Fic "Fall For You" Capítulo XIX

-Sus ojos eran azules…- Dijo en voz alta, acostado en su cama en la oscuridad del cuarto, mientras jugaba a lanzar y atrapar una pequeña pelota de rugby.
Por fin había visto el verdadero color de ojos de Lindsay, por lo que se moría de felicidad.
No podía borrar la tonta sonrisa que parecía haber sido grabada en su rostro, simplemente no podía ¿Y cómo evitar sonreír habiendo cumplido su cometido? ¿Cómo no estar así de alegre habiéndose curado? Sintió que la espera había valido la pena y que el sacrificio que había hecho daba sus frutos.
Se percató de que su celular sonaba. Era un mensaje.

Damian! Me enteré de la noticia! Estoy muy contenta. Que descanses.

Era Amber Mitchell. Damian le agradeció de inmediato a la considerada y amable joven. Tenía planeado conocerla, debido a que ya había recuperado su visión.
Continuó pensando en miles de cosas a la vez.
Se sintió poderoso, sintió que podía hacer cualquier cosa que se propusiese. Saltó de su cama y decidió salir al mundo. Ya se había olvidado lo que era correr por las ruidosas calles, mirar caras anónimas en la plaza, sacar a pasear a Rupert y jugar con él. Tenía ganas de hacer eso y mucho más, tenía ganas de vivir.
Sentía que la felicidad no le entraba en el cuerpo. Se cambió de ropa y decidió salir a correr, no sin antes cargar consigo su mp4 y reproducir una lista de canciones alegres. No estaba dispuesto a derramar ninguna lágrima más. Quería disfrutar de la vida, quería hacer todo eso que no había podido hacer durante el período de recuperación. Debía ir a ver a su oculista para un último chequeo, pero dejaría aquello para el final de la lista.


La ciudad estaba tranquila. Había sólo un par de personas en la plaza de en frente y las veredas estaban vacías. Sonrió tontamente. Extrañaba tanto todo eso.
Pensó en Irlanda… sus padres debían estar muy bien allí, debían haber retomado su vida cotidiana. Pensó que todo era más fácil para ellos, y agradeció al cielo el hecho de haberse curado antes de que regresaran a buscare sus cosas, debido a que él no les había contado sobre su operación. Creyó que era injusto arruinarles su vuelta a casa dándoles tremenda noticia.
Noticia. Noticias. Noticias eran aquellas que su abuela miraba cada mañana en el noticiero del canal local irlandés. Extrañaba a su abuela… esa señora mayor, cuyas arrugas marcaban antiguas sonrisas y reflejaban la feliz vida que había llevado. Ella, quien le preparaba unos deliciosos muffins cada vez que iba de visita, quien lo arropaba antes de dormir cuando era niño, quien le contaba las mejores historias (que, lejos de ser relatos de monstruos o superhéroes, eran historias que narraban la vida de sus antepasados, historias reales sobre gente real, historias sobre los Mcginty). Extrañaba verla, abrazarla y dedicarle una amplia sonrisa cada mañana cuando la veía en la cocina con su habitual camisón violeta y sus pantuflas del mismo color.

Corrió un par de kilómetros, y se dio cuenta de que se había alejado mucho de su departamento, pero no le dio importancia porque ya había hecho todos sus quehaceres diarios (que constaban en alimentar a su cachorro y hacer las compras en el supermercado de la esquina para llenar su vacía alacena).
Sin darse cuenta, ingresó a un callejón oscuro. Caminó a través de él y vio que llevaba hacia un despoblado parque. Llegó a él y se percató de que en el hermoso lago que había, se reflejaban las luces de los grandes rascacielos y demás edificios. La noche era mágica y las estrellas se veían preciosas en el oscuro cielo. La luna hacía acto de presencia también, y junto con el fresco viento, provocaba en Damian una sensación placentera.
Se posó en el tronco de un árbol que estaba prácticamente en la orilla del lago, mientras observaba el agua y suspiraba. Verdaderamente era una noche hermosa.



-¿Estás solo en una noche como ésta, Mcginty?- Se volteó con miedo, pero en el fondo conocía esa voz.
-Sólo disfruto de mi soledad, Larsen
-Me parece bien... ¿cómo estás de la vista?
-¿Qu..? ¿Qué?- No podía creer que el chico de rastas supiera de su operación
-No te preocupes, no lo sabe nadie. Lindsay me lo contó...soy su novio, recuerda.
-Claro...bueno, gracias por preguntar. Estoy bien, ya estoy curado.
-Me alegro, Mcginty.
-¿Cómo va tu equipo en la liga?- Preguntó un desinteresado Damian para no ser grosero. En verdad no le importaba aquello, pero quería romper el hielo.
-Bien, vamos segundos. Si ganamos el próximo partido podemos robarnos el primer puesto. Pero no es nada fácil.
-Ya veo… - De repente un celular comenzó a sonar. El irlandés sabía que no era el suyo, por lo que no hizo ni el más mínimo esfuerzo por buscarlo en su bolsillo. El chico de pantalones ajustados sonrió y se corrió una de las rastas que obstaculizaba su visión.
-Es Lindsay. Dice que quiere verme ¿No es una ternura?- Se lamentó por las palabras del muchacho. Hablar de Lindsay era justo lo que él quería evitar. Sintió celos y bajó su cabeza pero decidió contestarle para no levantar sospechas.
-Sí… mi amiga es tan tierna como un oso de peluche.
-La amo, ¿sabes? Creo que lo nuestro va más allá de una simple relación adolescente. La amo en serio y yo sé que ella me ama de la misma forma- Se produjo un incómodo silencio entre ambos. Damian no sabía que decirle. Se moría de envidia, celos y rabia por dentro. Aquello había sido un golpe bajo, no sabía cómo reaccionar, no estaba preparado- Bueno, debo irme. Lindsay me espera. Suerte, Mcginty. Que termines bien el día- Lo saludó finalmente el novio de su amiga, dejándolo solo y con las palabras en la lengua. Su intención no era ser descortés, pero la situación lo había superado por completo.
Se sintió tonto, tonto y solo.
Definitivamente ver a Samuel había roto sus esquemas. Estaba feliz, tranquilo, en paz con la vida, estaba seguro de sí mismo… estaba. Ya no se encontraba tan bien anímicamente. Ahora miles de dudas se incrustaban en su cabeza, atormentándolo.

No sabía cómo reaccionar, no sabía qué hacer. Se sentía abrumado en la oscuridad de la noche. Se notaba que Lindsay amaba a su novio y eso le dolía… mucho. Nunca pensó que podía sentir tanto en tan poco tiempo.
Se recostó en el suave césped y cruzó sus manos atrás de su cabeza, utilizándolas como almohada. Era una noche bella y él, deprimido. Se lamentó por ello. Ni siquiera estaba disfrutando de la límpida luna que yacía brillante en el cielo. El clima era una paradoja contrastando con su estado de ánimo. Pensó que posiblemente, desde el cielo, Dios se reía de él. La vida se reía de él. Ya estaba curado, acostado ante un increíble paisaje y una fresca y enternecedora brisa acariciaba sus mejillas, y él estaba mal por un mensaje. Un mensaje que ni siquiera había sido para él. Tal vez por eso estaba desanimado: porque el mensaje no había sido para él.
Maldijo el hecho de que el chico de rastas lo hubiera encontrado. Pensó que todo hubiera sido más fácil si seguía estando solo en esa perfecta noche. Sintió que la vida era muy injusta con él y deseó ser el destinatario del mensaje. Él se había operado por ella, había caminado de rodillas por ella, la había consolado, la había querido. Él se merecía ser el destinatario de mensajes como aquel, él la merecía. Se enojó por ello.
Antes el VER era una imposibilidad para él, ahora era un privilegio, ahora podía. Ahora podía verla, pero ahora también le resultaba imposible hacerlo. Debía alejarse de ella.
Poco a poco el enojo que sentía comenzó a convertirse en tristeza. En una noche tan diáfana como aquella, empezó a pensar más de lo debido. Estaba triste y apenado imaginando el posible encuentro entre la pareja de tortolos mientras él estaba solo en la oscuridad de la noche, extrañándola.
Decidió romper el silencio cantando una canción que irrumpió sus pensamientos… https://youtu.be/mMeBrAfYo4g

Cuéntame cómo va cayendo el sol.
mientras hablas pensaré
que guapa estás, que suerte ser
la mitad del cuento de un atardecer
que observo al escucharte,
porque mis ojos son tu voz- Recordó cuando no podía ver nada y ella era sus ojos. Su voz eran sus ojos. No importaba nada cuando estaba a su lado, el hecho de no ver nada no lo afectaba. Escucharla era mágico.

Acércate, que cuando estemos piel con piel,
mis manos te dibujarán,
tu aroma me dirá tu edad
junto a tí, unidos sin saber por qué,
seguramente se me note
el resplandor de una ilusión,
porque a tu lado puedo olvidar...

Que para mí siempre es de noche,
pero esta noche es como un atardecer,
si logras que a la vida me asome,
tus ojos sean los que brillen
y la luna que la borren,
que en mi eterna oscuridad
el cielo tiene nombre, tu nombre
que no daría yo por contemplarte
aunque fuera un solo instante- Ahora podía ver pero se sentía más sumido en la penumbra que antes. Se sintió desgraciado. En verdad estaba en una eterna oscuridad, sin ella.

Hace frío, es tarde y tienes que volver,
que hay alguien que te espera, seguro
una vez más el tiempo se nos fue
¿volverás?, dime si mañana volverás
como lo has hecho cada tarde,
para contarme como muere el día- Recordó cuando ella lo visitaba por las tardes, provocando que una afligida sonrisa se plasmara en su rostro.

Y se marchó... ella se alejo de él
pero, como en las cartas... dos puntos
posdata se me olvidaba, no me presente...
solo fui testigo por casualidad,
hasta que de pronto, él me preguntó
era bella, ¿no es verdad?
"más que la luna"-dije yo- , y el sonrío- Cantó con mucho sentimiento ésta parte de la canción. Se sintió identificado con las palabras. Sintió que Samuel de alguna manera se burlaba de él por no tenerla. Una lágrima amagaba caer deliciosa por su suave mejilla. Hasta la lágrima se burlaba de él. Parecía que todos habían complotado para mofarse de su desgracia. Imaginó una interminable lista de un sin fin de personas y cosas que se reían de él. Se sintió el hazme-reír del mundo.

Nunca más se hará reproches
por intentar amanecer
no volverá a perderse en la noche,
porque su alma hoy brilla con más fuerza
que un millón de soles
pero, en su eterna oscuridad,
a veces se le oye a voces
que no daría yo por contemplarte,
aunque fuera un solo instante.







No podía mirarlo a los ojos, ya no podía. Parpadeó, serena, mientras una serie de pensamientos se colaban en su mente.
Sus manos estaban entrelazadas y él, con los ojos cerrados, acariciándola. Ella lo miraba atenta, temiendo que una sonrisa se asomara en sus cálidos labios. No era justo para él.
No podía corresponderle, pero aún así acarició su nariz con uno de sus dedos. Se sintió falsa.
Él besó su frente y acomodó su oscuro cabello, colocándolo atrás de sus hombros. “Sos preciosa” le dijo, por lo que ella sonrió y lo abrazó amigablemente. Se sintió fría.
-Te quiero Lindsay… gracias por ser tan buena conmigo- Samuel la miraba a los ojos, sincero. Ella sabía que él la quería demasiado porque entre las chicas no era alguien popular, no era una persona muy querida debido a su aspecto ¿quién querría salir con alguien lleno de piercings, tatuajes y con rastas en la cabeza? Nadie… bueno, casi nadie. Él la amaba porque ella nunca lo había juzgado y nunca le había mentido… bueno, casi nunca. Ella lo quería, pero no como antes. Ella se alegraba al verlo, pero no como antes. Ella buscaba su compañía, pero no como antes. Ya nada era como antes para ella- Te amo, Lindsay ¡Gracias por hacerme tan feliz!- Ella enmudeció y un nudo asomó en su garganta. Se sentía perversa por no decirle la verdad, una verdad que él merecía. Él merecía todo lo bueno del mundo porque así era él: bueno. Era una de las personas más buenas y sinceras que ella había conocido, y ello dificultaba aún más su labor de sincerarse.
Era una hermosa noche y ella, sola de alma, disputándose entre dudas y titubeos ingenuos. Pensó que no era el momento adecuado para poner las cartas boca arriba sobre la mesa, él estaba siendo muy cordial y cariñoso. Demasiado para su gusto.
-Lindsay, quiero casarme con vos. Sos todo para mí, cariño- Sintió que las cosas se estaban yendo de sus manos. Él estaba muy ilusionado y más afectuoso que nunca. Lamentó ello y se separó de él. No podía seguir con la farsa de estar con él mientras era otro quien le robaba el sueño cada noche. Él la miró confundido pero bajó sus cejas en señal de tranquilidad. Parecía que todo estaba bien para él ese día.







Caminó un par de metros, abatido, con su mp4 a cuestas. El pequeño aparato le pesaba, pero no más que el aire. Todo le inquietaba.
El parque estaba vacío y sólo la luna le hacía compañía. Se sentía incompleto.
Deseó tener una máquina del tiempo para volver al pasado. Quería volver a su infancia, a un pasado lejano. Quería ser un niño otra vez, un niño sin preocupaciones, ni amores ni problemas. Un niño irlandés y vivir en Irlanda con su abuela. Quería estar en otro lado, y pensó en la posibilidad de cambiar de galaxia o abrir un portal de tiempo que lo lleve a otros horizontes. Especuló acerca de irse a otro planeta, a uno repleto de amigables aliens que odiasen el chocolate y las golosinas. Rió por su ocurrencia.
Un distante recuerdo interrumpió sus ideas.


---FLASHBACK---
-¿Cómo se llama?
-Su nombre es Sigmund, como Sigmund Freud.
-¿Quién es ese? Sigmund no es un nombre para un cachorro- Razonó un pequeño Damian.
-Sí, lo es. Es el nombre de mi cachorro- Lindsay lo miraba con un aire de superioridad.
Nunca iban a estar de acuerdo. Siempre iban a ser como el agua y el aceite o tal vez más opuestos aún. Eso nunca cambiaría.
---FIN DEL FLASHBACK---



Sonrió por el recuerdo. Era tonto, pero a él le había gustado.
Todo lo relacionado con su amiga le gustaba.
Siguió su camino y entre las sombras de los árboles se percató de que se ilustraba la figura de dos personas. Se acercó imprudentemente y las reconoció de inmediato. Eran dos personas que él conocía, dos personas que sonreían abrazadas. Era Larsen con su amiga. Era Lindsay con su novio. Bajó su cabeza y decidió continuar sin mirar atrás.