tienes una imaginación calenturienta—lanzó una carcajada.
—Bueno a mí su portera me parece una fuente inagotable de entretenidas anécdotas para contar en una cena con amigos—comentó la Camila, divertida.
—Sí, muy entretenidas. Claro, Camila, como tú no vives con ella y no tienes que aguantar sus impertinencias...—gruñó su hermana de mal humor, al tiempo que daba vuelta a la llave en la cerradura.
—Cami, ¿te vas a quedar muchos días?—Bree acompañó a su tía al cuarto de invitados que solía ocupar cuando iba a Madrid.
—Sólo hasta el lunes. Tengo que hacer unas gestiones en el colegio mayor de tu primo Blaine, ya sabes que el próximo curso viene a estudiar arquitectura a Madrid. La verdad es que estaba deseando escaparme de León. Tu tía y los niños están muy pesados, creo que les vendrá bien valerse por sí mismos durante unos días, así apreciarán lo que hago por ellos. Además, quiero ver ese musical que acaban de estrenar en la Gran Vía. Espero convencer a tu mamá para que me acompañe.
—Seguro que sí, ya sabes que mamá siempre hace lo que le pides.
—Sí—la mujer castaña empezó a sacar prendas de su pequeña maleta y las fue colocando en el armario—, Hay que reconocer que la pobre es más buena que el pan. ¿Qué tal está? ¿Sabes si sale con alguien?
Su tía nunca la había tratado como a una niña inocente que no se enteraba de nada, así que Bree le respondió sin el menor disimulo:
—La verdad es que últimamente la noto rara. Está un poco mustia y tristona. He procurado pegar la oreja cuando habla por el móvil, pero, salvo la lagarta esa que no para de llamarla.
Camila asintió con la cabeza, ya había tenido noticias con anterioridad de la tal Elaine Galindo.
—, No he conseguido pillarla hablando con otra mujer. De hecho, he revisado su agenda de contactos y no he encontrado nada interesante.
—Mmm, ya veo. Tendremos que estar atentas—se limitó a responder su tía, sin que le escandalizaran lo más mínimo las tácticas detectivescas de su sobrina.
Brittany cerró la puerta tras de sí con un poco más de fuerza de la que habría deseado.
Al ver su ceño arrugado y sus mejillas enrojecidas, su hermana, que la conocía demasiado bien, alzó las palmas de las manos y dijo:
—¡Oye, no te enfades conmigo! No soy yo la que va por ahí contando trolas a diestro y siniestro.
—Bueno eso sí que son noticias frescas, porque, por lo general, mientes más que hablas.
Los ojos azules echaban chispas, pero a Hanna le dio la impresión de que, en esa ocasión, el cabreo de su hermana no iba con ella, para variar.
Así que se dirigió hacia Brittany, apoyó las manos sobre sus hombros y la condujo con suavidad hasta el sillón, donde la obligó a sentarse. Luego agarró las patillas de sus gafas, se las quitó con cuidado y las posó sobre la mesa.
Al ver la expresión de desolación de su hermana, que hasta ese momento había estado oculta tras los cristales azulados, Hanna empezó a preocuparse de verdad.
Brittany cerró los ojos y se dejó hacer como un autómata.
De pronto, se sentía casi tan deprimida como cuando se enteró de la infidelidad de Sam; sin embargo, al notar que su hermana le soltaba el moño y colocaba las palmas de sus manos, primero sobre sus ojos, luego sobre sus orejas y, finalmente, sobre la parte superior de su cráneo, alzó uno de sus párpados y la miró mosqueada.
—¿Puede saberse a qué juegas?—preguntó por fin.
—No estoy jugando a nada—contestó su hermana muy seria—Te estoy imponiendo las manos. Así te transmito energía vital universal y limpio y purifico las obstrucciones energéticas de tu cuerpo, para que éste recupere su equilibrio de una manera natural.
—No he entendido ni una palabra de tu mambo jambo. De verdad te lo digo, Hanna, cada día estás más rara. El día que vengan a ponerte esa bonita camisa blanca que se ata a la espalda no voy a mover un dedo para impedirlo; como mucho, te llevaré un bocata de tofu a Locolandia—Brittany
apartó la cabeza, impaciente.
—Ay, Britty, me da pena ver lo escéptica que eres para ciertas cosas. Imagino que todo viene de ese natural tuyo, horrorosamente suspicaz, que
te hace pensar que la gente sólo te busca porque quiere algo de ti...
—¡Yo no soy horrorosamente suspicaz!—protestó su hermana, indignada.
—Por supuesto que sí, Santo Tomás a tu lado sería Míster Confiado 33 d. C. Verás, estoy estudiando con un maestro de reiki. Sólo llevo dos clases, así que aún estoy en el primer nivel, pero pretendo alcanzar la maestría lo antes posible. Mis amigos dicen que soy muy buena.
Brittany puso los ojos en blanco.
Desde que había empezado su etapa espiritual, su hermana sentía predilección por cualquier tipo de teoría oriental que tuviera que ver con la sanación, la alimentación o la religión.
Cualquier cosa que viniera de aquellas exóticas y lejanas tierras por donde salía el sol encontraba en ella una adepta fanática. También era defensora a ultranza de los débiles y necesitados de todo tipo.
Ya no recordaba ni la mitad de las causas perdidas por las que su hermana había luchado, algunas muy nobles y, otras, absurdas por completo.
Entre estas últimas le venía a la cabeza la sentada que hizo con otros colegas durante diez días frente a la Xunta, para exigir una vida digna para el berberecho gallego.
Al final los desalojaron por la fuerza, aunque ella, como de costumbre, salió mucho mejor parada que sus compañeros, ya que durante la protesta se hizo amiga de dos policías gallegos, macizos como el Galaico-Leonés, que la protegieron durante los disturbios y con los que pasó dos días de lo más
entretenida, jugando al mus y coqueteando con ellos en el calabozo de la comisaría.
Debía reconocer que su hermana era la activista perfecta; cualquier cosa era capaz de activarla.
—Está bien, te creo, pero deja de toquetearme la cabeza, que me estás poniendo nerviosa. ¿Quieres un café y tostadas de cena? Me temo que estas
termitas de los jueves han acabado con el resto de las existencias—Brittany se puso en pie y fue a la cocina.
Su hermana la siguió y, pocos minutos después, daban cuenta de un par de tostadas untadas con mantequilla y miel.
—Y ahora cuéntame de qué va todo esto—pidió Hanna tras dar un largo sorbo a su café.
Brittany la puso al corriente de casi todo lo que había ocurrido desde que se despidió de ellas, en teoría, para irse al aeropuerto.
Su hermana la escuchó sin interrumpir ni una sola vez y sólo cuando acabó su relato comentó:
—Y luego tengo que oír que yo soy la loca de la familia...
Al oír sus palabras, Brittany no pudo evitar una carcajada.
—Sí, suena a locura, pero, en realidad, la vida de portera no está tan mal. Me deja mucho tiempo libre. Por primera vez desde que empecé mi novela, tengo la sensación de que seré capaz de terminarla—Brittany jugueteó durante un rato con la tapa del azucarero antes de añadir—Sé que parece que me estoy escondiendo de Sam, pero no es así.
Su hermana enarcó una ceja con escepticismo y comentó:
—¿Cómo es eso que dicen los picapleitos? Excusatio non petita...
Una sonrisa renuente asomó a los labios de Brittany, pero sacudió la cabeza en una firme negativa.
—Te lo digo en serio, Hanna, desde que estoy aquí ya casi no pienso en él.
—No me extraña, la morenaza está de muerte—su tono rebosaba ironía.
Estupefacta, Brittany alzó la vista y la miró como si, de repente, le hubieran salido tres cabezas, una de ellas de rata asquerosa.
Hanna le devolvió la mirada con serenidad.
—No me mires así, hermanita. Lo sé todo sobre tu noche loca, parece mentira que con los peligrosos tiempos que corren se te vaya la pelota de semejante manera—añadió con las manos cruzadas sobre el regazo en una pose virtuosa mientras daba vueltas a los pulgares.
A la otra se le subieron los colores, abrió y cerró la boca varias veces dispuesta a negarlo todo, pero fue incapaz de pronunciar palabra.
Su hermana la observaba, divertida, sin intención de ayudarla. Por fin, Brittany consiguió articular una frase, corta, eso sí:
—¿Cómo lo sabes?
—Además de estudiar reiki, estoy haciendo un cursillo de artes oscuras. Voy por el apartado 3.1: «Pactos con el diablo y adivinación». La semana que viene me imponen la banda y me regalan la bola de cristal...—al ver su expresión horrorizada, Hanna comprendió que el cerebro de su hermana estaba tan bloqueado que se había tragado la estrambótica explicación—¡Por Dios, Britt, no seas simple! Me encontré el otro día con ella.
Un nuevo boqueo de pez asfixiado, hasta que un único vocablo rasposo logró salir de su garganta cerrada:
—Cuenta —graznó.
—Tu misteriosa amante me abordó frente al portal de mi casa. Me confundió contigo. La verdad es que me dio pena la pobre, parecía bastante desesperada.
—Desesperada... —repitió Brittany.
—Dijo que llevaba varios días buscándote, me preguntó si te estabas riendo de ella. Yo contesté que mi hermana Brittany estaba en Nueva York—le guiñó un ojo, maliciosa—En un momento dado, no recuerdo bien a cuento de qué, afirmó que tus ojos se volvían de un azul oscuro cuando estabas excitada.
—oscuros...—reverberó el eco, con las mejillas de un rojo furioso.
—Hija, ¿no me escuchas o qué?
Brittany sacudió con fuerza la cabeza en un intento de recuperar sus extraviadas facultades mentales.
—Así que fue a buscarme—murmuró para sí.
—Si me pides mi humilde opinión te diré que la fascinante morena está loca por ti.
—Loca por mí...
—¡Oye, no empieces otra vez!—exclamó Hanna, irritada.
—Estás equivocada, no está loca por mí—respondió en un tono casi normal, aunque, en seguida, cambió a modo furibundo—¡Es una mujeriega, una depredadora nocturna, una...!
—¡Para, no te embales! ¿Por qué dices eso?, tiene cara de buena persona.
—Acabo de verla con otra.
—¿Ahora?
—Ahora mismo.
De nuevo, la voz de Brittany había cambiado y ahora tenía una inflexión más bien deprimida. Hanna permaneció un rato en silencio mientras consideraba, detenidamente, lo que acababa de decir su hermana.
—Es inútil—se rindió al fin—No entiendo nada. Cuéntamelo todo desde el principio.
Brittany era una persona muy reservada, pero su hermana la había pillado con la guardia baja, así que empezó a relatar lo ocurrido desde que empezó
a trabajar en la portería, sin tratar de esconder el más mínimo detalle.
Cuando terminó al fin, Hanna lanzó un silbido silencioso.
—Quién habría dicho que la vida de portera pudiera ser tan excitante...—luego le lanzó una pregunta a bocajarro que la hizo dar un respingo—¿Estás enamorada de Miss Seductora?
—¡Por supuesto que no!—negó con vehemencia—Lo que ocurrió fue que bebí en exceso y perdí la cabeza.
Su hermana le lanzó una mirada escéptica, antes de afirmar:
—Desde que te conozco, hermanita, nunca te he visto perder nada; eres de las que les das tantas vueltas a las cosas que acaban mareadas.
—Bueno, siempre hay una primera vez para todo—respondió a la defensiva—Quizá pensé que echar una cana al aire me haría recuperar un poco de la autoestima que perdí después de lo de Sam.
—No hay color entre el capullo de Sam y la elegante y misteriosa doctora López.
—¿Tú qué sabes? Sólo has visto a Santana, ¿cuánto? ¿Diez minutos? ¡No la conoces de nada!—exclamó Brittany, rabiosa.
—Está bien, puede que no la conozca, pero conozco bien a Sam y siempre he pensado que era un niñato creído y prepotente. La doctora López, en cambio, parece todo una mujer. Ya sabes de esos temas ambas sabemos muy bien.
Sin saber por qué, las palabras de Hanna conjuraron tórridas imágenes de las habilidosas manos de la médico recorriendo su piel a conciencia, y la llamarada de fuego que provocó aquel recuerdo incendió el cuerpo de Brittany y la dejó jadeante.
Abochornada por su reacción, hizo esos inoportunos pensamientos a un lado y trató de defender a su ex; al fin y al cabo, había pasado más de media vida a su lado.
—Sam también es todo un hombre. Y un hombre muy guapo, además.
—Sí, tiene cara de niño mono y está cachas—replicó Hanna, condescendiente—, Pero nunca se sintió a tu altura y tenía que alardear más que nadie para compensarlo.
—¡Eso es mentira!
—No es ninguna mentira y lo sabes bien. Sam no vale ni la mitad que tú. En mi modesta opinión...
—¡Puedes guardarte tu opinión, no me interesa! —la interrumpió, furiosa.
—En mi modesta opinión—prosiguió como si no la hubiera oído—, Hasta su infidelidad fue un intento más de reafirmarse ante ti.
—¿Esta lección de psicología barata viene dentro del pack del cursillo de artes oscuras?—su estaba teñido de sarcasmo, pero sus ojos tenían una expresión dolida.
Su interlocutora lo notó al instante y decidió cambiar de tema.
Brittany era demasiado sensible y no disfrutaba hiriéndola, pero su cerrazón para ciertos asuntos a veces la sacaba de quicio.
—¿Oye y qué es eso que cuentan del asesino del 4.º izquierda?
Comprendió al instante que Hanna le daba una tregua y, algo más serena, le puso al día del plan que habían ideado para pescarlo con las manos en la masa.
Las hermanas siguieron conversando sin parar durante varias horas más.
A pesar de sus diferencias, siempre habían estado muy unidas y ambas echaban de menos las charlas interminables de los tiempos en que compartían habitación en la casa de su mamá.
Además, Hanna también había tenido un papel destacado en su recuperación tras el divorcio, por lo que Brittany le estaba profundamente agradecida.
Por fin, pasadas las doce, su hermana se marchó y la dejó sola, así que aprovechó para abrir el ordenador y consultar su correo.
Tenía tres nuevos mails de Sam y uno de su mamá.
Como de costumbre, puso los correos de su ex en una carpeta aparte y abrió el otro.
Brittany esbozó una sonrisa malvada.
Su mamá tenía un plan alternativo, y entre Hanna y ella conseguirían que se olvidara del viaje a Nueva York.
Satisfecha, apagó el equipo y nada más apoyar la cabeza en la almohada se quedó dormida, aunque sus sueños estuvieron poblados por unos fantasmales dedos de pianista que ejecutaban un concierto magistral sobre
su piel.
En esta ocasión, se trataba más bien de recién llegadas. Santana López—más seductora que nunca vestida con unos pantalones ceñidos, una polera que mostraba un poco su escote y una americana, y el pelo oscuro ligeramente revuelto— rodeaba con su brazo la cintura de una mujer bastante atractiva unos años menor que Brittany, baja y con una estilosa melena castaña que le llegaba a la altura de la cintura.
Al verlas, a la rubia se le revolvió el estómago y le entraron unas ganas horribles de vomitar.
En cambio, en cuanto Bree se dio cuenta de quiénes eran, se abalanzó sobre la acompañante de la médico entre gritos de entusiasmo:
—¡Cami! ¡No sabía que venías!
La niña corrió a los brazos de la mujer, que la estrechó con fuerza. Saltaba a la vista que las dos se adoraban y a Brittany, no sabía por qué, eso le dolió aún más.
Incapaz de seguir contemplando aquella escena, se volvió hacia la morena mayor que permanecía en pie a su lado, con una irritante sonrisa de satisfacción en sus labios.
Al verla, una oleada de rabia arrasó su cerebro y se lo hizo ver todo rojo.
—Me están poniendo el vestíbulo hecho un asco—protestó con su tono más desabrido mientras señalaba con un dedo acusador unas huellas casi invisibles en el mármol—Claro, ninguno usa el felpudo, nooo, ¿para qué? Seguro que está ahí porque hace bonito. Nadie se para a pensar en la pobre señora Santos, que se desloma de sol a sol como una esclava. Ahora tendré que coger de nuevo la escoba para darle un repaso. ¡Pandilla de nuevos ricos egoístas, eso es lo que son todos!—esto último lo dijo en un sonoro susurro que todos pudieron oír con claridad.
Las caras de las dos adultas eran un poema: la doctora la miraba, acobardada, mientras que la mujer castaña lo hacía con una extraña mezcla de fascinación y horror.
Al verlas, a Bree se le escapó una risita que en seguida disimuló como si fuera un ataque de tos.
—Perdone, por favor—rogó al fin la castaña a la que, de repente, la situación le pareció también de lo más cómica—Le prometo que la próxima vez frotaré cada zapato contra el felpudo tres veces mínimo.
—Mmm...—la señora Santos simuló apaciguarse un poco, pero no pudo evitar añadir—Si no los restriega al menos cinco veces no quedan bien.
—Cinco, prometido.
La doctora López sacudió la cabeza, indignada, y decidió cortar por lo sano aquella absurda conversación.
—Vámonos. Buenas noches, señora Santos.
En el ascensor, lejos del alcance del oído de la portera, la médico estalló furiosa.
—Es increíble lo de esa mujer. Voy a hablar con el administrador, no pienso consentir que la portera de mi edificio me hable de semejante manera.
—¡Pero, mamá, déjala en paz! A mí la señora Santos me cae bien. Además, tiene el vestíbulo y la escalera mucho más limpios que la pareja que teníamos antes.
Su mamá entornó los párpados y le lanzó una mirada cargada de desconfianza.
—La verdad es que no veo a cuento de qué viene que estés todo el día juntas. Cada vez que llego las pillo hablando muy concentradas. ¿Desde cuándo son tan amigas?
Bree no quería que su mamá siguiera por ese camino, así que pasó al ataque.
—¿Qué pasa, mamá? ¿Ahora resulta que no voy a poder hablar con la portera? Nunca pensé que, precisamente tú, estuvieras llena de prejuicios clasistas. ¡Eres una anticuada!
Al oírla, la pelinegra mayor respondió, indignada:
—¡No soy ninguna clasista y no me importaría en absoluto que hablaras con la portera si ésta no fuera un ente siniestro que me asesina con la mirada cada vez que le dirijo la palabra! Lo que ocurre es que no me apetecería encontrar uno de estos días tus restos descuartizados, metidos en bolsas de basura dentro de uno de los cubos de la comunidad—mantuvo abierta la puerta del ascensor para que salieran.
—Mamá, tienes una imaginación calenturienta—lanzó una carcajada.
—Bueno a mí su portera me parece una fuente inagotable de entretenidas anécdotas para contar en una cena con amigos—comentó la Camila, divertida.
—Sí, muy entretenidas. Claro, Camila, como tú no vives con ella y no tienes que aguantar sus impertinencias...—gruñó su hermana de mal humor, al tiempo que daba vuelta a la llave en la cerradura.
—Cami, ¿te vas a quedar muchos días?—Bree acompañó a su tía al cuarto de invitados que solía ocupar cuando iba a Madrid.
—Sólo hasta el lunes. Tengo que hacer unas gestiones en el colegio mayor de tu primo Blaine, ya sabes que el próximo curso viene a estudiar arquitectura a Madrid. La verdad es que estaba deseando escaparme de León. Tu tía y los niños están muy pesados, creo que les vendrá bien valerse por sí mismos durante unos días, así apreciarán lo que hago por ellos. Además, quiero ver ese musical que acaban de estrenar en la Gran Vía. Espero convencer a tu mamá para que me acompañe.
—Seguro que sí, ya sabes que mamá siempre hace lo que le pides.
—Sí—la mujer castaña empezó a sacar prendas de su pequeña maleta y las fue colocando en el armario—, Hay que reconocer que la pobre es más buena que el pan. ¿Qué tal está? ¿Sabes si sale con alguien?
Su tía nunca la había tratado como a una niña inocente que no se enteraba de nada, así que Bree le respondió sin el menor disimulo:
—La verdad es que últimamente la noto rara. Está un poco mustia y tristona. He procurado pegar la oreja cuando habla por el móvil, pero, salvo la lagarta esa que no para de llamarla.
Camila asintió con la cabeza, ya había tenido noticias con anterioridad de la tal Elaine Galindo.
—, No he conseguido pillarla hablando con otra mujer. De hecho, he revisado su agenda de contactos y no he encontrado nada interesante.
—Mmm, ya veo. Tendremos que estar atentas—se limitó a responder su tía, sin que le escandalizaran lo más mínimo las tácticas detectivescas de su sobrina.
Brittany cerró la puerta tras de sí con un poco más de fuerza de la que habría deseado.
Al ver su ceño arrugado y sus mejillas enrojecidas, su hermana, que la conocía demasiado bien, alzó las palmas de las manos y dijo:
—¡Oye, no te enfades conmigo! No soy yo la que va por ahí contando trolas a diestro y siniestro.
—Bueno eso sí que son noticias frescas, porque, por lo general, mientes más que hablas.
Los ojos azules echaban chispas, pero a Hanna le dio la impresión de que, en esa ocasión, el cabreo de su hermana no iba con ella, para variar.
Así que se dirigió hacia Brittany, apoyó las manos sobre sus hombros y la condujo con suavidad hasta el sillón, donde la obligó a sentarse. Luego agarró las patillas de sus gafas, se las quitó con cuidado y las posó sobre la mesa.
Al ver la expresión de desolación de su hermana, que hasta ese momento había estado oculta tras los cristales azulados, Hanna empezó a preocuparse de verdad.
Brittany cerró los ojos y se dejó hacer como un autómata.
De pronto, se sentía casi tan deprimida como cuando se enteró de la infidelidad de Sam; sin embargo, al notar que su hermana le soltaba el moño y colocaba las palmas de sus manos, primero sobre sus ojos, luego sobre sus orejas y, finalmente, sobre la parte superior de su cráneo, alzó uno de sus párpados y la miró mosqueada.
—¿Puede saberse a qué juegas?—preguntó por fin.
—No estoy jugando a nada—contestó su hermana muy seria—Te estoy imponiendo las manos. Así te transmito energía vital universal y limpio y purifico las obstrucciones energéticas de tu cuerpo, para que éste recupere su equilibrio de una manera natural.
—No he entendido ni una palabra de tu mambo jambo. De verdad te lo digo, Hanna, cada día estás más rara. El día que vengan a ponerte esa bonita camisa blanca que se ata a la espalda no voy a mover un dedo para impedirlo; como mucho, te llevaré un bocata de tofu a Locolandia—Brittany
apartó la cabeza, impaciente.
—Ay, Britty, me da pena ver lo escéptica que eres para ciertas cosas. Imagino que todo viene de ese natural tuyo, horrorosamente suspicaz, que
te hace pensar que la gente sólo te busca porque quiere algo de ti...
—¡Yo no soy horrorosamente suspicaz!—protestó su hermana, indignada.
—Por supuesto que sí, Santo Tomás a tu lado sería Míster Confiado 33 d. C. Verás, estoy estudiando con un maestro de reiki. Sólo llevo dos clases, así que aún estoy en el primer nivel, pero pretendo alcanzar la maestría lo antes posible. Mis amigos dicen que soy muy buena.
Brittany puso los ojos en blanco.
Desde que había empezado su etapa espiritual, su hermana sentía predilección por cualquier tipo de teoría oriental que tuviera que ver con la sanación, la alimentación o la religión.
Cualquier cosa que viniera de aquellas exóticas y lejanas tierras por donde salía el sol encontraba en ella una adepta fanática. También era defensora a ultranza de los débiles y necesitados de todo tipo.
Ya no recordaba ni la mitad de las causas perdidas por las que su hermana había luchado, algunas muy nobles y, otras, absurdas por completo.
Entre estas últimas le venía a la cabeza la sentada que hizo con otros colegas durante diez días frente a la Xunta, para exigir una vida digna para el berberecho gallego.
Al final los desalojaron por la fuerza, aunque ella, como de costumbre, salió mucho mejor parada que sus compañeros, ya que durante la protesta se hizo amiga de dos policías gallegos, macizos como el Galaico-Leonés, que la protegieron durante los disturbios y con los que pasó dos días de lo más
entretenida, jugando al mus y coqueteando con ellos en el calabozo de la comisaría.
Debía reconocer que su hermana era la activista perfecta; cualquier cosa era capaz de activarla.
—Está bien, te creo, pero deja de toquetearme la cabeza, que me estás poniendo nerviosa. ¿Quieres un café y tostadas de cena? Me temo que estas
termitas de los jueves han acabado con el resto de las existencias—Brittany se puso en pie y fue a la cocina.
Su hermana la siguió y, pocos minutos después, daban cuenta de un par de tostadas untadas con mantequilla y miel.
—Y ahora cuéntame de qué va todo esto—pidió Hanna tras dar un largo sorbo a su café.
Brittany la puso al corriente de casi todo lo que había ocurrido desde que se despidió de ellas, en teoría, para irse al aeropuerto.
Su hermana la escuchó sin interrumpir ni una sola vez y sólo cuando acabó su relato comentó:
—Y luego tengo que oír que yo soy la loca de la familia...
Al oír sus palabras, Brittany no pudo evitar una carcajada.
—Sí, suena a locura, pero, en realidad, la vida de portera no está tan mal. Me deja mucho tiempo libre. Por primera vez desde que empecé mi novela, tengo la sensación de que seré capaz de terminarla—Brittany jugueteó durante un rato con la tapa del azucarero antes de añadir—Sé que parece que me estoy escondiendo de Sam, pero no es así.
Su hermana enarcó una ceja con escepticismo y comentó:
—¿Cómo es eso que dicen los picapleitos? Excusatio non petita...
Una sonrisa renuente asomó a los labios de Brittany, pero sacudió la cabeza en una firme negativa.
—Te lo digo en serio, Hanna, desde que estoy aquí ya casi no pienso en él.
—No me extraña, la morenaza está de muerte—su tono rebosaba ironía.
Estupefacta, Brittany alzó la vista y la miró como si, de repente, le hubieran salido tres cabezas, una de ellas de rata asquerosa.
Hanna le devolvió la mirada con serenidad.
—No me mires así, hermanita. Lo sé todo sobre tu noche loca, parece mentira que con los peligrosos tiempos que corren se te vaya la pelota de semejante manera—añadió con las manos cruzadas sobre el regazo en una pose virtuosa mientras daba vueltas a los pulgares.
A la otra se le subieron los colores, abrió y cerró la boca varias veces dispuesta a negarlo todo, pero fue incapaz de pronunciar palabra.
Su hermana la observaba, divertida, sin intención de ayudarla. Por fin, Brittany consiguió articular una frase, corta, eso sí:
—¿Cómo lo sabes?
—Además de estudiar reiki, estoy haciendo un cursillo de artes oscuras. Voy por el apartado 3.1: «Pactos con el diablo y adivinación». La semana que viene me imponen la banda y me regalan la bola de cristal...—al ver su expresión horrorizada, Hanna comprendió que el cerebro de su hermana estaba tan bloqueado que se había tragado la estrambótica explicación—¡Por Dios, Britt, no seas simple! Me encontré el otro día con ella.
Un nuevo boqueo de pez asfixiado, hasta que un único vocablo rasposo logró salir de su garganta cerrada:
—Cuenta —graznó.
—Tu misteriosa amante me abordó frente al portal de mi casa. Me confundió contigo. La verdad es que me dio pena la pobre, parecía bastante desesperada.
—Desesperada... —repitió Brittany.
—Dijo que llevaba varios días buscándote, me preguntó si te estabas riendo de ella. Yo contesté que mi hermana Brittany estaba en Nueva York—le guiñó un ojo, maliciosa—En un momento dado, no recuerdo bien a cuento de qué, afirmó que tus ojos se volvían de un azul oscuro cuando estabas excitada.
—oscuros...—reverberó el eco, con las mejillas de un rojo furioso.
—Hija, ¿no me escuchas o qué?
Brittany sacudió con fuerza la cabeza en un intento de recuperar sus extraviadas facultades mentales.
—Así que fue a buscarme—murmuró para sí.
—Si me pides mi humilde opinión te diré que la fascinante morena está loca por ti.
—Loca por mí...
—¡Oye, no empieces otra vez!—exclamó Hanna, irritada.
—Estás equivocada, no está loca por mí—respondió en un tono casi normal, aunque, en seguida, cambió a modo furibundo—¡Es una mujeriega, una depredadora nocturna, una...!
—¡Para, no te embales! ¿Por qué dices eso?, tiene cara de buena persona.
—Acabo de verla con otra.
—¿Ahora?
—Ahora mismo.
De nuevo, la voz de Brittany había cambiado y ahora tenía una inflexión más bien deprimida. Hanna permaneció un rato en silencio mientras consideraba, detenidamente, lo que acababa de decir su hermana.
—Es inútil—se rindió al fin—No entiendo nada. Cuéntamelo todo desde el principio.
Brittany era una persona muy reservada, pero su hermana la había pillado con la guardia baja, así que empezó a relatar lo ocurrido desde que empezó
a trabajar en la portería, sin tratar de esconder el más mínimo detalle.
Cuando terminó al fin, Hanna lanzó un silbido silencioso.
—Quién habría dicho que la vida de portera pudiera ser tan excitante...—luego le lanzó una pregunta a bocajarro que la hizo dar un respingo—¿Estás enamorada de Miss Seductora?
—¡Por supuesto que no!—negó con vehemencia—Lo que ocurrió fue que bebí en exceso y perdí la cabeza.
Su hermana le lanzó una mirada escéptica, antes de afirmar:
—Desde que te conozco, hermanita, nunca te he visto perder nada; eres de las que les das tantas vueltas a las cosas que acaban mareadas.
—Bueno, siempre hay una primera vez para todo—respondió a la defensiva—Quizá pensé que echar una cana al aire me haría recuperar un poco de la autoestima que perdí después de lo de Sam.
—No hay color entre el capullo de Sam y la elegante y misteriosa doctora López.
—¿Tú qué sabes? Sólo has visto a Santana, ¿cuánto? ¿Diez minutos? ¡No la conoces de nada!—exclamó Brittany, rabiosa.
—Está bien, puede que no la conozca, pero conozco bien a Sam y siempre he pensado que era un niñato creído y prepotente. La doctora López, en cambio, parece todo una mujer. Ya sabes de esos temas ambas sabemos muy bien.
Sin saber por qué, las palabras de Hanna conjuraron tórridas imágenes de las habilidosas manos de la médico recorriendo su piel a conciencia, y la llamarada de fuego que provocó aquel recuerdo incendió el cuerpo de Brittany y la dejó jadeante.
Abochornada por su reacción, hizo esos inoportunos pensamientos a un lado y trató de defender a su ex; al fin y al cabo, había pasado más de media vida a su lado.
—Sam también es todo un hombre. Y un hombre muy guapo, además.
—Sí, tiene cara de niño mono y está cachas—replicó Hanna, condescendiente—, Pero nunca se sintió a tu altura y tenía que alardear más que nadie para compensarlo.
—¡Eso es mentira!
—No es ninguna mentira y lo sabes bien. Sam no vale ni la mitad que tú. En mi modesta opinión...
—¡Puedes guardarte tu opinión, no me interesa! —la interrumpió, furiosa.
—En mi modesta opinión—prosiguió como si no la hubiera oído—, Hasta su infidelidad fue un intento más de reafirmarse ante ti.
—¿Esta lección de psicología barata viene dentro del pack del cursillo de artes oscuras?—su estaba teñido de sarcasmo, pero sus ojos tenían una expresión dolida.
Su interlocutora lo notó al instante y decidió cambiar de tema.
Brittany era demasiado sensible y no disfrutaba hiriéndola, pero su cerrazón para ciertos asuntos a veces la sacaba de quicio.
—¿Oye y qué es eso que cuentan del asesino del 4.º izquierda?
Comprendió al instante que Hanna le daba una tregua y, algo más serena, le puso al día del plan que habían ideado para pescarlo con las manos en la masa.
Las hermanas siguieron conversando sin parar durante varias horas más.
A pesar de sus diferencias, siempre habían estado muy unidas y ambas echaban de menos las charlas interminables de los tiempos en que compartían habitación en la casa de su mamá.
Además, Hanna también había tenido un papel destacado en su recuperación tras el divorcio, por lo que Brittany le estaba profundamente agradecida.
Por fin, pasadas las doce, su hermana se marchó y la dejó sola, así que aprovechó para abrir el ordenador y consultar su correo.
Tenía tres nuevos mails de Sam y uno de su mamá.
Como de costumbre, puso los correos de su ex en una carpeta aparte y abrió el otro.
Para: Britt-Britty-Britt@gmail.com
CC:
De: mamacibernetica@yahoo.es
Asunto: ¿Qué le pasa a tu hermana?
Brittany, estoy preocupada, Hanna está muy rara. A veces pienso que se le ha pasado por completo el entusiasmo y ya no quiere ir de compras a Nueva York. ¿Te ha contado algo?
A lo mejor es por esos cursillos tan extraños que hace; uno de estos días la vamos a ver vestida con una túnica color azafrán, el cráneo reluciente y cantando y repartiendo flores por la calle.
En fin, ¿qué tal por NY? ¿Está el aire más limpio? No pienses que me aburro, he conocido a un hombre muy interesante en la clase de bridge. Es viudo y, a Dios gracias, no tiene hijos.
Aún recuerdo la paliza que nos dio Marc, el hijo de Jordi. La última vez que Hanna le dio calabazas, pensé que saltaría desde el viaducto. Antonio quiere que vaya con él a Mallorca esta primavera, pero le he explicado que vamos a ir a verte y que, a mí, los aviones me gustan lo justo.
Bueno, mi vida, espero que ya estés recuperada de lo de Sam, un beso muy fuerte de tu mamá.
CC:
De: mamacibernetica@yahoo.es
Asunto: ¿Qué le pasa a tu hermana?
Brittany, estoy preocupada, Hanna está muy rara. A veces pienso que se le ha pasado por completo el entusiasmo y ya no quiere ir de compras a Nueva York. ¿Te ha contado algo?
A lo mejor es por esos cursillos tan extraños que hace; uno de estos días la vamos a ver vestida con una túnica color azafrán, el cráneo reluciente y cantando y repartiendo flores por la calle.
En fin, ¿qué tal por NY? ¿Está el aire más limpio? No pienses que me aburro, he conocido a un hombre muy interesante en la clase de bridge. Es viudo y, a Dios gracias, no tiene hijos.
Aún recuerdo la paliza que nos dio Marc, el hijo de Jordi. La última vez que Hanna le dio calabazas, pensé que saltaría desde el viaducto. Antonio quiere que vaya con él a Mallorca esta primavera, pero le he explicado que vamos a ir a verte y que, a mí, los aviones me gustan lo justo.
Bueno, mi vida, espero que ya estés recuperada de lo de Sam, un beso muy fuerte de tu mamá.
Brittany esbozó una sonrisa malvada.
Su mamá tenía un plan alternativo, y entre Hanna y ella conseguirían que se olvidara del viaje a Nueva York.
Satisfecha, apagó el equipo y nada más apoyar la cabeza en la almohada se quedó dormida, aunque sus sueños estuvieron poblados por unos fantasmales dedos de pianista que ejecutaban un concierto magistral sobre
su piel.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,...
me encanto todo lo que hizo britt,.. por su hijastra,.. ammm digo bee jajaja
no le duro mucho con hanna el escondite jajaja
celos es lo que destila britt a ver a cami???
a ver como van las cosa ahora??
nos vemos!!
me encanto todo lo que hizo britt,.. por su hijastra,.. ammm digo bee jajaja
no le duro mucho con hanna el escondite jajaja
celos es lo que destila britt a ver a cami???
a ver como van las cosa ahora??
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Britt luego luego súper celosa jajajaja pobre morena siempre le toca regañiza jajajaja
Y pues Hanna ya le saco toda la sopa a Britt.
Ahora haber que hace la rubia cuando sepa que se equivocó con su cuñada jajajajaja
Y pues Hanna ya le saco toda la sopa a Britt.
Ahora haber que hace la rubia cuando sepa que se equivocó con su cuñada jajajajaja
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,...
me encanto todo lo que hizo britt,.. por su hijastra,.. ammm digo bee jajaja
no le duro mucho con hanna el escondite jajaja
celos es lo que destila britt a ver a cami???
a ver como van las cosa ahora??
nos vemos!!
Hola lu, jjajajaja ajjajaja xD jajajaja "por su hijastra... ammm digo bree" ajjaaj morí ajajajajaja, pero si, tiene stoda la razón, fue muy lindo de su parte, si es un amor esa rubia! Jjjaajajjaajajajaj es su hermana, ya la conoce, no¿? jajajaaj, bueno a quinn jajajjaaj. Mmmm eso mismo es lo q pienso yo la vrdd ajjajaajajaj. Aquí el siguiente cap para saber mas! Saludos =D
JVM escribió:Britt luego luego súper celosa jajajaja pobre morena siempre le toca regañiza jajajaja
Y pues Hanna ya le saco toda la sopa a Britt.
Ahora haber que hace la rubia cuando sepa que se equivocó con su cuñada jajajajaja
Hola, jajajajaa o no¿? si q lo esta jajajajajaajjajajaja. Jajajajajajaj a no sino xD jajajajaajajajja. Como una buena hermana intuye todo ajjajaajajajaja. JAjaaajajajjaajajajaj aquí el siguiente cap para saber mas! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 13
Capitulo 13
—¡Venga, dejen hablar a la niña de una vez!
La voz de Emily se impuso sobre el cotorreo alborotado que imperaba en el minúsculo salón de la portería.
A pesar de que no era jueves, estaban reunidas las habituales y las nuevas adquisiciones: Quinn y Hanna.
Por fortuna, Brittany había sido lo suficientemente previsora como para ir a hacer la compra a la hora de la comida, y la vieja nevera volvía a estar llena de cervezas y Coca-Colas.
Cada una con una bebida en la mano y ocupando sus sitios de costumbre —la señorita Sylvester, Brittany y Quinn, apretadas sobre el sofá; Emily y Bree, en sus pufs, y Hanna, sentada en el suelo en la postura del loto—, estaban preparados para escuchar la odisea de Bree.
—¡Ha sido increíble! ¡No se lo pueden imaginar!—los grandes ojos castaños relucían de excitación y gesticulaba tanto con las manos que el contenido de la botella estuvo a punto de derramarse varias veces.
—Es guapo el chaval, ¿eh?—Hanna le guiñó un ojo y Emily, fastidiada, hundió los puños aún más en los amplios bolsillos de su pantalón de rayas.
A pesar de que las dos se habían dirigido un frío saludo al llegar, Emily no podía evitar que sus ojos marrones se deslizaran, acariciadores, sobre su figura menuda en cuanto la rubia mas baja no miraba.
—¡Es un dios!
—Venga, Bree, cuéntalo desde el principio—la animó Brittany.
La niña cruzó las piernas sobre el puf y se dispuso a relatarles una de las mañanas más gloriosas de su vida.
—El día no empezó bien, ya se lo pueden imaginar. Jake y Mamenmelá iban a todas partes agarraditos de la mano y, cada vez que yo pasaba cerca de ellos, empezaban a toquetearse y a reírse. Me pareció que más gente se reía a mis espaldas, pero yo iba con la cabeza bien alta como si la cosa no fuera conmigo.
—¡Ésa es mi niña!—la jaleó Emily.
—¡Igualita que la escena segunda de Su flor mancillada!—las largas pestañas de Sue Sylvester se agitaron, emocionadas.
—¡Bree, Bree, Bree!—los gritos de Quinn y Hanna resonaron en la portería hasta que Brittany las obligó a bajar el volumen, al tiempo que le dirigía a la adolescente una sonrisa de orgullo.
Ella se la devolvió, conmovida.
Le gustaban mucho sus nuevas amigas; con Emily se partía de risa; la señorita Sylvester, Quinn y Hanna eran un encanto, pero su relación con Brittany era más profunda y, desde el día en que descubrió lo de Jake y lloró sobre su hombro, sentía que entre ellas se había establecido un vínculo especial.
—En fin, fue un día miserable que lo flipas, pero el fin de fiesta lo compensó todo. Elena había tratado de acercarse a mí varias veces para pedirme disculpas, pero pasé de ella ampliamente. No renta tener una amiga que no sabes cuándo te la va a clavar en el Tuenti, ¿no creen?
Hasta la ex vedette, que no tenía la menor idea de lo que hablaba, asintió con la cabeza, Bree continuo:
—Según caminaba por el patio hacia la salida no hacía más que ver corrillos de niñas hablando muy nerviosas, hasta que se me acercó Tina, histérica perdida, y me dijo que tenía que ver aquello. No quería ni pensar que «aquello» fuera una sorpresa del estilo de la que me llevé en los recreativos, pero seguí adelante, diciéndome que «aquello» no podía ser peor...
Bree hizo una pausa y miró a su alrededor.
Satisfecha, observó que todo el mundo estaba pendiente de sus labios. Hasta Emily había conseguido despegar la mirada de Hanna durante unos segundos y sus cálidos ojos.
—Entonces crucé la reja de hierro y, de repente, veo que viene hacia mí el tío más tribueno que he visto jamás. No sé cómo explicarlo, fue como si en ese momento se hiciera un silencio a nuestro alrededor y estuviéramos, él y yo, solos en el mundo.
—Yo le pondría la banda sonora de Love story—suspiró Quinn, que era una romántica empedernida.
—Sí, bueno, no sé—Bree hizo una mueca, dubitativa—Suena un poco a del año de la pera, la verdad, pero creo que me entendéis, ¿no?
De nuevo hubo acuerdo general.
—Sigue, niña. Esta historia me está recordando tanto a los guiones de mis viejas películas...—la señorita Sylvester se llevó a los ojos su eterno pañuelito de encaje que, una vez más, volvió a su bolsillo completamente seco.
—Bueno, como les decía, este sueño andante de metro noventa, cuerpo escultural cubierto con una camiseta negra ajustada y unos vaqueros grises
rotos, pelo castaño revuelto, ojos marrones claros y unos dientes blancos que te hacían guiñar los ojos, me pasó un brazo por los hombros, me dio un pico y me dijo con una voz profunda que te convertía en gominola y que todo el mundo pudo oír: «Qué ganas tenía de verte, nena, llevo todo el día pensando en ti».
—Bueno, lo de nena...—Brittany torció el gesto.
—¿Qué es un pico?—preguntó la señorita Sylvester.
—Menuda ficha le hiciste en dos segundos, seguro que también iba marcando paquete—el sarcasmo de Emily iba dirigido de lleno a Hanna.
—A Dios gracias, aún quedan personas en el mundo que llevan pantalones que no son el antídoto de la lujuria—replicó ella en el acto, sin dignarse a mirarla.
—¿Te refieres a los míos?—las mejillas de Emily enrojecieron de rabia.
Hanna tuvo a bien dirigirle, por fin, una mirada desdeñosa y contestó:
—Eres muy aguda, rastaplasta.
—¿Y tú, Candace, pretendes darme lecciones de moda con esa mala imitación del poncho de Yoko Ono?
Brittany nunca habría imaginado que una persona de trato fácil y relajada como Emily pudiera ponerse tan furiosa, pero su hermana cerró los ojos, apoyó las manos en las rodillas con las palmas hacia arriba, juntó el índice y el pulgar en un perfecto jñána mudrá, y fingió no haberlo oído.
—¿Sigo o van a seguir peleándose?—preguntó Bree, irritada, sin parar de rebullirse en su asiento.
—Sigue, Bree, y ustedes dos, ¡déjenlo ya!—ordenó Brittany, lanzándole una mirada de advertencia a Emily.
—¡Es que tu hermana...!
—Es que tu hermana, es que tu hermana... ¿La nena está estudiando segundo de guardería o ha repetido?
Brittany pensó, como ya había hecho en otras ocasiones, que había gente que al nacer recibía un don de las hadas: la belleza, el encanto, la inteligencia... el don de Hanna era el de sacar de sus casillas a la gente que
le caía mal —y estaba claro que había decidido incluir a Emily en ese amplio círculo—; lo hacía con una destreza y una gracia únicas.
Era un espectáculo digno de verse y muy divertido; en especial, si era otra la persona que tenía que enfrentarse a ese ingenio afilado.
—¡Basta ya, Hanna!—la regañó, mientras observaba con compasión a Emily, quien había sacado del bolsillo su sempiterno mechero naranja y le daba vueltas entre los dedos.
La pobrecilla le daba pena; era evidente que su hermanita se la iba a comer con patatas, pero, justo en ese instante, la morena alzó la vista y algo brilló en los ojos que le advirtió que todavía no había llegado el momento de dar el partido por perdido.
—Vamos, Bree, sigue con la historia.
—Está bien, pero no más interrupciones, ¿hein?—las amenazó con el índice y, una vez más, el resto de las reunidas asintió al unísono.
—A ver por dónde iba... Ah, ya. Bueno con esos pedazo de bíceps alrededor de mis hombros me condujo hasta la moto más grande y más dabuti que he visto en mi vida. Era negra y a su alrededor se arremolinaban, babeantes, un montón de chicos de todos los cursos. Ryder, porque no sé si se lo he dicho todavía el nombre de esta divina criatura.
Las demás negaron en silencio, en una coreografía perfecta que ya la quisieran para sí las chicas de natación sincronizada.
—, Hizo un gesto con sus brazos musculosos y los espantó como a moscas. Después, Ryder el Macizo se puso su cazadora de cuero, se subió la cremallera, taaan despacio que los ojos de las chicas (parecía que todo el colegio se encontraba reunido en la acera, pendiente de nosotros) e, incluso, los de la hermana portera se quedaron pegados a ese movimiento. Cuando terminó, noté que todas las ahí presentes, sin excepción, tragaban saliva un par de veces. Luego, se subió a la moto, se colocó el cuello de la chupa hacia arriba, se atusó un poco el pelo con esos dedos largos y fuertes, y se los juro, y que me muera aquí mismo si miento, que se oyó un suspiro colectivo que ahogó el ruido del tráfico. Entonces, Ryder se volvió hacia mí, me colocó su casco con la delicadeza del príncipe de Cenicienta y me lo ató a la barbilla.
En la portería no se oía ni el vuelo de la puñetera mosca que se había colado hacía tres días, a la que Brittany no encontraba la forma de liquidar.
—Me dijo: «Sube, princesa». Y yo me sujeté bien la falda del uniforme para que no se me viera nada y salté detrás de él, con la gracia de una bailarina de ballet. Me aferré con los dos brazos a esa cintura con una tableta que ni la fábrica de Nestlé y, entonces..., ¡pasó lo mejor de todo!—su voz se volvió más aguda e hizo una nueva pausa efectista para darle aún más emoción al asunto, aunque se notaba que se moría por contar el resto.
—¡Sigue, por Dios! —suplicó Quinn.
La adolescente no se hizo de rogar:
—Ryder acababa de arrancar la moto, con un estruendo en plan Boeing 747, cuando se acercó Jake y me dijo: « Bree, ¿quieres que quedemos el sábado para ir al cine?». Ryder se volvió hacia mí y me preguntó bajito: «¿Es éste?». Yo dije que sí con disimulo y, entonces, se volvió muy serio hacia Jake y, mirándolo como si fuera la babosa más repugnante con la que jamás hubiera tenido la desgracia de encontrarse, le soltó: «Oye, niñato, no se te ocurra llamar a mi novia si no quieres que patee tu apestoso culo con una de mis botas, ¿entendido?». Tendrás que haber visto la cara de idiota que se le quedó a Jake, mientras la asquerosa de Mamen devoraba a mi novio con sus ojos de «buitresa» en ayunas. Entonces Ryder arrancó y salió quemando ruedas, y ahí se quedaron, con la boca abierta, como dos patéticos peces payaso. Creo que éste ha sido el momento cumbre de mi existencia.
Su expresión extasiada lo decía todo, y las demás recibieron el fin de la historia con una salva de aplausos y vítores.
—Esto merece un brindis. ¡Por Bree!—gritó Brittany, y todas se apresuraron a levantar sus botellas y las entrechocaron con alegría.
Cuando llegó el turno de Emily y Hanna, ella hizo como que no la veía y dio media vuelta, pero la morena la agarró de la muñeca con la otra mano y la obligó a chocar su botella contra la suya.
—¡Por Bree!—Repitió el brindis con sus pupilas clavadas, desafiantes, en los iris azules.
Hanna se desasió de su mano y trató de asesinarla con la mirada, pero la más alta se limitó a sonreír, burlona, y se alejó de ella en el acto.
Cuando la calma regresó por fin a la pequeña portería, Sue Sylvester sacó el otro tema que les preocupaba: no habían avanzado lo más mínimo en sus intentos de desenmascarar al asesino del 4.º izquierda.
—Igual ya ha sumado varias víctimas más en su haber y nosotras aquí, sin hacer nada—declaró en tono sombrío.
Las presentes se miraron unas a otras con sensación de culpabilidad.
—Deberíamos entrar en su casa y registrarla; Brittany tiene las llaves de todos los pisos de la finca, así que no será difícil—propuso Emily después de pensar un rato.
Pero ella se negó en redondo.
No estaba dispuesta, dijo, a que la mandaran a pudrirse en la cárcel durante el resto de sus días por allanamiento de morada.
—Además—añadió—, El tipo ese no sale nunca de su piso.
—Sí que lo hace—matizó la señorita Sylvester—He estudiado a fondo sus hábitos y he descubierto que lo hace el quince y el treinta de cada mes, cuando necesita deshacerse de los cuerpos.
Un tumulto se desató de repente, y todos empezaron a hablar al tiempo.
La ex actriz se vio obligada a levantar ambos brazos para pedir calma.
—¡No hablen todas a la vez! A ver, tú, Hanna.
—Yo creo que deberíamos olvidarnos de esa idea... descabellada, por no decir algo más fuerte, de registrar su piso.
El dardo envenenado voló por encima de sus cabezas, pero no debió de dar en la diana, porque Emily ni se inmutó.
—Propongo que lo sigamos. Quedan diez días para el quince, deberíamos apostarnos con un coche delante del portal y en cuanto salga, ¡zaca!, nos pegamos a él como garrapatas para ver adónde va.
—Sí, sí—aplaudió Bree, entusiasmada.
—No me parece mala idea—Brittany sintió un profundo alivio al ver que la amenaza de tener que irrumpir en un piso sin el permiso de alguna autoridad competente se alejaba de su cabeza.
—Estoy de acuerdo con Hanna—afirmó Quinn sin levantar la mirada, enfrascada como estaba en la engorrosa tarea de aplicarse esmalte en una uña.
Había tomado un frasco prestado del baño de Brittany y, aunque el color era distinto, decidió que eso era mejor que ir con dos uñas saltadas.
—Puede que, por una vez, Candace haya dado en el clavo—declaró Emily con actitud paternalista.
—¿Puede saberse por qué me llamas Candace, estúpida?
—Eres exacta a la hermana repelente de Phineas. Ya sabes, los dibujos animados...
—Bueno no, no lo sé, no soy una descerebrada como tú que, a estas alturas, sigues viendo series para niños. Está claro que la maría ha acabado con las pocas neuronas que tenías—se apresuró a replicar la pizpireta rubia.
—Bueno, quizá salvarme del abismo de las drogas pueda convertirse en otra de esas absurdas misiones humanitarias a las que dedicas tu vida.
El sarcasmo de Emily hizo sonreír a Brittany, sobre todo al darse cuenta de
que, por primera vez, era la morena quien había logrado sacar a su hermana de quicio.
Sin saberlo, la amiga de Quinn había dado con el tono adecuado; Hanna estaba tan acostumbrada a que las personas se arrojaran de bruces sobre los charcos para servirle de puente —metafóricamente hablando—que sus pullas la desconcertaban.
—Por mí puedes tirarte de cabeza a ese abismo o al primer barranco que encuentres, rastaplasta.
—Yo también te quiero, Candace.
Hanna se pasó una mano impaciente por sus guedejas doradas y soltó un bufido mientras los demás reprimían una carcajada para no herir sus sentimientos.
—Muy bien, entonces aceptado el plan de Hanna—la ex actriz dio un golpe con un mazo invisible—Vamos a centrarnos en los detalles de la operación.
A partir de ese momento, se les fueron un par de horas maquinando planes, a cuál más surrealista, y las risas resonaron con frecuencia en la portería.
—Opino que deberíamos revisar la basura del sospechoso, podría estar deshaciéndose de pruebas incriminatorias—propuso Emily, de pronto.
—Ni hablar—rechazó Brittany con firmeza—, Ya me imagino a quién le iba a tocar cargar con el muerto, y nunca mejor dicho.
—Venga, Brittany, no seas aguafiestas. Eres la única que tienes acceso al cuarto de las basuras de la finca—rogó Hanna que, por primera vez, estaba de acuerdo con una de las propuestas de su enemiga.
—¡Que no! No pienso ponerme a hurgar en las bolsas de basura de nadie. ¡Menuda asquerosidad! Además, creo que eso es también un delito.
—¿Allanamiento de basura?—Emily alzó una ceja con sorna.
—Bueno algo así. La basura de las personas también tiene derecho a la intimidad, digo yo—pretendió imprimir un matiz de rotundidad a sus palabras, pero al mirar a su alrededor vio que Bree y la señorita Sylvester arrugaban la frente con desaprobación, y hasta su amiga Quinn fruncía los labios en un gesto de descontento.
—Britt, creo que todos deberíamos aportar nuestro granito de arena—trató de convencerla la adolescente—Si quieres, te puedo ayudar.
—Sí, claro. Ya te estoy oyendo anunciar a tu mamá a las doce de la noche que te vas un momento a rebuscar entre los desperdicios de un presunto asesino. Creo que le va a encantar—replicó, sarcástica.
—Me escaparé, no se dará ni cuenta.
—¡He dicho que no! Con que uno de nosotras se manche las manos será suficiente.
—¡Entonces..., ¿lo harás?!—Hanna palmoteó, entusiasmada.
Al tiempo que Emily se levantaba de un salto del puf, agarraba el rostro de Brittany entre sus manos y depositaba un sonoro beso sobre su frente.
—Estoy orgullosa de ti, Brittany. Sabía que una minucia como un poco de suciedad no te detendría—Sue Sylvester sonrió con expresión satisfecha.
Brittany se liberó de los brazos de Emily y se enfrentó a ellos con cara de
pocos amigos.
—Una minucia. Ja. Vigilar durante no sé cuántos días hasta que a ese e dé por sacar la basura y luego enterrarme hasta los codos en su porquería. Menos mal que en vez de guantes de raso largos tengo unos más prácticos de goma rosa talla M; imagino que éste es todo el glamur al que puede aspirar una portera reconvertida en Mata Hari—y añadió con amargura—No sé cómo se lo montan para que los marrones se los coma siempre la misma.
—¡Entonces, decidido!—Emily interrumpió su bacanal de autocompasión sin miramientos—Brittany hará el trabajo sucio; Sue desempeñará labores de vigilancia y contraespionaje, y nos avisará cuando el pájaro levante el vuelo; yo me apostaré frente al portal a bordo de un vehículo adecuado con el motor en marcha, y Bree, Hanna y Quinn esperarán durmiendo, como niñas buenas, el desenlace de los acontecimientos.
Los gritos de indignación de Bree y Hanna, que se habían puesto en pie al mismo tiempo como si alguien acabara de quemarlas con una cerilla, la obligaron a taparse las orejas.
—¡Yo pienso tener un papel estelar en esta aventura, y tú no podrás impedirlo, listilla!—Hanna, con los brazos en jarras, se irguió frente a la pelinegra en toda su escasa estatura, amenazadora.
—¡Yo tampoco pienso quedarme de brazos cruzados mientras las demás se quedan con toda la diversión, no way!—los ojos de Bree chisporroteaban de indignación mientras iban de unas a otras buscando un poco de simpatía.
—Bueno yo me quedaré tan pancha en mi camita y luego me lo cuentan—declaró Quinn, que siempre había sido un poco cobardica.
—Lo siento, Bree, Emily tiene razón, tú no puedes venir. Puede ser peligroso y, además, quizá el asunto dure toda la noche. Si tu mamá se despierta y no te encuentra en tu cama se llevará un susto de muerte.
—Son... son unas... ¡son unas esquiroles!—la furibunda adolescente dio media vuelta y salió de la casa dando un sonoro portazo, tan violento que un trozo de escayola se desprendió del techo.
—Creo que me he quedado sorda—Emily sacudió la cabeza de un lado a otro, aturdida, antes de ceder—Está bien, Candace puede venir, quizá necesitemos que teja una cuerda de punto para atarle las manos al sujeto.
—Ja, ja. Imagino que te entrenas todos los días delante del espejo para ser tan chistosa.
Sue se despidió en ese momento.
—Las dejo, pequeñas, necesito dormir mis ocho horas de rigor. Reconozco que me encantan estas reuniones, me hacen sentir joven de nuevo. Buenas noches—se despidió de Brittany con un beso en la mejilla y, contoneándose sobre sus altos tacones, se dirigió hacia la puerta.
Con la mano en el picaporte se volvió, lanzó una mirada elocuente a Emily y a Hanna, y añadió:
—Y ustedes dos, vayan con ojo. Mi relación con Marcelo Duval era igual de tormentosa, pero, en realidad, fue el único hombre al que amé en mi vida. Si un pedazo de hielo del tamaño de un balón de fútbol no le hubiera aplastado la cabeza durante una tormenta de granizo en Valencia, sé que lo nuestro habría acabado en boda.
Con esta última andanada de despedida, la señorita Sylvester hizo mutis por el foro.
—Joder, me ha dejado más fría que al tal Marcelo. Venga, Candace, te acompañaré hasta tu casa.
A pesar del apodo burlón, a Hanna le pareció detectar un destello de ternura en los ojos marrones, así que, para evitar futuros equívocos, decidió ser lo más borde posible.
—No necesito que me acompañes a casa, rastaplasta, no creo que una guardaespaldas cinco centímetros más alta que yo vaya a amedrentar a ningún posible asaltante. Como diría un amigo mío: no tienes ni media leche.
—Tonterías, al menos te saco diez centímetros y soy una auténtica Xena de incógnita—respondió sin inmutarse, al tiempo que apoyaba la mano en su espalda y, con suavidad, la empujaba hacia la puerta.
—¡Diez centímetros! ¡En tus sueños! No debes...
El eco de su discusión se apagó en cuanto Emily cerró la puerta de la portería.
La voz de Emily se impuso sobre el cotorreo alborotado que imperaba en el minúsculo salón de la portería.
A pesar de que no era jueves, estaban reunidas las habituales y las nuevas adquisiciones: Quinn y Hanna.
Por fortuna, Brittany había sido lo suficientemente previsora como para ir a hacer la compra a la hora de la comida, y la vieja nevera volvía a estar llena de cervezas y Coca-Colas.
Cada una con una bebida en la mano y ocupando sus sitios de costumbre —la señorita Sylvester, Brittany y Quinn, apretadas sobre el sofá; Emily y Bree, en sus pufs, y Hanna, sentada en el suelo en la postura del loto—, estaban preparados para escuchar la odisea de Bree.
—¡Ha sido increíble! ¡No se lo pueden imaginar!—los grandes ojos castaños relucían de excitación y gesticulaba tanto con las manos que el contenido de la botella estuvo a punto de derramarse varias veces.
—Es guapo el chaval, ¿eh?—Hanna le guiñó un ojo y Emily, fastidiada, hundió los puños aún más en los amplios bolsillos de su pantalón de rayas.
A pesar de que las dos se habían dirigido un frío saludo al llegar, Emily no podía evitar que sus ojos marrones se deslizaran, acariciadores, sobre su figura menuda en cuanto la rubia mas baja no miraba.
—¡Es un dios!
—Venga, Bree, cuéntalo desde el principio—la animó Brittany.
La niña cruzó las piernas sobre el puf y se dispuso a relatarles una de las mañanas más gloriosas de su vida.
—El día no empezó bien, ya se lo pueden imaginar. Jake y Mamenmelá iban a todas partes agarraditos de la mano y, cada vez que yo pasaba cerca de ellos, empezaban a toquetearse y a reírse. Me pareció que más gente se reía a mis espaldas, pero yo iba con la cabeza bien alta como si la cosa no fuera conmigo.
—¡Ésa es mi niña!—la jaleó Emily.
—¡Igualita que la escena segunda de Su flor mancillada!—las largas pestañas de Sue Sylvester se agitaron, emocionadas.
—¡Bree, Bree, Bree!—los gritos de Quinn y Hanna resonaron en la portería hasta que Brittany las obligó a bajar el volumen, al tiempo que le dirigía a la adolescente una sonrisa de orgullo.
Ella se la devolvió, conmovida.
Le gustaban mucho sus nuevas amigas; con Emily se partía de risa; la señorita Sylvester, Quinn y Hanna eran un encanto, pero su relación con Brittany era más profunda y, desde el día en que descubrió lo de Jake y lloró sobre su hombro, sentía que entre ellas se había establecido un vínculo especial.
—En fin, fue un día miserable que lo flipas, pero el fin de fiesta lo compensó todo. Elena había tratado de acercarse a mí varias veces para pedirme disculpas, pero pasé de ella ampliamente. No renta tener una amiga que no sabes cuándo te la va a clavar en el Tuenti, ¿no creen?
Hasta la ex vedette, que no tenía la menor idea de lo que hablaba, asintió con la cabeza, Bree continuo:
—Según caminaba por el patio hacia la salida no hacía más que ver corrillos de niñas hablando muy nerviosas, hasta que se me acercó Tina, histérica perdida, y me dijo que tenía que ver aquello. No quería ni pensar que «aquello» fuera una sorpresa del estilo de la que me llevé en los recreativos, pero seguí adelante, diciéndome que «aquello» no podía ser peor...
Bree hizo una pausa y miró a su alrededor.
Satisfecha, observó que todo el mundo estaba pendiente de sus labios. Hasta Emily había conseguido despegar la mirada de Hanna durante unos segundos y sus cálidos ojos.
—Entonces crucé la reja de hierro y, de repente, veo que viene hacia mí el tío más tribueno que he visto jamás. No sé cómo explicarlo, fue como si en ese momento se hiciera un silencio a nuestro alrededor y estuviéramos, él y yo, solos en el mundo.
—Yo le pondría la banda sonora de Love story—suspiró Quinn, que era una romántica empedernida.
—Sí, bueno, no sé—Bree hizo una mueca, dubitativa—Suena un poco a del año de la pera, la verdad, pero creo que me entendéis, ¿no?
De nuevo hubo acuerdo general.
—Sigue, niña. Esta historia me está recordando tanto a los guiones de mis viejas películas...—la señorita Sylvester se llevó a los ojos su eterno pañuelito de encaje que, una vez más, volvió a su bolsillo completamente seco.
—Bueno, como les decía, este sueño andante de metro noventa, cuerpo escultural cubierto con una camiseta negra ajustada y unos vaqueros grises
rotos, pelo castaño revuelto, ojos marrones claros y unos dientes blancos que te hacían guiñar los ojos, me pasó un brazo por los hombros, me dio un pico y me dijo con una voz profunda que te convertía en gominola y que todo el mundo pudo oír: «Qué ganas tenía de verte, nena, llevo todo el día pensando en ti».
—Bueno, lo de nena...—Brittany torció el gesto.
—¿Qué es un pico?—preguntó la señorita Sylvester.
—Menuda ficha le hiciste en dos segundos, seguro que también iba marcando paquete—el sarcasmo de Emily iba dirigido de lleno a Hanna.
—A Dios gracias, aún quedan personas en el mundo que llevan pantalones que no son el antídoto de la lujuria—replicó ella en el acto, sin dignarse a mirarla.
—¿Te refieres a los míos?—las mejillas de Emily enrojecieron de rabia.
Hanna tuvo a bien dirigirle, por fin, una mirada desdeñosa y contestó:
—Eres muy aguda, rastaplasta.
—¿Y tú, Candace, pretendes darme lecciones de moda con esa mala imitación del poncho de Yoko Ono?
Brittany nunca habría imaginado que una persona de trato fácil y relajada como Emily pudiera ponerse tan furiosa, pero su hermana cerró los ojos, apoyó las manos en las rodillas con las palmas hacia arriba, juntó el índice y el pulgar en un perfecto jñána mudrá, y fingió no haberlo oído.
—¿Sigo o van a seguir peleándose?—preguntó Bree, irritada, sin parar de rebullirse en su asiento.
—Sigue, Bree, y ustedes dos, ¡déjenlo ya!—ordenó Brittany, lanzándole una mirada de advertencia a Emily.
—¡Es que tu hermana...!
—Es que tu hermana, es que tu hermana... ¿La nena está estudiando segundo de guardería o ha repetido?
Brittany pensó, como ya había hecho en otras ocasiones, que había gente que al nacer recibía un don de las hadas: la belleza, el encanto, la inteligencia... el don de Hanna era el de sacar de sus casillas a la gente que
le caía mal —y estaba claro que había decidido incluir a Emily en ese amplio círculo—; lo hacía con una destreza y una gracia únicas.
Era un espectáculo digno de verse y muy divertido; en especial, si era otra la persona que tenía que enfrentarse a ese ingenio afilado.
—¡Basta ya, Hanna!—la regañó, mientras observaba con compasión a Emily, quien había sacado del bolsillo su sempiterno mechero naranja y le daba vueltas entre los dedos.
La pobrecilla le daba pena; era evidente que su hermanita se la iba a comer con patatas, pero, justo en ese instante, la morena alzó la vista y algo brilló en los ojos que le advirtió que todavía no había llegado el momento de dar el partido por perdido.
—Vamos, Bree, sigue con la historia.
—Está bien, pero no más interrupciones, ¿hein?—las amenazó con el índice y, una vez más, el resto de las reunidas asintió al unísono.
—A ver por dónde iba... Ah, ya. Bueno con esos pedazo de bíceps alrededor de mis hombros me condujo hasta la moto más grande y más dabuti que he visto en mi vida. Era negra y a su alrededor se arremolinaban, babeantes, un montón de chicos de todos los cursos. Ryder, porque no sé si se lo he dicho todavía el nombre de esta divina criatura.
Las demás negaron en silencio, en una coreografía perfecta que ya la quisieran para sí las chicas de natación sincronizada.
—, Hizo un gesto con sus brazos musculosos y los espantó como a moscas. Después, Ryder el Macizo se puso su cazadora de cuero, se subió la cremallera, taaan despacio que los ojos de las chicas (parecía que todo el colegio se encontraba reunido en la acera, pendiente de nosotros) e, incluso, los de la hermana portera se quedaron pegados a ese movimiento. Cuando terminó, noté que todas las ahí presentes, sin excepción, tragaban saliva un par de veces. Luego, se subió a la moto, se colocó el cuello de la chupa hacia arriba, se atusó un poco el pelo con esos dedos largos y fuertes, y se los juro, y que me muera aquí mismo si miento, que se oyó un suspiro colectivo que ahogó el ruido del tráfico. Entonces, Ryder se volvió hacia mí, me colocó su casco con la delicadeza del príncipe de Cenicienta y me lo ató a la barbilla.
En la portería no se oía ni el vuelo de la puñetera mosca que se había colado hacía tres días, a la que Brittany no encontraba la forma de liquidar.
—Me dijo: «Sube, princesa». Y yo me sujeté bien la falda del uniforme para que no se me viera nada y salté detrás de él, con la gracia de una bailarina de ballet. Me aferré con los dos brazos a esa cintura con una tableta que ni la fábrica de Nestlé y, entonces..., ¡pasó lo mejor de todo!—su voz se volvió más aguda e hizo una nueva pausa efectista para darle aún más emoción al asunto, aunque se notaba que se moría por contar el resto.
—¡Sigue, por Dios! —suplicó Quinn.
La adolescente no se hizo de rogar:
—Ryder acababa de arrancar la moto, con un estruendo en plan Boeing 747, cuando se acercó Jake y me dijo: « Bree, ¿quieres que quedemos el sábado para ir al cine?». Ryder se volvió hacia mí y me preguntó bajito: «¿Es éste?». Yo dije que sí con disimulo y, entonces, se volvió muy serio hacia Jake y, mirándolo como si fuera la babosa más repugnante con la que jamás hubiera tenido la desgracia de encontrarse, le soltó: «Oye, niñato, no se te ocurra llamar a mi novia si no quieres que patee tu apestoso culo con una de mis botas, ¿entendido?». Tendrás que haber visto la cara de idiota que se le quedó a Jake, mientras la asquerosa de Mamen devoraba a mi novio con sus ojos de «buitresa» en ayunas. Entonces Ryder arrancó y salió quemando ruedas, y ahí se quedaron, con la boca abierta, como dos patéticos peces payaso. Creo que éste ha sido el momento cumbre de mi existencia.
Su expresión extasiada lo decía todo, y las demás recibieron el fin de la historia con una salva de aplausos y vítores.
—Esto merece un brindis. ¡Por Bree!—gritó Brittany, y todas se apresuraron a levantar sus botellas y las entrechocaron con alegría.
Cuando llegó el turno de Emily y Hanna, ella hizo como que no la veía y dio media vuelta, pero la morena la agarró de la muñeca con la otra mano y la obligó a chocar su botella contra la suya.
—¡Por Bree!—Repitió el brindis con sus pupilas clavadas, desafiantes, en los iris azules.
Hanna se desasió de su mano y trató de asesinarla con la mirada, pero la más alta se limitó a sonreír, burlona, y se alejó de ella en el acto.
Cuando la calma regresó por fin a la pequeña portería, Sue Sylvester sacó el otro tema que les preocupaba: no habían avanzado lo más mínimo en sus intentos de desenmascarar al asesino del 4.º izquierda.
—Igual ya ha sumado varias víctimas más en su haber y nosotras aquí, sin hacer nada—declaró en tono sombrío.
Las presentes se miraron unas a otras con sensación de culpabilidad.
—Deberíamos entrar en su casa y registrarla; Brittany tiene las llaves de todos los pisos de la finca, así que no será difícil—propuso Emily después de pensar un rato.
Pero ella se negó en redondo.
No estaba dispuesta, dijo, a que la mandaran a pudrirse en la cárcel durante el resto de sus días por allanamiento de morada.
—Además—añadió—, El tipo ese no sale nunca de su piso.
—Sí que lo hace—matizó la señorita Sylvester—He estudiado a fondo sus hábitos y he descubierto que lo hace el quince y el treinta de cada mes, cuando necesita deshacerse de los cuerpos.
Un tumulto se desató de repente, y todos empezaron a hablar al tiempo.
La ex actriz se vio obligada a levantar ambos brazos para pedir calma.
—¡No hablen todas a la vez! A ver, tú, Hanna.
—Yo creo que deberíamos olvidarnos de esa idea... descabellada, por no decir algo más fuerte, de registrar su piso.
El dardo envenenado voló por encima de sus cabezas, pero no debió de dar en la diana, porque Emily ni se inmutó.
—Propongo que lo sigamos. Quedan diez días para el quince, deberíamos apostarnos con un coche delante del portal y en cuanto salga, ¡zaca!, nos pegamos a él como garrapatas para ver adónde va.
—Sí, sí—aplaudió Bree, entusiasmada.
—No me parece mala idea—Brittany sintió un profundo alivio al ver que la amenaza de tener que irrumpir en un piso sin el permiso de alguna autoridad competente se alejaba de su cabeza.
—Estoy de acuerdo con Hanna—afirmó Quinn sin levantar la mirada, enfrascada como estaba en la engorrosa tarea de aplicarse esmalte en una uña.
Había tomado un frasco prestado del baño de Brittany y, aunque el color era distinto, decidió que eso era mejor que ir con dos uñas saltadas.
—Puede que, por una vez, Candace haya dado en el clavo—declaró Emily con actitud paternalista.
—¿Puede saberse por qué me llamas Candace, estúpida?
—Eres exacta a la hermana repelente de Phineas. Ya sabes, los dibujos animados...
—Bueno no, no lo sé, no soy una descerebrada como tú que, a estas alturas, sigues viendo series para niños. Está claro que la maría ha acabado con las pocas neuronas que tenías—se apresuró a replicar la pizpireta rubia.
—Bueno, quizá salvarme del abismo de las drogas pueda convertirse en otra de esas absurdas misiones humanitarias a las que dedicas tu vida.
El sarcasmo de Emily hizo sonreír a Brittany, sobre todo al darse cuenta de
que, por primera vez, era la morena quien había logrado sacar a su hermana de quicio.
Sin saberlo, la amiga de Quinn había dado con el tono adecuado; Hanna estaba tan acostumbrada a que las personas se arrojaran de bruces sobre los charcos para servirle de puente —metafóricamente hablando—que sus pullas la desconcertaban.
—Por mí puedes tirarte de cabeza a ese abismo o al primer barranco que encuentres, rastaplasta.
—Yo también te quiero, Candace.
Hanna se pasó una mano impaciente por sus guedejas doradas y soltó un bufido mientras los demás reprimían una carcajada para no herir sus sentimientos.
—Muy bien, entonces aceptado el plan de Hanna—la ex actriz dio un golpe con un mazo invisible—Vamos a centrarnos en los detalles de la operación.
A partir de ese momento, se les fueron un par de horas maquinando planes, a cuál más surrealista, y las risas resonaron con frecuencia en la portería.
—Opino que deberíamos revisar la basura del sospechoso, podría estar deshaciéndose de pruebas incriminatorias—propuso Emily, de pronto.
—Ni hablar—rechazó Brittany con firmeza—, Ya me imagino a quién le iba a tocar cargar con el muerto, y nunca mejor dicho.
—Venga, Brittany, no seas aguafiestas. Eres la única que tienes acceso al cuarto de las basuras de la finca—rogó Hanna que, por primera vez, estaba de acuerdo con una de las propuestas de su enemiga.
—¡Que no! No pienso ponerme a hurgar en las bolsas de basura de nadie. ¡Menuda asquerosidad! Además, creo que eso es también un delito.
—¿Allanamiento de basura?—Emily alzó una ceja con sorna.
—Bueno algo así. La basura de las personas también tiene derecho a la intimidad, digo yo—pretendió imprimir un matiz de rotundidad a sus palabras, pero al mirar a su alrededor vio que Bree y la señorita Sylvester arrugaban la frente con desaprobación, y hasta su amiga Quinn fruncía los labios en un gesto de descontento.
—Britt, creo que todos deberíamos aportar nuestro granito de arena—trató de convencerla la adolescente—Si quieres, te puedo ayudar.
—Sí, claro. Ya te estoy oyendo anunciar a tu mamá a las doce de la noche que te vas un momento a rebuscar entre los desperdicios de un presunto asesino. Creo que le va a encantar—replicó, sarcástica.
—Me escaparé, no se dará ni cuenta.
—¡He dicho que no! Con que uno de nosotras se manche las manos será suficiente.
—¡Entonces..., ¿lo harás?!—Hanna palmoteó, entusiasmada.
Al tiempo que Emily se levantaba de un salto del puf, agarraba el rostro de Brittany entre sus manos y depositaba un sonoro beso sobre su frente.
—Estoy orgullosa de ti, Brittany. Sabía que una minucia como un poco de suciedad no te detendría—Sue Sylvester sonrió con expresión satisfecha.
Brittany se liberó de los brazos de Emily y se enfrentó a ellos con cara de
pocos amigos.
—Una minucia. Ja. Vigilar durante no sé cuántos días hasta que a ese e dé por sacar la basura y luego enterrarme hasta los codos en su porquería. Menos mal que en vez de guantes de raso largos tengo unos más prácticos de goma rosa talla M; imagino que éste es todo el glamur al que puede aspirar una portera reconvertida en Mata Hari—y añadió con amargura—No sé cómo se lo montan para que los marrones se los coma siempre la misma.
—¡Entonces, decidido!—Emily interrumpió su bacanal de autocompasión sin miramientos—Brittany hará el trabajo sucio; Sue desempeñará labores de vigilancia y contraespionaje, y nos avisará cuando el pájaro levante el vuelo; yo me apostaré frente al portal a bordo de un vehículo adecuado con el motor en marcha, y Bree, Hanna y Quinn esperarán durmiendo, como niñas buenas, el desenlace de los acontecimientos.
Los gritos de indignación de Bree y Hanna, que se habían puesto en pie al mismo tiempo como si alguien acabara de quemarlas con una cerilla, la obligaron a taparse las orejas.
—¡Yo pienso tener un papel estelar en esta aventura, y tú no podrás impedirlo, listilla!—Hanna, con los brazos en jarras, se irguió frente a la pelinegra en toda su escasa estatura, amenazadora.
—¡Yo tampoco pienso quedarme de brazos cruzados mientras las demás se quedan con toda la diversión, no way!—los ojos de Bree chisporroteaban de indignación mientras iban de unas a otras buscando un poco de simpatía.
—Bueno yo me quedaré tan pancha en mi camita y luego me lo cuentan—declaró Quinn, que siempre había sido un poco cobardica.
—Lo siento, Bree, Emily tiene razón, tú no puedes venir. Puede ser peligroso y, además, quizá el asunto dure toda la noche. Si tu mamá se despierta y no te encuentra en tu cama se llevará un susto de muerte.
—Son... son unas... ¡son unas esquiroles!—la furibunda adolescente dio media vuelta y salió de la casa dando un sonoro portazo, tan violento que un trozo de escayola se desprendió del techo.
—Creo que me he quedado sorda—Emily sacudió la cabeza de un lado a otro, aturdida, antes de ceder—Está bien, Candace puede venir, quizá necesitemos que teja una cuerda de punto para atarle las manos al sujeto.
—Ja, ja. Imagino que te entrenas todos los días delante del espejo para ser tan chistosa.
Sue se despidió en ese momento.
—Las dejo, pequeñas, necesito dormir mis ocho horas de rigor. Reconozco que me encantan estas reuniones, me hacen sentir joven de nuevo. Buenas noches—se despidió de Brittany con un beso en la mejilla y, contoneándose sobre sus altos tacones, se dirigió hacia la puerta.
Con la mano en el picaporte se volvió, lanzó una mirada elocuente a Emily y a Hanna, y añadió:
—Y ustedes dos, vayan con ojo. Mi relación con Marcelo Duval era igual de tormentosa, pero, en realidad, fue el único hombre al que amé en mi vida. Si un pedazo de hielo del tamaño de un balón de fútbol no le hubiera aplastado la cabeza durante una tormenta de granizo en Valencia, sé que lo nuestro habría acabado en boda.
Con esta última andanada de despedida, la señorita Sylvester hizo mutis por el foro.
—Joder, me ha dejado más fría que al tal Marcelo. Venga, Candace, te acompañaré hasta tu casa.
A pesar del apodo burlón, a Hanna le pareció detectar un destello de ternura en los ojos marrones, así que, para evitar futuros equívocos, decidió ser lo más borde posible.
—No necesito que me acompañes a casa, rastaplasta, no creo que una guardaespaldas cinco centímetros más alta que yo vaya a amedrentar a ningún posible asaltante. Como diría un amigo mío: no tienes ni media leche.
—Tonterías, al menos te saco diez centímetros y soy una auténtica Xena de incógnita—respondió sin inmutarse, al tiempo que apoyaba la mano en su espalda y, con suavidad, la empujaba hacia la puerta.
—¡Diez centímetros! ¡En tus sueños! No debes...
El eco de su discusión se apagó en cuanto Emily cerró la puerta de la portería.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
hola morra,...
jajajajaj dios dan miedo cundo se juntan todas,..
me divirtió lo de bee!!!! el inbecil de jack le quedo mas que claro y a todos con quien esta bee!!!
a ver como va la noche de sherlock??
nos vemos!!
jajajajaj dios dan miedo cundo se juntan todas,..
me divirtió lo de bee!!!! el inbecil de jack le quedo mas que claro y a todos con quien esta bee!!!
a ver como va la noche de sherlock??
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
Esas mujeres son de lo mas divertidas, a ver si en verdad el vecino es un asesino en serie, aunque no se me ocurre que podria estar haciendo!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
3:) escribió:hola morra,...
jajajajaj dios dan miedo cundo se juntan todas,..
me divirtió lo de bee!!!! el inbecil de jack le quedo mas que claro y a todos con quien esta bee!!!
a ver como va la noche de sherlock??
nos vemos!!
Hola lu, jajajaja o no¿? jajajajajaajaj dicen que cuando las mujeres se juntan ai peligro ajajajajajajaj. Si jajaajajaja salio bn el plan jajajajajaaj. Jajajajjajaja si! se lo merece! Tiene q aprender a respetar ¬¬ Y Todos saben que bree y alo olvido jajaajja. Aquí dejo el siguiente cap para saber eso ajajaj. Saludos =D
micky morales escribió:Esas mujeres son de lo mas divertidas, a ver si en verdad el vecino es un asesino en serie, aunque no se me ocurre que podria estar haciendo!!!!
Hola, jajajaja si ajajajajajajaaj, como dije, cuando se juntan las mujeres ai peligro ajajajajajaj. =O la vrdd esperemos y no XD jajajajajajajaajaj. Si¿? xq no nos dices algo¿? jajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Cap 14
Capitulo 14
Después de haber pasado las últimas cinco noches con el ojo pegado a la mirilla cada vez que oía ponerse en marcha el ascensor, por fin, durante la sexta, Brittany saltó de la cama en cuanto sonó el ruido del motor y llegó justo a tiempo para ver desaparecer la calva del vecino del 4.º izquierda mientras la cabina descendía hacia el sótano.
Mascullando entre dientes, se calzó unas zapatillas de deporte, se puso el abrigo encima del pijama y, aunque no creía que a esas horas fuera a cruzarse con nadie, rehízo su moño y se puso las gafas.
En pie tras la puerta entornada, vigiló hasta asegurarse de que el presunto asesino subía de nuevo a su piso y, sigilosa, bajó por la escalera hasta el garaje.
Se puso los guantes de goma sin dejar de refunfuñar.
En el cuarto de las basuras olía fatal, pero pensó que resultaría más discreto registrar las bolsas ahí que en plena calle.
Había tres cubos de basura orgánica y dos amarillos, de envases y plásticos, y empezó a lloriquear al pensar que tendría que hurgar en todos ellos.
Abrió la tapa del primer contenedor con dos dedos y el olor le provocó tal arcada que la soltó de golpe y retrocedió unos pasos.
«Ahora que me acuerdo, creo que entre los cometidos de un buen portero está el de lavar los cubos de vez en cuando... En fin—se dijo en un vano intento de animarse a sí misma—, al menos sólo tengo que buscar en las últimas bolsas.»
Sin dejar de maldecir a Emily, a Hanna y al comité de los jueves en pleno, Brittany se tapó la nariz y abrió el cubo de nuevo.
Con toda la rapidez de la que fue capaz, se soltó la nariz y, sin respirar, sacó la primera bolsa que encontró y dejó caer la tapa. Deshizo el nudo con dedos temblorosos y empezó a revolver entre los desperdicios.
El descubrimiento de una compresa ensangrentada le provocó una nueva arcada violenta, así que cerró la bolsa a toda velocidad, diciéndose que ésa no podía ser la basura de un hombre que vivía solo.
Con el estómago revuelto, decidió que sería una buena idea registrar primero los cubos amarillos.
Por fortuna, no encontró nada desagradable en ninguna de las dos bolsas, aunque estaba segura de que la que estaba llena de Tetra Brik aplastados de vino barato pertenecía, sin lugar a dudas, al inquilino del 4º.
Después, inhaló profundamente y, conteniendo la respiración, se armó de valor para abrir la tapa de los dos contenedores que quedaban.
En la primera bolsa que sacó sólo encontró peladuras de fruta y verdura, mezcladas con restos de arroz y pollo.
—¡Venga, Britty, ya sólo te queda una!—dijo en voz alta tratando de infundirse valor.
Con una mueca de asco, abrió la tapa mientras procuraba no respirar por la nariz, y de nuevo lanzó una maldición.
El cubo estaba vacío a excepción de una bolsa en el fondo, así que se vio obligada a inclinarse mucho sobre el borde para alcanzarla. Justo cuando rozaba el nudo con la punta de los dedos, la puerta del cuarto de las basuras se abrió de golpe y la golpeó en las nalgas.
Brittany soltó un chillido histérico, perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer de cabeza en el interior; sin embargo, gracias a unos portentosos reflejos que desconocía poseer, evitó en el último segundo que las gafas resbalaran de su frente y se hundieran en las profundidades húmedas y malolientes.
De pronto, unas manos la agarraron sin miramientos por las caderas y la rescataron de un destino peor que la muerte.
—¿Se puede saber qué demonios está haciendo?
Con dedos temblorosos, Brittany se colocó las gafas en su sitio, al tiempo que pensaba que era típico de su mala suerte que fuera, precisamente, la doctora López la que la hubiera pescado con las manos en la apestosa masa, en unas circunstancias tan poco dignas.
Se volvió para enfrentarse a la morena y, entonces, fue consciente de que las manos de la médico seguían posadas en sus caderas y de que su cuerpo estaba demasiado cerca.
Una repentina oleada de calor hizo que se pusiera tensa y la sangre fluyó en tromba a sus mejillas.
Por fortuna, la luz mortecina proyectada por la bombilla desnuda que colgaba de unos cables del techo no era lo suficientemente potente como para que la más baja lo advirtiera.
Brittany dio un paso atrás, y el hecho de poner algo de distancia entre ellas le sirvió para ayudarla a recuperarse del encontronazo y recobrar un atisbo de calma.
Así que, con decisión, se subió las gafas que habían resbalado de nuevo por el puente de su nariz, frunció el ceño, proyectó la mandíbula inferior hacia adelante y respondió en tono malhumorado:
—Me aseguraba de que los vecinos de la finca reciclan como es debido. He visto en las noticias que la alcaldesa va a mandar un batallón de inspectores para comprobarlo, y no quiero que el administrador me culpe a mí si nos ponen una multa.
Desde luego, se dijo, admirada por la rapidez de su mente, cada día le costaba menos inventar historias; se estaba convirtiendo en una máquina de mentir bien engrasada.
La médico observó los guantes rosas llenos de manchas que cubrían sus manos y sintió un escalofrío. Saltaba a la vista que la señora Santos había estado fisgoneando en el interior de las bolsas de basura.
Cada vez tenía más claro que la portera era una psicópata peligrosa y pensó que tendría que vigilar a Bree más de cerca; no entendía por qué su hija había desarrollado una extraña querencia por la compañía de esa lunática.
Trató de concentrarse de nuevo en las palabras de aquella chalada que continuaba hablando con su habitual tono hosco.
—Lo que a mí me gustaría saber es por qué, con evidente desprecio por mi integridad física, ha entrado usted aquí haciendo gala de tamaña violencia. El cuarto de basuras es únicamente de mi competencia—rezongó en el lenguaje redicho que había asignado a su personaje.
Santana sentía unas ganas inmensas de salir corriendo de ese cuartucho agobiante —la portera tenía un aspecto especialmente siniestro parapetada detrás de aquellas horribles gafas de cristales azules, a pesar de que no se veía un pimiento—, pero se recordó a sí mismo que no era una nenaza que huía a las primeras de cambio y se obligó a responder con serenidad.
—Oí unos ruidos extraños y pensé que podía tratarse de ratas.
—¡Ratas!—repitió Brittany en un tono más agudo de lo que le habría gustado y notó que todos los pelos de su cuerpo se ponían de punta.
Hasta que la doctora las mencionó, no se le había ocurrido que pudiera haber ratas por ahí.
—Sí, ratas. Lo último que podía figurarme era que encontraría a la señora portera buceando en un cubo de basura—sacudió la cabeza, sardónica.
Al imaginar la estampa surrealista que debió de encontrarse la doctora al abrir la puerta del cuarto de las basuras, las comisuras de los labios de Brittany se elevaron en una sonrisa involuntaria que reprimió en el acto; pero no antes de que la otra mujer que permanecía de pie ante ella la advirtiera y se quedara mirando su boca con fijeza.
Santana notó, sorprendido, que los labios de la señora Santos —que al parecer ese día se había depilado a fondo— eran finos y sensuales y, de súbito, a pesar del espantoso olor a basura que los rodeaba, le pareció percibir un tenue aroma a flores que le recordaba a... a... maldición, ahora no lograba acordarse, pero sabía que era importante.
Un inesperado ramalazo de deseo la sacudió y, sin ser del todo consciente de su gesto, alargó la mano, colocó un dedo debajo de la barbilla de la rubia y alzó su rostro hacia la luz.
Alarmada, Brittany la apartó de un manotazo y retrocedió aún más, hasta quedar arrinconada contra uno de los contenedores.
—¿Qué hace? No me toque, ya le he dicho que padezco afenfosfobia. Seguro que mañana tendré la barbilla llena de granos.
Santana estaba tan horrorizada ante la reacción de su cuerpo traidor que también dio un paso hacia atrás, avergonzada.
—Lo siento—balbuceó—Por un momento me ha recordado a alguien que conozco. Será mejor... será mejor que me marche. Buenas noches, señora Santos.
La portera se limitó a soltar uno de esos gruñidos que la caracterizaban y la doctor salió a toda prisa de ese cuarto minúsculo en el que, por un momento, le había dado la sensación de que las paredes se juntaban poco a poco, dispuestas a aplastarla.
Brittany se quedó donde estaba, mientras inhalaba profundamente, una y otra vez, el aire viciado en un intento desesperado por normalizar el ritmo de los latidos de su corazón.
¡Dios santo!
No entendía qué tenían los dedos de aquella mujer; cada vez que la tocaba, aunque fuera un roce mínimo, una corriente eléctrica fluía de ellos y le cortocircuitaba las neuronas.
No encontraba una explicación razonable para ese extraño fenómeno, a no ser que la médico caminara todo el día arrastrando los zapatos sobre moquetas llenas de electricidad estática.
Tendría que averiguarlo, se dijo.
En ese momento, recordó por qué estaba en aquel apestoso cuarto y, resignada, registró la última bolsa que le quedaba.
Nada de nada.
No había ni el más mínimo rastro sospechoso en la basura del inquilino del 4.º izquierda y, si Emily o su hermana pretendían que siguiera adelante con esa sucia investigación, lo llevaban claro.
Agotada por la tensión que le provocaba la cercanía de la atractiva doctora, y medio mareada por los efluvios malolientes que no había dejado de respirar durante la última media hora, Brittany se quitó los guantes con brusquedad, los metió en la bolsa de plástico y, tras atar de nuevo el nudo, lo arrojó todo al interior del contenedor y se fue a su casa.
Ya en su cuarto de baño, se frotó bien las manos y los brazos hasta el codo; sin embargo, a pesar de sus denodados esfuerzos, tenía la sensación de que el hedor de la basura seguía pegado a su piel.
Por fin se metió en la cama, pero, desesperada, notó que el sueño se le resistía; así que, como había hecho durante casi todas sus vigilias anteriores, después de dar muchas vueltas y tras ahuecar varias veces la almohada, empezó a revivir los acontecimientos de la noche de marras.
Según pasaban los días, había tratado de convencerse a sí misma de que las exaltadas sensaciones que había creído experimentar no eran más que el resultado de un caso severo de intoxicación etílica; llevaba tanto tiempo sin probar el ron, se dijo, que, aunque sólo bebió dos copas, habían sido demasiadas para su sangre abstemia.
Como ya le advirtió en su momento la insistente voz de su conciencia, la culpa y los remordimientos se habían abatido sobre ella con la misma contundencia de un alud de rocas por una ladera.
Aún no comprendía cómo ella, la pragmática y cerebral Brittany Pierce, se había dejado llevar por un impulso y se había acostado con una mujer a la que apenas conocía.
A pesar de que se había repetido, una y mil veces, que no era para tanto, que a otras personas les ocurría todo el tiempo y que el bienestar de la humanidad no se vería afectado por ese momento suyo de debilidad, Brittany
no lograba perdonarse.
Un horrible sentimiento de culpabilidad la envolvía y le parecía que, de alguna manera, había traicionado sus votos matrimoniales.
De nada le servía recordarse que ahora estaba divorciada y que no le debía a Sam una fidelidad que él había sido el primero en pisotear.
A pesar de lo que pudiera decir el papel que había firmado hacía unos meses, de alguna manera, sentía que seguía casada.
Cuando pronunció sus votos en la pequeña ermita de aquel pueblo de la sierra, lo hizo con la intención de que fueran para siempre y, a pesar de que fue Sam el único que había traicionado la confianza depositada en él, era ella la que, por algún absurdo motivo, se sentía profundamente desleal.
Tampoco entendía por qué se ponía tan furiosa cada vez que se encontraba con la propietaria del 6.º derecha.
No podía echarle a la morena toda la culpa de lo ocurrido; al fin y al cabo, ella bien que la había utilizado para lograr no sabía qué tipo de maquiavélica revancha.
Si la doctora se había servido de su cuerpo para desfogarse sin tener que darle muchas vueltas a la cabeza eso era algo que, como todo el mundo sabía bien, era intrínseco a la naturaleza.
Estaba claro que, a pesar de lo que dijera su hija —qué sabría la pobrecilla—, la doctora Santana López era una ligona compulsiva, y ella tan sólo una muesca más.
Si la soltura con la que manejó la situación la noche que acabaron juntas en la cama de aquel hotel no se lo hubiera dejado claro ya, lo ocurrido unos días atrás habría sido más que suficiente para abrirle los ojos de manera definitiva.
Concentrada de lleno como estaba en su labor de espionaje, el domingo anterior Brittany oyó voces en el portal a media noche y acudió como una centella a su puesto de vigilancia.
Con el ojo pegado a la mirilla y el corazón en los tobillos, observó a la médico, que reía y bromeaba con la atractiva castaña que llevaba varios días viviendo en su casa.
Brittany pensó que lo más seguro era que vinieran de una fiesta o un espectáculo, ya que ambas iban muy elegantes: la morena de un vestido ceñido oscuro que destacaba su figura distinguida y unos tacones, y la castaña con un bonito vestido que saltaba a la vista que no había salido de una cadena de tiendas cualquiera, y unas originales sandalias de tacón.
En un momento dado, Santana López echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada y, desde su posición, imaginó las atractivas arruguitas que sabía que se le marcaban en las comisuras de los ojos cuando se reía y empezó a salivar.
En ese instante, la pobre Brittany, que permanecía pegada a la puerta como si hubiera echado raíces, entendió a la perfección por qué, aunque ahora se arrepentía con toda su alma, se había visto tentada de manera ineludible: ¡La muy maldita era guapísima!
Pero al ver que la pelinegra se inclinaba sobre la castaña y la besaba con ternura en la frente, unos dedos fantasmales convirtieron sus entrañas en una amalgama de tripas retorcidas, y se llamó estúpida por experimentar algo que se parecía peligrosamente a los celos.
El ascensor llegó en ese momento y ambas desaparecieron en su interior, poniendo fin a su tortura masoquista.
Unos días más tarde fue otra mujer, esta vez alta, de piel blanca y castaña clara cuyo rostro le resultó vagamente familiar, la que entró pisando fuerte en el portal cuando casi había acabado su turno.
Con un mal presentimiento, la portera, que, como de costumbre, estaba ojo avizor, le preguntó adónde iba, y cuando la otra le respondió, arrogante, que al piso de la doctora López, Brittany cayó en la cuenta de dónde la había visto antes: se había fijado en ella en el fatídico congreso médico.
Debía de ser otra de las novias de la mujeriega propietaria del 6.º, pensó Brittany, y los ya conocidos dedos espectrales siguieron haciendo de las suyas con sus intestinos.
¡Menuda sátira había resultado ser, en apariencia, inofensiva doctora!
Acababa de deshacerse de una —el lunes Brittany la había espiado mientras acompañaba a la castaña bajita y su pequeña maleta a coger un taxi frente al portal antes de acudir al trabajo— y ya tenía a la siguiente haciendo cola.
Brittany lo sintió sobre todo, o al menos eso se dijo, por la pobre Bree; no pensaba que fuera muy edificante para una delicada alma adolescente ser testigo de semejante trasiego de mujeres en la vida de su mamá.
Y por si todo eso no fuera suficiente, en aquella ocasión en la que estuvieron tan cerca en el cuarto de las basuras, ella había percibido una mirada de interés en los iris castaños oscuros.
El hecho de que, aunque fuera sólo por una milésima de segundo, la guapa doctora se hubiera sentido atraída por un esperpento como la señora Santos decía muy a las claras que aquella mujer era una auténtica depredadora sexual; cualquier persona, por horrenda que fuera, se transformaba ante sus ojos en una posible presa y, por enésima vez, Brittany se reprochó el haberse convertido en uno más de sus trofeos eróticos.
Varias plantas más arriba, tumbada en la amplia cama de dos por dos que ocupaba la mayor parte de su habitación, Santana López también permanecía despierta con los brazos cruzados detrás de la nuca, mirando el
techo con fijeza.
Ahora que su hermana había regresado a su hogar en León, volvía a sentirse sola.
Aunque la soledad había sido su fiel compañera desde la muerte de su mujer, en realidad no le había resultado insoportable hasta hacía unas pocas semanas.
La noche que pasó con Brittany había puesto su mundo patas arriba, y aún no se hacía a la idea de que no volvería a verla.
Estaba obsesionado con la rubia, hasta el punto de percibir su aroma embriagador en aquel cuarto maloliente y adivinar en los labios de la horripilante portera psicópata el contorno de su boca exquisita.
Quizá lo había soñado todo, se dijo.
A lo mejor estaba magnificando lo que había ocurrido entre ellas aquella noche inolvidable, pero, fuera como fuese, no podía borrar de su mente el recuerdo de aquellos preciosos ojos azules mirándola, entre sorprendidos y excitados, en el momento justo en que la había llevado al orgasmo.
Las yemas de sus dedos hormigueaban aún con las increíbles sensaciones que el contacto con la suave piel de su cuerpo sensual había dejado grabadas en ellas.
Era incapaz de comprender cómo acertaba a desempeñar su trabajo; su mente no estaba en lo que hacía.
Si aún no se había cargado a ningún paciente era de puro milagro.
Pasaba el día deseando que llegara la noche para así poder tumbarse sobre el colchón, igual que ahora, y dedicarse a rememorar cada segundo de aquel encuentro imborrable.
Unos días antes, Elaine Galindo se había presentado en su casa por sorpresa y no le había quedado más remedio que invitarla a cenar, a pesar de saber que Bree no la tragaba.
Cuando su hija se fue a dormir, sólo a un idiota se le habrían escapado sus insinuaciones, nada discretas, pero en lo único que podía pensar era en el momento en que aquella mujer se marchase por fin y pudiera dedicar lo que quedaba de noche a pensar en Brittany.
Santana estrechó la almohada entre sus brazos y ahogó en ella el gemido que brotó de su garganta.
«Brittany, Brittany... ¿por qué?»
La rubia había jugado con ella, pensó, furiosa.
La había utilizado sin el más mínimo escrúpulo.
Se había introducido en su interior como un germen virulento que había infectado su cabeza y su cuerpo, y amenazaba con una septicemia mortal.
Tenía que olvidarla, se dijo como se decía cada noche.
Seguro que, si por alguna extraña casualidad volvieran a encontrarse, Brittany no sería ni la mitad de fascinante que las imágenes idealizadas que guardaba de ella.
Furiosa, maldijo al destino que, una vez más, le arrebataba de golpe algo importante, maldijo a Brittany por haber accedido a hacer el amor aquella noche y, sobre todo, se maldijo a sí misma por no ser capaz de borrarla de su mente.
Mascullando entre dientes, se calzó unas zapatillas de deporte, se puso el abrigo encima del pijama y, aunque no creía que a esas horas fuera a cruzarse con nadie, rehízo su moño y se puso las gafas.
En pie tras la puerta entornada, vigiló hasta asegurarse de que el presunto asesino subía de nuevo a su piso y, sigilosa, bajó por la escalera hasta el garaje.
Se puso los guantes de goma sin dejar de refunfuñar.
En el cuarto de las basuras olía fatal, pero pensó que resultaría más discreto registrar las bolsas ahí que en plena calle.
Había tres cubos de basura orgánica y dos amarillos, de envases y plásticos, y empezó a lloriquear al pensar que tendría que hurgar en todos ellos.
Abrió la tapa del primer contenedor con dos dedos y el olor le provocó tal arcada que la soltó de golpe y retrocedió unos pasos.
«Ahora que me acuerdo, creo que entre los cometidos de un buen portero está el de lavar los cubos de vez en cuando... En fin—se dijo en un vano intento de animarse a sí misma—, al menos sólo tengo que buscar en las últimas bolsas.»
Sin dejar de maldecir a Emily, a Hanna y al comité de los jueves en pleno, Brittany se tapó la nariz y abrió el cubo de nuevo.
Con toda la rapidez de la que fue capaz, se soltó la nariz y, sin respirar, sacó la primera bolsa que encontró y dejó caer la tapa. Deshizo el nudo con dedos temblorosos y empezó a revolver entre los desperdicios.
El descubrimiento de una compresa ensangrentada le provocó una nueva arcada violenta, así que cerró la bolsa a toda velocidad, diciéndose que ésa no podía ser la basura de un hombre que vivía solo.
Con el estómago revuelto, decidió que sería una buena idea registrar primero los cubos amarillos.
Por fortuna, no encontró nada desagradable en ninguna de las dos bolsas, aunque estaba segura de que la que estaba llena de Tetra Brik aplastados de vino barato pertenecía, sin lugar a dudas, al inquilino del 4º.
Después, inhaló profundamente y, conteniendo la respiración, se armó de valor para abrir la tapa de los dos contenedores que quedaban.
En la primera bolsa que sacó sólo encontró peladuras de fruta y verdura, mezcladas con restos de arroz y pollo.
—¡Venga, Britty, ya sólo te queda una!—dijo en voz alta tratando de infundirse valor.
Con una mueca de asco, abrió la tapa mientras procuraba no respirar por la nariz, y de nuevo lanzó una maldición.
El cubo estaba vacío a excepción de una bolsa en el fondo, así que se vio obligada a inclinarse mucho sobre el borde para alcanzarla. Justo cuando rozaba el nudo con la punta de los dedos, la puerta del cuarto de las basuras se abrió de golpe y la golpeó en las nalgas.
Brittany soltó un chillido histérico, perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer de cabeza en el interior; sin embargo, gracias a unos portentosos reflejos que desconocía poseer, evitó en el último segundo que las gafas resbalaran de su frente y se hundieran en las profundidades húmedas y malolientes.
De pronto, unas manos la agarraron sin miramientos por las caderas y la rescataron de un destino peor que la muerte.
—¿Se puede saber qué demonios está haciendo?
Con dedos temblorosos, Brittany se colocó las gafas en su sitio, al tiempo que pensaba que era típico de su mala suerte que fuera, precisamente, la doctora López la que la hubiera pescado con las manos en la apestosa masa, en unas circunstancias tan poco dignas.
Se volvió para enfrentarse a la morena y, entonces, fue consciente de que las manos de la médico seguían posadas en sus caderas y de que su cuerpo estaba demasiado cerca.
Una repentina oleada de calor hizo que se pusiera tensa y la sangre fluyó en tromba a sus mejillas.
Por fortuna, la luz mortecina proyectada por la bombilla desnuda que colgaba de unos cables del techo no era lo suficientemente potente como para que la más baja lo advirtiera.
Brittany dio un paso atrás, y el hecho de poner algo de distancia entre ellas le sirvió para ayudarla a recuperarse del encontronazo y recobrar un atisbo de calma.
Así que, con decisión, se subió las gafas que habían resbalado de nuevo por el puente de su nariz, frunció el ceño, proyectó la mandíbula inferior hacia adelante y respondió en tono malhumorado:
—Me aseguraba de que los vecinos de la finca reciclan como es debido. He visto en las noticias que la alcaldesa va a mandar un batallón de inspectores para comprobarlo, y no quiero que el administrador me culpe a mí si nos ponen una multa.
Desde luego, se dijo, admirada por la rapidez de su mente, cada día le costaba menos inventar historias; se estaba convirtiendo en una máquina de mentir bien engrasada.
La médico observó los guantes rosas llenos de manchas que cubrían sus manos y sintió un escalofrío. Saltaba a la vista que la señora Santos había estado fisgoneando en el interior de las bolsas de basura.
Cada vez tenía más claro que la portera era una psicópata peligrosa y pensó que tendría que vigilar a Bree más de cerca; no entendía por qué su hija había desarrollado una extraña querencia por la compañía de esa lunática.
Trató de concentrarse de nuevo en las palabras de aquella chalada que continuaba hablando con su habitual tono hosco.
—Lo que a mí me gustaría saber es por qué, con evidente desprecio por mi integridad física, ha entrado usted aquí haciendo gala de tamaña violencia. El cuarto de basuras es únicamente de mi competencia—rezongó en el lenguaje redicho que había asignado a su personaje.
Santana sentía unas ganas inmensas de salir corriendo de ese cuartucho agobiante —la portera tenía un aspecto especialmente siniestro parapetada detrás de aquellas horribles gafas de cristales azules, a pesar de que no se veía un pimiento—, pero se recordó a sí mismo que no era una nenaza que huía a las primeras de cambio y se obligó a responder con serenidad.
—Oí unos ruidos extraños y pensé que podía tratarse de ratas.
—¡Ratas!—repitió Brittany en un tono más agudo de lo que le habría gustado y notó que todos los pelos de su cuerpo se ponían de punta.
Hasta que la doctora las mencionó, no se le había ocurrido que pudiera haber ratas por ahí.
—Sí, ratas. Lo último que podía figurarme era que encontraría a la señora portera buceando en un cubo de basura—sacudió la cabeza, sardónica.
Al imaginar la estampa surrealista que debió de encontrarse la doctora al abrir la puerta del cuarto de las basuras, las comisuras de los labios de Brittany se elevaron en una sonrisa involuntaria que reprimió en el acto; pero no antes de que la otra mujer que permanecía de pie ante ella la advirtiera y se quedara mirando su boca con fijeza.
Santana notó, sorprendido, que los labios de la señora Santos —que al parecer ese día se había depilado a fondo— eran finos y sensuales y, de súbito, a pesar del espantoso olor a basura que los rodeaba, le pareció percibir un tenue aroma a flores que le recordaba a... a... maldición, ahora no lograba acordarse, pero sabía que era importante.
Un inesperado ramalazo de deseo la sacudió y, sin ser del todo consciente de su gesto, alargó la mano, colocó un dedo debajo de la barbilla de la rubia y alzó su rostro hacia la luz.
Alarmada, Brittany la apartó de un manotazo y retrocedió aún más, hasta quedar arrinconada contra uno de los contenedores.
—¿Qué hace? No me toque, ya le he dicho que padezco afenfosfobia. Seguro que mañana tendré la barbilla llena de granos.
Santana estaba tan horrorizada ante la reacción de su cuerpo traidor que también dio un paso hacia atrás, avergonzada.
—Lo siento—balbuceó—Por un momento me ha recordado a alguien que conozco. Será mejor... será mejor que me marche. Buenas noches, señora Santos.
La portera se limitó a soltar uno de esos gruñidos que la caracterizaban y la doctor salió a toda prisa de ese cuarto minúsculo en el que, por un momento, le había dado la sensación de que las paredes se juntaban poco a poco, dispuestas a aplastarla.
Brittany se quedó donde estaba, mientras inhalaba profundamente, una y otra vez, el aire viciado en un intento desesperado por normalizar el ritmo de los latidos de su corazón.
¡Dios santo!
No entendía qué tenían los dedos de aquella mujer; cada vez que la tocaba, aunque fuera un roce mínimo, una corriente eléctrica fluía de ellos y le cortocircuitaba las neuronas.
No encontraba una explicación razonable para ese extraño fenómeno, a no ser que la médico caminara todo el día arrastrando los zapatos sobre moquetas llenas de electricidad estática.
Tendría que averiguarlo, se dijo.
En ese momento, recordó por qué estaba en aquel apestoso cuarto y, resignada, registró la última bolsa que le quedaba.
Nada de nada.
No había ni el más mínimo rastro sospechoso en la basura del inquilino del 4.º izquierda y, si Emily o su hermana pretendían que siguiera adelante con esa sucia investigación, lo llevaban claro.
Agotada por la tensión que le provocaba la cercanía de la atractiva doctora, y medio mareada por los efluvios malolientes que no había dejado de respirar durante la última media hora, Brittany se quitó los guantes con brusquedad, los metió en la bolsa de plástico y, tras atar de nuevo el nudo, lo arrojó todo al interior del contenedor y se fue a su casa.
Ya en su cuarto de baño, se frotó bien las manos y los brazos hasta el codo; sin embargo, a pesar de sus denodados esfuerzos, tenía la sensación de que el hedor de la basura seguía pegado a su piel.
Por fin se metió en la cama, pero, desesperada, notó que el sueño se le resistía; así que, como había hecho durante casi todas sus vigilias anteriores, después de dar muchas vueltas y tras ahuecar varias veces la almohada, empezó a revivir los acontecimientos de la noche de marras.
Según pasaban los días, había tratado de convencerse a sí misma de que las exaltadas sensaciones que había creído experimentar no eran más que el resultado de un caso severo de intoxicación etílica; llevaba tanto tiempo sin probar el ron, se dijo, que, aunque sólo bebió dos copas, habían sido demasiadas para su sangre abstemia.
Como ya le advirtió en su momento la insistente voz de su conciencia, la culpa y los remordimientos se habían abatido sobre ella con la misma contundencia de un alud de rocas por una ladera.
Aún no comprendía cómo ella, la pragmática y cerebral Brittany Pierce, se había dejado llevar por un impulso y se había acostado con una mujer a la que apenas conocía.
A pesar de que se había repetido, una y mil veces, que no era para tanto, que a otras personas les ocurría todo el tiempo y que el bienestar de la humanidad no se vería afectado por ese momento suyo de debilidad, Brittany
no lograba perdonarse.
Un horrible sentimiento de culpabilidad la envolvía y le parecía que, de alguna manera, había traicionado sus votos matrimoniales.
De nada le servía recordarse que ahora estaba divorciada y que no le debía a Sam una fidelidad que él había sido el primero en pisotear.
A pesar de lo que pudiera decir el papel que había firmado hacía unos meses, de alguna manera, sentía que seguía casada.
Cuando pronunció sus votos en la pequeña ermita de aquel pueblo de la sierra, lo hizo con la intención de que fueran para siempre y, a pesar de que fue Sam el único que había traicionado la confianza depositada en él, era ella la que, por algún absurdo motivo, se sentía profundamente desleal.
Tampoco entendía por qué se ponía tan furiosa cada vez que se encontraba con la propietaria del 6.º derecha.
No podía echarle a la morena toda la culpa de lo ocurrido; al fin y al cabo, ella bien que la había utilizado para lograr no sabía qué tipo de maquiavélica revancha.
Si la doctora se había servido de su cuerpo para desfogarse sin tener que darle muchas vueltas a la cabeza eso era algo que, como todo el mundo sabía bien, era intrínseco a la naturaleza.
Estaba claro que, a pesar de lo que dijera su hija —qué sabría la pobrecilla—, la doctora Santana López era una ligona compulsiva, y ella tan sólo una muesca más.
Si la soltura con la que manejó la situación la noche que acabaron juntas en la cama de aquel hotel no se lo hubiera dejado claro ya, lo ocurrido unos días atrás habría sido más que suficiente para abrirle los ojos de manera definitiva.
Concentrada de lleno como estaba en su labor de espionaje, el domingo anterior Brittany oyó voces en el portal a media noche y acudió como una centella a su puesto de vigilancia.
Con el ojo pegado a la mirilla y el corazón en los tobillos, observó a la médico, que reía y bromeaba con la atractiva castaña que llevaba varios días viviendo en su casa.
Brittany pensó que lo más seguro era que vinieran de una fiesta o un espectáculo, ya que ambas iban muy elegantes: la morena de un vestido ceñido oscuro que destacaba su figura distinguida y unos tacones, y la castaña con un bonito vestido que saltaba a la vista que no había salido de una cadena de tiendas cualquiera, y unas originales sandalias de tacón.
En un momento dado, Santana López echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada y, desde su posición, imaginó las atractivas arruguitas que sabía que se le marcaban en las comisuras de los ojos cuando se reía y empezó a salivar.
En ese instante, la pobre Brittany, que permanecía pegada a la puerta como si hubiera echado raíces, entendió a la perfección por qué, aunque ahora se arrepentía con toda su alma, se había visto tentada de manera ineludible: ¡La muy maldita era guapísima!
Pero al ver que la pelinegra se inclinaba sobre la castaña y la besaba con ternura en la frente, unos dedos fantasmales convirtieron sus entrañas en una amalgama de tripas retorcidas, y se llamó estúpida por experimentar algo que se parecía peligrosamente a los celos.
El ascensor llegó en ese momento y ambas desaparecieron en su interior, poniendo fin a su tortura masoquista.
Unos días más tarde fue otra mujer, esta vez alta, de piel blanca y castaña clara cuyo rostro le resultó vagamente familiar, la que entró pisando fuerte en el portal cuando casi había acabado su turno.
Con un mal presentimiento, la portera, que, como de costumbre, estaba ojo avizor, le preguntó adónde iba, y cuando la otra le respondió, arrogante, que al piso de la doctora López, Brittany cayó en la cuenta de dónde la había visto antes: se había fijado en ella en el fatídico congreso médico.
Debía de ser otra de las novias de la mujeriega propietaria del 6.º, pensó Brittany, y los ya conocidos dedos espectrales siguieron haciendo de las suyas con sus intestinos.
¡Menuda sátira había resultado ser, en apariencia, inofensiva doctora!
Acababa de deshacerse de una —el lunes Brittany la había espiado mientras acompañaba a la castaña bajita y su pequeña maleta a coger un taxi frente al portal antes de acudir al trabajo— y ya tenía a la siguiente haciendo cola.
Brittany lo sintió sobre todo, o al menos eso se dijo, por la pobre Bree; no pensaba que fuera muy edificante para una delicada alma adolescente ser testigo de semejante trasiego de mujeres en la vida de su mamá.
Y por si todo eso no fuera suficiente, en aquella ocasión en la que estuvieron tan cerca en el cuarto de las basuras, ella había percibido una mirada de interés en los iris castaños oscuros.
El hecho de que, aunque fuera sólo por una milésima de segundo, la guapa doctora se hubiera sentido atraída por un esperpento como la señora Santos decía muy a las claras que aquella mujer era una auténtica depredadora sexual; cualquier persona, por horrenda que fuera, se transformaba ante sus ojos en una posible presa y, por enésima vez, Brittany se reprochó el haberse convertido en uno más de sus trofeos eróticos.
Varias plantas más arriba, tumbada en la amplia cama de dos por dos que ocupaba la mayor parte de su habitación, Santana López también permanecía despierta con los brazos cruzados detrás de la nuca, mirando el
techo con fijeza.
Ahora que su hermana había regresado a su hogar en León, volvía a sentirse sola.
Aunque la soledad había sido su fiel compañera desde la muerte de su mujer, en realidad no le había resultado insoportable hasta hacía unas pocas semanas.
La noche que pasó con Brittany había puesto su mundo patas arriba, y aún no se hacía a la idea de que no volvería a verla.
Estaba obsesionado con la rubia, hasta el punto de percibir su aroma embriagador en aquel cuarto maloliente y adivinar en los labios de la horripilante portera psicópata el contorno de su boca exquisita.
Quizá lo había soñado todo, se dijo.
A lo mejor estaba magnificando lo que había ocurrido entre ellas aquella noche inolvidable, pero, fuera como fuese, no podía borrar de su mente el recuerdo de aquellos preciosos ojos azules mirándola, entre sorprendidos y excitados, en el momento justo en que la había llevado al orgasmo.
Las yemas de sus dedos hormigueaban aún con las increíbles sensaciones que el contacto con la suave piel de su cuerpo sensual había dejado grabadas en ellas.
Era incapaz de comprender cómo acertaba a desempeñar su trabajo; su mente no estaba en lo que hacía.
Si aún no se había cargado a ningún paciente era de puro milagro.
Pasaba el día deseando que llegara la noche para así poder tumbarse sobre el colchón, igual que ahora, y dedicarse a rememorar cada segundo de aquel encuentro imborrable.
Unos días antes, Elaine Galindo se había presentado en su casa por sorpresa y no le había quedado más remedio que invitarla a cenar, a pesar de saber que Bree no la tragaba.
Cuando su hija se fue a dormir, sólo a un idiota se le habrían escapado sus insinuaciones, nada discretas, pero en lo único que podía pensar era en el momento en que aquella mujer se marchase por fin y pudiera dedicar lo que quedaba de noche a pensar en Brittany.
Santana estrechó la almohada entre sus brazos y ahogó en ella el gemido que brotó de su garganta.
«Brittany, Brittany... ¿por qué?»
La rubia había jugado con ella, pensó, furiosa.
La había utilizado sin el más mínimo escrúpulo.
Se había introducido en su interior como un germen virulento que había infectado su cabeza y su cuerpo, y amenazaba con una septicemia mortal.
Tenía que olvidarla, se dijo como se decía cada noche.
Seguro que, si por alguna extraña casualidad volvieran a encontrarse, Brittany no sería ni la mitad de fascinante que las imágenes idealizadas que guardaba de ella.
Furiosa, maldijo al destino que, una vez más, le arrebataba de golpe algo importante, maldijo a Brittany por haber accedido a hacer el amor aquella noche y, sobre todo, se maldijo a sí misma por no ser capaz de borrarla de su mente.
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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =
DHola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"
Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: Dilo a Otra (Adaptada) Epílogo - Parte II
pobre san y que mal concepto tiene brittany de ella, creo yo que podria preguntarle a bree quienes eran las 2 mujeres que han visitado a su mama!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
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