[Resuelto]FanFic Brittana: Justicia V (Adaptada) Epílogo

Capitulo 32 - Último

Brittany miró el reloj cuando Sue Sylvester llegó a través de la línea de la cafetería.

Era exactamente las 7:15 am.

Sue se unió a ella, disponiendo cuidadosamente su jugo y bollo sobre la mesa antes de que comenzara a hablar.

—¿Estás lista para volver?—Sue preguntó sin preámbulos.

Era su primer día completo en el centro médico en tres meses.

—Creo que sí. Lo he echado de menos.

Sue la estudió en silencio.

Ella sabía muy bien que Brittany tenía algo en su mente. Si sabía eso era otra historia.

Sue tomó un sorbo de café y esperó.

—Santana regreso a trabajar hoy, también—Brittany añadió casualmente.

—¿Ella estaba ansiosa por volver?

El rostro de la rubia menor se iluminó con una sonrisa afectuosa.

—No podía esperar.

—¿Estás tú preparada para que ella volviera a trabajar?

—Aterrorizada.

—Bueno—Sue dijo con voz satisfecha—, Ahora estamos llegando a alguna parte.

Observó el juego de emociones a través del rostro de Brittany.

Algún tipo de lucha interna estaba en su apogeo con claridad. Sabiendo cuánto tiempo había esperado para permitir a alguien en su corazón, sólo podía imaginar lo que la pérdida de ese amor podría costar.

—Podrías haber elegido a alguien en una línea ligeramente menos peligrosa de trabajo, ya sabes. Dios sabe, hay muchas mujeres por aquí que han estado interesadas.

—No me enamoré de Santana porque es un policía—contestó defensivamente.

—¿No es así?—Sue sondeó.

—¡No! ¡Me enamoré de ella debido a quién es, no lo qué es!

—¿Hay una diferencia?

Miró a su amiga y mentora.

Imágenes de Santana pasaron por su mente.

Santana apoyada en un escritorio, fría y controlada, una intensidad acerca de ella que la excitaba.

Santana colapsando contra ella después del orgasmo, derramando lágrimas por todo el dolor que no podía permitirse sentir en otras ocasiones.

Santana tranquilamente mirando a los ojos de Raymond Blake, sabiendo que lo mataría.

—Nunca he querido admitir esto—respondió, un poco avergonzada.

Sue parecía sorprendida.

—¿Por qué, por amor de Dios?

—Porque significa que nunca va a dejar de ser un policía—dijo en voz baja. Sus ojos, llenos de dolor repentino, se reunieron con los de su amiga—Y no estoy segura de que puedo vivir con ello.

No quería continuar, con miedo de donde sus palabras podrían conducir.

—Háblame de esto—Sue dijo suavemente.

Sintió el miedo de su exestudiante, pero confiaba en su fuerza también.

La necesidad de Brittany de expresar estos temores era la verdadera razón por la que estaba aquí.

—Esa noche en el cobertizo de botes Santana sabía que podría morir, y ella lo provocó deliberadamente—comenzó, su voz baja y atormentada—Miró directo en su cara y ella nunca dudó. Lo vi dispararle a ella, Sue. Vi su cuerpo volar en el aire; vi su sangre salpicada contra la pared. Ella yacía en un charco de sangre, completamente inmóvil, y pensé que estaba muerta. ¿Y sabes cómo me sentí? Vacía. Mi mente se sentía vacía, mi alma se sentía vacía. Si ella muere, Sue, ¡me temo que voy a sentirme así por el resto de mi vida!

—¿Ella sabe cómo te sientes?

Negó con la cabeza.

—No, y no quiero que lo sepa. Ser policía es bastante importante para ella. Ella moriría si no hiciera esto.

Sue asintió, siempre habiendo sabido que la rubia menor amaría sin reservas cuando finalmente se permitiera amar en absoluto.

—Entonces vas a tener que amarla lo suficiente para dejarla ir todos los días—Sue dijo.

Miró durante mucho tiempo la taza apretada en sus manos, sintiendo la tristeza de la aceptación.

Cuando levantó los ojos a Sue, estaban tranquilos.

—No tengo ninguna opción. No renunciaré a ella.






Santana se acomodó en el asiento junto a Mike, contenta de que él conduzca, feliz de estar de vuelta en un mundo que conocía.

Éste no había dicho mucho desde que el Capitán anunció que se les había asignado como pareja permanente.

Ninguno de ellos había protestado.

Había algo que quería decir, pero, como de costumbre, estaba teniendo problemas para encontrar las palabras.

Mike estaba extrañamente tranquilo también.

—Tengo un hermano, sabes—él dijo finalmente, mirando al frente.

—¿Oh si?—respondió sin comprometerse.

—Si. Él es abogado. Él vive con otro hombre. Han estado juntos por diez años.

También miraba hacia fuera a través del parabrisas.

—Nunca te di las gracias por esa noche que atrapamos a Blake. Conté contigo para salvar la vida de Brittany. Tú estuviste a mi lado.

Él se encogió de hombros.

—No podía dejar que matara a la doc. Supongo que tengo una debilidad por las damas. Pero ya sabes, López, no puedes dejarle tomarte demasiado en serio. Estarás acabada si lo haces.

Sonrió para sí misma, decidiendo no ser ofendida.

—Ella es algo especial, Chang.

Mike sacudió la cabeza con fingida tristeza.

—Mierda, López, ya estás perdida.

Se rieron y se marcharon juntos, listos para lo que las calles puedan deparar.

Continuará…

Sinopsis

La detective Sargento, Santana López lucha para volver al trabajo después de un tiroteo casi fatal.

Uniendo fuerzas con la enigmática consultora informática Kitty Wilde, Santana acepta una asignación temporal con un equipo de trabajo federal que investiga un anillo de pornografía infantil en Internet.

La obsesión de Santana por encontrar al asesino de su pareja y su participación en la investigación multi-jurisdiccional amenazan su vida y su nueva relación con la doctora Brittany Pierce.


Cuando Brittany se involucra profesionalmente y se produce un atentado contra la vida de un miembro del equipo de trabajo, la búsqueda de la justicia se convierte en una carrera mortal contra el tiempo.

Capitulo 1

Todo dolía.

Su mandíbula latía donde él la había golpeado; sus muñecas irritadas bajo la cuerda de nylon áspera que las ató fuertemente a la espalda; y sus pechos, expuestos en el aire húmedo frío, dolían.

La cavernosa habitación estaba llena de sombras cambiantes, convirtiendo su miedo en horror.

Sus manos eran ásperas en su cuerpo, sujetándola, invadiéndola, violándola.

Impotente, gritó en silencio, proyectando en la oscuridad por salvación.

Por favor, por favor ayúdame.

Y entonces una voz, fuerte, firme y segura; llamándola por su nombre.

Una mujer, implacable con fuerza y determinación, salió de una oscuridad más profunda que la noche para alumbrar las esquinas de su terror.

Ella está aquí.

Recé por ella, y me escuchó.

Ella vino.

Con el frío círculo de la muerte presionada en su sien, se dio cuenta de su error.

El temor seguido rápidamente en los talones de alivio. Desesperadamente, gritó una advertencia que no hizo ningún sonido.

No rogó por su propia vida, sino por la de la mujer que había convocado.

¡No, no!

No quise decir eso.

No vengas aquí.

Él te matará.

Lo siento.

Oh dios, no haga esto.

[i]Una explosión estruendosa, ensordeciéndola. Un rastro ardiente de fuego deslumbró su visión, cegándola.

Un espeso rojo bañó contra su mejilla; todo lo que quedaba de su torturador era su sangre en la cara y el agujero en su corazón.

No mi corazón, su corazón.

Oh, mi corazón, no me dejes así.

Tropezando, cayendo, su aliento desgarrado de su pecho en astillas de dolor, se obligó a mirar a su propia alma morir.

Ahí en el suelo a la luz de una vela parpadeante, todas sus esperanzas disueltas en un río de color carmesí, fluyendo más allá de sus manos con fuerza inexorable.

Muerte victoriosa, despiadada, implacable.

Las apuestas habían sido establecidas; el intercambio había sido hecho de una vida por otra.

Se había salvado, y en la preservación, había perdido todo. Viviría, vacía y abandonada.

La culpa no hacía justicia a la agonía del remordimiento que sufrió por haber llamado a esta mujer a su destrucción.

De rodillas, el cuello arqueado como si suplicara para ser sacrificada, para tomar su lugar, para ser liberada del tormento, gritó.

—Brittany.

Fría, estaba tan fría.

Ahogándose bajo la agonía de la pérdida y la auto-recriminación. Tan oscuro, sin aire...

—No ...

—Brittany, todo está bien.

—Oh Dios mío—la Dr. Brittany Pierce se disparó en posición vertical en la cama, jadeante, sudando empapada, y desorientada.

Frenéticamente, se volvió a la mujer a su lado, sus manos vagando sobre la figura desnuda, sintiendo su calor sólido.

Viva, está viva.

Encontrando su voz, susurró roncamente:

—Lo siento.

—No—Santana López jaló de la mujer temblando en sus brazos, acariciando los mechones húmedos de pelo rubio de la mejilla—No te disculpes. Déjame consolarte, sólo por esta vez.

—Lo haces.

—No bastante a menudo.

—Tenerte a mi lado es todo el consuelo que necesito.

—Bueno, déjame creer que estoy matando a tus dragones. Me hace sentir importante.

—Oh, eres eso—se estremeció, la imagen de la morena tendida en un charco de sangre cincelaban de forma indeleble en las tablas de su recuerdo.

No tenía que estar dormida para volver a examinar ese momento.

Cada vez que miraba a la detective la vio a segundos de morir, teniendo voluntariamente sacrificarse por ella.

Esas primeras semanas después del tiroteo, había restado importancia a la rápida subida de terror y temor que tan a menudo la tomaba por sorpresa a veces cuando estaba despierta, más a menudo cuando dormía y la dejaba temblando.

Con la morena en el hospital, había tenido suficiente para ocupar sus pensamientos que logró ignorar sus propias noches sin dormir y días de ansiedad.

Pero Santana había estado fuera del hospital durante dos semanas, y los episodios eran cada vez más frecuentes y más aterradores.

Deslizando la mano hacia abajo por del pecho moreno, deteniéndose por un instante en el tejido de la cicatriz gruesa por encima de su pecho izquierdo, murmuró:

—Eres muy importante. Sin ti nunca conseguiría esa magnífica mesa en Howell.

—Iremos mañana entonces.

—San…

—Todo estará bien. Es sólo cenar. Además, estoy lista para salir de noche—murmuró, pasando la mano por la curva del lado de la rubia hasta que acunó su pecho en la palma de su mano—Voy a empezar a enloquecer por un montón de razones.

—Lo sé, pero es también... oh...—contuvo la respiración en la punta afilada de placer que despertó de su pezón a través de su estómago mientras los dedos se cerraron con fuerza en su pecho—No lo hagas.

—¿Por qué no?—susurró, con su boca en el cuello pálido, saboreando la sal, deleitándose con el pulso de la sangre debajo de sus labios—Te he echado de menos de esta manera.

—Todavía te estás recuperando—jadeó.

No estás curada.

Todavía estas demasiado delgada; todavía estás tan pálida.

Oh, Dios mío, no hagas eso.

Te quiero tanto.

Tenía tanto miedo.

Sus caderas se levantaron bajo sus dedos, y la morena sonrió:

—Voy a estar muy quieta, simplemente deja que te toque. No me hará daño—desplazándose abajo, encontró un pezón con los dientes.

Mordiendo suavemente, deslizó su mano entre los muslos blancos, flotando un susurro por encima de ella, su palma calentada por su calor.

—Pero te quiero tanto. Por favor.

—Sí. Oh, sí—cedió, porque necesitaba tan desesperadamente sentir a la morena, para saber en sus huesos que estaba a salvo, para extinguir el temor de que la consumía con las llamas de la pasión, de la vida—Tócame, San, hazme...

Se atragantó, incapaz de hablar, mientras los dedos morenos bailaban ligeramente sobre su carne tensa, acariciándola fugazmente, inmersa en las profundidades brillantes de su deseo para propagar de fuego líquido sobre sus tejidos dolorosamente hinchados.

Girando su mejilla contra el pecho de su amante, cerró los ojos, luchando por contener el rugido de la liberación que tronó con exigencia a través de su sangre.

Temblando, llenó sus manos con el cuerpo moreno, los dedos clavándose en sus brazos, necesitando estar conectado a ella en todas partes.

Sólo el pequeño fragmento de su mente todavía funcionando impidió empujar su mano entre los muslos de su amante para reclamarla, también.

Pero se resistió con la última fibra de su fuerza, meciéndose contra los dedos para que la atormentaban.

Demasiado pronto...

…Demasiado pronto...

….Oh me corro demasiado pronto...

—Sii...—retuvo tanto tiempo como pudo, escuchando la cadencia de la respiración de la rubia, sintiendo su corazón golpeando contra su propio pecho, sintiendo la tensión de los músculos profundamente dentro.

Cuando la mujer en sus brazos se puso rígida, un grito ahogado escapó de su garganta, se deslizó dentro de ella, llenándola por completo en un solo movimiento veloz seguro.

Los músculos apretados, a continuación, se contrajeron y la rubia se arqueó, gritando por la sorpresa, antes de finalmente convulsionar en la dulce, dulce entrega.

Cerró los ojos y, segura en los brazos de su amante, montó la cresta de la pasión como un héroe conquistador.

Nunca, nunca se había sentido más viva.





—¿Qué hora es?

La morena se dio la vuelta y echó un vistazo al reloj digital.

—Casi seis y media.

—Ugh—gimió, empujando hacia atrás las mantas para levantarse—Gracias a Dios es Viernes. Ohh... No puedo creer que haya dicho eso.

—Espera un minuto—dijo en voz baja, tirando de ella hacia abajo.

Cuando la rubia se movió contra ella con un suspiro, se colocó en su espalda con sus brazos alrededor de la mujer todavía somnolienta.

—Entonces. Háblame de la pesadilla.

—No fue nada. Sólo un sueño.

—¿La tercera esta semana?

La rubia trazó sus dedos a lo largo de las costillas de la detective, por su abdomen, recordando lo que le gustaba hacer para que esos músculos parpadear con urgencia cuando hacían el amor.

Qué si nunca...

Volvió en sí con un sobresalto.

—Es un poco de estrés. No hay nada de qué preocuparse.

—¿Debido a mí?—Santana insistió, apretando su asimiento—¿Algo que hice?

—No—le aseguró rápidamente.

No es tu culpa...

—¿Es Blake?

Su estómago dio un vuelco.

Debería haberse dado cuenta de que Santana era demasiado astuta para no hacer la conexión, aunque dudaba que la detective se diera cuenta exactamente lo que sobre esa noche la atormentaba.

Para la morena, la idea de sacrificarse a sí misma en el cumplimiento de su deber era una simple realidad de su vida.

—Me dio miedo, casi perderte—al menos esa parte era verdad.

Tan terriblemente, terriblemente verdad.

—Escucha, sé que has tenido que cuidar de mí el último par de semanas, pero ahora estoy bien. Todo ha vuelto a la normalidad, al menos lo será tan pronto como pase el examen físico, estar calificada con mi arma de nuevo, y saltar a través de aros para el psiquiatra...uh... lo siento. Pero ya sabes lo que quiero decir.

—Sí—se rió finalmente, amando la certeza en su voz—Sé lo que quieres decir. Y debes recordar que yo soy un psiquiatra. Así que créeme cuando te digo que no hay nada de qué preocuparse.

La morena empujó contra las almohadas hasta que ella estaba sentada y miró a los ojos de su amante.

—Todavía me voy a preocupar hasta que esos círculos bajo los ojos desaparezcan.

—Bueno, entonces, sólo concéntrate en ponerte bien.

—Eso es exactamente lo que pienso hacer. A partir de hoy.






—Gracias por recibirme en tan poco tiempo.

—Cuando me llamaste para una sesión, supe que era importante—respondió Sue Sylvester, indicando los dos sillones que flanqueaban una baja mesa de café.

El mobiliario estaba dispuesto sobre una gruesa alfombra oriental en frente de una chimenea de piedra; las paredes de ambos lados se alineaban con estanterías del piso hasta el techo y un gran escritorio antiguo de caoba colocado delante de ventanales que daban a un jardín de flores bien cuidado.

Era un espacio funcional pero confortable.

—Siéntate. Quieres café o...vamos a ver, creo que tengo un poco de refresco.

—No, estoy bien. He estado bebiendo café todo el día.

—Te ves cansada, Brittany—la jefa de psiquiatría dijo amablemente, pensando para sí misma que la mujer frente a ella parecía más que cansada.

Había perdido peso, había nuevas líneas de tensión alrededor de sus ojos azules.

—Incluso teniendo en cuenta el hecho de que es Viernes por la noche, y con tu carga clínica, tienes todo el derecho de estar cansada.

—Lo estoy. Es por eso que estoy aquí, en parte.

—Desde el principio, entonces—Sue instó, acomodándose y viéndose como todo el mundo como si ella no tenía nada mejor que hacer que escuchar a su colega más joven indefinidamente.

—No estoy durmiendo.

Estaban en la oficina en la casa privada de Sue, y el ambiente cálido y confortable era un alivio de los espacios demasiado brillantes, demasiado impersonales de la clínica universitaria.

Aún así, Brittany tuvo dificultades para relajarse mientras se inclinaba hacia delante, con las manos cruzadas sobre las rodillas, los dedos entrelazados para ocultar el leve temblor.

—Creo que tengo post…

—Vamos a esperar antes de preocuparnos por el diagnóstico, ¿de acuerdo? Sólo dime lo que está pasando.

—Por supuesto—sonrió con tristeza y pasó una mano por la longitud de su cabello rubio, luego miró a su amiga y mentora disculpándose.

A los sesenta Sue estaba apta y vigorosa, sus rápidos ojos azules capturaban todos los matices de expresión, y permitía que nada de importancia quedara sin comentario.

—¿Hay algo peor que un médico como un paciente?

—No muchos puedo pensar inmediatamente a la mano.

—Esto es duro...

—El ser psiquiatra no lo hace más fácil. Eso es para los programas de televisión. Tal vez pueda ayudar. Esto no se trata de trabajo, ¿verdad? Habrías venido a la cafetería para eso.

Sonrió.

Cuando necesitaba una consulta, o simplemente la garantía de que estaba siguiendo el curso clínico adecuado en un caso difícil, buscaba el consejo de Sue durante el ritual de la mañana de su jefe de café y bollos en la cafetería del hospital.

—No. No es de trabajo. Es el tiroteo.

—¿Qué hay del tiroteo?

—Mi...parte en ello.

Sue la observó de forma constante.

—¿Qué parte fue esa?

—Insistir en reunirme con él—dijo lentamente, mirando más allá de la cara de su amiga en el pasado—Santana no quería que yo fuera, prácticamente me rogó que no me involucrara. Pero yo quería hacerlo. Yo quería hacerlo. Pensé que podría detenerlo—sus ojos azules se encontraron—Mi arrogancia estuvo a punto de matarla.

—¿Por qué no estás durmiendo?—preguntó, eligiendo no comentar pero dejándola hablar.

Había conocido a Brittany desde que la joven psiquiatra era residente, y ella las consideraba amigas así como colegas.

Lo que la rubia necesitaba era que ella la escuchara, no para señalar la error obvio en su razonamiento.

La razón llevaba muy poco peso cuando se trataba de las emociones.

—Sueño—respondió, con la voz ahogada—Yo...lo siento. Él está haciéndome daño, y quiero que ella venga. Quiero que lo haga detenerse. Quiero que ella lo mate a él.

—Continúa.

—Ella viene a mí, y estoy tan contenta. Y entonces él dispara, y ella está sangrando, hay tanta sangre...oh dios, hay tanta sangre...

Brittany empujó hacia atrás en su silla, como si apartara las imágenes, respirando rápidamente, tratando de borrar los vívidos recuerdos.

—Fue mi culpa.

—No, Brittany—con firmeza—Fue culpa del hombre que apretó el gatillo, y sospecho que lo sabes. Apuesto a que no es de mucha ayuda, sin embargo, ¿verdad?

—No por el momento, no.

—Lo sé. Vamos a necesitar más tiempo que el que tenemos esta noche para hablar acerca de por qué sientes que eres la culpable. Lo que más me interesa en este momento es una solución rápida para que puedas descansar un poco.

Sonrió.

—Tal herejía.

—Afortunadamente, nadie va a saberlo—respondió con una sonrisa—¿Cómo te sientes acerca de los medicamentos?

—Preferiría esperar por ahora—Brittany respondió—Tenía la esperanza de que fuera mejor cuando ella estuviera mejor. Pero no lo es. Es peor.

—¿Cómo está ella?

—Recuperándose bien. Mordiéndose las uñas para volver al trabajo.

—¿Ella tiene la intención de reanudar el servicio activo?—Sue preguntó sin comprometerse, observando cuidadosamente la rubia.

—Sí. En el momento en que sea capaz.

—Y no hay posibilidad de que cambie de idea...si se lo pides.

—No, y no podría pedírselo. Le encanta ser policía. Es más que un trabajo; es quién ella es.

—Así que, va a estar en las calles de nuevo pronto.

—Sí.

—¿Y cómo te sientes al respecto?

La miró y finalmente admitió:

—Me aterra.

—Ya lo creo que sí. No necesito decirte sobre el temor que cada pareja de una persona en una ocupación potencialmente mortal vive a diario. Y tienes no sólo la ansiedad general para lidiar, tienes la experiencia real de ser testigo de que ella casi muere en el curso de hacer su trabajo—se encogió de hombros—Tienes que darte un descanso.

—¿Eso es todo? ¿Esa es tu opinión médica?—a pesar de sí misma, estaba sonriendo.

—En pocas palabras, sí. Eso y el hecho de que necesitas verme en un horario regular por el momento. Si tu detective tiene la intención de volver al trabajo, sospecho que habrá algunas cosas que tienes que resolver.

—Lo sé—Brittany dijo en voz baja.

Si ella y Santana iban a tener cualquier futuro juntas, tendría que aceptar el hecho de que cada vez que la morena saliera por la puerta, podría ser la última vez.

Tendría que aprender a decir adiós, y no estaba muy segura de que podría.

Capitulo 2

Brittany observaba empacar a Santana con una sensación de pérdida.

Le había tomado por sorpresa cuando después del desayuno por la mañana la morena había anunciado que ya era hora de que se mudara de nuevo a su propio departamento, antes del "súper alquileres en venta para saldar."

Esa excusa era tan delgada que prácticamente podía verla colgando en el aire entre ellas como una cortina de humo.

La noticia no debería haber sido inesperada, ya que en la última semana la detective había mejorado considerablemente; sin embargo, la primera respuesta que había sido una de decepción.

Era un riesgo laboral el preguntarse por qué, especialmente cuando estaba encantada de verla recuperarse tan rápidamente, y mientras se apoyaba en la cómoda viendo a la morena cuidadosamente doblando los jeans y las camisetas en una lona, se esforzó por la perspectiva.

Demasiadas emociones en conflicto, eso es todo lo que es.

Las cosas van a establecerse en una o dos semanas.

Tan pronto como me acostumbre al hecho de que ella está bien, no voy a sentir como si mi mundo se tambalea al borde del desastre.

Saltó cuando el sonido del cierre de la bolsa cerrándose cortó bruscamente a través del silencio, un cuchillo cortando lazos con despiadada conclusión.

—Te extrañaré.

Sorprendida, la morena alzó la vista, una arruga entre sus cejas.

—No estoy pensando en ir a ninguna parte. Pero no puedo estar más aquí.

¿Por qué no?

Pero sabía por qué no.

Su corazón no podría, pero su cabeza lo hizo.

Demasiado pronto.

Hemos pasado la mayor parte de nuestro tiempo juntas en modo de crisis, y ese tipo de intensidad puede llevar las cosas demasiado rápido.

Necesitamos tiempo para conocernos mejor.

Hay demasiados secretos aún que contar.

—No quiero que acabemos viviendo prácticamente juntas por accidente—continuó, colocando su bolsa por la puerta de la habitación.

Es posible que descubras que has cometido un error.

Puedes decidir que no soy material de relación, al igual que las otras lo hicieron cuando pasaron suficiente tiempo conmigo.

Se puso una chaqueta mezclada de seda gris oscura y automáticamente alcanzó bajo el lado izquierdo para ajustar la pistolera de su hombro.

Por supuesto que no estaba ahí, y no estaría hasta que ya no estuviera de baja médica y se haya re-calificado en el campo de tiro.

Alguna regla del Ayuntamiento sobre la prevención de los agentes de policía con discapacidad de tener acceso a las armas de servicio.

Discapacitada.

Su ausencia era un recordatorio constante de que no era ella misma.

Al menos no habían tomado su placa. El peso de la caja de cuero delgado en el bolsillo interior era algún consuelo; un pequeño consuelo tal vez, pero una seguridad de que ella podría estar entera de nuevo.

Y pronto.

Hoy comienzo a regresar a mi vida.

—Especialmente, no porque estuvieras cuidando de mí.

—Estaba apenas cuidando de ti. Apenas me tolerabas cocinando la cena cada noche sin tratar de lavar los platos antes de que incluso pudieras mantenerte en pie. No considero compras en tiendas de comestibles y algunas cargas de lavandería una dificultad. Enfermería especializada no era—sonriendo para sí, pensó en las dos semanas que se había tomado para pasar con la morena después de su alta del hospital y se dio cuenta de que eran dos de las semanas más relajantes que había tenido en meses.

Las vacaciones se habían convertido en una rareza para ella entre intentar de hacer malabares con la práctica privada con sus responsabilidades docentes universitarias.

Ellas habían visto una docena de películas en DVD, descubrieron que compartían una pasión por las comedias, y lograron completar sorprendentemente el crucigrama del Sunday Times juntas por primera vez para las dos.

Solitaria y privada por naturaleza, nunca había compartido gran parte de su vida con nadie antes, aparte de sus padres, y había sido lejos en el pasado.

Había sido sorprendentemente fácil.

—Además, me gustó.

—A mí también—Santana dijo en voz baja, cruzando rápidamente la habitación a su lado. Le levantó la barbilla, buscando sus ojos—Me gusta un montón de cosas de estar contigo, cenar contigo, relajarme contigo, y sobre todo estar ahí cuando te despiertas—dejó escapar un suspiro, buscando las palabras para explicar que no quería construir una relación sobre la base de su propia debilidad. Finalmente dijo—Cuando las cosas vuelven a la normalidad, me sentiré como si te mereciera.

—¿Qué te hace pensar que no lo haces ya?—preguntó, sabiendo incluso mientras decía las palabras que la morena sólo se sentiría de valor si ella fuera también un policía—No hay alguna prueba que tienes que pasar conmigo, San. No tienes que calificarte en nada para estar preocupada.

—No sirvo a nadie así—dijo en frustración—Apenas puedo llevar mi propia maleta—inconscientemente, había dado un paso atrás, poniendo distancia entre ellas.

Sólo me has visto cuando estaba dolida, o herida.

Primero la muerte de Jeff y luego esto. Tengo que ser capaz de darte algo. Quiero sentir como si te merezco, si crees que es importante o no.

—Ni siquiera ha pasado seis semanas. Sólo necesitas un poco más de tiempo.

—Sí, bueno—dijo mientras se acercó por su lona—, Es el momento para mí para volver a hacer lo que debo hacer.

—¿Qué quieres decir, San?—preguntó, su voz alzándose fuertemente—¿Ponerte en la línea de fuego antes de que estés aún recuperada de la última herida de bala?

—¿Qué?—se detuvo en seco, mirándola, completamente perpleja—No crees que lo que pasó es normal, ¿verdad? Es uno en un millón de cosas. La mayoría de los agentes de policía ni siquiera tienen que sacar sus armas en el cumplimiento del deber en toda su carrera.

—No me importa si se trata de uno en un millón cuando eres tú—respondió suavemente, incapaz de contener las lágrimas en su voz—Tú eres la única uno que me importa.

La frustración de Santana en su propio sentido de impotencia desapareció en la cara de angustia clara de la rubia.

—Hey—dijo suavemente, caminando rápidamente a su lado y deslizando sus brazos alrededor de su cintura—¿Estamos peleando?

—No—suspiró, apoyando su mejilla contra el pecho—Estamos obsesionadas.

—Uh-uh...los policías no se obsesionan. Sólo actuamos—había un tono juguetón en su voz, pero en algún nivel muy básico, lo decía en serio.

Lo que hizo, lo hizo por instinto y reflejo.

Parte de ella estaba entrenada y parte de ella era sólo ella.

Cuando dejó de pensar, se obtuvo a si misma, o alguien más, muerto.

Desafortunadamente, esto probablemente no era el mejor acercamiento para las relaciones, pero nunca le había importado mucho antes.

—Los policías no entran demasiado en auto-analizarse. Nada peor que dudar de ti mismo en la calle.

Brittany resopló.

—No creas que no he oído eso antes - de todos los policías con los que he hablado.

—Bueno entonces, ¿ves? Debe ser cierto.

—¿Detective?

—¿Hmm?

—Cállate—y a continuación la beso, olvidando por un momento que su detective todavía estaba curándose, y olvidando que estaba preocupada por su seguridad, e incluso olvidándose que estaba enojada, tan enojada, con ella por arriesgar su vida sin pensar en cómo Brittany sobreviviría a la pérdida.

La besó con fuerza, disfrutando de la sensación de los brazos familiares apretándose a su alrededor, los muslos presionando cerca, las manos reclamando carne.

La besó hasta que su propia respiración huyó y sus piernas temblorosas amenazaron con abandonarla.

—Mucho mejor—finalmente murmuró.

—Sí. Te recogeré a las siete para cenar—Santana dijo, su voz baja y ronca.

Otro minuto de eso y se podía olvidar del gimnasio, porque no sería capaz de caminar.

—Sí.

Cuando la puerta se cerró detrás de ella, escuchó sus pasos desvaneciéndose en silencio.

Un silencio tan profundo que pensó que podría ahogarse en él.






—Bien, bien, bien tan sólo te ves como si estuviera llegando a aclararse la mañana—una voz llevando un toque australiano canturreó en su oído—Y viéndote muy bien como siempre.

Santana terminó el movimiento hacia arriba de los brazos, depositando la barra sobre los tacos, y giró la cabeza en la tabla inclinada hacia los ojos de la castaña arrodillada a su lado.

Ojos chispeantes verdes, el pelo ligeramente rizado hasta los hombros recogido en una cola de caballo desordenada, una capa de pecas sobre la piel un poco morena.

Y una sonrisa para iluminar la noche más oscura.

—¿Griffin sabe que estás suelta?

—Oh, no—Lexa Collins, la técnica superior de escena del crimen susurró con complicidad—La general está muy ocupado peinando a través de un abrigo de mapache con una lupa buscando la caspa y lo que no. Ella no me vio esconderme lejos en mi hora de almuerzo.

—¿Ella te da un descanso para comer ahora?—preguntó, incorporándose en el extremo del banco de pesas y secándose con la toalla.

Su camiseta color azul marino con el logotipo de la policía en el pecho izquierdo estaba empapada igual que sus pantalones de chándal, y sólo había estado trabajando durante quince minutos.

—Sí. Algo acerca de los requisitos de derechos humanos en el lugar de trabajo.

—Huh. Increíble. ¿Qué está tratando de encontrar, ADN del cambio de piel del cuero cabelludo?

—Eso o de un folículo de pelo que no esté demasiado deshidratado de tipo—Lexa ofreció a la detective le botella de plástico de agua sin abrir.

La morena temblando, y se veía como si hubiera perdido veinte libras de una estructura que siempre había sido delgada.

Sus ojos marrones seguían siendo los mismos, aunque, agujas chispeantes de hielo, duros y penetrantes.

Si es que algo se veía más austeramente guapa que antes de su lesión, pero a Lexa le pareció que ella estaba herida.

—Aquí, no te estará haciendo ningún bien deshidratarte antes de haber tenido un entrenamiento decente.

—Gracias—tomó un largo trago antes de preguntar—¿Qué hay de nuevo en la Tienda de Cuerpo?

Estaba refiriéndose a la Unidad de Investigaciones de la escena del crimen, o CSI, que era encabezada por Clarke Griffin, amante de Lexa.

En realidad era algo más que la morgue, la cual, estrictamente hablando, era el ámbito de competencia del médico forense, sino más bien un laboratorio de análisis extenso de pruebas que examinaban todo el material físico recogido de la escena del crimen y los organismos implicados.

Que Clarke y sus técnicos presentaban a menudo un papel decisivo en señalar a los detectives en la dirección correcta para resolver un crimen y prácticamente esencial para probar un caso en el tribunal.

—Oh, cada día es una sorpresa. La gente sigue inventando nuevas y diferentes maneras de matarse a sí mismos y a otros. Hemos estado extrañando tu compañía, sin embargo.

—Oh, lo apuesto—rió.

Clarke Griffin no hizo ningún secreto que no le gustaran los policías en su laboratorio a "molestando a sus técnicos y perdiendo las pruebas," por lo que mordazmente comentó, y sufrió su presencia con muy poca paciencia.

—No—Lexa dijo en voz baja, sonriendo una sonrisa afectuosa que había visto antes, cuando Clarke era el tema de conversación—Tú has estado extrañando.

—Voy a pasarme en un día o dos. Tan pronto como regrese a trabajar.

—Vas a volver pronto, ¿entonces?—Lexa trató de ocultar su sorpresa.

Muchos oficiales heridos mucho menos severamente que Santana aprovechaban de las primas de discapacidad tanto como fuera posible.

Pero entonces ella debería haber sabido que López no sería una de las que se quedan en casa.

Volviéndose loca, probablemente.

—Estaré viendo al Capitán Schuester el Lunes a primera hora.

—Bien entonces, será mejor que vuelvas a bombear ese hierro. ¿Necesitas un lugar?

—No. No estoy empujando. Sólo tomándolo con calma.

En verdad, había estado a punto de marcharse cuando Lexa llegó. Su pecho estaba en llamas y a pesar de que había reducido sus pesos habituales a la mitad, había estado luchando.

Lo que la preocupaba más, sin embargo, fue cómo si le faltara el aire después de diez minutos en la caminadora.

A pesar de que el médico le había asegurado que su pulmón, colapsado por la bala que había entrado entre las costillas tercera y cuarta a una pulgada por encima de su corazón, no había sufrido ningún daño permanente, sentía como que algo no funcionaba bien.

Si no podía correr, no podía trabajar.

—Estoy bien.

—Correcto—Lexa acordó—Es bueno verte de nuevo, Santana.

Sí.

Será bueno volver.

Todo el camino de vuelta.



Cuando se fue a los vestuarios para ducharse, a pesar del dolor y la fatiga, se sentía más como ella misma de lo que había estado desde el momento en que había llegado en un mar de agonía para encontrar a Brittany inclinada sobre ella, el terror en sus ojos.

Todo lo que necesitaba ahora era convencer a los demás de que estaba apta para el servicio.

Tenía una gran cantidad de asuntos pendientes que atender, y no podía comenzar a cuidar de ello hasta que haya recuperado su lugar en el mundo.

Capitulo 3

—¿Hay algo mal?—Santana preguntó en voz baja.

Estaban sentadas en una pequeña mesa a la luz de las velas en el rincón formado por ventanas del piso al techo en de Howell, un restaurante muy exclusivo que ocupaba la planta baja de una mansión de hace siglos.

Una botella de champagne importado colocada enfriándose en un cubo de hielo de plata junto a ellas y los aperitivos de higos asados y dulces salchichas, que acababan de ser colocados en el centro de la mesa cubierta de lino.

A pesar de la elegante decoración y el ambiente íntimo, tenía la sensación de que su compañera de mesa estaba absorta en algo distinto de la fina comida y su propia compañía estelar.

—¿Hmm? Oh, no—Brittany le tomó la mano, sonriendo en tono de disculpa—Lo siento. Me alejé ahí por un minuto. Trabajo.

—Conozco la sensación. Incluso sido culpable de ello un par de veces yo misma. ¿Algo que puedas hablar?

—No, en realidad no.

Se encogió de hombros.

—Si hay algo que puedas decir, estoy aquí.

—Gracias.

Afortunadamente, había apreciado desde el principio que su trabajo era algo que sólo podía aludir a la forma más general de términos, por obvias razones de confidencialidad del paciente.

Había sido simplemente que el conflicto que las había llevado tan explosivamente juntas sólo unos pocos meses antes.

Esto era una cosa, sin embargo, tener la barrera que existe profesionalmente y tener otra para aflorar en sus relaciones personales.

Debido a que nunca había tenido una relación que había sido tan importante en su vida antes, nunca había tenido que lidiar con el hecho de que no podía discutir algunas de las ramificaciones de su trabajo con la persona más cercana a ella.

Todavía estaba aprendiendo cómo navegar esas aguas turbias, y, afortunadamente, la morena, que estaba acostumbrada para compartimentar su vida, no empujó.

Eso ayudó a difundir la torpeza, pero a veces, como esta noche, cuando deseaba que pudiera hablar.




Flashback[/i]



—Vamos a obtener el papeleo del camino primero, ¿de acuerdo?

—Por supuesto.

—¿Sin condiciones médicas, quirúrgicas o psiquiátricos significativas en el pasado?

—Eso es correcto.

—¿Nunca has sido hospitalizada por alguna razón?

—No.

Esperaría a preguntar acerca de la magulladura evidente bajo el ojo izquierdo y lo que parecía marcas de dedos en el cuello.

—¿No hay alergias a fármacos o medicamentos actuales?

—No.

—¿Uso de drogas recreativas?

—Puedo beber de vez en cuando. Nada más.

—¿Fumas?

—Cuando bebo—dijo con una risa suave.
Sonrió.

Había descubierto que con los nuevos pacientes era mejor empezar con algo sencillo y no amenazante como la revisión de los datos del paciente recogidos mediante un cuestionario médico estándar.

Estableció un poco de simpatía, aunque la mujer joven en su oficina no parecía particularmente nerviosa.

La postura erguida, sin tics nerviosos aparentes o hábitos.

Sus botones en el cuello pálido azul de la camisa de algodón y pantalones oscuros eran apretados, sus zapatos pulidos y brillantes, su grueso cabello un poco ondulado y rubio, sin maquillaje.

En todo caso, la rubia de ojos verdes con la mirada afilada la observaba con una pizca de sospecha o era algo más.

¿Curiosidad intensa?

No es inusual de pacientes, pero por lo general se desarrolla más tarde en el curso del tratamiento, que la necesidad de saber al terapeuta como una persona y no como alguien que sólo existe durante cincuenta minutos una o dos veces por semana y al que se exponen sus más íntimos secretos.

Pero sobre el que usted no sabe casi nada.

—Mi secretaria Mercedes hizo una anotación que vamos a facturar el seguro—comentó, comprobando el formulario de admisión.

Era Sábado, y por lo general no veía pacientes, pero después de que la morena se había ido, el departamento le había parecido tan vacío; casi sin vida, que cuando había cogido sus mensajes y encontró uno sobre una solicitud de una cita semi-urgente, había decidido que también podría trabajar.

—Veo que tienes un buen plan que no limite el número de visitas, por lo que será fácil.

—No creo que voy a estar llegando el tiempo suficiente para que eso sea un problema—su nivel de tono y asunto de hecho, ningún indicio de agresión o combatividad.

Sólo un comunicado.

—Y eso me lleva a la siguiente pregunta—respondió tan uniformemente—Dice que sus razones para venir están relacionadas con el trabajo. ¿Puedes decirme al respecto?

—Me han ordenado ver un terapeuta y para obtener una declaración escrita que soy apta para el servicio.

—¿Ordenado? Lo siento—dijo, mirando hacia abajo en el formulario, confundida.

Mercedes había dejado un mensaje de que un nuevo paciente había llamado pidiendo una cita tan pronto como sea posible, pero no había habido ninguna indicación de que hubiera sido cualquier tipo de consulta oficial.

A menudo realizaba evaluaciones de empleados de ciudad, en su mayoría de trabajo, relacionadas con reclamaciones de incapacidad, y ocasionalmente perfiles confirmatorios sobre detenidos, pero alguien del departamento de la ciudad apropiado suele llamar con antelación para establecer la reunión.

—Qué haces…

—Soy un oficial de policía.

—Ya veo—empujó la carpeta a un lado, se echó hacia atrás en su silla, y se encontró con los ojos de la joven.

Ahora era el momento para ellas hablar.

—No he tenido ningún documento de referencia. Por lo general, alguien me envía un resumen de los hechos.

—Esta probable en camino, voy a llamarles el Lunes.

—No hay necesidad, nos encargaremos de ello. ¿Cómo llegaste a mí? ¿No hay un psicólogo en la casa que firma el estado de servicio de un oficial?

—Lo hay, pero el departamento tiene que ofrecer opciones alternativas por razones de imparcialidad. Usted está en la lista corta.

¿El menor de dos males?

En realidad, ni siquiera se había dado cuenta de que ella estaba en cualquier tipo de lista, y la única razón por la que se fijo era que si hubiera sabido, habría pedido a Mercedes para monitorear los nuevos pacientes con llamadas de manera diferente y dar prioridad a las llamadas de oficiales de policía.

Su ya apretada agenda privada de pacientes sólo podía acomodar tantas sesiones de terapia por semana, pero siempre hacía tiempo para las emergencias.

—¿Hay alguna razón por la que no quieres ver... sigue Finn Hudson haciendo las evaluaciones psicológicas para el departamento?

—Sí.

La ojiverde se encogió de hombros, un movimiento que le recordó un gesto desdeñoso de Santana cuando considera algo indigno de su atención.

¿Dios, los sellan a ellos de algún molde en alguna parte, estas mujeres silenciosas con ojos sospechosos?

—Estoy preguntando por qué quieres fuera de los canales porque necesito saber si hay un conflicto o problema dentro del departamento que afectará la forma en que tú y yo nos comunicaremos, o que tengamos que discutir.

—No hay problema. Sólo quiero que mi negocio privado permanezca privado. Y...

Por primera vez vio el más mínimo de indecisión.

—¿Y...?—preguntó con suavidad.

—Y quería hablar con una mujer.

—Bastante claro. Déjame decirte un poco acerca de cómo hago esto, de modo que estemos en la misma página. Ayuda a evitar la confusión si tienes una idea de cuánto tiempo podría tomar.

Un breve inclinación de cabeza, una expresión atenta a pesar de una leve arruga entre las cejas rubias.

Sintió su ambivalencia, que había venido porque había recibido la orden, pero estaba cooperando también.

Tal vez, en algún nivel, ella quiere estar aquí.

—Como he dicho, el departamento enviará un resumen de por qué está siendo canalizada, pero quiero que me digas en tus propias palabras. Entonces me gustaría pasar algún tiempo para llegar a conocerte. Contexto general del tipo de cosas. Cuando siento que puedo tomar alguna determinación acerca de este evento en el contexto de tu vida profesional, voy a presentar mi informe.

—¿Cuánto de lo que hablemos va a estar en eso?

Dos referencias en menos de cinco minutos a cuestiones de privacidad y confidencialidad.

Está preocupada por mantener algo en su vida personal en secreto.

—Podrás ver mi informe. No voy a discutir tu caso con nadie sin informarte y obtener tu consentimiento. Entiendes que tendré que incluir algunos detalles de nuestras reuniones para corroborar mis conclusiones, y que esto se convertirá en parte de tu registro personal.

—Sí.

Un poco de rabia ahí. Ella se siente violada. Traicionada por sus superiores, ¿por el sistema que le envió aquí?

—¿Quieres continuar? Todavía podrías ver a Finn Hudson.

—No. ¿Cuánto tiempo llevará esto?

—No lo sé. ¿Has sido suspendida?

—No, pero me tienen montando un escritorio—rigidez en los hombros, tono condescendiente de voz, una rápido, frustrado apretado de puño.

Ella está irritada por las restricciones.

—Más que unas cuantas sesiones, más probablemente. Te veré en un agenda acelerada, pero eso es tan definido como puedo ser.

Varios golpes de silencio.

—Está bien.

—Entonces. Cuéntame que pasó.



Fin Flashback



—Estaba soñando despierta con algo que ocurrió en una sesión de hoy, algo que me movió más de lo que creía, al parecer. Más bien como una versión despertadora de lo que Freud dijo acerca de los sueños. Él los llamó residuo de día, las cosas que todavía estamos tratando de procesar que no terminamos antes de dormir.

—Dijo mucho más que eso de los sueños, ¿verdad?—Santana comentó secamente.

Riendo, asintió en acuerdo.

—Sí, bastante con lo cual tengo problemas—uniendo sus dedos, continuó—Sin embargo, incluso si pudiera hablar de ello, sin duda, no quiero tomar nuestro tiempo juntas esta noche con los negocios. Después de todo, esto es una cita, ¿verdad?

Habían hecho el amor, hablado de amor, pero nunca habían tenido tiempo para enamorarse.

Por mucho que echaba de menos la sutil presencia de la morena en su departamento, la ropa extra en el armario, dos tazas de café en el fregadero, las llaves y la cartera sobre la cómoda, le gustó esta nueva distancia.

Era una distancia cargada de promesas y esperanzas, una especie de separación cargada que nunca había experimentado antes.

Era lo opuesto a la soledad, porque la morena estaba con ella.

—Bueno—Santana reflexionó, fingiendo pensar, su pulgar jugando sobre la palma de la rubia—Estoy toda arreglada en mi mejor traje y lavé el Vette. Estoy tratando de impresionarte con la cena y el vino.

Le había echado de menos esa tarde cuando abrió la puerta de su departamento para ser recibida por el olor a humedad de abandono.

Años de costumbre, había dejado caer la bolsa de lona en el interior de la puerta y se dirigió directamente a través de la sala de estar a la única ventana, empujándola hacia arriba, y se asomó para respirar el aroma del escape de los automóviles y las cenas de los Sábados.

Hogar.

Tan familiar como un bar favorito, y tan solo como el final de la noche con sólo una botella por compañía.

Se inclinó más al otro lado de la mesa, su mirada reclamando la azulada con la intensidad de una caricia.

Cuando estaba con ella, los lugares en el interior que siempre le dolían dejaban de doler.

—Esperaba que hubieras elegido esa blusa verde oscura conmigo en mente, porque refleja en tus ojos – como sombras en un bosque, llamándome...

—San—murmuró, su corazón martilleando—, Estamos en un restaurante—sin inmutarse, continuó en un tono de voz baja, ronca—, he estado pensando toda la tarde acerca de la forma en que mi piel arde cuando...

—Nos vamos a sentar aquí y consumir estos finos alimentos, o Carl estará tan ofendido que nunca se recuperará—su voz se quebró y tuvo que tragar.

Nunca había sido objeto de una atención tan disminuida en su vida. Era una sensación embriagadora y comprendió de pronto cómo las personas se hacen tontos de sí mismos por amor.

—¿Así es como seduces a las mujeres?

—Sólo tú.

—Está funcionando.

—Bien.

De mala gana, se sentaron en sus asientos, para respirar un poco de forma errática, las yemas de los dedos apenas tocando el lino fino. La primera vez que habían estado en Howell acababan de conocerse.

Habían sido desconocidas, inciertas, cautelosas, pero atraídas la una a la otra sin embargo.

En las semanas posteriores, habían compartido el miedo y la pasión y la cercanía de la muerte, pero en muchos sentidos, eran desconocidas todavía.

—¿Hay algo malo con los aperitivos?—Carl Howell preguntó con ansiedad a su lado.

—No—Brittany respondió, sonriéndole rápidamente antes de mirar de nuevo a la morena, cuyos ojos nunca habían dejado su cara—Ellos son perfectos.